TRAS UNA PUERTA
CERRADA
Egon Wolff
PERSONAJES
JORGE
RODRIGO
ESCENA PRIMERA
El living de un departamento puesto de manera convencional.Sobre una mesa
baja, entre los sillones, una bandeja con pasteles.
Ante la ventana, mirando a alguien que ve abajo en la calle, está parado Jorge. Sonríe. Luego va hacia la bandeja, la recoge, vuelve con ella y le muestra
su contenido al de abajo, invitándolo a servirse. Debe insistir amistosamente y
ser muy persuasivo para conseguir su fin.
Luego vuelve siempre sonriendo y se sienta en uno de los sillones, a esperar.
Después de un rato suena el timbre de la puerta de entrada).
JUAN: ¡Pasa! (Debe repetir la exhortación) ¡Pasa! ¡La puerta está sin llaves! (Se
abre la puerta. En el umbral, Rodrigo de overall blanco, limpio. Señalando
los pasteles) ¡Pasa y sírvete! (Rodrigo avanza con precaución. Titubea.)
RODRIGO: ¿Cuál?
JORGE: El que tú quieras. (Rodrigo se sirve. Jorge observa su reacción). ¿Está
bien?
RODRIGO: No está mal. ¿De qué son? ¿Huevo moll?
JORGE: Sí. Supongo que sí. No sé de pastelería. (Rodrigo se sirve de otro.)
RODRIGO: (Con la boca llena.) ¿Siempre mira así... Por la ventana?
JORGE: (Sonriendo.) ¿Están para eso, no?
RODRIGO: (Agarrando otro.) Si no me para, me los sirvo todos. Soy como tonto
para lo dulce.
JORGE: Mejor así. Hay otros que son como tontos para lo amargo.
RODRIGO: (Sonriendo.) Sí.
JORGE: ¿Por qué pateabas ese neumático?
RODRIGO: ¿Cómo dice?
JORGE: ¿Qué porqué pateabas ese neumático, de ese auto... Con tanta rabia?
RODRIGO: ¿Usted me vio?
JORGE: Bueno. ¿Miraba por esa ventana, no? Ahora, si no quieres contarme, ya
está, y seguimos tan amigos. ¿Te parece?
RODRIGO: El vendedor me hizo trampa.
JORGE: ¡Vamos, siéntate! ¡Cuéntame! (Rodrigo se sienta.)
RODRIGO: Me ofrece comisión por los autos que ayudo a vender, y después
arruga. Ya es segunda vez que me la hace.
JORGE: Como tú sólo eres el tipo que lava. ¿Es lo que piensas, verdad? (Rodrigo
está de acuerdo con ese razonamiento.) Y a ti te gustaría darle una lección.
(Rodrigo asiente.) Desinfla los neumáticos de su auto. (Pausa. Rodrigo lo mira sin
entender) Así cuando el sinvergüenza quiera salir por la tarde con su amiga, lo
encuentre chato. ¡Imagínate su cara!
RODRIGO: (Riendo.) No estaría mal, ¿sabe?
JORGE: Y luego le haces una conseguida con el jefe. Mal que mal, el tipo tiene
armada una mafia para sacar las radios nuevas de los autos y cambiarlas por
basura. Y tú lo has pillado, ¿no es verdad?
RODRIGO: Lo hace de noche. Y no sólo con las radios. También cambia los
parlantes, los espejos retrovisores.
JORGE: Y también tiene una combina con la vulcanización del barrio, para
cambiar neumáticos nuevos por recauchados, ¿verdad?
RODRIGO: ¡Con Marinakis!
JORGE: El griego guatón de la esquina.
RODRIGO: Oiga, ¿y como sabe todo eso?
JORGE: ¡Porque me dedico a espiar, pues, hombre! (Ambos celebran la salida.)
¡Hazle la conseguida! ¡O, al menos, adviértele que lo harás. Verás lo cariñoso
que se pone!
RODRIGO: No puedo hacer eso.
JORGE: ¿Por qué también tienes techo de vidrio? (Rodrigo lo mira.) Mandas los
clientes donde la competencia, ¿verdad?
RODRIGO: ¡Es que donde Favaro los venden más baratos!
JORGE: Claro, pero tú lo haces por la comisión que te pagan, ¿no es verdad?
RODRIGO: ¡Pero el cliente sale ganando!
JORGE: Pero lo haces por la comisión, que ahí, no te niegan... Y para joder un
poco a tu patrón, claro. Mal que mal, el cabrón te negó ese préstamo que le
pediste, y tiene que pagar por eso, ¿verdad?
RODRIGO: Sólo le pedí cien lucas.
JORGE: Para comprarte esa video grabadora. (Rodrigo lo mira sorprendido.) Pero
no fue eso lo que le contaste, ¿verdad? Le contaste que era para comprarle una
cocina nueva a tu mamá. Y el tipo leyó tu mente y supo que le estabas
mintiendo. Además no se le presta plata al personal que llega atrasado a su
trabajo.
RODRIGO: Oiga, ¿usted como sabe todo eso?
JORGE: (Sonriendo.) Será porque soy medio brujo, y como tu jefe, también leo el
pensamiento. (Rodrigo agarra otro pastel y se levanta.)
RODRIGO: Bueno, tengo que volver a la pega.
JORGE: ¡Hombre, quédate otro rato! Tengo un vinito italiano...
RODRIGO: No. En verdad, tengo que volver.
JORGE: No me digas que le tienes miedo a tu jefe.
RODRIGO: Bueno, es el que me paga el sueldo, ¿no?
JORGE: ¡Pero eso también tiene solución, pues, hombre! El tipo soborna al
Inspector de Impuestos, y tiene los baños del personal que son un asco. Sabiendo
que tú sabes todo eso, no te va a armar un lío porque te quedes otro rato.
RODRIGO: No. En verdad, me voy... ¡Y gracias por los pasteles! (Se aleja hacia la
puerta de salida.)
JORGE: ¿Cómo están tus hermanas? (Rodrigo se vuelve.)
RODRIGO: ¿Cómo sabe que tengo?
JORGE: Porque casi no hay hombre que no tenga alguna. Tú tienes, ¿verdad?
RODRIGO: Sí. Dos.
JORGE: ¿Ves?... ¿Jessica?
RODRIGO: Jessica... Sí.
JORGE: Que se meten en tus cosas y te registran los bolsillos. Y te arman un
escándalo cuando te encuentran un condón, ¿verdad? (Ambos ríen.) Y tú las
encuentras gritonas y sensibles. No entiendes sus líos con sus menstruaciones,
pero te sientes su protector. Las adoras casi siempre, pero a veces también las
podrías estrangular. Pero ese no es tu problema mayor. Tu problema es la
estrechez de los cuartos de tu casa. El único baño siempre pasado a amoníaco.
Los grifos amarrados con trapos. La pátina gris por todas partes... Ah, y el
infaltable charquicán...Y la espalda de tu madre. Esa espalda doblada que te
aprieta el alma. Quieres cambiar todo eso, pero no sabes como.
RODRIGO: No aguanto al viejo. Siempre andando por ahí con su bata gastada y
oliendo a ajo.
JORGE: Incluso delante de tu polola... Porque tienes polola, ¿verdad?
RODRIGO: Claro.
JORGE: ¿Porqué, “claro”? ¿Porque hay que tener, sino no eres “hombre”?
RODRIGO: No. Porque la quiero.
JORGE: Ah, la quieres... ¿Cómo se llama?
RODRIGO: Lorna.
JORGE: Ah, Lorna. Lindo nombre... Televisivo. (Confidencial.) Todo eso te pone
enfermo, ¿verdad? Quisieras agarrar tu maleta y mandarte cambiar. Donde
puedas tener tu mundo propio. Donde te libres de esa cosa triste y malsana.
RODRIGO: A veces, sí.
JORGE: Claro.
RODRIGO: Oiga, ¿y a usted en qué le va todo esto? ¿Por qué pregunta todas esas
cosas?
JORGE: Porque me interesa estudiar a la gente, y tú me interesas. (Rodrigo se
encamina hacia la puerta, de nuevo.)
RODRIGO: A mí no me gusta que me anden estudiando.
JORGE: ¿Ni siquiera si te digo que te ofrezco mi ayuda? (Rodrigo se detiene.) Te
puedo hacer un favor.
RODRIGO: ¿Favor?
JORGE: Lo que sea. Algo que necesites... ¡Sólo pídeme!
RODRIGO: Me está tomando el pelo, ¿oiga?
JORGE: ¿Te parece?
RODRIGO: Nadie hace nada por nada.
JORGE: ¡Hombre! ¡No sea desconfiado! Sólo quiero serte útil. ¿Es un pecado eso?
(Rodrigo vuelve a acercarse a él.)
RODRIGO: (Provocador.) A ver... ¿Sabe lo que más quiero en el mundo?
JORGE: (Como la gran sorpresa.) ¡Una casaca de gamuza! (Estalla en una risa.)
Una casaca de gamuza, de esas del Cocodrilo Dundee! ¡Con flecos en las mangas!
¿Estoy en lo cierto?... ¡Claro que sí! ¡Lo veo en tu cara!... ¿Qué talla usas?... 48,
supongo, ¿o 50?... Pasa a recogerla hoy en la tarde, a la salida de tu trabajo.
(Pausa.)
RODRIGO: ¿Cree que soy huevón?
JORGE: (Siempre riendo.) ¡Te vas a perder una auténtica casaca de gamuza,
hombre! ¡No seas tonto! ¡Dime tu talla!
RODRIGO: (Rechazándolo con un gesto.) ¡Está huevón! (Ahora sí se dirige
decidido hacia la puerta.)
