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23/2/19

EL EXTRAÑO JINETE Michel de Ghelderode


EL EXTRAÑO JINETE

Michel de Ghelderode

(1920)

Sainete en un acto.

Dedicado al doctor
Louis De Winter de Brujas,
gran hombre caritativo.


P E R S O N A J E S
EL VIGÍA
LOS ANCIANOS
Todos ellos calamitosos, asmáticos, carrasposos, con muletas y vestidos de harapos imposibles. Entre
ellos, una anciana. Esta humanidad dislocada pero fuerte de color y rica en olor, hubiera tentado el pincel del Breughel de los mendigos o el buril de Jacques Callot. Además, resuena singularmente en la profundidad que la circunscribe.

L U G A R
En Flandes. En la sala abovedada de un viejo hospital. Al fondo, una alta ventana ojival. La
puerta está a la izquierda. A la derecha, un altar abandonado. En las paredes encaladas, sombríos
cuadros de iglesia y numerosos obituarios mostrando sus fantasmas heráldicos.
Los ancianos están acostados o acurrucados en las camas. Sólo uno anda de arriba para
abajo, de prisa y con agitación. Es el vigía, barbudo y de gran pelambrera.

VIGÍA. — Las he oído. ¡De verdad! ¡Y lo que es cierto para mí, lo es para vosotros, puesto que
somos semejantes! ¡Escuchad!
UN VIEJO. — El sueño es sonoro. No sólo contiene imágenes, luces; contiene también sabores,
olores, músicas. Pobre alucinado, el sueño tiene cinco sentidos. ¡Estás tan alucinado como el
sueño!
VIGÍA. — ¡Vaya una razón! Hace un instante, las oí: ¡campanas de metal!
OTRO VIEJO. — En todo este llano, no hay un campanario en diez leguas a la redonda.
VIGÍA— ¡Con mis oídos! ¡Campanas! ¡Qué me corten las orejas si miento! ¡Unas campanas
duras, vivaces!
TERCER VIEJO. — Sí, campanas de fiebre.
VIGÍA. — Y ¿a qué tocaban?, ¿me lo podréis decir vosotros?
PRIMER VIEJO. — Al nacimiento de tus pesadillas.
SEGUNDO VIEJO. — Tus bodas con la locura.
TERCER VIEJO. — Los funerales de tus cabales.
VIGÍA. — Terribles campanas, terribles, aunque lejanas. ¿Cómo eran esas campanas?
Explicádmelo.
PRIMER VIEJO. — Como cuando un barco naufraga en la tempestad...
SEGUNDO VIEJO. — Como cuando el incendio devora las cosechas...
TERCER VIEJO. — Como cuando el pueblo se rebela. . . Cuando la guerra...
VIGÍA. — Como todo eso... ¡A rebato! Me ha entrado miedo.
CUARTO VIEJO (de pie). — Contesta fríamente: ¿Has oído campanas?
VIGÍA. — Estaba acostado. Las estaba esperando desde hacía rato, y mi espíritu las reconoció
antes que mi oído. ¡Dios mío!, ¿qué significan esos cencerros en la desolación de nuestro
llano, en este país de miseria?
PRIMER VIEJO. — ¡Cada uno ve y oye lo que le place! Una vez, entreví el paraíso, pero no obligué
a nadie a que creyera.
VIGÍA. — Yo lo afirmo. ¡Es el anuncio de la desgracia!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Aún distinguimos la suerte de la desgracia? Si confiesas que te estás
burlando de nosotros, te doy la mitad de mi rapé.
VIGÍA. — Lo confieso. Era lúgubre. . . ubre. . . ubre. . .
SEGUNDO VIEJO. — ¡Estúpido!
VIGÍA. — ¿Y mi rapé?
CUARTO VIEJO. — ¡Mastica los sonidos que has oído!
Los viejos vuelven a acostarle, enfurruñados. Silencio.)
VIGÍA. — Campanas entre las nubes. . . Campanas en el fondo de los pantanos. . . Campanas en
mi cráneo. . . ¿Ya no suenan? Es que me han hecho dudar. Sin embargo, los que están
acostumbrados al silencio perciben ruidos, cantos, lamentos, que vienen de otro mundo. Eso
provoca burlas en unos, ensueños en otros. Me voy a dormir. ¡Qué se fastidie el tañedor!
