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25/2/15

Resumen del método José-Luis García Barrientos

Resumen del método
José-Luis García Barrientos

 El lector interesado encontrará
el verdadero discurso del método en mi libro Cómo se
comenta una obra de teatro, sus fundamentos en Drama y
tiempo y Teatro y ficción, y un ensayo de aplicación a obras
de distintas épocas y culturas en Análisis de la
dramaturgia. 1

Para ser coherente, un método de análisis necesita
basarse en una teoría que sea a su vez coherente. La que
sirve de fundamento al mío es la dramatología, que defino,
con base en el concepto aristotélico de modo de imitación,
como la teoría del modo teatral de representar ficciones.
Este modo, que es el de la actuación o el drama, se opone
al otro (único) modo, que es el de la narración e incluye al
cine. El rasgo distintivo es el carácter mediado (o no) de la
representación. El narrativo es el modo «mediato», con la
voz del narrador o el ojo de la cámara como instancias
mediadoras constituyentes. El dramático es el modo «in-


1
José-Luis García Barrientos: Cómo se comenta una obra de teatro.
Ensayo de método, Síntesis, Madrid, 2007 3 ; Drama y tiempo.
Dramatología I, CSIC, Madrid, 1991; Teatro y ficción. Ensayos de
teoría, Fundamentos, Madrid, 2004; José-Luis García Barrientos (dir.):
Análisis de la dramaturgia. Nueve obras y un método, Fundamen-
tos, Madrid, 2007.




mediato», sin mediación: el mundo ficticio se presenta
–en presencia y en presente– ante los ojos del espectador.
La dramaturgia, término tan abusivamente polisémico hoy,
puede definirse así con precisión como la práctica del modo
de representación teatral. Y el dramaturgo, como el
hacedor de dramas, o sea, el responsable de la drama-
turgia.
Defino el teatro como espectáculo por la situación
comunicativa y por la convención representativa que le
son propias. De la situación teatral resultan los cuatro
elementos necesarios y suficientes para que se produzca
el teatro: unos actores frente a un público en un espacio y
durante un tiempo; elementos que serán en consecuencia
los cuatro pilares del método analítico. Por su parte, la
convención teatral «dobla» cada elemento representante
(real) en «otro» representado (ficticio). Aunque resulte más
difícil de apreciar, el público también se desdobla, lo mismo
que el actor en personaje o el espacio y el tiempo reales en
otros ficticios.
El modelo de comunicación que mejor da cuenta del
teatro así concebido no es de tipo lineal («yo
tú» o
«emisor
receptor»), sino triangular, como cuando
hablan dos interlocutores y una tercera persona asiste
como observador; más aún, como cuando aquellos hablan
en realidad «para» esta. Es lo que suele denominarse la
«doble enunciación» teatral. Se trata de un modelo comuni-
cativo definido por dos líneas perpendiculares: aquella en
la que interactúan los actores/personajes y aquella en que
esa actuación se orienta a (es para) el público. Ni que decir
tiene que esta segunda dirección es la genuinamente
«teatral».
Consecuentes con lo anterior, importa entender el drama
como el contenido, esto es, la cara representada o ficticia
del teatro, pero condicionada, o mejor, configurada por 
modo de representación; y definirlo en relación a las otras
dos categorías que integran el «modelo dramatológico»: la
fábula, o sea, la historia o el argumento, el mundo ficticio
sin condicionamiento modal, considerado independiente-
mente de su disposición representativa, y la escenificación
o puesta en escena, que engloba el conjunto de los
elementos reales representantes. El drama es así la fábula
escenificada, el argumento dispuesto para el teatro, la
estructura que la puesta en escena imprime al universo
ficticio que representa. Este modelo teórico, con la
distinción entre los planos diegético (perteneciente a la
fábula), escénico (a la escenificación) y dramático (a la
relación o el encaje entre los dos anteriores) es la piedra
angular de la teoría.
Si bien se mira, el drama así definido es una categoría
común al texto y a la representación. Por tanto la teoría y
el método de análisis, que lo son precisamente del
«drama», deberían dar cuenta por igual del uno y de la
otra. Desde una concepción del teatro como espectáculo y
del drama como teatro, propongo entender los textos como
«documentos» del teatro, aunque siempre de carácter
parcial, pues no hay manera de textualizar la entera
experiencia intersubjetiva que es un espectáculo teatral,
vivo, actuado. Entre los muchos y variados textos útiles
para documentar el teatro, y aplicando el modelo
dramatológico, defino el texto dramático como la
transcripción de un drama, es decir, de las pertinencias
dramáticas de un espectáculo teatral efectivo. Frente a
este objeto puramente teórico, posterior a la representación
teatral y dependiente de ella, se impone definir el objeto
real que leemos en for ma de libro, que integra el
correspondiente género literario y es por lo general anterior
a las representaciones y en alguna medida independiente
de ellas. Es lo que entiendo por obra dramática y define
como la codificación literaria (pero ni exhaustiva ni
exclusiva) del texto dramático que transcribe un drama
virtual o imaginado. La autonomía literaria (relativa), es
decir, el acceso al drama por la lectura, así como sus
característicos defectos y excesos de dramaticidad
diferencian a la obra del texto dramático.
Sobre estas bases, expuestas de forma sumarísima y
por tanto brutal, me parece posible construir un modelo
de análisis con visos de coherencia. Tras una primera
consideración introductoria de la estructura textual o
lingüística del drama y de los aspectos generales de la
ficción dramática que pueden resultar útiles para el
análisis, examinaremos las posibilidades que ofrece al
modo dramático de representación cada uno de los cuatro
elementos «fundamentales» del teatro, el tiempo, el
espacio, el personaje (actor y papel) y la recepción, que
prefiero denominar «visión» para subrayar el carácter
primordialmente visual del teatro y que es el aspecto del
público que considero pertinente para la dramatología y
la dramaturgia.

