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Los 39 escalones. Patrick Barlow.




Los  39 escalones

Patrick Barlow



La versión resultante de “Los 39 escalones” comprende 3 hombres y una mujer.

HANNAY es interpretado por un solo hombre.
La mujer interpreta a PAMELA, ANNABELLA  y MARGARET.
Los otros dos hombres, que llamaremos los DOS PAYASOS, interpretan todos los demás personajes.


ACTO UNO

Obertura

Un escenario vacío. Solo los ladrillos desnudos del fondo. Un matafuegos. Un cartel de “SALIDA”. 
Los payasos entran corriendo. Uno de ellos emite un silbido y hacen una reverencia al público. Proceden a instalar los elementos para la escena 1. Las escaleras de los instaladores, los baúles, un sillón, una mesa, una lámpara común. Sobre la mesa, una botella medio vacía de scotch y un vaso vacío. Una ventana colgante desciende.
Aparece Richard Hannay. Espera inmóvil mientras terminan. Los payasos terminan de preparar el escenario dando por terminada la obertura. Hacen una reverencia y salen rápidamente. Hannay se deja caer en el sillón.
Cambia la luz.

Escena 1. El departamento de Hannay. De noche

HANNAY: Londres. 1935. Agosto. Regresé por tres meses a la madre patria y, francamente, me pregunto por qué. Este clima me enferma, ni vale la pena hablar de él, el hablar del hombre inglés ordinario también me enferma. Había tenido suficiente de restaurantes, fiestas y carreras. Sin amigos para salir, lo que porbablemente explique las cosas. Tommy Deloraine se casó con una heredera rubia en Chicago, Hoppy Bynge se perdió entre los tesoros de Canadá, Chips Carruthers voló en pedazos en Tanganyika. Quedé yo. Richard Hannay. Treinta y siete años, el sonido del viento y yo, solos, suficientemente hecho desde el asunto de Buluwayo para tener un prolijo montón. No de los grandes, pero suficiente para mí. De vuelta en casa. Que, si quieren saberlo, no era mi casa en absoluto. Solo un departamento alquilado en West Center 1. Portland Place, en realidad… Y estaba aburrido. Extremadamente aburrido. Nada mas que aburrido. Cansado. Cansado del mundo y cansado de la vida, para ser honesto. Entonces, llamé a mi corredor. No estaba. Me fui al club. Lleno de colonialistas inútiles. Tomé un scotch con soda, agarré un diario de la tarde, lo dejé. Estaba lleno de elecciones, y guerras y rumores de guerras. Y pensé, francamente, a quién cuernos le importa? Qué importa todo eso? Qué pasa con todo el mundo? Qué pasa conmigo? Nadie me extraña. Yo mismo no me extrañaría. Solo podría, simplemente… (Vuelve a su scotch.) Y entonces pensé, vamos Hannay, tenés que salir adelante, hombre! Encontrá algo que hacer, pedazo de tarado! Algo trivial y poco inteligente. Algo profundamente carente de objetivos. Algo… Ya sé! Un espectáculo teatral! Eso puede ser la solución! (Música de vaudeville. Se enciende la línea de luces del proscenio.)

Escena 2: Music Hall

Presentador entra corriendo. Dicky saluda. Se inclinan.

PRESENTADOR: Gracias damas y caballeros. Y ahora, con su amable atención, tengo el honor y el privilegio de presentarles a uno de los hombres más notables del mundo entero. Mr. Memory!!!

Música: tema de Mr. Memory. Aplauso cerrado. Dicky saluda. Bigote al estilo cepillo de dientes. Saluda repetidamente. Hannay aparece en la sala. Se ubica.

PRESENTADOR: Ocupen sus lugares, señoras y señores. Todos los días Mr. Memory agrega a su memoria 50 nuevos sucesos y recuerda cada uno de ellos! Sucesos de la historia y de la geografía, de los diarios y de publicaciones científicas. Hay más suscesos en su cerebro de los que es posible concebir! También voy a mencionar que, antes de retirarse, Mr. Memory ha aceptado gentilmente dejar su cerebro entero al Museo Británico con propósitos científicos. Graciasss.

Aplausos cerrados. Annabella aparece en el lado opuesto de la sala. Luce nerviosa y mira ansiosamente hacia los palcos.

PRESENTADOR: Está listo, Mr. Memory?

MR MEMORY: Muy listo, graciasss! Ahora voy a colocarme en estado de preparación mental para la función de esta noche a limpiar mi ser interior de cualquier material extrínseco o supernumerario.

HANNAY: Disfrutando del show?

ANNABELLA: Perdón?

HANNAY: Divertido, no?

PRESENTADOR: Está listo para las preguntas, Mr. Memory?

MEMORY: Estoy listo para las preguntas!

PRESENTADOR: Graciasss damas y caballeros. Primera pregunta, por favor. (Señala a la audiencia.) Perdón, Señor? Quién ganó la copa en 1926? (Se vuelve a Memory.) ¿Quién ganó la copa en 1926?

MEMORY: Quién ganó la copa en 1926? El Tottenham Hotspurs ganó la copa en 1926 derrotando al Arsenal Gunners por cinco goles a cero en presencia de Su Majestad el Rey George Quinto. Es correcto, señor?

PRESENTADOR: Muy correcto, Mr. Memory.

MEMORY: Graciasss.

Aplauso cerrado.

PRESENTADOR: Próxima pregunta, por favor! Si señor! Hable mas alto, por favor? (Señala un miembro del público.) Cómo se llamaba el caballo de Napoleón? Cómo se llamaba el caballo de Napoleón?

MEMORY: Cómo se llamaba el caballo de Napoleón? El caballo de Napoleón se llamaba Belerofonte, el cual montó por última vez en la batalla de Waterloo, el 15 de junio de 1815. Es correcto, Señor?

PRESENTADOR: Muy correcto, Mr. Memory!

MEMORY: Graciasss.

PRESENTADOR: (Señala un miembro del público.) Cuándo fue colgado Crippen! Cuándo fue colgado Crippen?

MEMORY: 1921. Después de envenenar a su esposa con una mezcla de belladonna y estrignina. Es correcto, Señor?

PRESENTADOR: Muy correcto, Mr. Memory.

MEMORY: Graciasss.

Aplauso cerrado.

HANNAY: Yo digo.

PRESENTADOR: Ah, un voluntario desde la galería. Sí, señor? (Mira hacia los palcos. Annabella lo mira aterrorizada.)

HANNAY: A qué distancia está Winnipeg de Montreal?

PRESENTADOR: A qué distancia está Winnipeg de Montreal? A qué distancia está Winnipeg de Montreal?

MEMORY: Ah! Un caballero de Canadá! Bienvenido, señor!

HANNAY: Gracias.

MEMORY: Winnipeg. Tercera ciudad de Canadá. Capital de la provincia de Manitoba. Distancia desde Montreal: 1.454 millas, señor. Es correcto, señor?

HANNAY: Muy correcto.

MEMORY: Graciasss, señor!!!

Repentinamente Annabella ve algo en los palcos que ha estado temiendo. Exclama.

ANNABELLA: Santo Dios!

HANNAY: Se siente bien?

ANNABELLA: Sí, gracias.

HANNAY: Qué bueno.

PRESENTADOR: Y ahora la próxima pregunta, por favor. (Annabella saca un revolver y dispara al aire. El público grita.) Calma, damas y caballeros. Calma, por favor!!!

Annabella esconde el revolver.

HANNAY: Escuchó eso?

ANNABELLA: Discúlpeme?

HANNAY: Sí?

ANNABELLA: Puedo ir a su casa con usted?

HANNAY: Cuál es la gran idea?

ANNABELLA: Bueno, me gustaría.

PRESENTADOR: Calma, por favor!!!

HANNAY: Bueno, en este momento, es algo complicado. Tengo los pintores y…

ANNABELLA: Por favor! Tiene que llevarme!

HANNAY: Bueno, es su funeral!

PRESENTADOR: Juegue, hombre, juegue! Ese fue Mr. Memory! Vamos , Mr. Memory!

MEMORY: Cómo se llamaba el caballo de Napoleón? Winnipeg. Que lo escribió en 1926.

PRESENTADOR: gracias, Mr. Memory.

MEMORY: Es correcto, Señor?

PRESENTADOR: Muy bien, Mr. Memory.

MEMORY: Derrotando a George V por cinco goles a…

PRESENTADOR: Venga, Mr. Memory. Vamos!

MEMORY: Próxima pregunta, por favorrr!

PRESENTADOR: No olvide su nombre ahora!

MEMORY: Gracias! Gracias!

PRESENTADOR: Mr. Memory!!!

MEMORY: Es correcto, Señor?

Presentador lo arrastra hacia fuera. Música de Mr. Memory.


Escena 3: El departamento de Hannay. De noche.

Se escucha la voz de Hannay en la oscuridad.

HANNAY: Nunca puedo encontrar el interruptor, será posible! (Acciona el interruptor de la lámpara.)

ANNABELLA: Apáguela! Rápido!!! (Hannay acciona nuevamente el interruptor. Ahora la habitación queda iluminada por las luces de la calle que entran por la ventana. Tal vez el cartel de neon intermitente de un hotel.) Bleinz!

HANNAY: Perdón?

ANNABELLA: Bleinz!

HANNAY: Bleinz?

ANNABELLA: BLEINZ!!!

HANNAY: AH, la persiana! Sí, por supuesto. Bleinz. Claro. (Baja una cortina vertical enrrollable que vuelve ha subirse un par de veces, hasta que consigue engancharla.) Le pido que me disculpe.

ANNABELLA: Ahora la luz, Sr. Hannay.

HANNAY: La luz. Claro. (Piensa.) Cómo sabe mi nobre?

ANNABELLA: Lo ví en el palier.

HANNAY: Ah, claro. (Pausa.) Hola. Ahí está el teléfono. (Suena el teléfono.)

ANNABELLA: No conteste, por favor!

HANNAY: Por qué no?

ANNABELLA: Porque creo que es para mí. (Hannay va a contestar.) Por favor, no conteste!!!

HANNAY: (Permanece inmóvil, con la mano a punto de tomar el tubo. Eventualmente, el teléfono deja de sonar.) Ahora, mire…

ANNABELLA: Sr. Hannay?

HANNAY: Sí?

ANNABELLA: Puedo permitirme un momento de impertinencia y pedirle algo para comer?

HANNAY: Por supuesto. Le gustaría un poco de arenque?

ANNABELLA: El arenque estaría muy bien. Gracias.

HANNAY: Nada como un poco de arenque. Ahora, por favor…

ANNABELLA: Sí?

HANNAY: Tengo derecho a saber su nombre?

ANNABELLA: Usted no quiere saber mi nombre.

HANNAY: No?

ANNABELLA: Schmidt.

HANNAY: Schmidt?

ANNABELLA: Annabella Schmidt.

HANNAY: Entonces, Annabella Schmidt, cuál es la historia?

ANNABELLA: Historia?

HANNAY: No fue usted la que disparó ese revólver en el teatro? Quiero decir, no era un show genial, pero tampoco era tan malo.

ANNABELLA: Fue una distracción. Había dos hombres en el teatro tratando de matarme.

HANNAY: Una hermosa y misteriosa mujer perseguida por hombres armados. Suena como una historia de espías.

ANNABELLA: Eso es exactamente lo que es. Solo que preferiría la pabra “agente”.

HANNAY: (Se ríe.) Agente secreto, supongo? De qué país?

ANNABELLA: No tengo país.

HANNAY: Vive en un globo aerostático?

ANNABELLA: Esto no es broma, Sr. Hannay! Estoy siendo perseguida por un brillante agente secreto de cierta potencia extranjera que está a punto de obtenr información altamente confidencial vital para nuestra defensa aérea. Pude rastrear a dos de estos hombres hasta ese espectáculo de musci hall. Desafortunadamente, me reconocieron.

HANNAY: Alguna vez escuchó hablar de algo que se llama manía persecutoria?

ANNABELLA: No me cree? En este momento están en la calle. Al lado de su poste de alumbrado público inglés. Me están esperando.



Hannay se acerca a la ventana y mira a través de las varillas de la cortina. Música dramática. Los payasos entran corriendo. Llevan los sombreros característicos para interpretar dos “pesados”. Traen un largo poste de alumbrado público. Se quedan inmóviles a la derecha del escenario. Hannay deja de mirar por la ventana. Los payasos salen corriendo con la lámpara de calle.

ANNABELLA: Ahora me cree?

Hannay se queda pensando en esto. Camina hacia la ventana. Música dramática. Los payasos entran corriendo nuevamente con el poste de luz. Hannay deja de mirar por la ventana. Los payasos suspiran y salen corriendo nuevamente.

HANNAY: Usted gana.

ANNABELLA: Escuche, le voy a contar algo que no es muy saludable pero, si se lo cuento, estonces, estará involucrado.

Música.

HANNAY: (La mira.) Involucrado?

ANNABELLA: (Lo mira.) Es el juego más mortalmente peligroso que jamás haya jugado. Puede significar incluso la vida. O la muerte. Dígame, Sr. Hannay, debo contarle esto tan terrible? O no? Quiere estar… involucrado?

Se vuelve hacia la ventana. Los dos payasos vuelven a entrar corriendo con la lámpara de calle. Hannay se vuelve inmediatamente. Los payasos salen corriendo.

HANNAY: Muy bien. Cuénteme.

ANNABELLA: Muy bien. Alguna vez escuchó hablar de los 39 escalones?

HANNAY: Qué es, un pub?

ANNABELLA: Sin bromas, por favor,  Sr. Hannay. Estos hombres son capaces de cualquier cosa. Me está escuchando? Soy la única persona que puede detenerlos. Si no son detenidos, tal vez sea solo cuestión de días, tal vez horas antes que esta información “top secret” y altamente confidencial esté fuera del país. Y cuando la tengan fuera del país, que Dios nos ayude a todos!!! Le digo, Sr. Hannay, estos hombres actúan rápido! No sabe lo astuto que es su jefe! Lo conozco muy bien!

HANNAY: Lo conoce? Cómo se llama?

ANNABELLA: Tiene una docena de nombres! Y puede verse como cientos de personas diferentes! Pero hay algo que no pued edisfrazar.

HANNAY: Qué?

ANNABELLA: Esta parte… (Levanta su dedos meñique.) que le falta a su dedo meñique. Así que, si alguna vez conoce un hombre al que le falta esta parte de acá (Engancha su meñique con el de Hannay. Lo mira fijo.) … tenga mucho cuidad, mi amigo.

HANNAY: Lo tendré presente.

Están de pie, uno muy cerca del otro. Ella lo mira fijo, baja los párpados.

ANNABELLA: Sr. Hannay?

HANNAY: Richard.

ANNABELLA: Richard?

HANNAY: Sí?

ANNABELLA: Puedo quedarme a pasar la noche. Estoy tremendamente cansada.

HANNAY: Claro que puede… (Annabella lo mira.) Duerma en mi cama.

ANNABELLA: Gracias.

HANNAY: Yo me voy a acomodar en el sillón.

ANNABELLA: Como quiera. Ah, una cosa más…

HANNAY: Su arenque…

ANNABELLA: Mi arenque? Creo que he perdido el apetito. Necesito…

HANNAY: Sí?

ANNABELLA: Un mapa de Escocia.

HANNAY: Escocia?

ANNABELLA: Hay un hombre en Escocia a quien debo visitar en caso de que algo deba ser hecho. Es un inglés. Vive en una casa grande.

HANNAY: Una casa grande?

ANNABELLA: Sí. En un lugar llamado… (Se queda mirándolo.) Alt-na-Schellach.

HANNAY: Cómo dijo?

ANNABELLA: Alt-na-Schellach.

HANNAY: Alt-na-Schellach. Y los 39 esca…

ANNABELLA: Tráigalo a mi habitación.

HANNAY: Cómo no.

ANNABELLA: Buenas noches, Richard.

HANNAY: Buenas noches.




Escena 4: El departamento de Hannay. Muy tarde.

Atmósfera de medianoche. Viento. El tic-tac de un reloj. Un coche de policía de los años 30 a la distancia. Hannay está acurrucado de manera increíblemente incómoda en el sillón. Da vueltas semi dormido. Annabella aparece repentinamente. Su pálido rostro aparece, amenzante, en medio de la oscuridad. Camina lentamente haci él. Sostiene un mapa en la mano. Hannay se sienta sobresaltado.

ANNABELLA: Richard?

HANNAY: Annabella!?

ANNABELLA: (Con voz profunda y seductora.) Richard…

HANNAY: Pero, escúcheme! Aparece, simplemente, en mi vida desde ninguna parte… me deja completamente… cómo decirlo, complicado y bueno… en realidad, yo… nunca conocí a alguien como usted y, para ser franco… francamente…

Annabella llega hasta el sillón. Parece estar a punto de besarlo pero se desploma repentinamente sobre él, con un gigantesco y resplandeciente cuchillo clavado en la espalda. Hannay la mira shockeado. La gira y la mira a la cara. Ella parpadea de manera seductora, respira con dificultad.

ANNABELLA: Ah, Richard… Richard!

HANNAY: Sí?

ANNABELLA: Ya… no hay retorno. Alt-na-shellagh. (Muere en terrible agonía.)

HANNAY: (La mira.) Dios… (Ve el mapa. Lo saca de la mano cerrada de Annabella. Lo abre y lo revisa. Luego de observarlo en detalle durante un buen rato.) Alt na Shellach. (Levanta la vista del mapa.) Alt na Shellach…

Suena el teléfono. Hannay va hacia el aparato. El teléfono suena cada vez mas fuerte. Hannay se aleja con cada campanilla. Guarda el mapa en el bolsillo. Cubre a Anabella con una pieza de tela. Repentinamente, el eco de la voz de Annabella comienza a escucharse a su alrededor.

ANNABELLA: (Voz off.) Hay un hombre en Escocia… Es solo cuestión de días, tal vez horas… Antes de que el secreto esté fuera del país… Se lo digo yo. Estos hombres actúan rápido. Rápido. Rápido. Rápido…

Apagón, rápido cambio de luces. Canción de pájaros.



Escena 5: El lobby del edificio. De mañana.

Entra el lechero silbando la canción de Mr. Memory y trayendo con él la puerta. La puerta que ahora queda en el frente del escenario. Hannay entra a través de ella.

LECHERO: Qué hace, hombre? Casi me mata del susto!

HANNAY: Le gustaría ganarse una libra, hermano?

LECHERO: Una libra? Una libra? De qué se trata?

HANNAY: Necesito su gorra y su chaqueta.

LECHERO: Gorra y chaqueta? Qué juego es éste? Largue!

HANNAY: Necesito hacer una salida discreta.

LECHERO: Una huída silenciosa?

HANNAY: Sí.

LECHERO: En qué anda?

HANNAY: Voy a tener que confiar en usted. Hubo un asesinato en el primer piso.

LECHERO: Un asesinato. Un asesinato. Quién fue? Usted?

HANNAY: No, no. Fueron esos dos hombre que estána allá.

LECHERO: Ya veo. Entonces, ahora están esperando que llegue la policía y los lleve presos, no?

HANNAY: Esa es la pura verdad. Le digo, son espías extranjeros. Asesinaron a una mujer en mi departamento y a ahora están esperando por mí.

LECHERO: Déjese de macanas. No me venga con esas bromas a las cinco de la mañana.

HANNAY: Está bien, está bien. Le voy a decir la verdad. Usted es casado?

LECHERO: Sí, pero, eso a usted no le importa.

HANNAY: Bueno, yo no. Soy soltero.

LECHERO: Tiene suerte.

HANNAY: Pero me estuve viendo con esta mujer casada.

MILKMAN: Ah, pícarón.

HANNAY: El punto es…

LECHERO: Sí?

HANNAY: Me estaba engañanado.

LECHERO: No!

HANNAY: Todo era una trampa.

LECHERO: De no creer!

HANNAY: Ve esos hombres que están allá?

LECHERO: Sí, los veo.

HANNAY: Sabe quiénes son?

LECHERO: No me lo diga!

HANNAY: Uno es el hermano. El otro es el marido!

HANNAY: Qué lo parió! No quisiera estar en sus zapatos! Vamos, póngase mi gorra y mi chaqueta.

HANNAY: Gracias. (Se pone la gorra y la chaqueta. El lechero lo ayuda.)

LECHERO: Perfecto! Deje el carro a la vuelta de la esquina.

HANNAY: (Mete la mano en el bolsillo.) Tome una libra.

LECHERO: Es muy amable de su parte!

HANNAY: Tome dos! (Hannay sale corriendo.)

LECHERO: (Mira las dos libras. Mira al público.) Dos libras! Son mías, no?


Escena 6: El departamento de Hannay, por la mañana.

Entra la Sra. Higgins, la empleada doméstica.

SRA. HIGGINS: Buenos días, Sr. Hannay! Cómo está usted? Qué hermosa mañana, Sr. Hannay! Cómo está usted? Bueno, qué hermosa mañana es ésta. Qué me dice de esta ola de calor? No teníamos una ola de calor como ésta desde 1933!

Retira la tela que cubre a Annabella, la ve, queda paralizada. Lanza un grito, aterrorizada. Transición a un silbido de tren ensordecedor. La compañía arma el vagón de tren.


Escena 7: El tren a Edimburgo, de día.

Los dos payasos y Hannay están sentados en un compartimento. Los payasos son ahora dos vendedores de ropa interior tremendamente charlatanes.

VENDEDOR 1: Bueno, hay que reconocer que son mucho más lindos de lo que eran hace veinte años.

VENDEDOR 2: Más libres.

VENDEDOR 1: Libres y fáciles.

Ambos comparten un guiño. Le guiñan a Hannay, que se refugia bajo su sombrero.

VENDEDOR 2: Se acuerda como eran las cosas antes?

VENDEDOR 1: Puro hueso y nada de curvas.

VENDEDOR 2: Mi esposa! (Ambos rugen a carcajadas. El tren silba.) Mire lo que es ahora! (Ambos revuelven, lascivos, sus cajas de muestras. El vendedor 2 saca un portaligas blanco modelo 1940. Suspiran. Lo miran extasiados. Hannay también suspira.) Nuestro nuevo modelo aerodinámico número 1.

VENDEDOR 1: Solo contemplarlo es glorioso. Y algo que combine?

VENDEDOR 2: (Saca algo más.) Mire esta belleza! (Saca un corpiño blanco. Todos lo miran mientras se balancea colgando frente a ellos.) Lo que todo ojo fatigado debe ver!

VENDEDOR 1: Puede decirlo otra vez!

VENDEDOR 2: Las dos maravillas del mundo moderno!

VENDEDOR 1: Sabe qué? Tráigalos de vuelta cuando tengan algo dentro!

Los dos ríen a carcajadas. Le lanzan un guiño a Hannay.

VENDEDOR 2: La Cachó?

VENDEDOR 1: La cachó?

VENDEDOR 2: No sea tímido!

VENDEDOR 1: No sea tímido!

Hannay esboza una sonrisa entre dientes.

VENDEDOR 2: Ese es el espíritu!

VENDEDOR: 1: Ese es el espíritu!

VENDEDOR 2: Dónde estamos?

VENDEDOR 1: (Mira por la ventana. Frente a ella pasa un cartel que dice “Halifax”.) En Halifax. (pasa un cartel que dice “Durham”.) Durham. (Pasa un cartel que dice “Berwick-Upon-Tweed.) Berwick-Upon-Tweed. (Se escucha un estruendo fuera de escena. Saca una caja de galletitas.) Una galletita? (El mismo saca un galletita.)

VENDEDOR 2: (Toma una.) Con mucho gusto.

VENDEDOR 1: (A Hannay.) Una galletita?

HANNAY: No, gracias.

VENDEDOR 1: Sírvase, si quiere. (Ambos vendedores muerden sus galletas al unísono. Ambos miran a Hannay. Ríen ruidosamente. Silbido del tren. Cesan los sonidos del tren.) Hemos llegado! (Un cartel que dice “Edinburgo” pasa lentamente frente a la ventanilla. Todos esperan que el tren se detenga.) La ciudad de Edinburgo. (Todos juntos se levantan y se mueven de prisa mientras el tren termina de detenerse.)


Escena 8: La estación de Edinburgo. De día.

VENDEDOR 1: Me pregunto quién habrá ganado la de las dos de la tarde en Windsor.

VENDEDOR 2: Voy a comprar el diario.

VENDEDOR 1: Yo voy al baño. (Sale del compartimento.) Disculpe. Perdón. Perdón.

VENDEDOR 2: Perdón. Perdón.

HANNAY: Perdón.

El vendedor 2 saca la cabeza por la ventanilla. Silba entre dientes. El Vendedor 1 aparece inmediatamente como un vendedor de diarios. Lleva una gorra con visera.

DIARIERO: Diario, diario. El diario de la tarde. Diario, diario, el diario de la tarde!

VENDEDOR 2: Habla inglés?

DIARIERO: Diario, diario, diario de la tarde!

VENDEDOR 2: El diario de la tarde, por favor!

DIARIERO: Diario, diario, diario de la tarde! Diario, diario, diario de la tarde!

El diariero le da el diario. Regresa inmediatamente como el Vendedor 1. Pasa haciendo fuerza contra las rodillas de los que están sentados.

VENDEDOR 1: Disculpen. Perdón. Perdón.

VENDEDOR 2: Perdón, perdón.

HANNAY: Perdón.

El vendedor 1 se sienta.

VENDEDOR 2: Hola.

VENDEDOR 1: Hola.

VENDEDOR 2: (Mira el diario. Inspira profundamente, shockeado.) Santo Dios!

VENDEDOR 1: Qué?

VENDEDOR 2: Asesinaron a una mujer en un piso de lujo del West End!

Hannay queda paralizado.

VENDEDOR 1: Todos estos dramas sexuales. A mí que no me pregunten nada! Quién ganó?

VENDEDOR 2: Quién ganó qué?

VENDEDOR 1: La de las dos de la tarde en Windsor.

VENDEDOR 2: La de las dos de la tarde en Windsor? (Da vuelta el diario y lee la contratapa. Hannay trata de leer la primera plana.) Bachelor Boy.

VENDEDOR 1: Bien.

VENDEDOR 2: Pagó 7 a 4.

VENDEDOR 1: No tan bien.-

VENDEDOR 2: (Nuevamente en la portada.) Mansiones de Portland. Portland Place.

VENDEDOR 1: Al lado de la BBC? Ese sí que es el lugar para poner a alguien a dormir! (Ambos ríen. Le lanzan un guiño a Hannay.) Cómo era? Una de las de siempre?

VENDEDOR 2: Una mujer bien vestida, alrededor de 35 años, con un cuchillo en la espalda. Terrible. (A Hannay.) Terrible!

HANNAY: Terrible.

VENDEDOR 2: “El inquilino, Richard Hannay, está desaparecido”.

VENDEDOR 1: Me sorprende!

VENDEDOR 2: “De aproximadamente 37 años. Cabello ondulado y brillante. Vivaces ojos marrones. Bigote fino.”

HANNAY: (Esconde su bigote con un dedo.) Disculpe?

AMBOS VENDEDORES: (Lo miran con curiosidad.) Sí?

HANNAY: Me prestaría un momento el diario?

VENDEDOR 1: Cómo no.

HANNAY: Gracias.

Le da el diario. Hannay lo abre y comienza a leer. Mira por sobre el diario y ve que los dos hombres continúan observándolo.

VENDEDOR 2: Me parece que voy a ir hasta el vagón comedor. Terminó? (Le quita el diario a Hannay.) Se les ofrece algo?

VENDEDOR 1: No, gracias.

HANNAY: No, gracias.

VENDEDOR 2: (Pasa con dificultad entre las rodillas de los otros dos para dejar el compartimento.) Disculpen. Perdón. Perdón.

VENDEDOR 1: Perdón. Perdón.

HANNAY: Perdón.

VENDEDOR 1: (Mirando hacia fuera por la ventanilla.) Mire! El lugar está lleno de policías! (Hannay se paraliza. El vendedor 1 habla hacia fuera por la ventanilla.) Disculpe, oficial! Ya atraparon al asesino del West End?

El vendedor 2 aparece en la ventanilla como un policía.

POLICÍA: Ya lo vamos a atrapar, no se preocupe, señor!

VENDEDOR 1: Ese es el espíritu!

El payaso cambia el sombrero de policía por la gorra del guarda. Lo que sigue es una rutina de cambio de sombreros.

GUARDA: Todos a bordo para las Tierras Altas!

