EL GRAN DIOS BROWN
Eugene O’Neill
Personajes:
WILLIAM A. BROWN (BILLY)
Su PADRE, contratista
SU MADRE
DION ANTHONY
Su PADRE, constructor
SU MADRE
MARGARET
SUS TRES HIJOS
CYBEL
En la Oficina de Brown:
DOS DIBUJANTES
UNA TAQUÍGRAFA
ESCENARIOS
Prólogo: El muelle del Club. Una noche de luna, a mediados de junio.
ACTO I
Escena I: El salón del departamento de Margaret Anthony.
De tarde. Siete años después.
Escena II: La oficina de Billy Brown. Esa misma tarde.
Escena III: La sala de recibo de Cybel. Esa noche.
ACTO II
Escena I: La sala de recibo de Cybel. Siete años después. Al atardecer.
Escena II: La sala de dibujo de la oficina de William A.
Brown. El mismo día, al anochecer.
Escena III: La biblioteca, en casa de Brown. Esa noche.
ACTO III
Escena I: La oficina de Brown, un mes después. De mañana.
Escena II: La biblioteca, en casa de Brown. Esa noche.
Escena III: El salón, en casa de Margaret. Esa noche.
ACTO IV
Escena I: La oficina de Brown, semanas después. En las últimas horas de la tarde.
Escena II: La biblioteca, en casa de Brown, horas después.
Esa noche.
Epílogo:
El muelle del Club. Cuatro años después.
PRÓLOGO
Escenario: Una sección transversal del muelle, en el Club del pueblo. A foro, más allá del borde, un espacio rectangular con bancos en los tres lados. Una baranda cerca todo el embarcadero por detrás.
Noche de luna a mediados de junio. Del Club llega la música del cuarteto del colegio que toca «Dulce Adelina», con muchos trémolos ultrasentimentales. Se oye el débil eco de los aplausos; luego, nada más que el rumor de las olas al lamer los pilares del muelle y sus latigazos sobre la playa. Finalmente se oye ruido de pasos sobre el entarimado y entra por derecha Billy Brown, con su padre y su madre. La madre es una mujer regordeta de cuarenta y cinco años, emperifollada con un traje de encaje negro y lentejuelas. El padre es un hombre de cincuenta años o más, el prototipo del hombre de negocios de provincias, dinámico, amable, triunfador, fornido y cordial en su traje de etiqueta. Billy Brown es un muchacho de unos dieciocho años, guapo, alto y atlético. Rubio y de ojos azules, su sonrisa es agradable y su rostro franco: y la expresión de su fisonomía revela que ya sabe dominarse. Sus modales ostentan la aplomada confianza en sí mismo propia de una inteligencia normal. Viste traje de etiqueta. Los tres entran del brazo, la madre entre Billy y su padre.
LA MADRE.- (Hablándole siempre al Padre.) Este pri-mer baile está mal organizado. ¡Qué manera de cantar!
¡Qué malas voces! ¿Por qué no lo hacen cantar a Billy?
BILLY.-(A ella.) ¡Qué ocurrencia, mamá! ¡Mi voz parece una bocina de barco! (Ríe.)
LA MADRE.- (Melancólica, sin mirarlos.) Yo tenía una
linda voz cuando niña. (Al Padre, sarcásticamente.) ¿Viste cómo se pavoneaba el hijo de Anthony con esos sucios pantalones de franela?
EL PADRE.-Se estaba exhibiendo
LA MADRE.-¡Qué descaro! Es tan rústico como su padre.
EL PADRE.-Al viejo, no hay peros que ponerle. Lo único que le echó en cara, es que haya sido demasiado rutinario para dejarme remontar vuelo.
LA MADRE.- (Con amargura.) Te ha mantenido a su mismo nivel... por mera envidia.
EL PADRE.- Pero me asoció a su negocio. No lo olvides...
LA MADRE.- (Con aspereza.) ¡Porque eras el alma de la empresa! ¡Porque tenía miedo de perderte! (Pausa.)
BILLY.-(Con admiración.) Dion vino con su traje viejo para ganar una apuesta. ¡Qué gran muchacho! ¡Era muy capaz de venirse en pijama!
(Sonríe burlonamente de una manera significativa.)
LA MADRE.-¡Qué clara está la luz de la luna! ¿Verdad? (Va hacia el banco del centro y se sienta. Billy permanece de pie en el rincón izquierdo, primer término, la mano apoyada sobre la baranda, como un reo en la sala de audiencias frente al juez. Su padre, de pie delante del banco de la derecha. La Madre anuncia, con decisión.)
¡Cuando haya terminado el colegio superior, Billy deberá estudiar alguna profesión! ¡Estoy resuelta a que así sea!
(Se vuelve hacia su marido con aire desafiante, como si esperara oposición de su parte.)
EL PADRE.- (Vehemente y conciliador.) Es precisamente lo que he estado pensando, querida. ¡Arquitectura!
¿Qué te parece? ¡Billy será arquitecto, un arquitecto de primera! ¡Esa es mi propuesta! ¡Lo que siempre quise ser yo, pero que nunca tuve oportunidad de conseguir!
Billy se graduará y entonces lo asociaremos a la firma.
¡La razón social se llamará «Anthony, Brown e Hijo, arquitectos y constructores», en vez de «contratistas y constructores»!
LA MADRE.-(Suspirando por la realización de un sueño.) Y ya no volverán a ocuparse de aceras...
o de cavar alcantarillas... ¿verdad?
EL PADRE.-(Algo irritado.) ¡Yo y Anthony podemos construir todo lo que se le ocurra a tu niño mimado... hasta una iglesia! (Argumentando en favor de su idea.)
¡Será una gran oportunidad para él! ¡Dibujará los planos, dará impulso al negocio y hará famosa a nuestra firma!
LA MADRE.-(Pensativa.) Cuando me pediste que me casara contigo, me pareció que tu porvenir prometía ser triunfal. .. tu porvenir, que iba a ser el mío. (Con un suspiro.) Bueno... después de todo, no lo hemos pasado tan mal.
Ahora se trata del porvenir de Billy. ¿Le gustaría a Billy ser arquitecto? (Dice esto sin mirar a su hijo.)
BILLY.-Sí, mamá. (Dócilmente.) Nunca pensé gran
cosa en lo que haría al regresar del colegio... pero eso
de la arquitectura me suena muy bien.
LA MADRE.-(Sin mirarlo, orgullosamente.) Billy solía dibujar casas cuando pequeño.
EL PADRE.-(Con regocijo.) A Billy le sobra pasta para triunfar si trabaja de firme.
BILLY.-(Respetuosamente.) Trabajaré de firme, papá.
LA MADRE.-¡Billy es capaz de lograr cualquier cosa!
BILLY.-(Con aire embarazado.) Haré lo posible, mamá.
(Pausa.)
LA MADRE.- (Con súbito escalofrío.) ¡Las noches son
mucho más frías que antaño! Una vez, cuando niña, me
bañé a la luz de la luna... Pero la luz de la luna era tan
tibia y hermosa, entonces... ¿Recuerdas, papá?
EL PADRE.- (Rodeándola cariñosamente con el brazo.)
Ya lo creo, mamá. (La besa. La orquesta del Club ataca un vals.)
Tocan otra pieza. Volvamos para ver bailar a los jóvenes.
(Se dirigen hacia el salón, mientras Billy permanece inmóvil.)
LA MADRE.- (De improviso, volviendo la cabeza.) Quiero ver bailar a Billy.
BILLY.-(Respetuosamente.) ¡Sí, mamá! (Los sigue. Durante unos momentos, se oye el suave rumor de la música y el gemido de las olas. Luego, nuevamente, se oyen pasos y entran los tres Anthony. En primer término, el Padre y la Madre, que no llevan máscara.
El Padre es un hombre alto, delgado, de cincuenta y cinco a sesenta años, de rostro ceñudo, reservado, terco hasta el punto de transparentar cierta estúpida debilidad. La Madre es
una mujer enjuta, frágil y marchita, de modales eternamente nerviosos y desasosegados, pero de un rostro dulce
y gentil que en el pasado ha sido hermoso. El Padre viste un traje negro que le ajusta muy mal, semejante al de un plañidero profesional: la Madre, un traje negro barato
y sencillo. Los sigue, como si fuera un extraño, y aparte, el hijo de ambos, Dion. Es casi de la misma estatura de
Billy Brown, pero flaco y fuerte: y se mueve continuamente, en un derroche de energías nerviosas. Su rostro está enmascarado.
La máscara es una forzada adaptación de su verdadero rostro triste, espiritual, poético, apasionadamente hipersensible, con un irremediable desamparo en su infantil y religiosa fe en la vida- a la expresión fisonómica de un joven Pan alegremente burlón, temerario, desafiante y sensual. Viste una camisa gris de franela, abierta en el cuello, zapatillas de sport sobre los pies desnudos y unos sucios pantalones blancos de franela.
El Padre se acerca a grandes pasos al banco del centro y se sienta.
La Madre, hasta entonces tomada de su brazo, lo suelta y permanece de pie junto al banco de la derecha. Ambos contemplan a Dion, el cual, con estudiada negligencia, ocupa junto a la baranda el mismo lugar que ocupara minutos antes Billy Brown. Ellos lo miran: con aire intrigado y perplejo.)
LA MADRE.-(Repentinamente, suplicante.) ¡Lo que debieras hacer, simplemente, es mandarlo a la universidad!
EL PADRE.-¡Bah! No creo en las virtudes de la enseñanza. Las universidades convierten a los muchachos en haraganes que sólo saben vivir a costa de sus pobres padres. ¡Que luche como tuve que hacerlo yo! ¡Eso le enseñará a apreciar el valor de cada dólar! La universidad solamente lo hará más tonto aún. Yo no pasé de la escuela primaria, pero gané bastante dinero y fundé una empresa sólida. ¡Que Dion se haga hombre como me hice hombre yo!
DION.- (Zumbón, sin mirarlos.) Este señor Anthony es mi padre, pero se imagina que es el propio Dios Padre. (Ambos lo miran absortos.)
EL PADRE.-(Con colérico desconcierto.) ¿Qué... qué... qué... significa eso?
LA MADRE.-(Reconviniendo con dulzura a su hijo.)
¡Dion, querido mío! (A su marido, con tono despectivo.)
¡Brown es el que se lleva todos los elogios! ¡Le dice a todo el mundo que el éxito se debe a su energía... y que tú sólo eres un viejo rutinario!
EL PADRE.-(Herido, con aspereza.) ¡Maldito estúpido! ¡Bien sabe que si yo no hubiera puesto mi sentido común en el negocio, nos habría arruinado desde hace tiempo con sus locuras!
LA MADRE.-Ahora piensa mandar a Billy a la universidad. Estudiará arquitectura, también, para poder ayudarles a ustedes a dar impuso a la empresa... ¿sabes? Acaba de decírmelo la señora Brown.
EL PADRE.-(Enojado.) ¿Qué dices? (Volviéndose bruscamente hacia Dion, con aire furioso.)
¡Entonces, ya te puedes ir preparando para estudiar lo mismo! ¡Y serás mejor arquitecto que el hijo de Brown, o te echaré a la calle sin un centavo! ¿Me oyes?
LA MADRE. (Cariñosamente.) Creo que serás un arquitecto maravilloso, Dion. Siempre has pintado cuadros tan hermosos...
DION.-(Sobresaltado, con resentimiento.) ¿Por qué ha de mentir mi madre? ¿Acaso tengo yo la culpa? Bien sabe que sólo he tratado de pintar y nada más.
(Apasionadamente.) ¡Pero lo haré algún día! ¡Vaya si lo haré!
(Rápidamente, otra vez burlón.) ¡Adelante, a la universidad! Bueno... Por lo menos, no estaré en casa... ¿verdad? (Ríe de un modo extraño y se les acerca. El Padre se levanta con aire defensivo. Dion le hace una reverencia.) Le doy las gracias al señor Anthony por esta espléndida oportunidad de crearme a mí mismo... (Besa a su madre, que se inclina con extraña humildad, como una criada a la cual saludara su joven amo, y agrega con ligereza.)... a la imagen de mi madre, de modo que ella pueda sentir su vida cómodamente acabada. (Se sienta en el sitio de su padre, en el centro, y su máscara mira hacia adelante con aire de glacial burla. Sus progenitores permanecen a ambos lados, contemplándolo en silencio.) LA MADRE.-( Por fin, con un estremecimiento.) Hace frío. Junio no era tan frío, antes. Recuerdo aquel mes de junio en que yo te llevaba en mis entrañas, Dion... tres meses antes de que nacieras. (Mira el cielo.) La luz de la luna era tibia, entonces. ¡Yo sentía que la noche me envolvía con un vestido de terciopelo, forrado de tibio cielo y adornado con hojas de plata!
EL PADRE.- (Ásperamente, pero con cierto temor.) Mi madre creía que los períodos de plenilunio resultaban los más adecuados para sembrar. Era muy anticuada. (Con un gruñido.) Siento que me está volviendo el reumatismo. Entremos.
DION.-(Con intensa amargura.) ¡Ocúltate! ¡Avergüénzate! (Ambos se sobresaltan y lo miran absortos.)
EL PADRE.-(Con amarga desesperanza, a su esposa, indicando al hijo.) ¿Quién es ése? ¡Tú lo has parido!
LA MADRE.-(Orgullosamente.) ¡Es mi niño! ¡Mi Dion!
DION.-(Con amargo resentimiento.) ¿Y quién quieres que sea? ¡El eterno hijo, siempre igual a sí mismo! (Burlón.) ¿Quieren entrar a bailar el señor Anthony y su esposa? ¡Las noches se están volviendo frías! ¡Y los días, más oscuros! ¡Juguemos al escondite! ¡Busquemos al mono en la luna! (Repentinamente da una cabriola como un arlequín y corre hacia adentro, riendo con forzada desenvoltura. Sus padres lo contemplan, luego lo siguen lentamente. De nuevo reina el silencio y sólo se oye el ruido de las olas que lamen el muelle.
Entra Margaret a la cual sigue Billy Brown, con aire de humilde adoración.
Margaret tiene cerca de diecisiete años, es bonita y vivaz, rubia, de grandes ojos románticos, cuerpo flexible y fuerte y facciones inteligentes, pero de expresión juvenil y soñadora, especialmente ahora, a la luz de la luna. Vis-te un sencillo traje blanco. Su rostro, desde que entra, lleva una máscara que es la exacta y casi transparente reproducción de sus facciones, pero que le da el carácter abstracto de «Una Muchacha>>, en vez de ser el individuo llamado Margaret.)
MARGARET.- (Mirando la luna y cantando en voz baja al entrar.) «¡Ah, luna, mi amada luna, luna sin menguante!»
BILLY.-(Con vehemencia.) Tengo ese disco. Lo ha grabado el tenor John McCormack. ¡Es maravilloso! Canta un poco más. (Ella sigue con el rostro vuelto hacia arriba, en silencio. Billy permanece de pie respetuosamente a espaldas de Margaret , mirando de soslayo con turbación su rostro. Procura entablar conversación.) Creo que el Rubáyat es un gran poema... ¿No opinas lo mismo? Yo nunca pude aprender un solo verso. Dion sabe recitar de memoria muchos poemas de Shelley.
MARGARET.- (Quitándose lentamente la máscara, le habla a la luna.) ¡Dion! (Pausa.)
BlLLY.-(Con agitación.) ¡Margaret!
MARGARET.-( A la luna.) ¡Dion es tan maravilloso!
BlLLY.-(Torpemente.) Te invité a salir porque quería
decirte algo.
MARGARET.-(A la luna.) ¿Por qué me mirará así Dion?
¡Eso me trastorna tanto!
BILLY.-Quería preguntarte algo, también.
MARGARET.-La única vez que Dion me besó... ¡fue inolvidable! Era una broma suya... pero yo sentí su beso de veras... ¡y él se dio cuento y se limitó a reír!
BILLY.-Porque el amor de Dion es lo incierto. El mío, en cambio, es lo seguro y creo que todos lo saben en el pueblo... y siempre me hacen bromas... ¡Es necesario que conozcas esa certeza, mis sentimientos por ti, Margaret!
MARGARET.-Dion es tan distinto de todos los demás... ¡Pinta de una manera tan hermosa y toca y canta y baila tan maravillosamente! Pero también es triste y tímido como un niño, por momentos... y adivina mi verdadera alma... y... y yo quisiera acariciar con mis dedos su cabello... ¡y lo amo! ¡Sí, lo amo! (Tiende sus brazos hacia la luna.) ¡Oh, Dion! ¡Te amo!
BILLY.-Te amo, Margaret!.
MARGARET.-Me pregunto si Dion... Esta noche, vi que me miraba de nuevo... ¡Oh! ¡Me pregunto si. ..!
BILLY. (Toma la mano de Margaret y estalla.) ¿No podrías amarme? ¿No te casarías conmigo... cuando me graduara...?
MARGARET.-Me pregunto dónde estará Dion, ahora.
BILLY.-(Oprimiendo la mano de Margaret, lacerado por la incertidumbre.) ¡Margaret! ¡Contéstame! ¡Te lo ruego!
MARGARET.-(Destrozado su sueño, se pone la máscara y vuelve hacia Billy, diciéndole, con tono práctico.)
Está refrescando. Volvamos adentro y bailemos, Billy.
BILLY.-(Con desesperación.) ¡Te amo! (Trata, torpemente, de besarla.)
MARGARET.-(Con risa divertida.) ¡Como un hermano!.
Puedes besarme, si quieres. (Lo besa.) Un gran beso fraternal. Eso no cuenta. (El retrocede, abrumado, la cabeza abatida. Ella se aparta y, quitándose la máscara, le dice a la luna.) ¡Ojalá Dion volviese a besarme!
BILLY.-(Penosamente.) Soy un pobre tonto. Debí comprenderlo. Claro que lo comprendo.
Estás enamorada de Dion. Vi cómo lo mirabas. ¿Verdad que lo amas?
MARGARET.-¡Dion! ¡Qué hermoso nombre!
BILLY.-(Con voz ronca.) Bueno... Dion fue siempre mi mejor amigo. Me alegro de que sea él. .. y creo que sé perder... (Oprime la mano de Margarita.) ¡De modo que te deseo todo el éxito y toda la dicha posibles, Margarita!... ¡Y recuerda que seré siempre tu mejor amigo! (Le oprime la mano de nuevo, traga saliva penosamente y dice con aire varonil:) ¡Entremos!
MARGARET.-(A la luna, ligeramente fastidiada.) ¿Qué hace aquí Billy Brown? Iré al extremo del muelle a esperar. Dion es la luna y yo soy el mar. Quiero sentir a la luna cuando besa el mar. Quiero que Dion abandone el cielo por mí. ¡Quiero que las olas de mi sangre abandonen mi corazón y lo sigan!
(Murmura, como una chiquilla.) ¡Dion! ¡Margaret! ¡Peggy es la chica de Dion... ¡Peggy es la nena de Dion!
(Canturrea riendo, traviesamente.) ¡Dion es mi papito! (Se encamina hacia el extremo del embarcadero, izquierda.)
BILLY.-(Que se ha apartado de ella.) Me voy. Le diré a Dion que estás aquí.
MARGARET.-(Con creciente fuerza y tono cada vez más categórico, hasta que al final es esposa y madre.) Y yo seré la señora de Dion... la esposa de Dion... y él será mi Dion... mi propio Dion... mi pequeño... ¡mi niño! ¡La luna se ha ahogado en las olas de mi corazón y la paz se ha sumergido en las profundidades del mar! (Desaparece por izquierda, el rostro vuelto hacia el cielo y despojado de su máscara, como el de una extática visionaria. Nuevo silencio, durante el cual se oye música bailable. Cesa la música y entra Dion. Este se acerca rápidamente al banco del centro y se deja caer sobre él, ocultando el enmascarado rostro entre sus manos. Un momento después, alza la cabeza, mira en torno, escucha con aire acosado y luego, lentamente, se quita la máscara.
Bajo la radiante luz de la luna aparece su verdadero rostro, contraído, tímido y dulce, lleno de honda tristeza.)
