Mostrando las entradas con la etiqueta Chejov Anton Platónov. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Chejov Anton Platónov. Mostrar todas las entradas

8/10/14

Platónov. Antón Chejov.


























Platónov
Antón Chejov

Comedia dramática en cuatro actos
(1880)

PERSONAJES

ANA PETROVNA VOINITZEVA, viuda joven del general Voinitzev.
SERGUEI PÁVLOVICH VOINITZEV, su hijastro.
SOFÍA YEGÓROVNA, esposa de Serguei. Terratenientes, vecinos de los Voinitzev:
PORFIRI SEMIÓNOVICH GLAGÓLIEV KIRIL PORFÍRICH GLAGÓLIEV,
su hijo GUERÁSIM KUZMICH PETRIN
PÁVEL PETRÓVICH SCHERBUK

MARÍA YEFÍMOVNA GRÉKOVA, veinte años.
IVÁN IVÁNOVICH TRILETZKI, coronel retirado.
NIKOLAI IVÁNOVICH TRILETZKI, su hijo médico.
ABRAHAM ABRÁMOVICH VENGUÉROVICH, judío rico.
ISAAC ABRÁMOVICH VENGUÉROVICH, su hijo, estudiante.
TIMOFEI GORDÉIEVICH BUGROV, comerciante.
MIJAÍL VASÍLIEVICH PLATÓNOV, maestro rural.
ALEXANDRA IVÁNOVNA (SASHA), esposa de Platónov. Hija de Triletzki.
OSIP, treinta años, cuatrero.
MARKO, mensajero del juez de paz, viejecillo.
VASILI criados de los Voinitzev.
YAKOV
KATIA
Invitados, criados.

La acción se desarrolla en la finca de los Voinitzev, en una de las provincias del sur de Rusia

Acto primero

Antesala en casa de LOS VOINITZEV. Una vidriera conduce al jardín, y dos puertas, a una habitación interior. Mobiliario de modelo antiguo y moderno, mezclado. Un piano de cola y, junto a él, un atril con un violín y partituras. Un armonio. Cuadros (oleografías) en marcos dorados.

Escena primera

ANA PETROVNA está sentada al piano, inclinando la cabeza sobre las teclas. NIKOLAI IVÁNOVICH TRILETZKI entra. TRILETZKI. -(Se acerca a ANA PETROVNA.) ¿Qué?

ANA. -(Levanta la cabeza.) Nada... Que estoy aburrida.

TRILETZKI. -¡Déme, ángel mío, un cigarrillo! El cuerpo me pide terriblemente fumar. Desde esta mañana, no sé por qué, aún no he fumado...

ANA. -(Le ofrece los cigarrillos.) Coja usted más, para no molestar después. (Encienden los cigarrillos.) ¡Estoy aburrida, Nikolai! Estoy triste, no hay nada que hacer, tengo morriña. Qué hacer, no sé... (TRILETZKI le coge la mano.) ¿Me toma el pulso? Estoy sana...

TRILETZKI. -No, no le tomo el pulso... Quiero dar un beso. (Besa la mano.) Uno besa su mano, como una almohadilla... ¿Con que se lava las manos, que las tiene tan blancas? ¡Son maravillosas! La besaré otra vez. (Besa la mano.) ¿Jugamos al ajedrez?

ANA. -Juguemos... (Mira el reloj.) Son las doce y cuarto... Seguramente nuestros invitados tienen hambre...

TRILETZKI. -(Prepara el tablero de ajedrez.) Lo más probable. En lo que se refiere a mí, tengo un hambre terrible.

ANA. -Yo no lo decía por usted... Usted siempre está hambriento, aunque come a cada minuto... (Se sientan a jugar al ajedrez.) Usted sale... Venga... Primero hay que pensar, y luego jugar. Yo, aquí. Usted siempre tiene hambre...

TRILETZKI.-Vamos... ¿Eh?... Tengo hambre... ¿Comeremos pronto?

ANA. -No creo que comamos pronto... El cocinero se ha dignado, por nuestra llegada, emborracharse, y ahora no se tiene de pie. Almorzaremos pronto. En serio, Nikolai Ivánovich, ¿cuándo usted va a estar harto? Come, come, come..., ¡come continuamente! ¡Eso es terrible! ¡Un hombre tan pequeño y qué estómago más grande tiene!

TRILETZKI. -¡Oh sí! ¡Es asombroso!

ANA. -¡Ha entrado usted en mi habitación y, sin preguntar, se ha comido media empanada! ¿No sabía usted que esta empanada no es mía? ¡Es un cochinada, querido! ¡Juegue!

TRILETZKI.-Yo no sabía nada. Solamente sé que la empanada se le agriará allí, si no me la como. ¿Usted piensa así? Puede... Yo pienso de esta manera... Si como mucho, entonces significa que estoy sano, y si estoy, sano, entonces, con su permiso... En cuerpo sano, alma sana. ¿Por qué piensa? Juegue, querida damita, sin pensar... (Canta.) Era contarle, contarle...

ANA. -Cállese... Me impide pensar.

TRILETZKI. -Es una lástima que usted, mujer tan inteligente, no sepa una palabra de gastronomía. El que no sabe comer bien, es un monstruo... ¡Un monstruo moral!... Pues... ¡Eh! ¡Un momento, un momento! ¡Así no se juega! ¡Venga! ¿Adónde mueve usted? ¡Ah, bueno, eso es otra cosa! Pues el gusto ocupa en la naturaleza el mismo lugar que el oído y la vista, es decir, está entre los cinco sentidos que conciernen enteramente al dominio, madre mía, de la psicología. ¡De la psicología!

ANA. -Usted, al parecer, se dispone a decir agudezas... ¡No diga agudezas, querido mío! Me tiene harta, y, además, no le van a usted... ¿No ha observado que no me río cuando dice agudezas? Ya es hora, a lo que parece, de que se dé cuenta de ello...

TRILETZKI. -¡Usted juega, excelencia!... ¡Cuidado con el caballo! Usted no se ríe, porque no comprende... Así...

ANA. -¿Qué mira» ¡Le toca a usted! ¿Qué cree usted? ¿Vendrá hoy aquí su ella?

TRILETZKI.-Prometió venir. Dio palabra.

ANA.-En tal caso, ya es hora de que estuviera aquí. Son las doce y pico... Usted... perdone por la indiscreción de la pregunta -¿anda con ella simplemente o en serio?

TRILETZKI. -¿Qué quiere que diga?

ANA.-Francamente, Nikolai Ivánovich, se lo pregunto no por cotilleo, sino amistosamente...
¿Qué es Grékova para usted y qué es usted para ella? Con sinceridad y sin agudezas, por favor...
¡Vamos! Se lo pregunto realmente como amiga...

TRILETZKI. -¿Qué es ella para mí y qué soy yo para ella? Hasta ahora no se sabe...
ANA. -Por lo menos...
TRILETZKI. -Voy a su casa, charlo, mareo, ocasiono gastos a su madre en café, y... nada más. Usted juega. Debo decirle que voy un día sí y otro no, y a veces cada día. Paseamos por las oscuras avenidas. Yo le hablo de mis cosas, ella me habla de las suyas; además, me sujeta por este botón y quita de mi cuello la pelusa... Siempre estoy lleno de pelusa.

ANA. -¡Vamos!

TRILETZKI. -Nada más... Es difícil definir lo que, en rigor, me tira a ella. El tedio, el amor o alguna otra cosa, no lo puedo saber... Sé que después de comer la echo muchísimo de menos... Según informes casualmente tomados, resulta que también ella me echa de menos...

ANA. -¿Amor, entonces?

TRILETZKI. -(Encoge los hombros.) Es muy posible. ¿Qué piensa usted? ¿La amo o no?
ANA. -¡Esto es gracioso! Usted lo sabrá mejor...
TRILETZKI. -¡Ah..., usted no me comprende!... ¡Usted juega!

ANA. -Juego. ¡No comprendo, Nikolai! A una mujer le resulta difícil comprenderle a usted a este respecto.

TRILETZKI. -Ella es buena muchacha.

ANA. -A mí me gusta. Tiene la cabeza lúcida. Solo que, amigo... No le cause de una manera u otra disgustos... De un modo u otro... Este pecado le sucede a usted a menudo... La visitará, la visitará, dirá un montón de sandeces, hará promesas, se jactará, y de ahí no pasará... Me da lástima de ella... ¿Qué hace ahora?

TRILETZKI. -Lee...

ANA. -¿También estudia química? (Se ríe.)

TRILETZKI. -A lo que parece.

ANA. -Excelente... ¡Cuidado! ¡Usted se lleva las piezas con la manga! ¡Me gusta por su afilada nariguilla! De ella podría salir un sabio bastante bueno...

TRILETZKI. -¡No sabe qué camino tomar, pobre muchacha!

ANA. -Escúcheme, Nikolai... Ruegue a María Yefímovna que venga a verme alguna vez. Me familiarizaré con ella y... juntos la calaremos, y la dejaremos ir en paz o la tomaremos en cuenta... Tal vez... (Pausa.) Yo le considero a usted un crío, una veleta, y por eso me mezclo en sus asuntos. Usted juega. Tal es mi consejo. O no tocarla en absoluto, o casarse con ella. Solo casarse..., ¡nada más! Y si, inesperadamente, quiere usted casarse, piénselo primero... Tenga la bondad de examinarla por todos los lados, no superficialmente: reflexione, medite, razone, y así no tendrá que llorar... después. ¿Me escucha?

TRILETZKI. -Desde luego... La escucho con interés y credulidad.

ANA. -Le conozco. Hace todo sin pensarlo y se casará sin pensarlo. En cuanto una mujer le enseña un dedo, usted está dispuesto a todo. Debe aconsejarse con sus íntimos... Sí... No confíe en su estúpida cabeza. (Golpea en la mesa.) ¡Qué cabeza tiene! (Silba.) ¡Silba, madre mía! Contiene mucho cerebro, pero no se ve en ella ni pizca de sentido.

TRILETZKI. -¡Silba como un campesino! ¡Asombrosa mujer! (Pausa.) Ella no vendrá a su casa.
ANA. -¿Por qué?
TRILETZKI. -Porque Platónov viene a esta casa. No puede soportarle después de aquellos sus exabruptos. El hombre se imaginó que ella es tonta, se le metió eso en su despeluzada cabeza, y ahora no hay quien le disuada. No sé por que, considera como un deber suyo enojar a los tontos, les hace malas pasadas... ¡Juegue!... ¿Acaso ella es tonta? ¡Él no comprende a la gente!

ANA.-Tonterías. No le consentiremos que se salga del tiesto. Dígala que no tenga miedo. ¿Por qué Platónov tarda tanto en venir? Hace ya tiempo que debería estar aquí... (Mira el reloj) Es una descortesía por su parte. Llevamos seis meses sin vernos.
TRILETZKI.-Cuando yo venía hacia aquí, vi que las maderas de las ventanas de la escuela estaban herméticamente cerradas. Probablemente esté durmiendo todavía. ¡Es un canalla! También hace mucho tiempo que yo no le veo.

ANA.-¿No estará enfermo?

TRILETZKI.-Él siempre está sano. Todavía vive. (Entran PORFIRI GLAGÓLIEV Y VOINITZEV.)

Escena II
Dichos. GLAGÓLIEV y VOINITZEV

GLAGÓLIEV. -(Entrando.) Así es, queridísimo Serguei Pávlovich. En este sentido, nosotros, las estrellas ponientes, somos mejores y más felices que ustedes, las nacientes. Y no había hombre, como ve, que perdiera, y había mujer que ganaba en el juego. (Se sientan.) Sentémonos, estoy fatigado... Amábamos a la mujer, como caballeros sin tacha, creíamos en ella, nos inclinábamos
ante ella, porque veíamos en ella a un ser mejor... ¡La mujeres un ser mejor, Serguei Pávlovich!

ANA. -¿Para qué trampear?
TRILETZKI. -¿Quién trampea?
ANA. -¿Quién ha colocado este peón aquí?
TRILETZKI. -¡Usted misma le ha colocado!
ANA. -¡Ah, ya!... Pardon...
TRILETZKI. -¡Ahora salimos con pardon!

GLAGÓLIEV. -Entre nosotros había también amigos. La amistad, en nuestro tiempo no parecía tan ingenua y tan innecesaria. En nuestro tiempo existían círculos literarios, ateneos. Por los amigos, entre otras cosas, estábamos decididos a penetrar en el fuego.

VOINITZEV.-(Bosteza.) ¡Era un tiempo excelente!

TRILETZKI. -Pero en nuestro terrible tiempo, los bomberos están para eso, para entrar en el fuego por los amigos.

ANA. -Eso es estúpido, Nikolai. (Pausa.)

GLAGÓLIEV. -El invierno pasado, en Moscú, en la Ópera, vi cómo un joven lloraba bajo la influencia de una buena música... ¿No es eso bueno?

VOINITZEV. -Quizá, incluso, sea muy bueno.

GLAGÓLIEV. -También yo pienso así. ¿Pero por qué, dígame, por favor, al mirarle, se reían las damas y caballeros que estaban sentados cerca de él? ¿Por qué se reían? Y el joven, al advertir que personas bondadosas veían sus lágrimas, empezó a dar vueltas en la butaca, se puso colorado,
simuló en su semblante una sonrisa despreciable y después salió del teatro... En nuestro tiempo no nos avergonzábamos de las buenas lágrimas ni nos reíamos de ellas...

TRILETZKI. -(A ANA.) ¡Que se muera este melifluo de melancolía! ¡No me gusta la pasión!
¡Hiere los oídos!

ANA.-¡Chis!...

GLAGÓLIEV.-Nosotros éramos mas felices que ustedes. En nuestro tiempo, quienes comprendían la música no se marchaban del teatro, se quedaban hasta el final de la ópera... Usted bobea, Serguei Pávlovich... Le he sometido...

VOINITZEV.-No... ¡Resuma, Porfiri Semiónovich! Es hora...

GLAGÓLIEV.-Bueno... Etcétera, etcétera. Si ahora se resume todo lo dicho por mí, resultará
que en nuestro tiempo había hombres que amaban y odiaban, y por consiguiente, que se indignaban y despreciaban...

VOINITZEV.-Estupendo. ¿Es que no los hay en nuestro tiempo?

GLAGÓLIEV.-Pienso que no. (VOINITZEV se levanta y va hacia la ventana.) Hoy, la ausencia de estas gentes viene a ser como una tisis... (Pausa.)

VOINITZEV.-¡Eso es una afirmación gratuita, Porfiri Semiónovich!

ANA.-¡No lo resisto! Huele tanto a pachulís insoportables, que incluso me siento mal. (Tose.)
¡Apártese un poco atrás!

TRILETZKI.-(Se aparta.) Está perdiendo, y los pobres pachulís tienen la culpa. ¡Es una mujer asombros.

VOINITZEV.-Está mal, Porfiri Semiónovich, presentar una acusación fundándose exclusivamente en conjeturas y en parcialidad contra la juventud actual...

GLAGÓLIEV.-Quizá. Es posible que esté equivocado.

VOINITZEV.-¿Quizá?... En ese caso no debe tener lugar ese quizá... ¡La acusación no es una broma!

GLAGÓLIEV.-(Se ríe.) Pero... usted se enfada, querido mío, empieza...¡Hum!...Esto demuestra que usted no es un caballero, que usted no sabe tratar con el debido respeto las opiniones del adversario.

VOINITZEV.-Eso prueba que yo se indignarme.

GLAGÓLIEV.-Yo, se comprende, no me refiero a todos sin excepción... Hay también excepciones, Serguei Pávlovich.

VOINITZEV. -Se sobrentiende... (Hace una reverencia.) Le agradezco humildísimamente su concesión. Todo el encanto de sus procedimientos reside en estas concesiones. Bueno, ¿Y qué
sucedería si tropezara con usted un hombre inexperto, que no le conoce, que cree en su saber? Entonces usted lograría convencerle de que nosotros, es decir, yo, Nikolai Ivánovich, mamá y, en general, todo lo que es más o menos joven, no sabemos indignarnos ni despreciar...

GLAGÓLIEV.-Pero... usted... Yo no he dicho...

ANA. -Yo quiero escuchar a Porfiri Semiónovich. ¡Dejemos de jugar! ¡Basta!
TRILETZKI. -No, no... ¡Juegue y escuche!
ANA. -¡Basta! (Se levanta.) Estoy harta. Después terminaremos la partida.

TRILETZKI.-Cuando yo pierdo, ella permanece sentada como si estuviera pegada a la silla, pero en cuanto empiezo a ganar, manifiesta el deseo de escuchar a Porfiri Semiónovich. (A GLAGÓLIEV.) ¿Y quién le pide a usted hablar ¡No hace más que molestar! (A ANA.) Tenga la bondad de sentarse y continuar: de lo contrario, consideraré que ha perdido.

ANA.-¡Considérelo! (Se sienta frente a GLAGÓLIEV.)

Escena III
Dichos y ABRAHAM VENGUÉROVICH

VENGUÉROVICH.-(Entra.) ¡Hace calor! Este calor me recuerda a la Palestina judía. (Se sienta al piano y teclea.) Allí, dicen, hace mucho calor.

TRILETZKI. -(Se levanta.) Lo anotaremos. (Saca del bolsillo un bloc.) ¡Lo anotaremos, buena mujer (Toma nota.) La generala... La generala me debe tres rublos... En total, con los anteriores: diez. ¡Eh! ¿Cuándo tendré el honor de recibir de usted esa suma?

GLAGÓLIEV. -¡Eh, señores, señores! Ustedes no han conocido el pasado. Cambiarían de nota... Comprenderían... (Suspira.) ¡Ustedes no comprenden!

VOINITZEV.-La literatura y la historia priman, al parecer, más sobre nuestra creencia... No hemos visto, Porfiri Semiónovich, el pasado, pero lo sentimos. Entre nosotros se deja sentir con mucha frecuencia. (Se golpea la nuca.) Pero usted no ve ni siente el presente.

TRILETZKI.-¿Lo va a anotar usted en su cuenta, excelencia, o me va a pagar ahora?
ANA. -¡Cállese! ¡No deja escuchar!
TRILETZKI. -¿Para qué les escucha? ¡Van a estar hablando hasta la noche!
ANA. -¡Serguei, da a este simple diez rublos!
VOINITZEV. -¿Diez? (Saca la cartera.) Vamos, Porfiri Semiónovich, cambiemos de conversación...

GLAGÓLIEV. -Bueno, si es que no le gusta.
VOINITZEV. -Me agrada escucharle, pero no me place oír lo que huele a calumnia... (Da a
TRILETZKI diez rublos.)

TRILETZKI. -Merci. (Da unas palmadas en el hombro a VENGUÉROVICH.) ¡Así hay que vivir en este mundo! Senté a una mujer indefensa tras el tablero de ajedrez, y la limpié sin escrúpulos diez rublos. ¿Lo han visto? ¿Es meritorio?
VENGUÉROVICH. -Completamente. Usted, doctor, es un auténtico hidalgo israelita.
ANA. -¡Cállese, Triletzki! (A GLAGÓLIEV.) Así, ¿la mujer es la mejor persona, Porfiri Semiónovich?

GLAGÓLIEV. -La mejor.

ANA. -¡Hum!... Por lo visto, usted es un gran donjuán, Porfiri Semiónovich.

GLAGÓLIEV. -Sí, me gustan las mujeres. Las adoro, Ana Petrovna. Veo en ellas, en cierto modo, todo lo que yo amo: mi corazón, y...

ANA. -Usted las adora... Bueno, ¿valen ellas sus respetos?
GLAGÓLIEV. -Sí.
ANA. -¿Está usted convencido de ello? ¿Muy convencido, o solo se obliga a pensar así? (TRILETZKI toma el violín y pasa el arco por las cuerdas.)

GLAGÓLIEV. -Muy convencido. Me basta conocerla solo a usted, para estar convencido de ello...

ANA. -¿En serio? Usted tiene un fondo especial.
VOINITZEV. -Es un romántico.
GLAGÓLIEV. -Puede ser... ¿Y qué? El romanticismo es una cosa no absolutamente mala. Ustedes desterraron el romanticismo... Hicieron bien, pero temo que, junto con él, desterraron alguna otra cosa...

ANA. -No entable, amigo mío, una polémica. No sé discutir. Lo desterramos o no lo desterramos, pero, en todo caso, somos más inteligentes, gracias a Dios. ¿No somos más inteligentes, Porfiri Semiónovich? Esto es lo principal... (Se ríe.) Que haya hombres inteligentes,
que se hagan más inteligentes, y todo lo demás se realizará por sí mismo... ¡Ah! ¡No chirríe, Nikolai
Ivánovich! ¡Deje el violín!

TRILETZKI.-(Cuelga el violín) Buen instrumento.

GLAGÓLIEV.-En cierta ocasión, Platónov se expresó felizmente... Nosotros, dijo él, hemos sentado la cabeza en lo que respecta a las mujeres, pero sentar la cabeza en lo que respecta a las mujeres significa enlodarse uno mismo y enlodar a la mujer...
TRILETZKI.-(Ríe a carcajadas.) Probablemente, celebraba su día onomástico... Bebió más de la cuenta...

ANA. -¿Eso dijo? (Se ríe.) Sí, a veces le gusta soltar tales sentencias... Lo dice para hacer un chiste... Por cierto, a propósito... ¿Qué le parece a usted Platónov? ¿Es héroe o no es héroe?

GLAGÓLIEV.-¿Cómo decirle? Platónov, a m modo de ver, es el mejor intérprete de la vaguedad actual... Es el héroe de la mejor novela contemporánea, aún no escrita, por desgracia... (Se ríe.) Por vaguedad, entiendo el estado actual de nuestra sociedad: el literato ruso siente esa vaguedad. Se
halla en un atolladero, se pierde, no sabe en qué detenerse, no comprende... ¡Resulta difícil entender a esos señores! (Señala a VOINITZEV.) Las novelas son malas hasta no poder más, ampulosas, mezquinas... ¡Y no es extraño! Todo es excesivamente vago, incomprensible... Todo se ha confundido en extremo, embrollado... El portavoz de esa vaguedad, a juicio mío, es nuestro inteligentísimo Platónov. ¿Está sano?

ANA.-Dicen que está sano. (Pausa.) Es un hombrecillo simpático...

GLAGÓLIEV.-Sí... Esta mal no respetarle. En el invierno fui varias veces a su casa, y jamás olvidaré las pocas horas que tuve la dicha de pasar con él.

ANA.-(Mira el reloj) Ya es hora de que estuviera aquí. Serguei, ¿has mandado a buscarle?
VOINITZEV.-Dos veces.
ANA. -Todos ustedes mienten, señores. ¡Triletzki, corra, mande a Yakov a buscarle!
TRILETZKI.-(Se estira.) ¿Ordeno que pongan la mesa?
ANA.-Yo misma lo ordenaré.

TRILETZKI. -(Va y tropieza junto a la puerta con BUGROV.) ¡Este comerciante resopla como una locomotora! (Le da unos golpes en el vientre y hace mutis.)

Escena IV

ANA PETROVNA, PORFIRI GLAGÓLIEV, ABRAHAM VENGUÉROVICH, VOINITZEV y BUGROV

BUGROV.-(Entrando.) ¡Uf! ¡Qué calor hace! Va a llover, sin duda.
VOINITZEV. -¿Viene usted del jardín?

BUGROV.-Del jardín...
VOINITZEV. -¿Está Sofia allí?
BUGROV. -¿Qué Sofía?
VOINITZEV.-¡Mi mujer, Sofía Yegórovna!
VENGUÉROVICH. -Ahora voy. (Sale al jardín.)

Escena V

ANA PETROVNA, PORFIRI GLAGÓLIEV, VOINITZEV, BUGROV, PLATÓNOV y SASHA (en traje ruso)
PLATÓNOV.-(En la puerta, a SASHA) ¡Por favor! ¡Pase, joven! (Entra en pos de SASHA.) ¡Por fin no estamos en casa! ¡Saluda, Sasha! ¡Buenos días, excelencia! (Se acerca a ANA PETROVNA, la besa una mano y después la otra.)

ANA. -Cruel, descortés... ¿Es que se puede obligar a hacerse esperar tanto tiempo? Pues usted sabe lo impaciente que soy. Querida Alexandra Ivánovna... (Se besa con SASHA.)

PLATÓNOV. -¡Por fin no estamos en casa! ¡Gracias a Dios! Seis meses sin ver parquet, ni sillones, ni techos altos, ni siquiera incluso a personas... Hemos dormido durante todo el invierno en una guarida, como los osos, y solo hoy hemos salido a la luz del día. ¡Serguei Pávlovich! (Se besa con VOINITZEV.)

VOINITZEV. -Y ha crecido, y engordado y... ¡Alexandra Ivánovna! ¡Madre mía, cómo ha engordado! (Estrecha la mano a SASHA.) ¿Está usted bien? ¡Ha embellecido y engrosado!

PLATÓNOV. -(Estrecha la mano a GLAGÓLIEV.) Porfiri Semiónovich..., encantadísimo de verle...

ANA. -¡Cómo están ustedes? ¿Cómo va su vida, Alexandra Ivánovna? ¡Siéntense, señores! Cuenten... ¡Sentémonos!

PLATÓNOV.-(Ríe a carcajadas.) ¡Serguei Pávlovich! ¿Es él? ¡Dios mío! ¿Dónde están los cabellos largos, la blusa y su dulce voz de tenor? ¡Vamos, diga algo!

VOINITZEV. -Yo soy tonto. (Se ríe.)

PLATÓNOV. -¡Un bajo, un bajo perfecto! ¡Vamos! Sentémonos... ¡Muévase, Porfiri
Semiónovich! Yo me siento. (Se sienta.) ¡Siéntense, señores! ¡Uf-f-f!... ¡Qué calor!... ¡Qué, Sasha!
¿Hueles? (Se sientan.)

SASHA. -Huelo. (Risas.)

PLATÓNOV. -Huele a carne humana. Es un encanto, ¿qué olor es ese? Me parece que hace ya un siglo que no nos veíamos. ¡El invierno es larguísimo! ¡Mira mi sillón! ¿Lo reconoces, Sasha? Hace seis meses, en él me pasaba yo días y noches, buscando con la generala la causa de todas las causas y perdiendo tus brillantes monedas de diez copeicas... Hace calor...
ANA. -He aguardado largo tiempo, perdí la paciencia... ¿Se encuentra usted bien?
PLATÓNOV. -Completamente bien... Debo decirle, excelencia, que usted ha engordado, y embellecido un poquito... Hoy hace calor, y bochorno... Empiezo a echar de menos el frío.

ANA. -¡Qué bárbaramente han engordado los dos! ¡Qué gente más feliz! ¿Cómo le ha ido, Mijaíl
Vasílievich?

PLATÓNOV. -Mal, como de costumbre... Me he pasado durmiendo todo el invierno y no he visto el cielo en seis meses. Bebía, comía, dormía, leía en voz alta a mi mujer novelas de Mayne Reid... ¡Mal!

SASHA. -Nos ha ido bien. Solo que aburrido, se comprende.

PLATÓNOV. -No aburrido, sino muy aburrido, alma mía. La echaba muchísimo de menos a usted... Por cierto, ahora mis ojos rebosan de alegría. Verla a usted, Ana Petrovna, después del largo y penosísimo aislamiento, es un lujo imperdonable.

ANA. -¡Tome usted por esto un cigarrillo! (Le da un emboquillado.)

PLATÓNOV. -Merci. (Encienden los cigarrillos.)

SASHA. -¿Usted llegó ayer? ANA. -A las diez.
PLATÓNOV. -A las once vi luces en su casa, pero temí entrar ¿Seguramente estaba cansada?

ANA. -¡Y qué haber entrado!... Estuvimos charlando hasta las dos... (SASHA cuchichea al oído a PLATÓNOV.)

PLATÓNOV. -¡Ah, diablos! (Se golpea la frente.) ¡Vaya memoria! ¿Por qué te has callado antes? ¡Serguei Pávlovich!

VOINITZEV. -¿Qué?

PLATÓNOV. -¡Él también calla! ¡Se ha casado y calla! (Se levanta.) ¡Yo me olvidé, y ellos callan!

SASHA. -También yo me olvidé, mientras él hablaba aquí. ¡Enhorabuena, Serguei Pávlovich!
¡Le deseo... todo, todo lo mejor!

PLATÓNOV. -Tengo el honor... (Se inclina.) ¡Amistad y amor, querido! ¡Ha hecho un milagro!
¡Yo en modo alguno esperaba de usted una acción tan importante e intrépida! ¡Tan pronto y tan rápido! ¿Quién podía esperar de usted semejante herejía?

VOINITZEV. -¡He aquí cómo soy! ¡Y pronto, y rápido! (Carcajea.) Yo mismo no esperaba de mí tal herejía. En un periquete, amigo mío, se arregló el asunto. ¡Me enamoré y me casé!

PLATÓNOV.-Sin un me enamoré no pasaba ni un invierno, pero en este invierno, además, se ha casado, se ha provisto de censura, como dice nuestro pope. ¡La mujer es la censura más horrible, más quisquillosa! ¡Resulta una desgracia, si es estúpida! ¿Ha encontrado colocación?

VOINITZEV.-Me ofrecen un puesto en la escuela media, pero no sé qué hacer. No quisiera aceptarlo. El sueldo es bajo y además, en general...

PLATÓNOV. -¿Pero lo va a aceptar?

VOINITZEV. -De momento, aún no sé absolutamente nada. Probablemente, no...

PLATÓNOV. -¡Hum!... Entonces, pasearemos. ¿Han transcurrido tres años desde que usted salió de la universidad?

VOINITZEV.-Sí.

PLATÓNOV. -Ya... (Suspirando.) ¡Y no hay quien le azote! Habrá que decírselo a su mujer... Estar ocioso tres años! ¿Eh?

ANA. -Ahora hace calor para tratar materias elevadas... Quiero bostezar. ¿Por qué han tardado tanto tiempo en venir, Alexandra Ivánovna?

SASHA. -Estuvimos ocupados. Misha estuvo arreglando una jaula, y yo fui a la iglesia. La jaula estaba rota, y no podíamos dejar al ruiseñor.

GLAGÓLIEV. -¿Qué hay en la iglesia hoy? ¿Alguna fiesta?

SASHA. -No... Fui a encargar una misa. Hoy es el aniversario de la muerte del padre de Misha, y él bien mereció una oración... Asistí al funeral... (Pausa.)

GLAGÓLIEV. -¿Cuántos años hace que falleció su padre, Mijaíl Vasílievich?
PLATÓNOV. -Tres, cuatro años...
SASHA.-Tres años y ocho meses.

GLAGÓLIEV. -¡Vaya!¡Dios mío! ¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡Tres años y ocho meses! ¡Parece que no hace tanto tiempo que nos vimos la última vez! (Suspira.) Nos vimos la última vez en Ivánovka, los dos éramos jurados. Entonces sucedió un caso que caracteriza muy bien al difunto. Juzgábamos, recuerdo, a un pobre y borracho agrimensor estatal por concusión y (Se ríe.) le absolvimos... Vasili Andreich, el finado, insistió en que así fuera... Durante tres horas insistió, adujo pruebas, se acaloró... «No le inculparé -gritó- hasta que ustedes no presten juramento de que ustedes mismos no se dejan sobornar.» Era ilógico, pero... ¡no podíamos con él! Nos fatigó horriblemente con su clemencia... Entonces estaba también con nosotros el difunto general Voinitzev, su esposo. Ana Petrovna..., que también era un hombre muy especial en su género.

ANA. -Eso no justificaría...

GLAGÓLIEV. -Sí, él insistía en la acusación. Recuerdo a los dos, colorados, coléricos, violentos... Los campesinos tomaron el partido del general, y nosotros, los nobles, nos pusimos de parte de Vasili Andreich... Éramos, por supuesto, los más fuertes. (Se ríe.) Su padre provocó al general a duelo, el general le llamó, con perdón, «canalla»... ¡Tonterías! Después, los emborrachamos y reconciliamos. No hay nada más fácil que reconciliar a los rusos... Su padre era un buenazo, tenía buen corazón.

PLATÓNOV. -No, bueno no, incoherente...

GLAGÓLIEV. -Era un gran hombre, en su género... Yo le apreciaba. Nuestras relaciones eran excelentísimas.

PLATÓNOV. -Bien, pero yo no puedo jactarme de eso. Me separé de él cuando yo no tenía aún ni un pelo en la barba, y en los tres últimos años éramos verdaderos enemigos. Yo no le respetaba, él me consideraba un hombre vacío y... los dos teníamos razón. ¡Yo no quiero a ese hombre! No le quiero, porque murió tranquilamente. Murió como mueren las personas honradas. Ser canalla y al mismo tiempo no querer reconocerlo, es una peculiaridad tremenda del miserable ruso.

GLAGÓLIEV. -De mortuis aut bene aut nihil, Mijaíl Vasílievich!

PLATÓNOV.-No... Eso es, una herejía latina. A mi juicio: de omnibus aut nihil, aut veritas. pero es mejor veritas que nihil, más instructivo al menos... Supongo que los muertos no necesitan de concesiones. (Entra IVÁN IVÁNOVICH)

Escena VI
Dichos e IVÁN IVÁNOVICH

IVÁN. -(Entra.) Ta-ta-ta... ¡Mi yerno y mi hija! ¡Astros de la constelación del coronel Triletzki!
¡Buenos días, queridos! ¡Saludos de un cañón de Krupp! ¡Señores, qué calor! Míshenka, querido mío...
PLATÓNOV. -(Se levanta.) ¡Buenos días, coronel! (Le abraza.) ¿Se encuentra usted bien?
IVÁN. -Yo siempre me encuentro bien. El Señor me sufre y no me castiga. Sáshenka... (Besa a
SASHA en la cabeza.) Hace tiempo que no os veía con mis propios ojos... ¿Estás bien de salud, Sáshenka?

SASHA. -Bien... ¿Y tú?

IVÁN. -(Se sienta al lado de Sasha.) Yo siempre estoy bien. En toda mi vida no he enfermado ni una sola vez... ¡Ya hace tiempo que no os veía! Todos los días pienso en ir a veros, visitar al nieto y criticar con mi yerno a la alta sociedad, pero nunca puedo... ¡Estoy ocupado, ángeles míos!
Anteayer quise ir a tu casa, deseaba enseñarte, Míshenka, mi nueva escopeta de dos cañones, pero el jefe de Policía del distrito me detuvo, me obligó a jugar a la préférence... ¡Excelente escopeta! Es inglesa. A ciento setenta pasos he matado con perdigones... ¿Mi nieto está bien?

SASHA.-Bien. Saludos de su parte...
IVÁN. -¿Es que sabe saludar?
VOINITZEV.-Se sobreentiende que espiritualmente.

IVÁN.-Ya, ya... Espiritualmente... Dile, Sashurka, que crezca pronto. Que le llevaré conmigo de caza. Ya he preparado también para él una pequeña escopeta de dos cañones... Haré un cazador de él, para que, después de mi muerte, haya a quien dejar mis útiles de caza.

ANA.-¡Iván Ivánovich, qué persona tan agradable! El día de San Pedro iremos con él a cazar codornices.

IVÁN.-¡Sí! Nosotros, Ana Petrovna, organizaremos una caza de becadas. Organizaremos una expedición polar a Besovo Bolotze...

ANA.-Probaremos su escopeta de dos cañones...

IVÁN.-¡La probaremos, Diana divina! (Besa su mano.) ¿Se acuerda, madrecita, del año pasado?
¡Ja, ja! ¡Me gustan las personas como usted, que me mate Dios! ¡No me agrada la pusilanimidad!
¡He aquí donde está la auténtica emancipación de la mujer! ¡La olfateas el hombro, y huele a pólvora, a Aníbales y a Amílcares! ¡Es una voivoda, enteramente una voivoda! ¡Dale charreteras, y sucumbirá el mundo! ¡Iremos! ¡Y llevaremos a Sasha con nosotros! ¡Llevaremos a todos! ¡Les demostraremos lo que significa la sangre militar, Diana divina, excelencia, Alejandra de Macedonia!

PLATÓNOV.-¿Te has emborrachado, coronel? IVÁN.-Por supuesto... Sin duda...
PLATÓNOV.-Por eso has empezado a cacarear así.

IVÁN.-Llegué aquí, hermano mío, alrededor de las ocho... Todos estaban durmiendo todavía... Vine aquí, y me puse a patear... Miro, sale ella..., se ríe... Nos bebimos una botella de Madera. Diana tomó tres copas. Y yo, el resto...

ANA.-¡Que falta hace contarlo! (Entra corriendo TRILETZKI)

Escena VII Dichos y TRILETZKI

TRILETZKI.-¡A los señores parientes!

PLATÓNOV.-¡A-a-ah!... ¡Malo es el médico de la corte de vuestra excelencia. Ana! Argentum nitricum... aquae destillatae... ¡Encantado de verle, querido! ¡Está sano, resplandece, brilla y huele!

TRILETZKI.-(Besa a SASHA en la cabeza.) ¡que el diablo se lleve a tu Mijaíl! ¡Es un toro, un verdadero toro!

SASHA.-¡Quita allá, cómo hueles a perfumes! ¿Estás bien?

TRILETZKI.-Completamente bien. Habéis hecho bien en venir. (Se sienta.) ¿Cómo van los asuntos. Michel?

PLATÓNOV.-¿Cuáles?

TRILETZKI.-Los tuyos, se comprende.

PLATÓNOV.-¿Los míos?¡Quién sabe cuáles son! Es largo, hermano de contar, además, no sería interesante. ¿Dónde te has cortado el pelo tan elegantemente? ¡Buen peinado! ¿Te costó un rublo?

TRILETZKI.-A mí no me peina el barbero... Para esto tengo damas, y a las damas no las pago rublos por el peinado... (Come jalea de frutas.). Yo, hermano mío...

PLATÓNOV. -¿Quieres decir una agudeza? No, no, no... ¡No te preocupes! No te molestes, por favor.

Escena VIII

Dichos, PETRIN y ABRAHAM VENGUÉROVICH. PETRIN entra con un periódico y se sienta. VENGUÉROVICH se sienta en un rincón. TRILETZKI.-(A IVÁN IVÁNOVICH.) ¡Llora, padre!

IVÁN. -¿Por qué he de llorar?

TRILETZKI. -Pues, por ejemplo, de alegría... ¡Mírame! Esta es tu hija... (Señala a SASHA.)
¡Este es tu hijo! (Señala a PLATÓNOV.) ¡Y este joven es tu yerno! ¡La hija vale una joya! ¡Es una perla, papá! ¡Sólo tú pudiste engendrar una hija tan hermosa! ¿Y el yerno?

IVÁN. -¿Por qué, amigo mío, debo llorar? No hay que llorar.

TRILETZKI. -¿Y el yerno? ¡Oh..., vaya yerno! ¡No encontrarás otro como él, aunque recorras todo el universo! ¡Es honrado, generoso, magnánimo, justo! ¿Y el nieto? ¡Es un diablillo! Agita los brazos, los tiende hacia adelante y constantemente dice con voz chillona: «¡Babo! ¡Babo! ¿Adónde está el babo? ¡Traédmele aquí, al pilluelo, traedme aquí sus bigotitos!»

IVÁN.-(Saca un pañuelo del bolsillo.) ¿Por qué tengo que llorar? ¡Bueno, gracias a Dios!
(Llora.) No hay que llorar.

TRILETZKI. -¿Lloras, coronel?

IVÁN.-No... ¿Por qué? ¡Bueno. gracias a Dios!... ¿Qué?...
PLATÓNOV.-¡Acaba ya, Nikolai!
TRILETZKI. -(Se levanta y se sienta al lado de BUGROV.) ¡Ahora el «temperamento» es cálido, Timofei Gordéievich!

BUGROV. -Efectivamente. Hace un calor semejante al que hay en el techo de la casa de baños. Un «temperamento» de unos treinta grados, cabe suponer.

TRILETZKI. -¿Qué significará esto? ,Por qué hace tanto calor, Timofei Gordéievich?
BUGROV. -Usted lo sabrá mejor.
TRILETZKI. -Yo no lo sé. Yo soy doctor.

BUGROV. -A mi juicio, hace tanto calor porque usted y yo nos reiríamos si en el mes de junio hiciese frío. (Risas.)

TRILETZKI.-Ya... Ahora comprendo... ¿Qué es mejor para la hierba, Timofei Gordéievich, el clima o la atmósfera?

BUGROV. -Todo es bueno, Nikolai Ivánovich, pero, para el trigo, la lluvia es más necesaria...
¿Qué provecho tiene el clima, si no llueve? Sin lluvia, el clima no vale ni un comino.

TRILETZKI. -Ya... Eso es verdad... Por su boca, cabe pensar, habla la propia sabiduría. ¿Y qué opinión tiene usted, señor comerciante, respecto a todo lo demás?

BUGROV. -(Se ríe.) Ninguna.

TRILETZKI. -Lo que también era necesario demostrar. ¡Usted es un hombre inteligentísimo, Timofei Gordéievich! Bueno, ¿que opina usted acerca de un truco astronómico, para que Ana Petrovna nos dé de comer? ¿Eh?

ANA. -¡Espere, Triletzki! ¡Todos esperan, espere también usted!

TRILETZKI.-Ella no conoce nuestros apetitos. No sabe cómo todos nosotros, y en particular usted y yo, queremos beber. ¡Pero beberemos y comeremos bien, Timofei Gordéievich! En primer lugar... En primer lugar... (Cuchichea a BUGROV al oído.) ¿Está mal? Esto por la corbata... Crematum simplex, Allí hay de todo: y para consumir en el lugar donde se compra, y para ser consumido fuera del establecimiento... Caviar, lomo de esturión seco, salmón, sardinas... Además, un pastel de seis o siete pisos... ¡Así de grande! Está relleno con todas las maravillas de la flora y de la fauna del Viejo y del Nuevo Mundo... Con tal que sea pronto... ¿Tiene mucha hambre, Timofei Gordéievich? Sinceramente...

SASHA.-(A TRILETZKI.) ¡No quieres tanto comer como armar jaleo! ¡No te gusta que la gente esté sentada tranquila!

TRILETZKI. -No me gusta que maten a la gente de hambre, ¡gordinflona!
PLATÓNOV.-Acabas de decir una agudeza, Nikolai Ivánovich. ¿Por qué no se ríen con ella?
ANA. -¡Ah, qué pesado es! ¡Qué pesado es! ¡Es el colmo de la impertinencia! ¡Esto es terrible!
¡Espere, mala persona! ¡Le daré de comer! (Hace mutis.)

TRILETZKI. -Ya hace tiempo que debías haberlo hecho.

Escena IX
Dichos, excepto ANA PETROVNA
PLATÓNOV.-Por lo demás, no estaría de más... ¿Qué hora es? Yo también tengo hambre.
VOINITZEV. -¿Dónde está mi mujer, señores? Platónov no la ha visto todavía... Debo
presentársela. (Se levanta.) Iré a buscarla. Le ha gustado tanto el jardín, que en modo alguno se va de él.

PLATÓNOV.-Entre otras cosas, Serguei Pávlovich, yo le rogaría que no me presentara a su mujer. Quisiera saber si ella me reconoce o no. En cierta ocasión la conocí un poquito y...

VOINITZEV.-¿Que la conoce? ¿A Sonia?

PLATÓNOV. -Nos conocimos... Cuando yo aún era estudiante, creo yo. No me presente, por favor, y cállese, no le diga ni una palabra de mi...

VOINITZEV.-De acuerdo. Este hombre conoce a todo el mundo. ¿Y cuándo tiene tiempo de trabar relaciones? (Sale al jardín.)

TRILETZKI.-¡Vaya artículo interesante que he publicado en El Correo Ruso, señores! ¿Lo han leído? ¿Lo ha leído usted, Abraham Abrámovich?

VENGUÉROVICH. -Lo he leído.

TRILETZKI.-¿No es verdad que es un artículo estupendo? ¡A usted, a usted, Abraham Abrámovich, le he presentado como a un gran caníbal! ¡He escrito de usted tales cosas, que toda Europa, sin duda, se horrorizará!

PETRIN.-(Ríe a carcajadas.) ¿Sobre quien más ha escrito? ¡He aquí quién es ese V.! Bueno, ¿Y
quien es B.?

BUGROV.-(Se ríe.) Ese soy yo. (Se enjuga la frente) ¡Allá ellos!

VENGUÉROVICH.-¡Y qué! Esto es muy loable. Si yo supiera escribir, sin falta escribiría en los periódicos. En primer lugar, dan dinero por ello, y en segundo lugar, entre nosotros no sé por qué esta admitido considerar hombres muy inteligentes a quienes escriben. Solo que usted, doctor, no ha escrito ese artículo. Lo escribió Porfiri Semiónovich.

GLAGÓLIEV.-¿De dónde lo sabe usted? VENGUÉROVICH. -Lo sé.
GLAGÓLIEV. -Es extraño... Lo escribí yo, esto es cierto; pero de dónde lo sabe usted?

VENGUÉROVICH. -Todo se puede saber, si se desea. Usted lo envió certificado, y el receptor de nuestra oficina de correos tiene buena memoria. Eso es todo... y no hay nada que adivinar. Mi malicia judía aquí nada tiene que ver... (Se ríe.) No tema, no me vengaré.

GLAGÓLIEV. -Yo no tengo miedo, pero... me resulta extraño. (Entra GRÉKOVA.)

