19/11/14

El soldado fanfarrón. Plauto.





PLAUTO

El militar fanfarrón


ARGUMENTO I
Un militar se lleva consigo a una cortesana de Atenas a Éfeso. El esclavo del joven amigo de la
muchacha quiere darle la noticia a su amo, que estaba fuera en una misión oficial, pero es hecho
cautivo durante la travesía y entregado al militar de Éfeso. Entonces consigue hacer venir a su amo
de Atenas [5] a Éfeso y hace un pasadizo en la pared medianera entre las dos casas donde se alojan,
para que así tengan la posibilidad de reunirse los amantes. El guardián de la joven los ve desde el
tejado abrazándose en casa del vecino, pero le burlan y le engañan haciéndole creer que se trata de
otra. El esclavo [10] Palestrión convence al militar de que despida a su amiga, porque la mujer del
viejo de al lado se quiere casar con él. Entonces el militar le pide él mismo que se vaya y la colma
de regalos. Pero lo cogen en casa del viejo, siendo castigado como adúltero.
ARGUMENTO II
Un joven ateniense y una cortesana libre de nacimiento están perdidamente enamorados. El
joven marcha a Naupacto en misión oficial, y entretanto da con la cortesana un militar y se [5] la
lleva a Éfeso en contra de su voluntad. El esclavo del joven ateniense se hace a la mar para dar
cuenta a su amo de lo sucedido, pero es hecho cautivo en la travesía y entregado al militar. Entonces
escribe una carta a su amo para que se presente en Éfeso. El joven acude a toda prisa y se aloja en
casa de un amigo de su padre que está pared por medio con la del militar. [10] El esclavo hace un
pasadizo en la pared medianera, para que puedan comunicarse por allí los enamorados sin que nadie
se entere, y hace como que ha venido una hermana gemela de la joven. El vecino contrata a una
dienta suya para que solicite al militar. El militar cae en la trampa, y, creyendo que se va a [15]
casar con él, despide a su amiga, recibiendo a continuación una paliza por adúltero.


PERSONAJES
PIRGOPOLINICES, militar
ARTOTROGO, parásito de Pirgopolinices
PALESTRIÓN, esclavo
PERIPLECTÓMENO, viejo
ESCÉLEDRO, esclavo de Pirgopolinices
FILOCOMASIO, joven amiga de Pleusicles
PLEUSICLES, joven
LURCIÓN, joven esclavo
ACROTELEUTIO, cortesana
MILFIDIPA, esclava de Acroteleutio
UN JOVEN ESCLAVO CARIÓN, cocinero.
La acción transcurre en Éfeso.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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ACTO I
ESCENA ÚNICA
PERGOPOLINICES, ARTOTROGO
PIR.— (Saliendo de casa y hablando con los esclavos que están dentro.) Más luciente que los
rayos del sol en un día de cielo límpido me habéis de dejar el escudo: que, cuando llegue el caso, su
brillo ciegue en medio de la batalla la vista de las filas enemigas. [5] Es que quiero consolar a mi
espada, que no se lamente ni desespere de que la lleve ya tan largo tiempo sin oficio, cuando está la
pobre infeliz ardiendo en deseos de hacer picadillo a los enemigos. Pero ¿dónde está Artotrogo?
[10] AR.— Aquí, a la vera del varón valeroso y afortunado, un príncipe se diría, un guerrero...,
ni el dios Marte osaría nombrar ni comparar sus hazañas con las tuyas.
PIR.— ¿A quién te refieres, a ese que salvé yo en las llanuras de los Gorgojos, [15] donde era
general en jefe Bumbomáquides Clitomestoridisárquides, de la prosapia de Neptuno?
AR.— Sí, sí, lo recuerdo. ¿Tú dices aquel de las armas de oro, cuyas legiones desvaneciste de
un soplo, al igual que el viento las hojas o las pajas de un tejado?
PIR.— Bah, eso es cosa de nada.
[20] AR— Cosa de nada si es que lo vas a comparar con otras hazañas que yo podría contar, (al
público) y que no has jamás llevado a cabo; si es que alguien ha visto en toda su vida a un hombre
más embustero o más fanfarrón que éste, aquí me tiene, soy todo suyo —solamente, eso sí las
aceitunas esas que se comen en su casa, son de locura—.
[25] PIR.— ¿Dónde te has metido?
AR.— Aquí, aquí. Caray, o aquello del elefante en la India, cómo fuiste y de un puñetazo le
partiste un brazo.
PIR.— ¿Un brazo?
AR.— Una pata quise decir.
PIR.— Pues le di así como quien no quiere la cosa.
AR.— Bueno, es que si te pones, pues entonces, que se te cuela el brazo por la piel, [30] las
entrañas y la osamenta del bicho.
PIR.— Dejémonos ahora de eso.
AR.— Caray, tampoco merece la pena que me cuentes tú a mí tus hazañas, que me las sé al
dedillo; (aparte) el estómago es el culpable de todas estas penas: los oídos tienen que sacrificarse en
favor de los dientes, [35] que no les entre dentera, y no hay sino decir amén a todos sus embustes.
PIR.— Espera ¿qué es lo que iba yo a decir?
AR.— ¡Ah, ya! Sí, ya sé lo que quieres decir, sí, así fue, lo recuerdo perfectamente.
PIR.— Pero ¿el qué?
AR. — Lo que sea.
PIR.— ¿Tienes...
AR.— Las tablillas quieres, ¿verdad?, las tengo, y también un punzón.
PIR.— Es una maravilla cómo me sirves los pensamientos.
[40] AR.— Mi deber no es sino estar puntualmente al tanto de tus inclinaciones y desarrollar un
olfato especial para adivinar con antelación todos tus deseos.
PIR.— Vamos a ver, ¿lo tienes aún presente?
AR.— Sí, señor: ciento cincuenta en Cilicia, cien en Escitolatronia, treinta sardos [45] y sesenta
macedonios son los hombres a los que diste muerte en un solo día.
PIR.— ¿Cuántos hacen en total?
AR.— Siete mil.
PIR.— Ni más ni menos. La cuenta es exacta.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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AR.— Pues no es que los tenga escritos, pero, así y todo, me acuerdo.
PIR.— Caray, tienes una memoria excelente.
AR.— Los buenos bocados me la refrescan.
[50] PIR.— Mientras no cambies de conducta, no te faltará de comer, podrás participar siempre
de mi mesa.
AR.— Pues ¿y en Capadocia, donde, si no llega a ser porque la espada estaba embotada, te
cargas a quinientos de un solo golpe?
PIR.— No, es que como no eran más que soldados rasos, les perdoné la vida.
[55] AR.— Nada, ¿a qué voy a venirte yo a contar lo que todo el mundo sabe, esto es, que tú,
Pirgopolinices, eres un ser único en el mundo por tu valentía, tu beldad y tus hazañas? Todas las
mujeres se enamoran de ti, y no sin razón, puesto que eres tan guapo; [60] como aquellas que me
tiraban ayer de la capa.
PIR. ¿Qué es lo que te decían?
AR.— Bueno, me preguntaban: «oye, ¿es Aquiles?». «Aquiles no, digo, pero es su hermano». Y
entonces va la otra y dice: «pues anda, que no es guapo, y además, qué buen porte; ¡fíjate lo bien
que le cae la cabellera! [65] Verdaderamente, hija, qué suerte que tienen las que se acuestan con
él».
PIR.— ¿De verdad que decían eso?
AR.— ¡Pero si hasta me suplicaron las dos que te hiciera pasar hoy por allí como en un desfile!
PIR.— Verdaderamente que es una verdadera desgracia esto de ser demasiado guapo.
AR.— A ver, pero así es: no me dejan vivir, me ruegan, me asedian, [70] me suplican que las
deje verte, me dicen que te lleve con ellas, de forma que no me queda tiempo para ocuparme de tus
asuntos.
PIR.— Me parece que es hora de que nos acerquemos al foro, para que les pague su sueldo a los
mercenarios que alisté ayer aquí, [75] que el rey Seleuco 1 me ha rogado con mucha insistencia que
se los reclutara. Hoy quiero emplear el día a su servicio.
AR.— ¡Venga, vamos allá!
PIR.— ¡Vosotros, los de mi guardia, seguidme! (Se van al foro.)
ACTO II
ESCENA PRIMERA
PALESTRIÓN
PAL.— Distinguido público, heme aquí dispuesto a contarles el argumento de esta comedia, [80]
si es que ustedes tienen la bondad de prestarme su atención. Si alguien no quiere escuchar, que se
levante y se marche, para hacer sitio donde sentarse al que lo quiera. [85] Ahora os diré el
argumento y el título de la comedia que vamos a representar, que es para lo que estáis aquí reunidos
en este lugar de fiesta: en griego se titula la pieza Alazón, lo que en latín se dice gloriosus, o sea,
fanfarrón. Esta ciudad es Éfeso; el militar este que acaba de irse ahora a la plaza es mi amo, un
fanfarrón, un sinvergüenza, [90] un tipo asqueroso, que no vive sino del perjurio y del adulterio. Se
empeña en que le persiguen todas las mujeres, y, en realidad, no es sino el hazmerreír de ellas por
donde quiera que va. Por eso tienen aquí por lo general las golfas el morro torcido, a fuerza de
burlarse de él haciéndole muecas con los labios. [95] En cuanto a un servidor, no hace mucho que
me encuentro a las órdenes del susodicho militar: ahora mismo les digo cómo es que pasé a ser
esclavo suyo en lugar del amo que tenía antes; prestad atención, que ahora empiezo a contar el
argumento. Yo estaba en Atenas al servicio de un amo que era una bellísima persona y que estaba
1
Entre el 312 y el 281 antes de nuestra era reinó Seleuco I en Siria; del 247 al 227, Seleuco II, y del 227 al 224, es
decir, en época de Plauto, Seleuco III.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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enamorado [100] de una cortesana hija de madre de Atenas del Ática 2 , y a ella le pasaba lo mismito
con él, lo cual se puede decir que es la forma ideal de amar. Mi amo fue enviado a Naupacto con un
asunto oficial de gran importancia. Entretanto, se presenta el militar este en Atenas y empieza a
insinuarse con la amiga de mi amo; [105] venga a camelar a la madre trayéndole vino, aderezos,
buenas cosas de comer, hasta que consigue hacerse persona de confianza en casa de la señora. En
cuanto que se le presentó la ocasión, [110] va y engaña a la madre de la muchacha de la que estaba
enamorado, y, sin que ella se dé cuenta, coge a la hija, la embarca y la trae a la fuerza aquí a Éfeso.
Cuando yo me entero de que la amiga de mi amo ha desaparecido de Atenas, cojo [115] y, lo más
rápidamente que puedo, me busco un pasaje y me embarco en dirección a Naupacto para informarle
de lo sucedido. Hete ahí que nos encontrábamos ya en alta mar, cuando aparecen por permisión
divina unos piratas que capturan el barco en donde yo iba, o sea que encuentro mi perdición antes
de encontrarme con mi dueño como era mi propósito. [120] El que me hizo cautivo me entregó
como esclavo al militar este, que me lleva con él a su casa, donde al entrar me topo con la amiga
ateniense de mi amo. Ella al reconocerme me hace señas con los ojos de que no le hable; [125]
luego, cuando tuvimos ocasión, se me queja de sus infortunios: me dice que está deseando salir
huyendo de aquella casa y volver a Atenas, que ella sigue queriendo a mi amo el de Atenas y que no
hay para ella otra persona más aborrecible que el militar. Yo, que me doy cuenta de la situación en
que está la muchacha, [130] cojo y escribo una carta y se la entrego en secreto a un comerciante
para que se la lleve a mi amo el de Atenas, el que estaba enamorado de la chica, para que se persone
aquí en Éfeso. No ha hecho él caso omiso de mi mensaje, [135] porque ha venido y se aloja aquí
junto a nosotros, en casa de un antiguo amigo de su padre, un viejo que es realmente un hombre
encantador; que está nada más que a servirle los pensamientos a su enamorado huésped y que nos
ayuda con su colaboración y sus consejos. O sea que yo he podido organizar aquí un truco
estupendo para que pudieran reunirse los enamorados [140]: en una habitación que el militar ha
reservado para su amiga, donde tiene prohibido que nadie ponga los pies aparte de ella, allí en esa
habitación ha hecho un boquete en la pared por donde la muchacha pueda pasar en secreto a la casa
del vecino de al lado —a sabiendas del viejo, por supuesto; él ha sido quien me ha dado la idea—;
[145] y es que el otro esclavo a quien el militar ha encargado la custodia de su amiga es un pobre
diablo, o sea, que a fuerza de ingeniosos trucos y de bien tramados engaños le pondremos un velo
delante de los ojos y conseguiremos que no haya visto lo que ha visto; [150] y después, para que no
os confundáis, la misma muchacha va a hacer el papel de dos, de la que vive aquí en esta casa y de
otra que va a vivir en la casa de al lado —en sí es siempre una y la misma, pero simulará ser cada
vez una distinta; ésta es la forma en que vamos a pegársela a su guardián—. Pero suena la puerta del
viejo, nuestro vecino: [155] es él el que sale; ése es el viejo tan saleroso que les acabo de decir
ahora mismo.
ESCENA SEGUNDA
PERIPLECTÓMENO, PALESTRIÓN
PE.— (Hablando a los de dentro de la casa.) Como a la próxima vez no le rompáis los huesos a
cualquiera de fuera de casa que veáis por el tejado, os voy a dejar los costados hechos unos zorros;
es que de esta forma no son ya los vecinos testigos de todo lo que ocurre dentro de mi casa, tal
como se ponen a observar desde arriba por el patio. Así que ya sabéis, tenéis orden estricta de que a
cualquier persona de la casa del militar [160] que veáis en nuestro tejado, no siendo Palestrión, le
echéis abajo a la calle; ni que diga que es que está buscando una gallina o una paloma o un mono,
os jugáis la vida si no le dais de palos hasta dejarle fuera de combate. Y además, para que no se
salten la ley esa en contra del juego de las tabas 3 , ya sabéis, les hacéis migas las propias [165] y
2
3
Texto inseguro.
Sobre la prohibición de los juegos de azar, cf. CICERÓN, Phil. I 56; de alea condemnatum; HORACIO, Carm. 24,Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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veréis cómo no vuelven a ponerse a la mesa con ellas 4 .
PA.— Por lo que oigo, alguno de los nuestros debe de haber hecho una mala pasada, que da el
señor aquí orden de romperles las tabas a mis colegas; bah, a mí me ha dejado fuera de cuenta, tanto
me da lo que haga con los otros. Voy a hablarle.
PE.— ¿No es ése Palestrión?
PA.— ¿Qué hay Periplectómeno?
[170] PE.— Si me dieran a elegir, no habría muchas personas a quienes viera ahora con más
gusto que a ti.
PA.— ¿Qué es lo que pasa?, ¿qué jaleo es ese que te traes ahí con nuestros esclavos?
PE.— Muertos somos.
PA.— Pero ¿qué es lo que ocurre?
PE.— Todo se ha descubierto.
PA.— ¿Qué es todo?
PE.— Ahora mismo ha estado quien sea de los vuestros [175] desde el tejado viendo por el patio
a Filocomasio aquí en casa besándose con mi huésped.
PA.— ¿Quién es el que lo ha visto?
PE.— Uno de tus compañeros.
PA.— ¿Cuál de ellos?
PE.— Pues no lo sé, porque salió corriendo de pronto.
PA.— Barrunto que estoy perdido.
PE.— Cuando ya se iba, le grito: «eh, tú, qué es lo que haces ahí en el tejado», digo; «buscando
un mono», me contestó mientras se iba.
[180] PA.— ¡Ay, desgraciado de mí, que me voy a buscar mi ruina por culpa de un bicho tan
asqueroso! Pero ¿Filocomasio está ahí todavía en tu casa?
PE.— Cuando salí, sí que estaba.
PA.— Pues haz el favor de ir y decirle que se pase a nuestra casa lo más rápidamente posible,
para que la vean allí mis compañeros, si no es que pretende que nos den a todos a la horca por
camarada a causa de sus amoríos.
[185] PE.— Eso ya se lo he dicho yo; si no quieres otra cosa...
[185a] PA.— Sí que quiero, dile también que no se olvide un punto de que es una mujer y se
mantenga en el ejercicio de las artes y los procedimientos femeninos.
PE.— ¿Qué es lo que quieres decir?
PA.— Quiero decir que consiga convencer al esclavo que la ha visto ahí de que no la ha visto;
así haya sido vista cien veces ahí, a pesar de todo, que lo niegue; boca tiene, una buena lengua,
alevosía, malicia y arrojo, decisión, tenacidad, falacia; [189a] que haga frente y venza con sus
juramentos a quien la acuse; [190] no le falte capacidad para echar mentiras, para inventar false-
dades, falsos juramentos, mañas tiene, capacidad de seducir, de engañar, que una mujer que tenga
asomos de malicia no tiene que andar rogando a proveedor ninguno: en casa tiene un huerto con
todas las hierbas y los condimentos necesarios para toda clase de malas artes.
[195] PE.— Yo se lo diré, si es que está aquí. Pero ¿qué es eso a lo que andas ahí dándole
vueltas en tu magín, Palestrión?
PA.— Calla un momento, mientras que hago recuento de mis ideas y reflexiono sobre el camino
a seguir y delibero con qué mañas le salgo al paso al mañoso del colega ese que la ha visto ahí
besándose, hasta conseguir que no haya visto lo que ha visto.
[200] PE.— Hala, yo entretanto me retiro aquí a esta parte. Fíjate, cómo está ahí con la frente
fruncida, venga a cavilar, venga a discurrir; se golpea el pecho con los dedos —pues a ver si va a
hacer salir al corazón a abrirle la puerta—; ahora se vuelve para el otro lado; la mano izquierda la
apoya en la pierna izquierda, con la mano derecha echa cuentas con los dedos, dándose en el muslo
58; venta legibus ales; OVIDIO, Trist. I 472, hoc est ad nostros non leve crimen avos; según SUETONIO, Augusto, en
cambio, no tenía reparo alguno en distraerse con esta clase de juegos (Aug. 71).
4
Cf. nota a Curculio 354.Tito Macio Plauto
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derecho. [205] Menudos golpes se pega, parece que le vienen con dificultad las ideas; hace
chasquear los dedos: las está pasando negras: no hace más que cambiar de postura; mira, ahora
menea la cabeza, seguro que es que no le gusta lo que se le ha ocurrido; sea lo que sea, veo que no
nos lo va a servir a medio hacer, sino bien en su punto. Y ahora se pone a hacer de albañil: pone el
brazo como si fuera una columna debajo de la barbilla [210] —quita, quita, esa construcción no me
gusta, que he sabido que hay un poeta romano 5 en la misma postura, custodiado día y noche por un
par de guardianes—. ¡Bravo, qué postura ahora tan salerosa, como un verdadero esclavo de
comedia! Éste no para hoy hasta no acabar con lo que se trae entre manos. [215] Ya lo tiene, creo.
¡Manos a la obra! ¡Alerta, no te duermas, a no ser que prefieras velar a fuerza de palos y de
cardenales! A ti te digo 6 , Palestrión, no duermas, digo, despiértate, digo, que es de día, digo.
PA.— Te oigo.
PE.— ¿No te das cuenta de que tienes el enemigo encima y que te asedia por la espalda? [220]
Toma una decisión, coge refuerzos, y además deprisa, no es hora de andarse con calmas; anticípate
por otro camino, busca algún rodeo oculto para llevar al ejército, apremia con tu asedio al enemigo,
procura ayuda para los nuestros, corta las provisiones a los contrarios y asegúrate [225] tú un
camino por donde puedan llegar sin peligro víveres y provisiones a ti y a los tuyos: manos a la obra,
la cosa urge; inventa, imagina; venga, deprisa, una artimaña para que no se haya visto lo que se ha
visto, para que no haya pasado lo que ha pasado. Grande es la empresa que acomete este hombre,
grandes las fortificaciones que construye. Palestrión, si es que te comprometes a tomar la cosa en
tus manos, [230] entonces podemos estar seguros de la derrota de nuestros enemigos.
PA.— Me comprometo, acepto la dirección de la empresa.
PE.— Y yo te aseguro que conseguirás tus fines.
PA.— ¡Júpiter te bendiga!
PE.— ¿No quieres hacerme partícipe de tus planes?
PA.— Calla mientras que te introduzco en el terreno de mis estratagemas, para que sepas lo
mismo que yo mis propósitos.
PE.— No recibirás daño alguno de ello.
[235] PA.— Mi amo el militar más que su propia piel tiene la de un elefante y no más caletre
que un adoquín.
PE.— Lo sé.
PA.— El plan que tengo, el engaño que quiero poner en práctica es el de decir que ha venido de
Atenas con un amigo suyo la hermana gemela de Filocomasio, y que las dos jóvenes [240] son tan
parecidas entre sí como dos gotas de agua; diré que están alojados en tu casa.
PE.— ¡Bravo, bravo, estupendo, me parece una idea magnífica!
PA.— De modo que, si mi camarada la acusa al militar de haberla visto ahí besándose con otro,
[245] yo le convenzo de que es a la hermana a quien ha visto besarse y abrazarse con su amigo en tu
casa.
PE.— ¡Chico, fantástico! Yo también diré lo mismo si me pregunta el militar.
PA.— Pero tú di que es que son parecidísimas, y además hay que avisárselo a Filocomasio para
que lo sepa y no ande titubeando si el militar le pregunta algo.
PE.— ¡Qué engaño tan bien pensado! Pero si el militar quiere verlas a las dos al mismo tiempo,
[250] ¿qué hacemos entonces?
PA.— Muy fácil, se pueden dar cientos de pretextos: no está en casa, ha salido de paseo, está
durmiendo, se está arreglando, está en el baño, está comiendo o bebiendo; está ocupada, no tiene
tiempo, ahora no es posible. El caso es darle largas al asunto, supuesto que consigamos de buenas a
primeras hacerle creer que son verdad todas las mentiras que se le echen.
[255] PE.— De acuerdo.
PA.— Entra en casa, pues, y, si está allí Filocomasio, dile que se pase en seguida aquí a la
nuestra; cuéntale todo esto, no dejes de avisarla y de advertirla que se quede bien con el plan este
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6
Nevio, encarcelado por los ultrajes proferidos en sus obras contra personajes de la nobleza romana.
Sigue un texto ininteligible, que ha sido corregido por los críticos de muy diversas maneras.Tito Macio Plauto
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que hemos urdido de la hermana gemela.
PE.— Verás qué bien sé dejártela bien instruida. ¿Algo más?
PA.— Que te metas en casa.
PE.— Ahora mismo. (Entra.)
[260] PA.— Yo también me voy a casa, a ver si con mucho disimulo puedo averiguar quién de
mis compañeros ha sido el que ha ido a buscar al mono ese, que me figuro yo que no es posible que,
sea quien sea, hablando con alguno de los de casa, no le haya dicho lo de la amiga del amo, que la
ha visto aquí en la [265] casa de al lado besándose con otro joven, que yo me sé muy bien eso de
que «lo que yo solo me sé, callármelo no podré». Si consigo dar con el que la vio, contra él dirigiré
todas mis máquinas de guerra; todo está a punto: al asalto y a hacerme con él por la fuerza de mi
brazo. Si no consigue localizarle, entonces iré olfateando como un perro de caza hasta dar con las
huellas del zorro. [270] Pero suena nuestra puerta, me callo, que es el guardián de Filocomasio, mi
compañero, el que sale.
ESCENA TERCERA
ESCÉLEDRO, PALESTRIÓN
ES.— (Saliendo de la casa del militar) Como no sea que haya ido andando en sueños por el
tejado, diablos, tengo por cierto haver visto a Filocomasio, la amiga del amo, buscarse su perdición
aquí en casa del vecino de al lado.
[275] PA.— (Aparte.) Éste es el que la ha visto besarse, según lo que oigo.
ES.— ¿Quién vive?
PA.— Uno de tus compañeros: ¿qué hay, Escéledro?
ES.— Me alegro de encontrarme precisamente contigo, Palestrión.
PA.— ¿Por qué?, ¿qué es lo que pasa? A ver, dime.
ES.— Mucho me temo...
PA.— ¿El qué?
ES.— ... que peguemos un buen salto a la peor de las horcas todos y cada uno de los habitantes
de la casa.
[280] PA.— Salta tú solo, que yo no tengo el menor interés en saltos ni brincos de ese género.
ES.— ¿Es que no sabes tú la última novedad ocurrida?
PA.— ¿Qué es lo que ha ocurrido?
ES.— Una desvergüenza.
PA.— Entonces quédate con ello, no me lo digas, que no lo quiero saber.
ES.— Pues te lo he de decir; resulta que fui a buscar hoy a nuestro mono por el tejado de aquí
del vecino.
[285] PA.— Verdaderamente, Escéledro, tal para cual: ¡mira que ir tras un bicho tan asqueroso!
ES.— ¡Los dioses te confundan!
PA. A ti, a ti, quiero decir, te toca la vez de seguir con tu
cuento.
ES.— Resulta que me da por mirar así, por casualidad, al patio del vecino, y veo allí a
Filocomasio besándose con quien sea.
PA.— ¡Pero Escéledro, que me dan escalofríos! 7 .
[290] ES.— Pues de verdad que lo vi.
PA.— ¿Tú mismo?
ES.— Yo mismo con mis propios ojos.
PA.— Vamos anda, eso es una cosa muy inverosímil, no es posible que lo hayas visto.
ES.— ¿Es que crees tú que soy cegato?
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En el texto latino, el juego de palabras es entre scelus y Sceledrus.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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PA.— Eso pregúntaselo mejor a un médico. Pero yo que tú, de no estar dejado de la mano de los
dioses, tendría buen cuidado de no decir una palabra de esa historia; no harías más que exponerte a
perder la cabeza y todos tus huesos; [295] doblemente buscas tu perdición si te empeñas en extender
tales cuentos.
ES.— ¿Por qué doblemente?
PA.— La cosa no tiene vuelta de hoja: en primer lugar, caso de que levantes una calumnia a
Filocomasio, motivo más que suficiente para perecer; y luego, si es que tu acusación es cierta, otro
tanto de lo mismo, por ser tú precisamente su guardaespaldas.
ES.— De lo que va a ser de mí, de eso yo no sé nada, pero que he visto lo que he visto, eso sí
que lo sé de cierto.
[300] PA.— ¿Te empeñas, desgraciado?
ES.— ¿Qué quieres que te diga, sino lo que he visto?; y además, ahora está ella ahí en casa del
vecino.
PA.— Oye, pero ¿es que no está en casa?
ES.— Entra tú mismo y míralo, yo ya no exijo que se me crea nada.
PA.— Y tanto que voy a mirarlo.
ES.— Yo te espero aquí; y de paso estaré al acecho a ver cuándo se recoge la ternera del pasto a
su establo. [305] (Palestrión entra en casa del militar.) No sé qué hacer; el militar me ha encargado
su vigilancia: si la descubro, estoy perdido, pero estoy también igualitamente perdido si me callo y
luego resulta que viene a descubrirse el caso. No hay nada peor ni más descarado que una mujer.
Mientras que yo ando por el tejado, [310] coge ella y sale de su habitación; por favor, qué
atrevimiento; si se entera el militar, te juro que va a mandar a la horca a toda la casa, inclusive un
servidor. Diablos, sea como sea, preferible es cerrar el pico que jugarme el pellejo; yo no puedo
guardar a una persona si es ella misma la que se vende.
PA.— (Saliendo de casa del militar.) ¡Escéledro, Escéledro!, ¿hay en todo el mundo otro
caradura más grande que tú?, ¿alguien que haya nacido con un sino más avieso?
ES.— ¿Qué pasa?
[315] PA.— ¿Por qué no te haces sacar unos ojos con los que ves cosas que no existen en parte
alguna?
ES.— ¿Cómo en parte alguna'?
PA.— Desde luego, yo no daría por tu vida ni un higo pocho.
ES.— Pero ¿qué es lo que pasa?
PA.— ¿Que qué pasa, preguntas?
ES.— Pero ¿por qué no lo voy a preguntar?
PA.— ¿Por qué no te mandas cortar esa lengua tan larga?
ES.— Pero ¿por qué me la voy a mandar cortar?
