Un Ángel,
de Benjamín Gavarre.
Personajes
Anfitrión
El Ángel
Ninfa monstruosa
Ninfa perdida
La Novia
El Novio
El Marinero
El Almirante
La Practicante
1
Salón
Anfitrión. — Estamos de manteles largos y
alfombras y alfombras y plantas trepadoras.
El Ángel. — ¿Carnívoras?
Anfitrión. ― Salud, querido. ¿Quieres por
favor ponerte pantalones?
El Ángel. ― ¡Qué! ¿Solamente hay papas
fritas? ¿Y para qué manteles largos?
Anfitrión. ―La comida viene en camino.
Afrodisiaca y también, ¿por qué no?... ¡Nutritiva!
El Ángel. ― Gracias al cielo, ¡porque me
cargo una diarrea!
Ninfa monstruosa. ― ¿La
llevas tú solo, encanto?
El Ángel. ― Por la vida, te aseguro. Y no es
cosa de broma. ¡Me embarga desde hace tiempo una tristeza!... Ando siempre
caminando por Reforma, para atrás, para adelante, para atrás...
Ninfa perdida. ― Alma de sirena, boca de lobo y
algunas piedras en su colorado esfínter. ¡Ay si yo pudiera entrar en la cavidad
más roja de su corazón de tres colas!
Ninfa monstruosa. ― (Burlona)
¡Ay! ¿Y si del fondo surgiera el pulpo tenaz, el que vertía su tinta en el
arroz amarillento del Café de chinos Wun Li Go!?
Anfitrión. ― (A las ninfas) Es un
gusto que disfruten la fiesta. Pronto llegarán más invitados, vayan a lavarse y
enjabonarse. (Las Ninfas salen de escena. Suena una aguda campana) Lo
sabía. (Entran el Novio y La Novia) Pasen, pasen y coloquen su
existencia peculiar en el ataúd que está en fondo del pasillo. Un comelotodo
está vomitando en la taza del tocador, no hagan caso. Está furioso porque no
llega la comida. Voy a apresurar el trámite. (Se coloca en el centro del
escenario y ceremonioso, habla por un teléfono celular) Si el orden de los
factores no causa que un mastín descabellado nos arranque alguna glándula
vital, comienza aquí y sigue por varios lados esta orgía en látex que espera
ser satisfecha por la lengua del que desea al menos un margarita con la sal
bien fría, muy necesaria para desplegar las piernas e internarse o ser
internado y que la enfermera practicante le coloque un frío pato donde orinar a
gusto.
En un breve espectáculo de luz blanca El Anfitrión
desaparece por el foso.
2
La Novia. ― ¡Qué hermosos manteles!
El Novio. ― ¡De Museo!
La Novia. ― ¿Y el joven Ángel? ¡Qué
hermosura!
El Novio. ― Es un tallo verde, sus alas de
caracol translucido no son frágiles.
La Novia. ― ¡Que baile!, ¡que cante!, ¡que se
encuere!
El Novio. ― ¡Mesura, aquí estoy yo!
El Ángel. ― (Falso) Alas soy, etéreo.
Busco la inocencia en una rama de sauce, en una gota de loción adolescente, en
un vello de doce minutos.
El Novio. ― Es un tallo y diré más: es cursi.
Y sus alas son de carne y hueso.
La Novia. ― Es... mío.
El Novio. ― ¡No!
La Novia. ― ¿No lo es?
El Ángel se eleva. La deslumbrada Novia sube por
una escalera de caracol en su busca.
3
Poco después, un batiscafo desciende del telar. En
el lugar donde estaría una ventanilla, vemos una pantalla de video en la que
vemos al Almirante y El Marinero que se asoman.
El Marinero. ― Almirante, nos hemos sumergido
mil doscientos metros a latitudes donde viven peces con luz propia.
El Almirante. ― Abismales, marinero.
El Marinero. ― ¡Yes, sir!
El Almirante. ― ¿Dónde estará la sirena?
El Marinero. ― ¿Doy la alarma?
El Almirante. ― ¡Dala!
El Marinero. ― ¡Yes sir, auxilio! Esta es
tercera llamada, tercera, tercera, tercera... ¡Auxilio! Esta es la tercera vez
que pido auxilio: ¡Nos vamos a ahogar!