Escena X
Dichos y GRÉKOVA

TRILETZKI. -(Se levanta bruscamente.) ¡María Yefímovna! ¡Esto es muy gracioso! ¡Vaya sorpresa!

GRÉKOVA. -(Le da la mano.) ¡Buenos días, Nikolai Ivánovich! (Saluda con un movimiento de cabeza a todos.) ¡Buenos días, señores!

TRILETZKI.-(Le quita la talma.) La quitaré la talma... ¿Está usted viva, se encuentra bien?
¡Buenos días, una vez más! (La besa la mano.) Está bien?

GRÉKOVA. -Como siempre... (Se turba y se sienta en la primera silla que encuentra.) ¿Está en casa Ana Petrovna?

TRILETZKI. -Sí. (Se sienta a su lado.)

GLAGÓLIEV.-¡Buenos días, María Yefímovna!.

IVÁN. -¿Esta es María Yefímovna? ¡A duras penas, la he reconocido! (Se acerca a GRÉKOVA
y la besa la mano.) Tengo la dicha de ver... Me resulta muy agradable...

GRÉKOVA. -¡Buenos días, Iván Ivánovich! (Tose.) Hace un calor espantoso... No me bese, por favor, la ma... Me siento violenta... No me gusta...

PLATÓNOV. -(Se acerca a GRÉKOVA.) ¡Tengo el honor de saludarla!... (Quiere besarle la mano.),Cómo está usted? ¡Déme la mano!

GRÉKOVA.-(Retira atrás la mano.) No es necesario...
PLATÓNOV. -¿Por qué? ¿No soy digno?
GRÉKOVA. -No sé si es digno o no, pero... usted ¿no es hipócrita?
PLATÓNOV.-¿Hipócrita? ¿Cómo sabe usted que soy hipócrita?
GRÉKOVA. -Usted no se hubiera puesto a besar mis manos, si yo no hubiese dicho que no me gusta este besuqueo... A usted, en general, le agrada hacer lo que a mí no me place.

PLATÓNOV. -¡Ahora sale con esa conclusión!
TRILETZKI. -(A PLATÓNOV.) ¡Retírate!
PLATÓNOV. -Ahora... ¿Cómo marcha su éter de chinches, María Yefímovna?
GRÉKOVA. -¿Qué éter?
PLATÓNOV. -He oído que usted obtiene éter de chinches... Quiere enriquecer la ciencia...
¡Buen asunto!

GRÉKOVA. -Usted siempre bromea...

TRILETZKI. -Sí, siempre bromea... Así, pues, usted ha venido, María Yefímovna... ¿Cómo está su mamá?

PLATÓNOV. -¡Qué sonrosada está! ¡Usted tiene mucho calor!
GRÉKOVA.-(Se levanta.) ¿Para qué me dice todo esto?
PLATÓNOV.-Quiero hablar un poco con usted... Hace mucho tiempo que no conversamos. ¿Por qué enfadarse? ¿Cuándo, al fin, va a dejar de enfadarse conmigo?

GRÉKOVA.-Noto que usted no se siente a gusto cuando me ve... No sé en qué le estorbo, pero... Yo le complazco, y en la medida de lo posible le rehuyo.. Si Nikolai Ivánovich no me hubiese dado palabra de honor de que usted no estaría aquí, yo no habría venido... (A TRILETZKI.) ¡No le da vergüenza mentir?

PLATÓNOV.-¡Cómo no te da vergüenza mentir, Nikolai! (A GRÉKOVA.) ¿Va usted a llorar?...
¡Llore! Las lágrimas suelen aliviar... (GRÉKOVA se dirige rápida a la puerta, donde se encuentra con ANA PETROVNA.)

Escena XI
Dichos y ANA PETROVNA

TRILETZKI.-(A PLATÓNOV.) ¡Es estúpido..., es estúpido! ¿Comprendes? ¡Es estúpido! Si lo haces otra vez..., ¡seremos enemigos!

PLATÓNOV.-¿Tú que tienes que ver aquí?

TRILETZKI.-¡Es estúpido! ¡No sabes lo que estás haciendo!
GLAGÓLIEV.-¡Es cruel, Mijaíl Vasílievich!
ANA.-¡María Yefímovna! ¡Cuánto me alegro! (Estrecha la mano a GRÉKOVA.) ¡Estoy muy contenta! Me visita tan raramente... Ha venido, y yo la quiero a usted por eso... Sentémonos... (Se sientan.) Estoy muy contenta... Gracias a Nikolai Ivánovich... Él se ha tomado la molestia de mendigarle salir de su aldea...

TRILETZKI.-(A PLATÓNOV.) ¿Y si yo la amase, supongamos?
PLATÓNOV.-Ámala... ¡Haz ese favor!
TRILETZKI.-¡No sabes lo que dices! ANA.-¿Cómo está usted, querida mía?
GRÉKOVA.-Bien, gracias.
ANA.-Usted está fatigada... (La mira a la cara.) Es duro recorrer veinte verstas sin estar acostumbrado...

GRÉKOVA.-No... (Se lleva el pañuelo a los ojos y llora.) No... ANA. -¿Qué le sucede, María Yefímovna? (Pausa.)
GRÉKOVA.-No... (TRILETZKI anda por el escenario.)
GLAGÓLIEV.-(A PLATÓNOV.) ¡Usted debe pedir perdón Mijaíl Vasílievich!
PLATÓNOV.-¿Para qué?
GLAGÓLIEV. -¿Y lo pregunta usted? Ha sido cruel...

SASHA. -(Se acerca a PLATÓNOV.) ¡Da una explicación! ¡Si no, me iré!... ¡Pide perdón!
ANA.-Yo misma tengo la costumbre de llorar después del viaje... ¡Los nervios se alteran!...

GLAGÓLIEV.-Finalmente... ¡Yo lo exijo! ¡Es una descortesía! ¡No lo esperaba de usted!
SASHA. -¡Pide perdón, te están diciendo! ¡Descarado!
ANA.-Comprendo... (Mira a PLATÓNOV.) Él ha tenido tiempo... Perdóneme, María Yefímovna. Me olvidé de hablar con este..., con este... Yo soy la culpable...

PLATÓNOV.-(Se acerca a GRÉKOVA.) ¡María Yefímovna! GRÉKOVA.-(Levanta la cabeza.) ¿Qué desea?
PLATÓNOV. -Usted perdone... Públicamente le pido perdón... ¡Ardo de vergüenza en cincuenta hogueras!... Deme la mano... Juro por mi honor que es sinceramente. (Le toma la mano.) Reconciliémonos... No lloriqueemos... ¿Paz? (Besa su mano.)

GRÉKOVA. -Paz. (Se cubre el rostro con el pañuelo y hace mutis. Tras ella hace mutis
TRILETZKI.)

Escena XII
Dichos, excepto GRÉKOVA y TRILETZKI

ANA. -Jamás llegué a pensar que usted se permitiría... ¡Usted!

GLAGÓLIEV. -¡Prudencia, Mijaíl Vasílievich; por Dios, prudencia!
PLATÓNOV. -¡Basta! (Se sienta en el diván.) Allá ella... Cometí la estupidez de empezar a hablar con ella, pero una estupidez no vale la pena de que se hable tanto de ella...

ANA. -¿Para qué Triletzki fue tras ella? No a todas las mujeres les resulta agradable que vean sus lágrimas.

GLAGÓLIEV. -Yo respeto en las mujeres esa sensibilidad... Usted no le dijo nada, al parecer, de particular; pero... una insinuación, una palabrita...

ANA. -Muy mal, Mijaíl Vasílievich; muy mal.

PLATÓNOV. -He pedido perdón, Ana Petrovna. (Entran VOINITZEV, SOFÍA YEGÓROVNA
e ISAAC ABRÁMOVICH.)

Escena XIII

Dichos, VOINITZEV, SOFÍA YEGÓROVNA, ISAAC ABRÁMOVICH y, después, TRILETZKI
VOINITZEV. -(Entra corriendo.) ¡Viene, viene! (Canta.) ¡Viene! ISAAC se detiene en la puerta, con los brazos cruzados.)

ANA. -¡Por fin, a Sofía le ha molestado este calor insoportable! ¡Por favor!

PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Sonia! ¡Dios mío, cómo ha cambiado!

SOFÍA. -He hablado tanto con el señor Venguérovich, que me olvidé por completo del calor... (Se sienta en el diván, distanciada de PLATÓNOV.) Estoy entusiasmada de nuestro jardín, Serguei.

GLAGÓLIEV. -Queridísimo amigo, Sofía Yegórovna. ¡Serguei Pávlovich!
VOINITZEV. -¿Qué desea usted?
GLAGÓLIEV. -Queridísimo amigo, Sofía Yegórovna me ha dado palabra de que, el jueves, ustedes vendrán a mi finca.

PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Ella me ha mirado! ¡Ella me ha mirado!
VOINITZEV. -Haremos honor a esa palabra. Iremos toda una compañía...
TRILETZKI.-(Entra.) «¡Oh, mujeres, mujeres!», dijo Shakespeare, pero faltó a la verdad. Habría que decir: «¡Ah, mujeres, mujeres!»

ANA.-¿Dónde está María Yefímovna?

TRILETZKI.-Yo la acompañé al jardín. ¡Para que olvide su pena!

GLAGÓLIEV.-¡Usted no ha estado nunca en mi finca! Confío en que le gustará... Mi jardín es mejor que el suyo, el río es profundo, hay buenos caballos... (Pausa.)

ANA. -Silencio... Ha nacido tonto. (Risas.)

SOFÍA. -(Queda a GLAGÓLIEV, indicando con un movimiento de cabeza a PLATÓNOV.)
¿Quién es este? ¡Este que está sentado a mi lado!

GLAGÓLIEV. -(Se ríe.) Es nuestro maestro... Desconozco su apellido.

BUGROV. -(A TRILETZKI.) Dígame, por favor, Nikolai Ivánovich, usted puede curar todas las enfermedades o no?

TRILETZKI. -Todas.

BUGROV. -¿También el carbunco? TRILETZKI. -Y el carbunco.
BUGROV. -Y si un perro rabioso muerde, ¿también puede curarlo?

TRILETZKI. -¿Es que le ha mordido a usted un perro rabioso? (Se aparta de él.)

BUGROV. -(Se turba.) ¡Dios me libre! ¿Qué cosas tiene usted, Nikolai Ivánovich! ¡Dios le guarde! (Risas.)

ANA. -¿Cómo se va a su finca, Porfiri Semiónovich? ¿Por Yusnovka?

GLAGÓLIEV. -No... Si van por Yusnovka, tienen que rodear. Vayan directamente hacia
Platónovka. Yo vivo casi en la misma Platónovka, a dos verstas de ella.

SOFÍA. -Yo conozco Platónovka. ¿Todavía existe?
GLAGÓLIEV.-Cómo...
SOFÍA.-En cierta ocasión conocí a su terrateniente, a Platónov. Serguei, ¿sabes tú dónde está ahora ese Platónov?

PLATÓNOV.-(Aparte.) Mejor sería que me preguntase a mí dónde está.
VOINITZEV. -Me parece que lo sé. ¿No recuerdas su nombre de pila? (Se ríe.)
PLATÓNOV. -Yo también en cierta ocasión le conocí. Se llama, al parecer, Mijaíl Vasílievich.
(Risas.)

SOFÍA. -Sí, Sí... Se llama Mijaíl Vasílievich. Cuando yo le conocí, era aún estudiante, casi un muchacho... Ustedes se ríen, señores... Pero yo, la verdad es, no encuentro nada de ingenioso en mis palabras...

ANA. -(Ríe a carcajadas y señala a PLATÓNOV.) Reconózcale, al fin; si no, él estallará de impaciencia. (PLATÓNOV se incorpora.)

SOFÍA. -(Se levanta y mira a PLATÓNOV.) En efecto, es él. ¿Por qué calla, Mijaíl Vasílievich?
¿Es posible... que sea usted?

PLATÓNOV. -¿No me reconoce, Sofía Yegórovna? ¡No es extraño! Han pasado cuatro años y medio, casi cinco, y no hay ninguna rata capaz de roer tan bien la fisonomía humana como mis últimos cinco años.
SOFÍA. -(Le estrecha la mano.) Solo ahora empiezo a reconocerle. ¡Cómo ha cambiado usted!
VOINITZEV. -(Conduce a SASHA hacia SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Esta, te la presento, es su
mujer!... Alexandra Ivánovna, hermana del más ingenioso de los hombres, Nikolai Ivánovich.

SOFÍA.-(Da la mano a SASHA.) Tanto gusto. (Se sienta.) ¡Ustedes están casados!... ¿Hace mucho tiempo? Claro que cinco años...

ANA. -¡Bravo, Platónov! No va a ninguna parte, pero conoce a todos. ¡Sofía, le presento a nuestro amigo!

PLATÓNOV.-Con esta espléndida presentación es suficiente para tener derecho a preguntarle, Sofia Yegórovna, cómo está usted en general. ¿Cómo marcha su salud

SOFÍA. -Estoy en general bastante bien, pero mi salud es mediana. ¿Cómo está usted? ¿Qué hace en la actualidad?

PLATÓNOV. -Mi destino me ha jugado una pasada, que de ninguna manera yo podía suponer, cuando usted veía en mí un segundo Byron y yo me imaginaba un futuro ministro de ciertos asuntos especiales y un Cristóbal Colón. Soy maestro de escuela, Sofía Yegórovna, nada más.

SOFÍA.-¿Usted?

PLATÓNOV. -Sí, yo... (Pausa.) Quizá resulte un poco extraño...
SOFÍA. -¡Es inverosímil! ¿Por qué?... ¿Por qué no más?
PLATÓNOV. -Es poco una frase, Sofía Yegórovna, para responder a su pregunta... (Pausa.)

SOFÍA. -¿Usted, al menos, terminó sus estudios?
PLATÓNOV. -No. Abandoné la Facultad.
SOFÍA. -¡Hum! Eso, a pesar de todo, ¿no le impedirá ser hombre?
LATÓNOV. -Usted perdone... No comprendo su pregunta.
SOFÍA. -Me he expresado de manera confusa. Eso no le impedirá ser hombre..., un trabajador, quiero decir, en el campo... siquiera, por ejemplo, de la libertad, de la emancipación de la mujer...
¿No le impedirá eso ser servidor de una idea?

TRILETZKI. -(Aparte.) ¡Ha mentido como un sacamuelas!

PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Ah, sí! ¡Hum!... (A SOFÍA.) ¿Cómo decirle? Tal vez no me lo impide, pero... impedir ¿qué? (Se ríe.) A mí nada puede impedirme... Yo soy una piedra tendida. Las piedras tendidas han sido creadas para procurar impedimentos... (Entra SCHERBUK.)

Escena XIV
Dichos y SCHERBUK

SHERBUK. -(En la puerta.) No des avena a los caballos: ¡nos han traído mal!
ANA. -¡Hurra! ¡Ha llegado mi gentilhombre!
TODOS. -¡Pavel Petróvich!

SHERBUK.-(En silencio besa la mano a ANA PETROVNA y a SASHA, en silencio saluda a los hombres, a cada uno por separado, y hace una reverencia general.) ¡Amigos míos! Díganme, a mí, sujeto indigno, ¿dónde está la persona a quien mi alma tiende a ver? Sospecho y pienso que esa persona, ¡es ella! (Señala a SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Ana Petrovna, permítame rogarle que me presente a ellos, para que sepan quién soy!

ANA. -(Le coge del brazo y le lleva a donde SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Pavel Petróvich
Scherbuk, corneta retirado de la Guardia!

SHERBUK. -¿Y respecto a los sentimientos?

ANA. -¡Ah, ya!... Nuestro amigo, vecino, caballero, invitado y acreedor.

SHERBUK. -¡Efectivamente! ¡Amigo de su primerísima excelencia, el difunto general! Bajo su mando, tomaba yo fortalezas polonesas femeninas. (Se inclina.) ¡Permítame su mano!

SOFÍA. -(Tiende la mano y la retira.) Es muy agradable, pero... no necesario.

SHERBUK. -Es injurioso... Yo llevé a su esposo en brazos cuando él era todavía pequeño... Tengo una señal de él y esta señal la llevaré a la tumba. (Abre la boca.) ¡Mire! ¡Me falta un diente!
¿Lo ve? (Risas.) Yo le tenía en los brazos, pero él, Seriózhenka, se permitió golpearme en los labios con la pistola con que se entretenía. ¡Je, je, je!... ¡Un granujilla! No tengo el honor de saber su nombre ni su patronímico, pues usted lo mantiene en riguroso secreto. Con su belleza, usted me recuerda un cuadro... Solo que la naricita no es igual... ¿No me da su manita? (PETRIN se sienta junto a VENGUÉROVICH y le lee el periódico en voz alta.)

SOFÍA.-(Tiende la mano.) Si usted se empeña...

SHERBUK.-(Besa la mano.) ¡Merci! (A PLATÓNOV.) ¿Cómo marcha tu salud, Míshenka?
¡Has crecido mucho! (Se sienta.) Yo te conocí cuando tú admirabas, asombrado, la luz divina... Y
creció y creció... ¡Puf! Cuidado con el mal de ojo ¡Eres un buen mozo! ¡Muy guapo! Oye, Cupido,
¿por qué no te haces militar?

PLATÓNOV. -¡Tengo el pecho débil, Pavel Petróvich!

SHERBUK. -(Señala a TRILETZKI.) ¿Lo ha dicho este? ¡Créele, al falsario, y perderás la cabeza!

TRILETZKI. -¡Le ruego que no insulte, Pavel Petróvich!

SHERBUK. -Él me trató los riñones... No comas de eso, no comas de lo otro, no duermas en el suelo... Bueno, y no me curó. Y yo le pregunto: «¿Por qué tomaste el dinero, si lo me curaste?» Y él me dice: «Cualquier cosa de las dos: o curar, o tomar el dinero.» ¿Qué clase de mozo es?

TRILETZKI. -¿Por qué mentir, Pavel Petróvich? Permítame preguntarle: ¿cuánto dinero me dio usted? Recuerde que fui a su casa seis veces y recibí sólo un rublo, y además roto. Quise dárselo a un mendigo, y este no lo cogió. «Está roto -dijo-, muy roto; no tiene números.»

SHERBUK. -Usted fue seis veces, no porque yo estuviera enfermo, sino porque mi arrendatario tiene una hija estupenda.

TRILETZKI. -Platónov, tú estás sentado cerca de él... Dale un cachete en la calva de mi parte.
¡Haz el favor!

SHERBUK.-¡Déjalo! ¡Basta! ¡No irrites al león durmiente! ¡Es joven aún, apenas le vemos! (A PLATÓNOV.) ¡Tu padre era un buen mozo! Éramos grandes amigos. ¡Era bromista! Ahora no hay tales pilluelos como éramos él y yo. ¡Eh! Ha pasado el tiempo... (A PETRIN.) ¡Guerasia! ¡Teme al Altísimo! Nosotros estamos aquí conversando, y tú lees en voz alta ¡Ten delicadeza! (PETRIN continúa leyendo.)

SASHA. -(Empuja a IVÁN IVÁNOVICH en el hombro.) ¡Papá! ¡Papá, no duermas aquí! ¡Qué vergüenza! (IVÁN IVÁNOVICH se despierta y al cabo de un minuto de nuevo se queda dormido.)

SHERBUK.-No... ¡Imposible hablar así!... (Se levanta.) Vean... ¡Está leyendo!
PETRIN. -(Se levanta y se acerca a PLATÓNOV.) ¿Qué ha dicho usted?
PLATÓNOV. -Absolutamente nada...
PETRIN. -No, usted ha dicho algo... Usted ha dicho algo sobre Petrin.
PLATÓNOV. -Usted lo ha soñado, probablemente...
PETRIN. -¿Me critica usted?

PLATÓNOV. -¡No he dicho nada! Le aseguro que usted lo ha soñado.

PETRIN. -Puede usted decir cuanto quiera... Petrin... Petrin... ¿Qué Petrin? (Se mete el periódico en el bolsillo.) Petrin, tal vez, estudió en la universidad, es licenciado en Derecho, tal vez... ¿Lo
sabe usted?... El grado universitario estará conmigo hasta la tumba... Sí. Soy funcionario de séptimo grado... ¿Lo sabe? Soy más viejo que usted. Tengo, gracias a Dios, sesenta años.

PLATÓNOV. -Muy bien, pero... ¿qué se deduce de eso?

PETRIN. -¡Cuando usted tenga tantos años como yo, alma mía, lo sabrá! ¡Vivir la vida no es una broma! La vida muerde...

PLATÓNOV. -(Encoge los hombros.) La verdad es que no sé lo que usted quiere decir con eso, Guerásim Kuzmich... No le comprendo... Empezó a hablar de sí, y luego pasó a hablar de la vida...
¿Qué puede haber de común entre usted y la vida?

PETRIN. -Cuando la vida le destroce a usted, cuando le zarandee bien, entonces usted mismo empezará a mirar con prevención a los jóvenes... La vida, señor mío... ¿Qué es la vida? ¡Mire! Cuando nace el hombre, elige uno de los tres caminos vitales, aparte de los cuales no existen otros: si vas a la derecha, los lobos te comerán si vas a la izquierda, tú mismo comerás a lo lobos: si vas recto, te comerás a ti mismo.

PLATÓNOV. -Diga... ¡Hum!... ¿Usted ha llegado a esta deducción por la vía de la ciencia, de la experiencia?

PETRIN. -Por la vía de la experiencia.

PLATÓNOV.-Por la vía de la experiencia... (Se ríe.) Dígaselo, respetable Guerásim Kuzmich, a cualquiera otro, pero no a mí... En general, yo le aconsejaría no hablar conmigo de materias elevadas... Y me río, y, de veras, no creo. ¡No creo en su senil y tosca sabiduría! No creo, amigo de mi padre, profundamente, muy sinceramente, no creo en sus simples peroratas sobre cosas elevadas, en todo eso que usted cree haber alcanzado con su inteligencia.

PETRIN. Sí... Efectivamente... De un árbol joven puedes hacer todo: una casita, y un barco, y todo... Pero el árbol viejo, ancho y alto, no vale para nada...

PLATÓNOV. -Yo no hablo de los viejos en general, me refiero a los amigos de mi padre.
GLAGÓLIEV. -¡Yo también fui amigo de su padre, Mijaíl Vasílievich!
PLATÓNOV. -Él tenía muchos amigos... Era frecuente que todo el patio estuviera lleno de coches y calesas.

GLAGÓLIEV. -No... Pero, entonces, tampoco me cree a mí? (Carcajada.)
PLATÓNOV. -¡Hum!... ¿Cómo decirle? Tampoco a usted, Porfiri Semiónovich, le creo mucho.
GLAGÓLIEV. -¿Sí? (Le tiende la mano.) ¡Gracias, querido mío, por la sinceridad! Su franqueza
me liga aún más a usted.

PLATÓNOV. -Usted es un buenazo. Yo incluso le respeto profundamente, pero... pero...
GLAGÓLIEV. -¡Por favor, hable!
PLATÓNOV. -Pero... pero hay que ser demasiado confiado para creer en todos esos hombres respetables, en todos esos sátrapas que solo son santos porque no hacen ni mal, ni bien. ¡No se ofendan, por favor!

ANA. -No me gusta este género de conversaciones, y en particular si las sostiene Platónov... Siempre terminan mal. ¡Mijaíl Vasílievich, le presento a nuestro nuevo conocido! (Señala a ISAAC.) Isaac Abrámovich Venguérovich, estudiante...

PLATÓNOV. -¡Ah!... (Se levanta y se dirige hacia ISAAC.) ¡Tanto gusto! Me alegro mucho. (Le tiende la mano.) Daría un capital ahora por tener derecho a llamarme de nuevo estudiante... (Pausa.) Le doy la mano. Tómela o déme usted la suya...

ISAAC.-No haré ni lo uno ni lo otro...
PLATÓNOV.-¿Qué?
ISAAC.-No le daré a usted mi mano.
PLATÓNOV. -Un enigma... ¿Por qué? ANA. -(Aparte.) ¡Que escándalo!
ISAAC. -Porque tengo motivos para ello. ¡Yo desprecio a las personas que son como usted!

PLATÓNOV. -¡Bravísimo!... (Le examina.) Yo le diría que esto me gusta terriblemente, si ello no cosquilleara su amor propio, que es necesario conservar para el futuro... (Pausa.) Usted me mira como un gigante a un pigmeo. Puede que, en efecto, sea usted un gigante.

ISAAC. -Yo soy un hombre honrado y no un hombre ligero.

PLATÓNOV. -Le felicito por ello... Sería extraño ver en un estudiante joven a un hombre no honrado... Nadie le pregunta a usted sobre su honradez... ¡No me da la mano, joven?

ISAAC. -Yo no doy limosnas. (TRILETZKI sisea.)

PLATÓNOV. -¿No me la da? Es cosa suya... Yo hablo de la urbanidad, no de limosna... Me desprecia mucho?

ISAAC. -Tanto como le es posible al hombre que con toda su alma odia la trivialidad, el parasitismo, la presuntuosidad...

PLATÓNOV. -(Suspira.) Hace mucho tiempo que no oía tales peroratas... Algo semejante se oye en las sonoras canciones del cochero... También yo, otrora, fui maestro en el arte de deshacerme... Solo que, por desgracia, todo eso no son más que frases... Frases bonitas, pero solamente frases... Sería mejor un poquito de sinceridad... Las notas falsas actúan terriblemente sobre un oído no acostumbrado...

ISAAC.-¿No sería mejor que pusiéramos fin a esta conversación?

PLATÓNOV.-¿Para qué? Nos escuchan con gusto: además, aún no hemos tenido tiempo de jorobarnos el uno al otro... Conversemos en el mismo espíritu... (Entra corriendo VASILI y tras él, OSIP.)

Escena XV
Dichos y OSIP

OSIP. -(Entra.) ¡Hum!... Tengo el honor y el placer de felicitar a su excelencia por su llegada...
(Pausa.) Y le deseo todo lo que usted desea de Dios. (Risas.)

PLATÓNOV. -¡¿A quién veo?! ¡La comadre del diablo! ¡El más horrible de los hombres! El más terrible de los mortales.

ANA. -¡Dígame, por favor! ¡Lo que le faltaba a usted! ¿A qué ha venido?
OSIP. -A felicitar.
ANA. -¡Hacía mucha falta! ¡Quítate de en medio!

PLATÓNOV. -¡Tú, en la oscuridad de la noche y en la luz del día, inspiras un miedo terrible!
¡Hace tiempo que no te veía, homicida, número seiscientos sesenta y seis ¡Vamos, amigo! ¡Cuenta algo! ¡Escuchemos al gran Osip!

OSIP. -(Tose.) ¡Sea usted bien venido, excelencia! ¡Enhorabuena, Serguei Pávlovich! ¡Le felicito por su matrimonio legítimo! ¡Dios quiera que todo... lo que respecta a la familia resulte lo mejor...
de todo! ¡Dios quiera!

VOINITZEV. -¡Gracias! (A SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Sofía, te presento al espantapájaros de nuestra aldea!

ANA. -¡No le retenga, Platónov! ¡Que se marche! Estoy enfadada con él. (A OSIP.) Di en la cocina que te den de comer... ¡Qué ojos más feroces! ¿Robaste mucho en nuestro bosque durante el invierno?

OSIP. -(Se ríe) Unos tres o cuatro arbolitos... (Risas.)

ANA. -(Se ríe.) ¡Mientes más! ¡Tiene una cadenita! ¡Diga! ¿Esta cadenita es de oro? Permítame saber, ¿qué hora es?

OSIP. -(Mira al reloj de pared.) La una y veintidós minutos... ¡Permítame besar su mano!
ANA. -(Lleva la mano a sus labios.) Toma, besa...
OSIP. -(Besa la mano.) ¡Le estoy muy agradecido a vuestra excelencia por su simpatía! (Se inclina.) ¿Por qué me agarra, Mijaíl Vasílievich?

PLATÓNOV. -Temo que te marches. ¡Te quiero, gracioso! ¡Que el diablo te lleve! ¿Cómo es que, hombre prudente y sabio, tuviste la mala idea de venir a parar aquí?

OSIP. -Perseguía a un tonto, a Vasili, y entré de paso.

PLATÓNOV. -¡Un inteligente persiguió a un tonto, y no a la inversa! ¡Tengo el honor, señores, de presentárselo! ¡Es un sujeto de lo más interesante! ¡Uno de los animales feroces más interesantes del museo zoológico contemporáneo! (Da vueltas a OSIP hacia todos los lados.) Todos y cada uno le conocen como Osip, cuatrero, parásito, homicida y ladrón. ¡Nació en Voinitzevka, saqueaba y asesinaba en Voinitzevka y se pierde en esta misma Voinitzevka! (Risas.)

OSIP. -(Se ríe.) ¡Usted es un hombre asombroso, Mijaíl Vasílievich!
TRILETZKI. -(Examina a OSIP.) ¿A qué te dedicas, querido?
OSIP. -Al robo.

TRILETZKI. -¡Hum!... Agradable ocupación... ¡Qué cínico eres!
OSIP.-¿Qué significa cínico?
TRILETZKI. -Cínico es una palabra griega que, traducida a tu idioma, significa: un cerdo, que desea que todo el mundo sepa que él es un cerdo.

PLATÓNOV. -¡Se sonríe, Dios mío! ¡Qué sonrisa es esa! ¡Qué cara, qué cara! ¡En este rostro
hay cien quintales de hierro! ¡No es fácil romperlo contra una piedra! (Le conduce al espejo.) ¡Mira, monstruo! ¿Te ves? ¿Y no te asombras?

OSIP. -¡Un hombre de lo más corriente! Incluso peor...

PLATÓNOV. -¿Cómo? ¿Y no un héroe épico? ¿No Iliá Múrometz? (Le da unas palmadas en el hombro.) ¡Oh, bravo, victorioso ruso! ¿Qué hacemos ahora tú y yo? Callejeamos de esquina a esquina con gentuza mezquina, con parásitos, no conocemos nuestro puesto... Debemos ir al desierto con los caballeros, ser héroes con cabezas de cien quintales, con una espina, con un silbo,
¿Pincharías a Solovei Razboinik? ¿Eh?

OSIP. -¡Y quién le conoce!

PLATÓNOV. -¡Le pincharías! ¡Tú tienes fuerza! Esto no son músculos, sino cables. A
propósito, ¿por qué no estás en presidio?

ANA. -¡Acaba de una vez, Platónov! Verdaderamente, nos tiene hartos.
PLATÓNOV. -¿Has estado al menos una vez en prisión, Osip?
OSIP. -Alguna vez... Todos los inviernos.

PLATÓNOV. -Bien hecho... Hace frío en el bosque, pues a la prisión. Pero ¿por qué no estás en la cárcel?

OSIP.-No sé... ¡Dejeme ir, Mijaíl Vasílievich!

PLATÓNOV.-¿No eres un soñador? ¿No estás fuera del tiempo y del espacio? ¿No estás al margen de las costumbres y de la ley?

OSIP. -Un momento... En la ley está escrito que irás a Siberia sólo cuando las circunstancias lo demuestren o te sorprendan en el lugar del delito... Todo el mundo sabe, supongamos, que yo soy, admitamos, un ladrón y un bandido (Se ríe.), pero no todos pueden demostrarlo... ¡Hum!... Ahora, la gente no es valiente, es imbécil, no es inteligente, en una palabra... Tiene miedo a todo... Teme denunciar... Podrían deportarme, pero no comprenden las leyes... Tienen miedo a todo... Ahora, la gente es como un borrico, en una palabra... Todos tratan de ocupar un puesto a la chita callando...
La gente es abominable, mala, ignorante... Y no da lástima ofender a tal gente...

PLATÓNOV. -¡Con qué presunción razona este canalla! ¡Discurre con su inteligencia, este repugnante animal! Y se basa en teorías... (Suspira.) ¡Cuánta porquería aún es posible en Rusia!

OSIP. -¡No sólo yo razono así, Mijaíl Vasílievich! Ahora, todos razonan de ese modo. Tome, por ejemplo, siquiera a Abraham Abrámovich...

PLATÓNOV. -Sí, pero también él está fuera de la ley... Todo el mundo lo sabe, pero no todos lo demostrarán.

VENGUÉROVICH. -Creo que se me podría dejar en paz...

PLATÓNOV. -No merece la pena ocuparse de él. Es parecido a ti; la diferencia únicamente reside en que es más inteligente que tú y feliz como un pastorcillo arcádico. Bueno y... no se le puede insultar en la cara, pero a ti sí. Sois lobos de la misma camada, pero... ¡Él posee sesenta tabernas, amigo mío, sesenta tabernas, y tú no tienes ni sesenta copeicas!

VENGUÉROVICH.-Sesenta y tres tabernas.

PLATÓNOV. -Dentro de un año tendrá setenta y tres... Él hace favores, sirve comidas, todos le respetan, todos doblan el espinazo ante él, pero tú..., tú eres un hombre grande, pero, hermano, no sabes vivir. ¡No sabes vivir, eres un hombre pernicioso!

VENGUÉROVICH.-Está usted empezando a fantasear, Mijaíl Vasílievich... (Se levanta y se sienta en otra silla.)

PLATÓNOV. -En esa cabeza hay muchos pararrayos... Vivirá muy tranquilamente aún tantos años como ha vivido, si no más, y morirá... y morirá también tranquilamente.

ANA. -¡Cállese. Platónov!

VOINITZEV.-Mijaíl Vasílievich! ¡Osip, lárgate de aquí! Con tu presencia no haces más que irritar los instintos platonóvicos.

VENGUÉROVICH. -Quiere echarme de aquí, ¡pero no lo conseguirá!
PLATÓNOV. -¡Lo conseguiré! Si no lo logro, me marcharé yo mismo.
ANA. -Platónov, ¿Por qué no se calla? No divague, sino diga explícitamente: ¿se va a callar usted o no?

SASHA. -¡Cállate, por Dios! (Silencio.) ¡Es indecoroso! ¡Me avergüenzas!
PLATÓNOV. -(A Osip.) ¡Lárgate! ¡De corazón te deseo la más rápida desaparición!
OSIP. -Marfa Petrovna tiene un loro, que a todas las personas y perros llama tontos, y apenas ve un milano o a Abraham Abrámovich, grita: «¡Ah, tú, maldito!» (Ríe a carcajadas.) ¡Adiós! (Hace mutis.)

Escena XVI
Dichos, sin OSIP

VENGUÉROVICH. -Nadie más que usted, joven, se hubiese permitido darme lecciones de moral, y además en tal forma. Yo soy un ciudadano, y diré la verdad, un ciudadano útil... Yo soy padre, y usted, ¿quién es? ¿Quién es usted, joven? Perdón, es un fatuo, un terrateniente arruinado, que ha tomado en sus manos una causa sagrada, a la que no tiene ni el menor derecho como hombre depravado...

PLATÓNOV.-Ciudadano... Si usted es ciudadano, ¡entonces esa es una palabra muy mala! ¡Una palabra injuriosa!

ANA.-¡No calla! Platónov, ¿por qué amargarnos el día con su inclinación al filosofismo? ¿Por qué hablar de más? ¿Acaso tiene derecho?

TRILETZKI.-No se vive tranquilo con estos justísimos y honradísimos... Se meten en todas partes, por doquier todo va con ellos, todo les concierne...
GLAGÓLIEV.-Han empezado, señores, repicando a gloria, y terminan doblando a muerto...
ANA.-No hay que olvidar, Platónov, que si los invitados riñen, sus anfitriones están muy
violentos...

VOINITZEV.-Muy bien dicho, y por eso, desde este mismo minuto, chis general... ¡Paz, concordia y silencio!

VENGUÉROVICH.-¡No me da ni un minuto de reposo! ¿Qué he hecho yo? ¡Qué charlatanería!

VOINITZEV.-¡Chis!...

TRILETZKI.-¡Que riñan! Resultará más divertido. (Pausa.)

PLATÓNOV.-Cuando miras en torno tuyo y reflexionas seriamente, te hunde el desánimo... Y lo peor de todos los que son pasablemente decentes y honrados, callan como muertos, sólo miran... Todo lo miran con temor, todos hacen una reverencia hasta el suelo ante ese obeso y dorado advenedizo, todos están obligados a él de los pies a la cabeza. ¡El honor ha volado por la chimenea!

ANA.-¡Cálmese, Platónov! ¡Ya empieza usted como el año pasado, y yo no lo soporto!
PLATÓNOV.-(Bebe agua.) De acuerdo. (Se sienta.)
VENGUÉROVICH. -De acuerdo. (Pausa.) SHERBUK.-¡Soy un mártir, amigos míos, un mártir!
ANA.-¿Qué más?
SHERBUK.-¡Pobre de mí, amigos! ¡Es mejor yacer en la tumba, que vivir con una mujer maligna! ¡Otra vez hubo problema! Hace una semana casi me mata con su diablo, ese pelirrojo Don Juan. Estoy durmiendo en mi patio bajo un manzano, soñando, contemplando con envidia cuadros pasados... (Suspira.) De repente... De repente alguien me golpea en la cabeza. ¡Dios mío! ¡Ha llegado el fin, pienso! Un terremoto, la lucha de los elementos, el diluvio, la lluvia de fuego... Abro los ojos, y ante mí está el pelirrojo... Me agarró por un costado, me sacudió con toda su fuerza en semejante parte, y luego me derribó a tierra. Mi mujer se acercó de un salto, como una fiera... Me agarró por mi inocente barba (Se coge la barba.), y me zarandeó. (Se golpea en la calva.) Casi me matan... Creí que me iba al otro mundo...

ANA. -Usted exagera, Pavel Petróvich...

SHERBUK.-Es vieja, más vieja que todas en el mundo, no vale un pimiento, y ahora tiene... ¡amores! ¡La muy bruja! Esto le viene de perlas al pelirrojo. Él necesita mi dinero, no le hace falta su amor... (YÁKOV entra y entrega a ANA PETROVNA una tarjeta de visita.)

VOINITZEV.-¿De quién es?

ANA.-¡Cállese. Pável Petróvich! (Lee.) «Comte Glagóliev». ¿A qué estas ceremonias? Por favor, que pase. (A GLAGÓLIEV.) ¡Su hijo, Porfiri Semiónovich!

GLAGÓLIEV. -¿Mi hijo? ¿De dónde saca usted eso? ¡Mi hijo está en el extranjero! (Entra
KIRIL PORFÍRIEVICH)

Escena XVII
Dichos y KIRIL PORFÍRIEVICH

ANA.-¡Kiril Profírievich! ¡Qué amable!

GLAGÓLIEV.-(Se levanta.) Tú, Kiril... ¿Has llegado? (Se sienta.)

KIRIL.-¡Buenos días, mesdames! ¡Buenos días, Platónov, Venguérovich, Triletzki!... También el extravagante Platónov está aquí... ¡Salud, honor y respeto! En Rusia hace un calor espantoso...
¡Vengo directamente de París! ¡Directamente de la tierra francesa! ¡Uf!... ¿No lo creen? ¡Palabra de honor y de caballero! Acabo de llevar la maleta a casa... ¡Vaya un París, señores! ¡Qué ciudad!

VOINITZEV.-¡Siéntese, francés!

KIRIL.-No, no, no. Yo no he venido de visita, sino sólo... Necesito ver sólo a mi padre... (Al padre.) ¿Escuchas?

GLAGÓLIEV.-¿Qué es?

KIRIL. -¿Quieres reñir? ¿Por qué no me enviaste el dinero cuando te lo pedí, eh? GLAGÓLIEV. -En casa hablaremos de eso.
KIRIL. -¿Por qué no me enviaste el dinero? ¿Te ríes? ¿Gastas bromas? ¿Bromeas? Señores, ¿es que se puede vivir en el extranjero sin dinero?

ANA. -¿Cómo le ha ido en París? ¡Siéntese, Kiril Porfírievich!

KIRIL. -¡Por culpa de él he regresado sólo con un mondadientes! ¡Le envié desde París treinta y cinco telegramas! ¿Por qué no me giraste el dinero, te pregunto? ¿Te pones colorado? ¿Estás avergonzado?

TRILETZKI. -¡No grite, por favor, su excelencia! Si grita, enviaré al juez de Instrucción su tarjeta de visita y le haré responder judicialmente por adjudicarse un título condal que no le pertenece! ¡Es indecoroso!

GLAGÓLIEV. -¡No armes, Kiril, un escándalo! Yo creía que seis mil rublos serían suficientes...
¡Cálmate!

KIRIL. -¡Dame dinero, me marcharé otra vez! ¡Dámelo ahora! ¡Dámelo ahora! ¡Me marcho!
¡Dámelo en seguida! ¡Tengo prisa!

ANA. -¿Adónde va con tanta prisa? ¡Tiene tiempo! Es mejor que nos cuente algo de su viaje... YÁKOV. -(Entra.) ¡La mesa está puesta!
ANA. -¿Sí? ¡En tal caso, señores, vamos a comer!

TRILETZKI. -¿A comer? ¡Hurra-a-a! (Coge con una mano la de SASHA, y con la otra a
KIRIL, y corre.)

SASHA. -¡Suéltame, tuno! ¡Yo misma iré!

KIRIL. -¡Suélteme! ¡Qué marranada es esa! ¡No me gustan las bromas! (Se suelta. SASHA y
TRILETZKI se alejan rápidamente)

ANA.-(Coge del brazo a KIRIL.) ¡Vamos, parisiense! ¡No hay que malhumorarse inútilmente! Abraham Abrámovich, Timofei Gordéievich... ¡Se lo ruego! (Hace mutis con KIRIL.)

BUGROV. -(Se levanta y se despereza.) ¡Mientras esperas este almuerzo, te quedas sin saliva!
(Hace mutis.)

PLATÓNOV. -(Da la mano a SOFÍA YEGÓRVNA.) ¿Me lo permite? ¡Qué ojos más maravillosos tiene! Para usted este mundo es un mundo desconocido. Es un mundo (Más bajo.) de bobos, Sofía Yegórovna, de tontos de remate, de ignorantes, de desesperados... (Hace mutis con SOFÍA YEGÓROVNA.)

VENGUÉROVICH. -(A su hijo.) ¿Le has visto, eh?

ISAAC. -¡Es el miserable más original! (Hace mutis con el padre.)

VOINITZEV.-(Empuja a IVÁN IVÁNOVICH.) ¡Iván Ivánovich! ¡Iván Ivánovich! ¡A almorzar! IVÁN. -(Se levanta bruscamente.) ¿Eh? ¿Quién?
VOINITZEV.-Nadie... ¡Vamos a almorzar!

IVÁN. -¡Muy bien, querido mío! (Hace mutis con VOINITZEV y SCHERBUK)

Escena XVIII PETRIN y GLAGÓLIEV

PETRIN.-¿Quieres?

GLAGÓLIEV.-Yo no tengo nada en contra... ¡Ya te lo decía yo! PETRIN.-Querido... ¿Quieres casarte sin falta?
GLAGÓLIEV.-No sé, hermano. ¿Querrá ella casarse otra vez? PETRIN.-¡Querrá! ¡Dios me mate, querrá!
GLAGÓLIEV.-¿Quién lo sabe? No conviene Conjeturar... El alma ajena es una tiniebla. ¿Por qué te preocupas tanto?

PETRIN. -¿Cómo no me voy a preocupar, querido mío? Tú eres buena persona, y ella tan excelente... ¿Quieres que yo hable con ella?

GLAGÓLIEV.-Yo mismo hablaré. Tú cállate de momento y... si es posible, por favor, no hagas gestiones. Yo solo sabré casarme. (Hace mutis.)

PETRIN. -(Solo.) ¡Si supiera! ¡Santos sagrados, poneos en mi lugar!... ¡Si se casa la generala con él, yo seré rico! ¡Cobraré por las letras, santos sagrados! Incluso he perdido el apetito a causa de
esta idea feliz. Quedan unidos los esclavos de Dios Ana y Porfiri, o, mejor dicho, Porfiri y Ana...
(Entra ANA PETROVNA.)

PETRIN y ANA PETROVNA

ANA. -¿Por qué usted no va a almorzar!

PETRIN. -Madrecita, Ana Petrovna, ¿se le puede hacer a usted una insinuación? ANA. -Hágala, pero pronto, por favor... No tengo tiempo...
PETRIN. -¡Hum!... ¿No me da usted un poco de dinero, madrecita?

ANA. -¿Y eso es una insinuación? Dista mucho de ser una insinuación. ¿Cuánto necesita? ¿Un rublo, dos?

PETRIN.-Disminuya las letras. Estoy harto de mirar a estas letras... Las letras son únicamente una apariencia falsa, un sueno nebuloso. Ellas dicen: ¡tú posees! Pero, de hecho, resulta que no posees nada en absoluto.

ANA.-¿Se refiere usted a aquellos dieciséis mil rublos? ¿Cómo no le da vergüenza? Es posible que no se le tuerza nada, cuando mendiga esa deuda? ¿Cómo no le resulta pecaminoso? ¿Para qué necesita usted, solterón, ese mal dinero?

PETRIN. -Lo necesito porque es mío, madrecita.

ANA.-Usted sacó esas letras a mi marido. Cuando él no estaba en su juicio, enfermo... ¿Se acuerda?

PETRIN.-¿Y qué, madrecita? Las letras son para exigir dinero por ellas y pagarlas. Al dinero le gustan las cuentas.

ANA. -Está bien, está bien... ¡Basta! ¡Yo no tengo dinero ni lo tendré para usted! ¡Lárguese, proteste! ¡Ah, licenciado en Derecho! Cualquier día de estos se morirá. ¿Para qué hace fullerías?
¡Qué excéntrico es usted!