[320] PA.— Filocomasio está en casa y tú decías que la habías visto en casa del vecino
besándose y abrazándose con otro.
ES.— Me extraña que comas cizaña estando el trigo tan barato.
PA.— ¿Por qué?
ES.— Porque estás cegato 8 .
PA.— Bribón, te juro que tú no es cegato lo que estás, sino ciego del todo: la joven está en casa.
ES.— ¿Cómo, en casa?
PA.— En casa, sí, señor, en casa.
Es. _ ¡Vamos anda, Palestrión, estás jugando conmigo!
[325] PA.— Entonces tengo que tener las manos embadurnadas.
ES.— ¿Por qué?
PA.— Por estar jugando con basura.
ES.— ¡Ay de ti!
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La ingestión de cizaña pasaba por hacer daño a los ojos: cf. OVIDIO, Fast. I 691, careant loliis oculos vitiantibus
agri.Tito Macio Plauto
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PA. — De ti sí que sí, Escéledro, a no ser que cambies de ojos y de dichos. Pero ha sonado nuestra
puerta.
ES.— Pues yo me pongo ahí de guardia a la puerta (en casa de Periplectómeno), porque ella no
tiene otra posibilidad de pasar de allí aquí si no es directamente por esa puerta.
[330] PA.— ¡Pero si está en casa! Verdaderamente, Escéledro, yo no acierto con qué es lo que
te trae a tan mal traer 9 .
ES.— Yo sé lo que me veo y lo que me sé: a mí mismo me doy en primer lugar crédito; nadie en
este mundo podrá sacarme de que la joven está aquí en esta casa; aquí me planto a la puerta para
que no se me escurra y se me pase a la otra sin yo darme cuenta.
PA.— (Aparte.) Ya lo tengo, verás cómo consigo echarle de sus trincheras. [335] ¿Quieres que te
convenza de que no ves más que fantasmagorías?
ES.— Venga, hale.
PA.— ¿Y de que no tienes dos dedos de frente ni ojos en la cara?
ES.— De acuerdo.
PA.— ¿Tú dices entonces que la amiga del amo está ahí en esa casa?
ES.— Además declaro que la he visto ahí dentro besándose con otro hombre.
PA.— ¿Sabes tú que no hay comunicación ninguna de esa casa a la nuestra.
ES.— Sí que lo sé.
[340] PA.— ¿Ni terraza ni jardín, como no sea encaramándose por el tejado al patio interior?
ES.— Sí que lo sé.
PA.— Y ahora, qué; si resulta que la joven está en casa, si consigo que la veas salir de aquí de
casa, ¿te mereces entonces una buena ración de palos, sí o no?
ES.— Sí que me la merezco.
PA.— A ver, ponte entonces ahí de centinela en esa puerta (de la casa de Periplectómeno), no
sea que se te escurra a escondidas y se pase para acá sin que te des cuenta.
ES.— Ése es mi propósito.
PA.— Ahora mismo te la pongo aquí de patitas en la calle.
[345] ES.— ¡Venga ya, anda! (Palestrión entra en casa del militar.) Estoy pero que deseandito
saber si es que he visto lo que he visto o si va a salirse ése con la suya, como dice, de que está la
joven en casa. Hombre, yo tengo ojos en la cara y no necesito los de nadie. No, es que éste le anda
siempre a su alrededor, es su preferido, el primero que llaman para comer, el primero que le sirven
la carne; [350] pues no lleva con nosotros más que unos tres años y a ningún otro de los esclavos le
va mejor que a él en la casa. Pero yo ahora a lo mío, a guardar aquí la puerta esta; aquí delante me
planto. Te juro que al menos por aquí no van a dármelas.
ESCENA CUARTA
PALESTRIÓN, FILOCOMASIO, ESCÉLEDRO
PA.— (Saliendo con Filocomasio de casa del militar) Que no te olvides de mis instrucciones.
FI.— Me asombro de que me lo repitas tantas veces.
[355] PA.— Es que me temo que no te des bastante maña.
FI.— Dame si quieres hasta diez inocentonas, y te las dejaré pero que bien amañadas de lo que a
mí sola me sobra. Venga, adelante con tu plan. Yo me pongo ahí un poco más retirada.
PA.— ¡Tú, Escéledro!
ES.— (Con los brazos extendidos delante de la puerta de Periplectómeno.) Yo, aquí a lo mío;
pero oídos tengo, habla lo que quieras.
PA.— Me hace a mí el efecto que de la misma forma que [360] estás ahí de plantón vas a acabar
tus días a las afueras con los brazos extendidos, cuando te cuelguen.
9
En el texto latino hay de nuevo un juego de palabras entre scelus y Sceledrus, como en el v. 289.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
13
ES.— Pero ¿por qué?
PA.— Vuélvete un momento y mira para allá: ¿quién es esa joven?
ES.— ¡Dioses inmortales!
PA.— Eso mismo creo yo; anda ahora, cuando gustes...
ES.— ¿El qué?
PA.— Disponte a terminar tus días.
ES.— ¿Dónde está ese esclavo modelo que, siendo yo inocente, [365] me acusa en falso de la
mayor de las ignominias?
PA.— ¡Ahí lo tienes! Éste es el que me ha dicho lo que te he dicho.
FI.— Malvado, ¿dices que me has visto besándome en casa del vecino?
PA.— Y además ha dicho que con un joven extraño.
ES.— Sí que lo he dicho, maldición.
FI.— ¿Que tú me has visto?
ES.— Y con mis propios ojos.
FI.— Me parece que te vas a quedar sin ellos, por ver más de lo que ven.
[370] ES.— Nunca jamás me podrá sacar nadie de que he visto lo que he visto, demonios.
FI.— Tonta y necia de mí, hablar con este loco: yo te aseguro que te va a costar la cabeza.
ES.— Despacio con esas amenazas, joven; bien me sé yo que la horca va a ser mi sepulcro; allí
descansa toda mi parentela, mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuelo. Todas tus amenazas
no conseguirán arrancarme los ojos de la cara. [375] Pero tú, Palestrión, escúchame un momento:
por favor, ¿de dónde sale ésta ahora aquí?
PA.— ¿De dónde sino de casa?
ES.— ¿De casa?
PA.— ¿No te fías de mí?
ES.— Sí que me fío. De verdad que es una cosa asombrosa que haya podido pasar de allí aquí;
porque, desde luego, nosotros no tenemos ni terraza ni jardín ni ventana más que con reja; y yo, por
lo que a mí toca, afirmo que la he visto ahí dentro.
[380] PA.— ¿Insistes, malvado, en seguir acusándola?
FI.— ¡Ay, qué verdadero ha sido el sueño que he tenido esta noche!
PA.— ¿Qué es lo que has soñado?
FI.— Yo te lo diré: pero atended bien, por favor. He visto esta noche en sueños a mi hermana
gemela que había venido de Atenas a Éfeso con un amigo suyo; [385] y los dos se alojaban aquí en
la casa de al lado.
PA.— (Aparte.) Cuenta lo que ha soñado un servidor. A ver, sigue.
FI.— Yo me ponía muy contenta de que hubiera venido mi hermana, pero soñaba también que se
hacían caer sobre mí las peores sospechas, porque me parecía en sueños que uno de Mis esclavos
me acusaba de que me había estado besando con otro [390] muchacho, así como tú dices, cuando
era mi hermana gemela la que se había besado con su amigo; una tal calumnia he soñado que se me
levantaba.
PA.— Pues mira, te está pasando ahora despierta lo mismo que dices que has visto dormida. ¡Ja,
qué sueño más verídico! ¡Entra en casa, haz una oración! 10 . [395] Yo creo que hay que darle cuenta
de esto al militar.
FI.— Y tanto que estoy dispuesta a hacerlo; ni voy a consentir que se me acuse en falso
impunemente de un delito no cometido, (Entra en casa del militar)
ES.— Me temo haber metido la pata, según el escozor que siento por toda la espalda.
PA.— ¿Te das cuenta ahora de que estás perdido?
ES.— Ahora, desde luego, es cosa segura que está en casa. Aquí me planto de centinela a la
puerta, esté donde esté.
[400] PA.— Pero bueno, Escéledro, ¡hay que ver qué sueño tan exacto eso que tú sospechabas
10
Era costumbre invocar a los dioses después de haber tenido un sueño, implorando su auxilio (cf. Anphitruo 738 ss.,
Curculio 270 ss.).Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
14
de que la habías visto besándose!
ES.— Yo ya no sé el crédito que me puedo dar a mí mismo, después que me parece no haber
visto lo que creo haber visto.
PA.— Me parece que te pones en razón un poco demasiado tarde; si la cosa llega a oídos del
amo, bonita la que te vas a ganar.
ES.— Ahora, al fin, caigo en la cuenta de que se me puso [405] una nube delante de los ojos.
PA.— Pues sí que no hace rato que está la cosa clara, después que ella lleva todo el tiempo ahí
dentro en casa.
ES.— Yo ya no sé qué decir: la vi, pero no la vi.
PA.— Anda, caramba, que por poco nos pierdes a todos por una necedad así; por querer dártelas
de tan fiel con el amo, casi te buscas tu ruina. [410] Pero suena la puerta del vecino. Me callo la
boca.
ESCENA QUINTA
FILOCOMASIO, ESCÉLEDRO, PALESTRIÓN
FI.— (Saliendo de casa de Periplectómeno; a una esclava.) Pon fuego en el altar, para que
gozosa le tribute alabanzas y acciones de gracias a la Diana de Éfeso y la inciense con el
embriagante perfume de la Arabia por haberme guardado en los dominios de Neptuno y en sus
turbulentas regiones, donde he sido tan duramente combatida por las furiosas olas.
[415] ES.— ¡Oh, Palestrión, Palestrión!
PA.— ¡Oh, Escéledro, Escéledro!, ¿qué quieres'?
ES.— Esa joven que acaba ahora de salir de ahí ¿es Filocomasio, la amiga del amo, o no lo es?
PA.— Te juro que yo tengo la impresión de que parece ella, pero es sorprendente que haya
podido pasar de aquí allí, si es que realmente lo es.
ES.— Pero ¿tienes tú dudas de si es ella?
PA.— Parece ella.
[420] ES.— Vamos a acercarnos y a hablarle: ¡eh tú, Filocomasio!, ¿qué es lo que se te ha
perdido en esa casa, qué buscas ahí? ¿Por qué no me contestas? Es contigo con quien hablo.
PA.— Caramba, me parece más bien que es contigo mismo con quien hablas, porque lo que es
ella, no dice ni pío.
ES.— A ti te digo, malvada, infame, que andas ahí vagando por las casas de los vecinos.
FI.— ¿Con quién estás hablando?
[425] ES.— ¿Con quién sino contigo?
FI.— ¿Y quién eres tú o qué tienes que ver conmigo?
ES.— Oye, ¿me preguntas quién soy?
FI.— ¿Y por qué no te voy a preguntar lo que no sé?
PA.— A ver: ¿quién soy entonces yo, si no conoces a éste?
FI.— Un antipático, seas quien seas, lo mismo que el otro.
ES.— ¿Pero es que no nos conoces?
FI.— A ninguno de los dos.
ES.— Estoy aterrado.
PA.— ¿De qué?
ES.— De que no sea que nos hayamos extraviado donde sea, [430] porque ésta dice que no nos
conoce ni a ti ni a mí.
PA.— Yo quiero certificarme ahora mismo, Escéledro, de si es que somos nosotros o no lo
somos, no sea que alguno de los vecinos nos hayan metamorfoseado sin darnos cuenta.
ES.— Por lo menos yo soy yo mismo.
PA.— Y yo también, demonio; chica, te estás buscando tu perdición. ¡A ti te digo, eh, tú,
Filocomasio!Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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[435] FI.— Pero ¿qué clase de locura es esa de llamarme con un nombre falso y tan
complicado?
PA.— ¡Oye!, pues ¿cómo te llamas entonces?
FI.— Justa.
ES.— Haces mal, Filocomasio, te empeñas en tener un nombre que no te va: Injusta eres y no
Justa, y estás cometiendo una injusticia con mi amo.
FI.— ¿Quién, yo?
ES.— Sí, tú.
[440] FI.— ¿Yo, que he llegado ayer de Atenas a Éfeso con mi amigo, un muchacho ateniense?
PA. — A ver: ¿y a qué es a lo que vienes a Éfeso?
FI.— Me han dicho que mi hermana gemela está aquí y he venido a buscarla.
ES.— Eres una bribona.
FI.— Mejor diría yo una necia, por estar aquí charlando con vosotros. Me marcho.
ES.— ¡No te irás!
FI.— Suéltame.
[445] ES.— Te hemos cogido in fraganti, no te suelto.
FI.— Pues voy a hacer sonar mis manos, y además en tus mejillas, si no me sueltas.
ES.— (A Palestrión.) ¿Qué haces ahí como un pasmarote, maldición, por qué no la coges por el
otro lado?
PA.— No tengo interés ninguno en meter en líos a mis costillas. ¿Qué sé yo si no es
Filocomasio, sino una que se le parece mucho?
FI.— ¿Me sueltas o no me sueltas?
ES.— ¿Soltarte yo? Todo lo contrario: a la fuerza y contra tu voluntad [450] y quieras que no,
te meteré en casa si es que no vas de grado.
FI.— Yo no estoy aquí más que de paso, yo vivo en Atenas del Ática: yo no tengo nada que ver
con esa casa, ni os conozco a vosotros, ni sé quién diablos sois.
ES.— Denúnciame si quieres; yo no te soltaré antes de que me des la firme promesa de que
entras en casa si te suelto.
[455] FI.— Quienquiera que seas, me obligas por la fuerza; yo te doy promesa de que, si me
sueltas, entraré donde me ordenes.
ES.— ¡Hale, ya estás suelta!
FI.— Y ahora que lo estoy, ¡ahí te quedas! (Se va a casa de Periplectómeno.)
ES.— Eso es lo que vale la palabra de una mujer.
PA.— Escéledro, te has dejado escapar la presa. Es segurísimo la amiga del amo. ¿Quieres hacer
ahora mismo una cosa?
ES.— ¿El qué?
PA.— Tráeme una espada.
ES.— Pero ¿qué quieres hacer con una espada?
[460] PA.— Voy y me cuelo de rondón en la casa: al primero que vea allí besándose con
Filocomasio, cojo y le degüello.
ES.— Pero ¿es que tú crees que es ella?
PA.— No es que lo crea, es que estoy seguro de que lo es.
ES.— Pues hay que ver cómo disimulaba.
PA.— Venga, tráeme la espada.
ES.— Ahora mismo. (Entra en casa del militar)
PA.— Una cosa es segura: no hay soldado ni de infantería ni de caballería que tenga tanto arrojo
como para poder moverse [465] con tanta seguridad como una mujer. ¡Hay que ver la maestría con
que ha sabido hacer su doble papel, qué manera de reírse en las mismas barbas de su avisado
guardaespaldas, mi colega!. Es estupendo lo del pasadizo ese abierto en la pared.
ES.— (Saliendo de casa del militar) Eh, tú, Palestrión, te puedes ahorrar eso de la espada.
PA.— ¿Por qué, qué es lo que pasa?
[470] ES.— La amiga del amo está en casa.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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PA.— ¿Cómo, en casa?
ES.— Echada en su cama.
PA.— Escéledro, verdaderamente te juro que, si es como dices, te la has cargado.
ES.— ¿Por qué?
PA.— Por haberte atrevido a poner tus manos en la chica esta de la casa del vecino.
ES.— Te juro que estoy de verdad temblando.
PA.— Desde luego, no habrá quien me convenza de que no sea la hermana gemela de
Filocomasio: ella es, seguro, la que tú habías visto ahí besándose.
[475] ES.— A la vista está que es ella, como tú dices; verdaderamente que he estado a punto de
diñarla si se lo llego a decir al amo.
PA.— O sea que, si tienes dos dedos de frente, punto en boca; un esclavo debe saber más de lo
que habla. Te dejo, que no quiero cuentas contigo; me voy aquí a casa del vecino, no me gustan los
líos que armas. [480] Si viene el amo y pregunta por mí, allí estoy; vas y me llamas.
ESCENA SEXTA
ESCÉLEDRO, PERIPLECTÓMENO
ES.— ¡Pues no que coge éste y se larga sin ocuparse para nada de las cosas del amo, tal y como
si no fuera su esclavo! La otra está, desde luego, ahora aquí dentro en casa, porque acabo yo de
verla hace nada allí echada. [485] Yo me pongo aquí ahora de centinela.
PE.— (Saliendo de su casa y hablando como si no viera a Escéledro.) Bueno, esta gente me
toma por una mujer, y no por un hombre; los esclavos de mi vecino el militar, qué manera de
burlarse de mí; [490] ¡mira que haberle puesto mano en contra de su voluntad y haberle querido
tomar el pelo aquí a mi huéspeda, una joven libre y libre de nacimiento, que vino ayer de Atenas
con un amigo mío!
ES.— ¡Muerto soy, éste viene derecho a mí! Me temo que este asunto me va a traer muy malas
consecuencias, según lo que le oigo decir al viejo.
[495] PE.— Voy a hablarle: ¿has sido tú, Escéledro, quien ha estado ahora mismo tomando a
chunga aquí a la puerta de la casa a mi huéspeda?
ES.— Vecino, escúchame, por favor.
PE.— ¿Que te escuche encima?
ES.— Es que quiero disculparme.
PE.— ¿Que tú me vas a venir con disculpas, después de haber cometido tamaña fechoría, una
indignidad tal? ¿Acaso por ser soldados [500] os creéis que os está permitido hacer todo lo que os
dé la gana, granuja, más que granuja?
ES.— ¿Me permites?
PE.— (Sigue hablando sin hacerle caso.) Te juro por todos los dioses, por las diosas todas, que
si no se me da una satisfacción moliéndote a palos desde la mañana hasta la noche por haberme roto
mis canalones [505] y partido mis tejas mientras perseguías a ese mono que hace tan buena pareja
contigo, y por haber estado curioseando a mi huésped en casa cuando abrazaba y besaba a su amiga
y por haberte atrevido a calumniar a la amiga de tu amo a pesar de su inocencia y a acusarme a mí
de la mayor de las ignominias, [510] y por haber zarandeado a mi huéspeda aquí a la puerta de mi
casa; te juro, digo, que si no se me da una satisfacción a base de los palos que mereces, voy a dejar
caer sobre tu amo una mayor descarga de oprobio que olas levanta un huracán en el mar.
ES.— Periplectómeno, estoy en tal forma acorralado, que no sé si debo pedirte primero cuentas
a ti..., [515] o, en el caso de que ésa no sea ésta ni ésta ésa, entonces creo que más vale que te pida
disculpas por todo este asunto. Pero es que tampoco sé todavía bien qué es lo que he visto; tan
parecida es esa tuya a la nuestra..., [520] si es que no es la misma.
PE.— ¡Entra en mi casa a verlo y lo sabrás!
ES.— Con permiso.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
17
PE.— ¡Qué con permiso! Es que te lo mando que entres; y entérate de todo con calma.
ES.— Así lo haré. (Se dirige a la puerta de la casa de Periplectómeno.)
PE.— (Hablando a la puerta de la casa del militar) ¡Eh, tú, Filocomasio, pásate a toda prisa a
mi casa, la cosa urge! [525] Luego, cuando haya salido Escéledro, te vas otra vez corriendo a la
vuestra. A ver si va a armar ahora éste algún lío: como no la vea Escéledro ahora allí... pero se abre
la puerta.
ES.— (Saliendo de casa de Periplectómeno.) [529-530] ¡Dioses inmortales, misericordia!
Imposible hacer una mujer más parecida y más la misma sin ser la misma; ni siquiera los dioses
serían capaces.
PE.— Y ahora ¿qué?
ES.— Me merezco una paliza.
PE.— ¿Qué, es ella?
ES.— Lo es, pero no lo es.
PE.— ¿Es ésa la que viste?
ES.— La vi, y además abrazándose y besándose con tu huésped.
PE.— ¿Es ella?
[535] ES.— No lo sé.
PE.— ¿Quieres saberlo de todas todas?
ES.— Con toda mi alma.
PE.— Entra ahora mismo en vuestra casa, mira si es que está la vuestra allí dentro.
ES.— Vale, tienes mucha razón, ahora mismo estoy de vuelta. (Entra en casa del militar.)
PE.— En mi vida he visto burlarse de nadie en forma tan divertida y tan increíble. [540] Pero ya
sale.
ES.— Periplectómeno, yo te suplico por los dioses y los hombres todos, y por mi necedad,
abrazado a tus rodillas...
PE.— ¿Qué es lo que me suplicas?
ES.— Que perdones mi ignorancia y mi necedad; ahora, al fin, me doy cuenta de que he sido un
loco, un ciego, un atolondrado, [545] porque Filocomasio... dentro está.
PE.— Qué, ladrón, ¿las has visto ahora a las dos?
ES.— Sí que las he visto.
PE. Ahora, ponme aquí a tu amo.
ES.— Confieso que me tengo merecido el mayor de los castigos y te digo que he cometido una
injusticia con tu huéspeda, [550] pero es que yo creí que era la amiga de mi amo, de la que mi amo
el militar me había puesto de guardián; es que, desde luego, no es posible sacar de uno y el mismo
pozo dos clases de agua más iguales que lo son ella y esa huéspeda tuya. Además, confieso que
estuve mirando desde el tejado al patio de tu casa.
PE.— Muy bien está eso de confesarme una cosa que he visto yo mismo; [555] ¿y dices que
viste allí a mi huésped besándose con la muchacha esta?
ES.— Sí que lo vi, ¿por qué voy a negar lo que he visto?, pero creí que era Filocomasio.
PE.— ¿Piensas tú que soy yo una persona tan vil como para consentir a sabiendas [560] que se
le hiciera en mi casa tan a las claras una injuria semejante a mi vecino?
ES.— Ahora, al fin, me doy cuenta de que me he portado como un necio, ahora que ya lo sé
todo; pero no lo hice con mala intención.
PE.— Pero indebidamente, que un esclavo debe tener bajo [565] control sus ojos, sus manos y
sus palabras.
ES.— Yo, desde luego, si es que de aquí en adelante abro la boca, aunque sea para decir una
cosa de la que estoy seguro, llévame a la horca; yo mismo te me entregaré, pero ahora te ruego por
favor que me perdones.
PE.— Intentaré dominarme y no pensar que lo has hecho [570] con mala intención; quedas
perdonado.
ES.— ¡Los dioses te lo paguen!
PE.— Y tú, maldición, si no es que estás dejado de la mano de los dioses, pondrás freno a tuTito Macio Plauto
El militar fanfarrón
18
lengua; en adelante no has de saber tampoco lo que sabes, ni haber visto lo que has visto.
ES.— Te agradezco el buen consejo, así lo haré: ¿estás ahora del todo satisfecho?
PE.— Puedes marcharte.
[575] ES.— ¿Deseas alguna otra cosa?
PE.— Que hagas como si no existiera.
ES.— (Aparte.) Éste me engaña. ¡Con qué bondad me ha hecho gracia de perdonarme! Yo me
sé lo que trama: que me [580] echen mano en casa en cuanto que vuelva el militar del foro; está
compinchado con Palestrión para traicionarme; lo tengo visto y lo sé ya hace tiempo. Pero te juro
que no voy a picar en el cebo de ese anzuelo, porque me escaparé a donde sea y estaré escondido
unos cuantos días mientras que se solucionan estos líos y se amansan las iras, que de verdad he
merecido un castigo que valdría para un pueblo entero de traidores. [585] Pero, sea como sea, entro
ahora en casa.
PE.— Al fin se fue; verdaderamente tengo por cierto que un cerdo degollado sabe más —y
mejor— que éste: ¿cómo será posible convencer a una persona de que no ha visto lo que ha visto?
[590] A nuestra banda se han pasado sus ojos, sus oídos, todo su discernimiento. Hasta ahora todo
nos ha salido a pedir de boca; hay que ver la gracia y el salero con que ha colaborado la joven. Me
voy otra vez aquí a nuestro senado, que Palestrión está ahora en mi casa y Escéledro fuera: ahora
podemos celebrar asamblea plenaria. [595] Me voy dentro, no sea que se echen las suertes de los
cargos en mi ausencia 11 .
ACTO III
ESCENA PRIMERA
PALESTRIÓN, PERIPLECTÓMENO, PLEUSICLES
PA.— (A los otros dos dentro de la casa.) Esperaos ahí un momento, Pleusicles, dejadme a mí
primero inspeccionar si no hay por alguna parte una emboscada contra la asamblea a celebrar,
porque necesitamos ahora un lugar seguro, donde no pueda ningún enemigo hacerse con los
despojos de nuestro plan, [600] que un plan bueno deja de serlo si cae en poder del enemigo, ni es
posible otra cosa sino que, si le aprovecha a él, te haga daño a ti; y es que pasa muchas veces el
dejarse atrapar un plan bien pensado si no se escoge con cuidado y precaución el lugar para las
discusiones. [605] Y si los enemigos llegan a conocimiento de tu plan, te tapan la boca y te atan las
manos, y lo que tú querías hacer con ellos te lo hacen ellos a ti. Voy a mirar bien, no sea que o por
la izquierda o por la derecha haya apostado algún cazador con redes provistas de orejas. Desde aquí
hasta el final de la plaza no veo más [610] que un desierto; voy a llamarlos; ¡eh, Periplectómeno,
Pleusicles, salid!
PE.— Aquí estamos a tus órdenes.
PA. — Fácil es mandar cuando se trata de buenos sujetos. Y ahora ¿qué os parece: lo hacemos así
como hemos pensado dentro?
PE.— Yo creo que nada puede ser más a propósito para nuestros planes.
PA. — Y tú, Pleusicles, ¿qué dices?
PL.— ¿Me va a parecer mal a mí lo que os parece bien a vosotros? [615] No tengo yo otra
persona que sea más adicta que tú, Periplectómeno.
PA.— Muy bien dicho, tienes toda la razón.
PE.— Qué otra cosa podía esperarse de él.
PL.— Pero, si digo la verdad, toda esta historia me agobia y me atormenta física y
psíquicamente.
PE.— ¿Qué es lo que te atormenta? Habla, pues.
11
Texto inseguro.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
19
PL.— El venirte a ti a tu edad con estas niñerías impropias de ti y de una persona de tu talla,
[620] el que por causa mía te pongas a ello con toda tu alma para ayudarme en mis amores y que
hagas cosas que a tu edad suelen más bien rehuirse que buscarse; me da apuro el cargarte a tus años
con todas estas complicaciones.
PA.— Pleusicles, si te da apuro de algo de lo que haces, tienes verdaderamente una forma nueva
de amar; [625] joven, tú no estás enamorado, eres más bien la sombra de un amante que no un
enamorado de verdad.
PL.— ¿Es que está bien acaso dar que hacer a una persona en esas edad por culpa de mis
amores?
PE.— ¿Qué dices?, ¿es que te parezco estar tan a punto para el otro mundo que soy ya un
hombre con un pie en la sepultura? [630] ¿Tan viejo te parezco? Después de todo, no tengo más de
54 años y veo como un lince, estoy ágil de pies y de manos.
PA.— En serio, a pesar de sus canas, por su manera de ser no parece un viejo; no ha perdido ni
un punto de su peculiar noble condición, que es pero que de primera.
PL.— Por experiencia sé la razón que tienes, Palestrión: este hombre tiene, desde luego, tanta
comprensión como una persona joven.
[635] PE.— Precisamente, querido amigo, mientras más a prueba me pongas, más tendrás
ocasión de experimentar mi indulgencia para con tus amores.
PL.— ¿Y para qué enterarse de lo que ya se sabe?
PE.— *** 12 Para que hagas tú la experiencia por ti mismo, que alguien que no ha estado nunca
enamorado, difícilmente podrá hacerse cargo de la situación ajena; [639-640] y es que yo siento
aún anidar en mí el fuego del amor y la savia de la vida, ni estoy tan reseco como para no querer
cuentas con todo lo que significa contento y placer. Yo tengo sentido del humor y soy un huésped
bien visto en todas partes; yo no le quito a nadie la palabra en una conversación y sé muy bien
abstenerme de despropósitos en un convite, [645] hablar cuando me corresponde y guardar silencio
cuando le toca el turno de hablar a otro; jamás se me ocurre escupir ni carraspear ni sonarme a la
mesa; en fin, es que no en vano he nacido en Éfeso, y no en Apulia, no soy de Anímula 13 .