DION.-(Con dolorida perplejidad.) ¿Por qué tengo miedo de bailar, yo que amo la música y el ritmo y la gracia y el canto y la risa? ¿Por qué tengo miedo de vivir, yo que amo la vida y la belleza de la carne y los vivos colores de la tierra y el cielo y el mar? ¿Por qué tengo miedo de amar, yo que amo al amor? ¿Por qué tengo miedo, yo que no tengo miedo? ¿Por qué debo fingir desdén para poder sentir piedad? ¿Por qué debo ocultarme tras el desprecio de mí mismo para poder comprender? ¿Por qué debo avergonzarme tanto de mi fuerza y enorgullecerme tanto de mi debilidad? ¿Por qué debo vivir en una jaula como un delincuente, desafiando y odiando, yo que amo la paz y la amistad?
(Elevando las manos juntas, en ademán de súplica.) ¿Por qué he nacido sin piel, oh Dios mío, y tengo que usar armadura para poder tocar o ser tocado? (Pausa de un segundo de expectante silencio. Luego, bruscamente, Dion vuelve a colocarse con violencia la máscara, con gesto desesperado, y su voz cobra un acento amargo y sardónico.) O, mejor dicho, Viejo de la Barba Gris... ¿Para qué diablos he nacido? (Se oyen pasos a derecha. Dion se vuelve rígido y su máscara mira hacia adelante. Billy entra por derecha, arrastrando los pies con aire desconsolado. Al ver a Dion se detiene bruscamente y en sus ojos fulgura un destello de resentimiento, pero, de inmediato, el <<buen perdedor>> vence este sentimiento.)
BILLY.-(Con aire turbado.) Hola, Dion. Te he estado buscando por todas partes. (Se sienta en el banco de la derecha y adopta con esfuerzo un tono festivo.) ¿Qué haces aquí solo, tonto? ¿Quieres enloquecer más aún? (Pausa. Con torpeza.) Acabo de separarme de Margaret...
DION.-(Con un sobresalto, se coloca de inmediato burlonamente a la defensiva.) ¡Dios los bendiga, hijos míos!
BILLY.-(Áspero y con rudeza plebeya.) Yo estoy fuera de combate. Margaret me dio pasaporte. Tú eres el favorecido. ¡Entra y vence! Hemos sido camaradas desde la niñez... ¿verdad?... y me alegro de que seas tú el ganador, Dion. (Después de pronunciar estas últimas palabras con voz ronnca, Billy busca torpemente la mano de Dion y la sacude.)
DION.-(Retirando su mano con amargura.) ¿Camaradas? ¡Oh, no! ¡Billy Brown me despreciaría!
BILLY.-Ella te espera ahora, en el extremo del embarcadero.
DION.-¿A mí? ¿Cuál? ¿Quién? ¡Oh, no! ¡Las muchachas sólo se permiten mirar lo que puede verse!
BILLY--Te ama.
DION.-(Conmovido, después de una pausa, balbucea.)
¿Un milagro? ¡Tengo miedo! (Canturreando, con volubilidad.) ¡Yo amo, tú amas, él ama, ella ama! Ella ama... ella ama... ¿El qué?
BILLY.-Y yo sé perfectamente que, bajo tu fanfarrona extravagancia, estás loco por ella.
DION.-(Conmovido.) ¿Bajo mi extravagancia? ¡Amo el amor! ¡Ansío ser amado! ¡Pero tengo miedo! (Agresivamente_) ¡Tenía miedo! ¡Ahora, no! ¡Ahora puedo hacerle el amor… a cualquiera! ¡Sí! ¡Amo a Peggy! ¿Por qué no? ¿Quién es ella? ¿Quién soy yo?
Nosotros amamos, vosotros amáis, ellos aman, ¡uno ama! ¡Nadie ama!
¡Todo el mundo ama a una amante, Dios nos ama a todos nosotros y nosotros lo amamos a él! ¡El amor es una palabra, el fantasma desvergonzado y andrajoso de una palabra... que mendiga en todas las puertas la vida a cualquier precio.
BILLY.-(Siempre como si no hubiese oído las palabras de Dion.) Oye... Alojémonos en el mismo cuarto en el colegio...
DION.- ¡Billy quiere estar cerca de ella!
BILLY.-¡De acuerdo, pues! (Con sonrisa forzada.) ¡Puedes decirle a Margaret que cuidaré de que te portes bien! (Se aleja.) Hasta pronto. Recuerda que ella te espera. (Se va.)
DION.- (Aturdido, para sí.) Espera... ¡me espera! (Se quita lentamente la máscara. Su rostro está convulsionado y transfigurado de alegría. Contempla el cielo, en éxtasis.)
¡Oh, Dios que estás en la luna! ¿Has oído? ¡Ella me ama! ¡Ya no tengo miedo! ¡Soy fuerte! ¡Puedo amar!
¡Ella me protege! ¡Sus brazos me rodean suavemente!
¡Me envuelve con su tibieza! ¡Es mi piel! ¡Mi armadura! Ahora, he nacido... Yo… ¡el Yo!... único e indivisible... ¡Yo, que amo a Margaret! (Mira su máscara con aire triunfante, con tono de liberación.) ¡Estás superada! ¡Estoy más allá de ti! (Tiende los brazos hacia el cielo.)
¡Oh, Dios mío! ¡Ahora, creo! (La voz de Margaret llega desde el extremo del embarcadero.)
MARGARET.-¡Dion!
DION.-(En éxtasis.) ¡Margaret!
MARGARET.-(Más próxima.) ¡Dion!
DION.-¡Margaret!
MARGARET.-¡Dion! (Entra corriendo, la máscara en las manos. El salta hacia ella con los brazos tendidos, pero la joven retrocede con asustado chillido se pone precipitadamente la máscara.
Dion se echa atrás con un sobresalto. Margaret habla con frialdad y enojo.) ¿Quién es usted? ¿Por qué me llama? ¡Yo no lo conozco!
DION.- (Desolado.) ¡Te amo!
MARGARET.- (Con frenesí.) ¿Se trata de una broma … o está usted borracho?
DION.- (Con suplicante murmullo final.) ¡Margaret!
(Pero ella se limita a mirarlo desdeñosamente. Entonces, con brusco ademán, él se coloca la máscara y ríe con salvaje vehemencia y amargura.) ¡Ja, ja, ja! ¡Te he ganado esta partida, Peggy!
MARGARET.- (Con deleite, quitándose la máscara.)
¡Dion! ¿Cómo pudiste...? ¡No te reconocí en absoluto!
DION.- (La rodea audazmente con el brazo.) ¡Es la luna... la loca luna... el mono de la luna... el que nos está haciendo bromas! (La besa sin quitarse la máscara, una y otra vez, con romántica pasión de galán de comedia.) ¡Tú me amas! ¡Y lo sabes! ¡Dímelo! ¡Quiero sentirlo! ¡Quiero saberlo! ¡Quiero desear! ¡Desearte a ti como me deseas a mí!
MARGARET.- (En éxtasis.) ¡Oh, Dion! ¡Sí! ¡Te amo!
DION.-(Con irónico aplomo en la voz y tono enfático.) ¡También yo te amo! ¡Oh, locamente! ¡Oh! ¡Siempre y por siempre, amén! ¡Eres mi estrella vespertina y todas mis
Pléyades! ¡Tus ojos son azules estanques en que se deslizan ensueños de oro, tu cuerpo un joven abedul blanco que se echa atrás bajo los labios de la primavera.
¡Así! (La ha inclinado hacia atrás, sosteniéndola en sus brazos, su rostro sobre el de Margaret.) ¡Así! (La besa.)
¡Oh, Dion! ¡Dion! ¡Te amo!
DION.-(Con creciente dominio sobre ella en la voz.)
¡Yo amo, tú amas, nosotros amamos! ¡Ven! ¡Descansa!
¡Abandónate! ¡Suelta el mundo! ¡Cada vez más vago!
¡Desvanecido en el pasado! ¡Se fue! ¡La muerte! ¡Ahora! ¡Nace! ¡Despiértate! ¡Vive! Disuélvete en el rocío...
en el silencio... en la noche... en la tierra. . . en el espacio... en la paz... en el sentido... en la alegría... en Dios... ¡en el Gran Dios Pan! (Mientras tanto, la luna se ha ocultado gradualmente detrás de una negra nube, desvaneciéndose su luz. Hay un momento de intensa oscuridad y silencio. Luego la luz reaparece poco a poco. Se oye la voz de Dion, al principio en un murmullo, luego creciendo en volumen con la luz.) ¡Despierta! ¡Es hora de levantarse! ¡Hora de existir! ¡Hora de ir al colegio!
¡Hora de aprender! ¡De aprender a fingir! ¡Cubre tu desnudez! ¡Aprende a mentir! ¡Aprende a marcar el paso! ¡únete a la procesión! ¡El Gran Pan ha muerto! ¡Avergüénzate!
MARGARET.-(Con un sollozo.) ¡Oh, Dion! ¡Tengo vergüenza!
DION.-(Burlón.) ¡Sssht! ¡Mira al mono que está en la luna! ¡Míralo bailar! ¡Su cola es un pedazo de la cuerda que le quedó al desprenderse de Jehová y correr en busca del circo de Charles Darwin!
MARGARET.- ¡Ahora debes odiarme! ¡Lo sé! (Le echa los brazos al cuello y oculta la cabeza sobre su hombro.)
DION.-(Profundamente conmovido.) ¡No llores... !
¡No... ! (Súbitamente, se arranca la máscara y dice, con apasionado sufrimiento.) ¿Odiarte? ¡Te amo con toda mi alma! ¡Ámame! ¿Por qué no puedes amarme, Margaret?
(Intenta besarla, pero ella se incorpora de un salto con asustado grito, alzando la máscara ante su rostro a modo de protección.)
MARGARET.-¡No hagas eso! ¡Por favor! ¡No te conozco! ¡Me asustas!
DWN.-(Vuelve a ponerse la máscara y dice, con tranquilidad y amargura.) Está bien. Nunca más te dejaré verme. (La rodea con el brazo y dice, tiernamente burlón.) Te amo por medio de mi representante. ¡Eso es! ¡No temas! Dion Anthony se casará contigo algún día. (La besa.) <<Tomo a esta mujer
por esposa ante Dios y... » (Con tono tiernamente festivo.) ¡Hola, mujer! ¿Te sientes inmensamente crecida, ya? ¿Entramos, señora de Anthony... ? ¿Y puedo invitarla a bailar la próxima pieza?
MARGARET.-(Con ternura.) ¡Niño loco! (Riendo con júbilo.) ¡Señora de Anthony! Cuán maravillosamente suena... ¿verdad?
TELÓN
ACTO PRIMERO
ESCENA I
Escenario: Siete años después. En una casa dividida para que vivan en ella dos familias, salón de la señora de Dion Anthony; la casa está en un barrio residencial, uno de esos vecindarios de uniformidad arquitectónica que fatigan la vista con su monotonía. Los cuatro muebles que se ven están en armonía con esto: un sillón a la izquierda, una mesa con una silla más atrás en el centro, un sofá a la derecha. Se conserva aquí la misma distribución de bancos del prólogo, que causa el efecto de una sala de audiencias. En último término, un telón de fondo sobre el cual está pintada la pared de foro, con el insoportable detallismo realista sin vida de los estereotipados cuadros que adornan por lo general las salas de semejantes casas. Las últimas horas de la tarde de un día gris de invierno.
Dion está sentado detrás de la mesa. Mirando de frente. La máscara cuelga sobre su pecho, más abajo del cuello, dando la impresión de un segundo rostro. Su verdadero semblante ha envejecido mucho, volviéndose más tenso y torturado, pero al propio tiempo, cosa extraña, más altruista y ascético, más cristalizado en su resuelto retraimiento de la vida. También la máscara ha cambiado. Es más vieja, más desafiante y burlona, y su sarcástica sonrisa es más forzada y amarga, es la esencia de Pan que se vuelve mefistofélica. Empieza ya a acusar los estragos del libertinaje.
DION.-(Repentinamente, toma un ejemplar del Nuevo Testamento que está sobre la mesa y, metiendo un dedo al azar, lo abre y lee en voz alta el texto que éste señala: «Venid a mí todos los que estáis agobiados, y os daré descanso.» (Mira hacia adelante en una suerte de trance, el rostro iluminado por una luz interior, pero presa de dolorosa confusión y prosigue, en voz baja.) Iré, pero... ¿dónde estás, Salvador? (Se oye el ruido de la puerta de calle al cerrarse. Dion se sobresalta y se sujeta nuevamente la burlona máscara sobre el rostro. Tira el Testamento a un lado, desdeñosamente.) ¡Bah! ¡Una fijación de la vieja mamá cristianismo! ¡Lloriqueos de niño en la oscuridad!
(Ríe, con amargo desprecio de sí mismo. Rumor de pasos que se aproximan. Toma un periódico y se oculta detrás de él, precipitadamente. Entra Margaret. Viste de traje elegante y costoso y un tapado de pieles que al parecer ha sido rehecho y prestado ya sus servicios. Margaret ha madurado y adquirido un aire maternal, a pesar de su juventud. Su bello rostro es aún fresco y sano, pero en su nariz y su boca hay el principio de una expresión aprensiva y permanentemente inquieta y en sus ojos una herida de incomprensión. Dion finge estar enfrascado en su periódico. Margaret se inclina y lo besa.
MARGARET.- (Con fingida jovialidad.) Buenos días...
¡A las cuatro de la tarde! ¡Roncabas cuando me fui!
DION.-(La rodea con los brazos en ademán negligente y usual y dice con tono de burla.) ¡El Marido Ideal!
MARGARET.- (Preocupada ya por otro pensamiento, se sienta en la silla de la izquierda.) Temí que los niños te molestasen, de modo que los llevé a casa de la señora Young para que jugaran.
(Pausa. Dion vuelve a tomar el periódico. Margaret pregunta, con ansiedad.) Supongo que estarán muy bien allí... ¿no te parece? (Dion no contesta. Ella se muestra más herida que ofendida.) Me gustaría que trataras de tomarte más interés por los niños, Dion.
DION.- (Burlón.) ¿Quieres que me convierta en padre... antes del desayuno. Mi situación es demasiado delicada. (Ella se aparta, herida. Con aire contrito, él le acaricia la mano y dice, con tono vago.) Muy bien. Lo intentaré.
MARGARET.- (Oprimiéndole la mano, con ternura plena de espíritu de posesión.) Juega con tus hijos. Tú eres un niño más grande que ellos... por dentro.
DION.-(Burlándose de sí mismo y dándole un golpecito a la Biblia.) Por dentro... ¡me estoy volviendo absolutamente infantil! <<¡Que esos pequeños vengan a mí!>>
MARGARET.-(Aferrándose a su certeza.) Eres mi hijo mayor.
DION.-(Con burlona estimación.) ¡Ella pone en su lugar el Reino de los Cielos!
MARGARET.-(Retirando su mano.) Yo hablaba en serio.
DION.-También yo... sobre tal o cual cosa. (Ríe.)
¡Esta diplomacia doméstica! Nos hablamos en lenguaje cifrado... ¡y ninguno de los dos tiene la clave del otro!
MARGARET.-(Frunce el ceño, confusa, y fuerza un tono juguetón.) ¡Quiero conversar seriamente con usted, joven!
A pesar de sus promesas, ha seguido bebiendo y jugando tanto como el año pasado.
DION.-Desde que me supe incapaz de ser un artista... salvo en el oficio de vivir... ¡ ni aun en eso, siquiera! (Ríe, con amargura.)
MARGARET.-(Con convicción.) Pero tú sabes pintar,
Dion... ¡y pintas cosas muy bellas!
DwN.-(Con hondo dolor.) ¡No! (Súbitamente, toma la mano de su esposa y la besa con gratitud.) ¡Amo a Margaret! ¡Su ceguera excede a toda comprensión! (Con amargura.) ¿O se trata de piedad?
MARGARET.-Sólo nos quedan unos cien dólares en el banco.
DION.-(Con sorpresa, aturdido.) ¡Cómo! ¿Se ha gastado ya todo el dinero que nos proporcionó la venta de la casa?
MARGARET.-(Con aire fatigado.) Has cobrado cheques a diario... o poco menos. Has estado bebiendo... no has contado…
DION.- (lrritable.) ¡Ya lo sé! (Pausa. Con seriedad.) No tenemos ya con qué vivir... ¿eh? Bueno... Durante cinco años, ese dinero nos permitió residir tranquilos en el extranjero. Nos compró un poco de felicidad, en cierto modo ...¿verdad? Nos permitió vivir y amar y tener hijos... (Ligera pausa, con amargura.)... ¡y me dio la ilusión de suponerme creador antes de descubrir que era incapaz de crear!
MARGARET.-(Esta vez con forzada convicción.) Pero tú sabes pintar... ¡y con belleza!
DION.-(lrritado.) ¡Calla! (Pausa. Sarcástico.) ¿De modo que mi esposa cree digno de mí establecerme y mantener a mi familia en la atmósfera de pobreza a la cual tendrá que acostumbrarse?
MARGARET.-(Tímidamente.) No digo eso... pero... hay que hacer algo.
DION .-(Con aspereza.) ¿Podría sugerirme amablemente qué, señora de Anthony?
MARGARET .-Acabo de encontrarme en la calle con Billy Brown. Dijo que tú habrías sido un buen arquitecto, de haber perseverado.
DION.-¡Adulón! ¿En vez de dejar el colegio cuando murió papá? ¿En vez de casarme con Peggy y de ir al extranjero y de ser feliz?
MARGARET.-(Como si no hubiese oído.) Habló de cuán bien solías dibujar.
DION.-Billy amó a Margaret, antaño.
MARGARET .-Quiso saber por qué no le has hecho una sola visita.
DION .-Billy está predestinado por los cielos al éxito.
¡Es la voluntad de Mamón! Anthony y Brown, contratistas y constructores... la muerte se lleva a Anthony y yo vendo mi parte en el negocio.. . Billy se gradúa... Brown e Hijo, arquitectos y constructores... el viejo Brown sucumbe de paternal orgullo... ¡y ya lo tenemos a William A. Brown, arquitecto! Pero... ¡si hasta su carrera tiene un trazo arquitectónico! ¡Parece una de las tortas de barro de Dios!
MARGARET.-Insistió por mi intermedio en que lo visitaras.
DION .-(Se levanta de un salto y dice, con tono categórico.) ¡No! ¡El orgullo! ¡Yo fui un ser vivo!
MARGARET.-¿Por qué no hablas con él?
DION .-¡El orgullo de mi fracaso!
MARGARET.-Ustedes fueron siempre tan buenos amigos...
DION .-(Con creciente desesperación.) El orgullo que siguió a la caída del hombre... ¡con el que ríe como un creador ante sus derrotas!
MARGARET.-No por mí. .. sino por ti mismo... ¡y, más que nada, por los niños!
DION .-(Con tremenda desesperación.) ¡El orgullo! ¡El orgullo sin el cual los dioses son gusanos!
MARGARET.-(Después de una pausa, mansa y humildemente.) ¿No quieres? ¿Eso te lastimaría?
Bueno, querido. No te preocupes. Nos arreglaremos de algún modo... no pienses más en eso... Comienza de nuevo a pintar tus bellos cuadros... y yo puedo obtener ese empleo en la biblioteca... ¡Me divertirá tanto trabajar allí! (Le toma la mano, tiernamente.)
Te amo, querido. Comprendo.
DION.-(Se desploma en su silla, abrumado, rehuyendo la mirada de Margaret!, como rehúye ella la de él, aunque las manos de ambos están entrelazadas aún y dice con voz trémula y expirante.) ¡El orgullo muere! (Como si se asfixiara, retira la máscara del resignado, pálido y sufriente rostro. Ora como un santo en el desierto al exorcizar a un demonio.) ¡El orgullo ha muerto! ¡Benditos sean los humildes! ¡Benditos sean los pobres de espíritu!
MARGARET.-(Sin mirarlo, con tono maternal y consolador.) ¡Mi pobre niño!
DION.-(Con resentimiento, volviendo a ponerse la máscara y levantándose de un salto, sarcásticamente.) ¡Benditos sean los humildes porque heredarán las tumbas!
