6/9/14

KESSELRING Arsénico y encaje















ARSÉNICO Y ENCAJE ANTIGUO

Comedia policial en tres actos

de Joseph KESSELRING
Traducción de L.F. de IGOA

PERSONAJES
Abby BREWSTER ( Se pronuncia: BRIUSTER)
Mórtimer BREWSTER
Doctor HASPER
Mister GIBBS
Teddy BREWSTER
Jonathan BREWSTER
Agente KLEIN
Doctor EINSTEIN
Agente BROPHY ( Se pronuncia: BRUFI)
Agente O’HARA
Martha BREWSTER
Teniente ROONEY ( Se pronuncia: RUNY)
Elena HARPER
Mister WISTHERSPOO ( Se pronuncia: GUIDESSPUN))

Acción en casa de los Brewster, en Brooklyn, época actual.
El cuarto de estar en la vieja casa de los Brewster, en Brooklyn (N.Y.). el aspecto corresponde a la época victoriana, lo mismo que las dos hermanas: Habby y Martha, que en ella habitan, con su sobrino Teddy. A la derecha, la puerta de entrada, grande y con cristales esmerilados en su parte superior. Cuando se abre, se ve el porch exterior y el jardín delantero de la casa. A cada lado de la puerta, también grandes cristales, pero estos de colores. Al fondo del lateral derecho el arranque de la escalera. Y en un rincón un descansillo desde el que sigue la escalera ya por el fondo de la escena. En el primer descansillo nombrado una pequeña ventana de estilo antiguo que da también al porch. A los cuatro o cinco escalones se encuentra un nuevo descansillo que atraviesa la escalera de derecha a izquierda a modo de galería y en el cual están en el centro: la puerta de un dormitorio y a la izquierda un arco de acceso a otras habitaciones y a la subida del piso superior. En el foro bajo esta galería, la puerta del sótano, y a la izquierda un hueco en el que hay un aparador de comedor de dos cuerpos y en el que están guardadas botellas de vino, vasos, etc. A la izquierda del armario la puerta de la cocina. En el lateral izquierdo una ventana que mira hacia el cementerio de la iglesia Episcopaliana. Esta ventana tiene cortinas de encaje y pesados cortinones que abren y cierran por medio de cordones bastantes gruesos. Bajo la ventana se ve un arcón grande que sirve de asiento y su tapa está forrada de la misma tela que los cortinones. Cuando la tapa se levanta o se baja, las bisagras chirrían fuertemente. Junto al arranque de la escalera hay un pequeño escritorio sobre el que descansa el teléfono. Junto al escritorio un taburete. Entre el escritorio y la puerta del sótano, un gran sofá. En el centro izquierda de la estancia una mesa redonda. A su derecha una silla, de frente a un gran sillón. En las paredes, los cuadros adecuados a la época, incluyendo algún retrato de los actuales Brewster. Época: La actual. Fin de una tarde del mes de setiembre. Al levantarse el telón, Abby Brewster, una viejecita regordeta de unos sesenta años, preside la mesa del té. Está sentada de frente, teniendo ante sí un pesado servicio de plata. A su derecha, en el sillón, el reverendo doctor Harper, un anciano rector de la cercana iglesia. De pié, en el centro de la escena, pensativo, sobre su te, el sobrino Teddy, vestido con levita y llevando lentes de mariposa de los que prende un cordón negro. Teddy tiene unos cuarenta años y lleva un gran bigote negro, por sus maneras y atuendo presenta una gran semejanza rústica con Teodoro Roosevelt.


