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Riesgo, Vidrio De Dante del Castillo

 




Riesgo, Vidrio
De Dante del Castillo

Personajes
Graciela
Luis
Judith
Jorge
Rafael




Una sala de comedor corrida. Dos puertas, una al centro, la de la salida, y otra a la
izquierda que comunica al comedor con la cocina. A la derecha un principio de
escalera que lleva al piso superior donde se encuentran las habitaciones. Todo el
mobiliario da el aspecto de pertenecer a una familia de mediana posición. Al abrirse
el telón, Graciela está cerca de la mesa acomodando unas cosas. (Pueden ser un
mantel, platos y cubiertos).
Mientras en la sala, cerca del aparato de TV., está Luis, recostado en el piso,
escribiendo sobre un cuaderno.
JUDITH.- (Entra apresuradamente por la puerta de la calle) Mamá, ya comenzó
la comedia, hay que verla.
GRACIELA.- Hoy no prendas la televisión. (Extiende el mantel sobre la mesa y
empieza a acomodar los platos y cubiertos).
JUDITH.- ¿Por qué?
LUIS.- (Levanta la cabeza) ¿No ves que ya se cansó de ver payasadas?
JUDITH.- (A Luis) Cállate, nadie está hablando contigo. (Se dirige al aparato de
TV y lo enciende).
GRACIELA.- (En advertencia) Te dije que no la pusieras.
JUDITH.- (Como si no oyera, empieza a sintonizar la imagen. Cuando por fin lo
logra va a sentarse a uno de los sillones) Un ratito nada más y luego la apago.
LUIS.- Apaga eso, ¿no entiendes?
JUDITH.- Shhh, tu no te metas.
LUIS.- (Se levanta y va hacia la TV) Bueno, pues ya que la prendiste, siquiera
pon otra cosa, no esas porquerías. (Cambia de canal).
JUDITH.- Mamá mira a éste Luis. (Se levanta, vuelve a sintonizar el canal que
estaba viendo).
GRACIELA.- (Terminando de poner la mesa). Esténse quietos. (A Judith) Eres
muy terca, pero allá tú. Donde vea tu papá que encendiste el aparato se
va a enojar.
JUDITH.- Ayer lo prendí y no me dijo nada.
GRACIELA.- Pero hoy llegó de malas.
(Se empiezan a oír voces y lloriqueos provenientes del aparato de TV. Obviamente
se trata de una telecomedia. Judith empieza a interesarse en el
programa. Jorge aparece en bata y con pantuflas bajando la escalera.
Ve que la TV está prendida y visiblemente hace un gesto de desagrado.
Va hasta el aparato y cambia de canal).
JUDITH.- (Protestando) No lo cambies, papá.
JORGE.- Lo siento, quiero ver el juego.
(Luis regresa a su lugar a seguir escribiendo).
JUDITH.- (Consulta su reloj de pulso) Todavía es temprano.
JORGE.- (Se sienta tranquilamente en un sillón)
No le hace, quiero ver el programa que va antes, también me gusta.
JUDITH.- Es que quiero saber qué pasa en este capítulo, ayer se quedó muy
interesante.
JORGE.- (Sigue mirando la TV como si no oyera lo que Judith habla. De pronto a
Graciela): Oye, ¿sabes qué? Hoy quiero que me sirvas la cena aquí.
GRACIELA.- Pero, Jorge, ya puse la mesa.
JORGE.- (Autoritario) Pues ni modo, prefiero que la traigas acá. (Mira la TV).JUDITH.- Papá, hazme caso. ¿Por qué no me dejas ver la novela?
JORGE.- No me gusta ver eso.
JUDITH.- Tú si tienes derecho a ver todo lo que quieras, ¿verdad?
JORGE.- Shhh, hablas como si la televisión fuera tuya.
GRACIELA.- Judith, deja a tu padre en paz.
JUDITH.- Está bien. (Rezongando) Pero algún día he de tener mi casa y mi tele y
entonces haré y veré todo lo que yo quiera. (Está casi a punto de
llorar).
(Luis, que ha estado pendiente de todo, le hace señas de qué bueno, como si tocara
una guitarra imaginaria).
JUDITH.- (A Luis, furiosa) ¡Idiota!
JORGE.- (Se levanta entre enojado y sorprendido) ¿Qué me dijiste?
JUDITH.- (Asustada) Nada, papá.
LUIS.- (En chisme) Dijo idiota.
JUDITH.- Si, pero se lo dije a él (señala a Luis).
JORGE.- (Duda un poco) Mmmh, de todos modos, ten cuidado con lo que dices.
JUDITH.- Papá, te juro que yo...
JORGE.- (No le hace caso; se sienta de nuevo a ver el programa de TV) Shhh,
cállate, no me dejas oír.
(Judith quiere decir algo, pero al ver que su padre está tan entretenido o simula estar
viendo la TV da la vuelta y comienza a caminar hacia la escalera,
rumbo hacia su habitación).
GRACIELA.- (A Jorge) No debiste tratarla así.
JORGE.- (Como disculpa) Me insultó.
GRACIELA.- Es incapaz de hacerlo, se lo dijo a éste. (Señala a Luis) Y es que todo
el día nada más la está molestando. (Pausa) Luis, ¿verdad que te lo
dijo a ti?
LUIS.- (Mintiendo) No sé, mamá, yo no me di cuenta, estaba haciendo mi tarea.
Nada más oí que dijo idiota.
JORGE.- Aunque no me haya insultado. También me da coraje que se crea la dueña
de la televisión. Yo fui quien la compró.
GRACIELA.- Sí, pero la compraste para la casa, para todos.
JORGE.- (Casi gritando) La compré para mí, Graciela, es mía.
GRACIELA.- (Un poco atemorizada) Está bien, está bien, no tienes que gritar así.
LUIS.- Oye, papá, puedo ver contigo ese programa.JORGE.- No.
GRACIELA.- Lo que debes hacer es terminar la tarea, llevas horas haciéndola.
LUIS.- No puedo concentrarme con ese ruido. (Señala la TV).
GRACIELA.- Ve entonces al escritorio de tu papá, ahí no hay ruido.
JORGE.- (Violentamente) No, ahí no. (Graciela se le queda mirando fijamente.
Disculpándose) Es que tengo muchos papeles de trabajo y no quiero
que me los vayan a revolver.
LUIS.- ¿Lo ves, mamá? (Pausa) No puedo trabajar en ninguna parte.
GRACIELA.- (Nerviosa) Mira, deja eso por el momento, después terminarás.
LUIS.- Y entonces, ¿qué hago? Papá tampoco me deja ver la tele.
GRACIELA.- (En el mismo tono) Trae de una vez el pan.
LUIS.- (Feliz) Si, mamá.
(Saca un billete de su monedero, mismo que entrega a Luis) Toma, compras la mitad
de pan blanco y lo demás de pan de dulce.
LUIS.- Sí.
GRACIELA.- Regresas pronto, no quiero que vayas a quedarte en la calle jugando
con tus amigos.
LUIS.- No, mamá.
GRACIELA.- (En advertencia) Mira, si te tardas, voy por ti.
LUIS.- Está bien, mamá. (Sale)
GRACIELA.- (A Jorge) No se por qué te portas así con los muchachos; a veces me
da la impresión de que te estorban o no los quieres.
JORGE.- No digas tonterías.
GRACIELA.- Entonces, ¿cuál es la razón de que te portes así con ellos?
JORGE.- ¡Ah, mujer!, ya quisiera verte en mi lugar: cobrando, discutiendo y haciendo
corajes. Eso sin contar con las grandes caminatas que hago y cuando
por fin llego a mi casa, rendido y con ganas de descansar, siempre me
encuentro con problemas, gritos, ruidos y quejas. ¿Tú crees que no voy
a fastidiarme?
GRACIELA.- Pero los muchachos no tienen la culpa de lo que te pasa en la calle.
JORGE.- No digo que la tengan.
GRACIELA.- Tampoco yo soy culpable.
JORGE.- Pero tú, ¿qué tienes que reprocharme?
GRACIELA.- Conmigo también has cambiado.
JORGE.- ¿En qué sentido?GRACIELA.- Si no es para darme alguna orden, no me hablas. En cambio antes
platicábamos a diario.
JORGE.- ¿Y de qué quieres que platiquemos?
GRACIELA.- Antes lo hacíamos de muchas cosas, nos sobraban temas.
JORGE.- (Interesándose en la TV) Shhh, mejor siéntate y ve conmigo el programa.
GRACIELA.- (Se sienta) Parece que ya no te interesa lo que pasa en tu casa.
JORGE.- ¡Cómo no va a interesarme!
GRACIELA.- Antes, cuando no teníamos la tele, siempre llegabas y preguntabas por
tus hijos, por lo que habían hecho en tu ausencia.
JORGE.- Para que lo pregunto, si me doy cuenta de que están insoportables.
GRACIELA.- Han llegado a la edad en que más debían preocuparte.
JORGE.- ¿Qué quieres decir?
GRACIELA.- Ya no son unos niños y los sigues tratando como si lo fueran.
JORGE.- Siguen siendo unos escuincles malcriados.
GRACIELA.- Debes cambiar con ellos.
JORGE.- ¿En qué sentido?
GRACIELA.- Trátalos de una manera más amistosa.
JORGE.- Sí, cómo no, para que luego me pierdan el respeto.
GRACIELA.- No, para que sientan confianza, para que te quieran, para que borres el
temor que te tienen.
JORGE.- ¡Temor! ¿Pero por qué?
GRACIELA.- Por cualquier insignificancia los estás regañando.
JORGE.- A los hijos hay que corregirlos a tiempo.
GRACIELA.- Pero también hay que demostrarles cariño.
JORGE.- ¿Y acaso crees que no los quiero?
GRACIELA.- Los quieres, pero ya te dije, necesitas demostrárselos.
