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20/11/14

Pareja Abierta (otra versión).Darío Fo y Franca Rame.



Pareja Abierta
Darío Fo y Franca Rame

(Interior de un piso. Un HOMBRE llama a una puerta; la luz de un foco le ilumina el rostro.)

HOMBRE.                                .
¡Antonia!  ¡Antonia!  Mujer,  di algo... ¿Qué  haces ahí metida?  Oye, a lo mejor tienes razón,  y la culpa es mía, pero  sal,  por  favor,  ¡abre   la puerta!  ¡Hablemos, mujer!  ¿Por qué lo dramatizas siempre todo, caramba?   ¿Será  posible  que no  podamos  resolver  estas historias como personas civilizadas? Pero  ¿qué demonios  estás haciendo  ahí dentro?   ¡Eres  una demente y una insensata, eso es lo que eres!

(A  un lado el escenario aparece una MUJER  también iluminada. El resto de la escena sigue en penumbra.)

MUJER.
La demente  insensata  encerrada  en la otra  habitación, es decir, en el baño, era yo, Antonia  Mambretti.  El otro, el que gritaba suplicándome que no hiciera tonterías,  era  mi  marido,   Pío Antonini, auxiliar  administrativo.

HOMBRE.
(Sigue hablando, como si la MUJER siguiera en el baño.)
¡Antonia, sal de ahí, te lo pido por favor!
MUJER.
Yo me estoy tomando un cocktail de pastillas: Valium, Mogadon, Optalidon, Diazepan, Tepazepan, Nolotil, Cibalgina, catorce supositorios de Buscapina  triturados, todo por vía oral, glup, glup, glup ...
HOMBRE.
¡Antonia, di algo, por lo que más quieras!
MUJER. .
Mi marido ha llamado a la ambulancia. Pronto llegarán y echarán abajo la puerta.
HOMBRE.
Van a llegar los de urgencias, y como siempre entrarán sin llamar. ¡Que van tres puertas en un mes, Antonia!
MUJER.
Lo que más me fastidia de estos salvamentos es el lavado de estómago, ese tubo por el esófago, qué asco ... y estar sonada varios días, y lo violentos que están todos los que vienen a verte, venga hablar del tiempo... «Pues yo creo que va a llover... ¿Tú qué crees, Antonia?» ... , el caso es hablar, no parar de hablar. Y luego, no falla, me llevan al psicoanalista, perdón, al analista, que se dice ahora. Un cursi con barba, que se me queda mirando con una pipa en la boca, y luego me dice, como muy casual él:
«Llore, llore, señora, no se me reprima. Usted me perdonará una preguntita sin importancia: ¿usted de niña ambicionaba orinar como su papá?»

HOMBRE.
¡Antonia, di algo! Aunque sea un gemido, o un estertor. Así por lo menos sabré hasta dónde has llegado. Mira  que  me largo  y no  me vuelves a ver.. .
(Se inclina para mirar por la cerradura.)


MUJER.
La  verdad  es que  no es la primera  vez que  me quiero morir.

HOMBRE.
¡Antonia, las  pastillas  amarillas  no,  que  son  las  mías del  asma!

MUJER.
Otra  vez fui a tirarme  por la ventana,  pero él me agarró  al vuelo.

(Se sube al alféizar de la ventana. El HOMBRE  la agarra por un tobillo. Luz general.)

HOMBRE.
Anda,  bájate  de  ahí. Tienes  razón, soy  un sinvergüenza, pero  te   juro que  no volveré  a portarme así.

MUJER.
Déjame  en  paz. Me importas un  bledo,  tú  y tus historias...  y no digamos esas estúpidas  con las que sales.

HOMBRE.
O  sea,  ¿que  si  fueran  inteligentes   no  te  importaría? Anda,  ven, hablemos  de todo eso, pero a ras de suelo.  ¡Baja!

MUJER.
No, que  no tengo  ganas de  hablar,  a ver si te enteras. ¡Que  me  tiro  por la  ventana  y se acabó!

HOMBRE.
¡No!

MUJER.
¡Sí!

HOMBRE.
Mira  que  te parto el tobillo.

MUJER.
¡Suéltame!    
                                             
HOMBRE.
¡Que  te lo parto!

(La  MUJER baja de la ventana. El marido le pasa una muleta.)

MUJER.            
Que  si me lo partió,  el muy bestia, vaya manazas, qué tío... Me  tiré  dos  meses  con  la pierna  escayolada, pero  viva, eso sí. Y  todos  venga preguntar:
 «¿Has estado  esquiando?»    ¡Me  ponía  negra!  (Cojeando, deja la muleta y  saca una pistola de un cajón.) Otra  vez traté de pegarme un tiro con esta pistola.

HOMBRE.
¡No,  quieta!  (Intenta sujetarla.) ¿Es  que quieres  que me detengan?   Aún no la tengo registrada.

(La MUJER se dirige al público, casi fuera de la acción escénica.)


MUJER.
Yo  siempre  queda  morirme  de  lo  mismo: ya no  me desea..., no me siento amada...  y se armaba una tragedia siempre  que  descubría  una nueva  relación de mi marido.

HOMBRE.
(Intentando quitarle la pistola.) Trata  de comprender,  Antonia,  con las demás  sólo hay sexo, nada  más.

MUJER.
Pues  conmigo ya ni eso.

HOMBRE.
Es  que... yo siento  por  ti un gran  afecto.


MUJER.
Gracias, Pío, me quitas un peso de encima. Es verdad,  el afecto  es fundamental, ya se  sabe...,  ¿puede  haber algo,  entre  un  hombre  y una mujer,  más importante que el afecto?  Pues sabes lo que te digo, ¡que te  metas  tu   afecto  donde  te  quepa!   (Al   público.) La  verdad  es que  en  semejantes situaciones yo me ponía  muy grosera. Pero era por las banalidades que él  decía, me sacaban  de  quicio...,  conque  afecto... No, no  podíamos seguir así. Llevaba  mucho tiempo sin hacerme  el  amor.

HOMBRE.  
No entiendo  por  qué te  gusta  tanto sacarlo  todo a relucir.

MUJER.                                                                
Te  molesta,  ¿eh?  (Al  público.) Al principio  yo estaba preocupada.  Pensé  que  estaba  enfermo,  agotado..., bueno, que tenía stress, como todos.
Hasta que descubrí que llevaba una vida sexual de lo más intensa. Fuera  de  casa, claro.
Y cuando  le pedí que  me explicara el motivo, que me dijera qué había ocurrido,  que si yo ya no le gustaba..., él disimulaba.

HOMBRE.                                                                    
¿Cómo  que  yo disimulaba?  ¿Qué  quieres  decir?

MUJER.
Pues  exactamente  lo que  he dicho. Una  vez hasta intentaste  echarle la culpa a la  política.  (Al  público.)
¡Tenían  que  haberle  oído!

HOMBRE.      
“Esto  ya no es lo que era. Ya no me apetece hacer el amor...  No  se  puede, estamos  dominados   por  el desencanto,  la  desmovilización..., la  derrota  de los ideales...”

MUJER.
¿No  les decía?

HOMBRE.
¿Y qué? Lo del desencanto no me lo he inventado  yo, es  un  hecho  real,   objetivo.  Porque,  vamos ver, ¿acaso no e s verdad que  tras  el fracaso de tantas luchas  nos  hemos  sentido   todos  algo...    frustrados,   con cierta  sensación de vacío, casi como huérfanos? Miras a tu alrededor,   ¿y qué ves? Cinismo, sólo cinismo.  Hay  algunos  que,  con  la excusa   del  desencanto,  dejan  plantada  a  la  familia, se  compran  un libro  y  una túnica;  y se meten  en  una secta... Hay quien  deja el trabajo,  y pone un restaurante vegetariano  macrobiótico…  Otros  se  vuelven  más ecologistas que nadie, y venga  footing,  y jogging, y  excursiones  al campo...  ¡Todo  por  culpa  de  la política!

MUJER.
Sí, y los hay que dejan a la mujer, y se montan un burdel casero, de uso individual. ¡Todo por culpa de  la política!

HOMBRE.
Bueno, reconozco que es una diversión algo tonta, esto de coleccionar polvos para  rellenar   el vacío del desencanto..., pero te juro que contigo es diferente. Tú eres la única mujer  a la que  no puedo renunciar,  la que  más quiero en  el mundo..., mi refugio  seguro, mi nido calentito,  ¡mi madre!

MUJER.
¡Ahhhhhh!   ¡Lo sabía! ¡Tu  madre! Me has ascendido de categoría, ¡muchas gracias!  Las mujeres son como los  funcionarios  de  la  Administración, que  cuando ya no valen  para nada, los ascienden, o los mandan a  provincias,  o  los  nombran  presidentes  de  alguna entidad   totalmente   inútil.  Madre   honorífica,  ¡qué ilusión! Pues  yo profiero que me degraden  a amante de  paso, tumbada  en el lecho de la pasión, deseada con frenesí  y lascivia...  ¡Pues  sí que  me importa a mí  servirte  de  nido  calentito,  de  teta  tierna!  No, querido,  tú ni te das cuenta de lo bruto  que eres.

HOMBRE.
¿Quién,  yo?

MUJER.
Sí, tú. Bruto, zafio, vulgar... ¿Qué es eso de la madre? ¿Qué  te has creído que soy, una zapatilla usada que puedes  tirar  a la  basura  cuando  te  has hartado  de ella?  ¡La madre! Pues cuando quieras  te demuestro  que  puedo  encontrar   a todos  los  hombres  que  me dé la gana...,  Es inútil  que pongas esa cara, sabes..., los que  me dé la gana, sí, señor.  Te  vas a enterar,  tú  me provocas y vas a ver..., te monto  un  puesto delante  de tu oficina..., me planto en la acera, a pasear, con una farola  y una pancarta que ponga:  «Lavada  y perfumada  en  oferta  especial, la señora  del auxiliar  administrativo Antonini,   se  hacen  descuentos  fabulosos  para  colegas,  jubilados y sindicatos.»
¡Pues  qué  te has creído!

HOMBRE.
Es  lo  bueno  que  tienes,  siempre  consigues  estropear mis  momentos  de  honestidad   y  de  auténtica   emoción.
Yo  trato  de sincerarme  contigo, de hablar con el corazón en la mano, y  tú...

MUJER.
¿Ah, sí? ¡Pues habla! ¿Qué  te ha ocurrido?  (Mientras ella habla, él trata de  quitarle la  pistola.)
Qué  es esa manía que te ha entrado  de coleccionar mujeres, una  tras otra... Caray con  esa  obsesión de la cama,  venga cama y cama..., con la de  muebles que  tenemos en  casa...,  pero, hombre, móntate  una historia de armado,  o de mesa camilla, para variar... Te juro que  no me pego un tiro,  suéltame...

HOMBRE.
¿Palabra  de honor?

MUJER.
Palabra  de honor  que  no me pego un  tiro. Se me han quitado  las ganas. Total,  para qué. Me lo he pensado mejor, ¡y te disparo  a  ti!

HOMBRE.
Déjate de bromas. (Ella le apunta.)

MUJER.
No es ninguna  broma. (Dispara «casi» al HOMBRE.)

HOMBRE.
¡Has  disparado! ¡Serías capaz de matarme!

MUJER.
Por  supuesto.  Manos  arriba,  y de  cara  a  la  pared... ¡Quieto  ahí que ahora mismo te mato! (Al  público.)
Y entonces,   buen día, él pasó al contraataque.

HOMBRE.
¿Qué  has hecho tú para evitar  la rutina?  Cuando yo he reaccionado,  buscando  emociones  fuera  del entorno  familiar..., estímulos, nuevas  pasiones,  historias  diferentes..., ¿qué  has hecho tú  para comprenderme?

MUJER.
Y parece sincero. Historias  diferentes,  qué bien suena.
Pues entonces cuenta  aquella vez que te encontré en el cuarto  de  baño, por  la mañana  temprano,  ahí, tú solito...  ¿Eso  también  era  una  historia  diferente?

