ANTES DEL DESAYUNO
Eugene O' Neill
Escenario: Una pequeña habitación que sirve a un tiempo de
cocina y comedor en un departamento de la calle Christopher,
en Nueva York. A foro, una puerta que lleva al vestíbulo. A la
izquierda de la puerta, una pileta y una cocina de gas de dos
mecheros. Más allá de la cocina y hacia la pared de la
izquierda, un armario de madera para platos, etcétera. A la
izquierda, dos ventanas que dan sobre una escalera de
emergencia, donde varias plantas en sus tiestos agonizan en
el abandono. Delante de las ventanas, una mesa cubierta con
un hule. Dos sillas con asiento de caña junto a la mesa. Otra
contra la pared, a la derecha de la puerta del foro. En la
pared de la derecha, foro, una puerta que lleva a la alcoba.
Más adelante, diversas prendas de vestir de hombre y de
mujer prenden de unas clavijas. Desde el rincón de la
izquierda, foro, hasta la pared de la derecha, primer término,
hay tendida una cuerda con ropa.
Son aproximadamente las ocho y media de la mañana de un
día hermoso y lleno de sol, a comienzos de otoño.
La señora Rowland viene de la alcoba, bostezando, dando
aún los últimos toques a su desaliñado tocado, insertando
horquillas en su cabello, recogido en pardusca masa en lo
alto de su cabeza redonda. Es de mediana estatura y
propensa a una gordura sin líneas, acentuada por su vestido
azul deformado, humilde y raído. Su rostro es impersonal, de
facciones pequeñas y regulares y ojos extrañamente azules.
En sus ojos, su nariz y su boca débil y rencorosa, hay una
expresión atormentada. Tiene poco más de veinte años, pero
parece mucho mayor.
Llega al centro de la habitación y bosteza, desperezándose.
Sus soñolientos ojos se pasean absortos por todo lo que la
rodea, con la irritación propia de aquel para quien un largo
sueño no ha significado un largo descanso. Va con aire
cansado hacia la ropa que cuelga a la derecha y descuelga
un delantal. Se lo ciñe a la cintura, dejando escapar un
“maldito sea” cuando el nudo no obedece a sus torpes dedos.Por fin consigue atarlo y va lentamente hacia la cocina a gas
y enciende uno de los mecheros. Llena la cafetera en la pileta
y la pone sobre la llama. Luego se desploma en una silla que
está junto a la mesa y se pone una mano sobre la frente,
como si le doliera la cabeza. De pronto su rostro se ilumina
como si recordara algo y mira el armario de los platos; luego
dirige una penetrante mirada hacia la puerta del dormitorio y
escucha atentamente durante unos instantes.
SRA. ROWLAND (en voz baja) - ¡Alfred! ¡Alfred! (del cuarto
contiguo no llega respuesta alguna y la señora Rowland
prosigue con tono desconfiado, alzando la voz) No tienes que
fingir que estás dormido. (De la alcoba no llega la menor
respuesta y la señora Rowland, tranquilizada, se levanta y va
cautelosamente hacia el armario. Abre con lentitud una de las
puertas, cuidando mucho de no hacer ruido y saca de su
escondite detrás de los platos una botella de ginebra Gordon
y un vaso. Al hacerlo, mueve el plato de arriba, que tintinea
levemente. Al oír esto, la señora Rowland sufre un sobresalto
culpable y mira con malhumorado desafío la puerta del cuarto
contiguo. Con la voz trémula:) ¡Alfred!
(Después de una pausa, durante la cual trata de percibir algún
sonido, toma el vaso y se sirve una buena cantidad de ginebra
y lo apura; luego, precipitadamente, repone la botella y el
vaso en su escondite. Cierra el armario con el mismo cuidado
con que lo ha abierto y con un gran suspiro de alivio se deja
caer nuevamente en su silla. La gran dosis de alcohol le ha
causado un efecto casi inmediato. Sus facciones se vuelven
más animadas, parece cobrar energías y mira la puerta de la
alcoba con una sonrisa dura y vengativa. Sus ojos pasean
una rápida mirada por la habitación y se posan sobre un saco
y un chaleco de hombre que penden a la derecha. Se
encamina cautelosamente hacia la puerta abierta y se detiene
allí, sin que la vea el que está adentro, y escucha, tratando
de sorprender algún movimiento.)
(Llamando, casi en un susurro) ¡Alfred!
(Nuevamente, no hay respuestas. Con ágil movimiento, la
señora Rowland descuelga el saco y el chaleco y vuelve conellos a su silla. Se sienta y saca los diversos objetos que
contiene cada bolsillo, pero los reintegra rápidamente a su
sitio. Por fin, en el bolsillo interior del chaleco encuentra una
carta)
(Mirando la letra se dice lentamente) Lo sabía.
(Abre la carta y la lee. En el primer momento, su expresión
revela odio e ira, pero a medida que avanza en la lectura
hasta acabarla se trueca en triunfante malignidad. Durante un
instante queda muy pensativa. Luego vuelve a poner la carta
en el bolsillo del chaleco, y, cuidando aún de no despertar al
durmiente, cuelga nuevamente las pendas en la misma
clavija, va hacia la puerta de la alcoba y atiba.)
