Extraña Pareja
Neil Simon
ACTO
PRIMERO
Una
calurosa noche de verano.
El
apartamento de Oscar Madison. La casa tiene techos altos, paredes
gruesas, habitaciones amplias, y guarda vestigios de su glorioso
pasado. Nos encontramos en el Living donde hay varias puertas que
conducen respectivamente a la cocina, varias habitaciones, al
cuarto de baño y a un distribuidor. Aunque los muebles han sido
elegidos con exquisito gusto, se ve enseguida, por lo desaseado
de la habitación, la falta de una mano femenina en los últimos
meses. Platos sucios, ropa tirada, periódicos viejos, botellas y
vasos vacíos y sucios, correo, bolsas de la lavandería, muebles
fuera de sitio, etc. La única nota agradable es la panorámica de
Nueva Jersey que se divisa desde la ventana del doceavo piso. Piso
que hace tres meses era muy bonito y acogedor.
(Al
levantarse el telón, la habitación está llena de humo y se está
jugando una partida de póker. Aunque hay seis sillas alrededor de ¡a
mesa, únicamente cuatro hombres están sentados. Se trata de MURRAY,
ROY, RICHARD y
TOMMY.
TOMMY, con
el montón más grande de fichas, golpea nerviosamente el pie
contra el suelo y mira continuamente el reloj. ROY
está
mirando a RICHARD
quien
a su vez contempla a MURRAY
con incredulidad y admiración. MURRAY
es
la mano y muy
despacio y metódicamente, intenta barajar, pero le cuesta mucho
trabajo. RICHARD
mueve
la cabeza con gesto desalentado. Todo ésto se desarrolla en un
silencio absoluto.)
RICHARD.—(Apoyando
la barbilla en la mano y mirando a MURRAY.)
Escucha
«dedos de oro», ¿es la primera vez que juegas una partida?
MURRAY.—(Despreciativo.)
Si
no te gusta, búscate otro compañero.
(Continúa
con la misma calma.)
ROY.-¡Puff,
qué mal huele!
TOMMY.-(Mirando
el reloj.) ¿Qué
hora es?
RICHARD.—¿Otra
vez con lo mismo?
TOMMY.—(Lamentándose.)
Perdona,
se me atrasa el reloj y... quisiera saber la hora.
RICHARD.—(Mirándole.)
Doscientos
dólares. Esa es la hora y lo que nos llevas ganado. De modo que no
sueñes con largarte.
TOMMY.—No
voy a ninguna parte, solamente he preguntado la hora.
ROY.—(Mirando
su reloj.)
Son
las diez y media.
(Pausa.
MURRAY
continúa
barajando.)
TOMMY.—(Pausa.)
Tengo
que marcharme a las doce.
RICHARD.—(Levanta
los ojos hacia el techo haciendo un gesto de desesperación.)
Muy
bien. Pero en el zapato nos dejas el dinero ganado, cenicienta.
TOMMY.—Cuando
me senté a la mesa dije que tenía que mar charme a las doce.
Murray, ¿verdad que lo dije?
RICHARD.—Bueno,
bueno... no le distraigas, que está barajando. (A
MURRAY.)
Murray,
¿quieres descansar un poco? El esfuerzo es verdaderamente agotador.
MURRAY.—¿Qué
prefieres, rapidez o perfección? Decídete de una vez.
(Empieza
de nuevo a barajar, muy despacio.
RICHARD
expele,
con fuerza y rabia, el humo de su puro.)
ROY.—Oye,
¿te importaría hacerme un gran favor? ¡Trágate el humo!
(RICHARD
expele,
otra bocanada de humo hacia
ROY)
MURRAY.—Os
lo digo en serio. Estoy muy preocupado por Félix. (Señala
una silla vacía.)
Nunca
se ha retrasado tanto. Creo que deberíamos llamarle. (Grita.)
Oye,
Oscar, ¿por qué no llamas a
Félix?
ROY.—(Aparta
el humo con la mano.)
¿Por
qué no aportamos cada uno unos dólares y le regalamos a Oscar una
ventana nueva? ¡No comprendo como no os asfixiáis!
MURRAY.-(A
Richard)
¿Cuántas cartas tienes, cuatro?
RICHARD.—Sí,
Murray. Todos tenemos cuatro cartas. Cuando nos des una más,
tendremos cinco. Y si nos das dos más, entonces tendremos seis.
Vamos, no perdamos más tiempo.
ROY.—(Grita
hacia fuera de la escena.)
Oye,
Oscar, ¿entras o no?
ÓSCAR.—
(en
off.)
No,
jugad esta mano sin mí. El deber es el deber, monada. (RICHARD
abre
el juego y los demás empiezan sus apuestas.)
TOMMY.—Le
dije a mi mujer que como muy tarde, a la una estaría en casa.
RICHARD.—No
llores más, y juega... Dame dos... (Se
descarta de dos cartas.)
ROY.—Entre
el calor y el puro de este animal, me siento como en un baño turco.
¡No puedo más! (Tira
las cartas, se levanta, va hacia la ventana y mira fuera.)
MURRAY.—Yo
me cojo cuatro... Félix tiene que estar enfermo. (Vuelve
a señalar la silla vacía.)
Nunca
ha tardado tanto.
ROY.—(Quita
de un sillón una bolsa de lavandería y se sienta.)
Vaya,
es la misma ropa de la semana pasada... a este paso en esta
habitación no habrá quien entre...
MURRAY.-(Tirando
las cartas.)
¡No
voy!
RICHARD.—(Señala
las cartas.)
Dos
reyes.
TOMMY.—Tres
ases... (Lo
enseña y recoge las apuestas.)
RICHARD.—Debieras
poner una central lechera... i Joder, con cenicienta!
MURRAY.—(Que
se
ha sentado en el sofá.)
Quizás
ha vuelto a que darse encerrado en el water... ¿No sabéis que Félix
se pasó toda una noche encerrado en el water de su oficina? Para
matar el tiempo
se le ocurrió escribir su testamento en un rollo de papel
higiénico... ¡Está como una cabra!
(TOMMY
está
jugueteando con sus fichas.)
RICHARD.—(Le
mira fijamente mientras baraja las cartas.) Te
lo digo de buenas maneras, no juegues con las fichas...
TOMMY.-
(A RICHARD.)
No
estoy jugando, las estoy contando. ¿Cuánto crees que gano?
RICHARD.-¡No
me lo recuerdes que te mato! (Gritando
a OSCAR)
Oscar, ¿juegas o no?
(RICHARD
reparte
las cartas para una nueva jugada.)
ÓSCAR.—(Entra
llevando una bandeja sobre la que hay cervezas, sandwiches y bolsas
con aperitivos, asi como una lata de cacahuetes.)Luego...
juego... Empieza...
(ÓSCAR
MADISON tiene
unos cuarenta y tres años. Es un hombre atractivo y de aspecto
agradable, que parece disfrutar la vida al máximo. Disfruta con su
juego de póker semanal, con sus amigos, la bebida, quizás en
exceso y sus puros. Asimismo, es una de esas afortunadas criaturas
que también disfrutan con su trabajo. ÓSCAR
es
un crítico deportivo del «New York Post». La dejadez y
tranquilidad con que vive se hacen patentes ante lo desarreglado del
apartamento, pero ésto parece molestar más a sus amigos, que al
mismo ÓSCAR.
En
definitiva, ÓSCAR
aparenta
ser un hombre feliz y satisfecho.)
TOMMY.—¿No
vas a mirar tus cartas?
ÓSCAR.—(Colocando
la bandeja sobre una silla lateral.) ¿Para
qué? Voy a hacer trampas... (Abriendo
unas botellas de Coca-Cola.) ¿Quién
quería Coca-Cola?
MURRAY.-Yo.
ÓSCAR.—Una
Coca-Cola caliente para mi amigo el policía. (Le
da una botella.)
ROY.—(Abriendo
las apuestas.) ¿Aún
no has arreglado la nevera? Hace ya dos semanas que no funciona...
¡Ahora comprendo la peste que hay aquí!
ÓSCAR.—(Recoge
sus cartas.) Oye,
oye, sin alzar la voz... Si quisiera oír sermones, volvería
con mi mujer... y seguiría oliendo mal.
(tira
tas cartas.) Yo
voy... ¿Quien quiere un sandwich?
MURRAY.-¿De
qué son?
ÓSCAR.—(Levanta
el pan y los mira.)
Unos
son marrones y otros verdes. ¿Cuál prefieres?
MURRAY.—¿De
qué son los verdes?
ÓSCAR—(Los
vuelve a mirar.)
O
queso muy fresco o carne muy vieja...
MURRAY.—Me
quedo con el marrón. (ÓSCAR
le
alarga un sandwich.)
ROY.—(Mira
a MURRAY)
¿Te has vuelto loco? ¿Piensas comer eso?
OSCAR.-No
lo dudes. ¿Verdad, Murray?
MURRAY.—Tengo
hambre.
ROY.—Hace
dos semanas que no le funciona la nevera. He visto leche que ni
siquiera estaba en la botella...
ÓSCAR.—(A
ROY)
Oye, ¿acaso eres un inspector de sanidad? ¡Come, Murray, come! No
se diga que un policía se asusta por un gusano más, gusano menos.
ROY.—Tengo
seis cartas... Están mal dadas.
RICHARD.—Lo
imaginaba... Ya me extrañaba llevar tres ases.
(Se
deshacen todos de las cartas y RICHARD
vuelve
a barajar.)
TOMMY.—¿Sabéis
quién hace unos sandwiches estupendos? Félix. ¿Habéis probado
alguna vez sus sandwiches de queso con pimientos y nueces?
RICHARD.—¡Decidiros
de una vez. O jugamos al póker o ponemos un restaurante!
(ÓSCAR
abre
en esos momentos una botella de cerveza que sale como un surtidor,
empapando a los jugadores y a la mesa. Todos se retiran mientras le
gritan a ÓSCAR.
ÓSCAR entrega
la lata, que continúa saliéndose, a ROY,
quien
con el pie trata de echar el liquido debajo de la silla. Cuando los
jugadores vuelven a disponerse a jugar, ÓSCAR
abre
una nueva lata y ocurre lo mismo. Intenta sujetar a ÓSCAR
para
que no siga abriendo y otros tratan de limpiar el liquido de la
mesa con una toalla que hay colgando de la lámpara de pie.
ÓSCAR,
sin
inmutarse, les da la cerveza y los aperitivos y, finalmente, todos se
sientan en sus sillas. OSCAR se seca la mano en la manga de la
chaqueta de ROY
quien
la tiene en el respaldo de su silla.) Oye,
Tommy... dile a Oscar a que hora tienes que marcharte.
TOMMY.—(Como
un perro bien amaestrado.)
¡A
las doce!
RICHARD.—(A
los
otros.)
¿Lo
habéis oído bien? No lo repetirá hasta dentro de diez minutos...
Bueno, esta mano será a cinco cartas... (Da
las cartas mientras las canta, para terminar con una carta para
MURRAY)
¡y esta bala, para el policía!... Bien, Murray, tú abres...
(MURRAY
no
apuesta.)
ÓSCAR.—(Se
sienta y abre una lata de cacahuetes.)
¡La
suerte en el juego y el amor! (A
MURRAY)
¿Te has quedado mudo?
MURRAY.—(Echando
una moneda.)
Ahí
va...
ÓSCAR.—(Mirando
con orgullo a MURRAY)
¡Estupendo, muchacho, así se juega!
ROY.—Oscar,
te lo ruego, pórtate como un ser normal y, aunque solo sea cada seis
meses, compra nuevas bolsas de patatas fritas. ¡Dios mío, cómo
puedes vivir así! ¡No tienes ni siquiera una asistenta!
ÓSCAR.—(Niega
con la cabeza.)
No,
se marchó cuando me abandonaron mi mujer y mis hijos. Dijo que era
demasiado trabajo para ella sola... (Mira
a la mesa.)
Veo
el tapete muy vacío... ¿quién no ha puesto su parte?
MURRAY.-
(A
OSCAR)
Tú.
ÓSCAR—(Deposita
una moneda.)
Eres
un bocaza, Murray... Ahora, por hablar, préstame veinte dólares.
(RICHARD
empieza
otra mano.)
MURRAY.—No
hace ni diez minutos que te dejé otros veinte. (Todos
hacen nuevas apuestas.)
ÓSCAR.—Te
equivocas... Me dejaste diez dólares hace veinte minutos, que
no es lo mismo. Aprende a contar.
MURRAY.—
¡Y tú aprende a jugar al póker, calamidad!... Será mejor que te
preste dinero otro, porque yo estoy harto de ganar mi pro pió
dinero.
ÓSCAR.—Y
yo de perder el tuyo. ¿Quién me presta?
ROY.—(A
OSCAR)
Nos debes dinero a todos. Si no puedes, no juegues.
ÓSCAR.—¡Muy
bien! Vosotros lo habéis querido... no voy a hacer más el primo...
Me debéis cada uno seis pavos por el buffet...
RICHARD.—(Dando
cartas de nuevo.)
¿Has
dicho «buffet»? Una cerveza caliente y dos sandwiches que tenías
guardados desde tu época de colegial.
ÓSCAR.—¿Y
qué querías? ¿Langosta termidor y foie a las uvas...? Pues bueno,
¿a qué venís? ¿A jugar al póker o a daros un festín? Murray,
será mejor que me prestes veinte dólares o llamo a tu mujer y le
digo que te he visto en Central Park vestido de travestí.
MURRAY.—Si
quieres dinero, pídeselo a Félix.
ÓSCAR.—No
ha venido hoy.
MURRAY.—Pues
hazte la idea de que yo tampoco.
ROY.—(Dándole
el dinero.)
Anda,
toma... Te apunto otros veinte en tu cuenta.
ÓSCAR.—Lo
sé... no hace falta que me lo repitas a cada momento. (Coge
el dinero.)
MURRAY.-¿Cuándo
vas a llamar a Félix?
ÓSCAR.—Y
tú, ¿cuándo vas a jugar al póker?
MURRAY.—¿Ni
estás preocupado? En dos años, es la primera vez que no asiste a
una partida. (Suena
el teléfono. ÓSCAR
va
al teléfono.)
RICHARD.—Par
de seises...
TOMMY.-Tres
doses...
RICHARD.—(Se
lleva
las manos a la cabeza con gesto desesperado.)
¡Será
posible que no le gane ni una mano a este desgraciado! ¡No
vuelvo a jugar! Para mala suerte, bastante tengo en casa.
(ÓSCAR
coge
el teléfono.)
OSCAR.-¡Aló!
¡Aquí Las Vegas! Al habla Oscar, el Mago del Póker.
TOMMY.—(A
ÓSCAR.)
Si es mi mujer, dile que me iré a las doce.
RICHARD.-
(A
TOMMY)
Si vuelves a mirar el reloj, te lleno la cara de cacahuetes... (A
ROY)
Da cartas... (El
juego continúa mientras ÓSCAR
mantiene
la siguiente conversación al teléfono. Mientras, ROY
inicia
una nueva jugada.)
ÓSCAR.—¿Cómo?
¿Quién dice...? ¿Papi...? No, aquí no hay ningún Papi. ¡Ah,
papá...! (A
los demás.)
¡Es
mi hijo! (Vuelve
al teléfono. Habla demostrando un gran cariño.)
¡Ronald!...
sí, hijo... soy papá...! ¿Cómo estás? (Protestas
y exclamaciones burlescas por parte del resto de los jugadores.) (A
los otros.)
¡Queréis
callaros! Es mi hijo, tiene cinco años. Me llama desde California...
al pobre le va a costar una fortuna la llamada! (Vuelve
al teléfono.)
Ronald...
dime... Sí, sí... recibí tu carta... Tardó tres semanas... Sí,
la próxima vez dile a mamá que te dé el sello... Lo sé... lo sé,
pero tienes que comprarlo, no dibujarlo sobre el sobre... (Ríe
feliz. A los otros.) ¿Habéis
oído?
RICHARD.—Lo
hemos oído y estamos conmovidos...
ÓSCAR.—(Al
teléfono.)
¿Qué
has dicho, cariño?... ¿Peces... qué peces?... ¡Ah, los de tu
cuarto! (Para
sí.)
¡Dios
mío, me he cargado los peces de mi hijo. (Al
teléfono.)
Sí,
sí, no te preocupes... ¡les cuido y les doy de comer todos los
días...
ROY.—¡Asesino!
ÓSCAR.—¿Qué
mamá quiere hablar conmigo? Bien... ¡Cuídate, valiente! Un beso
muy fuerte, hijo.
TOMMY.—(Empezando
una nueva jugada.)
Mínimo
cinco dólares.
RICHARD.-
(A
ÓSCAR.)
Te cuesta cinco dólares jugar... ¿Los tienes?
ÓSCAR.—Después
de hablar con mi mujer, no me quedará ni un centavo. (Al
teléfono, fingiendo una alegría que no siente.)
Si,
hola, Blanche... ¿cómo estás?... Pues... sí... Me imagino por qué
me llamas... Me he retrasado una semana en enviarte el cheque...
¿Cuatro semanas, dices?... No es posible... Porque no es posible...
Escucha Blanche, anoto siempre los cheques que utilizo y sé que son
solamente tres semanas de atraso... hago lo que puedo, créeme... No
me amenaces con la cárcel porque no es ninguna amenaza. Entre mis
gastos y la pensión tuya, hasta un preso vive mejor que yo... ¿Te
parece bonito decir eso delante de los niños?... Blanche, no me
digas que vas a hacer que me re tengan todo mi sueldo. Limítate a
decirme adiós. ¡He dicho adiós, Blanche! (Cuelga
de muy mal humor.) (A los otros.)
Ya
que le debo ochocientos dólares a mi mujer, cinco dólares más no
va a arruinarme! (Coge
una bebida de la mesa de póker.)
ROY.—Ella
puede hacerlo, ¿sabes?
ÓSCAR.—¿Puede
hacer, el qué?
ROY.—Llevarte
a la cárcel... por no mantener a tus hijos...
ÓSCAR.—¡Nunca
lo hará! Lo que pasa es que si no me amenaza una vez por semana, no
está contenta. (Va
hacia el bar.)
MURRAY.—¿Y
no te preocupa ir a la cárcel? ¿o que tus hijos no tengan lo
suficiente para comer y vestir?
ÓSCAR.—Murray...
toda Etiopía podría sobrevivir un año entero con lo que mis hijos
dejan en cada comida... ¿Qué, jugamos? (Vuelve
a llenarse el vaso.)
ROY.—Pues
éso es lo peor. Que te veas metido en estos líos y todo porque eres
un auténtico desastre... Yo lo sé muy bien, para algo soy tu
administrador...
ÓSCAR.—Si
eres administrador, dime, ¿por qué necesito dinero?
ROY.—Dime
tú: si necesitas dinero, ¿por qué juegas al póker?
ÓSCAR.—Porque
necesito dinero.
ROY.—Pero
si siempre pierdes...
ÓSCAR.—Por
eso necesito dinero... ¡Oye, que no me estoy quejando! ¡Eres
tú quien pones pegas!... Yo me arreglo, vivo bien...
ROY.—Llamas
vivir bien a estar completamente solo y viviendo en esta pocilga!
ÓSCAR.—Si
gano esta noche, prometo comprarme una escoba.
(MURRAY
y RICHARD
le
compran varias fichas a TOMMY
y
MURRAY
da
las cartas para una partida abierta.)
ROY.—Tú
no necesitas una escoba, lo que necesitas es una esposa.
ÓSCAR.—¿Cómo
crees que puedo mantener una esposa si no tengo siquiera para una
escoba?
ROY.—Entonces,
no juegues al póker.
(ÓSCAR
deja
su vaso y va rápidamente hacia ROY
con
quien mantiene una pequeña lucha por la bolsa de patatas fritas.
Esta termina rompiéndose y las patatas caen sobre todos los
jugadores que protestan mientras se las sacuden.)
ÓSCAR.—¡Y
tú, no vengas a mi casa a comerte encima mis patatas!
MURRAY.—¿Por
qué diablos os peleáis? Se supone que estamos jugando entre
amigos...
RICHARD.—¿Quién
está jugando? Llevamos aquí sentados desde las ocho y no hemos
parado de hablar.
TOMMY.—Desde
las siete... por éso dije que me marchaba alas doce.
RICHARD.—¡Eres
como una apisonadora triste...!
MURRAY.—(Muy
en su papel.)
Bueno,
bueno, calmaos... no os pongáis nerviosos... Recordad que soy
policía... y si quiero puedo precintar este garito ahora mismo.
(Terminando
de dar las canas.)
Cuatro...
ÓSCAR.—(Sentándose
a la mesa.)
Mi
amigo Murray, el policía, tiene razón. Sigamos jugando a las cartas
y, por favor, mantenedlas bien visibles que no veo donde las he
marcado.
MURRAY.—¡Contigo
no hay quien pueda... eres peor que un niño pequeño!
ÓSCAR.—Pero
aún así me quieres, ¿verdad Roy?
ROY.-(Petulante.)
Sí,
sí...
ÓSCAR.—Así
no... Dilo delante de todos y modulando bien:,«Te quiero, Oscar
Madison».
ROY.—¿Es
que no hay forma de que tomes algo en serio? Le debe dinero a tu
mujer, a tus amigos...
ÓSCAR.—Te
olvidas de Hacienda... (Tira
las cartas.)