PA.— ¡Qué tipo más simpático este viejo a medias, si es que realmente tiene las cualidades que
dice!, [650] desde luego, ha mamado la simpatía con la leche de la madre.
PE.— Pues aún te voy a resultar más simpático por mis hechos que por mis dichos; y es que yo
en un convite jamás me pongo a emprenderla con la amiga de otro, ni me adelanto a tomar de la
carne ni la copa, ni surge nunca por culpa mía, por haberme propasado con el vino, conflicto alguno
entre los comensales; [655] si es que alguno se pone molesto, me marcho a casa, interrumpo la
conversación; yo, cuando estoy a la mesa, me doy a Venus, al amor, al placentero esparcimiento.
PA.— Verdaderamente que la nota más destacada en tu carácter es la jovialidad: dame tres
hombres de la misma clase, y te los pagaré a precio de oro 14 .
PL.— Yo te aseguro que te será imposible encontrar otro hombre de la misma edad con más
simpatía, [660] ni nadie que te sea un amigo tan servicial.
PE.— Ya verás cómo consigo que no te quede sino conceder que me porto realmente como un
joven, porque, sea lo que sea, me encontrarás siempre a tu disposición para ayudarte con mis
servicios: ¿que te hace falta un patrono adusto, iracundo? ¡Aquí me tienes! ¿Te hace falta uno
manso? Dirás que lo soy más que la mar en calma [665] y más apacible que el soplo del céfiro.
Igual soy capaz de servirte de comensal con un humor de perlas que de bufón como no hay otro,
que te hago a la perfección la compra para un festín; y si es que se trata de bailar, no habrá marica
que sea capaz de igualársme con sus contoneos.
PA.— (A Pleusicles.) Si te dieran a escoger, ¿qué te parecería deseable para ti, aparte de todas
esas cualidades?
12
Los editores suponen aquí una laguna, que Ritschl suple como sigue: «Porque es mejor haber estado uno mismo
enamorado. si es que quieres ayudar a alguien que lo está».
13
Anímula era una aldea insignificante de la Apulia, región de Italia, cuyos naturales tenían, al parecer, fama de muy
rústicos.
14
El texto latino dice aurichalcum, metal fabuloso de brillo dorado; cf. Curculio 202.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
20
[670] PL.— El poder dar pruebas de un agradecimiento adecuado a tus servicios, y lo mismo
digo en tu caso, que ya son muchos los trastornos que os estoy ocasionando a los dos. También me
pesa el estarte ocasionando tantos gastos, Periplectómeno.
PE.— Pues eso es una tontería, que lo que gastas con una mala mujer o con un enemigo es cosa
perdida, pero en un buen huésped y un amigo son los gastos una ganancia. [675] También lo que
empleas en el culto divino es para una persona de cabeza una ganancia 15 . Yo, gracias a los dioses,
tengo lo suficiente para ofrecerte hospitalidad de buena gana; come, bebe, disfruta a placer en mi
compañía, llena tu alma de optimismo: libre es mi casa, libre quiero gozar de la vida; [680] porque
yo, gracias a los dioses puedo decirlo, hubiera podido por mis riquezas casarme con una mujer rica
y noble; pero mira, no tengo ganas de meter en mi casa a alguien que me esté siempre ladrando.
PA.— ¿Por qué?: los hijos dan muchas alegrías.
PE.— Te juro que mucha más alegría da el gozar tú de tu libertad.
PA.— Tú eres una persona que sabe tomar sabias decisiones no sólo para los demás, sino
también para sí misma.
[685] PE.— Desde luego que es muy hermoso el casarse con una mujer buena, si es que hubiera
en el mundo donde se la pudiera encontrar; pero ¿me voy yo a casar con una mujer que no me diga
nunca: «Marido, cómprame lana que te haga una capa suave y caliente y un buen traje de invierno,
que no te hieles cuando llegue el frío»? ¿Te crees que vas a oír alguna vez una cosa así de tu mujer?
[690] No, sino que antes del canto del gallo me despertará y me dirá: «Marido mío, dame para que
pueda hacer un regalo a mi madre para primeros de mes 16 , dame para que pueda hacer dulces, dame
para que tenga de donde dar algo por las fiestas de Minerva 17 , a la exordista 18 , a la intérprete de los
sueños, a la adivina y la profetisa; es una verdadera vergüenza si no se le manda nada a la vidente
que sabe leer los movimientos de las cejas 19 ; [695] bueno, y a la mujer que me dobla la ropa no está
ni medio bien el no hacerle un regalo; y la de la cera 20 ya hace tiempo que está enfadada conmigo
porque no ha recibido nada; y luego la comadrona, que se me ha quejado de que era muy poco lo
que le había mandado; qué, ¿no le vas a mandar algo a la nodriza de los esclavos?». Todos estos
gastos y perjuicios por el estilo [700] que traen consigo las mujeres son los que me retienen de to-
mar una esposa que me venga luego con historias parecidas.
PA.— Tú gozas del favor de los dioses; porque te juro que, si llegas a perder esa libertad, no te
será fácil el volver a recuperarla en ese grado.
PL.— Por otra parte, es una honra, cuando se es de noble familia y se poseen grandes riquezas, el
criar hijos para perpetuar el nombre de la familia y el propio.
[705] PE.— Y teniendo muchos parientes, ¿qué necesidad tengo de hijos? Así vivo feliz y como
quiero y me viene en gana; a mi muerte entregaré y repartiré mis bienes entre mis parientes; ellos
andarán a mi alrededor, se ocuparán de mí, vendrán a ver cómo me encuentro, si es que quiero algo.
Antes de ser de día están ya aquí y me preguntan que cómo he pasado la noche. [710] Las personas
que me regalan, a ésas tendré yo por mis hijos: ¿que están de matanza para un sacrificio?, me dan a
mí de lo que ellos se quedan para sí mismos, me llevan al banquete, me invitan a sus casas a
almorzar, a cenar; como postergado se siente el que menos da. Ellos rivalizan entre sí con sus
regalos y yo me digo para mis adentros: [715] están esperando a tragarse mis bienes, por eso me
ceban y me regalan a porfía.
15
Ribbeck, Brix y Ernout, seguramente con razón, han considerado como interpolación el v. 675.
Se trata de las calendas de marzo, cuando era costumbre hacer regalos a las mujeres: cf. MARCIAL, V 84, 10;
SUETONIO. Vespasiano 19.
17
La fiesta de la fundación del templo de Minerva en el Aventino el 19 de marzo coincidía con la antigua fiesta de
Marte nombrada quinquatrus (celebrada el quinto día después de las idus de marzo), por lo que era considerada por el
pueblo como una fiesta de Minerva, patrona de los artesanos (artificum dies); cf. OVIDIO, Fast. III 809 ss., donde se
nombra entre otros, por ejemplo, a los que trabajan la lana, los zapateros, los médicos y los maestros de escuela. Cinco
días duraban las fiestas ya en el siglo u antes de nuestra era (T. Livio, XLIV 20, 1).
18
Cf. NONIO, 494 (de VARRÓN, Cato vel de liberis educandis) ut faciunt pleraeque, ut adhibeant praecantrices nec
medico ostendant
19
Cf. Pseudolus 102, ita supercilium salit, interpretado como un augurio feliz.
20
Ceriaria, oficio no identificado.
16Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
21
PA.— Tú tienes mucho talento para organizarte tu vida; si no te falta de nada, es como si
tuvieras dos y tres hijos.
PE.— Desde luego que, si hubiera tenido hijos, no serían pocas las penas que me hubieran
causado: [719-720] no tendría ni un momento de respiro: si uno tuviera fiebre, pensaría si se me iba
a morir; si se cayera borracho al suelo o del caballo, tendría miedo de que se hubiera partido una
pierna o la crisma.
PL.— Este hombre es una persona digna de poseer riquezas y de gozar de una vida larga, porque
sabe conservar sus bienes, disfrutar de ellos y servir a sus amigos.
[725] PA.— ¡Sí, señor, una persona encantadora! Por todos los dioses y las diosas, cuánto mejor
hubiera sido que la providencia divina hubiera dispuesto que no todos lleven un mismo género de
vida. ¿No veis la forma en que los buenos inspectores de los mercados tasan las mercancías?: a las
buenas les ponen el precio por el que merecen ser vendidas con arreglo a su calidad, y asimismo
tasan las malas de forma que causen pérdidas a los que las ofrecen. [730] Igual debían haber
ordenado los dioses la vida de los mortales: a los de buen natural, darles vida larga, a los malos y a
los sinvergüenzas, quitársela en seguida. Si así estuvieran dispuestas las cosas, habría muchas
menos malas personas y no se atreverían tanto a cometer malas acciones, [735] y encima
resultarían más bajos los costes de vida para la gente de bien.
PE.— Es una necedad y una ignorancia el criticar los designios de los dioses y el hacerles
reproches. Pero dejemos el tema. Yo voy ahora a hacer la compra, mi querido huésped, para
acogerte en mi casa con esplendidez, las atenciones y el obsequio dignos de tu persona y de la mía.
[740] PL.— No son pocos los gastos que me parece haberte ocasionado ya, que no es posible el
alojarse un huésped en casa de un amigo sin resultar molesto pasados tres días, y si son diez los que
se queda, entonces eso es ya el cuento de nunca acabar 21 y aun en el caso de que el dueño de la casa
no lo lleve a mal, la servidumbre protesta,
[745] PE.— Yo, querido huésped, tengo hechos los esclavos a servirme, no a que ellos sean los
que me den órdenes a mí o a que sea yo el que esté sujeto a ellos; si les resulta molesto lo que es
agradable para mí, ellos reman bajo mi mando y tienen que hacer lo que les molesta, aunque sea por
medio de castigos y a la fuerza. Pero ahora, como dije, me voy a la compra.
[750] PL.— Si te empeñas, como quieras, pero no te pases de la raya, no hagas demasiados
gastos; a mí me basta con cualquier cosa.
PE.— Déjate de dichos tan viejos y tan trillados; mi querido huésped, al hablar así no haces sino
lo que todos; cuando están a la mesa y se trae la cena, dicen: a qué tales gastos sólo por causa
nuestra; [755] de verdad, tú estás loco, si eso hubiera bastado para diez personas. Protestan de que
se haya comprado tanto y cuanto por causa suya, pero luego cogen y se lo comen.
PA.— Desde luego que así es: ¡no sabe nada éste!
PE.— Y luego a esos mismos no los oirás nunca decir cuando ven la mesa tan bien abastada: di
que se lleven eso; retira esa fuente; [760] llévate ese jamón, yo no lo quiero; toma aquel asado de
cerdo; este congrio estará también muy bueno frío, llévatelo, anda, quítalo de la mesa. A ninguno de
ésos les oirás hablar así, sino que se abalanzan y se te echan casi encima de la mesa al coger las
cosas.
PA.— Mira qué bien sabe un hombre tan correcto describir las incorrecciones ajenas.
PE.— Pues no he dicho ni la mitad, y si hubiera tiempo todavía podría decir mucho más.
[765] PA.— Bien, ahora más vale ocuparnos primero de lo que traemos entre manos. A ver,
atendedme los dos. Yo necesito tu ayuda, Periplectómeno, porque se me ha ocurrido una bonita
estratagema para dejar bien esquilado al militar este de la cabellera y para darle posibilidad a
nuestro enamorado joven [770] y a Filocomasio de que se la lleve y se quede con ella.
PE.— A ver, danos noticia de ese plan.
PA.— Y tú dame ese anillo que llevas.
PE.— ¿Para qué lo quieres?
21
El texto latino dice odiorum lijas; el giro era proverbial entre los griegos; CICERÓN lo usa en Cartas a Ático VIII
11, 13, tanta malorum impendet Ilias.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
22
PA.Cuando lo tenga, entonces te daré razón de mis artimañas.
PE.— Puede servirte de él, aquí lo tienes.
PA.— Y tú recibe a cambio el plan del engaño trazado.
PE.— Somos todo oídos.
[775] PA.— Mi amo es un especialista en mujeres casadas como pienso que no ha existido ni
existirá jamás otro igual.
PE.— Soy de la misma opinión.
PA.— Él dice siempre que es más guapo que un Adonis 22 , y por eso asegura que le persiguen
todas las mujeres de Éfeso.
PE.— Te juro que hay muchos que desearían que estuvieras mintiendo, [780] pero yo me creo
muy bien que es así como dices: o sea, Palestrión, procura no extenderte demasiado.
PA.— ¿Puedes tú proporcionarme una mujer atractiva, ladina, con gracejo?
PE.— ¿La quieres que sea libre de nacimiento o una liberta?
[785] PA.— Eso me da igual, con tal que me proporciones una 1 que sea interesada, que viva del
oficio y que tenga chispa; de corazón, nada, porque no hay una que lo tenga.
PE.— ¿Una con experiencia o una principianta? 23
PA.— Con toda su salsa, lo más atractiva posible y muy, muy joven.
PE.— Yo tengo una así, una de mi servicio, una golfa muy jovencilla. [790] Pero ¿para qué la
quieres?
PA.— Para que la traigas a tu casa y la presentes aquí arreglada como si fuera una señora, bien
peinada con sus trenzas y sus cintillos, y que haga como que es tu mujer; eso es lo que le tienes que
decir.
PE.— No sé por dónde vas.
PA.— Pues espera y lo sabréis. Pero ¿tiene esa que dices también una esclava?
PE.— Una más lista que lista.
[795] PA.— Ésa también nos hace falta. Dile a la joven y a su esclavita que haga ella como que
es tu mujer y que se muere por nuestro militar (hablando cada vez más alto) y como si le hubiera
dado este anillo a su sirvienta y ella luego a mí para que se lo dé al militar y como si yo hiciera de
tercero en el asunto.
PE.— Te oigo, te oigo, no me dejes sordo a fuerza de gritos 24 , [799a] por favor, yo tengo buen
oído ***.
[800] PA.— Cuando las tengas instruidas, iré al militar y le daré el anillo: le diré que me lo ha
traído y me lo ha dado tu mujer para que la pusiera en tratos con él... Tal como yo me lo conozco,
¡le entrarán unas ganas al pobre! Porque no hay nada que le atraiga tanto al muy bribón como las
mujeres casadas.
PE.— Así le hubieras encargado al sol en persona que te la buscara, no te hubiera encontrado
otras dos jóvenes más al pelo para este asunto. Tú tranquilo.
[805] PA.— Entonces, hala; pero la cosa corre prisa (se va Periplectómeno). Y ahora, tú,
Pleusicles, escúchame.
PL.— Estoy a tus órdenes.
PA.— Cuando vaya el militar a vuestra casa, no se te vaya a ocurrir pronunciar el nombre de
Filocomasio.
PL.— Pues ¿cómo la tengo que llamar?
PA.— Justa.
PL.— O sea, como hemos dicho antes.
PA.— Estupendo, hale.
PL.— Yo lo tendré presente. Pero me gustaría saber para qué.
[810] PA.— Yo te lo diré cuando venga a cuento; ahora, calla. El otro ya está representando su
22
El texto latino pone Alexander (Paris), el raptor de Helena.
Texto de interpretación insegura.
24
Texto según conjetura de Lindsay en el aparato crítico.
23Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
23
papel, a ti te tocará la vez en seguida.
PL.— Me meto en casa entonces.
PA.— ¡Mucho ojo con lo que te he encargado!
ESCENA SEGUNDA
PALESTRIÓN, LURCIÓN
PA.— (Solo.) ¡Qué líos tan grandes que organizo, menudas las armas que manejo! Verás cómo
dejo hoy al militar sin su amiga, si es que mis soldados se portan con disciplina. [815] Voy a llamar
al otro: ¡eh, tú, Escéledro, sal aquí a la puerta, si no tienes otra cosa que hacer, soy yo, Palestrión!
LU.— (Saliendo de casa del militar.) Escéledro no puede salir ahora.
PA.— ¿Por qué?
LU.— Está dormido sorbiendo.
PA.— ¿Sorbiendo?
[820-821] LU.— Roncando quiero decir, pero como es casi lo mismo cuando roncas, que no
parece sino que sorbes...
PA.— Pero bueno, ¿es que está Escéledro ahí en casa durmiendo?
LU.— Sí, pero no en lo que se refiere a la nariz, porque menudos silbidos que le hace pegar.
PA.— Ése, como es bodeguero, se ha tomado unas copas de contrabando, al poner el nardo en el
vino 25 . [825] ¡Eh, tú, Sinvergüenza, tú, su vicebodeguero!
LU.— ¿Qué hay?
PA.— ¿Cómo se ha permitido quedarse dormido?
LU.— ¿Cómo? Pues cenando los ojos, digo yo.
PA.— No es eso lo que te pregunto, ladrón; sal aquí afuera. Muerto eres si no me dices la
verdad: ¿le has dado tú el vino?
LU.— No.
PA.— ¿Lo niegas?
[830] LU.— Y tanto que lo niego, como que me ha prohibido él que lo diga; ni le he sacado
ocho cuartillos en la jarra ni se lo ha echado él al coleto calentito durante el almuerzo.
PA.— Ni tú has bebido junto con él, ¿verdad?
LU.— Mal rayo me parta si es que he bebido o pude beber.
PA.— Pero ¿por qué?
[835] LU.— Porque me lo tomé a sorbos; estaba demasiado caliente, me quemaba la garganta.
PA.— No está mal la cosa: unos hartos de vino, y otros... a beber agua con vinagre. ¡Bonito par
estáis hechos de jefe y ayudante al frente de nuestra bodega!
LU.— Pues lo mismo harías tú si fueras el que estuviera al frente de ella. [839-840] Como no
nos puedes imitar, por eso nos lo tomas a mal a nosotros.
PA.— ¿Acaso no he sido yo nunca bodeguero en mi vida? Contéstame, bribón, y para que lo
sepas, te aviso: Lurción, si no dices la verdad, perecerás en la horca.
[845] LU.— ¿Ah, sí? Para que tú te chives de que lo he dicho y luego cojan y me priven de
poder forrarme en la bodega, y tú, si te ponen allí de encargado, te busques otro ayudante.
PA.— En serio que no. Hale, háblame con tranquilidad.
LU.— De verdad que yo no he visto sacar el vino, sino sólo que él me decía que lo sacara y yo
entonces iba y lo sacaba.
[850] PA.— Por eso estaban las ánforas 26 tantas veces boca abajo.
25
Texto corrupto, traducción según la conjetura de USSING, que siguen BRIXNIEMEYER. PALADIO (XI 14. 8)
nombra e] nardo céltico entre otros aditivos para conseguir que el vino parezca más añejo de lo que es.
26
El cadus, una especie de ánfora de mayor cabida, hacía unos 40 litros y era el envase típico del vino griego, pero se
utilizaba también, por ejemplo, para aceite, higos o salazones de pescado.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
24
LU.— No, no, no era por eso por lo que se tambaleaban tanto las ánforas, sino que había en la
bodega una esquinilla así un poco resbaladiza y allí mismo había junto a las ánforas una jarra de a
litro, que solía llenarse hasta diez veces al día; yo mismo la he visto llenarse y vaciarse; [855]
cuando a la jarra le entraba la locura de Baco, otra vez que empezaban a tambalearse las ánforas.
PA.— Hale, hale, dentro ya; menudas bacanales os organizáis ahí en la bodega. Te juro que
ahora mismo voy y traigo al amo del foro.
[860] LU.— ¡Muerto soy! El amo me mandará a la horca cuando vuelva y se entere de lo
ocurrido, por no habérselo dicho. Qué diablos, yo me escapo a donde sea y así aplazo el castigo; (al
público) no se lo digáis a éste, por favor, os lo suplico.
PA.— ¿Adónde vas?
LU.— Tengo que hacer un mandado; ahora mismo estoy de vuelta.
PA.— ¿Un mandado?, ¿a quién?
LU.— A Filocomasio.
PA.— Venga, hale, vuelve en seguida.
[865] LU.— Por favor, si se reparten los palos, quédate con mi parte en mi ausencia.
PA.— Ahora caigo en la cuenta de lo que trama Filocomasio: como Escéledro está durmiendo,
ha mandado a su sustituto fuera, mientras que ella se pasaba a la otra casa. Me parece muy bien.
[870] Pero ahí viene Periplectómeno con la joven que le encargué, y es guapísima. Los dioses están
con nosotros. Menudo atuendo trae: desde luego, no parece una golfa. Se me está dando el asunto
pero que de maravilla.
ESCENA TERCERA
PERIPLECTÓMENO, ACROTELEUTIO, MILFIDIPA, PALESTRIÓN
PE.— Acroteleutio, ya te he explicado en casa punto por punto y lo mismo a ti, Milfidipa, de lo
que se trata. [875] Si es que no habéis caído bien en la cuenta de nuestra estratagema y de la trampa
en que le queremos hacer caer al militar, os lo vuelvo a explicar ahora de nuevo; en el caso de que
estéis bien enteradas, entonces podemos cambiar de conversación.
AC.— Pues no, que no sería buena simpleza y necedad de parte mía el mezclarme en asuntos
ajenos o prometerte mi como colaboración [880] si es que no supiera yo traérmelas de mala y de
ladina en tales menesteres.
PE.— Así y todo, vale más no quedarse corto en lo que se refiere a instrucciones.
AC.— ¡Pues sí, que no es ningún secreto la falta que le hace a una fulana que se las den! En
cuantito que empezaste a hablar, yo misma he sido la que te he dicho la forma en que había que
timar al militar.
[885] PE.— De todos modos, a nadie le sobra un buen consejo, que a muchos he visto yo
echarse atrás de un buen camino antes de haberlo empezado.
AC.— Las mujeres, si es que se trata de hacer algo con maldad y malicia, tienen una memoria
inmortal y sempiterna para tenerlo todo presente; en cambio, si tienen que portarse como buenas
personas, [890] entonces es cuando se vuelven en seguida olvidadizas, entonces no pueden
acordarse de pronto de nada.
PE.— O sea que de eso es de lo que tengo miedo, porque tenéis que hacer ahora una cosa y la
otra: lo que hagáis de mal al militar, resultará en provecho mío.
AC.— Mientras que hagamos algo bueno sin darnos cuenta, no tengas miedo.
[894-895] PE.— ¡Malas piezas sois las mujeres!
AC.— No te apures, que yo me sé otros peores con quienes tienen que habérselas.
PE.— Bien empleado os está. Venid conmigo.
PA.— (Aparte.) Me estoy deteniendo en salirles al encuentro. (En voz alta.) Me alegro de verte
bien y en tal buena compaña.
PE.— Vienes muy a punto, Palestrión. Ea, aquí tienes las jóvenes que me encargaste traerte yTito Macio Plauto
El militar fanfarrón
25
con el atuendo que dijiste.
[900] PA.— Estupendo, bien venido. Se te saluda, Acroteleutio.
AC.— (A Periplectómeno.) Oye, dime: ¿quién es éste, que me nombra como si me conociera de
toda la vida?
PE.— Éste es nuestro arquitecto.
AC.— Hola, arquitecto.
PA.— Hola, joven. Pero una cosa: ¿te ha dado este Periplectómeno una buena carga de avisos?
PE.— Las traigo a las dos instruidas a cada cual más y mejor.
PA.— Quiero saber cómo; estoy temblando, no sea que vayáis a meter la pata.
[905] PE.— Yo no les he dicho ni más ni menos que lo que tú me has encargado.
AC.— O sea, que quieres que se le tome el pelo al militar tu amo, ¿no?
PA.— Exacto.
AC.— Todo está dispuesto a las mil maravillas, con vista, a pedir de boca y con chispa.
PA.— Sabes que quiero que figures que eres la esposa de éste (Periplectómeno).
AC.— De acuerdo.
PE.— Y que hagas como que estás enamorada del militar.
AC.— Tú tranquilo.
[910] PA.— Y como si fuéramos una esclava tuya y un servidor los que mediáramos en buscarle
este arreglo.
AC.— Tú, desde luego, podías ganarte la vida como adivino, porque estás prediciendo todo el
futuro.
PA.— Y como si tu criada me hubiera traído este anillo de tu parte para que yo se lo dé al militar
en nombre tuyo.
AC.— Exacto.
PE.— ¿A qué tantos avisos, si están más que avisadas?
[915] AC.— Más vale así. Amo mío de mi alma, tú date cuenta: cuando un constructor es bueno,
una vez que ha metido en el arsenal el armazón bien delineado de un barco, es fácil construirlo 27 ;
nosotros tenemos ahora nuestro barco bien puesto en grada y no nos faltan obreros o ingenieros que
saben su oficio; [920] si el contratista que nos ha de suministrar la madera no nos causa problemas
con darnos lo que necesitamos, nosotras nos las pintamos solas, ya verás qué pronto está la nave a
punto.
PA.— ¿Entonces conoces tú a mi amo el militar?
AC.— Me extraña que me lo preguntes. ¿Cómo no voy a conocerlo, si no hay quien no lo
aborrezca, un hombre que no sabe sino echar bravatas, con esa cabeza llena de ricitos, ese
especialista en casadas apestando a perfume?
PA.— ¿Y él te conoce acaso a ti?
[925] AC.— No me ha visto jamás, ¿cómo va a saber quién soy?
PA.— Hablas que es un primor: o sea que ya verás, nos va a salir todo de maravilla 28 .
AC.— Tú pones aquí al militar y no te preocupes de nada más. Verás qué bonitamente le tomo el
pelo, y si no, échame a mí toda la culpa.
PA.— Hale, pues, entraos, y a llevar el asunto con cabeza.
AC.— Tú a lo tuyo.
[930] PA.— Hala, Periplectómeno, llévatelas dentro; yo me voy al foro a buscar al militar y le
daré el anillo y le contaré que me lo ha dado tu mujer y que está perdida por él. En cuanto que
volvamos de la plaza, nos mandáis a éste (Milfidipa) como si viniera en misión secreta.
PE.— De acuerdo, no te preocupes de eso.
[935] PA.— Vosotros estad a lo vuestro, que yo os lo traigo ahora mismo ya con una buena
carga encima.
PE.— Hala, mucho éxito. (Se va.) Si consigo que mi huésped se apodere hoy de la amiga del
27
28
Según Using y Ernout, el final del v. 917 ha sido eliminado por una anticipación del final del verso siguiente.
Texto inseguro.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
26
militar y se la lleve a Atenas, [939-940] si conseguimos amañar nuestra artimaña, ¡menudo es el
regalo que te voy a hacer!
AC.— ¿La amiga está dispuesta a colaborar?
PE.— A las mil maravillas.
AC.— Estoy segura de que nos saldremos con la nuestra: échale las picardías de tres mujeres
juntas y verás cómo no tengo miedo de que nadie nos deje chicas en cuestiones de engaños y
trapacerías.
[945] PE.— Vámonos, pues, dentro para deliberar con calma, que pongamos por obra nuestros
propósitos con exactitud y como lo vide la cosa, para que no haya titubeos cuando venga el militar.
AC.— Venga, tú eres el que nos detienes.
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
PIRGOPOLINICES, PALESTRIÓN
PIR.— Es un placer cuanto todo lo que haces te sale de maravilla y tal como lo habías pensado:
hoy he enviado al gorrón [950] al rey Seleuco con los mercenarios que le he contratado como tropas
de seguridad para su reino mientras que yo estoy de permiso.
PA.— Anda y preocúpate tú de tus cosas mejor que de las de Seleuco, que se te ofrece ahora por
mediación mía un partido inesperado y estupendo.
PIR.— No hay más, lo dejo todo de lado y te escucho. Habla, tienes mis oídos a tu disposición.
[955] PA.— Echa una mirada, no sea que haya alguien al acecho de nuestra conversación,
porque se me ha dado el encargo de que lleve este asunto muy en secreto.
PIR.— (Después de mirar a su alrededor.) No hay nadie.
PA.— Por primera providencia, toma, aquí tienes una prenda de amor.
PIR.— ¿Qué significa este anillo?, ¿de dónde lo has sacado?
PA.— De una mujer estupenda, deliciosa, que está enamorada de ti [960] y arde en deseos de tu
sin par beldad; su criada me dio este anillo para que te lo entregara a ti.
PIR.— ¿Qué es, libre o una esclava liberta?
