12/9/14

MEDEA. De EURÍPIDES .








EURÍPIDES


MEDEA


PERSONAJES POR ORDEN DE APARICIÓN



NODRIZA de los hijos de Medea. 

PEDAGOGO de los mismos. 

MEDEA, esposa de Jasón. 

CREONTE, rey de Corinto. 

JASÓN, esposo de Medea.

EGEO, rey de Atenas. 

MENSAJERO.


CORO DE MUJERES CORINTIAS.


PERSONAJES MUDOS: 

HIJOS DE MEDEA. 

SOLDADOS DE CREONTE. 

SIRVIENTE DE MEDEA. 

SERVIDORES DE JASÓN.


La escena representa la fachada de la casa de

Medea en Corinto; de ella sale la anciana nodriza

de los hijos de Medea que recita el prólogo.


NODRIZA

¡Ojalá la nave Argo jamás volado hubiera

allende las Simplégades hacia la tierra colca! 

Caer los pinos nunca debieron en los valles 

del Pelión para armar con el remo los brazos

de los nobles varones que para Pelias fueron 5

tras el áureo vellón. Y así mi ama, Medea, 

hacia las tierras yolcias no habría navegado 

con su corazón loco de amor hacia Jasón 

ni, tras de persuadir a las hijas de Pelias

por que al padre mataran, se habría 

[establecido 10


con su esposo y sus hijos en Corinto, bien vista

por sus conciudadanos que asilo le otorgaran

y coincidiendo en todo con Jasón; lo cual es

la mayor garantía que en unas nupcias cabe,

que marido y mujer no discrepen en nada. 15

Pero ahora desunión es todo y sufrimiento

de aquellos a los que amo, pues Jasón a sus hijos

y a mi dueña abandona por una boda real

con la hija de Creonte, tirano de esta tierra;

y la infeliz Medea, de tal modo ultrajada, 20

gritando el juramento recuerda y el contacto

de manos, prenda máxima, y a los dioses invoca

para que el trato vean que de Jasón recibe.

Y yace sin comer, al dolor entregando

su cuerpo y consumiéndose con lágrimas 

[constantes 25

desde que conoció la afrenta de su esposo, 

sin levantar los ojos ni separar del suelo 

su mirada ni oír la voz de sus amigos 

más de lo que lo hicieran rocas u olas marinas. 

Tan sólo alguna vez vuelve su tierno cuello 30

para gemir a solas por su padre querido, 

su país y su casa, que traicionó al marchar

con el hombre que ahora tal ofensa le infiere.

Y en su infortunio aprende la mísera qué bueno

es el no partir nunca de la paterna tierra. 35

Y aborrece a sus hijos y en verlos no se goza; 

temo incluso que algún raro proyecto trame. 

Pues duro es su carácter y soportar no puede 

que nadie la maltrate. La conozco y la temo: 39

es terrible y quienquiera que en su enemistad 

[incurra 44 

no resultará fácil que la victoria obtenga. 45


Entran por un lateral los dos niños hijos 

de Medea seguidos de su pedagogo.


Mas aquí están sus niños que se acercan dejando

de correr y que nada saben de los reveses 

de su madre: no suelen sufrir las almas jóvenes.


PEDAGOGO

Anciana posesión de la casa de mi ama, 

¿por qué tan sola estás al lado de la puerta 50

a tí misma entonándote la queja de tu mal? 

¿Cómo a quedar sin ti Medea se resigna?


NODRIZA

¡Oh, viejo que a los niños de Jasón acompañas! 

Para los buenos siervos son desdichado lance 

las cuitas de los dueños, que su ánimo

[ entristecen. 55

Y así tan grande es ya mi dolor, que me vino 

deseo de salir donde pueda las penas 

de mi señora al cielo y a la tierra contar.


PEDAGOGO

¿Pero no ha terminado la pobre con sus lloros?


NODRIZA

Te envidio; el mal comienza, ni en la mitad está aún. 60


PEDAGOGO

¡Oh, necia, si llamar tal cosa a un ama es lícito!

Pues nada todavía sabe del nuevo golpe.


NODRIZA

¿Qué es ello, anciano? No te niegues a explicármelo


PEDAGOGO

Nada, y aun me arrepiento de eso que me has oído.


NODRIZA

¡Cuéntalo, por favor, a quien contigo sirve! 65

Callaré, si es preciso, sobre lo que me digas.


PEDAGOGO

Acerquéme al chaquete, donde suelen sentarse

los viejos, junto al agua sagrada de Pirene,

y allí, disimulando mi atención, oí a un hombre

comentar que a expulsar con su madre a estos 

[niños 70

de la tierra corintia va Creonte, el tirano.

Ignoro si verídica será acaso esta historia,

pero yo bien querría que resultase falsa.


NODRIZA

¿Y Jasón dejará que ello ocurra a sus hijos

por muchas diferencias que tenga con su madre? 75


PEDAGOGO

Las antiguas alianzas ceden ante las nuevas;

ya amistad no hay en él para con esta casa.


NODRIZA

Pues perdidos estamos si nos toca afrontar

otro mal sobre aquel que nos inunda aún.


PEDAGOGO

Mas tú, pues ocasión no es de que la señora 80

lo sepa, estáte quieta sin contar la noticia,


NODRIZA

¿Oís, hijos, cómo os trata vuestro padre? No digo

que ojalá se muriera, porque es mi dueño, pero

la verdad es que resulta ser duro con los suyos.


PEDAGOGO

¿Y quién no entre los hombres? ¿Te enteras [ahora, al ver 85 

que un lecho a éstos les priva del amor de su padre, 86 

de que nadie hay que quiera más a otros que a sí mismo? 88


NODRIZA

Entrad, hijos, en casa; todo va a salir bien.

Y tú manténlos todo lo escondidos que puedas 90

y aparte de su madre mientras esté excitada.

Pues la he visto mirarles con el aire feroz

de querer hacer algo; no cesará su cólera,

cierta estoy, sin algún ataque; pues bien, sea

enemigo y no amigo quien vaya a soportarlo. 95


MEDEA

Desde el interior de la casa.

¡Ay! 

¡Desgraciada de mí, qué infeliz, qué dolor! 

¡Ay, ay, ay! ¡Ay de mí! ¿Cómo puedo morir?


NODRIZA

Ahí tenéis, hijos míos, revuelta está ya 

vuestra madre, pues su alma el dolor trastornó. 

Cuanto antes a casa corred y allí entrad, 100

no os pongáis cerca de ella, que no os pueda ver, 

no acercaos y mucho cuidado tened 

con el fiero talante y atroz natural 

de su mente cruel. 

¡Vamos, pues, en seguida aquí dentro pasad! 105


El pedagogo entra con los niños 

en el interior de la casa.


Se ve bien que esa nube que empieza a surgir, 

de lamentos cargada, muy pronto va a arder 

estallando en más fuerte pasión. ¿Qué irá a hacer 

esa alma que el mal ha mordido y en que hay 

un orgullo muy grande y tenaz? 110


MEDEA

Desde el interior.


¡Ay, ay! 

¡Sufro, mísera, sufro, tormentos sin fin! 

¡Malditos muráis, pues nacisteis de mí, 

una madre funesta, y perezca también 

vuestro padre y la casa con él!



NODRIZA

¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay, desdichada de mí! 115

¿Qué culpa hay en los hijos, qué tienen que ver 

con las faltas del padre? ¿Les odias? ¿Por qué? 

Temo, niños, y siento que vais a penar; 

es terrible el antojo del rey, que el servir 

no conoce, más sólo el constante imperar; 120

y duros resultan sus cambios de humor. 

Avezarse a vivir siempre igual es mejor; 

por lo menos a mí tóqueme envejecer 

sin grandeza y estando en seguro lugar. 

Ya las cosas medianas con sólo decir 125

su nombre resultan deseables, mas son 

preferibles en su uso al exceso, que no 

se muestra oportuno jamás al mortal: 

más desastres si atacan las iras de un dios 

a una casa, tal es lo que da. 130


Entra el coro, formado por quince mujeres de Corinto.


CORO

Me llegó la palabra, los gritos oí 

de la Cólquide triste, que no recobró 

aún la calma. Habla, anciana, habla, pues. 

Yo, estando a mi puerta, su voz escuché, que 

[venía 135

desde aquí, y no me causa placer el dolor de 

[esta casa 

que tan querida para mí resulta.


NODRIZA

Ya no existe el palacio, que todo cayó. 

Por el lecho real poseído él está 

y mí dueña en la alcoba marchítase y no 

deja que su ánimo entibie ningún 

consuelo que amigos le den.


MEDEA

Todavía desde el interior de la casa.


¡Ay, ay! 

¡Mi cabeza atraviesa un celeste fulgor! 

¿Para qué quiero ya en adelante existir? 145

¡Ay de mí! ¡Que me lleguen mi muerte y mi fin 

y termine mi odioso vivir!


CORO

¿Escuchasteis, oh, Zeus, oh, la tierra y la luz,

en qué amargos lamentos prorrumpe el cantar 

de la esposa infeliz? 150

¿A qué viene, insensata, el ansiar 

ese horrífico lecho mortal? 

¿Quieres antes de tiempo morir? 

Eso no lo implores. 

Si tu esposo 155

nuevas bodas pretende, común 

cosa ello es. No te irrites así, 

que Zeus te vengará. No te consumas 

en demasía por tu marido.


MEDEA

Desde el interior.


¡Artemis santa, gran Temis? ¿No veis 160

cómo mi esposo se porta después

de que un gran juramento a los dos nos ligó?

¡Ojalá que a su novia con él pueda ver

destrozada, y lo mismo el palacio también

por la ofensa que juntos me hicieron los dos! 165

¡Padre mío, ciudad de que en tiempos partí

cuando en forma afrentosa a mi hermano maté!


NODRIZA

¿Escucháis cómo a Temis invoca y a Zeus

venerados los dos cual guardianes de aquel

juramento en que el hombre da fe? 170

No está cerca el momento en que vaya a amainar

mi dueña en su enorme furor.


CORO

¿Cómo podría acudir hasta aquí 

y dejar que la veamos y acaso escuchar 

cuanto osemos decir 175

por si así conseguirnos calmar 

de su mente el porfiado rencor? 

Que al menos mi buena intención 

no falte al amigo.

Anda, pues, y 180

prueba a hacerla de casa salir. 

Di que están los que la aman aquí. 

Corre antes de que dañe a los de dentro, 

pues grandes vuelos su aflicción cobra.


NODRIZA

Voy a hacerlo; aunque temo que no pueda yo

su razón convencer, 185

por servirte el trabajo me habré de tomar. 

Pues parece leona parida al mirar 

a sus siervas con torvo ademán cada vez 

que alguna se acerca con ganas de hablar. 

Razón tiene quien diga que bien torpe fue 190

e ignorante la prístina raza mortal, 

que encontró para cada festivo avatar, 

regocijo o convite, la alegre canción 

que la vida supiera endulzar con su son 

y, en cambio, el remedio no pudo inventar, 195 

las liras, los himnos, la voz musical, 

del humano infortunio, que muertes causar 

suele y trances que son destrucción del hogar. 

Eso sí que con cantos debiera sanar 

el hombre; en el pingüe, gozoso festín 200

¿qué falta hace que se alce la voz del cantor? 

Aporta el deleite la propia ocasión 

que al banquete le da plenitud.


CORO

Escucho

sus gemidos y lamentos, 

sus agudos clamores lastimeros, 205

contra el esposo que su lecho infama;

invoca, sintiéndose ofendida,

a Temis guardiana de los votos que la hizo,

hasta la Hélade opuesta, 210

surcar de noche la onda salada,

la llave del gran mar.


Medea sale a escena y se dirige al coro.


MEDEA

¡Oh, mujeres corintias! Salgo de casa por que 

reproches no me hagáis; pues, mientras sé que [muchos 215

hombres, tanto en privado como en el trato externo, 

orgullosos realmente se vuelven, a otros hace 

pasar por indolentes su tranquilo vivir. 

Que no son siempre justos los ojos de la gente

y hay quien, no conociendo bien la entraña del 

[prójimo, 220

le contempla con odio sin que haya habido ofensa.

Y, si debe el de fuera cumplir con la ciudad,

no alabo al ciudadano que amargo y altanero

con los demás se muestra por su falla de tacto.

Pero a mí este suceso que inesperado vino 225

me ha destrozado el ánimo; perdida estoy, no tengo

ya a la vida afición; quiero morir, amigas.

Porque mi esposo, el que era todo para mí, como

sabe él muy bien, resulta ser el peor de los hombres.

De todas las criaturas que tienen mente y alma 230

no hay especie más mísera que la de las mujeres.

Primero han de acopiar dinero con que compren

un marido que en amo se torne de sus cuerpos,

lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay.

Y en ello es capital el hecho de que sea 235

buena o mala la compra, porque honroso el divorcio

no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.

Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe

trocarse en adivina, pues nada de soltera

aprendió sobre cómo con su esposo portarse. 240

Si, tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no

protesta contra el yugo, vida envidiable es ésta;

pero, si tal no ocurre, morirse vale más.

El varón, si se aburre de estar con la familia,

en la calle al hastío de su humor pone fin; 245

nosotras nadie más a quien mirar tenemos. 247

Y dicen que vivimos en casa una existencia

segura mientras ellos con la lanza combaten,

mas sin razón: tres veces formar con el escudo 250

preferiría yo antes que parir una sola.