POLICÍA: Cualquier cosa sospechosa infórmenos, señor?

VENDEDOR: Por supuesto. No se preocupe!

GUARDA: Próxima parada, Tierras Altas!

DIARIERO: La última edición, señor?

VENDEDOR 2: No, gracias!

GUARDA: Todos a bordo! Todos a bordo!

VENDEDOR 1: Está bien, está bien!

POLICÍA: Mantenga los ojos abiertos, Señor!

VENDEDOR 1: Pierda cuidado, oficial!

POLICÍA: No se olvide, señor!

VENDEDOR 1: No, oficial.

DIARIERO: Entérese de todo! Entérese de todo!!!

VENDEDOR 2: Sí, ya lo escuché la primera vez!!!

DIARIERO: Entérese de todo!!!

GUARDA: Todos a bordo! Todos a bordo!

SRA. HIGGINS: Buenos días, oficial! Me podría decir dónde queda la plataforma 6?

POLICIA: Pero, usted que se piensa, que soy un guarda de tren?

HANNAY: Pero, por qué no nos vamos de una vez!!!

AMBOS PAYASOS: Cállese y no joda!!!

Silbido. Todos se sacuden cuando el tren arranca.


Escena 9: El tren de las Tierras Altas. De día.

VENDEDOR 2: Perdón.

VENDEDOR 1: Perdón.

HANNAY: Perdón.

VENDEDOR 2: Bueno, acabo de volver del vagón comedor! Adivinen qué? La policía está registrando en tren!

Hannay se congela.

VENDEDOR 1: La policía está registrando el tren?

VENDEDOR 2: Cada compartimento!

VENDEDOR 1: Bien hecho!

VENDEDOR 2: Escuche ésta, que es muy buena! Había una mujer joven, de Hungría…

HANNAY: (Se pone de pie.) Discúlpenme…

VENDEDOR 1: Espero que no le moleste que hablemos de negocios?

HANNAY: No, no, en absoluto.

VENDEDOR 1: Estamos escapándonos, sabe.

VENDEDOR 2: De nuestras esposas!

VENDEDOR 1: Nunca estamos en casa!

VENDEDOR 2: Vivimos arriba de los trenes, viajamos vendiendo ropa interior!

VENDEDOR 1: Eso es todo lo que hacemos!

VENDEDOR 2: … a la húngara que tiene unos pechos increíbles…

HANNAY: (Pasando con dificultad entre ambos.) Perdón. Perdón.

VENDEDOR 1: Perdón.

VENDEDOR 2: Perdón. Está apurado!

El tren hace un sonido estruendoso. Entran en un túnel. Los ruidos del tren se hacen más fuertes. Las luces de escena parpadean. Hannay se tambalea ahora en el pasillo del tren entre las luces que se prenden y se apagan. El vendedor 1 se convierte en el policía 1. Revisa compartimentos imaginarios.

POLICIA 1: Disculpen, por favor. Perdón por la molestia. Han visto a este hombre? Su nombre es Richard Hannay.

Hannay queda inmóvil. Está a punto de volver. El vendedor 2 es el policía 2. Viene mirando en los compartimentos desde la dirección opuesta.

POLICIA 2: Discúlpen, por favor. Perdonen la molestia. Han visto a este hombre? Su nombre es Richard Hannay.

Hannay ve a los dos policías que vienen hacia él. Mira desesperadamente hacia un lado, luego hacia el otro. Simultáneamente, una mágica luz azul se enciende en el compartimento contiguo. Se puede ver a Pamela por primera vez. Es hermosa hasta cortar el aliento, lleva puesto un pequeño top negro y una fantástica falda ajustada. Se quita los anteojos. Se pasa la mano por el cabello y mira hacia fuera por la ventana. Hannay se da vuelta. La ve. Se queda mirándola. Música romántica. Los dos policía se acercan cada vez mas. Repentinamente, Hannay irrumpe en el compartimento de Pamela y la toma entre sus brazos.

HANNAY: Querida! Qué alegría verte!

Hannay la besa. Ella se sienta con la espalda rígida, demasiado shockeada aún para suspirar. Los dos policías llegan junto a la puerta.

POLICÍA 2: Alguien está comiendo gratis ahí dentro!

POLICÍA 1: Y flor de budín se está comiendo!

Ambos policías sonríen irónicamente y desaparecen. Hannay se separa de Pamela. Ella se queda mirándolo.

HANNAY: Escuche, no sabe cuánto lo siento! Estaba desesperado! Tuve que hacerlo! Mi nombre es Richard Hannay. Me estan buscando a mí. Le juro que soy inocente! Tiene que ayudarme! Necesito estar en libertad durante los próximos días. La seguridad de este país depende de ello…

Reaparecen los dos policías.

POLICÍA 1: Sentimos molestarlos pero, alguno de ustedes ha visto pasar a este hombre durante los últimos minutos?

Pausa. Pamela mira a los policías, mira a Hannay, mira a los policías. Finalmente decide.

PAMELA: Este es el hombre que busca, Inspector! Entró aquí y me forzó. Me dijo que su nombre es Richard Hannay!

POLICÍA 1: Su nombre es Richard Hannay?

HANNAY: Por supuesto que no.

POLICÍA 2: Pero esta joven acaba claramente de declarar…

Hannay abre la puerta del compartimento de un empujón. Salta fuera del tren. Pamela grita. El sonido del tren y el efecto sonoro del viento se tornan ensordecedores. Hannay sale del tren y consigue abrir otra puerta para volver a entrar. Sale de escena corriendo.

POLICÍA 2: Ha saltado del tren, Señor!

POLICÍA 1: Tras él, oficial!

El policía 1 se queda junto a Pamela. El policía 2 mira hacia fuera a través de la puerta.

POLICÍA 2: Por Dios, Señor!

POLICÍA 1: Por Dios, Señorita! Agárrelo, hombre!

El policía 2 también sale fuera del tren. Consigue abrir la misma puerta para volver a entrar al tren. También él sale de escena corriendo. Hannay salta sobre el techo del tren. Su abrigo flamea. El policía 2 sube al techo detrás de él. Su capa flamea.

POLICIA 2: Está en el techo, Señor!

POLICÍA 1: Está en el techo, Señorita!

PAMELA: Puedo sugerir algo?

POLICIA 1: Ahora no, Señorita. Estamos ocupados. Agárrelo, hombre!

POLICIA 2: Sí, Señor!
  
El policía 2 trata de agarrar a Hannay, pero lo pierde.

POLICIA 2: Lo perdí, señor!!!

POLICIA 1: Lo perdió, Señorita.

PAMELA: Escuche, yo pienso, realmente…

POLICIA 1: Ahora no, señorita.

El policía 2 alcanza a agarrar el abrigo de Hannay. El tren emite un chirrido.

PAMELA: Solo tiene que tirar del cable de emergencia!

POLICÍA 1: No, Señorita! No lo haga! No tire del…

PAMELA: Pero, por el amor de Dios!

Pamela tira del cable. Los frenos se activan, el tren se sacude. El policía 2 se queda con el abrigo de Hannay en la mano. El humo inunda la escena. Las luces bajan hasta el apagón.

POLICÍA 2: Estamos sobre el Puente Forth, Señor!

POLICIA 1: Estamos sobre el Puente Forth, señorita!


Escena 10: Puente Forth. De día.

Se encienden las luces. Helo ahí: el Puente Forth (hecho con tres escaleras). Se ve magnificiente en medio de la niebla y la luz azulada. Sonido del viento y de cables de acero crujientes. Coros etéreos flotan en medio del viento. Hannay aparece sobre el puente, colgando por su vida. Pamela continúa en la ventana.

PAMELA: Ahí está! Debajo del puente!

Los dos policías suben por las escaleras a ambos lados de Hannay. Se arrastran hacia él. Lo alcanzan y tratan de agarrarlo. Hannay se cuelga desesperadamente hacia los escalones. Ve ambos policías que vienen hacia él. Mira hacia abajo. Mira hacia los lados. Mira hacia abajo. Mira hacia el público. Suspira.

HANNAY: Mierda! (Se deja caer.)

Se escucha el ruido lejano de la caída al agua. Agudo silbido del tren. El sonido metálico del tren se aleja en medio de la niebla. Los “beep” del lenguaje Morse inundan la sala.

LOCUTOR DE RADIO: (Tono afectado de la BBC, en off.) … el sospechoso Richard Hannay  alcanzó a saltar del tren sobre el Puente Forth, en las afueras de Edinburgo. La policía lo persiguió sobre el puente pero consiguió escapar colgándose de los cables de acero con sus manos desnudas. (Las luces se encienden sobre Hannay, que corre en medio de la niebla.) El sospechoso tiene, aproximadamente, 37 años y mide alrededor de un metro setenta. Aunque es claramente peligroso es muy bien parecido, con cabello oscuro y ondulado, vivaces ojos marones, la nariz ligeramente respingada y bigote fino. (Hannay se siente complacido con su descripción. Corre.) No se sabe si el fugitivo ha sobrevivido a semejante experiencia. La policía se vio obligada a cancelar la búsqueda a causa de la oscuridad…

Cambian las luces. Hannay se detiene, exhausto. Aparece uno de los payasos. Es ahora un granjero poco amistoso. Luce nervioso y con sospechas.


Escena 11: La casa del granjero, en medio del campo. Anochece.

Hannay trata de llamar la atención del granjero.

HANNAY: Hola.

GRANJERO: Hola! Puedo ayudarlo?

HANNAY: Sí, busco trabajo.

GRANJERO: Qué clase de trabajo?

HANNAY: Soy un trabajador itinerante.

GRANJERO: Bueno, en esta zona, no va a encontrar nada.

HANNAY: No hay casas grandes por acá?

GRANJERO: No. Casas grandes, no.

HANNAY: Y esa casa grande que está ahí?

GRANJERO: (Pillado por Hannay.) Ah! Esa casa grande!

HANNAY: A quién pertenece?

GRANJERO: Al Inglés.

HANNAY: Al inglés?

GRANJERO: Un profesor, creo. El profesor Jordan.

HANNAY: Por casualidad, no le dicen… (Saca el gran mapa. Lo abre. El granjero lo mira indiferente mientras una fuerte ráfaga de viento hace volar a Hannay con el mapa fuera de escena. Hannay regresa, incómodo por su torpeza.) Alt na Shellach, podría ser?

GRANJERO: (Sospechando.) Podría.

HANNAY: Muy bien! Bueno… muchas gracias. Voy… voy a probar allí.

GRANJERO: No esta noche.

HANNAY: No?

GRANJERO: Son 14 millas. Del otro lado del lago.

HANNAY: No se preocupe! Estoy seguro que…

GRANJERO: Mujer!!! (Aparece una puerta desde bambalinas. Se abre. Margaret entra a través de ella.. Tímida. Peinada con trenzas.) Vení para acá! (Margaret cruza hasta ellos con la cabeza gacha.) Tenemos un visitante. (Margaret mira tímidamente a Hannay. El nota lo increíblemente hermosa que es.)

MARGARET: Buenas noches, señor.

HANNAY: Buenas noches.

GRANJERO: Puede pasar la noche aquí, si quiere.

HANNAY: (Mirando a Margaret.) Bueno… pensándolo bien… sería muy gentil de su parte.

GRANJERO: Le gusta comer arenque?

HANNAY: Podría asesinar media docena en este mismo momento.

GRANJERO: Puede dormir en un catre?

HANNAY: Puedo tratar.

GRANJERO: Dos con sesenta.

HANNAY: Hecho.

GRANJERO: Acompañá al caballero, y apurate.

HANNAY: Su hija?

Margaret mira al suelo, avergonzada.

GRANJERO: Mi esposa!

Margaret mira a Hannay. Hannay la mira.

HANNAY: Bien hecho.

Ambos miran hacia otro lado.

GRANJERO: Ahora andá y prepará el arenque.

MARGARET: Sí.

GRANJERO: Voy a ver a las vacas?

HANNAY: Perdón?

GRANJERO: Digo que voy a ver a las vacas.

HANNAY: (Que sigue sin entender.) Muy bien.

El granjero sale.

MARGARET: Quiere pasar?


Escena 12: La casa del granjero.

Margaret y Hannay se quedan de pie, ambos un poco incómodos. El mira a su alrededor.

MARGARET: Bueno… acá está su cama.

Un sillon entra deslizándose desde un lateral, sorprendiendo a ambos.

HANNAY: Gracias.

MARGARET: Piensa que podría dormir ahí?

HANNAY: Perfectamente. (Margaret sale para traer la mesa y las sillas.) Déjeme ayudarla.

MARGARET: (Tímidamente.) Gracias.

HANNAY: Tiene el diario de hoy?

MARGARET: Mi esposo lo tiene.

HANNAY: Ah, gracias… Hace mucho que vive acá?

MARGARET: No. Soy de Glasgow. Conoce?

HANNAY: No, nunca.

MARGARET: Ah, debería verlo! Debería ver Sauchiehall Street los sábados a la noche con todas sus tiendas finas y los tranvías, y las luces. Y los cines y toda la gente. (Recordando con nostalgia.) Hoy es sábado a la noche.

HANNAY: Bueno, nunca estuve en Glasgow pero he estado en Edinburgo, en Montreal y en Londres. Durante la cena voy a contarle acerca de Londres.

MARGARET: (Excitada.) En serio?

HANNAY: Si usted quiere.

MARGARET: (Su rostro se nubla.) John no lo aprobaría.

HANNAY: John?

MARGARET: Mi esposo. Dice que no hay que pensar en esos lugares ni en todas las perversiones que ocurren en ellos.

HANNAY: Puedo contarle ahora, si quiere.

MARGARET: Contarme qué?

HANNAY: Qué quiere saber?

MARGARET: Bueno… es cierto que todas las mujeres se pintan las uñas de los pies?

HANNAY: Algunas.

MARGARET: (Sorprendida de sí misma por hacer semejantes preguntas.) Y se ponen rouge y lápiz labial en la cara?

HANNAY: Sí!

MARGARET: Las mujeres de Londres lucen hermosas?

HANNAY: No sería así si usted estuviera junto a ellas.

Margaret contiene la respiración. Se vuelve hacia él. No puede mirarlo. Luego lo mira. Sus miradas se encuentran. Un momento de sorprendente tensión sexual. Repentinamente, el granjero entra por la puerta. Se notan los celos en su mirada. Ellos no lo ven.

MARGARET: No debería decir eso.

GRANJERO: No debería decir qué!!?

HANNAY: Ah, no… le decía a su esposa que prefiero vivir en la ciudad y no en el campo.

GRANJERO: Dios hizo el campo.

HANNAY: Ciertamente!

GRANJERO: Está lista la cena, mujer?

MARGARET: Casi.

GRANJERO: Apurate, entonces!

HANNAY: (Va detrás del granjero tratando de ver el diario.) Le importa si le doy una hojeada a su diario?

GRANJERO: Por favor… (Pausa.) No me ha dicho su nombre.

HANNAY: Oh, Hammond.

GRANJERO: Sr. O’Hammond.

HANNAY: No. Hammond.

GRANJERO: Dónde está la cena, mujer?

MARGARET: Aquí está. (Pone los platos sobre la mesa.)

HANNAY: Espléndido! (Está a punto de comer.)

GRANJERO: Voy a bendecir los alimentos antes de empezar.

HANNAY: Buena idea.

Todos se sientan a la mesa y cierran los ojos.

GRANJERO: Oh, padre todopoderoso lleno de misericordia, santifica estas generosas e inmerecidas gracias que nos concedes a nosotros, miserables pecadores. Haznos inclinar de rodillas ante Ti, haznos verdaderamente agradecidos por todas… (Hannay abre los ojos. Trata de leer el diario nuevamente. Margaret abre los ojos, lo ve leyendo. El granjero continúa.) estas bendiciones. (Hannay ve que ella lo está mirando. Ahora es ella la que lee el diario. Ve el artículo. Se da cuenta quién es él. Sus ojos se llenan de pánico. El granjero continúa.)  Y aleja para siempre nuestros crueles corazones de toda perversión… (Hannay vuelve a mirarla. La tranquiliza con su mirada. El granjero abre los ojos y ve que se miran el uno al otro. Hannay y Margaret no se dan cuenta y el granjero termina su oración.) Golpea nuestros pensamientos glotones y aleja nuestros deseos lujuriosos, presiona sin descanso nuestras narices bestiales, cegando nuestros ojos a todos los ornamentos inmorales de las cosas perversas de este mundo. Amén.

MARGARET: Amén.

HANNAY: Bueno, bueno!

GRANJERO: (Sobre actuando.) Ah! Acabo de recordar que no cerré el granero… Eh… Voy a ir… eh… a cerrarlo!

Margaret: Sí, mejor!

El granjero sale silbando y mostrando cierto desinterés. Casi inmediatamente sus ojos paranoicos al punto de la locura aparecen en la ventana. Hannay y Margaret no lo notan. Empieza entre ellos una mímica honesta y apasionada. Hannay acaricia sus manos. Le ruega que le crea. El granjero los mira estupefacto! Sus ojos revelan su estado de furia. Música de suspenso.


Escena 13: La casa del granjero. Noche.

Hannay duerme en su catre. Se escucha repentinamente el sonido de un coche que se detiene fuera. Las luces brillan a través de la ventana. Aparece Margaret. Corre, mira por la ventana. Corre otra vez hacia Hannay. Lo sacude cuidadosamente.

MARGARET: (Murmura.) Levántese, Sr. Hammond! Levántese rápido!

HANNAY: (Encantado de verla.) AH, hola!

MARGARET: No, no, Sr. Hammond! Es la policía! La policía, Sr. Hammond!

HANNAY: La policía! (Se incorpora.)

MARGARET: Tiene que irse mientras tenga oportunidad! (Le toma la mano.)

HANNAY: Por dónde?

MARGARET: Yo le muestro.

El granjero aparece repentinamente vistiendo un camisón largo.

GRANJERO: Ah! Tendría que habérmelo imaginado! Haciendo el amor a mis espaldas! Fuera! (A Margaret.) Y vos también! Fuera de mi casa antes que… (Levanta el puño.)

HANNAY: (Se interpone entre Margaret y el Granjero.) No tan rápido, mi amigo!

MARGARET: No! Váyase, váyase! Es su oportunidad de seguir libre!

HANNAY: (Piensa por un momento. Se acerca rápidamente al granjero.) Escúcheme! Se equivoca acerca de esto! Ella solo trata de ayudarme!

GRANJERO: Sí! A traer vergüenza y desgracia a mi casa!

HANNAY: En realidad, si le interesa saberlo, estoy escapando de la policía!

GRANJERO: La policía!!!

HANNAY: Me buscan por homicidio!

GRANJERO: Policía? Homicidio?

Se escuchan golpes a la puerta. El granjero corre hacia la puerta. Espía por una grieta. Vuelve corriendo.

POLICÍA: Abran! Policía!

GRANJERO: Están acá, afuera!

HANNAY: No los deje entrar! Dígales que no estoy aquí!

El granjero comienza a violentarse. Más golpes a la puerta.

GRANJERO: Ah! (Corre a la puerta.)

HANNAY: Le voy a pagar más.

GRANJERO: (Se detiene y vuelve hacia Hannay.) Cuánto?

HANNAY: Cinco libras!

GRANJERO: (Aguzando la mirada.) En efectivo?

HANNAY: Aceptaría un cheque?

GRANJERO: No se haga el gracioso conmigo!

MARGARET: Páguele, páguele!

HANNAY: (Saca un billete de cinco.) Acá tiene!

Mas golpes a la puerta. El granjero corre hasta la puerta. La abre. Se queda hablando y gesticulando hacia la policía, que están fuera de escena y no pueden ser vistos. (LA parte de adelante del cuerpo del granjero es vestida del policía 2.)

MARGARET: No confío en él! Escúcheme! (Corre hacia la puerta y escucha. Vuelve hacia Hannay.) Yo tenía razón! Lo está traicionando! Rápido! Este es el momento! Por la ventana de atrás! (Hannay va para saltar por la ventana.) Espere! Su abrigo!

HANNAY: Mi abrigo?

MARGARET: Es de un color terriblemente brillante.

HANNAY: (Más bien ofendido.) Sí?

MARGARET: Aunque esté oscuro en las colinas, con eso, lo van a ver igual. Mejor póngase éste! (Toma un sobretodo que está detrás de la puerta.)

HANNAY: Es de su esposo!

MARGARET: El de los domingos. Pero es tan negro que nunca lo van a ver!

HANNAY: (Tantea algo en el bolsillo.) Qué es esto?

MARGARET: Su libro de salmos.

HANNAY: Puedo entonar un salmo si estoy muy asustado.

MARGARET: No haga bromas con eso, por favor.

Hannay la abraza. Ella se estrecha contra su cuerpo.

HANNAY: Qué va a pasar con usted?

MARGARET: No se preocupe por mí!

Sube el volúmen de la música. Se miran,

HANNAY: Ojalá pudiera sacarla de todo esto!

MARGARET: (Lo mira llena de deseo.) No. Esta es mi casa.

HANNAY: Cuál es su nombre?

MARGARET: Margaret.

HANNAY: Adios, Margaret. (Se besan.) Nunca voy a olvidar lo que ha hecho por mí!!! (Se besan nuevamente con mayor intensidad. Ella se rinde, apasionada. Luego se separa de él.)

MARGARET: Ahora váyase!

Hannay sale por la ventana y desaparece rápidamente. Inmediatamente, los dos policías irrumpen a través de la puerta haciendo sonar sus silbatos. Revisan la habitación. Ven la ventana detrás de Margaret. La hacen a un costado y ven cómo Hannay escapa. Sale corriendo por la puerta con intención de darle caza. Margaret se queda de pie frente a la ventana, mirando a través de ella. Las luces bajan lentamente sobre esa imagen. Música romántica.

Escena 14: Colinas escocesas. Anochecer.

Una pantalla blanca desciende sobre el escenario. La policía persigue a Hannay a través de las colinas, pero se ven solo sus sombras detrás de la pantalla. Lo persiguen bajando de una colina y trepando a otra. Aparece un ciervo macho que carga contra los policías, que corren colina abajo. Hannay monta el ciervo y sale de escena al galope. Hitchcock mira desde lejos. Durante toda esta escena se escucha la voz en off de un locutor de radio.

LOCUTOR: (Off.) Lamentamos interrumpir este programa de música popular romántica de Escocia para transmitirles la siguiente información. Richard Hannay, buscado en relación con los homicidios de Portland Place ha sido visto en las colinas cerca del Lago Crimond. La policía advierte que está casi armado y es peligroso. He aquí, una vez más, su descripción. Cabello oscuro ondulado, vivaces ojos marrones, nariz delicadamente respingada y, por su puesto, su muy atractivo bigote fino. El tiempo que ha pasado en las colinas le ha dado un aspecto mas rudo, lo que lo hace lucir aún mejor que antes. El sospechoso se desplaza a pie por territorio inhóspito y la policía está en condiciones de asegurar a los oyentes que está siendo buscado por escuadrones especializados en captura de fugitivos a pie, en vehículos terrestres y por aire.

La silueta de Hannay pasa corriendo. Se escucha, repentinamente, un sonido a la distancia. El ominoso zumbido de un avión de un solo motor. Aparece la silueta de un biplano. El avión persigue a Hannay. Escuchamos la conversación de los pilotos.

PILOTO 1: (Off.) Ahí está. Adelante.

PILOTO 2: (Off.) Hacia dónde va?

PILOTO 1: Del norte hacia el noroeste!

PILOTO 2: A la casa grande! Qué va a…?

PILOTO 1: Es la casa del Profesor Jordan!

PILOTO 2: Por qué va apara ahí, me pregunto? Ahí está!

PILOTO 1: Dale, dale! Tirale!

PILOTO 2: Cambiá de curso! Cambiá de curso! (Disparos de ametralladora. Hannay se arroja al suelo.) Rápido! Rápido! (Más disparos. Hannay se arrastra por el suelo. El sonido de los aviones es más intenso.)

PILOTO 1: No puedo! No puedo!

El sonido de los aviones es ensordecedor.

PILOTO 2: No!!! Vamos a…

PILOTOS 1 y 2: Aaaaahhhhhh!!!

Los aviones se vienen en picada y explotan en una mezcla de fuego y humo. Dos paracaídas descienden lentamente. Se lavanta la pantalla blanca dejando ver a Hannay que sigue corriendo en medio de la niebla. Hannay trata de orientarse en medio de la niebla mientras uno de los payasos pasa junto a él llevando un siniestro cartel con algunos pájaros aún más siniestros sobre él: ALT NA SHELLACH. NO PASAR. Ahora aparece una siniestra puerta, coronada por un siniestro arco. Hannay llega tambaleándose hasta la puerta. Recupera el aliento. Se acomoda la corbata. Toca el timbre: “Ding dong”.


Escena 15: Alt na Shellach

Una mujer de clase alta, interpretada por uno de los payasos, abre la puerta. Louisa Jordan.

SRA. JORDAN: ¿Sí?

HANNAY: Busco al profesor, al profesor Jordan.

SRA. JORDAN: Al Profesor Jordan? Soy su esposa, Louisa Jordan.

HANNAY: Le pido me disculpe, Sra. Jordan. Podría ver al profesor? Es muy importante.

SRA. JORDAN: Su nombre?

HANNAY: Mi nombre es… Hammond. Dígale que soy… un amigo de la Srta. Annabella Schmidt.

SRA. JORDAN: LA Srta. Annabella Schmidt? Pase, por favor, Sr. Hammond.

HANNAY: Gracias. (Pasa a través de la puerta. La puerta gira sobre sí misma. Ahora está dentro de la casa.)


Escena 16: Alt na Shellach. Interior.

SRA. JORDAN: Estamos tomando algo con unos amigos para celebrar el cumpleaños de mi hija Hilary. (Hace girar la puerta. Ambos pasan a través de ella.) Por aquí, Sr. Hammond. Una cantidad de buenas relaciones de mi esposo, incluyendo al Sheriff del Condado! (Hace girar la puerta nuevamente. La sostiene para él.) Pase por aquí, por favor. Gracias. (Ambos atraviesan la puerta.) Mas tarde organizaremos un evento de tiro. Tal vez quiera participar con nosotros?

HANNAY: Gracias.

La Sra. Jordan hage girar la puerta una vez más. Ahora estamos en:


Escena 17: El estudio del profesor.

SRA. JORDAN: (Continúa.) Pasamos a la fiesta? (Hannay está a punto de seguirla, pero ella cambia de opinión.) En realidad, pensándolo bien Sr. H ammond, si no le importa esperar un momento, voy a ir a buscar a mi esposo.

HANNAY: Por supuesto.

La Sra. Jordan abre la puerta. Se escucha música de jazz de los años 40. Atraviesa la puerta y, cuando vuelve a cerrar la puerta, la música se detiene. Hannay espera. Escucha. Abre la puerta. Espía. La música se escucha nuevamente. Se ven sombras en la pared que bailan salvajemente. Hannay cierra la puerta. La música se detiene. Hannay espera. Espía otra vez. Música. Sombras danzantes en la pared. Hannay cierra la puerta. Se detiene la música. Vuelve a espiar, solo por un segundo. Música. Sombras en la pared. Cierra la puerta. La música se detiene. El Profesor Jordan irrumpe en escena sentado en un sillón.

PROFESOR: Sr. Hammond… (Hannay se vuelve hacia él. El profesor está sentado, sonriente, mientras fuma de una larga boquilla.) Lamento haberlo hecho esperar.

HANNAY: No se preocupe.

PROFESOR: Así que viene de parte de… Annabella Schmidt?

HANNAY: Así es.

PROFESOR: Trae novedades?

HANNAY: Ha sido asesinada!

PROFESOR: Asesinada!? Ah, el asunto de la Mansión Portland. No se preocupe por la policía. Ya me deshice de ellos. En este momento deben estar lejos.

HANNAY: Yo no lo hice.

PROFESOR: Por supuesto que usted no lo hizo, Sr. Hannay… Supongo que ahora es seguro llamarlo por su verdadero nombre?

HANNAY: Muy seguro.

PROFESOR: Bueno. Pero cuénteme por qué ha hecho todo este camino hasta Escocia solo para contármelo?

HANNAY: Porque creo que ella estaba tratando de advertirle acerca de un secreto altamente confidencial, un secreto del ministerio de aviación, y fue asesinada por un egente extranjero que estaba interesado en el mismo asunto.

PROFESOR: En serio? Bueno, me alegra que me lo haya contado! Muchas gracias!

