LA PAREDES OYEN
JUAN RUIZ DE ALARCÓN
Personas que hablan en ella:
- Don MENDO, galán
- Don JUAN, galán
- El DUQUE, galán
- El CONDE, galán
- LEONARDO, criado
- BELTRÁN, gracioso
- Doña ANA, dama viuda
- Doña LUCRECIA, dama
- CELIA, criada
- ORTIZ, escudero
- Otro ESCUDERO
- MARCELO, criado del duque
- FABIO, criado del duque
- Una MUJER
- Cuatro ARRIEROS
ACTO PRIMERO
Salen don JUAN, vestido llanamente, y
BELTRÁN
JUAN: Tiéneme desesperado,
Beltrán, la desigualdad,
si no de mi calidad,
de mis partes y mi estado.
La hermosura de doña Ana,
el cuerpo airoso y gentil
bella emulación de abril,
dulce envidia de Dïana,
mira tú, ¿cómo podrán
dar esperanza al deseo
de un hombre tan pobre y feo
y de mal talle, Beltrán?
BELTRÁN: A un Narciso cortesano,
un humano serafín
resistió un siglo, y al fin
la halló en brazos de un enano,
y, si las historias creo
y ejemplos de autores graves
--pues, aunque sirviente, sabes
que a ratos escribo y leo--
me dicen que es ciego Amor,
y sin consejo se inclina;
que la emperatriz Faustina
quiso un feo esgrimidor;
que mil injustos deseos,
puestos locamente en ella,
cumplió Hipia, noble y bella,
de hombres humildes y feos.
JUAN: Beltrán, ¿para qué refieres
comparaciones tan vanas?
¿No ves que eran más livianas
que bellas esas mujeres,
y que en doña Ana es locura
esperar igual error,
en quien excede el honor
al milagro de hermosura?
BELTRÁN: ¿No eres don Juan de Mendoza?
Pues doña Ana ¿qué perdiera
cuando la mano te diera?
JUAN: Tan alta fortuna goza,
que nos hace desiguales
la humilde en que yo me veo.
BELTRÁN: Que diste en el punto, creo,
de que proceden tus males.
Si Fortuna en tu humildad
con un soplo te ayudara,
a fe que te aprovechara
la misma desigualdad.
Fortuna acompaña al dios
que amorosas flechas tira;
que en un templo los de Egira
adoraban a los dos.
Sin riqueza ni hermosura
pudieras lograr tu intento;
siglos de merecimiento
trueco a puntos de ventura.
JUAN: Eso mismo me acobarda.
Soy desdichado, Beltrán.
BELTRÁN: Trocar las manos podrán
Fortuna y Amor. Aguarda.
JUAN: Si a don Mendo hace favor,
¿qué esperanza he de tener?
BELTRÁN: En ése echarás de ver
que es todo fortuna amor.
A competencia lo quieren
doña Ana y doña Teodora;
doña Lucrecia lo adora;
todas, al fin, por él mueren.
Jamás el desdén gustó.
JUAN: Es bello y rico el mancebo.
BELTRÁN: ¡Cuánto mejor era Febo!
Y Dafnes lo desdeñó.
Y, cuando no conociera
otro en perfección igual,
aquesto de decir mal
¿es defecto como quiera?
JUAN: Y ¿no es eso murmurar?
BELTRÁN: Esto es decir lo que siento.
JUAN: Lo que siente el pensamiento
no siempre se ha de explicar.
BELTRÁN: Decir...
JUAN: Que calles te digo;
y ten por cosa segura
que tiene, aquél que murmura,
en su lengua su enemigo.
BELTRÁN: Entre tus desconfïanzas,
en su casa entrar te veo;
sin duda que el gran deseo
engaña tus esperanzas.
Veste en desierto lugar,
y no cesas de dar voces,
y, aunque tu muerte conoces,
nadas en medio del mar.
JUAN: Lo que en gran tiempo no ha hecho,
hace Amor en solo un día,
venciendo al fin la porfia.
BELTRÁN: Que te sucede sospecho
lo que al tahur, que en perdiendo,
solamente con decir
"¡que no sepa yo gruñir!"
está sin cesar gruñendo.
Tú dices que desesperas;
y, entre el mismo no esperar,
nunca dejas de intentar.
¿Qué más haces cuando esperas?
¿Tú piensas que el esperar
es alguna confección
venida allá del Japón?
El esperar es pensar
que puede al fin suceder
aquello que se desea;
y, quien hace porque sea,
bien piensa que puede ser.
JUAN saca una carta
JUAN: Pues si con esta invención
en su desdén no hay mudanza,
aunque viva mi esperanza
morirá mi pretensión.
BELTRÁN: El mercader marinero,
con la codicia avarienta,
cada vïaje que intenta
dice que será el postrero.
Así tú, cuando imagino
que desengañado estás,
ya con nuevo intento vas
en la mitad del camino.
Mas dime. ¿Qué te ha obligado
a tratar esta invención
para mostrar tu afición
pudiendo, con un crïado
de su casa, negociar
lo que tú vienes a hacer?
JUAN: No he de arriesgarme a ofender
a quien pretendo obligar;
que, como es tan delicada
la honra, suele perderse
solamente con saberse
que ha sido solicitada.
Y así, del murmurador
pretendo que esté segura
mi desdicha o mi ventura,
su flaqueza o su valor;
que aun a ti mismo callado
estos intentos hubiera,
si en ti, Beltrán, no tuviera
más amigo que cesado.
BELTRÁN: ¿Toda esta casa, don Juan,
a una mujer aposenta?
JUAN: Seis mil ducados de renta,
¿qué alcázar no ocuparán!
BELTRÁN: Celia es ésta.
Sale CELIA
CELIA: ¿Qué mandáis,
señor don Juan?
JUAN: Celia mía,
besar las manos querría,
si licencia me alcanzáis,
a mi señora doña Ana.
CELIA: Que será imposible entiendo;
porque se está previniendo
para partirse mañana
a una novena en Alcalá.
JUAN: ¿De la corte se desvía
cuando el celebrado día
de San Juan tan cerca está?
CELIA: Para los tristes no hay fiesta.
JUAN: Pues, Celia, verla me importa.
La visita será corta;
sólo le quiero dar ésta
que le ha venido en un pliego,
y me dice quien la envía
que sólo de mí confía
el darla.
CELIA: Yo salgo luego.
Vase CELIA
BELTRÁN: No hay pobre con calidad:
si un villano rico fueras,
a fe que nunca tuvieras
en verla dificultad.
JUAN: Si ella está tan de camino,
que es justa la excusa creo.
BELTRÁN: "Lo que con los ojos veo..."
JUAN: Malicioso desatino.
BELTRÁN: ¿Cuánto va que no la ves?
JUAN: De no alcanzar no se ofende
quien lo difícil emprende.
Mas doña Ana es muy cortés.
BELTRÁN: Y agora ¿qué hemos de hacer?
Que ella se parte a Alcalá.
JUAN: En tanto que ausente está,
aguardar y padecer
BELTRÁN: Bueno fuera acompañarla.
JUAN: Si como quien soy pudiera,
forzoso el hacerlo fuera,
si así entendiese obligarla;
mas ni me ayuda el poder.
ni ella lo agradecería,
por la nota que daría
si se llegase a entender,
BELTRÁN: Ella sale.
JUAN: Di, Beltrán,
que la Aurora bella y clara.
Salen Doña ANA, viuda, y CELIA, y habla a
CELIA aparte
ANA: ¡Ay, Celia, y qué mala cara
y mal talle de don Juan!
JUAN: Aunque me dijo, señora,
Celia vuestra ocupación
--Con que fuera más razón
el no estorbaros agora--,
Dale la carta
la importancia contenida
en esta carta que os doy,
me disculpa.
ANA: Nunca estoy,
señor don Juan, impedida
para recibir merced
de tan noble caballero.
JUAN: Vuestro soy. Respuesta espero.
Si sois servida, leed.
ANA: Ser descortés me mandáis.
JUAN: Leed, que importa una vida
que cerca está de perdida
si remedio no le dais.
ANA: Si está su defensa en mí,
la pena y temor dejad.
JUAN: El caso es grave. Mandad
que estemos solos aquí;
que tenemos que tratar,
y el secreto es importante.
ANA: Dejadnos solos.
BELTRÁN: (Amante Aparte
fué el inventor de engañar.)
Vanse BELTRÁN y CELIA
JUAN: Pues contigo solo estoy,
porque mi recato veas,
Va a leer doña ANA, y detiénela
oye, señora: no leas;
que la carta viva soy.
Que me atreva, no te altere,
pues estoy solo contigo,
y un agravio sin testigo
al punto que nace muere.
Desde que la vez primera
vi la luz de tu arrebol
dos veces la ha dado el sol
a los signos de su esfera.
Como al que el rayo tocó
de Júpiter vengativo,
por gran tiempo muerto, vivo
en un instante quedó;
como aquel que la cabeza
de la Gorgona miraba,
por un peñasco trocaba
la humana naturaleza;
tal en viéndote me veo,
tan absorto y admirado,
que en admirarme ocupado,
no doy lugar al deseo;
que esos divinos despojos
tanta gloria me mostraron,
que al punto me arrebataron
toda el alma por los ojos.
ANA: Tened, don Juan. Eso ¿para
todo en que amor me tenéis?
JUAN: No, porque ya lo sabéis,
y en vano el tiempo gastara.
ANA: ¿En que os morís?
JUAN: No, señora,
pues ni en morir parará;
que en el alma vivirá
el amor que os tengo agora.
ANA: ¿Pára en pedirme que os quiera?
JUAN: Ni llega, señora, ahí,
que no hay méritos en mí
para que a tal me atreviera.
ANA: Pues decid lo que queréis.
JUAN: Quiero... Sólo sé que os quiero,
y que remedio no espero,
viendo lo que merecéis.
Como el mísero doliente,
en el lecho fatigado,
a cualquier parte inclinado
los mismos dolores siente.
y, por huir del tormento,
que en cada lado es mayor,
busca alivio a su dolor
en el mismo movimiento.
Así yo con mi cuidado
vengo a vos, dueño querido,
no de esperanza inducido,
sino de dolor forjado,
por no morir con callarlo,
no por sanar con decirlo;
que es imposible el sufrirlo
como lo es el remediarlo.
Y así, no os ha de ofender
que me atreva a declarar,
pues va junto el confesar
que no os puedo merecer.
ANA: ¿Queréis más?
JUAN: ¿Qué más que a vos?
Si entender queréis mi estado,
en que os quiero está cifrado.
ANA: Pues, señor don Juan, adiós.
JUAN: Tened. ¿No me respondéis?
¿De esta suerte me dejáis?
ANA: ¿No habéis dicho que me amáis?
JUAN: Yo lo he dicho, y vos lo veis.
ANA: ¿No decís que vuestro intento
no es pedirme que yo os quiera,
porque atrevimiento fuera?
JUAN: Así lo he dicho y lo siento.
ANA: ¿No decís que no tenéis
esperanza de ablandarme?
JUAN: Yo lo he dicho.
ANA: ¿Y que igualarme
en méritos no podéis,
vuestra lengua no afirmó?
JUAN: Yo lo he dicho de ese modo.
ANA: Pues, si vos lo decís todo,
¿qué queréis que os diga yo?
Vase doña ANA
JUAN: ¡Oh! venga la muerte, acabe
con vida tan desdichada,
que sólo puede su espada
remediar pena tan grave.
¿Qué delito cometí
en quererte, ingrata fiera?
¡Quiera Dios!... Pero no quiera;
que te quiero más que a mí.
Salen CELIA y BELTRÁN
CELIA: ¡Ah, desdichado don Juan!
BELTRÁN: Ayúdale.
CELIA: ¡A Dios pluguiera
que mi voluntad valiera!
Vase CELIA
BELTRÁN: Pues, ¿qué tenemos?
JUAN: Beltrán,
la verdad huyo; a la esperanza
pido engaños que alimenten mi deseo;
eternos contra mí imposibles veo;
nado en un golfo, ni de un leño asido.
Con el vuelo de amor más atrevido,
no subo un paso; y aunque más peleo,
al fin vencido soy de lo que creo,
vencedor sólo en lo que soy vencido.
Así, desesperado victorioso,
niego al deseo engaños, y a la gloria
más vivo anhela, si su muerte sigo.
¡Triste, donde es el no esperar forzoso,
donde el desesperar es la vitoria,
donde el vencer da fuerza al enemigo!
BELTRÁN: ¡Triste, donde es forzoso andar contigo,
donde hallar qué comer es gran vitoria,
donde el cenar es siempre de memoria!
Vanse don JUAN y BELTRÁN. Salen el CONDE,
don MENDO y ORTIZ, escudero
MENDO: A mi señora Lucrecia
dad, Ortiz, ese papel.
Dale un papel a ORTIZ
ORTIZ: Guárdeos Dios.
Vase ORTIZ
MENDO: Cosa crüel.
Conde, es una mujer necia.
CONDE: ¿Cómo?
MENDO: Con celos y amor
sale Lucrecia de sí.
CONDE: ¿Con causa don Mendo?
MENDO: Sí;
mas tanto el yerro es mayor.
Si por doña Ana estoy ciego.
ella ¿qué ha de remediar
con reñir y con celar,
sino añadir fuerza al fuego?
CONDE: (¡Quieran, Lucrecia, los cielos Aparte
que te mude esta mudanza,
y a mi perdida esperanza
abran la puerta tus celos!)
Y vos ¿qué le respondéis?
MENDO: Nunca el negar hizo daño.
CONDE: Mejor fuera el desengaño,
si en otra parte queréis.
MENDO: Dañarme, Conde, podría;
que su amor causó en mi pecho
terrible incendio, y sospecho
que hay centellas todavía.