ABBY: Se lo aseguro, reverendo Harper, mi hermana Martha y yo nos hemos pasado la semana hablando de su último sermón. Es prodigioso que en sólo dos años se haya asimilado usted al espíritu del barrio.
HARPER: Para mí es una gran satisfacción, señorita Brewster...
ABBY: Viviendo siempre junto a la iglesia, comprenderá que hemos visto ir y venir muchísimos ministros del señor. El espíritu del barrio, según nosotras, es la amistad, y sus sermones, Doctor Harper, más que sermones, son verdaderas charlas íntimas...
TEDDY: A mí, personalmente siempre me ha gustado conversar con el cardenal Gibbons... Bueno ¿he estado alguna vez con él...?
ABBY: No, querido, todavía no. (Cambiando el tema) ¿Están buenos los bizcochos?
TEDDY: (Sentándose en el sofá) ¡Formidables!
ABBY: ¿No quiere otro, doctor Harper?
HARPER: ¡Oh, no! Ya me han quitado las ganas de cenar...
ABBY: Están hechos con harina buena, no esa imitación que nos dan ahora. Esta guerra lo complicó todo....
HARPER: (Suspirando) ¡Si por lo menos Europa estuviese en otro planeta!
TEDDY: ¡El Japón! ¡Ese es el enemigo...!
HARPER: Claro, claro... ¡Por supuesto!
ABBY: ¡Teddy!
TEDDY: No tía Abby; hay que hablar menos de Europa y más del canal...
ABBY: ¡Por favor, dejemos la guerra!
HARPER: Hay que reconocer que la guerra y la violencia se hallan lejos de estos contornos, señorita Abby...
ABBY: ¿Todo está muy tranquilo, verdad?
HARPER: Sí, muy tranquilo. Todas las antiguas virtudes se han dado sita en su casa.
ABBY: (Mirando satisfecha a su alrededor) Ésta es una de las casas más antiguas del barrio. Todo sigue como cuando la edificó y amuebló el abuelo Brewster. Menos la electricidad, por descontado. Pero la usamos lo menos posible, fue Mórtimer quien se empeñó...
HARPER: (Tratando de variar el tema) Sí, sí... comprendo.
ABBY: ¡El pobre trabaja hasta tan tarde! Creo que esta noche irá otra vez al teatro con Elena. Teddy, tu hermano volverá un poco tarde esta noche...
TEDDY: (Mostrando los dientes en una mueca) ¡En-can-ta-do!
ABBY: (A Harper) Estamos tan contentos de que sea Elena la que vaya al Teatro con Mórtimer...
HARPER: Para mí es una experiencia nueva esta de esperar a que me devuelvan a mi hija a las tres de la mañana...
ABBY: Oh, doctor Harper... No le parecerá mal...
HARPER: Y tanto que no, señorita Abby. Me consta que Mórtimer es todo un caballero, pero me confieso que he venido observando con temor ese triste contacto de su sobrino con el teatro...
ABBY: El teatro. ¡No, Mórtimer sólo escribe para un periódico de Nueva York!
HARPER: YA lo sé, señorita Abby, ya lo sé. Pero un crítico teatral está muy cerca del teatro... Y muchos llegan a interesarse...
ABBY: Tratándose de Mórtimer, no hay temor. ¿Quiere que le diga la verdad? ¡Mórtimer odia el teatro!
HARPER: ¡No!
ABBY: Sí... escribe cosas terribles, pero el pobre tiene disculpas... le gusta tanto escribir sobre agricultura... ¡De eso sí que entiende! Más luego le dieron esta terrible ocupación nocturna...
HARPER: ¡Vaya, vaya!
ABBY: Aunque, como él dice, el teatro no puede sostenerse mucho, ya no vive: agoniza (Complaciéndose) Sí. Sólo le quedan unos dos años de vida... (Golpe en la puerta) ¿Quién será? (Todos se levantan, Teddy va a la puerta, Abby lo detiene) Deja Teddy, iré yo. (Va a la puerta y abre. Aparecen Brophy y Klein, policías) ¡Adelante, señor Brophy!
BROPHY: ¡Hola señorita Brewster!
ABBY: ¡Cómo está usted, señor Klein!
KLEIN: ¡Muy bien, gracias, señorita Brewster! (Ambos van hacia Teddy que permanece de pie cerca del escritorio y le hacen un saludo militar. Teddy les responde de la misma manera)
TEDDY: ¿Me traen alguna novedad?
BROPHY: Nada que informar, mi coronel!
TEDDY: ¡Formidable! ¡Gracias, señores, rompan filas! (Los policías rompen filas y se adelantan, Teddy se aleja)
ABBY: ¿Conocen al reverendo Harper?
KLEIN: Por supuesto, ¡Cómo está usted, padre?
BROPHY: (Quitándose la gorra) Venimos por los juguetes del fondo de Navidad.
ABBY: ¡Ah, sí!
HARPER: (De pié detrás de la mesa) ¡Es una obra magnífica eso de componer juguetes viejos para alegrarla Navidad de los niños pobres!
KLEIN: Para nosotros es un entretenimiento. En la comisaría uno se cansa de jugar a las cartas y se pone a limpiar el revólver y en una de esas se escapa un tipo y se hiere un pié... (Klein va hacia el sofá)
ABBY: ¿Anda arriba, Teddy, y trae la caja grande que está en el cuarto de tía Martha! (Va hacia el foro de la escalera. A Brophy) ¿Cómo sigue su esposa?... (A Harper) La señora Brophy ha estado muy grave...
BROPHY: (A Harper) Pulmonía...
HARPER: ¡Cuánto lo siento!
TEDDY: (Ha llegado al descansillo, se detiene, desenvaina un sable imaginario y grita) ¡Al asalto! (Se lanza escaleras arriba y hace mutis por el foro por derecha. Nadie le presta atención)
BROPHY: ¡Pero ya está mejor!
ABBY: (Yendo hacia la cocina) Voy por un poco de caldo para su esposa...
BROPHY: No se moleste, señorita Abby. Ya ha hecho usted demasiado por ella...
ABBY: (En la puerta de la cocina) Es caldo de esta mañana... Martha acaba de salir para llevarle una taza a ese pobre señor Beniztky... Un segundo y estoy con ustedes... siéntense... (Mutis a la cocina. Harper se sienta otra vez, Brophy va a la mesa y se dirige a los otros dos)
BROPHY: ¡No debería molestarse tanto!
KLEIN: No se les puede impedir que hagan obras buenas sin ningún, sin preguntarse a uno de qué partido es y por quién vota (Se sienta en el sofá)
HARPER: Cuando me trasladaron al barrio y alquilé la casa de al lado mi mujer estaba un poco enferma. Cuando murió... Bueno, les aseguro que, si he llegado a conocer la verdadera generosidad es porque conocí a las hermanas Brewster (Teddy aparece en el descansillo y hace sonar un clarín. Todos lo miran)
BROPHY: (Yendo hacia el foro y reconviniéndole) ¡Coronel, prometió usted que ya no haría eso!
TEDDY: Es que tengo que convocar al gobierno para la cuestión de los abastecimientos. (Sale)
BROPHY: ¡Antes le daba por convocar al gobierno en plena noche! Los vecinos se nos quejaban. Creo que le tienen un poco de miedo.
HARPER: ¡Pero si es inofensivo!
KLEIN: Se cree que es el difunto presidente Theodoro Roosevelt, menos mal... podría creerse cosas peores...
BROPHY: ¡Es una lástima que una familia como esta tenga semejante chiflado!
KLEIN: ¡En fin! Su padre –el hermano de las viejecitas– también era un poco... ¿no? Y el padre de ellas, el abuelo de Teddy, estaba un poco loco, según dicen...
BROPHY: ¡Si... loco! Más bien zorro ¡Llegó a ganar un millón!
HARPER: ¿De veras? ¿Aquí en el barrio?
BROPHY: Sí, actuaba de médico, era algo así como curandero o cosa por el estilo. El sargento Edwards se acuerda bien. Esta casa constituía una especie de clínica... hacía experimentos con los clientes.
KLEIN: Y de cuando en cuando, se equivocaba, según dicen...
BROPHY: A la policía no le molestaba mucho porque resulta útil para las autopsias, sobre todo, en casos de envenenamientos...
KLEIN: La cuestión es que las hijas lo heredaron todo, gracias a Dios...
BROPHY: ¡Y no es que lo aprovechen para ellas mismas!
HARPER: Sí. Conozco sus buenas obras...
KLEIN: No conoce usted ni la cuarta parte... Miren: cuando yo estaba en el departamento de personas extraviadas, traté de seguir la pista a un viejo que había desaparecido, y no pudimos encontrar (Se levanta) ¿Ustedes saben que hay una agencia de alquileres que incluye esta casa en una lista? Las hermanas Brewster no alquilan nada; pero tengan la seguridad de que si alguien se presenta aquí en busca de un cuarto lo encuentra; y cuando se va, se va bien comido, y, a lo mejor, con algunos dólares en sus bolsillos...
BROPHY: Les gusta descubrir personas necesitadas para hacer el bien. (Se abre la puerta principal y entra Martha Brewster. Ella también es una suave viejecita victoriana encantadora. También viste ropas de estilo anticuado. Lleva un alto cuello de encaje hasta la barbilla. Todos se ponen de pié)
MARTHA: (En la puerta) Oh, cuanto bueno... (Cierra la puerta)
BROPHY: (Yendo hacia ella) ¡Buenas tardes, señorita Brewster!
HARPER: ¡Buenas tardes, señorita!
MARTHA: ¿Cómo está, señor Brophy! ¡Doctor Harper! ¡Klein!
KLEIN: ¡Hola señorita! ¡Hemos venido por los juguetes de navidad!
MARTHA: ¡Ah, sí! (Martha se dirige hacia la escalera. Brophy la detiene)
BROPHY: ¡Ha ido a buscarlos el coronel! ¡Parece que le falta la aprobación del gobierno!
MARTHA: Naturalmente! ¿Está mejor su esposa?
BROPHY: Si, está mejor. Su hermana ha ido por un poco de caldo para ella...
MARTHA: Ah, sí... lo hemos hecho esta mañana. Acabo de llevarle una taza a un pobre hombre que se rompió varios huesos. (Entra Abby de la cocina con una taza cubierta)
ABBY: ¿Vienes de vuelta, Martha? ¿Cómo está el señor Beniztky?
MARTHA: Oh, querida, está bastante mal... Tengo miedo. ¡El doctor quiere amputar mañana!
ABBY: (Esperanzada) ¿Nos dejarán presenciar la operación?
MARTHA: ¡No, dice el doctor que está prohibido! (Va hacia el aparador y deja la taza, se quita la capa y el sombrero y los coloca sobre una mesita. Teddy entra bajando la escalera con una gran caja de cartón. Se dirige al escritorio y deposita la caja en un taburete, Klein va hacia la caja)
ABBY: (A Brophy) ¡Aquí tiene el caldo, señor Brophy, está muy bueno y calentito!
BROPHY: ¡Espléndido! ¡Qué contentos se van a poner los chicos! (Klein saca un barquito de guerra)
TEDDY: ¿Ese barco? ¡Es el Oregon! ¡Pero el Oregon ha de ir a Australia!
ABBY: ¡Teddy! ¡Teddy!
TEDDY: ¡Tengo un desafío con Bob Evans!
MARTA: ¡Pero Teddy!
KLEIN: ¿No puede pelear otro en su lugar? (Va hacia la puerta y abre. Brophy lo sigue) ¡Nos retiramos... señoritas, un millón de gracias!
ABBY: ¡Bah! ¡No hay de qué! (Los dos policías en el umbral, saludan militarmente a Teddy, luego mutis. Abby va a cerrar la puerta) Adiós... adiós... (Teddy sube la escalera)
HARPER: (va hacia el sofá y toma su sombrero) Tengo que irme...
ABBY: Por favor, antes de que se vaya, doctor Harper...
TEDDY: (Llegando al descansillo) ¡Al asalto! ¡Al asalto de la fortaleza! (Sale)
HARPER: ¿La... fortaleza?
MARTHA: Para {el la escalera es la loma de San Juan...
HARPER: ¿Han tratado ustedes alguna vez de convencerlo de que no es el difunto Theodoro Rosesevelt?
ABBY: ¡Oh, no!
MARTHA: ¡Es tan feliz siendo el presidente Roosevelt!
ABBY: Una vez, ¿recuerdas Martha?, pensamos que si quería ser George Washington el cambio le haría bien...
MARTHA: Se enojó y estuvo cuatro días metido debajo de la cama... no quería ser nadie...
ABBY: Y nosotras preferimos que sea Roosevelt a que no sea nadie...
HARPER: Bien, si eso les gusta... lo principal es que ustedes estén contentas. (Saca un papel) Les ruego que le hagan firmar este papel...
MARTHA: ¿Qué es?
ABBY: El doctor Harper está haciendo los trámites para internar a Teddy en un Sanatorio, cuando el Señor nos llame, naturalmente...
MARTHA: ¿Pero, por qué tiene que firmar ahora?
HARPER: Conviene arreglarlo todo de antemano. Supongamos que el Señor resuelva llevárselas a ustedes por sorpresa... después resultaría muy difícil convencer a Teddy, y daría lugar a un pleito engorroso. El documento irá al archivo del Dr. Whiterspoon hasta el momento oportuno...
MARTHA: ¿Doctor Whiterspoon? ¿... Quién es?
HARPER: El director del sanatorio.
ABBY: (A Martha) Se presentará mañana o pasado para conocer a Teddy...
HARPER: (Va hacia la puerta y abre) Es mejor que me vaya, sino vendrá Elena a buscarme...
ABBY: Afectos a Elena... y no piense mal de Mortimer porque es crítico teatral... alguien ha de hacer esas cosas... (El doctor Harper sale)
MARTHA: (Viendo el servicio de te) ¿El té? ¿No era tarde para tomar el té?
ABBY: (Como quien tiene su secreto) Si... y también vamos a cenar tarde... (Entra Teddy y baja al descansillo)
MARTHA: ¿Si?... ¿Por qué?
ABBY: Teddy: ¡Hay buenas noticias! ¡Irás a Panamá! Tienes que perforar otra esclusa para el canal...
TEDDY: ¡Formidable! ¡Bravo! ¿Bravo! ¡Bravo! (Media vuelta como para subir pero se detiene perplejo. Reacciona y se lanza hacia arriba) ¡Al asalto...! (Sale)
MARTHA: Abby... mientras yo no estaba...
ABBY: (Agarrándole las manos) Sí querida... No pude esperar porque iba a venir el Doctor Harper...
MARTHA: Pero... ¿Lo hiciste todo sola?
ABBY: ¡Todo! ¡Estupendamente!
MARTHA: ¡Quiero ver! ¡Voy abajo! (Va muy contenta hacia la puerta del sótano)
ABBY: Oh, no tuve tiempo... y como estaba sola...
MARTHA: (mira alrededor y hacia la puerta de la cocina) Entonces...
ABBY: (Modestamente) Martha... ¿por qué no mirás dentro del arcón? (Martha se precipita hacia el arcón, pero cuando llega suena el timbre de la puerta de calle. Se detiene. Ambas miran. Acuden rápidamente y abre. Entra Elena Harper. Veinte años, muy atractiva) ¡Oh, es Elena... adelante, querida!
ELENA: Buenas tardes, señorita Abby... Señorita Martha... creí que papá estaba aquí...
MARTHA: Acaba de irse ¿No se encontraron?
ELENA: No, he venido cruzando el cementerio... ¡Mortimer no ha llegado todavía?
ABBY: Todavía no, querida...
ELENA: ¿No? ¡Quedamos en vernos aquí!
ABBY: ¡Siéntate, querida!
MARTHA: Francamente ¡Mortimer no debería hacerte esto!
ELENA: ¡Hacerme qué?
MARTHA: Cuando un caballero invita a una dama, debe ir a buscarla a su casa...
ELENA: Por favor, no le digan nada... para mí es maravilloso ir al teatro con él...
MARTHA: Para nosotras es una tranquilidad que, como Mortimer necesita ver esas obras de teaqtro, las vea al lado de la hija de un pastor
ABBY: (coloca el servicio de te en la bandeja) ¿Qué pensarás de nosotras, Elena...? Todavía no hemos levantado la mesa... (Mutis hacia la cocina con la bandeja)
MARTHA: No hagas nada en la cocina hasta que llegue Mortimer... Yo te ayudaré luego. (A Elena) Debe estar por llegar...
ELENA: Papá se habrá asustado al no encontrarme en casa... mejor será que vaya a darle las buenas noches... (Se dirige hacia la puerta)
MARTHA: ¡Es una vergüenza que no hayas encontrado a Mortimer!
ELENA: (Abriendo la puerta) ¡Si llega, dígale que vuelvo enseguida! (Al abrir llega Mortimer, clásico crítico teatral) ¡Hola Mort!...
MORTIMER: ¡Hola Elena! ¡Cómo está tía Martha! (La besa)
MARTHA: (Hace mutis a la cocina mientras grita) ¡Abby, ha llegado Mortimer...!
MORTIMER: (A Elena) ¿Te ibas ya?
ELENA: Iba a pedir a papá que se acostara. ¡Es capaz de esperarme levantado!...
MORTIMER: Creo que eso ya no se estila ni siquiera en el Barrio. (Entran de la cocina Abby y Martha)
ABBY: (Corre a saludarle) ¡Mortimer!
MORTIMER: ¿Cómo está tía Abby? (La abraza)
ABBY: ¿Y tú, querido?
MORTIMER: Muy bien, gracias, tía. Y ustedes siguen muy bien... ¡No han cambiado nada desde ayer!
ABBY: No, desde ayer no... (Va a sentarse en la silla delante de la mesa, pero Martha la detiene para que no se siente) Siéntense, siéntense...
MARTHA: Abby... ¿No tenemos nada que hacer en la cocina?
ABBY: ¿En la cocina?... no... no...
MARTHA: ¿Cómo no? ¿Y las cosas del té?
ABBY: (Viendo a Elena y Mortimer, comprendiendo al fin) Ah, sí... las cosas del té (Sale hacia la cocina) ¡Los dejamos, eh? No se preocupen, están en su casa.
MARTHA: En su propia casa... (Mutis de ambas muy contentas. Abby cierra la puerta)
ELENA: (Acercándose a Mortimer para que éste la bese) ¿TE das cuenta del complot?
MORTIMER: (Lamentándose) Las pobres tienen buena voluntad, pero les falta inventiva...
ELENA: (Dejando su cartera en la mesa) Si, les falta inventiva...
MORTIMER: (En el escritorio, saca unos papeles de su bolsillo y dinero mezclado con ellos) ¿Adonde quieres que vayamos a cenar?
ELENA: (Sacando un espejo de la cartera, se mira) A donde quieras... no tengo mucho apetito...
MORTIMER: Mejor... acabo de tomar el te... ¿y si cenásemos después del teatro?
ELENA: Pero se hará muy tarde...
MORTIMER: Con la porquería que vamos a ver esta noche,... según me han dicho, podremos cenar a las diez.
ELENA: (Yendo hacia el centro) Deberías tener más consideración con las obras...
MORTIMER: ¿Acaso las obras tienen consideración conmigo?
ELENA: No saldrás a la mitad de la revista...
MORTIMER: ¿Revista? Si la revista no se estrena esta noche...
ELENA: (Disgustada) ¿No?
MORTIMER: Querida, ¿todavía no conocés las costumbres del teatro? Las revistas no se estrenan sin que se les cambie cuatro veces el título, y sin que sufran tres aplazamientos, por lo menos...
ELENA: Y yo que esperaba oír un poco de música...
MORTIMER: ¡Qué superficial eres!
ELENA: ¡Nada de eso! ¡A ti las revistas te producen un efecto extraño: te humanizan! Cuando vemos una obra seria, me haces viajar en el subte, con los obreros, y me sueltas una conferencia sobre el teatro. En cambio, luego de ver una revista, me llevas de vuelta en taxi... y hasta me haces el amor...
MORTIMER: ¡Un momento, querida: esa acusación no es exacta!
ELENA: Sí, ya sé... después de ver un drama, me dijiste una vez que yo era una verdadera belleza... y otra vez, cuando vimos la revista, me dijiste que tenía unas piernas hermosas... y me gustó. ¡Claro que tengo unas piernas hermosas!...
MORTIMER: (Se acerca y le acaricia las piernas y la besa) A pesar de ser hija de un pastor, sabes mucho de la vida...
ELENA: (Alejándose) ¡Eso me hace recordar que debo decirle a papá que no me espere levantado!
MORTIMER: Dime Elena, ¡Qué me dirías si te pidiese que te casaras conmigo esta misma noche!
ELENA: ¿Oh Mortimer, estás bromeando? ¿Casarnos esta misma noche?
MORTIMER: Hablo en serio ¡Podemos casarnos hoy mismo!
ELENA: Siendo así, creo que papá sería el indicado para hacerlo, como pastor...
MORTIMER: ¡Dos mío! ¡Sólo faltaba que tu padre viniera hacer de nuestra boda una ceremonia solemne!
ELENA: Oye ¿crees que estás haciendo la crónica de un acto nupcial?
MORTIMER: Perdóname, querida, pero padezco de una enfermedad profesional... (se le acerca y se besan amorosamente)
ELENA: ¡Bueno, basta! ¡Por hoy, basta! ¡Ya hablaremos con papá para fijar la fecha!
MORTIMER: ¡De acuerdo! (Aparece por la escalera Teddy, vistiendo traje tropical con una pala en la mano)
TEDDY: ¡Hola, Mortimer!
MORTIMER: ¿Cómo está usted, señor Presidente?
TEDDY: ¡Colosal! ¡Sencillamente colosal! ¡Muchas gracias! ¿Y qué noticias me trae?
MORTIMER: Una sola, señor presidente, pero muy buena: ¡El país está con usted!
TEDDY: (Muy contento) sí, ya sé... Magnífico... ¿No te parece magnífico? (Le da la mano) ¡Adiós! (Sale hacia el sótano)
ELENA: ¿Adónde va?
TEDDY: ¡A Panamá!
MORTIMER: ¡Panamá es el sótano! Se entretiene cavando esclusas para el canal...
ELENA: Eres muy bueno con él... y él se ha encariñado contigo...
MORTIMER: Teddy siempre fue mi hermano preferido...
ELENA: ¿Preferido? ¿Es que tienes más hermanos?
MORTIMER: Sí... desgraciadamente, hay otro... Jonathan
ELENA: Nunca oí hablar de él... Tus tías jamás lo nombraron
MORTIMER: No... No nos gusta hablar de Jonathan... Se fue del barrio hace mucho tiempo. Era una de esas personas crueles, muy crueles y tremendad...
ELENA: ¿Y qué fue de él?
MORTIMER: No sé. Quería ser cirujano, como el abuelo... pero le repugnaba ir a la facultad. Naturalmente que se metió en líos cuando pretendió ejercer la medicina sin haber estudiado... (Entra Abby de la cocina)
ABBY: ¿No se les hace tarde para el teatro?
MORTIMER: (Mirando su reloj) No vamos a cenar... Tenemos media hora todavía...
ABBY: Bueno, entonces, los dejo solitos otra vez...
ELENA: No se moleste, ya me voy... Hablaré con papá. Cada vez que salgo contigo papá reza una oración... vuelvo enseguida... voy por el camino del cementerio. (Sale)
MORTIMER: Si la oración no es demasiado larga te esperaré toda la vida...
ABBY: (Feliz) ¡Mortimer: es la primera vez que te oigo hablar de oraciones! Se ve que Elena ejerce una buena influencia sobre ti...
MORTIMER: Y a propósito: ¡Voy a casarme con ella!
ABBY: (Radiante, lo abraza y luego llama a Martha) ¿Qué! ¡Oh, querido! ¡Martha! ¡Martha... ven, que tengo una gran noticia: Elena y Mortimer se casan! (Entra Martha)
MARTHA: ¿Se casan? ¡Oh, Mortimer! (Abrazándolo) ¡Por fin! ¡Ya era hora!
ABBY: ¡Esperamos esta noticia durante años!
MARTHA: ¡Qué contenta debe estar Elena! ¿Y para cuando la boda?
MORTIMER: Para dentro de poco, pero aún no lo sabemos... (Buscando en los cajones del aparador) ¿No han visto un sobre grande con papeles?
ABBY: Por ahí estará...
MORTIMER: Los he dejado por aquí... son unos borradores de una obra teatral...
ABBY: ¡Cuando vuelva Elena deberíamos festejar esta noticia! ¡Vamos a brindar por vuestra felicidad! ¿Martha, no queda un pedazo de torta?
MARTHA: ¡Pues claro que sí!
ABBY: ¡Y abriremos una botella de vino!
MARTHA: ¡Y pensar que todo ha sucedido en este cuarto! (Sale para la cocina)
MORTIMER: (Continúa buscando en todas partes) ¿Pero dónde lo habré dejado?
ABBY: Bueno, supongo que con tu novia al lado la obra de hoy te gustará. ¿Cómo se llama?
MORTIMER: “El asesino misterioso”
ABBY: ¡Oh, qué cosas de miedo! (Abby sale hacia la cocina, mientras Mortimer ha ido, mientras habla, hasta el arcón)
MORTIMER: ¡Al levantarse el telón, lo primero que se ve es un cadáver! (Levanta la tapa del arcón y ve un cadáver. No se da cuenta, deja caer la tapa y se aparta. De pronto se da cuenta y levanta nuevamente la tapa, lanzando un grito de espanto. lo cierra y se sienta encima. Abby, muy natural, entra con unas cosas que arregla en el aparador) ¡Tía Abby! ¡Tía Abby! ¡Tía Martha, vengan!
ABBY: ¡Querido!
MORTIMER: Ustedes planearon llevar a Teddy a ese... a ese sanatorio...
ABBY: (Entregando a Mortimer los papeles dados por Harper) Sí, querido... ya está todo arreglado. El reverendo doctor Harper trajo estos papeles para que Teddy los firme. Son éstos...
MORTIMER: ¡Tiene que firmarlos en el acto!
ABBY: (Martha entra desde la cocina con vasija para poner la mesa) Es lo que dice el Doctor Harper, para que no haya dificultades si llega a ocurrirnos una desgracia...
MORTIMER: ¡Tiene que firmarlos en el acto! ¡Está abajo, en el sótano, tráiganlo inmediatamente!
ABBY: No corre tanta prisa, Mortimer...
MARTHA: No, además, cuando Teddy trabaja en el canal no puede pensar en otra cosa...
MORTIMER: ¡No importa, tiene que ir al sanatorio enseguida, esta misma noche!
MARTHA: ¡Oh, no querido! Eso no puede ser hasta que el señor nos llame...
MORTIMER: ¡Les digo que tiene que ser ahora mismo!...
ABBY: ¡Pero Mortimer, cómo puedes pensar en semejante cosa! ¡No nos separaremos de Teddy mientras vivamos!
MORTIMER: (Tratando se serenarse) Escuchen, queridas tías... escuchen... lo siento, pero tengo algo espantoso que comunicarles... Un momento... un momento... tratemos de no perder la cabeza... ustedes saben que hemos dado todos los gustos a Teddy porque creíamos que era inofensivo...
MARTHA: ¡Y es inofensivo!
MORTIMER: ¡Era! ¡Era! Por eso hay que internarle...
ABBY: ¿Mortimer, por qué te vuelves de pronto contra Teddy, contra tu propio hermano?
MORTIMER: ¡Bueno! ¡Ustedes tienen que llegar a saberlo y es mejor que sea ahora: Teddy ha matado a un hombre!
MARTHA: (Muy suelta) ¡Qué disparate!
MORTIMER: ¡¡¡Es que hay un cadáver allí dentro del arcón!!!
ABBY: (Natural) Sí, querido... ya lo sbemos...
MORTIMER: ¿Lo saben...?
MARTHA: (Muy natural mientras prepara la mesa) Naturalmente, querido... pero eso no tiene nada que ver con Teddy...
ABBY: ... Y ahora, Mortimer, olvídalo; ¡olvida que has visto a ese señor!
MORTIMER: ¿Qué me olvide?
ABBY: Nunca hemos pensado que nos espiabas...
MORTIMER: Pero... ¿quién es?
ABBY: Se llama Adam Hoskins... es todo lo que sé de él, aparte de que es evangelista...
MORTIMER: ¿Es todo lo que sabe de él? ¿Pero, qué hace aquí... qué le ha ocurrido?
MARTHA: (Contenta) ¡Se ha muerto!
MORTIMER: Tía Martha, los hombres no acostumbran a meterse en los arcones y morirse...
ABBY: Ah, no ¡primero se ha muerto!
MORTIMER: Sí... pero... ¿Cómo? ¿Cómo?
ABBY: ¡Oh, Mortimer, no seas tan preguntón! ¡Ese señor se ha muerto porque ha bebido un poco de vino con veneno...! ¡Eso es todo!
MORTIMER: Pero... el veneno... ¿cómo ha llegado a meterse en el vino?
MARTHA: ¡Ay, Mortimer, qué curioso eres! Lo hemos puesto en el vino porque así se disimula más el sabor. El té tiene un olor y sabor muy especial, y tú sabes que nosotras bebemos siempre té bueno...
MORTIMER: ¡Ustedes lo han puesto en el vino...
ABBY: Sí, querido, y yo misma, solita... solita... he metido al señor Hoskins en el arcón, porque estaba al llegar el doctor Harper...
MORTIMER: (Desesperado) ¿De modo que ustedes sabían lo que habían hecho, y no querían que el doctor Harper viese el cadáver?
ABBY: ¡No hables en plural, porque a este trabajito lo hice yo sola, eh! Sí, lo escondí, como te decía, porque estaba al llegar el doctor Harper y no hubiera sido agradable a la hora del té. En otras circunstancias, a lo mejor hubiera quedado un poco decorativo, ¿verdad, Martha? Bueno, y ahora que lo sabés, debés olvidarlo... supongo que Martha y yo podemos tener nuestros secretitos, ¿Verdad?
MARTHA: ¡Por supuesto!... Ah, y no vayas a decírselo a Elena, estas obras de caridad no deben ser publicitadas... (Cambiando de tema, a Abby) Oh, Abby, cuando salí fui a casa de la Señora Schultz... la encontré bastante mejorada y me dijo que le gustaría que llevásemos otra vez a su hijito al cine...
ABBY: Sí, podemos llevarle mañana o pasado...
MARTHA: ¡Pero ahora elegiremos nosotros la película, eh! ¡Ese chico vez pasada nos hizo ver una película de miedo! ¡De terror!
ABBY: ¡Qué tremendo! ¡Una película de terror a nuestra edad! ¡Deberían prohibir, además, hacer películas para asustar a la gente! (Salen las viejecitas hacia la cocina. Mortimer va hacia el teléfono y marca un número)
MORTIMER: ¡Hola! ¡Hola! ¿Alberto, sabes con quién hablas? Perfectamente. ¿Al salir hoy del diario te dije a dónde iba, verdad? Bueno: ¿Adónde iba? ¡Ajá! ¡Ajá! Debo haber tardado media hora en llegar aquí, al barrio... indudablemente que ahora estoy en el barrio... ajá... sí, no hay duda, estoy en el barrio... (Cuelga, va hacia el arcón y mira. Cierra con fuerza la tapa y llama) ¡Tía Abby, tía Martha... vengan! ¡Vengan! Díganme ¿Qué vamos a hacer? ¡¡¡¿¿¿Qué vamos a hacer???!!!
MARTHA: (Estrañada) ¡Qué vamos a hacer con qué, querido!
MORTIMER: ¡¡¡Allí hay un cadáver!!!
ABBY: (Muy natural) Sí, el señor Hoskins...
MORTIMER: ¡Dios mío! Y yo no puedo avisar a la policía... ¿Qué haremos?... ¿qué haremos?
MARTHA: Empieza por calmarte, querido...
ABBY: No te inquietes, te hemos dicho que lo olvides todo. Esto es un asunto nuestro...
MORTIMER: ¿Qué me olvide, que no me inquiete? ¡Pero no comprende, tía que hay que hacer algo, y rápido!
ABBY: (Reconviniéndolo) Vamos, Mortimer, ya estás bastante grandecito para ponerte pesado.
MORTIMER: ¡Pero el señor Atchis...!
ABBY: Hoskins, querido, Hoskins...
MORTIMER: Se llame como se llame, ¡Está muerto y no podemos dejarlo allí!
ABBY: Teddy está cavando en el sótano...
MORTIMER: ¿Significa que ustedes piensan enterrar al señor Atchís en el sótano?
ABBY: ¡Hotskins, querido...Hos–kins!
MARTHA: Sí, querido... ¡igual que a los demás!
MORTIMER: ¡¡¡Qué!!! ¿¿¿A los demás???
ABBY: Sí, los otros...
MORTIMER: (Aterrado) Un momento... un momento... cuando ustedes dicen “los demás”... quieren decir... “los otros”..., entonces, ¿significa que hay más?
MARTHA: Sí, querido... espera: este es el número once, ¿verdad Abby?
ABBY: ¡No querida, con este son doce!
MARTHA: ¡Ah, qué desmemoriada! ¡Me parece que te equivocas: con este son solo once!
ABBY: No discutas, querida Martha: ¡Recuerda que cuando el sñor Hoskins nos visitó por primera vez, pensamos que con él completaríamos la docena justa!
MARTHA: Es que el primero no habría que contarlo, por eso digo que son once... Pero en total, sí, son doce (Suena el teléfono. Atiende Mortimer)
MORTIMER: Hola... ¡Oh, alberto, qué alegría de oir tu voz!
ABBY: Bueno, de todos modos están todos en el sótano y no tenemos más trabajo que ir a contarlos
MORTIMER: (desde el teléfono) ¡Chist! ¡No, no estoy borracho! Te llamé porque me encontré en una situación muy... rara... después te explicará... si puedo explicarte... Aprovecho para avisarte que no iré al teatro esta noche, de manera que otro tendrá que hacer esa crónica... Pero, no... tiene que haber alguien allí en el diario que vaya en mi lugar... Bueno, que se encargue cualquiera, yo me hago responsable. ¡Adiós... sí, adiós! (Procurando ser coherente) Bueno, por favor, donde estábamos...
MARTA: ¡Te decíamos que Abby piensa que hay que contar al primero, de manera que tenemos doce!
MORTIMER: ¡Doce! (Acusador, hace sentar a Martha en una silla) Vamos a ver: ¿Quién fue el primero?
ABBY: El Señor Midgely, era un anglicano...
MARTHA: Y la duda es que no sabemos si nos corresponde, porque murió solo...
ABBY: Te aclaro, querido, Martha quiere decir que se murió sin ninguna ayuda de nuestra parte. El señor Mifgely vino aquí para alquilar un cuarto...
MARTHA: Fue exactamente para unas vacaciones tuyas...
ABBY: Y no nos pareció bien que tu precioso cuarto quedase vacío, habiendo tanta gente necesitando de techo...
MARTHA: Era un viejecito tan solitario...
ABBY: Todos sus amigos y parientes habían muerto... estaba solo... desamparado...
MARTHA: ¡Y sentimos tanta lástima!
ABBY: ¡Pero le dió un ataque al corazón y se quedó allí, en esa silla! ¡Parecía tan feliz! ¿Te acuerdas Martha? Entonces tuvimos una idea luminosa: ¡Pensamos que podría estar en nuestras manos proporcionar esa paz a otros ancianitos desamparados! ¡Una verdadera obra de caridad!
MORTIMER: ¡Se quedó muerto ahi, en ese sitio! ¡Qué impresión terrible para ustedes!
MARTHA: ¡Ah, no, querido! Nada de eso. ¡Volvimos a sentirnos felices! Tu abuelo acostumbraba tener dos o tres cadáveres desparamados por nuestra casa, por sus experimentos, sabes... y como Teddy había trabajado en el canal de Panamá, cavando esclusas, nos resultó muy útil para enterrarlos... además, él cree que todos son víctimas de la fiebre amarilla...
ABBY: ¡Y tú sabes, con lo contagiosa que es la fiebre amarilla, obliga a enterrerlos enseguida!
MARTHA: Por eso los llevamos al sótano, ¡y es Teddy el que se encarga del resto! Por suerte, querido Mortimer, que no debes preocuparte por eso. Nosotras sabemos muy bien qué es lo que hay que hacer y tenemos práctica... además de piadoso es divertido...
MORTIMER: De modo que ese fue el comienzo de todo... Un hombre que entra para alquilar un cuarto, y que luego se muere de un ataque...
ABBY: Sí, esa fue una casualidad. Pero nosotras no podíamos depender de las casualidades para hacer nuestra obra de bien... debimos ingeniarnos...
MARTHA: ¿Recuerdas los tarros de veneno que había en el laboratorio del abuelo?
ABBY: Ya sabes que tía Martha es muy hábil para mezclar las cosas. Muchas veces has probado sus picadillos... para esta ocasión tiene una fórmula especial, cuéntale, Martha...
MARTHA: Verás, querido: por cada cuatro litros de vino de frutas, pongo una cucharadita de arsénico, media de estricninna y media de cianuro, ¡nada más!
MORTIMER: ¿Nada más? ¡Eso es un explosivo para matar un regimiento!
ABBY: No tanto, ya que uno de nuestros viejecitos tuvo tiempo para decir: “Es delicioso”
MARTHA: (Despreocupándose del asunto)Bueno, tengo algo que hacer en la cocina...
ABBY: ¡Qué lástima que no te quedes a cenar!
MARTHA: Sí, porque estoy ensayando una nueva receta...
MORTIMER: ¡No podría tragar bocado!
ABBY: (Martha sale hacia la cocina, luego Abby la alcanza) Yo te ayudo, querida... Mortimer, ahora que hemos hablado, me siento más tranquila. Tienes que esperar a Elena para ir al teatro, ¿verdad? ¡Qué contento que se te ve! ¡Bueno, te dejo solito con tus pensamientos de enamorado! (Sale)
MORTIMER: (Al quedar solo queda como despertando de un sueño. Va hacia el arcón, lo destapa, mira y cierra de golpe. Corre las cortinas. Mientras ha sonado el timbre y ha entrado Elena) ¡Ah, eres tú!
ELENA: No te enojes, querido. ¡Papá se dió cuenta de que estaba nerviosa y tuve que contárselo todo! ¡No te enojes, por eso me he demorado!
MORTIMER: Elena, vé a tu casa ¡Te llamaré mañana!
ELENA: ¿Mañana?
MORTIMER: (Irritado) ¿No sabes que te llamo casi todos los dñias?
ELENA: Pero, ¿no íbamos a ir al teatro esta noche?
MORTIMER: No, no... ¡No vamos!
ELENA: ¿Y por qué no?
MORTIMER: Elena, algo ha sucedido...
ELENA: Qué Mortimer... ¿Te han despedido del diario?
MORTIMER: No... no me han despedido... sólo que no voy a hacer la crónica de esta noche... Elena... es mejor que te vayas a tu casa...
ELENA: Quero saber qué es lo que ha pasado, supongo que podrás decírmelo...
MORTIMER: No querida, no puedo...
ELENA: Pero si vamos a casarnos...
MORTIMER: ¿A casarnos?
ELENA: ¿Te has olvidado de lo que propusiste hace un rato?
MORTIMER: ¿Que yo te propuse? Ah, sí... bueno, por lo que a mí respecta eso sigue en pié...
ELENA: Oyeme, no es posible que de pronto quieras casarte conmigo y al minuto me eches de tu casa...
MORTIMER: No he querido echarte... ¡¡¡Pero tienes que irte de aquí!!!
ELENA: ¡No, no quiero irme! ¡Y no mem iré hasta que no me hayas dado alguna explicación! (Va a sentarse en el arcón. Mortimer con un grito se lo impide)
MORTIMER: ¡Elena! ¡No! ¡Ahí no! (Suena el teléfono) Hola, ¿quién? Ah, espera un segundo, por favor, Alberto... puedes esperar un segundo, ¿verdad? (Deja el teléfono) Mira Elena: tú eres una chica encantadora, y yo te adoro, pero ahora tengo la cabeza muy ocupada y necesito que te vayas a tu casa y esperes hasta que yo te llame.
ELENA: ¡No te pongas dominante, quieres!
MORTIMER: (Molesto) ¡Cuando hayamos contraído matrimonio y yo tenga graves problemas que afrontar, supongo que serás menos pesada y un poco más inteligente!
ELENA: Y cuando nos hayamos casado, si es que nos casamos, supongo que serás un poco mejor educado (Sale, Mortimer la sigue)
MORTIMER: ¡Elena... Elena! (Va hacia el teléfono, luego marca un número. Se escucha el timbre de la puerta) ¡Hola, Alberto! ¡Alberto!... Bueno...
ABBY: ¡No es el teléfono, querido, es la puerta! (Entra el señor Gibbs) ¡Pase, pase, señor!
GIBBS: ¿Creo que es aquí donde se alquila un cuarto, verdad?
ABBY: Sí, pase, tenga la bondad de pasar...
GIBBS: ¿Es usted la dueña de casa?
ABBY: Sí, soy la señorita Brewster, y esta otra es también señorita Brewster, mi hermana...
GIBBS: Me llamo Gibbs...
ABBY: Siéntese, por favor... Perdónenos, pero estábamos poniendo la mesa para cenar...
MORTIMER: (Siempre en el teléfono) Hola, por favor, comuníqueme con Alberto... ¿Qué? Número equivocado, Oh, perdón, perodón...
GIBBS: ¿Puedo ver la habitación?
MARTHA: ¿Por qué no se sienta, para que vayamos conociéndonos?
ABBY: ¿El señor vive en el barrio?
GIBBS: Vivo en un hotel, pero no me gusta...
MORTIMER: ¡Hola, redacción!
MARTHA: ¿La familia del señor es del barrio?
GIBBS: ¡¡¡No tengo familia!!!
ABBY: ¿Enteramente solo en el mundo? Bueno, Martha... Martha... (Martha va al aparador y saca una botella con una copita... Abby acomoda a Gibbs en la silla) Entonces, señor, ésta es la casa que a usted le hacía falta... síentese, por favor...
MORTIMER: Ah, habían cortado. Alberto, no puedo ocuparme de la obra de esta noche... te digo que no puedo...
MARTHA: ¿A qué iglesia va el señor? Precisamente aquí al lado hay una episcopaliana...
GIBBS: Yo soy prebisteriano... mejor dicho... era...
MORTIMER: Pero no es posible, tienes que buscar alguien que vaja en mi lugar... ¡No me digas que no hay nadie en la redacción!
GIBBS: (tratando de levantarse) ¿Siempre hay tanto ruido en esta casa?
MARTHA: ¡Oh, no señor! Nuestro sobrino no vive con nosotras...
MORTIMER: Bueno, por lo menos busca aunque sea al ordenanza... yo te espero...
GIBBS: Quiero ver la habitación...
ABBY: Está arriba... pero, ¿no quiere un poco de nuestro vinito antes de subir?
GIBBS: Nunca bebo...
MARTHA: Es vino de frutas... lo hacemos nosotras mismas...
GIBBS: ¿De frutas? ¡No pruebo vino de frutas desde que ra chico! (Abby comienza a servir el vino)
MORTIMER: ¡No me digas que no lo encuentras tampoco! ¿Y uno de los linotipistas? ¡Pero Alberto, tiene que haber alguien allí...! ¡No me digas que no!
GIBBS: ¿Ustedes tienen cosecha propia?
MARTHA: No, pero aquí cerca, en el cementerio, está lleno de cepas...
MORTIMER: No, te digo que no estoy bebido, pero me parece que voy a empezar ahora. (Cuelga el teléfono y va hacia el aparador en busca de una copita)
GIBBS: ¿Ustedes dan pensión?
ABBY: Podríamos darla, pero, sin embargo, primero queremos ver si le gusta nuestro vinito... (en ese momento Mortimer se ha acercado a la mesa y se ha servido una copita, cuando Martha, que ha visto la maniobra lo detiene. También el señor Gibbs v a beber, pero Mortimer lanza un grito tremendo que asusta al viejo, quien deja la copa en la mesa. Mortimer sin atinar a decir nada, al principio, no atina más que señalar con el dedo a Gibbs que se asusta y se levanta. Mortimer se lanza contra él y lo saca a empujones de la habitación)
MARTHA: ¡Mortimer! ¡No hagas eso!
ABBY: ¡Mortimer! ¡Cuidado!
MORTIMER: ¡Váyase! ¿Quiere que lo maten? ¿Quiere que lo envenenen? ¿Quieren que lo asesinen?
ABBY: ¡Mortimer! ¡Lo has hechado todo a perder!
MORTIMER: ¡No es posible que ustedes sigan haciendo esto! No sé cómo hacerles entender: no sólo está penado por la ley, sino que no está bien... no está bien que hagan eso... la gente no lo comprendería... ¡Ese señor tampoco comprendería!
MARTA: ¡Abby, no deberíamos haber contado nada a Mortimer!
MORTIMER: Lo que quiero decir es que esto se ha convertido en una mala costumbre de ustedes...
ABBY: Mortimer, nosotras no tratamos de impedir que tú hagas lo que te agrade. No sé por qué tienes que meterte tú en nuestras cosas... (Teléfono)
MORTIMER: ¡Hola! Ah, Alberto... ¿Y...? Bueno, no me queda más remedio que ir, ¡pero te advierto que le daré un palo de muerte! Ah, por favor, trata de comunicarte enseguida con el consultorio jurídico del doctor O’Brien, y dile que me vea luego en el teatro, ¡Que es urgente! ¡Bueno, gracias! (Cuelga) Oiganme, tengo ir al teatro. No puedo dejar de ir. ¿Quieren prometerme una cosa?
MARTHA: ¡Primero dinos de que se trata!
MORTIMER: Las quiero a ustedes mucho, y sé que me quieren... y por ustedes haría cualquier cosa, pero ahora necesito que hagan por mí una pequeñez...
ABBY: ¿Qué quieres que hagamos?
MORTIMER: Nada, lo que quiero es que no hagan nada...
MARTHA: ¿Por qué?
MORTIMER: Necesito tiempo para pensar... y créanme, tengo algo en qué pensar... comprendan... no quiero que les pase nada a ustedes...
ABBY: Pero... ¿qué podría pasarnos?
MORTIMER: Les encarezco que hagan lo que les pido por mí. ¿Lo harán por mí?
MARTHA: El caso es que habíamos preparado los funerales para antes de la cena...
MORTIMER: ¿Funerales?
MARTHA: (Un poco indignada) ¡Naturalmente!, po pensarás que lo vamos a sepultar sin los funerales evangelistas... el señor Hoskins era evangelista...
MORTIMER: ¿Y no pueden esperar a que yo vuelva?
ABBY: ¡Oh, qué gusto! ¡Así puedes ayudarnos!
MORTIMER: ¿Ayudarlas?
ABBY: ¡Ah, Mortimer, te va a gustar mucho la ceremonia! ¡Sobre todo los himnos! (A Martha) ¿Recuerdas, Martha, lo bien que cantaba Mortimer en el coro antes de que se le cambiara la voz?
MORTIMER: Convenido, entonces... que nadie entre en esta casa hasta que yo vuelva... ¿Prometido?
MARTHA: Pero...
ABBY: Martha, ahora podemos complacerlo, puesto que colabora con nosotras. ¡Está bien, Mortimer!
MORTIMER: ¡Volveré lo más pronto que pueda! (Sale)
MARTHA: ¡Oh, qué distinto lo encuentro hoy a Mortimer!
ABBY: (Encendiendo las velas del candelabro) ¡Oh, es natural, y yo sé porqué...!
MARTHA: ¿Por qué?
ABBY: Porque se va a casar. Creo que eso pone nerviosos a los hombres... ¿Qué otra preocupación puede tener él?
MARTHA: (Apagando la luz eléctrica) Me alegro mucho por Elena. Esperemos que la luna de miel le sirva de buenas vacaciones, pues ha trabajado mucho este verano...
ABBY: Y claro, sobre todo viajando desde la China hasta España...
MARTHA: No comprendo por qué le gusta tanto viajar...
ABBY: Recuerda que es parte de su trabajo. Además, el teatro representa mucho para él, como buen crítico que es...
MARTHA: ¡Abby, estaba pensando que si Mortimer asiste a la ceremonia, necesitamos otro libro de himnos...! Tengo uno en mi cuarto. (Va hacia la escalera)
ABBY: Hoy me tocaría a mí leer los servicios, pero como tú no estabas cuando llegó el señor Hoskins, te lo dejaré a tí en ese trabajo...
MARTHA: ¡Qué amable de tu parte! Aunque, ¿No te arrepentirás luego?
ABBY: ¿Por qué, si es muy justo? Además, el próximo también será para tí...
MARTHA: ¡Gracias! Entiendo que debo ponerme la mantilla negra y el broche antiguo de mamá... (Se oye el timbre de la puerta de calle)
ABBY: Deja, iré yo, querida...
MARTHA: Abby... hemos prometido a Mortimer no dejar entrar a nadie...
ABBY: ¿Quién será?
MARTHA: Espera, veamos por la ventana... Son dos hombres... es la primera vez que los veo...
ABBY: ¿Estás segura?
MARTHA: Junto a la acera hay un automóvil negro, debe ser de ellos...
ABBY: Dejame ver... (Nuevo llamado)
MARTHA: ¿Los conoces?
ABBY: No, son gente desconocida...
MARTHA: Hay que hacer como si no estuviésemos... (Golpes en la puerta y ruido de la misma al abrirse, entra un hombre corpulento y se dirige hacia el centro de la habitación, mirando alrededor, pero como si no conociera el lugar. Es muy siniestro, algo así como un personaje de Boris Karloff. Las viejas se han ocultado detrás de las cortinas. Cuando el hombre ha terminado su exploración, vuelve y se dirige a alguien que ha quedado del lado de afuera)
JONATHAN: ¡Adelante doctor! (Entra el doctor Einstein, con huellas visibles de su aficción al alcohol. Habla con acento extranjero) Esta es la casa de mi niñez... cuando yo era chico no pensaba más que en escaparme... ahora me alegra poder escapar volviendo aquí...
EINSTEIN: Sí, Chonny, este es un buen refugio.
JONATHAN: Mi familia tiene que vivir aquí todavía. Se nota algo especial de los Brewster en todo esto, sin la menor duda. Espero que en la casa haya buena comida para recibir al hijo pródigo...
EINSTEIN: Tengo hambre... (repara en la botella y vasos de la mesa) Mira Chonny, vino...
JONATHAN: Es como si nos estuvieran esperando: ¡Buen presagio! (Van hacia la mesa y cuando han tomado las copas y están a punto de servirse, Abby enciende la luz)
ABBY: ¡Un momento! ¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? (Jonathan se vuelve)
JONATHAN: Tía Abby, tía Martha, ¡Soy Jonathan! ¡Jonathan!
MARTHA: ¡Fuera de esta casa!
JONATHAN: ¡Pero si soy Jonathan, vuestro sobrino!
ABBY: ¡Oh, no! ¡Qué va a ser! No se parece nada a Jonathan. ¡Fuera de esta casa! ¡Fuera! (Desciende con valentía los escalones)
JONATHAN: Sí, tía Abby, soy Jonathan. Y éste es el doctor Einstein...
ABBY: No, tampoco él es el doctor Einstein...
JONATHAN: No, no es el doctor Albert Einstein, es el doctor Herman Einstein...
ABBY: ¿Quién es usted? Usted no es nuestro sobrino Jonathan... no se le parece nada...
JONATHAN: Ah, veo que todavía sigue usando el anillo que el abuelo Brewster le compró en Inglaterra. Y usted, Tía Martha ¡Todavía lleva cuello altto para esconder la cicatriz que le produjo el ácido que usaba el abuelo!
MARTHA: Sin embargo, la voz parece la de Jonathan...
ABBY: ¿Has tenido algún accidente?
JONATHAN: ¿Por la cara? No... el doctor Einstein es el responsable de mi cara. Practica la cirugía estética. Cambia la cara de las personas...
MARTHA: Pero a esa cara yo la he visto antes... ¿recuerdas, Abby, cuando llevamos al cine al hijo de la señora Schultz? ¡No te parece que era la misma cara de esa tipa que nos dió tanto miedo! ¡Es la misma cara! (Elizabeth rígida se vuelve el doctor)
EINSTEIN: Calma, calma, Chonny... No se preocupen, señoras, en los últimos cinco años le hice tres caras distintas a Chonny. Ahora le haré otra, para cambiarle la que tiene. Yo también ví esa película y quedé impresionado, poe eso me salió igual...
JONATHAN: (se acerca a Einstein con ademán de estrangularlo) Ya ve, doctor, ya ve lo que ha hecho con mi cara... hasta mi propia familia se asusta...
EINSTEIN: (Acorralado, tratando de calmarlo) Chonny, recuerda que estás en tu casa... en esta hermosa casa (A las tías) Me habló tanto de esta casa, de sus tías... te reconocen, Chonny, te reconocen... verdad, ¿verdad? Ustedes saben que es Chonny, díganselo, tía, dig...
ABBY: (Cortando la situación que Martha contempla regocijada) Buen, Jonathan, hace mucho que no te vemos... ¿Dónde has estado todo este tiempo?
MARTHA: (Recelosa) Eso es, Jonathan... ¿Dónde has estado?
JONATHAN: (Arreglándose la ropa) En Inglaterra, Sudáfrica, Australia y en los cinco últimos años, en Chicago. El doctor Einstein y yo teníamos negocios juntos...
ABBY: ¡Ah, nosotras estuvimos en Chicago cuando la feria mundial!
MARTHA: Y hacía mucho calor, ¿te acuerdas?
EINSTEIN: (Tomándose el cuello) ¡Sí, casi nos ahogamos!
JONATHAN: (Tratando de hacerse el simpático) Es maravilloso encontrarse nuevamente en el barrio. Y ustedes, queridas tías, están igual que antes... siempre las he recordado así: amables, generosas, hospitalarias... ¿Y el querido Teddy? ¿Se ha dedicado a la política? ¡Mi hermanito, doctor, quería ser presidente de la república!
ABBY: ¡Teddy está bien! ¡Igual que Mortimer!
JONATHAN: (Con desprecio) Sí, ya sé, estoy enterado. Veo a veces su fotografía en los diarios en que escribe... parece que logró hacer su vocación juvenil...
ABBY: ¡Nosotras queremos mucho a Mortimer!
MARTHA: Bueno, Jonathan, ha sido un placer volver a verte...
JONATHAN: (Sin darse por aludido) ¡Mi querida tía! ¡Da gusto encontrarse en casa otra vez!
ABBY: Vamos, Martha, nosotras tenemos mucho que hacer en la cocina...
MARTHA: (Sacando la botella y las copitas de vino de la mesa) Me permites, Jonathan... además, creo que ustedes tienen prisa por irse, y nosotras debemos continuar trabajando... ¡Adiós! (Salen hacia la cocina)
EINSTEIN: ¿Y querido Chonny, dónde iremos ahora? ¡Hay que decidirlo pronto! La policía tiene fotos de esta cara tuya, y para operrte, necesito un lugar seguro y pronto. También habrá que encontrar un lugarcito para el señor Spemalzo, no te olvides...
JONATHAN: ¡No te preocupes por esa porquería!
EINSTEIN: ¡Pero Chonny, tenemos una bomba de tiempo en las manos!
JONATHAN: ¡Olvidate de Spenalzo!
EINSTEIN: ¡Pero es que no podemos andar todo el día con un cadáver en el coche, en el baúl del coche! No debiste matarlo, Chonny, era un buen hombre... Nos llevó en su auto, ¿y qué pasó, eh, qué pasó?
JONATHAN: Dijo, riéndose, que me parecía a Boris Karloff. Esa es tu obra, doctor: ¡Tú me hiciste esta cara!
EINSTEIN: Vamos, Chonny, cálmate. Ya encontraremos un lugar y te arreglaré la cara lo mejor posible.
JONATHAN: ¡Ha de ser esta noche! ¡Esta misma noche!
EINSTEIN: Antes me hace falta comer, tengo hambre, estoy débil! (Vuelven las tías)
ABBY: Jonathan, estamos muy contentas de que hayas acordado de nosotras para visitarnos, y que te hayas molestado en venir hasta aquí, pero no te olvides que nunca fuiste feliz en esta casa. Nosotras tampoco fuimos felices contigo. Por eso mismo es hora de despedirnos...
JONATHAN: (Tratando de hacerse el simpático) Tía Abby, no me sorprende que tengan ese feo recuerdo de mí. Si supieran lo agradecido que estoy, y las veces que lamenté, de vras, los dolores de cabeza que les dí...
ABBY: Fuiste un suplicio permanente para nosotras, y tu alejamiento una liberación.
JONATHAN: Lamento que tengamos que irnos ya, pero no tanto por mí, sino por el doctor Einstein... le había prometido que al pasar algún día por el barrio lo traería para conocerlas y hacerle probar uno de los riquísimos platos que prepara la tía Martha...
MARTHA: ¡Oh, no es para tanto!
ABBY: Lo deploro mucho, pero no queda nada de comida ya.
MARTHA: Abby, me parece que ha sobrado un buen pedazo de asado...
JONATHAN: ¿Asado?
MARTHA: Debe ser lo único que queda, pero algo es algo...
JONATHAN: ¡Tía Martha, muchas gracias! ¡Nos quedamos a cenar!
ABBY: Si no queda otro remedio... nos daremos prisa...
MARTHA: Bien... Si quieren lavarse un poco pueden usar la pileta del abuelo, en el laboratorio...
JONATHAN: ¿Todavía tienen el laboratorio del abuelo?
MARTHA: ¡Tal como lo dejó! Voy a ayudar a Abby... (Salen hacia la cocina)
EINSTEIN: Por lo menos ahora vamos a comer...
JONATHAN: El laboratorio del abuelo, y tal como lo dejó: ¡Es una perfecta sala de operaciones, doctor!
EINSTEIN: Lástima no poder usarlo...
JONATHAN: ¡Cómo no! Allí podrá operarme, y luego, cuando termine con lo mío, nos instalaremos. Es muy cómodo. Caben como diez camas. Y usted se dedicará a cambiar rostros...
EINSTEIN: No seas optimista, además el barrio no es plaza para eso...
JONATHAN: ¡Usted no conoce el barrio! ¡Acá todo el mundo necesita una cara nueva...!
EINSTEIN: ¡No te ilusiones, tus tías no nos quieren y no nos dejarán quedarnos aquí!
JONATHAN: A pesar de todo, nos quedamos a cenar, ¿verdad? Por algo empezamos...
EINSTEIN: Sí, ¿y después de la cena?
JONATHAN: ¡Dejalo por mi cuenta! Esta casa será nuestro cuartel general por mucho tiempo...
EINSTEIN: ¡Oh, Chonny, eso sería formidable! Una casa tan tranquila... esas tías tuyas tan suaves, tan encantadoras... mira, yo ya comienzo a quererles... voy por el equipaje.
JONATHAN: ¡Doctor, hay que esperar a que nos inviten!
EINSTEIN: Pero no dices que...
JONATHAN: Nos invitarán... ya verá usted... ¡Nos invitarán!
EINSTEIN: ¿Y si se niegan?
JONATHAN: Pero doctor, ¿dos viejas desválidas? (Se sienta, mientras Einstein se sienta en el arcón y saca una botellita de Whisky del bolsillo)
EINSTEIN: ¡Todo semeja un hermoso sueño! Oye, supongo que no estaremos soñando... ¡Ay aquí tanta paz!
JONATHAN: (Estirándose en el sofá) Por eso nos conviene tanto esta casa... ¡ Es tan tranquila! ¡Tan tranquila!
EINSTEIN: Y esta paz... esta bendita paz... (de pronto, con la última palabra se escucha una tremenda clarinada y aparece Teddy desde el sótano, gritando “al asalto”, “Al asalto de la fortaleza, mientras cae el
TELÓN