HOMBRE.
Mira  que eres  mezquina.  ¿Por  qué  te gusta  tanto  dejarme en ridículo?  Está  bien, sí, a veces soy algo... intimista.  Es sano,  me descarga las tensiones,  me  libera, sobre  todo cuando estoy nervioso o deprimido.  Es casi como  una  sauna...

MUJER.
¡Sí, la sauna  de  la...! No  me hagas decir  groserías.

HOMBRE.
Eso es, mejor evítalo.

MUJER.
(Apuntándole.) ¡Calla, sátiro! Silencio, y cierra la boca. (Al   público.)  Soy  tremenda.  Cómo  le  domino  con una  pistola  en  la  mano,  es  que  me  tiene  pavor... Bueno,  pues  decía que  mi  marido  contraatacó, y  me salió con la siguiente  frasecita:

HOMBRE.
Antonia,  tú  y yo tenemos que hablar  más. Nuestra  relación sólo podrá salvarse si cambia nuestro  planteamiento  cultural.                  

MUJER.
(Al   público.)  Sacó  a  relucir  la  hipocresía  del  conformismo burgués, el repugnante  moralismo...

HOMBRE.
Por  supuesto. La fidelidad es un concepto  incivilizado e indigno. La idea de pareja cerrada, de familia, está ligada al mantenimiento del patriarcado,  a la defensa de grandes intereses  económicos, que están objetivamente  interesados en  evitar  que  ese núcleo caduco   evolucione   hacia   soluciones   renovadoras,  más acordes  con  nuestros  tiempos  y con las necesidades sociopolíticas  actuales.  En  resumen,  lo  que  no  hay manera  de hacerte  entender  es que se puede  perfectamente  estar  casado y tener  una  relación con otra,  o con varias mujeres. Lo importante es que siga habiendo  entre  nosotros  una  relación de  amistad,  de afecto,  y, sobre  todo,  de  respeto.

MUJER.
¡Vaya discurso! Absolutamente genial.  ¿Se  te  ha ocurrido a ti solo, o has tenido que convocar  una asamblea  de  maridos  modernos? Ya  entiendo,  compren¬  do el concepto, la ideología de esta  historia.  Se acabaron  los famosos  «cuernos»  latinos. Ahora, respeto recíproco, y cuernos democráticos.

HOMBRE.
Antonia, hay  que  comportarse como  seres  modernos, adultos, concienciados.

MUJER.
Sí,  claro.  Por  ejemplo: llaman  a  la  puerta. «Permíteme, querida..., te  presento a mi mujer.» «Oh, tanto  gusto.  ¿Es  tu  nueva  novia?  ¡Qué mona!  ¿Cómo  te llamas,   guapa?    ¿Puedo  llamarte  de   tú,   verdad?
¿Cuánto años  tienes?  Oh,  sólo veinticinco..., veinticinco menos  que  mi marido, claro. Qué  bien. Pasad, pasad.  ¿En  qué  curso  estás?  Espero que  hayas aprobado  las evaluaciones. Mira,  ¿te  gusta  nuestra casa? Este  es vuestro dormitorio. Bueno,  en  realidad  es el nuestro, pero  os lo  cedo  encantada. Yo  dormiré  en el de  mi  hijo. No, será  mejor  que  salga, así estaréis más  a  gusto.  Me  iré  a casa  de mi  hermana. No,  no os preocupéis, si no es ningún  sacrificio... Me acompañará  Tomás, o Mario,  o Luis, que  también está  libre  esta   noche,   que  seáis  muy  felices,  que  comáis  perdices  y todo eso.._.  y que  tengáis  muchos  hijos..., no,  de  hijos  nada,  que  ya tenemos  dos.»   (Al  público.) Y él, tan  feliz,  viéndose  ya en  su harén  particular, con sus mujeres encantadas de la vida, y tan amigas todas .. . Ahora sólo son dos, pero más adelante, ¿quién sabe? Y todos felices y contentos. (Al marido.). ¿Es esto lo que quieres? Pues no puede ser. Pronto empiezan a salir las neuras, las angustias... y venga calmantes, y luego al analista de la pipa, y de ahí, directa al pabellón de Neurología. ¡No funciona! Muchos lo han intentado, y todos han fracasado.


HOMBRE.
No importa. Precisamente ahí donde otros han fracasado,  nosotros tenemos  que  arriesgarnos, ser  valientes, innovadores, transformar las  relaciones..., ¡volver  a inventar la pareja!

MUJER.
¿Volver  a inventar la pareja abierta? ¡Fuera de mi casa, caradura! (Al   público.) Pero   al final  me  convenció.
Había  que  mantener la pareja  abierta, porque era la única forma  de seguir  juntos.  Para  poder  hablar,  discutir,  cuestionarnos, aconsejarnos y  seguir  queriéndonos...  teníamos que  hacer  el amor  fuera  de  casa. Estaba  el problema de los hijos,  pero  los  hijos comprenden… Y  en  efecto, parece  increíble, pero  fue precisamente Roberto...

HOMBRE.
Vaya,  ya salió  el moderno de  tu  niño.

MUJER.
...quien me dio el valor de intentarlo, Casi me agredió:

HOMBRE.
(Imitando el estilo  pasota de  su hijo.)  «Mira,  tía.  El viejo  y  tú  os  estáis  haciendo   puré  el  uno  al  otro, acabaréis  machacándoos   como  no  os  inventéis otro rollo.  Para   empezar,   tú  no  puedes  seguir   viviendo  como la sombra  del  viejo, tienes  que  montártelo por tu  cuenta, en  plan  bien.  El  viejo  va  con  otras  tías, y  tú    no  vas a ser  menos,  no  por  venganza,  sino  porque que  es  lo  suyo,  tía. Te  buscas  un  novio  que  se enrolle,  de  poder   ser,  más  joven  que  papá,  con  más pelo  y menos  barriga, que  se lo haga como  nosotros, un colega,  un  compañero..., socialista  no,  que  te reconvierte y vuelta  a empezar  el mal rollo... ¡Ya  verás  qué  bien  nos  lo  hacemos,  tía!»

MUJER.
Oh,  Roberto, cómo  puedes  hablarle  así a  tu  madre..., mira,  me  dejas  angustiada, nerviosa, si  hasta  estoy sudando y  todo... Cómo  puedes   pensar   que  a  mi edad  me voy a  poner  a  buscar hombres...

HOMBRE.
«Que  no va por  ahí, tía, y no te pongas ejemplar. Parece mentira  el trauma  que llevas, a estas  alturas... Yo  lo que  digo es que  basta  con que  quieras  enrollarte,  y que  se  te  note... Vive para  ti  misma,  tía.
¡Por  lo menos inténtalo, tía!»

MUJER.
Yo,  ante  tanto  «tía,  tía,  tía»,  decidí  intentarlo. Para empezar me vine a esta casa a vivir por mi  cuenta, sola, y me convencí de que quería «enrollarme».
¡Vaya si quería! Lo primero que hice fue adelgazar tres kilos, venga aerobic, todo el día pegando brincos por la casa, estaba agotada... Luego tiré a la basura toda la ropa de casada, y me compré todo nuevo, a la última, minifaldas, pantalones y chupa de  cuero…


HOMBRE.
Ya veo, te transformaste en postmoderna, estilo spot de televisión, pero en plan de ama de casa, más tranquila...

MUJER.
Pues sí, querido. Me busqué lo mejor de lo mejor, y me cambié de arriba abajo. El pelo cortísimo, todo tieso, de colores. Pendiente, cadenas, muñequeras, cinturones...., maquillaje subidito de tono, estilo varicela..., en fin, me puse en plan tontona moderna.
Por supuesto, todo eso con otro comportamiento, una actitud completamente diferente... , otra manera de andar, de moverme. .. , ¡Qué agotamiento! Por primera vez en mi vida me di cuenta de que tenía caderas. Antes estaba tan obsesionada con lo de que mi marido ya no me quería, que me sentía tiesa como un bacalao, y cuando andaba no ponía una pierna delante y otra detrás, moviendo las caderas, qué  va... Yo  antes  andaba  así.  (Imita.) Como  un camello  con  artrosis. ¡Qué  temporada!  Menos  mal que  ya lo  tengo  superado.  Bueno, pues decía que le hice caso  a mi  hijo, y me cambié  entera,  por  fuera y  por  dentro. Y  lo  increíble  es  que  en  cuanto  me esforcé  en  ser  más natural,  en fijarme más... en devolver   miraditas   de   simpatía...,  pues  encontraba, ¡vaya  si encontraba! Pero  se me caía  el alma a los pies, y al poco tiempo entraba  en crisis. Ante  todo, porque  eran  casi todos  más jóvenes, demasiado más  jóvenes que  yo. ¡Los  había  hasta  de la edad  de  mi hijo!  ¿Qué  buscarían  ésos, a la segunda  madre  con Edipo  incluido?  Una vez acepté una cita con un chico. Yo temblaba  de miedo de que alguien nos viera. Fuimos a un pub, y el camarero me preguntó: « ¿Qué quiere  tomar  la  señora?   ¿Y su  hijo?»  «Yo  un vermut  doble»,  pedí  para recuperarme  del disgusto,  «a él  tráigale  directamente  el  biberón». Vamos,  ¡por amor de Dios! Y estaba  aún más deprimida  que antes,  me  quería   morir  de desesperación.  Bueno, la verdad  es  que  también  había  Hombres  de  mi edad, pero debo  tener  más mala suerte, porque  daba  siempre con unos  personajes  tristes,  sombrones, abandonados,  traicionados   por  la  mujer,  por  las  amantes,  por  los  hijos  y  hasta  por  los  nietos.  Tristes, como árbitros  de fútbol  los lunes  por la mañana.

HOMBRE.
¡Vamos,  que era  una orgía constante!

MUJER.                
Yo andaba  por ahí con mis treinta  metros de soga para ahorcarme,  desesperada... Y en cambio él,  mi marido, había como... florecido, como si hubiese entrado  en otra  dimensión..., ¡se había  transformado!

HOMBRE.
Bueno, sí, era  el efecto de la pareja  abierta.  Ya no me sentía  abrumado  por  el  complejo de  culpa. Por  fin era libre.

MUJER.
Sí, yo le había dado el visto bueno: ¡anda, parejo abierto,  haz el amor  sin  remordimientos!  Y mientras  yo estaba  cada  vez  más  paranoica  perdida,  por lo  de los  jóvenes y los  viejos  tristes,  él, ese  marido  que me  ha  tocado  en  suerte,   tan  contento,  viento  en popa. Cuando  nos veíamos estaba  locuaz, bromista, gracioso,  él  que  no lo  ha  sido en  su  vida. Cambió de coche, se compró  un  deportivo,  rojo, cómo no, y luego me contaba  sus historias, con un lujo de detalles realmente  ordinario,  y que a mí...

HOMBRE.
Perdona que te interrumpa; querida, pero eras tú .quien me decía siempre: «Cuenta,  cuenta...».

MUJER.
Claro, es que  soy masoquista,  ¿no o  sabías?  Por  entonces él tenía una relación con una chica muy maja, de  unos  treinta  años. Porque  claro, ellos  nunca  tienen  relaciones con  una de ochenta, no  hay peligro, porque de ochenta  es como la abuelita, y se la  tiene en  casa, a  la  querida  ancianita,  haciendo  ganchillo delante  de  la  tele, con  su  brasero,  el gato,  y se la enseña  uno a los  amigos, <<Mira, es la abuela>>, que hace tan  familiar,  tan  calor  de hogar...  No. Joven,  jovencísima -para él, claro-, treinta  años. Inteligente y moderna, libre de prejuicios, liberada..., una intelectual,  ya saben.

HOMBRE.
Pues,  en efecto, era  una intelectual..., ¿por  qué lo dices con ese tono de desprecio?