¡Benditos sean los pobres de espíritu porque son ciegos!
(Con atormentada amargura.) ¡Perfectamente! ¡Entonces
le pediré a mi mujer que visite a Billy Brown y le ruegue por mí... algo más lamentable que si fuese yo mismo!
(Con vehemente burla.) Pregúntale si tiene trabajo para
un Joven de talento que sólo es sincero cuando está borracho... suplícale en nombre del viejo amor, de la vieja amistad... ¡suplícale, ruégale que sea un héroe generoso! ¡Y que salve a la esposa y a sus hijos! (Ríe, con una suerte de deleite diabólico e irónico y se dispone a marcharse.)
MARGARET.- (Con mansedumbre.) ¿Vas a salir, Dion?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Quieres hacerme el favor de pasar por la carnicería y de decirles que me manden dos libras de costillas de cerdo?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Y de detenerte en casa de la señora
Young y de decirles a los niños que vuelvan inmediatamente?
DION.-SÍ.
MARGARET.-¿Volverás para la cena, Dion?
DION.-No. (Sale, se oye el portazo que da al salir a la calle. Margaret suspira con fatigada incomprensión y va hacia la ventana y mira afuera.)
MARGARET.-(Inquieta.) Supongo que los niños tendrán cuidado al cruzar la calle.
TELÓN
ESCENA II
Escenario, la oficina de Billy Brown, a las cinco de la tarde. En el centro, un hermoso escritorio de caoba detrás del cual se halla un sillón giratorio. A la izquierda del escritorio, una butaca de oficinas. A la derecha del mismo, un canapé de oficina.
A foro, telón de una pared de oficina, tratada en forma similar a la de la escena I en su exagerado detallismo. Billy Brown está sentado ante su escritorio, mirando un plano a la luz de una lámpara de mesa. Se ha convertido en un hombre de negocios norteamericano de tipo universitario, bien parecido, elegante, capaz, infantil aún y dueño de la misma atrayente personalidad de antes.
Suena el teléfono.
BROWN.- (Atendiendo.) Sí. .. ¿Quién? (Esto, con tono sorprendido. Luego añade, con ansioso placer.) Hágala pasar inmediatamente. (Entra Margaret. Su rostro está oculto detrás
de la máscara de la hermosa matrona joven que apenas si es ya una mujer y que adopta una actitud de ingenua inocencia y valerosamente esperanzada frente a las cosas y no le confiesa herida alguna al mundo. Viste como en la escena primera, pero con algunos toques adicionales de eficaz acicalamiento.)
MARGARET.- (Alegremente.) ¡Hola, Billy Brow!
BROWN.- (Turbado en su presencia, le estrecha la mano.) Entra. Siéntate. Esto es una gran sorpresa, Margaret. (La joven se sienta en el canapé. Brown, en el sillón que está detrás del escritorio, como antes.)
MARGARET.-(Mirando a su alrededor.) ¡Qué hermosas oficinas! ¡Caramba! ¡Billy Brown está instalado a lo grande!
BROWN.-(Complacido.) Acabo de mudarme aquí. Mis oficinas anteriores eran demasiado sofocantes.
MARGARET.-Esto parece tan próspero... Pero no es de extrañar. Ya me habían dicho que Billy había progresado mucho.
BROWN.-(Modestamente.) Para serte franco, te diré que he tenido suerte, más que nada. Las cosas se me han presentado sin haber hecho gran cosa por conseguirlas.
(Con turbado orgullo.) Con todo... yo mismo he hecho alguna cosa. (Toma el plano del escritorio.) ¿Ves esto? Es mi plano del nuevo ayuntamiento. Acaba de ser aceptado
... provisionalmente... por la junta municipal...
MARGARET.-(Tomándolo, con tono vago.. ) Ah... ¿Sí?
(Mira el plano distraídamente. Pausa. Luego dice en forma repentina.) Dijiste en días pasados que Dion solía dibujar muy bien ...
BROWN.- (Con aire algo ceremonioso.) Sí, por cierto que sí. (Toma el plano de manos de Margaret y se siente interesado de inmediato y mira el dibujo de soslayo, frunciendo el ceño.) ¿Crees que le falta algo?
MARGARET.-(Con indiferencia.) En absoluto.
BROWN.-(Con alegre sonrisa.) La junta quería que esto fuese algo más norteamericano. Dicen que se parece demasiado a una tumba grecorromana convencional. (Ríe.) Quieren que se le añada un toque original de novedad moderna para darle vida y diferenciarlo de otros ayuntamientos. (Dejando el plano sobre el escritorio.) Y he estado meditando en la manera de satisfacerlos, pero mis pensamientos no se orientan al parecer por ese camino.
¿Se te ocurre algo?
MARGARET.-(Como si no lo hubiese oído.) Me dijiste que Dion dibujaba muy bien... ¿verdad?
BROWN.- (Procurando disimular su fastidio.) Pues, sí. ..
Dibujaba muy bien... y. supongo que aún puede hacerlo.
(Pausa. Brown reprime lo que supone un indigno despecho y se vuelve hacia ella, diciendo con generosidad.) Dion habría sido un arquitecto de primera.
MARGARET.-(Orgullosamente.) Lo sé. Pudo haber sido
lo que se le antojara.
BROWN.-(Después de una pausa, con turbación.) ¿Trabaja en algo Dion, actualmente?
MARGARET.-(A la defensiva.) ¡Oh, sí! ¡Pinta de una manera maravillosa! Pero parece un niño... Es tan poco práctico. No se preocupa de exponer sus trabajos en alguna parte... o de hacer algo así.
BROWN.-(Sorprendido.) La única vez que me encontré con él, me dijo, si mal no recuerdo, que había destruido todos sus cuadros... que estaba cansado de la pintura y la había abandonado por completo.
MARGARET.-(Rápidamente.) Es lo que le dice siempre
a la gente. ¡Ni siquiera desea que vean sus obras! ¡Imagínate! ¡Insiste en que son pésimas, cuando en realidad son magníficas! Es demasiado modesto para su propio bien... ¿no te parece? Pero admito que no ha pintado mucho últimamente, desde nuestro regreso. ¡Los niños le roban tanto tiempo! ¡Dion los adora! Temo que se esté convirtiendo irremediablemente en un padre de familia, todo lo contrario de lo que habrían podido esperar quienes lo conocieron en otros tiempos.
BROWN.-(Penosamente molesto por falsa lealtad de Margaret a Dion y su propio conocimiento de los hechos.)
Sí, ya lo sé. (Tose con afectación.)
MARGARET.-(Picada por algo que adivina en su actitud.) Pero supongo que las malas lenguas habrán seguido diciendo de él las mismas tonterías de siempre. (Con risa forzada.)
¡Pobre Dion! (Su voz desfallece un poco, contra su voluntad.)
BROWN.-(Precipitadamente.) Yo no he oído habladuría alguna... salvo en lo relativo a cuestiones de dinero.
MARGARET.-(Con risa forzada.) ¡Oh! ¡Y en eso quizá no les falte razón! Dion es tan generosamente tonto con su dinero, como todos los artistas...
BROWN.-(Con cierta insistencia.) Dicen que has pedido un empleo en la Biblioteca.
MARGARET.-(Adoptando con esfuerzo un tono alegre.)
¡Sí, por cierto! ¿Verdad que será entretenido? ¡Quizás eso mejore mis facultades intelectuales! Y uno de nosotros debe ser práctico... de modo que... ¿por qué no habría de serlo yo? (Fuerza una alegre sonrisa de adolescente.)
BROWN.-(Le toma impulsivamente la mano y dice, con torpeza.) Escúchame, Margaret. Seamos enteramente sinceros... ¿quieres? Soy tu amigo desde hace tantos años... Y tengo tantos deseos de... Tú sabes que yo haría cualquier cosa por ayudarte... o por ayudar a Dion.
MARGARET.-(Retirando su mano, con frialdad.) Temo... temo no comprenderte, Billy Brown.
BROWN.-(Con sumo embarazo.) Te diré... Yo... yo sólo quise decirte... que si ustedes necesitaban... ya comprenderás... (Pausa. Mira con aire de interrogación el rostro de Margaret, que rehúye su mirada y se aventura luego por otro camino, con tono práctico.) Quiero hacerle una proposición a Dion... siempre que pueda dar con él. Se trata de esto... Tengo muchísimo trabajo -una racha de suerte-, pero me falta gente.
Necesito con urgencia a un jefe de dibujantes de primer orden... o, de lo contrario, me expongo al fracaso. ¿Crees que Dion tomaría en cuenta esta oferta... como un expediente provisorio... hasta que se sintiera de nuevo con ganas de pintar?
MARGARET.- (Tratando de ocultar su ansiedad y alivio, con aire sosegado.) Sí.
Ustedes fueron siempre tan buenos amigos... Estoy segura de que Dion te ayudará con mucho gusto.
BROWN.-(Con desconfianza.) Pensé que a Dion podía molestarle la idea de trabajar para... quiero decir, conmigo... ya que, si él no le hubiera vendido su partea mi padre, sería ahora mi socio... (Sinceramente.) y ...¡caramba!... ojalá lo fuese... (Brusco.) Tratemos de acorralado ahora mismo, Margaret. ¿Está en casa Dion, en este momento? (Tiende la mano hacia el teléfono.)
MARGARET.-(Con precipitación.) No... Salió a dar una larga caminata.
BROWN.-Quizás yo pueda encontrarlo, más tarde, en algún sitio de la ciudad.
MARGARET.-(Con acento de súplica.) Te ruego que no te molestes. Está de más. Estoy segura de que, cuando yo hable con él. .. Dion vendrá a cenar... (Levantándose.) De modo que... ¿convenido, verdad? Dion se alegrará tanto de poder ayudarle a un viejo amigo... ¡es tan leal y ha sentido siempre tanto afecto por Billy Brown! (Tendiéndole la mano.) ¡Ahora debo irme!
BROWN.-(Le estrecha la mano.) Adiós, Margaret. Confío en que nos visitarás a menudo cuando Dion trabaje aquí.
MARGARET.-Sí. (Sale.)
BROWN.-(Vuelve a sentarse ante su escritorio, sumido en un ensueño melancólico no del todo desagradable.
Murmura, con admiración, pero compasivamente.) ¡Pobre
Margaret! ¡Es una mujer valiente, pero le ha tocado en suerte una vida bien difícil! (Con indignación.) ¡Vaya!
¡Le echaré un buen sermón a Dion un día de éstos!
TELÓN
ESCENA III
Escenario: Sala de recibo de Cybel. A foro, en el centro, una pianola automática que funciona echándole una moneda. A su derecha, un sucio sofá dorado, de segunda mano.
A la izquierda, una silla tapizada de felpa carmesí, pelada a trechos. El telón de fondo, que representa la pared de foro, es de un empapelado barato, de insípido color amarillo-pardo, que da la vaga sensación de un campo en barbecho a principios de la primavera. Hay un despertador barato sobre la tapa de la pianola. A su lado, yace la máscara de Cybel.
Dion se halla tendido de espaldas sobre el sofá, sumido en profundo sueño. La máscara está caída sobre su pecho.
Su pálido rostro está extrañamente puro, espiritual y triste.
La pianola martilla desmañadamente un sentimental potpourri de canciones americanas.
Cybel está sentada en el taburete ubicado delante de la pianola. Es una mujer fuerte, tranquila, sensual, rubia, de unos veinte años, poco más o menos, de tez fresca y sana, de busto arrogante y anchas caderas, de movimientos lentos y plenos de maciza languidez, como los de un animal, y de grandes ojos en que se refleja el hervor de profundos instintos. Masca chicle, como una vaca sagrada que ha olvidado el tiempo con un fin eterno. Sus ojos están fijos, sin revelar curiosidad, en el pálido rostro de Dion.
CYBEL.- (Al terminar la melodía, lanza una rápida mirada al reloj, que señala la medianoche, va lentamente hacia Dion y le pone la mano con dulzura sobre la frente) ¡Despiértate!
DION.- (Se mueve, suspira y murmura entre sueños.)
<<Y Él posó sus manos sobre ellos y los curó.>> (Con un
sobresalto abre los ojos e, incorporándose a medias, mira a Cybel absorto, con perplejidad.)
¿Qué... dónde... quién eres? (Tiende la mano hacia su máscara y se la pone, con gesto defensivo.)
CYBEL.-(Con tono plácido.) Sólo una hembra más. Te
encontré tendido sobre mi escalinata, profundamente dormido. No quise correr el riesgo de que los policías te encontraran allí y me culparan del asunto, de modo que te traje aquí para que durmieses tu borrachera.
DION.-(Zumbón.) ¡Benditos sean los piadosos, hermana! No tengo un solo centavo... ¡pero te recompensarán en el cielo!
CYBEL.-(Tranquila.) Yo no derrochaba mi piedad.
¿Por qué había de hacerlo? Tú eres feliz... ¿verdad?
DION.-(Con aire de aprobación.) ¡Magnífico! Veo que no hablo con una moralista.
CYBEL.-(Alejándose.) Y pareces un buen muchacho, por lo demás... cuando estás dormido.
Mira... Es mejor que te vayas a tu casa y te acuestes, o te cerrarán la puerta de la calle.
DION.-(Burlón.) ¡Ahora se pone usted maternal, se ñorita Tierra! ¿No hay más respuesta que ésa... clavar mi alma en cualquier almohadilla desocupada? (Cybel mira fijamente la máscara de Dion, y su rostro se vuelve duro. Dion ríe.) Pero te ruego que sigas acariciando mi dolorida frente. ¡Tu mano es una fresca cataplasma de barro sobre el aguijón del pensamiento!
CYBEL.-(Serenamente.) Basta de farsa. Detesto a los engreídos. (Lo mira como esperando que Dion se quite la máscara. Luego le da la espalda con indiferencia y va hacia la pianola.) Bueno... Si estás dispuesto a ser simplemente como cualquier otro de los caballeros que me visitan, no hay inconveniente... Tendré que jugar contigo. (Toma su máscara y se la coloca; luego se vuelve. La máscara es el semblante pintado y de ojos ennegrecidos de la prostituta veterana. Y Cybel dice, con voz áspera y ronca.) ¡Sírvase revelar sus intenciones deshonestas, si es que las tiene! ¡No puedo pasarme la noche
sentada haciéndole compañía! ¡Escuchemos un poco de música! (Inserta una moneda en la máquina. Vuelve a oírse la misma melodía sentimental. Ambas máscaras se miran. Cybel ríe.)
¡Vamos! ¡Estoy pronta! ¡Tú juegas, joven Satanás!
DION.-(Se quita lentamente la máscara. Cybel detiene la música de un tirón. El rostro de Dion es dulce y triste, y el joven dice,
humildemente.) Lo siento. ¡Me ha atormentado tanto siempre el sentirme tocado!
CYBEL.-(Quitándose la máscara, con comprensiva simpatía, mientras se acerca y se sienta sobre su taburete.)
¡Pobre muchacho! Eso nunca me sucedió, pero me lo imagino. A una la abrazan y la besan y la sientan sobre las rodillas y la pellizcan y quieren que una se vista y se desvista... como si fuese una esclava... ¡Créeme que yo nunca me dejaría tratar así!
DION.-(Volviéndose hacia ella.) También tú te has extraviado en callejones sin salida. (Súbitamente, le tiende la mano.) Pero eres fuerte… Seamos amigos.
CYBEL.-(Con extraña severidad, escudriñando su rostro.) ¿Y... nada más?
DION.-(Con extraña sonrisa.) Digamos... ¡nada menos! (Ella le toma la mano. Se oye el timbre de la puerta de calle. Ambos se miran. Otra vez el timbre.)
CYBEL.-(Se pone la máscara, Dion hace lo mismo.
Cybel dice, con tono burlón.) Cuando una tiene que amar para vivir, es difícil amar la vida.
¡Será mejor que yo ingrese en la Confederación Norteamericana del Trabajo y pronuncie discursos en favor de la noche de ocho horas!
¿Tienes un níquel, chico? Toca una canción. (Sale. Dion
pone una moneda en la pianola. Se reinicia la misma melodía sentimental. Cybel vuelve, seguida por Billy Brown. El rostro de Brown ostenta una rígida circunspección, pero se advierte su altanera repugnancia ante la actitud de Dion. Éste detiene la pianola, y él y Brown se contemplan durante unos instantes, mientras Cybel los mira. Luego, aburrida, la joven bosteza.) Este te estaba dando caza. Apaguen las luces cuando se marchen.
Me voy a dormir. (Cuando va a salir, como si recordara algo, le dice a Dion.) La vida no está mal, si la dejan seguir su curso. (Mecánicamente, le exhibe una sonrisa profesional a Brown.) ¡Ahora que ya sabes el camino, hermoso, vuelve a hacerme una visita. (Sale.)
BROWN.-(Después de una pausa embarazosa.) ¡Hola, Dion! Te he estado buscando por toda la ciudad. Este sitio era la última posibilidad... (Otra pausa, con turbación.) Vamos a dar un paseo.
DION.-(Burlón.) He renunciado a hacer ejercicio. Dicen que prolonga la vida.
BROWN.-(Persuasivamente.) Vamos, Dion. Sé razonable. Supongo que no pensarás quedarte aquí. ..
DION.-¿De modo que te gustaría pensar que me has sorprendido en flagrante delito... ¿eh?
BROWN.-¡No seas estúpido! ¡Escúchame! Te he estado buscando por razones puramente egoístas. Necesito tu ayuda.
DION .-(Asombrado.) ¿Qué dices?
BROWN.-Tengo que hacerte una proposición, y espero que la aceptarás dada nuestra vieja amistad. Para serte franco, Dion, necesito que me ayudes en la oficina.
DION .-(Con áspera risa.) Con que se trata de un empleo... ¿verdad? ¡De modo que mi pobre esposa te lo ha estado pidiendo!
BROWN.-(Disgustado, con aspereza.) ¡Por el contrario! ¡Fui yo quien debió pedirle que te convenciera! (Más irritado.) ¡Oye, Dion! ¡No quiero oírte hablar así de Margaret! Y no lo harías si no estuvieras borracho! (Sacudiéndolo con brusquedad.)
¿Qué diablos te pasa, a fin de cuentas? ¡Antes no eras así! ¿Qué piensas hacer de tu vida?... ¿Hundirte en el arroyo y arrastrar a Margaret en tu caída? Si la hubieras oído defenderte, mentir acerca de ti, hablarme de lo mucho que trabajabas, de las cosas bellas que estabas pintando, de la frecuencia con que te quedabas en casa y de cómo adorabas a los niños... cuando todo el mundo sabe que te pasas las noches fuera de casa, embriagándote y jugándole el resto de tu fortuna! (Se detiene avergonzado, dominándose.)
DION .-(Con tono fatigado.) ¡Margaret mentía acerca de su marido, no de mí, tonto! Pero no vale la pena de explicado. (Con repentino y violento apasionamiento.)
¿Qué quieres? Estoy dispuesto a todo... ¡menos a la humillación de gritarles secretos a los sordos!
BROWN.-(Con rudeza, tratando de adoptar un tono de matasiete.) ¡Tonterías! ¡No procures escapar por la tangente! No tienes excusa posible, y bien lo sabes. (Al ver que Dion no responde, dice, con tono contrito.) ¡Pero bien sé que no debería hablarte así, Dion! ¡Sólo lo he hecho porque somos viejos amigos ... y me duele verte malgastando así tu vida... a ti, el más inteligente de todos nosotros! Pero, qué diablos... ¡Supongo que serás demasiado cínico para creer en la sinceridad de mis palabras!
DION.-(Conmovido.) Sé que Billy fue siempre el amigo de Dion Anthony.
BROWN.-Por cierto que lo soy... ¡y te lo habría probado desde hace muchísimo tiempo si me hubieras dado la oportunidad de hacerlo! ¡Después de todo, yo no podía perseguirte continuamente y exponerme siempre a tus desaires! ¡Todos tenemos nuestro amor propio!
DION .-(Con amargo sarcasmo.) ¡Craso error! ¡Nuncamás! ¡Nada de nada! ¡Eso es inmoral! ¡Benditos sean los pobres de espíritu, hermano! ¿Cuándo empiezo a trabajar?