JORGE: ¡Pasa a buscarla a las seis! (Rodrigo sale. Jorge ríe.)
ESCENA SEGUNDA
(La misma escena anterior. Sobre la mesita un paquete envuelto en papel de
regalo. Jorge, ahora en traje de calle lee un libro sentado en un sillón. Sobre la
mesita de centro una botella de vino, con dos vasos. Breve pausa. Suena el
timbre de calle. Jorge sonríe.)
JORGE: ¡Pasa! (Se abre la puerta. En el marco, Rodrigo. Viste jeans y casaca de
brin. Zapatillas deportivas. Como lo ve dudar.) ¡Pasa! (Sigue el curse de su
mirada sobre el paquete.) Sí. Me viste pasar con el paquete y es lo que
supones... ¡Pero, pasa y asegúrate por ti mismo! (Rodrigo lo hace. Abre el
paquete. Aparece en verdad, una fina casaca de gamuza con flecos en las
mangas. La despliega. Sonriendo.) ¿Y? ¿Es eso lo que querías?... ¡Pero, vamos,
pruébatela! Como nunca me diste tu talla, tuve que adivinar. (Rodrigo se la
pone, dudoso) Te queda ni a medida. Ahí tienes el baño. ¡Anda a verte al espejo!
RODRIGO: Es que... No puede ser.
JORGE: ¡Anda a mirarte a ese baño, hombre! (Rodrigo sale hacia el baño, con
paso incierto. Jorge sirve vino en los dos vasos. Espera. Sonríe. Reaparece
Rodrigo.) ¿Y?
RODRIGO: Ni mandada a hacer a medida.
JORGE: (Riendo.) Ahora sólo falta que te hagan una película y mates un
cocodrilo. Tendrías un Fun Club.
RODRIGO: Oiga... ¿Y?
JORGE: ¿Y qué?
RODRIGO: ¿Qué tengo que hacer, para pagarle esto?
JORGE: ¿Quién habla de eso, hombre?
RODRIGO: ¿Qué me va a pedir que haga?
JORGE: ¡Nada, hombre! ¡Relájate! ¡Sólo me gusta verte contento! Es todo.
RODRIGO: No, pero... Si usted apenas me conoce.
JORGE: ¿Qué es necesario conocer a alguien, para ser generoso? Las iglesias están
llenas de velas prendidas por favores concedidos, y quién conoció al Santo?
RODRIGO: (En chunga) Ah, entonces usted es como uno de esos chiflados... Como
los de “Camino al Cielo” ¿Se cree San Francisco, verdad?
JORGE: (Riendo también) ¡Todos locos rematados, hombre!
RODRIGO: ¡Como un tío que tengo! Reparte agua bendita a la salida de las
iglesias.
JORGE: ¡Mira tú! ¡Un loco auténtico, sin duda! ¡A lo mejor, cómo sabes, le pone
cianuro y los mata a todos! (Ríen ambos.)
RODRIGO: (Poniéndose serio) No, pero en verdad. ¿Qué es esto?
JORGE: ¿Qué te dijo Lorna?
RODRIGO: ¿Quién?
JORGE: Lorna. Tu novia. ¿Qué te dijo de la casaca?
RODRIGO: ¿Cómo sabe que hablé con ella?
JORGE: Porque es lógico. Un loco que ofrece regalar algo a cambio de nada es
tema de conversación.
RODRIGO: No se lo conté así.
JORGE: Ah, ¿y como se lo contaste? ¡Bueno, pero vamos, siéntate! (Rodrigo lo
hace, en el sillón, frente a él. Con cuidado.)
RODRIGO: No le dije que era un loco.
JORGE: Bueno, ¿pero ella que te dijo?
RODRIGO: Que me estaba tomando el pelo, nada más. Que no me regalaría nada.
JORGE: Mujer de poca fe. Se equivocó, ¿ves?... ¿También le contaste lo de los
pasteles?
RODRIGO: Claro.
JORGE: ¿Y que te dijo?
RODRIGO: ¿En verdad quiere que le cuente?
JORGE: Te dijo que seguramente era cola y que tuvieras cuidado. Que tipos así
se te meten de costado con un cuento cualquiera, o un regalo, y después te
arrastran a la cama. Eso dijo, ¿verdad?
RODRIGO: Algo así como eso.
JORGE: Y tú, ¿qué crees?
RODRIGO: Que no.
JORGE: Que no, ¿qué? ¿Qué no voy a tratar de violarte?
RODRIGO: Oiga, ¿qué le pasa conmigo? ¿Por qué me hace todas esas preguntas?
(Se saca la casaca) ¡Si me quiere regalar la casaca, hágalo sin armar tanto
enredo! ¡Pero eso no le da ningún derecho a lesear conmigo, ¿entiende?... ¿Y
sabe que más? (Tira la casaca sobre la mesa.) ¡Esta lesera no me está gustando
nada! ¡Guárdese su cagada! (Se dirige con rabia hacia la puerta.)
JORGE: ¡Hombre, te vas a perder una prenda muy valiosa! ¡Que te será muy
difícil comprar! (Rodrigo retorna con la misma rabia hacia él.)
RODRIGO: (Grita.) Oiga, ¿Qué es lo que quiere conmigo?
JORGE: Ser generoso, ya te dije.
RODRIGO: ¿Y por qué yo? ¿Mh? ¿Por qué?
JORGE: Será porque me caes simpático, pues, hombre. Y porque tiene un padre
que huele a ajo... Por eso será.
RODRIGO: ¿Me cree huevón?
JORGE: A ver, ¿por qué me dices eso?
RODRIGO: ¿Cree que es primera vez que trato con gente como usted?
JORGE: ¿Qué quieres decir?
RODRIGO: ¿Y esas cremas que tiene en el baño? ¿Y esos polvos para la cara? ¿Para
qué los tiene? (Jorge no puede controlar una explosión de risa.)
JORGE: Así que eso es lo que piensas... ¿Y? ¿Qué vas a hacer? ¿En verdad, te
quieres perder esa casaca tan valiosa? (Rodrigo ha ido hacia la puerta y escucha
con el picaporte en la mano.) Tienes dos posibilidades... O te pierdes esa casaca
y evitas que te viole o te la ganas y permites que lo haga. Tú elige. La vida es
así. Siempre hay que tomar decisiones dramáticas entre dos eventualidades igual
de tentadoras. (Rodrigo lo piensa. Finalmente regresa, recoge la casaca, se la
mete bajo el brazo y parte hacia la salida.)
RODRIGO: ¡Esta cuestión no la devuelvo ni cagando!
JORGE: Entonces, te darás cuenta que te atas a mí de por vida. Siempre sentirás
que me debes algo. (Rodrigo no sabe como entender eso. Al fin decide abrir y
partir.) ¡Espera! ¿No crees que estás siendo muy mal agradecido conmigo? (Le
sirve vino y le muestra el vaso.) ¡El vino del estribo! ¡No seas mal educado!
(Rodrigo regresa a regañadientes y toma el vaso. Espera que Jorge beba y luego
lo hace él.) ¿Y? ¿Qué vas a contar en tu casa cuando llegues con eso puesto? (Por
la casaca. Rodrigo se sienta frente a él.)
RODRIGO: Que la compré con mis ahorros.
JORGE: ¿Una prenda tan valiosa? ¿Cuándo todavía deben la luz de los últimos
meses y tu madre debe tejer chalecos para vender, junto a una vela? ¿No temes
que piensen que han criado a un cuervo egoísta?
RODRIGO: En mi casa nadie tiene que meterse en mis cosas.
JORGE: No es tan así.
RODRIGO: ¿Qué quieres decir?
JORGE: ¿No tienes con tu padre la misma discusión cuando te pide cuenta de tu
sueldo? Que tú no le rindes, claro, porque estás en tu derecho. ¿No va él,
entonces, a tu pieza y te arrebata tu billetera y comienzan los tirones y los
gritos, hasta que interviene tu pobre madre, para parar ese infierno? ¿No pasa
eso cada fin de mes?
RODRIGO: ¡Viejo hipócrita! Tiene una amiga.
JORGE: Sí, claro. ¿Qué hombre no las tiene?
RODRIGO: Se la lleva a un hotel parejero. Todos los domingos. Y muerto de la
risa, mientras mi mamá se despulmona en la cocina haciéndole el puchero.
JORGE: Y mientras tú los espías bajo el portal, mordiéndote las mano para no
matarlos, ahí mismo, a los dos, en la cama. ¿No es así como pasa?... Y sin
consideración por nadie. Ni siquiera por tu hermano espástico. (Pausa.) ¿No es
así? (Rodrigo lo mira, pasmado.)
RODRIGO: ¿Cómo sabe que es enfermo?
JORGE: Porque soy medio brujo, ya te dije. Adivino las cosas. ¿Quieres mucho a
ese hermano, verdad?
RODRIGO: Pasa sentado en un cajón de duraznos.
JORGE: Y es cariñoso y juguetón, ¿verdad? Juega con una caja y unas ollas viejas,
y casi revienta gritando cuando no puede meter las ollas en la caja. Pero es, al
mismo tiempo, una molestia ese hermanito tuyo. Te culpas porque juegas poco
con él.
RODRIGO: Tengo otras cosas que hacer.
JORGE: Claro, pero no puedes evitar que tu padre te culpe. Que eres como toda
la juventud de ahora, puro pito y juergas. Una mierda de juventud. Es lo que te
grita, ¿verdad?
RODRIGO: Usted es igual al fleto que se apareció el otro día en la tienda.
También creyó que tenía derecho de abusar conmigo.