HANNAY: Es lo menos que podía hacer.

PROFESOR: Sí.

HANNAY: Ella estaba a la búsqueda de algo llamado 39 escalones! Si podemos averiguar qué son los 39 escalones, entonces…

PROFESOR: (Levantando una mano.) Entonces… déjeme aclarar esto debidamente… quiere sentarse, Sr. Hannay? (Se pone de pie. Hannay se sienta en el sillón.)

HANNAY: Gracias.

Un cenicero aparece desde detrás de la puerta. El profesor deja su cigarrillo en él.

PROFESOR: (Al cenicero.) Gracias. (Se vuelve a Hannay.) Le dijo ella qué aspecto tenía este agente extranjero?

HANNAY: No hubo tiempo, pero, me dijo una cosa. Le faltaba una parte del dedo meñique.

PROFESOR: Cuál dedo meñique?

HANNAY: Este, creo.

Hannay levanta el dedo meñique. El profesor se queda mirándolo.

PROFESOR: Está seguro que no era… este?

HANNAY: No estoy seguro. Me parece… (Contiene el aliento al darse cuenta.)

PROFESOR: (Saca un revolver y le apunta a Hannay.) Sr. Hannay… Debo reconocerme culpable de haberlo conducido por el camino que lo trajo hasta mí.

HANNAY: Parece que es el camino equivocado.

PROFESOR: Sí. Me temo que sí. (Hannay está petrificado frente al revolver.) Sr. Hannay, me ha puesto usted en una posición muy difícil. Mi mejor amigo es el Sheriff del Condado. Debe darse cuenta que toda mi existencia debería ser disfrazada si se supiera que no soy –cómo decirlo- que no soy lo que parezco. Pero lo que lo hace doblemente importante que no pueda dejarlo ir es que estoy a punto de transmitir fuera del país una información de vital importancia. Sí, ya la tengo. Me temo que la pobre Annabella habría estado lejos demasiado tarde. Así que, Sr. Hannay, solo parece haber una opción. (Deja de apuntarle.)

SRA. JORDAN: (Entra. Toma el revolver. Impasible.) Voy a servir la cena directamente, querido. El sheriff tiene que retirarse a las tres. El Sr. Hammond se queda?

PROFESOR: No creo, querida. (La Sra. Jordan se retira.) A menos que, por supuesto… (Mira fijo a Hannay.) decida unirse a nosotros.

HANNAY: Para cenar?

Ninguno de los dos habla. Escuchamos el tic-tac del reloj. El profesor da la vuelta para colocarse detrás de Hannay.

PROFESOR: Muy bien, Sr. Hannay. Usted es, exactamente, la clase de hombre que necesitamos. Astuto, inteligente, profundamente despiadado. Cuando la guerra comience, ésas serán las cualidades necesarias.

HANNAY: Y qué pasa si yo no creo en esas cualidades?

PROFESOR: Qué otras cualidades podría haber?

HANNAY: Lealtad, solidadridad, sacrificio, amor…

PROFESOR: Por favor, Sr. Hannay! AMOR!!! Ha amado usted a alguien alguna vez? No está en la naturaleza de un individuo como usted. Nunca lo ha estado. Triste, verdad? Nadie a quien amar. Nadie por quien preocuparse. Sin una casa donde ir. Pero la hay, sabe. (Se acerca a Hannay, que sigue pegado al sillón.) Está… nuestra casa. (Notamos que su acento se vuelve ligeramente germánico.)

HANNAY: Nuestra casa?

PROFESOR: El único lugar en el que encontrará “amor”, amigo mío. El lugar al que realmente pertenece. (Hannay se queda mirándolo.) Nosotros le daremos amor, Hannay. Y a cambio, usted nos amará a nosotros! La raza superior. En nuestra gran marcha imparable. Eternamente comandada por el destino mismo!!! (Su acento es ahora muy, pero mu germano.) Muy bien, amigo mío, qué dice? Se une a nosotros? Eh, Hannay? 

Hannay reflexiona. El profesor espera, a punto de estallar de la excitación.

HANNAY: (Se decide finalmente. Se vuelve hacia el profesor.) Muy bien, profesor. Si le parece que soy material adecuado.

PROFESOR: (Extraordinariamente excitado.) Ya lo creo, mi amigo, ya lo creo. Qué extraordinariamente espléndido! Voy a decirle a la Sra. Jordan. (Va hacia la puerta mientras sonríe complacido.)

HANNAY: Ah, discúlpeme, hay una cosa.

PROFESSOR: (Se vuelve hacia Hannay.) Por supuesto, lo que sea!

HANNAY: Una pequeña pregunta.

PROFESOR: Hágala!

HANNAY: Antes de firmar.

PROFESOR: Absolutamente, mein leibling.

HANNAY: Que es, exactamente…

PROFESOR: Sí, sí, sí?

HANNAY: … los 39 escalones?

PROFESOR: Bueno, no soy yo quien debería decirlo pero, los 39 escalones es mi mas brillante idea! El alma verdadera de este emprendimiento! El… un momento! Usted piensa que puede tirar de esa cuerda? Ach!! Piensa que puede, simplemente, unirse a nosotros y…

HANNAY: Raza superior? Lo desprecio.

PROFESOR: Ach! Es usted tan imbécil como ella! Annabella Schmidt!!! Con todas esas nociones sentimentales tan pasadas de moda. Sus pretensiones de estatura moral! Pensé por un momento que usted sería… Pero no, es patético, pusilánime, de mente estrecha… (Saca su revolver y dispara sobre Hannay.)

HANNAY: (Se lleva las manos al corazón. Se ve shockeado.) Hijo de…! (Se deploma en el suelo. El profesor se inclina sobre él de manera que Hannay queda completamente debajo.)

PROFESOR: Los 39 escalones? Voy a decirle Sr. Hannay. Nunca lo sabrá!

El profesor ríe como un maníaco. Camina hasta la puerta. La abre. Frente a ella está la Sra. Jordan. Música de Jazz. Comienzan a bailar un tango salvaje. La música de jazz cambia a la Marcha del Reich. El profesor y su esposa bailan en la noche. El cuerpo de Hannay yace muy, muy muerto.

Fin del Primer Acto


SEGUNDO ACTO

Obertura

Escena 18: la casa del granjero. De noche.

GRANJERO: (emerge en medio de la oscuridad.) Margaret!

MARGARET: (Emerge de la oscuridad. Se ubica frente a él.) Sí?

GRANJERO: Dónde está mi libro de salmos?

MARGARET: En tu abrigo?

GRANJERO: Dónde está mi abrigo?

MARGARET: Se lo di al hombre.

GRANJERO: Al hombre?

MARGARET: Sí!

GRANJERO: Al Sr. O’Hammond?

MARGARET: No. (Pausa.) A Richard!

El granjero traga saliva. Levanta el puño para golpearla. Apagón.


Escena 19: La oficina del Sheriff.

SHERIFF: Muy bien Sr. Hannay! Mire usted! Quién hubiera pensado que un libro de salmos iba a poder parar… (Sostiene en la mano una bala de plata. Se la arroja.)… una bala! Aún así, no me sorprende. Algunos de esos himnos son terriblemente pesados de cantar! Y pensar que no hace más de media hora que yo mismo estaba tomando el champagne del villano!

HANNAY: Así es!

SHERIFF: Té, Sr. Hannay?

HANNAY: No, gracias.

SHERIFF: Llamarse profesor! Cuando siempre había sido…

HANNAY: Un espía!

SHERIFF: Un espía! Bueno, es una lección para todos nosotros! Muy bien, Sr. Hannay!

HANNAY: Eh… sheriff?

SHERIFF: Una galletita?

HANNAY: No, gracias! Mire, no quiero apurarlo ni nada por el estilo, pero no deberíamos hacer algo al respecto? Este es un asunto muy serio. Si no lo fuera, no hubiese venido yo mismo a ponerme en sus manos con un cargo de homicidio pesando sobre mí?

SHERIFF: No se preocupe por el homicidio, Sr. Hannay! No tengo dudas que será capaz de convencer a Scotland Yard de su inocencia con la misma facilidad que me convenció a mí. Todo lo que necesito es una pequeña declaración para hacerla llegar a la autoridad competente. Justamente, hay alguien del otro lado de esa puerta que ha venido de la estación de policía para tomársela.

HANNAY: Pero, no hay tiempo que perder. El ya tiene la información! Y es absolutamente vital la seguridad de…

El payaso 2 entra por la puerta como Inspector en Jefe.

INSPECTOR: Quería verme, Sheriff?

SHERIFF: Así es! Usted piensa que disfruto pasando mi tiempo con un asesino!!!?

HANNAY: Asesino???

SHERIFF: Asesino!!! Richard Hannay, está bajo arresto! Bajo el cargo de asesinato premeditado de una mujer desconocida en la Mansión Portland de Londres el último día martes. Llévenlo a la celda!

HANNAY: Ya le conté mi historia! Es la verdad! Cada palabra!

SHERIFF: Escuche Hannay! En Escocia no somos tan imbéciles como algunos Londinenses podrían pensar! No creo una palabra de esa disparatada historia que me contó acerca del profesor! El es mi mejor amigo en todo este distrito! (Levanta el teléfono.) Comuníqueme con el Profesor Jordan!... Está nadando en aguas profundas, Hannay, más profundas a cada segundo que pasa! (Se da cuenta que está sosteniendo el teléfono. Habla a través de él.) Hola! Ah, Profesor! Le pido mil disculpas, señor. (Respetuosamente.) Solo para hacerle saber que hemos atrapado al delincuente, señor! (Sonríe con obsecuencia.)

HANNAY: Solicito que se me permita hablar con la oficina del Servicio Exterior en Londres.

SHERIFF: (Ríe, burlón.) El Servicio Exterior en Londres! Inspector, las esposas, por favor

INSPECTOR: Quédese quieto, Señor, por favor. (Saca las esposas de uno de sus bolsillos y solo alcanza a colocar una en una de las muñecas de Hannay.)

SHERIFF: (Al teléfono.) En este momento le están poniendo las esposas, Señor. Todo está bajo control, Profesor.

HANNAY: No se crea!!! (Con un esfuerzo sobrehumano consigue arrojar al inspector sobre el sheriff. Ambos caen al suelo. Aparece una ventana. Hannay rompe el vidrio. Trepa, salta por la ventana y sale de escena corriendo.)

SHERIFF: (Petrificado, al teléfono.) Saltó por la ventana! Se escapa! Deténganlo! Deténgan a ese hombre!

INSPECTOR: Detengan a ese hombre! Detenegan a ese hombre! (Corre tras Hannay para perseguirlo.)

SHERIFF: (Recuerda su conversación telefónica.) No, no, nada de que preocuparse, señor… todo… todo está…

Música de persecución.


Escena 20: Las calles de la ciudad.

Hannay corre por las calles. Las sombras de los policías aparecen continuamente. Movimiento de los haces de luz de las linternas. Lo persiguen. Hannay corre. Las sombras de los policías se hacen cada vez mas altas y mas grandes. Van envolviendo gradualmente toda la escena. Hannay está arrinconado. Se escucha repentinamente la música de gaitas y tambores de una típica banda marcial escocesa. Los dos payasos, con el uniforme típico escocés, transportan a ambos lados del cuerpo muñecos de idéntica talla y vestimenta. Marchan a través del escenario. Hannay se esconde detrás de la banda, mirando con ansiedad hacia todos lados para ubicar a sus perseguidores. Hannay y la banda dejan el escenario. Luces. Hannay regresa al escenario iluminado, corriendo y sin aliento.


Escena 21: El salón de la Asamblea.

Uno de los payasos aparece como maestro de ceremonias. Avejentado y meticuloso. Arrastra detrás de él un cartel gigante. “VOTE A McCORQUODALE”. Tiende el cartel a lo ancho del escenario.

HANNAY: Discúlpeme! Eh… Me temo que…

MESTRO DE CEREMONIAS: Estoy con usted en un minuto!

HANNAY: Disculpe pero, el asunto es que…

MAESTRO DE CEREMONIAS: Si no le molesta…!

HANNAY: Disculpe.

MAESTRO DE CEREMONIAS: (Termina de fijar el cartel, que queda tenso detrás de él.) Ahora sí.

HANNAY: Sí… en realidad, estoy en un…

MAESTRO DE CEREMONIAS: (Que se da cuenta de pronto quién es Hannay.) Ah, pero… Hola, cómo le va!!!? Hola!!!

HANNAY: Hola.

MAESTRO DE CEREMONIAS: Por fin está acá!

HANNAY: Perdón?

MAESTRO DE CEREMONIAS: Qué bueno que haya venido! Ya estamos todos! Mire, ahí está el Sr. Macquarrie!

Aparece el otro payaso como el gerente Macquarrie. Es todavía más afectado y meticuloso.

MACQUARRIE: Ah! Está aquí! Gracias a Dios!!! Gracias a Dios!!! Gracias a Dios!!!

Hannay está ahora completamente confuso. Se encuentra frente a una gran audiencia. Macquarrie sale fuera de escena para buscar una silla. Lo sientan en la silla. Hannay se sienta con cortesía. El Maestro de Ceremonias se dirige a la audiencia. Aplauso cerrado.

MAESTRO DE CEREMONIAS: Damas y caballeros. Tengo el enorrrrrme placer de pedirle al gerente mas popular de todos los tiempos, el Sr. Macquarrie, que presente esta noche a nuestro orador especialmente invitado que, en este mismo momento, acaba de llegar! (Aplauso cerrado.) Sr. Macquarrie, sería tan gentil…

MACQUARRIE: (Se acerca al estrado. Sonríe beatíficamente a  Hannay y a la audiencia.) Gracias, sí… gracias… bien, damas y caballeros, no es necesario para mí mencionar los muchos y notables… (A penas se le escucha.)

MAESTRO DE CEREMONIAS: Hable más alto, Sr. Macquarrie.

MACQUARRIE: (Continúa con el mismo nivel de voz.) los muchos y notables atributos de nuestro orador especialmente invitado. Sus brillantes antecedentes como soldado, hombre de estado, pionero y poeta hablan por sí solos. Es, en este momento, una de las figuras mas relevantes del mundo político y diplomático de la gran ciudad de Londres y el caballero perfecto para contarles a ustedes en los más certeros términos lo importante que es para esta constituyente en esta elección de reemplazo parlamentario que nuestro candidato sea electo por una mayoría adecuada. Entonces, sin más, permítanme convocar a nuestro ilustre invitado especial de esta noche… el Capitán Rob Roy McAlistair!

Aplauso cerrado. El Maestro de Ceremonias y Macquarrie le hacen señas con la cabeza a Hannay, quién está sentado y sonríe. Mira a su alrededor buscando al capitán McAlistair. Se da cuenta que hablaban de él y que no hay otra cosa que hacer. Se acerca al estrado.

HANNAY: Bueno… damas y caballeros, debo disculparme por… por mi momento de duda en dirigirme a ustedes pero… voy a decirles la pura verdad. Perdí completamente de vista, mientras escuchaba la halagadora descripción del señor gerente, que estaba hablando de mí. (Ríe nervioso.) De todas formas, cuando viajé, hace algunos días, hacia Escocia, un maravilloso viaje en el Expreso de las Tierras Altas por sobre la magnífica estructura del Puente Forth… (Deja ver, en un descuido, la esposa que tiene en la muñeca. La esconde rápidamente.) … no tenía idea que, a penas en unos pocos días, estaría dirigiéndoles la palabra en un encuentro político de tamaña importancia. Pero debo decir desde el fondo de mi corazón y con la mas profunda sinceridad lo encantado y aliviado que me siento de estar en presencia de ustedes en este momento. (Pamela aparece repentinamente detrás de él. Saluda con la mano al Maestro de Ceremonias y al Gerente. Se sienta a un costado del escenario. Hannay la ve.) Bienvenida. Tome asiento. Justamente, estaba por empezar… (Se reconocen mutuamente.) Santo Dios! Entonces, eh… de todas maneras, hum… (Ella sale corriendo.) Esteeee… qué estaba diciendo? Ah, sí… lo encantado que estoy. No diría aliviado, esteeee… porque, en tanto y en cuanto esté parado sobre esta plataforma me veo liberado de las preocupaciones y ansiedades propias de un hombre en mi posición.. De todas formas… damas y caballeros… estamos aquí esta noche para discutir… para discutir… qué es lo que vamos a discutir? (Pamela aparece al otro lado del escenario. Le hace señas al Maestro de Ceremonias para que se ponga de pie. Este va hacia el costado. Vemos a Pamela murmurando con él. El Maestro de Ceremonias traga saliba.) Yo sé… discutamos… acerca de la comercialización del arenque? O de la merluza, tal vez? O del rico haragán! No, de eso no puedo hablar porque no soy rico y nunca he sido haragán. Ehem! (El Maestro de ceremonias se desplaza hasta donde está Mcquarrie y murmura a su oído subrepticiamente. Mcquarrie se sorprende.) En realidad, he estado muy ocupado durante toda mi vida. Bueno, recientemente, no tanto. Recientemente, anduve bastante cuesta abajo, para ser honesto. Tratando de encontrarme a mí mismo en las horas de soledad, lleno de pensamientos… desagradables. Bueno, no tan recientemente. Recientemente, durante los últimos días… bueno, en realidad, durante el último día, todo ha sido una locura, francamente. (Mcquarrie se queda mirando a Hannay en estado de shock. Se pone de pie y sale.) No diría que ha sido fácil. En realidad, bastante difícil. Pero lo más raro es que… se puede seguir adelante. Y cuando uno puede hacerlo es bastante tonificante. Cuando a uno lo ponen fuera de sí, ustedes ya saben lo que pasa. Se queda ahí. No tiene idea de lo que está pasando. En quién confiar. Dónde ir. Si todo será peor al final. Pero algo… no sé… hace que los huesos se agiten. El corazón cansado se pone a latir de nuevo. Y no hay tiempo para pensar. Y la mente canta. Y el pulso se acelera. Y uno se encuentra con gente. Con gente de verdad. Gente haciendo lo mejor posible. (Pamela aparece nuevamente. Esta vez está acompañada por los dos payasos, vestidos como dos “pesados” con sombrero y abrigos largos. Ambos se paran ominosamente detrás de Hannay que continúa tratando de ganar tiempo.) Haciendo lo mejor que pueden frente a todas las situaciones terribles por las que el mundo los hace pasar! Sufriendo cosas que ningún hombre o mujer debería sufrir. Y aún así, siguen adelante! No se rinden! Siguen adelante con obstinación! Y… y todo el camino es cuesta arriba? Sí, todo el camino, amigos míos!!! Y voy a decirles qué más hacen. Hacen lo mejor que pueden también para otra gente! Por más problemas que tengan, siguen preocupándose por los demás! Es, acaso, una noción sentimental tan pasada de moda? Lo que estoy pidiéndoles aquí… a todos y cada uno de ustedes… y… y… y a… (Mira detrás de sí.) y al Sr. McCrocodile… que solo estemos dispuestos a hacer de este mundo un lugar mas feliz! (Los dos pesados se acercan cada vez mas a Hannay. El continúa cada vez mas rápido, guiado por su propia inspiración.) Un mundo decente! Un mundo bueno! Un mundo en el que ninguna nación conspire contra otra! En donde ningún vecino conspire contra otro, donde no haya persecuciones o cacerías, en donde todo el mundo tenga derecho a un acuerdo justo y una oportunidad competitiva y en donde la gente trate de ayudar y no de hacer daño! Un mundo en el que la sospecha, le crueldad y el miedo hayan sido definitivamente desterrados! Esa es la clase de mundo que quiero! Esa es la clase de mundo que ustedes quieren? Eso es todo lo que tengo que decir! Gracias. (Enorme aplauso de la audiencia. Hannay, lleno de regocijo, saluda deleitándose en su triunfo.)

PAMELA: Ese es el hombre que busca, inspector!

HANNAY: Dónde fue que escuché esas palabras antes?

Hace un movimiento para escapar. Los pesados lo persiguen. Queda enredado en el cartel que está tendido en el fondo. Lo agarran. Lo acosan. Lo retienen.

Escena 22: Foyer del salón de asambleas.

Los pesados arrastran a Hannay a través del escenario. Este saluda a la audiencia. La audiencia aplaude. Alcanzan a Pamela.

HANNAY: Bueno, supongo que debe creerse muy inteligente!

PAMELA: Oficial, tendría la gentileza de decirle a su prisionero que no me insulte!

PESADO 2: Venga con nosotros ahora, por favor.

HANNAY: (Alegando ante Pamela.) No se da cuenta que, en el vagón del tren, le estaba diciendo la verdad! Tuvo que haberse dado cuenta que decía la verdad!

PAMELA: Adios.

Los pesados se quitan el sombrero.

HANNAY: Está bien, solo escuche, por favor! Hay un secreto enormemente importante…

PESADO 2: Por ahora, es suficiente!

HANNAY: … que está siendo sacado fuera de este país por un agente secreto diabólicamente brillante! No puedo hacer nada por mí mismo gracias a este estúpido detective! Pero si usted llama inmediatamente por teléfono a Scotland Yard y les cuenta todo esto…

PAMELA: Dije adios, Sr. Hannay!

PESADO 1: En realidad, Señorita, pensándolo bien, usted también tendría que venir con nosotros.

PAMELA: Yo! Pero, usted acaba de decir…

PESADO 2: Para identificar al prisionero, Señorita.

PAMELA: Pero ya les dije que es…

PESADO 1: Solo hasta la estación de policía, Señorita.

PAMELA: Pero… Pero…

PESADO 2: Si no le molesta, Señorita.

PAMELA: Bueno, si no es lejos. A propósito, dónde queda?

PESADO 1: En Inverary, Señorita.

PAMELA: Inverari? Pero, eso es casi en…

HANNAY: Cuarenta millas.

PAMELA: Cuanrenta millas?

PESADO 2: Manténgase al marjen de esto!

PESADO 1: Será interrogado por el fiscal en persona, Señorita.

PAMELA: El fiscal en persona?

PESADO 1: Es escencial para la seguridad pública, Miss?

PAMELA: Escencial apra la seguridad pública?

PESADO 1: Correcto, Señorita.

PAMELA: Bueno, si es absolutamente necesario!

PESADO 2: Gracias, Señorita. Podría subir al auto, por favor?

PAMELA: El qué?

Los payasos recuerdan que olvidaron armar el auto. Lo arman rápidamente con cuatro sillas y un atril.

PESADO 2: El auto, señorita.

El pesado 2 enciende el auto y hace ruido de motor. El pesado 1 sube junto a él. Hannay y Pamela se sientan detrás, incómodos. Hannay le dedica a Pamela una amplia y hermosa sonrisa, mostrando exageradamente los dientes. Está increíblemente feliz.

HANNAY: Hola.

Pamela frunce el ceño y mira para otro lado.


Escena 23: El auto de policía. De noche.

Música de viaje en auto. Ruidos de auto. Reflejos de luz ocasionales en sus rostros. Se sacuden a un lado y a otro. Hannay se queda dormido y se apoya de manera molesta sobre el hombro de Pamela.

PAMELA: (Gira el cuello y grita repentinamente.) Un momento! (Hannay se despierta de un salto.) Este no es el camino. Estamos yendo hacia el sur, Inverary es hacia el norte.

PESADO 1: Hay un puente roto en el camino al norte, Señorita. Tenemos que dar un rodeo. El hombre conoce el camino, Señorita.

HANNAY: Disculpe inspector?

PESADO 1: Qué?

HANNAY: Puedo ver la orden de arresto?

PESADO 2: Cierra la boca!

Hannay comienza a silbar la canción de Mr. Memory. Pamela suspira.

HANNAY: Quiere hacer una pequeña apuesta conmigo, Pamela? (Pamela mira hacia otro lado.) Muy bien, Sherlock, yo la haré con usted. Le apuesto 100 a 1 a que su fiscal le falta esta falange del dedo meñique. (El pesado 1 le da un violento golpe a Hannay. Hannay se frota la cara y sonríe.) Gané.

El auto frena repentinamente produciendo el sonido característico. Balido de ovejas.

PAMELA: Por qué nos detenemos?

El auto se sacude en la frenada. El viento aúlla. Crece el balar de las ovejas.


Escena 24: Auto de policía, en una colina.

PESADO 1: Y ahora qué?

PESADO 2: El camino está lleno de ovejas!

HANNAY: Bueno, bueno!!! Un rebaño completo de detectives.

PESADO 1: (Le grita a las ovejas.) Fuera del camino, bestias malditas! Vamos a tener que sacarlas. Vení!

PESADO 2: No va a ser fácil con esta niebla. Mirá como baja de golpe. (Efecto de niebla.) Como si viniera de ninguna parte.

PESADO 1: Bueno, no hay nada que hacer! Dale, bajá del auto!

PESADO 2: Y qué hacemos con él?

El pesado 1 pone la esposa que traía Hannay en la muñeca de Pamela.

PAMELA: Pero, qué se cree que está haciendo? Sáqueme esta esposa!!!

PESADO 1: Desde ahora, señorita, usted es un oficial especial. En tanto y en cuanto usted se quede, él se queda! (Al pesado 2.) Vamos! Fuera, bestias, fuera!

Los dos pesados se abren camino a través de la niebla en medio del balido de las ovejas.

HANNAY: En tanto y en cuanto yo me vaya, usted se va! VAMOS!!!

PAMELA: Qué hace?

HANNAY: Ahóra escúcheme! Siente esto? (Le apoya la pipa en la espalda.)

PAMELA: Ahhh…

HANNAY: Quiere que la mate de un tiro?

PAMELA: No particularmente.

HANNAY: Entonces, muévase! (La saca del auto.)

Los dos pesados vuelven a la carrera.

PESADO 1: Se fueron?

PESADO 2: Hacia dónde?

PESADO 1: Cómo voy a saber? Vamos, vamos! (Comienza a retirar el auto. Apila las sillas sobre el pesado 2.) Tomá, tomá esto!!!

PESADO 2: Ya va, ya va!

PESADO 1: Tenemos que encontrarlos! Tenemos que encontrarlos!

PESADO 2: Tenemos que encontrarlos! Tenemos que encontrarlos!

PESADO 1: Es lo que acabo de decir!

PESADO 2: Ya sé que acabás de decirlo!

PESADO 1: Bueno, no lo repitas, por favor!

PESADO 2: Está bien! Está bien!

PESADO 1: Vamos, vamos!7

El pesado 1 sale de escena corriendo, dejando al pesado 2 que sale lentamente, cargando las sillas. Música de persecución.


Escena 25: Las colinas oscuras.

Aparece Hannay con Pamela. Ella se paraliza y se balancea.

HANNAY: Vamos!

Uno de los payasos yace tirado frente a ellos. Viste un impermeable de goma y un sombrero. Es un pantano.

PAMELA: No pienso cruzar ese pantano maloliente y asqueroso! (Hannay la arrastra.) Ay! (Queda atascada.) Estoy atascada, no puedo moverme!

HANNAY: (Tira por medio de las esposas.) Dije que vamos! (La saca del pantano… Ruido de chapoteo.)

PAMELA: Ay!

El pesado 1 entra corriendo y soplando un silbato.

PAMELA: Socorro! Socorro!

HANNAY: (Empujando la pipa contra sus costillas.) Escúcheme! Emite un sonido mas y, primero la mato a usted y después me mato yo! (El otro payaso entra con una cortina de baño.) Rápido! Debajo de esa cascada! (Hannay respira profundamente.) Sienta solamente el perfume de esas flores! Y… acaso todo el camino es cuesta arriba? Si, amiga mía, todo el camino! Vamos! (La arrastra detrás de él.)

PAMELA: Puede dejar de hacer eso? (Hannay comienza a silbar la canción de Mr. Memory.) Y déjese de silbar! Por qué está haciendo todo esto? No tiene posibilidad de escapar! Qué oportunidad tiene, atado a mí?

HANNAY: Yo, si fuera usted, dejaría esa pregunta para mi marido.

PAMELA: No tengo marido!

HANNAY: Hay tipos que tienen suerte! Vamos, venga!

El payaso 2 vuelve a entrar corriendo y se acuesta de espaldas, con las piernas levantadas.

PAMELA: Qué es eso?

HANNAY: Parece una grieta.

PAMELA: Una grieta! No pienso pasar a través de ella!

HANNAY: Sí, va a pasar. Vamos. (la arrastra a través de la grieta. Ella grita.)

Ahora, ambos payasos entran con un gran rollo de tela azul.