Pero nunca más volveré a revelar lo que sorprenda del mundo del más allá. . . (De pronto,
suenan claramente tres campanadas, en las cercanías. Los durmientes se enderezan.)
PRIMER VIEJO. — ¿Campanas? ¿Eh, barbudo? ¿Has oído?
VIGÍA. — ¡No! ¿Qué has oído?
PRIMER VIEJO. — ¡Campanas, maldito seas, campanas!
VIGÍA. — ¿No será que se te suben a la cabeza los tiempos pasados? En tu pueblo sonaban las
campanas! Que te cuelguen de la cuerda...
TERCER VIEJO. — Yo no dormía.
CUARTO VIEJO. — ¿Por qué se ha empezado a hablar de campanas aquí dentro? Vamos a oírlas día
y noche, se pondrá de moda.
QUINTO VIEJO. — ¿Qué otra cosa hemos de hacer?
PRIMER VIEJO. — Ante todo, agucemos el oído y no creamos más que a él. . . (Largo silencio.
Los viejos están atentos.)
VIGÍA (imitando las campanas). — Bing, bong, bing, bang... Bing bang, bong... (Los viejos,
encolerizados, rodean al vigía.)
SEGUNDO VIEJO. — ¡Era él! ¡Impostor!
TERCER VIEJO. — ¡Despreciable farsa!
CUARTO VIEJO. — ¡Sí, una invención de loco!
LA VIEJA (blandiendo su muleta). — ¡Atrévete a empezar de nuevo, asqueroso!
VIGÍA. — ¡Mi garganta es de bronce! ¡Voy a sonar el gaznate en su honor, muleta! ¡Escuche!
(Abre la boca, pero, en el campo rompen a tocar las campanas, bien reales. El VIGÍA ríe.)
¡Jo! un juego infernal. ¡Soy amigo del diablo! (Imitando las campanas.) Bing, bang, bong...
así... Suavemente... Y más alto (Las campanas, más cerca.) Y más cerca todavía... (Las
campanas doblan rápidamente.) ¡Y no blancas, ni rosas, ni azules, ni de oro, no!, campanas
negras, negras, campanas nocturnas, campanas glaciales. . .
PRIMER VIEJO. — Uno quisiera saber qué es.
VIEJA. — Presagios. . .
VIGÍA. — ¡Una farsa, como decíais! ¡Sigo sosteniendo que es una farsa!
QUINTO VIEJO. — ¡Pobres de nosotros! ¿Tiene sentido este acontecimiento? ¡No suenan campanas
fuera de los campanarios! ¿Se concibe eso? ¿Decidme, gente?...
VIGÍA. — ¿Te asusta lo que no puedes concebir o explicar? A mí no.
SEXTO VIEJO. — Avisemos al director.
VIGÍA. — El director es un viejo igual que nosotros, que no sabe hacer otra cosa más que escribir
en su libro de pergamino el nombre de los viejos que fallecen.
PRIMER VIEJO. — Yo insisto en que no hay campanas. ¡No creo más que lo que veo, y no veo esas
campanas!
VIGÍA. — Las campanas son de origen sobrenatural, viejo Tomás; quizás se dejan oír, pero
no les gusta dejarse ver. Sólo se las ve cuando se las bautiza y cuando se las entierra.
PRIMER VIEJO. — Sostengo contra todos que no hay campanas. (Una campanada muy fuerte,
cerquísima.)
VIEJA. — ¡Jesús María!
VIGÍA (parodiándola). — ¡Susmaría!
PRIMER VIEJO. — Es intolerable. Propongo que hagamos una reclamación, que redactemos una
pancarta con letras bien artísticas.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y yo que he visto tantas cosas en mi vida! ¿Así que las campanas andan,
tienen piernas?
TERCER VIEJO. — Que salgan en peregrinación, es cosa suya; pero entonces, ¡que no tomen
nuestro hospicio por una hostería!
VIGÍA — Tranquilizaos; vuestros anticuados corazones laten tan fuerte como campanas, y ya no
son de metal. Voy a saber qué es eso que anda y redobla por el campo; voy a ir a verlo, y vosotros
vais a creerme. Quizás sea muy hermoso. . . (Corre hacia el fondo de la sala y se
encarama a una mesa, hasta llegar a la ventana. Silencio. Los ancianos se agrupan en el
fondo.) ¿O preferís, tal vez, no saber nada?