MUJER.
Uy, todo  lo  contrario...  Si  yo  estaba  tan  orgullosa  de tener  una intelectual  en la familia. Guapa,  lo que se  dice  guapa  no  era,  él  mismo  lo  reconocía...,  pero era muy atractiva,  sobre  todo sentada,  tan sexy ella encima de una silla...

HOMBRE.
Eres  mala. Y muy sarcástica.

MUJER.
Me  acuerdo  de  cuando  se  fue  a  Londres,  en  vuelo charter, -ocho  días. Cuando  volvió  ya  no  sabía  hablar, no había quien la entendiera,  preguntaba  todo el  tiempo:  «¿Cómo  se  dice  esto..:  y  lo  otro?...» Quedaba   de  rara..., un  poco  amnésica,  la  pobre, digo  yo, porque  vamos,  en  ocho  días... De  todos modos era maja. Y comía como una fiera, yo me pasaba  la  vida  en  la cocina, pero  qué  maja era,  y te quería  mucho, las  cosas como  son,  y no  era  posesiva,  no  como  yo,  ¿verdad?   Además,  cómo  iba  a serlo,  si  ya  tenía  otro  novio,  que  a  su  vez  amaba a otra,  la cual tenía  un  marido y otro  novio, que a su  vez...  En  fin; la cadena  de  San  Antonio  de  las parejas abiertas. Un auténtico lío. Figúrense que hasta  tenían  un ordenador  personal  para no confundirse con las citas... Al mismo tiempo  -porque él era muy activo, fuera  de casa, claro- también salía con una  jovencita muy mona, muy simpática  y muy golosa, que  se pasaba la  vida tomando  helados, hasta en  invierno,  y todavía iba al colegio. Ella ayudaba a hacer los deberes.

HOMBRE.
Era   como  un   juego. Es  cierto,   ¡yo  jugaba  con  esa chica!

MUJER.
Sí,  jugaban al escondite... bajo las sábanas. Él me contaba:

HOMBRE.
«Me gusta porque es una locuela imprevisible, es caprichosa,  ríe,  llora,  vomita   los  helados  enteros, con cucurucho  Y todo... Me hace sentir  como un muchacho, y al mismo tiempo  como un padre.»

MUJER.
Pues  ten cuidado,  no vayas a hacerla madre.

HOMBRE.                      .
Yo  tengo cuidado,  pero  cuando  anda con chicos de su edad  no puedo  pegarme a ella para  vigilar..., ¡no se deja!

MUJER.
Un día viene verme  mi marido,  y me dice, muy violento,  todo  colorado


HOMBRE.
Oye, Antonia, esto es cosa de  mujer... por qué no acompañas a María…

MUJER.
María era la niña de los helados.

HOMBRE.
…por qué no acompañas a María al ginecólogo para que le ponga la espiral. . . Puede que tú consigas convencerla, contigo seguro que quiere ir...

MUJER.
Vaya, ahora tengo que hacer de madre de la María. La acompaño al ginecólogo, y le digo muy seria: «Señor ginecólogo sea amable y póngale la espiral a la novia de mi marido.»
Esperemos que tenga tanto sentido del humor como nosotros. ¡A ti sí que te voy a colocar yo la espiral, pero en la nariz! ¡Una en cada agujero!

HOMBRE.
Así fue como reaccionó. Y esto no es nada. (A la Mujer.) Cuenta lo que hiciste a continuación.

MUJER. .
Por supuesto que lo cuento. ¿O crees que me da vergüenza? Bueno, tengo que reconocer que no demostré demostré ningún sentido del humor. Acababa de abrir una lata de tomate de cinco kilos, tamaño familiar. La abrí con mucho cuidado, se la volqué en la cabeza, y luego se la hundí hasta la barbilla. ¡Qué guapo estaba! Si llego a tener la Polaroid a mano, Le saco una foto recuerdo. Parecía el rey Arturo a punto de torneo, patrocinado por tomate frito Solís. Luego, aprovechando su sorpresa, le metí una mano en el tostador de pan puesto al máximo.

HOMBRE.
Se me marcaron todas las rayas. Parecía un filete a la plancha. Me tiré quince días con hojas de lechuga entre los dedos, para disimular. (Al público.) Y encima gritos, insultos, ah..., realmente una pareja abierta modélica, muy democrática.

MUJER.
¿Pues qué pretendías? (Al público) Yo había dado pasos de gigante en mi camino hacia la libertad sexual. Pero pretender que yo, la esposa legítima, tuviese que destetar a sus amantes infantiles, me parece excesivo, ¿no? Hay que tener cierto sentido de la medida en la vida, caramba. La verdad es que no sé qué le había ocurrido, antes no era así, puedo asegurarlo. Pasaba de una mujer a otra con un entusiasmo, una marcha... Entonces yo hablé con otras mujeres, mis amigas, mis vecinas, e hice una especie de sondeo-encuesta. Y resultó que también sus maridos están obsesionados con el tema, salidísimos todos ellos. Debe ser un nuevo virus, el «salidococo». Hasta mi portera, la pobre mujer, tiene a su marido siempre de caza. Pero lo malo es que el mío no sólo busca, sino que también encuentra. Es un verdadero maníaco, siempre persiguiendo faldas, es que no para un minuto. Yo creo que como siga así, terminan por hacerle socio honorífico del Banco de Semen.

HOMBRE.
Basta, Antonia, como sigas en ese plan, me largo. Hay que ver lo que eres capaz de decir para dar gusto a esas cuatro amigas tuyas, feministas viscerales y fanáticas, que hay por el público. ¿Es que quieres que me linchen a la salida? Que no, que estoy harto y me voy...

MUJER.
Bueno, puede que me haya pasado un poco, por el placer
de la paradoja.

HOMBRE.
¡Y lo llama paradoja! Yo aquí, convertido en  un fantasmón, el clásico obseso genital incapaz del más mínimo sentimiento, con una única obsesión: ¡sexo, sexo y sexo! Pero antes bien que te guardaste de puntualizar que yo, con muchas de esas mujeres, sólo salgo para charlar, o tomar una copa, o ir al cine, y no necesariamente sólo para acostarme con ellas.

MUJER.
Pero, Pío, si has sido tú quien me ha dicho siempre ¡sexo, y sólo sexo!

HOMBRE.
Pues claro, porque no me cabe duda de que si te digo que entre esas mujeres y yo también hay sentimiento, te enfadas aún más, y a saber entonces lo que te inventas. En lugar de la lata de tomate, no sé yo qué me tirarías a la cabeza.

MUJER.
Puede ser. Tengo que reconocer que, siempre que yo le contaba que sentía como un bloqueo moralista y estúpido, que me consideraba incapaz de relacionarme con otro hombre, él me alentaba, me daba ánimo, como un auténtico compañero, un amigo muy majo, muy comprensivo. Me decía:

HOMBRE.
Ya que has descubierto que no soy el hombre que te conviene, debes rehacerte una nueva vida. Tienes que encontrar un tipo que te guste, un hombre como es debido... Te lo mereces, Antonia, eres una mujer extraordinaria, fuera de lo corriente, inteligente, generosa y muy atractiva.

MUJER.
No, déjame, por favor, yo no puedo, que estoy bien así. Si tú ya no quieres seguir conmigo, entonces prefiero estar sola. Estoy muy tranquila, créeme, estoy muy bien aquí, en mi casa. Estoy muy serena
HOMBRE
 (Al público.) Y a continuación se echaba a llorar  e intentaba suicidarse. (La MUJER se sube al alfeizar de 'la ventana con la pistola en la mano.) Quieta, ¡qué haces! ¿Ya estamos como siempre? Antonia, por favor, razona, no seas •bruta, no hagas locuras... (Al sujetarla la agarra por la falda, que se le escurre hasta los pies.)

MUJER.
Déjame. Basta, no puedo más. Estoy cansada y desilusionada. Perdóname si siempre te implico para angustiarte.
Esta vez se acabó, de una vez por todas: me tiro por la ventana y en plena bajada me pego un tiro, ¡y se acabó!

HOMBRE.
¡No! Estamos en una calle de mucho tráfico, en plena hora punta, y además dónde vas a ir tú sin falda...
Antonia, recapacita, por Dios, ¿es que no puedes intentar ver las cosas con un poco más de frialdad, Y  comportarte como una persona normal?

MUJER.
(Baja de la ventana.) Y por fin llegó el día en que me comporté como una persona normal. Ya era hora.
Encontré un  trabajo, como  primera medida. El  trabajo  es  fundamental, porque te  distrae, al  mismo  tiempo que  ganas  un  sueldo, eres independiente, dejas de ser  el ama de casa que  está  siempre esperando la paga  del  marido..., además, conoces  gente... ¿Saben  la  de  gente  que  se  conoce  en  el  Metro? ¡Pues ¡Pues no se conoce a nadie, pero a nadie! Pero ves caras humanas..., bueno, a veces. Por las tardes me aburría como una ostra, y me parecía que nunca se hacía de noche..., la de anuncios que me pude tragar esa temporada, me los veía todos, hasta el cierre. Así que por fin me decidí, y me presenté en el Centro de  ayuda a los drogadictos del barrio. Y él, que a pesar de todos sus grandes amores seguía apareciendo por casa, se dio cuenta de que día a día yo iba estando más segura y tranquila.

HOMBRE. . . .
Bueno, sobre todo me sorprendía que ya no te interesaran para nada mis aventuras...

MUJER.
Y, para compensar, empezaste tú a hacerme preguntas. (Al público.) Me traía frita a preguntas, quería saber si había conocido a alguien...

HOMBRE.
Y ella, negando, siempre negando.

MUJER.
Más que negar, lo que hacía era cambiar de tema, disimular, como tú antes, ¿recuerdas? No me apetecía hablar de esas cosas, era un pudor lógico. ¡Después de todo, un marido siempre es un marido! Y cuesta contarle ciertas cosas, es difícil, en fin, ya me entienden... Pero un buen día me armé de valor, y se lo conté todo. Empecé así: (Al marido.) Sabes, querido, creo que he encontrado al hombre que me conviene

HOMBRE.
¿Ah sí? ¡Cómo me alegro! ¿Y quién es?

MUJER.
Dijo él, poniéndose cianótico, que no podía ni respirar.

HOMBRE.
(Molesto) Es lógico. Me sentí pillado por sorpresa, completamente desprevenido. Se me encogió el estómago, y se me empezó a hinchar la tripa

MUJER.
(Al público).
¡Ah, sí, se me había olvidado contarles algo muy importante en nuestra vida. Mi marido, el pobre, padece una enfermedad algo… insólita. Se llama aerofagia nerviosa. Cuando se emociona o se pone nervioso, y, en silencio, prot, prot, prot. Eso, conmigo, con las otras canta.

HOMBRE.
Ya que estás, ¿por qué no lo cuentas en estereo?  Prot, prot, prot. Pero volviendo a lo nuestro, te juro que en el fondo yo estaba encantado por ti.

MUJER.
Uy, sí. Estaba contentísimo. Pues no te reías nada.

HOMBRE.
Pues te abracé en seguida, tienes que admitirlo, y con mucho ímpetu.

MUJER.
Eso sí, lo reconozco, por ímpetu no quedó. Luego..., pero no vamos a contarlo.

HOMBRE.
Estábamos jugando a las cartas. Yo repartía.
(Se sientan a la mesa y juegan a las cartas.)

MUJER.
Empecé yo. Sabes, querido, creo que he encontrado al hombre que me conviene.

HOMBRE.
Oh, cómo me alegro, querida... Créeme estoy muy contento por ti. (Mezcla las cartas mu; nervioso y se le caen todas.)

MUJER.
Ahí se le cayeron las cartas por primera vez.

HOMBRE.
Conque el hombre que te conviene. Por fin. Y ¿quién es? ¿Qué hace? (Recoge las cartas.)

MUJER.
Ni te imaginas. Para empezar, no es de nuestro ambiente.

HOMBRE.
¿Ah, no? Bueno, mejor así, casi lo prefiero.

MUJER.
Es profesor. . . de física.