JORGE.- (Aburrido) Bueno, ¿a qué viene hablar de todo esto precisamente cuando
estoy viendo un programa que me gusta?
GRACIELA.- Es necesario. Sobre todo, al primero que tienes que empezar a ganarte,
es a Rafael.
JORGE.- Mhhh, ya sé por dónde va la cosa, ustedes algo se traen, ¿por qué no lo
dices de una vez?
GRACIELA.- Rafael quiere hablar contigo.
JORGE.- ¿Acerca de qué?GRACIELA.- Quiere estudiar aeronáutica civil.
JORGE.- (Molesto) ¡¿Qué?! Ese muchacho siempre está con sus sueños de
grandeza; antes quiso ser arquitecto, ahora esto. (Pausa) Que ni lo
piense, yo no puedo costearle esa carrera. Es muy cara.
GRACIELA.- Tiene algo ahorrado y sólo quiere saber si cuenta con tu apoyo. Lo
correcto es que lo ayudes, aunque sea con poco dinero.
JORGE.- No puedo, se saldría totalmente de mi presupuesto. Además, recuerda que
estoy juntando para mi carro.
GRACIELA.- Yo sé que puedes ayudarlo habla con él y no lo desanimes.
JORGE.- ¿Cuándo dejarás de abogar por ese flojo?
GRACIELA.- Quiere estudiar, hay que apoyarlo.
JORGE.- ¿Para que haga lo mismo que cuando estudiaba comercio? Nunca se
paraba por la escuela.
GRACIELA.- No le gustaba estudiar eso.
JORGE.- No era cuestión de que le gustara o no; fue lo único que pudimos ofrecerle
y debió aprovecharlo.
GRACIELA.- Una carrera corta nunca me pareció lo mejor para Rafael.
JORGE.- Desperdició una oportunidad que ya la hubiera yo querido tener en mi
tiempo.
GRACIELA.- Soñaba con ser arquitecto.
JORGE.- No estábamos en posibilidades de costear eso, y además, nunca he sido
partidario de carreras largas: muy pocos las llegan a terminar.
GRACIELA.- Aquel fue un tiempo difícil; ahora, con un poco de sacrificio, podemos
ayudarlo.
JORGE.- ¿Y dónde está? De seguro en la calle.
GRACIELA.- No. (Pausa) ¿Por qué siempre piensas que está en la calle? Está arriba
desde temprano, terminando de hacer unas cuentas.
JORGE.- Fíjate, luego si estudia eso, va a descuidar su trabajo. ¿Quién va a llevar la
contabilidad de sus clientes?
GRACIELA.- Él dice que puede con las dos cosas, además por eso no te preocupes,
yo conozco de contabilidad y puedo ayudarlo.
JORGE.- (Viéndose muy forzado) Mmmh, voy a hablar con él, pero no te prometo
nada.
GRACIELA.- (Rápidamente) Entonces, voy a decirle que baje.
JORGE.- No. Espérate a que termine el programa.GRACIELA.- Es más importante el porvenir de tu hijo. (Va hasta el pie de la escalera
y desde abajo grita) Rafael, Rafael. (Aparece éste) Rafael, hijo, tu
padre te está esperando.
RAFAEL.- (Sorprendido) ¿A mí? ¿Para qué?
GRACIELA.- ¿No querías hablar con él de tus estudios?
RAFAEL.- (Un poco desconcertado) Este..., sí.
GRACIELA.- Pues ándale.
(Rafael baja la escalera y se acerca a Jorge, quien sigue viendo la TV).
RAFAEL.- (Tímidamente) Papá...
JORGE.- (Sin dejar de ver la tele) Sí. Te escucho.
GRACIELA.- (Muy amable) Jorge, voy a apagarla. Así podrán hablar mejor. (Apaga
el aparato).
JORGE.- ¡Ah, que lata dan ustedes!
GRACIELA.- (Se acerca nuevamente a Rafael y lo empuja cariñosamente) Ándale.
RAFAEL.- No te quitaré mucho tiempo.
JORGE.- Bueno...
RAFAEL.- (Tragando saliva) ¿Sabes, papá? He decidido seguir estudiando.
JORGE.- Qué bueno.
RAFAEL.- Y... quisiera saber si puedo contar con tu ayuda.
JORGE.- Desde luego.
GRACIELA.- (Feliz) Ya ves, Rafael, cómo hablando se entiende la gente. (Pausa)
Bueno, mientras ustedes se ponen de acuerdo yo voy a terminar de
cocinar, quiero que hoy cenemos todos juntos. (Sale).
RAFAEL.- (Muy contento) No sabes, papá, como temía que no fueras a ayudarme.
JORGE.- ¿Por qué no había de hacerlo?
RAFAEL.- Es que antes no te respondí bien, pero ahora puedes estar seguro de que
llegaré a ser un gran piloto.
JORGE.- (Fingiendo sorpresa) ¡Cómo! Pero, ¿Qué quieres estudiar?
RAFAEL.- Aeronáutica civil, creí que ya mamá te lo había dicho.
JORGE.- No, ella nada más me dijo que querías seguir estudiando y yo creí que ibas
a terminar comercio.
RAFAEL.- (Con vehemencia) No, eso nunca me gustó.
JORGE.- Entonces, ¿Por qué comenzaste a estudiarlo?RAFAEL.- ¿Ya no te acuerdas, papá? Tú fuiste quien me obligó, yo quería estudiar
arquitectura.
JORGE.- Yo no te obligué. En aquel tiempo era imposible costearte esa carrera.
RAFAEL.- Lo comprendí, por eso acepté, pero por más esfuerzos que hice, nunca
me gustó estudiar comercio. Siempre soñaba en construir grandes
casas, edificios, ciudades enteras.
JORGE.- Eran sólo sueños, en cambio yo te di los medios para que pudieras ganarte
la vida.
RAFAEL.- También uno puede vivir haciendo lo que le gusta.
JORGE.- (Sonríe irónicamente) ¿Y con eso que piensas estudiar, podrás
mantenerte?
RAFAEL.- Seguro.
JORGE.- Esa es una carrera de ricos, de gente que tiene buenas relaciones.
RAFAEL.- No soy rico, ya los sé, pero en cuanto a contactos, en la escuela uno se
puede ir relacionando.
JORGE.- Definitivamente eso de los aviones no me gusta, resulta caro y con muy
poco porvenir. (Pausa) Y además yo no tengo medios para ayudarte.
RAFAEL.- Pero si hace un rato estabas de acuerdo.
JORGE.- Creí que te referías a seguir estudiando comercio.
RAFAEL.- No, papá, eso ya no.
JORGE.- No sé por que no te gusta. Ya ves, aunque no te recibiste, estás llevando
varias contabilidades y te sacas tus buenos centavos. Imagínate lo que
ganarías si terminaras tu carrera de contador privado y luego siguieras
estudiando, hasta recibirte de contador público...
RAFAEL.- Mi ambición no es nada más ganar dinero.
JORGE.- ¿Entonces?
RAFAEL.- Quiero hacer lo que siempre he deseado. Aviador.
JORGE.- Antes querías ser otra cosa.
RAFAEL.- Si, pero ahora quiero viajar, conocer otros países, volar.
JORGE.- Toda la vida estás soñando; antes soñabas en fabricar castillos, ahora en
paseos. (Pausa) Date cuenta: somos pobres.
RAFAEL.- Por eso quiero progresar y no seguir estancado.
JORGE.- Pero no puedes aspirar a cosas que no son para ti; ve la realidad,
confórmate con lo que tienes.
RAFAEL.- ¿Y qué es lo que tengo? Nada, papá; todo lo que hay en la casa es tuyo.JORGE.- No te precipites, piénsalo bien. Si quieres seguir estudiando, estudia lo que
ya conoces, sobre todo lo que te sirve.
RAFAEL.- No necesito pensar nada, sé lo que quiero. Mi decisión ya está tomada, y
sólo quiero saber: ¿vas a ayudarme?
JORGE.- Lo haré si estudias comercio.
RAFAEL.- ¡Papá! ¿Por qué siempre te quieres salir con la tuya?
JORGE.- En este caso, sé lo que te conviene.
RAFAEL.- Eso nadie puede saberlo mejor que yo.
JORGE.- Eres muy joven aún, no te das cuenta de muchas cosas, podrías
equivocarte.
RAFAEL.- No me importa, nadie experimenta en cabeza ajena y lo que tú sepas no
me va a servir a mí.
JORGE.- ¿Entonces, definitivamente, ya decidiste estudiar aeronáutica?
RAFAEL.- Sí.
JORGE.- (Indignado) Si vas a hacer lo que quieras, no cuentes conmigo para nada.
RAFAEL.- (Dolido) No sé como llegué a creer por un momento que ibas a cambiar.
(Pausa) Gracias de todos modos, papá. (Exaltado) Pero una cosa si te
digo: de hoy en adelante, bueno o malo para ti, seré lo que yo quiera.
GRACIELA.- (Entra) ¿Qué paso? (Pausa) ¿Ya se pusieron de acuerdo?
(Rafael no contesta. Se dirige violentamente hacia la puerta de la calle y sale).
GRACIELA.- Rafael, ¿A dónde vas?
JORGE.- Déjalo, es un necio.
GRACIELA.- Pero, ¿Por qué se fue?
JORGE.- Se disgustó.
GRACIELA.- ¿Pues que le dijiste?
JORGE.- Qué si estudia comercio lo ayudo, si es otra cosa, no.
GRACIELA.- (Mortificada) Lo sabías muy bien, yo te lo dije: él quiere estudiar
aviación.
JORGE.- No le conviene.
GRACIELA.- No puedes obligarlo a estudiar lo que tú quieras.
JORGE.- Se debe terminar lo que se comienza.
JUDITH.- (Baja por las escaleras) Mamá, ¿puedo salir un rato?