SEGUNDO ACTO
Ha concluido la cena. Jonathan fuma cómodamente sentado en un sillón. Abby y Martha están nerviosas, como pidiendo que se vayan cuanto antes. Einstein descansa feliz.
JONATHAN: Sí, mis queridas tías, los cinco años que pasé en Chicago fueron los más laboriosos y felices de mi vida...
EINSTEIN: De Chicago fuimos a Indiana...
JONATHAN: (Fulminándolo con la mirada) A las tías no puede interesarles nuestro paso por Indiana...
ABBY: (Tratando de apurar la conversación) Se ve que habeis tenido una vida muy agitada y muy interesante, no lo dudo, Jonathan... pero no debimos dejarte hablar hasta tan tarde...
JONATHAN: (Sin inmutarse)Puedo decir que mi encuentro con el doctor Einstein en Londres cambió mi vida... recordarán ustedes, que estuve en África del Sur, negociando con diamantes, y luego en Amsterdam, que es un verdadero mercado. Yo necesitaba volver a África del Sur, y el doctor Einstein hizo posible ese viaje...
EINSTEIN: ¡En esa oportunidad hice un buen rabajo! Cuando le quitamos las vendas su cara era tan diferente que la enfermera tuvo que preguntármela...
JONATHAN: ¡Cómo me gustaba aquella cara! ¡Siempre llevo una foto conmigo! (Saca una fotografía de su bolsillo que hace circular)
ABBY: ¡Aquí estás más parecido, aunque cueste reconocerte!
JONATHAN: Creo que volveremos a esa cara, doctor...
EINSTEIN: Sí, porque ya pasó el peligro...
ABBY: (Dando por terminad la visita) Bien, ya que están deseando irse... bueno... a donde tenían que ir...
MARTHA: Sí, y que les vaya bien, eh...
JONATHAN: (Poniéndose más cómodo aún) Mis queridas tías... He quedado tan satisfecho por esta abundante cena, que no me siento capaz de mover ni un músculo...
EINSTEIN: (Acomodándose) ¡Sí, se está muy cómodo acá!
MARTHA: Es que es muy tarde
TEDDY: (Aparece con un libro abierto y con sombrero tropical) ¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
JONATHAN: ¿Qué es lo que has encontrado, Teddy?
TEDDY: La historia de mi vida... ¡Mi biografía! (A Einstein)¡Mire, esta es la foto de que le hablé, general! Mire: aquí estamos los dos: el Presidente Rooselvert y el general Goethels. ¡Este soy yo y este otro es usted, mi general!
EINSTEIN: ¿Ese soy yo? ¡Pero cuánto he cambiado!
TEDDY: Lo que pasa es que esta foto no ha sido tomada todavía... Aún no hemos comenzado a trabajar juntos, pues comenzaremos con las excavaciones para el canal... Y ahora, Mi General, iremos juntos a Panamá, pues hemos de inspeccionar las nuevas esclusas...
ABBY: No, Teddy... ¡A Panamá, no!
EINSTEIN: Iremos en otro momento ¡Panamá queda muy lejos!
TEDDY: ¡Tonterías! ¡Si está abajo, en el sótano!
JONATHAN: ¿En el sótano?
MARTHA: Lo dejamos cavar el canal de Panamá en el sótano, para que se entretenga...
TEDDY: ¡General Goethals, como presidente de los Estados Unidos, comandante en Jefe del Ejército y la Armada, le exijo que me acompañe a la inspección de las nuevas esclusas!
JONATHAN: ¡Teddy, creo que es hora de irte a la cama!
TEDDY: Perdón... pero, ¿quién es usted?
JONATHAN: Soy el presidente Wilson... ¡A la cama!
TEDDY: No... usted no es Wilson... aunque su cara me resulta familiar...
ABBY: Es tu hermano Jonathan, querido...
MARTHA: Pero ahora tiene otra cara...
TEDDY: ¿Ah, sí? ¿Es un prestidigistador?
ABBY: ¿Por qué no vas a la cama Teddy? Jonathan y su amigo tienen que volver al hotel...
JONATHAN: (Levantándose) ¿General Goethlas, inspeccione el canal!
EINSTEIN: Muy bien. Adelante, señor presidente, ¡Vamos a Panamá!
TEDDY: ¡Bravo! ¡Bravo! Sígame, con cuiddo porque es en el trópico, ¿sabe! (Salen en dirección a la puerta del sótano)
JONATHAN: Tía Abby, creo que te equivocaste... hablaste de nuestro hotel, y nosotros no vivimos en ningún hotel... vinimos directamente aquí... ¡A mi casa!
MARTHA: Bien ¡Tres cuadras más arriba hay un hotelito precioso!
JONATHAN: ¡Tía Martha, ésta es mi casa!
MARTHA: Pero Jonathan, tu no puedes quedarte aquí. Necesitamos todos nuestros cuartos...
JONATHAN: ¿Los necesitan?
MARTHA: Sí... ¡para los inquilinos!
JONATHAN: ¿Tienen inquilinos en casa?
MARTHA: Todavía no, pero pensamos tenerlos...
JONATHAN: Entonces, mi antiguo cuarto estará libre...
ABBY: Pero no hay sitio para el doctor Einstein...
JONATHAN: ¡No importa, ocuparemos el mismo cuarto!
ABBY: ¡No Jonathan, creo que no podrás quedarte!
JONATHAN: El doctor y yo necesitamos dormir. Esta tarde recordaron ustedes como era yo de chico. No me gustaría volver a esa época, de manera que no me violenten...
MARTHA: (Atemorizada) Es mejor que los dejemos... por esta noche...
ABBY: ¡Bueno, solo esta noche, Jonathan!
JONATHAN: ¡De acuerdo, y ahora pueden preparar mi cuarto!
MARTHA: Hay que ventilarlo un poco, nada más...
ABBY: Está siempre listo, para que lo vean los inquilinos...
JONATHAN: El doctor Einstein es un huesped muy distinguido, y ustedes no conocen sus habilidades... luego que me opere se darán cuenta de lo importante que es...
MARTHA: ¡Pero no puede operarte aquí!
JONATHAN: ¿Cómo no? Convertiremos el laboratorio del abuelo en una sala de operaciones...
ABBY: Jonathan ¡No vamos a consentir que conviertas esta casa en un hospital!
JONATHAN: ¿Hospital? No, por Dios: ¡Será un salón de belleza!
EINSTEIN: Chonny, abajo en el sótano...
JONATHAN: Doctor Einstein, mis queridas tías nos invitan a vivir con ellas...
EINSTEIN: ¿Ah, sí?
ABBY: ¡Esta noche dormirán aquí, nada más!
JONATHAN: ¡Vayan a preparar mi cuarto!
MARTHA: Pero...
ABBY: Recuérdalo, Jonathan ¡Sólo por esta noche! (Salen las viejas)
EINSTEIN: ¡Chonny! ¿A qué no sabes qué he encontrado en el sótano?
JONATHAN: ¿Qué?
EINSTEIN: ¡El canal de Panamá!
JONATHAN: ¿El canal de Panamá?
EINSTEIN: ¡Viene de medida para el señor Spenalzo! Teddy ha cavado una fosa de un metro por dos...
JONATHAN: ¿Ahí abajo?
EINSTEIN: ¡Parece que sabía que íbamops a traer al señor Spenalzo!
JONATHAN: ¡Qué original! ¡Mis tías van a vivir con un cadáver en el sótano!
EINSTEIN: ¿Pero cómo lo vamos a traer, Chonny?
JONATHAN: Caminando no va a venir, me supongo... vamos a poner el coche entre la casa y el cementerio, y cuando las tías se hayan ido a la cama, sacamos al señor Spenalzo del baúl y lo pasamos por la ventana...
EINSTEIN: (Saca su botellita del bolsillo y bebe) ¡La cama! ¡Has pensado que, por fin, esta noche tendremos una cama para dormir!
JONATHAN: Despacio, doctor, no beba, mañana tiene que operar y es mejor que esta vez no esté borracho, como la vez pasada, ¿eh?
EINSTEIN: ¡Esta vez te voy a dejar hermoso!
JONATHAN: ¡Así lo espero, porque si no...! (Entran las viejas desde la escalera)
ABBY: Jonathan, la habitación ya está lista...
JONATHAN: Pueden acostarse, nosotros vamos a dejar el coche detrás de la casa...
MARTHA: Está muy bien donde está... por esta noche.
JONATHAN: No puedo dejarlo en la calle... es contra la ley (Sale con Einstein)
MARTHA: Abby... ¿Qué hacemos?
ABBY: ¡No podemos permitirles que se queden más de una noche! ¿Qué dirían los vecinos viendo que la gente entra aquí con una cara y sale con otra?
MARTHA: ¡Digo, qué hacemos con el señor Hoskins!
ABBY: (Yendo al arcón) ¡Ah, el señor Hoskins! No debe estar muy cómodo allí! ¡Bastante paciencia ha tenido el pobre! Será mejor que Teddy lo baje enseguida al sótano...
MARTHA: Abby, ¡No pienso invitar a Jonathan a los funerales!
ABBY: ¡Ah, no, yo tampoco! Esperemos que se hayan acostado para hacer la ceremonia.
TEDDY: (Entrando) El general ha quedado muy conforme. Dice que el canal tiene las dimensiones exactas...
ABBY: Teddy: ¡Hay otra víctima de la fiebre amarilla!
TEDDY: ¡Oh, qué golpe para el general!
MARTHA: Por eso, ¡No deberíamos decir nada!
TEDDY: ¡Pero es que este asunto corresponde a su ministerio!
ABBY: ¡Aunque sea así, Teddy! ¡Hay que guardar el secreto!
MARTHA: ¡Claro!
TEDDY: ¿Secreto de estado?
ABBY: Sí, Teddy ¡Secreto de estado!
MARTHA: ¿Prometido?
TEDDY: ¡Prometido! Tienen ustedes la palabra del presidente de los Estados Unidos. Pero vamos a ver... ¿Cómo haremos para guardar el secreto?
ABBY: Muy simple, mira: ahora bajas al sótano y esperas. Cuando yo apague la luz y todo quede oscuro, viene, cargas al Señor Hoskins y te lo llevas al canal, ¿entendido?
MARTHA: Nosotras iremos luego, para el funeral...
TEDDY: ¡Anuncien que el presidente pronunciará un discurso...! Pero, dónde está el pobre diablo...
MARTHA: ¡En el arcón!
TEDDY: ¡No! ¡Qué terrible! ¡La peste se ha propagado! ¡Nunca hubo fiebre amarilla en el arcón! (Sale hacia el sótano)
ABBY: Martha, cuando Jonathan y el doctor vuelvan, hay que tratar de que se acuesten lo más pronto posible...
MARTHA: Sí, y cuando se duerman, nos vestimos para la ceremonia... ¡Abby! ¡Todavía no he visto al señor Hoskins!
ABBY: ¡Dios mío! ¡Es cierto! Bueno, ahora mismo lo verás... Es bastante buen mozo para ser evangelista. (Cuando se acercan al arcón se abre violentamente la ventana y aparece Jonathan. Las viejas lanzan un grito. Pasan una maleta por la ventana y luego entran a escena)
JONATHAN: No es nada, vamos a pasar el equipaje...
ABBY: ¡Nos asustaste! ¡El cuarto ya está listo, pueden subir a acostarse!
JONATHAN: ¡Ustedes son las que deberían estar acostadas ya!
ABBY: ¿Nosotras? ¡Nos acostamos muy tarde!
JONATHAN: Bueno, ahora las mando que se acuesten... ¡Ya era hora de que yo viniera a cuidarlas un poco!
MARTHA: Es que no pensamos acostarnos todavía. Tenemos algo que hacer en la cocina.
JONATHAN: (Agrio) ¡Tía Martha, no me ha oído que he dicho que se vayan a acostar! (Las viejas comienzan a subir las escaleras, seguidas por los otros dos. Al pasar Abby quiere apagar la luz) ¡Todo el mundo a la cama!
ABBY: Suban ustedes que yo apago...
JONATHAN: Más arriba, doctor... siga, tía Martha... ¡Vamos tía Abby!
ABBY: (Mirando hacia el sótano) Ahí voy...
JONATHAN: ¡Ahora mismo tía Abby! ¡Apague la luz! (Salen todos y la escena queda a oscuras, solamente con un hilito de luz que proviene del sótano, que luego se apaga, hay un pequeño resplandor que viene de la calle. Aparece Teddy que mira hacia todos lados y luego se encamina hacia el arcón, de donde saca al señor Hoskins, a quien carga sobre sus espaldas, para desaparecer en el sótano. Aparecen cautelosos Jonathan y el doctor, encienden fósforos para alumbarse)
EINSTEIN: Vamos Chonny...
JONATHAN: Voy a abrir la ventana, usted vaya afuera y me lo alcnza...
EINSTEIN: No, es muy pesado para mí. Ve a traerlo tú, y me lo alcanzas; yo lo espero en la ventana, y luego lo llevaremos al sótano...
JONATHAN: ¡De acuerdo! (Sale tanteando. Einstein enciende otro fósforo que se le apaga y distraído va a caer en el arcón que ha estado abierto. Vocifera. Trata de salir y cae de bruces al piso, cuando se oyen golpes en el vidrio de la ventana, abre y se ve el cuerpo de una persona a través de la ventana)
EINSTEIN: Espera ¡Falta una pierna!
JONATHAN: ¡Chist! ¡Más despacio, doctor!
EINSTEIN: Cuidado, se le ha salido un zapato. (Entra Jonathan e inmediatamente se escucha el timbre de la puerta. Quedan paralizados, hasta que Einstein mete el cadáver en el arcón. Nuevo timbrazo. Se ocultan detrás de la puerta, la que se abre con gran chirrido. Suspenso. Entra Elena, llamando, recelosa. Va hacia el centro de la escena, cuando, de pronto, Jonathan, con estrépito, cierra la puerta. Elena se vuelve horrorizada)
ELENA: ¿Señorita Abby...? ¿Señorit Martha...? ¿Dónde están? Señorita... señoritas... ¡Ohhh! ¿Quién es? ¿Teddy, eres tú? ¿Quién está allí? ¿Quién es?
JONATHAN: ¿Y quién es usted?
ELENA: Yo soy... Elena Harper... Vivo aquí al lado...
JONATHAN: ¿Al lado? Y entonces, ¿qué está haciendo aqui?
ELENA: Vine a ver a las señoritas,,,
JONATHAN: Encienda, doctor... Entiendo que no es hora de hacer visitas de cortesía...
ELENA: ¡Creo que es usted el que debería decir qué hace a esta hora!
JONATHAN: ¡Nosotros vivimos aquí!
ELENA: ¡Eso no es cierto! ¡Yo vengo todos los días y nunca los he visto! ¿Dónde están las señoritas? ¿Que les han hechos?
JONATHAN: Es mejor que nos presentemos. El señor es el doctor Einstein...
ELENA: ¿Einstein?
JONATHAN: ¡Es un gran cirujano, a veces, un mago!
ELENA: Sí, y usted ¡Va a decirme que es Boris Karloff!
JONATHAN: ¡Yo soy Jonathan Brewster!
ELENA: ¡Oh, usted es Jonathan!
JONATHAN: Ah, ¿le han hablado de mí?
ELENA: Sí... precisamente, esta tarde, por primera vez...
JONATHAN: ¿Y qué le dijeron?
ELENA: Que había otro hermano, llamado Jonathan, nada más, Bueno, ahora que está todo aclarado, es mejor que me vaja... (Va hacia la puerta, pero Jonathan llega antes y pone llave, quedándose en la puerta) Si quiere tener la bondad de abrir...
JONATHAN: ¿Por qué ha dicho “ya está todo aclarado”? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Por qué ha venido a esta hora? ¿Por qué?
ELENA: Me pareció ver que alguien rondaba la casa, ahora supongo que habrá sido usted.
JONATHAN: ¿Le pareció ver a alguien dondando la casa?
ELENA: Si... ¿No era usted el que estaba afuera? ¿No es su coche el que está en la calle?
JONATHAN: ¿Qué más vio?
ELENA: Nada más... ¡Eso es todo! Por eso he venido. Quería decir a las señoritas que llamen a la policía, pero si era usted, y el coche es el suyo, no tengo por qué molestarlas, asustándolas, ¿verdad?. Bueno... me voy...
JONATHAN: ¡Presumo que miente!
EINSTEIN: ¡Tal vez diga la verdad! ¡Dejemos que se vaya, Chonny!
JONATHAN: (Comienza a cercarla hasta tomarla por un brazo) No. ¡Presumo que miente!¡Una mujer que se mete en una casa a esta hora, creo que es peligrosa! ¡No debería andar suelta!
ELENA: ¡Suélteme! ¡Suélteme, le digo! (En ese momento aparece Teddy desde el sótano. Elena cree estar salvada y lo llama)
TEDDY: ¿Por qué hay tanta gente? ¡El funeral tendrá carácter privado!
ELENA: ¡Teddy, Teddy, por favor, diga a este hombre quién soy!
TEDDY: Sí señor: ¡Es mi hija, Alicia Roosevelt! (Sale gritando: ¡Al asalto)
ELENA: (Desesperada, ya que Jonethan la aprisiona y luego le tapa la boca) No... ¡No, Teddy, Teddy...!
JONATHAN: ¡Doctor, el pañuelo! (Le tapan la boca con el pañuelo y la arrastran hacia el sótano. En ese mmento aparecen las viejas, enlutadas de pies a cabeza, listas para el funeral) ¡Al sótano, doctor, no la suelte!
ABBY: ¿Qué pasa?
MARTHA: ¿Qué ocurre? (Enciende otra luz)
ABBY: ¿Qué pasa? (Entra Jonathan) ¿Qué haces aquí?
JONATHAN: Sorprendimos a un ladrón, un ratero, quizás. ¡Vuelvan al dormitorio!
ABBY: No. Hay que llamar a la policía.
JONATHAN: Ya los hemos llamado. Vuelvan a acostarse ¿Me oyen? (Timbre de la puerta) ¡No respondan! (Vuelve a sonar el timbre y Abby, resuelta, corre a abrir, entrando Mortimer, justo cuando Elena ha escapado del sótano y corre a sus brazos)
ELENA: ¡Mortimer! ¿Dónde estabas?
MORTIMER: (Reparando en las visitas) En el teatro... ¡Pero parece que aquí también hay función!
ABBY: No te asustes, este es tu hermano Jonathan. El señor es el doctor Einstein.
MORTIMER: No... no es posible... esto es una pesadilla... ¿quién dijiste que era?
JONATHAN: He vuelto al hogar, Mortimer...
ABBY: Jonathan, tu hermano. Ahora tiene otra cara porque el doctor lo operó...
MORTIMER: Jonathan, siempre fuiste un horror, pero no necesitabas cambiarte la cara para parecerlo... (Jonathan hace un ademán que es contenido por el doctor)
EINSTEIN: Calma Conny, calma...
JONATHAN: ¿Mortimer, te has olvidado de lo que yo solía hacer cuando chico? ¿Te has olvidado de aquella vez que te até y te pinché las uñas con alfileres?
MORTIMER: ¡Te recuerdo como lo más detestable y venenosa forma de vida humana!
ABBY: (Interponiéndose) ¡Pero no se van a pelear ahora, justo en el momento del reencuentro!
MORTIMER: No, tía. ¡No habrá pelea! Jonathan, aquí no haces ninguna falta... ¡Vete!
JONATHAN: El doctor Einstein y yo hemos sido invitados a quedarnos...
MORTIMER: ¡No en esta casa!
ABBY: ¡Sólo por esta noche!
MORTIMER: ¡No quiero sentirlo cerca de mí ni un minuto!
ABBY: Es que los hemos invitado por esta noche, y no estaría bien ahora decirle que no...
MORTIMER: (de mala gana) Bien, ¡Por esta noche, sea! Pero mañana a primera hora ¡fuera! ¿Dónde van a dormir?
ABBY: ¡Le dimos tu antigua habitación!
MORTIMER: ¡Pero ahora esa habitación es mía, yo me quedo esta noche aquí!
MARTHA: ¡Oh, qué alegría, querido!
EINSTEIN: Chonny, nosotros podemos dormir aquí...
MORTIMER: ¡Claro que dormirán aquí...!
EINSTEIN: ¡Jonathan, tú puedes dormir en el sofá y yo sobre el arcón...!
MORTIMER: (Reaccionando) ¿Sobre el arcón? ¡No! ¡No! ¡Yo voy a dormir sobre el arcón!
EINSTEIN: Chonny, hablando del arcón, me acuerdo del señor Spenalzo...
JONATHAN: ¡Spenalzo, tiene razón! Oye, Mortimer, no tienes porqué incomodarte tanto, nosotros nos quedaremos aquí abajo y nos arreglaremos como podamos...
MORTIMER: Jonathan, ¡Esta atención tuya no me convence!
EINSTEIN: Vamos, Chonny, vamos a buscar las cosas que dejamos arriba...
ABBY: ¡Mortimer, no tienes por qué dormir aquí! Yo me quedo con Martha y tú puedes ocupar mi habitación...
JONATHAN: (Subiendo las escaleras) No te preocupes tía, enseguida traemos el equipaje y Mortimer puede ocupar su cuarto...
MORTIMER: ¡No pierdas el tiempo, ya te he dicho que el que se queda aquí soy yo!
ELENA: (Que ha permanecido como oculta corre a los brazos de Mortimer) ¡Mortimer!
MORTIMER: ¿Qué te pasa, querida?
ELENA: ¡He estado a punto de que me maten!
MORTIMER: ¡Tía Abby! ¡Tía Martha!
MARTHA: No nos mires a nosotras, querido... pudo ser Jonathan...
ABBY: O ese ladrón que dicen que entró...
ELENA: No, Mortimer... ha sido Jonathan... ¡Le tengo miedo...! ¡Es un maniático...!
MORTIMER: ¡Pero querida, estás temblando! ¿No tienen un frasco de sales?
MARTA: ¿No es igual un poco de té o café bien caliente?
MORTIMER: Café. Para mí también, y algo para comer, estoy sin cenar...
MARTHA: Vamos a preparate algo (Parsimoniosamente se quitan los sombreros y los guantes y los colocan sobre el mueble)
ABBY: Por ahora podemos dejar los sombreros aquí, ¿verdad?
MORTIMER: ¿Cómo? ¿Iban a salir? ¿No saben que hora es? ¡Son más de las doce! ¡Doce! ¡Elena, tienes que irte de esta casa!
ELENA: ¿Queee?
ABBY: ¿Pero no pidieron café y algo para comer? Enseguida lo traemos...
MARTHA: ¿No se acuerdan que queríamos festejar vuestro compromiso...? Bueno, vamos a preparar una linda cenita, ¡y destaparemos una botella de vino! (Salen)
MORTIMER: Muy bien... (Reaccionando) ¿¿¿Vino??? ¡No! ¡Vino, no!
ELENA: Mortimer, ¿qué ocurre en esta casa?
MORTIMER: ¿Cómo que qué ocurre en esta casa?
ELENA: ¡Claro! P^rimero quedamos en ir al teatro y luego a cenar, pero cambias de idea, luego me pides que me case contigo, y acepto... y cinco minutos más tarde me hechas de la casa... Luego vengo, tu hermano trata de estrangularme, y ahora me hechas nuevamente... ¡Pues bien, señor Brewster, me voy! Pero antes debo saber a qué atenerme: dime: ¿Me quieres o no me quieres?
MORTIMER: ¡Te quiero mucho, querida! ¡Mira, te quiero tanto, que no puedo casarme contigo!
ELENA: ¿Pero dime, te has vuelto loco de repente?
MORTIMER: Todavía no, pero en cuestión de horas... Oye, la locura persigue a mi familia... ninguno de nosotros puede escaparse... por eso no puedo casarme contigo ¿comprendes?
ELENA: ¡No pierdas el tiempo! ¡Tienes que buscar otro pretexto! ¡Con eso no me convences!
MORTIMER: ¡Hablo en serio! En la sangre de los Brewster corre la locura... ¡Si llegases a conocer a fondo a mi familia!
ELENA: ¿Y todo porque Teddy está un poco... un poco...?
MORTIMER: ¡No, todo viene de mucho atrás! Tú sabes que el fundador de la familia Brewster fue uno de los que vinieron en el “Mayflower” ¿Recuerdas que en aquel tiempo los indios arrancaban el cuero cabelludo a los colonos? ¡Bueno, el primero de los Brewster se los arrancaba a los indios!
ELENA: ¡Pero eso es historia antigua!
MORTIMER: No, es historia de mi familia. Mi abuelo, por ejemplo, probaba sus específicos con los muertos, para no correr el riesgo de matarlos...
ELENA: Ese no tenía nada de loco. ¡Llegó a ganar un millón de dólares!
MORTIMER: ¡Ahí está Jonathan! ¡Tú misma has dicho que es un maniático, ha querido matarte!
ELENA: Pero el no es más que tu hermano, y tú eres tú. Yo estoy enamorada de tí.
MORTIMER: Ahí está Teddy. Tú sabes cómo es. ¡Se cree el presidente Rooselvert!
ELENA: Pero si hasta Rooselvert se cree que es Rooselvert...
MORTIMER: ¡No, querida, no! Ningún Brewster debería casarse. Me doy cuenta ahora, pero te aseguro que si llego a conocer a mi padre a tiempo, le prohibo que se case...!
ELENA: Mira, Mortimer, todo esto no significa que tú estés loco. Ahí están tus tías... Ellas también son Brewster, ¿verdad? Y son las personas más dulces y más sanas que he conocido en mi vida (Mortimer mira el arcón y disimuladamente va hacia él)
MORTIMER: ¡Oh, no creas, ellas también tienen sus manías!
ELENA: Sí, pero manías inocentes... encantadora... bondadosas, generosas, simpáticas (Mortimer, aprovechando que Elena le da la espalda, mira dentro del arcón y no puede reprimir su sorpresa al ver al señor Spenalzo, en lugar de Hoskins)
MORTIMER: ¡Dios! ¡Este es otro!
ELENA: ¿Otro? No, ¡qué manía pueden tener tus adorables tías! No puedes decirme nada, absolutamente nada de ellas...
MORTIMER: No... no... nada, absolutamente. Mira Elena, es mejor que te vayas a tu casa, pues acaba de suceder algo importante...
ELENA: ¿Donde? ¡Pero si estamos solos y aquí no ha pasado nada!
MORTIMER: Ya sé que lo que hago puede parecer una locura, pero considera que soy un Brewster, un enfermo...
ELENA: Mira, si crees que puedes liberarte de mí queriendo pasar por loco eres tonto. ¿Quizás tú no te cases conmigo, pero yo sí me caso contigo, no ves que te adoro, zonso?
MORTIMER: (Llevándola a la puerta) ¿De veras me adoras?
ELENA: ¡Claro que sí...!
MORTIMER: ¡Entonces vete!
ELENA: ¡Por lo menos acompáñame hasta mi casa, tengo miedo!
MORTIMER: ¿Miedo de qué? ¿De un paseíto por el cementerio?
ELENA: ¿Mortimer, no me das un beso?
MORTIMER: (Con pocas ganas)¡Bueno, pero rápido! (Ella lo toma por el cuello y le estampa un beso de película. Él trata de zafarse)¡BAsta! ¡Buenas noches, querida! Yo llamaré uno de estos días...
ELENA: (Saliendo furiosa)¡Oh, oh...! ¡Estúpido!
MORTIMER: (Gritando) ¡Tía Abby, tía Martha! ¡Vengan, pro favor!
ABBY: (Desde adentro de la cocina) ¡Sí, en un segundo, querido!
MORTIMER: ¡Enseguida!
ABBY: (Entrando) ¿Qué pasa, querido? ¿Y Elena?
MORTIMER: Ustede me prometieron que no entraría nadie aquí mientras yo estuviera afuera...
ABBY: Es que Jonathan...
MORTIMER: No hablo de Jonathan...
ABBY: Bueno, el doctor Einstein vono con él...
MORTIMER: No hablo del doctor Einstein... ¿Quién es el que está dentro del arcón?
ABBY: ¡YA te lo dijimos querido, es el señor Hoskins!
MORTIMER: ¡No es el señor Hoskins! (Abre el arcón y Abby mira dentro de él. Queda confusa)
ABBY: ¿Y éste quién será? ¿Quién lo habrá atendido a éste?
MORTIMER: ¿Ahora quiere hacerme creer que no lo conoce?
ABBY: ¡Claro que no! ¡Esto es muy ordinario! ¡Lo que pasa es que la gente entra aquí ahora como en su propia casa! ¡Qué barbaridad!
MORTIMER: Vamos, tía, no se escape por la tangente. ¡Confiese que éste es otro de sus ancianitos!
ABBY: ¡No te lo permito! ¡Ese hombre es un impostor! ¡Y si he venido aquí para que lo enterremos en el sótano está muy equivocado! ¡Hazlo salir de inmediato y que busque otro lugar para que lo entierren!
MORTIMER: Vamos tía, no me va a hacer creer que el señor Hoskins sugirió a este señor la idea de venir aquí. Y a propósito ¿dónde está el señor Hoskins?
ABBY: Es cierto. ¿Dónde estará?
MORTIMER: ¡Vamos tía...!
ABBY: (busca por todos lados) Tiene que haberse ido ya a Panamá...
MORTIMER: ¿Lo han enterrado?
ABBY: ¡No, todavía no! ¡Pobrecito, debe estar abajo, esperando el funeral! No hemos tenido un minuto libre desde la llegade de Jonathan...
MORTIMER: ¡Ah...! ¡Jonathan...!
ABBY: Ah, siempre hemos soñado con un doble funeral... ¡Qué emocionante! Pero no vamos a leer los oficios para un desconocido... ¿Entendió usted, señor?
MORTIMER: ¡Un desconocido! ¿Tía Abby, cómo puedo dar crédito a sus palabras? ¡En el sótano hay doce personas envenenadas por ustedes, según me han confesado!
ABBY: (Altanera) Sí, y yo no miento nunca. Permiso, Mortimer. ¡Adiós, señor! !¡Martha!! (Sale después de haber saludado al cadáver)
JONATHAN: (Entrando) Mortimer, quiero decirte una palabra...
MORTIMER: Una sola, porque no tendrás para más, porque acabo de decidir que tú y tu amiguito se irán lo antes posible...
JONATHAN: ¡Me alegra de que te hayas dado cuenta de que tú y yo no podemos vivir bajo el mismo techo, pero has llegado un poco tarde, porque el que se va eres tú, así que toma tu maleta y fuera de aquí!
MORTIMER: ¡Jonathan! ¡Ya empiezo a cansarme! ¡Esta es tu función de debut y despedida del barrio... fuera de aquí!
JONATHAN: ¿Te crees superior a mí, verdad? Pero no tienes nada de autoridad ¡Fuera!
MORTIMER: Si piensas que te tengo miedo, Jonathan... estás equivocado...
JONATHAN: Mi vida ha sido un poco extraña, sabes, Mortimer... pero una sola cosa he aprendido: ¡A no tener miedo a nada ni a nadie! (Se van a enfrentar cuando aparecen las viejas)
ABBY: ¿Martha, quieres mirar y ver lo que hay dentro del arcón? (Jonathan y Mortimer corren a sentarse en el arcón)
JONATHAN: Hola tía...
MORTIMER: Jonathan, ¿por qué no dejas que la tía mire dentro del arcón? Tía Abby, tengo que pedirle disculpas por haber dudado de usted. Y además darles una buena noticia: Jonathan nos deja. Se va con el doctor Einstein y con su helado compañero... Jonathan, tu eres, al fin y al cabo, mi hermano y te daré la oportunidad para que te vayas y te lleves el cuerpo del delito... Más no puedes pedirme... (Jonathan no se mueve. Pausa) Bueno... ¡Entonces llamaré a la policía...
JONATHAN: Te empeñas en darme órdenes, después de haber cisto lo que le pasó al señor Spenalzo, que está allí ¡Piensa que lo que le pasó a él puede pasarte a tí...
MARTHA: ¿El señor Spenalzo?
ABBY: ¡Ya sabía yo que era un extranjero, el muy atreviso! (Llama el timbre y al abrir Abby aparece el agente O’Hara)
O’HARA: Buenas noches, señorita Abby...
ABBY: Hola, agente O’Hara, ¿en qué podemos servirle?
O’HARA: Vi luz y pensé que podía haber algún enfermo, ¡Pero veo que están con gente! Disculpe la molestia, eh... ¡Me voy!
JONATHAN: (Tomándolo del brazo) No, agente, no se vaya, pase... pase (Jonathan y Einstein tratan de disimular su presencia y van a subir, cuando luego los detiene el agente)
ABBY: Sí, entre usted, agente...
MARTHA: Ese señor es nuestro sobrino Mortimer...
O’HARA: ¡Mucho gusto!
ABBY: Y este nuestro sobrino Jonathan...
MORTIMER: Mucho gusto. Supongo que estarán contentas con las visitas de sus sobrinos ¿verdad? ¿Se quedarán aquí mucho tiempo?
MORTIMER: Yo sí, pero Jonathan ya se iba en este mismo momento...
O’HARA: Me parece, señor, que nos hemos visto en alguna parte...
ABBY: ¡Oh, no! Jonathan hace muchos años que no venía por acá...
O’HARA: Sin embargo esa cara me parece conocida. Debo haber visto algún retrato suyo...
JONATHAN: No creo (Sale por la escalera)
MORTIMER: Hacés bien, Jonathan, en apurarte... yo haría lo mismo en tu lugar, apúrate...
O’HARA: Bueno, ustedes tendrán ganas de despedirse. Me voy...
MORTIMER: ¿Por qué tanta prisa? Quédese hasta que mi hermano se haya ido...
O’HARA: Es que sólo he entrado por si pasaba algo...
MORTIMER: Íbamos a tomar café, ¿Por qué no nos acompaña, agente?
ABBY: ¡El café! ¡Se me había olvidado!
MARTHA: Hay que hacer más sandwiches, conozco su apetito, agente O’Hara (Salen las viejas)
O’HARA: No se molesten, tengo que dar el parte dentro de un rato...
MORTIMER: Tome el café con nosotros. Mi hermano se irá enseguida...
O’HARA: Oiga ¿No habré visto el retrato de su hermano por aquí?
MORTIMER: No lo creo...
O’HARA: No sé por qué, pero me recuerda a alguien...
MORTIMER: Es que se parece mucho a un actor de cine...
O’HARA: ¡No, si yo nunca voy al cien! ¡No me agrada! Mi madre dice: ¡El cine es un arte bastardo!
MORTIMER: ¿Su madre opina así del cine?
O’HARA: Sí, mi madre fue actriz... de teatro. Puede que usted la haya oído nombrar: se llama Peaches Latour.
MORTIMER: De nombre me suena... tengo que haberlo leído en algún programa. ¿Qué obras hizo?
O’HARA: Su mayor éxito fue Pigmalión. Intepretó la obra más de tres años. Yo nací en una gira...
MORTIMER: ¿Sí?
O’HARA: Si, en Arizona. Yo nací en el camarín, entre el segundo y el tercer acto ¡Y mi madre siguió trabajando hasta el final de la obra!
MORTIMER: ¡Qué curioso! ¡Se podría escribir algo interesante sobre su madre!” ¡No sé si usted sabe que aparte de crítico, yo escribo teatro!
O’HARA: Pero no me diga que usted es Mortimer Brewster, el crítico teatro más importante...
MORTIMER: Sí..,. soy yo.
O’HARA: ¡Encantado de conocerlo! ¡Entonces, señor Brewster, somos colegas!
MORTIMER: ¿Colegas?
O’HARA: Sí. Soy autor. En la policía estoy sólo de paso...
MORTIMER: ¿Hace mucho que está en la policía?
O’HARA: Doce años. Estoy reuniendo materiales para un drama policial...
MORTIMER: Debe ser muy buena su obra...
O’HARA: Tiene que ser buena. ¡Con todos los dramas que se ven estando en la policía! ¡Señor Brewster, usted no se imagina las cosas que pasan en el barrio!
MORTIMER: ¿Que no me imagino?
O’HARA: Diga: ¿qué hora tiene?
MORTIMER: La una y diez...
O’HARA: ¡Huy! ¡La una y diez! ¡Tengo que dar el parte! (Intenta salir pero Mortimer lo detiene)
MORTIMER: Espere agente... esa obra suya... a lo mejor podría ayudarlo...
O’HARA: ¿En serio? ¡Entonces fue el destino quien me trajo aquí! Mire, le voy a contar el argumento... (En ese momento aparecen Jonathan y Einstein, con sus maletas)
MORTIMER: Bueno, parece que se van en serio. Tienen muy poco tiempo... (Entra Abby)
ABBY: ¡Ya está todo listo! ¿Ya te vas, Jonathan? ¡Bueno, adiós! ¡Adiós, Doctor Einstein...! (Reparando en la caja de instrumental que ha quedado cerca del arcón) ¿Y esa caja, no es de ustedes?
MORTIMER: Sí, Jonathan, no se pueden marchar sin llevar todas... todas sus cosas. En fin agente, muy encantado de conocerlo y ya volveremos a hablar de su comedia...
O’HARA: No, todavía no me voy, señor Brewster...
MORTIMER: ¿Por qué?
O’HARA: Porque usted ha dicho que podría ayudarme con mi obra ¿no? Así pues, le propongo escribir en colaboración...
MORTIMER: Yo no escribo cosas de imaginación...
O’HARA: De la imaginación me encargo yo. Usted sólo tiene que poner la letra...
MORTIMER: Pero agente...
O’HARA: (Va a sentarse sobre el arcón) No, no señor Brewster. No me voy hasta que le cuente el argumento...
JONATHAN: (Tratando de salir por la puerta. Mortimer se lo impide) ¡Entonces, si ustedes tiene que hablar, nosotros nos vamos, nomás!
MORTIMER: Todavía no puedes irte, tienes que llevarte lo que te pertenece. Mire agente, será mejor que se vaya, ¿verdad? Mi hermano tiene que buscar algo que ha guardado ahí, en el arcón...
O’HARA: ¡Pero yo se lo alcanzo! (Cuando va a abrir el arcón, entra Martha con el servicio de café y pega un gritito que detiene al agente)
MARTHA: ¡Ay! Perdonen si he tardado...
MORTIMER: ¿Por qué traen eso aquí? Agente ¿Por qué no nos acompaña a la cocina y comemoa allí?
MARTHA: ¿En la cocina? Bueno, es lo mismo... más íntimo
ABBY: Martha, Jonathan se va
MARTHA: ¿Ah, sí? ¡Venga, venga, señor O’Hara, ni no le molesta comer en la cocina!
O’HARA: Con mucho gusto, si es por comer, en cualquier lugar es lo mismo...
ABBY: Adiís Jonathan ¡Y no me alegro de haberte visto! (Salen hacia la cocina con el agente)
MORTIMER: Yo sí me alegro, porque me he dado el gusto de echarte. Y el primero que sale de aquí es tu amiguito, el señor Spenalzo. (Abre la puerta del arcón cuando aparece el agente O’Hara de la cocina. Mortimer cierra de prisa el arcón)
O’HARA: Oiga, señor Brewster, venga a la cocina y seguiremos hablando
MORTIMER: (Lo empuja hacia dentro de la cocina) YA voy... ¡ya voy!
JONATHAN: ¡Debí sospechar que terminarías escribiendo dramas con la policía!
MORTIMER: (Desde la puerta de la cocina) ¡¡¡Se mandan a mudar, los tres!!! (Cierra la puerta de la cocina)
JONATHAN: (Dejando las maletas en el suelo) Doctor, este asunto entre mi hermano y yo no puede quedar así...
EINSTEIN: Pero Chonny, ya tenemos demasiados líos. Tu hermano nos da la oportunidad de escapar ¿qué más podemos pedirle?
JONATHAN: ¿Pero no te das cuenta? ¡Siempre nos hemos odiado!
EINSTEIN: Vamos Chonny. Vamos que es mejor...
JONATHAN: ¡No nos vamos! ¡Nos quedamos a dormir aquí esta noche!
EINSTEIN: ¿Con un policía en la cocina y el señor Spenalzo allí?
JONATHAN: ¡Esa es la única contra! Pero mira, ahora sacamos al señor Spenalzo, lo cargamos otra vez en el auto y lo llevamos al río,. Lo tiramos y luego volvemos...
EINSTEIN: No Chonny...
JONATHAN: Doctor, usted sabe que cuando se me pone algo en la cabeza...
EINSTEIN: Sí, cuando se te pone algo en la cabeza... la pierdes... vamos que aquí no nos conviene quedarnos...
JONATHAN: ¡Doctor!
EINSTEIN: O.k. siempre de acuerdo, siempre juntos.... hasta el día en que nos liquiden a los dos. Yoye, si vamos a volver, ¿por qué vamos a llevar las maletas?
JONATHAN: Vamos a llevarlas para disimular, pero a la caja de instrumentos, bájela al sótano. En cuanto al señor Spenalzo, saldrá por donde entró. (El doctor ha ido hasta el sótano y regresa agitado)
EINSTEIN: ¡Eh, Chonny, ven aquí, pronto! ¡Pronto!
JONATHAN: ¿Qué pasa?
EINSTEIN: ¿Te acuerdas, esa fosa que Teddy ha cavado en el sótano? Ven y mira... (Salen hacia el sótano. Entra Mortimer desde la cocina. Al ver las maletas, abre el arcón y comprueba que el señor Spenalzo aún está llí. Llama a Jonathan)
MORTIMER: Jonathan... Jonathan...
JONATHAN: ¿Qué hay, Mortimer?
MORTIMER: ¿Dónde estabas? ¡He dicho que se fueran, los tres!
JONATHAN: Sí, pero... ¡No nos vamos!
MORTIMER: ¿Ah, no? ¿Crees que estoy bromeando? ¿Quieres que la policía sepa lo que hay en el arcón?
JONATHAN: He dicho que no nos vamos...
MORTIMER: ¡Muy bien! ¡Tú lo has querido! Eso me libra de tí y de O’Hara al mismo tiempo (Va hacia la puerta de la cocina y llama) Agente O’Hara, venga, por favor...
JONATHAN: ¡Si le dices al policía lo que hay en el sótano, yo le digo lo que hay en el sótano!
MORTIMER: ¿En el sótano?
JONATHAN: Sí, hay un señor de cierta edad que parece estar profundamente muerto...
MORTIMER: ¿Qué has ido a hacer al sótano?
JONATHAN: ¿Y qué fue a hacer el otro?
O’HARA: (Aparece desde la cocina)No gracias, estaban muy buenos, pero he comido demasiado... Oiga, señor Brewster, sus tías también quieren escuchar el argumento, ¿les digo que vengan y nos reunimos aquí?
MORTIMER: No agente, ahora no puede contarlo ¡Tiene que ir a dar el parte, no se olvide! (Trata de sacarlo hacia la calle)
O’HARA: ¡Que se vaya al diablo el parte! Ahora traigo a sus tías y les cuento el argumento...
MORITMER: Delante de toda esta gente, no es posible, no tendrá clima. Podemos vernos más tarde, en otra parte...
O’HARA: ¿Qué le parece en el café de la esquina, en el reservado?
MORITMER: (Siempre tratando de sacarlo a la calle)Encantado. Vaya a dar el parte y después nos encontramos en el café...
JONATHAN: ¿Por qué no se van al sótano?
O’HARA: (Yendo hacia el sótano) Por mí, no hay inconveniente... ¿es por aquí?
MORITMER: (Alcanza a detenerlo)¡No! Es mejor en el café, después de dar el parte...
O’HARA: De acuerdo, es cuestión de dos minutos... (Sale)
MORITMER: Mire, mi libro es éste y vuelvo dentro de diez minutos... espero no encontrarte cuando vuelva... No, mejor espérame... No hemos terminado aún... (Sale)
JONATHAN: Tenemos que esperarle doctor... Yo esperé durante tantos años una oportunidad como ésta...
EINSTEIN: ¡Lo tenemos agarrado, eh! ¡Ha puesto una cara de culpable!
JONATHAN: Volvamos a subir las maletas al cuarto (Aparecen Abby y Martha, recelosas)
ABBY: ¿Se habrán ido? Oh, nos pareció que alguien salía...
JONATHAN: Sí, ha salido Mortimer, pero volverá dentro de diez minutos. ¿No queda nada de comer en la cocina? Nos ha vajado hambre. Queremos comer algo...
MARTHA: Si Mortimer vuelve enseguida no va a darles tiempo...
ABBY: ¡Y estamos seguras de que Mortimer no le gustará encontrarlos todavía aquí!
EINSTEIN: Sí, le va a gustar. Tiene que gustarle...
JONATHAN: Preparen algo de comer mienstras nosotros llevamos al señor Spenalzo al sótano...
MARTHA: ¡Oh, no! ¡No pueden hacer eso!
ABBY: No puede ir al sótano. ¡No, Jonathan, el señor Spenalzo deberá irse con ustedes!
JONATHAN: Es que un amigo de Mortimer lo está esperando allí abajo...
ABBY: ¿Un amigo de Mortimer?
JONATHAN: El señor Spenalzo y él van a congeniar perfectamente. Los dos están bien muertos...
MARTHA: Debe estar hablando del señor Hoskins...
JONATHAN: ¿Ustedes saben lo que hay abajo?
ABBY: Claro que sí... pero no es ningún amigo de Mortimer... es un ancianito de los nuestros...
EINSTEIN: ¿De los suyos?
MARTHA: (Enérgica) ¡Y no queremos enterrar a ningún desconocido en el sótano!
JONATHAN: Pero ese señor Hoskins...
MARTHA: El señor Hoskins no es un desconocido...
ABBY: Además, no hay sitio para el señor Spenalzo. El sótano está ocupado...
JONATHAN: ¿Ocupado? ¿Con qué?
ABBY: Hay doce tumbas ahora...
JONATHAN: ¿¿¿Queeee? ¿Doce tumbas?
ABBY: Por eso queda poco espacio y vamos a necesitarlo...
JONATHAN: ¿Quieren decir que tía Martha y usted han asesinado?...
ABBY: ¡Asesinado, no! ¡Es una de nuestras obras de caridad!
MARTHA: Les hicimos un bien... ¡Y ellos están muy contentos!
ABBY: ¡Así que ya pueden llevarse al señor Spenalzo fuera de aquí!
JONATHAN: ¿Pero ustedes hicieron eso, aquí, en esta casa... y los enterraron ahí abajo?
MARTHA: Lo que hacemos es verdadera caridad... los pasamos al otro mundo sin el menor esfuerzo ni para nosotras ni para ellos... pero no admitimos gente extraña, como ese señor amigo vuestro, ¡De manera que no esperen que lo enterremos aquí! (Salen)
EINSTEIN: Chonny, a nosotros la policía nos persigue por todo el mundo, y ellas, en pleno Barrio lo hacen mejor que tú, o tan bién como tú!
JONATHAN: ¿Tan bien como yo?
EINSTEIN: ¡Claro, están iguales. Ellas han matado a doce y tú también doce!
JONATHAN: ¡No doctor... yo, trece!
EINSTEIN: No, Chonny, doce...
JONATHAN: ¡Trece! ¡El señor Spenalzo está ahí, bien! El primero en Londres... dos en sudáfrica... uno en Sidney... uno en Melbrourne... dos en San Francisco... Uno en Arizona...
EINSTEIN: ¿En Arizona...? ?Cuál?
JONATHAN: Sí, el de la estación de servicio... además de los tres de Chicago y aquel en los Ángeles...
EINSTEIN: ¡Al de Los Ángeles no hay que contarlo! ¡Murió de pulmonía!
JONATHAN: ¡Si el tiro no le hubiera atravesado el pulmón no se muere de pulmonía!
EINSTEIN: No, Chonny, murió de pulmonía... ¡No cuenta!
JONATHAN: ¡Para mí cuenta! ¡He dicho trece!
EINSTEIN: (Entran las viejas)No, Eli, están doce a doce, ¿verdad señoritas? ¡Las señoritas son tan capaces como tú!
JONATHAN: ¿LE parece? Pues eso tiene fácil arreglo... No necesito más que otro candidato: ¡otro y gano! (En ese momento entra Mortimer de la calle. Espectativa)
MORTIMER: ¡Bueno, aquí me tienen!
TELÓN

