7/9/14

UBÚ REY ALFRED JARRY





















UBÚ REY

ALFRED JARRY



ESTE LIBRO

está dedicado a

MARCEL SCHWOB1



Así pues, el padre Ubú meneó la pera, por lo que desde entonces los ingleses le llamaron Shakespeare, y habéis de él, bajo ese nombre, muchas hermosas tragedias por escrito.2




1 La primera versión escrita de Ubú rey data de 1888 y se titula Les Polonais (Los polacos). Se representó por primera vez en el teatro de marionetas de Pierre Bonnard, en 1896. Al otro lado del guiñol se encontraba Marcel Schwob, quien publicaría años antes (1893) algunas de las escenas de aquel primer Ubú en la revista "L'Écho de Paris" (N. del E.).
2 Jarry utiliza aquí pera en lugar de cabeza, para conseguir un juego de palabras que queda claro si se recuerda que, en inglés, menear es to shake y pera pear (N. del T..).



PERSONAJES:


PADRE UBÚ 
MADRE UBÚ 
CAPITÁN BORDURA 
EL REY VENCESLAO
LA REINA ROSAMUNDA
BOLESLAO, 
LADISLAO, 
BUGRELAO: SUS HIJOS
LA SOMBRA DE LOS ANTEPASADOS
EL GENERAL LASKY
STANISLAO 
 LECZINSKI 
JUAN SOBIESKI 
NICOLÁS RENSKY
EL EMPERADOR ALEXIS
JIRÓN, PILA, COTIZA, PALOTINES CONJURADOS Y SOLDADOS 
PUEBLO
MIGUEL FEDEROVITCH
NOBLES MAGISTRADOS CONSEJEROS HACENDISTAS
LACAYOS DE PHINANZAS
CAMPESINOS
TODO EL EJÉRCITO RUSO
TODO EL EJÉRCITO POLACO
LOS GUARDIAS DE LA MADRE UBÚ
UN CAPITÁN
EL OSO
EL CABALLO DE PHINANZAS
LA MÁQUINA DE DESCEREBRAR
LA TRIPULACIÓN
EL COMANDANTE



ACTO PRIMERO

ESCENA I
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ


PADRE UBÚ. ¡Mierdra!
MADRE UBÚ. ¡Oh! Mira qué bonito, Padre Ubú, sois un grandísimo gamberro.
PADRE UBÚ. ¡Y que no te revient’a palos, Madre Ubú! 
MADRE UBÚ. No es a mí, Padre Ubú, sino a otro al que habría que asesinar.
PADRE UBÚ. Por mi velón verde, no lo entiendo. 
MADRE UBÚ. ¿Cómo, Padre Ubú, estáis contento con vuestra suerte?
PADRE UBÚ. Por mi velón verde, mierdra, señora, ciertamente que sí, estoy contento.Y con menos se estaría: capitán de dragones, oficial de confianza del Rey Venceslao, en posesión de la orden del Águila Roja de Polonia y, antiguo rey de Aragón. ¿Qué más queréis?
MADRE UBÚ. ¡Cómo! ¿Después de haber sido rey de Aragón os contentáis con llevar a desfilar a medio centenar de matachines armados con machetes, cuando podríais hacer suceder en vuestro frascuelo la corona de Polonia a la de Aragón?
PADRE UBÚ. ¡Ah! Madre Ubú, no entiendo nada de lo que dices.
MADRE UBÚ. ¡Eres tan burro!
PADRE UBÚ. Por mi velón verde, el Rey Venceslao está aún bien vivo; y admitiendo incluso que muera, ¿no tiene acaso legiones de hijos?
MADRE UBÚ. ¿Quién te impide degollar a toda la familia y ponerte en su lugar?
PADRE UBÚ. ¡Ah! Madre Ubú, me estáis injuriando y pronto se os hará pasar por la cacerola.
MADRE UBÚ. ¡Eh! Pobre desgraciado, si yo pasara por la cacerola, ¿quién te remendaría la culera del pantalón? 
PADRE UBÚ. ¡Cierto! ¿Y a mí qué? ¿Es que no tengo un culo como los demás?
MADRE UBÚ. Si estuviera en tu lugar querría instalar ese culo en un trono. Podrías aumentar indefinidamente tus riquezas, comer muy a menudo botagueña y rodar en carroza por las calles.
PADRE UBÚ. Si fuera rey me haría construir una gran capelina como la que tenía en Aragón y que esos bribones españoles me robaron imprudentemente.
MADRE UBÚ.También podrías procurarte un paraguas y un amplio chubasquero que te llegara hasta los talones. 
PADRE UBÚ. ¡Ah! Cedo a la tentación. Pajarraco de mierdra, mierdra de pajarraco, si alguna vez me lo encuentro en alguna esquina pasará un mal rato. 
MADRE UBÚ. ¡Ah! Bien Padre Ubú, hete aquí convertido en un verdadero hombre.
PADRE UBÚ. ¡Oh, no! Yo, capitán de dragones, degollar al rey de Polonia. ¡Antes morir!
MADRE UBÚ, aparte. ¡Oh! ¡Mierdra! (En voz alta.) ¿Así pues, vas a seguir siendo un pordiosero, una rata, Padre Ubú?
PADRE UBÚ.¡ Voto a Judas! ¡Por mi velón verde! Prefiero ser pordiosero como una rata flaca y valiente que rico como un malvado y gordo gato.
MADRE UBÚ. ¿Y la capelina? ¿Y el paraguas? ¿Y el amplio chubasquero?
PADRE UBÚ. ¿Y qué más da, Madre Ubú?
Se va, dando un portazo.
MADRE UBÚ, sola. Jodre, mierdra, se ha resistido a la descarga, pero jodre, mierdra, sin embargo creo haberle resquebrajado. Gracias a Dios y a mí misma, quizás en ocho días sea reina de Polonia.

ESCENA II
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ

La escena representa una estancia de la casa del Padre Ubú donde se encuentra preparada una espléndida mesa.

MADRE UBÚ. ¡Eh! Nuestros invitados se retrasan mucho.
PADRE UBÚ. Sí, por mi velón verde. Me muero de hambre. Madre Ubú, estás bien fea hoy. ¿Será porque recibimos gente?
MADRE UBÚ, encogiéndose de hombros. Mierdra.
PADRE UBÚ, agarrando un pollo asado. ¡Mira! Tengo hambre.Voy a morder este pájaro. Es un pollo, creo. No está nada mal.
MADRE UBÚ. ¿Qué haces desgraciado? ¿Qué van a comer nuestros invitados?
PADRE UBÚ. Ya tendrán bastante, ya. No tocaré nada más. Madre Ubú, ve pues a la ventana a ver si nuestros invitados llegan.
MADRE UBÚ, asomándose. No veo nada.
Mientras tanto, el Padre Ubú hurta una rodaja de ternera
MADRE UBÚ. ¡Ah! He aquí al capitán Bordura y a sus partidarios que llegan. ¿Qué estás comiendo, Padre Ubú?
PADRE UBÚ. Nada, un poco de ternera.
MADRE UBÚ. ¡Ah! ¡La ternera, la ternera, la ternera! ¡Se ha comido la ternera! ¡Socorro!
PADRE UBÚ. ¡Por mi velón verde, te voy a arrancar los ojos!
Se abre la puerta.


ESCENA III
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, CAPITÁN BORDURA Y SUS SECUACES

MADRE UBÚ. Buenos días señores, os esperábamos con impaciencia. Sentáos.
CAPITÁN BORDURA. Buenas, señora. ¿Pero dónde está el Padre Ubú?
PADRE UBÚ. ¡Heme aquí! ¡Heme aquí! Mecachis, Por mi velón verde, sin embargo estoy bastante gordo. 
CAPITÁN BORDURA. Buenos días, Padre Ubú. (A los suyos.) Sentaos vosotros.
Se sientan todos.
PADRE UBÚ. Uff, un poco más y hundo una silla. 
CAPITÁN BORDURA. ¡Eh! ¡Madre Ubú! ¿Qué nos daréis de bueno hoy?
MADRE UBÚ. Aquí tenéis el menú. 
PADRE UBÚ. ¡Oh! Esto me interesa.
MADRE UBÚ. Sopa polaca, ternera, pollo, paté de perro, rabadillas de pava, nata con bizcochos...
PADRE UBÚ. Eh, ya está, supongo. ¿Aún hay algo más?
MADRE UBÚ, continuando. Helado en molde, ensalada, fruta, postre guisado, tupinambos, coliflores a la mierdra. 
PADRE UBÚ. ¿Me tomas por emperador de Oriente para hacer semejantes gastos?
MADRE UBÚ. No le escuchéis, es imbécil.
PADRE UBÚ. ¡Ah! Voy a afilar mis dientes en tus pantorrillas.
MADRE UBÚ. Come y calla, Padre Ubú. Aquí está la sopa.
PADRE UBÚ. Diantre, qué mala está.
CAPITÁN BORDURA. No está buena, en efecto. 
MADRE UBÚ. Hatajo de árabes, ¿qué necesitáis?
PADRE UBÚ, golpeándose la frente. ¡Oh! Tengo una idea. Ahora vuelvo.
Se va.
MADRE UBÚ. Señores, vamos a probar la ternera. 
CAPITÁN BORDURA. Está muy buena, ya he acabado. 
MADRE UBÚ. A por las rabadillas, ahora.
CAPITÁN BORDURA. ¡Exquisito, exquisito! Viva la Madre Ubú.
TODOS.Viva la Madre Ubú.
PADRE UBÚ, volviendo. ¡Y pronto vais a gritar viva el Padre Ubú!
Lleva una escoba repugnante en la mano y la arroja en medio del festín.
MADRE UBÚ. Miserable, ¿qué haces? 
PADRE UBÚ. Probad un poco.
Varios la prueban y caen envenenados.

PADRE UBÚ. Madre Ubú, pásame paté de perro para que lo sirva.
MADRE UBÚ. Aquí lo tienes.
PADRE UBÚ. ¡Fuera todos! Capitán Bordura, tengo que hablaros.
LOS DEMÁS. ¡Eh! No hemos comido.
PADRE UBÚ. ¡Cómo que no habéis comido! ¡Fuera todos! Quedáos, Bordura.
Nadie se mueve.
PADRE UBÚ. ¿Aún no os habéis marchado? Por mi velón verde, voy a chafaros con paté de perro.
Comienza a lanzarlo.
TODOS. ¡Oh! ¡Ay! ¡Socorro! ¡Defendámonos! ¡Maldita sea! ¡Muerto estoy!
PADRE UBÚ. Mierdra, mierdra, mierdra. ¡Largo! Qué bien lo hago.
TODOS. ¡Sálvese quien pueda! ¡Miserable Padre Ubú!
¡Traidor y desgraciado gamberro!
PADRE UBÚ. ¡Ah! Por fin se han ido. Respiro, pero he comido muy mal.Venid, Bordura.
Salen junto con la Madre Ubú.


ESCENA IV
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, CAPITÁN BORDURA
PADRE UBÚ.Y bien, capitán, ¿habéis comido bien? 
CAPITÁN BORDURA. Considerablemente, señor, salvo por la mierdra.
PADRE UBÚ. ¡Eh! La mierdra no era mala. 
MADRE UBÚ. Cada uno tiene sus gustos.
PADRE UBÚ. Capitán Bordura, estoy decidido a haceros duque de Lituania.
CAPITÁN BORDURA. ¡Cómo! Os creía bastante pobretón, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. Dentro de algunos días, si vos queréis, reinaré en Polonia.
CAPITÁN BORDURA. ¿Vais a matar a Venceslao?
PADRE UBÚ. No es tonto, el tipejo este. Lo ha adivinado. 
CAPITÁN BORDURA. Si se trata de matar a Venceslao contad conmigo. Soy su enemigo mortal, y respondo de mis hombres.
PADRE UBÚ, arrojándose sobre él para abrazarle. ¡Oh!
¡Oh! Os quiero muchísimo, Bordura.
CAPITÁN BORDURA. ¡Eh! Apestáis, Padre Ubú. ¿Acaso no os laváis nunca?
PADRE UBÚ. Rara vez. 
MADRE UBÚ. ¡Jamás!
PADRE UBÚ.Voy a pisarte los callos.
MADRE UBÚ. ¡Bola de mierdra!
PADRE UBÚ. Marchad, Bordura, he acabado ya con vos. Pero, por mi velón verde, juro por la Madre Ubú haceros duque de Lituania.
MADRE UBÚ. Pero...
PADRE UBÚ. Cállate, mi dulce niña...
Salen.



ESCENA V
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, UN MENSAJERO

PADRE UBÚ. Señor, ¿qué queréis? Largaos con viento fresco. Me cansáis.
EL MENSAJERO. Señor, el Rey os llama.
Sale.
PADRE UBÚ. ¡Oh! Mierdra, voto a bríos, por mi velón verde, me han descubierto, me van a decapitar. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
MADRE UBÚ. ¡Qué hombre más blandengue! Y el tiempo apremia.
PADRE UBÚ. ¡Oh! Tengo una idea: diré que son la
Madre Ubú y Bordura.
MADRE UBÚ. ¡Ah! Grandísimo hijoputa, si haces eso... 
PADRE UBÚ. ¡Eh! Esa es mi intención.
Sale.
MADRE UBÚ, corriendo tras él. ¡Oh! Padre Ubú, Padre
Ubú, te daré botagueña.
Sale.
PADRE UBÚ, entre bastidores. ¡Ah! ¡Mierdra! ¡Tú sí que eres una buena botagueña!

ESCENA VI
El REY VENCESLAO RODEADO POR SUS OFICIALES; BORDURA; LOS HIJOS DEL REY, BOLESLAO, LADISLAO Y BUGRELAO. DESPUÉS, UBÚ

En el palacio del Rey.
PADRE UBÚ, entrando. ¡Oh! ¿Sabéis? Yo no tengo nada que ver.Yo no, yo no. Son la Madre Ubú y Bordura. 
EL REY. ¿Qué te ocurre, Padre Ubú?
BORDURA. Ha bebido demasiado. 
EL REY. Como yo esta mañana.
PADRE UBÚ. Sí, estoy borracho. Es porque he bebido demasiado vino francés.
EL REY. Padre Ubú, pretendo recompensar tus numerosos servicios como capitán de dragones, y te hago conde de Sandomir.
PADRE UBÚ. Oh señor Venceslao. No sé cómo agradecéroslo.
EL REY. No me lo agradezcas, Padre Ubú, y mañana está presente en la gran revista.
PADRE UBÚ. Estaré, pero aceptad, por favor, esta pequeña flauta.
Presenta al Rey una flauta.
EL REY. ¿Qué quieres que haga con una flauta? Se la daré a Bugrelao.
EL JOVEN BUGRELAO. ¡Si será memo este Padre Ubú!
PADRE UBÚ.Y ahora me largo pitando. (Cae al volverse.) ¡Oh! ¡Ay! ¡Socorro! ¡Por mi velón verde, me he roto el intestino y reventado el golondrino!
EL REY, levántandole. Padre Ubú, ¿os habéis hecho daño?
PADRE UBÚ. Sí, desde luego. Y seguramente voy a reventar. ¿Que será de la Madre Ubú?
EL REY. Nos ocuparemos de mantenerla.
PADRE UBÚ. Os sobra bondad. (Sale.) Sí, pero, Rey Venceslao, no por eso dejarás de ser degollado.

ESCENA VII
JIRÓN, PILA, COTIZA, PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, CONJURADOS Y SOLDADOS, CAPITÁN BORDURA

En casa de Ubú.

PADRE UBÚ. ¡Eh! Buenos amigos, es el momento preciso de fijar el plan de la conspiración. Que cada uno dé su opinión. Daré primero la mía, si me lo permitís. 
CAPITÁN BORDURA. Hablad, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. Pues bien, amigos míos, soy partidario de envenenar sin más al Rey atizándole arsénico en su almuerzo. Cuando quiera pastarlo caera muerto, y de este modo seré rey.
TODOS. ¡Fiu! ¡Vaya con el marrano!
PADRE UBÚ. Y bien, ¿no os gusta esto? Entonces que Bordura diga su parecer.
CAPITÁN BORDURA.Yo soy partidario de sacudirle un sablazo que le raje de la cabeza a la cintura.
TODOS. ¡Sí! He aquí algo noble y valiente.
PADRE UBÚ. ¿Y si os pega patadas? Me acuerdo ahora de que tiene para las revistas unos zapatos de hierro que hacen mucho daño. Si yo supiese, correría a denunciaros para librarme de este cochino asunto, y creo que me daría también algún dinero.
MADRE UBÚ. ¡Oh! El muy traidor, cobarde, malo, y roñoso tipejo.
TODOS. ¡Abuchead al Padre Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Ey! Señores, compórtense si no quieren oír lo que me guardo. En fin, consiento en exponerme por vosotros. De modo que, Bordura, tú te encargas de atravesar al Rey.
CAPITÁN BORDURA. ¿No sería mejor arrojarnos sobre él todos a la vez berreando y aullando? De este modo tendríamos la posibilidad de arrastrar a las tropas. 
PADRE UBÚ. Bien, entonces intentaré pisarle, él dará un respingo, y entonces le diré: MIERDRA, y a esta señal os arrojaréis sobre él.
MADRE UBÚ. Sí, y a la que muera tú tomarás el cetro y la corona.
CAPITÁN BORDURA.Y yo correré con mis hombres en persecución de la familia real.
PADRE UBÚ. Sí. Y te recomiendo especialmente al joven Bugrelao.
Salen.
PADRE UBÚ, corriendo tras ellos y haciéndoles volver. Señores, hemos olvidado una ceremonia indispensable. Hay que jurar empeñarse valientemente.
CAPITÁN BORDURA. ¿Y cómo vamos a hacerlo? No tenemos cura.
PADRE UBÚ. La Madre Ubú hará las veces. 
TODOS. Que así sea.
PADRE UBÚ. ¿Entonces, juráis matar bien muerto al Rey?
TODOS. Sí, lo juramos. ¡Viva el Padre Ubú!

FIN DEL PRIMER ACTO




ACTO SEGUNDO


ESCENA I
VENCESLAO, LA REINA ROSAMUNDA, BOLESLAO, LADISLAO Y BUGRELAO

En el palacio del Rey.

EL REY. Señor Bugrelao, habéis estado esta mañana muy impertinente con el Señor Ubú, caballero de mis órdenes y conde de Sandomir. Es por ello que os prohibo aparecer en mi revista.
LA REINA. Sin embargo, Venceslao, no os vendría mal tener a toda vuestra familia para defenderos.
EL REY. Señora, nunca me retracto de lo que digo. Me fatigáis con vuestras monsergas.
EL JOVEN BUGRELAO. Me someto, señor padre mío.
LA REINA. Finalmente, sire, ¿estáis aún decidido a ir a esa revista?
EL REY. ¿Por qué no, señora?
LA REINA. ¿Pero, vuelvo a repetirlo? ¿Acaso no le he visto en sueños golpeándoos con maza y arrojándoos al Vístula, y un águila como la que figura en las armas de Polonia colocándole la corona en la cabeza?
EL REY. ¿A quién?
LA REINA. Al Padre Ubú.
EL REY. ¡Qué locura! El señor de Ubú es un excelente gentilhombre, que se dejaría despellejar vivo por servirme.
LA REINA Y BUGRELAO. Qué error.
EL REY. Callad, joven mequetrefe.Y a vos, señora, para probaros lo poco que temo al señor Ubú, voy a ir a la revista tal como estoy, sin arma y sin espada.
LA REINA. Fatal imprudencia. No volveré a veros vivo. 
EL REY.Venid, Ladislao, venid, Boleslao.
Salen. La Reina y Bugrelao van a la ventana.
LA REINA Y BUGRELAO. Que Dios y el gran San Nicolás os guarden.
LA REINA. Bugrelao, venid conmigo a la capilla para rezar por vuestro padre y vuestros hermanos.

ESCENA II
EJÉRCITO POLACO, EL REY, BOLESLAO, LADISLAO, PADRE UBÚ, CAPITÁN BORDURA Y SUS HOMBRES, JIRÓN, PILA, COTIZA.

En el campo de revistas.
EL REY. Noble Padre Ubú, venid junto a mí con vuestro séquito, para inspeccionar las tropas.
PADRE UBÚ, a los suyos. ¡Atentos! (Al Rey.) Ya vamos, señor.Ya vamos.
Los hombres de Ubú rodean al Rey.
EL REY. ¡Ah! Aquí está el regimiento de guardias a caballo de Dantzig. Qué bellos son, a fe mía.
PADRE UBÚ. ¿Lo creéis? Me parecen miserables. Mirad éste. (Al soldado.) ¿Cuánto hace que no te has lavado, innoble bellaco?
EL REY. Pero este soldado está muy limpio. ¿Qué os ocurre, pues, Padre Ubú?
PADRE UBÚ. ¡Esto!
Le pisa el pie.
EL REY. ¡Miserable!
PADRE UBÚ. MIERDRA. ¡A mí, mis hombres! 
BORDURA. ¡Hurra! ¡Adelante!
Todos golpean al Rey. Un Palotín estalla.
EL REY. ¡Oh! ¡Socorro! Virgen Santa, muerto soy.
BOLESLAO, a Ladislao. ¿Qué es esto? Desenvainemos. 
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Tengo la corona! A por los otros ahora.
CAPITÁN BORDURA. ¡A por los traidores!
Los hijos del Rey huyen.Todos les persiguen.


ESCENA III
LA REINA Y BUGRELAO

LA REINA. Por fin, comienzo a tranquilizarme. 
BUGRELAO. No tenéis motivo alguno para sentir temor.
Un espantoso clamor se deja oír fuera.
BUGRELAO. ¡Ah! ¿Qué veo? Mis dos hermanos perseguidos por el Padre Ubú y sus hombres.
LA REINA. ¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Pierden, pierden terreno!
BUGRELAO. Todo el ejército sigue al Padre Ubú. El rey ya no existe. ¡Horror! ¡Socorro!
LA REINA. ¡Mira! ¡Boleslao muerto! Ha recibido un balazo.
BUGRELAO. ¡Eh! (Ladislao se vuelve.) ¡Defiéndete!
¡Hurra, Ladislao!
LA REINA. ¡Oh! Está rodeado.
BUGRELAO. Se acabó todo para él. Bordura acaba de partirlo en dos como a una salchicha.
LA REINA. ¡Ah! ¡Ay de nosotros! Esas furias penetran en palacio. Suben la escalera.
El clamor aumenta.
LA REINA Y BUGRELAO, de rodillas. Dios mío, socórrenos. 
BUGRELAO. ¡Oh! ¡Ese Padre Ubú! El tunante, miserable, si pudiera agarrarle...

ESCENA IV
LOS MISMOS
La puerta está derribada.
El Padre Ubú y los sicarios entran.