PA.— Como que me iba a atrever yo a hacer de tercero entre una liberta y tú, que no das abasto
a corresponder a todas las mujeres libres que te solicitan.
[964-965] PIR.— ¿Tiene marido o no?
PA.— Lo tiene, pero no lo tiene.
PIR.— ¿Cómo puede tenerlo y no tenerlo al mismo tiempo?
PA.— A ver, porque es joven y está casada con un viejo.
PIR.— ¡Bravo!
PA.— Es una mujer linda y fina de verdad.
PIR.— A ver si me vas a estar echando mentiras.
PA.— Ella es la única mujer digna de tu beldad.
PIR.— Caray que no debe ser guapa la joven, por lo que dices. Pero ¿quién es?
PA.— La mujer del viejo este vecino nuestro, Periplectómeno. [970] Está que se muere por ti y
quiere abandonar al viejo, no lo puede ver; por eso me ha mandado rogarte y suplicarte que le des
esa posibilidad.
PIR.— Te juro que yo lo estoy deseando, si ella quiere.
PA.— ¿Que si quiere ella?
PIR.— ¿Y qué hacemos de la amiga esta que tengo en casa?
[975] PA.— Pues mándala que se vaya donde le dé la gana; además, han venido a Éfeso su
hermana gemela y su madre a buscarla.
PIR.— Oye, tú, ¿que ha venido su madre a Éfeso?Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
27
PA.— Lo dicen personas que lo saben.
PIR.— ¡Uf, menuda ocasión para ponerla de patitas en la calle!
PA.— Bueno, pero ¿quieres quedar tú bien personalmente?
PIR.— Venga y habla por esa boca.
PA.— ¿Quieres despedirla en seguida de modo que se vaya ella por las buenas?
[980] PIR.— Naturalmente.
PA.— Entonces debes hacer lo siguiente: riquezas tienes tú más que de sobra; dile que le
regalas las joyas y los vestidos que le habías dado, que se lo lleve y se marche a donde le dé la gana.
PIR.— De acuerdo..., pero mira no vaya a ser que me quede sin ésta y la otra cambie de opinión.
PA.— Bah, que no te andas con tiquismiquis: si te quiere más que a las niñas de sus ojos.
[985] PIR.— Soy el ojito derecho de Venus.
PA.— Chst, calla, se abre la puerta, retírate aquí un poco a este lado..., ésta es su barquilla
mensajera, la que sale ahora.
PIR.— ¿Qué dices de barquilla?
PA.— Es su criada la que sale ahora fuera, la que me entregó el anillo ese que te he dado.
PIR.— Caray, que ésta también es bonita.
PA.— Quita, ésta es un mono y un avechucho en comparación con la otra. [990] ¿No ves cómo
está a la caza con la vista y al acecho con los oídos?
ESCENA SEGUNDA
MILFIDIPA, PIRGOPOLINICES, PALESTRIÓN
MI.— (Aparte.) Ya está delante de la casa el circo donde tengo que hacer mi comedia;
disimularé como si no los viera ni supiera todavía que está aquí el militar.
PIR.— Calla, vamos a estar a la escucha, a ver si dice algo de mí.
[995] MI.— ¿Hay por aquí alguien que se ocupe más de asuntos ajenos que de los propios, que
esté espiando mis pasos, algún ocioso que no necesita ganarse la vida con el sudor de su frente?
Ésos tengo yo ahora miedo de que se me pongan en medio y me estorben si salen de su casa
mientras viene aquí la persona que arde en deseos por el militar, mi ama, por amor [997a] del cual
se le estremece el alma ahora a la pobre, locamente enamorada de tan sin par belleza, el militar
Pirgopolinices.
PIR.— ¿Pues no está ésta también del todo perdida por mí? Está ponderando mi belleza. [1000]
Caray, sus palabras no echan de menos el jabón.
PA.— ¿Por qué motivo?
PIR.— Pues porque habla bien limpiamente y a las claras.
PA.— Hable lo que hable de ti, no le roza ni un punto a nada que no sea limpio y subido.
PIR.— Y después es que ella misma es una mujer en extremo flamante y encantadora. Te juro,
Palestrión, que me están entrando unas ganillas...
[1005] PA.— Pero antes de ver a la otra con tus propios ojos vas...
PIR.— ¿Acaso veo lo que sólo sé por tus palabras? Es que, además, la barquilla esta que tú
decías, como la otra no está aquí, pues nada, que me incita a quererla.
PA.— Tú, más vale que te dejes de querencias con ésta, que es mi novia; en cuanto que la otra
se case hoy contigo, me caso yo luego en seguida con ésta.
PIR.— ¿Por qué no te acercas y le hablas?
PA.— Ven, pues, conmigo.
PIR.— Te sigo los pasos.
[1010] MI.— (Aparte.) ¡Ojalá pueda encontrar a la persona de aquel por quien he salido de casa!
PA.— Puedes y se te cumplirán tus deseos; ten confianza, no temas: hay aquí una persona que
sabe dónde está lo que buscas.
MI.— ¿Quién habla ahí?Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
28
PA.— Quien es compañero de tus conciliábulos y partícipe de tus designios.
MI.— Entonces, no oculto lo que quiero ocultar.
PA.— Mejor dicho, lo ocultas y no lo ocultas.
[1015] MI.— ¿Cómo puede ser eso?
PA.— Se lo ocultas a los que no merecen confianza; yo te soy incondicionalmente fiel.
MI.— Venga la consigna, que sepa si eres de nuestras bacantes 29 .
PA.— Una cierta mujer está enamorada de un cierto hombre.
MI.— Ay, eso es una cosa muy corriente.
PA.— Pero no hay muchas que envíen una prenda tomada de su dedo.
MI.— Ahora caigo en la cuenta, ya me has allanado el camino. Pero ¿hay aquí alguien más?
PA.— Sí y no.
MI.— Venga, escúchame en secreto.
[1020] PA.— ¿Mucho rato o poco?
MI.— Sólo cuatro palabras.
PA.— (Al militar.) Espera un momento, ahora mismo vuelvo.
PIR.— Y yo ¿qué?, ¿aquí nada más que de plantón tanto rato, un hombre de mi beldad y de mis
méritos?
PA.— Ten paciencia y espera: es de tus cosas de lo que me estoy ocupando.
PIR.— Date prisa, que me muero de tanto esperar.
PA.— Bien sabes tú que con esta clase de mercancías hay que andarse con mucho tacto.
PIR.— Bueno, bueno, haz como mejor te parezca.
PA.— (Aparte.) Verdaderamente un adoquín tiene más caletre que él. (Vuelve a acercarse a
Milfidipa.) [1025] Ya estoy aquí, ¿qué es lo que me quieres?
MI.— Dime cómo quieres que se le dé asalto 30 .
PA.— Haz como que se muere por él.
MI.— Sí, eso ya.
PA.— Alábale su beldad y su buena facha y nómbrale todos sus éxitos.
MI.— Para eso no me falta chispa, como lo acabas de ver ahora mismo.
PA.— Tú, por lo demás, estáte atenta y a la mira, y da la caza según lo que yo vaya diciendo.
[1030] PIR.— A ver: ¿te ocupas por fin ya un poco de mi persona, te vienes para acá ahora
mismo?
PA.— Aquí me tienes, a la orden.
PIR.— ¿Qué es lo que te está contando ésa?
PA.— Dice que la otra no hace sino lamentarse que está la pobre toda atormentada y afligida y
llorosa porque le faltas, porque se ve privada de ti. Por eso ha mandado a ésta aquí para buscarte.
PIR.— Dile que se acerque.
PA.— Pero ¿sabes lo que tienes que hacer? Debes dar muestras de altivez, como si tú no
quisieras, y luego me chillas por andar divulgando por ahí tus cosas a los cuatro vientos.
[1035] PIR.— Comprendo, haré como dices.
PA.— ¿La llamo entonces a la mujer esta que quiere hablarte?
PIR.— Que se acerque, si algo quiere.
PA.— Joven, si quieres algo, ven, acércate.
MI.— Buenos día, hermoso.
PIR.— Me ha nombrado con mi sobrenombre. Que los dioses colmen todos tus deseos.
MI.— Poder disfrutar de la vida en tu compañía...
PIR.— Picas demasiado alto.
[1040] MI.— No digo yo, sino mi ama, que anda muerta por ti.
PIR.— Hay otras muchas que quieren lo mismo, sin que ello sea posible.
29
Otras alusiones a las sociedades secretas de las bacantes se encuentra en Amphitruo 703, Aulularia 408, Bacchides
53, 371, Casina 978 ss.
30
Texto inseguro .Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
29
MI.— Te juro que no me extraña si te tienes en tanto, un hombre de tal beldad y tan ilustre por
su valor, su figura y sus hazañas. ¿Hay otro que fuera más digno de ser un dios?
PA.— (Aparte.) ¡Uf!, verdaderamente no es un ser humano; un buitre tiene más de hombre que
él, digo yo.
[1045] PIR.— Me daré importancia, ahora que ella me está alabando de esa forma.
PA.— (A Milfidipa por lo bajo.) ¿Ves cómo se pavonea el imbécil? (Al militar.) Venga, dale una
contestación, ésta es esa que viene de parte de aquella que te dije antes.
PIR.— ¿De cuál de ellas? Son tantas las que me acosan, no puedo acordarme.
MI.— De aquella que despoja sus dedos para adornar los tuyos; yo le di a éste ese anillo de parte
de quien arde en deseos por ti y él te lo entregó.
[1050] PIR.— ¿Qué es lo que deseas entonces? Habla.
MI.— Que no rechaces a quien te desea, a quien de momento vive sólo por tu vida: tú eres el
único que puede decidir si debe abrigar aún una esperanza o renunciar a ella.
PIR.— ¿Y qué es, en fin, lo que quiere?
MI.— Hablarte y abrazarte, acariciarte, tenerte cerca de sí. Una cosa es segura: si no corres en su
ayuda, se desesperará; [1054a] ¡ea, pues, tú, Aquiles mío de mi alma 31 , atiende mis súplicas, [1055]
dígnese tu beldad salvar a la beldad de mi ama, no quieras ocultar tu generosa índole, oh tú, héroe
sin par, hecho a expugnar ciudades y subyugar reyes!
PIR.— ¡Caray, qué asunto más desagradable! ¿Cuántas veces te he prohibido, bribón, andar por
ahí comprometiéndome con cualquiera?
PA.— ¿Lo estás viendo, joven? Te lo he dicho antes y te lo vuelvo a repetir ahora: [1059-1060]
si no se le da a este verraco su paga, no está dispuesto a dar de su simiente a hembra ninguna.
MI.— Se le dará el precio que pida.
PA.— Él coge un talento de oro filípico 32 ; por menos no lo hace jamás.
MI.— ¡Huy, eso es demasiado barato!
PIR.— Yo no soy de natural avaricioso; riquezas tengo más que suficientes, más de mil
celemines de doblones de oro puro.
[1065] PA.— Aparte de tus otros tesoros, y luego, no lingotes, montañas de plata, más altas que
el mismo Etna.
[1066a] MI.— (Aparte.) ¡Ay qué hombre más embustero!
PA.— (Por lo bajo. a Milfidipa.) ¿Que tal le tomó el pelo?
MI.— Y yo, ¿qué tal lo hago?
PA.— De maravilla.
Mi,— (Al militar) Bueno, por favor, despáchame ya.
PA.— ¿Por qué no le contestas ya lo que sea, o que sí o que no?
MI.— ¿Por qué atormentas a una pobre desgraciada que no te ha hecho jamás daño alguno?
[1070] PIR.— Dile que salga ella misma aquí; dile que estoy dispuesto a complacerla en todo.
MI.— No haces sino lo que corresponde: querer a la que te quiere...
PIR.— (Por lo bajo.) No es tonta la joven. ¿eh?
MI.— ... y no rechazar mi mensaje y haber cedido a mis súplicas. (A Palestrión, por lo bajo.)
¿Qué tal?, ¿cómo lo hago?
PA.— No puedo contener la risa, ¡ja, ja, ja, ja!
MI.— Pues por lo mismo me había yo vuelto para este otro lado.
[1075] PIR.— Mujer, no sabes tú bien la magnitud del honor que le hago a tu ama.
MI.— Lo sé, y además se lo diré a ella.
PA.— Un favor así se lo podía haber vendido a otra a precio de oro.
MI.—De verdad que te lo creo.
PA.— A las que éste les hace u n hijo, no tienen más que guerreros de pura cepa y les viven 800
años.
MI.— (Aparte.) ¡Ay de ti, guasón!
32
Cf. vol. 1, nota a Asinaria 153 y 193.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
30
PIR.— Qué, mil años enteros y veros viven y, de generación en generación.
[1080] PA.— No, yo me quedé un poco corto, no se fuera a creer ésta que eran cuentos míos.
MI.— ¡Muerta soy!, ¿cuántos años vivirá éste, si sus hijos tienen una vida tan larga?
PIR.— Sabrás, joven, que yo he nacido al día siguiente del mismo Júpiter.
PA.— No, es que si hubiera nacido un día antes que él, sería éste el rey del cielo.
MI.— Por favor, ya basta: dejadme escapar con vida, si es posible, de vuestro lado.
[1085] PA.— Pues ¿por qué no te vas ya, una vez que tienes contestación?
MI.— Me voy, y ahora mismo te pongo aquí a aquella a cuyo servicio estoy; ¿quieres algo más?
PIR.— Sí, el no ser más guapo de lo que soy, que no son más que desasosiegos los que me
produce mi beldad.
PA.— ¿Qué haces ahí todavía de pasmarote?, ¿por qué no te marchas?
MI.— Ahora.
PA.— Oye, todavía una cosa: que se lo digas bien dicho, así que le dé brincos el corazón en el
pecho. (Por lo bajo.) Dile a Filocomasio, si está ahí, que se pase a nuestra casa, que el militar está
aquí.
[1090] MI.— Está aquí con mi ama, escuchando a escondidas nuestra conversación.
PA. Muy bien hecho, así sabrán mejor cómo tienen que comportarse.
MI.— No me detengas más, me voy.
PA.— Ni te detengo ni te pongo un dedo encima ni te... me callo.
PIR.— Dile a la otra que salga en seguida; no tengo ahora otro asunto más urgente.
ESCENA TERCERA
PIRGOPOLINICES, PALESTRIÓN
PIR.— ¿Qué es lo que me aconsejas ahora que debo de hacer con mi amiga, Palestrión?; [1095]
porque es de todo punto imposible el traer a la otra a casa antes de haberla despedido a ella.
PA.— ¿A qué me consultas lo que debes hacer? Ya te dije cómo podías salir del paso sin el
menor disgusto: que se quede con todas las joyas y los vestidos que le diste: [1100] que lo coja, que
se quede con ello, que se lo lleve; y le dices también que es la mejor ocasión para que se vuelva a su
casa: dile que han venido su hermana gemela y su madre, en cuya compañía podrá muy bien llegar
a su patria.
PIR.— ¿Cómo sabes tú que están aquí?
PA.— Pues porque he visto con mis propios ojos que estaba [1105] aquí una hermana suya.
PIR.— ¿Ha venido ya a verla?
PA.— Sí.
PIR.— Y ¿es buena moza?
PA.— Caray, no te ves nunca harto.
PIR.— ¿Y dónde decía la hermana que está la madre?
PA.— El patrón del barco que las trajo me dijo que estaba en cama en el barco, que tenía un mal
de ojos, que los tenía hinchados; [1110] el patrón se hospeda aquí en casa de los vecinos.
PIR.— Y el patrón ¿qué tal?, ¿es buen mozo?
PA. — Anda, vete ya; bonito semental hubieras sido tú, que lo mismo te dan los machos que las
hembras. Ahora, tú, a lo que estamos.
[1115] PIR.— En cuanto a esa propuesta que has hecho, quiero que seas tú el que hable con ella
de eso..., porque tú te entiendes bien con ella.
PA.— ¿No es mejor que vayas tú y soluciones tú mismo tus propios asuntos? Dile que no tienes
más remedio que casarte, que los parientes te lo han aconsejado y los amigos te obligan.
[1120] PIR.— ¿Crees tú?
PA.— ¡Vaya que si lo creo!
PIR.— Voy entonces a entrar. Tú, mientras, estáte aquí a la mira, para llamarme cuando salga laTito Macio Plauto
El militar fanfarrón
31
otra.
PA.— Tú ocúpate de lo tuyo.
PIR.— Esto ya es cosa hecha..., y si no quiere de grado, la echaré por la fuerza.
[1125] PA.— No hagas eso; es mucho mejor que se vaya de buenas. Y dale lo que te dije, que se
lleve las joyas y los vestidos que le habías dado.
PIR.— De muy buena gana.
PA.— Yo creo que te será difícil convencerla: pero éntrate, no te estés aquí
[1130] PIR.— Como quieras. (Entra en casa.)
PA.— (A los espectadores.) ¿Tenía o no tenía yo razón con lo que os dije antes del mujeriego
este del militar? Ahora me haría falta que salieran Acroteleutio o su esclava o Pleusicles. ¡Bendito
sea Júpiter!, la oportunidad en persona está conmigo: precisamente cuando estaba deseando verlos,
[1135] los veo salir a todos aquí de casa del vecino.
ESCENA CUARTA
ACROTELEUTIO, MILFIDIPA, PALESTRIÓN, PLEUSICLES
AC.— Venid conmigo y mirad, no vaya a haber por aquí algún testigo.
MI.— Lo que es yo, no veo a nadie aparte del que venimos a buscar.
PA.— Yo también os buscaba a vosotros.
MI.— ¿Qué tal, querido arquitecto?
PA.— ¿Yo arquitecto? ¡Bah!
MI.— ¿Qué pasa?
[1140] PA.— Pues que en comparación contigo no merezco ni meter un clavo en la pared.
MI.— Vamos, ¿de verdad?
PA.— Eres mala con gracia y ¡tienes una lengua! ¡Qué bien que has sabido timar al militar!
MI.— Pues eso no ha sido nada.
PA.— Tú tranquila, nos va saliendo todo a pedir de boca. [1145] Vosotras seguid colaborando
como hasta ahora; el militar ha entrado para rogar en persona a su amiga que se vaya con su
hermana y su madre a Atenas.
PL.— ¡Bravo, estupendo!
PA.— Más aún: las joyas y los vestidos que le había dado se los regala todos para que se
marche; así se lo he aconsejado yo.
PL.— Desde luego que no habrá problema si ella lo quiere y él lo está deseando.
[1150] PA.— ¿No sabes tú que cuando subes desde el fondo de un pozo hasta la superficie hay
un peligro muy grande de que te vuelvas a caer desde lo alto al fondo? Ahora estamos nosotros en
lo alto del pozo: si el militar se da cuenta de algo, habremos trabajado en vano: ahora más que
nunca hay que andarse con pies de plomo.
[1155] PL.— Yo veo que materia no nos falta: tres mujeres, tú eres el cuarto, yo el quinto,
Periplectómeno el sexto. Con toda la capacidad de supercherías que tenemos entre los seis, estoy
seguro de que podremos dar asalto a traición a la ciudad que sea.
PA.— A ver, atención ahora.
AC.— Para eso estamos aquí, por si querías algo.
PA.— Muy bien. A ver, tú, Acroteleutio, que te voy a designar tu campo de operaciones.
[1160] AC.— Mi general, se cumplirán tus órdenes, en lo que dependa de mis fuerzas.
PA.— Quiero que times al militar de lo lindo, con salero, a lo grande.
AC.— Te juro que esa orden es un placer para mí.
PA.— ¿Y sabes cómo?
AC.— Sí, haciendo como que me muero de amor por él.
PA.— Muy bien.
[1165] AC.— Y como que por causa de su amor voy a deshacer mi matrimonio, porque meTito Macio Plauto
El militar fanfarrón
32
quiero casar con él.
PA.— Exacto. Sólo una cosa: tienes que decirle que esta casa te pertenece a ti por tu dote y que
el viejo se ha ido de aquí después que os habéis divorciado, para que no tema él entrar en una casa
ajena.
AC.— Tienes mucha razón.
PA.— Pero cuando él salga de su casa, quiero que tú, desde lejos, [1170] hagas como si, en
comparación de su beldad, no tuvieras en nada la tuya propia y como si te encogiera su categoría, y
al mismo tiempo tienes que ponderar su beldad, su simpatía, su buena facha, su guapura, ¿está
claro?
AC.— Sí. ¿Te basta si te entrego mi obra tan bien terminada que no tengas reparo que ponerle?
[1175] PA.— Me basta. Ahora (a Plesicles) te toca a ti la vez, pon atención a mis instrucciones:
inmediatamente después de que ella entre en casa, entonces te presentas en seguida tú aquí vestido
de patrón de navío; tienes que ponerte una gorra parda y una visera para los ojos, ponte también un
capotillo verde [1180] —que ése es el color que lleva la gente de mar— anudado en el hombro
izquierdo y el brazo que te quede libre, y un cinturón de lo que sea: tiene que parecer que eres un
piloto. Todas estas cosas las hay en casa de Periplectómeno, porque tiene esclavos que son
pescadores.
PL.— Y luego que esté disfrazado como dices, venga, ¿qué es lo que tengo que hacer?
[1184-1185] PA.— Te presentas aquí para buscar a Filocomasio de parte de su madre, para que,
si está dispuesta a irse de Atenas, vaya contigo al puerto en seguida y que mande que se lleve al
barco el equipaje que quiera; le dices que, si no quiere ir, que tú te haces a la mar, porque sopla un
viento favorable.
PL.— No está mal el cuadro; venga, sigue.
[1190] PA.— Él le dirá en seguida que se vaya, que se dé prisa para no hacer esperar a la
madre.
PL.— Eres más listo que listo.
PA.— Yo le diré a Filocomasio que le diga al militar que le ayude yo a llevar los bultos al
puerto y él me ordenará ir con ella. Y yo entonces, para que estés con ella, cojo y me marcho a
Atenas contigo.
PL.— Y cuando llegues allí, no consentiré que sigas siendo esclavo ni un día más y te daré la
libertad.
[1195] PA.— Hale, deprisa, ve y disfrázate.
PL.— ¿Algo más?
PA.— Que tengas presente todo lo que te he dicho.
PL.— Me marcho.
PA.— (A Acroteleutio y Milfidipa.) Y vosotras entrad también ahora mismo, porque él va a salir
de un momento a otro de casa.
AC.— Tus órdenes son sagradas para nosotras.
PA.— Hale, marchaos, pues. (Entran en casa de Periplectómeno.) ¡Qué oportunidad, que ahora
mismo se abre la puerta!, sale muy sonriente, se conoce que lo ha conseguido, ¡pobre infeliz, que va
corriendo tras una cosa que no existe!
ESCENA QUINTA
PIRGOPOLINICES, PALESTRIÓN
[1200] PIR.— He conseguido de Filocomasio lo que quería y como quería, en buena amistad y
de común acuerdo.
PA.— ¿Y qué has hecho tanto rato ahí dentro?
PIR.— Nunca me he sentido tan amado por esta mujer como ahora.
PA.— ¿Cómo es eso?Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
33
PIR.— ¡Qué cantidad de palabras me ha hecho derrochar, qué tenacidad tan grande he tenido que
vencer! Pero al fin conseguí [1205] lo que quería; le he concedido, le he regalado todo lo que quiso,
todo lo que me pidió; tú también estás entre los regalos que le he hecho.
PA.— ¿Yo también?, ¿cómo voy a poder yo vivir sin ti?
PIR.— Venga, no te apures; yo te daré luego también la libertad 33 . Es que yo he estado
intentando a ver si podía conseguir de alguna manera que se marchase sin ti, pero nada, que se
empeñó.
PA.— No me queda sino poner en los dioses y en ti todas mis esperanzas. [1210] A fin de
cuentas, aunque me resulta muy duro por tener que verme privado del mejor de los amos, al menos
me consuela el haberte podido arreglar, gracias a tu galanura, el asunto con la vecina esta que te he
proporcionado.
PIR.— ¿Para qué más? Yo estoy dispuesto a darte la libertad y una buena suma en metálico si
me lo consigues.
PA.— Ya te lo conseguiré.
PIR.— Pero es que estoy ardiendo en deseos de ello.
[1215] PA.— Modera tus ímpetus, no seas tan apasionado. Pero mira, ahí sale ella ahora de su
casa.
ESCENA SEXTA
MILFIDIPA, ACROTELEUTIO, PIRGOPOLINICES, PALESTRIÓN
[1220] MI.— (A Acroteleutio, por lo bajo.) Ama, mira, ahí está el militar.
AC.— ¿Dónde?
MI.— Ahí a la izquierda.
AC.— Ya lo veo
MI.— Míralo de reojo, que no se dé cuenta de que lo vemos.
AC.— Ya lo veo. Te digo que ahora es la ocasión de volvernos todavía más malas de lo que
somos.
MI.— Tú tienes que empezar.
AC.— (En voz alta.) Dime, por favor, ¿de verdad que has hablado con él en persona? (Por lo
bajo.) Habla fuerte, que nos oiga.
MI.— Con él en persona he hablado, te lo juro, y además con toda tranquilidad, todo el tiempo
que quise, sin prisas de ninguna clase, tal como me vino en gana.
PIR.— ¿Oyes lo que dice?
PA.— Claro que lo oigo: ¡qué gozo tiene de ir a tu encuentro!
AC.— ¡Ay, qué mujer con más suerte eres!
PIR.— ¡Hay que ver qué pasión siente por mí!
PA.— Te lo mereces.
AC.— Te aseguro que me llama la atención el que, como dices, hayas podido verle y conseguir
que atendiera tus súplicas; [1225] dicen que no es posible dirigirse a él sino por carta o por medio
de un embajador, como si fuera un rey.
MI.— Naturalmente, pues sí que me costó el poder hablarle y que accediera a mi petición.
PA.— ¡Menuda fama tiene entre las mujeres!
PIR.— ¿Qué remedio me queda si es así la voluntad de Venus?
AC.— ¡Ay, qué agradecida le estoy a Venus y cómo le ruego y le suplico que me conceda la
gracia del hombre a quien amo, [1230] al objeto de todas mis ansias!; quiera él dignarse en su
bondad acceder a mis deseos.
MI.— Yo abrigo la esperanza de que así será, aunque son muchas las que lo solicitan; pero él las
33
Texto inseguro.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
34
rechaza, las excluye a todas menos a ti.
AC.— Pues ése es el temor que me atormenta: como es tan descontentadizo, no sea que sus ojos
le hagan cambiar de opinión [1235] cuando me vea y que por ser tan refinado le induzca mi aspecto
a rechazarme.
MI.— No creo, no seas tan pesimista.
PIR.— ¡Qué manera de hacerse de menos ella misma!
AC.— Me temo que lo que tú le has dicho sobrepase a mi belleza real.
MI.— Ya me he cuidado yo de que supere tu hermosura a todo lo que él se pueda figurar.
AC.— Te juro que si no me quiere tomar por esposa, [1240] me abrazaré a sus rodillas y le
suplicaré; de otro modo, si no lo puedo conseguir, me daré la muerte; estoy seguro de que no me
será posible vivir sin él.
PIR.— Veo que hay que impedir que se suicide, ¿me acerco a ella?
PAL.— De ninguna manera: ¿no ves que te haces de menos si eres tú el que te prodigas? [1245]
Déjala más bien que venga ella de por sí; deja que te busque, que te añore, que esté a tu expecta-
ción; ¿es que quieres perder sin más ni más esa aureola de gloria? Yo te aviso, no lo hagas de
ninguna manera, que una cosa así, el ser amado por una mujer de esa forma, no le ha pasado a
ningún otro mortal salvo a dos: tú y Faón de Lesbos 34 .
AC.— ¿Entro en su casa o le llamas tú para que salga él, querida Milfidipa?
MI.— Es mejor esperar a que salga alguien de la casa.
[1250] AC.— Pero es que yo no puedo contenerme ya más sin entrar.
MI.— Está cerrada la puerta.
AC.— Pues la rompo.
MI.— Tú no estás en tu juicio.
AC.— Si es que él ha estado alguna vez enamorado o si tiene tanto talento como belleza, sabrá
tener clemencia y disculparme, si es el amor el que me induce a obrar así.
PA.— Por favor, ¡cómo está la pobre de perdida por ti!
PIR.— Y yo por ella.
PA.— Calla, que no se entere.
