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14/6/21

PRUEBA DE AMOR . Roberto Arlt.

PRUEBA DE AMOR 


Roberto Arlt




Boceto teatral irrepresentable ante personas honestas



Guinter 


Frida





Abierto sobre la escena, un cuarto de baño de muros cubiertos con azulejos

blancos, separado de la biblioteca por un tabique de mampostería. La puerta

del cuarto de baño comunica con el costado lateral izquierdo del foro, mientras

que la puerta de la biblioteca, dando frente a los espectadores, se abre sobre

un pasillo. La mesa de la biblioteca aparece anormalmente cubierta por un

mantel blanco sobre el cual se distinguen pilas de paquetes pequeños cuyo

contenido es imposible discernir. Fría luz invernal ilumina la escena.



ESCENA 1

(GUINTER, en traje de calle, pero sin sombrero, entra con paso lento en la

biblioteca; mira abstraído durante un instante los paquetes que están sobre la

mesa y se acerca a la biblioteca, de la que extrae un libro, que hojea y coloca

inmediatamente en el estante. Luego se acerca a la mesa, recoge las cuatro

puntas del mantel e improvisa así un bulto. Indeciso, cavila y sale; entra en el

cuarto de baño, donde se mira en el espejo.)

GUINTER.-Nada más que veintisiete años... y ¡qué viejo estoy. . .!

(Enciende un cigarrillo sentándose en la orilla de la bañera enlozada.)

GUINTER.-Podría estar peor... (Mira en derredor.) Es lógico...: Con estas cosas

no se juega.

(GUINTER cavila algunos segundos. Sale y entra en la biblioteca. Recoge el

bulto por las orejas de trapo y sale nuevamente, para aparecer en el cuarto de

baño. Deposita su carga en el suelo, mira buscando un lugar adecuado donde

guardarla y, después de cerciorarse de que la bañera no contiene residuos de

agua, coloca el bolsón dentro de ella. Terminada dicha operación, se refugia en

la biblioteca acostándose en un sofá, pero, impaciente, abandona su rincón

para acercarse a un reloj de pie cuya tapadera de vidrio abre, para hacer correr

lentamente con el dedo el minutero.) 

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GUINTER.-Canalla..., siempre caminarás más rápido o más despacio de lo que

necesitamos nosotros los hombres.

Se escucha el repiqueteo de un timbre. (GUINTER sale apresurado.)

ESCENA 2

(GUINTER entra en la biblioteca en compañía de una joven que representa

veinticuatro años, con traje "sastre" azul y velillo sobre el rostro. Cuando se

quita el sombrero queda en escena un tipo insignificante de mujer. La fuerza

interna de FRIDA se trasluce en la parsimonia de sus gestos y en la contención

de sus nervios. Se tiene en presencia de ella la sensación que esta mujer es

una perfecta hipócrita, espiritualizada y afinada por experiencias que ha

sobrepasado. Toma asiento en un sofá frente a GUINTER.)

GUINTER.-¿Tenías miedo de venir?

FRIDA.-Miedo propiamente, no. Pero no me agradaría que en casa lo supieran.

GUINTER.-¿No estamos comprometidos, acaso?

FRIDA.-Eso tiene que ser extraordinariamente importante para mí, ¿no?

GUINTER.-¿Por qué decís eso?

FRIDA.-Según los hombres, únicamente un compromiso formal puede decidirla

a una mujer a dar ciertos pasos. . ., al menos entiendo que en tu

pregunta vos querés establecer eso ...

GUINTER.-Sí. . ., efectivamente,

FRIDA.-De modo que éste es tu departamento (mira en derredor). Muy bonito.

(Se produce un intervalo de silencio.)

GUINTER.-Bueno..., decime..., ¿te imaginás para qué te hice venir?

FRIDA.-No.

GUINTER (burlón).-¿Así que no te imaginás? Cierto, es lógico que no te

imaginés.

FRIDA.-No usés ese tono burlón. ¿He dicho alguna vez que era adivina?

GUINTER.-Es cierto... Bueno, aclararé yo el misterio. Necesito que me des una

prueba, una verdadera prueba de que tu amor no consiste en palabras.