(Con voz sonora y chillona) ¡Alfred! (Más fuerte) ¡Alfred! (Del
cuarto contiguo llega un gemido ahogado que se confunde
con un bostezo) ¿No te parece que ya es hora de levantarte?
¿Piensas quedarte en cama todo el día? (Volviéndose y
regresando a su silla) Ya sé que eres lo suficientemente
haragán para pasarte la vida en la cama. (Se sienta, mira por
la ventana y dice, con irritación) ¿Qué hora será? Ya no
podemos saberlo desde que empeñaste estúpidamente tu
reloj. Era el último objeto de valor que teníamos, y lo sabías.
Sólo has pensado en empeñar, empeñar, empeñar...
Cualquier cosa con tal de alejar la hora de buscar empleo,
cualquier cosa con tal de no trabajar como un
hombre.(Golpea el suelo con el pie nerviosamente,
mordiéndose los labios) (Después de una breve
pausa) ¡Alfred! Levántate... ¿Me oyes? Quiero hacer esa
cama antes de salir. Estoy harta de que esto esté en
desorden por tu culpa. (Con cierta vengativa satisfacción) Y
por cierto que no podremos quedarnos mucho tiempo aquí, a
menos que consigas dinero en alguna parte. Dios sabe que
yo hago lo mío – y más aún – yendo a coser a domicilio todos
los días, mientras tú haces el caballero y holgazaneas por las
tabernas con ese hato de inútiles artistas del Square.
(Breve pausa, durante la cual la señora Rowland juega
nerviosamente con una taza y un platito que están sobre la
mesa). ¿Y dónde conseguirán dinero, quisiera saber yo? Enesta semana tenemos que pagar el alquiler, y ya sabes cómo
es el dueño de casa. No nos dejará vivir aquí un solo minuto
más si no le pagamos puntualmente. Dices que no puedes
conseguir trabajo. Eso es mentira, y tú lo sabes. Nunca lo
buscaste, siquiera. Te pasas los días vagabundeando por
ahí, escribiendo poemas y cuentos estúpidos que nadie
quiere comprar... y me explico que no quieran comprarlos.
Pero advierto que yo siempre puedo conseguir trabajo y lo
consigo; y sólo eso nos salva de morirnos de hambre.
(Se levanta y va hacia la cocina, mira la cafetera para ver si
el agua hierve y vuelve y se sienta.) Hoy tendrás que
conseguir dinero en alguna parte. Yo no puedo hacerlo todo
y no lo haré. Tienes que recobrar el sentido común. Tienes
que pedirlo, mendigarlo o robarlo donde sea (Con desdeñosa
risa) Pero... ¿dónde, quisiera yo saber? Eres demasiado
orgulloso para mendigar y has pedido ya todos los préstamos
posibles, y no tienes valor para robar.
(Después de una pausa, levantándose irritada) ¡Por amor de
Dios! ¿No te has levantado todavía? Es muy propio de ti eso
de volverte a dormir, o de fingirlo. (Va hacia la puerta del
dormitorio y atisba) ¡Ah, te has levantado! Bueno, ya era hora.
No tienes por qué mirarme así. Tus desplantes no me
engañan, ya. Te conozco demasiado... mejor de lo que
supones... a ti y a tus andanzas.(Alejándose de la puerta, con
tono significativo) Conozco un montón de cosas, querido.
Ahora no te preocupes de lo que sé. Te lo diré antes de irme,
no te aflijas. (Va hacia el centro del aposento y se detiene allí,
frunciendo el ceño)
(Con tono irritado) ¡Hum! ¡Supongo que más vale preparar el
desayuno... y no porque haya mucho que preparar! (Con tono
de interrogación) Salvo que tengas algún dinero... (Hace una
pausa esperando una respuesta del cuarto contiguo, que no
llega) ¡Qué pregunta estúpida! (Con dura risita) A estas
horas, yo debiera conocerte mejor ya. Cuando te fuiste
anoche tan malhumorado, me imaginé qué pasaría. No se te
puede tener la menor confianza. ¡En lindo estado viniste a
casa! Nuestra riña sólo te sirvió de pretexto para mostrartebestial. ¿De qué te valió empeñar el reloj si sólo querías
dinero para derrocharlo en whisky?
(Va hacia el armario y saca platos, tazas, etcétera, mientras
habla.)
¡Apresúrate! Últimamente, gracias a ti, no tardo mucho en
preparar el desayuno. Esta mañana sólo tenemos pan,
manteca y café: y ni siquiera tendrías eso si yo no me
estropeara los dedos cosiendo. El pan está duro. Supongo
que te gustará. Tú no te mereces nada mejor, pero no veo por
qué he de sufrir yo. (Yendo hacia la cocina de gas) El café
dentro de un momento, y no esperes que te lo sirva.
(Repentinamente, con violenta ira) ¿Qué diablos estás
haciendo ahora? (Va hacia la puerta y atisba) Bueno, por lo
menos estás casi vestido. Creí que te habías metido en la
cama de nuevo. Eso sería muy propio de ti. ¡Qué aspecto
horrible tienes esta mañana! ¡Aféitate, por amor de Dios!
¡Estás repulsivo! Pareces un vagabundo. Por algo nadie
quiere darte empleo. No los culpo... Tu aspecto no es ni aun
medianamente decente. (Va hacia la cocina de gas) Aquí hay
mucha agua caliente. No tienes la menor excusa.(Toma un
tazón y vierte en él un poco de agua de la cafetera)Toma.