BROWN.-(Ansiosamente.) ¿De modo que aceptas el...?
¿Me ayudarás?
DION .-(Con fatigada amargura.) Acepto el empleo.
Uno tiene que hacer algo para matar el tiempo, mientras espera... su próxima encarnación.
BROWN.-(Con tono festivo.) Creo que es algo temprano para preocuparse de eso. (Tratando de llevarse a Dion.) Vámonos ahora. Es bastante tarde.
DION.-(Desembarazándose de la mano de Brown apoyada en su hombro, se aleja de él y dice, después de una pausa.) ¿Sigue allí la silla de mi padre?
BROWN.-(Rehuyéndolo turbado.) No... no lo recuerdo, a decir verdad, Dion. Me fijaré.
DION.-(Quitándose la máscara, lentamente.) Me gustaría sentarme donde él amasó lo que yo derroché. ¡Qué extraños fuimos el uno para el otro! Cuando mi padre yacía muerto, su rostro me pareció tan familiar que me pregunté dónde me había encontrado antes con aquel hombre. Sólo en el instante de mi concepción. Después, nos volvimos cada vez más hostiles, con oculta vergüenza.
¿Y mi madre? Recuerdo a una muchacha dulce y extraña, de ojos afectuosos y perplejos, como si Dios la hubiera encerrado en un armario oscuro sin darle explicación alguna. Yo fui la única muñeca que nuestro ogro, su marido, le consintió, y ella jugó a la madre y al niño con migo durante muchos años en aquella casa, hasta que, finalmente, entre dos lágrimas, la miré morir con el tímido orgullo de quien ha alargado su vestido y conservado su cabello. Y me sentí como un juguete abandonado, y lloré para que me enterraran con ella, porque sólo sus manos habían acariciado sin desgarrar. Mi madre vivió mucho y envejeció mucho durante los dos días que tardaron en cerrar su féretro. Cuando la miré por última vez, su pureza me había olvidado, estaba inmaculada e imperecedera y comprendí que mis sollozos eran ultrajantes y carecían de sentido para su virginidad. ¡De modo que volví a re plegarme sobre la vida, con mis desnudos nervios que saltaban como pulgas, y a su debido tiempo otra muchacha me llamó su chico a la luz de la luna y se casó con migo y se convirtió en tres madres en una sola persona, mientras yo me embadurnaba de pintura las manos en un esfuerzo por ver a Dios! (Ríe con risa salvaje, se pone la máscara.) ¡Pero ese Viejo Humorista me había dado unos ojos débiles, de modo que ahora debo renunciar a mi búsqueda de 101 y ocuparme en cambio del Omnipresente y Grave Rey del Éxito, el Gran Dios Brown! (Le hace una amplia y burlona reverencia.)
BROWN.-(Con repulsión, pero dominándose.) ¡Cállate!
¡Estás borracho todavía! ¡Vamos! ¡En marcha! (Agarra a Dion del brazo y apaga la luz.)
DION.-(Desde las tinieblas, burlonamente.) ¡Soy tu oveja desnuda, esquilada y desvalida! ¡Guíame, oh Todopoderoso Brown, Luz Bondadosa!
TELÓN
ACTO SEGUNDO
ESCENA I
Escenario: La sala de recibo de Cybel, siete años después, un atardecer de primavera. La distribución del mobiliario sigue siendo la misma, pero la silla y el sofá son nuevos, costosos y de alegres colores. La vieja pianola automática del centro parece ser la misma. El despertador barato sigue sobre la pianola. A ambos lados del despertador yacen las máscaras de Dion y de Cybel. La pared de foro ostenta un empapelado brillante y llamativo, en que las flores y frutos carmesíes y purpúreos se amontonan los unos sobre los otros, en una ausencia de todo plan aparente que revela profana turbulencia.
Dion está sentado en la silla de la izquierda; Cybel, sobre el sofá. Entre ambos hay una mesa de juego. Los dos sacan un solitario. Dion ha encanecido prematuramente. Su rostro es el de un asceta, un mártir, socavando por el dolor y la insistencia en atormentarse a sí mismo, pero iluminado, con todo, desde dentro, por una rara serenidad de espíritu y una humana bondad. Cybel ha engordado, volviéndose más voluptuosa, pero su rostro se conserva fresco y sin arrugas y su serenidad es más profunda. Se diría un ídolo inmóvil que encarna a la Madre Tierra.
La pianola lloriquea la misma vieja melodía sentimental. Ambos echan sus cartas con atención y calma. La música cesa.
CYBEL.-(Pensativa.) Amo esas Viejas y estúpidas melodías sollozantes. Me ayudan a comprender a la gente. Eso es lo que tienen dentro los hombres... lo que los hace amar y matar a sus vecinos.., ¡unas borracheras lacrimosas hechas música!
DION.-(Compasivamente.) Toda canción es un himno.
Los hombres tratan de descubrir el Verbo del Principio.
CYBEL.-Quieren saber demasiado. Eso los hace débiles. Yo nunca pretendí intrigados.
Me limité a darles una Mujerzuela. Ellos la comprendieron y adivinaron sus papeles y los desempeñaron con naturalidad. Todos pudimos conservar nuestra verdadera virtud... ¿entiendes. (Echa su última carta.) Me ha vuelto a salir el solitario.
DION.-(Sonriendo.) Tu suerte es inverosímil A mí nunca me resulta.
CYBEL.-A ti te falta poco para acertar, pero la suerte sabe que tú quieres ganar y que yo me conformo con el juego mismo. (Distribuye las barajas en otro solitario.) A propósito de mi música en conserva... debo decirte que nuestro señor Brown odia ese viejo cajón. (Al oír mencionar a Brown, Dion tiembla como súbitamente poseído, libra una tremenda lucha consigo mismo y luego, mientras Cybel continúa hablando, se levanta como un autómata y se pone la máscara. Ésta acusa ahora terribles estragos. Toda su esencia de Pan se ha trocado en una diabólica crueldad e ironía dignas de Mefistófeles.) No le importa la música que tiene dentro. Eso, de un modo o de otro, lo acepta. Pero el aspecto de este mueble le Parece lamentable y se empeña en que yo lo tire al montan de los desechos. Con todo, le he dicho que el solo hecho de mantenerme desde hace tanto tiempo no lo autoriza a darme órdenes como un marido o... (Alza los ojos y ve al enmascarado Dion de pie junto a la pianola, Y dice tranquilamente.) ¡Hola! ¿Vuelves a sentirte celoso?
DION.-(Sarcástico.) ¿Te estás enamorando de tu guardián, vieja Vaca Sagrada?
CYBEL.-(Sin darse por ofendida.) ¡Cállate! Hace años que me lo preguntas. ¡Sé tú mismo! Él es sano y hermoso... pero demasiado culpable. ¿Por qué finges creer que el amor es tan importante, a fin de cuentas?
Solo es una de las tantas cosas que debemos hacer para que la vida siga su curso.
DION.-(Con el mismo tono.) ¿De modo que mentiste al decirme que me querías?... ¿Verdad, Vieja Inmundicia?
CYBEL.-(Afectuosamente.) ¡Siempre serás un niño!
Hemos sido amigos durante siete años... ¿verdad? Nunca hemos dejado de estar próximos. Sí. Te quiero. ¡Se necesitan muchas clases de amor para hacer un mundo! El nuestro es el mejor de la vida, la vida en su plenitud. (Pausa. Zalamera.) No te ocultes más. Te conozco.
DION.-(Quitándose la máscara, se acerca con laxitud, se sienta a los pies de Cybel y posa la cabeza sobre su regazo. Con sonrisa agradecida.) Tú eres fuerte. Siempre das. Le has dado a mi debilidad fuerzas para vivir.
CYBEL.-(Con ternura, alisándole maternalmente el cabello.) Tú no eres débil. Naciste con fantasmas en los ojos y tuviste el valor de escudriñar tus propias tinieblas... y te asustaste. (Después de una pausa.) No te culpo por celar a veces al señor Brown.
Tengo celos de tu esposa, ya que sé muy bien que la amas.
DION.-(Lentamente.) Amo a Margaret. No sé quién es mi esposa.
CYBEL.- (Después de una pausa, con extraña risa desgarrada.) ¡Oh, Dios mío! Por momentos, la verdad me hiere de un modo tan punzante entre los ojos, que me parece contemplar las estrellas... ¡y entonces siento tanta piedad de todos ustedes, malditos bribones, que me gustaría salir corriendo desnuda a la calle y amar apasionadamente a toda la multitud, como si yo le trajese una nueva droga que le hiciera olvidar todo lo existente para siempre! (Con forzada sonrisa.) Pero ellos no querrían verme, sin duda, como no quieren verse los unos a los otros. Y, de todos modos, siguen avanzando y muriendo sin mi ayuda.
DION.-(Con tristeza.) Me has dado fuerzas para morir.
CYBEL.-Tú quizá seas importante, pero tu vida no loes. A cada segundo nacen millones de vidas. La vida suele ser tan poco costosa, que hasta una bestia puede permitírsela. Y no es sagrada: lo único sagrado es el yo que está dentro de nosotros. El resto, es tierra.
DION.-(Se arrodilla y, con las manos juntas, alza losojos en éxtasis y reza con ascético fervor.) <<En tus manos, oh, Señor... >> (Súbitamente, con una mirada de horror.)
¡Nada! ¡Sentir que nuestra vida se apaga como la llama de un fósforo barato!... (Se pone la máscara y ríe con aspereza.) ¡Dormirnos y saber que nunca, nunca, volverán a llamarnos para desempeñar el oficio de vivir! «¡Que sea veloz tu vuelo, cada vez más próximo! ¡Ven pronto... pronto!>> (Cita estas últimas palabras con burlón anhelo.)
CYBEL.-(Acariciando maternalmente su cabeza.) Vamos, no te asustes. Eso se lleva en la sangre. Cuando llegue la hora, verás que es fácil.
DION.-(Poniéndose en pie de un salto y paseándose con excitación.) No durará mucho. Mi mujer trajo anteayer a un médico... y el médico dijo que mi corazón está liquidado... a causa del alcohol. .. Me advirtió que no debía beber una gota más... (Burlón.) ¿Qué te parece? ¿Tomamos una copa?
CYBEL.-(Semejante a un ídolo.) Sírvete. El whisky está en el bargueño. (Al verlo vacilar.) ¿Por qué estás tan nervioso? Delirabas con los planos de no sé qué catedral. ..
DION.-(Con salvaje burla.) ¡Han sido aceptados! Los planos del señor Brown, pero... ¡Mis planos, en realidad!
Está de más que te lo diga. ¡Brown me entrega, uno tras otro, establos matemáticamente correctos, y yo los mejoro añadiéndoles hermosos cebos, para que los tontos ansíen comprar, vender, engendrar, dormir, amar, odiar, maldecir y orar entre sus muros! ¡Lo hago con diabólica astucia,y ellos sienten positivo deleite! ¡En otros tiempos soñé con pintar el viento sobre el mar y el rasante vuelo de las sombras de las nubes sobre las copas de los árboles! Ahora... (Ríe.) Pero el orgullo es un pecado... ¡hasta en el recuerdo de quienes han muerto hace tiempo! ¡Benditos sean los pobres de espíritu!
(Se desploma desfalleciente sobre su silla, oprimiéndose el corazón.)
CYBEL.-(Con impasibilidad de ídolo.) Vete a tu casa y duerme. Tu esposa debe estar preocupada.
DION.-Ella sabe esto... pero nunca se confesará a sí misma que su marido franqueó tu umbral. (Burlón.) ¡Qué leales son las mujeres... a su vanidad y demás cositas!
CYBEL.-Brown no tardará en llegar. Recuérdalo.
DION.-También él lo sabe y no se aviene a reconocerlo. Puede ser que me necesite aquí. .. ignorándolo...
¿Sabes por qué se despertó, más que nada, su ansia de
poseerte exclusivamente? Porque sabía que me amabas y se sentía defraudado. ¡Quería arrebatarme lo que suponía mi amor a la carne! Brown cree que no tengo derecho a amar. Le gustaría robármelo como me roba mis ideas... con amabilidad... austeramente. ¡Oh, el buen Brown!
CYBEL.- ¡Pero tú lo quieres, con todo eso! Creo que ustedes son hermanos, en cierto modo. Y acuérdate de que él lo está pagando, de que lo pagará... de alguna manera.
DION.- Alza la cabeza, como disponiéndose a quitarse la máscara.) Lo sé. ¡Pobre
Billy! ¡Dios me perdone el mal que le he hecho!
CYBEL.-(Le toma la mano.) ¡Pobre muchacho!
DION.-(Se la oprime convulsivamente, y luego dice con forzada aspereza.) Bueno... ¡De regreso, soldado cristiano! ¡Me voy! ¡Hasta pronto, Madre Tierra! (Se dispone a marcharse por derecha. Ella parece dispuesta a dejarlo ir.)
CYBEL.-(Búruscamente se sobresalta y llama, con honda pena.) ¡DION! (Éste la mira. Pausa. Dion vuelve lentamente. Cybel habla de un modo extraño, con voz grave,
lejana... y, con todo, como una madre que le estuviera hablando a su hijito.) No debes olvidarte de besarme antes de irte, Dion. (Le quita su máscara.) ¿No te he dicho acaso que te quites la máscara en mi casa? Mírame, Dion. Yo... acabo... de ver... algo.
Tengo miedo de que te marches por mucho, muchísimo tiempo. De modo que esto será una despedida, querido. (Lo besa con dulzura. Dion comienza a sollozar. Cybel le devuelve su máscara.) Ya está. No sufras. Recuerda que todo esto es un juego y que, cuando te hayas dormido, te voy a arropar.
DION.-(En sofocado grito, lleno de congoja.) ¡Madre! (Luego se pone la máscara con un terrible esfuerzo de voluntad, y dice, con tono burlón.) ¡Vete al diablo, vieja marrana sentimental! ¡Nos veremos mañana! (Sale silbando y dando un portazo.)
CYBEL.-(Nuevamente impasible como un ídolo.) ¿De qué sirve alumbrar hijos? ¿De qué sirve dar nacimiento a la muerte? Suspira cansada, se vuelve y pone una moneda en la pianola, que reanuda su vieja melodía sentimental. En el mismo momento, Brown entra silenciosa mente por izquierda. Es el prototipo del norteamericano juvenil, cuidado, bien parecido y triunfador de cuarenta años. En este momento, está evidentemente turbado. No puede ver el rostro de Cybel ni su máscara.)
DION.-.- ¡Cybel! (Ella se sobresalta, interrumpe la música y tiende la mano hacia su máscara, pero no tiene tiempo de ponérsela.) ¿No es Dion el que acaba de salir. .. después de todas tus promesas de no volver a verlo? (Cybel se vuelve con la impasibilidad de un ídolo, ocultando la máscara a sus espaldas. Él la mira, absorto y perplejo, y balbucea.) Yo... Discúlpeme ... Creí...
CYBEL.- (Con voz extraña.) Cybel ha salido para hundirse en la tierra y orar.
BROWN.- (Con más aplomo.) Pero... ¿no es ésa su ropa?
CYBEL.- Cybel no quiere que la gente me vea desnuda. Soy su hermana. Dion vino a verme a mí.
BROWN.-(Con alivio.) De modo que Dion anda en ésas... ¿eh? (Con suspiro compasivo.) ¡Pobre Margaret! (Con juguetón reproche.) Francamente, usted no debería estimularlo. Es casado y tiene tres hijos mayores.
CYBEL.-¿Y usted no los tiene?
BROWN.-(Picado.) No. No soy casado.
CYBEL.-Dion y yo somos amigos.
BROWN.-(Con guiño travieso.) Sí. ¡Me imagino cómo debe seducir el amor platónico al alma pura e inocente de Dion! Es inútil que pretenda usted engañarme tratándose de él. Somos amigos desde la infancia. Lo conozco a fondo. Lo he defendido siempre, sea cual fuere su modo de obrar... de modo que puede usted expresarse con absoluta franqueza. Sólo he hablado así pensando en Margaret... su esposa. Eso será muy duro para ella.
CYBEL.-Usted ama a la esposa de Dion.
BROWN.-(Escandalizado.) ¿Qué? ¿Qué dice? (Con tono vacilante.) ¡No sea tonta! (Pausa. Como impelido por una intensa curiosidad.) De modo que Dion es su amante... ¿eh? Eso me parece muy interesante. (Acercando su silla a Cybel.) Siéntese. Hablemos. (Ella permanece de pie, con la máscara a la espalda.) Dígame... Eso me ha inspirado siempre curiosidad... ¿Por qué resulta Dion tan atrayente para las mujeres... especialmente para cierto tipo de mujeres, con perdón de usted? Siempre ejerció esa fascinación y, con todo, nunca pude descubrir exactamente qué veían en él. ¿Será porque es guapo... o tan violentamente sensual. .. o porque alardea de artista y hombre temperamental. .. o porque es tan desbocado... o por qué?
CYBEL.-¡Porque está vivo!
BROWN.- (Tomándole súbitamente una de las manos y besándosela, insinuante.) ¿No le parece que también yo estoy vivo? (Con vehemencia.) Escuche. ¿Qué le parece si usted abandonara a Dion... y me permitiera mantenerla, en condiciones análogas a las que he convenido con Cybel? Usted' me gusta... ya lo ve. No la molestaré mucho... Estoy demasiado ocupado... usted podrá hacer lo que quiera... seguir haciendo su vida... Todo, menos ver a Dion. (Se interrumpe. Pausa. Cybel mira el vacío, imperturbable, como si no lo hubiese oído. Brown suplica.) Y bien... ¿qué me contesta?
¡Le ruego que me conteste!
CYBEL.-(Con voz muy fatigada.) Cybel le dejó recado. Dijo que la semana próxima, señor Brown.
BROWN.-(Con extraña congoja.) ¿De modo que no quiere? ¡No sea cruel! ¡La amo! (Ella se aleja. Él insiste con tono de súplica.) Al menos... ¡le daré lo que me pida!... prométame por favor que no volverá a ver a Dion Anthony.
CYBEL.-(Con honda pena.) Dion no volverá a verme, se lo prometo. ¡Adiós!
BROWN.-(Gozoso, besándole la mano cortésmente.)
¡Gracias! ¡Gracias! ¡Le estoy agradecidísimo! (Con diplomacia.) No volveré a molestarla. Le ruego que perdone mi intrusión y le dé recuerdos míos a Cybel cuando le escriba. (Se inclina y sale por izquierda.)
TELÓN
ESCENA II
Escenario: Sala de dibujo de la oficina de Brown. La mesa de dibujo de Dion, con un alto taburete delante, en el centro. Otro taburete a su izquierda. A la derecha, un banco.
Anochecer del mismo día. El telón de fondo, negro, tiene pintadas ventanas con un vago panorama de casas negras e iluminadas por las luces callejeras del otro lado de la calle.
Dion está sentado sobre el taburete, detrás de la mesa, leyéndole en voz alta un pasaje de la Imitación de Cristo de Tomás Kempis a su máscara, colocada sobre la mesa ante él. Su rostro está más dulce, más espiritual, más pleno de santidad y ascetismo que nunca.
DION.- (Como un sacerdote que rezara misas por los moribundos.) <<Pronto tendrás que irte de aquí, mira pues muy bien lo que haces. ¡Ah, tonto!... ¡Aprende ahora a morir para el mundo, a fin de poder empezar a vivir con Cristo! Haz ahora, amado, haz ahora todo lo que puedas, porque no sabes cuándo morirás ni tampoco qué te sucederá después de la muerte. ¡Pórtate sobre la tierra como un peregrino, como un forastero a quien le son ajenos los asuntos de este mundo! Conserva tu corazón libre y eleva do hacia Dios, porque aquí no tienes morada duradera.
