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22/4/20

Osvaldo & Zenaida o "los apartes". Jean Tardieu



Osvaldo & Zenaida

o "los apartes".
Jean Tardieu

Presentador.- (En el proscenio, con las cortinas cerradas) En esta breve pieza se toma como punto de partida un viejo recurso conocido como el aparte. Se exagera el uso de los apartes en contraste con la escasa utilización de los parlamentos en "voz alta".

El presentador se retira.

Salón burgués en el campo, 1830. Al levantarse el telón Zenaida arregla unas flores. Está sola y triste en su ensoñación.  Tocan a la puerta de la derecha. 


Zenaida.- (En voz alta) ¿Quién es? 
(Aparte.) ¡Con tal de que no sea Osvaldo, mí prometido! No me puse el vestido que le gusta. Además, ¿para qué? ¡Después de todo lo que ha ocurrido!

Voz de Osvaldo.- (Afuera)¡Soy yo, Osvaldo!

Zenaida.- (Aparte.) ¡Ay, es él, Es Osvaldo! 
(En voz alta) ¡Entre, Osvaldo!
(Aparte.) ¡Oh, qué suerte la mía! ¿Qué podré decirle? ¡Jamás tendré el valor de revelarle la 
triste verdad!

Osvaldo.- (Entra, permanece un momento en el umbral. En voz alta.) ¡Zenaida! 
(Aparte.) ¿Qué más puedo decirle?¡Tan confiada, tan inocente! ¡Jamás tendré la crueldad de confesarle la grave decisión que han adoptado en contra de ella!

Zenaida.- (Acercándose a Osvaldo y dándole la mano a besar.) ¡Buenos días Osvaldo!
(Aparte, mientras Osvaldo le besa la mano con fervor.¿Es posible que todo se haya terminado? ¡Ah, mientras él oprime mi mano entre sus labios,
diosmío, no prolongues más mi suplicio y haz que este minuto, largo como un siglo, se deslice veloz como el alción sobre el mar espumoso!

Osvaldo.- (Levantándose, mientras Zenaida retira graciosamente la mano. Alto, suspirando.) ¡Buenos días Zenaida! 
(Aparte.) ¡Ah, ese gesto gracioso y espontáneo, más elocuente que el discurso más largo! Siempre amé el silencio que crea a su alrededor: silencio animado por misteriosas palabras que el oído no escucha pero que el alma comprende .

Zenaida.- ¡Siéntese usted, Osvaldo! 
(Aparte.) ¡No habla, el desdichado! Me parece oír su corazón, late con golpes precipitados, al mismo ritmo que el mío. ¡Y no obstante, él todavía no sabe nada y cree aún en nuestra unión! (Se sienta.)

Osvaldo.- (Sentándose.) ¡Gracias, Zenaida! (Aparte.) ¡Esta  silla seguramente a sido colocada aquí por ella, para mí! ¡La pobre niña me esperaba, ignoraba la razón de mi visita!

(Cinco campanadas se escuchan)

Zenaida.- (Melancólica.) ¡Las cinco! 
(Aparte.) ¡Pero en mi corazón ha caído ya la noche!

Osvaldo.- (Despreocupado.) ¡Ah, si, las cinco!
(Aparte.) ¡Para mí, el alba de los condenados!

Zenaida.- Todavía es de día. 
(Aparte) Pero las flores cierran sus corolas, mi abuelo prefiere los guisantes dulces y el jardinero guarda sus herramientas.

Osvaldo.- (Alto, suspirando.) ¡Es la primavera, Zenaida! (Aparte, sombrío, casi delirante.) ¡En las Antípodas, reina el invierno! En el Congo, los lapones se embarcan en la icebergs; en China, los bávaros beben cerveza en las tabernas; en Canadá, los españoles bailan la seguidilla.

Zenaida.- (en voz alta, suspirando.) Sí, aún es de día. (Aparte, extraviada.) ¡Este silencio me sofoca! El bastón de mi tío tiene el puño de oro, la marquesa sale a las cinco, mi razón se extravía ¿Debo decirle todo? ¿O devorar mis palabras y enloquecer hasta perder el habla?

Osvaldo.- (Tierno) ¡Es de día! Ya lo dijo usted,

Zenaida. (Aparte.) Y ahora me vuelvo brutal. ¡Fuego y demonio, sangre e infierno! ¡Las brujas vuelan al aquerrale, la Luna corre por los campo!... ¡Será mejor que le revele el secreto que me ahoga!

Zenaida.- (Aparte.) ¡No puedo más!

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Es intolerable!

Zenaida.- (Aparte.) ¡Muero!

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Enloquezco!

Zenaida y Osvaldo.- (Aparte y al mismo tiempo.) ¡Ay, mi fa-mi-lia-no-quie-re-que-me-ca-se-con-ti-go!


(Seis campanadas suenan)

Zenaida.- (En voz alta.) ¿Decía usted?