CUARTO VIEJO. — Queremos saber. ¿Verdad, compadres?, queremos…
QUINTO VIEJO. — Queremos, demonio. Vigía, ¿qué ves?
VIGÍA. — Diviso la llanura crepuscular, toda rojiza, con sus pantanos de estaño.
SEXTO VIEJO. — ¿Y después?
VIGÍA. — Veo... (Silencio.) Es difícil describir lo que veo. Ya saben que a mí nada me
sorprende…
PRIMER VIEJO. — Por el amor de Dios, ¿qué es lo que ves?
VIGÍA. — Un caballo, grande, muy grande. Tan grande como el llamado Bayard del ommegang.
¡A menos que sea una sombra! De su cuello cuelgan cascabeles, grandes, muy grandes, que
son campanas. . .
PRIMER VIEJO. — ¿Caballos de esa clase? ¿Eso no existe?
QUINTO VIEJO. — A menos que sea tina sombra... A veces, a la caída de la tarde se producen
espejismos en nuestras calenturientas llanuras. Pero, ¿y después, veedor?
VIGÍA. — El que cabalga ese animal es también de buena estatura. ¡Extraño jinete! ¡Y qué
prestancia, padre mío! A menos que no sea también una sombra, cabalgando en otra
sombra...
QUINTO VIEJO. — Ante todo, ¿no se llena el espacio de reflejos, de espejos?
VIGÍA. — El infinito se desdora. Está púrpura. La llanura, desplegada por los sueños, está ya
durmiendo. ¡Es algo que se contagia!
VIEJA.— ¡Despierta! ¿El jinete?
VIGÍA. — Se pasea, se pavonea. Viene hacia el hospital. Unos cuantos pasos más, y se hará bien
visible.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Vigía, tus palabras son ambiguas! ¡Habla como la gente honrada o que trepe
otro a la ventana!
VIGÍA. — ¡Fíense de mí! Aunque no hable tan bien, veo mejor que cualquier otro. (Silencio.)
Conozco a ese que viene cabalgando, ¡ah!, ¡desde luego! Y todos le conocen.
SEGUNDO VIEJO. — ¿Quién es, pues, quién es?
VIGÍA. — ¡El considera nuestro Hospital con la insignia del buen Dios como una venerable casa
donde a menudo pone los pies!
CUARTO VIEJO. — ¿Su nombre, su título?
VIGÍA. — No diré más. (Un toque de campanas, afuera.) Guardad silencio. Idos a acostar.
PRIMER VIEJO. — ¿Por qué esos consejos?
VIGÍA (saltando al suelo). — Contestad, ¿teméis a la muerte?
PRIMER VIEJO. — ¡Qué pregunta tan tonta! ¿A nuestra edad?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso no ha terminado todo para nosotros hace ya años?
TERCER VIEJO. — ¿Se trata de morir? ¿Pero si nosotros sobrevivimos?
CUARTO VIEJO. — Morir es una función de los hombres.
VIEJA. — ¿Qué otra cosa hacemos en esta fundación sino esperar nuestro último fin?
VIGÍA. — ¡Vuestras palabras expresan tanta sabiduría!, entonces, no os sorprenderéis demasiado.
. . (Silencio.) ¿El jinete que se acerca? (Una campanada.) ¡Es la Muerte!
QUINTO VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte cabalgando!
SEXTO VIEJO. — ¿Qué dices? ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, ¡pomposa, con casco de cobre, y cimera de plumas de pavo real!
PRIMER VIEJO. — ¿De qué? ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, muy envanecida de sí misma, con la barbilla levantada, una mano en la
cadera, su haz en bandolera, calzada con botas de cuero blanco, arrebujada en un manto
despedazado y sembrado de crucecitas de plata.
VIEJA. — ¿Ha dicho la muerte?
VIGÍA. — Ella y no otra. (Campanadas.) ¿Y por quién viene? ¿Por ti, por vosotros; por mí, por
todos? Habrá que darle buena acogida, comportarse educadamente. Sobre todo, disimulad
vuestros sentimientos de espanto, porque esa vieja fregona se cree amable y agradable.