¡Porque no sabes a qué hora vendrá el Hijo del Hombre!'.>> ¡Amén! (Alza la mano sobre la máscara como si la bendijera, cierra el libro y se lo vuelve a poner en el bolsillo. Alza la máscara en las manos y la contempla con piadosa ternura.) Paz, pobre atormentada, valiente y lamentable orgullo del hombre. ¡La hora de nuestra liberación se acerca! ¡Mañana quizás estemos con El en el paraíso! (Besa la máscara en los labios y la deja en su lugar. Se oye un rumor de pisadas ascendentes en la escalera del vestíbulo. Dion se apodera de la máscara con un repentino pánico, y, al oírse un golpe en la puerta, se la pone y grita, con acento de burla.) ¡Adelante, señora de Anthony! ¡Adelante! (Entra Margaret. En una de sus manos, disimulada a la espalda, está la máscara del valeroso rostro que ostenta ante el mundo para ocultar sus sufrimientos y su desilusión, y que acaba de quitarse. Su rostro sigue siendo dulce y bello, pero muy arrugado, contraído y cavado por las preocupaciones para sus años, triste y resignado, pero algo lastimero.)
MARGARET.-(Con fatigado reproche.) ¡Menos mal que te he encontrado! ¿Por qué no vienes a casa desde hace dos días? ¡Bastante sufrimos ya al verte beber de nuevo, para que nos inquietes con tan largas ausencias!
DION.-(Con amargura.) Mis oídos reconocieron sus pasos. Uno llega a reconocerlo todo... ¡y a no ver nada!
MARGARET.-Finalmente, mandé los niños en tu bus ca y fui yo misma. (Con aire fatigado y solícito.) Supongo que no habrás comido lo más mínimo, como de costumbre.
¿No quieres venir a casa y que yo te fría una buena costilla?
DION.-(Con tono de duda.) ¿Puede amar aún Margaret a Dion Anthony? ¿Será posible?
MARGARET.-(Forzando una cansada sonrisa.) Supongo
que sí, Dion. Pero no debería hacerlo... ¿verdad?
DION .-(Con el mismo tono.) ¡Y yo, amo a Margaret!
¡Qué alucinados y alucinantes espectros somos! ¡Recordamos vagamente tantas cosas que tardaríamos muchos millones de años en olvidar! (Se adelanta, rodeando con el brazo los inclinados hombros de Margaret y se besan.)
MARGARET.-(Acariciándole afectuosamente la mano.)
No. Por cierto que no te lo mereces. ¡Cuando pienso en todo lo que me has hecho sufrir desde que nos radicamos aquí!... ¡Verdaderamente, creo que yo no habría podido aguantarlo, de no ser por los niños! (Com sonrisa forzada.) Pero quizás sí, después de todo... ¡Siempre he sido tan tonta tratándose de ti!
DION .-(Algo burlón.) ¡Los niños! ¡Tres robustos hijos!
¡Margaret puede permitirse el lujo de ser magnánima!
MARGARET.-Si no te encuentran, vendrán aquí a buscarme.
DION.-(Con repentino desvarío, torturado, dejándose caer de rodillas junto a ella.) ¡Margaret! ¡Margaret! ¡Me siento solitario! ¡Tengo miedo! ¡Me voy! ¡Tengo que decirte adiós!
MARGARET.-(Acariciándole el cabello.) ¡Pobre muchacho! ¡Pobre Dion! Ven a casa y duerme.
DION .-(Levantándose de un salto, frenéticamente.)
¡No! ¡Soy un hombre! ¡Un hombre solitario! ¡No puedo retroceder! ¡Me he engendrado a mí mismo! (Con desesperada burla.) ¡Mírame, señora de Anthony! ¡Esta es tu última oportunidad! ¡Mañana me habré trasladado al otro infierno! Contempla a tu hombre... ¡al esclavo cristiano negador de la vida, rastrero y llorón, a quien has ignorado con tanta nobleza en el padre de tus hijos! ¡Mira! (Se arranca la máscara del rostro, que irradia un grande y puro amor por ella y una gran simpatía y ternura.) ¡Oh, mujer... amor mío... contra quien he pecado en mi crueldad y en mi enfermizo orgullo! ¡Perdona mis pecados... perdona mi soledad... perdona mi enfermedad! ...
¡Perdóname! (Se arrodilla y besa el borde del vestido de Margaret .)
MARGARET.-(Que ha estado contemplándolo con terror, alzando su propia máscara para proteger su rostro.) ¡Dion! ¡No hagas eso! ¡No puedo soportarlo! ¡Pareces un fantasma! ¡Estás muerto! ¡Oh, Dios mío! ¡Socorro! ¡Socorro! (Cae desvanecida sobre el banco. Dion la mira, toma la mano de Margaret que agarra la máscara, mira su rostro y dice con dulzura.) ¡Y ahora, tengo derecho a comprenderte y a amarte también!
(Besa primero la máscara y luego el rostro de Margaret, murmurando:) ¡Y a ti, querida! ¡Benditos, tres veces benditos sean los mansos! (Se oyen pesados y presurosos pasos en la escalera. Don se pone precipitadamente la máscara. Sus tres hijos irrumpen en la habitación. El mayor tiene unos catorce años, los otros trece y doce. Tienen el aspecto de muchachos sanos, normales, simpáticos, recordando no poco al Billy Brown del prólogo. Se detienen bruscamente en rígida fila, paseando la mirada de la mujer del banco a su padre, con aire acusador.)
EL MAYOR.-Hemos oído gritar a alguien. Parecía mamá.
DION .-(A la defensiva.) No. Era esta señora... Mi esposa.
EL MAYOR.-Pero... ¿no ha venido todavía mamá?
DION.- (Yendo hacia Margaret.) Sí. Aquí está. (Se interpone entre ellos y su mujer y coloca la máscara sobre el rostro de Margaret. Luego, retrocede.) Se ha desvanecido. Más vale que la reanimen.
Los NIÑOS.-¡Mamá! (Se abalanzan hacia ella, se arrodillan y le frotan las muñecas. El mayor le alisa el cabello.)
DION.- (Contemplándolos.) Al menos, la dejo bien atendida.
(A los niños.) Díganle a su mamá que recibirá noticias desde la casa del señor Brown.
Debo hacerle una visita de despedida. Me voy. Adiós. (Los niños interrumpen su tarea y lo miran fijamente, con ojos en que se mezclan la perplejidad, la desconfianza y el dolor.)
EL MAYOR.-(Con torpeza y turbación.) Francamente, creo que deberías ...
EL SEGUNDO.-Sí. Francamente. Deberías...
EL TERCERO.-Sí. Francamente...
DION.-(Con tono cordial). Lo sé. Pero no me sería posible. Son ustedes los que pueden hacerlo. Son ustedes los que deben heredar el mundo para ella. No lo olviden, muchachos. Adiós.
Los NIÑOS.- (Con el mismo tono afectado, torpe, el uno tras del otro.) Adiós... Adiós... Adiós... (Dion sale.)
TELÓN
ESCENA III
Escenario: La biblioteca de la casa de Brown, esa noche. Un telón de fondo de cultura burguesa, próspera y cuidadosamente pintada, estantes llenos de colecciones de libros, etcétera. La pesada mesa del centro es costosa. La butaca de cuero de la izquierda y el canapé de la derecha son de un opulento confort. La lámpara de mesa para leer es la única luz.
Brown está sentado en el sillón, a la izquierda, leyendo un periódico de arquitectura. Su expresión es sosegada y de grave receptividad. El perfil de su rostro recuerda a un cónsul romano grabado en una moneda antigua. Ostenta una incongruente peculiaridad, una fe ciega en la finalidad de su destino.
Un repentino y sordo golpe en la puerta de calle y se oye sonar el timbre. Brown frunce el ceño y escucha al criado, que atiende. Se oye la voz de Dion, que eleva el tono con acento burlón.
DION .-Dígale que ha venido el diablo a cerrar un trato.
BROWN.-(Reprimiendo su fastidio, llama, con forzado buen humor.) Adelante, Dion. (Dion entra. Su estado es espantoso. Sus ropas están en desorden, su rostro enmascarado revela una tremenda tensión, que se diría mortal, su burlona ironía es de tan cruel malignidad que le da la apariencia de un verdadero demonio, atormentado por el ansia de atormentar a los demás.) Siéntate.
DION.-(De pie, canta.) ¡El alma de William Brown yace hecha polvo en el arcón, pero su cuerpo sigue andando!
BROWN.-(Conservando el mismo tono indulgente, de hermano mayor, que procura mantener durante todo el transcurso de la escena.) ¡No hables tan fuerte, por favor! A mí no me importa... pero tengo vecinos.
DION.-¡Aborrécelos! ¡Teme a tu vecino como a ti mismo! Ésa es la regla magna para los sanos y cuerdos. (Avanza hacia la mesa con una suerte de implacable calma.) ¡Escúchame! Cierto día, cuando yo contaba cuatro años de edad, un niño se me acercó furtivamente por detrás, cuando yo estaba dibujando en la arena un cuadro que él era incapaz de dibujar, y me golpeó la cabeza con un palo y borró mi cuadro con el pie y se echó a reír mientras yo lloraba. ¡No fue su acto lo que me hizo llorar, sino él! ¡Yo lo había amado y confiado en él, y súbita mente el buen Dios se veía censurado en su persona y nacían el mal y la injusticia del Hombre! Todos me llamaron el niño llorón, de modo que me volví taciturno para toda la vida y me forjé una máscara, la máscara de Pan, el Niño perverso, para agazaparme y vivir detrás de ella y rebelarme contra el Dios de ese niño y protegerme de Su crueldad. ¡Y el otro niño se sintió avergonzado en secreto, pero no quiso reconocerlo, de modo que se transformó desde entonces instintivamente en el niño bueno, en el buen amigo, en el buen hombre, en William Brown!
BROWN.-(Confuso.) Lo recuerdo. Fue una jugada fea que te hice. (Con un dejo de resentimiento.) Siéntate. Ya sabes dónde tengo el whisky. Bebe un trago, si quieres. Pero me parece que ya has bebido bastante.
DION.-(Lo mira fijamente por un instante y dice luego, con voz extraña.) Gracias le sean dadas a Brown por recordármelo. Necesito beber.
(Se levanta y saca una botella de whisky y un vaso.)
BROWN.-(Encogiéndose de hombros, con aire jovial.)
Como quieras. Son tus funerales.
DION.- (Volviendo y echando una buena cantidad de whisky en la coctelera.) ¡Y los de William Brown! ¡Cuando yo muera, Brown irá al infierno! ¡Salud! (Bebe y lo mira con malignidad. Brown, contra su voluntad, experimenta cierto malestar. Pausa.)
BROWN.- (Con forzada negligencia.) Hace una semana que estás así, de parranda.
DION.- (Insultante.) He estado festejando la aceptación de mi plano para la catedral.
BROWN.- (Jovialmente.) La verdad es que me has ayudado mucho en el asunto.
DION.-(Con áspera risa.) ¡Oh, perfecto Brown! ¡No te preocupes¡!Haré que Brown se mire aún en mi espejo... Y se ahogue en él! (Se sirve otro abundante vaso.)
BROWN.-(Con tono algo insultante.) Cuidado. No quiero tener tu cadáver en mis manos.
DION.-Pero yo sí. (Bebe.). Brown me necesita aún... ¡para convencerse de que está vivo!
¡Yo he amado, codiciado, ganado y perdido, cantado y llorado! ¡He sido un amante de la vida! He satisfecho sus deseos, y si ella liquida ahora sus cuentas conmigo es sólo porque he sido demasiado débil para dominarla a mi vez. No basta con ser hechura suya. Uno tiene que crearla o la vida le exige a uno que se destruya a sí mismo.
BROWN.-(Jovial.) Tonterías. Vete a casa y duerme un rato.
DION.-(Como si no lo hubiese oído, con todo mordaz.) ¡Pero no ser ni la hechura ni el creador! ¡Existir ante la indiferencia de la vida! ¡No ser amado por ella! (Brown da señales de desasosiego.) ¡Ser simplemente un monstruo triunfante, el fruto de alguna vil neutralización de las fuerzas vitales, un cacto sin espinas, un jabalí salvaje de las montañas convertido en un cerdo de matadero que come para ser comido, un Don Juan vuelto romántico por las glándulas de un mono... y que la Vida no te considere siquiera lo bastante divertido para verte!
BROWN.-(Herido, con irritación.) ¡Pamplinas!
DION.-Tomemos el caso del señor Brown. Sus padres lo trajeron al mundo como si lo anotaran desde ya en un concurso infantil con premios para los más gordos... ¡y el señor Brown sigue paseando en su cochecito en la procesión, demasiado gordo ya para aprender a caminar y con mucho más motivo para bailar o correr, y jamás vivirá hasta que su polvo liberado vuelva presurosamente a la tierra!
BROWN.-(Con aspereza.) ¡Sigue desvariando! (Con forzada bonhomía.) Lo cierto, Dion, es que de todos modos me siento satisfecho.
DION.-(Con presteza y malignidad.) ¡No! ¡Brown no está satisfecho! ¡Se ha revestido de capas de grasa protectora, pero, vagamente, en la intimidad de su corazón siente lo que roe una duda!
¡Y a mí me interesa es germen que se retuerce como una interrogante de desasosiego en su sangre, porque forma parte de la vida creadora que Brown me ha robado!
BROWN.-(Forzando una agria sonrisa.) ¿Robar gérmenes? Creí que eras tú quien los había atrapado.
DION.-(Como si no lo hubiese oído.) Son míos...
¡Y quisiera verlos prosperar y multiplicarse y convertirse en multitudes y comer, hasta devorar a Brown!
BROWN.-(Sin poder reprimir un escalofrío.) ¿Sabes que, en ocasiones, cuando estás borracho, eres positivamente maligno?
DION.-(Sombrío.) Cuando a Pan le prohibieron la luz y el sol, se volvió sensible y afectado y orgulloso y vengativo... y fue el príncipe de las Tinieblas.
BROWN.-(Festivo.) El papel de Pan no te sienta, Dion. Me parece más bien que habla Baco, alias el Demonio del Ron. (Dion se recobra con un sobresalto y mira fijamente a Brown, con terrible odio. Pausa. Contra su voluntad, Brown se retuerce y adopta un tono conciliador.) Vete a casa. Pórtate bien. No me parece mal que festejes la aceptación de nuestro plano, pero...
DION.-(Con voz inflexible.) ¡Yo fui el cerebro! ¡Fui el plano mismo! ¡Dibujé hasta su éxito... borracho y riéndome de él... riéndome de su carrera! ¡Orgulloso, no! ¡Cansado! ¡Cansado de mí mismo y de él! ¡Dibujando y embriagándome! ¡Protegiendo a mi mujer y a mis hijos! (Ríe.) ¡Ja, ja! ¡Y esa catedral, es mi obra maestra! Hará de Brown el arquitecto más eminente de este estado del País de Dios. He puesto mucho en esa obra... ¡todo lo que restaba de mi vida! Esa catedral es una blasfemia viva desde la acera hasta las puntas de sus agujas, pero una blasfemia tan oculta, que los tontos jamás lo sabrán. ¡Se hincarán de rodillas y adorarán al irónico Sileno, que les dice que el bien más grande es no haber nacido! (Ríe triunfalmente.) Bueno... La blasfemia es fe... ¿verdad? ¡El diablo debe creer en defensa propia! ¡Pero el señor Brown, el Gran Brown, no tiene fe! ¡No podría construir una catedral sin que ésta pareciese el Primer Banco Sobrenatural! ¡Brown sólo cree en la inmortalidad del vientre moral! (Ríe desenfrenada mente, luego se deja caer en su sillón, la voz entrecortada, oprimiéndose el corazón con ambas manos. Después, repentinamente, adopta un aire de implacable calma y pronuncia a modo de cruel y perversa condenación.) Desde ahora Brown jamás dibujará nada. ¡Dedicará su vida a transformar la casa de mi Cybel en un hogar para mi Margaret!
BROWN.-(Levantándose de un salto, convulsionado el rostro por un extraño tormento.) ¡Bastante he soportado ya! ¿Cómo te atreves a... ?
DION.-(Con voz que semeja una sonda.) ¿Por qué nunca lo amó mujer alguna? ¿Por qué fue siempre el Hermano mayor, el Amigo? ¿No es la confianza de ellas ... un desprecio?
BROWN.-¡Mientes!
DION .-¿Por qué nunca pudo querer... después de haber querido a Margaret? ¿Por qué no se casó? ¿Porqué trató de robarme a Cybel, como trató de robarme antes a Margaret? ¿No fue acaso por venganza... y envidia?
BROWN.-(Con violencia.) ¡Qué estupidez! ¡Deseaba a Cybel y la compré!
DION .-¡Brown la compró por mí! ¡Brown nunca sabrá cómo me amó Cybel!
BROWN.-¡Mientes! (Furioso.) ¡Volveré a echarla a la calle!
DION.-¡Vendrá a mí! ¡A su semejante! ¿Por qué no ha tenido hijos Brown... él, que ama a los niños... que ama a mis niños... que me envidia a mis niños?
BROWN.-(Con voz desgarrada.) ¡No me avergüenzode envidiártelos!
DION .-Mis niños sienten afecto por Brown, también... lo quieren como a un amigo... a un igual... como lo ha querido siempre Margaret...
BROWN.-(Con voz desgarrada.) ¡Y como la he querido yo a ella!
DION .-¡Cuántos millones de veces pensó Brown que Margaret lo habría pasado mucho mejor de haberlo elegido a él!
BROWN.-(Atormentado.) ¡Mientes! (Con brusco y frenético desafío.) Perfectamente. ¡Ya que me obligas lo diré! ¡Sí! ¡Amo a Margare!! ¡La he amado siempre y tú supiste siempre que yo la amaba!
DION .-(Con terrible serenidad.) ¡No! ¡Esa es apenas la apariencia, no la verdad! ¡Brown me ama a mí! ¡Me ama porque yo siempre he poseído la fuerza que él necesitaba para amar, porque yo soy el amor!
BROWN.-(Con frenesí.) ¡Holgazán borracho! (Salta sobre Dion y lo agarra del cuello.)
DION .-(Triunfante, mirándolo fijamente en los ojos.)
¡Ah! ¡Ahora Brown se mira en su espejo! ¡Ahora ve su rostro! (Brown lo suelta y retrocede tambaleándose hasta su silla, pálido y tembloroso.)
BROWN.-(Con humildad.) ¡Basta, por amor de Dios!
¡Estás loco!
DION .-(Desplomándose sobre su silla, con creciente desfallecimiento.) Soy hombre acabado. Es mi corazón, no
Brown... (Burlón.) ¡Mi última voluntad y testamento!
Le lego Dion Anthony a William Brown... para que lo ame y lo honre... para que él se convierta en mí... entonces, mi Margaret me amará a mí. .. mis hijos me amarán a mí... ¡y el señor y la señora Brown e hijos serán eternamente felices! (Se incorpora tambaleante hasta erguirse en toda su estatura y mira hacia lo alto, desafiante.)
Nada más... ¡pero es el último gesto del Hombre... con
el cual conquista... el derecho a reír! Ja... (Comienza a reír, se interrumpe como paralizado y cae de rodillas junto a la silla de Brown: y entonces su máscara cae y se descubre su rostro de mártir cristiano en trance de muerte.) Perdóname, Billy. ¡Entiérrame, ocúltame, olvídame por tu propia felicidad! ¡Ojalá te ame Margaret!
¡Ojalá puedas diseñar el Templo para el Alma del Hombre! ¡Benditos sean los mansos y los pobres de espíritu! (Besa los pies de Brown y luego dice, con voz cada vez más débil y tono infantil.) ¿Cómo era la plegaria, Billy? Siento tanto sueño...
BROWN.-(Como en estado de trance.) <<Padre nuestro
que estás en los cielos.>>
DION.-(Con voz soñolienta.) «Padre nuestro...» (Muere. Pausa. Brown queda sumido, por un momento, en un estado de estupor. Luego vuelve en sí, pone la mano sobre el pecho de Dion.)
BROWN.-(Con voz apagada.) Está muerto... por fin.
(Dice esto mecánicamente, pero estas dos últimas palabras lo hacen reaccionar y dice con tono de duda.) ¿Por fin?
(Ahora, repite con tono de triunfo.) ¡Por fin! (Contempla el verdadero rostro de Dion.) ¡De modo que es éste el pobre débil que eras en realidad! ¡No me asombra que te hayas ocultado! Y yo, que siempre te tuve miedo...
