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2/8/22

Comedia pastoril. Benjamín Gavarre.









Comedia pastoril

Benjamín Gavarre.




Paráfrasis de Robin y Marion, de Adam de L'Halle

 

Personajes: 

Doncella 

Doncel 

Vil Caballero 

 

Día radiante, luz solar, nubes de algodón. En el prado, algunos arbustos, una oveja… 

La hermosa doncella deshoja un margarita. 

 

Doncella. — Mi doncel me ama, mi hermoso doncel es mío, él me ama a mí. Mi hermoso doncel es joven, mi hermoso doncel es tierno, es mi hermano, es mi amigo. Es… mi proveedor de agua, mi proveedor de queso. Yo quiero a mi doncel y mi doncel ama a su doncella. Me ama, es mío y yo soy de él. 

 

Vil Caballero. — (Es alto y fuerte.Llega en su caballo de utilería.)Yo quiero contigo porque estás radiante, yo quiero besarte y poseerte porque eres como una manada de potros, porque haces que mi espíritu se levante, haces que mi potro relinche, haces que mi corazón se eleve a doscientas cincuenta pulsaciones por minuto, mi… 

 

Doncella. — Sí, sí, sí, ya, ¡ya! Ya entendí, pero dejadme deciros: eso no se va a poder. Mire... 

Lo de la manada de potros ya era bastante malo, pero las cincuenta pulsaciones… 

 

Vil Caballero. — Doscientas cincuenta, y si me agarrases la pierna subirían a trescientos cincuenta pulsaciones por… 

 

Doncella. — NO… le agarro nada, y NO me interesan sus cincuenta o trescientas pulsaciones. Vaya Usted en Paz, Caballero, en buen hora, y dejadme a mí disfrutar de mi amor por mi hermoso doncel. 

 

Vil Caballero. — Habrase visto, pero… Tú... mi aldeana de las mil faldas… 

 

Doncella. — Siete son mis faldas, no mil como decís. 

 

Vil Caballero. — Siete. Mil... cómo queráis. Todas ellas os quitara a vos yo para mi deleite, lentamente. 

 

Doncella. — Pues para el mío, seguid vuestro camino. Estas faldas, las siete, son para mi dulce doncel, mi amigo, no para vos. Mejor haríais en marcharos. 

 

Vil Caballero. — Vaya. Habrase visto con la aldeana. Acaso no os dais cuenta de que soy un caballero con un gran potro salvaje y tengo un castillo, y tengo salones enteros dispuestos y arreglados para mí, y tengo… estos guantes y esta espada. 

 

Doncella. — Tengo, tengo, tengo. Se ha dado cuenta, noble caballero, que lo único que soler decir vuestra persona insigne es tengo, tengo, tengo… Pues muy apreciable será su tengo, tengo, para vos, pero no para mí. Haces mal en tratar de cortejarme con esa espada que tenéis. Podrías forzarme si quisierais, pero eso no sería caballeroso; sería una afrenta, sin dudarlo. 

 

Vil Caballero. — Sin dudarlo despojarme, puedo, de mi espada como veis. (Se quita la espada y la guarda en una alforja) Ya está y puedo quitarme estos guantes de fino cuero. Así, sin defensa alguna soy vuestro, doncella, qué más queréis. 

  

Doncella. — Podéis quitaros lo que sea, espada y guantes, no me importa. Yo con el amor de mi amado doncel hermoso estoy gozosa, y no porque sea mío, sino porque él es de mí y yo soy de él. 

 

Vil Caballero. — (Vuelve a colocarse la espada y acecha a la Doncella, pero ella no se inmuta) ¿Y no es eso lo mismo?, ¿no lo tenéis vos, en todo caso, has dicho? Vos también nada más habláis de tener, a tu hermoso doncel sin nombre. ¿Por qué no tiene nombre tu doncel hermoso? 

 

Doncella. — Sí tiene nombre, pero no lo quiero decir. Y la diferencia, amigo, es que yo lo tengo a él, pero él me tiene a mí. Nos tenemos. 

 

Vil Caballero. — (Irónico) Muy lindo en verdad. 

 

Doncella. — ¿Verdad? Y si no tenéis otra cosa que decirme, pues debo pediros que vos y vuestro salvaje caballo se alejen de aquí. 

 

Vil Caballero. — Ah, hermosa doncella, además de ser hermosa como una gran vaca lechera, sois una astuta zorra. 