(Él tiende la mano en procura del tazón. Se ve una mano
sensible, de finos dedos, que tiembla, y parte del agua se
derrama sobre el piso.)
(La señora Rowland, con tono insultante) ¡Mira cómo te
tiembla la mano! Más vale que abandones la bebida. No
puedes soportarla. Los hombres como tú son los mejores
candidatos al delirium tremens. ¡Eso sería la gota que hace
desbordar el vaso! (Mirando el piso) Mira cómo has dejado
el piso... hay colillas y cenizas en toda la habitación. ¿Por qué
no los tiraste sobre el plato? No, no serías lo bastante
considerado para hacerlo. Nunca piensas en mí. Tú no tienes
que barrer la habitación, y eso es todo lo que te importa.
(Toma la escoba y empieza a barrer malignamente,
levantando una nube de polvo. De las habitaciones interiores
llega el rumor de una navaja de afeitar que afilan)(Barriendo) ¡Apresúrate! Ya debe ser casi hora de que me
vaya. Si llegara tarde, me expondría a perder mi empleo y
entonces ya no te podría seguir manteniendo. (Y al
ocurrírsele algo más, agrega sarcásticamente) Y entonces,
tendrías que trabajar o hacer alguna cosa horrible de esa
especie. (Barriendo debajo de la mesa.) Lo que quiero saber
es si buscarás hoy trabajo o no. Sabes que tu familia no nos
seguirá ayudando. También ellos ya están hartos de
ti. (Después de barrer en silencio durante unos
instantes) Estoy cansada de toda esta vida. Ganas me dan
de irme a casa, pero soy demasiado orgullosa para permitir
que te sepan un fracasado... a ti, el hijo único del millonario
Rowland, el egresado de Harvard, el poeta, el hombre notable
del pueblo... ¡Bah! (Con amargura) No serían muchas las que
me envidiarían mi hombre notable si supieran la verdad. Me
gustaría saber una cosa... ¿Qué ha sido nuestro matrimonio?
Aun antes de que tu padre millonario muriera debiéndole
dinero a todo el mundo, nunca derrochaste un solo minuto a
tu esposa. Supongo que, a tu entender, yo debía darme por
satisfecha con tu honorable actitud al casarte conmigo...
después de haberme puesto en dificultades. Yo te
avergonzaba ante tus refinados amigos porque mi padre sólo
es un almacenero, eso es lo cierto. Por lo menos es un
hombre honrado, y tú no podrías decir lo mismo del
tuyo. (Sigue barriendo enérgicamente hacia la puerta. Se
apoya sobre su escoba por un momento)
Suponías que todos creerían que te habías visto obligado a
casarte conmigo y te compadecerían... ¿verdad? No
vacilaste mucho para decirme que me querías y para
hacerme creer en tus mentiras antes de que sucediera
aquello... ¿no es cierto? Me hiciste suponer que no querías
que tu padre me sobornara, como trató de hacerlo. Pero ya
sé a qué atenerme. Por algo he vivido tanto tiempo
contigo. (Sombríamente) Es una suerte que nuestro pobre
hijo naciera muerto, después de todo... ¡Qué padre hubieras
sido!
(Permanece en silencio y cavilando hoscamente durante un
instante, y luego prosigue con una suerte de salvaje alegría)Pero no soy la única que tiene que agradecerte su desdicha.
Hay, por lo menos, otra y esa no puede tener esperanzas de
casarse contigo ahora. (Asoma la cabeza al cuarto
contiguo) ¿Qué me dices de Elena? (Retrocede del vano de
la puerta con un sobresalto, algo asustada)
¡No me mires así! Sí, he leído esa carta. ¿Y qué? Tenía
derecho a leerla. Soy tu esposa. Y sé todo lo que hay que
saber, de modo que no me mientas. No tienes por qué
mirarme así. Ya no podrás intimidarme con esos aires de
hombre superior. Si no fuese por mí, te irías sin desayunarte
esta mañana. (Va hacia la cocina de gas y echa café en la
cafetera) El café está listo. No te esperaré.(Vuelve a
sentarse)
(Después de una pausa, llevándose la mano a la cabeza,
malhumorada) ¡Cómo me duele la cabeza esta mañana! Es
una vergüenza que deba irme a trabajar todo el día en una
habitación asfixiante, en este estado. Y no iría si fueras un
hombre. Debiera ser yo quien pasara el día tendida en la
cama, y no tú. Bien sabes lo enferma que he estado en este
último año; y, sin embargo, cuando tomo alguna pequeñez
para levantarme el ánimo, me lo echas en cara. Ni siquiera
quisiste dejarme tomar ese tónico que compré en la
farmacia. (Con risa cruel) Sé que te alegraría verme muerta y
que no te estorbara; entonces podrías correr detrás de esas
muchachas estúpidas que te creen maravilloso e
incomprendido... Esa Elena y las demás. (Del cuarto contiguo
llega una aguda exclamación de dolor)
(Con satisfacción) ¡Claro! ¡Ya sabía yo que te cortarías! Eso
te servirá de lección. Bien sabes que no debes pasarte las
noches vagabundeando por ahí y bebiendo, con tus nervios
en tan deplorables condiciones. (Va hacia la puerta y se
asoma a la otra habitación)
¿Por qué estás tan pálido? ¿Por qué te miras así, fijamente,
en el espejo? ¡Por amor de Dios! ¡Quítate esa sangre de la
cara! (Con escalofrío) Es horrible. (Con tono de alivio) Bueno,
ya estás mejor. Nunca he podido soportar el espectáculo de
la sangre. (Se aparta un poco de la puerta) Más vale querenuncies a afeitarte solo y vayas a una peluquería. Tu mano
tiembla horriblemente. ¿Por qué me miras así? (Se aleja de
la puerta) ¿Todavía estás furioso conmigo a causa de la
carta? (Desafiante) Pues yo tenía derecho a leerla. Soy tu
esposa. (Va hacia la silla y vuelve a sentarse. Después de
una pausa) Hace tiempo que estoy enterada de que tienes
una aventura. Tus débiles pretextos de que te pasabas el
tiempo en la biblioteca no me engañaron. Y, después de
todo... ¿quién es esa Elena? ¿Una de esas artistas? ¿O
también escribe poemas? A juzgar por su carta, lo parece.