Y quien antiguo cuidado
arraigado al alma tiene,
ha de obligar el que viene
sin despedir el pasado;
que mil veces se agradó
de la novedad Cupido,
y vuelve a buscar, rendido,
lo que arrogante dejó.
CONDE: Avariento sois de amor.
MENDO: Más el de doña Ana estimo.
CONDE: Y ella ¿os quiere?
MENDO: Pienso, primo,
que merezco su favor.
CONDE: ¿Que hay de Teodora?
MENDO: Quería
que yo fuese su marido,
como si hubieran nacido
mis abuelos en Turquía.
CONDE: Sin ser loca, yo no creo
que ninguna mujer pida
la esclavitud de una vida
por la muerte de un deseo.
MENDO: Pues ya, después que mi amor
sacó pies amedrentado,
en ella crece el cuidado
y, al paso de él, mi rigor.
Ya, sin esa condición,
estimara mis favores.
CONDE: Dichoso sois en amores.
MENDO: En el signo de León,
Marte y Venus concurrieron
de mi nacimiento el día;
y, si hay cierta astrología,
ellos amable me hicieron.
Mas, adiós primo, que es tarde
y a doña Ana quiero ver;
que hoy su sol se va a poner
en Alcalá.
CONDE: Dios os guarde.
Vase el CONDE. Sale LEONARDO
LEONARDO: El coche a la puerta está;
que ya se parte imagino.
MENDO: Tenme el coche de camino
a la puerta de Alcalá.
Parta al punto el repostero
y encárgales, por mi vida,
que esté a punto la comida
en la venta de Vivero.
Haz cómo doña Ana vea
en mi prevención mi amor.
LEONARDO: Toda tu gente, señor,
su vida en tu gusto emplea.
Vanse don MENDO y LEONARDO. Salen doña ANA, de camino, y
CELIA
ANA: ¿De qué vas triste? ¿De qué
lo van todas mis doncellas?
Habla, dime sus querellas.
CELIA: Señora, verdad diré,
pues obligación me pones.
Tienen tus crïadas todas
en la esperanza sus bodas
y en la corte sus pasiones;
y, como de aquí a seis días
es la noche de San Juan
--cuando los amantes dan
indicios de sus porfías--
sienten el ver que esa noche
en la corte no han de estar.
ANA: Pues pierdan, Celia, el pesar;
que, por la posta, en un coche
conmigo entonces vendrán.
Porque se alegre mi gente
gozaré secretamente
de la noche de San Juan,
y volveréme a la aurora
a proseguir mis novenas.
CELIA: Alivie el cielo tus penas.
Mas ¿no era mejor, señora,
dilatar esta partida?
ANA: Si sabes que estoy muriendo
por dar la mano a don Mendo,
y no hay cosa que lo impida
sino el cumplir las novenas
que a San Diego prometí,
¿dilataré, estando así,
el remedio de mis penas?
Con esta trata que doy
ninguna queda quejosa.
CELIA: Hágate el cielo dichosa.
A darles la nueva voy.
ANA: Encárgales, por mi vida,
el secreto.
CELIA: Así lo haré.
Don Mendo viene.
Vase CELIA
ANA: Tendré
buen agüero en la partida.
Sale don MENDO, de color
MENDO: Los campos de Alcalá, bella señora,
desdeñan los favores del verano,
y de la fértil Flora
no solicitan ya la diestra mano,
después que primaveras les reparte
la dichosa esperanza de mirarte.
Los arroyos--que esperan ser espejos
en quien de esos dos soles celestiales
se miren los reflejos
transforman sus corrientes en cristales;
y el agua, en cambio de besarlos, grata
hace a tus blancos pies puente de plata.
Al nuevo sol que nace agradecidas,
en verdes ramos las cantoras aves,
a coros divididas,
dando a los vientos músicas süaves,
para explicar la gloria de este día
articular intentan su armonía.
Parte ¡o feliz! que el céfiro süave
lisonjear pretende codicioso
la rodadora nave,
de nueva Europa Júpiter dichoso,
por quien, en Indias vuelto Manzanares,
España de sus glorias hace a Henares.
Parte ¡o primero móvil adorado!,
de quien siguiendo voy el movimiento,
si bien arrebatado
--pues tras mi centro corro--, no violento,
que yo, si lo merezco, gloria mía,
voy a ser el lucero de ese día.
ANA: Los campos de esperanza matizados,
la consonancia dulce de las aves,
los cristales cuajados,
las lisonjas del céfiro süaves,
en nada estimo; y estimara sólo
llevar por mi lucero al mismo Apolo.
Mas, cuando el corazón lo solicita,
forzosa acción de amor correspondiente,
ni el honor acredita,
ni el estado que tengo lo consiente.
MENDO: Es imán de mis ojos tu presencia.
ANA: Justo efecto de Amor es la obediencia.
MENDO: ¿Sin ti quieres dejarme?
ANA: Yo, don Mendo,
parto sin ti.
MENDO: ¿Qué mucho? Vas helada
cuando yo quedo ardiendo.
ANA: ¡Segura fuese yo, como abrasada!
MENDO: No me apartes de ti si desconfías.
ANA: Vive el recato entre las ansias mías.
MENDO: ¿No me llamas tu dueño?
ANA: Y de mis ojos,
cierta lengua del alma, lo has sabido.
MENDO: ¿De quién temes enojos,
cuando te adoro yo, de ti querido?
ANA: Hasta el "sí" conyugal temo mudanza;
que no hay dentro del mar cierta bonanza.
En tanto que a mis deudos comunico
la dichosa elección de vuestra mano,
y devota suplico
en Alcalá a su dueño soberano
que lleve a fin feliz mi intento nuevo,
y las novenas pago que le debo,
puede mudarse vuestro amor ardiente
y quedar mi opinión en opiniones
del vulgo maldiciente,
que a lo peor aplica las acciones.
MENDO: ¿Mudarme yo?
ANA: Temores son de amante.
MENDO: Más parecen cautelas de inconstante.
Si ya nuevo cuidado te fatiga,
el fingido recato, ¿qué pretende?
Declárate, enemiga.
No el desengaño, la mudanza ofende.
Vete segura. Ocuparé entre tanto
el alma en celos y la vida en llanto.
ANA: Ofendes mi lealtad si desconfías;
mas porque de tu error te desengañes,
pon secretas espías,
prueba mi fe, como mi honor no dañes.
MENDO: Confïanza tendré, mas no paciencia,
contra el rigor, señora, de tu ausencia.
Sale CELIA
CELIA: Doña Lucrecia, señora,
viene a visitarte.
ANA: ¿Quién?
CELIA: Tu prima.
MENDO: (A impedir mi bien Aparte
la trae mi desdicha agora.)
Sale doña LUCRECIA, con manto, y ORTIZ
LUCRECIA: No quise, prima, dejar
de verte en esta partida.
ANA: Ni yo, Lucrecia querida,
me partiera sin pasar
por tu casa, porque el ver
al pasar tu rostro hermoso,
fuese presagio dichoso
del viaje que he de hacer.
Doña LUCRECIA habla aparte a don MENDO
LUCRECIA: Niégame agora, traidor,
las verdades que estoy viendo.
ANA: ¿Qué le dices a don Mendo?
LUCRECIA: Del vestido de color
le pregunto la ocasión;
porque de irte a acompañar
lo indicia el tiempo y lugar,
y fuera galante acción.
ANA: Tan alto merecimiento
con mi humildad no conviene,
y, más que lisonja, tiene
malicia ese pensamiento.
Mas, si conmigo partiera,
de parecer, prima, soy,
que, pues yo de negro voy,
de color no se vistiera.
CELIA: Ya bien te puedes partir,
que los coches han venido.
ANA: Que no me olvides te pido.
LUCRECIA: Por puntos te he de escribir.
ANA: Adiós, don Mendo.
MENDO: Señora,
en el coche os dejaré.
ANA: Si alguno en la calle os ve,
sospechará lo que agora
ha sospechado mi prima.
Quedaos y salid después.
MENDO: Yo obedezco, y vuestros pies
sigue el alma que os estima.
Vanse doña ANA y CELIA. Saca un papel
LUCRECIA y muéstraselo a Don MENDO
LUCRECIA: ¿Conoces este papel?
MENDO: Yo, Lucrecia, lo escribí.
LUCRECIA: Junta lo que has hecho aquí
con lo que dices en él.
Traidor, fingido, embustero,
engañoso, ¿a ti te dan
apellido de Guzmán
y nombre de caballero?
¿Qué sangre puede tener
quien tiene pecho traidor?
¿Es hazaña de valor
engañar una mujer?
MENDO: Oye, señora...
LUCRECIA: No muevas
esos fementidos labios;
que intentas nuevos agravios
con satisfaciones nuevas.
MENDO: Pues ¿qué quieres? ¿Condenarme,
sin oír satisfación,
por sola una presunción?
LUCRECIA: ¿Qué disculpa puedes darme?
¿Presunción llamas, traidor,
esta tan clara probanza
de mi agravio y tu mudanza?
MENDO: En lo que fundas mi error
fundo la satisfación.
¿No te dijo de mi parte
tu escudero, que de hablarte
deseaba una ocasión,
donde el descargo sabrías
del recelo que te abrasa?
Tuve aviso de tu casa
que a ver tu prima salías,
y vine a esperarte aquí,
y adelantéme en llegar,
por no dar que sospechar
viéndome venir tras ti.
¡Mira por qué me condenas!
LUCRECIA: ¿De modo que te disculpas
multiplicando tus culpas
y acrecentando mis penas?
Causa doña Ana mi daño,
¡y con hallarte con ella
das remedio a mi querella!
MENDO: Porque fuese el desengaño
en su presencia más fuerte.
LUCRECIA: ¿Qué desengaño me diste?
MENDO: Como tu pena encubriste,
no quise, hablando, ofenderte;
mas ten cierta confïanza,
para asegurar tus celos,
que en el orden de los cielos,
antes que en mí, habrá mudanza.
Tuyo soy.
LUCRECIA: Las obras creo.
MENDO: Presto, con la voluntad
de tu padre, su verdad
te mostrará mi deseo.
Sale el CONDE
CONDE: (¿Dónde hay con celos cordura?) Aparte
¡Lucrecia hermosa! ¡Don Mendo!
MENDO: Conde, que venís entiendo
traído de mi ventura;
que Lucrecia ha de saber
de vos lo que hablamos hoy
de su amor.
CONDE: Testigo soy.
MENDO: Eso a solas ha de ser;
que pensará que os obligo
con mi presencia a abonarme.
Vase don MENDO
LUCRECIA. (¡Tú dejas, para informarme Aparte
en tu favor, buen testigo!)
CONDE: ¿He de decir la verdad?
LUCRECIA: Para eso quedas aquí.
CONDE: Pues escúchala de mí,
pague o no mi lealtad.
Y por prevenir el daño,
si acaso no me creyeres,
ten secreto lo que oyeres
y averigua si es engaño.
Que, pues me dijo don Mendo
que cuente lo que hoy pasó,
cumpliendo lo que él mandó,
nadie dirá que le ofendo;
que, aunque su intento haya sido
que use contigo de engaño,
no debo para mi daño
darme yo por entendido.
Dando hoy para ti un papel
don Mendo a Ortiz, tu crïado,
desdeñoso y enfadado,
me dijo, "¡Cosa crüel,
Conde, es una mujer necia¡
Después que a doña Ana di
en servir, sale de sí
de amor y celos Lucrecia."
Yo le dije, "¿No es mejor
no engañarla?" Y respondió,
"Mil veces lo que dejó
volvió a desear amor,
Y este caso previniendo,
nada pierdo en conservalla."
LUCRECIA: ¿Qué enredos inventas? Calla.
¿Tal pudo decir don Mendo?
¿Que tu afición agradezca
quieres así disponer?
¿Piensas que te he de querer
aunque a don Mendo aborrezca?
CONDE: Oye.
LUCRECIA: No me digas nada.
CONDE: Averígualo advertida,
y dame pena ofendida,
o premio desengañada.
Y, si por amarte yo,
duda en mi verdad has puesto,
sírvate de indicio aquesto,
ya que de probanza no.
Él va tras ella a Alcalá,
y no es éste mal testigo
del desengaño que digo.
Despacha tú quien allá,
con cuidado y sin pasión,
secretamente lo siga;
y, si mi verdad te obliga,
premia un leal corazón;
que será culpable error
que prefiera tu cuidado
un engaño averiguado
a un averiguado amor.
LUCRECIA: La verdad diciendo estás,
que si negándola estoy,
no es que crédito no doy,
sino que pena me das.
¡Ah, falso! ¡Ah, mal caballero!
¡Plega a Dios que, en igual grado
amante y desengañado,
pruebes el mal de que muero!
¡Pluguiera a Dios, conde mío,
pudiera, en esta ocasión,
mudarse la inclinación
al paso del albedrío!
Mas vive cierto, señor,
que, si me has dicho verdad,
te dará mi voluntad
lo que te niega mi amor.
CONDE: Yo lo estimo de esa suerte.
LUCRECIA: Tanto más me deberás
cuanto me forzare más,
conde, por corresponderte.
Vanse doña LUCRECIA y el CONDE. Salen don JUAN y
BELTRÁN, de noche
BELTRÁN: El duque Urbino esta noche
bien pudiera perdonarte.
JUAN: ¿Qué puede querer?
BELTRÁN: Llevarte
querrá consigo en el coche,
amarrado a un duro banco,
sin poderte entretener,
cuando el decir y el hacer
anda por las calles franco.
Que, noche de San Juan, hallo,
si un peón sabe embestir,
que suele solo rendir
más que treinta de a caballo;
que hay mujer que, en el engaño
que en esta noche previene,
librados los gustos tiene
de los deseos de un año.