 

Doncella. — ¡Vaca?… ¿Zorra!? Si queréis elogiarme y halagarme... debo decir que solo conseguís sorprenderme y hasta casi violentarme. Pero os ruego, caballero, tomad un curso de piropos y cuando paséis al quinto grado usadlos para alguien más, porque yo solo quiero a mi hermoso 

 

Vil Caballero. — Sí, Sí, el doncel hermoso sin nombre. Ya me voy. Debo recordaros que un poco de humildad y cortesía no estaría de más en tan voluptuosa y ancha muchacha. 

 

Doncella. — ¡Voluptuosa y ancha! ¡Dios lo perdone! Id con Dios, Caballero y no olvidéis tomar un curso. 

 

Vil Caballero. — Así lo haré, pero advierto que regresaré. 

 

Doncella. — Y yo NO os habré de esperar, Id en buena hora. Salud. 

 

Vil Caballero. — Adiós, doncella magnífica como una pera en su jugo. 

 

Doncella. — ¡Una pera en su jugo! Adiós. Adiós, gentil Caballero, adiós. 

 

Vil Caballero. — Adiosito. 

Doncella. — Adiós: punto. 

 

Vil Caballero. — Adiós punto. 

 

Se va el caballero en su corcel y llega el pequeño Dulce Doncel en un burrito de utilería. 

Doncel. — ¡Eh, ehh, dulce doncella, hola, hola! Qué te dijo aquel malvado caballero que partir, hace poco, acaba de. 

 

Doncella. — Nada importante, debo decirte, dulce doncel, amigo mío. Es más torpe caballero que malvado el pobre hombre, preguntábame por una dirección. 

 

Doncel. — ¿Una dirección en este prado? ¿Perdido estaba? 

 

Doncella. — Perdido estaba, eso quiso parecer, pero después se me insinuó con gran torpeza, el mentecato. 

 

Doncel. — Ah, me hierve la sangre al escucharos; yo le daré una tunda si regresa. Vil Caballero, lo moleré a golpes. 

 

Doncella. — Eres muy dulce amigo mío, pero no hace falta, te digo, es un patán, pero yo puedo con él, es un tarugo. Pero, y tú, decidme, ¿has venido a traerme el agua fresca y las manzanas jugosas como todos los días? 

 

Doncel. — No solo eso, amiga mía, he traído todo el amor que tengo para ti. 

 

Doncella. — Y yo lo acepto con placer y regocijo. Ven aquí conmigo. (Extiende una de sus siete faldas como mantel. Dulce Doncel se sienta muy cerca de la Doncella). Así, así me gusta que cercano estés de mí sobre una de mis faldas. 

 

Doncel. — En verdad, dulce Doncella que veros es para mí una poderosa ilusión y hace que me den ganas de entregarte todas las manzanas de la tierra y toda el agua fresca y limpia solo para ti. 

Doncella. — En verdad, Dulce Doncel, ¡que me enloquecen tu agua fresca y tus manzanas jugosas! 

 

Doncel. — También te traje queso. 

 

Doncella. — Lo voy a poner entre mis pechos. 

 

Doncel. — Es queso fresco. 

 

Doncella. — Entre mis pechos habrá de conservarse. 

 

Doncel. — Y también os he traído un champiñón. 

 

Doncella. — Un champiñón, amigo mío, ¿solo uno? 

 

Doncel. — Lo he encontrado en el campo, es único según se puede ver, y es grande. 

 

Doncella. — (Lo observa, como hipnotizada) Lo habéis encontrado. ¿Y estará bueno? 

 

Doncel. — Si está bueno para ti, está bueno para mí también. 

 

Doncella. — Un champiñón. Muy bien, lo probaré después. Se ve bastante limpio. 

 

Doncel. — Ha sido regado por la lluvia de la mañana. 

 

Doncella. — Por la lluvia matinal… regado. Bien me parece. Lo guardaré entre mis pechos. 

 

Doncel. — Dulce Doncella, con tus palabras has hecho que me entren ganas de bailar. 

Doncella. — ¿Cómo así que te han entrado ganas? 

 

Doncel. — Así, como por los poros del cuerpo, por la piel, por todos lados me han entrado ganas. 

 

Doncella. — Pues bailemos, Dulce Doncel, puedo escuchar una música de baile como no hay otra. 

 

Doncel. — ¿Puedes escuchar, música, doncella? 

 

Doncella. — Sí, ¿tú no? 

 

Doncel. — Puedo sentirla, y es curiosamente la misma música que vos escucháis. 

 

Doncella. — Es ésa misma y no otra. Bailemos. 