1. Escritura, dicción y ficción
A. Estructura textual del drama (Escritura y dicción)
1.1. Texto y paratexto
La inmediatez del drama determina la estructura,
peculiar, que es común al texto y a la obra dramática y
consiste en la superposición de dos subtextos nítidamente
diferenciados e impermeables entre sí, el del diálogo y el
de la acotación. El peso relativo de cada uno de ellos varía
según épocas, culturas, autores y obras.
De acuerdo con el significado del prefijo «para-» (junto
a), llamamos paratexto a cuanto pueda acompañar, fuera
de sus límites, al texto, que es la suma de diálogos y
acotaciones (y nada más). Atendiendo a la autoría de estos
«añadidos», conviene distinguir el paratexto autorial,
debido al mismo autor, del crítico, fruto de editores,
estudiosos, etc.; y en cuanto a la posición, los paratextos
preliminar, interliminar y posliminar, como el prólogo, las
notas a pie de página y el epílogo, respectivamente. La
frontera entre texto y paratexto es nítida, aunque en
ocasiones pueda parecer problemática. El sujeto de la
enunciación del paratexto es el autor o el crítico reales; el
de los diálogos, cada personaje; la acotación no tiene.


1.2. Acotación
La acotación puede definirse como la notación de los
componentes extraverbales y paraverbales de la
representación, efectiva o imaginada, de un drama. Como
consecuencia de la inmediatez dramática, la acotación es
pura escritura «indecible», enunciación sin sujeto, lenguaje
radicalmente impersonal y reducido a la función
representativa (o sea, impermeable, entre otras, a la
función poética). Atendiendo precisamente a su referencia,
cabe distinguir acotaciones espaciales (decorado),
temporales (ritmo), sonoras (música) o personales; que a
su vez pueden ser nominativas, paraverbales (entonación),
corporales –de apariencia (vestuario) y de expresión
(gesto)–, psicológicas (sentimiento) u operativas (acción).
Más enjundia tiene la distinción funcional, basada en el
modelo dramatológico, entre las acotaciones genuinamente
dramáticas (las únicas que admite el texto dramático),
que refieren al drama, o sea, al encaje de la fábula en la
escenificación, y las extradramáticas (que puede presentar
la «obra»), porque refieren, bien a la pura fábula (diegéticas
o literarias), o bien a la pura escenificación (escénicas o
técnicas). Cabe todavía llamar metadramáticas a las del
tipo «tragedia en dos actos», por ejemplo, que refieren al
drama en cuanto drama o a la representación en cuanto
representación.


Diálogo
El diálogo es el componente estrictamente verbal del
drama, dicho en la representación y transcrito (simplificado
e incompleto) en el texto. La inmediatez modal se traduce
en el dominio de lo que cabría llamar «estilo directo libre»,
sin régimen o mediación de ningún tipo, en la plenitud
funcional (y personal) del lenguaje; lo mismo que ocurre
en la conversación «real», de la que es el trasunto literario
más fiel. Relevante para el análisis del diálogo dramático
es la cuestión del estilo (nivel o registro), con las
posibilidades básicas de la unidad, exigida en las
dramaturgias clasicistas, y del contraste, recurso muy
eficaz para caracterizar a los personajes o como fuente de
comicidad, etc. Lo mismo puede decirse del «decoro», en
sentido retórico, es decir, de la armónica concordancia de
los elementos del discurso entre sí y con los que definen la
situación comunicativa, como el carácter del personaje o
la situación en que se encuentra. La falta de decoro puede
producirse por incompetencia, pero también como
deliberado recurso expresivo. No cabe aquí más que aludir
a la relación entre diálogo teatral y verso, fecunda, vista
desde la historia, y fascinante, desde la teoría.
En la línea comunicativa en la que interactúan los
actores/personajes, lo único que cabe es confirmar la
presencia de todas las funciones del lenguaje, lo mismo
que en la vida. Por eso lo pertinente me parece examinar
las funciones «teatrales» del diálogo, que se dan en la línea
perpendicular que apunta al público: no cómo hablan los
actores/personajes entre sí, sino para qué dicen lo que dicen
(en definitiva al público). Las dos fundamentales son la
dramática, el diálogo como forma de acción, cuando el
decir es un hacer, y la caracterizadora, orientada a
proporcionar información para construir el carácter de los
personajes. Opcionales son la poética, en el sentido de
Jakobson, exclusiva de esta dimensión; la diegética o
narrativa, cuando se informa directamente de la fábula
(escenas de exposición, relatos de mensajero) y la
ideológica o didáctica, al servicio de la exposición de ideas.
Más particular y reducida, la metadramática da cuenta
del diálogo que habla del propio drama.
Formas peculiares del diálogo (discurso) dramático son:
el coloquio o diálogo entre interlocutores, del que importa
el número de estos, la extensión de las réplicas o
parlamentos, con modelos persistentes como la «antilogía»
o duelo verbal y la «esticomitia» (un verso o igual medida
para cada réplica); el soliloquio, diálogo sin interlocutor,
convención específicamente teatral, con el público como
auténtico destinatario; el monólogo o diálogo de cierta
extensión sin repuesta verbal considerable del interlocutor;
el aparte, diálogo que convencionalmente se sustrae a la
percepción de algunos personajes (no a la del público) y
puede producirse en coloquio, en soliloquio y «ad
spectatores»; y la apelación al público, «dramática» (del
personaje) o «escénica» (del actor).


B. Ficción dramática
Para el estudio del drama en su conjunto o de la acción
teatral en sentido amplio, sigue siendo fundamental la
Poética de Aristóteles. El «modelo actancial» (Greimas),
con las oposiciones binarias entre los seis actantes (Sujeto-
Objeto, Destinador-Destinatario, Ayudante-Oponente),
aunque útil en ocasiones y siempre que se aplique con
rigor, queda, por su carácter transmodal, fuera de nuestro
modelo analítico.


