12/9/14

LAS BACANTES EURÍPIDES




LAS BACANTES
EURÍPIDES


PERSONAJES


EL DIOS DIONISO (o Baco)
CORO DE MUJERES BACANTES TIRESIAS, adivino ciego
CADMO, viejo rey, abuelo de Penteo
PENTEO, rey de Tebas
SERVIDOR MENSAJERO 1.º MENSAJERO 2.º
AGAVE, madre de Penteo e hija de Cadmo


La escena en Tebas, delante del palacio de Penteo

DIONISO

Vengo yo, hijo de Zeus, a esta tierra de los tebanos, yo, Dioniso, al que antaño parió la hija de Cadmo, Sémele, haciendo de partero el fuego del relámpago; y he cambiado la figura de dios por la mortal
y estoy junto a las fuentes de Dirce y el río Ismeno. Veo la tumba de mi madre, la herida por el rayo, aquí junto a su casa, y las ruinas del palacio sofocando del fuego de Zeus la viva llama,
crueldad divina de Herá contra mi madre. Agradezco a Cadmo, que este solar tabú
ha dedicado como recinto sagrado de su hija. De viña alrededor
hele yo ocultado con la fronda que da racimos. He dejado las vías de los lidios, ricos en oro,
y de los frigios; las mesetas de los persas, azotadas por el sol y los muros de Bactria y la tierra de los medos,
de duro invierno he recorrido, y la Arabia feliz y toda el Asia cuanta junto al salado mar
se extiende con sus ciudades bien cercadas, llenas
de griegos mezclados y de bárbaros junto;
y ésta es la primera ciudad griega donde llego, después que allá he bailado y he fundado mis
misterios, para que los hombres me tengan por manifiesta divinidad.
Y en Tebas la primera de esta tierra de Grecia
he gritado ¡ijujú!, envuelto en una piel de cabrito y puesto en mi mano el tirso, mi dardo de yedra;
y porque las hermanas de mi madre, las que menos debían, decían que Dioniso no había nacido de Zeus,
y que Sémele, hecha novia de cualquier mortal, echaba a Zeus la culpa de su desliz,
mentiras de Cadmo, y se gloriaban de que por eso
Zeus la había matado, por inventar unas falsas bodas,
por esto yo las he aguijoneado fuera de su casa enloquecidas, y con la mente enajenada habitan en el monte,
las he obligado a llevar el atavío de mis orgías,
y a toda la ralea femenina de Tebas, cuantas mujeres había,
las he arrastrado locas fuera de sus casas. Y revueltas juntamente con las hijas de
Cadmo. bajo los verdes abetos están sentadas bajo el cielo. Porque tiene que aprender esta ciudad, aunque no quiera, y permanece sin practicar mis ritos, que tengo que salir en defensa de mi madre Sémele y demostrar a los hombres que soy un dios, engendrado por Zeus,
Cadmo ha dado la dignidad de rey a Penteo, hijo de su hija,
que lucha contra mí, que soy dios, y de sus libaciones me excluye y en sus oraciones ninguna mención de mí hace. Por lo cual me mostraré ante él nacido de dios y ante todos los tebanos. Y a otra tierra, arreglado lo de aquí, dirigiré mi pie, después de haberme
mostrado. Y si la ciudad de Tebas, iracunda, traer por las armas a las bacantes desde el
monte intenta, me juntaré a las Ménades para ser su general. Por esto he tomado figura de mortal y he dejado mi forma por la naturaleza humana, Mas, ¡oh vosotras, que habéis dejado el Tmolo, ciudadela de Libia,
mujeres que sois mi comitiva, que de entre los bárbaros he tomado como acompañantes y viajeras conmigo, tomad los panderos propios de la ciudad de Frigia, inventos míos y
de la madre Rea, y venid alrededor de este palacio real a aturdir a Penteo, para que lo
vea la ciudad de Cadmo! Que yo, con las bacantes, a los repliegues del Citerón me voy, donde ellas están, y habré parte en sus danzas.

CORO

Desde la tierra de Asia, dejado el sagrado Tmolo, me precipito hacia Bromio, dulce trabajo y
fatiga agradable a Baco gritar ¡evohé!
¿Quién en la calle, quién en la calle? ¿Quién
en el palacio? Que se retire, y que las bocas en silencio todas devotas sean. Pues sus ritos,
siempre tenga Dioniso.
Bienaventurado el que dichoso sabe los misterios de los dioses, santifica su vida
y lleva su alma a la procesión danzante en las montañas
con sacras purificaciones. Las orgías de la gran madre
Cibele honra
y agita el tirso,
y coronado de yedra sirve a Dioniso.
Id, bacantes, id, bacantes,
y al divino niño Bromio, hijo de un dios, a Dioniso llevad
desde los montes de Frigia hasta las calles
de Grecia, en que se puede danzar, a Bromio. Al que antaño en los dolores del parto
inevitables ante el vuelo del trueno de Zeus,
su madre dio a luz y le echó de su vientre mientras dejaba la vida por el golpe del rayo.
Y entonces le recogió en la cámara del parto Zeus Crónida, y le escondió en su muslo a Hera,
y se lo cose con áureas agujas,
y parió él cuando las Moiras llegaron al dios de cuernos de toro,
y le coronó con coronas de serpientes, por lo cual las Ménades que llevan tirsos, cuando cazan una serpiente la colocan entre su cabellera.
¡Oh Tebas, nodriza de Sémele, corónate de yedra!,
¡brota, brota en verde tejo de buen fruto,
y danza
con ramos de encina o de abeto, cubierta de moteadas pieles de cabrito, y corona las trenzas de cabellos blancos
con rizos! Y alrededor las varas libertinas
consagra. Pues pronto danzará la tierra toda, cuando Bromio guíe la comitiva
al monte, al monte, donde espera la plebe de mujeres
que han dejado telares y husos aguijoneadas por Dioniso.
¡Cámaras de los curetes y sagrados recintos cretenses en que Zeus nació; cuevas en que los coribantes de tres cascos me inventaron este arco con su piel bien tensa, y mezclaron
a las fiestas báquicas el sostenido dulce soplo de las flautas frigias, y pusieron en manos
de la madre Rea lo que llevaría el compás para el canto de las bacantes! Y los sátiros enloquecidos llegaban ante la diosa madre y a las danzas se unían trienales con las que Dioniso goza.
Dulce es él en los montes cuando de la comitiva rápida
se arroja hacia el llano, de pellejo de corzo llevando el sagrado vestido a cazar
la sangre del macho cabrío muerto, para devorarle crudo con ansia en los montes de Frigia o de Lidia.
Y Bromio el guiador grita ¡evohé!,
y el suelo mana leche, mana vino, mana de abejas néctar como humo de incienso de Siria.
Y Baco, llevando
la llama roja de la tea en su vara, se lanza
a la carrera y con sus coros irrita a los viajeros
y los sacude con sus gritos,
suelta al viento su cabellera ornada. Y con sus cantos hace tronar
esto: Id, bacantes, id, bacantes,
y con la gala del Tmolo de doradas fuentes adulad a Dioniso,
con los panderos de grave son,
al dios del ¡evohé! festejadle con ¡evohé!, con voces y gritos frigios,
cuando la sagrada flauta de buen sonido,
canciones sagradas
haga sonar, invitando a las posesas al monte, al monte. Y con placer,
como un potro que pace junto a su madre,
bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.

TIRESIAS

¿Quién está en la puerta? Haz salir de la casa a Cadmo el hijo de Agénor, el que la ciudad de Sidón
dejó y construyó los muros de Tebas. Ve, quien seas, anuncia que Tiresias le busca. Ya sabe él a lo que vengo
y lo que yo convine con otro aún más viejo que yo:
coger tirsos y vestir pieles de cabrito
y coronar la cabeza con tallos de yedra.

CADMO

Amigo mío, ¡cómo me he alegrado de oír tu voz, sabia, como de hombre sabio, en mi casa! Vengo dispuesto, con el vestido del dios, como conviene, puesto que él es el hijo de mi hija, Dioniso, que se ha manifestado a los hombres como un dios, al que, grande
como es, he de ensalzar en cuanto pueda. ¿Dónde he de bailar, dónde mi pie poner y mi cabeza sacudir canosa? Guíame tú, Tiresias, anciano, a mí, que también soy viejo,
porque tú eres sabio.
No me cansaría aunque noche y día con el tirso golpease la tierra, pues con el gusto olvidamos que somos viejos.

TIRESIAS

Te pasa entonces como a mí: yo también me siento joven y empezaré a bailar.
CADMO

¿Iremos al monte en carros?
TIRESIAS

No honraríamos igual al dios.

CADMO

Yo, que tan viejo soy, serviré de lazarillo a un viejo.

TIRESIAS

El dios nos guiará hacia allá sin fatiga.

CADMO

¿Sólo nosotros de toda la ciudad danzaremos en honor de Baco?

TIRESIAS

Sólo nosotros somos prudentes, los demás insensatos.

CADMO

Ya es demasiado vacilar: agárrate de mi mano.

TIRESIAS

Ten, júntala y empareja tu mano.

CADMO

No despreciaré yo a los dioses, que mortal soy.

TIRESIAS

Ciencia ninguna habemos de los dioses.
La herencia de nuestros padres que junto con el tiempo hemos recibido, ningún razonamiento puede derribar,
y ni con lo más alto del pensamiento se alcanza la sabiduría.
Alguien dirá que no respeto la vejez
cuando voy a danzar con mi cabeza coronada de yedra, mas el dios no ha distinguido si el joven
tiene que bailar o el viejo,
y de todos quiere recibir honores
iguales, y no quiere ser engrandecido con cuenta.

CADMO

Puesto que tú, Tiresias, no ves esta luz, seré yo el intérprete de tus palabras.
Aquí Penteo hacia la casa rápidamente va,
el hijo de Equión, a quien he dado poder en esta tierra.
¡Qué agitado está! ¿Qué dirá de nuevo?

PENTEO

Aconteció que estaba yo fuera del país
cuando he oído de nuevos males en esta ciudad:
que nuestras mujeres han dejado las casas con fingidas danzas, para en los espesos
montes entregarse al vértigo, y al recién llegado dios, ese Dioniso que no sé quién es, celebrar con danzas.
En medio de sus grupos llenas están
las cráteras, y cada una por un sitio, en soledad acuden a gozar del concúbito de un hombre,
con el pretexto de ser Ménades rituales, pero en más tienen a Afrodita que a Baco.
Cuantas he podido sorprender, atadas las manos
las guardan mis servidores en los edificios públicos. Y las que faltan las cazaré en los montes,
Ino y Agave, la que me dio a luz de Equión,
y la madre de Acteón. Autónoe digo. Las encerraré en redes de hierro
y las haré dejar en seguida este criminal rito. Dicen que ha llegado un extranjero,
un mozo encantador de la tierra de Lidia,
que se gloria de sus perfumados rizos rubios, rosado, en los ojos llevando las gracias de Afrodita, que los días y las noches se pasa
organizando fiestas báquicas con las jóvenes. Si le llego a tener dentro de esta casa
le haré que deje de blandir el tirso y de sacudir
la cabellera, pues le separaré el cuello del tronco. Me dicen que es el dios Dioniso,
ese que estuvo antaño cosido en el muslo de Zeus,
el que fue fulminado por el relámpago
con su madre porque ella mintió una boda con Zeus.
¿No merece todo esto terrible horca,
estos excesos, sea quien sea el extranjero? Mas, otra cosa extraña: el adivino
Tiresias veo con pintadas pieles de corzo y al padre de mi madre, ¡gran ridículo!,
danzando y con el tirso: ¡os saludo,
cuando veo vuestra vejez sin cabeza ninguna!
¿No te sacudirás la yedra, no soltará su mano el tirso, padre de mi madre?
Tú le has persuadido, Tiresias: y quieres trayendo esta nueva divinidad a los hombres
observar las aves y ganarte el salario de los sacrificios. Si no te salvara la canosa vejez,
en medio de las bacantes estarías atado,
por introducir misterios perversos: porque a las mujeres donde se les pone buena cara comiendo uvas,
no tengo nada bueno que decir de las orgías.

CORO

¡Qué impiedad! ¡Extranjero! ¿No respetas a los dioses y a Cadmo, el que sembró la cosecha de hijos de la Tierra? Y tú siendo hijo de Equión, ¿ultrajas a tu estirpe?

TIRESIAS

Cuando un hombre prudente tiene en el hablar buen principio, no es gran cosa hablar bien,
mas tú tienes la lengua rápida como si pensaras,
y en tus palabras no hay razones. Hombre audaz y que sabe hablar, ciudadano malo es cuando no es sensato. Este demonio nuevo del que tú haces burla no podría decir yo a qué grandeza
llegará en Grecia. Porque, oye, joven, dos cosas son lo primero para los hombres: la diosa Deméter,
que es Tierra, llámala como quieras, la que cría en seco a los mortales,
y el que vino para lo contrario, el hijo de Sémele, que inventó la húmeda bebida del racimo y la trajo
a los hombres, el que libra a los míseros mortales de pena cuando se llenan de jugo de la viña, y el sueño y el olvido de los males cotidianos da, y no hay otro remedio de los
males. Él escancia para los dioses y es un dios, que por él tienen los hombres los bienes.
¿Y te burlas de él porque estuvo cosido de Zeus en el muslo? Yo te explicaré cómo esto es así. Después que le arrebató de entre el fuego del rayo Zeus, llevó a la criatura al Olimpo, y al dios quería Hera arrojar del cielo:
mas Zeus la contestó con una treta digna de un dios. Rasgó una parte del éter que rodea la tierra, y formó una prenda (δµηροξ) dada a la enemistad de Hera, y con el tiempo, de
él dicen los mortales que fue criado en el muslo (µηροξ) de Zeus,
alterando el nombre, porque él, siendo dios, de la diosa Hera fue prenda (δµηρευω), y componiendo una leyenda. Profeta es este demonio, porque lo báquico y lo delirante tienen mucha fuerza adivinatoria: así, cuando el dios entra en abundancia en el cuerpo, decir el futuro a los embriagados hace. De Ares ha tomado participación, y a un ejército armado y en filas el terror le domina antes que lanza le alcance: esta locura también viene de Dioniso. También será visto en las rocas de Delfos saltando con pinos en la cumbre de doble cima, y blandiendo y sacudiendo el ramo báquico, grande en toda Grecia. Penteo: hazme, pues, caso a mí. No te envanezcas de que la fuerza da autoridad a los hombres, ni si lo crees con creencia insensata,
te fíes de tu cordura: recibe al dios en el país y brinda y danza y corona tu cabeza. Dioniso no obligará a las mujeres a ser sensatas en el amor, mas en la naturaleza incide el ser por siempre cuerdo. Esto hay que mirar; también en las fiestas báquicas, la que es prudente no se corromperá. Mira, tú disfrutas cuando a las puertas de tus murallas están muchos, y en el nombre de Penteo se magnifica la ciudad:
también él me parece que goza cuando le honran. Por eso yo y Cadmo, del que te ríes,
con yedra nos coronaremos, y danzaremos,
pareja canosa, pero, sin embargo, hemos de bailar,
y no lucharé contra un dios por hacer caso de tus palabras. Estás loco lastimosamente, y no hay remedios
que puedan curarte, y no por falta de ellos deliras.