¡Sí, lo confieso ahora, me inspirabas terror! ¡Bah! (Levanta del suelo la máscara de Dion.) ¡No, no te temía a ti! ¡Temía esto! ¡Di lo que quieras, pero sólo es fuerte lo perverso! ¡Y fue esto lo que amó Margaret, no a ti!
¡No a ti! ¡A este hombre... ! ¡A este hombre, que quería verse en mí! (Impresionado por una idea, se levanta de un salto.) ¡Dios mío! (Empieza a colocarse lentamente la máscara.
Llaman a la puerta de la calle. Se sobresalta con aire culpable y deja la máscara sobre la mesa. Luego la retoma rápidamente, levanta el cadáver y se lo lleva por izquierda. Reaparece de inmediato y va hacia la puerta de calle al reanudarse los golpes, y pregunta con aspereza.) ¡Eh! ¿Quién está ahí?
MARGARET.-Margaret, Billy. Estoy buscando a Dion. BROWN.-(Con tono vacilante.) Ah...
Muy bien... (Abriendo la puerta.) Entra. Buenas noches, Margaret.
¡Hola, muchachos! Dion está aquí. Duerme. Yo... Yo estaba dormitando, también. (Entra Margaret. Lleva su máscara. Sus tres hijos la acompañan.)
MARGARET.-(Al ver la botella, con risa forzada.) ¿Ha estado Dion de festejo?
BROWN.-(Con extraña volubilidad, ahora.) No. Fui yo. El, no. Me dijo que había jurado hoy no volver a beber ¡por ti, Margaret… y por los niños.
MARGARET.-(Con asombrada alegría.) ¿Dijo eso? (Precipitadamente, poniéndose a la defensiva.) Pero, desde luego, Dion nunca bebe gran cosa. ¿Dónde está?
BROWN.-Arriba. Lo despertaré. Se sentía mal. Se quitó la ropa para tomar un baño antes de acostarse. Esperen aquí un momento. (Margaret se sienta en la silla que ocupara Dion y mira absorta el vacío. Sus hijos se agrupan en torno suyo, como para una fotografía familiar. Brown se va presurosamente por izquierda.)
MARGARET.-Es muy tarde para que ustedes sigan levantados. ¿No tienen sueño?
Los NIÑOS.-No, mamá.
MARGARET.- (Orgullosamente.) Me alegro de tener tres muchachos tan fuertes para protegerme.
EL MAYOR.-(Con tono jactancioso.) Mataríamos a cualquiera que te tocase... ¿verdad?
EL SEGUNDO.-¡Qué duda cabe! ¡Le haríamos pasar las ganas!
EL MENOR.- ¡Qué duda cabe!
MARGARET.-¡Los niños valientes de su mamá! (Ríe afectuosamente y pregunta luego, con curiosidad.) ¿Quieren ustedes al señor Brown?
EL MAYOR.-¡Naturalmente! Es un buen hombre.
EL SEGUNDO.-¡Excelente!
EL MENOR.-¡Claro que sí!
MARGARET.-(Casi hablando consigo misma.) Papá asegura que el señor Brown le roba sus ideas.
EL MAYOR.- (Con sonrisa tímida.) Apostaría a que papá dijo eso... por decir.
EL SEGUNDO.-El señor Brown no tiene necesidad de robar... ¿no te parece?
EL MENOR.-¡Naturalmente! ¡Es riquísimo!
MARGARET.-¿Quieren ustedes a su padre?
EL MAYOR.-(Cambiando de postura, con aire embarazado.) Y... claro que sí.
EL SEGUNDO.-(Idem.) ¡Naturalmente!
EL MENOR.- ¡Qué pregunta!
MARGARET.- (Con un suspiro.) Lo mejor será que ustedes se vayan antes... ahora mismo... sin esperar la llegada de papá... Debe sentirse muy nervioso y enfermo y querrá tranquilidad. ¡Váyanse, pues!
Los NIÑOS.- Muy bien. (Salen en fila india y cierran la puerta de calle en el preciso momento en que Brown aparece por izquierda, vistiendo la ropa de Dion y llevando su máscara.)
MARGARET.- (Quitándose con regocijo la máscara.) ¡Dion! (Lo mira fijamente con aire de interrogación y lo mismo él a ella. Luego va hacia Brown y lo rodea con el brazo.) Querido mío... ¿Te sientes mal? (Él hace un gesto de asentimiento.) Pero si pareces... (oprimiéndoles los brazos.) pero... ¡si tienes un aspecto más fuerte y sano que nunca! ¿Es cierto lo que dijo Billy... que has jurado no volver a beber? (Brown asiente. Ella exclama, con vehemencia.) ¡Oh, si pudieras hacerlo... y restablecerte...! ¡Cuán felices podríamos ser aún! Dale un beso a mamita. (Se besan. Ambos experimentan un escalofrío. Ella se aparta de él, riendo con naciente deseo.) ¡Pero, Dion! ¿No te da vergüenza? ¡Hacía muchísimo tiempo que no me besabas así!
BROWN.- (Su voz imita a la de Dion, apagada además por la máscara.) ¡No me faltaban deseos de hacerlo, Margaret!
MARGARET .-(Alegre y coqueta, ahora.) ¿Temías que yo te despreciara? Pero, Dion... Algo ha sucedido. ¡Si parece un milagro! ¡Hasta tu voz ha cambiado! Pareces verdaderamente más joven... ¿sabes? (Con aire solícito.)
Pero debes estar exhausto. Vámonos a casa. (Con impulsivo movimiento, abre los brazos y arroja la máscara, como si ya no la necesitara.) Oh... ¡Estoy empezando a sentirme tan feliz, Dion... tan feliz!
BROWN.-(Con gesto contenido.) Vámonos a casa. (Ella lo rodea con el brazo. Se encaminan hacia la puerta.)
TELÓN
ACTO TERCERO
ESCENA I
Escenario: El salón de dibujo y la oficina privada de Brown. El primero a izquierda, la segunda a derecha de la pared divisoria central. La distribución del mobiliario en ambos cuartos es la misma de escenas anteriores. Las diez de la mañana, un mes después, poco más o menos. El telón de fondo de ambas habitaciones es una pared lisa donde están clavados algunos planos y dibujos.
Dos dibujantes, el uno de edad mediana, el otro joven, ambos cargados de espaldas, están sentados sobre taburetes detrás de la mesa que antes perteneciera a Dion. Trazan planos. Hablan mientras trabajan.
EL DIBUJANTE MAYOR.-W. B. ha vuelto a retrasarse.
EL DIBUJANTE JOVEN.-Lo que me pregunto es... ¿qué diablos le pasa este último mes? (Pausa. Trabajan en silencio.)
EL DIBUJANTE MAYO R.-Sí. .. Desde que echó a Dion...
EL DIBUJANTE JOVEN.-Es curioso que el patrón haya despedido a Dion en forma tan repetina. (Pausa. Trabajan.)
EL DIBUJANTE MAYOR.-Desde entonces, no he vuelto a ver a Dion. ¿Y tú?
EL DIBUJANTE JOVEN.-Tampoco. No lo he visto desde que Brown nos comunicó que lo había despedido. ¡Supongo que estará ahogando sus penas!
EL DIBUJANTE MAYOR.-He oído decir que alguien lo vio en su casa y que no había bebido y tenía buen aspecto. (Pausa. Trabajan.)
EL DIBUJANTE JOVEN.-¿Qué le pasará a Brown? Dicen que echó a todos sus viejos criados el mismo día y que sólo usa su casa para dormir.
EL DIBUJANTE MAYOR.-(Con risita burlona.) Quizás se trate de temperamento artístico... ¡más conocido por <<engreimiento»! (Rumor de pasos en el vestíbulo. Con aire de advertencia.) ¡Ssssht! (Se inclinan sobre su mesa. Entra Margaret. No necesita ya usar máscara. Su rostro ha recuperado e1 brío de su juventud, está plena de confianza en sí misma y sus ojos brillan de felicidad.)
MARGARET.-(Cordialmente.) ¡Buenos días! ¡Qué hermoso tiempo!
AMBOS.-(Con tono ceremonioso.) Buenos días, señora Anthony.
MARGARET.-(Mirando a su alrededor.) Ustedes han estado haciendo cambios aquí... ¿verdad?
¿Dónde está Dion? (Ambos la miran, absortos.) Olvidé decirle algo importante esta mañana y nuestro teléfono está descompuesto. De modo que si quieren hacerme el favor de comunicarle que estoy aquí. .. (Los dibujantes no se mueven. Pausa. Margaret dice, con aire ceremonioso.) Oh... Comprendo que el señor Brown ha dado severas órdenes de que Dion no sea molestado, pero, sin duda... (Con tono categórico.) ¿Quieren hacer el favor de decirme dónde está mi marido?
EL DIBUJANTE MAYOR.-No lo sabemos.
MARGARET.-¿No lo saben?
EL DIBUJANTE MAYOR.-No lo hemos visto.
MARGARET.-¡Pero si salió de casa a las ocho y media!
EL DIBUJANTE MAYOR.-¿Para venir aquí?
EL DIBUJANTE JOVEN.-¿Esta mañana?
MARGARET.-(Irritada.) ¡Naturalmente! Para venir aquí. .. ¡como todos los días! (Ambos dibujantes la miran absortos. Pausa.)
EL DIBUJANTE MAYOR.-(Con tono evasivo.) No lo hemos visto.
MARGARET.-(Con aspereza.) ¿Dónde está el señor Brown?
EL DIBUJANTE JOVEN.-(A1 oír rumor de pasos en el vestíbulo, con tono malhumorado.) Ahí viene. (Entra Brown. Ostenta la máscara que usara en la última escena: el éxito lleno de aplomo. Al ver a Margarita, retrocede con aire aprensivo.)
BROWN.-(Dominándose inmediatamente, con tono vivaz.) ¡Hola, Margaret! ¡Qué agradable sorpresa! (Le tiende la mano.)
MARGARET.-(Tocándola apenas, con aire reservado.)
Buenos días.
BROWN.-(Volviéndose rápidamente hacia los dibujantes.) Confío en que le habrán explicado a la señora Anthony cuán ocupado está Dion...
MARGARET.-(lnterrumpiéndolo, con rigidez.) A decir
verdad,- no comprendo…
BROWN.-(Precipitadamente.) Entra. Te lo explicaré. Pasa aquí y ponte cómoda. (Abre de par en par la puerta y la hace entrar en su oficina privada.)
EL DIBUJANTE MAYOR.- Dion le debe estar contando alguna fábula a su mujer.
DIBUJANTE JOVEN.-Sin duda finge que sigue trabajando aquí... y Brown le ayuda en ese juego...
EL DIBUJANTE MAYOR.-Pero... ¿por qué habría de hacer eso Brown, después de... ?
EL DIBUJANTE JOVEN.-Bueno... Lo que es yo... ¡que me registren! (Trabajan.)
BROWN.-Siéntate, Margaret. (Ella se sienta en la silla con aire envarado. Él, detrás del escritorio.)
MARGARET.-(Con frialdad.) Me gustaría alguna explicación...
BROWN.-(Con tono insinuante.) Vamos... ¡No te enojes, Margaret! Dion está trabajando empeñosamente en su plano para el nuevo Capitolio del Estado y no quiero que lo molesten... ¡ni siquiera tratándose de ti! ¡De modo que pórtate como una mujercita valerosa! ¡Recuerda que es por el propio bien de Dion! Le pedí a él que te lo explicara.
MARGARET.-(Ablandándose.) Dion me dijo que ustedes habían convenido pedirme que ni yo ni los niños viniéramos aquí... pero, en realidad, casi nunca veníamos.
BROWN.-¡Pero podían venir! (Con confidencial cordialidad.) Esto es por su bien, Margaret. Conozco a Dion. Debe evitar las distracciones cuando trabaja. No es un hombre vulgar, como comprenderás. ¡Y ese plano es todo su porvenir! Todo el mérito será suyo y apenas sea aceptado el plano lo haré socio mío. Está convenido. Y después de eso, me tomaré unas largas vacaciones... me marcharé a Europa por un par de años... ¡y dejaré todo esto en manos de Dion! ¿No te ha dicho él todo esto?
MARGARET.-(Con regocijo, ahora.) Sí. .. Pero me costaba creer... (Orgullosa.) Estoy segura de que Dion puede hacer eso. ¡Últimamente se ha convertido en un hombre nuevo, desbordante de ambición y energía! ¡Eso me ha hecho tan feliz! (Se interrumpe, turbada.)
BROWN.- (Profundamente conmovido, le toma la mano en impulsivo arrebato.) ¡Y a mí también!
MARGARET.-(Confusa, con divertida risa.) ¡Vamos, Billy Brown! ¡Por un momento creí que hablaba Dion! ¡Tu voz se parecía tanto a la suya... !
BROW.-(Con repentina desesperación.) ¡Margaret, tengo que decírtelo! ¡No puedo seguir así! Tengo que confesártelo... ¡Hay algo...!
MARGARET.-(Alarmada.) ¿No... no se trata de Dion?
BROWN.-(Con aspereza.) ¡Al diablo con Dion! ¡Al diablo con Billy Brown! (Se arranca la máscara y descubre un sufriente rostro, macilento y asolado por el sufrimiento: su verdadero rostro, atormentado y deformado por el de monio de la máscara de Dion.) ¡Piensa en mí! ¡Yo te amo, Margare!! ¡Deja a Dion! ¡Yo te he amado siempre! ¡Ven conmigo! ¡Lo liquidaré todo! ¡Nos iremos al extranjero y seremos felices!
MARGARET.-(Atónita.) ¿Comprendes qué estás diciendo, Billy Brown? (Con un escalofrío.) ¿Estás loco? Tu rostro... es terrible. ¡Estás enfermo! ¿Quieres que llame a un médico?
BROWN.-(Apartándose lentamente de ella y poniéndose la máscara, con voz apagada.) No. He estado al borde... de un colapso... durante algún tiempo. Suelo sufrir accesos... Ahora me siento mejor.
(Volviéndose hacia ella.)
¡Perdóname! ¡Olvida mis palabras! Pero, por lo que másquieras, no vuelvas aquí. ..
MARGARET.-(Con frialdad.) Te aseguro que, después de esto... (Mirándolo, con dolorida incredulidad.) ¡Pero Billy! ¡Si me parece realmente increíble... después de tantos años ...!
BROWN.-No volverá a suceder. Adiós.
MARGARET.-Adiós. (Queriendo cambiar de tema para que las palabras sean menos ásperas, con sonrisa forzada.)
¡No hagas trabajar demasiado a Dion! Nunca lo tenemos ya en casa a la hora de la cena. (Sale, pasando junto a uno de los dibujantes y se marcha por derecha, foro. Brown se sienta ante su escritorio, volviendo a quitarse la más cara. La contempla con aire amargo, cínico y divertido.)
BROWN.-¡Estás muerto, William Brown, muerto sin esperanzas de resurrección! ¡Fue el Dion que enterraste en tu jardín quien te mató, no tú a él! ¡Fue el marido de Margaret quien... ! (Ríe con aspereza.) ¡El paraíso por medio de un representante! ¡El amor merced a un error de identidades! ¡Dios mío! (Esto, con tono casi de plegaria. Ahora, con arrogante desafío.) ¡Pero es el paraíso, a pesar de todo! ¡Yo amo! (Mientras habla, entre en la sala de dibujo un hombre elegante, corpulento, de aire importante.
Lleva un plano arrollado en la mano. Saluda con leve movimiento de cabeza y aire condescendiente a los dibujantes y va directamente hacia la puerta de Brown, a la cual llama con golpes perentorios y, sin esperar respuesta, hace girar el picaporte. Brown tiene apenas el tiempo justo para volver la cabeza y ponerse la máscara.)
EL HOMBRE.-(Con vivacidad.) ¡Ah! ¡Buenos días! He entrado sin esperar... ¿Supongo que no molestaré... ?
BROWN.-(Convertido nuevamente en el arquitecto de éxito, con tono cortés.) En absoluto, señor. ¿Cómo está usted? (Se estrechan la mano.)
Siéntese. Tome un cigarro.
Y, ahora... ¿Me dirá en qué puedo servirlo esta mañana?
EL HOMBRE.-(Desenrollando el plano.) Se trata de su plano. Mi esposa y yo hemos vuelto a estudiarlo. Nos gusta... y no nos gusta. Y cuando un hombre proyecta invertir medio millón, es natural que lo quiera todo a su gusto...
¿verdad? (Brown asiente.) Esto es algo frío y mezquino, demasiado parecido a una tumba, si me permite la expresión, para ser una casa habitable. ¿No podría usted darle más vida, agregarle algunas ornamentaciones, hacerla más hermosa y más tibia... ? Usted me entiende. (Lo mira con aire de duda.) Me han dicho que usted tuvo un ayudante, Anthony, que era un as para todos esos detalles, pero que lo ha despedido...
BROWN.-(Con delicadeza.) ¡Habladurías! Sigue trabajando conmigo, pero, por razones privadas, no quiere que eso se sepa. Sí, se ha formado a mi lado y es muy ingenioso. Le entregaré esto inmediatamente y le daré las instrucciones necesarias para que dé cumplimiento a sus deseos ...
TELÓN
ESCENA II
Escenario: El mismo del segundo acto, escena tercera, la biblioteca de la casa de Brown, a las ocho de esa misma noche, aproximadamente. Se oye a Brown avanzar a tientas en la oscuridad. Enciende la lámpara del escritorio. Exactamente debajo de ésta, sobre una suerte de pedestal, está la máscara de Dion, cuyos ojos vacíos miran hacia adelante.
Brown se quita su máscara y la pone sobre el escritorio, delante de la de Dion. Se desploma en el sillón y contempla fijamente, inmóvil, los ojos de la máscara de Dion. Por fin comienza con tono amargo y burlón.
BROWN.-¡Escucha! Hoy, a duras penas pudimos salvarnos... ¡tú y yo! No podremos seguir ocultando esta situación durante mucho tiempo. ¡Hay que poner en marcha nuestro plan! Hemos hecho ya el testamento de William Brown, dejándote su dinero y su empresa.
Ahora debemos marcharnos sin pérdida de tiempo a Europa... ¡y matar allí a Brown! (Con tono algo insultante.) Entonces, tú... el yo que está en ti... yo, viviré feliz con Margaret, eternamente. (Más insultante.) ¡Margaret tendrá hijos conmigo! (Le parece oír una burlona negativa de la máscara. Se inclina hacia ella.) ¿Qué? (Con una risita burlona.)
¡Sea lo que fuere, no importa! ¡Tus hijos me quieren ya más de lo que te quisieron nunca! ¡Y Margaret me quiere más aún! Tú crees haber triunfado... ¿verdad? ¿Crees que necesito fundirme en ti para vivir? ¡Todavía no, amigo mío! ¡Nada de eso! ¡Esperaré un poco!
Gradualmente. Margaret amará lo que está debajo de la superficie... ¡yo mismo! ¡Poco a poco le enseñaré a conocerme y luego, finalmente, me descubriré ante ella y le confesaré que robé
tu lugar por amor y Margaret comprenderá y perdonará y me amará! ¡Y tú, serás olvidado! ¡Ja, ja! (Vuelve a inclinarse sobre la máscara, como si escuchara y dice, con tono atormentado.) ¿Qué dices? ¿Que Margaret nunca me creerá? ¿Que nunca comprenderá? ¿Que nunca verá claro? ¡Mientes, demonio! (Estira las manos como para asir a la máscara de la garganta, luego se echa atrás con un escalofrío de impotente desesperación.) ¡Dios mío, ten piedad de mí! ¡Déjame creer! ¡Benditos sean los piadosos!