PAMELA: No voy a cruzar ese… ese… (Espera que terminen los payasos.) … riachuelo!

Los payasos despliegan el rollo delante de ellos. Hannay alza en brazos a Pamela. Trata de cruzar el riachuelo. Cada vez que trata de hacerlo, le retiran la tela. Hannay se exaspera.)

HANNAY: Dejen eso quieto! (Cruza con Pamela en brazos.)

PAMELA: Bájeme inmediatamente, por favor!

HANNAY: Esto es estimulante, no?

PAMELA: Esto es horrible!

HANNAY: Nunca dije que fuera fácil, Pamela, querida! Aquí vamos!

PAMELA: Auch!

HANNAY: (Silbando Mr. Memory.) Qué canción es esa?

PAMELA: Puede dejar de silbar, por favor!? Esos policías lo van a atrapar en cuanto se haga de día.

HANNAY: Le repito, una vez más, que no son policías.

El payaso 2 entra corriendo y se ubica como si fuese un arbusto espinoso. Hannay cruza a través de él. Pamela cruza detrás de Hannay pero su vestido queda enganchado en uno de los dedos del payaso.

PAMELA: Ay, no!

HANNAY: Qué pasa?

PAMELA: Me enganché con este arbusto horrible.

HANNAY: Qué arbusto es?

PAMELA: No me importa qué arbusto es!

HANNAY: Y qué lindo vestido.

El payaso 2 hace de sí mismo un obstáculo aún más difícil de superar. Es demasiado.

HANNAY: Por qué no se deja de joder y se va de una vez?

El payaso 2 sale. Camina hacia atrás con estilo. Se quita el sombrero, los mira y sale. Hannay suspira aliviado una vez que se va.

HANNAY: Venga, vamos. (Ambos tratan de saltar una cerca. Quedan atascados a causa de las esposs.) Parece que estamos trabados.

PAMELA: Le parece?

HANNAY: Espere… Si usted va… entonces, si yo voy… no, no funciona… espere un minuto… empecemos de nuevo (Silba.)

PAMELA: Basta de silbar!!!

HANNAY: Cállese, por favor, estoy concentrándome.

PAMELA: QUIERO IRME A MI CASA EN ESTE MOMENTO!!!

Ambos están ahora completamente enroscados.

HANNAY: Escuche! Hay veinte millones de mujeres en esta isla! Y justo tengo que estar encadenado con usted! Lo voy a repetir una vez mas. Le estoy diciendo la verdad! Hay una peligrosa conspiración en contra de esta isla y nosotros somos los únicos que podemos detenerla!

PAMELA: El valiente caballero al rescate!

HANNAY: Muy bien, está sola en una colina desolada en medio de la oscuridad, esposada a un asesino que no se detendrá ante nada para sacársela de encima! Si esa es la situación, querida, entonces, tendría que tomarlo con un poco mas de calma!

PAMELA: No le tengo miedo! (Estornuda.)

HANNAY: Salud.

PAMELA: Gracias.

HANNAY: Permítame darle un consejo. De ahora en más, haga todo lo que le digo y hágalo rápido! (La saca de la cerca de un tirón.)

PAMELA: (Chilla.) Aia! Usted es horrible!!! No le importa nada! No tiene sentimientos! No le importa nadie! Míreme! Tengo frío, estoy sucia, me siento miserable, tengo la muñeca lastimada y me duelen los tobillos, y no hice nada para lastimarlo! Usted se metió de golpe en mi vida y, mire cómo estoy! (Estallido de un trueno.) Pero a usted no le importa! No le importa! Usted es profundamente horrible y bestial y sin corazón! No le importa nada! No le importa nada mas que su presumida, horrible y egoísta persona!

HANNAY: (La mira. La lluvia comienza a caer.) Si, me parece que esa es la clase de hombre que soy.

PAMELA: Que Dios guarde a su mujer! Eso es todo lo que puedo decir!

HANNAY: Sí, que Dios la guarde!

Ambos salen. Música de harpa escocesa. El cartel de luz de neón de un hotel comienza a parpadear en medio de la niebla.


Escena 26: Hotel McGarrigle.

Los dos payasos aparecen como el Sr. y la Sra. McGarrigle. Traen un hogar de leña, dos cajas de madera para el mostrador de la recepción que se ven como guardarropas. Sobre el mostrador está el timbre y el libro para el registro de huéspedes.

SRA. MCGARRIGLE: Qué noche terrible, Willy!

SR. MCGARRIGLE: Sí!

SRA. MCGARRIGLE: Toda esa lluvia y ese viento soplando sobre el valle! No quisiera estar fuera esta noche!

HANNAY: (Off.) Holaaa!

SRA. MCGARRIGLE: Escuchaste eso?

SR. MCGARRIGLE: Sí.

HANNAY: (Off.) Holaaa!

SRA. MCGARRIGLE: Ahí está otra vez!

Aparecen Hannay y Pamela. Ella está en un estado lamentable.

SRA. MCGARRIGLE: Ay, pobrecitos! Mirá, Willy. Hay una pareja de jóvenes afuera. Pasen, señor, pasen! Ay, la chica está empapada! Pobrecitos!

HANNAY: No sabe cuánto lo agradezco! Tuvimos un accidente con nuestro auto a algunas millas de acá.

SRA. MCGARRIGLE: Tienen equipaje?

HANNAY: Perdón?

SRA. MCGARRIGLE: Si tienen equipaje?

HANNAY: Está en el coche.

SRA. MCGARRIGLE: En el coche, por supuesto. Bueno, bienvenidos al hotel McGarrigle. Soy la Sra. McGarrigle… Este es mi esposo, Willy McGarrigle.

SR. MCGARRIGLE: Hola.

SRA. McGARRIGLE: Pueden estar seguros que, en el hotel McGarrigle los espera una cálida bienvenida McGarrigle. No es cierto, Willy? Aunque estemos fuera de temporada.

SR. MCGARRIGLE: Así es.

HANNAY: Bien. De todas formas, quisiéramos pasar la noche, si pueden acomodarnos.

SRA. MCGARRIGLE: Déjeme ver. Déjeme ver. (Pasa las páginas del libro rápidamente.) Bueno… (Mira a su esposo. Los mira a ellos. Alegre.) Solo nos queda una habitación. Con una sola cama matrimonial. (Pamela se paraliza.) Le preocupa?

HANNAY: No. No. Al contrario!

SRA. MCGARRIGLE: Son marido y mujer, supongo?

HANNAY: Sí (Le da un codazo a Pamela.)

PAMELA: Eh… sí.

SRA. MCGARRIGLE: (Alegremente.) Estaba segura! Estaba segura! Les importaría registrarse, por favor? Willie, el libro. (El Sr. McGarrigle hace girar el libro de huéspedes. Ella prosigue alegremente.) Voy a subir a encender el fuego en su habitación. (Desaparece.)

Hannay va a escribir pero se da cuenta que su mano derecha está esposada a la mano izquierda de Pamela.

HANNAY: AH! No puedo escribir con mi mano derecha. Me he golpeado…

SR. MCGARRIGLE: Tratando de hacer arrancar el coche?

HANNAY: Si, exactamente.

SRA. MCGARRIGLE: (Regresa.) Bueno, el fuego está encendido.

Todos miran hacia la chimenea. El fuego se enciende.

HANNAY: Eh… querida… por qué no firmás vos? Cuanto antes te acostumbres a escribir tu nombre de casada, mejor. Te acordás?

PAMELA: No.

HANNAY: Sí, a mí me parece que sí, no es cierto? Sr. y Sra. Henry Hopkinson… (Pamela escribe en el libro de mala gana. El Sr. y la Sra. McGarrigle se apartan mientras tanto.) … Hollyhocks, Hammersmith, Hertforshire.

SR. MCGARRIGLE: Hingland.

HANNAY: Exactamente.

Pamela termina.

HANNAY: Bueno, me parece que vamos…

SRA. MCGARRIGLE: Van a necesitar algo de cenar?

HANNAY: Perdón?

SRA. MCGARRIGLE: Si van a necesitar algo de cenar?

Pausa incómoda.

SR. MCGARRIGLE: Van a cenar o no?

HANNAY: Ah, sí, gracias. Si pueden mandarnos whisky, soda y algunos sandwiches… Ah, y un vaso de leche.

SRA. MCGARRIGLE: Por supuesto! (Le sonríe a su esposo.) Dos jóvene palomas. Quieren seguirme hasta su habitación, por favor?


Escena 27: La habitación del hotel.

La Sra. McGarrigle los conduce a la habitación. Un tronco de leña arde en la chimenea. El Sr. y la Sra. McGarrigle abren el ropero, dejando ver una cama matrimonial y dos luces de noche.

SRA. MCGARRIGLE: Bueno, aquí estamos. Ahora, quítese ese vestido mojado que lo voy a poner a secar en la cocina.

PAMELA: No, no se preocupe. Se secará junto al fuego, gracias de todas maneras.

SRA. MCGARRIGLE: Sin duda, este caballero va a cuidar bien de usted. (Sonríe con picardía.) Buenas noches, señor. Buenas noches, señora.

HANNAY: Buenas noches. (Empuja suavemente a Pamela para llamar su atención.)

PAMELA: Buenas noches.

SRA. MCGARRIGLE: Willie!!!

El Sr. McGarrigle saluda con la mano y sale, siempre fumando su pipa, cerrando suavemente la puerta detrás de ellos.

PAMELA: Mire! Si piensa que voy a pasar toda la noche con usted en esta habitación…

HANNAY: Qué más puede hacer? (Golpean la puerta. Hannay arrastra a Pamela hasta una silla y la sienta sobre sus rodillas.) Pase.

SRA. MCGARRIGLE: (Aparece trayendo la bandeja con el whisky, los sandwiches y el vaso de leche. Interpreta la situación y mira avergonzada hacia el suelo.) Ah, discúlpenme.

HANNAY: No se preocupe. Solo no calentábamos junto al fuego. No es cierto, querida?

PAMELA: Qué?

HANNAY: No es cierto, querida?

PAMELA: Sí.

HANNAY: Querida.

PAMELA: Querido.

SRA. MCGARRIGLE: Sí, ya veo. Bueno, aquí están sus sandwiches, su whisky y su vaso de leche.

HANNAY: Muchas gracias.

SRA. MCGARRIGLE: (Sonríe dulcemente.) Necesitan algo más?

HANNAY: No, gracias.

PAMELA: No se vaya, por favor.

Todos se paralizan.

SRA. MCGARRIGLE: Algún problema?

HANNAY: Ninguno. Es que quiere decirle algo. Nosotros no somos… eh… esto, en realidad, es una escapada.

SRA. MCGARRIGLE: Ah…! Me imaginaba.

HANNAY: Le queríamos pedir el máximo de discreción, puede ser?

SRA. MCGARRIGLE: Por supuesto! Su secreto está a salvo con nosotros. Nadie va a molestarlos. (Sale tímidamente en puntas de pie y cierra la puerta.)

HANNAY: Escuche, sería mejor que se quite esa pollera!

PAMELA: Perdón?

HANNAY: Lo único que nos hace falta es que se pesque una pulmonía! Puede sacársela, no me interesa!

PAMELA: Prefiero tenerla puesta, gracias!

HANNAY: Un sandwich?

PAMELA: Gracias. (Se sirven.) Lo que me voy a sacar, son los zapatos. (Se quita los zapatos, la mano de Hannay esposada a la de ella. Piensa.) Y las medias.

Hannay no dice nada. Ella lo mira. Entonces, lentamente, levanta la pollera hasta que se ve el portaligas sobre uno de sus muslos. Trata de desenganchar la media, siempre sosteniendo el sandwich.

HANNAY: Puedo ayudarle?

PAMELA: No, gracias.

HANNAY: Muy bien.

PAMELA: Sostenga esto.

Le da el sandwich que Hannay sostiene. Se levanta la pollera nuevamente y desengancha la media. El no mira. Se escucha el viento sacudiendo la ventana. Ella enrolla la media hasta su tobillo y se la quita. La mano de Hannay hace el recorrido sobre la piel junto a la de ella. Ninguno de los dos dice una palabra. Ruido del viento en la ventana. El fuego cruje en la chimenea. Pamela levanta la pollera sobre su otra pierna, desabrocha el portaligas. Enrrolla lentamente la media sobre su pierna. Una vez más, la mano de Hannay se desliza sobre su muslo, su rodilla, su pantorrilla, hasta el tobillo. Se la quita. Siguen en silencio. Ella se pone de pie. El la sigue. Pamela cuelga las medias frente al fuego. Una se cae, el la recoge.

HANNAY: Tome.

PAMELA: Gracias.

HANNAY: Quiere tomar su leche ahora?

PAMELA: Gracias. 

Hannay le da el vaso de leche. Ella bebe. El bebe su whisky.

HANNAY: Pasó un poco el frío?

PAMELA: Sí, gracias.

Ambos se quedan de pie, mirando el fuego.

HANNAY: Bueno, venga.

Hannay la conduce hasta la cama que aparece como por arte de magia. Ella lo sigue, complaciente, por un momento. Luego se detiene bruscamente al darse cuenta lo que está haciendo.

PAMELA: Qué hace?

HANNAY: Voy a la cama.

PAMELA: Ni se le ocurra. No pienso acostarme en esa cama!

HANNAY: Lo lamento mucho pero, en tanto y en cuanto estemos esposados, tendrá que acostarse donde yo me acueste.

Pamela mira el cuarto a su alrededor. Se da cuenta que no hay otro lugar. Suspira ruidosamente y se sube a la cama, arrastrando a Hannay detrás de ella. Ambos se acuestan, incómodos.

PAMELA: Quiero que sepa que lo odio! (Trata de darle la espalda para las esposas la obligan a permanecer como está.) Ay!

HANNAY: Perdón.

Pamela se recuesta de costado, enfrentándolo con resentimiento. Cierra los ojos y trata de dormir. Hannay comienza a tararear nuevamente. Pamela abre los ojos, furiosa.

PAMELA: Quiere dejar de hacer eso!!!?

HANNAY: Ahí está otra vez! No puedo sacarme esa maldita canción de la cabeza. Quisiera saber dónde la escuché? (Bosteza ruidosamente.) Sabe cuándo dormí por última vez en una cama? El sábado a la noche. Desde entonces solo he dormido un par de horas.

PAMELA: Qué es lo que le impide dormi? Tiene pesadillas? Me imagino que los asesinos deben soñar cosas terribles.

HANNAY: Bah, uno se acostumbra pronto. (Bosteza.)

PAMELA: En serio?

HANNAY: Solo piense que, en algunos años, podrá llevar a sus nietos al museo de Madame Tussaud y señalarme.

PAMELA: En qué sección?

HANNAY: En la de los inveterados, irreformables sin esperanzas. (Bosteza.) Casados con una vida de crimen. Ese soy yo, Pamela, querida. Y la triste historia de mi vida. Solo un pequeño niño huérfano que nunca tuvo una oportunidad. Irredimible. Irrecuperable. (Bosteza.) Profundamente horrible y bestial. (Va hablando en voz cada vez mas baja y con los ojos cerrados. Pamela se queda mirándolo, algo conmovida a pesar de sí misma.) Si yo fuera usted, me alejaría de mí lo mas rápido posible. (Bosteza.) Ah, pero, no puede, no? (Bosteza.) Ah, bueno…

Hannay comienza a roncar. Pamela se queda mirándolo con ternura durante un momento. Luego, trata de tranquilizarse y poner su cabeza en orden. Lentamente, comienza a retorcer su muñeca dentro de la esposa. Penosamente, consigue pasar la mano a través de la esposa, soportando el dolor mientras lo hace. Se la quita. Muy lentamente, deja la esposa vacía junto a Hannay y se aleja de él. Repentinamente, Hannay, dormido, la abraza. Ella suspira. Luego, retira suvemente su brazo y lo hace a un costado, deslizándose silenciosamente fuera de la cama. Cruza la habitación, luego piensa en algo. Regresa y le mete la mano en el bolsillo. Saca del bolsillo la pipa. De pronto, escucha algo y se paraliza. Luego va en puntas de pie hasta la puera. Abre y sale sigilosamente.


Escena 28: El lobby del hotel, de noche.

Aparecen los dos pesados en la recepción del hotel. Uno murmura con urgencia en el teléfono. Pamela está inmóvil en las sombras.

PESADO 1: Así es, Sra. Jordan. La chica lo trajo hasta nosotros. Pensaba que éramos detectives. Tuvimos que llevarla a ella también. Me temo que los perdimos a los dos. Sí, supongo que ya le debe haber contado todo el asunto a ella. (Pamela escucha con los ojos fuera de órbita.) Bueno, no hubo nada que pudiésemos… (traga saliva.) Si, me temo que… absolutamente señora… así es, señora. Por favor, quédese tranquila, eso mismo es lo que vamos a hacer. A primera hora, sí… absolutamente… dispondremos de ambos en cuanto los encontremos. Ciertamente, señora. No, señora, no volverán a molestarnos. (Pamela suspira alarmada.) Adiós!

PESADO 2: Qué dijo? Dale, largá!

PESADO 1: El profesor está ansioso y preocupado. Ya tiene todo listo.

PESADO 2: Tiene todo listo? Debe estar muy preocupado!

PESADO 1: Lo está. Aunque era muy peligroso con Hannay y esa chica perdidos. Ya está preparando todo lo de los 39 escalones.

PESADO 2: Todo lo de los 39 escalones? Ya tiene al… vos sabés?

PESADO 1: Sí. Esta noche, cuando vamos de salida, va a recoger a nuestro amigo en el London Palladium… Voy a poner el coche en marcha. Fijate si no hay nada sospechoso que esté pasando acá.

PESADO 2: Ok. (Hace sonar el timbre.)

El pesado 1 sale de escena corriendo y regresa inmediatamente como el Sr. Mcgarrigle con su pipa.

SR. MCGARRIGLE: Hola, puedo ayudarlo?

PESADO 2: Sí, me preguntaba si, por casualidad, habrá usted dado alojamiento a una pareja joven…?

SR. MCGARRIGLE: Hum… una pareja joven? Bueno, ahora que lo menciona… me permite su abrigo?

PESADO 2: Gracias.

SR. MCGARRIGLE: Sí, ahora que lo menciona, hay una pareja joven…

El pesado 2 se transforma en la Sra. McGarrigle.

SRA. MCGARRIGLE: Willie!!!

SR. MCGARRIGLE: Sí…!

SRA. MCGARRIGLE: Qué estás haciendo ahí fuera?

SR. MCGARRIGLE: Este caballero quería saber…

SRA. MCGARRIGLE. Ponete tu abrigo! Y arreglate! Cómo vas a estar parado ahí en camisón, para que todo el mundo te vea? Andá a la cocina, hombre.!

SR. MCGARRIGLE: Ya voy!

El Sr. McGarrigle se va hacia la puerta. Guarda la pipa en el bolsillo. Se coloca el sombrero. Es, nuevamente el pesado 2. La Sra. McGarrigle lo rodea.

SRA. MCGARRIGLE: Y usted!!! Quien quiera que sea! Le voy a pedir que se retire de mi casa! Andar despertando a la gente a esta hora de la noche. No tiene una cama donde ir a acostarse?

PESADO 2: Muy bien, gracias.

SRA. MCGARRIGLE: Gracias y buenas noches!!!

El pesado 2 corre hacia fuera. Regresa inmediatamente como Willie, con su pipa y su camisón.

SRA. MCGARRIGLE: No podíamos hacerle una cosa semejante a esa parejita! Te volviste loco, vos?

Se sonríen mutuamente y salen.


Escena 29: Dormitorio.

Pamela sonríe, se da vuelta y regresa al dormitorio. Observa a Hannay mientras éste duerme. Lo cubre delicadamente con la colcha. Luego, se acurruca en el suelo, frente al sillón. Se mueve por un instante, dubitativa, luego le quita la colcha a Hannay y se acomoda alegremente debajo de ella. 
Canto de pájaros. Amanecer. Hannay abre los ojos, se sienta, ve las esposas vacías, se sienta en la cama. Mira hacia abajo y la ve en el suelo. Ella sonríe, sexy.

PAMELA: Buenos días.

HANNAY: Cuál es la idea? Cómo hizo para sacarse esto? Por qué no escapó?

PAMELA: Lo hice. Pero, justo cuando estaba yéndome… Descubrí que usted estaba diciendo la verdad. Entonces, pensé que debía quedarme.

HANNAY: (Sorprendido, sin saber qué decir.) Entonces… entonces…

PAMELA: Esos dos policías estuvieron aquí anoche. Los del auto. Los escuché hablando por teléfono. No son policías.

HANNAY: Ya sé que no son policías! Le dije que no eran policías!

PAMELA: (Con una sonrisa que lo desarma.) Perdón.

HANNAY: Y qué dijeron?

PAMELA: Cuándo?

HANNAY: Anoche, por teléfono!

PAMELA: Dijeron un montón de cosas… sobre, eh… ah, sí… sobre los 39 escalones…

HANNAY: Qué?

PAMELA: Qué?

HANNAY: Siga, siga!

PAMELA: Alguien los va a preparar! Cómo se puede preparar escalones?

HANNAY: No importa. Siga!

PAMELA: Espere. Ah, sí… Había algo mas. Alguien está preocupado y tiene todo listo. Y… y… ah, sí! Ya sé! Van a recoger a alguien en el Lonon Palladium,

HANNAY: En el London Palladium? Quién será? Será el profesor? Nuestro amigo al que le falta un pedazo de dedo? Para qué iría a un lugar como ese? Qué curioso para el jefe de una red de espionaje.

Hannay mira a Pamela. Ella le sonríe. El le sonríe. Ambos miran al suelo.

PAMELA: Perdóneme. Me siento tan tonta por no haberle creído.

HANNAY: Está bien, no se preocupe… Bueno… (La mira.) Vamos a tener que…

PAMELA: Qué?

HANNAY: …ir realmente.

PAMELA: Mmmm.

HANNAY: Mmmm qué?

Ambos están de rodillas sobre la cama. Se miran a los ojos.

PAMELA: Qué?

HANNAY: En qué habitación están?

PAMELA: Quién?

HANNAY: Esos dos hombres?

PAMELA: Perdón?

HANNAY: Los dos hombres que escuchó.

PAMELA: Dónde están?

Se acercan cada vez mas.

HANNAY: Sí.

PAMELA: No, no están.

HANNAY: Cómo?

PAMELA: Se fueron en cuanto terminaron de hablar por teléfono. Se subieron al auto y se perdieron en la noche. Y bastante rápido.

HANNAY: Dónde?

PAMELA: No lo sé. Perdóneme, pero, acaso importa?

Ahora están realmente cerca. Hannay está a punto de besarla. Cierra y abre los ojos repentinamente.

HANNAY: Cómo me pregunta si importa!!!?

PAMELA: Qué?

HANNAY: Por qué no los detuvo!

PAMELA: Perdón…

HANNAY: Esto es increíblemente desastroso!

PAMELA: Perdón!

HANNAY: Santo Dios!

PAMELA: Hay algo que pueda hacer?

HANNAY: No, no hay! No hay nada que pueda hacer! Por qué no los detuvo? Por qué no los detuvo, por el amor de Dios?

PAMELA: Porque quería verlo a usted!

HANNAY: Bueno, eso fue una tontería!

PAMELA: Aparentemente, sí!

HANNAY: Bueno, dónde fueron?

PAMELA: No sé! Al London Palladium, supongo!

HANNAY: Al London Palladium? Cuándo?

PAMELA: Esta noche! Cuando iban de salida.

JHANNAY: De salida hacia ónde?

PAMELA: No lo sé!!!

HANNAY: Perdimos cuatro o cinco horas valiosísimas!

PAMELA: Bueno… si se están yendo del país, está bien, no? Solo hay que dejar que se vayan!

HANNAY: Hay que dejar que se vayan! Cómo vamos a dejar que se vayan? Estoy acusado de homicidio! La única manera de limpiar mi nombre es dejando estos espías al descubierto!

PAMELA: Ahí está otra vez, se da cuenta! Egoísta, egoísta, egoísta! Bruto, horrible, sin corazón, egoísta!

HANNAY: (Comienza a pasearse furioso por la habitación.) Y mucho mas importante que mi nombre… mucho más importante que mi nombre es que están por sacar del país un secreto vital para la seguridad de nuestra defensa aérea!

PAMELA: Bueno, lo lamento mucho!

HANNAY: Qué función? Matinée o noche!!!!?

PAMELA: No sé!!!

HANNAY: (Va hacia la puerta.) Bueno, muchas gracias por su ayuda! Adios!!!

PAMELA: Adios!!! (Recoge sus medias que estaban junto a la chimenea.)

HANNAY: Adios!!!

PAMELA: Y no espere que vaya con usted!!!

HANNAY: No lo espero!!!

PAMELA: Muy bien!!!

HANNAY: Muy bien!!! (Sale dando un portazo.)

PAMELA: No me sorprende que sea huérfano!!! (Se queda de pie, sollozando.)


Escena 30: El camino a Londres.

Las luces se encienden sobre el: conduce a velocidad. Lleva antiparras de conducir. Haces de luz sobre su cara. Mueve el volante hacia ambos lados. Hace los cambios. Efectos de sonidos de frenado brusco.


Escena 31: Cabina telefónica. Londres.

Las luces se encienden sobre Pamela, que habla por teléfono dentro de una cabina. Habla con urgencia.

PAMELA: Hola, sí. Scotland Yard? Es acerca de… de Richard Hannay. Sí, eso es. El hombre buscado por homicidio! Necesito hablar con el comisionado en jefe, por favor… Hola, hola?.. Tio Bob, sos vos?... Sí, sí, fue al London Palladium.

Apagón. Música: Canción de domingo en el London Palladium.


Escena 32: El escenario del London Palladium.

VOZ GRABADA: Buenas noches, señoras y señores. Este es el London Palladium!

Se escuchan tres timbres. El payaso 1 aparece como una acomodadora. Va saludando con la cabeza y arrastra un carrito de helados.

ACOMODADORA: Lleven sus programas! Helados, helados! El show está por comenzar! Ya empieza. Helados! Chocolates. (Ve un hombre en la fila de adelante.) Ay, hola mi amor! Qué susto me diste! Pensé que era mi marido! Es militar, sabés. Francotirador. Cómo se me pudo ocurrir? Hermosos programas! Riquísimos helados! Tomen asiento, por favor!

Suenan dos timbres. Hannay aparece en el palco. Está sin aliento y mira hacia atrás.

ACOMODADORA: (Lo ve.) Venga, venga! No se preocupe, solo estábamos matando el tiempo hasta que usted llegara!

HANNAY: Mil disculpas!

Aparece el payaso 2 en medio de las butacas, vistiendo un traje de policía completo. Mira el auditorio a su alrededor. Hannay trata de evitar ser visto.

ACOMODADORA: Hola! Hola! Qué hace acá este policía tan simpático?

El payaso 2 desaparece.

ACOMODADORA: Le digo, lo que es ahí afuera. Parece Piccadilly Circus, ahí afuera! Ay, Dios! Dónde estábamos? Ah, sí. Le digo una cosa, me encanta hablar con gente que tiene clase. En las tiendas… qué linda la joyería que hay. Le cuento una cosa… (Con tono conspirativo.) Arriba. Acabo de ver un tipo arriba. Tenía puesto un solo zapato. Le dije “Se le perdió un zapato, Señor?” Y él me contestó “No, acabo de encontrar uno!” A los ricos helados, de todos los sabores. Vamos, vamos, metiendo la manito en el bolsillo! Vamos, vamos, que esta chica tiene que vivir de algo! (Un timbre.) Ya empieza! Ya comienza! Vamos, vamos…! (Hace una reverencia y sale a través del telón.)

Sube el volumen de la música. Hannay se mueve hacia arriba y hacia abajo en el palco de la derecha. Tiene un enorme par de binoculares con los que recorre todo el teatro. Detecta algo en el palco de la izquierda. Pamela aparece detrás de él, en el palco.

PAMELA: Hola.

HANNAY: Santo Dios! Pensé que se había escapado!

PAMELA: Bueno, estoy acá, no?

HANNAY: Escuche! Lo encontré. El Profesor. Está en el palco de enfrente. Ahí! Lo ve?

Una mano falsa aparece en el palco de enfrente, sosteniendo una boquilla.

PAMELA: Pero no hay nada que usted pueda hacer! Estuve en Scotland Yard!

HANNAY: Que usted qué?

