Los sobrinos de Doña G.
de Benjamín Gavarre.
Personajes:
Anita, hermana lozana de Rul.
Rul, joven mozuelo.
Doña G., tía de los mochachos.
La acción ocurre en un patio, (puede ser un espacio
tipo corral de comedias) con algunas referencias al tiempo de Cervantes, pero,
con algunos objetos e imágenes que nos ubiquen en nuestra realidad. El estilo
quiere recordar al tiempo de Los Entremeses, de Cervantes,
pero obviamente las situaciones tienen que ver con nuestros días. El vestuario
no deberá también sino aludir a la época, pero con prendas equivocas o
anacrónicas, de la nuestra.
Anita. — (Insidiosa) ¿Qué tanto ha
de hacer Rul, tía? ¡Más de dos horas lleva enclaustrado en el cuarto de lavado!
Doña G. — (Santurrona, mosca muerta)
Válame el diabro, que no se halle en el camino de Esperantio, si yo te dijera
las cosas que se hablaron d’él en otro año.
Anita. — (Malévola) ¿Lavábase todas
las costras del rostro hasta dejarse casi por entero la calavera reluciente
como mochacho fresco y lozano de la mañana?
Doña G. — (Chismosa) Ni cercana a la
noticia te encuentras: lo que hacía Esperanto es cosa que natura no permite a
mozuelas fermosas y bisoñas como tú, ni siquiera imaginar.
Anita. — (Obscena, simpática) ¡Ah,
ya sé! Se fregaba y fregaba hasta dar de alaridos como los peones del rastro.
Ahhhhhh.
Doña G. — (Con ganas de aparentar
prudencia) Más o menos, Anita, pero tente que es cosa delicada.
Anita. — (Chismosa) También los
mocitos de la cuadra no hablan más que de eso, pero ellos no se meten al cuarto
de los baños, sino que ahí mismo en las pajas le dan y dan y friégate que te
friega; yo he escuchado.
Doña G. — (Escandalizada) Y ya es
decir bastante, tente diabro, que en mis tiempos de mozuela ni se atreviera una
a concebir tales desórdenes.
Anita. — (Descarada) Pero si a
nadie mal hace tía, yo...
Doña G. — (Cambia de tema) Tente,
tente y ponme en la noticia del tal Rul. ¿Quiéredes mentar que no se aleja del
aljibe?
Anita. — Del aljibe se lleva el agua, nos
deja sin cisterna, sin depósito, sin Monantial, sin recursos. Lleva
encerrado en el cuarto de lavado más de tres horas d’esa guisa y no se ve, sino
que derrocha los acuíferos en no sé qué labor exótica, porque el agua no sale
sino llena de espuma y muy negra por cierto.
Doña G. — Ha de estar lavando sus calzas,
capa y festones del traje de la Tuna.
Anita. — ¿De traje de la tuna dices, tía?,
¡que a muchas espinas se arriesga Rul! ¿De tuna el traje?
Doña G. — De la estudiantina, mensa, que ya
sabes que es barítono. Y así de presumido como es seguro desperdicia toda el
agua en lavando cada botón dorado, cada borla, cada listón de amarillo, azul y
verde. Ah, me acuerdo de las serenatas de tu tío en la Tuna de San Tormes, no
sabes, qué apostura, tan gallado.
Anita. — Sí tía, tía, ya me los has
mentado más de mil docenas. ¡No te molesta en fin que gaste toda el agua? El
tal Rul nos llevará a la ruina, inanición, al desamparo. Seremos víctimas de
aridez, sequía, estiaje, calamidad. ¡Tendremos sed sin duda!
Doña G. — ¿Se está acabando el agua de
tomar?
Anita. — Y más que eso, la de tomar, la de
beber, la de saciar la sed intensa...
Doña G. — Eso ya lo comprendí. ¿Y no
quedará más de agua?
Anita. — Ni para echarle el agua a las
letrinas, tía, y mucho menos la de lavar verduras, la de fregar pisos y
ventanas, la de bañarse en tina para los oficios mayores y la de lavarse cada
sábado, para los menores. la de bañarse los martes para las angustias, y los
miércoles para las venturas varias.
Doña G. — Y digo yo, ¿no se puede almacenar
en vasos, ollas, en cubetas, la tal agua?, ¿Toda se la ha acabado ya?
Anita. — La más parte se ha escapado por
entre los desagües, tía. Y la otra, ya anega las baldosas y peor, que toda
jabonuda y negra como está, que se encuentra ya invadiendo los corrales, y las
gallinas se escapan y los puercos se resbalan, y la vaca ya no entiende nada de
lo que le acontece por tanta espuma y negra, tía, entre sus patas.