JORGE: Siento que pienses eso... Pero a ver, ¡cuenta!
RODRIGO: Llegó a que le tasaran su auto. Y mientras lo atendía Basualto, el
vendedor, no me quitaba los ojos. Por llamar mi atención ni oía las cifras que le
tiraban. Tenía la misma pinta suya, así, medio canoso, medio pintudo, crespito y
ojeroso. (Jorge sonríe.)
JORGE: Y pasado a perfume. En eso era diferente a mí, porque no uso. Voy
ganando en algo, ¿no crees? ¡Pero sigue contando!
RODRIGO: Cuando Basualto le tiró la oferta, dijo que era su día de suerte, que
nunca había contado con tanto, y que nos convidaba a todos a celebrar a su casa.
JORGE: Y fuiste solo.
RODRIGO: Todos los demás arrugaron.
JORGE: Claro, eran prudentes. Pero a ti te gusta investigar.
RODRIGO: ¿Cómo sabe?
JORGE: Porque ya te voy conociendo y sé que te domina la curiosidad. ¿Y qué
pasó después?
RODRIGO: Nos fuimos en su auto...
JORGE: ... Y en cada barquinazo que daba, te agarraba la rodilla y te decía que
no tuvieras miedo, que iba a cuidar de ti. ¿Verdad? (Jorge le toma la rodilla y le
sube la mano por el muslo.) Como yo hago, ahora, contigo. (Pausa durante la
cual mira fijamente a Rodrigo, que le sostiene la mirada.)
RODRIGO: (Sin poder evitar un temblor en la voz.) A usted parece que no le
interesa lo que le estoy contando. (Jorge retira su mano.)
JORGE: Al contrario. Me interesa mucho. ¡Sigue!
RODRIGO: Cuando llegamos a su departamento, nos esperaban otros dos fletos.
Uno con pelo brillante y chaqueta de cuero negra con botones de plata, y otro,
pelado al rape, con aros, colorín y gordo, y una manopla que se pasaba de una
mano a la otra, mientras no me quitaba la vista.
JORGE: Para cagarse de miedo, ¿verdad? (Rodrigo asiente.) Y ahí no tuviste
ninguna duda que te violaban. Los tres. Pero no pasó nada, porque no estarías,
aquí, conmigo, tentado por unos simples pasteles. A menos que fueras el bruto
de imprudente... Que no eres. (Rodrigo sonríe casi satisfecho.) Pero tú le
encontraste una salida inteligente a la situación. Te declaraste enfermo.
Simulaste vómitos en el baño. ¿No fue así?
RODRIGO: (Riendo sorprendido.) ¡Oiga, usted es increíble!
JORGE: Y ahí se te ocurrió lo de la operación. (Rodrigo sólo lo queda mirando.) Y
como los maricones son medios blandos ante el dol r ajeno, y así podrían soltarte
unos morlacos, les contaste que no tenías plata para operarte. ¿Fue así? (Rodrigo
asiente.) ¿De qué te iban a operar?
RODRIGO: ¡Divertículis! (Ambos ríen.)
JORGE: ¿Cómo se te fue a ocurrir una lesera así?
RODRIGO: (Siempre en risa.) ¡De un tipo que lo acababan de operar de eso?
JORGE: ¿Y el maraco se ablandó?
RODRIGO: Me dijo si acaso le había visto las canillas. Que era su día de suerte,
pero que no era ningún huevón.
JORGE: Y ahí te diste cuenta que tenías que seguir una estrategia. Y fuiste a
verlo varias veces.
RODRIGO: Varias.
JORGE: Hasta que te pasó billetes.
RODRIGO: Unos pocos.
JORGE: ¿Pero alguna vez se propasó contigo?
RODRIGO: Nunca.
JORGE: Flor de idiota el fleto ese, ¿verdad? Apuesto que te ofreció pagarte los
estudios. (Rodrigo lo mira sin creer lo que está oyendo.) Es sólo una manera de
imaginarse como pueden haber sucedido las cosas.
RODRIGO: Hasta le prestó plata a mi mamá.
JORGE: ¡Mira tú! ¿Y qué fue de él?
RODRIGO: Nunca más volví a verlo.
JORGE: ¿Nunca? ¿Ni cuando el tipo comenzó a engordar y se le cayó el pelo, y
tuvo esa crisis de llanto ante tu casa? ¿Sabías que estaba quebrado, entonces?
¿Qué sus amigotes lo habían dejado seco?
RODRIGO: No.
JORGE: Extraña historia de un hombre que entró a que le tasaran su auto,
¿verdad? Y ahora, ¿qué vamos a hacer? (Ríe.) Te propongo un juego... ¿Por qué no
me cuentas un cuento a mí también? Cuéntame, por ejemplo, que tu hermanito
espástico necesita una operación que es la ruina para tu familia. O que Lorna
necesita un aborto. O que te hace falta desesperadamente un furgón utilitario,
para ayudar a pagar los gastos de tu casa. Fletarías los huevos y tomates que un
tío tuyo produce en Chimbarongo y que podrías vender en Santiago con buena
utilidad. ¡Cuéntame eso! ¿Huevos o tomates? ¿Qué te parece más creíble? (Ríe.
Rodrigo lo mira extrañado. No sabe adonde conduce todo eso.) ¿Necesitas un
furgón? (Y como Rodrigo no responde.) Vamos, ¿no me oíste? ¿Necesitas un
furgón?
RODRIGO: (Por seguir la chanza.) ¿Qué está pensando en regalarme uno?
JORGE: ¿Tú que crees? ¿Qué estás pensando? ¿Estará hablando en serio este loco?
¿Será que tiene tanta guita?... Para tu información, tengo dos fundos en el Sur,
un edificio de diez pisos en Santiago, una tonelada de acciones y no sé cuántas
cosas más. Te puedo comprar veinte furgones si quiero. ¡Decide tú! ¿Quieres uno?
RODRIGO: ¿Sabe?
JORGE: ¡Dime!
RODRIGO: (Risa nerviosa.) Creo que está hablando en serio.
JORGE: (Con la misma hilaridad.) ¡Bravo! ¡O sea que tienes la esperanza que este
viejo loco tal vez lo haga!
RODRIGO: Sí, pero no es loco.
JORGE: ¡Lo soy, hombre! ¡No trates de halagarme, porque ese truco me lo
conozco de memoria! ¡Un tipo que le regale un furgón a otro que apenas conoce,
no puede ser otra cosa que un loco rematado! ¡Acertaste, hombre! ¡No me mires
más, así! ¡Te ganaste un furgón, cero kilómetros!
RODRIGO: (Con la misma hilaridad nerviosa) ¿Está hablando en serio?
JORGE: ¡Bueno con el tipo de poca fe! ¡Convéncete! Hay chiflados que harían
cualquier cosa, por llenar su vida. Conocí a un millonario que coleccionaba,
¿sabes qué cosa?
RODRIGO: ¿Qué?
JORGE: Tarjetas de agradecimiento. ¡Imagínate! Le pedía a sus amigos que le
escribieran. Compraba otras en el mercado. ¿Y sabes por qué lo hacía?
RODRIGO: No. ¿Por qué?
JORGE: Para poder llorar a mares de la emoción que eso le daba. Se instalaba en
las tardes, las leía, y se ponía a llorar. Hay que ser bien tarado, ¿no crees?
(Sorpresivamente) Te agrego un bono de cien mil mensuales, para bencina y
mantención. Y para que saques a pasear a la Lorna. ¿Te parece?
RODRIGO: ¡Usted está cucú! (Jorge saca un crucifijo de una gaveta. Y lo besa.)
JORGE: ¡Mira! ¡Soy católico! ¡Beso este crucifijo! Te juro que mañana, a esta
misma hora, tendrás una Susuki, cero kilómetros frente a este edificio. ¡Si la ves
estacionada, es tuya! (Ante otro gesto de incredulidad de Rodrigo, que ha llegado
a la puerta.) ¡Mira cómo lo beso! (Lo hace. Sale Rodrigo. Jorge se echa atrás.
Sonríe.)
ESCENA TERCERA
(La tarde del día siguiente. Jorge está parado ante la ventana, mirando algo que
acontece, en la calle. De pronto, sonríe. Saluda con la mano. El movimiento le
ocasiona, sin embargo, un evidente dolor, que lo obliga a volver al sillón. Cuando
siente ruidos afuera, se incorpora y espera. Suena el timbre. Sonríe con
dificultad.)
JORGE: ¡Entra! ¡La puerta está sin llaves! (Aparece Rodrigo, que trae un paquete
envuelto en papel rústico. Viste la casaca. No se decide a pasar, sin embargo.)
¡Pero, pasa, hombre! ¡Pasa! (Rodrigo lo hace.) ¿Y? ¿La viste? ¿Es lo que te ofrecí?
RODRIGO: La vi, ahí, en la vereda de enfrente. No me atrevía a subir.
JORGE: (Riendo.) ¿De miedo que no fuera cierto?
RODRIGO: Es que no lo puedo creer.
JORGE: ¡Bueno, créelo! (Saca las llaves de un bolsillo de su bata, y se las pasa.)
¡Toma! Sólo falta poner tus datos en los papeles. (Y como Rodrigo titubea
alelado, divirtiéndose con eso.) ¿Qué te pasa? ¿Ahora me vas a decir que no las
quieres? (Rodrigo las toma mudo.) ¿Y? ¿Qué traes en ese paquete? ¡No, espera!
¡No me digas! ¡Déjame adivinar!... Es algo que me manda tu madre, verdad?
(Rodrigo asiente.) ¿Qué es? ¿Picarones? ¿O castañas, tal vez? ¿Confitadas por ella?