1.4. Situación, «acción», suceso
Entendemos por situación la constelación de fuerzas
(sobre todo las relaciones entre los personajes) en un
momento dado del devenir dramático. La «acción», en
sentido estricto, es la actuación que intencionadamente
produce un cambio de situación. Llamamos suceso a la
actuación que no altera la situación, por falta de intención,
de capacidad o de posibilidad. Cabe entender el drama o
la ficción dramática como una secuencia de acciones y/o
sucesos.

1.5. Estructura
Es notable la estabilidad que presenta la estructura de
la ficción dramática –pero dentro de la forma «cerrada» (v.
1.9)– desde la teoría aristotélica, basada en los principios
de «unidad» e «integridad» (con principio, medio y fin) de
la acción. Del último se sigue la estructura básica,
tripartita: prótasis (planteamiento), epítasis (nudo) y
catástrofe (desenlace). De ella derivan otras canónicas: la
de cinco actos resulta de la división en las mismas tres
partes de la epítasis; la de cuatro, de la división del nudo
en dos (principio y medio), como en Escalígero (epítasis y
catástasis); la de dos, tan frecuente hoy, por simplificación
de la anterior.


1.6. Jerarquía
Cuando, en el ámbito también de la unidad de acción o
la forma cerrada, se dan varias líneas de acción, el análisis
debe distinguir la acción principal de las diferentes
acciones secundarias y estudiar las relaciones que
contraen entre sí, relaciones que estaban estrictamente
codificadas en el clasicismo francés, por ejemplo.

1.7. Grados de (re)presentación
El grado de presencia de cualquier elemento dramático,
en este caso de las acciones, es una categoría exclusiva
del modo dramático y que afecta por igual a tiempo, espacio
y personaje. Permite distinguir las acciones escenificadas,
visibles o patentes de las meramente aludidas o ausentes
y, en un grado intermedio, de las sugeridas o latentes, o
sea, invisibles pero presentes, como el crimen de
Agamenón.


1.8. Secuencias
Importa identificar las unidades en que se presenta
segmentado o se puede segmentar un drama: actos son
las secuencias mayores atendiendo a la acción (v. 1.5) y
sus límites suelen estar marcados en el texto y en la
representación; cuadros, las unidades espacio-temporales,
delimitadas por un cambio de lugar o de tiempo; escenas,
las unidades de «configuración» (v. 4.2), o sea, las
secuencias definidas por la presencia de los mismos
personajes.



1.9. Formas de construcción
Es útil distinguir dos formas ideales, dos polos o
tendencias en la construcción de dramas: la forma cerrada
o «dramática» (con redundancia significativa), regida por
los principios de unidad, integridad y jerarquía, sobre todo
de las acciones, pero también de los personajes y hasta
de la temática y el lenguaje; y la forma abierta, «épica» o
narrativa, muy variada, definida sobre todo por contravenir
los principios de la cerrada: libertad, variedad, desarrollo
lineal, etc.


1.10. Tipos de drama
Atendiendo al elemento de la construcción dramática
al que se subordinan todos los demás, resultan tres
posibilidades: el drama de acción (Edipo rey), el drama
de personaje (El avaro de Molière) y el drama de ambiente
(El campamento de Wallenstein de Schiller, los sainetes
de Arniches), más raro, pues lo que en la mayoría de los
casos sirve de telón de fondo, la ambientación histórica,
social, etc., pasa en él al primer plano.




2. Tiempo

2.1. Planos
El estudio del tiempo dramático se basa en la
concepción del mismo como el plano artístico (artificial)
en el que se resuelve la relación (el encaje) entre dos planos
temporales distintos, el ficticio de la fábula representada
o tiempo diegético y el real de la escenificación o tiempo
escénico. Todas las demás categorías se basan en la
distinción de estos tres planos.


2.2. Grados de (re)presentación
Se trata de una categoría específicamente dramática,
sin equivalente en el modo narrativo, con la distinción entre
el tiempo patente o escenificado (al que asisten los
espectadores), el tiempo latente o sugerido (como las
elipsis, partes escamoteadas u ocultas del tiempo de la
acción) y el tiempo ausente o meramente aludido (fuera
del tiempo de la acción). No habrá drama en que el análisis
de esta categoría carezca de resultados. En términos
generales, puede decirse que cuanto más cerrada o
«dramática» sea la estructura, más rendimiento será
posible obtener de este recurso tan genuinamente teatral.


2.3. Estructura
La estructura temporal de cualquier drama no puede
ser en teoría más sencilla: una secuencia de escenas
temporales, es decir, de bloques de acción dramática con
desarrollo continuo, unidas (o separadas) entre sí por
diversos tipos de nexos temporales. Puede representarse
así: E SCENA 1 + N EXO 1 + E SCENA 2 + N EXO 2... etc. De
forma que la estructura «mínima» será la del drama con
una sola escena temporal (y ningún nexo). En el interior
de una escena temporal se da, en principio, salvo
variaciones de lo que llamaré después «velocidad», la más
perfecta isocronía entre el tiempo diegético y el escénico.
Los nexos pueden consistir en una «interrupción» de la
representación o bien en una «transición» que rompa solo
–mientras aquella continúa– la continuidad temporal.
Según el nexo esté vacío o lleno de contenido diegético, es
decir, implique una detención o un salto en el tiempo de la
fábula, distinguimos la pausa o interrupción vacía (con
detención), la elipsis o interrupción llena (con salto), la
33suspensión o transición vacía (con detención) y el resumen
o transición llena (con salto). La elipsis es el más frecuente
con mucho de los nexos; la pausa, siendo menos frecuente,
es un nexo genuinamente dramático; el resumen y la
suspensión son más impuros y raros en el drama.


2.4. Orden
En cuanto al orden temporal, además de la posibilidad
de la acronía, que resulta de la indeterminación o la
inexistencia de una ordenación temporal de las escenas
en la fábula, lo característico del modo dramático, al
contrario de lo que ocurre en el modo narrativo, es la
escrupulosa ordenación cronológica de las escenas,
aunque son posibles y ciertamente infrecuentes las dos
formas de romper la cronología, la regresión y la
anticipación; se entiende que representadas, no
meramente verbales.