PETRIN.-¿Puedo hacerle, madrecita, una insinuación?
ANA.-No. (Se dirige a la puerta.) ¡Váyase a masticar!
PETRIN. -¡Un momento, madrecita! ¡Querida, un minuto! ¿Le gusta a usted Porfiri?
ANA. -¡A usted qué le importa! No se preocupe de mí. ¡Vaya un licenciado!
PETRIN.-¡Me importa! (Se golpea en el pecho.) Permítame preguntarle: ¿quién era el primer amigo del difunto general mayor? ¿Quién le cerró los ojos en su lecho de muerte?

ANA. -¡Usted, usted, usted! ¡Bravo por eso!

PETRIN. -Iré a beber por el reposo eterno de su alma... (Suspira.) Y a la salud de usted! ¡Usted es orgullosa y soberbia, señora! El orgullo es un defecto... (Hace mutis. Entra PLATÓNOV.)

ANA PETROVNA y PLATÓNOV

PLATÓNOV. -¡El diablo sabe qué amor propio es ese! Le echas, y él sigue sentado, como si nada hubiera pasado... ¡He ahí en verdad el grosero amor propio de acaparador! ¿En qué piensa, excelencia?

ANA. -¿Se ha tranquilizado usted?

PLATÓNOV. -Me he calmado... Pero no nos enfademos... (Besa su mano.) Todos ellos, querida generala nuestra, son merecedores de que cualquiera tenga derecho a echarles de su casa...

ANA. -¡Con qué placer, yo misma, insoportable Mijaíl Vasílievich, expulsaría a estos invitados!... Toda nuestra desgracia reside en que el honor, acerca del cual usted hablaba hoy a propósito de mí, es digerible solo en la teoría, pero de ningún modo en la práctica. Ni yo ni su elocuencia tienen derecho a expulsarlos. Pues todos ellos son nuestros benefactores, acreedores... Si yo les mirara por encima del hombro, mañana no estaríamos en esta finca. O la finca, o el honor, como usted ve... Opto por la finca... Compréndalo, querido charlatán, como quiera, y si usted quiere que yo no me marche de estos bellos lugares, no me recuerde el honor ni toque a mis perillanes...
Me llaman allí... Hoy, después de comer, pasearemos... ¡No se tome la libertad de irse! (Le da unas palmadas en el hombro.) ¡Viviremos! ¡Vamos a comer! (Hace mutis.)

PLATÓNOV.-(Después de una pausa.) No obstante, le echaré... ¡Echaré a todos?... Es absurdo, indelicado, pero los expulsaré... Me di palabra de no turbar a esta porquería; mas ¿qué hacer? El carácter es un elemento, pero el apocamiento y con tanta más razón... (Entra ISAAC.)

Escena XXI PLATÓNOV e ISAAC

ISAAC. -Oiga, señor maestro, yo le aconsejaría que no molestara a mi padre.
PLATÓNOV. -Gracias por el consejo.
ISAAC. -No bromeo. Mi padre tiene muchos conocidos, y podría fácilmente privarle a usted de su destino. Se lo advierto.

PLATÓNOV. -¡Generosísimo joven! ¿Cómo se llama usted?
ISAAC. -Isaac.
PLATÓNOV. -O sea, Abraham engendró a Isaac. ¡Se lo agradezco, generosísimo joven! A su vez, tenga la bondad de comunicar a su papá que deseo que a él y a sus muchos conocidos se los trague la tierra. ¡Vaya a almorzar; si no, allí se lo comerán todo sin usted, joven!

ISAAC. -(Se encoge de hombros y se dirige a la puerta.) Es extraño, si no estúpido... (Se detiene.) ¡No se crea que me enfado con usted, porque no deja en paz a mi padre! En absoluto. Yo sermoneo, pero no me enfado... Yo estudio en usted a los Chatski contemporáneos, y... ¡le comprendo! Si usted se divirtiera, si no estuviese tan aburrido por el ocio, entonces, créame, no importunaría a mi padre. Usted, señor Chatski, no busca la verdad, sino que se recrea, se entretiene... Como ahora no tiene servidumbre, necesita amonestar duramente a alguien. Bueno, amoneste a quien quiera...

PLATÓNOV. -(Se ríe.) ¡De veras, muy amable! Usted, ¿sabe?, posee cierta pequeña imaginación...

ISAAC. -Es de notar la repugnante circunstancia de que usted nunca riñe con mi padre a solas, cara a cara; elige para sus recreos la antesala, donde le vean los bobalicones en toda su magnitud.
¡Oh, teatral!

PLATÓNOV. -Desearía hablar con usted dentro de unos diez años, incluso de cinco... ¿Cómo se conservará usted? ¿Perdurará intacto ese tono, ese brillo de los ojos? ¡Pues se estropeará, joven! ¿Se le dan bien las ciencias? Por la cara, veo que mal... ¡Se deteriorará! Por lo demás, ¡vaya a comer!
No conversaré más con usted. No me gusta su feroz fisonomía...

ISAAC. -(Se ríe.) Estético. (Se dirige a la puerta.) Es mejor una fisonomía feroz que una fisonomía que está pidiendo una bofetada.

PLATÓNOV. -Sí, es mejor... Pero... ¡váyase a comer!

ISAAC. -Nosotros no nos conocernos... No lo olvide, se lo ruego... (Hace mutis.)

PLATÓNOV. -(Solo.) Es un joven que sabe poco, piensa mucho y habla mucho detrás de la esquina. (Mira a la puerta del comedor.) Está mirando a los lados... Me busca con sus acariciadores ojos. ¡Qué hermosa es todavía! ¡Cuánta belleza hay en su rostro! ¡Los mismos cabellos! ¡El mismo color, el mismo peinado!... ¡Cuántas veces me vi obligado a besar esos cabellos! Esa cabecita me inspira buenos recuerdos... (Pausa.) ¿Será posible que haya llegado ya también para mí la hora de contentarme solo con los recuerdos? (Pausa.) Los recuerdos son una cosa buena..., pero... ¿será posible que... haya llegado mi fin? ¡Oh, Dios no lo quiera, Dios no lo quiera! Es mejor la muerte... Hay que vivir... Vivir aún... ¡Todavía soy joven! (Entra VOINITZEV.)

Escena XXII
PLATÓNOV y VOINITZEV después, TRILETZKI

VOINITZEV.-(Entra y se limpia los labios con una servilleta.) ¡Bebamos a la salud de Sofía, es inútil ocultarse!... ¡Venga!

PLATÓNOV.-Miro y me admiro de su esposa... ¡Es maravillosa! (VOINITZEV se ríe.) ¡Usted es un hombre con suerte!

VOINITZEV. -Sí... Lo reconozco... Soy feliz. En efecto, soy feliz, pero desde el punto de vista... no se puede decir que totalmente. ¡Pero en general soy muy dichoso!

PLATÓNOV. -(Mira a la puerta del comedor.) ¡Hace tiempo que la conozco, Serguei Pávlovich! La conozco como a mis cinco dedos. ¡Qué guapa está, pero qué linda era! ¡Lástima que usted no la conociera entonces! ¡Qué guapa está!

VOINITZEV. -Sí. PLATÓNOV. -¡Vaya ojos!

VOINITZEV. -¡¿Y los cabellos?!

PLATÓNOV. -¡Era una muchacha prodigiosa! (Se ríe.) ¡Pero mi Sasha, mi provinciana! ¡Ahí está sentada! ¡Apenas se la ve por detrás de la garrafa de vodka! ¡Está irritada, agitada, indignada
por mi comportamiento! Se atormenta, la pobre, con la idea de que ahora todos me censuran y odian por haber reñido con Venguérovich.
VOINITZEV. -Perdona por la indiscreción de la pregunta. ¿Tú eres feliz con ella?
PLATÓNOV. -La familia, hermano... Si me la quitan, yo, a lo que parece, me perdería definitivamente... ¡El nido! Vivirás, conocerás. Solo es una lástima que tú has reñido poco, desconoces el valor de la familia. Yo no vendo a mi Sasha ni por un millón. Congeniamos lo mejor posible... Ella es boba, pero yo no sirvo para nada... (TRILETZKI entra. A TRILETZKI.) ¿Te has atiborrado?

TRILETZKI. -Terriblemente. (Se golpea el vientre.) ¡Una fortaleza! Vamos a beber, perillanes;
vamos, señores, por la llegada de los anfitriones... ¡Eh, hermanos!... (Abraza a los dos juntos.)
¡Bebamos! ¡Eh! (Se estira.) ¡Eh! ¡Nuestra vida es humana! El marido beato no pide consejo a los pecadores... (Se estira.) ¡Sois unos perillanes! ¡Unos pillos!...

PLATÓNOV.-¿Has visitado hoy a tus enfermos?

TRILETZKI. -De eso hablaremos después... ¡Oh, mira, Michel! Te lo digo de una vez para siempre. ¡No me molestes! Me tienes más harto que un rábano amargo con tus sermones, ¡Sé humano! ¡Convéncete, al fin, de que yo soy una pared y tú un guisante! O si tienes tantas ganas, si te pica la lengua, expónme por escrito todo cuanto quieras. ¡Lo aprenderé de memoria! O, finalmente, incluso dame lecciones a una hora determinada. Te concedo una hora al día... De las cuatro a las cinco de la tarde, por ejemplo... ¿Quieres? Hasta te pagaré un rublo por esa hora. (Se estira.) Todo el día, todo el día...

PLATÓNOV.-(A VOINITZEV.) Explícame, por favor, qué significa el anuncio insertado en El
Boletín? ¿Será posible que, efectivamente, haya llegado ya la hora?

VOINITZEV. -¡No, no te preocupes! (Se ríe.) Se trata de una pequeña combinación comercial... Habrá subasta, y nuestra finca la comprará Glagóliev. Porfiri Semiónovich nos librará del banco, le pagaremos los intereses a él, y no al banco. Es una invención suya.

PLATÓNOV. -No comprendo. ¿Qué utilidad saca él con eso? ¿Es que lo regala? No comprendo este regalo, y además es poco probable... que lo necesitéis.

VOINITZEV. -No... Por otra parte, yo mismo no lo comprendo en absoluto. Pregunta a mi mamá, ella te explicará... Unicamente sé que, después de su venta, nos quedaremos con la finca y que pagaremos por ella a Glagóliev. Mamá ahora le abona sus cinco mil rublos. En todo caso, con el banco no resulta tan cómodo tener asuntos como con él. ¡Oh, estoy hasta la coronilla de ese banco! ¡Tú no has hartado tanto a Triletzki como el banco a mí! Dejemos el comercio. (Toma a PLATÓNOV del brazo.) ¡Vamos a beber por nuestro tuteo, Nikolai Ivánovich! ¡Vamos, hermano! (Coge a TRILETZKI del brazo.) ¡Bebamos por nuestras buenas relaciones, amigos! Aunque el destino me priva de todo. ¡Que se vayan al diablo todas estas combinaciones comerciales! ¡Con tal que estén sanas y salvas las personas a quienes yo quiero, ustedes, mi Sonia, mi madrastra!
¡Vosotros sois mi vida! ¡Vamos!

PLATÓNOV. -Voy. ¡Beberé por todo y beberé, probablemente, todo! Hace ya tiempo que no me he emborrachado, y quiero embriagarme.

ANA.-(En la puerta.) ¡Oh amistad, eres tú! ¡Buena troika! (Canta.) «Engancharé una troika de corceles fogosos...»

TRILETZKI. -De caballos castaño oscuro...» ¡Empecemos por el coñac, muchachos!
ANA.-(En la puerta.) ¡Vayan, gorrones, a comer! ¡Todo se ha enfriado!
PLATÓNOV. -¡Oh, oh amistad, eres tú! Siempre he tenido suerte en el amor, pero nunca tuve suerte en la amistad. Temo, señores, que ustedes no tengan que llorar por mi suerte. ¡Bebamos por el resultado feliz de todas las amistades, incluida la nuestra! ¡Que su final no sea tempestuoso ni violento, como su comienzo! (Hace mutis por el comedor.)

Acto segundo

Cuadro primero

Un jardín. En primer plano, un parterre con una avenida de árboles circular. En el centro del parterre, una estatua. Sobre la cabeza de la estatua, un platillo. Bancos, sillas, veladores. A la derecha, la fachada de la casa. Un porche. Las ventanas están abiertas. De las ventanas llegan risas, ruidos de voces, los sonidos de un piano y de un violín (contradanzas, valses, etcétera). En el fondo del jardín, un cenador chino, cubierto con faroles. Sobre la entrada del cenador, un monograma con las letras S. V. Detrás del cenador están jugando a los bolos, se oye el rodar de las bolas y exclamaciones: ¡Cinco buenas! ¡Cuatro malas!, etc, El jardín y la casa se hallan iluminados. Por el jardín andan al retortero invitados y criados. VASIL y YÁKOV (en fraques negros, borrachos) cuelgan faroles y encienden platillos

Escena primera
BUGROV y TRILETZKI (en gorra con escarapela)

TRILETZKI.-(Sale de la casa de bracete con BUGROV) ¡Dámelo, Timofei Gordéievich! ¿Qué te importa dármelo? ¡Te lo pido prestado!

BUGROV.-¡Séame Dios testigo, no puedo! ¡No se ofenda. Nikolai Ivánovich!

TRILETZKI. -¡Puedes, Timofei Gordéievich! ¡Tú lo puedes todo! Tú puedes comprar y recobrar todo el universo, solo que no quieres. ¡Te lo pido prestado! ¡Compréndelo, extravagante! ¡Palabra
de honor, que no te lo devolverá!

BUGROV. -¿Lo ve, lo ve? ¡Se le ha escapado que no lo devolverá!

TRILETZKI.-¡No veo nada! ¡Veo sólo tu insensibilidad! ¡Dámelo, gran hombre! ¿No me lo das?
¡Dámelo, te estoy diciendo! ¡Te lo ruego, te lo imploro! ¿Será posible que seas tan insensible?
¿Dónde está tu corazón?

BUGROV. -(Suspira.) ¡Ah-ah-ah, Nikolai Ivánovich! Curar usted no cura, pero saca dinero...
TRILETZKI. -Bien lo has dicho. (Suspira.) Tienes razón.

BUGROV. -(Saca el billetero.) Usted es un guasón... A la menor cosa: ¡ja-ja-ja! ¿Acaso se puede ser así? Claro que no, no se puede... Aunque incultos, no obstante estamos bautizados, como los sabios... Si yo digo alguna tontería, usted debe enseñarme, y no mofarse... Eso es. Somos aldeanos, no estamos empolvados, tenemos la piel curtida, no nos pregunte mucho, perdónenos... (Abre el billetero.) ¡La última vez, Nikolai Ivánovich! (Cuenta.) Uno... seis... doce...

TRILETZKI. -(Mira al billetero.) ¡Madre mía! ¡Y todavía dicen que los rusos no tienen dinero!
¿Dónde has juntado tanto?

BUGROV. -Cincuenta... (Le entrega el dinero.) La última vez.

TRILETZKI. -¿Qué papel es ese? Dámelo también. ¡Me está mirando tan tiernamente! (Coge el dinero.) ¡Dame también ese papel!

BUGROV. -(Se lo da.) ¡Tenga! ¡Usted es muy ávido, Nikolai Ivánovich!

TRILETZKI. -Y todos son de un rublo, y todos son de un rublo... ¿Recogías limosnas, acaso?
¿No serán falsos?

BUGROV.-¡Devuélvamelos, si son falsos!

TRILETZKI. -Los devolvería si te hiciesen falta... ¡Gracias, Timofei Gordéievich! Te deseo que engordes aún más y que recibas una condecoración. Dime, por favor, Timofei Gordéievich, ¿por qué llevas una vida tan anormal? Bebes mucho, hablas con voz de bajo, sudas, no duermes cuando corresponde... Por ejemplo, ¿por qué no estás durmiendo ahora ? Eres un hombre pletórico, bilioso, irascible, tendencioso, necesitas acostarte termprano. Has vivido más que otros. ¿No ves que te estás matando?

BUGROV.-¿Y qué?

TRILETZKI. -¡Caracoles! Por lo demás, no te asustes... Bromeo... Aún es pronto para morirte...
¡Vivirás si tienes mucho dinero, Timofei Gordéievich?

BUGROV. -Me basta para toda la vida

TRILETZKI.-Eres un hombre bueno, inteligente, Timofei Gordéievich. ¡Pero un gran estafador! Perdóname... Te lo digo por amistad... ¿Somos amigos? ¡Un gran estafador! ¿Para qué compras letras a Voinitzev? ¿Para qué le das dinero?

BUGROV.-¡Eso no es cosa suya, Nikolai Ivánovich!

TRILETZKI. -¿Quieres, con Venguérovich, apoderarte de las minas de la generala? ¿Crees que
la generala se apiadará de su hijastro, que no le dejará sucumbir, y que te entregará sus minas? ¡Eres un gran hombre, pero un estafador! ¡Bribón!

BUGROV.-Mire, Nikolai Ivánovich... Iré a dormir un poco en alguna parte cerca del cenador:
cuando empiecen a servir la cena, despiérteme

TRILETZKI. ¡Estupendo! Vete a dormir.

BUGROV. -(Se va.) ¡Pero si no sirven la cena, despiérteme a las diez y media!. (Se marcha hacia el cenador.)

Escena II
TRILETZKI, YÁKOV y VASILI; después, VOINITZEV

TRILETZKI. -(Examina el dinero.) Huele a aldeano... ¡Lo ha raspado, el canalla! ¿Dónde meterlo? (A VASILI y a YÁKOV.) ¡Eh, jornaleros! ¡Vasili, tráeme a Yákov, Yákov, tráeme a Vasili! ¡Venid aquí! ¡Vivo! (YÁKOV y VASILI se acercan a TRILETZKI.) ¡Llevan frac! ¡Os parecéis terriblemente a vuestros señores! (Da un rublo a YÁKOV.) ¡Este rublo para ti! (A VASILI.) ¡Este rublo para ti! Esto, porque tenéis las narices largas.
YÁKOV y VASILI. -(Se inclinan.) ¡Estamos muy contentos, Nikolai Ivánovich! TRILETZKI. -¿Por qué, esclavos, os tambaleáis! ¿Estáis borrachos? ¿Los dos vais haciendo
eses? ¡Si se entera la generala, os zumbará! ¡Os zurrará en la jeta! (Da otro rublo.) ¡Tomad otro
rubio! Esto, porque te llamas Yákov, y él Vasili, y no a la inversa. ¡Inclinaos otra vez! (YÁKOV y VASILI se inclinan.) ¡Muy bien! Y otro rublo a cada uno, porque me llamo Nikolai Ivánovich, y no Iván Nikoláievich. (Da otro rublo.) ¡Inclinaos otra vez! ¡Así! ¡Ojo, no gastadlo en vino! ¡Os
recetaré un medicamento amargo! ¡Os parecéis terriblemente a vuestros señores! ¡Idos a encender los faroles! ¡March! ¡Me tenéis harto! (YÁKOV y VASILI hacen mutis. VOINITZEV cruza el escenario. A VOINITZEV.) ¡Toma tres rublos! (VOINITZEV coge el dinero, lo mete maquinalmente en el bolsillo y se va al fondo del jardín.) ¡Da las gracias, al menos! (Salen de la casa IVÁN IVÁNOVICH y SASHA.)

Escena III
TRILETZKI, IVÁN IVÁNOVICH y SASHA

SASHA. -(Entrando.) ¡Dios mío! ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Y por qué me has castigado así? Este está borracho; Nikolai está borracho; Misha, también... ¡Por lo menos temed a Dios, desvergonzados, si no tenéis vergüenza de la gente! ¡Todos os miran! ¡Qué penoso me resulta ver cómo todos os señalan con el dedo!
IVÁN. -¡No es eso, no es eso! Espera un poco... Tú me has confundido... Espera un poco... SASHA. -¡No se os puede dejar entrar en una casa noble! ¡Apenas habéis entrado, cuando ya
estáis borrachos! ¡Te voy a dar, escandaloso! ¡Vaya viejo! ¡Tú deberías darles ejemplo, y no beber con ellos!

IVÁN. -Espera un poco, espera un poco... Tú me has confundido... ¿De qué estaba hablando?
¡Ya! ¡Y no miento, Sasha! ¡Créeme! ¡De haber servido unos cinco años más, sería general! ¿Qué piensas? ¿No sería general? ¡Quita allá!... (Se ríe a carcajadas.) Con mi carácter, ¿cómo no ser general? ¿Con mi cultura? Tú no comprendes nada de esto... Tú, claro, no comprendes...

SASHA. -¡Vamos! Los generales no beben así.

IVÁN. -¡Todos beben de entusiasmo! ¡Si fuese general! ¡Cállate, haz el favor! ¡Eres la viva imagen de tu madre! Zu-zu-zu... ¡Dios mío, de veras! Ella no paraba, día y noche, día y noche...
Esto no es así, lo otro no es así... zu-zu-zu... ¿De que estaba hablando? ¡Ya! ¡Eres la viva imagen de tu difunta madre, mi pequeñita! La viva imagen... La viva imagen... Y los ojitos, y los pelitos... Y

ella andaba también como un patito... (La besa.) ¡Ángel mío! Eres la viva imagen de tu difunta...
¡Con qué pasión la amaba yo!

SASHA. -¡Basta!.. ¡Vamos! En serio, papá... Ya es hora de que dejes de beber y armar escándalos. Déjalo para esos mocetones... Ellos son jóvenes, no es propio ti, viejo, la verdad...

IVÁN. -¡Obedezco, amiga mía! ¡Lo comprendo! No lo haré más... Obedezco... Ya, ya... Lo comprendo... ¿De qué estaba hablando?

TRILETZKI. -(A IVÁN IVÁNOVICH.) ¡Toma, excelencia, cien copeicas! (Le da un rublo.)

IVÁN. -Bueno... ¡Lo cogeré, hijo mío! Gracias... De un extraño no lo tomaría, pero de mi hijo siempre lo cogeré... Lo cogeré y me alegraré... No me gustan, hijitos, las finanzas ajenas. ¡Y, Dios mío, cómo no me gustan! ¡Yo soy honrado, hijos! ¡Vuestro padre es honrado! ¡En mi vida he robado ni una vez a la patria, ni a los penates! Con solo haber metido un poco la mano en alguna parte, hoy sería rico y famoso!

TRILETZKI. -¡Es meritorio; pero no es necesario, padre, alabarse!

IVÁN. -¡Yo no me alabo, Nikolai! ¡Enseño, hijos míos! Persuado... ¡Por vosotros responderé ante el Creador!

TRILETZKI.-¿Adónde va?

IVÁN. -A casa. Voy a acompañar a este cárabo... Acompáñame y acompáñame... Se ha empeñado... Y la acompaño. Ella sola tiene miedo. La acompañaré, y de nuevo vendré aquí.

TRILETZKI. -Por supuesto, ven. (A SASHA.) ¿Darte también a ti? ¡Toma, toma! ¡Tres rublos!
¡Ten tres rublos!

SASHA. -Añade, por cierto, dos más; compraré pantalones a Misha para el verano, pues solamente tiene un par. No hay peor cosa que tener un par sólo. Cuando los lavas, tiene que ponerse los de paño.

TRILETZKI.-Yo no le daría ninguno, ni de verano, ni de paño, si esto dependiera de mí: ¡anda como sabes! Pero ¿qué hacer contigo? ¡Toma, coge dos más! (Le da el dinero.)

IVÁN. -¿De qué estaba hablando? Ya... Me acuerdo como si fuera hoy... Ya... Servía en el Estado Mayor General, hijos míos. Operaba con la cabeza contra el enemigo, con los sesos derramaba sangre turca... No conozco la bayoneta, no, no la conozco... Ya...

SASHA. -¿Qué hacemos aquí parados? Ya es hora. ¡Adiós, Kolia! ¡Vamos, papá!

IVÁN. -¡Espera un poco! ¡Cállate, por Cristo! Tar-tar-tar... ¡Jilguero! ¡Estornino! ¡Así es como hay que vivir, hijos míos! Honradamente, noblemente, irreprochablemente... Claro que sí, claro que sí... Recibí la orden de Vladímir de tercer grado...

SASHA. -¡Basta, papá! ¡Vamos!

TRILETZKI. -Sabemos sin vanilocuencias quién eres... ¡Acompáñala!

IVÁN. -¡Eres un hombre muy inteligente, Nikolai! ¡Debías ser Pirogov!
TRILETZKI. -Vete, vete.
IVÁN.-¿De qué estaba hablando? Ya... Yo vi a Pirogov... Cuando aún estaba en Kiev... Claro que sí, claro que sí... Un hombre inteligentísimo... Bien... Me voy... ¡Vamos, Sashurka! Yo, hijos, me he debilitado... Parezco un réquiem... ¡Oh, Señor, perdona a los pecadores! He cometido un pecado, he cometido un pecado. Claro que sí, claro que si... ¡Soy pecador, hijos! Ahora sirvo a Mammón, Pero en mi juventud no rezaba a Dios. Yo era un alborotador... ¡Materia! ¡Materia y fuerza! ¡Ah, Señor!... Claro que sí... ¡Orad, hijitos,. para que no me muera! ¿Te has marchado, Sashúrochka? ¿Donde está? Estás aquí... Vamos... (ANA PETROVNA se asoma a la ventana.

TRILETZKI.-No puede moverse por sí mismo... Ha divagado el pequeño... ¡Bueno, idos! No paséis frente al molino, os desgarrarán los perros.

SASHA. -Quítate, Kolia, su gorra. Pónsela si no se resfriará...

TRILETZKI.-(Se quita la gorra y se la pone a su padre) ¡En marcha, viejo! ¡Media vuelta a la izquierda..., march!

IVÁN. -¡Media vuelta a la iz-quier... da! ¡Claro que sí, claro que sí !... ¡Eres justo. Nikolai! ¡Dios ve que eres justo! ¡Y Mijailo, mi yerno, es justo! ¡Es librepensador, pero justo! Me voy, me voy... (Se van.) Vamos, Sasha... ¿Vienes? ¡Déjame que te lleve!

SASHA. -¡Basta de tonterías!

IVÁN. -¡Déjame que te lleve! Yo siempre llevaba a tu madre... La llevaba, y yo mismo me tambaleaba... Una vez rodamos juntos por una colina... Ella empezó a reírse, mi amada, ni por asomo se enfadó... ¡Déjame que te lleve!

SASHA. -Ni se te ocurra... Ponte la gorra como es debido. (Le endereza la gorra.) ¡Qué mocetón eres todavía!

IVÁN.-Claro que sí, claro que sí... (Hacen mutis. Entran PETRIN y SCHERBUK.)

Escena IV
TRILETZKI, PETRIN y SCHERBUK

PETRIN.-(Sale de la casa de bracete con SCHERBUK.) Pon delante de mí cincuenta mil rublos y los robaré... Palabra de honor, los robaré... Con tal que no me suceda nada... Los robaré... Ponlos delante de ti, y también los robarás.

SHERBUK. -¡No los robaría, Guerasia! ¡No!

PETRIN. -Coloca un rublo, y el rublo robaré. ¡Honradez! ¡Quita allá! ¿Quién necesita tu honradez? Ser honrado significa ser tonto...

SHERBUK.-Si soy tonto..., seré tonto...

TRILETZKI. -¡Tomad, viejos, un rublo! (Da un rublo a cada uno.)

PETRIN. (Coge el dinero.) Venga...

SHERBUK. -(Se ríe a carcajadas y toma el dinero.) ¡Gracias, señor doctor! TRILETZKI. -¿Han estado ustedes bebiendo, honorables señores?
PETRIN. -Un poco...

TRILETZKI. -¡Tomad otro rublo, por el eterno descanso de vuestras almas! ¿Sois, en efecto, pecadores? ¡Tomad! No había que daros nada, pero en aras de la fiesta... me sentiré generoso, ¡diablos!

ANA.-(En la ventana.) ¡Triletzki, déme también a mí un rublo! (Se oculta.)

TRILETZKI.-¡A usted no le doy un rublo, sino cinco, generala mayor! ¡Ahora mismo! (Hace mutis por la casa)

PETRIN.-(Mira por la ventana.) ¿Se ha ocultado el hada? SHERBUK. -(Se asoma a la ventana.) Se ha escondido.
PETRIN.-¡No la soporto! Es una mujer mala. Tiene mucho orgullo... La mujer debe ser tranquila, respetuosa... (Mueve la cabeza.) ¿Has visto a Glagóliev? ¡También es otro
espantapájaros! ¡Está sentado, como un hongo, en un sitio, callado y pestañeando! ¿Acaso se corteja así a las damas?

SHERBUK. -¡Se casa!

PETRIN.-¿Cuándo se casa? ¿Dentro de cien años? ¡Se lo agradezco a usted de la manera más humilde! Dentro de cien años no lo necesito.

SHERBUK. -Guerasia, el viejo no necesita casarse. De casarse, sería necesario hacerlo con alguna pazguata... Él no vale para ella... Ella es joven, fogosa, una dama europea, culta...

PETRIN. -¡Si se casara! Es decir, lo deseo tanto que no puedo expresarlo verbalmente. Pues no tienen absolutamente nada desde la muerte del general, ¡que Dios le tenga en su gloria! Ella posee unas minas, a las que aspira Venguérovich... ¿Cómo voy a rivalizar yo con Venguérovich? ¿Qué puedo yo recibir ahora de ellos por las letras? Si las protesto, ¿qué recibiré?

SHERBUK.-Nada.

PETRIN. -Pero si se casa con Glagóliev, entonces recuperaré mi dinero... Ahora protesto las letras, las hipoteco... Seguramente no dejará sucumbir a su hijastro, pagará. ¡Ah-ah-ah! ¡Cúmplete, sueño mío! ¡Me debe dieciséis mil rublos, Pavlusha!

SHERBUK.-Y a mí, tres mil... Mi mujer me mete prisa para que los recupere. Pero ¿cómo recuperarlos? No sé... Después de todo, ellos no son campesinos... Son amigos... Si mi esposa quiere el dinero, que venga y se lo pida ella. ¡Vamos, Guerasia, al pabellón!

PETRIN. -¿Para qué?

SHERBUK. -A cuchichear baladas a la dama polonesa. PETRIN.-¿Está Duniasha en el pabellón?
SHERBUK. -Sí. (Van.) Allí se pasa bien... (Canta.) «¡Ah, qué desgraciado sería si dejara de vivir en él!»

PETRIN. -Tic-toc, tic-toc... (Grita.) ¡Sí! (Canta.) «Celebramos alegremente el Año Nuevo en compañía de amigos sinceros...»(Hacen mutis.)

Escena V
VOINITZEV y SOFÍA YEGÓROVNA salen del fondo del jardín

VOINITZEV. -¿En qué piensas? SOFÍA. -La verdad, no sé.
VOINITZEV. -Tú huyes de mi ayuda... ¿Es que yo no estoy en condiciones de ayudarte? ¿Qué secretos son esos, Sofía? Ocultas secretos de tu marido... ¡Hum!... (Se sientan.)

SOFÍA. -¿Que secretos? Ni yo misma sé lo que me sucede... ¡No te atormentes en vano, Serguei! No prestes atención a mi melancolía. (Pausa.) ¡Vámonos de aquí, Serguei!

VOINITZEV. -¿De aquí? SOFÍA.-Sí.
VOINITZEV.-¿Por qué?

SOFÍA. -Quiero... Podríamos ir al extranjero. ¿Nos vamos?
VOINITZEV. -Si tú lo quieres... Pero ¿por qué?
SOFÍA. -Aquí se está bien, muy bien, y esto es entretenido, pero no puedo... Todo marcha bien, sin contratiempos; sólo que es necesario irse. Me diste palabra de no preguntar.

VOINITZEV. -Mañana nos vamos... ¡Mañana ya no estaremos aquí! (Le besa la mano.) ¡Te aburres aquí! ¡Es comprensible! ¡Te comprendo! ¡Qué ambiente este! Los Petrin, los Scherbuk...

SOFÍA. -Ellos no son culpables. Dejémosles en paz. (Pausa.)

VOINITZEV. -¿Y de dónde vosotras, las mujeres, cogéis tanta tristeza? Bueno, ¿para qué hablar? (Besa en la mejilla a su mujer.) ¡Basta! ¡Sé alegre! ¡Vive, mientras se vive! ¿No se puede, como dice Platónov, echar fuera esa tristeza? ¡Bah! ¡He recordado muy a propósito a Platónov!
¿Por qué conversas raramente con él? No es un hombre mediocre, sino bastante culto y no muy pesado. ¡Habla con él de corazón, libremente! ¡Quita la pena como con la mano! Habla más frecuentemente con mamá, con Triletzki... (Se ríe.) ¡Habla, pero no les mires con soberbia! Te los recomiendo, porque son personas de mi gusto. Yo les quiero. Tú también los querrás, cuando los conozcas más de cerca.

ANA. -(En la ventana.) ¡Serguei, Serguei! ¿Quién está ahí? ¡Llamen a Serguei Pávlovich!
VOINITZEV.-¿Qué quiere, mamá? Aquí estoy.
ANA. -¿Estás ahí? ¡Ven un momento!

VOINITZEV. -¡Ahora voy! (A SOFÍA YEGÓROVNA.) Mañana nos marchamos, si no cambias de idea. (Va a la casa.)

SOFÍA. -(Tras una pausa.) ¡Esto poco más o menos es una desgracia! Ya soy capaz días enteros de no pensar en mi marido, de olvidarme de su presencia, de no prestar atención a sus palabras... Se está convirtiendo en una carga para mi... ¿Qué hacer? (Piensa.) ¡Es horrible! No hace tanto tiempo que se celebró la boda, y ya... ¡Y todo esto por... Platónov! Carezco de fuerza, de carácter; no hay nada que me ayude a mantenerme firme frente a ese hombre. Me persigue de la mañana a la noche, me busca, no me deja en paz con sus penetrantes ojos... ¡Esto es horrible... y absurdo, en fin! ¡Ni siquiera tengo fuerzas para responder de mí! ¡Si él da un paso, ay, quizá todo pueda suceder!

Escena VI
SOFÍA YEGÓROVNA y PLATÓNOV. PLATÓNOV sale de la casa

SOFÍA. -¡Ahí viene! ¡Pasea su mirada alrededor y busca! ¿A quién busca? Por su andar adivino qué quiere. ¡Qué poco honrado es por su parte no dejarme en paz!

PLATÓNOV. -¡Hace calor! No habría que beber... (Al ver a SOFÍA YEGÓROVNA.) ¿Está usted aquí, Sofía Yegórovna? ¿Y sola? (Se ríe.)

SOFÍA. -Sí.

PLATÓNOV.-¿Elude a los mortales?
SOFÍA.-No tengo necesidad de eludirlos. No me son desagradables ni me molestan. PLATÓNOV.-¿Sí? (Se sienta a su lado.) ¿Me permite? (Pausa.) Si no elude a las personas, ¿por
qué, Sofía Yegórovna, me esquiva a mí? ¿Por qué? ¡Un momento, déjeme hablar! Me alegro mucho de poder, al fin, hablar con usted. Usted huye de mí, me evita, no me mira. ¿Por qué? ¿Es comedia o es en serio?

SOFÍA. -¡Yo ni pensaba eludirle! ¿De dónde lo ha sacado?

PLATÓNOV. -En un principio, usted parecía ser benévola conmigo, honrarme con su atención, pero ahora no quiere ni verme. Yo, en una habitación; usted, en otra; yo en el jardín, usted se va del jardín; empiezo a hablar con usted, usted deniega o pronuncia un sí seco, abrasador, y se marcha... Nuestras relaciones se han convertido en un titubeo... ¿Soy yo culpable? ¿Soy repugnante? (Se levanta.) No siento ninguna culpa. ¡Tenga la bondad ahora de sacarme de esta absurda situación!
¡No estoy dispuesto a soportarla más!

SOFÍA. -Lo confieso, yo... le esquivo a usted un poco... De haber sabido que esto le resulta tan desagradable, me habría conducido de otro modo...

PLATÓNOV. -¿Me elude? (Se sienta.) ¿Lo reconoce? Pero... ¿por qué, a santo de qué?

SOFÍA.-No grite, es decir, no hable tan alto. Confío en que no me está echando una reprimenda. No me gusta que me griten. En rigor, yo no le rehúyo, lo que rehúyo son las entrevistas con usted. En lo que yo le conozco, es usted una buena persona... Aquí todos le quieren, estiman; algunos incluso le veneran y consideran un honor hablar con usted...

PLATÓNOV. -¡Vaya, vaya!...

SOFÍA. -Cuando llegué aquí, yo misma, en seguida, después de nuestra primera entrevista, me sumé a sus oyentes: pero, Mijaíl Vasílievich, no tuve suerte, no tuve suerte en absoluto... Pronto se me hizo casi insoportable... No encuentro una palabra más suave, perdone... Usted, casi todos los días hablaba conmigo de cómo me amó en cierta ocasión, de cómo yo le quería a usted, etcétera... Un estudiante amaba a una muchacha, una muchacha quería a un estudiante... Es una historia demasiado vieja y corriente, para que valga la pena hablar mucho de ella y le concedamos ahora alguna importancia... Por lo demás, no se trata de eso... Se trata de que cuando usted hablaba conmigo del pasado, entonces..., entonces hablaba como si pidiese algo, como si usted, entonces, en el pasado, no consiguió algo, algo que ahora quisiera no dejar escapar... Todos los días, su tono era penosamente igual y, cada día, me parecía que usted hacía alusión a ciertas obligaciones impuestas
a nosotros por nuestro pasado común... Y, además, me parecía que usted atribuía demasiada importancia..., que, no sé cómo decirlo, exageraba el alcance de nuestras relaciones de buenos conocidos. Usted me mira de un modo un tanto extraño, se arrebata, grita, me coge la mano, me persigue... ¡Como si me espiara!, Por qué esto?... En una palabra, usted no me deja en paz. ¿Por qué esta vigilancia? ¿Qué soy yo para usted? Efectivamente, se puede pensar que usted espera una oportunidad... para algo... (Pausa.)

PLATÓNOV. -¿Eso es todo? (Se levanta.) ¡Gracias por la sinceridad! (Se va hacia la puerta.)

SOFÍA. -¿Se enfada? (Se levanta.) ¡Espere un poco, Mijaíl Vasílievich! ¿Por qué darse por ofendido? Yo no quise...

PLATÓNOV.-(Se detiene.) ¡Vamos! (Pausa.) Resulta, pues, que no la he aburrido, sino que me tiene miedo, que se acobarda... ¿Se acobarda, Sofía Yegórovna? (Se acerca a ella.)

SOFÍA.-¡Cállese, Platónov! ¡Usted miente! ¡Ni tengo miedo, ni pienso tenerlo!

PLATÓNOV. -¿Dónde está su carácter, dónde está la fuerza y el equilibrio de su cerebro, si cada persona que encuentra, si cada hombre que no sea en cierto modo vulgar, puede parecerle peligroso para su Serguei Pávlovich? Yo solía venir aquí también en su ausencia, y si conversaba con usted
era porque la consideraba una mujer inteligente, comprensiva. ¡Qué perversidad más profunda! Por lo demás... Dispense, me he apasionado... No tenía derecho a decirle todo esto... Perdóneme por este indecoroso exabrupto...

SOFÍA. -¡Nadie le dio derecho a decir tales cosas! ¡Si se le escucha, eso no significa que tiene derecho a decir cuanto se le ocurre! ¡Quítese de en medio!

PLATÓNOV. -(Carcajea.) ¡¿La persiguen?! ¡¿La buscan, le cogen las manos?! ¡¿Quieren quitársela, pobre, a su marido?! ¡¿Platónov está enamorado de usted, original Platónov?! ¡Qué felicidad! ¡Qué dicha! ¡Estos son unos caramelos tan buenos, para nuestra pequeña ególatra, como jamás ha comido ningún fabricante de bombones... Es ridículo... ¡Estos dulces no son propios de una mujer culta! (Va a la casa.)

SOFÍA. -¡Usted es insolente y brusco, Platónov! ¡Y se ha vuelto loco! (Va detrás de él y se detiene a la puerta.) ¡Es horrible! ¿Por qué habrá dicho todo eso? Quería aturdirme... No, esto no lo soporto... Iré y le diré... (Entra en la casa. Por detrás del cenador sale OSIP.)

Escena VII
OSIP, YÁKOV y VASILI

OSIP. -(Entra.) ¡Cinco buenos! ¡Seis malos! ¡Cualquiera sabe de qué se ocupan! Mejor sería que jugaran a la préférence... A las diez... O la banca... (A YÁKOV.) ¡Hola, Yasha! ¿Está en la casa Venguérovich?

YÁKOV. -Sí, allí está.

OSIP. -¡Ve a buscarle! ¡Llámale callandito! Dile que hay un asunto importante...
YÁKOV. -De acuerdo. (Va a lo casa.)
OSIP. -(Descuelga un farol, lo apaga y se lo guarda en el bolsillo.) El año pasado, en la ciudad, en casa de Daría Ivánovna, que compra objetos robados y tiene un establecimiento de bebidas servido por camareras, jugué a la banca. Las puestas eran de tres copeicas...Las remisiones llegaron hasta dos rublos... Gané ocho rublos. (Descuelga otro farol.) ¡En la ciudad reina la alegría!

VASILI.-¡Los faroles no los han colgado para usted! ¿Por qué los descuelga?

OSIP. -¡Yo no te veo! ¡Hola, burro! ¿Cómo estás? (Se acerca a él.) ¿Cómo van los asuntos? (Pausa.) ¡Ah, caballo! ¡Ah, porquero! (Le quita el gorro.) ¡Eres un hombre ridículo! ¡De veras, ridículo! ¿Tienes siquiera una pizca de inteligencia? (Arroja el gorro a un árbol.) ¡Dame una bofetada, por ser un hombre pernicioso!

VASILI.-Que se la dé otro; yo no me pondré a pegarle.

OSIP.-¿Te pondrás a matar? No, si tienes inteligencia, no mates a un mozo, mátate a ti mismo!
¡Escúpeme a la cara, ya que soy un hombre pernicioso!

VASILI. -No escupiré. ¿Por qué no me deja en paz?

OSIP. -¿No escupirás? ¿Me tienes miedo, pues? ¡Arrodíllate ante mí! (Pausa.) ¡Venga!
¡Arrodíllate! ¿A quién estoy hablando? ¿A las paredes o a un hombre vivo? (Pausa.) ¿A quién estoy hablando?

VASILI. -(Se arrodilla.) ¡Usted comete un pecado, Osip Ivánovich!

OSIP.-¿Es una vergüenza estar de rodillas? Esto me resulta muy agradable... Un señor en frac, y está de rodillas ante un bandido... Bien, y ahora grita «hurra» a pleno pulmón... ¡Anda! (Entra VENGUÉROVICH.)

Escena VIII
OSIP y VENGUÉROVICH

VENGUÉROVICH. -(Sale de la casa.) ¿Quién me llamaba?

OSIP. -(Se quita rápido el gorro.) ¡Yo, excelencia! (VASILI se incorpora, se sienta en un banco y llora.)

VENGUÉROVICH. -¿Qué quieres tú?

OSIP. -Usted se ha dignado buscarme y preguntar por mí al tabernero, y ¡aquí estoy!
VENGUÉROVICH. -¡Ah, ya!... Pero..., pero ¿es que no has podido elegir otro lugar?
OSIP. -Para los hombres buenos, excelencia, cualquier sitio es bueno.
VENGUÉROVICH. -En parte, te necesito... Apartémonos de aquí... ¡Vamos a aquel banco! (Se van a un banco que hay en el fondo del escenario.) Ponte a cierta distancia, así, como si no estuvieras hablando conmigo... ¡Así! ¿Te ha enviado el tabernero Lev Solomónovich?

OSIP. -En efecto.

VENGUÉROVICH. -En vano... Yo no quería verte, pero... ¿qué le vamos a hacer? No hay nada que hacer contigo. No convendría tener asuntos contigo... Eres una persona tan mala...

OSIP. -¡Muy mala! La peor de todas en el mundo.

VENGUÉROVICH. -¡Habla más bajo! Te he dado muchísimo dinero, pero tú no lo sientes, como si mi dinero fuese una piedra o cualquier otro objeto inútil... Te permites insolencias, robas...
¿Vuelves la espalda? ¿No te gusta la verdad? ¿La verdad escuece?

OSIP. -Escuece, pero no la suya, excelencia. ¿No me mandaría llamar únicamente para echarme un sermón?

VENGUÉROVICH. -Habla más bajo... ¿Tú conoces... a Platónov?
OSIP. -¿Al maestro? ¡Cómo no voy a conocerle!
VENGUÉROVICH. -Sí, al maestro. Ese maestro que enseña sólo a injuriar, y a nada más...
¿Cuánto cobrarías por inutilizar a ese maestro?

OSIP. -¿Cómo inutilizarle?

VENGUÉROVICH. -No matarle, inutilizarle... No hay que matar a la gente... ¿Para qué matarla? El asesinato es una cosa que... Inutilizarle, es decir, zurrarle de forma que se acuerde toda la vida.

OSIP. -Puedo hacerlo...

VENGUÉROVICH. -Rómpele algo, defórmale la cara... ¿Cuánto cobras? ¡Chis!... Alguien viene... Alejémonos un poco más allá... (Van al fondo del escenario. De la casa salen PLATÓNOV y GRÉKOVA.)