TERCER ACTO
CUADRO I
Al levantarse el telón la escena está vacía, pero del sótano llegan voces de una discusión, que se oye clara al salir del sótano las viejas y el doctor Einstein
MARTHA: ¡Basta! ¡Basta!
ABBY: ¡LA casa y el sótano son nuestros! ¡No pueden hacer eso!
EINSTEIN: ¡Señoras! ¡Por favor! ¡Suban al cuarto!
JONATHAN: ¡Abby! ¡Martha! ¡Suban les digo!
MARTHA: ¡Es inútil que hagan eso, tendrán que sacarlo!
ABBY: ¡He hicho que no le queremos allí!
MARTHA: ¡Muy bien! ¡Ya verán quién manda aquí
ABBY: Ya te lo advertimos... ¡Y Mortimer que no vuelve!
MARTHA: ¡Dijo diez minutos!
ABBY: ¡Es horrible lo que están haciendo Jonathan y el Doctor! Enterrar a un honrado evangelista junto con un extranjero. ¿Dónde se ha visto?
MARTHA: ¡Nos han profanado el sótano y eso no lo permitiremos!
ABBY: Les habíamos prometido un lindo funeral al señor Hoskins, pero no lo compartiremos con ese señor Spenalzo. ¿Qué dirá el señor Hoskins? ¿Que somos unas informales? ¿Dónde habrá ido Mortimer? ¿No lo sabes, Martha?
MARTHA: No, pero supongo que estará combinando algo, porque al salir le dijo a Jonathan: “Espera que esto lo arreglo yo”
ABBY: ¡No sé cómo va a arreglarlo fuera de casa! ¡Lo que hay que arreglar es lo que está pasando abajo! Hay que haceles desenterrar al señor Spenalzo y que se lo lleven... si lo dejan, no le haremos ningún tipo de atenciones. (Entra Mortimer)
MARTHA: ¡Mortimer! ¡Dónde has estado!
MORTIMER: He ido a ver al doctor Schuman. He conseguido su firma para el ingreso de Teddy en el sanatorio... ¿Donde está Teddy?
MARTHA: ¿Mortimer, qué te ocurre?
ABBY: ¿Cómo te marchas para que te firme papeles en un momento como éste?
MARTHA: ¿Sabes lo que está haciendo Jonathan en el sótano?
ABBY: ¡Enterrando al señor Hoskins junto al señor Spenalzo! Una barbaridad hacer una cosa así. Cada cual que se haga cargo de sus muertos, y no moleste a los demás...
MORTIMER: ¡Ah! ¿Sí? Bueno, que siga. ¿Está Teddy en su cuarto?
MARTHA: Teddy no puede ayudarnos...
MORTIMER: Si Teddy firma esos papeles, habré dominado a Jonathan...
ABBY: ¿Pero qué tiene que ver una cosa con otra?
MORTIMER: Ustedes han dicho a Jonathan lo de las doce tumbas. Si consigo que Teddy aparezca como autor de eso, puedo protegerlas ¿se dan cuenta?
ABBY: No, no me doy cuenta. Ya pagamos los impuestos para que nos proteja la policía...
MARTHA: ¿Y cómo vas a enredar a Teddy en este asunto? Su trabajo consiste solamente en cavar las esclusas... Lo demás es asunto nuestro... ¿Quién se va a meter con nosotras?
ABBY: Vamos, Martha, vamos a llamar a la policía para que saque a Jonathan...
MORTIMER: ¡Conforme! (En el momento en que Martha va al teléfono la sujeta) ¡No, a la policía no! ¡Ustedes no pueden llamar a la policía!
MARTHA: ¿Y por qué no?
MORTIMER: Porque si la policía sabe lo de Spenalzo, también se enterarán de lo de Hoskins y si se entran en sospechas, pueden descubrir lo demás...
MARTHA: ¿Qué demás?
MORTIMER: Lo de los ancianitos envenenados y enterrados por ustedes...
ABBY: Mortimer, nosotras conocemos a la policía mejor que tú. No creo que se metan en nuestros asuntos privados, si les pedimos que no se metan...
MORTIMER: Pero si encuentran a los doce ancianitos, tendrán que dar cuenta a la central...
MARTHA: ¡No creo que se molesten tanto! Tendrían que hacer un informe muy largo, y si algo hay que les moleste a los policías, es escribir informes...
MORTIMER: En una de esas se descubre todo, y es difícil que el juez y el jurado comprendan las ideas caritativas de ustedes...
MARTHA: ¡Oh, el juez Cullman nos comprendería... es nuestro amigo!
ABBY: LE conocemos bien...
MARTHA: Siempre va a la iglesia a rezar antes de las elecciones...
ABBY: Además, vendrá un día de estos a tomar el té con nosotras ¡Nos lo prometió!
MARTHA: ¡Abby, debemos recordárselo! ¡Se murió la mujer hace pocos años y está muy solito el pobre!
ABBY: Bien, vamos Martha... (Se disponen a salir con sombreros, carteras y guantes)
MORTIMER: ¡No, no pueden irse! No pueden salir de esta casa, y tampoco pueden invitar al juez Cullman a tomar el té...
ABBY: Mira Mortimer ¡Si tú no haces nada con el señor Spenalzo, lo haremos nosotras!
MORTIMER: ¡Algo voy a hacer! ¡Tal vez más tarde! A lo mejor tengamos que llamar a la policía, pero si la llamamos, quiero estar preparado ¡Déjenme pensar!
MARTHA: ¡Tienes que echar a Jonathan de esta casa!
ABBY: ¡Y a ese señor Spenalzo también!
MORTIMER: ¿Quieren hacerme el favor de dejar eso por mi cuenta? Necesito hablar con Teddy.
ABBY: Si no se han ido de aquí por la mañana, llamaremos a la policía...
MORTIMER: (Disponiéndose a subir la escalera) ¡Se irán, yo se los prometo! ¡Pero ahora, métanse en la cama! ¡Y por lo que más quieran, quítense esa ropa, por favor!
MARTHA: ¡Bueno, Abby... Es un alivio! ¿No?
ABBY: Sí... oye, si es cierto que por fin Mortimer va a hacer algo, creo que Jonathan se está molestando demasiado allí abajo... Es mejor que lo sepa... (Cuando va a buscarlo aparece Jonathan) Ah, Jonathan, es mejor que no sigas trabajando inútilmente...
JONATHAN: Ya está todo hecho. Me pareció escuchar la voz de Mortimer...
ABBY: Has trabajado inútilmente, porque se tienen que ir los tres mañana por la mañana...
JONATHAN: ¿Ah? ¿Tendremos que irnos? Entonces, en ese caso, ya pueden acostarse y dormir tranquilamente?
MARTHA: Claro que sí... Vamos, Abby...
JONATHAN: ¡Buenas noches, tías!
ABBY: ¡No, buenas noches, no Jonathan! ¡Adiós! Cuando nos levantemos, ustedes ya no estarán aquí ¡Mortimer lo prometió!
MARTHA: Dice que cuenta con medios para obligarte a que te vayas...
JONATHAN: ¿De modo que Mortimer ha vuelto?
ABBY: Sí, está arriba, hablando con Teddy...
MARTHA: ¡Adiós Jonathan!
ABBY: ¡Adiós, Jonathan!
JONATHAN: ¡Quizás sea mejor que digan adiós a Mortimer!
ABBY: ¡Se lo dirás tú cuando lo veas! (Salen las viejas)
JONATHAN: Sí, se lo diré cuando lo vea...
EINSTEIN: (Saliendo del sótano) ¡Bueno, ya está todo listo! ¡Todo tranquilo como balsa sobre aceite! Nadie sabrá que están ahí abajo. ¡Quçe bien vendrá la cama! También, cuarenta y ocho horas sin dormir... Vamos, Chunny... ¿No subimos?
JONATHAN: Usted olvida algo, doctor...
EINSTEIN: ¿Qué?
JONATHAN: Mi hermano Mortimer...
EINSTEIN: ¿Chonny, esta noche? ¡Me caigo de sueño! ¿Por qué no lo dejamos para mañana o pasado?
JONATHAN: ¡No doctor! ¡Esta noche! ¡Ahora!
EINSTEIN: Chonny, por favor... estoy cansado y mañana tengo que operarte...
JONATHAN: ¡¡¡Sí, doctor, mañana tiene que operarme, pero esta noche debemos ocuparnos de Mortimer!!!
EINSTEIN: Pero Chonny... esta noche, no... ¡¡¡Vamos a la cama!!!
JONATHAN: Mírame doctor ¿se vé que estoy resuelto, verdad?
EINSTEIN: (Asustado) Sí, Chonny, sí... conozco esa mirada... sí... sí...
JONATHAN: ¿Ya es un poco tarde para romper nuestra sociedad, no?
EINSTEIN: O.k. se hará, pero por el método rápido, como el de Londres, ¿verdad?
JONATHAN: No, doctor, no. Esto requiere un tratamiento especial. Algo así como el método que empleamos en Melboure...
EINSTEIN: ¡No, Chonny, eso no! Trabajamos dos horas, ¿y todo para qué? Al final quedó tan muerto el de Melboure como el de Londres...
JONATHAN: Tuvimos que trabajar muy rápido en Londres y no hubo ninguna satisfacción estética... en cambio lo de Melboure, es digno de recordarse, ¿eh?
EINSTEIN: ¡No, Chonny, por favor, lo de Melboure no! ¡Todavía no puedo olvidarlo!
JONATHAN: Sí, doctor, lo haremos como el de Melboure ¿Dónde están sus instrumentos?
EINSTEIN: ¡No lo hago, Chonny, no lo hago! ¡No me obligues, por favor!
JONATHAN: ¡Busque sus instrumentos!
EINSTEIN: No, Chonny, no...
JONATHAN: ¿Dónde están? ¿Los escondió en el sótano?
EINSTEIN: ¡No te lo voy a decir!”
JONATHAN: ¡Los voy a buscar yo! (Sale hacia el sótano, mientras Teddy sale por la escalera con el clarín, en el momento en que va a dar la clarinada, Mortimer le sujeta el brazo)
MORTIMER: ¡No haga eso, señor presidente!
TEDDY: ¡No puedo firmar ninguna proclama del gobierno sin consultarlo con mi gabinete!
MORTIMER: ¡Pero si esto debe ser un secreto!
TEDDY: ¡Una proclama secreta, qué raro!
MORTIMER: Es que puede enterarse el Japón y no debe saberlo hasta que se haya firmado.
TEDDY: ¡El Japón! ¡Esos malditos amarillos! ¡Firmaré en el acto! (Tomando los documentos) ¡Tiene usted mi palabra. ¡Más tarde enteraré al gabinete!
MORTIMER: ¡Eso es, firme, rápido!
TEDDY: ¡Espere aquí! ¡Una proclama secreta debe ser firmada en secreto!
MORTIMER: ¡Pero en el acto, señor presidente!
TEDDY: ¡Además, para firmar, debo ponerme ropa de firmar! (Sale hacia arriba. Einstein ha visto a Mortimer, toma su sombrero y se lo entrega)
EINSTEIN: ¿Ahora se va, verdad?
MORTIMER: No doctor, tengo que hacer algo. Algo importante...
EINSTEIN: ¡Por favor, váyase, váyase enseguida!
MORTIMER: ¿Mire doctor Einstein, personalmente no tengo nada contra usted! Usted me parece, a pesar de sus amistades, un buen sujeto. Siga mi consejo y váyase de aquí. ¡Aquí va a haber complicaciones!
EINSTEIN: ¡Complicaciones! ¡Ya lo creo que sí! ¡Váyase!
MORTIMER: Está bien, no diga que no le previne ¡Eh!
EINSTEIN: ¡Es que yo lo estoy previniendo a usted! ¡Váyase enseguida, por favor!
MORTIMER: ¡Dentro de poco empezarán a pasar cosas aquí!
EINSTEIN: (Nervioso) Escuche... Chonny está pasando por un mal momento... cuando está así, le ataca la locura... y hace cosas terribles...
MORTIMER: Jonathan no me preocupa ahora...
EINSTEIN: ¿Pero, dígame, esas obras de teatro que usted ve, no le enseñan nada?
MORTIMER: ¿Qué quiere que me enseñen?
EINSTEIN: Por lo menos los personajes de las comedias se portan como si tuvieran juicio... ¡Y usted no!
MORTIMER: ¡Ah! ¿Le parece? ¿Usted cree que los personajes de las comedias actúan inteligentemente? ¡Cómo se ve que no ha tenido que aguantar las obras que he aguantado yo! ¡La que vi esta noche, por ejemplo! En ella hay un hombre que se cree muy listo... (Entra Jonathan del sótano con la caja de herramientas, pero Mortimer no lo ve y sigue hablando)Sabe que está rodeado de asesinos, debería comprender que está en peligro de muerte... más aún, le avisan que lo van a matar, para que se vaya... pero, no... se queda. Ahora yo le pregunto, doctor: ¿una persona inteligente se quedaría?
EINSTEIN: ¿Y me lo pregunta a mí?
MORTIMER: A ese personaje, la inteligencia no le servía ni para asustarse ni para ponerse en guardia. Figúrese, por ejemplo, que el asesino le invita a sentarse...
EINSTEIN: ¿Le dice “tome asiento”?
MORTIMER: ¡Aunque le parezca mentira, no hay obra en la que no se diga: tome asiento!
EINSTEIN: ¿Y qué hizo ese personaje?
MORTIMER: (sentándose)¡Se sentó! ¡Se sentó esperando que lo amarren! ¿Y usted a qué no sabe con qué lo atan?
EINSTEIN: ¿Con qué? (Jonathan va siguiendo la acción de lo que dice Mortimer)
MORTIMER: ¡Con el cordón de la cortina!
EINSTEIN: ¡Buena idea! ¡Muy conveniente!
MORTIMER: Demasiado convinvente y simple ¡Un recurso simple! ¡Qué falta de imaginación del autor! ¡Con el cordón de la cortina! (Jonathan se aproxima)
EINSTEIN: ¿Y no vio cuando la cortaban?
MORTIMER: ¡Pero qué va a ver! ¡Se sentó ahí, dando la espalda! ¡Esa es la clase de obras que tenemos que aguantar los críticos noche tras noche! ¡Y después dicen que los críticos están matando el teatro! ¡No señor! ¡Son los autores! ¡Y ahí se queda, el muy idiota! ¡Esperando que lo amordacen! (Jonathan se ha llegado detrás de Mortimer y con la última palabra lo ha tomado del cuello, le tapa la boca y tira las sogas con las que el doctor Einstein lo amarra a la silla. Luego le colocan un pañuelo en la boca)
EINSTEIN: (Terminando de amarrarle) ¡Tenía razón usted! Ese personaje no era nada inteligente... ¡Mire lo que le pasó!
JONATHAN: Y ahora, Mortimer, si no te parece mal, nosotros vamos a terminar de contar el argumento (Va a la mesita, trae el candelabro, enciende las velas, apaga la luz eléctrica. Coloca la caja de instrumentos sobre la mesa, escena muy en penumbras) ¡Mortimer he estado veinte años fuera de queí! ¡Pero durante todo ese tiempo nunca he dejado de pensar en ti, mi querido hermano! ¡Siempre he soñado con este momento! Toda la vida fuiste el preferido de las tías, y mientras a mí se me trataba mal, a ti te colmaban de atenciones... ¡Te fui tomando odio! Y me fui haciendo a la idea de que tenía que vengarme... ¡ese momento ha llegado, por fin!... y ahora, doctor, dejemos los discursos y a trabajar!
EINSTEIN: Por favor, Chonny, usemos el método rápido, ¿quieres? Hazlo por mí...
JONATHAN: ¡No doctor. ¡Tiene que ser una cosa... artística! ¡No se olvide que estamos actuando ante un crítico muy exigente!
EINSTEIN: ¡Pero Chonny!
JONATHAN: (enérgico) ¡Doctor!
EINSTEIN: ¡Bueno, como siempre te sales con la tuya! (Comienza a sacar instrumentos del maletín, como si fueran piezas de tortura, se coloca los guantes de goma)
JONATHAN: ¿Y, doctor? ¿Para cuando?
EINSTEIN: ¡Ya va... ya va! Pero antes tengo que tomar un trago, para entonarme. ¡No puedo trabajar sin un trago! (Saca la botellita y ve que está vacía) ¡Qué lástima, se ha terminado...! ¿Qué hago?
JONATHAN: ¡Cálmese doctor!
EINSTEIN: Cuando llegamos, había sobre la mesa una botellita de vino, ¿dónde la habrán guardado? (Va hacia el aparador, luego de buscar, y vuelve con la botellita de vino envenenado, con dos copitas) Oye, Chonny, vamos a tomar un traguito juntos... ¡Los dos necesitamos un trago! (Luego que ha servido las copitas se lo va a llevar a los labios. Jonathan lo detiene)
JONATHAN: ¡Un momento doctor! ¡Se lo ruego! ¿Dónde está su buena educación? ¡Hay que brindar por el homenajeado, no se olvide! ¿Doctor, brindemos por la memoria de mi difunto hermano Mortimer! (En el istante en que van a beber aparece Teddy sobre la escalera con una clarinada tan estridente, que les hace saltar las copas de las manos)
EINSTEIN: ¡Demonios!
JONATHAN: ¡Idiota! ¡Condenado idiota! ¡Este va a ser el próximo, sí señor! ¡Va a ser el próximo! (Einstein lo contiene)
EINSTEIN: ¡Ah, no, a Teddy no! ¡Ahí sí que me planto y digo que no! ¡Basta!
JONATHAN: Ya nos ocuparemos de Teddy...
EINSTEIN: No Chonny, a Teddy no le haremos nada...
JONATHAN: estamos perdiendo tiempo en discusiones, ‘Hay que trabajar de prisa ahora!
EINSTEIN: ¡Esp es! ¿El método rápido, verdad, Chonny?
JONATHAN: ¡Sí doctor, el método rápido! (Saca un gran pañuelo del bolsillo que coloca sobre el cuello de Mortimer. Einstein saca de la caja una gran cuchilla con la que va hacia Mortimer. En ese momento se oye el timbre de la puerta y entra como una tromba el agente O’Hara, muy exitado)
O’HARA: ¡Se lo suplico! ¡Que deje de tocar la corneta el coronel! (Jonathan y Einstein tratan de tapar a Mortimer)
JONATHAN: Muy bien, agente. ¡Le quitaremos el clarín!
O’HARA: ¡Mañana va a haber un lío terrible! ¡Prometimos a los vecinos que no iba a tocar más! ¡Y a estas horas!
JONATHAN: No volverá a suceder, agente ¡Buenas noches!
O’HARA: Es mejor que se lo diga yo. ¿Dónde está la llave de la luz? (Enciende y comienza a subir por la esclera, cuando repara en Mortimer) ¡Ah, es usted! ¡Lo estuve esperando más de una hora en el café! ¿Qué le pasa?
EINSTEIN: Nada. Nos estaba explicando la obra que ha visto esta noche. Esto le ocurre al protagonista de la comedia...
O’HARA: ¿Ocurre esto en la comedia que ha visto usted? ¡Pero entonces han plagiado el segundo acto de mi comedia! (Mortimer hace señas desesperadas para que lo desate, pero O’Hara muy entusiasmado con su relato) Mire, en el segundo acto... justo antes que... no, no... es mejor que comience por el principio. Al levantarse el telón estamos en el camarín de mi madre, donde yo nací... pero no he nacido aún... (Se acomoda en una silla junto a Mortimer. Éste hace desesperados esfuerzos por hacerse entender)¿Qué, no está cómodo? ¡Bueno! ¡Ah, no, no lo desataré hasta que haya contado todo mi argumento! ¡Ahora sí lo escuchará! Bueno, como le estaba contando... mi madre está allí, maquillándose, cuando de pronto aparece en la puerta un hombre, un hombre grande, con un bigote negro... y ...
TELÓN