GRACIELA.- Avísale a tu padre.
(Con cierto recelo) Papá, voy a la casa de Cristina.JORGE.- (Muy molesto) ¿De cuando acá sales de la casa sin antes pedir permiso?
JUDITH.- (Desconcertada) Pero, papá, ¿qué estoy haciendo?
JORGE.- Eso no es pedir: me estás avisando, o sea, ya lo decidiste.
JUDITH.- (Sumisa) Bueno, ¿me das permiso?
JORGE.- No, para que otra vez te enseñes a pedirlo. ¡En esta casa ya todo mundo
quiere hacer su voluntad!
JUDITH.- (En ruego) Papá, no seas así. No me dejas ver la tele, no puedo salir.
¿Qué voy a hacer entonces?
JORGE.- Hay muchas cosas en las que puedes ocuparte. Ayuda a tu madre en la
cocina, estudia tus lecciones.
GRACIELA.- (Un poco molesta) Hace un rato me ayudó a limpiar la cocina, su tarea
de la escuela ya la terminó, déjala ir un rato a platicar con su amiga.
JORGE.- No, ya dije que no.
GRACIELA.- (Exaltada) Pero no es justo, Jorge, ella tiene derecho a distraerse un
poco.
JUDITH.- (Tratando de evitar una discusión) No importa, mamá, iré otro día. (Pausa)
¿No tienes algo en que pueda ayudarte?
GRACIELA.- (Nerviosa) Si, por favor vigílame la carne en el horno.
JUDITH.- Si, mamá. (Sale).
GRACIELA.- Jorge, no seas así ¿Por qué no tratas mejor a esa muchacha?
JORGE.- (Prende nuevamente la TV) Hay que fajarse los pantalones, o al rato los
hijos te mandan. (Se sienta nuevamente).
LUIS.- (Entra corriendo asustado) Papá, papá.
JORGE.- Shhh, cállate. No grites. (No le hace caso).
LUIS.- (Va hacia Graciela) Mamá, se van a llevar a Rafael a la cárcel.
GRACIELA.- ¿Qué dices? ¿Por qué?
LUIS.- Rompió los vidrios de la tienda de la esquina.
GRACIELA.- ¿Cómo fue eso?
LUIS.- Dicen que lo hizo a propósito.
GRACIELA.- Pero, ¿Por qué?
LUIS.- No sé.
JORGE.- (Se levanta. Baja el volumen de la TV. A Luis:) A ver, explícate mejor.
LUIS.- A pedradas rompió los cristales y después, en lugar de correr o esconderse,
se quedó viendo lo que había hecho; yo traté de jalarlo, pero me corrió.GRACIELA.- ¡Ay, Dios mío! ¿Y después?
LUIS.- Salió el dueño con otro señor y lo detuvieron.
GRACIELA.- ¿Y tú hermano que hizo?
LUIS.- Nada. Después el dueño llamó a la policía.
JORGE.- (Furioso) Ese muchacho tiene arranques de loco.
GRACIELA.- Jorge, vamos por él antes de que se lo vayan a llevar.
JORGE.- No, ya está grandecito para saber lo que hace.
GRACIELA.- Si tú no quieres acompañarme, iré sola.
JORGE.- Tú no sales, te lo prohíbo.
GRACIELA.- (Comprueba que lleva su monedero) No voy a dejar que se lleven a un
hijo mío a la cárcel.
JORGE.- Déjalo, así escarmentará.
GRACIELA.- Iré, quieras o no.
JORGE.- (Gritando, para tratar de imponerse) Aquí se hace lo que yo digo.
GRACIELA.- Se hará todo, menos dejar que Rafael vaya a la cárcel por tu culpa.
JORGE.- ¿Cómo que por mi culpa?
GRACIELA.- Iba furioso cuando salió de aquí. Yo no sé lo que le dirías.
JORGE.- Con bajarlo de las nubes no creí hacerle un mal.
GRACIELA.- No, no le hiciste nada; ya me imagino, con tu manera de hablar, las
cosas que le habrás dicho. Y lo que más rabia me da es que yo te
advertí que no lo fueras a desanimar. (A Luis) Acompáñame, hijo.
LUIS.- Sí, mamá.
JORGE.- (Les ataja el paso) Ustedes no salen.
GRACIELA.- Déjanos pasar.
JORGE.- Si quieres ir, ve tú sola. (Detiene a Luis con la mano). A los demás no
tienes por qué indisciplinarlos.
GRACIELA.- Quédate, Luis. (Va hacia la puerta de la calle).
JORGE.- Nada más te advierto: si sales de esta casa no vuelves a entrar.
GRACIELA.- (Furiosa) Es lo que tú crees, ésta es mi casa.
JORGE.- (Déspota) ¿Te olvidas de quién paga la renta y quién compró todo lo que
hay aquí?
GRACIELA.- No, ya sé, fuiste tú, yo soy tu esposa y ellos son tus hijos, pero ni ellos
ni yo somos objetos que puedas tratar como se te antoje.
JORGE.- ¿Qué tratas de decirme?GRACIELA.- ¿Todavía debo hablar más claro? Hace un rato te decía que tratas a los
muchachos como a unos niños, pero no era la palabra correcta, los
tratas como máquinas para manejar a tu antojo, y lo digo de una vez,
ya me tienes cansada: o cambias, o te vas de la casa, o nos vamos
nosotros.
JORGE.- (Burlón) ¡Qué valiente te has puesto!
GRACIELA.-¡Desde hace mucho debí ponerme! Tú lo que quieres hacer de Rafael
un don nadie, de Judith una histérica y de Luis un vago. De mí ya ni
hablo; al fin y al cabo te acepté como eres. (Pausa) Y a pesar de todo
te quiero.
JORGE.- (Desconcertado) ¿Pero qué te pasa?
GRACIELA.- Analiza tu conducta y podrás contestarte. Me voy.
JORGE.- No seas loca. ¿Qué vas a hacer?
GRACIELA.- Pagaré los daños.
JORGE.- ¿Cuánto tienes?
GRACIELA.- (Cuenta el dinero de su monedero) Ciento veinte pesos.
JORGE.- (Sonríe triunfal) Eso no te alcanzará para nada.
GRACIELA.- (Desesperada) Pediré prestado.
JORGE.- ¿Y si no consigues?
GRACIELA.- Entonces, veré si quedó un vidrio sano para romperlo y que me lleven
junto con Rafael. (Sale).
JORGE.- (Se queda un momento junto a la puerta. Está muy desconcertado. A Luis)
Tú mamá está loca de remate, igual que el otro, pero eso sí, ni piensen
que yo vaya a sacarlos.
JUDITH.- (Entra) Mamá, ya está la carne.
JORGE.- Tu madre no está.
JUDITH.- ¿Dónde fue?
JORGE.- A romper vidrios.
JUDITH.- (Sorprendida) ¡¿Qué?!
JORGE.- (Muy exaltado va hacia Judith). Mira, hija, yo por ustedes he tenido que
soportar durante años muchas humillaciones, no sólo de mi jefe que es
un déspota y que a la menor protesta que hago, amenaza con quitarme
el trabajo. Ojalá sólo fuera él, pero luego, cuando salgo de la oficina
para hacer los cobros, tengo que enfrentarme con cada cliente... Se
niegan a pagarme, discuten conmigo, algunos han llegado hasta
insultarme y no ha faltado quien me haya dado con la puerta en lasnarices. Eso sucede casi a diario, pero ustedes como no lo saben no
me comprenden. ¿Verdad que no?
(Judith va a decir algo, pero Jorge continúa hablando).
JORGE.- A mí ya no me importa soportar todo eso, pero a cambio creo que tengo
derecho a un poco de consideración. ¿No?
JUDITH.- Sí, papá.
JORGE.- Es verdad, a veces llego de malas y hasta soy injusto, pero ya te expliqué
mi situación.
JUDITH.- Sí, papá.
JORGE.- (Violentamente) Mira, el plan en que se pone tu hermano no es justo.
(Pausa)¿Tú crees que yo no tuve ambiciones?
(Judith se sorprende mucho. No sabe que contestar. Por fin va a decir algo, pero
Jorge continúa hablando).
JORGE.- Sí, hija, también las tuve. (Pausa) Soñé con ser contador público titulado,
pero no siempre se puede conseguir lo que uno desea y menos cuando
ya se tienen obligaciones. (Dolido) Toda mi vida se la he dedicado a
ustedes. ¿Y todo para qué? Para que ahora tu madre, con la mayor
frescura, me corra de la casa.
JUDITH.- (Cada vez entiende menos)¡¿Te corrió?!
JORGE.- Nadie comprende que yo trato de darles lo que nunca tuve; sobre todo,
quiero evitarles desilusiones como las que yo pasé. (Pausa. Dolido,
casi sollozando) Pero una cosa si te digo, Judith: cueste lo que cueste,
debo mantener unida a mi familia.
JUDITH.- (Conmovida) Ay, papá, perdóname, pero no te entiendo nada.
(Se oye en la calle el sonido de la patrulla de policía)
JORGE.- (Como impulsado por un resorte se quita la bata. A Judith) Rápido, dame
mi saco.
JUDITH.- (Va hasta una silla del comedor donde está el saco de Jorge, lo toma y
rápidamente se lo lleva a éste) Aquí tienes.
JORGE.- (Lo recibe, comprueba que lleva su cartera. A Luis) Anda, tráeme mis
zapatos. (Se quita las pantuflas).
LUIS.- Sí, ahorita te los traigo (Sube rápidamente por las escaleras).
JORGE.- (Mientras se pone el saco. A Judith) Hija, si quieres puedes ver la
televisión.
JUDITH.- (Lo mira sorprendida) ¿Qué dices, papá?