CORO

Anciano, tú no ultrajas tampoco a Febo con tus palabras, y honrando a Dioniso eres prudente con un gran dios.


CADMO

¡Hijo mío! Bien te ha exhortado Tiresias,
permanece con nosotros y no te pongas fuera de las leyes. Ahora vuela tu mente y en tu pensar no hay cordura ninguna. Aunque éste no sea un dios, -como tú dices,
dilo por tu parte, y admite buenamente
que es hijo de Sémele, y que se crea que dio ella a luz un dios, y nosotros y toda la familia ganemos honor.
Mira la suerte desgraciada de Acteón,
al que las mismas perras rabiosas que él había criado destrozaron, a él, que mejor en la caza con jauría
que Ártemis se había jactado de ser.
Que no te suceda esto, ven aquí que corone tu cabeza con yedra: rinde conmigo honores al dios.

PENTEO

¡No me des tu mano, márchate danzando, no limpiarás tu locura en mí!
Por tu insensatez a éste, que es el maestro, voy a castigar. Ea, venid aprisa,
y este asiento donde él observa las aves con los dientes de una horca derribadlo,
revolvedlo todo, lo de arriba abajo,
y entregad sus ínfulas a los vientos y las tormentas. Haciendo esto es como le haré sufrir más.
Y vosotros recorred la ciudad y seguid la pista
del forastero afeminado que ha traído una locura nueva a las mujeres y sus lechos ultraja.
Y si le cogéis, encaminadlo preso
acá para que tenga su castigo de lapidación
y muera después de ver en Tebas una amarga fiesta báquica.

TIRESIAS

Desgraciado, que no sabes lo que dices,
estás loco, ya hace tiempo andas fuera de tu razón. Vamos nosotros, Cadmo, y pidamos
por éste, aunque tan duro es,
y por la ciudad, para que el dios nada nuevo haga. Mas sígueme con tu bastón de yedra, intenta sostener mi cuerpo, y yo el tuyo,
que fea cosa sería caernos dos viejos. Anda ya. A Baco el hijo de Zeus hemos de servir.
Que Penteo no traiga luto sobre tu
casa, Cadmo: no hablo por adivinación,
sino ante los hechos, porque insensateces dice un insensato.

CORO

Santa señora de los dioses, santa que bajo la tierra mueves tu ala de oro,
¿oyes esto a Penteo?
¿Oyes su impía
blasfemia contra Bromio,
el hijo de Sémele, el demonio
que en las fiestas de hermosas coronas
es el primero de los bienaventurados? Aquel que sabe danzar en comitiva
y reír con la flauta
y quitar los cuidados, cuando del vino llega
la gala en el banquete de los dioses,
y en las fiestas en que se lleva yedra
la copa envuelve en sueño a los mortales. De las bocas sin freno,
de la insensatez sin norma el fin es la desgracia:
la vida
de tranquilidad y la prudencia conserva inconmovible
y guarda las casas, porque aunque lejos, desde el éter ven
a los mortales los celestes. No es sabio en sabidurías
y en cosas no mortales meterse a pensar. Breve es la vida, y en ella
el que busca lo más
acaso ni lo cercano alcanza. De locos son estos modos
y de hombres insensatos, me parece. Ojalá llegase yo a Chipre,
la isla de Afrodita,
donde de dulces pensamientos
los amores se reparten a los mortales, y a la tierra que con cien bocas
las corrientes de un río bárbaro la hacen fértil sin lluvia.
¿Dónde está la hermosa
Pieria, sede de las musas, augusta ladera del Olimpo? Llévame allá, Bromio, Bromio, guíame, demonio Evio.
Allí las Gracias, allí el Deseo,
allí tienen las bacantes que hacer sus orgías. El demonio hijo de Zeus
goza en las fiestas, ama la Paz,
dadora de venturas, diosa que cría a los muchachos. Igualmente al feliz
y al pobre le concedió
el goce sin pena del vino. Odia al que no estima,
a la luz y, por las noches amables,
pasar una vida feliz
y apartar prudentemente el corazón y el pensamiento de los hombres excesivos.
Lo que la plebe más vulgar
estima y usa, esto es lo que yo acepto.




SERVIDOR

Penteo, aquí estamos, después de cazar esta presa
que nos mandaste a buscar, y no fue vano nuestro empeño. La fiera ésta, mansa fue con nosotros y no extendió
para huir su pie, sino que nos dio su mano de buena gana,
y ni está pálido, ni puso cara tenebrosa, mas riendo dejó que le ataran y trajeran, y esperó, haciendo fácil mi tarea.

Y yo le dije por respeto: —Extranjero, no por mi gusto te conduzco, que me mandaron con orden de Penteo.— Pero las bacantes que tú encerraste, recogiste
y ataste en la cárcel del edificio público,
han huido y se han escapado hacia sus orgías y retozan invocando a Bromio dios;
por sí solas desligáronse sus cadenas
y los cerrojos abrieron las puertas sin mano mortal. De muchas maravillas llega este hombre lleno
a Tebas. Tú habrás de pensar lo que hay que hacer después.

PENTEO

Estáis más malamente locos que él, porque cuando está en las redes no es tan ágil como para escapárseme.
Pero corporalmente no eres feo, extranjero,
para las mujeres, que es a lo que has venido a Tebas:
tu melena va tendida, no como para el gimnasio, junto a la misma mejilla llena de deseo,
la piel la tienes blanca de propósito,
no por los rayos del sol, sino por la sombra, y compites con Afrodita en belleza.
Mas dime primero de qué estirpe eres.

DIONISO

Sin ninguna jactancia, fácil es decir esto. Conocerás de oídas el florecido Tmolo.

PENTEO

Lo conozco, rodea con un círculo la ciudad de Sardes.

DIONISO

De allí soy, y Lidia es mi patria.

PENTEO

¿Y de dónde traes a Grecia esos misterios?

DIONISO

Dioniso me inició, el hijo Zeus.

PENTEO

¿Hay allá algún Zeus que engendra nuevos dioses?
DIONISO

No, sino el que aquí mismo se unió en matrimonio con
Sémele.

PENTEO

¿Y té hizo suyo a ti de noche o a la luz?
DIONISO

Le vi y me vio cuando me dio las orgías.

PENTEO

¿De las orgías tienes tú una idea?

DIONISO

Son secretas para los mortales no iniciados.

PENTEO

¿Y son de algún provecho para los que en ellas sacrifican?

DIONISO

No es lícito que le oigas, mas merece saberse.

PENTEO

Bien haces misterios para que yo oír quiera.

DIONISO

Al que obra impíamente rechazan las orgías del dios.

PENTEO

¿Dices que has visto al dios? ¿Cómo es?

DIONISO

Tal cual quiso, yo no lo dispuse.

PENTEO

Bien haces evasivas y no dices nada.

DIONISO

El que comunica la sabiduría al ignorante será tenido por insensato.

PENTEO

¿Has venido aquí el primer sitio trayendo a ese demonio?
DIONISO

Todos los bárbaros danzan estas orgías.

PENTEO

Porque son mucho más insensatos que los griegos.

DIONISO

En esto lo contrario: lo diferente son las costumbres.

PENTEO

¿Celebras los ritos de noche o por el día?

DIONISO

La mayoría de noche: las tinieblas traen devoción.

PENTEO

Mas para las mujeres engañosas son y corruptoras.

DIONISO

También de día se puede inventar maldad.

PENTEO

Tienes que pagar la pena por tus malos sofismas.

DIONISO

Y tú por tu ignorancia y tu impiedad para con el dios.

PENTEO

Atrevido es Baco y ejercitado en discutir.

DIONISO

Dime qué he de sufrir. ¿Qué mal me harás?

PENTEO

Primero tu afeminada cabellera te cortaré.

DIONISO

Mi trenza es sagrada, para el dios la tengo.

PENTEO

Después ese tirso dámelo de tus manos.


DIONISO

Quítamelo tú; lo llevo para Dioniso.

PENTEO

En la cárcel te guardaremos.

DIONISO

Me soltará el mismo demonio, cuando yo quiera.

PENTEO

Cuando le llames en medio de las bacantes a él.

DIONISO

Lo que ahora estoy aguantando, cerca está y lo ve.

PENTEO

¿Y dónde? Porque no es manifiesto a mis ojos.

DIONISO

Junto conmigo, mas como tú eres impío no le ves.

PENTEO

Prendedle, que a mí desprecia éste y a Tebas.

DIONISO

Proclamo que yo no tengo por qué ser prudente con insensatos.

PENTEO

Y yo que tengo que tener más autoridad que tú.

DIONISO

No sabes lo que te está sucediendo ni ves ya quién eres.

PENTEO
Soy Penteo, hijo de Agave, y mi padre es Equión.

DIONISO

Forzosamente vas a cubrir de desgracia tu nombre.

PENTEO

Vete. Encerradle cerca de los pesebres de mis caballos para que a oscuras vea las tinieblas. Allí, danza. Y a las que has traído contigo, colaboradoras de tu maldad, las venderé por esclavas o su mano de este compás y de golpear el pandero apartaré y las haré mis esclavas al telar.
DIONISO

Voy. Lo que no se debe, en verdad no se debe aguantar. Mas el desquite de estos abusos Dioniso te lo mandará, que dices que no existe: pues cuando contra mí faltas, a él llevas preso.

CORO
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hija del Aqueloo, augusta, virginal Dirce,
pues tú antaño en tus fuentes la cría de Zeus recibiste,
cuando en su muslo, desde el fuego inmortal, Zeus su genitor le
sacó, gritando así:
-¡Ea, Ditirambo, en esta mi varonil matriz entra!
Te hago presente, ¡oh Baco!,
que esto te llaman en Tebas.
Y tú a mí, bienaventurada Dirce, me impulsas,
que tengo fiestas de Baco coronadas en ti.
¿Por qué te niegas a mí? ¿Por qué me huyes? Por la gracia
de los racimos de Dioniso, de la viña
de Bromio habrás de cuidar. En qué ira
descubre la subterránea
estirpe del dragón de que ha nacido
Penteo, al que Equión engendró, hijo de la tierra,
como un monstruo feroz, que no
hombre mortal, como un gigante asesino, antagonista de los dioses,
que a mí con ligaduras, a mí que soy de Bromio, me sujetará en seguida,
y dentro de la casa tiene ya a mi corifeo,
oculto en cárcel tenebrosa.
¿Ves esto, hijo de Zeus, Dioniso, a tus profetas
en los lazos de la violencia? Ven, agitando el áureo
tirso, ¡oh rey!, por el Olimpo,
y conten los excesos de un hombre criminal.
¿Dónde, de Nisa la que cría fieras, guías con el tirso
tus comitivas, ¡oh Dioniso!,
o en las cumbres del Corleo? Acaso en los recintos arbolados del Olimpo, donde antaño Orfeo con la cítara
juntaba los árboles con su arte, juntaba las fieras salvajes. Bienaventurada Pieria,
te estima Evio, y vendrá danzando en sus fiestas, y después de cruzar
el rápido Axio y el Lidias,
traerá las Ménades que giran, y al dador
de la felicidad a los mortales, al padre, al que oí
que la tierra de hermosos caballos fertiliza
con fuentes hermosísimas.

DIONISO

¡Ihó!
Oíd, oíd mi voz.
Ihó bacantes, ihó bacantes.

CORO

¿Quién es éste? ¿De dónde me llama la voz de Evio?

DIONISO

¡Ihó, ihó!, grito de nuevo,
el hijo de Sémele, el hijo de Zeus.

CORO

Ihó, ihó, señor, señor, ven ahora a nuestro coro, ¡oh Bromio, Bromio!

DIONISO

¡Sacudida del suelo, señora de la Tierra!

CORIFEO

¡Ah, oh!
Pronto los techos
de Penteo se sacudirán en derrumbamientos. Dioniso está en el palacio, veneradle.

CORO

Le veneramos, ¡oh!

CORIFEO

Mirad los pétreos entablamentos que se mueven:
Bromio dará gritos en la casa.

DIONISO

Coge la luz deslumbradora del rayo, incendia, incendia la casa de Penteo.



CORIFEO

¡Ah, oh!
¿No ves fuego, no brilla
junto a la tumba sagrada de Sémele, que
el rayo dejó encendido; con el trueno de Zeus? Tirad al suelo, tirad vuestros cuerpos
temblorosos, Ménades, que el rey hijo de Zeus llega,
derribándolo todo, a esta casa.
DIONISO

¡Mujeres bárbaras, así aterrorizadas
habéis caído al suelo! Habéis sentido, según parece, a Dioniso sacudiendo la casa de Penteo, mas levantaos,
sosegaos, y que no tiemblen vuestras carnes más.

CORIFEO

¡Oh luz grandísima de nuestra danza báquica, con qué alegría te veo, después de la soledad!

DIONISO

¿Caísteis en el desánimo, cuando fui apresado y caí en las prisiones tenebrosas de Penteo?

CORIFEO

¿Por qué no? ¿Qué custodio me quedaba si te sucedía desgracia?
¿Y cómo te has librado, después que tropezaste con un hombre impío?

DIONISO Yo mismo me salvé fácilmente y sin trabajo.
CORIFEO

¿No sujetó tus manos en lazos de prisión?

DIONISO

Con esto me burlé de él, porque creyendo aprisionarme ni me tocó ni me rozó, y se alimentó con esperanzas.
Encontró junto a los pesebres un toro, donde me encerró, y a él le echó las ligaduras a las patas y a los cascos, mientras respiraba ira y le goteaba el sudor
del cuerpo, y clavaba en sus labios los dientes; yo estaba junto a él tranquilo y sentado mirando. Y en este tiempo llegó Baco y sacudió la casa y en la tumba de
su madre prendió fuego. Cuando él lo vio, pensando que ardía la casa se lanzaba aquí y allá, y a sus esclavos transportar el Aqueloo ordenaba, y cada esclavo
estaba en el trabajo esforzándose en vano. Y dejó este trabajo, porque yo había
huido, y corre, la negra espada empuñada, dentro de la casa. Y después Bromio, según me parece —mi opinión digo—, un fantasma hizo en el palacio, y contra éste se lanzó él y el éter brillante hirió por degollarme a mí. Y encima de esto, Baco le hizo otros daños, derribó su casa por tierra y toda arruinada está por el que vio las amarguísimas ataduras mías. De su esfuerzo, cansado, ha soltado la espada. Con un dios, siendo un hombre.
se atrevió a venir a combate; yo he salido tranquilo de la casa y he venido a vosotras, sin hacer caso de Penteo. Según me parece, hacen ruido sus botas en la casa, y llegará en seguida a la entrada. ¿Qué dirá de todo esto? Bien le soportaré, aunque venga respirando fuerte. De hombre sabio es tener una cólera prudente y justa.

PENTEO
Cosas horribles me han sucedido: se me ha escapado el extranjero que hace un momento estaba sujeto con ligaduras. ¡Eh, eh!
Éste es el hombre, ¿qué es esto? ¿Cómo a mi vista apareces delante de mi casa, fuera?