Pero el mismo lenguaje no me cuadra que a ti:

tienes esta ciudad, la casa de tus padres,

los goces de la vida, trato con los amigos,

y en cambio yo el ultraje padezco de mi esposo, 255

que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada,

sin patria, madre, hermanos, parientes en los cuales

pudiera echar el ancla frente a tal infortunio.

Mas, en fin, yo quisiera de ti obtener sólo esto,

que, si un medio o manera yo encuentro de vengar 260

el mal que mi marido me ha hecho, callada sepas 261

estar. Pues la mujer es medrosa y no puede 263

aprestarse a la lucha ni contemplar las armas,

pero, cuando la ofenden en lo que toca al lecho,

nada hay en todo el mundo más sanguinario que ella.


CORIFEO

Así lo haré, que tienes razón para vengarte,

Medea. No me extraña que tu caso deplores.


Viendo llegar a Creonte acompañado por unos

guardias.


Pero veo a Creonte, rey del país, que viene

como nuncio sin duda de decisiones nuevas. 270


CREONTE

¡Eh, tú, la que ceñuda con tu esposo te enojas,

Medea! Yo te ordeno que salgas desterrada 

de esta ciudad tomando contigo a tus dos hijos 

y que no te demores; pues yo soy responsable 275

del mandato y no pienso volver a casa sin 

haberte de los límites de esta tierra expulsado.


MEDEA

¡Perdida totalmente, pobre de mí, ya estoy!

Todo el cable han largado mis enemigos; no hay

ningún fácil refugio para esta desventura. 280

Pero, aun así tratada, te voy a preguntar:

¿por qué ordenas, Creonte, que abandone el país?


CREONTE

Temo—te lo diré sin ambages—que irrogues 

a mi hija algún perjuicio que irremediable sea. 

Son muchas las razones que a tal temor me inducen:

eres hábil y en toda clase de mal perita 285

y te afliges privada del lecho de tu esposo.

He oído que amenazas, según hay quien me cuente, 

con que vas a hacer algo contra el novio y la novia 

y aquel que la entregó. Me guardaré, pues, de ello.

Más vale ahora cargar, mujer, con tu ojeriza 290

que ablandarme y después gemir desconsolado.


MEDEA 

¡Ay, ay! No es la primera vez hoy, Creonte, que mi fama

grandes daños me atrae; me ha ocurrido a menudo.

Ningún hombre que tenga natural sensatez 

debe dar a sus hijos muchas habilidades, 295

pues, amén de ganarse renombre de indolentes, 

cosecharán el odio de sus conciudadanos. 

Si a los torpes con nuevos saberes te presentas, 

parecerás inútil ser, que no inteligente; 

y, si te consideran mejor que el que presume 300 

de su varia doctrina, resultarás molesto. 

Tal es la situación de que yo participo: 

me hace odiosa a los unos el talento y los otros 303

se enemistan conmigo; y eso que yo muy sabia 303

no soy. Mas tú me temes, barruntas algo extraño; 

pero no es ése el caso, no tiembles ante mí, 

Creonte, en nada pienso pecar contra el que manda. 

¿Qué mal me has hecho tú? No hiciste sino dar 

a quien te pareció tu hija. A mi esposo sí 310

que le odio, pero tú creo que bien obraste. 

Y ahora envidia no tengo de vuestras bienandanzas: 

casaos, sed felices, pero dejadme a mí

que en esta tierra habite. Callaré, aun injusticia 

padeciendo, pues es más fuerte el que me vence 315


CREONTE

Suaves, por lo que escucho, son tus palabras, pero 

temo que en tu interior medites algún daño 

y por eso menor debe ser mi confianza. 

Porque más fácil es de hombre o mujer coléricos 

guardarse que de aquel que calla y es taimado. 320 

Márchate, pues, cuanto antes, no vengas con discursos; 

ello está decidido sin que tengas manera 

de vivir con nosotros, porque eres mi enemiga.


MEDEA

Abrazándose a sus rodillas.


¡No, no, por tus rodillas, por la que se ha casado!

CREONTE

Son vanas tus palabras; no me convencerás. 325


MEDEA

¿Me vas, pues, a expulsar sin atender mis súplicas?


CREONTE

Es que a mi hogar no puedo preferir tu persona.


MEDEA

¡Oh, patria mía, qué recuerdo de ti tengo!


CREONTE

También yo la amo mucho, pero más a mis hijos.


MEDEA

¡Qué gran mal el amor es para los mortales! 330


CREONTE

Según, supongo yo, como vengan las cosas.

MEDEA

¡No se te oculte, Zeus, quien así me maltrata!


CREONTE

Vete, insensata, ya y evítame disgustos.


MEDEA

Disgustos son los míos; no me faltan por cierto.


CREONTE

Haciendo un gesto a su escolta.


Al punto van a echarte los brazos de mi tropa. 335


MEDEA

¡Eso no, en modo alguno! Yo te ruego, Creonte...


CREONTE

Paréceme, mujer, que te pones pesada.


MEDEA

Me marcharé; no es eso lo que ahora te suplico.


CREONTE

¿Por qué entonces insistes sin salir del país?


MEDEA

Déjame que me quede tan sólo el día de hoy 340

para pensar en cómo va a poder ser mi exilio

y a mis hijos recursos buscarles, pues su padre 

allegar no se digna ningún medio para ellos. 

Compadéceles tú, que también tienes prole;

es natural, por tanto, que propicio les mires. 345

Por mí no me preocupo si he de estar desterrada,

mas sí lloro por ellos, que en tal trance se ven.


CREONTE

Nada hay en mi carácter que tiránico sea; 

el mostrar compasión fue siempre mi desdicha. 

Y así ahora, aunque veo, mujer, que me equivoco, 350

concedo lo que pides; mas te advierto que, si 

os ve la luz del dios que ha de llegar mañana 

a ti y a tus hijos dentro del país, morirás; 

ésta quiero que sea mi sentencia verídica. 

Y, si hay aplazamiento, tómate un día solo 355

y tiempo no tendrás de hacer lo que recelo.


Sale de escena con la escolta.


CORIFEO

¡Desgraciada mujer!

¡Ay de ti, la infeliz, qué grande es tu dolor!

¿A qué tierra te irás? ¿Quién te habrá de hospedar?

¿Qué casa o región va a salvarte del mal? 360

¡A qué oleaje de penas, a qué inmenso mar,

Medea, algún dios te arrojó!


MEDEA

Todo me ha fracasado: ¿quién lo podrá negar?

Mas no quedará así, no vayáis a creerlo. 365

Aun les aguardan pruebas a los recién casados

y no pequeñas cuitas al padre de la novia.

¿Cómo pude adularle sino por conseguir

algo con mis enredos? Jamás le habría hablado

ni mis manos habrían tocado a un hombre tal. 370

Pero a tan gran extremo de necedad llegó

que, aunque hubiera podido deshacer mis proyectos

de la ciudad arrojándome, me ha dejado que el día

de hoy pase aquí, en el cual a mis tres enemigos

voy a matar, el padre, la muchacha y mi esposo. 375

Conozco muchas vías que la muerte les den,

mas no sé, mis amigas, con cuál he de actuar:

¿incendiaré la casa nupcial u ocultamente

en la alcoba entraré donde está hecha la cama

a rasgar sus entrañas con agudo puñal? 380

Pero una sola cosa me detiene, el que puedan

sorprender mis manejos cuando penetre allí

y me maten causando júbilo a quienes me odian.

Mejor es el camino más recto, en el que soy

más experta, y su muerte con pócimas causar. 385

Bien;

ya han muerto; ¿qué nación me va a acoger ahora?

¿Quién será el extranjero que mi persona salve

ofreciéndome asilo y habitación segura?

No lo hay. Esperaré, pues, durante algún tiempo

y, si alguien se aparece como firme baluarte, 390

pondré en práctica el hecho con silencio y astucia;

más, si me acosa algún caso desesperado,

la espada tomaré y, aunque haya de morir,

les mataré, a la fuerza recurriendo y la audacia.

Porque, por la señora lo juro a quien venero 395

de modo especial, Hécate, que me ayuda y habita

en el rincón más íntimo de mi casa, ninguno

de ellos podrá reír pensando que padezco.

Yo haré que amargas sean y funestas las nupcias,

su alianza y mi destierro ele esta tierra. ¡Ea, pues! 400

No te abstengas, Medea, de ningún plan o trama

en que puedas emplear todo lo que tú sabes.

Lánzate a lo terrible; de bravos es la lid

Ya ves lo que te pasa; no sirvas de chacota,

pues hija eres de noble padre y de Helio desciendes, 405

ante ese sisifeo connubio de Jasón.

Tienes conocimientos; y la naturaleza

nos ha hecho a las mujeres ineptas para el bien,

pero artesanas hábiles de las maldades todas.


CORO

Hacia arriba ya fluyen las aguas de los sacros ríos; 410

la justicia y todo yace por tierra. 

Engañosa es el alma del hombre y no vale 

la fe en que se invoca a los dioses. 

Mas mi vida de nuevo tendrá en las historias inmensa [gloria; 415

honrado será el sexo femenino. 

Ya no habrá mala fama que pese sobre mujer [ninguna. 420


Cesarán las canciones de antiguos poetas que ahora 

siempre insisten en mi pérfida mente. 

No nos ha dado Febo señor del canto, 

el don de la armónica lira; 425

sonarían si tal ocurriera mis himnos contra la raza 

de los hombres. El tiempo en su transcurso

tantas cosas podrá relatar de nosotras como de [ellos. 430


Tú del hogar paterno navegaste 

con espíritu insano y la doble barrera franqueaste 

de las rocas marinas; 

y habitas en tierra extraña 435

privada de esposo y lecho,

pobre de ti, y te destierran 

de aquí con oprobio.


Se fue el respeto de los juramentos, 

el pudor ya no es dueño de la Hélade inmensa; voló [al cielo. 440

Tú en la morada paterna 

no puedes echar el ancla 

desde el mar de tus dolores 

y otra reina casa y tálamo 

a quitarle viene. 445


Jasón entra en escena por un lateral y 

se dirige a Medea.


JASÓN

Muchas veces he visto que son los caracteres 

ásperos un incordio con el que no hay quien luche.

Así tú, que podías conservar casa y tierra 

llevando con buen ánimo las reglas del que manda, 

por tus locas palabras expulsada te ves. 450

Y no es que ello me importe: por mí no ceses nunca 

de repetir que no hay hombre peor que Jasón. 

Pero, después de cuanto de los reyes has dicho, 

date por satisfecha con un destierro solo. 

Yo, queriendo que aquí te quedases, sus iras 455

por apaciguar siempre me esforcé; pero tú 

no cejabas en esa necedad e insultábasles 

mil veces hasta que del país te arrojaron. 

Mas, aun así, aquí estoy, soy fiel a mis amigos 

y por ti me preocupo, mujer, para que no 460

te vayas con tus hijos en la indigencia estando 

o en la necesidad; pues son muchos los males 

que al exilio acompañan. Y, aunque tu me detestes, 

no sentiré jamás aversión hacia ti.


MEDEA

¡Oh, pésimo entre todos, que es el mayor insulto 465 

con que pueda mi lengua tu maldad fustigar! 

¿Has venido a nosotros tú, el más que nadie odiado? 467 

No es eso atrevimiento ni tampoco valor, 469 

mirar de frente a aquellos a quienes se ha hecho mal, 470 

sino la mayor plaga que se da entre los hombres,

el impudor. Hiciste bien empero en venir:

yo desahogaré mi alma con lo que he de decirte

y tú padecerás cuando oigas mis injurias.

Comenzaré ante todo por cómo comenzó. 475

Te salvé, como salven cuantos de los Helenos

contigo en la nave Argo se embarcaron, al ser

tú enviado a gobernar a los toros de soplo

ígneo y a arar con ellos la yugada mortal.

Y a aquel dragón insomne de innúmeras volutas

que con su cuerpo el áureo vellocino guardaba 

muerte le di alumbrándole con mi luz salvadora.

Dejé luego mi casa y a mi padre contigo

a Yolco la peliótide me vine, más vehemente

que cuerda siendo en ello maté después a Pelias 485

del más penoso modo que pueda hallarse, a manos

de sus hijas, y así tú temor disipé.

Y tú, el peor de los hombres, tras ese tratamiento

mío quieres dejarme y a un nuevo lecho vas 490

teniendo hijos de mí; pues, si ellos te faltaran,

disculpable el buscar nuevas nupcias sería.

Se esfumó de tal guisa la fe del juramento

y o crees que no imperan ya los dioses de entonces

o que nueva es la ley de los hombres de ahora

pues para mí convicto resultas de perjurio. 495

¡Ay, mi mano derecha, que tanto me tomaste!

¡Mis rodillas, que fuisteis falsamente abrazadas

por un vil que al hacerlo mi esperanza engañó!

Veamos, a consultarte voy como si un amigo

fueras. ¿Qué es lo que espero? Nada, mas, [sin embargo, 500

lo haré porque pudor tus respuestas te den. 

¿Adónde ahora me vuelvo? ¿Tal vez a la paterna 

casa, que traicioné con mi patria al seguirte? 

¿Con las pobres Pelíades? ¡Que bien recibirían

en su morada a aquella que a su padre mató! 505

Pues he aquí lo que ocurre: mis amigos de antaño 

me aborrecen y aquellos a quienes no debí 

maltratar como lo hice sólo por complacerte. 