2.5. Frecuencia
Por frecuencia entenderemos la relación entre las
ocur rencias de un fenómeno en la fábula y en la
escenificación, de tal manera que, además de la
posibilidad no marcada y abrumadoramente frecuente, la
del drama «singulativo» (lo que ocurre una sola vez en la
historia se escenifica una sola vez), hay que considerar
las posibilidades de la repetición dramática (lo que ocurre
una vez en la fábula se escenifica más de una vez) y de la
iteración dramática (se escenifica de una vez lo que se
repite varias veces en la fábula). Curiosamente, este último
procedimiento de síntesis, elemental en el lenguaje y (por
eso) básico en el otro modo de representación, el narrativo,
presenta en el drama un carácter altamente problemático,
que permite poner en duda que sea posible una iteración
verdaderamente dramática, es decir, representada, no
meramente verbal. De hecho, no conozco más que una obra
que se acerque bastante a la realización de esa posibilidad,
aunque al análisis detallado se revele como un drama en
realidad «pseudoiterativo»: La larga cena de Navidad de
Thornton Wilder.



2.6. Duración
La duración absoluta o extensión se refiere al tiempo
de la acción, es decir, a la suma de los tiempos patentes y
latentes, y es la afectada por la regla de la unidad de
tiempo en las preceptivas clasicistas, aunque desde el
punto de vista teórico no parece admitir limitación alguna.
La duración relativa indica relación entre las duraciones
de la fábula y la escenificación, y se denomina «velocidad»
si se mide en el interior de una escena temporal y «ritmo»
si se mide en una secuencia de escenas, por lo general en
la obra toda. La velocidad normal es por definición la
isocronía, es decir, la igualdad (y la coincidencia punto
por punto) entre el tiempo representante y el representado;
pero caben excepcionalmente alteraciones, tanto de la
velocidad («externa») de ejecución, ralentizada o acelerada
(esta última con carácter problemático), como de la
velocidad («inter na») significada, que puede ser
condensada (como en la escena primera de Hamlet, en
que transcurre toda una noche en unos minutos de
representación) o dilatada (como en La detonación de Buero
Vallejo). La posibilidad no marcada del ritmo, y la más
frecuente, es en cambio la intensión (Df>De); resulta
excepcional el ritmo inverso, la distensión (Df<De); y
también es rara, y artificial, la isocronía (Df=De), a no ser,
claro, en dramas que consten de una sola escena temporal.


2.7. Distancia
La distancia temporal (entre la localización en el tiempo
de la fábula y la de la escenificación o la escritura) puede
ser infinita, cuando el mundo ficticio se sitúa «fuera del
tiempo», y hablamos entonces de ucronía; retrospectiva, y
hablamos de drama histórico; cero o no distancia, en el
drama contemporáneo; o prospectiva, que da lugar al
drama futurario. Un drama puede combinar también dos
o más de las posibilidades anteriores, sucesivamente, y
hablamos entonces de policronía, o bien superponiéndolas
de forma simultánea, que es lo que cabe denominar en
rigor anacronismo.



2.8. Perspectiva
En cuanto a la perspectiva, el drama es el dominio de
la objetividad –por la inmediatez– de lo representado,
frente a la narración, que es –por su carácter mediado– el
dominio de la subjetividad representativa. Pero, aunque el
modo dramático se atiene casi por definición a la
perspectiva externa, no es imposible, aunque sí
excepcional (y problemático), el recurso a la perspectiva
interna, con la consiguiente interiorización del tiempo, que
puede ser explícita, si corresponde al «punto de vista» de
un personaje, o implícita si implica la figura de un
«dramaturgo» no representado al que atribuirla. Buero
Vallejo ha explotado exhaustivamente este recurso en su
teatro. En La detonación casi todo el tiempo es subjetivo,
interior a la mente del protagonista, Larra. Por otra parte,
aunque resulte tan extraña al drama, la perspectiva interna
(sobre todo implícita) se impone en muchas ocasiones
como la única explicación «lógica» para las anomalías de
construcción dramática (lo es, en rigor, para algo tan
normal como las elipsis).



2.9. Tiempo y significado
Si las categorías analíticas anteriores tienen algún
sentido, más allá del mero ejercicio formalista, intransitivo,
será el de contribuir a enriquecer o matizar nuestra
aprehensión del significado de las obras. Importa por eso
llamar la atención sobre la relación entre tiempo y
significado, relación característicamente volcada a lo
particular de cada obra (y de cada lector o espectador). En
términos generales poco más puede decirse sino que caben
todas las posibilidades que van de situar el tiempo en el
centro temático de la obra, o tematización, a utilizarlo
funcionalmente, como ingrediente imprescindible de la
construcción dramática, pero vaciándolo de significado, o
neutralización, pasando por los muy diversos grados de
semantización, que es la posibilidad más frecuente.



3. Espacio
3.1. Espacio de la comunicación
El encuentro en el teatro de dos tipos de sujetos, actores
y público, configura el espacio teatral ante todo como la
relación entre los espacios que ocupa cada uno de ellos.
Llamamos escena al espacio de los actores y sala al espacio
del público. La relación entre estos dos espacios, que no
tienen que estar arquitectónicamente prefijados, puede ser
de oposición (si existe o se ilumina la escena, se oscurece
o deja de existir la sala, y viceversa) o de integración, en
diferentes grados; y puede mantenerse fija o ser variable
a lo largo de un mismo espectáculo. En tres formas
fundamentales, de cuya combinación resultan todas las
demás, cristaliza la relación: la escena cerrada por tres
lados y abierta solo por uno a la sala (teatro a la italiana,
frontal, en T); la escena abierta parcial, que oculta un solo
lado y abre tres a la sala (teatro griego, semicircular, en
U); y la escena abierta total, rodeada completamente por
la sala (tipo circo o plaza de toros, circular, en O).