Apostaría a que te dijo que tus cosas eran lo mejor que se
había escrito en el mundo, y que te lo creíste como un imbécil.
¿Es joven y linda? También yo era joven y linda cuando me
engañaste con tu hermosa palabrería poética; pero la vida
contigo la consume pronto a cualquiera. ¡Las que he pasado!
(Va hacia la cocina de gas y retira el café) El desayuno está
listo.(Con una mirada de desdén) Se te enfriará el café. ¿Qué
estás haciendo? ¿Afeitándote, todavía? ¡Por amor de Dios!
Más vale que renuncies a eso. Una de estas mañanas te
harás un buen tajo. (Se corta pan y lo unta con manteca.
Durante los párrafos siguientes, come y bebe su café)
Tendré que irme corriendo apenas concluya de comer. Uno
de nosotros tiene que trabajar. (Irritada) ¿Vas a buscar
trabajo hoy o no? Seguramente, alguno de tus refinados
amigos te ayudaría si te creyera realmente tan talentoso.
Pero supongo que todos ellos prefieren oírte hablar. (Se
queda sentada en silencio durante un momento)
Lo siento por esa Elena, sea quien sea. ¿No tienes ninguna
consideración por los demás? ¿Qué dirá su familia? Veo que
ella la menciona en su carta. ¿Qué hará? ¿Alumbrar al niño...
o ir a ver a uno de esos médicos? Linda situación, hay que
confesarlo. ¿Dónde conseguiría el dinero? ¿Es rica? (Espera
alguna respuesta a esta andanada de preguntas)
Hum... No me dirás nada sobre ésa... ¿verdad? ¡Tanto me
da! Después de todo, no lo lamento por ella. Sabía qué estaba
haciendo. A juzgar por su carta, no es una colegiala como lo
era yo. ¿Sabe que estás casado? Claro que debe saberlo.Todos tus amigos están enterados de tu infortunado
matrimonio. Sé que te compadecen, pero no conocen mi
versión del asunto. Hablarían de otro modo si la conociesen.
(Está demasiado ocupada comiendo para seguir hablando,
durante un segundo o dos.)
Esa Elena debe ser una buena pieza, si sabe que eres
casado. ¿Qué esperaba? ¿Qué yo te concediera el divorcio y
te dejara casarte con ella? ¿Cree que soy lo bastante chiflada
para eso... después de todas las que me hiciste pasar? ¡Por
cierto que no! Y tu no podrías conseguir el divorcio de mí y
bien lo sabes. Nadie podrá decir jamás que yo he hecho algo
malo (Apura el resto de su café)
Ella merece sufrir, es todo lo que puedo decirte. Te diré lo que
pienso: creo que tu Elena no pasa de ser una vulgar
trotacalles. Esa es mi opinión. (Del cuarto contiguo llega un
sofocado gemido.)
¿Has vuelto a cortarte? Bien merecido lo tienes. (Se levanta
y se quita el delantal) Bueno, tengo que irme sin
demora.(Malhumorada) ¡Vaya una vida la que llevo! No
soportaré por más tiempo tu haraganería. (Oye algo y hace
una pausa, escuchando atentamente) ¡Eso es! ¡Has volcado
toda el agua! No digas que no. La oigo gotear por el
piso. (Una vaga aprensión aparece en su rostro) ¡Alfred! ¿Por
qué no contestas?
(Va lentamente hacia la otra habitación. Se oye caer una silla
y algo que se desploma pesadamente en el suelo. La señora
Rowland se detiene, temblando de pánico, y exclama:)
¡Alfred! ¡Alfred! ¡Contéstame! ¿Qué has hecho caer? ¿Estás
borracho, todavía? (Incapaz de soportar la tensión ni por un
momento más, se lanza hacia la puerta del dormitorio.)
¡Alfred!
(Se detiene en el umbral, mirando el suelo del cuarto interior
transfigurada de horror. Luego lanza un salvaje alarido y corre
hacia la puerta, hace girar la llave y la abre frenéticamente depar en par. Y se precipita al vestíbulo gritando como una
loca.)