¡Misericordia para mí! (Espera, el rostro vuelto hacia arriba, con tono suplicante.) ¿Todavía no? (Con desesperación.) ¿Nunca? (Pausa. Luego, en súbito acceso de pánico, tiende la mano hacia la máscara de Dion, como un morfinómano hacia su droga. Apenas la ha agarrado, parece recuperar las fuerzas y logra forzar una triste risa.) Ahora estoy bebiendo tu fuerza, Dion... la fuerza para amar en este mundo y morir y dormir y convertirse en fértil tierra, como ocurre ahora contigo en mi jardín... ¡donde tu debilidad es la fuerza de mis flores, donde tu fracaso como artista pinta sus pétalos de vida! (Con tono jactancioso.) ¡Ven conmigo mientras el novio de Margaret se pone tu ropa, Dion Anthony! ¡Necesito al diablo cuando estoy en las tinieblas! (Se va por izquierda, pero se le oye hablar.) ¡Tus trajes empiezan a sentarme mejor que los míos propios! ¡Apresúrate, Hermano! A esta hora ya deberíamos estar en casa. ¡Nuestra esposa nos espera! (Reaparece, después de haberse cambiado de chaqueta y de pantalones.) ¡Ven conmigo y vuelve a decirle que la amo! ¡Ven y escúchale decirme cómo te ama! (Súbitamente no puede contenerse y besa la máscara.) ¡Te amo porque ella te ama! ¡Mis besos sobre tus labios son para ella! (Se pone la máscara y se yergue por un momento: parece crecer repentinamente en estatura y en arrogancia. Luego dice con una risotada de audaz confianza en sí mismo.) ¡Salgamos por la puerta de servicio! ¡No debo olvidar que soy un terrible delincuente, perseguido por Dios y por mí mismo! (Sale por derecha, riendo con divertida satisfacción.)
TELÓN
ESCENA III
Escenario: El mismo de la primera escena del acto primero: la sala de la casa de Margaret. Ha transcurrido media hora, aproximadamente, desde la última escena. Margaret está sentada en el sofá, esperando con la ansiosa e impaciente expectativa del ser profundamente enamorado. Viste con un cuidadoso y sutil toque de elegancia extra, con miras a resultar atrayente. Su aire es juvenil y feliz. Trata de leer un libro. Alguien abre y cierra la puerta de calle. Margaret se levanta de un salto y corre a foro para echarle los brazos al cuello a Brown, que entra por derecha de foro. Lo besa apasionadamente.
MARGARET.-(Mientras él retrocede, con algo así como una sensación de culpabilidad, le dice riendo.) ¡Vamos, odioso! ¡Voy a creer, realmente, que quieres rehuir mis besos!
Pues bien... por eso mismo, yo...
BROWN.-(Con salvaje y desafiante pasión, la besa una y otra vez.) ¡Margaret!
MARGARET.-Llámame Peggy, de nuevo. Solías hacerlo cuando me amabas de veras. (Con dulzura.) ¿Recuerdas el primer baile en la fiesta escolar... tú y yo en el embarcadero a la luz de la luna?
BROWN.-(Con dolor.) No. (Retira sus brazos, que la rodean.)
MARGARET.-(Reteniéndolo, ríe.) ¡Pues a mí me encanta recordarlo! ¡Viejo oso! ¿Por qué no?
BROWN.-(Tristemente.) Eso sucedió hace tanto tiempo...
MARGARET.-(Con un dejo de melancolía.) ¿No quieres acordarte de que estamos envejeciendo?
BROWN.-Precisamente. (La besa con dulzura.) Estoy cansado. Sentémonos. (Se sientan en el sofá, él rodeándola con el brazo, la cabeza de Margare! apoyada en su hombro.)
MARGARET.-(Con un suspiro de dicha.) No me importa recordar... ahora que soy feliz. Eso sólo duele cuando soy desdichada... y he sido tan feliz últimamente, querido... ¡y te estoy tan agradecida! (Brown se mueve, desasosegado. Ella prosigue, con júbilo.) ¡Todo ha cambiado! Yo ya me había
resignado... y estaba triste y sin esperanzas, además... y entonces, repentinamente, cambiaste por completo y todo volvió a ser como cuando nos casamos... mucho mejor aún.
Siempre fuiste tan extraño y retraído y solitario... Nunca me había sentido realmente próxima a ti. Pero, ahora, siento que te has vuelto completamente humano... como yo... ¡y soy tan feliz, querido! (Lo besa.)
BROWN.-(La voz trémula.) ¿De modo que te he hecho feliz, más feliz que nunca... suceda lo que suceda? (Ella asiente.) Entonces... ¡eso lo justifica todo! (Ríe forzadamente.)
MARGARET.-¡Claro que sí! Siempre lo esperé. Pero tú no querías ser así. .. o no podías serlo... y yo no podía ayudarte... ¡y siempre te adivinaba tan solitario! ¡Siempre oí que me llamabas en tu ayuda porque te habías extraviado, pero yo no lograba el camino hasta ti porque también estaba extraviada! ¡Qué
horrible era aquella sensación para una esposa' (Ríe y dice, alegremente.) ¡Pero, ahora, estás aquí! ¡Eres mío! ¡Eres mi amante recuperado y mi marido y también mi niño grande!
BROWN.-(Con un dejo de celos.) ¿Dónde están tus otros niños grandes, esta noche?
MARGARET.-Fueron a un baile. Conviene que te enteres de que todos ellos tienen ya sus chicas.
BROWN.-(Burlón.) ¿No estás celosa?
MARGARET.-( Alegremente.) ¡Claro que sí! ¡Terriblemente celosa! Pero soy diplomática. No los dejo adivinar mis celos. (Cambiando de tema.) ¡Créeme! ¡Los chicos han notado el cambio operado en ti! El mayor me decía hoy: <<Es una suerte que papá no esté ya tan nervioso. ¡Es un gran muchacho cuando está en vena!>> Y los otros dos, dijeron, muy solemnemente: <<¡Qué duda cabe!>>
BROWN.-(Con voz desgarrada.) Me... me alegro. MARGARET.-¡Dion! ¡Estás llorando!
BROWN.-(Herido por el nombre, se pone de pie y dice con aspereza.) ¡Tonterías! ¿Viste alguna vez llorar a Dion por nadie?
MARGARET.-(Con tristeza.) Tú no podías hacerlo... entonces. Estabas demasiado solitario. No tenías con quien llorar.
BROWN.-(Saca un plano arrollado de una gaveta del escritorio y dice, con voz apagada.) Tengo que hacer un trabajo.
MARGARET.-(Con decepción.) ¡Cómo! ¿Te ha vuelto a dar encargos para tu casa nuestro viejo Billy Brown?
BROWN.-(Irónicamente.) Es por el propio bien de Dion, ya lo sabes... y por el tuyo.
MARGARET.-(Resignándose valerosamente, con aire alegre.) Bueno. No quiero ser egoísta. En realidad, me enorgullece el que seas tan ambicioso. Déjame que te ayude. (Trae la tabla de dibujo de Dion, que Brown pone sobre la mesa, clavando sobre ella el plano. Margaret se sienta en el sofá y toma su libro.)
BROWN.-(Con estudiada negligencia.) He oído decir que fuiste a verme a la oficina...
MARGARET.-¡Sí! ¡Y Billy no me dejó entrar! Me sentí furiosa, hasta que él me convenció de que era mejor así. ¿Cuándo te asociará a su empresa?
BROWN.-Muy pronto, ya.
MARGARET.-¿Y te dará realmente plenos poderes cuando se vaya al extranjero?
BROWN.-Sí.
MARGARET.-(Con tono práctico.) Yo que tú, lo hostigaría. Las promesas están muy bien, pero... (Vacila.) ... no confío en él.
BROWN.-(Con un sobresalto, ásperamente.) ¿Qué te induce a decir eso?
MARGARET.-Uh... Algo que sucedió hoy.
BROWN.-¿ Qué?
MARGARET.-No pretendo culparlo, pero... Para ser te franca, creo que el Gran Dios Brown, como lo llamas, se está volviendo algo extraño y es tiempo de que se tome unas vacaciones. ¿No te parece?
BROWN.-(La voz excitada, pero con cautela.) Pero... ¿Por qué? ¿Qué hizo?
MARGARET.-(Con tono vacilante.) Bueno... A decir verdad, aquello fue demasiado estúpido. Repentinamente, Brown se volvió muy raro. Su rostro me asustó. Parecía un cadáver. Luego desvarió y dijo unas tonterías, afir mando que siempre me había amado. ¡Se portó como un perfecto estúpido! (Mira a Brown, que la observa fijamente. Margaret siente desasosiego.) Quizás yo haya hecho mal en decirte esto. Brown, sencillamente, no era responsable de sus palabras. Luego volvió
en sí y se mostró normal y me rogó que lo perdonara y parecía apenadísimo y le tuve lástima.
(Con un escalofrío.} ¡Pero, para serte franca, Dion, oírlo me resultó indeciblemente desagradable! (Con bondadoso y destructor desdén.) ¡Pobre Billy!
BROWN.-(Con un destello de atormentado sarcasmo.)
¡Pobre Billy! ¡Pobre Billy, El que recibe las Bofetadas!
(Con burlón frenesí.) ¡Lo mataré para ti! ¡Te serviré su corazón en el desayuno!
MARGARET.-(Levantándose de un salto, asustada.)
¡Dion!
BROWN.-(Agitando su lápiz-punzón, con grotescos molinete.) ¡Te dijo que mataré a ese maldito y repulsivo Gran Dios Brown, que se interpone como un carnero cebado en el camino de nuestra salud, riqueza y felicidad!
MARGARET.-(Perpleja, no sabiendo hasta qué punto finge Brown, lo rodea con el brazo.) ¡Cálmate, querido!
Te vuelves nuevamente horrible y extraño. Eso me hace temer que no hayas cambiado de veras, después de todo.
BROWN.-(Sin prestarle atención.) ¡Y, entonces, mi esposa podrá ser feliz! ¡Ja, ja! (Ríe. Margaret se echa a llorar. El se domina, le acaricia la cabeza y dice con dulzura.) Muy bien, querida. El señor Brown está ahora a salvo en el infierno.
¡Olvídalo!
MARGARET.-(Deja de llorar, pero se muestra inquieta aún.) No debía decírtelo... pero no supuse, ni por un momento, que lo tomarías en serio. ¡Siempre consideré a Billy Brown tan sólo un amigo y últimamente ni siquiera eso! ¡No es más que un viejo estúpido!
BROWN.-¡Ja, ja! ¿No te dije que Brown estaba en el infierno? ¡Lo están torturando! (Dominándose de nuevo, con aire agotado.) Por favor, déjame solo, ahora. Tengo que trabajar.
MARGARET.-Perfectamente, querido. Iré al cuarto contiguo y, si necesitas algo, te bastará con llamarme. (Le acaricia el rostro y dice, zalameramente.) ¿Queda olvidado todo eso?
BROWN.-¿Serás feliz así?
MARGARET.-Sí.
BROWN.-Entonces... ¡todo eso está liquidado, te lo aseguro! (Ella lo besa y sale. El permanece absorto con la mirada fija en el vacío, luego se aparta de los pensamientos que lo asedian y se concentra en su trabajo, diciendo, con sarcasmo.) ¡Nuestro hermano Capitolio flamante lo reclama, señor Dion! ¡A trabajar! ¡Esconderemos astutamente al viejo Sileno en la cúpula! ¡Que baile sobre el recinto donde hacen las leyes, con su eterna mirada maliciosa! (Se inclina sobre su trabajo.)
TELÓN
ACTO CUARTO
ESCENA I
Escenario. El mismo de la primera escena del tercer acto: la sala de dibujo y la oficina de Brown. Un anochecer, al cabo de un mes aproximadamente. Los dos dibujantes están inclinados sobre su mesa, trabajando.
Brown, ante su escritorio, trabaja febrilmente en un plano. Usa la máscara de Dion. La máscara de Brown está sobre el escritorio, a su lado. Mientras trabaja, ríe con maliciosa alegría y, finalmente, arroja su lápiz después de hacer con
él un molinete.
BROWN.-¡Terminado! ¡En nombre del Todopoderoso Brown, amén, amén! ¡He aquí un Capitolio maravillosamente perfecto! ¡El plano serviría igualmente para un Asilo de Delincuentes Retardados! ¡Pero mi arte es tal que esto les parecerá tener una mera finalidad burguesa y de sentido común, respetable como los tirantes de un diputado! ¡Sólo a mí esta pomposa fachada me revelará su verdadero rostro, la cansada mueca irónica de Pan que, con los oídos amodorrados por el desmayado zumbido de las civilizaciones de ayer y de mañana, escucha desganado las leyes aprobadas por sus propias pulgas para esclavizarlo! ¡Ja, ja, ja! (Da un salto grotescamente desde atrás de su escritorio y luego unas cabriolas cabrunas, riendo con sensual deleite.) ¡Viva el jefe de policía Brown!
¡El fiscal de distrito Brown! ¡El alcalde Brown! ¡El intendente Brown! ¡El diputado Brown! ¡El gobernador Brown! ¡El senador Brown! ¡El presidente Brown! (Canturrea.) ¡Oh! ¿Cuántas personas en un solo Dios forman al Gran Dios Brown? ¡Ja, ja, ja, ja! (Los dos dibujantes del cuarto contiguo han dejado de trabajar y escuchan.)
EL DIBUJANTE JOVEN.-¡Borracho como una cuba!
EL DIBUJANTE MAYOR.-Por lo menos, Dion obraba decorosamente y no venía entonces a la oficina ...
EL DIBUJANTE JOVEN.-¡Qué raras son estas repentinas borracheras de Brown!
EL DIBUJANTE MAYOR.-Es probable que haya bebido a escondidas hasta ahora.
BROWN.-(Ha vuelto a su escritorio, riendo para sí y sin aliento.) ¡Es tiempo de que nos volvamos respetables de nuevo! (Se quita la máscara de Dion y estira la mano hacia la
suya propia: luego se detiene, cada mano apoya da en una de ellas, contemplando el plano con fascinada aversión. Su verdadero rostro se muestra ahora enfermo, lívido, atormentado, con las mejillas hundidas y los ojos febriles.) ¡Horrendo! ¡Repulsivo! ¡Despreciable! ¿Por qué ha de ser alcahuete de lo trivial el demonio que está en mí... para castigarme luego con el asco a mí mismo y el odio a la vida? ¿Por qué no soy lo bastante fuerte para perecer... o lo bastante ciego para ser feliz? (Al cielo, amargamente pero con tono de súplica.) Dame fuerzas para destruir esto... y para destruirme a mí mismo... y a él... y creeré en Ti! (Mientras hablaba, se ha oído un ruido en las escaleras. Los dos dibujantes se han inclinado sobre su trabajo. Entra Margaret, cerrando la puerta en
pos de sí. Al oír esto, Brown se sobresalta. Adivina de inmediato quién ha llegado y exclama, con tono de alarma.) ¡Margaret! (Torna ambas máscaras y entra en la habitación de
la derecha.)
MARGARET.-(Se advierten en ella salud y felicidad, pero su rostro traiciona inquietud y un solícito afán y les dice amablemente a los dibujantes que la miran absortos.) Buenos
días. Oh, no se preocupen... No vengo a ver a mi marido, sino al señor Brown...
EL DIBUJANTE JOVEN.-(Con tono indeciso.) El señor Brown se ha encerrado en su oficina, pero si usted llama a la puerta, quizá...
MARGARET.-(Llama con los nudillos y dice, con cierta turbación.) ¡Señor Brown! (Brown entra en su oficina, con su máscara de William Brown. Se acerca con rapidez a la otra puerta y la abre.)
BROWN.-(Con turbulenta cordialidad.) ¡Pasa, Margaret! ¡Pasa! ¡Qué deliciosa sorpresa! ¡Siéntate! ¿En qué puedo servirte?
MARGARET.-(Tomada de sorpresa, algo ceremoniosa.)
En... poca cosa.
BROWN.-Se trata de Dion, sin duda. Pues bien...
Tu niño mimado está perfectamente... ¡Nunca estuvo mejor!
MARGARET.-(Con frialdad.) Eso es cuestión de opiniones. A mi parecer, tú lo estás matando a fuerza de trabajo.
BROWN.-Oh, no... Dion no morirá. Es Brown quien ha de morir. Ya lo hemos convenido.
MARGARET.-(Mirándolo con extrañeza.) Hablo en serio.
BROWN.-Yo también. ¡Con una seriedad espantosa!
¡Ja! ¡ja! ¡ja!
MARGARET.-(Reprimiendo su indignación.) ¡Ese es el motivo de mi visita. A decir verdad, Dion está tan nervioso y agitado últimamente, que estoy segura de que poco le falta para sufrir un colapso.
BROWN.-Pues la culpa no la tiene el alcohol ciertamente, Dion no ha bebido una sola gota. ¡No la necesita!
¡Ja, ja! ¡Y yo tampoco, aunque las malas lenguas están empezando a decir que vivo borracho! ¡Esto se debe a que he empezado a reírme! ¡Ja, ja, ja! ¡En esta ciudad, sólo creen en la alegría cuando se tiene una botella a mano! ¡Qué gentuza ridícula! ¡Ja, ja, ja! Y eso, aunque uno sea el Gran Dios Brown... ¿eh, Margaret? ¡Ja, ja, ja!
MARGARET.-( Levantándose, con desasosiego.) Temo que yo ...
BROWN.-¡No temas, querida! ¡No volveré a hacerte el amor! ¡Palabra de honor! ¡Estoy demasiado cerca de la tumba para cometer semejante locura! Pero tú debiste divertirte la vez pasada, al venir aquí y ver cómo se comportaba un viejo y repulsivo tonto como yo... ¿eh?
¡Debiste divertirte de un modo indecible! ¡Ja, ja, ja! (Con brusco movimiento blande el plano ante ella.) ¡Mira!
¡Lo hemos terminado! ¡Dion lo terminó! ¡Su reputaciónestá hecha!
MARGARET.-(Con acritud.) ¡Realmente, Billy, me parece que estás borracho!
BROWN.-Nadie me besa... ¡de modo que todos ustedes pueden creer lo peor! ¡Ja, ja, ja!
MARGARET.-{Con frialdad.) Entonces, si Dion ha terminado... ¿por qué no puedo verlo?
BROWN.-(Con insensato frenesí.) ¿Ver a Dion? ¿Ver a Dion? ¿Por qué no? Estamos en la época de los milagros. Las calles están llenas de Lázaros. ¡Reza una plegaria! ¡Mejor dicho, espera... espera un momento, por favor. (Se va a la habitación de la derecha. Al cabo de un instante reaparece con la máscara de Dion. Tiende sus brazos y Margaret se echa en ellos. Se besan apasionadamente. Por fin, Brown se sienta con ella en el canapé.)
MARGARET.-De modo que lo has terminado.
BROWN.-Sí. Pronto vendrá a verlo la comisión. ¡He hecho todos los cambios que querían los muy estúpidos!
MARGARET.-(Amorosamente.) ¿Y podremos irnos a pasar esa segunda luna de miel, de inmediato?
BROWN.-Dentro de un par de semanas, supongo ... apenas yo haya logrado que Brown se vaya a Europa.
MARGARET.-Dime... ¿No estará bebiendo Brown más de la cuenta?
BROWN.-(Con la misma risa de Brown.) ¡Ja, ja! ¡Está siempre borracho perdido! ¡Borracho de vida! ¡No puede soportarla! ¡La vida le está quemando las entrañas!
MARGARET.-( Alarmada.) ¡Querido! Me inquietas. ¡Tu risa parece tan desatinada como la de él! ¡Necesitas descanso!
BROWN.-(Dominándose.) Descansaré en paz... ¡cuando él se haya ido!
MARGARET.-(Con una mirada de extrañeza.) Pero,
Dion... Ese no es tu traje... Es igual al de ...
BROWN.-¡Es el suyo! ¡No tardaremos en ser mellizos!
¡He empezado por heredar su ropa! (Calmándose, al ver cuán asustada está ella.) No te preocupes, querida. Estoy algo exaltado, ahora que está concluido el trabajo. ¡Creo que también yo estoy algo borracho de vida! (Entra en la sala de dibujo la comisión, integrada por tres personajes de aire importante y aspecto vulgar.)
MARGARET.-(Forzando una sonrisa.) ¡Pues no permitas que te queme por dentro!
BROWN.-¡No hay peligro! ¡Por dentro estoy templado en el infierno! ¡Ja, ja, ja!
MARGARET.-(Besándolo, con aire zalamero.) ¡Vámonos a casa, querido!... ¡Te lo ruego!