HOMBRE.
¿Maestro? Bueno, no te preocupes, las apariencias engañan.

MUJER.
No has entendido. Es catedrático de la Universidad de Pisa.

HOMBRE.
¿Catedrático? Caramba, caramba.

MUJER.
Y además trabaja como investigador nuclear en el Euratom de Ispra.

HOMBRE.
¿Nuclear? (Se le vuelven a caer las cartas.)

MUJER.
Segunda caída de cartas.

HOMBRE.
Qué interesante. Entonces le habrás aprendido todo sobre la seguridad y las ventajas de nuestras centrales atómicas. Te habrá convencido de que el lugar indicado pata construir una nueva megacentral atómica en ¡el cráter del Vesubio, ja, ja!

MUJER.
Muy gracioso. Pues lamento decepcionarte, pero él está en contra de todas las centrales que se instalan en nuestro país. Dice que son proyectos obsoletos…

HOMBRE.
¿Obsoletos?

MUJER.
... planteados para reciclar el material rechazado por los americanos…, que son artefactos muy peligrosos... y que nuestros gobernantes son unos sinvergüenzas, porque se han dejado corromper..., pero sobre todo son peligrosos, porque son imbéciles e ineptos. Y me ha dicho un amigo suyo -juega- que en el Centro, figúrate, de no ser porque no lo .pueden sustituir, ya le habrían echado a la calle.

HOMBRE.
Conque insustituible..., es un verdadero genio, tu catedrático...

MUJER.
Pues sí, la verdad. Pero él no se da ninguna importancia, es de lo más modesto,  no te lo puedes ni figurar... Aunque, eso sí, dice cada frase como para grabársela. Yo me las apunto todas en un cuadernito. La última que ha dicho, con un tono de voz que ya te imaginas, es: «Los políticos tienen el nivel intelectual más bajo, pero inmediatamente detrás estamos los científicos. La prueba es que juntos organizamos lo de Hiroshima.»

HOMBRE.
Caray..., qué duro es el físico.

MUJER.
Cuenta historias increíbles, ¡si vieses lo ingenioso que es! Me relaja muchísimo, me hace reír... tanto, que cuando le conocí pensé que era guionista de cine, o crítico de teatro, de lo ingenioso y ocurrente que era ... Claro que después me enteré de que ha sido propuesto para el Premio Nobel. (Echa las cartas sobre la mesa.) Cierro.

HOMBRE.
¡El amante de mi mujer es casi-premio Nobel! Es maravilloso descubrir que tiene uno genios en la familia.
Me siento muy halagado.


MUJER. .
Ya, pero aquella vez no lo dijiste con ese tono tan relajado. Se te descolgó el labio izquierdo, así: «Me siento muy halagado.»

HOMBRE.
Es que me pillaste desprevenido. Perdona la pregunta, pero..., si no es indiscreción..., ¿habéis estado ya juntos? ..., quiero decir..., ¿habéis hecho el amor?

MUJER.
(Pausa. Al público.) Y, mientras formulaba la pregunta, él, el marido relajado, moderno y libre de prejuicios, volvió a ponerse cianótico, y mientras esperaba mi respuesta, la tripa empezó a hinchársele, sonando prot, prot, prot ... ¡al «parejo abierto»!

HOMBRE.
Por favor, procura obviar tanto detalle. Se me cortó la respiración, eso es todo. Pero contesta la pregunta.

MUJER.
Ah, querido, me gustaría tanto poder decirte que sí, pero por desgracia es: no.


HOMBRE. .
Ah, ¿así que nada de amor? ¿Y eso por qué? ¿Algo no marcha?

MUJER.
Nada. Es más, si quieres saber la verdad -tú verás- la verdad es que me interesa, me gusta muchísimo…, incluso lo deseo, pero..., pero es que...

HOMBRE.
¿No podrías hacer menos pausas?

MUJER.
Lo estoy repitiendo todo como aquella vez. Me gusta, pero...

HOMBRE.
¿Pero?

MUJER.
Aún no puedo. No me siento preparada. Y eso que tengo que reconocer que él es discretísimo. . .

HOMBRE.
¿En qué sentido?

MUJER.
Pues que lo comprendió en seguida.

HOMBRE.
¿Qué comprendió?

MUJER.
Quiero decir que no me agobiaba, sino todo lo contrario... Me hacía sentir muy a gusto, tranquila, relajada.  Estaba lleno de delicadeza. Se dio cuenta de que yo estaba muy nerviosa, y para relajarme me dijo: «Euremia»...

HOMBRE.
¿Cómo que Euremia? ¿Es que ya no te llamas Antonia?

MUJER.
Pues claro tonto. Es un diminutivo cariñoso. Euremia es la partícula vital del plutonio, querido. Es físico nuclear, ¿no? Y qué pretendes, ¿que me llame «Cariño», o «cielo», como un fontanero? «Euremia -me dijo-, nuestra historia es demasiado importante como para quemarla de esta manera. No, Euremia.
Necesitamos recobrar el aliento, respirar... » «Sí, querido -dije yo-, que si no se quema, se estropea, se reduce a un polvo rápido, y ya está. Ya me ocurrió una vez, y lo pasé fatal, luego me quedé como un trapo.»

HOMBRE.
Oye…, cuándo fue eso del polvo y el trapo? Eso no me lo habías contado…

MUJER.
Bueno, es que primero me preguntas los detalles, y luego te molestas si los cuento. Fue una relación sin  importancia, realmente sexo, sólo sexo, nada más.

HOMBRE.
¿Me estás tomando el pelo? Esa era una frase mía, de antes.

MUJER.
Para mí no se trata en absoluto de tina frase, es la realidad real. Tú ya lo sabes, Pío, si no hay amor, yo después me siento vacía, triste.

HOMBRE.
Y... ¿quién era el del vacío triste?

MUJER.
Qué más da.

HOMBRE.
Claro que da. Yo a ti te lo cuento siempre todo.

MUJER.
Pues yo no. Yo soy muy reservada. Incluso al profesor me costó mucho contárselo.

HOMBRE.
Ah, muy bien, a él se lo contaste...

MUJER.
¿Al profesor?

HOMBRE.
¡Sí!

MUJER.
Pues claro, faltaría más. Me parecía honesto no ocultarle nada mostrarme ante él como soy. El profesor tiene que saber todo lo que he hecho, es lo justo.

HOMBRE.
Tienes razón, has hecho muy bien. En cambio, conmigo puedes mostrarte incluso como no eres, total qué más da... (Cambia de tono.) Entonces, la cosa va en serio, con el atómico…

MUJER.
La verdad, querido, es que creo que va en serio, que es una historia muy seria .. Pero ¿es que acaso hubieras preferido que fuera una broma?

HOMBRE
¿Quién, yo? No, por qué? Yo soy un hombre civilizado, sabes... (Grita.) ¡Me siento como la personificación del macho latino!

MUJER.
Querido..., hay que reconocer que la pareja abierta también tiene sus desventajas. Primera regla: para que la pareja abierta funcione, tiene que abrirse sólo por un lado, ¡el del marido! Porque si se abre por los dos lados, se forman corrientes de aire, ¿no crees?

HOMBRE.
Tienes razón. Todo me funciona estupendamente, mientras sea yo quien te deje: te utilizo, te tiro a la basura, ¡pero que a nadie se le ocurra recogerte. Si un sinvergüenza cualquiera se da cuenta de que tu mujer sigue siendo atractiva, aunque abandonada, Y la aprecia y la desea, ¡entonces es como para volverse  loco  de  angustia!  Y  encima  luego  descubres que el malvado  recogedor  es más listo que tu plurilicenciado,   trilingüe,  ingenioso   y  ocurrente,  puede que incluso más alto, con más pelo y sin un solo michelín...,  demócrata, y  encima  cachondo.  ., ¡es que  es el colmo!

MUJER.
Relájate  y no te pases, Pío, que  te vas a deprimir.

HOMBRE.
Es que hay que ver con el dichoso profesor? Sólo falta que  toque la guitarra y cante  rock.              

MUJER.
¿Le  conoces?

HOMBRE.
¿A  quién?


MUJER.
Al profesor. Me has hecho seguir. ¡Confiesa,  cerdo  infame!


-HOMBRE.
¿Seguir? ¿A  dónde?

MUJER.
¿Pues  cómo  sabes  tú que  el profesor  toca  la guitarra y canta  rock?

HOMBRE.
Ah..., ¿es  que canta?

MUJER.
Pío,  confiesa: ¿cómo  te has enterado? ¿Quién  te lo ha dicho?

HOMBRE.
¡Nadie! Lo he dicho por casualidad, como un chiste..., y mira por  dónde,  voy  y acierto.  ¡Maldita  la gracia que   tiene!  Conque   toca  rock  y  canta,  el  moderno del premio  Nobel éste..., y yo, desafinando... De todos modos, me parece, vamos, digo yo, que un científico de  su  edad,  ponerse  a imitar  a  Lou  Reed,  lo que  hay que  oír...

MUJER.
¿Cómo  que de su edad?  Por  si no lo sabes, sólo tiene treinta  y cinco años..., cinco menos que tú, querido. Y además, no imita  a nadie. Tiene  un  estilo  propio, muy  original... También toca  el piano,  e imita  una trompeta  con  la  boca,  y  aun  conociendo   perfectamente  el inglés  -entre otros  idiomas-, canta  en slang americano,  así, escucha:  ai uish-yu-mei-no-sti- fen...                                  

HOMBRE.
Así  que  imita  el  slang americano,  es  catedrático nuclear, investigador  dirigente  en el Euratom..., a ver, déjame  que  adivine...,  ¿a que  lleva gafas, y cuando se enfada  se las quita,  le sale una capa roja y vuela?

MUJER.
Muy gracioso. Pues  también  compone.

HOMBRE.
Hombre,  precisamente me  lo  estaba   preguntando...
¿No  será  que  también  compone?

MUJER.
Pues sí, compone. Música y letras. Ha escrito dos o tres canciones de mucho éxito. Por ejemplo, ésa que dice:
«Una  mujer  sin  un  hombre...» Te  la voy  a cantar, escucha:
«Una  mujer  sin  un  hombre es como un pez sin bicicleta, un  león  sin  helicóptero, una nube  sin orejas...
Una  mujer  sin un  hombre es como un sol sin  termostato, una estrella  sin  teléfono, un clavel sin marcapasos...»

HOMBRE.
(La interrumpe.) ¿La de la lista de la radio? ¿La ha escrito él?

MUJER.
Pues sí. Es muy de su estilo, ¿sabes?

HOMBRE.
¿Así es que escribe canciones feministas?. ¿A estas alturas?

MUJER.
Bueno, en realidad...

HOMBRE.
A mí, los hombres feministas me producen náuseas. Sobre todo a los treinta y cinco años.

MUJER.
Pero si es una canción irónica, que se burla del feminismo radical. Es que no la entiendes, querido.

HOMBRE.
Será eso.

MUJER.
También ha compuesto una canción dedicada a mí, la música y la letra.

HOMBRE.
¿De veras? Qué amable.

MUJER.
Es tan bonita…, me da un poco de vergüenza, pero como tú eres mi mejor amigo ... , si quieres te la canto.
Pero me da vergüenza...

HOMBRE.
Pues que te siga dando vergüenza, que no me importa.

MUJER.
Te agradezco que no hayas insistido. Me hubiera sentido muy violenta cantándole a mi marido lo que mi nuevo compañero, mi único, último, auténtico gran amor ha escrito sólo para mí... Lo hubiera pasado fatal. Dice: Pero espera, que tengo la música grabada.
(Pone el cassette y canta.) «Y allí estabas tú... »

HOMBRE.
(La interrumpe.) Esta me suena:

MUJER.
(Vuelve a cantar.)
«Y allí estabas tú...
 No había marcado el número, el número .de mis deseos,
y allí estabas tú, mágica... Era el dial de mis pensamientos una centralita componiendo,
y apareciste tu, interferencia espléndida; fantástica ...
Hiciste vibrar todos mis relais,
hiciste sonar todos mis relais... , ¡oh yes! , ¡oh yes!