FRIDA.-Entonces me lo imaginé. (Sarcástica.) ¡Qué curioso! No creí nunca

disponer de tanta imaginación.

GUINTER.-Pues esta vez tu imaginación ha fallado, me parece. Yo lo que

necesito es una prueba auténtica de amor.

FRIDA.-¿No te la doy al visitarte, completamente sola?

GUINTER (irónico).-A los veinticuatro años, son raras las mujeres que no han

visitado el departamento de un hombre solo. Algunas en compañía de la 

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madre, para volver después solas; otras, en compañía de la amiga. El

procedimiento varía según el grado de hipocresía de la interesada, pero

al final las consecuencias son idénticas.

FRIDA (dominando su furor).-¿Con qué derecho me hablás así?

GUINTER.-Disculparás, ¿no?, pero hoy vamos a conversar de cosas que

considero serias. ¿Vos me querés?

FRIDA.-¿Lo dudás?

GUINTER.-Sos una maravilla, querida. Contestás una pregunta con otra.

FRIDA.-Eso quiere decir que dudás de mí.

GUINTER.-Exactamente. Dudo.

FRIDA.-¿Por qué?

GUINTER (fríamente).-Creo que estás dispuesta a casarte con mi dinero.

FRIDA (dejando escapar su indignación).-¿Qué decís?

GUINTER (cínicamente).-No repitamos las palabras como en los parlamentos

teatrales porque si no es cosa de nunca acabar. Si yo te ofendo al decir

eso, lo veremos después.

FRIDA.-Para decirme semejantes groserías no era necesario que me invitaras

a visitarte. Todo eso podías habérmelo dicho en casa.

GUINTER (burlón y con secos chasquidos de odio en la voz).-Convendrás que

en tu casa hablamos de amor. Incluso complicamos todo el sistema

astronómico en nuestras relaciones. Ya ves si hay tela para cortar en tu

casa. Pero vayamos por orden, te lo ruego, y no te molestes hasta el

final. (Con transición de ternura dolida.) Cierto, querida mía, te he

llamado para decirte que te quiero y dudo de tu sinceridad. No me

interrumpas. Dejar de creer o no poder creer en una mujer es una

desgracia involuntaria, semejante a la de estar enfermo. Nadie,

reconocerás honestamente conmigo, desea estar enfermo, sin embargo

los hospitales se encuentran repletos de dolientes. Por otra parte, y

aceptarás conmigo que lo que te digo es una verdad de peso, lo trágico

del amor consiste en que, siendo un sentimiento abstracto, se mide en

las relaciones sociales con la vara de los hechos concretos. ¿Me

entendés?

FRIDA.-Perfectísimamente.

GUINTER (Con cierta jovialidad burlona en los ojos).-De hecho, me querés con

la misma fuerza con que yo te quiero a vos, ¿no es así? Pero al final de

cuentas el que se tiene que casar soy yo. ¿No es otra vez así?

FRIDA.-Así es.

GUINTER (sumamente frío).-De modo que suponiendo que vos ahora me

dieras la prueba de amor de entregarte a mí, a cambio de esa prueba de

amor, que duraría, sin incluir naturalmente el tiempo de desvestirse y

vestirse, un minuto, yo, en pago de ese minuto, tengo que darte otra 

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prueba de amor cuyas consecuencias económicas, serán efectivas para

ti para toda la vida..., es decir..., el matrimonio.

FRIDA.-Es así, Guinter..., no lo puedo negar. Pero quiero hacerte una

pregunta. ¿Qué queda para la abandonada? 

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GUINTER.-En la actualidad las únicas mujeres que se casan son las que han

pasado por varias manos. Ellas aprovechan el conocimiento que les

confiere la conducta ilegal, para proporcionarse un marido, como esos

editores que se enriquecen publicando libros que predican la

desaparición de la propiedad privada y el exterminio en masa de los

capitalistas.

FRIDA.-¿Y qué es lo que entendés por conducta ilegal?

GUINTER.-Entiendo que la mujer practica conducta ilegal cuando infringe todos

los aparentes principios morales que son la base de nuestra sociedad

burguesa. La sociedad burguesa condena la libertad sexual en la

mujer... Pues bien..., la hipócrita actual finge despreciar tales prejuicios,

para valorizarse intelectualmente ante el hombre, para encadenarlo con

lazos de pasión y arrastrarlo así a la consumación del matrimonio, que

es la suma de todos los prejuicios e inmundicias que basamentan la

sociedad burguesa.

