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24/7/22

Los sobrinos de Doña G. de Benjamín Gavarre.

 





























Los sobrinos de Doña G.

  

de Benjamín Gavarre.

 

Personajes

Anita, hermana lozana de Rul. 

Rul, joven mozuelo. 

Doña G., tía de los mochachos. 

 

La acción ocurre en un patio, (puede ser un espacio tipo corral de comedias) con algunas referencias al tiempo de Cervantes, pero, con algunos objetos e imágenes que nos ubiquen en nuestra realidad. El estilo quiere recordar al tiempo de Los Entremeses, de Cervantes, pero obviamente las situaciones tienen que ver con nuestros días. El vestuario no deberá también sino aludir a la época, pero con prendas equivocas o anacrónicas, de la nuestra. 

 

 

Anita. — (Insidiosa) ¿Qué tanto ha de hacer Rul, tía? ¡Más de dos horas lleva enclaustrado en el cuarto de lavado! 

Doña G. — (Santurrona, mosca muerta) Válame el diabro, que no se halle en el camino de Esperantio, si yo te dijera las cosas que se hablaron d’él en otro año. 

Anita. — (Malévola) ¿Lavábase todas las costras del rostro hasta dejarse casi por entero la calavera reluciente como mochacho fresco y lozano de la mañana? 

Doña G. — (Chismosa) Ni cercana a la noticia te encuentras: lo que hacía Esperanto es cosa que natura no permite a mozuelas fermosas y bisoñas como tú, ni siquiera imaginar. 

Anita. — (Obscena, simpática) ¡Ah, ya sé! Se fregaba y fregaba hasta dar de alaridos como los peones del rastro. Ahhhhhh. 

Doña G. — (Con ganas de aparentar prudencia) Más o menos, Anita, pero tente que es cosa delicada. 

Anita. — (Chismosa) También los mocitos de la cuadra no hablan más que de eso, pero ellos no se meten al cuarto de los baños, sino que ahí mismo en las pajas le dan y dan y friégate que te friega; yo he escuchado. 

Doña G. — (Escandalizada) Y ya es decir bastante, tente diabro, que en mis tiempos de mozuela ni se atreviera una a concebir tales desórdenes. 

Anita. — (Descarada) Pero si a nadie mal hace tía, yo... 

Doña G. — (Cambia de tema) Tente, tente y ponme en la noticia del tal Rul. ¿Quiéredes mentar que no se aleja del aljibe? 

Anita. — Del aljibe se lleva el agua, nos deja sin cisterna, sin depósito, sin Monantial, sin recursos. Lleva encerrado en el cuarto de lavado más de tres horas d’esa guisa y no se ve, sino que derrocha los acuíferos en no sé qué labor exótica, porque el agua no sale sino llena de espuma y muy negra por cierto. 

Doña G. — Ha de estar lavando sus calzas, capa y festones del traje de la Tuna. 

Anita. — ¿De traje de la tuna dices, tía?, ¡que a muchas espinas se arriesga Rul! ¿De tuna el traje? 

Doña G. — De la estudiantina, mensa, que ya sabes que es barítono. Y así de presumido como es seguro desperdicia toda el agua en lavando cada botón dorado, cada borla, cada listón de amarillo, azul y verde. Ah, me acuerdo de las serenatas de tu tío en la Tuna de San Tormes, no sabes, qué apostura, tan gallado. 

Anita. — Sí tía, tía, ya me los has mentado más de mil docenas. ¡No te molesta en fin que gaste toda el agua? El tal Rul nos llevará a la ruina, inanición, al desamparo. Seremos víctimas de aridez, sequía, estiaje, calamidad. ¡Tendremos sed sin duda! 

Doña G. — ¿Se está acabando el agua de tomar? 

Anita. — Y más que eso, la de tomar, la de beber, la de saciar la sed intensa... 

Doña G. — Eso ya lo comprendí. ¿Y no quedará más de agua? 

Anita. — Ni para echarle el agua a las letrinas, tía, y mucho menos la de lavar verduras, la de fregar pisos y ventanas, la de bañarse en tina para los oficios mayores y la de lavarse cada sábado, para los menores. la de bañarse los martes para las angustias, y los miércoles para las venturas varias. 

Doña G. — Y digo yo, ¿no se puede almacenar en vasos, ollas, en cubetas, la tal agua?, ¿Toda se la ha acabado ya? 

Anita. — La más parte se ha escapado por entre los desagües, tía. Y la otra, ya anega las baldosas y peor, que toda jabonuda y negra como está, que se encuentra ya invadiendo los corrales, y las gallinas se escapan y los puercos se resbalan, y la vaca ya no entiende nada de lo que le acontece por tanta espuma y negra, tía, entre sus patas. 