RODRIGO: (Pasándole el paquete.) Castañas.
JORGE: (Recibiéndolo.) Gracias. No tenía porqué hacerlo.
RODRIGO: Es lo que yo le dije también.
JORGE: Devuelve un favor con otro; fue educada así. Tenemos que entenderla
así. ¡Bueno, pero siéntate! ¡Acompáñame con esto! (Rodrigo se sienta, recibe
maquinalmente una castaña y ambos comen.) ¿Qué buenas están verdad?
(Rodrigo asiente.) Bueno, ¿y? ¿Te gustó el furgón? ¿Qué vas a hacer con él?
(Rodrigo no sabe.) ¡Pero hombre, por Dios! ¡Dime algo! ¡Parece como si te
hubiera creado un problema!
RODRIGO: Es que, en verdad, no sé qué decir.
JORGE: ¡Santo Dios! ¿No es más que un gesto de alguien haciendo un favor a un
amigo, no?
RODRIGO: Es que yo no soy su amigo.
JORGE: Ah, ¿no?
RODRIGO: Se necesita más que eso, para ser amigo de alguien.
JORGE: ¿Más que un par de pasteles, dices? (Rodrigo hace un gesto vago de
asentimiento.) De acuerdo, pasteles convida cualquiera, pero yo además te he
hecho dos ofrendas valiosas. ¿No crees que, por eso, ya soy mucho más amigo
tuyo?
RODRIGO: No, porque usted no me deja serlo.
JORGE: A ver, ¿cómo es eso?
RODRIGO: Usted no me da su confianza. No me dice su nombre. No me dice quién
es.
JORGE: Y eso, ¿quién te aconsejó decírmelo?
RODRIGO: (Ofendido.) ¡Nadie, pues!
JORGE: De acuerdo. ¡Perdóname! No debí ofenderte. Pero hubo una reunión
familiar en que se discutió la cosa, ¿no es cierto? (Rodrigo confirma eso, aún
molesto. Jorge lo dibuja en el aire.) “Que hacer con el loco”. ¿Ese fue el tema
central, verdad? Ahí estaban, tu padre, tu madre, tus hermanas y el hermanito
en su caja, y todos miraban la casaca, sin saber como interpretar el milagro. ¡Y
estabas tú, claro! Como un náufrago en medio de la sala, siendo objeto de miles
de conjeturas. ¿No fue así? (Riendo ante la expresión de asombro de Rodrigo.)
¿Qué miras? Recuerda que soy medio brujo. Lo adivino todo.
RODRIGO: (Entre admirado y divertido.) Sí. Algo así pasó.
JORGE: ¡Ah, pero todavía falta otro miembro de la tribu! ¡El más importante! ¡El
abuelo en la familia! ¡Cuya sola palabra siempre lo complica todo! Apuesto que
defendió el punto de vista de que no debías aceptar nada... ¿Verdad?
RODRIGO: Sí.
JORGE: ¡Claro que sí! ¿Y quieres saber porqué eso? Porque en hogares como el
tuyo y el mío, siempre hay un abuelo así. Viejos tiesos criados en la época del
honor. Sin huesos que roer, pero grabando sus nombre en sus pechos, con letras
de oro.
RODRIGO: Mi mamá también dijo que no debía aceptarle regalos.
JORGE: Y con lo cual tu padre no estuvo de acuerdo.
RODRIGO: Dijo que aceptara todo lo que usted quisiera darme. Que nadie lo
estaba obligando.
JORGE: (Sonríe.) Sabia y postmoderna conclusión... Pero tú, ¿qué piensas?
RODRIGO: Usted ve que la tengo puesta. Aunque pienso que nadie hace lo que
usted hace.
JORGE: Por eso estamos como estamos, ¿no crees? Tú, abajo, lavando autos y yo,
arriba, solo ante mi ventana, y entre ambos un negro abismo.
RODRIGO: (Inesperadamente.) Yo quiero pagarle todo lo que hace por mí.
JORGE: ¡Mira tú! ¿Pero por qué? ¿Qué obligación tienes? ¿No me acabas de decir
que no eres mi amigo?
RODRIGO: (Casi gritos.) ¡Es que me regala cosas, y yo quiero devolverle la mano!
JORGE: ¿Por qué? (Pausa.) ¿Por qué una mano lava la otra? ¿Porque es lo que se
acostumbra? (Rodrigo asiente débilmente.) Bueno entonces... Yo te libro de esa
obligación. ¡Piénsalo así! ¡Tienes aquí un viejo medio loco que goza regalando
cosas. Agarra tu oportunidad! ¡No te dejes meter ideas que no son tuyas! (Ve su
expresión de confusión.) ¡A ver! ¡Mira! ¡Te propongo otra cosa! ¡Cuéntame
cuentos! ¡Cuéntame cuentos tristes que me hagan llorar! ¿Cómo sabes? ¡A lo
mejor, así, te aflojo algo más! ¿Qué te parece? (Rodrigo se levanta enrabiado.)
RODRIGO: ¿Sabe qué más? ¡No quiero que me regale ni una cosa!
JORGE: ¡Ni aunque te dijera que te regalo una “Land Rover”! ¡4x4! ¡“Wheel
Drive”! ¡Servo asistida! ¡Cero kilómetros! ¿Me vas a mentir que no la quieres? (Se
enfrentan Rodrigo furioso. Jorge complaciente. Sonriendo.) ¡Dime, pues! ¿La
quieres o no? (Rodrigo emite un murmullo difuso.)
JORGE: Habla más fuerte. No te escucho.
RODRIGO: (Un grito.) ¡Nooooo!
JORGE: ¡Bueno, entonces, devuélveme esa casaca! ¡Y las llaves que te acabo de
pasar! ¡Me equivoqué contigo! ¡Eres blando y estás confuso! ¡Yo no fui así! ¡Fui
siempre un as en contar historias trises y agarrar las oportunidades al vuelo!
¡Dame esas llaves!
RODRIGO: (No lo hace.) Y yo... ¿Qué tengo que hacer?
JORGE: ¿En qué?
RODRIGO: ¿Si me regala la “Land Rover”?
JORGE: ¿Qué quieres decir?
RODRIGO: Usted a la que quiere es a la Lorna, ¿verdad? (Jorge lo mira incrédulo.)
La Lorna. La mira mucho. Cuando pasa a buscarme... Ella misma me lo ha dicho.
Dice que usted le sigue la vista, hasta que se pierde dentro del local.
JORGE: A cambio de la “Land Rover”, ¿dices?
RODRIGO: Es lo que quiere, ¿verdad?
JORGE: ¿Y tú harías el cambalache? Siempre que ella aceptara, claro.
RODRIGO: ¡Ni cagando!
JORGE: ¿No lo harías?
RODRIGO: ¡Nunca! (Pausa.)
JORGE: Sí. Yo dije lo mismo. (Se levanta y va hacia la ventana y mira afuera.)
Aunque con menos seguridad que tú... Me recuerdo mucho más confuso... Más
tentado que tú... Con menos escrúpulos. Menos perturbadora la presencia de mis
fantasmas familiares. (Se vuelve hacia él.) Pero tú no sabes de que estoy
hablando, ¿verdad? (Lo toma de los hombros.) Es una cosa de memoria, mi
querido y nuevo amigo. De recuerdos. De premoniciones también. De cómo uno
no quiso hacer las cosas, pero terminó haciéndolas... Inevitablemente.
(Sonriéndole con simpatía, vuelve a sentarse.) O sea, en el balance de las cosas,
tú crees que Lorna vale mucho más que un “Land Rover”. (Rodrigo se encamina
hacia la puerta.)
RODRIGO: ¿Sabe qué más? ¡Me cabrié! ¡No juego más ese juego suyo!
JORGE: (Suave, gentil) Pero antes me pasas esas llaves, porque si no, quedas en
deuda conmigo. ¿Te das cuenta?
RODRIGO: ¡Yo no le devuelvo nada! (Vuelve hacia él. Desesperado.) No entiendo
su juego.
JORGE: Te daré una clave. ¿Sabes lo que quiero, en verdad?
RODRIGO: ¿Qué?
JORGE: Es muy simple. Que seas inmensamente feliz con Lorna. Toma ese furgón
y llévala a retozar a alguna playa y mírala ser feliz. Nada más que eso. Mírala
saltar entre las olas con sus largas y hermosas piernas y sus pequeños pechos
juguetones. ¡Pero mírala bien! ¡Goza ese momento! ¡Gózalo intensamente! Sin
una nube en tu horizonte. Sin el apremio de que mañana todo eso se te podrá ir
de las manos, por un sueldo que no vas a cobrar, o un pago que no podrás hacer,
o un trabajo que podrás perder. Yo te protejo de todo eso... ¿Cuál es tu nombre?
RODRIGO: Rodrigo.
JORGE: (Lee ese nombre en sus labios.) Rodrigo. (Breve pausa de
reconcentración gozosa, durante la cual Rodrigo no sabe qué hacer ni cómo
reaccionar a aquello. Volviendo a la realidad.) Harías eso por mí.
RODRIGO: Yo no tengo tiempo para esas cosas. Tengo que trabajar. En usted todo
suena fácil. Donde no le ha costado nada.
JORGE: (Sonriendo.) ¿Así que es eso lo que crees?... Sí, tienes razón. La riqueza
tiene un carácter crónico. El rico siempre parece haber nacido con su riqueza.