JORGE.- Sí, en el canal que quieras. (Va a salir apresuradamente)
LUIS.- (Desde las escaleras le grita) Espérate, no llevas zapatos.JORGE.- (Se detiene, mira sus pies) Es verdad. (Luis va hacia él, le entrega los
zapatos. Jorge los toma y se los pone rápidamente) Ojalá llegue a
tiempo (Sale muy rápido).
JUDITH.- (En voz alta) Oye, ¿dónde vas?
LUIS.- (Sonríe) Mejor se hubiera ido con mamá.
JUDITH.- ¿Adónde fue? No entiendo nada. Explícame. ¿Qué es lo que está
pasando?
LUIS.- (Sentándose en el suelo. Feliz) Te lo voy a contar todo. (Le indica que se
siente junto a él).
(Judith lo hace. En la calle suena otra vez la sirena de policía. Luis empieza a hablar,
pero no se oye lo que dice. Mientras, lentamente va cayendo el
TELÓN).
FIN.





Salvador Novo. El Joven II



















Salvador Novo

El Joven II

La alcoba del protagonista, simple y lujosa, una gran cama al centro, una mesa de
noche a la izquierda. A izquierda y derecha de la cama, puertas. Puerta en el lateral
derecho, cortinas echadas en el izquierdo, a oscuras.
El JOVEN, viste ropas muy deportivas. Se incorpora en la cama y salta de ella,
conforme la habitación se ilumina como si la luz surgiera de él. Se vuelve a mirar a la
cama, menea la cabeza como con asco, como con lástima.
EL JOVEN
Sigue durmiendo, imbécil. Por unas cuantas horas siquiera, yo tendré libertad. Hasta
la libertad de llevarte conmigo si quisiera, a todos los sitios a que tú no has querido
llevarme. Podré hacer las cosas que te ha faltado el valor de acometer; las que están
prohibidas, las que no se deben hacer, las que implican riesgo; aquellas para realizar
las cuales es necesario abrir las puertas, o derribarlas. (Va a la puerta, comprueba
que está bien cerrada).
La aseguraste bien. Nadie puede llegar a molestarte. Temes a los ladrones.
Claro. Te ha costado mucho trabajo reunir el dinero. No es cosa de exponerte q que
se lo lleven. Siempre has tenido miedo. De que te maten. Con un puñal, o
ahorcándote, en la oscuridad. Y has huido, a esconderte, a negarte, a dormir. (Se
sienta en el lado derecho de la cama).
¡Qué asco me das! Con tus músculos flojos, ahogados en grasa, con tu
cabeza calva hundida en los cojines, llena de números y de palabras muertas. No
sonríes ahora. Tu boca se contrae en un rictus amargo mientras crecen en torno
suyo las barbas que dentro de unas horas segarás cuidadosamente. Y tus manos
lacias, como grandes hojas marchitas. Hasta ellas llegas; ahí terminas. Con ellas
habrías podido acariciar, o matar, o esculpir, o fijar una piedra sobre otra y elevar una
torre. Y tus piernas. Estaban hechas para andar, para correr, para ascender. Habrían
sido duras y fuertes. Ahora son las columnas que sostienen tu abdomen, y tus manos
las palas que te llenan el abdomen de combustibles caros y refinados. También
crecen tus uñas, como tus barbas, mientras duermes. En la tumba será lo mismo. Y
mira; ya empiezan a mancharse tus manos de lunares violáceos y amarillos. ¿Sabes
cómo se llaman esa manchas? Se llaman las flores del sepulcro. (Se levanta, va
hacia la puerta derecha del fondo, la abre).
Aquí guardas tu ropa, tus disfraces. Tienes muchos, muy finos, muy caros,
cortados por el mejor embalsamador de la ciudad. Aquí está el que acabas de usar,
el que te quitaste hace unas horas; desinflado sin ti, arrugado, como un
espantapájaros. Huele a ti, a tu sudor agrio, al humo de tus cigarros. Y ahí está tu
jacquet, con el que te casaste. No lo has usado más que una vez en la vida, pero lo guardas. 
Ya no cabrías en él si quisieras ponértelo, pero lo conservas, acaso porque
contiene a tu fantasma de aquella mañana en que estabas tan nervioso y llegaste a
la iglesia toda adornada de flores blancas, con el órgano y los cantantes, y las damas
de honor para tu novia, y las amistades que te sonreían al desfilar del brazo de tu
novia. ¡Tu novia! Nunca la quisiste verdaderamente. Lo que entonces te gustaba era
irte de parranda con los compañeros de Leyes, emborracharte, amanecer en una
alcoba desconocida. ¡Ah, pero las conveniencias! Adriana era rica, era bonita, se
conocían desde niños... Las familias se pusieron de acuerdo -¿y qué más daba?
Además, fuera de aquella primera criadita, las demás mujeres no eran ya vírgenes, ni
mucho menos, mientras que Adriana... Fue un atractivo, pero efímero. Luego se puso
gorda, tuvo el primer hijo; luego otro, y otro, todos muy bonitos, muy bien educados...
Están en los mejores colegios –y te odian. Y tú odias a su madre, y ella te detesta,
bien lo sabes. Es gorda, fofa, huele rancio debajo de sus perfumes, se tiñe el pelo.
Hace ya diez años que cada cual duerme en su recámara.
Eres un hombre muy ordenado, muy metódico. Por las noches te quitas el
disfraz, pero en orden: la cartera, la pluma fuente, la libreta de teléfonos y
direcciones, la licencia de manejar, los pañuelos, la billetera –y las llaves. Un montón
de llaves, de todos tamaños y formas. Luego la ropa, ya vacía. Sales de ella como
una serpiente de su piel, no como una mariposa de su crisálida. Y te sientas a
quitarte los zapatos. Tienes muchos también. Podrías caminar con ellos muchas
leguas, pero no están gastados. Cómo van a gastarse en las alfombras. Están
simplemente deformes, ajados, cansados, como tú mismo, con los brazos lánguidos
de sus agujetas que tú ajustas y enlazas, como el dogal de tu corbata, todas las
mañanas, cuando también abrochas todos esos infinitos botones con que te
encierras en el disfraz en turno.
Aquí está tu cartera. Es lo primero que cada noche extraes de tu ropa, y lo
último que al siguiente día sepultas en tu bolsillo, sobre tu corazón. Tu identidad,
como quien dice; tu pasaporte para circular entre los demás. De piel de Rusia, negra
y tersa, un poco vieja ya. ¿Qué guardas en ella? Ah, sí, las credenciales: miembro
del Club Rotario, socio de la Ama, asegurado número 12,856, socio del Chapultepec
Country Club, socio del Club de Banqueros... ¿Y esto? ¿Qué es esto? ¿Un retrato?
¡Todavía lo guardas! ¡Ella tuvo valor, sabes! Ella sí realizó su vida. ¡Cómo la
deseabas! ¡Qué ridículamente lloraste al saber que se había marchado para siempre!
¿Pero qué hiciste para retenerla? Habrías tenido que romper los lazos, todos los
lazos –y te faltó valor. ¿Qué diría la gente? ¿Cómo ibas a destruir por una locura la
dicha de tu hogar, tu reputación, la de tu respetable familia? Tus hijos, tu esposa,
¡qué escándalo! Ya no eras un joven; ya no estabas en edad de locuras...
Y ella se fue, dejándote para siempre en los labios una sed amarga. Y ella es
feliz, feliz, con su carne cálida y blanca, con sus ojos verdes, con la boca que
besaste una vez... Y tú estás aquí, rico, respetado, cerca de tu esposa, rodeado de
tus hijos que no te quieren, que quieren que te mueras como tú quieres que se
muera Adriana porque crees que entonces sí la buscarías, la traerías a vivir contigo,
serías dichoso... A veces crees que ya la olvidaste. Y en efecto, la olvidaste, como a
ti mismo. Pero aquí traes su retrato. Aquí, escondido entre las credenciales de tuimportancia social –una muchacha sonriente y sensual que te brindaba su juventud...
y tú no tuviste valor.
Tus llaves, mira. Cuántas llaves. También en orden que sólo tú sabes. Todas
estas son de tu casa; éstas, de tu oficina, de todo el edificio, que es tuyo.
Ciertamente, has construido muchas cárceles, de las que sólo tu tienes la llave, a las
que sólo tú puedes entrar. En ellas tienes encerrados a tus fantasmas: al que iba a
ser, al que iba a hacer; al que juega póquer con sus amigos; al que debería estar
leyendo todos esos libros condenados a cadena perpetua; al que iba a jugar ping
pong para conservarse en forma, al que iba a oír música buena, que compraste en
pastillas negras; al que un día decidió pintar y se compró un caballete, y pinceles, y
tubos de color. De vez en cuando te atreves a visitar a tus fantasmas; buscas la
llave, abres la puerta: todo eso es tuyo; pero él no está cuando tú llegas. Se ha
marchado, para siempre. Detrás de los espejos asoma un viejo torpe, cansado.
Buscas a tu fantasma; lo evocas con la música que le gustaba; acaricias el libro que
prefería, le destuerces el cuello seco a un tubo de pintura; pero el fantasma se ha
fugado por el espejo por el cual lo buscas sin encontrarlo –y vuelves a cerrar su
prisión, y guardas la llave; una junto a las otras; un rosario de llaves que tintinean y
cuelgan como un racimo de ahorcados en tu bolsillo.
