23/2/21

ANONIMO. FARSA DE MAESE PATELÍN.

 







ANONIMO


FARSA DE MAESE PATELÍN


PERSONAJES

 

 

PATELÍN,   abogado.

GUILLERMINA,   su mujer.

GUILLERMO,   pañero.

CORDERILLO,    pastor.

JUEZ.

Mujeres que compran ante el tenderete del pañero.

Curiosos que contemplan el juicio.

La acción transcurre en una villa del siglo XV.


A la derecha, tenderete del pañero.


A la izquierda, casa de Patelín.



 

Casa de PATELÍN. GUILLERMINA está sentada haciendo labor. PATELÍN pasea impaciente. 


 

PATELÍN.-  ¡Ah, Virgen Santa! Por más que me esfuerzo en ingeniármelas, por más que me rompo la cabeza, no conseguimos ver delante de las narices unos miserables ochavos. ¡Y pensar que antes tenía todos los pleitos que me daba la gana!


GUILLERMINA.-   (Sin levantar la vista.)  En eso mismo estaba pensando yo. Estás desprestigiado entre tus compañeros de profesión. Recuerdo aquellos tiempos en que todo el mundo te buscaba como abogado defensor. Ahora te llaman el abogado sin pleitos.


PATELÍN.-  Y, sin embargo, no es por alabarme, porque tú lo sabes, no hay en la ciudad ni en toda la comarca hombre más hábil que yo, exceptuando al alcalde.


GUILLERMINA.-   (Levanta la vista.)  Sí, pero él tiene estudios.


PATELÍN.-  ¿Acaso yo, sin estudios, no soy capaz de ganar las causas que se me confían? Además sé cantar los responsos con el cura como si hubiera estado estudiando más años que Carlomagno guerreando en España contra los moros.


GUILLERMINA.-  ¿Y eso de qué nos sirve? La realidad es que nuestra situación es insostenible. Estamos sin comida y nuestros vestidos presentan un aspecto tan deplorable que parecemos mendigos. ¿De qué sirven todas tus astucias?


PATELÍN.-  ¡Calla! Por mi alma que estoy decidido a poner en juego todo mi ingenio. Verás cómo soy capaz de encontrar buenos vestidos para los dos y hasta un sombrero para ti. Al que madruga Dios le ayuda; saldremos de este apuro y volveremos a la prosperidad de antaño. Y si he de mostrar todas mis habilidades, verás cómo no tengo rival en el arte de pleitear.


GUILLERMINA.-   (Irónica.)  Por Santiago, que no tienes rival en el arte de... embaucar y de engañar. Para eso no conozco maestro más consumado.


PATELÍN.-  ¡No, por Dios! Yo no engaño. Ejerzo el oficio de... abogacía.


GUILLERMINA.-  Mejor diríamos... de marrullería. Y no creas que no es sorprendente que sin leyes y sin estudios eres considerado como uno de los talentos más notables de la ciudad. Y todo por tu marrullería...


PATELÍN.-  Ya. Dejémonos de charlas inútiles. ¿Tú crees que todos los que presumen de abogados lo son? Me voy al mercado.


GUILLERMINA.-    (Se levanta, sorprendida, y deja la labor.)  ¿Al mercado?


PATELÍN.-  ¿Por qué no? Al mercado, preciosa. ¿Te disgusta que vaya a comprar paño o cualquier otro capricho para nuestro ajuar? Al fin y al cabo no tenemos ni un vestido presentable.


GUILLERMINA.-  Pero si no tenemos una perra gorda, ¿cómo te las compondrás?


PATELÍN.-   (Burlón.)  ¡Ah!, ¿pero tú no lo sabes, cariño? Si antes de dos horas no tenemos paño suficiente para hacernos vestidos para los dos, te permito que me insultes cuanto te plazca. ¿Qué color te parece más lindo? ¿Un verde grisáceo? ¿O de paño de Bruselas? Vamos, dímelo en seguida.


GUILLERMINA.-    (Entusiasmada, sigue el juego.)  Toma lo que te den. No se puede ser exigente cuando no se tiene dinero.


PATELÍN.-    (Contando con los dedos.)  Para ti, seis varas y media, y para mí, ocho... o diez. Así que en total son...


GUILLERMINA.-  Mides por todo lo alto. Pero, ¿de dónde sacaremos el dinero?


PATELÍN.-  ¿Qué importa? Nos lo prestarán con gusto..., para devolvérselo el día del Juicio Final. Pues me parece que no podrá ser antes.


GUILLERMINA.-  Si es así, supongo que algún tonto pagará la broma.


PATELÍN.-  No pases cuidado, Guillermina.  (Juega con una moneda.)  ¡Basta un maravedí! Te traeré el paño. ¿Gris o verde?... ¡Ah, y para un jubón harán falta dos varas! ¿O tres...?


GUILLERMINA.-  Eso es, tres varas.  (PATELÍN hace ademán de salir.)  Vete con Dios, y no te olvides de pasar por la taberna y échate un buen trago, si encuentras quien te lo pague.


PATELÍN.-  Descuida, que así lo haré.  (Sale.) 


 

(GUILLERMINA le ha ayudado a ponerse la capa para salir a la calle. PATELÍN llega ante la tienda del pañero que está acabando de despachar a una mujer.)


 

PATELÍN.-    (Dudando un poco.)  ¿No es aquí? Madre mía, a mis años metido en líos de trapos y en trapacerías. ¡A la paz de Dios, Maese Guillermo!


PAÑERO.-  ¡Bien venido, Maese Patelín!


PATELÍN.-  ¿Cómo va esa salud? ¡Cuántas ganas tenía de verte!


PAÑERO.-  La salud va bien, gracias a Dios.


PATELÍN.-  Venga esa mano.  (Se dan la mano.)  ¿Cómo van las cosas?


PAÑERO.-    (Algo sorprendido.)  Bien, Maese Patelín, bien. Y dispuesto para lo que quieras.


PATELÍN.-  Por San Pedro que estoy enteramente a tu disposición. De manera que ¿tienes motivos para estar satisfecho?


PAÑERO.-  ¡Psé, vaya! Los comerciantes no siempre podemos hacer lo que queremos.


PATELÍN.-  ¿Acaso no marcha el negocio? Supongo que esto te dará para vivir holgadamente.


PAÑERO.-  Para ir tirando, amigo mío, para ir tirando.


PATELÍN.-  ¡Ah! ¡Qué inteligente e instruido era tu padre! ¡Virgen Santa! Pero si es increíble. Cuanto más te veo más me da la impresión de estar delante de él. Pero si es que sois requeteiguales. Te pareces a él como un retrato a su original. ¡Qué comerciante más sagaz y honrado era! Si Dios concede el perdón a alguna de sus criaturas, que le dé la Gloria eterna a su alma.  (Se santigua.) 


PAÑERO.-   (Medio embobado.)  ¡Amén! Que así haga con todos nosotros cuando sea el momento.


PATELÍN.-   (Lanzado.)  ¡Cuántas veces me profetizó con todo detalle los calamitosos tiempos que nos iba a tocar vivir! Qué bien lo recuerdo todo! ¡Y hay que ver cómo era estimado por todos! Se le consideraba como uno de los hombres más cabales.


PAÑERO.-    (Le ofrece asiento.)  Siéntate, por favor. Y perdona, que estaba distraído.


PATELÍN.-  Estoy bien, no te molestes. Como te decía...


PAÑERO.-   (Insiste.)  Hazme este honor... Siéntate.


PATELÍN.-  Si tanto insistes... Como te decía, tu padre tenía en mí mucha confianza. Pero, ¡válgame Dios! Aquí están sus orejas, su nariz, su boca..., sus ojos. ¡Oh, nunca un hijo se pareció tanto a su padre! Eres él mismo en persona. Parecéis como sacados del mismo molde. Sois como dos ruedas del mismo carro... Y tu querida tía Lorenza, ¿vive todavía?


PAÑERO.-  ¿Y por qué no?  (Se sienta delante de PATELÍN.) 


PATELÍN.-  ¡Qué hermosa dama! Alta, esbelta,  (Gestos exagerados.)  llena de armonía en sus andares. De verdad, que te pareces a ella una barbaridad. No hay en todos estos contornos dos beldades semejantes. ¡Válgame Dios! Cuanto más te contemplo más me parece estar delante de tu padre. Parecéis dos gotas de agua. ¡Qué bachiller más barbián era el buen hombre! ¡Y qué honradez la suya! ¡Y cómo sabía fiar sus géneros a sus amigos!  (Gesto de desconfianza, algo retardado, del PAÑERO.)  ¡Que Dios le perdone! ¡Y cómo reía el bribón! ¡Plegue a Jesucristo que el mejor de los hombres se le pareciera! Así se acabarían de una vez para siempre los robos, los abusos, los fraudes...  (Manoseando una pieza de paño.)  ¡Qué bien tejido está este paño! ¡Qué suave y qué ligero!