El Almirante. ― Es la hora del mismísimo ajuste
de cuentas.
El batiscafo desaparece por el telar.
4
El Novio. ― Aquí todo es más fácil. Uno se
recuesta entre cojines y bufandas y juega a ser ahorcado por otro, ahorca a
otros, mira cómo ahorcan a otros y también mira cómo alguien muerde la rodilla
del Almirante sin que éste se preocupe pues piensa en contratar otro marinero
pues el que está a su cargo es sumamente paranoico. Mi novia se ha ido tras el
Ángel. La voy a ahorcar cuando la alcance.
Sube por la escalera
5
Entran las Ninfas en un carrito. Se limpian y
adornan. Se odian, por supuesto.
La Ninfa perdida. ― (A la
Ninfa monstruosa) ¿Te enjabono la cabeza, querida?
La Ninfa monstruosa. ― No,
querida. Ah, y no finjas, sé que quieres quitarme el puesto, pero yo soy sin
duda más audaz, más sensual y me llevo los aplausos porque mis senos son como
dos grandes metáforas y tú eres plana y dientona.
La Ninfa perdida. ― No
deberías fumar tanto, te agria el carácter.
La Ninfa monstruosa. — Tú solo
quieres competir conmigo y hasta la basura es bella si se piensa en ti.
La Ninfa perdida. — ¡Al
demonio! Tú te sientes la Diosa Tierra, la Madre que nos parió, Nefertiti
cortándose las uñas. Pero yo soy mejor que tú.
La Ninfa monstruosa. — No voy a
concursar contigo. Anda, alcanza la lima de uñas y comienza con la más pequeña
del pie izquierdo; cuidado y me haces sangrar.
La Ninfa perdida. — ¡Pero qué
clase de fealdad tienen tus pies!
La Ninfa monstruosa. — ¿Tú
crees?
La Ninfa perdida. — En mi
vida vi pezuñas de tal naturaleza.
La Ninfa monstruosa. — Déjame.
Yo me limo sola. Es un trabajo vulgar y por eso pensé que serías la
indicada.
La Ninfa perdida. — ¡Y tus
orejas!, no me había dado cuenta. Estabas enterada de lo singular de tus
orejas.
La Ninfa monstruosa. — Mira,
estúpida. Por qué no pones música y te vas a bailar a la cocina. ¡Especie de
mucama!
La Ninfa perdida. — ¿Quieres
que te prepare algo?
La Ninfa monstruosa. — Tu tumba,
si puedes, pero antes un gin and tonic, sequísimo si puedes.
La Ninfa perdida. — No
tardo.
El Ángel baja del telar.
6
La Ninfa monstruosa. — ¡Quién
llega! Eres un ángel de tamaño salón renacentista. Límame las uñas. No te
propases.
El Ángel. ― Un negro intentó, lo intentó,
quiso arrancarme las alas porque le estorbaban... Él quería...
La Ninfa monstruosa. — ¿Propasarse?
¿Lo logró?
El Ángel. ― No. Un rayo salió del Olimpo en
forma de guerrero.
La Ninfa monstruosa. — ¿Y lo
mató?
El Ángel. ― No, pero los dos se disputaron el
dudoso honor de arrancarme las alas.
La Ninfa monstruosa. — Vaya,
vaya. A mí también me gustaría.
Entra la Ninfa perdida. Desaparece el carrito.
La Ninfa perdida. — ¡Qué
diversión tan sana! (Al Ángel) ¿Te puedo yo quitar las alas? Puedo
bailarte un jazz volcánico.
La Ninfa monstruosa. — ¡Atrás!
Te enseñaré lo que es volcánico.
La Ninfa perdida. — (baila)
Soy de bronce, soy lujuria, soy del bronce con que hicieron a la Diana
cazadora: ¡Me muevo!, ¡me muevo!
La Ninfa monstruosa. — Lárgate,
seré la predilecta.
La Ninfa perdida. — Cómo no,
señora, pero antes dejemos que el Ángel decida a quién prefiere.
El Ángel. ― En mi muy, muy luenga vida había
mirado yo mujeres tan cautivadoras, ¿quién quiere probarme?