CUADRO II
A la mañana siguiente, una débil luz penetra por la ventana. O’Hara con camisa desabrochada sigue hablando, Mortimer está exhausto, amarrado, Jonathan duerme en el sofá, Einstein junto a una botella de whisky, borracho
O’HARA: Mi madre está ahí, desmayada sobre la mesa, y el chino está delante de ella con un hacha en la mano... Yo estoy atado en una silla, igual que usted... y el lugar es un infierno en llamas... es un incendio terrible... de pronto, por la ventana, entra un guardia... (Einstein se sirve nuevamente) Eh, no tome tanto, no se olvide que yo compré la botella...
EINSTEIN: Tengo derecho... para eso sigo escuchando...
O’HARA: ¿Y...? ¿Qué le parece mi obra hasta ahora?
EINSTEIN: Mire si será interesante que Chonny se ha dormido...
O’HARA: ¡Déjelo! Se ve que no le interesa el teatro. Bueno, sigo... ahora la acción transcurre tres días más tarde... me han trasladado y me hallo bajo fianza, porque me han robado la chapa... Estoy haciendo mi recorrido por el Barrio, cuando me percato que el individuo a quien yo seguía, en realidad me está siguiendo a mí. (Suena el timbre) No abra. ¡No deje entrar a nadie!... Bueno, como yo me doy cuenta de que me siguen y en la esquina hay una casa vacía, me meto allí. (Se abre la puerta, pero O’Hara no se da cuenta y sigue hablando. En cambio Einstein reacciona a pesar de su borrachera, sacude a Jonathan, y luego sale escaleras arriba)
EINSTEIN: ¡La poli... la poli...! ¡Eh, Jonathan, escapemos! ¡Escapemos!
O’HARA: Me meto en la casa vacía y me quedo en la oscuridad... saco el revólver y lo espero (Al verlo los agentes Klein y Broophy, que han entrado, levantan las manos) ¡Hola, muchachos! ¿Qué hay? ¿Qué les pasa?
BROOPHY: ¿Pero qué demonios pasa aquí?
O’HARA: ¿Qué te parece? El señor Mortimer Brewster y yo vamos a escribir una obra juntos... precisamente le estaba contando mi argumento...
KLEIN: (Desatando a Mortimer) ¿Lo has tenido que atar para que te escuchase?
BROOPHY: Mira, es mejor que vayas a la comisaría... toda la policía anda en busca tuya...
O’HARA: ¿Los mandaron que me buscasen?
KLEIN: No ¡Si nadie sabía que estabas aquí!
BROOPHY: ¡Vinimos para avisarles a la s viejitas que hay un lío terrible! Parece que el coronel anoche volvió a tocar el clarín...
KLEIN: ¡Y los vecinos se han quedado furiosos!
BROOPHY: ¡El comisario está que hecha chispas! ¡Dice que hay que internar a Teddy!
MORTIMER: (Que se ha recuperado algo, pero tambaleante) ¡Por fin!
O’HARA: Tengo que irme, señor Brewster... así que al tercer acto se lo contaré otro día... Aunque me parece que habría que cortar un poco los dos primero, porque son un poco largos, sabe...
MORTIMER: ¡Se corta todo! ¡Y déjeme en paz!
KLEIN: ¿No sabes qué hora es? ¡Son más de las ocho!
BROOPHY: (Por Jonathan) ¿Y éste quién diablos es?
MORTIMER: ¡Es mi hermano!
BROOPHY: ¿El que se fue? ¿de modo que ha vuelto?
MORTIMER: Sí, ha vuelto...
BROOPHY: (Va al teléfono)Hola, habla Broophy... ¿está el comisario? (A O’Hara) Es mejor avisar que te hemos encontrado, Joe... (En el teléfono) Hola, ¿comisario? Suspenda la investigación... ya lo encontramos... sí, está en casa de las Brewster... (Jonathan se ha despertado y oye la conversación) ¿Quiere que lo llevemos... Ah, bueno, bueno... ¡entonces esperamos aquí! (Cuelga) Va a venir el oficial...
JONATHAN: ¿De modo que me han vendido, no? ¡En fin, ya me tienen! Y me imagino que entre ustedes y el santito de mi hermano se van a repartir la recompensa (Los agentes se dan cuenta de la situación y corren a tomar a Jonathan por los brazos)
KLEIN: ¿La recompensa?
JONATHAN: ¡Pero ahora es la mía! ¿Ustedes creen que mis tías son dos viejecitas encantadora, verdad? Pues, señores, tienen trece cadáveres enterrados en el sótano...
MORTIMER: (Sale corriendo por la escalera)¡Teddy! ¡Teddy!
KLEIN: ¿De qué diablos está hablando?
BROOPHY: ¡Tenga más cuidado con lo que dice! ¡Las señoritas son amigas nuestras!
JONATHAN: (Tratando de llevarlos hacia el sótano) ¡Se los voy a enseñar! ¡Se los voy a probar! ¡Vengan al sótano!
KLEIN: ¡Quieto! ¡Quieto!
JONATHAN: Trece cadáveres. ¡Voy a mostrarles dónde están enterrados!
KLEIN: (Creyendo una broma) ¿Ah, sí?
JONATHAN: ¿No quieren ver lo que hay en el sótano?
BROPHY: (Suelta el brazo de Jonathan)Baja tú con él...
KLEIN: (Soltando el brazo y retrocediendo)No, no me gusta bajar al sótano con él... ¡Mirale la facha! ¡Si se parece a Boris Karloff! (Jonathan al oír ese nombre se abalanza sobre Klein a quien toma por el cuello como para estrangularlo. Broophy sac la cachiporra y le aplica un golpe en la nuca, que la voltea)Pero, déjeme... Broophy, haz algo! ¡Me mata!
BROOPHY: ¡Suelte!
KLEIN: (Arreglándose) ¡Qué me dices! Gracias amigo, por salvarme! (Timbre en la puerta)
O’HARA: (Que a todo esto ha observado la escena atónito)¡Adelante!
ROONEY: (Entra furioso) ¿Qué diablos están haciendo aquí? ¿No les dije que yo me iba a encargar de este asunto?
KLEIN: Sí, mi oficial, precisamente estábamos en eso cuando...
ROONEY: ¿Qué pasó? ¿Se resistió?
BROOPHY: No, no... este no es el del clarín- es el hermano y quiso matar a Klein...
KLEIN: ¡Todo porque le dije que se parecía a Boris Karloff!
ROONEY: A ver, ¡denlo vuelta! (Lo hacen quedando Jonathan boca arriba)
BROOPHY: Nos parece que es una persona a quien buscan de alguna parte...
ROONEY: Ah... ¿les parece, no? ¡Bueno, ya que no leen los diarios, ni los carteles en la comisaría, por lo menos deberían tener más ojo! ¡Claro que la buscan! ¡Desde indiana! ¡Se ha escapado de la cárcel de locos delincuentes! ¡Tiene cadena perpetua! ¡Y lo describen así, parecido a Boris Karloff!
KLEIN: Entonces ¿Hay recompensa?
ROONEY: Sí señores... ¡y la voy a cobrar yo!
BROOPHY: ¡Quería llevarnos al sótano!
KLEIN: ¡Ha dicho que hay trece cadáveres enterrados allí!
ROONEY: ¿Trece cadáveres enterrados en el sótano? ¿Y no se han dado cuenta de que es un loco escapado del manicomio?
O’HARA: Sí, a mí me pareció que fantaseaba un poco...
ROONEY: ¡Oh, aquí está nuestro Shakespeare! ¡Dónde has pasado toda la noche, que nos has hecho movilizar toda la policía buscándote!
O’HARA: Estuve aquí, oficial , con el señor Brewster, escribiendo una comedia...
ROONEY: ¿Ah, sí? Ahora tendrás todo el tiempo para escribir comedias ¡Marche a la comisaría y te presentas detenido!
O’HARA: (Arreglándose la ropa)¿Me deja ir a la oficina para usar la máquina de escribir?
ROONEY: ¡No! ¡Fuera de aquí! Ustedes, levantes a ese individuo y háganlo volver en sí. A ver si le sacan algo sobre su cómplice, pues también buscan al que lo ayudó a escapar... ¡Cómo no va a estar desprestigiada la policía del barrio con imbéciles como ustedes! ¡Creer semejante historia! ¡Que hay trece cadáveres en el sótano!
TEDDY: (Que ha entrado sin ser visto) ¡Claro que hay trece cadáveres en el sótano!
ROONEY: ¿Y usted quién es?
TEDDY: ¡El presidente Rooselvert!
ROONEY: ¿Pero quién es éste? ¿Están todos chiflados?
BROOPHY: Este es el que toca el clarín...
KLEIN: (Saludando militarmente)¡Buenos días, coronel!
ROONEY: Bueno, coronel, ¡La de anoche ha sido su última clarinada!
TEDDY: (Viendo a Jonathan en el suelo) ¡Dios mío! ¿Otra víctima de la fiebre amarilla?
ROONEY: ¿Qué?
TEDDY: ¡Todos los cadáveres del sótano son víctimas de la fiebre amarilla! (Rooney se desepera)
BROOPH: No coronel. ¡Este es el espía que hemos pescado en la Casa Blanca!
ROONEY: ¿Quieren llevarse a este tipo? (Por Jonathan) ¡Llévenla e interróguenla!
TEDDY: Un momento: ¡Si se trata de interrogar espías, eso es asunto de mi incumbencia!
ROONEY: ¡Usted cierre el pico!
TEDDY: ¡Se equivoca! ¡Yo, como presidente, también soy el jefe del servicio secreto (Los agentes arrastran a Jonathan hacia la cocina, mientras aparece Mortimer. Teddy sigue a los policías)
MORTIMER: Yo soy Mortimer Brewster, oficial...
ROONEY: ¿Está seguro?
MORTIMER: ¡Por supuesto! Quiero hablar con usted acerca de mi hermano Teddy... el que tocó el clarín
ROONEY: Señor Brewster, no hay nada que hablar. Se impone internarlo inmediatamente...
MORTIMER: ¡Perfectamente de acuerdo! En realidad ya está todo arreglado. Tengo la solicitud firmada por el Doctor Schuman, nuestro médico de familia, y Teddy también ha firmado su consentimiento. Yo también firmé, como pariente más cercano...
ROONEY: ¿Dónde lo llevarán?
MORTIMER: Al “Feliz retiro”... podemos pagar.
ROONEY: Muy bien, llévendo a dónde quieran, pero la cuestión es que lo lleven...
MORTIMER: Pierda cuidado, oficial. Pero quiero que sepa usted que Teddy es responsable de todo lo que ha pasado aquí... Esos trece cadáveres del sótano...
ROONEY: ¡Otro con el cuento de los trece cadáveres! ¡Pero dígame, no les basta con tener atemorizados a los vecinos con el clarín! ¡Pero no se dá cuenta de lo que podría pasar si llega a correr ese cuento estúpido de los trece cadáveres! Ah, y también se dedican a sembrar pánico con el cuento de la fiebre amarilla... ¡Por favor, señor... por favor!
MORTIMER: (Más tranquilo)¡Sí... es una locura! ¡Quién va a pensar en una historia de trece cadáveres! ¡Tiene gracia!
ROONEY: Mire, aunque a veces la gente piensa estupideces. Fíjese, hace como un año, un loco comenzó a hablar de unos crímenes en otro barrio y tuve que cavar una manzana entera para demostrar que era mentira... imagínese lo que podía pasar aquí con ese cuento... tendría que cavar todo el barrio... (Timbre de la puerta)
MORTIMER: Perdón... (Hace entrar a elena y al Señor Whiterpoon, hombre maduro que viene con un portafolios)
ELENA: ¡Buenos días, Mortimer!
MORTIMER: ¡Buenos días, querida!
ELENA: El señor Whiterspoon... viene a ver a Teddy...
MORTIMER: ¿A ver a Teddy?
ELENA: El señor es el superintendente del “Feliz Retiro”
MORTIMER: ¡Oh, pase, pase señor! El señor es el Capitán...
ROONEY: Oficial Rooney. Me alegra verle, señor, porque va a tener que llevárselo hoy mismo...
WHITERSPOON: ¿Hoy mismo?
ELENA: ¡Hoy no!
MORTIMER: Mira, Elena, tengo una gran cantidad de cosas que hacer, ¿por qué no te vas a tu casa y esperas a que yo te llame?
ELENA: ¡Oh, ya estoy harta! (Va a sentarse en el arcón)
WHITERSPOON: Sinceramente, no pensaba que fuera tan urgente la cosa
ROONEY: La solicitud tiene ya todas las firmas necesarias ¡De manera que lo lleva hoy mismo! (Aparece Teddy)
TEDDY: ¿Se insubordinan, no? ¡Bueno, ya verán quién soy yo! ¡Cuándo se han portado así con el presidente de los Estados Unidos! ¡En qué país estamos!
ROONEY: Este es su hombre, señor
MORTIMER: Un momento señor presidente: ¡Tengo buenas noticias para usted! ¡Acaba de terminar su mandato presidencial!
TEDDY: ¿Hoy es cuatro de marzo?
MORTIMER: ¡Claro!
TEDDY: Ahora podré iniciar mi cacería por el África. (Mira a Whiterspoon)¿Quiere ocupar mi lugar en la Casa Blanca?
MORTIMER: ¿Quién Teddy?
TEDDY: (Señalando a Whiterspoon)¡Taf, el presidente electo!
MORTIMER: No, Teddy, el señor no es Taf, el presidente electo. Es el señor Whiterspoon, quien te servirá de guía en tu viaje por el África...
TEDDY: ¡Bravo. Bravo! ¡Voy a preparar mi equipo! (Se dirige hacia la escalera por donde aparecen Abby y Martha)¡Cuando llegue el safari, díganle que esperen! Adiós, tía Abby, tía Martha... me voy al África... ¡Al asalto!
MORTIMER: Buenos días, queridad...
ABBY y MARTHA: ¡Buenos días, Mortimer!
MARTHA: ¡Ah, tenemos visitas!
MORTIMER: El oficial Rooney...
ABBY: ¿Cómo está oficial...? Bueno, viéndolo, no parece tan cascarrabias como dicen sus agentes...
MORTIMER: Bueno, tías, el oficial ha venido porque ustedes saben que anoche Teddy volvió a tocar el clarín...
MARTHA: Sí, comprendemos... ¡Se lo vamos a quitar!
ROONEY: Hay un lío terrible, señorita...
MORTIMER: Todavía no les he presentado al señor Whiterspoon. Es el superintendente del “Feliz Retiro”...
ABBY: ¡Ah, mucho gusto, señor Whiterspoon!
MARTHA: ¿Viene a ver a Teddy?
ROONEY: ¡Viene a llevárselo!
MORTIMER: ¡Tías, la policía quiere que Teddy se vaya hoy mismo de aquí!
ABBY: ¡Oh, no!
MARTHA: ¡No, mientras vivamos nostras, no!
ROONEY: Lo lamento mucho, señoritas Brewster, no hay más remedio. La solicitud está firmada y tiene que irse con el superintendente...
ABBY: ¡Eso no podemos permitirlo! ¡Le aseguro que le quitaremos el clarín!
MARTHA: ¡No queremos separarnos de Teddy
ROONEY: Lo siento, señoras, pero la ley es la ley. ¡Se ha comprometido a ir, y tiene que ir!
ABBY: Bueno, ¡Si él se va, también iremos nostras con él!
MARTHA: ¡Sí, tendrá que llevarnos con él!
MORTIMER: Oiga, señor ¿y por qué no?
WHITERSPOON: Sin duda resulta muy simpático que le quieran acompañar, pero no puede ser. Comprenda que no podemos llevar gente sana al “Feliz Retiro”
MARTHA: Señor Whiterspoon, si nos permite vivir allí con Teddy, dejaremos una parte de nuestra herencia para el “Feliz Retiro”, cuando hagamos nuestro testamento...
WHITERSPOON: Sólo Dios sabe a falta que nos hace ese dinero a nosotros... pero, lamentablemente, no puede ser...
ROONEY: No prolonguemos más el asunto, señores... Estoy perdiendo la mañana aquí, con tantas cosas serias que tengo para resolver... No sé si lo saben, pero en el barrio todavía hay muchos crímenes y desapariciones sin resolver...
MARTHA: ¿Hay muchos?
ROONEY: No se trata de que Teddy toque el clarín y los vecinos se pongan nerviosos, pero si la cosa sigue así, enredándose, pueden empeorar y tendremos que molestarnos en cavar todo el sótano”
ABBY: ¿Nuestro sótano?
ROONEY: ¡Claro! Si su sobrino anda diciendo que hay trece cadáveres en el sótano.
ABBY: ¡Claro que hay trece cadáveres!
MARTHA: ¡Ah, si es por eso que quieren encerrar a Teddy, no tenemos más que bajar al sótano y comprobarlo!
ABBY: Pero les digo, eh, que hay un tal mister Spenalzo que no pertenece a la confianza de la casa. ¡Pero los otros, sí son nuestros!
MORTIMER: (Tratando de impedir que vayan para el lado del sótano) No creo que el oficial tenga ganas de ir al sótano ahora. Estaba diciéndome que vez pasada, por un cuento así, tuvieron que cavar toda una manzana... ¿no es así?
ABBY: ¡Ah, pero es que aquí no hace falta cavar! ¡Todas las sepulturas tienen su marca...! ¡Y los domingos les ponemos flores!
ROONEY: Flores... Superintendente ¿está seguro de que no tiene lugar para las señoritas en su “Feliz Retiro”?
WHITERSPOON: Yo, por mí...
ABBY: Vengan con nostras, señor oficial... y verá las tumbas...
ROONEY: ¡Me basta con su palabra , señorita! ¡soy un hombre muy ocupado y ahora no tengo tiempo! ¿Qué me contesta, señor Whiterspoon?
WHITERSPOON: ¡Y... tendrían que solicitarlo!
MORTIMER: ¿Acaso Teddy no lo solicitó? Ellas pueden hacer lo mismo. ¿No pueden firmar?
WHITERSPOON: ¡Naturalmente!
MARTHA: Si nos dejan ir con Teddy, firmamos los papeles. ¿Dónde están? (Whiterspoon abre su portafolios. Klein aparece por la puerta de la cocina)
KLEIN: Empieza a volver en sí, oficial...
ABBY: Buenos días, señor Klein...
MARTHA: Buenos días, señor Klein... También usted por aquí... ¡Cuántas visitas!
KLEIN: Sí, Broophy y yo estamos en la cocina con su sobrino...
MARTHA: ¡Qué atentos!
ROONEY: Bueno, firme superintendente, pues quiero terminar con esto... ¡Trece cadáveres! (Sale en dirección a la cocina!
WHITERSPOON: Bueno, si quiere firmar aquí, señorita (A Martha)
MORTIMER: Y ahora usted, tía Abby...
ABBY: ¡Me alegro mucho de irme de aquí! ¡Ha cambiado tanto el vecindario! ¡Y además, nunca pasa nada!
MARTHA: ¿Te das cuenta? ¡Tendremos un nuevo jardín!
WHITERSPOON: ¡Ah, me olvidaba una cosa!
MARTHA: ¿Qué?
WHITERSPOON: ¡Vamos a necesitar la firma de un médico!
MORTIMER: ¡Tiene razón! (en ese momento el doctor Einstein ha tratado de salir sin que lo vieran. Mortimer lo toma del cuello y lo trae) ¡Ah, doctor Einstein! ¿Quiere venir para firmar unos documentos?
EINSTEIN: Es que...
MORTIMER: ¡Venga, venga, doctor! ¿Usted es médico, pues anoche me iba a operar, verdad? ¡Firme aquí! ¡Enseguida!” (Einstein firma y entra Rooney de la cocina y va al teléfono)
ABBY: ¿De modo que se va, doctor?
EINSTEIN: Creo que tengo que irme...
MARTHA: ¿Pero se va sin esperar a Jonathan?
EINSTEIN: Es que no iremos al mismo lugar...
ROONEY: (En el teléfono)¿Hola? Sí, hemos pescado a ese individuo que buscaba la policía de Indiana... Necesito que me hagas la descripción del cómplice... sí el que está en la circular (Mirando a Einstein lo describe) Sí... cincuenta y cuatro años... más o menos un metro sesenta... sesenta y dos kilos... se hace pasar por médico... bueno, creo que con eso me arreglo... ¡Gracias! (Cuelga y va hacia Einstein)
WHITERSPOON: ¡Todo en regla, oficial, el doctor ha completado las firmas!
ROONEY: (A Einstein)¡Gracias doctor! Acaba de prestar un gran servicio a la policía... (Sale hacia la cocina)
EINSTEIN: Perdonen, pero tengo prisa. (Desaparece rápidamente saludando con la mano)
WHITERSPOON: Y ahora, señor Brewster, su firma como pariente más cercano... (Mortimer firma) Muy bien, gracias. Ahora está todo en regla...
MORTIMER: ¿está todo legal, ahora? ¿Todo en regla?
WHITERSPOON: Perfectamente legal...
MORTIMER: Bueno, tías, ahora ustedes, se hallan seguras...
WHITERSPOON: ¿Cuándo están listas para salir?
MARTHA: Ya le avisaremos...
ABBY: Señor Whiterspoon, ¿por qué no sube para decirle a Teddy todo lo que puede llevarse?
WHITERSPOON: ¿Qué suba?
MORTIMER: Venga conmigo, yo le indico...
ABBY: No, Mortimer, quédate, pueste tenemos que hablarte. Es arriba, a la izquierda, señor... (Sale Whiterspoon)
MARTHA: Bueno, Mortimer, ahora que nos mudamos, la casa será tuya solamente...
ABBY: ¡Sí, querido, queremos que ahora te quedes a vivir aquí!
MORTIMER: No, tía Abby. Esta casa está llena de recuerdos...
MARTHA: Es que te hará falta un hogar cuando te cases con Elena...
MORTIMER: Queridas tías... eso es un poco vago, todavía... (Elena que hasta ahora ha permanecido ajena a todo esto, reacciona)
ELENA: ¡No, querido, al contrario! ¡Nos casaremos en el acto!
MORTIMER: ¡Ah, Elena, me había olvidado que estabas aquí!
ABBY: Mortimer, hay algo que nos preocupa...
MORTIMER: Pero tías ¡Si les va a encantar el “Feliz Retiro”!
MARTHA: De eso estamos seguras, pero... es otro problema...
ABBY: Dime, Mortimer, sabes si tendrán que comprobar las firmas?
MORTIMER: Ah, no se preocupen por el doctor Einstein. No van a ir a buscarle para saber si su firma es falsa o no....
MARTHA: No es por la firma del doctor, querido... es por la tuya...
ABBY: ¿Tú has firmado como pariente más cercano, verdad?
MORTIMER: Naturalmente... no veo el problema...
MARTHA: Bueno, ahora verás, querido. Es algo que nunca quisimos decirte, pero ahora que vas a casarte, Elena también tiene que saberlo. No queremos engañar a nadie. Tú no eres un verdadero Brewster...
MORTIMER: ¿De veras que yo no soy un Brewster?
MARTHA: Vamos, no te lo tomes tan a pecho, querido... para nosotras siempre fuiste y serás nuestro sobrino, aunque seas postizo...
ABBY: ¡Elena, espero que esta noticia no cambie tus sentimientos hacia Mortimer!
ELENA: ¡Al contrario, me muero de alegría!
MORTIMER: ¿Te das cuenta, Elena? ¿Te das cuenta? ¡No soy un Brewster!
MARTHA: ¡Bueno, yo no entiendo esta alegría, pero, en fin, voy a preparar el desayuno!
ELENA: No, deje. Mortimer viene conmigo. Papá a salido y Mortimer me acompañará...
MORTIMER: Sí, ¡Debo tomar café, porque he pasado una noche de pesadilla!
ABBY: Entonces tendrás ganas de acostarte, ¿verdad?
MORTIMER: Sí... ¡pero más tarde! (Salen. Por la escalera aparecen Whiterspoon y Teddy, éste con equipo de cacería con mochila al hombro)
TEDDY: Espere un momento, Mister Whiterspoon (Entran Rooney con los agentes sujetando a Jonathan)
ROONEY: No, no hace falta el camión. ¡Tengo el auto en la puerta!
MARTHA: (Alegre)¿Te vas Jonathan?
ROONEY: Sí, se va para Indiana. Allí hay unas personas que la cuidarán por el resto de sus días...
ABBY: ¡Bueno, Jonathan, me alegra que tengas donde ir!
JONATHAN: ¡Adiós tías!
MARTHA: ¡Nosotras también nos vamos!
ABBY: Sí. Nos vamos al “Feliz Retiro”...
JONATHAN: La casa está viendo a los últimos Brewster, entonces...
MARTHA: No sabemos si Mortimer se quedará a vivir aquí...
JONATHAN: Tengo una idea para darles: ¿Por qué no donan esta casa a la Iglesia?
ABBY: ¡Nunca se nos había ocurrido!
JONATHAN: Después de todo, puede formar parte del cementerio, ¿verdad?
ROONEY: ¡Está bien! ¡Tengo mucho que hacer!
JONATHAN: Adiós, tías. Siento mucho no podré superar mi propio record ¡Pero por lo menos me queda la satisfacción de que ustedes tampoco pueden mejorar el suyo! ¡El tanteador sigue doce a doce! ¡Estamos iguales! (Salen)
MARTHA: (Yendo a cerrar la puerta)Jonathan siempre fue un mal chico. No soportó nunca que nadie le ganase en nada...
ABBY: ¿Cómo me gustaría demostrarle que somos mejores!” (Sus ojos reparan en Whiterspoon y con malicia llama a Martha)Martha... Martha... ¿Señor Whiterspoon, usted, vive con su familia en el “Feliz Retiro”?
WHITERSPOON: Yo no tengo familia...
ABBY: ¡¡¡Ah... ah....!!!
MARTHA: Me imagino que usted considerará como de la familia a todos los del “Feliz Retiro”, ¿verdad?
WHITERSPOON: Ustedes deben saberlo: yo como autoridad de la institución, debo mantenerme alejado de todos...
ABBY: ¡No me diga! En ese caso, se considerará muy solo ¿Verdad?
WHITERSPOON: Sí, muy solo... ¡pero el deber es el deber!
ABBY: Martha... Martha... (Martha va hacia el aparador y saca la botellita de vino y una copita)Bueno, si no quiere tomar el desayuno con nostras, por lo menos va a probar una copita de un riquísimo vino de frutas...
WHITERSPOON: ¿Vino de frutas?
MARTHA: Lo hacemos nostras mismas...
WHITERSPOON: Bueno, pero les advierto que en el “Feliz Retiro” nuestras relaciones tendrán que ser muy estrictas... pero aquí... bueno... ¡Aquí es otra cosa! Hoy en día se hace muy difícil encontrar vino de frutas... ¡Siempre creí que ya había tomado mi última copa!
ABBY: ¿La última copa? ¡No!
MARTHA: ¡Aquí la tiene....! (Whiterspoon se empina la copa mientras cae el telón)