PAÑERO.-   (Con vanidad ingenua.)  Es de lana de mis ovejas.


PATELÍN.-  ¡Caramba! ¡Qué bien sabes administrar tu hacienda! ¡No desdices para nada de tu linaje! Trabajas tanto como tu padre.


PAÑERO.-  ¿Qué se le va a hacer? Hay que cuidarlo todo para poder vivir.


PATELÍN.-    (Tocando otro paño.)  ¿Es de lana éste? Es tan fuerte como el cordobán.


PAÑERO.-  ¡Ah! Ese en un estupendo paño de Ruán, muy bien tejido, por cierto.


PATELÍN.-  De verdad que tendré que marcharme, porque este paño me está tentando. Ya te lo puedes imaginar, pasaba por aquí sin la menor intención de comprar nada y veo que te vas a quedar con treinta o cuarenta escudos de los que llevo para negociar una renta. El color de este paño me seduce tanto que no voy a resistir.


PAÑERO.-  ¿Cómo? ¿Hablas de escudos? ¿Y de oro? ¿Y no les daría lo mismo a los que van a negociar con esa renta que fueran de plata?


PATELÍN.-  Naturalmente, si yo lo quisiera. Pago como me da la real gana.  (Vuelve a palpar el paño.)  ¡Qué bueno es! Cuanto más lo veo más me entusiasma. Tengo que hacerme un vestido de él para mí y otro para mi mujer.


PAÑERO.-  Buen ojo tienes. Algo carillo es el paño, pero ya se sabe, lo bueno... Quince o veinte escudos se te irán en seguida en él.


PATELÍN.-  ¡Cueste lo que cueste! Todavía me quedan unos ahorrillos de los que no sabe ni mi mujer.


PAÑERO.-  ¡Loado sea Dios! Por San Pedro que no pido yo tanto.


PATELÍN.-  En resumen, que me voy a quedar con este paño.


PAÑERO.-  Pues quédate con él, aunque no tuvieras un ochavo.


PATELÍN.-   (Aparte.)  Nadie mejor que yo lo sabe. Eres magnánimo como tu padre.


PAÑERO.-  ¿Quieres este azul claro?


PATELÍN.-  Ante todo, ¿cuánto costará la primera vara? Hay que pagar primero a Dios. Es de justicia.  (Saca una monedilla.)  Toma este maravedí. No hagamos nada sin invocar el nombre de Dios. Sea éste mi diezmo.


PAÑERO.-  Por Dios, qué honrado eres. No puedes imaginarte la satisfacción que me da. ¿Quieres saber cuál es mi precio de amigo?


PATELÍN.-  Sí.


PAÑERO.-  Por ser para ti, veinticuatro sueldos la vara...


PATELÍN.-  ¿Me tomas por necio? ¡Veinticuatro sueldos!


PAÑERO.-  Es el precio que me cuesta a mí. Te lo juro por mi alma. Pierdo dinero si te lo llevas.


PATELÍN.-  Por Santa María que es demasiado.


PAÑERO.-  No sabes cómo se ha encarecido el género. Todas mis ovejas han perecido este invierno a causa del rigor del frío.


PATELÍN.-  Veinte sueldos, y no soy avaro.


PAÑERO.-  Te juro que no puedo rebajar nada. Espera el día del mercado y verás cómo está todo por las nubes. El vellón, que de ordinario está regalado, me costó este año, por San Miguel, ocho reales.


PATELÍN.-  Basta. Si es así, no discutamos más. Lo compro. Mide ya.


PAÑERO.-  ¿Cuánto deseas, por fin?


PATELÍN.-  ¿Cuánto? Es fácil de calcular. ¿Qué ancho tiene?


PAÑERO.-  Este seis cuartas.


PATELÍN.-  Entonces,  (Fingiendo calcular.)  para mí ocho varas, y para mi mujer..., está algo gorda..., sí, unas diez. Son dieciocho... ¡Bah, es demasiado!... ¡Qué papanatas soy!


PAÑERO.-  No faltan más que dos varas para hacer las veinte justas.


PATELÍN.-  De acuerdo. Tomaré las veinte y así tendré para hacerme un gorro.


PAÑERO.-  Vamos a medir.  (Saca la vara.)  Aguanta el paño. Y contemos bien, sin sisar. Una..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis...  (Va midiendo.) 


PATELÍN.-  Por el diablo. No falta ni sobra un hilo.


PAÑERO.-  ¿Lo mido segunda vez, al revés?


PATELÍN.-  No hace falta. Ya se sabe que en las compras siempre se gana o pierde algo. ¿Cuánto el total?


PAÑERO.-  Vamos a verlo... A veinticuatro sueldos la vara..., me debes doce escudos.


PATELÍN.-  ¡Eh!... Por una vara...  (Fingiendo contar.)  Doce escudos.


PAÑERO.-  Eso es, doce escudos.


PATELÍN.-  De acuerdo. ¿Quieres hacerme crédito hasta que vengas a mi casa? ¿Crédito? ¡Quiá! Te pagaré en mi casa en oro o en moneda de plata, como quieras.


PAÑERO.-  ¡Virgen Santa! Me causa grave trastorno ir a tu casa.


PATELÍN.-  ¿Trastorno dices? Por San Gil, que no encontrarías mejor ocasión para venir a mi casa a beber un buen vaso de vino. Nada, nada. Vamos a brindar.


PAÑERO.-  Por Santiago que no hago más que beber. Y esto de dar género a crédito me escama un poco.


PATELÍN.-  Pero ten en cuenta que habrá oro de ley. Y además nos comeremos un sabroso ganso que mi mujer está asando ahora.


PAÑERO.-  Por San Juan, que no hago más que comer. Este hombre me vuelve loco con sus promesas. Pero ¿no podrías darme ahora los doce escudos?


PATELÍN.-  Pardiez, cualquiera va en estos tiempos con doce escudos de oro por la calle. Vamos a comernos el ganso, que ya estará asadito.


PAÑERO.-  Vete delante. Yo voy a recoger un poco la tienda y te sigo. Ya te llevo el paño.  (Coge la pieza.) 


PATELÍN.-  No te molestes.  (Le quita la pieza.)  No supone peso bajo la capa.


PAÑERO.-  No importa. Es mejor que lo lleve yo, por cortesía.  (Repiten el juego.) 


PATELÍN.-  Nada, nada. Bajo la capa. Así, como no soy gordo, parecerá que tengo barriga. Mala fiesta me dé Santa Magdalena si consiento que lleves tú el paño.  (Lo oculta bajo la capa.)  Vamos a beber y a reír en mi casa todo el tiempo que estemos juntos.


PAÑERO.-  Sí, sí.  (Vencido.)  Pero tú me darás el dinero tan pronto llegue.


PATELÍN.-  Claro, hombre. O después de comernos el ganso. ¿Qué más da? Así te hará más provecho el vinillo de la tierra. ¡Ah! Tu padre, siempre que pasaba, me decía: «¡Hola, compadre! ¿Cómo van las cosas?» Pero a vosotros, los ricos, os importa un comino la gente pobre.


PAÑERO.-  Eh, eh..., que nosotros somos más pobres...


PATELÍN.-    (Cortando.)  ¡Hasta luego! Ven pronto, que habrá buena comilona  (Marchando.)  y levantaremos el codo..., Maese Guillermo.


PAÑERO.-  Sí, sí..., pero pagarás en oro...


PATELÍN.-   (Solo.)  ¿En oro? Ya le pueden ahorcar si cree que ha vendido el paño que le va a enriquecer. No ha querido rebajar nada, pues va a saber quién soy yo. ¡Quiere oro! ¡Que se lo fabrique el moro! Ya puede echar a correr, si quiere atrapar el oro.


PAÑERO.-   (Solo.)  Los escudos que me dará los voy a esconder, para que aumenten el número de los que ya están a la sombra. No hay comprador astuto que no se encuentre pon un vendedor que lo sea más. ¡Cómo se ha dejado engañar! ¡Compra a veinticuatro sueldos lo que no vale veinte! Y  (Recogiendo las cosas.)  ahora en su casa..., oro..., vino... y un sabroso ganso... ¡Ja, ja, ja...!


 

(En casa de PATELÍN. GUILLERMINA acogerá con escepticismo a PATELÍN al principio. Luego se entusiasmará con la tela y probará las posibilidades de la tela sobre los cuerpos jugando a enrollarlos con ella.)


 

PATELÍN.-  ¿Qué tengo aquí?


GUILLERMINA.-    (Sorprendida.)  ¿Qué te pasa?


PATELÍN.-  ¿Dónde está tu vestido de domingo, aquel un poco raído por los muchos años que llevaba en uso?


GUILLERMINA.-  ¡Ay de mí! ¿Es de buen esposo burlarse de su mujer?


PATELÍN.-  Pero, ¿qué tengo aquí?


GUILLERMINA.-  ¿Qué te ocurre?