La Ninfa monstruosa. — Yo, pero
antes por favor te pones pantalones.
La Ninfa perdida. — Para mí
así está muy bien, lo juro.
La Ninfa monstruosa. — (Trata
de tocar el cuerpo del Ángel, pero éste se resiste y se cuida de que no le
levante la túnica) Serás mío, pero antes debes vestirte, ya dije, con
pantalones, no me gustaría hacerlo sin ser yo la que te baje el zipper.
El Ángel. ― ¡Atrás! ¡Déjenme
reflexionar!
La Ninfa perdida. — Es
razonable.
La Ninfa monstruosa. — Esta
bien, pero rapidito.
El Ángel. ― Nada de eso, esto es severo.
Todos mienten. Todos quieren quitarme las alas. ¡Propasarse!
La Ninfa monstruosa. — ¡Y por
qué no! ¡Es preciso!
El Ángel. ― Ella quiere una bragueta, una
cremallera fina para descubrir lo que ya casi está mirando. Y yo...
La Ninfa perdida. — No. La
cuestión es de lógica rotunda. Se trata de saber a quién prefiere el angelito,
a ella... O a mí.
El Ángel. ― Ya veo. Pues por qué no bailamos
todos y nos preferimos unos a otros durante el tiempo en que nos
prefiramos.
La Ninfa perdida. — Suena
lógico.
La Ninfa monstruosa. — ¡Pues
bailemos!
Los tres caen al piso se entrelazan y desaparecen
Oscuro.
7
Baja el batiscafo y vemos en un video al Marinero y
al Almirante. El Marinero juega con una muñeca Barbie.
El Marinero. ― El Almirante rompió las reglas,
descorchó la botella de vino rojo y en lugar de inaugurar el barco, vertió el
contenido en su cabellera de hule blanquísimo. Se escucharon los murmullos.
Había quien aseguraba que no era peluca, que era cierto que al Almirante le
brotaba pelo acrílico, blanco brillante, como cabellera de Barbie, de la
cabeza. Y era porque le gustaban las muñecas, las engullía una tras otra. Tras
de comerse los ojos azules, desarticulaba las preciosas piernas, el torso de
tortuga y luego de lamer la nariz respingadísima, llenaba su boca con la cabeza
y la esplendente cabellera, diseño especial, del más fino pelo sintético que se
encuentre en el mercado. El Almirante, satisfecho sonreía recostado en su
hamaca preferida, pensando en su buen juicio y en la suerte que tenía por
trabajar en un barco dedicado a las importaciones y exportaciones de la
compañía líder en el mercado del juguete. Tal como era su gula era la
indiferencia que sentía ante las tormentas estomacales que su afición le
producía. Sin llegar a procesar el material, las mucosas de su estómago dejaron
pasar al torrente sanguíneo el plástico nylon que el Almirante trataba
inútilmente de afeitarse, y su piel, decidida a permanecer presente por lo
menos hasta el fin de la Historia, fue formando una sección epiplástificada que
dio al Almirante esa expresión dulce y manejable, causa principal de que para
la desventura de las historias de barcos y almirantes temerarios, fuera
conocido nuestro no muy querido héroe, como el Aleirante Perverso que cagaba
barbies.
Sube el batiscafo con todo y video.
8
Luz de hospital. Entra La Practicante empujando una
camilla donde El Ángel está recostado de extraña manera, aunque atractiva, eso
sí.
La Practicante. — Y si te
dijera que con una sola mano…
El Ángel. ― ¿Quién?
La Practicante. — El
cirujano, ¿quién más? Se apoya y sin jeringa, te introduce el catéter o sonda
se llama la infeliz... Bueno, le dicen la Malévola y dale, que el Quirúrgico la
embate con la inyectada fuerza de sus pupilas. ¿Qué le irá a poner?
El Ángel. ― ¿Y quién es el Quirúrgico?
La Practicante. — Uno que
vio mucho y casi se le salta un ojo. Andaba preocupado por las
estadísticas.
El Ángel. ― ¿Y usted lo conoce de
antes?
La Practicante. — Se ha
embotellado a varios. Sobre todo a uno que no se dejaba. Daba maromas y se
ponía en cuatro. Se le salía la carne bofetuda. Yo ni la vi por asco.