Estas son las de tu edificio. Puedes llegar a sorprender al conserje, ver si
cumple con su deber, en cualquier momento. Y entrar directamente a tu oficina, sin
que te vean llegar las secretarias ni los empleados; y abrir con esta pequeña tu gran
escritorio, siempre tan al día en el despacho de los documentos, que el día en que te
mueras no habrá ningún problema, ningún tropiezo, ninguna dificultad. Lo tienes todo
previsto y en orden: un cuantioso seguro de vida, tu fortuna en una sociedad
anónima cuyas acciones están equitativamente distribuidas entre tus hijos y
Adriana... Así ni siquiera se paga el impuesto sobre legados, porque no hay
testamento, ni juicio de intestado. Lo demás, en acciones al portador, que se hallan
bien seguras en la caja del banco; y la modesta cuenta en efectivo, porque siempre
se necesita algo de líquido, mancomunada con Adriana. Aquí está tu chequera de
bolsillo. Pueden firmar tú o ella, o tú y ella, y el banco paga de cualquier modo; así
que nada se expone, ni nada puede perderse, y todo es irreprochable.
Ah, pero también aquí entre las llaves numerosas y respetables hay una
disimulada y pequeña... que no es de tu casa – ni de tu despacho- ni de los clubes –
ni de los coches... La conozco bien. Es la del único lugar el que yo te hago ir, al que
te obligo a llevarme. Te confieso que te ves bastante ridículo cuando en él te
desnudas, a pesar de tus precauciones con la luz tenue, con los licores que nos
nublan un poco la vista. A horas fijas, porque tú todo lo conciertas con método, ellas
llegan, llaman; yo te obligo a no darte cuenta de la repugnancia que les causas; las
ciego un poco también a ellas, por el breve momento en que te domino y las
embriago. Entonces pruebas un sorbo de felicidad verdadera y quisieras quedarte
ahí, prolongar el instante. Pero yo me retiro a contemplarte y ellas se incorporan a
marcharse, cumplida su misión simplemente sanitaria. Y les das un billete y el
número privado del teléfono para que alguna vez te llamen; el número del que no
pueden informarse a quién corresponde –y un nombre falso, por precaución. Ysalimos de prisa, disimuladamente, a abordar un coche de alquiler que nos lleve
hasta cerca de donde siempre dejas el Cadillac. (Cierra la puerta del vestidor, mira
hacia la cama, cruza frente a ella hacia la izquierda y hasta la ventana, levanta la
cortina.) Mira la noche. No, no puedes mirarla; prefieres dormir. Y ella es toda mía, y
tú me retienes aquí, imbécil, cuando podría yo hacerte tan dichoso. Allá abajo, en el
jardín, se aman y se acoplan las flores y los insectos; la tierra es cálida y húmeda
como un sexo joven, y el viento unta la luna sobre cada caricia trémula. Pero tú
prefieres mirar el jardín mañana, desde aquí, y que las rosas aparezcan cortadas y
limpias en la mesa de tu desayuno. Allá lejos..., mira las calles, mira el parpadeo de
los automóviles, que conducen parejas felices; los jóvenes ríen, se embriagan,
vibran, viven. En este momento, cientos de aviones vuelan a todas partes del mundo.
Volar, transportarse, ¿sabes lo que es eso? Sí, claro, ya has volado muchas veces,
para economizar el tiempo y asistir a las convenciones. Pero esa no es la gloria del
vuelo. Es el que podríamos emprender si tuvieras el valor de dejarlo todo, de ver el
mundo, de absorberlo en la esponja seca y sedienta de tu cuerpo: las playas, el mar,
el desierto, el bosque, la aventura, la ventura... Nosotros solos, sin dinero, sin
equipaje, sin pasaporte ni credenciales... (Suelta la cortina, abre la puerta del baño.)
Tu baño privado, como un altar en el que tú solamente oficias; en el que te confiesas
–y te absuelves una vez que te has lavado de toda culpa, de toda mancha, con
jabones que neutralicen el hedor de una noche en que has transpirado todas las
frustraciones del día... y de todos los días de todos los años. Te lavas la boca
amarga, y te instalas la sonrisa hipócrita de los saludos que has de dar todo el día; te
lavas las manos, como Pilatos; te enjabonas el rostro, como si pudieras borrártelo;
siegas tus barbas menudas y rígidas, blancas ya casi todas; y frotas tu cuerpo, del
que huye el agua que contaminas y ensucias; te unges luego con lociones y talcos –y
estás listo para el nuevo disfraz en turno. Surges fresco y absuelto de tu santuario,
de tu altar de azulejos, a reanudar tu importancia; a poner en su sitio las llaves, la
cartera, la pluma fuente...
¿Y yo? Aquí me encierras, me abandonas a aguardarte. No me llevas contigo,
ni me dejas llevarte. Me ahogas, me extingues... Voy contigo, sí, pero maniatado;
mudo en tu lengua, cautivo en tus ojos, inerte en tus manos inútiles... Un día te
abandonaré. Un día cualquiera, cuando menos los esperes ni lo pienses. Bastará un
coágulo –un mínimo coágulo, como un nudo pequeño entre los hilos de tu corazón, a
paralizarlo, como un reloj que se detiene. Sentirás el pecho oprimido por una roca y
abrirás los ojos muy grandes, y crisparás las manos, como si quisieras asirte al
mundo, a la luz, al aire; mirarlos por primera vez –esa que habrá de ser la última.
Y yo no moriré contigo. Te dejaré ahí, rígido, lívido, violáceo, mientras tu
residencia se puebla de personajes silenciosos y de grandes coronas con listones
morados –y Adriana huele sales y se arrepiente de haberte detestado –y tus hijos
lloran y hablan con el notario en la biblioteca –y llegan cuatro hombres uniformados y
apagan los cirios y retiran las flores y cargan la caja metálica y la meten en la carroza
y parte el cortejo muy lentamente, casi a vuelta de rueda, como si se resistiera a
llegar al panteón, donde una campanada te anunciará – y luego volverán a cargar la
pesada caja hasta la fosa donde la bajarán entre el chirrido discreto y aceitado de
cuatro garruchas...Ahí te dejaré; seré por fin libre. Lo he sido siempre, desde todos los siglos. Y
quise darte mi tesoro: el mar, el aire, la pasión, el amor y el odio de que estoy
inmortalmente hecho. Por eso nací en ti, renací contigo; pero no he de seguirte a la
tumba. (Abre el cajón de la mesa de noche y saca una pistola.)
Admito que en todos estos años, esperando siempre contra toda esperanza,
he llegado a sentir por ti esa forma triste del cariño que se cifra en la compasión. Y
quisiera dejarte de una manera menos ordinaria que por una angina de pecho. Que
ya que no legraste ser dueño de tu vida, lo seas de tu muerte; que tú la escojas y la
cumplas. Es sencillo, mira. Te bastará apuntarla a la sien – y oprimir el gatillo. O si lo
prefieres, ponla en tu boca, como una hostia, muerde y dispara. Todo habrá
terminado. Todo comenzará de nuevo, desde el gusano, desde la tierra, hacia arriba,
hacia el sol, el aire y el agua. Tomará siglos otra vez, paro acaso entonces... Anda.
Hazlo. Ten valor una vez en tu vida. (Echa la pistola en la cama, retrocede hasta la
ventana, haciendo foco en la cama. Empieza a filtrarse por la ventana la luz del día.
Mira hacia la mesa de noche.)
Dentro de un instante, sonará ese despertador. Hazlo ahora. Yo no puedo
detener el Tiempo, y tú eres su esclavo. ¡Hazlo! ¡Mátate! ¡Mátate! ¡Déjame en
libertad! ¡Déjame en libertad!
(Suena furiosamente el despertador.) ¡No! ¡No! ¡No! (Cae al suelo, a la
izquierda de la cama. De ella se incorpora un viejo gordo, calvo, en un pijama
grotesca, y tiende el brazo a acallar el despertador, que cesa .Mira la pistola, frunce
el ceño, piensa, la guarda en el cajón de su mesa de noche. Se despereza, aparta
las sábanas y sale de la cama. Se calza las pantuflas, pasa sobre el cuerpo del joven
y entra en el baño. Se oye el ruido de la regadera.)
TELÓN





ADÁN Y EVA. De Salvador Novo



 


































ADÁN Y EVA
De Salvador Novo



EVA
Debí figurármelo. Aquí metido, como siempre, jugando solitario. ¿Desde qué hora
estás aquí? No tienes conmigo ninguna consideración. Me dejas todo el peso de la
casa. Los muchachos te buscaban, siquiera para despedirse, ya que cuando llegaron
de visita dormías la siesta. Salimos a buscarte al jardín, lo cual, a esta hora, es
peligroso, bien lo sabes. Tuve que excusarte de cualquier modo. Y claro, tú aquí,
muy quitado de la pena, ¡jugando solitario!
ADÁN
Perdóname, mujer.
EVA
Llevo siglos de hacerlo. Me paso la vida perdonándote. (Pausa. Se acerca.) ¡Ah,
no! ¡Hiciste trampa! ¡Esta reina no va sobre el jack! ¡Con razón te sale este solitario,
y a mí nunca!
ADÁN
Yo creí que tú nunca jugabas solitario.
EVA
No lo prefiero como tú, que es distinto. A mí me gusta la compañía de mis
semejantes, la conversación, la sociedad. Tú en cambio, eres capaz de aislarte, de
abstraerte, aun en medio de una reunión. Debe ser cosa de tu origen, tan... singular.
ADÁN
¿Me lo reprochas?
EVA
No. Te lo ofrezco, o me lo ofrezco, como una posible explicación de esa, y de
tus otras singularidades.
ADÁN
Debes tener razón. Uno vuelve siempre a su origen, en la vejez. Es posible que
yo todavía añore de vez en cuando, después de todos estos siglos de dicha conyugaly de patriarcal abundancia, los breves días en que desperté a una existencia muda y
solemne en el jardín del edén. No tuve entonces para aislarme, para abstraerme,
necesidad de jugar solitario. Ni más compañía que la sumisa de los animales, a
quienes iba bautizando conforme se acercaban, maravillados, a conocerme.