HOMBRE.
Fantástica. Espléndida. Más que  por un ingeniero nuclear, parece escrita por un técnico de Telefónica...

MUJER.
¡Tienes razón! No había caído, qué listo eres. Se lo diré cuando lo vea.

HOMBRE.
¿Y… cuándo lo ves?

MUJER.
Dentro de un rato, para almorzar.

HOMBRE.
¿Tan pronto?

MUJER.
Es que vamos a pasar juntos el fin de semana. ¿Por qué, te molesta?

HOMBRE.
¿A mí? No, qué va…


MUJER.
Oye, tengo que darme prisa, he quedado dentro de una hora.

HOMBRE.
Antonia, si es tan importante para ti, si te encuentras tan a gusto a su lado, ¿qué esperas para irte a vivir con él?

MUJER.
'Ni hablar, qué dices... Jamás volveré a repetir el error de formar pareja fija con un hombre. ¡Eso pasó a la historia!

HOMBRE.
¿Ni siquiera si.. , es un decir… te lo propusiera yo?

MUJER.
¡Dios mío! Menos. Nunca. Lo siento, pero me ha ido demasiado mal contigo, y a estas alturas… Oye, ¿sabes que estás muy nervioso?

HOMBRE.
Quién, ¿yo?

MUJER.
Sí, tú. ¿Por qué estás tan nervioso?

HOMBRE.
No sé por qué lo dices.

MUJER.
¿Sabes que te has tomado muy mal lo del atómico?

HOMBRE.
¿Yo?

MUJER.
Sí, tú. Te estás mordiendo las uñas...., has llegado a la segunda falange. Relájate, Pío. ¿Por qué te levantas de golpe? ¿Es que no te encuentras .bien?

HOMBRE.
Estoy perfectamente. Y además; ¡hago lo que me sale de los huevos!

MUJER.
Qué fino. No te pongas grosero, Por favor. ¿Quieres tomar algo? Te puedo hacer una infusión, unas hierbas, que relajan mucho...

HOMBRE.
Qué asco.

MUJER.
¿Te dan asco las hierbas? Pues ahora las toman mucho los hombres…

HOMBRE
No las hierbas están bien, soy yo quien me doy asco. Y encima, me lo he buscado yo solo, así que no puedo hacer nada. He sido yo, precisamente yo quien te ha planteado lo de la pareja abierta, y ahora no puedo pretender que te vuelvas atrás porque .a mí me molesta. Tienes todo el derecho del mundo de organizarte la vida por tu cuenta. Hay que ver, la de tonterías que estoy diciendo… Pero dime una cosa Antonia. ¿Tú no decías siempre que el rock . te daba ganas de vomitar? Repetías que era cosa de psicópatas y retrasados mentales, ¿o me equivoco?
Recuerdo que en cuanto te llegaba al oído el  am bam-batapang trun trun del “sound”, ¡te entraba dolor de estómago!

MUJER.
Sí, es verdad. Se trataba del clásico rechazo estúpido ante todo lo nuevo, ante lo que no se conoce...


HOMBRE.
¿Y no será, digo yo, que ahora te gusta el rock porque vuelve a estar de moda? Porque queda Joven, marchoso, ahora les gusta a todos los progres cuarentones... y encima lo toca el profesor, ¿se puede pedir más? Mira Antonia, todos estos cambios a lo postmoderno a mí no me convencen nada… Dime la verdad, anda…, que ha  sido  él quien  te ha comido  el coco...

MUJER.
Ya   estamos. No   falla.  Si  una  mujer  evoluciona,   se transforma, detrás  tiene  siempre que  estar  un  hombre,  cómo  no,  el Pigmalión  de  turno.
 Qué  mentalidad   tan   antigua  y  tan  idiota,  Pío (Suena el teléfono).

HOMBRE.
Si es alguna de  mis novias; dile que no estoy.

MUJER.
¿Por qué?

HOMBRE.
Pues... porque  no me apetece hablar  con ellas.

MUJER.
Síii, ohhhh..., hooolaaa,   queridooo...  (Al   marido) ….tapando el auricular.)  Es él.

HOMBRE.
¿Quién es él?

MUJER.
(Le   hace señas de  que  se calle.)  ¿Cómo  estás?  Pero ¿qué  hora  es?  Ah,  vaya susto,  creía  que se me  había hecho tarde. Oh, qué bien, ¿vienes  a recogerme?
¿Ahora? ¿En  seguida?  (Muy violenta.)  No, n, claro  que  estoy  sola; estoy  solísima, en  mi vida he estado   tan  sola..., no  hay  nadie  conmigo.  Sí, claro, ven cuando quieras. Dentro  de media hora..., muy bien,  te  espero.  (Violentísima)  Sí,  mucho...,  si...,  bueno, te  lo digo..., te  quiero... muchísimo..., un beso..., hasta  luego. (Cuelga  con  violencia.)  ¡Oye tú, asqueroso!


HOMBRE.
¿Era  el profesor?

MUJER.
Podías  haber  tenido  la  delicadeza  de  no quedarte ahí mirándome   fijamente,   como  un  Miura...  Me  has puesto  nerviosísima,  no  podía  ni hablar de  lo  violenta  que  estaba.

HOMBRE.          
No sabes  cómo  lo siento.  Pero  ¿por  qué  le has dicho que estabas  sola?  ¿Es que te molesta que' se entere de  que  estoy  aquí?

MUJER.
No digas tonterías. Me da absolutamente..., bueno, sí, lo  reconozco: me  molesta.              
                       
HOMBRE.
Qué  interesante. Acabamos  de  descubrir  que  el genio
es celoso.

MUJER.                        
No digas  tonterías,  no es  nada  celoso. Pero  ahora  sé amable  y márchate.

HOMBRE.
¿Y por  qué  me voy a ir?

MUJER.
¿Cómo  que  por qué?  ¿Te  has vuelto  loco?  Dentro de poco estará  aquí.  No querrás que  te encuentre conmigo, en mi casa.

HOMBRE.                                                                  
¡Pero  bueno!  ¡Esto  es el colmo! ¿Es que  ahora  se invierten  los  papeles?  ¿El  marido tiene  que  esfumar  se para  que  el amante  no le  sorprenda  con su  mujer?  Entonces  tengo  razón:    ¡el genio está  celoso de mí!

MUJER.
Te  repito  que  no es  nada celoso, pero  no  me apetece que  os encontréis.

HOMBRE.
¡Ah!  Lo  que  pasa es que  temes  que  yo descubra que después  de  todo  no  es  ese  fenómeno  del  que  me hablas...,  que   ni  Superman, ni  premio  Nobel,  ni rock,  ni  nada...,  tienes miedo de que  no me guste, y  te  diga:  «¿Es  eso?  ¿Y  para  esto
tanto  número? Vaya decepción de atómico, pues no era para tanto.»

MUJER.
El  atómico   no  es  ningún  enano,  eso  lo  primero,  así que cuidado  con lo que dices. En
segundo lugar, no tengo  tiempo  de discutir.  Y en tercer lugar, y te lo voy a explicar muy
clarito, para que te enteres bien, y luego  te  largues:  lo  que me da miedo es que tú
no le  gustes a él.

HOMBRE.
¿Cómo  dices?

MUJER.
Es que,  verás..., tienes que perdonarme..., le he hecho un retrato tuyo  muy  halagador,
algo...  exagerado. Le  he  cho cosas  que  no  son  del  todo ciertas... Te he descrito  como un
hombre superinteligente, ingenioso,  moderno,  sin prejuicios,  generoso...

HOMBRE.
Ah, y en  cambio soy un agarrado,  un imbécil, una carroza...

MUJER.
Te  he dicho  que  no  tengo.  tiempo  de discutir.  Yo me casé  contigo  hace  tiempo,  y  antes
no  entendía  de estas  cosas...  Digamos  que  he exagerado  un  poco, que no he sido fiel al
modelo real. Ya se sabe, todos tenemos  nuestros defectos... Yo  te  quiero  incluso con los
tuyos. Llevamos casi una vida  juntos..., has sido mi primer amor,  pero  ahora  he cambiado tanto,  que  quien  me conoce  tal y como soy ahora,  al verte  no  podría entender cómo una como yo  ha podido  vivir  tanto  tiempo  con uno como tú.

HOMBRE.
¿Tan  grave  es?  Pero,  Antonia,  ¿tú  te  das  cuenta  de lo que  me estás  diciendo?

MUJER.
Pues  sí, Pío,  trata  de entender...

HOMBRE.
Espero  que sólo sea una broma. Pero es que no te das cuenta  de que me estás ofendiendo..., ¿quién  te has creído que eres?

MUJER.
Otra  mujer, querido.

HOMBRE.
Sí,  pero  en  el  sentido  de  que  te  has  alterado,   ¡que estás  mal de  la  cabeza! A  ti  te
ha  trastornado  esa nueva  vida,  de  tanto  salir  con  casi-premios  Nobel, con snobs que cantan
rock, con modernos atómicos... Pero  me importa  un bledo, para que  te enteres,  ¡tú y tus  snobs
de  pacotilla,  tus genios de  medio pelo, tus  Supermanes  de  segunda división,  rus...,  tus cantautores de Telefónica!

MUJER.                   .
Qué  espanto,  qué  vulgaridad. Muy típico  tuyo. Como te ocurre  a menudo,  cuando no te vale la dialéctica, recurres  a  la  grosería.  Qué  bochorno...,  no,  si  ya me lo esperaba  yo  de  ti... ¿Por  qué no me das un par  de  bofetadas,  como  en  los  buenos   tiempos? Prueba  a  tocarme siquiera  con la  punta  de los dedos, y te hago  picadillo la nariz. Grosero .. y encima estás  ridículo,  no  tienes  la pinta adecuada  para estas  escenas...,  con  esa  bufanda... si  pareces  un cura  de los de antes  con su estola.

HoMBRE.
¡Calla,  calla  que  te  mato,  monstruo!  (Le pone la bufanda al cuello por detrás.)

MUJER.
Ay, Pío, pero qué  haces, ¿te  has vuelto  loco?

HoMBRE.
¡Dios! ¡He  perdido  la cabeza!

MUJER.
Estás  loco. Mira que venir aquí, a mi propia casa, a suicidarme... y con bufanda,  encima...

HOMBRE.
Sí, debo  reconocer que estoy algo alterado. Pero es que tú  me  humillas, me provocas, Antonia...
Dios mío, qué  he hecho. Perdóname..., ay, mi estómago..., es terrible...

MUJER. .
Tranquilo, Pío,  no  pasa  nada. Un  gesto  incontrolado puede  tenerlo  cualquiera.

HOMBRE.                                                                                
Pero  es  que yo quería  matarte,  ¿comprendes?

MUJER.
Descuida,   que  ya lo  había  comprendido.  Cálmate,  y vete a tu casa. Mira  que  ponerte  así, qué
barbaridad..., si estás  temblando..., y se te está hinchando la  tripa... Anda,  sé  bueno,  vete  a  tu   casa, y allí, en  el baño,  te  liberas,  tranquilamente, a  tu  aire...

HOMBRE.
¿Te estás  burlando  de mí?

MUJER.
Que no. Bueno, si quieres liberarte  aquí, no me importa... En  el fondo,  yo  para  ti soy
como  tu  madre, tú mismo lo has dicho, ¿no?  Así que puedo ayudarte  en  estos  trances,  ¿no
crees?  Te daré  un  masaje. Ahora  te  pongo  un  disco, algo tranquilito, nada de rock,  para que
puedas  relajarte.

HOMBRE.
¡Basta! Eres  un  auténtico  monstruo.

MUJER.
Pero,  querido, vienes a mi casa, a suicidarme con bufanda, ¿y encima soy yo el monstruo?
¿Quieres  que te  diga  la  verdad?  Aún  estoy  temblando.  Me  has dado  verdadero  miedo. Si  te
 llegas a ver, con esos  ojos de loco que se te han puesto... parecías Woytila cuando  le hablan  del aborto.