El Ángel. ― ¿Tenía anginas?
La Practicante. — Tenía
calostro, de más.
El Ángel. ― Tenía leche, era vacuno.
El Practicante. ― Al contrario, era macho seminal,
pero la leche le salía. Surgía del fondo, de la región más fría de su cuerpo
viril y terminaba tibia en el pecho que en pezón termina.
El Ángel. ― (Extasiado) ¡Y Luz la Vía
láctea!
La Practicante. — Y luego
pues el chicle, es decir el guante del cirujano y una sádica enfermera con
catéter y sonda lubricada metieron por el orificio más prolongado hasta
comunicar con los pasillos de piel que se encuentran cerca de la porción pilosa
mucosa.
El Ángel. ― ¿Y todo salió bien?
La Practicante. — Daban
saltos. Se codeaban de júbilo. Brincos hubieran dado si los hubiera filmado la
National Gegraphic o bien un Jaques Cousteau que sumergiera el batiscafo en las
profundas membranas que buscaban la salida al día solar.
El Ángel. ― ¿Entonces quién me opera?
La Practicante. — El mismo
cirujano del que te hablé.
El Ángel. ― No sé. Puede esperar. ¿Ya habrán
llegado los invitados?
La Practicante. — Casi.
Fue todo un desfile muy GQ, muy New Fashion o Interview.
El Ángel. ― ¿Ya fue?
La Practicante. — Sí,
anoche. Docenas de pelucas lubricadas asombraban a las primeras damas. Algunos
invitados no sabían si la fiesta era de disfraces, pero llevaron por si acaso
docenas de trajes de látex en colores rojo, morado y verde. Afable y
condescendiente el Piloto se deshizo de su helicóptero y se incorporó a la
fiesta. Llegaron también el Boxeador, el Negro Tritón y la Sirenota gorda
gorda. Las mucamas, azafatas iban auscultando a los parroquianos para saber si
se horrorizaban más con la palabra cáncer o con la palabra sida.
El Ángel. ― Y quién más llegó.
La Practicante. — Un
mozalbete con antifaz de lentejuelas, una rubia giratoria que se limaba los
dientes y un tenor que a la menor provocación cantaba el himno nacional de
Estados Unidos.
El Ángel. ― Me imagino. ¿Y nadie más?
La Practicante. — Un
hombre con una gran verruga y un olfato descomunal.
El Ángel. ― ¿Cómo lo sabes?
La Practicante. — Cerca
del umbral se asomaba un Cristo arremangado que tenía un teléfono en forma de
ciruela. Decía estar esperando la llamada de Dios para saber si el beisbolista
Rudy Nelson había logrado cubrir las puntas del diamante y ganar la
competencia.
El Ángel. ― Imagino cómo fue todo. Primero
llegó el Individuo, el Novio.
La Practicante. — ¿Sí? ¿Y
quién más?
El Ángel. ― ¿Quién más? La Novia, con brasier
de cuero.
9
Entran a escena El Novio y La Novia.
El Novio. ― Soy el Individuo, ¿bailas?
La Novia. ― Quizá.
El Ángel observa de cerca de la pareja, la
Practicante se mantiene expectante junto a la camilla.
El Ángel. ― Imagino que la niñez ya no me
pertenece. Pero ¿cómo es la niñez de un ángel?
El Novio. ― (A la Novia) Soy
portentoso. Te arrastro, te llevo a un oscuro cubil y te hago subir a mi
estómago perfecto muy cerca de mis colosales jeans. Y tú, sujetando tu brasier
de cuero, haces la cabeza para atrás. Y giramos sin riesgo hasta depositarnos
poco antes del corte de edición.
El Ángel. ― ¿Quién dijo corte!
¡Corte!!!
La Practicante. — Toco mis
rodillas y suelto una pequeña carcajada: ¡Brruuu! Trompetillas para todos y...
¿qué más? Los observo lejana desde mi satisfacción pletórica.
El Ángel. ― ¡Es una voyerista!