Cuál llega al poblado coche
de angélica jerarquía,
y, siendo paje de día,
pasa por marqués de noche;
cuál sin pensar se acomoda
con la viuda disfrazada,
que, entre galas de casada,
hurta los gustos de boda;
cuál encuentra y desbarata
una sarta de doncellas,
de quien son las manos bellas
engasaduras de plata;
cuál se llega a las que van
brindando los retozones,
y trueca a mil refregones
un pellizco que le dan.
JUAN: Quien los encuentros enseña,
encuentre con un azar.
BELTRÁN: ¿Es el azar encontrar
una mujer pedigüeña?
Si ése temes, en tu vida
en poblado vivirás,
porque ¿dónde encontrarás
hombre o mujer que no pida?
Cuando dar gritos oyeres,
diciendo, "Lienzo" a un lencero,
te dice, "Dame dinero,
si de mi lienzo quisieras."
El mercader claramente
diciendo está sin hablar,
"Dame dinero, y llevar
podrás lo que te contente."
Todos, según imagino,
piden, que para vivir,
es fuerza dar y pedir
cada uno por su camino.
Con la cruz el sacristán,
con los responsos el cura,
el monstruo con su figura,
con su cuerpo el ganapán;
el alguacil con la vara,
con la pluma el escribano,
el oficial con la mano
y la mujer con la cara.
Y ésta, que a todos excede,
con más razón pedirá,
pues que más que todos da,
y menos que todos puede.
Y el miserable que el dar
tuviere por pesadumbre
--ellas piden por costumbre--
hago costumbre en negar;
que tanto, desde que nacen,
el pedir usado está,
que pienso que piden ya
sin saber lo que se hacen.
Y así, es fácil el negar;
porque se puede inferir
que quien pide sin sentir,
no sentirá no alcanzar.
JUAN: Aunque más razones halles,
no has de quitarme el temor,
Beltrán; que el azar mayor
es el no tener que dalles;
y más si la que he adorado
se dignase de mis dones.
BELTRÁN: ¿Aún te duran tus pasiones?
JUAN: Ardo más, más desdeñado.
BELTRÁN: Éste es el duque.
Salen el DUQUE y don MENDO, de noche
DUQUE: ¡Don Juan!
JUAN: Déme los pies vueselencia.
DUQUE: Ya acusaba vuestra ausencia.
JUAN: Si don Mendo de Guzmán,
Apolo de discreción,
acompañándoos está,
señor, ¿qué falta os hará
el que en su comparación
luz de una estrella no envía?
MENDO: Merced recibo de vos.
DUQUE: La amistad de entre los dos
extraña la cortesía.
JUAN: Decidme, pues, el intento
con que hemos sido llamados.
MENDO: Aquí tenéis dos crïados.
DUQUE: Dadme, pues, oído atento.
Hombre que a la corte viene
recién heredado y mozo
--pájaro que estrena el viento
nave que se arroja al golfo--
que a los ojos de su rey
y a los populares ojos,
ni debe mostrar flaqueza
ni puede esconder el rostro,
ha de regir sus acciones
por los expertos pilotos,
obligados, por parientes;
por amigos, cuidadosos
con esta ley os obligo,
y con esta fe os escojo
capitanes veteranos
de este soldado bisoño.
Acompañadme los dos,
advertidme lo que ignoro,
decidme el nombre, el estado
y la calidad de todos;
y en lo de las cortesías
principal cuidado os pongo,
advirtiendo que con nadie
pretendo pecar de corto;
que el señor siempre es señor,
como Apolo siempre Apolo,
aunque en lugares indignos
entren sus rayos hermosos.
Lengua honrosa, noble pecho,
fácil gorra, humano rostro,
son voluntarias Argeles
de la libertad de todos.
Enseñadme los bajíos
en que tocar suelen otros;
cuál es Acates fiel,
y cuál Sinón cauteloso;
Ya del dulce lisonjero
el veneno en vaso de oro,
ya la canora sirena,
porque me defienda sordo.
Al fin, los dos sois el hilo;
la corte, el cretense monstro.
Por mi corren mis aciertos,
y mis yerros por vosotros.
MENDO: Yo confieso que es muy débil
para ese cielo este polo;
mas suplirán mis deseos
el defecto de mis hombros.
JUAN: De no ser un Quinto Fabio
hoy con mi suerte me enojo;
mas el que soy, obediente
a serviros me dispongo.
DUQUE: Con eso, en nombre de Dios,
seguro a la mar me arrojo.
Vamos andando las calles
mientras pregunto y me informo.
MENDO: Ésta es la calle Mayor.
JUAN: Las Indias de nuestro polo.
MENDO: Si hay Indias de empobrecer,
yo también Indias la nombro.
JUAN: Es gran tercera de gustos.
MENDO: Y gran cosaria de tontos.
JUAN: Aquí compran las mujeres.
MENDO: Y nos venden a nosotros.
DUQUE: ¿Quién habita en estas casas?
JUAN: Don Lope de Lara, un mozo
muy rico, pero más noble.
MENDO: Y menos noble que tonto.
Hacen dentro ruido de bailar
DUQUE: Tened, que bailan allí.
JUAN: San Juan es fiesta, de todos.
MENDO: Yo aseguro que van éstos
más alegres que devotos.
DUQUE: ¿Quién vive aquí?
JUAN: Una viuda,
muy honrada y de buen rostro.
MENDO: Casta es la que no es rogada;
alegres tiene los ojos.
BELTRÁN: (¡Bien haya tan buena lengua¡ Aparte
¡Vive Cristo, que es un Momo!)
JUAN: Esta imagen puso aquí
un extranjero devoto.
MENDO: Y, entre aquestas devociones,
no le sabe mal un logro.
JUAN: Un regidor de esta villa
hizo este hospital famoso.
MENDO: Y primero hizo los pobres.
BELTRÁN: (Por Dios, que lo arrasa todo.) Aparte
Salen doña ANA y CELIA a la ventana
ANA: Hoy hace, Celia, tres años
que mi esposo, con sus días,
dió fin a mis alegrías
y dió principio a mis daños.
CELIA: Si de Alcalá te veniste
sólo a gozar la alegría
que Madrid hace este día,
¿por qué quieres estar triste?
¿Por qué con esta memoria
tan injusta guerra mueves
contra el contento que debes
a noche de tanta gloria?
Ya que tu luto funesto
te impide salir de casa
hoy, que los limites pasa
el estado más honesto,
y estar quieres encerrada
noche que el uso permite
que los altares visite
la doncella más honrada;
con quien pasa, tus enojos
divierte, señora mía,
y niegue esta celosía
lo que conceden tus ojos.
Las doce han dado, señora.
Oye del segundo esposo
el pronóstico dichoso.
ANA: A don Mendo el alma adora.
MENDO: Don Juan de Mendoza...
ANA: ¡Ay, Dios!
¿Don Mendo no es el que habló?
CELIA: Sí, mas a don Juan nombró.
ANA: ¿Quién duda que de los dos
es don Mendo de Guzmán
pronóstico para mí?
Pues antes su voz oí
que no el nombre de don Juan.
CELIA: Mas ¿qué fuera que ordenara
el destino soberano
que tu blanca hermosa mano
para don Juan se guardara?
ANA: Calla, necia. ¿Quién pensó
tan notable desatino?
¿Qué importará que el destino
quiera, si no quiero yo?
Del cielo es la inclinación:
el sí o el no todo es mío;
que el hado en el albedrío
no tiene jurisdición.
¿Cómo puedo yo querer
hombre cuya cara y talle
me enfada sólo en miralle?
CELIA: El amor lo puede hacer.
ANA: Sólo quitará el morirme,
Celia, a don Mendo mi mano;
que está el plazo muy cercano
y mi voluntad muy firme.
DUQUE: ¿Cúyos son estos balcones?
JUAN: De doña Ana de Contreras.
El sol, por sus vidrieras,
suele abrasar corazones.
ANA: Escucha, que hablan de mí.
DUQUE: ¿Es la viuda de Siqueo?
JUAN: La misma.
DUQUE: Verla deseo.
MENDO: Pues agora no está aquí.
(Ni yo en mí, que estoy sin ella.) Aparte
DUQUE: ¿Dónde fué?
MENDO: Velando está
a San Diego en Alcalá.
DUQUE: La fama dice que es bella.
JUAN: Pues por imposible siento
que en algo la haya igualado
el dibujo que ha formado
la fama en tu pensamiento;
que en belleza y bizarría,
en virtud y discreción,
vence a la imaginación,
si vence a la noche el día.
MENDO: (¡Plega a Dios que esta alabanza Aparte
no engendre en el Duque amor,
que con tal competidor
mal vivirá mi esperanza.
Yo quiero decir mal de ella
por quitar la fuerza al fuego.)
Ciego sois, o Yo soy ciego,
o la viuda no es tan bella.
Ella tiene el cerca feo,
si el lejos os ha agradado;
que yo estoy desengañado,
porque en su casa la veo.
DUQUE: ¿Visitáisla?
MENDO: Por pariente,
alguna vez la visito;
que si no, fuera delito,
según es impertinente.
ANA: (¡Ha, traidor!) Aparte
MENDO: Si el labio mueve
su mediano entendimiento,
helado queda su aliento
entre palabras de nieve.
BELTRÁN habla aparte con don JUAN
BELTRÁN: ¡Ya escampa!
JUAN: ¿Que trate así
un caballero a quien ama?
BELTRÁN: Esto dice de su dama.
¡Mira qué dirá de ti!
MENDO: Pues la edad no sufre engaños,
aunque la tez resplandece.
Hablan aparte doña ANA y CELIA
ANA: ¡Ah, falso! ¿Qué te parece?
Aun no perdona mis años.
MENDO: Mil botes son el Jordán
con que se remoja y lava.
Hablan aparte el DUQUE y don MENDO
DUQUE: Pues ¿cómo don Juan la alaba?
MENDO: Para entre los dos, don Juan
es un buen hombre; y si digo
que tiene poco de sabio,
puedo, sin hacerle agravio.
Vuestro deudo es y mi amigo;
mas esto no es murmurar.
JUAN: ¡Que queráis poner defeto
en tan hermoso sujeto!
MENDO: En la rosa suele estar
oculta la aguda espina.
JUAN: Ellos son gustos, y al mío,
o del todo desvarío,
o esta mujer es divina.
MENDO: Poco sabéis de mujeres.
JUAN: Veréisla, duque, algún día,
y acabará esta porfía
de encontrados pareceres.
MENDO: (Don Juan me quiere matar, Aparte
y aquello mismo que he hecho
para sosegar el pecho
del duque, me ha de dañar.)
CELIA: ¿Qué te parece?
ANA: Estoy loca.
CELIA: ¿A este hombre tienes amor?
ANA: El pecho abrasa el furor.
Fuego arrojo por la boca.
¿Posible es que tal oí?
Vil, ¿a quien te quiere infamas
¿Así tratas a quien amas?
CELIA: No ama quien habla así.
Él te engaña.
ANA: Claro está.
Di que me traigan un coche.
Volvamos, Celia, esta noche
a amanecer a Alcalá,
que lo que agora escuché,
castigo del cielo ha sido
por haber interrumpido
las novenas que empecé.
CELIA: Antes este desengaño
le debes a esta venida.
ANA: Si con él pierdo la vida,
mejor me estaba el engaño.
Vanse doña ANA y CELIA. Hacen dentro ruido
de cuchilladas
MENDO: Allí suenan cuchilladas.
DUQUE: Estas damas, de mi voto,
sigamos.
Vase el DUQUE
MENDO: Es más devoto
de mujeres que de espadas.
Vase don MENDO
JUAN: Y así al más amigo abona;
para que advertido estés.
BELTRÁN: Su lengua, en efeto, es
la que a nadie no perdona.
Vanse don JUAN y BELTRÁN
FIN DEL PRIMER ACTO
ACTO SEGUNDO
Salen el DUQUE, don JUAN y BELTRÁN, todos de
color
DUQUE: ¿Cómo los toros dejáis?
JUAN: Viéndome sin vos en ellos,
estaba de los cabellos.
¿Del juego, cómo quedáis?
Que era robado el partido.
DUQUE: Cogiéronme de picado.
He perdido, y me he cansado.
JUAN: Mil cosas habéis perdido:
el descanso, y el dinero
y los toros.
BELTRÁN: ¡Que haya juicio
que del cansancio haga vicio,
y tras un hinchado cuero,
que el mundo llama pelota,
corra ansioso y afanado!
¡Cuánto mejor es, sentado,
buscar los pies a una sota
que moler piernas y brazos!
Si el cuero fuera de vino,
aun no fuera desatino
sacarle el alma a porrazos.
Pero, ¡perder el aliento
con una y otra mudanza,
y alcanzar, cuando se alcanza,
un cuero lleno de viento,
y cuando, una pierna rota,
brama un pobre jugador,
ver, al compás del dolor,
ir brincando la pelota!
JUAN: El brazo queda gustoso,
si bien la pelota dio.
BELTRÁN: Séneca la comparó
al vano presuntüoso;
y esa semejanza ha dado
sin duda al juego sabor,
porque no hay gusto mayor
que apalear un hinchado.
mas, si miras el contento
de un jugador de pelota,
y un cazador, que alborota
con halcón la cuerva al viento,
¿por dicha tendrás la risa
viendo que a presa tan corta
que, vencida, nada importa,
corre un hombre tan de prisa,
que apenas tocan la hierba
los caballos voladores?
¡Válgaos Dios por catadores
¿Qué os hizo esa pobre cuerva?