HoMBRE.
Me lo  imagino. Pero  es que  me he sentido  completamente  desesperado  ante  la Idea de que me quisieras dejar para siempre..., me sentía  hundido...,
te amo, Antonia... (Intenta abrazarla.)

MUJER.
Qué  haces..., que  me ahogas...

HOMBRE.
Por  favor, desnúdate..., hagamos  el amor....

MuJER.
Espera,  que  me  rompes   el vestido...,  además  de  un par de costillas.

HoMBRE.
Hagamos  el amor... (Le  quita la  falda y las botas.)

MUJER.
¿Ahora?  ¿Aquí?  Pero  si  ya te  he dicho  que  he  que-
dado..., quiero  salir..., quiero  mi libertad...

HoMBRE.
Si, sí, luego..., primero  hagamos el amor. Yo te ayudo
a desnudarte. (La  tumba  sobre la mesa.)

MUJER.
El  teléfono. (El lo  quita de debajo de ella.)

HoMBRE.
¿Diga?  No hay  nadie. Necesito  que  me demuestres...

MUJER.
¿Que  te  demuestre  qué?

HoMBRE.
Que  aún: significo algo para  ti. (Se  desabrocha el  pan-
talón  para quitárselo.)

MUJER.
Querido...,  cuánto   tiempo  he  esperado  este  momen-
to..., es lógico que  necesites sentirte  gratificado..., es  una  cuestión  de  amor  propio,
¿no?  Sí, soy sólo tuya,  querido, sólo  tuya.  Tú  eres  el más grande,  el mejor,  el único..., ¡el más imbécil!

HOMBRE.
¿Cómo?   ¿Te  has  vuelto  loca?

MUJER.
¡Vete  a freír espárragos!  Si das lástima, con esos pan-
talones  caídos... ¿Es que no te das cuenta  de lo mez-
quino   que  eres?

HoMBRE.
¿Por  qué mezquino? Después de todo, yo te quiero, Antonia, y ¿qué es lo que he hecho? Sólo te he
pedido  que  hiciéramos el amor...,  ¡tú y yo, como antes! (Se viste.)

MUJER.
¿Sólo  me  has  pedido  que  hiciéramos  el  amor?  ¿Y  te parece  poco?  Hacer  el amor
conmigo...,  muy  bien, pero  que  muy bien.  ¿Cuánto tiempo hace que ni siquiera  sabes  que
existo como mujer, que sigo en este
mundo? Y  ahora,  de  pronto, como  aparece  el atómico..., ¡el peligro  atómico!  ¡«El  día  después»!..., y  pierdes la cabeza..., y hay  que
hacer  el amor  corriendo, en seguida,  aquí, sobre  una mesa tan corta, que  ni  cabemos,  de
través,  con  el  teléfono  incrustado  en  las  costillas...,  me das  pena..., conque  pareja  abierta..., tú  puedes prestarme, pero  no cederme. Si existiese un hierro con tu divisa,  me colocarías una  hermosa   marca  al rojo  vivo, como  a una vaca, en  plena  nalga,  con  tus  iniciales:  ¡P. A.! ¡Pío  Antonini! ¡Pareja  abierta!  Tu  propiedad privada...

HOMBRE.
Qué  exagerada. Me bastaría  con ponértela  en la muñeca. Hablas  como   una  feminista  antigua,   Antonia. Pero  qué haces..., te estás  vistiendo. ¿De  verdad no quieres?   ¿Entonces está  todo  realmente acabado entre  nosotros?  Pero   ¿se  puede  saber  qué  demonios te pasa?

MUJER.
¿Cómo  has dicho?

HOMBRE.
¡Que  qué  demonios  te  pasa! Mujer.
¿Qué  demonios  me  pasa?  No lo sabe.

HoMBRE.
Me  parece  que  no  has  entendido nada. Es como  si te hubieras  convertido..., no sé cómo  decido..., en una extraña,  eso  es, como  de otro  mundo.  ¡Yo  te necesito como  antes,   créeme,  Antonia! Trata  de  volver a encontrarte a ti misma..., la que me insultaba, diciendo
cada taco..., y quería tirarse por la ventana...,
y me disparaba  un tiro que afortunadamente nunca acertaba...  ¡Esa  es la Antonia  que  yo
prefiero! Antonia,  te lo ruego,  ¡encuéntrate, vuelve a ser  la que eras!

MUJER.
Encuéntrate. Vuelve  a ser  Antonia. Tírate por  la ventana todos  los  jueves. Sufre.   ¡Imbécil! No  debiste hacerlo, es una  auténtica  vulgaridad. Encuéntrate..., pareces  de  una de  esas  sectas  americanas... ¿Qué significa  «encontrarse a  sí  mismo»?   ¿«Tu   propio yo»?
«Oiga,  perdone, ¿ha  visto  a  mi  ego?   ¡Estaba  aquí hace un momento, viendo la televisión!»
«Perdone, señora, ¿me ha visto a mí misma, por  casualidad?» «Pues  sí, la  he  visto  pasar  en  bicicleta, con el complejo  de Edipo  en el manillar.»

HOMBRE.
Qué  ironía,  qué  lenguaje...  Y  luego  te  enfadas  si  te digo  que  el profesor  te ha
enseñado  muy  bien,  que te  ha comido el coco... Oye, aclárame un detalle  sin importancia:
¿cómo  y dónde  le has  conocido?

MUJER.
Por  su  hija.

HOMBRE.
Ah,  ¿el premio  Nobel  tiene una  hija?

MUJER.
Sí. Yo la conocía del comité  antidroga.

HOMBRE.
Ah,  ya. ¿Es una de esas chicas que trabajan contigo en la asistencia a  los drogadictos?

MUJER.
No. Ella  es drogadicta.

HOMBRE.
¿Toxicómana?

MUJER.
Sí. Estamos intentando desengancharla  con  metadona, pero  es difícil. Y a través  de ella he
conocido a su padre.                                                
                 
HoMBRE.
¿Así   que  el  profesor   nuclear  tiene  una  hija  que  se droga?

MUJER.
¿Con  qué  tono  lo  has dicho,  a ver?

HoMBRE.
¿Por qué, qué  tono?

MuJER.
Mira,  Pío,  que te conozco de sobra... Casi parece que te alegras.

HoMBRE.
¿Yo?   ¿De  qué?

MUJER.
De  saber  que  el profesor  tiene  una hija drogadicta.

HoMBRE.
Estás  loca..., figúrate si yo...

MUJER.
Claro que me lo figuro. ¡Mírame  a los ojos, falso!

HoMBRE.
¡Pues   sí,  es  verdad!  Escúpeme  a  la cara  si  quieres.
Tienes  razón, soy un gusano, un miserable, pero me alegro muchísimo. Estoy encantado, ésa es la
verdad. Ese profesor  empezaba  a resultarme  demasiado cargante..., el número  uno en todo...,
tan super...,  joven, alto, ocurrente, marchoso... ¡Ya era hora! ¡Por fin ha fallado  en  algo,
menos mal!

MUJER.
No, eres  tú  quien  ha fallado.  ¿Sabes lo que eres?

HOMBRE.
No  hace falta  que  lo  digas. Lo sé perfectamente: soy un miserable. Ya sé  que,  hoy en  día,
educar  a  un hijo sin que se te tuerza con la violencia, o acabe enganchado con la droga, es como
sacar una quiniela de catorce  resultados.

MUJER.
Exactamente. ¿Y  entonces?

HoMBRE.
Y entonces,  yo mismo me doy asco, pero debo admitirlo..., ¡a  pesar de todo, me alegro! ¡Debe
ser la clásica alegría dulzona  del reaccionario!

MUJER.
Me das  asco, quiero  que  lo sepas, me das un  asco espantoso.. Si lo hubieras conocido como lo conocí yo, pobre hombre, era como un saco vacío...,
parecía un perro  apaleado el pobre...

HOMBRE.
¿Ah,  sí?' Bueno,  ya me va cayendo mejor.

MUJER.
Estaba  desesperado. «Nunca le di nada a esta cría -me
decía-, mimos, caricias, regalos..., tonterías..., pero verdadero  cariño,  ni siquiera  lo he
intentado. Siempre he pensado sólo en mí mismo, y en mi éxito personal.»

HoMBRE.
¿Y  tú qué  le decías?  «¡No,  profesor, no diga eso! Usted  no  tiene  la culpa. ¡La culpa  es de la sociedad!»

MUJER.
No  te  pases de gracioso  y deja  ya de  provocarme.

HoMBRE.
¿Acaso  no le consolaste?

MUJER.
Mira,  en esa temporada, y gracias a ti precisamente, la
que  necesitaba  consuelo,  si acaso, era yo.

HoMBRE.
Ah, ya, ¿y entonces  os habéis consolado  juntos?

MUJER.
Más o menos. Y un día  le dije:  «Oye,  basta  de seguir llorando sin hacer nada.»  Estábamos
hablando  de las bases de  misiles  en  Comiso,  ya  sabes. Comentábamos  qué  terrible  es  la
indiferencia de  la  gente  en nuestro país, sobre este problema tan grave. «La verdad  es que
nosotros  tampoco  hacemos mucho»,  dije yo.  «Tienes  razón»,  dijo  él. «Vámonos  a Comiso», dije yo. Y  nos fuimos.

HOMBRE.
¿A  Sicilia?

MUJER.
Pues  claro.  Comiso  está  en  Sicilia, Pío.

HOMBRE.
¿Y  cuándo  fue eso?

MUJER.
Hace  un  mes.

HOMBRE.
Pero... oye, perdona, ¿tú  el mes pasado no fuiste a Florencia  a ver  a una  prima  tuya  que
estaba  embarazada  y  tenías que  ayudarla  con  el aborto?

MUJER.
Esa era  la versión  para  el marido.

HOMBRE.
¡Estupendo! Ahora  eres  tú  quien  se  cubre de  gloria,
¿no  crees?  Además  me  habéis  decepcionado: el señor y la señora, típicos  intelectuales
burgueses,  snobs y progres,  que  en  pleno  arrebato pacifista se lanzan a  Comiso, a  juntarse
con  cuatro  hippies pasados  de moda  y diez fanáticos  masoquistas, para  que les den bien  de
porrazos, vamos,  Antonia, a estas  alturas...

MUJER.
Y vuelve a aparecer  la sórdida  alegría dulzona del reaccionario..

HOMBRE.
¡Pero   qué  hablas  tú  de  reaccionario! Pues  anda  que vosotros..., si esas cosas  ya no se las
cree  nadie...,  eres  mas antigua...

MUJER.
Lo que  pasa  es que  te  mueres  de envidia  de  que seamos más  jóvenes e idealistas  que  tú;

HOMBRE.
Más  jóvenes  desde  luego.  Del  sesenta   y  ocho,  como mucho.  Si hasta  el  Partido Comunista
no quiere  saber  ya  nada  de  esas  historias.

MUJER.
Ah, no, ¿eh?  ¿Y la manifestación  de los quinientos mil en Roma, qué?

HOMBRE.
En  Roma sí, claro. Grandes  verbenas  triunfales, cómodas, en  pleno  centro, que  siguen
funcionando en  la capital. ¿Pero  quién  va a  ir  a Comiso? Algún  nostálgico   de  la  vieja
guardia...,  dos  despistados del movimiento sindical..., un diputado radical con bronquitis crónica,  que  le  han  dicho:  «Vete,  vete,  que allí hace calor,  y además  tendrás  que  salir  corriendo de la policía, y a lo mejor te curas.»

MUJER.
Precisamente  lo que pensamos nosotros. Por eso tomamos la decisión: «Vámonos, y menos hablar.»

HOMBRE.                                                                            •
Y salisteis rumbo a Sicilia.  ¿Avión o tren?

MUJER.
Moto.

HOMBRE.
¿Que  fuisteis  a Sicilia en moto?  Qué  modernos.