DIONISO

Detén tus pasos, pon a tu ira pies tranquilos.

PENTEO

¿De dónde tú te has librado de ataduras y has salido fuera?

DIONISO

¿No te dije y no oíste: «alguien me desatará»?

PENTEO

¿Quién? Palabras nuevas traes siempre.

DIONISO

El que la viña de muchos racimos cría para los mortales.

PENTEO

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DIONISO

Un bien echas en cara a Dioniso.

PENTEO

Mando cerrar toda la ciudadela en círculo.

DIONISO

¿Para qué? ¿No saltan por encima de las murallas los dioses?

PENTEO

Sabio, sabio eres, sabio menos para lo que debías.
DIONISO

Para lo que más necesito, para esto soy yo sabio. Mas escucha primero las palabras de éste y aprende, de éste que viene del monte a contarte algo. Yo te espero, que no me escaparé.

MENSAJERO

Penteo, que reinas en la tierra tebana, vengo desde el Citerón, donde nunca faltan los frágiles copos de la blanca nieve.

PENTEO

¿Qué prisa traes tú para hablar?
MENSAJERO

He visto a las bacantes venerables, que fuera de esta tierra su blanco cuerpo con aguijones empujaron,
y vengo a decírtelo y a servir a la ciudad, rey,
pues hacen cosas horribles y mejores que milagros. Quiero oírte si con libre palabra te
contaré lo de allá o si mis razones he de revestir.
Porque temo la prontitud de tu ánimo, rey, y lo violento y lo demasiado regio.

PENTEO

Di, para que de mí estés libre de castigo del todo: y cuanto más horribles cosas digas de las bacantes, tanto más al que ha inventado estas artes para las mujeres, a éste, le aplicaré castigo.

MENSAJERO

Rebaños de terneros hace poco en las rocas llevaba a las alturas, cuando el sol
arroja sus rayos y calienta la tierra.
Veo tres comitivas de coros de mujeres,
de los cuales mandaba una Autónoe, el segundo
Agave, tu madre, y el tercer coro Ino. Todas dormían abandonadamente,
unas apoyando su espalda en el follaje de un abeto, otras en hojas de encina sobre el suelo su cabeza
en sabio abandono dejando, no como tú dices, ebrias de vino y del ruido de la flauta de loto,
enloquecidas y persiguiendo a Venus en la selva. Tu madre dio un grito, en pie
en medio de las bacantes, para que sacudieran el sueño,
cuando oyó los mugidos de las cornudas vacas.
Y ellas expulsaron de sus ojos el profundo sueño y saltaron en pie, maravilla de orden,
jóvenes, viejas y doncellas intactas.
Y primero dejaron caer sobre sus hombros las cabelleras
y las pieles de cabrito componían cuantas de sus broches se habían soltado, y las moteadas pieles se las ceñían con serpientes que les lamían la mejilla. Y en sus brazos cabras monteses o lobeznos salvajes teniendo, les daban blanca leche cuantas recién
pandas tenían aún el pecho rebosante por haber dejado a sus niños, y se ponían coronas
de yedra y de encina y de tejo florido. Una cogió el tirso y golpeó en la roca de donde salta agua de rocío, otra tiró su vara al suelo y por allí envió el dios una fuente de vino. Las que tenían deseo de la blanca bebida arañaban la tierra con sus dedos y tenían arroyos de leche, y de los tirsos de yedra escurrían dulces chorros de miel.
Si allí hubieras estado, al dios que ahora insultas le rendirías alabanzas después de vistas tales cosas. Nos hemos reunido boyeros y pastores a tratar entre nosotros en razones, pues hacen cosas tremendas y dignas de admiración, y un cierto viajero que iba a la ciudad y era hábil en palabras
nos dijo a todos: —Habitadores de las augustas cumbres de los montes, ¿queréis que demos caza a Agave, la madre de Penteo, en sus fiestas báquicas, y hagamos gracia al
rey? —Y nos pareció que decía bien, y nos pusimos al acecho, entre la espesura de los
matorrales ocultándonos. Y ellas en el momento señalado movieron sus tirsos en la danza y a Baco con sus bocas al unísono, al hijo de Zeus, a Bromio invocaban; y todo el monte danzaba con ellas y las fieras, y nada quedaba sin moverse y correr. Y acertó
Agave a pasar saltando junto a mí, y yo me precipité como queriendo sujetarla, dejando el escondite donde estaba oculto; mas ella gritó: —Perras mías corredoras, nos quieren cazar estos hombres, seguidme, seguidme, armadas de los tirsos en vuestra mano—. Y nosotros huyendo nos libramos de ser descuartizados por las bacantes, y ellas hacia las terneras que pacían al verde volvieron con su mano sin hierro.
Y verías a alguna una ternera mugiente llevando en sus brazos, otras desgarraban a tirones novillos.
Se podía ver un costillar o una pata de doble pezuña lanzada arriba y abajo, y colgada
goteando de los abetos manchada de sangre.
Los toros, atrevidos y orgullosos de sus cuernos antes, resbalaban al suelo
empujados por infinitas manos de muchachas,
y las vísceras corrían de mano en mano más de prisa de lo que tus reales ojos podrían seguirlas.
Corren como aves que levantan el vuelo
hacia la llanura que junto a la corriente del Asopo produce a los tebanos fértiles espigas,
hacia Hisias y Éritras, que la ladera del Citerón
pueblan allá abajo, y como enemigos invasores todo lo revuelven y
alteran; robaban de las casas los niños,
y lo que ponían en sus hombros, no lo ataban, mas no caía a la tierra negra
vasija de bronce ni hierro. Sobre sus cabelleras fuego ardía, sin quemar. Ellos con ira
acudían a las armas y perseguían a las bacantes,
en lo que se podía ver un espectáculo horrible, rey. Cuando ellos echaban un venablo no hacían sangre,
y ellas levantaban con sus brazos los tirsos
y herían y obligaban, mujeres a hombres, a huir volviendo la espalda, con la ayuda de algún dios. Regresaron donde habían salido,
a las mismas fuentes que para ellas hizo brotar un dios. Se lavaron la sangre, y las salpicaduras de sus mejillas lamían serpientes y les pulían la piel.
A este demonio, pues, sea quien sea, ¡oh señor!, recíbelo en esta ciudad, porque por muchas razones es
grande y dicen de él, según he oído, que dio a los mortales
la viña consoladora.
Y donde no hay vino no hay amor
ni ningún otro goce para los humanos.

CORIFEO

Temo decir palabras libres a mi amo, mas las diré:
Dioniso a ninguno de los dioses es inferior.

PENTEO

Aquí cerca ya prendieron como un fuego
los excesos de las bacantes, ofrenda grave ante los griegos. Mas no hay que vacilar, ve hacia la puerta
Electra, y manda buscar a todos mis escudados,
a los jinetes de caballos rápidos,
a los infantes ligeros y a los que con su mano del arco pulsan los nervios: vayamos contra
las bacantes, porque ya es excesivo
que de mujeres aguantemos lo que nos sucede.

DIONISO

No obedeces nada mis palabras, Penteo, mas aunque me maltratas
te digo que no debes levantar armas contra el dios sino estarte quieto, pues Bromio no tolerará
ver que estorbas a las bacantes en sus fiestas.

PENTEO

No quieras hacerme prudente: tú, preso fugitivo, ¿te salvarás de que te encadene, o habré de volver mi justicia sobre ti?

DIONISO

Yo le haría sacrificios en lugar de irritarme
y de dar coces contra el aguijón, mortal contra un dios.

PENTEO

Le haré sacrificios, y de mujeres, como se lo merecen, alborotando a muchos en los retiros del Citerón.

DIONISO

Todos seréis puestos en fuga, y cosa vergonzosa los escudos de bronce volver ante los tirsos de las bacantes.

PENTEO

Me veré enredado sin salida por este extranjero que ni obrando ni aguantando se callará.


DIONISO

¡Amigo, que todavía se puede resolver esto bien!

PENTEO

¿Qué he de hacer? ¿Servir a mis esclavas?

DIONISO

Yo traeré aquí a las mujeres sin armas.

PENTEO

¡Ay! Ahora tramas este engaño contra mí.

DIONISO

¿Cuál, si lo que quiero es salvarte con mis artes?

PENTEO

Esto habéis convenido entre vosotros para hacer siempre fiesta de Baco.

DIONISO

Esto en verdad lo hemos convenido con el dios.

PENTEO

Sacadme aquí mismo las armas y cesa tú de hablar.

DIONISO

¡Ah! ¿Quieres verlas sentadas en los montes?

PENTEO

Sí, daría por ello infinito peso de oro.

DIONISO

¿Y cómo has incurrido en tan gran deseo de esto?

PENTEO

Las vería míseramente embriagadas.

DIONISO

¿Y verías con gusto lo que te da pena?

PENTEO

Tenlo por cierto, sentado en silencio bajo los abetos.

DIONISO

Pero te olerán, aunque llegues ocultamente.

PENTEO

Iré sin disimularme, bien dices.

DIONISO

Si yo te conduzco, ¿te pondrás en camino?

PENTEO

Guíame cuanto antes, que ya por el tiempo te me haces odioso.

DIONISO

Ponte sobre tu cuerpo un fino vestido de lino.

PENTEO

¿Qué es esto? ¿Me voy a volver de hombre mujer?

DIONISO Para que no te maten si te ven allí como hombre.

PENTEO
Tú lo has dicho, eres sabio desde siempre.

DIONISO

Dioniso me ha inspirado esto.

PENTEO

¿Cómo, pues, podría ser lo que tú bien me aconsejas?

DIONISO

Yo te vestiré, dentro de tu casa.

PENTEO

¿Qué vestido? ¿De mujer? Tengo vergüenza.

DIONISO

¿No tienes ya ánimo para ir a contemplar a las Ménades?

PENTEO

¿Qué vestido dices que tengo que ponerme?


DIONISO

Yo tenderé en tu cabeza una larga cabellera.

PENTEO

Y el segundo detalle de mi adorno, ¿cuál será?

DIONISO

Un vestido hasta los talones, y un gorro asiático en la cabeza.

PENTEO

Y además, ¿qué otra cosa me darás?

DIONISO

Un tirso en la mano y una piel de corzo con pintas.

PENTEO

Pero no me puedo poner un vestido de mujer.

DIONISO

Pues con sangre te vestirás al trabar combate con las bacantes.

PENTEO

Muy bien, mas primero he de ir a ver su posición.

DIONISO

Más prudente es esto que perseguir los males con males.

PENTEO

¿Y cómo pasaré por la ciudad sin que me vean los tebanos?

DIONISO

Iremos por calles solitarias, yo te guiaré.

PENTEO

Todo es preferible a que las bacantes se rían de mí. Iré a casa y resolveré cómo convenga.

DIONISO

Muy bien puedes. Muy fácil se presenta mi designio.

PENTEO

De todos modos iré, o caminaré con armas, o tus consejos obedeceré.

DIONISO

Mujeres: el hombre está en la red, irá hacia las bacantes, donde pagará con la muerte lo que debe.
Dioniso, tuyo es ahora el trabajo, no irá más allá y le castigaremos. Sácale primero de sus cabales e inspírale la rabia ligera,
pues mientras discurra bien, no querrá ponerse un vestido de mujer,
mas empujado fuera de su cordura, se lo vestirá. Necesito que él haga reír a los tebanos cuando le lleve vestido de mujer por medio de la ciudad, después de las amenazas anteriores, con las que era temible. Pero voy, el adorno que para el infierno toma, donde irá muerto a manos de su madre, a prender a Penteo. Conocerá a Dioniso, el hijo de Zeus, que nació como un perfecto dios, terrible, aunque dulcísimo para los hombres.

CORO

En danzas nocturnas pondré mi blanco pie, bacante, mis pieles al cielo lleno de rocío lanzando, como una corza que en los verdes placeres del prado retoza, cuando ha escapado la terrible caza, fuera del alcance de las redes bien tejidas, y saltando ante los cazadores delante de la carrera de los perros, De la fatiga de la carrera y los torbellinos,
salta al llano junto al río, y goza en la soledad sin mortales y en los retoños de la selva umbría.
¿Qué prudencia, qué hermosura hay,
fuera de honrar a los dioses, para los mortales?,
¿o qué cosa mejor que la mano
tener sobre la cabeza de los enemigos? Lo bueno siempre querido es.
Apenas muévese, mas seguro es el poder de los dioses: corrige a los mortales que la insensatez honran y no magnifican a los dioses en su mente insensata. Ocultan con mil
artes largo tiempo su paso y sorprenden de improviso. Porque no se debe nada mejor que las reglas reconocer y practicar. Poco cuesta creer y tener esto firmemente, lo que
es divino y lo que desde largo tiempo siempre ha estado ordenado y así es.
¿Qué prudencia, qué hermosura hay, fuera de honrar a los dioses, para los mortales?, ¿o qué cosa mejor que la mano tener sobre la cabeza de los enemigos? Lo bueno siempre querido es.
Feliz el que del mar
ha evitado la tormenta y llegó a puerto. Feliz el que por encima de fatigas
ha quedado: cada uno en una cosa su felicidad y fuerza tiene.
Infinitos, infinitas esperanzas tienen: unas
se les cumplen en felicidad
a los mortales, otras se desvanecen. Al que al día la vida
feliz tiene, le felicito.

DIONISO

Tú que estás dispuesto a ver lo que no se debe
y que procuras lo que no debieras procurar, Penteo digo,
sal delante de tu casa y muéstrateme vestido y adornado como una mujer bacante para espiar a tu madre desde un escondite. Eres propiamente una de las hijas de Cadmo.


PENTEO

Me parece que veo dos soles y dos Tebas, dos ciudades de siete puertas. Y parece que me guías en forma de toro y te han salido cuernos en la cabeza. ¿Has sido animal alguna vez? Porque eres completamente un toro.

DIONISO

El dios va con nosotros, que antes no estaba propicio, y es nuestro aliado. Ahora ves lo que debes ver.

PENTEO

¿Qué parezco ahora? ¿No estoy como Ino o como Agave mi madre?

DIONISO

Me parece que las estoy viendo cuando a ti te veo. Pero esta trenza se ha movido de su sitio, no está como yo te la dispuse bajo tu gorro.

PENTEO
Ahí dentro moviéndose atrás y adelante y danzando la moví de su sitio.

DIONISO

Pues yo, que tengo que servirte,
la pondré en orden. Mas levanta la cabeza.

PENTEO Ya está, adórname tú. A ti me presento. DIONISO
Pero el tinturan se te ha aflojado, y de tu vestido los pliegues no caen bien en los tobillos.

PENTEO

A mí me parece que más abajo en el pie derecho, por esta parte sienta bien el peplo junto al talón.

DIONISO

¿Me tendrás tú por el primero de tus amigos cuando veas, contra lo que cuentan, prudentes a las bacantes?

PENTEO

¿Cómo me pareceré más a una bacante, cogiendo el tirso con la mano derecha o con ésta?

DIONISO

Con la mano derecha y a la vez con el pie derecho hay que levantarlo. Te ensalzo porque has mudado de parecer.
PENTEO

¿Podría llevar los escondrijos del Cicerón con las mismas bacantes en mis hombros?