¡Y hoy entre las mujeres de la Hélade envidiable 

ciertamente parezco después de tal conducta! 510

¡Es admirable y fiel, pobre de mí, mi esposo!

¡Voy a ser del país desterrada, expulsada, 

con mis hijos tan solos como yo, sin amigos! 

¡Qué bochorno el del novio, que en mendiguez errante 

anden por ahí tus hijos y yo, que le salvé! 515

¡Oh, Zeus, que a los humanos diste claros indicios 

para reconocer la mala ley del oro!, 

¿cómo ninguna seña colocaste en los cuerpos 

con que al hombre perverso pudiera distinguirse?


CORIFEO

Es tremenda y difícil de aplacar la iracundia 520

que a querella de amigos contra amigos induce.


JASÓN

Me toca, al parecer, no ser mal orador,

sino, como el experto piloto de un bajel,

capear con las solas fajas de mi velamen

esa impúdica cháchara con que, mujer, me acosas. 525

Yo, frente a tal manera de realzar tus favores,

creo que entre los dioses y los hombres es Cipris

la única a quien debió mi flota su salud.

Tu espíritu es sutil, pero odioso resúltate

el tener que contar cómo Eros te obligó 530

con invencibles dardos a salvar mi persona.

Mas no aquilataré demasiado este punto:

de aquel modo o del otro me salvaste y en paz.

Pero en tal salvación fue más lo que tomaste

que lo que recibí, como demostraré. 535

Habitas ante todo tierra helena y no bárbara,

conoces la justicia y el vivir según ley

y no bajo el imperio tan sólo de la fuerza.

No hay heleno ninguno que ignore que eres sabia

y así tienes prestigio; si siguieras viviendo 540

en el fin de la tierra, nadie de ti hablaría.

Y a mí ni oro en mi casa me des ni el cantar himnos

más hermosos que Orfeo si ello no va a traerme

el gozar de una fama que distinga mis dotes.

Eso es lo que tenía que decir de mi viaje, 545

y ello porque tú fuiste la que inició el litigio.

Y en cuanto a la real boda que tú me echas en cara,

en eso mostraré que ante todo soy hábil

y también moderado y además gran amigo 

de ti y de nuestros hijos;


Ante los gestos indignados de Medea.


mas manténte tranquila. 550

Una vez que aquí estoy, venido de la tierra

yolcia y tras mí trayendo problemas insolubles,

¿qué golpe de fortuna pude encontrar mejor

que unirme, un desterrado, con la hija del monarca?

Y no, si ello te escuece, porque odiara tu lecho 555

o me hiriera el deseo de tener nueva esposa

o de rivalizar con padres de más hijos

—bastan ya los que tengo, no me apetecen otros—,

sino, cosa importante, para que bien viviéramos

sin carecer de nada, sabiendo que a los pobres 560

les huyen los amigos, todos de ellos se apartan;

para que en forma digna de esta casa se criasen

mis hijos, a los cuales yo les daría hermanos

que, habitando con ellos en un linaje unido,

nos hicieran felices. ¿A qué más descendientes? 565

A mí sólo me importa que los nacidos hoy

gocen de otros futuros. ¿Es malo esto? Tú misma

lo aceptaras si no te irritase el pensar

en la cama. Que a un grado tal llegáis las mujeres

como para creer que todo lo tenéis 570

si ello va bien; y, en cambio, cuando no, en enemigas

os tornáis de lo que es más conveniente y justo.

Deberían los hombres buscar otra manera

de engendrar a la prole sin sexo femenino,

y así no sufriría mal alguno el varón. 575


CORIFEO

Bien adornado está, Jasón, eso que dices,

pero a mí me parece que, aunque otra cosa creas,

no obras bien al estar traicionando a tu esposa.


MEDEA

Hablando consigo misma.


Ciertamente son muchas las cosas en que yo

de los demás discrepo; que el malvado elocuente 580

creo que se hace reo del más duro castigo 

cuando osa delinquir creyendo que su lengua 

disfrazará lo injusto; pero no, no es tan diestro.


A Jasón.


Así tampoco tú vengas con bellas formas 

y argumentos; hay uno que te va a derribar: 585

si no fueras un vil, debiste ir con mi asenso 

a esa boda, no a espaldas de toda tu familia.


JASÓN

¡Pues sí que habrías sido muy útil en mi plan 

si yo te hubiera hablado de él, tú, que aun hoy no accedes

a aplacar la gran ira que en tu corazón arde! 590


MEDEA

No era tal el obstáculo, mas mis bárbaras nupcias 

que a una vejez oscura te iban encaminando.


JASÓN

Pues bien, sabe que no es una mujer la causa 

de mi entrada en el lecho principesco que ocupo, 

sino, como te dije, mi afán de protegerte 595

y de dar a mis hijos hermanos de la estirpe 

tiránica que fueran baluarte de mi casa.


MEDEA

¡No me alcance esa vida dichosa, pero acerba, 

ni una felicidad que mi ánimo atormente!


JASÓN

¿Tú sabes con qué voto resultarás sensata? 600

¡No le parezca amargo lo que es bueno ni creas

que eres desventurada cuando la suerte es tuya!


MEDEA

Insúltame, pues tienes lugar a que te acojas;

yo, en cambio, solitaria dejaré este país.


JASÓN

Tú misma lo escogiste; no eches la culpa a nadie. 605


MEDEA

¿Cómo? ¿Mujer tomando y haciéndote traición?


JASÓN

Impías maldiciones lanzando contra el rey.


MEDEA

Y también, ciertamente, contra tu propia casa.


JASÓN

Bien, no discutiré más contigo; si quieres,

con miras al exilio de tus hijos y tuyo, 610

recibir el dinero con que pueda ayudarte,

dilo, pues presto estoy a dar con mano pródiga

y a enviar signos a huéspedes que bien te tratarán.

Y, si esto no lo aceptas, estás loca, mujer;

mayor será el provecho si cejas en tu cólera. 615


MEDEA

Ni pienso con tus huéspedes tener el menor trato 

ni de ti recibir nada; no me lo ofrezcas; 

no aprovechan los dones del hombre que es perverso.


JASÓN

Pues yo pongo a los dioses por testigos de que 

dispuesto estoy a hacerte bien a ti y a los hijos; 620

pero no te complace lo bueno y tenazmente 

rechazas al amigo; pues más te dolerá.


MEDEA

Vete, que mucho tiempo fuera de casa llevas 

y la nostalgia sientes de la recién casada. 

De novio haciendo sigue; quizá—los dioses óiganlo- 625

tu boda va a ser tal que de ella te arrepientas.


Jasón sale por un lateral.


CORO

El amor al que falta mesura 

no aporta a los humanos 

renombre o virtud; mas, 

si Cipris se mantiene en sus límites, no hay 630

otra diosa que más grata a los hombres resulte.


No me hieran, señora, los áureos dardos que embadurnas

con los certeros filtros eróticos.


La templanza me inspire el altísimo 635

regalo de los dioses; 

que nunca insaciables rencores 

o airadas querellas me infunda, 

excitando mi pasión hacia un lecho foráneo

la temible Cipris mas honre y mantenga sabiamente 640 

la paz en las coyundas domésticas.


¡Oh, patria y casa! Jamás 

llegue a estar desterrada 

llevando una vida difícil, 645

angustiosa y llena de penoso llanto! 

¡El morir el morir venga y no el día 

en que tal cosa suceda! 

No hay dolor mayor que verse 650

privada de la tierra patria.


Lo hemos visto no ha hecho falta 

que nadie nos lo cuente. 

Ni la ciudad ni los amigos 655

comparten la pena tremenda que sufres.

¡Perezca el ingrato que al amigo 

no honre abriéndole las puertas 660

de su alma pura! Un tal hombre 

jamás mi amistad gozará.


Entra por un lateral Egeo, vestido con ropas de caminante.


EGE0

¡Alégrate, Medea! No hay preámbulo más bello

que éste para iniciar pláticas amistosas.


MEDEA

¡Y alégrate también, Egeo, hijo del sabio 665

Pandión! ¿De dónde vienes a pisar esta tierra?


EGEO

He dejado el antiguo santuario de Febo.


MEDEA

¿Y a qué fuiste al ombligo profético del mundo?


EGEO

Para investigar cómo podría tener hijos.


MEDEA

¿Sin prole, por los dioses, llegaste hasta tu edad? 670


EGEO

Sin prole; ésa es la suerte que a alguno de ellos debo.


MEDEA

¿Teniendo esposa o bien no habiéndote casado?


EGEO

No he rehuido el yugo de la unión marital.


MEDEA

¿Y cuál es la respuesta de Febo a tu consulta?

EGEO

Demasiado sutil para el ingenio humano. 675


MEDEA

¿Lícito es que sepamos lo que el dios contestó?


EGEO

Sí, que además de mentes sagaces necesita.


MEDEA

Mas ¿qué vaticinó? Dime si puedo oírlo.


EGEO

Que el piezgo que del odre sobresale no suelte...


MEDEA

¿Antes de hacer qué cosas o de llegar adónde? 680


EGEO

Antes de regresar de nuevo al lar paterno.


MEDEA

¿Y a qué fin navegaste con rumbo a este país?


EGEO

Existe un tal Piteo, rey de: tierras trecenias...


MEDEA

Varón de gran piedad, dicen que hijo de Pélope.


EGEO

A ése comunicar quiero el divino oráculo. 685


MEDEA

Sí, porque es hombre sabio y experto en lides tales.


EGEO

Y por mí el más querido de mis aliados todos.


MEDEA

Con tono de tristeza.


Pues bien, que suerte tengas y alcances lo que quieres.


EGEO

Pero ¿por qué marchitos están tu rostro y tez?


MEDEA

El peor de los hombres es, Egeo, mi esposo. 690


EGEO

¿Qué dices? Claramente tus disgustos explícame.


MEDEA

Jasón me está ofendiendo sin culpa por mi parte.


EGEO

¿De qué manera? Infórmame con mayor claridad.


MEDEA

Nos ha puesto bajo otra dueña de nuestra casa.


EGEO 

¡No me digas que un acto tan vergonzoso osó! 695


MEDEA

Sí, y a los que antes éramos sus amigos desprecia.


EGEO

¿Se enamoró o tal vez odio cobró a tu lecho?


MEDEA

Y con un gran amor; fiel no ha sido a los suyos.


EGEO

Pues que se vaya si es tan malo como dices.


MEDEA 

La alianza con el rey, de eso quedó prendado. 700


EGEO

Pero ¿quién se la dio? Termina con el cuento.


MEDEA

Creonte, el que es tirano de esta tierra corintia.


EGEO

Entonces explicable, mujer, es que te duela.

MEDEA

Muerta estoy, y además de esta ciudad me expulsan.


EGEO

¿Quién? Ese es otro mal nuevo del que me informas. 705


MEDEA

De Corinto y sus tierras Creonte me ha arrojado.


EGEO

¿Y Jasón lo permite? Tampoco eso lo apruebo.


MEDEA

Aunque dice que no, su idea es permitirlo.


Arrojándose a los pies de Egeo.


Te ruego, pues, por esa barbilla y abrazando 

tus rodillas te imploro suplicante: piedad 710

ten de mí, compadécete de esta desventurada 

y no dejes que vaya solitaria al destierro, 

mas en tu ciudad y casa como habitante acéptame. 

Ojalá tu deseo de hijos cumplido sea 

por los dioses y mueras tras dichosa vejez. 715

Ni sabes con qué hallazgo de tropezar acabas. 

A tu esterilidad pondré fin consiguiendo 

que engendres descendencia: tales filtros conozco.


EGEO

Son muchos los motivos por los que presto estoy,

mujer, a complacerte y ante todo los dioses 720

y la futura prole que prometiendo estás,

de la cual por mi parte no hay previsión alguna.

He aquí, pues, lo que haré: si vienes a mi tierra

trataré de auxiliarte como es mi obligación. 

Pero una sola cosa, mujer, te he de advertir: 725

a sacarte de aquí no accederé. Si vienes

a casa por tus medios, allí tendrás asilo

sin temor a que a nadie yo te entregue jamás.

Mas tienes que salir tú sola: yo no quiero

que mis huéspedes puedan acusarme de nada. 730


MEDEA

Así será; mas todo compuesto quedaría 

si alguna garantía de eso tuviera yo.


EGEO

¿No me crees? ¿A qué dificultades temes?


MEDEA

Te creo, pero me odian la familia de Pelias 

y Creonte. Ligado por aquello que jures 735

no les permitirás de tu tierra sacarme;

mas si sólo en palabras, sin juramento alguno

divino, se basara nuestra amistad, tal vez

ante sus embajadas cedieses: yo soy débil

y ellos tienen riqueza y una casa real. 740


EGEO

Es grande la prudencia que inspira tus palabras

Pues bien, si tal opinas, yo no me niego a hacerlo.

Para mí es un partido más seguro el tener

pretexto que mostrar pueda a tus enemigos

y tú quedas más firme: cita, pues, a los dioses. 745


MEDEA

Por Tierra y por su suelo y Helio, mi abuelo, jura, 

añadiendo el linaje de los dioses entero...

EGEO 

¿Que haré o no haré qué cosa? Tú me 1o indicarás.