 

Doncel. — Bailemos. Me gustaría bailar contigo “La del Molinito”. 

 

Doncella. — La del Molinito me gusta. Hemos de bailarla. 

 

Doncel. — Bailemos doncella, ponte para mi gusto esta Corona de flores que te he traído. 

 

Doncella. — Me has traído esta corona, me hacéis feliz, la pondré en mi cabeza, es la corona de enamorada que he de colocarme así, ¿lo veis? 

 

Doncel. — Así lo veo y tan feliz me siento. Y traje, también para ti, este cinturón de cuero duro y este monedero y esta hebilla de metal de plata y esta faltriquera y también este bolso de cuero para que lo uséis también para guardas las cosas. 

 

Doncella. — ¿Todo eso? 

Doncel. — Todo eso y más, Doncella, Doncella. Yo tengo pies, manos, piernas y cabeza para ti. 

 

Doncella. — Dulce Doncel, con esas palabras me han entrado todavía más ganas de bailar. 

 

Doncel. — ¿Quieres que sea con los brazos o con la cabeza? Debo decir que sé hacer de todo, ¿no lo has oído mencionar? 

 

Doncella. — Dulce Doncel, por vida tuya, ¿sabéis hacer la de “En un solo pie? 

 

Doncel. — Por vida mía, sí lo sé, ¿adelante o atrás, doncella? ¿Lo estoy haciendo bien? 

 

Doncella. — Lo estás haciendo muy bien, por vida mía. Ahora, haz girar la cabeza. 

 

Doncel. — Esa me gusta tanto, ahí va con la cabeza…. ¿Lo estoy haciendo bien? 

 

Doncella. — Hermoso Doncel, ¿sabéis hacer “El de la Cabeza que gira”? 

 

Doncel. — Por el alma de mi madre, Doncella, ¡que si lo he de saber hacer!… ¿Está bien así? 

 

Doncella. — Dulce amigo mío, ¿sabéis hacer el de los brazos arriba y las piernas flexionadas? 

 

Doncel. — Ejem… Ese baile no lo conozco. 

 

Doncella. — No importa, podemos volver de nuevo al Molinillo, si queréis. 

 

Doncel. — Para mí está bien el Molinillo si gustáis. 

 

Doncella. — ¿O podemos también bailar el de la Farándula? 

 

Doncel. — ¿El de la Farándula, Doncella? 

 

Doncella. — Sí, podemos terminar con el baile de la Farándula, y si nos cansamos, pues todavía tenemos, para reponernos, queso, manzanas y agua fresca, ah y el champiñón. 

 

Doncel. — Es cierto… Un poco de queso podríamos gozar también si gustáis, mi dulce Doncella. Podría gozar del queso que tenéis entre los pechos. 

 

Doncella. — Y después un poco de agua fresca. 

 

Doncel. — Y después un poco de agua fresca. 

 

Doncella. — Tomad, mi dulce amigo. Un poco de agua fresca. Y tened una manzana, pero ésa habréis de llevarla para el camino. 

 

Doncel. — ¿Para el camino decís? ¿No me queréis más a tu lado? ¿No vendrías conmigo? 

 

Doncella. — No, no, no. Sí, sí, sí, mi dulce amigo, pero más tarde, es mejor por ahora que vayáis luego, luego a la aldea y así, yo habré después de alcanzarte. 

 

Doncel. — ¿Y habrás de quedaros aquí solita? 

 

Doncella. — He de cuidar todavía a la oveja. 

 

Doncel. — ¿Has de cuidar a la oveja? Cierto, la oveja. ¿Y si torna el caballero a importunarte? 

 

Doncella. — Sé defenderme, tengo mi cayado, puedo darle de golpes si se atreve a molestarme, puedes ir tranquilo. 

 

Doncel. — Dulce Doncella, si gustáis me quedo. No quiero que se le ocurra a tal caballero patán venir una vez más a tratar de cortejarte. Confío en vos, mas no confío en tal señor. (Envalentonado, fanfarrón) Estoy dispuesto a combatirlo con mi fuerza y valentía. Habré de demostrarle a ese torpe abusivo quién soy yo, pues me he entrenado en las artes de la lucha y así como sé bailar muy bien... también puedo... 

 

Doncella. — Yo bien lo sé, amigo, mío, pero... 

 

Doncel. — Yo puedo con él, Doncella, yo soy rudo y soy muy hábil con los brazos y soy muy hábil con los pies y puedo darle una tunda, puedo romperle la crisma, soy valiente y soy... 