EVA
¿Ahora eres tú quien me reprocha que haya llegado a acompañarte?
ADÁN
Bien sabes que no. En todo caso, no fue culpa tuya. Ni mía.
EVA
Sí, sí me lo reprochas. Lo percibo en tu tono, de falsa resignación; en el empleo
anacrónico de la palabra “culpa”. Culpa la empezó a haber después: cuando al
vernos desahuciados del Paraíso, caímos sin remedio en las definiciones y los
sofismas de los juristas. Fue entonces cuando se originó toda una terminología
enredada, incomprensible, de infracciones y sanciones, delitos y castigos, crímenes y
penas, pecados y penitencias.
ADÁN
¿Y de quién fue?
EVA
¿De quién fue qué?
ADÁN
La culpa.
EVA
¿La culpa de qué?
ADÁN
De que hubiera culpa; y en consecuencia, castigo.
EVA
Tus hijos se han pasado la vida demostrando que mía, lo sé. Y haciendo
penitencia por ello, fundando órdenes religiosas, fraguando ceremonias;
mortificándose. Y finalmente, consultando a los psiquiatras. Son unos masoquistas. Y
unos tontos. Siguen atribulados por el pecado original, aun después de siglos de
haber perdido ese pecado originalidad.ADÁN
Dices “tus hijos”, como si fueran sólo míos. Y en tono en que no se diría que me
los atribuyes, sino que me los imputas.
EVA
A jugar de nuevo con las palabras. Que las mujeres no podamos ser
académicas, ustedes lo interpretan como una privación que nos infligen, cuando no
es más que un privilegio que se nos debe. Tú empezaste, lo sé; y tus hijos –sí, tus
hijos- siguieron dando nombre a las cosas: a los animales primero, luego a los
objetos inertes de la Creación. ¿Pero qué sería de la Gramática sin el verbo? Y el
verbo, no lo olvides, yo fui la primera en conjugarlo. Por ti, las cosas se habrían
quedado en sustantivos; cuando mucho, en adjetivos.
ADÁN
¿No crees que es un tanto excesivo tu empeño en demostrar una superioridad
que nadie te discute? Excesivo y extemporáneo. Y verboso.
EVA
En otras palabras, quieres que me calle.
ADÁN
No aspiro a tanto. Pero sí podríamos, de vez en cuando, pasar una velada
tranquila, sin discusiones, ni disputas, sin reproches.
EVA
Tú descifrando un crucigrama –el perro a tus pies- y yo haciendo calceta, y
cambiando de vez en cuando los discos, ¿no es eso? ¿Es así de moderna tu idea de
la felicidad conyugal?
ADÁN
Pues no le veo nada de malo, francamente. Millones de nuestros hijos se
ganan, como yo, con el sudor de su frente, el tranquilo derecho a una dicha
semejante.
EVA
¡Pero si tú supieras lo que piensan de nuestros hijos nuestras hijas!
ADÁN
No necesito esforzarme mucho. Hace siglos que te adivino el pensamiento.
EVA
Ahora soy yo quien te pide perdón.ADÁN
Y yo lo otorgo gustoso. Ya estoy acostumbrado. ¿Quieres tus barajas?
EVA
No. Guárdatelas. Esas ya no me sirven. Bien sabes que en el bridge se
necesitan cartas nuevas, y dos juegos. Pero ahora no esperamos a nadie, además.
Abel y Caín siguen distanciados, a pesar de que sus mujeres se llevan bastante bien,
y han tratado por todos los medios de reconciliarlos. Pero hasta ahora no he logrado
que accedan a reunirse los cuatro aquí. Y es lástima. La mujer de Abel, y Caín hacen
siempre un cuarto excelente.
ADÁN
Sigues prefiriendo a Caín.
EVA
Es tan hijo mío como Abel. Una madre no puede hacer distingos entre sus hijos,
hagan lo que hagan. ¿Y quién te dice que no sea tú el culpable de que Caín no
quisiera a su hermano?
ADÁN
¡Yo!
EVA
Tú, sí. Lo consentías mucho. Porque era el primogénito. Como si el azar de
llegar primero diera un derecho, un privilegio especial.
ADÁN
Primero en tiempo, primero en derecho.
EVA
Pues ya ves que no.
ADÁN
¿Cómo que no?
EVA
Yo llegué después. Caín nació después que Abel. Y el derecho –mejor que tú y
que Abel-, lo hemos establecido nosotros. Cada cual con su fuerza.
ADÁN
No voy a discutir contigo. Es insensato lo que afirmas,. Además, tienes una
manera de salirte por la tangente, de dar a un asunto el sesgo que te conviene... Te
reprochaba esa preferencia notoria que muestras por Caín –bien sabes lo que hizo- yme sales con que yo prefiero a Abel, como si en todo caso no hubiera éste sido la
víctima.
EVA
¿Víctima? ¡Tu papel predilecto!
ADÁN
De la envidia de su hermano. Del sentimiento más bajo que el hombre puede
germinar. Y de mí no puede haberlo heredado.
EVA
Pues de mí, menos. Yo no he sentido nunca envidia de nadie.
ADÁN
Tal vez no en esa forma.
EVA
¿Y en qué otra? ¿Sugieres que haya otra?
ADÁN
Creo que sí. Los celos se parecen mucho a la envidia.
EVA
¿Y yo soy celosa? ¿Es eso lo que insinúas?
ADÁN
No lo insinúo. Lo afirmo. Tú puedes haberlo olvidado ahora. Es explicable. Te
has conservado joven y hermosa –con todos los secretos de la botánica a la
disposición de tu periódico rejuvenecimiento mientras yo envejezco y me invalido.
Pero acuérdate de los primeros tiempos después del desahucio, cuando tuve que
empezar a ganarme la vida trabajando. Llegaba a veces tarde, y te encontraba de un
humor imposible, llena de sarcasmos y de reproches e indirectas. Pronto lo
comprendí. Estabas celosa. Eres celosa.
EVA
¡Pero si no había más mujer que yo! ¿De quién iba a estarlo?ADÁN
De la posibilidad de que la hubiera. No creas que haya olvidado la noche que te
sorprendí, cuando me creías profundamente dormido...
EVA
¿Registrando tu ropa?
ADÁN
No. Contándome las costillas.
EVA
Ahora eres tú quien lleva la conversación donde le conviene. Interpretas la
Historia a tu antojo.
ADÁN
La Historia no. Nuestra vida privada no ha hecho la Historia. Constituye
apenas la anécdota, y es lamentablemente igual desde entonces en todos los
matrimonios. Es muy propio tuyo, exagerar la importancia de tu papel. Pero si vamos
a examinar la Historia –la han hecho más mis hijos que tus hijas-. Eso tienes que
admitirlo.
EVA
Ahí vas de nuevo con tus reminiscencias. Envejeces, Adán.
ADÁN
Concedido. Envejezco. Y no hago ya la Historia. Pero siguen haciéndola, y la
han hecho siempre, mis hijos.
EVA
Pues según a lo que llamemos Historia. Tú, inventor del lenguaje, y de la
metáfora, padeces una innata grandilocuencia, ella te arrastra a estimar como
Historia lo que tus hijos más pedantes llaman los Grandes Hechos. Y estos grandes
hechos teatrales, admito que los han perpetrado más tus hijos que mis hijas. Han
sido los Genios.
ADÁNEntre los cuales bien sabes que no ha habido una sola mujer.
EVA
Pues sólo eso faltaba. Las mujeres somos seres normales. Eso que llama
Genio es patológico y desagradable. Una criatura de ocho años que toca el piano, un
sordo que compone sinfonía. Ninguna mujer que se respete es capaz de semejantes
aberraciones.
ADÁN
¡Aberraciones!
EVA
A nosotras, las cosas nos ocurren, o nos sobrevienen, a su debido tiempo: son
ustedes los eventualmente desajustados: o precoces, o retrasados: o niños prodigio,
o viejos verdes.
ADÁN
Tienes del genio una idea digamos que poco genial. Lo confundes con el
talento, lo cual no sólo pone el tuyo en entredicho, sino que explica la ausencia
absoluta, en la Historia, de mujeres geniales.
EVA
Quizá tú puedas ilustrarme al respecto. Me asombraría, pero está visto que no
hay nada imposible. Si ni Mozart ni Beethoven te parecen genios... Y si Marie Curie
no era mujer...
ADÁN
Has mencionado a la única que puede legítimamente aspirar el título de genio.
Pero a dos que evidentemente no lo son –más que para las mujeres: el niño prodigio
y el sordo músico. Ninguno de ellos califica, porque un genio trasciende la simple
utilización talentosa, o precoz, o ejercida en condiciones adversas, de lo que ya
existiera antes de él –y ellos no inventaron ni descubrieron la polifonía.
EVA
Pero, si no me equivoca, Beethoven la llevó a culminaciones antes no
sospechadas. Y conste que a mí, personalmente, no me gusta nada.
ADÁNPrefieres a Tschaikowsky, claro. O a Chopin. Te han de parecer otos tantos
genios.
EVA
Eres tú quien sacó a colación a los Grandes Hombres, sus grandes hechos.
Eres tú quien para explicarse la Historia, necesita apoyos humanos, puntos
culminantes de comparación. A mí no me hacen falta. Desde un principio, sé muy
bien que cualquier hazaña o descubrimiento que realicen los hombres, la hacen
como una pobre compensación por lo que les está vedado cumplir de otro modo. Y
me dan lástima. Más lástima mientras mayor o más heroico es su descubrimiento o
su hazaña. Porque tanto mayor ha de ser la privación que así se esfuerzan en
compensar.
ADÁN
Así que cuando yo descubrí –digamos el hacha, y el fuego, y la flecha, y la
cueva que fue nuestra primera habitación -, ¿lo hice en vez de otra cosa?, ¿por qué
no podía realizar otra? ¿Y cuál?, ¿puedes decírmelo?