PADRE UBÚ. ¡Eh! Bugrelao, ¿qué me quieres hacer? 
BUGRELAO. ¡Vive Dios! ¡Defenderé a mi madre hasta la muerte! El primero que dé un paso es hombre muerto.
PADRE UBÚ. ¡Oh Bordura, tengo miedo! Dejadme ir. 
UN SOLDADO, avanza. ¡Ríndete, Bugrelao!
EL JOVEN BUGRELAO. ¡Toma, gamberro, cóbrate! (Le parte el cráneo.)
LA REINA. ¡Resiste, Bugrelao, resiste!
VARIOS, avanzan. Bugrelao, te perdonaremos la vida. 
BUGRELAO. ¡Tunantes, borrachos, marranos a sueldo!
Con un molinete de su espada produce una matanza.
PADRE UBÚ. ¡Oh! De cualquier manera lograré mi propósito.
BUGRELAO. ¡Ponte a salvo, madre, por la escalera secreta! 
LA REINA. ¿Y tú, hijo mío, y tú?
BUGRELAO. Te sigo.
PADRE UBÚ.Tratad de atrapar a la Reina. ¡Ah! ya se ha ido. En cuanto a ti, miserable...
Se adelanta hacia Bugrelao.
BUGRELAO. ¡Ah! ¡Vive Dios! ¡Esta es mi venganza! (Terrible mandoble que descose la ropa de Ubú a la altura del bajo vientre.) ¡Madre, te sigo!
Desaparece por la escalera secreta.


ESCENA V
EL JOVEN BUGRELAO entra seguido por ROSAMUNDA

Una caverna en las montañas.

BUGRELAO. Aquí estaremos seguros.
LA REINA. Sí, así lo creo. ¡Bugrelao, sosténme!
Cae sobre la nieve.
BUGRELAO. ¡Ah! ¿Qué tienes, madre mía?
LA REINA. Me encuentro muy enferma, créeme. Bugrelao, sólo me quedan dos horas de vida. 
BUGRELAO. ¡Qué! ¿Se habrá apoderado de ti el frío?
LA REINA. ¿Cómo quieres que resista a tantos golpes? El rey degollado, nuestra familia destruida, y tú, representante de la más noble raza que jamás haya llevado espada, forzado a huir a las montañas como un contrabandista.
BUGRELAO. ¡Y por quién, gran Dios! ¿Por quién? ¡Un vulgar Padre Ubú, aventurero salido de no se sabe dónde, crápula vil, vergonzoso vagabundo! Y cuando pienso que mi padre le ha condecorado y hecho conde, y que al día siguiente ese malvado no ha sentido vergüenza de alzar la mano contra él.
LA REINA. ¡Oh, Bugrelao! ¡Cuando me acuerdo de lo felices que éramos antes de la llegada de ese Padre Ubú! ¡Mas ahora, ay, todo ha cambiado!
BUGRELAO. ¿Qué vamos a hacerle? Aguardemos con esperanza y no renunciemos nunca a nuestros derechos. 
LA REINA.Te lo deseo, niño querido, pero, en cuanto a mí, no veré el día feliz.
BUGRELAO. ¡Eh! ¿Qué tienes? Palidece, cae. ¡Socorro!
¡Pero estoy en un desierto! ¡Oh, Dios mío! Su corazón ya no late. ¡Está muerta! ¿Será posible? ¡Una víctima más del Padre Ubú! (Esconde el rostro entre las manos y llora.)
¡Oh, Dios mío! ¡Qué triste es encontrarse solo a los catorce años con una terrible venganza que cumplir!
Cae presa de la más violenta desesperación.
Mientras tanto las almas de Venceslao, de Boleslao, de Ladislao, de Rosamunda entran en la gruta. Sus Antepasados les acompañan y llenan la gruta. El más viejo se acerca a Bugrelao y le despierta suavemente.
BUGRELAO. ¡Eh! ¿Qué veo? Toda mi familia, mis antepasados...¿Por qué prodigio?
LA SOMBRA. Entérate, Bugrelao, de que fui durante mi vida el señor Matías de Konigsberg, primer rey y fundador de la casa. Te encargo cumplir nuestra venganza. (Le da una gran espada.) Y que esta espada que te entrego no repose hasta que haya golpeado de muerte al usurpador.
Todos desaparecen y Bugrelao se queda solo en pleno éxtasis.

ESCENA VI
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, CAPITÁN BORDURA

En el palacio del Rey.

PADRE UBÚ. ¡No, yo no quiero! ¿Queréis arruinarme por esos bordes?
CAPITÁN BORDURA. Pero vamos, Padre Ubú, ¿no veis que el pueblo espera el don del feliz advenimiento? 
MADRE UBÚ. Si no haces repartir carnes y oro serás destronado antes de dos horas.
PADRE UBÚ. ¡Carnes sí! ¡Oro, no! Cargáos tres caballos viejos. Son la mar de buenos para semejantes marranos. 
MADRE UBÚ. ¡Marrano tú! ¿Quién habrá construido un animal de esta calaña?
PADRE UBÚ. Una vez más lo repito. Quiero enriquecerme. No soltaré ni un real.
MADRE UBÚ. Teniendo en las manos todos los tesoros de Polonia...
CAPITÁN BORDURA. Sí, sé que hay en la capilla un inmenso tesoro. Lo repartiremos.
PADRE UBÚ. Miserable, ¡si haces eso...!
CAPITÁN BORDURA. Pero, Padre Ubú, si no repartes algo el pueblo no querrá pagar los impuestos.
PADRE UBÚ. ¿Es verdad eso? 
MADRE UBÚ. ¡Sí, sí!
PADRE UBÚ. ¡Oh! Entonces accedo a todo. Reunid tres millones, coced ciento cincuenta bueyes y corderos. ¡Además yo también tendré mi parte!
Salen.

ESCENA VII
PADRE UBÚ coronado, MADRE UBÚ, CAPITÁN
BORDURA, CRIADOS cargados de carne

El patio del palacio lleno de pueblo.

PUEBLO. ¡Ahí está el Rey! ¡Viva el Rey! ¡Hurra! 
PADRE UBÚ, arrojando oro. Tomad, eso para vosotros. No me divierte nada daros dinero, pero, sabéis, ha sido la Madre Ubú la que ha querido. Al menos prometedme que pagaréis bien los impuestos.
TODOS. ¡Sí! ¡Sí!
CAPITÁN BORDURA. Mirad, Madre Ubú, hasta qué extremos disputan el oro ese. ¡Qué batalla!
MADRE UBÚ. Es realmente horrible. ¡Beurgh! Allí hay uno con el oro.
PADRE UBÚ. ¡Maravilloso espectáculo! Traed más cajas de oro.
CAPITÁN BORDURA. ¿Y si hiciéramos una carrera? 
PADRE UBÚ. Es una buena idea. (Al pueblo.) Amigos míos, esta caja de oro que veis contiene trescientos mil nobles a la rosa de oro en moneda polaca y de buena ley. Que los que quieran correr se pongan en el extremo del patio. Saldréis cuando agite mi pañuelo y el primero en llegar tendrá la caja. En cuanto a los que no ganen tendrán, como consolación, esta otra caja que se les repartirá.
TODOS. ¡Sí! ¡Viva el Padre Ubú! ¡Qué buen rey! No se veían cosas así en tiempos de Venceslao.
PADRE UBÚ, a la Madre Ubú con alegría. ¡Escúchales!
Todo el pueblo va a colocarse al punto de partida, en un extremo del patio.
PADRE UBÚ. ¡Uno, dos, tres! ¿Estáis listos? 
TODOS. ¡Sí, sí!
PADRE UBÚ. ¡Salid!
Salen dando tumbos. Gritos y tumulto.
CAPITÁN BORDURA. ¡Se acercan, se acercan! 
PADRE UBÚ. ¡Eh! El primero pierde terreno. 
MADRE UBÚ. No, ahora vuelve a ganarlo.
CAPITÁN BORDURA. ¡Oh! ¡Pierde, pierde! ¡Ya está! ¡Ha sido el otro!
El que iba segundo llega primero.

TODOS. ¡Viva Miguel Federovitch! ¡Viva Miguel
Federovitch!
MIGUEL FEDEROVITCH. Sire, no sé realmente cómo agradecerle a Vuestra Majestad...
PADRE UBÚ. ¡Oh! Mi querido amigo, no es nada. Lleva la caja a tu casa, Miguel.Y vosotros repartíos esta otra. Coged una moneda cada uno hasta que no queden. 
TODOS. ¡Viva Miguel Federovitch! ¡Viva el Padre Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Y vosotros, amigos míos, venid a comer! Os abro las puertas del palacio. ¡Hacedle honor a mi mesa!
PUEBLO. ¡Entremos! ¡Entremos! ¡Viva el Padre Ubú!
¡Es el más noble de los soberanos!
Entran en el palacio. Se oye el ruido de la orgía que se prolonga hasta el día siguiente. Cae el telón.

FIN DEL SEGUNDO ACTO


ACTO TERCERO

ESCENA I
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ

En el palacio.


PADRE UBÚ. Por mi velón verde, heme aquí rey de este país, he tenido ya una indigestión y van a traerme mi gran capelina.
MADRE UBÚ. ¿De qué está hecha, Padre Ubú? Porque aunque seamos reyes, debemos ser económicos.
PADRE UBÚ. Mi Señora hembra, es de piel de cordero con un broche y abrazaderas de piel de perro.
MADRE UBÚ. Eso es estupendo, pero aún lo es más el hecho de ser reyes.
PADRE UBÚ. Tienes razón, Madre Ubú.
MADRE UBÚ. Debemos mucho agradecimiento al duque de Lituania.
PADRE UBÚ. ¿A quién?
MADRE UBÚ. ¡Eh! El capitán Bordura.
PADRE UBÚ. Por favor, Madre Ubú, no me hables de ese farsante, ahora que ya no le necesito puede esperar sentado. No tendrá su ducado.
MADRE UBÚ. Estás cometiendo un grave error. Se revolverá contra ti.
PADRE UBÚ. ¡Oh! Qué pena me da el hombrecillo ese. Le tengo tanto miedo!
MADRE UBÚ. ¡Eh! ¿Crees haber acabado con Bugrelao?
PADRE UBÚ. ¿Qué temor podría tenerle a un macaco de catorce años?
MADRE UBÚ. Padre Ubú, presta atención a lo que te digo.Trata de conquistar a Bugrelao merced a tus buenas acciones.
PADRE UBÚ. ¿Aún tengo que dar más dinero? ¡Ah!
¡Pardiez que me habéis hecho derrochar por lo menos veintidós millones.
MADRE UBÚ. Haz lo que te plazca, Padre Ubú. Te socarrarás.
PADRE UBÚ. Pues bien, tú estarás conmigo en la olla. 
MADRE UBÚ. Escucha de una vez. Estoy segura de que el joven Bugrelao acabará triunfando. La razón está de su parte.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Basura! ¿Acaso la sinrazón no vale tanto como la razón? Ah, me injurias, Madre Ubú, voy a hacerte pedazos.
La Madre Ubú huye perseguida por Ubú.

ESCENA II
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, OFICIALES Y SOLDADOS, JIRÓN, PILA, COTIZA, NOBLES ENCADENADOS, HACENDISTAS, MAGISTRADOS, ESCRIBANOS

En la gran sala del palacio.

PADRE UBÚ. ¡Traed la caja de Nobles, y el garabato de Nobles, y el cuchillo de Nobles, y el libraco de Nobles! Después, haced avanzar a los Nobles.
Empujan brutalmente a los Nobles.
MADRE UBÚ. Por favor, modérate, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. Tengo el honor de anunciaros que para enriquecer el reino voy a hacer perecer a todos los Nobles y apoderados de sus bienes.
NOBLES. ¡Horror! ¡Ayudadnos, pueblo y soldados! 
PADRE UBÚ.Traed al primer Noble, y dadme el garabato de Nobles. A los que se condene a muerte los pasaré por la trampa, caerán al subsuelo del Pincha-Puercos y de la Sala-de-la-Calderilla, por donde se les sacara el cerebro. (Al Noble.) ¿Quién eres, macaco?
EL NOBLE. El conde de Vitepsk.
PADRE UBÚ. ¿A cuánto ascienden tus ingresos? EL NOBLE. A tres millones de rixdales.
PADRE UBÚ. ¡Condenado!
Le coge con el garabato y lo arroja a la trampa.
MADRE UBÚ. ¡Qué ferocidad más vil!
PADRE UBÚ. Segundo Noble, ¿quien eres? (El Noble no contesta nada.) ¿Vas a contestarme, macaco mamarracho? 
EL NOBLE. Gran duque de Posen.
PADRE UBÚ. ¡Excelente! ¡Excelente! Ya no necesito más. A la trampa con él. Tercer Noble, ¿quién eres? Tienes una mala cabeza.
EL NOBLE. Duque de Patiolandia, de las ciudades de Riga, de Revel y Mitau.
PADRE UBÚ. ¡Muy bien! ¡Muy bien! ¿No tienes nada más?
EL NOBLE. Nada.
PADRE UBÚ. Entonces a la trampa. Cuarto Noble, ¿quién eres?
EL NOBLE. Príncipe de Podolia.
PADRE UBÚ. ¿Cuáles son tus ingresos? 
EL NOBLE. Estoy arruinado.
PADRE UBÚ. A causa de esa mala palabra, pasa a la trampa. Quinto Noble, ¿quién eres?
EL NOBLE. El margrave de Thorn y palotín de Polock. 
PADRE UBÚ. No es mucho. ¿No tienes nada más?
EL NOBLE. Me bastaba con eso.
PADRE UBÚ. ¡Bueno! Más vale poco que nada. A la trampa. ¿Qué cuchicheas, Madre Ubú?
MADRE UBÚ. Eres demasiado feroz, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. ¡Eh! Me enriquezco.Voy a hacerme leer ‘Mi’ lista de ‘Mis’ bienes. Escribano, leedme ‘Mi’ lista de ‘Mis’ bienes.
EL ESCRIBANO. Principado de Podolia, gran ducado de Posen, ducado de Patiolandia, condado de Sandomir, condado de Vitepsk, palotinado de Polock, margraviato de Thorn.
PADRE UBÚ. ¿Y qué más?
EL ESCRIBANO. Eso es todo.
PADRE UBÚ. ¡Cómo! ¡Eso es todo! Entonces perfecto, adelante con los Nobles, y como no acabe de enriquecerme voy a hacer ejecutar a todos los Nobles, y así tendré todos los bienes vacantes. Venga, meted a los Nobles en la trampa. (Apilan a los Nobles en la trampa.) Daos prisa, rápido, ahora quiero hacer leyes. VARIOS.Vamos a verlo.
PADRE UBÚ. Primero voy a reformar la Justicia, después de lo cual procederemos con la Hacienda. 
VARIOS MAGISTRADOS. Nos oponemos a todo cambio. PADRE UBÚ. Mierdra. Para empezar, no se pagará más a los magistrados.
MAGISTRADOS. ¿Y de qué vamos a vivir? Somos pobres.
PADRE UBÚ. Tendréis las multas que pronunciéis, y los bienes de los condenados a muerte.
UN MAGISTRADO. Horror.
OTRO. Infamia. OTRO. Escándalo. OTRO.Vergüenza.
TODOS. Rehusamos juzgar en condiciones semejantes. 
PADRE UBÚ. ¡A la trampa los magistrados!
Se debaten en vano.
MADRE UBÚ. ¡Eh! ¿Qué haces, Padre Ubú? ¿Quién hará justicia ahora?
PADRE UBÚ. ¡Toma! Yo. Verás qué bien va a marchar todo.
MADRE UBÚ. Sí, será un buen tinglado.
PADRE UBÚ. ¡Basta! Cállate, mamoncesto. Ahora, señores, vamos a proceder con la Hacienda.
HACENDISTAS. No hay nada que cambiar.
PADRE UBÚ. Cómo, quiero cambiarlo todo, yo. Primero, quiero para mí la mitad de los impuestos. 
HACENDISTAS. ¡Casi nada!
PADRE UBÚ. Señores, estableceremos un impuesto de un diez por ciento sobre la propiedad, otro sobre el comercio y la industria, y un tercero sobre los casamientos, y un cuarto sobre los fallecimientos, de quince francos cada uno.
PRIMER HACENDISTA. Pero esto es idiota, Padre Ubú. SEGUNDO HACENDISTA. Es absurdo.
TERCER HACENDISTA. No tiene pies ni cabeza.
PADRE UBÚ. ¡Os burláis de mi! ¡A la trampa con ellos!
Enhornan a los hacendistas.

MADRE UBÚ. Pero bueno, Padre Ubú, ¿qué clase de rey eres? Acabas con todo el mundo.
PADRE UBÚ. ¡Eh! ¡Mierdra!
MADRE UBÚ. No más Justicia, no más Hacienda. 
PADRE UBÚ. No temas nada, mi dulce niña.Yo mismo iré de pueblo en pueblo a cobrar los impuestos.


ESCENA III
CAMPESINOS
Una casa de labranza en los alrededores de Varsovia.
Varios campesinos están reunidos.

UN CAMPESINO, entrando. Sabed la gran noticia. El rey ha muerto, los duques también, y el joven Bugrelao ha huido con su madre a la montañas. Además el Padre Ubú se ha apoderado del trono.
OTRO.Yo sé mucho más.Vengo de Cracovia donde he visto llevarse los cuerpos de más de trescientos nobles y de quinientos magistrados a los que han matado, y parece ser que van a doblar los impuestos y que el Padre Ubú vendrá a recaudarlos en persona.
TODOS. ¡Gran Dios! ¿Qué va a ser de nosotros? El Padre Ubú es un horrible puerco y su familia dicen que es abominable.
UN CAMPESINO. Pero oíd. ¿No se diría que llaman a la puerta?
UNA VOZ, desde fuera. ¡Cuernopanza! ¡Abrid, por mi mierdra, por San Juan, San Pedro y San Nicolás! Abrid, sable de finanzas, cuernofinanza, vengo a buscar los impuestos.
Derriban la puerta. Ubú entra seguido de una legión de usureros.

ESCENA IV

PADRE UBÚ. ¿Quién de vosotros es el más viejo? (Un campesino se acerca.) ¿Cómo te llamas?
EL CAMPESINO. Stanislao Leczinski.
PADRE UBÚ. Pues bien, cuernopanza, escúchame bien, si no estos señores te cortarán las onejas*. ¿Pero vas a escucharme al fin?
STANISLAO. Pero si Vuestra Excelencia aún no ha dicho nada.
PADRE UBÚ.Vamos, hace una hora que estoy hablando.
¿Crees que vengo aquí para predicar en el desierto? 
STANISLAO. Lejos de mí esa idea.
PADRE UBÚ.Vengo pues a decirte, a ordenarte y a notificarte que debes producir y exhibir con prontitud tu finanza, si no serás degollado. Vamos monseñores, los cabrotinos de finanzas, vehiculead aquí el vehiculín de phinanzas.

* Sobre la deformación de “orejas” por “onejas”, el Padre Ubú, en el Almanach Illustré du Père Ubu (1901), afirma lo siguiente:“Los torpes que quieren cambiar la ortografía no saben y yo sí sé.Trastocan la estructura de las palabras y, so pretexto de simplificación, las desfiguran. Yo las perfecciono y las embellezco a mi imagen y semejanza. Escribo phinanza y oneja porque pronuncio phinanza y oneja y sobre todo, para mostrar que se trata de phinanza y oneja especiales, personales en cantidad y cualidades tales que nadie las tiene, salvo yo.”


Traen el vehiculín.

STANISLAO. Sire, en el registro estamos inscritos nada más que por cincuenta y dos rixdales que ya hemos pagado, seis semanas hará para San Mateo.
PADRE UBÚ. Es muy posible, pero he cambiado el gobierno y he hecho imprimir en el periódico que se pagarán dos veces todos los impuestos, y tres veces los que podrán ser designados ulteriormente. Con este sistema en seguida habré hecho fortuna. Entonces mataré a todo el mundo y me iré.
CAMPESINOS. Señor Ubú, por favor, tened piedad de nosotros. Somos unos pobres ciudadanos.
PADRE UBÚ. Me importa un comino. Pagad.
CAMPESINOS. No podemos. Hemos pagado.
PADRE UBÚ. ¡Pagad, u os met’en mi talega con suplicio y decapitación del cuello y de la cabeza! Cuernopanza, creo que soy el Rey.
TODOS. ¡Ah! ¿Con que con esas? ¡A las armas! ¡Viva Bugrelao, por la gracia de Dios, Rey de Polonia y Lituania!
PADRE UBÚ. Adelante señores de Phinanzas. Cumplid vuestro deber. Se entabla una lucha. La casa queda destruida y el viejo Stanislao huye solo a través de la llanura. Ubú se queda recogiendo el botín.

ESCENA V
BORDURA encadenado, PADRE UBÚ

En una casamata de las fortificaciones de Thorn.


PADRE UBÚ. ¡Ah! Ciudadano, mira lo que ha sucedido. Has querido que te pague lo que te debía; entonces te has sublevado porque no he querido, y hete aquí enjaulado. Cuernofinanza, está muy bien hecho, yo la he jugado tan bien que debes encontrarte a tu gusto. 
BORDURA.Ten cuidado, Padre Ubú. Desde hace cinco días, desde que sois rey, habéis cometido más asesinatos que los que haría falta para condenar a los santos del Paraíso. La sangre del rey y de los nobles clama venganza y sus gritos serán escuchados.
PADRE UBÚ. ¡Eh! Mi bello amigo, tenéis muy bien puesta la lengua. No dudo que si escapárais podrían aparecer complicaciones, pero no ha que las casamatas de Thorn hayan soltado jamás a ninguno de los fornidos muchachos que se les han confiado. Es por ello que, muy buenas noches, y os invito a dormir a dos onejas, pese a que las ratas dancen una bellísima zarabanda.
Sale. Los Criados vienen a echar el cerrojo a todas las puertas.



ESCENA VI
EL EMPERADOR ALEXIS Y SU CORTE, BORDURA.

En el palacio de Moscú.

EL ZAR ALEXIS. ¿Sois vos, infame aventurero, quien habéis cooperado en la muerte de nuestro primo Venceslao?
BORDURA. Sire, perdonadme, he sido arrastrado a mi pesar por el Padre Ubú.
ALEXIS. ¡Ah! ¡Horrible embustero! Pero en fin, ¿qué deseáis?
BORDURA. El Padre Ubú me ha hecho encarcelar bajo pretexto de conspiración. He conseguido escapar y he corrido cinco días y cinco noches, a caballo, por las estepas, para venir a implorar vuestra atenta misericordia. 
ALEXIS. ¿Qué me traes como prueba de tu sumisión? 
BORDURA. Mi espada de aventurero y un plano detallado de la ciudad de Thorn.
ALEXIS. Acepto la espada, pero, por San Jorge, quemad ese plano. No quiero deber mi victoria a una traición. 
BORDURA. Uno de los hijos de Venceslao, el joven Bugrelao, está vivo aún. Haré lo posible por restablecerle. 
ALEXIS. ¿Qué grado tenías en el ejército polaco? 
BORDURA. Mandaba el 5° regimiento de dragones deVilna y una compañía franca al servicio del Padre Ubú.
ALEXIS. Está bien. Te nombro lugarteniente del 10° regimiento de cosacos, y pobre de ti si me traicionas. Si luchas bien serás recompensado.
BORDURA. No es valor lo que me falta, Sire. 
ALEXIS. Está bien. Desaparece de mi presencia.
Sale.


ESCENA VII
PADRE UBÚ, MADRE UBÚ, CONSEJEROS DE
PHINANZAS.

En la sala de Concejos de Ubú.