PAMELA: Estuve hoy. En realidad, mi tío es el Comisionado en Jefe. Pero nada ha sido robado del ministerio de aviación. Nada! Lo chequearon y están completamente seguros.

HANNAY: Pero, usted escuchó a esos hombres diciendo que lo tiene! (Recorre la sala con los binoculares. Detecta algo y suspira.) No puede ser! Mas policías! No la habrán seguido, no? (Ella mira incómoda.) La siguieron o no?

PAMELA: AY, Dios. Perdóneme!

HANNAY: Bueno, ahora sí! Ahora sí!!!

PRESENTADOR: (Entra.) Y ahora, damas y caballeros, con su amable atención, tengo el honor de presentarles a uno de los hombres mas notables que haya pisado este mundo alguna vez. Mr. Memory!!!

Musica: tema de Mr. Memory.

HANNAY: (Se da cuenta.) Un momento! Esa es la canción que no podía sacarme de la cabeza! (Entra Mr. Memory. Aplauso cerrado. El y el presentador hacen toda una rutina de saludos. El presentador sale.) Mr. Memory!

MEMORY: Graciassss! Graciasss! Voy a colocarme ahora en un estado de disposición mental para la presentación de esta noche y a limpiar mi ser interior de culaquier material extrínseco y supernumerario. (Respira profundo. Cierra los ojos. Redoble de tambores. Abre subrepticiamente los ojos y mira hacia el palco.)

Hannay gira sus binoculares hacia el palco. El presentador aparece ahora como el Profesor. Hace una señal subrepticia. Hannay vuelve a dirigir los binoculares hacia Mr. Memory. Mr. Memory asiente hacia el palco.

HANNAY: Ya lo tengo! Ya lo tengo! Por supuesto que no detectaron nada robado! Toda la información está en la cabeza de Mr. Memory! Por eso el profesor está aquí esta noche. Para sacar a Mr. Memory fuera del país.

El redoble de tambores se detiene.

MEMORY: Graciasss! Graciasss! Primera pregunta, por favor! Qué altura tiene la Catedral de San Pablo? La Catedral de San Pablo tiene 257 pies y 11 pulgadas…

El detective entra desde bambalinas. Cruza el escenario.

DETECTIVE: perdón por interrumpir el show, señor. Disculpe, señor. (Mira hacia Hannay, en el palco.) Richard Hannay? Soy el Detective Superintendente Albright, señor. Scotland Yard, señor. Debo pedirle que me acompañe pacíficamente.

PAMELA: Usted no entiende, detective!

DETECTIVE: Venga, por favor.

HANNAY: (Se pone de pie, reticente.) Está bien, está bien.

PAMELA: El es inocente!

HANNAY: Lo siento mucho, Pamela, no hay otra forma.

DETECTIVE: Muy prudente, señor. Continuemos, señor, por favor.

MR. MEMORY: Cuándo murió Florence Nightingale, señora? Florence Night…

HANNAY: (Le grita repentinamente a Mr. Memory.) Qué son los 39 escalones? (Mr. Memory queda petrificado. El terror invade su cara. El Detective mira alarmado.) Qué son los 39 escalones? Vamos! Conteste! (Mr. Memory comienza a transpirar. Mira hacia el palco del Profesor en estado de pánico. Hannay desaparece en su palco.)

DETECTIVE: Rápido! Blqueen todas las salidas! Bloqueen todas las salidas!

El detective corre hacia fuera. Los acomodadores comienzan a hacer sonar silbatos. Hannay reemerge en su palco. Toma una soga. Grita nuevamente.

HANNAY: Pregunté que son los 39 escalones!!!?

MR. MEMORY: (Suda y tiembla desesperado.) Los 39 escalones, señor?

HANNAY: (Que salta al escenario.) Sí, Mr. Memory. Qué son los 39 escalones? Vamos, hombre!

MR. MEMORY: Los 39 escalones es una organización de espías. Recopilan información con la colaboración del servicio secreto de…

El Profesor aparece en el palco de la izquierda. Saca un revolver y le dispara a Mr. Memory. Memory se toma el pecho a la altura del corazón y se desploma en el suelo.

HANNAY: Ahí! Ese es el hombre que busca, detective!

PROFESOR: (Apuntándole a Hannay.) No lo creo, Sr. Hannay! Esta no es su historia. Esta es MI historia! Y soy yo quien decide cómo termina. No podrá destruirme, Hannay! No se quedará con la chica! Eso sí que no! (Rie de manera demencial.) Perderá a la chica y morirá de pena y solo en su triste departamento alquilado de Portland Place! Eso es lo que pasa con usted, Hannay! (Le apunta a Pamela.)

HANNAY: (Que usa la soga para trepar al palco.) Abajo, Pamela! Abajo! (Trepa por la soga y trata de ser el escudo de Pamela.) No lo voy a permitir!

El Profesor le apunta a Hannay.

PAMELA: No, Richard! No!!!

Se escucha un disparo. El Profesor se hace hacia atrás. Un revolver humeante desaparece en medio de la platea. El Profesor mira lentamente la sangre roja y brillante que emana de su pecho.

PROFESOR: Se suponía que este era un… elenco de… CUATRO!!!

Se tambalea hacia delante y hacia atrás, haciendo la escena de su muerte mucho más extravagante. Reaparece finalmente, pero es un muñeco arrojado desde el palco que cae ruidosamente sobre el escenario. Mientras tanto, al otro lado del escenario, Mr. Memory se extingue lentamente.

MR. MEMORY: Permanezcan en sus asientos, por favor! Eviten el pánico, damas y caballeros! Que entren las bailarinas! Conserven la calma! Conserven la calma!

Música de bailarinas.


Escena 33: London Palladium, backstage.

Hannay y Pamela están de rodillas junto a Mr. Memory. El presentador retira del escenario el cuerpo del profesor. Regresa y se queda respetuosamente de pie junto al detective.

PRESENTADOR: Tranquilo, mi amigo. Es un buen hombre.

MEMORY: Voy a estar bien, Bert. Es solo un rasguño, Bert.

HANNAY: Mr. Memory?

MEMORY: Sí, señor?

HANNAY: Cuál era la fórmula secreta que estaba por sacar del país?

MEMORY: Sería correcto que se lo diga, Señor??

HANNAY: Así es, Mr. Memory.

DETECTIVE: Adelante, Mr. Memory.

MEMORY: Fue un gran esfuerzo aprenderla, señor. El mayor esfuerzo que alguna vez he tenido que hacer. Y no quiero que sea en vano, señor.

HANNAY: Por supuesto que no.

MEMORY: Los mas importante del nuevo motor es su altamente incrementado radio de compresión reepresentado por r-1 sobre r a la potencia de gamma más 9 secuenciado a la potencia de xy al cuadrado duplicado por 32 puntos, 71 puntos y 88 puntos reducido recurrentemente por 19 alpha que proveen cubos iguales de epsilon en la circunferencia serial alineada con tres válvulas de control dobles que fluyen radialmente al punto de 3/65 pi… arreglados en series… (Colapsa. Los demás sacuden la cabeza. El detective se quita el sombrero. Repentinamente, Memory revive y continúa.)… con hileras de filos concéntricos, alternando con hileras fijas en los diafragmas. La presión longitudinal ejercida en los conductos de la turbina es contrabalanceada por un pistón ranurado en el final de los caballos de fuerza del conducto, excede la presión tomada por el bloque de empuje localizado en el rotor a una potencia de 900 abh/7 y se ve al final de la elevación de acceso a la verdadera línea de cilindros un ángulo de 65 grados. El dispositivo hace a la máquina completamente silenciosa. (Mira hacia Hannay.) Es correcto, señor?

HANNAY: Es correcto, mi amigo.

MEMORY: Gracias, señor. Me alegra que, finalmente, haya salido de mi cabeza, señor. (Muere.)

PRESENTADOR: Adiós Inspector… y gracias.

DETECTIVE: Adios. Y gracias.

PRESENTADOR: Adios. Y gracias.

Y ambos continúan hasta que…

HANNAY: Sí, gracias Inspector!!!

El presentador se sienta junto a Mr. Memory, apenado. Se corre un telón que deja a Hannay y a Pamela solos en el procenio.


Escena 34: Fuera del London Palladium. Anochecer.

HANNAY: Bueno…

PAMELA: Bueno… Es un hombre libre.

HANNAY: Así es.

PAMELA: Y, además, salvó al país.

HANNAY: Lo salvamos entre los dos.

PAMELA: En realidad, no.

HANNAY: De cualquier manera… es mejor…

PAMELA: Sí.

HANNAY: Quiere…?

PAMELA: Qué?

Se miran.

HANNAY: Es mejor que… que me vaya.

PAMELA: Sí.

HANNAY: Tengo los pintores trabajando en casa, sabe…

PAMELA: Sí.

HANNAY: Bueno… adios.

PAMELA: Adios.

Pamela se va. Hannay la mira hasta que se ha ido completamente. Se descorre el telón.


Escena 35: El departamento de Hannay. De noche.

Hannay entra a su departamento. Todo está tal cual. Cajones de madera. Escaleras de pintor, mesa, sillones, lámpara, la ventana. Hannay se sienta en el sillón. Mira al público.

HANNAY: Aquí estamos, entonces. Me temo que éste soy yo. Richard Hannay y la triste historia de mi vida. (Con una mirada genuinamente infeliz.) Irreclamable.

Entra Pamela con una botella de champagne. Hablan los dos juntos.

HANNAY y PAMELA: Irrecuperable. Irredimible.

PAMELA: Profundamente horrible y bestial. Un pobre niño huérfano que nunca tuvo una oportunidad.

Pamela se sienta en el brazo del sillón. Lo besa. Un pequeño árbol de Navidad entra en escena. Se escucha el llanto de un bebé. Ambos miran hacia fuera del escenario y se sonríen mutuamente.

HANNAY: Feliz Navidad, querida.

PAMELA: Feliz Navidad, querido.

El árbol se enciende. Los dos payasos trepan a la escalera y arrojan nieve por la ventana. Cae nieve sobre el público. 

FIN

ACREEDORES. AUGUST STRINDBERG.



ACREEDORES

AUGUST STRINDBERG




PERSONAJES
TECLA
ADOLFO, pintor, casado en segundas nupcias con Tecla.
GUSTAVO, casado en primeras nupcias con Tecla. Viaja de incógnito y no es
conocido de Adolfo.
DOS SEÑORES EN TRAJE DE VIAJE
UN MOZO DE HOTEL (Papeles mudos.)

La acción en Delarae, en las cercanías de Estocolmo.


ACTO ÚNICO
Salón de lectura de un hotel, en los baños de mar de Delarae. En el foro, un vano
que deja ver un corredor, más lejos, nítido, un paisaje marino. Puerta a la derecha.
Mesa llena de periódicos y revistas. A la derecha de la mesa, una chaise longue.
Otro asiento a la izquierda. Al subir el telón, Adolfo está sentado cerca de la mesa y
trabaja, sobre un banco de escultor en miniatura, en una figura de cera. Sus
muletas descansan contra el respaldo de su silla. Gustavo, tendido en la chaise
longue, saborea lentamente un cigarro.