3.2. Planos
Como para el tiempo, en la distinción de los tres planos
espaciales correspondientes a cada una de las categorías
del modelo dramatológico (fábula, drama, escenificación),
se basa el estudio del espacio dramático, que hay que
entender como la relación entre el ficticio de la fábula o
espacio diegético y el real de la escenificación o espacio
escénico.


3.3. Estructura
Dos son las posibilidades básicas que en una obra de
teatro puede presentar el espacio dramático, o sea, el
encaje de los lugares del argumento en un(os) escenario(s):
a) el espacio único, manifestación de la conocida «unidad
de lugar», pero que no se limita a las dramaturgias
clasicistas, que es seguramente la posibilidad más
practicada en la historia de la literatura dramática y más
aún de los espectáculos, más proclives a ella todavía, y
en algún sentido la posibilidad más genuinamente
dramática; y b) los espacios múltiples, cuando el drama
se desarrolla en diferentes lugares, que pueden ocupar el
escenario sucesiva o simultáneamente. La posibilidad no
marcada, la más normal o frecuente es la de los espacios
sucesivos, que implican «mutaciones» o cambios de lugar
y por tanto dinamismo (teatro español del siglo de oro,
isabelino inglés, romántico, etc.); más limitado, por la
naturaleza de la percepción humana, y más delicado, es
el juego de los espacios simultáneos (teatro medieval,
expresionista, etc.). Pero lo importante será determinar el
«valor» de la estructura: no solo cuántos, sino sobre todo
cuáles y cómo son los lugares, cómo se presentan o se
suceden, cómo se relacionan entre sí y más aún con otros
elementos de la dramaturgia (desde luego el tiempo, pero
también los personajes o los temas, etc.)


3.4. Signos
Si atendemos a los medios de que se vale la
representación para significar teatralmente los lugares de
la acción, es decir, a los signos que sustentan la
escenificación del espacio argumental, notaremos que
todos los signos teatrales son capaces de representar
espacio. En primer lugar y con carácter primordial,
decorado, iluminación y accesorios constituyen el espacio
escenográfico, la representación de espacio (ficticio) con
espacio (real). En segundo lugar, los signos lingüísticos,
tanto la palabra como el tono (volumen, entonación, ritmo,
intensidad, acento, etc.) representan el espacio verbal, que
puede llegar a sustituir al escenográfico («decorado
verbal»). El espacio corporal resulta del conjunto de signos
que tiene como soporte el cuerpo del actor, tanto los de
expresión (mímica, gesto, movimiento), más dinámicos,
como los de apariencia (maquillaje, peinado, vestuario),
más estáticos. En fin, la música y los efectos de sonido
pueden también representar lugar constituyendo el espacio
sonoro.


3.5. Grados de (re)presentación
Esta categoría atraviesa todos los elementos del
análisis, las acciones y el tiempo, como hemos visto, y el
personaje, como veremos, presentando siempre la misma
triple posibilidad. Pero es en el espacio quizás donde su
rendimiento es mayor. El principio básico de la dramaturgia
del espacio se encuentra en la oposición entre el visible o
espacio patente y los espacios invisibles. De estos últimos
importa distinguir entre los que están en contacto o en
continuidad con el visible, que forman el espacio latente,
oculto, pero contiguo al que vemos, y el espacio ausente o
autónomo, for mado por los lugares separados e
independientes de los visibles. Lo más relevante de este
aspecto, genuina y exclusivamente dramático, es la
poderosa fuente de recursos artísticos que supone la
relación entre lo que ocurre, se dice, se hace o está dentro
y fuera de la escena, en el espacio visible o en el invisible
(por oculto o por ausente).


3.6. Distancia
Entre los aspectos de la distancia, que se resumen
luego, destacamos como pertinente para el espacio la que
llamo «interpretativa», que se refiere a los diferentes
«estilos» escenográficos para representar el espacio visible.
En el amplio abanico de posibilidades que van del máximo
ilusionismo a la máxima distancia, cabe establecer los
siguientes grados: 1) espacio icónico o metafórico, por
relación de analogía entre el espacio ficticio y el escenario,
que puede ser a su vez realista, si la semejanza es estricta
o detallada, aunque en diferentes grados, o bien estilizado,
también en distintos grados y tipos de deformación; 2)
espacio metonímico o indicial, en que la relación entre el
40lugar ficticio y el escenario es «natural» o responde a los
tipos de traslación por contigüidad propios de la metonimia
(parte-todo, causa-efecto, símbolo-simbolizado, etc.); y 3)
espacio convencional, en el polo de la máxima distancia,
que abarca las formas arbitrarias, por pura convención,
de representar el lugar ficticio, como el «decorado verbal»,
meramente significado con palabras. Esta clasificación
puede resultar útil para analizar un espectáculo, quizás
en menor medida un texto dramático, pero sobre todo el
paso del texto a la escenificación.



3.7. Perspectiva
Se puede aplicar al espacio lo dicho respecto al tiempo
en 2.8. La fundación de Buero Vallejo ofrece un buen
ejemplo del uso de la perspectiva espacial como recurso:
asistimos durante la obra a la transformación (a la vista
del público) del espacio subjetivo, tal como lo ve el
protagonista, Tomás, en el lugar objetivo o «real» al final,
es decir, al tránsito de la perspectiva interna explícita a la
externa. Y también algo tan normal como los cambios de
lugar, lo mismo que ocurría con las elipsis, implican en
definitiva, como única explicación lógica, el recurso a la
perspectiva interna implícita (del «dramaturgo»).

3.8. Espacio y significado
Vale lo dicho para el tiempo (2.9). La mayoría de las
obras presentarán un grado mayor o menor de
semantización del espacio, entre los dos extremos de la
tematización (La casa de Bernarda Alba de García Lorca)
y la neutralización (Fedra de Racine).