DIONISO

Podrías si quisieras. Tu parecer de antes no era sano, ahora piensas como debes.

PENTEO

¿Llevaremos palancas o arrancaré con mis manos empujando las cumbres con mi hombro o mi brazo?

DIONISO

No destruyas las sedes de las ninfas
y el retiro de Pan donde hace su música de flauta.

PENTEO

Dices bien. No hay que vencer con la fuerza a las mujeres; me ocultaré entre los abetos.

DIONISO

Tendrás el escondrijo en que debes esconderte cuando vas como espía de las Ménades.

PENTEO

Pienso que deben como pájaros tener plumón en sus camas, en recintos que les son queridos.

DIONISO

¿No vas precisamente a ver esta?
Acaso tú las sorprenderás, si no te sorprenden a ti antes.

PENTEO

Llévame por en medio de la ciudad de Tebas
porque de aquí soy el único hombre que se atreve a esto.

DIONISO

Sólo tú sufres por esta ciudad, sólo; a ti en verdad te esperan los combates que eran necesarios. Sígueme: yo te guiaré en la procesión como guía seguro y de allí otro te traerá.

PENTEO

Mi madre ciertamente.




DIONISO

Y serás conocido de todos.

PENTEO

A eso voy.

DIONISO

Traído volverás...

PENTEO

Me tienes por demasiado blando.

DIONISO

... en manos de tu madre.

PENTEO

Me obligarás con comodidades.

DIONISO
Con tales comodidades.

PENTEO

Ya alcanzo mis merecimientos.

DIONISO

Terrible eres, terrible, y hacia terribles sufrimientos vas. Como clavada en el cielo hallarás gloria.
Tiende, Agave, tus manos y vosotras, hermanas suyas, hijas de Cadmo. A este joven conduzco
a un gran combate, y el vencedor yo
y Bromio será. Lo demás lo dirá ello mismo.

CORO

Id, rápidas perras de la rabia, id al monte, donde tienen su comitiva las hijas de Cadmo, aguijoneadle
al que vestido de mujer
espía rabioso a las Ménades.
Su madre la primera a él en una roca aislada o un peñasco le verá subido
espiando, y llamará a las Ménades:
—¿Quién de los tebanos es este buscador de los caminos del monte que vino a la montaña, oh bacantes?
¿Quién le ha dado a luz?,
porque no nació de sangre mujeril,
sino de alguna leona o de las Gorgonas, líbica es su raza.—
Venga justicia manifiesta, venga con espada la que corte su cuello de un tajo al sin dios ni ley ni justicia, al hijo subterráneo de Equión.
Que con injusta resolución y cólera criminal, contra las orgías báquicas de su madre, y con mente furiosa y voluntad excitada se dispone
como si fuera a dominar por la violencia a la invencible. Una razón prudente que a los mortales no les lleve a replicar contra los dioses, una razón humana hay que tener para
una vida sin pena. La sabiduría no la envidio, disfruto persiguiendo otras cosas grandes y siempre claras; una vida hacia el bien, y pasar día y noche en la piedad, dejar lo que no
es justo y honrar a los dioses lo debido. Venga justicia manifiesta, venga con espada la que corte su cuello al sin dios ni ley ni justicia, al hijo subterráneo de Equión. Muéstrate
como toro o como dragón de muchas cabezas o como un león respirando fuego.
Ea, ¡oh Baco!, al que quiere cazar a las bacantes con rostro risueño échale el lazo mortal, que ha atacado el tropel de las Ménades.

MENSAJERO

¡Oh casa!, que antes eras feliz por toda Grecia, del viejo de Sidón, que sembró en la tierra
de la feroz serpiente dragón la cosecha,
¡cómo gimo por ti, aunque no soy más que un esclavo!

CORIFEO

¿Qué sucede? ¿Traes alguna novedad de las bacantes?

MENSAJERO

Ha muerto Penteo, el hijo de Equión.

CORO

¡Rey Bromio, como un gran dios te muestras!

MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Por qué dices eso? ¿En el mal que les sucede a mis señores te alegras, mujer?

CORO

Grito ¡evohé! en honor del extranjero con bárbaras canciones porque ya no temblaré por miedo a la prisión.

MENSAJERO

Así obras en esta cobarde Tebas...

CORO

Dioniso, Dioniso, no Tebas, manda en mí.




MENSAJERO

Te disculpo, pero del crimen
sucedido alegraros, ¡oh mujeres!, no está bien.

CORO

Dime, cuéntame: ¿de qué modo ha muerto
un hombre injusto que ha cometido infinitas injusticias?

MENSAJERO

Después que los techos de esta tierra de Tebas dejamos, y hubimos pasado la corriente del Asopo, pisábamos la ladera de Citerón
Penteo y yo —porque yo seguía a mi señor— y el extranjero que era el guía en nuestra peregrinación. Primero llegamos a un valle herboso, sin hacer ruido con nuestros pasos y
silencio con nuestra lengua guardando, para poder ver sin ser vistos.
Era un rincón cerrado por peñascos, húmedo de fontanas, umbrío de pinos, donde las Ménades estaban sentadas con las manos ocupadas en dulces labores. Unas su tirso, que había perdido la yedra, volvían a coronar con ella, otras, como si fueran potros desenganchados del yugo de colores,
cantaban alternando y se hacían eco con canciones báquicas.
El desgraciado Penteo, que no vio la turba femenil, dijo así: —Extranjero, desde donde estamos no alcanzo a ver a las Ménades como deseo; subido en una cuesta o en un
abeto de alto entronque vería mejor la ocupación nefanda de las Ménades—. Y a partir de aquí ya todo lo del extranjero lo vi milagroso: cogió del abeto la rama más alta, allá en el
cielo, y la trajo, abajo, hasta la negra tierra, y la dobló como un arco o una curvada rueda, cuyo círculo ha sido trazado por el compás en redondo: así el árbol de la montaña
el extranjero lo atrajo con sus manos y lo dobló hacia el suelo, de un modo
sobrehumano. Colocó a Penteo en las ramas del abeto, y con sus manos fue soltando hacia arriba el tronco recto poco a poco, con cuidado para que no le despidiera. Y derecho quedó hacia el alto cielo llevando en su altura sentado a mi señor. Más bien fue visto que vio a las Ménades; apenas pudo distinguírsele sentado arriba, cuando ya el extranjero no era visible, y desde el cielo una voz, según puede creerse, Dioniso, gritó:
—Muchachas, os traigo al que de nosotros, de mí y de mis orgías se ríe; mas castigadle—
. Y según decía esto, en el cielo y en la tierra se fijó la luz de un fuego sagrado. Quedó en silencio el cielo, y el silencio dominó las praderas del valle y el follaje, y de los
animales no se oía ni un grito.
Ellas, que en sus oídos la voz no habían percibido con claridad, se pusieron en pie y buscaban con los ojos.
Y él repitió la orden, y cuando conocieron claramente la orden de Baco las hijas de
Cadmo, se precipitaron no menos ligeras que palomas, en carreras acordes con sus pies, su madre Agave con sus hermanas y todas las bacantes, y por la torrentera del valle y los precipicios saltaban, enloquecidas con la inspiración del dios.
Cuando vieron a mi señor subido en el abeto, primero piedras violentamente le
arrojaban, subidas a una roca como una torre, y le disparaban sus varas de abeto; otras le echaban los tirsos por el aire a Penteo, blanco desgraciado, mas no le llegaban. Situado en mayor altura que la del deseo de ellas estaba el desgraciado, lleno de apuro. Por fin, manejando ramas de encina arrancaban las raíces con palancas sin hierro. Mas
como no llegaban al fin de sus esfuerzos, dijo Agave: —Ea, puestas en círculo coged este arbolito. Ménades, para que alcancemos a la fiera que ha trepado y no pueda publicar las danzas secretas del dios—. Y ellas infinitas manos aplicaron al abeto y lo arrancaron de la tierra. Saltó desde arriba y desde arriba hacia el suelo cae dando infinitos alaridos
Penteo, porque ya cerca de su desgracia se dio cuenta. Su madre la primera comenzó como una sacerdotisa el sacrificio, y cayó sobre él.
Él el gorro de su cabellera arrancó para que le conociese y no le matase, al infeliz, Agave,
y dice, la mejilla tocándola: —Yo, madre mía, soy tu hijo Penteo, el que pariste en la casa de Equión; compadéceme, madre, y por mis faltas no mates a tu hijo—. Ella, echando espuma y estrábicas sus iris girando, sin cuidar lo que debía cuidar, dominada por su Baco, no le hizo caso. Agarró con sus brazos la mano izquierda, y poniendo el pie en el costado del infeliz, le arrancó el hombro, no por su fuerza,
sino por facultad que el dios concedió a sus manos.
Ino por otra parte consiguió desgarrar sus carnes, y Autónoe y toda la turba de las bacantes se echó encima, y todo con griterío,
él gimiendo mientras pudo tener aliento, ellas gritando victoria. Y una se llevaba un
brazo, otra un pie con la misma bota, y fueron desnudados sus costados a tirones, y todas tenían ensangrentadas
las manos, y jugaban a la pelota con la carne de Penteo. El cuerpo yace esparcido, parte al pie de las ásperas
rocas, parte entre el follaje leñoso de la selva, no es fácil de buscar. Y la infeliz cabeza precisamente su madre en las manos,
clavada en el extremo del tirso, como de un león montañés, la lleva a través del Citerón,
después de dejar a sus hermanas en los coros de Ménades.
Camina orgullosa de su malaventurada presa hacia esta ciudad, invocando a Baco su compañero de caza, su colaborador en el triunfo que la reportará lágrimas.
Yo, lejos de esta desgracia me voy, antes de que Agave llegue a esta casa.
Ser prudente y respetar las cosas divinas es lo mejor; creo es la más prudente cosa de que se pueden servir los mortales.

CORO

Dancemos en honor de Baco, y pregonemos la desgracia
de Penteo, el descendiente del dragón, que el vestido femenil
Hades fiel y la vara
del buen tirso recibió,
y tuvo un toro como iniciador de su desgracia. Bacantes tebanas,
al vencedor glorioso redujisteis a lamentos, a lágrimas.
Buen combate, goteando de sangre del hijo sacar la mano.

CORIFEO

Mas veo que hacia el palacio corre; Agave, la madre de Penteo, con los ojos estrábicos;
¡recibid la comitiva del dios Evio!

AGAVE

¡Bacantes de Asia!




CORO

¿Para qué me gritas?

AGAVE

Traigo desde el monte
un tallo recién cortado para el palacio, caza bienaventurada.

CORO

Lo veo y te recibiré en mi comitiva.

AGAVE

Cacé sin lazos este
........cachorro de león, como puedes ver.

CORO

¿En qué desierto?

AGAVE

El Citerón...

CORO

¿Cómo el Citerón?

AGAVE

... le dio la muerte.

CORO
¿Quién le acertó la primera?

AGAVE

Yo tengo este orgullo. Feliz Agave será invocada en los himnos de Baco.

CORO

¿Y quién la segunda?

AGAVE

De Cadmo...


CORO

¿Cómo de Cadmo?

AGAVE

... las hijas
después de mí alcanzaron la pieza.

CORO

Bienaventurada caza.

AGAVE

Ven a tomar parte en el banquete.

CORO

¿Cómo voy a participar, ay de mí?

AGAVE

Joven es el ternero,
acaba la barba bajo su cabellera suave de florecerle.

CORO

Conviene así, como la cabellera de un animal salvaje.

AGAVE

Baco, cazador hábil, hábilmente ojeaste la caza de éste a las Ménades.

CORO

Porque es rey cazador.

AGAVE

¿Me alabas?

CORO

¿Por qué te he de alabar?

AGAVE

Pronto los tebanos...

CORO

...y su hijo Penteo a su madre...


AGAVE

... ensalzarán.

CORO

...pues caza ha cobrado.

AGAVE

Este cachorro de león.

CORO

Grande.

AGAVE

Grandísima.

CORO

¿Estás orgulloso?

AGAVE

Estoy alegre, mucho, mucho, por haberme hecho famosa con esta caza.

CORIFEO

Muestra ahora, ¡oh infeliz!, tu victoriosa caza a los ciudadanos, la que has traído.

AGAVE

¡Oh, los de la tierra de Tebas, que una ciudadela de hermosas torres habitáis, venid para que veáis esta pieza, esta fiera que las hijas de Cadmo hemos cobrado, no con los dardos con aletas de los tesalios, ni con redes, sino con la fuerza de nuestros blancos brazos.
¿Después de esto habrá que
tener vanidad cuando se necesita adquirir los instrumentos del armero? Nosotras con la propia mano matamos a éste y descuartizamos las coyunturas de la fiera. ¿Dónde está
mi viejo padre? Que venga cerca. ¿Dónde está mi hijo Penteo? Que levante junto a la
casa la armazón de una escala, para que clave en los triglifos esta cabeza de león que he
cazado y traigo yo.

CADMO

Seguidme trayendo la triste carga
de Penteo, seguidme, servidores, hasta delante de la casa, con infinitos trabajos rebuscando su cuerpo
traigo, hallado en los repliegues del Citerón, desgarrado, y no encontrado en el mismo llano,
sino en la selva, y difícil de encontrar.
Alguien me ha contado el crimen de mis hijas,
cuando yo había vuelto a la ciudad, dentro de las murallas, con el viejo Tiresias, de vuelta de las bacantes.
Vuelvo hacia el monte otra vez y recojo mi hijo muerto por las Ménades.
Y a la que antaño de Aristeo a Acteón
parió, Autónoe, junto con Ino vi,
a las desgraciadas aún posesas en la espesura. Alguien me dijo que Agave hacia acá con pie
danzante había venido, y cosas horribles oí:
mas aquí la veo, visión malaventurada.

AGAVE

Padre, orgulloso puedes estar de que has engendrado unas hijas las mejores con mucho entre los mortales. De todas lo digo, mas sobre todo de mí, que dejé las lanzaderas junto al telar y he llegado a mayor cosa, a cazar con mis manos. Traigo en mis brazos, como ves, estas primicias que he ganado, para que delante de tu casa sean colgadas: tómalas, padre, en tus manos. Orgulloso con mi pieza invita a tus amigos a un banquete, porque eres bienaventurado, bienaventurado, de que nosotras hayamos hecho esto.

CADMO

Pena inconmensurable e imposible de ver, muerte con desgraciadas manos dada.
Después de hacer un hermoso sacrificio a las divinidades nos invitas a un banquete a mí y a los tebanos.
¡Ay, ay, primero por tus males, luego por los míos!
¡Qué justamente el dios, pero con qué exceso,
el rey Bromio nos ha castigado, siendo nuestro pariente!

AGAVE

¡Qué torpe es la vejez de los hombres
y qué tímida de vista! Ojalá que mi hijo
hubiese sido buen cazador, comparable a su madre cuando entre las jóvenes tebanas
sobre las fieras se lanza. Pero de oponerse a los dioses sólo
es él capaz. Tú has de cuidarte de él padre. ¿Quién querría llamarle a mi presencia, para que me vea feliz?