Osvaldo.- (También en voz alta.) ¿Yo? ¡Nada!

Zenaida.- Ah, bueno, creí...

Osvaldo.- . Es decir...

Zenaida.- .¿Qué?

Osvaldo.- . Poca cosa.

Zenaida.- ¿Y luego?

Osvaldo.- Tonterías

Zenaida.-  ¿De veras?

Osvaldo.-  Sí, de veras. Además, le escribiré.
(Aparte.) ¡Ojalá y mi carta no llegase jamás a su destino y se hundiese en el abismo del olvido, mientras yo me interno en las arenas de Australia, a la búsqueda de un tesoro menos precioso del que pierdo!

Zenaida.- ¡Quizá contestaré su carta!
(Aparte.) ¡Será la última carta que le escribiré al mundo, antes de enterrar en un convento mi juventud desesperada!

Osvaldo.- (Emocionado.) ¡Hasta la vista, Zenaida!
(Aparte.) El panadero amasa el pan, la caballista monta a caballo, el navegante busca la ruta, las chimeneas humean, el sol brilla, pero yo, ¡debo decir adiós a la doncella que amo!

Zenaida.- (Emocionada.) ¡Hasta la vista, Osvaldo!
(Aparte.)  
No sé qué pensar, ni qué decir, ¡soy como la hoja otoñal  que cae sobre el estanque, medianoche! 



(La puerta se abre y aparece el jovial el señor Pommechón.)

Pomméchon.- ¡Ah, los pequeños! ¡Ya los vi, ya los vi!

Zenaida.- (Aparte.) ¡Cielos, mi padre!

Osvaldo.- (Aparte.) ¡El que hubiera podido ser mi suegro!

Pomméchon.- ¡Bueno, bueno! ¡Tranquilícense! ¡No me los voy a comer, caramba! A su edad y en su lugar, ya hace mucho tiempo que... la hubiera besado.

Zenaida y Osvaldo.- (Alto y simultáneamente.) Pero, ¿y eso qué significa?

Pomméchon.- Significa, mis tórtolos, mis burritos, que han sido víctimas de una pequeña broma. Significa que he aparecido para arreglarlo todo. Vengo de parte de tu madre (A Zenaida.) y de tu padre. (A Osvaldo.) Habíamos decidido someter sus sentimientos a prueba. Cuando ustedes creían que todo estaba perdido, su tristeza nos demostró que la atracción que los une no era uno de esos fuegos de artificio, una de esas nubes de verano, ni uno de esos afectos que duran un día... Pero, se ¿quedan callados? ¡Caramba! Parece que la sorpresa los ha petrificado.

Zenaida.- (Aparte.) Oh, Dios, ¿es posible dicha semejante?

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Bendito sea el día en que la abuela de mi novia engendró a mi suegro!

Pomméchon.- ¡Vaya, vaya! Veo que la emoción le ha cortado el aliento. ¡Caramba! A su edad, y en su lugar, yo hubiera saltado al cuello e mi amor. En fin, no insisto y los dejo entregados a su alegría. Mañana hablaremos de la boda... si es que para entonces ya recobraron el uso de la palabra. ¡Hasta la vista, mis niños, mis pequeñitos!

(Acaricia la mejilla de Zenaida con rudeza, da una palmada a Osvaldo y sale de escena, riendo.)

(Silencio. Zenaida y Osvaldo se quedan de pie, frente a frente.)

Osvaldo.- (En voz alta.) O primavera! Gioventú dell’anno! O Gioventú! Primavera della vida!

Zenaida.- (Aparte.) No comprendo lo que dice, pero un acento de alegre virilidad resuena en sus palabras. 
(En voz alta.) Oh! who is me to have seen wath I have seen, to see wath I see!

Osvaldo.- (Aparte.) ¿Qué dice? ¿En qué lengua desconocida habla? ¡Oh música de la voz bien amada! Su melodía hace vibrar nuestra alma, a pesar de que no comprendo sus palabras. 
(En voz alta) ¡Son las cinco,  Zenaida!

Zenaida.- (Aparte.) Error. Se equivoca de hora, pero debo aprender a no contradecir a mi marido. (En voz alta.)  ¡Pues sí, ya llego la noche, Osvaldo!

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Diablos, no, todavía es de día! ¡pero nunca hay que contradecir a las mujeres! 
(En voz alta) ¡Mira, es bueno darse cuenta que ya me perteneces, ángel querido!

Zenaida.- (Aparte.) Otro error: él es el que me pertenece, pero ¡qué importa! 
(En voz alta.) ¡Es bueno darse cuenta, sí, finalmente estamos aquí nosotros, tú y yo

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Dijo nosotros! ¡Ella es para mí, yo para ella, nosotros para nosotros!
(Alto.) ¡Para siempre!

Zenaida.- (Aparte.) ¡Hasta el fin de los siglos! 
(En voz alta.) ¿Toda la vida?

Osvaldo.- (Aparte.) ¡Hasta la muerte!