PADRE UBÚ. Señores, se abre la sesión y procurad escuchar bien y manteneos tranquilos. Primero vamos a dedicarnos al capítulo de phinanzas. Después hablaremos de un sistemita que he ideado con el fin de traer buen tiempo y de conjurar la lluvia.
UN CONSEJERO. Estupendo, señor Ubú. 
MADRE UBÚ. Qué hombre más tonto.
PADRE UBÚ. Señora de mi mierdra, tened cuidado puesto que no voy a soportar vuestras tonterías. Os decía pues, señores, que las phinanzas van pasablemente. Un considerable número de perros rastreros se extiende cada mañana por las calles, y los muy marranos hacen maravillas. Por doquier se ven tan sólo casas
quemadas y gentes aplastadas bajo el peso de nuestras phinanzas.
EL CONSEJERO. ¿Y los nuevos impuestos, señor Ubú, van bien?
MADRE UBÚ. En lo más mínimo. El impuesto sobre los casamientos ha producido tan sólo reales y eso que el Padre Ubú persigue a las gentes por todas partes para forzarlas a casarse.
PADRE UBÚ. Sable de finanzas, cuerno de mi panza, señora financiera, tengo onejas para hablar, y vos una boca para oírme. (Carcajadas.) ¡No es eso! ¡Me hacéis equivocar y sois la causa de que haga el burro ¡Pero, cuerno de Ubú! (Entra un mensajero.) Venga, a ver, ¿qué le pasa a éste? Lárgate, cochino, o te enchirono, con decapitación y torsión de las piernas.
MADRE UBÚ. ¡Ah! Ya se ha marchado, pero hay una carta.
PADRE UBÚ. Léela. Me parece que pierdo el espíritu o que no sé leer. Date prisa, tía borde. Debe ser Bordura. 
MADRE UBÚ. Exactamente. Dice que el zar le ha recibido muy bien, que va a invadir tus estados para restaurar a Bugrelao, y que a ti van a matarte.
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¡Tengo miedo! ¡Ah! Creo que voy a morir. Qué desgraciado soy. ¿Qué será de mí, Gran Dios? Ese malvado va a matarme. San Antonio y todos los santos, protegedme. Os daré phinanzas y quemaré cirios en vuestro honor. ¿Señor, qué va a ser de mí?

Llora y solloza.
MADRE UBÚ. Sólo queda un partido que tomar, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. ¿Cuál, amor mío? 
MADRE UBÚ. ¡La guerra!
TODOS. ¡Vive Dios! ¡Eso es lo más noble! 
PADRE UBÚ. Sí, y volveré a recibir golpes.
PRIMER CONSEJERO. Corramos, corramos a organizar el ejército.
SEGUNDO.Y a reunir los víveres.
TERCERO.Y a preparar la artillería y las fortalezas. 
CUARTO.Y a tomar dinero para las tropas.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡No! ¡Ni hablar! Te voy a matar, a ti. No quiero dar dinero. ¡Mira qué ocurrencias! Me pagaban por hacer la guerra, y ahora hay que hacerla a mis expensas. No, por mi velón verde, hagamos la guerra ya que estáis enfurecidos, pero no soltemos ni un real. 
TODOS. ¡Viva la guerra!


ESCENA VIII

En los alrededores de Varsovia.

SOLDADOS Y PALOTINES. ¡Viva Polonia! ¡Viva el Padre
Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Ah! Madre Ubú, dame mi coraza y mi pedacito de madera. Pronto voy a estar tan cargado que no lograría andar ni aunque me persiguieran.
MADRE UBÚ. Buff, el muy cobarde.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Mira el sable de mierdra que escapa y el garabato de finanzas que ya no aguanta!!! Nunca acabaré, y los rusos avanzan y van a matarme. 
UN SOLDADO. Señor Ubú, he aquí la tijera de cortar onejas que se cae.
PADRE UBÚ.¡Mira que ti voy a mata’ entero con el garabato de mierdra y el cuchillo de rostro!
MADRE UBÚ. Qué guapo está con su casco y su coraza. Se diría una calabaza armada.
PADRE UBÚ. ¡Ah! Ahora voy a montar a caballo. Tráiganme, señores, el caballo de finanzas.
MADRE UBÚ. Padre Ubú, tu caballo no podrá llevarte. No ha comido nada desde hace cinco días y está medio muerto.
PADRE UBÚ. ¡Esta sí que es buena! Me hacen pagar doce reales al día por el rocín este, y no puede llevarme. Os burláis de mí, cuerno de Ubú, ¿o me robáis? (La Madre Ubú enrojece y baja los ojos.) Entonces que me traigan otro animal, pero no iré a pie, cuernopanza!
Traen un enorme caballo.
PADRE UBÚ.Voy a montar encima. ¡Oh! Mejor sentado, ya que voy a caerme. (El caballo parte.) ¡Ah! ¡Detened a mi bestia! ¡Gran Dios, voy a caer y morirme!!!
MADRE UBÚ. Es realmente imbécil. ¡Ah! Ya está en pie otra vez. Pero ha caido al suelo.
PADRE UBÚ. ¡Cuerno físico, estoy medio muerto! Pero es igual, parto a la guerra y mataré a todo el mundo. Ay del que no obedezca. Me os meto en la talega con torsión de nariz y dientes, y extracción de la lengua. 
MADRE UBÚ. Buena suerte, señor Ubú.
PADRE UBÚ. Olvidaba decirte que te confío la regencia. Pero llevo encima el libro de finanzas. Peor para ti si me robas. Te dejo para ayudar al palotín Girón. Adiós, Madre Ubú.
MADRE UBÚ. Adiós, Padre Ubú. Mata bien al zar. 
PADRE UBÚ. Sin duda. Torsión de la nariz y de los dientes, extracción de la lengua, y penetración del trocito de madera en las onejas.
El ejército se aleja al compás de las fanfarrias.
MADRE UBÚ, sola. Ahora que ese pelele gordinflón se ha marchado, intentemos hacer nuestro negocio, matar a Bugrelao, y apoderarnos del tesoro.

FIN DEL TERCER ACTO




ACTO CUARTO

ESCENA I

En la cripta de los antiguos reyes de Polonia en la catedral de Varsovia.

MADRE UBÚ. ¿Dónde está pues este tesoro? Ninguna losa suena a hueco. Sin embargo he contado trece piedras a partir de la tumba de Ladislao el grande, a lo largo de la pared, y no hay nada. Tienen que haberme engañado. Pero mira: aquí la piedra suena a hueco. Al tajo, Madre Ubú. Valor. Arranquemos esta piedra. Aguántala bien. Tomemos la punta de este garabato de finanzas que aún hará su papel. ¡Ya está! He aquí el oro, entre las osamentas de los reyes. ¡Hala, hala, todo a la talega! ¡Eh! ¿Qué ruido es ese? ¿Habrá aún, en estas viejas bóvedas, gentes vivas? No. No es nada. Démonos prisa. Cojamos todo. Este dinero estará mejor a la luz del día que en medio de tumbas de antiguos príncipes.
Volvamos a poner la piedra. ¿Qué es esto? Siempre ese ruido. La estancia en estos parajes me causa un extraño pavor. Tomaré el resto del oro en otra ocasión. Volveré mañana.
UNA VOZ, saliendo de la tumba de Juan Segismundo.
¡Jamás, Madre Ubú!
La Madre Ubú huye enloquecida por la puerta secreta, llevándose el oro robado.



ESCENA II
BUGRELAO Y SUS PARTIDARIOS, PUEBLO Y SOLDADOS.

En la plaza de Varsovia.

BUGRELAO. ¡Adelante, amigos míos! ¡Viva Venceslao y Polonia! El bribón del Padre Ubú se ha marchado. Queda sólo la bruja de la Madre Ubú con su Palotín. Me ofrezco para ir en cabeza y restablecer la raza de mis padres.
TODOS. ¡Viva Bugrelao!
BUGRELAO. Y suprimiremos todos los impuestos establecidos por el horrible Padre Ubú.
TODOS. ¡Hurra! ¡Adelante! Corramos a palacio y aniquilemos esa ralea.
BUGRELAO. ¡Eh! ¡Mirad a la Madre Ubú que sale con sus guardias por la escalinata!
MADRE UBÚ. ¿Qué queréis señores? ¡Ah! Es Bugrelao.
La muchedumbre tira piedras.
PRIMER GUARDIA. Todos los cristales están rotos. 
SEGUNDO GUARDIA. Por San Jorge, han acabado conmigo. TERCER GUARDIA. Diantre, muerto estoy.
BUGRELAO. Tirad piedras, amigos míos. 
EL PALOTÍN JIRÓN. ¡Hon! ¡Así sea!
Desenvaina y se precipita sobre la multitud, produciendo una espantosa carnicería.
BUGRELAO. ¡Tú y yo, ahora! Defiéndete, cobarde tipejo.
Se baten.
JIRÓN. ¡Muerto estoy!
BUGRELAO. ¡Victoria, amigos míos! ¡A por la Madre Ubú!
Se oyen trompetas.
BUGRELAO. ¡Ah! Allí llegan los Nobles. ¡Corramos!
¡Agarremos a la malvada arpía!
TODOS. ¡En espera de estrangualar al viejo bandido!
La Madre Ubú escapa perseguida por todos los polacos. Disparos de fusil y lluvia de piedras.


ESCENA III

El ejército polaco en marcha por Ucrania.
PADRE UBÚ. ¡Cuernodios, patacristo, cabeza de mula! Vamos a perecer puesto que morimos de sed y estamos cansados. Sire soldado, tened la amabilidad de llevar nuestro casco de phinanzas, y vos, Sire lancero, encargaos de la tijera de mierdra y del bastón de física, para aliviar nuestra persona, ya que, lo repito, estamos cansados.
Los soldados obedecen.
PILA. ¡Hon, Segñor! Es sorprendente que los rusos no aparezcan.
PADRE UBÚ. Es lamentable que el estado de nuestras phinanzas no nos permita tener un coche que esté a nuestra altura. Ya que, por temor a demoler nuestra montura, hemos hecho todo el camino a pie, arrastrando nuestro caballo por la brida. Pero cuando estemos de vuelta en Polonia, inventaremos por medio de nuestros conocimientos en física, y ayudados por las luces de nuestros consejeros, un coche a viento para transportar a todo el ejército.
COTIZA. ¡He aquí a Nicolás Rensky que llega precipitadamente!
PADRE UBÚ. ¿Y qué le pasa al chico ese?
RENSKY. Todo está perdido. Sire, los polacos se han sublevado. Han matado a Jirón, y la Madre Ubú ha huido a las montañas.
PADRE UBÚ. ¡Pájaro de noche, alimaña de mal agüero, búho con antiparras! ¿De dónde has sacado esas majaderías? ¡Con el cuento a otro! ¿Y quién ha hecho eso? Apuesto a que Bugrelao. ¿De dónde vienes?
RENSKY. De Varsovia, noble Señor.
PADRE UBÚ. Hijo de mi mierdra, si te creyera haría volver grupas a todo el ejército. Pero señor hijo, llevas sobre los hombros más plumas que sesos, y has soñado tonterías.Ve a la avanzadilla, hijo mío. Los rusos no están lejos, y pronto tendremos que dar estocadas con nuestras armas, tanto de mierdra como de phinanzas y de física. EL GENERAL LASKY. Padre Ubú, ¿no veis a los rusos en la llanura?
PADRE UBÚ. ¡Es cierto! ¡Los rusos! Estoy apañao. Si por lo menos hubiera un medio de marcharse, pero nada, estamos sobre un otero y nos veremos presa de todos los golpes.
EL EJÉRCITO. ¡Los rusos! ¡El enemigo!
PADRE UBÚ.Vamos señores, tomemos medidas para la batalla. Nos vamos a quedar en la colina y no cometeremos la tontería de bajar. Me mantendré en el medio como una ciudadela viviente, y vosotros gravitaréis a mi alrededor. Debo recomendaros que pongáis en los fusiles tantas balas como quepan, ya que ochobalas pueden matar a ocho rusos y son otros tantos que no se me vendrán encima. Situaremos a los infantes a pie de colina para recibir a los rusos y matarlos un poco, la caballería detrás para lanzársela en la confusión, y la artillería alrededor del molino de viento aquí presente para disparar en el montón. En cuanto a nosotros, nos situaremos en el molino de viento y dispararemos con la pistola de phinanzas por la ventana. A través de la puerta colocaremos el bastón de física, y si alguno intenta penetrar, que se guarde del garabato de mierdra. 
OFICIALES.Vuestras órdenes, Sire Ubú, serán ejecutadas. 
PADRE UBÚ. ¡Ah! Esto va bien. Seremos los vencedores. ¿Qué hora es?
EL GENERAL LASKY. Las once de la mañana.
PADRE UBÚ. Entonces vamos a comer, ya que los rusos no atacarán antes del mediodía. Decid a los soldados, Señor General, que cumplan sus tareas y que entonen la Canción de Phinanzas.
Lasky se va.
SOLDADOS Y PALOTINES. ¡Viva el Padre Ubú, nuestro gran Financiero! ¡Ting, ting, ting; ting, ting, ting, ting, ting, tating!
PADRE UBÚ. Oh, adoro a estos bravos muchachos. (Cae una bala rusa de cañón y rompe el ala del molino.) ¡Ah! Tengo miedo. ¡Sire Dios, muerto soy! Sin embargo no, no tengo nada.



ESCENA IV
LOS MISMOS, UN CAPITÁN,
luego EL EJÉRCITO RUSO.

UN CAPITÁN, llegando. Sire Ubú, los rusos atacan. 
PADRE UBÚ. Bueno, ¿y qué más quieres que haga? Yo no se lo he ordenado. Sin embargo, Señores de Finanzas, preparémonos para el combate.
EL GENERAL LASKY. Una segunda bala.
PADRE UBÚ. ¡Ah! Ya no aguanto más. Aquí llueve plomo y hierro, podríamos dañar nuestra preciosa persona. Bajemos.
Todos bajan a paso de carrera. La batalla acaba de entablarse. Desaparecen en los torrentes de humo, al pie de la colina.
UN RUSO, golpeando. ¡Por Dios y por el Zar! 
RENSKY. ¡Ah! ¡Muerto soy!
PADRE UBÚ. ¡Adelante! ¡Eh, tú, como te atrape...!
¿Sabes que me has hecho daño, borrachín, con ese fusil que no sabe disparar?
EL RUSO. ¡Ah! Compruébalo.
Le dispara una bala de revólver
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Oh! Estoy herido, estoy agujereado, estoy perforado, estoy administrado, estoy enterrado.
¡Pero a pesar de todo! ¡Ah! ¡Ya lo tengo! (Lo desgarra.)
¡Toma! ¿Volverás a hacerlo ahora?
EL GENERAL LASKY. ¡Adelante! Empujemos con fuerza. Atravesemos el foso. La victoria es nuestra.
PADRE UBÚ. ¿Tú crees? Hasta ahora siento en mi frente más chichones que laureles.
JINETES RUSOS. ¡Hurra! ¡Paso al Zar!

El Zar llega, acompañado por Bordura disfrazado.

UN POLACO. ¡Ah! ¡Señor! ¡Sálvese quien pueda! ¡Aquí está el Zar!
OTRO. ¡Oh! ¡Dios mío! Atraviesa el foso.
OTRO. ¡Pif. ¡Paf! Ya van cuatro destrozados por ese grandísimo borde de lugarteniente.
BORDURA. ¡Ah! ¡Aún seguís vosotros! ¡Toma, Juan Sobieski! ¡Aquí tienes lo tuyo! (Acaba con él.) ¡Ahora a por los otros!
Organiza una carniceria de polacos.
PADRE UBÚ. ¡Adelante, amigos míos! ¡Agarrad a ese bellaco! Hagamos compota de moscovitas. La victoria es nuestra. ¡Viva el Águila Roja!
TODOS. ¡Adelante! ¡Hurra! ¡Patacristo! Agarrad al gran borde.
BORDURA. Por San Jorge, he caído.
PADRE UBÚ, reconociéndole. ¡Ah! ¡Eres tú, Bordura! ¡Ah! Amigo mío. Estamos muy contentos, al igual que toda la compañía, de volver a encontrarte. Voy a cocerte a fuego lento. Señores de armas, encended el fuego. ¡Oh!¡Ah! ¡Oh! Muerto soy. Por lo menos he recibido un cañonazo. ¡Ah! Dios mío, perdona mis pecados. Sí, se trata de un cañonazo.
BORDURA. Es un pistoletazo de arma cargada con pólvora.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Todavía te burlas de mí! ¡Al pozo!
Se arrastra hasta él y lo destroza.
EL GENERAL LASKY. Padre Ubú, avanzamos por todos lados.
PADRE UBÚ.Ya lo veo. No puedo más. Estoy acribillado de patadas. Quisiera sentarme en el suelo. ¡Oh! Mi botella.
EL GENERAL LASKY. Id a coger la del Zar, Padre Ubú. 
PADRE UBÚ. ¡Eh! Esa intención tengo. ¡Vamos! Sable de mierdra haz tu oficio, y tú, garabato de finanzas, no te quedes atrás. ¡Que el bastón de física trabaje con generosa emulación y comparta con el pedacito de madera el honor de degollar, horadar y explotar al Emperador! ¡Adelante, Señor Caballo de Phinanzas!
Se lanza contra el Zar.
UN OFICIAL RUSO. ¡En guardia, Majestad!
PADRE UBÚ. ¡Toma tú! ¡Ay! Pero vamos. ¡Ah! Señor, perdón. Déjame en paz. ¡Oh! ¡Pero si no lo he hecho a propósito!
Huye. El Zar le persigue.
PADRE UBÚ. Virgen Santa, la furia ésta me persigue.
¿Qué he hecho? ¡Dios mío! ¡Ah! Bueno. Queda aún un foso, y hay que volver a pasar. ¡Ah! Lo siento detrás mío, y al foso delante. ¡Valor, cerremos los ojos!
Salta el foso. El Zar cae.

EL ZAR. ¡Bueno, ya estoy dentro! 
POLACOS. ¡Hurra! ¡El Zar ha caído!
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Apenas si me atrevo a mirar! Dicen que ha caído. Perfecto; pues que le den en la cresta.
¡Vamos, mis buenos polacos! Tiene gruesos los lomos el miserable. ¡No, yo no me atrevo a mirar! Y, sin embargo, mis predicciones se han cumplido por completo. El bastón de física ha hecho maravillas. Le hubiese matado bien muerto si un inexplicable terror no hubiera venido a combatir y a anular en nosostros el empuje de nuestro ánimo. Pero nosostros vimos forzados repentinamente a enseñarle la espalda. Debemos nuestra salvación a nuestra habilidad como jinete así como a la solidez de los corvejones de nuestro caballo de phinanzas, cuyo galope sólo es igual a su genio, y cuya ligereza le ha dado celebridad.Y también a la profundidad del foso que tan oportunamente se abrió a los pies del enemigo de nos, el aquí presente Maestro de Phinanzas... Bello es lo que estoy diciendo, pero nadie me escucha. ¿Eh? ¿Qué veo? ¡Parece que volvemos a empezar!
Los dragones rusos se lanzan a la carga y liberan al Zar.

EL GENERAL LASKY. Esta vez, es la desbandada.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡He aquí la ocasión de darle a los pies! Pues entonces, señores polacos, ¡adelante! ¡O mejor dicho, atrás!
POLACOS. ¡Sálvese quien pueda!
PADRE UBÚ. ¡Vamos! En marcha. Qué cantidad de gente, qué huida, qué multitud. ¿Cómo librarme de este atolladero? (Lo empujan.) ¡Ah! Ten cuidado, o vas a experimentar el inmenso valor del Maestro de Phinanzas. ¡Bah, ni me ha escuchado. Huyamos y rápido, aprovechando que Lasky no nos ve.
Sale. Luego se ve pasar al Zar y al ejército ruso persiguiendo a los polacos.



ESCENA V
PADRE UBÚ, PILA, COTIZA.

En una caverna en Lituania. Nieva.

PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Qué asco de tiempo! Hace un frío que parte las piedras. La persona del Maestro de Phinanzas se halla considerablemente molesta.
PILA. ¡Hon, Segñor Ubú! ¿Estáis ya repuesto de vuestro terror y de los afanes de la fuga?
PADRE UBÚ. Del miedo sí, desde luego. Pero todavía nos queda la fuga.
COTIZA, aparte. ¡Valiente puerco!
PADRE UBÚ. Oiga, Sire Cotiza, ¿cómo va vuestra oneja?
COTIZA. Todo lo bien que puede ir, Segñor, siguiendo bastante mal. A consegcuencia de queg, el plomo me la tiene inclinada hacia tierra y no he podido todavía extraer la bala.
PADRE UBÚ. ¡Me parece bien, te lo mereces! Así aprenderás a no querer siempre a quien golpea a los demás. Aprende de mí. He desplegado el más osado valor, y sin exponerme he aniquilado cuatro enemigos con mi propia mano, sin contar a todos los que ya estaban muertos y que hemos rematado.
COTIZA. ¿Sabéis, Pila, lo que ha sido del pequeño Rensky?
PILA. Ha recibido una bala en la cabeza.
PADRE UBÚ. De modo que la amapola y el cardillo, en la flor de la vida, son segados por la despiadada hoz del despiadado segador que siega despiadadamente su pobre jeta. Del mismo, digo, al joven Rensky le tocó el papel de amapola. Se ha batido bastante bien. Pero los rusos eran demasiados.
PILA Y COTIZA. ¡Hon, Segñor! UN ECO. ¡Hhrron!
PILA. ¿Qué es eso? Abramos bien los lismáticos.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡No! ¡Mil demonios! ¡Apuesto a que vuelven a ser los rusos! ¡Ya no aguanto más! Y además es bien sencillo. Si me atrapan, lus met’a todos en mi talega.

ESCENA VI
LOS MISMOS.

Entra un oso.