MUJER.
¿Pasa  algo? Es una pasión como otra  cualquiera;, sólo que  tú  no lo entiendes.

HOMBRE.
Será eso. Ya te imagino yo a ti, disfrazada de motera, con el mono de cuero, los guantes, la faja,
las botas, el casco integral...  ¡subida  en la  Kawasaki á todo gas, bruumm,  bruummm!          

MUJER.
Pues te  has vuelto  a equivocar. Era  una Ducati.

HOMBRE.
Vaya, el profesor  es  un  patriota...  Y  tú  detrás,  bien agarrada,  de  compañera  del
centauro... Trun puot- trap-trap. Pero dime una cosa, ¿no eras tú la que no aguantaba la bicicleta
por los baches?

MUJER.
¿Yo, los baches?

HOMBRE.
Sí, tú. Decías  que.  te destrozaban  los ovarios.

MUJER.
Vuelves a equivocarte.  Aquello  eran  molestias de  origen neurovegetativo. Me dijo el analista
que estaba somatizando  una condición  familiar conflictiva.

HOMBRE.
¿Ah,  era  eso?  Bueno,  sigue.  Cuéntame  ese  viaje  en moto.

MUJER.
Primera  etapa:  Parma.

HoMBRE.
Milán-Parma...  Me  parece  algo  corta,  ¿no?   ¿Y después?

MUJER.
Después, nada. Nos quedamos  allí.

HOMBRE.
¿No  seguisteis?  ¿Y Sicilia, y el impulso  pacifista?

MUJER.
Nada. Nos dimos  cuenta  de  que  ya no  lo , sentíamos.
Que el espectro  de la guerra  nuclear nos daba absolutamente  igual. Que el terror  de la
amenaza atómica no  ha  calado  ni  siquiera  entre  las masas...  Y además, Parma es una ciudad
maravillosa toda dorada...
¿No  recuerdas  que  estuvimos  tú  y yo en  viaje  de
novios?

HoMBRE.
Pues  sí.

MUJER.
Claro que no tenía nada que ver. Era preciosa, tan romántica... Paseamos, fuimos .en  barca por
el río..., comimos en un restaurante que hay en la orilla...

HOMBRE.
Pensión  completa. Pero  ahí tampoco conseguisteis  hacer el amor, ¿verdad?

MUJER.
¿Por  qué?  ¿Quién  te ha dicho eso?

HOMBRE.
Tú, hace un rato. Que  te sendas como bloqueada, que te resultaba  imposible...

MUJER.
Sí, pero  eso fue  antes de Parma. Hasta  Piacenza, más
o menos.

HOMBRE.
Ah,  ¿es que en Parma  te... desbloqueaste?

MUJER.
Tú  lo  has dicho. Desbloqueo  total,  un auténtico  triunfo. El profesor  quería  llevarse la
cama de recuerdo. Oye, ¿qué  hora es?  La media hora ha debido pasar hace rato. Todo por tu culpa,
que me has hecho charlar  como una  tonta. Anda, márchate. Ya  te llamaré la  semana próxima,
cuando  vuelva.  O puede que  te llame  desde fuera. No, por ahí no. Sal por la puerta de  la
cocina, para que  no  te lo encuentres  en la escalera,  que nunca se sabe...

HOMBRE.
Muy  bonito. Ahora quieres librarte  de mí por la puerta de servicio. De  marido  he  pasado  a
repartidor     ¡el chico  del super!                                            

MUJER.
Está  bien,  si  eres  tan  susceptible  sal por  donde  quieras,  pero  date  prisa. ¡Adiós, Pío, Adiós!

HOMBRE.
No.

MUJER.
¿Cómo  que no?

HOMBRE.
Que  no  me voy. Me lo  he pensado  mejor y le espero aquí. Tengo  verdaderas  ganas de  verle la cara.

MUJER.
¿Te  has vuelto loco?  Me habías prometido  que...

HOMBRE.
Yo  no  te  había  prometido  nada.  Tengo  todo  el derecho del  mundo  de  conocer  al amante  de
mi mujer, si me  apetece. Quiero  verle los ojos y como cuando me mire se atreva a esbozar
siquiera una mueca de desprecio, y me haga el numerito  del rockero, te juro que le cojo la guitarra  y se la estampo en esa cabeza de  premio  Nobel.

MUJER.
Eres un canalla. Por favor, no me lo estropees todo, márchate...

HOMBRE.
No insistas.  Ya  te he dicho  que no.

MUJER.
¡Eres un bastardo y un sinvergüenza, y además estás completamente loco! Hay que ver, primero me
montas un número, para convencerme de que acepte esa estupidez  de  la  pareja  abierta,  de  que
seamos  modernos  y  civilizados. A  mí me entran  ganas de vomitar,  pero  acepto  para  darte  gusto,  me pongo casi " enferma,  pero  tú  venga insistir,  y
termino  aceptando contra  mi voluntad,  y para no morirme de desesperación  y tristeza  me
resigno a buscar  un hombre. Lo encuentro,  me gusta,  me enamoro... y ahora  tú,
hijo de puta,  con todo el respeto hacia tu  madre que
es una santa, quieres estropeármelo  todo, y mostrarte ante él como realmente eres: vulgar,
grosero y mezquino. ¡Y encima quieres romperle la guitarra! Mira,  mejor di entonces  que  quieres
verme muerta. De  acuerdo.  ¿Sabes  lo  que  te  digo?  Que  esta  vez me mato, pero de verdad. El
gas, voy a abrir el gas... (Corre  a la cocina.)  ¡Voy a matarme!

HoMBRE.
(La  sujeta.)  ¡Quieta!  Ahórrate  el gas. No te preocupes que ya me  voy, pero  por  la ventana,
así te  ahorro la  molestia  de  tener  que  presentarme   a ese  novio tuyo, ¡y para siempre! (Se sube al alféizar.)

MUJER.
No  seas  ridículo  y  bájate  de  ahí. Sólo  consigues  dar pena.

HOMBRE.
Vaya,  cuando   te  subes  tú  a  la  ventana, es  una  escena dramática, un  acto  terrible y
grandioso, un gesto trágico...  Me  subo   yo,  y es  penoso  y  ridículo.   Me parece Injusto.

MUJER.
Claro, como. siempre  es  una  cuestión   de estilo. Anda, bájate.

HOMBRE.
Qué  remedio. Si  tú  no  colaboras, no  hay  dramatismo que valga.  Yo,  en  cambio, siempre  
cooperaba. Te sujetaba por  el tobillo, te  imploraba que  te bajaras, te rogaba  que  lo
hablásemos, que  reflexionaras...

MUJER.
Pero, Pío,  ¿y si luego  tú  vas y te tiras  en serio?  Cómo voy a sujetarte, con  lo  que pesas   me arrastras contigo.  Y yo ahora  no  tengo  ninguna intención de morirme, sabes, porque soy profundamente feliz.  Vamos,  baja. Hazlo  por lo menos  por tus mujeres. Imagínate qué
violencia  en  el entierro...,  el furgón  fúnebre, y detrás un escuadrón completo de  mujeres,
todas de luto... Vaya  susto  que  se llevaría  la gente. Y mientras ellas  discutiendo por  el
papel  de la más de esperada, a empujones, para  ir  la primera  detrás del coche... A lo mejor  se
cae en la sepultura, te figuras... Anda,  baja.

HOMBRE.
Y  encima   te  burlas   de  mí.  (Se  baja de la ventana.) Está bien.  Te  vas a enterar. (Coge la
pistola.) Cuando  hacías tu   numerito  siempre estaba   descargada, pero  ahora  meteré yo las
balas,  y llenaré  bien el cargador. (Lo  hace.)

MUJER.
¿Para qué  tanto  desperdicio? Con  una  basta.  Dame  la pistola, no  hagas  tonterías, que  se
te  puede  escapar un  tiro  de  verdad. Que  tú  de estas cosas  no entiendes.  ¡No  has sabido arreglarme nunca  ni la plancha! Trae, que  no  sabes...,  que  es  peligroso, ¡suelta!

HoMBRE.
¡Déjame!

MUJER.
¡No! ¡Ayyy,  que  me  rompes  el brazo,  animal!   (Se dispara la  pistola.)

HoMBRE.
Lo sabía.

MUJER.
Imbécil. Se  te ha disparado,  ¡cretino!

HoMBRE.
No  pasa  nada.  Ha  sido  un  tiro  al aire.

MUJER.
Conque al aire....,  ¡pues me has dado  en    el pie

HOMBRE. .
Lo siento. (Le da la muleta.)

MUJER.
Menos  mal que  en esta  casa nunca  faltan  muletas. ¡Ay.
socorro, mamá,  qué  dolor! Eres  un  inútil, un  verdadero   desastre. No  eres  capaz  ni de
suicidarte tú solo,  sin. implicar  a tu mujer.

HoMBRE.
Tienes  razón, Antonia. Soy un fracasado.

MUJER.
Oye,  fracasado, como  estoy  sangrando, y además  estoy
manchando la alfombra, haz  el favor  de  ir  a buscar
una  toalla,  una  venda, cualquier cosa...

HoMBRE.
Sí,  sí,  voy  corriendo. Menos  mal  que  sólo  te  ha rozado... (Entra en el baño. Se oye el
grifo de la bañera. Vuelve a entrar con vendas, alcohol, etc.)

MUJER.
Sólo es  un  arañazo,  como en el cine,  que  a la  protagonista  nunca le aciertan en el corazón, siempre en el sobaco, o en un pie... Dame la venda. ¿Has abierto tú  el grifo de la bañera?

HOMBRE.
Sí, he  sido  yo.

MUJER.
¿Y a  santo  de qué?  Perdona,  pero ¿te importada irte a  tu  casa, si tanto  te apetece  tomar un baño?

HOMBRE.
En  mi casa sólo  hay poliban,  y con la ducha  no funciona.

MUJER.                                 \
¿Qué  es lo que no  funciona?  ¿Es  un  acertijo?  Anda, márchate.  Ya me estás cansando de verdad,
te estás pasando  muchísimo. Pero  vamos a ver. Vienes aquí, me  estrangulas  con una bufanda,
luego  te tiras  por la  ventana,  a continuación  me pegas un tiro  en un pie... ¡Ya  está  bien,
digo  yo! Ahora  te largas. No aguanto  más tu  presencia. ¡Vete  de una vez!

HOMBRE.
No te preocupes, no te molestaré mucho rato, ya lo verás. Cuando  llegue tu premio  Nobel
rockero, él podrá  ayudarte  a sacarme de la bañera.

MUJER.
¿Cómo que me ayudará a sacarte?

HOMBRE.                                        
Pues  sí, que mejor entre  los, dos, porque los cadáveres mojados pesan bastante,  y tú sola no
puedes.

MUJER.
Ay, Dios... Mi marido  está  pensando  ahogarse en mi bañera,  con mi gorro de plástico puesto para
no mojarse el pelo, pobrecito... Con tu carácter no lo conseguirás  nunca. Se necesita  una
decisión sobrehumana.  Imagínate,   quedarte  bajo  el agua, tapándote  la nariz, y  autoahogarte  tú solito. No te lo crees ni tú.

HOMBRE.
Pues  no  te preocupes,  que  no  pienso  volverme atrás.
Una vez dentro  de la bañera, cojo con una mano el secador  de  pelo,  enchufado  a doscientos
veinte   lo enciendo, y ¡pataflam!, una llamarada tremenda. Fulminado. Sin remisión.

MUJER.
Tú has visto muchas películas de James Bond.

HOMBRE.
Yo no necesito el cine, ni profesores de física, para tener ideas. Yo solo me basto y me sobro.

MUJER.
Ya se nota. Si eso es una idea..., vaya estupidez.

HOMBRE.                                              
De acuerdo. Y ahora discúlpame, que tengo que prepararme  para el acto. (Entra en el baño.) Voy a desnudarme.                                

MUJER.
¿Piensas  suicidarte  desnudo?