El Novio. ― (Besa a la Novia al tiempo que
le ofrece chocolates) ¡Choco látex, mira! Te los vas a acabar,
engullir, dulcemente los vas a deshacer mientras que so pena que te corte la
cabeza, ―tú sabes quién― me envías miradas juguetonas con las que dices todo,
hasta tus últimas plegarias.
La Novia. ― No seas inclemente.
El Novio. ― No seas clima.
La Novia. ― No me despedaces.
El Novio. ― ¿Te rehúsas?
La Novia. ― Te equivocas. Aquí estoy
dispuesta a que me lleves en brazos.
El Novio. ― ¿Yo?
La Novia. ― ¿Sería acaso algún otro?
El Novio. ― Vendrá otro, siempre pienso lo
mismo, aun cuando estés entre mis brazos, así, de esta manera.
La Novia. ― Eres brusco, estás tenso, no
sabes darme el giro. ¡Bájame de prisa o pido auc-xilio!
El Novio. ― ¿Auc-xilio?
El Ángel. ― Yo puedo intervenir.
La Practicante. — No te lo
recomiendo.
El Novio. ― Ahí estás. ¿Cómodo el
suelo?
La Novia. ― Siempre he sabido comportarme.
¿Hay algún recado para mí?
El Novio. ― (Al Ángel) ¿Algún
recado?
La Practicante. — ¡Dile que
hay un shmuj!
El Ángel. ― (Extrañado) ¿Un
shmuj?
La Practicante. — (Se
acerca con el shmuj y se lo da a El Ángel) ¡Un shmuj, un shmuj!
El Novio. ― Deletréalo.
El Ángel. ― No se puede. Es dibujo.
La Novia. ― (Histérica)
¡Interprétalo!
El Ángel. ― Amor está… interesado, más que
interesado: comprometido, atento.
El Novio. ― ¿Atento? ¿Obcecado? ¿Excitado?
¿Dispuesto? ¿Anhelante? ¿Con superiores deseos de ser y dejarse ser muy gozado
por cada uno de Nos?
El Ángel. ― Yo no diría tanto.
La Practicante. — Me da
una migraña cuando oigo todo esto.
La Novia. ― Toca mi ombligo, mi sobaco.
¡Acaríciame como un enano torpe de un circo de octava!
El Novio. ― Medemoiselle, veux-tu te coucher
au tapis de mon atelier? ¡Je suis le lendemain matin des tes rêves!
Los Novios se entrelazan en un apasionado nudo.
La Practicante. — Oh, ¡qué
joder! ¡Mi primavera en flor no se despedazará sin que alguien estorbe
decididamente a mis planes!
El Ángel. ― (A la pareja) ¿Quieren que
les alcance la lámpara de aceite incandescente con un poco de agua
salvaje?
El Novio. ― ¡No, gracias!
El Ángel. ― ¿No tienen ganas?
El Novio. ― ¡Que no!!!
10
Entran las dos Ninfas y el Anfitrión.
Anfitrión. ― Una mujer, dos, tres, cuatro
mujeres reunidas alrededor de una silla. ¡Concurso de striptease!!
¡Conviértanse en un cuerpo de látex!
Las ninfas pelean por el uso de una silla para
hacer un striptease.
El Ángel. ― Tengo como una premonición en el
sobaco. ¿Alguien me toca?
La Practicante. — Si nadie
quiere, yo. Toco tu pelo, tus ojos, tu sudor, tus muslos, tu... ¿ombligo?
¿El fondo de tu ombligo?
El Ángel. ― Mi ombligo es hermético, y mis
pezones más.
La Practicante. — ¿Te gusta
que te arranque tus escasos vellos?
El Ángel. ― Sí.
La Practicante. — ¿Así está
bien?
El Ángel. ― ¡Sí! Ahora, tú serás un
ángel que espera alivio.
La Practicante. — (Extasiada)
¡Soy un ángel! ¡Soy un caracol ermitaño que ha salido de su encierro!
El Ángel y la Practicante caen al suelo, se
entrelazan, desaparecen.
11
Las Ninfas se siguen disputando la silla, pero en
su combate inician un juego de seducción extraño.
La Ninfa perdida. — Sin
poderme contener me quité los lentes y le hablé por teléfono a mi jefe para ver
si podía seguir quitándome el reloj, las pulseras...