MI.— ¿Qué haces ahí de pasmarote?, ¿por qué no llamas a la puerta?
[1255] AC.— Porque no está dentro el que busco.
MI.— ¿Cómo lo sabes?
AC.— Por el olor, porque mi nariz lo notaría si es que estuviera dentro.
PIR.— ¡Qué inspiración la de esa mujer!; como está enamorada de mí, por eso le ha concedido
Venus el don de la profecía.
AC.— Aquí cerca anda por donde sea el que quiero ver, porque siento su perfume.
PIR.— Caray, ésta ve ya más con la nariz que con los ojos.
PA.— Es que está ciega de amor.
[1260] AC.— Sosténme, por favor.
MI.— ¿Para qué?
AC.— Para que no caiga al suelo.
MI.— Pero ¿qué pasa?
AC.— Que no puedo estar en pie, la vista me hace desmayarme.
MI.— Entonces, seguro que es que has visto al militar.
AC.— Así es.
MI.— Yo no le veo, ¿dónde está?
AC.— Si estuvieras enamorada, lo verías.
MI.—Te juro que no estás tú más enamorada de él que yo, ama..., si tuviera tu permiso.
PA.— Verdaderamente, nada más que echarte la vista encima quedan todas las mujeres
prendadas de ti.
[1265] PIR.— No sé si te lo he dicho ya alguna vez o no: es que yo soy de la prosapia de Venus.
34
Quien, según la leyenda, provocó el suicidio de Safo al no aceptar su amor.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
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AC.— Querida Milfidipa, ve por favor y acércate a él.
PIR.— ¡Qué temor le infundo!
PA.— Se acerca a nosotros.
MI.— Quisiera hablaros.
PIR.— Nosotros también a ti.
MI.— Tal como me encargaste, he hecho salir aquí a mi ama.
PIR.— Ya lo veo.
MI.— Dile, pues, que se acerque.
PIR.— He decidido no rechazarla como a las demás, puesto que me lo pediste.
[1270] MI.— Seguro que no puede decir ni una palabra si se acerca más a ti; mientras te estaba
mirando, los ojos le paralizaron la lengua.
PIR.— Veo que no hay más remedio que aliviarle a esta mujer su mal.
MI.— ¡Qué manera de temblar y qué timidez le entró al verte!
PIR.— Eso mismo les sucede a hombres bien armados, no tienes que extrañarte de que le pase a
una mujer; pero ¿qué es lo que quiere de mí?
[1275] MI.— Que vayas a su casa: quiere vivir y estar contigo toda la vida.
PIR.— ¿Yo voy a ir allí estando casada? Me echaría mano el marido.
MI.— ¡Qué va, si ha despedido a su marido por causa tuya!
PIR.— ¿Y cómo ha podido hacer una cosa así?
PA.— Pues porque la casa le pertenece por su dote.
PIR.— ¿De verdad?
MI.— De verdad, te lo juro.
PIR.— Dile que se entre en casa; ahora mismo voy yo también.
[1280] MI.— Mira que no te tardes, no la hagas sufrir más.
PIR.— No me tardaré; íos.
MI.— Ya vamos. (Entra con Acroteleutio en casa de Periplectómeno.)
PIR.— Pero ¿qué ven mis ojos?
PA.— ¿Qué es lo que ves?
PIR.— Quien sea viene hacia acá con atuendo de marino.
PA.— Va a nuestra casa, seguro que te busca a ti, éste es el patrón del barco.
PIR.— Debe ser que viene a buscar a Filocomasio.
PA.— Seguro.
ESCENA SÉPTIMA
PLEUSICLES, PALESTRIÓN, PIRGOPOLINICES
[1285]PL.— (Aparte.) Si yo no supiera los disparates que cada cual a su estilo— se cometen por
culpa del amor, me daría vergüenza ir así vestido por tal motivo. Pero después que es cosa sabida la
serie de desmanes y maldades que cometieron muchos por estar enamorados, para no hablar de
Aquiles, que consintió en ver morir a tantos de sus compatriotas... 35 , [1290] pero ahí veo a
Palestrión con el militar: tengo que cambiar de tema. (Alzando la voz.) Desde luego, las mujeres es
que son hijas de la lentitud en persona; se puede uno imaginar cualquier clase de tardanza que dure
lo mismo, pero así y todo, parece que no se le hace a uno tan larga como cuando son las mujeres las
que te hacen esperar; [1295] debe ser que están ya hechas a ello. Es que yo vengo a buscar a
Filocomasio; pero voy a llamar a la puerta. ¡Ah de la casa! ¿No hay nadie?
PA. ¿Qué hay, joven? ¿Qué es lo que deseas? ¿Por qué llamas a la puerta?
PL.— Busco a Filocomasio; vengo de parte de su madre. Si [1300] está dispuesta a irse, que
35
Cf. Ilíada I 1 ss.; como es sabido, Aquiles se retiró del frente troyano a causa de su enojo contra Agamenón, que se
había apoderado de su esclava Briseida.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
36
salga ya; está deteniéndonos a todos, queremos hacernos a la mar.
PIR.— Ya hace tiempo que está todo dispuesto. Anda, Palestrión, llévate unos esclavos que te
ayuden a transportar al barco sus joyas, sus aderezos, los vestidos y todos los objetos de valor. Ya
está todo preparado, todos mis regalos, que se los lleve.
[1305] PA.— Voy.
PL.— Tú, por favor, date prisa.
PIR.— En seguida va. Oye, tú, ¿qué es eso?, ¿qué es lo que te ha pasado en el ojo?
PL.— Demonio, yo tengo mi ojo.
PIR.— No, si yo digo el izquierdo.
PI.— Te explicaré: por culpa del amor, maldición, he perdido el ojo izquierdo; si me hubiera
dejado de tanto amorío, lo tendría ahora igual que este otro. [1310] Pero ya es demasiado lo que me
están deteniendo ésos.
PIR.— Mira, ya salen.
ESCENA OCTAVA
PALESTRIÓN, FILOCOMASIO, PIRGOPOLINICES, PLEUSICLES
PA.— Pero bueno, ¿cuándo vas a dejar ya de llorar?
FI— ¿Cómo quieres que no llore?: me marcho de donde pasé la época más maravillosa de toda
mi vida.
PA.— Mira, ahí está el hombre que viene de parte de tu madre y tu hermana.
FI.— Sí, ya lo veo.
PIR.— Tú, Palestrión.
PA.— ¿Qué quieres?
PIR.— ¿Por qué no haces sacar todo lo que le he dado.
[1315] PL.— Buenos días, Filocomasio.
FI.— Buenos días.
PL.— Tu madre y tu hermana me han encargado que te diera muchos saludos de su parte.
FI. — Gracias.
PL.— Te ruegan que vengas mientras que el viento nos es favorable, para que se tiendan las
velas. Si no hubiera sido por los ojos de tu madre, hubieran venido las dos conmigo.
FI.— Voy... aunque a desgana; pero la piedad filial...
PL.— Lo sé; tú eres una persona razonable.
[1320] PIR.— Si no hubiera vivido conmigo, sería hoy una boba.
FI.— Pues eso es lo que me duele, el tener que separarme de un hombre así. Es que tú tienes la
habilidad de hacer encantadora la vida a cualquiera que tengas a tu lado; el ser tu compañera me
había hecho crecerme, y ahora veo que tengo que renunciar a ese título de gloria.
PIR.— ¡Bueno, no llores!
[1325] FI.— No puedo remediarlo cuando te veo.
PIR.— ¡Vamos, ánimo!
FI— Yo sé bien el dolor que siento.
PA.— Pues lo que es a mí, Filocomasio, no me extraña si te encontrabas aquí a gusto, si te
sujetan aquí la beldad de este hombre, su conducta, su bizarría; mira yo que no soy más que su
esclavo y se me saltan las lágrimas al mirarle, de pensar que nos tenemos que separar.
FI.— Por favor, ¿me dejas abrazarte antes de irme?
PIR.— No faltaba más.
[1330] FI.— ¡Ay, mis ojos, mi vida!
PA.— (A Pleusicles.) Tú, por favor, sujétala, no se vaya a caer.
PIR.— Oye, ¿qué es eso?
PA.— Es que como se tiene que separar de ti, de pronto se ha sentido mal la pobre.
PIR.— Anda dentro corriendo y trae un poco de agua.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
37
PA.— No, agua no, es mejor que repose un poco. No te metas tú de por medio, por favor, hasta
que vuelva en sí.
PIR.— Oye, ésos tienen las caras demasiado juntas, no me hace gracia. ¡Quita los labios de los
suyos, marinero, que te la vas a ganar!
[1335] PL.— Es que estaba viendo a ver si respiraba o no.
PIR.— Pues haber acercado la oreja.
PI.— Si lo prefieres, la suelto.
PIR.— No, sosténla.
PA.— ¡Desgraciado de mí!
PIR.— (A los esclavos en la casa.) ¡Salid y sacad todas las cosas que le he regalado a
Filocomasio!
PA.— Yo te saludo de nuevo, lar familiar, antes de marcharme. Mis queridos compañeros,
compañeras de esclavitud, que lo paséis bien; [1340] yo os ruego que os portéis bien los unos con
los otros y también conmigo, aunque ausente.
PIR.— Vamos, Palestrión, serénate.
PA.— ¡Ay, me es imposible contener las lágrimas al separarme de ti!
PIR.— Llévalo con calma.
PA.— Bien me sé yo el dolor que siento.
FI— Pero ¿qué es esto?, ¿qué pasa, qué veo?, ¡oh mi luz, salve ***
[1345] PI.— ¿Qué hay?, ¿estás ya mejor?
FI— Por favor, ¿a quién estoy abrazando? ¡Ay de mí!, ¿es que he perdido la cabeza?
PL.— No temas, amor mío.
PIR. — A ver, ¿qué significa eso?
PA.— Es que había perdido el sentido. Estoy temblando, no vaya a descubrirse todo al final.
PIR.— ¿Todo?, ¿el qué?
PA.— No, el llevar ahora todos estos bultos detrás de nosotros por la ciudad, [1350] no vaya a
ser que la gente hable de ti.
PIR.— Yo he dado lo que era mío y no lo de nadie. Me trae sin cuidado lo que digan; hale, íos ya
con el favor de los dioses.
PA.— No, si yo lo digo por ti.
PIR.— Ya lo sé.
PA.— Ahora, adiós.
PIR.— Adiós, Palestrión.
PA.— Id vosotros por delante, yo os alcanzo luego; quiero hablar unas palabras con el amo. (Se
van del lado del puerto.) Aunque es verdad que has tenido tú siempre otros esclavos de más
confianza que yo, [1355] a pesar de eso quiero darte las gracias por todo, y, si tú lo hubieras
querido, hubiera preferido mil veces servirte a ti que ser liberto con otro.
PIR.— Vamos, consuélate.
PA.— ¡Ay pobre de mí, cuando pienso que tengo que cambiar de costumbres, aprender los
hábitos mujeriles y olvidarme de los guerreros!
[1360] PIR.— Procura salir con bien de ello.
PA.— Me será imposible, no tengo ya gusto para nada.
PIR.— Anda, síguelos, no les hagas esperar.
PA.— Adiós.
PIR.— Adiós, que te vaya bien.
PA.— No te olvides de mí; si acaso soy un día libre (yo te daré noticia), sigue prestándome tu
ayuda.
PIR.— No es otra mi condición.
[1365] PA.— Piensa siempre lo fiel que te he sido. Si así lo haces, sabrás entonces al fin quién
es el que se porta bien contigo y quién es el que se porta mal.
PIR.— Lo sé, y buena cuenta que me he dado de ello muchas veces.
PA.— Pero sobre todo hoy vas a darte cuenta de ello; más aún, ya verás cómo podrás decir queTito Macio Plauto
El militar fanfarrón
38
ha sido hoy cuando te he dado verdaderas pruebas de ello.
PIR.— Casi no puedo contenerme de decirte que te quedes aquí.
PA.— Huy, eso de ninguna manera, dirán entonces que eres un embustero y un traidor, [1370]
dirían que es que no tenías ningún otro esclavo fiel aparte de mí; palabra, si creyera que lo podías
hacer sin faltar a tu honor, te lo aconsejaría. Pero es imposible, no lo hagas de ninguna manera.
PIR.— Hala, márchate ya.
PA.— Me conformaré, sea lo que sea.
PIR.— Adiós, pues.
PA.— Más vale que me dé prisa...
PIR.— Otra vez adiós. (Se va.) Yo que le había tenido siempre por un esclavo malo de verdad y
ahora me doy cuenta de su fidelidad; si bien lo pienso, hice una tontería con quedarme sin él. Ahora
voy en busca de mis amores. Pero ya oigo, ya ha sonado ahí la puerta.
ESCENA NOVENA
UN JOVEN ESCIAVO, PIRGOPOLINICES
ES.— (Hablando con los de dentro de la casa.) Basta ya de admoniciones, que yo me sé bien lo
que tengo que hacer, yo daré con él esté donde esté. [1380] Ya andaré yo los pasos, cueste lo que
me cueste.
PIR.— A mí me busca ése; voy a su encuentro.
ES.— ¡Eh, tú eres el que busco, salud, el más encantador y el más oportuno de todos los
mortales, ojito derecho de dos dioses!
PIR.— ¿De dos?, ¿de cuáles?
ES.— Marte y Venus.
[1385] PIR.— ¡Qué chico más avispado!
ES.— Mi ama te ruega que pases, tú solo eres el objeto de sus deseos, de sus anhelos, de sus
ansias: ven y consuela a tu amante. ¿Por qué te detienes?, ¿por qué no pasas?
PIR.— Voy. (Entra.)
ES.— Él mismo se ha quedado prendido en las redes; dentro está preparada la emboscada. Al
acecho le espera el viejo para lanzarse sobre ese seductor, ese sinvergüenza: [1390] está tan
engreído con su guapura, que se cree que se enamoran de él todas las mujeres que le ven, y la
verdad es que todos le aborrecen, lo mismo ellas que ellos. Ahora, hale, ¡al barullo! Ya se oye el
griterío ahí dentro.
ACTO V
ESCENA ÚNICA
PERIPLECTÓMENO, PIRGOPOLINICES, CARIÓN, VERDUGOS, ESCÉLEDRO
PE.—Llevároslo; si se niega a seguiros, cogedlo en volandas [1395] y sacadlo fuera y lo colgáis
despatarrado entre cielo y tierra.
PIR.— ¡Periplectómeno, yo te suplico!
PE.— ¡Me suplicas en vano! Carión, mira que esté bien afilado el cuchillo.
CA.— ¡Si ya hace qué sé yo que está deseando cortarle al sinvergüenza éste esa tripa para
colgársela al cuello como un sonajero a los chiquillos!
[1400] PIR.— Muerto soy.
PE.— Todavía no, no te anticipes.
CA.— ¿Me lanzo ya al ataque?Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
39
PE.— No, primero una paliza.
CA.— ¡Y que no va a ser chica!
[1401]
***
PE.— Sinvergüenza, ¿cómo te has atrevido a echar mano a la mujer de otro?
PIR.— Te juro que ha sido ella la que me ha solicitado.
PE.— Miente, arréale.
PIR.— Espera que acabe de contártelo.
PE.— (A los esclavos.) ¿Por qué os paráis?
PIR.— ¿No se me permite hablar?
[1405] PE.— Venga, habla.
PIR.— Se me ha rogado que fuera a su casa.
PE.— ¿Y por qué has tenido el atrevimiento de ir? ¡Toma!
PIR.—¡Ay, ay, basta ya de palos, por favor!
CA.— ¿Cuándo corto?
PE.— ¡Cuando quieras! ¡Estiradlo y desgarradlo!
PIR.— Yo te suplico que me escuches antes de que corte.
PE.— ¡Habla!
PIE.— Yo no he obrado a tontas y a locas; yo creía que era divorciada, [1410] y así me lo decía
la esclava que hacía de tercera.
PE.— ¡Jura que no harás daño a nadie por los palos recibidos o por los que recibirás, si es que te
dejamos escapar con vida, tú, el nieto de Venus!
PIR.— Juro por Júpiter y por Marte que no haré daño a nadie por los palos recibidos [1415] y
además reconozco que me los tengo bien merecidos; y si salgo de aquí entero, no habrá sido
castigada con exceso mi culpa.
PE.— ¿Y si no cumples tu juramento?
PIR.— Entonces páseme la vida sin testi... sin poder actuar de testigo.
CA.Que se le dé otra ración de palos y luego dejadlo ir.
PIR.— Los dioses te lo paguen por haber salido en mi defensa.
[1420] CA.— ¡Venga entonces una moneda de oro!
PIR.— ¿A cuento de qué?
CA.— A cuento de que te dejemos ir sin daño de salva sea la parte, tú, el nieto de la señora
Venus; de otra forma no escaparás de aquí, no te hagas ilusiones.
PIR.— Concedido.
CA.— Ahora te pones en razón. La túnica y la capa, puedes perder las esperanzas, ésas no te las
llevas.
VE.— ¿Le doy otra vez, o te ablandas y le sueltas? (A Periplectómeno.)
[1425] PIR.— Yo sí que estoy ya más blando 36 que unos zorros a fuerza de palos, por favor.
PE.— ¡Soltadlo!
PIR.— Gracias.
PE. — Si te vuelvo a pescar otra vez aquí, no nos quedamos a medias como hoy.
PIR.— No tengo nada en contra.
PE.— Vamos dentro, Cañón.
PIR.— Ah, aquí están mis esclavos. Tú, Escéledro, ¿se ha ido ya Filocomasio?
ES.— Ya hace mucho.
PIR.— ¡Ay de mí!
[1430] ES.— Más lo dirías si supieras lo que yo sé. Aquel del parche en el ojo no era un
marinero.
PIR.— Pues ¿quién era entonces?
ES.— El amigo de Filocomasio.
PIR.— ¿Cómo lo sabes?
36
Se intenta reflejar en el texto español el juego de palabras del texto latino entre mutis y mitis.Tito Macio Plauto
El militar fanfarrón
40
ES.— Sabiéndolo; porque en cuanto que salieron de la puerta de la ciudad, se pusieron en
seguida a besarse y a abrazarse.
[1435] PIR.— ¡ Ay, desgraciado de mí! El malvado de Palestrión ha sido el que me ha hecho
caer en esta trampa. Pero reconozco que me lo tengo merecido; si les fuera igual al resto de los se-
ductores de mujeres casadas no abundarían tanto, tendrían un poco más de prudencia y no se
dedicarían tanto a semejantes asuntos. Vamos a casa. Distinguido público, ¡un aplauso!

Monólogos de la vagina Eve Ensler




Monólogos de la vagina
Eve Ensler



1Para Ariel, que conmociona mi vagina y hace estallar mi corazón



2PRÓLOGO DE GLORIA STEINEM



Yo pertenezco a la generación del «ahí abajo». Es decir, ésas eran las palabras -pronunciadas
rara vez y en voz baja- que las mujeres de mi familia usaban para referirse a todos los
genitales femeninos, ya fuesen internos o externos.
No es que desconocieran términos como vagina) labios) vulva o clítoris. Por el contrario,
estudiaron magisterio y probablemente tenían más acceso a la información que la mayoría.
Ni siquiera se debía a que no fuesen mujeres liberadas o a que fueran unas «mojigatas», como
habrían dicho ellas. Una de mis abuelas ganaba dinero escribiendo por encargo sermones -de
los que no creía una palabra- para su estricta iglesia protestante y luego ganaba más
apostándolo en las carreras de caballos. Mi otra abuela era una sufragista, una educadora, e
incluso llegó a ser una de las primeras candidatas políticas, lo cual hizo cundir la alarma entre
muchas personas de su comunidad judía. En cuanto a mi madre, había sido una periodista
pionera años antes de que yo naciera, y siempre se preocupó de criar a sus dos hijas de
manera más progresista a como la habían educado a ella. No recuerdo oírla utilizar ninguna
de las palabras peyorativas que hacían que el cuerpo femenino pareciera algo sucio o vergon-
zoso, y estoy agradecida por ello. Como comprobarán en estas páginas, muchas hijas
crecieron con una carga mucho más pesada.
No obstante, no oí palabras que fueran más precisas, y mucho menos que denotaran orgullo.
Por ejemplo, ni una sola vez oí la palabra clítoris. Transcurrirían años hasta que aprendí que
las mujeres poseíamos el único órgano en el cuerpo humano cuya función exclusiva era sentir
placer. (Si semejante órgano fuese privativo del cuerpo masculino, ¿pueden imaginarse lo
mucho que oiríamos hablar de él... y las cosas que se justificarían con ello?) Así pues, ya fuese
mientras aprendía a hablar, a deletrear o a cuidar de mi propio cuerpo, se me decía el nombre
de cada una de las asombrosas partes de mi anatomía... menos el de una zona innombrable.
Ello me dejó desprotegida frente a las palabras vergonzosas y los chistes guarros que oiría en
el patio del colegio y, más tarde, frente a la creencia popular de que los hombres -ya fuesen
amantes o médicos- sabían más acerca del cuerpo de las mujeres que las propias mujeres.
Vislumbré por primera vez el espíritu de auto conocimiento y de libertad que encontrarán en
estas páginas cuando después de licenciarme en la universidad viví en la India durante un
par de años. En los templos y santuarios hindúes veía el lingam, un símbolo abstracto de los
genitales masculinos, pero también vi por primera vez en mi vida el yoni, un símbolo de los
genitales femeninos: con forma de flor, de triángulo o de óvalo de dos puntas. Me explicaron
que miles de años atrás, este símbolo había sido objeto de adoración por considerarlo más
poderoso que su equivalente masculino, una creencia que se transmitió al tantrismo, cuyo
principio central es la incapacidad del hombre para alcanzar la plenitud espiritual si no es a
través de la unión sexual y emocional con la energía espiritual superior de la mujer. Era una
creencia tan profundamente arraigada y extendida que incluso algunas de las religiones
monoteístas que excluyen a las mujeres y que surgieron posteriormente la conservaron en sus
tradiciones, si bien estas creencias fueron (y continúan siendo) marginadas o negadas como
herejías por los líderes religiosos mayoritarios.
3Por ejemplo: los cristianos gnósticos adoraban a Sofia como el Espíritu Santo femenino y con-
sideraban a María Magdalena la discípula más sabia de Cristo; el budismo tántrico aún
afirma que la esencia de Buda reside en la vulva; los místicos sufies del Islam creen que la
fana o el éxtasis sólo se puede alcanzar mediante Fravashi, el espíritu femenino; la Shekina
del misticismo judío es una versión de Shakti, el alma femenina de Dios; e incluso la Iglesia
católica incluía formas de culto a María que ponían más énfasis en la Madre que en el Hijo. En
numerosos países de Asia, África y otros lugares del mundo donde las deidades siguen
representándose como seres femeninos además de masculinos, los altares contienen la Joya en
el Loto y otras representaciones del lingam-en-el-yoni. En la India, las diosas hindués Durga y
Kali son las encarnaciones de las fuerzas yoni del nacimiento y de la muerte, de la creación y
la destrucción.
Sin embargo, la India y el culto al yoní parecían hallarse a mucha distancia de las actitudes
norteamericanas respecto al cuerpo de la mujer cuando regresé a mi país. Incluso la
revolución sexual de los años sesenta sólo consiguió que más mujeres estuvieran disponibles
sexualmente para un mayor número de hombres. El «no» de los años cincuenta simplemente
fue sustituido por un «sí» constante y entusiasta. No fue hasta el activismo feminista de la
década de los setenta cuando empezaron a surgir alternativas a todo, desde las religiones
patriarcales hasta Freud (la distancia desde A hasta B), del doble rasero en las pautas de
conducta sexual a la pauta única del control patriarcal / político / religioso sobre el cuerpo
de las mujeres como medio de reproducción.
Aquellos primeros años de descubrimiento están simbolizados para mí por algunos recuerdos
sensoriales como recorrer Woman House [Casa de mujer] de Judy Chicago en Los Ángeles,
donde cada habitación estaba creada por una artista diferente, y donde descubrí por primera
vez el simbolismo femenino existente en mi propia cultura. (Por ejemplo, la forma de lo que
llamamos «corazón» -cuya simetría se asemeja a la vulva mucho más que a la asimetría del
órgano al que da nombre- probablemente sea un vestigio del símbolo genital femenino. Fue
reducido, por siglos de dominación masculina, de ser un símbolo de poder a ser un símbolo
de mero sentimentalismo.) o el recuerdo de estar sentada en una cafetería de Nueva York con
Betty Dodson (la conocerán en estas páginas), intentando mantener el tipo mientras ella ponía
los pelos de punta a quienes aguzaban las orejas escuchando su explicación desenfadada
sobre la masturbación como una fuerza liberadora. O volver a la sede de la revista Ms. y
encontrar, entre los carteles siempre humorísticos del tablón de anuncios, uno que decía:
«SON LAS DIEZ DE LA NOCHE... ¿SABES DÓNDE ESTÁ TU CLÍTORIS?» Cuando las
feministas imprimíamos « ¡COÑOS AL PODER!» en chapas y camisetas como una manera de
reivindicar esa palabra desprestigiada, yo podía reconocer la restauración de un antiguo
poder. Al fin y al cabo, la palabra indoeuropea cunt es una derivación del título de Kunda o
Cunti de la diosa Kali, y comparte la misma raíz etimológica que kin (parientes) y que
country (país).
Estas últimas tres décadas de feminismo también estuvieron marcadas por una profunda ira a
medida que se revelaba la verdad sobre la violencia ejercida contra el cuerpo femenino, ya
fuese en forma de violación, abusos sexuales infantiles, violencia contra las lesbianas, malos
4tratos físicos a mujeres, acoso sexual, terrorismo contra la libertad reproductiva, o el delito
internacional de mutilación de los genitales femeninos. La cordura de las mujeres se salvó
sacando a la luz estas experiencias ocultas, poniéndoles nombre, y transformando nuestra ira
en acciones positivas para reducir y sanar la violencia. Esta obra teatral y este libro son parte
de la oleada de creatividad fruto de esta energía surgida al contar la verdad.
Cuando fui por primera vez a ver cómo Eve Ensler interpretaba los relatos íntimos narrados
en estas páginas -basados en más de doscientas entrevistas y después transformados en
poesía para el escenario-, pensé: Esto ya lo conozco: es el viaje de contar la verdad que
llevamos haciendo desde hace tres décadas. Y así es. Las mujeres le han confiado a Eve sus
experiencias más íntimas, desde el sexo hasta el dar a luz, desde la guerra no declarada contra
las mujeres hasta la nueva libertad de amor entre mujeres. En cada página está el poder de
decir lo indecible... al igual que está en la historia entre bastidores del propio libro. Un editor
pagó un anticipo por él, pero tras repensarlo con sensatez, le permitió a Eve Ensler quedarse
el dinero si se llevaba el libro y su palabra «v» a donde le viniera en gana. (Gracias a Villard
por publicar todas las palabras de las mujeres... incluso las del título.)
Pero el valor de Monólogos de la vagina va más allá de purgar un pasado repleto de actitudes
negativas. Ofrece una manera personal, enraizada en el cuerpo, de moverse hacia el futuro.
Creo que quienes lean este libro, no únicamente las mujeres sino también los hombres,
podrán emerger de estas páginas sintiéndose no sólo más libres en su fuero interno -y en
relación a los demás- sino también con alternativas al viejo dualismo patriarcal de lo
femenino/masculino, cuerpo/ mente, sexual/espiritual que está arraigado en la división de
nuestro ser físico entre «la parte de la que hablamos» y «la parte de la que no hablamos».
Por si un libro con la palabra vagina en su Título todavía les parece muy alejado de estas
consideraciones filosóficas y políticas, voy a ofrecerles otro de mis descubrimientos tardíos.
En los años setenta, mientras me documentaba en la biblioteca del Congreso, encontré un tra-
tado poco conocido sobre historia de la arquitectura religiosa que daba por sentado un hecho
como si fuera sabido por todos: que el trazado tradicional de la mayoría de edificios
patriarcales de culto imita el cuerpo femenino. ASÍ, hay una entrada exterior y otra interior,
los labios mayores y los labios menores; una nave central vaginal que conduce al altar; dos
estructuras curvas ováricas a ambos lados; y por último, en el centro sagrado está el altar o
útero, donde sucede el milagro: donde los varones dan a luz.