COTIZA. ¡Hon, Segñor de Phinanzas!
PADRE UBÚ. ¡Mira! Fíjate en el chucho. A fe mía que es simpático.
PILA. ¡Tened cuidado! ¡Ah! ¡Qué enorme oso! ¡Mis cartuchos!
PADRE UBÚ. ¡Un oso! ¡Ah! ¡Bestia atroz! ¡Oh, pobre hombre, heme aquí devorado! Que Dios me proteja.Y viene hacia mí. No, es a Cotiza al que agarra. Respiro tranquilo.
El oso se lanza sobre Cotiza. Pila lo ataca a cuchilladas. Ubú se refugia encima de una roca.
COTIZA. ¡A mí, Pila! ¡Socorro, Segñor Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Ni hablar! ¡Espabílate, amigo mío! De momento recemos el Pater Noster. Cada uno su turno para ser comido.
PILA.Ya es mío. Lo tengo.
COTIZA. Aguanta, amigo. Empieza a soltarme. 
PADRE UBÚ. Sanctificetur nomen tuum.
COTIZA. ¡Cobarde, fantoche!
PILA. ¡Ah! ¡Me muerde! Oh Señor, salvadnos, muerto soy.
PADRE UBÚ. ¡Fiat voluntas tua!
COTIZA. ¡Ah! He conseguido herirlo. 
PILA. ¡Hurra! Se está desangrando.
Entre los gritos de los Palotines, el oso brama de dolor y Ubú continúa musitando.
COTIZA. Sujétalo bien, mientras busco mi puñetazo explosivo.
PADRE UBÚ. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie.
PILA. ¿Lo tienes por fin? Ya no puedo más.
PADRE UBÚ. Sicut et nos dimittimus debitoribus nostris.
Retumba una explosión y el oso cae muerto.
PILA Y COTIZA. ¡Victoria!
PADRE UBÚ. Sed libera nos a malo. Amén. Pero bueno, ¿seguro que está muerto del todo? ¿Puedo bajar de la roca?
PILA, con desprecio. Cuando lo deseéis.
PADRE UBÚ, bajando. Podéis vanagloriaros, pero si estáis todavía vivos y pisoteáis aún la nieve de Lituania, lo debéis a la virtud magnética del Maestro de Phinanzas, que se ha afanado, deslomado y desgañitado en suministrar patrenuestros por vuestra salvación, y que ha manipulado con tanto valor la espada espiritual de la oración, como vosotros habéis manipulado la espada temporal del aquí presente Cotiza puñetazo explosivo. Incluso hemos llevado aún más lejos nuestro sacrificio ya que no hemos dudado en subir a una peña considerablemente alta para que nuestras oraciones no tuvieran tanto trecho hasta llegar al Cielo.
PILA. ¡Enervante borrico!
PADRE UBÚ. He aquí a un animal de bellota. Gracias a mí tenéis con qué cenar. ¡Qué panzada, señores! Los griegos se hubieran sentado en él más a gusto que en el caballo de madera, y poco ha faltado, queridos amigos, para que no hayamos podido verificar con nuestros propios ojos su prodigiosa capacidad.
PILA. Me muero de hambre. ¿Qué comer? 
COTIZA. ¡El oso!
PADRE UBÚ. ¡Eh! Desgraciados, ¿vais a comerlo crudo? No tenemos nada para encender fuego.
PILA. ¿No tenemos acaso las piedras del fusil?
PADRE UBÚ.Toma, es verdad.Y además, me parece que veo no lejos de aquí un bosquecillo en el que debe haber ramas secas.Ve a cargar algunas, Sire Cotiza.
Cotiza se aleja a través de la nieve.
PILA.Y ahora, Sire Ubú, id a despedazar el oso.
PADRE UBÚ. ¡Oh no! Puede que no esté muerto. Puesto que tú estás a medio comer y mordido por todas partes, eres el más indicado. Voy a encender el fuego en espera de que Cotiza traiga leña.
Pila comienza a despedazar el oso.

PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Cuidado! Se ha movido. 
PILA. Pero, Sire Ubú, si está absolutamente frío.
PADRE UBÚ. Es una lástima. Hubiera valido más comerlo caliente. Esto va a causar una indigestión al Maestro de Phinanzas.
PILA, aparte. Es indignante. (En voz alta.) ¡Ayudadnos un poco, Señor Ubú! no puedo hacer todo el trabajo. 
PADRE UBÚ. ¡No, yo no quiero hacer nada! ¡Estoy cansado!
COTIZA, regresando. Qué nevada, amigos míos. Se diría que estamos en Castilla o en el Polo Norte. La noche está empezando aquí. Dentro de una hora estará todo oscuro. Apresurémonos si queremos acabar antes. 
PADRE UBÚ. Sí, ¿oyes, Pila? ¡Apresuráos los dos!
¡Ensartad al animal, asadlo, yo tengo hambre!
PILA. ¡Ah! ¡Ya es demasiado! Habrá que trabajar o si no no te tocará nada, ¿oyes glotón?
PADRE UBÚ. ¡Ah! Me da lo mismo. Me gusta también la comida cruda. Sois vosotros los que no tenéis más remedio que hacerlo. Además tengo sueño, yo. 
COTIZA. ¿Qué te parece, Pila? Hagamos la comida solos. No le damos nada. Eso es todo. O quizás podrían dársele los huesos.
PILA. Está bien. Mira, ya ha prendido el fuego.
PADRE UBÚ. ¡Oh! Esto está bien. Ahora hace calor. Pero veo rusos por todas partes. ¡Qué huida, Gran Dios! ¡Ah!
Cae dormido.
COTIZA. Me gustaría saber si lo que decía Rensky es verdad, si la Madre Ubú ha sido realmente destronada. No sería nada raro.
PILA. Terminemos de hacer la cena.
COTIZA. No.Tenemos que hablar de cosas más importantes. Creo que no estaría mal inquirir sobre la veracidad de estas noticias.
PILA. Es cierto. ¿Hay que abandonar al Padre Ubú o seguir con él?
COTIZA. La noche es buena consejera. Durmamos. Mañana veremos lo que hay que hacer.
PILA. No. Más vale aprovechar la noche para irnos. COTIZA.Vámonos entonces.
Se marchan.






ESCENA VII

UBÚ, hablando en sueños. ¡Ah! Sire Dragón ruso, tened cuidado, no disparéis por aquí, hay gente. ¡Ah! Ahí está Bordura. Qué malo es. Parece un oso. ¡Y Bugrelao que se me echa encima! ¡El oso, el oso! ¡Ah! ¡Helo abajo!
¡Qué duro es, Gran Dios! ¡No quiero hacer nada!
¡Vete, Bugrelao! ¿Me oyes, estúpido? ¡Ahora Rensky y el Zar! ¡Oh! Van a golpearme. ¡Y la basuracha! ¿Dónde has cogido todo ese oro? Me has cogido mi oro, miserable. Has estado revolviendo en mi tumba que está en la catedral de Varsovia, cerca de la Luna. Estoy muerto desde hace tiempo. Bugrelao fue el que me mató, y estoy enterrado en Varsovia, cerca de Vladislao el Grande, y también en Cracovia, cerca de Juan Segismundo, y también en Thorn, en la casamata, con Bordura.Todavía está aquí. Pero vete, maldito oso ¿Me oyes, bestia de Satán? No. No oye. Los Marranos le han cortado las onejas. Arrancad cerebros, matad, cortad las onejas, arrancad la finanza y bebed hasta la muerte. Tal es la vida de los Marranos. Es la felicidad del Maestro de Phinanzas.
Se calla. Duerme.

FIN DEL ACTO CUARTO




ACTO QUINTO

ESCENA I

Es de noche. El Padre Ubú duerme.
La Madre Ubú entra sin verle. La oscuridad es completa.


MADRE UBÚ. Por fin estoy al abrigo. Estoy sola aquí. No es ningún inconveniente. Pero qué carrera desenfrenada: atravesar toda Polonia en cuatro días.Todas las desgracias me han caído de golpe. Inmediatamente después de la marcha de ese gran borrico voy a la cripta a enriquecerme. Poco después estoy a punto de que me liquide el Bugrelao ese, y esos cosacos. Pierdo a mi caballero, el Palotín Girón que estaba tan enamorado de mis encantos que se extasiaba de placer al verme, e incluso, me ha asegurado, al no verme, lo cual es el colmo de la ternura. Se habría dejado partir en dos por mí, el pobre muchacho. La prueba es que Bugrelao lo ha partido en cuatro. ¡Pif, paf, pan! ¡Ah! Me siento morir. Después, emprendo la huida perseguida por la turba enfurecida. Abandono el palacio; llego al Vístula. Todos los puentes están vigilados. Atravieso el río a nado, confiando dejar de este modo a mis perseguidores. Por todas partes la nobleza se junta y me persigue. Mil veces estoy a punto de perecer ahogada en un círculo de polacos obsesionados en perderme. Finalmente logré sustraerme a su furia, y después de cuatro días de carrera por la nieve de lo que fue mi reino, llego a refugiarme aquí. No he bebido ni comido en estos cuatro días. Burdelao me pisaba los talones... Pero en fin, ya estoy salvada. ¡Ah! Estoy muerta de fatiga y de frío. Pero desearía saber qué ha sido de mi gordo polichinela, quiero decir, mi muy respetable esposo.Y mira que le he robado finanza. Y le he cogido rixdales.
¡Cómo le he puesto de cuernos! Y su caballo de phinanzas que se moría de hambre. No veía a menudo avena el pobre diablo. ¡Ah! Cuán bella historia. Pero, ay, he perdido mi tesoro. Está en Varsovia. Que vaya a buscarlo quien quiera.
PADRE UBÚ, empezando a despertarse. ¡Agarrad a la
Madre Ubú, cortadle las onejas!
MADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Dios! ¿Dónde estoy? Pierdo la cabeza. ¡Ah! No. ¡Señor! Gracias al Cielo entreveo aquí al Señor Padre Ubú que duerme junto a mí. Hagámonos la simpática.Y bien, mi gordo hombretón, ¿has dormido bien?
PADRE UBÚ. ¡Bastante mal! ¡Era durísimo el oso ese! Combate de voraces contra correáceos, pero los voraces han comido y devorado completamente a los correáceos, como podréis ver cuando sea de día. ¿Me oís, nobles Palotines?
MADRE UBÚ. ¿Qué murmura? Es más imbécil aún que cuando se marchó. ¿Con quién charla?
PADRE UBÚ. Cotiza, Pila, contestadme, ¡montón de mierdra! ¿Dónde estáis? ¡Ah! Tengo miedo. Pero, vamos, han hablado. ¿Quién ha hablado? No es el oso, supongo. ¡Mierdra! ¿Dónde están mis cerillas? ¡Ah! Las perdí en la batalla.
MADRE UBÚ, aparte. Aprovechemos la situación y la noche. Simulemos una aparición sobrenatural y hagámosle prometer que perdonará nuestras raterías. 
PADRE UBÚ. ¡Pero, por San Antonio, hablan!
¡Patacristo! ¡Voy a ser ahorcado!
MADRE UBÚ, endureciendo la voz. ¡Sí, Señor Ubú, hablan, en efecto, y la trompeta del arcángel que debe sacar a los muertos de la ceniza y del polvo final no hablaría de otro modo! Escuchad esta voz severa. Es la de San Gabriel que tan sólo puede dar buenos consejos. 
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡En efecto!
MADRE UBÚ. ¡No me interrumpáis o me callo y ya no habrá remedio para vuestra recarroña!
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Mi rechulez! Me callo. No digo ni una palabra más. Continuad Señora Aparición.
MADRE UBÚ. ¡Decíamos, Señor Ubú, que érais un gordo hombretón!
PADRE UBÚ. Muy gordo, en efecto. Eso es cierto. 
MADRE UBÚ. ¡Callad, voto a Dios!
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Los ángeles no juran!
MADRE UBÚ, aparte. ¡Mierdra! (Continuando.) ¿Estáis casado, señor?
PADRE UBÚ. ¡Ciertamente, con la mayor de las arpías! 
MADRE UBÚ. Queréis decir que es una mujer encantadora.
PADRE UBÚ. Un horror. Tiene garras por todas partes. No se sabe por dónde agarrarla.
MADRE UBÚ. Hay que tomarla con dulzura, Sire Ubú, y si así la cogéis así veréis que por lo menos es igual a la Venus de Capua.
PADRE UBÚ. ¿A quién le decís crápula?
MADRE UBÚ. No escucháis, Señor Ubú, prestadme un oído más atento. (Aparte.) Pero apresurémonos, el día va a levantarse. Señor Ubú, vuestra mujer es adorable y deliciosa. No tiene un solo defecto.
PADRE UBÚ. Os equivocáis. No hay defecto que no posea.
MADRE UBÚ. ¡Silencio de una vez! ¡Vuestra mujer no os es infiel!
PADRE UBÚ. Me gustaría saber quién podría enamorarse de ella, una arpía!
MADRE UBÚ. No bebe.
PADRE UBÚ. Desde que cogí la llave de la bodega. Antes, a las siete de la mañana ya estaba colocada, y se perfumaba con aguardiente. Ahora que se perfuma con heliotropo no huele mucho peor. Me es igual. ¡Ahora el único que está colocado soy yo!
MADRE UBÚ. ¡Tonto personaje! Vuestra mujer no os coge el oro.
PADRE UBÚ. ¡No, es gracioso!
MADRE UBÚ. ¡No malgasta ni un céntimo!
PADRE UBÚ. De eso es testigo nuestro noble y desafortunado caballo de Phinanzas que, debido a no haber sido alimentado en tres meses, tuvo que hacer la campaña entera a través de Lituania, tirado de las bridas.
¡También murió en el empeño, el pobre animal! 
MADRE UBÚ. Todo eso son mentiras. ¡Vuestra mujer es modélica; vos, qué monstruo hacéis de ella!
PADRE UBÚ. Todo esto son verdades. ¡Mi mujer es una tunante, y estáis hecho un cernícalo!
MADRE UBÚ. Andad con cuidado, Padre Ubú.
PADRE UBÚ. ¡Ah! Es cierto. Olvidaba con quién estaba hablando. ¡No he dicho eso!
MADRE UBÚ. Habéis matado a Venceslao.
PADRE UBÚ. No es culpa mía, evidentemente. La Madre Ubú fue quien lo quiso.
MADRE UBÚ. Matásteis también a Boleslao y Ladislao. 
PADRE UBÚ. ¡Peor para ellos! ¡Querían golpearrne! 
MADRE UBÚ. No mantuvísteis vuestra promesa con Bordura, y tarde le habéis matado.
PADRE UBÚ. Prefiero ser yo quien reine en Lituania. De momento no lo hacemos ni él ni yo. Así que podéis ver que no soy yo.
MADRE UBÚ. Sólo hay un medio para haceros perdonar todas vuestras fechorías.
PADRE UBÚ. ¿Cuál? Estoy dispuesto a convertirme en un santo varón. Quiero ser obispo y ver mi nombre en el calendario.
MADRE UBÚ. Es necesario perdonar a la Madre Ubú por haber pispado un poco de dinero.
PADRE UBÚ. ¡De acuerdo pues! La perdonaré cuando me lo haya devuelto todo, la haya vapuleado a conciencia, y haya resucitado a mi caballo de phinanzas. 
MADRE UBÚ. ¡Está obsesionado con su caballo! ¡Ah! Estoy perdida. Despunta el día.
PADRE UBÚ. Pero, vamos, me alegro de ahora saber con seguridad que mi querida esposa me robaba. Ahora lo sé de buenas fuentes. Omnis a Deo scientia, lo que quiere decir: “Omnis”, toda; “a Deo scientia”, ciencia viene de Dios. Ésta es la explicación del fenómeno. Pero la Señora Aparición no dice nada. Qué puedo ofrecerle para que se reconforte. Lo que me decía era muy divertido. ¡Mira! Ya amanece. ¡Ah, Señor! ¡Por mi Caballo de Phinanzas! ¡Es la Madre Ubú!
MADRE UBÚ, descaradamente. No es verdad.Voy a excomulgaros.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Carroña! 
MADRE UBÚ. Qué impiedad.
PADRE UBÚ. ¡Ah! Es demasiado. ¡Me doy perfecta cuenta de que eres tú, tonta arpía! ¿Por qué demonios estás aquí?
MADRE UBÚ. Jirón ha muerto y los polacos me han echado.
PADRE UBÚ. A mí son los rusos los que me han echado. Las almas puras vuelven a encontrarse.
MADRE UBÚ. ¡Di pues, que un alma pura ha encontrado a un borrico!
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Bien! Ahora va a encontrar un palmípedo.
Le lanza el oso.

MADRE UBÚ, cayendo vencida por el peso del oso. ¡Ah!
¡Gran Dios! ¡Que horror! ¡Ah! ¡Muero! ¡Me ahogo!
¡Me muerde! ¡Se me zampa! ¡Me digiere!
PADRE UBÚ. ¡Está muerto, grotesca! ¡Oh! Pero, de hecho, puede que no. ¡Señor! No, no está muerto. Huyamos. (Volviendo a subir a su piedra.) Pater noster qui es...
MADRE UBÚ, liberándose. ¡Toma! ¿Dondé está?
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Señor! ¡Ella otra vez! Estúpida criatura. ¿No habrá, pues, manera de librarse de ella? ¿Está muerto, el oso ese?
MADRE UBÚ. Pues sí, borrico. Está ya bien frío. ¿Cómo llegó hasta aquí?
PADRE UBÚ, confuso. No lo sé. ¡Ah! Sí que lo sé. Quiso comerse a Pila y a Cotiza y yo lo maté de un padrenuestrazo.
MADRE UBÚ. Pila, Cotiza, Padre Nuestro. ¿Qué es esto? ¡Por mi finanza, está loco!
PADRE UBÚ. ¡Es absolutamente cierto lo que digo! ¡Y tú eres una idiota, por mi rechulez!
MADRE UBÚ. Cuéntame tu campaña, Padre Ubú. 
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Eso no! Es demasiado largo. Lo único que sé es que a pesar de mi valentía, todo el mundo me ha zumbado.
MADRE UBÚ. ¡Cómo! ¿Incluso los polacos?
PADRE UBÚ. Gritaban: ¡Viva Venceslao y Bugrelao! Pensé que querían descuartizarme. ¡Oh! ¡Los muy bestias! ¡Y después han matado a Rensky!
MADRE UBÚ.¡Me importa un bledo! ¿Sabes que Bugrelao ha matado al Palotín Jirón?
PADRE UBÚ. ¡Me importa un bledo! ¡Y después han matado al pobre Lasky!
MADRE UBÚ. ¡Me importa un bledo!
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Pero por lo menos llega hasta aquí, carroñal! Arodíllate delante de tu amo. (La agarra y la postra de rodillas.) Vas a sufrir el último suplicio.
MADRE UBÚ. ¡Oh, oh, Señor Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¿Y qué más? ¿Has acabado? Yo empiezo torsión de la nariz, arranque de los pelos, penetración de un pedacito de madera en las onejas, extracción del cerebro por los talones, laceración del trasero, supresión parcial o puede que total de la médula espinal (si con ello se le pudiera suprimir las espinas del carácter), sin olvidar la tortura de la vejiga natatoria, y finalmente la gran decapitacion renovada de San Juan Bautista, todo extraído de las muy santas Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, puesto en orden.
La desgarra.
MADRE UBÚ. ¡Piedad, Señor Ubú!
Un ruido enorme a la entrada de la caverna.



ESCENA II
LOS MISMOS, BUGRELAO
abalanzándose en la caverna con sus soldados.


BUGRELAO. ¡Adelante, amigos míos! ¡Viva Polonia! 
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! Espera un poco, mi señor el Polonio. ¡Espera a que haya terminado con mi media naranja de señora!
BUGRELAO, golpeándole. ¡Toma! ¡Cobarde, pordiosero, bribón, impío, musulmán!
PADRE UBÚ, replicando. ¡Toma! ¡Polacardo, borrachardo, bastardo, husardo, tártardo, nefanardo, cucarachardo, moscardo, saboyanardo, comunardo!
MADRE UBÚ, golpeándole también. ¡Toma! ¡Capón, puercón, felón, histrión, bribón, porcachón, polacodón!


Los soldados se abalanzan sobre los Ubús, que se defienden lo mejor que pueden.
PADRE UBÚ. ¡Dios! ¡Qué puñetazos!
MADRE UBÚ. Tenemos pies, señores polacos.
PADRE UBÚ. ¡Por mi chápiro verde! ¿Acabará esto de una vez por todas? ¡Otro pescozón! ¡Ah, si tuviera conmigo mi Caballo de Phinanzas!
BUGRELAO. ¡Golpead! ¡No dejéis de golpear!
VOCES AFUERA. ¡Viva el Padre Ubú, nuestro gran hacendista!
PADRE UBÚ. ¡Ya están aquí! ¡Hurra! ¡Aquí están los Padres Ubús! ¡Adelante! ¡Entrad de una vez! Tenemos necesidad de vosotros, servidores de phinanzas!
Entran los Palotines que se zambullen en el tumulto
COTIZA. ¡Echad fuera a los polacos!
PILA. ¡Hon! Volvemos a vernos, Segñor de Phinanzas. Adelante, a empujones. Ganad la puerta. Una vez fuera no tendréis que hacer más que escapar.
PADRE UBÚ. ¡Oh! Ése es mi punto fuerte. ¡Oh, cómo golpea éste!
BUGRELAO. ¡Dios! Me han herido. 
STANISLAO LECZINSKY. No es nada, sire. 
BUGRELAO. No. Simplemente estoy aturdido.
JUAN SOBIESKI. Golpead. Seguid golpeando. Esos pordioseros ganan la puerta.
COTIZA. Nos acercamos. Seguid a los demás. Por lo cual, ya veo el cielo.
PILA. ¡Valor, Sire Ubú!
PADRE UBÚ. ¡Ah! Me cago en los pantalones. ¡Adelante cuernopanza! ¡Maggtad, sangrad, desollad, aniquilad!
¡Cuerno de Ubú! ¡Ah! ¡Esto va disminuyendo! 
COTIZA. Sólo quedan dos que guardan la puerta. 
PADRE UBÚ, despachándoles a golpetazos con el oso. ¡Y uno, y dos! ¡Uff! ¡Ya estoy fuera! ¡Escapemos!
¡Seguidme los demás, y rápido!



ESCENA III
LOS UBúS Y SU COMITIVA, en fuga.

La escena representa la provincia de Livonia cubierta de nieve.

PADRE UBÚ. ¡Ah! Creo que han renunciado a cogernos. 
MADRE UBÚ. Sí, Bugrelao ha ido a que le coronen. 
PADRE UBÚ. No le envidio su corona.
MADRE UBÚ. Tienes toda la razón, Padre Ubú.
Desaparecen en la lejanía.


ESCENA IV
EL PADRE UBÚ Y TODA SU BANDA.

En el puente de un navío que corre, a toda prisa, por el Báltico.

EL COMANDANTE. ¡Ah! !Qué hermosa brisa!
PADRE UBÚ. Es un hecho que nos largamos a una velocidad que parece prodigiosa. Debemos hacer por lo menos un millón de nudos por hora, y los nudos tienen de bueno que, una vez hechos, ya no se deshacen. Aunque hay que contar que tenemos viento en popa. PILA. Qué triste imbécil.
Llega una ráfaga. El barco se inclina y blanquea al mar.
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Ah! ¡Dios! ¡Ya hemos zozobrado! Pero todo marcha al revés. Se va a caer, tu barco.
EL COMANDANTE. ¡Orzad! ¡Recoged el mesana! 
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Pero, demonios! ¡No os pongáis todos en el mismo lado! Eso es imprudente. Imaginad que el viento cambia de lado: todos iríamos a parar al fondo del mar y los peces nos comerían.
EL COMANDANTE. ¡No arribéis! ¡Aferrad fuerte! 
PADRE UBÚ. ¡Sí! ¡Sí! Arribad. ¡Yo tengo prisa! Será culpa tuya animal de Capitán, si no arribamos. Deberíamos haber llegado. ¡Entonces voy a mandar yo!
¡Listos para virar! Mojad.Virad de cara al viento.Virad en contra. Izad las velas. Replegad velas. Barra encima. Barra abajo. Barra al lado. ¿Veis? Todo va muy bien. Tomad la ola de lado y entonces será perfecto.
Todos se doblan. La brisa se enfría.
EL COMANDANTE. Arriad el foque. ¡Rizad las gavias! 
PADRE UBÚ. ¡Esto no está mal! ¡Casi está bien! ¿Oís, señor Tripulación? Traed el gallo gordo e id a dar una vuelta por los ciruelos.
Varios agonizan de risa. Embarca una ola.
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Qué diluvio! Esto es una consecuencia de las maniobras que hemos ordenado. 
MADRE UBÚ Y PILA. ¡Deliciosa cosa, la navegación!
La segunda ola embarca.
PILA, inundado. Desconfiad de Satán y de sus pompas. 
PADRE UBÚ. Sire muchacho, traedme de beber.
Todos se dedican a beber.
MADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Qué delicia volver a ver dentro de poco a la dulce ola, a nuestros viejos amigos, y a nuestro castillo de Midragón!
PADRE UBÚ. ¡Eh! Estaremos enseguida. En este momento llegamos a destino.
PILA. Me siento rejuvenecer con la idea de volver a ver mi querida España.
COTIZA. Sí, y deleitaremos a nuestros compatriotas con el relato de nuestras maravillosas aventuras.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Eso por descontado! Y yo me haré nombrar Maestro de Phinanzas en París.
MADRE UBÚ. ¡Eso es! ¡Oh! ¡Vaya sacudida!
COTIZA. No es nada. Acabamos de doblar la punta de Elsinor.
PILA.Y ahora nuestro noble navío se lanza a toda velocidad a través de las obscuras olas del mar del Norte. 
PADRE UBÚ. Mar orgulloso e inhospitalario que baña el país llamado Germania, llamado así porque los habitantes de este país son todos primos hermanos. 
MADRE UBÚ.  A esto le llamo yo erudición. Se dice que este país es considerablemente bello.
PADRE UBÚ. ¡Ah! ¡Señores! Por bello que sea no vale lo que Polonia. ¡Si no hubiera Polonia no habría polacos!