PATELÍN.-  Ya te lo decía yo. ¿Ves?  (Muestra el paño, oculto hasta ahora.) 


GUILLERMINA.-  ¡Por Nuestra Señora! ¿Quién lo pagará?


PATELÍN.-  Ya está pagado.


GUILLERMINA.-  No tienes un mal ochavo. ¿Quién lo pagará?


PATELÍN.-  Tenía al salir de aquí un maravedí.


GUILLERMINA.-  ¡Ah, ya entiendo! Te has comprometido ante notario.


PATELÍN.-  No.


GUILLERMINA.-  Has firmado un pagaré.


PATELÍN.-  No.


GUILLERMINA.-  Pero, ¿qué triquiñuela has empleado?


PATELÍN.-  Me limité a pagar el diezmo a Dios, como en todo negocio honrado. Ya sabes, se da el diezmo y trato hecho. He obrado con arreglo a la ley. El pañero Guillermo guardó el diezmo y aquí está el paño.


GUILLERMINA.-  Pero, ¿cómo ha accedido Maese Guillermo, si es un avaro redomado?


PATELÍN.-  Se lo he urdido tan bien, le he dado tantas alabanzas, que hubiera sido capaz de regalármelo. Le decía que su difunto padre era muy campechano: «¡Ah, amigo, qué excelente parentela la tuya. Perteneces a la familia más distinguida de la comarca.» Te confieso que procede de una ralea que es la más ruin partida de villanos.  (Ríe.)  Y además le dije: «¡Con qué generosidad prestaba tu padre sus buenos escudos o dejaba a crédito su mercancía!» Se hubiera dejado arrancar una muela, el muy cocodrilo, antes que soltar una palabra amable. Pero, en fin, le he enjabonado tanto, que me ha fiado las veinte varas.


GUILLERMINA.-  ¿Para no pagárselas nunca?


PATELÍN.-  Así es. ¿Pagárselas? ¡Que se las pague el diablo!


GUILLERMINA.-  ¡Qué gracia! Me has recordado la fábula del cuervo que, subido en un árbol, estaba con un queso en el pico. Llegó la zorra y empezó a decirle: «¡Qué cuerpo más hermoso tienes! ¡Y qué voz más armoniosa!» Y el tonto del cuervo, al oír alabar así su canto, abrió el pico para cantar y dejó caer el queso. Así has hecho tú con Maese Guillermo. Y te has traído el paño, como la zorra el queso.  (Ríen los dos.)  Pero, ¿reirá también el mercader?


PATELÍN.-  Viene a comer un ganso con nosotros.  (Sorpresa de GUILLERMINA.)  Pero ya sé lo que hay que hacer. De seguro que vendrá gruñendo para que se le dé pronto su dinero. Pero yo me acostaré, como si estuviese enfermo. Y cuando venga le dirás: «¡Oh, habla bajo!» Gemirás, pondrás cara contristada. «¡Ay, dirás, está postrado en el lecho desde hace cinco o seis semanas! El pobre está en las últimas.»


GUILLERMINA.-   (Pensativa.)  Ya veo lo que he de hacer, pero me temo que la Justicia venga a mezclarse en el lío. Podíamos pasarlo ahora peor que antaño.


PATELÍN.-  ¡Calla! Sé muy bien lo que hago. Hay que obrar así.


GUILLERMINA.-  Acuérdate de aquel sábado en que se te puso en la picota. Tú sabes la vergüenza que pasamos y cómo te gritaban por tus marrullerías.


PATELÍN.-  Basta de habladurías. Va a venir. Es preciso retener el paño a toda costa. Me voy a la cama. No hay tiempo que perder.


GUILLERMINA.-  Vete ya.  (Ríe.) 


PATELÍN.-  No te rías, insensata.


GUILLERMINA.-  No te preocupes. Mis lágrimas le van a conmover.  (Se queda mirando el paño complacida.) 


 

(La escena que sigue es muy movida. PATELÍN estará en la cama, o bien fingirá estar en ella tras las cortinas. Llevará largo camisón de dormir y gorro con una borla. Cuando se haga el loco puede echar mano de una escoba, ponerse una cacerola como sombrero, etcétera. Si está escondido tras las cortinas, sacará la cabeza de vez en cuando.)


 

PAÑERO.-    (Antes de entrar.)  Y ahora el oro, un asadito de ganso y una buena curda...  (Ríe, golpea la puerta.)  ¡Ah, de la casa! ¡Maese Patelín!  (Escucha.)  ¡Ah de la casa!  (GUILLERMINA esconde el paño en un arcón.) 


VOZ DE GUILLERMINA.-  No grites, buen hombre  (Llora.) 


PAÑERO.-  ¡Maese Patelín!


GUILLERMINA.-  Por amor de Dios, habla más bajo.


PAÑERO.-    (Entra.)  Dios te guarde, señora.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, más quedo!


PAÑERO.-  ¿Cómo?


GUILLERMINA.-  ¡Más quedo, por mi alma!


PAÑERO.-  ¿Está él en casa?


GUILLERMINA.-  ¿Que si está aquí? ¡Dios mío, en qué otra parte podría estar! Aquí lleva en cama más de once semanas.


PAÑERO.-  ¡Un momento! ¿De quién hablas?


GUILLERMINA.-  ¡Ay, perdóname! No me atrevo a levantar la voz. Más bajo. Su enfermedad le ha atropellado tanto...


PAÑERO.-  ¿Pero a quién?


GUILLERMINA.-  A Maese Pedro Patelín, señor, mi marido.


PAÑERO.-   (Algo desconcertado.)  Pero..., ¿no ha estado él mismo en mi casa comprando paño?


GUILLERMINA.-  ¿Quién? ¿Él?


PAÑERO.-  Claro. No hace un cuarto de hora estuvo en mi casa... No más rodeos. Págame mi dinero.


GUILLERMINA.-  ¡Ay! No es momento de bromear. Pobre marido mío.


PAÑERO.-  Venga, mi dinero. ¿Estás loca? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  Ciertamente no has escogido el mejor momento para hacer esta broma. Anda y cuéntaselo a cualquier desocupado... ¡Ay!


PAÑERO.-  ¡Basta de bobadas! Haz salir a Maese Patelín.


GUILLERMINA.-  ¡Enhoramala hayas entrado en esta casa!


PAÑERO.-  Ahora, maldiciones. ¿Pero no estoy en casa de Maese Pedro Patelín?


GUILLERMINA.-  Sí. Pero habla bajo. ¿Quienes que se despierte?


PAÑERO.-  ¡Más bajo! ¿Cómo? ¿Al oído? ¿En el fondo del pozo? ¿En la bodega?


GUILLERMINA.-  ¡Dios mío! ¡Qué hombre! ¿Y siempre gritas así?


PAÑERO.-  ¡Que se me lleve el diablo, si lo hago adrede! Si quieres que hable más bajo, págame mi dinero. Maese Patelín se ha llevado de mi tienda veinte varas de paño. Págalas.


GUILLERMINA.-   (Levanta la voz.)  ¿Acabaremos de una vez con esta historia? Ojalá se pudiera colgar a todos los mentirosos.  (Llora.)  ¡Pobre marido mío, sin salir del lecho desde hace once semanas!  (Gritando.)  ¡Lárgate ya, comerciante malandrín!


PAÑERO.-  Y me decías que hablase más bajo. Virgen Santa, cómo gritas.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, sí! ¡Más bajo, más bajo!


PAÑERO.-  Si me das el precio de mi paño, me marcharé...


GUILLERMINA.-    (Haciéndose la loca.)  ¿Puedes hablar más bajo, sí o no?


PAÑERO.-   (Desbordándose ya.)  Eres tú quien le va a despertar. Pero si gritas cuatro veces más que yo. Págame de una vez. Págame.


GUILLERMINA.-  Bueno está el pobre para andar comprando paños. Ya no se pondrá otra vestidura que el sudario, y no se moverá de donde está sino con los pies para adelante.


PATELÍN.-    (Desde dentro.)  ¡Guillermina!  (Voz fúnebre.)  Tráeme la tisana. Levántame, sujétame la almohada. ¿Con quién hablo? El aguamanil. Frótame la planta de los pies.


PAÑERO.-  Le oigo ahí.


GUILLERMINA.-  Sí.


PAÑERO.-  No lo entiendo.


PATELÍN.-  ¡Ah, maldición! Ven acá. ¿Quién te ha mandado abrir las ventanas? ¡Echa a esos espantajos negros! Mármara, carimari, carimara. Llévatelos, llévatelos.


GUILLERMINA.-  ¡Ay cómo desbarra el pobrecito mío! No está en sus cabales.


PATELÍN.-  ¿Ves ese monje negro que vuela? Cógelo, cógelo, ponle rápidamente el sambenito. ¡Al gato, al gato!  (Saca la cabeza con gorro de dormir. Ríe. Desaparece.)  ¡Cómo vuela, cómo sube!