TELÓN
Eugene O' Neill
Escenario: Una pequeña habitación que sirve a un tiempo de
cocina y comedor en un departamento de la calle Christopher,
en Nueva York. A foro, una puerta que lleva al vestíbulo. A la
izquierda de la puerta, una pileta y una cocina de gas de dos
mecheros. Más allá de la cocina y hacia la pared de la
izquierda, un armario de madera para platos, etcétera. A la
izquierda, dos ventanas que dan sobre una escalera de
emergencia, donde varias plantas en sus tiestos agonizan en
el abandono. Delante de las ventanas, una mesa cubierta con
un hule. Dos sillas con asiento de caña junto a la mesa. Otra
contra la pared, a la derecha de la puerta del foro. En la
pared de la derecha, foro, una puerta que lleva a la alcoba.
Más adelante, diversas prendas de vestir de hombre y de
mujer prenden de unas clavijas. Desde el rincón de la
izquierda, foro, hasta la pared de la derecha, primer término,
hay tendida una cuerda con ropa.
Son aproximadamente las ocho y media de la mañana de un
día hermoso y lleno de sol, a comienzos de otoño.
La señora Rowland viene de la alcoba, bostezando, dando
aún los últimos toques a su desaliñado tocado, insertando
horquillas en su cabello, recogido en pardusca masa en lo
alto de su cabeza redonda. Es de mediana estatura y
propensa a una gordura sin líneas, acentuada por su vestido
azul deformado, humilde y raído. Su rostro es impersonal, de
facciones pequeñas y regulares y ojos extrañamente azules.
En sus ojos, su nariz y su boca débil y rencorosa, hay una
expresión atormentada. Tiene poco más de veinte años, pero
parece mucho mayor.
Llega al centro de la habitación y bosteza, desperezándose.
Sus soñolientos ojos se pasean absortos por todo lo que la
rodea, con la irritación propia de aquel para quien un largo
sueño no ha significado un largo descanso. Va con aire
cansado hacia la ropa que cuelga a la derecha y descuelga
un delantal. Se lo ciñe a la cintura, dejando escapar un
“maldito sea” cuando el nudo no obedece a sus torpes dedos.Por fin consigue atarlo y va lentamente hacia la cocina a gas
y enciende uno de los mecheros. Llena la cafetera en la pileta
y la pone sobre la llama. Luego se desploma en una silla que
está junto a la mesa y se pone una mano sobre la frente,
como si le doliera la cabeza. De pronto su rostro se ilumina
como si recordara algo y mira el armario de los platos; luego
dirige una penetrante mirada hacia la puerta del dormitorio y
escucha atentamente durante unos instantes.
SRA. ROWLAND (en voz baja) - ¡Alfred! ¡Alfred! (del cuarto
contiguo no llega respuesta alguna y la señora Rowland
prosigue con tono desconfiado, alzando la voz) No tienes que
fingir que estás dormido. (De la alcoba no llega la menor
respuesta y la señora Rowland, tranquilizada, se levanta y va
cautelosamente hacia el armario. Abre con lentitud una de las
puertas, cuidando mucho de no hacer ruido y saca de su
escondite detrás de los platos una botella de ginebra Gordon
y un vaso. Al hacerlo, mueve el plato de arriba, que tintinea
levemente. Al oír esto, la señora Rowland sufre un sobresalto
culpable y mira con malhumorado desafío la puerta del cuarto
contiguo. Con la voz trémula:) ¡Alfred!
(Después de una pausa, durante la cual trata de percibir algún
sonido, toma el vaso y se sirve una buena cantidad de ginebra
y lo apura; luego, precipitadamente, repone la botella y el
vaso en su escondite. Cierra el armario con el mismo cuidado
con que lo ha abierto y con un gran suspiro de alivio se deja
caer nuevamente en su silla. La gran dosis de alcohol le ha
causado un efecto casi inmediato. Sus facciones se vuelven
más animadas, parece cobrar energías y mira la puerta de la
alcoba con una sonrisa dura y vengativa. Sus ojos pasean
una rápida mirada por la habitación y se posan sobre un saco
y un chaleco de hombre que penden a la derecha. Se
encamina cautelosamente hacia la puerta abierta y se detiene
allí, sin que la vea el que está adentro, y escucha, tratando
de sorprender algún movimiento.)
(Llamando, casi en un susurro) ¡Alfred!
(Nuevamente, no hay respuestas. Con ágil movimiento, la
señora Rowland descuelga el saco y el chaleco y vuelve conellos a su silla. Se sienta y saca los diversos objetos que
contiene cada bolsillo, pero los reintegra rápidamente a su
sitio. Por fin, en el bolsillo interior del chaleco encuentra una
carta)
(Mirando la letra se dice lentamente) Lo sabía.
(Abre la carta y la lee. En el primer momento, su expresión
revela odio e ira, pero a medida que avanza en la lectura
hasta acabarla se trueca en triunfante malignidad. Durante un
instante queda muy pensativa. Luego vuelve a poner la carta
en el bolsillo del chaleco, y, cuidando aún de no despertar al
durmiente, cuelga nuevamente las pendas en la misma
clavija, va hacia la puerta de la alcoba y atiba.)