MEDEA

Que ni tú de tu tierra me vas a expulsar nunca 

ni, si algún enemigo mío quiere llevárseme, 750

se lo permitirás de modo voluntario.


EGEO

Por Tierra y la brillante luz del Sol y los dioses 

todos te juro que cumpliré lo que te oigo.


MEDEA

Bien: ¿qué sufrir aceptas si el juramento incumples?


EGEO

Lo que ocurre a los hombres que resultan impíos. 755


MEDEA

A Egeo mientras sale de escena.


Pues vete enhorabuena, que ya bien queda todo. 

Llegaré a tu ciudad tan pronto como esté hecho 

lo que intento y logrado lo que quiero obtener.


CORIFEO

Que el hijo de Maya, señor conductor, 

te acompañe a tu casa y cumplido te dé 760

aquello en que piensas, porque es la verdad, 

Egeo, que tú 

me pareces un noble varón.


MEDEA

¡Oh, Zeus y la Justicia, su hija, y la luz del Sol!

Ahora, amigas mías, vencedoras seremos 765

de nuestros enemigos, pues ya en camino estamos

y tengo la esperanza de que expiarán su culpa.

Porque, estando nosotras en el mayor apuro,

ese hombre aparecióse, refugio de mi nave;

en él ahora la estacha popel amarraremos 770

llegando a la ciudad y acrópolis de Palas.

Y a revelarle voy ya mis proyectos todos:

escucha mis palabras, que no te agradarán.

Enviaré a Jasón uno de mis sirvientes

diciéndole que quiero verle ante mi presencia 775

y, cuando haya venido, le hablaré con blandura:

que estoy con él de acuerdo; que me parece bien

la unión que traicionándonos contrae con la princesa;

que es cosa conveniente y está bien discurrida.

Pero le pediré que mis hijos se queden, 780

no porque en tierra hostil quiera dejarlos, sino 781

para a la hija del rey poder matar con dolo. 783

Pues les enviaré con dones en las manos 784

y, cuando el atavío se ponga, morirá 787

malamente y, con ella, quienquiera que la toque:

tales son los venenos con que ungiré el regalo.

Mas aquí a otro lenguaje paso y a gemir voy 790

por la terrible cosa que a continuación

haré: porque a mis hijos mataré, sin que nadie

pueda salvarlos ya; y así, tras destruir

la casa de Jasón, me obligará a marchar

de esta tierra la muerte de mis hijos amados 795

y mi crimen inicuo; que tolerable no es,

amigas, que se rían de mí mis enemigos.

Veamos, ¿para qué quiero vivir si no

tengo ya hogar ni patria ni abrigo contra el mal?

Me equivoqué en los tiempos en que dejé la casa 800

paterna persuadida por palabras de un Griego

que me las pagará si los dioses me ayudan.

Porque ni verá nunca más vivos a mis hijos

ni podrá procrear a otros con la muchacha

recién casada, a quien forzoso sucumbir 805

será de mala muerte por obra de mis drogas.

Y que nadie me crea tonta, indolente o débil,

sino, por el contrario, para mis enemigos

tan dura como amable para aquellos que me aman.

Y no hay gloria mayor que la del que es así. 810


CORIFEO

Pues ya que de tu intento nos has hecho partícipes,

queriéndote ayudar y servir a las leyes

humanas te prohíbo que lo lleves a cabo.


MEDEA

No es posible otra cosa; mas puede perdonársete

que hables así, pues no has sufrido lo que yo. 815


CORIFEO

¿Entonces a tu prole, mujer, vas a matar?


MEDEA

Sí, porque es lo que más dolerá a mi marido.


CORIFEO

Pero infelicidad suma en ello te causas.


MEDEA

¡Ea! Sobran ya todas las palabras inútiles.

¡Vamos, pues!


A la nodriza, que durante este tiempo ha permanecido silenciosa en escena.


Vete y vuelve con Jasón, porque a ti 820 

en lo de más confianza te suelo utilizar. 

Pero no digas nada de lo que he decidido

si a mí me quieres bien y como mujer que eres.


La nodriza sale de escena.


CORO

Gentes prósperas fueron de siempre los hijos 

de Erecteo; de los dioses felices descienden; 825

devastado nunca fue su sagrado terruño; 

se nutren de insignes saberes con gracia moviéndose siempre 830

a través del éter purísimo donde 

Harmonía la rubia parió, según dicen, a las 

nueve puras Musas de Pieria.


Cuentan que Cipris acude a las límpidas 835

ondas del Cefiso en pos de las auras templadas, 

dulces, con que su soplo la tierra regala;

e igualmente que, siempre el cabello llevando adornado 

[con una 840

olorosa guirnalda de rosas ordena a 

los Amores que al lado de la Sabiduría 

a crear excelencias le ayuden. 845


¿Cómo esa sede de sacros

ríos que al amigo 

bien acoge siempre, 

a una parricida impura 

entre todas va a admitir? 850

Piensa qué crimen va a ser 

el golpe dado a tus hijos. 

¡Por tus rodillas con toda 

el alma te imploramos 

que no les mates! 855


¿De dónde el valor para esa 

espantosa audacia

sacarán tu mente, 

brazo y alma criminales? 

¿Y cómo les mirarás 860

sin llanto al ir a matarles? 

Cuando a tus pies te supliquen, 

no podrás manchar tus manos 

de sangre sin que el ánimo

te desfallezca. 865


Jasón entra por un lateral seguido de la nodriza.


JASÓN

Vengo porque me llamas, que, aunque enojada estés

conmigo, no conviene que deje de enterarme

de qué sea eso nuevo que ahora, mujer, me pides.


MEDEA

Yo te ruego, Jasón, que muestres indulgencia

hacia lo que te dije; normal es que soportes 870

mis humores, pues muchas pruebas de amor nos dimos.

Yo a dialogar conmigo me he puesto y reprochábame

de este modo: ¡Error!No se encuentra el origen de la referencia.y me aíro contra aquellos que con acierto piensan

y con los soberanos del país me enemisto 875

y mi esposo, que mira por lo que me concierne

tomando a una princesa por esposa y hermanos

dando a mis hijos? ¿No renunciaré a mi cólera?

¿Qué sentimiento es ése cuando afectos me son

los dioses? ¿No tengo hijos e ignoro que exiliados 880

estamos del país careciendo de amigos?»

Con estas reflexiones comprendí que era grande

mi estupidez y absurdas mis iras. Ahora apruebo

tu conducta y paréceme prudente tu actitud

al tomar tal alianza, mientras que yo soy necia, 885

porque de esos proyectos debí participar

y fomentar su logro, ponerme junto al lecho

y gozar presidiendo la boda de tu novia.

Mas las mujeres somos, no diré yo que malas,

pero sí como somos; rivalizar con ellas 890

no debes en maldad ni a una pueril conducta

otra tal oponer. Yo cedo y reconozco

que me equivoqué entonces y ahora es mejor mi idea.


Hablando hacia la casa, en cuyo interior están los niños. Inmediatamente salen los niños.


¡Hijos, hijos, venid, salid, dejad la casa! 

Conmigo saludad a vuestro padre, habladle, 895

a vuestra madre uníos en el dejar a un lado 

la discordia que hasta hoy con un amigo tuve, 

pues hay ya entre los dos paz sin rencor alguno. 

Tomad su mano diestra;


En un aparte.


pero ¡ay, cómo percibo

algo de las desdichas que ocultas nos esperan! 900

¿Vais a vivir quizá, mis hijos, muchos años

en que tender podáis los brazos? ¡Ay de mí,

qué propensa a las lágrimas estoy, qué miedo tengo!


Hablando en alto mientras rompe a llorar.


Mientras me reconcilio por fin con vuestro padre 

de llanto enternecidos los ojos se me llenan. 905


CORIFEO

También a mí abundantes las lágrimas me brotan; 

que no lleguen a más los males que hoy sufrimos.


JASÓN

Apruebo eso, mujer, sin reprocharte lo otro; 

es natural que el sexo femenino se excite 

si nupcias subrepticias intentan los maridos. 910

Pero a un mejor criterio tu corazón volvióse; 

al fin te has dado cuenta de cuál es el mejor 

partido; es ello propio de una mujer sensata.


Volviéndose hacia los niños ,


Y con vosotros, hijos, imprevisor no fue 

vuestro padre al granjearos con ayuda divina 915

la total salvación; pues con vuestros hermanos 

seréis, creo, los próceres de la corintia tierra. 

Creced, pues; lo demás lo hará el que os engendró 

con aquel de los dioses que propicio se os muestre; 

que os vea yo robustos en la flor de la edad 920

y alcanzando victorias contra mis enemigos.


A Medea.


¿Y tú, por qué de lágrimas se llenan tus pupilas

y tu blanca mejilla vuelves sin acoger

alegre las palabras que te estoy dirigiendo?


MEDEA

No es nada; en estos hijos pensaba solamente. 925


JASÓN

Pues bien, tranquila queda; yo me ocuparé de ellos.


MEDEA

Así lo haré; no quiero dudar de lo que dices; 

mas la mujer es débil y al llanto siempre tiende.


JASÓN

Entonces ¿por qué tanto lloras por estos hijos?


MEDEA

Les parí; y cuando tú deseabas que vivieran, 930

me pregunté con pena si tal sucedería. 

Pero, volviendo a aquello para hablar de lo cual 

viniste algo está dicho y el resto lo diré. 

Ya que quieren los reyes que yo deje esta tierra 

—cosa que yo comprendo muy bien que me conviene, 935 

vivir sin estorbarle ni a ti ni a los tiranos 

del país, pues me creen hostil a su familia—, 

me marcho desterrada, pero, en cuanto a los niños, 

a Creonte solicita que no hayan de salir 

para que de tú mano reciban el sustento. 940


JASÓN

No sé si me hará caso, pero voy a probar.


MEDEA

Al menos di a tu esposa que a su padre lo pida. 942

JASÓN

Desde luego, y opino que la convenceré. 944


MEDEA

Sí, si es también mujer como todas lo somos. 945

Mas yo a ti en esta empresa también voy a ayudarte.

Le enviaré a los niños con regalos que son

con mucho, bien lo sé, los mejores que cabe

concebir en lo humano.


Hablando hacia el interior de la casa.


Que una de las sirvientes 950

cuanto antes traiga acá, por tanto, el atavío.


A Jasón.


Y así muchos serán los motivos que la hagan 

feliz, el ser mujer de un excelente esposo 

como tú y poseer los ornamentos que Helio, 

el padre de mi padre, donó a sus descendientes. 955


Entra la sirviente con una corona y un peplo. Medea entrega los regalos a los niños,


Estos regalos, niños, tomad en vuestras manos, 

lleváoslos y dadlos a la feliz princesa; 

desdeñables no son los dones que recibe.


JASÓN

¿Pero por qué tus manos, loca, de eso despojas? 

¿Crees que la casa real anda falta de peplos 960

o de oro? Guárdalo, no se lo des a nadie. 

Si mi mujer en algo me estima, bien sé yo 

que a todas las riquezas habrá de preferirme.


MEDEA

Nada de eso; persuaden a los dioses los dones, 

según dicen, y el oro vale más que la labia. 965

De ella es hoy el destino, la divinidad la hace 

joven y reina; el alma, no sólo oro, daría 

yo por lograr a cambio que a mis hijos no expulsen. 

Pues bien, niños, entrad en esa rica casa 

y rogad, suplicad a la reciente esposa 970

de vuestro padre y dueña mía que no os destierren 

y dadle el atavío; pues importa ante todo 

que en propia mano el don la princesa reciba. 

Id al punto; ojalá traigáis la buena nueva.

de que está hecho lo que proyecta vuestra madre. 975


Salen de escena Jasón, el pedagogo y los niños.


CORO

Ya no espero, ya no, que los niños queden vivos; 

a la muerte se encaminan sin duda, a la muerte. 

Va la esposa a recibir la dorada diadema 

fatal, ¡ay, la infortunada!

El ornato del Hades pondrá en su cabellera 980

con sus propias manos.


Su belleza y su brillo inmortal induciránla 

a ataviarse con el peplo y con la áurea corona; 

allá abajo lucirá ya sus galas de novia. 985

Tal es la red en que cae 

su tremenda, mortal desventura. Del desastre 

no podrá salvarse.


Y tú, pobre novio, pariente de los soberanos, 990

sin saberlo causas

la muerte a tus hijos, provocas también

la muerte a tu esposa infeliz. 

Oh, qué mal conoces tu destino! 995


Y paso a gemir por tu sino, madre desdichada 

que a tus hijos vas a 

matar, pues tu esposo del lecho nupcial 

en forma inhumana salió 1000

para casar con otra mujer.


Vuelven a entrar por un lateral el pedagogo y los niños.


PEDAGOGO

Señora, ya tus hijos no sufrirán destierro; 

helos aquí; la novia real tomó contenta 

los dones. Está en paz su casa con los niños. 

¡Vaya! 

¿Por qué tan abatida tal fortuna recibes? 1005


MEDEA

¡Ay, ay!

PEDAGOGO

Pero eso no concuerda con lo que le he anunciado. 1008


MEDEA

¡Ay, ay una vez más!


PEDAGOGO

¿Te habré aportado un duelo

sin saberlo y creyendo que eran buenas noticias? 1010


MEDEA

Y mensaje es lo que es; a ti nada reprocho.


PEDAGOGO

¿Por qué entonces la vista bajas vertiendo lágrimas?