Si bien esta comparación era nueva para mí, me abrió los ojos de golpe. Claro, pensé. La cere-
monia central de las religiones patriarcales es ni más ni menos que aquella en la que los
hombres se adueñan del poder yoni de creación al dar a luz simbólicamente. No es de
extrañar que los líderes religiosos varones afirmen tan a menudo que los seres humanos
nacimos en pecado... porque nacimos de criaturas hembras. Únicamente obedeciendo las
reglas del patriarcado podemos renacer a través de los hombres. No es de extrañar que
sacerdotes y pastores ataviados con vestiduras largas nos rocíen la cabeza con un fluido que
imita las aguas del parto} que nos den nuevos nombres y nos prometan renacer en la vida
eterna. No es de extrañar que el sacerdocio masculino intente mantener alejadas a las mujeres
5del altar, al igual que se nos mantiene alejadas del control de nuestros propios poderes de
reproducción. Simbólico o real, todo está destinado a controlar el poder que reside en el
cuerpo femenino.
Desde entonces, nunca he vuelto a experimentar la misma sensación de distanciamiento al
entrar en un edificio religioso patriarcal. En lugar de ello, recorro la nave vaginal mientras
voy tramando reapropiarme del altar con sacerdotes -mujeres además de hombres- que no
menospreciarían la sexualidad femenina, universalizar los mitos exclusivamente masculinos
de la Creación, multiplicar las palabras y símbolos espirituales, y restituir el espíritu de Dios
en todas las cosas vivientes.
Si derrocar unos cinco mil años de patriarcado les parece una empresa demasiado ambiciosa,
concéntrense simplemente en celebrar cada paso de autoafirmación mientras avanzan hacia
esa meta.
Pensaba en ello mientras observaba a unas niñas pequeñas dibujar corazones en sus libretas e
incluso poner corazones a modo de puntos sobre las «íes», y me pregunté: ¿Estarán
magnetizadas por esta forma originaria porque se parece tanto a sus propios cuerpos? Volví a
pensar en lo mismo al escuchar a un grupo de unas veinte chicas de edades comprendidas
entre los nueve y los dieciséis años mientras decidían acuñar un término global que lo
incluyera todo: vagina, labios y clítoris. Tras mucho discutir, la expresión que escogieron fue
«mogollón de fuerza.» Más importante aún, el debate se desarrolló entre gritos y risas.
Menuda diferencia, pensé. Qué camino tan largo y maravilloso hemos recorrido desde el «ahí
abajo» dicho en voz baja.
Ojalá mis propias antepasadas hubieran sabido que sus cuerpos eran sagrados. Con la ayuda
de voces atrevidas y palabras honestas como las de este libro, creo que las abuelas, madres e
hijas del futuro sanarán su «yo interior»... y arreglarán el mundo.
6INTRODUCCIÓN
«Vagina.» Ya está, lo he dicho. «Vagina»... he vuelto a decirlo. He estado diciendo esa palabra
una y otra vez durante los últimos tres años. La he estado diciendo en teatros, en
universidades, en salas de estar, en cafeterías, en cenas, en programas radiofónicos de todo el
país. La diría en la televisión si alguien me dejara hacerlo. La digo 128 veces cada noche que
interpreto mi obra, Monólogos de la vagina, basada en entrevistas realizadas a un grupo
variopinto de más de doscientas mujeres que hablan sobre sus vaginas. Digo la palabra en
sueños. La digo porque se supone que no debo decirla. La digo porque es una palabra
invisible... una palabra que suscita ansiedad, incomodidad, desprecio y asco.
La digo porque creo que no decimos aquello que no vemos, no reconocemos o no
recordamos. Aquello que no decimos se convierte en un secreto, y los secretos a menudo
crean vergüenza, miedo y mitos. La digo porque quiero sentirme cómoda algún día
diciéndola, no avergonzada y culpable.
La digo porque no hemos acuñado una palabra más amplia y envolvente, que realmente des-
criba la zona entera y todas sus partes. «Chocho» -o «chochito»- probablemente sea mejor
palabra, pero se asocia con demasiadas cosas. Además, no creo que la mayoría de nosotras
tengamos una idea clara de a qué nos referimos cuando decimos «chocho». «Vulva» es una
buena palabra; es más específica, pero no creo que la mayoría tengamos claro qué incluye la
vulva.
Digo «vagina» porque cuando empecé a decir esta palabra descubrí lo fragmentada que yo
estaba, lo desconectado que estaba mi cuerpo de mi mente. Mi vagina era algo que estaba allí,
en la distancia. Rara vez habitaba en ella, o tan siquiera la visitaba. Estaba ocupada
trabajando, escribiendo; siendo madre, siendo amiga. No veía a mi vagina como mi recurso
primario, como un lugar de sustento, humor y creatividad. Era un lugar inquietante, lleno de
miedo. Me habían violado de niña, y aunque había crecido y hecho todas las cosas que una
adulta hace con su vagina, nunca había vuelto a adentrarme realmente en esa parte de mi
cuerpo después de haber sido violada. Había vivido básicamente la mayor parte de mi vida
sin mi motor, mi centro, mi segundo corazón.
Digo «vagina» porque quiero que la gente reaccione, y lo ha hecho. Han intentado censurar
esa palabra en todos los lugares a donde ha viajado la obra Monólogos de la vagina y en
todas las modalidades de comunicación: en los anuncios de periódicos importantes, en las
entradas a la venta en grandes almacenes, en las pancartas de las fachadas de los teatros, en
los servicios de venta telefónica de localidades donde la voz grabada solamente se refería a la
obra como: «Monólogos» o «Monólogos de v».
¿Por qué ocurre esto?, pregunto. «Vagina» no es una palabra pornográfica; de hecho, es una
palabra médica, un término para referirse a una parte del cuerpo, al igual que «codo»,
«mano» o «costilla».
«Puede que no sea pornográfica -dice la gente-, pero es una palabra fea. ¿Y si nuestras hijitas
7llegaran a oírla? ¿Entonces qué les diríamos?»
«A lo mejor podríais decirles que ellas tienen una vagina -respondo-o Si es que no lo saben
ya. A lo mejor podríais celebrar eso.»
«Pero no llamamos "vaginas" a sus vaginas», me dicen.
«¿Cómo las llamáis?», les pregunto.
Y me dicen: «rajita», «patatita», «castañita», «agujerito»... y la lista continúa, interminable.
Digo «vagina» porque he leído las estadísticas, y les están ocurriendo cosas malas a las
vaginas de las mujeres en todas partes: 500000 mujeres son violadas todos los años en Estados
Unidos; 100 millones de mujeres han sido mutiladas genitalmente en todo el mundo; y la lista
continúa y continúa. Digo «vagina» porque quiero que se ponga fin a estos horrores. Sé que
no dejarán de ocurrir hasta que reconozcamos que suceden, y la única manera de conseguirlo
es capacitar a las mujeres para que se atrevan a hablar de ello sin temor a sufrir castigo o ser
objeto de venganza.
Da miedo decir la palabra. «Vagina.» Al principio tienes la sensación de estar atravesando
violentamente una barrera invisible. «Vagina.» Te sientes culpable e incómoda, como si
alguien fuese a derribarte de un golpe. Entonces, después de haber dicho la palabra cien o mil
veces, se te ocurre que es tu palabra, tu cuerpo, tu lugar más esencial. De repente te das
cuenta de que toda la vergüenza y la incomodidad que has sentido hasta entonces al decir la
palabra ha sido una forma de silenciar tu deseo, de minar tu ambición.
Entonces empiezas a decir la palabra más y más. La dices casi con pasión, con apremio, por-
que intuyes que si dejas de decirla, el miedo volverá a apoderarse de ti y caerás de nuevo en
un susurro incómodo. De manera que la dices dondequiera que puedes, la sacas en todas las
conversaciones.
Estás ilusionada con tu vagina; quieres estudiarla y explorada y presentarte a ella, y descubrir
cómo escucharla y darle placer y mantenerla sana, sabia y fuerte. Aprendes a satisfacerte a ti
misma y enseñas a tu amante a satisfacerte.
Eres consciente de tu vagina todo el día, dondequiera que estés... en tu coche, en el supermer-
cado, en el gimnasio, en la oficina. Eres consciente de esta parte preciosa, bellísima, portadora
de vida que tienes entre las piernas, y eso te hace sonreír; te enorgullece.
Y cuantas más mujeres dicen la palabra, cada vez resulta menos trascendente decirla; pasa a
formar parte de nuestro lenguaje, de nuestra vida. Integramos en ella a nuestras vaginas, que
pasan a ser algo venerable y sagrado. Se convierten en parte de nuestros cuerpos, conectadas
con nuestras mentes, alimentan nuestros espíritus. Y la vergüenza desaparece y las
violaciones cesan porque las vaginas son visibles y reales, y están conectadas con mujeres
poderosas, sabias, que hablan de sus vaginas.
Nos espera un largo viaje.
8Éste es el principio. Es un espacio para pensar en nuestras vaginas, para empezar a conocer
las vaginas de otras mujeres, para escuchar sus historias y entrevistas, para responder
interrogantes y hacer preguntas. Un lugar para desprendernos de los mitos, la vergüenza y
los miedos. Para ejercitarnos en el uso de la palabra porque, como es sabido, la palabra nos
mueve y nos libera. «VAGINA.»
9MONÓLOGOS DE LA VAGINA
Seguro que estáis preocupadas. Yo estaba preocupada. Por eso empecé a escribir esta obra.
Estaba preocupada 'por las vaginas. Me preocupaba lo que pensamos sobre las vaginas, y me
preocupaba aún más que no pensáramos en ellas. Estaba preocupada por mi propia vagina.
Necesitaba el contexto de otras vaginas... una comunidad, una cultura de vaginas. Están
rodeadas de tanta oscuridad y secretismo... como el Triángulo de las Bermudas. Nadie nos
manda jamás noticias sobre lo que ocurre allí.
En primer lugar, ni siquiera es tan fácil encontrar tu vagina. Las mujeres se pasan semanas,
meses y a veces años sin mirarla. Entrevisté a una ejecutiva dinámica que me dijo que estaba
demasiado atareada; no tenía tiempo para eso. Mirarte la vagina, me dijo, supone una jornada
completa de trabajo. Tienes que tumbarte de espaldas delante de un espejo vertical,
preferiblemente de cuerpo entero. Tienes que colocarte en la posición perfecta, con la luz
perfecta, que entonces queda ensombrecida por el espejo y por el ángulo en el que estás.
Acabas hecha un nudo. Tienes que incorporar la cabeza, haciéndote polvo la espalda. Para
entonces ya estás agotada. Ella no tenía tiempo para eso, me dijo. Tenía demasiado trabajo.
Así que decidí hablar con las mujeres sobre sus vaginas, hacer entrevistas sobre vaginas, que
se convirtieron en monólogos sobre vaginas. Hablé con más de doscientas mujeres. Hablé con
mujeres mayores, jóvenes, casadas, solteras, lesbianas, profesoras universitarias, actrices,
ejecutivas, profesionales del sexo, afroamericanas, hispanas, asiáticoamericanas,
norteamericanas nativas, caucásicas y judías. Al principio, las mujeres se mostraban reacias a
hablar. Se sentían un poco cohibidas. Pero una vez que se animaban, ya no había manera de
pararlas. En el fondo, a las mujeres les encanta hablar de sus vaginas. Se las ve
ilusionadísimas, sobre todo porque hasta entonces nadie les ha preguntado.
Pero antes que nada, empecemos por la palabra «vagina». En el mejor de los casos, suena a
una infección, puede que a un utensilio médico: “Rápido, enfermera, tráigame la vagina.»
«Vagina.» «Vagina.» Por muchas veces que la digas, nunca suena como una palabra que
quieras decir. Es una palabra totalmente ridícula, absolutamente antierótica. Si la dices
durante el acto sexual, queriendo ser políticamente correcta -«Cariño, ¿podrías acariciarme la
vagina?»-, acabas con el acto en ese mismo instante.
Estoy preocupada por las vaginas, por cómo las llamamos y por cómo no las llamamos.
En Great Neck, la llaman «conejito». Una mujer de allí me contó que su madre solía decirle:
«No te pongas bragas debajo del pijama, cielo. Tienes que dejar que se te airee el conejito.» En
Westchester le dicen «pooki», en Nueva Jersey, «twat». También está «polvera», «derriere»,
«chucha», «popó», «pepe», «pepitilla», «chumino», «colega», «chochete», «higo», «amapola»,
«chichi», «dignidad», «hucha», «chirri», «almeja», «chochín, «Gladys Siegelmam, «cosa»,
«pipi», «felpudo», «cueva», «mongo», «pijama», «tintero», «bollo», «morbosilla», «posible»,
«tamal», «tortita», «Connie». «Mimi» en Miami, «empanadilla rajada» en Filadelfia, y
10«schmende» en el Bronx. Estoy preocupada por las vaginas.
labonacha
Algunos de los monólogos son transcripciones casi literales de las entrevistas) otros son una
combinación de varias entrevistas y en otros simplemente partí de una entrevista y me dejé llevar por la
inspiración. He dejado este monólogo prácticamente tal como lo escuché. El tema, sin embargo, surgió
en todas las entrevistas, y a menudo estaba a flor de piel. Este tema es ...
11EL VELLO
No puedes amar una vagina si no amas el vello. Mucha gente no ama el vello. Mi primer y
único marido odiaba el vello. Decía que era una sucia maraña. Me hizo afeitar la vagina. Se
veía hinchada y desprotegida, como la de una niña pequeña. Eso excitaba a mi marido.
Cuando me hacía el amor, mi vagina tenía el tacto que supongo debe de tener una barba.
Daba gusto frotarla y también dolía. Como rascarse una picadura de mosquito. Ardía. Se
llenó de bultitos rojos que escocían a rabiar. Me negué a afeitármela otra vez. Entonces mi
marido tuvo un lío con otra. Fuimos a una terapia matrimonial y él dijo que se acostaba con
otras porque yo no quería complacerlo en la cama. Me negaba a afeitarme la vagina. La tera-
peuta tenía un fuerte acento alemán y suspiraba entre frase y frase para mostrar su empatía.
Me preguntó que por qué no quería complacer a mi marido.Yo le dije que me sentía rara. Casi
no sentía nada sin mi vello ahí abajo, y no podía evitar hablar como un bebé y, además, se me
irritaba la piel y ni siquiera la loción de calamina me aliviaba el picor. Ella me dijo que el
matrimonio era compromiso. Yo le pregunté si afeitarme la vagina haría que él dejara de
follar con otras. Le pregunté si había tenido muchos casos como el nuestro. Me dijo que las
preguntas diluían el proceso, que yo tenía que dar el salto, que estaba segura de que era un
buen comienzo.
Esta vez, cuando volvimos a casa, le dejé que me afeitara la vagina. Era como una especie de
premio por la terapia. Empezó a recortar el vello y una gota de sangre manchó la bañera. Él ni
siquiera se dio cuenta, estaba demasiado enfrascado afeitándome. Luego, mientras mi marido
se apretaba contra mí, podía sentir su pinchosa puntiagudez clavándose dentro de mí,
refregándose contra mi vagina desnuda e hinchada. No tenía ninguna protección, no había
nada mullido y suave.
Entonces comprendí que tenemos vello ahí por una razón... es como la hoja alrededor de la
flor, como el césped que rodea la casa. Tienes que amar el vello para poder amar la vagina.
No puedes escoger las partes que quieres. Y además, mi marido nunca dejó de follar con
otras.
Les hice las mismas preguntas a todas las mujeres que entrevisté y después escogí las respuestas que
más me gustaron. Aunque debo deciros que nunca he escuchado una respuesta que no me encantara.
Les pregunté a las mujeres:
Si tu vagina se vistiera, ¿qué prenda se pondría?
Una chaqueta de cuero.
12Medias de seda.
Un visón.
Un boa de plumas rosas de marabú.
Un esmoquin de hombre.
Tejanos.
Algo que se me ciñera como un guante.
Esmeraldas.
Un traje de noche.
Lentejuelas.
Sólo Armani.
Un tutú.
Ropa interior negra transparente.
Un traje de baile de tafetán.
Algo lavable a máquina.
Un antifaz.
Un pijama de terciopelo morado.
Angora.
Un lazo rojo.
Armiño y perlas.
Un sombrero grande lleno de flores.
Un sombrero de piel de leopardo.
Un quimono de seda.
Una boina.
Pantalones de chándal.
Un tatuaje.
Un dispositivo de descarga eléctrica para mantener alejados a los extraños.
13Tacones altos.
Encaje y unas botas de combate.
Plumas moradas y ramitas y conchas.
Algodón.
Un pichi.
Un biquini.
Un impermeable.
Si tu vagina pudiera hablar, ¿qué diría, en dos palabras?
Más despacio.
¿Eres tú?
Dame de comer.
Yo quiero.
Ñam ñam.
Oh, siií.
Empieza otra vez.
No, más para allá.
Lámeme.
Quédate en casa.
Qué valiente!
Piénsalo bien.
Más, porfa.
Anda, abrázame.
Vamos a jugar.
14No pares.
Más, más.
¿Me recuerdas?
Pasa, pasa.
Todavía no.
Madre mía.
Sí sí.
Dame marcha.
Entra bajo tu propia responsabilidad.
Oh, Dios mío.
Gracias a Dios.
Estoy aquí.
Manos a la obra.
En marcha.
Encuéntrame.
Gracias.
Bonjour.
Demasiado fuerte.
No te rindas.
¿Y Brian?
Mejor así.
Sí, ahí. Ahí.
Entrevisté a un grupo de mujeres cuyas edades oscilaban entre los sesenta y cinco y los setenta y cinco
años. Estas entrevistas fueron las más conmovedoras de todas, posiblemente porque a muchas de las
mujeres nunca les habían hecho una entrevista sobre vaginas hasta entonces. Por desgracia, la mayor
parte de las mujeres de este grupo de edad tenía muy poca relación consciente con su vagina. Me sentí
muy afortunada por haberme criado en la época feminista. Una mujer que tenía setenta y dos años ni
15siquiera se había visto nunca la vagina. Sólo se había tocado para lavarse mientras se duchaba, pero
nunca con una intención consciente. Jamás había tenido un orgasmo. A los setenta y dos años de edad
empezó una terapia y, alentada por su terapeuta, una tarde volvió a su casa, encendió unas velas, se
preparó un baño, puso música suave y descubrió su vagina. Dijo que le llevó más de una hora, porque a
su edad ya estaba artrítica, pero cuando finalmente se encontró el clítoris, rompió a llorar. El siguiente
monólogo está dedicado a ella.
16LA INUNDACIÓN (MUJER JUDÍA, ACENTO DE QUEENS)
¿Ahí abajo? No he estado ahí abajo desde 1953. Qué va, no tuvo nada que ver con
Eisenhower. No, no, lo de ahí abajo es un sótano. Es muy húmedo, mohoso y frío. No quieres
bajar ahí. Créeme. Te entrarían ganas de vomitar. Es asfixiante. Absolutamente nauseabundo.
Con ese tufo a humedad y a moho y a todo lo demás. ¡Uf! No hay quien aguante la peste que
echa. Se te pega a la ropa.
No, no hubo ningún accidente ahí abajo. No es que explotara ni se incendiara ni nada por el
estilo. No fue tan dramático como eso. Quiero decir que... bueno, da igual. No. Da igual. No
puedo hablar contigo de esto. ¿Qué hace una chica lista como tú yendo por ahí para hablar
con señoras mayores de eso de ahí abajo? No hacíamos ese tipo de cosas cuando yo era joven.
¿Cómo dices? ¡Y dale! Está bien, como quieras.
Había un chico, Andy Leftkov. Era muy mono... bueno, a mí me lo parecía. Era alto, como yo,
y estaba colada por él. Me invitó a salir, a dar una vuelta en su coche...
No puedo contarte esto. No puedo hacerlo, no puedo hablar de ahí abajo. Simplemente sabes
que está ahí y punto. Como el sótano. A veces se oyen ruidos que resuenan ahí abajo. Oyes las
cañerías, y las cosas quedan atascadas ahí, animalitos pequeños y trastos, y se moja todo, y a
veces tiene que venir alguien a tapar las goteras. Aparte de eso, la puerta siempre está
cerrada. Te olvidas de que existe. Me refiero a que es parte de la casa, pero no la ves ni
piensas en ella. Eso sí, tiene que estar ahí porque toda casa necesita un sótano. Si no, el
dormitorio estaría en el sótano.
Ah, sí, Andy, Andy Leftkov. De acuerdo. Andy era muy guapo. Era una perita en dulce. Así
era como le decíamos en mis tiempos. Estábamos los dos en su coche, un flamante Chevrolet
BelAir blanco. Recuerdo que pensé que mis piernas eran demasiado largas para el asiento.
Tengo las piernas largas. Me topaban contra el salpicadero. Yo estaba mirando mis grandes
rodillas cuando él, de repente, me besó en plan «chico toma a chica», como hacen en las
pelis.Yo me excité mucho, me excité muchísimo y, bueno, hubo una inundación ahí abajo. No
podía controlarla. Era como la fuerza de la pasión, como un río de vida que salía de mí a
raudales, empapándome las braguitas y mojando el asiento del reluciente Chevrolet BelAir
blanco de Andy. No era pipí y olía bastante... bueno, francamente, en realidad a mí no me
17pareció que oliera a nada, pero él dijo... Andy dijo que olía a leche agria y que le estaba
manchando el asiento de su coche. Me dijo que era «un bicho raro apestoso». Quise explicarle
que su beso me había cogido desprevenida, que yo normalmente no era así. Intenté limpiar la
inundación con mi vestido. Era un vestido nuevo de color amarillo pálido, y se me quedó
hecho un asco, todo manchado de la inundación. Andy me llevó a casa y no me dirigió la
palabra ni una sola vez en todo el camino y cuando me bajé y cerré la puerta de su coche,
cerré la tienda entera. La cerré a cal y canto. Nunca volví a abrirla. Salí con algunos chicos
después de aquello, pero la idea de tener otra inundación me ponía demasiado nerviosa. Ni
siquiera volví a acercarme nunca más a nadie.
Solía tener sueños, sueños disparatados. Oh, son bobadas. ¿Por qué? Burt Reynolds. No sé
por qué. Nunca me hizo mucha gracia en la vida real, pero en mis sueños... siempre estaba
Burt.
Siempre era el mismo sueño, más o menos. Estábamos juntos. Burt y yo. En uno de esos res-
taurantes como los que ves en Atlantic City, un local enorme, con luces de araña y adornos y
miles de camareros con chalecos. Burt me regalaba una orquídea. Yo me la prendía en la
chaqueta. Nos reíamos. Comíamos cóctel de gambas. Nos reíamos más. Éramos muy felices
juntos. Después Burt me miraba a los ojos y me atraía hacia él en medio del restaurante y
entonces, cuando estaba a punto de besarme, la habitación empezaba a temblar, unas
palomas salían volando de debajo de la mesa -no sé qué hacían esas palomas allí- y
comenzaba la inundación ahí abajo. Manaba de mí a chorros. Brotaba y brotaba como un
torrente imparable y había pececillos en él y también barquitas. El restaurante entero iba
llenándose de agua, y Burt estaba ahí de pie, cubierto hasta las rodillas en mi inundación,
mirándome con expresión terriblemente decepcionada por haber vuelto a hacerlo,
horrorizado mientras veía a sus amigos -Dean Martin y pandilla- pasar nadando junto a
nosotros vestidos con sus esmóquines y trajes de fiesta.
Ya no tengo esos sueños. No desde que me sacaron prácticamente todo lo relacionado con ahí
abajo. Me vaciaron, me quitaron el útero, las tuberías, toda la instalación. El médico creyó que
estaba siendo gracioso. Me dijo: si no lo usa, lo pierde. Pero resultó ser un cáncer. Hubo que
quitar todo lo que estaba a su alrededor. De todas maneras, ¿quién lo necesita? ¿Verdad? Está
sobrevalorado. He hecho otras cosas. Me encantan las exposiciones caninas. Vendo
antigüedades.
¿Que qué prenda se pondría si se vistiera? ¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Qué se pondría?
Se pondría un cartel enorme: «Cerrado por inundación. »
18¿Que qué diría? Ya te lo he explicado, la mía no es así. No es como una persona que habla.
Hace mucho tiempo que dejó de ser algo que hablara. Es un sitio. Un sitio al que no vas. Está
cerrado, debajo de la casa. Está ahí abajo. ¿Contenta? Me has hecho hablar... has conseguido
que te lo cuente. Has conseguido que una señora mayor hable de su «ahí abajo». ¿Ya estás
satisfecha?
[Se da media vuelta para marcharse. Se gira.] ¿Sabes?, en realidad eres la primera persona a la
que le he hablado de esto, y la verdad es que me siento un poco mejor.
19VERDADES SOBRE LA VAGINA
En un proceso por brujería celebrado en 1593, el inquisidor (un hombre casado) por lo visto
descubrió un clítoris por primera vez. Lo identificó como una tetilla de diablo, prueba
concluyente de la culpabilidad de la bruja encausada. Se trataba de «un pequeño bulto de
carne, con forma protuberante como si fuese una tetilla, con una longitud de media pulgada»
que el carcelero, «al percatarse de él a primera vista, no quiso revelar, pues se hallaba junto a
un lugar tan secreto que no era decente mostrar. Finalmente, sin embargo, reacio a ocultar un
asunto tan extraño», se lo mostró a diversos circunstantes. Dichos circunstantes jamás habían
visto nada igual. La bruja fue declarada culpable.
The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets
Entrevisté a muchas mujeres sobre el tema de la menstruación. Empezó a ocurrir algo así como un
fenómeno coral) una especie de canto colectivo salvaje. Las mujeres se hacían eco unas a otras. Dejé que
las voces fluyeran entre sí hasta formar un río de sangre. Me perdí en la sangre.
20YO TENÍA DOCE AÑOS. MI MADRE ME ABOFETEÓ
Segundo curso, siete años de edad, mi hermano estaba hablando de la regla. No me gustaba
la manera en que se reía.
Fui a mi madre. «¿Qué es una regla?», le pregunté. «Una cosa que sirve para medir y para
dibujar líneas rectas, me contestó.»
Mi padre me regaló una postal que ponía: «Para mi nena pequeña, que ya no es tan pequeña.»
Estaba aterrada. Mi madre me enseñó las abultadas compresas higiénicas. Me dijo que debía
tirar las usadas en el cubo que había debajo del fregadero de la cocina.
Recuerdo que fui una de las últimas. Tenía trece años.
Todas queríamos que nos viniera.
Tenía muchísimo miedo. Empecé a guardar las compresas usadas en bolsas de papel marrón
en los rincones oscuros del trastero, en la buhardilla.
Octavo curso. Mi madre dijo: «Ah, qué bien.»
En la escuela de secundaria... gotitas marrones antes de que me viniera. Coincidió con que me
salieron unos cuantos pelillos en las axilas, que crecían desiguales: en un sobaco tenía pelo, en
el otro no.
Tenía dieciséis años, me asusté un poco.
Mi madre me dio codeína. Teníamos literas. Bajé y me tumbé. Mi madre se sentía muy incó-
moda.
Una noche llegué tarde a casa y me metí en la cama sin encender ninguna luz. Mi madre
había encontrado las compresas usadas y las había puesto entre las sábanas de mi cama.
21Tenía doce años, iba en bragas, todavía no me había vestido. Miré el suelo de la escalera. Ahí
estaba.
Séptimo curso; mi madre notó algo en mi ropa interior. Entonces me dio unos pañales de
plástico.
Mi madre estuvo muy cariñosa conmigo. «Vamos a buscarte una compresa.»
Cuando le vino a mi amiga Marcia, lo celebraron. Hicieron una cena especialmente para ella.
Tenía trece años. Fue antes de que hubiera compresas de celulosa. Había que tener cuidado
con el vestido.Yo era negra y pobre. Una mancha de sangre en la parte trasera del vestido
estando en la iglesia. No se notaba, pero me sentía culpable.
Tenía diez años y medio. Ninguna preparación. Porquería marronuzca en las bragas.
Ella me enseñó a ponerme un tampón. Sólo me entró hasta la mitad.
