DIEGO DE LANDA
O LA TARDE DEL SACRILEGIO
OBRA DE TEATRO EN UN ACTO
de GILDA SALINAS
Gilda Salinas |
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DIEGO DE LANDA
O
LA TARDE DEL SACRILEGIO
Personajes:
Fray Diego de Landa. 38 años, franciscano, viste sayal y guaraches, y vestirá como obispo en la última escena, lleva bastón de obispo.
Fray Pedro de Ciudad Rodrigo: 30 años, franciscano, viste igual que Landa.
Es el espejo de Landa en la escena 8, así que deberá tener el mismo corte de pelo, con la coronilla rapada.
Es el obispo Francisco Toral y vestirá como tal.
Juan Nachi Cocom. 45 años. Príncipe del linaje cocom. Viste una especie de sayal blanco suelto de manta y guaraches.
También es el sacerdote maya o chilán. Y viste como tal, con la cara pintada de rojo y guaraches más elegantes y tocado.
Gaspar Antonio Chi. 35 años, alto y atlético, cabello largo trenzado y corto en la coronilla. Principal del linaje de los xiu. Viste igual que Juan.
También es un príncipe xiu: Jacinto Xiu y viste como tal, los guaraches son distintos y trae un bastón de mando y tocado.
Escenario:
Hay un doble escenario, el principal es un refectorio en el claustro de un convento ubicado en Maní, Yucatán. De altas paredes y arcos, las paredes son de piedra y estuco, el piso también es de piedra. En una pared hay un gran crucifijo que puede no verse pero se adivina porque los sacerdotes pasan frente a él y se hincan (o semi) y se persignan. El mobiliario es una mesa rústica de madera, que hace las veces de comedor y escritorio, y una banca también rústica. Sobre la mesa hay una jarra de barro con agua y un vaso de barro.
El otro escenario es atrás de la pared posterior del convento, que en realidad es una falsa pared para hacer teatro de sombras cuyas escenas y necesidades se van señalando en la obra, pero deberá tener fácil acceso para que los actores puedan participar en uno y otro escenario.
Época:
1562, y la última escena 1573.
Entra fray Diego de Landa al refectorio del convento de Maní, es evidente que acaba de llegar de un viaje en una zona calurosa, está sudado y trae las sandalias llenas de lodo; tras él viene Juan Nachi Cocom; aunque es un príncipe maya, instruido y educado, muestra temerosa humildad; también lleva los huaraches lodosos y trae un atado de ropa del religioso (un sayal) a la espera de que éste le indique qué hacer con eso.
Escena uno
Landa: ¡Fray Pedro!, ¡ya estamos en Maní! ¡Habemos llegado!
Pedro: (En off) ¡Acudo presto, fray Diego!
Landa bebe agua de la jarra de barro y se seca la cabeza con un pañuelo, Juan quiere pedir agua y no se atreve. Pedro de Ciudad Guzmán entra presuroso, se ve preocupado. Arrastra tras de sí un costal de cierto peso que deja a sus pies, luego besa la mano de Landa haciendo una sencilla genuflexión. Cuando Juan detecta cuál es el contenido de la costal da un paso atrás con temor y respeto, los franciscanos no notan su actitud.
Pedro: Alabado sea. ¿Habéis tenido buen viaje?
Landa: Agora no es tiempo de chirinolas. ¿Por qué la urgencia? ¿Es lo que me temo?
Pedro: (Mueve la cabeza asintiendo apesadumbrado) ¡A resultado peor de lo que pensábamos, reverendísimo! ¡Mucho peor!
Landa: Hablad ligero, fray Pedro, ¿qué sucede?
Pedro: Ansí que avanzamos en las indagaciones, ansí que más los interrogamos a unos e otros, más culpables, más ritos, más herejías aparecen...
Landa: ¡¿Cómo es posible?!
Pedro: Las herejías se multiplican, incluso los adoctrinados tienen contagio.
Landa: ¡Dios sacramentado! ¿Les habéis puesto en penitencia como os he dado conseja?, ¿les habéis...
El indio se incomoda.
Pedro: Todo, fray Diego, habémosles hincado sobre piedras calientes e también cortado hasta el cráneo esos los cabellos que crían como mujeres.
Landa: ¿Han pagado penas pecuniarias?
Pedro: De cinco fanegas de maíz, cinco de frijol e otras de sus cosechas, pero...
Landa: Habrá que buscar casa por casa e cueva por cueva para encontrar esas herejías del demonio e acabar con los apóstatas que...
Pedro: No sirve. ¿Cuántos ídolos habéis hecho?, pregunto. Cinco, ocho, tres, cualquier cantidad. Traedlos presto para destruirlos o pagaréis con más penitencias. Entregan esos ídolos e hacen otros peores, más terribles, con la fiereza de Lucifer en las caras, los ojos, los colmillos.
Dice y muestra el contenido del costal: son ídolos de 30 cms., de barro rojo, y negro y también de palo, figuras zoomorfas, en efecto, con algo de fiereza animal, algunas tienen huellas de sangre. Juan se aleja de los frailes y suelta el sayal sobre la banca como si quemara; está amedrentado, y sobre la siguiente acción de Landa reprimirá la reacción de contenerlo. Landa toma una de las figuras y su actitud de ofendido sube de tono conforme la analiza hasta que la azota desesperado.
Landa: Qué agro me suena vuestro testimonio, hermano, había pensado que las idolatrías eran cosa pasada.
Pedro: Todos pensamos que ansí había sido, reverendísimo.
Landa: Y he aquí que los adoctrinados siguen también con falsos papas. (Indignado) ¿Será que jamás cabrá en ellos la enmienda?
Pedro: Los culpables han sido los más principales y los chilanes, que les han llenado sus cabezas a los indios con supersticiones; aquestos siguen a sus sacerdotes por ignorancia.
Landa: No... no están errados de ignorancia sino de gran malicia.
Toma otra figura y la estrella, sobre lo que dialoguen Pedro y Landa, Juan recogerá con disimulo un tepalcate, se herirá una oreja con él y embarrará su sangre en el pedazo de barro, todo esto con gran reverencia. Es recomendable que Juan esté en el frontis del lado derecho, viendo al público.
Pedro: ¡Es de no creerse! Ya munchos de ellos se confesaban y algunos recibían el Santísimo Sacramento...
Landa: Concertamos, fray Pedro, munchos están ya más expertos en estas cosas que alguna gente labradora de nuestra España.
Pedro: ¿Cómo es posible que tengan la habilidad de renegar de la verdadera fe?
Landa: ¡Y facer nuevos pactos con el demonio!
Pedro: ¡Qué acaecerá agora, reverendísimo!
Landa: Yo mismo he de interrogarlos. ¿De cuáles linajes habéis...
Pedro: Xíues, pero también hay cheles, peches y cocomes.
Juan y Landa reaccionan al oír la palabra “cocomes”. Se escuchan en tercer plano percusiones con un sonido violento, tal vez acompañado del cascabel de una serpiente. Hay un cambio brusco de luz, el escenario se vuelve una zona oscura, brotan los pensamientos de los personajes. No se escucharán entre ellos, así que no hay diálogo, y su expresión corporal deberá ser diferente a la anterior, un cambio tan brusco como la luz, una tarea escénica que evidencie el sentimiento de cada uno. Al mismo tiempo se ilumina el ciclorama del fondo y se verá la silueta de un hombre que hace movimientos de venado herido, nervioso, asustadizo, que trata de esconderse.