 

Doncella. — Sí, sí, vida mía, todos lo saben, eres valiente sin par, pero por lo pronto quedemos en este acuerdo y nos vemos más tarde, ¿quieres? 

 

Doncel. — Entonces parto, en seguida. (Dulce Doncel monta en su burrito de utilería) Me voy, he de partir. Ya me voy. 

 

Doncella. — Id en buen hora amigo mío, hermanito mío. 

 

Doncel. — Hasta la vista hermanita, amiga mía. 

 

Doncella. — Hasta la vista, amigo mío. Adiós. 

 

Doncel. — Pronto he de veros otra vez, hermanita mía. 

 

Doncella. — Hasta lueguito, hermanito mío, ya sabéis que os adoro. 

 

Doncel. — Y yo te adoro más. 

 

Doncella. — Id, amigo mío, idos presto, porque así habremos de extrañarnos más. 

 

Doncel. — Así lo haré. Adiós amada, amiga mía. 

 

Doncella. — Adiós, amado amigo, adiós, adiós. 

 

Finalmente sale Dulce Doncel de escena y queda la Dulce Doncella tarareando una dulce canción. Más adelante, con cierto disimulo, saca de entre sus pechos el champiñón que guardaba y se lo come lentamente, con cierta fascinación. 

La doncella sonríe, el hongo silvestre ha causado en ella un poderoso efecto. Entrecierra los ojos y vive dentro de un ensueño, parece hipnotizada. 

 

Cambio de iluminación. 

La Dulce Doncella repentinamente se queda completamente quieta, prácticamente como una estatua viviente. 

 

Llega Vil Caballero siempre montado en su corcel de utilería, pero ahora sin guantes y sin espada. Da algunas vueltas alrededor de la Dulce Doncella quien continúa quieta y no reacciona de ningún modo ante la inspección minuciosa que el caballero hace de ella. 

 

El Caballero mira atentamente a la doncella y no parece extrañarse de su estado hipnótico. Más tarde, el caballero se instala en un punto del escenario. Se dirige a un público imaginario. 

 

Vil Caballero. — Yo no sé la razón, no entiendo, ni remotamente puedo comprender por qué, por qué la Dulce Doncella no me puede amar. Ella no sabe de lo que se pierde, soy un buen partido. Ejem, soy un Caballero, tengo un castillo, estoy bien relacionado y pues la verdad, no estoy nada feo. (Como si alguien lo contradijera) ¡No estoy nada feo!. NADIE lo dude. Es más soy sexy. La verdad soy sexy y guapo. Ejem. 

 

Pausa 

 

¡Doncella!, ¡doncella!… ¿Por qué no me escucháis, doncella? Aquí estoy, he venido sin defensa alguna, sin espada y con mi corazón dispuesto. Quiero llevarte a mi castillo. Ahí te voy a enseñar muchas cosas. 

Puedo decirte bellas palabras, estuve practicando, escucha: 

 

Tu blusa, me encanta. Y tu mentón y tu garganta… Y tus pechos, doncella, tus pechos, tu garganta… 

 

O mejor esto, escucha: 

 

Quiero estar cerca de tu costado, quiero agarrarte de los costados, y agarrarte… y estar encima de vos y yo debajo… No. No. No es así. Vos encima y yo debajo... y… No, tampoco es así… 

 

Tal vez: “si te beso en la boca y te abrazo de tal manera que convertirte en mi amiga quieras”. 

 

Eh, qué tal. Lo leí en un libro. Para ti, solo para ti. Pero solo si vos queréis conmigo, ¿estáis de acuerdo? 

 

Qué tienes, qué te pasa, amiga mía... Como que estáis y no estáis… Qué os sucede. 

 

Qué puedo hacer contigo. Qué os acontece. Te has quedado como dormida, pero no del todo dormida. ¿Qué será?… 

 

(Pausa. Habla para sí.) Pues parece que algún demonio extraño del sueño o cosa similar le acontece, pero es claro que dormida no está, ni tampoco despierta. 

 

(Pausa) Esto no está tan mal, para mí, supongo, pues aprovechar del momento puedo yo. Le habré de hacer una pequeña broma. Una inocente jugarreta. 

 

Pausa 

 

Doncella… Dulce Doncella…. Doncella… 

 

 

La doncella repite “Doncella” ... 

 

Eso me parece bien. Muy bien. Vamos a jugar. Tienes que repetir conmigo todo lo que yo te digo. 

 

La Doncella repite como hipnotizada lo que va diciendo las palabras finales del caballero. 

 

YO estoy, del Caballero, enamorada. 