Escena IX

VENGUÉROVICH Y OSIP (en el fondo del escenario). PLATÓNOV y
GRÉKOVA PLATÓNOV. -(Se ríe.) ¿Qué, qué? ¿Cómo? (Carcajea.) Yo no entendí...

GRÉKOVA.-¿No entendió? ¿Qué? Puedo repetirla... Incluso me expresaré aún más bruscamente... Usted no se enfadará, por supuesto... Está tan habituado a brusquedades de distinto género, que mis palabras apenas le resultarán insólitas...

PLATÓNOV. -¡Hable, hable, hermosa!

GRÉKOVA. -Yo no soy hermosa. Quien me considere hermosa, no tiene gusto... Francamente,
¿soy fea? ¿Qué opina usted?

PLATÓNOV. -Luego se lo diré. ¡Hable usted ahora!

GRÉKOVA. -Escuche... Usted o es un hombre extraordinario, o... un miserable, una de las dos cosas. (PLATÓNOV carcajea.) Ríase... Por lo demás, es ridículo... (Carcajea.)

PLATÓNOV. -(Se ríe a carcajadas.) ¡Lo que ha dicho! ¡Vamos, tontuela! ¡Dígame por favor!
(La abraza por el talle.)

GRÉKOVA. -(Se sienta.) Un momento..., sin embargo...

PLATÓNOV. -¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. ¡Filósofa, estudia química y dice sentencias! (La besa.) Linda, pícara original...

GRÉKOVA. -¡Un momento!... ¿Qué es esto? Yo... Yo no he dicho... (Se levanta y vuelve a sentarse.) ¿Por qué me besa? Yo nunca...

PLATÓNOV.-¡Lo dijo y asombró! ¡Venga, pensó, lo diré y sorprenderé! ¡Que él vea lo inteligente que soy! (La besa.) Se ha desconcertado... Se ha desconcertado... Mira estúpidamente...
¡Ah, ah!...

GRÉKOVA.-Usted... ¿Usted me ama? ¿Sí?... ¿Sí?
PLATÓNOV. -(Habla con voz chillona.) ¿Y tú, me amas a mí?
GRÉKOVA. -Sí..., sí..., entonces..., sí... (Llora.) ¿Me amas? De lo contrario, no te portarías así...
¿Me amas?

PLATÓNOV. -¡Ni pizca, mi encanto! ¡No me gustan los tontainas, soy un hombre pecador! Quiero a una boba, y eso, para pasar el tiempo... ¡Oh! ¡Se ha puesto pálida! ¡Ha empezado a centellear con los ojos! ¡Como se enteren los nuestros!...

GRÉKOVA. -(Se levanta.) ¿Se burla usted de mí? (Pausa.)

PLATÓNOV. -¿Por qué no me da una buena bofetada?...

GRÉKOVA. -Yo soy orgullosa... No sé mancharme las manos... Yo le he dicho, muy señor mío, que usted es o un hombre extraordinario, o un miserable, pero ahora le digo que usted es un miserable extraordinario. ¡Le desprecio! (Se va hacia la casa.) No lloraré ahora... Estoy contenta de saber, al fin, qué clase de pájaro es usted... (Entra TRILETZKI.)

Escena X
Dichos y TRILETZKI (con sombrero de copa)

TRILETZKI. -(Entra.) ¡Las grullas gritan! ¿De dónde han venido? (Mira hacia arriba.) Tan temprano...

GRÉKOVA. -Nikolai Ivánovich, si usted me estima... Si se estima a sí mismo siquiera un poco, no tenga relaciones con ese hombre. (Señala a PLATÓNOV.)

TRILETZKI. -(Se ríe.) ¡Tenga piedad de mí, María! ¡Es mi respetabilísimo cuñado!
GRÉKOVA. -¿Y amigo también?
TRILETZKI. -Y amigo también.

GRÉKOVA. -No le envidio a usted. Y a él tampoco, creo..., le envidio. Usted es una persona caritativa, pero... ese tono burlesco... Hay momentos en que da asco de sus bromas... Yo no quiero ofenderle con esto..., pero... yo me siento agraviada, y usted... bromea. (Llora.) Yo me siento agraviada... Mas, por otra parte, no lloraré... Soy orgullosa. Tenga relaciones con ese hombre, quiérale, admire su inteligencia, témale. A todos ustedes les parece que él se parece a Hamlet... No necesito nada de usted... Bromee con él cuanto desee, con ese... miserable. (Mutis por la casa.)

TRILETZKI. -(Tras una pausa.) ¿Qué ocurre, hermano?
PLATÓNOV. -Nada...

TRILETZKI. -Es hora, Mijaíl Vasílievich, francamente, de dejarla en paz. Es una vergüenza, palabra de honor... Un hombre tan inteligente e importante como tú, y haces tales cosas... Te han llamado miserable... (Pausa.) Yo no puedo partirme en dos para con una mitad estimarte, y con la otra ser benévolo con la joven que te ha llamado miserable...

PLATÓNOV.-No me estimes, no se necesita ese desdoblamiento.
TRILETZKI.-¡No puedo no estimarte! Tú mismo no sabes lo que dices...
PLATÓNOV.-Queda, pues, solo una cosa: no ser benévolo con ella. ¡No te comprendo, Nikolai!
¿Qué has encontrado de bueno, hombre inteligente, en esa tontaina?

TRILETZKI. -¡Hum!... La generala me reprocha con frecuencia mi falta de caballerosidad y te presenta a ti como modelo de gentileza... Pero, a mi juicio, ese reproche se te puede imputar enteramente también a ti, al modelo... Todos vosotros, y en particular tú, gritáis a los cuatro vientos que yo estoy enamorado de ella, os reís, importunáis, sospecháis, vigiláis...

PLATÓNOV. -Explícate con más claridad...

TRILETZKI.-Me parece que me explico claramente..., y al mismo tiempo tenéis la desfachatez de llamarla en mi presencia tontaina..., basura... ¡Tú no eres un caballero! Los caballeros saben que

los enamorados tienen cierto amor propio. ¡Ella no es tonta, hermano! ¡Ella no es tonta! Es una víctima inútil, eso es. Hay momentos, amigo mío, en que uno quiere odiar a alguien, lastimarlo, descargar en alguien alguna ruindad propia... ¿Por qué no probar en ella? ¡Ella sirve! Es débil, humilde, te mira hasta tal punto de buena fe... Todo esto lo comprendo muy bien... (Se levanta.)
¡Vamos a echar un trago!
OSIP. -(A VENGUÉROVICH.) Si no me paga el resto robaré hasta cien. ¡No lo dude! VENGUÉROVICH.-(A OSIP.) ¡Habla más bajo! Cuando le golpees, no te olvides de decir: «¡El
agradecido tabernero!» ¡Chis!... ¡Vete! (Va a la casa. OSIP hace mutis.)

TRILETZKI.-¡Diablos! ¡Abraham Abrámovich! (A VENGUÉROVICH.) ¿Tú, Abraham
Abrámovich, no estarás enfermo?

VENGUÉROVICH. -Me siento bien... Gracias a Dios, estoy bien.

TRILETZKI.-¡Qué lástima! ¡Me hace tanta falta dinero! ¿No lo crees? Estoy en el último grado...

VENGUÉROVICH. -Por consiguiente, doctor, de sus palabras resulta que lo que usted necesita son unos cuantos enfermos que están también en último grado. (Se ríe.)

TRILETZKI. -¡Qué chiste más bueno ha dicho! ¡Pesado, pero bueno! ¡Ja-ja-ja, ja-ja-ja! ¡Ríete, Platónov! ¡Venga, querido, ríete si puedes!

VENGUÉROVICH.-¡Usted, doctor, me debe ya una importante cantidad de dinero.
TRILETZKI.-¿Para qué decirlo? ¿Quién o lo sabe? ¿Cuánto te debo?
VENGUÉROVICH. -Cerca de... Si... Doscientos cuarenta y cinco rublos, creo.
TRILETZKI. -¡Anda, gran hombre! ¡Préstame, y yo te prestaré algún día! ¡Sé otra vez bondadoso, generoso y valiente! ¡El más valiente de los judíos es aquel que presta dinero sin recibo! ¡Sé el judío más valiente!

VENGUÉROVICH. -¡Hum!... ¡Cuánto hablan de nuestra honradez cuando desean que les prestemos dinero!... Le aseguro, doctor, que en toda mi vida no he encontrado a un ruso que preste dinero sin recibo, y le aseguro que en ninguna parte se practica en tales proporciones prestar dinero sin recibo, como entre los hebreos deshonestos... ¡Que Dios me condene si miento! (Suspira.) Ustedes, los jóvenes, pueden aprender mucho, muchísimo, con éxito y provecho, de nosotros, los hebreos, y en particular de los hebreos viejos... Muchísimo... (Saca el billetero del bolsillo.) Yo le presto dinero de buena gana, con placer, pero a ustedes... les gusta reírse, bromear... ¡No está bien, señores! Yo soy viejo... Tengo hijos... Considéreme un canalla, pero tráteme humanamente... Para algo ha estudiado en la Universidad...

TRILETZKI. -¡Hablas bien, Abraham Abrámovich!

VENGUÉROVICH. -Está mal, doctor, está mal... Se puede pensar que entre usted, hombre culto, y mis empleados no existe ninguna diferencia... Y nadie le ha autorizado a tutearme...
¿Cuánto dinero necesita? Está muy mal, joven... ¿Cuánto dinero necesita?

TRILETZKI. -Tanto como puedas darme. (Pausa.)

VENGUÉROVICH. -Le daré... Puedo darte... Cincuenta rublos... (Da el dinero.)

TRILETZKI.-(Coge el dinero.) ¡Genial!

VENGUÉROVICH. -¡Doctor, usted tiene puesto mi sombrero!

TRILETZKI. -¿El tuyo? ¡Hum!... (Se quita el sombrero.) Toma, cógelo.. ¿Por qué no le llevas a limpiar? ¡Cobran barato! ¿Cómo se dice en hebreo «sombrero de copa»?

VENGUÉROVICH. -De cualquier manera. (Se pone el sombrero.)

TRILETZKI. -El sombrero de copa te sienta bien. ¡Un barón, enteramente un barón! ¿Por qué no te compras una baronía?

VENGUÉROVICH. -¡No sé nada de eso! ¡Déjeme en paz, por favor!
TRILETZKI.-¡Eres genial! ¿Por qué no quieren comprenderte?
VENGUÉROVICH. -Por qué no quieren dejarme en paz, diga mejor. (Entra en la casa.)

Escena XI PLATÓNOV y TRILETZKI

PLATÓNOV.-¿Para qué le has tomado ese dinero?
TRILETZKI.-Simplemente... (Se sienta.)
PLATÓNOV. -¿Cómo simplemente?
TRILETZKI.-Lo tomé, ¡y se acabó! ¿Te da lástima de él acaso?
PLATÓNOV.-¡No se trata de eso, hermano!
TRILETZKI. -¿De qué se trata?
PLATÓNOV.-¿No lo sabes?
TRILETZKI. -No.
PLATÓNOV.-¡Mientes, lo sabes! (Pausa.) ¡Ardería de gran amor hacia ti, alma mía, si al menos una semana, siquiera un día, vivieras conforme a ciertas reglas, aun cuando fuesen las más mezquinas! Para sujetos tales como tú, las reglas son indispensables como el pan de cada día. (pausa.)

TRILETZKI.-No sé nada. ¡Nosotros, hermano, no podemos transformar nuestro cuerpo! No podemos quebrantarle. Esto lo sabía ya cuando aún en el colegio recibía un cero en latín. No hablemos inútilmente. ¡Además, nos quedaríamos mudos de estupor! (Pausa.) Anteayer, hermano, examine en casa de una dama los retratos de Personalidades contemporáneas y leí sus biografías. ¿Y qué piensas, amable? ¡Tú y yo no figuramos entre ellas, no! ¡Lasciate, Mijaíl Vasílievich, ogni speranza!, dicen los italianos. No te encontré ni a ti ni a mí entre las personalidades contemporáneas, e imagínate! ¡Estoy tranquilo! Pero Sofía Yegórovna no lo está tanto... No está tranquila...

PLATÓNOV.-¿Qué tiene que ver aquí Sofía Yegórovna?

TRILETZKI.-Se ofende porque no figura entre las Personalidades contemporáneas... Se imagina que no tiene más que mover el dedo meñique, y el globo terráqueo se quedará con la boca abierta, que la Humanidad perderá el sombrero de alegría... Se imagina... ¡Hum!... En ninguna novela sustanciosa hallarás tanto galimatías como en ella. Pero, en realidad, no vale un comino. ¡Es un hielo! ¡Una piedra! ¡Una estatua! Uno quiere acercarse a ella y raspar de su nariz una pizca de escayola... Y a la menor cosa..., en seguida, un ataque de nervios, sollozos y lamentaciones... Es más débil que un polluelo... Una muñeca inteligente... Me mira con desprecio, me considera un holgazán... ¿En qué su Seriózhenka es mejor que tú y yo? ¿En qué? Es bueno únicamente porque no bebe vodka, piensa sublimemente y sin reparo se exalta como el hombre del futuro. Por lo demás,
no juzguéis y no seréis juzgados... (Se levanta.) ¡Vamos a beber!

PLATÓNOV.-No voy. Allí me ahogo de calor.

TRILETZKI.-Iré yo solo. (Se estira.) Por cierto, ¿qué significan en un monograma estas letras, S y V? ¿Sofía Voinitzev o Serguei Voinitzev? ¿A quién quiso honrar con estas letras nuestro filólogo: a sí mismo o a su esposa?

PLATÓNOV.-Me parece que estas letras significan: «¡Gloria a Venguérovich!» Con su dinero andamos de parranda.

TRILETZKI.-Sí... ¿Que le ocurre hoy a la generala? Se ríe, gime, besa... Como si estuviera enamorada...

PLATÓNOV.-¿De quién va a enamorarse aquí? ¿De sí misma acaso? No creas en su risa. No se puede creer en la risa de una mujer inteligente que nunca llora: se ríe a carcajadas, cuando quiere llorar. Pero nuestra generala no quiere llorar, sino pegarse un tiro... Esto se ve por sus ojos...

TRILETZKI. -Las mujeres no se pegan un tiro, sino que se envenenan... Pero no vayamos a filosofar... Cuando yo filosofo, miento brutalmente... ¡Nuestra generala es una mujer excelente! Yo, en general, pienso muy mal cuando miro a una mujer, pero esta es la única mujer en la cual rebotan todos mis torvos designios, como un guisante contra una pared. La única... Cuando la miro, principio a creer en el amor platónico. ¿Vienes?

PLATÓNOV. -No.

TRILETZKI. -Iré solo... Beberé con el pope... (Al ir hacia la casa se tropieza en la puerta con KIRIL.) ¡Ah, excelencia, el conde de fabricación casera! ¡Tenga usted tres rublos por el empujón! (Le pone en la mano tres rublos y hace mutis.)

Escena XIII PLATÓNOV y KIRIL

KIRIL. -¡Qué persona más rara! De buenas a primeras me da tres rublos! (Grita.) ¡Yo mismo podría darle tres rublos! ¡Hum!... ¿Qué idiota! (A PLATÓNOV.) Él me sorprende tremendamente por su estupidez. (Se ríe.) ¡Es el colmo de la imbecilidad!

PLATÓNOV.-¿Por qué usted, bailador, no baila?

KIRIL.-¿Bailar? ¿Aquí? ¿Con quién, permítame preguntarle? (Se sienta con PLATÓNOV.)
PLATÓNOV. -¡Como si no hubiera con quién!
KIRIL. -¡Sólo hay tipos especiales! ¡Todos son tipos especiales, a cualquiera que mires! Jetas, narices aguileñas, afectación... ¿Y las damas? (Carcajea.) ¡Cualquiera sabe lo que son! Con tal público, yo siempre prefiero el ambigú a los bailes. (Pausa.) ¡Qué aire, sin embargo, más impuro hay en Rusia! Algo estadizo, asfixiante... ¡No puedo soportar a Rusia!..., Ignorancia, fetidez, Brrr... Completamente diferente a... ¿Ha estado usted alguna vez en París?

PLATÓNOV. -No.

KIRIL.-¡Qué lástima! Por lo demás, tendrá tiempo aún de ir. Si usted va, dígamelo. Le descubriré todos los secretos de París. Le daré trescientas cartas de recomendación, y tendrá a su disposición trescientas elegantísimas cocotas francesas.

PLATÓNOV. -Se lo agradezco, pero estoy harto de mujeres. Dígame, ¿es verdad que su padre quiere comprar Platónovka?

KIRIL. -Palabra de honor, no tengo la menor idea. A mí no me interesa el comercio. ¿Ha advertido usted cómo mon père ronda a su generala? (Carcajea.) ¡También es otro tipo especial!
¡Este viejo tejón quiere casarse! ¡Es tonto de capirote! ¡Pero su generala es un encanto! ¡Es monísima! (Pausa.) Es tan atractiva, tan atractiva... ¡¿Y las formas?! ¡Quita allá, quita allá! (Golpea a PLATÓNOV en el hombro.) ¡Es usted feliz! Dígame, Platónov, ¿todo es natural o lleva postizos?

PLATÓNOV.-No puedo decirle. No he estado nunca presente mientras se atavía...
KIRIL.-Me han dicho... Es que usted no...
PLATÓNOV.-¡Usted, conde, es idiota!

KIRIL. -He bromeado... ¿Por qué se enfada? ¡En efecto, qué extravagante es usted! (Silencio.)
¿Es verdad que ella...? La pregunta es un poco espinosa, pero, entre nosotros, yo supongo... Es verdad que ella a veces ama el dinero hasta perder el sentido?

PLATÓNOV. -Pregúnteselo a ella misma. Yo no lo sé.

KIRIL. -¿Preguntárselo a ella? (Carcajea.) ¡¿Qué idea es esa? ¡Platónov! ¡¿Qué dice usted?!
PLATÓNOV. -(Se sienta en otro banco.) ¡Qué maestro es usted en el arte de fastidiar!

KIRIL. -(Carcajea.) ¿Y, si, en efecto, le preguntase...? Además, ¿por qué no preguntar?

PLATÓNOV. -Por supuesto... (Aparte.) Pregunte... ¡Ella te golpeará tus estúpidas mejillas! (A
KIRIL.) ¡Pregunte!

KIRIL.-(Se levanta bruscamente.) ¡Juro que esa es una gran idea! ¡Un millón de diablos!
¡Preguntaré, Platónov, y le doy palabra de honor de que ella será mía! ¡Tengo el presentimiento!
¡Ahora mismo la preguntaré! ¡Apuesto a que será mía! (Corre hacia la casa y en la puerta se tropieza con ANA PETROVNA y TRILETZKI.) Mil pardons, madame! (Saluda doblando la rodilla y hace mutis) (PLATÓNOV se sienta en el antiguo lugar.)

Escena XIII
PLATÓNOV, ANA PETROVNA y TRILETZKI

TRILETZKI.-(En el porche.) ¡Allí está sentado nuestro gran sabio y filósofo! Está al acecho y con impaciencia espera la presa: ¿a quién echará una reprimenda antes de ir a acostarse?

ANA.-¡No pica, Mijaíl Vasílievich!

TRILETZKI.-¡Mal! ¡Hoy no pica nada! ¡Pobre moralista! ¡Te tengo lástima, Platónov! No obstante, yo estoy borracho, y..., sin embargo, allí me está esperando el diácono! ¡Agur! (Hace mutis.)

ANA. -(Yendo hacia PLATÓNOV.) ¿Qué hace aquí sentado?

PLATÓNOV.-En las habitaciones se ahoga uno, y este buen cielo es mejor que su techo blanqueado bajo el cual se cobijan unas cuantas damas enyesadas.

ANA. -(Se sienta a su lado.) ¡Qué tiempo más hermoso, es un encanto! ¡Aire puro, fresco, cielo estrellado y luna! Lamento que las mujeres no puedan dormir al raso en el patio. Cuando yo era niña, en verano siempre pernoctaba en el jardín. (Pausa.) ¿Lleva usted una corbata nueva?

PLATÓNOV. -Nueva. (Pausa.)

ANA. -Hoy tengo una disposición de ánimo algo especial... Hoy me gusta todo... ¡Paseo!
¡Venga, diga algo, Platónov! ¿Por qué calla? He venido aquí para oírle hablar... ¡Cómo es usted!

PLATÓNOV. -¿Qué decirle?

ANA. -Dígame algo nuevo, bueno, excitante... Usted está hoy tan sagaz, tan gracioso... Palabra de honor, me parece que hoy estoy más enamorada de usted que nunca... ¡Hoy está tan atractivo! ¡Y casi no mete bulla!

PLATÓNOV.-Y usted está tan hermosa... Por lo demás, ¡usted siempre es hermosa!
ANA. -¿Somos amigos, Platónov?
PLATÓNOV.-Naturalmente que somos amigos... ¿Quién puede dudarlo? ¿Qué otra cosa puede ser, sino amistad?

ANA. -En todo caso, amigos. ¿Eh?

PLATÓNOV.-Supongo que grandes... Yo estoy muy acostumbrado y ligado a usted... Nada puede alterar mis sentimientos hacia usted..., nada en absoluto.

ANA.-¿Grandes amigos?

PLATÓNOV.-¿Por qué esas preguntitas? ¡Déjelas mujer! Somos amigos..., amigos... como una solterona...

ANA.-Bueno... Somos amigos, ¿pero sabe usted que de la amistad entre el hombre y la mujer al amor hay sólo un paso, señor mío? (Se ríe.)

PLATÓNOV. -¡Pues qué! (Se ríe.) ¿A qué viene eso? Nosotros dos no llegaremos hasta los diablillos, por muy anchamente que andemos.

ANA. -El amor, ¿diablillos?... ¡Vaya comparación que has hecho! ¡Como te oiga tu mujer!
Pardon, le he tuteado... ¡De veras, Michel, ha sido por descuido! ¿Por qué no podemos llegar?
¿Acaso no somos personas? El amor es una cosa buena... ¿Por qué enrojecer?

PLATÓNOV.-(La mira fijamente.) Usted. ya veo, o bromea, o quiere... irse de la lengua hasta el punto que... ¡Vamos a bailar un vals!

ANA. -¡Usted no sabe bailar! (Pausa.) Tengo que hablar con usted en serio... Es hora... (Mira alrededor.) ¡Tómese la molestia, mon cher, de escuchar y no filosofar!

PLATÓNOV. -¡Vamos a danzar, Ana Petrovna!

ANA. -Sentémonos más lejos... ¡Venga aquí! (Se sienta en otro banco.) No sé por dónde empezar... Usted es un hombre tan desmañado y embustero...

PLATÓNOV. -¿Empiezo yo, Ana Petrovna?

ANA. -Usted dirá estupideces, Platónov, cuando empiece. ¡Dígame, por favor! ¡Se ha desconcertado! Lo creeré, ¡espera sentado! (Golpea a PLATÓNOV en el hombro.) ¡Es usted un bromista, Misha! Hable, hable... Sea breve...

PLATÓNOV.-Seré conciso. Oiga lo que quiero decirle: ¿para qué? (Pausa.) ¡Palabra de honor, no vale la pena, Ana Petrovna!

ANA.-¿Por qué? Escuche... Usted no me comprende... Si usted fuese libre, yo sin pensarlo
mucho me convertiría en su esposa, le entregaría en posesión perpetua mi título; pero ahora... ¿Qué?
¿El que calla otorga? ¿No es así? (Pausa.) Escuche, Platónov, en este caso es indecoroso callar.

PLATÓNOV. -(Se levanta bruscamente.) ¡Olvidemos esta conversación, Ana Petrovna!
¡Hagamos, por Dios, como si no hubiera existido! ¡No ha existido!

ANA.-(Encoge los hombros.) ¡Qué raro es usted! ¿Por qué?

PLATÓNOV. -¡Porque la respeto a usted! Yo aprecio tanto este respeto, que despedirme de él sería para mí más penoso que si me tragase la tierra. Amiga mía, yo soy un hombre libre, yo no tengo nada en contra de pasar agradablemente el tiempo, no soy enemigo de las relaciones con las mujeres, no soy enemigo incluso de las aventuras amorosas nobles, pero... ¿iniciar con usted una pequeña aventura amorosa, hacerle objeto de mis designios ociosos, a usted, mujer inteligente, bella, libre? ¡No! ¡Eso sería demasiado! ¡Es mejor que me arroje usted al fin del mundo! ¡¿Vivir tontamente un mes, dos, y después..., tras ruborizarse, separarse?!

ANA.-Pero ¡yo estaba hablando de amor!

PLATÓNOV.-¿Acaso yo no la amo a usted? Yo la amo, bondadosa, inteligente, caritativa. ¡La amo locamente, rabiosamente! ¡Daría mi vida por usted, si la quiere! ¡La amo como mujer, como persona! ¿Es que todo amor debe mirarse siempre en su aspecto más bajo, más sucio? Mi amor hacia usted es mil veces más caro que el vulgar apetito carnal.
ANA.-(Se levanta.) ¡Ve, querido a dormir la mona! Cuando la duermas, entonces hablaremos...
PLATÓNOV. -Olvidemos esta conversación... (Le besa la mano.) Seamos amigos, pero no
jugueteemos el uno con el otro; nosotros nos deseamos mutuamente la mejor suerte. Y, además, no
obstante..., aunque un poquito, yo estoy casado. ¡Dejemos esta conversación! ¡Que todo siga como siempre!

ANA. -¡Vete, querido, vete! Estás casado... ¿Pero me amas? ¿Para qué hablar entonces de tu mujer? ¡March! Después hablaremos, dentro de un par de horas... Ahora te encuentras en un acceso de mentira...

PLATÓNOV. -Yo no sé mentira... (Quedo a su oído.) Si hubiera sabido mentirte, hace ya tiempo sería tu amante...

ANA.-(Bruscamente.) ¡Váyase a paseo!

PLATÓNOV.-Usted miente, no se enfada... Lo hace simplemente... (Se va hacia la casa.)

ANA. -¡Es un hombre extravagante! (Se sienta.) Él mismo no comprende lo que dice... Todo amor se mira en su aspecto más bajo, mas sucio... ¡Qué absurdo! Como el amor de escritor hacia una escritora... (Pausa.) ¡Es un hombre insoportable! De este modo, amigo mío, nos pasaremos el
tiempo charlando hasta el juicio final. No lo he tomado con el honor, lo tomaré con la fuerza... ¡Hoy mismo! Es hora ya de que los dos salgamos de esta absurda situación expectante... Estoy harta... Lo tomaré con la fuerza... ¿Quién viene? Glagóliev... Me está buscando... (Entra GLAGÓLIEV.)

Escena XIV
ANA PETROVNA y GLAGÓLIEV

GLAGÓLIEV. -¡Estoy aburrido! Esta gente habla de lo que yo oí hace un año, piensa en lo que yo pensaba en la infancia... Todo es viejo, no hay nada nuevo... Hablaré con ella y me iré.

ANA.-¿Sobre que está rezongando, Porfiri Semiónovich? ¿Se puede saber?

GLAGÓLIEV.-¿Usted aquí? (Va hacia ella.) Me maldigo a mí mismo, porque aquí estoy de más...

ANA. -¿No será porque no se parece a nosotros? ¡Seguramente! ¡Los hombres se reconcilian con las cucarachas! ¡Reconcíliese usted, pues, con nuestras gentes! ¡Siéntese, charlemos!

GLAGÓLIEV. -(Se sienta a su lado.) ¡La estaba buscando, Ana Petrovna! Necesito hablar con usted de algo...

ANA. -Hablemos...

GLAGÓLIEV. -Quisiera hablar con usted... Quiero conocer la respuesta a mi... carta.

ANA. -¡Hum!... ¿Para qué me necesitaba, Porfiri Semiónovich?
GLAGÓLIEV.-Yo, ¿sabe?, renuncio a los derechos de marido... ¡No estoy para derechos! Necesito una amiga, una dueña inteligente... Tengo un paraíso, pero en él no hay... ángeles.

ANA.-(Aparte.) ¡Cada palabra, un terrón de azúcar! (A GLAGÓLIEV.) Con frecuencia me pregunto: ¿qué haré en el paraíso, yo, persona, y no ángel, si voy a parar a él?

GLAGÓLIEV. -¿Puede usted saber lo que hará en el paraíso, si no sabe lo que hará mañana? El hombre bueno hallará trabajo en todas partes, en la tierra y en el cielo...

ANA. -Todo esto es hermoso, pero mi vida en su paraíso, ¿valdrá lo que yo recibiré por ella? ¡Es un poco extraño, Porfiri Semiónovich! Dispénseme, Porfiri Semiónovich, pero su propuesta me parece muy rara. ¿Para qué quiere casarse? ¿Es que necesita una amiga en enaguas? Eso no me interesa, perdone..., pero puestos a hablar, hablaré. Si yo tuviera su edad, si tuviese tanto dinero, inteligencia y sinceridad como usted, no buscaría nada en este mundo sino el bien general...: es decir, cómo expresarse. No buscaría nada más que el placer del amor al prójimo...

GLAGÓLIEV. -Yo no sé luchar por el bienestar de los hombres... Para esto se necesitan voluntad férrea y saber, cosas que Dios no me dio. Nací sólo para amar las grandes obras y hacer una masa de monedas que no valen nada... ¡Sólo sé amar! ¿Quiere casarse conmigo?

ANA.-No, no diga ni una palabra más sobre esto. No atribuya a mi negativa una importancia vital. ¡La vanidad, amigo mío! Si poseyéramos todo cuanto amamos, nos faltaría lugar... para nuestras posesiones... En consecuencia, proceden ininteligentemente y de una manera poco amable los que se niegan... (Rompe a reír) ¡Ahí tiene usted una pizca de filosofía, a la postre! ¿Qué ruido es ese? ¿Lo oye? Sin duda, Platónov que está armando jaleo... ¡Qué criatura! (Entran GRÉKOVA y TRILETZKI.)

Escena XV
ANA PETROVNA, GLAGÓLIEV, GRÉKOVA y TRILETZKI

GRÉKOVA.-(Entrando.) ¡Esto es superior a cualquier ultraje! (Llora.) ¡Superior! ¡Sólo los hombres depravados pueden callar al ver esto!

TRILETZKI. -Lo creo, lo creo. ¿Pero qué tengo yo que ver aquí? ¿Qué tengo yo que ver?
¡Convenga que no voy a provocarle con una porra!

GRÉKOVA. -¡Debería haberle atizado con una porra si no tenía otros medios! ¡Váyase! Yo, mujer, no me hubiese callado si en mi presencia le hubieran injuriado a usted tan vilmente, tan desvergonzada e inmerecidamente.
TRILETZKI.-Pero si yo... ¡Juzgue con sensatez!... ¿De qué yo soy culpable?...
GRÉKOVA. -¡Usted es un cobarde, eso es! ¡Quítese de mi vista, lárguese a su repugnante
ambigú! ¡Hemos terminado! No intente verme de nuevo. No nos necesitamos el uno al otro...
¡Agur!

TRILETZKI.-¡Adiós, hágame usted el favor, adiós! ¡Estoy harto de todo esto, me estomaga continuamente! Lágrimas y pucheros... ¡Ah, Dios mío! La cabeza me da vueltas... Coenurus cerebralis! ¡E-e-eh! (Agita la mano y hace mutis.)

GRÉKOVA.-Coenurus cerebralis!... (Se va.) Se ofendió... ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

ANA.-(Se acerca a GRÉKOVA.) María Yefímovna... No la detengo... En su lugar, yo no me quedaría... (La besa.) No llore, querida. La mayor parte de las mujeres han sido creadas para sufrir cualesquiera villanías de los hombres...

GRÉKOVA.-Sólo que no yo... ¡Yo... me vengaré de él! Haré todo lo imaginable para que no vuelva a dar clases por aquí... ¡No tiene derecho a ser maestro! ¡Mañana mismo iré a ver al director de las escuelas nacionales!...

ANA.-¡Basta!... Uno de estos días la visitaré, y juntas censuraremos a Platónov, pero mientras tanto cálmese... Deje de llorar... Quedará satisfecha... No se ofenda con Triletzki, querida... No intercedió por usted, porque es demasiado bueno y tierno y tales personas no pueden interceder...
¿Qué le hizo usted?

GRÉKOVA.-Me besó delante de todos..., me llamó tonta y... y... me empujó hacia la mesa... ¡No crea usted que esto pasará impunemente para él! O está loco, o... ¡Yo le demostraré! (Hace mutis.)

ANA.-(Va detrás de ella.) ¡Adiós! ¡Nos veremos pronto! (A YÁKOV.) ¡Yákov! Prepara el coche para María Yefímovna! ¡Ah, Platónov, Platónov!... Algún día va a tener un disgusto gordo...

GLAGÓLIEV.-¡Hermosa muchacha! La ha tomado con ella nuestro bonísimo Mijaíl
Vasílievich... La ofende...

ANA.-¡De ninguna manera ! Hoy la ofende y mañana le pedirá perdón... Para él todo es lo mismo. (Entra KIRIL.)

Escena XVI
Dichos y KIRIL

KIRIL. -(Aparte.) ¡Con ella! ¡Otra vez está con ella! ¡En resumidas cuentas, cualquiera sabe lo que es esto! (Mira fijamente a su padre.)

GLAGÓLIEV. -(Tras una pausa.) ¿Qué quieres?

KIRIL. -¡Tú aquí sentado, y allí te están buscando! ¡Vete, allí te llaman?

GLAGÓLIEV. -¿Quién me llama? KIRIL. -¡La gente!
GLAGÓLIEV.-Ya se que la gente... (Se levanta.) ¡Como usted quiera pero yo no me separaré de usted, Ana Petrovna! ¡Quizá diga otra cosa cuando me comprenda! Nos veremos. (Hace mutis por la casa.)

Escena XVII
ANA PETROVNA y KIRIL

KIRIL.-(Se sienta a su lado.) ¡Viejo tejón! ¡Burro! ¡No le llama nadie! ¡Le he engañado!
ANA.-¡El día que usted siente la cabeza, lamentará la conducta que sigue con su padre!
KIRIL.-Usted bromea... He aquí porque he venido... Dos palabras... ¡Sí o no!
ANA.-¿Qué?

KIRIL.-(Se ríe.) ¿Es que no comprende? ¿Sí o no?
ANA.-¡No comprendo en absoluto!
KIRIL. -Ahora lo comprenderá... Con ayuda de oro se comprende todo... Si dice sí, ¿no querrá usted, generalísima de mi alma, meter la mano en mi bolsillo y sacar mi billetero con el dinero de mi papá?... (Aproxima el bolsillo lateral.)

ANA.-¡Francamente! ¡Hay que ser idiota para hacerse abofetear por tales palabras!

KIRIL. -De una dama agradable es un placer recibir una bofetada... Primero soltará la bofetada, pero un poco después dirá sí...

ANA.-(Se levanta.) ¡Coja su sombrero y lárguese de aquí ahora mismo!
KIRIL. -(Se pone en pie.) ¿Adónde?
ANA. -¡A donde quiera! ¡Lárguese y no ose aparecer más por aquí!
KIRIL. -¡Pero!... ¿Por qué se enfada? ¡No me iré, Ana Petrovna!
ANA. -¡Pues ordenaré echarle! (Va hacia la casa.)
KIRIL. -¡Qué seria es usted! No he dicho nada de particular. ¿Qué he dicho? No hay que enfadarse... (Sale en su persecución.)

Escena XVIII
PLATÓNOV y SOFÍA YEGÓROVNA salen de la casa

PLATÓNOV.-Hasta ahora permanezco en la escuela sin ocupar mi puesto, y el puesto de maestro... ¡He aquí lo que ha sucedido después de separarnos!... (Se sientan.) El mal bulle en torno

mío, enloda la tierra, traga a mis hermanos en Cristo y de patria; estoy sentado, cruzado de brazos, como después de un trabajo pesado; estoy sentado, miro, callo... Tengo veintisiete años; a los treinta años seré igual no preveo cambios: después negligencia, grasa, embrutecimiento, indiferencia total hacia todo lo que no es encarnación, ¡y, al final, la muerte! ¡Se acabó la vida! ¡Los pelos se me ponen de punta cuando pienso en esa muerte! (Pausa.) ¿Qué puede hacer uno para cambiar su naturaleza, Sofía Yegórovna? (Pausa.) No, no intente decírmelo... Y, además, ¿cómo podría usted saberlo? Sofía Yegórovna, ¿no le doy lástima? ¿Qué le ha sucedido? ¿Dónde está su alma pura, su sinceridad, su franqueza, su audacia? ¿Dónde está su salud? ¿Dónde la ha metido? ¡Sofia Yegórovna! Pasar años enteros en la ociosidad, viviendo del trabajo de los otros, deleitándose con los sufrimientos ajenos y al mismo tiempo saber mirar directamente a la cara, ¡esto es libertinaje! (Ella se levanta, pero él la obliga a sentarse.) ¡Déjeme acabar, espere! ¿Qué la ha hecho a usted carantoñera, holgazana, habladora enfática? ¿Quién le ha enseñado a mentir? ¡Con lo que era antes!
¡Un momento! ¡Ahora la dejaré irse! ¡Déjeme hablar! ¡Qué buena era usted, Sofía Yegórovna, qué genial! ¡Amada mía, Sofía Yegórovna, quizá usted aún puede levantarse, no es tarde! ¡Piénselo!
¡Reúna todas sus fuerzas y levántese, en nombre de Dios! (La coge una mano.) Querida mía, dígame francamente, en aras de nuestro pasado común, ¿qué demonios la empujó a usted a casarse con ese hombre? ¿Qué le sedujo a contraer ese matrimonio?

SOFÍA. -Es un hombre excelente...

PLATÓNOV. -¡No diga frases en las que usted misma no cree!
SOFÍA. -(Se levanta.) Él es mi marido, y yo le rogaría a usted...
PLATÓNOV. -¡Que sea lo que quiera, pero yo diré la verdad! ¡Siéntese! (Ella se sienta.) ¿Por qué usted no eligió a un trabajador, a un mártir? ¿Por qué no tomó como marido a cualquiera otro, y no a ese pigmeo enfangado en deudas y en el ocio?...

SOFÍA. -¡Déjeme! ¡No grite! Vienen... (Pasan algunos invitados.)

PLATÓNOV. -¡Que el diablo se los lleve! ¡Que lo oigan todo! (Quedo.) Perdóneme por la brusquedad... ¡Yo la amaba a usted! La amaba más que a todo en el mundo, y por eso también ahora me es entrañable. Yo amaba tanto estos cabellos, estas manos, esta cara... ¿Por qué se empolva, Sofía Yegórovna? ¡Déjelo! ¡Ah! ¡Si hubiera dado con otro hombre, se levantaría pronto, pero aquí se encenagará aún más! Pobre... Si yo, desgraciado, fuese más poderoso, me arrancaría de raíz a mí mismo y a usted de este cenagal... (Pausa.) ¡La vida! ¿Por qué vivimos no tal y como podríamos?

SOFÍA. -(Se incorpora y se cubre la cara con las manos.) ¡Déjeme! (En la casa hay ruido.)
¡Márchese! (Se va hacia la casa.)

PLATÓNOV. -(Siguiéndola.) ¡Quítese las manos de la cara! ¡Así! ¿No se marchará? ¿No?
¡Seamos amigos, Sofía! ¿No se irá? ¿Seguiremos viéndonos? ¿Sí? (En la casa arrecian el ruido y las carreras por la escalera.)

SOFÍA. -Sí.

PLATÓNOV. -Seamos amigos, querida mía... ¿Por qué ser enemigos? Permítame... Un par de palabras más... (Sale corriendo de la casa VOINITZEV seguido por más invitados.)

Escena XIX

Dichos, VOINITZEV con los invitados; después, ANA PETROVNA y TRILETZKI VOINITZEV. -(Corriendo.) ¡Ah!... Aquí están los que buscamos. ¡Vamos a encender los fuegos artificiales! (Grita.) ¡Yákov, al río, march! (A SOFÍA.) ¿Has cambiado de idea, Sofía?

PLATÓNOV. -Sí, ha prometido que se quedará.

VOINITZEV. -¿Sí? En tal caso, ¡hurra! ¡Aquí tiene mi mano, Mijaíl Vasílievich! (Estrecha la mano a PLATÓNOV.) Siempre tuve fe en tu elocuencia. ¡Vamos a encender los fuegos! (Se marcha con los invitados al fondo del jardín.)

PLATÓNOV. -(Después de una pausa.) ¡Qué asunto más importante, Sofía Yegórovna!...
¡Hum!...

VOZ DE VOINITZEV. -¡Mamá!... ¿Dónde estás?... ¡Platónov! (Pausa.)

PLATÓNOV. -Sí. Debo unirme a ellos en el juego... ¡El diablo se los lleve! (Grita.) ¡Serguei
Pávlovich, espera, no empieces sin mí! (Sigue a los otros.)

ANA. -(Sale corriendo de la casa.) ¡Esperen! ¡Serguei, espera, faltan aún algunos invitados! Enciende la mecha mientras llegan. (A SOFÍA.) ¡Vaya usted, Sofía! ¿Por qué está triste?

VOZ DE PLATÓNOV. -¡Aquí, señora! ¡Cantemos una vieja canción!
ANA. -¡Voy, querido! (Sale corriendo.)
VOZ DE PLATÓNOV. -¿Quién monta en el bote conmigo? Sofía Yegórovna, ¿no quiere venir conmigo al río?

SOFÍA. -(Dudando.) ¿Voy..., o me quedo?

TRILETZKI.-(Saliendo de la casa.) ¿Eh, dónde estáis? (Canta.) ¡Voy, voy! (Mira atentamente a
SOFÍA YEGÓROVNA.) SOFÍA. -¿Desea usted algo?
TRILETZKI. -No, nada...
SOFÍA. -Entonces, tenga la bondad de dejarme sola. No estoy para bromas esta noche...

TRILETZKI. -Comprendo, comprendo... (Pausa.) No sé por qué extraña razón siento grandes deseos de pasar el dedo por su frente: ¿de qué está hecha? ¡Un deseo terrible!... No para humillarla, sino... para grabar en ella un nombre: ¡castidad!...
SOFÍA. -¡Bufón!(Se aleja de él.) ¡No es un comediante barato, sino un bufón, un payaso!
TRILETZKI. -Sí... Soy un bufón... Y por mi número, recibo en casa de Ana Petrovna alimentos
y dinero. Y cuando mi humor aburra a la gente, me echará con cajas destempladas de estos lugares.
¿No es cierto lo que digo? Por lo demás, no lo digo yo sólo... Lo ha dicho también usted, cuando se permitió visitar a Glagóliev, a este masón de nuestro tiempo...

SOFÍA. -Está bien, está bien... Me alegro de que se lo hayan dicho... Ahora usted sabe, por consecuencia, que yo sé distinguir a los bufones de los inteligentes. Siento que no haya actuado usted en un escenario. Hubiera conseguido el favor y el aplauso del gallinero. El público de butacas le hubiera silbado, y yo, abucheado...

TRILETZKI.-Gracias, señora. Tengo el honor de inclinarme ante usted. (Se inclina.) ¡Hasta la vista! Me gustaría quedarme para charlar un poco más, pero... me siento desbordado, impresionado. (Se va hacia el fondo del jardín.)

SOFÍA.-(Pateando con rabia.) ¡Imbécil! ¡No sabe lo que opino de él! ¡Mequetrefe vacío!
VOZ DE PLATÓNOV.-¿Quién viene en la lancha conmigo?
SOFÍA.-¿Qué hacer?... (Grita.) ¡Yo voy! (Sale.)

Escena XX
GLAGÓLIEV y KIRIL salen de la casa

GLAGÓLIEV.-¡Mientes! Siempre has sido un embustero, desde niño. No te creo.

KIRIL. -¿Qué tontería es esa? ¿A santo de qué voy a mentir? ¡Pregúntaselo a ella, sino me crees? Desde que te marchaste, ella empezó a cercarme. En este mismo banco la susurré dos o tres palabras, me apretó entre sus brazos, me besó... Al principio, quería tres mil rublos, pero yo regateé y bajó hasta mil. ¡Dame mil rublos!

GLAGÓLIEV. -¡Kiril, estás destrozando el honor de una mujer! ¡No mancilles este honor, es sagrado! ¡Cállate!

KIRIL. -Lo juro por mi honor. ¿No me crees? ¡Lo juro por todos los santos! ¡Dame mil rublos y te lo demostraré!...

GLAGÓLIEV.-Es terrible... ¡Mientes! Ella bromeó contigo, imbécil.

KIRIL.-Pero... Ya te he dicho que la he abrazado. ¿Qué hay aquí de sorprendente? Ahora, todas las mujeres son así. No creas en su inocencia. Las conozco bien. ¡Y tú querías casarte con ella!... (Ríe a carcajadas.)

GLAGÓLIEV.-¡Por el amor de Dios, Kiril! ¿Sabes lo que significa la calumnia?

KIRIL.-¡Dame mil rublos! Se los entregaré delante de ti. En este mismo banco la estreché entre mis brazos, la besé y regateé... ¡Te lo juro! ¿Qué más necesitas? ¡Tú no me crees cuando digo que sé vencer a las mujeres! Ofrécela dos mil y será tuya. ¡Conozco a las mujeres, hermano!

GLAGÓLIEV. -(Saca la cartera.) Toma. (Tira la cartera al suelo. Su hijo la recoge y cuenta cuidadosamente los billetes.)