TELÓN


Y ahora, como habéis escuchado bien y os habéis estado quietos, se os cantará

LA CANCIÓN DEL DESCEREBRAJE

Fui durante largo tiempo obrero ebanista
En la call' del Campo d' Marte, d' la parroq' de Todos los Santos. Mi esposa ejercía la profesión de modista
Y nunca nos había faltado nada.
Cuando el domingo se anunciaba sin nubes, Solíamos vestirnos con los más caros atavíos E íbamos hacia el descerebraje,
Call' d' L' Echaudé, a pasar un buen ratillo.
Mirad, mirad la maquin' girar, Mirad, mirad el cerebr' saltar,
Mirad, mirad a los rentistas temblar.
(CORO): ¡Hurra, cuernos en el culo, viva el Padre Ubú!

Nuestros dos mocosos queridos, embadurnados d' confituras, Felices sacudían sus muñecos de trapo,
Subían con nosotros a lo alto del coche
Y rodábamos alegremente hacia L’Echaudé. Nos abríamos paso a golpes y codazos, Ansiosos por llegar a la primera fila.
Yo m' ponía siempre encima de un montón de piedras para no ensuciar mis borceguíes en l' sangre.

Mirad, mirad la maquin' girar, Mirad, mirad el cerebr' saltar,
Mirad, mirad a los rentistas temblar.
(CORO): ¡Hurra, cuernos en el culo, viva el Padre Ubú!

Pronto mi esposa y yo estamos cubiertos de sesos, Los mocosos los manducan, y todos pataleamos Viendo al Palotín blandir su enorme lumela...
Y las heridas y los números de plomo. De pronto veo, cerca d' la máquina...
La jeta d' un bonz' que n' recuerdo sino a medias. Muchacho, que me digo, r' conozco tu bobina....
Me has robado, no seré yo el que te tenga lástima.
Mirad, mirad la maquin' girar, Mirad, mirad el cerebr' saltar,
Mirad, mirad a los rentistas temblar.
(CORO): ¡Hurra, cuernos en el culo, viva el Padre Ubú!

De repente noto que mi esposa me tira de la manga. Piazo bestia, m' dece, este es 'l momento de lucirte, Métele en los morros un pedazote de boñiga
H' aquí l' Palotín que está precis' de espaldas. Oyendo este pensamiento maravilloso
Me armo de coraje, me pongo de puntillas, Y le atizo al Rentista un' gigantesca mierdra Que se aplasta en la l' nariz del Palotín.
Mirad, mirad la maquin' girar, Mirad, mirad el cerebr' saltar,
Mirad, mirad a los rentistas temblar.
(CORO): ¡Hurra, cuernos en el culo, viva el Padre Ubú!
Inmediatamente m' veo lanzado por encima de la barrera. La masa enfurecida me atropella y me empuja,
Y salto por el aire y caigo de cabeza
En el gran agujero negro del que no se regresa jamás. Esto es lo que ocurre por ir a pasearse l' domingos
A la call' d' L'Echaudé a ver descerebrar,
O al Pincha–Puercos o bien el Démanch'–Comanche. Se sale vivo y se vuelve muerto.
Mirad, mirad la maquin' girar, Mirad, mirad el cerebr' saltar,
Mirad, mirad a los rentistas temblar.
(CORO): ¡Hurra, cuernos en el culo, viva el Padre Ubú!



ACTO SEXTO


ESCENA I
PADRE UBÚ

Solo, en un bar de las Ramblas, Barcelona, "Polonia".

PADRE UBÚ. Mierdra, desde la primera palabra, este libraco está peta'o de errores. Vale que cuesta sólo cuatro neuros. Pero bueno, podría pegarme dos cañas más, y mis phinanzas tampoco dan para pastear la pasta. ¡Por mi velón verde¡, ¡que me corten las onejas si estos anagalardos no son más que unos cabrotinos que mi'an traduci'o como cuernoculo. Mi lus enviaré a la talega por urtarme mis destrechos de nautor...
Sigue hasta caer muerto borracho.


Las Sillas IONESCO



Las Sillas
IONESCO


DECORADO
Paredes circulares con un rehundimiento en el fondo. Representa una sala de paredes desnudas. A la derecha, par¬tiendo del proscenio, tres puertas. Luego, una ventana con un escabel delante; a continuación otra puerta. En el rehundi¬miento del fondo una gran puerta de honor de dos hojas y otras dos puertas que se enfrentan y encuadran la puerta de honor. Esas dos puertas, o por lo menos una de ellas, están casi ocultas a la vista del público. A la izquierda del escenario, siempre par¬tiendo del proscenio, tres puertas, una ventana con escabel que hace frente a la ventana déla derecha y luego una pizarra negra y una tarima. Para mayor facilidad véase el plano anexo.


1. — Gran puerta del fondo, de dos hojas.
2,3,4,5. — Puertas laterales de la derecha.
6,7,8. — Puertas laterales de la izquierda.
9,10. — Puertas ocultas en el rehundimiento.
12,13. — Ventanas (con escabel) de izquierda y derecha.
14. — Sillas vacías.
XXX. — Pasillo entre bastidores.

En la parte delantera del escenario, dos sillas juntas. Una lámpara de gas cuelga del techo.


Se levanta el telón. Semioscuridad, EL VIEJO está asomado a la ventana de la izquierda, subido en el escabel. LA VIEJA, enciende la lámpara de gas. Luz verde. Luego va a tirar al VIEJO de la manga.

LA VIEJA. — Vamos, querido, cierra la ventana. Se siente el mal olor del agua estancada y además entran mosquitos.
EL VIEJO. — ¡Déjame en paz!
LA VIEJA. — Vamos, vamos, querido, ven a sentarte. No te inclines, pues podrías caerte al agua. Ya sabes lo que le sucedió a Francisco I. Hay que tener cuidado.
EL VIEJO. — ¡Más ejemplos históricos! Cascarria mía, estoy harto de la historia francesa. Quiero ver; las barcas forman manchas en el agua a la luz del sol.
LA VIEJA. — No puedes verlas, porque no hay sol; es de noche, querido.
EL VIEJO. — Queda la sombra. (Se inclina mucho)
LA VIEJA. (Tira de él con todas sus fuerzas). — ¡Ay... me asustas, querido! Ven a sentarte. No las verás venir. No merece la pena. Es de noche. EL VIEJO se deja llevar a su pesar.
El. VIEJO. — Quería ver, me gusta mucho ver el agua.
LA VIEJA. — ¿Cómo puedes hacer eso, querido? A mí me produce vértigo. ¡No puedo acostumbrarme a esta casa, a esta isla, toda rodeada de agua, con agua bajo ventanas, hasta el horizonte...!

LA VIEJA, y EL VIEJO, LA VIEJA, arrastrando al VIEJO se diri¬gen hacia las dos sillas de la parte delante del escenario. EL VIEJO se sienta con toda naturalidad en las rodillas de LA VIEJA. .

EL VIEJO. — Son las 6 de la tarde. Es ya de noche. Recordarás que en otro tiempo no era así; todavía era de día a las 9 de la noche, a las 10 y hasta a medianoche.
LA VIEJA. — ¡Es verdad! ¡Qué memorial!
EL VIEJO. — Esto ha cambiado mucho.
LA VIEJA. — ¿Por qué, en tu opinión?
EL VIEJO. — No lo sé, Semíramis, mi boñiga. Quizá porque cuanto más se avanza más se hunde. Es a causa de la Tierra, que gira y gira.


LA VIEJA. — Gira, gira, queriendo. (Silencio.). ¡Sí, eres cierta¬mente un gran sabio! Tienes mucho talento, querido. Habrías podido ser presidente jefe, rey jefe y hasta mariscal jefe si hubieras querido, si hubieras tenido un poco de ambi¬ción en la vida.
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chocha¬mente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe tam¬bién). — Entonces rieron, les dolía la barriga, pues la histo¬ria era tan graciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz... El arroz se dise¬minó por la tierra... y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gracioso llegó completamente desnudo y rieron...

(Silencio).

EL VIEJO. — Entonces llega...
LA VIEJA — ¡Ah, si! Coordina...relata...
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chochamente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe también). — En¬tonces rieron, les dolía la barriga, pues la historia era tan gra¬ciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz...El arroz se diseminó por la tierra...y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gra-cioso llegó completamente desnudo y rieron...
LA VIEJA (riendo). — Entonces rieron de lo gracioso, entonces llegó completamente desnudo y rieron, el baúl, el baúl de arroz, el arroz en el vientre en tierra...
Los DOS VIEJOS (ríen juntos). — Entonces rieron. ¡Ahí... ri... ri..., rieron! Lo gracioso con el vientre desnudo y el arroz... el arroz... y el baúl... con... el... vientre... desnudo. (Los dos VIEJOS se calman poco a poco.) Rie...ron... ríe...ron... ríe... ron.
LA VIEJA. — Eso era, pues, tu famoso París.
EL VIEJO. — ¿Quien podría describirlo mejor?
LA VIEJA. — ¡Oh, tienes tanto talento, querido, tanto, tanto, tanto talento! Habrías podido ser algo en la vida, mucho más que un mariscal-conserje.
EL VIEJO. — Seamos modestos...contentémonos con poco...
LA VIEJA. — Quizás has destrozado tu vocación.
EL VIEJO (llora de pronto). — ¿La he destrozado? ¿La he roto? |Ah!, ¿donde estás mamá, mamá, dónde estás?... Ji, ji, ji ¡Soy huérfano! (Gime) Un huérfano...un huérfano...
LA VIEJA— Yo estoy contigo. ¿Qué temes?
EL VIEJO. — No, Semíramis, querida. Tú no eres mi mamá...Soy huérfano, huérfano. ¿Quién va a defenderme?
LA VIEJA. — ¡Pero yo estoy aquí, querido!
EL, VIEJO. — No es lo mismo...Yo quiero mi mamá, y tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (acariciándole). — Me destrozas el corazón. No llo¬res, querido.
EL VIEJO. — ¡Ji, ji! ¡Déjame, jji, ji! Me siento todo roto, me duele, mi vocación me duele, porque se ha roto.
LA VIEJA. — Cálmate. EL VIEJO (solloza con la boca muy abierta, como un bebé) — ¡Soy un huérfano... un huérfano...!

LA VIEJA (procura consolarlo, lo acaricia). — Mi huerfanito querido, me partes el corazón, huerfanito mío.

(Mece al VIEJO, que se ha puesto de rodillas).

EL. VIEJO (solloza). — ¡Ji, ji, jii! ¡Mi mamá! ¿Donde está mi mamá? Ya no tengo mamá.
LA VIEJA. — Yo soy tu mujer y ahora soy tu mamá.
EL VIEJO (cediendo un poco). — No es cierto; soy huérfano. ¡Ji, Ji!
LA VIEJA (que sigue meciéndolo). — ¡Querido mío, mi huérfa¬no, mi huerfanito, mi huerfanón!
EL VIEJO (todavía enfurruñado se deja hacer cada vez más). — No, no quiero...no...quiero.
LA VIEJA (canturreando). — Huérfano-lí, huérfano-lá, huérfano-lán, huérfano-lon.
EL VIEJO. — NO...O...O. NO...O...O.
LA VIEJA (lo mismo). — Li Ion lalá, li Ion la laira, huérfano-li, huérfano-lá, huérfano-lilalá.
El. VIEJO. — ¡Ji, ji, ji, ji! (Se sorbe los mocos y se calma un po¬co.) ¿Dónde está mi mamá?

LA VIEJA. — En él cielo florido...Te espera, te mira entre las flores. No llores, porque la harás llorar.

EL VIEJO. — No es cierto..., no me ve..., no me oye. Soy huérfano, en la vida, tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (EL VIEJO está casi tranquilo). — Vamos, cálmate, no te pongas en ese estado... Posees enormes cualidades, mi mariscalito... Sécate las lágrimas. Los invitados vendrán esta noche y no deben verte así... No estás destrozado, no estás perdido. Les dirás todo, les explicarás; tienes un mensaje...Dices siempre que se lo dirás...Tienes que vivir, tienes que luchar por tu mensaje.
EL VIEJO. — Tengo un mensaje, es verdad, y lucho. "Tengo una misión, tengo algo en el vientre, un mensaje que comunicar a la humanidad, a la humanidad...
LA VIEJA. — A la humanidad, querido, tu mensaje.,
EL VIEJO. — Es cierto, cierto.
LA VIEJA (le limpia los mocos al VIEJO y le enjuga las lágrimas). — ¡Ajá! Eres un hombre, un soldado, un mariscal-conserje.
EL VIEJO (ha dejado las rodillas de LA VIEJA, y se pasea a pasitos, agitado). — Yo no soy como los otros, tengo un ideal en la vida. Quizá tenga talento, como tú dices; tengo talento, pero no facilidad. He desempeñado bien mi puesto d conserje, he estado siempre a la altura de la situación, honorablemente, y eso podría ser suficiente...
LA VIEJA. — No para ti. Tú no eres como los otros, eres mucho más grande, y, no obstante, habrías hecho mucho mejor si te hubieras puesto de acuerdo, como todos, con todos Has dis¬cutido con todos tus amigos, con todos los directores, con to¬dos los mariscales, con tu hermano.
EL VIEJO. — No es culpa mía, Semíramis. Sabes muy bien que dijo.
LA VIEJA. — ¿Qué dijo?
EL VIEJO. — Dijo: "Amigos míos, tengo una pulga. Os visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”.
LA VIEJA. — Son cosas que se dicen, querido. No debías haber hecho caso. ¿Pero por qué te enojaste con Carel? ¿Fue también por culpa de él?
EL VIEJO. — Me vas a enojar, me vas a enojar, querida. Por supuesto, él tuvo la culpa. Vino una noche y dijo: "Les deseo buena suerte. Debería decirles la palabra que trae la buena suerte, pero no la digo, la pienso". Y se rió como un becerro.
LA VIEJA. — Lo dijo con buena intención, querido. En la vida hay que ser menos delicado.
EL VIEJO. — No me gustan esas bromas.
LA VIEJA. — Habrías podido ser marino jefe, ebanista jefe, rey de orquesta jefe.

(Largo silencio. Permanecen un tiempo inmóviles, muy rígidos en sus sillas).

EL VIEJO (como en sueños). — Era en el extremo del extremo del jardín... Allí estaba... allí estaba... ¿Qué era lo que estaba, querida?
LA VIEJA — ¡La ciudad de París!
EL VIEJO. — En el extremo, en el extremo del extremo de París había... ¿Qué era lo que había?
LA VIEJA. — ¿Qué era lo que había, querido, qué era lo que había?
EL VIEJO. — Había un lugar, un tiempo exquisito...
LA VIEJA. — ¿Tú crees que era un tiempo tan bueno?
EL VIEJO. — No recuerdo el lugar...
LA VIEJA. — No te canses la cabeza.
EL VIEJO. — Está demasiado lejos. Ya no puedo... alcan¬zarlo... ¿Dónde estaba?
LA VIEJA. — ¿Pero qué?
EL VIEJO. — Lo que yo...lo que yo... ¿Dónde estaba? ¿Y qué era?
LA VIEJA. — Donde quiera que sea, yo te seguiré a todas par¬tes; te seguiré, querido.
EL VIEJO. — ¡Me cuesta tanto expresarme! Tengo que decirlo todo.
LA VIEJA. — Es un deber sagrado. No tienes derecho a callar tu mensaje. Tienes que revelárselo a los hombres, lo esperan. El universo sólo te espera a ti.
EL VIEJO. — Sí, sí lo diré.
LA VIEJA — ¿Estás completamente decidido? Es necesario.
EL VIEJO. — Bebe tu té.
LA VIEJA. — Habrías podido ser un orador jefe si hubieses teni¬do más voluntad en la vida...Me siento orgullosa, me siento orgullosa de que por fin te hayas decidido a hablar a todos los países, a Europa y a todos los continentes.
EL VIEJO — ¡Ay, me cuesta tanto expresarme! No tengo facilidad.
LA VIEJA. — La facilidad viene comenzando, como 1a vida y la muerte. Basta con decidirse. Hablando es como se encuentran las ideas, las palabras, y luego a nosotros mismos, en nuestras propias palabras. Y también se encuentra la ciudad, el jardín; tal vez se encuentra todo, y ya no se es huérfano.
EL VIEJO. — No seré yo quien hablará. He contratado a un orador profesional, y él hablará en mi nombre. Verás.
LA VIEJA. — Entonces, ¿será verdaderamente esta noche? ¿Al menos ha convocado a todos, a todos los personajes, a todos los propietarios y todos los sabios?
EL VIEJO: — Sí, a todos los propietarios y todos los sabios.

(Silencio)

LA VIEJA. — ¿A los guardianes, los obispos, los químicos, le caldereros, los violinistas, los delegados, los presidentes, los policías, los comerciantes, los edificios, las lapiceras, los cromosomas?
EL VIEJO. — Sí, sí, y a los carteros, los posaderos, los artistas, a todos los que son un poco sabios, un poco propietarios.
LA VIEJA. — ¿Ya los banqueros?
EL VIEJO. — Los he convocado.
LA VIEJA. — ¿Ya los proletarios, los funcionarios, los militares, los revolucionarios, los reaccionarios, los alienistas y le alienados?
EL VIEJO. — Sí, sí, a todos, a todos, pues todos somos sabios o proletarios.
LA VIEJA. — No te pongas nervioso, querido. No quiero molestarte. Eres muy negligente, como todos los grandes genios. Esa reunión es importante y es necesario que vengan todos esta noche. ¿Puedes contar con ellos? ¿Lo han prometido?
EL VIEJO. — Bebe tu té, Semíramis.

(Silencio).

LA VIEJA. — ¿Y el Papa, las papas y los papeles?
EL VIEJO. — Los he convocado. (Silencio.) Voy a comunicarles el mensaje... Durante toda mi vida he sentido que me ahoga¬ba. Ahora lo sabrán todo, gracias a ti y al orador. Sólo vo¬sotros me habéis comprendido.
LA VIEJA. — Me siento tan orgullosa de ti...
EL VIEJO. — La reunión se realizará dentro de unos instantes.
LA VIEJA. — Entonces, ¿es cierto que van a venir esta noche?
No sentirás deseos de llorar, pues los sabios y los propietarios reemplazan a los papas y las mamas. (Silencio.) ¿No se podría aplazar la reunión? ¿No nos va a fatigar demasiado?

(Agitación más acentuada. Desde hace algunos instantes EL VIEJO da vueltas, a pasitos indecisos, de anciano o de niño, alrededor de LA VIEJA. .Ha podido dar uno o dos pasos hacia una del las puertas, y luego volver a girar en torno.)

EL VIEJO. — ¿Crees de veras que eso podría fatigarnos?
LA VIEJA. — Estás un poco resfriado.
EL VIEJO. — ¿Y cómo se podría anular la reunión?
LA VIEJA. — Invitémoslos para otra noche. Podrías telefonear.
EL VIEJO. — ¡Dios mío, ya no puedo! Es demasiado tarde. ¡Ya le habrán embarcado!
LA VIEJA. — Debías haber sido más prudente.

(Se oye el deslizamiento de una barca en el agua).

EL VIEJO. — Creo que vienen ya. (Se oye más fuertemente el ruido que hace la barca al deslizarse en el agua). ¡Sí, vienen!
(Se levanta también y avanza rengueando).
LA VIEJA. — Tal vez sea el orador.
EL VIEJO. — Él no viene tan pronto. Debe de ser algún otro.
(Se oye llamar.)¡Ah!
LA VIEJA. — ¡Ah! (EL VIEJO y LA VIEJA, se dirigen, nerviosos, a la puerta oculta en el fondo a la derecha. Mientras dicen:)
EL VIEJO. — Vamos...
LA VIEJA. — Estoy completamente despeinada...Espera un poco...

(Se arregla el cabello y el vestido mientras camina rengueando y se estira las gruesas medias rojas).

EL VIEJO. — Debías haberte preparado antes. Tenías tiempo de sobra.
LA VIEJA. — ¡Qué mal vestida estoy! Tengo un vestido VIEJO, todo arrugado.
EL VIEJO. — ¿Por qué no lo planchaste?... ¡Apresúrate! Haces esperar a la gente.

(EL VIEJO, seguido por LA VIEJA, que refunfuña, llega a la puerta del fondo; no se los ve durante un breve instante; se oye abrir la puerta y volverla a cerrar después de haber hecho entrar a alguien).

VOZ DEL VIEJO. — Buenos días, señora, haga el favor de entrar. Nos alegramos de recibirla. Le presento a mi esposa.
VOZ DE LA VIEJA. — Buenos días, señora, me alegro mucho de conocerla. Cuidado, no se estropee el sombrero. Puede sacarse el alfiler, será más cómodo. ¡Oh, no, nadie se sentará Encima!
VOZ DEL VIEJO. — Deje ahí su tapado de piel. Yo le ayudaré. No, no se estropeará.
VOZ DE LA VIEJA — ¡Oh, qué lindo traje sastre!... Un corpiño tricolor. ¿Tomará usted algunos bizcochos? No está usted gruesa… no está regordeta... deje el paraguas.
VOZ DEL VIEJO. — Tenga la bondad de seguirme.
EL VIEJO (de espaldas). — No tengo más que un puesto modesto.

(EL VIEJO y LA VIEJA, vuelven al mismo tiempo y se apartan un poco para dejar entre ellos a la invitada. Esta es invisible}
(EL VIEJO y LA VIEJA avanzan ahora de frente hacia él proscenio.)

(Hablan a la Dama invisible que avanza entre ellos).
EL VIEJO (a la Dama invisible). — ¿Ha tenido buen tiempo?
LA VIEJA (a la misma). — ¿No está muy cansada?... Sí, un poco.
EL VIEJO (a la misma). — Al borde del agua...
LA VIEJA (a la misma). — Voy a traerle una silla.

(EL VIEJO se dirige a la izquierda y sale por la puerta 6).

LA VIEJA (a la misma). — Entretanto, tome esta silla. (Indica una de las dos sillas y se sienta en la otra, a la derecha de la Dama invisible.) Hace calor, ¿verdad? (Sonríe a la Dama.) ¡Qué lindo abanico! Mi marido... (EL VIEJO reaparece por puerta Nº 7, con una silla.) Me regaló uno parecido hace setenta y tres años. Todavía lo tengo. (EL VIEJO, pone la silla la izquierda de la Dama invisible.) ¡Fue para mi cumpleaños!