¿Y
qué demonios quieres que haga, Roy? ¿Qué me tire a un pozo?
(Suena
el teléfono y va a contestar.)
La
vida también continúa para los que estamos divorciados, pobres y
zarrapastrosos. Dígame. Sí... el zarrapastroso primero al habla...
Ah... Hola, mi vida... (Con
voz muy seductora, se lleva el teléfono hacia un lado y habla en voz
baja pero audible para el resto de los jugadores quienes se vuelven y
escuchan.) Te
tengo dicho que no me llames durante la partida... Ahora no puedo
hablar contigo... Sabes que sí, cariñito... Mua... mua... Muy bien,
espera un momento... (Se
vuelve.)
Murray,
tu mujer. (Deja
el auricular sobre la mesa y se sienta en el sofá.)
MURRAY.—(Haciendo
un gesto despreciativo mientras se acerca al teléfono.)
Ojalá
te estuvieras acostando con ella para que me dejara en paz a mí.
(Coge
el teléfono.)
Sí,
Mimi... ¿qué pasa? (RICHARD
se
levante, se estira y entra en el baño.)
ÓSCAR.—(Con
voz de mujer, imitando a Mimi.)
¿A
qué hora vas a venir a casa? (Imitando
a MURRAY)
No lo sé... entre doce y doce y media.
MURRAY.—(Al
teléfono.) No
lo sé... sobre las doce o doce y media. (ROY
se
levanta y se estira.)
¿Por
qué lo preguntas? ¿Qué es lo que quieres?... ¿Un sandwich de
pollo y un batido de fresa?
ÓSCAR.—¿Está
otra vez embarazada?
MURRAY.—(Poniéndose
el auricular sobre el pecho.)
¡No,
solo está gorda! (En
ese momento se oye la cadena del water y cuando sale RICHARD,
entra
TOMMY.
MURRAY, de
nuevo al teléfono.)
¿Qué
te he llamado gorda? ¿Cómo lo has oído si tenía tapado el
teléfono?... ¿Quién?... ¿Félix?... No, no ha venido esta
noche... ¿Qué;..? ¡No digas tonterías!... ¿Cómo voy a
saberlo?... Está bien, está bien... Adiós. (Vuelve
a sonar la cadena del water, sale TOMMY
y
entra ROY)
Adiós, Mimi... (A
los demás después de colgar.)
¿Qué
os había dicho? ¡Lo sabía!
ROY.-¿Qué
pasa?
MURRAY.—(Paseando
nervioso, detrás del sofá.)
¡Félix
ha desaparecido!
OSCAR.-¿Quién?
MURRAY.- ¡Félix! ¡Félix Ungar!
ROY.—El
hombre que, todas las semanas se sienta en esa silla y limpia todos
los ceniceros...
ÓSCAR.—Ya
decía yo que hoy huele mejor...
RICHARD.—¿Qué
quieres decir con «desaparecido»?
MURRAY.—No
fue a trabajar hoy. No ha vuelto a casa... nadie sabe donde está.
Mimi acaba de hablar con su mujer.
TOMMY.—Quizás
se ha perdido.
MURRAY.—Pero,
qué tonterías estáis diciendo. ¿Cómo se va a perder con cuarenta
y tres años?...
ROY—(Sentándose
sobre el brazo del sillón.)
Quizás
haya tenido un accidente.
ÓSCAR.—Habrían
avisado a su familia.
ROY.—¿Y
si está en el depósito de cadáveres sin ninguna documentación?
ÓSCAR.—¡No
digas tonterías! ¡Tiene noventa y dos tarjetas de crédito...! Si
algo le sucediera, se enteraría toda América, en diez minutos.
TOMMY.—Puede
que se haya metido en un cine... Ya sabéis que hoy en día hay
películas larguísimas...
ROY.—¿Y
si le han robado?
ÓSCAR.—¿Cuánto
dinero calculas que tendría que llevar encima para que le estuvieran
robando durante treinta y seis horas?
RICHARD.—Murray,
tú eres el policía... ¿cuál es tu opinión?
MURRAY.—Creo
que ha ocurrido algo muy grave.
ROY.—Puede
que se haya emborrachado.
ÓSCAR.—¿Félix?
A lo más que llega en Nochevieja es a tomar una copa de champagne...
Pero además... lo más sencillo es llamar a su mujer. (Va
hacia el teléfono.)
RICHARD.—¡Un
momento... no os precipitéis! ¿Y si tiene algún ligue?
ÓSCAR.—¿Félix
un ligue? En su vida ha engañado a su mujer. (Al
teléfono.)
Oiga...
Carolina... Soy Oscar... Acabo de enterarme...
ROY.—Dile
que no se preocupe... Debe tener un ataque de nervios la pobre.
MURRAY.—Sí,
ya conoces a las mujeres... (Se
sienta en el sofá.)
ÓSCAR.—(Al
teléfono.)
Escucha,
Caroline... lo principal es no alarmarse... ¡Ah...! (A
los demás.)
No
está preocupada.
MURRAY.-¡No
digas tonterías!
OSCAR.-(Al
teléfono.)
¿Tienes
idea de dónde puede estar? ¿El qué...? ¿Lo dices en serio...?
¿Por qué...? No, no sabía nada... Es terrible... Escúchame bien,
Caroline... tranquilízate, no te muevas de casa y tan pronto sepa
algo te llamo... De acuerdo... hasta luego.
(Cuelga.
Todos le miran expectantes. Se levanta y sin decir palabra, va hacia
la mesa. Sus amigos siguen mirándole y al cabo de unos segundos, ya
no puede aguantar más.)
MURRAY.—¿Vas
a decirnos que pasa o tenemos que contratar un detective privado para
saber lo que te ha dicho?
ÓSCAR.—¡Han
terminado!
ROY.-¿Quiénes?
ÓSCAR.—Félix
y Caroline. Han terminado. ¡El matrimonio se ha ido a pique!
TOMMY.—¿Es
una broma?
ROY.—No
lo puedo creer.
RICHARD.—¡Después
de doce años!
(ÓSCAR
se
sienta a la mesa.)
MURRAY.—Esto
acabará con él... Conozco a Félix... cometerá un disparate.
RICHARD.—Siempre
estaba hablando de ella... «Mi guapísima mujer», «mi maravillosa
mujer»... ¿Qué les habrá pasado?
ÓSCAR.—Pues
que su «guapísima», su «maravillosa» mujer, se ha hartado de él,
ya no le soporta... y quiere el divorcio.
MURRAY.—Se
suicidará... Acordaos bien de lo que dijo: se suicidará.
RICHARD.-(A
MURRAY)
¿Quieres callarte, Murray? Por favor, olvídate de que eres policía
por un momento.
(A
OSCAR)
¿Dónde puede haber ido, Félix?
ÓSCAR.—A
suicidarse en alguna parte.
MURRAY.-¿Que
os había dicho?
ROY.-(A
OSCAR)
¿No hablarás en serio?
ÓSCAR.—Al
menos, eso me ha dicho ella. Que había ido a suicidarse fuera
de casa para no despertar a los niños.
TOMMY.-Pero
¿por qué?
ÓSCAR.—¿Por
qué? Porque Félix es un estúpido. Ya sabéis como está de
chiflado... «Quiéreme o me tiro por la ventana...». Recuerdo
que intentó algo parecido cuando estábamos en
el ejército y ella quiso terminar el noviazgo... Félix comenzó a
limpiar los fusiles con la boca.
RICHARD.-¡No
lo puedo creer! ¡Félix habla por hablar!
TOMMY.—(Preocupado.)
¿Estás
seguro que fue eso lo que dijo? «Voy
a pegarme un tiro»... ¿Con
esas palabras?
ÓSCAR—(Paseando
por la habitación.)
No
sé exactamente con que palabras. No me lo leyó.
ROY.—¿Qué
no leyó el qué...? ¿Ha dejado una carta?
ÓSCAR.—No,
le envió un telegrama...
MURRAY.—¿Un
telegrama de despedida? ¿A quién se le ocurre enviar un telegrama
cuando va a suicidarse?
ÓSCAR.—Al
chalado de Félix. Y ¿os imagináis el por qué? Porque si le envía
una carta, posiblemente, Caroline no la reciba hasta el lunes y él
no tendría ninguna excusa para no estar muerto para entonces.
Mientras que, por un dólar y medio, le envía un telegrama y
aún le queda la esperanza de salvarse.
TOMMY.—¿Estás
diciéndonos que en realidad no quiere suicidarse? ¿Qué
simplemente quiere que le compadezcan?
ÓSCAR.—Lo
que realmente le gustaría es poder ir a su propia funeral y
sentarse en uno de los bancos de la iglesia... Sería el llorón
más grande de todos.
TOMMY.—En
eso tienes razón.
ÓSCAR.—Desde
luego que tengo razón.
MURRAY.—Nosotros
nos encontramos con casos como éste todos los días... Gentes que lo
único que buscan es ser el centro de la atención de los demás...
Hay un tipo que todos los sábados por la tarde amenaza con saltar
del Empire State...
ROY.—No
sé... nunca se puede asegurar lo que hará una persona cuando está
desesperada...
MURRAY.—¡Bobadas...!
Nueve de cada diez veces, nunca saltan.
ROY.—Pero
¿y la décima?
MURRAY.—Esa,
saltan. Existe una posibilidad...
ÓSCAR.—No
con Félix, le conozco muy bien. Es demasiado miedoso para
matarse. Incluso cuando le lavan el coche se pone el cinturón de
seguridad.
TOMMY.—Oye...
¿y si fuéramos a buscarle?
RICHARD.—¿Dónde?
¿Dónde vas a buscarle? ¿Quién sabe donde estará?
(Suena
el timbre de la puerta. Todos miran a OSCAR)
ÓSCAR.—¡¡Claro!!
Si uno quiere suicidarse... ¿cuál es el lugar más apropiado para
hacerlo? ¡con sus amigos!
(TOMMY
va
hacia la puerta.)
MURRAY.—(Deteniéndole.)
¡Espera
un momento! El pobre estará histérico. Actuemos todos con mucha
calma... si nos ve tranquilos, quizá se tranquilice.
ROY.—(Se
levanta y se une a los demás.)
Tienes
razón. Así es como tratan a los enfermos mentales... hablándoles
pausadamente, en voz baja...
(RICHARD
se
une apresuradamente al grupo que trata de improvisar la situación.)
TOMMY.-¿Qué
le diremos?
MURRAY.—Nada.
Absolutamente nada... como si no supiéramos lo que ha pasado.
ÓSCAR.—(Intentando
hacerles ver que están armando un escándalo.)
¿Os
habéis puesto por fin de acuerdo? Porque ha tenido tiempo de sobra
para ahorcarse en el pasillo. (A
TOMMY)
Anda, Tommy... abre.
MURRAY.-¡Recuerda!
¡No sabemos nada!
(Todos
se sientan apresuradamente en sus sillas y cogen las cartas fingiendo
concentrarse en un momento crucial del juego. TOMMY
abre
la puerta. Aparece FÉLIX
UNGAR. Tiene
aproximadamente cuarentay cuatro años. Lleva ropa toda arrugada,
como si hubiese dormido con ella. También está sin afeitar. Aunque
intenta aparecer tranquilo, se le nota tenso y nervioso.)
FÉLIX.-¿Qué
hay, Tommy? (TOMMY
vuelve
rápidamente a su silla y se pone a estudiar sus catas. FÉLIX
permanece
en pie, con las manos en los bolsillos, con aire impasible. Con calma
bien controlada.) ¡Hola
chicos! (Todos
murmuran un «hola» pero ninguno le mira. Deja la gabardina en
alguna parte y cruza hacia la mesa.)
¿Cómo
va la partida? (Nuevos
murmullos de los demás, apenas inteligibles y siguen mirando
sus cartas.)Bueno...
bueno... siento haberme retrasado... (FÉLIX
parece
un tanto disgustado cuando nadie le pregunta «porque». Hace un
ademán de coger un sandwich, lo deja otra vez h ciendo un gesto de
desgana y mira alrededor de la habitación.)¿Queda
alguna Coca-Cola?
ÓSCAR.—(Levantando
la mirada de las cartas.)
¿Coca-Cola?...
Pues, no... Quizás juego de zanahorias...
FÉLIX.—No...
esta noche me apetecía Coca-Cola... (Está
de pie observando el juego.)
OSCAR.-¿Cuál
es la apuesta?
RICHARD.-
Pregúntale a Murray... Murray... Oye,
Murray... (MURRAY
absorto
no deja de mirar a FÉLIX.) ¡Murray...
Murray!
ROY.-
(A
TOMMY)
Dale en el hombro...
TOMMY.—(Dándole
en el hombro.)
¡Murray!
MURRAY.-(Sobresaltado.)
¿Qué
pasa...? ¿Qué pasa...?
RICHARD.-Tú
hablas.
MURRAY.—¿Por
qué soy yo siempre quien tiene que hablar?
ÓSCAR.—No
eres tú siempre... pero en esta ocasión te toca a tí. Vamos ¿qué
dices?
MURRAY.-Voy...
voy... (Mete
una moneda.)
FÉLIX—(Acercándose
a la estantería de libros.)
¿Me
ha llamado alguien?
ÓSCAR.—Pues...
no... no recuerdo que hayan llamado... (A
los demás.)
¿Ha
llamado alguien a Félix? (Todos
suspiran y murmuran un «no».)
¿Por
qué?... ¿Esperas alguna llamada?
FÉLIX.—(Mira
los libros.)
No...
no... era una simple pregunta. (Abre
un libro y lo examina.)
ROY.—Subo
a cinco dólares.
FÉLIX.—(Sin
quitar
los ojos del libro.)
Pensé
que quizás habría llamado alguien.
RICHARD.—O
sea que tengo que poner cinco dólares si quiero ir ¿no es eso?
OSCAR-¡Exacto!
FÉLIX.—(Aún
mirando el libro... y dándole vueltas al mismo tema.) Pero...
si no ha llamado nadie... no ha llamado nadie... (Cierra
de un golpe el libro y lo vuelve a poner en su sitio. Todos los
jugadores se sobresaltan cuando cierra el libro de esa manera.)
RICHARD.—(Poniéndose
muy nervioso.)
¿Qué
me cuesta volver a jugar otra vez?
MURRAY.—¡Cinco
dólares! ¡Cinco dólares! ¡Presta atención al juego, por favor!
ROY.—¡Calma...
calma... no os excitéis!
ÓSCAR.—Vamos
a tranquilizarnos todos, ¿eh?
MURRAY.—Lo
siento... No puedo evitarlo. (Señala
a RICHARD.)
Me saca de quicio.
RICHARD.—Yo
te saco de quicio a tí y tú me sacas a mí, y a todos los demás.
MURRAY.—(Sarcástico.)
Lo
siento... perdonadme, pero voy a suicidarme.
ÓSCAR.—¡Murray!
¡Murray! (Hace
un movimiento con la cabeza, señalando a FÉLIX)
MURRAY.—(Viendo
su error.)
Oh...
lo siento... (RICHARD
le
mira. Todos permanecen en silencio un momento hasta que TOMMY
observa
que FÉLIX
está
mirando por la ventana. Entonces llama la atención de ¡os otros.)
FÉLIX—(Se
vuelve y los mira desde la ventana.)
¡Hay
una vista preciosa desde aquí...! ¿Qué piso es... el doce?
ÓSCAR—(Rápidamente
se levanta, va hacia la ventana y la cierra.)
No,
no; solo es el once... nada más... Pone doce, pero la verdad es que
solamente es once... (Rápidamente
va a cerrar las demás ventanas mientras FÉLIX
le
observa. ÓSCAR
finge
un escalofrío.)
Hace
fresco, ¿verdad? (A
los otros.)
¿No
tenéis frío? (Vuelve
a la mesa.)
ROY.—Así
se está mucho mejor.
ÓSCAR—
(A
FÉLIX)
¿Quieres sentarte a jugar?... Aún es muy temprano.
TOMMY.—Vamos,
anímate... Pensamos estar hasta las tres o las cuatro de la
mañana...
FÉLIX—(Suspira
hondo.)
No sé...
no tengo muchas ganas de jugar esta noche...
ÓSCAR—(Sentándose
en su sitio.)
Bueno...
y ¿qué te apetecería hacer?
FÉLIX.—(Suspira
otra vez.)
Ya
encontraré algo... (Empieza
a caminar por la habitación.)
No
os preocupéis por mí...
ÓSCAR—¿A
dónde vas?
FÉLIX.—(Se
queda clavado en la puertay mira a todos que a su vez se están
mirando fijamente.) Al
water...
ÓSCAR.—(Mira
a FÉLIX,"
luego
a los otros, preocupado.)
¿Sólo?
FÉLIX.—(Asiente.)
Siempre
voy solo, ¿por qué?
OSCAR.—(Suspira.)
No...
por nada... ¿Y tardarás mucho...? .
FÉLIX.—(Nuevo
suspiro y con aire de mártir.)
Pues...
lo que tarde en acabar...
(A
continuación entra en el cuarto de baño y cierra la puerta.
Inmediatamente, todos se ponen en pie y se acercan a la puerta
del baño mientras susurran y murmuran muy nerviosos y con gran
ansiedad.)
MURRAY.—¿Te
has vuelto loco? ¿Cómo has podido dejarle ir al water solo?
ÓSCAR.—¿Qué
querías que hiciera?
ROY.-¡Entrar
con él!
ÓSCAR.—Suponeos
que de verdad tiene que ir al water... Además, ¿cómo demonios va a
suicidarse en el water?
RICHARD—¿Cómo
dices? De mil maneras... Cuchillas de afeitar, pastillas... Cualquier
cosa que encuentre...
ÓSCAR.—Ese
es el cuarto de baño de los niños... De la única manera que
puede matarse es lavándose los dientes...
ROY.-También
podría saltar.
TOMMY.—¡Es
verdad! ¿No hay una ventana?
ÓSCAR.—Un
respiradero de diez centímetros...
MURRAY.—Puede
romper el cristal y cortarse con él las venas...
ÓSCAR.—Por
esa regla de tres... puede meter la cabeza en la taza del retrete y
tirar de la cadena. (Vuelve
hacia la mesa.)
ROY—(Acercándose
más a la puerta.)
¡Schttt!
¡Escuchad... esta llorando!
(Pausa.
Todos oyen los sollozos de FÉLIX)
¿Le oís...? Está llorando...
MURRAY.—¡Qué
horror!... ¡Por el amor de Dios, Ocear... haz algo! ¡Di algo!
ÓSCAR.—¿El
qué? ¿Qué le dirías tú a un hombre que está llorando en el
water de tu casa? (Ruido
de tirar de la cadena y ROY
emprende
una frenética carrera para volver a su puesto.)
ROY.-¡Qué
sale! ¡Qué sale!
(Todos,
como pueden, vuelven a sus sillas. MURRAY
se
equivoca con TOMMY
y
rápidamente vuelven a cambiarse de silla. FÉLIX
vuelve
a entrar en la habitación. Parece calmado y no tiene aspecto de
haber llorado.)
FÉLIX.—En
fin... creo que es hora de marcharme... (Se
dirige hacia la puerta de salida. ÓSCAR
se
pone en pie de un salto y los demás hacen lo mismo.)
ÓSCAR.—¡Félix,
espera un minuto!
FÉLIX.—¡No,
no. No puedo hablar contigo... no quiero hablar con nadie!
(Todos
van a alcanzarle y le detienen por fin cerca de la escalera.)
MURRAY.—Félix,
por favor... Somos tus amigos... No puedes irte así.
(FÉLIX
lucha
por desasirse.)
ÓSCAR.—Félix,
siéntate... Aunque sea solo un minuto, pero dinos algo.
FÉLIX.—No
hay nada que decir... nada... Todo ha terminado... terminado para
siempre... Dejadme salir... (Se
suelta y desaparece en un dormitorio de la derecha. Los demás le
persiguen y él sale por otra puerta, que comunica con el baño.)
ROY.-¡Cogedle!
¡Cogedle!
FÉLIX.—(Buscando
una salida.)
¡Dejadme
salir de aquí!
ÓSCAR.—Félix,
¡cálmate... estás muy excitado!
FÉLIX.—Por
favor, dejadme salir...
MURRAY.—¡El
water! ¡Cuidado con el water... no le dejéis entrar!
FÉLIX.—(Entra
desde el cuarto de baño en la habitación, con ROY
materialmente
colgado de su cuello y los otros en fila india detrás.) ¡Dejadme
solo! ¿Por qué no queréis dejarme solo?
OSCAR.-¡Basta,
Félix... te lo advierto... esto se acabó!
(Le
tira a FÉLIX
a
la cara medio vaso lleno de agua que había en un mueble.)
FÉLIX.—¡Es
asunto mío y yo lo solucionaré...! ¡Oh, mi estómago! (Cae
desmayado en brazos de ROY.)
MURRAY.—¿Qué
te pasa en el estómago?
TOMMY.—Parece
enfermo... mirad que mala cara tiene... (Entre
todos intentan mantenerle en pie y, medio arrastras, le llevan hasta
el sofá.)
FÉLIX.—No
estoy enfermo... me encuentro bien. No he tomado nada... os lo
juro... ¡Ayyyyyy mi estómago!
ÓSCAR.—¿Qué
quieres decir con que «no has tomado nada»? Confiesa, ¿qué has
tomado?