ESCENA PRIMERA

ADOLFO, GUSTAVO

ADOLFO: Y a usted se lo debo todo.
GUSTAVO: ¡Vamos, hombre!...
ADOLFO: Sí a usted. Los primeros días que siguieron a la partida de mi mujer,
quedé paralizado sobre mi sofá, abatido y lleno de pesares. Era como si ella se
hubiese llevado mis muletas al irse; no me podía mover. Pasaron algunos días; me
sacudí y comencé a reanimarme. Las pesadillas que durante la fiebre asaltaban mi
mente se disiparon; ideas vivas volvieron a darme aliento, despertando en mí de
nuevo el placer de crear; las miradas recobraron su agudeza de otro tiempo... ¡Y
entonces apareció usted!
GUSTAVO: Es cierto. Cuando lo encontré, apoyado en sus muletas y arrastrándose
penosamente, inspiraba usted compasión. Pero falta demostrar que mi presencia
sea la causa de su restablecimiento. Lo cierto es que usted necesitaba descanso y
la compañía de un hombre.
ADOLFO: Lo que acaba de decir es muy justo, como, por otra parte, todo lo que
dice. En otro tiempo no me faltaban amigos. Después de mi matrimonio, no me
1pareció necesario volverlos a ver. Vivía satisfecho al lado de la compañera que
había elegido. Sin embargo, pronto hice otros conocimientos en mi nuevo círculo de
relaciones. Mi mujer, deseosa de conservarme para sí sola, tuvo celos al principio:
después -esto es raro- afectó, para alcanzar sus fines, acaparar todos mis amigos.
Y desde entonces viví solo, y celoso a mi vez.
GUSTAVO: ¿Sabe usted que es muy propenso a contraer esa enfermedad?
ADOLFO: Temía perder lo que amaba. Hacía lo posible por evitarlo. ¿Qué tiene de
reprensible? Pero nunca llegué a temer que me fuese infiel.
GUSTAVO: ¿Qué marido tiene esa clase de temores?
ADOLFO: ¿No es sorprendente?... En el fondo, lo único que yo temía era el
ascendiente que mis amigos pudieran tomar sobre el espíritu de mi mujer, porque
tenía miedo de que un día este ascendiente, esta influencia, pudiera alcanzarme
indirectamente y recaer sobre mí... ¡Este pensamiento me era insoportable!
GUSTAVO: Según eso, ¿no había conformidad entre su mujer y usted?
ADOLFO: Ya se lo dije porque usted puede saberlo todo... Mi mujer es una
naturaleza original... (Sonrisa de Gustavo.) ¿De qué se ríe?
GUSTAVO: De nada... Siga... Es una naturaleza original...
ADOLFO: Que no quiso recibir nada de mí...
GUSTAVO: ...Pero toma algo a todo el mundo.
ADOLFO: (Después de reflexionar un momento.) Sí. Y yo tenía la sensación de que
se negaba a aceptar mis ideas sólo porque eran mías, y no por capricho o porque le
parecieran absurdas. Por lo demás, sucedía con frecuencia que me servía mis
opiniones de otra época defendiéndolas con calor, como si fueran suyas. Hasta se
me ocurrió sugerirle pensamientos míos por medio de un amigo. Lo asimilaba todo,
con tal de que no procediera de mí.
GUSTAVO: Dicho de otra manera: ¿no es usted absolutamente dichoso?
ADOLFO: ¡Sí... lo soy! Tengo la mujer que deseaba, y no ambiciono más.
GUSTAVO: ¿Y nunca quiso ser libre?
ADOLFO: No podría decirlo con claridad. Es cierto que a veces he pensado que sólo
podría vivir muy tranquilo. Pero apenas me deja un instante, mis deseos van hacia
ella, como si fuese mi cuerpo y mi mente. Hay horas -y esto es raro- en que creo
que carezco de personalidad. Entonces me parece que ella es una parte de mi ser,
un pedazo de mis entrañas que se lleva mi voluntad con mi alegría de vivir.
Decididamente, creo que he depositado en ella el nudo vital de que habla la
anatomía.
GUSTAVO: ¿Y por qué no ha de ser así?
ADOLFO ¡Imposible! ¡Cómo! Una naturaleza como la suya, con esa abundancia de
ideas personales!... ¡No!... Después de todo, ¿qué era yo cuando la encontré?
Nada. Un artista joven e insignificante a quien ella formó.
GUSTAVO: Sí, pero usted después desarrolló sus ideas y le dio una educación, ¿no
es así?
ADOLFO: No. Ella se detuvo en su evolución mientras yo lo hacía con rapidez.
GUSTAVO: Sí. Resulta bastante curioso que el talento superior de esa mujer se
debilitara así después de la publicación de su primera novela y que no se
2mantuviera en adelante en ese grado de elevación... También hay que convenir en
que el asunto de aquel libro le era desfavorable, sobre todo si se admite que su
primer marido le sirvió de modelo... A propósito: ¿llegó usted a conocer a ese
hombre? ¡Debió ser un gran idiota!
ADOLFO: Nunca lo vi. Hacía seis meses que estaba ausente cuando se pronunció el
divorcio. Pero era un verdadero idiota a juzgar por el retrato que mi esposa me hizo
de él... (Silencio embarazoso.) ¡Y puedo asegurarle que era una pintura fidelísima!
GUSTAVO: No lo dude. ¿Pero por qué se casó con él?
ADOLFO: No podía conocerlo antes. Sabe usted que para conocer a las personas
hay que ponerlas a prueba.
GUSTAVO: Entonces, no debiéramos casarnos sino después de la “prueba”... Era un
déspota, ¿verdad?
ADOLFO: ¡Sí!
GUSTAVO: ¡Claro! ¿Qué marido no lo es? (Con intención.) ¿Acaso no lo es usted
como los otros?
ADOLFO: ¡Yo he dejado a mi mujer en libertad de ir adonde quiera!
GUSTAVO: ¡Vaya un mérito!... ¡No iba a encerrarla! Supongo que no tendría
semejante pretensión... Pero, vamos a ver: ¿no le disgustaría, por ejemplo, que
pasase la noche fuera de casa?
ADOLFO: ¡Oh, eso no es conveniente!
GUSTAVO: ¡Ah! Usted también cree que... (Con intención.) En verdad, eso le hace
a usted algo ridículo.
ADOLFO: ¿Ridículo? ¿Se es ridículo cuando se confía en la mujer?
GUSTAVO: Sin duda. Y usted ya lo es... ¡Y mucho!
ADOLFO: (Acercándose.) ¿Yo?.. Es el último aspecto que pretendo tener. Pero todo
cambiará.
GUSTAVO: Cálmese, amigo mío. Tendría usted una nueva crisis.
ADOLFO: ¿Y por qué no ha de ser ella ridícula a su vez cuando yo paso la noche
fuera de casa?
GUSTAVO: ¿Por qué? ¿Y a usted qué le importa por qué?... El caso es que ocurre. Y
mientras uno piensa en ella, la desgracia sucede...
ADOLFO: ¿Qué desgracia?
GUSTAVO: El marido era un déspota, y ella se había casado justamente a fin de ser
libre. Porque una joven no adquiere la libertad sino tomando una caperuza; y el
marido hace las veces...
ADOLFO: ¡Naturalmente!
GUSTAVO: ¡Y usted es la caperuza de que hablo!
ADOLFO: ¿Yo?
GUSTAVO: Usted, sí... ¡Como marido!
ADOLFO: (Queda pensativo durante un instante, como si pensara en otra cosa.)
GUSTAVO: ¿Tengo razón?
ADOLFO: (Turbado.) No sé. Vive uno muchos años con una mujer sin pensar sobre
ella ni sobre sus relaciones... y de pronto empieza... y entonces... ¡adiós confianza!
Gustavo, usted es mi amigo, el único amigo verdadero que he tenido en mucho
tiempo. Gracias a usted recobré hace una semana el valor de vivir. Fue como si me
hubiera deslizado su fluido. Fue usted el relojero que reparó mi mecanismo mental.
¿No advierte que me expreso con más claridad? Hasta me parece que mi voz se ha
hecho más sonora.
GUSTAVO: Efectivamente, todo eso me ha sorprendido... Pero, ¿a qué se debe?
ADOLFO: No sé. Quizá las mujeres lo acostumbren a uno a hablar más bajo. Tecla
me reprochó siempre que gritara...
GUSTAVO: Y usted bajó el tono, y la mujer empezó a llevar los pantalones.
ADOLFO: (Distraído.) No. Sucedió algo peor. (Interrumpiéndose.) Pero no hablemos
de eso ahora... ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! Usted se presentó y me reveló los
misterios de mi arte. Hacía mucho tiempo que sentía disminuir mi interés por la
pintura, por no hallar en ella los medios de realizar mi visión completa; y cuando
usted me reveló las causas de este fenómeno, y demostró por qué la pintura no
puede ser la forma de expresión del genio artístico de los tiempos modernos, todo
se hizo claro para mí, y comprendí que ya me sería imposible traducir nada por
medio de los colores.
GUSTAVO: ¿Tan seguro está de que no volverá a pintar jamás?
ADOLFO: Completamente seguro. He hecho la prueba. Cuando, después de nuestra
conversación, me fui a acostar recordé el razonamiento de usted punto por punto y
me convencí de su exactitud. Al día siguiente por la mañana se había clarificado mi
espíritu, después de una noche de sueños, su pensamiento me penetraba como un
relámpago. A pesar de todo, pensé que pudiera haberse equivocado. Y descendí
vivamente del lecho, tomé mis pinceles y mi paleta, e intenté pintar. Pero aquello
había acabado, indudablemente. Ya no era capaz de ninguna ilusión. Sólo veía
manchas de colores. Y me espantaba pensar que nunca había podido creer y hacer
creer a los demás que aquel cuadro fuese otra cosa que un lienzo manchado. La
venda había caído de mis ojos, y hoy me sería tan imposible volver a pintar un
cuadro como ser niño nuevamente.
GUSTAVO: Y entonces comprendió que las aspiraciones naturalistas de este tiempo,
su deseo de verdad y de vida intensa, no pueden realizarse sino por la escultura,
que es la única que da la medida del cuerpo según las tres dimensiones y puede
crear la forma análoga a la de...
ADOLFO: (Vacilando.) ¿Las tres dimensiones?... Sí, los cuerpos en una palabra.
GUSTAVO: ¡Y entonces se hace usted escultor! ¿Se hace? No; se vuelve a hacer,
mejor dicho, porque lo era desde un principio. Se había usted apartado de su
camino. Un guía hubiera bastado para volverle nuevamente al camino verdadero...
Dígame usted: cuando trabaja, ahora, ¿encuentra la gran alegría de crear de otros
tiempos?
ADOLFO: Ahora vivo.
GUSTAVO: ¿Puedo ver lo que está haciendo?
ADOLFO: Es una figura de mujer.
GUSTAVO: ¿Cómo?, ¿sin modelo?... ¡Y tan viva!
ADOLFO: (Con voz sombría.) Sí. Pero se le parece... ¡Es raro! ¡Esa mujer está en
mí, como yo estoy en ella! Si me mataran súbitamente, se encontraría su imagen
impresa en cada célula de mi cerebro.
GUSTAVO: No tiene nada de particular. ¿Sabe usted qué es la transfusión?
ADOLFO: ¿La transfusión de sangre? Sí.
GUSTAVO: Pues bien, la sangría fue demasiado fuerte, sin duda... Al mirar esa
figura, comprendo muchas, cosas que aún no había podido comprender. ¿La ha
amado usted mucho?
ADOLFO: Tanto, que no sé si soy ella o si ella es yo. Sonríe, sonrío. Llora, lloro... Y,
no lo creería usted... en sus primeros partos sufrí al mismo tiempo que ella.
GUSTAVO: ¿Qué quiere que le diga, amigo mío? Siento mucho decírselo pero creo
que presenta usted los síntomas de epilepsia.
ADOLFO: (Turbado.) ¿Yo? ¿En qué se funda usted para creer...?
GUSTAVO: En observaciones realizadas en uno de mis hermanos jóvenes, que
presentaba los mismos síntomas.
ADOLFO: ¿Y cómo se manifestó en él?
(Gustavo le refiere el hecho al oído con gestos muy claros, pintorescos y
demostrativos. Adolfo escucha con gran atención y reproduce involuntariamente los
gestos de Gustavo.)
GUSTAVO: (Alto.) Aquello era atroz; y si no se siente usted bien, no quiero
aumentar su tristeza con una descripción detallada del caso.
ADOLFO: (Turbadísimo.) No importa; ¡siga!
GUSTAVO: Conste que usted mismo lo ha querido... Pues bien, mi hermano se
había casado con una virtuosa muchacha de largos bucles y ojos de paloma. Un
rostro de niño. Un alma de ángel. Enseguida se arrogó las prerrogativas
masculinas...
ADOLFO: ¿Cómo?
GUSTAVO: Sí, la iniciativa. Y con tal éxito, que el ángel estuvo a punto de llevarse
al joven al cielo. Pero antes de la ascensión sintió el peso de su cruz y los clavos en
su carne.
ADOLFO: ¿Pero cómo se manifestó?
GUSTAVO: (Lentamente, subrayando las palabras.) Estábamos charlando en casa
de un amigo, y apenas hacía un instante que yo hablaba, cuando vi que palidecía
como el yeso. Sus extremidades se estiraron y sus dos pulgares se torcieron,
vueltos hacia la palma de sus manos, así... (Reproduce los gestos.) Sus ojos se
inyectaron en sangre, y se mordió la lengua... así, mire... Un torrente de saliva
silbó en su garganta. Su tronco giró y se retorció corno en un banco de carpintero;
el brillo de sus pupilas onduló como una llama de espíritu de vino; la espuma que
salía de su boca se sacudió entre los labios agitados y poco a poco muy lentamente,
se dejó caer, resbaló hacia atrás en su silla, como un borracho, y luego...
ADOLFO: (Sofocado) ¡Basta!
GUSTAVO: Y luego... ¿Se siente usted mal?
ADOLFO: Sí.
GUSTAVO: (Se levanta para ir a buscar un vaso de agua.) Beba, y hablemos de
otra cosa.
ADOLFO: Gracias... Pero siga...
GUSTAVO: ¿Se empeña usted?... Cuando volvió en sí, no se acordaba de nada.
Cosa natural, por otra parte, puesto que había perdido el conocimiento. ¿En alguna
ocasión ha sentido usted algo parecido?
ADOLFO: Muchas veces tuve vértigos, pero mi médico declaró que se debían a la
anemia.
GUSTAVO: Así se empieza. Y créame que está en peligro, y que la epilepsia no
tardará en manifestarse si no se cuida.
ADOLFO: ¿Qué debo hacer?
GUSTAVO: Ante todo, observar una abstinencia completa.
ADOLFO: ¿Durante cuánto tiempo?
GUSTAVO: Al menos, durante seis meses.
ADOLFO: No es posible. Eso significaría desorganizar nuestra vida común.
GUSTAVO: En ese caso... “¡Adiós adorados campos!”
ADOLFO: (Se cubre el rostro can un paño.) ¡No puedo!
GUSTAVO: ¿No puede... y se trata de su vida? Puesto que se ha confiado a mí en
absoluto, dígame la verdad: ¿no hay en el fondo de su ser una herida más que le
tortura, otra pena secreta? La vida es tan extraña y las ocasiones de desencanto
son tan frecuentes, que es difícil encontrar una razón única para los desacuerdos
íntimos. ¿No hay en la sentina del navío que lo transporta un cadáver que intenta
ocultarse a sí mismo? Recuerdo que últimamente me habló usted de un hijo que
estaba en un colegio interno, no sé donde. ¿Por qué no lo conservó a su lado?
ADOLFO: Mi mujer quería que fuese educado fuera. La casa de un artista no se
presta...
GUSTAVO: ¿No hubo alguna otra razón... más convincente?
ADOLFO: Es usted tenaz como un confesor.
GUSTAVO: Sea franco.
ADOLFO: Pues bien, influyó mucho el que la niña, a los tres años, empezara a
parecerse de una manera sorprendente... al primer marido.
GUSTAVO: ¡Ah!.. ¿Lo vio usted en alguna ocasión?
ADOLFO: Nunca. Sólo una vez miré furtivamente un mal retrato, pero no pude
comprobar el parecido en cuestión.
GUSTAVO: Por lo general, la fotografía no suele tener sino una semejanza lejana
con el original. Además, con el tiempo, su tipo pudo modificarse. ¿No despertó
sospechas en usted?
ADOLFO: Absolutamente ninguna. La niña nació un año después de nuestro
matrimonio, Y el marido viajaba cuando yo conocí a Tecla; se encontraba en este
mismo balneario, en este mismo hotel. Por esta razón, precisamente, venimos a
veranear aquí.
GUSTAVO: Por lo tanto, toda sospecha es imposible, y en el caso presente no debía
usted tener ninguna, porque no es raro que los hijos de una mujer casada en
segundas nupcias se parezcan al marido difunto. Esta aventura es desagradable.
Seguramente por evitarlo los indios quemaban a las viudas sobre las tumbas de los
esposos. ¿Y nunca se sintió celoso de ese marido, de su recuerdo? ¿No le sería a
usted odioso, paseando en cualquier parte, encontrarlo y ver que mira a su Tecla
de usted y leer en su mirada lo que piensa, tan claro como si dijera en voz alta. “La
hemos...”, en vez de: “La he...” “La hemos poseído los dos”, por ejemplo?
ADOLFO: No puedo negar que a veces lo pienso.
GUSTAVO: ¡Ah, vamos! ¡Y la cosa no acaba ahí por desgracia! Como usted ve, en la
vida hay accidentes contra los que no se puede hacer nada. No le queda más
remedio que taparse los oídos con cera, y a trabajar... Trabajad, envejeced, apilad
una suma de impresiones nuevas, y el cadáver, en la bodega, continuará
perfectamente tranquilo bajo la tapa de su féretro herméticamente cerrado.
ADOLFO: Perdone que lo interrumpa. Pero es extraño que en ciertos momentos me
haga usted pensar en Tecla por su modo de hablar. Tiene un modo de guiñar el ojo
que me recuerda exactamente una costumbre de ella, y sus miradas tienen sobre
mí el mismo influjo.
GUSTAVO: ¡No en verdad!
ADOLFO: Ah! Mire usted, acaba de decir ese “No en verdad” con el mismo tono
descuidado de ella. La expresión “¡No en verdad!” es una de sus costumbres.
GUSTAVO: Sí, es probable que haya entre nosotros lo que se llama “aire de
familia”. ¿No se dice, por otra parte, que el mundo es una familia inmensa? Pero es
curioso, sin embargo, y tengo verdadero interés en conocer a su esposa y en
observar todas esas pequeñas rarezas.
ADOLFO: Y me da mucho que pensar. Nunca emplea ninguna de mis expresiones
personales. Parece evitarlas, por el contrario. ¡Jamás la vi esbozar siquiera un gesto
mío! Sin embargo, en todas partes existe entre los esposos una tendencia a
modelarse inconscientemente entre sí.
GUSTAVO: Así es. Pero, oiga usted, amigo mío... ¡Esa mujer no lo ha amado nunca!
ADOLFO: ¿Cómo dice?
GUSTAVO: Perdone. El amor de la mujer, amigo mío, siempre tiende a apropiarse,
a tomar algo. La mujer que ama, recibe; el hombre que ama, da. Observe bien la
diferencia. Si no ha tomado nada de usted, señal de que no lo ama, de que nunca
lo amó.
ADOLFO: En resumidas cuentas, ¿cree usted que no se puede amar más que una
vez?
GUSTAVO: No. Uno se deja “engatusar” sólo una vez. Luego tiene los ojos bien
abiertos. A usted nunca lo engatusaron. Ande alerta con los que lo fueron. Son
gentes peligrosas.
ADOLFO: Sus palabras penetran como hojas cortantes en mi carne. Siento que algo
en mí se desgarra, y no lo puedo impedir. Pero me procura una impresión
agradable, como si se abrieran conductos que no podían abrirse y se vaciaran de
pronto. No me ha amado nunca! ¿Por qué se casó conmigo, entonces?
GUSTAVO: Empiece por decirme de qué modo se ofreció a usted, cómo se las
arregló para enamorarlo... ¿Fue ella quien se apoderó de usted, o usted quien se
apoderó de ella?...
ADOLFO: ¡Sólo Dios lo sabe!... Es una pregunta realmente embarazosa... ¿Cómo
ocurrió aquello?... No se hizo todo en un día.
GUSTAVO: Permítame que procure saber...
ADOLFO: ¡Trabajo perdido!
GUSTAVO: Con lo que me ha dicho usted de sí mismo y de su esposa, en una sola
ojeada veo lo suficiente para reconstituir todas las etapas de la aventura... ¿Lo
duda? Pues escuche... (Sin pasión, casi bromeando.) El esposo parte para un viaje
de estudio. Ella queda sola y siente un placer formidable al pensar que es libre.
Luego... ¡muy pronto!... la soledad le pesa, y supongo que después... de quince
días de ayuno, nuestra joven siente mucho el aislamiento. Pero aparece el otro, y el
vacío que sentía se llena poco a poco. Establece un paralelo. La imagen del ausente
comienza borrarse, por la sencillísima razón de que se aleja cada vez más... Ya
sabe usted que los ausentes siempre merecen ser censurados. De pronto, en ellos
la pasión se revela, y los turba: se inquietan por sí mismos, por su conciencia...
piensan en él... Buscan un refugio, ponen una hoja de parra a su amor: Juegan “al
hermano y la hermana”; y cuanto más se inclinan sus sentimientos a la
sensualidad, más los poetizan y los espiritualizan en sus constantes relaciones.
ADOLFO: ¡Juegan “al hermano y la hermana”!... ¿Cómo sabe...?
GUSTAVO: Creo que es lo indicado. Los niños juegan al papá y la mamá. Cuando
crecen juegan al hermano y la hermana. Todo esto para ocultar lo que
efectivamente ha de permanecer oculto. Luego, nuestros amantes hacen voto de
castidad; juegan entre sí una partida perpetua de escondite, hasta que se
encuentran en cualquier rincón bien sombrío, donde permanecen tranquilos,
convencidos íntimamente de que nadie los ve... (Con austeridad fingida.) Pero
llegan a presentir que alguien los observa... y se asustan. En su espanto, ven el
fantasma del ausente. Atraviesa sus sueños, espectro de dimensiones inquietantes;
se transforma y metamorfosea. Su sueño de amor esbozado acaba en pesadilla. Y
el ser fantástico se convierte en un acreedor despiadado que llama a la puerta de
su casa... Entreven su mano negra, cuyos dedos aparecen en la mesa cuando tocan
los manjares comunes; y en el silencio de la noche, en el que sólo debiera oírse el
latido de su pulso, distinguen el sonido discordante de su voz... Esto no les impide
adorarse, pero atormenta su felicidad. Y cuando descubren el poder oculto que los
tortura quieren huir, pero en vano. No pueden sustraerse al recuerdo que los
persigue a la deuda dejada tras sí, y lo que reclama el acreedor; a la opinión
pública, cuyo juicio los espanta. Incapaces de soportar por más tiempo el recuerdo
de la deuda contraída, golpean el suelo con el pie, para que surja de él el macho
cabrío emisario a quien comenzarán a cargar con su falta, para degollarlo de
inmediato. Se creían espíritus libres, exentos de los prejuicios del mundo, pero no
intentaron unir sus existencias abiertamente, declarándolo sin vacilaciones, con
franqueza: “¡Nos amamos!” ¡Eran viles, y habían de pensar en asesinar a su
tirano!... ¿No es eso?...
ADOLFO: Sí, pero olvida que ella ha educado mi alma, y que yo he conocido por
ella nuevos pensamientos...
GUSTAVO: ¡Claro que no lo olvido! ¿Pero por qué no pudo educar al otro de igual
manera y hacer de él un espíritu libre?...
ADOLFO: Ya le he dicho que era un idiota.
GUSTAVO: Sí, sí... es verdad, ¡era un idiota! Pero “idiota” no es sino una indicación
vaga, y a juzgar por el carácter que su mujer le da en su novela, su idiotez se
limita esencialmente a su incapacidad de comprenderla. Permítame que le haga una
pregunta. ¿Es su mujer un espíritu tan profundo? Por mi parte, nunca encontré tal
profundidad en sus escritos.
ADOLFO: Yo tampoco. Y convengo de buena gana en que mi querida Tecla no es de
un trato muy fácil, ni siempre resulta muy cómodo comprenderla. Ocurre como si el
mecanismo de nuestros dos cerebros engranara mal algunas veces, y como si algo
se rompiese en mi cabeza, cuando trato de poner sus ideas de acuerdo con las
mías.
GUSTAVO: Quizá sea usted también un idiota.
ADOLFO: Me complazco en creer que no. Creo que sus juicios son casi siempre
falsos. Hágame el favor de leer esta carta que he recibido hace poco. (La saca de
su cartera).
GUSTAVO: (Leyendo rápidamente.) ¡Hum!, conozco este estilo.
ADOLFO: Algo “hombre”, ¿verdad?
GUSTAVO: Sí. Conozco a una persona que escribe casi de la misma manera.
¡Cómo!... ¿Todavía le llama “Querido hermanito”? ¿Persiste usted aún en
representar una comedia ante sí mismo? Aunque seca, ¿conserva todavía su hoja
de parra?... ¿Acaso no la tutea?
ADOLFO: No siempre. Me parece más respetuoso.
GUSTAVO: ¡Ah! ¡Y también para inspirarle a usted más respeto se llama hermana
suya!
ADOLFO: Quiero siempre estimarla más que a mí mismo, como si fuese una
transfiguración de mi Yo.
GUSTAVO: ¡Ah! ¡Sea usted mismo su Yo superior! Quizá resulte un poco menos
cómodo que utilizar un suplente, pero es más meritorio. Según eso, ¿procura usted
ser inferior en todo a su esposa?
ADOLFO: Así es. ¿Qué quiere usted? Gozo al sentirla superior a mí. Yo le he
enseñado a nadar, por ejemplo. Pues bien, ahora me gusta oírla decir en voz alta
que nada mejor y es más atrevida que yo. En las primeras lecciones, yo me
mostraba más torpe y cobarde que ella, y, poco a poco, llegó un día en que me
encontré, pero ya realmente, menos capaz y menos valiente... como si ella me
hubiese arrebatado la energía.
GUSTAVO: ¿Le enseñó usted alguna otra cosa?
ADOLFO: Sí... Pero quedará entre nosotros, ¿verdad? Le enseñé ortografía, que
ignoraba en absoluto; ¡y si la oyese usted hablar de eso!... Le confié la
correspondencia... Ella escribe o contesta... No lo creerá usted; por falta de
práctica, al cabo de un año he olvidado lo que sabía de gramática. ¿Cree usted que
recuerda alguna vez que yo fui quien la inició en esta ciencia, que desconocía?
Nada de eso. ¡Y ahora me tratan a mí de idiota!
GUSTAVO: ¡Ah! ¡Hoy es a usted a quien tratan de...!
ADOLFO: En broma, naturalmente.
GUSTAVO: Desde luego. ¡Pero eso es canibalismo puro, amigo mío!... ¿No lo ve
usted? Ha procedido como los salvajes que se comen a sus enemigos, no por
recrearse con su carne, sino por asimilar sus cualidades superiores. Esa mujer se
ha asimilado su saber, su valor, ¡toda su alma!
ADOLFO: ¡Y mi fe, no lo olvide!... (Pausa breve.) Yo fui quien la incité a escribir su
primer libro...
GUSTAVO: (Haciendo un gesto.) ¡Ah!
ADOLFO: La sostuve con mis elogios, cuando su trabajo me parecía imperfecto. La
introduje en los medios literarios, donde no tuvo más que ir cogiendo la flor de
tantos talentos. A costa de infinitos trabajos, logré que la crítica se ocupara de ella.
Yo le comuniqué su ardor y su fuerza, con tanto vigor que acabé por perder mi
energía. Di, di, di, hasta que me quedé sin nada. ¿Sabe usted?, le voy a contar
todo, ¿sabe usted lo que le digo? Hoy, más que nunca, el Alma me parece una cosa
maravillosa... En el instante en que mis frutos artísticos iban a eclipsar los suyos...
¡y su fama!, animé su valor empequeñeciéndome ante ella, disminuyendo mi arte;
hice grandes esfuerzos por demostrar con tanta insistencia la escasa importancia
del papel de los pintores, e imaginé razones tan convincentes, que yo mismo llegué
a creerme. Un día comprendí lo inútil de mi pintura. Y cuando usted me conoció, no
necesitó sino soplar suavemente sobre mi castillo de naipes para derribarlo.
GUSTAVO: No sé si recuerdo bien... pero creo que al principio de nuestra
conversación pretendía usted que no había tomado nada de usted.
ADOLFO: Ahora es muy distinto. Ya no hay en mí nada que tomar.
GUSTAVO: La serpiente se hartó. Y hoy devuelve lo que tomó.
ADOLFO: Tal vez tomará de mí más de lo que yo pensaba.
GUSTAVO: ¡Oh!, puede estar seguro de eso. “Tomaba” sin cesar y usted no se daba
cuenta. “Escamoteaba” sería el término justo.
ADOLFO: Últimamente, ya no hacía casi nada por educarme.
GUSTAVO: Mientras que usted hacía cada vez más, por educarla a ella. Sin
embargo, tenía el arte de convencerlo a usted de lo contrario. ¡Ah! ¡me gustaría
mucho saber cómo se las arreglaba para hacer de usted un ser superior!
ADOLFO: ¡Oh!, primeramente... ¡Hum!
GUSTAVO: ¿Que?
ADOLFO: Fui yo quien...
GUSTAVO: No, perdón, fue ella quien...
ADOLFO: Francamente, no podría decirlo.
GUSTAVO: Ya ve.
ADOLFO: Sin embargo... (Cediendo.) ¡Así se llevó toda mi fe! E iba decreciendo de
a poco cuando apareció usted para darme una fe nueva...
GUSTAVO: (Sonriendo irónicamente.) ¿En la escultura?
ADOLFO: (Indeciso.) Sí.
GUSTAVO: ¿Y usted cree en la escultura, en un arte abstracto, muerto, vestigio de
la infancia de los pueblos?... ¿Cree usted, con la forma pura y las tres
dimensiones?... ¿eh?... ¿cree poder obtener un efecto sobre los sentidos realistas
de las gentes de hoy, procurar ilusiones sin los colores?... Sin los colores, ¿ha
oído?... ¿Cree todo eso?
ADOLFO: (Abrumado.) No.
GUSTAVO: Yo tampoco.
ADOLFO: Entonces, ¿por qué me hizo usted pensar?...
GUSTAVO: Porque le tenía lástima.
ADOLFO: Debo inspirar compasión, en efecto. No llegaré a pagar la deuda
contraída. ¡Ya estoy en las últimas! ¡Y lo peor es que ella ya no es mía!
GUSTAVO: ¿Y qué necesidad tiene de que lo sea?
ADOLFO: Reemplazaría en mí al dios de las alturas, haría por mf lo que él hizo
mientras creí en él... Constituiría el objeto indispensable para satisfacer la
necesidad de veneración que siento en mí...
GUSTAVO: Sepulte esa veneración. Que desaparezca aplastada bajo un desprecio
salvador.
ADOLFO: No puedo vivir sin respetar...
GUSTAVO: ¡Esclavo!
ADOLFO: No puedo adorar a una mujer sin respetarla.
GUSTAVO: ¡Al diablo con todo eso!... ¡Entonces, vuelva usted a enamorarse de su
Dios, si le es absolutamente necesario un ídolo para santiguarse delante de él!
¡Vaya un ateo, que todavía conserva en su carne vil la superstición de la mujer!
¡Vaya un espíritu libre, que no se atreve a expresarse libremente acerca de las
mujeres a causa de la impresión que le producen! ¿Sabe usted qué hay de
misterioso, incomprensible y profundo en su Tecla?... ¡La estupidez! (Le pone la
carta ante los ojos.) ¡Mire! Ni una sola vez puede distinguir el régimen directo del
régimen indirecto, lo que revela que hay un vicio en su mecanismo mental. ¡Faldas,
he ahí lo que es todo eso! Póngale un pantalón, dibújele bajo la nariz unos bigotes
con carbón, y óigala decir su stock de ideas profundas. ¡Verá qué sonido tan
distinto! Un fonógrafo, querido, nada más que un fonógrafo, que repetirá sus
palabras y las de los otros, algo atenuadas. ¿Conoce bien la conformación de la
mujer? Sí, ¿no es verdad? Es un adolescente con el pecho desarrollado, una especie
de hombre abortado, un niño afinado, precoz, cuyo crecimiento se ha detenido
prematuramente; Un ser clorótico, anémico y crónico, que tiene flujos de sangre
trece veces al año...
ADOLFO: Muy bien... lo admito... Pero, ¿cómo explicar entonces que hoy podamos
ser semejantes?
GUSTAVO: ¡Alucinación! Poder de atracción de las faldas. ¡O quizá se hayan
ustedes vuelto realmente semejantes! La nivelación es cosa hecha. Su fuerza
capilar ha elevado el agua sin duda a la misma altura. Y el nivel se ha establecido...
(Mira su reloj.) Pero... ya hace seis horas que estamos hablando... y su mujer no
tardará en llegar. Quizá fuera conveniente levantar la sesión y dejar a usted
algunos momentos de descanso...
ADOLFO: No... quédese, quédese, se lo ruego... No me atrevo a estar solo.
GUSTAVO: ¡Oh! Apenas un segundo. Su mujer no puede tardar.
ADOLFO: Sí, se acerca. ¡Es extraño! Languidezco por ella, y tengo miedo de verla.
Me acaricia, se muestra afectuosa, pero sus besos me ahogan, me aniquilan, me
insensibilizan. Me sucede lo mismo que con el pobre pequeño saltimbanqui a quien
el clown pellizca fuertemente en las mejillas cuando están entre bastidores, a fin de
que las tenga encarnadas al aparecer ante el público.
GUSTAVO: La observación es dolorosa, querido amigo; y sin ser médico puedo muy
bien decir a usted que se consume; no hay más que mirar sus últimos cuadros para
comprenderlo del todo.
ADOLFO: ¿Cómo dice?
GUSTAVO: Su colorido se ha hecho clorótico, tan débil y tan lavado, que por debajo
se entrevé la pintura pálida del lienzo. Me parece que veo apuntar por detrás sus
descarnadas mejillas de una blancura de yeso.
ADOLFO: (Golpeándose.) ¡Basta, basta!
GUSTAVO: ¡Y no crea que es una expresión exclusivamente personal! ¿Ha leído el
periódico de esta mañana?
ADOLFO: (Estremeciéndose.) No.
GUSTAVO: Está sobre la mesa.
ADOLFO: (Tratando de coger el periódico, pero sin decidirse.) ¿Es muy severo?
GUSTAVO: ¡Un mazazo! ¿Quiere que se lo lea?
ADOLFO: No, gracias.
GUSTAVO: Si quiere, me puedo retirar...
ADOLFO: ¡No, no, no! No sé qué me pasa. Veo que comienzo a odiarlo, y sin
embargo no puedo decidirme a dejarlo marchar. Me ayuda a salir del agujero que
había hecho en el hielo en que me sumergía; hago gustoso cuanto puedo por
secundar sus esfuerzos, y cuando llego a la orilla... ¡paf!, me sumerge usted de
nuevo en el abismo glacial, y me asesta un violento golpe en la cabeza. Mientras
poseí mis secretos, pude sentirme con entrañas. Ahora estoy vacío. En cierto
cuadro de un maestro italiano se ve a un santo cuyos intestinos se elevan en torno
de un cabestrante. El mártir, en tierra, contempla el suplicio, y se ve adelgazar a
medida que se espesa el rodillo. Así, tengo la sensación de que usted se ha hecho
más fuerte arrancándome lo que sentía palpitar en mí, y ahora se marcha
llevándose los repliegues de mi ser, el corazón de mi corazón, y no deja detrás sino
un esqueleto vacío.
GUSTAVO: ¡Qué imaginación! Su mujer no tardará en regresar, y en ella encontrará
el “corazón de su corazón”.
ADOLFO: No, ya no. Usted ha aniquilado todo lo que había en mí. Detrás suyo todo
ha caído hecho ceniza: ¡mi arte, mi amor, mis esperanzas, mi fe!
GUSTAVO: Todo esto ya estaba abrasado cuando yo llegué.
ADOLFO: En parte, quizá: Pero algo podía haberse salvado aún. Ahora es
demasiado tarde. ¡Incendiario! ¡Asesino!
GUSTAVO: Lo que hemos practicado, a lo sumo, es una roza.
ADOLFO: ¡Ah! ¡Lo odio! ¡Lo maldigo!
GUSTAVO: Lo cual es un buen síntoma. ¡Señal de que aún tiene fuerza! Y desearía
que aumentase. ¿Quiere escucharme y obedecerme en todo?
ADOLFO: Haga lo que quiera. No tengo más remedio que someterme.
GUSTAVO: (Levantándose.) ¡Entonces, míreme! ¡De frente!
ADOLFO: (Mirándolo a la cara.) ¡Ah! Me mira con ojos perturbadores... que me
llevan hacia usted.
GUSTAVO: Ahora escúcheme... con toda atención.
ADOLFO: Sí, pero hable sólo de usted. No de mí. Yo no soy más que una llaga y no
puedo sufrir que me toquen.
GUSTAVO: ¿Qué quiere que le diga de mí? Soy profesor en un colegio, viudo, y
viajo incidentalmente. Punto. Y nada más. Deme la mano.
ADOLFO: ¡Qué fuerzas tan considerables debe ocultar en sí! Al tomar su mano, me
parece haber puesto la mía sobre una pila eléctrica.
GUSTAVO: ¡Y decir que yo fui tan débil como usted! ¡Levántese!
ADOLFO: (Levantándose y cogiendo a Gustavo por el cuello.) Soy como un niño
cuyos huesos no están formados, y mi seso se encuentra al descubierto.
GUSTAVO: (Con acento de mando) ¡Cruce la habitación!... ¡Vamos!
ADOLFO: ¡No podría!
GUSTAVO: ¡Hágalo, o le pego!
ADOLFO: (Irguiéndose.) ¿Cómo dice?
GUSTAVO: ¡Le dicho que lo haga o le pego!
ADOLFO: (Dando un salto hacia atrás.) ¡Ustedi
GUSTAVO: ¡Bravo! La sangre se le ha subido a la cabeza y ha recobrado su energía.
Ahora voy a galvanizarlo. ¿Dónde está su mujer?
ADOLFO: ¿Que donde está mi mujer?
GUSTAVO: Sí.
ADOLFO: Ha ido a... a una asamblea general.
GUSTAVO: ¿Está seguro?
ADOLFO: Segurísimo.
GUSTAVO: ¿Y por quién se celebra esa asamblea?
ADOLFO: Por un asilo de huérfanos.
GUSTAVO: ¿Se separaron como amigos?
ADOLFO: (Vacilando.) ¿Como amigos?... No...
GUSTAVO: En ese caso, sería como enemigos. ¿Qué le dijo usted para ofenderla?
ADOLFO: Usted es horrible. Me da mucho miedo... ¿Cómo puede saber...
GUSTAVO: Con tres números dados, yo descubro qué cifra es mi X... ¿Qué le dijo?
ADOLFO: ¡Ah! ... sólo dos palabras, dos palabras terribles, que quisiera no haber
pronunciado... ¡Oh! sí, que quisiera no haber pronunciado...
GUSTAVO: No tiene importancia. Diga qué fue,
ADOLFO: La llamé... “vieja coqueta”.
GUSTAVO: ¿Qué más?
ADOLFO: Nada más.
GUSTAVO: ¿De veras? Tal vez lo haya olvidado, o quizá no lo quiera recordar. ¡Y
dejó resbalar todo al cajoncito del olvido! Es necesario abrirlo.
ADOLFO: No recuerdo nada.
GUSTAVO: Pero yo sí. Agregó lo siguiente, más o menos: “No tienes vergüenza, si
aún abrigas alguna pretensión. A tu edad ya no se encuentran adoradores”.
ADOLFO: Es posible, en efecto, que haya dicho eso. Pero, ¿Cómo diablos lo sabe?
GUSTAVO: Cuando venía para aquí oí contar esa historia en el vapor.
ADOLFO: ¿A quién?
GUSTAVO: ¡A ella! ... Se la contaba a cuatro jóvenes, que la acompañan. Es como
los viejos: le gustan los adolescentes...
ADOLFO: No veo en eso nada culpable...
GUSTAVO: En efecto... ¿Por qué lo ha de ser más que jugar al hermano y la
hermana cuando se es padre y madre?
ADOLFO: ¿Así que ya la conoce?
GUSTAVO: Sí. Pero no la conoce, puesto que no la vio, puesto que no estaba
presente entonces. Y justamente por esta razón un marido no logra nunca conocer
a su esposa. Nunca la ve tal cual es. ¿No tiene consigo un retrato de ella? (Adolfo
saca una fotografía de su cartera. Mirándola.) ¿Se hizo esta fotografía delante de
usted?
ADOLFO: No.
GUSTAVO: Pues mire ahora. ¿Se parece realmente este retrato a los que usted ha
hecho de ella? No. Las facciones se parecen, pero la expresión del rostro no es la
misma... Pero usted no se encuentra en disposición de juzgar acerca de esto,
porque reemplaza esa imagen por su imagen interior. Olvide por un momento el
original y mire esta copia, pero mírela como pintor... ¿Qué ve? No es por el placer
de mentir, pero para mí eso representa una coqueta provocativa imitando a los
juegos del amor. Fíjese en ese rasgo único, ahí, en torno de la boca... ¿En alguna
ocasión lo vio? ¿Y esas miradas que buscan el hombre, otro hombre que no es
usted? ¿Y ese vestido escotado, esas arrugas en que se ve el desorden, esa manga
abierta?... ¿Me comprende?
ADOLFO: Sí... sí, lo veo todo.
GUSTAVO: Cuidado, joven.
ADOLFO: ¿Con qué?
GUSTAVO: Con su venganza. ¿No se acuerda de la herida que le hiciera en el
corazón al pretender que ya no tendría adoradores? ¡Ah! si hubiera calificado sus
obras literarias de vulgares, se hubiese echado a reír en sus narices, impulsada por
la falta de gusto literario de usted... Pero ¡sobre ese punto! Créame, si aún no se
ha vengado de esa acusación, no ha sido por falta de ganas.
ADOLFO: Me gustaría comprobarlo.
GUSTAVO: Infórmese.
ADOLFO: ¡Que me informe!
GUSTAVO: Obsérvela. Lo ayudaré, a poco que me lo ruegue.
ADOLFO: Pues vamos a verlo. ¡Y me costaría la muerte!... Pero, por otra parte, un
poco antes o un poco después... ¡Bah!, ¡qué importa!... ¡Hable!... ¿Qué hay que
hacer?
GUSTAVO: Dispense... En primer lugar... ¿Tiene su esposa algún punto
particularmente sensible?
ADOLFO: No... que yo sepa.
GUSTAVO: ¡Hola! El barco acaba de llegar. Dentro de un minuto estará en esta
habitación.
ADOLFO: Voy a recibirla.
GUSTAVO: No. Permanecerá aquí, por el contrario. Y recíbala mal. Si tiene la
conciencia pura, no dejará de armarle a usted una bonita escena, y sus reproches,
rectos como el granizo, caerán sobre los oídos de usted. Si es culpable, se
precipitará para llenarlo de caricias.
ADOLFO: ¿Está seguro?
GUSTAVO: Nada se puede jurar, eso es muy cierto. Donde menos se piensa salta la
liebre... Pero apostaría a que no me engaño. Esa es mi habitación. (Señala la de la
derecha.) Miraré desde ella mientras usted representa la comedia. Cuando haya
acabado, invertiremos los papeles. Yo entraré en la jaula y haré trabajar a su
serpiente, que usted podrá observar por el ojo de la llave. Después de esto nos
reuniremos en el jardín y cambiaremos nuestras pequeñas observaciones. Si veo
que afloja, daré en el suelo dos golpes con una silla.
ADOLFO: De acuerdo. Pero no se aleje de ningún modo. Necesito sentirlo presente
en esa habitación.
GUSTAVO: Esté tranquilo. Y ocurra lo que ocurra, no tenga miedo. Dentro de poco
verá cómo diseco un alma humana poniendo las entrañas desnudas sobre la mesa.
Esto ha de ser horrible para un novicio. Pero también es necesario verlo una vez.
No hay motivo ninguno para que pese más tarde. ¡Ah!, sobre todo, ni una palabra
de nuestro conocimiento y de nuestras relaciones en su ausencia. Ni una palabra,
¿verdad? ¡Pero silencio! La oigo en su cuarto. Canta algo entre dientes... así que
está furiosa... Siéntese ahí... en esa silla... Así se verá obligada a ocupar el canapé
y de ese modo podré mirarla cómodamente.
ADOLFO: Todavía falta una hora para la comida. No han llegado extranjeros... No
ha sonado la campana. Estaremos solos... por desgracia.
GUSTAVO: ¡Bueno!... ¡Ya empieza a sentirse débil!
ADOLFO: No es nada. Sí... me da miedo lo que va a suceder; y sin embargo no
puedo impedir que suceda. La piedra gira, y no fue la última gota de agua quien la
puso en movimiento, sino todas las gotas de agua, que acabaron por formar una
ola.
GUSTAVO: ¡Eh! ¡déjela dar vueltas!... ¡De ellas depende el reposo!... ¡Hasta muy
pronto! (Sale.)
ESCENA SEGUNDA
ADOLFO, sólo un instante; después TECLA
ADOLFO: (Permanece en pie un momento y mira la fotografía de Tecla, que tiene
en la mano. Luego la rompe, arroja los pedazos bajo la mesa, y se sienta en la silla
indicada por Gustavo. Se arregla la corbata y el pelo, se estira la levita, etc.)
TECLA: (Entra y se dirige hacia Adolfo y” abraza francamente; luego le dice, con
aire gracioso y jovial.) Buenos días, hermanito. ¿Cómo estás?
ADOLFO: (Medio vencido, al principio, se reanima luego y bromea.) ¿Has hecho
algo malo que vienes a abrazarme?
TECLA: Sí, algo horrible, que te quiero decir... he gastado todo mi dinero.
ADOLFO: ¿Y qué importa, si te has divertido?
TECLA: Sí, mucho. Pero no en la reunión filantrópica, con toda seguridad. Ha
resultado aplastante, valga la palabra. ¿Y mi gentil hermano? ¿Cómo lo ha pasado
mientras su paloma adorada volaba lejos del hogar? (Examina todos los rincones
del salón, como si buscara a alguien u ofatease algo.)
ADOLFO: Ha encontrado el tiempo larguísimo.
TECLA: ¿Y nadie le ha hecho compañía?
ADOLFO: ¡Ni un alma!
TECLA: (Observando a Adofo y sentándose en la chaise longne.) ¿Quién se ha
sentado aquí?
ADOLFO: Nadie.
TECLA: ¡Es curioso! La chaise longue está caliente, y hay un hueco en el brazo,
como si se hubiese incrustado un codo en él. Un codo de mujer, ¿verdad?
ADOLFO: ¿Hablamos en serio?
TECLA: ¡Ah! ¡Se ha ruborizado!, ¡se ha ruborizado!... ¡Tal vez mi hermanito quiera
hacerme rabiar un poco! ¡Oh!, ¡qué malo! Venga ahora mismo y confiésese con su
mujercita. Deje ver su pensamiento. (Lo atrae hacia sí. El se deja caer a sus pies, y
permanece can la cabeza sobre las rodillas de Tecla.)
ADOLFO: (Sonriendo.) ¿Sabes que eres un diablillo?
TECLA: No, no lo sé. No sé nada o sé muy poco de mí misma.
ADOLFO: ¿Nunca píensas sobre ti misma?
TECLA: (Recelosa, observándolo) ¿Yo? No pienso más que en mí... soy una egoísta
consumada. Pero, ¡qué filósofo y grave te has vuelto!
ADOLFO: Pon tu mano sobre mi frente.
TECLA: (Haciéndose la niña.) Creo que aquí dentro hay mariposas negras. Hay que
ahuyentarlas, ¿verdad? (Lo besa en la frente.) A ver. Estoy segura de que ya te
sientes mejor.
ADOLFO: Sí, estoy mejor. (Pausa.)
TECLA: Ahora, mi hermanito va a decirme en qué se ha ocupado estos días. ¿Ha
pintado algo?
ADOLFO: No, he renunciado a la pintura.
TECLA: ¿Cómo?... ¿Que has renunciado a la pintura?
ADOLFO: ¡Ah!, ¿vas a reñirme?... ¡Qué quieres! Ya no podría pintar.
TECLA: ¿Y entonces qué vas a hacer?
ADOLFO: Me dedicaré a la escultura.
TECLA: ¿Así que estarás cambiando constantemente de ideas?
ADOLFO: Quizá, pero no seas mala... y mira... ¡examina un poco esa figura!
TECLA: (Desvelando la figura de cera.) ¡Ah! (Traviesa.) ¿Quién es... ella?...
ADOLFO: Adivínalo.
TECLA: (Tiernamente.) Podría ser una mujercita... ¿No te da vergüenza?...
ADOLFO: ¿Hay algún parecido?
TECLA: (Con malicia.) ¿Cómo quieres que lo sepa? La cara no está hecha.
ADOLFO: Sin embargo, cuando hay tantas otras cosas indicadas... tantas bellezas...
TECLA: (Le da golpecitos en la mejilla y le tapa la boca.) ¿Quiere cerrar esa boca
enseguida? Si no... le daré un beso en ella.
ADOLFO: (Defendiéndose.) ¡No, eso no! ¡Si entrase alguien!...
TECLA: ¡Vaya una ocurrencia! ¿Acaso ya no hay derecho a abrazar a su marido?
¿Acaso no es ése mi simple derecho, mi derecho legal?