DUQUE: De la guerra has de pensar
que es la caza semejanza,
y así el ardid, la asechanza
el seguir y el alcanzar
es gustoso pasatiempo.
BELTRÁN: ¿Mil contra una cuerva? Sí,
bien dices; que son así
las pendencias de este tiempo.
JUAN: Beltrán, satírico estás.
BELTRÁN: ¿En qué discreto, señor,
no predomina ese humor?
JUAN: Como matas morirás.
BELTRÁN: En Madrid estuve yo
en corro de tal tijera,
que la pegaba cualquiera
al padre que lo engendró;
y, si alguno se partía
del corro, los que quedaban
mucho peor de él hablaban
que él de otros hablado había.
Yo, que conocí sus modos,
a sus lenguas tuve miedo,
y--¿qué hago?--estoime quedo
hasta que se fueron todos.
Pero no me valió el arte;
que, ausentándose de allí,
sólo a murmurar de mí
hicieron un corro aparte.
Si el maldiciente mirara
este solo inconveniente,
¿hallárase un maldiciente
por un ojo de la cara?
JUAN: ¿Fuera por eso peor?
BELTRÁN: Espántome que eso ignores.
Más que cien predicadores
importa un murmurador.
Yo sé quién ni con sermones,
ni cuaresmas, ni consejos
de amigos sabios y viejos,
puso freno a sus pasiones,
ni sus costumbres redujo
en gran tiempo; y solamente
de temor de un maldiciente,
vive ya como un cartujo.
DUQUE: Digo que tenéis, don Juan,
entretenido crïado.
JUAN: Es agudo, y ha estudiado
algunos años Beltrán.
DUQUE: ¿Qué hay de doña Ana?
JUAN: Esta noche
parte, sin duda, a Madrid.
DUQUE: Nuestra invención prevenid.
JUAN: Ella, Duque, va en su coche;
su gente, en uno alquilado.
DUQUE: Bien nos viene.
JUAN: Así lo espero.
DUQUE: ¿Apercibióse el cochero?
JUAN: Ya, señor, lo he concertado.
DUQUE: ¿Y está en los toros doña Ana?
JUAN: No la he visto; pero sé
que, cuando en ellos esté,
ni en andamio ni en ventana
de suerte estará que pueda
ser de nadie conocida;
que no por fiestas olvida
obligaciones que hereda.
DUQUE: ¿Cuántos toros vistes?
JUAN: Tres,
y entró don Mendo al tercero,
despreciando en un overo
al amor y al interés.
Salió con verde librea,
robando así corazones,
que aun el toro a sus rejones
con su muerte lisonjea.
DUQUE: ¿Tan bueno anduvo el Guzmán?
JUAN: En todo es hombre excelente
don Mendo.
DUQUE: (¡Cuán diferente Aparte
suele hablar él de don Juan!)
Cansado estoy.
JUAN: Reposar
podéis, señor, entre tanto
que da Tetis con su manto
a nuestra invención lugar.
DUQUE: Que a su tiempo me despiertes,
te encargo.
Vase el DUQUE
JUAN: Tendré cuidado.
BELTRÁN: ¿Por qué, señor, no has pintado
caballos, toros y suertes?
Que con eso, y con tratar
mal a los calvos, hicieras
comedias, con que pudieras
tu pobreza remediar.
A que te cuenten me obligo,
seiscientos por cada una.
JUAN: Pues supongamos que en una
eso que me adviertes digo.
En otra, ¿qué he de decir?
Que a un poeta le está mal
no variar; que el caudal
se muestra en no repetir.
BELTRÁN: Para dar desconocidos
estos platos duplicados,
dar aquí calvos asados,
y acullá calvos cocidos.
Pero, señor, a las veras
vuelva la conversación.
¿No me dirás la intención
que llevan estas quimeras?
¿Para qué se han prevenido
los dos capotes groseros?
¿Qué es esto de los cocheros?
JUAN: Escucha. Irás advertido.
Desde aquella alegre noche
que al gran Precursor el suelo
celebra por alba hermosa
del Sol de Justicia eterno,
de la encontrada porfía
en que me opuso don Mendo,
a mil gracias que conté
de doña Ana, mil defetos,
en el corazón del duque
nació un curioso deseo
de cometer a sus ojos
la definición del pleito.
A don Mendo le explicó
el Duque este pensamiento,
y para ver a doña Ana,
quiso que él fuese el tercero.
Él se excusó, procurando
divertirlo de este intento,
o temiendo mi victoria,
o anticipando sus celos.
Creció en el mancebo duque
el apetito con esto;
que, sospechando su amor,
hizo tema del deseo.
Declaróme su intención,
y yo en su ayuda me ofrezco,
dándome esperanza a mí
lo que temor a Don Mendo.
Y como doña Ana estaba
aquí, velando a San Diego,
venimos hoy a los toros
más por verla que por verlos.
Y sabiendo que esta noche
se parte mi dulce sueño,
por quien ya comienza Henares
el lloroso sentimiento;
por poder gozar mejor
de su cara y de su ingenio,
porque las gracias del alma
son alma de las del cuerpo,
tratamos acompañarla,
sirviéndole de cocheros,
nuevos faetones del sol,
si atrevidos, no soberbios.
Con los cocheros ha sido
para este fin el concierto,
para esto la prevención
de los capotes groseros;
que a tales trazas obliga
en ella el recado honesto,
en el Duque sus antojos
y en mí, Beltrán, mis deseos.
BELTRÁN: Todo lo demás alcanzo,
y eso postrero no entiendo.
¿Cómo en el amor del Duque
funda el tuyo su remedio?
JUAN: Mientras sin contrario fuerte
ame a doña Ana don Mendo,
ella está en su amor muy firme.
A mudarla no me atrevo;
y como el duque es persona
a cuyas fuerzas y ruegos
puede mudarse doña Ana,
que la conquiste pretendo,
para que, andando mudable,
entre los fuertes opuestos,
no estando firme en su amor,
esté flaca a mi deseo.
BELTRÁN: Esa es cautela que enseña
el diestro don Luis Pacheco
que dice que está la espada
más flaca en el movimiento.
JUAN: Mejor se sujeta entonces.
De esa lición me aprovecho.
BELTRÁN: Y dime, por vida tuya,
¿agora sales con esto?
¿No eres tú quien me dijiste,
"Si de esta vez no la muevo,
morirá mi pretensión,
aunque vivan mis deseos?"
JUAN: Imita mi amor al hijo
de la tierra, aquel Anteo,
que, derribado, cobraba
nueva fuerza y valor nuevo.
BELTRÁN: Pensé que, desesperado,
lo curabas como a muerto;
que aunque la traza es aguda,
pongo gran duda en su efeto;
que el duque es muy poderoso.
Llevarála.
JUAN: Por lo menos,
si vence, alivio será
que por un duque la pierdo;
y si no, consolaráme
ver que lo que yo no puedo,
tampoco ha podido un duque.
BELTRÁN: En fe de aquesos consuelos,
has cortado la cabeza
totalmente a tus intentos,
y estando tu mal dudoso,
has querido hacerlo cierto.
Quieres que el duque la lleve
por quitársela a don Mendo,
y, del daño, el daño mismo
has tomado por remedio.
El epigrama que a Fanio
hizo Marcial, viene a pelo.
JUAN: ¿Cómo dice?
BELTRÁN: Traducido,
dice así, en lenguaje nuestro:
"Querïendo Fano hüir
sus contrarios, se mató."
¿No es furor, pregunto yo,
para no morir, morir?
JUAN: El epigrama es agudo;
mas la aplicación te niego;
que no es, como tú imaginas,
que venza el duque, tan cierto;
que si él es grande de España
es el querido don Mendo,
y esto es ser grande también
en la presencia de Venus.
BELTRÁN: Grandes son los dos contrarios,
y tú, señor, muy pequeño;
mas, si Fortuna te ayuda,
juzgo posible tu intento.
Dos valientes salteadores,
por un hurto que habían hecho
riñeron; que cada cual
lo quiso llevar entero;
y, mientras ellos reñían,
un ladroncillo ratero
cogió la presa.
JUAN: Dios quiera
que me suceda lo mesmo.
Vanse don JUAN y BELTRÁN. Salen Doña
ANA y doña LUCRECIA, de camino
ANA: ¿Cómo en los toros te ha ido?
LUCRECIA: Jamás hicieron provecho
en las dolencias del pecho
los remedios del sentido;
que en un rabioso cuidado,
tanto con el alma asisto,
que, aunque los toros he visto,
prima, no los he mirado.
ANA: Yo apostaré que hay amor.
LUCRECIA: Forzoso es ya que te cuente,
porque el daño no se aumente,
la causa de mi dolor.
Doce veces ha vestido
Febo de luz a su hermana,
después, hermosa doña Ana,
que me sujetó Cupido.
Mas no fácil en mi amor
llevó el que adoro la palma;
que al postrer precio del alma
le rendí el primer favor.
Hasta aquí te lo he callado,
porque muestra liviandad
la que sin necesidad
manifiesta su cuidado;
mas ya que teme el amor,
si callo, un agravio injusto,
viendo que se anega el gusto,
se arroja a nado el honor.
Don Mendo es, pues, el sujeto
por quien quiso amor que muera;
que menor causa no hiciera
en mi tan tirano efeto.
Supe que daba en mirar
tu belleza soberana;
que sólo por ti, doña Ana,
me pudiera a mí olvidar.
A mi celosa querella
satisfacer intentó;
mas aunque el fuego aplacó,
quedó viva la centella.
Supe que a Henares venía
hoy con galas y librea.
¿Por quién quieres tú que sea,
si a mí en Madrid me tenía?
Pedí a mi padre licencia
para venir a Alcalá,
y porque estabas tú acá,
me ha permitido esta ausencia.
No vine a los toros, no,
mas a impedir nuestro daño,
con que sepas tú tu engaño
y mi desengaño yo.
Y, porque probar pretendo
mi verdad, este papel
mira, y confirma con él
las traiciones de don Mendo.
A los celos satisface
de que yo cargo le hice.
Mira de ti lo que dice
y contigo lo que hace.
Da un papel a doña ANA y ella lee
ANA: "Tu sentimiento encareces
sin escuchar mis disculpas.
Cuanto sin razón me culpas,
tanto con razón padeces.
Si miras lo que mereces,
verás cómo la pasión
te obliga a que, sin razón,
agravies, en tu locura,
con las dudas, la hermosura;
con los celos, la elección.
Lucrecia, de ti a doña Ana
ventaja hay más conocida
que de la muerte a la vida,
de la noche a la mañana.
¿Quién a la hermosa Dïana,
trocará por una estrella?
Deja la injusta querella,
desengaña tus enojos,
que tengo un alma y dos ojos
para escoger la más bella."
LUCRECIA: ¿Qué dices de ese papel?
ANA: Si estás viendo, prima, aquí
lo que él ha dicho de mí,
¿qué quieres que diga de él?
Pierde el cuidado crüel
que te obliga a recelar,
cuando así me ves tratar,
si es cosa cierta el nacer
la injuria de aborrecer
y la alabanza de amar.
Mas, cansada te imagino.
Entra a reposar un rato;
que, para hablar de tu ingrato,
será tercero el camino.
LUCRECIA: Mi celoso desatino
el sueño me ha de impedir.
ANA: A las doce es el partir
forzoso.
LUCRECIA: Y tú ¿no reposas?
ANA: No, Lucrecia; que mil cosas
me faltan por prevenir.
LUCRECIA: ¿Puedo ayudarte?
ANA: Ayudarme
dejarme sola será.
LUCRECIA: El obedecerte es ya
forzoso.
Vase doña LUCRECIA
ANA: Como el matarme.
Celia, ven, ven a ayudarme
a lamentar mi tormento;
presta tu voz a mi aliento,
que en desventura tan grave
por una boca no cabe
a salir el sentimiento.
Sale CELIA
CELIA: ¿Qué ha sido?
ANA: Nuevos agravios
del vil don Mendo; que, en suma,
firma también con la pluma
lo que afirmó con los labios.
CELIA: Mudar consejo es de sabios.
Hasta aquí nada has perdido;
tu misma vista y oído
te han avisado tu daño.
Agradece el desengaño
que a tan buen tiempo ha venido.
Quien así te injuria ausente
y presente lisonjea,
o, engañoso, te desea,
o, deseoso, te miente;
y, cuando cumplir intente
lo que ofrece y ser tu esposo,
si ordinario, y aun forzoso
es el cansarse un marido,
¿cómo hablará arrepentido
quien habla así deseoso?
ANA: No es, Celia, mi corazón
ángel en aprehender,
que nunca pueda perder
la primera aprehensión.
No es bronce mi corazón,
en quien viven inmortales
las esculpidas señales;
mudarse puede mi amor.
Si puede, ¿cuándo mejor
que con ocasiones tales?
No pienses que está ya en mí
tan poderoso y entero
el gigante amor primero
a quien tanto me rendí.
Desde la noche que oí
mis agravios, la memoria
en tan afrentosa historia
tan rabiosamente piensa,
que entre el amor y la ofensa
dudaba ya la vitoria.
Pero con tan gran pujanza
la nueva injuria ha venido,
que del todo se ha rendido
el amor a la venganza.
CELIA: ¿Serás firme en la mudanza?
ANA: 0 el Cielo mi mal aumente.
CELIA: Tus venturas acreciente
como el contento me ha dado
tu pensamiento, mudado
de un hombre tan maldiciente.
Que desde que, estando un día
viéndote por una reja,
la cerré y me llamó vieja,
sin pensar que yo le oía,
tal cual soy, no lo querría,
si él fuese del mundo Adán.
ANA: Que eran botes mi Jordán
dijo de mí; ¿qué te altera
que a tus años se atreviera?