La Ninfa monstruosa. — ...los
aretes, la blusa y el brasier.
La Ninfa perdida. — La
minifalda, los ligueros y el juego de encaje...
La Ninfa monstruosa. — También
el súper-tampón, los zapatos de tacón, el perfume, los labios pintados, las
chapas, las cuarenta y cinco sombras.
La Ninfa perdida. — Las
pestañas postizas, el bilé, la gargantilla... y luego, cuando fui al
baño...
La Ninfa monstruosa. — Cuando
fui... al baño... No había, en el botiquín no había...
La Ninfa perdida. — Ni
condones de látex, ni de pellejo de vaca, ni de nada.
La Ninfa monstruosa. — La verdad
pura. No hubo.
La Ninfa perdida. — ¿Y quién
los necesita?
La Ninfa monstruosa. — ¿Nosotras
no?
La Ninfa perdida. — ¿No?
La Ninfa monstruosa. — No sé.
Podemos probar.
La Ninfa perdida. — ¡Cierto!
Las ninfas caen al suelo, se entrelazan,
desaparecen.
12
El Anfitrión. ― (Habla por teléfono)
Mundo de látex, las palabras surgen del hueco del estómago. Aquí casi todos
tienen hambre, todos tienen tiempo y el lugar está abierto todavía para que la
imaginación llegue y nos toque por detrás de la cabeza. Látex, hule, plástico,
resistol, goma...
El Novio. ― (Con una maleta donde está una
muñeca inflable de tamaño natural. La va inflando mientras se desarrolla la
escena) Algunas veces me encueraba por las ganas de venir a verla. Me decía
en voz alta que llegaría la ocasión, que nadie me iba a impedir que pronunciara
la acción, que determinado yo a llevar a cabo, me encaminara a salirme con la
mía. Y llevarla a cuestas no es una cuestión que perjudique o interese a nadie.
Es más, yo no ando predicando curas milagrosas ni satisfacciones caras a la
concurrencia. Yo me dejo llevar por el aire de ciudad -muy malo-, y me
encuentro a veces conque aquí me voy a detener y que se excuse el que tenga
ganas. Y ahí voy, abro la maleta, doy un vistazo... y ahí está ella quietecita.
Yo abro y ella permanece, no dice nada. Y no es que me interese hablar con ella
pero siempre que me asomo pienso: pues se las voy a enseñar a los demás a ver
que opinan. Y sí, a lo mejor se les antoja y quieren probar lo que yo nunca he
alcanzado, porque, pues, escrupuloso no soy, pero hay cosas que están más allá
de mis posibilidades. Y luego con qué trabajo, ¿verdad? No se puede estar por
la vida desperdiciando lo que nos da de comer, y más que el material que está
aquí adentro es excelente y.… me dirán, que cómo iba yo a decir otra cosa si de
aquí como y si no como, pues aunque mi material sea tan insuperable pues no me
puedo pasar la vida alimentándome de lo que no me da para sostener la buena
salud que siempre me ha caracterizado. Total, tú deja que ellos desquiten las
ganas más archivadas porque, ¿cómo no iban a sufrir convulsiones si te miran
salir?... Mira, muéstrales tus proporciones absolutas. Aquí estás. Deja nada
más que huelan, perciban, so narices, sean todo olfato, y recuerden esa
sensación de carne que nunca se puede dejar de masticar. Mastiquen éste, el
mejor chicle, chiclechicle, chicloso, chiclosivo, explosivo, corrosivo. Abrasa
el sabroso chicle corrosivo, que corrompe y craquetea el cráneo de cualquiera.
Pero, tú eres muda, y no, no puede ser que corrompas con tu inflamado surgir al
descubierto tus formas fraudulentas. Tú no eres más que una porción de líquido
pecaminoso que no sé por qué te da forma. Hetaira y suripanta, puta serías, que
te quedas quieta sin ocupar mis intersticios más secretos y las secreciones de
otros. No, tú no puedes permanecer aquí, desmembrada de carne ni hueso que
proteja la pasión que te mira. Ven, ven y complace mis más mórbidas
elucubraciones. Tú, cuerpo de dimensiones lácteas, te voy a horadar el mínimo
influjo de aliento neumático, me subiré en tu muchas veces recorrido cuerpo
plástico, y, se adivinarán gemidos, se escucharán lamentos infinitos, al tiempo
en que te mueres desinflada, tú, muñeca ahulada.