CADMO

¡Ay, ay! Cuando comprendáis lo que habéis hecho sufriréis con dolor horrible, y si por siempre seguís como estáis ahora vuestra desgracia no parecerá desgracia.

AGAVE

¿Qué no está bien de esto, o qué está mal?

CADMO

Primero levanta tu mirada hacia allá, hacia el cielo.

AGAVE

Ya está: ¿qué dices que tengo que ver?

CADMO

¿Te parece el mismo o que está cambiado?

AGAVE

Más brillante que antes y más abierto al día.

CADMO

¿El frenesí está todavía en tu alma?

AGAVE

No conozco esta palabra, estoy de nuevo tranquila y fuera de la locura de antes.

CADMO

¿Puedes oír bien y responder con fijeza?

AGAVE

Como que me he olvidado de cuanto he dicho antes, padre.

CADMO

¿A qué casa fuiste después de tu boda?

AGAVE

Me entregaste a Equión, nacido de la tierra, según dicen.

CADMO

¿Y qué hijo te nació en tu casa de tu marido?

AGAVE

Penteo, en mezcla mía y de su padre.

CADMO

¿Y de quién tienes el rostro entre tus brazos?

AGAVE

De un león, como decían las cazadoras.

CADMO

Míralo bien, que leve trabajo es mirar.

AGAVE

¿Cómo? ¿Qué miro? ¿Cómo llevo esto en las manos?

CADMO

Míralo y date cuenta mejor.

AGAVE

Veo el mayor de los dolores, infeliz de mí.

CADMO

¿Acaso te parece semejante a un león?

AGAVE

¡No! Tengo, infeliz de mí, la cabeza de Penteo.

CADMO

Manchada de sangre antes de que tú la conocieras.

AGAVE

¿Quién le ha matado? ¿Cómo ha llegado a mis manos?

CADMO

Desgraciada verdad, que llegas en mal tiempo.

AGAVE

Dime, que por lo siguiente palpita mi corazón.

CADMO

Tú le mataste y tus hermanas.

AGAVE

¿Dónde murió? ¿En casa? ¿O en qué sitio?

CADMO

Donde antes los perros se repartieron a Acteón.

AGAVE

¿Y por qué fue al Citerón este desgraciado?

CADMO

Porque ofendiendo al dios fue a ver vuestros misterios.

AGAVE

¿Y nosotras allá de qué modo nos fuimos?


CADMO

Estabais locas, y toda la ciudad inspirada por Baco.

AGAVE

Dioniso nos ha perdido, ahora lo veo.

CADMO

Furioso con vosotros, porque no le creíais dios.

AGAVE

¿Y el cuerpo querido de mi hijo dónde, padre?

CADMO

Yo después de buscarlo con trabajo, lo traigo.

AGAVE

¿Qué todo está encajado en sus coyunturas?

CADMO

.......................................................................................

AGAVE

¿Y qué parte de mi insensatez le tocaba a Penteo?

CADMO

Era semejante a vosotras y no le veneraba como dios. Y así, os juntó a todos en un mismo castigo,
a vosotras y a él, y perdió la casa
y a mí, que después de no tener hijos varones, de tu vientre, ¡oh desgraciada!, este retoño muerto le veo de manera vergonzosa y cruel;
a él miraba mi casa, pues sostenías, ¡oh hijo!, mi techo tú, nacido de mi hija,
y eras terror en la ciudad, que al viejo
nadie osaba faltar viéndote
a ti, pues le llegaba un castigo digno. Ahora de la casa me echarán sin honor,
a mí, el gran Cadmo, el que la raza de los tebanos sembré y coseché hermosa siega,
¡Oh tú, el más querido de los hombres, aunque ya no existes,
te contaré entre los más queridos, hijo mío! Ya nunca tocarás con tu mano la barba
del padre de tu madre gritando abrazado, hijo mío,
y diciendo: «¿Quién te falta, quién no te honra, abuelo?
¿Quién, el miserable, alborota tu corazón,
dime, para que castigue al que te falte, padre mío?» Ahora miserable soy yo, desgraciado tú,
lamentable tu madre, desgraciados tus parientes.
Si hay alguien que desprecie a los demonios,
que mire la muerte de éste y los tenga por dioses.

CORIFEO

Compadezco tu suerte, Cadmo; tu nieto tiene castigo merecido, mas doloroso para ti.

AGAVE

Padre, ¿ves mis cosas cómo han cambiado? (1).
.................................................................................................

DIONISO

En dragón te cambiarás, y tu esposa se convertirá en serpiente, cambiada de forma, tu esposa Harmonía, hija de Ares, la que conseguiste aunque mortal.
Un carro de becerros, como dice el oráculo de Zeus, guiarás con tu esposa, al frente de bárbaros.
Y muchas ciudades destruirás con tu ejército infinito. Y cuando el oráculo de Apolo saqueen, regreso lamentable tendrán. A ti y a Harmonía Ares te salvará y a la tierra de
los bienaventurados trasladará tu vida.
Esto digo yo, Dioniso, que no he nacido de padre mortal, sino de Zeus. Si a ser prudentes
habéis aprendido, que no queríais, con el hijo de Zeus como aliado, felices podríais ser.

AGAVE

Dioniso, te suplicamos, hemos pecado.

DIONISO

Tarde lo aprendisteis, y no lo supisteis cuando hizo falta.

AGAVE

Lo reconocemos, mas te has excedido.

DIONISO

De vosotros, siendo yo dios, he sufrido excesos.

CADMO
La ira no deben los dioses tener igual que los mortales.

DIONISO

Desde antaño Zeus mi padre lo había consentido.


CADMO

¡Ay, ay!, abuelo, que está decretado un infeliz destierro.


(1) Wilamowitz cree que lo que sigue no es de Eurípides, sino un añadido.


DIONISO

¿Por qué retardáis lo que es forzoso?

CADMO

¡Hijas, en qué horrible desgracia hemos incurrido, tú, infeliz, y tus hermanas y tu hijo,
mientras yo, desgraciado, llegaré a estar entre extranjeros, viejo errante, y aún me está predestinado
traer a Grecia un ejército bárbaro mezclado! Y a la hija de Ares, mi esposa Harmonía,
los dos en figura de serpiente
la traeré a los altares y a las tumbas de Grecia, al frente de mis lanzas. Y no cesaré
en mis desgracias, infeliz de mí, ni haré la travesía
del Aqueronte subterráneo ni me llegará la paz.

AGAVE

Padre, yo privada de ti, me desterraré.

CADMO

¿Por qué me rodeas con tus brazos, ¡oh hija infeliz!, como un moscón a un cisne blanco de canas?

AGAVE

Pues ¿adónde me dirigiré expulsada de la patria?

CADMO

No sé, hija. Poco socorro es tu padre.

AGAVE

Adiós, palacio, adiós, ciudad de mis padres. Te dejo por mi desgracia y dejo mis cámaras.

CADMO

Camina, ¡oh hija, de Aristeo! (1).

AGAVE

Te pierdo, ¡oh padre!


(1) Aquí termina la tragedia según Nanck.




CADMO

Y yo a ti, hija, y por tus hermanas he llorado.

AGAVE

Horriblemente este castigo el rey Dioniso trajo a tu casa.

DIONISO

Porque cosas horribles he sufrido de vosotros, que mi nombre no era honrado en Tebas.

AGAVE

¡Adiós, padre mío!

CADMO

¡Adiós, hija desgraciada! Dolor te ha costado esto.

AGAVE

Llevadme, compañeras mías, para que a mis hermanas tenga de tristes compañeras de destierro. Quiero ir donde
ni el Citerón maldito me vea ni yo con mis ojos al Citerón,
donde ni haya recuerdo del tirso.
Que de esto se ocupen otras bacantes.

CORO

Muchas son las figuras de lo divino,
y muchas cosas inesperadamente colman los dioses mientras que lo esperado no se cumple
y de lo desesperado un dios halla salida. Así ha resultado este caso.

PROMETEO ENCADENADO ESQUILO





PROMETEO ENCADENADO
ESQUILO

PERSONAJES

Fuerza y Violencia, criados de Zeus
Hefesto, dios del fuego, hijo de Zeus
Prometeo, hijo de la diosa Temis
Océano, divinidad
Io, hija de Inaco
Hermes, mensajero de los dioses
Coro de Oceánides

La escena representa una región montañosa, en los confines del mundo, cerca del mar. Llegan Fuerza y Violencia, traen prisionero a Prometeo. Les sigue Hefesto con sus herramientas de herrero. Se disponen a clavar al titán en una escarpada roca.