EL DIBUJANTE MAYOR.-(Llamando a la puerta.) Ha llegado la comisión, señor Brown.
BROWN.-( A Margaret, presurosamente.) Recíbelos tú, Margaret. Muéstrales el plano. Yo iré en busca de Brown. (Alzando la voz.) Adelante, señores. (Se va por derecha, en el preciso instante en que la comisión entra en la oficina. Al ver a Margaret , los visitantes se detienen, sor prendidos.)
MARGARET.-(Turbada.) Buenas tardes. El señor Brown vendrá inmediatamente. (Los visitantes se inclinan. Margaret les exhibe el plano.) Este es el plano de mi marido. Lo terminó hoy.
LA COMISIÓN.-¡Ah! (Todos se agolpan a su alrededor para mirarlo, con entusiasmo.)
¡Perfecto! ¡Espléndido! ¡Inmejorable! ¡Exactamente lo que habíamos sugerido!
MARGARET.- (Con alegría.) ¿De modo que lo aceptan?
¡El señor Anthony se sentirá tan satisfecho!
UNO DE LOS MIEMBROS.- ¿El señor Anthony?
OTRO.-¿Está trabajando aquí de nuevo?
UN TERCERO.-¿Debo entender que este plano es de su esposo?
MARGARET.-(Con excitación.) ¡Sí! ¡Totalmente suyo! Ha trabajado como un esclavo...
(Aterrada.) ¿No querrán decir ustedes que... el señor Brown nunca les dijo eso?
(Ellos menean la cabeza, con solemne sorpresa.)
¡Oh! ¡Qué hombre vil y despreciable! ¡Lo detesto!
BROWN.-( Apareciendo por derecha, burlonamente.)
¿Detestarme, Margaret? ¿Detestar a Brown? ¡Cuán superfluo! (Con tono oratorio.) Caballeros, les he estado ocultando un secreto para impresionarlos más al revelarlo. Este plano se debe por completo a la inspiración del genio del señor Dion Anthony. Yo nada tuve que ver con él.
MARGARET.-(Contrita.) ¡Oh, Billy! ¡Lo siento! ¡Perdóname!
BROWN.-(Simulando no haberla oído, toma el plano de manos de los miembros de la comisión y comienza a desprenderlo del tablero. Luego dice burlonamente.) Adivino en sus rostros, caballeros, que esto cuenta con la aprobación de ustedes. Están encantados... ¿verdad? ¿Y por qué no, mis queridos amigos? ¡Mírenlo y mírense a sí mismos! ¡Ja, ja, ja! ¡Esto los inmortalizará, buena gente. ¡Será una burla inmortal! (Con un repentino cambio total de tono, irritado.)
¡Malditos estúpidos! ¿No se dan cuenta de que esto es un insulto, un insulto terrible y blasfemo que el fracasado Anthony nos arroja en su amargura a todos los que hemos triunfado... un insulto a ustedes, a mí, a ti, Margaret. .. y a Dios Todopoderoso? (En un frenesí de furia.) ¡Y si ustedes son lo bastante débiles y cobardes para soportarlo, yo no lo soy! (Rasga el plano en cuatro pedazos. Los miembros de la comisión permanecen inmóviles, estupefactos. Margaret se abalanza hacia Brown.)
MARGARET.-(Gritando.) ¡Cobarde! ¡Dion! ¡Dion! (Recoge el plano y lo oculta contra su pecho.)
BROWN.-(Con súbita cabriola cabruna.) Le diré a Dion que ustedes están aquí. (Desaparece, pero reaparece casi de inmediato con la máscara de Dion. Se impone un esfuerzo extraordinario para no bailar y reír. Habla con suavidad.) ¡Calma! ¡Todo va a las mil maravillas! ¡Un poco de engrudo, Margaret! ¡Un poco de engrudo, caballeros! ¡Y todo marchará bien! ¡La vida es imperfecta, Hermanos! ¡Los hombres tienen sus defectos, Hermana!
¡Pero con unas cuantas gotas de engrudo puede hacerse mucho! Una pincelada de engrudo de resignación por aquí y por allá... ¡y hasta los corazones destrozados pueden repararse para prestar leales servicios! (Se ha encaminado al sesgo hacia la puerta. Todos lo contemplan con petrificada perplejidad. Se coloca el índice sobre los labios.) ¡Sssht! El secreto que papá les va a contar hoy a sus niños, es éste: el Hombre ha nacido roto. Vive a fuerza de remiendos. ¡La gracia de Dios es engrudo! (Con rápido y saltarín movimiento, abre la puerta, pasa a la otra oficina y cierra en pos de sí silenciosamente, estremeciéndose de contenida risa. Con elástico salto, se acerca a los dibujantes petrificados y murmura.) Lo encontrarán en el cuarto contiguo. ¡El señor William Brown ha muerto! (Desaparece con ágiles saltos, echando atrás la cabeza, estremeciéndose de silenciosa risa. Se oye el ruido de sus pies que bajan a saltos las escaleras, de a cinco por vez. Luego, una pausa. La gente que está en ambas habitaciones se mira, absorta. El Dibujante Joven es el primero en reaccionar.)
EL DIBUJANTE JOVEN.-(Precipitándose al cuarto contiguo, grita con tono horrorizado.)
¡El señor Brown ha muerto!.
LA COMISIÓN.- ¡Él lo mató! (Todos corren al pequeño cuarto de la derecha. Margaret permanece inmóvil, atónita de horror. Los demás vuelven un momento después, trayendo la máscara de William Brown, dos a cada lado, como si llevaran un cadáver por las piernas y los brazos. Solemnemente lo depositan sobre el canapé y se quedan contemplándolo.)
UNO DE LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN.-(Con respetuoso terror.) No puedo creer que haya muerto.
OTRO MIEMBRO.- (En el mismo tono.) Me parece oírlo hablar, aún. (Corno obedeciendo a un mandato irresistible, carraspea y le habla a la máscara, con tono Importante.) Señor Brown...
(Seinterrumpe, bruscamente.)
TERCER MIEMBRO.-(Retrocediendo.) No. ¡Está muerto, no cabe duda! (De pronto, histéricamente, con irritación y terror.) ¡Tenemos que dar con el paradero de Anthony ahora mismo!
MARGARET.-(Con un grito de congoja.) ¡Dion es inocente!
EL DIBUJANTE JOVEN.-¡Voy a llamar a la policía, señor! (Se abalanza hacia el teléfono.)
TELÓN
ESCENA II
Escenario. El mismo de la segunda escena del acto tercero, la biblioteca de Brown. La máscara de Dion se halla sobre la mesa bajo la luz, de frente. Brown está arrodillado ante la mesa, de frente, desnudo, salvo un paño blanco que le cubre la cintura. La ropa que se ha arrancado en su tormento está esparcida sobre el piso. Sus ojos, sus brazos, todo su cuerpo, están tensos en un esfuerzo hacia arriba; sus músculos se crispan al mismo tiempo que sus labios, mientras éstos rezan silenciosamente en torturada súplica. Por fin, de su pecho se escapa una voz con tremendo esfuerzo.
BROWN.-¡Misericordia, Piadoso Salvador de los Hombres! ¡Desde mi abismo te grito!
¡Piedad para este triste terrón, tu terrón de tierra impía, tu barro, el Gran Dios Brown! ¡Piedad, Salvador! (Parece esperar una respuesta. Luego se levanta de un salto y estira la mano para tocar la máscara, como un niño asustado que busca la mano de su niñera y dice, con instantánea y burlona desesperación.) ¡Bah! Lo siento, niños, pero vuestro reino está vacío. ¡Dios se ha irritado, marchándose a alguna lejana estrella extática donde la vida es una llama bailarina! Debemos morir sin él.
(Hablándole a la máscara, con as pereza.) ¡Juntos, amigo mío! ¡Tú, también; ¡Que sufra Margaret! ¡Que sufra todo el mundo como estoy sufriendo! (Se oye el ruido de una puerta al abrirse con violencia y de pies calzados con pantuflas y Cybel, el rostro cubierto por su máscara, precipita en el interior de la habitación. Se detiene bruscamente al ver a Brown y la máscara y pasea la mirada absorta del uno a la otra, por un momento, presa de confusión. Viste un kimono negro y calza pantuflas sobre los pies desnudos. Su cabellera rubia cae sobre sus hombros, como una gran crin. Ha engordado y ha aumentado en ella la honda serenidad objetiva de un
ídolo.)
BROWN.-(Mirándola fijamente, fascinado, con gran tranquilidad, corno si la presencia de Cybel lo consolara.)
¡Cybel! ¡Yo iba hacia ti! ¿Cómo supiste?
CYBEL.-(Le quita la máscara y mira sucesivamente
a Brown y la máscara de Dion, después de lo cual dice, con aire de gran comprensión.) ¡Fue por eso que nunca volviste a mí! ¡Tú eres Dion Brown!
BROWN.-(Con amargura.) ¡Yo soy los restos de William Brown! (Señala la máscara de Dion.) ¡Soy su asesino y su víctima!
CYBEL.-(Con risa de exasperada piedad.) ¡Oh! ¿Por qué no aprenderán ustedes de una vez a no atormentarse y a no atormentarme?
BROWN.-(Candoroso y pueril.) Yo soy Billy.
CYBEL.-(De inmediato, con calma maternal.) Entonces... ¡Huye, Billy! ¡Huye! ¡Le están dando caza alguien! ¡Vinieron a mi casa en busca de un asesino, de Dion! ¡Necesitan una víctima! ¡Necesitan apaciguar sus temores, expulsar a sus demonios, o no podrán volver a conciliar el sueño! ¡Necesitan absolverse a sí mismos encontrando a un culpable! ¡Necesitan matar a alguien, ahora, para vivir! ¡Tú estás desnudo! ¡Debes ser Satanás! ¡Huye, Billy! ¡Huye! ¡Vendrán aquí! ¡He venido corriendo para advertírselo... a alguien! ¡Huye pronto si quieres vivir! .
BROWN.- (Como un niño enfurruñado.) Estoy demasiado cansado. No quiero.
CYBEL.-(Con maternal serenidad.) Bueno, Billy... No lo hagas. Cálmate. (Desde fuera llega un rumor.) De todos modos, es demasiado tarde. Los oigo ya en el jardín.
BROWN.-(Mientras escucha, tiende la mano y torna la máscara de Dion, y, al cobrar fuerzas, dice con acento burlón.) ¡Gracias por este último favor, Dion! ¡Escucha!
¡Tus vengadores! ¡Están parados sobre tu tumba en el jardín! (Se pone la máscara y salta a la izquierda y hace un gesto como para abrir una puerta-ventana. Con alegre burla.) ¡Bienvenidos, mudos adoradores! ¡Yo soy el Gran Dios Brown! ¡Me han aconsejado que huya de ustedes, pero siento el soberano capricho de bailar en mi fuga sobre sus almas prosternadas! (Del jardín llegan gritos y una descarga. Brown retrocede tambaleándose y se des ploma en el suelo junto al canapé, mortalmente herido.)
CYBEL.-(Se lanza hacia él, lo incorpora hasta tenderlo en el canapé y le quita la máscara de Dion.) No puedes llevarte esto a la cama. Tienes que dormir solo. (Reintegra la máscara de Dion a su soporte bajo la luz y se pone su propia máscara, en el preciso momento en que, después de varios portazos,
con estrépito de vidrios rotos y pisadas presurosas, irrumpe en la habitación un pelotón de policías que empuñan sus revólveres, encabezados por un capitán de rostro brutal y cabello canoso. Los policías son seguidos por Margaret, que oprime aún con angustia los pedazos del plano contra su pecho.)
EL CAPlTÁN.- (Señalando la máscara de Dion, triunfalmente.) ¡Hemos dado con él! ¡Está muerto!
MARGARET.-(Se deja caer de rodillas, toma la máscara y la besa, con intensa congoja.) ¡Dion! ¡Dion! (El rostro oculto en los brazos, la máscara en sus manos por sobre la abatida cabeza, se queda sollozando con profunda y silenciosa pena.)
EL CAPITÁN.-( Advirtiendo a Cybel y a Brown, sorprendido.) ¡Hola! ¡Miren esto! ¿Qué hacen ustedes aquí?
¿Quién es éste?
CYBEL.-Ustedes debieran saberlo. ¡Ustedes lo mataron!
EL CAPITÁN.-(Con un gruñido defensivo, precipitada
mente.) ¡Fue a Anthony a quien matamos! ¡Le vi la cara!
¡Apostaría a que este individuo es un cómplice! ¡Bien merecido lo tiene! ¿Quién es? ¡Un amigo suyo! ¡Un bribón! ¿Cómo se llama? ¡Dígamelo o le ajusto las cuentas!
CYBEL.-Billy.
EL CAPITÁN.-¿Billy qué?
CYBEL.-No lo sé. Se está muriendo. (Bruscamente.)
Déjenme a solas con él y quizá consiga hacérselo decir.
EL CAPITÁN.-¡Más vale que lo haga! Necesito un informe completo. Le concedo un par de minutos. (Le hace un ademán a los policías, que lo siguen por izquierda. Cybel se quita la máscara y se sienta junto a la cabeza de Brown. Este hace un esfuerzo por incorporarse hacia ella y Cybel le ayuda, echando su kimono sobre el desnudo cuerpo de Brown y atrayendo su cabeza sobre su hombro.)
BROWN.-(Acurrucándose contra ella, con gratitud.) La tierra es tibia.
CYBEL.-(Con tono tranquilizador, mirando el vacío con la impasibilidad de un ídolo.)
¡Ssss! Duérmete, Billy.
BROWN.-Sí, mamá. (Con el tono de quien explica algo.) Aquello estaba oscuro y yo no podía ver adónde iba y todos me acosaban.
CYBEL.-Lo sé. Estás cansado.
BROWN.- ¿Y cuando despierte... ?
CYBEL.-Volverá a salir el sol.
BROWN.-¡Para juzgar a los vivos y a los muertos!
(Con temor.) Yo no quiero justicia. Quiero amor.
CYBEL.-Sólo hay amor.
BROWN.-Gracias, mamá. (Débilmente.) Estoy sintiendo sueño. ¿Cómo era aquella plegaria que me enseñaste... ? Padre Nuestro ...
CYBEL.-(Con sereno gozo.) ¡Padre Nuestro que estás!
BROWN.- (Imitando su tono, con regocijo.) ¡Que estás! ¡Que estás! (Súbitamente, en éxtasis.) ¡Lo sé! ¡Lo he encontrado! ¡Lo oigo hablar! «¡Benditos sean los que lloran, porque reirán!»
¡Sólo quien ha llorado puede reír! ¡La risa del cielo siembra sobre la tierra una lluvia de lágrimas y la risa del Hombre vuelve de la Tierra, transfigurada por los dolores del parto, para gozar de la beatitud y jugar de nuevo en innumerables llamaradas bailarinas sobre las rodillas de Dios! (Muere.)
CYBEL.-(Se levanta y acomoda el cadáver de Brown sobre el canapé. Se inclina y lo besa con dulzura, se yergue y contempla el espacio, diciendo con profundo dolor.)
¡Siempre vuelve la primavera trayendo la vida! ¡Siempre!
¡Eternamente! ¡De nuevo la primavera!... , ¡de nuevo la vida!... ¡de nuevo el verano y el otoño y la muerte y la paz! (Con atormentada pena.) ¡Pero siempre, siempre de nuevo el amor y la concepción y el nacimiento y el dolor! ¡La primavera que trae de nuevo el intolerable cáliz de la vida!... (Con atormentada exaltación.)... ¡que trae de nuevo la gloriosa y deslumbrante corona de la vida! (Permanece inmóvil y erguida como un ídolo de la Tierra: sus ojos miran algo que está más allá del mundo.)
MARGARET.-(Alzando la cabeza con aire de adoración hacia la máscara, con una triunfante ternura aliada a su pena.) ¡Amante mío! ¡Esposo mío! ¡Mi niño! (Besa la máscara.) Adiós. ¡Gracias por la felicidad! ¡Y tú no estás muerto, adorado! ¡No morirás mientras viva mi corazón!
¡Vivirás eternamente! ¡Dormirás bajo mi corazón! ¡Sentiré cómo te agitas en tu sueño, eternamente bajo mi corazón! (Besa nuevamente la máscara. Pausa.)
EL CAPITÁN.-(Se asoma apenas por izquierda y habla sin mirarla, ásperamente.) Bueno... ¿Cómo se llama ése?
CYBEL.-¡El Hombre!
EL CAPITÁN.-(Extrayendo del bolsillo una sucia libreta y un enorme lápiz.) ¿Cómo se deletrea eso?
TELÓN
EPILOGO
Escenario: Cuatro años después. El mismo sitio del mismo embarcadero del prólogo, otra noche de luna de junio. El rumor de las olas y de una lejana música bailable.
Margaret y sus tres hijos aparecen por derecha. El mayor cuenta ahora dieciocho años. Todos visten con la máxima elegancia de la escuela preparatoria para los estudios universitarios. Los tres son altos, atléticos y hermosos. En torno de la frágil figura de su madre, parecen gigantes protectores, dándole un extraño aspecto de solitaria, retraída y menuda feminidad. Margaret ostenta su máscara de madre orgullosa e indulgente. Ha envejecido a todas luces. Su cabello ofrece un hermoso color gris. En su aire y su voz, se advierte el sentimiento satisfecho de quien sabe bien cumplido su objetivo vital, pero que nota al propio tiempo en él cierto vacío y sien te desconsuelo por ello. Está envuelta en una capa gris.
EL MAYOR.-¿Verdad que Isabel está hermosa esta noche, mamá?
EL SEGUNDO.-¿No te parece Mabel la mejor de las bailarinas, mamá?
EL MENOR.-¡Oh! Alicia las supera... ¿verdad?
MARGARET.-(Con triste risita.) Todos ustedes tienen
razón. (Con extraña decisión.) Adiós, chicos.
Los HIJOS.-(Sorprendidos.) Adiós.
MARGARET.-Fue aquí donde, una noche idéntica a
ésta, papá... me declaró su amor. ¿Lo sabían ustedes?
Los HIJOS.-(Con aire turbado.) No.
MARGARET.- (Con tono ansioso.) Pero las noches son ahora mucho más frías que antaño. Imagínense que yo me bañé en junio a la luz de la luna cuando niña... El aire era tan tibio y agradable, entonces... Recuerdo los meses de junio en que yo los llevaba a ustedes en mis entrañas, hijos míos... (Pausa. Ellos dan muestras de malestar. Ella pide, con tono de súplica.) ¡Prométanme honradamente no olvidar jamás a su padre!
Los HlJOS.-(Turbados.) Sí, mamá.
MARGARET.-(Forzando un tono festivo.) ¡Pero no deben perderse una hermosa noche de junio con una vieja como yo! ¡Vuelvan al salón a bailar! (Al verlos vacilar respetuosamente.) Vayan.
Realmente, quiero estar sola... con mis junios.
Los HIJOS.-(Sin poder ocultar su deseo de marcharse.) Sí, mamá. (Se van.)
MARGARET.-(Se quita lentamente la máscara, depositándola sobre el banco y contempla la luna con pensativa y resignada dulzura.) ¡Fue hace tanto tiempo! Y, con todo, sigo siendo la misma Margaret. Son solo nuestras vidas las que envejecen. Nosotros estamos donde los siglos cuentan apenas como segundos y después de mil vidas nuestros ojos comienzan a abrirse... (Mira en torno con sonrisa extática.)... ¡y la luna descansa en el mar!
¡Quiero sentir a la luna en paz en el mar! ¡Quiero que Dion abandone el cielo por mí! ¡Quiero que duerma en las olas de mi corazón! (Lentamente, saca de debajo de su capa, de su pecho, se diría de su corazón, la máscara de Dion tal como fuera ésta en los últimos días de su vida, y la sostiene frente a su rostro.) ¡Amante mío! ¡Esposo mío! ¡Niño mío! ¡Nunca morirás mientras viva m corazón! Vivirás eternamente. ¡Estas durmiendo bajo mi corazón! Siento que te agitas en tu sueño, eternamente bajo mi corazón. (Lo besa en los labios, con un beso que está más allá del tiempo.)
TELÓN