Juan: (Honda pena) Ha de mis hermanos, pobres indios del Mayab, la tierra de los pocos, la tierra de los escogidos...
Landa: (Traicionado) ¡Los cocom! ¡Mis más amparados! Después de haberos dado tanto. Si fueran cupules o cochúas, pero son cocom. ¡Malos hijos habéis resultado!
Pedro: (Insidioso) Es desbarato que este indio escuche las abusiones de los suyos...
Juan: El Mayab, la tierra que ha bebido por largo tiempo la sangre y las lágrimas de sus hijos... los hijos que traicionaron a sus dioses.
Landa: Muchas veces castigados y perdonados y han hecho peores engaños, peores que antes.
Pedro: ...porque de lo malo se hará fruto...
Juan: Dos años ha que no duermen los cocom con sus mujeres porque no echen al mundo más esclavos.
Landa: ¡Debo facer que confiesen y denuncien a sus cómplices aunque acabe con Maní! Perdonad sus pecados, Dios de justicia. ¡Ilumíname!
Pedro: ...mayas, tarascos o mexicanos, todos los indios son iguales, ignorantes y traidores.
Landa: ¡Debo facer que escupan sobre sus ídolos!
Juan se detiene en medio de la estancia, muestra el guijarro —ahora rojo encendido— hacia los cuatro puntos cardinales y lo deja en el suelo. El venado se va borrando al volver la iluminación al escenario y la percusión hace fade out. Los personajes vuelven a la posición y a la expresión que tenían antes de entrar en la zona oscura. Pedro hace señas a Landa de que despida al maya, éste asiente en señal de comprensión. Juan capta el gesto, va hacia Landa y se arrodilla frente a él mientras dice:
Juan: Es Ekuuayayab. Son el diablo, yunk’in, padrecito nuestro, son los aluxes, es el huay de la discordia padrecito nuestro.
Landa: Escuchadme, Juan Nachi Cocom, porque habéis de repetir mis palabras a los tuyos: la idolatría es una enfermedad y el evangelizador es un médico.
Juan: (Con temor) Sí, enfermedad; los yunk’in sois los médicos que manda el Dios verdadero.
Landa: Hay que facer nuevos escarmientos para alejar de ustedes tan grandísimas bellaquerías.
Juan: Más escarmientos, padrecito nuestro, más hambre, más castigo.
Landa: (Se ve confundido entre humanidad y convicción religiosa, triunfa la segunda. Levanta la cara del maya para que lo vea. Misericordioso) ¿No veis que sólo la cristiandad los engendrará en gracia para gozar de la vida eterna? (lo persigna). Levantad y retiraos, ya os llamaré.
Juan besa la mano del sacerdote y hace mutis hacia el interior del convento sin darles la espalda, semi flexionado.
Pedro: Debo deciros, reverendísimo, que al parecer la sangre encontrada en los ídolos no sólo es de animales. Tal vez se hayan mortificado las carnes o...
Landa: (Alarmado) ¡Traed al señor más principal de inmediato!
Pedro hace mutis. Landa está alterado y empieza a sentir problemas para respirar a causa de su asma, trata de tranquilizarse, camina, se persigna, después se hinca ante el crucifijo a rezar con fervor. Conforme avance el rezo irá respirando más tranquilo hasta normalizarse.
Landa: Creatore Divinus, que tal has sufrido e tal has tenido que remediar en nuestros tiempos, para que advirtiéndolo con entrañas cristianas te veneremos: yo te suplico comedimiento para los pecados de esta gente... o para los nuestros. Que no falten en lo comenzado e así vuelvan a sus miserias e a sus yerros e les acaezcan cosas peores, Jesús crucificado, tornando los demonios a las casas de sus almas, de donde con trabajosos cuidados hemos procurado echarlos limpiándoselas e barriéndolas de sus vicios e malas costumbres pasadas. Porque en esta tierra no puede faltar tu iglesia ni tu palabra: Dominus reliquisset, sictus Sodoma fuissemus.
Respira hondo y sigue rezando en silencio mientras la luz se va desvaneciendo.
Escena 2
Se ilumina el frontis, Jacinto Xiu llega al área de luz, les habla a los mayas con la solemnidad y las maneras que un señor principal usa para dirigirse a su pueblo. Dice dirigiéndose al público, arengándolo, señalando y buscando reacciones. Habla indignado.
Jacinto: ¿Se ha empolvado la memoria de los viejos y el origen de nuestro linaje? ¿Les han horadado la cabeza para sacar los recuerdos? ¿Piensan acaso que nacimos esclavos? Estos, los españoles, los blancos, los hombres de la cruz de palo han quemado vivos a varios principales, ahorcaron a nuestras mujeres y de los pies colgaron a nuestros niños los hijos. En Verey, ¿lo recuerdan?, ahorcaron a dos doncellas nada más por ser muy hermosas. Por todo el mayab han caminado los dzules cortando brazos y piernas y narices y los pechos de nuestras mujeres para luego echar sus cuerpos mutilados a las lagunas hondas con calabazas atadas a los pies. Vuelvan los ojos atrás, habitantes de Maní, la casa real de los Tutul Xiu, y vean a los intrusos que dieron estocadas a los niños, que les cortaron la cabeza a los niños, a nuestros hijos. Esto hicieron los hombres blancos con la cruz y con la espada, el olor de la matanza aún está vivo. En este nuestro tiempo los extranjeros de vestidos largos destruyen nuestros dioses, nuestras fiestas, la veneración que le debemos a Itzamná, el gran creador, para imponernos a un dios que no es nuestro, que no entendemos, ¡que no nos habla! Un dios que fue hombre, pero que ahora está muerto. Su dios muerto es. ¿Puedes acaso venerarlo tú? ¿Tú? ¿Tú?
Antes vivíamos juntos en pueblos, con la tierra limpia de malas plantas, con árboles de frutas, con nuestros linajes y nuestros sacerdotes y nuestros templos... ¿recuerdas ese tiempo? Y sembrábamos algodón y maíz. ¿Qué tenemos hoy más que la servidumbre a los absolutos señores, los encomenderos y los frailes que quieren que todo se enderece a su ganancia y tributos?
¡Los llama y los conjura el corazón de su hermano, que canta entre ustedes en la sombra, como el pájaro xkok de los campos dormidos! ¡Llenen su voluntad de claridad! Levantemos un Mayab nuevo sobre la ceniza caliente del tiempo que es.
El techo de la tierra es azul para que en él descansen los ojos que se elevan al cielo. Nuestros señores del cielo mirarán otra vez por nosotros si sabemos honrarlos, si sabemos agradecerles haciendo los sacrificios antes de entrar en guerra.
Se raja el abdomen que sangra visiblemente, del costal que quedó en el escenario Jacinto va tomando ídolos para mojarlos con su sangre y luego colocarlos, ceremoniosamente, en círculo alrededor de Landa, que sigue orando con los ojos cerrados. Al terminar hará mutis.
En paralelo la luz del frontis disminuye y se ilumina el ciclorama, vemos que un fraile azota a un indio hincado que tiene las muñecas atadas a un palo. Atrás de ellos otro indio pende del techo atado también por las muñecas. Se escucha magnificado que el látigo parte el aire y se escucha cuando azota la carne; así mismo se escuchan las quejas contenidas del azotado cada vez que cae el látigo. Sobre estas DOS acciones se oirán las plegarias de Landa, que irán subiendo de volumen empezando bajo pero audible.