EVA
No pensaba precisamente en ti, ni en aquellas casualidades que con tu
habitual jactancia llamas tus descubrimientos; pero acepto el reto. Echabas de
menos el Paraíso, con todas sus elementales comodidades. Hubieras querido ser
Dios. Y como esto no era posible, te empeñaste en elevar el status del hombre lo
más cerca posible de la divinidad. Dios habría creado el mundo; tú te empeñarías en
descubrirlo. Tendrías así la ilusión gratificadora de que lo creabas. Aun a sabiendas
de que ya estaba ahí: América detrás del océano, el protón y el neutrón adentro del
átomo.
ADÁN
Me pregunto si al razonar así no evidencias el fruto de lecturas
inconvenientes, y la asimilación nociva de ideas históricas que ahora comprendo que
te cautiven, puesto que te convienen.
EVA
¿Cuáles?
ADÁN
Las que disputan a los héroes la confirmación de la Historia, que en cambio
atribuyen a las fuerzas anónimas de la naturaleza, o de aquella Naturaleza en
desorden y en degeneración que es la sociedad.
EVADivagas. Ahora mencionas a los héroes, cuando hablábamos de los genios, si
no recuerdo mal.
ADÁN
Es casi lo mismo. Con la ventaja para ti de que, al amplificar hasta los héroes
el campo de nuestra conversación, admito en él a una que otra hija tuya. A Juana de
Arco, por ejemplo.
EVA
Muchas gracias, pero declino tu regalo. Las heroínas me parecen tan
aberrantes como tus genios. No las tengo por hijas mías. Pienso que también ellas
procedieron así porque se avergonzaban de su sexo, y porque sus hazañas viriles
las compensaban tristemente de otros déficits importantes.
ADÁN
Muy bien. Dejémoslas fuera. Yo no me empeño ciertamente en walkirizar la
epopeya. Pero permíteme reanudar el análisis de tu pensamiento –o mejor, de tu
sentimiento.
EVA
Me acusabas de lecturas inconvenientes.
ADÁN
Y de ideas disolventes e inconsistentes.
EVA
Acabarás por demostrar que soy comunista. ¿Eso es lo que te propones?
ADÁN
No sería nada extraño que llegáramos a esa conclusión. Se habla allá en la
tierra del Paraíso Soviético.
EVA
Pero no se sabe que haya en él una Eva.
ADÁNEsa es su paradoja. Y la tuya. Pero no me interrumpas. Desde hace mucho
tiempo, nuestros hijos hacen la Historia tratando de explicársela. Y le buscan
responsables. Endiosan así, unos, a los héroes; otros, a las masas en que se apoyan
o comandan esos héroes. Yo tomo decididamente el partido de los primeros. Creo,
con mi hijo Carlyle, que no hay nada más admirable que los Grandes Hombres, mis
grandes hijos que han tratado de honrar mi nombre.
EVA
Tu grande nombre. Dilo de una vez.
ADÁN
Pero hay los que creen en las fuerzas. Y éstos piensan como tú, o tú como
ellos. Hegel, con su teoría dialéctica de la Historia, creía en las “fuerzas”, e inspiró a
Marx, que a su vez inspiró a Lenin. También para Spencer la Historia era una
evolución social, una marcha desde el gregarismo indiferenciado y primitivo, hasta la
heterogeneidad social más compleja. Y para Taine, y en estos tiempos, para James
Harvey Robinson. Me satisface ver que Arnold Toynbee haya en estos tiempos tan
permeados por las masa, emprendido la lúcida exposición de la potencia de la élite, y
de sus grandes líderes –para emplear una palabra que disfraza de overall a los
genios y a los héroes.
EVA
Me aburres, Adán. Das vueltas y vueltas en torno de las más sencillas ideas,
para complicarlas. ¿Por qué no lo dices clara y rotundamente? ¿Por qué no dices
que tú crees en los héroes, en los genios y en los líderes con la misma ingenuidad; y
que yo los niego mientras tú los exaltas; tú, porque te reconoces halagado, en ellos;
yo porque los desnudo –porque los reconozco desde al nacer- y ultimadamente,
porque sin mí ni siquiera hubieran nacido?
ADÁN
Pero si es eso precisamente lo que digo. Sólo que yo acostumbro apoyar mis
afirmaciones en premisas, en antecedentes. Yo soy lógico.
EVA
Digamos mejor que eres sofista. Porque soslayas en tus cuentas una premisa
indispensable: mi colaboración en tus empresas, la de mis hijas en las heroicas de
tus hijos. Revisa tu Historia a esa luz, y verás cómo todo cambia, y yo tengo razón al
tomar el partido de los que reconocen las fuerzas como el único motor del progreso
humano; no a los héroes.ADÁN
Me place. Revisémosla juntos, si te parece.
EVA
Es un poco cansado, pero puesto que no se te ocurre modo mejor de
divertirnos y pasar la velada...
ADÁN
Por favor, Eva. Ya no estamos en edad de otros modos.
EVA
Yo sí. Recuerda que soy más joven que tú.
ADÁN
Mi hija, lo sé. Mi “by product”.
EVA
Deuda inicial que he pagado con réditos excesivos durante muchos siglos, si
me haces favor. Y devolviéndote con creces la pequeña mutilación que me dio origen
en tu anatomía torácica. Lo que tú estableciste fue simplemente un mecanismo
quirúrgico de la reproducción, que yo he perfeccionado. ¡Mira por dónde puedo
empezar a defender mi tesis y a pulverizar la tuya! Tú mismo, y tus genios
predilectos, no habéis en fin de cuentas sido otra cosa que los intermediarios.
ADÁN
¿Intermediarios? ¿Entre qué y qué?
EVA
Entre Dios y el Tiempo. O si quieres entre el origen y el progreso, o entre la
Naturaleza y la Ciencia, o entre la Muerte y la Vida.
ADÁN
¿Podrías decirme de qué modo?
EVADe muchos modos; pero ciñámonos al de tus pretendidos descubrimientos. Te
jactas de haber descubierto el fugo, por ejemplo. Y convengo en ello. Pero fui yo
quien lo aplicó al beneficio de tu comida caliente. Que es el más perdurable y útil de
sus empleos. Por ti, ahí hubiera acabado todo. Te habrías puesto a cantar victoria, y
Eureka, como aquel imbécil que dio en el baño con la fórmula que buscaba.
ADÁN
¡De suerte que yo no descubrí el vapor –ni la electricidad- ni el petróleo, ni
fundé la industria!
EVA
Nadie lo niega –aunque es cosa que lejos de satisfacerte, debería
avergonzarte, y de que yo, en tu lugar, no me jactaría-. Pero he sido yo quien
humaniza y hace verdaderamente útiles y de empleo general tus inventos y tus
descubrimientos. Hablabas del vapor. Pensabas sin duda, con arrobo y admiración
en el niño James Wyatt, absorto ante la tetera en ebullición de su madre. De ahí
nació observador y precoz, la madre que le preparaba un buen té.
ADÁN
¡Vaya una idea!
EVA
No me interrumpas. Cada descubrimiento tuyo, lo has considerado final y
excelso. Yo lo rebajo a la provisionalidad de las cosas útiles y prácticas para seguir
adelante con las comodidades de la vida ordinaria, que la embellecen y la hacen
soportables. Tu descubrimiento de la fuerza nuclear, por ejemplo. Igual que cuando
descubriste el fuego. No se te ocurrió más que incendiar nuestra choza, y el bosque.
Si no es por mis cántaros de agua... Ahora has hecho una bomba. Tienes en las
manos, o lo crees, el secreto último de la energía universal. Y no se te ocurre mejor
modo de celebrarlo, que hacerla estallar en Hiroshima, y destruir, destruir... Por
fortuna yo estoy aquí todavía y todo puede rehacerse, repoblarse.
ADÁN
Pones ejemplos extremos.
EVA
Porque tú los abordas siempre, los extremos. Te dejas llevar por aquel instinto
de la muerte que descubrió otro de tus hijos más antipáticos –el tal Freud-. Yo soy en
cambio la depositaria del instinto de la inmortalidad. La paradoja está en que túinmortalizas –o lo procuras- con monumentos y con biografías y con honores,
precisamente a aquellos de tus hijos que para alcanzar la inmortalidad, eligieron el
circunloquio aberrante de la muerte. Mientras que yo me encargo de perpetuar la
especie menos notoria de los que, a singularizarse por un hecho grandioso, prefieren
cuerdamente vivir en el anónimo perdurable de la verdadera inmortalidad.
ADÁN
Hablas de paradojas. Y te pronuncias por un anonimato histórico que
comprueba tus inconscientes inclinaciones comunistas. Pero permíteme señalar que
en tu Paraíso Soviético, que es la tierra en que prevalecen esas ideas
antiindividualistas de la Historia; donde se propala el valor de las masas por encima
del hombre y de su acción particular, se da la paradoja de que un Lenin o un Stalin
reciban una adoración personal que ningún héroe, genio o gran hombre ha recibido
nunca –ni Alejandro, ni César, ni Napoleón, ni por supuesto, Colón, ni Marco Polo- o
Cortés, o Shakespeare, o Cervantes, o Miguel Ángel.
EVA
Lo admito. Pero eso no prueba más que la estupidez –antes, de los
capitalistas; y hoy, de los comunistas. Todos tus hijos, y todos, claro, con algún aire
de familia.
ADÁN
Mitad y mitad, si te parece.
EVA
Tú has sido siempre la mitad más grande. A mí me llamas tu cara mitad –y así
me calificas. Y te calificas también un poco a ti mismo como tacaño, cuando me
encuentras “cara”. Has tenido siempre un modito molesto de recalcar mi condición de
parásito. Dices: “a mi costa”, y “a mis costillas”. No creas que no me ofende.