GUILLERMINA.-   (Al PAÑERO.)  ¿No te da vergüenza? ¡Dios mío, cómo se agita!


PATELÍN.-  Esos médicos me han matado con los brebajes que me han dado. Nos manejan como a peleles.  (Al PAÑERO.)  ¿Eres tú el boticario?


GUILLERMINA.-   (Al PAÑERO.)  Acércate. Verás cómo está el pobre...


PATELÍN.-    (Mostrándole la escupidera.)  ¿Debo ponerme otra lavativa?


PAÑERO.-   (Con gesto de asco.)  ¡Qué sé yo! ¿Acaso es de mi incumbencia? Quiero mis doce escudos de oro.


PATELÍN.-   (Hace ruidos guturales, como de arrojar.)  ¡Maese Juan, no quiero ya tus píldoras negras! Me han hecho polvo la boca. No las quiero tomar porque me hacen devolverlo todo.  (Gestos guiñolescos. Ruidos característicos.) 


PAÑERO.-  ¿Devolverlo todo, dices? Pardiez, mis doce escudos de oro no me han sido devueltos.


GUILLERMINA.-  No le incomodes más. Deberían colgar a todos los pesados.


PAÑERO.-    (Detrás de GUILLERMINA.)  No. Por el Dios que me dio vida, no marcharé sin mi dinero o mi paño.


PATELÍN.-    (Mostrando la escupidera.)  Mira la orina, Maese Juan. ¿Qué significado tiene? ¿Indica que estoy en la agonía? Yo no quiero morir.  (Arroja la escupidera. Se revuelca en el lecho sollozando. Lloriquea, gime.)  Yo no quiero morir.


GUILLERMINA.-  Márchate pronto. ¿Te parece bonito darle quebraderos de cabeza?


PAÑERO.-  Dime, ¿y es halagador perder mi paño? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, cómo atormentas a este hombre! ¡Qué malvado eres! ¿No ves que te toma por su médico? Once semanas sin respiro, pobre marido mío.


PAÑERO.-  ¿Cómo pudo ocurrir este accidente?  (Reflexionando para sí.)  Porque él vino a mi casa... ¿Era él o no era él? Si no era él, ¿quién pudo venir? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  Maese Guillermo, tú no tienes demasiada memoria. Los médicos van a venir pronto para celebrar consulta y no quiero que te echen a ti la culpa de que mi marido haya empeorado.


PAÑERO.-  ¡Pardiez! ¿Estaré mal de la cabeza? Amiga mía, escúchame. ¿No tienes un ganso o un pavo al fuego?


GUILLERMINA.-  ¿Un ganso? ¡Vaya comida para un enfermo! Vete a comer a tu casa. Sólo faltaría eso, que te quisieras quedar a comer aquí.


PAÑERO.-  Perdóname. No te disgustes... Yo creía firmemente, y aún creo todavía... Ahora bien, esto... ¡Pero tengo que saberlo todo!  (Reflexiona.)  ¡No! Todo esto no hay quien lo entienda. Este hombre se está muriendo, o al menos lo remeda muy bien... ¡Pero él se trajo las veinte varas bajo el sobaco!  (Mientras, GUILLERMO finge llorar y sigue sus reflexiones a la vez.)  Pero no. Virgen Santa. Él no las tiene. Yo habré soñado. Jamás me ha ocurrido que yo diera, ni dormido ni despierto, mi paño a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo. Y yo no habría fiado mi paño... ¡Él tiene mi paño!  (Sueña un poco.)  Pero él no lo tiene. ¡Es evidente! Sin embargo, Santo Dios, él lo tiene. Él estaba allí y ahora está aquí. ¿Ahora está enfermo y antes estaba en mi tienda? ¿Y el paño?  (GUILLERMINA mira hacia donde está escondido el paño.)  ¡No entiendo una palabra de este lío! Voy a ver si me he equivocado...  (Sale. PATELÍN y GUILLERMINA siguen el juego.) 


PATELÍN.-    (Bajito.)  ¿Se ha ido ya?


GUILLERMINA.-  Espera un poco. Puede que escuche.  (Se asoma a la puerta, mira cómo se marcha. Cierra la puerta y se echa a reír.)  Se va farfullando no sé qué. La rabia que debe de llevar.


PATELÍN.-   (Riéndose.)  A fe mía que no podía resistir más. Menuda paliza le hemos dado.


GUILLERMINA.-  ¡Qué castigo para su avaricia!  (Ríe.) 


PATELÍN.-  Esperemos para reír. Si vuelve, nos la arma. Y tengo mis sospechas.


GUILLERMINA.-  Marido mío, que se aguante el que pueda, que yo reviento de risa. Vuelve el Pañero.


PAÑERO.-  Por el sol que luce en los cielos, que este abogado de agua dulce me ha engañado. ¡Cómo me hablaba de rentas, y de parientes, y de herencias, el muy truhán! Y entre tanto se llevó mi paño, porque no está en la tienda. Ya me ha tomado demasiado el pelo.  (Golpea la puerta.)  ¡¡Maese Patelín!!  (Insiste.) 


 

(PATELÍN dentro de casa se disfraza rápidamente con lo primero que encuentra a mano. Se monta en una escoba. Cubre su cabeza con una cacerola y echa a correr por la habitación como un niño. GUILLERMINA abre al PAÑERO, que se asusta ante las cabriolas de PATELÍN. GUILLERMINA contiene la carcajada ante la extrañeza del PAÑERO y las cabriolas de PATELÍN. La escena se hace a ritmo trepidante de farsa.)


 

GUILLERMINA.-  ¿Qué gritos son ésos?


PATELÍN.-   (A GUILLERMINA.)  Fingiré soñar. Abre.


PAÑERO.-  Y esas risas, ¿qué son? ¡Venga mi dinero!


GUILLERMINA.-  ¡Virgen Santa! ¿Quién ríe? No hay persona más apesadumbrada que yo. Se va de un momento a otro. Sueña, canta, balbucea, masculla, ensartando un montón de disparates. Y yo río y lloro al mismo tiempo.


PAÑERO.-  No me importa saber de qué ríes ni de qué lloras. Págame ahora mismo. Mi dinero.


GUILLERMINA.-  ¿Estás loco? ¿Ya vuelves otra vez con tu pesada broma?


PATELÍN.-   (Entra como loco.)  ¡He aquí a la reina de las guitarras! ¡Que se me acerque! Quiero verla. Sé que acaba de tener veinticuatro guitarricos. Son tan requetemonos que quiero ser su padrino.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, marido mío, piensa en Dios y no en guitarras!


PAÑERO.-  ¡Atajo de necios! Lo que importa aquí es que se me pague el paño. Que Dios me confunda si vuelvo a prestar un hilo de mi paño.


PATELÍN.-   (Delirando.)  Per mon fel que s'en vol anar a ultramar; es un cas terrible qu'el gosset de la tía Malaena res no te dona si a la boca no s'asoma. Xeic, vitat?


GUILLERMINA.-  Parlotea en limosín. Tuvo un tío, ¿sabes?, o un cuñado, o una tía de por allá..., por allá abajo.


PAÑERO.-  Pero él se vino a la chita callando con mi paño bajo el sobaco.


PATELÍN.-    (A su mujer.)  Acércate, dulce damisela.  (Amenaza al PAÑERO con la escoba.)  ¿Qué quiere ese saco de malas intenciones? Qui es eixe que vol fer nona, para dormise'n la mona?


GUILLERMINA.-    (Medio riendo, medio llorando.)  Ay, marido mío, piensa en los últimos sacramentos, que el tiempo apremia.


PATELÍN.-  ¿De dónde surges tú, esperpento, careta bufa, estantigua, aquelarre...  (Canta.)  ¿Dónde está la china, matarile, rile, rile? ¿Dónde está la china, matarile, rile, rom? Zilop, zilop, zilop.


PAÑERO.-  ¡Oh, habla un lenguaje rarísimo! Yo quiero mi dinero o una garantía...


GUILLERMINA.-  Es que su madre era de Picardía...


PATELÍN.-  ¡Ah, floripondio de Valdovino! ¿Dónde están los habitantes de Bonreposio? ¡Pardiez!  (Se lleva las manos a las nalgas.)  ¿Qué es esto que se agarra a mis nalgas? ¿Es una vaca, es una mosca, es una musque, es un escara... escarabajo? ¡Ay, ay, ay! La diarrea, la diarrea, la diarrea...  (Entra corriendo.) 


PAÑERO.-  Por Santa María que nunca hubiera imaginado tal cosa. Está como para que le enjaulen. ¿Será posible que yo haya soñado que él estuvo esta mañana en mi tienda?


GUILLERMINA.-  ¿Todavía sigues aferrado a esa historia?


PAÑERO.-  Por Santiago, ¿qué remedio me queda hasta que encuentre mi paño? Pero estoy viendo...