Asociaba mi regla con fenómenos inexplicables.
Mi madre me dijo que tenía que usar un paño. Mi madre dijo que nada de tampones. No
podías meterte nada en tu azucarero.
Me puse un montón de algodón. Se lo dije a mi madre. Me dio muñequitas recortables de
Elizabeth Taylor.
Tenía quince años. Mi madre me dijo: «Mazel tov» [Enhorabuena.] Me dio una bofetada.Yo
no sabía si aquello era bueno o malo.
Mi regla, como la masa de un pastel antes de que crezca. Las indias se pasaban cinco días sen-
tadas sobre el musgo. Ojalá yo fuese una nativa norteamericana.
Tenía quince años y llevaba tiempo esperando que me viniera. Era alta y seguía creciendo.
Cuando veía a chicas blancas en el gimnasio con tampones, pensaba que eran chicas malas.
22Vi gotitas rojas en las baldosas rosadas. «Genial», pensé.
Mi madre se alegró por mí.
Usaba tampones OB y me gustaba meterme los dedos ahí dentro.
Tenía once años, llevaba bragas blancas. Empezó a salirme sangre.
Tenía doce años. Me alegré. Mi amiga tenía un tablero de ouija, pregunté a los espíritus que
cuándo nos vendría la regla, miré hacia abajo y vi sangre.
Bajé la mirada y ahí estaba.
Soy una mujer.
Aterrada.
Pensaba que nunca me vendría.
Cambió por completo mi percepción de mí misma. Me volví muy silenciosa y madura. Una
buena vietnamita... una trabajadora callada, virtuosa, que nunca habla.
Tenía nueve años y medio. Convencida de que estaba muriéndome desangrada, enrollé las
bragas y las tiré en un rincón. No quería preocupar a mis padres.
Mi madre me preparó agua caliente con vino, y me quedé dormida.
Estaba en mi dormitorio en el apartamento de mi madre. Tenía una colección de tebeos. Mi
madre me dijo: «No debes levantar la caja de tebeos.»
Mis amigas me dijeron que tenías hemorragias todos los meses.
Mi madre entraba y salía cada dos por tres del psiquiátrico. No podía aceptar que me hubiera
hecho mujer.
«Apreciada señorita Carling: le ruego que dispense a mi hija de jugar en el partido de balon-
23cesto. Acaba de hacerse mujer”.
En el campamento de verano me dijeron que no me bañara teniendo la regla. Me limpiaron
con una manopla y antiséptico.
Tenía miedo de que la gente lo oliera. Miedo de que me dijeran que olía a pescado.
Vomitaba, no podía comer.
Me entró hambre.
A veces es muy rojo.
Me gustan las gotas que caen en el váter. Es como pintura.
A veces es marrón y me inquieta.
Yo tenía doce años. Mi madre me abofeteó y me trajo una camisa roja de algodón. Mi padre
salió a comprar una botella de sangría.
En el transcurso de mis entrevistas conocí a nueve mujeres que tuvieron su primer orgasmo estando
exactamente en el mismo sitio. Eran mujeres cuyas edades rondaban entre los treinta y tantos y los
cuarenta y pocos años. Todas ellas habían participado, en épocas diferentes, en uno de los grupos
dirigidos por Betty Dodson, una mujer valiente y extraordinaria. Betty lleva veinticinco años
ayudando a las mujeres a localizar, amar y masturbar sus vaginas. Ha dirigido grupos y ha trabajado
individualmente con mujeres. Ha ayudado a miles de mujeres a reivindicar el centro de su ser. El
siguiente fragmento es para ella.
24EL TALLER SOBRE LA VAGINA [LEVE ACENTO INGLÉS]
Mi vagina es una concha, una tierna concha rosada redonda, que se abre y se cierra, se abre y se cierra.
Mi vagina es una flor, un tulipán excéntrico, con el centro hondo y profundo, aroma delicado y pétalos
suaves pero resistentes.
Eso no lo había sabido siempre. Lo aprendí en el taller sobre la vagina. Lo aprendí de una
mujer que dirige el taller sobre la vagina, una mujer que cree en las vaginas, que realmente ve
las vaginas, que ayuda a las mujeres a ver sus propias vaginas viendo las vaginas de otras
mujeres.
En la primera sesión, la mujer que dirigía el taller sobre la vagina nos pidió que hiciéramos un
dibujo de nuestra «singular, bellísima y fabulosa vagina.» Así es como la llamó. Quería saber
qué visión teníamos de nuestra singular, bellísima y fabulosa vagina cada una de nosotras.
Una mujer que estaba embarazada dibujó una gran boca roja que chillaba y echaba monedas.
Otra mujer, muy delgada, pintó una bandeja grande con una especie de dibujo de
Devonshire.Yo dibujé un punto negro enorme con rayitas serpenteantes a su alrededor. El
punto negro equivalía a un agujero negro en el espacio, y las rayas serpenteantes
representaban a personas o cosas o simplemente átomos básicos que se perdían allí. Siempre
había pensado en mi vagina como un vacío anatómico que absorbía al azar partículas y
objetos del entorno.
Siempre había percibido mi vagina como una entidad independiente, girando como un astro
en su propia galaxia, que ardía hasta finalmente consumirse en su propia energía gaseosa o
hasta explotar y desintegrarse en miles de vaginas más pequeñas, que a su vez empezaban a
girar todas ellas en sus respectivas galaxias.
No pensaba en mi vagina en términos prácticos o biológicos. No la veía, por ejemplo, como
una parte de mi cuerpo, como algo entre mis piernas, ligado a mí.
En el taller se nos pidió que nos miráramos la vagina con un espejo de mano. Después, tras
un examen minucioso, teníamos que explicar a las demás mujeres del grupo lo que habíamos
visto. Debo deciros que hasta ese momento, todo lo que sabía sobre mi vagina se basaba en
habladurías o en invenciones. Jamás había visto realmente la cosa de verdad. Nunca se me
había ocurrido mirarla. Mi vagina existía para mí en un plano más bien abstracto. Me parecía
muy reduccionista y embarazoso mirarla, tumbarse en el suelo como hacíamos en el taller,
sobre nuestras relucientes colchonetas azules, con nuestros espejos de mano. Me recordaba a
cómo debieron de sentirse los primeros astrónomos con sus rudimentarios telescopios
primitivos.
Al principio la encontré bastante inquietante, a mi vagina. Como la primera vez que ves un
pescado abierto por la mitad y descubres ese otro complejo mundo sangriento de dentro,
justo debajo de la piel. Se veía tan en carne viva, tan roja, tan fresca. Y lo que más me
sorprendió fueron todas las capas. Capas dentro de capas, que se abrían en más capas. Mi
25vagina, como un acontecimiento místico que despliega un aspecto tras otro de sí mismo, lo
cual en realidad es un acontecimiento en sí mismo, pero sólo lo sabes después del
acontecimiento.
Mi vagina me dejó asombrada. Fui incapaz de hablar cuando me llegó el turno en el taller. No
tenía palabras. Estaba hechizada, había descubierto lo que la mujer que dirigía el taller
llamaba «la maravilla vaginal». Sólo quería seguir ahí tumbada en mi colchoneta, con las
piernas extendidas, examinándome la vagina eternamente.
Era mejor que el Gran Cañón del Colorado, ancestral y llena de armonía. Tenía la inocencia y
la frescura de un auténtico jardín inglés. Era graciosa, graciosísima. Me hacía reír. Podía
esconderse y aparecer de nuevo como si jugara al escondite, podía abrirse y cerrarse. Era una
boca. Era la mañana. Y en ese momento se me ocurrió que era yo, que mi vagina era lo que yo
era. No era una entidad. Estaba dentro de mí.
Entonces la mujer que dirigía el taller preguntó que cuántas de las que estábamos allí ha-
bíamos tenido orgasmos. Dos mujeres levantaron tímidamente la mano. Yo no la levanté,
pero sí que había tenido orgasmos. No levanté la mano porque mis orgasmos eran
accidentales. Simplemente me venían, me ocurrían. Me ocurrían mientras soñaba, y luego me
despertaba en la gloria. Me ocurrían mucho en el agua, sobre todo en la bañera. Una vez en
Cape Cod. Me ocurrían montando a caballo, yendo en bicicleta, en la cinta andadora del
gimnasio. No levanté la mano porque aunque había tenido orgasmos, no sabía cómo tener
uno. Nunca había intentado tener uno. Pensaba que era una cosa mística, mágica. No quería
interferir. Sentía que no estaba bien hacer algo para tener uno... que era artificioso, forzado.
Como actuar en una película de Hollywood. Orgasmos obtenidos por fórmula magistral. La
sorpresa desaparecería y también el misterio. El problema, claro está, era que hacía dos años
que la sorpresa no había vuelto a aparecer. Llevaba mucho tiempo sin tener un orgasmo
accidental mágico, y estaba desesperada. Por eso había acudido a ese taller.
Y entonces llegó el momento que tanto había temido y anhelado secretamente. La mujer que
dirigía el taller nos pidió que volviéramos a coger nuestros espejos de mano y que
intentáramos localizar nuestro clítoris. Ahí estábamos, todo un grupo de mujeres tumbadas
boca arriba, en nuestras colchonetas, buscando nuestros puntos, nuestro núcleo, nuestra
razón, y de pronto, no sé por qué, me eché a llorar. Quizá fue por pura vergüenza. Quizá fue
por saber que tenía que renunciar a la fantasía, a la enorme y devastadora fantasía de que
alguien o algo lo haría por mí... la fantasía de que alguien vendría a guiar mi vida, a escoger
la dirección, a darme orgasmos. Estaba acostumbrada a vivir al margen de las pautas
establecidas, de una manera mágica, supersticiosa. Eso de buscar el clítoris, esa majadería de
taller con nosotras tendidas sobre relucientes colchonetas azules, estaba convirtiendo todo el
asunto en algo real, demasiado real. Sentí que me invadía el pánico. El terror y a la vez la
constatación de que había evitado encontrar mi clítoris, de que lo había racionalizado como
algo convencional y consumista porque, en realidad, me aterraba la idea de no tener clítoris,
de ser una de esas mujeres fisiológicamente incapacitadas, una de esas frígidas, muertas,
clausuradas, resecas, con sabor a albaricoque, amargas... ¡Oh, Dios mío! Seguí ahí tendida
26buscando mi punto con el espejo, tocándome con los dedos, y lo único en lo que podía pensar
era en cuando tenía diez años y perdí mi anillo de oro con esmeraldas en un lago, en cómo
buceé una y otra vez buscándolo en el fondo del lago, deslizando las manos entre piedras,
peces, tapones de botella y trastos cenagosos, sin lograr encontrar mi anillo. En el pánico que
sentí. Sabía que me castigarían. No debería haberme bañado con él.
La mujer que dirigía el taller vio mis febriles esfuerzos, mis sudores, mi respiración
entrecortada. Se me acercó. Le dije: «He perdido mi clítoris. Se ha esfumado. No debería
haberme bañado con él.» La mujer que dirigía el taller se rió. Me acarició la frente con calma.
Me dijo que mi clítoris no era algo que pudiera perder. Era yo misma, la esencia de mi ser. Era
el timbre de mi casa a la vez que la casa en sí. No tenía que encontrarlo. Tenía que serlo. Serlo.
Ser mi vagina. Me tendí de nuevo y cerré los ojos. Dejé el espejo en el suelo. Me contemplé
flotar sobre mí misma. Me contemplé mientras empezaba a acercarme lentamente a mí misma
y a readentrarme. Me sentía como una astronauta readentrándose en la atmósfera de la
Tierra. Era un regreso muy silencioso, silencioso y suave. Reboté y aterricé, aterricé y reboté.
Entré en mis propios músculos, en mi sangre, en mis células, y entonces me deslicé sin más
dentro de mi vagina. De repente resultaba fácil y yo cabía. Me sentía cálida y palpitante y
dispuesta y joven y viva. Y entonces, sin mirar, con los ojos aún cerrados, puse el dedo sobre
lo que de repente se había convertido en mí. Al principio sentí un pequeño aleteo vibrante,
que me impulsó a quedarme. Entonces el vibrante aleteo se convirtió en un temblor, en una
erupción, y las capas se dividían y subdividían. El temblor fue creciendo hasta abrirse a un
horizonte ancestral de luz y silencio, que a su vez se abrió a una dimensión de música y
colores, de inocencia y anhelo, y me sentí vinculada, conectada a un vínculo poderoso
mientras me retorcía sobre mi pequeña colchoneta azul.
Mi vagina es una concha, un tulipán y un destino.
Estoy llegando al mismo tiempo que empiezo a marcharme. Mi vagina, mi vagina, yo.
En 1993, caminaba por una calle de Manhattan cuando al pasar ante un quiosco de prensa de repente
me quedé impactada por una fotografía profundamente inquietante publicada en la portada del
Newsday. La imagen mostraba a un grupo de seis mujeres jóvenes que acababa de salir de un campo de
violaciones de Bosnia. Sus rostros reflejaban conmoción y desesperanza, pero lo más inquietante era la
sensación de que algo dulce, algo puro, había sido destruido para siempre en la vida de cada una de
ellas. Leí el reportaje. En las páginas interiores del periódico aparecía otra fotografía de las jóvenes, que
se habían reencontrado hacía poco con sus madres y posaban todas juntas en semicírculo en un
gimnasio. Formaban un grupo muy numeroso y ni una sola de las mujeres, ninguna madre ni ninguna
hija, era capaz de mirar a la cámara.
Supe que tenía que ir allí. Tenía que conocer a esas mujeres. En 1994, gracias al apoyo de un ángel, de
Lauren Lloyd, pasé dos meses en Croacia y en Paquistán, entrevistando a refugiadas bosnias.
27Entrevisté a esas mujeres y estuve con ellas en campamentos, en bares y en centros de refugiados. He
vuelto a Bosnia en dos ocasiones desde entonces.
Cuando regresé a Nueva York después de mi primer viaje, estaba absolutamente indignada. Indignada
porque entre veinte mil y setenta mil mujeres estaban siendo violadas en plena Europa en 1993, como
una táctica sistemática de guerra, y nadie hacía nada por impedirlo. No alcanzaba a comprenderlo. Una
amiga me preguntó que por qué me sorprendía. Me dijo que más de 500 000 mujeres eran violadas cada
año en nuestro propio país, y eso que en teoría no estábamos en guerra.
Este monólogo está basado en la historia de una mujer. Quiero darle las gracias por haberla compartido
conmigo. Su espíritu y su fortaleza me impresionan) como también me impresionan todas y cada una
de las supervivientes de las terribles atrocidades cometidas en la antigua Yugoslavia que conocí. El
siguiente fragmento está dedicado a las mujeres de Bosnia.
28MI VAGINA ERA MI ALDEA
Mi vagina era verde, praderas de un suave rosado acuoso, una vaca mugiendo, sol, siesta,
novio cariñoso rozándome con una suave brizna de paja dorada.
Hay algo entre mis piernas. No sé qué es. No sé dónde está. No lo toco. Ahora no. Ya no. No desde
entonces.
Mi vagina era parlanchina, no podía esperar, no podía esperar tanto, tanto hablar, palabras
que hablaban, no podía dejar de intentarlo, no podía dejar de decir «Oh, sí. Oh, sí».
No desde que sueño que tengo un animal muerto cosido ahí dentro con hilo de pescar negro y grueso. Y
no puedo desprenderme del apestoso olor a animal muerto. Y tiene un tajo en el cuello y sangra tanto
que me empapa todos mis vestidos de verano.
Mi vagina cantando todas las canciones de chicas, todas las canciones en las que suenan cen-
cerros de cabras, todas las canciones de praderas de otoños silvestres, canciones de vaginas,
canciones natales de vaginas.
No desde que los soldados me metieron un rifle largo y grueso ahí dentro. Qué frío está, con el cañón de
acero que me anula el corazón. No sé si van a dispararlo o a clavármelo más adentro hasta atravesar mi
cerebro que da vueltas como un trompo. Seis de ellos, médicos monstruosos con máscaras negras que
también me penetran con botellas. Y con varas y el palo de una escoba.
Mi vagina nadando en el agua del río, agua cristalina fluyendo sobre piedras secadas al sol,
sobre piedras clítoris, sobre clítoris piedras, fluyendo hasta el infinito.
No desde que oí cómo se me desgarraba la carne y hacía ruidos chirriantes de limón, no desde que un
trozo de mi vagina se me cayó en la mano, una parte del labio. Ahora me he quedado sin un lado del
labio.
Mi vagina. Una aldea de agua, mojada y viva.
Mi vagina, mi aldea natal.
No desde que se turnaron durante siete días, apestando a heces y a carne ahumada, dejando su asquero-
so semen dentro de mí. Me convertí en un río de veneno y pus, y todas las cosechas se murieron y
también los peces.
Mi vagina, una aldea de agua, mojada y viva. La invadieron. La masacraron y la quemaron.
Ahora no la toco.
No la visito.
Ahora vivo en otra parte. No sé dónde.
29VERDADES SOBRE LA VAGINA
En el siglo XIX, a las niñas que aprendían a desarrollar su capacidad orgásmica
masturbándose se las consideraba un caso clínico. A menudo se las «trataba» o «corregía»
mediante la amputación o cauterización del clítoris, o con «cinturones de castidad en
miniatura», o cosiendo los labios vaginales para impedir el acceso al clítoris, e incluso se
llegaba a la castración mediante la extirpación quirúrgica de los ovarios. Pero no se encuentra
ninguna referencia en la literatura médica a la extirpación quirúrgica de testículos ni a la
amputación del pene para impedir que los niños se mas turbaran.
En Estados Unidos, la última clitoridectomía de la que se tiene constancia realizada para
curar la masturbación se practicó en 1948... a una niña de cinco años.
The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets
30VERDADES SOBRE LA VAGINA
Entre ochenta millones y cien millones de niñas, y muchachas han sido sometidas a la
mutilación genital. En los países donde se realiza esta práctica, en su mayor parte africanos,
alrededor de dos millones de chicas al año están expuestas a que les corten el clítoris o se lo
extirpen por completo con una navaja -o una cuchilla o un fragmento de vidrio-, [y] a que una
parte o la totalidad de sus labios vaginales (...) sean cosidos entre sí con cordel de tripa o con
espinas.
La operación a menudo se embellece denominándola «circuncisión». La especialista africana
Nahid Toubia lo explica lisa y llanamente: la práctica equivalente en un hombre abarcaría
desde la amputación de la mayor parte del pene hasta «la extirpación de todo el pene, sus
raíces de tejido blando y parte de la piel escrotal».
Entre las secuelas a corto plazo se cuentan el tétanos, septicemia, hemorragias, cortes en la
uretra, en la vejiga, en las paredes vaginales y en el esfinter anal. A largo plazo: infección
uterina crónica, cicatrices extensas que pueden dificultar de por vida el caminar, formación
de fístulas, aumento desmesurado del dolor y peligro durante el parto, y muertes prematuras.
The New York Times 12 de abril de 1996.
Durante los últimos diez años he estado trabajando con mujeres que no tienen casa, mujeres a las que
nos referimos como «gente sin techo» para así poder catalogarla y olvidarnos de ella. He hecho todo tipo
de cosas con estas mujeres, que se han convertido en mis amigas. Dirijo grupos de recuperación para
mujeres que han sido violadas o sufrido incesto, y grupos de mujeres adictas a las drogas y al alcohol.
Voy al cine con estas mujeres, quedo para comer con ellas. Salgo con ellas. A lo largo de los últimos
diez años he entrevistado a centenares de mujeres. En todo este tiempo sólo he conocido a dos que no
fueron sometidas a incesto de niñas o violadas de muchachas. He desarrollado la teoría de que para la
mayoría de estas mujeres, el «hogar» es un sitio que da mucho miedo, un lugar del que han huido, y
que las casas-refugio o casas de acogida donde yo las conozco son el primer lugar en su vida en el que
muchas de ellas encuentran seguridad) protección o consuelo) en compañía de otras mujeres.
El siguiente monólogo es la historia de una de estas mujeres, tal como ella me la contó. La conocí hace
unos cinco años, en una casa-refugio. Me gustaría poder deciros que su historia, brutal y extrema, es
insólita. Pero no lo es. De hecho, no es ni de lejos tan inquietante como muchas de las historias que he
conocido estos últimos años. Las mujeres pobres sufren una terrible violencia sexual que no se llega a
denunciar. Debido a la clase social a la que pertenecen, estas mujeres no tienen acceso a una terapia ni a
otros métodos de curación. Los abusos y malos tratos constantes que sufren acaban minando su
autoestima, abocándolas a las drogas, a la prostitución, al sida y, en muchos casos, a la muerte. Por
31fortuna, esta historia concreta tiene un desenlace distinto. Esta mujer conoció a otra en la casa de
acogida y se enamoraron. Gracias a su amor, ambas salieron del sistema de las casas-refugio y hoy
comparten juntas una vida maravillosa. Escribí este fragmento para ellas, para sus espíritus
asombrosos para todas las mujeres que no vemos, que duelen y que nos necesitan.
32EL PEQUEÑO CHIRRI QUE PODÍA [MUJER SUREÑA DE COLOR] [1]
Recuerdo: diciembre de 1965. Cinco años de edad
Mi mamá me dice con voz atemorizadora, fuerte y amenazante que deje de rascarme el chirri.
De pronto me aterra pensar que me lo he arrancado de tanto rascarme. No vuelvo a tocarme,
ni siquiera estando en la bañera. Tengo miedo de que me entre agua ahí abajo y de que se
llene hasta hacerme reventar. Me pongo tiritas sobre mi chirri para tapar el agujero, pero se
despegan en el agua. Imagino que tengo un tapón ahí dentro, un tapón de bañera que impide
que me entren cosas. Duermo con tres braguitas de algodón con estampados de corazones
sonrientes debajo del pijama. Sigo queriendo tocarme, pero no lo hago.
Recuerdo: siete años de edad
Edgar Montane, que tiene diez años, se enfada conmigo y me da un puñetazo con todas sus
fuerzas en la entrepierna. Me siento como si me hubiera roto entera. Vuelvo cojeando a casa.
No puedo hacer pis. Mi mamá me pregunta que qué le pasa a mi chirri, y cuando le cuento lo
que Edgar me ha hecho, me dice a gritos que nunca vuelva a dejar que nadie me toque ahí
abajo. Intento explicarle: no me lo ha tocado, mamá, le ha dado un puñetazo.
Recuerdo: nueve años de edad
Juego en la cama dando brincos y volteretas, y al caer me clavo uno de los pilares de la cama
en todo mi chirri. Suelto alaridos agudos que salen directamente de la boca de mi chirri. Me
llevan al hospital y me cosen ahí abajo, donde se ha desgarrado.
Recuerdo: diez años de edad
Estoy en la casa de mi padre, él está celebrando una fiesta en el piso de arriba. Todo el mundo
bebe. Estoy jugando sola en el sótano, probándome mi conjunto nuevo de sujetador y
braguitas blancas de algodón que me ha regalado la novia de mi padre. De repente, el mejor
amigo de mi padre, un hombre grande llamado Alfred, se me acerca por detrás, me baja de
33un tirón mis bragas nuevas y clava su pene grande y duro en mi chirri. Grito. Pataleo.
Forcejeo intentando quitármelo de encima, pero él ya lo ha metido. Entonces llega mi padre.
Tiene una pistola. De pronto se oye un ruido fortísimo horrible y entonces Alfred y yo
estamos cubiertos de sangre, de mucha sangre. Estoy convencida de que mi chirri finalmente
se me está cayendo. Alfred queda paralítico de por vida y mi mamá no me deja ver a mi
padre en siete años.
Recuerdo: doce años de edad
Mi chirri es un sitio muy malo, un sitio de dolor, desagradable, de puñetazos, de invasión y
de sangre. Es un solar para percances. Es una zona de mala suerte. Me imagino una autopista
sin peaje entre mis piernas y, chica, estoy viajando, yéndome bien lejos de aquí.
Recuerdo: trece años de edad
Hay una mujer preciosa de veinticuatro años en nuestro barrio y yo siempre me la quedo
mirando fijamente. Un día me invita a subir a su coche. Me pregunta si me gusta besar a los
chicos, y yo le respondo que no me gusta. Entonces ella me dice que quiere enseñarme algo,
se inclina hacia mí y me besa muy suavemente en los labios con sus labios y después desliza
su lengua en mi boca. ¡Guauuu! Me pregunta si quiero ir a su casa, y entonces vuelve a
besarme y me dice que me relaje, que lo sienta, que deje que nuestras lenguas lo sientan. Le
pregunta a mi mamá si puedo pasar la noche en su casa, y mi madre está encantada de que
una mujer tan guapa y con tanto éxito se interese por mí. Estoy asustada, pero al mismo
tiempo no puedo esperar. Su apartamento es fantástico. Lo tiene muy bien montado. Estamos
en los años setenta: cortinas de sartas de abalorios, almohadones mullidos, luces suaves de
ambiente.
En ese mismo instante decido que de mayor quiero ser secretaria, como ella. Se prepara un
vodka y entonces me pregunta que qué quiero tomar. Le digo que lo mismo que está
tomando ella, y me dice que a mi mamá no le gustaría que bebiera vodka. Yo le respondo que
seguramente tampoco le gustaría que me besara con chicas, y entonces la señora preciosa me
prepara una copa. Después se cambia y se pone un picardías de raso de color chocolate. Es
guapísima. Siempre pensé que las tortilleras eran feas. «Te queda genial. Estás estupenda», le
digo, y ella me contesta: «Tú también.» «Pero yo sólo llevo este sujetador y estas bragas
blancas de algodón», le digo. Entonces, lentamente, ella me pone otro picardías de raso. Es de
color lavanda, como los primeros días de primavera. El alcohol se me ha subido a la cabeza,
me noto suelta y dispuesta. Colgado sobre la cabecera de la cama tiene un cuadro de una
mujer negra desnuda con una enorme melena a lo afro. Suave y lentamente, me tumba en la
34cama, y sólo de refregar nuestros cuerpos me corro. Entonces ella nos hace de todo a mí y a
mi chirri, cosas que hasta entonces siempre me habían parecido sucias, y... ¡madre mía! Estoy
tan caliente tan descontrolada... Ella me dice: «Tu vagina, que ningún hombre ha tocado,
huele tan bien, tan limpia... Ojalá pudiera conservarla siempre así.» Estoy que ardo y de
repente suena el teléfono y, claro, es mi madre. Estoy segura de que lo sabe; siempre me pilla
en todo. Tengo la respiración agitada y procuro aparentar normalidad cuando me pongo al
teléfono y ella me pregunta: «¿Qué te pasa? ¿Has estado corriendo?» «No, mamá, haciendo
ejercicio.» Entonces ella le dice a la guapa secretaria que se asegure de que no esté con chicos,
y la señora le dice: «Créame, no hay chicos por aquí.» Después, la señora preciosa me enseña
todo sobre mi chirri. Me hace jugar conmigo misma delante de ella y me enseña las distintas
maneras de darme placer a mí misma. Es muy concienzuda. Me dice que siempre debo saber
darme placer a mí misma para así no tener que depender nunca de un hombre. Por la maña-
na, estoy preocupada por si me he convertido en una bollera marimacho porque me he
enamorado perdidamente de ella. Ella se ríe, pero nunca vuelvo a verla. Ahora la gente dice
que aquello fue una especie de violación. Yo sólo tenía trece años y ella, veinticuatro. Bueno,
les digo, pues si fue una violación, fue una buena violación, una violación que convirtió mi
pobre chirri en un paraíso celestial.
¿A qué huele una vagina?
A tierra.
A basura mojada.
A Dios.
A agua.
A una mañana resplandeciente.
A profundidad.
A jengibre dulce.
A sudor.
Depende.
A almizcle.
A mí.
35No huele a nada, según me han dicho.
A piña.
A esencia de cáliz.
A Paloma Picasso.
A carne con olor a tierra y a almizcle.
A canela y clavo.
A rosas.
A bosque de jazmín, almizcle y especias, un bosque muy profundo.
A musgo húmedo.
A caramelos buenísimos.
Al Pacífico del Sur.
A una mezcla entre pescado y lilas.
A melocotones.
A bosque.
A fruta madura.
A té de fresa y kiwi.
A pescado.
Al cielo.
A vinagre y agua.
A licor dulce y suave.