CELIA: ¡Cuán diferente es don Juan!
Ofendido y despreciado
es honrar su condición,
cuanto el lengua de escorpión
ofende, siendo estimado.
Una vez, desesperado,
don Juan se quejaba así:
"¿Qué delito cometí
en quererte, ingrata fiera?
¡Quiera Dios!... Pero no quiera;
que te quiero más que a mí."
¡Si vieras la cortesía
y humildad con que me habló
cuando licencia pidió
para verte el otro día!
¡Si vieras lo que decía
en mi defensa a un crïado,
que porfïaba arrojado
que, si yo dificultaba
la visita, lo causaba
ser él pobre y desdichado!
¡Si vieras!... Pero ¿ qué vieras
que igualase a lo que viste,
cuando del traidor le oíste
defenderte tan de veras?
Ya te ablandaras si fueras
formada de pedernal.
ANA: ¿Qué te obliga a que tan mal
te parezca mi desdén?
CELIA: Tener a quien habla bien
inclinación natural
y sin ella, me obligara
la razón a que lo hiciera.
ANA: Celia, ¡si don Juan tuviera
mejor talle y mejor cara!
CELIA: Pues, ¿cómo? ¿En eso repara
una tan cuerda mujer?
En el hombre no has de ver
la hermosura o gentileza:
su hermosura es la nobleza;
su gentileza el saber.
Lo visible es el tesoro
de mozas faltas de seso,
y, las más veces, por eso
topan con un asno de oro.
Por esto no tiene el moro
ventanas; y es cosa clara
que, aunque al principio repara
la vista, con la costumbre
pierde el gusto o pesadumbre
de la buena o mala cara.
ANA: No niego que, desde el día
que defenderme le oí,
tiene ya don Juan en mí
mejor lugar que solía;
porque el beneficio cría
obligación natural.
Y, pues el rigor mortal
aplacó ya mi desdén,
principio es de querer bien
el dejar de querer mal.
Pero, no fácil se olvida
amor que costumbre ha hecho,
por más que se valga el pecho
de la ofensa recibida,
y una forma corrompida
a otra forma hace lugar.
Mas bien puedes confïar
que el tiempo irá introduciendo
a don Juan, pues a don Mendo
he comenzado a olvidar.
CELIA: ¿Podré yo ver el papel?
ANA: Pide luces, que la oscura
noche impedirte procura
ver mis agravios en él.
CELIA: Ya están las luces aquí.
ANA: Ten el papel.
Dale el papel a CELIA. Sale el ESCUDERO
ESCUDERO: Dos cocheros
piden licencia de veros.
ANA: Entren.
ESCUDERO: Entrad.
Salen el DUQUE y don JUAN, de cocheros
JUAN: Pues a ti
nunca te ha visto, seguro
habla de ser conocido;
mientras yo callo, escondido,
en manto de sombra oscuro.
DUQUE: El cielo os guarde, señora.
ANA: Bien venido.
DUQUE: Acá me envía
el cochero que os servía,
y no puede hacerlo agora,
rendido a un dolor crüel.
¿A qué hora habéis de partir?
Que os tengo yo de servir
esta jornada por él.
ANA: ¿Tanto es su mal?
JUAN: Por lo menos,
no podrá serviros hoy.
ANA: Pésame.
DUQUE: Persona soy
con quien no lo echaréis menos.
ANA: A media noche esté el coche
prevenido a la carrera.
DUQUE: Y será la vez primera
que el sol sale a media noche.
ANA: ¿Cómo es eso?
DUQUE: ¿Cómo es eso?
ANA: ¿Tierno sois?
DUQUE: ¿Es contra ley?
Alma tengo como el rey;
aunque este oficio profeso,
no huyo de amor los males,
que, si por ellos no fuera,
yo os juro que no estuviera
cubierto de estos sayales.
ANA: Pues qué ¿son disfraz de amor
por infanta pretendida?
DUQUE: Puede ser.
ANA: (¡Bien, por mi vida! Aparte
El cochero tiene humor.)
CELIA: Don Mendo viene.
ANA: Id con Dios,
y a media noche os espero.
DUQUE: Tengo, por mi compañero,
también que tratar con vos;
que es suyo el coche en que va
vuestra gente; y esta noche
ya veis cuánto vale un coche,
y concertado no está.
La visita recebid,
que los dos esperaremos.
ANA: Por eso no reñiremos
si con bien llego a Madrid.
DUQUE: Señora, entre padres e hijos
parece bien el concierto.
Apártase el DUQUE con don JUAN. Salen don MENDO y LEONARDO
MENDO: ¡Gloria a Dios, que llego al puerto
de combates tan prolijos!
DUQUE: Escuchar pretendo así
si a don Mendo favorece
doña Ana.
JUAN: Pues ¿qué os parece?
DUQUE: Que por mi daño la vi...
Salen doña LUCRECIA y ORTIZ
LUCRECIA: ¡Don Mendo con ella, cielos!
ORTIZ: ¿Si sabe que estás acá?
Pónese LUCRECIA a escuchar
LUCRECIA: Cerca el desengaño está.
ORTIZ: Hoy averiguas tus celos.
MENDO: ¿Qué es esto, doña Ana hermosa?
¿No me respondes? ¿ Qué es esto?
¿Quién ha mudado tan presto
mi fortuna venturosa?
¿Tú, señora, estás así
grave y callada conmigo?
¿Quién me ha puesto mal contigo?
¿Quién te ha dicho mal de mí?
Habla. Dime tu querella.
ANA: ¿Tú puedes causarme enojos
teniendo "un alma y dos ojos
para escoger la más bella?"
MENDO: (Palabras son que escribí Aparte
a la engañada Lucrecia.)
Esperado habrá la necia
Lucrecia tener de mí
favor con hacerme daño;
mas no pienso que le importe.
Vamos, señora, a la corte,
verás si la desengaño...
LUCRECIA: (¡Ah, falso!) Aparte
MENDO: ...que su favor
no estimo, porque concluya,
lo que una palabra tuya,
aunque la engendre el rigor.
ANA: ¿Cómo, pues, "si el labio mueve
mi mediano entendimiento,
helado queda mi aliento
entre palabras de nieve?"
MENDO: (Don Juan le debió de dar Aparte
cuenta de nuestra porfía;
mas aquí la industria mía
las suertes ha de trocar;
que si la verdad confieso
y que el amor y el poder
temí del duque, es mujer,
y despertará con eso.)
Vuelve ese rostro, en que veo
cifrado el cielo de amor.
ANA: Don Mendo, así está mejor
quien tiene "el cerca tan feo".
MENDO: Yo colijo que don Juan
de Mendoza, mal mirado,
la contienda te ha contado
de la noche de San Juan;
que conozco esas razones
que el necio dijo de ti,
porque yo le defendí
tus divinas perfecciones.
JUAN: (¡Ah, traidor!) Aparte
DUQUE: Disimulad.
MENDO: Pero don Juan bien podía
callar, pues que yo quería
perdonar su necedad.
Mas ya que estás de esa suerte
de mí, señora, ofendida,
porque le dejé la vida,
a quien se atrevió a ofenderte,
no me culpes; que el estar
el duque Urbino presente
pudo de mi furia ardiente
el ímpetu refrenar.
CELIA: ¡Qué embustero!
ANA: (¡Qué engañoso!) Aparte
CELIA: ¡Mira con quién te casabas!
MENDO: Si por eso me privabas
de ver ese cielo hermoso,
vuelve; que presto por mí
cortada verás la lengua
que en tus gracias puso mengua.
ANA: Pues guárdate tú de ti.
MENDO: ¿Yo de mí? ¿Luego yo he sido
quien te ofendió?
ANA: Claro está.
¿Quién si no tú?
MENDO: ¿Cuánto va
que ese falso fementido,
lisonjero universal
con capa de bien hablado,
por adularte ha contado
que él dijo bien y yo mal?
Mas brevemente verán
estos ojos, dueño hermoso,
castigado al malicioso.
ANA: "Para entre los dos, don Juan
es un buen hombre; y si digo
que tiene poco de sabio,
puedo, sin hacerle agravio:
vuestro deudo es y mi amigo;
mas esto no es murmurar."
MENDO: Eso dije a solas yo
al duque, que se admiró
de verle vituperar
lo que yo tanto alabé.
ANA: Dilo al revés.
MENDO: Según esto,
quien contigo mal me ha puesto
el Duque sin duda fué.
¡Aun no ha llegado a la corte
y ya en enredos se emplea!
¡0 piensa que está en su aldea,
para que nada le importe
su grandeza o calidad
al necio rapaz conmigo,
para no darle el castigo?
DUQUE: (¡Ah, traidor!) Aparte
JUAN: Disimulad.
ANA: ¿Qué sirven falsas excusas,
qué quimeras, qué invenciones,
donde la misma verdad,
acusa tu lengua torpe?
Hablas tú tan mal de mí
sin que contigo te enojes,
¿y enójaste con quien pudo
contarme tus sinrazones?
Quien te daña es la verdad
de las culpas que te ponen.
pecaste y yo lo supe,
¿qué importa saber de dónde?
Pues nadie me ha referido
lo que hablaste aquella noche.
Verdad te digo, o la muerte
en agraz mis años corte.
Y siendo así, sabes tú
que son las mismas razones
las que aquí me has escuchado
que las que dijiste entonces.
Y pues las sé, bien te puedes
despedir de mis favores,
y, a toda ley, hablar bien,
porque las paredes oyen.
Vase doña ANA
MENDO: Vuelve, escucha. dueño hermoso,
lo que mi fe te responde;
y pues oyen las paredes,
oye tú mis tristes voces.
LUCRECIA: (Mas que de tristeza mueras.) Aparte
Vanse doña LUCRECIA y ORTIZ
CELIA: (Mas que eternamente llores.) Aparte
DUQUE: ¿De dónde pudo doña Ana
saber lo que aquella noche
hablamos?
JUAN: Yo no lo he dicho.
DUQUE: Ni yo.
Vase el DUQUE
JUAN: Las paredes oyen.
Vase don JUAN
MENDO: Oyeme tú, Celia. Así
tus floridos años logres.
CELIA: Las que ya llamaste canas,
¿cómo agora llamas flores?
MENDO: ¿Quién te ha dicho tal de mí,
Celia?
CELIA: Las paredes oyen.
Vase CELIA
MENDO: ¿Qué es esto, suerte enemiga?
¿Por tan falsas ocasiones,
tan verdadera mudanza
en voluntad tan conforme?
¡Que pueda ser, quien me ha dado
los más estrechos favores
a mi acusación, de cera,
y a mi descargo, de bronce!
¿A mis contrarios escuchas?
¿A malos terceros oyes?
¿A mí el oído me niegas?
¿A mí la cara me escondes?
LEONARDO: Con la pasión no discurres.
¿Posible es que no conoces
que tan estraños efetos
a mayor causa responden?
No por las culpas que dice
hay mudanza en sus amores,
antes por haber mudanza
aquestas culpas te pone.
Que si el enojo que ves
causaran tus sinrazones,
no tan resuelta negara
los oídos a tus voces;
que, a quien obligan ofensas
de quien ama a que se enoje,
la satisfación desea
cuando la culpa propone.
Doña Ana no quiso oírte,
y, así, me espanta que ignorcs
que culpas ha menester,
pues huye satisfaciones;
y el que anda a caza de culpas,
intención resuelta esconde,
y pretende dar color
de castigo a sus errores.
MENDO: Bien imaginas.
LEONARDO: Señor,
ciego estás, pues no conoces
su desamor en su ausencia,
su engaño en sus dilaciones.
Dilató por las novenas
el matrimonio. Engañóte;
que no hay mujer que al amor
prefiera las devociones.
Con secreto caminaba
a otro fin su trato doble;
y, por si no lo alcanzase,
entretuvo sus amores.
Ya lo alcanzó, y te despide
sin que en descargo le informes;
que ha menester que tus culpas
su injusta mudanza abonen.
MENDO: Agudamente discurres;
mas por los celestes orbes
juro que me he de vengar
de su rigor esta noche.
LEONARDO: Poderoso eres, señor.
MENDO: De allá han salido dos hombres.
LEONARDO: Cocheros son de doña Ana.
MENDO: La Fortuna me socorre.
Salen el DUQUE y don JUAN, de
cocheros
DUQUE: Ni vi hermosura mayor,
ni igual discreción oí.
JUAN: ¿Luego a don Mendo vencí?
DUQUE: Preguntádselo a mi amor,
¡Vive el cielo, que estoy loco!
JUAN: (Mi invención es ya dichosa.) Aparte
DUQUE: Será mi esposa.
JUAN: ¿Tu esposa?
DUQUE: Sí.
JUAN: (Ni tanto ni tan poco.) Aparte
MENDO: Dios os guarde, buena gente.
DUQUE: ¿Quién va allá?
MENDO: Don Mendo soy
de Guzmán.
DUQUE: Por darle estoy Aparte
el castigo aquí.
JUAN: Detente;
que es de doña Ana esta puerta.
DUQUE: ¿Qué mandáis?
MENDO: Que me digáis,
pues a doña Ana lleváis,
¿a qué hora se concierta
la partida?
DUQUE: A media noche.
MENDO: Una cosa habéis de hacer,
que me obligo a agradecer.
DUQUE: Decidla.
MENDO: Apartar el coche
en que fuere vuestro dueño
del camino un trecho largo,
haciendo del yerro cargo
a la obscuridad o al sueño.
DUQUE: ¿Para qué fin?
MENDO: Solamente
hablarle pretendo, amigos,
con espacio y sin testigos.
DUQUE: ¿Cosa que algún hecho intente
que nos cueste?...
MENDO: No os dé pena,
cuando yo os amparo, el miedo.