FRIDA.-Nunca se me ocurrió analizar ese problema.

GUINTER (ensañándose).-Incluso, muchas de ellas se casan par la iglesia... y

con corona de azahar. (Riéndose.) Se me ocurre que en vez de ceñir

una corona de azahar deberían adornarse la cabeza con una corona de

naranjitas...

FRIDA.-¿Naranjitas? -. . .

GUINTER.-Claro..., las naranjitas simbolizarían los óvulos de los abortos

padecidos durante la caza ilegal del marido.

FRIDA (sonriendo involuntariamente).-Sos un salvaje, querido.

GUINTER (burlón).-Me alegro. Siempre he dicho que sos una mujer razonable.

FRIDA.-Creo que demasiado razonable. Sigamos con tu tesis.

GUINTER.-A las mil maravillas. (Enigmático.) Me parece que hemos nacido el

uno para el otro.

FRIDA.-Es muy posible, si los sistemas astronómicos no se oponen.

GUINTER.-¿No te gusta la frasecita? Sin embargo es la verdadera. Pero no

nos vayamos por las ramas, estábamos en ... ¿en qué estábamos? ...

FRIDA.-En que la mujer, por una prueba de amor que dura un minuto, exige del

hombre una prueba de amor que dura una eternidad.

GUINTER.-Muy bien. Te pregunto yo ahora: ¿Qué prueba de amor puede dar

una mujer que, en vez de durar un minuto, dure una eternidad?

FRIDA (permanecerá callada un instante; luego, sonriendo, con serenidad

perfecta).-Guinter..., la mujer no puede dar ninguna prueba de amor.

GUINTER.-Dijiste la verdad. De modo que vos, de acuerdo con esa

manifestación, no podés dar ninguna prueba de amor, ¿no es así?

FRIDA.-Es así... al menos de ese amor a que te referís. 

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GUINTER.-Magnífico. Veo que nos entendemos. (Cínicamente.) Cada vez me

inclino a creer más en la intervención del sistema planetario en nuestro

amor.

FRIDA.-No sé por qué se me ocurre que hoy se juega mi destino aquí. (Con

gesto de fatiga.) Y bueno... ¿Qué puedo hacer yo?. .

GUINTER.-Frida quiero preguntarte algo. ¿Qué es lo que opinás de mi estado

mental?

FRIDA.-Es normal. Todavía no estás muy nervioso.

GUINTER.-En este momento se me ha ocurrido una idea, Frida. Nosotros, los

hijos de las razas del norte, nos podemos entender con las mujeres...

FRIDA.-Ya sé..., que también sean del norte...

GUINTER.-¿Hacés ironía?

FRIDA.-No, Guinter.

GUINTER.-Te decía esto porque veo la vida de un modo muy particular.

FRIDA.-Es muy posible.

GUINTER.-Y en ciertas circunstancias me gusta jugarme la vida. Vos, Frida,

sos una mujer a la que gustoso le daría una prueba de amor.

FRIDA.-¿De qué amor?

GUINTER.-De este amor que vos no entendés

FRIDA.-¿Te parece?

GUINTER.-Decime, si yo fuera pobre, ¿te casarías conmigo?

FRIDA.-Creo que sí.

GUINTER.-Entonces me querés.

FRIDA.-Es muy posible que vos no entiendas lo que es amor de mujer.

GUINTER.-¿Qué prueba convincente puede dar un amor de mujer?

FRIDA.-¿No hemos convenido en que ninguna mujer puede darle a un hombre

una prueba de amor, si él previamente no cree?

GUINTER (nuevamente hostil).-Sin contar que esa prueba de amor a que nos

referimos, la mujer puede otorgarla en cada oportunidad a un imbécil

distinto. Y ese imbécil, creer que es técnicamente el primero... o a lo

sumo el segundo... pero nada más que el segundo. Máxime si se tiene

en cuenta que hoy hay parteras que fabrican una virginidad por

quinientos pesos.