Landa: ...se puede gloriar España en Dios, pues la eligió de entre tantas naciones para remedio de estas gentes.
San Gregorio Dice: “No nos fuera de mucho provecho nacer si no viniésemos a ser de Cristo, bien nuestro redimidos”. ¿Qué fruto nos trae el ser redimidos si no conseguimos el fruto de la redención que es nuestra salvación? E así yerran mucho los naturales que dicen que han recibido vejaciones e agravios e malos ejemplos de nosotros, tantos que hubiera sido mejor no les haber descubierto. ¡Vejaciones e agravios los que unos a otros facen perpetuamente matándose, haciéndose esclavos e sacrificándose a los demonios!
Altísimo, os suplico que me deis gracia; que a ejemplo tuyo haga de todo experiencia de servirte e guardar tus santos mandamientos e halle yo el bien de tu gracia para mi alma, por haberme librado del pecado en el que veo andan tantas muchedumbres de gentes, caminando para el infierno, lo cual es tan grave dolor que no sé a quién no quiebra el corazón ver la mortal pesadumbre e intolerable carga con que el demonio ha siempre llevado e lleva a los idólatras al infierno; e si esto, de parte del demonio que lo procura e lo face, es crueldad grande, de tu parte, Divino Verbo, es justísimamente permitido, pues si los indios no quisieren se regir por la luz de la razón que les habéis dado, comiencen en esta vida a ser atormentados e a sentir parte del infierno que merecen e...
Entre Pedro apresurado dando voces:
Pedro: ¡Fray Diego! ¡Reverendísimo!
Landa se santigua y va a su encuentro.
Landa: ¿Qué acontece agora?
Ven que están rodeados de ídolos. Se desconciertan y asustan. Esta vez el ataque de asma de Landa es imparable, se le desorbitan los ojos con el ahogo, ve a su compañero buscando ayuda. Pedro no sabe cómo auxiliarlo, trata de soplarle con las faldas de su sayal, es absurdo, trae agua y la lleva de regreso, le abre el sayal para liberar el pecho. Landa se va encuclillando, Pedro trata de enderezarlo, fray Diego lo rechaza angustiado y busca el suelo para tenderse boca arriba.
Pedro: ¡Ave María purísima! ¿En qué puedo ayudaros, reverendísimo?
Landa: Alejad estos ídolos infernales, desaparecedlos, por el amor de Dios.
Pedro: ¡¿Pero cómo vinieron a...
Landa: ¡No importa! Luego... alejadlos...
Pedro recoge los ídolos con premura, los guarda en el costal y hace mutis cargándolo. Landa irá respirando mejor aunque todavía le silba el pecho. Pedro vuelve, toma el sayal que quedó en la banca y lo pone bajo la cabeza de Landa.
Landa: (Aún con problemas) ¿Qué era el motivo de vuestro apuro, fray Pedro?
Pedro: Después, padre, cuando os...
Landa: Agora. ¡Hablad!
Pedro: (Dudoso) Un principal e dos vasallos de los que retuve en una celda han huido al monte e se han ahorcado.
Landa: ¡Qué blasfemia! Vayamos a... (Se incorpora, el pecho aún le silba, trata de caminar, está mareado, Pedro lo contiene.)
Pedro: Recuperaos, fray Diego, dejad el interrogatorio para mañana, os lo suplico. Pueden tomar vuestro ahogo con superchería.
Accede por necesidad, frustrado, tiene actitud corporal y cara de enfermo. Ambos frailes salen hacia el interior del convento, los ahogos de fray Diego magnificados se seguirán escuchando a pesar de haber salido.
Escena 3
Hay un cambio de luz que indica el paso del tiempo. Entra Pedro con el maya Jacinto Xiu casi a rastras, atado por las muñecas. Apenas se le ha hecho costra en la herida del abdomen y en la espalda son evidentes los latigazos que están en carne viva, es obvio que ha recibido tormento, camina con dificultad, sin embargo mantiene un actitud digna y trata de permanecer erguido. Pedro lo obliga a hincarse. Casi de inmediato entra Landa, se ve repuesto.
Landa: ¿Acaso sois vos, Jacinto Xiu? (Al cielo) ¡Dadme sabiduría, Señor... y templanza! (Al maya) Levantaros, por favor.
Jacinto se levanta con dificultad y sostiene la mirada de Landa, casi lo reta.
Landa: ¡Tan noble cacique! ¡Y evangelizado! ¿Cómo habéis me podido facer esto? ¿No os he llenado del amor del Dios verdadero?
El maya no responde, sigue sosteniéndole la mirada.
Pedro da vueltas alrededor de ambos, siempre estará azuzando.
Landa: Ah, príncipe Xiu, ahau Xiu, duro será vuestro castigo en la tierra, pero más lo será en el infierno en donde pagarás por vuestras idolatrías...
Pedro: ¡Y también por las de vuestras gentes!, por les haber llevado de nuevo al pecado. Les engañáis con ritos idolátricos y agüeros y abusiones. ¡Supercherías!
Landa:¿No veis que los pobres indios son salvables a maravilla y que los engaños son tantos e tan bastantes que la gente simple por seguiros se pone como vos, en manos del demonio?
El maya sigue viéndolo fijo sin inmutarse.
Pedro: ¡Respondedle al reverendísimo, renegado!
Pedro empieza a echar un poco de sal de grano sobre las heridas de Jacinto, lo hace con desprecio y con rabia. Jacinto reacciona con leve expresión corporal, pero no se queja ni cambia de actitud.
Landa: ¿No os duele el corazón por vuestras traiciones a mí, que soy como un padre para vosotros? ¿Vas agora, además, a pecar de soberbia?
Pedro: Hablad antes de que os cueza la espalda con la sal.
Jacinto: Cosa dura servir a los extranjeros donde nosotros somos señores.
Landa: ¿Crees que lleva razón vuestro reclamo?
Jacinto: (Piensa) ¿Para qué quieres los oídos, sacerdote, si no puedes escuchar?
Landa: Les habemos dado tal acrecentamiento con la nuestra nación española, que no lo pagan con lo que dan o darán a los españoles.
Las tres líneas siguientes las dicen de manera simultánea o traslapada.
Jacinto: (Piensa) ¿Para que quieres el entendimiento, sacerdote, si no eres capaz de entender?
Pedro: (Piensa) So bestia, merecéis cocerte en sal.
Landa: A vosotros les han ido sin paga las cosas que no se pueden comprar ni merecer, que son la justicia e la cristiandad e la paz en que ya viven. ¿Es que acaso no os dais cuenta?
Jacinto: (Piensa) ¿Para que quieres lo ojos, sacerdote, si no te sirven para ver?
Pedro: ¡Decís bien, fray Diego! Estos indios deben más a España, a los españoles e a los muy católicos reyes de ella que a sus primeros fundadores, malos padres que los engendraron en pecado e hijos de la ira.
Al decirlo talla la sal en la espalda de Jacinto, éste no puede evitar la reacción; Landa repara en el castigo excesivo que le inflinge Pedro, rodea al maya, ve por vez primera sus heridas, se sorprende y detiene la mano del franciscano con un poco de violencia.
Jacinto: Vosotros no habéis traído la vida eterna sino la muerte eterna.
Pedro: (Justificándose) Escuchad cómo blasfema, reverendísimo.
Landa: (Buscando entender al maya) Le estoy escuchando.