FÉLIX.—¡Nada!
¡Nada! ¡No he tomado nada! Por favor, no le digáis a Caroline lo
que he hecho... ¡Ayyyyy!... mi estómago...
MURRAY.—¡Se
ha tomado algo! ¡Os digo que ha tomado algo!
OSCAR.-Pero,
¿el qué, Félix? ¿¿El quéee??
FÉLIX.—¡Nada!
¡No he tomado nada!
ÓSCAR.—Pastillas...
¿has tomado pastillas?
FÉLIX.—¡No!
¡No!
ÓSCAR—(Cogiéndole
por las solapas.)
¡No
me mientas, Félix! ¿Has tomado pastillas?
FÉLIX.—No...
no... No he tomado nada.
(Todos
suspiran aliviados y parecen tranquilizarse momentáneamente.)
FÉLIX.—...solo
unas cuantas...
(Todos
reaccionan alarmados por lo que acaba de decir.)
ÓSCAR.—¡Ha
tomado pastillas!
MURRAY.-¿Cuántas,
Félix, cuántas?
ÓSCAR.—¿Qué
clase de pastillas?
FÉLIX.—No
sé... eran pequeñitas y de color verde... Cogí las primeras
que encontré... Debí volverme loco...
ÓSCAR.—Pero
¿no leíste las instrucciones?
FÉLIX.—No
pude. La bombilla estaba fundida... No se lo contéis a Caroline, por
favor... estoy tan avergonzado... tan avergonzado...
ÓSCAR.—(Mascando
las silabas.)
Félix,
¿cuántas-pastillas-tomaste?
FÉLIX.—No
lo sé... no lo recuerdo...
ÓSCAR.—Voy
a llamar a Caroline...
FÉLIX.—(Le
detiene.)
¡No,
por favor! ¡No la llames...! ¡Si Caroline se entera de que me he
tomado todo el tubo de pastillas...
MURRAY.-¡Todo
el tubo! ¡El tubo entero...! (Se
vuelve hacia TOMMY)
¡Dios mío, llama a una ambulancia!
(TOMMY
corre
hacia la pueta principal.)
OSCAR.-(A
MURRAY)
¡Y ni siquiera sabe qué pastillas eran!
MURRAY.—¿Qué
importa si ha tomado un tubo entero?
ÓSCAR.—Quizás
eran vitaminas... ¡A estas horas puede que sea la persona más sana
del mundo!... Por favor, ten un poco de calma, ¿quieres?
FÉLIX.—No
llames a Caroline... Prométeme que no vas a llamarla.
MURRAY.—Desabróchale
el cuello de la camisa... Abrid las ventanas... que entre aire
fresco...
RICHARD.—Hay
que hacer que camine... no puede quedarse dormido...
(Entre
RICHARD
y
MURRAY
cogen
a FÉLIX
y
le hacen dar paseos mientras ROY
le
da masaje en las muñecas.)
ROY.—Hay
que conseguir que le circule la sangre...
TOMMY.—(Corre
hacia el baño para ponerle una compresa de agua fría.)
¡Compresas
de agua... en estos casos hay que aplicar compresas de agua fría...!
(Por
fin sientan a FÉLIX
en
un sofá mientras cada uno continúa con sus ideas intentando salvar
a FÉLIX)
ÓSCAR.—¡Por
favor, de uno en uno...! ¡Sólo un médico a la vez! ¡Los internos
que se callen la boca!
FÉLIX.—Me
siento bien... no me pasa nada...
MURRAY.—(A
todos.) ¿Pensáis
quedaros ahí parados? ¿Es que no vais a hacer nada? Voy a llamar a
un médico. (Va
hacia el teléfono.)
FÉLIX.-¡No,
un médico, no!
MURRAY.-Pero
debe verte un médico.
FÉLIX.—No
necesito ningún médico.
MURRAY.—Tiene
que hacerte expulsar las pastillas...
FÉLIX.—Ya
las he expulsado... antes en el baño las devolví... (Se
recuesta y parece muy débil. MURRAY
cuelga
el teléfono)
Dadme
una cerveza o una tónica...
(TOMMY
entrega
un paño con agua a RICHARD.)
ROY.-(A
TOMMY)
Dale algo de beber.
OSCAR.-(Enfadado,
a FÉLIX)
¡¿Qué has devuelto las pastillas?!
TOMMY.—¿Qué
prefieres, Félix, la cerveza o la tónica?
RICHARD.-(A
TOMMYJ ¡Dale algo deprisa...! ¡Lo que sea!
(TOMMY
entra
corriendo en la cocina mientras RICHARD
le
pone el paño de agua en la frente.)
FÉLIX.—¡Doce
años! ¡Doce años de casados! ¿Lo sabías, Roy?
ROY.—(Tratando
de consolarle.)
Sí,
Félix, lo sabía.
FÉLIX.—(Con
gran emoción.)
Y,
ahora... se acabó... se acabó para siempre. ¡Es horrible...!
RICHARD.—Se
quedará todo en un simple enfado sin importancia... Piensa que
en estos años os habéis peleado muchas veces, Félix.
FÉLIX.—¡No,
ahora es distinto! Mañana va a ver a su abogado... que es primo
mío... ¡Encima utiliza a mi primo...! (Llorando
ya sin poder contenerse.)
¿Y
a quién contrato yo ahora? Era el único abogado que conozco.
(TOMMY
sale
de la cocina con un vaso de cerveza.)
MURRAY.—(Dándole
palmaditas en el hombro.)
¡Tranquilízate,
Félix... todo se arreglará!
TOMMY.-(Dando
el vaso a FÉLIX)
Toma, bebe...
FÉLIX.—No
os preocupéis, estoy bien... solo que no puedo evitar llorar...
(Esconde
la cabeza entre las manos y todos le miran compungidos.)
MURRAY.—Dejémosle
a solas con su dolor, eh... (A
RICHARD
y
TOMMY,
alejándoles.)
Vamos...
FÉLIX.—Sí,
no os quedéis ahí, mirándome... por favor.
ÓSCAR.—(A
todos.)
Marchaos
tranquilos, ya se encuentra mejor. Demos la partida por terminada.
(MURRAY,
RICHARD y
ROY
dejan
sus fichas sobre la mesa de poker, cogen sus abrigos y se disponen a
marcharse.)
FÉLIX.—¡Estoy
tan avergonzado... por favor, perdonadme!
TOMMY.—(Agachándose
y hablando a FÉLIX)
No te preocupes, Félix... te comprendemos...
FÉLIX.—No
le cuentes esto a nadie, ¿eh, Tommy? ¿Me lo prometes?
TOMMY.—Me
marcho a Florida mañana.
FÉLIX.—¡Me
alegro... que te diviertas!
TOMMY.-Gracias.
FÉLIX.—(Se
vuelve un poco y suspira, desesperado.) También
nosotros pensábamos ir a Florida este invierno!... (Intenta
reírse pero es más bien un gemido lo que consigue.) Sin
los niños... Ahora irán ellos sin mí.
(TOMMY
coge
su abrigo y ÓSCAR
les
lleva a todos hacia la puerta de salida.)
MURRAY.—(Parándose
en la puerta.) ¿Quizás
deberíamos quedarnos uno de nosotros?
ÓSCAR.—No,
Murray... no hace falta.
MURRAY.—¿Y
si intenta algo de nuevo?
ÓSCAR.—No
intentará nada, no te preocupes.
MURRAY.—¿Cómo
puedes estar tan seguro de que no lo hará?
FÉLIX.—(A
MURRAY)
No voy a intentar nada malo, estoy muy cansado...
OSCAR.-(A
MURRAY) ¿Has oído? Está muy cansado... Ha tenido una noche muy
agitada... Buenas noches, muchachos...
(Todos
se despiden y salen, ¡a puerta se cierra pero inmediatamente vuelve
a abrirse y aparece ROY)
ROY.—Si
ocurre algo, Oscar, llámame.
(Sale
y la puerta empieza a cerrarse de nuevo pero se abre y aparece
RICHARD)
RICHARD.—Sabes
que vivo muy cerca y que puedo venir en cinco minutos...
(RICHARD
sale
y misma operación con la puerta. Esta vez aparece TOMMY)
TOMMY.—Si
me necesitas estaré en el hotel Meridian de Miami.
ÓSCAR.—A
ti será al primero que llame, Tommy.
(TOMMY
hace
mutis. La puerta se cierra. Vuelve a abrirse y entra MURRAY)
MURRAY.-(A
ÓSCAR)
¿Estás seguro de lo que haces?
OSCAR.-Seguro.
MURRAY.—(En
voz alta a FÉLIX,
mientras
hace gestos a ÓSCAR
para
que salga hacia la puerta.)
Que
descanses, Félix... intenta dormir. Seguro que mañana por la mañana
verás las cosas mucho menos negras que esta noche. (A
ÓSCAR
en
voz baja.)
Quítale
el cinturón y los cordones de los zapatos. (ÓSCAR
asiente
con la cabeza y MURRAY
sale.
ÓSCAR
mira
a FÉLIX
y
lentamente se acerca a él. Hay un momento de silencio.)
OSCAR.-(A
FÉLIX) ¡Oh, Félix... Félix... Félix...!
FÉLIX.-(Sentado
y con la cabeza entre las manos.)
Lo
sé... lo sé... lo sé... ¿Qué voy a hacer ahora, Oscar?
ÓSCAR.—Primero,
vamos a lavar bien tu estómago con una taza de café muy cargado.
(Va
hacia la cocina pero... se detiene.)
Oye...
¿podrás quedarte solo dos minutos?
FÉLIX.—¡No,
creo que no!... ¡Quédate conmigo, Oscar! ¡Hablame!
ÓSCAR.—Entonces,
ven conmigo a la cocina... necesitas ese café... te sentará bien.
FÉLIX.—Oscar,
lo terrible de todo esto es que aún la quiero... Admito que
nuestro matrimonio no funcionaba bien pero... la quiero y no quiero
el divorcio...
ÓSCAR.—(Sentándose
en el brazo del sofá.)
¿Quieres
tomar una tostada con el café o unas galletas?
FÉLIX.—Sí,
si lo reconozco... no nos llevábamos bien, pero... teníamos dos
hijos preciosos... una casa bonita... ¿verdad que sí, Oscar?
ÓSCAR.—¿Cómo
prefieres las galletitas... de chocolate o vainilla...? Tengo de las
dos...
FÉLIX.—¿Qué
más podía querer...? ¿Qué más puede desear una mujer?
ÓSCAR.—Lo
que a mí me interesa es saber lo que tú quieres. ¿Té, café,
malta...? Luego hablaremos del divorcio...
FÉLIX.—¡Es
una jugada sucia! ¡Es una jugada sucia, coño! (Con
el puño cerrado da un puñetazo en el brazo de una silla y se queja
de dolor, llevándose las manos al cuello.)
¡Ay...
ay... mi cuello... mi cuello...!
ÓSCAR.—Pero
¿no ha sido en el puño?
FÉLIX.—(Se
ha puesto de pie y da grandes zancadas mientras se sujeta el
cuello con gesto de dolor.)
¡Es
un espasmo nervioso... en el cuello... Ayyy... qué dolor!
ÓSCAR—(Se
le acerca corriendo.)
¿Dónde...
dónde te duele?
FÉLIX.—(Estira
el brazo impidiéndole acercarse.)
¡No
me toques! ¡No me toques!
ÓSCAR.—Solo
quiero ver donde te duele...
FÉLIX.—Se
me pasará... déjame unos minutos y se me pasará. ¡Ayyyy!
¡Ayyyyyy!
ÓSCAR—(Indicándole
el sofá.)
Túmbate
bocabajo y te daré masaje... eso te calmará el dolor.
FÉLIX—(Retorciéndose
de dolor.)
Tú
no sabes hacerlo... es un masaje muy especial y solo Caroline sabe
dármelo.
ÓSCAR.—¿Quieres
que la llame y la diga que venga?
FÉLIX.—(Grita.)
¡No!
¡No!... ¿No ves que nos estamos divorciando...? ¿Cómo va a
querer darme masaje?... Es la tensión nerviosa la que me ha
producido el dolor... creo que estoy muy nervioso.
ÓSCAR.—Sí,
lo más probable... Oye ¿y cuánto suele durarte?
FÉLIX.—A
veces unos minutos y a veces horas... Recuerdo una vez que me pasó
mientras iba conduciendo... Me estrellé contra una tienda de
ultramarinos... ¡Ayyyy!... ¡Ay...!
(Se
sienta en el sofá y no para de hacer gestos de dolor.)
ÓSCAR—(Colocándose
tras de él.)
¿Qué
prefieres, seguir sufriendo o que intente arreglar tu maldito cuello?
(Empieza
a darle masaje.)
FÉLIX.—¡Con
cuidado... con cuidado!
ÓSCAR—(Gritándole.)
¡Estáte
quieto! ¡Relájate... He dicho que te relajes...!
FÉLIX.—(En
el mismo tono.)
¡No
me grites!... (Con
voz normal.)
Lo
que tengas que decir, dímelo de buenas maneras.
ÓSCAR—(Siguiendo
con el masaje.) Piensa
en algo agradable...
FÉLIX.—¡Es
horrible...! ¡No puedo... imposible, no consigo relajarme!
Duermo todas las noches en la misma posición, sin moverme...
Caroline dice que parezco un cadáver... (Nuevos
quejidos.)
¡Ayyyy...
ayyyyyy!
OSCAR.-(Deja
de frotarle.)
¿Te
duele?
FÉLIX.—No,
no... siento alivio.
ÓSCAR.—Entonces,
dilo. Expresas lo mismo el dolor que la felicidad.
(Empieza
los masajes de nuevo.)
FÉLIX.—Sí,
lo sé... lo sé... Oscar, creo que estoy loco.
ÓSCAR.—Bueno,
si éso te hace sentirte mejor... yo también lo creo.
FÉLIX.—Lo
digo en serio... de lo contrario no me comportaría así... viniendo
a esta casa... dándoos un susto de muerte a todos... queriéndome
suicidar,... ¿Qué es ésto más que estar loco?
ÓSCAR.—Es
pánico... miedo... Tú eres una persona miedosa. Pierdes los nervios
muy fácilmente... (Deja
de frotarle.)
FÉLIX.-No
pares... me alivia mucho.
ÓSCAR.—Si
no te relajas, voy a romperme los dedos... (Le
toca el pelo.)
Mira,
hasta los pelos se te ponen de punta.
FÉLIX.—Sí,
Oscar... hago cosas terribles... me comporto como un niño de
pecho...
OSCAR-Agáchate...
(FÉLIX
se
inclina hacia delante y ÓSCAR
le
da masaje en la espalda.)
FÉLIX.-(Con
la
cabeza inclinada.)
A
todo el mundo le cuento mis problemas.
ÓSCAR.—(Dándole
masajes con todas sus fuerzas.)
Escucha,
si te hago daño, dímelo porque no sé si lo que estoy haciendo...
FÉLIX.—No
está bien, Oscar, no está bien... venir a tu casa y comportarme
de esa manera...
ÓSCAR.—(Termina
el masaje.) ¿Cómo
tienes el cuello?
FÉLIX.—(Mueve
la cabeza para un lado y para otro.)
Mejor...
Ahora, sólo me duele la espalda...
(Se
levanta y mientras camina se frota la espalda con las manos.)
ÓSCAR.—Lo
que tú necesitas es una copa. (Va
hacia el bar.)
FÉLIX.—No
puedo beber, me sienta mal. Anoche intenté emborracharme.
ÓSCAR.—(Desde
el bar.)
¿Dónde
estuviste anoche?
FÉLIX.—Por
ahí... caminando...
OSCAR.-¿Toda
la noche?
FÉLIX.-Toda.
OSCAR.-¿Con
lo que llovía?
FÉLIX.—En
el hotel, no. No podía dormir y paseé por la habitación...
una habitación sucia y deprimente... De pronto, me encontré a mí
mismo mirando por la ventana y... de repente... me dieron ganas de
saltar...
ÓSCAR—(Se
dirige a FÉLIX
con
dos copas servidas.)
¿Por
qué no lo hiciste?
FÉLIX.—Porque
la habitación estaba en la planta baja.
OSCAR.-Bébete
ésto.
(Le
da la copa, cruza hacia el sofá y se sienta.)
FÉLIX.—Yo
no quiero divorciarme, Oscar... No deseo cambiar mi vida... (Se
acerca al sofá y se sienta cerca de ÓSCAR.)
Háblame, Oscar. ¿Qué voy a hacer ahora...? ¿Qué será de mí?
ÓSCAR.—En
primer lugar, pórtate como un hombre. Bébete este whisky y entre
los dos vamos a planear una nueva vida para ti...
FÉLIX.—¿Sin
Caroline... sin los niños?
ÓSCAR.—No
vas a ser el único divorciado de este mundo.
FÉLIX.—(Se
levanta y pasea de derecha a izquierda.)
No
lo entiendes, Oscar. Yo sin ellos no soy nada... nada...
ÓSCAR.—¿Cómo
que «nada»? Tú eres «algo». (FÉLIX
se
sienta en el sillón.)
¡Una
persona! Eres de carne y hueso... eres un ser humano... No eres
un pez... ni un búfalo... ¡Eres tú!... tú que andas, hablas,
lloras, te quejas, te tomas un tubo de píldoras verdes y envías
telegramas anunciando tu suicidio... Nadie más que tú es capaz de
hacer eso, Félix... Créeme, eres un-ejemplar-único-en-el-mundo...
(Va
al bar.)
Ahora,
bebe.
FÉLIX.—Tú
has pasado por eso... ¿cómo lo soportaste?... ¿Qué hiciste las
primeras noches...?
ÓSCAR.—Hice
exactamente lo que estás haciendo tú.
(Se
sirve otra copa.)
FÉLIX.—¡Portarte
como un histérico!
ÓSCAR.—No,
emborracharme... (Vuelve
hacia el sofá con la botella. Se sienta.)
Bebí
durante cuatro días y cuatro noches seguidas... Llegó un momento en
que me caí por una ventana y empecé a sangrar como un cerdo, pero a
la vez, empecé a olvidar. (Bebe.)
FÉLIX.—¿Cómo
te olvidaste de tus hijos? ¿Cómo borrar de un plumazo doce años de
matrimonio?
ÓSCAR.—¡No
se puede! Cuando noche tras noche entro en ocho habitaciones
completamente vacías siento en la cara una bofetada de aire
frío. Pero, esa es la realidad y hay que aceptarla. Uno no puede
pasarse la vida llorando... Anda, sé un buen chico y bébete la
copa...
(Se
estira en el sofá y recuesta la cabeza cerca de FÉLIX.)
FÉLIX.—Imagino
lo que Caroline estará pasando...
ÓSCAR.—¿Qué
quieres decir con «estará pasando»?
FÉLIX.—En
el caso de la mujer es aún más penoso... La pobre, está sola,
encerrada en casa, con los niños... no puede salir como yo...
Además, ¿dónde va a encontrar a alguien, ahora, con su edad... y
con dos hijos...? ¿Dónde?
ÓSCAR.—No
lo sé. Quizás alguien llame a su puerta... Félix, hay miles de
divorcios al año... así que algo bueno debe de tener...
(FÉLIX
se
tapa los oídos con las manos y empieza a emitir una especie de
zumbido.) ¿Qué
te pasa ahora? (Se
incorpora sentándose.)
FÉLIX.—Se
me taponan los oídos... a causa de la sinusitis... Debe ser por el
polvo que hay aquí... porque soy alérgico al polvo.
(Sigue
con el mismo zumbido y trata de destaparse los oídos saltando sobre
un pie y luego sobre el otro... mientras hace esto, se ha ido
acercando a la ventana y la abre.)
OSCAR.-(De
pie, de un salto.)
¿Qué
haces?
FÉLIX.—No
voy a saltar... solo quiero respirar. (Hace
varias inhalaciones profundas.)
Solía
volverle loca a la pobre Caroline con mis
alergias... Porque, también soy alérgico a los perfumes... y lo
único que podía utilizar Caroline era mi loción de después del
afeitado... El vivir conmigo resulta insoportable... Es increíble
que la pobre me haya aguantado tantos años...
(De
pronto muge como un toro. ÓSCAR
le
mira atónito. Nuevo mugido.)
ÓSCAR.—¿Y,
ahora qué carajo haces?
FÉLIX.—Trato
de limpiar los oídos... creo una presión dentro de ellos y el tapón
se rompe. (Más
mugidos.)
OSCAR.-¿Se
ha roto ya?
FÉLIX.—Se
me ha abierto un poco. (Se
frota el cuello.)
Creo
que me he hecho daño en la garganta... (Pasea
por la habitación.)
ÓSCAR.—Joder,
¿por qué no te dejas en paz a ti mismo un ratito? Como si te
importase un pito.
FÉLIX.—¡No
puedo evitarlo! ¡Vuelvo loco a todo el que me rodea! Recuerdo una
vez, en un consultorio matrimonial, me echaron a la calle de una
patada... y me enteré de que en mi ficha habían escrito: LUNÁTICO.
No culpo a la pobre Caroline... resulta imposible estar casado
conmigo.
ÓSCAR.—Pero
se necesitan dos para llevar un matrimonio a pique.
(Vuelve
a tumbarse en el sofá.)