La obligación en que os quedo
publique aquesta cadena
Dale una cadena, y tómala el DUQUE
que podéis los dos, partir.
DUQUE: No, señor.
MENDO: Esto ha de ser.
DUQUE: Una cosa habéis de hacer
si os habemos de servir.
MENDO: Hablad, pues.
DUQUE: Que a la ocasión
no vais más de dos amigos;
porque cuantos son testigos,
tantos enemigos son.
MENDO: Solos iremos los dos.
De esto la palabra os doy.
DUQUE: Con eso, a serviros voy.
MENDO: Y yo a seguiros.
DUQUE: Adiós;
que es hora ya de partir.
JUAN: ¿Dónde con tu intento vas?
DUQUE: Presto, don Juan, lo verás.
Vanase el DUQUE y don JUAN
MENDO: Manda luego apercebir,
Leonardo los dos rocines
de campo, para alcancar
esta fiera. Hoy he de dar
a esta caza dulces fines.
LEONARDO: No lo dudes, pues está
tan de tu parte el cochero.
MENDO: Como eso puede el dinero.
LEONARDO: Contra su dueño será,
si de su favor te ayudas
MENDO: El primer cochero agora
no será que a su señora
haya servido de Judas.
Vanse el DUQUE y LEONARDO. Salen tres ARRIEROS y
una MUJER, cantan
ARRIERO 1: "Venta de Viveros,
¡dichoso sitio,
si el ventero es cristiano,
es moro el vino!
¡Sitio dichoso,
si el ventero es cristiano,
y el vino es moro!"
ARRIERO 2: "Con mi albarda y mi burro
no envidio nada;
que son coches de pobres
burros y albardas."
MUJER: "Tan gustosa vengo
de ver los toros,
que nunca se me quitan
dentre los ojos."
ARRIERO 3: "Unos ojos que adoro
llevo a las ancas.
¿Quién ha visto los ojos
a las espaldas?"
ARRIERO 4: ¿Gruñes, o gritas, o cantas? Dentro
OTRO: Mis males espanto asi Dentro
ARRIERO 4: ¿Somos tus males aquí? Dentro
Porque también nos espantas.
OTRO: Calla, y toma mi consejo; Dentro
que no es la miel para ti.
ARRIERO 4: ¿Fuiste a ver los toros? Dentro
OTRO: Sí. Dentro
ARRIERO 4: ¿Pues no hay en tu casa espejo? Dentro
ARRIERO 2: ¡Ah del coche! ¿Dónde bueno?
del camino se han salido.
ARRIERO 4: O el cochero se ha dormido, Dentro
o han de hacer noche al sereno.
ARRIERO 2: ¡Ah, Faetón de los cocheros, Dentro
que te pierdes! Por acá.
ARRIERO 4: Por esos trigos se va. Dentro
ARRIERO 2: Y tras él dos caballeros.
ARRIERO l: De malas lenguas se quita
quien va al desierto a morar.
ARRIERO 2: No van ellos a rezar;
que por allí no hay ermita.
ARRIERO 4: Arre, mula de Mahoma; Dentro
ella hace burla de mí.
Dale, Francisco.
ARRIERO 2: Echa aquí.
ARRIERO l: Arre: ¿qué diablo te toma?
Vanse los ARRIEROS y la MUJER
MENDO: Pára, cochero. Dentro
ANA: ¿Quién es? Dentro
MENDO: Don Mendo soy. Dentro
ANA: ¡Anda! Dentro
MENDO: ¡Pára! Dentro
Salen don MENDO y doña ANA, doña
LUCRECIA y LEONAARDO
ANA: ¿Quién sino tú se mostrara
conmigo tan descortés?
MENDO: Mi exceso y atrevimiento
disculpo con tu mudanza.
ANA: Llámala justa venganza
y cuerdo arrepentimiento.
MENDO: ¿Quién lo causó?
ANA: Tus traiciones.
MENDO: ¡Ah, falsa! ¿Engañarme piensas
¿Acreditas mis ofensas
por abonar tus acciones?
Pues no lograrás tu intento.
Llega a pelear don MENDO con doña ANA,
LUCRECIA a ayudarla, y LEONARDo a tener a LUCRECIA
ANA: ¿Qué es esto?
MENDO: Justo castigo
de tu mudanza.
ANA: ¿Conmigo
tan grosero atrevimiento?
LUCRECIA: ¡Justicia de Dios!
LEONARDO: Tenéos.
ANA: ¿Hay excesos más extraños?
MENDO: A pesar de tus engaños
he de lograr mis deseos.
Salen el DUQUE y don JUAN, de cocheros; sacan las
espadas y dan sobre ellos
DUQUE: La venganga nos convida.
ANA: ¿Dónde están mis escuderos?
Vendido me han los cocheros.
DUQUE: Por vos, señora, la vida
vuestros cocheros darán.
MENDO: ¿A don Mendo os atrevéis,
viles?
LEONARDO: Cocheros, ¿qué haréis?
¡Que es don Mendo de Guzmán!
A vuestro coche os volved.
MENDO: Furias del infierno son.
LUCRECIA: ¡Qué pena!
ANA: ¡Qué confusión!
Retírense don MENDO y LEONARDO, y el DUQUE y
don JUAN van tras ellos
¡Cocheros, tened, tened!
Vanse doña ANA y doña LUCRECIA
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
Salen doña ANA y CELIA; el DUQUE y don JUAN;
todos como acabaron la segunda jornada
ANA: ¿No advertís lo que habéis hecho?
¿Cómo tan despacio estáis?
DUQUE: Por nosotros no temáis.
Quietad el hermoso pecho;
pues, con probar la violencia
que intentó aquel caballero,
en nuestro favor espero
que tendremos la sentencia.
Y por su reputación
le estará más bien callar.
No penséis que ha de tratar
de tomar satifación
por justicia un caballero.
¿No veis lo mal que sonara
que herido se confesara
del brazo vil de un cochero
un tan ilustre señor,
dueño de tantos vasallos?
De estos casos el callallos
es el remedio mejor.
ANA: Siéntome tan obligada
de vuestro valor extraño,
que el temor de vuestro daño
toda me tiene turbada.
DUQUE: No temáis.
ANA: El pecho fiel
el daño está previniendo.
DUQUE: Quien pudo herir a don Mendo
podrá defenderse de él.
Hablan a secreto doña ANA y CELIA
CELIA: En hablar tan cortesanos,
tan valientes en obrar,
mucho dan que sospechar
estos cocheros.
ANA: Las manos
les mira, que la verdad
nos dirán.
CELIA: Es gran razón
pagarles la obligación
que tienes a su lealtad.
Toma CELIA las manos al DUQUE y vuélvese a
hablar aparte a doña ANA
Pues por estas manos queda
tu honestidad defendida.
¡Ay, señora de mi vida!
Blandas son como una seda
y, en llegando cerca, son
sus olores soberanos.
ANA: ¿Buen olor, y buenas manos?
Clara está la información.
Disimula.
Don JUAN se está escondiendo detrás del
DUQUE
CELIA: (El otro está Aparte
siempre cubierto y callado.
Va CELIA por detrás de todos a coger de cara
a don JUAN
Cogerélo descuidado,
pues la aurora alumbra ya
lo que basta a conocerlo.
ANA: Amigos, puesto que así
os arriesgastes por mi
sin obligación de hacerlo,
de esta casa y de mi hacienda
os valed.
DUQUE: Los pies os beso,
mas yo no paso por eso;
que no es razón que se entienda
que fue sin obligación
el serviros; pues de un modo
se la pone al mundo todo
vuestra rara perfección.
Porque a quien os llega a ver,
dais gloria tan sin medida,
que aunque os pague con la vida,
os queda mucho a deber.
Sale de detrás don JUAN
CELIA: Y vos, ¿sois mudo, cochero?
¿De qué estáis triste? Volved,
alzad el rostro, aprended
ánimo del compañero.
El que riñó sin temer,
¿teme sin reñir agora?
DUQUE: En vano os cansáis, señora;
que es mudo.
CELIA: Bien puede ser.
(Mas yo don Juan de Mendoza Aparte
pienso que es... Él es. ¿Qué dudo?
El triste se finge mudo
por no perder lo que goza
mientras encubierto está.)
Hablan aparte doña ANA y CELIA
¿Quién dirás, señora, que es
el callado?
ANA: Dilo pues.
CELIA: ¿Quién piensas tú que será?
ANA: No lo sé.
CELIA: ¿Quién puede ser
quien, siendo gran caballero,
quisiese ser tu cochero
sólo por poderte ver?
¿Quién el que, con tal valor
en un lance tan estrecho,
pusiese a la espada el pecho
por asegurar tu honor?
¿Quién el que en penar se goza
por tu amor, y tu desdén
sigue enamorado? ¿Quién
sino don Juan de Mendoza?
ANA: Bien dices. Sólo él haría
finezas tan extremadas.
CELIA: Bien merecen ser premïadas.
ANA: Que no las pierde, confía.
DUQUE: El sol sale, porque vos
--que sol al mundo habéis sido
en tanto que él ha dormido--
reposéis agora. Adiós,
y, así los cielos, que os dan
belleza, os den larga vida,
que no os inquiete la herida
de don Mendo de Guzmán.
Vase el DUQUE
ANA: Tras la ofensa que ha intentado,
no hay por qué inquietarme pueda;
que ni aun la ceniza queda
en mí del amor pasado.
Detén a don Juan, que quiero
hablarle.
CELIA: A servirte voy
ANA: Y mientras con él estoy,
entretén al compañero.
CELIA habla a don JUAN que se retiraba siguiendo al
DUQUE
CELIA: Señor cochero fingido,
mi dueño os llama. Esperad.
JUAN: ¡Un!...
CELIA: No hay "un." Volved y hablad;
que ya os hemos conocido.
Vase CELIA
JUAN: Eso debo a mi ventura.
ANA: ¿Qué es esto, don Juan?
JUAN: Amor.
ANA: Locura, dirás mejor.
JUAN: ¿Cuándo amor no fue locura?
ANA: Sí; mas los fines ignoro
de estos disfraces que veo.
JUAN: Así miro a quien deseo;
así sirvo a quien adoro.
ANA: No; traidoras intenciones
encubren estos disfraces.
JUAN: Falsas conjeturas haces
por negar obligaciones.
ANA: El probarte lo que digo,
no es difícil.
JUAN: Ya lo espero.
ANA: ¿Quién es ese caballero
y a qué fin viene contigo?
Traer quien me diga amores,
y escucharlos escondido,
¿podrás decir que no ha sido
con pensamientos traidores?
JUAN: ¡Cuán lejos del blanco das!
Que, si traidores los llamas,
la mayor fineza infamas
que ha hecho el amor jamás.
ANA: Dila, pues; que a agradecella,
si no a pagarla, me obligo.
JUAN: Por obedecer la digo,
no por obligar con ella.
Como mi mucha afición
y poco merecimiento
engendró en mi pensamiento
justa desesperación,
vino amor a dar un medio
en desventura tan fiera,
que a mi mal consuelo fuera,
ya que no fuera remedio;
y fue que te alcance quien
te merezca. Tu bien quiero;
que el efecto verdadero
es éste de querer bien.
A este fin tus partes bellas
al duque Urbino conté,
si contar posible fue
en el cielo las estrellas.
Él, de tu fama movido,
de tu recato obligado,
este disfraz ha ordenado,
con que te ha visto y oído.
Y ojalá que, conociendo
tu sujeto soberano,
dé, con pretender tu mano,
efecto a lo que pretendo;
que yo, con verte en estado
igual al merecimiento,
al fin quedaré contento,
ya que no quede pagado.
Ésta ha sido mi intención;
y si escuchaba escondido,
fue porque el ser conocido -
no estorbase la invención.
Que juzgues agora quiero
si he merecido o pecado,
pues de puro enamorado
vengo a servir de tercero.
ANA: Tu voluntad agradezco,
pero condeno tu engaño;
que presumes, por mi daño,
más de mí que yo merezco.
Porque no es a la excelencia
del duque igual mi valor;
que no engaña el propio amor
donde hay tanta diferencia.
Fue mi padre un caballero
ilustre; mas yo imagino
que pensara honrarle Urbino
si lo hiciera su escudero.
Y, así, a tan locos intentos
tus lisonjas no me incitan;
que afrentosos precipitan
los soberbios pensamientos.
JUAN: Mucho, señora, te ofendes,
porque, sin tu calidad,
digna es por sí tu beldad
de más bien que en esto emprendes.
No te merece gozar
el duque, ni el rey, ni...
ANA: Tente:
la fiebre de amor ardiente
te obliga a desatinar.
Tu amoroso pensamiento
encarece mi valor,
¡Diérasle al duque tu amor,
que yo le diera tu intento!
JUAN: ¿Quién podrá quererte menos
en viendo tu perfección?
ANA: Al fin, por tu corazón
quieres juzgar los ajenos;
y es engaño conocido
que, si el tuyo por mi muere,
no con una flecha hiere
todos los pechos Cupido.
Y aunque el Duque tenga amor,
galán querrá ser, don Juan;
y honra más que un rey galán
un marido labrador.
Y aunque en el duque es forzosa
la ventaja que le doy,
grande para dama soy,
si pequeña para esposa.
JUAN: Nadie con tal pensamiento
ofende tu calidad.
ANA: De mi consejo, dejad
de terciar en ese intento;
porque mayor esperanza
puede, al fin, tener de mí
quien pretende para si,
que quien para otro alcanza.
Vase doña ANA
JUAN: ¿Posible es que tal favor
merecieron mis oídos?
¡Dichosos males sufridos!
¡Dulces victorias de amor!