MEDEA

Forzoso, anciano, me es; pues eso lo tramaron

los dioses y yo misma con malos sentimientos.


PEDAGOGO

Cálmate, que a esta tierra tus hijos te traerán. 1015

MEDEA

Más bien será esta mísera quien a otros tierra dé.


PEDAGOGO

Muchas madres se han visto de su prole apartadas; 

sobrellevar los lances debe el mortal con ánimo.


MEDEA

Así lo haré; pero entra ya en casa y a los niños 

prepárales aquello que necesiten hoy. 1020


El pedagogo entra en la casa.


¡Hijos, hijos, vosotros tenéis ciudad y casa

en que viviréis siempre, lejos de vuestra madre,

dejando a esta infeliz padecer infortunios!

Yo, en cambio, desterrada saldré para otra tierra

sin gozar de vosotros ni ver vuestras venturas 1025

ni procuraros bodas en que el lecho nupcial

yo pudiera adornar o llevar las antorchas.

¡Ay, pobre desgraciada, qué presunción la mía!

En vano yo os crié por lo visto, mis hijos,

en vano soporté dolor desgarrador 1030

en los crueles trances de vuestros nacimientos.

Mas muchas esperanzas abrigaba esta mísera

de que mi ancianidad cuidarais y a mi muerte

piadosa sepultura me dierais, envidiable

suerte para un mortal; pero ahora ya esfumóse 1035

tan dulce pensamiento; de vosotros privada

llevaré una existencia de pesar y amargura. 

Y ya el rostro materno no verán vuestros ojos, 

porque será distinta la vida que tengáis. 

¡Ay, ay! ¿Por qué volvéis la mirada hacia mí 1040

dedicándome esa última sonrisa, niños míos? 

¡Ay! ¿Qué voy a hacer yo? Me desfallece el alma, 

mujeres, cuando veo sus semblantes alegres. 

¡No puedo! ¡Adiós, proyectos! ¿Por qué doblar mis [penas 1044 

sólo por un afán de hacer sufrir al padre 1046 

con las desdichas de ellos? ¡No puedo, de verdad! 

¡Adiós los planes míos! Mas ¿qué es lo que me pasa? 

¿Me resignaré a ser objeto de ludibrio

permitiendo que impunes mis enemigos queden? 1050 

Hay que osar lo que intento. ¡Vaya con mi blandura! 

¡Que tan mansas ideas admita mi alma! En casa 

entrad, niños.


Apartándose de los niños.


Si lícito no es a alguien asistir 

a este mi sacrificio, suya la decisión 

sea; pero mi mano no desfallecerá. 1055

¡Oh, oh! 

¡No, alma mía, no lo hagas! ¡Infeliz, no cometas 

tal crimen! ¡Déjales, a tus hijos perdona! 

Viviendo allí conmigo me darán alegrías. 

¡No, por los vengadores soterraños del Hades,

yo no voy a entregar mis hijos a que sean 1060

ultrajados en manos de nuestros enemigos! 1061

Ello está decidido; no es posible evitarlo. 1064

Y además la princesa ya habrá muerto ataviada 1065

con su peplo y diadema, bien segura estoy de ello. 

En fin, pues a tomar voy un triste camino 

y a éstos a encaminarles por otro peor aún, 

me despediré de ellos.


Volviéndose a acercar a los niños.

Dadme, hijos, vuestra mano

derecha, que la pueda vuestra madre estrechar. 1070

¡Queridísima mano, queridísima boca,

figura y noble faz de mis hijos! Felices

seáis los dos, pero allá, porque de lo de aquí

vuestro padre os privó. ¡Dulce abrazo, piel suave, 

oh, dulcísimo aliento de estos niños! Marchaos, 1075

idos ya, que capaz no soy de dirigir 

la mirada a mis hijos, pues el dolor me vence.


Los aleja y hace una señal para que los conduzcan dentro de la casa.


Yo comprendo qué crimen tan grande voy a osar,

pero en mis decisiones impera la pasión,

que es la mayor culpable de los males humanos. 1080


CORIFEO

Yo me suelo meter

en pláticas hechas de modo sutil,

discusiones más graves que aquellas en que

a la grey femenina le incumbe el entrar.

Pues también una Musa nos puede acudir

que nos dicte y con juicio nos deje pensar;

mas no a todas; quizá no podrás encontrar

a muchas del género entero que no

tengan lejos la Musa de sí.

Y así digo que el hombre que nunca engendró 1090

hijos ni sabe lo que es padre ser,

aventaja en fortuna a aquel otro que sí

pudo prole alcanzar.

Los que viven sin ellos no saben si son

algo o grato o penoso los hijos; al no 1095

haber conseguido tenerlos, se ven

libres de mucho pesar

En cambio, al que tiene en su hogar dulce mies

de hijos le veo que está sin cesar

abrumado por tal o por cual sinsabor. 1100

Cómo ante todo podrán criarles bien,

qué recursos un día les han de dejar;

y si tales trabajos se toman en pro

del que bien o el que mal

va a portarse, ésa es ardua cuestión.

Y hay todavía un peligro final 1105

para todos los padres que voy a indicar:

supongamos que medios bastantes halló,

que ha llegado el linaje a la flor de la edad, 

que buenos resultan; si tal un demón 

dispone, hacia el Hades la Muerte se va 1110

llevando los cuerpos al mundo de allí. 

¿Para qué la familia si este último mal, 

esta pena la más dolorosa al varón 

que quiso hijos tener le infligen los dioses también? 1115


MEDEA

Hace ya tiempo, amigas, que espero los sucesos 

acechando las cosas que allí vayan pasando. 

Y ahora viendo estoy que hacia nosotras viene 

uno de los sirvientes de Jasón. Su anhelante 

respiración indica que su mensaje es malo. 1120


MENSAJERO

Que ha entrado en escena muy alterado.


¡Huye, Medea, autora de este crimen tremendo 

y monstruoso, escápate, no rechaces ningún

vehículo marino ni terrestre en tu fuga!


MEDEA

Pero ¿qué cosa ocurre que mi huida reclame?


MENSAJERO

Acaban de matar tus drogas a la joven 1125

princesa y a Creonte, padre que la engendró.


MEDEA

Bellísimas palabras las que has dicho; ya siempre 

por bienhechor y amigo mío te he de tener.


MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Rectamente razonas, no estás loca, 

tú que, tras ultrajar la casa de los reyes, 1130 

gozas al escucharlo sin temer tal noticia?


MEDEA

También yo contestar puedo algo a lo que dices, 

pero no te apresures, amigo, explícame: 

¿cómo murieron? Porque doble satisfacción 

nos diera el que haya sido del más terrible modo. 1135


MENSAJERO

Cuando junto a su padre tu doble descendencia 

en la casa nupcial entró, nos alegramos 

los siervos que penábamos ante tus desventuras; 

y en seguida unos y otros decíanse al oído 

que tu marido y tú ya en paz a estar volvíais. 1140

Y así el uno las manos de tus hijos besaba, 

el otro sus cabezas rubias, y yo con ellos 

gozoso entré en la sala donde están las mujeres. 

Y el ama, a la que en vez de a ti ahora respetábamos,

hasta que ante ella estuvo la pareja de niños 1145

a Jasón dirigía la mirada amorosa;

pero después cubrióse los ojos y la blanca

mejilla volvió a un lado, pues estaba ofendida

ante la aparición de tus hijos. Tu esposo

se esforzaba en calmar así su indignación: 1150

¡Error!No se encuentra el origen de la referencia.y deponer tus iras y volver la cabeza

hacia los que me son adictos y aceptar

el regalo y pedir a tu padre que, en gracia

a mí, la pena anule de exilio de estos niños?» 1155

Y ella al ver el ornato no pudo resistir

y concedió a su esposo todo y, cuando aún no estaban

lejos de allí tus hijos con su padre, tomó

el peplo de colores y se atavió con él,

en sus rizos poniendo la dorada corona,

y el pelo ante el espejo sonriendo se arregló

frente al inanimado reflejo de su cuerpo.

Se levantó después para cruzar la sala,

graciosamente andando con blanquísimos pies,

encantada ante el don y mirando hacia atrás 1165

por ver cómo caía sobre el talón la falda.

Mas luego el espectáculo fue terrible de ver:

se quedó sin color, se encogió y, temblorosos

los miembros, volvió al trono y a duras penas pudo

sentarse allí otra vez sin caer por los suelos. 1170

Una anciana sirviente, creyendo, yo supongo, 

que aquello era un ataque de Pan o de otro dios, 

empezó a lanzar gritos, mas, al ver que a la boca 

venía blanca espuma, se salían las niñas 

de los ojos y exangüe se quedaba su cuerpo, 1175

abundantes gemidos sucedieron a aquel 

alarido primero. Y entonces la una en busca 

de su padre corrió y otra al reciente esposo

fue a contar lo ocurrido con su novia; y en toda 

la casa resonaban precipitados pasos. 1180

Mas ya a su meta habría llegado un corredor 

veloz cuya carrera constara de seis pletros 

cuando la infortunada despertó de su mudo 

trance y abrió los ojos y gimió horriblemente. 

Porque eran dos los males que a la vez la 

[atacaban: 1185

en su cabeza la áurea guirnalda despedía 

una espantable lengua de fuego abrasador 

y el delicado peplo, regalo de tus hijos, 

se cebaba en el blanco cuerpo de la infeliz. 

Y se alzó y salió huyendo de su trono entre llamas, 1190

su melena agitando de esta y de la otra parte 

para que la guirnalda cayera; pero el oro 

firmemente se asía y, al moverse más ella, 

aumentaba también el ígneo resplandor. 

Y al final cayó al suelo, vencida por el mal 1195

y ya irreconocible salvo para sus padres; 

no se podían ver la forma de sus ojos 

ni su bello semblante; manaba, desde lo alto 

de su cabeza, sangre confundida con llamas; 

sus carnes, corroídas por el diente invisible 1200

del veneno, goteaban cual resina de pino. 

¡Horrorosa visión! Y nadie su cadáver 

tocaba, que su suerte de lección nos servía. 

Pero su pobre padre, del caso no enterado, 

de pronto entró en la casa y arrojóse sobre ella 1205

y empezó a sollozar y, abrazando su cuerpo, 

la besaba diciendo: ¿qué dios te ha hecho morir de tan atroz manera? 

¿Quién a este moribundo viejo deja sin ti?

¡Ay, ojalá me quepa morir, niña, contigo!» 1210

Y, una vez que dio fin a su queja y lamento, 

quiso su anciano cuerpo levantar, mas quedábase, 

como yedra a las ramas del laurel, aferrado 

por el peplo sutil, y era horrible su lucha. 

El padre alzar quería sus rodillas, pero ella 1215

le agarraba a su vez; y, al esforzarse más, 

se arrancaban sus carnes seniles de los huesos 

hasta que el desgraciado se entregó y rindió el alma

sintiéndose incapaz de vencer su infortunio.

Y ahora yacen juntos la hija y el viejo padre, 1220

un desastre que nadie dejará de llorar. 

En cuanto a ti, no tengo nada ya que decirte:

conocerás tú misma la sanción que te toca. 

No es la primera vez que mera sombra juzgo 

lo mortal; yo diría sin temor que los hombres 1225

tenidos por profundos pensadores y sabios 

son los que en necedad mayor incurrir suelen. 

Y no hay de los humanos nadie que feliz sea: 

uno puede tener más suerte que los otros 

si le afluyen los éxitos, pero eso no es la dicha. 1230


Se retira por un lateral.


CORIFEO

Parece que en el día de hoy a Jasón los dioses

mucho mal merecido le han querido causar. 

¡Pobre, qué compasión sentimos por tu suerte,

tú, la hija de Creonte, que a las puertas del Hades 

te llevó como víctima tu boda con Jasón! 1235


MEDEA

Amigas, decidido tengo el matar al punto 

a mis hijos y luego marcharme de esta tierra 

sin demoras que puedan ponerles en las manos 

asesinas de aquellos que me odian. Es forzoso 

que sin remedio mueran; y, puesto que es preciso, 1240

yo seré quien les mate, la que vida les di.

¡Ea, corazón, ármate! ¿Por qué vacilo ahora 

ante este hecho terrible, mas también necesario?

¡Vamos, mano infeliz mía, toma la espada, 

tómala, a la barrera ve tras la cual está 1245

la vida dolorosa! No te ablandes ni pienses

que les amabas mucho, que les pariste; al menos 

en este breve día de ellos olvídate; 

luego podrás llorar; que, aunque les sacrifiques, 

les querías; en fin, soy una desdichada. 1250


Entra en la casa.


CORO

¡Oh tierra y resplandeciente 

luz del sol mirad a esta mujer funesta 

antes que su mano ponga en sus hijos,

mano sangrienta, mano suicida! 

Pues son simiente de áureo linaje 1255

y es un horror que sangre divina 

derramen los hombres. 

¡Luz de Zeus nacida, tal delito impide, 

de esta casa expulsa a la triste Furia 

a la que los genios vengadores mueven! 1260


¡Adiós maternos cuidados! 

En vano una prole querida has engendrado 

tras forzar el paso inhospitalario 

de las oscuras rocas Simplégades! 

¡Desventurada! ¿Por qué esa cólera 

terrible y ese afán de matanza 

después del amor? 