 

YO adoro todo lo que me dice el caballero, realmente es un grandioso seductor y me dice cosas hermosas. 

 

—  YO he decidido acompañar al caballero porque ÉL me va a enseñar su gran castillo. 

 

El caballero es gentil, es muy guapo y muy sexy. 

 

—  YO no voy a ser, con el caballero, majadera. 

 

—  Voy a hacer todo lo que me pida. 

 

—  Y no me voy, de él, a burlar. 

 

Prometo. 

 

Y ahora le voy a dar un besito. 

 

La doncella que hasta el momento había repetido las últimas palabras de lo que Vil caballero decía, no hace lo mismo con la última frase. El caballero insiste. 

 

Y ahora le voy a dar un besito. Y ahora le voy a dar un besito. 

Un besitooo. Besito. Beso. 

 

La doncella sigue sin repetir lo que le indica el caballero. 

 

—  Vamos, doncella, por qué no repites lo que te digo. 

 

La doncella repite lo último que dijo el caballero: (Lo que te digooo). 

 

Muy bien, doncella, conque esas tenemos. Pues aunque no quieras repetir que me vas a dar un besito, ahora soy yo el que te va a dar un besito. 

 

La Doncella empieza repetir todas las palabras que dice el caballero, pero éste se lo impide porque la empieza a besar primero tiernamente y luego con demasiada pasión, tanto que la doncella se trata de defender del ya franco abuso de Vil Caballero. 

 

Dulce Doncel llega, a pie, subrepticiamente a escena y se coloca detrás de un arbusto. No se atreve a intervenir y observa la escena entre enojado y asustado. 

 

Pues sí, doncella, si tu no quieres darme un besito, ahora mismo me vas a dar no solamente un besito, sino también éste y éste y este otro. Y este otro. 

 

Doncella. — (Todavía sin plena conciencia, pero tratando de defenderse) No, no, dejadme tranquila, esto es una afrenta, esto no está bien, ¡auxilio! 

 

Vil Caballero. — Tú te lo buscaste, doncella. No puedes darme esperanzas y después rechazarme de esa forma. 

 

Doncella. — (Medio “dormida” todavía) ¡Yo nunca os di esperanzas! Dejadme en paz, auxilio, esto no lo puedo permitir, ayuda; dónde estás, dulce Doncel, venid a mí, venid pronto. 

 

Vil Caballero. — Tu dulce doncel parece que no está por aquí, y además, si estuviera, es tan pequeño y tan débil que no podría hacer nada contra mí, yo soy un caballero, recuerda eso. 

 

Ya muy decidido, después de haberlo dudado Dulce Doncel sale detrás del arbusto y se enfrenta con el caballero. 

 

Doncel. — Acabad de una vez, villano, ¿no sabes quién soy yo? YO Soy el enamorado de mi dulce doncella y por el amor que le profeso acabaré contigo y con tus viles acciones. 

 

Vil Caballero. — No me hagáis reír, mochacho, si eres tan débil como una dulce flor de amanecer. 

 

Doncel. — A quién le llamas dulce flor. 

 

Vil Caballero. — A ti te digo dulce flor. Dulce flor. Dulce flor. Eres como una linda margarita. 

 

Doncel. — ¿A mí me llamas linda? 

 

Vil Caballero. — A ti te llamo linda margarita. 

 

Doncel. — ¿Has acabado? Ahora, os haré saber la fuerza de mis golpes. 

 

Vil Caballero. — No lo sé, pequeña margarita, sería un despropósito luchar contigo. Soy un caballero y tú, pues tú eres un aldeano. 

 

Doncel. — (Se arroja contra el caballero y le da rápidos pero débiles puñetazos que no logran hacer daño al caballero) ¡Voy a daros una lección, os declaro mi enemigo y a terminar con vos estoy dispuesto! 

 

Vil Caballero. — Os lo he dicho. Yo soy un caballero, suelo practicar esgrima, pugilato, y combate cuerpo a cuerpo con mis diferentes servidores con los que suelo luchar frecuentemente. Y tú, pues tú eres una débil ramita que solo ha tenido rústicas peleas con otros aldeanos como tú. Os lo digo de una buena vez, no estáis a mi nivel. 

 

Doncel. — Sois muy vil, vil caballero. 

 

Vil Caballero. — Al contrario, he sido gentil contigo dada precisamente mi nobleza. Si hubiera querido, ya habría terminado contigo con una sola bofetada. 

 

Doncel. — De bofetadas habláis, eso no sería digno de tan noble caballero. 