(Con voz sonora y chillona) ¡Alfred! (Más fuerte) ¡Alfred! (Del
cuarto contiguo llega un gemido ahogado que se confunde
con un bostezo) ¿No te parece que ya es hora de levantarte?
¿Piensas quedarte en cama todo el día? (Volviéndose y
regresando a su silla) Ya sé que eres lo suficientemente
haragán para pasarte la vida en la cama. (Se sienta, mira por
la ventana y dice, con irritación) ¿Qué hora será? Ya no
podemos saberlo desde que empeñaste estúpidamente tu
reloj. Era el último objeto de valor que teníamos, y lo sabías.
Sólo has pensado en empeñar, empeñar, empeñar...
Cualquier cosa con tal de alejar la hora de buscar empleo,
cualquier cosa con tal de no trabajar como un
hombre.(Golpea el suelo con el pie nerviosamente,
mordiéndose los labios) (Después de una breve
pausa) ¡Alfred! Levántate... ¿Me oyes? Quiero hacer esa
cama antes de salir. Estoy harta de que esto esté en
desorden por tu culpa. (Con cierta vengativa satisfacción) Y
por cierto que no podremos quedarnos mucho tiempo aquí, a
menos que consigas dinero en alguna parte. Dios sabe que
yo hago lo mío – y más aún – yendo a coser a domicilio todos
los días, mientras tú haces el caballero y holgazaneas por las
tabernas con ese hato de inútiles artistas del Square.
(Breve pausa, durante la cual la señora Rowland juega
nerviosamente con una taza y un platito que están sobre la
mesa). ¿Y dónde conseguirán dinero, quisiera saber yo? Enesta semana tenemos que pagar el alquiler, y ya sabes cómo
es el dueño de casa. No nos dejará vivir aquí un solo minuto
más si no le pagamos puntualmente. Dices que no puedes
conseguir trabajo. Eso es mentira, y tú lo sabes. Nunca lo
buscaste, siquiera. Te pasas los días vagabundeando por
ahí, escribiendo poemas y cuentos estúpidos que nadie
quiere comprar... y me explico que no quieran comprarlos.
Pero advierto que yo siempre puedo conseguir trabajo y lo
consigo; y sólo eso nos salva de morirnos de hambre.
(Se levanta y va hacia la cocina, mira la cafetera para ver si
el agua hierve y vuelve y se sienta.) Hoy tendrás que
conseguir dinero en alguna parte. Yo no puedo hacerlo todo
y no lo haré. Tienes que recobrar el sentido común. Tienes
que pedirlo, mendigarlo o robarlo donde sea (Con desdeñosa
risa) Pero... ¿dónde, quisiera yo saber? Eres demasiado
orgulloso para mendigar y has pedido ya todos los préstamos
posibles, y no tienes valor para robar.
(Después de una pausa, levantándose irritada) ¡Por amor de
Dios! ¿No te has levantado todavía? Es muy propio de ti eso
de volverte a dormir, o de fingirlo. (Va hacia la puerta del
dormitorio y atisba) ¡Ah, te has levantado! Bueno, ya era hora.
No tienes por qué mirarme así. Tus desplantes no me
engañan, ya. Te conozco demasiado... mejor de lo que
supones... a ti y a tus andanzas.(Alejándose de la puerta, con
tono significativo) Conozco un montón de cosas, querido.
Ahora no te preocupes de lo que sé. Te lo diré antes de irme,
no te aflijas. (Va hacia el centro del aposento y se detiene allí,
frunciendo el ceño)
(Con tono irritado) ¡Hum! ¡Supongo que más vale preparar el
desayuno... y no porque haya mucho que preparar! (Con tono
de interrogación) Salvo que tengas algún dinero... (Hace una
pausa esperando una respuesta del cuarto contiguo, que no
llega) ¡Qué pregunta estúpida! (Con dura risita) A estas
horas, yo debiera conocerte mejor ya. Cuando te fuiste
anoche tan malhumorado, me imaginé qué pasaría. No se te
puede tener la menor confianza. ¡En lindo estado viniste a
casa! Nuestra riña sólo te sirvió de pretexto para mostrartebestial. ¿De qué te valió empeñar el reloj si sólo querías
dinero para derrocharlo en whisky?
(Va hacia el armario y saca platos, tazas, etcétera, mientras
habla.)
¡Apresúrate! Últimamente, gracias a ti, no tardo mucho en
preparar el desayuno. Esta mañana sólo tenemos pan,
manteca y café: y ni siquiera tendrías eso si yo no me
estropeara los dedos cosiendo. El pan está duro. Supongo
que te gustará. Tú no te mereces nada mejor, pero no veo por
qué he de sufrir yo. (Yendo hacia la cocina de gas) El café
dentro de un momento, y no esperes que te lo sirva.
(Repentinamente, con violenta ira) ¿Qué diablos estás
haciendo ahora? (Va hacia la puerta y atisba) Bueno, por lo
menos estás casi vestido. Creí que te habías metido en la
cama de nuevo. Eso sería muy propio de ti. ¡Qué aspecto
horrible tienes esta mañana! ¡Aféitate, por amor de Dios!
¡Estás repulsivo! Pareces un vagabundo. Por algo nadie
quiere darte empleo. No los culpo... Tu aspecto no es ni aun
medianamente decente. (Va hacia la cocina de gas) Aquí hay
mucha agua caliente. No tienes la menor excusa.(Toma un
tazón y vierte en él un poco de agua de la cafetera)Toma.