FÉLIX.—¡No
te puedes imaginar como era en casa! Una vez, la compré un cuaderno
y la obligaba a anotar hasta el último céntimo que gastaba...
desde lo más caro hasta una cebolla. Todo tenía que estar anotado
en el cuaderno. Y tuvimos una discusión tremenda porque se la olvidó
anotar el precio del cuaderno. ¿Cómo se puede convivir con un ser
así?
ÓSCAR.—¡Hombre...
eres un buen administrador, todo lo contrario que yo! Pero, todos
tenemos nuestros defectos.
FÉLIX.—¿Defectos...
defectos, dices? Tenemos una asistenta que viene a limpiar tres días
a la semana y los días que no viene, limpia la casa Caroline. Pues
bien, después de haber limpiado ellas, iba yo detrás y volvía a
limpiar todo. No lo puedo evitar. Soy un fanático de la limpieza...
Aunque, la culpable de ello es mi madre. Recuerdo que a los cinco
meses, ya hacía pis en el orinal.
ÓSCAR.—¿Cómo
puedes recordar esas cosas?
FÉLIX.—Me
tengo bien merecido lo que me ha pasado... Yo y mis manías de
encontrar todo mal... Por ejemplo, si Caroline estaba cocinando algo,
en el preciso instante en que ponía los pies fuera de la cocina, iba
yo y volvía a cocinar todo... incluso volvía a añadir sal y
pimienta. No, no es que no me fiase de ella, es que yo lo hacía
mejor... Y, por ser tan listo, me he buscado mi ruina. (Se
golpea ¡a frente con la palma de la mano tres veces seguidas.)
¡Maldito
idiota!
(Se
deja caer en el sillón.)
ÓSCAR.—¡No
hagas eso, por favor! Solo nos faltaba que ahora te doliera la
cabeza.
FÉLIX.—No
me puedo soportar a mí mismo, Oscar. Me odio... sí, muchacho, no
sabes como me odio.
ÓSCAR.—No
te odias, te quieres demasiado, que es distinto. Pero, todos tenemos
defectos...
FÉLIX.—¡No
me vengas con mentiras piadosas! Reconozco que soy un cabrón.
ÓSCAR.—Bueno,
si tú lo dices...
FÉLIX.—(Dolido.)
Creí
que eras mi amigo...
ÓSCAR.—Precisamente
por eso te hablo así, porque te quiero casi tanto como tú mismo...
FÉLIX.—Entonces,
ayúdame...
ÓSCAR—(Se
incorpora sobre un hombro.)
¿Cómo
voy a ayudarte cuando no puedo ayudarme a mí mismo? Tú crees que es
insoportable vivir contigo. Blanche solía decir: «¿a qué
hora quieres la cena?« Yo siempre la contestaba: «No lo sé, no
tengo hambre». Luego, a las tres de la mañana, la despertaba y
le gritaba: «Ahora quiero la cena». Durante los últimos catorce
años he sido uno de los críticos deportivos mejor pagados de este
país, ¿y sabes cuanto solíamos ahorrar cada mes? Ocho dólares...
en monedas. Jamás estaba en casa, pasaba las noches jugando,
cuando fumaba hacía agujeros en los muebles y la engañaba en la
primera oportunidad que tenía. Para celebrar nuestro décimo
aniversario de boda la llevé a un partido de beisbol y la
dieron un pelotazo en la cabeza... Pero, a pesar de todo esto, aún
no puedo entender como ni por qué me dejó. Quizás era un poco rara
y yo un tipo imposible.
FÉLIX.—Yo
soy distinto, Oscar. Yo no podría vivir solo. No seré capaz de ir a
trabajar y me despedirán... ¿De qué voy a vivir?
ÓSCAR.—Te
queda el recurso de ponerte en una esquina y llorar... alguien se
compadecerá y te dará algunas monedas... Pero, no te preocupes, tú
trabajarás, Félix... claro que trabajarás...
(Vuelve
a tumbarse.)
FÉLIX.—¿Crees
que debería llamar a Caroline?
ÓSCAR.—(A
punto de explotar.)
¿Para
qué? (Se
sienta.)
FÉLIX.—Pues...
para recapacitar otra vez...
ÓSCAR.—Ya
lo habéis recapacitado todo. No hay nada que decir... ¿Cuándo vas
a aceptar la verdad?
FÉLIX.—No
puedo evitarlo, Oscar. No sé qué hacer.
ÓSCAR.—Entonces,
escúchame.. Esta noche duermes aquí y mañana iremos a buscar
tus cosas y te trasladas aquí conmigo.
FÉLIX.—No,
no... ésta es tu casa... yo seré un estorbo...
OSCAR.-Tengo
ocho habitaciones... podríamos estar un año entero sin tropezamos
siquiera... ¿No lo entiendes? Quiero que vengas a vivir conmigo.
FÉLIX.—¿Por
qué si soy como la peste?
ÓSCAR.—Ya
sé que eres como la peste, por eso no tienes que repetírmelo
nunca más.
FÉLIX.—¿Y,
por qué quieres que viva contigo?
ÓSCAR.—(Mascando
las palabras.) ¡Porque-no-soporto-vivir-solo!
¡Por eso!... ¡Por el amor de Dios, ¿no ves que me estoy
declarando? ¡Qué quieres!, ¿que te dé un anillo de
compromiso?
FÉLIX.—Bien,
Oscar, si de verdad quieres que viva contigo, hay muchas cosas que
puedo hacer aquí... Soy muy mañoso y puedo ocuparme...
ÓSCAR.—No
tienes que ocuparte de nada.
FÉLIX.—Quiero
hacer algo, Oscar... Déjame que haga algo.
ÓSCAR.—(Asiente.)
Está
bien. Puedes quitar las iniciales de mi mujer de las toallas... o lo
que quieras...
FÉLIX.—(Comienza
a arreglar el cuarto.)
Puedo
guisar... Soy un magnífico cocinero.
ÓSCAR.—No
hay nada que cocinar... En casa solo hago el desayuno.
FÉLIX.—¡Ni
hablar! ¡El hacer todas las comidas en casa puede resultarnos un
gran ahorro! ¡Recuerda que tenemos que pasar la pensión a las
mujeres!
ÓSCAR.—(Feliz
viendo que FÉLIX
empieza
a recuperar el interés por vivir.)
Muy
bien, puedes guisar cuanto quieras. (Le
tira un cojín.)
FÉLIX.—(Devolviéndole
el cojín.)
¿Te
gusta la pierna de cordero asada?
ÓSCAR.—Sí,
me gusta la pierna de cordero...
FÉLIX.—Estupendo,
mañana comeremos cordero... ¡Por cierto, tengo que llamar a
Caroline para que me preste la cazuela grande.
ÓSCAR.—¿Quieres
olvidarte de una puñetera vez de Caroline? Compraremos nuestras
propias cazuelas. Haz el favor de no volverme loco antes de
empezar a vivir contigo.
(Suena
el teléfono. ÓSCAR
lo
descuelga rápidamente.) (Al teléfono.)
¿Diga?...
¡Ah, hola, Caroline...!
FÉLIX.—(Deja
de limpiar automáticamente y empieza a mover los brazos deforma muy
aparatosa mientras murmura, casi gritando.) ¡No
estoy en casa! ¡No estoy en casa! ¡Dila que no me has visto! ¡No
sabes donde estoy!
OSCAR.-(Al
teléfono.)
Sí,
está aquí.
FÉLIX.—(Dando
grandes zancadas.)
¿Cómo
está... la notas preocupada? ¿Está llorando? ¿Qué dice...
que quiere hablar conmigo? Pues yo no quiero hablar con ella.
OSCAR.-(Al
teléfono.)
Sí,
sí está.
FÉLIX.—Dila
que no pienso volver. Que estoy harto., la he aguantado tanto
como ella a mí. Que si piensa que voy a volver con ella, se
equivoca. ¡Anda, díselo, díselo!
ÓSCAR.—(Al
teléfono.)
Sí...
sí... está muy bien.
FÉLIX.—¿Cómo
puedes decir que estoy bien...? ¿Es que no me has visto? ¿Cómo
eres tan cínico...? Estoy fatal.
ÓSCAR.—Sí,
lo comprendo, Carol...
FÉLIX.—(Se
sienta
al lado de OSCAR)
¿Quiere
hablar conmigo? Pregúntale si quiere hablar conmigo.
OSCAR-(Al
teléfono.)
¿Quieres
hablar con él?
FÉLIX—(Intentando
quitarle el auricular.)
Déjame...
hablaré con ella.
ÓSCAR.—(Al
teléfono.)
Ah,
no quieres hablar con él.
FÉLIX.—¿Que
no quiere hablar conmigo?
ÓSCAR.—(Al
teléfono.)
Ya...
de acuerdo... Bueno, hasta luego. (Cuelga.)
FÉLIX.—¿No
quería hablar conmigo?
OSCAR.-¡No!
FÉLIX.—Entonces,
¿para qué llamó?
ÓSCAR.—Quería
saber cuando ibas a pasar a recoger tus cosas... Quiere pintar de
nuevo la habitación.
FÉLIX.-¡Oh!
ÓSCAR—(Dándole
una palmadita a FÉLIX
en
el hombro.)
Oye,
Félix, ya es casi la una. (Se
levanta.)
FÉLIX.—Con
que no quiso hablar conmigo, ¿eh?
ÓSCAR.—Voy
a acostarme... ¿Seguro que no te apetece un té con alguna galleta?
FÉLIX.—¡La
pintará de rosa, seguro! Siempre tuvo esa idea en la cabeza.
ÓSCAR.—Voy
a sacarte un pijama. ¿Cómo lo prefieres, de rayas, de lunares o
liso? (Va
hacia el dormitorio.)
FÉLIX.—¡Ironías
del destino! Yo pensando como suicidarme y ella viendo el muestrario
de pinturas...
ÓSCAR.—(En
el
dormitorio.)
¿Qué
dormitorio prefieres...? A mí me da igual.
FÉLIX—(Se
levanta y va hacia el dormitorio.)
¿Sabes,
en el fondo, me alegro... Porque, por fin, ella me ha hecho ver...
que todo se acabó. No lo he comprendido hasta este mismo instante.
ÓSCAR.—(Vuelve
con almohada, almohadón y un pijama.)
Félix,
quiero irme a la cama.
FÉLIX.—No
lo tomé en serio hasta esta noche... Mi matrimonio se ha terminado.
ÓSCAR.—Félix,
vete a la cama.
FÉLIX.—Sin
embargo, ahora no me parece tan terrible... quiero decir que creo que
voy a poder vivir...
ÓSCAR.—Claro
que vivirás, pero ahora, acuéstate.
FÉLIX.—Sí,
me acostaré dentro de un rato. Ahora tengo que pensar, he de
reorganizar mi vida... ¿Tienes un papel y un lápiz?
ÓSCAR.—No,
esta noche, no. (Le
tira el pijama.)
¡Estás
en mi casa y yo establezco las horas de dormir!
FÉLIX.—Oscar,
por favor... déjame solo... necesito estar solo unos momentos. Debo
organizarme... Anda, ve tú a la cama... Voy a... a limpiar un rato.
(Empieza
a recoger cosas del suelo.)
ÓSCAR—(Poniendo
la funda a la almohada.)
No
tienes que limpiar nada. Le pago a la asistenta a diez dólares la
hora.
FÉLIX.—No
importa, Oscar... es que me resulta imposible dormir con toda esta
porquería por el suelo... Ve a la cama... Hasta mañana...
(Pone
los platos en una bandeja.)
ÓSCAR.—Oye,
¿sólo por encima, eh...? ¿No pensarás sacudir las alfombras?
FÉLIX.—Solo
diez minutos... nada más.
ÓSCAR.—¿Estás
seguro?
FÉLIX.-(Sonríe.)
Te
lo prometo.
OSCAR.-¿En
serio?
FÉLIX.—En
serio. Recojo los platos y voy directo a la cama.
OSCAR-Bien...
(Cruza
hacia su dormitorio y al pasar ante la puerta de otro dormitorio,
tira el almohadón. Entra en su cuarto y cierra la puerta tras de
sí.)
FÉLIX.-(Llamándole.)
¡Oscar!
(ÓSCAR
aparece
angustiado y va corriendo a FÉLIX)
Quizá tarde un par de días... pero me recuperaré.
OSCAR.-(Sonríe
resignado.)
Me
alegro... En fin, buenas noches, Félix. (Vuelve
hacia su dormitorio mientras FÉLIX
queda
arreglando los cojines del sofá.)
FÉLIX.—Buenas
noches, Caroline.
(ÓSCAR,
al
oír esto, queda paralizado. FÉLIX
sin
darse cuenta de lo que
ha dicho, sigue arreglando los cojines mientras ÓSCAR
se
vuelve y queda mirándole con expresión entre preocupada y
molesta.)
TELÓN
CUADRO SEGUNDO
Dos
semanas después. Son las once de la noche.
(Al
levantarse el telón, RICHARD,
ROY, MURRAY, TOMMY y
OS
CAR, sentados
ante una mesa, están jugando al póker. La silla de FÉLIX
permanece
vacía. Entre esta escena y el principio de la comedia hay una gran
diferencia y es que, ahora, la habitación está perfectamente
limpia y arreglada. Casi se podía decir que parece
esterilizada. No hay bolsas de lavandería ni platos sucios ni vasos
a medio llenar. FÉLIX
aparece
por la cocina. Trae una bandeja con vasos, servilletas y aperitivos.
Deposita la bandeja en alguna parte y abriendo las servilletas,
entrega una a cada jugador. Todos las cogen, a regañadientes, y se
las ponen sobre las piernas. Luego, FÉLIX,
con
sumo cuidado, abre las latas de cervezas y vacía el contenido en los
vasos, sin derramar una sola gota, haciendo unos movimientos un tanto
historiados, deja las latas en la bandeja.)
FÉLIX.—(A
MURRAY)
...Una cerveza helada para Murray.
MURRAY.-(Alargando
el brazo.) Gracias,
Félix.
FÉLIX.—(Sin
entregarle la cerveza.) ¿Dónde
está tu posavasos?
MURRAY.-¿Mi...
qué?
FÉLIX.—Tu
posavasos. Esa cosa pequeña y redonda que se pone debajo de los
vasos.
MURRAY.—(Mira
por la mesa.)
Creo
que lo he apostado.
ÓSCAR.—(Lo
coge y se lo da a MURRAY.)
¡Ya
me parecía a mí que estaba ganando mucho! ¡Toma!
FÉLIX.—Por
favor, muchachos, úsenlos. (Coge
otro vaso de la bandeja.)
¿Whisky
con agua?
RICHARD.—(Levanta
la mano.)
Para
mí. (Satisfecho.)
Y
aquí tengo el posavasos. (Lo
levanta para que lo vea FÉLIX.)
FÉLIX—(Dándole
el vaso.)
Siento
ser tan plomo pero ya sabéis lo que ocurre si un vaso está mojado
por abajo.
(Vuelve
a la bandeja, coge un cenicero limpio pero lo vuelve a pasar una
servilleta.)
ÓSCAR—(Como
un disco rayado.)
Dejan-cerco-en-la-mesa.
FÉLIX..—(Asiente.)
Exacto...
y estropean la madera... se comen todo el barniz.
ÓSCAR.—(A
los otros.)
Así
que... cuidado con los cercos, eh...
FÉLIX.—(Coge
el
cenicero y un plato con sándwiches de la bandeja y va hacia la
mesa.)
Un
cenicero limpio para Roy... (Le
da el cenicero.)
Ahora...
un sándwich para Tommy...
(Como
un consumado camarero, y con gran habilidad, pone el plato delante de
TOMMY)
TOMMY.-(Mira
el plato y luego a FÉLIX)
¡Qué bien huele...! ¿De qué es?
FÉLIX.—Bacón,
lechuga, tomate y mayonesa con... pan integral de centeno.
TOMMY.—(Abriendo
los ojos como platos.)
¿De
dónde lo has sacado?
FÉLIX.—(Molesto.)
Lo
he hecho yo mismo... en la cocina.
TOMMY.—¿Quieres
decir que para complacerme has...?
ÓSCAR.—Y
si no te gusta, no te preocupes, te hará cualquier otra cosa. Por
ejemplo un pastel de carne en cinco minutos...
FÉLIX.—No
es ninguna molestia... lo digo en serio. Me encanta cocinar.
Procura no tirar migas al suelo... acabo de pasar la aspiradora.
(Vuelve
hacia la bandeja pero se para.) ¡Oscar!
ÓSCAR.—(Rápido.)
¡A
sus órdenes!
FÉLIX.—He
olvidado lo que querías... ¿qué me pediste?
ÓSCAR.—Dos
huevos al minuto y medio y unos caracoles al ajillo...
FÉLIX.—(Señalándole
con el dedo.)
Un
gin tonic doble... enseguida... (FÉLIX
va a
salir pero se detiene ante una cajita que hay sobre el bar.)
¿Quién
ha cerrado...?
MURRAY.-¿El
qué?
FÉLIX.—El
purificador de aire... (Lo
vuelve a abrir.)
Intenta
limpiar el ambiente un poco... así que no juguéis con esto,
muchachos.
(Los
mira haciendo un gesto de reproche y luego hace mutis. Todos quedan
en silencio unos segundos.)
ÓSCAR.—Murray...
te doy doscientos dólares por tu revólver.
RICHARD.—(Deja
sus cartas sobre la mesa y se levanta, enfadado.)
No
puedo soportarlo más. (Indica
con la mano.)
Estoy
hasta aquí. En las últimas tres horas hemos jugado cuatro minutos
de póker. No estoy dispuesto a malgastar los viernes por la noche
escuchando a la «Perfecta Ama de Casa».
ROY.—(Casi
desmayado en la silla y con la cabeza colgando.)
No
puedo respirar. (Señala
la cocina.)
Ese
maldito cacharro se está chupando todo el aire.
TOMMY.—(Masticando.)
Vaya...
está buenísimo... ¿Quién quiere probarlo?
MURRAY.-¿Está
el pan caliente?
TOMMY.—En
su punto. Y no tiene demasiada mayonesa. Es un sándwich exquisito.
MURRAY.—Dame
un poco.
TOMMY.—Pásame
tu servilleta... no quiero tirar ninguna miga.
RICHARD.—(Observa
horrorizado como TOMMY,
con
todo el cuidado del mundo, pone un trocito de sándwich en la
servilleta de MURRAY.
Luego,
se vuelve hacia OSCAR)
¿Estás viendo? Parecen Marta y Gertrudis en la lavandería. (Casi
llorando de desesperación.)
¿Qué
ha pasado con nuestras partidas de póker?
ROY.—(Casi
ahogándose.) Os
digo que ese diabólico aparato nos matará. Nos van a encontrar a
todos mañana con la lengua fuera.
RICHARD-(Gritando
a OSCAR)
¡Haz algo!
ÓSCAR.—(Se
levanta y trata de contener su malgenio.)
No
me incordiéis con vuestros pequeños problemas domésticos. Al
fin y al cabo solo lo soportáis una noche a la semana pero yo, paso
encerrado con esta Mary Poppins veinticuatro horas al día. (va
hacia la ventana.)
ROY.—Antes...
con toda la basura y el humo, se respiraba mucho mejor.
TOMMY.—(A
MURRAY)
¿Te has dado cuenta de lo que hace con el pan?
MURRAY.-¿E1
qué?
TOMMY.—Raspa
toda la corteza... por éso está tan suave...
MURRAY.—Y
solo pone la parte más blanca de la lechuga... (Masticando.)
¡Humm
está realmente delicioso!
RICHARD.—(Cada
vez más desesperado.)
¡Voy
a volverme loco!
ÓSCAR—(Gritando,
hacia la cocina.)
¡Félix...
Maldita sea... Félix! ¡¡Félix!!
RICHARD.—(Coge
una
cajita de la repisa, la pone sobre la mesa y mete las monedas.)
Se
acabó, me voy a mi casa.
OSCAR-¡Siéntate!
RICHARD.—¡Me
compraré una novela y empezaré a leer otra vez!
OSCAR.-¡Siéntate...!
¡He dicho que te sientes! (Grita.)
¡Félix!
RICHARD.—Oscar,
se acabó. El día que su matrimonio fue a pique, se terminaron
nuestras partidas de póker.
(Coge
la chaqueta del respaldo de la silla y va hacia la puerta.)
ÓSCAR.-(Yendo
detrás de él.)
No
puedes largarte ahora... estoy perdiendo mucho...
RICHARD.—(En
la puerta.)
El
único que tiene la culpa eres tú. ¡Tú! ¡Fuiste tú y solo tú
quien le quitó la idea de suicidarse! (Sale
dando un gran portazo.)
ÓSCAR—(Mirando
la puerta.)
Tiene
razón... toda la razón. (Hacia
la mesa.)
MURRAY.-(A
TOMMY.)
¿Vas a comerte ese pepinillo?
TOMMY.-No...
¿lo quieres?
MURRAY.—A
menos que lo quieras tú... es tuyo.
TOMMY.—No,
no... tómalo... no suelo comer pepinillos.
(TOMMY
levanta
el plato para que MURRAY
coja
el pepinillo. ÓSCAR
da
un golpe al plato y el pepinillo sale volando.)
ÓSCAR.—¡Da
las cartas!
MURRAY.-¿Por
qué has hecho eso?