Grave es esa manera de la propia sangre; 

pues al parricida le causa penas 

que azuzan a los dioses contra su morada. 1270


UN NIÑO DENTRO

¡Ay de mí!


CORO 

¿Oyes la voz oyes al niño? 1273

¡Oh miserable mujer desgraciada! 1274


UN NIÑO DENTRO

¡Ay de mí! ¿Qué haré yo? ¿Cómo escapo a mi [madre? 1271


OTRO NIÑO DENTRO

No sé; hermano querido; pues perdidos estamos. 1272


CORO

¿Entro en la casa? Creo que debemos 1275

darles ayuda.


UN NIÑO DENTRO

¡Sí, favor, por los dioses! ¡Que lo necesitamos!


OTRO NIÑO DENTRO

¡Estamos en la red y el filo de la espada!


CORO

Eres de piedra, pobre de ti, o hierro, 

que estás matando 1280

con tu propia mano la cosecha de tus entrañas.


Sólo sé de una mujer de otrora 

que asesinó a sus hijos queridos: 

Ino la enloquecida por los dioses, que fue 

por la esposa de Zeus enviada a la ventura. 1285

Cayó la pobre al mar y a su prole 

dio muerte inicua. 

Saltó ella misma desde la marina ribera 

para morir así junto con sus dos hijos. 

¿Qué hay más terrible que esto? ¡Femeninas, 

penosas nupcias 1290

a los hombres cuántas desventuras causasteis ya!


Aparece por un lateral Jasón; se dirige al coro.


JASÓN

Mujeres que aquí estáis de pie junto al palacio,

¿se encuentra en él aún Medea, responsable

de horrendas fechorías, o la huida emprendió? 1295

Porque habrá de ocultarse bajo tierra o de alzar

mediante alas su cuerpo por el éter profundo

si esquivar el castigo quiere de los tiranos.

Después de asesinar a los reyes de aquí,

¿cree que podrá inmune salir aún de esta casa? 1300

Pero no me preocupa tanto como mis hijos:

a ella castigaránla las víctimas del crimen,

pero he venido aquí para salvarles a ellos,

no vayan a causarles algún mal los parientes

por vengar el impío delito de su madre. 1305


CORIFEO

¡Desdichado de ti! No conoces el grado,

Jasón, de tú desgracia, pues así no hablarías.


JASÓN

¿Qué pasa? ¿Acaso quiere también a mí matarme?


CORIFEO

A tus hijos la mano de su madre dio muerte.


JASÓN

¿Que dices, ay de mí? ¡Me destrozas, mujer! 1310


CORIFEO

Que debes pensar ya que tus hijos no existen


JASÓN

¿Y dónde los mató? ¿Fuera de casa o dentro?


CORIFEO

Si abres la puerta, ver podrás la mortandad


JASÓN

golpeando la puerta.


Los cerrojos cuanto antes corred, mis servidores, 

quitad las barras, vea yo mi doble desdicha: 1315 

ellos ya muertos y ella... su pena haré que pague.


Aparece en lo alto de la casa Medea llevada en un 

carro por dragones alados; sobre el carro

los cadáveres de sus hijos.


MEDEA

¿Por qué la puerta así sacudes en tu intento

de buscar a los muertos o a mí, que les maté??

Ahórrate el trabajo. Si de mí necesitas,

háblame cuanto quieras, mas no podrás tocarme: 1320

tal es el carro alado que me da Helio, mi abuelo,

baluarte contra ataques de cualquier enemigo.


JASÓN

¡Oh, monstruo, la mujer a la que más odiamos

yo y los dioses y toda la especie de los hombres,

que a tus hijos osaste con la espada atacar 1325

siendo su propia madre y a mí así me matabas!

Después de hacer tal cosa, tras acto tan perverso,

¿a la tierra y el sol te atreves a mirar?

¡Que mueras te deseo con cordura que no

tuve cuando le traje de tu casa y tu bárbara 1330

tierra a griega morada, calamidad suprema

que a tu padre vendiste y a tu propia nación!

En ti un genio maligno me enviaron los dioses

cuando, habiendo a tu hermano matado ante el hogar

en Argo, la de hermosa proa, te refugiaste.

Tal tu comienzo fue; y, una vez desposada

conmigo y siendo madre de estos hijos, mi ruina

por culpa de mis nupcias y de mi lecho fuiste.

¡Ninguna mujer griega tal cosa habría osado,

mas yo a ellas te antepuse para casar contigo, 1340

oh, mi esposa fatal, que eres mi perdición,

leona, no mujer, pues es tu natural

más salvaje que el mismo de Escila la tirsénide!

Pero ni aunque infinitos mis vituperios fueran

te haría ningún daño: tan grande es tu impudor. 1345

¡Sal de aquí enhoramala, malvada y parricida!

A mí sólo me quedan los ayes por mi suerte,

que no podré gozar de mi reciente boda

ni en vida la palabra dirigiré a mis hijos

a que di crianza y ser y que he perdido ya. 1350


MEDEA

Largamente extenderme podría en mi respuesta

si no supiera ya Zeus el padre las cosas

que de mí has recibido y aquello que me has hecho.

No ibas a llevar vida placentera riéndote

de mí tras tu deshonra del lecho conyugal; 1355

ni impunemente habían de echarme del país

la princesa o Creonte, que una esposa te dio.

Ante esto, llámame leona, si es tu gusto,

Escila y habitante de tirsénicas cuevas;

el caso es que herí tu alma como lo merecías. 1390


JASÓN

Mas tú también padeces y mis males compartes.


MEDEA

Si, pero me compensa saber que no te burlas.


JASÓN

¡hijos, qué mala ha sido la madre que obtuvisteis!


MEDEA

¡Hijos, cómo os perdió la perversión paterna!


JASóN

Pero al menos no fue mi mano la asesina. 1365


MEDEA

No, mas sí tu soberbia con las bodas flamantes.


JASÓN

¿Sólo a causa del lecho te atreviste a matarlos?


MEDEA

¿Crees que es leve ese asunto para cualquier mujer?


JASÓN

Sí cuando casta sea; pero en ti lodo es vicio.


MEDEA

Ellos no viven ya; te dolerá ello mucho. 1370


JASÓN

Sí viven; y a vengarse van de ti cruelmente.


MEDEA

Los dioses saben bien quién el mal inició.


JASÓN

E igualmente conocen tu mente despreciable.


MEDEA

¡Sigue odiando! Aborrezco tus amargas palabras.


JASÓN

Y yo las tuyas; fácil será ya el despedirnos. 1375


MEDEA

¿Cómo? ¿Qué he de hacer yo? También lo mismo quiero.


JASÓN

Déjame que a estos muertos entierre y que les llore.


MEDEA

No, seré yo quien con mis manos les sepulte, 

al recinto llevándoles de la diosa Hera Acrea, 

porque los enemigos no vayan a ultrajarles 1380

removiendo sus tumbas; y una fiesta con rito 

solemne instauraremos para siempre en la tierra 

de Sísifo que expíe crimen tan despiadado. 

Yo me iré a la ciudad de Erecteo, a vivir 

en ella con Egeo, vástago de Pandión, 1385

y tú, como es debido, morirás malamente 1386

habiendo visto el fin acerbo de tus bodas. 1388


JASÓN

De tus hijos la Erinis que muerte te dé 

y Justicia también. 1390


MEDEA

¿Qué dios o qué genio tu voz va a escuchar, 

la voz de un perjuro y un huésped felón?


JASÓN

¡Ay, ay! ¡Parricida, maldita mujer!


MEDEA

Ve a casa, a tu esposa enterrar debes ya.


JASÓN

Ya me voy, mas mis hijos me faltan los dos. 1395


MEDEA

No llores aún: ya vendrá la vejez.


JASÓN

¡Hijos, cómo os amé!


MEDEA

No, su madre, no tú.


JASÓN

¿Quien les iba a matar?


MEDEA

Por vengarme de tí.


JASÓN

¡Desdichado, quisiera a mis hijos besar 1400

en las bocas amadas, ay, triste de mí!


MEDEA

Ahora sí que les hablas y mimas; 

ayer les dejabas sin ti.


JASÓN

¡Por los dioses, la piel 

de los niños tan suave tocar déjame!


MEDEA

No se puede; es inútil y vano insistir.


Desaparece de la escena.


JASÓN

¿Oyes, Zeus, cómo soy rechazado y de qué 1405

modo me trata la leona feroz 

que a sus hijos de forma terrible mató? 

Pero, en fin, en mis manos tan sólo ahora está 

el llorar estos males y al cielo invocar 

y hacer a los dioses testigos de que, 1410

tras haber a mis hijos matado, ahora tú 

que les toque me impides y tierra les dé. 

¡Engendrarles jamás yo debí para ver 

cómo han muerto a tus manos así!


Se retira. El coro abandona 

la escena desfilando.


CORIFEO

Muchas cosas el Zeus del Olimpo gobierna; 1415

lo que cumplan los dioses prever no se puede.

Lo esperado no dejan que llegue a su fin, 

consiguen que se llaga real lo imposible.

Así en esta historia ocurrió.


LAS TROYANAS EURÍPIDES




LAS TROYANAS
EURÍPIDES

PERSONAJES


POSEIDÓN, dios del mar.
ATENEA, diosa del pensamiento y la guerra. Sím- bolo del progreso intelectual. Divinidad epónima de Atenas.
HÉCUBA, ex reina de Troya, ahora esclava de Uli- ses. Esposa de Príamo. Madre de Héctor, Paris, Po- lixena y Casandra entre otros.
CORO, de mujeres troyanas cautivas. TALTIBIO, heraldo y mensajero de los griegos.
CASANDRA, hija de Hécuba y Príamo. Sacerdotisa de Febo, quien le había concedido el don de la pro- fecía por precio a su virginidad.
ANDRÓMACA, viuda de Héctor. MENELAO, rey de Esparta.
HELENA, esposa de Menelao y Paris. Causante de la guerra



POSEIDÓN:
Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar y desde que Febo yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano, he favorecido siem- pre esta ciudad, que ahora humea, destruida por el ejército argivo, quienes fabricaron un caballo preña- do de armas, un corcel bélico, contaminando esta ciudad de una carga funesta. Desiertos los bosques sagrados, los templos de los dioses destilan sangre, y Príamo, moribundo cayó a los pies del altar de Zeus. Los griegos ahora esperan que sople un viento favorable que les proporcione el placer de abrazar a sus esposas y a sus hijos, ya que han esta- do diez años lejos de sus familias. Y yo, vencido por Hera y por Atenea que derribaron juntas a Troya, abandono mis altares, que si reina en la ciudad triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no suelen ser adorados como antes. Adiós, pues, ciudad
feliz en otro tiempo. Si no te hubiera derrotado
Atenea, aún subsistirías en tus cimientos.

(ENTRA ATENEA)

ATENEA:
¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, depuesta nuestra antigua enemistad?


POSEIDÓN:
Habla, Atenea, que si los parientes se conciertan, pueden conciliar los ánimos discordes.


ATENEA:
Pues bien. Vengo a hablarte de un asunto que a ambos interesa y recurro a tu poder para que me ayudes.


POSEIDÓN:
Primero deseo conocer tu voluntad, y si has venido para favorecer a los griegos o a los troyanos.

ATENEA:
Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos, y que sea infortunada la vuelta del ejército aqueo.


POSEIDÓN:
¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote llevar del viento de la fortuna?


ATENEA:
¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi templo?


POSEIDÓN:
Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra fuera del lugar sagrado.


ATENEA: Por eso quiero afligirlos.


POSEIDÓN:
Dispuesto estoy a complacerte, pero ¿cuál es tu propósito?



ATENEA: Deseo que sea infortunada su vuelta.


POSEIDÓN:
¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tie- rra o cuando entren en salado mar?


ATENEA:
Haz tú lo que puedas: que graves borrascas retiem- blen en el mar, que revuelvan sus ondas saladas y se llene de cadáveres. Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a los demás dioses.


POSEIDÓN:
No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, removeré el mar y lo llenaré de cadá- veres. Necio es cualquier mortal que conquista una ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo de los muertos. Inevitable es su ruina.


(SALEN ATENEA Y POSEIDÓN. ENTRA HÉCUBA Y EL CORO)


HÉCUBA:
¡Levanta tu cabeza, desventurada! Levanta tu cuello, ya no existe Troya, y nosotros no reinamos en ella.
¡Ay de mí! ¿Cómo no he de llorar sin patria, ni hijos y sin esposo? ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente re- clino mis miembros, presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho! ¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y mi pecho! ¡Cuánta es mi inquietud!
¡Cuánto mi deseo de revolverme en todos sentidos para dar descanso a mi cuerpo y abandonarme a perpetuos y lúgubres sollozos! ¡Proas ligeras de las naves, que arribaron con vuestros remos a la sagra- da Ilión, para rescatar la aborrecida esposa de Me- nelao, por cuya causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y cayó sobre mí, sobre la desdi- chada Hécuba, esta calamidad! Funesto destino que me obligas a habitar ahora en las tiendas de Agame- nón. ¡ Llévanme, vieja esclava, de mi palacio, y lúgu- bre rasura me ha despojado de mis cabellos! Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vír- genes y desventuradas esposas, ¡ lamentémonos que humea Ilión!


CORO 1:
Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?,
¿qué pretendes? Oí tus lamentos y el miedo se apo- deró de las troyanas, que lloran su esclavitud.