(Él tiende la mano en procura del tazón. Se ve una mano
sensible, de finos dedos, que tiembla, y parte del agua se
derrama sobre el piso.)
(La señora Rowland, con tono insultante) ¡Mira cómo te
tiembla la mano! Más vale que abandones la bebida. No
puedes soportarla. Los hombres como tú son los mejores
candidatos al delirium tremens. ¡Eso sería la gota que hace
desbordar el vaso! (Mirando el piso) Mira cómo has dejado
el piso... hay colillas y cenizas en toda la habitación. ¿Por qué
no los tiraste sobre el plato? No, no serías lo bastante
considerado para hacerlo. Nunca piensas en mí. Tú no tienes
que barrer la habitación, y eso es todo lo que te importa.
(Toma la escoba y empieza a barrer malignamente,
levantando una nube de polvo. De las habitaciones interiores
llega el rumor de una navaja de afeitar que afilan)(Barriendo) ¡Apresúrate! Ya debe ser casi hora de que me
vaya. Si llegara tarde, me expondría a perder mi empleo y
entonces ya no te podría seguir manteniendo. (Y al
ocurrírsele algo más, agrega sarcásticamente) Y entonces,
tendrías que trabajar o hacer alguna cosa horrible de esa
especie. (Barriendo debajo de la mesa.) Lo que quiero saber
es si buscarás hoy trabajo o no. Sabes que tu familia no nos
seguirá ayudando. También ellos ya están hartos de
ti. (Después de barrer en silencio durante unos
instantes) Estoy cansada de toda esta vida. Ganas me dan
de irme a casa, pero soy demasiado orgullosa para permitir
que te sepan un fracasado... a ti, el hijo único del millonario
Rowland, el egresado de Harvard, el poeta, el hombre notable
del pueblo... ¡Bah! (Con amargura) No serían muchas las que
me envidiarían mi hombre notable si supieran la verdad. Me
gustaría saber una cosa... ¿Qué ha sido nuestro matrimonio?
Aun antes de que tu padre millonario muriera debiéndole
dinero a todo el mundo, nunca derrochaste un solo minuto a
tu esposa. Supongo que, a tu entender, yo debía darme por
satisfecha con tu honorable actitud al casarte conmigo...
después de haberme puesto en dificultades. Yo te
avergonzaba ante tus refinados amigos porque mi padre sólo
es un almacenero, eso es lo cierto. Por lo menos es un
hombre honrado, y tú no podrías decir lo mismo del
tuyo. (Sigue barriendo enérgicamente hacia la puerta. Se
apoya sobre su escoba por un momento)
Suponías que todos creerían que te habías visto obligado a
casarte conmigo y te compadecerían... ¿verdad? No
vacilaste mucho para decirme que me querías y para
hacerme creer en tus mentiras antes de que sucediera
aquello... ¿no es cierto? Me hiciste suponer que no querías
que tu padre me sobornara, como trató de hacerlo. Pero ya
sé a qué atenerme. Por algo he vivido tanto tiempo
contigo. (Sombríamente) Es una suerte que nuestro pobre
hijo naciera muerto, después de todo... ¡Qué padre hubieras
sido!
(Permanece en silencio y cavilando hoscamente durante un
instante, y luego prosigue con una suerte de salvaje alegría)Pero no soy la única que tiene que agradecerte su desdicha.
Hay, por lo menos, otra y esa no puede tener esperanzas de
casarse contigo ahora. (Asoma la cabeza al cuarto
contiguo) ¿Qué me dices de Elena? (Retrocede del vano de
la puerta con un sobresalto, algo asustada)
¡No me mires así! Sí, he leído esa carta. ¿Y qué? Tenía
derecho a leerla. Soy tu esposa. Y sé todo lo que hay que
saber, de modo que no me mientas. No tienes por qué
mirarme así. Ya no podrás intimidarme con esos aires de
hombre superior. Si no fuese por mí, te irías sin desayunarte
esta mañana. (Va hacia la cocina de gas y echa café en la
cafetera) El café está listo. No te esperaré.(Vuelve a
sentarse)
(Después de una pausa, llevándose la mano a la cabeza,
malhumorada) ¡Cómo me duele la cabeza esta mañana! Es
una vergüenza que deba irme a trabajar todo el día en una
habitación asfixiante, en este estado. Y no iría si fueras un
hombre. Debiera ser yo quien pasara el día tendida en la
cama, y no tú. Bien sabes lo enferma que he estado en este
último año; y, sin embargo, cuando tomo alguna pequeñez
para levantarme el ánimo, me lo echas en cara. Ni siquiera
quisiste dejarme tomar ese tónico que compré en la
farmacia. (Con risa cruel) Sé que te alegraría verme muerta y
que no te estorbara; entonces podrías correr detrás de esas
muchachas estúpidas que te creen maravilloso e
incomprendido... Esa Elena y las demás. (Del cuarto contiguo
llega una aguda exclamación de dolor)
(Con satisfacción) ¡Claro! ¡Ya sabía yo que te cortarías! Eso
te servirá de lección. Bien sabes que no debes pasarte las
noches vagabundeando por ahí y bebiendo, con tus nervios
en tan deplorables condiciones. (Va hacia la puerta y se
asoma a la otra habitación)
¿Por qué estás tan pálido? ¿Por qué te miras así, fijamente,
en el espejo? ¡Por amor de Dios! ¡Quítate esa sangre de la
cara! (Con escalofrío) Es horrible. (Con tono de alivio) Bueno,
ya estás mejor. Nunca he podido soportar el espectáculo de
la sangre. (Se aparta un poco de la puerta) Más vale querenuncies a afeitarte solo y vayas a una peluquería. Tu mano
tiembla horriblemente. ¿Por qué me miras así? (Se aleja de
la puerta) ¿Todavía estás furioso conmigo a causa de la
carta? (Desafiante) Pues yo tenía derecho a leerla. Soy tu
esposa. (Va hacia la silla y vuelve a sentarse. Después de
una pausa) Hace tiempo que estoy enterada de que tienes
una aventura. Tus débiles pretextos de que te pasabas el
tiempo en la biblioteca no me engañaron. Y, después de
todo... ¿quién es esa Elena? ¿Una de esas artistas? ¿O
también escribe poemas? A juzgar por su carta, lo parece.