FUERZA. Hemos alcanzado la región extrema de la tierra, el rincón escítico, en un desierto nunca hollado. Hefesto, a ti te concierne cumplir las órdenes que te dio tu padre, en estas abruptas rocas sujetar a este malhechor con grilletes irrompi¬bles y vínculos de acero. Porque robando tu flor, el resplandor del fuego, origen de todas las artes, se la entregó a los hombres. Ha de pagar la pena a los dioses por una falta como ésta, para que aprenda a soportar la tiranía de Zeus y renunciar a sus sentimientos humanitarios.
HEFESTO. Fuerza y Violencia, para vosotros se ha cumplido ya el mandato de Zeus y nada os retiene ya. Pero yo no me atrevo a atar a un dios hermano en esta sima tormentosa. Sin em¬bargo, es incontestablemente necesario tener coraje para ello:
es cosa grave no cumplir las palabras de un padre. (A Prometeo.) De Temis, la consejera, hijo de elevados pensamientos, contra tu voluntad y la mía voy a clavarte con indisolubles lazos de bronce a esta roca inhóspita, en donde no verás ni la voz ni la figura de un mortal, sino que quemado por la res¬plandeciente llama del sol, cambiarás la flor de tu piel; con alegría para ti, la noche con su manto estrellado ocultará la luz y el sol disipará de nuevo la escarcha del alba; pero siempre te abrumará la carga del mal presente, pues todavía no ha nacido tu libertador. Esto has ganado con tus sentimientos humani¬tarios. Tú, un dios que no te acoquinas ante la cólera de los dioses, has otorgado, más allá de lo justo, unos honores a los mortales; por esto montarás en esta roca una guardia in¬grata, de pie, sin dormir ni doblar la rodilla. Lanzarás muchos' lamentos y gemidos inútiles, pues el corazón de Zeus es in-flexible. Un nuevo señor siempre es duro.
FUERzA. Vamos, ¿por qué te demoras y te apiadas en vano? ¿Por' qué no aborreces al dios más odioso de los dioses, que ha, entregado a los mortales tu privilegio?
HEFESTO. El parentesco es muy fuerte, y la amistad.
FUERZA. Lo concedo. Pero desobedecer las palabras de un padre ¿cómo es posible? ¿No temes esto más?
HEFESTO. Tú siempre eres cruel y lleno de audacia.
FUERZA. Ningún remedio proporcionará el llorar por ése; no t3 canses en un trabajo inútil.
HEFESTO. ¡Oh oficio muy odiado por mí!
FuERzA. ¿Por qué lo odias? De los males presentes, ciertamente no tiene culpa alguna tu oficio.
HEFESTO. Sin embargo, ojalá hubiera tocado a otro.
FUERZA. Todo es enojoso, salvo mandar sobre los dioses; porque nadie es libre excepto Zeus.
HEFESTO. Lo sé, y nada puedo responder a esto.
FUERZA. ¿No te apresuras, pues, en rodearle de cadenas, para que el padre no te vea remiso?
HEFESTO. Pueden verse ya en sus manos las manillas.
FUERZA. Cíñeselas a los brazos y con toda tu fuerza golpea con el martillo y clávalo en las rocas.
HEFESTO. El trabajo ya se termina y no en vano.
FUERZA. Golpea más, aprieta, nada dejes flojo; pues es capaz de encontrar alguna salida, incluso de lo impracticable.
HEFESTO. Este codo, al menos, está fijo y es difícil que le suelte.
FUERZA. Ahora clávale en medio del pecho, bien fuerte, la dura mandíbula de una cuña de acero.
HEFESTO. ¡Ay, ay, Prometeo, gimo por tus penas!
FUERZA. ¿Vacilas y lloras por los enemigos de Zeus? Vigila no sea que un día te compadezcas a ti mismo.
HEFESTO. Ves un espectáculo horrible de ver.
FUERZA. Veo que ése tiene lo que merece. Mas échale a los cos¬tados las bridas.
HEFESTO. Es mi obligación hacerlo, no me lo mandes con tanta insistencia.
FUERZA. Pues te ordenaré y además te azuzaré. Baja y sujeta só¬lidamente con anillas sus piernas.
HEFESTO. El trabajo está hecho y sin gran esfuerzo.
FUERZA. Con vigor hunde estas trabas en la carne; pues es seve¬ro el que juzgará tu obra.
HEFESTO. Tu lenguaje responde a tu figura.
FUERZA. Ablándate; pero no me reproches mi obstinación y la aspereza de mi carácter.
HEFESTO. Vámonos; tiene una red en torno a sus miembros.
FUERZA. Ahora sé, allá, insolente y despojando a los dioses de sus privilegios, dáselos a los efímeros. ¿Qué alivio son capaces los mortales de llevar a tus penas? Con falso nombre los dioses te llaman Prometeo, pues tú mismo necesitas un previsor para saber de qué manera te librarás de tal artificio.
(Hefesto con Fuerza y Violencia salen.)
PROMETEO. ¡Oh éter divino, y vientos de alas rápidas, y fuentes de los ríos, y sonrisa innumerable de las olas marinas, y Tierra madre universal, y círculo omnividente del Sol; yo os invoco: ved lo que, siendo dios, sufro de los dioses!
Mirad con qué ultrajes desgarrado he de padecer durante un tiempo infinito de años. Tal es la cadena infame que contra mí ha inventado el joven caudillo de los Felices. ¡Ay, ay! Por el sufrimiento, presente y futuro gimo, sin saber cuándo surgirá el fin de estos males.
Pero ¿qué digo? Todo lo que ha de acontecer lo sé bien de antemano y ninguna desgracia imprevista vendrá de nuevo sobre mí. Pero es preciso soportar lo más ligeramente posible la suerte decretada, sabiendo que no hay lucha contra la fuerza de la Necesidad.
Con todo, me es igual de imposible callar o no callar esta desgracia. Porque habiendo proporcionado una dádiva a los mortales estoy uncido al yugo de la necesidad, desdichado. En el tallo de una caña me llevé la caza, el manantial del fuego robado, que es para los mortales maestro de todas artes y gran recurso. De este pecado pago ahora la pena, clavado con ca¬denas bajo el éter.
¡Ah, ah! ¿Qué ruido, qué aroma invisible ha volado hasta mí? ¿Vienes de un dios, de un mortal o de un semidiós? ¿Ha lle¬gado a este peñasco, en los límites del mundo para contemplar mis penas, o qué quiere? Mirad encadenado a este dios des¬graciado Odiado de Zeus, me he enemistado con todos los dioses que frecuentan la corte de Zeus por mi gran amor hacía los hombres. ¡Ay, ay! ¿Qué movimiento de alas escucho cerca de aquí? El aire susurra con ese ligero batir de alas. Todo lo que se aproxima me produce pavor.
(Llega el coro de las Oceánides en un carro alado que se coloca sobre un roquero cercano al que está clavado Prometeo.)
CORO. Nada temas. Amiga es esta tropa que en rápida carrera de alas se ha acercado a este peñasco, consiguiendo persuadir a duras penas el corazón paterno. Veloces las brisas me trajeron.
Pues el eco de los golpes de hierro penetró hasta el fondo de mis cavernas y arrojó de mí el tímido pudor; descalza me lancé en mi carro alado.
PROMETEO. ¡Ay, ay! ¡Ay, ay! Prole de la fecunda Tetis, hijas del padre Océano, que con su curso insomne gira en torno a toda tierra, mirad, contemplad con qué cadenas clavado en la cima rocosa de este precipicio monto una guardia no envidiable.
CORO. Veo, Prometeo; y una tímida niebla llena de lágrimas a mis ojos, cuando contemplo sobre esa roca tu cuerpo que se consume en la ignominia de estos grilletes de acero. Porque nuevos pilotos gobiernan el Olimpo y Zeus, con nuevas leyes, reina arbitrariamente y aniquila ahora los colosos de antes.
PROMETEO. ¡Si al menos me hubiera precipitado bajo tierra, más allá del Hades hospitalario a los muertos, hasta el Tártaro infranqueable, echándome ferozmente en cadenas insolubles, de suerte que ni un dios ni nadie se regocijará de ello! Pero ahora juguete de los vientos, miserable, sufro para escarnio de mis enemigos.
CORO. ¿Cuál de los dioses tiene un corazón tan duro que haga burla de esto? ¿Quién no comparte tus pesares, excepto Zeus? Éste, siempre en su ira, de un alma inflexible, somete la raza celeste, y no cesará hasta que se haya saciado su corazón, o que alguien con alguna artimaña conquiste el mando tan difícil de conquistar.
PROMETEO. Ciertamente, aunque ultrajado en estos brutales grilletes de mis miembros, todavía tendrá necesidad de mí el príncipe de los Felices para enseñarle el nuevo designio que le despojará de su cetro y honores. Y no me ablandará con me¬lifluos sortilegios de la persuasión, ni nunca yo, acoquinado con sus duras amenazas, revelaré este secreto, antes de que me libre de fieras cadenas y consienta en pagar la pena de este ultraje.
CORO. Tú eres osado y en vez de ceder por estos amargos sufrimientos, hablas con demasiada libertad. Un temor penetrante altera mi corazón y me estremezco por la suerte que te espera: dónde debes abordar para contemplar el fin de estos sufri¬mientos. Pues el hijo de Crono tiene un carácter inaccesible y un corazón inflexible.
PROMETEO. Sé que es severo y que tiene en su poder la justicia; sin embargo, creo que un día será de blando corazón cuando sea sacudido de este modo. Entonces aplacando esta rígida cólera, vendrá presuroso a concertar conmigo alianza y amistad.
CORIFEO. Descríbelo todo y explícanos en qué culpa te ha sor¬prendido Zeus para ultrajarte de una manera tan infame y cruel. Infórmanos, si no te perjudica el relato.
PROMETEO. Me duele hablar de estas cosas, pero no decir nada es también un dolor; de todos modos, infortunios. Así que los dioses empezaron a enfadarse y se produjo entre ellos la dis¬cordia, unos queriendo arrojar a Crono de su trono, para que Zeus desde entonces reinara; otros por el contrario esforzán¬dose para que Zeus no mandara nunca sobre los dioses; en¬tonces yo, que quería persuadir con los mejores consejos a los titanes, hijos de la Tierra y del Cielo, no pude. Despreciando las arteras trazas creyeron, en su brutal presunción, que sin fatiga se harían los dueños por la violencia. Pero, no una sola ; vez, mi madre, Temis y Tierra, forma única bajo nombres diversos, me había profetizado cómo se cumpliría el futuro: que no por la fuerza ni por la violencia, sino con engaño de¬berían vencer a los poderosos. Mientras yo les iba explicando estas cosas con mis palabras, no se dignaron ni dirigirme la mirada. Lo mejor en aquellas circunstancias me pareció que era, haciendo caso de mi madre, ponerme al lado de Zeus que recibía de grado a un voluntario. Por mis consejos el antro negro y profundo del Tártaro oculta al antiguo Crono y a sus aliados. Tales son los beneficios que ha recibido de mí el tirano
de los dioses y que me ha pagado con esta cruel recompensa.
Sin duda es un achaque inherente a la tiranía no confiar en los amigos.
Ahora, lo que me preguntáis, por qué causa me hiere, os lo aclararé. En cuanto se sentó en el trono paterno, en seguida distribuyó entre los dioses sus privilegios, a cada uno dife-rentes, y organizó su imperio; pero no se preocupó en absoluto de los míseros mortales, sino que, aniquilando toda la raza, deseaba crear otra nueva. A este proyecto nadie se opuso sólo yo. Yo me atreví; libré a los mortales de ir, destrozados, al Hades. Por eso ahora estoy sufriendo tales sufrimientas, do¬lorosos de sufrir, lamentables de ver. Por haber tenido ante todo piedad de los mortales, no fui juzgado digno de conse¬guirla, sino que implacablemente estoy así tratado, espectáculo infamante para Zeus.
CORIFEO. De corazón de hierro y tallado de una piedra, Prometeo, es el que no se indigna contigo por tus penas. Yo, por mi parte, habría deseado no verlas, y ahora que las veo siento un dolor en el corazón.
PROMETEO. Sí, sin duda, para los amigos soy doloroso de ver.
CORIFEO. ¿Fuiste, tal vez, más lejos que esto?
PROMETEO. Sí. Hice que los mortales dejaran de pensar en la muerte antes de tiempo.
CORIFEO. ¿Qué solución hallaste a este mal?
PROMETEO. Albergué en ellos esperanzas ciegas.
CORIFEO. Gran favor otorgaste a los mortales.
PROMETEO. Además de esto, yo les regalé el fuego.
CORIFEO. ¿Y ahora los efímeros tienen el fuego resplandeciente?
PROMETEO. Por él aprenderán muchas artes.
CORIFEO. Por tales culpas Zeus te...
PROMETEO. ... me ultraja y no afloja para nada mis males.
CORIFEO. ¿No hay un término fijado a tu prueba?
PROMETEO. No, ninguno, salvo cuando le plazca a él.
CORIFEO. ¿Cuándo le placerá? ¿Hay alguna esperanza? ¿No ves que has delinquido? Pero decir que has delinquido, para mí no es ningún placer y para ti es dolor. Pero dejemos esto y busca algún medio de librarte de esta prueba.
PROMETEO. Es fácil al que tiene el pie fuera de las desgracias aconsejar y amonestar al infortunado. Pero todo esto yo lo sabía. De grado, de grado falté, no lo negaré; ayudando a los mortales yo mismo me he encontrado castigos. Con todo, no creía que con tales penas había de consumirme en unas rocas abruptas, encontrándome en una cima desierta y sin vecinos. Pero ahora, sin lamentaros por estos sufrimientos, bajando a tierra firme, escuchad mi suerte futura, para que lo sepáis todo hasta el fin. Creedme, creedme, compadeced al que ahora sufre: la aflicción vuela sin cesar, y ora se posa en uno, ora en otro.
CORIFEO. Tú urges a una tropa dispuesta a obedecerte, Prometeo. Ahora, dejando con pie ligero este raudo asiento y el éter, ruta sagrada de las aves, me acercaré a este suelo escabroso; porque deseo escuchar hasta el final tus padecimientos.
(Mientras las Oceánides descienden al suelo, aparece Océano en un carro tirado por un caballo alado.)
OCEANO. He llegado al final de un largo viaje en mi recorrido hacia ti, Prometeo, dirigiendo con mi mente, sin bridas, este ave de alas veloces. De tus desgracias, sábelo, me compadezco. El parentesco, creo, me obliga, y, aparte la sangre, no hay a quien diera parte mayor que a ti. Conocerás que digo la ver¬dad y que no se halla en mí adular en vano. Venga, pues, dime en qué he de ayudarte; porque nunca dirás que tienes un amigo más seguro que Océano.
PROMETEO. ¡Ea!, ¿qué es esto? ¿También tú vienes a ser testigo de mis males? ¿Cómo te atreviste, dejando la corriente que lleva tu nombre y las roqueras grutas naturales, llegar a la tierra madre del hierro?. ¿O has venido para contemplar mi suerte e indignarte con mis males? Mira este espectáculo: yo, el amigo de Zeus, que le ayudé a establecer su tiranía, con qué sufri¬mientos soy abatido por él.
OCÉANO. Lo veo, Prometeo, y quiero aconsejarte lo mejor, aunque eres listo. Conócete a ti mismo y adopta nuevas acti¬tudes, pues también hay un nuevo tirano entre los dioses. Pero si lanzas palabras tan duras y aceradas, quizá te oiga Zeus que está sentado mucho más alto que tú, y el enojo de estos males presentes te parezca un juego. Así, desgraciado, deja este afán y busca la liberación de estos males. Tal vez te parecerá que digo cosas viejas; sin embargo, tal es, Prometeo, el salario de una lengua demasiado altiva. Tú todavía no eres humilde ni cedes a los males, y a los presentes quieres añadir otros. Tó¬mame, pues, por maestro y no estires tu pierna contra el aguijón, viendo que ahora reina un monarca duro y sin que tenga que rendir cuentas. Ahora me marcho e intentaré, si puedo, librarte de estas penas; tú tranquilízate y no hables con demasiado insolencia. ¿O no sabes siendo en rigor tan sabio, que se castiga a una lengua disparatada?
PROMETEO. Te envidio porque te encuentras fuera de culpa aunque participaste en todo y te asociaste a mi osadía. Ahora déjalo y no te preocupes. De todos modos no le convencerás; no es fácil de convencer. Y vigila que no te perjudiques en este camino.
OCÉANO. Eres mucho mejor para inspirar prudencia al prójimo que a ti mismo; juzga por hechos, no por palabras. Pero en mi afán, no me retengas. Porque me ufano, sí, me ufano de que Zeus me concederá la gracia de librarte de estos males.
PROMETEO. Te alabo por tu solicitud y no cesaré de hacerlo; en buena voluntad nada descuidas. Pero no te esfuerces: traba¬jarás en vano, sin provecho para mí, si es que quieres hacerlo. Permanece tranquilo y mantente apartado. Porque yo, si soy desgraciado, no por esto quisiera que a los más alcanzaran las desgracias. No, en verdad, pues ya me consume la suerte de mi hermano, Atlas, que en las regiones de occidente, de pie, sostiene en sus espaldas la columna del cielo y de la tierra, peso no fácil para el brazo. También he compadecido, al verle, al hijo de la Tierra, habitante de las cuevas cilicias, gran gigante de cien cabezas, domado por la fuerza, el impetuoso Tifón. Se enfrentó a todos los dioses, silbando miedo de sus atroces fauces; de sus ojos brillaba horrible esplendor, como si fuera a aniquilar violentamente la tiranía de Zeus. Pero le alcanzó el dardo que no duerme de Zeus, cl rayo que desciende respi¬rando fuego y le derrotó de sus altivas fanfarronadas. Pues herido en el mismo corazón, quedó reducido a cenizas y su fuerza disipada por el rayo. Y ahora, cuerpo inútil y arrinco¬nado, yace cerca del estrecho marino, oprimido bajo las raíces del Etna, mientras Hefesto, instalado en las altas cimas, forja el hierro ardiente. De allí un día irrumpirán torrentes de fuego que con feroces fauces devorarán las vastas llanuras de la fe¬cunda Sicilia. Tal ira exhalará Tifón con los ardientes dardos de una insaciable tormenta de fuego, aunque carbonizado por el rayo de Zeus. Pero tú no eres inexperto y no me necesitas como guía; sálvate, como sabes. Yo apuraré este mi destino hasta que Zeus aplaque su ira.