"Que tendrá más esperanza,"
dijo, si bien lo entendí,
"quien pretende para sí,
que quien para otro alcanza."
Que la pretenda mi amor
me aconseja claramente;
y la mujer que consiente
ser amada, hace favor.
Sale BELTRÁN
BELTRÁN: Mira que el duque te espera
y no el padre de Faetón,
que a publicar tu invención
apresura su carrera.
JUAN: En cas de mi amada bella
son los años puntos breves.
BELTRÁN: En la taberna no bebes,
pero te huelgas en ella.
JUAN: Bien lo entiendes.
BELTRÁN: Alegría
vierten tus ojos, señor.
JUAN: Hacen fiestas a un favor.
BELTRÁN: Mucho alcanza la porfía.
Sale CELIA
JUAN: Celia amiga, Dios te guarde.
CELIA: Y te dé el bien que deseas.
JUAN: Como de mi parte seas,
no hay ventura que no aguarde.
CELIA: Si en mi mano hubiera sido,
tu dicha fuera la mía;
mas, don Juan, sirve y porfía
que no va tu amor perdido.
Vase don JUAN
BELTRÁN: Y a mí ¿me aprovecharía
el servir como a mi amo?
CELIA: Pues ¿amas también?
BELTRÁN: Yo amo
por sólo hacer compañía.
Sale doña ANA
ANA: (Celia está con el crïado Aparte
de don Juan, y no sosiego
hasta hablarle; ya está el fuego
en mi pecho declarado.)
CELIA: Mi señora.
BELTRÁN: Voime.
ANA: Hidalgo,
volved. ¿Quién sois?
BELTRÁN: Soy Beltrán,
un crïado de don Juan
de Mendoza.
ANA: ¿Queréis algo?
BELTRÁN: Servirte sólo quisiera.
Aquí a Celia le decía
que amo por compañía.
ANA: No es conclusión verdadera.
¿Satirizas?
BELTRÁN: No conviene;
que eso puede sólo hacer
quien no tiene qué perder
o qué le digan no tiene.
Pero yo, ¿cómo querías
que predique sin ser santo?
¿Qué faltas diré, si hay tanto
que remediar en las mías?
ANA: Tu gusto desacreditas
con esa cuerda intención,
porque a la conversación
la mejor salsa le quitas.
BELTRÁN: Si ella es salsa, es muy costosa,
señora; que, bien mirado,
ni hay más inútil pecado,
ni falta más peligrosa.
Después que uno ha dicho mal,
¿saca de hacerlo algún bien?
Los que le escuchan más bien,
ésos lo quieren más mal.
Que cada cual entre sí
dice, oyendo al maldiciente,
"Éste, cuando yo me ausente,
lo mismo dirá de mí."
Pues si aquél de quien murmura
lo sabe, que es fácil cosa,
¿qué mesa tiene gustosa?
¿qué cama tiene segura?
Viciosos hay de mil modos
que no aborrecen la gente,
y sólo del maldiciente
huyen con cuidado todos.
Del malo más pertinaz
lastima la desventura;
solamente al que murmura
lleva el diablo en haz y en paz.
En la corte hay un señor,
que muchas veces oí...
(Esto encaja bien aquí Aparte
para quitarle el amor)
...que está malquisto de modo,
por vicioso en murmurar,
que si lo vieran quemar
diera leña el pueblo todo.
¿No conoces a don Mendo
de Guzmán?
ANA: Beltrán, detente.
El vicio del maldiciente
has estado maldiciendo,
¿y con tal desenvoltura
de don Mendo has murmurado?
BELTRÁN: Pienso que es exceptuado
murmurar del que murmura.
Dicen que el que hurta al ladrón
gana perdones, señora.
ANA: Dicen mal. Vete en buen hora.
BELTRÁN: Da a mi ignorancia perdón
si acaso te ha disgustado.
(Mal disimula quien ama.) Aparte
Vase BELTRÁN
CELIA: Apagado se ha la llama,
mas mucha brasa ha quedado.
Pues su ofensa te ofendió,
sin, duda que en tu memoria
ha borrado amor la historia
que esta noche te pasó.
ANA: Celia, ten. Cierra los labios;
mira que mi honor ofendes,
cuando de mi pecho entiendes
que olvida así sus agravios.
No los males he olvidado
que ha dicho de mí don Mendo;
la infame hazaña estoy viendo
que hoy en el campo ha intentado,
en que claramente veo,
pues tan poco me estimaba
que engañoso procuraba
sólo cumplir su deseo.
Con que ya en mi pensamiento
no sólo el fuego apagué,
pero cuanto el amor fue
es el aborrecimiento.
Mas esto no da licencia
para que un bajo crïado,
de hombre tan calificado
hable mal en mi presencia;
que no por la enemistad
que entre dos nobles empieza,
pierden ellos la nobleza,
ni el villano la humildad.
Esto, Celia, me ha obligado
a indignarme con Beltrán;
que no porque ya don Juan
no esté solo en mi cuidado.
CELIA: ¿Al fin su fe te ha vencido?
ANA: Con lo que anoche pasó,
cuanto don Mendo bajó,
él en mi rueda ha subido.
CELIA: ¿Declarástele tu amor?
ANA: ¿Tan liviana me has hallado?
¿No basta haberle mostrado
resplandores de favor?
CELIA: ¡Liviana dices, después
de dos años que por ti
ha andado fuera de sí!
Bien parece que no ves
lo que en las comedias hacen
las infantas de León.
ANA: ¿Cómo?
CELIA: Con tal condición
o con tal desdicha nacen,
que, en viendo un hombre, al momento
le ruegan y mudan traje,
y, sirviéndole de paje,
van con las piernas al viento.
Pues tú, que obligada estás
de tanto tiempo y fe tanta
--si bien señora, no infanta--
honestamente podrás
decirle tu voluntad
con prevenciones discretas,
sin temer que a los poetas
les parezca impropiedad.
ANA: ¿Poco a poco no es mejor?
CELIA: ¿Tú quiéreslo?
ANA: Celia, sí.
CELIA: ¿Sabes que él muere por ti?
ANA: Bien cierta estoy de su amor.
CELIA: Pues cuando de esa verdad
hay certidumbre, yo hallo
más crueldad en dilatallo
que en decillo liviandad;
que el tiempo sirve de dar
del amor información,
y es necia la dilación
si no queda qué probar.
ANA: El sujetarme es forzoso,
Celia, a tu agudeza extraña.
CELIA: Es verdad que es poca hazaña
persuadir a un deseoso.
Vanse doña ANA y CELIA. Sale don MENDO, con
banda y sin espada, y el CONDE
MENDO: "Mis cocheros me han vendido,"
dijo mi enemiga apenas,
cuando en espadas y dagas
truenan agotes y riendas;
y como animosos, mudos,
indicio de su fiereza
--que da el valor a los pechos
lo que les quita a las lenguas--
embistieron dos a dos
con tal ímpetu y violencia,
que pensé, viendo el exceso
de su valor y sus fuerzas,
que, transformado en cochero
Jove por mi ingrata bella,
vibraba rayos ardientes
para vengar sus ofensas.
Porque sus valientes golpes
eran tantos, que no suenan
en la fragua de Vulcano
los martillos tan apriesa.
Al fin, primo--que a vos solo
puedo confesar mi afrenta--
la espada de un hombre humilde
pudo herirme en la cabeza;
y tanta sangre corría,
con ser la herida pequeña,
que, cegándome los ojos,
puso fin a la pendencia.
Volví a curarme a Alcalá,
que estaba a cuarto de legua,
más con rabia de la causa,
que del efecto con pena.
Esto ha podido en doña Ana
una mal fundada queja,
y éste es el premio que traigo
de celebrarla en las fiestas.
CONDE: ¿Hay suceso más extraño?
¿Y habéis sabido quién eran
cocheros tan valerosos?
MENDO: Como se va con cautela
procurando, por mi honor,
que el suceso no se sepa,
no es averiguarlo fácil;
mas yo tengo una sospecha;
que siempre estas viudas mozas
hipócritas y santeras,
tienen galanes humildes
para que nadie lo entienda.
Tal valor en un cochero
los celos no más lo engendran;
que nunca así por leales
los hombres bajos se arriesgan.
Esto se viene rodado,
que si no, no lo dijera;
que ya sabéis que no suelo
meterme en vidas ajenas.
CONDE: (¡Así tengas la salud!) Aparte
No vengo en esa sospecha.
El enojo os precipita
contra tan honradas prendas;
y no es justo hablar así
de quien puede ser que sea
vuestra esposa.
MENDO: Yo he perdido
la esperanza y la paciencia.
CONDE: ¿Tan presto?
MENDO: Volverme quiero
a mi constante Lucrecia.
CONDE: (¡Malas nuevas te dé Dios¡) Aparte
Indicios dais de flaqueza.
Si doña Ana está engañada,
procurad satisfacerla.
MENDO: Niega a mi voz los oídos.
CONDE: Entrad y habladla con fuerza;
porque quien el dueño ha sido,
siempre tiene esa licencia,
mientras no se satisface
de que es la mudanza cierta.
Quizá enojada os castiga,
y no os despide resuelta.
0 decid vuestras disculpas
en un papel.
MENDO: Yo lo hiciera,
si hubiera de recebirlo.
CONDE: Yo me obligo a que lo lea.
MENDO: ¿Cómo?
CONDE: Dámele; que yo
lo pondré en sus manos mesmas.
MENDO: Al punto voy a escribir.
Vase don MENDO
CONDE: Y yo a pedir a Lucrecia
que me cumpla su palabra,
pues ha visto sus ofensas;
que, pues con doña Ana vino
de Alcalá en un coche, es fuerza
que viera lo que has contado,
y su desengaño viera.
Y este papel ha de ver,
para que negar no pueda;
que modo habrá de excusarme
cuando don Mendo lo sepa.
Y consiga yo mi intento,
suceda lo que suceda;
que no mira inconvenientes
el que ciega Amor de veras.
Vase el CONDE. Salen don JUAN y BELTRÁN
BELTRÁN: Qué, ¿llegó el tiempo?
JUAN: Llegó
el fin de las ansias mías.
BELTRÁN: ¡Gracias a Dios que en mis días
un milagro sucedió!
¿Que a doña Ana le das pena?
¿Que olvida al Guzmán Narciso?
Éste es el tiempo que quiso
ver el Marqués de Villena.
Es verdad que de cada año
lo mismo decir he oído;
pero viene aquí nacido
con suceso tan extraño.
¿Que te quiere bien?
JUAN: Sin duda.
Ya lo dijo claramente,
y un ángel, Beltrán, no miente.
BELTRÁN: Todo en efeto se muda,
pues algún tiempo, averiguo
que fue ya la calva hermosa.
Jamás el tiempo reposa.
¿No dice un romance antiguo,
"Por mayo era, por mayo;
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
a sus damas llevan flores?"
Pues, ¿ves? Aquí se ha pasado
a setiembre ya el calor.
Pero sospecho, señor,
que tú también te has mudado.
¿De qué tal melancolía
te ha cargado en un instante?
Tahur parece el amante,
pues no dura su alegría.
Pero advierto que es flaqueza.
JUAN: Déjame con mi aflicción.
BELTRÁN: ¿Ello importa a la invención,
señor? Pues va de tristeza.
JUAN: Beltrán, la mudanza mía
en mudarse toda está;
que también se mudará
la causa de mi alegría.
Que adora así su beldad
el duque Urbino, que creo
que, por lograr su deseo,
perderá la libertad.
BELTRÁN: ¿Que se case temes?
JUAN: Si.
BELTRÁN: Pues si tu querida alcanza
de vista aquesa esperanza,
bien pueden doblar por ti;
que por llamarse excelencia,
¿qué no hará una mujer?
JUAN: Eso me obliga a perder
la esperanza y la paciencia.
BELTRÁN: Pues al remedio, señor.
JUAN: Dilo tú, si alguno ves.
BELTRÁN: Si él ama así, no lo es
el declararle tu amor.
Mas, pues que tu amada bella
contigo está declarada,
antes que él la persüada,
cásate, señor, con ella.
JUAN: ¿Cómo la podré obligar
tan brevemente?
BELTRÁN: Fingiendo
que la herida de don Mendo
se ha sabido en el lugar,
y con esto el vulgo toca
en la opinión de doña Ana;
que tengo por cosa llana
que, por taparle la boca,
si se ha de determinar
tarde, que quiera temprano
darte de esposa la mano.
Con esto puedes mostrar
un desconfïado pecho
con recelos de su fe,
por que su mano te dé
para verte satisfecho.
Que pues dice claramente
que te quiere, y tú la quieres,
o ha de hacer lo que quisieres,
o ha de confesar que miente.
JUAN: Al jardín irá esta tarde;
allí la tengo de ver
y seguir tu parecer.
BELTRÁN: Nunca ha vencido el cobarde.
El duque es éste.
Salen el DUQUE y FABIO, su criado
JUAN: ¿Señor?
DUQUE: Don Juan amigo, yo muero...
JUAN: ¿Cómo?
DUQUE: En un combate fiero
de celos, desdén y amor.
Al ingrato como bello
ángel que adoro, escribí
hoy un papel...
JUAN: (¡Ay de mí!) Aparte
DUQUE: Y no ha querido leello.
JUAN: (El alma al cuerpo me ha vuelto.) Aparte
Pues ¿cómo tanto rigor?
DUQUE: Nacido es de ajeno amor
un disfavor tan resuelto.
JUAN: Yo a ser amada atribuyo
el mostrarse tan ingrata.
DUQUE: Cuando el efeto me mata,
sobre la causa no arguyo.
Lo que es cierto es que yo muero.
Vos, don Juan, me aconsejad.
JUAN: De tan resuelta crueldad
la mudanza desespero.