PATELÍN.-   (Volviendo a la carga.)  ¿Es un pollino ese que habla tan fino?  (Rebuzna dos o tres veces.)  Oh, uis os bellacus esmoy que per la finestra saltaba un jamón. Malandrín, malandrón, este puercus es un follón.


PAÑERO.-  ¡Santa María! ¡Cómo desbarra! Esto no es lengua de cristiano ni nada que se le parezca. Para mí que el diablo anda metido en esto...


GUILLERMINA.-  ¿No ves que se muere? Tengo miedo de que sea demasiado tarde...


PATELÍN.-  ¡Por San Gibón, Guillermón, que te has bebido todo el porrón! Et bona dies sit vobis, magister amantissime, pater reverendissime... Ah, noi abbiamo taronchas in mercato. Il mercato, il mercato. ¿Qué quiere este marchante que es un poco mangante? ¿Pecunia? Dile que en la cama hay un ganso trufado. Comeremos et beberemus gansus trufatus seculentissimus. Pero la paciencia es la madre de la pachorra.


GUILLERMINA.-  Terminará, si sigue hablando de este modo. ¿Ves los espumarajos que echa? ¡Qué desconsolada me dejas, marido mío!  (Llora.) 


PAÑERO.-   (Aparte.)  ¡Más valdrá marcharse antes de que hinque el pico! Quizá tenga secretos que confesar.  (A GUILLERMINA.)  Estaba persuadido, a fe mía, que él tenía el paño. Pero desisto. Adiós, señora. Y que Dios le perdone.


GUILLERMINA.-  Adiós, buen hombre.


PAÑERO.-    (Solo.)  ¡Por mi salvación, que nunca me he sentido tan atontado! El diablo y no él se habrá llevado mi paño para tentarme. Y si es así, regalo mi paño al que me lo haya quitado.  (Sale.) 


PATELÍN.-   (Sólo con GUILLERMINA.)  Se va el pobre Guillermete, llevando bajo el bonete sus dudas y su enfadete.


GUILLERMINA.-  ¡Qué gracioso estaba reclamando su paño! ¿Qué tal desempeñé mi papel?


PATELÍN.-  Las veinte varas ya son nuestras.  (Las saca.)  Estuviste maravillosa.


GUILLERMINA.-   (Acariciando la tela.)  ¡Qué suave es la tela de lana!  (Tiende el extremo de la tela a PATELÍN y los dos se enrollan, uno por cada extremo.) 


 

(En la tienda del mercader de paños. En la puerta. GUILLERMO, el PAÑERO, está gruñendo por lo bajo hasta que llega CORDERILLO.)


 

PAÑERO.-  Todo el mundo me paga con mentiras y me roban todo lo que pueden. Parezco el rey de los desdichados. Hasta los simples pastores me engatusan. Ese pillastre de Corderillo se atreve a engañarme, a mí que no le he hecho más que bien.


CORDERILLO.-  Dios te bendiga, mi amo y te dé buenas tardes...  (Aparece temblando.) 


PAÑERO.-  ¡Truhán, bergante, chiquilicuatro! Ven aquí, pillo... que no sirves para nada.


CORDERILLO.-   (Con acento de campo.)  Señor, yo no quiero molestarte. Pero yo no sé qué tipo, vestido de ropajes rayados y con una fusta en la mano, pero sin cuerda, me estuvo hablando de no sé qué cosas que no pude comprender. Me hablaba de mi amo, y también de pleitos y de aplazamientos... y de querellas. Por Santa María que no he entendido casi nada. Hablaba de todo, y todo lo embrollaba, carneros, procesos, amo, tela, ovejas... en resumen, que no me he enterado de nada.


PAÑERO.-  ¿De qué monsergas me hablas? Vete. Ya nos veremos cuando te lleve ante el juez, y si no, que caigan sobre mí rayos y centellas, nieve y pedrisco, y hasta las tempestades y las borrascas. Tú no liquidarás más mis ovejas, acuérdate. Y me devolverás, ocurra lo que ocurra, mis veinte varas de paño, digo el precio de la matanza de mis borregos y el daño que me has hecho estos diez últimos años.


CORDERILLO.-  No creas a los maldicientes y calumniadores, mi amo. Te lo juro por mi alma...


PAÑERO.-  Por Nuestra Señora, que tú me devolverás antes del sábado mis veinte varas de paño. Quiero decir lo que me has perjudicado en mis bestias.


CORDERILLO.-  ¿Qué paño? Mi buen señor, tú estás furioso por otro caso, por lo que veo. Por San Benito, que no me atrevo a mirarte.


PAÑERO.-  ¡Déjame en paz! Vete a hacer gárgaras. Pero recuerda que habrá citación judicial.


CORDERILLO.-  Ten compasión, mi amo. ¡Por amor de Dios, que tengo mucho miedo de la justicia!


PAÑERO.-  Este asunto está bien claro. Vete. No voy a transigir nada; si no, llegará día en que todo el mundo se crea con derecho a robarme. A tu tarea, gandul. Ya responderás ante el tribunal.


CORDERILLO.-  Mi amo, que Dios te otorgue la mejor dicha  (Se va hacia la casa de PATELÍN.)  Tendré que buscarme un abogado que me defienda. Quizá éste. Porque este asunto está embrollado.  (En la puerta de la casa.)  ¡Ah, de la casa! ¡Hola! ¿Hay alguien?


 

(Durante las voces anteriores de CORDERILLO, GUILLERMINA y PATELÍN se sobresaltan. Una vez dentro CORDERILLO, GUILLERMINA, sin salir de escena, sigue la acción y la conversación apoyando con gestos, según convenga, como si tuviera miedo de que PATELÍN se equivocara en asunto de tanta importancia. Fingirá ocuparse limpiando con un trapo los peroles de bronce de la cocina.)


 

PATELÍN.-  Que me cuelguen del cuello si no es el Pañero, que vuelve.


GUILLERMINA.-  Por San Jorge, que también sería desgracia que volviera.


CORDERILLO.-  Dios te guarde, Maese Pedro.


PATELÍN.-  Dios te ayude, amigo. ¿Qué se te ofrece?  (GUILLERMINA respira, y se retira hacia el fondo de la escena, pero estará visible.) 


CORDERILLO.-  Señor, me van a juzgar por no sé qué faltas que me atribuye mi amo. Y temo no salir bien parado de esta citación. De manera que si no te parece mal, irás y me defenderás, mi buen Maese, porque yo no sé nada. Te pagaré bien, aunque me veas tan mal vestido. No te preocupes por eso; puedo pagar.


PATELÍN.-  Acércate, y habla otra vez. No te he entendido bien. Vamos a ver, ¿tú eres el demandante o el demandado?


CORDERILLO.-  Yo soy Teobaldo, y de mote, Corderillo, porque soy pastor.  (GUILLERMINA ríe.) 


PATELÍN.-  Eso a la vista está. Pero dime, ¿qué te pasa?


CORDERILLO.-  Tengo un asunto delicado. Yo llevaba a pacer las ovejas de mi amo. Y puedo jurar que las guardaba bien... Quiero decir que él me pagaba con ruindad... ¿Tengo que decirlo todo?


PATELÍN.-  Por supuesto. Hay que decírselo todo al abogado defensor.


CORDERILLO.-  Pues bien, la verdadera verdad es que yo las sacudía; quiero decir que, a veces, les daba algún garrotazo,  (Gestos expresivos.)  y, claro, como el garrotazo era fuerte, ¿me entiendes?, de esa manera caía más de una por muy sana y fuerte que estuviera. Y al amo le daba a entender, para que no me reprendiera, que morían de modorra. Él me decía: «Cuando una parezca enferma, sepárala de las demás; entiérrala en un rincón.» «Con mucho gusto», contestaba yo. Pero esto yo lo hacía a mi manera. Las escondía en este rincón,  (Señala el vientre.)  y hasta vendía alguna al carnicero. Claro que esto ha durado tanto, he sacudido a tantas, que mi amo ha desconfiado de mí, y me ha hecho espiar. Porque ya puedes suponer que los carneros y las ovejas balan muy fuerte cuando se hace esta faena. Me han pillado, y no puedo negarlo. Y ahora vengo, Maese Pedro, a rogarte que busques alguna leyecilla por ahí para que salga yo con bien de la querella. Yo tengo mi dinerillo. Ya sé que su causa es la buena, pero dicen que los abogados pueden encontrar medios para hacerla mala.


PATELÍN.-   (GUILLERMINA sigue muy atentamente todo esto.)  ¿Qué sacaría yo de todo esto si consiguiera darle la vuelta al asunto y salieras absuelto del juicio?


CORDERILLO.-  ¡Ah!, yo no pagaré en sueldos, sino que apoquinaré buenos escudos de oro de la Corona.


PATELÍN.-  Bien. Entonces tu causa será la buena, aunque fuera el doble peor. Basta para este milagro que yo emplee mi talento. Acércate. Por la faena que le has hecho a tu amo entiendo que has de ser astuto y sagaz. Veamos, ¿cómo decías que te llamabas?