A queso.
A mar.
A sexy.
A una esponja.
Al principio.
36Llevo más de tres años viajando por todo Estados Unidos (y ahora, por el mundo) con esta obra.
Amenazo con crear un mapa de amistades vaginales de todas las ciudades amistoso-vaginales que he
visitado. Ahora son muchas. Ha habido muchas sorpresas: la ciudad de Oklahoma me sorprendió.
Estaban locas por las vaginas en Oklahoma. Pittsburgh me sorprendió. Les encantan las vaginas en
Pittsburgh. Ya he estado allí tres veces. Adondequiera que vaya, las mujeres vienen a verme después de
la función para contarme sus historias, para hacer sugerencias, para explicarme sus reacciones. Ésta es
mi parte favorita de ir de gira con la obra. Llego a escuchar historias realmente asombrosas. Me las
cuentan de una manera sencilla, con toda naturalidad. Siempre me hacen recordar lo extraordinarias
que son las vidas de las mujeres, y cuán profundas. Y también me hacen pensar en lo aisladas que están
las mujeres y en lo oprimidas que llegan a estar muchas veces en su aislamiento. En las poquísimas
personas a las que les han hablado alguna vez de su sufrimiento y confusión. En la enorme vergüenza
que rodea a todo el tema. En lo crucial que es para las mujeres el contar sus historias, el compartirlas
con otras personas. En que nuestra supervivencia como mujeres depende de este diálogo.
Fue después de interpretar la obra una noche en Nueva York cuando escuché la historia de una joven
vietnamita que, con cinco años de edad -casi recién llegada a Estados Unidos, sin saber hablar inglés-,
se cayó sobre una boca de riego mientras jugaba con su mejor amiga y se rasgó la vagina. Incapaz de
explicar lo que le había ocurrido, se limitó a esconder sus bragas ensangrentadas debajo de la cama. Su
madre las encontró y supuso que la habían violado. Como la niña no conocía la palabra «boca de riego»
en inglés, no pudo explicarles a sus padres lo que realmente había sucedido. Sus padres acusaron al
mejor amigo de su hermano de haberla violado. A ella se la llevaron a toda prisa al hospital, donde un
grupo de hombres con batas se reunió alrededor de su cama mientras observaba fíjamente su vagina
abierta y expuesta. Después, durante el trayecto de regreso a casa, ella se dio cuenta de que su padre
había dejado de mirarla. A sus ojos, se había convertido en una mujer usada, acabada. Jamás volvió a
mirarla de verdad.
O la historia de la despampanante chica de Oklahoma, que vino a verme con su madrastra después de la
representación para contarme que había nacido sin vagina y no se había dado cuenta hasta que tuvo
catorce años. Estaba jugando con una amiga. Compararon sus genitales y entonces se dio cuenta de que
los suyos eran diferentes, de que algo iba mal. Acudió al ginecólogo acompañada de su padre, con quien
tenía más confianza, y el médico descubrió al examinarla que de hecho no tenía vagina ni útero.
Destrozado, su padre procuraba contener las lágrimas y ocultar su tristeza para que ella no se sintiera
mal. Mientras regresaban a casa, en un noble intento por consolarla, él le dijo: «No te preocupes,
tesoro. Todo va a ir bien. La verdad es que todo va a ir genial, ya lo verás. Vámos a conseguirte el mejor
chochito casero de toda América. Y cuando conozcas a tu marido, sabrá que encargamos que lo hicieran
especialmente para él.» Y realmente le consiguieron un nuevo chochito, y ella se quedó relajada y feliz,
y cuando vino a verme con su padre dos noches después para presentármelo, el amor que había entre
ellos me derritió.
También hubo una noche en Pittsburgh en que una mujer llena de pasión se me acercó a toda prisa para
decirme que tenía que hablar conmigo lo antes posible. Su vehemencia me convenció, y la llamé en
cuanto volví a Nueva York. Me dijo que era masajista terapéutica Y que tenía que hablarme sobre la
textura de la vagina. La textura era fundamental. Yo no había captado la textura, me dijo. Y me habló
durante una hora con tanto detalle, con una claridad tan sensual, que cuando acabó, tuve que
37tenderme. Durante aquella conversación también me habló sobre la palabra «coño». Había dicho algo
negativo sobre ella en la obra) y la mujer sostenía que yo no entendía en absoluto la palabra. Ella tenía
que ayudarme a reconcebirla. Me habló durante media hora más sobre la palabra «coño», y cuando
acabó, yo era una conversa. Escribí esto para ella.
REIVINDICAR EL COÑO [2]
Yo lo llamo coño. Lo he reivindicado: «Coño.» Realmente me _gusta. «Coño.» Escuchadlo.
«Coño.» Ce, ce. Ce de caverna, de crepitar, de clítoris, de cavidad, de caricia, de cuca, de
calidez, de caliente, de cachonda, de castaña, de cadencia, de caída, de cáliz, de cántaro, de
carantoña, de carcajada, de calidoscopio, de crisol, de cambiante, de carmesí, de carnoso, de
casa, de curiosidad, de curvo ... Luego, co. Co de concha, de coral, de cofre de tesoro oculto,
de collar de perlas nacaradas, de contacto, de cosquillas, de corola, de colibrí que bebe néctar,
de colina, de cometa, de color, de constelación, de ~ cosmos, de conocer, de colmar, de
contoneo, de correrse ... Luego viene la eñe, la eñe solitaria que busca compañía, que
encuentra su lugar, que anida entre sus compañeras ... Coñ ... letras sinuosas que se ciñen
entre sí, que se acoplan a la perfección, que acogen encantadas a la última letra, la o final, la
que faltaba para formar esta preciosa palabra... Coño. Venga, decídmelo, decidme: «Coño.»
Decidlo, decídmelo: «Coño.» «Coño.»
Le pregunté a una niña de seis años:
-Si tu vagina se vistiera, ¿qué prenda se pondría?
-Zapatillas de baloncesto rojas y una gorra de los Mets con la visera hacia atrás.
-Si pudiera hablar, ¿qué diría?
-Diría palabras que empiezan por "V" y por "T". Como tortuga y violín, por ejemplo.
-¿A qué te recuerda tu vagina?
-A un melocotón oscuro y bonito. O a un diamante que encuentro en un tesoro y que es mío.
38-¿Qué tiene de especial tu vagina?
-En alguna parte de ahí dentro sé que tiene un cerebro muy listo muy listo.
-,A qué huele tu vagina?
-A copos de nieve.
39LA MUJER A LA QUE LE ENCANTABA HACER FELICES A LAS VAGINAS
Me encantan las vaginas. Me encantan las mujeres. No las veo como cosas separadas. Las
mujeres me pagan para que las domine, para que las excite, para que las haga correrse. Yo no
empecé haciendo esto: No, qué va: empecé siendo abogada. Pero cuando tenía treinta y tantos
años me obsesioné con hacer felices a las mujeres. Había tantas mujeres insatisfechas,
tantísimas mujeres que no tenían acceso alguno a su felicidad sexual... Empezó como una
especie de misión, pero entonces me impliqué en ella. Se me daba muy bien, acabé siendo
muy buena haciéndolo, yo diría que brillante. Era mi arte. Empezaron a pagarme por hacerlo.
Era como si hubiera encontrado mi verdadera vocación. Entonces el derecho fiscal me pareció
completamente aburrido e insignificante.
Vestía conjuntos extravagantes cuando dominaba a las mujeres -prendas de encaje, de seda y
de cuero- y usaba parafernalia: látigos, esposas, sogas, consoladores. No había nada parecido
a eso en el derecho fiscal. No había parafernalia, no había excitación, y detestaba esos trajes
azules de ejecutiva, aunque ahora me los pongo de vez en cuando en mi nueva actividad
laboral y me prestan un servicio estupendo. El contexto es el todo. No había parafernalia, no
había conjuntos en el derecho fiscal. No había humedad. No había preliminares eróticos
misteriosos y oscuros. No había pezones erectos. No había bocas deliciosas, pero sobre todo,
no había gemidos. Al menos no del tipo al que yo me refiero. Ésa era la clave, ahora lo
comprendo; los gemidos fueron lo que realmente me sedujeron y me hicieron adicta a hacer
felices a las mujeres. De niña, cuando veía a las mujeres hacer el amor en las películas dejando
escapar extraños gemidos orgásmicos, me daba por reír. Me ponía extrañamente histérica. No
podía creer que sonidos potentes, escandalosos e indómitos como ésos salieran de las
mujeres.
Anhelaba gemir. Practicaba delante del espejo, con una grabadora, gimiendo en diversos
tonos, con diversas entonaciones, a veces con inflexiones muy operísticas, a veces con una
inflexión más reservada, casi contenida. Pero cuando rebobinaba y escuchaba la cinta,
siempre sonaba a fingido. Era fingido. En realidad no estaba enraizado en nada sexual, sólo
en mi deseo de ser sexual.
Pero una vez, cuando tenía diez años, iba en coche y tenía muchísimas ganas de hacer pis. El
viaje duró casi una hora más y cuando por fin pude hacer pis en una gasolinera sucia y
pequeña, fue tan excitante que gemí. Gemí mientras hacía pis. No me lo podía creer: yo,
gimiendo en una estación de servicio de Texaco perdida en algún lugar en medio de
Louisiana. Fue precisamente entonces cuando comprendí que los gemidos están relacionados
con no conseguir en seguida lo que quieres, con retardar las cosas, con dilatarlas. Me di
cuenta de que los gemidos eran mejores cuando te cogían por sorpresa; salían de esa
40misteriosa parte oculta de ti que hablaba su propio lenguaje. Comprendí que los gemidos
eran, de hecho, ese lenguaje.
Me convertí en una gemidora. Eso ponía ansiosos a la mayoría de los hombres. Francamente,
les aterraba. Yo gemía con fuerza y ellos no podían concentrarse en lo que estaban haciendo.
Se distraían, perdían la atención... y entonces lo perdían todo. No podíamos hacer el amor en
las casas de la gente. Las paredes eran demasiado delgadas. Acabé teniendo mala fama en mi
edificio, y la gente me miraba con desprecio en el ascensor. Los hombres pensaban que era
demasiado vehemente; otros me decían que estaba chiflada.
Empecé a sentirme mal por gemir. Me volví callada y modosa. Hundía la cara en la almohada
para no hacer ruido. Aprendí a tragarme mis gemidos, a contenerlos como un estornudo.
Empecé a tener dolores de cabeza y a sufrir trastornos provocados por el estrés. Casi había
perdido las esperanzas cuando descubrí a las mujeres. Descubrí que a la mayoría de las
mujeres les encantaban mis gemidos... pero lo que era aún más importante, descubrí lo
mucho que me excitaba cuando otras mujeres gemían, cuando yo podía hacer gemir a otras
mujeres.
Se convirtió en una especie de pasión para mí. Descubrir la clave, encontrar la llave que abría
la boca de la vagina, que daba rienda suelta a su voz, a esa canción salvaje.
Hice el amor con mujeres silenciosas y encontré ese lugar dentro de ellas, y se escandalizaron
a sí mismas con sus gemidos. Hice el amor con gemidoras y hallaron un gemido más pro-
fundo, más penetrante. Me obsesioné. Anhelaba hacer gemir a las mujeres, estar al mando,
como la directora de una orquesta, quizá, o de una banda de música.
Era como una especie de cirugía, algo así como una ciencia delicada... encontrar el tempo, la
localización exacta o el hogar del gemido. Así lo llamaba yo.
A veces lo encontraba por encima de los tejanos de una mujer. A veces me acercaba a él con
sigilo, como quien no quiere la cosa, desactivando calladamente las alarmas de alrededor y
adentrándome. A veces usaba la fuerza, pero no una fuerza violenta, opresora, sino más bien
dominante, la fuerza del tipo «voy a llevarte a algún sitio; no te preocupes, tiéndete y disfruta
del viaje, nena». A veces era simplemente prosaico. Encontraba el gemido antes de que la cosa
hubiera empezado siquiera, mientras comíamos tranquilamente una ensalada o pollo, con los
dedos... «Aquí está, mira por donde», de lo más fácil, ahí mismo, en la cocina, todo mezclado
con el vinagre balsámico. Otras veces usaba parafernalia -me encantaba la parafernalia-, a
veces hacía que la mujer encontrara su propio gemido delante de mí. Yo esperaba, me
41mantenía firme hasta que ella realmente se abría. No me dejaba engañar por los gemidos
menores, más obvios. No, no, yo la obligaba a ir más allá, hasta conectar con toda su fuerza
de gemir.
Está el gemido de clítoris (un sonido suave, bucal), el gemido vaginal (un sonido profundo,
gutural), el gemido combinado clito-vaginal. También está el pre-gemido (una insinuación de
gemido),
el
casi
gemido
(un
envolvente
sonido
circular),
el
gemido
has-dado-justo-en-el-blanco (un sonido más profundo, definitivo), el gemido elegante (un
sonido risueño, sofisticado), el gemido Grace Slick (un sonido rockero), el gemido WASP, ya
sabes, el de la mujer blanca, anglosajona y protestante (sin sonido alguno), el gemido
semirreligioso (un sonido de salmodia musulmana), el gemido cima de montaña (un sonido
tipo canto tirolés), el gemido de bebé (un sonido gugu gugu gugu guuuuuu), el gemido
perruno (un sonido jadeante), el gemido de cumpleaños (un sonido de fiesta desmadrada), el
gemido de militante bisexual desinhibida (un sonido profundo, agresivo y golpeteante), el
gemido ametralladora, el gemido Zen torturado (un sonido retorcido, hambriento), el gemido
de diva (una nota aguda, operística), el gemido del orgasmo calambre-en-el-dedo-del-pie y,
finalmente, el gemido triple orgasmo sorpresa.
Después de escribir este fragmento se lo leí a la mujer en cuya entrevista me había basado. Me dijo que
no pensaba que realmente tuviera nada que ver con ella. El fragmento le encantó, no creáis que no, pero
no se veía reflejada en él. Tenía la sensación de que, de algún modo, yo había rehuido hablar sobre las
vaginas, de que seguía concibiéndolas como objetos. Incluso los gemidos eran una manera de considerar
la vagina como un objeto, de separarla del resto del cuerpo, del resto de la mujer. Había una gran
diferencia en la manera en que las lesbianas veían las vaginas. Yo seguía sin haberlo captado.
Así que la entrevisté otra vez.
«Como lesbiana -me dijo-, necesito que partas de un lugar centrado en lo lésbico) no
enmarcado dentro de un contexto heterosexual. Yo no deseaba a las mujeres) por ejemplo)
porque me desagradaran los hombres. Los hombres ni siquiera formaban parte de la" ecua-
ción.» Me dijo: «Tienes que hablar sobre el entrar en las vaginas. No puedes hablar sobre sexo
lésbico sin hablar sobre eso.»
«Por ejemplo -dijo-, estoy practicando el sexo con una mujer. Ella está dentro de mí. Yo estoy
dentro de mí, follándome al mismo tiempo que ella. Tengo cuatro dedos dentro de mí; dos
42son suyos) dos son míos »
Yo no sabía si en realidad quería hablar de sexo. Pero, claro, ¿cómo puedo hablar sobre vagi-
nas sin hablar de ellas en acción? Me preocupa el factor excitación, me preocupa que el texto
sirva a otros fines espurios. ¿Hablo de vaginas para que la gente se excite? ¿Eso es malo?
«Como lesbianas -me dijo-, conocemos bien las vaginas. Las tocamos. Las lamemos. Jugamos
con ellas. Las incitamos. Notamos cuándo el clítoris se hincha. Notamos nuestro propio
clítoris.»
Me doy cuenta de que me siento turbada escuchándola. Hay una combinación de razones:
excitación, miedo, su amor por las vaginas y su comodidad con ellas, y mi distanciamiento,
mi pavor a decir todo esto delante de vosotras, del público.
«Me gusta jugar con el borde de la vagina -me dijo-, con los dedos, con los nudillos, con los
dedos de los pies, con la lengua. Me gusta adentrarme despacio, entrar lentamente, y después
hundir tres dedos dentro.»
«Hay otras cavidades, otras aberturas; está la boca.
Mientras tengo una mano libre, hay dedos en su boca, dedos en su vagina, unos y otros en
movimiento, todo en movimiento al mismo tiempo, su boca chupándome los dedos, su
vagina chupándome los dedos. Las dos chupando, las dos húmedas, mojadas.»
Me doy cuenta de que no sé qué es apropiado. Ni siquiera sé qué significa esta palabra.
¿Quién lo decide? Aprendo mucho de lo que me está contando. Sobre ella, sobre mí.
«Entonces llego a mi propia humedad. Ella puede entrar en mí. Puedo sentir mi propia
humedad, dejar que deslice sus dedos dentro de mí, dentro de mi boca, de mi vagina, una
misma cosa. Le saco la mano de mi coño. Restriego mi humedad contra su rodilla para que
ella la note. Deslizo mi humedad por su pierna, lentamente, hacia abajo, hasta que entierro mi
cara entre sus muslos. »
¿Hablar sobre vaginas echa a perder el misterio, o eso no es más que otro mito que mantiene a
las vaginas sumidas en la oscuridad, que las mantiene ignorantes e insatisfechas?
«Mi lengua está sobre su clítoris. Mi lengua ocupa el lugar de mis dedos. Mi boca entra en su
vagina.» Decir estas palabras te hace sentir traviesa, peligrosa, demasiado directa, demasiado
específica, transgresora, intensa, al mando, viva.
«Mi lengua está sobre su clítoris. Mi lengua ocupa el lugar de mis dedos. Mi boca entra en su
vagina.»
Amar a las mujeres, amar nuestras vaginas, conocerlas y tocarlas y familiarizarnos con quie-
nes somos y con lo que necesitamos. Satisfacernos a nosotras mismas, enseñar a nuestras o
nuestros amantes a satisfacernos, estar presentes en nuestras propias vaginas, hablar de ellas
en voz alta, hablar de su hambre, de su dolor, de su soledad y de su humor, hacerlas visibles
43para que no puedan ser saqueadas en la oscuridad sin mayores consecuencias, para que
nuestro centro, nuestro núcleo, nuestro motor nuestro sueño, deje de estar escindido
mutilado adormecido, roto, para que deje de ser invisible o de estar avergonzado.
«Tienes que hablar sobre entrar en las vaginas», me dijo.
« Venga -digo-, entra.»
Llevaba más de dos años interpretando esta obra cuando de repente caí en la cuenta de que no había
ningún trozo sobre el parto. Era una omisión de lo más curiosa. Aunque cuando se lo comenté a un
periodista hace poco, me preguntó: «,"Qué tiene que ver?»
Hace casi veintiún años adopté a un chico, Dylan, que tenía prácticamente mi edad. El año pasado, él y
su mujer, Shiva, tuvieron una hija. Me pidieron que asistiera al parto. No creo que, a lo largo de toda
mi investigación, realmente comprendiera las vaginas hasta ese momento. Si me maravillaban antes del
nacimiento de mi nieta, Colette, ahora siento por ellas una profunda veneración.
44YO ESTABA ALLÍ, EN LA HABITACIÓN
Para Shiva
Yo estaba allí cuando su vagina se abrió.
Todos estábamos allí: su madre, su marido y yo, y la enfermera de Ucrania con la mano
entera ahí dentro en su vagina, palpando y girando con su guante de goma mientras nos
hablaba tranquilamente ... como si estuviera abriendo un grifo que va muy duro.
Yo estaba allí, en la habitación, cuando las contracciones la hicieron ponerse a gatas, cuando
los gemidos extraños y desconocidos le rezumaban por los poros, y seguí estando allí horas
después, cuando de repente dejó escapar un grito salvaje, agitando los brazos en el aire
electrizante.
Yo estaba allí cuando su vagina cambió de un tímido agujero sexual a un túnel arqueológico,
una vasija sagrada, un canal veneciano, un pozo profundo con una criatura diminuta
atrapada dentro, esperando ser rescatada.
Vi los colores de su vagina. Cambiaban. Vi el azul roto amoratado, el rojo ardiente tomate, el
rosa grisáceo, el tono oscuro; vi la sangre como sudor a lo largo de los bordes, vi el líquido
amarillo, blanco, la mierda, los coágulos saliendo de todos los orificios, saliendo con más y
más fuerza.
Vi, por el agujero, la cabeza del bebé, rayones de pelo negro, lo vi justo detrás del hueso... un
recuerdo redondo y duro, mientras la enfermera de Ucrania seguía girando y girando su
resbaladiza mano.
Yo estaba allí cuando cada una, su madre y yo, la cogimos de una pierna y las extendimos
bien, empujando con todas nuestras fuerzas contra ella que empujaba mientras su marido
contaba en tono severo: «Uno, dos, tres», diciéndole que se concentrara más. Entonces
miramos dentro de ella. No podíamos apartar los ojos de ese lugar.
Nos olvidamos de la vagina, todas nosotras nos olvidamos.
¿Qué, si no, explicaría nuestra falta de asombro, nuestra falta de embeleso?
Yo estaba allí cuando el médico introdujo las espátulas de Alicia en el país de las maravillas, y
estaba allí mientras su vagina se convertía en una amplia boca operística que cantaba con
todas sus fuerzas; primero asomó la cabecita, después el aleteante brazo grisáceo, después el
veloz cuerpo de movimientos natatorios, nadando rápidamente hasta nuestros brazos
llorosos.
Yo estaba allí después, cuando me volví y miré su vagina.
45Me quedé de pie permitiéndome verla completamente extendida, completamente expuesta,
mutilada, hinchada y desgarrada, sangrando a mares sobre las manos del médico que la cosía
calmadamente.
Me quedé de pie y mientras la miraba fijamente, su vagina se convirtió de repente en un gran
corazón rojo palpitante.
El corazón es capaz de sacrificarse. La vagina también.
El corazón es capaz de perdonar y de sanar. Puede cambiar su forma para dejarnos entrar.
Puede dilatarse para dejarnos salir.
La vagina también.
Puede sufrir por nosotras y ensancharse por nosotras, morir por nosotras y sangrar y traernos
entre sangre a este mundo difícil y maravilloso.
La vagina también.
Yo estaba allí, en la habitación. Lo recuerdo.






46AGRADECIMIENTOS



Hay muchísimas personas increíbles que ayudaron a dar a luz a esta obra y después a
alimentarla en el mundo. Quiero dar las gracias a las y los valientes que nos llevaron a la obra
y a mí a sus ciudades natales, universidades y teatros: Pat Cramer, Sarah Raskin, Gerald
Blaise Labida, Howie Baggadonutz, Carole Isenberg, Catherine Gammon, Lynne Hardin,
Suzanne Paddock, Robin Hirsh, Gali Gold.
Un agradecimiento especial a Steve Tiller y a Clive Flowers por el maravilloso estreno británi-
co de la obra, y a Rada Boric por conseguir que se realizara con estilo en Zagreb, y por ser mi
hermana. Mis mejores deseos a las desprendidas y poderosas mujeres del Centro para
Mujeres Víctimas de la Guerra, de Zagreb.
Quiero dar las gracias a las personas excepcionales del teatro HERE de Nueva York, que
fueron decisivas para la buena marcha de la obra allí: a Randy Rollison y a Barbara
Busackino, por su profunda dedicación y confianza en esta obra; a Wendy Evans Joseph, por
su magnífico decorado y su enorme generosidad; a David Kelly; a Heather Carson, por su
iluminación sexy y atrevida; a Alex Avans y a Kim Kefgen, por su paciencia y perfección y
por bailar la danza del chirri conmigo noche tras noche.
Quiero dar las gracias a Stephen Pevner por su gran apoyo para poner todo esto en marcha, y
a Robert Levithan por su confianza. Gracias a Michele Steckler por estar ahí una y otra vez; a
Don Summa por lograr que la prensa corriera la voz; y a Alisa Solomon,Alexis Greene,
Rebecca Mead, Chris Smith, Wendy Wjfner, Ms., The Village Vóice y Mirabella por hablar de
la obra con tanto cariño y respeto.
Quiero expresar mi agradecimiento a Gloria Steinem por sus hermosas palabras y por estar
ahí antes que yo, y a Betty Dodson por amar a las vaginas y por empezar todo esto.
Quiero dar las gracias a Charlotte Sheedy por respetarme y luchar por mí, y a Marc Klein por
su trabajo cotidiano y por su enorme apoyo y paciencia. También quiero expresar mi gratitud
a Carol Bodie: su fe en mí me ha sostenido en los años difíciles, y su labor de defensa y
divulgación de la obra ha vencido los temores de otras personas y la ha hecho posible.
Quiero agradecer a Willa Shalit la fe que ha tenido en mí y el talento y valentía con que ha
dado a conocer mi obra. Quiero dar las gracias a David Phillips por ser mi ángel siempre
presente, y a Lauren Lloyd por el gran regalo de Bosnia. Gracias a Nancy Rose por guiarme
con mano experta y amable; un agradecimiento especial a Marianne Schnall, a Saliy Fisher, a
Feminist. Com y al Comité V-Day.
Quiero dar las gracias a Gary Sunshine por venir en el momento apropiado.
Quiero dar las gracias a mi extraordinaria editora, Mollie Doyle, por defender este libro en
más de una editorial y, en última instancia, por ser mi gran socia. Quiero dar las gracias a
47Marysue Rucci por tomar el proyecto en sus manos y ayudarme a lograr que se publicara este
libro. Quiero expresar mi gratitud a Villard por no tener miedo.
También quiero dar las gracias por todo lo que me han dado mis amigas y amigos: a Paula
Allen, por dar el salto; a Brenda Currin, por cambiar mi karma; a Diana de Vegh, cuya
generosidad me sanó; a James Lecesne, porque me ve y cree en mí; a Mark Matousek, por
obligarme a profundizar más; a Paula Mazur, por emprender el gran viaje; a Thea Stone, por
permanecer junto a mí; a Sapphire, por forzar mis límites; a Kim Rasen, que me deja respirar
y encontrar la quietud.
Quiero dar las gracias a algunas mujeres excepcionales: Michele McHugh, Debbie Schechter,
Maxi Cohen, Judy Katz, Judy Corcoran, Joan Stein, Kathy Najimy, Teri Schwartz y a las chicas
Betty por su constante amor y apoyo. Quiero dar las gracias a mis mentoras: Joanpe
Woodward, Shirley Knight, Lynn Austin y Tina Turner.
Quiero dar las gracias a mi madre, Chris; a mi hermana, L,aura; y a mi hermano, Curtis, por
franquear el laberíntico camino que distaba entre ellos.
Quiero expresar mi agradecimiento a las mujeres valientes y llenas de coraje del programa de
SWP que se enfrentan una y otra vez a la oscuridad y la atraviesan, especialmente a Maritza,
Tarusa, Stacey, Ilysa, Belinda, Denise, Stephanie, Edwing,Joanne, Beverly y Tawana.
Quiero expresar mi profundo agradecimiento a las centenares de mujeres que me dejaron
entrar en sus espacios íntimos, que me confiaron sus historias y sus secretos. Que sus
historias tracen el camino para un mundo libre y seguro para Hannah, Katie, Molly, Adisa,
Lulu, Allyson, alivia, Sammy, Isabella y otras.
Quiero dar las gracias a mi hijo, Dylan, por enseñarme el amor; a mi nuera, Shiva; y a mi
nieta, Coco, por nacer.
Finalmente, quiero dar las gracias a mi pareja, Ariel Orr Jordan, que concibió esta obra conmi-
go, cuya bondad y ternura fueron un bálsamo, fueron el principio.





Notas:
[1] En la versión colombiana para teatro, este fragmento se titulaba “La pequeña cachú-cachú
que pudo” (N. de la T.)
[2] Este texto ha sido adaptado dada la imposibilidad de lograr una traducción satisfactoria
fiel al idioma original.
FIN
48Eve Ensler es autora teatral y guionista. Su obra Monólogos de la vagina obtuvo un Obie
Award en 1997 y fue nominada para el Drama Desk Award. Tuvo un gran éxito en
Off-Broadway y se ha representado en todo Estados Unidos, así como en Jerusalén, Zagreb,
Londres, Madrid y Barcelona. Ha publicado sus artículos en Common Boundary, Ms. y Utne
Reader. Actualmente está trabajando con Glenn Close en un guión sobre las mujeres presas.
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