Pues, te doy un dato. ¿Me creerás si te digo que hubo un día en que también
pateé neumáticos en una venta de autos? ¿Mientras un viejo me miraba por una
ventana y me ofrecía pasteles? Y eso me podría haber abierto las puertas del
cielo. Pero cometí demasiados errores, mi querido amigo, y aquí me tienes
ahora.
RODRIGO: (Desconfiado.) Y a usted, ¿en que le va todo esto?
JORGE: ¿El que saques a pasear a Lorna, preguntas?
RODRIGO: Sí.
JORGE: Quedarme aquí imaginándome cosas. Soñando con tu escena con ella en
la playa. Ella, retozando su juvenil salud en la blanca arena, feliz de estar
contigo y tú, a su lado, sintiéndote dueño del mundo. No crees que es una razón
suficiente? Pero, vamos... (Saca su libreto de cheques del vestón.) ... ¿No le
hagas caso a este viejo tonto! (Abre el libreto.) Aquí tienes, para que veas que
hablo en serio. ¡Te extiendo un cheque por cien mil! ¿Cuál es tu apellido?
RODRIGO: Morales.
JORGE: (Escribiendo.) Bien, entonces... Rodrigo Morales. ¡Ya está! (Lo arranca y
se lo pasa.) ¡Aquí tienes, y sé feliz! (Rodrigo mira el cheque pero no lo toma.)
(Sonriendo.) ¡Toma! ¡No seas torpe! ¡Nadie es testigo de esta escena! (Venciendo
sus escrúpulos, Rodrigo lo toma, al fin, en un gesto brusco, casi involuntario y lo
mira. Jorge sonríe.)
RODRIGO: ¿Sabe qué más? ¡Voy a ir de aquí mismo a gastarme toda esa plata, y
no me importan sus razones!
JORGE: ¡Eso es! ¡Ésa es la actitud que me gusta! (Rodrigo se encamina hacia la
puerta.) ¡Pero, espera! ¡Sólo para calmar mi curiosidad, dime! ¿Qué vas a hacer
con toda esa plata?
RODRIGO: Gastarla, ya le dije.
JORGE: Sí, ¿pero en qué? Comprendes que tienes ahora el poder de hacer que te
vacíen las estanterías, ¿verdad?
RODRIGO: ¿Con cien mil?
JORGE: Sí. Tienes razón. No es mucho. Puedo darte más, si quieres. Puedo darte
tanto que hasta el mismo dueño baje a atenderte y le digas que su mercadería es
mala. Por el puro placer de saborear ese placer.
RODRIGO: Lorna quiere una cartera nueva.
JORGE: (Incrédulo) ¿Cartera?
RODRIGO: De “Gucci”. Siempre ha querido tener algún día una cartera plateada
de “Gucci”. (Jorge sonríe.)
JORGE: Eso no es pensar en grande, hombre. Quieres que ella te admire de
verdad, ¿no es cierto? (Rodrigo hace un gesto incierto.) ¡Entonces, deslúmbrala!
¡Provoca su admiración! ¡Cómprale un auto, por ejemplo! ¡Haz que se derrita por
ti!
RODRIGO: Usted está loco.
JORGE: Parece que voy a tener que hablarte un poco del dinero. El dinero no
existe para el que lo posee, comprendes? Sólo es un concepto para el que no lo
tiene. Un espejismo para sufrir y soñar con él. Si tienes mucho dinero el valor de
las cosas, desaparece y sólo te quedas con la fantasía. Eso es lo que te estoy
ofreciendo. ¿Comprendes ahora? (Rodrigo sólo queda mirándolo.) ¿Qué crees que
necesitas para enamorarte de la vida? ¿El amor de Lorna?
RODRIGO: Sí. Supongo que sí.
JORGE: ¡Pues, entonces, consíguelo! Te ofrezco poesía pura, Rodrigo. ¿Has oído
de la suerte? Pues, tú eres ese hombre afortunado.
RODRIGO: Lorna no me va a creer.
JORGE: (Divirtiéndose.) Claro que lo hará. Las mujeres son intuitivas: creen en
milagros. ¡Anda ya! ¡No te demores! Corre donde Lorna y vayan a elegir el coche
que les guste. Después regresa aquí, me traes el valor y te haré el cheque. (Y
como Rodrigo titubea.) ¡Anda ya! ¿Qué esperas?
RODRIGO: Nunca había oído de nadie que le pasara esto.
JORGE: Y otro consejo. No aceptes el precio de buenas a primeras. ¡Regatea! No
hay nada más placentero que discutir un precio, cuando en verdad no te importa
lo que tengas que pagar. ¡Disfruta eso! (Rodrigo sale. Jorge queda mirando el
lugar donde desapareció. Sonríe. En sus facciones vuelve el rictus de dolor.)
ESCENA CUARTA
(La tarde del día subsiguiente. Jorge está sentado. Tiene sobre la mesita un vaso
con agua y un frasco de calmantes. El rostro vuelto al cielo y los ojos cerrados,
tratando de soportar el malestar que lo aqueja. Escucha ruidos afuera. Guarda
apresuradamente el frasco en un bolsillo y respira hondo. Suena el timbre y se
abre la puerta. Es Rodrigo. Viste jeans, polera blanca y zapatillas.)
JORGE: ¿Qué te pasó?
RODRIGO: (Acercándose.) Tuve muchas cosas que hacer.
JORGE: Creí que el coche nuevo iba a producir más revuelo. Que vendrías,
corriendo, a mostrármelo.
RODRIGO: Ayer vine, pero nadie contestó el timbre.
JORGE: Sí, salí. ¿Trajiste los papeles?
RODRIGO: No.
JORGE: ¿Qué quieres decir?
RODRIGO: Que Lorna no quiere recibir nada de usted. Dice que no hará nada que
no entienda. Que no es mercadería.
JORGE: Bueno, bien, siéntate. (Rodrigo lo hace. Se sienta incómodo, frente a él.)
¿Mercadería, dices?
RODRIGO: Que no es cosa. Objetos que usted maneja. Y estoy de acuerdo. Ella
cree que usted está enfermo. (Leve pausa.)
JORGE: ¿Enfermo? ¿Enfermo de qué?
RODRIGO: ¡Qué sé yo, pues! Una persona no le regala cosas al primero que pasa
por la calle.
JORGE: Tendrás que devolverme todo lo que te he dado, entonces. Con un tipo
que está enfermo y que no sabe lo que hace, nadie debería abusar, ¿no crees?
Sería como hacerle una zancadilla a un ciego. (Y como Rodrigo no reacciona a
eso.) ¿Escuchaste lo que te dije?
RODRIGO: (Por lo bajo.) Usted sabe que no puedo.
JORGE: ¿Qué cosa dices? No te escucho.
RODRIGO: (Un grito.) ¡Que usted sabe que no puedo! Oiga, ¿qué cresta le pasa?
¿Por qué juego conmigo?
JORGE: Porque tú no eres para mí “el primero que pasa por la calle”. ¿No
entiendes eso? (Rodrigo lo mira.) ¿No entiendes que sería fácil para mí, si sólo
fueras eso? Te pediría que me devolvieras la casaca y las llaves del furgón, y
seguiríamos tan amigos. (Sonriendo.) No podría pedirte que me devolvieras los
pasteles, porque tendrías que vomitarlos, y eso sería más o menos chocante, ¿no
te parece?
RODRIGO: (Sincero.) Usted sabe que ese furgón es gran cosa para mí.
JORGE: Lo sé, y eso me hace provocarte. Que quieras y no quieras y no te
decidas nunca. Si no quieres la playa, entonces lleva a tu Lorna y pónganse a
comprar cosas. Con todo lo que ofrecen por ahí, hoy no hay límite para la locura.
RODRIGO: (Confundido.) ¡Cállese! ¡Sólo cállese, por favor! (Pausa.)
JORGE: Está bien. Entiendo. Quieres sufrir. Sentir que me debes algo.
RODRIGO: Siento que con lo que hace, me está comprando.
JORGE: Oh, Dios, ¿comprando? Todos nos compramos, los unos a los otros. La
diferencia está sólo en como maquillamos el acto. ¡Pues, despabílate! No soy tu
amigo, ¿recuerdas? ¿Para qué te complicas? ¡A ver, dame tu mano! (Y como
Rodrigo recela.) ¡Que me des tu mano, hombre! No te la voy a arrancar. (Rodrigo
la extiende. Jorge la estrecha firmemente.) ¿Sientes algo? Nada, ¿verdad? Sólo
una piel contra otra, nada más. Nos separan micrones. (Rodrigo retira la suya,
bruscamente.)
RODRIGO: Si le pido un millón, ¿me lo daría?
JORGE: Te hago el cheque, de inmediato.
RODRIGO: ¿Y... cinco millones? (Jorge ríe. Saca su chequera.)
JORGE: ¿A nombre de quién lo quieres ?
RODRIGO: (Tentativamente.) ¿Y... cien?
JORGE: ¿A tu nombre o el de Lorna? (Esperando, con la lapicera en la mano.) Me
estoy cansando... (Ve como Rodrigo no puede reprimir un temblor.) ¿Qué te
pasa? No es nada del otro mundo. Sólo te estoy ofreciendo lo que me pides. Sólo
dime, ¿a nombre de quién cresta lo extiendo?
RODRIGO: Al mío. A mi nombre. Rodrigo... Rodrigo Morales. (Trata de leer lo que
Jorge escribe.) Es chiste, ¿verdad? Es un talonario fulero. La cuenta está cerrada.
JORGE: No. La cuenta está más abierta que las puertas del cielo. El Gerente
tiene mis instrucciones. Puedes ir y cobrarlo. ¡Toma! Son cinco millones por
ahora. (Rodrigo lo toma. Lo lee. No lo puede creer.)