 

Vil Caballero. — (Quien recibe con fastidio los continuos y rápidos puñetazos débiles de Dulce Doncel) Ya me estáis cansando, os lo digo como un primer aviso. 

 

Doncel. — ¡Primer aviso decís!, ¿pues ha de haber otros? 

 

Vil Caballero. — (Le da un duro bofetón a Dulce Doncel y luego otro y otros más hasta que el muchacho queda dando alaridos derrotado en el suelo) Esto es lo que andabais buscando, pues esto es lo que has obtenido. 

 

Doncel. — Ah, ah, habré de acabar contigo, os lo juro; sabrás que no podéis abusar de la gente como acostumbráis Ay, ay, ay de mí. 

 

Ante los gritos de dolor, la Dulce doncella acaba de despertar de su “ensueño” y se enfrenta con Vil Caballero. 

 

Doncella. — Pero cómo os habéis atrevido, truhan, desalmado monstruo de maldad, villano, bellaco, alevoso, vil. 

 

Vil Caballero. — Os equivocáis, Dulce Doncella, soy en verdad todo menos villano, no soy de la Villa, soy un caballero de alcurnia, soy de sangre azul, soy un aristócrata de alta cuna y tú, dulce doncella, lo único que tenéis a tu favor es tu juventud, tu belleza, y…. Y ya. Eres una rústica aldeana, no tienes clase, ni fortuna. Tal vez anchas caderas, eso sí, ¿o serán las muchas faldas? 

 

Doncella. — (Se acerca amenazante al caballero) Cómo os atrevido, habéis, a hablarme a mí, de esa manera. Yo os he de enseñar buenos modales. 

 

Vil Caballero. — (La evita tratando de alejarse de ella) ¿También habréis de pegarme vos, doncella? Debo deciros que tu amiguito no ha sabido tocarme ni un cabello, no lo podéis hacer vos misma, no lo podréis hacer ni aun juntando vuestras fuerzas. 

 

Doncella. — Será mejor entonces que os vayáis, no recibiréis nuestros golpes, pero recibid nuestro desprecio. 

 

Vil Caballero. — Ya me voy, ya me voy, su desprecio me lastima, en verdad, me hace mucho daño. Soy un caballero sensible. Os lo aseguro, dulce doncella. Soy una buena persona, si aceptaras un día conocerme, pero ya te besé, ya logré lo que quería, y podría si quisiera hacerte mi esposa, darte vestidos nuevos, alejarte de ese debilucho, pero... 

 

Doncella. — (Le grita, fuera de sí) Alejaos de mi vista. No sois más que un patán, y dudo que seáis, en fin, un caballero, y si lo sois, para mí solo resultáis un gandul y un mamarracho y un rastrero y un miserable y sin sentimientos y no valéis la pena, y no valéis ni la saliva que se me escapa de la boca cuando os hablo. 

 

Vil Caballero. — ¿Todo eso? Oh. Oh, pobre de mí, pobre del caballero sensible al que todos maltratan. Ay de mí. Cómo podría demostraros que nada más lejos de la verdad decís. (Llora) Soy una buena persona y ya os lo dije, soy sensible. 

 

Doncel. — (Se incorpora con dificultad, y también le grita al caballero.) No nos importa si sois sensible o no. Has tratado mal a mi doncella, y a mí me habéis abofeteado. Habéis ya oído, alejaos presto. 

 

Vil Caballero. — Ahora los dos me gritáis… Ay de mí, ay de mí… Lo entiendo, lo acepto y les comento que eso obtengo por tratar de establecer lazos amables con vosotros. Yo de verdad los tengo cerca de mi corazón, aunque lo dudéis, mi noble corazón está lleno de buenas intenciones. Es más, me gustaría invitaros con agrado a mi castillo, no solo a ti, dulce doncella, sino también a ti, esforzado doncel. 

 

Doncella. — Habrase visto tal manera de mentir y de aparentar dolor y simpatía. 

 

Doncel. — No habrías de llevarnos a la doncella y mí si no planearas un sucio truco vil, de vil caballero. 

 

Vil Caballero. — ¿Una estratagema decís, gentil amigo? Lejos de mí ese pensamiento que desconfianza os causa. Os aseguro que invitaros a los dos sería mi regocijo. Os presentaría a mi madre, la duquesa, y a mi padre fallecido os daría a conocer por medio de su vivo retrato que ocupa la sala familiar. Aún más, a ti gentil muchacho, habríate de obsequiar un caballo para que proveer pudieras a Dulce Doncella de no solo manzanas y agua fresca, sino también del vino del castillo y fiambres y estofados varios. A Ti, Dulce Doncella, habríate de regalar vestidos de algodón de Flandes y zapatos con listones rosados y peinetas… y más faldas para ti... Qué os parece. 