Doña G. — Suficiente es. He de hacerle entender a este mochacho que se detiene o nos lleva a la ruina. Id por él. 

Anita. — Pero si no me tomara en cuenta hace ya cuatro horas, cómo así que le vuelva yo a tocar y no responda. 

Doña G. — A mí me hará más caso. (Grita) ¡Ruuuuuul! ¡Ruuuuuul!... Que no responde. Veamos si me ayudas. (Anita se pone a gritar también) ¡Ruuuul! (Doña G. se muestra muy contrariada). ¡Habráse visto tal! (Vuelve a gritar) ¡Ruuul, Ruuul, cerradle al agua! ¡Ayúdame, Anita! (Anita le ayuda, más tarde todo el público participa) ¡Ruuul, Ruuul, ciérrale al agua! ¡Ruuul, Ruuul, ciérrale ya! 

 

Entra a escena Rul, todo empapado. 

Rul. — ¡Pero qué voces son esas! ¡Callad!, ¡callad he dicho! ¡Me han distraído de mis labores más urgentes! 

Doña G. — ¡De urgencia suma es que no desperdicies más todo el aljibe! 

Rul. — ¿Yo, el aljibe? 

Anita. — Y la cisterna y el depósito y el Monantial todo. 

Doña G. — ¡Sin líquido acuoso nos hemos de quedar por vuestra causa! 

Rul. — Que sea menos. Son tales infundios de Anita que dista mucho de tener buenas intenciones. ¡Ella quedarse anhela de la tina, que lava y lava la mugre de Anita! Por ello el alboroto, sus chismes, sus quejas y maledicencias. Decilde, Anita, decidle a Doña G, tu tía y la mía que pasas más de mil horas en la tina haciendo... no sé qué. 

Anita. — Bárbaro animal, ni que de tu ralea fuera yo a formar la parte. Muchas más veces tú ocupas de la tina y la encuentro siempre maculada de pelillos de tu casi cara de mono, que ni bien afeitas tus barbas y bigotes que al día siguiente quieres volverte a quedar como cachete de doncella. Siempre tengo de limpiar tales pelillos, tía. 

Rul. — ¿Lo ves? Tú misma te delatas. Tía, cada día Anita lavarse de cuerpo completo solicita y me reclama a mí que le deje yo el terreno limpio. No he sino constar que lo que quiere es toda el agua para sí. (A Anita) ¡Mustia! 

Anita. — ¡Badulaque! 

Rul. — ¡Solapada! 

Anita. — ¡Entuerto del Diabro! 

Rul. — ¡Pescuezo sin sangre! 

Anita. — ¡Rabadilla, de... de...! 

Doña. — Basta he de decir y a entrambos un castigo he de imponer si no os calmáis y presto a mis consejos habréis de atender. 

Anita y Rul. — (Muy modosos ellos) Sí, tía. 

Doña G. — ¿Bien paréceme que los dos han hecho abuso de los acuíferos dones, mochachos? 

Anita y Rul. — (Sin entender palabra) ¿Qué decís? 

Doña G. — ¡Pues que desperdician el agua los dos, he dicho! 

Anita. — Pues no hay ni que pensarlo, tía. 

Rul. — Ni que osar pudieras dar acusaciones tales, no. 

Doña G. — Y qué me han demostrado sino lo contrario. Por lavaros en la tina, Anita y por lavar lo de la Tuna, Rul, que se acaban todos los recursos, como he dicho. 

Rul. — Los “acuíferos”, decís. 

Doña G. — ¡Y digo bien! ¡Si cada litro que desperdiciáis tuvieras que pagar...! 

Rul. — ¡Si lo pago yo con lo que me dan por cantar los de la Tuna, y la luz pago también y el cable, el internet, el muy teléfono... ¡que no es poca cosa! 

Doña G. — Poca cosa es lo que va a quedar de agua si seguís como hasta ahora tirándola toda, y sin beneficio para otros. 

Rul. — (Irónico)Y resulta, Anita que somos los culpables de la gran Sequía. Tooodo el mundo necesita los “acuíferos” que nosotros destinamos a nuestro cuidado y beneficio. 

Anita. — (Seria) Pues sí, Rulito; yo creo que nos hemos de quedar sin el líquido si todos obran como nosotros. Y segura estoy que muchos la tiran sin pudor y que algunos están aquí, y aunque se rían también como nosotros van a hacer que nos quedemos secos. 

Rul. — Secos decís, ¡y qué hiperbólica que resultáis! 