EL VIEJO se sienta en la silla que acaba de traer y la Dama invisible se encuentra en medio. EL VIEJO, con la cara vuelta hacia la Dama, le sonríe, mueve la cabeza, se frota suavemente las manos y parece escuchar lo que ella dice. LA VIEJA, hace lo mismo.

EL VIEJO. — Señora, la vida nunca ha sido barata.
LA VIEJA (a la Dama). — Tiene usted razón. (La Dama habla.) Es como usted dice. Ya es hora de que eso cambie (Cambio de tono.) Mi marido, quizá, se va a ocupar de ello. Él le dirá.
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Cállate, cállate, Semíramis. Todavía no es el momento de hablar. (A la Dama.) Discúlpeme, señora, por haber despertado su curiosidad. (La Dama reacciona.) No insista, estimada señora.

(Los dos sonríen, e incluso ríen. Parecen muy satisfechos con lo que dice la Dama invisible. Una pausa, un blanco en la conversación. Los rostros han perdido toda expresión

EL VIEJO (a la Dama). — Sí, tiene usted completa razón.
LA VIEJA. — Sí, sí, sí. ¡Cómo no!
EL VIEJO. — Sí, sí, sí. De ningún modo.
LA VIEJA. — ¿Sí?
EL VIEJO. — ¿No?
LA VIEJA — Usted lo ha dicho.
EL VIEJO (ríe) — No es posible.
LA VIEJA (ríe). — ¡Oh, en ese caso! (Al VIEJO) Es encantadora.
EL VIEJO (a LA VIEJA.). — La señora te ha conquistado. (A la Dama.) La felicito.
LA VIEJA (a la Dama). — Usted no es como las jóvenes de hoy día.
EL VIEJO (se agacha con dificultad para recoger un objeto invisible que la Dama invisible ha dejado caer). — Deje... no se moleste... yo lo recogeré... ¡Oh, se me ha adelantado usted!

(Se endereza).

LA VIEJA (al VIEJO). — Ella no tiene tu edad.
EL VIEJO (a la Dama). — La vejez es una carga muy pesada. Deseo que usted conserve su juventud eternamente.
LA VIEJA (a la misma). — Es sincero, habla su buen corazón.
(Al VIEJO) ¡Amor mío!

(Unos instantes de silencio. Los VIEJOS, de perfil a la sala, contemplan a la Dama y sonríen cortésmente. Luego vuelven la cabeza hacia el público, miran otra vez a la Dama y responden con sonrisas a su sonrisa, y luego con las réplicas que siguen a preguntas).

LA VIEJA. — Es usted muy amable al interesarse por nosotros.
EL VIEJO — Vivimos retirados.
LA VIEJA — Sin ser misántropo, a mi marido le gusta la soledad.
EL VIEJO — Tenemos la radio, yo pesco con caña y hay un servicio de barcos bastante bien organizado.
LA VIEJA — Los domingos pasan dos por la mañana y uno por la tarde, sin contar las embarcaciones particulares.
EL VIEJO. — Cuando hace buen tiempo brilla la luna.
LA VIEJA. — Asume siempre sus funciones de conserje... Eso le ocupa. La verdad es que a su edad podría descansar.
EL VIEJO — Ya tendré tiempo de descansar en la tumba.
LA VIEJA (al VIEJO). — No digas eso, queridito. (A la Dama.) La familia, lo que quedaba de ella, y los compañeros de mi marido venían a vernos de vez en cuando hace diez años.

EL VIEJO (a la Dama). — En el invierno me siento junto al radiador con un buen libro y los recuerdos de toda una vida
LA VIEJA (a la Dama). — Es una vida modesta pero muy llena... durante dos horas diarias trabaja en su mensaje.

(Se oye llamar. Pocos instantes después se siente el deslizamiento de una embarcación).

LA VIEJA (al VIEJO). — Viene alguien, Corre a abrir.
EL VIEJO (a la Dama). — Discúlpeme, señora. Un instante. (a LA VIEJA,). Apresúrate a traer sillas.
LA VIEJA (a la Dama). — Perdóneme, un momento, querida

(Se oyen violentos campanillazos).

EL VIEJO (corre, muy decrépito, hacia la puerta de la derecha mientras LA VIEJA va hacia la puerta oculta a la izquierda rengueando). — Es una persona muy autoritaria. (Se apresura, abre la puerta Nº 2 y entra el Coronel invisible. Quizá sea útil que se oigan, discretamente, algunos trompetazo, algunas notas de "Salut au Colonel". En cuanto abre la puerta al ver al Coronel invisible, EL VIEJO se cuadra respetuosamente). — ¡Ah... mi Coronel! (Levanta vagamente el brazo hacia la frente para hacer un saludo que no se concreta. Buenos días, mi coronel. Es un honor sorprendente para mí... Yo... yo... no esperaba... aunque... no obstante... En resumen, me enorgullezco de recibir en mi alojamiento discreto a un héroe de su talla. (Estrecha la mano invisible que le tiende el Coronel invisible, se inclina ceremonia mente y luego se endereza.) De todos modos, y sin falsa modestia, me permito confesarle que no me creo indigno de su visita. ¡Orgulloso, sí, pero no indigno!

(LA VIEJA aparece con su silla, por la derecha).

LA VIEJA. — ¡Oh, qué hermoso uniforme! ¡Qué bellas condecoraciones! ¿Quién es, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¿No ves que es el Coronel?
LA VIEJA (al VIEJO). — ¡Ah!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Cuenta los galones! (Al Coronel) Es mi esposa, Semíramis. (A LA VIEJA). Acércate para qué te presentes a mi Coronel. (LA VIEJA se acerca, arrastrando con una mano la silla, y hace una reverencia sin soltar la silla al Coronel) Mi esposa. (A LA VIEJA.) El Coronel.
LA VIEJA — Encantada, mi coronel. Sea bienvenido. Es usted camarada de mi marido, pues él es mariscal...
EL VIEJO (descontento). — Mariscal-conserje.
LA VIEJA (el Coronel invisible besa la mano de LA VIEJA; lo que se advierte por el gesto de la mano de LA VIEJA que se alza como hacia unos labios. La emoción hace que LA VIEJA suelte la silla — ¡Oh, es muy cortés! ¡Bien se ve que es un superior! (Toma de nuevo la silla y le dice al Coronel.) Esta silla es para usted
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Dígnese seguirnos. (Todos se dirigen al proscenio, LA VIEJA arrastrando la silla; al Coronel.) Sí, tenemos a alguien y esperamos a otras muchas personas.

(LA VIEJA coloca la silla a la derecha).
LA VIEJA (al Coronel). — Siéntese, se lo ruego.

EL VIEJO presenta una a otro a los dos personajes invisibles.
EL VIEJO - Una joven dama amiga nuestra.
LA VIEJA - Una amiga muy buena.
EL VIEJO - El Coronel... un militar eminente,
LA VIEJA (mostrando la silla destinada al Coronel. — Tome esta silla
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ya ves que el Coronel quiere sentarse junto a la dama.

(El Coronel se sienta invisiblemente en la tercera silla partiendo de la izquierda del escenario; la Dama invisible se encuentra supuestamente en la segunda; una conversación que no se oye se entabla entre los dos personajes invisibles sentados el uno junto al otro; los dos VIEJOS permanecen de pie detrás de las sillas, a un lado y otro de los invitados invisibles, EL VIEJO a la izquierda. junto a la Dama, y LA VIEJA a la derecha, junto al Coronel
LA VIEJA (escuchando la conversación de los dos invitados)
- ¡Oh! ¡Oh! Es demasiado fuerte.
EL VIEJO (lo mismo). — Tal vez. (EL VIEJO y LA VIEJA se hacen señas por encima de las cabezas de los dos invitados, mientras escuchan la conversación, que toma un giro que parece distanciarse Bruscamente.) Sí, mi Coronel, no están todavía aquí, van a venir. Es el Orador quien hablará en mi nombre y explicara el sentido de mi mensaje... Cuidado, Coronel; el marido de esta dama puede llegar de un momento a otro
LA VIEJA (al VIEJO). — ¿Quién es este señor?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ya te he dicho: el Coronel.

(Se producen, invisiblemente, cosas inconvenientes).

LA VIEJA (al VIEJO). — Lo sabía.
EL VIEJO. — Entonces, ¿por qué preguntas?
LA VIEJA. — Para saber. Coronel, ¡no eche al suelo las colillas!
EL VIEJO (al Coronel). — Mi Coronel, mi Coronel: lo he olvidado. La última guerra, ¿la perdió o la ganó usted?
LA VIEJA (a la Dama invisible). — ¡Pero amiga mía, resista!
EL VIEJO. — Míreme, míreme, ¿parezco un mal soldado? Una vez, mi Coronel, en una batalla...
LA VIEJA. — ¡Exagerada! ¡Es indecente! (Tira al Coronel de la manga invisible.) ¡Escúchele! ¡Querido, no lo dejes hacer eso!
EL VIEJO (que continúa rápidamente). — Yo sólo maté 209. Se les llamaba así porque saltaban a gran altura para escapar. Sin embargo, eran menos numerosos que las moscas y menos divertidos, evidentemente, Coronel, pero gracias a mi fuerza de carácter, les... ¡Oh, no, se lo ruego, se lo ruego!
LA VIEJA (al Coronel). — Mi marido nunca miente. Somos ancianos, es cierto, pero no obstante somos respetables.
EL VIEJO (al Coronel, con violencia). — ¡Un héroe debe ser también cortés si quiere ser héroe completo!
LA VIEJA (al Coronel). — Le conozco desde hace mucho tiempo. Nunca habría creído que era capaz de hacer esto. (A la Dama, mientras se oye ruido de barcos.) Nunca habría creído que era capaz de eso. Nosotros tenemos nuestra dignidad, un amor propio personal.
EL VIEJO (con voz temblorosa). — Todavía me hallo en estado de llevar armas. (Suena la campanilla.) Discúlpenme, voy a abrir. (Hace un falso movimiento y derriba la silla de la Dama invisible.) ¡Oh, perdón! LA VIEJA (precipitándose). — ¿Se ha hecho usted daño? EL VIEJO y LA VIEJA ayudan a la Dama invisible a levantarse) Se ha ensuciado usted con el polvo.

(Ayuda a la Dama a quitarse el polvo. Vuelve a sonar la companilla).

EL VIEJO. — Disculpen, disculpen. (A LA VIEJA.) Ve a buscar una silla
LA VIEJA (a los dos invitados invisibles). — Discúlpenme un instante.

(Mientras EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 3, LA VIEJA sale en busca de una silla por la puerta Nº 5 y vuelve por la puerta Nº 8)

EL VIEJO (que se dirige a la puerta). — Quería hacerme rabiar. Estoy casi fuera de mí. (Abre la puerta). ¡Oh, señora, es usted! no creo lo que veo y sin embargo... No la esperaba en modo alguno... Es verdaderamente... ¡Oh, señora, señora! No obstante, me he acordado mucho de usted durante toda mi vida, toda la vida. Señora, la llamaban "la bella"... Es su marido... me lo han dicho, seguramente... No ha cambiado usted en absoluto... ¡Oh, sí, sí, cómo se ha alargado su nariz, corno se ha hinchado! No lo había advertido a primera vista, pero ahora me doy cuenta... Se ha alargado terriblemente.... ¡Que lástima! Sin embargo, no ha sido intencionadamente. ¿Como ha sucedido eso? ¿Poco a poco?... ¡Discúlpeme, señor y querido amigo! Permítame que le llame querido amigo, conocí a su esposa mucho antes que usted. Era la misma, con una nariz muy diferente... Le felicito, señor, pues ustedes parecen amarse mucho. (LA VIEJA aparece con una silla por la puerta Nº 8.) Semíramis, han llegado dos personas y hace falta otra silla. (LA VIEJA coloca la silla detrás de las otras cuatro) y luego sale por la puerta 8 para volver por la puerta Nº 5 al cabo de unos instantes, con otra silla que coloca junto a la que había llevado poco antes. En ese momento EL VIEJO llega con sus dos invitados adonde está LA VIEJA.) Acérquense, acérquense. Tenemos ya gente y les voy a presentar... Así, pues, señora... ¡Oh, bella, bella, señorita Bella, como la llamaban!... Está usted encorvada... ¡Oh, señor! ella está muy bella todavía, de todos modos; bajo sus anteojos sigue teniendo lindos ojos; sus cabellos son blancos, pero bajo los blancos están los morenos, los azules, estoy seguro de eso. Acérquense, acérquense... ¿Qué es esto, señor, un regalo para mi esposa? (A LA VIEJA, que acaba de llegar con la silla,) Semíramis, es la bella, tú lo sabes, la Bella. (Al Coronel y a la primera Dama invisible.) Es la señorita, perdón, la señora Bella... no se sonrían... y su marido... (A LA VIEJA.) Es una amiga de la infancia de la que te he hablado con frecuencia y su marido. (De nuevo al Coronel y a la primera Dama invisible.) Y su marido.
LA VIEJA (hace una reverencia). — Hace bien las presentaciones, a fe mía. Y tiene buenos modales. Buenos días, señora. Buenos días, señor. (Indica a los recién llegados las otras dos personas invisibles.) Son amigos, sí.
EL VIEJO (a LA VIEJA) — Acaba de hacerte un regalo.

(LA VIEJA toma el regalo).

LA VIEJA. — ¿Es una flor, señor, o una cuna, o un peral, o un cuervo?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ¿no ves que es un cuadro?
LA VIEJA. — ¡Oh, qué bello es! Muchas gracias, señor. (A la primera Dama invisible.) Mírelo, por favor, mi querida amiga.
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Tenga la bondad de contemplarlo.
LA VIEJA (al marido de la Bella). — Doctor, doctor, siente náuseas, vaharadas, se me revuelve el estómago, tengo dolores, no siento ya mis pies, se me enfrían los dedos, sufro del hígado. ¡Oh, doctor, doctor!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Este señor no es médico, es fotograbador.
LA VIEJA (a la primera Dama). — Si ha terminado de contemplarlo, puedo colgarlo. (Al VIEJO) Eso no importa; de todos modos es encantador, deslumbrador. (Al fotograbador) Sin querer halagarle.

(EL VIEJO y LA VIEJA están ahora detrás de las sillas, muy cerca el uno del otro, casi tocándose, pero dándose la espalda, Hablan EL VIEJO a la bella y LA VIEJA al fotograbador. De vez en cuando dirigen, volviendo la cabeza, una palabras a uno u otro de los dos primeros invitados).
EL VIEJO (a la Bella). — Estoy muy conmovido... Usted es usted de todos modos... Yo la amaba hace cien años... Ha cambiado usted tanto... No se ha producido en usted cambio alguno... Yo la amaba y la sigo amando.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor!
EL VIEJO (al Coronel). — Estoy de acuerdo con usted al respecto.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, verdaderamente, señor verdaderamente! (A la primera Dama.) Gracias por haberlo colgado... Discúlpeme si la he molestado.

(La luz es ahora más intensa. Se hace cada vez más medida que entran los invitados invisibles).

EL VIEJO (casi lloriqueando, a la Bella). — ¿Dónde están las nieves de antaño?
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor! ¡Oh, señor!
EL VIEJO (indicando con el dedo la primera Dama a la Bella). — Es una joven amiga... muy amable.
LA VIEJA (indicando con el dedo el Coronel al fotograbador — Sí, es el Coronel de Estado a caballo... un compa¬ñero de mi marido... un subalterno. Mí marido es mariscal.
EL VIEJO (a la Bella). — Sus orejas no han sido siempre puntiagudas. ¿Lo recuerda usted, bella mía?
LA VIEJA (al fotograbador, haciendo carantoñas grotescas. En esta escena se mostrará cada vez más grotesca, enseñará las gruesas medias rojas, levantará sus numerosas faldas, hará ver una enagua llena de agujeros, descubrirá su VIEJO pecho; luego, con las manos en las caderas, echará la cabeza hacia atrás mientras lanza gritos eróticos, separará las piernas y reirá como una VIEJA puta . Esta actitud, muy distinta de la que ha mantenido hasta el presente y de la que mantendrá luego, y que revela una personalidad oculta de LA VIEJA, cesará bruscamente). — Eso no es propio de mi edad, ¿no le parece?
EL VIEJO (a la Bella, muy romántico). — En nuestro tiempo la luna era un astro viviente. ¡Ah, sí, sí, si nos hubiésemos atre¬vido! Pero éramos niños. ¿Quiere que recuperemos el tiempo perdido? ¿Se puede todavía? ¿Se puede todavía? ¡Ah, no, ya no se puede! El tiempo ha pasado tan rápidamente como el tren. Ha trazado rieles en la piel. ¿Cree usted que la cirugía estética puede hacer milagros? (Al Coronel.) Soy militar, y usted también. Los militares son siempre jóvenes y los mariscales son como dioses. (A la Bella.) Así debería ser, pero, ¡ay de mi!, hemos perdido todo. Habríamos podido ser dichosos, se lo aseguro, se lo aseguro; habríamos podido, habríamos podido. ¡Tal vez nacen flores bajo la nieve!
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Adulón! ¡Pícaro! ¡Ah, ahí! ¿Así que parezco más joven que lo que corresponde a mi edad? ¡Es usted un pequeño apache! Y muy excitante.
EL VIEJO (a la Bella). — ¿Quiere usted ser mi Isolda y yo su Tristán? La belleza está en los corazones. ¿Comprende usted, habríamos tenido el placer compartido, la belleza, la eternidad... la eternidad...? ¿Por qué no nos atrevimos? No deseamos lo suficiente y lo hemos perdido todo, todo, todo.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, no, no! ¡Oh, la, la! Me produce usted escalofríos. ¿También usted siente cosquilleo? ¿Es cosquilloso o cosquillador? Siento un poco de vergüenza (Ríe.) ¿Le gustan mis enaguas? ¿Prefiere esta falda?
EL VIEJO (a la Bella). — ¡Una pobre vida de conserje!
LA VIEJA (vuelve la cabeza hacia la primera Dama a invisible). — ¿Para preparar seda de China? Un huevo de buey, una libra de manteca y azúcar gástrico. (Al fotograbador) Tiene usted dedos hábiles. ¡Ah, sin embargo...! ¡Oh, oh, oh!
EL VIEJO (a la Bella). — Mi noble compañera, Semíramis ha reemplazado a mi madre. (Se vuelve hacia el Coronel.) Coronel, yo se lo había dicho, no obstante: se toma la verdad de donde se la encuentra.

(Se vuelve de nuevo hacia la Bella).
LA VIEJA (al fotograbador). — ¿Cree usted verdaderamente, verdaderamente, que se puede tener hijos a cualquier edad?
EL VIEJO (a la Bella). — Eso es lo que me ha salvado: la vida interior, un interior tranquilo, la austeridad, mis investigaciones científicas, la filosofía, mi mensaje.
LA VIEJA (al fotograbador). — Todavía nunca he engañado a mi esposo, el mariscal... No tan fuerte, me va a hacer caer. Yo no soy sino su pobre mamá. (Solloza.) Una segunda, una segunda (lo rechaza), segunda mamá. Esos gritos los lanza su conciencia. Para mí, la rama del manzano está rota. Busque en otra parte su camino. Ya no quiero coger las rosas la vida...
EL VIEJO (a la Bella). —...preocupaciones de un orden superior...
EL VIEJO y LA VIEJA conducen a la Bella y al fotograbador junto a los otros invitados invisibles y los hacen sentar). EL VIEJO y LA VIEJA (al fotograbador y la Bella). — Siéntese, siéntense.
(Los dos VIEJOS se sientan también, él a la izquierda y ella a la derecha, con las cuatro sillas vacías entre ambos. Larga escena muda, puntuada, de vez en cuando, con "no", "sí", "no", "sí". Los VIEJOS escuchan lo que dicen las personas invisibles
LA VIEJA (al fotograbador). — Nosotros tuvimos un hijo... Vive, por supuesto... Se fue... Es una historia corriente... más bien extraña... Abandonó a sus padres... Tenía un corazón de oro... hace ya mucho tiempo... Nosotros que le queríamos tanto... Se fue cerrando con violencia la puerta... Mi marido y yo tratamos de retenerlo por la fuerza... Tenía siete años, la edad de la razón, y le gritamos: "¡Hijo mío, hijo mío!" Ni siquiera volvió la cabeza.
EL VIEJO. — ¡Ay, no, no! No hemos tenido hijos... Yo habría querido tener uno... Semíramis también... Hicimos todo posible... Mi pobre Semíramis era tan maternal... Quizás no lo necesitaba... Yo mismo he sido un hijo ingrato... ¡Ah!... Dolor, pesar, remordimientos, no hay más que eso... no nos queda más que eso.
LA VIEJA. — El decía: "¡Ustedes matan a los pájaros! ¿Por qué matan a los pájaros?"... ¿Nosotros no matamos a los pájaros?”… Nosotros no matamos a los pájaros, nunca hemos hecho daño a una mosca... El tenía gruesas lágrimas en los ojos y no nos dejaba que se las enjugáramos. No podíamos acercarnos a él. Decía: "Sí, ustedes matan a todos los pájaros, todos los pájaros". Y nos mostraba sus puñitos... "Mienten, me han engañado. Las calles están llenas de pájaros muertos, de niñitos que agonizan. ¡Es el canto de los pájaros!... "No, son gemidos... El cielo está rojo de sangre..." "No, hijo mío, está azul"... El seguía gritando:”Me han engañado, yo les adoraba, les creía buenos, pero las calles están llenas de pájaros muertos, ustedes les han sacado los ojos. Papá, mamá, son ustedes malvados... No quiero quedarme con ustedes"... Me hinqué de rodillas delante de él. Su padre lloraba... No pudimos retenerlo. Todavía le oímos gritar: "¡Son ustedes los responsables!"... ¿Qué quiere decir responsable?
EL VIEJO. — Dejé que mi madre muriera sola en una zanja. Me llamaba, gemía débilmente: "Hijito mío, mi hijo muy amado, ¡No me dejes morir sola! Quédate conmigo. No viviré mucho tiempo". Yo le dije: "No te preocupes, mamá, volveré dentro de un instante". Yo tenía prisa, iba al baile. "Volveré dentro de un instante". Cuando volví estaba ya muerta y enterrada profundamente. Cavé la tierra y la busqué, pero no pude encontrarla... Yo sé, sé, que los hijos abandonan siempre a su madre y matan más o menos a su padre... La vida es así... pero yo sufro... los demás, no...
LA VIEJA. — Gritaba: "¡Papá, mamá, no volveré a veros!".
EL VIEJO. — Sufro, sí, los otros, no...
LA VIEJA. — No le hable de ello a mi marido. ¡Amaba tanto a sus padres! No los abandonó un instante. Los cuidó, los mimó... Murieron en sus brazos, diciéndole: "Has sido un hi¬jo perfecto. Dios será bueno contigo".
EL VIEJO. — La veo todavía en la zanja; tenía un lirio en la mano y gritaba: "¡No me olvides! ¡No me olvides!" Gruesas lagrimas le asomaban a los ojos y me llamaba por mi sobrenombre de niño: "¡Polluelo mío —decía—, polluelo mío me dejes aquí sola!"