FRIDA.-iQue enterado estás... ! (Burlándose de GUINTER.) Querido..., no

todas las familias pueden gastarse quinientos pesos en una...

GUINTER (deliberadamente grosero).-Cierto. Y además ¿qué harían las

familias que tienen varias chicas para colocar? (Con furor lento.) Es

colosal. Estas muchachas de familia burguesa, como quien lleva a un

zapatero un par de zapatos, llevan sus órganos genitales a una partera,

para que les eche media suela de virginidad.

FRIDA (impaciente).-Te prevengo que la astronomía es más 

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GUINTER.-Estábamos...

FRIDA (examinando atentamente a GUINTER).-En que ninguna mujer puede

darle a un hombre una prueba de amor, como no sea su infinita

paciencia.

GUINTER (impasible).-Por otra parte el valor de esa prueba de amor no puede

extenderse a un espacio mayor de tiempo que el que ocupa esa misma

prueba para ser realizada. De modo que una posesión, que dura tres

minutos, no puede dar fe de un amor eterno, sino de un amor existente

dentro de esos tres minutos. Pero las mujeres se comportan en cierto

modo como las instituciones bancarias, que son instituciones para dar

ganancia a sus accionistas: abren al cliente un crédito idéntico al

depósito que han recibido en efectivo de éste. Es decir, son pasivas.

Cuando el cliente agotó el depósito, el banco cierra su crédito; la mujer,

la caja de su amor.

FRIDA.-Razonás muy bien... y de todo lo que decís se desprende que es

imposible darle una prueba de amor a un hombre como vos.

GUINTER.-¿No encontrás una sola prueba?

FRIDA.-No encuentro, Guinter.

GUINTER.-¿Por qué no la encontrás?

FRIDA.-Primero, porque matás la fe en mis propios actos; después, porque esa

prueba no existe, Guinter. Habría que inventarla expresamente, para

vos.

GUINTER.-Y la gente ha estado hasta el presente demasiado ocupada para

inventar una prueba para Federico Guinter, ¿no es así?

FRIDA.-Desgraciadamente, es lo que ocurre.

GUINTER (súbitamente reanimado).-Pues yo la he inventado. ¿Querés pasar

conmigo al cuarto de baño?

(FRIDA vacila un instante, luego se pone de pie. GUINTER le hace cruzar la

puerta ante él y sale.) 

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ESCENA 3

(GUINTER y FRIDA aparecen en el cuarto de baño. FRIDA permanece de pie a

la entrada, mientras que GUINTER se sienta en la orilla de la bañera.)

GUINTER (señalando la bañera).-¿Ves? Aquí está mi fortuna. (Se inclina hacia

el interior de la bañera y, tirando de una oreja del mantel, lo desplaza tan

violentamente que algunos paquetes de dinero ruedan por el piso de

mosaico.) Volviendo a lo nuestro: creo que estás resuelta a casarte

conmigo para resolver tu problema económico. Eso, en primer término.

Para una mujer como vos, lo sentimental queda siempre colocado en

segundo o tercer plano.

FRIDA (cruzándose de brazos).-¿Cuándo terminarás de insultarme?

GUINTER.-Perdón..., mi finalidad no es insultarte sino probar la autenticidad de

tus sentimientos amorosos. (Poniéndose de pie.) La prueba puede

efectuarse de esta manera. Le prendemos fuego a la pila de billetes de

banco y, cuando este sucio papel haya terminado de arder, yo me habré

quedado pobre... y entonces, si vos persistís en casarte conmigo, es

verdad que me querés en este momento actual de tu vida. Y no podré

dudar.

FRIDA.-¿Estás loco?

GUINTER.-Dejá esas exclamaciones para las heroínas del teatro poético.

FRIDA (moviendo pensativamente la cabeza).-Es cierto. Perdoname. En fin...

(pasea por el pasillo del baño), es tu antojo..., perfectamente. Vos tenés

el derecho de hacer lo que se te antoja con tu dinero, pero yo me creo

obligada a advertirte que te he conocido rico..., no pobre...

GUINTER.-Efectivamente.

FRIDA.-De modo que, como yo no tengo poder para atarte con un chaleco de

fuerza, te digo que, después que hayas consumado ese disparate, me

reservo el derecho de aceptarte o rechazarte.