RODRIGO: (Una advertencia.) Iré corriendo a cobrarlo.
JORGE: ¡Hazlo! ¿Quién te lo impide? (Rodrigo titubea.)
RODRIGO: (Riendo nerviosamente.) Y si le pido cien... ¿También me los daría?
JORGE: (Sonriendo.) Vayamos con calma, ¿no te parece? Gástate eso primero ,
para que te convenzas lo real que es. Después, seguiremos viendo... Anda ya,
¿qué esperas? ¡Anda a contarle a tu novia! (Rodrigo parte desatinadamente.)
¡Espera! (Rodrigo se detiene.) ¿Cómo lo vas a hacer? (Y como Rodrigo no sabe
como responder eso.) ¿Piensas ir así, todo aturdido, a pasarle los billetes en un
burdo manojo y que todo el encanto se evapore? ¡No, hombre! ¡Disfrútalo! ¡Deja
que el momento desarrolle su propio misterio! Siente el cheque en tu bolsillo y
dile que si te resultan ciertas cosas, serás rico, y pónganse a soñar los dos.
¡Vuelen un rato por el cielo, como dos seres alados! ¡Y abrácense! ¡Es lo mejor
del momento! ¡No se lo pierdan! Te lo digo yo. (El esfuerzo de la pasión al decir
eso, lo ha agotado. Se echa atrás y musita, patético, desgastadamente.)
Después, gastarlo es sólo un sucio espejismo. (Pausa.)
RODRIGO: ¿Qué es lo que le pasa? ¿Se siente mal?
JORGE: ¡Nada, hombre! ¡Sólo tráeme un vaso con agua! (Rodrigo hace lo que le
piden y regresa con un vaso. Jorge bebe ávidamente.)
RODRIGO: (Preocupado, parado frente a él.) ¿Le duele algo?
JORGE: No, nada. (Lo despide con un gesto.) ¡Anda ya y ve a lo tuyo! (Cierra los
ojos. Rodrigo lo mira.)
RODRIGO: Usted parece que sólo habla para aliviarse de algo. Sólo habla conmigo
porque no tiene con quién hacerlo.
JORGE: ¿Crees eso, verdad?
RODRIGO: ¿Por qué estoy aquí, a ver?
JORGE: ¿Por qué tú y no otro, preguntas?
RODRIGO: Sí, ¿Por qué yo?
JORGE: Porque yo también pateé neumáticos, recuerda que ya te dije.
RODRIGO: Usted siempre habla que los dos nos parecemos. Yo no me quiero
parecer a usted.
JORGE: (Sonriendo débilmente.) Eso es algo que ni tú ni yo podemos cambiar ya,
mi joven y querido amigo. Está escrito en las estrellas. En la harina del delantal
de tu mamá. En la ironía del tiempo que nos engaña con que las cosas terminan.
Nada termina nunca. Todo continúa. (Pausa.)
RODRIGO: ¿Fue esa ventana (la señala) por donde se quiso tirar su amiga? (Jorge
abre los ojos.)
JORGE: ¿Qué sabes tú de eso?
RODRIGO: Estuvimos averiguando con la Lorna. Una mujer quiso tirarse por esa
ventana, pero que usted le impidió que saltara.
JORGE: ¿Qué más averiguaron?
RODRIGO: Que traía a otras mujeres. Que esa fue la que más le duró.
JORGE: ¿Y que más?
RODRIGO: Nada más.
JORGE: Eso no es verdad.
RODRIGO: Que llegaba con amigos. Que armaban partusas. Que una vez, a una de
las minas tuvieron que vestirla los vecinos, porque la habían echado en pelotas a
la calle.
JORGE: Y que yo era la vergüenza del sector. Que los buenos vecinos no sabían
qué hacer conmigo. Que sólo querían deshacerse de mí. ¿También te contaron
eso?
RODRIGO: Si usted lo dice.
JORGE: En verdad debí contarte todo eso, para que no te pusieras a husmear.
RODRIGO: ¿Y usted creía que me iba a quedar tan tranquilo?
JORGE: No, claro que no. Supongo que no. Y ahora, ¿qué harás? ¿No recibir más
regalos de un sinvergüenza como yo?
RODRIGO: Es cosa suya. A mí, eso, no me importa.
JORGE: Pero tu Lorna no piensa así.
RODRIGO: Yo no sé lo que ella piensa. Ella es ella y yo soy yo.
JORGE: Eso tampoco es cierto, pero en fin. Le desagrada toda esta extraña
relación que tenemos los dos, ¿verdad? Piensa que estoy comprando tu afecto.
RODRIGO: Usted piensa demasiado el pensamiento de los otros. ¿No cree que
puede equivocarse?
JORGE: Si puedo, pero en esto que te concierne a ti, no.
RODRIGO: Le tiene lástima.
JORGE: ¿Lástima?
RODRIGO: Vive solo. Eso siempre es triste. (Rodrigo se encamina hacia la puerta.)
JORGE: ¿Y que vas a hacer, ahora? ¿Gastar esa plata que según tu novia, marca tu
deshonra? (Rodrigo se encoge de hombros.) Y no me digas que no es así, porque
recuerda que yo tengo la llave de tu realidad. (Rodrigo gira hacia él y lo mira.)
Conozco mi pasado y por eso conozco tu futuro, recuerda. Puedo decirte
exactamente lo que te va a pasar hoy. Irás con tu novia a una fuente de soda y se
sentarán en un rincón donde nadie pueda escucharlos, y tú le mostrarás el
cheque y ella se pondrá a llorar. Y no sabrás que hacer, porque ella querrá y no
querrá y tu también querrás y no querrás. A ambos, esto, les parecerá una
provocación irresistible, una extorsión a sus almas, una terrible pérdida de
libertad... ¿Verdad?
RODRIGO: Y si sabe todo eso, ¿por qué me hace esto?
JORGE: No te hago nada, hombre. Eres tú quién, viviendo tu vida y haciendo lo
que yo hice, terminarás siendo inevitablemente un espejo mío, ¿no te das
cuenta?
RODRIGO: (Un grito) ¡Es que yo no quiero parecerme a usted, ya se lo dije!
JORGE: Le pediste a Lorna que, después de venir aquí, se encontraran en una
fuente de soda, ¿verdad?
RODRIGO: (Con asombro y desconcierto) Sí.
JORGE: ¿Ves?...
RODRIGO: ¿Y como sabe eso?
JORGE: Porque fue lo que yo hice. ¡Pero anda, ya! No sospeches, ni desconfíes
más. ¡Anda y muéstrale ese cheque a tu novia y observa cómo reacciona! Verás
como se pone a llorar. (Rodrigo mira el cheque que tiene en la mano, lo piensa y
va a dejarlo como si le quemara, sobre la mesita ante Jorge. Luego regresa hacia
la puerta, pero llegando a ella, lo piensa otra vez, regresa, lo recoge
rápidamente y sale finalmente con él. Jorge sonríe, mientras mira la puerta que
se cierra.)
ESCENA QUINTA
(Algunos días después. Jorge está echado atrás en el sillón con las piernas
forradas con un chalón. Ante el frasco de calmantes, una botella de coñac y
vasos. Le sobreviene un intenso dolor, que calma febrilmente con un trago.
Luego se recuesta a dormitar. Suena el timbre de calle. Trata de guardar el
frasco, pero no puede. Se reclina otra vez y exclama.)
JORGE: ¿Quién es?
VOZ DE RODRIGO: ¡Yo, Rodrigo!
JORGE: ¡Pasa! (Rodrigo abre y entra. Viste terno y corbata. Trae un pequeño
paquete envuelto en fino papel de regalo.) ¿Por qué demoraste tanto? Ya creí
que no vendrías.
RODRIGO: Estuve ocupado. (Le adelanta el paquete.) Le traje esto.
JORGE: (Con desconfianza; sin tomarlo.) ¿Qué es?
RODRIGO: (Insiste ofreciéndolo.) ¡Ábralo, pues! (Jorge le saca el envoltorio.
Aparece una cajita de terciopelo y adentro, un anillo de oro.) Tiene grabadas sus
iniciales.
JORGE: Sí... ¿Y como supiste mi nombre?
RODRIGO: Está en el cheque, ¿no? ¡Pruébeselo! (Jorge lo hace.) ¿Cómo le queda?
JORGE: Bien. Casi a la medida. (Desconcertado.) No tenías que hacer esto. ¿Por
qué lo hiciste?
RODRIGO: Porque con la Lorna pensamos que a usted le gustaría.
JORGE: ¿Fue tu idea?
RODRIGO: Sí. Mía y de la Lorna. ¿Por qué me pregunta?
JORGE: Porque no recuerdo haber... No es parte de nuestro trato.
RODRIGO: ¿Qué trato?
JORGE: (Con cierta desazón.) Se suponía que lo gastarías todo en ustedes,
hombre. (Jorge deja el anillo sobre la mesa.) O sea, ¿cobraste el cheque?
RODRIGO: (Riendo.) ¡Claro que si! ¿De donde cree que saqué para el anillo?
Aunque, de primero, no me lo querían pagar.
JORGE: ¿Por qué?
RODRIGO: Porque parece que usted tiene problemas.
JORGE: ¿Qué problemas? (Rodrigo no responde.) Intervinieron mi cuenta. ¿Es eso?
RODRIGO: Fue su amigo, el Agente, que arregló el asunto.
JORGE: Y tú quieres saber por qué todo eso, ¿verdad?
RODRIGO: Es cosa suya. Usted de todas maneras no me va a contar la verdad.
JORGE: Sí. Tienes razón. Tienes derecho de pensar que no he sido franco
contigo.