FIN

5/9/14

LA CANTANTE CALVA de Eugène Ionesco



LA CANTANTE CALVA de Eugène Ionesco







PERSONAJES:

SEÑOR SMITH
SEÑORA SMITH
SEÑOR MARTIN
SEÑORA MARTIN
MARY, LA SIRVIENTA
EL CAPITÁN DE LOS BOMBEROS.

ESCENA I
Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH, inglés, en su sillón y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la señora SMITH, inglesa, remienda unos calcetines ingleses. Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses.

SRA. SMITH:
– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– La señora Parker conoce un almacenero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialista en yogurt. Posee diploma de la escuela de fabricantes de yogurt de Andrinópolis. Mañana iré a comprarle una gran olla de yogurt rumano folklórico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los alrededores de Londres.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor Mackenzie-King, que atiende a los niños de nuestros vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca recomienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo operar el hígado sin estar enfermo.

SR. SMITH:
– Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de la operación y Parker muriera a consecuencia de ella?

SRA. SMITH:
– Porque la operación dio buen resultado en el caso del doctor y no en el de Parker.

SR. SMITH:
– Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debido dar buen resultado en los dos o los dos habrían debido morir.

SRA. SMITH:
– ¿Por qué?

SR. SMITH:
– Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No le sobrevive.

SRA. SMITH:
– No se puede comparar a un enfermo con un barco.

SR. SMITH:
– ¿Por qué no? El barco tiene también sus enfermedades; además tu doctor es tan sano como un barco; también por eso debía perecer al mismo tiempo que el enfermo, como el doctor y su barco.

SRA. SMITH:
– ¡Ah! ¡No había pensado en eso!... Tal vez sea justo... Entonces, ¿cuál es tu conclusión?

SR. SMITH:
– Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y también todos los enfermos. Sólo la marina es honrada en Inglaterra.

SRA. SMITH:
– Pero no los marinos.

SR. SMITH:
– Naturalmente.

Pausa.

SR. SMITH (sigue leyendo el diario):
– Hay algo que no comprendo. ¿Por qué en la sección del registro civil del diario dan siempre la edad de las personas muertas y nunca la de los recién nacidos? Es absurdo.

SRA. SMITH:
– ¡Nunca me lo había preguntado!
(Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces. Silencio. El reloj suena tres veces. Silencio. El reloj no suena ninguna vez. )

SR. SMITH (siempre absorto en su diario):
– Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto.

SRA. SMITH:
– ¡Oh, Dios mío! ¡Pobre! ¿Cuándo ha muerto?

SR. SMITH:
– ¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio.

SRA. SMITH:
– Claro está que lo recuerdo. Lo recordé en seguida, pero no comprendo por qué te has mostrado tan sorprendido al ver eso en el diario.

SR. SMITH:
– Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte. ¡Lo he recordado por asociación de ideas!

SRA. SMITH:
– ¡Qué lástima! Se conservaba tan bien.

SR. SMITH:
– Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era!

SRA. SMITH:
– La pobre Bobby.

SR. SMITH:
– Querrás decir "el" pobre Bobby.

SRA. SMITH:
– No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nombre no se les podía distinguir cuando se les veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién era el uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. ¿La conoces?

SR. SMITH:
– Sólo la he visto una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.

SRA. SMITH:
– Yo no la he visto nunca. ¿Es bella?

SR. SMITH:
– Tiene facciones regulares, pero no se puede decir que sea bella. Es demasiado grande y demasiado fuerte. Sus facciones no son regulares, pero se puede decir que es muy bella. Es un poco excesivamente pequeña y delgada y profesora de canto.

El reloj suena cinco veces. Pausa larga.

SRA. SMITH:
– ¿Y cuándo van a casarse los dos?

SR. SMITH:
– En la primavera próxima lo más tarde.

SRA. SMITH:
– Sin duda habrá que ir a su casamiento.

SR. SMITH:
– Habrá que hacerles un regalo de boda. Me pregunto cuál.

SRA. SMITH:
– ¿Por qué no hemos de regalarles una de las siete bandejas de plata que nos regalaron cuando nos casamos y nunca nos han servido para nada?... Es triste para ella haberse quedado viuda tan joven.

SR. SMITH:
– Por suerte no han tenido hijos.

SRA. SMITH:
7
– ¡Sólo les falta eso! ¡Hijos! ¡Pobre mujer, qué habría hecho con ellos!

SR. SMITH:
– Es todavía joven. Muy bien puede volver a casarse. El luto le sienta bien.

SRA. SMITH:
– ¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tienen un muchacho y una muchacha. ¿Cómo se llaman?