ÓSCAR.—¡Da
las cartas! Si queréis jugar al póker, da las cartas! Y si lo que
queréis es comer, os vais a la cafetería, (a
TOMMY)
Y,
no quiero oír hablar más de pepinillos. ¡Yo me estoy arruinando
mientras vosotros engordáis a mi costa! (Grita.)
¡Félix...!
(Aparece
FÉLIX
por
la puerta de la cocina.)
FÉLIX.-¿Qué?
ÓSCAR.—Cierra
esa puerta y siéntate. Son las doce menos cuarto. Me queda una hora
y media para recuperar la pensión de mi mujer.
ROY.—(Oliendo.)
¿Qué
es ese olor?... Desinfectante... (Huele
las cartas.)
Son
las cartas... ¡Ha lavado las cartas!... (Tira
sus cartas, recoge su chaqueta, se levanta y pone su dinero en la
caja.)
FÉLIX.—(Va
hasta
la mesa con la bebida de ÓSCAR,
la
pone y se sienta en su silla.)
Bueno...
¿cuál es la apuesta?
ÓSCAR—(Corre
hacia su asiento.)
¡No
lo puedo creer! ¡Vamos a jugar otra vez! (Se
sienta.)
Tú
hablas, Roy... Roy... muchacho ¿qué haces?
ROY.—Voy
a coger inmediatamente un taxi que me lleve a Central Park. Si allí
no consigo el aire que necesito, mañana iréis de entierro. (Va
hacia la puerta.)
ÓSCAR—(Siguiendo.)
No
me puedes hacer esto... No son ni las doce.
ROY.—Buenas
noches. (Sale
dando un portazo. Hay un momento de silencio. ÓSCAR
vuelve
a la mesa y se sienta.)
ÓSCAR.—No
vamos a tener ni para chufas...
FÉLIX.—Lo
siento... ¿he tenido yo la culpa?
TOMMY.—No...
creo que a nadie le apetece mucho jugar últimamente.
MURRAY.—No
sé lo que es, pero algo le está pasando a este equipo... (Se
sienta en una silla y se pone sus zapatos.)
ÓSCAR.—¿No
lo sabes? Se está desbaratando... Todos nos estamos divorciando y
¿sabéis lo que os digo?... Qué jugábamos mucho mejor cuando no
nos dejaban salir de noche.
TOMMY.—(Se
levanta y se pone también la chaqueta.)
En
fin... yo también me marcho... Bebe y yo vamos a pasar el fin de
semana a la playa...
FÉLIX.—¿Los
dos solos, eh?... Siempre salís juntos, ¿verdad?
TOMMY.—(Suspira.)
No
tengo otro remedio, yo no sé conducir... (Coge
todo el dinero de la caja y se dirige a la puerta.)
¿Vienes
Murray?
MURRAY.—(Se
levanta, se pone la chaqueta y va también hacia la puerta)
Sí... ¡Qué
remedio!... Sino estoy en casa antes de la una, es capaz de esperarme
detrás de la puerta y darme con el rodillo en la cabeza... ¡Ah,
chicos, vosotros sí que os dais buena vida!
FÉLIX.-¿Quienes?
OSCAR.-¿Nosotros?
MURRAY.—(Volviéndose.)
Naturalmente.
A ver, ¿qué obligaciones tenéis? Ninguna. Podéis salir donde,
cuando y como queráis. (Guiñándole
un ojo.)
Hazme
caso. (Se
dirige a la salida.)
Vámonos,
Tommy.
(TOMMY
dice
adiós con la mano y ambos salen.)
FÉLIX—(Mirando
la puerta.)
Tiene
gracia, ¿verdad Oscar? Se creen que somos felices... que disfrutamos
con la vida que llevamos... (Se
pone de pie y empieza a colocar las sillas.)
No
saben nada, Oscar. No saben nada de nada...
(Suelta
una especie de carcajada irónica, se coloca las servilletas debajo
del brazo y recoge los platos.)
ÓSCAR.—¡Y,
yo, no sabes lo agradecido que te estaría, Félix, si no empezases a
limpiar ahora!
FÉLIX—(Poniendo
los platos en la bandeja.)
Solo
un par de cosas... (Se
para y vuelve a mirar a la puerta.)
No
puedo olvidar lo que acaba de decir Murray... Sabes, creo que en el
fondo nos envidian. (Sigue
quitando cosas de la mesa.)
ÓSCAR.—Félix,
deja todo como está. Aún no he terminado de ensuciar esta
noche. (Tira
las fichas al suelo.)
FÉLIX—(Sigue
con lo suyo.)
Pero
¿no te das cuenta de la ironía de la vida...? ¿No te das cuenta,
Oscar?
ÓSCAR.—(Suspira
resignado.)
Sí,
me doy cuenta.
FÉLIX.—(Con
la mesa.)
No,
creo que no te la das.
ÓSCAR.—Félix,
te estoy diciendo que sí.
FÉLIX.—¿Ah,
sí? Bien, entonces, dime... ¿Dónde está la ironía?
OSCAR.-La
ironía está en que... a menos que tú y yo lleguemos a un acuerdo,
¡voy a matarte!... Esa es la ironía.
FÉLIX.—Pero
¿qué te ocurre? (Sigue
poniendo vasos en la bandeja.)
ÓSCAR.—Que
algo no funciona en este sistema... algo marcha mal. Nunca se me
ocurrió pensar que dos hombres solos, viviendo en un piso de ocho
habitaciones, tuvieran la casa mucho más limpia que la tenía mi
madre.
FÉLIX.—(Termina
de poner en la bandeja los vasos, platos y posavasos.)
Pero
¿de qué hablas? Solo voy a dejar los cacharros en la pila...
¿Quieres que los deje aquí toda la noche?
ÓSCAR.—(Retira
de la bandeja su vaso, que Félix le había cogido y va con él hacia
el bar para servirse una nueva copa.)
¡Por
mí, te puedes acostar con ellos!
FÉLIX.—(Va
hacia la mesita donde está el teléfono y limpia el cenicero de
allí.)
Lo
único que intento es mantener la casa un poco decente para poder
vivir, pero no imaginé que eso te irritase tanto.
ÓSCAR.—Lo
único que pretendo es tener el derecho de decidir cuando hay que dar
Ajax a mi baño... Creo que no es tanto...
FÉLIX.—(Deja
el trapo con que estaba limpiando, así como el cacharro en
donde ha vaciado los ceniceros y se sienta en el sofá con cara
compungida.)
Me
estaba preguntando cuanto tiempo tardaría.
ÓSCAR.—¿Cuánto
tiempo tardaría el qué?
FÉLIX.—El
que te sacara de quicio.
ÓSCAR.—Yo
no he dicho que me saques de quicio.
FÉLIX.—¿Qué
más da? Has dicho que te irritaba.
ÓSCAR.—Tú
has sido quien ha dicho que me irritabas, no yo.
FÉLIX.-¿No?
Entonces, ¿qué has dicho?
ÓSCAR.—¡No
sé lo que he dicho pero... ¿qué importa?
FÉLIX.—No,
sí importa, simplemente trataba de repetir lo que creí que habías
dicho.
ÓSCAR.—(Acercándose
a la puerta de la cocina.)
¿Y
no puedes echar una cana al aire mientras consigues el divorcio?
FÉLIX.—No...
tampoco es eso... La verdad es que no me siento con ganas... No sé
como explicarlo...
OSCAR.-¡Inténtalo!
FÉLIX.—(Se
acerca a la puerta con un plato y la esponja llena de jabón.)
Hace
muy poco tiempo que estoy separado... necesito acostumbrarme. (Vuelve
a fregar.)
ÓSCAR.—Oye,
no tenemos tiempo que perder. (Paseando
con grandes zancadas entra y sale constantemente a través de las
puertas de abanico de la cocina.) Además,
¿qué te estoy pidiendo? Simplemente que salgamos a cenar con un par
de chicas...
FÉLIX.—(En
la cocina.)
¿Y
por qué me necesitas? ¿No puedes ir tú solo?
ÓSCAR.—Porque
quizás me apetezca venir luego aquí, o imagínate si entramos y te
encontramos fregando los platos o las ventanas o sacudiendo las
alfombras. Van a creer que somos maricas. (Se
sienta.)
FÉLIX.—(Asomando
la cabeza por la cocina.)
No
te preocupes. Tomaré una pastilla y me iré a dormir. (Vuelve
a desaparecer.)
ÓSCAR.—¿Para
qué dormir solo cuando puedes hacerlo acompañado?
FÉLIX.—(Sale
con un spray que lleva en alto y empieza a echarlo por toda la
habitación. Deja el spray sobre el bar y lleva a la cocina el trapo
y las colillas. Los mete en el fregadero y empieza a limpiar la
nevera. Coloca una especie de canapé pequeño en su sitio y se
sienta, a punto de llorar.)
Pero
¿a quién voy a llamar? La única chica soltera que conozco es mi
secretaria y no le caigo bien.
ÓSCAR.—(Se
pone de pie de un salto y se acerca a él.)
¡Eso
déjamelo a mí! Hay dos inglesas que viven en este mismo edificio...
son dos hermanas. La una es viuda y la otra divorciada... Son muy
simpáticas.
FÉLIX.-¿Cómo
lo sabes?
ÓSCAR.—Me
quedé una vez encerrado en el ascensor con ellas. (Corre
hacia la mesita donde está el teléfono. Abre la guía en el suelo y
se arrodilla para mirar el número.)
Siempre
quise llamarlas pero no sabía a cual de las dos invitar. Ahora es la
situación perfecta.
FELIX.-¿Cómo
son?
ÓSCAR.—No
te preocupes. La tuya es muy guapa.
FÉLIX.—No
estoy preocupado... ¿Cuál es la mía?
ÓSCAR.—La
divorciada. (Mirando
la guía.)
FÉLIX—(Acercándose
a OSCAR)
¿Y por qué la divorciada?
ÓSCAR.—¡A
mí me da igual! ¿Prefieres la viuda? (Hace
un círculo con un lápiz alrededor del número.)
FÉLIX.—(Vuelve
a sentarse en el sofá.)
No,
tampoco quiero la viuda... yo solo me sacrifico por ti.
ÓSCAR.—Bueno,
escoge la que quieras. Cuando entren por esa puerta, señalas la que
más te guste. (Arranca
la hoja de la guía y va corriendo a la estantería y cuelga la
hoja.)
Yo
lo único que quiero es divertirme.
FÉLIX.—Está
bien... está bien...
ÓSCAR.—(Sentándose
junto a FÉLIX.)
No digas: «está bien». Quiero que me prometas que vas a
divertirte, Félix, por favor, es muy importante. Prométemelo.
FÉLIX—(Afirmando
con la cabeza.)
Lo
prometo. OSCAR.-Otra vez.
FÉLIX.—¡Lo
prometo!
ÓSCAR.—Y
nada de apuntar lo que nos cueste el taxi, ¿eh?
FÉLIX.-Nada
de apuntar...
ÓSCAR.—¡Ah,
tampoco se llama ninguna de las dos Carol! Una es Gwendolina y la
otra Cecilia.
FÉLIX.—Ninguna
se llama Carol.
ÓSCAR.—Y
nada de lloros ni bursitis, ni suspiros, ni caras tristes...
FÉLIX.—Tendré
la sonrisa en los labios de siete a doce.
ÓSCAR.—Y,
fundamentalmente, prohibido hablar del pasado. Solo del presente.
FÉLIX.-Y
del futuro.
ÓSCAR.—¡Este
es el nuevo Félix que quería ver! (Se
levanta y empieza a pensar.)
¡Vamos
a pasar una noche estupenda!... ¡Por cierto!, ¿dónde te apetece
ir?
FÉLIX.-¿A
qué?
ÓSCAR.—A
cenar... ¿Dónde vamos a cenar?
FÉLIX.—¿Piensas
que vayamos los cuatro a un restaurante? ¡Ni hablar! ¡Nos
costaría una fortuna!
ÓSCAR.—Bueno,
ahorraremos en la lavandería... Esta semana yo me lavaré los
calcetines.
FÉLIX.—Pero
eso es tirar el dinero y no podemos permitirnos esos lujos.
ÓSCAR.—Pero
tenemos que comer.
FÉLIX.—(Hacia
ÓSCAR.)
Comeremos aquí.
OSCAR.-¿Aquí?
FÉLIX.—Sí,
aquí y nos ahorraremos más de cien dólares haciendo yo la cena.
(Se
va al sofá y se sienta.)
ÓSCAR.—¿Qué
clase de movida es ésta? Te pasarás toda la noche en la cocina.
FÉLIX.—No,
prepararé todo por la tarde... Una vez que estén he chas las
patatas, tendré todo el tiempo del mundo. (Va
hacia el teléfono.)
ÓSCAR.—(Dando
paseos por la habitación.)
¿A dónde
vas?
FÉLIX.—Quiero
que me digan la receta del puré de castañas... A las chicas les
encantará. (Marca.)
OSCAR.-¿A
quién llamas?
FÉLIX.—A
Caroline... le sale de maravilla.
(Sigue
marcando mientras ÓSCAR
sale
de la habitación hecho una furia.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
CUADRO
PRIMERO
Unos
días más tarde. Son aproximadamente las ocho de la noche.
(Al
levantarse el telón no hay nadie en escena. La mesa está puesta y
parece sacada de una revista de decoración. Servicio para cuatro
personas, un mantel impecable, velas, copas de vino y agua, etc.
Flores naturales por toda la habitación, y aperitivos en las mesitas
auxiliares. Se oyen ruidos en la cocina. Se abre la puerta de la
calle y aparece ÓSCAR
con
una bolsa de papel donde lleva el vino. La chaqueta la lleva al
hombro. Escucha por unos momentos la «actividad» de la cocina.
Luego deja el vino con la bolsa sobre la mesa y la chaqueta en una
silla.)
ÓSCAR—(En
voz alta y muy animado.)
¡Ya
estoy de vuelta! (Entra
en su dormitorio mientras se desabrocha la camisa y al cabo de unos
segundos vuelve a aparecer con la cara llena de espuma, una máquina
de afeitar en la mano y una camisa limpia y corbata en el brazo. Muy
contento canta mientras admira la mesa.)
¡Perfecta!
¡Realmente, perfecta! (Olfatea
queriendo absorber el aroma que sale de la cocina.)
Sí,
señor... huele que alimenta... (Se
frota las manos y muy satisfecho.)
No hay duda, soy el hombre más afortunado del mundo. (Mete
la maquinilla en el bolsillo del pantalón y se pone la camisa. FÉLIX
aparece
desde la cocina, muy despacio. Como delantal lleva puesto un paño de
cocina. En una mano lleva una paleta. Mira a ÓSCAR
en
silencio y con expresión apesadumbrada cruza hacia el sillón y se
sienta.)
Ya
tengo el vino. (Coge
la bolsa, saca el vino y lo vuelve a poner en la mesa.) Chateau
Margaux del 69... 30 dólares... pero no te preocupes... iremos
andando a la oficina la semana que viene. (FÉLIX
continúa
en silencio y pensativo)
¡Oye:... te
felicito! ¡Has hecho un trabajo magnífico... en serio! Aunque
¿admites una pequeña sugerencia? Apaguemos unas cuantas
bombillas... (Desenchufa
los apliques de la pared.)
y pongamos
un poco de música. (Se
acerca al equipo y busca entre los discos.)
¿Qué
crees que va mejor con el puré de castañas: Stevie Wonder o
Sinatra? (FÉLIX
sigue con la mirada perdida.)
Félix
¿qué te pasa? (Deja
los álbumes.)
Algo
malo te ha ocurrido... lo noto por tu conversación. (Entra
en su baño y aparece al momento con la loción del afeitado en la
mano y frotándose la cara.)
A
ver, cuéntame que es, Félix.
FÉLIX.—(Sin
mirarle.)
¿Que
qué es? Primero empieza por decirme qué hora crees tú que es.
ÓSCAR.—¿Qué
hora? Pues... no sé... alrededor de las siete y media.
FÉLIX.—¿Las
siete y media? Di mejor las ocho.
ÓSCAR.—(Deja
la loción sobre la mesa.)
Muy
bien, las ocho, ¿y qué? (Empieza
a ponerse la corbata.)
FÉLIX.—Dijiste
que estarías en casa a las siete.
OSCAR.-¿Lo
dije?
FÉLIX.—Sí,
dijiste: «estaré en casa a las siete».
ÓSCAR.—Bien,
supongamos que dijese que estaría a las siete y son las ocho. ¿Dónde
está el problema?
FÉLIX.—Si
sabías que ibas a venir tarde, ¿por qué no me avisaste?
ÓSCAR.—(Hace
una pausa mientras se anuda la corbata.)
No
pude llamarte, estaba ocupado.
FÉLIX.—¿Tan
ocupado como para no poder llamarme por teléfono...? ¿Dónde
estabas?
ÓSCAR.—En
la oficina, trabajando.
FÉLIX.—(Se
levanta y da unos pasos hacia la izquierda.)
¡Si,
trabajando, en!
ÓSCAR.—Sí,
trabajando.
FÉLIX.—Te
llamé a la oficina a las siete y ya te habías ido. ¿Dónde fuiste?
ÓSCAR—(Arreglándose
el nudo y metiéndose la camisa en los pantalones.)
Tardé
una hora en llegar aquí, no encontraba un taxi.
FÉLIX.—¿Desde
cuándo se cogen los taxis en el bar de Jimmy?
ÓSCAR.—¡Un
momento... tengo que grabar esto porque si no, nadie me creerá
cuando lo cuente!... ¿Pretendes decirme que tengo que llamarte por
teléfono cuando venga tarde a cenar?
FÉLIX.—(Acercándose
a OSCAR)
No siempre, pero esta noche, sí. He estado metido en la cocina,
trabajando como un esclavo desde las doce de la mañana... para
ahorrarte un dinero y que puedas pasarle la pensión a tu mujer.
ÓSCAR.—(Tratando
de controlarse.)
Félix...
no es el momento oportuno para tener una discusión familiar. De
un momento a otro van a llegar esas dos chicas...
FÉLIX.—O
sea ¿qué les dijiste que vinieran a las ocho?
ÓSCAR.—(Coge
su chaqueta y va hacia el sofá, se sienta y coge unos aperitivos.)
No
recuerdo si les dije a las ocho o a las siete y media... pero ¿qué
importa?
FÉLIX.—(Sigue
a ÓSCAR)
Yo te diré lo que importa. Me dijiste que vendrían a las siete y
media y que tú vendrías a las siete para ayudarme a poner los
aperitivos. Que a las siete y media tomaríamos una copa y a las
ocho cenaríamos. Ahora son las ocho y mi asado está a punto. Si no
nos lo comemos se quedará como una suela de zapato.
ÓSCAR.—¡Señor,
qué he hecho yo para merecerme esto!
FÉLIX.—No
le pidas que te consuele, pídele que salve la cena, porque
tenemos ahora mismo noventa y nueve dólares con cincuenta
centavos quemándose en el horno.
ÓSCAR.—¿No
puedes retirarlo y calentarlo después?
FÉLIX.—¿Quién
crees que soy, un mago? (Paseando
de derecha a izquierda.)
Bastante
he conseguido con tenerlo todo a punto para las ocho. ¿Qué voy a
hacer ahora?
ÓSCAR.—No
sé… añádele salsa.
FÉLIX.-¿Qué
salsa?
ÓSCAR.—¿No
tienes ninguna salsa?
FÉLIX.—(Estallando.)
¿Dónde
cono, quieres que consiga salsa a las ocho de la noche?
ÓSCAR.—(Se
levanta
y va hacia la derecha.)
Pensé
que la salsa vendría con la carne.
FÉLIX—(Siguiéndole.)
¿Con
la carne? ¡No sabes ni lo que dices! La salsa tienes que hacerla, no
la venden con la carne.
ÓSCAR.—Me
has pedido un consejo y te lo he dado. (Se
pone la chaqueta.)
FÉLIX—(Accionando
con un cucharón en la mano.)¿Consejo?
(Moviendo
el cucharón ante la cara de OSCAR)
Cuando vine aquí tú no tenías ni idea de donde estaba la cocina.
Te la tuve que enseñar yo.
ÓSCAR.—Si
quieres seguir hablando conmigo, baja esa cuchara.
FÉLIX.—(Furioso
y levantando otra vez la paleta.)
¿Cuchara?
¡Estúpido ignorante! ¡Esto es un cucharón!
ÓSCAR.—Félix,
por favor, tranquilízate.
FÉLIX—(Calmándose
se sienta.)
Muy
bien... Anda, entra tú en la cocina si crees que es tan fácil
preparar un asado para cuatro personas que llegan media hora
tarde a cenar...
ÓSCAR.—(A
nadie en particular.)
¿Qué
te parece, estoy discutiendo con él por culpa de la salsa? (Suena
el timbre.)
FÉLIX—(De
un salto se pone en pie.)
¡Ahí
están! ¡Voy a cortar la carne! (Sale
disparado hacia la cocina.)
ÓSCAR.—(Deteniéndole.)
¡Quédate
donde estás!
FÉLIX.—Muy
bien, bajo tu responsabilidad. Yo no tengo la culpa de lo que salga
de esta cena.
ÓSCAR.—Nadie
te está culpando. Además, ¿a quién le importa la cena?
FÉLIX—(Acercándose
a ÓSCAR.)