HÉCUBA:
¡Oh, hijas, ya se mueven los remos de las naves ar- givas!


CORO 1:
¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me lleva- rán, a las naves, arrancándome de mi patria?


HÉCUBA:
No lo sé, pero mucho me lo temo.


CORO 1:
¡ Infelices troyanas! Vengan y sabrán los trabajos que les esperan: los argivos se preparan a navegar.


HÉCUBA:
¿Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdi- chados que te abandonan, vivos y muertos!



CORO 2:
Temblando oiré de tus labios, ¡oh reina!, si los argi- vos me han condenado a muerte o los marineros se aprestan a agitar en la popa los remos. ¿Ha venido algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de esta mísera esclava?


HÉCUBA: Pronto lo decidirá la suerte.


CORO 2:
¿Cuál de los argivos me llevará lejos de mi tierra a una isla?


HÉCUBA:
¿A quién serviré yo, infeliz anciana, después de dis- frutar en Troya de los mas altos honores?


CORO:
¿Qué lamentos bastarán para deplorar tu indigna suerte? Por última vez saludo los cuerpos de mis hijos, por última vez; más graves será mis trabajos en el lecho de los griegos. (Maldita noche, funesto destino).



(ENTRA TALTIBIO)


TALTIBIO:
Te acordarás, ¡oh Hécuba! de haberme visto en Troya en distintas ocasiones de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, vengo a anunciarte una ley san- cionada por todos los griegos: ya han sido sortea- das, si tal es la causa de vuestros temores. Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha decidido a la vez de todas.


HÉCUBA:
¿Y a quién servirá cada una? ¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será el dueño de la mísera Casandra?


TALTIBIO: La eligió para sí el rey Agamenón.


HÉCUBA:
¿Para ser esclava de su esposa?


TALTIBIO:
No; ocultamente lo acompañará en su lecho.


HÉCUBA:
¿La virgen de Febo, a quien el dios de cabellos de oro le concedió el don de vivir sin esposo?


TALTIBIO:
Hirióle el amor, y se apasionó de esa fatídica donce- lla.


HÉCUBA:
Deja las sagradas llaves, hija, y las guirnaldas, tam- bién sagradas, que te adornan.


TALTIBIO:
¿No es acaso honor insigne compartir el lecho del rey?


HÉCUBA:
¿Dónde está mi hija que me arrancaste hace poco de mis brazos? ¿De quién será esclava Polixena?


TALTIBIO:
La han destinado al servicio de la tumba de Aquiles.



HÉCUBA:
¡La que di a luz, destinada a servir un sepulcro! Pe- ro, ¿qué significa esa ley de los griegos? ¿Qué signi- fica esa costumbre?


TALTIBIO:
Alégrate de la dicha de tu hija; su suerte es buena.


HÉCUBA:
¿Qué has dicho? ¿Ve el sol mi hija?


TALTIBIO:
Esclava es del destino, que la libra de males.


HÉCUBA:
¿A quién tocó la mísera Andrómaca, esposa de mi hijo Héctor?


TALTIBIO:
El hijo de Aquiles la eligió también para sí.



HÉCUBA:

¿Y yo?




TALTIBIO:
Ulises, rey de Itaca, es tu dueño, y tú serás su escla- va.


HÉCUBA:
¡Ay de mí! Golpea tu cabeza rasurada, desgarra con las uñas tus mejillas. La suerte me obliga a servir a un hombre abominable y pérfido. Lloradme, troya- nas. Yo he muerto, ¡ desventurada de mí! ¡No puede ser mas funesto mi destino!


CORO:
Ya sabes mujer venerable lo que te aguarda: pero
¿cuál de los aqueos o de los griegos es mi dueño?


TALTIBIO:
Debo llevar de aquí cuanto antes a Casandra, para entregarla a nuestro general y a ustedes a sus dis- tintos dueños.

(ENTRA CASANDRA)

 CASANDRA:
¡Oh matrimonio! Feliz esposo y feliz yo, que entre los argivos celebraré nupcias reales. Ya que tú, ¡oh
madre! lloras y suspiras por mi difunto padre, por mi patria amada, yo, en mis bodas, enciendo antor- chas en honor tuyo, para que brilles. Baila madre, alza tu pie, que mi amor es grande. Celebren el ma- trimonio de la virgen con alegres cantos y sonoros vítores. Vamos, vírgenes frigias de bellos mantos; canten al esposo destinado fatalmente acompañar- me en el lecho, después que se celebren nuestra bo- das.


CORO:
¿No detendrás, ¡oh reina!, a esta doncella delirante, que no se precipite en su carrera en medio del ejér- cito argivo?


HÉCUBA:
¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar que cele- braras estas bodas en medio de soldados enemigos.
¡Troyanas: contesten con lágrimas a sus cantos nupciales!


CASANDRA:
¡Adorna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, porque si Febo existe, más funesto que el de Helena será el matrimonio que contrae
conmigo Agamenón, el rey de los aqueos. Yo lo mataré y devastaré su palacio, pagándome así por lo que me debe por haber dado muerte a mi padre y a mis hermanos. Morirán los victoriosos apenas se embarquen, no por defender a su país, no verán a sus hijos y no serán vestidos por las manos de sus esposas, sino yacerán en país extranjero. Sus muje- res morirán viudas, otras perderán a sus hijos. Los troyanos, en cambio, dieron la vida por su patria que es la más pura gloria, y los muertos fueron lle- vados a sus casas por sus amigos y cubríalos des- pués una capa de tierra natal, y vestíanlos las manos de sus parientes. El hombre prudente debe evitar la guerra; pero si se llega a ese extremo, es glorioso morir sin vacilar por el destino de su patria, e infa- me la cobardía. Así, madre, no deplores la ruina de Troya, ni tampoco mis bodas, que perderán a los que ambas detestamos.


CORO:
¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdi- chas! Profetizas lo que acaso no suceda.

TALTIBIO:
Si Febo no trastornara tu juicio, no amenazarías a mis capitanes con tus fatídicos augurios. Mi general se enamora de esta bacante, cuya mano rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire se llevará tus mal- diciones contra los argivos y tus alabanzas a los fri- gios. Más, sígueme ahora a las naves. Tú, Hécuba, harás lo mismo cuando lo mande Ulises.


CASANDRA:
Cruel es, sin duda, el siervo; ¿aseguras tú que mi madre irá al palacio de Ulises? ¿Y los oráculos de Febo, según los cuales ha de morir aquí? ¡ Infeliz Ulises! Diez años de penalidades le restan, además de las que aquí ha experimentado, y volverá sólo a su patria; errante atravesará los escollos del angosto estrecho, en donde habita la cruel Caribdis, y verá el cíclope que mora en los montes y se alimenta de carne humana, también verá a Circe, que transforma a los hombres en cerdos. Pero ¿para qué referirme al trabajo de Ulises? Anda, llévame a celebrar mi matrimonio en los infiernos. ¿Dónde está la nave del general? ¿Dónde he de subir? Ahora no espera- rás con impaciencia viento favorable que hinche tus
velas, porque, al arrebatarme de esta tierra, te acompañará una de las tres furias. Adiós madre mía, no llores; ¡oh, querida patria, y vosotros hermanos que guarda la tierra, hijos todos de un mismo pa- dre!: pronto me veréis llegar vencedora a la mansión de los muertos, después de devastar el palacio de los autores de nuestra ruina.

(SALE CASANDRA CON TALTIBIO)


HÉCUBA:
En tierra debo yacer, víctima de estos males. ¡Oh,
dioses!; bien sé que no me favorecen, pero debe- mos, no obstante, invocarlos cuando la adversidad se ensaña con alguno de los nuestros. Agrádame recordar de los bienes que he disfrutado, y así será mejor la lástima que exciten mis males presentes. Fui reina y me casé en real palacio, y en él di a luz nobilísimos hijos que sucumbieron al empuje de la lanza griega, y yo los vi muertos y corté sus cabellos para depositarlos en sus tumbas. Las vírgenes fue- ron para el deleite de mis enemigos, las arrancaron de mis brazos y no abrigo la más remota esperanza de volver a verlas. Y el último, mi mal más grave, es que vaya yo a Grecia, esclava y anciana, sufriendo intolerables trabajos. ¿Para qué ponerme de pie?
¿Cuál será mi esperanza? Guien mis pies hacia un precipicio para lanzarme en él y morir allí consumi- da por las lágrimas. No crean nunca que los opu- lentos son dichosos hasta no llegar su última hora.


CORO:
Entona, oh musa, canto fúnebre y nuevos versos acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de Troya, porque ahora comenzaré en su alabanza con voz clara triste canción, y lloraré su ruina y mi fu- nesta suerte, cautiva de la guerra, merced del caballo de madera que abandonaron los griegos a las puer- tas, llenas sus entrañas de armas. Los troyanos, animados con alegres cánticos, se precipitaron cie- gos al abismo que había de perderlos, pensando que era un presente grato a la virgen inmortal que des- conoce el matrimonio; ciñéronlo con lazos de retor- cido lino, como si fuese el negro casco de una nave, y arrastrándolo se encaminaron hacia la morada de Atenea funesta enemiga de mi patria. Apenas había terminado esta fiesta nos envolvieron las tinieblas de la noche, y en toda ella no dejaron de oírse la flauta y los alegres cánticos al compás de las danzas. Yo, entonces, formando coros celebraba en mi al-bergue a la virgen que habita en los montes. Voz funesta se oyó, y los tiernos niños, agarrándose de los vestidos de sus madres, extendían aterrados sus brazos y Ares salió de su escondite por obra de Atenea. Alrededor de los altares morían mis herma- nos, y en los aposentos destinados al sueño, y en el silencio de la noche, nos arrebataban nuestros espo- sos, y nos vencía la Grecia, madre de jóvenes gue- rreros.

(ENTRA ANDRÓMACA)

 HÉCUBA:
¡Dónde te llevan a ti, mujer desdichada!


ANDRÓMACA:
 Llévanme mis señores los aqueos.


HÉCUBA:
¡Ay de mí!


ANDRÓMACA:
¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto, por estos dolores y esta calamidad?




HÉCUBA:

¡Hijos míos!

ANDRÓMACA: En otro tiempo lo fuimos.


HÉCUBA:
Adiós dicha, adiós Troya. Adiós, nobles hijos. ¡Ay también de mí! ¡Cuán deplorables son también mis



ANDRÓMACA:
Males.



HÉCUBA:
Calamidad funesta.



ANDRÓMACA:
De la ciudad...




HÉCUBA:

Que humea.

ANDRÓMACA:
¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!



HÉCUBA:
¿Llamas a mi hijo que está debajo de la tierra?


ANDRÓMACA:
¡Escudo de tu esposa!


HÉCUBA:
Mas tú, azote de los griegos en otros tiempos, tú, que eras mi primogénito, llévame a los infiernos para descansar al lado de tu padre.


ANDRÓMACA:
¡Tal es nuestro anhelo! Tantos los dolores que su- frimos, asolada nuestra patria, desde que los dioses nos fueron adversos. Cadáveres ensangrentados ya- cen en los templos para servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo de la esclavitud.


HÉCUBA:
¡Oh patria! ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de vosotros. ¡Cómo los lamentos, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en nuestra familia! Pero el que muere, ni llora ni siente dolores.




ANDRÓMACA:
Me llevan con mi hijo como parte del botín, y mi libertad se trueca en servidumbre, víctima de horri- bles mudanzas.


HÉCUBA:
Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrebata- ron por fuerza a Casandra.


ANDRÓMACA: Varios son los males que te afligen.


HÉCUBA:
Para mí todo esto no tiene término ni medida; es- pantosa es mi lucha.


ANDRÓMACA:
Pereció tu hija Polixena, sacrificada en el sepulcro de Aquiles, ofrenda hecha a su cadáver.


HÉCUBA:
¡Ay de mí, desventurada! Este es el enigma al que aludió hace poco Taltibio, oscuro entonces y ahora claro.




ANDRÓMACA:
Yo misma la vi, la cubrí y lloré sobre su cadáver.


HÉCUBA:
¡Ay, hija mía, impío sacrificio! No es lo mismo ¡oh, hija!, vivir que morir; la muerte es la nada, y a la vida queda la esperanza de morir.


ANDRÓMACA:
Polixena ha muerto como si no hubiese visto la luz. Casi no tuvo tiempo para llorar sus infortunios, pe- ro yo, que llegué a la cumbre de la felicidad y alcan- cé no escasa gloria, caigo despeñada por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cumplía las santas obli- gaciones propias de mi estado. En primer lugar, como mancilla la buena fama de las mujeres no es- tar en su casa, renuncié a salir, y vivía encerrada en ella; no me agradaba el trato de amigas elegantes; mi única maestra era mi conciencia, naturalmente pura, y en verdad bastábame con ella; en ocasiones sostu- ve mi parecer, cediendo en otras. Perdióme mi re- putación de honesta esposa, que llegó hasta el ejército aqueo, porque después de cautivarme ha querido casarse conmigo el hijo de Aquiles, y serviré en el palacio de los que mataron a mi marido. Y si me olvido de mi amado Héctor y abro mi corazón a mi nuevo esposo, creerán que le falto; si, al contra- rio, le aborrezco, me odiarán mis dueños. Verdad es que, según dicen, basta una sola noche para que la mujer deponga su odio en el lecho conyugal; mas yo detesto a la que pierde su primer amante y ama pronto a otro. Ni aún la yegua que se separa de su compañera, con la cual fue alimentada, lleva sin tra- bajo el yugo, aunque sea bestia y muda y carezca de razón y en sus afectos no pueda compararse con el hombre. Esposo sin igual fuiste para mí, ¡oh, Héc- tor querido!, por tu prudencia, por tu linaje, por tus riquezas y por tu valor, y al recibirme pura del pala- cio de mi padre, fuiste también el primero que te acercaste a mi tálamo virginal. Y tú pereciste, y yo navego esclava a sufrir en Grecia dura servidumbre.