El Novio cae al suelo con su muñeca ahulada. Se
entrelazan, desaparecen.
El Anfitrión. ― (Reanuda su intervención
anterior) ...caucho, cola, cemento transparente, leche, miasma, engrudo,
semen, espuma, mucosa, gelatina, sangre, agar, emulsión, licuado, líquidos,
fluidos, ¡secreciones!
Oscuro
13
Hospital
El Anfitrión tiene la imagen de un doctor.
La Practicante. — (Alarmada
al Anfitrión-Doctor) Doctor, ¡doctor! El paciente se desangra. ¡Venga
doctor!
El Anfitrión-Doctor. ― (Ampuloso)
Ah, mi joven diletante. Dócil con su eminencia como siempre, será, supongo, y
no violenta majadera que acostumbra violar todos los órdenes del reino
orgánico… y también del inorgánico.
La Practicante. — Qué
diablos, por qué no habla en cristiano. ¡El Paciente Se Desangra!
El Anfitrión-Doctor. ― ¿Pues en
que academia epistolar cruzaste el umbral sin profesar con intención tu
vocación, ingenua?
La Practicante. — No le
entiendo. Voy a traer al paciente. A ver si no se muere.
El Anfitrión-Doctor. ― Vaya,
vaya.
15
Entran las Ninfas, muy amigas, muy casuales.
La Ninfa perdida. — ¿Una
orgía?
La Ninfa monstruosa. — En látex.
Como la erección de un monumento.
La Ninfa perdida. — No me
dejo convencer. Las maneras... Tú comprendes. Hay una manera para todo.
La Ninfa monstruosa. — Imagínate.
Van a llegar unas siamesas-chicas malas... Lesbianas, claro. Y un boxeador con
short de lycra.
La Ninfa perdida. — ¿Transparente?
La Ninfa monstruosa. — ¡Ísima!
La Ninfa perdida. — ¿Y no
será tal vez de látex?
La Ninfa monstruosa. — De
lycra.
La Ninfa perdida. — Yo pensé.
Como la orgía... en látex. Yo pensé. Que el del chorcito, el boxeador...
La Ninfa monstruosa. — Es una
cuestión de hábitos, de costumbres. La gente va a tratar de pasar una noche en
la que no tenga que pedirle permiso a nadie y que nadie le pida la cuenta al
final, para saber, por el monto, si se divirtió... o no tanto.
16
Entra La Practicante empujando la camilla donde
está El Ángel cubierto con una sábana.
El Ángel. ― Soy paciente pero alguien
parlotea sin fin encima de mis ojos cerrados, encima de mi sábana.
El Anfitrión-Doctor. ― Un cuerpo
blanco bajo la sábana. Los pies del ángel hablan consigo mismas sobre la
debilidad mental de algunos. Los pies, sus pies, se comportan como dos personas
con caracteres opuestos.
La Practicante. — Doctor,
solo se cubre a los pacientes enfermos cuando fallecen y éste sangra con toda
la vida a cuestas.
La Ninfa monstruosa. — Oiga,
Doc, lo invitamos después del quirófano a una ceremonia. Lleve guantes.
El Anfitrión-Doctor. ― Llevaré
“gloves and a jacket”, no lo pongan en duda. ¿Y dónde es la celebración y qué
festeja quién y por qué lo hace?
La Ninfa perdida. — (Alza
la sábana y observa al ángel) Qué paciente más hermoso, ¿no cree, doctor?
Deberíamos llevarlo al ambigú.
El Anfitrión-Doctor. ― (Ampuloso)
Ni pensarlo, ninfeta. A una ceremonia, celebración, ambigú...
La Ninfa monstruosa. — Orgía,
fiesta, en látex puro.
El Anfitrión-Doctor. ― ¿Ya
tanto así? Pues el mismo caso. A una celebración de tal pompa es latente un altercado
con los comensales si un sujeto en tal estado es invitado.
La Ninfa monstruosa. — Claro
está, aplique la inyección, la sanitaria, y dispongámonos a partir a tal “pompa
y circunstancia” hecha de látex.