Doña G. — Suficiente es. He de hacerle
entender a este mochacho que se detiene o nos lleva a la ruina. Id por él.
Anita. — Pero si no me tomara en cuenta
hace ya cuatro horas, cómo así que le vuelva yo a tocar y no responda.
Doña G. — A mí me hará más caso. (Grita)
¡Ruuuuuul! ¡Ruuuuuul!... Que no responde. Veamos si me ayudas. (Anita se
pone a gritar también) ¡Ruuuul! (Doña G. se muestra muy contrariada).
¡Habráse visto tal! (Vuelve a gritar) ¡Ruuul, Ruuul, cerradle al agua!
¡Ayúdame, Anita! (Anita le ayuda, más tarde todo el público participa)
¡Ruuul, Ruuul, ciérrale al agua! ¡Ruuul, Ruuul, ciérrale ya!
Entra a escena Rul, todo empapado.
Rul. — ¡Pero qué voces son esas! ¡Callad!,
¡callad he dicho! ¡Me han distraído de mis labores más urgentes!
Doña G. — ¡De urgencia suma es que no
desperdicies más todo el aljibe!
Rul. — ¿Yo, el aljibe?
Anita. — Y la cisterna y el depósito y el Monantial
todo.
Doña G. — ¡Sin líquido acuoso nos hemos de
quedar por vuestra causa!
Rul. — Que sea menos. Son tales
infundios de Anita que dista mucho de tener buenas intenciones. ¡Ella quedarse
anhela de la tina, que lava y lava la mugre de Anita! Por ello el alboroto, sus
chismes, sus quejas y maledicencias. Decilde, Anita, decidle a Doña G, tu tía y
la mía que pasas más de mil horas en la tina haciendo... no sé qué.
Anita. — Bárbaro animal, ni que de tu
ralea fuera yo a formar la parte. Muchas más veces tú ocupas de la tina y la
encuentro siempre maculada de pelillos de tu casi cara de mono, que ni bien
afeitas tus barbas y bigotes que al día siguiente quieres volverte a quedar
como cachete de doncella. Siempre tengo de limpiar tales pelillos, tía.
Rul. — ¿Lo ves? Tú misma te delatas.
Tía, cada día Anita lavarse de cuerpo completo solicita y me reclama a mí que
le deje yo el terreno limpio. No he sino constar que lo que quiere es toda el
agua para sí. (A Anita) ¡Mustia!
Anita. — ¡Badulaque!
Rul. — ¡Solapada!
Anita. — ¡Entuerto del Diabro!
Rul. — ¡Pescuezo sin sangre!
Anita. — ¡Rabadilla, de... de...!
Doña. — Basta he de decir y a entrambos un castigo
he de imponer si no os calmáis y presto a mis consejos habréis de atender.
Anita y Rul. — (Muy modosos ellos)
Sí, tía.
Doña G. — ¿Bien paréceme que los dos han
hecho abuso de los acuíferos dones, mochachos?
Anita y Rul. — (Sin entender palabra)
¿Qué decís?
Doña G. — ¡Pues que desperdician el agua
los dos, he dicho!
Anita. — Pues no hay ni que pensarlo, tía.
Rul. — Ni que osar pudieras dar
acusaciones tales, no.
Doña G. — Y qué me han demostrado sino lo
contrario. Por lavaros en la tina, Anita y por lavar lo de la Tuna, Rul, que se
acaban todos los recursos, como he dicho.
Rul. — Los “acuíferos”, decís.
Doña G. — ¡Y digo bien! ¡Si cada litro que
desperdiciáis tuvieras que pagar...!
Rul. — ¡Si lo pago yo con lo que me dan
por cantar los de la Tuna, y la luz pago también y el cable, el internet, el
muy teléfono... ¡que no es poca cosa!
Doña G. — Poca cosa es lo que va a quedar de
agua si seguís como hasta ahora tirándola toda, y sin beneficio para otros.
Rul. — (Irónico)Y resulta, Anita
que somos los culpables de la gran Sequía. Tooodo el mundo necesita los
“acuíferos” que nosotros destinamos a nuestro cuidado y beneficio.
Anita. — (Seria) Pues sí, Rulito;
yo creo que nos hemos de quedar sin el líquido si todos obran como nosotros. Y
segura estoy que muchos la tiran sin pudor y que algunos están aquí, y aunque
se rían también como nosotros van a hacer que nos quedemos secos.
Rul. — Secos decís, ¡y qué hiperbólica
que resultáis!
Anita. — Y tú, muy guarro, nada más oíros:
“¡Si yo la pago!”