CORDERILLO.-  Teobaldo Corderillo.


PATELÍN.-  Vaya, vaya, Corderillo. Más de un corderillo lechal le debiste de mangar a tu amo.


CORDERILLO.-  Palabra de honor que en tres años no he devorado más de treinta.


PATELÍN.-  Lo que significa que hubo alguno más. No importa, vamos a arreglarlo. Pero ¿piensas que le será fácil a tu amo encontrar testigos? Este es el punto clave.


CORDERILLO.-  Por todos los santos de la Corte celestial, que encontrará más de diez.


PATELÍN.-  ¡Ah, esto va a complicar tu causa! Escucha mi plan. Yo fingiré que no te conozco, que no te he visto nunca...


CORDERILLO.-  Por Dios, no hagas eso.


PATELÍN.-  No te inquietes. Escucha bien lo que conviene hacer. Si tú hablas, te pillarán en las palabras, y poco a poco te harán caer en contradicciones. Y en casos así, las declaraciones son más perjudiciales que el mismo diablo. Así, pues, desde que te llamen para comparecer, a todo lo que te pregunten no contestarás sino «bee»... A todo lo que te puedan decir, «bee»... Y si te insultan y te maldicen llamándote: «Bribón, mentecato, ceporro, hediondo, que Dios te maldiga, que te burlas de la Justicia», tú contestarás a todo: «bee».


CORDERILLO.-  Me gusta el plan. Voy a hacer exactamente lo que me dices. Te lo prometo de verdad.


PATELÍN.-  Ten cuidado. No vayas a equivocarte. A mí mismo, a cualquier cosa que te pregunte, me respondes: «bee».


CORDERILLO.-  ¿Yo? Ya me puedes tener por necio, si desde ahora te respondo otra palabra, a ti o a cualquier otro, que no sea «bee», tal como me has enseñado.


PATELÍN.-  Ya verás qué sorprendido queda tu adversario con esta triquiñuela. Y después,  (Ríe.)  que yo no quede descontento de tu paga, ¿entiendes?


CORDERILLO.-  Señor, si yo no te pago tal y como me has dicho, no me creas nunca más en la vida. Adiós, y cuida bien de mi caso.


PATELÍN.-  Espera. No vayamos los dos por el mismo camino...


CORDERILLO.-  Es verdad, no hace falta que nadie sepa que tú eres mi abogado.


PATELÍN.-  Y, ¡ay de ti, si no pagas luego cumplidamente!


CORDERILLO.-  Como me has dicho, señor. Como me has dicho. No tengas la menor duda.  (Sale.) 


GUILLERMINA.-    (Se adelanta, al ver el desenlace de la escena.)  Lo dicho, marido mío, para engañar, mentir y embaucar no hay maestro más hábil que tú.


 

(El juicio puede celebrarse en la plaza. Los aldeanos están esperando. GUILLERMINA contemplará el juicio desde una ventana. El JUEZ se sienta y empieza el juicio. A medida que PATELÍN vaya ganando y venciendo al PAÑERO, GUILLERMINA irá riendo. Cuando al final CORDERILLO sorprende y engaña a PATELÍN con su astucia inesperada, GUILLERMINA empieza a sonrojarse y acaba llorando. Así terminará la pieza. Algún alguacilillo entre el público.)


 

PATELÍN.-   (Llegando.)  Señor juez, que el cielo te colme de salud. Siempre a tu disposición.


JUEZ.-   (Al público asistente al juicio.)  Os doy la bienvenida. Acércate, Maese Patelín, y cúbrete.


PATELÍN.-  Estoy bien aquí, señor.


JUEZ.-  Habrá que ver rápidamente las causas, pues tengo cierta prisa.


 

(El PAÑERO llega sofocado y jadeante y se dirige al JUEZ. CORDERILLO, por el otro lado, tímido.)


 

PAÑERO.-   (Sofocado.)  Espera, señor, está terminando unos asuntos...


JUEZ.-  ¿Quién?


PAÑERO.-  Mi abogado.


JUEZ.-  También a mí me esperan. Basta que estén presentes las dos partes. ¿Eres el demandante?


PAÑERO.-  Sí, lo soy.


JUEZ.-  ¿Quién es el demandado?


PAÑERO.-   (Señalando a CORDERILLO.)  Allí está, sin soltar palabra.


JUEZ.-  Pues si tú eres la parte demandante y el contrincante se encuentra presente, comienza el juicio. ¡Silencio! ¡Habla!  (Al PAÑERO.) 


PAÑERO.-  Señor, vengo a denunciar las malas artes de este miserable. Le he alimentado desde su infancia. Cuando estuvo crecido, le hice mi pastor, y le puse a guardar mis ovejas y carneros... Todo por caridad. Pero tan cierto como que estamos aquí, hizo tal matanza de mis bestias, que hubiera...


JUEZ.-  Un momento, ¿estaba a sueldo?


PATELÍN.-  ¿Cómo es posible que un mozo hubiera sido empleado sin darle su soldada?


PAÑERO.-  ¡Es él! Reniegue yo de mi vida si no es él.  (PATELÍN encubre su rostro con la punta de su capa.) 


JUEZ.-  ¿Qué te pasa, Maese Pedro, te duelen las muelas?


PATELÍN.-  ¡Oh, sí! Estos dientes me dan mucha guerra. Jamás los tuve tan mal. Casi no puedo levantar la cabeza. Pero que siga el juicio.


PAÑERO.-  Es él, sin duda.  (A PATELÍN.)  Eres tú, Maese Patelín. Acabo de venderte a crédito veinte varas de paño.  (GUILLERMINA se esconde tras la ventana. Luego aparecerá oportunamente, como espiando, y se manifestará más, cuando vaya ganando PATELÍN.) 


JUEZ.-   (A PATELÍN.)  ¿Qué dice de paños?


PATELÍN.-  Divaga, señor, no sabe hablar en términos jurídicos. Sólo sabe hablar de paños y de varas.


PAÑERO.-  ¡Que me cuelguen si no me ha robado mi paño!


PATELÍN.-   (Al JUEZ.)  ¡Cómo busca el malvado triquiñuelas para aumentar su acusación! A lo mejor va a decir que su pastor vendió la lana de sus ovejas, y con ella fue hecho el paño de mi vestido...


PAÑERO.-  Digo que te llevaste veinte varas de mi paño...


JUEZ.-  ¡Válgame Dios. Tú estás desbarrando! Estamos hablando de carneros. ¿Cuántos se llevó?


PAÑERO.-  Veinte varas.  (Risas en todos, y voces de sorpresa.) 


JUEZ.-  ¿Somos acaso simples, para que lo tomes a chanza? Volvamos a nuestros carneros.


PAÑERO.-  Se me ha llevado veinte varas de doce escudos.


JUEZ.-  Pero, ¿dónde piensas que estamos? ¿Me tomas por tonto?


PATELÍN.-  Simplemente, se burla de la Justicia, señor. Con la cara de buena persona que tiene. Propongo que se pregunte a la parte contraria.


PAÑERO.-  Es él, no cabe la menor duda...


JUEZ.-  ¡Silencio... o lo dejo todo! La Justicia se cansa pronto.  (A CORDERILLO.)  Ven aquí.


CORDERILLO.-  Bee...


JUEZ.-  ¡Ah, qué fastidio! ¿Qué bee es ése? Me tomas por una cabra? Responde.


CORDERILLO.-  Bee.


JUEZ.-  ¡Mala peste te dé Dios! ¿Te burlas, truhán?


PATELÍN.-  O está loco, o es estúpido, o se cree que está entre sus bestias.


PAÑERO.-  Que Dios me condene si no eres tú quien se llevó mi paño. Esto es una bellaquería digna de la horca.


JUEZ.-  ¿Estás trastornado? Déjame en paz con tu paño, y volvamos a los carneros, que es lo importante. Habla claro.


PAÑERO.-   (Lo hace atropelladamente.)  Por mi fe, que de mi boca no saldrá una palabra más sobre el asunto.  (Señalando a PATELÍN.)  Yo decía en mi demanda que había entregado veinte varas de paño, quiero decir mis ovejas, a este gentil maese, digo pastor; cuando debía estar en el campo, me dijo que yo tendría doce escudos de oro y que fuera a su casa, que hace tres años que trabajaba, y se comprometió en conciencia a cuidar de mis corderos, y ahora lo niega todo: el paño, los corderos, el oro, las ovejas y el ganso trufado,  (Un ¡oh! de sorpresa general.)  y me las mataba, y cuando tuvo mi paño bajo su capa, se fue a su casa...  (Ruido y risas.) 


JUEZ.-  ¡Silencio! ¿Qué estás diciendo? ¿Quieres volverme loco? Te pones a hablar de paños, de ovejas... de un asunto pasas a otro, como si fueras un charlatán de feria.


PATELÍN.-   (Tranquilo.)  Lo que yo creo es que retiene el sueldo del pobre pastor.  (Murmullo del pueblo.) 