ADÁN
Pero ya no hay razón, si alguna vez la hubo. Tus hijas han conquistado
derechos cívicos que las igualan a mis hijos. Trabajan, como ellos. Son dueñas de su
vida, disfrutan de su libertad.
EVA
Y pueden divorciarse.
ADÁN
Es en lo único que no te les pareces.
EVALo dices como si lo lamentaras.
ADÁN
Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees?
EVA
En todo caso, y aun cuando ya ni tú ni yo en lo personal podamos aprovechar
esta situación, es confortante y satisfactorio para mí ver lo mucho que han
adelantado mis hijas. Ya ves .Hay en ello una nueva y plena corroboración de mi
tesis. Tus genios y tus grandes hombres descubren, por ejemplo, las instituciones.
Pero somos nosotras quienes las volvemos prácticas y útiles. Ustedes inventan el
Seguro de Vida. Y son tan tontos, que el modo como se les ocurre aprovecharlo es
muriéndose –dejando una viuda que lo disfruta. Siquiera deberían ser un poco
lógicos, y llamarlo Segura de Viuda.
ADÁN
Nadie discute tu superioridad... biológica; ya te lo he dicho. La tierra dura más
que los árboles. Hasta se petrifica, con el tiempo –y rescata a su seno, en forma de
fósiles, a los que fueron sus maridos o sus hijos. Eso, por desgracia, no la hace más
inteligente.
EVA
Confundes, querido, la inteligencia con la proclamación de la inteligencia.
Tomas literalmente el rábano por las hojas, o mejor dicho, las hojas por el rábano.
Nosotras no hemos necesitado proclamar la nuestra. Nos ha bastado ejercerla en la
forma irrefutable de la perduración. Consulta nuestro álbum de familia y dime. Ábrelo
en cualquier página. ¿Encuentras a Menelao más inteligente que Helena? ¿A
Agamenón que Clitemnestra? ¿A Laio que a Yocasta? ¿A Ulises que a Penélope?
ADÁN
Bien sabes que a esas familias no las tengo por nuestras. Las desconozco y
las desheredé a su tiempo. Profesaban ideas heterodoxas acerca de su origen. Me
ignoraron y se dieron un gobierno que llamaron olímpico, precursor de los que más
tarde inventaron las carteras ministeriales y la división del trabajo. Encargaron a un
dios, imagínate, de cada ramo del presupuesto. Y establecieron jerarquías en el
poder, como en las democracias. Y un Zeus investido de facultades extraordinarias
en todos los ramos. Pero incapaz, como los presidentes en las democracias, de
conjurar y reducir las argucias políticas de sus ministros y de sus ministras. Todo un
enredo, en el que sin embargo, los mayores trastornos y las crisis ministeriales las
provocaron, naturalmente, las mujeres.EVA
¿Trastornos? ¡Al contrario! Yo sí tengo por hijas mías a aquellas muchachas.
Heredaron y ejercieron mis dotes sagaces de organización, de amplitud de criterio,
de precisión sensata. ¿Qué el viejo verde de Zeus, razonablemente abochornado de
su decrepitud, se disfrazara para abusar de las jovencitas –de cisne, de toro, de
lluvia de oro- que es hasta la fecha el más usual y el más eficaz de los disfraces?
Bueno; pues aquella calaverada, aquella patética cana al aire, mis hijas la
transmutarían en un resultado feliz y positivo: el nacimiento de su semidiós o de un
héroe.
ADÁN
De un bastardo.
EVA
Así iba mejorando la raza.
ADÁN
No. Así aquellas paganas justificaban sus horrendas inclinaciones a la zoofilia.
EVA
Supongámoslo. Suele o puede haber animales más atractivos que ciertos
maridos. Lo curioso es que muchos siglos más tarde, la medicina haya acabado por
admitir y sancionar la ingestión por los hombres de los sueros y las hormonas de los
animales. Cuando menos, Europa, Leda y Dafne, las precursoras de la vacuna y de
lo hormonoterapia, se atuvieron a un tratamiento más directo y más placentero que
los comprimidos o las inyecciones.
ADÁN
Razón de más para que yo las repudie, con toda su historia. No,
decididamente, de Grecia no me hables. No es mi familia.
EVA
¿De Roma entonces?
ADÁN
Menos. Esos romanos fueron los nuevos ricos del continente, los precursores
de la ópera –y de Hollywood. Grandiosos, pero miserables. El circo, figúrate. Y el
Derecho Romano. Y un Nerón que era el remedo de Edipo, su caricatura lamentable.
EVABueno, pues. Omitamos a Roma. Aunque antes de descartarla, lo honrado
sería que declararas que la rechazas por las mismas prejuiciadas razones que a
Grecia; porque a Rómulo y Remo no los amamantó una nodriza normal, sino una
Loba. ¡Como si ello no los hiciera los precursores de la dietética moderna! ¿Quieres
que examinemos la Biblia? Allí sí has de reconocerte. Es el primer registro civil que
nos menciona, y tu primera biografía, tu “currículum vitae”.
ADÁN
Lo dices como si se tratara de una ficha signalética.
EVA
Algo hay de eso, ¿no?
ADÁN
Pero sobre la Biblia no cabe discusión.
EVA
No intento discutirla: sólo apoyarme en ella.
ADÁN
¿Para qué?
EVA
Para demostrarte que por ejemplo Judith y Dalila fueron más listas que
Sansón y Holofernes.
ADÁN
Si esa es tu idea de la inteligencia...
EVA
No nos entenderemos nunca, Adán. ¿Te parecen actos de inteligencia los
perpetrados por tus bíblicos hijos? ¿El sacrificio de Abraham, que no tiene mucho
que pedirle al de la hija de Agamenón? ¿El perdurable, enquistado resentimiento por
su origen acuático, que engendró en Moisés una introversión patológica que lo hizo
echarse irresponsablemente a buscar una tierra prometida; aislarse a meditar, como
cualquier Hitler en Berchstergaden, y salir con unas tablas de la Ley de cuya
perfección estaba tan poco seguro que prefirió atribuirle a su inspiración a Jehová, en
vea de declarar que eran su propio engendro? ¿El salvamento colectivo de Noé –tan
parecido a ala construcción moderna de refugios antiatómicos- para acabar por
embriagarse a la vista de sus hijos, perdiendo su respeto?ADÁN
Errar es humano. La biografía de los grandes hombres no puede hallarse
exenta de mácula o de culpa. Pero quedan sus grandes hechos para justificarlos.
Ese es su testamento, lleno de inspiración perdurable. La hay en el Antiguo tanto
como en el Nuevo: dame una mujer, una sola que haya logrado, por ejemplo, lo que
logró san Pablo, aquel Maestro de lo que los modernos publicistas llaman la
“promoción”. Muerto Jesús, sus discípulos se hallaron dispersos, confusos,
perseguidos. Pablo asumió su capitanía, su lideraje, y formó lo que puede llamarse la
más eficaz fuerza de venta de la historia: la fe cristiana, de la que hizo una fuerza
que acabaron por reconocer los poderes temporales. Dame, repito, una mujer bíblica
que haya hecho algo semejante.
EVA
¿Una? ¡Millones! Has caído en tu propia trampa. Quisiste jugar una carta de
triunfo, y esa carta te resulta una Epístola que desde hace mucho tiempo condensa y
resume la sabiduría de Pablo y la culminación de todo su genio organizador y
publicitario: la Epístola que les leen a nuestros hijos cuando los casan. Sacramento y
momento desde el cual en adelante, y todas las hijas de Eva mandan, cuando
parecen obedecerlos, sobre todo los hijos de Adán. ¿Puedes negarlo?
ADÁN
No tendría objeto. Decías bien. No nos entenderemos nunca.
EVA
Pero no lo deplores, querido. De habernos entendido, hace mucho que nos
habríamos separado. El divorcio que han inventado nuestros hijos no dimana como
ellos creen de la incompatibilidad eventual de sus caracteres, sino, precisamente, de
su compatibilidad. No tiene ya caso seguir juntos, si se piensa lo mismo, si se cree lo
mismo, si se lucha por lo mismo. Nuestro disentimiento es el secreto de nuestro
sentimiento, el perpetuo acicate de nuestra supervivencia. Tu con tus héroes, yo con
mis fuerzas anónimas, preservamos la Historia; que está hecha tanto de biografías
ilustres, brillantes, como de capítulos aburridos en que juegan las masad con su
hambre, con su miseria, con su estulticia, y con la gloria anónima y arrolladora de su
número. Yo puedo a veces profesar por los héroes una ternura visceral, mientras tú
rindes un homenaje analítico y cerebral que eleva las biografías al género de las
obras de arte. Pero la Historia no es artística. No lo es la gravidez, no lo es el parto.
Digamos, que una palabra, que una vida ilustre es perfecta y límpida como una
sonata, y que a ti te gustan, como los solitarios, las sonatas. Pero la Historia es una
suma de vidas. Una sinfonía que conjuga muchos temas, muchas ideas, que nos da
en su entraña una vislumbre de futuro y eternidad arraigada en el más antiguo
pasado. Y esa es mi música, mi polifonía, hecha denotas menudos, de silencios
breves, de gritos, de risas, de recuerdos y de esperanzas...ADÁN
¡Mi buena Eva!
EVA
¡Tonto! No me compadezcas. ¿Ves? Me has contagiado tu verborrea. Y se ha
ido el tiempo. Ya ni sé para qué venía a buscarte.
ADÁN
Dijiste que estuvieron aquí los muchachos. ¿Van a cenar con nosotros?
¿Invitaste a alguien?
EVA
No. Querían ir al cine y vinieron a disculparse. Cenaremos solos, a la hora que
gustes. ¿Tienes tu pipa? ¿Te traigo tus pantuflas?
ADÁN
No, no. Las nueve ya. ¿Qué hay para la cena?
EVA
Pie de manzana.
TELÓN