Doña G. — (Toma el mando) Como
conclusión al brete, digo, escuchad, oídme: Bien me parece que, en tu futuro,
Anita, hayáis decidido, para bien de todos, menos baños de tina, como habéis
quedado por propia voluntad.
Anita. — ¿Y yo cuándo quedé?
Doña G. — (Implacable) Dalo a
entender lo has, lo has, sin duda, y más. ¡En cuanto a Rul!
Rul. — (Astuto) ¡Ya dije que de
acuerdo estoy!
Doña G. — (Sorprendida) ¡¿Y cuándo?!
Rul. — (Juguetón) En lo que
dijéredes, que no he sino de dejar que Anita lave mi ropa y ya está, no gaste
yo más en lavado.
Anita. — En tus sueños pasara tal, digo
yo.
Doña G. — No habrá quien se ocupe de lo que
tú mismo y sin retobos de ocuparte has.
Rul. — ¿Yo?
Doña G. — Pero lo habrás de hacer sin
desperdicio y una sola vez a la quincena.
Rul. — ¿De cuál quincena habláis?
Doña G. — Digo que lavaréis toda la ropa,
no solo la tuya sino la de toda la familia y cada quince días y toda junta en
cargas de ropa blanca y de colores y así habremos de proceder para no
desperdiciar más agua.
Rul. — No sé.
Doña G. — No hay más que hablar.
Rul. — ¿Y Anita?
Doña G. — Pues ella también, solo se podrá
bañar cada seis meses.
Anita. — ¡No sería yo tan mugrosita!
Rul. — Sí, va a pestar, tiíta.
Anita. — En eso Rul lleva razón, pues ¿qué
pasó?
Doña G. — Digo en tina no habrás de
bañarte, seis meses de plazo habrá. Lo demás que se lave ella como más le
convenga.
Anita. — Ah, eso ya va mejor.
Rul. — ¿Y tú ti-íta?
Doña G. — ¿Yo?
Rul. — No quisiérades tener actividades
de cuidado tú también, no creéis que sería buena idea ponerles menos agua a las
arvejas. Además, podemos usar el agua de tina para preparar las aguas frescas
de fruta de temporada.
Anita. — (Cómplice de Rul) Claro,
tía, y le pones menos agua a los porotos.
Rul. — Y bien empleado que desapestes
las lechugas con el sobrante del lavamanil.
Anita. — Y guisáredes el potaje con el
agua de desapestar.
Rul. — Y una vez que surta efecto el
potaje, y el agua fresca de frutas de temporada, el agua ya bien destilada en
la letrina la podemos usar muy bien para... que os lavéis el... la...
cara. Es un decir.
Doña G. — ¡Basta de suciedades, Rul, Anita!
¡He comprendido yo también mi parte!
Rul. — (Sin soltar su nueva presa)
Pues sí, ti-íta porque una cosa es criticar, y otra...
Doña G. — (A punto de las canas verdes)
Dije que muy claro ha quedado.
Anita. — (Sigue el juego de Rul)
Luego, hay personas que se la pasan criticando lo que hacen los demás y nada
les ha de costar fijarse, tía en que a veces incurren en las mismas culpas que
acusar se atreven y...
Doña G. — ¡Basta! ¡A ver si les queda muy
claro! ¡Yo también voy a poner de mi parte! Pero no, no, no me tratéis como si
el origen de todos los males acuíferos los encarnara yo en mí mesma. No.
Rul. — Pero, ti-íta, piensa...
Anita. — Recapacita.
Doña G. — ¡Se acabó! ¡No habréis de
voltearme la tortilla! Vamos a hacer todos lo posible por cuidar del agua,
¿estáis conformes?
Rul. — Sí, y tía. ¿De verdad vais a
querer que yo lave toda, toda vuestra ropa y la de todos?
Doña G. — Toda la ropa, toda la ropa.
Rul. — ¿Incluyendo también vuestros
calzones?
Doña G. — Anita, acompañadme a la cocina,
de pronto tengo antojo de agua fresca de frutas de temporada.
Rul. — ¿Pero tía, no me has de
contestar? ¿Vuestras bragas también he de lavar?... ¿así tus camisetitas
transparentes de lycra? Tía, tía... ¿Y tú, Anita, queréis lo mismo que me haga
cargo de toda, toda tu ropita, tus falditas, ¡Anita!, tus brassieres ¡tía!, ¡No
escapéis! Falditititas, brassieres grandes, grandes. ¡Heyyy! ¡Escuchad!!!
¡Oigan! (Al público) ¡Qué mujeres!
Fin