GUINTER.-Me parece muy bien el convenio. Siempre dije que eras una mujer

razonable.

FRIDA.-Siempre se es razonable ante alguien que es más fuerte o más loco

que nosotros. (Con súbito enternecimiento.) Pero si te rechazo, ¿dirás

algo?

GUINTER (examinándola, sinceramente sorprendido).-¿Por qué? Yo juego..., si

pierdo... paciencia..., mala suerte... La vida no es este sucio papel.

FRIDA.-No te creía tan fuerte.

GUINTER.-Es difícil conocer al hombre, quizá más difícil que a la mujer. 

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(FRIDA se inclina ahora sobre la bañera y coge un paquete y lo abre. Deja caer

pensativamente los billetes, después toma otro paquete y repite la operación;

nuevamente se inclina, revuelve entre los mazos y extrae un tercer paquete.)

FRIDA.-Y todos son nuevos. Ese es, tu dinero..., tu pobre dinero. No te ha

hecho nada y lo vas a quemar.

GUINTER (enfático).-Mi fortuna... aquí, a tus pies.

FRIDA.-¿Compraste a muchas mujeres con ella?

GUINTER (irónico).-Para comprar mujeres no se necesita una fortuna.

¡Pobrecitas! Todas se venden por algo. Las más por una promesa de

firma en el Registro Civil; las otras, a veces por un par de medias... y

también por menos.

FRIDA.-Es triste eso.

GUINTER.-Nos van encanallando despacio. Al final uno llega a despreciarlas

de tal modo que cuando lo aburren a uno les escupe en la cara, las echa

a puntapiés y luego las vuelve a tomar.

FRIDA (con rencor que tiembla en la voz).-Te han hecho sufrir esas perdidas,

¡eh!

GUINTER.-¿Por qué será que todas las mujeres tratan de perdidas a las otras?

FRIDA.-Por la misma razón que los hombres tratan de imbéciles a todos los

otros que se han acostado con una mujer que se niega a complacerlo al

que pronuncia esa palabra.

GUINTER.-Es verdad.

FRIDA.-Bueno..., ¿insistís en pensar que yo me caso con tu dinero y no con

vos?

GUINTER.-Sí.

FRIDA.-Entonces podés prenderle fuego al sucio papel.

(GUINTER abre un cajón de madera que está colocado sobre la bañera y saca

una botella de nafta. Destapa el frasco y, cuando va a inclinarse para rociar el

dinero, FRIDA lo detiene de un brazo.)

FRIDA.-Guinter... , si me querés tanto no es necesario que me des una prueba

de amor.

GUINTER (con frialdad).-No estoy probando el amor que te tengo, sino

sometiendo a prueba el amor que decís tenerme. Lo cual es muy

diferente, querida.

FRIDA.-Hacé lo que quieras (Guinter rocía lentamente con nafta el dinero. Ella

habla ostensiblemente nerviosa.) Guinter no hagás locuras...

GUINTER (irónico).-Tenés miedo de tu porvenir económico, ¿eh? ¡Cómo lo

cuidás!

FRIDA (tapándose el rostro con las manos).-Hágase tu voluntad. 

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(GUINTER enciende un fósforo y lo arroja al bulto de papel. Grandes

llamaradas azules y rojas se reflejan en los azulejos del muro y temblequean

franjas violáceas y anaranjadas. FRIDA, sin poder contener su curiosidad, se

acerca ahora silenciosamente a la hoguera que arde en el interior de la bañera,

y mira abstraída cómo se consume el dinero. Guinter observa en cambio con

curiosidad malévola el rostro de la mujer encendido por el reflejo del incendio.

FRIDA (de pronto, sin poder contenerse).-¡Qué pena horrible, Guinter! ¡Guinter!

¿Qué has hecho, mi Guinter?... Hombre, mi pobre hombre querido.