SR. SMITH:
– Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo Bobby Watson, es rico y quiere al muchacho. Muy bien podría encargarse de la educación de Bobby.

SRA. SMITH:
– Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy bien, a su vez, encargarse de la educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así la mamá de Bobby Watson, Bobby, podría volver a casarse. ¿Tiene a alguien en vista?

SR. SMITH:
– Sí, a un primo de Bobby Watson.

SRA. SMITH:
– ¿Quién? ¿Bobby Watson?

SR. SMITH:
– ¿De qué Bobby Watson hablas?

SRA. SMITH:
– De Bobby Watson, el hijo del viejo Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el muerto.

SR. SMITH:
– No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía de Bobby Watson, el muerto.

SRA. SMITH:
– ¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?

SR. SMITH:
– Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.

SRA. SMITH:
– ¡Qué oficio duro! Sin embargo, se hacen buenos negocios.

SR. SMITH:
– Sí, cuando no hay competencia.

SRA. SMITH:
– ¿Y cuándo no hay competencia?

SR. SMITH:
– Los martes, jueves y martes.

SRA. SMITH:
– ¿Tres días por semana? ¿Y qué hace Bobby Watson durante ese tiempo?

SR. SMITH:
– Descansa, duerme.

SRA. SMITH:
– ¿Pero por qué no trabaja durante esos tres días si no hay competencia?

SR. SMITH:
– No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntas idiotas!

SRA. SMITH (ofendida):
– ¿Dices eso para humillarme?

SR. SMITH (sonriente):
– Sabes muy bien que no.

SRA. SMITH:
– ¡Todos los hombres son iguales! Os quedáis ahí durante todo el día, con el cigarrillo en la boca, o bien armáis un escándalo y ponéis morros cincuenta veces al día, si no os dedicáis a beber sin interrupción.

SR. SMITH:
– ¿Pero qué dirías si vieses a los hombres hacer como las mujeres, fumar durante todo el día, empolvarse, ponerse rouge en los labios, beber whisky?

SRA. SMITH:
– Yo me río de todo eso. Pero si lo dices para molestarme, entonces... ¡sabes bien que no me gustan las bromas de esa clase!

Arroja muy lejos los calcetines y muestra los dientes. Se levanta.

SR. SMITH (se levanta también y se acerca su esposa, tiernamente):
– ¡Oh, mi pollita asada! ¿Por qué escupes fuego? Sabes muy bien que lo digo por reír. (La toma por la cintura y la abraza.) ¡Qué ridícula pareja de viejos enamorados formamos! Ven, vamos a apaciguarnos y acostarnos.

ESCENA II

Los mismos y MARY

MARY (entrando):
– Yo soy la criada. He pasado una tarde muy agradable. He estado en el cine con un hombre y he visto una película con mujeres. A la salida del cine hemos ido a beber aguardiente y leche y luego se ha leído el diario.

SRA. SMITH:
– Espero que haya pasado una tarde muy agradable, que haya ido al cine con un hombre y que haya bebido aguardiente y leche.

SR. SMITH:
– ¡Y el diario!

MARY:
– La señora y el señor Martin, sus invitados, están en la puerta. Me esperaban. No se atrevían a entrar solos. Debían comer con ustedes esta noche.
SRA. SMITH:
– ¡Ah, sí! Los esperábamos. Y teníamos hambre. Como no los veíamos llegar, comimos sin ellos. No habíamos comido nada durante todo el día. ¡Usted no debía haberse ausentado!

MARY:
– Fue usted quien me dio el permiso.

SR. SMITH:
– ¡No lo hizo intencionadamente!

MARY (se echa a reír. Luego llora. Sonríe):
– Me he comprado un orinal.

SRA. SMITH:
– Mi querida Mary, ¿quiere abrir la puerta y hacer que entren el señor y la señora Martin, por favor? Nosotros vamos a vestirnos rápidamente.
La señora y el señor SMITH salen por la derecha. MARY abre la puerta de la izquierda, por la que entran el señor y la señora MARTIN.

ESCENA III

MARY y los esposos MARTIN

MARY:
– ¿Por qué han venido ustedes tan tarde? No son corteses. Hay que venir a la hora. ¿Comprenden? De todos modos, siéntense ahí y esperen.

Sale.

ESCENA IV

Los mismos, menos MARY

La señora y el señor MARTIN se sientan el uno frente al otro, sin hablarse. Se sonríen con timidez.

SR. MARTIN (el diálogo que sigue debe ser dicho con una voz lánguida, monótona, un poco cantante, nada matizada):
– Discúlpeme, señora, pero me parece, si no me engaño, que la he encontrado ya en alguna parte.

SRA. MARTIN:
– A mí también me parece, señor, que lo he encontrado ya en alguna parte.

SR. MARTIN:
– ¿No la habré visto, señora, en Manchester, por casualidad?

SRA. MARTIN:
– Es muy posible. Yo soy originaria de la ciudad de Manchester. Pero no recuerdo muy bien, señor, no podría afirmar si lo he visto allí o no.

SR. MARTIN:
– ¡Dios mío, qué curioso! ¡Yo también soy originario de la ciudad de Manchester!

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso!

SR. MARTIN:
– ¡Muy curioso!... Pero yo, señora, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraña coincidencia! Yo también, señor, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.

SR. MARTIN:
– Tomé el tren de las ocho y media de la mañana, que llega a Londres a las cinco menos cuarto, señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo tomé el mismo tren, señor, yo también!

SR. MARTIN:
¡Dios mío, qué curioso! ¿Entonces, tal vez, señora, la vi en el tren?

SRA. MARTIN:
– Es muy posible, no está excluido, es posible y, después de todo, ¿por qué no?... Pero yo no lo recuerdo, señor.

SR. MARTIN:
– Yo viajaba en segunda clase, señora. No hay segunda clase en Inglaterra, pero a pesar de ello yo viajo en segunda clase.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraño, qué curioso, qué coincidencia! ¡Yo también, señor, viajaba en segunda clase!

SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Quizás nos hayamos encontrado en la segunda clase, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– Es muy posible y no queda completamente excluido Pero lo recuerdo muy bien, estimado señor.

SR. MARTIN:
– Yo iba en el coche número 8, sexto compartimiento, señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo iba también en el coche número 8, sexto compartimiento, estimado señor.

SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia extraña! Quizá nos hayamos encontrado en el sexto compartimiento, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, después de todo. Pero no lo recuerdo, estimado señor.

SR. MARTIN:
– En verdad, estimada señora, yo tampoco lo recuerdo, pero es posible que nos hayamos visto allí, y si reflexiono sobre ello, me parece incluso muy posible.

SRA. MARTIN:
– ¡Oh, verdaderamente, verdaderamente, señor!

SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo ocupaba el asiento número 3, junto a la ventana, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y extraño! Yo tenía el asiento número 6, junto a la ventana, frente a usted, estimado señor.

SR. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y qué coincidencia! ¡Estábamos, por lo tanto, frente a frente, estimada señora! ¡Es allí donde debimos vernos!

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es posible, pero no lo recuerdo, señor.

SR. MARTIN:
– Para decir la verdad, estimada señora, tampoco yo lo recuerdo. Sin embargo, es muy posible que nos hayamos visto en esa ocasión.

SRA. MARTIN:
– Es cierto, pero no estoy de modo alguno segura de ello, señor.

SR. MARTIN:
– ¿No era usted, estimada señora, la dama que me rogó que colocara su valija en la red y que luego me dio las gracias y me permitió fumar?

SRA. MARTIN:
– ¡Sí, era yo sin duda, señor! ¡Qué curioso, qué curioso, y qué coincidencia!

SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño, y qué coincidencia! Pues bien, entonces, ¿tal vez nos hayamos conocido en ese momento, señora?

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible, estimado señor. Sin embargo, no creo recordarlo.

SR. MARTIN:
– Yo tampoco, señora.

Un momento de silencio. El reloj toca 2–1.

SR. MARTIN:
– Desde que llegué a Londres vivo en la calle Bromfield, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! Yo también, desde mi llegada a Londres, vivo en la calle Bromfield, estimado señor.

SR. MARTIN:
– Es curioso, pero entonces, entonces tal vez nos hayamos encontrado en la calle Bromfield, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! ¡Es muy posible, después de todo! Pero no lo recuerdo, estimado señor.

SR. MARTIN:
– Yo vivo en el número 19, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo también vivo en el número 19, estimado señor.

SR. MARTIN:
– Pero entonces, entonces, entonces, entonces quizá nos hayamos visto en esa casa, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– Es muy posible, pero no lo recuerdo, estimado señor.

SR. MARTIN:
-Mi departamento está en el quinto piso, es el número 8, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, Dios mío, y qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo también vivo en el quinto piso, en el departamento número 8, estimado señor!

SR. MARTIN (pensativo):
– ¡Qué curioso, qué curioso, qué curioso y qué coincidencia! Sepa usted que en mi dormitorio tengo una cama. Mi cama está cubierta con un edredón verde. Esa habitación, con esa cama y su edredón verde, se halla en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué coincidencia, Dios mío, qué coincidencia! Mi dormitorio tiene también una cama con un edredón verde y se encuentra en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Es extraño, curioso, extraño! Entonces, señora, vivimos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, estimada señora. ¡Quizá sea en ella donde nos hemos visto!

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible que nos hayamos encontrado allí y tal vez anoche. ¡Pero no lo recuerdo, estimado señor!

SR. MARTIN:
– Yo tengo una niña, mi hijita, que vive conmigo, estimada señora. Tiene dos años, es rubia, con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama Alicia, mi estimada señora.

SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraña coincidencia! Yo también tengo una hijita de dos años con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama también Alicia, estimado señor.

SR. MARTIN (con la misma voz lánguida y monótona:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! ¡Y qué extraño! ¡Es quizá la misma, estimada señora!

SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es muy posible, estimado señor.

Un momento de silencio bastante largo. . . El reloj suena veintinueve veces.

SR. MARTIN (después de haber reflexionado largamente, se levanta con lentitud y, sin apresurarse, se dirige hacia la señora MARTIN, quien, sorprendida por el aire solemne del señor MARTIN, se levanta también, muy suavemente; el señor MARTIN habla con la misma voz rara, monótona, vagamente cantante):
– Entonces, estimada señora, creo que ya no cabe duda, nos hemos visto ya y usted es mi propia esposa. . . ¡Isabel, te he vuelto a encontrar!

SRA. MARTIN (se acerca al señor MARTIN sin apresurarse. Se abrazan sin expresión. El reloj suena una vez, muy fuertemente. El sonido del reloj debe ser tan fuerte que sobresalte a los espectadores. Los esposos MARTIN no lo oyen).

SRA. MARTIN:
– ¡Donald, eres tú, darling!

Se sientan en el mismo sillón, se mantienen abrazados y se duermen. El reloj sigue sonando muchas veces. MARY, de puntillas y con un dedo en los labios, entra lentamente en escena, y se dirige al público.

ESCENA V

Los mismos y MARY

MARY:
– Isabel y Donald son ahora demasiado dichosos para que puedan oírme. Por lo tanto, puedo revelarles a ustedes un secreto. Isabel no es Isabel y Donald no es Donald. He aquí la prueba: la niña de que habla Donald no es la hija de Isabel, no se trata de la misma persona. La hijita de Donald tiene un ojo blanco y otro rojo, exactamente como la hijita de Isabel. Pero en tanto que la hija de Donald tiene el ojo blanco a la derecha y el ojo rojo a la izquierda, la hija de Isabel tiene el ojo rojo a la derecha y el blanco a la izquierda. En consecuencia, todo el sistema de argumentación de Donald se derrumba al tropezar con ese último obstáculo que aniquila toda su teoría. A pesar de las coincidencias extraordinarias que parecen ser pruebas definitivas, Donald e Isabel, al no ser padres de la misma criatura, no son Donald e Isabel. Es inútil que él crea que ella es Isabel, es inútil que ella crea que él es Donald: se equivocan amargamente. Pero ¿quién es el verdadero Donald? ¿Quién es la verdadera Isabel? ¿Quién tiene interés en que dure esa confusión? No lo sé. No tratemos de saberlo. Dejemos las cosas como están. (Da algunos pasos hacia la puerta y luego vuelve y se dirige al público.) Mi verdadero nombre es Sherlock Holmes. Sale.


ESCENA VI

Los mismos menos MARY



El reloj suena todo lo que quiere. Muchos instantes después la señora y el señor MARTIN se separan y vuelven a ocupar los asientos del comienzo.

SR. MARTIN:
– Olvidemos, darling, todo lo que no ha ocurrido entre nosotros, y ahora que nos hemos vuelto a encontrar tratemos de no perdernos más y vivamos como antes.

SRA. MARTIN:
– Sí, darling.

ESCENA VII

Los mismos y los SMITH



La señora y el señor SMITH entran por la derecha, sin cambio alguno en sus vestidos.

SRA. SMITH:
– ¡Buenas noches, queridos amigos! Discúlpennos por haberles hecho esperar tanto tiempo. Pensamos que debíamos hacerles los honores a que tienen derecho y, en cuanto supimos que querían hacernos el favor de venir a vernos sin anunciar su visita, nos apresuramos a ir a ponernos nuestros trajes de gala.
SR. SMITH (furioso):
– No hemos comido nada durante todo el día. Hace cuatro horas que los esperamos. ¿Por qué se han retrasado?

La señora y el señor SMITH se sientan frente a los visitantes. El reloj subraya las réplicas, con más o menos fuerza, según el caso.

Los MARTIN, sobre todo ella, parecen turbados y tímidos. Es porque la conversación se entabla difícilmente y a las palabras les cuesta salir al principio. Un largo silencio incómodo al comienzo y luego otros silencios y vacilaciones.

SR. SMITH:
– ¡Hum!

Silencio.

SRA. SMITH:
– ¡Hum, hum!

Silencio.

SRA. MARTIN:
– ¡Hum, hum, hum!

Silencio.

SR. MARTIN:
– ¡Hum, hum, hum, hum!

Silencio.

SRA. MARTIN:
– Oh, decididamente.

Silencio.

SR. MARTIN:
– Todos estamos resfriados.

Silencio.

SR. SMITH:
– Sin embargo, no hace frío.

Silencio.

SRA. SMITH:
– No hay corriente de aire.

Silencio.

SR. MARTIN:
– ¡Oh, no, por suerte!

Silencio.

SR. SMITH:
– ¡Ah, la la la la!

Silencio.

SR. MARTIN:
– ¿Está usted disgustado?

Silencio.

SRA. SMITH:
– No. Se enmierda.

Silencio.

SRA. MARTIN:
– Oh, señor, a su edad no debería hacerlo.

Silencio.

SR. SMITH:
– El corazón no tiene edad.

Silencio.

SR. MARTIN:
– Es cierto.

Silencio.

SRA. SMITH:
– Así dicen.

Silencio.

SRA. MARTIN:
– Dicen también lo contrario.

Silencio.

SR. SMITH:
– La verdad está entre los dos.

Silencio.

SR. MARTIN:
– Es justo.

Silencio.

SR. SMITH (a los esposos MARTIN) :
– Ustedes que viajan mucho deberían tener, no obstante, cosas interesantes que relatarnos.

SR. MARTIN (a su esposa):
– Diles, querida, lo que has visto hoy.

SRA. MARTIN:
– No merece la pena, no me creerían.

SR. SMITH:
– ¡No vamos a poner en duda su buena fe!

SRA. SMITH:
– Nos ofenderían si pensaran eso.

SR. MARTIN (a su esposa):
– Les ofenderías, querida, si lo pensaras.

SRA. MARTIN (graciosa):
– Pues bien, hoy he presenciado algo extraordinario, algo increíble.

SR. MARTIN:
– Apresúrate a decirlo, querida.

SR. SMITH:
– Nos vamos a divertir.

SRA. SMITH:
– Por fin.

SRA. MARTIN:
– Pues bien, hoy, cuando iba al mercado para comprar legumbres, que son cada vez más caras. . .

SRA. SMITH:
– ¡Adonde va a ir a parar eso!

SR. SMITH:
– No debes interrumpir, querida, malvada.

SRA. MARTIN:
– Vi en la calle, junto a un café, a un señor, convenientemente vestido, de unos cincuenta años de edad, o ni siquiera eso, que. . .

SR. SMITH:
– ¿Quién? ¿Cuál?

SRA. SMITH:
– ¿Quién? ¿Cuál?

SR. SMITH (a su esposa):
– No hay que interrumpir, querida; eres fastidiosa.

SRA, SMITH:
– Querido, eres tú el primero que ha interrumpido, grosero.

SR. MARTIN:
– ¡Chitón! (A su esposa.) ¿Qué hacía ese señor?

SRA. MARTIN:
– Pues bien, van a decir ustedes que invento, pero había puesto una rodilla en tierra y estaba inclinado.

SR. MARTIN. SR. SMITH, SRA. SMITH:
– ¡Oh!

SRA. MARTIN:
– Sí, inclinado.

SR. SMITH:
– No es posible.

SRA. MARTIN:
– Sí, inclinado. Me acerqué a él para ver lo que hacía.. .

SR. SMITH:
– ¿Y?

SRA. MARTIN:
– Se anudaba las cintas de los zapatos que se le habían soltado.

Los OTROS TRES:
– ¡Fantástico!

SR. SMITH:
– Si no lo dijera usted, no lo creería.

SR. MARTIN:
– ¿Por qué no? Se ven cosas todavía más extraordinarias cuando se circula. Por ejemplo, hoy he visto yo mismo en el subterráneo, sentado en una banqueta, a un señor que leía tranquilamente el diario.

SRA. SMITH:
– ¡Qué extravagante!

SR. SMITH:
– ¡Era quizás el mismo!

Llaman en la puerta de entrada.

SR. SMITH:
– Llaman.

SRA. SMITH:
– Debe de ser alguien. Voy a ver. (Va a ver. Abre y vuelve.) Nadie. Se sienta otra vez.

SR. MARTIN:
– Voy a citarles otro ejemplo. . .

Suena la campanilla.

SR. SMITH:
– Llaman otra vez.

SRA. SMITH:
– Debe de ser alguien. Voy a ver. (Va a ver. Abre y vuelve.) Nadie. Vuelve a su asiento.

SR. MARTIN (que ha olvidado dónde está)
– ¡Oh!

SRA. MARTTN:
– Decías que ibas a citar otro ejemplo.

SR. MARTIN:
– Ah, sí...

Suena la campanilla.

SR. SMITH:
– Llaman.

SRA. SMITH:
– Yo no voy más a abrir.

SR. SMITH:
– Sí, pero debe de ser alguien.

SRA. SMITH:
– La primera vez no había nadie. La segunda vez, tampoco. ¿Por qué crees que habrá alguien ahora?

SR. MARTIN:
– ¡Porque han llamado!

SRA. MARTIN:
– Ésa no es una razón.

SR. MARTIN:
– ¿Cómo? Cuando se oye llamar a la puerta es porque hay alguien en la puerta que llama para que le abran la puerta.

SRA. MARTIN:
– No siempre. ¡Lo acaban de ver ustedes!

SR. MARTIN:
– La mayoría de las veces, sí.

SR. SMITH:
– Cuando yo voy a casa de alguien llamo para entrar. Creo que todo el mundo hace lo mismo y que cada vez que llaman es porque hay alguien.

SRA. SMITH:
– Eso es cierto en teoría, pero en la realidad las cosas suceden de otro modo. Lo has visto hace un momento.

SRA. MARTIN:
– Su esposa tiene razón.

SR. SMITH:
– ¡Oh, ustedes, las mujeres, se defienden siempre mutuamente!

SRA. SMITH:
– Bueno, voy a ver. No dirás que soy obstinada, pero verás que no hay nadie. (Va a ver. Abre la puerta y la cierra de nuevo.) Ya ves que no hay nadie. Vuelve a su sitio.

SRA. SMITH:
– ¡Ah, estos hombres quieren tener siempre razón y siempre se equivocan!

Se oye llamar otra vez.

SR. SMITH:
– Llaman de nuevo. Tiene que ser alguien.

SRA. SMITH (con un ataque de ira):
– No me mandes a abrir la puerta. Has visto que era inútil. La experiencia nos enseña que cuando se oye llamar a la puerta es que nunca está nadie en ella.

SRA. MARTIN:
– Nunca.

SR. MARTIN:
– Eso no es seguro.

SR. SMITH:
– Incluso es falso. La mayoría de las veces, cuando se oye llamar a la puerta es que hay alguien en ella.

SRA. SMITH:
– No quiere desistir.

SRA. MARTIN:
– También mi marido es muy testarudo.

SR. SMITH:
– Hay alguien.

SR. MARTIN:
– No es imposible.

SRA. SMITH (a su marido):
– No.

SR. SMITH:
– Sí.

SRA. SMITH:
– Te digo que no. En todo caso, ya no me molestarás inútilmente. ¡Si quieres ver quién es, vete tú mismo!

SR. SMITH:
– Voy.

La señora SMITH se encoge de hombros. La señora MARTIN menea la cabeza.

SR. SMITH (va a abrir):
– ¡Ah! ¿How do you do? (Lanza una mirada a la señora SMITH y a los esposos MARTIN, quienes manifiestan su sorpresa.) ¡Es el capitán de los bomberos!

ESCENA VIII

Los mismos y el CAPITÁN DE LOS BOMBEROS



EL BOMBERO (lleva, por supuesto, un enorme casco brillante y uniforme):
– Buenos días, señoras y señores. (Los otros siguen un poco sorprendidos. La señora SMITH, molesta, vuelve la cabeza y no responde a su saludo.) Buenos días, señora Smith. Parece usted enojada.

SRA. SMITH:
– ¡Oh!

SR. SMITH:
– Es que, vea usted... mi esposa se siente un poco humillada por no haber tenido razón.

SR. MARTIN:
– Ha habido, señor capitán de Bomberos, una controversia entre la señora y el señor Smith.

SRA. SMITH (al señor MARTIN) :
– ¡Eso no es asunto suyo! (Al señor SMITH) Te ruego que no mezcles a los extraños en nuestras querellas familiares.

SR. SMITH:
– Oh, querida, la cosa no es muy grave. El capitán es un viejo amigo de la casa. Su madre me hacía la corte y conocí a su padre. Me había pedido que le diera mi hija en matrimonio cuando tuviera una. Entre tanto murió.

SR. MARTIN:
– No es culpa de él ni de usted.

EL BOMBERO:
– En fin, ¿de qué se trata?

SRA. SMITH:
– Mi marido pretendía. . .

SR. SMITH:
– No, eras tú la que pretendías.

SR. MARTIN:
– Sí, es ella.

SRA. MARTIN:
– No, es él.

EL BOMBERO:
– No se enojen. Dígame qué ha sucedido, señora Smith.

SRA. SMITH:
– Pues bien, oiga. Se me hace muy molesto hablarle con franqueza, pero un bombero es también un confesor.

EL BOMBERO:
– ¿Y bien?

SRA. SMITH:
– Se discutía porque mi marido decía que cuando se oye llamar a la puerta es porque siempre hay alguien en ella.

SR. MARTIN:
– La cosa es plausible.

SRA. SMITH:
– Y yo decía que cada vez que llaman es que no hay nadie.

SRA. MARTIN:
– Eso puede parecer extraño.

SRA. SMITH:
– Pero está demostrado, no mediante demostraciones teóricas, sino por hechos.

SR. SMITH:
– Es falso, puesto que el bombero está aquí. Ha llamado, yo he abierto y él ha entrado.

SRA. MARTIN:
– ¿Cuándo?

SR. MARTIN:
– Inmediatamente.

SRA. SMITH:
– Sí, pero sólo después de haber oído llamar por cuarta vez ha aparecido alguien. Y la cuarta vez no cuenta.

SRA. MARTIN:
– Siempre. Sólo cuentan las tres primeras veces.

SR. SMITH:
– Señor capitán, permítame que le haga, a mi vez, algunas preguntas.

EL BOMBERO:
– Hágalas.

SR. SMITH:
– Cuando he abierto la puerta y lo he visto, ¿era usted quien había llamado?

EL BOMBERO:
– Sí, era yo.

SR. MARTIN:
– ¿Estaba usted en la puerta? ¿Llamó para entrar?

EL BOMBERO:
– No lo niego.

SR. SMITH (a su esposa, victoriosamente.)
– ¿Lo ves? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar es porque hay alguien. No puedes decir que el capitán no es alguien.

SRA. SMITH:
– No puedo, ciertamente. Pero te repito que me refiero únicamente a las tres primeras veces, pues la cuarta no cuenta.

SRA. MARTIN:
– Y cuando llamaron la primera vez, ¿era usted?

EL BOMBERO:
– No, no era yo.

SRA. MARTIN:
– ¿Ven ustedes? Llamaron y no había nadie.

SR. MARTIN:
– Era quizás algún otro.

SR. SMITH:
– ¿Hacía mucho tiempo que estaba usted en la puerta?

EL BOMBERO:
– Tres cuartos de hora.

SR. SMITH:
– ¿Y no vio a nadie?

EL BOMBERO:
– A nadie. Estoy seguro de eso.

SRA. MARTIN:
– ¿Oyó usted que llamaban por segunda vez?

EL BOMBERO:
– Sí, pero tampoco era yo. Y seguía no habiendo nadie.

SRA. SMITH:
– ¡Victoria! Yo tenía razón.

SR. SMITH (a su esposa):
– No tan de prisa. (Al BOMBERO.) ¿Qué hacía usted en la puerta?

EL BOMBERO:
– Nada. Estaba allí. Pensaba en muchas cosas.

SR. MARTIN (al BOMBERO):
– Pero la tercera vez, ¿no fue usted quien llamó?

EL BOMBERO:
– Sí, fui yo.

SR. SMITH:
– Pero al abrir la puerta no lo vieron.

EL BOMBERO:
– Es que me oculté. . . por broma.

SRA. SMITH:
– No se ría, señor capitán. El asunto es demasiado triste.

SR. MARTIN:
– En resumidas cuentas, seguimos sin saber si cuando llaman a la puerta hay o no alguien.

SRA. SMITH:
– Nunca hay nadie.

SR. SMITH:
– Siempre hay alguien.

EL BOMBERO:
– Voy a hacer que se pongan de acuerdo. Los dos tienen un poco de razón. Cuando llaman a la puerta, a veces hay alguien y a veces no hay nadie.

SR. MARTIN:
– Eso me parece lógico.

SRA. MARTIN:
– También yo lo creo.

EL BOMBERO:
– Las cosas son sencillas, en realidad. (A los esposos SMITH.) Abrácense.

SRA. SMITH:
– Ya nos abrazamos hace un momento.

SR. MARTIN:
– Se abrazarán mañana. Tienen tiempo de sobra.

SRA. SMITH:
– Señor capitán, puesto que nos ha ayudado a ponerlo todo en claro, póngase cómodo, quítese el casco y siéntese un instante.

EL BOMBERO:
– Discúlpeme, pero no puedo quedarme aquí mucho tiempo. Estoy dispuesto a quitarme el casco, pero no tengo tiempo para sentarme. (Se sienta sin quitarse el casco.) Les confieso que he venido a su casa para un asunto muy distinto. Cumplo una misión de servicio.

SRA. SMITH:
– ¿Y en qué consiste su misión, señor capitán?