La Practicante. — Nada más
no empiece a hablar como el doctor. Que fácil se empiezan tales lenguajes a
adherir... Se pega el modito, pues.
La Ninfa monstruosa. — Mucha
razón te corresponde, vayamos presto.
El Ángel. ― ¡Quiero una hamburguesa, una
cerveza y un hot dog!
La Practicante. — Doctor,
¡doctor! ¡Delira!
El Anfitrión-Doctor. ― ¡Delirium
tremendus!
La Practicante. — ¡Fiebre,
doctor!
El Anfitrión-Doctor. ― Intervenir
será preciso, si no, la estructura habrá de colapsar… la estructura en sí o
para sí. Morfina es indicado. Satisfará ampliamente el agudo estado. Aplique,
practicante, una dosis de quince miligramos.
La Practicante. — (Inyecta
a El Ángel) Quinientos miligramos ni más ni menos.
El Ángel. ― Las mucamas, ninfas, azafatas,
enfermeras van a fiestas. Una orgía, oí, tal vez un funeral. Nunca imaginé que
un hospital, una fiebre y una operación de anginas me llevaran tan lejos. Ahora
pienso que soy un ángel. Soy como un recién nacido, puro y casto. ¿Quién vendrá
a mi tumba sin rastro? ¿Quién lo piensa?
17
Llega la Novia ataviada como la Muerte.
La Novia. ― ¿Quién te viene a cuidar, ángel
que nombras cada estrella con un nombre equivocado? Abre tus alas, pequeño, soy
pecadora y me voy a involucrar contigo. Dame una gota de tu más interna
tibieza. Haré que rías, te llevaré a un espacio sin fin, dulce tumba para ti,
donde podrás volar conmigo a donde quieras.
El Ángel. — Debajo de las sábanas hay un
cuerpo que muere. Un guerrero me mutiló las alas, los hombres me inyectaron
odios de mil años y yo solo soy de la estructura que da el matiz rojo al vino
más oscuro. Soy bello, soy joven, soy un maldito que recoge todo el odio, soy
odio.
El Ángel muere; las ninfas lo cubren con flores. La
Novia se lo lleva, empujando la camilla. La practicante despide a El Ángel con
un pañuelo púrpura.
La Ninfa monstruosa. — Es una
lástima.
La Ninfa perdida. — Sí, le
habría gustado ir a la fiesta.
La Ninfa monstruosa. — Se nos
hace tarde. Qué nos dice, doctor, nos acompaña.
El Anfitrión-Doctor. ― ¿Una
fiesta?...
La Ninfa monstruosa. — La vida
sigue, doctor.
La Ninfa perdida. — ¿Falta
mucho?
La Ninfa monstruosa. — Yo
conozco al anfitrión, es un poco raro.
El Anfitrión-Doctor. ― ¿De
verdad?
La Ninfa perdida. — ¿Falta
mucho?
El Anfitrión-Doctor. ― (A la
Ninfa monstruosa) ¿Siempre pregunta lo mismo?
La Ninfa monstruosa. — Ella es
así. Al rato se le olvida.
El Anfitrión-Doctor. ― Qué
alivio. Vámonos.
La Ninfa monstruosa. — Sí.
18
El Ángel se desprende de su cuerpo.
El Ángel. — Me elevo, soy el espíritu. He
dejado mi terrenal forma en manos de camilleros y gusanos. He dejado la frágil
estructura y el dolor. Tan débiles los cuerpos de los hombres, tan vulnerables
al deseo carnal y a la inútil obsesión por poseer. Tanto sufrir en ese cuerpo
de ángel bello que dejo atrás. Ascenderé y estaré ahí donde un dios tal vez me
invite a celebrar, lejos de la fugaz satisfacción, lejos del plástico y las
insaciables pasiones de tantos insensatos e insensatas. Celebraré tal vez con
ese dios, o diosa, no se sabe, pero buscaré nuevas formas de conocer la
apoteosis, más allá de los estrechos límites humanos. Al mundo no
regresaré. Los que vuelven, o son necios, o tienen cuentas pendientes. Soy
eterno, soy un ángel celestial y estoy en paz.
Oscuro final
FIN