LA VIEJA (al fotograbador). — Jamás nos ha escrito. De vez cuando un amigo nos dice que lo ha visto aquí o allá, que se porta bien, que es un buen marido...
EL VIEJO (a la Bella). — Cuando volví estaba ya enterrada desde hacía mucho tiempo. (A la primera Dama.) ¡Oh oh, sí, señora! En casa tenemos cinematógrafo, un restaurante, cuartos de baño...
LA VIEJA (al Coronel). — Pero sí, Coronel, es porque él…
EL VIEJO. — En el fondo, es así.

(Conversación a intervalos que se atasca).

LA VIEJA. — Con tal que...
EL VIEJO. — Por lo tanto yo... le... Ciertamente.
LA VIEJA (diálogo dislocado, agotamiento). — En una palabra.
EL VIEJO. — Al nuestro y a los suyos.
LA VIEJA. — A lo que...
EL VIEJO. — Ya lo tengo.
LA VIEJA. — ¿Lo o la?
EL VIEJO. — Los.
LA VIEJA. — Los papillotes... ¡Quita allá!
EL VIEJO. — No hay.
LA VIEJA. — ¿Por qué?
EL VIEJO. — Sí.
LA VIEJA. — Yo.
EL VIEJO. — En suma.
LA VIEJA. — En suma.
EL VIEJO (a la primera Dama). — ¿Qué dice usted, señora?

(Un largo silencio. Los VIEJOS permanecen inmóviles en las sillas. Luego se oye otra vez la campanilla).

EL VIEJO (con una nerviosidad que irá aumentando). — Viene gente. Todavía más gente.
LA VIEJA. — Me había parecido oír barcas...
EL VIEJO. — Voy a abrir. Tú vete en busca de sillas. Discúlpenme, señores y señoras.

(Va hacia la puerta Nº 7).

LA VIEJA (a los personajes invisibles y presentes). — Levántese, por favor, un instante. El Orador llegará pronto. Hay que preparar la sala para la conferencia. (LA VIEJA arregla las sillas, con los respaldos vueltos hacia la sala.) Ayúdenme. Gracias.
EL VIEJO (abre la puerta Nº 7). — Buenos días, señoras; buenos días, señores. Sírvanse entrar.

(Las tres o cuatro personas invisibles que llegan son muy altas y EL VIEJO tiene que ponerse de puntillas para estrecharles la mano).

(LA VIEJA, después de colocar las sillas como se indica anteriormente, sigue al VIEJO).

EL VIEJO (haciendo las presentaciones). — Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa...
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ve en busca de sillas, querida.
LA VIEJA. — ¡Yo no puedo hacerlo todo!

LA VIEJA sale rezongando por la puerta Nº 6 y vuelve por la purria Nº 7, mientras EL VIEJO se dirige con los recién llegados hacia el proscenio).

EL VIEJO. — No deje caer su aparato cinematográfico. (Más presentaciones.) El Coronel... La Dama... La señora Bella... El fotograbador... Son periodistas que vienen también para escuchar al conferenciante, quien se presentará seguramente dentro de un momento... No se impacienten... No se van a aburrir todos juntos. (LA VIEJA reaparece con dos sillas por la puerta Nº 7.) Vamos, apresúrate con tres sillas. Falta todavía una.

(LA VIEJA va en busca de otra silla, siempre rezongando, por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 8).

LA VIEJA — Ya va, ya va. Hago lo que puedo. No soy una maquina... ¿Quiénes son todos ésos?

(Sale).

EL VIEJO. — Siéntense, siéntense, las damas con las damas y los caballeros con los caballeros, o al contrario si lo desean... No tenemos sillas mejores... Todo es un poco improvisado... Disculpen... Tome la del centro... ¿Quiere una estilográfica?... Telefonee a Maillot y hablará con Mónica... Claudio es providencial... No tengo radio... recibo todos los diarios... Eso depende de un montón de cosas... Administro esta casa, pero no cuento con personal... hay que hacer economías... nada de entrevistas por el momento, se lo ruego... Más tarde veremos... Les van a dar inmediatamente un asiento... ¿Pero qué hace esa mujer? (LA VIEJA aparece por la puerta Nº 8 con una silla.) Más de prisa, Semíramis.
LA VIEJA. — ¡Hago todo lo que puedo!... ¿Quiénes son ésos?
EL VIEJO. — Luego te explicaré.
LA VIEJA. — ¿Y aquélla? ¿Aquélla, querido?
EL VIEJO. — No te preocupes... (Al Coronel.) Mi Coronel, el periodismo es una profesión que se parece a la del guerrero… (A LA VIEJA.) Ocúpate un poco de las damas, querida... (Llaman. EL VIEJO corre hacia la puerta Nº 8.) Esperen un momento. (A LA VIEJA.) ¡Tus sillas!
LA VIEJA. — Señores y señoras, discúlpenme.

(Sale por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 2; EL VIEJO va a abrir la puerta oculta Nº 9, y desaparece en el momento en que LA VIEJA reaparece por la puerta Nº 3).

EL VIEJO (oculto). — Entren... entren... entren. (Reaparece arrastrando tras sí una cantidad de personas invisibles, entre ellas un niño al que lleva de la mano.) No se viene con niños a una conferencia científica. Se va a aburrir el pobrecito... Si se pone a llorar o a hacer pis en los vestidos de las damas, ¡la que se va a armar! (Conduce a los recién llegados al centro del escenario y LA VIEJA llega con dos sillas.) Les presento mi esposa, Semíramis. Esos son sus hijos.
LA VIEJA. — Señores, señoras... ¡Oh, qué lindos son!
EL VIEJO. — Este es el más pequeño.
LA VIEJA. — ¡Qué lindo! ¡Qué gracioso!
EL VIEJO. — No hay bastantes sillas.
LA VIEJA. — ¡Ah, la, la, la, la!

(Sale en busca de otra silla. Ahora utilizará para entrar y las puertas núms. 2 y 3 de la derecha).

EL VIEJO. — Tome al pequeño en sus rodillas... Los dos mellizos podrán sentarse en la misma silla... Cuidado, pues no son muy sólidas. Son sillas de la casa, pertenecen al propietario. Sí, hijos míos, discutiría con nosotros, pues es un malvada. Desearía que se las comprásemos, pero no merecen la pena (LA VIEJA llega lo más rápidamente que puede con otra silla) Ustedes no se conocen todos, se ven por primera vez... Se conocen de nombre... (A LA VIEJA.) Semíramis, ayúdame a hacer las presentaciones.
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas?... Voy a presentarles, permítanme, voy a presentarles... ¿Pero quiénes son?
EL VIEJO. — Permítanme que les presente... que le presente... que se la presente... Señor, señora, señorita... Señor... Señora... Señora... Señor.

(Nuevo campanillazo).

EL VIEJO. — ¡Más gente!

(Otro campanillazo).

LA VIEJA. — ¡Más gente!

Vuelve a sonar la campanilla, y luego otras y otras veces. EL VIEJO se siente agobiado. Las sillas, vueltas hacia la tarima, con sus respaldos hacia la sala, forman hileras regulares que van aumentando como en las salas de espectáculos. EL VIEJO, sofocado enjugándose la frente, va de una puerta a otra, y coloca a las personas invisibles en el escenario; los VIEJOS cuidan de no tropezar con la gente al deslizarse entre las hueras de sillas. El movimiento podrá hacerse del siguiente modo: EL VIEJO va a la puerta Nº 4, LA VIEJA sale por la puerta Nº 3 y vuelve por la Nº 2 EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 7, LA VIEJA sale por la Nº 8 y vuelve por la Nº 6 con las sillas, etcétera, con el fin de dar la vuelta al escenario y utilizar todas las puertas.

LA VIEJA. — Perdón... perdón... ¿Qué?... Bien... Perdón... Perdón...
EL VIEJO. — Señores... entren... Señoras... entren... Es la señora... Permítame... Sí...
LA VIEJA (con sillas). — ¡Vaya... vaya! Son demasiados... Son verdaderamente demasiados, demasiados. ¡Vaya, vaya!

Se oyen afuera cada vez más fuertes y cada vez cercanos los deslizamientos de las embarcaciones en el agua; todos los ruidos llegan ahora de bastidores. LA VIEJA y EL VIEJO continúan el movimiento antes indicado; abren puertas y traen sillas. Toques campanilla).

EL VIEJO. — Esta mesa nos molesta. (Cambia de lugar, o más bien esboza el movimiento de cambiar de lugar una mesa, sin detenerse, ayudado por LA VIEJA) Apenas queda espacio aquí discúlpennos
LA VIEJA (esbozando el gesto de despejar la mesa, al VIEJO). — ¿Te has puesto el chaleco de punto?

(Campanillazos)

EL VIEJO. — ¡Más gente! ¡Sillas! ¡Más gente! ¡Sillas! Entren, entren, señores y señoras... Semíramis, más de prisa... Te ayudaría de buena gana...
LA VIEJA. — Perdón... perdón... Buenos días, señora... Señora... Señor... Señor... Sí, sí, las sillas.

EL VIEJO (mientras tocan la campanilla cada vez con más fuerza y se oye el ruido de las barcas que chocan con el muelle muy cerca y cada vez con más frecuencia, se enreda entre las sillas y casi no tienen tiempo de ir de puerta en puerta, con tal rapidez se suceden los campanillazos). — Sí, enseguida... ¿Te has puesto tu tricota?... Sí, sí... en seguida... Paciencia, sí, sí... Paciencia.
LA VIEJA. — ¿Tu chaleco de punto? ¿Mi chaleco de punto?... Perdón, perdón.
EL VIEJO. — Por aquí, señoras y señores... Les ruego... les rué... perdón... les ruego que entren... Voy a conducirles… a los asientos... Por ahí no, querida amiga... Cuidado... ¿Es usted amiga mía? (Luego, durante un largo instante, nada de palabras. Se oyen las olas, las barcas, las llamadas ininterrumpidas. El movimiento llega a su intensidad culminante. Las puertas se abren y se cierran sin interrupción. Sólo la gran puerta del fondo permanece cerrada. Idas y venidas los VIEJOS, sin decir palabra, de una puerta a otra; parecen deslizarse sobre ruedas. EL VIEJO recibe a los visitantes, los acompaña, pero no va muy lejos y se limita a indicarles los asientos después de dar uno o dos pasos con ellos. No tiene tiempo para más. LA VIEJA acarrea sillas. EL VIEJO y LA VIEJA se encuentran y tropiezan una o dos veces sin interrumpir el movimiento. Luego, en el centro y en el fondo del escenario, EL VIEJO, casi sin cambiar de lugar, se vuelve a derecha e izquierda hacia todas las puertas e indica los asientos con el brazo, que se mueve rápidamente. Por fin, LA VIEJA se detiene, con una silla en la mano, que deja en el suelo, vuelve a tomar y deja otra vez, aparentando que quiere ir también de una puerta a otra, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, moviendo muy rápidamente la cabeza y el cuello. Eso no debe hacer que decaiga el movimiento y los dos VIEJOS deben dar la impresión de que no se detienen, aunque apenas se muevan de su lugar; sus manos, su busto, su cabeza, sus ojos se agitan describiendo quizá pequeños círculos Finalmente se produce una disminución del movimientos, al principio ligera y luego progresiva; los campanillazos son menos fuertes y frecuentes, las puertas se abren al cabo de más tiempo, los gestos de los VIEJOS se hacen más lentos. En el momento en que las puertas dejan por completo de abrirse y cerrarse y ya no se oye tocar la campanilla, se deberá tener la impresión de que el escenario rebosa de gente).

EL VIEJO. — Voy a ubicarlos... Paciencia... Semíramis, por favor...
LA VIEJA (hace un gran gesto, con las manos vacías). — No hay más sillas, querido. (Luego, bruscamente, se pone a vender programas invisibles en la sala llena y con las puertas cerradas) ¡El programa! ¡Pidan el programa! ¡El programa de la velada! ¡Pidan el programa!
EL VIEJO. — ¡Calma, señores y señoras! ya se van a ocupar de ustedes. Cada uno a su turno, por orden de llegada. Tendrán asiento, todo se arreglará.
LA VIEJA — ¡Compren el programa! Espere un poco, señora, no puedo atender a todos al mismo tiempo, no tengo treinta manos, no soy una vaca... Señor, le ruego que tenga la amabilidad de pasar el programa a su vecina... Gracias... Mi mo¬neda, mi moneda.
EL VIEJO. — ¡Les digo que los van a ubicar! ¡No se impacienten! Por aquí, por ahí... cuidado. ¡Oh, querido amigo... queridos amigos!
LA VIEJA —...Programa... grama... grama...
EL VIEJO. — Sí, amigo mío, ella está allí, más abajo, vendiendo los programas. No hay tareas tontas... Es ella... ¿la ve?... Tiene usted un asiento en la segunda fila... a la derecha... no, a la izquierda... eso es. LA VIEJA —...grama... grama... programa... compren el programa…
EL VIEJO — ¿Qué quieren que haga? Hago todo lo que puedo. (A invisibles sentados.) Córranse un poco, por favor... Queda; un asiento y será para usted, señora... Acérquese. (Sube a la tarima, obligado por la presión de la multitud.) Señoras y señores tengan la bondad de disculparnos, pero ya no quedan asientos.
LA VIEJA (que se encuentra en el extremo opuesto, frente al VIEJO, entre la puerta Nº 3 y la ventana). — ¡Compren el programa! ¿Quién quiere el programa? ¡Chocolate helado, caramelos, bombones acidulados! (Como no puede moverse enclavada por la multitud, lanza sus programas y sus bombones al azar, por encima de las cabezas invisibles.) ¡Ahí los tienen! ¡Ahí los tienen!
EL VIEJO (en la tarima, de pie, muy animado; le empujan, baja de la tarima, vuelve a subir a ella, baja de nuevo, choca con un rostro, le golpean con un codo). — Perdón... mil disculpas... tenga cuidado.

(Empujado, se tambalea y le cuesta recobrar el equilibrio por lo que se ase a hombros invisibles).

LA VIEJA. — ¿Qué es toda esta gente? ¡Programa! ¡Compren el programa y bombones helados!
EL VIEJO. — Señoras, señoritas, señores, les suplico un instante de silencio... de silencio... Es muy importante... Se ruega a las personas que no tienen asiento que dejen libre el pasillo Así... No se queden entre las sillas.
LA VIEJA (al VIEJO, casi gritando). — ¿Quiénes son todas estas personas, querido? ¿Qué vienen a hacer aquí?
EL VIEJO. — Abran paso, señoras y señores. Las personas que no tienen asiento deben, para comodidad de todos, colocarse en pie contra la pared, allí, a la derecha o la izquierda ¡Oirán todo, verán todo! No teman, todos los lugares son buenos.

(Se produce un gran zafarrancho. Empujado por la multitud, EL VIEJO da la vuelta a casi toda la sala, hasta que va a encontrarse en la ventana de la derecha, cerca del escabel. LA VIEJA hace el mismo movimiento en sentido inverso, hasta encontrarse en la ventana de la izquierda, junto al escabel)

EL VIEJO (mientras hace el movimiento indicado). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, señoras y señores no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡Calma!... ¡Poco a poco!... ¡Calma!
LA VIEJA (lo mismo). — Pero ustedes no son salvajes, a pesar de todo.
(Por fin llegan a sus lugares definitivos, cada uno junto a la ventana, EL VIEJO a la izquierda, en la ventana del lado de la tarima, y LA VIEJA a la derecha. No cambiaran de lugar hasta el final.)
LA VIEJA (llama a su VIEJO.) — Querido... no te veo. ¿Dónde estás? ¿Quiénes son éstos? ¿Qué quiere toda esta gente? ¿Quién es aquél?
EL VIEJO. — ¿Dónde estás? ¿Dónde estás, Semíramis?
LA VIEJA. — Querido, ¿dónde estás?
EL VIEJO. — Aquí, junto a la ventana... ¿Me oyes?
LA VIEJA. — Sí, oigo tu voz... Hay muchas, pero distingo la tuya.
EL VIEJO. — ¿Y tú, dónde estás?
LA VIEJA. — ¡Yo también estoy en la ventana!... Querido, tengo miedo, hay demasiada gente... Estamos muy lejos uno del otro... A nuestra edad... debemos tener cuidado... podríamos extraviarnos... Tenemos que estar muy juntos, pues nunca se sabe, querido, querido...
EL VIEJO. — ¡Ah... acabo de verte... oh!... Volveremos a vernos, no temas... Estoy con unos amigos. (A los amigos.) ¡Cómo me alegra estrecharles la mano!... Sí, creo en el progreso, ininterrumpido, con sacudidas, sin embargo
LA VIEJA. — Está bien, gracias... ¡Qué mal tiempo!... ¡Qué hermoso día!... (Aparte.) Sin embargo, tengo miedo... ¿Qué hago aquí? (Gritando.) ¡Querido! ¡Querido!

(Cada uno por su lado habla con los invitados).

EL VIEJO — Para impedir la explotación del hombre por el hombre necesitarnos dinero, dinero y más dinero.
LA VIEJA. — ¡Querido! (Acaparada por los amigos.) Sí, mi marido está allí. Es él quien organiza... Allí abajo... ¡Oh, usted no podrá llegar allá!, tendría que cruzar entre toda esa gente. Está con unos amigos.
EL VIEJO — Ciertamente, no... Lo he dicho siempre... Es lógica pura. Eso no existe, es una imitación.

LA VIEJA — Vean ustedes, hay personas felices. Por la mañana desayunan en avión, al mediodía almuerzan en el tren y por la noche comen en un barco. Durante la noche duermen en camiones que ruedan, ruedan, ruedan...
EL VIEJO. — ¿Habla usted de la dignidad del hombre? Tratamos por lo menos, de cubrir las apariencias. La dignidad no es sino el reverso de eso. LA VIEJA — No se deslicen en las tinieblas.

(Se echa a reír mientras conversa).

EL VIEJO — Sus compatriotas me lo piden.
LA VIEJA. — Desde luego... refiérame todo.
EL VIEJO — Les he convocado... para que les expliquen... El individuo y la persona son una sola y misma persona.
LA VIEJA. — Parece hallarse incómodo. Nos debe mucho dinero.
EL VIEJO. — Yo no soy yo. Soy otro. Soy el uno en el otro.
LA VIEJA. — Hijos míos, desconfíen los unos de los otros.
EL VIEJO. — A veces me despierto en medio de un silencio: absoluto. Es la esfera. Nada falta. Hay que tener cuidado. No obstante. Su forma puede desaparecer súbitamente, hay agujeros por los que se escapa.
LA VIEJA. — Almas en pena, fantasmas, nadas absolutamente... Mi marido ejerce funciones muy importantes, sublimes,
EL VIEJO. — Discúlpeme... Esa no es en modo alguno mí opinión... Le haré conocer a tiempo mi opinión al respecto. Nada diré por el momento. Es el Orador, al que esperamos quien se lo dirá, quien responderá en mí nombre, quien hablará de todo lo que nos llega al alma... El les explicará todo... ¿Cuándo?... Cuando llegue el momento, que será pronto.
LA VIEJA (a sus amigos). — Cuanto antes, mejor... Por supuesto. (Aparte.) Ya no nos van a dejar tranquilos. ¡Que se vayan! ¿Dónde estará mi pobre VIEJO? Ya no lo veo.
EL VIEJO (lo mismo). — No se impacienten. Oirán mi mensaje dentro de un momento.
LA VIEJA (aparte). — ¡Ah, oigo su voz! (A los amigos.) Sepan ustedes que a mi esposo no le han comprendido nunca. Pero al fin le ha llegado su hora.

EL VIEJO. — Escúchenme. Yo poseo una rica experiencia en todos los campos de la vida y del pensamiento... No soy egoísta, la humanidad debe beneficiarse con ello.
LA VIEJA. — ¡Ay! ¡Me ha pisado usted los pies! ¡Y tengo sabañones!
EL VIEJO. — He preparado todo un sistema. (Aparte.) El orador debía estar ya aquí. (En voz alta.) He sufrido enormemente.
LA VIEJA. — Hemos sufrido mucho. (Aparte.) El Orador debiera estar ya aquí. Es la hora.
EL VIEJO. — Sufrido mucho y aprendido mucho.
LA VIEJA (como un eco). — Sufrido mucho y aprendido mucho
EL VIEJO. — Como verán ustedes, mi sistema es perfecto.
LA VIEJA (como un eco), — Como verán ustedes, su sistema perfecto.
EL VIEJO. — Si se quiere obedecer mis instrucciones...
LA VIEJA — (como un eco). — Si se quiere seguir sus instrucciones
EL VIEJO — ¡Salvemos al mundo!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Salvemos su alma salvando al mundo!
EL VIEJO — ¡Una sola verdad para todos!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Una sola verdad para todos!
EL VIEJO — ¡Obedézcanme!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Obedézcanle!
EL VIEJO — Pues yo tengo la certidumbre absoluta.
LA VIEJA (como un eco). — Pues él tiene la certidumbre absoluta.
EL VIEJO — Nunca...
LA VIEJA (como un eco). — Nunca jamás...

(De pronto se oyen entre bastidores ruidos y una marcha militar).

LA VIEJA. — ¿Qué sucede?

(Los ruidos aumentan y luego se abre de par en par, con gran estrépito, la puerta del fondo. Por la puerta abierta no se ve a nadie, pero una muy potente invade la sala por la gran puerta y las ventanas, que se iluminan intensamente a la llegada del Emperador).

EL VIEJO — No sé... no creo... es posible... Pero sí... sí... increíble... Y no obstante... sí... sí... ¡Es el Emperador! ¡Su Majestad el Emperador!

(La luz adquiere el máximo de intensidad en la puerta abierta y las ventanas, pero es una luz fría, vacía. Siguen los ruidos que cesarán bruscamente)

LA VIEJA. — Querido mío... querido mío... ¿qué es esto?
EL VIEJO. — ¡Levántense! ¡Es Su Majestad, el Emperador! El Emperador está en mi casa, en nuestra casa. ¿Te das cuenta, Semíramis?
LA VIEJA (no comprende). — ¿El Emperador... el Emperador? ¡Querido! (De pronto comprende.) ¡Ah, sí, el Emperador! ¡Majestad! ¡Majestad! (Hace desvariadamente innumerables reverencias grotescas.) ¡En nuestra casa! ¡En nuestra casa!
EL VIEJO (llorando de emoción). — ¡Majestad!... ¡Oh, mi Majestad! ¡Mi pequeña, mi gran Majestad! ¡Oh, qué gracia sublime!... ¡Es un sueño maravilloso!
LA VIEJA (como un eco). — Un sueño maravilloso... maravilloso...
EL VIEJO (a la multitud invisible). — ¡Señoras, señores, levántense! ¡Nuestro soberano muy amado, el Emperador, se halla entre nosotros! ¡Viva! ¡Viva!

(Sube al escabel y se pone de puntillas para ver mejor al Emperador. LA VIEJA hace lo mismo por su lado).

LA VIEJA. — ¡Viva! ¡Viva!
(Pataleos).