Jacinto: Nos quemáis nuestros árboles de fruta e nuestros pueblos para juntarnos a los conventos que construimos por mandato, e la libertad es grata cosa al hombre que daprecia los conventos.
Pedro: ¡Apóstata!
Landa: Dejad que hable.
Jacinto: Los nuestros, nuestras hermanas y nuestros hermanos, se mueren de la tanta tristeza por sus tierras, por sus casas, por los muertos.
Landa: ¿Cuáles muertos?
Jacinto: Los que quedaron enterrados allá, los que escribieron los libros sagrados.
Pedro: ¡Hacedlo callar, fray Diego!
Landa: Jacinto, hijo...
Jacinto: Los libros que eran de gran sabiduría, los libros que eran la casa de las palabras sagradas que guardaron los secretos, tenían palabras de verdadera luz; ella misma alumbraba para ser leída.
Landa: Sólo la palabra de dios es luz de vida.
Jacinto: (Pesca la mano de Landa y lo acerca a él) ¿De vida? Cautivos los nuestros se mueren de la tanta tristeza.
Landa: (Se suelta) Obraría en vos la razón si no usaran esa libertad para volver a las supercherías. Yo no quiero haceros mal sino bien.
Jacinto: Toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono.
Landa: ¿Vais a hablar con acertijos? Yo he procurado entender e saber muchos vocablos para mejor les predicar la santa palabra.
Pedro: Cierto. El custodio e provincial fray Fiego de Landa ha escrito la doctrina e las artes sólo para les enseñar la vida de los santos como si fuerais humanos.
Jacinto: (Piensa) Muy dulce y muy sabroso fue aquello que tragaron, pero lo vomitarán los codiciosos, los usurpadores, los intrusos.
Pedro: ¿O no habéis recibido trato de humano?
Jacinto sonríe y afirma con la cabeza con sorna.
Landa: (Toma el argumento de Pedro como tabla de salvación contra sus culpas) ¡Más que humano! Habéis sido como mis hijos. Tengo para mí creído que nunca os he desamparado, que cuando los encomenderos os han querido quitar la doctrina para que trabajéis sin descanso habémosles denunciado al alcalde.
Pedro: Sí. Os habemos tratados como hijos de Dios, así lo ha ordenado el rey.
Jacinto: (Reacción violenta) ¿No prometió vuestro rey que seríamos pagados por la mucha fidelidad? ¿El pago son los azotes, los tributos, la esclavitud? Falso es vuestro rey e falso es vuestro dios: tirano en su trono, avariento en sus flores.
Landa: Perdonad aquesta lengua, Señor, Ser e Vida de mi alma.
Jacinto: ¡Vuestro Señor! ¡Golpeador del día, afrentador de la noche, magullador del mundo!
Pedro: ¡Sois el demonio mesmo!
Jacinto: Torcida es la garganta de vuestro dios, floja es su boca. No hay verdad en las palabras de vuestro rey, no hay verdad en las palabras de vuestro dios, no hay verdad en vuestras palabras.
Pedro se va sobre Jacinto para abofetearlo, éste le pesca la mano en el aire y despacio lo irá dominando, con dignidad, viéndolo a los ojos, en un cambio de ritmo. Al mismo tiempo Landa se irá a sentar a la banca y esconderá la cabeza entre las manos.
Landa: ¡Callad!, ¡no quiero castigaros más!
Jacinto: Tendréis que matarme. Si me dejáis vivo...
Pedro: (Resentido) ¿Vais a ahorcarte?
Jacinto: No. Los que huyeron al monte y se ahorcaron hoy descansan con la diosa Ixtab, era su tiempo; el mío no ha llegado.
Pedro: ¿Queréis morir en la hoguera, entonces? (Landa reacciona alarmado. Jacinto guarda silencio, Pedro lo toma como una debilidad y arremete.) En otras provincias otros frailes han procesado e dado muerte a los caciques por sus idolatrías. ¿Eso queréis que hagamos con todos vosotros?
Landa: Hermano Pedro...
Jacinto: Los de esta tierra fuimos dados a los encomenderos, los dzules pueden facer de nosotros lo que quisieren, darnos la vida o la muerte; dadme la muerte entonces, no quiero la vida que ofrecéis.
Landa: Me obligáis a tomar justicia, príncipe Xiu, vos sois noble y entendido. Si habéis renegado de la fe arrepentios, confesad vuestra apostasía, aceptad el castigo e mis brazos estarán prestos a acogeros de nuevo.
Pedro: Pero tendréis que denunciar a los otros idólatras.
Jacinto: No hay verdad en las palabras de vuestro dios y no hay verdad en vuestras palabras.
Jacinto repetirá y repetirá la misma frase, Pedro empieza azotarlo con un látigo, pero no logra que se calle. Landa sale huyendo. Cambio brusco de luz. Se escucha un grito rabioso al fondo del escenario. Jacinto se desvanece. Pedro saca el cuerpo a rastras. La luz empieza a disminuir en el frontis, se ilumina el ciclorama y vemos que Landa entra en su celda, se pone frente a un altar y empieza a darse latigazos mientras reza en latín, se escuchan sólo un murmullo y algunas palabras salpicadas como fingere, admonere, mea culpa, inmensus, tan magnus quan, y también se escuchan las expresiones de dolor y su llanto contenido.
Escena 4
Un chilán o sacerdote maya entra al escenario con la cara pintada de rojo y cargando un sahumerio de barro en el que se están quemando bolas de copal, se sienta a la mitad del espacio y pone el brasero frente a él. Hay una “X” de luz roja que va hacia las diagonales y cuyo centro es el sacerdote maya. Del refajo saca una bolsita de yute con granos de maíz, los deja caer sobre su mano y de ahí al suelo para que se escuche la lluvia de grano.
Chilán: He aquí a Cinchahau Izamná. He aquí los cuatrocientos quince granos de maíz tostado para hacer la bebida que hemos de ofrendarle. Hay que ofrecer semillas de pepita a Zacacantún para que este demonio salga y nos deje sahumar a Cinchahau Izamná. Hay que sacrificar a un perro... para ofrecerle la sangre a Zacacantún. A Cinchahau Izamná le ofrecermos sólo la sangre de la garganta del animal, la pondremos en la boca del dios para que hable la piedra. ¡Traigan a las viejas!, ¡que bailen las viejas! Los dzules no prevalecerán. ¿Dónde está el dulce de pepita? Hay que engañar a Zacacantún, hay que engañarlo con falsas ofrendas y sacarlo al patio. Allá que le bailen las viejas, afuera, que las viejas bailen sobre la arena del patio y Zacacantún piense que allá es su adoratorio.
Ah, Cinchahau Izamná, medido estaba el tiempo en que pudimos encontrar el bien del sol. Los buenos señores de las estrellas tenían la sabiduría, lo santo, no había enfermedad... andábamos con el cuerpo erguido; pero vinieron los dzules en el primer tun de la era Buluc Ahau del mismo mes Pop, que es el primero de nuestro año, de nuestro tun, y nos enseñaron el temor, la vergüenza... marchitaron las flores, chuparon hasta matar la flor de los otros porque viviera la suya. Hoy, que a punto estamos de empezar otro ciclo del tzolk’in, veo al fuerte señor de Kakucapat que vuela sobre nosotros en su nube roja. La lanza es recta como la voluntad y ligera como la juventud.