RODRIGO: Usted ya no tiene mujer. Ni mujer, ni hijos. Nadie quiere saber nada
de usted. (Pausa.)
JORGE: Así es que, lo sabes todo.
RODRIGO: El juez tiene confiscados todos sus bienes. Su señora tiene un juicio
contra usted. Dice que está loco. Que está botando toda su plata. (Otra pausa.)
JORGE: Y tú, ¿qué crees?
RODRIGO: Que tiene razón.
JORGE: Entonces tu primera reacción es querer sacarte toda esa ropa nueva que
te compraste, y tirarme por la cabeza, para sacarte de encima la culpa que
sientes, ¿verdad?
RODRIGO: (Con rabia.) ¡Yo no le he pedido nada!
JORGE: Sí. Tienes razón de nuevo, en eso.
RODRIGO: ¿Sabe lo que piensa mi abuelo de usted?
JORGE: Sí, ya sé. Que soy basura. Que gente como yo, creen que todo pueden
comprarlo con su plata. Que no deberías recibir ni un peso de ese sucio dinero. Y
que si no devolvías de inmediato toda esa mierda, dejaría de ser tu abuelo. ¿No
fue eso lo que dijo? Es más, ¿no quiso él mismo venir a tirármelo por la cabeza?
(Pausa.) Así es que la historia es ahora, que no estás contento porque no pudiste
hacerle caso. Que odias toda esa ropa nueva que tienes puesta y que quieres que
te devuelva tu libertad.
RODRIGO: ¡Yo no quiero deberle nada!
JORGE: Pero me lo debes, y ése es tu problema. (Saca de nuevo su chequera.) Es
fácil. Resuelvo de inmediato tu conflicto. Doblo mi oferta. Te doy todo lo que
tengo. Contardo, el Agente del Banco maneja un dinero que no está intervenido.
También tengo propiedades y acciones que nadie puede tocar. Te doy todo eso.
Yo ya no quiero nada. ¿Quieres eso también? ¡Dime, pues! (Con la lapicera en la
mano.) ¿Cuánto quieres? ¿Cincuenta millones? ¿Cien?
RODRIGO: ¡Usted está completamente loco!
JORGE: ¿O quinientos, tal vez? ¿O mil? ¿Mil millones? (Levanta la lapicera listo
para llenar el cheque.)
RODRIGO: Usted no se quiere dar cuenta que yo no quiero deberle nada.
JORGE: Eso no es verdad. No me mientas, y lo que es peor, no te mientas a ti
mismo. Yo soy tú y tú eres yo, recuerda que te dije. Sé todo lo que piensas y
sientes. (Rodrigo se sienta, maquinalmente. )
RODRIGO: (Con total sinceridad ahora.) Es que yo no quiero ser usted. (Pausa.)
JORGE: Pero lo eres. Lo eres desde ese trabajo que tienes, lavando autos. Una
historia personal comienza ahí, que te llevará en largos y pequeños pasos, hasta
este irremediable departamento. (Lo mira con afecto y comprensión.) Estás
confundido, veo. Quieres saber quién eres. Pues yo te diré. Casa paso que des
desde ahora, estará marcado por lo que hagas. Eso serás. Tienes sin embargo una
gran ventaja sobre mí. Me tienes a mí. Mírame, y sabe hoy quién quieres o no
quieres ser.
RODRIGO: Yo no quiero ser usted, ya le dije. Nada de usted me gusta.
JORGE: ¿Y por eso me regalas ese anillo? ¡Yo no hice eso! ¡No le regalé nada a
nadie! ¿Lo haces para romper el maleficio? ¿Para que al hacer algo fuera del
libreto yo te diga que no eres yo y puedas respirar libre de ese peso? (Se acerca a
él y se lo musita en tono confidencial.) Lo haces para que se me confunda todo y
piense que he perdido la memoria, ¿verdad? (Rodrigo lo mira, se levanta y se
encamina decidido hacia la salida.)
JORGE: ¿A dónde vas?... ¿No te das cuenta que yéndote así, no resuelves nada?
¿Que sería mejor saber qué harás desde el momento que salgas de aquí? (Rodrigo
muestra titubeo.) ¡Siéntate, hombre! Un mago te contará tu futuro. Son pocos
los que tienen esa ventaja. (Con súbita impaciencia.) ¡Siéntate, te dicen! ¡No
seas torpe! ¡Aprovecha tu oportunidad! (Rodrigo regresa junto a él y se sienta.
Jorge pone sus manos sobre sus rodillas. Con afecto.) Volverás desde aquí junto a
tu Lorna, con ese quiero y no quiero, esa ansia tuya y esa resignación y los dos
snetirán un placer inmenso por haber resistido la tentación. Y habrá una
explosión de amor, que aún hoy me emociona. Pero llegará un día en que , sin
darte cuenta, te pondrás a pensar si vale la pena seguir junto a esa mujer que
solo te puede aportar el verde confiado de sus ojos y te vendrá una ansiedad
terrible de sacudirte de esa amarra. Soñarás con volar y conseguirte algo más...
¿Qué? ¿Un palacio de cristal? ¿Cómo se trepa por los peldaños del éxito? ¿Qué
lastre hay que dejar atrás? (Ve la expresión de desconcierto de Rodrigo.) ¡Oh, sí!
¡Perdóname! ¡Ya me puse a especular! Los viejos atesoramos tantas
experiencias, que tendemos a ver la vida en abstracto... Así es que, finalmente,
dejarás a Lorna, y lo único que te quedará de ella, será esa carterita plateada
que tanto deseo... Tu vuelo te llevará después a otras mujeres. Muchas.
Demasiadas. Y será tal tu fascinación que, en el momento de tener que hacerlo,
no distinguirás a la única mujer de tu vida, la más importante, la que te dará tus
hijos. No verás ni esos ojos que te miran, ni esas manos que te acarician de
verdad. (Pausa.)
RODRIGO: ¿Muchas mujeres? (Jorge sonríe por la pregunta y de ver que Rodrigo
finalmente, entiende y acepta.)
JORGE: Muchas, sí.
RODRIGO: ¿Y no estaré siempre en esa venta de automóviles?
JORGE: No. Claro que no. Porque el espionaje a tu jefe, te traerá frutos. Por
temerte y por tu trabajo duro, te hará su socio y te encargará las ventas del
negocio. Hasta que un día la Diosa Fortuna golpeará a tu puerta y te conseguirás
tu propia representación. Y de ahí, el cielo será tu límite. Tendrás alzas y bajas,
liquidarás a pérdida, pero siempre te recuperarás. Adquirirás hasta una mina en
África, ¡imagínate! Y te irás inflando de soberbia. Pensarás que eres un prodigio.
Que grandes cosas te esperan. Que tu mujer y tus hijos cuelgan de ti,
entorpeciendo tu ascenso. (Pausa durante la cual bebe agua.) Hasta ese día en
que un doctor maldita te ponga su dedo sobre esa dureza que tienes bajo el
brazo, y te recuerde que eres mortal. Que morirás. Y entonces, mi querido amigo
harás contabilidad. Lleno de temblores en tu carne, abrirás el libro donde están
registrados todos tus actos y descubrirás que erraste lastimosamente. Pero será
tarde. Tarde para pedir perdón a tanta gente que dañaste. Y no te quedará otra
solución que refugiarte en un departamento para ver si algo, algún día, alguien,
algún hecho prodigioso, te descargue el peso de tus errores.
RODRIGO: ¿Dureza?
JORGE: Sí. ¡Una multiplicación enloquecida de tus células, acostumbradas al
frenesí! (Rodrigo se levanta, espantado.)
RODRIGO: ¿Se da cuenta de lo que me está diciendo?
JORGE: Sí. Que algún día te visitará la parca maldita. ¿A quién no?
RODRIGO: (Grita.) ¡Pero me lo está diciendo a mí! ¡Yo! ¡Yo no soy usted!
JORGE: ¿Y quién eres, entonces?
RODRIGO: ¡No usted! ¡No toda esa mentira que está inventando!
JORGE: Amigo, todavía puedes cambiar tu vida. Evitar tantos errores.
RODRIGO: ¡Es que yo no soy su amigos y no he hecho nada! ¡No quiero evitar
nada! ¿Quién mierda es usted? ¿Por qué me dice todas estas cosas? (Corre hacia la
puerta.)
JORGE: ¡Rodrigo, espera! ¿A dónde vas? ¡No pierdas la oportunidad que te estoy
dando, hombre!
RODRIGO: (Se vuelve hacia él y le grita.) ¡Usted no me da ninguna oportunidad!
¡No es más que un carajo que jodió su vida y quiere joder a otros! (Abre la
puerta de un tirón.) ¡Yo soy yo y no usted! ¡Quiero vivir mi propia vida! (Sale con
portazo. Jorge se echa hacia atrás y queda mirando por donde ha desaparecido.)
JORGE: ¿Es que, en verdad entonces, no hay ninguna esperanza?
EPÍLOGO
(Unos días después. Jorge está solo, echado en el sillón, cubierta sus piernas con
una manta. A su lado, la mesita con el jarro de agua y el frasco de calmantes.
Dormita. Música de Vivaldi surge del equipo. Esto le impide oír cuando se abre la
puerta, suavemente, y asoma Rodrigo, que titubea, pero luego ingresa, se acerca
a él, se sienta en el otro sillón, al frente, y lo mira como dormita. Eso dura un
largo rato. Luego va a bajar el volumen de la música. Jorge despierta con eso. Lo
ve y se sonríe.)