PAÑERO.-  ¡Pardiez!  (A gritos.)  Y encima habla, en vez de callarse. Él tiene mi paño.


JUEZ.-    (Enfadado.)  ¿Qué tiene él?


PAÑERO.-    (Resignado.)  Nada, señor. Juraría que es el mayor farsante y embaucador. Pero me callaré sobre este caso. Ya hablaremos en otra ocasión.


JUEZ.-  Está bien. Tenlo presente, y concluye pronto.


PATELÍN.-  Este pastor no puede responder de los hechos de que se le acusa. Si fuera posible, yo le socorrería... y le ayudaría.


JUEZ.-  ¿Ayudarle? Buen cliente, Maese Patelín. Pensaba que estabas aquí para sacar algún dinerillo. Este no tiene un ochavo...


PATELÍN.-  Te aseguro que no quiero nada. Lo hago por compasión. Ven acá, amigo. Dime.


CORDERILLO.-  ¡Bee!


PATELÍN.-  ¿A cuento de qué estos balidos? Explícame de una vez tu caso.


CORDERILLO.-  ¡Beeeee!


PATELÍN.-  ¿Pero oyes tú balar a tus ovejas? Es por tu bien.


CORDERILLO.-  Beeee.


PATELÍN.-  Pero dime, aunque sólo sea sí o no.  (Bajo, al oído.)  Muy bien. Esto va perfecto.  (Alto.)  Respóndeme.


CORDERILLO.-  Beeeee.  (Suavemente.) 


PATELÍN.-    (Bajo.)  Sí... Más alto.  (Alto.)  ¿No dices nada? Temo que los palos vengan a moler tus costillas, si continúas...


CORDERILLO.-  ¡Beeeee!  (Muy fuerte.) 


PATELÍN.-  El pobre es loco de nacimiento. Pero mucho más loco es el demandante que requiere a proceso a semejante anormal.


PAÑERO.-  ¿Loco, ése? Por San Juan, que es más astuto que tú.


PATELÍN.-    (Al JUEZ.)  Hay que enviarle a cuidar sus bestias. ¡Bastante desgracia tiene el pobre con ser bobo!


PAÑERO.-  ¿Cómo? ¿Despacharle sin que yo pueda ser oído?


JUEZ.-  No saco más que fastidio y dolor de cabeza de juzgar a tipos que no hacen más que disparatar. ¡Basta ya! El Tribunal considera suficiente lo expuesto. Harta paciencia ha demostrado.  (Se levanta ceremonioso.) 


PAÑERO.-  Yo insisto en la demanda.


JUEZ.-  Y yo le absuelvo y prohíbo que se insista en la querella. Vete con las bestias y no vuelvas más por aquí.


CORDERILLO.-  Beeee... Beeee... Beeee...  (Se queda a la expectativa.) 


PAÑERO.-  Entonces, ¿se va sin que haya nueva citación?


PATELÍN.-  ¡Citación! En mi vida he oído más descabellada propuesta.  (Señalando al PAÑERO.)  Este está tan chiflado como el otro.


PAÑERO.-  Por San Pedro bendito, tú lo sabes bien, que te has llevado mi paño.


PATELÍN.-    (Al JUEZ que se va ya.)  Señor, si no estaba loco, ahora se lo está volviendo.


PAÑERO.-    (A PATELÍN. El grupo se ha vuelto a recomponer, alrededor del JUEZ, pero ahora en pie.)  No estoy loco. Te reconozco perfectamente en la voz, en el traje, en el rostro. Hace un rato estabas en tu casa muriéndote y chillando...  (Se dirige al JUEZ.)  Y no es cierto que se moría, lo fingía solamente.  (A PATELÍN.)  Y tu mujer decía que...  (Al JUEZ.)  Se llevó mi paño. Lo voy a contar todo desde el principio...


PATELÍN.-   (Al JUEZ.)  Señor, no permitas que te ofenda más, por unas cuantas ovejas sarnosas y por unos carneros medio tullidos.


PAÑERO.-  ¿Ahora vuelves con los carneros? Estoy hablando del paño.  (Al JUEZ.)  Estaba moribundo hace un momento, y echaba espumarajos, y tenía un ganso asado..., y su mujer decía que no.


JUEZ.-   (Sin escucharle siquiera se lleva las manos a la cabeza.)  ¡Qué tabarra más imponente! ¡Basta de graznidos!


PAÑERO.-  Señor, yo pido...


PATELÍN.-  Pongamos que haya matado diez carneros, incluso aunque fueran un docena. Todavía sale ganando, por el tiempo que ha estado en la majada sin cobrar.


PAÑERO.-   (Al JUEZ.)  ¿Otra vez lo mismo? Le hablo de paño y me contesta hablándome de carneros.  (A PATELÍN.)  Las veinte varas de paño que te llevaste bajo el sobaco. ¡Mis escudos!


PATELÍN.-  Vamos, hombre, vamos. Que sería capaz de hacerle colgar a este pobre desgraciado pastor, afligido como una viuda y desnudo como un gusano..., y eso por unas bestias que se caían de viejas.


JUEZ.-  La causa ha terminado ya y la sentencia está dictada.  (A CORDERILLO.)  Vete, vete, estás absuelto.


CORDERILLO.-  Bee... Bee...


PATELÍN.-    (Al JUEZ.)  Menos mal que has conservado tu proverbial ecuanimidad. El pobre inocente...


PAÑERO.-  Contigo me he de querellar. Tú te llevaste mi paño bajo el sobaco, y todo porque me fié de tu lisonjera cháchara.


JUEZ.-  No puedo soportarlo más. En vuestra casa podéis continuar la comedia. Allí os querelláis todo lo que queráis.


PAÑERO.-  ¿Es justo que termine así esto?


JUEZ.-  Amigos, tengo trabajo en otra parte. Me voy. Maese Pedro, quieres comer conmigo hoy.


PATELÍN.-   (Mirando al pastor.)  Gracias. Hoy no puedo.


 

(Sale el JUEZ. Se disuelve el grupo. Se dispersan lentamente.)


 

PAÑERO.-  ¡Vaya fechoría! Los dos ladrones absueltos. Pero tú me pagarás.


PATELÍN.-  Pero, ¿por quién me has tomado?


PAÑERO.-  Eras tú mismo en persona, y estabas enfermo y moribundo en tu casa.


PATELÍN.-  ¿Yo enfermo? ¿De qué enfermedad?


PAÑERO.-  Por San Pedro que eras tú y no otro. Y estabas tan moribundo que daba pena verte.


PATELÍN.-  Pues puede que a estas horas esté muerto ya.


PAÑERO.-  Voy a tu casa a comprobarlo. Si te encuentro allí, la discusión habrá terminado.  (Se va.) 


PATELÍN.-  Allí te informarán.  (Sale el PAÑERO y PATELÍN coge aparte al pastor. A medida que el pastor responde vuelve a acudir el pueblo. GUILLERMINA desde la ventana observa constristada.)  ¿Qué te ha parecido el trabajo? ¿He arreglado bien tu asunto?


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Déjate de bee ahora. Buen quiebro le dimos, ¿no te parece?


CORDERILLO.-  Beee...


PATELÍN.-   (Empezando a cansarse.)  Sí, has estado admirable. Tu amo está lejos ya. Puedes hablar.  (Hace gestos alusivos al dinero.) 


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Ha sido magnífico. Sobre todo el que hayas podido aguantar la risa... Pero... ahora...


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  No es preciso que me lo demuestres más. Ahora paga.


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Si lo haces por divertirte, dímelo. Pero después ven conmigo a mi casa a comer... y paga ya.


CORDERILLO.-  Bee...


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Me estás exasperando con tu bee estúpido. ¿O te estás burlando de mí, que de buena te he librado?


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Por San Juan que aquí soy solamente yo el culpable.  (CORDERILLO multiplica los balidos, dejando oír no obstante las palabras de PATELÍN.)  ¡Qué cierto es aquello de cría cuervos y te sacarán los ojos! Yo me creía el rey de los timadores y resulta que este palurdo me da lecciones. ¡Quiera Dios que por aquí cerca haya algún alguacil, porque por mi vida, que te hago colgar!


CORDERILLO.-  Bee... Bee...


PATELÍN.-   (Echa a correr hacia un lado.)  Voy volando a buscarlo...


CORDERILLO.-   (Sale disparado en sentido contrario.)  Si me llega a encontrar, le perdono a él y te pago a ti.  

 

FIN









21/2/21

La tina de la colada Anónimo francés del siglo XV













La tina de la colada

Anónimo francés del siglo XV 


Versión libre de Juan Cervera


PERSONAJES

  


  

JACOBO,   marido.


JUANITA,   su mujer.


SUEGRA,   madre de Juanita.



La acción transcurre en una aldea del siglo XV.