CORO:
Tu calamidad es igual a la mía; al llorar tu suerte re- cuerdas mis penas.


HÉCUBA:
No te cuides, ¡oh, hija! de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tucariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegrías a tus amigos, y podrás educar a tu hijo que fue del mío, última esperanza de Troya, para que tus des- cendientes reedifiquen Ilión y vuelva a existir nues- tra ciudad.

(ENTRA TALTIBIO)

TALTIBIO:
Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el
más esforzado de los frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte los públicos decretos.


ANDRÓMACA:
¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males.


HÉCUBA:
Han decretado que al niño... tu hijo... ¿cómo decir- lo?


ANDRÓMACA:
¿Que no sea el mismo su dueño y el mío?




TALTIBIO: No será esclavo de ningún griego.


ANDRÓMACA:
¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive?


TALTIBIO:
No sé como dulcificar la pena que voy a causarte.


ANDRÓMACA:
Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas.


TALTIBIO:
Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza.


ANDRÓMACA:
¡Ay de mí! ¡Cuanto peor es esto que un matrimo- nio!


TALTIBIO:
El parecer de Ulises triunfó en la asamblea de los griegos, sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero. Será arrojado de las altas torres de Troya. No creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes, conseguirás nada; na- die te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para dominar a una sola mujer. Porque si tus palabras excitan el furor del general, ni tu hijo será sepultado, ni podrás llorarlo; pero si callas y te re- signas, no quedará insepulto su cadáver y los griegos serán contigo más complacientes.


ANDRÓMACA:
¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, mo- rirás por mano de tus enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. ¡Oh griegos, autores de bárbaros males!, ¿Por qué matar a mi niño inocente? Sea pues, llévenlo, precipítenlo, si quieren; devoren sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de la muerte. Oculten mi cuerpo miserable y llévenme a la nave. ¡Feliz matrimonio el mío, per- diendo antes a mi hijo!



CORO:
¡Mísera Troya: por una mujer, por odiosas nupcias murieron innumerables guerreros!


TALTIBIO:
Para anunciar tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más imprudente de lo que soy.


HÉCUBA:
¡Oh hijo de mi hijo desdichado! Nos arrancan tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré yo por tí, des- venturado? ¡ Sólo estas heridas en nuestras cabezas y estos golpes en nuestro pecho! ¿Qué mal no sufri- mos, cuál nos falta, para que acaben de una vez conmigo?

(SALEN ANDRÓMACA Y TALTIBIO) CORO:
Las riberas del mar resuenan, y como el ave que re-clama por sus hijuelos, así lloran unas a sus esposos, otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya no existe nada. La lanza griega ha devastado nuestra tierra. Eros, Eros que viniste en otro tiempo al pala-cio por orden de los dioses. ¡Cuán soberbiamente ensalzaste entonces a Troya! ¡Qué estrechos lazos contrajo con los dioses!, pero la luz de Eos alumbra a esta región y contempla impasible la ruina. Los amores de los dioses de nada han servido a Troya.

(ENTRA MENELAO)

 MENELAO:
Sol, que difundes la hermosa luz en este día en que
recuperaré a mi esposa Helena; yo soy ese Menelao que sufrió infinitos males. Vine a Troya, no tanto, según piensan, por mi esposa, cuanto por vengarme del hombre que, engañando a los que le daban hos- pitalidad, robó a Helena de mi palacio. Pero con el favor de los dioses pagó su delito, y él y su patria cayeron al empuje de las armas griegas. Yo he re- suelto no sacrificar a Helena en Troya, sino condu- cirla a la Hélade en mi nave para darle allí muerte y vengar a los amigos que han perecido en esta gue- rra.


HÉCUBA:
Te alabaré, Menelao, si matas a tu esposa. Pero cui- da al verla, que el amor no te ciegue, que sus ojos
deslumbran los ojos de los mortales, que sus ojos derriban las ciudades e incendia los palacios. ¡Tales son sus atractivos! Yo la conozco bien, y tú y los que sufrieron tantas desdichas deben también cono- cerla.


(ENTRA HELENA)

 HELENA:
¡Oh Menelao! A la fuerza me arrastraron hasta aquí
tus siervos.


MENELAO:
Todo el ejército te odia y te pone en mis manos, para que yo te quite la vida.


HELENA:
¿Puedo yo responderte que, si muero, será injusta- mente?


MENELAO:
No vengo a disputar contigo, sino a matarte.




HÉCUBA:
Óyela, Menelao, para que no muera sin defensa, y nosotras, si lo permites, le replicaremos: tú ignoras las faltas que cometió en Troya, y todas juntas serán bastantes para perderla y condenarla a muerte sin demora.


MENELAO:
Si quiere hablar, que hable. Sepa, sin embargo, que a tu intercesión lo debe, no a sus méritos.


HELENA:
Responderé anticipadamente a tu acusación, opo- niendo mis cargos a los tuyos. Lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona. Dirás que ni siquiera he alu- dido a la huida de tu palacio. Vino protegido por Afrodita (deidad no despreciable) mi mal genio: Pa- ris, el cual tú, el mas descuidado de los hombres, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta a Creta y me raptó a la fuerza. Me acusa- rás, también, porque después de muerto Paris y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y encaminarme hacia Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas ve- ces me sorprendieron en las fortificaciones descol- gándome con cuerdas. ¿Cómo, pues, Menelao, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, ya que esta belleza mía, en vez darme la palma de la victoria, me ha condenado a dura esclavitud?


CORO:
Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.


HÉCUBA:
Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al ver- le, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tie- ne en ellas sus raíz, y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas poseías en Argos, y al dejar Esparta esperabas que la opulenta ciudad de los frigios soportaría tus exce- sos, no satisfaciendo tus placeres en el palacio de Menelao. ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¡Qué espartano podrá asegurarlo! Sólo te cuidas de la fortuna, sólo a ella sigues, no a la virtud.
¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas des- de las torres, indicando quizá que permanecías en ella contra tu voluntad? ¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su anterior esposo. Yo, incluso, te aconsejé así muchas veces: "Vete, mis hijos contraerán matrimonio con otras, yo te llevaré a las naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos y tro- yanos". Pero esto te desagradaba, y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el mismo cielo, cuando debías aparecer humilde y de- saliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza afeitada y fingiendo modestia en vez de im- prudencia, en expiación de tus anteriores faltas.
¡Oh, Menelao! no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole merecida muerte, como corres- ponde a tu dignidad.


CORO:
¡Oh, Menelao! Acuérdate de tus nobles abuelos y de tu linaje. ¡Castiga a Helena!




MENELAO:
Creo, como tú, que esta huyó voluntariamente de mi palacio y que sólo invoca a Afrodita para coho- nestar su delito. Anda, ve a buscar a los que han de apedrearte, y que tu pronta muerte expíe los pro- longados padecimientos de los griegos, para que aprendas a no deshonrarme.


HELENA:
¡Oh, no; de rodillas te ruego que no me mates, im- putándome un crimen, obra de los dioses! ¡Perdó- name!


HÉCUBA:
No te olvides de los aliados, que por Helena murie- ron: por ellos y por mis hijos te lo pido.


MENELAO:
Déjame, anciana; Helena sólo merece mi desprecio. Que mis servidores la arrastren a las naves para ser llevada a Grecia.


HÉCUBA: Que no vaya en la tuya.




MENELAO:
¿Por que, pues? ¿Pesa ahora más que antes?


HÉCUBA:
No hay enamorado que no ame siempre, piense como quiera la mujer amada.


MENELAO:
Se hará lo que deseas: no entrará en la nave que yo vaya, que no es despreciable tu consejo. Cuando llegue a Argos morirá indignamente como merece.

(SALEN HELENA Y MENELAO) CORO:
¡Así nos abandonas, oh Zeus, dejando a los griegos
tu templo edificado en Troya! ¡Oh, rey! que abun- das en el éter y en el palacio celestial, penosa incer- tidumbre si atiendes o no a mi ciudad arrasada, que devoró el furor impetuoso del fuego. ¡Oh, esposo querido: vagas muerto, insepulto, no lavado por mis manos. Muchedumbres de hijos lloran a las puertas, agarrándose a nuestros vestidos. Ojalá que en la na- ve de Menelao, cuando hienda el mar profundo, caiga en el Egeo el fuego sagrado que vibra en tus dos manos y la reduzcan a cenizas. Que Menelao no recobre a Helena, cuyo maldado matrimonio sólo ha servido de oprobio a Grecia. ¡Oh dolor! ¡Nuevas desdichas agobian a mi patria! El hijo de Andróma- ca ya ha sido sacrificado por orden de los griegos.

(ENTRA TALTIBIO)

TALTIBIO:
Andrómaca derramaba muchas lágrimas al separarse
de esta tierra, lamentándose de los infortunios de su patria. Y pidió permiso para sepultar a su hijo aquí, y no donde su nuevo esposo, para no tener siempre a la vista tan tristes recuerdos. También dispuso que tú, Hécuba, lo adornes, ya que ella se ausenta. Sin embargo, al pasar por el río, yo lavé y limpié las he- ridas del niño.


HÉCUBA:
¡ Aqueos mas dignos de alabanzas por vuestras ha- zañas, que por vuestros pensamientos! ¿Cómo por temor a un niño habéis cometido un nuevo crimen?
¿Para que no reconstruyese Troya arruinada? No alabo esta vil pasión, si carece de racional funda- mento. ¡Oh, pequeño, muy querido, que deplorable ha sido tu muerte! De sus huesos destrozados brota ahora la sangre. Sus manos yacen caídas, rotas vuestras articulaciones. Dulce boca, que solías decir grandes cosas. Me engañabas cuando agarrado a mis vestidos me hablabas así: "Madre, yo llevaré muchos niños a tu sepultura, y te diré palabras que te com- plazcan" No tú a mí, yo, anciana, desterrada, sin hijos te sepultaré. Necio es el mortal que, creyéndo- se siempre feliz, se abandona al placer: la fortuna, cual furiosa delirante, salta aquí y allá, y a ninguno concede perpetua dicha.


CORO:
¡Oh, tú, que hubieses sido soberano inmortal de mi ciudad! ¡Amargamente llorado, hijo, te recibirá la tierra!


HÉCUBA:
Yo, médico desventurado, cuidaré como pueda de parte de tus heridas, ligándolas con vendajes; tu pa- dre te curará las demás entre los muertos.


CORO:
Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen.
¡Ay de mí, ay de mí!




HÉCUBA:
¡Oh, troyanas muy amadas!


CORO:
¡Mísera madre que, al perderte, perdió contigo su más consoladora esperanza! Cuando se reputaba muy feliz, porque eran nobles tus padres, pereciste de muerte cruel.


TALTIBIO:
Sepan que el general ha ordenado incendiar la ciu- dad de Príamo, que en las manos de los soldados no ha de estar ocioso el fuego. Y ustedes, hijas de los troyanos, para cumplir a un tiempo ambos mensa- jes, cuando suenen las trompetas, encamínense a las naves de los griegos para alejarlas de aquí.


HÉCUBA:
¡Ay, desventurada de mí! Dejo mi país natal y a mi ciudad entregada a las llamas. Así, pies cansados por la vejez, dénse prisa a saludarla por última vez, aun- que les cueste trabajo. ¡Oh dioses!... Pero, ¿qué dio- ses invoco? Antes, cuando los llamé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues será para mí lo más honroso perecer en él.


CORO:
Tus males te hacen delirar. La gran ciudad, que ya no lo es, ha perecido; ya no existe Troya.


HÉCUBA:
Troya resplandece, el fuego lo devora todo, la ciu- dad entera, las mas altas murallas...


CORO:
Y como el viento se lleva al humo, así pereció mi patria.


HÉCUBA:
¡Oh, patria, madre de mis hijos!



CORO:

¡Ay de mí!





HÉCUBA:
¡Oigan, hijos, reconozcan la voz de vuestra madre!




CORO:
¿Llamas a los muertos con voz lúgubre?


HÉCUBA:
Arrastrando por la tierra mis cansados miembros, e hiriéndola con ambas manos.


CORO:
Ahora nos toca a nosotras hincar la rodilla, llaman- do a nuestros esposos desdichados, que moran el infierno.


HÉCUBA: Nos llevan, nos arrastran...


CORO: La negra muerte cubre tus ojos.


HÉCUBA:
El polvo semejante al humo, me roba la vista de mi palacio.


CORO:
Se olvidará el nombre de esta región como todo se olvida; ya no existe la desdichada Troya.





HÉCUBA:
¿Lo han visto? ¿Lo han oído?


CORO:
¿El fragor de la ciudad al derrumbarse?


HÉCUBA:
Tiembla la tierra, tiembla toda la ciudad al desplo- marse. Trémulos miembros, arrastren mis pies. Va- mos a vivir en la esclavitud.




FIN