PRIMER VIEJO. — ¿Miedo? ¡Qué entre a ver! ¡Voy a espetarle el saludo de alegre recibimiento en
verdadero latín de sacristía!
SEGUNDO VIEJO. — Me queda un cabo de cera. ¡Yo ofrezco la iluminación!
TERCER VIEJO. — Yo cantaré la misa de los impúdicos y bailaremos el paso de los. . .
CUARTO VIEJO. — ¿Organizamos las despedidas?
VIGÍA. — ¡Mejor sería que pensarais en los cuidados de vuestras almas! ¡Arrancad la mugre que
las recubre!
VIEJA. — Pero, ¿qué? ¿Es la Muerte? Los martes de carnaval, la imitan tan bien que uno se
confunde.
VIGÍA. — La auténtica, la inimitable. . .
QUINTO VIEJO (a la VIEJA). — ¡Mujer, quiero cometer el último pecado, aunque seas apestosa!
SEXTO VIEJO. — ¡No voy a dejar nada de mi gamella de jarabe!
PRIMER VIEJO. — Tengo todavía siete escudos, voy a gastarlos. . . (Suenan las campanas, cada vez
más próximas.)
VIGÍA. — La Muerte no gustará de vuestras cabriolas y muecas; es una persona mesurada, que
ama el protocolo.
PRIMER VIEJO. — Y a nosotros, ¿nos gustan sus visitas? ¡Somos seres vivos y lo nuestro es reír!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y que están viviendo su último día! Quiero beber.
TERCER VIEJO. — ¡Yo quiero cantar, yo canto el fin del mundo!
CUARTO VIEJO (desplegando un acordeón). —Yo abro el baile, ¡la danza macabra!
QUINTO VIEJO. — ¡Bailemos a la Muerte! ¡Bailemos la macabra! ¡Es la fiesta de los viejos, la
cuadrilla de los moribundos!
VIEJA. — ¡Yo valseo al derecho y al revés!
SEXTO VIEJO. — ¿Música?
(El acordeón ataca una pesada danza. Un anciano toma a la VIEJA y la arrastra al baile. Los
dos esperpentos dan saltos sin moverse del sitio. Los demás forman un círculo, canturrean
la música, dan palmadas o gritan. Esta cacofonía dura unos instantes. La vieja pareja,
jadeante, se desploma sobre una cama; el acordeón divaga; el círculo de ancianos ya se
ha roto.)
PRIMER VIEJO. — Y las campanas, ¿ya no se oyen más?
VIGÍA. — Ha llamado en el porche. A pesar de vuestra kermesse, he oído los golpes.
PRIMER VIEJO. — ¡Mientes! ¡Ha proseguido su camino!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso le han abierto?
TERCER VIEJO. — Voy a deciros lo que creo: ya ha terminado y se ha vuelto a marchar. No venía
por nosotros, los del hospicio, sino por los del hospital, en la otra ala. ¿Nosotros? Somos los
olvidados...
VIGÍA. — Voy a correr a su encuentro.
(Se va rápidamente hacia el fondo. Los ancianos se echan sobre él y lo retienen.)
CUARTO VIEJO. — ¡Insensato! ¿Quieres llamar su atención sobre nuestra sala?
VIGÍA. — ¡Vosotros sois insensatos! ¿No habéis hecho todo lo posible para que ella llegara a
vuestro piso? Por otra parte, es una simple cuestión de viveza. Y, yendo a su encuentro, os
procuraba un infortunio menor.
QUINTO VIEJO. — ¡Quédate aquí!
VIGÍA. — Como queráis. Me desintereso del asunto.
VIEJA. — ¡Miserere!
VIGÍA. — ¿Qué dices, abuela?
VIEJA. — ¡Llama al capellán!
VIGÍA. — Se ha escondido en un tonel.
SEXTO VIEJO. — Pues, entonces, ¿con quién nos confesamos?
VIGÍA — ¡Dios os está escuchando, adelante!
PRIMER VIEJO, — ¡Yo no soy perfecto, no!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Yo me tengo por un pecador, digamos serio!
TERCER VIEJO. — Y yo, por un pecador empedernido. ¡Uno verdadero!
CUARTO VIEJO. — ¡Yo he bebido mucho!
QUINTO VIEJO. — ¡Yo he robado a veces, poco o mucho!
SEXTO VIEJO. — ¡Yo he fornicado enormemente!
VIEJA. — ¡Yo era hermosa, y vendía mi cuerpo!
PRIMER VIEJO. — ¡Tengo en mi activo algunos sacrilegios!