OCÉANO. ¿No sabes esto, Prometeo, que las palabras son médi¬cos de la enfermedad de la cólera?
PROMETEO. Sí, si uno ablanda el corazón en el momento preci¬so, y no reduce por la fuerza una pasión virulenta.
OCÉANO. Pero, si uno muestra solícito esfuerzo y valor para la acción, ¿qué daño ves tú que haya en ello?
PROMETEO. Trabajo inútil y simplicidad irreflexiva.
OCÉANO. Déjame que sufra esta enfermedad; pues es provechoso
parecer insensato cuando uno es cuerdo.
PROMETEO. Esta falta más bien parecerá la mía.
OCÉANO. Sin duda tus palabras me envían de nuevo a casa.
PROMETEO. Temo que tu lamento por mí te lance a una ene¬mistad.
OCÉANO. ¿Con el que acaba de sentarse en un todopoderoso asiento?
PROMETEO. Vigila que no se altere tu corazón.
OCÉANO. Tu infortunio, Prometeo, es maestro.
PROMETEO. Vete, aléjate, salva tu actual buen sentido.
OCÉANO. Cuando ya me iba, me molestaban tus palabras. Pues mi cuadrúpeda ave acaricia ya con sus alas el dilatado camino del éter y gozoso doblará la rodilla en su establo.
(Océano se marcha en su monstruo alado. Tras un silencio, las Oceánides aparecen sobre de una roca y cantan lo siguiente.)
CORO. Lloro por tu fatal destino, Prometeo; y vertiendo de mis delicados ojos una corriente de lágrimas mojo mi mejilla con húmedas fuentes. Hostilmente gobernando con leyes propias Zeus manifiesta a los dioses de antaño su lanza soberbia.
Ya todo este país ha lanzado un grito lastimero; sus pueblos lloran por la grandeza y el antiguo prestigio tuyo y de tus hermanos, y todos cuantos mortales habitan la tierra vecina de la sagrada Asia, ante el gran gemido de tus penas sufren con¬ tigo.
Y las vírgenes que habitan en la tierra cólquide, valientes luchadoras, y la turba de Escitia, que ocupa el lugar más re¬moto de la tierra alrededor del lago Meótico.
Y la flor guerrera de Arabia, los que viven una ciudadela es¬carpada cerca del Cáucaso, hostil ejército que brama en lanzas de acerada proa.
Sólo antes otro dios titán he visto sufrir, vencido en la ig¬nominia de unos lazos de acero, Atlas, que llevando siempre en la espalda, fuerza inflexible, la tierra y la bóveda celeste, gime.
La ola marina cayendo ola sobre ola brama, llora el abismo, el tenebroso Hades en las profundidades de la tierra ruge, y las fuentes de los sagrados ríos exhalan su dolor quejumbroso.
PROMETEO. (Tras de un largo silencio.) No penséis que callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿qué otro si no yo les repartió exactamente sus privi¬legios? Pero sobre esto callo; pues sabéis lo que podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de ni¬ños que eran antes he hecho unos seres inteligentes, dotados
de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres, sino para mostraros la buena voluntad de mis dones. Al principio, mi¬raban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a las formas de los sueños en su larga vida todo lo mezclaban al azar. No co¬nocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; soterrados vivían como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente primavera ni del estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de los astros, difíciles de conocer.
Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y el primero até bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a las albardas, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el carro a los caballos, dóciles a las rien¬das, orgullo del fasto opulento. Sólo yo inventé el vehículo de
los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia.
CORIFEO. Padeces un castigo indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te de¬ sanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.
PROMETEO. Escucha el resto y te sorprenderás más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de medicinas morían, hasta que les enseñé las mezclas de remedios clementes con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de adi¬vinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en la vigilia, y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros del camino. Determiné exactamen¬te el vuelo de las aves rapaces, los que son naturalmente fa-vorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los odios y amores mutuos, sus compañías; la lisura de las entrañas y qué color necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del lóbulo del hígado. Haciendo que¬mar los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo, enca¬miné a los mortales a un arte difícil de entender y revelé los signos de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a los hombres debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que quiera hablar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para los mortales proceden de Prometeo.
CORIFEO. No ayudes a los mortales más allá de lo necesario y descuides tu propia desgracia. Yo tengo buena esperanza de que un día, liberado de estas cadenas, no tendrás un poder inferior a Zeus.
PROMETEO. No tiene decretado todavía que esto se cumpla, la Moira que todo lo lleva a término; cuando estaré encorvado por mil dolores y desgracias, entonces escaparé de estas cade¬nas. El arte es con mucho más débil que la Necesidad.
CORIFEO. ¿Y quién es el timonero de la Necesidad?
PROMETEO. Las Moiras de tres formas y las memoriosas Erinis.
CORIFEO. ¿Zeus, pues, es más débil que ellas?
PROMETEO. No puede, por lo menos, escapar a su destino.
CORIFEO. ¿Y cuál es el destino de Zeus sino reinar por siempre?
PROMETEO. Sobre esto no preguntes más, no insistas.
CORIFEO. Es, sin duda, un augusto secreto lo que ocultas.
PROMETEO. Hablad de otra cosa; no es el momento de revelar este secreto, sino de esconderlo lo más posible; pues guar¬dándolo oculto, escaparé de estas cadenas humillantes y de estos sufrimientos.
CORO. Que nunca el que todo lo gobierna, que nunca Zeus coloque enfrente de mi voluntad su fuerza, que jamás me tarde en acercarme a los dioses con sagrados festines de hecatombes junto al curso inagotable del Padre Océano, ni los ofenda con mis palabras. Antes permanezca firme en mí este propósito y no se borre jamás.
Es dulce pasar una larga vida en confiadas esperanzas ali¬mentando el corazón de deleites radiosos. Pero me estremezco cuando te veo desgarrado por tantos sufrimientos. Pues sin temer a Zeus, por propio criterio honras en exceso a los mortales, Prometeo.
Vamos, amigo, dime, ¿qué favor te aporta tu favor? ¿Dónde está la defensa, la ayuda de los efímeros? ¿No has visto la im¬potencia reducida, igual al sueño, que encadena la ciega raza humana? Nunca la voluntad de los mortales conculcará el orden establecido por Zeus.
Esto he aprendido observando tu funesto destino, Prometeo. Y un canto bien diferente ha volado hacia mí, el canto de hi¬meneo que un día en torno a tu baño y a tu lecho de bodas entoné, cuando, persuadida por tus presentes, llevaste a nuestra hermana Hesíone a compartir contigo el lecho como esposa.
(Entra lo teniendo en su frente dos cuernos de vaca. Tras sus primeras palabras se siente de nuevo sacudida por el aguijón del tábano.)
IO. ¿Qué tierra es ésta? ¿Qué raza? ¿A quién diré que miro atormentada con pétrea brida? ¿Qué falta expiras tú en esta agonía? Dime a qué parte de la tierra he llegado, mísera, en mi extravío.
¡Ay, ay! ¡Ah, ah! Vuelve nuevamente a picarme, desgraciada, un tábano, fantasma de Argos, hijo de la Tierra. Apártalo, Tierra, porque tiemblo al ver al boyero de mil ojos. Camina con su pérfida mirada. Ni muerto la tierra lo oculta, sino que saliendo de las sombras a mí, infortunada, me da caza y me hace errar, afamada, por los arenales de la playa.
Detrás de mí, la sonora caña encerada deja oír la canción que duerme. ¡Ay, ay, dioses! ¿A qué lejanas tierras me llevan estas carreras errantes? ¿En qué falta, hijo de Crono, en qué falta me has sorprendido para haberme uncido en estos tormentos, ¡ay, ay!, y extenuar así a una desgraciada alocada por el temor del tábano que la persigue? Abrásame en el fuego, escóndeme bajo tierra, dame por alimento a los monstruos marinos. No re¬chaces mis ruegos, Señor. Mis carreras infinitas me han so¬bradamente ejercitado, ni puedo saber cómo escapar a los padecimientos. ¿Oyes la voz de la cornígera doncella?
PROMETEO. ¿Cómo no oír a la muchacha hostigada por el tába¬no, a la hija de Inaco, que abrasa de amor el corazón de Zeus y ahora, odiada de Hera, se ejercita por fuerza en esas infini¬tas carreras?
IO. ¿De dónde viene que has pronunciado el nombre de mi padre? Responde a la infortunada: ¿quién eres tú, miserable, que a esta desgraciada saludas en términos tan verídicos y nombraste el mal de divina procedencia que me consume al morderme con aguijones vagabundos?
Empujada con violencia por el hambriento ultraje de mis saltos, he llegado víctima del airado designio de Hera. ¿Cuál de los desgraciados sufre, ¡ay, ay!, como yo? Pero dime con claridad lo que voy a padecer. ¿Qué expediente, qué remedio hay de mi mal? Enseñamelo, si lo sabes. Habla, da a conocer esto a la pobre virgen errante.
PROMETEO. Te diré claramente todo lo que quieras saber, no entretejiendo enigmas, sino en lenguaje simple, como es jus¬to abrir la boca a amigos. Estás viendo al dador del fuego a los mortales. Prometeo.
IO. Oh tú que te mostraste tan beneficioso a la comunidad de los mortales, paciente Prometeo, ¿por qué razón sufres esto?
PROMETEO. Acabo justamente de quejarme por mis trabajos.
IO. Entonces, ¿no vas a otorgarme ese favor?
PROMETEO. Di qué pides: de mí puedes saberlo todo.
IO. Indica quién te ató en esa roca escarpada.
PROMETED. La decisión de Zeus, pero la mano de Hefesto.
IO. ¿Y de qué faltas pagas tú la pena?
PROMETED. Basta que te haya manifestado sólo esto.
IO. Muéstrame, además, el fin de mi viaje y cuál será este día para mí, la desdichada.
PROMETEO. No conocerlo es mejor para ti que conocerlo. lo. No me escondas lo que he de padecer. PROMETEO. No te rehúso ese favor.
IO. Entonces, ¿por qué tardas en proclamarlo todo?
PROMETED. No hay malquerencia, pero dudo en turbar tu alma.
IO. No te preocupes más por mí, pues me es dulce.
PROMETEO. Ya que lo deseas, debo hablar; escucha, pues.
CORIFEO. No, todavía no; dame también a mí una parte de sa¬tisfacción. Sepamos primero la enfermedad de ésta, que nos diga ella misma sus funestos infortunios. De ti aprenda des¬pués los restantes trabajos.
PROMETED. Trabajo tuyo es, lo, de complacerles con esta dádiva, máxime cuando son hermanas de tu padre; pues llorar y la¬mentar las desgracias cuando se ha de obtener una lágrima de los que escucha, merece el esfuerzo realizado.
IO. No sé cómo podría negarme a vosotras: en términos claros sabréis todo lo que pedís; sin embargo, me da vergüenza contaros cómo la tempestad suscitada por un dios y causa de mis metamorfosis se ha abatido sobre mí, mísera.
Sin cesar visiones nocturnas visitaban mi alcoba virginal y me exhortaban con dulces palabras: «Oh muy feliz muchacha, ¿por qué permanecer tan largo tiempo virgen, cuando puedes alcanzar la boda más excelsa? Porque Zeus está inflamado por ti con el dardo del deseo y anhela compartir contigo los pla¬ceres de Cipris. Tú, niña, no rechaces el lecho de Zeus; mar¬cha hacia la pradera ubérrima de Lerna, a los rediles y boyeras de tu padre, para que el ojo de Zeus cese en su deseo.» Tales eran los sueños que todas las noches me sobresaltaban, míse¬ra, hasta que osé revelar a mi padre los sueños nocturnos. Entonces a Pito y a Dodona despachó frecuentes mensajeros para saber qué debía emprender o decir que fuera agradable a los dioses. Pero ellos regresaban refiriendo unos oráculos equívocos, oscuros, difíciles de interpretar. Por último, una respuesta nítida llegó a Inaco, que claramente le recomendaba y anunciaba que me arrojara de la casa y de la patria, para errar en libertad hasta los últimos confines de la tierra, si no quería que viniera el rayo inflamado de Zeus que destruiría todo su linaje. Obediente a estos oráculos de Loxias, mi padre me desterró y cerró su casa, a pesar suyo y mío: pero el freno de Zeus le obligaba a obrar así con violencia. Al punto mi forma y mi espíritu se alteraron y cornuda, como veis, y mordida por el tábano de acerado aguijón, me precipito, de un salto be¬néfico, hacia la corriente salutífera de Cernea y a la fuente de Lerna. Un boyero, hijo de la Tierra, de intemperados humos, me seguía con sus innumerables ojos fijos en mis pasos. Un destino imprevisto le privó de repente el vivir, y yo, desgarrada por el tábano, corro de país en país bajo el látigo divino. Ya sabes lo sucedido; y si puedes decirme qué penas me faltan, dímelo; no intentes, por compasión, tranquilizarme con re¬latos falsos; pues digo que no hay enfermedad más vergonzosa que las palabras compuestas.
CORO. Deja, deja, calla. ¡Ay! Nunca, nunca pensé que unas pala¬bras tan extrañas llegaran a mis oídos, que unos sufrimientos, unas miserias, unos espantos, tan penosos de ver, tan penosos de sufrir, helaran mi alma con aguijón de doble filo. ¡Ay, destino, destino, me estremezco al contemplar la suerte de lo!
PROMETEO. Demasiado pronto gimes y llena estás de temor; aguarda hasta que sepas el resto.
CORIFEO. Habla, explícate: es dulce a los enfermos conocer exactamente de antemano el dolor que les falta.
PROMETEO. La anterior petición la lograsteis fácilmente gracias a mí; deseabais primero saber por ella misma el relato de su desgracia; ahora oír lo que queda, qué sufrimientos ha de padecer esta joven por orden de Hera. Y tú, semilla de Inaco, guarda mis palabras en tu corazón, si quieres conocer el final de tu camino.
Primero, partiendo de aquí, vuélvete hacia el sol saliente y dirígete hacia los campos sin arar. Llegarás a los escitas nómadas que habitan chozas de mimbre trenzado sobre carros de her¬mosas ruedas y que llevan colgados arcos de largo alcance. No te aproximes a ellos, sino que, poniendo el pie en los acantilados en donde resuena el mar, atraviesa el país. A mano izquierda viven los que trabajan el hierro, los cálibes: guárdate de ellos, pues son feroces, inaccesibles a los extranjeros. Llegarás al río Hibristes, de nombre verídico; no lo atravieses, no es fácil de cruzar antes que alcances el mismo Cáucaso, el más alto de los montes, donde este río impetuoso brota de sus sienes. Debes pasar por encima de sus cumbres vecinas de los astros, para tomar el ca¬mino que lleva al mediodía, en donde hallarás a la hueste de las amazonas enemigas de los hombres, que un día fundarán Temiscira en torno al Termodonte, allí donde está Salmideso, mandíbula áspera del Ponto, huésped cruel a los marinos, ma-drastra de las naves; ellas te guiarán muy gustosamente. Enton¬ces llegarás junto a las mismas puertas estrechas del lago, al ; istmo de Cimería, el cual con corazón intrépido debes dejarlo y atravesar el estrecho Meótico. Entre los mortales siempre vivirá el glorioso relato de tu paso y Bósforo recibirá de sobrenombre. Dejando el suelo de Europa, llegarás al continente asiático. ¿No os parece que el tirano de los dioses es en todo igualmente violento? Deseando, dios como es, unirse a esta mortal lanzó contra ella este destino errante. ¡Amargo pretendiente de tu boda has encontrado, doncella! Pues el relato que acabas de oír, piensa que todavía no es ni siquiera el preludio.
IO. ¡Ay, ay de mí! ¡Ah, ah!
PROMETEO. De nuevo gritas y suspiras; ¿qué harás, pues, cuando sepas los sufrimientos que te restan?
CORIFEO. ¿Tienes todavía otros sufrimientos para decirle? PROMETEO. Sí, un mar tempestuoso de fatal calamidad.