4. Personaje
Personaje
4.1. Planos
Los planos que se derivan del modelo dramatológico,
aplicados al sujeto actuante, dan como resultado la
distinción entre la persona escénica (el actor real), la
persona diegética (el personaje ficticio o «papel») y el
personaje dramático, que se define con propiedad como la
relación entre las dos anteriores: un papel encarnado en
un actor. Se diferencia así radicalmente del personaje
narrativo, solo ficticio, hecho solo de palabras. (En la «obra
dramática», el personaje es «encarnable» en un actor, lo
que tiene consecuencias, por ejemplo en su descripción, y
lo diferencia del narrativo.)

4.2. Estructura
El conjunto de los personajes dramáticos de una obra
constituye su reparto, término y concepto tan tradicional
como específicamente dramático: no hay reparto en una
novela. Se trata de un conjunto cerrado y tendencialmente
reducido, desde el mínimo de un solo personaje del
monólogo absoluto hasta repartos más o menos amplios,
y se caracteriza sobre todo por su carácter sistemático
(los personajes se inter relacionan formando una
«estructura») y jerarquizado (se disponen en distintos
niveles de importancia). La estructura personal del drama
se describe como una sucesión de diferentes
configuraciones, formada cada una por los personajes
dramáticos presentes, o, lo que es igual, como una
secuencia de «escenas», que son las unidades de
configuración (v. 1.8). Aunque es más importante su estudio
desde el punto de vista cualitativo, es pertinente el número

42de configuraciones (única o múltiple) de una obra o
secuencia, así como el número de personajes de cada
configuración, incluido el grado cero (escenario vacío): solo,
dúo, trío, cuarteto..., coral y pleno.

4.3. Grados de (re)presentación
Los tres grados de presencia del personaje resultan con
frecuencia tan importantes como los del espacio para la
dramaturgia. Patentes son los personajes que definimos
estrictamente como dramáticos, a la vez presentes y
visibles (porque entran en el espacio patente). Ausentes
(del aquí y el ahora de la acción) son los meramente
aludidos, correspondientes a los espacios autónomos.
Latentes son los que, estando presentes, no llegan a
hacerse nunca visibles; quedan ocultos y corresponden a
los espacios contiguos. Recurso central y clave del acierto
de la dramaturgia de La casa de Bernarda Alba es haber
hecho de Pepe el Romano un personaje latente (y sabemos
que Lorca barajó la posibilidad de hacerlo visible).

4.4. Caracterización
Carácter es el conjunto de atributos que constituyen el
contenido o la «forma de ser» de un personaje. El concepto
de caracterización pone en primer plano la cara artística
o artificial del personaje como constructo: es el proceso
mediante el que se le atribuyen a este la serie de rasgos
(físicos, psicológicos, morales, sociales) que lo
caracterizan. Los caracteres de un drama configuran un
«sistema», una red de relaciones en la que cada uno
encuentra su «valor». El carácter como paradigma (pero
que se va revelando o construyendo en el sintagma) resulta
de la tensión dialéctica entre unidad y multiplicidad o entre
predeterminación y espontaneidad. Por el grado de
caracterización, cabe distinguir, además del grado cero
(personajes sin carácter) correspondiente a las
personificaciones de ideas u otras entidades no personales,
los caracteres simples, «planos» o unidimensionales, de
los caracteres complejos, «redondos» o pluridimensionales.
Atendiendo a los cambios en la caracterización (raros en
el teatro), distinguimos los personajes de carácter fijo,
que mantienen siempre el mismo, de los de carácter
variable, que cambian de carácter «convirtiéndose» en otros
(Eduardo II de Marlowe); y hasta cabe la posibilidad,
muy particular, de un personaje que soporte distintas
caracterizaciones simultáneamente o carácter múltiple
(Enrico IV de Pirandello). Por fin, las técnicas de
caracterización pueden ser explícitas o implícitas, verbales
o extraverbales, reflexivas o transitivas. En estas últimas
es pertinente notar si se producen en presencia o en
ausencia del personaje objeto, y en el último caso, si antes
o después de su primera aparición.

4.5. Funciones
La función resalta la cara artificial del personaje y está
muy relacionada con el carácter (salvo deliberado recurso
a la discordancia). Cabe considerar las funciones
semánticas (véase 4.10); las pragmáticas o comunicativas,
con dos orientaciones, la del personaje-dramaturgo, con
modalidades bien conocidas como el portavoz del autor
(«raisonneur»), el presentador del universo ficticio y el
seudo-demiurgo, supuesto (y falso) creador del mundo
representado, como muchos mal llamados «narradores», y
la de personaje-público, como la que se da con frecuencia
en el coro clásico o en el gracioso del teatro español; y las
sintácticas o argumentales, que pueden ser particulares
44de tal o cual obra, genéricas, como el galán, la dama o el
mismo gracioso, y universales, como pretenden ser las del
modelo actancial (v. 1.B).

4.6. Personaje y acción
Precisamente atendiendo a la relación de subordinación
entre el carácter y la función del personaje, entre sus
facetas de ente y de agente, se pueden distinguir los
personajes sustanciales, en que lo segundo se subordina
a lo primero (El príncipe constante) y, viceversa, los
personajes funcionales (La dama duende); relación muy
parecida o la misma que se plantea, en otros términos,
entre personaje y acción (v. 1.10).

4.7. Jerarquía
Ya aludimos al carácter jerárquico de la relación entre
los personajes, propia quizás del ámbito de la ficción o de
las representaciones artísticas en general, pero que se
acentúa en el reparto dramático, por cerrado y reducido
pero también por espectacular (como en el cine). Por lo
general, se podrán distinguir los personajes dramáticos
principales de los secundarios, y entre los primeros, el
principal (Protagonista) del segundo (Deuteragonista), el
tercero (Tritagonista) y hasta el cuarto (Tetragonista). El
grado de importancia resulta de la conjunción de criterios
variados: temáticos, también morales, de cantidad de
texto, número de intervenciones, tiempo en escena,
impacto, lucimiento, etc.