La luz del ciclorama empieza a desvanecerse y los lamentos y latigazos de Landa dejan de escucharse. Hace fade in muy suave el sonido de un caracol. El chilán se levanta y da vueltas sobre sí mismo imitando un astro que crece y se expande hasta que queda abierto en X señalando hacia los cuatro puntos cardinales. Mientras está en esa postura entra otro indígena y pone dos libros sagrados en dirección de los pies del sacerdote, luego trae tres ídolos que entrevera con los libros y hace mutis. El chilán sale de trance y se pone en cuclillas con gran veneración. Fade out del caracol. Antes de abrir el libro de su derecha el chilán se corta la oreja, moja la cara de los ídolos con su sangre y luego abre el libro. Juega los granos de maíz como arena y luego los echa al sahumerio. Hace movimientos de manos parecidos al humo. Deberá ser un mago en función. Predice lo siguiente en tono solemne.
Chilán: Antes de que el mes Pop vuelva a empezar se quebrará el rostro del sol, el rostro del kin caerá rompiéndose sobre el dios de la cruz de palo. Cinco kines, cinco días será mordido el sol y será visto. Los dioses están aprisionados en las estrellas, las estrellas son el llanto de los hijos del mayab. Han de secarse los ojos y han de sonar las palabras para alumbrar las estrellas, entonces los dioses serán libres y verán otra vez por nosotros. Las palabras suenan todavía y son como luciérnagas que alumbran, el caan de las estrellas se alumbrará con las piedras blancas de las santas ciudades muertas que viven hoy en soledad, bajo los árboles del bosque que han crecido para esconderlas. Es tiempo de ofrendar a nuestros dioses; ¡caputzihil! ¡Es tiempo de nacer de nuevo!
Se inclina hacia los cuatro puntos cardinales en X y luego toma el sahumerio para ofrecerlo al cielo (el caan) y así se queda mientras el otro indígena entra a llevarse los libros sagrados y después los ídolos y entonces sale el sacerdote, todo con mucha solemnidad.
Escena 5
Entran al escenario Landa y Pedro, llevan hojas antiguas escritas con pluma de ave, son los testimonios, las confesiones. Se sientan ante la mesa. Landa hojeará los papeles sobre el diálogo. Conversan preocupados.
Landa: Sin embargo esta gente ha creído siempre en la inmortalidad del alma.
Pedro: No sé si esta gente tiene alma, reverendísimo.
Landa: Vamos, fray Pedro, ¿para qué eran sus fiestas? Para tener gratos e propicios a sus dioses cuando tenían necesidades o pestilencias o disensiones o esterilidades.
Pedro: Sí, pero habemos obrado munchos años de trabajo e nos vienen a engaño, no aceptan que sus dioses han sido inventados por Lucifer.
Landa: Ya os he explicado, hermano, que están errados de gran malicia.
Pedro: El demonio sopla atrás del oído de los chilanes e los huay e los chaces para que ellos amasen esas figuras de barro. ¡Nuestras cruces e medallas son imágenes santas, no engaños!
Landa: No es a mí a quien habéis de convencer, hermano, me indigna tanto como a vos éste ir para atrás.
Pedro: Bien sabemos, reverendísimo, que los indios son dados a aplacar los demonios sacrificándoles animales e derramando su sangre e afligiéndose con ayunos e abstinencias carnales e más...
Landa: Lo sé, hermano, antes, olvidada toda natural piedad e toda ley de razón, les hacían sacrificios de personas humanas con tanta facilidad como si fueran aves.
Pedro: ¡E tantas veces cuantas lo malvados chilanes les decían que era menester o a los señores se les antojaba!
Landa: Lo sé bien. Pero no es el caso agora.
Pedro: Me dice el entendimiento que sí, que es posible que hayan vuelto a esas prácticas criminales.
Landa: Es duro de creer, fray Pedro.
Pedro: Y más duro de aceptar, padre. Ya he enviado a los niños para que busquen e presten oído.
Landa: Sólo en ellos podemos confiar, bien hecho.
Pedro: Si no fuera por nos les haber arrebatado a sus hijos para adoctrinarlos en los conventos nunca hubiésemos descubierto a los renegados.
Landa: Lleva razón la medida, ha sido sabia e de gran ordenanza.
Pedro: Los niños no mienten, los niños no creen en idolatrías.
Landa: Son la nueva semilla, la nueva gente de los confines.
Mientras los franciscanos siguen conversando se empieza a iluminar el ciclorama: sobre el diálogo se verá que dos chilanes amarran a un niño en una cruz de madera imitando la crucifixión. Antes de elevar la cruz le sacarán el corazón para ofrendarlo a un ídolo. Después elevarán la cruz y se postrarán a adorar al sacrificado. Es la máxima expresión del sincretismo e irá acompañada de plegarias en voz muy baja, como murmullo, y del sonido de un tuncul o tamboril. Es obvio que los franciscanos no escuchan.
Pedro: Quitad la semilla podrida entonces, mandad a los peores apóstatas al presidio de la ciudad de Mérida e olvidaros de ellos para siempre. Allá que paguen sus pecados en la hoguera.
Landa: ¿Y dejar que las almas de estos desdichados se quemen en el infierno? No podría. Si habemos de empezar de nuevo, fray Pedro, así será.
Pedro: Pero es lo que ellos quieren, padre, les habéis dado la oportunidad de ser salvos y mal os han pagado.
Landa: Recordad las palabras de Jesús a sus discípulos (se persigna): “En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes e si bebieren cosa mortífera no os hará daño...” ¿No miráis cuánta verdad hay en ellas para nos facer nuestros trabajos, fray Pedro?
Pedro: ¿Hasta cuándo? ¿Cuántas veces?
Landa: Las que Dios disponga. ¿A qué os obliga Él que no podáis muy cumplidamente hacer?
Pedro: Pero reverendísimo, no hay animal o sabandija al que no le armen una estatua. Bien saben que son obras suyas, muertas e sin deidad, pero ansí las tienen en reverencia.
Landa: El demonio nunca se harta con todo eso, ansí como tampoco se harta de les llevar con él a los infiernos donde eternalmente los atormenta. Estamos aquí para evitarlo.
Pedro: ¿E cómo? No han sido suficientes los castigos: les habemos mancado al colgarlos de las manos con pesos en los pies.
Landa: (Casi en un murmullo) Callad.
Pedro: (Parece no escucharlo) Sobre las heridas del látigo habemos les quemado con cera de candelas, con sal, con cal.
Landa: Callad, hermano.
Pedro: Han muerto en el tormento o se han colgado o se han vuelto locos por...
Landa: (Se levanta y golpea la mesa) ¡He dicho que cerréis la boca!
Pedro se sorprende, no sabe cómo reaccionar, empieza a ordenar los testimonios mientras Landa respira hondo temiendo otro ataque de asma.
Landa: (Recobrando la serenidad) La fe nos abrirá el entendimiento e tendrá a bien librar a los indios por siempre, en nombre del Cristo piadoso que tuvo por misericordia hacerse sacrificio en la cruz al Padre de todos.
Esta frase debe coincidir con el momento en que sube la cruz en el ciclorama y se hará una larga pausa mientras los indígenas veneran al crucificado. Landa volverá a sentarse y terminará dando unas palmadas en el hombro de Pedro que continúa afligido. En cuanto empiece el diálogo siguiente entre los franciscanos se apagará el ciclorama de golpe y callarán las voces y sonidos.