A mí me importa. Yo pongo mucho interés en lo que hago y estoy
orgulloso cuando sale bien. Y tú vas a explicarles a esas chicas lo
sucedido.
ÓSCAR.—¡De
acuerdo! ¡Quítate ese ridículo delantal, porque voy a abrir la
puerta! (Le
quita el paño de cocina a FÉLIX
y
va hacia la puerta.)
FÉLIX.—(Cogiendo
la chaqueta de la silla y poniéndosela.)
Que
quede una cosa clara: Esta es la última vez que cocino para ti
porque los ignorantes como tú no aprecian el buen comer...
precisamente por eso se han inventado las latas.
ÓSCAR.—¿Has
terminado?
Félix.-¡He
terminado!
ÓSCAR.—Entonces,
sonríe... (ÓSCAR
sonríe
y abre la puerta. Las chicas asoman la cabeza. Son las dos bastante
atractivas y tendrán unos treinta años. No hay duda de que son
inglesas.)
Hola...
¿qué hay?
GWENDOLINA.-(A
ÓSCAR)
Hola.
CECILIA.-(A
ÓSCAR.)
Hola.
GWENDOLI.—Supongo
que no llegaremos tarde.
ÓSCAR.—No,
al contrario. ¡Habéis calculado el tiempo perfectamente!
Adelante, adelante... (Señalándolas
con la mano mientras pasan.)
Félix,
quiero presentarte a dos buenas amigas mías, Gwendolina y Cecilia.
CECILIA.—(Sacándole
de su error.)
Cecilia
y Gwendolina...
ÓSCAR.—Ah,
sí, Cecilia y Gwendolina... (Intentando
recordar el apellido.)
...el...
no me lo digáis... ¿Robin...?... no, no... Cardinal...?
GWENDOLI.—Ninguno
de los dos. Es Robertson.
ÓSCAR.—¡Robertson,
es verdad! Cecilia y Gwendolina Robertson... y éste es mi amigo
y compañero... y nuestro chef por esta noche. Félix Ungar...
CECILIA.-(Dándole
la mano.)
Hola.
FÉLIX.—(Acercándose
y dándole la mano.)
Hola,
¿qué tal?
GWENDOLI-(Dándole
la mano a FÉLIX.)
Hola.
FÉLIX—(Se
acerca para darle también la mano.)
¿Qué
tal?
(El
haberse acercado tanto para saludar a las chicas, le hace quedar a
FÉLIX
casi
nariz con nariz con ÓSCAR
y
hay una pausa en la que los dos se miran fijamente.)
ÓSCAR.—Bien...
una vez hechas las presentaciones... ¿por qué no nos sentamos?
(FÉLIX
se quita de en medio e indica a las chicas que pasen. Todos, a la
vez, y en medio de una gran confusión, vana sentarse en el sofá y
en el sillón, teniendo que apretujarse para poder hacerlo. Por fin,
las chicas quedan solas en el sofá. FÉLIX
en
el sillón y ÓSCAR
en
un pequeño canapé.)
CECILIA.—Tienes
una casa muy bonita... ¿verdad, Gwen?
GWENDOLI—Sí,
mucho más bonita que la nuestra. ¿Tienes servicio?
ÓSCAR.—Pues...
sí... Un señor que viene todos los días...
CECILIA.-¡Qué
suerte!
(CECILIA,
ÓSCAR y GWENDOLINA ríen
por el chiste. ÓSCAR,
mira
a FÉLIX
pero
éste no les sigue.)
ÓSCAR.—(Frotándose
las manos.)
Hace
un momento, le estaba contando a Félix como nos conocimos...
GWENDOLI.-¿Si...?
Y, ¿quién es Félix?
OSCAR.-(Un
poco
cohibido señala a FÉLIX.)
¡El!
GWENDOLI—¡Es
cierto... lo siento, soy tan despistada!
(FÉLIX
indica
con la cabeza que «está disculpada».)
CECILIA.—(A
OSCAR)
Pues sabes, nos ha vuelto a ocurrir lo mismo esta mañana.
OSCAR.-¿E1
qué?
GWENDOLI—Otra
vez nos quedamos encerradas en el ascensor.
ÓSCAR.—¡No!...
¿Las dos sólitas? ¿Y estabais las dos solas?
CECILIA.—No,
con el pobre señor Kessler... el viejecito del tercer piso...
Estuvimos más de media hora.
ÓSCAR.—¿En
serio? Contadme.... ¿qué ocurrió?
GWENDOLI—Nada
en particular... por desgracia.
(CECILIA
y
GWENDOLINA
vuelven
a reír ante el chiste y se les une ÓSCAR,
quien
una vez más mira a FÉLIX
sin
obtener respuesta por su parte.)
ÓSCAR—(Frotándose
las manos otra vez.)
Bien...
bien...
CECILIA.—Aquí
se está mucho mejor que en nuestro piso... es más fresco.
GWENDOLI.—Nuestra
casa es un auténtico horno.
CECILIA.—Fijaos
como será que anoche Gwen y yo nos sentamos, como Dios nos trajo al
mundo, delante de la nevera con la puerta abierta, para refrescarnos.
¿Os lo imagináis? ÓSCAR.—¡Cómo no... estoy en ello...!
GWENDOLI.—Cec
y yo no conseguimos dormir y ya no sabemos qué hacer.
ÓSCAR.—Poner
el aire acondicionado.
GWENDOLI.-No
tenemos.
ÓSCAR.—Pero
nosotros, sí. (Pausa.)
FÉLIX.—Dicen
que va a llover mañana. (Todos
miran a FÉLIX.)
GWENDOLI.-¿Sí?
CECILIA.—Entonces
refrescará un poco.
OSCAR.-Probablemente.
FÉLIX.—Aunque,
algunas veces, después de una tormenta aún hace más calor.
GWENDOLI.-Sí,
es cierto. (Siguen
mirando a FÉLIX)
FÉLIX.—(Se
pone de pie de un salto y agitando de nuevo el cucharón, va hacia la
cocina.)
¡La
cena está lista!
OSCAR.-(Deteniéndole.)
¡No,
no lo está!
FÉLIX.-Sí
lo está.
ÓSCAR.—No,
todavía. Además, estoy seguro de que a las chicas les apetecerá
una copa antes de cenar... (A
las chicas.)
¿Verdad,
palomitas?
GWENDOLI.—Bueno,
si te empeñas...
OSCAR.-(A
CECILIA.)
¿Qué prefieres tomar?
CECILIA.—Oh,
pues... no sé. ¿Qué tienes?
FÉLIX.—Carne
asada, y puré de castañas.
OSCAR.-(A
FÉLIX)
Se refiere a las bebidas. (A
CECILIA)
Tenemos de todo. Y lo que no tenemos, lo improviso enseguida. Pide lo
que te apetezca. (Se
acerca a ella.)
CECILIA.-Pues...
un vodka doble.
GWENDOLI.-Cecilia...
antes de cenar, no.
CECILIA.—(A
los hombres.)
Mi
hermana me cuida como una madre... (A
OSCAR)
En fin, que sea entonces un vodka doble corto...
ÓSCAR.—Muy
bien, un vodka doble corto... para una hija preciosa. ¿Y para la
bonita mamá...?
GWENDOLI.—Pues...
no sé, algo frío... Un Drambui, por ejemplo, con hielo frappé... a
menos que no tengas hielo frappé...
ÓSCAR.—Desde
luego que sí. Me pasé la noche picando hielo con el martillo en la
mano y pensando en vosotras. ¡Enseguida vuelvo!
(Va
hacia el bar y coge las botellas de vodka y Drambui.)
FÉLIX.-(Yendo
hacia él.) ¿Dónde
vas?
ÓSCAR.—A
preparar las copas...
FÉLIX.—¿Ahí
dentro? (Aterrado.)
¿Y
qué voy a hacer yo, mientras tanto?
ÓSCAR.—Pues
terminar de dar el parte meteorológico. (Entra
en la cocina.)
FÉLIX—(Gritando
tras de él.)
¡No
te olvides de echar una ojeada a mi asado! (Se
vuelve de cara a las chicas. Va hacia una silla y se sienta. Cruza
las piernas... Al momento las descruza y las vuelve a cruzar. Cada
vez está más nervioso ante el silencio que se ha producido después
de salir ÓSCAR
y
se da cuenta de que no le basta ya con sonreír.)
Eh...
Oscar me ha dicho que sois hermanas...
CECILIA.-Sí,
somos hermanas (Mira
a GWENDOLINA)
FÉLIX.-Ya.
(Silencio.
Tras una pausa, su pequeño chiste.)
Nosotros
no somos hermanos.
CECILIA.—Lo
sabemos.
FÉLIX.—Aunque
yo tengo un hermano... un hermano médico. Vive en Búfalo... una
ciudad al norte de Nueva York.
GWENDOLI.—(Sacando
el tabaco de su bolso.)
Sí,
sabemos donde está.
FÉLIX.—¿Conoces
a mi hermano?
GWENDOLI.-No,
me refiero a Búfalo.
FÉLIX.-¡Claro!
¡Oh!
(Se
levanta, coge un mechero de una mesa y enciende el cigarrillo a
GWENDOLINA)
CECILIA.-Hemos
estado allí... ¿Y, tú?
FÉLIX.-No...
¿es bonita?
GWENDOLI.—Una
ciudad encantadora.
(FÉLIX,
con el nerviosismo, cierra el mechero dejando el cigarrillo cogido
dentro y vuelve para la mesa con el cigarrillo enganchado en el
mechero. De pronto, se da cuenta, lo saca rápidamente se lo
devuelve a GWENDOLINA,
a
quien se lo vuelve a encender. Pone otra vez el mechero en la mesa y
se sienta cada vez más nervioso. Pausa.)
FÉLIX.-¿De
dónde sois?
GWENDOLI.-De
Cincinnati.
FÉLIX.—...Muy
interesante... Y, ¿cuánto tiempo lleváis en Nueva York?
CECILIA.—Casi
cuatro años.
FÉLIX.-(Asiente.)
Ya...
¿de turismo?
GWENDOLI.-(Ahora
a
CECILIA)
¡No... vivimos aquí!
FÉLIX.-¿Trabajáis
aquí?
CECILIA.—Sí...
en una clínica de estética. Ya sabes, tratamientos para adelgazar,
gimnasia, sauna, etc...
CECILIA.—Los
clientes nos confían sus cuerpos y hacemos maravillas con
ellos.
GWENDOLI.—Si
por casualidad estás interesado, te podemos rebajar un diez por
ciento.
CECILIA.—Del
precio, se entiende, no de tu cuerpo.
FÉLIX.—Ya...
ya... (Se
ríe forzado, ellas también se ríen. De repente, gritando hacia la
cocina.)
Oscar,
¿qué pasa con esas copas?
ÓSCAR.—(En
off.)
Enseguida
están...
CECILIA.-Y
tú, ¿a qué te dedicas?
FÉLIX.-Soy
redactor de noticias de la C. B. S.
CECILIA.-¡Qué
interesante!
GWENDOLI.—¿Y
de dónde sacas las ideas para tus noticias?
FÉLIX.—(La
mira como si fuera un ser de otro planeta.)
De
las noticias.
GWENDOLI.-Sí,
claro... ¡Qué tonta soy!
CECILIA.—Quizás
en alguno de tus programas podrías mencionar nos a Gwen y a mí...
FÉLIX.—Si
hacéis algo realmente espectacular, ¿por qué no?
CECILIA.—Bueno,
de vez en cuando lo hacemos, pero no nos gustaría que se
divulgase por televisión, ¿verdad, Gwendy? (Ambas
se ríen.)
FÉLIX—(También
ríe y luego, casi gimiendo, pide ayuda.)
¡Oscar!
OSCAR.-(En
off.)
Voy...
voy...
FÉLIX.—(A
las chicas.)
Este
piso es tan grande que a veces hay que gritar para que te oigan.
GWENDOLI.-Es
un piso de solteros, ¿no?
FÉLIX.—¿Solteros?
¡No, qué va! Somos divorciados. Bueno, Oscar ya está divorciado y
yo lo estoy tramitando ahora.
CECILIA.—¡Qué
pequeño es el mundo! Nosotras también hemos pasado por algo
parecido...
GWENDOLI.—Se
diría que somos el cuarteto adecuado.
FÉLIX.—(Sonríe
apenas.)
Sí...
supongo que sí.
GWENDOLI.—Aunque,
oficialmente, yo soy viuda. Me estaba divorciando de mi marido
cuando él murió.
FÉLIX.—¡Cuánto
lo siento! (Suspira
profundamente.)
Es
algo realmente terrible, ¿verdad?... El divorcio, me refiero...
GWENDOLI.—Puede
serlo cuando no se tiene un buen abogado. ¿Verdad Ceci?
CECILIA.—Hay
casos que duran una eternidad. Yo tuve suerte y fue visto y no visto.
FÉLIX.—Me
refería al daño que un divorcio puede naceré a algunas personas.
Es absolutamente inhumano, ¿no creéis?
CECILIA.—Sí,
puede resultar muy molesto.
GWENDOLI.—Aunque,
enseguida se olvida... eh... lo siento pero no recuerdo tu nombre...
FELIX.-Félix.
GWENDOLI.-¡Ah,
sí, Félix!
CECILlA.-Como
el gato.
(FÉLIX
saca su cartera del bolsillo de la chaqueta.)
GWENDOLI.—Dos
palomitas como nosotras tenemos que cuidarnos de este gato,
¿verdad? (Se
ríe.)
CECILIA.—(Comiendo
unos cacahuetes.)
¡Humm,
qué buenos!
FÉLIX—(Saca
una foto de la cartera.)
Esta
es la peor parte de todo.
(Le
alcanza la foto a CECILIA.)
CECILIA—(Mirando
la foto.)
Os
conocisteis de niños, ¿verdad?
FÉLIX.—No,
no... son mi hijo y mi hija. (CECILIA
da
la foto a GWENDOLINE
y ella saca unas gafas de su bolsillo y se las pone.)
El niño tiene siete años y la niña cinco.
CECILIA.—¡Qué
ricos! (Mirando
la foto otra vez.)
FÉLIX.—Viven
con su madre.
GWENDOLL—Supongo
que los echarás mucho de menos...
FÉLIX.—(Coge
la foto y la mira con añoranza.)
No
puedo vivir sin ellos. (Vuelve
a suspirar profundamente.)
CECILIA.-¿Cuándo
los ves?
FÉLIX.—Todas
las noches... paso un momento antes de venir a casa... También los
saco los fines de semana y las vacaciones de julio y agosto.
CECILIA.—¡Ah!
¿Y, entonces, cuándo los echas de menos?
FÉLIX.—Siempre
que no estoy con ellos... Si no tuvieran que irse al colegio tan
temprano, pasaría a prepararles el desayuno... Les encantan mis
tostadas...
GWENDOLI.—Realmente,
eres un padre ejemplar.
FÉLIX.—Caroline
es la mejor de todos.
CECILIA.—¿La
niña pequeña?
FÉLIX.—No,
me refiero a la madre. Mi mujer.
GWENDOLL—¿De
la que te estás divorciando?
FÉLIX.—(Asiente
con la cabeza).
Mmmm...
Ha cumplido su papel a la perfección desde que nacieron... Siempre
van limpios, están muy bien educados, nunca dan una mala
contestación... ¡Son unos niños buenísimos!... Caroline es la
clásica mujer que... Pero ¡qué estoy diciendo? Vosotras no habéis
venido aquí para oír eso...! (Vuelve
a guardar la foto en la cartera.)
CECILIA.—No,
no... Si estás en tu perfecto derecho de sentirte orgulloso.
Tienes dos hijos preciosos y una ex-mujer maravillosa.
FÉLIX.—(Conteniendo
sus emociones)
Lo
sé... lo sé... (Enseña
otra foto a Cecilia.)
Esta
es ella, Caroline.
GWENDOLI.—(Acercándose
a ver la foto.)
¡Es
muy guapa, ¿verdad Cec?!
CECILIA.—Sí,
es guapa... muy guapa.
TELO..—(Guardando
la foto.)
Gracias.
(Sacando
otra nueva.)
¿Verdad
que está muy bien?
GWENDOLl.-(Mira
la
foto.)
Si
no hay nadie.
FÉLIX.—Ya
lo sé, es una foto de nuestra casa... Teníamos una casa preciosa...
GWENDOLI.-Sí,
es muy agradable...
CECILIA.—Me
encantan las lámparas...
FÉLIX.—Gracias.
(Coge
la foto.)
Las
compré yo en México durante el viaje de novios... (Mirando
la foto.)
¡Qué
feliz era al volver a casa todas las noches...! (Empezando
a perder la serenidad.)
Eran
toda mi vida... Mi mujer, mis hijos, mi casa... (Rompiendo
a llorar.)
CECILIA.—¿También
se ha quedado ella con las lámparas?
FÉLIX.—(Dice
que si con ¡a cabeza.)
La
di todo... i Ya nada será como antes... nada!... Y... yo... (Vuelve
la cabeza.)
Lo
siento... (Saca
un pañuelo y se limpia los ojos. GWENDOLINA
y
CECILIA
se
miran compungidas.)
Por
favor, perdonadme... no puedo controlar mis sentimientos... (Tratando
de comportarse, otra vez, coge uno de los platos de aperitivos y
se lo acerca a las chicas.)
¿Una
patata frita?
(CECILIA
coge
el plato.)
GWENDOLI.—No
tienes por qué avergonzarte, al contrario. Creo que es una rara
cualidad del hombre el saber llorar.
FÉLIX—(Frotándose
los ojos.)
Por
favor, olvidemos éso...
CECILIA.—Yo
pienso que es conmovedor... terriblemente conmovedor... (Coge
una patata frita.)
FÉLIX.—¡Lo
estás poniendo más difícil!
GWENDOLI.—(Emocionándose
ella misma y con los ojos brillantes.) ¡Es
tan bello oír a un hombre ensalzar a la mujer de la que se está
divorciando! ¡Ay...! (Saca
también un pañuelo.)
¡Ahora
me has hecho pensar en el pobre Sidney!
CECILIA.—No,
Gwen, por favor... no empieces tú ahora...
(Deja
las patatas fritas en su sitio.)
GWENDOLI.—Al
principio, todo iba sobre ruedas... ¿verdad, Cecilia? No como
tú y George...
CECILIA.—(Reviviendo
el pasado mientras consuela a su hermana.)
Es
cierto. George y yo nunca fuimos felices... ni un solo día. (Se
le llenan los ojos de lágrimas, saca su pañuelo y se limpia la
nariz. Los tres están ahora limpiándose con sus respectivos
pañuelos.)
FELIX.-Esto
es ridículo...
GWENDOLI.—¿Cómo
hemos sacado esta conversación? Yo estaba tan contenta hace unos
minutos...
CECILIA.—Y
yo no había llorado desde que tenía catorce años...
FÉLIX.—Es
mejor desahogarse... Yo siempre me desahogo...
GWENDOLI.—(Suspirando
entrecortadamente.)
Pobrecito
mío... pobrecito mío.
(Están
los tres llorando cuando aparece ÓSCAR
con
una gran sonrisa en los labios y la bandeja llena de bebidas.)
ÓSCAR.—¡Aquí
tienen los señores! (Se
fija en la escena mientras FÉLIX
y
las chicas tratan de rehacerse.) ¿Qué
diablos está pasando aquí?
FÉLIX.—¡Nada!
¡Nada! (Rápidamente
guarda el pañuelo de la cara.)
ÓSCAR.—¿Cómo
que nada? Desaparezco tres minutos y me encuentro con un
velatorio. ¿Qué las has contado?
FÉLIX.—No
las he contado nada, Oscar... No empecemos otra vez.
ÓSCAR.—No
puedo dejarte solo ni cinco minutos. Bien, si tienes ganas de llorar
no tienes más que ir a la cocina y admirar tu asado.
FÉLIX.—(Sale
precipitadamente hacia la cocina.)
¡Oh,
Dios mío! ¿Por qué no me llamaste?
ÓSCAR.—(Dándole
su vaso a CECILIA.)
Lo
siento, preciosa, olvidé advertiros como es Félix... Es un llorón
profesional.
GWENDOLI.—Yo
creo que es la persona más encantadora que he conocido.
CECILIA.—(Cogiendo
su vaso.)
¡Es
tan sensible!... tan frágil... Dan ganas de cogerle en brazos y
acurrucarle.
OSCAR..-(Alcanzando
su vaso a GWENDOLINA.
Al
oír la frase de
CECILIA,
deja
el vaso de
GWENDOLINA
precipitadamente
en la bandeja y bebe un trago de su vaso.)
Bueno,
pues... en cuanto vuelva de la cocina, quizás tengas que hacerlo.
(En
efecto, el aspecto de FÉLIX
cuando
sale de la cocina es como el de una persona acabada. Con una manopla
para no quemarse, sujeta una cazuela en la que aparece algo
negro como el carbón.)
FÉLIX.—(Muy
tranquilo.)
Bajo
un momento a la tienda. Vuelvo enseguida.
ÓSCAR—(Acercándosele.)
¡Espera
un minuto! Quizás no se haya perdido todo! Vamos a ver...
FÉLIX.—(Que
lo enseña.)
Mira...
Casi cien dólares de cenizas. (Retira
la cazuela y se la enseña a las chicas.)
Voy
a comprar algún sandwich.
ÓSCAR.—(Sigue
intentando ver la carne.)