VOZ DE VOINITZEV.-¡Yo empiezo! ¡Mamá, dispara! ¡Triletzki, métete en el cenador! ¿Quién ha pisado esta caja? ¡Usted!

VOZ DE TRILETZKI.-¡Ahora entro, el diablo me lleve! (Ríe.) ¿Quién es este? ¡Han aplastado a
Bugrov! ¡Yo he pisado la cabeza a Bugrov! ¿Dónde están las cerillas?

KIRIL. -(Aparte.) ¡Yo me ahogo! (Grita.) ¡Hurraaa! (Sale corriendo.)

TRILETZKI.-¿Quién grita allí? ¡Déle un pescozón! VOZ DE VOINITZEV.-¿Empezamos?
GLAGÓLIEV.-(Sujetándose la cabeza.) ¡Dios mío! ¡Qué corrupción! ¡Qué podredumbre!
(Sentándose con la cabeza entre las manos.) ¡Y pensar que he rezado por ella todas las noches!
¡Oh, Señor!

VOZ DE VOINITZEV.-¿Quién ha cogido la cuerda? Mamá, ¿cómo no le da vergüenza? ¿Dónde está mi cuerda? Estaba aquí.

VOZ DE ANA.-¡Aquí está, distraído! (GLAGÓLIEV se cae del banco.)

VOZ DE ANA.-¡Es usted! ¿Qué le sucede? ¡No pisotee aquí! (Grita.) ¡Ven aquí! ¡Ven aquí!
(Entra corriendo SOFÍA YEGÓROVNA.)

Escena XXI
SOFÍA YEGÓROVNA sola

SOFÍA. -(Pálida, con el peinado aplastado.) ¡No puedo! ¡Esto es demasiado, superior a mis fuerzas! (Se agarra el pecho.) ¡Mi perdición o... la felicidad! ¡Aquí me ahogo!... ¡O él me pierde, o... es el mensajero de la nueva vida! ¡Te saludo y bendigo..., nueva vida! ¡Está decidido!

VOZ DE VOINITZEV. -(Grita.) ¡Cuidado! (Fuegos artificiales.)


Cuadro segundo

Un bosque. Una vereda. Al comienzo de esta, a la izquierda, la escuela, que es también la casa de PLATÓNOV. Por la vereda, que se pierde en la lejanía, se extiende una vía férrea, que cerca de la escuela tuerce a la derecha. Una línea de postes telegráficos. Noche. SASHA, sentada junto a una ventana abierta, y OSIP, quien con una escopeta en bandolera permanece de pie ante la ventana

Escena primera
OSIP y SASHA

OSIP. -¿Que cómo sucedió? De la manera más sencilla. Me paseaba a lo largo del arroyo, muy cerca de aquí, y de pronto la vi. Estaba en el agua, bebiendo, con la falda remangada... Me paré. La miré. Ella no me prestó atención. ¿Por qué iba a prestármela? ¡Soy un simple campesino! Al cabo de un rato le hablé: «Excelencia, seguramente que no le gusta el agua del arroyo...» «¿A ti qué te importa? ¡Contén la lengua y vete a tu trabajo!», me respondió sin mirarme siquiera. Tuve vergüenza... Sentí vergüenza de ser un pobre campesino... «¿Por qué te quedas ahí parado, idiota? - me dijo- ¿Es que no has visto nunca una mujer?» Y me miró fijamente a la cara. «¿Es que te gusto?» Le respondí: «¡Oh, excelencia, no me puedo permitir decirle cuánto me gusta! Es usted perfecta, hermosísima. No he visto jamás una mujer semejante. Manka, la más guapa de mi pueblo, es un caballo, un camello, comparada con usted.» Mi salida le causó gran hilaridad. Yo continué:
«¡Qué feliz será el caballero que tenga la dicha, el placer, de besarla! ¡Debe de ser algo que le deje a uno muertecito!»... «¿Lo crees así? ¡Inténtalo, y convéncete!», me dijo. Así empezó todo... Me acerqué, ella no huyó... La cogí tiernamente por los hombros y... la besé..., la besé en la boca.

SASHA.-(Riendo.) ¡Oh! ¿Y qué hizo ella entonces?

OSIP. -Rompió a reír, y me dijo: «¡Ahora caerás muerto!»
SASHA. -¿Y caíste?
OSIP.-No. Continué de pie, acariciándome la barba como un idiota. «Imbécil, vuelve a tu trabajo
-me dijo. Córtate las uñas y lávate más a menudo si tienes ocasión.» Y se marchó. Así fue cómo empezó todo.
SASHA.-¡Qué mujer más valiente! (Le alarga un plato de comida.) Toma. Siéntate y come. OSIP. -Gracias. Puedo continuar de pie. (Come.) Es usted muy amable, Alexandra Ivánovna.
Quizá algún día pueda pagárselo todo...

SASHA.-Quítate el gorro. Es pecado comer con el gorro puesto. ¿Por qué no rezas tu acción de gracias antes de ponerte a comer?

OSIP.-(Se quita el gorro.) ¡Oh! Hace mucho, muchísimo tiempo que perdí esa costumbre... (Come.) Mi viejecita quería que yo fuese muy religioso... «Osip -solía decirme-, vas a terminar siendo un demonio.» «¡Qué importa!», le contestaba. «Satanás no puede ser peor que tú, hijito.» (pausa. Come.) Como le estaba diciendo..., desde aquel día no he vuelto a ser el mismo. No duermo ni como. (Come.) Siempre la tengo presente... Si cierro los ojos, la veo. (Come.) Al principio,
intenté ahogarme de pena. Pero nado como un pez. Luego pensé matar a su marido, un general; pero el viejo ya estaba moribundo. Cuando ella enviudo, me dediqué a cazador furtivo... Le llevaba faisanes y tórtolas... Le pinté su cenador con siete colores... Cacé un lobo... La complacía en todo... Me pidió que me tumbase ante un tren y lo hice... Mi corazón se está ablandando, y eso es mala
para un hombre. Pero ¿qué hacer? Sentimientos tiernos... No se puede con ellos.

SASHA.-Comprendo lo que te pasa. El amor es algo terrible... Cuando me enamoré de Mijaíl Vasílievich, y no sabía todavía que él me amaba, también sufrí lo indecible... Varias veces supliqué a Dios, pecadora, que me llevara con Él.

OSIP. -Ya lo ve usted... Los sentimientos son así... ¡Es terrible! (Bebe del plato.) ¿Queda algo de esta sopa de coles? Tengo mucha hambre.(Devuelve el plato vacío. SASHA se retira y al cabo de medio minuto aparece en la ventana con una cacerola.)

SASHA.-No. Pero ¿quieres patatas fritas con grasa de pato? (Le tiende una gran cacerola.)

OSIP.-Gracias. (Coge la cacerola y come.) ¡He matado el hambre! Como le decía..., soy un esclavo..., un lacayo de ella... El año pasado la llevé una liebre descomunal, algo nunca visto.
«Excelencia -le dije-, aquí tiene algo nuevo: una liebre bizca.» La cogió y la acarició. Luego me preguntó: «¿Es verdad lo que dicen? ¿Eres un bandido?» «Sí», le respondí, y le conté toda mi vida

pagana. «Tienes que corregirte. Ve a pie hasta Kiev. De Kiev ve a Moscú; de Moscú, al monasterio de la Trinidad; de monasterio de la Trinidad a la Nueva Jerusalén, y desde allí vuelve a casa. Haz esta peregrinación, y dentro de un año serás otro hombre.» Entonces cogí la mochila y partí para Kiev... (Come.) ¡Qué ricas están estas patatas!... Me corregí, pero no del todo... Cerca de Járkov me uní a una partida de bandoleros. Luego, gasté todo mi dinero en vino, me peleé y me volví. Incluso perdí el pasaporte... (Pausa.) Ahora, ella no quiere verme. Está colérica contra mí.

SASHA. -¿Por qué no vas a la iglesia, Osip?

OSIP. -¿Yo? ¿A la iglesia? ¡Hum!... Sí, debería ir. Pero la gente se reiría. «Se ha arrepentido», dirían... Tal vez así sea; pero no hay que hacérselo saber a la canalla.

SASHA. -¿Por qué injurias a la pobre gente?

OSIP. -¿Por qué no he de injuriarlos? Usted no comprende esas cosas, Alexandra Ivánovna. ¿Es que Mijaíl Vasílievich no ofende a nadie?

SASHA. -¡No ofende a nadie! Si lo hace, es por necesidad, de mala gana, por descuido. Es un hombre buenísimo.

OSIP. -Confieso que le respeto más que a todos... El hijo de la generala. Serguei Pávlovich es un imbécil, un idiota; su hermano de usted tal vez sea un buen médico, pero nunca lo ha demostrado... Pero Mijaíl Vasílievich es hombre de gran inteligencia. ¿Tiene título?

SASHA. -¿Cómo no? Lo tiene. Es registrador colegiado.

OSIP. -¿Lo tiene? (Pausa.) ¡Ya decía yo que era un sabio! ¡Hum!... ¡Es un sabio! La lástima es que... para él todos son tontos, lacayos... ¿Es que se puede ser así? Si yo fuese un hombre bueno, no me comportaría así... Halagaría a esos lacayos, tontos y pillos... ¡Son la gente más desgraciada! Hay que compadecerla... Es poco bondadoso, poco... No tiene orgullo, trata a todos sin cumplidos, pero no es bondadoso... Usted no lo comprende. Gracias por su amabilidad. Estaría comiendo eternamente patatas... (Le entrega la cacerola.) Gracias...

SASHA. -No tienes que agradecerme nada.

OSIP. -(Suspira.) ¡Oh, sí, usted es maravillosa! ¿Por qué usted me da de comer? ¿Tiene usted, Alexandra Ivánovna, siquiera una pizca de maldad femenina? jamás he encontrado una mujer como usted, sin maldad. (Se ríe.) ¡Santa Alexandra, reza a Dios por nosotros, pecadores! (Se inclina.)
¡Alégrate, santa Alexandra!

SASHA. -Mi marido viene.

OSIP. -Usted me engaña. Él está hablando ahora con una señora joven sobre los tiernos sentimientos... ¡Es un hombre guapo! Las mujeres corren tras él como perras; les gusta «su tipo».
¡Habla tan bien! (Ríe.) Se pasa el tiempo detrás de la generala... él quisiera, quizá, pero ella...
SASHA. -Ya estás empezando a hablar demasiado... Eso no me gusta... ¡Que Dios te acompañe! OSIP. -No me importa Dios... Pero me iré ahora... Usted también debería estar hace ya tiempo
acostada... ¿Espera acaso a su marido?

SASHA. -Sí.

OSIP. -¿Buena esposa! Platónov debería encender todas las semanas una docena de velas a los santos para agradecerles el tenerla a usted. (Se inclina.) ¡Adiós, Alexandra Ivánovna! ¡Buenas noches!

SASHA. -(Bosteza.) ¡Ve con Dios!

OSIP. -Me voy. (Se va.) Me voy a casa... Mi casa está allí... El cielo es mi techo; la tierra, mi cama; las paredes y el tejado no se sabe en qué lugar... A quien Dios ha maldecido, vive en esa casa... Es grande, pero no hay donde poner la cabeza... Es buena, por el hecho de que no tengo que pagar contribución territorial al subdistrito... (Se detiene.) ¡Buenas noches, Alexandra Ivánovna!
¡Haga usted el favor de venir a visitarme! ¡Vaya al bosque! ¡Pregunte por Osip; cada pájaro y cada lagarto me conoce! Mire al cielo... Mire, mire... ¿No se ven lucecitas en los árboles? Como los fuegos fatuos. Mi madre me decía que un alma pecadora yace bajo cada árbol, y cuando surge un fuego fatuo, todos los caminantes rezan por él. Un fuego fatuo se desprenderá de mí..., yo también soy pecador... ¿Quién rezará entonces por mí? Vaya, aquí hay uno..., y allí otro..., y otro..., y otro...
¡Cuántos pecadores existen en el mundo! (Vase, y unos minutos después, se le oye silbar.)

Escena II SASHA, sola

SASHA. -(Sale de la escuela con una vela y un libro en las manos.) ¡Cuánto tarda Misha! (Se sienta.) ¡Si al menos se cuidara!... Estas fiestas perjudican su salud... Tengo sueño... (Bosteza.) ¿Por dónde iba? (Lee.) «... Es esencial reafirmar esos elevados y eternos ideales de la humanidad, estos principios inmortales de la libertad que fueron guía de nuestros predecesores y que nosotros hemos traicionado.» ¿Qué demonios significa esto? (Pensando.) No comprendo... ¿Por qué no escribirán
en forma sencilla para que todos entendamos?... Me saltaré el prólogo... (Lee.) «Zajar Mazoj...»
¡Qué nombre tan raro! Debe de ser extranjero... Me lo saltaré. ¡No! Misha quiere que lo lea, lo leeré... (Bosteza y lee.) «Una mañana de un frío invierno...» No leeré esto. Es sólo una descripción... (Vuelve las páginas y lee.) «Era difícil decidir quien tocaba y en qué instrumento... El ondulante y sonoro coro rompió el silencio. Parecía como si las cuerdas de los instrumentos estuvieran
golpeadas por mazas de hierro. De repente se oyó un extraño sonido...»(Escucha.) Alguien viene. (Pausa.) Es Misha... (Apaga la vela.) Al fin... (Se levanta y grita.) ¡Estoy aquí!...¡Eh! ¡Un, dos, un, dos! ¡Izquierda, derecha, izquierda, derecha! ¡Izquierda, izquierda! (Entra PLATÓNOV.)

Escena III SASHA y PLATÓNOV

PLATÓNOV. -(Entrando.) No, no, no. Te equivocas: ¡derecha, derecha, derecha, izquierda, derecha!... En realidad, pequeña, un borracho nunca sabe cuál es su derecha o su izquierda. Sabe solamente delante, detrás, de costado y por tierra... ¿Qué piensas de esto?

SASHA. -Siéntate aquí, borracho, y te diré qué pienso de eso. Siéntate. (Le echa los brazos al cuello.)

PLATÓNOV. -Sentémonos... (Se sienta.) ¿Por qué no te has acostado, infusorio?
SASHA. -No tengo sueño. (Se sienta a su lado.) ¡Te han soltado tarde!

PLATÓNOV. -Sí, tarde... ¿Ha pasado el tren de viajeros?
SASHA. -Todavía no. El de mercancías pasó hace una hora.
PLATÓNOV. -Es decir, aún no son las dos. ¿Hace mucho que viniste de allí?

SASHA. -A las diez ya estaba en casa... Cuando llegué, el niño estaba medio fuera de la cuna. Pudo matarse... Me marché sin despedirme, que me perdonen. ¿Hubo baile después de irme?

PLATÓNOV. -Hubo baile, cena y fuegos artificiales. Los fuegos te habrían gustado. Fue una lástima que nos dejaras tan pronto. A propósito..., ¿no sabes? El viejo Glagóliev tuvo una congestión pulmonar.

SASHA. -¡¿Qué dices?!

PLATÓNOV. -Sí... Tu hermano lo reconoció bien, y le daba por muerto...
SASHA. -¿Cómo fue? ¡Parecía tan sano! ¡Tan fuerte!...
PLATÓNOV. -Una congestión pulmonar... Una congestión pulmonar para suerte suya y para desgracia de su borrico, a quien él, por estupidez, llama hijo... Le llevaron a su casa... El cretino de su hijo apenas se ha inquietado... Así es la vida.

SASHA. -¡Me imagino cómo se aterrorizarían Ana Petrovna y Sofía Yegórovna! Admiro a Sofía
Yegórovna, es una persona excelente. Hay algo..., algo honrado y leal en ella... (Pausa.)

PLATÓNOV. -¡Oh!¡Es estúpido, abominable!...
SASHA. -¿Qué pasa?
PLATÓNOV. -¡¿Qué he hecho?! (Oculta el rostro entre las manos.) ¡Es una vergüenza!
SASHA. -Dime, ¿qué has hecho?
PLATÓNOV. -¿Qué he hecho? ¡Nada bueno! Sólo Dios puede prever las consecuencias.
SASHA. -(Aparte.) ¡Está borracho, el pobre! (A PLATÓNOV.) ¡Vamos a dormir!
PLATÓNOV. -¡He sido un canalla, como nunca! ¡Despreciarme a mí mismo después de esto!
¡No existe mayor desgracia que verse privado del respeto propio! ¡Dios mío! ¡En mí no hay nada de aprovechable, no hay nada por lo que se me pueda respetar y querer! (Pausa.) Tú me quieres... ¡No comprendo! ¿Tú? Ne puedo imaginar por qué... Tal vez has encontrado en mí algo por lo que se me pueda querer? ¿Es verdad que me quieres?

SASHA. -¡Qué pregunta tan estúpida! ¿Es posible que no pueda quererte?

PLATÓNOV. -Lo sé. Pero intenta decirme por qué me quieres. ¿Qué razones tienes? Dime por qué me quieres.

SASHA. -¡Hum!... ¿Por qué? ¡Qué gracioso estás hoy, Misha! ¿Cómo no quererte, si eres mi marido?

PLATÓNOV.-¿Sólo me quieres porque estoy casado contigo? SASHA. -No te comprendo.
PLATÓNOV. -¿No comprendes? (Riendo.) ¡Queridita mía! No deberías ser mujer, sino una mosca. ¿Por qué no has nacido mosca? Con tu inteligencia hubieras sido la mosca más inteligente del mundo. (La besa en la frente.) ¿Qué sería de ti si me comprendieras, si no fuera por tu ignorancia?

SASHA. -(Riendo.) ¡Excéntrico!

PLATÓNOV. -Tesorito mío, si quieres seguir amándome, no trates de comprenderme. Conserva tu felicidad y permanece ciega. Que el Señor haga todo lo posible por que no me comprendas. Eres una mujer perfecta, querida. (Le besa la mano.) Has parido a nuestro hijo. Deberías fabricar soldaditos de higo. (Quiere besarla.)

SASHA. -(No se deja besar.) ¡Qué tonterías dices, Misha! (Colérica.) ¡Déjame en paz! ¿Por qué te has casado conmigo si soy tan tonta? ¡Qué lástima que no eligieras una de tus inteligentes amigas! ¡Jamás te he pedido que te casaras conmigo!

PLATÓNOV. -Dios me perdone. Esto es algo nuevo: ¡eres capaz de encolerizarte! ¿No bromearás?

SASHA. -(Se levanta.) ¡Estás borracho, ve a dormir! ¡Sí! ¡Si no estuvieras borracho, no harías esos descubrimientos! ¡Estás borracho! Y se llama maestro! ¡Tú no eres maestro, sino un cerdo! Ve a dormir! ¡Yo me voy a la cama! (Le da un golpe en la espalda y se va por la casa.)

Escena IV PLATÓNOV, solo

PLATÓNOV.-¿Borracho? ¿De verdad que estoy borracho?... No puede ser, bebí poco... Por lo demás, la cabeza no me funciona bien... (Pausa.) Y cuando hablé con Sofía, estaba... borracho? (Piensa.) ¡No, no lo estaba! ¡No estaba borracho, por desgracia, santos! ¡No lo estaba! ¡Oh, esta maldita cordura! (Se levanta bruscamente.) ¿Quién demonios me hace ponerme así? ¿Qué daño me ha hecho su desgraciado marido? ¿Por qué le denigro delante de su esposa?... ¡No me lo perdonará mi conciencia! Me fui de la lengua ante ella, como un muchacho; me di tono, fingí, me jacté... (Se contraría.) «¿Por qué no se casó usted con un trabajador, con un mártir?» ¿Para qué iba a entregarse a un trabajador, a un mártir? ¿Por qué tú, loco, hablaste de lo que tú mismo no crees? ¡Oh!... Ella lo creyó... Escuchó los delirios de un imbécil y bajó la vista. Se hinchó, desgraciada, se enterneció...
¡Qué estúpido, qué abominable, qué absurdo es todo esto! Todo me inspira repugnancia... (Se ríe.)
¡Tirano! Ridiculizaban a los comerciantes déspotas, les ridiculizaban hasta el tuétano... Había risas a través de las lágrimas y lágrimas a través de las risas... ¿Quién me ridiculizará a mí? ¿Cuándo?
¡Es ridículo! ¡No se deja sobornar, no roba, no maltrata a la mujer, razona honestamente, pero... es un canalla! ¡Un canalla ridículo! ¡Un canalla redomado!... (Pausa) Debo marcharme... Pediré al inspector otro destino... Hoy mismo escribiré a la ciudad... (Entra ISAAC ABRÁMOVICH.)

Escena V

PLATÓNOV e ISAAC

ISAAC. -(Entrando.) ¡Hum!... Esta es la escuela en la que está siempre durmiendo el sabio incompleto... ¿Estará durmiendo ahora, como de costumbre, o injuriando, como de costumbre? (Al ver a PLATÓNOV.) Aquí está, vacío y sonoro. No duerme ni injuria... En una situación no normal... (A PLATÓNOV.) ¿No está usted durmiendo todavía?

PLATÓNOV. -¡Lo está usted viendo! ¿Por qué se ha detenido? ¡Permítame desearle buenas noches!

ISAAC. -Ahora me iré. ¿Se entrega usted a la soledad? (Mira alrededor.) ¿Se siente usted rey de la Naturaleza? En una noche tan encantadora...

PLATÓNOV. -¿Va usted a casa?

ISAAC. -Sí... Mi padre se ha marchado, y yo debo ir a pie. ¿Se deleita usted?, Verdad que es agradable beber champán y observarse uno mismo estando a medios pelos? ¿Puedo sentarme a su lado?

PLATÓNOV.-Sí.

ISAAC.-Gracias. (Se sienta.) Me gusta dar las gracias por todo. ¡Cuán delicioso es estar sentado aquí, en estos escalones, y sentirse dueño absoluto! ¿Dónde está su esposa, Platónov? A este rumor, a este susurro de la Naturaleza, a la canción y al chirrido de los saltamontes le falta únicamente el murmullo amoroso, para que todo esto se convierta en un paraíso. A este coqueto y tímido céfiro le falta sólo el cálido aliento de la amada, para que las mejillas ardan de felicidad. Al susurro de la madre Naturaleza le faltan palabras de amor ¡Una mujer! Usted me mira con asombro... ¡Ja-ja!
¿Que he hablado no con mi lenguaje? En efecto, este no es mi lenguaje... Después de desemborracharme, más de una vez me ruborizo por este lenguaje... Además, ¿por qué no puedo hablar poéticamente? ¡Hum!... Quién me lo prohíbe?

PLATÓNOV.-Nadie.

ISAAC. -O, tal vez, ¿este lenguaje de los dioses no corresponde a mi situación, a mi figura? ¿No tengo un rostro poético?

PLATÓNOV. -No.

ISAAC. -¿Que no?... ¡Hum!... Me alegro mucho. Los judíos no tienen un rostro poético. La Naturaleza nos ha jugado una mala pasada, al no darnos a los judíos una fisonomía poética. En nuestro país se juzga habitualmente por la fisonomía, y, en base a que tenemos cierta fisonomía, nos niegan todo sentimiento poético... La gente dice que entre los judíos no hay poetas.

PLATÓNOV. -¿Quién lo dice?

ISAAC. -Todos lo dicen... ¡Qué calumnia más infame! PLATÓNOV. -¡Basta de ergotizar! ¿Quién lo dice?

ISAAC. -Todos lo dicen, pero, mientras tanto, ¡cuántos verdaderos poetas hay entre los judíos! Ni Pushkin, ni Lérmontov, sino poetas auténticos: Auerbach, Heine, Goethe...

PLATÓNOV. -Goethe es alemán. ISAAC. -¡Es judío!
PLATÓNOV. -¡Es alemán! ISAAC. -¡Es judío! PLATÓNOV. -¡Es alemán!
ISAAC. -¡Es judío! ¡Yo sé lo que digo!

PLATÓNOV. -También yo sé lo que digo. ¡Que sea a su manera! Resulta difícil convencer a un semisabio judío.

ISAAC. -Muy difícil... (Pausa.) ¡Bueno, aunque no haya poetas! ¡Vaya una cosa del otro mundo! ¡Existen poetas, bien, no existen, aún mejor! El poeta, como hombre de sentimiento, en la mayoría de los casos es un gorrón, un egoísta... Goethe, como poeta, ¿ha dado, acaso, al proletario alemán un trozo de pan?

PLATÓNOV. -¡Basta! ¡Basta, joven! ¡Él no quitó un trozo de pan al proletario alemán! Eso es lo importante... Además, es mejor ser poeta que nada. ¡Es mil veces mejor por otra parte, callémonos... Deje usted en paz al trozo de pan, sobre el cual usted no tiene la menor noción, y a los poetas, a quienes no comprende su seca alma, y a mí, a quien no deja tranquilo.

ISAAC. -¡No cesaré, no cesaré de remover su gran corazón, hombre efervescente! No trataré de quitarle su manta de encima... ¡Duerma usted lo que quiera! (Pausa.) ¡Miré al cielo! Sí... Aquí se está bien, tranquilo, aquí solo hay árboles... Y no esas saciadas y satisfechas fisonomías... Sí... Los árboles susurran no para mí...Y la luna no me mira tan afablemente como a este Platónov... La luna procura mirar fríamente... Tú, dice, no eres nuestro... Lárgate de aquí, de este paraíso, a tu tienda judía... Por lo demás, es un absurdo... ¡He charlado por los codos! ¡Basta!...

PLATÓNOV. -¡Basta!... ¡Váyase a casa, joven! Cuanto más tiempo permanezca sentado, tantas más necedades dirá... ¡Y por tanta charlatanería se ruborizará, como usted dijo! ¡Váyase!

ISAAC. -¡Quiero charlar! (Se ríe.) ¡Yo ahora soy poeta!

PLATÓNOV. -No es poeta quien se avergüenza de su juventud. ¡Usted está viviendo la juventud, sea joven! ¡Resulta ridículo, absurdo, tal vez, pero en cambio es humano!

ISAAC. -Así que... ¡Qué estupideces! ¡Usted es un gran excéntrico, Platónov! Aquí todos ustedes son excéntricos... Y la generala es extravagante, y Voinitzev... Entre otras cosas, la viuda está bastante bien, en el sentido corpóreo... ¡Qué ojos tan inteligentes tiene! ¡Qué dedos más bonitos! Es mona, en parte... El pecho, el cuello... (Pausa.) ¿Por qué? ¿Acaso yo soy peor que usted? ¡Siquiera una vez en la vida! Si los pensamientos actúan tan fuerte y atrayentemente sobre mi... médula espinal, ¡qué dicha me derretiría completamente, si ella apareciera ahora entre estos árboles y me hiciera una señal con sus transparentes dedos!... No me mire usted así... Yo soy tonto

ahora, un chiquillo... Por lo demás, ¿quién se atreve a prohibirme ser tonto al menos una vez en la vida? Con un fin científico quisiera ser ahora bobo, feliz, a la manera de usted... Yo soy también feliz... ¿A quién le importa? ¡Hum!...

PLATÓNOV. -Pero... (Examina la cadena del reloj de ISAAC.)
ISAAC. -¡Por otra parte, la felicidad personal no es más que egoísmo!
PLATÓNOV. -¡Claro que sí! ¡La felicidad personal es egoísmo, y la desgracia personal, una virtud! ¡Usted tiene mucho cuento! ¡Vaya cadena! ¡Qué dijes tan maravillosos! ¡Cómo brillan!

ISAAC. -¿Le atrae esta Cadena? (Se ríe.) A usted le seduce este oropel, este brillo... (Mueve la cabeza.) ¡En estos minutos, cuando me está dando una lección casi poética, usted puede entusiasmarse con el oro! ¡Tome esta cadena! ¡Tírela! (Se suelta la cadena y la tira a un lado.)
PLATÓNOV. -¡Ha sonado bien! Sólo por el sonido se puede deducir que es muy pesada!
ISAAC. -¡El oro es pesado, no solo por el peso! ¡Feliz usted, que puede sentarse en estos sucios
escalones! Aquí, usted no experimenta la carga de este inmundo oro. ¡Oh, qué me importan estas cadenas de oro, estos eslabones de oro!
PLATÓNOV. -¡No siempre los eslabones son sólidos! ¡Se los gastaron en vino nuestros padres!
ISAAC. -¡Cuántos desdichados, cuántos hambrientos, cuántos borrachos hay bajo la luna!
¿Cuándo, al fin, los millones de hombres que siembran mucho y no recogen nada dejarán de pasar hambre? ¿Cuándo, le pregunto? Platónov, ¿por qué no me responde?

PLATÓNOV. -¡Déjeme en paz! ¡Hágame ese favor! ¡No me gustan las campanas que suenan sin cesar y sin sentido! ¡Perdone, pero déjeme en paz! ¡Quiero dormir!

ISAAC. -¿Es que yo soy una campana? ¡Hum!... Usted sí que es una campana...

PLATÓNOV. -Yo soy una campana, y usted también es una campana; solo con la diferencia de que yo toco en mí mismo, y en usted tocan otros... ¡Buenas noches! (Se levanta.)

ISAAC. -¡Buenas noches! (En la escuela dan las dos.) Ya son las dos... A estas horas hay que estar ya durmiendo, y yo no duermo... El insomnio, el champán, la emoción... Una vida anormal, que destruye el organismo... (Se pone en pie.) Me parece que ya empieza a dolerme el pecho...
¡Buenas noches! No le doy la mano, y me enorgullezco de ello. Usted no tiene derecho a estrechar mi mano...

PLATÓNOV. -¡Qué tonterías! Me tiene sin cuidado.

ISAAC. -Confío en que nuestra conversación y mi... charlatanería no la habrá oído nadie más que usted. (Se dirige al fondo del escenario y se vuelve.)

PLATÓNOV. -¿Qué desea?

ISAAC. -Por aquí estaba mi cadena...

PLATÓNOV. -¡Ahí tiene su cadena! (Empuja la cadena con el pie.) No se olvidó de ella, ¿eh?
¡Oiga, sea amable; done esa cadena a un conocido mío que pertenece a los que siembran mucho y no recogen nada! ¡Esa cadena alimentaría a su familia años enteros!... ¿Me permite usted que se la entregue a él?

ISAAC. -No... ¡Se la daría con mucho gusto, pero, palabra de honor, no puedo. Es un recuerdo...
PLATÓNOV. -Sí, Sí... ¡Lárguese!
ISAAC. -(Coge la cadena.) ¡Déjeme, por favor! (Se va, hacia el fondo del escenario y, fatigado, se sienta en la vía férrea y se cubre la cara con las manos.)

PLATÓNOV. -¡Qué vulgaridad! ¡Ser joven y al mismo tiempo no ser una persona pura! ¡Qué corrupción tan profunda! (Se sienta.) ¡Cuán repugnantes nos son los hombres en quienes vemos aunque sea sólo una alusión a nuestro impuro pasado! Hubo un tiempo en que yo me parecía un poco a este... ¡Oh! (Se oye el galope de un caballo.)

Escena VI

PLATÓNOV y ANA PETROVNA. Esta entra en escena, vestida con traje de montar y una fusta en la mano PLATÓNOV. -¡Ana Petrovna!

ANA. -¿Cómo verle? ¿Llamar, acaso? (Al ver a PLATÓNOV.) ¿Usted aquí? ¡Qué bien! Sabía que no estaba usted acostado todavía... ¿Cómo puede uno dormir en una noche como esta? Dios
creó el invierno para dormir... ¡Buenas noches, hombre! (Tiende la mano.) ¿Por qué no habla? ¿Qué le sucede? ¡Déme la mano, por favor! (PLATÓNOV tiende la mano.) ¿Está borracho?

PLATÓNOV. -Sólo Dios sabe cómo estoy... O estoy sereno, o estoy borracho, como el borracho más empedernido... Pero usted..., ¿es que sufre de insomnio?... ¿O es que va de viaje?

ANA. -(Se sienta a su lado.) Sí y no... (Pausa.) ¡Sí. querido Mijaíl Vasílievich! (Canta)
«¡Cuánta felicidad, cuánto tormento...» (Se ríe.) ¡Qué ojos más puros tiene usted! ¡No me mire asustado, amigo!

PLATÓNOV. -No estoy asustado..., al menos, no por mí... (Pausa.) ¿No estaremos cometiendo... una indiscreción?

ANA. -Tal vez, póngala usted en la cuenta de la vejez que comienza...

PLATÓNOV. -Estos pecadillos podrían perdonarse a una mujer que envejece... Los comete por tontería... Pero usted es joven. Usted es joven, como el verano en el mes de junio. Tiene usted toda una vida por delante.

ANA. -Pero yo no quiero tener mi vida delante. ¡La quiero ahora!... Yo soy joven, Platónov, muy joven! Esta noche me siento joven... ¡La juventud corre por mi cuerpo como el viento! ¡Lo soy! ¡Hace frío! (Pausa.)

PLATÓNOV. -(Se levanta bruscamente.) ¿Qué quiere de mí? ¡Yo no quiero nada! ¡Márchese!
¡Llámeme ignorante, idiota..., lo que guste!... Pero déjeme en paz. ¡Se lo ruego! ¿Por qué me persigue? Piense en otra cosa.

ANA. -Hace mucho tiempo que lo hago.

PLATÓNOV. -Piénselo otra vez... Usted es orgullosa, inteligente, bella... ¿Qué le trae aquí?
¿Por qué me acosa? ¡Ah!...

ANA. -(Riendo.) Sí, le acoso... ¡Le acoso! Y a caballo, además.

PLATÓNOV. -Con esa inteligencia, con esa belleza, con esa juventud... ¡¿Me acosa?! Lo veo y no lo creo... ¿Por qué a mí y no a otros hombres?... ¡Ha venido a conquistar, a tomar una fortaleza! Yo no soy una fortaleza inexpugnable... Soy débil... la debilidad personificada... ¡Compréndalo! Yo no sirvo para una mujer.

ANA. -(Acercándose mucho a él.) Primero, el orgullo; después, la propia humillación... ¿Por qué se defiende así, Michel?... Lo que ha de ser, será, Platónov... Es necesario que esto acabe.

PLATÓNOV. -Dígame: ¿cómo voy a acabar una cosa que no he empezado?

ANA. -¡Eh..., endemoniada filosofía! ¿No le da vergüenza mentir? Se pasa el tiempo mintiéndose a sí mismo... En una noche como esta..., y mentir. Misha, si ha de mentir, hágalo en otoño, cuando lleguen las lluvias y todo esté negro y lleno de barro. Pero no ahora..., no aquí. Le están oyendo, mirando... ¡Mire al cielo, loco, mire las estrellas!... (Pausa.) Observe cómo titilan ante sus mentiras. ¡Basta, querido! ¡Sea bueno, tan bueno como todo lo que le circunda! ¡No
destroce esta noche! ¡Destruya sus demonios! (Le rodea el cuello con un brazo.) No hay nadie en el mundo a quien yo pudiera amar como a ti te amo... No existe otra mujer en el mundo que te ame como yo te amo... Tómame... Toma mi amor y manda lo demás al diablo... Toma mi amor... ¡Yo te daré la felicidad! (Le besa.)

PLATÓNOV. -Ulises pudo resistir el canto de las sirenas... Pero yo no soy Ulises, ¡oh la más divina de las sirenas! (La abraza.) Si sólo pudiera hacerte feliz... ¡Qué hermosa eres!... ¡Qué hermosa! Pero yo no puedo darte la felicidad. Sólo atraigo miserias. Te haré tremendamente desgraciada. Como he hecho desgraciadas a cuantas mujeres se han echado en mis brazos.

ANA. -Te tomas demasiado en serio. ¿Crees que eres tan terrible como te imaginas, Don Juan?
(Ríe a carcajadas.) ¡Qué hermoso estás a la luz de la luna! ¡Qué seductor!

PLATÓNOV. -(Seco.) Gracias, pero no me harás perder la cabeza. Me conozco demasiado. Estas cosas sólo terminan bien en los cuentos de hadas...
ANA. -Sentémonos allí. (Se instalan en un banco.) ¿Qué más tienes que decirme, señor filósofo? PLATÓNOV. -Nada. Si fuera un hombre decente hubiera huido de tu lado... Siempre pensé que
así sucedería... ¡Maldita cobardía! ¿Por qué no huí?

ANA. -Destruye a esos demonios, Misha, porque si no los destruyes, te destruirán ellos a ti. Escucha: yo soy solo una mujer..., no un animal salvaje... ¡Oh, qué expresión! Si fuese tan maligna como tú, ya me habría marchado. (Se ríe.) Claro que eso es lo que tú quieres... Misha, tómame..., apriétame, destrózame si es tu gusto... No me quejaré... Trátame como a un cigarrillo..., apúrame hasta que quedes ahíto y, luego, tírame... ¡Sé hombre! (Molesta.) ¡Eres tan absurdo!

PLATÓNOV. -¡Cómo brillan tus ojos!... Eres una mujer valerosa... Pero pides tanto amor... Yo nunca podría darte lo que tú deseas... Vete... Encontrarás a alguien que... te sirva mejor que yo.

ANA. -¡Palabras! ¡Palabras! ¡Palabras! Filosofía y charla estúpida. Siempre dándote importancia...; una mujer viene a ti, que te ama y de la que tú estás enamorado... La noche es encantadora... ¿Qué puede haber más sencillo? ¿A santo de qué esa filosofía, esa política? ¿Es que quieres darte tono?

PLATÓNOV. -¡Hum!... (Se pone en pie.) Yo te amo, Ana Petrovna. Te amo y te respeto. ANA. -No empieces, por favor.
PLATÓNOV. -...por consiguiente, no permitiré que tú chapotees en una intriga mezquina..., vulgar y plebeya.

ANA. -(Acercándose a él.) Tú me amas, me respetas. ¿Por qué tú, alma inquieta, me hablas como un ser vulgar? Yo te amo... Te he dicho, y tú mismo sabes, que te amo... ¿Qué más quieres? Yo necesito la paz tanto como tú. (Apoya su cabeza sobre el pecho de PLATÓNOV.) Quiero paz..., compréndeme, Platónov. Quiero descansar, olvidar y nada más. Tú no sabes... Tú no sabes cuán difícil es mi vida... ¡Y yo quiero vivir!

PLATÓNOV. -(La abraza.) Pero yo no puedo darte la paz...

ANA. -¡Te ruego que no filosofes! ¡Vive! Todo vive, todo avanza... En torno, la vida...
¡Vivamos también nosotros! Mañana hablaremos de estos problemas, pero hoy, esta noche, tenemos que vivir, vivir... ¡Vivir, Misha! (Pausa..) ¿Por qué no contestas?

PLATÓNOV. -(Le coge la mano.) Escucha; por última vez, escúchame... Te hablo como un hombre honrado... ¡Vete!... ¡Por última vez! ¡Vete!

ANA. -(Riendo.) ¿Bromeas?... ¡No seas absurdo! Ahora no te dejaré jamás... (Se arroja a su cuello.) ¿Lo oyes? ¡Te lo digo por última vez, no te dejaré! Puedes hablar, gritar, filosofar hasta volverte lívido... No te dejaré... Tú eres mío.

PLATÓNOV. -Te lo digo otra vez... Por mi honor...
ANA. -¡Al diablo tu honor! (Le rodea la cabeza con un pañuelo negro.) ¡Vamos!... ¡Vamos!...
PLATÓNOV. -(Riendo.) ¡Loca mujer..., No sabes lo que estás haciendo... Yo nunca seré tu
marido, porque tú no eres para mí, pero no consentiré que se juegue conmigo... Veremos quien va a jugar con quién... Lo veremos... Llorarás... ¿Nos vamos?

ANA. -(Riendo a carcajadas.) Vamos... (Le coge del brazo..) ¡Espera!... Alguien viene... Escondámonos tras este árbol..., hasta que se vaya. (Se esconden tras el árbol.) Alguien en levita, no es un campesino... Dime, ¿por qué no escribes en los periódicos artículos de fondo? Escribes muy bien... No bromeo... (Entra TRILETZKI, borracho.)

Escena VII
Dichos y TRILETZKI

TRILETZKI. -(Se dirige a la escuela y llama a la ventana.) ¡Sasha, hermanita, Sashurka! Quisiera entrar.

SASHA. -(Abre la ventana..) ¿Quién es? ¿Eres tú, Kolia? ¿Qué quieres?

TRILETZKI. -No hagas tantas preguntas, hermana. Querida Sasha, déjame dormir esta noche aquí.

SASHA. -¡Oh!... Bueno. Te abriré la puerta.

TRILETZKI. -No. Saltaré por la ventana. No es necesario que Michel se entere de que estoy aquí. Volvería con sus eternos reproches, y no me dejaría dormir. Dormiré en la clase... (Empieza a escalar la ventana.) ¡Oh! Todo lo veo doble. ¡Qué suerte que no esté casado! Me creería bígamo... Hay dos ventanas... ¡Dios! ¿Por cuál paso?

SASHA. -Pasa por medio y no hagas tanto ruido. ¡Date prisa!

TRILETZKI. -Esto me recuerda que, cerca del puente, ¿sabes?, he querido sonarme... Entonces, he sacado mi pañuelo..., y he perdido cuarenta rublos... Sé amable y ve a buscármelos mañana temprano. Busca bien por los alrededores... Y si los encuentras, te los quedas...

SASHA. -El primero que pase por el puente se los encontrará... ¡Qué descuidado eres, Kolia!
¡Ah, ya! Ahora me acuerdo de que la mujer del tendero ha venido a buscarte, y pidió que vayas lo antes posible a su casa... Su marido está enfermo. Una crisis de asfixia o algo por el estilo. Ve en seguida.

TRILETZKI. -¡Dios le proteja! No estoy para visitar enfermos... Me duele terriblemente la cabeza y el estómago, Sasha. Estoy muy malito. Déjame entrar. (Entra.)

SASHA. -¡Entra en seguida! Me has pisado con tus botazas. (Cierra la ventana.)

PLATÓNOV. -El diablo nos envía a alguien más. ANA. -No te muevas.
PLATÓNOV. -¡Déjame!... ¡Me iré, si quiero! ¿Quién es?

ANA. -Son Petrin y Scherbuk. (Entran PETRIN y SCHERBUK, zigzagueando. Han perdido la levita. El primero trae puesto un sombrero de copa negro; el otro, gris.)

Escena VIII
Dichos. PETRIN y SCHERBUK

PETRIN. -¡Viva Petrin, licenciado en Derecho! ¡Hurra! ¡Hurra!... ¿Dónde está el camino?
¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? (Ríe a carcajadas.) Esto, mi querido Pavel, es el santuario de la Educación Nacional. Aquí se enseña a los niños a olvidar a Dios y a murmurar. Ya ves dónde estamos... ¡Hum!... ¡Ajá!... Es aquí donde vive ese... ¿cómo se llama?, Plati-Platónov, hombre civilizado... Pavel, ¿dónde está Plati en estos momentos? ¡Dilo, no te dé vergüenza! Sin duda,
¿cantando a dúo con la viuda? ¡Oh, Señor, hágase tu voluntad!... (Grita.) ¡Glagóliev es tonto! ¡Ella le frotó la nariz, y a él le dio un ataque!

SHERBUK. -Quiero ir a casa, Guerasia... Tengo mucho sueño. ¡Que el diablo se los lleve a todos!

PETRIN.-¿Dónde están nuestras levitas, Pável? Vamos a ir a pasar la noche a casa del jefe de la estación y no tenemos levitas... (Ríe a carcajadas.) ¿Las muchachas nos las han quitado? ¡Ah tú, caballero, caballero! Las muchachas nos las han quitado... (Suspira.) ¡Ah, Pável, Pável!... Tú has bebido mucho champán, ¿verdad? ¡Seguramente estás borracho! Pues bien, todo lo que has bebido era mío, y lo que has comido, también. El vestido de la generala, mío. Los zapatos que lleva Seriozhka son míos..., ¡todo es mío! Me lo deben todo. ¿Y qué he recibido a cambio? Arrugan la nariz ante mí. Eso es todo...

PLATÓNOV.-No puedo soportarlos por más tiempo.

ANA. -(Deteniéndolo.) Espera... Ahora se marchan. ¡Qué animal es este Petrin! ¡Cómo miente! Y ese trapo viejo cree...

PETRIN.-El judío inspira más respeto... Venguérovich tiene derecho a las sonrisas y a los
buenos bocados, mientras nosotros... ¿Y por qué? Porque el judío todavía les presta dinero... «Lleva escritas en la frente las fatídicas palabras: ¡se vende en subasta pública!»

SHERBUK.-Son palabras de Nekrásov...

PETRIN.-¡Bien! ¡No daré ni un rublo más! ¿Lo oyes? ¡Ni un rublo! Que el viejo se encolerice en la sepultura... ¡Que se entienda allí con... los enterradores! ¡Se acabó! Pero yo voy a ejecutar mi hipoteca. Y no más tarde de mañana. No puedo soportar el verme defraudado. La arruinaré, la pisotearé...

SHERBUK. -¡Ella es condesa, barón! ¡Tiene cara de generala! Pero yo... soy calmuco, y nada más... A mí me adora Duniasha... ¡Qué camino tan desigual! Hay que construir las carreteras con postes telegráficos..., con campanas... Tan, tan, tan... (Hacen mutis.)

Escena IX
Dichos, excepto PETRIN y SCHERBUK

ANA.-(Sale de detrás del árbol.) ¿Se han marchado?
PLATÓNOV. -Sí...
ANA. -(Le coge por el hombro.) ¿Nos vamos nosotros también?