Anita. — Y tú, muy guarro, nada más oíros: “¡Si yo la pago!” 

Doña G. — (Toma el mando) Como conclusión al brete, digo, escuchad, oídme: Bien me parece que, en tu futuro, Anita, hayáis decidido, para bien de todos, menos baños de tina, como habéis quedado por propia voluntad. 

Anita. — ¿Y yo cuándo quedé? 

Doña G. — (Implacable) Dalo a entender lo has, lo has, sin duda, y más. ¡En cuanto a Rul! 

Rul. — (Astuto) ¡Ya dije que de acuerdo estoy! 

Doña G. — (Sorprendida) ¡¿Y cuándo?! 

Rul. — (Juguetón) En lo que dijéredes, que no he sino de dejar que Anita lave mi ropa y ya está, no gaste yo más en lavado. 

Anita. — En tus sueños pasara tal, digo yo. 

Doña G. — No habrá quien se ocupe de lo que tú mismo y sin retobos de ocuparte has. 

Rul. — ¿Yo? 

Doña G. — Pero lo habrás de hacer sin desperdicio y una sola vez a la quincena. 

Rul. — ¿De cuál quincena habláis? 

Doña G. — Digo que lavaréis toda la ropa, no solo la tuya sino la de toda la familia y cada quince días y toda junta en cargas de ropa blanca y de colores y así habremos de proceder para no desperdiciar más agua. 

Rul. — No sé. 

Doña G. — No hay más que hablar. 

Rul. — ¿Y Anita? 

Doña G. — Pues ella también, solo se podrá bañar cada seis meses. 

Anita. — ¡No sería yo tan mugrosita! 

Rul. — Sí, va a pestar, tiíta. 

Anita. — En eso Rul lleva razón, pues ¿qué pasó? 

Doña G. — Digo en tina no habrás de bañarte, seis meses de plazo habrá. Lo demás que se lave ella como más le convenga. 

Anita. — Ah, eso ya va mejor. 

Rul. — ¿Y tú ti-íta? 

Doña G. — ¿Yo? 

Rul. — No quisiérades tener actividades de cuidado tú también, no creéis que sería buena idea ponerles menos agua a las arvejas. Además, podemos usar el agua de tina para preparar las aguas frescas de fruta de temporada. 

Anita. — (Cómplice de Rul) Claro, tía, y le pones menos agua a los porotos. 

Rul. — Y bien empleado que desapestes las lechugas con el sobrante del lavamanil. 

Anita. — Y guisáredes el potaje con el agua de desapestar. 

Rul. — Y una vez que surta efecto el potaje, y el agua fresca de frutas de temporada, el agua ya bien destilada en la letrina la podemos usar muy bien para... que os lavéis el... la... cara.  Es un decir. 

Doña G. — ¡Basta de suciedades, Rul, Anita! ¡He comprendido yo también mi parte! 

Rul. — (Sin soltar su nueva presa) Pues sí, ti-íta porque una cosa es criticar, y otra... 

Doña G. — (A punto de las canas verdes) Dije que muy claro ha quedado. 

Anita. — (Sigue el juego de Rul) Luego, hay personas que se la pasan criticando lo que hacen los demás y nada les ha de costar fijarse, tía en que a veces incurren en las mismas culpas que acusar se atreven y... 

Doña G. — ¡Basta! ¡A ver si les queda muy claro! ¡Yo también voy a poner de mi parte! Pero no, no, no me tratéis como si el origen de todos los males acuíferos los encarnara yo en mí mesma. No. 

Rul. — Pero, ti-íta, piensa... 

Anita. — Recapacita. 

Doña G. — ¡Se acabó! ¡No habréis de voltearme la tortilla! Vamos a hacer todos lo posible por cuidar del agua, ¿estáis conformes? 

Rul. — Sí, y tía. ¿De verdad vais a querer que yo lave toda, toda vuestra ropa y la de todos? 

Doña G. — Toda la ropa, toda la ropa. 

Rul. — ¿Incluyendo también vuestros calzones? 

Doña G. — Anita, acompañadme a la cocina, de pronto tengo antojo de agua fresca de frutas de temporada. 

Rul. — ¿Pero tía, no me has de contestar? ¿Vuestras bragas también he de lavar?... ¿así tus camisetitas transparentes de lycra? Tía, tía... ¿Y tú, Anita, queréis lo mismo que me haga cargo de toda, toda tu ropita, tus falditas, ¡Anita!, tus brassieres ¡tía!, ¡No escapéis! Falditititas, brassieres grandes, grandes. ¡Heyyy! ¡Escuchad!!! ¡Oigan! (Al público) ¡Qué mujeres! 

 

 

Fin