 

Doncel. — (Entusiasmado, a la Doncella) De veras, hablar, dulce doncella, con gran sinceridad, parece. ¿No creéis que una oportunidad él puede merecer ahora? 

 

Doncella. — No lo sé, así tan de repente muestra señales de amistad con nosotros a los que antes ha querido golpear. 

 

Vil Caballero. — Mi castillo, Dulce Doncel, y Doncella está dispuesto, para que lo disfrutéis, los dos. Venid, venid conmigo. 

 

Doncella. — ¿Los dos, decís?, ¿queréis invitarnos a los dos? 

 

Doncel. — Ha de regalarme un caballo, hermanita mía. 

 

Doncella. — Sí, sí, eso mismo yo he escuchado y raro me parece, por no decir irregular e inapropiado. 

 

Doncel. — ¿Por qué tan raro te parece, a mí no me parece inapropiado… Es un caballo, nadie te regala un potro en estos días, y a ti, por otra parte te ofrece vestidos y zapatos… Y faldas... 

 

Doncella. — Cierto es, amigo, mío, (Le habla al Caballero) ¿pero, podría saberse la razón? 

 

Doncel. — Pues para qué ha de ser, para que lo monte y así yo te puedo traer también vino y fiambres y…. 

 

Doncella. — No, amiguito mío, eso lo sé y lo entiendo, un caballo puede ser muy importante. (Repentinamente la Doncella se muestra excitada y le habla voluptuosa al caballero.) Le pregunto a vos, mi caballero dadivoso. Qué esconde usted detrás de esta generosa invitación. No querrá quizá dejar a mi Dulce Doncel encerrado y luego a mí, mostrarme las habitaciones…Encender las lámparas, abrir las llaves de la tina, descubrir mis hermosos pechos, quitarme cada una de mis siete faldas, tomarme de la cintura, besarme en el cuello…apretar ligeramente mi garganta... 

 

Vil Caballero. — (Continúa, también excitado. Dulce Doncel mira horrorizado la escena, pero no se decide a intervenir). Eso es lo que yo deseaba, doncella. Yo sabía que habría de despertar en ti las más intensas pasiones. 

 

Doncella. — Así es, Vil Caballero, no sé si de repente me he vuelto carne encendida, fuego de locura juvenil, insana perversión, háblame, háblame, mi caballero lujurioso, qué habremos de hacer juntos, qué me harías. 

 

Vil Caballero. — (Con mucha torpeza) Yo. Si me pides que te lo diga. Te agarraría del costado. Te pondría la mano en el costado. 

 

Doncella. — (Todavíaexcitada) Sí, sí, el costado, y qué más. 

Vil Caballero. — Te pondría la mano en el costado, y te agarraría de las rodillas, y luego, te daría de pellizcos en las rodillas, y luego te tomaría los pies, y luego, te jalaría los dedos de los pies. Te jalaría lentamente de los dedos de los pies... de los dos píes. 

 

Doncella. — (Sigue encendida)“...besarte las rodillas, jalarte los dedos de los pies” … Qué más tenéis para mí, yo sé que podéis ser más creativo, decidme. 

 

Vil Caballero. — Yo, en fin, yo… descubriréis tus pechos, te quitaré tus siete faldas, te tomaré de la cintura, te besaré en el cuello…te apretaré ligeramente la garganta... 

 

Doncel. — (Sintiéndose fuera del juego. Protesta.) Eh, eh, eh, hey…. Caballero, ejem, Dulce doncella… habéis olvidado algún detalle. 

 

Vil Caballero. — No, no, no creo. ¿Nos habremos olvidado de algo? 

 

Doncella. — ¿Nosotros? Queréis decir… No. Algún detalle. No. No lo creo. No. 

 

Doncel. — Creo que sí, y al menos yo sí lo creo, y seguramente la doncella. Debo recordaros que en ese castillo también habría de estar YO como invitado, presente, tal vez encerrado, tal vez no, aunque puedo suponer que también queréis que esté con vosotros en… la alcoba, mientras le jaláis los dedos… de los pies, de los dos pies… a mi hermanita, y la besáis, y le apretáis… la garganta. 

 

Vil Caballero. — Eh, eh, no, no. No se nos había ocurrido por cierto, pero, si lo deseáis… No le veo gran problema. 