HOMBRE.
¡Oye, yo también tengo mi estilo, caramba! No pretenderás que me meta en la bañera con la
chaqueta  y los pantalones,  vamos... (Cierra la puerta.)

MUJER.
(Llama  a la puerta.) Déjate de bromas y sal de ahí, por
favor... Está  bien, reconozco que me he pasado un poco, que  puede  que  te haya humillado,  pero
creo que  no es para  tanto.  Piensa en  todo lo que  he sufrido  yo por  tu culpa...  Vamos, sal. ¡Pío, razona y sal de ahí ahora  mismo!

HoMBRE.
(Abre  la  puerta. Ella retrocede, asustada.) Oye, Antonia, ¿me estás imitando?  ¿O es que no te
das cuenta?  Estás  repitiendo  todo  lo que  yo te decía cuando te encerrabas en el baño, o te
subías a la ventana para  suicidarte.  (Cierra la puerta y desaparece.) Sólo que en este caso no habrá cambios de parecer ni aplazamientos  de  ninguna clase. Tú  que siempre  te estás  burlando  de  mí, vas  a  ver  si  tengo o  no  carácter.

MUJER.
De  acuerdo, tienes razón. Te creo... ¡pero sal!

HOMBRE.
Demasiado  tarde, Antonia.  Y no fisgues por  el ojo de la cerradura.  ¿No te da vergüenza? Además,
te aconsejo  que  te  apartes  de :ahí. En  cuanto  me meta en la  bañera y  apriete  el interruptor, habrá una llamarada, con una detonación tan grande, que saltará la puerta  por los aires,  y  podrías  morir aplastada.

MUJER.
(Sigue espiando.)   Está  completamente  loco... ¡Ha enchufado  de verdad el secador de pelo!

HoMBRE.
¡Pues  claro! Así aprenderás  a no  humillarme  sin  pie-dad.  ¡Quiero  morir!  Auuu,  qué  fría  está  el agua.
¿Pero  es que  en esta bendita  casa no funciona nunca  el calentador?  Además de  morirme, voy a
pillar una  bronconeumonía  galopante.

MUJER.
No,  quieto. ¡No es verdad!

HOMBRE.
¿Cómo  que  no es verdad?,

MUJER.
Sí,  que  no es verdad.  Que  me lo  he inventado  todo.

HOMBRE.
Ah,  ya, que no es como me lo has contado..., que has exagerado  un poco...

MUJER.
No, que no existe. Me lo he inventado.

HOMBRE.
(Se asoma a la puerta.) ¿Cómo dices?  ¿Que  te has inventado lo del rockero premio Nobel? Perdona una pregunta: ¿y la conversación telefónica, cuando llamó hace un rato, eh, qué me dices a eso?

MUJER.
Si no era  nadie. He fingido la llamada, como si él estuviera  al otro  lado  de  la  línea,  pero  era mentira.

HOMBRE.
Enhorabuena,  vaya una actriz. He picado como un tonto. (Entra en escena envuelto en una toalla.
Tiene en la mano un secador con el que apunta de vez en cuando a  la MUJER.) Pero  oye, dime otra
cosa:  ¿y el sonido del teléfono cuando han llamado?  ¿Lo has hecho tú con la boca?

MUJER.
Claro que no. Era de verdad. Era un señor que se había equivocado de número. Ha colgado, y yo he seguido,  fingiendo que  era  el profesor  que  me citaba para  dentro  de  media hora.

HOMBRE.
No  me  convence,  es  demasiado  fácil. ¿Entonces  por qué  me  has  metido  tanta  prisa  y
quedas que  me fuera  en seguida, si no iba a venir  nadie?

MUJER.
Pues...  porque  tenia que  seguir con la historia,  ¿no?

HOMBRE.
No. No me cuadra. Tú estás intentando  distraerme  y hacerme  perder  tiempo,  así dentro  de  poco
llega  el profesor,  y  entre  los  dos os  abalanzáis sobre  mí y me inmovilizáis. Pues  te
equivocas. Te advierto  que el secador sigue enchufado, puedes verlo  tú  misma. Basta con que
pegue un salto a la bañera,  y ¡hum!
¡Se acabó! Quieta  ahí, no te acerques...  (Retrocede apuntando con el secador como si fuese una pistola.)

MUJER.
Está  bien. Vamos a sentarnos  y esperar.  Ya que estás tan convencido  de  que el  profesor
existe,  estará  al llegar,  ¿no  te  parece?  Porque  vamos, digo yo han pasado  ya más de
cincuenta  y cinco minutos..:. ¡un profesor  de física con tanto retraso realmente es..que no
tiene sentido del tiempo! ¿No te parece un poco raro?                                            
                                 
HOMBRE.
Antonia, ¿sabes  que  tienes  una  cara que  te  la pisas?
¡Mira  que  pretender   hacerme  creer  de  pronto  que te  has inventado  todo lo de Superman!    

MUJER.
Pues así es. ¿Qué  tiene de raro?

HOMBRE.                                                
¿También que  toca el rock y canta?

MUJER.
Sí.  

HOMBRE.
¿Y la  letra  de la canción que te ha dedicado?

MUJER.
Me la  he inventado  yo.

HOMBRE.
Oh,  vaya,  de  pronto  te  has convertido  en  cantautriz.
¡Enhorabuena! Pero  oye,  ¿tú  crees  que  soy tonto? En  esos versos  había  un  ingenio,  una
imaginación, un  sentido  del  humor...

MUJER.
Y qué.  ¿Acaso  te molesta  descubrir  que  tu mujer  posee un cerebro  vivo e imaginativo?

HOMBRE.
No,  no..., que  no pienso  picar,  Antonia.  Al profesor no  te lo has inventado  tú, el profesor
existe... Pero si es como si lo tuviera delante, es un tipo demasiado fuera   de  lo  común  como
para  ser  inventado.  Los personajes  fáciles  son  los  normales,  de  serie. Pero para inventarse  un  personaje como éste, tan contradictorio,  tan  imprevisible hay  que ser  un auténtico genio.

MUJER.
Y una  mujer no puede ser un genio, claro.

HOMBRE.
Pues entonces dime, querido genio femenino; con qué
propósito  te has inventado a este campeón del
ingenio y del  absurdo.

MUJER.                    
Bueno,  pues... ante  todo  porque  tú  siempre  estabas
lleno  de  mujeres,  guapas,  jóvenes, graciosas, inteligentes  y yo sin nada que llevarme a la boca... y
encima  no  encontraba  a nadie  a .ese  nivel.      

HOMBRE.
Pero  ¿por  qué  precisamente el físico nuclear, ingenioso, con guitarra  eléctrica?

MUJER.
Pues... se me ha ocurrido así, sin más... He empezado a imaginarme un hombre, mi hombre ideal, digamos, que pudiese gustarme  a mí y  molestarte  a ti.

HOMBRE.
Ah, entonces era todo un juego... ¡«La vida es sueño»!
Pero  ¿tenías  que  divertirte  en inventar  un  montaje semejante  precisamente  conmigo?

MUJER.
Te recuerdo que la culpa es sólo tuya.

HOMBRE.
¿Mía, dices?

MUJER.
Pues sí. Te creíste en seguida. Yo te contaba y tú estabas ahí, pendiente,  escuchando todos los
detalles como un bobo. Es  más, incluso me provocabas, haciéndome  un  montón  de  preguntas..., ¡si nunca  tenías  bastante!

HOMBRE.
¡Qué te  parece! ¡Si hasta  te he ayudado! ¡Demasiado bonito!

MUJER.
Pues  así es. Y de este modo, a medida que te iba contando,   que  iba  fabricando  mi  personaje,  él crecía, crecía, y yo empecé a enamorarme,  a queda me con él...  Cuantas  más locuras contaba,  más me las creía yo misma. Como tú no has sabido darme una historia  hermosa,  digna,  gratificante, bueno,  pues  me la he dado yo misma... y maravillosa, aunque sólo fuera  imaginada.  Pero  luego, como  buen cabrón  que eres,  has llegado y me lo  has estropeado  todo de golpe, como siempre.

HOMBRE.
¡Lo que faltaba, si ahora voy a tener  yo la culpa! Por Dios,  Antonia,  con  tus  fantasías  me
has  trastornado..., por  poco  me  llevas  al  suicidio, a quedarme tieso  en  una  bañera, con
un  secador de  pelo en  la mano...  ¿y aún tengo que pedirte excusas?

MUJER.
No  creas que  basta  con  eso. Además,  tus excusas me importan un  bledo. ¡Dios  mío! Jamás  podré  perdonarte esta guarrada  que me has hecho. ¡Eres un elefante asqueroso,  un delincuente,  un asesino! Y ahora dime,  ¿a quién le contaré  mi historia  de amor..., si él ya no está?  Me he equivocado en todo. ¡Tenia que haber dejado que te metieses en la bañera, con llamarada  y todo!

HOMBRE.
Ja, ja, ¿pero quién pensaba meterse? Eres de una ingenuidad  repugnante,  Antonia. Has picado
como una tonta.

MUJER.
¿Cómo que he picado?  ¿Con qué?

HOMBRE.
Con el cuento  de mi suicidio.

MUJER.
¿Era  un cuento?

HOMBRE.
Pues claro, mujer. Yo también  he interpretado mi papel. Dime la verdad, ¿a que yo también soy un
buen actor dramático?

MUJER.
Ya, ahora intentas  darle la vuelta a la tortilla, y te las das  de listo...,  pero hace  poco,
cuando  llenaste  la bañera,  ya lo  creo que  te molestaba, nada de interpretación,  ni de cuentos...

HOMBRE.
Conque  no,  ¿eh?  Pues  entonces  mira el contador  de la luz. Está  parado. Acércate y mira. He  quitado  el automático,  aquí, ¿ves?  Mira, está  apagado. Y ahora,  ves, está  encendido...
Todo  por  la  representación, no  pensarás que  quería quemarme  vivo en serio...

MUJER.
¿Lo has fingido todo?

HOMBRE.
Pues sí, y ha sido muy divertido, ja, ja. Y tú bien que has  picado,  tontona.

MUJER.
Conque  tontona,  eh..., y cuando yo contaba lo del profesor, tú ya lo habías entendido...

HOMBRE.
Pues claro. Nunca  me lo he llegado a creer.

MUJER.
Y has permitido  que yo me lanzase a tumba  abierta...

HOMBRE.
Pues  sí, te  he dado cuerda..., aunque  por  un momento casi conseguiste  convencerme de que
era  verdad. De todos modos, tengo que darte las gracias. Ha sido un  espectáculo  magnífico, me lo
he pasado estupendamente. ¡Vaya fantasía! Un profesor de física rockero,  ¡lo  que hay que oír!

MUJER.
Eres  un sinvergüenza. ¡Yo  matándome  para impedírtelo,  y  era  todo  mentira!  ¡Cerdo,  asqueroso, canalla!

HOMBRE.
Eurania..., perdóname,  te he pedido  perdón... ¿Cómo era esa canción?  (Canta muy exagerado.) «En
el dial de  mis pensamientos...»

MUJER.
Eres  un  infame  bastardo.  (Suena  el  portero automático  mientras el hombre sigue cantando.)

MUJER.
(Contesta.)  ¿Sí?

Voz.
Antonia, soy yo. ¿Te falta  mucho?

MUJER.
No, ya estoy. Bajo en seguida.

HOMBRE.
¿Quién  es, Antonia?  (Canta.)

MUJER.
Es  para  mí.

HOMBRE.
¿Pero  quién  es?

MUJER.
Pues   quién   quieres  que  sea,  querido, el  profesor rockero.

HoMBRE.
¿El?  ¿El  premio  Nobel?  ¿Superman?   ¿Entonces  existe?  ¡¡¡Existe!!!                                                              

(El  HOMBRE  coge el  secador  y corre al baño.  Entra. Se oye una gran explosión llamarada.)

MUJER.
¡¡¡Oh,  nooooooo!!!