EL VIEJO. — ¡Vuestra Majestad!... ¡Estoy aquí! ¿Me oye vuestra Majestad? ¿Me ve? Hago saber a Su Majestad que estoy aquí... ¡Majestad! ¡Majestad! ¡Aquí está vuestro más fiel servidor!
LA VIEJA (siempre como un eco). — ¡Vuestro más fiel servidor, Majestad!
EL VIEJO. — Vuestro servidor, vuestro esclavo, vuestro perro ¡guau, guau!, vuestro perro Majestad.
LA VIEJA (lanza muy fuertemente ladridos de perro). — Guau, guau, guau.
EL VIEJO (retorciéndoselas manos). — ¿Me veis? ¡Responded, señor!... Yo os veo, acabo de divisar la figura augusta de Vuestra Majestad, vuestra frente divina... La he visto, sí, a pesar de la pantalla que forman los cortesanos.
LA VIEJA. — A pesar de los cortesanos... Estamos aquí, Majestad.
EL VIEJO. — ¡Majestad! ¡Majestad! Señoras y señores: no dejen a Su Majestad en pie... Ya veis, mi Majestad, yo soy el único que cuido de vos y de vuestra salud, yo soy el más fiel de vuestros súbditos.
LA VIEJA (como un eco). — ¡Los más fieles súbditos de Vuestra Majestad!
EL VIEJO. — Déjenme pasar, señoras y señores... ¿Cómo podré abrirme paso entre esta turbamulta?... Tengo que ir a presentar mis humildes respetos a Su Majestad el Emperador. Déjenme pasar.
LA VIEJA (como un eco). — Déjenle pasar... déjenle pasar...
EL VIEJO. — ¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar! (Desesperado). ¡Ay! ¿Podré llegar alguna vez hasta él?
LA VIEJA (como un eco). — Hasta él... hasta él...
EL VIEJO. — Sin embargo, mi corazón y todo mi ser están a sus pies. La multitud de sus cortesanos lo rodea. ¡Ah, quieren impedirme que llegue hasta él! Todos ellos sospechan que yo… ¡Oh, yo me entiendo, yo me entiendo! Conozco las intrigas de la Corte... ¡Quieren separarme de Vuestra Majestad!
LA VIEJA — Cálmate, querido... Su Majestad te ve, te mira... su Majestad me ha guiñado el ojo... ¡Su Majestad está con nosotros!
EL VIEJO — Denle al Emperador el mejor lugar... junto a la tarima. Que oiga todo lo que dirá el Orador.
LA VIEJA (se yergue en su escabel, de puntillas, y levanta el mentón todo lo que puede para ver mejor). — Por fin se ocupan del Emperador.
EL VIEJO — ¡El cielo sea loado! (Al Emperador.) Señor... tenga confianza, Vuestra Majestad. Es un amigo, mi representan¬te, quien está junto a Vuestra Majestad. (De puntillas sobre el escabel.) Señores, señoras, señoritas, hijos míos, les imploro…
LA VIEJA (como un eco). — Ploro... ploro...
EL VIEJO. — Desearía ver... Apártense... desearía... la mirada celestial, el respetable rostro, la corona, la aureola de Su Ma¬jestad... Señor, dignaos volver vuestro ilustre rostro hacia mí, hacia vuestro servidor humilde... tan humilde... ¡Oh!, ahora veo claramente... ahora veo...
LA VIEJA (como un eco). — Ahora ve... ve... ve
EL VIEJO — Me siento colmado de alegría... No encuentro palabras para expresar lo desmesurado de mi agradecimiento... ¡En mi modesta casa, oh! ¡Majestad, oh sol!... Aquí... aquí... en esta casa en que soy, ciertamente, el mariscal... pero en la jerarquía de vuestro ejército no soy más que un simple conserje.
LA VIEJA (como un eco). — Un simple conserje.
EL VIEJO. — Me siento orgulloso... orgulloso y humilde al mismo tiempo, como debe ser... ¡Ay! Es cierto que soy mariscal, que habría podido estar en la corte imperial, que aquí sólo vi¬gilo una pequeña corte... Majestad, yo... Majestad, me cuesta expresarme... Yo habría podido tener... muchas cosas, no pocos bienes si hubiera sabido, si hubiera querido... si yo... si nosotros... Majestad, disculpad mi emoción.
LA VIEJA. — ¡A la tercera persona!
EL VIEJO (lloriqueando). — ¡Que Vuestra Majestad se digné disculparme! Habéis venido... no se os esperaba... habríais podido no estar aquí... ¡Oh, salvador! He sido humillado...
LA VIEJA (como un eco). —...millado... millado...
EL VIEJO. — He sufrido mucho en mi vida... Habría podido ser algo si hubiese podido estar seguro del apoyo de Vuestra Majestad... No tengo apoyo alguno... Si no hubieseis vendido todo habría llegado demasiado tarde... Vos sois, señor mi último recurso.
LA VIEJA (como un eco). — Último recurso... Señor... timo recur... ñor... recurso...
EL VIEJO. — He acarreado desgracias a mis amigos, a todos los que me han ayudado... El rayo hería la mano que se tendía hacia mí...
LA VIEJA (como un eco). —...manos que se tendían... tendían… tendían... dían...
EL VIEJO. — Siempre han tenido buenos motivos para odiarme, malos motivos para amarme.
LA VIEJA. — No es cierto, querido, no es cierto. Yo te quiero soy tu madrecita.
EL VIEJO. — Todos mis enemigos han sido recompensados y mis amigos me han traicionado.
LA VIEJA (como un eco). — Amigos... trai... tra...
EL VIEJO. — Me han hecho daño. Me han perseguido. Si me quejaba, siempre les daban la razón a ellos... A veces traté de vengarme, pero nunca pude, nunca pude vengarme... sentía demasiada compasión... no quería golpear al enemigo caído... Siempre he sido demasiado bueno. LA VIEJA (como un eco). — Era demasiado bueno, bueno, bueno, bueno...
EL VIEJO. — Es mi compasión la que me ha vencido.
LA VIEJA (como un eco). — Mi compasión... compasión... pasión… pasión...
EL VIEJO. — Pero ellos no tenían compasión. Yo daba un alfilerazo y ellos me golpeaban con una maza, con un cuchillo, a cañonazos, me trituraban los huesos...
LA VIEJA (como un eco). — .. .los huesos... los hue... sos... los hue... sos. EL VIEJO. — Ocupaban mi lugar, me robaban, me asesinaban... Yo era el coleccionador de desastres, el pararrayos de las catástrofes.
LA VIEJA (como un eco). — Pararrayos... catástrofes... pararrayos...
EL VIEJO. — Para olvidar, Majestad, quise hacer deporte... alpinismo... Me tiraron de los pies para hacerme caer... Quise subir escaleras y me pudrieron los escalones... Me hundí… Quise viajar y me negaron el pasaporte... Quise cruzar el río y me cortaron los puentes.
LA VIEJA (como un eco). — Cortaron los puentes.
EL VIEJO — Quise atravesar los Pirineos y ya no había Pirineos
LA VIEJA (como un eco). — No había Pirineos... También él habría podido ser, Majestad, como tantos otros, un redactor jefe, un actor jefe, un doctor jefe, Majestad, un rey jefe.
EL VIEJO. — Por otra parte, nunca han querido tomarme en consideración, nunca me han enviado tarjetas de invitación… Sin embargo, yo os lo aseguro, yo solo habría podido salvar a la humanidad, que está muy enferma. Vuestra Majestad se da cuenta de ello como yo... O por lo menos habría podido evitarle los males de que tanto ha sufrido durante este último cuarto de siglo, si hubiese tenido ocasión de comunicar mi mensaje. No desespero de salvarla. Todavía hay tiempo, tengo el plan... ¡Ay, me cuesta expresarme!
LA VIEJA (por encima de las cabezas invisibles). — El Orador vendrá y hablará en tu nombre... Su Majestad está presen¬te… Por lo tanto, escucharán. No tienes por qué inquietarte, cuentas con todas las cartas de triunfo. Eso ha cambiado, ha cambiado
EL VIEJO. — Que vuestra Majestad me perdone, pues tiene otras preocupaciones... Me han humillado... Señoras y señores, apártense un poco, no me oculten por completo la nariz de Su Majestad. Quiero ver cómo brillan los diamantes de la corona imperial... Pero si Vuestra Majestad se ha dignado venir a colocarse bajo mi techo miserable es porque condesciende a tomar en consideración mi pobre persona. ¡Qué com¬pensación extraordinaria! Majestad, si materialmente me pongo de puntillas no lo hago por orgullo, sino sólo para contemplaros. Moralmente me arrodillo ante vuestra Majestad.
LA VIEJA (sollozando). — Nos arrodillamos, señor, nos arrodillamos a vuestros pies, a vuestros dedos de los pies.
EL VIEJO. — Tuve sarna. Mi patrón me puso en la puerta porque no hacía la reverencia a su bebé, a su caballo. Me dieron puntapiés en el culo, pero todo eso, Señor, ya no tiene importancia alguna, porque... porque... Majestad... mirad... estoy aquí... aquí...
LA VIEJA (como un eco). — Aquí..., aquí... aquí... aquí...
EL VIEJO. — Porque Vuestra Majestad está presente, porque Vuestra Majestad tomará en consideración mi mensaje... Pero el Orador debía estar aquí ya. Hace esperar a Su Majestad
LA VIEJA. — Que Su Majestad le disculpe. Debe venir. Estará aquí dentro de un instante. Nos ha telefoneado.
EL VIEJO. — Su Majestad es muy buena. Su Majestad no se iría sin haber escuchado todo, sin haber oído todo.
LA VIEJA (como un eco). — Escuchado todo... oído todo…
EL VIEJO. — Es él quien va a hablar en mi nombre. Yo, no puedo... no tengo talento... Él tiene todos los papeles, todos los documentos.
LA VIEJA (como un eco). — Él tiene todos los documentos.
EL VIEJO. — Un poco de paciencia, señor, os lo suplico... Debe venir.
LA VIEJA. — Debe venir dentro de un instante.
EL VIEJO (para que el Emperador no se impaciente). — Escuchad, Majestad, tuve la revelación hace ya mucho tiempo... Yo tenía cuarenta años. Lo digo también para ustedes señoras y señores... Una noche, después de comer y antes de acostarme, me senté, como de costumbre, en las rodillas de mi padre... Mis bigotes eran más gruesos que los suyos y más puntiagudos... mi pecho más velludo... mis cabellos comenzaban a encanecer y los suyos estaban todavía negros… Había invitados, grandes personajes, en la mesa y se echaron a reír, a reír.
LA VIEJA (como un eco). — A reír... a reír...
EL VIEJO. — "Yo no bromeo —le dije—. Quiero mucho a mi papá". Me contestaron: "Es medianoche y un niño no se acuesta tan tarde. Si no va usted a la cama es que no es usted un chiquillo". Yo no les habría creído si no me hubieran tratado de usted...
LA VIEJA (como un eco). — De usted...
EL VIEJO. — En vez de tú.
LA VIEJA (como un eco). — Tú.
EL VIEJO. — Sin embargo, pensé, no estoy casado. Por lo tanto soy todavía niño. Me casaron en el mismo instante, sólo para demostrarme lo contrario... por suerte, mi esposa me ha servido de padre y de madre...
LA VIEJA. — El Orador debe venir, Majestad.
EL VIEJO. — El Orador vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá, vendrá.
LA VIEJA — Vendrá, vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Viene.
EL VIEJO. — Viene.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
EL VIEJO. y LA VIEJA. — Está ahí.
LA VIEJA — ¡Aquí está!

(Silencio; se interrumpen todos los movimientos. Petrificados, los dos VIEJOS fijan la mirada en la puerta Nº 5. La escena permanece inmóvil durante bastante tiempo, alrededor de medio minuto. La puerta se abre de par en par muy lenta y silenciosamente. Luego aparece El. ORADOR, es un personaje real. Tiene el tipo del pintor o el poeta del siglo pasado: sombrero de fieltro negro con anchas alas, corbata de lazo, blusa de marinero, bigote y barbita y el aire un tanto farsante y arrogante. Si los personajes invisibles deben tener la mayor realidad posible, EL ORADOR deberá parecer irreal. A lo largo de la pared de la derecha irá como deslizándose suavemente hasta el fondo, frente a la gran puerta, sin volver la cabeza a derecha ni izquierda. Pasara junto a LA VIEJA sin que al parecer la vea, ni siquiera cuando aquélla le toque el brazo para asegurarse de que existe. En ese momento LA VIEJA dirá):

LA VIEJA. — ¡Aquí está!
EL VIEJO. — ¡Aquí está!
LA VIEJA (que lo ha seguido con la mirada y seguirá ha¬ciéndolo). — Es él sin duda alguna. Existe en carne y hueso.
EL VIEJO (siguiéndolo con la mirada). — Existe. Es él. ¡No es un sueño! LA VIEJA. — No es un sueño, yo te lo había dicho.

(EL VIEJO entrelaza las manos, levanta los ojos al cielo y se arrebata de alegría silenciosamente. Cuando EL ORADOR llega al fondo se quita el sombrero, se inclina en silencio y saluda con su sombrero como un mosquetero y un poco como un autómata, al Emperador invisible. En ese momento):
EL VIEJO. — Majestad: os presento al Orador.
LA VIEJA. — ¡Es él!

(EL ORADOR se pone el sombrero en la cabeza y sube a la tarima, desde donde contempla al público invisible de la sala, las sillas. Adopta una actitud solemne).

EL VIEJO (al público invisible). — pueden pedirle autógrafos (Automáticamente, silenciosamente, EL ORADOR firma y distribuye innumerables autógrafos. Entretanto EL VIEJO vuelve a elevar los ojos al cielo y a entrelazar las manos y dice, jubiloso.) ¡Ningún hombre puede esperar más durante su vida!
LA VIEJA (como un eco). — Ningún hombre puede esperar más.
EL VIEJO (a la multitud invisible). — Y ahora, con autorización de Vuestra Majestad, me dirijo a todos ustedes, señoritas, caballeros, mis hijitos, mis queridos colegas, mis queridos compatriotas, señor Presidente, mis queridos compañeros de armas…
LA VIEJA (como un eco). — Mis hijitos... jitos... jitos...
EL VIEJO. — Me dirijo a todos ustedes sin distinción de edad, sexo, estado civil, categoría social y categoría comercial, para darles las gracias con todo mi corazón.
LA VIEJA (como un eco). — Darles las gracias...
EL VIEJO. — También el Orador les agradece... calurosamente... por haber venido en tan gran número... ¡Silencio, señores!
LA VIEJA. — Silencio, señores.
EL VIEJO. — Agradezco también a todos los que han hecho posible la reunión de esta noche, a los organizadores...
LA VIEJA. — ¡Bravo!

(Entre tanto, en la tarima, EL ORADOR sigue en actitud solemne, inmóvil, con excepción de la mano con la que firma autógrafos automáticamente).
EL VIEJO. — A los propietarios de este edificio, al arquitecto, a los albañiles que han elevado estas paredes...
LA VIEJA (como un eco). —...paredes...
EL VIEJO. —, A todos los que han cavado los cimientos… ¡Silencio, señoras y señores!
LA VIEJA (como un eco). —...ñores y señoras...
EL VIEJO. — No olvido, y les doy las gracias más sinceras, a los ebanistas que fabricaron las sillas en las que pueden sentarse, al artesano hábil...
LA VIEJA (como un eco). —...hábil...
EL VIEJO —...que hizo el sillón en el que se hunde blandamente Vuestra Majestad, lo que no le impide conservar un ánimo duro y firme. Gracias también a todos los técnicos, maquinistas, electrocutadores...
LA VIEJA (como un eco). —...tadores... tadores...
EL VIEJO —...a los fabricantes de papel y los impresores, correctores y redactores a los que debemos los programas, tan... lindamente adornados; a la solidaridad universal de todos los hombres. Gracias, gracias a nuestra patria, al Estado (se vuelve hacia el lado donde se halla el Emperador), cuya embarcación dirige Vuestra Majestad con la ciencia de un verdadero piloto... Gracias a la acomodadora...
LA VIEJA (como un eco). —...acomodadora... comodadora...
EL VIEJO (señala con el dedo a LA VIEJA). —...vendedora de bombones helados y de programas...
LA VIEJA (como un eco). —...gramas...
EL VIEJO. —...mi esposa, mi compañera... Semíramis...
LA VIEJA (como un eco). —...posa... ñera... ramis... (Aparte) Mi marido nunca se olvida de citarme.
EL VIEJO — Gracias a todos los que me han dado su ayuda financiara o moral, preciosa y competente, contribuyendo así al buen éxito total de la fiesta de esta noche... Gracias también, gracias sobre todo, a nuestro soberano muy amado, Su Majestad el Emperador.
LA VIEJA (como un eco). —...jestad el Emperador.
EL VIEJO (en un silencio total). —...Un poco de silencio... Majestad...
LA VIEJA (como un eco). —...jestad... jestad...
EL VIEJO. — Majestad, mi esposa y yo nada tenemos ya que pedir a la vida. Nuestra existencia puede acabar con esta apoteosis... Damos gracias al cielo porque nos ha concedido años tan largos y apacibles... Mi vida ha concluido su trayectoria. Mi misión se ha cumplido. No habré vivido en vano, pues mi mensaje le será revelado al mundo. (Gesto al ORADOR, quien lo advierte y rechaza moviendo el brazo, muy digno y firme, los pedidos de autógrafos.) Al mundo, o más bien a lo que queda de él. (Amplio gesto hacia la multitud invisible.) A usted¬es, señores, señoras y queridos camaradas, que son los restos de la humanidad, pero unos restos con los que todavía se puede hacer una buena sopa... Orador amigo... (EL ORADOR mira hacia otro lado.) Si durante largo tiempo he sido desconocido, desestimado por mis contemporáneos es porque debía ser así. (LA VIEJA solloza.) Ahora qué importa todo eso, puesto que te dijo a ti, mi querido Orador y amigo (El ORADOR rechaza un nuevo pedido de autógrafo y luego adopta una actitud de indiferencia y mira hacia todos los lados)...cuidado de hacer que irradie sobre la posteridad la luz de mi espíritu... Haz, pues, que conozca el universo mi filosofía. No omitas tampoco los detalles, ora ridículos, ora dolorosos, ora conmovedores, de mi vida privada, mis gustos, mi gula divertida... dilo todo... habla de mi compañera... (LA VIEJA redobla los sollozos.) ...de la manera como preparaba sus maravillosos pastelitos turcos, sus picadillos de conejo a la normanda... habla del Berry, mi región natal... Cuento contigo gran maestro y Orador... En cuanto a mí y a mi fiel compañera, tras largos años de trabajo en favor del progreso de la humanidad durante los cuales hemos sido soldados de una causa justa, sólo nos queda retirarnos... ahora mismo, para poder hacer el sacrificio supremo que nadie nos exige, pero que realizaremos de todos modos.
LA VIEJA (sollozando). — Sí, sí, moriremos en plena gloria… moriremos para entrar en la leyenda... Por lo menos tendremos nuestra calle...
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Oh, tú, mi fiel compañera... tú, que has creído en mí sin desfallecimiento durante un siglo, que nunca me has abandonado! He aquí que, en este momento supremo, la multitud nos separa sin compasión…
Quiero, no obstante, que nuestros huesos terminen bajo la misma piel, que los gusanos en tumba única pudran la carne de la vejez.
LA VIEJA. —...de la vejez...
EL VIEJO. — ¡Ay!... ¡Ay!
LA VIEJA. — ¡Ay!... ¡Ay!
EL VIEJO. — Nuestros cadáveres caerán el uno lejos del otro nos pudriremos en la soledad acuática... No nos quejamos demasiado.
LA VIEJA — ¡Hay que hacer lo que se debe hacer!
EL VIEJO — No nos olvidarán. El Emperador romano eterno se acordará siempre de nosotros.
LA VIEJA (como un eco). — Siempre.
EL VIEJO. — Dejaremos rastros, pues somos personas y no ciudades.
EL VIEJO y LA VIEJA (juntos). — ¡Tendremos nuestra calle!
EL VIEJO — Unámonos en el tiempo y en la eternidad si no podemos hacerlo en el espacio, como lo hicimos en la adversidad: muramos en el mismo instante... (Al ORADOR impasible, inmóvil.) Por última vez... Confío en ti... cuento contigo… Lo dirás todo... Transmite el mensaje... (Al Emperador.) Que Vuestra Majestad me disculpe... Adiós a todos... Adiós, Semíramis.
LA VIEJA — ¡Adiós a todos!... ¡Adiós, querido!
EL VIEJO — ¡Viva el Emperador!

(Arroja sobre el Emperador invisible confeti y serpentinas. Se oye música militar. Luz viva, como de fuegos artificiales)

LA VIEJA. — ¡Viva el Emperador!
(Arroja confeti y serpentinas en dirección del Emperador, y luego al ORADOR, inmóvil e impasible, y a las sillas vacías).

VIEJO (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!
VIEJA (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!

(EL VIEJO y LA VIEJA al mismo tiempo se arrojan cada uno por su ventana gritando: "¡Viva el Emperador!". Se hace bruscamente el silencio. Más fuegos artificiales. Se oye un "¡Ah!" a ambos lados de la sala y el ruido sordo de los cuerpos que caen al agua. La luz que entraba por las ventanas y la gran puerta ha desaparecido; sólo queda la luz débil del comienzo. Las ventanas a oscuras, quedan abiertas de par en par y sus cortinas flotan al viento.
EL ORADOR, que ha permanecido inmóvil e impasible durante la escena del suicidio doble, se decide por fin a hablar; frente a las hileras de sillas vacías da a entender a la multitud invisible que es sordomudo; hace señas como tal y esfuerzos desesperados para hacerse entender; luego deja oír ronquidos, gemidos y sonidos guturales de mudo)
EL ORADOR. — Je, mme, mm, mm,Ju, gou, hu, hu, gu; gu, gue...
(Impotente, deja caer los brazos a lo largo del cuerpo. De pronto se le ilumina el rostro. Se le ha ocurrido una idea y se vuelve hacia la pizarra negra, saca tiza del bolsillo y escribe con grandes letras mayúsculas):

ANGEPAIN

Y luego:
NNAA NNM NWNWNVV V
(Se vuelve de nuevo hacia el público invisible y le señala con el dedo lo que ha escrito en la pizarra).

EL ORADOR, — Mmm, Mmm, Gueu, Gu, Gu, Mmm, Mmm, Mmm, Mmmm.

(Luego, descontento, borra con gestos bruscos los signos trazados con tiza y los sustituye por otros, entre los que se distingue, en letras mayúsculas):

AADIOS ADIÓS APA

(De nuevo EL ORADOR se vuelve hacia la sala; sonríe, interrogador, y parece esperar que le han comprendido, que ha dicho algo. Muestra con el dedo a las sillas vacías lo que acaba escribir. Inmóvil durante unos instantes, espera, bastante satisfecho y un poco solemne, y luego, ante la falta de la reacción esperada, su sonrisa desaparece poco a poco y su rostro se ensombrece. Espera un poco más. De pronto saluda con humorismo y brusquedad y desciende de la tarima. Se dirige hacia la gran parte del fondo con su paso fantasmal; antes de salir por esa puerta saluda una vez más, ceremoniosamente, a las hileras de sillas vacías y al Emperador invisible. El escenario queda vacío con sus sillas, la tarima y el piso cubierto con serpentinas y papel picado. La puerta del fondo se abre de par en par a la oscuridad).

Se oven por primera vez los ruidos humanos de la multitud invisible: son risas, murmullos, chicheos y tosiqueos irónicos. Débiles al principio, esos ruidos se intensifican, y luego se van debilitando otra vez poco a poco. Todo esto debe durar el tiempo suficiente para que el público —el verdadero v visible— se vaya con este final bien grabado en la mente. El telón cae con mucha lentitud.

Abril-junio de 1951

En la representación el telón caía mientras mugía El. ORADOR mudo. Se suprimía la pizarra.