(FRIDA se abalanza al cuello de GUINTER, lo estrecha entre sus brazos

y lo besa en el rostro.) Guinter. Guinter mío..., hoy he aprendido a

quererte. ¡Qué alma, qué alma la tuya! ¡Oh, y yo que no te conocía! No

te conocía, Guinter. Te lo juro. Sí, creeme. No te conocía. Estaba a tu

lado fría, serena, calculadora. Dudaba de tu amor. Y ahora... ahora ¿qué

mujer habrá recibido una prueba de amor semejante? Decime, Guinter,

¿qué mujer? ¡Oh mi hombre! Mirá el fuego rojo... (Se inclinan ambos

tomados por la cintura sobre la hoguera, que les cruza el rostro de

resplandores escarlatas.) Las cenizas..., hasta las cenizas están rojas. Y

vos dudabas si me casaría con vos..., pero claro, grandísimo tonto,

criatura mía. (GUINTER se sienta en un extremo de la bañera.) Dejame

sentar en tu falda. (GUINTER deja que ella se siente sobre sus rodillas y

le enlaza la cintura con un brazo.) Verás, Guinter... verás..., seremos

felices a pesar de todo...

GUINTER.-Tenés que perdonarme, Frida. Dudaba...

FRIDA.-Quien tiene que perdonarme sos vos. Guinter. Tú, mi pobre Guinter.

Pero te acompañaré lo mismo. Tenés razón. La vida no es ese horrible

dinero. (Mirando hacia la hoguera que apenas humea y con una sonrisa

de niña.) ¡Qué curioso, Guinter..., a pesar de ser tan sucio, produce una

ceniza blanca...!

GUINTER (confidencialmente).-Tendremos muchas alegrías en la vida, Frida.

FRIDA (mirándolo con adoración).-Como ésta, ninguna...

GUINTER (enigmático).-Puedo darte una gran alegría todavía...

FRIDA (enternecida).-No sabés lo que decís, Guinter querido.

GUINTER.-Yo sé siempre lo que digo. (Echa la mano al bolsillo y extrae un

cheque. Se lo alcanza.) Tomá, éste es mi regalo.

FRIDA (leyendo extrañada el cheque).-¿Setenta mil pesos? ¿Cómo, tenías

más dinero que el que has quemado?

GUINTER.-No.

FRIDA (con asombro creciente).-¿Y entonces?

GUINTER.-El dinero que ardió era moneda falsa. 

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FRIDA (se aparta lentamente de GUINTER. El cheque cae de entre sus manos

al suelo. Demudación de desilusión infinita relaja las líneas de su

rostro).-¡Ah... !

GUINTER.-¿Estás contenta, Frida? (Se acerca para tomarla de la cintura.)

FRIDA (abandonando la orilla de la bañera, donde se habrá dejado caer

automáticamente).-No me toques, Guinter.

GUINTER.-¿Qué te pasa?

FRIDA.-¿Cómo te procuraste ese dinero falso?

GUINTER.-Lo hice fabricar para mí. La imprenta que lo hizo sabía ya el destino

que tenía. Pero, ¿por qué me preguntás eso?

FRIDA (con el pensamiento ostensiblemente ausente de las palabras que

pronuncia).-¿Y hay gente que se atreve a hacer esas cosas?

GUINTER.-Pagándole, la gente se atreve a todo.

FRIDA (siempre abstraída).-Bueno..., es tarde, Guinter..., adiós...

GUINTER (estupefacto).-¿Cómo adiós?...

FRIDA (recobrándose con lentitud).-Bueno..., ha terminado la comedia. Guinter.

Sos un hombre..., un hombre como todos...

GUINTER (emocionado dolorosamente).-¿Qué decís... estás loca?

FRIDA (fría y triste).-Con razón que yo venía tan triste hacia aquí. Se jugaba mi

destino... y ¡en qué manos, Dios mío..., en tus manos de tramposo!

GUINTER.-Frida..., no pensás en lo que decís ...

FRIDA.-¡Qué pena... ! Me has roto para siempre... y porque sí, ¡Un tramposo!

¡Querer a un tramposo! (Lentamente se quita el anillo de compromiso y,

moviendo la cabeza como frente a un muerto, mira un instante la

hoguera que reanima en su rostro un resplandor bermejo y arroja el

anillo a la bañera. Algunas lágrimas corren por su carita.) ¡Qué pena,

Dios mío, qué pena! (Sale sin mirar a GUINTER, que conmovido, se

apoya en el muro con anonadamiento mentecato.)

TELON