Déjame...
quizás aprovechemos parte.
FÉLIX—(Retirando
la cazuela de OSCAR.)
¡No
queda nada por salvar! Es carbón y a nadie le gusta comer
carbón...
ÓSCAR.—¿Es
qué no puedo ni mirarlo?
FÉLIX.—No,
no puedes mirarlo.
ÓSCAR.—¿Por
qué no puedo mirarlo?
FÉLIX.—¡Si
hubieses mirado antes tu reloj ahora no tendrías que mirar la carne!
¡Déjame en paz! (Se
vuelve hacia la cocina.)
GWENDOLI.—(Siguiéndole.)
Félix...
¿Podemos mirarla nosotras?
CECILIA.—(Vuelta
hacia él, de rodillas en el sofá.)
Por
favor... (FÉLIX
se
para en la puerta de la cocina. Duda unos momentos. Por fin se vuelve
y sin decir palabra, les acerca la cazuela. GWENDOLINA
y
CECILIA
miran
la carne, también sin decir palabra, y al poco tiempo se vuelven,
las dos, llorando, a ÓSCAR.)
¿Os gusta la comida china?
ÓSCAR.—¡Estupenda
idea!
GWENDOLI.—¡Tengo
una idea mejor! ¿Por qué no vamos a la cocina y con todo lo
que encontremos hacemos un plato combinado?
OSCAR.-¡Magnífico!
FÉLIX.—He
ensuciado todas las cazuelas.
(va
hacia el canapé y se sienta, aún con la cazuela en la mano.)
CECILIA.—Bueno,
entonces, podemos subir a cenar a nuestra casa.
ÓSCAR.—(Alegremente.)
¡Eso
es lo más sensato que he oído decir en mi vida!
GWENDOLI.—Desde
luego, arriba hace tanto calor que tendréis que quitaros las
chaquetas.
ÓSCAR.—(Sonriendo.)
En
el peor de los casos podemos sentarnos delante de la nevera.
CECILIA.—(Recogiendo
su bolso del sofá.)
Dadnos
cinco minutos para preparar las cosas.
ÓSCAR.—Que
sean cuatro... De repente, me estoy muriendo de hambre.
(Las
dos hermanas van hacia la puerta.)
GWENDOLI.-No
olvidéis el vino.
ÓSCAR.—No
te preocupes...
CECILIA.—Ni
el sacacorchos...
OSCAR.-Tampoco...
GWENDOLI.-Ni
a Félix...
ÓSCAR.—No,
tampoco me olvidaré de Félix.
CECILIA.-Hasta
ahora.
GWENDOLI.-Hasta
luego.
OSCAR.-¡Ciao...!
(Las
chicas salen.)
ÓSCAR.—(Tirando
un beso a la puerta que se cierra.)
¡Preciosas...
sois adorables! (Gira
prácticamente en redondo y va hacia el bar a coger el sacacorchos,
el vino y los discos.) Félix,
eres un encanto... nos has preparado una noche inolvidable...
Vamos, coge el cubo del hielo... Nos esperan...
FÉLIX.—Yo
no voy. (Sin
moverse de la silla.)
OSCAR.-¿Qué
dices?
FÉLIX.—He
dicho que no voy.
OSCAR.-(Yendo
hacia FÉLIX)
¿Te has vuelto loco? ¿Sabes lo que nos espera ahí arriba? Hemos
sido invitados por dos encantadoras hermanitas a pasar una noche en
su piso de dos dormitorios. Así que no me vengas ahora con
idioteces.
FÉLIX.—Es
que no sé que decirles... no se me ocurre nada para hablar con
ellas... Incluso les he contado hasta la vida de mi hermano el
que vive en Búfalo... Ya he agotado todos los temas de conversación.
ÓSCAR.—¡Félix,
pero si están locas por ti! ¡Me lo han confesado! Una de ellas
quiere tomarte en sus brazos y acurrucarte... Estás teniendo mucho
más éxito que yo. ¡Vamos, coge el cubo del hielo! (Se
dirige hacia la puerta.)
FÉLIX.—¿Es
que no lo entiendes? ¡Me puse a llorar! ¡Me puse a llorar delante
de dos mujeres!
ÓSCAR—(Se
para.)
Y
las fascinó. Yo mismo estoy pensando en ponerme histérico. (Yendo
hacia la puerta.)
¿Quieres
coger el cubo del hielo?
FÉLIX.—¿Quieres
saber por qué lloré? Porque me sentía culpable... Emocionalmente,
aún sigo ligado a Caroline y a los niños.
ÓSCAR.—Pues
deslígate aunque solo sea por esta noche.
FÉLIX.—No
quiero discutirlo más. (Se
dirige hacia la cocina.)
Voy
a fregar todos los cacharros y después voy a lavarme el pelo. (Entra
en la cocina y pone la cazuela en el fregadero.)
ÓSCAR—(Gritando.)
¡Tus
malditas cazuelas y tu, maldito pelo pueden esperar! ¡Ahora
mismo vas a venir arriba conmigo!
FÉLIX.—(Desde
la cocina.)
¡No
y no!
ÓSCAR.—¿Qué
voy a hacer yo con dos mujeres, Félix? Por favor, no me hagas esa
faena... ¡Nunca te lo perdonaré!
FÉLIX.—¡He
dicho que no voy!
ÓSCAR—(Hecho
una furia.) ¡Está
bien! ¡Al diablo, tú lo has querido! ¡Voy a subir yo solo!
(Sale
furioso, dando un terrible portazo. Al momento, se abre la puerta y
aparece de nuevo.)
OSCAR.-¿Vienes?
FÉLIX.—(Sale
de la cocina mirando una revista.) No...
ÓSCAR.—¿Quieres
decir que no vas a hacer el menor esfuerzo por cambiar?... ¿Vas a
seguir comportándote de esta manera hasta el día que te mueras?
FELIX.—(Sentándose
en el sofá.)
Cada
uno es como es.
ÓSCAR.—(Haciendo
un gesto, se dirige a la ventana, corre los visillos y abre la
ventana de par en par. Vuelve hacia la puerta.)
¡Son
exactamente doce pisos, no once! (Hace
mutis mientras FÉLIX
observa
la ventana abierta.)
TELÓN
CUADRO SEGUNDO
Al
día siguiente por la tarde: Son aproximadamente las 7,30.
(Al
levantarse el telón, la habitación está preparada de nuevo para la
partida de póker. FÉLIX
aparece
desde un dormitorio con la aspiradora. Empieza a aspirar la
alfombra alrededor de la mesa cuando se abre la puerta de la cal le y
aparece ÓSCAR
con
un sombrero de verano y un periódico en la mano. Mira a FÉLIX,
hace
un gesto como diciendo «No tiene solución», y por detrás de FÉLIX
cruza hacia su dormitorio, dejando el sombrero en una mesita que
hay junto al sillón. FÉLIX
no
se ha dado cuenta de la presencia de ÓSCAR
pero,
de repente, la aspiradora se para porque evidentemente, ÓSCAR
ha
desenchufado. FÉLIX
mueve
varias veces el botón de «on» pero al no dar resultado, entra en
el dormitorio. Se para y se da cuenta de lo que ha ocurrido, mientras
ÓSCAR
vuelve
a entrar en la habitación. ÓSCAR,
sacando
un puro de su bolsillo, cruza por delante de FÉLIX,
hacia
el sofá. Quita la envoltura y la vitola del puro, tirándola por
cualquier parte. Luego se sube al sofá y camina de un lado al otro,
aplastando todos los almohadones. Por fin se baja, se sienta en el
sofá y pone los pies sobre el sillón. Coge una cerilla y ¡aprende
rascándola contra la mesa. Enciende el puro. FÉLIX,
que
ha estado observando todo en silencio, recoge cuidadosamente los
papeles y la cerilla y lo mete todo dentro del sombrero de ÓSCAR.
Luego,
se sacude las manos y se lleva el aspirador a la cocina con el
cordón arrastrando, tras de él. ÓSCAR
coge
los papeles del sombrero y ¡os pone en un cenicero que hay sobre una
mesita auxiliar y que está llena de colillas. Luego, coge todo el
cenicero y lo vacia en el suelo. De nuevo va a sentarse mientras
hojea el periódico. FÉLIX
sale
de la cocina con un plato de spaghetti, humeante y al cruzar detrás
de ÓSCAR,
los
huele y hace una exclamación. Pasa muy despacio por detrás de ÓSCAR
para
asegurarse de que le ¡lega el olor. Luego, se sienta y empieza a
comer y entonces ÓSCAR
va hacia
el bar y cogiendo un spray, empieza a echarlo por toda la habitación,
especialmente sobre FÉLIX.
Luego
deja el spray sobre la mesa al lado del plato de FÉLIX
y
vuelve a su periódico.)
FÉLIX—(Apartando
el plato.)
Está
bien. ¿Cuánto tiempo va a durar esta comedia?
ÓSCAR.—(Leyendo
el periódico.)
¿Hablas
conmigo?
FELIX.-Sí,
te estoy hablando.
ÓSCAR.—¿Qué
quieres saber?
FÉLIX.—Quiero
saber si piensas pasarte el resto de tu vida sin dirigirme la
palabra. Porque, si es así, voy a comprarme una radio. (No
hay respuesta.)
¿Y,
bien? (No
hay respuesta.)
Ya
veo, no piensas hablarme. (No
hay respuesta.)
¡Muy
bien! En este juego podemos participar los dos. Si no me hablas yo
tampoco pienso hablarte. (No
hay respuesta.)
También
sé comportarme como un chiquillo, ¿te enteras? (No
hay respuesta.)
Y
puedo resistir tanto tiempo como tú sin dirigirte la palabra.
ÓSCAR.—Entonces,
¿por qué no te callas?
FELIX.-¿Me
lo dices a mí?
ÓSCAR.—Anoche
tuviste oportunidad de hablar... Anoche, te rogué que me
acompañaras... Te lo advierto, Félix. No quiero que me vuelvas a
dirigir la palabra en lo que te queda de vida.
FÉLIX.—Me
doy por enterado... y me marcharé...
ÓSCAR.—(Se
levanta,
saca una llave del bolsillo y la tira encima de la mesa.) Ahí
tienes la llave de la puerta de servicio. Si te limitas a estar en el
pasillo, o en tu cuarto, no te pasará nada. (Vuelve
a sentarse en el sofá.)
FÉLIX.—Creo
que no he comprendido bien la advertencia.
ÓSCAR.—Pues
está bien claro. ¡No te pongas en mi camino!
FÉLIX.—(Coge
la llave y se acerca al sofá.)
Me
da la impresión que hablas en serio... ¿realmente hablas en serio?
ÓSCAR.—Esta
es mi casa. Todo lo que hay en ella es mío. Lo único tuyo que hay
aquí, eres tú, así que quédate en tu habitación y habla en voz
baja.
FÉLIX.—Sí,
veo que hablas en serio... Pues bien, permíteme recordarte que
yo pago la mitad del alquiler, lo cual me da derecho a entrar en la
habitación que me dé la gana. (Se
levanta, enfadado y va hacia el hall.)
OSCAR.-¿Dónde
vas?
FÉLIX.—A
pasearme por tu dormitorio.
ÓSCAR.—(Cierra
el periódico furioso.) ¡Ni
se te ocurra!
FÉLIX—(También
furioso.)
¡No
me digas donde tengo que estar! Pago trescientos dólares al mes.
ÓSCAR.—Eso
era antes. A partir de mañana te va a costar veinte dólares
diarios.
FÉLIX.-Está
bien. (Saca
varios billetes del bolsillo y los deja de un manotazo sobre la
mesa.)
Aquí
tienes, lo de hoy. Ahora, voy a pasear por tu dormitorio. (Sale.)
ÓSCAR.—Te
lo advierto. ¡No entres en mi dormitorio! (Empieza
a perseguirle. FÉLIX
corre
alrededor de la mesa mientras ÓSCAR
trata
de bloquear la puerta del pasillo.)
FÉLIX.—(Retrocediendo
y manteniendo la mesa como barrera entre los dos.)
¡Cuidado
con lo que haces! ¡Cuidado con lo que haces, Oscar!
ÓSCAR—(Amenazándole
con el dedo.)
¡Te
lo advierto! ¡Si quieres continuar en esta casa, no quiero verte, no
quiero oírte y no quiero oler tus comidas! Así que quita esos
spaghettis de mi mesa de póker.
FÉLIX.-¡Ja,
ja!
OSCAR.-¿De
qué te ríes?
FÉLIX.—No
son spaghettis. ¡Son tallarines!
(ÓSCAR
coge
el plato y los tira furioso en la cocina.)
ÓSCAR.—¡Son
una mierda! ¡Eso es lo que son! (Paseando
alrededor del sofá.)
FÉLIX.—(Admirando
a ÓSCAR
como
si fuera un loco.)
¡Estás
loco...! Yo puedo ser un neurótico, pero tú estás loco de remate.
ÓSCAR.—¿Con
que loco, eh? Tiene gracia viniendo de un chalado como tú.
FÉLIX.—(Va
a la puerta de la cocina y observa el desastre que ha ocasionado
ÓSCAR,
volviéndose
hacia él.)
No
pienso limpiar eso.
ÓSCAR.—¿Lo
dices en serio?
FÉLIX.—Muy
en serio. ¡No pienso limpiarlo! Tú lo has ensuciado y es tu
problema. (Mirando
otra vez a la cocina.)
¡Míralo
bien... todos colgados de las paredes!
ÓSCAR.—(Cruza
hacia allí y mira dentro de la cocina.) La
cocina me gusta más así. Es más decorativo. (Cierra
la puerta de un portazo y vuelve a pasear.)
FÉLIX.—(Desesperándose.)
¿Piensas
dejarlos ahí hasta que se queden secos y bien pegados?... ¡Qué
asco!... Voy a limpiarlo. (Entra
en la cocina y ÓSCAR
le
persigue, se oye ruido de lucha y golpes de cacharros.)
OSCAR.-(En
off.)
¡No
los toques! Como se te ocurra tocar un tallarín te doy un
puñetazo en las narices.
FÉLIX.—(Sale
de la cocina con ÓSCAR
persiguiéndole.
Por fin separa y trata de calmar a OSCAR)
Oscar... ¿por qué no tomas una tila?
ÓSCAR—(Amenazador.)
¡Vete
a tu habitación! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No quiero verte!
FÉLIX.—Muy
bien... tranquilicémonos todos, ¿eh?
(Pone
la mano sobre el hombro de ÓSCAR
como
queriendo calmarle pero éste se suelta bruscamente.)
ÓSCAR.—Si
quieres sobrevivir esta noche será mejor que me ates a la pata de la
cama y cierres bien tu puerta.
FÉLIX—(Se
sienta ante la mesa fingiendo una gran calma.)
Bueno,
Oscar, ¿te importaría explicarme a qué viene todo esto?
ÓSCAR.—(Acercándosele.)
¿Que
a qué viene todo esto?
FÉLIX—(Esquivándole,
se sienta en la silla de al lado.)
Sí...
por alguna razón has perdido los nervios y te has puesto como una
fiera. ¿Acaso he dicho algo que te ha molestado...? ¿He hecho algo?
¡Dímelo!
ÓSCAR.—(Paseando
de arriba abajo.)
No
es lo que hagas ni lo que digas. ¡Eres tú!
FÉLIX.—Ya...
¿Crees que con eso basta?
ÓSCAR.—Podría
ser más explícito pero no quiero ofenderte.
FÉLIX.—¿Qué
te molesta de mí? ¿Mi forma de guisar... la limpieza... o
quizá que soy un llorón?
ÓSCAR—(Acercándosele.)
Para
ser más exacto, me molesta todo. Tu forma de guisar, tu manía de
limpiar, tus continuos lloriqueos... el soñar en alto... que
hagas ruidos para despegarte los oídos a las dos de la mañana... No
puedo aguantarlo más, Félix... Estoy hasta el gorro. Todo lo que
haces me pone frenético. Cuando no estás en casa, solo de pensar
qué harás cuando llegues, me pone de mala leche. Te he dicho
millones de veces que me molesta que me dejes notas encima de la
almohada. Pues tú, como si nada. «Nos hemos quedado sin patatas. F.
U.» Tardé horas en descifrar qué cono querría decir F. U. «Félix
Ungar». Quizás no sea toda la culpa tuya, Félix... No estamos
hechos el uno para el otro. ¿Comprendes?
FÉLIX.—Me
voy haciendo a la idea.
ÓSCAR.—Pues
aún no he dicho ni la mitad. Tengo una lista en mi oficina con «Las
Diez Cosas que Más Me Sacan de Quicio». Pero, el remate final fue
lo de anoche... anoche colmaste mi paciencia, Félix.
FÉLIX.—¿A
qué te refieres, al asado, o al puré de castañas?
ÓSCAR.—No.
Me refiero a esas dos chicas. Tenía todo planeado para que resultase
una noche perfecta. (Señala
arriba.)
Y
resulta que terminé bebiendo té en su casa mientras les contaba la
historia de tu vida.
FÉLIX—(Poniéndose
de pie.)
¡Con
que era eso! ¡Estás enfadado, porque te estropeé el plan!
ÓSCAR.—A
mí y a ellas. Después de lo que les hiciste no sé como no me
invitaron a ir a misa.
FÉLIX.—No
me culpes. Ya te advertí que no quedaras con ellas. (Gesticula
poniendo un dedo cerca de la cara de OSCAR)
ÓSCAR.—¡No
me amenaces!
FÉLIX.—(Furioso,
casi nariz con nariz con OSCAR)
¡Ya estoy harto! ¡Vete al cuerno, Oscar! ¡Has oído bien, al
cuerno!
(FÉLIX
asustado
ante su propia reacción, se separa, da una vuelta alrededor de
ÓSCAR
y
luego va hacia el sofá donde se sienta.)
ÓSCAR.—No
te había visto de tan mala leche desde el día que eché la ceniza
del puro en la sopa de tortuga. (Va
hacia el hall.)
FELlX.-(Amenazante.)
Oscar...
me estás haciendo perder la paciencia... Me vas a obligar a
decir lo que no quiero.
ÓSCAR.—(Vuelve
a la mesa y apoyándose con las dos manos en ellas, se inclina hacia
FELIX)
Suelta
de una vez lo que tengas contra mí.
FÉLIX.—(A
grandes zancadas se acerca también a la mesa y se apoya con ambas
manos, acercándose a OSCAR)
¡Como quieras!... Eres un tipo estupendo, Oscar. Has hecho todo
cuanto has podido por ayudarme. De no haber sido por ti, no sé lo
que me habría pasado. Me recogiste en tu casa, me diste una cama y
una razón para seguir viviendo. Y nunca lo olvidaré, Oscar. Te has
desvivido por mí.
ÓSCAR.—(Atónito.)
Creo
que no he oído bien.
FÉLIX.—No,
aún no he terminado... También eres uno de los cerdos más
grandes que conozco.
ÓSCAR—(Enderezándose.)
Bueno,
ahora voy a decirte yo lo que pienso. Durante seis meses he vivido
solo en este piso... solo en las ocho habitaciones... Me sentí solo,
aburrido y casi desesperado, pero hacía lo que me salía del
gorro. Luego, tú, mi mejor, mi más íntimo amigo, viniste a vivir
conmigo... Y después de tres semanas de convivir juntos... estoy al
borde de la locura... ¿Quieres hacerme un gran favor? Múdate a la
cocina. Convive con los pucheros, las cazuelas, el cucharón y la
fregona. Y cuando quieras salir toca una campana y yo entraré
corriendo en mi dormitorio. (Casi
rogándole.)
Te
lo pido de buenas maneras, Félix... te hablo como le hablaría a un
buen amigo... ¡No te pongas en mi camino!
(Entra
en su dormitorio.)
FÉLIX—(Ofendido
por lo que acaba de oír. Pausa. De pronto, piensa en algo y grita.)
Ten
cuidado donde pisas. Acabo de fregar el suelo.
(Casi
inmediatamente, ÓSCAR
aparece
en la puerta y parece no poder controlar sus nervios. A grandes
zancadas, sale hacia el hall, FÉLIX
retrocede
y vuelve a poner el sofá como barrera entre los dos.)
ÓSCAR.—No
te servirá de nada el correr. Solo hay ocho habitaciones y
conozco
todos los escondites.
(Ahora
están cada uno a un lado del sofá. FÉLIX
coge
una de las lámparas de pie para protegerse.)
FÉLIX.—¿Así
es como solucionas tus problemas? ¿Portándote como un animal?
ÓSCAR.—Yo
te voy a enseñar como soluciono mis problemas. (Tira
la maleta sobre la mesa.)
FÉLIX.—(Aturdido,
mira la maleta.)
¿Dónde
vas?
ÓSCAR.—¡Yo
a ninguna parte, idiota! ¡Eres tú el que se va! ¡Quiero que salgas
de mi casa! ¡Ahora! ¡Esta misma noche! (Abre
la maleta.)
FELIX.-¿De
qué hablas?
ÓSCAR.—¡Que
se acabó! ¡Nuestro matrimonio ha terminado!, ¿comprendes? Vas a
coger todas tus cosas y vas a salir de mi casa.
FÉLIX.—¿Quieres
decir que... me echas?
ÓSCAR.—¡Exacto!
Física e inmediatamente. No me importa donde vayas... como si te vas
a vivir al Zoológico... (Entra
en la cocina. Ruidos muy fuertes de cazuelas y pucheros que se
estrellan contra el suelo.)