Pedro: Sea como vos mandéis, reverendísimo, perdonad mi soberbia.
Landa: No soy nadie para perdonaros. Si en esta vida es gran vergüenza e confusión, en la venidera lo será mayor ver que halle el demonio quién le sirva fielmente.
Pedro: ¿Y si pudiésemos facer en Maní un escarmiento como lo dio fray Juan de Zumárraga?
Landa: Pudiese ser... pero... ahora debo pasar a otro cuidado. Dejadme solo, hermano... y llevaros las confesiones, que hemos de enjuiciarlas.
Escena 6
Landa medita preocupado, entra Juan Nachi Cocom corriendo, está feliz.
Juan: ¡Ha ocurrido el milagro, yunk’in, padrecito nuestro!
Landa: ¿De qué milagro habláis, hijo?
Juan: ¡El milagro! ¡Le han crucificado como murió el niñito Jesús!
Landa: ¡¿Qué decís, insensato?! ¿A quién han crucificado?
Juan: A un niño de linaje maya, para que pueda ser adorado.
Landa: ¿Cómo? ¡Dónde! (lo sacude por los hombros) ¡Hablad!
Juan: (Inseguro) En... un templo antiguo, uno nuestro.
Landa: ¿Quién ha podido facer tan pestífero sacrilegio? (lo cachetea desesperado y luego lo abraza) ¿Quién ha sido?
Juan: (Asustado) Dijo el chilán, dijo el chace, dijo el cristianizado que vos, padrecito nuestro, has mandado a los pueblos, el xiu de la doctrina.
Landa: (Amenaza con otro golpe) ¡Mentís para mortificarme, indio mala entraña! ¡Confesad! ¿Qué espantoso pecado habéis...
Juan: El niño, yunk’in, padrecito nuestro, muerto en la cruz... dijeron los viejos, dijeron los muertos que están en el mitnal atormentados...
Landa da vueltas por la estancia con principios de asma. Juan sigue explicando en voz más alta.
Juan: ...por los demonios con grandes necesidades de hambre e frío e cansancio e tristeza, padrecito nuestro, yunk’in nuestro, mea culpa (se arrodilla y empieza a golpearse el pecho) mea culpa, mea culpa.
Landa: (Sale apresurado dando voces) ¡Fray Pedro! ¡Fray Pedro! ¡Venid presto o todos arderemos en el infierno!
Juan: (No entiende, trata de ir tras Landa, se angustia, dice justificando) ¿No comprendes, padrecito nuestro? Si ofendemos a los dioses seremos castigados por los demonios del mitnal, si ofendemos al dios blanco seremos castigados por los demonios de la cruz de palo. Sabio remedio juntar los linajes y los dioses con la religión de los dzules. Tú nos enseñaste al niño Jesús, padrecito, ya es nuestro niño Jesús. ¿Por qué no comprendes, dzul yunk’in?
Juan se va haciendo chiquito, temeroso. Se escuchan en off latigazos, lamentos de hombres y mujeres, se escucha que se rompen figuras de barro. Se enciende el ciclorama y se ven las siluetas de algunas cruces y crucificados, niños y doncellas, la silueta de Landa entra al ciclorama seguida de la de Pedro. Diego se hinca y empieza a rezar y a llorar. El movimiento de Landa coincide con el de Juan que también se hinca y se pone a llorar mientras reza. Tarea escénica: Se irá abriendo muy despacio la camisa para mostrar el cuerpo pintado de azul añil, se pondrá en pie, se quitará el calzón y también estará pintado todo de azul; por último tomará pintura para embarrarse en la cara y en las manos. El azul añil es el color que usan los que van a ser sacrificados y el sacrificador.
Juan: Niñito Jesús el que seas, el del hombre blanco o el crucificado cocom que también te fuiste al cielo: consuela a mis hermanos, pobres indios del Mayab, la tierra de los pocos, porque es de mucha tristeza, me parece a mí, que en medio de tanta pena por los castigos y la esclavitud, ahora el amor de nuestros hijos sea ya perdido. Tu viste con los ojos de las estrellas que los arrancaron de los brazos de nuestras mujeres para traerlos a sus conventos y hablaron tantas palabras de miel a sus oídos que ya no nos conocen, que ya se olvidaron de contentar a Itzamná Kinich Ahau, el ojo del Cielo que todo lo ve. El agua bañó los corazones de nuestros hijitos y se han ido olvidando del nombre de nosotros sus padres y del sabor de la libertad, prefieren estar presos. Hoy hablan sólo con las sombras, y los indios del mayab lloramos por ese dolor y para eso crucificamos, para recuperar a nuestros hijos, a nuestros dioses, nuestra libertad y nuestra tierra, la virgen nuestra madre tierra. Perdona tanta ingratitud, niñito Jesús, y no mandes más desgracia; haremos nuevos y mejores sacrificios, después de sacarles el corazón tiraremos a las doncellas sin mácula al zenote de Chichén, te traeremos la flores más perfumadas y oradaremos nuestros miembros para que las fuerzas divinas sigan encargándose del universo y de la reproducción de la vida en la tierra del Mayab.
Se van apagando el ciclorama, los lamentos y todos los sonidos en off, y vuelve a escucharse el caracol en una nota prolongada. Juan se levanta como autómata, toma una escoba y barre, hace mutis barriendo; la luz del escenario también se va apagando.
Escena 7
Se ilumina el escenario, entran Pedro y Landa con documentos lacrados y hojas de papel escritas que ponen sobre la mesa.
Pedro: ...han dicho que también esos principales que están enterrados en campo santo murieron como idólatras.
Landa: Pues habemos de desenterrarlos e quemar sus huesos con todos los haberes del maligno que les arranquemos.
Pedro: ¿En dónde, aquí en el convento?
Landa: He decidido llamar al alcalde mayor e a los encomenderos.
Pedro: ¿En representación de los reales?
Landa: Así es. Yo, definidor e custodio, habré de actuar como juez ordinario de la Santa Inquisición.
Pedro: ¿Lo veis? Más se logra por el temor que por la misericordia.
Landa: Hay que facer un grandísimo acto de fe en la plaza principal de Maní.
Pedro: ¿Vais a quemarlos en la hoguera?
Landa: No, Dios nos libre. Voy a quemar los restos de los difuntos renegados junto con los ídolos y todas las bellaquerías.
Pedro: ¿E los otros?
Landa: A los apóstatas vivos habrá que desterrarlos e recluirlos en cepos. A los principales los mandaré a Mérida para ser juzgados.
Pedro: Iremos de cueva en cueva arrebatando sus demonios de barro.
Landa: (Con indecisión) ¿Sabéis en dónde guardan sus libros de cosas antiguas?
Pedro: Sí, me ha dicho Gaspar Antonio Chi que los tienen enterrados en las casas de los principales e de los chilanes, también en las casas de los viejos o en los templos proscritos.
Landa: Habrán de facer los detenidos trabajo forzoso sin tregua, así caigan muertos, hasta que entreguen sus libros antiguos que no tiene otra cosa que superstición y falsedades del Lucifer.
Pedro: Será un acto de contrición ejemplar. Voy me a ver al alcalde. (Toma los papeles y hace mutis apresurado y satisfecho).