PLATÓNOV. -¡Vamos! Iré, pero si supieras que lo hago a mi pesar... El diablo siempre me ha manejado a su antojo. Ahora me empuja y me grita: «¡Ve! ¡Ve!»

ANA.-¡Insolente!... (Golpea a PLATÓNOV con la fusta.) ¡Habla, habla, pero no des rienda suelta a la lengua! (Se aleja de PLATÓNOV.) Quédate o vente... Yo me voy. ¡No te lo rogaré!
¡Sería demasiado!

PLATÓNOV. -(Cogiéndola del brazo.) Espera. No he querido insultarte...
ANA. -(Desprendiéndose de él.) ¡Oh!...

PLATÓNOV. -Sólo quiero que me comprendas. ¿No lo ves? Yo soy lo que tú quieres que sea..., y si lucho por tu salvación..., por tu reputación..., luego mi conciencia...

SASHA. -(Apareciendo en la ventana.) ¡Misha, Misha! ¿Dónde estás?
PLATÓNOV. -¡El diablo se la lleve!
SASHA.-(En la ventana.) ¡Ah!... Ya te veo... ¿Con quién estás? (Ríe a carcajadas.) ¡Ana
Petrovna! ¡Me ha costado reconocerla! ¡Está tan negra! ¿Qué traje lleva? ¡Buenas noches!

ANA.-¡Buenas noches. Alexandra Ivánovna!

SASHA.-¿Y con traje de montar? ¡Qué agradable debe de ser montar a caballo en una noche tan hermosa como esta!

ANA. -Sólo me he detenido un instante, Alexandra Ivánovna... Ya es tarde, me voy a casa...
SASHA. -Como usted quiera... ¿Entras, Misha? ¡No sé qué hacer! ¡Kolia está enfermo!
PLATÓNOV. -¿Qué Kolia?
SASHA.-El niño, no... Mi hermano... Está borracho... Por favor, entra y habla con él. Y usted también, Ana Petrovna. Iré al sótano y traeré crema de leche... Tomaremos un vaso... ¡Está fría!
ANA.-No, gracias. Tengo que irme ahora a casa... (A PLATÓNOV.) Ve... Yo esperaré...
PLATÓNOV.-(A ANA.) Me había olvidado de ella por completo... Vete... La meteré en la cama
y vendré...

ANA. -Pronto... No olvides que te estoy esperando.

PLATÓNOV. -¡Y pensar que casi nos pilla! ¡Adiós, hasta ahora!... (Hace mutis por la escuela.)

Escena X
ANA PETROVNA, ISAAC y luego OSIP

ANA.-Vaya sorpresa... También yo me había olvidado de ella por completo... (Pausa.) Es duro...
¡Pobre muchacha! Pero no es la primera vez que él la engaña. ¡No es la primera vez!... ¡Es una canallada! Tardará por lo menos una hora en acostarla. ¡Oh, qué estúpido! (OSIP, que estaba escondido, aparece sosteniendo a ISAAC, borracho.)

ISAAC.-(Se acerca a ella) Ana Petrovna... (Arrodillándose violentamente ante ella.) Ana
Petrovna... (Le coge una mano.) ¡Ana!

ANA. -¿Quién es?... ¿Quién es usted? (Se inclina hacia él.) ¿Cómo? ¿Es usted, Isaac
Abrámovich? ¿Usted? ¿Qué le pasa?

ISAAC. -¡Ana! (Le besa la mano.)

ANA.-¡Vamos! ¡Ya está bien! ¡Váyase!

ISAAC.-¡Ana!

ANA. -¡Basta de agarrarse! ¡Váyase! (Le empuja en el hombro.)

ISAAC.-(Se extiende en el suelo.) ¡Oh! ¡Qué estúpido es todo esto!... ¡Qué estúpido!

OSIP.-(Entrando.) ¡Comediantes! ¡Oh, excelencia!... (Se inclina.) ¿Cómo ha venido usted a parar a nuestros lugares sagrados?

ANA.-¿Eres tú, Osip? ¡Hola! ¿Es que me espías? ¿Es que has escuchado? (Tomándole la barbilla.) ¿Lo has visto todo?

OSIP. -Todo.

ANA.-¿Por qué estás tan pálido? ¿Eh? (Se ríe.) ¿Tú me amas, Osip?
OSIP.-Como a usted le agrade...
ANA.-¿Tú me amas?

OSIP. -Yo a usted no la comprendo... (Llora.) Yo la veneraba como a una santa... Si me hubiera mandado que me arrojara al fuego, lo hubiera hecho...

ANA.-Entonces, ¿por qué no te has marchado a Kiev?

OSIP.-No tenía necesidad de ir a Kiev. Usted es mi santa... No necesito otra adoración...

ANA.-¡Está bien! ¡Está bien! Llévame de nuevo tus liebres y las aceptaré... Bueno, adiós... Ven mañana. Te daré para que tomes el tren hasta Kiev... ¿Vale? Adiós... Y no toques a Platónov,
¿entiendes?

OSIP. -Yo no acepto órdenes de usted ahora.
ANA. -¿Por qué?
OSIP.-Porque usted no ha sabido conservar su rango.

ANA. -Efectivamente. Entonces vas a enviarme a un convento, ¿verdad? Pero si estás llorando como un niño... Bueno, bueno. Escucha, Osip: cuando él salga de la casa, disparas la escopeta.

OSIP.-¿Sobre él?

ANA. -No, no... Al aire. Para que yo sepa que viene a mi casa. ¡Adiós, Osip! ¡Dispara fuerte!
¿Dispararás?

OSIP. -Bien... Dispararé... ANA. -¡Qué inteligente eres!...
OSIP. -Pero él no irá... Está durmiendo con su mujer.

ANA. -No te preocupes... ¡Adiós, bandido! (Hace mutis.)

Escena XI OSIP e ISAAC

OSIP. -(Golpea el suelo con el gorro y llora.) ¡Todo ha terminado! ¡Todo ha terminado!... ¡Ojalá se abriera la tierra y...! ¡Le mataré! ¡Sí! ¡Le mataré!...

ISAAC. -(Tumbado.) ¿Qué dice?

OSIP.-Lo vi todo. Lo escuché todo. ¡Cómo no matarle! ¡Le mataré!

ISAAC.-¿Qué está diciendo? ¿A quién va a matar?... (Aparece PLATÓNOV empujando a
TRILETZKI.)

Escena XII
Dichos. PLATÓNOV y TRILETZKI

PLATÓNOV.-Vamos... Sal de ahí...
TRILETZKI. -(Medio dormido.) Pero ¿por qué?... Dime al menos por qué.
PLATÓNOV. -Lo sabes muy bien. El tendero está enfermo. Te necesita. Ve a verle
inmediatamente. ¡March!

TRILETZKI.-(Bosteza y se estira.) Estate quieto. ¿No podías haber esperado a mañana para despertarme?

PLATÓNOV.-¡Eres un villano, Nikolai, un canalla! ¿Comprendes?
TRILETZKI.-¿Qué culpa tengo yo? El buen Dios me ha hecho así.
PLATÓNOV.-¿Y si se ha muerto ya el tendero?
TRILETZKI.-Si se ha muerto, estará en el Paraíso. Y si no se ha muerto, me habrás despertado para nada... No iré. ¡Quiero dormir!

PLATÓNOV. -¡Irás, bestia! ¡Irás! (Le sacude.) ¡No te dejaré dormir! ¿Para qué sirves? ¿Por qué no haces nada? ¿Para qué comes, y pasas tus mejores días y matas el tiempo aquí? ¿Y tú eres un médico?... ¡Eres un asesino!

TRILETZKI. -Déjame en paz... ¡En serio..., hermano qué garrapata eres!

PLATÓNOV.-Dime, por favor, ¿qué clase de hombre eres? ¿Esto es terrible! ¿Para qué vives?
¿Por qué no te dedicas a la ciencia? ¿Por qué no continúas tu instrucción científica? ¿Por qué no estudias, animal?

TRILETZKI.-Sobre este interesante tema hablaremos cuando yo no quiera dormir, pero ahora déjame dormir... (Se rasca.) Además, tú no tienes absolutamente ningún derecho, en el plano moral, a interferirte entre un médico y un paciente.

PLATÓNOV. -¿Que no?... ¡Cuando pienso que puedo algún día necesitar tus servicios me echo a temblar!....

TRILETZKI. -Bueno, si me necesitas...

PLATÓNOV.-No hay excusa para tu comportamiento. Eres un vago. El tiempo que pasaste en la
Universidad ha sido tiempo perdido. Si solo...

TRILETZKI.-Gracias, gracias. Si vas a moralizar, me voy. Ya me darás tus consejos otro día.
(Se encoge de hombros.) ¿Lloras? (Pausa.) ¡Iré a ver al tendero! ¿Lo oyes? ¡Iré!.

PLATÓNOV.-¡Como quieras!
TRILETZKI.-¡Iré! ¡Iré!...
PLATÓNOV.-(Pateando.) ¡Vete de aquí!

TRILETZKI.-Bien... ¡Acuéstate, Misha! ¡No vale la pena excitarse! ¡Adiós! (Inicia el mutis, pero se detiene.) No comprendo por que te interesas tanto por un tendero. ¿No sabes que es un borracho? En fin, ¡allá tú! Una palabra y ya me voy. Sigue el consejo de un médico digno de estimación: aplícate a ti mismo tus buenas disposiciones. Ya me comprendes... (Se acerca.) Si yo fuera leal conmigo mismo, te metería una bala en la cabeza en lugar de escucharte. ¿Me has comprendido?

PLATÓNOV.-(Estupefacto, inquieto.) No.

TRILETZKI.-¿No? Entonces pregunta a tu corazón... Existe una muchahita... Podría hablar con más claridad... Pero soy un mezquino dualista... Es tu suerte... (Pausa.) ¡Adiós! (Hace mutis.)

Escena XIII PLATÓNOV, ISAAC y OSIP

PLATÓNOV. -(Agarrándose la cabeza.) ¡Yo no soy el único en ser así, todos son iguales!
¡Todos! ¿Dónde están los hombres, Dios mío? ¡Yo soy así! ¡No vayas a verla! ¡Ella no te pertenece!
¡Es un bien ajeno! ¡No eches a perder su vida, no se la estropees para siempre! ¿Marcharme de aquí? ¡No! ¡Viviré con ella, viviré aquí, me emborracharé, calumniaré... Depravados, estúpidos, borrachos... ¡Siempre borrachos! ¡Una madre estúpida nació de un padre borracho! ¡Un padre.... una madre! Un padre... (Pausa.) No... ¿Qué he dicho? Dios me perdone... ¡Cielos!... (Tropieza con ISAAC, que está tumbado.) ¿Quién está aquí?

ISAAC. -(Se pone de rodillas.) ¡Una noche monstruosa! ¡Terrible!

PLATÓNOV. -¡Ah! ¡Vete y anota esta noche monstruosa en tu absurdo diario con tinta de la conciencia de tu padre! ¡Fuera!

ISAAC. -Sí... Lo anotaré... (Vase.)

PLATÓNOV.-¿Qué hacía él aquí? ¿Escuchaba? (A OSIP.) ¿Y tú? ¿Qué haces aquí, francotirador? ¿Escuchabas tambien? ¡Largo! ¡O espera!... ¡Alcanza a Isaac y quítale la cadena!

OSIP.-(Se levanta.) ¿Qué cadena?

PLATÓNOV.-¡De su pecho pende una gran cadena de oro! ¡Alcánzale y quítasela! ¡Vivo! (Patea.) ¡Vete inmediatamente, de lo contrario no le alcanzarás! ¡El va corriendo ahora hacia la aldea como un loco!

OSIP.-¿Irá usted a casa de la viuda?

PLATÓNOV.-¡Corre, miserable! ¡No le golpees, sino quítale solo la cadena! ¡Vete! ¿Qué esperas? ¡Corre! (OSIP parte a la carrera. Tras una pausa.) ¿Voy?... ¿Voy o no voy? (Suspira.)
¿Voy?... Si voy, comenzará una larga canción que conozco muy bien, pero que no es bonita... ¡Ah! Me creía protegido por una armadura sólida. Pero ¿qué resulta? Que una mujer pronuncia una palabra y en seguida estalla un huracán dentro de mí. Los hombres se atacan entre sí por cuestiones políticas. Yo sólo pienso en la mujer. Mi vida, una mujer. César tuvo un Rubicón; yo tengo una mujer. No soy más que un juguete de las mujeres. Y lucho, lucho inútilmente. ¡Soy tan débil!...

SASHA. -(En la ventana.) Misha, ¿dónde estás?
PLATÓNOV. -Estoy aquí, ángel mío.
SASHA. -Entra.

PLATÓNOV. -¡No, Sasha! Necesito aire. Se me parte la cabeza. ¡Duerme, ángel mío!
SASHA. -Buenas noches. (Cierra la ventana.)
PLATÓNOV. -Es terrible engañar a quien tiene en uno fe ciega. Y yo soy el que vacila y suda... Bueno, iré. (Se va. Entran KATIA y YÁKOV hablando.)

Escena XIV
KATIA, PLATÓNOV y YÁKOV

KATIA. -(A YÁKOV.) Espera un momento aquí... Ahora vuelvo... Voy a coger un libro... ¡No te marches, eh! (Va al encuentro de PLATÓNOV.)

PLATÓNOV. -(Al ver a KATIA.) ¿Eres tú? ¿Qué quieres? KATIA.-(Asustándose.) ¡Oh! ¿Es usted, señor? Le necesito.
PLATÓNOV. -¿Eres tú, Katia? Todas, empezando por la señora y terminando por la criada, son aves nocturnas. ¿Qué quieres?

KATIA.-(Queda) Mi ama le envía esta carta.
PLATÓNOV.-¿Qué?
KATIA. -Mi señora le envía esta carta.
PLATÓNOV. -¿Por qué mientes? ¿Qué señora?

KATIA.-(En voz baja.) Sofía Yegórovna.

PLATÓNOV. -¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ¡Date una ducha de agua fría! ¡Fuera de aquí!
KATIA.-(Le entrega la carta.) ¡Aquí está la carta!
PLATÓNOV.- (Le arranca la carta de la mano.) Una carta.... Una carta... ¡Qué carta! ¿No podías haberla traído mañana? (La abre.) ¿Cómo podré leerla?

KATIA.-Le pide que vaya a su casa lo antes posible...

PLATÓNOV.-(Enciende una cerilla.) ¡Que el diablo os lleve! (Lee.) «Estoy decidida. Voy a sacrificarlo todo como me ordenaste. Partiremos juntos. Te pertenezco.» ¡Al diablo!... ¡Vaya telegrama! «Te espero hasta las cuatro en el cenador, cerca de las cuatro columnas. El borracho de mi marido se ha ido de caza con Kiril Glagóliev. Toda tuya, S.» ¡Lo que faltaba! ¡Dios mío! ¡Lo que faltaba! (A KATIA.) ¿Qué miras?

KATIA.-¿Cómo no voy a mirar, si tengo ojos? PLATÓNOV.-¡Sácate los ojos! ¿Esta carta es para mí?
KATIA.-Sí.
PLATÓNOV.-¡Mientes! ¡Vete!

KATIA.-Me voy. (Hace mutis con YÁKOV.)

Escena XV PLATÓNOV, solo

PLATÓNOV.-(Tras una pausa.) He interpretado demasiado bien mi papel. Y he aquí las consecuencias... He echado a perder a una mujer, a un ser vivo, en vano, inútilmente, sin necesidad alguna... ¡Maldita lengua! Me ha llevado hasta... ¿Qué hacer ahora? ¡Venga, sabia cabeza, piensa!
¡Maldícete ahora, arráncate los cabellos... (Reflexiona.) ¡Me iré de aquí! Es evidente que debería hacerlo. Abandonar este lugar y no volver a él hasta el día del Juicio Final; marcharme de aquí y seguir el camino de la miseria y del trabajo. ¡Mejor es una vida mala que esta, con esta historia! (Pausa.) Me iré... Pero..., ¿será posible que Sofía me ame? ¿Sí? (Se ríe.) ¿Por qué? ¡Cuán curioso e imprevisible es todo en este mundo! (Pausa.) Es curioso... ¿Será posible que esa mujer adorable, de maravillosos cabellos, pueda amar al pobre hombre que soy yo? ¿Es posible que me ame? ¡Es increíble! (Enciende una cerilla y vuelve a leer la carta de Sofía) Sí... ¿A mí? ¿Sofía? (Ríe a carcajadas. Se agarra el pecho.) ¡Felicidad ¡Esto es felicidad! ¡Esto es mi felicidad ¡Esto es una vida nueva, con caras nuevas, con nuevas decoraciones! ¡Iré! ¡Iré al cenador, me espera cerca de las cuatro columnas! ¡Espera, Sofía mía! ¡Has sido y serás mía! (Echa a andar decidido, pero se detiene.) ¡No iré! ( Vuelve sobre sus pasos.) ¿Destruir una familia? (Grita.) ¡Sasha, ya estoy aquí!
¡Abre la puerta! (Se aprieta la cabeza entre las manos.) No, no iré, no iré... (Pausa.) ¿Y por qué no?... ¡Iré! (Inicia el mutis.) ¡Vete, destruye, pisotea, profana!... (Se tropieza con VOINITZEV y KIRIL...)

Escena XVI

PLATÓNOV, VOINITZEV y KIRIL. VOINITZEV y KIRIL entran corriendo con las escopetas en bandolera VOINITZEV. -¡Aquí está! ¡Aquí está! (Abraza a PLATÓNOV.) ¿Qué, vamos de caza?

PLATÓNOV.-No... ¡Espera un poco!

VOINITZEV. -¿Qué se te ha roto, amigo? (Ríe a carcajadas.) ¡Estoy borracho, borracho! ¡Por primera vez en la vida estoy borracho! ¡Dios mío, qué feliz soy! ¡Amigo mío! (Abraza a PLATÓNOV.) ¿Vamos? Ella me ha enviado... Me ha mandado que le cace unas aves...

KIRIL. -¡Vamos pronto! Ya amanece...

VOINITZEV.-¿Has oído lo que hemos inventado? ¿Verdad que es genial? ¡Pensamos representar Hamlet! ¡Palabra de honor! (Ríe a carcajadas.) Estás muy pálido... ¿También tú estás borracho?

PLATÓNOV. -Déjame... Estoy borracho...

VOINITZEV. -Espera un poco... ¡Escucha mi idea! ¡Mañana mismo empezaremos a pintar las decoraciones! Yo interpretaré el papel de Hamlet; Sofía, el de Ofelia, tú, el de Claudio; Triletzki, el de Horacio... ¡Qué feliz soy! ¡Estoy muy contento! ¡Shakespeare, Sofía, tú y mamá! ¡No necesito nada más! No, y a Glinka también. ¡Nada más! Yo soy Hamlet. (Ríe a carcajadas.) ¿Por qué no ser Hamlet?

PLATÓNOV. -(Mutis deprisa.) ¡Miserable! (Corre)

VOINITZEV.-¡Tururú! ¡Está borracho! ¡Es arrogante! (Carcajea.) ¿Qué clase de amigo nuestro es?

KIRIL. -Está mamado... ¡Vamos!

VOINITZEV.-Vamos... ¡Y usted sería también mi amigo, si... Ofelia! ¡Oh ninfa, ruega por mis pecados en tus sagradas oraciones! (Hace mutis. Se oye el ruido de un tren.)

Escena XVII
OSIP y después SASHA

OSIP. -(Entra corriendo con la cadena.) ¿Dónde está Platónov? (Mira alrededor.) ¿Dónde está?
¿Se ha ido? ¿No está? (Silba.) ¡Mijaíl Vasílievich! ¡Mijaíl Vasílievich! ¡Eh! (Pausa.) ¿No está? (Se acerca corriendo a la ventana y golpea.) ¡Mijaíl Vasílievich! ¡Mijaíl Vasílievich! (Rompe el cristal.)

SASHA. -(En la ventana.) ¿Quién es?

OSIP. -¡Llame usted a Mijaíl Vasílievich! ¡Pronto!
SASHA. -¿Qué ha sucedido? ¡Él no está en casa!
OSIP.-(Grita.) (¿No? Entonces, se ha ido a casa de la viuda. La generala estuvo aquí, y le mandó ir a su casa. ¡Todo se ha perdido, Alexandra Ivánovna! ¡Ha ido a casa de la generala, el maldito!

SASHA. -¡Mientes!

OSIP. -¡Que el Señor me castigue si no digo la verdad! ¡Lo oí y vi todo! Aquí se abrazaron, se besaron...

SASHA.-¡Mientes!

OSIP.-¡Que ni mi padre ni mi madre vean el reino de los cielos, si miento! ¡Ha ido a casa de la viuda! ¡Ha abandonado a su mujer! ¡Alcáncele, Alexandra Ivánovna! No, no... ¡Todo se ha perdido!
¡También usted es una desgraciada ahora! (Se quita la escopeta.) Ella me dio su última orden, y yo la obedezco por última vez. (Dispara al aire.) ¡Como le encuentre! (Tira la escopeta al suelo.) ¡Le mato, Alexandra Ivánovna! No se preocupe, Alexandra Ivánovna..., no se preocupe... Yo le mato... No lo dude usted... (Aparecen unas luces.)

SASHA.-(Sale en camisón de dormir con los cabellos despeinados.) Se ha marchado... Me ha engañado... (Solloza.) Estoy perdida... Mátame, Señor, después de esto... (Un silbido.) Me arrojaré al tren... No quiero vivir... (Se tiende sobre los carriles.) Me ha engañado... ¡Mátame, Virgen Santísima! (Pausa.) ¡Perdóname, Señor! ¡Perdóname, Señor!... (Grita.) ¡Kolia! (Se arrodilla.)
¡Hijo! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Ahí viene el tren!... ¡Socorro! (OSIP se acerca de un salto a SASHA.
Se cae en los carriles.) ¡Ah!...

OSIP. -(La coge y la lleva a la escuela.) ¡Le mataré..., no se preocupe! (Pasa el tren.)

Acto tercero

Una habitación en la escuela. A la derecha y a la izquierda, puertas. Un armario con vajilla, una cómoda, un piano viejo, sillas, un diván tapizado con hule, una guitarra, etcétera. La habitación presenta un gran desorden

Escena primera

SOFÍA YEGÓROVNA y PLATÓNOV. PLATÓNOV está durmiendo en el diván, junto a la ven tarta, con la cara cubierta con un sombrero de paja SOFÍA. -(Despierta a PLATÓNOV.)
¡Platónov!... ¡Mijaíl Vasílievich!... (Le empuja.) ¡Misha, despierta! (Quita el sombrero que le tapa la cara a PLATÓNOV.) ¿Cómo puedes ponerte un sombrero tan sucio en la cara? ¡Qué cochino eres!... Sin cuello, sin corbata, medio desnudo... ¡Misha! ¡Te estoy hablando! ¡Levántate!

PLATÓNOV. -(Medio dormido.) ¿Queeé?
SOFÍA. -¡Despierta, por favor!
PLATÓNOV. -No, más tarde... Déjame dormir...
SOFÍA.-Ya has dormido bastante. ¡Levántate!
PLATÓNOV.-¿Quién es? (Sentándose en el diván.) ¡Ah! ¿Eres tú?
SOFÍA. -¡Claro que soy yo! ¡Mira la hora!... (Le muestra un reloj.)
PLATÓNOV. -Bueno... (Se tumba otra vez.)

SOFÍA.-¡No te eches!

PLATÓNOV. -Bueno... (Se sienta y bosteza.) ¿Qué quieres?
SOFÍA. -¡Mira la hora!
PLATÓNOV. -Bien, bien... No haces más que gritar.

SOFÍA. -(A punto de llorar.) Sí, grito. ¡Mira la hora! ¿Qué hora es?
PLATÓNOV. -Las siete y media en punto.
SOFÍA. -Sí, las siete y media. ¿Has olvidado tu promesa?

PLATÓNOV. -¿Qué promesa? De verdad que no sé de lo que me estás hablando, Sofía. Te ruego que me ahorres tus adivinanzas hoy. No estoy en forma.

SOFÍA.-¿Qué promesa? ¿Te has olvidado de ella? ¿Te pasa algo, acaso? ¡Oh, querido!, tus ojos parecen febriles... ¿Estás enfermo? (Pausa.) Bueno, como parece que de verdad lo has olvidado, será mejor que te lo recuerde. Estabas citado conmigo a las seis en la isla... ¿Lo habías olvidado? Como pasaba el tiempo.... decidí venir.

PLATÓNOV. -(Con la cabeza entre las manos.) ¿Y bien?...

SOFÍA. -(Sentándose a su lado.) ¿No te da vergüenza? ¿Por qué no has venido? Me habías dado tu palabra de honor...

PLATÓNOV. -Y la hubiese cumplido, si no me hubiera quedado dormido... Ya has visto que estaba dormido cuando has entrado. ¿Cómo iba a ir si no estaba despierto? ¿Por qué me reprochas?

SOFÍA. -(Moviendo la cabeza.) No tienes vergüenza, no tienes corazón... Eso es lo que pasa; que no tienes corazón... ¡Mírame! ¿No es cierto? Me has tratado abominablemente... Y esta no es la primera vez que no acudes a tiempo a la cita. Continuamente me haces esperarte... ¿Cuántas veces
no has cumplido la palabra de honor que me diste?

PLATÓNOV. -¡Encantado de oírlo!

SOFÍA. -¡Es una vergüenza Platónov! ¿Por qué dejas de ser noble, inteligente, tú mismo, cuando estás conmigo? ¿A qué esos desplantes plebeyos, indignos del hombre a quien yo debo la salvación de mi vida espiritual? En mi presencia te portas como un monstruo... Ni una mirada cariñosa, ni una palabra tierna, ni una palabra de amor... Vengo a verte, y hueles a vino, estás horriblemente vestido, despeinado, respondes con insolencia e intempestivamente...

PLATÓNOV. -¡Bravo! (Como si ensayara.) «¡Ella ha actuado!» (Pasea de un lado a otro.)

SOFÍA. -¿Estás borracho?

PLATÓNOV. -¿Qué puede importarte eso?
SOFÍA. -¡Oh! ¡Eres encantador! (Llora.)

PLATÓNOV. -¡Mujeres, mujeres, mujeres!

SOFÍA. -¡No me hables de mujeres! ¡Me las nombras mil veces al día! ¡Estoy harta! (Se pone en pie.) ¿Qué estás haciendo conmigo? ¿Quieres matarme? ¡Estoy enferma por culpa tuya! ¡Día y noche me duele el pecho por culpa tuya! ¿Es que no lo ves? ¿Acaso no quieres saberlo? ¡Tú me odias! ¡Si me amases, no me tratarías como si fuera una frívola..., y no lo soy! No consentiré a nadie... (Se sienta.) ¡Por Dios! (Llora.)

PLATÓNOV. -¡Basta, basta!

SOFÍA. -¿Por qué me tratas así?... Hace tres semanas estaba tranquila, y ahora estoy tan excitada... ¿Dónde está la felicidad que me prometías? ¿En qué terminarán tus desplantes? ¡Piensa, hombre inteligente, generoso, honrado! ¡Piensa, Platónov, antes de que sea tarde! Piensa ahora... Siéntate en esta silla, quítate todo de la cabeza y piensa sólo en qué estás haciendo conmigo.

PLATÓNOV.-Yo no sé pensar. (Pausa.) ¡Piensa tú! (Se acerca a ella.) ¡Piensa! Sí, te he privado de todo: de tu familia, de tu bienestar, de tu futuro... ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Te he desvalijado, como tu peor enemigo! ¿Qué puedo darte? ¿Con qué puedo pagarte tus sacrificios? El lazo ilegal que nos une es tu desgracia, tu perdición. (Se sienta.)
SOFÍA. -¿Cómo te atreves a hablar de unión ilícita? La nuestra es sagrada. Un...
PLATÓNOV. -No es el momento de jugar con las palabras. Tú tienes tu opinión sobre esta
unión, y yo tengo la mía... He destruido tu vida, eso es todo. Y no es eso sólo: espera un poco y verás cómo responderá tu marido cuando lo sepa. Se matará.

SOFÍA. -¿Temes que él te cause disgustos?

PLATÓNOV. -No tengo miedo a eso... Temo que le matemos...

SOFÍA. -¿Por qué tú, cobarde pusilánime, has venido entonces a mi casa, si sabías que le mataremos?

PLATÓNOV.-¡Por favor..., sin patetismo! A mí no se me conmueve con trémolos... ¿Y por qué tú?... Por lo demás... (Agita la mano.) Hablar contigo significa hacerte verter tus lágrimas...

SOFÍA. -Sí, Sí... ¡Jamás lloré, hasta que me uní a ti! ¡Teme, tiembla! ¡Mi marido ya lo sabe!
PLATÓNOV.-¿Sí?
SOFÍA.-Lo sabe todo.

PLATÓNOV. -(Se levanta.) ¡¿Qué lo sabe?!
SOFÍA.-Sí. Se lo he dicho esta mañana.
PLATÓNOV. -¡Bromeas!...

SOFÍA.-¡Estás pálido, tiemblas!... ¡A ti hay que odiarte, y no amarte! Me he vuelto loca... No sé,
¿por qué... por qué te quiero? Lo sabe. (Le tira de la manga.) ¡Tiembla, tiembla! ¡Lo sabe todo! Te lo juro por mi honor. ¡Tiembla!

PLATÓNOV. -Imposible. ¡Es imposible! (Pausa.)

SOFÍA. -Lo sabe todo...

PLATÓNOV. -¿Y tú no tiemblas? ¿Qué le has contado?
SOFÍA. -Le he contado que yo había.... que yo no podía...
PLATÓNOV. -¿Y qué ha hecho?
SOFÍA. -Me ha mirado como tú. Aterrorizado. ¡Qué insoportable es tu cara en este momento!
PLATÓNOV. -¿Y qué te ha dicho?
SOFÍA. -Al principio, creyó que bromeaba, pero cuando se convenció de lo contrario, palideció, comenzó a llorar, se arrodilló ante mí... Su cara era tan repugnante como lo es la tuya ahora.

PLATÓNOV. -¿Qué has hecho? ¡Miserable! (Se coge la cabeza.) ¡Lo has matado! ¿Cómo puedes, cómo te atreves a hablar con tanta frialdad? ¡Lo has matado! ¿Le has dicho mi nombre?

SOFÍA. -Sí... ¿Qué otro podría decir?
PLATÓNOV. -¿Qué ha dicho?
SOFÍA. -(Se levanta bruscamente.) ¡Avergüénzate al fin, Platónov! ¡No sabes lo que dices!
¿Según tú, no se lo debía haber dicho?

PLATÓNOV.-¡No! (Se echa de bruces en el diván.)

SOFÍA. -Siendo un hombre honrado, ¿cómo dices eso?

PLATÓNOV. -¡Hubiese sido más honrado no decírselo que matarlo! ¡Lo hemos matado! Lloraba, se arrastraba de rodillas... ¡Ah! ¡Desgraciado! ¡Si no se lo hubieras dicho, no se habría enterado hasta la muerte de nuestra unión!

SOFÍA.-¿Querías que toda la vida guardara en secreto el asunto? ¡Estaba obligada a explicárselo! Yo soy una mujer honrada.

PLATÓNOV.-¿Sabes lo que has hecho con esa explicación? Has perdido tu marido para siempre.
SOFÍA.-Sí. Para siempre..., ¿Podría hacer otra cosa? Platónov el es un canalla por hablarme así.
PLATÓNOV.-¡Para siempre!... ¿Y qué será de ti el día en que nos separemos? Porque pronto
nos separaremos. Tú serás la primera en desengañarte. ¡Tú serás la primera en abrir los ojos y me
dejarás! (Agita la mano.) Por lo demás..., haz lo que quieras, Sofía. Tú eres más honrada e

inteligente que yo... Tú dirás lo que hay que hacer y decir. ¡Resucítame, si puedes, levántame!
¡Pronto; si no, me volveré loco!

SOFÍA.-Nos marcharemos mañana de aquí.
PLATÓNOV.-Sí, sí, nos marcharemos... ¡Pronto!
SOFÍA. -Es necesario llevarte de aquí... Ya he escrito a mi madre. ¡Iremos a su casal

PLATÓNOV.-Donde tú quieras... ¡Haz lo que quieras!

SOFÍA.-¡Misha, mañana empezaremos una vida nueva!.... ¡Compréndelo!.... ¡Escúchame, Misha! ¡Hazme caso! ¡Yo tengo la cabeza más fresca que tú! ¡Créeme, querido, vas a renacer! Te llevaré allí donde hay más luz, donde no hay este fango, este polvo, esta pereza... Haré de ti un hombre... ¡Te haré feliz! ¡Compréndelo!... (Pausa.) Haré de ti un trabajador. ¡Seremos hombres, Misha! Viviremos de pan que garternos con el sudor de nuestra frente... (Apoya su cabeza sobre el pecho de PLATÓNOV.) Yo también trabajaré, Misha.

PLATÓNOV. -¿En dónde?

SOFÍA.-¡Ya lo verás! Te demostraré lo que puede una mujer que sabe lo que quiere. ¡Créeme, Misha! Iluminaré tu Camino. Mi vida toda será la expresión de mi gratitud... ¿Nos marcharnos mañana? ¿Sí? Iré ahora a prepararme para el viaje... Prepárate también tú... Ven a las diez a la isba... Trae tus maletas... ¿Irás?

PLATÓNOV.-Iré.

SOFÍA.-Dame tu palabra de honor.
PLATÓNOV.-Ya te la he dado.
SOFÍA.-¡Tu palabra de honor!
PLATÓNOV.-Palabra de honor... Te lo juro... ¡Nos marcharemos!

SOFÍA. -(Se ríe.) ¡Te creo, te creo! Incluso ven antes... Yo estaré preparada antes de las diez...
¡Nos iremos por la noche! ¡Empezaremos a vivir, Misha! ¡No comprendes tu felicidad, bobo! ¡Esto es nuestra felicidad, nuestra vida! ¡Mañana serás otro hombre, lozano, nuevo! Respiraremos aire nuevo. Mañana, una nueva sangre correrá por nuestras venas... (Ríe a carcajadas.) Di adiós al hombre viejo. Toma mi mano. Apriétala fuerte. (Le da la mano. PLATÓNOV le besa la mano.)
¡Ven, osito mío! Te esperaré... No te entregues a la melancolía... ¡Adiós! Me prepararé en seguida...
(Besa a PLATÓNOV.)

PLATÓNOV. -Adiós... ¿Has dicho a las diez o a las once?

SOFÍA. -¡A las diez! Incluso ven antes. ¡Adiós! Vístete mejor para el viaje... (Se ríe.) Yo tengo dinero.... Para el viaje y para cenar... ¡Adiós! Iré a prepararme... ¡Alégrate! ¡Te espero a las diez! (Hace mutis.)

Escena II

PLATÓNOV, solo

PLATÓNOV.-(Tras una pausa.) ¡A las diez!... Es una vieja cancion, oída centenares de veces... (Pausa.) Le escribiré una carta a él y otra a Sasha... ¡Que lloren un poco, pero después perdonarán y se olvidarán!... ¡Adiós, pueblo de Voinitzevska! ¡Adiós todos! ¡Adiós, Sasha! ¡Adiós, Ana Petrovna!... (Abre el armario.) Mañana seré un hombre nuevo... ¡Y qué hombre! ¿Qué ropa coger? No tengo maleta... (Va a la mesa y se sirve vino en abundancia.) ¡Adiós, escuela!... (Bebe.) ¡Adiós, niños míos! ¡Desaparece vuestro malo, pero bondadoso Mijaíl Vasílievich! ¿Qué he bebido ahora?
¿Para qué? No beberé más... Por última vez... Me sentaré a escribir a Sasha... (Se tumba en el diván.) Solía cree sinceramente... ¡Bienaventurados los creyentes!... ¡Ríete, generala! ¡Porque la generala se reirá! ¡Reirá a carcajadas!... ¡Sí! ¿Dónde está su carta? ¿Dónde? (La halla en el alféizar de la ventana.) Esta carta hace el número cien, si no el doscientos, después de aquella noche salvaje... (Lee) «Usted, Platónov, no ha contestado a mis cartas. Es un indelicado, un cruel, un gañán. Si no recibo contestación a esta carta, si no viene a mi casa, iré yo misma a la suya, y el diablo se lo llevará todo. Estoy esperando todo el día. ¡Es estúpido, Platónov! Cabe pensar que usted se avergüenza de aquella noche. ¡Olvidémosla, si es así! ¡Hasta la vista!» ( Entra MARKO.) La escribiré una carta; de lo contrario, se presentará aquí... (Al ver a MARKO.) ¡Una aparición!...

Escena III PLATÓNOV y MARKO

PLATÓNOV, ¡Bienvenido! ¿Qué quiere usted? (Se pone en pie.)
MARKO.-Traigo una citación para vuestra señoría. (Le alarga un papel.)
PLATÓNOV. -Eh?... Con mucho gusto. ¿Qué citación? ¿De quién procede?
MARKO. -De Iván Andréievich, juez de paz.
PLATÓNOV.-¡Hum!... ¡Del juez de paz! ¿Para qué me necesita? ¡Dámela! (Coge la citación.) No comprendo... ¿Me invita a un bautizo? ¡Es más prolífico que una cucharacha, el viejo pecador! (Lee.) «Citado como acusado... de afrenta pública a María Yefínovna Grékova, hija del consejero de Estado, y por daño causado a su reputación.» (Carcajea.) ¡Ah, diablos! ¡Bravo! ¡Diablos! ¡Bravo, éter de chinche! ¿Cuándo se verá esta causa? ¿Pasado mañana? Iré, iré... Dile, viejo, que iré...

MARKO. -¿Quiere usted firmar el recibo, por favor?

PLATÓNOV. -¿Firmar? ¡Sea!... Eres horrible, hermano. ¡Tienes cabeza de pato muerto!
MARKO.-En modo alguno...
PLATÓNOV. -(Se sienta a la mesa.) ¿A quién te pareces?

MARKO.-Yo he sido hecho a imagen y semejanza de Dios Nuestro Señor...
PLATÓNOV.-¿Has servido bajo el zar Nicolás?
MARKO.-Exactamente. Me retire después de la campaña de Sebastopol... Estuve cuatro años en el hospital militar, fuera del servicio... Era suboficial de artillería.

PLATÓNOV. -¿Y eran buenos los cañones?
MARKO. -Corrientes. Cañones de...
PLATÓNOV. -¿Se puede firmar con lápiz?
MARKO. -¿Cómo no? (Señalando en el papel.) Aquí: «Recibí esta citación el día... El nombre, el patronímico y el apellido.»

PLATÓNOV.-(Poniéndose en pie.) Ya está. He firmado cinco veces. ¿Qué hace tu juez de paz?
¿Juega?

MARKO.-Exactamente.

PLATÓNOV. -¿Desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la madrugada?
MARKO. -Exactamente.
PLATÓNOV. -¿Todavía no ha perdido su cadena de juez?
MARKO.-No.
PLATÓNOV. -Dile... Por lo demás, no le digas nada... ¿Quiénes son los testigos? ¿A quién más ha citado?

MARKO.-(Mira las citaciones y lee.) «Al señor doctor Nikolai Ivánovich Triletzki...»
PLATÓNOV.-¿A Triletzki? Entonces vamos a pasar la gran juerga. (Se ríe.) ¿Y a quiénes más?
MARKO. -(Leyendo.) «Al señor Kiril Porfirievich Glagóliev, al señor Alfonso Ivánovich
Schrifer, al señor Maxim Yegórovich Aleutov, antiguo corneta de la Guardia; al estudiante Iván Talyé, hijo de nuestro actual consejero de Estado, diplomado de la Niversidad de San Petersburgo...»

PLATÓNOV. -¿Niversidad?... ¿Está así escrito?
MARKO.-¡No! Es un poco diferente.
PLATÓNOV.-Entonces, ¿por qué lees así?
MARKO. -Por ignorancia... (Leyendo.) «Uni, Uni... versidad... Sofía Yegórovna Voinitzeva... Serguei Voinitzev, su marido..., e Isaac Abrámovich Venguérovich, estudiante de la Universidad de Járkov.» Ya están todos.

PLATÓNOV. -¡Hum!... Pasado mañana, y tengo que marcharme mañana... ¡Qué lástima! (Pasea por el escenario.) ¡Qué lástima!

MARKO. -¿No me da usted una propina para té, excelencia?
PLATÓNOV.-¿Eh?
MARKO. -Una propina para té... Es la costumbre. He recorrido un largo camino hasta llegar aquí.

PLATÓNOV. -¿Para té? No hace falta... Por lo demás, ¿que estoy diciendo? ¡Bien, querido! No te daré para té: voy a preparártelo, es mejor. (Saca una tetera del armario.) Ven aquí... El té es bueno, fuerte... Aunque no es de cuarenta grados, pero es fuerte... ¿Dónde echártelo?

MARKO. -(Pone el bolsillo.) Eche usted.
PLATÓNOV.-¿En el bolsillo? ¿No olerá?
MARKO.-Eche usted, eche... No vacile...
PLATÓNOV. -(Echando té en el bolsillo.) ¿Tienes bastante?
MARKO. -Le doy las gracias humildemente.
PLATÓNOV.-Buen viejo... Me gustan los viejos soldados. ¡Sois el alma del pueblo!... Pero entre vosotros suele haber tales... pájaros.

MARKO. -De todo hay en este mundo... Sólo Dios está sin pecado. Le deseo buena suerte, señor.

PLATÓNOV.-Espera un momento... (Se sienta y escribe en la citación.) «Entonces la bese, porque... porque estaba excitado y no sabía lo que quería: ahora la besaría como a una santa. Fui un canalla con usted, lo confieso. Con todos me porto como un canalla. Por desgracia, no nos veremos en el Juicio. Mañana me marcho para siempre. Que le vaya bien y sea usted siquiera justa conmigo.
¡No me perdone!» (A MARKO.) ¿Sabes dónde vive María Grékova?

MARKO. -Sí, a doce verstas de aquí... Pasado el río.

PLATÓNOV.-Exacto.... en Zhilkoo... Llévale inmediatamente esta carta, y ella te dará tres rublos. Dale la carta en propia mano y no esperes contestación... No te preocupes de las otras citaciones hasta mañana. (Pasea por el escenario.)

MARKO. -Comprendo.

PLATÓNOV. -¿Qué más? ¡Ya! Dirás a todos que pedí perdón a Grékova y que ella no me perdonó.

MARKO. -Comprendo. Le deseo buena suerte, señor.

PLATÓNOV.-Adiós, amigo mío. ¡Que te vaya bien! (MARKO sale.)

Escena IV PLATÓNOV, solo

PLATÓNOV.-Bien, Grékova, estamos en paz... Así debe ser... Por primera vez en mi vida me castiga una mujer. (Se tumba en el diván.) Les haces villanadas, y ellas se te cuelgan del cuello... Sofía, por ejemplo... (Se cubre la cara con el pañuelo.) Yo era libre como el viento, y ahora estoy tumbado aquí: sueña... Amor... ¡Amo, amas, ama!... Me até... La perdí a ella, y me consentí... (Suspira.) ¡Pobres Voinitzev! ¿Y Sasha? ¡Pobre muchacha! ¿Cómo podrá vivir sin mí? ¡Pobrecita mía!... Va a marchitarse y a morir. Cuando supo la verdad. cogió al niño y se marchó sin decir palabra... Se marchó después de aquella noche... Debería decirle adiós... (ANA PETROVNA aparece en escena y llama a la ventana.)

ANA.-¿Se puede entrar? ¡Eh! ¿Hay alguien aquí?

PLATÓNOV.-(Se levanta bruscamente. Mirando por la ventana.) ¡Ana Petrovna! ¡La generala!
¿Qué decirle? ¿Para qué tiene que venir aquí, eh? (Se recobra.)

ANA.-(Llamando a la ventana.) ¿Se puede entrar? ¡Entraré! ¿Lo oye?

PLATÓNOV.-¡Ha venido! ¿Cómo no dejarla entrar? (Se peina.) ¿Cómo desembarazarme de ella? Echaré un trago antes que entre... (Abre deprisa el armario.) ¿Y a qué demonios?... ¡No comprendo! (Bebe rápido.) Bien, si todavía no sabe nada... Pero, ¿y si lo sabe? Me sonrojaré...

Escena V

PLATÓNOV y ANA PETROVNA. ANA PETROVNA entra. PLATÓNOV cierra despacio el armario
ANA. -Buenos días, Misha.

PLATÓNOV. -Al demonio el armario. No se cierra. (pausa.)

ANA.-¿Estás sordo? He dicho «buenos días, Misha».

PLATÓNOV.-¡Ah! ¿Eres tú, Ana? Perdón, no te veía... Decididamente esta puerta no se cierra... Es extraño... (Deja caer la llave y se agacha a cogerla.)

ANA.-Ven aquí y deja la puerta en paz, ¿vamos? ¡Déjala!
PLATÓNOV.-(Se acerca a ella)¿Cómo estás?
ANA.-¿Por qué no me miras?

PLATÓNOV.-Porque me da vergüenza. (Le besa la mano.)

ANA.-¿Y por qué tienes vergüenza?
PLATÓNOV.-Por todo.
ANA.-Comprendo. Eso quiere decir que has seducido a alguna.
PLATÓNOV.-¡Quizá!
ANA.-¿Es, pues, cierto...? ¿A quién?