ADOLFO: De acuerdo. Pero lo que tú ignoras es que las gentes de la fonda no nos
creen casados, porque nos abrazamos con demasiada frecuencia en público: y
como a veces reñimos en nuestro cuarto, esto les confirma en su creencia, porque
todos los amantes obran de la misma manera.
TECLA: ¿Y para qué tenemos que seguir riñendo? ¿Mi hermanito no puede ser
siempre amable como ahora? Di, ¿no quieres ser bueno?... ¿No quieres que seamos
felices?
ADOLFO: Sí, lo quiero... Pero...
TECLA: ¿Qué?... ¿Qué hay, hermanito?... ¿Y quién te ha metido en la cabeza que ya
no podrías pintar?
ADOLFO: ¿Quién? ¿Siempre has de buscar otra persona tras de mi personalidad o
de mis ideas? ¿Tienes celos?
TECLA: ¡Sí, tengo celos!... Tiemblo porque alguien llegue cualquier día y te me
arrebate.
ADOLFO: ¿Por qué ese temor, si sabes que no puedo soportar otra mujer a mi lado,
si sabes que no podría vivir sin ti?
TECLA: No es una mujer quien me da miedo.... sino tus amigos.... sí, tus amigos,
que deforman tus ideas.
ADOLFO: (Examinándola.) ¿Tiemblas?... ¿Por qué? ¡Dímelo!
TECLA: (Levantándose.) Aquí ha estado alguien... ¿Quién?
ADOLFO: (Por un gesto de Tecla.) ¿Ya no quieres que te mire?
TECLA: No, así no. No es así como acostumbras mirarme.
ADOLFO: ¿Y cómo te miro?
TECLA: Procuras ver dentro de mí.
ADOLFO: En ti, sí... ¡En tu alma! ¡Quiero saber qué hay dentro!
TECLA: Pues entonces mira como quieras, cuanto quieras; no tengo nada que
ocultar. Pero aquí hay algo. Has cambiado de modo de hablar. Tus expresiones no
son las de antes. (Con mirada escrutadora.) ¿Ahora haces filosofía? (Avanzando
directamente hacia él) Dime, ¿quién ha estado aquí hace poco?
ADOLFO: Mi médico.
TECLA: ¿Tu médico?... ¿Quién es?
ADOLFO: Es el médico de Stromstadt.
TECLA: ¿Cómo se llama?
ADOLFO: Sjóberg.
TECLA: ¿Qué te ha dicho?
ADOLFO: Muchas cosas... Entre otras, que estaba a punto de sufrir crisis
epilépticas.
TECLA: ¡Entre otras cosas!... ¿Qué más te ha dicho?
ADOLFO: Algo muy enojoso.
TECLA: Dime qué.
ADOLFO: Nos prohíbe hasta nueva orden toda relación conyugal.
TECLA: Eso es... ¡Precisamente lo que yo temía!... Trabajan todo lo posible por
separarnos... ¡Ah!, ¡no es la primera vez! ¡Llo observo!
ADOLFO: ¡Mientes! No has podido observar lo que no existió nunca.
TECLA: ¿Estás seguro?
ADOLFO: Sí; no has podido ver lo que no existía. Pero el miedo pone en
movimiento tu imaginación y turba tu vista. ¿Quieres que te diga una cosa?... ¡Tu
único temor era que yo me sirviese un día de los ojos de otro para verte tal cual
eres!
TECLA: Dale gusto a tu fantasía, querido Adolfo. La bestia horrible oculta en el alma
humana te impulsa a desvariar.
ADOLFO: ¡Divinamente! Dime de dónde te nace ese pensamiento; te lo suplico... Te
lo habrán transmitido, sin duda, los jóvenes que te rodeaban en el vapor... ¿No es
verdad?
TECLA: (Sin perder lii calma.) Justamente. Lo que prueba que aun de la juventud
se puede aprender algo.
ADOLFO: Parece que te dispusieras a amar a la juventud.
TECLA: ¡Que me dispongo a amar!... ¡La he amado siempre, puesto que te he
amado a ti! ¿Acaso te parece un crimen?
ADOLFO: No... mientras yo sea el más querido, el único amado.
TECLA: (Cariñosa, traviesa.) Pero eso es imposible, hermanito, puesto que mi
corazón es demasiado grande para uno solo; tú sabes muy bien que está hecho
para muchos.
ADOLFO: Peor para él. De hoy en adelante, el hermanito no quiere tener hermanos.
TECLA: ¡Ah!... Pero en cambio quiere venir aquí para que su mujercita le tire de las
orejas, porque el hermanito está celoso, y eso merece un castigo. (En este
momento se oyen dos golpes dados con una silla en el suelo del cuarto contiguo.)
ADOLFO: ¡No!... Basta de juego. ¿Quieres? Tengo que hablarte... con seriedad.
TECLA: (Siempre haciéndose la niña.) ¡Dios santo! ¡Ahora quieres hablar
“seriamente”!... Lo cierto es que se ha vuelto todo un hombre. (Le toma la cabeza y
lo abraza.) A ver, pronto, una risita... Ríe, animalucho... Ríe a tu “chachita”.
ADOLFO: (Riendo a pesar suyo.) ¡Eres verdaderamente una hechicera! ¡Creo que
dispones de un poder mágico!
TECLA: ¿Por qué te rebelas entonces contra quien sabe castigar tan bien?
ADOLFO: (Volviendo a sentarse.) ¡Tecla!... Ponte de perfil por un momento. Voy a
dar tu rostro a esta figura.
TECLA: Con mucho gusto. (Se pone de perfil)
ADOLFO: (Clava en ella la mirada y finge modelar.) No pienses en mí... ¡Piensa en
otro!
TECLA: ¡En mi última conquista!
ADOLFO: Sí, en ese joven casto.
TECLA: ¡En él!... Muy bien. Tenía un bigotito muy fino. Sus mejillas parecían dos
duraznos rosados, tan transparentes y frescos que daban ganas de morder.
ADOLFO: (Muy sombrío.) Conserva ese rasgo de junto a la boca.
TECLA: ¿Cuál?
ADOLFO: Ese rasgo desvergonzado, cínico, que no te conocía.
TECLA: (Con un gesto.) ¿Este?
ADOLFO: Ese, sí. ¿Sabes cómo representa Bret-Flarte el adulterio?
TECLA: (Riendo) No; no tengo el honor de conocer a ese caballero.
ADOLFO: Como una mujer pálida que nunca se ruboriza.
TECLA: ¡Oh! ¡Nunca! ¡Vamos, hombre! Al ver a su amante, se ruborizará... Sólo
que ni el marido ni el señor Bret estarán allí para verlo.
ADOLFO: ¿Estás segura de lo que dices?
TECLA: (Corno antes.) Segurísima. Y si el marido mismo no consigue que su mujer
se ruborice... ¡Peor para él, porque se pierde un espectáculo encantador!
ADOLFO: (Exasperado.) ¡Tecla!
TECLA: ¡Loquillo!
ADOLFO: ¡Tecla!
TECLA: Que me diga solamente que soy la adorada de su corazón, y veremos si me
pongo o no encarnada como una fresa... Vaya, ¡hazlo!
ADOLFO: (Desarmado.) Estoy tan furioso que quisiera morderte, ¡monstruo!
TECLA: (Coqueteando.) Pues anda, muerde... ¡Vamos! (Le tiende los brazos.)
ADOLFO: (Abrazándola apasionadamente.) Y morderte... ¡hasta matarte!
TECLA: (Bromeando.) ¡Cuidado!... ¡Alguien se acerca!
ADOLFO: ¿Ya mi qué me importa de la gente? Fuera de ti, no me preocupa nada.
TECLA: ¡Y si yo te faltase un día!
ADOLFO: Me moriría.
TECLA: (Irónica.) Pero no hay por qué temerlo... ¿Qué peligro puede haber con una
vieja coqueta como yo, que ya no puede encontrar adoradores?
ADOLFO: ¡Tecla, Tecla!... ¿No has olvidado mis palabras insensatas?... Sabes de
sobra que las retiro.
TECLA: ¿Podrías explicarme cómo eres tan confiado y celoso a la vez?
ADOLFO: ¡Explicártelo!... ¡No, no te lo puedo explicar! ¿Quizá sea que me asalta el
recuerdo de la pasión que sentías por tu primer marido? A veces me imagino
nuestro amor como un lindo poema, como una defensa legítima, como una pasión
transformada en un asunto de honor que debemos llevar a buen fin, sin desfallecer,
porque nada me atormentaría tanto como saber que él conoce mi desgracia. ¡Ah!
nunca lo he visto, pero la sola idea de que hay un hombre que cansa con sus
súplicas al cielo, deseando mi desgracia, y que todos los días exige mi ruina, pide
para mí todas las calamidades; la sola idea de que se echaría a reír contemplando
mi vida arruinada me oprime el pecho con fuerza, me persigue como una pesadilla
y me empuja hacia ti, aterrado, paralizado.
TECLA: ¿Crees que pienso darle esa satisfacción, realizar su profecía?
ADOLFO: No, no quiero pensarlo.
TECLA: ¿En ese caso por qué no estás tranquilo?
ADOLFO: ¿Acaso es posible?... Con tu coquetería, que me turba sin cesar...
¿Siempre necesitas jugar de esta manera?
TECLA: No es un juego; tengo la debilidad de querer agradar a todo el mundo.
ADOLFO: Sí... ¡pero sólo a los hombres!
TECLA: Naturalmente. No sé de ninguna mujer que haya encontrado el medio de
agradar a las otras mujeres.
ADOLFO: Dime... ¿Cuánto hace que no tienes noticias... de él?
TECLA: Seis meses.
ADOLFO: ¿Nunca piensas en él?
TECLA: Nunca. Por lo demás, nuestras relaciones quedaron rotas al morir nuestro
hijo.
ADOLFO: ¿Y nunca lo encontraste por esos mundos?
TECLA: No. Aunque debe estar instalado en algún punto de la costa... Pero ¿por
qué te preocupa eso ahora?
ADOLFO: No sé. Pero como estos días he estado solo, no he podido dejar de pensar
en sus sufrimientos cuando lo abandonaste.
TECLA: ¡Ah! ¿Tienes remordimientos?
ADOLFO: Sí.
TECLA: ¿Te crees un ladrón?
ADOLFO: Casi, casi.
TECLA: ¡Qué gracia me causas! ¡Se roba una mujer como se roban niños... o cosas!
Y me miras como si yo formara parte de esos muebles. ¡Magnífico! Muchas gracias.
ADOLFO: Nada de eso. Te miro como su mujer. Y esto es algo más que una
propiedad. Es algo que no puede devolverse.
TECLA: ¡Vamos! Si llegaras a saber que se ha vuelto a casar, tus remordimientos
desaparecerían. Por otra parte, ¿no lo has reemplazado para mí?
ADOLFO: ¿Lo he reemplazado? ¿Verdaderamente? ¿Llegaste a amar a ese hombre?
TECLA: Lo amé, sí... lo amé libremente.
ADOLFO: ¡Y luego lo abandonaste!...
TECLA: Estaba cansada de él.... obsesionada.
ADOLFO: Y pienso que el día que estés cansada de mí... me abandonarás del
mismo modo.
TECLA: Eso no ocurrirá. ¡No!
ADOLFO: Si aparece otro, provisto de todas las cualidades que quieres encontrar en
un hombre -y el caso puede presentarse- ¡me abandonas!
TECLA: No.
ADOLFO: Supón que te seduce hasta el punto de no poder sustraerte a él;
renunciarás a mí.
TECLA: No, no lo haría.
ADOLFO: ¡Pero no podrías amar a dos hombres a la vez!
TECLA: ¿Por qué?
ADOLFO: No entiendo.
TECLA: Una cosa no es imposible porque no la entiendas. Todos los hombres no
están hechos del mismo modo.
ADOLFO: Comienzo a comprender.
TECLA: ¿Sí?
ADOLFO: Sí. (Pausa, durante la cual Adolfo parece buscar con alguna dificultad algo
que no quiere recordar) ¡Tecla! ¿Sabes que tu franqueza comienza a inquietarme?
TECLA: ¿Mi franqueza? ¿No era en otro tiempo la virtud suprema, que tú
ensalzabas tanto y que me enseñaste a practicar?
ADOLFO: Sí, pero creo que ahora te ayuda a disimular algo.
TECLA: Esa es la nueva táctica, querido.
ADOLFO: No sé en qué consiste, pero el caso es que siento un malestar que se me
hace intolerable. ¿Quieres que salgamos de viaje esta misma tarde?
TECLA: ¿Qué nuevo capricho es ése? Acabo de llegar, y no tengo ningún deseo de
ponerme otra vez en camino.
ADOLFO: ¿Y si yo lo quisiera?
TECLA: Haz lo que se te antoje. Vete solo.
ADOLFO: No. Te ordeno que me acompañes, que partas conmigo en el primer
barco.
TECLA: ¿Te ordeno?
ADOLFO: ¿Olvidas que eres mi mujer?
TECLA: ¿Olvidas que eres mi marido?
ADOLFO: ¡Hay una enorme diferencia!
TECLA: ¿Cuál?
ADOLFO: La misma que entre mandar y obedecer.
TECLA: ¡Ah! ¡Ah! Es preciso que no hayas amado nunca para hablar de ese modo.
ADOLFO: ¿De veras?
TECLA: Sí. Porque “amar” significa “dar”.
ADOLFO: En efecto. Amar, para el hombre, quiere decir dar; pero para la mujer
significa “tomar” ¡Yo di, di, di!
TECLA: ¡Oh! ¿Qué me has dado?
ADOLFO: ¡Todo!
TECLA: Es mucho, en verdad. Pero, supongamos que así sea y que yo lo haya
recibido “todo”. ¿Pretendes ahora traerme la cuenta de tus regalos? ¿Y el hecho de
haber recibido no quiere decir que te amaba? ¡Una mujer sólo acepta regalos de su
amante!
ADOLFO: ¿De su amante? Has dicho la palabra justa. Tú me considerabas un
amante, no un esposo.
TECLA: Lo que era mil veces más agradable para ti que ser un “chaperón”. Pero si
no estás contento con tu suerte, amigo mío, puedes dejar de ser lo que fueras.
¡Véte! No quiero tener marido.
ADOLFO: Ya lo he notado. Y en estos últimos tiempos, cuando observaba que
procurabas alejarte de mí con ardides de ladrona para ir a brillar en círculos
particulares, adornada con mis plumas, me atreví a decir una palabra relativa a tu
deuda, a tu deuda apremiante. ¡Heme ya en la piel del acreedor indiscreto, a quien
se envía al diablo, y hete ya embrollando las cuentas! Para no aumentar mi crédito,
renuncias a tomar nada más de mi caja; sales afuera a buscar lo que necesitas. Me
convierto en el Marido a pesar suyo y me agobias con tu odio. ¡Cuidado! Ahora seré
tu marido, lo quieras o no, puesto que está dicho que no puedo ser tu amante.
TECLA: (Riendo a medias.) Pero no dices más que absurdos, pequeño.
ADOLFO: Ve con cuidado. Es peligroso tratar a todo el mundo de idiota y creerse la
única persona inteligente.
TECLA: Sin embargo, es lo que poco más o menos hace todo el mundo.
ADOLFO: Por otra parte, me asalta la idea de que quizá tu primer marido no fuera
tan “idiota” como te complaces en decirlo.
TECLA: ¡Dios me perdone! Hasta podría creerse que sientes afecto por él.
ADOLFO: ¿Por qué no?
TECLA: ¡Muy bien! ¿Te gustaría conocer a ese hombre y verter en su corazón de
confidente el sobrante de tu corazón? ¡Qué cuadro delicioso! Pues sabe que yo
también siento que me atrae de nuevo, porque estoy cansada de ser una buena
muchacha. Aquél era un hombre, un hombre verdadero, cuya mayor culpa, quizá,
fue haber sido el mío.
ADOLFO: ¡Bueno! ¡Bueno! Es inútil hablar de ese modo. Podrían escucharnos.
TECLA: ¡Vaya desgracia que sería!
ADOLFO: (Dirigiendo una ojeada a la puerta de la derecha.) ¿De manera que ahora
enloqueces igualmente por los hombres maduros y por los jóvenes?
TECLA: ¡Ya lo ves! ¡Mi entusiasmo no tiene límites! Y mi corazón se apasiona por
todo lo que respira, grande o pequeño, feo o hermoso, nuevo o viejo. ¡Adoro al
mundo entero!
ADOLFO:, ¿Sabes lo que presagia?
TECLA: No, no sé nada; sólo siento. Amo.
ADOLFO: Presagia el fin de tus bellos días.
TECLA: ¿Vuelves a la carga? ¡Cuidado!
ADOLFO: Yo también te lo digo. ¡Cuidado!
TECLA: ¿De qué?
ADOLFO: De esto. (Le enseña un cuchillo)
TECLA: (Sin dejar de sonreír) ¡Oh! Mi hermanito no jugará con objetos tan
peligrosos.
ADOLFO: Ya no juego. ¡Se acabaron las niñerías!
TECLA: ¿Así que la cosa es seria... bien seria? En ese caso te haré ver algo que te
asuste. Mejor dicho, no... No verás nada con tus ojos, no sabrás nada. El mundo
entero tendrá la certeza de que así es. Tú serás el único que permanezca en la
ignorancia. Pero tendrás sospechas y ya no te será concedida ni una hora de
descanso. Tendrás el presentimiento de que eres ridículo, de que te engañan, pero
nunca tendrás pruebas. Ya te he advertido.
ADOLFO: ¿Me odias?
TECLA: No, no te odio, y creo que aunque quisiera no podría odiarte. Porque no
eres sino una criatura.
ADOLFO: ¡Ahora, quizá! pero acuérdate de los malos días en que la tempestad
rugía espantosamente sobre nuestras cabezas. Entonces permanecías tumbada
como un niño de teta sobre su almohada. Yo te sentaba en mis rodillas, te mecía y
te abrazaba, besándote largamente en los párpados cerrados hasta que el sueño
adormecía tus temores. ¡Yo era la niñera en aquellos tiempos penosos! Y te vigilaba
para que no fueses por las calles sin nada en la cabeza. Hacía los recados. Llevaba
tus botas al zapatero. Iba de compras. Al pasar, echaba una ojeada a la cocina.
Permanecía horas enteras sentado junto a ti, oprimiendo tu mano, porque tenías
miedo de todo y de todos, abandonada por tus antiguos amigos. Es cierto que la
opinión pública nos reprochaba en esa época, y que se murmuraba a costa
nuestra... Yo reanimaba tu valor abatido, argumentando hasta que la lengua se me
pegaba al paladar y mi mente sobrecargada parecía pronta a estallar. Debí tenerme
por más fuerte de lo que era, obligarme a creer en el porvenir más risueño, y así
logré volverte a la vida cuando parecías ya un cadáver... Y tú me encontrabas bello,
sublime, ¿no es verdad?... Yo era el Hombre, no el musculoso que habías
abandonado, el atleta, sino el que tiene la fuerza de alma, el bondadoso
magnetizador que introducía y hacía correr a lo largo de tus músculos el sobrante
de su fluido y cargaba con su electricidad reconfortante tu mente reblandecida. Te
levantaba. Gracias a mí conociste amigos nuevos. Formé en derredor de ti una
especie de pequeña corte y, estimulando las amistades, me las compuse tan bien
que se te admiré. Por último, ¡te llamaba dueña de mi corazón y de mi casa!... Un
día, rosada, de color azul celeste sobre un fondo dorado, apareciste en mis pinturas
embellecida. Y luego tienes en todos los salones un lugar envidiado en el cimacio.
Representaste alternativamente Santa Cecilia, María Estuardo o Carlota Corday,
¡qué sé yo! y agrupé en torno de tu persona los intereses más dispersos. Hice venir
a ti la muchedumbre recalcitrante; la obligué a que te mirase con mis ojos, todos
llenos de ti, y las simpatías perdidas retornaron. Entonces pudiste, y sola, reanudar
tu marcha. Pero yo vacilaba, agotado, porque había perdido mi energía. Había sido
un esfuerzo demasiado grande, demasiado sostenido. Te levanté, ¡pero caí!...
Contraje. una enfermedad, más malaventurada que en cualquiera otra ocasión,
puesto que me aniquilaba en el momento en que la vida comenzaba a sonreírte.
Esto estorbó tu evolución. Llevando mi recuerdo lo más lejos posible, creo verte
inclinada, en tus pensamientos secretos, a alejar de ti al acreedor, a separarte del
testigo de tantas horas penosas. Tu amor reviste este carácter señorial; y a falta
de otra cosa mejor, acepto el papel de “hermanito”. Tu ternura es aún evidente;
quizá vaya en aumento, pero es otra. Se descubre en ella un matiz de piedad:
luego, un poco de desestimación, que declina pronto... y sale tu sol. Sin embargo,
pasa algún tiempo y la fuerza en que tú vivías parece agotada, sin duda, puesto
que tu ambición ya no quiere más de lo que a mí me pertenece. Ambos estamos
entonces bien perdidos. Necesitas alguien de quien prendarte, porque no tienes
bastante fuerza de conciencia para acusarte a ti misma de tu ruina. Buscas un
macho cabrio emisario. Está ahí, muy cerca. “¡Llevadlo al matadero; degolladlo!”,
gritas. Pero al herirme te hieres a ti misma, porque la vida en común ha hecho de
nosotros dos gemelos. O, mejor aún, tú eres un retoño de mi arbolillo. Arrancado
antes de haberte adherido al suelo, mueres...; y la rama madre muere también, a
causa de esa operación violenta y tan precipitada.
TECLA: ¿Así que pretendes haber sido tú quien ha escrito mis libros?
ADOLFO: No; tú haces que yo lo diga para desmentirme después. No me he
expresado tan groseramente, tan a tu manera, y si he hablado durante cinco
minutos, ha sido precisamente por hacer valer todos los matices, todos los
semitonos y todas las transiciones. ¡Pero en tu vihuela no hay más que un tono!
TECLA: Sí, sí... he comprendido... perfectamente! ¡La conclusión de todo eso es que
tú has escrito mis libros!
ADOLFO: ¡Aquí no hay conclusión! Tú no puedes tener la pretensión de resolver un
acorde en un solo tono, de reducir una vida tan dispersa a una fracción única. Yo no
he dicho nada tan rosero. ¡No he dicho que he escrito tus libros!
TECLA: ¿Ni siquiera lo has pensado?
ADOLFO: (Fuera de sí.) ¡No, no lo he pensado!
TECLA: Pero, en total...
ADOLFO: No hay total puesto que no hemos sumado nada. Cuando se dividen
números que no son pares resulta un cociente, una fracción decimal indefinida...
hablando en tu lenguaje. No he hecho una suma.
TECLA: Muy bien; pero creo que yo soy libre de sumar.
ADOLFO: Puedes hacer lo que quieras... Por mi parte no lo he hecho.
TECLA: Pero lo querías hacer.
ADOLFO: (Rendido, cerrando los ojos.) No, no, no... ¡Y no me hables! Tendría
convulsiones. ¡Calla! ¡Véte! Me desgarras la mente con tus pinzas brutales, laceras
con tus uñas el tejido de mis ideas... (Queda sin conocimiento, el mirar extraviado,
moviendo los pulgares.)
TECLA: (Tiernamente.) ¿Qué tienes? ¿Estás enfermo? (Adolfo la rechaza.) ¡Adolfo!
ADOLFO: (Moviendo la cabeza.) Sí.
TECLA: ¿Ves cómo no tenías razón?
ADOLFO: Sí, sí, sí, sí, lo veo.
TECLA: ¿Y no me pides que te perdone?
ADOLFO: Sí, Sí, sí, sí, perdón... ¡Déjame!
TECLA: Bésame la mano.
ADOLFO: Te beso la mano... pero ni una palabra más, ¿eh?
TECLA: Y ahora hay que salir un poco para tomar aire antes de comer.
ADOLFO: Sí, y apenas hayamos comido nos marcharemos de aquí.
TECLA: ¡Oh! no.
ADOLFO: (En pie) ¿Por qué?... Supongo que tendrás algún motivo.
TECLA: Así es. Por otra parte, ya te lo he dicho. He prometido asistir esta noche a
una velada.
ADOLFO: ¿Hablas en serio?
TECLA: Muy en serio. He dado mi palabra.
ADOLFO: ¿Tu palabra?... Habrás prometido ir, pero puedes desistir.
TECLA: Perdona, querido, me tomarías por ti. Mi palabra es sagrada.
ADOLFO: Sin que la palabra deje de ser sagrada, podemos encontrarnos en la
imposibilidad de cumplir todo lo que prometemos en una conversación. ¿Alguien te
ha obligado a dar tu palabra?
TECLA: Sí.
ADOLFO: En ese caso, podrías rogar a esa persona que te devolviese tu libertad,
porque tu esposo está enfermo.
TECLA: No. Para mí se trata de un gran placer... Y después de todo no estás tan
enfermo que no puedas acompañarme.
ADOLFO: ¿Acaso estás más tranquila cuando estoy a tu lado?
TECLA: No te comprendo.
ADOLFO: Es tu respuesta de siempre cuando digo ante ti algo que no te gusta
oírme.
TECLA: ¡Ah! ¡Ah! ¿Y qué es lo que no me gusta oírte?
ADOLFO: ¡Nada! ¡Nada! ¡Por Dios, no empecemos otra vez! Hasta muy pronto...
¡Vuelvo enseguida! Piensa bien lo que hayas de resolver. (Sale por la puerta del
fondo y se dirige hacia la derecha.)
ESCENA TERCERA
TECLA, sola un instante; después GUSTAVO. Este entra tranquilamente, va hacia la
mesa, sin mirar a Tecla, y toma un periódico.
TECLA: (Hace un movimiento; luego, dueña de sí) ¿Tú?... ¿Eres tú?
GUSTAVO: (Con sentimiento.) Yo mismo... ¡Perdón!
TECLA: ¿Por dónde has venido?
GUSTAVO: Por tierra... Pero me voy, ya que mi presencia...
TECLA: Quédate.... ¡te lo ruego! ¡Cuánto tiempo sin verte!
GUSTAVO: ¡Cuánto tiempo, sí!
TECLA: ¡Y cómo has cambiado!
GUSTAVO: Tú, no... siempre encantadora. Más bella aún y más joven que antes...
Pero no quisiera ensombrecer tu dicha en lo más mínimo. Aquí estoy de más, y
puedes creer que si hubiera sabido que habría de encontrarte...
TECLA: No... quédate... te lo ruego... A no ser que te cueste mucho... Un momento,
¿quieres?
GUSTAVO: Por mi parte, no hay inconveniente... pero pensaba... que
permaneciendo aquí... hablándote... podría quizá herir sentimientos.
TECLA: Tú no puedes herirme. Siempre te consideré delicado y fino.
GUSTAVO: Eres muy amable. Pero ¿quién sabe si tu marido tendría para conmigo la
misma indulgencia?
TECLA: ¿El? Acaba de dar pruebas de una gran simpatia hacia ti.
GUSTAVO: ¡Ah! Es verdad que todo se borra en nosotros como los nombres que
grabamos en la corteza de los árboles, y el odio mismo carece de fuerza para
arraigar en nuestros corazones.
TECLA: Nunca sintió odio por ti. ¡Puede decirse que ni siquiera te conoce! Por lo que
a mí respecta, en la tranquilidad de mis pensamientos, alguna vez, tuve un sueño...
Veros a los dos reunidos un instante, hablando como amigos, estrechándoos las
manos en mi presencia sin recordar absolutamente nada.
GUSTAVO: También yo tuve a menudo el deseo secreto de asegurarme por mí
mismo de que la mujer que amé en otro tiempo más que mi vida, era una esposa
feliz. En realidad, nunca oí decir de él sino cosas excelentes, y conozco todas sus
obras. Sin embargo, tenía prisa por encontrarme en frente de ese hombre
propuesto por la casualidad para ser el guardián de mi tesoro; tenía prisa por
estrechar su mano. Así es que quisiera extinguir el odio involuntario que debe arder
en su corazón, y recobrar de tal modo la calma y la tranquilidad de conciencia que
me ayudarán a acabar el triste resto de mis días.
TECLA: Esas palabras me han llegado al alma; me has comprendido. ¡Gracias! (Le
tiende la mano)
GUSTAVO: ¡Infeliz de mí! ¿Qué soy yo? Un hombre ordinario, demasiado
insignificante para pretender que vivas a mi sombra. Mi vida monótona, el trabajo
de esclavo a que me veo condenado, el estrecho vínculo en que me muevo, no
estaban hechos para un alma superior como la tuya. ¡Lo sé!... Pero debes
comprender tú, que sabes penetrar en los misterios de la naturaleza humana, qué
victoria adorada me cuesta confesarme tal cosa.
TECLA: Es noble y grande reconocer de ese modo sus debilidades. Y esto no puede
hacerlo todo el mundo. (Suspira.) Siempre fuiste una naturaleza fiel, honrada y
llena de desinterés. Pero...
GUSTAVO: ¡Oh!, no era esa naturaleza en otro tiempo, no... pero los dolores y las
penas nos purifican, el sufrimiento nos ennoblece... Y he sufrido.
TECLA: ¡Mi pobre Gustavo! ¿Puedes perdonarme? ¿Puedes?...
GUSTAVO: ¿Perdonarte?... ¿Qué?... ¡No soy yo quien ha de pedirte perdón!
TECLA: (Cambiando de tono.) Hasta creo que los dos lloramos... ¡Somos tan viejos!
GUSTAVO: (Cambiamos también de tono, progresivamente.) ¡Viejo! Sí, yo sí... Pero
tú cada vez pareces más joven... (insensiblemente se va acercando y llega a
sentarse en la silla; Tecla toma asiento en el canapé.)
TECLA: ¿De Veras?
GUSTAVO: ¡Y qué bien sabes vestirte!
TECLA: Pues fuiste tú quien me enseñó. ¿No recuerdas cómo descubriste los colores
queme quedaban bien?
GUSTAVO: No.
TECLA: Procura recordar. ¿Qué díces? Aún me acuerdo de los días en que me reñías
porque me había olvidado ponerme mi vestido color malva.
GUSTAVO: (Tiernamente.) En primer lugar yo nunca te he reñido.
TECLA: ¡Es un decir! ¿Y cuando me enseñabas a reflexionar, a pensar?... ¿No te
acuerdas? Sin embargo, la cosa no fue fácil.
GUSTAVO: ¡Yo enseñarte a pensar! ¡A ti, un filósofo tan sutil, al menos en tus
escritos!
TECLA: (Impresionada desagradablemente, precipita el diálogo a fin de cambiar la
conversación.) En fin, querido Gustavo, para mí es una alegría volverte a ver, sobre
todo el tener contigo relaciones tan apacibles.
GUSTAVO: ¡Oh!, yo nunca fui turbulento... lo sabes de sobra, por lo demás... La
vida transcurría tranquilamente para mí.
TECLA: Demasiado.
GUSTAVO: Pero se me había puesto en la cabeza que tú deseabas otra clase de
vida. ¿No me habías dado a entender antes de nuestro matrimonio que...?
TECLA: Antes... sí. ¿Puede saberse...? Yo sólo tenía las ideas que me había
inculcado mi madre.
GUSTAVO: ¡Y ahora debes estar in dulce júbilo! La vida de artista es una vida
brillante, y tu marido no parece un dormido.
TECLA: Tampoco ahí se puede encontrar toda la dicha.
GUSTAVO: (Cambiando bruscamente de tono.) ¡Cómo! ¡Todavía llevas mis
pendientes!
TECLA: (Con embarazo.) Sí... ¿Por qué no? Nunca fuimos enemigos. Por otra parte,
me gusta mucho llevarlos, como un recuerdo, como una señal de nuestra amistad
persistente... ¿No sabes que ya no se hacen alhajas de este género? (Se quita uno
de los pendientes.)
GUSTAVO: Son bonitos y buenos... Pero... ¿y tu marido qué dice?
TECLA: No le he preguntado nada.
GUSTAVO: ¿No?... Pues estás dañando su dicha... Eso puede bastar para
ridiculizarlo.
TECLA: (Vivamente, como para sí.) Como si ya no lo estuviera.
GUSTAVO: (Observando que hace grandes esfuerzos por cerrar el pendiente.)
Deja.... veré si yo... ¿Me permites?
TECLA: Si quieres ser tan bueno...
GUSTAVO: (Pellizcándole el lóbulo de la oreja.) ¡Oh, qué linda orejilla sonrosada!...
¿Que ocurriría si tu marido nos viese?
TECLA: Tendríamos una escena... lágrimas...
GUSTAVO: ¿Es celoso?
TECLA: ¿Que si es celoso? ¡Vaya una pregunta! (Ruido del lado de la puerta de la
derecha,)
GUSTAVO: ¿Quién está ahí?
TECLA: No sé. Pero cuéntame cómo te va, qué es de ti...
GUSTAVO: Y tú, cuéntame qué haces...
TECLA: (Embarazada, desvela maquinalmente la figura de cera que hay sobre la
mesa.)
GUSTAVO: ¿Qué es eso?... ¡Cómo!... ¡Es sorprendente! ¡Eres tú!
TECLA: No lo creo.
GUSTAVO: Caramba, se parece.
TECLA: (Cínica.) ¿De veras?
GUSTAVO: Esto me recuerda la anécdota de los soldados que se bañaban y la
famosa pregunta: “¿Cómo puede saber Vuestra Majestad que son soldados?”
Estaban desnudos.
TECLA: (Echándose a reír.) ¡Qué tonto eres!... ¿Es todo lo que tienes que decirme?
¿No sabes más historias picarescas?
GUSTAVO: No. Pero tú debes conocer otras.
TECLA: Nunca oigo nada que valga la pena.
GUSTAVO: ¿Es reservado?
TECLA: ¿En palabras? Sí.
GUSTAVO: ¿Y en acciones?
TECLA: ¡Está siempre tan mal!...
GUSTAVO: ¡Pobre niña!... ¿Qué necesidad tenía ese hombre de meter el hocico en
cazuela ajena?
TECLA: (Riendo a carcajadas.) ¿Estás loco?... ¡Calla!
GUSTAVO: Dí... ¿No recuerdas que de recién casados ocupábamos este mismo
aposento? ¡Y de qué modo tan distinto estaba amueblado en aquella época! Ahí
estaba el bufete, y allá la cama, la cama amplía... (Imponiéndole silencio
suavemente.) ¡Vamos!...
GUSTAVO: ¡Mírame bien a los ojos!
TECLA: Si te agrada... (Se miran intensamente duran te un instante.)
GUSTAVO: ¿Crees que se puede olvidar lo que hiciera una impresión fuerte en
nuestras almas?
TECLA: ¡No! El poder de los recuerdos es prodigioso. Sobre todo, el de los
recuerdos de juventud.
GUSTAVO: ¿Te acuerdas de nuestro primer encuentro? No eras entonces sino una
gentil insignificancia, una frágil pizarra en la que padres y nodriza habían marcado
sus garabatos en blanco, y tuve que borrarlos con un revés de la mano. Luego,
escribí a mi vez todo un texto nuevo con arreglo a mis pensamientos, hasta que
estuvo completamente cubierta. Mira, por eso me desagradaría tanto yerme en el
lugar de tu marido. Claro que ese es asunto de él. Y he aquí también por qué este
encuentro contigo tiene para mí un encanto especial. En nuestras charlas, nuestras
ideas entrelazan maravillosamente, como dos cuerpos que están abrazados. Y
cuando estoy sentado aquí, cuando te hablo, experimento la sensación de gustar a
tragos cortos vino muy viejo y embotellado en otros tiempos por mí mismo. Es mi
propio vino, sí, ¡envejecido pero bonificado! Así, pues, ahora que voy a casarme de
nuevo, tengo el firme propósito de elegir una muchacha a quien pueda educar con
arreglo a mi sentir. Porque la mujer es el hijo del marido. Y así debe ser. El marido
hijo de su esposa es el mundo al revés.
TECLA: ¿Vuelves a casarte?
GUSTAVO: Sí. Quiero buscar mi dicha otra vez. Pero procuraré acertar mejor en mi
elección, a fin de evitar... el cambio.
TECLA: ¿Es linda?
GUSTAVO: ¡A mis ojos, sí! ¿Pero no soy demasiado viejo? ¡Qué cosa extraña!...
Desde que la casualidad me acercó a ti, me siento desesperar. Jugar una vez más
la partida, ¿no es tentar al diablo?
TECLA: ¿Cómo?
GUSTAVO: ¡Veo que dejé raíces en tu suelo! ¡Las viejas heridas vuelven a abrirse!
Tecla, ¡tú eres una mujer peligrosa!
TECLA: ¡Ah!... ¡Y mi joven marido pretende que soy incapaz de hacer una conquista
a mi edad!
GUSTAVO: Lo que significa claramente que ya no te ama.
TECLA: ¿Qué entiende él por amar?... No puedo explicármelo.
GUSTAVO: Jugasteis demasiado al escondite uno con otro. Os ocultasteis tan bien
que hoy es imposible encontraros. El es emprendedor; tú desempeñas con él la
comedia de la inocencia. Lo has intimidado. Créeme, hay serios inconvenientes para
cambiar.
TECLA: ¿Me estás haciendo reproches?
GUSTAVO: De ninguna manera. Lo que ocurre, ocurre siempre bajo el imperio de
alguna necesidad; de lo contrario, sucedería otra cosa, Y puesto que ha ocurrido,
significa que no podía ser de otro modo.
TECLA: Eres un espíritu claro. No sé de nadie con quien puedo cambiar ideas más
agradablemente. Eres tan amplio en tu moral, tan poco sermoneador, y te
muestras siempre tan dispuesto a exigir tan poco de la naturaleza humana, que
uno se siente verdaderamente más libre en tu compañía. ¿Sabes que tengo celos
de tu futura?
GUSTAVO: ¡Yo también de tu marido!
TECLA: (Levantándose turbada.) Y ahora debemos separarnos... ¡Para siempre!
GUSTAVO: (Con calor) Hemos de separarnos, sí... Pero no sin despedirnos por
última vez,.. (A su oído) ¿No es verdad, Tecla?
TECLA: (Inquieta.) Sí.
GUSTAVO: (Contra ella.) ¡No! ¡No! Hemos de decirnos adiós, Tecla. Es necesario
que ahoguemos todos esos recuerdos resucitados en una embriaguez exquisita y
lenta, tan profunda que no nos acordemos de nada cuando despertemos. Hay
embriagueces infinitas, ya lo sabes. (Le rodea el talle con el brazo.) Te rebaja el
contacto de esa mente enfermiza. Te comunica su tisis. Voy a envolverte en mis
caricias calurosas, a hacer penetrar en ti un prolongado hálito de vida, a realzar tu
talento empequeñecido. Yo haré que florezcan de nuevo tus rosas otoñales. Te voy
a... (Aparecen dos señoras en traje de viaje en el fondo del corredor. Hablan un
minuto, señalan con el dedo a Gustavo y Tecla, sonríen y pasan.)
TECLA: (Defendiéndose de él) ¿Qué era eso?
GUSTAVO: (Indiferente.) Dos extranjeras.
TECLA: Véte.... no estoy tranquila. Tengo miedo.
GUSTAVO:¿De qué?
TECLA: Me robas mi alma.
GUSTAVO: Y te doy la mía en cambio. Por otra parte... tú no tienes alma. Creer lo
contrario es una ilusión de tus sentidos.
TECLA: Puedes alabarte de saber ser descortés del modo más gracioso. Es
imposible enojarse contigo.
GUSTAVO: Porque yo soy “primera hipoteca”... Dí... ¿cuándo?... ¿dónde?...
TECLA: ¡No!... No quiero hacerle ese insulto. Aún me ama, y no quiero obrar mal
por segunda vez.
GUSTAVO: ¡No te ama!... ¿Quieres la prueba?
TECLA: ¿Cómo podrías tenerla?
GUSTAVO: (Recogiendo de debajo de la mesa los pedazos de la fotografía rota por
Adofo.) ¡Aquí está!
TECLA: ¡Ah!... ¡Miserable!
GUSTAVO: Te basta, ¿verdad? Dime, Tecla... ¿cuándo... ¿dónde?...
TECLA: ¡Traidor! ¡Me la pagará!
GUSTAVO: ¿Cuándo?
TECLA: Oye... Esta noche parte en el barco de las ocho...
GUSTAVO: Entonces...
TECLA: ¿A las nueve? (Ruido formidable en el aposento de la derecha.) ¿Pero quién
está ahí? ¿Qué ruido es ése?
GUSTAVO: (Mirando por el ojo de la cerradura.) Voy a ver... Distingo una mesa
derribada, un jarrón hecho añicos... ¡Y nada más! Habrán encerrado algún perro. ¡A
las nueve, entonces!
TECLA: ¡A las nueve! ¡Y que se queje a sí mismo, si quiere! ¡Qué duplicidad! ¡Y
pensar que ha sido él... él, que predica constantemente la rectitud; él, que me
enseñaba a ser siempre franca! Pero, ¿cómo ha podido ocurrir eso? ¡Es curioso!
Llego... El señor me hace la acogida más ruda... Contra su costumbre, no sale a mi
encuentro... Apenas entro, empieza a picarme a propósito de jóvenes encontrados
en el vapor; alusiones que aparenté no comprender... ¡Cosa infernal!... ¿Cómo ha
podido saber?... Espera... Enseguida se pone a filosofar acerca de las mujeres... Le
pasan por la cabeza reminiscencias de tus ideas... la escultura destinada a
reemplazar con el tiempo a la pintura... ¡Qué sé yo!... ¡En una palabra, tus
paradojas de otro tiempo!
GUSTAVO: ¿Hablas en serio?
TECLA: (Repitiendo la entonación.) ¿Hablas en serio? Ahora comprendo... Por fin
veo claramente qué infame eres. Viniste aquí con ese propósito: arrancarle el
corazón del pecho. Tú fuiste quien se sentó en ese canapé, quien le predijo una
enfermedad terrible., quien le persuadió de que en adelante debe vivir sin tener
conmigo el más mínimo contacto, quien le aconsejó se mostrase viril y autoritario al
regreso de su mujer. ¿Cuánto hace que estás aquí?
GUSTAVO: Ocho días.
TECLA: Entonces tú eres la persona a quien vi en el vapor al marcharme.
GUSTAVO: Así es.
TECLA: ¿Y creíste que podrías burlarte de mí con tanta facilidad?
GUSTAVO: Ya está hecho.
TECLA: Todavía no.
GUSTAVO: Sí.
TECLA: Te acercabas a mi cordero solapadamente como un lobo raptor. Llegaste
con un plan odioso para romper mi dicha, pero no contabas con que mis ojos se
abrirían y que yo descubriría tu obra.
GUSTAVO: ¡Es injusto lo que acabas de decir!... En realidad la cosa fue así. Mi
principal deseo era, efectivamente, que vuestra vida no fuera feliz. Y estaba casi
seguro de que no necesitaba intervenir para ello. Por otra parte, mis asuntos
privados no me dejaban tiempo para intrigar. Pero, de pronto, en una de mis
correrías sin objeto, me encuentro en aquel vapor en que tú te lucías en un grupo
de jovenzuelos. Confieso que me pareció buen momento; y sentí curiosidad por
examinaros más de cerca. Desembarco, y tu cordero, por sí solo, viene a
precipitarse en la boca del lobo. Despierto la simpatía de ese joven epiléptico,
merced a un efecto reflector que es inútil explicarte, y nos hacemos amigos. Al
principio me causa cierta compasión, porque sufría los mismos aburrimientos que
yo en otra época. Pero tiene la desgracia de rozar mi vieja herida, ya sabes cuál, la
que tú has descrito en tu novela... la historia del marido imbécil, y entonces me dan
ganas de desmontar a tu buen hombre como a un juguete, y de diseminar los
pedazos para que sea imposible reconstituirlo. ¡Ah!, la cosa no fue difícil... gracias,
por otra parte, a tus trabajos preparatorios, por los que te felicito. Además, en él
no se veía sino a ti. Tú eras el resorte de su mecanismo, y hube de esperar para
ver desunirse los pedazos. Sólo entonces oí el crujido significativo. Cuando me
acerqué a él, no sabía qué iba a decirle. Me encontraba en la situación del jugador
de ajedrez que ha meditado muchas combinaciones y tiene que esperar a que el
adversario haya dado su golpe para decidir cuál de sus proyectos puede servirle. Lo
uno hizo salir lo otro, la casualidad se mezcló en todo, y pronto lo tuve a mi
disposición; y tú misma, ¿no estás bien presa? Dí.
TECLA: No.
GUSTAVO: ¡Vamos, mujer! Acaba de ocurrir lo que tú más temías. El Mundo,
representado por esas dos señoras que yo no he ido a buscar (insistiendo), que yo
no llamé porque no soy un intrigante de teatro, el Mundo fue testigo de la
reconciliación con el marido que repudiaste. Te vio implorando en sus brazos un
perdón humillante. ¿No basta?
TECLA: Sí, para tu venganza. Pero explícame, hombre ilustrado que te crees justo,
cómo es que tú, convencido de que todo lo que ocurre tiene lugar bajo el imperio
de una necesidad ineludible, convencido de que nuestras acciones no son libres...
GUSTAVO: No son libres... en cierto sentido.
TECLA: Lo mismo da.
GUSTAVO: No.
TECLA: ¿Cómo es que tú, que me juzgaste irresponsable cuando mi naturaleza y las
circunstancias me impulsaron a obrar como lo hice, puedes pretender que tienes
derecho a vengarte?
GUSTAVO: ¡A causa de los mismos principios y por las mismas razones! Porque mi
naturaleza y las circunstancias me impulsan a vengarme. ¿No es igual la partida?
Pero, ¿sabes por qué sois vencidos ambos en esta lucha? (Gesto desdeñoso e
incrédulo de Tecla.) ¿Por qué os dejasteis prender? Pues porque yo fui el más
fuerte y malicioso. ¡El idiota era él, lo eras tú! No se es necesariamente un “idiota”,
querida mía, porque no se escriben novelas ni se pintan cuadros. No lo olvides.
TECLA: No tienes un solo sentimiento en el corazón.
GUSTAVO: Tú lo has dicho. ¡Ni uno! Y por eso sé reflexionar, como lo puedes
comprobar, y obrar también, según te lo he demostrado varias veces.
TECLA: ¿Y has hecho todo eso sólo porque yo herí profundamente tu amor propio?
GUSTAVO: ¡No, no ha sido sólo por eso! Pero no debe rozarse el amor propio del
prójimo. ¡Es el punto más sensible de los hombres!
TECLA: ¡Mente vengativa!
GUSTAVO: ¡Mente ligera!
TECLA: ¡Peor, yo soy así!
GUSTAVO: ¡Yo soy así, peor! Hay que examinar el natural de los otros antes de
dejar obrar al propio. ¡De lo contrario, cuidado con las lágrimas y los
rechinamientos de dientes el día en que ambos choquen!
TECLA: ¡No serías tú quien perdonara!
GUSTAVO: ¡Y sin embargo os he perdonado a los dos!
TECLA: ¿Tú?
GUSTAVO: ¡Claro! Durante los años transcurridos, ¿levanté un dedo para tocaros?
¡No! Con sólo venir aquí y miraros de cierto modo me ha bastado para separaros.
¿Os he hecho escenas, colmado de reproches, de moral, de maldiciones? No. He
bromeado, ¡oh, muy poco!, con tu marido. Y me bastó para aniquilarlo. ¡Y ahora
que lo compadezco, me acusan!... Tecla, en conciencia, ¿tienes algo que
reprocharte?
TECLA: ¡Absolutamente nada! Los cristianos pretenden que la Providencia regula
nuestras acciones. Otros llaman a eso el Destino. Así, pues, ¿no somos inocentes?
GUSTAVO: ¡En cierta medida, quizá! Pero basta una nada para afirmar una deuda
contraída, y tarde o temprano los acreedores se presentan. Somos inocentes, ¡pero
responsables! Inocentes ante Dios, en quien no creemos ninguno de los dos, pero
responsables ante nosotros mismos y ante el prójimo.
TECLA: ¿Entonces te presentas como acreedor?
GUSTAVO: He venido a recobrar lo que robaste, no lo que recibieras. Me robaste mi
dicha, y, como no puedo recuperarla, vengo y te arrebato la tuya. ¡Es justo!
TECLA: ¡El honor! ¡Tómalo, pues! ¿Ahora estás satisfecho?
GUSTAVO: Sí, estoy satisfecho. (Llama.)
TECLA: Y ahora te marchas. ¿Vas a reunirte con tu prometida?
GUSTAVO: ¡No hay tal prometida! ¡No la habrá nunca! Parto sin objeto, no importa
para dónde, puesto que ya no tengo hogar, puesto que carezco de Yo (Entra un
mozo.) Hágame el favor de traerme la cuenta. Me embarcaré en el vapor de las
ocho. (El mozo sale.)
TECLA: (Lentamente.) ¿Partes... sin reconciliarnos?
GUSTAVO: ¿Reconciliarnos? ¿Cómo? ¿Así olvidas el sentido de las palabras que
pronuncias? ¿Reconciliarnos? ¡Matrimonio de tres! ¡Gracias, hermosa! Si querías un
acercamiento, debiste pensar en los medios cuando era hora; hoy es demasiado
tarde, puesto que a ti te tocaba reparar y creaste lo irreparable entre nosotros. Sin
embargo, creo que quedarás satisfecha si te digo: “Te pido perdón por el daño que
me hiciste con tus uñas; te pido perdón por haberme deshonrado; perdón por
haberme convertido, por espacio de siete años, todos los días y a todas horas, en el
objeto de la risa de mis discípulos; te pido perdón por haberte libertado de la tutela
de tus padres, por haberte libertado del miedo de los aparecidos y las sombras, de
la ignorancia y de las supersticiones; te pido perdón por haberte encargado de la
custodia de mi hogar y de mis bienes; por haberte dado amigos y una situación
mundana; por haberte tomado cuando niña para hacer de ti una mujer”. Y ahora,
he terminado contigo. Ve a arreglar tus cuentas con el otro.
TECLA: ¿Dónde está? ¿Qué has hecho de él? Me oprime la angustia, una angustia
horrible...
GUSTAVO: ¿Por él? ¿Todavía lo amas?
TECLA: Lo amo.
GUSTAVO: ¡Y me amabas en otra época! ¿Eras sincera, al menos?
TECLA: Sincerísima.
GUSTAVO: ¿Sabes qué eres?
TECLA: ¿Me desprecias?
GUSTAVO: Te compadezco. ¡Eres un ser digno de compasión! ¡Es una cualidad, no
digo “defecto”, pero una cualidad desventajosa! ¡Pobre Tecla! No lo sé con
seguridad, pero creo que tendré que arrepentirme, aunque, como tú, crea no
merecer el menor reproche. Después de todo, quizá sea un bien para ti el que te
quede por pasar lo que aún pasarás, como lo pasaré yo también. ¿Sabes dónde
puede ocultarse tu esposo?
TECLA: ¡Ah!, creo que lo sé... efectivamente! ¡Está ahí... en ese cuarto...
encerrado!... ¡Lo ha oído, lo ha visto todo!
GUSTAVO: ¡Y el que ha visto su sombra va a morir!