Apenas dicho esto Landa se transforma en lo que es: juez ordinario de la Santa Inquisición, dirige los trabajos para la gran quema, parece enajenado. Pedro hace mutis con los papeles. Entran Juan Nachi Cocom y Gaspar Antonio Chi, traen arrastrando, con gran reverencia y pena, costales llenos de ídolos, Landa les indica en donde ponerlos y los manda por el resto, ellos salen y entran de nuevo con costales de vasijas, braseros, copal, maíz, jícaras, calaveras de venado y de perro; siguiendo las instrucciones del franciscano ponen ramas y otros productos flamables en el centro de lo que será la hoguera; por último entran con varios códices sagrados y los depositan en el suelo, a los pies de Landa, su pena es evidente y se quedan flanqueando al sacerdote muy afligidos. Landa se santigua y luego ordena que Gaspar Antonio Chi le traiga una antorcha encendida, la eleva de manera solemne, EN ESE MOMENTO se enciende el ciclorama y una sombra que reproduce a Landa hace los mismos movimientos que él en una acción de espejo. El sacerdote prende la hoguera, pero es en el ciclorama donde se produce una gran luz roja con estruendo de fogonazo y con la iluminación se simulará el fuego de la hoguera. Landa se ve soberbio, exaltado y por momentos frenético. Todo el tiempo que dure el acto de fe estará propenso a tener otro ataque de asma.
Landa: ¿Por ventura, Señor, ignoras la medida de mi vaso e la cantidad de mis miembros e la calidad de mis fuerzas? ¿Acaso, Señor, me faltáis vos en mis trabajos? ¿No sois vos cuidadoso padre de quien dice el santo profeta en el salmo: “con Él soy en la tribulación e trabajo”? Recibid, pues, padre glorificado, este acto de contrición por las graves ofensas de estos pecadores. ¡Que el fuego del infierno acabe aquí en la tierra con tan grandes farsas y farsantes!
A dos manos deja caer en la hoguera todas las jícaras e ídolos de barro. En el momento en que caen empiezan los lamentos de los mayas, los que están en el escenario y voces en off. En cuanto Landa ve que arden vuelve la mirada al cielo.
Landa: Recibe, Señor de los ejércitos, este acto de fe.
Los seis diálogos siguientes se dirán de manera simultánea en diferentes tonos e intensidades de tal forma que todas las voces sean escuchables.
Juan: ¡Que aparezcan los aluxes a tomar venganza! ¡Asístenos Cuculcán!
Gaspar: Perdón Ekchuh. Perdón Hobnil. Perdón Chac.
Landa: ...para expiar los trabajos y servicios que estos indios facen al demonio con muy largos ayunos y vigilias y abstinencias, ofrendas y presentes de sus cosas...
Gaspar: Tuya es la culpa, Uuayayab, que tienes miedo de los corcovados invisibles.
Juan: ¡Habrán de juntarse en el centro del mundo Kan, Muluc, Ix y Cauac!
Landa: ...con derramamientos continuos de su propia sangre, con graves dolores y heridas en sus cuerpos, y lo que es peor y más grave, con las vidas de sus prójimos y hermanos.
Juan: Perdón, gran Itzamná Kinich Ahau, creador de todo. (lo repite como eco bajando la voz hasta que se pierde).
Gaspar: Perdón a los bacabes, es tiempo del emkú (lo repite como eco bajando la voz hasta que se pierde).
Landa: El demonio nunca se harta. Mejor os aplacáis vos, Dios de misericordia, que a voces mandasteis al gran patriarca Abraham que no extendiese su mano para quitar la vida a su hijo, porque estabais determinado a mandar al vuestro al mundo e dejarle perder en la cruz de la vida, ansí que viesen los hombres que para el hijo de Dios eterno es pesado el mandamiento de su padre.
Ya ha terminado de lanzar vasijas, ídolos y demás, quedan los códices. Uno por uno los tomará con decisión, pero esta vez el espejo tiene autonomía: toma el primer códice, lo abre, acaricia sus páginas, lo abraza y se niega con movimientos de cabeza a lanzarlo al fuego aunque terminará haciéndolo después de un rato hasta volver a ser el espejo. Los indígenas empiezan a llorar en voz alta y suben de intensidad los lamentos en off, hay bullicio, llantos; Landa lanza el primer libro sagrado, el fuego lo devora, se escucha una especie de rugido, vuelan los pedacitos de papel quemado, el franciscano se pone frenético y arroja otro y otro y otro códice hasta acabar con ellos, los papelitos vuelan, el fuego crepita; sobre estas acciones los mayas seguirán llorando y lamentándose.
Gaspar: Ah, se incendian los libros sagrados que los hombres del templo rociaban con agua de cobre y con jugo de hierbas ácidas para que se guardaran en su materia.
Juan: Ah, se queman los libros que el santo sol podía ver de día o de noche, cuando la vida es nueva.
Gaspar: Ahau can may ha perdido la llave de las ciencias.
Juan: Ya nadie, nunca, sabrá que nuestros señores vinieron del medio día a poblar Mayapan.
Gaspar: Iremos a un lugar más bajo que el mitnal, y más que todos los demonios Hun hau habrá de atormentarnos por siempre.
Landa: ¡Ardan todos sus libros de cosas antiguas e sus ciencias escritas en esas sus letras! No tienen más que falsedades de Luzbel. ¡Eso es, ingratos! Sentid pena a maravilla. ¡Sentidla! ¡Arrepentios y serás salvos!
Se van apagando los sonidos, la lluvia inversa de papelitos cesa. Los mayas se retiran cabizbajos, el ciclorama se va apagando, Landa jala aire hasta que calma el asma y recoge de en medio de la hoguera un códice semi quemado. Sobre la hoguera no encendida del escenario cae una manta pesada gris oscuro que aparente cenizas.
Landa: Habemos quemado los ídolos, las vasijas e los pergaminos arrebatados e robados a los ahuacanes; la tradición de milenios es la clave para descifrar la escritura en cuyos misterios duerme la historia de Mayapan, hoy Mayapán ha perdido su historia. He cumplido, Dios de bondad.
Abraza el códice quemado y se va trastabillando hasta un rincón donde se desnuda el torso. Baja la iluminación y queda una luz cenital sobre el sacerdote. Se pone un cinturón de silicio y lo irá apretando mientras dice buscando convencerse y consolarse. Hay dolor..
Landa: Señor, vos sois aquel de quien dijo el profeta, lleno de tu santísimo espíritu, que finges trabajo en tu mandamiento e tal es, Señor, que los que no han gustado de la suavidad de la guarda e del cumplimiento de tus preceptos trabajo hallan en ellos; pero, Señor, trabajo fingido es, trabajo temido es, trabajo de pusilánimes es, e témenlo los hombres que nunca acaban de poner la mano al arado de cumplirlos. Los que disponen la guarda de ellos dulces los hallan, en pos del olor de sus ungüentos se van, su dulcedumbre los refrigera a cada paso e mucho más gustos experimentan cada día. (Empieza a gemir). Quiten ya los hombre la tibieza de sus corazones e los temores al trabajo de esta santa Ley de Dios para que no se vuelva mansedumbre de las almas e los cuerpos. (Llora) Si de esto tuviere culpa alguna, mandadme Señor la luz para poner el remedio. Si no tuviere culpa mandadme templanza para quitar este peso de mi corazón.
Abraza el códice quemado y empieza a llorar, acaricia sus hojas, vuelve los ojos al cielo y abraza otra vez el libro.