4.8. Distancia
Atendiendo a la distancia temática (entre ficción y
realidad), distinguimos los personajes humanizados, de
talla humana, los idealizados, de naturaleza superior a la
humana, y los degradados, inferiores a la condición
humana (animalizados, cosificados). La distancia
interpretativa (entre actor y papel) ofrecerá distintos grados
entre los polos del máximo ilusionismo o identificación
hasta el de la máxima separación antiilusionista. Lo mismo
puede decirse de la distancia comunicativa (del público al
actor/personaje), a la que se refieren sobre todo los «efectos
de distanciamiento» de Brecht.


4.9. Perspectiva
Véase 2.8. Aunque con carácter excepcional, la
perspectiva interna puebla en ocasiones la escena de
personajes subjetivos. Tales son, por ejemplo, las Erinis
del final de Las Coéforas o el Espectro de Banquo de
Macbeth (si se hacen visibles al público); y la Libertad
soñada por el héroe en Egmont de Goethe o los personajes
del sueño de la Reina Catalina en La vida del rey Enrique
VIII de Shakespeare.

4.10. Personaje y significado
Véase 2.9. Lo mismo que el tiempo y el espacio, el
personaje puede añadir a las funciones vistas en 4.5 las
semánticas, que lo hacen también vehículo del significado
de la obra, en diferentes grados de semantización (mayor
en La casa de Bernarda Alba que en Luces de bohemia)
que van del mínimo del personaje neutralizado (Puck en
46El sueño de una noche de verano) al máximo del
tematizado (Harpagón, El avaro).

5. « «V
Visión»
5.1. Distancia
La distancia es una categoría estética que se mide entre
el plano representante y el representado de cualquier arte
u obra y que resulta inversamente proporcional a la ilusión
de realidad suscitada en el receptor (máxima en Las
Meninas, pequeña en el Guernica). Tiene una cara
objetiva, que depende de la obra, y otra subjetiva, que
depende del receptor (si miramos el marco del cuadro de
Velázquez o la pincelada de cerca, se dispara la distancia).
Cabe advertir la tendencia de cada uno de los modos hacia
cada uno de los polos de esta categoría: el narrativo a la
distancia (todo se representa con palabras); el dramático
a la ilusión de realidad (se representa espacio con espacio,
tiempo con tiempo, personas con personas). Por eso quizás
el relato cuenta con «efectos de realidad» y el teatro con
«efectos de distanciamiento». Pero lo que importa es
considerar la distancia dramática, que presenta tres
aspectos íntimamente relacionados y aplicables a cada
uno de los tres elementos analizados antes:
a) La distancia temática se mide entre la naturaleza
del mundo ficticio y la del real. Resulta especialmente clara
la personal, con la distinción entre personajes idealizados,
humanizados y degradados, como se vio en 4.8. La
temporal se mueve entre la ucronía o distancia infinita,
con la ficción fuera del tiempo, hasta la completa precisión
histórica de esta (distancia cero), con grados intermedios
de determinación. Y la espacial, lo mismo, entre la utopía
47y los distintos grados de determinación geográfica, hasta
la máxima precisión.
b) La distancia interpretativa separa las caras
interpretante e interpretada de los sujetos y objetos
teatrales. Aunque puede medirse en el texto, se determina
plenamente en la puesta en escena. Nos referimos antes a
la espacial (3.6), con la distinción entre los espacios icónico
realista, estilizado, metonímico y convencional. También
a la personal, desde la identificación ilusionista hasta la
distancia crítica entre las dos caras del «personaje
dramático», actor y papel, polos que constituyen
seguramente el centro de la teoría y la práctica del arte
del actor. La distancia temporal va también del ilusionismo
propiciado por representar tiempo con tiempo hasta la
distancia que se sigue de las libertades artísticas que se
toma el drama con el desarrollo temporal: continuidad,
orden, frecuencia, duración, etc. (v. 2).
c) La distancia comunicativa, muy compleja en el teatro,
es la que va del público al personaje (con su doble cara:
actor/papel) o de la sala a la escena (espacio también
doble: real/ficticio). Recordemos que el público también
se desdobla en real/ficticio y en ocasiones resulta
dramatizado, como en El tragaluz de Buero Vallejo. A este
aspecto se refiere la distancia temporal que tratamos en
2.7, con la distinción entre dramas histórico, contempo-
ráneo y futurario, policronía y anacronismo. La espacial
depende de factores como la distancia física y la forma de
relación, abierta o cerrada, entre sala y escena, también
(rozando con la temática y en paralelo con la temporal)
del grado de exotismo o familiaridad del lugar ficticio. La
personal depende decisivamente de los dos aspectos
anteriores, temático e interpretativo, pero también de otros
como el grado de caracterización.
El cálculo del grado de distancia o ilusionismo en una
obra resultará de integrar las mediciones parciales de cada
aspecto en cada elemento. Lo decisivo es que la recepción
teatral se resuelve siempre en una tensión irreductible,
siempre activa, entre ilusionismo y distancia, lo mismo en
el teatro que llama Brecht «épico» (que no prescinde del
ilusionismo, como expresamente reconoce él mismo) que
en el que denomina «aristotélico» (que no anula la
distancia).