Quizás
allí te encuentres a tus anchas... podrás matar el tiempo
limpiándoles la cara a los monos hasta que les desgastes... Pero,
yo, yo soy un ser humano... un ser vivo... (Sale
de la cocina con una serie de utensilios que mete en la maleta
abierta.)
y
lo único que pido es Libertad... ¿es tanto pedir? (Cierra
la maleta.)
Ya
está... la maleta hecha.
FÉLIX.—¿Sabes
lo que te digo? Que estoy pensando en marcharme.
ÓSCAR.—(Levantando
los ojos al cielo.) ¡Señor,
por qué nunca me escuchará! ¿Por qué nunca se entera de lo que
digo? Yo sé que he hablado... he reconocido mi voz...
FÉLIX.—(Indignado.)
Si
de verdad quieres que me marche, me iré.
OSCAR.-Pues
vete. ¡Vete! ¿Cuándo te vas?
FÉLIX.—¿Cómo
que cuándo me voy? Mira... tú tienes más prisa en echarme de la
que tenía Carolina...
ÓSCAR.—Está
bien. Tómate el mismo tiempo que te dio ella. No quiero que cambies
de costumbres.
FÉLIX.—En
otras palabras, que me pones de patas en la calle. ÓSCAR.—¡No, en
otras palabras, no! ¡En esas, exactamente! (Coge
la maleta y alarga el brazo para que la recoja FÉLIX)
¡Te estoy echando a la calle!
FÉLIX.—Muy
bien... Pero que quede bien claro que me voy porque me echas. ¡Allá
tú con tu conciencia! (Entra
en su dormitorio.)
ÓSCAR.—¿Qué?...
¿Qué...? (Siguiéndole
hasta el dormitorio.)
¿Qué
pasa con mi conciencia?
FÉLIX.—¡La
maldición caerá sobre tu cabeza! (Cruza
hacia la puerta.)
ÓSCAR.—(Le
sigue, gritando.)
¡Espera
un minuto maldita sea! ¿Por qué me amenazas? ¿Qué es lo que me va
a caer en la cabeza? Yo lo único que pido es que te marches de mi
casa.
FÉLIX.—Confiesa
la verdad, Oscar... ¿A qué el remordimiento no te deja vivir?
ÓSCAR.—(Al
borde de la histeria.)
¡No
puede ser, Dios mío! ¡Todo el día esperando que llegara este
momento y todavía quiere sacarle provecho!
FÉLIX.—Perdóname
por haberte estropeado la fiesta... Ya me voy... (Abre
la puerta lentamente.)
ÓSCAR—(Se
pone delante de FÉLIX y cierra de un portazo.)
¡Tú
no te mueves de aquí hasta que retires lo que has dicho!
FÉLIX.—¿Hasta
que retire, el qué?
ÓSCAR.—Lo
que me va a caer en la cabeza.
FÉLIX.—Apártate
de mi camino, por favor.
ÓSCAR.—¿Así
es como saliste de tu casa cuando te echó Caroline? ¡No me extraña
que quisiera pintar de nuevo el dormitorio! (Señala
el dormitorio de FÉLIX) ¡Mañana mismo mando desinfectar tu
cuarto!
FÉLIX.—(Se
sienta en el sofá, dando la espalda a ÓSCAR.)
¿Cómo quieres que me vaya si estás bloqueando la puerta?
ÓSCAR.—(Muy
tranquilo.)
Félix,
hemos sido buenos amigos durante muchos años. En recuerdo de
esa amistad, por favor, repite: «Oscar, somos incompatibles.
Tenemos que separarnos».
FÉLIX.—Ya
te diré donde debes mandar mi ropa... Te llamaré... o diré que te
llamen en mi nombre... (Controlando
su emoción.)
En
fin, me gustaría irme ya...
(ÓSCAR,
resignado,
se retira de la puerta y FÉLIX
la
abre.)
OSCAR.-¿Dónde
vas a ir? ¿A dónde irás?
FÉLIX.—(Se
vuelve desde la puerta y le mira.)
¿Dónde?...
(Sonríe.)
¡Vamos,
Oscar... no me digas que te preocupa saberlo!
(Hace
mutis. ÓSCAR,
a
punto de explotar, llama a FÉLIX.)
ÓSCAR.—(A
gritos.)
¡Félix!
¡Félix! ¡De acuerdo, tú ganas! (Sale
a la escalera.)
Vamos
a intentarlo de nuevo... Haré lo que tú quieras, pero,
vuelve... ¿Félix?... No me dejes así... ¡Félix!... ¡Hijo de...!
(FÉLIX
se
ha ido. ÓSCAR
vuelve
a entrar en casa y cierra la puerta. Está furioso y busca algo con
que pagar el malhumor. Agarra un cojín y lo estrella contra la
puerta. Luego pasea como un león enjaulado.)
¡Contrólate,
Oscar! ¡No seas idiota! ¡Se ha ido! Repítelo hasta que te
convenzas: «Se ha ido»... «Se ha ido»... (De
pronto se lleva las manos a la cabeza y hace un gesto de dolor.)
¿Cómo
ha sido capaz? ¡Echarme a mí una maldición...! No sé lo que
es pero... me caerá en la cabeza. (Suena
el timbre de la puerta y ÓSCAR
da
un salto.)
¡Dios
mío, haz que sea él! Dame una nueva oportunidad para liquidarle.
(Pone
la maleta sobre el sofá y va corriendo a abrir. Entran MURRAY
y
TOMMY.)
MURRAY.—(Mientras
cuelga la chaqueta en el respaldo de la silla.)
Oye,
¿qué le pasa a Félix? Acabamos de cruzarnos con él y parece
un carnero camino del matadero. (Se
quita los zapatos.)
TOMMY.—(Dejando
también su chaqueta sobre el canapé.)
Sí,
¿qué pasa? Cuando le preguntamos donde iba dijo: «Solo Oscar
sabe». (Pausa.)
¿Dónde
va, Oscar?
ÓSCAR.—(Sentándose
ante la mesa.) ¿Cómo
diablos lo voy a saber yo? Bueno, vamos a empezar de una vez...
Preparar vuestras fichas.
MURRAY.—Tengo
que comer algo... Me estoy muriendo de hambre. Mmmrn, creo que
huelo a spaghetti. (Entra
en la cocina.)
TOMMY.—¿Es
que Félix no va a jugar esta noche? (Coge
dos sillas y las lleva hasta la mesa.)
ÓSCAR.—No
quiero hablar de él. Ni siquiera oír su nombre.
TOMMY.-¿De
quién? ¿De Félix?
ÓSCAR.—¡Te
he dicho que no menciones su nombre!
TOMMY.—No
sabía de qué nombre me hablabas.
(Quita
lo que hay sobre la mesa y lleva hasta la estantería los restos de
la cena de FEL1X)
MURRAY
.—(Aparece
desde la cocina.)
¡Oye!,
¿sabes que la cocina está llena de spaghetti? ÓSCAR.—Lo sé y no
son spaghetti. Son tallarines...
MURRAY.—¡A
mí me parecieron spaghetti! (Vuelve
a entrar en la cocina.)
TOMMY.—(Lleva
hasta la mesa todo lo del póker, fichas, etc.)
¿Por
qué no debo mencionar su nombre?
OSCAR.-¿De
quién?
TOMMY.—De
Félix. ¿Qué ha pasado? Algo os ha tenido que ocurrir.
(RICHARD
y
ROY
entran
por la puerta abierta.)
RICHARD.—Eso,
¿qué le ha pasado a Félix?
(RICHARD
pone
su chaqueta en su silla. ROY
se
sienta en el sillón. MURRAY
sale
de la cocina con paquetes de 6 botes de cerveza y bolsas de
aperitivos. Todos miran fijamente a ÓSCAR,
esperando
una respuesta. Pausa. ÓSCAR
se
levanta.)
ÓSCAR.—¡Hemos
terminado! ¡Le he echado de casa! Asumo toda la responsabilidad...
aunque me caiga en la cabeza.
TOMMY.—¿El
qué te va a caer en la cabeza?
OSCAR.-¡Yo
que sé! ¡Félix lo dijo! Pregúntaselo a él.
(Va
hacia la derecha.)
MURRAY.—Conozco
bien a Félix... Hará una locura.
ÓSCAR—(Se
vuelve hacia ellos.)
Por
eso me lo quité de encima. (MURRAY
hace
un gesto de incredulidad y va al sofá, después de dejar las
cervezas y las bolsas. ÓSCAR
se
le acerca.)
¿Qué
crees? ¿Qué lo hice por egoísmo? ¿Que fui cruel con él? Pues lo
hico por vosotros... por todos...
ROY.-¿De
qué hablas?
ÓSCAR—(Se
acerca a ROY)
Todos hemos sufrido sus constantes manías: limpiar los ceniceros,
ponernos las servilletas, sus sandwiches de bacón, lechuga,
nueces y tomate... Pero eso fue solo el principio. ¿Sabéis lo que
planeaba para la próxima semana?
TOMMY.-¿Qué?
ÓSCAR.—Una
fiesta hawaiana. Collares de flores... cerdo asado, arroz tres
delicias... ¡Ni en el mismo Honolulú se juega así al póker!
MURRAY.—Pero
una cosa no tiene nada que ver con la otra. Todos sabemos que es un
pelma, pero también es un buen amigo... un amigo que se ha quedado
en la calle y, a mí, eso me preocupa.
ÓSCAR.—(Acercándose
a MURRAY)
¿Y
yo no estoy preocupado, eh? ¿Piensas que a mí no me importa? ¿Quién
crees que fue el primero en ponerle en la calle?
MURRAY.-Caroline.
OSCAR.-¿Qué?
MURRAY.—Que
tú has sido el segundo. Y con quien quiera que vaya a vivir ahora
será el tercero. ¿No lo entiendes? El propio Félix se lo
busca.
OSCAR.-¿Por
qué?
MURRAY.—No
lo sé, ni creo que el mismo Félix lo sepa. En este mundo existe
todo tipo de personas. En África, por ejemplo, hay una tribu que se
pasa el día dándose palos en la cabeza. (Hace
un elocuente gesto de resignación.)
ÓSCAR.—(Volviendo
a enfadarse poco a poco mientras trata de convencerse a sí mismo.)
No
pienso preocuparme por él. ¿Por qué iba a hacerlo? El no se
preocupa por mí. Estará en la calle lloriqueando y haciéndose el
mártir que es lo que le encanta... Si tuviera la más mínima
vergüenza, volvería con Caroline y nos dejaría en paz a todos. (Se
sienta en la mesa.)
TOMMY.-¿Por
qué iba a hacer éso?
ÓSCAR.—(Cogiendo
un montón de cartas.)
Porque
es su mujer.
TOMMY.—No,
Blanche es tu mujer. La suya es Caroline.
ÓSCAR.—(Le
mira.)
¿A
qué estás jugando? ¿A las adivinanzas?
TOMMY.-Pero
¿qué has dicho?
ÓSCAR.—(Tirando
las cartas al aire.)
¡De
acuerdo! ¡Se acabó la partida! ¡Hoy no quiero jugar más!
(Enfadado
pasea por la habitación.)
RICHARD.—¿Cómo
que no quieres jugar más? ¡Si aún no hemos empezado!
ÓSCAR.—(Volviéndose
a él.)
Lo
único que sabes hacer es protestar. ¿Te has parado siquiera a
pensar donde puede estar Félix en estos momentos?
RICHARD.—Me
había parecido oirte que no ibas a preocuparte por eso.
ÓSCAR—(Gritando.)
¡Y
no estoy preocupado! ¡No lo estoy en absoluto! (Suena
el timbre de la puerta. Los ojos de ÓSCAR
se
iluminan.)
¡Es
él! ¡Seguro que es él! (Todos
se dirigen a la puerta pero ÓSCAR los detiene.) ¡No
le dejéis entrar! ¡No quiero verle en mi casa!
MURRAY.—(Sigue
hasta la puerta.)
Oscar,
no seas niño. Tenemos que abrir.
ÓSCAR.—(Le
alcanza y le lleva hasta la mesa.)
No
pienso darle la satisfacción de saber que todos estamos
preocupados por él. Sentaos... Seguid jugando como si no
hubiera pasado nada.
MURRAY.-Pero
Oscar...
ÓSCAR.—Vamos...
todo el mundo en su sitio... coged las cartas...
(Todos
se sientan y RICHARD
comienza
a dar las cartas.)
TOMMY.—(Cruzando
hacia la puerta.)
Oscar...
ÓSCAR.—Sí,
Tommy... abre...
(TOMMY
abre
la puerta y aparece GWENDOLINA.)
TOMMY.-(Sorprendido.)
¡Ah,
hola! (A
ÓSCAR)
Oscar, no es él.
GWENDOLI.-Hola,
¿qué tal? (Entrando.)
ÓSCAR.—¡Hola,
Cecilia! (Acercándose
a ella.) Muchachos,
os presento a Cecilia Robertson.
GWENDOLI.—Gwendolina
Robertson. No, por favor, no se levanten. (A
OSCAR)
Quisiera hablar un momento contigo.
ÓSCAR.—Desde
luego, Gwendo... ¿Qué pasa?
GWENDOLI.—Creo
que sabe a lo que vengo...
ÓSCAR.—Sí...
pero ahora no es el momento.
GWENDOLI.—Yo
creo que sí. Vengo a buscar las cosas de Félix. (ÓSCAR
la
mira como si no hubiera entendido bien, luego mira a los demás y de
nuevo a GWENDOLINA)
OSCAR.-¿De...
Félix...? ¿Mi Félix?
GWENDOLI.-Sí,
sí, Félix Ungar... Ese pobre y dulce ser torturado que está en
estos momentos arriba en nuestra casa desahogándose con mi
hermana.
ÓSCAR.—(Se
vuelve a los otros.)
¿Habéis
oído? Yo muriéndome de preocupación mientras el muy cerdo está
arriba tomando té... y desahogándose.
(En
ese momento entra CECILIA
precipitadamente,
arrastrando tras de ella a FÉLIX)
CECILIA.—Gwen,
Félix no quiere quedarse... Por favor, pídeselo tú... dile que se
quede.
FÉLIX.—No,
gracias chicas, os lo agradezco de corazón pero... puedo irme a un
hotel... (A
los otros.)
¡Ah,
hola!
GWENDOLI.—(Desoyendo
sus razones.)
Tonterías.
Ya te he dicho que nos sobra sitio y el sofá es muy cómodo, ¿verdad
Cecy?
CECILIA.—Y
enorme. Además, hemos alquilado el aire acondicionado...
GWENDOLI.—No
nos gusta nada la idea de que deambules por las calles buscando un
sitio donde dormir.
FÉLIX.—Pero
os molestaré... Seré un estorbo...
GWENDOLI.—¿Cómo
puedes ser tú un estorbo para nadie?
ÓSCAR.—¿Queréis
que os enseñe una lista que tengo escrita a máquina?
GWENDOLI.—(Volviéndose
a OSCAR)
¿No cree que ya ha dicho usted bastante, señor Madison? (A
FÉLIX)
No vamos a permitirlo, Félix... Te quedas con nosotras aunque solo
sea unos días.
CECILIA.—Sí,
hasta que encuentres un piso...
GWENDOLI.-Dí
«sí», por favor... Dilo, Félix.
FÉLIX—(Considerando
las razones de las chicas.)
Bueno...
pero solo por unos días...
GWENDOLI.—(Dando
saltos de alegría.)
¡Estupendo!
CECILIA.—(Estática.)
¡Maravilloso!
GWENDOLI.—(Hacia
la puerta.)
Recoge
tus cosas y sube inmediatamente.
CECILIA.—Espero
que tengas mucho apetito... estamos preparando la cena.
GWENDOLI.—(A
los otros.)
Buenas
noches, caballeros, lamento haber interrumpido su partida.
CECILIA.—(A
FÉLIX.)
Si quieres, puedes invitar a tus amigos a jugar en nuestra casa.
GWENDOLI.-(A
FÉLIX.)
No te retrases... serviré el cocktail en quince minutos.
FÉLIX.-Allí
estaré.
GWENDOLI.-Ciao...
CECILIA.-Ciao...
FELIX.-Ciao...
(Salen
las dos y FÉLIX
se
vuelve y mira a los demás. Les sonríe y va hacia su dormitorio. Los
cinco hombres quedan mudos mirándole incrédulos. Por fin, MURRAY
va
hacia la puerta.)
RICHARD.—(A
los demás.)
Os
lo advertí... No fiaros de los tímidos...
MURRAY.—(Silbido.)
¡Vaya
par de cuerpos! (Cierra
la puerta.)
(FÉLIX
sale
de su dormitorio con las bolsas de tintorería y dos trajes
dentro.)
ROY.—Oye,
Félix, ¿vas a vivir con ellas, de verdad?
FÉLIX.—(Les
mira.)
Solo
unos cuantos días... Hasta que encuentre un piso. Bueno, hasta la
vista muchachos... Ya podéis tirar todas las migas que os dé la
gana. (Inicia
el mutis.)
ÓSCAR.—Oye,
Félix, ¿no piensas darme las gracias?
FELIX.-(En
la entrada.)
¿Por
qué?
ÓSCAR.—Por
las dos cosas que he hecho por ti. Recogerte y echarte.
FÉLIX.—(Deja
los trajes sobre la barandilla y se acerca a ÓSCAR)
Tienes razón, Oscar. Muchas gracias... Darle por dos veces una
patada a un hombre es más de lo que puede esperar... Retiro la
maldición.
ÓSCAR.—(Sonríe.)
Gracias...
¡No sabes cuanto te lo va a agradecer mi cabeza! (Se
dan la mano. En ese momento, suena el teléfono.)
FÉLIX.—Deben
ser las chicas...
MURRAY.-(Al
teléfono.)
¿Diga?
FÉLIX.—Diles
que ya subo... (A
los demás.)
Bueno,
lo dicho... Hasta la vista.
MURRAY.-Es
tu mujer.
FÉLIX.-(Volviéndose
a MURRAY)
¿Qué?... Hazme un favor, dile que ahora no puedo ponerme... La
llamaré dentro de unos días... ¡Ah! y dile también que si me
encuentra extraño cuando hable conmigo es porque soy una persona
totalmente diferente al hombre que echó a patadas hace tres semanas.
Díselo, Murray.
MURRAY.—Se
lo diré si la veo. La que está al teléfono es la mujer de Oscar.
FÉLIX.-¡Oh!
MURRAY.—(Al
teléfono.)
Un
momento, Blanche.
(ÓSCAR
va
a coger el teléfono y se sienta en el brazo del sofá.)
FÉLIX.-Adiós,
chicos.
(Da
la mano a todos, recoge sus trajes y va hacia la puerta.)
ÓSCAR—(Al
teléfono.)
¿Sí...?
Hola, Blanche... Sí, creo que sé porque me llamas. ¿Has
recibido mis cheques, verdad? (FÉLIX
se
para al oír la conversación de ÓSCAR.
Lentamente
vuelve a entrar en la habitación, deja los trajes en la barandilla y
se sienta en el brazo del sillón.) Ahora
ya estoy en paz... no tengo deudas contigo. No, no... no me ha tocado
nada, es que he ahorrado un poco... Sí, últimamente he comido
en casa... (Coge
un cojín del sofá y se lo tira a FÉLIX.)
No,
Blanche, no tienes porque darme las gracias. Me he limitado a cumplir
con mi obligación... Bueno, eres muy amable... ¿La casa...?
Pues, no... creo que te sorprendería mucho verla... Todo está en su
sitio... (FÉLIX
le devuelve el cojín a OSCAR)
Sí... bueno, te llamaré pronto... Tú puedes hacerlo cuando
quieras. Últimamente no salgo mucho...
FÉLIX.—(Se
levanta, coge los trajes y vuelve a la puerta.)
Buenas
noches, señor Madison... Si vuelve a necesitarme cobro a cinco
dólares la hora.
ÓSCAR.—(Hace
un gesto para detener a FÉLIX
mientras
sigue al teléfono.)
Dales
un beso a los niños de mi parte. Adiós, Blanche. (Cuelga
y se acerca a FÉLIX)
Félix...
FÉLIX.—(Ya
con la puerta abierta.)
Dime.
ÓSCAR.—Oye,
¿vendrás el viernes que viene? No vas a estropear la partida.
FÉLIX.—¡Jamás
haría una cosa así! Los matrimonios pueden llegar a su fin pero el
juego debe continuar. Hasta la vista, Caroline. (Hace
un mutis cerrando la puerta tras de él.)
ÓSCAR—(Gritando.)
¡Hasta
la vista, Blanche! (Todos
quedan mirando fijamente a ÓSCAR
unos
momentos.)
Bien,
chicos, ¿qué os parece si empezamos la partida?
(Hay
un murmullo general mientras se reparten las cervezas, se dan las
cartas, etc.)
ÓSCAR.—(De
pie.)
¡Manos
a la obra! (Muy
serio, a los demás.)
Y
tened cuidado con donde tiráis las cenizas... para eso están
los ceniceros. Estáis en mi casa, no en una pocilga.
(Coge
un cenicero que hay en una mesita auxiliar y empieza a meter todas
las colillas que había tirado. Los demás se sientan y empiezan
a jugar a las cartas.)
TELÓN