SEGUNDO VIEJO. — ¡Bah! ¡Yo, algo mejor que sacrilegios! ¡Pecados que sólo el Papa puede
perdonar!
VIGÍA. — Ya vendrán las cuentas. Numeraos y seguidme, voy a bajar a los infiernos.
VIEJA. — ¡No menciones el infierno! Está bajo nuestros pies.
VIGÍA. — ¿Ah, si?, huele a azufre. ¿Valía la pena tratar a la muerte con tanto desdén?
Interrumpid vuestros lamentos, reservaos vuestra porquería. La Muerte está en la escalera,
algo aturdida, me imagino. ¡Con tantas puertas!
TERCER VIEJO. — Qué vaya a donde quiera, pero que no venga aquí...
VIGÍA. — ¡Ajajá! ¡Parece que se respira fuerte, en los pisos! Así, pues, ¿la vida es un don tan
precioso para todos estos enfermos, estos inválidos? A la obra, ¡oh Muerte!, ¿y cuántos
féretros encargas? ¡Todo un bosque! (Los ancianos vagan por la sala, perdidos.)
CUARTO VIEJO. — ¿Qué hacer?
VIGÍA. — ¡Rezad! Los hombres sólo tienen este recurso.
QUINTO VIEJO. — ¿Cómo rezar?
VIGÍA. — ¿Qué sé yo? Decid por ejemplo: "¡Señor! tengo miedo. Miedo de la muerte del castigo.
Hacia ti clamamos en el peligro, por una vez no es un hábito. Nosotros queremos vivir, déjanos
vivir. ¡Amén!..."
VIEJA. — ¡Vivir!
SEXTO VIEJO. — ¡De cualquier forma, enfermos, dolientes, con llagas y cubiertos de gusanos, pero
vivir!
VIGÍA. — Desesperaos, pero no como cerdos que son conducidos al matadero. Mirad, distraeros.
Jugad a las adivinanzas. ¿Quién de vosotros reventará primero? Yo lo sé, primero, el de
menos edad.
PRIMER VIEJO. — Yo apenas tengo cien años.
SEGUNDO VIEJO. — Yo tengo ciento uno.
TERCER VIEJO. — Esperad, la Muerte bien nos dejará un momento para calcular.
VIGÍA. — ¡De prisa! Esta catarrosa ha tosido, no está lejos. ¡Qué cavernas en ese corpacho!
(Avanza lentamente hacia el fondo.) Debe haber tropezado en los escalones. ¡Eh! basta de
errores, se está acercando; siento el revuelo que la precede. (Los ancianos se han deslizado
furtivamente bajo las mantas o bajo las camas. De pronto, la sala parece haberse vaciado.
El VIGÍA sigue avanzando como en sueños, igual que un borracho.)
UNA VOZ DE VIEJO. — ¿Y la Muerte?
VIGÍA. — Un poco de paciencia.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis?. . .
VIGÍA. — Está tocando las castañuelas, detrás de la puerta.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis? , .
VIGÍA. — ¡Al fin! ¡Ya nos ha tocado! ¡Puá! su aliento, ese poderoso fuelle de herrero! Con esta
luna, ¿irá de prisa, verdad, querida? Muerte repentina, como dicen. ¡Y plaf!, al foso, como un
racimo de muñecas. . . (Algunos gemidos, algunos juramentos, algunos sollozos, algunos
cabos de letanías bajo las mantas y bajo las camas. Petardeos, también. El VIGÍA da varios
golpes contra la puerta, se asusta del ruido que acaba de hacer, empuja la puerta completamente
y retrocede hacia la sala, sin que sepa ni siquiera él mismo si está jugando o no.)
¿Quién es? (Su voz se hace pueril.) ¿Si le conozco? ¡Por favor! (Silencio.) ¡Excelencia!
(Silencio.) ¡Su servidor! (Silencio.) Y su Excelencia desea saber. . . (Silencio.) ¿En esta sala
llamada Santa Gertrudis? Yo soy el único que puedo considerarme válido, sí. Aquí, sólo
ancianos, nada más que ancianos, indignos de su atención; ancianos chochos, refunfuñantes,
descarnados, mal lavados, salivosos. ¿Su número? Aquiles, el que toma rapé; Romano, el que
pee; Gomario, el que modula; Rombaut, el que se pela; Simón, el que trompetea; Ghislan, el
que hincha; Arnaldo, el que seca; y la antigua Virgen de la procesión de Furnes, María, la
que lagrimea de pie! ¡Palabra de honor! (Escucha, inclinado, con la mano detrás de la
oreja.) ¡No! Vaya abajo, abajo de todo... ¡Oh perversa Muerte! (Ríe.) ¡Mis felicitaciones!
(Saluda varias veces.) Excelencia... (Desaparece un instante, vuelve y cierra la puerta. Pero
sigue a la escucha.) Baja. Busca. ¿Encontrará lo que busca? (Largo silencio.) ¡Ay! ¡Lo ha
encontrado, me parece! ¡Ese grito, ese grito de mujer! ¡Lo ha encontrado! ¿Acaso la está
violando, el muy sinvergüenza de solterón? (Ríe.) ¡Jo, jo, jo! ¡Donde hay Muerte, no falta
Lujuria! (Rápidamente, atraviesa la sala.) ¿Ola, viejos? (Nada se mueve.) ¡Carroñas, salid de
vuestros jergones!
Voz DE VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡Ha tomado las de Villadiego! (A las cabezas que emergen de las camas.) ¿La habéis
visto? ,
PRIMER VIEJO. — No, me estaba ahogando.