Escena 8
Entra al convento un sacerdote vestido de obispo, busca a Landa. Sobre sus palabras el franciscano se pondrá en pie sin entender quién y para qué lo llama, caminará hacia él primero con curiosidad y sobre lo que escuche se irá indignando tanto que empezará con un nuevo ataque de asma.
Toral: ¡Fray Diego! De nada sirve que os escondáis, ¡salid!, os lo ordeno yo, el obispo Francisco Toral. No teníais autoridad para los tantos desbaratos que habéis hecho. Hasta España han llegado los rumores de vuestra crueldad.
Landa: ¿Quién? ¿Qué suce...
Toral: Por suerte he arribado a tiempo de detener la ejecución. Los principales que enviasteis a Mérida no irán a la hoguera como era vuestra voluntad e designio.
Landa: Señor, permitid que...
Toral: ¡Basta de sentencias! ¿Queréis aumentar en vuestra conciencia el número de muertos e lisiados? ¿Queréis que sigan huyendo a los montes para no enfrentar vuestra ira sin medida?
Landa: Qué facer si...
Toral: Estos indios son como niños, no tiene discernimiento ni maldad. No habéis obtenido más que falsas confesiones por miedo a vuestro ensañamiento.
Landa: ¿Falsas decís?
Toral: ¡Sacerdote iluso! Los pobres indios fabricaron ídolos para daros gusto, fabricaron culpas para daros gusto. Vos los pusistéis en manos del demonio. Viajaréis a España a enfrentar un juicio.
Landa: ¿Juicio por evitar que los mayas ardiesen en las llamas infinitas del infierno, señor obispo?
Toral: Juicio porque en lugar de les dar a conocer a Dios...
Landa: ¿Yo, que he evangelizado, que he fundado pueblos, ciudades, escuelas?
Toral: Vos, que en lugar de les atraer a nuestra madre iglesia de Roma les habéis mancado, lisiado, les habéis echado a la hoguera.
Landa: Vuestra excelencia no conoce a los indios (empiezan los ahogos).
Toral: Vos tampoco. Preparad vuestro equipaje, el rey os espera en España.
Landa: Permitidme explicaros (más ahogo) que...
Toral: No estoy pidiendo explicaciones, dadlas en donde os las piden. Acatad las órdenes, ¿entendéis que soy vuestro superior?... ¡Saldréis en el próximo navío!
Landa aún trata de defenderse, pero es víctima del ataque de asma, busca la ayuda del obispo que se mantiene incólume y ajeno. El ahogo lo manda al suelo; resuella a gatas, desesperado. Juan Nachi entra buscándolo y va en su auxilio, lo ayuda a recostarse boca arriba.
Landa: (Entre ahogos) Oh, Señor Dios mío, hombre, ser e vida de mi alma, santa guía, camino cierto de mis costumbres e consuelo de mis consuelos, perdonad mis pecados y asistidme en la hora de mi...
Juan: Perdón, padrecito nuestro, perdón.
El sonido de su ahogo es estridente, al igual que la angustia. Entra Gaspar y con su ayuda los dos cargan y sacan a Landa. El obispo está acalorado, se abanica y seca el sudor; ve las paredes del convento y el montón de cenizas, reprueba el aspecto del sitio; se medio hinca y persigna frente al crucifijo, después grita.
Toral: ¡Fray Pedro de Ciudad Rodrigo! ¿En dónde estáis? ¡Tenéis un juicio que enfrentar en España! (Sale en su busca ubicándose y viendo hacia todos lados).
Escena 9
Hay un cambio de luz que indica el paso del tiempo: 10 años. Entra Juan al convento vacío, en él vemos el paso del tiempo: su ropa ya no es tan blanca como antes. Entra Gaspar, también está más viejo. Entre ambos arrastran el montón que guarda códices y tepalcates hasta sacarlos del escenario, Juan regresa con la escoba y barre apresurado.
Gaspar: (Entra contento) ¡Ya viene llegando! ¡Huay! ¡Deja la escoba!
Juan la avienta fuera del escenario y ambos se paran a los costados de la puerta de acceso
Entra fray Diego vestido de obispo, respira hondo, ve las paredes y luego descansa la vista en los mayas, refleja gusto y cariño; ellos se hincan a sus pies, felices de tenerlo cerca, y besan la orilla de su traje.
Juan: Gracias por volver, padrecito nuestro.
Landa los persigna.
Se escucha, muy suave, un canto en maya acompañado de instrumentos prehispánicos.
La luz va disminuyendo hasta el oscuro total.
GUIÓN DE LUCES
Luz ámbar 1
Luz roja 2
Luz blanca 3
Luz verde 4
Luz azul con un poco de rosa 6
Cenital (especial) 7
Después de la segunda llamada se enciende la luz 7
Antes de terminar la melodía (7:30”) se enciende 1 y 7 NO HAY 3ª llamada.
Entra el actor a escena.
Entra el actor a escena.
PÁGINA PIE CAMBIO
P 7 Escena III Luz 4
P 9 Escena IV Luz 1 y 3
P 11 Escena VI Luz 4 y 3 al 20%
P 12 Escena VII Luz 1 y 2
P 14 Escena VIII Luz 1 y 3
P 15 TEXTO El Café de la Reina Negra del Padre F Luz 2 y 3 al 20%
P 16 “” ¡Joseph Fox! ¿Sigues en la línea? Luz 1 y 3
P 18 Escena X Luz 4
P 18 TEXTO Era un día de abril, se escuchaba la lluvia Luz 1, 3, 4 y 6
P 20 “” ¡Suficiente! Tengo derecho de réplica Luz 1 y 3
P 21 “” “Plegarias atendidas” pero desde ese momento Luz 1, 3 y 7
P 22 “” ¿Por qué extravié la pasión y la poesía de mi... Luz 7, 8 y 6 al 30%
P 22 Escena XIII Luz 1, 3 y 7
P 23 ACOTACIÓN EN TEXTO Pausa. La luz es muy escasa. Luz 7 y 1 al 40%
GUIÓN DE ESCENOFONÍA
TRACK DURACIÓN PÁGINA PIE
I 2:30” 2 Primera llamada 3:40”
HASTA... Segunda llamada 7:30” FADE CON LUCES
II 6 timbrazos 2 Ve sonar el aparato ...
**el favor de responder.
**el favor de responder.
III 42” 4 Pero la lista de los escritores que am
**gotear en nuestras mañanas. EN FADE
**gotear en nuestras mañanas. EN FADE
IV 34” 5 Ve las cajas desperdigadas y el vacío...
**hacer un pequeño sacrificio.
V 1:06” 7 Un huerto de flores y naranjas,
**realeza, tiranos y gente chic. EN FADE
VI 20” 8 Saca de su bolsa un papel de coca,
**lo usa con un billete enrollado.
VII 36” 9 después baila tap
**aplaca su corazón a dos manos.
VIII 1:24” 11 Sirve y bebe otro vaso de wisky
**y mascaba tabaco de buena marca. EN FADE
IX 12” 12 con Joe Capote
**ríe, aplaude.
X 5 timbrazos 14 Suena el teléfono
**lo deja sonar hasta cinco veces.
XI 40” 17/18 Cuelga el teléfono y se queda observándolo,
**No me falló la intuición EN FADE
XII 60” 22 y empezar de nuevo. (Pausa)
**No existen los hubiera EN FADE
XIII 60” 23 Tragaré litros de alcohol y fumaré
**El actor está de espaldas atrás. PAUSA
XIII 3:25 23 soy un gran maestro SE SUELTA LA PAUSA