EL BOMBERO:
– Les ruego que tengan la bondad de disculpar mi indiscreción. (Muy perplejo.) ¡Oh! (Señala con el dedo a los esposos MARTIN.) ¿Puedo. . . delante de ellos. . .?

SRA. MARTIN:
– No se preocupe.

SR. MARTIN: Somos amigos viejos. Nos cuentan todo.

SR. SMITH:
– Hable.

EL BOMBERO:
– Pues bien, sea. ¿Hay fuego en su casa?

SRA. SMITH:
– ¿Por qué nos pregunta eso?

EL BOMBERO:
– Porque. . . discúlpenme, tengo orden de extinguir todos los incendios de la ciudad.

SRA. MARTIN:
– ¿Todos?

EL BOMBERO:
– Sí, todos.

SRA. SMITH (confusa):
– No sé... no lo creo . . ¿Quiere que vaya a ver?

SR. SMITH (husmeando):
– No debe de haber fuego. No se siente olor a chamusquina.

EL BOMBERO (desolado):
– ¿No lo hay absolutamente? ¿No tendrán un fueguito de chimenea, algo que arda en el desván o en el sótano? ¿Un pequeño comienzo de incendio, por lo menos?

SRA. SMITH:
– No quiero apenarlo, pero creo que no hay fuego alguno en nuestra casa por el momento. Le prometo que le avisaremos en cuanto haya algo.

EL BOMBERO:
– No dejen de hacerlo, pues me harán un favor.

SRA. SMITH:
– Prometido.

EL BOMBERO (a los esposos MARTINA):
– Y en la casa de ustedes, ¿tampoco arde nada?

SRA. MARTIN:
– No, desgraciadamente.

SR. MARTIN (al BOMBERO) :
– Las cosas marchan mal en este momento.

EL BOMBERO:
– Muy mal. Casi no sucede nada, algunas bagatelas, una chimenea, un hórreo. Nada serio. Eso no rinde. Y como no hay rendimiento, la prima por la producción es muy magra.

SR. SMITH:
– Nada marcha bien. Con todo sucede lo mismo. El comercio, la agricultura, están este año como el fuego, no marchan.

SR. MARTIN:
– Si no hay trigo, no hay fuego.

EL BOMBERO:
– Ni tampoco inundaciones.

SRA. SMITH:
– Pero hay azúcar.

SR. SMITH:
– Eso es porque lo traen del extranjero.

SRA. MARTIN:
– Conseguir incendios es más difícil. ¡Hay demasiados impuestos!

EL BOMBERO:
– Sin embargo hay, aunque son también bastante raras, una o dos asfixias por medio del gas. Una joven se asfixió la semana pasada por haber dejado abierta la llave del gas.

SRA. MARTIN:
– ¿La había olvidado?

EL BOMBERO:
– No, pero creyó que era su peine.

SR. SMITH:
– Esas confusiones son siempre peligrosas.

SRA. SMITH:
– ¿No fue a averiguar a la tienda del vendedor de fósforos?

EL BOMBERO:
– Es inútil. Está asegurado contra incendios.

SR. MARTIN:
– Entonces, vaya a ver de mi parte al vicario de Wakefield.

EL BOMBERO:
– No tengo derecho a apagar el fuego en las casas de los sacerdotes. El obispo se enojaría. Apagan sus fuegos ellos mismos o hacen que los apaguen sus vestales.

SR. SMITH:
– Trate de ver en casa de los Durand.

EL BOMBERO:
– Tampoco puedo hacer eso. Él no es inglés. Sólo se ha naturalizado. Los naturalizados tienen derecho a poseer casas, pero no el de hacer que las apaguen si arden.

SRA. SMITH:
– Sin embargo, cuando ardió el año pasado bien que la apagaron.

EL BOMBERO:
– Lo hizo él solo, clandestinamente. Oh, no seré yo quien lo denuncie.

SR. SMITH:
– Yo tampoco.

SRA. SMITH:
– Puesto que no tiene usted mucha prisa, señor capitán, quédese un ratito más. Nos hará un favor.

EL BOMBERO:
– ¿Quieren que les relate anécdotas?

SRA. SMITH:
– ¡Oh, muy bien, es usted encantador! Le abraza.

SR. SMITH, SRA. MARTIN, SR. MARTIN:
– ¡Sí, sí, anécdotas! ¡Bravo! Aplauden.

SR. SMITH:
– Y lo que es todavía más interesante es que las anécdotas de bombero son todas ellas auténticas y vividas.

EL BOMBERO:
– Hablo de cosas que yo mismo he experimentado. La naturaleza, nada más que la naturaleza. No los libros.

SR. MARTIN:
– Exacto: la verdad no se encuentra en los libros, sino en la vida.

SRA. SMITH:
– ¡Comience!

SR. MARTIN:
– ¡Comience!

SRA. MARTIN:
– Silencio, comienza.

EL BOMBERO (tosiquea muchas veces):
– Discúlpenme, pero no me miren así. Hacen que me sienta incómodo. Ya saben que soy tímido.

SRA. SMITH:
– ¡Es encantador! Le abraza.

EL BOMBERO:
– Procuraré comenzar a pesar de todo. Pero prométanme que no me escucharán.

SRA. MARTIN:
– Pero si no le escuchamos no le oiremos.

EL BOMBERO:
– ¡No había pensado en eso!

SRA. SMITH:
– Ya les he dicho: es un niño.

SR. MARTIN, SR. SMITH:
– ¡Oh, el niño querido! Le abrazan.

SRA. MARTIN:
– ¡Valor!

EL BOMBERO:
– Pues bien, comienzo. (Vuelve a tosiquear y luego comienza con una voz a la que hace temblar la emoción.) "El perro y el buey", fábula experimental: una vez otro buey le preguntó a otro perro: ¿por qué no te has tragado la trompa? Perdón, contestó el perro, es porque creía que era elefante.

SRA. MARTIN:
– ¿Cuál es la moraleja?

EL BOMBERO:
– Son ustedes quienes tienen que encontrarla.

SR. SMITH:
– Tiene razón.

SRA. SMITH (furiosa):
– Otra.

EL BOMBERO:
– Un ternero había comido demasiado vidrio molido. En consecuencia, tuvo que parir. Dio a luz una vaca. Sin embargo, como el becerro era varón, la vaca no podía llamarle "mamá". Tampoco podía llamarle "papá", porque el becerro era demasiado pequeño. Por lo tanto el becerro tuvo que casarse con una persona y la alcaldía tomó todas las medidas promulgadas por las circunstancias de moda.

SR. SMITH:
– De moda en Caen.

SR. MARTIN:
– Como el mondongo.

EL BOMBERO:
– ¿Lo conocían ustedes, entonces?

SRA. SMITH:
– Lo publicaron todos los diarios.

SRA. MARTIN:
– Eso sucedió no lejos de aquí.

EL BOMBERO:
– Voy a relatarles otra. "El gallo". Una vez un gallo quiso pasar por perro, pero no pudo, pues lo reconocieron en seguida.

SRA. SMITH:
– En cambio, al perro que quiso pasar por gallo no lo reconocieron.

SR. SMITH:
– Yo, a mi vez, voy a contarles una: "La serpiente y la zorra". Una vez una serpiente se acercó a una zorra y le dijo: "Me parece que te conozco". La zorra le contestó: "Yo también". "Entonces —dijo la serpiente— dame dinero." "Una zorra no da dinero", respondió el astuto animal que, para escaparse, saltó a un valle profundo lleno de fresas y de miel de gallina. La serpiente le esperaba allí y reía con una risa mefistofélica. La zorra sacó su cuchillo y le gritó: "¡Voy a enseñarte a vivir!". Y huyó, dándole la espalda. No tuvo suerte. La serpiente fue más rápida, asestó a la zorra un puñetazo en plena frente, que se rompió en mil pedazos, mientras gritaba: "¡No! ¡No! ¡Cuatro veces no! ¡Yo no soy tu hija!".

SRA. MARTIN:
– Es interesante.

SRA. SMITH:
– No está mal.

SR. MARTIN (estrecha la mano al SR. SMITH.):
– Le felicito.

EL BOMBERO (celoso):
– No es gran cosa. Además, yo la conocía.

SR. SMITH:
– Es terrible.

SRA. SMITH:
– Pero eso no sucedió en realidad.

SRA. MARTIN:
– Sí, por desgracia.

SR. MARTIN (a la SRA. SMITH):
– Es su turno, señora.

SRA. SMITH:
– Sólo conozco una. Se la voy a decir. Se titula: "El ramillete".

SR. SMITH:
– Mi esposa ha sido siempre romántica.

SR. MARTIN:
– Es una verdadera inglesa.

SRA. SMITH: Hela aquí: Una vez un novio llevó un ramillete de flores a su novia, quien le dijo gracias; pero antes que ella le diese las gracias, él, sin decir una palabra, le quitó las flores que le había entregado para darle una buena lección y, diciendo las tomo otra vez, le dijo hasta la vista, tomó las flores y se alejó por aquí y por allá.

SR. MARTIN:
– ¡Oh, encantador! Abraza o no abraza a la SRA. SMITH.

SRA. MARTIN:
– Tiene usted una esposa, señor Smith, de la que todos están celosos.

SR. SMITH:
– Es cierto. Mi mujer es la inteligencia misma. Hasta es más inteligente que yo. En todo caso es mucho más femenina.

SRA. SMITH (al BOMBERO):
– Otra más, capitán.

EL BOMBERO:
– ¡Oh, no, es demasiado tarde!

SR. MARTIN:
– Dígala, no obstante.

EL BOMBERO:
– Estoy demasiado cansado.

SR. SMITH:
– Háganos ese favor.

SR. MARTIN:
– Se lo ruego.

EL BOMBERO:
– No.

SRA. MARTIN:
– Tiene usted un corazón de hielo. Nosotros estamos en ascuas.

SRA. SMITH (se arrodilla, sollozando, o no lo hace):
– Se lo suplico.

EL BOMBERO:
– Sea.

SR. SMITH (al oído de la señora MARTIN):
– ¡Acepta! Va a seguir fastidiándonos.

SRA. MARTIN:
– ¡Bah!

SRA. SMITH:
– Mala suerte. He sido demasiado cortés.

EL BOMBERO:
– "El resfriado": Mi cuñado tenía, por el lado paterno, un primo carnal uno de cuyos tíos maternos tenía un suegro cuyo abuelo paterno se había casado en segundas nupcias con una joven indígena cuyo hermano había conocido, en uno de sus viajes, a una muchacha de la que se enamoró y con la cual tuvo un hijo que se casó con una farmacéutica intrépida que no era otra que la sobrina de un contramaestre desconocido de la marina británica y cuyo padre adoptivo tenía una tía que hablaba corrientemente el español y que era, quizás, una de las nietas de un ingeniero, muerto joven, nieto a su vez de un propietario de viñedos de los que obtenía un vino mediocre, pero que tenía un resobrino, casero y ayudante, cuyo hijo se había casado con una joven muy linda, divorciada, cuyo primer marido era hijo de un patriota sincero que había sabido educar en el deseo de hacer fortuna a una de sus hijas, la que pudo casarse con un cazador que había conocido a Rothschild y cuyo hermano, después de haber cambiado muchas veces de oficio, se casó y tuvo una hija, cuyo bisabuelo, mezquino, llevaba anteojos que le había regalado un primo suyo, cuñado de un portugués, hijo natural de un molinero, no demasiado pobre, cuyo hermano de leche tomó por esposa a la hija de un ex médico rural, hermano de leche del hijo de un lechero, hijo natural de otro médico rural casado tres veces seguidas, cuya tercera mujer. . .

SR. MARTIN:
– Conocí a esa tercera mujer, si no me engaño. Comía pollo en un avispero.

EL BOMBERO:
– No era la misma.

SRA. SMITH:
– ¡Chitón!

EL BOMBERO:
– Continúo: cuya tercera mujer era hija de la mejor comadrona de la región y que, habiendo enviudado temprano. . .

SR. SMITH:
– Como mi esposa.

EL BOMBERO:
– ... se volvió a casar con un vidriero, lleno de vivacidad, que había hecho, a la hija de un jefe de estación, un hijo que supo abrirse camino en la vida. . .

SRA. SMITH:
– Su camino de hierro. . .

SR. MARTIN:
– Como en los mapas.

EL BOMBERO:
– Y se casó con una vendedora de hortalizas frescas cuyo padre tenía un hermano que se había casado con una institutriz rubia cuyo primo, pescador con caña. . .

SR. MARTIN:
– Con caña rota.

EL BOMBERO:
– ... se había casado con otra institutriz rubia llamada también María, cuyo padre estaba casado con otra María, asimismo institutriz rubia. . .

SR. SMITH:
– Siendo rubia, no puede ser sino María.

EL BOMBERO:
– ... y cuyo padre fue criado en el Canadá por una anciana que era sobrina de un cura cuya abuela atrapaba a veces, en invierno, como todo el mundo, un resfrío.

SR. SMITH:
– La anécdota es curiosa, casi increíble.

SR. MARTIN:
– Cuando se resfría hay que ponerse condecoraciones.

SR. SMITH:
– Es una precaución inútil, pero absolutamente necesaria.

SRA. MARTIN:
– Discúlpeme, señor capitán, pero no he comprendido bien su relato. Al final, cuando se llega a la abuela del sacerdote, uno se enreda.

SR. SMITH:
– Siempre se enreda entre las zarpas del sacerdote.

SRA. SMITH:
– ¡Oh, sí, capitán, vuelva a empezar! Todos se lo piden.

EL BOMBERO:
– ¡Ah!, no sé si voy a poder. Estoy en misión de servicio Depende de la hora que sea.

SRA. SMITH:
– En nuestra casa no tenemos hora.

EL BOMBERO:
– ¿Y el reloj?

SR. SMITH:
– Anda mal. Tiene el espíritu de contradicción. Indica siempre la contraria de la hora que es.

ESCENA IX

Los mismos y MARY

MARY:
– Señora. . . señor. . .

SRA. SMITH:
– ¿Qué desea?

SR. SMITH:
– ¿Qué viene a hacer aquí?

MARY:
– Que la señora y el señor me disculpen... y también estas señoras y señores... Yo desearía... yo desearía... contarles también una anécdota.

SRA. MARTIN:
– ¿Qué dice esa mujer?

SR. MARTIN:
– Creo que la criada de nuestros amigos se ha vuelto loca. Quiere relatar también una anécdota.

EL BOMBERO:
– ¿Por quién se toma? (La mira.) ¡Oh!

SRA. SMITH:
– ¿Quién la mete en lo que no le importa?

SR. SMITH:
– Este no es verdaderamente su lugar, Mary.

EL BOMBERO:
– ¡Oh, es ella! No es posible.

SR. SMITH:
– ¿Y usted?

MARY:
– ¡No es posible! ¿Aquí?

SRA. SMITH:
– ¿Qué quiere decir todo eso?

SR. SMITH:
– ¿Son ustedes amigos?

EL BOMBERO:
– ¡Vaya si lo somos!

MARY se arroja al cuello del BOMBERO,

MARY:
– ¡Me alegro de volverlo a ver. . . por fin!

SR. y SRA. SMITH:
– ¡Oh!

SR. SMITH:
– Esto es demasiado fuerte aquí, en nuestra casa, en los suburbios de Londres.

SRA. SMITH:
– ¡No es decoroso!

EL BOMBERO:
– Es ella quien extinguió mis primeros fuegos.

MARY:
– Yo soy su chorrillo de agua.

SR. MARTIN:
– Si es así... queridos amigos. . . esos sentimientos son explicables, humanos, respetables...

SRA. MARTIN:
– Todo lo humano es respetable.

SRA. SMITH:
– De todos modos no me gusta verla aquí, entre nosotros. . .

SR. SMITH:
– No tiene la educación necesaria

EL BOMBERO:
– Tienen ustedes demasiados prejuicios.

SRA. MARTIN:
– Yo creo que una criada, en resumidas cuentas, y aunque ello no me incumbe, es siempre una criada.

SR. MARTIN:
– Aunque a veces pueda actuar como un detective bastante bueno.

EL BOMBERO:
– Suéltame.

MARY:
– No te preocupes. No son tan malos como parecen.

SR. SMITH:
– Hum . . . hum. . . Son conmovedores ustedes dos, pero también un poco. . . un poco. . .

SR. MARTIN:
– Sí, ésa es la palabra.

SR. SMITH:
– . . .un poco excesivamente llamativos.

SR. MARTIN:
– Hay un pudor británico, y discúlpenme que una vez más precise mi pensamiento, que no comprenden los extranjeros, ni siquiera los especialistas, y gracias al cual, para expresarme así... en fin, no lo digo por ustedes

MARY:
– Yo desearía referirles. . .

SR. SMITH:
– No refiera nada. . .

MARY:
– ¡Oh, sí!

SRA. SMITH:
– Vaya, mi pequeña Mary, vaya donosamente a la cocina a leer sus poemas ante el espejo. . .

SR. MARTIN:
– ¡Toma! Sin ser criada, yo también leo poemas ante el espejo.

SRA. MARTIN:
– Esta mañana, cuando te miraste en el espejo, no te viste.

SR. MARTIN:
– Es porque todavía no estaba allí.

MARY:
– De todos modos, quizá podría recitarles un poemita.

SRA. SMITH:
– Mi pequeña Mary, es usted espantosamente obstinada.

MARY:
– ¿Convenimos, entonces, en que les voy a recitar un poema? Es un poema que se titula "El fuego", en honor del capitán.
EL FUEGO
Los policandros brillaban en el bosque
Una piedra se incendió
El castillo se incendió
El bosque se incendió
Los pájaros se incendiaron
Las mujeres se incendiaron
Los pájaros se incendiaron
Los peces se incendiaron
El agua se incendió
El cielo se incendió
La ceniza se incendió
El humo se incendió
El fuego se incendió
Todo se incendió
Se incendió, se incendió.

Recita el poema mientras los SMITH la empujan fuera de la habitación.



ESCENA X

Los mismos, menos MARY

SRA. MARTIN:
– Eso me ha dado frío en la espalda.

SR. MARTIN:
– Sin embargo, hay cierto calor en esos versos.

EL BOMBERO:
– A mí me ha parecido maravilloso.

SRA. SMITH:
– Sin embargo. . .

SR. SMITH:
– Usted exagera. . .

EL BOMBERO:
– Es cierto. . . todo eso es muy subjetivo. . . pero así es como concibo el mundo. Mi sueño, mi ideal. . . Además, eso me recuerda que debo irme. Puesto que ustedes no tienen hora, yo, dentro de tres cuartos de hora y dieciséis minutos exactamente tengo un incendio en el otro extremo de la ciudad. Tengo que apresurarme, aunque no tenga mucha importancia.

SRA. SMITH:
– ¿De qué se trata? ¿De un fueguito de chimenea?

EL BOMBERO:
– Ni siquiera eso. Una fogata de virutas y un pequeño ardor de estómago.

SR. SMITH:
– Entonces, lamentamos que se vaya.

SRA. SMITH:
– Ha estado usted muy divertido.

SRA. MARTIN:
– Gracias a usted hemos pasado un verdadero cuarto de hora cartesiano.

EL BOMBERO (se dirige hacia la salida y luego se detiene):
– A propósito, ¿y la cantante calva?

Silencio general, incomodidad.

SRA. SMITH:
– Sigue peinándose de la misma manera.

EL BOMBERO:
– ¡Ah! Adiós, señores y señoras.

SR. MARTIN:
– ¡Buena suerte y buen fuego!

EL BOMBERO:
– Esperémoslo. Para todos.

EL BOMBERO se va. Todos lo acompañan hasta la puerta y vuelven a sus asientos.



ESCENA XI

Los mismos, menos EL BOMBERO

SRA. MARTIN:
– Puedo comprar un cuchillo de bolsillo para mi hermano, pero ustedes no pueden comprar Irlanda para su abuelo.

SR. SMITH:
– Se camina con los pies, pero se calienta mediante la electricidad o el carbón.

SR. MARTIN:
– El que compra hoy un buey tendrá mañana un huevo.

SRA. SMITH:
– En la vida hay que mirar por la ventana.

SRA. MARTIN:
– Se puede sentar en la silla, mientras que la silla no puede hacerlo.

SR. SMITH:
– Siempre hay que pensar en todo.

SR. MARTIN:
– El techo está arriba y el piso está abajo. . .

SRA. SMITH:
– Cuando digo que sí es una manera de hablar.

SRA. MARTIN:
– A cada uno su destino.

SR. SMITH:
– Tomen un círculo, acarícienlo, y se hará un círculo vicioso.

SRA. SMITH:
– El maestro de escuela enseña a leer a los niños, pero la gata amamanta a sus crías cuando son pequeñas.

SRA. MARTIN:
– En tanto que la vaca nos da sus rabos.

SR. SMITH:
– Cuando estoy en el campo me agradan la soledad y la calma.

SR. MARTIN:
– Todavía no es usted bastante viejo para eso.

SRA. SMITH:
– Benjamín Franklin tenía razón: usted es menos tranquilo que él.

SRA. MARTIN:
– ¿Cuáles son los siete días de la semana?

SR. SMITH:
– Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo.

SR. MARTIN:
– Edward es empleado de oficina, su hermana Nancy, mecanógrafa, y su hermano William, ayudante de tienda.

SRA. SMITH:
– ¡Qué familia divertida!

SRA. MARTIN:
– Prefiero un pájaro en el campo a un calcetín en una carretilla.

SR. SMITH:
– Es preferible un filete en una cabaña que leche en un palacio.

SR. MARTIN:
– La casa de un inglés es su verdadero palacio.

SRA. SMITH:
– No sé hablar en español lo bastante bien para hacerme comprender.

SRA. MARTIN:
– Te daré las zapatillas de mi suegra si me das el ataúd de tu marido.

SR. SMITH:
– Busco un sacerdote monofisita para casarlo con nuestra criada.

SR. MARTIN:
– El pan es un árbol, en tanto que el pan es también un árbol, y de la encina nace la encina, todas las mañanas, al alba.

SRA. SMITH:
– Mi tío vive en el campo, pero eso no le atañe a la comadrona.

SR. MARTIN:
– El papel es para escribir, el gato para la rata, y el queso para echarle la zarpa.

SRA. SMITH:
– El automóvil corre mucho, pero la cocinera prepara mejor los platos.

SR. SMITH:
– No sean pavos y abracen al conspirador.

SR. MARTIN:
– Charity begins at home.

SRA. SMITH:
– Espero que el acueducto venga a verme en mi molino.

SR. MARTIN:
– Se puede demostrar que el progreso social está mucho mejor con azúcar.

SR. SMITH:
– ¡Abajo el betún!

Después de la última réplica del SR. SMITH los otros callan durante un instante, estupefactos. Se advierte que hay cierta nerviosidad. Los sones del reloj son más nerviosos también. Las réplicas que siguen deben ser dichas al principio en un tono glacial, hostil. La hostilidad y la nerviosidad irán aumentando. Al final de esta escena los cuatro personajes deberán hallarse en pie, muy cerca los unos de los otros, gritando sus réplicas, levantando los puños, dispuestos a lanzarse los unos contra los otros.

SR. MARTIN:
– No se hace que brillen los anteojos con betún negro.

SRA. SMITH:
– Sí, pero con dinero se puede comprar todo lo que se quiere.

SR. MARTIN:
– Prefiero matar un conejo que cantar en el jardín.

SR. SMITH:
– Cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas.

SRA. SMITH:
– ¡Qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada!

SR. MARTIN:
– ¡Qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas!

SR. SMITH:
– Los perros tienen pulgas, los perros tienen pulgas.

SRA. MARTIN:
– ¡Cacto, coxis! ¡Coco! ¡Cochino!

SRA. SMITH:
– Embarrilador, nos embarrilas.

SR. MARTIN:
– Prefiero poner un huevo que robar un buey.

SRA. MARTIN (abriendo la boca de par en par):
– ¡Ah! ¡Oh! ¡Ah! ¡Oh! ¡Dejen que rechinen los dientes!

SR. SMITH:
– ¡Caimán!

SR. MARTIN:
– Vamos a abofetear a Ulises.

SR. SMITH:
– Yo voy a vivir en mi casa entre mis cacahuetales.

SRA. MARTIN:
– Los cacaos de los cacahuetales no dan cacahuetes, sino cacao. Los cacaos de los cacahuetales no dan cacahuetes, sino cacao. Los cacaos de los cacahuetales no dan cacahuetes, sino cacao.

SRA. SMITH:
– Los ratones tienen cejas, las cejas no tienen ratones.

SRA. MARTIN:
– ¡Toca mi toca!

SR. MARTIN:
– ¡Tu toca de loca!

SR. SMITH:
– La toca en la boca, la boca en la toca.

SRA. MARTIN:
– Disloca la boca.

SRA. SMITH:
– Emboca la toca.

SR. MARTIN:
– Emboca la toca y disloca la boca.

SR. SMITH:
– Si se la toca se la disloca.

SRA. MARTIN:
– ¡Usted está loca!

SRA. SMITH:
– ¡Y usted me provoca!

SR. MARTIN:
– ¡Sully!

SR. SMITH:
– ¡Prudhomme!

SRA. MARTIN, SR. SMITH:
– ¡Frangois!

SRA. SMITH, SR. MARTIN:
– ¡Coppée!

SRA. MARTIN, SR. SMITH:
– ¡Copée Sully!

SRA. SMITH, SR. MARTIN:
– ¡Prudhomme Frangois!

SRA. MARTIN:
– ¡Pedazos de pavos, pedazos de pavos!

SR. MARTIN:
– ¡Rosita, culo de marmita!

SRA. SMITH:
– ¡Khrisnamurti, Khrisnamurti, Khrisnamurti!

SR. SMITH:
– ¡El Papa se empapa! El Papa no come papa. La papa del Papa.

SRA. MARTIN:
– ¡Bazar, Balzac, Bazaine!

SR. MARTIN:
– ¡Paso, peso, piso!

SR. SMITH:
– A, e, i, o, u, a, e, i, o; u; a; e; i; o; u; i.

SRA. MARTIN:
– B, c, d, f, g, 1, m, n, p; r; s; t; v; w; x; z.

SR. MARTIN:
– ¡Del ojo al ajo, del ajo al hijo!

SRA. SMITH (imitando al tren):
– ¡Teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf!

SR. SMITH:
– ¡No!

SRA. MARTIN:
– ¡Es!

SR. MARTIN:
– ¡Por!

SRA. SMITH:
– ¡Allá!

SR. SMITH:
– ¡Es!

SRA. MARTIN:
– ¡Por!

SR. MARTIN:
– ¡A!

SRA. SMITH:
– ¡Quí!

Todos juntos, en el colmo del furor, se gritan los unos a los oídos de los otros. La luz se ha apagado. En la oscuridad se oye, con un ritmo cada vez más rápido:

TODOS JUNTOS:
– ¡Por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí!.

Las palabras dejan de oírse bruscamente. Se encienden las luces. El señor y la señora MARTIN están sentados como los SMITH al comienzo de la obra. Ésta vuelve a empezar esta vez con los MARTIN, que dicen exactamente lo mismo que los SMITH en la primera escena, mientras se cierra lentamente el telón.





TELÓN