Apostaría a que te dijo que tus cosas eran lo mejor que se
había escrito en el mundo, y que te lo creíste como un imbécil.
¿Es joven y linda? También yo era joven y linda cuando me
engañaste con tu hermosa palabrería poética; pero la vida
contigo la consume pronto a cualquiera. ¡Las que he pasado!
(Va hacia la cocina de gas y retira el café) El desayuno está
listo.(Con una mirada de desdén) Se te enfriará el café. ¿Qué
estás haciendo? ¿Afeitándote, todavía? ¡Por amor de Dios!
Más vale que renuncies a eso. Una de estas mañanas te
harás un buen tajo. (Se corta pan y lo unta con manteca.
Durante los párrafos siguientes, come y bebe su café)
Tendré que irme corriendo apenas concluya de comer. Uno
de nosotros tiene que trabajar. (Irritada) ¿Vas a buscar
trabajo hoy o no? Seguramente, alguno de tus refinados
amigos te ayudaría si te creyera realmente tan talentoso.
Pero supongo que todos ellos prefieren oírte hablar. (Se
queda sentada en silencio durante un momento)
Lo siento por esa Elena, sea quien sea. ¿No tienes ninguna
consideración por los demás? ¿Qué dirá su familia? Veo que
ella la menciona en su carta. ¿Qué hará? ¿Alumbrar al niño...
o ir a ver a uno de esos médicos? Linda situación, hay que
confesarlo. ¿Dónde conseguiría el dinero? ¿Es rica? (Espera
alguna respuesta a esta andanada de preguntas)
Hum... No me dirás nada sobre ésa... ¿verdad? ¡Tanto me
da! Después de todo, no lo lamento por ella. Sabía qué estaba
haciendo. A juzgar por su carta, no es una colegiala como lo
era yo. ¿Sabe que estás casado? Claro que debe saberlo.Todos tus amigos están enterados de tu infortunado
matrimonio. Sé que te compadecen, pero no conocen mi
versión del asunto. Hablarían de otro modo si la conociesen.
(Está demasiado ocupada comiendo para seguir hablando,
durante un segundo o dos.)
Esa Elena debe ser una buena pieza, si sabe que eres
casado. ¿Qué esperaba? ¿Qué yo te concediera el divorcio y
te dejara casarte con ella? ¿Cree que soy lo bastante chiflada
para eso... después de todas las que me hiciste pasar? ¡Por
cierto que no! Y tu no podrías conseguir el divorcio de mí y
bien lo sabes. Nadie podrá decir jamás que yo he hecho algo
malo (Apura el resto de su café)
Ella merece sufrir, es todo lo que puedo decirte. Te diré lo que
pienso: creo que tu Elena no pasa de ser una vulgar
trotacalles. Esa es mi opinión. (Del cuarto contiguo llega un
sofocado gemido.)
¿Has vuelto a cortarte? Bien merecido lo tienes. (Se levanta
y se quita el delantal) Bueno, tengo que irme sin
demora.(Malhumorada) ¡Vaya una vida la que llevo! No
soportaré por más tiempo tu haraganería. (Oye algo y hace
una pausa, escuchando atentamente) ¡Eso es! ¡Has volcado
toda el agua! No digas que no. La oigo gotear por el
piso. (Una vaga aprensión aparece en su rostro) ¡Alfred! ¿Por
qué no contestas?
(Va lentamente hacia la otra habitación. Se oye caer una silla
y algo que se desploma pesadamente en el suelo. La señora
Rowland se detiene, temblando de pánico, y exclama:)
¡Alfred! ¡Alfred! ¡Contéstame! ¿Qué has hecho caer? ¿Estás
borracho, todavía? (Incapaz de soportar la tensión ni por un
momento más, se lanza hacia la puerta del dormitorio.)
¡Alfred!
(Se detiene en el umbral, mirando el suelo del cuarto interior
transfigurada de horror. Luego lanza un salvaje alarido y corre
hacia la puerta, hace girar la llave y la abre frenéticamente depar en par. Y se precipita al vestíbulo gritando como una
loca.)
TELÓN