ESCENA IV
Dichos, ADOLFO. Este entra por la puerta del foro, pálido como un muerto, con una
mancha de sargre en la mejilla izquierda; la mirada fija, sin expresión, y una
espuma blanca en torno de la boca.
GUSTAVO: (Retrocediendo) ¡Aquí está! ¡Cuenta con él ahora, y ve si se mostrará
contigo tan clemente como yo! ¡Adiós, Tecla! (Se dirige hacia la izquierda, y se
detiene a algunos pasos de la salida.)
TECLA: (Acercándose a Adolfo con los brazos abiertos.) ¡Adolfo! (Este
cae contra el marco de la puerta del foro.)
TECLA: (Arrojándose sobre su cuerpo y cubriéndolo de besos.) ¡Adolfo! ¡Querido
esposo mío! ¡Háblame! ¡Háblame! ¡Di algo! ¡Perdona a tu mala Tecla! ¡Perdóname!
¡Perdóname! “¡Hermanito!” ¿Me oyes? ¡Contesta! ¡Dios Santo! ¡No me oye! ¡Está
muerto! ¡Dios de misericordia! ¡Oh, Dios mío! ¡Piedad! ¡Piedad para nosotros!
GUSTAVO: ¡Lo ama realmente! ¡Lo ama desde el fondo de su corazón!
FIN