PLATÓNOV.-No lo diré.

ANA. -Sentémonos(Se sientan en el diván) Muy bien. Lo descubriré en seguida. Y ahora, dime:
¿por qué te da vergüenza de mí? Conozco tus pecadillos desde hace mucho tiempo. Vamos, dime de qué se trata.

PLATÓNOV.-No me preguntes, Ana. No estoy de humor hoy para sufrir un interrogatorio.
ANA. -Bueno. (Pausa.) ¿Has recibido mi carta?
PLATÓNOV.-Sí.

ANA.-¿Qué te ha impedido ir a verme esta noche?
PLATÓNOV.-No me ha sido posible.
ANA. -¿Por qué?

PLATÓNOV. -No me ha sido posible.
ANA. -¿Pones mala cara?
PLATÓNOV.-No. ¿Por qué he de poner mala cara? Por Dios, no me hagas más preguntas.

ANA.-¡Contestame, Mijaíl Vasílievich! ¡Siéntate bien! ¿Por qué no vienes a mi casa desde hace tres semanas?

PLATÓNOV. -He estado enfermo. ANA. -¡Mientes!
PLATÓNOV. -Bueno. Miento. ¡No me preguntes, Ana Petrovna!

ANA.-¡Mientes! ¡Cómo hueles a vino! Platónov, ¿qué significa todo esto? ¿Qué te sucede? ¿A qué te pareces? Tienes los ojos enrojecidos, mala cara... ¡Estas sucio y la habitación está hecha una porquería!... ¿Bebes?

PLATÓNOV. -Sí, mucho.

ANA. -Entonces, es la misma historia del año pasado. Ha durado toda una estación, si bien hasta el otoño ibas como un pazguato, como ahora... ¡Un don Juan y una ruina a la vez! ¡Te prohíbo que bebas!

PLATÓNOV. -De acuerdo.

ANA. -¿Tu palabra de honor?... (Se pone en pie.) ¿Dónde escondes el vino? (Él señala el armario.) ¿No te da vergüenza, Misha, ser tan pusilánime? ¿Dónde está tu famosa fuerza de voluntad? (Abre el armario.) ¡Qué porquería! Desearás que tu mujer vuelva, ¿eh?

PLATÓNOV. -Sólo deseo una cosa: que no me hagas unas preguntas. Y que no me mires a los ojos. Eso es todo.

ANA.-¿Cuál es tu botella de vino?
PLATÓNOV. -Todas.
ANA.-¡Ah borracho, borracho! Hay para emborrachar al ejército entero. Ya es tiempo que
vuelva tu mujer. La enviaré esta tarde. No me creas celosa. Admitiré perfectamente compartirte con ella. (Bebe de una botella descorchada.) Es bueno. Vamos a beber un vaso juntos. ¿Quieres? Después vaciaremos lo que quede. (PLATÓNOV va al armario.) ¡Aguanta el vaso! (Escancia
vino.) ¡Se enfada! No lleno más. (PLATÓNOV bebe.) Ahora beberé yo... (Llena el vaso.) ¡A la salud de los malos! (Bebe.) ¡Tú eres malo! Este vino es excelente. Tienes buen gusto... (Le sirve las botellas.) ¡Toma! Tráelas aquí! (Se van hacia la ventana.) Despídete de tu excelente vino. (Se asoma a la ventana.) Sería una lástima tirarlo. Podemos beber otro vaso antes de... ¿Qué dices?

PLATÓNOV.-Como quieras.

ANA.-(Llenando el vaso.) Bebe... ¡Pronto!

PLATÓNOV.-(Bebe.) ¡Por tu salud! ¡Y que Dios te haga feliz!

ANA. -(Llena el vaso y bebe.) Espero que me hayas echado de menos. Sentémonos. (Se sientan.)
¿Me has echado de menos?

PLATÓNOV. -A cada instante.

ANA. -Entonces, ¿por qué te obstinas en huirme?

PLATÓNOV. -Te suplico que dejes de preguntarme. No es que tenga vergüenza de responderte; es únicamente porque corro a mi ruina. ¡A la ruina completa, querida mía! La conciencia me remuerde... ¡Una agonía!... Sin embargo, has venido..., y ya me encuentro mejor.

ANA. -Has adelgazado, afeado... No los soporto, a esos héroes románticos. ¿Qué te imaginas, Platónov? ¿Estás interpretando el papel de un héroe de novela?... ¿«Spleen»? ¿Aburrimiento?
¿Conflictos de pasiones? ¿Amoríos?... ¡Oh, oh! ¿Te tomas por un arcángel que no sabría vivir en medio de los mortales?

PLATÓNOV. -Búrlate si quieres. Pero dime que quieres que haga.

ANA. -¡Ser un hombre! ¡Ante todo! Es decir, no ocultarte para beber, lavarte de cuando en cuando y venir a visitarme. Después, estar satisfecho de tu suerte. (Se levanta.) Vamos, ven a casa.

PLATÓNOV. -(Se levanta.) ¡No, no!...

ANA. -¡Vamos, arriba! ¡Hablarás, beberás, comerás!....
PLATÓNOV. -¡No, no!... ¡Y no me lo ordenes!
ANA. -¿Por qué?

PLATÓNOV. -No puedo, eso es todo.

ANA. -¡Puedes! ¡Ponte el sombrero! ¡Vamos!
PLATÓNOV. -No puedo, Ana Petrovna. ¡Por nada del mundo! ¡No daré un paso de casa!
ANA. -Sí puedes. (Le pone el sombrero.) No hagas el tonto, no bromees. (Le coge del brazo.)
Un, dos, un, dos... Adelante, Platónov... Misha, querido...

PLATÓNOV. -No puedo.

ANA.-Se obstina como un asno.

PLATÓNOV.-(Arrancándose de su brazo.) No iré, Ana Petrovna.
ANA. -Bien. Demos un paseo alrededor de la escuela...
PLATÓNOV. -¿Para qué importunar? ¿No te he dicho que no iré? Quiero estar en casa, y te ruego que me dejes hacer lo que quiera. (Pausa.) ¡No iré!

ANA. -Bien. Mira, Platónov... Te prestaré dinero. Vete de vacaciones por un mes o dos...
PLATÓNOV. -¿Adónde?
ANA. -A Moscú, a San Petersburgo... ¿Vale? ¡Vete, Misha! Necesitas mucho distraerte. Viaja, verás otras cosas, a otras gentes, irás al teatro... Tendrás dinero y cartas de presentación... Yo iría contigo, si tú quieres. ¿Quieres? Sería muy divertido... Volveríamos aquí completamente nuevos, renovados y radiantes...

PLATÓNOV. -Es una idea seductora, pero, por desgracia, irrealizable... Mañana me marcho de aquí, Ana Petrovna, pero no contigo.

ANA. -Como quieras... ¿Adónde vas?

PLATÓNOV.-Me voy a... (Pausa.) Me marcho para siempre de aquí...
ANA. -Tonterías... (Apura el vino de la botella.) Es un absurdo.
PLATÓNOV. -No son tonterías, querida mía. ¡Me marcho! ¡Para siempre!
ANA.-¿Por qué? ¡Eres un hombre raro!
PLATÓNOV. -No me preguntes. ¡De veras, para siempre! Me marcho y... Adiós, eso es todo. No me preguntes. Ahora no te diré nada más...

ANA. -¡Es un absurdo!

PLATÓNOV.-Te aseguro que esta es la última vez que nos vemos. Me marcho para siempre...
(La coge del hombro.) Olvida al loco, al idiota, al miserable Platónov. La tierra va a tragárselo. Tal
vez volvamos a encontrarnos, dentro de diez años. Entonces nos reiremos de todo esto. Pero hoy.
¡que todo se vaya al diablo! (Le beso la mano.)

ANA. -(Llenando el vaso.) Toma, bebe.

PLATÓNOV. -Me acordaré de ti, mi diosa. Jamás te olvidaré. Ríe, tú que eres tan clarividente. Mañana huiré de aquí, huiré de mí mismo, sin saber adónde; huiré a la vida nueva. Yo sé lo que es la vida nueva.

ANA. -Todo esto es admirable. Dime qué te ha pasado.

PLATÓNOV. -¿Qué? Yo... Después lo sabrás todo. Cuando te horrorices de mi acción no me maldigas. Recuerda que ya casi estoy castigado... Separarme de ti para siempre es más que un castigo... ¿Sonríes? No, créeme. Palabra de honor, créeme. Te digo la verdad.

ANA. -(Entre lágrimas.) No creo que seas capaz de cometer una acción horrible... ¿Me escribirás, al menos?

PLATÓNOV. -No me atreveré a escribirte; además tu misma no querrás leer mis cartas.
¡Adiós... para siempre!

ANA. -Bien... Jamás podrás continuar tu marcha por la vida sin mí, Platónov. (Se frota la frente.) Estoy un poco borracha... ¡Vámonos juntos!

PLATÓNOV. -No... Mañana lo sabrás todo y... (Se vuelve hacia la ventana.)

ANA.-¿No necesitas dinero?
PLATÓNOV.-No...
ANA.-¿No?... ¿No puedo hacer nada para ayudarte?

PLATÓNOV.-No sé. Mándame hoy tu retrato... (Se vuelve.)¡Oh vete, Ana Petrovna! Si no lo haces, estallaré. ¡Gritaré!... ¡Vete! ¡No puedo quedarme! ¿ No me comprendes? ¿Qué esperas? Tengo que dejarte... ¡No me mires así!
ANA. -Adiós. (Alargándole la mano para que se lo bese.) Volveremos a vernos.
PLATÓNOV.-¡Jamás! (Besa la mano.) No es necesario... Y ahora vete, querida... (Beso la
mano.) Adiós. (Se tapa la cara con la mano de ANA.)

ANA. -Adiós, amor mío. (Pausa.) ¡Bebamos un último vaso antes de separarnos! (Echa vino en las copas.) ¡Feliz viaje! ¡Y todas las venturas para ti! (Beben.) ¡Quédate, Platónov! ¿Qué delito has podido cometer? En un pueblo tan pequeño es inverosímil que hayas podido cometer alguna villanía... Bebamos otro vaso..., para olvidar.

PLATÓNOV. -Sí.

ANA. -(Llena los vasos.) Bebe, amor mío. (Beben.) ¡Que el diablo te lleve!

PLATÓNOV. -¡Que seas feliz! Continuarás viviendo aquí... Lo que sin mi es posible.

ANA. -No me gustan los medios tonos... (Bebe.) Si se bebe, se acelera la muerte, dicen. Pero si no se bebe, uno se muere también. Por tanto, será más agradable beber y morir. (Bebe.) Estoy borracha, Platónov... ¿Bebemos otro vaso? Voy a confesarte una cosa, Platónov. Bebo desde hace mucho tiempo y nadie lo sabe. ¡Es cierto! Empecé cuando aún vivía el general. Y continúo...
¿Quieres que abra otra botella?... No. Perderíamos el habla... (Se sienta.) ¿Sabes? No hay nada peor en el mundo que una mujer culta... ¿Y por qué?... Porque no tiene nada que hacer... ¿Cuál es mi utilidad?... ¿Para qué vivo? (Pausa.) Forzosamente soy inmoral... Yo soy una mujer inmoral, Platónov... (Ríe a carcajadas.) Quizá sea este el motivo de amarte... (Se frota la frente.) Sí, es necesario que yo muera... Todas las personas como yo deben desaparecer... Si acaso fuera profesora.... o directora..., o cualquier otra cosa... ¡Diplomática!... Trastornaría todo el mundo... Una mujer culta y... no tiene nada que hacer. Soy superflua. Los caballos, los perros, los gatos... todos... son necesarios, pero yo..., yo soy superflua. ¿Qué dices?

PLATÓNOV.-Nada... No tenemos nada que reprocharnos.

ANA. -¡Ah! Si tuviese algún hijo... ¿Te gustan los niños? (Se pone en pie.) ¡Quédate en
Voinitzevka, corazón!... No se esta tan mal en tu casa... Es cálida, es acogedora... Si te marchas,
¿qué va a ser de mí?... ¡Me gustaría tanto descansar!... Es necesario que descanse, Misha... Sería aún una mujer, una madre... (pausa.) Habla... Pero habla. Vas a quedarte, ¿verdad? Porque me amas... ¿Es cierto que me amas?

PLATÓNOV. -(Mirando por la ventana.) Me mataré, si me quedo.
ANA. -¿Me amas?
PLATÓNOV. -¿Quién no podría amarte?

ANA. -Tú me amas, yo también te amo. ¿Qué más necesitas? Te estás volviendo loco... ¿Qué más necesitas? Entonces, ¿por qué no viniste la otra noche?... Misha, dime que te quedas.

PLATÓNOV. -Por amor de Dios, vete. ¡No me atormentes!

ANA.-(Le da la mano.) Bueno.... en tal caso... Te deseo todo lo mejor...

PLATÓNOV.-Vete, o te lo contaré todo... Y si confieso, tendré que matarme. Por otra parte, si descubrieras la verdad, ya no me amarías ni querrías verme. (La agarra y la besa) Por última vez, vete y sé feliz.

ANA.-Esta bien. Aquí tienes mi mano... Te deseo..., te deseo las mayores felicidades. (PLATÓNOV le coge la mano.) Pero juro ante Dios que volveremos a vernos. (sale.)

Escena VI PLATÓNOV, solo

PLATÓNOV. -¿Se ha marchado? (Va hacia la puerta y escucha.) Se ha marchado... ¿O no se ha marchado?(Abre la puerta.) Es un diablo... (Mira detrás de la puerta.) Se ha marchado... (Se tumba en el diván.) ¡Adiós, mujer deliciosa!... (Suspira.) Y no la volveré a ver nunca más... Se ha marchado... Podía haber esperado cinco minutos más... (Pausa.) Hubiera sido estupendo. Me

pregunto si no podría persuadir a Sofía que retrasáramos nuestro viaje quince días... Si quisiera, me iría unos cuantos días con la viuda, y así Sofía descansaría un poco. ¡Con su madre, por ejemplo!
¡Quince días no es una eternidad!... Excelente idea. (Llaman a la puerta.) ¡Me voy! ¡Decidido! Magnífico... (Llaman otra vez.) ¿Quién es?, ¿Es usted? (Se levanta.) No le permitiré la entrada... (Ríe, mientras se dirige a la puerta. Entra OSIP.) ¡Oh!

Escena VII PLATÓNOV y OSIP

PLATÓNOV.-¿Qué sucede? ¿Eres tú, demonio? ¿A qué has venido? OSIP.-¿Cómo está usted, Mijaíl Vasílievich?
PLATÓNOV.-¿Qué cuentas? ¿A qué y a quién debo el honor de la visita de tan importante persona? Di lo que tengas que decir y márchate inmediatamente.

OSIP. -Pero antes voy a sentarme... (Se sienta.)

PLATÓNOV. -Iba a suplicártelo. (Pausa.) ¿Qué te pasa, Osip? ¿Estás enfermo? En tu rostro están impresas las diez plagas de Egipto. Estás pálido, delgado...

OSIP. -También en su cara están impresas las plagas. ¿Qué le ha sucedido? A mí me lleva el diablo, pero, ¿y a usted?

PLATÓNOV.-¿A mí? Yo no conozco al demonio... Yo mismo me llevo... (Toca a OSIP en el hombro.) ¡No tienes más que huesos!

OSIP.-¿Dónde están sus grasas? ¿Está usted enfermo, Mijaíl Vasílievich?
PLATÓNOV. -(Se sienta a su lado.) ¿Para qué has venido?
OSIP. -Para despedirme de usted.
PLATÓNOV. -¿Es que te marchas?
OSIP. -Yo, no, usted.
PLATÓNOV. -Pues ¡qué! ¿Por qué lo sabes?
OSIP. -¡Cómo no saberlo!
PLATÓNOV.-No me marcho, hermano. Has venido en balde.
OSIP. -Usted se marchará...
PLATÓNOV.-Sí; es cierto. Me marcho... Tú lo sabes todo, Osip, eres un adivino.
OSIP.-¿Ve usted? Y también sé adónde va.

PLATÓNOV.-¿Sí?... Pues yo no lo sé. ¡Tienes una inteligencia privilegiada! ¿Podrías decírmelo?

OSIP. -¿De verdad quiere saberlo?

PLATÓNOV.-¡Naturalmente! ¡Con lo interesante que debe de ser! ¿Adónde voy?
OSIP.-Al otro mundo.
PLATÓNOV.-¡Un largo viaje! (Pausa.) Me imagino que tú mismo querrás enviarme allá...
OSIP.-Efectivamente. He traído la carreta.
PLATÓNOV. -¡Oh! ¡Cuánta amabilidad! ¡Has venido a matarme!
OSIP. -Por supuesto...
PLATÓNOV.-(Remedándole.) «Por supuesto»... ¡Qué insolencia! Ha venido a enviarme al otro mundo... ¡Hum!... ¿Has recibido alguna orden?... ¿De quién?

OSIP.-(Sacando un fajo de billetes.) ¡Oh! De Venguérovich, que me ha dado esto para que le corte el cuello. (Rompe los billetes.)

PLATÓNOV. -¡Ah!... ¿El viejo Venguérovich?
OSIP.-El mismo.
PLATÓNOV.-¿Por qué has roto los billetes? ¿Para probar tu grandeza de alma?

OSIP. -Yo no tengo que probar nada. He roto los billetes para que usted no pueda decir en el otro mundo que Osip le ha matado únicamente por el dinero. (PLATÓNOV se pone en pie y pasea por
la escena.) Tiene usted miedo, Mijaíl Vasílievich? (Ríe.) ¡Huya, corra! ¡No se lo impediré! No he cerrado la puerta con llave. Pida socorro. Vaya a decir a la primera persona que se encuentre que Osip ha venido a matarle. ¿No me cree? (Pausa.)

PLATÓNOV.-(Va hacia Osip y se le queda mirando.) ¡Asombroso! (Pausa.) ¿Por qué sonríes, imbécil? (Le golpea en el brazo.) ¡Ya está bien! ¡No te rías más!... ¡Te estoy hablando! ¡Te voy a ahorcar! ¡Te meteré en la cárcel!... ¡Villano! (Se aleja rápidamente de OSIP.) Por lo demás... No te enfades conmigo...

OSIP.-Abofetéeme por ser un villano.

PLATÓNOV.-Eres una bestia repugnante. ¡Un monstruo! (Se acerca a OSIP y le abofetea.)
Toma. Estoy dispuesto a matarte. ¡Imbécil! ¿Te acuerdas como murió el cacarañado Filka?

OSIP.-Al perro, muerte de perro. Escúpame a la cara por ser un villano.
PLATÓNOV. -No tengo ganas de malgastar saliva.
OSIP. -(Irguiéndose, colérico.) ¿Se atreve a decirme eso, a mí?

PLATÓNOV. -Lárgate, antes que te entierre en el barro.
OSIP. -¡No me toque! Usted también es un villano.
PLATÓNOV. -(Acercándose a OSIP.) Si has venido a matarme, date prisa.

OSIP. -Sentía mucho respeto hacia usted, señor Platónov... Le consideraba como un señor... Pero ahora... Siento tener que matarle, pero es preciso...

PLATÓNOV. -Mátame, antes que te eche a patadas por la puerta. OSIP. -¿Por qué vino hoy la señora Voinitzeva a verle?
PLATÓNOV. -(Le zarandea por el pecho.) Mátame, mátame.
OSIP. -¿Por qué ha venido también, después de ella, la viuda de general? Usted no estará burlándose de la viuda, ¿Verdad?... ¿Y dónde está su esposa? ¿Cuál de las tres es la buena, eh? Y usted no es un villano, después de esto? (Agarra a PLATÓNOV, y los dos caen al suelo.)

PLATÓNOV. -¡Largo de aquí! Te mataré yo a ti, y no tú a mí. ¡Soy más fuerte que tú! (Luchan.)
¡Quieto! ¡Quieto!

OSIP. -(Sacando un cuchillo.) ¡Quieto! Le mataré de todas formas... No forcejee... No quiere morir, ¿eh? Debió usted reflexionar sobre esto antes de tocar lo que no le pertenecía. Conserve su último aliento para rezar a Dios.

PLATÓNOV.-(Grita.) ¡Mi mano! ¡Mi mano!... Tengo esposa..., tengo un hijo... ¡El cuchillo! ¡No, Osip, no! (SASHA irrumpe en escena.)

Escena VIII
Dichos y SASHA

SASHA. -¿Qué pasa? (Gritando.) ¡Misha! ¡Sepárenlos, deténganlos inmediatamente! (Intenta separar a los que luchan.)

OSIP.-(Separándole.) Llega usted un poco demasiado pronto. ¡Quedará vivo! Es suerte. Aquí tiene un lindo regalo para usted. (Le da el cuchillo.) No puedo matarlo delante de usted... ¡Quedará vivo! Ya me tropezaré con él más tarde. No se le escapará a Osip. (Salta por la ventana.)

PLATÓNOV. -(Tras una pausa.) ¡Un demonio...! ¿Eres tú, Sasha? Qué bien... (Se queja.)

SASHA. -¿Te ha hecho daño? ¿Puedes ponerte en pie? Inténtalo.

PLATÓNOV. -No sé... ¡Es un bruto! ¡Dame la mano! (Se levanta.) No te asustes, querida... Soy fuerte. Me ha achuchado un poco.

SASHA. -Eres insoportable. Te había prevenido que te guardaras de él.

PLATÓNOV.-¿Dónde está el diván? ¿Qué miras? ¡Tu Felón está vivo! ¿Acaso no lo ves? (Se tumba en el diván.) Gracias por haber venido. De no haberlo hecho, estarías viuda en este momento.

SASHA.-Apoya la cabeza en la almohada. (Le apoya la cabeza en la almohada.) Tiéndete bien. Así. (Se sienta a sus pies.) ¿Tienes dolores? (Pausa.) ¿Por qué no cierras los ojos?

PLATÓNOV. -No, no... Estoy tranquilo ahora que has vuelto... Ven, mi tesoro. (Le besa la mano.)

SASHA. -Nuestro Kolia está enfermo.
PLATÓNOV. -¿Qué tiene?
SASHA. -Una erupción. La escarlatina, tal vez. No ha dormido las dos noches últimas, grita... No quiere beber ni comer nada... (Llora.) Está grave. Misha. Estoy muy asustada por él.

PLATÓNOV. -Y tu hermanito, ¿qué hace? Después de todo, es médico.

SASHA. -¿Qué hace? ¿Acaso él puede compadecerse de nadie? Hace cuatro días fue a verle. Estuvo un minuto.

PLATÓNOV. -¿Y qué dijo?

SASHA. -Bostezó y me dijo que estaba loca.

PLATÓNOV. -Ese hombre es un canalla. Recuerda bien lo que te digo: el día menos pensado reventará a fuerza de bostezar.

SASHA. -Sí, pero, ¿qué hacer?

PLATÓNOV. -Tener esperanza... ¿Tú estás viviendo ahora en casa de tu padre?
SASHA. -Sí.
PLATÓNOV. -¿Qué hace tu padre?

SASHA. -Nada. Anda por su habitación, fuma en pipa y piensa venir a verte. Fui a su casa alarmada, y él adivinó que yo..., que vosotros... ¿Qué hacer con nuestro Kolia?

PLATÓNOV. -No te preocupes, Sasha.
SASHA. -¿Cómo no preocuparme? Si nuestro hijo muriese... ¡Dios nos libre de ello!
PLATÓNOV. -Sí... ¡Dios nos librará! No nos quitará nuestro hijo. ¿Por qué te va a castigar?
Solo porque te has unido a este loco de Platónov. (Pausa.) Sasha, cuida mucho al pequeño. Sálvale, y yo te prometo hacer de él un hombre, Cada uno de sus pasos será una alegría para ti. Porque, después de todo, el pobrecito es también un Platónov. ¡Como hombre soy despreciable; pero como padre, seré grande! No temas por su suerte. ¡Oh, me duele la mano! (Se queja.) ¿Tú crees que se me infectará? (Examina la mano.) Está roja... Bueno, ¡que el diablo se la lleve! Sí, seremos felices los tres. Te ríes, Sasha... Ríete, tesoro mío. ¿Ahora lloras? ¿Por qué lloras? No llores, Sasha. (La besa
en la frente.) Has venido... ¿Por qué te marchaste? ¡No llores, pequeña! Te quiero, alma mía; te quiero mucho, y tú me perdonas, ¿verdad?

SASHA. -¿Es que la aventura ha terminado?
PLATÓNOV. -¿Aventura?... ¡Oh, qué palabra!
SASHA. -¿Continúa?
PLATÓNOV. -¿Cómo decirte? No existe aventura alguna. Todo esto no es más que un galimatías monstruoso. ¡No te preocupes mucho por este galimatías! Si este asunto no está ya terminado realmente, lo estará pronto.

SASHA. -¿Cuándo?

PLATÓNOV. -¡Oh! En seguida. Ya lo verás. Hay en su carácter cosas que yo no podría soportar. Sofía no será jamás rival tuya. (SASHA se levanta y vacila.) ¿Qué te pasa? (Va a ella.)
¡Sasha!

SASHA. -Es decir, ¿qué estás amancebado con Sofía al mismo tiempo que con la viuda?
PLATÓNOV. -¿No lo sabías?
SASHA. -¿Lo de Sofía?... ¡Oh, eso es canallesco..., vil!

PLATÓNOV. -¡Qué te pasa? Estás pálida, vacilas... (Se queja.) ¡No me atormentes, Sasha! Me duele la mano, y tú encima... ¿Es que esto... es nuevo para ti? ¿No lo sabías? ¿Por qué te marchaste entonces? ¿Por Sofía?

SASHA. -¿Lo de Sofía?... ¡Oh, es terrible! Estaba muy mal tu lío con Ana Petrovna, pero liarse con una mujer casada es un pecado. Nunca esperaba de ti semejante ruindad. ¡No tienes conciencia! (Va hacia la puerta)

PLATÓNOV. -(Tras una pausa.) ¿Estás indignada? Pero ¿adónde vas?
SASHA. -(Deteniéndose junto a la puerta.) ¡Que Dios os haga felices!...
PLATÓNOV. -¿A quién?
SASHA. -A ti y a Sofía Yegórovna.

PLATÓNOV. -Lees demasiadas novelas absurdas. Sasha... ¡Quédate! Tenemos un hijo... y, después de todo, soy tu marido... La dejaré. No te vayas, Sasha.

SASHA. -¡No! ¡No puedo, no puedo!... ¡Oh, Dios mío, Dios mío!
PLATÓNOV. -¿No puedes?
SASHA. -¡Dios mío!... ¿Es posible que esto sea verdad? (Se aprieta las sienes y se sienta.) No sé lo que hacer.

PLATÓNOV. -(Yendo hacia ella.) Es muy sencillo. ¡Quédate!... No llores.... Sasha. Soy un malvado, lo sé... Pero tú me perdonas, ¿verdad?
SASHA. -¿Te puedes tú mismo perdonar?

PLATÓNOV. -Eso, querida, es un enigma filosófico. (La besa en la frente.)

SASHA. -¡Estoy perdida! No se puede construir dos veces la misma felicidad. Y nosotros éramos felices, ¿verdad?

PLATÓNOV. -Das de comer a Osip, recoges todos los perros y gatos perdidos por la vecindad, y no tienes piedad de tu esposo.

SASHA. -¿Es que no comprendes? Yo ya no puedo vivir contigo ahora. No eres digno de respeto.

PLATÓNOV. -Lo sé, lo sé. He arruinado la vida de todos mis amigos. He tomado a Sofía por amante, también a la viuda. Soy un canalla, un polígamo... Pero ¿quién te amará jamás como yo te amo? ¡No seas verdugo! ¡Quédate, Sasha! ¿Quién otro te abrazará como yo te abrazo? (La estrecha entre sus brazos.) Yo soy el único ser humano que podrá siempre comer tus guisos. ¡Es cierto! Confieso que pones la sopa tremendamente salada. (La levanta en vilo.) ¿Quién te va a levantar así?
¿Acaso vas a poder, oro mío, vivir sin mí?

SASHA. -¡No puedo quedarme! Déjame marchar. ¡Estoy perdida! ¡Mi corazón está destrozado.... y tú te burlas! (Se arranca de sus brazos.) ¡Adiós! ¡No puedo vivir contigo! Ahora, todos te considerarán un villano. ¿Y a mí? (Solloza.)

PLATÓNOV. -¡Vete con Dios! (La besa en la frente.) Comprendo...

SASHA. -Has destrozado nuestra familia... Eramos tan felices, vivíamos tan tranquilos... En el mundo no había nadie más feliz que yo... (Se sienta.) ¿Qué has hecho, Misha? (Se pone en pie.)
¿Qué has hecho? (Solloza.)

PLATÓNOV. -Que Dios te proteja.

SASHA. -¡Adiós! ¡No me verás más! No vengas a nuestra casa... ¡Que Dios te perdone, como te perdono yo! ¡Has destruido nuestra vida!

PLATÓNOV. -¿Aún estás aquí?... Creía que te habías marchado...

SASHA. Me marcho... Bueno... (Mira cierto tiempo a Platónov y hace mutis.)

Escena IX
PLATÓNOV, solo, y después, VOINITZEV

PLATÓNOV. -¡He aquí para quién comienza una nueva vida! ¡Es deplorable! Me privo de todo... ¡Me vuelvo loco! ¡Dios mío!... ¡Malditas circunstancias! (Se tumba en el diván. VOINITZEV entra, y, se detiene junto a la puerta. Después de una pausa.) ¿Esto es un epílogo o sólo una comedia? (Al ver a VOINITZEV se tapa la cara y ronca ligeramente.)

VOINITZEV. -(Acercándose a PLATÓNOV.) ¡PLATÓNOV! (Pausa.) No duermes... Lo veo por tu cara. (Se sienta cerca de él.) No creo... que se pueda dormir... (PLATÓNOV se levanta. Se pone en pie y mira por la ventana.) Me has matado... ¿Tú lo sabes? (Pausa.) Gracias... ¿A mí qué?

¡Allá tú!... (Llora.) Bien. No te bastaba tu inteligencia, tu hermosura, tu gran alma... ¡Necesitabas, además, mi felicidad! Me has quitado... ¿Y yo? ¿Qué soy? Nada... Simplemente... Estoy enfermo, soy corto de alcances, afeminado, sentimental, ofendido por Dios... Con inclinaciones al ocio, al misticismo, a los prejuicios... ¡Me has matado, amigo!

PLATÓNOV.-¡Vete de aquí!

VOINITZEV.-Ahora... Vine a provocarte a duelo y... rompo a llorar... Me marcho. (Pausa.) ¿La he perdido definitivamente?

PLATÓNOV.-Sí.

VOINITZEV.-(Silbando.) Bueno... Se comprende...
PLATÓNOV.-¡Vete de aquí! ¡Te lo ruego! ¡Vete!
VOINITZEV.-Ahora mismo me voy... ¿Qué tengo que hacer aquí? (Se dirige hacia la puerta.) Nada... (Pausa.) ¡Devuélvemela, Platónov! ¡Sé bondadoso! ¡Es mía! Tú, Platónov, también sin ella eres ya feliz. ¡Sálvame, querido! ¿Eh? ¡Devuélvemela! (Solloza.) ¡Porque ella es mía! ¡Mía!
¿Comprendes?

PLATÓNOV. -(Yendo al diván.) Márchate... O disparo... ¡Lo juro por mi honor!
VOINITZEV. -No hace falta... ¡Allá vosotros! (Agita la mano y hace mutis.)
PLATÓNOV. -(Agarrándose la cabeza.) ¡Oh, desgraciado, miserable! ¡Dios mío! ¡Maldita cabeza la mía! (Solloza.) ¡Lejos de la gente, canalla! ¡He sido una desgracia para la gente, y la gente, una desgracia para mí! ¡Lejos de la gente! ¡Golpean, golpean y en modo alguno matan! Debajo de cada silla, de cada viruta hay un asesino, te mira a los ojos y quiere matarte. ¡Golpead! (Se da golpes en el pecho.) ¡Golpead, antes que me mate yo mismo! (Corre hacia la puerta.) ¡No golpearme en el pecho! ¡Han despedazado mi pecho! (Grita.) ¡Sasha!. ¡Sasha, por Dios! (Abre la puerta. Entra GLAGÓLIEV.)

Escena X
PLATÓNOV, GLAGÓLIEV. Después, KIRIL.

GLAGÓLIEV. -(Entra embozado, apoyado en una muleta.) ¿Está usted en casa, Mijaíl Vasílievich? Me alegro mucho... He venido a molestarle... Pero no por mucho tiempo; me iré en seguida... Le haré una pregunta. Usted me contesta y me marcho. ¿Qué le sucede, Mijaíl Vasílievich? Usted está pálido, vacila, tiembla... ¿Qué le pasa?

PLATÓNOV. -¿Que qué me pasa? ¿Eh? Estoy borracho, seguramente. o... me estoy volviendo loco. Estoy borracho..., borracho... La cabeza me da vueltas...

GLAGÓLIEV.-(Aparte.) ¡Le haré la pregunta! Dice el borracho lo que tiene en el papo. (A PLATÓNOV.) Mi pregunta es bastante extraña, tal vez incluso estúpida; pero, por Dios, respóndame, Mijaíl Vasílievich. Es para mí cuestión de vida o muerte. Aceptar su veredicto, porque le considero un hombre muy honrado. Me encuentro en una situación terrible. Nuestra conocida común... Usted la conoce bien. Según yo, Ana es el «súmmum» de la perfección... Me refiero a Ana

Petrovna Voinitzeva... Quienquiera que la conozca... (Sujetándole.) ¡No se desmaye, por amor de
Dios!

PLATÓNOV. -¡Váyase!... Siempre le tuve por un viejo imbécil...

GLAGÓLIEV. -Usted es amigo de ella. Usted la conoce como a sí mismo. Mijaíl Vasílievich:
¿es honrada Ana Petrovna? Ella... ella... ¿Tiene derecho a casarse con un hombre honrado? (Pausa.)
No veo la forma de ser más claro. ¡Compréndame, por Dios! Me han dicho que...

PLATÓNOV. -Todo en este mundo es vil, inmoral y sucio. (Cae inconsciente.)

KIRIL. -(Entrando.) ¡Francamente, papá! ¿Es que voy a pasarme aquí el día montando la guardia? No tengo intención de esperar y esperar.

GLAGÓLIEV. -(Repitiendo las palabras de PLATÓNOV.) «Todo en este mundo es vil, inmoral y sucio», ha dicho. Entonces, también ella...

KIRIL. -(Mirando a PLATÓNOV.) Papá, ¿qué le pasa a Platónov?

GLAGÓLIEV.-¡Está borracho como un cerdo!... (Para sí.) Sí, todo es vil, sucio... Esa es la cruel verdad: «Vil e inmoral»... Y «sucio»... (Pausa.) ¡Mañana saldremos para París!

KIRIL.-¡¿Qué?! ¿A... París? ¿Qué quieres hacer tú en París? (Ríe a carcajadas.)

GLAGÓLIEV. -Quiero conducirme allí exactamente como este individuo se ha conducido aquí.
(Señala a PLATÓNOV.)
KIRIL. -¿En París?
GLAGÓLIEV. -Sí. Intentaremos buscar nuestra suerte bajo otros cielos. ¡Basta! Basta ya de comedias. Tengamos un poco más de ideal. Yo no tengo ya ni fe ni amor. Nos vamos. He terminado con todo esto. Hago mis maletas y me voy.

KIRIL. -¿A París?

GLAGÓLIEV. - Sí... Si es preciso pecar, que sea en tierra extranjera. ¡Vivamos como personas, en tanto no nos hemos corrompido! ¡Sé maestro, hijo! ¡Vamos a París!

KIRIL. -¡Formidable, papá! ¡Tú me enseñaste a leer, y yo te enseñaré a vivir! ¡Vamos a París!
(Mutis ambos.)

Acto cuarto

Despacho en casa del difunto general VOINITZEV. Dos días después del acto anterior. Es una mañana sombría y lluviosa. La lluvia golpea incesantemente en los cristales de las ventanas

Al levantarse el telón, SOFÍA YEGÓROVNA pasea de un lado a otro de la escena, mientras
KATIA está de pie junto al fuego de la chimenea

Escena primera
SOFÍA y KATIA

SOFÍA.-¡Cálmate, Katia! Habla con tranquilidad.

KATIA.-Todo es turbio, señora. Las puertas y ventanas están abiertas de par en par. En las habitaciones todo está revuelto... Una puerta arrancada de sus goznes... Ha pasado algo terrible, señora. Además, una de nuestras gallinas ha cantado como si fuese un gallo. ¡Era un aviso!

SOFÍA.-Según tú, ¿qué ha sucedido?

KATIA.-No lo sé, señora. ¿Que puedo pensar yo? Sólo sé que ha sucedido algo... Para mí que Mijaíl Vasílievich se ha marchado, o se ha matado...

SOFÍA.-No puede ser... ¿Has estado en la aldea?

KATIA.-Sí. No está en el pueblo. Lo he recorrido cerca de cuatro horas...

SOFÍA.-(Se sienta.) ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? (Pausa.) ¿Estás segura de que no está en la aldea?
¿Estás segura?

KATIA.-No sé, señora... Algo malo ha sucedido... No en vano tengo el corazón partido. Olvídele, señora, olvídele. Es un pecado. (Llora.) Piense en el señor Serguei Pávlovich... Es él quien me causa pena. Era un muchacho hermoso, alegre de vivir, y vea en lo que se ha convertido: va de un lado para otro como si hubiera perdido el alma. Estoy triste por él, señora. ¡Olvídele, señora, olvídele!

SOFÍA. -¿Qué debo olvidar?

KATIA. -El amor. ¿Qué es lo que encuentra usted en ese amor? Un escándalo únicamente. También me da pena de usted. Usted también ha cambiado mucho en estos últimos días. No come, ni bebe, ni duerme. No hace más que toser.

SOFÍA. -Ve, Katia. Inténtalo otra vez. Quizá él haya regresado ya a la escuela.
KATIA. -Iré... (Pausa.) Pero usted haría mejor acostándose.
SOFÍA. -Ve, Katia, otra vez. ¿Te has ido?

KATIA. -(Aparte. Bruscamente, con voz llorona.) ¿Adónde voy a ir, señora?
SOFÍA. -Tengo sueño. No he dormido en toda la noche. No grites tan alto. ¡Vete!
KATIA.-Iré... Usted haría mejor en ir a acostarse. (Hace mutis.)

Escena II
SOFÍA YEGÓROVNA y, después, VOINITZEV

SOFÍA. -¡Es horrible! Ayer me dio palabra de honor de que vendría a la isba a las diez y no vino... Le estuve esperando hasta el amanecer... ¡Y esto es palabra de honor! ¿Esto es amor, esto nuestro viaje?... No me ama.

VOINITZEV.-(Entra.) Me acostaré... Quizá me quede dormido... (Al ver a SOFÍA.) ¿Tú..., aquí..., en mi despacho?

SOFÍA. -Sí... (Mira alrededor.) Ya me iba. Entré casualmente, sin darme cuenta... (Va hacia la puerta.)

VOINITZEV.-Un momento, Sofía, por favor.
SOFÍA.-(Se detiene.) ¿Qué quieres?
VOINITZEV.-Concédeme, por favor, dos o tres minutos... ¿Puedes estar aquí dos o tres minutos?

SOFÍA.-¡Habla! ¿Tienes algo que decirme?

VOINITZEV. -Sí... (Pausa.) Hacía una eternidad que no nos encontrábamos en esta habitación...
SOFÍA.-Sí, una eternidad.
VOINITZEV.-¿Vas a abandonarme?
SOFÍA. -Sí.
VOINITZEV.-¿Pronto?
SOFÍA.-Hoy.
VOINITZEV.-¿Con él?

SOFÍA. Sí.
VOINITZEV.-¡Que seáis felices! (Pausa.) ¡Buen material para la felicidad! Vas a fundar una sólida dicha con la pasión y la desesperación de otra persona... La desgracia de otro siempre es la felicidad de alguien. Por lo demás, esto es vicio... La mentira nueva se escucha con más agrado que la vieja verdad... ¡Idos con Dios! ¡Vivir como queráis!

SOFÍA.-Tú querías decirme algo.

VOINITZEV. -¿Es que estoy callado? Bueno... He aquí lo que quería decirte... Quiero permanecer completamente puro ante ti, no quedar en deuda contigo, y por eso te suplico que me perdones por mi proceder de ayer... Ayer por la tarde te dije palabras que herían, frases brutales. Perdóname, por favor... ¿Me perdonas?

SOFÍA.-Te perdono. (Inicia el mutis.)
VOINITZEV. -(Divagando ligeramente.) No te marches todavía. No te lo he dicho todo. Te diré algo más. (Suspira.) Me estoy volviendo loco, Sofía. No soy lo bastante fuerte para soportar este golpe... Yo estoy loco, pero lo comprendo todo... Aún me queda un rinconcito de luz en mi espíritu. Cuando se apague, estaré perdido. Lo comprendo todo... (Pausa.) Sé, por ejemplo, que ahora estoy en mi despacho, el cual ha pertenecido a mi padre, su excelencia el mayor general Voinitzev, caballero de San Jorge. Un hombre grande y altivo. Naturalmente, se le ha calumniado mucho. Pretendían que era un tirano, que pegaba a sus criados, que humillaba a la gente y que nadie podía verle. Pero lo que él tuvo que soportar, eso no lo han reconocido... (Señala al retrato.) ¿Puedo presentarte a Sofía Yegórovna, mi ex esposa? (SOFÍA intenta marcharse, pero él la detiene.) No,
no te vayas todavía. Me oirás hasta el final. Después de todo, es la última vez.

SOFÍA.-Lo has dicho todo... ¿Qué más puedes decir? Es necesario separarse... Nosotros ya nos hemos dicho todo. ¿Quieres demostrar que soy culpable ante ti? ¡No te molestes! Sé perfectamente lo que debo pensar de mí misma.

VOINITZEV. -¿Qué puedo decir? ¡Oh, Sofía, Sofía! Tú no sabes nada. Absolutamente nada. Si no, no me mirarías de esta manera. (Cae de rodillas y le coge la mano.) Sofía, piensa en lo que haces... ¡Ten piedad de mí, por Dios! Me muero y me vuelvo loco. ¡No me abandones! Todo lo olvidaré; yo te he perdonado ya todo... Seré tu esclavo, te amaré... como te he amado hasta ahora. Yo te daré la felicidad. En mi casa serás dichosa como una diosa. Él no te reportará nada. Os perderéis los dos. ¡Vas a destruir a Platónov, Sofía! Quédate. De nuevo serás alegre, no estarás tan pálida ni serás tan desdichada. Él vendrá a vernos. Ya lo verás. Jamás hablaremos del pasado. Quédate, te lo suplico. Platónov estará de acuerdo conmigo... Le conozco... Él no te ama. Te ha tomado porque tú te has entregado a él. (Se levanta.) ¿Lloras?

SOFÍA. -(Poniéndose en pie.) No tomes estas lágrimas a cuenta tuya. Quizá, Platónov esté de acuerdo... ¡Que lo esté! (Bruscamente.) ¡Todos sois viles! ¿Dónde está Platónov?

VOINITZEV. -No sé.

SOFÍA. -¡Déjame en paz! ¡Déjame! ¡Te odio! ¡Fuera de aquí! ¿Dónde está Platónov? Infames...
¿Dónde está Platónov? ¡Te odio!

VOINITZEV. -¿Por qué? SOFÍA.-¿Dónde está Platónov?
VOINITZEV. -Le he dado dinero y ha prometido marcharse. Si ha cumplido su promesa, quiere decirse que se ha marchado.

SOFÍA. -¿Le has sobornado? ¡Mientes!

VOINITZEV. -Por un millar de rublos ha renunciado a ti. No, no. No me creas. Es mentira. ¡Ese maldito Platónov está sano y salvo! Ve, tómale, bésate con él... ¡No le he sobornado! ¿Y es posible que tú..., que él sea feliz? ¡Y esto me lo dice mi mujer, mi Sofía...! ¿Qué significa todo esto? Sigo sin creerlo. Solo has tenido conversaciones platónicas con él, ¿verdad? No habréis llegado más lejos.

SOFÍA. -(Fríamente.) Soy su mujer, su amante, lo que quieras. (Va a salir.) ¿Por qué quieres retenerme? No tengo tiempo de escuchar...

VOINITZEV. -¡Espera, Sofía! ¿Eres su amante y me hablas con esta insolencia? (Cogiéndola de la mano.) ¿Y tú has podido? ¿Has podido...? (Entra ANA PETROVNA.)

SOFÍA. -¡Déjame en paz! (Hace mutis.)

Escena III

VOINITZEV y ANA PETROVNA. ANA PETROVNA entra y se asoma a la ventana

VOINITZEV.-(Agita la mano.) ¡Se acabó! (Pausa.) ¿Qué pasa?
ANA. -Los campesinos han matado a Osip.
VOINITZEV. -¿Ya?...

ANA. -Sí... Cerca del pozo... ¿Lo ves? ¡Mírale!

VOINITZEV. -(Asomándose a la ventana.) ¿Qué? Se lo tenía merecido. (Pausa.)