JORGE: Creí que no volvería a verte. (Rodrigo avanza de inmediato y cae de
rodillas junto a él. Apoya su cabeza en su hombro.) ¿Qué te pasa, muchacho? (Le
acaricia la cabeza. Larga pausa silenciosa.)
RODRIGO: (Al fin.) ¿Dureza? ¿Es verdad?
JORGE: Síi... Lo siento... Verdaderamente.
RODRIGO: (Casi un grito sofocado.) Pero yo no quiero...
JORGE: Sí. Lo sé.
RODRIGO: Hay tantas cosas...
JORGE: ...Que quisieras hacer antes, sí, lo sé. Y las harás. No desesperes...
Muchas cosas.
RODRIGO: ¿Y tiene que ser así?
JORGE: Eso ni tú ni yo podemos evitarlo. Sólo podemos hacer de nuestras vidas
algo mejor. Todos los caminos están abiertos.
RODRIGO: Yo no quiero toda esa plata que me ha ofrecido.
JORGE: Sí. Lo sé.
RODRIGO: Lo único que quiero...
JORGE: ...Es ser feliz, sí. (Rodrigo se separa de él y siempre arrodillado a su lado
lo mira con ojos llorosos.)
RODRIGO: ¿Y era necesario que me diera esa información? ¿No podía dejar que
viviera simplemente mi vida?
JORGE: No, si queremos ser enteramente sinceros entre los dos, como
corresponde en este caso, ¿no crees?
RODRIGO: ¡Pero es cruel!
JORGE: No más cruel que saber que moriremos algún día. Es la más cruel de
todas las certezas, ante la cual sólo importa saber como lo haremos. Sí en un
buen o un mal morir.
RODRIGO: ¿Y qué habrá de bueno en mi vida?
JORGE: (Acariciando su cabeza de nuevo.) Oh, tantas cosas. Sólo será importante
que hagas de ellas lo mejor de tu vida. Le dediques toda tu atención. (Le sonríe.)
Tendrás una hija, ¿sabes? Una preciosa niña de grandes y luminosos ojos oscuros,
que durante un tiempo será la luz de tu vida.
RODRIGO: ¿Un tiempo?
JORGE: Sí. Porque después de tu vida disparatada y absurda la irán alejando de
tu lado. (Pausa.)
RODRIGO: Ana María. (Jorge lo aleja de sí. Lo mira.)
JORGE: ¿Qué sabes tú de eso? (Rodrigo va a sentarse frente a él.)
RODRIGO: Fuimos con Lorna a conocerla. En su casa de campo.
JORGE: ¡Eso no es verdad! ¡No me estés engañando! ¡Tú no puedes saber nada de
eso!
RODRIGO: Fue usted quién fijó las reglas del juego, recuerde. Fue usted quién
borró los límites del tiempo. (Se levanta de su asiento y se aleja de él.)
JORGE: ¡Es que no puede ser! ¿Qué estás haciendo? ¡Sólo me estás confundiendo!
RODRIGO: Si quiere salvarme de los errores de mi futuro, por qué no puedo
aliviarlo yo con las alegrías de su presente... Quiere venir a verlo.
JORGE: (Espantado.) ¡No! ¡Eso no es verdad! ¡No puedes haber hablado con ella!
RODRIGO: ¿Quiere una prueba? Ana María es equitadora. Gran equitadora.
Compite en muchas torneos. ¿Es verdad eso o no? (Jorge no puede reaccionar a
eso. Sólo se limita a mirarlo con el mismo espanto.) Un mueble en su casa está
lleno con todas las escárpelas y trofeos que ha ganado... Y tiene dos preciosas
hijas y un niño. Nos contó que cuando era niñita, usted le regaló un pony, que
ella se negó a montar. Por no hacerlo sufrir, nos dijo. Porque sufría de pensar
que al pobre animal le iba a doler el lomo y no tendría como darse a entender.
(Pausa durante la cual Jorge vuelve a sentarse.)
JORGE: ¿Cómo está ella?
RODRIGO: Bien. Quiere venir a verlo. Es cierto.
JORGE: ¿Por qué iba a querer verme? Arruiné su vida. Fui para ella sólo una
decepción.
RODRIGO: Pero parece que ya no es así.
JORGE: ¿Qué sabe ella de mí? ¿Le contaste?
RODRIGO: ¿De su enfermedad?
JORGE: Sí.
RODRIGO: ¡Claro que sí! ¿Cómo íbamos a dejar de hacerlo?
JORGE: ¿Y qué dijo?
RODRIGO: Quiere venir a verlo, ya le dije... ¿Por qué no quiere ver doctor?
JORGE: ¿Para qué? ¿Para que te llenen de tubos, que sólo prolongan tu agonía?
¿Te conviertan en un pelele? (Rodrigo saca un paquetito de un bolsillo.)
RODRIGO: Pensando en su enfermedad, mi mamá le manda esto.
JORGE: (Tomándolo) ¿Qué es?
RODRIGO: Una hierba. Llantén. Dice que si tiene paciencia y lo toma durante un
tiempo, lo curará de su mal.
JORGE: Gracias. (Contemplando el paquetito. Añorando eso.) Sí. Así era mamá.
Así es como la recuerdo. Siempre con una atención para todo el mundo. (A
Rodrigo.) Así es que ya les informaste a todos. Y todos me mandan su cariño,
¿verdad? ¿Incluso tu abuelo?
RODRIGO: Sí. Él también.
JORGE: Sí. Aunque dice que habría que matarlo cien veces, antes de querer ser
en lo que me he convertido. ¿Verdad que dice eso? (Rodrigo asiente.) ¿Y tú, qué
crees?
RODRIGO: Yo lo único que sé es que no me quiero parecer a usted.
JORGE: Lo harás, sin embargo. La vida es más fuerte. A menos que puedas
rebobinar y comenzar todo de nuevo. Estar con tu hija ese día en que se cayó del
bus del colegio y casi la atropella un camión. En vez de estar a mil kilómetros,
cerrando un negocio. O esa otra, cuando casi la echan del colegio por mala
conducta y tenga que intervenir otro hombre para arreglar el asunto. O aún esa
otra mucho peor, en que, fascinada por un premio que acaban de darle, entra
corriendo a tu dormitorio en un fin de semana de verano... y te encuentra con
otra mujer en la cama de su mamá... y te grita que te odia, que nunca más
quiere saber de ti, que nunca más volverá a besarte... Y nunca más lo hará...
¿Entiendes lo que eso significa?
RODRIGO: Lo siento por usted. Yo no cometeré los mismos errores.
JORGE: ¡Que bien! Entonces la crueldad tuvo, al menos, una justificación, ¿no
crees? (Jorge sufre un espasmo de dolor, que no puede ocultar.)
RODRIGO: (No sabiendo cómo auxiliarlo.) Usted debería estar en un hospital. No
saca nada con estar sufriendo aquí, solo.
JORGE: (Con esfuerzo.) Te equivocas en eso. No te imaginas el alivio que siento.
RODRIGO: Quisiera poder ayudarlo. (Jorge lo mira con una mirada intensa.)
JORGE: ¿Por qué? (Tiene que repetir la pregunta.) ¿Por qué?
RODRIGO: Porque me da pena... Y le he tomado cariño. Es un hombre triste. Sólo
recuerda sus culpas y no sus alegrías y no se puede vivir así. Porque yo tendré
tiempos felices, ¿no es verdad?
JORGE: ¿Tiempos felices? Sí. Muchos. Pero dicen que uno no recuerda las cosas
buenas. Sólo las malas, porque están siempre presentes en la conciencia, que no
descansa. (Rodrigo saca las llaves del furgón de su bolsillo y las deja sobre la
mesita.)
RODRIGO: Aquí están las llaves del furgón. Solo guardaré la casaca de recuerdo...
(Sonriendo.) ... porque me gusta demasiado.
JORGE: ¿Sabes una cosa?
RODRIGO: ¿Qué?
JORGE: Yo no hice eso.
RODRIGO: ¿Qué cosa?
JORGE: Quedarme con la casaca. Es un buen comienzo, ¿no crees?
RODRIGO: Es que yo soy Rodrigo y usted Jorge y aquí se separan nuestros
caminos. (Rodrigo se levanta.)
RODRIGO: Usted necesita alguien que lo cuide. (Se encamina resueltamente
hacia la puerta.)
JORGE: (Con alarma.) ¿Qué vas a hacer?
RODRIGO: Buscar a su hija.
JORGE: ¿Por qué? ¿Dónde está?
RODRIGO: Aquí, afuera. Esperando que la haga pasar.
JORGE: ¡No! ¡No hagas eso! No lo autorizo. (Un grito.) ¡No te metas en lo que no
te importa! ¡Jodí a mi familia! ¡Ensucié todo lo que toqué! ¡No me ofrezcas una
salida fácil! ¡Tengo que pagar por eso!
RODRIGO: Lo siento. Ana María lo quiere, y eso es más fuerte. (Hace un gesto
decidido a abrir la puerta. Jorge se para.)
JORGE: (Un grito más fuerte.) ¿Qué estás haciendo? ¡No quiero verla!
RODRIGO: (Con el picaporte en la mano, sonriendo.) Lo siento. Usted sólo conoce
su pasado. Del futuro no sabe nada.
JORGE: ¡Pero yo no la quiero ver, te digo! ¿No entiendes eso?
RODRIGO: Lo siento. Ella lo quiere ver. (Abre la puerta, mientras Jorge de pie,
agarrando su manta de enfermo, espera a la que se aproxima, furioso pero
anhelante, expectante... Esperando. Tras Rodrigo que la hace pasar, avanza una
sombra que se proyecta en la puerta.)
Fin