Dejarlo es mi parecer,
antes que crezca el amor.
DUQUE: Ya no puede ser mayor.
JUAN: Pues amar y padecer.
Sale MARCELO, crïado del DUQUE
MARCELO. ¿Puedo hablarte?
DUQUE: Sí, Marcelo.
MARCELO. Dame albricias.
DUQUE: Tu tardanza
me mata.
MARCELO. Ya tu esperanza
ha hallado puerta en tu cielo.
Hoy va tu dueño crüel
al jardín, y un escudero
--que esto ha podido el dinero--
quiere darte entrada en él.
DUQUE: Abrázame.
BELTRÁN: (¡Qué doblones!) Aparte
DUQUE: ¿No iréis conmigo, don Juan?
JUAN: Señor, los que solos van
gozan bien las ocasiones.
DUQUE: Bien decís. Vedme después
que se esconda el sol dorado;
sabréis lo que me ha pasado.
Vase el DUQUE y los dos criados
JUAN: ¡Mal haya el vil interés,
por quien ni honor ni opinión
podemos asegurar!
BELTRÁN: Lo que importa es madrugar
y hurtarle la bendición.
Vanse don JUAN y BELTRÁN. Salen el CONDE y
doña LUCRECIA
CONDE: ¿Negarás, señora mía,
la palabra que me diste?
LUCRECIA: Yo no la niego.
CONDE: ¿Y que viste,
cuando doña Ana venía
de Alcalá, tu desengaño?
LUCRECIA: Eso tampoco te niego;
mas, aunque se apagó el fuego,
quedan reliquias del daño.
CONDE: Pues porque arrojes del pecho
las cenizas que han quedado,
mira el papel que me ha dado
don Mendo, de amor deshecho,
para aplacar el rigor
de doña Ana de Contreras.
Si más agravios esperas,
será bajeza y no amor.
Dale un papel y lee LUCRECIA
LUCRECIA: "El que sin oír condena,
oyendo ha de condenar;
y esto me obliga a pensar
que es sin remedio mi pena.
Ya que el cielo así lo ordena,
dadme sólo un rato oído,
que, si culpado lo pido,
para más pena ha de ser,
sino que os daña saber
que jamás os he ofendido."
CONDE: ¿Conoces la letra?
LUCRECIA: Sí.
CONDE: ¿Ves tu engaño?
LUCRECIA: Ya lo veo,
conde, y pagarte deseo
lo que padeces por mí;
que, además de que premiarte
es justo tan firme fe,
gusto a mi padre daré,
que es en esto de tu parte.
Hazme gusto de esconderte
por el jardín. No te vea
mi prima.
CONDE: El alma desea
por gloria el obedecerte.
Vase el CONDE. Salen doña ANA y CELIA
CELIA: ¿Que de esa manera estás?
ANA: Después que estoy declarada,
cuanto más resistí helada
tanto voy ardiendo más.
¿Quién detrás de este arrayán
súbitamente lo hallara!
CELIA: "¡Ay, Celia, y qué mala cara
y mal talle de don Juan!"
¿Ves lo que en un hombre vale
el buen trato y condición?
ANA: Tanto, que ya en mi opinión
no hay Narciso que le iguale.
Prima, ¿qué es eso que lees?
LUCRECIA: Un billete de don Mendo,
y mostrártelo pretendo,
por si sus promesas crees.
ANA: Ni lo escucho ni le creo.
Bien puedes vivir segura.
Le da el papel a doña ANA y ella se pone a
leerlo
LUCRECIA: ¡No le dé Dios más ventura
de la que yo le deseo!
Sólo pretendo que de él
entiendas lo que te quiere.
(Haréle el mal que pudiere, Aparte
pues da ocasión el papel.)
Sale don JUAN
CELIA: (Llega atrevido y dichoso.) Aparte
Don JUAN se llega por un lado a doña ANA
JUAN: (Un papel está leyendo, Aparte
y es la letra de don Mendo.)
¿Tendrá licencia un celoso,
a quien tu dueño has llamado,
para ver ese papel?
ANA: Don Juan, si ha nacido de él
ese celoso cuidado,
pide licencia primero
a mi prima y lo verás.
JUAN: ¿Luego licencia me das
de decille que te quiero?
ANA: Sí; que este lance es forzoso,
puesto que el alma te adora.
JUAN: Dadme licencia, señora,
por amante o por celoso,
para ver este papel.
LUCRECIA: Mi gusto en doña Ana vive.
ANA: Agora sabe que escribe
don Mendo a Lucrecia en él.
JUAN: ¿Don Mendo a Lucrecia?
ANA: Sí;
decirlo puede mi prima.
JUAN: Si tanto tu gusto estima,
más que eso dirá por ti;
pero aquí el mismo papel
es bien que el testigo sea.
LUCRECIA: Satisfacerme desea,
y audiencia me pide en él.
Toma don JUAN el papel y lee
JUAN: "El que sin oír condena,
oyendo ha de condenar,
y esto me obliga a pensar
que es sin remedio mi pena.
Ya que el cielo así lo ordena,
dadme solo un rato oído,
que, si culpado lo pido,
para, más pena ha de ser;
sino que os daña saber
que jamás os he ofendido."
Doña Ana, ¿qué te ha obligado
a pretenderme engañar?
¿Qué te puedo yo importar
no querido y engañado?
A ti vienen dirigidas
las razones que he leído;
que sobre lo sucedido,
son palabras conocidas.
ANA: Cuando a mí venga el papel,
¿da gracias de algún favor,
o quejas de mi rigor?
Luego te obligo con él.
JUAN: Mejor modo de obligar
fuera no haberlo leído,
que quien escucha ofendido,
no huye de perdonar.
¿Ajeno papel recibes
cuando mía te has nombrado?
0 poco me has estimado
o livianamente vives.
De donde he ya conocido
que vivir me está más bien
desdichado en tu desdén,
que en tu favor ofendido.
Yo me iré donde jamás
pueda otra vez engañarme
tu favor...
ANA: ¿Quieres matarme,
señor?
JUAN: Suelta.
ANA: No te irás
sin oírme. Prima mía,
ayúdamele a tener.
JUAN: Soltad.
LUCRECIA: Ya es esto perder
la debida cortesía.
CELIA: Don Mendo está en el jardín.
ANA: ¿Don Mendo?
CELIA: Por fuerza ha entrado.
ANA: A coyuntura ha llegado,
que daré a tus celos fin.
Los dos tras ese arrayán
os entrad, donde escondidos,
los ojos y los oídos
satisfación os darán.
JUAN: Sola tu mano ha de ser
quien me tenga satisfecho.
ANA: Señor eres ya del pecho;
poco te queda que hacer.
Sale don MENDO. Doña LUCRECIA y don JUAN, se
esconden. CELIA queda retirada, cerca de ellos
MENDO: Ni quiero que me perdones
ni volver quiero a tu gracia;
y si tal pidiere, cierra
el oído a mis palabras.
Mis descargos solamente
quiero que escuches, doña Ana,
por volver por mi opinión,
no por culpar tu mudanza.
Si al duque Urbino de ti
dije una noche mil faltas,
fue temor de que en su pecho
engendrase Amor tu fama;
porque don Juan de Mendoza
contaba sus alabanzas,
y a la pólvora de un modo
la menor centella basta.
A tu prima le escribí
mil agravios por tu causa,
desengañando su amor
y encareciendo tus gracias.
Si ella te ha dicho otra cosa,
presto verás que te engaña;
que el traslado traigo aquí.
Oye sus mismas palabras.
Lee don MENDO
"Tu sentimiento encareces
sin escuchar mis disculpas.
Cuanto sin razón me culpas,
tanto con razón padeces.
Si miras lo que mereces,
verás cómo la pasión
te obliga a que, sin razón,
agravies, en tu locura,
con las dudas, la hermosura;
con los celos, la elección.
Lucrecia, de ti a doña Ana
ventaja hay más conocida
que de la muerte a la vida,
de la noche a la mañana.
¿Quién a la hermosa Dïana
trocará por una estrella?
Deja la injusta querella,
desengaña tus enojos;
que tengo un alma y dos ojos
para escoger la más bella."
Mira si más claramente
pude yo desengañarla.
Si ella lo entendió al revés,
en mí no estuvo la falta.
Que quise en el campo usar
de fuerzas dirás. ¡Ah, ingrata!
Como a esposa lo intenté,
si te ofendí como a extraña;
y delinquir en el campo
no fue mucho, si llevara
anticipado el castigo
con mil flechas en el alma.
Tus quejas y mis disculpas
éstas son. La furia amansa.
Huya de tu hermoso cielo
la nube de tu desgracia;
que el cielo, el aire, la tierra
son testigos de mis ansias.
No hay quien dude mis verdades
sino tú, que eres la causa.
Ésta es mi mano de esposo;
y con disculpa tan clara,
o no niegues mi firmeza,
o confiesa tu mudanza.
LUCRECIA: (Aquí se casan sin duda.) Aparte
JUAN: (Aquí sin duda se casan.) Aparte
¿Saldré, Celia?
CELIA: No la enojes
cuando te importa obligarla.
Sale el DUQUE con un ESCUDERO, y quédase
escondido a una parte del teatro tras el paño
ESCUDERO: De aquí podéis aguardar
a que don Mendo se vaya.
Vase el ESCUDERO
ANA: Don Mendo, yo te confieso
que tu descargo es muy llano,
y que con darme la mano
puede cerrarse el proceso;
pero tu intento no tiene
remedio; ya me has perdido,
y resuelto el ofendido,
tarde la disculpa viene.
Digo que fue la intención
con que hablaste mal de mí
al duque, querer así
librarme de su afición;
mas fue público el hablar,
la intención oculta fue.
Si por lo escrito juzgué,
no te me puedes quejar.
Y agora te desengaña
de cuán malo es hablar mal
pues con ser la causa tal
y el fin tan bueno, te daña.
Por el mal medio condeno
el buen fin. Todo lo igualo;
en que verás que lo malo,
aun para buen fin, no es bueno.
Tu lengua te condenó
sin remedio a mi desdén.
A toda ley, hablar bien,
que a nadie jamás dañó.
Con esto, si eres discreto,
mudar intento podrás.
MENDO: ¿Resuelta en efeto estás?
ANA: Resuelta estoy en efeto.
MENDO: Mira lo que dices.
ANA: Digo
que es vana tu prevención.
porque ésta, resolución
es, don Mendo, no castigo.
MENDO: Ya lo que dice de ti
la fama creer es justo;
que informa de tu mal gusto
el aborrecerme a mí.
Del cochero que me hirió
se habla mal, y mal sospecho,
que tal brío en bajo pecho,
de tus favores nació.
ANA: Tente, no me digas más.
Yo estorbaré mis afrentas.
Por donde obligarme intentas
del todo me perderás.
El cochero que te hirió,
don Mendo, mostrarte quiero.
Bien podéis salir, cochero.
Salen al teatro, y todos empuñan las espadas.
Don JUAN y doña LUCRECIA por un lado, y por otro el DUQUE.
Después, BELTRÁN y el CONDE
JUAN: Yo soy el cochero.
DUQUE: Y Yo.
ANA: Caballeros, detenéos;
que a mí ese daño me hacéis.
DUQUE: Basta que vos lo mandéis.
JUAN: Serviros son mis deseos.
ANA: Éstos los cocheros son
por quien mi opinión se infama
y por quitar a la fama
de mi afrenta la ocasión,
le doy la mano de esposa
a don Juan.
Danse las manos
JUAN: Y yo os la doy.
CELIA: ¡Buena Pascua!
BELTRÁN: ¡Loco estoy!
Empuña el DUQUE contra don JUAN
DUQUE: Vuestra amistad engañosa
castigaré.
JUAN: Detenéos;
que yo nunca os engañé.
Recato y no engaño fue
encubriros mis deseos;
que, si os queréis acordar,
sólo os tercié para verla,
y, en empezando a quererla,
ya dejé de acompañar.
ANA: Y en fin, si bien lo miráis,
el dueño fui de mi mano;
y sobre mi gusto, en vano
sin mi gusto disputáis.
A don Juan la mano di,
porque me obligó diciendo
bien de mí, lo que don Mendo
perdió hablando mal de mí.
Éste es mi gusto, si bien
misterio del cielo ha sido,
con que mostrar ha querido
cuánto vale el hablar bien.
MENDO: Antes sospecho que fue
pena del loco rigor,
con que, por ti, el firme amor
de tu prima desprecié.
Mas con llorar mi mudanza
y gozar su mano bella,
estorbaré su querella
y mi engaño y tu venganza.
LUCRECIA: ¿Quién os dijo que sustenta
hasta agora el alma mía
vuestra memoria?
BELTRÁN: Él hacía
sin la huéspeda la cuenta.
LUCRECIA: Vos hablastes, pretendiendo
a doña Ana, mal de mí.
MENDO: ¿Yo a doña Ana mal de ti?
LUCRECIA: Las paredes oyen, Mendo.
Mas, puesto que en vos es tal
la imprudencia, que queréis
ser mi esposo, cuando habéis
hablando de mí tan mal,
yo no pienso ser tan necia
que esposa pretenda ser
de quien quiere por mujer
a la misma que desprecia;
y, porque con la esperanza
el castigo no aliviéis,
lo que por falso perdéis,
el Conde por firme alcanza.
Vuestra soy.
Da la mano al CONDE
MENDO: ¡Todo lo pierdo!
¿Para qué quiero la vida?
CONDE: Júzgala también perdida,
si en hablar no eres más cuerdo.
BELTRÁN: Y pues este ejemplo ven,
suplico a vuesas mercedes
miren que oyen las paredes,
y, a toda ley, hablar bien.
FIN DE LA COMEDIA