ANA. -¿Conoces ya la noticia, hijo? Dicen que Platónov ha desaparecido... ¿Has leído la carta?
VOINITZEV. -Sí.
ANA. -Hablaba del asunto de nuestra propiedad. ¿Qué te parece?
VOINITZEV. -¿Qué asunto?
ANA. -Todo ha terminado..., completamente...:¡Puff! Así. Como un precioso juego de manos. Dios nos la dio, Dios nos la quitó... Y todo por causa de GLAGÓLIEV... ¿Quién lo hubiera pensado?

VOINITZEV. -No comprendo. Perdóname, pero no estoy en mi ser.
ANA. -Porfiri Glagóliev había prometido pagar por nosotros la hipoteca.
VOINITZEV. -Como siempre lo ha hecho.
ANA. -Pues bien: esta vez no lo hará. Ha desaparecido. Sus criados dicen que se ha marchado a París. El idiota ha debido de incomodarse... Si hubiese pagado por lo menos los intereses, hubiéramos podido arreglarnos con los acreedores durante un año. (Pausa.) En este mundo no sólo hay que desconfiar de los enemigos, sino también de los amigos.

VOINITZEV. -En efecto. Hay que desconfiar de los amigos.

ANA.-Bien, querido señor feudal, ¿qué vas a hacer ahora? ¿Dónde vas a ir? Dios se mostró generoso con tus antepasados, pero a ti te ha retirado la confianza. No te ha quedado nada...

VOINITZEV. -Me es igual.
ANA. -No tanto como crees. ¿Qué comerás? Sentémonos, hijo mío... (Se sientan.) Ante todo, conserva tu sangre fría.

VOINITZEV. -No te preocupes por mí, mamá. ¿Para qué hablar de mí? Cuando tú misma apenas te tienes en pie... Primero, consuélate a ti misma, y luego ven a consolarme a mí. Tus propios nervios están a prueba.

ANA. -Bueno... Las mujeres no cuentan... Su papel siempre es secundario. Ante todo, sangre fría, te repito. Lo único que cuenta es lo que tienes ante ti. Y tú tienes toda la vida. Una vida de honradez y trabajo. ¿Por qué entristecerte? Tú podrías ocupar un puesto en el colegio. Eres un muchacho inteligente. Estás fuerte en filología. Tienes sólidas convicciones, buenos sentimientos y una esposa modelo.

VOINITZEV. -Mamá...

ANA. -No tienes por qué quejarte... ¡Si quieres, llegarás lejos!
VOINITZEV. -Pero...
ANA. -Únicamente que si no disputaras con tu mujer... Vuestra luna de miel apenas ha terminado... ¿Por qué no eres franco conmigo? ¿Hay algo que no marcha bien? ¿Qué ocurre entre vosotros?

VOINITZEV.-No pasa nada. Ya todo ha pasado... Fue ayer exactamente cuando supe la verdad.
(Suspira.) ¡Tengo el honor de presentarte a un cornudo!

ANA. -¡Serguei! ¡Qué broma tan estúpida! No reflexionas. ¿Sientes la gravedad de esta acusación?

VOINITZEV.-La siento, mamá. ¡Y no «en sentido fígurado»!
ANA. -¡Calumnias a tu mujer!
VOINITZEV.-Te lo juro ante Dios. (Pausa.) ANA.-¿Y ha sido aquí, en Voinitzevka?
VOINITZEV.-Sí, en este maldito Voinitzevka.
ANA.-¿Quién diablos, en este caserío, ha podido tener esa idea tan extraña? ¿Acaso Glagóliev el joven? Pero ellos no vienen ya casi nunca. No, no puede ser. Son celos estúpidos.

VOINITZEV. -(De repente.) ¡Platónov!
ANA. -¿Platónov?
VOINITZEV.-Sí; él.

ANA.-(Saltando.) Está permitido decir barbaridades, pero hasta ese extremo, no. Has soltado una tontería. Deberías saber contenerte.
VOINITZEV. -Bueno, pregúntaselo a ella y a él. Tampoco yo quería creerlo, pero Sofía me abandona hoy y él la acompaña.

ANA. -Eso no puede ser, Serguei. Lo has inventado todo. ¡Como un crío!

VOINITZEV. -Créeme. Se marcha hoy. Durante estos dos últimos días no ha dejado de afirmar que ella era su amante.

ANA. -Ahora recuerdo... Recuerdo... Ahora lo comprendo todo. Cállate, que me acuerde de todo, cállate... (Pausa. Entra BUGROV.)

Escena IV
Dichos y BUGROV

BUGROV.-Buenos días. ¿Están ustedes bien?

ANA. -(Para sí, siempre preocupada) Sí... Sí... ¡Esto es horrible!

BUGROV. -Llueve a cántaros, y, sin embargo, hace mucho calor. (Se enjuga la frente.) ¡Puaf! Estoy calado hasta los huesos. Y, no obstante, tenía paraguas. (Como ve que no le hacen caso, repite.)¿Están ustedes bien? (Nadie responde.) He venido a verles a propósito de aquella venta espantosa. ¡Es vergonzoso! Y duro para ustedes. Yo... yo les ruego que no lo tomen a mal. En realidad, no he sido yo quien ha prescrito las hipotecas, sino Abrabam Abrámovich, jurídicamente a mi nombre... Sus acreedores se han solidarizado...

VOINITZEV.-(Violento, agitando la campanilla que hay sobre la mesa) ¿Dónde están los criados?

BUGROV.-No he sido yo. Ellos han prescrito en mi nombre. (Se sienta. YÁKOV entra.)

VOINITZEV.-(A YÁKOV.) Haré que os azoten. Os he dicho cien veces que no quería recibir ninguna visita hoy. (Tose.)

ANA. -Hace meses que no se les paga.

VOINITZEV. -¡Brutos! ¡Les haría falta que hubieran estado a nuestro servicio en tiempos de mi padre! (Tira la campanilla y se pasea furioso.) ¡Largo de aquí! Canallas... (YÁKOV encoge los hombros y hace mutis.)

BUGROV.-(Tose.) Ha sido jurídicamente a mi nombre como se ha realizado la acción,
¿comprenden? Abraham Abrámovich me ha dicho que ustedes podrían vivir aquí como antes. Al menos, hasta Navidad. Naturalmente, será preciso realizar algunos cambios. Pero, en fin.... eso no tiene que preocuparles. Y si llegase el.... bueno, el desahucio, siempre podrían instalarse en las dependencias. Están calientes, bien arregladas y son muchas habitaciones... (Pausa.) También me encargó que le preguntase si estaba dispuesta a vender sus minas, Ana Petrovna, ¿comprende? Esas minas de carbón que le dejó su marido... Usted podría conseguir un buen precio, si me encargara...

ANA.-No... No se las venderé a nadie. ¿Qué me daría usted? ¿Una copeica? Guárdese la copeica y que le zurzan.

BUGROV.-Abraham Abrámovich me mandó también comunicarle a usted, Ana Petrovna, que si no quiere venderle sus minas descontando la deuda de Serguei Pávlovich y de su difunto marido, protestará las letras... Y yo haré lo mismo... ¡Je, je!... Porque he comprado las letras de usted a Petrin. Confieso que deploro tales métodos, pero ¡qué quiere usted! La amistad es una cosa y el dinero es otra. ¡El comercio! ¡El comercio! Es algo maldito. Lo sé.

VOINITZEV. -No consentiré que los bienes de mi madre vayan a no importa quién... ¡Haga lo que quiera!
ANA. -Estoy desolada, Timofei Gordéievich, pero necesito decirle que se vaya, por favor.
BUGROV. -(Levantándose.) ¡Muy bien! ¡Muy bien! No se preocupe usted... Además, puede
permanecer aquí hasta Navidad. Volveré mañana o pasado mañana. ¡Que le vaya bien! (Hace mutis.)
ANA. -Se marcha mañana. Sí, ahora comprendo... Platónov... Es por eso por lo que huye...
VOINITZEV.-¡Que hagan lo que quieran! ¡Que se lo lleven todo! He perdido a mi esposa, y
nada me importa ya. ¡Ay, mamá! Parece que no me comprendes.

ANA. -Te comprendo perfectamente. Pero ¿dónde tiene los ojos? ¿Qué ha podido encontrar en esa avefría de Sofía? ¿Qué ha podido encontrar en esa muchacha insípida? ¡Qué desaprensivos son los hombres estúpidos! Y tú eres igual. No tienes ni pizca de juicio... Corre tras ella y tráela.

VOINITZEV. -No hay nada que hacer. Y, sobre todo, evítame los reproches. La he perdido como tú has perdido a Platónov. Las palabras no arreglan nada.
ANA. -Pero, Serguei... Vamos a ver. Hay que hacer algo. Espabílate. Hay que procurar salvar...
VOINITZEV. -¿Salvar a quién?¿Salvarme a mí? ¡Bah! Después de todo, son felices los dos.
(Suspira.)

ANA.-Es a ellos a quienes hay que salvar. Platónov no ama a Sofía. Tú lo sabes bien. La ha seducido, como tú sedujiste en cierta ocasión a tu estúpida alemana. Platónov no ama a Sofía. Te lo aseguro. ¿Qué te ha dicho ella? ¿Por qué callas?

VOINITZEV.-Ella me ha dicho que era su amante.

ANA. -«Su distracción», no su amante. Sofía es de esa clase de mujeres que de un beso hacen una montaña, de un apretón de manos una pasión volcánica. Este asunto aún no ha alcanzado su punto culminante. Estoy segura...

VOINITZEV. -Sí lo ha alcanzado.

ANA. -No entiendes nada de nada. (Entra GRÉKOVA.)

Escena V
Dichos y GRÉKOVA
GRÉKOVA. -(Muy feliz y muy alegre.) ¡Ah! ¡Aquí está! (Tiende la mano a ANA.) ¿Cómo está usted, Serguei Pávlovich? Me parece que llego en mal momento, ¿no? ¡Perdóneme! Es.... ¿cómo diría?..., una visita de tártaro. ¡Oh, no estaré más de un minuto! (Riendo.) Tengo que enseñarle algo, Ana Petrovna... ¡Perdóneme, Serguei Pávlovich! Tengo que confiar un secreto a Ana Petrovna... (Lleva a esta aparte y le entrega una carta.) Léala... (Le entrega la carta.) La recibí ayer... ¡Léala!

ANA. -(Lee rápidamente la carta.) ¡Ah!...

GRÉKOVA. -Yo, ¿sabe?, le he denunciado... (Inclina su cabeza sobre el pecho de ANA.) Mande a buscarlo, Ana Petrovna. ¡Que venga!

ANA. -¿Para qué lo necesita?

GRÉKOVA. -Quiero ver qué cara tiene ahora... ¡Mande a buscarlo! ¡Se lo suplico! Quiero decirle dos palabras... ¡Usted no sabe lo que he hecho! ¡Qué he hecho, Dios mío! No escuche, Serguei Pávlovich. (A ANA.) He ido a quejarme al director de Enseñanza... A Mijaíl Vasílievich van a trasladarle a otro lugar, a petición mía... ¡Qué he hecho! (Llora) Mande a buscarlo... ¿Cómo iba a sospechar que me escribiría esta carta? ¡Si lo hubiese sabido!... ¡Ah! Lo que estoy sufriendo...

ANA. -Pase a la biblioteca, querida. En seguida estoy con usted. Tengo que hablar dos palabras con Serguei.

GRÉKOVA. -¿A la biblioteca? ¡Bueno! ¿Le enviará usted a buscar? Quiero ver su mirada...
¿Dónde está la carta? ¡Ah, sí! (Se la guarda en el escote.) Querida, la espero.

ANA. -(Empujándola.) En seguida voy.

GRÉKOVA. -(La besa.) Bien, bien. No esté disgustada conmigo. No puede usted imaginarse cuánto sufro. Me marcho, Serguei Pávlovich. Puede continuar su conversación. (Mutis.)

ANA. -Ahora me enteraré de todo... Tú no te exaltes. A lo mejor se puede aún recomponer tu familia... ¡Horrible historia! ¡¿Quién podía esperarlo?! Iré a ver a Sofía... La interrogaré... Tú te equivocas y dices estupideces... Por lo demás, ¡no! (Se cubre el rostro con las manos.) No, no...

VOINITZEV. -¡No! ¡No me equivoco!

ANA. -No obstante, hablaré con ella... Le veré a él también...

VOINITZEV. -¡Habla con ellos! Será en vano. (Se sienta tras la mesa.) ¡Vámonos de aquí! ¡No hay esperanza! ¡No hay tabla de salvación!...

ANA. -Iré y me enteraré de todo... Tú siéntate aquí y llora... Desahógate... Acuéstate. ¿Dónde está Sofía?

VOINITZEV. -Seguramente, en su casa... (ANA hace mutis.)

Escena VI
VOINITZEV y, después, PLATÓNOV

VOINITZEV. -¡Qué pena más grande! ¿Cuánto va a durar? ¡El tormento no tiene fin! Me pegaré un tiro.

PLATÓNOV. -(Entra con el brazo en cabestrillo.) Está sentado... Llora, al parecer... (Pausa.) Llora... ¡Pobre amigo mío! (Se acerca a él.) ¡Escúchame, por Dios! No he venido a justificarme... Ni yo ni tú podemos juzgarme... He venido a pedir perdón no por mí, sino por ti... Te lo suplico fraternalmente. Ódiame, despréciame, piensa de mí lo que quieras, pero no me mates. No hablo del revólver, sino... en general... Tú eres débil... El dolor te matará... Yo no viviré... Me mataré, no te mates tú mismo. ¿Deseas mi muerte? ¿Quieres que deje de vivir? (Pausa.)

VOINITZEV. -No quiero nada. (Entra ANA PETROVNA.)

Escena VII
Dichos y ANA

ANA. -¿Cómo? ¿Tú aquí? (Se acerca lentamente a PLATÓNOV.) Platónov, ¿es cierta esta historia?

PLATÓNOV. -Sí.

ANA. -¿Y lo dices con esa sangre fría?... ¿No comprendes que es una vileza?... Tu acción es baja, ruin... Deberías haberte dado cuenta, querido, de que la mujer de un amigo no debe ni puede ser el juguete de otro. (Eleva la voz.) Tú no la amas. Todo lo que has hecho ha sido por ocio.

VOINITZEV. -Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

ANA. -Es una vileza. Es ruin jugar con otros. Las gentes son seres como usted, ¡hombre demasiado inteligente!

VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) ¡Ha venido! ¡Qué insolencia! ¿A qué ha venido? Sé a qué ha venido, pero a nosotros no nos asombrará ni sorprenderá con sus frases hueras.

PLATÓNOV. -¿Quiénes son esos «nosotros»?

VOINITZEV. -Ahora conozco el valor de todas esas frases hueras. Déjeme en paz. Si ha venido a expiar su culpa con verborrea, sepa usted que las culpas no se expían con discursos altisonantes.

PLATÓNOV. -Las culpas no se expían con discursos floridos, pero tampoco se demuestran con gritos y cólera. ¿No he dicho que me pegaré un tiro?

VOINITZEV. -Así no expía uno su culpa. No con palabras, a las que ahora no creo. ¡Desprecio sus palabras! Mire usted cómo el ruso expía su culpa. (Le indica la ventana.)

PLATÓNOV. -¿Qué hay allí?

VOINITZEV. -Allí, junto al pozo, yace uno que ha expiado sus culpas.
PLATÓNOV. -Lo he visto...
VOINITZEV. -(Sentándose.) Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

ANA. -Platónov, ¿qué necesita?

PLATÓNOV. -Pregunte usted mismo. ¿Para qué molesta a su mamá? ¡Todo se ha perdido! Mi mujer ha huido, ¡y todo se ha perdido, no ha quedado nada! ¡Sofía es hermosa cual día de mayo, un ideal tras el cual se ven otros ideales! La mujer sin hombre es como una máquina sin vapor. ¡Ha desaparecido la vida, se han esfumado los vapores! ¡Todo se ha perdido! Y el honor, y la dignidad humana, y la aristocracia, ¡todo! ¡Ha llegado el fin!

VOINITZEV. -¡No le hago caso! ¿Puede usted dejarme en paz?

PLATÓNOV. -Por supuesto. ¡No injuries, Voinitzev! No he venido para que me injurien. Tu desgracia no te da derecho a ultrajarme. Yo soy una persona, y trátarne como tal. No eres dichoso, pero nada vale tu desdicha en comparación con los sufrimientos que padecí después de tu partida. La noche fue terrible, Voinitzev, después que te marchaste. Os juro, filántropos, que vuestra desgracia no vale ni pizca de mis suplicios.

ANA.-Es muy posible, pero ¿a quién le importan sus malas noches, sus tormentos?
PLATÓNOV.-¿Tampoco le importan a usted?
ANA.-¡No!

PLATÓNOV. -¿Sí? ¡No mienta, Ana Petrovna! (Suspira.) Tal vez usted tenga razón, a su manera... Quizá... Pero ¿dónde buscar a los hombres? ¿A quién acudir? (Se cubre el rostro con las manos.) ¿Dónde están los hombres? No comprendo... ¡No comprendo! ¿Quién comprenderá? Los estúpidos, los crueles, los insensibles...

VOINITZEV.-No, yo lo comprendo. ¡Lo he comprendido! ¡Yo le comprendo a usted! Usted es un canalla astuto! ¡Eso es!

PLATÓNOV.-Te perdono, necio, esa palabra. ¡Ten cuidado, no hables más! Y tú (Dirigiéndose
a Ana.), ¿qué haces aquí, amante de pasiones fuertes? ¿Estás escuchando? No tienes nada que hacer aquí. No hacen falta testigos.

ANA. -A ti sí que no se te ha perdido nada aquí. Puedes... largarte. ¡Qué descaro!... Márchate, por favor.

VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) No comprendo qué más quieres de mí. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? No lo comprendo.

PLATONOV. -Veo que no nos comprendemos, Ana Petrovna. Sí. Tiene mil veces razón el que en su desgracia no acude a casa de sus amigos, sino a la taberna. ¡Tiene mil veces razón! (Va hacia la puerta.) Lamento esta conversación. Me he humillado para nada. Pensaba que eran ustedes personas civilizadas, pero son como las otras, como los campesinos. Están mal pulidos. (Da un portazo y hace mutis.)

ANA. -(Retorciéndose las manos.) Qué bajezas... Corre tras él y dile... Dile que...
VOINITZEV. -¿Qué puedo decirle?

ANA. -Lo que se te ocurra. Platónov ha venido aquí empujado por un noble sentimiento. Corre, Serguei. Te lo suplico. No es el único a quien hay que censurar. Todos tenemos nuestras pasiones y no somos más fuertes que ellas. ¡Corre! Reconcíliate con él. Demuéstrale, por amor de Dios, que eres humano.

VOINITZEV. -Yo me vuelvo loco...

ANA. -Vuélvete loco, pero no oses injuriar a las personas. ¡Ah.... corre, por amor de Dios!
(Llora.) ¡Serguei.

VOINITZEV. -Déjame en paz, mamá. ANA.-Iré yo misma... Iré yo misma...
PLATÓNOV.-(Entra.) ¡Oh! (Se sienta en el diván. VOINITZEV se pone en pie.)

ANA. -(Aparte.) ¿Qué le sucede? (Pausa.)

PLATÓNOV. -Me duele mucho la mano... Tengo hambre... Estoy tiritando...
VOINITZEV. -(Acercándose a PLATÓNOV.) Mijaíl Vasílievich...
PLATÓNOV. -¿No crees que ya hemos hablado bastante?
VOINITZEV. -Es preciso que nos perdonemos mutuamente. Yo..., yo estoy seguro de que ha comprendido usted mis sentimientos. (Pausa.) Le perdono, por mi honor. Si yo pudiese olvidarlo todo, sería feliz. Intentemos vivir en paz los dos.

PLATÓNOV. -Sí... (Pausa.) Estoy rendido. Tengo mucho sueño y no puedo dormir. Te pido humildemente perdón. (VOINITZEV se aleja de PLATÓNOV y se sienta a la mesa.) ¡No me iré de aquí aunque prendan fuego a la casa! Si alguien no soporta mi presencia, que se vaya de la habitación. (Quiere tumbarse.) Dadme algo caliente... No de comer, sino una manta, por favor. No puedo volver a mi casa... Está lloviendo... Me acostaré aquí.

ANA. -(Se acerca a PLATÓNOV.) Sería mejor que volvieses a tu casa, Mijaíl Vasílievich. Te haré acompañar por un criado... Haré que te cuiden. (Le toca el hombro.) ¡Vete! ¡Vete a tu casa!

PLATÓNOV. -No me iré... Por favor, dame un poco de agua. Tengo sed. (ANA PETROVNA le da un vaso de agua. Bebe.) Me siento mal.... muy mal.

ANA. -Vete a casa... (Le pone la mano en la frente.) Tienes fiebre. Mandaré a buscar a Triletzki. PLATÓNOV. -(Quedo.) Me siento muy mal.... muy mal...
ANA. -¡Vete! Yo te acompañaré. Tienes que marcharte cueste lo que cueste. ¿Lo oyes?

Escena VIII
Dichos y SOFÍA YEGÓROVNA
SOFÍA. -Ten la bondad de coger tu dinero. ¿Qué magnanimidad es esa? Me parece que ya te he dicho... (Al ver a PLATÓNOV.) ¿Tú... aquí? ¿Para qué has venido? (Pausa.) Es raro... ¿Qué haces aquí?

PLATÓNOV. -¿Yo? SOFÍA. -Sí, tú.
ANA. -¡Vamos, Serguei! (Sale y al cabo de un minuto entra de puntillas y se sienta en un rincón.)

PLATÓNOV. -Todo ha terminado, Sofía.
SOFÍA. -¿Cómo?
PLATÓNOV.-Sí... Después hablaremos

SOFÍA. -¡Mijaíl Vasílievich! ¿Qué significa ese... todo?

PLATÓNOV. -No necesito nada, ni amor, ni odio. Déjame en paz. Te lo suplico... Incluso no quiero hablar... ¡Estoy harto! Lo pasado... Por favor...

SOFÍA.-¿Qué dices?

PLATÓNOV. -Que estoy harto. No necesito una nueva vida. No sé dónde meter la vieja... No necesito nada.

SOFÍA.-(Encogiendo los hombros.) No comprendo... PLATÓNOV. -¿No comprendes? ¡El nudo se ha roto, eso es todo! SOFÍA.-¿No te marchas ya?
PLATÓNOV. -No hay que palidecer, Sofía... Yegórovna. SOFÍA. -¿Te acordabas?
PLATÓNOV.-Quizá...

SOFÍA. -Eres un miserable. (Llora.)

PLATÓNOV. -Lo sé... Lo he oído cien veces... (SOFÍA solloza.) Harías mejor en irte a tu habitación. La cosa más superflua en la desgracia son las lágrimas... Tenía que suceder y sucedió... En la Naturaleza hay leyes, y en nuestra vida, lógica... Y ha sucedido conforme a la lógica... (pausa.)

SOFÍA.-(Sollozando.) ¿Qué culpa tengo yo?... ¿Ya no me amas?

PLATÓNOV. -Consuélate con algo... Al menos, por ejemplo, con que este escándalo te sirva de lección para tu futuro.
SOFÍA. -¡No de lección, sino de perdición! ¿Y te atreves a hablar así? ¡Infame!
PLATÓNOV. -¿Para qué llorar? Cuán repugnante me resulta todo esto. (Grita.) ¡Estoy enfermo! SOFÍA. -Jurabas, suplicabas... Has venido, ¿Te resulto repulsiva? ¿Me necesitas sólo para dos
semanas? ¡Te odio! ¡No puedo verte! ¡Fuera de aquí! (Solloza más fuerte.)

ANA. -¡Platónov! PLATÓNOV. -¿Qué?
ANA. -¡Lárgate! (PLATÓNOV Se pone en pie y se dirige despacio hacia la puerta.)

SOFÍA. -Espera... ¡No te marches! ¿Es que... es que... no estás cuerdo?... Siéntate, piensa. (Le coge por el hombro.)

PLATÓNOV. -Ya he estado sentado y pensado. ¡Líbrate de mí, Sofía! No soy digno de ti... Créeme por última vez.

SOFÍA. -(Retorciéndose las manos.) ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¡Dime! ¡Me moriré!
¡No resistiré esta villanía! ¡No viviré ni cinco minutos! ¡Me mataré!... (Se sienta en el sillón que está en el rincón.) ¿Qué estás haciendo conmigo? (Le da un ataque de nervios.)

VOINITZEV. -(Se acerca a SOFÍA.) ¡Sofía!

ANA.-¡Dios sabe lo que sucede aquí! ¡Cálmese, Sofía! ¡Serguei trae agua!

VOINITZEV. -¡Sofía! No sufras... ¡Tranquilízate! (A PLATÓNOV.) ¿Qué espera usted aquí, Mijaíl Vasílievich? ¡Márchese, por amor de Dios!

ANA. -¡Basta, Sofía, basta! ¡Acaba ya!

PLATÓNOV. -(Acercándose a SOFÍA.) ¿Qué? ¡Eh!... (Se aleja rápido.) ¡Qué idiotez!

SOFÍA. -¡Apártense de mí! ¡Todos! No me hace falta su ayuda. (A ANA.) ¡Largo de aquí! ¡La odio! Sé a quién debo todo esto. Usted no se irá de rositas.

ANA. -¡Chis!... No hay que injuriar.

SOFÍA. -(Sollozando.) ¡Fuera! (A VOINITZEV.) Y tú... también. (VOINITZEV se aparta, se sienta a la mesa y apoya la cabeza en las manos.)

ANA. -(A PLATÓNOV.) ¡Largo de aquí! ¡Idiota! ¿Qué quieres?

PLATÓNOV.-(Se tapa los oídos.) ¿Adónde voy a ir? Estoy aterido... (Va hacia la puerta.) Que el diablo me lleve en seguida...

Escena IX
Dichos. TRILETZKI y YÁKOV

TRILETZKI. -(En el umbral de la puerta, a YÁKOV.) Vamos, ¿me anuncias? YÁKOV. -Mi amo me ha dado instrucciones de...
TRILETZKI.-Ve y bésate con tu amo. Es tan burro como tú. (Entra.) ¿Es posible que no esté aquí? (Se deja caer en el diván.) ¡Es espantoso! (Se sobresalta al ver a PLATÓNOV.) ¡Oh, trágico, tu historia alcanza su punto culminante, ¿no? (Pausa.)

PLATÓNOV. -¿Qué quieres?

TRILETZKI.-Te tumbas aquí, ¿eh? Desgraciado. ¿Cómo no te da vergüenza? Siempre dispuesto a filosofar, a predicar, ¿verdad?

PLATÓNOV. -Háblame como a un ser humano, Nikolai. ¿Qué quieres?

TRILETZKI. -Eres verdaderamente una mala bestia, Platónov. (Se sienta y se cubre el rostro con las manos.) ¡Qué desgracia, qué desgracia! Pero ¿cómo iba a preverse?

PLATÓNOV.-¿Qué ha sucedido?

TRILETZKI.-¿Qué ha sucedido? ¿No lo sabes? Pero esto te concierne... ¡Ya no tienes tiempo! ANA.-Nikolai Ivánovich.
PLATÓNOV.-¿Se trata de Sasha? ¡Habla. Nikolai! ¡Lo que faltaba! ¿Qué le ha sucedido? TRILETZKI.-Ha hervido una cacerola llena de fósforos y se la ha bebido.
PLATÓNOV. -¿Que dices?

TRILETZKI. -(Gritando.) ¡Se ha envenenado con fósforo! (Se pone en pie de un salto, va hacia
PLATÓNOV y agita un papel ante sus ojos. Grita.) ¡Toma..., lee.... lee.... señor filósofo1.

PLATÓNOV.-(Leyendo.) «Suicidarse es un pecado, ya lo sé. Pero, querido, acuérdate de mí. Lo he hecho porque no podía más. Ama a nuestro pequeño Kolia como yo lo amo. Vela por mi hermano. No abandones a nuestro padre. Vive según las Escrituras. La llave del aparador de madera está en mi traje de lana.» (TRILETZKI se derrumba de bruces en el diván.)
PLATÓNOV. -¡Mi tesoro!... ¿Dónde está?... Voy a buscarla. Comenzaremos una nueva vida. TRILETZKI. -Una buena corrección es lo que te mereces. Ponte el sombrero y corramos. Has
destruido una mujer para nada, Platónov. Y, no obstante, todas estas personas que te rodean te
quieren. Consideran que eres un sujeto interesante y que tu mirada se halla oscurecida por un noble dolor. Pues bien: vamos a contemplar sobre el terreno el embrollo que ha provocado este ser excepcional.

PLATÓNOV. -Ya es bastante, Triletzki. Ya son inútiles las palabras.

TRILETZKI.-Fue una suerte para ti que yo saliera esta mañana temprano. De no haberlo hecho así, ella estaría muerta. (Reacción de PLATÓNOV.) ¿Comprendes? Vamos. Vamos. No quieras cambiarla por diez espíritus excepcionales como el tuyo.

PLATÓNOV. -Espera... Espera... ¿Dices que no está muerta?
TRILETZKI. -¿Preferirías que lo estuviera?
PLATÓNOV.-(Grita.) ¡No está muerta! No comprendo en modo alguno... ¿No está muerta?
(Abraza a TRILETZKI.) ¡Está viva! (Ríe.) ¡Está viva!

ANA.-No comprendo nada. Hable más claramente, Triletzki. Estamos hoy todos en ridículo, y a mí no me gusta esto. ¿Qué significa esa carta?

TRILETZKI. -Ella la escribió... Sería póstuma, si yo no hubiese llegado a tiempo. Ahora bien,
no se halla aún fuera de peligro. Necesita grandes cuidados. (A PLATÓNOV.) Te lo ruego, apártate de mí.

PLATÓNOV. -Me asustaste mucho. ¡Dios mío! ¡Está viva aún! Es decir, ¿La salvaste? ¡Querido mío! (Besa a TRILETZKI.) ¡Querido! (Ríe a carcajadas.) Hasta el presente me he burlado de los médicos: ahora tendré confianza en ellos. Aun en ti. La salvaremos. (Besa la mano de ANA PETROVNA.) Voy a volverme loco de felicidad. Agua, querida; un vaso de agua y me voy (ANA coge el jarro y vase.)

PLATÓNOV. -Si ella desapareciese, ¿quién merecería y vivir? Me siento mal. (Se sienta en el diván.) Un momento de reposo y en seguida iremos. ¿Estará muy débil, como es natural?

TRILETZKI.-Sí. Tú pareces sumamente contento.
PLATÓNOV.-¡He sentido tanto miedo!
ANA.-(Que entra y tiende un vaso a PLATÓNOV.) Yo también me he aterrorizado. Debería ser uno más razonable. Bebe.

PLATÓNOV.-(Coge el vaso.) Gracias, querida. ¡Sí, soy un canalla, un canalla sin igual! (A TRILETZKI.) Siéntate cerca de mí. (TRILETZKI se sienta.) Debes de estar muy cansado... Gracias, amigo. ¡Oh, mi mano, mi mano! Dame más agua, Nikolai... ¡La fiebre!... Se me nubla la vista.

TRILETZKI.-(Poniéndole la mano en la frente.) Ahora sí estás enfermo. Tal vez para tu bien. La enfermedad libera frecuentemente a la conciencia.

ANA. -(En voz baja a TRILETZKI.) Váyanse y que Dios le ayude. Les suplico que tranquilicen a Alexandra Ivánovna. (Entra IVÁN IVÁNOVICH)

Escena X
Dichos e IVÁN IVÁNOVICH

IVÁN. -(A medio vestir, con una bata.) ¡Mi Sasha! ¡Oh, mi pequeña Sasha! (Llora.)

TRILETZKI.-¡Sólo tú faltabas!... ¡Vete! ¿A qué has venido?

IVÁN.-Mi Sasha se está muriendo. Quiere confesarse. Temo... temo... ¡Oh, cuánto temo! (Se acerca a PLATÓNOV.) ¡Oh, mi querido Misha! ¡Mi muy querido Misha, te imploro, en nombre del Señor y de todos los santos, que vayas a verla! Tú eres un hombre sabio, inteligente, noble, honrado y generoso. ¡Vuelve a ella! Pero deprisa, y dile que la amas. Por favor, abandona por un instante tus bellas damas románticas. (Arrodillándose.) Mira, estoy de rodillas. Si Sasha muere, estoy perdido para siempre. Misha, mi querido Misha, ven a decirle que la amas, que para ti siempre es tu mujer.
A veces, para salvar a alguien, hay que mentir. Dios sabe que tú eres un hombre de bien, pero di esta mentira para salvar a alguien que te es querido. Hazme esta caridad, en nombre de Cristo. Soy un viejo.

TRILETZKI.-¡Padre!

IVÁN.-No te burles de mí. Estoy temblando. Tiemblo de terror.

PLATÓNOV. -(Riendo.) Muy bien, coronel. ¡Levántese! Iremos a curar a su hija y beberemos un vaso juntos.

IVÁN.-Vamos, vamos, mi noble amigo. Dos palabras tuyas y su vida está salvada. Ningún médico sabría curarla. Es su alma la que hay que salvar. (PLATÓNOV se desploma en el diván.)

TRILETZKI. -(Llevándose aparte a su padre.) ¿Qué has inventado? ¿Quién te ha dicho que morirá? ¡Sasha no corre ningún peligro!... Te debería dar vergüenza haber venido aquí.

IVÁN. -(A ANA.) La cólera de Dios la perseguirá por lo que ha sucedido, señora. Usted ha cometido actos culpables. Platónov es joven e inexperto. Mientras que usted, Diana de fuente de mármol...

TRILETZKI. -¡Vete! ¡Sal de aquí!
IVÁN. -Sí, sí. (A ANA.) El Señor no la perdonará. Su mano caerá sobre usted para castigarla.
TRILETZKI. -(Empuja a su padre a otra habitación.) ¡Espera ahí! (A PLATÓNOV.) Y tú,
¿tienes intención de acompañarme, sí o no?

PLATÓNOV. -Me encuentro muy mal... Estoy enfermo, Nikolai.
TRILETZKI. -Te pregunto si quieres venir o no.
PLATÓNOV. -(Intentando levantarse.) Menos palabras... ¿Qué hacer para que no se me seque la boca? Vamos... Me parece que vine sin gorro... (Se sienta.) Busca mi gorro.

SOFÍA. -Él debía haberlo previsto. Yo me entregaba a él, sin preguntarle... Yo sabía que mataba a mi marido, pero yo... no me detenía ante nada para él... (Se levanta y se acerca a PLATÓNOV.)
¿Qué has hecho conmigo? (Solloza.)

TRILETZKI. -(Agarrándose la cabeza.) ¡Es un asunto espinoso! (Pasea por la escena.)

ANA. -¡Tranquilícese, Sofía! No es hora... Platónov está enfermo...

SOFÍA. -¿Acaso es posible burlarse así de una persona? (Se sienta junto a PLATÓNOV.) Ahora mi vida está perdida... ¡Sálvame, Platónov! ¡No es tarde! ¡Platónov, no es tarde! (Pausa.)

ANA. -(Llorando.) Sofía... ¿Qué quiere usted? Tendrá aún tiempo... ¿Qué puede él decirle ahora? ¿Es que no ha oído..., no ha oído?

SOFÍA. -(A PLATÓNOV.) Platónov, una vez más te lo suplico. (Solloza.)

ANA. -¡Sofía!

SOFÍA. -(A PLATÓNOV.) ¿Partirás conmigo?

PLATÓNOV. -¡Oh..., oh, oh! (Se coge la cabeza con las manos.)

SOFÍA. -(Arrodillándose.) ¡Platónov!

ANA. -¡Es demasiado, Sofía! ¡Levántese! (Ella la levanta y a la fuerza la sienta en una silla.) Existen en el mundo varias cosas que no se deben hacer, porque nadie es digno de ellas. ¡Ni de rodillas!

SOFÍA. -(Llorando.) ¡Ayúdeme!... ¡Suplíquele!... ¡Persuádale!

ANA. -¡Basta! (A TRILETZKI.) ¿Qué se puede hacer, Nikolai Ivánovich?

TRILETZKI. -(Con un gesto, y prosiguiendo su marcha de un lado a otro.) ¿Por qué no se lo pregunta a nuestro estimado Misha?

ANA. -(A VOINITZEV, que llora.) Serguei, sé un hombre. No pierdas la cabeza. Más herida estoy que tú, y ya me ves... ¡Vamos, Sofía!... ¡Qué día! (Se llevan a SOFÍA.)

VOINITZEV. -Obro lo mejor que puedo.

TRILETZKI. -No te entristezcas, Serguei. Tú no eres el primero ni el último. (Vanse todos, llevándose a SOFÍA. PLATÓNOV queda solo.)

Escena XI
PLATÓNOV, solo. Después, GRÉKOVA

PLATÓNOV.-¡Quiero fumar y beber. Nikolai! (Mira a su alrededor.) ¿Dónde están? (Pausa.)
¡Qué embrollo! He destruido a mujeres débiles.... inocentes... Hubiera sido mejor matarlas francamente en su acceso de pasión, a la manera española, más que matarlas estúpidamente a la manera rusa. (Agita una mano ante sus ojos.) Moscas volantes... Nubecillas... El delirio aumenta... Me siento crucificado. (Se cubre la cara con las manos.) ¡Vergüenza! ¡Estoy avergonzado! ¡Sufro de vergüenza! (Pausa.) Debería matarme. (Va a la mesa.) ¡Un verdadero arsenal! (Coge un revólver.) Hamlet tenía miedo de soñar y yo tengo miedo de vivir. ¡Cristo, perdóname! (Se apunta la sien con el revólver.) (Pausa.) No, no puedo. Quiero vivir. (Se sienta en el diván. Entra GRÚKOVA.) ¡Triletzki!... Dame agua... ¿Dónde estás?... ¡Triletzki! (Ve a GRÉKOVA y se echa a reír.) ¡Ah, mi mortal enemiga!... ¿Iremos mañana al Tribunal? (Pausa.)

GRÉKOVA.-Bien seguro que no. Después de tu carta, ya no somos enemigos.
PLATÓNOV.-¡Bah! Eso no cambia nada. Quisiera un poco de agua... GRÉKOVA.-¿Agua?... ¿Qué te Pasa?
PLATÓNOV.-Estoy enfermo... Es que... he intentado matarme. (Se ríe.) No he tenido éxito. (Sarcástico.) ¡El instinto!... El alma persigue un fin; la Naturaleza, otro... Escucha... ¿Quieres escucharme?

GRÉKOVA. -Sí, Sí.

PLATÓNOV. -Estoy enfermo. Sufro... Llévame contigo... a tu casa. GRÉKOVA.-Encantada, sí.
PLATÓNOV. -Gracias, mi inteligente niñita. Un cigarrillo, un poco de agua y una cama...
¿Llueve todavía?

GRÉKOVA.-Sí.

PLATÓNOV. -Nos iremos aunque llueva... y no acudiremos ante el Tribunal de Justicia. ¡Paz! (GRÉKOVA se levanta y le mira fijamente.) Espera.

GRÉKOVA. -No te preocupes por la lluvia. Tengo un coche cubierto.

PLATÓNOV.-Eres admirable... ¿Por qué te ruborizas? No te tocaré. Únicamente besaré tu fresca mano. (Le besa la mano y la atrae hacia él.)

GRÉKOVA. -(Se sienta en sus rodillas.) No.... no..., por favor... (Se pone en pie.) Vamos... ¡Qué extraña mirada! ¡Suéltame la mano!

PLATÓNOV. -Estoy enfermo. (Se levanta.) Vamos... Te besaré en la mejilla entonces... (La besa en la cara.) Nada más. No podría. De todas formas, esto no tiene sentido... En la mejilla... (Vuelve a besarla.) Amo a todos los seres humanos.... y a ti también... No quisiera hacer mal a nadie.... y se lo hago a todo el mundo. (Le besa la mano.)

GRÉKOVA. -Comprendo... Se trata de Sofía, ¿no?

PLATÓNOV. -De Sofía, de Zizi, de Mimí, de Masha... Todas están aquí. (Se toca el corazón.) Amo a todas... Todas me habéis amado... Sí... Y yo las he humillado, y me habéis amado lo mismo... Por ejemplo, había una Grékova... La he humillado... ¡Ah, sí! Tú eres Grékova... ¡Oh, estoy desolado!...

GRÉKOVA. -¿Quién te ha hecho sufrir tanto?

PLATÓNOV. -Platónov. El mundo y Platónov... Tú me amas, ¿verdad? Confiésalo. No deseo más. ¿Tú me amas? ¡Dímelo!

GRÉKOVA. -Sí. (Apoya su cabeza sobre el pecho de PLATÓNOV.) Sí.

PLATÓNOV. -(Besándole la cabeza.) Me aman todas, todas... Y cuando me encuentre mejor, las corromperé. ¡Es mi destino!

GRÉKOVA. -Me es igual. No pienso en lo que hayas sido... Para mí eres el único ser del mundo... No quiero nada más sino que estés conmigo... Harás de mí lo que quieras. (Llora.)

PLATÓNOV. -Comprendo al rey Edipo, que se sacó los ojos. ¡Qué ruin soy y cuán profundamente comprendo mi ruindad! ¡Apártate!... Estoy enfermo. Libérate. Me marcho mañana...
¡Perdóname, María Yefímovna! Me estoy volviendo loco. ¿Dónde está Triletzki? (Entra SOFÍA YEGÓROVNA.)

Escena XII

Dichos y SOFÍA YEGÓROVNA. SOFÍA se acerca a la mesa y busca en los
cajones GRÉKOVA. -(Cogiendo a PLATÓNOV de la mano.) ¡Chis!... (Pausa. SOFÍA coge un revólver, dispara contra PLATÓNOV y yerra el tiro. GRÉKOVA se interpone entre PLATÓNOV y SOFÍA gritando.) ¿Qué hace usted? ¡Salga! ¡Salga pronto de aquí!

SOFÍA.-¡Déjeme!... (Anda alrededor de GRÉKOVA y dispara a quemarropa al pecho de
PLATÓNOV.)

PLATÓNOV. -Espera, espera... ¿Qué has hecho? (Se derrumba. Entran corriendo ANA PETROVNA, IVÁN IVÁNOVICH, TRILETZKI y VOINITZEV.)

Escena XIII

Dichos. ANA, IVÁN, TRILETZKI y VOINITZEV. Después, los criados y MARKO

ANA. - (Arranca el revólver de manos de SOFÍA y lo tira al diván.) ¡Platónov! (Se inclina hacia él. VOINITZEV se cubre el rostro y se vuelve hacia la puerta.)

TRILETZKI. -(Inclinándose hacia PLATÓNOV y desabrochándole despacio la levita.) ¡Mijaíl
Vasílievich! ¿Me oyes? (Pausa.)

ANA. -¡Por amor de Dios, Platónov!... Misha... ¡Misha!... ¡Pronto, Triletzki!
TRILETZKI. -(Grita.) ¡Agua!
GRÉKOVA. -(Dándole un jarro.) ¡Sálvale! ¡Sálvale! (Pasea por la escena.
TRILETZKI bebe agua y tira el jarro.)

IVÁN. -(Agarrándose la cabeza.) Ya dije que moriría... ¡Bien, ya está muerto!... (Se arrodilla.)
¡Dios todopoderoso! ¡Está muerto!... (Entran corriendo YÁKOV, VASILI, KATIA y el cocinero.)

MARKO. -Vengo de parte del juez de paz... (Pausa.)

ANA. -¡Platónov! (Este medio se incorpora y pasea su mirada por todos.)

ANA. -¡Platónov!... Esto no es nada... Bebe agua.

PLATÓNOV. -(Señalando a MARKO.) Dadle tres rublos. (Cae y muere.)
ANA. -¡Valor, Serguei! Todo esto pasará, Nikolai Ivánovich... Todo esto pasará... ¡Valor!...

KATIA. -(Inclinándose a los pies de ANA.) ¡Yo soy la culpable! ¡Yo traje la carta! Me dejé tentar por el dinero, señora. ¡Perdóneme, me arrepiento!

ANA. -No pierda el ánimo... Hay que tener valor... Se curará...
TRILETZKI. -(Grita.) ¡Ha muerto!
ANA. -¡No, no! (GRÉKOVA se sienta a la mesa, examina un papel y llora amargamente.)

IVÁN. -Reposo eterno a los santos... ¡Ha muerto!... ¡Ha muerto!...
TRILETZKI. -La vida no vale un comino... ¡Adiós, Misha!...
VOINITZEV.-¿Qué hacer, Nikolai?
TRILETZKI.-¡Enterrar a los muertos y recomponer a los vivos!

ANA.-(Se levanta despacio y se dirige hacia SOFÍA.) ¡Cálmese, Sofía! (Solloza.) ¿Qué ha hecho usted? Pero...., pero..., ¡cálmese! (A TRILETZKI.) Nikolai Ivánovich, no diga nada a Alexandra Ivánovna. Se lo diré yo misma. (Va hacia PLATÓNOV y se arrodilla ante él.) ¡Platónov! ¡Vida mía!... No lo creo. ¡Tú no has muerto! (Le coge la mano.) ¡Vida mía!

TRILETZKI. -Manos a la obra, Serguei. Ayudemos a tu mujer, y después...
VOINITZEV.-Sí, Sí, Sí... (Va hacia SOFÍA.)
IVÁN.-Por los pecados... Por mis pecados... ¿Por qué pecaste, viejo bufón? Maté a seres divinos, me embriagué, blasfemé, censuré... Dios no lo soportó y me destrozó.