 

Doncella. — ¿Queréis estar presente? Nunca lo habría pensado, me resulta un tanto irregular, es eso lo que de verdad deseáis. 

 

Vil Caballero. — Podríamos tomar en cuenta vuestra petición, en verdad nunca me había pensado eso por la mente. 

 

Doncel. — (Nervioso) No, no es eso, no, no lo creo, tal vez vosotros han interpretado mis palabras. Yo… No lo sé, no estoy preparado todavía para tales invitaciones. 

 

Vil Caballero. — No hay ninguna invitación, dulce Doncel, creo que habéis podido malinterpretar nuestras palabras… Solamente la Doncella y yo estaríamos juntos, no es así, ¿dónde estábamos? 

 

Doncella. — (Fría, desencantada) En ninguna parte, caballero, ya no estaremos en ninguna parte. Y creo que así lo dejamos. 

 

Vil Caballero. — Cómo así, ya no queréis jugar, tan bien que íbamos. 

 

Doncella. — Así es, ya cambié de parecer. Y no íbamos a parte alguna. Todo se ha enfriado. Olvidadlo, caballero. Habéis perdido la oportunidad. Yo soy de mi hermanito. Yo solo quiero amar a mi dulce y gentil doncel. Alejaos. 

 

Vil Caballero. — Doncella mía, no podéis dejarme tan enardecido… y la invitación… a mi castillo… Doncella… Doncel... 

 

Doncella. — (A Dulce Doncel) Amiguito mío, creo que a la aldea debemos partir. 

 

Doncel. — Yo así, lo creo, Doncella, pero antes debéis de tomar un poco agua fresca y calmaros un poquito. 

 

Doncella. — Cierto, cierto, he perdido la cabeza. Gentil Caballero, en verdad lo siento, pero hemos de declinar su invitación. No iremos ya nunca más a vuestro castillo. 

 

Vil Caballero. — Cómo. Inaceptable me parecen tus palabras. Habíais los dos aceptado acompañarme. 

 

Doncella. — Sería conveniente que solo, y sin nuestra compañía, a vuestro castillo regreséis. Alejaos si os place. Id enhorabuena. 

 

Vil Caballero. — ¿Id enhorabuena? 

 

Doncella. — Adiosito. Adiós. Se terminó, ya no vamos a ir con vos. 

 

Doncel. — (Otra vez fanfarrón) Ya escuchasteis. A ella no le parece bien, ni a mí tampoco. Abur. Hasta lueguito. 

 

Vil Caballero. — Ah, no decidáis por la doncella, ella parecía estar de acuerdo. 

 

Doncella. — ¿Yo parecía? Tal vez sí, tal vez no, un momento, tuve yo, de ofuscación quizá, pero ahora he decidido quedarme con mi amigo, así que os podéis marchar. 

 

Vil Caballero. ¿Y creéis que me podéis dejar así?  Habéis encendido el fuego de mi pasión y ahora os pretendéis echar atrás. 

 

Doncella. — Así es, así mismo como veis, mi decisión he tomado. 

 

Vil Caballero. — ...pero yo he sido generoso, os he prometido vestidos, y zapatos. (A Dulce Doncel) Y a vos he prometido dar un potro, un gran caballo. 

 

Doncel. — Ya no lo quiero, es más grande el amor que profeso por mi amiga que cualquier regalo o cosa que provenga de vos. 

 

Doncella. — En eso estoy de acuerdo, no podéis comprar nuestra amistad y menos nuestro amor. 

Vil Caballero. — ¿Amor? Quien habla de amor, doncella vil, vos sois la que levantar mi pasión hicisteis y ahora habréis de pagarme queráis o no queráis. 

 

 

El Vil Caballero se echa sobre la doncella, la tira al piso y la somete con toda la intención de poseerla. 

 

Doncella. — Dejadme vil, vil caballero, dejadme o habréis de arrepentiros. (A Doncel) Ayuda, amigo mío, golpead al caballero con las piernas, con tus poderosos brazos, acabad con él, golpeadlo. 

 

Doncel. — (Toma el cayado con que cuidan de la oveja y empieza a golpear a Vil Caballero) Hasta aquí llegasteis, vil caballero; has de pagar tu afrenta, levántate y pelea conmigo. 

 

Vil Caballero se levanta y trata de esquivar los golpes que le da Dulce Doncel. 

 

Vil Caballero. — Así, por la espalda me has golpeado. Muy bajo en verdad eres, aldeano. Recibiréis la fuerza de mi enojo.