IO. ¿Qué gano, entonces, con vivir? ¿Por qué no al instante me arrojo de esta roca escarpada, para que, aplastándome en el suelo, me libere de todos estos males? Mejor es morir de una vez que sufrir miserablemente todos los días.
PROMETEO. Difícilmente, entonces, podrías soportar mis prue¬bas. Yo no tengo destinado morir, pues la muerte sería una liberación de mis dolores. Pero ahora no hay término fijado a mis trabajos, hasta que Zeus caiga de su trono.
IO. ¿Es posible que un día caiga Zeus de su poder?
PROMETEO. Tú te alegrarías, creo, de ver este suceso.
IO. ¿Y cómo no, si es por Zeus que sufro tan desgraciadamente?
PROMETEO. Que esto será así, puedes estar segura.
IO. ¿Quién lo despojará de su cetro tiránico?
PROMETEO. Él mismo y sus insensatos planes. lo. ¿De qué manera? Dímelo, si no hay daño en ello.
PROMETEO. Contraerá una boda de la que un día se arrepentirá.
IO. ¿Con una diosa o con una mortal? Dímelo, si se puede.
PROMETEO. ¿Por qué con quién? No está permitido decirlo.
IO. ¿Acaso será derribado de su trono por su esposa?
PROMETEO. Ella tendrá un hijo más fuerte que su padre.
IO. ¿Y no tiene ningún medio de apartar este infortunio?
PROMETEO. No ciertamente, salvo yo desatado de estas cadenas.
IO. ¿Y quién te desatará sin el permiso de Zeus?
PROMETEO. Debe ser uno de tus descendientes.
IO. ¿Cómo dijiste? ¿Un hijo mío te librará de estos males?
PROMETEO. Sí, el tercer linaje después de diez generaciones más.
IO. No es fácil de comprender esta profecía.
PROMETEO. Tampoco busques conocer a fondo tus padecimien¬tos.
IO. No me ofrezcas un bien para después quitármelo.
PROMETEO. De dos presentes, te concederé uno.
IO. ¿Cuáles? Muéstramelos y dame a elegir.
PROMETEO. Te lo concedo, elige: o te diré claramente tus males o el que me liberará.
CORIFEO. De estas dádivas concede una a ésta y otra a mí, y no desprecies mis palabras. A ella cuenta lo que le falta por correr y a mí tu libertador. Pues esto es lo que deseo.
PROMETEO. Puesto que éste es vuestro deseo, no me negaré a narrar todo cuanto deseáis. A ti, primero, lo, revelaré tu agi¬tada carrera; grábala en las fieles tablillas de tu memoria.
Cuando hayas atravesado la corriente, frontera de los dos con¬tinentes, sigue adelante hacia los encendidos levantes pisados por el sol, cruzando el mugiente mar, hasta que alcances la llanura gorgónea de Cístenes, donde viven las Fórcides, tres viejas doncellas de figura de cisne, que tienen un ojo común, un solo diente, y a las que nunca mira el sol con sus rayos ni la nocturna luna. Cerca de ellas se hallan tres hermanas aladas con cabellera de serpientes, las Gorgonas, aborrecidas de los hombres, a las que ningún mortal puede ver sin expirar. Tal es la advertencia que te hago. Pero escucha otro peligroso es¬pectáculo: guárdate de los perros mudos de Zeus, de dientes afilados, los grifos y del ejército Arimaspo, gente de un solo ojo, montada a caballo, que vive junto a las aguas del aurífe¬ro río Plutón: tú no te acerques a ellos. Entonces llegarás a una tierra lejana, un pueblo de tez oscura, establecido junto a las fuentes del sol, donde está el río Etíope. Baja por las riberas de éste hasta que llegues a la catarata, en donde de los montes Biblinos Nilo vierte sus aguas augustas y saludables. Éste te conducirá hasta el país triangular nilótico, donde el destino os reserva, lo, a ti y a tus hijos, fundar una gran colonia. Sí algo de esto es confuso y difícil de comprender, pregunta de nuevo y entérate con precisión. Dispongo de más tiempo del que quiero.
CORIFEO. Si tienes algo nuevo u olvidado que contar de su fati¬gosa carrera, dilo; pero si lo has dicho todo, concédenos ahora el favor que pedimos. Lo recuerdas, sin duda.
PROMETEO. Ésta ha oído enteramente el final de su viaje. Pero, porque sepa que no vanamente me escucha, le diré qué tra¬bajos bajos ha sufrido antes de venir aquí, dándole con ello la prueba de mi relato. Con todo omitiré la mayor parte de las fatigas e iré al término mismo de tus viajes.
En cuanto llegaste a las llanuras de los morosos y al escar¬pado dorso de Dodona, donde está el profético asiento de Zeus Tesproto con el prodigio increíble de las encinas que hablan, las cuales te saludaron claramente y sin enigmas como la que había de ser la ilustre esposa de Zeus -¿te halaga algo de esto?-, te lanzaste, punzada por tábano, por el camino de la costa hasta el gran golfo de Real, de donde la tormenta vuelve a traer aquí tus cursos errantes. Pero con el tiempo este golfo marino, sábelo bien, será llamado Jonio, recuerdo para todos los mortales de tu paso. Ésta es la prueba de que mi mente ve más de lo que es manifiesto.
Lo demás os lo relataré a la vez a vosotras y a ésta, volviendo sobre la huella de mi anterior relato. Hay una ciudad, Cánobo, en el extremo del país, junto a la misma boca y alfaque del Nilo; allí Zeus, imponiéndote su mano serena, al simple contacto, te vuelve el juicio; y darás a luz un hijo, cuyo nombre recordará que hizo nacer Zeus, el negro Épafo, que recogerá el fruto de todo el país que riega el Nilo de ancha corriente. La quinta generación después de él, formada por cincuenta doncellas, volverá de nuevo a Argos no de buen grado, huyendo de unas bodas consanguíneas con sus primos; éstos, en el frenesí de su deseo, halcones que van a la caza de palomas, vendrán también dando caza a unas bodas prohibi¬das. Mas un dios les negará lo que desean, y el país pelasgo los recibirá, vencidos por los golpes de un Ares femenino con una audacia que vela en la noche; pues cada esposa quitará la vida a su esposo tiñendo en el degüello una espada de doble filo. ¡Tal venga Cipris a mis enemigos! A una sola de las muchachas el encanto del amor no le deja dar muerte al compañero de lecho, sino que será ablandada en su resolución; de dos cosas preferirá una, ser llamada cobarde antes que asesina. Y ésta, en Argos; dará a luz a un real linaje. Sería necesario un largo discurso para exponerlo claramente; sabed, al menos, que de esta siembra nacerá el hombre valiente, famoso por su arco, que me librará de estos tormentos. Tal es el oráculo que me contó mi madre, la titánide Temis, de antiguo nacida. Mas, cómo y de qué manera, se necesita mucho tiempo para de¬cirlo, y tú no ganarías nada con saberlo.
IO. ¡Ah, ah! Una convulsión, un delirio que turba mi mente, vuelven a abrasarme; el dardo sin forjar del tábano me hiere; mi corazón horrorizado palpita en mi pecho; mis ojos giran en sus órbitas. Arrastrada fuera del camino por un viento furioso de locura no gobierno mi lengua, y confusos pensamientos chocan al azar contra las olas de odiosa Ate.
(Io sale apresuradamente.)
CORO. Sabio, sí, sabio era el primero que concibió en su espíri¬tu y formuló con la lengua que casarse según su rango es con mucho lo mejor, y cuando se es artesano no ambicionar unas bodas con gente enervada por las riquezas o envanecida por el linaje.
¡Ojalá que nunca, nunca, oh Moiras inmortales, me veáis aproximarme como esposa al lecho de Zeus, ni conseguir por marido a alguien de los dioses! Pues me estremezco al ver la doncella lo, hostil al varón, consumirse, gracias a Hera, en la fatigosa carrera de sufrimientos.
A mí, una boda con un igual, no me asusta. Lo que temo es que el amor de dioses poderosos me mire con su ojo inevita¬ble. Pues es una guerra contra la cual no es posible la guerra, sin más esperanza que la desesperanza, y no sé qué sería de mí. Porque no veo cómo podría escapar a la voluntad de Zeus.
PROMETEO. En verdad, todavía Zeus, por altivo que sea de corazón, será humilde, según la boda que se dispone a con¬traer, que lo arrojará aniquilado de su tiranía y de su trono. Entonces se cumplirá del todo la maldición de su padre Crono, que pronunció al caer de su antiguo trono. De estos trabajos, ningún dios, salvo yo, podría mostrarle claramente la solución. Yo lo sé y de qué forma. Después de esto, que esté sentado, animoso y confiado en los ruidos con que llena los aires, blandiendo en sus manos un dardo flamígero. Nada de esto le bastará para no caer ignominiosamente con una caída intolerable: tal es el adversario que se está preparando contra sí mismo, prodigio invencible, que encontrará una llama más poderosa que el rayo y un ruido más ensordecedor que el trueno; y dispersará el azote marino que sacude la tierra, el tridente, lanza de Posidón. Cuando choque con este mal, aprenderá qué diferencia hay entre mandar y ser esclavo.
CORIFEO. Tú rechazas, según tus deseos, a Zeus.
PROMETEO. Digo lo que se cumplirá y además lo que deseo.
CORIFEO. ¿Hay que esperar a que alguien mande sobre Zeus?
PROMETEO. Y tendrá que soportar fatigas más pesadas que las mías.
CORIFEO. ¿Cómo no tienes miedo de lanzar palabras como éstas?
PROMETEO. ¿Y qué puede temer aquel que está decretado que no muera?
CORIFEO. Puede enviarte una prueba más dolorosa que ésta.
PROMETEO. Que lo haga: todo lo espero.
CORIFEO. Sabios son los que se inclinan ante Adrastea.
PROMETEO. Adora, implora, adula al poderoso del momento; a mí me importa Zeus menos que nada. Que haga, que mande como quiera durante este corto período; pues no reinará mucho tiempo sobre los dioses.
Pero veo a ese correo de Zeus, al servidor del nuevo tirano; se¬guramente viene a comunicar algo nuevo.
(Llega Hermes conduciendo por sus sandalias aladas.)
HERMES. A ti, el diestro, sumamente mordaz, que ofendiste a los dioses, pasando a los efímeros sus privilegios, ladrón del fue¬go, a ti te lo digo: el padre te manda decir qué bodas son ésas de que tanto alardeas por las cuales él caerá de su trono. Y esta vez explícate sin enigmas y cada cosa por separado. No me obligues, Prometeo, a un doble viaje, porque ya ves que Zeus no se ablanda con tus procedimientos.
PROMETEO. He aquí un discurso solemne y lleno de arrogancia, como de un criado de los dioses. Sois jóvenes y ejercéis un poder joven, y creéis que habitáis una fortaleza inaccesible a los dolores. Pero ¿no he visto ya a dos soberanos caídos de estas alturas? Y al tercero, al que ahora señorea, lo veré con más ignominia y rapidez. ¿Acaso te parezco tener miedo y agaza¬parme delante de los dioses jóvenes? Mucho, más bien todo, me falta para ello. Y tú regresa de nuevo por el camino que seguiste, pues no sabrás nada de lo que intentas averiguar de mí.
HERMES. Sin embargo, con estas arrogancias de antaño has ve¬nido a anclar en estos males.
PROMETEO. No cambiaría, sábelo bien, mi desgracia por tu ser¬vil condición. Es mejor, creo, estar esclavizado a esta roca que ser el fiel mensajero del padre Zeus. Es así que a los ultrajes hay que corresponder con ultrajes.
HERMES. Pareces envanecerse de tu actual situación.
PROMETEO. ¿Yo envanecerme? Así viera yo envanecidos a mis enemigos. Y a ti te cuento entre ellos.
HERMES. ¿También a mí me acusas, de tus desgracias? PROMETEO. En una palabra, odio a todos los dioses que ha¬
biendo recibido beneficios de mí me tratan inicuamente.
HERMES. Comprendo que deliras de una gran enfermedad ma¬ligna.
PROMETEO. Estoy enfermizo si enfermedad es odiar a los ene¬migos.
HERMES. Serías insoportable si estuvieras bien.
PROMETEO. ¡Ay de mí!
HERMES. Zeus no conoce esta palabra.
PROMETEO. El tiempo, al envejecer, todo lo enseña.
HERMES. Tú, sin embargo, todavía no sabes ser sensato.
PROMETEO. Ciertamente, no habría hablado a un criado como tú.
HERMES. Parece que no quieres decir nada de lo que desea el padre.
PROMETEO. Estando en deuda con él, debería devolverle el favor.
HERMES. Te burlas de mí como si fuera un niño.
PROMETEO. ¿No eres un niño y algo más simple todavía, si es¬peras saber alguna noticia de mí? No hay ultraje ni artificio con cuales me impele Zeus a declarar esto antes de que desate estas cadenas infamantes. Según ello, que lance la llama de¬voradora, que con la nieve de blanca ala y con truenos subte¬rráneos confunda y agite todo el universo; nada de ello me doblegará hasta revelarle por quién ha de caer de su tiranía.
HERMES. Mira si esta actitud te resulta útil.
PROMETEO. Hace tiempo que todo está visto y decidido.
HERMES. Decídete, insensato, decídete a razonar bien ante estos sufrimientos.
PROMETEO. En vano me importunas, como si exhortaras a una ola. No imagines que un día, asustado por el decreto de Zeus, llegue a ser de alma mujeril y suplique al gran odiado, levan¬tando hacia él mis palmas a guisa de mujer, para que me libere de estas trabas.
HERMES. Me parece que, si hablo, voy a hablar mucho y en vano, pues en nada te conmueves ni ablandas con ruegos; sino que mordiendo el bocado como un potro recién domado, te re¬belas y luchas contra las riendas. Sin embargo, tu violencia se funda en un débil razonamiento: pues la obstinación, para el que razona mal, nada puede por sí misma. Considera, si no te convencen mis palabras, qué tempestad, qué triple ola de desgracias te caerá inexorablemente encima. Primero, ese es¬carpado pico, con el trueno y la llama del relámpago, el padre lo hará pedazos y esconderá tu cuerpo que quedará aprisio¬nado en los brazos encorvados de la piedra. Cuando haya transcurrido una larga duración de tiempo, regresará nueva¬mente a la luz; pero entonces el perro alado de Zeus, el águi¬la sangrienta, desgarrará vorazmente un gran jirón de tu cuerpo, un comensal que, sin ser invitado, vendrá todo el día a regalarse con el negro manjar de tu hígado. No esperes un término de este suplicio hasta que aparezca un dios dispuesto a sucederte en los trabajos y se ofrezca a descender al tenebroso Hades y a las oscuras profundidades del Tártaro. Ante esto, t reflexiona; pues no se trata de una jactancia fingida, sino de una palabra muy bien pronunciada. Porque la boca de Zeus no sabe mentir, sino que cumple todo lo que dice. Tú mira bien y medita y no creas jamás que la insolencia sea mejor que el prudente consejo.
CORIFEO. Para nosotras, Hermes no parece hablar desatinada¬mente: porque te invita a dejar la arrogancia y a buscar la sabia discreción. Escucha: para un sabio es vergonzoso persistir en el error.
PROMETEO. Conocía yo el mensaje que ése ha vociferado; pero que un enemigo sea maltratado por enemigos, no es deshon¬roso. Así pues, que lance contra mí el rizo de fuego de doble filo, que el éter sea agitado por el trueno y la furia de vientos salvajes; que su soplo sacuda la tierra y la arranque de sus fundamentos con sus raíces; que la ola del mar con áspero bramido confunda las rutas de los astros celestes; que precipite mi cuerpo al negro Tártaro en los implacables torbellinos de la Necesidad. Sin embargo, él nunca me hará morir.
HERMES. Tales son los pensamientos y las palabras que es posible oír de seres sin juicio. ¿Qué falta a su suplicio para ser un de¬lirio? ¿Se relaja en sus furores? Pero en todo caso, vosotras que compartís sus sufrimientos, retiraos aceleradamente estos lu¬gares, no sea que el mugido implacable del trueno aturda vuestros sentidos.
CORIFEO. Háblame de otras maneras y exhórtame en términos que me convenzan, pues de ninguna manera se puede tolerar la palabra que acabas de soltar. ¿Cómo puedes obligarme a practicar villanías? Con éste quiero sufrir lo que sea preciso, pues he aprendido a odiar a los traidores, y no hay peste que aborrezca más que ésta.
HERMES. Bien, pues, no olvidéis lo que ahora os prevengo, y cuando seáis botín de la calamidad no reprochéis a la fortuna y nunca digáis que Zeus os lanzó a un padecimiento impre¬visible, sino, en verdad, vosotras a vosotras mismas. Porque sabiéndolo y sin sorpresas ni engaño os encontraréis por vuestra locura prendidas en la red inextricable de Ate.
(Hermes se retira. El huracán empieza a desencadenarse y la tierra a temblar.)
PROMETEO. Ahora no se trata ya de palabras sino de hechos: la tierra tiembla, al tiempo que en sus zigzagueantes profundi¬dades muge el eco del trueno; relámpagos fulguran encendi¬dos; torbellinos agitan tolvaneras; soplos de todos los vientos saltan unos contra otros, anunciando una lucha de hostil aliento; se mezclan confundidos el cielo con el mar. Tal es el ímpetu de Zeus que, intentando asustarme, avanza claramente contra mí. ¡Oh majestad de mi madre, oh Éter que haces girar la luz común a todos! ¡Ya veis de qué manera tan injusta!
(Las rocas, con Prometeo y las Océanides, se sumergen estrepi¬tosamente entre rayos y truenos.)