5.2. Perspectiva
La perspectiva o «punto de vista» abarca los distintos
matices que presenta la cuestión de la objetividad y
subjetividad en el teatro. De una parte, el modo dramático
es el imperio de la objetividad como ausencia de mediación;
pero es a la vez el imperio de la intersubjetividad en cuanto
actuación (experiencia vivida por actores y público). La
tipología se reduce a la dicotomía entre perspectiva externa
(posibilidad no marcada: visión desde fuera: objetividad)
y perspectiva interna (posibilidad marcada: visión
compartida con un personaje: subjetividad), o bien entre
extrañamiento e identificación, de cara al receptor. La
perspectiva interna que llamaré explícita, la identificación
con el punto de vista de un personaje determinado, que
puede ser fija (con el mismo personaje siempre), variable
(con distintos personajes para distintos contenidos) o
múltiple (con varios personajes para el mismo contenido),
ya resulta problemática (sobre todo para el aspecto
sensorial) en el modo in-mediato, pero mucho más lo es la
que hay que llamar implícita y atribuir a un fantasmal
«dramaturgo», pues siendo una visión subjetiva, no
corresponde a la de ningún personaje. Las «alteraciones»
49o infracciones aisladas del tipo de perspectiva (interna)
pueden ser de dos tipos: la paralepsis, que ofrece más
información de la que permite la perspectiva impuesta, y
la paralipsis, que oculta infor mación per mitida.
Consideraremos cuatro aspectos en la perspectiva bien
diferentes.
a) La perspectiva sensorial es el aspecto primordial,
que afecta en sentido literal a la visión (y a la audición)
dramática. En relación con ella, la oposición modal es
nítida: la visión subjetiva encaja a la perfección y es
constitutiva en la narración; en el drama chirría siempre
por impropia, si no por imposible. Sin embargo, hay obras
que proponen una identificación con la percepción sensorial
subjetiva del personaje, sobre todo en lo visual
(ocularización), pero también a veces en lo auditivo
(auricularización), como en El sueño de la razón de Buero
Vallejo, autor que ha explotado sistemáticamente este
aspecto de la perspectiva, que es precisamente al que nos
referimos en los apartados anteriores (2.8, 3.7 y 4.9).
Todavía cabría hablar de endoscopía o endofonía,
atendiendo al carácter interior –sueño, imaginación, etc.–
del objeto de la visión o la audición. Ni que decir tiene que
el drama se atiene en lo sensorial, de forma natural y
abrumadoramente frecuente, a la perspectiva externa.
b) La perspectiva cognitiva rige el grado de
conocimiento que tienen de los hechos los personajes y el
público. Este juego de saberes es uno de los recursos más
íntimos y decisivos de la dramaturgia. En él encontramos
un mayor equilibrio entre perspectiva interna (ya sin los
problemas que plantea la sensorial) y externa, entre la
identificación del saber del público con el de un personaje
(singnosis) y su extrañamiento, bien porque sabe menos
que el personaje o bien porque sabe más. A lo largo de un
drama son posibles y frecuentes los cambios de perspectiva
cognitiva, de manera que muchas veces más significativo
que establecer la perspectiva dominante resulta estudiar
los «efectos» parciales de identificación o de extrañamiento,
como la ironía dramática (generalización de la «ironía
trágica»). Son muchas las obras en que resulta central este
aspecto: además de Edipo rey, la cima, El retablo de las
maravillas de Cervantes, El juego del azar y del amor de
Marivaux, Sola en la oscuridad de Frederick Knott, La
tetera de Miguel Mihura, etc.
c) La perspectiva afectiva, tan fundamental como la
anterior, es el aspecto más notorio, más vinculado a la
«catarsis» aristotélica y que más interfiere con la distancia.
La identificación y el extrañamiento emocionales, la
empatía y la antipatía, funcionan de forma muy sencilla y
clara: sufrimos o gozamos «con» el personaje positivo («el
bueno») y rechazamos o nos extrañamos del negativo («el
malo»). Queda patente el peso decisivo del componente
ético, como bien vio Aristóteles.
d) Por último, aunque muy mezclada con las anteriores,
se puede hablar de perspectiva ideológica, que implica la
cuestión de quién tiene razón y se resuelve en la misma
dicotomía entre identificación y extrañamiento, adhesión
o disensión, estar de acuerdo o en desacuerdo con tal o
tales personajes, incluso con la visión del mundo que se
desprende de la obra toda.

5.3. Niveles
Cabe distinguir en el teatro el nivel extradramático,
correspondiente al plano real de la escenificación, al actor,
por ejemplo; el (intra)dramático o plano de la ficción
primaria, del personaje representado por el actor; y el
metadramático, que abre las posibilidades de planos de
ficción secundarios, terciarios, etc., lo que implica
personajes representados por otros personajes, esto es,
«teatro dentro del teatro» en el grado que sea. Las fronteras
entre niveles son lógicamente infranqueables.
Entre los procedimientos metadiegéticos, de inclusión
de unas ficciones en otras, conviene diferenciar tres niveles
de pureza teatral. Metateatro es la forma genuina de teatro
en el teatro e implica una escenificación dentro de otra
(Hamlet, Seis personajes en busca de autor). Metadrama
es un concepto más amplio, que incluye el anterior y que
lo excede cuando el drama secundario no se presenta como
resultado de una escenificación, sino de un sueño, de las
palabras de un «narrador», de un experimento (como en El
tragaluz de Buero Vallejo), etc. Metadiégesis, es la
categoría que, incluyéndolas, excede a las anteriores
cuando la fábula de segundo grado, engastada en otra,
no llega a representarse ni como teatro ni como drama,
sino que es directamente narrada.
El nivel metadramático puede desempeñar, respecto
al dramático, funciones basadas en la relación sintáctica,
como la explicativa (de por qué se ha llegado a tal situación)
y la predictiva (que anticipa las consecuencias de la
situación); funciones por relación semántica, como la
temática (de analogía o contraste) y la persuasiva (con
consecuencias en el nivel dramático, como en Hamlet); y
también funciones por ausencia de relación entre los dos
niveles, como la distractiva y la obstructiva.
A la inversa, el nivel primario, cuando sirve de «marco»
al secundario, que resulta ser el principal, puede cumplir
respecto a este funciones, que son concurrentes, como la
organizadora, comunicativa (de presentación al público),
testimonial (sobre fuentes de información, precisión de
recuerdos, etc.) o comentadora.
Entre los recursos que los niveles ofrecen a la
dramaturgia, destaca el que llamamos metalepsis y
consiste en transgredir la lógica de los cambios de nivel;
por ejemplo, cualquier intrusión del actor (extradramático)
en el plano dramático, o del personaje dramático en el
metadramático, o viceversa. Además de la perspectiva y
la distancia, muchas de las categorías examinadas antes
(la función de personaje-dramaturgo, el aparte «ad
spectatores», etc.) tienen implicaciones en el juego de los
niveles representativos.