SEGUNDO VIEJO. — Yo tuve como un desmayo. Todo se hacía blanco y negro.
TERCER VIEJO. — Mi sangre se había detenido, como sangre de pescado.
CUARTO VIEJO. — ¿Nos lo juras que se ha marchado?
VIGÍA. — ¿Qué cuernos habrá hecho ahí abajo? Escuchad, vuelve a cabalgar. (Se oye redoblar de
campanas.)
QUINTO VIEJO. — Respiro. ¡Qué bien!
SEXTO VIEJO. — ¡Uno se encuentra de nuevo vivo, vivo!
PRIMER VIEJO. — ¡Que vaya a sus carnicerías; para nosotros, las rosas! (Va de una cama a otra y
crea un movimiento de agitación.) ¡En pie!... (Todos los viejos están de pie y corren en todas
direcciones, como excitados.) ¿Quién falta a la llamada? ¡Nadie! Pero, ¿a qué ha venido pues,
el extraño jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y qué significan sus remilgos, sus campanadas? ¿Para qué trastornar a todo el
hospicio? ¡Yo le escupo encima!
(Se oyen las campanas, que se alejan. Entre tanto, el VIGÍA ha vuelto a la ventana y, allí
encaramado, contempla al exterior los campos envueltos en sombras.)
VIGÍA. — Se va. Cae la noche. Quizás sea una sombra...
PRIMER VIEJO. — ¡Buscad alcohol! ¡Yo invito a ginebra!
TERCER VIEJO. — ¿Quién tiene el acordeón?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Vienes, mujer? No te sigas escondiendo. ..
VIEJA (saliendo de una cama). — ¿Quién está difunto?
CUARTO VIEJO. — ¡Ni tú, ni yo! ¡De los demás, me río!
VIGÍA. — ¡Callad! La Muerte se lleva a alguien. Quizás sea también sólo una sombra...
VIEJA. — ¡Ah! ¡Reza, reza un rosario!
QUINTO VIEJO. — ¡Loca! ¿Rezar por unas sombras?
VIGÍA. — ¡Os lo ruego, un poco de silencio! La Muerte se lleva...
SEXTO VIEJO. — A pesar del toque de queda, lo festejaremos toda la noche. ¡Vamos a vivir unas
horas en grande, como antes!
PRIMER VIEJO. — ¿Es que ha venido, ese jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y esas campanas, esas campanas imaginarias?
VIGÍA. — ...se lleva en brazos, cuidadosamente, una pequeña sombra...
TERCER VIEJO. — ¡He encontrado el acordeón!
VIEJA (que ha corrido hacia la ventana). — ¿Qué se lleva?
VIGÍA. — ¡Un recién nacido!
(Ríe suavemente y vuelve la cara. La VIEJA se persigna. Pero suena el acordeón. Estalla el
alboroto. Gritos. Danza espasmódica de los viejos, con la boca abierta, y los puños
cerrados, como marionetas.)
T E L Ó N