  

Fachada posterior de una casa de campo que da a un patio. En el centro, puerta practicable. A derecha, ventana abierta a la altura del primer piso. En el patio, una higuera. Un poyo junto a la pared. Una mesa rústica y una silla. Algunos aperos de labranza colgados de la pared; entre ellos un garrote. Una gran tina con escalerilla a cada lado para subir por ella para hacer la colada. Una calabaza vinatera sobre la mesa. Un grillo canta repetidas veces hasta que despierta a JACOBO, que se levanta y da varias patadas en el suelo hasta hacerlo callar. 

  


JACOBO.-   (Solo en escena, recostado sobre el poyo con el sombrero encima de la cara, en típica actitud de siesta. Se despereza.)  ¡Pues sí que me aconsejó bien el diablo cuando, sin pensarlo siquiera, me metí en esto del matrimonio! Desde que estoy casado no tengo más que borrascas y preocupaciones.  (Se incorpora.)  ¡Ah; mi mujer, por un lado, y mi suegra, por otro, como dos demonios, me enredan y atormentan! Y yo, mientras una chilla y la otra ruge, no tengo ocio ni reposo, felicidad ni calma. ¡Qué amargura! ¡Y cuánto dura esta vida! Menos mal que...  (Echa mano a la calabaza vinatera.)  Pero si yo sé mantenerme en mis trece...  (Resuelto.)  Tendré razón y ¡seré el amo de mi casa! ¡Qué caramba!  (Se decide a beber.)  

JUANITA.-    (Desde la ventana ha oído las últimas palabras. JACOBO al oírla pierde la serenidad anterior.)  ¡Cómo! ¿Todavía estás ahí sin hacer nada? ¡Espera a que baje!  (Ruido de bajar por las escaleras de madera. JACOBO, azorado, va a hablar.)  Mejor harías en callar y ocuparte...

JACOBO.-  ¿En qué? 

JUANITA.-  ¡A fe mía que la pregunta tiene gracia! ¿Que en qué debes ocuparte? ¿Quién tiene que cuidar de nuestra casa? ( Aparece la SUEGRA y oye las últimas palabras de la discusión.)  

SUEGRA.-   (Entra. Lleva un capacho. A medida que hable irá dejando sobre la mesa verduras, un melón, tomates..., como si viniera de la compra.)  ¿Pero no sabes que mi hija tiene razón? Debes escucharla, alma de cántaro. Has de obedecer a tu mujer, porque tal es la primera obligación de los maridos: obedecer a sus mujeres. ¿Te sorprendería si algún día, como respuesta a todos tus descuidos, se sirviera de un garrote?  (Accionando con una berenjena.) 

JACOBO.-  ¿Pegarme a mí? ¿A mí? 

SUEGRA.-  ¿Y por qué no? ¿Acaso no dice el refrán «quien mucho te quiere te hará llorar»?  (Agarra el garrote.) 

JACOBO.-  Bueno, si es así, más valdrá que no me quiera tanto. Ya la dispenso de tales muestras de cariño.  (Por la SUEGRA.)  ¿Lo oyes, buena mujer? 

JUANITA.-  Los maridos deben hacer siempre el gusto de su mujer. No lo olvides, Jacobo. 

SUEGRA.-  ¿Acaso te empobrecerá esto, hombre de poca fe?

JACOBO.-  Ciertamente no sé qué hacer. 

SUEGRA.-  Pues si quieres complacerla de verdad,  (Mirada de convivencia entre las dos.)  tendrás que llevar un registro donde apuntarás todas las órdenes para no olvidarlas nunca. 

JACOBO.-  ¿Un registro?

SUEGRA.-  Sí.

JACOBO.-  ¿Con sus órdenes?

SUEGRA y JUANITA.-  ¡Sí! ¡Sí! 

JACOBO.-    (Vencido.)  Con tal que haya paz, consiento. Llevaré un registro. Eres mujer de mucho sentido común, querida suegra. Llevaré un registro.  (Por las dos.)  Os escucho. 

JUANITA.-  Vete a buscar un pergamino. Escribirás con buena letra..., para que se pueda leer. 

JACOBO.-   (Sale. Vuelve con el pergamino, tintero y una pluma de ganso para escribir. Se sienta a la mesa, mientras ellas cuchichean alegres.)  ¡Ah!  (Suspira.) 

JUANITA.-  Pon que me obedecerás siempre y que harás siempre lo que yo te diga. 

JACOBO.-   (Levantándose y arrojando la pluma.)  ¡No, no y no! No obraré sino por razones... 

JUANITA.-  ¿Cómo? ¿Otra vez con la misma canción? ¿Ya quieres desdecirte? 

SUEGRA.-    (Moviendo insinuante el garrote.)  ¿Por razones?... Hum, hum. 

JACOBO.-   (Volviéndose a sentar.)  No; voy a escribir, voy a escribir. 

JUANITA.-  Escribe, pues, y calla. 

JACOBO.-   (Tomando la pluma.)  ¡Pardiez! ¡Qué buen marido soy! 

JUANITA.-  ¡Cállate! Como primera cláusula pon que cada día, al romper el alba, te levantarás tú primero.  (JACOBO hace gestos de no avenirse.)  ¡Más aún! En seguida habrás de prepararlo todo, encender la lumbre, poner el agua a hervir... Al amanecer, y con mucho empeño, harás el trabajo de los dos... 

JACOBO.-  ¡Protesto!  (Levantándose y tirando la pluma.)  ¿Encender la lumbre? Y ¿con qué objeto?

JUANITA.-   (Tranquilamente.)  Para calentar mi camisa. ¿Lo oyes bien? Es absolutamente necesario. 

SUEGRA.-  Hum, hum.  (Cada vez que hace este ruido lo acompaña la SUEGRA de un ligero movimiento de garrote, que no suelta.)  

JACOBO.-   (Volviendo a sentarse, después de recoger la pluma.)  De acuerdo, de acuerdo. Con mucho gusto calentaré tu camisa.  (De pronto se detiene pensativo.)  

SUEGRA.-  ¡Escribe! ¿Qué aguardas? 

JUANITA.-  ¡Me vas a encolerizar! Eres más lento que un cangrejo. 

JACOBO.-  ¡Espera, no tengo tinta! Aún voy por la primera palabra. 

JUANITA.-  Acunarás a nuestro hijito, cuando se despierte de noche, y esperarás a que se duerma antes de que te vuelvas a la cama. 

JACOBO.-   (Sacudiendo el pergamino.)  Espera, que hay una arruga. 

JUANITA.-  ¡Dios mío! ¡Qué torpe eres!

JACOBO.-    (Como si copiara.)  ¡Qué torpe soy! 

JUANITA y SUEGRA.-   (Las dos a la vez y una a cada lado de JACOBO.)  Tendrás que... 

JACOBO.-   (Interrumpiéndolas.)  Por amor de Dios, no me habléis las dos a la vez, porque no voy a comprender nada; no nos entenderemos y voy a emborronarlo todo por apresurarme demasiado. 

JUANITA.-   (A su madre, muy digna.)  ¡Habla tú, puesto que eres mi madre! 

SUEGRA.-   (El mismo juego.)  ¡Es tu marido! Yo debo callarme. 

JUANITA.-  Te obedezco, madre.  (A JACOBO.)  Si nuestro niño, mientras duerme, por miedo al coco, sueña... que es una fuente... y en el colmo de su turbación provoca una inundación... deberás enjugar sus lágrimas... 

JACOBO.-  ¿Y si no quiere volver a dormirse? ¿Y si llora sin parar? 

JUANITA.-  Lo cogerás con cariño y le harás muchas caricias, y sin mostrar enfado lo pasearás, aunque sea de noche, de aquí para allá, haciéndole pucheritos. 

JACOBO.-  A fe mía que es excesiva tu audacia.  (Deja de escribir.)  

JUANITA.-  ¿Qué esperas? 

JACOBO.-   (Arroja la pluma.)  ¿Qué quieres que haga si ya no cabe más? 

SUEGRA.-  Hum, hum. 

JUANITA.-   (Acercándose.)  Ponte a escribir o te deslomo.

JACOBO.-   (Coge la pluma.)  Lo haré por el otro lado.  (Da la vuelta al pergamino.)  

JUANITA.-  Escribe. Hay que sacar la ropa de la colada...

SUEGRA.-  Preparar la masa para el horno... 

JUANITA.-  Amasar el pan, recoger de prisa la ropa tendida, por si lloviera... 

SUEGRA.-  ¿Has comprendido?

JUANITA.-  Buscar arena para fregar...

SUEGRA.-  ¡Y correr como un galgo! Ir, venir, trotar... 

JUANITA.-  Arreglar, lavar, secar, frotar...

SUEGRA.-  Sacar agua para la cocina...

JUANITA.-  Buscar tocino en casa del vecino...

JACOBO.-  ¡Por favor! Deteneos un poco...

JUANITA.-  Y después poner el puchero al fuego.

SUEGRA.-  Fregar con cuidado la vajilla...

JUANITA.-  Ir al granero por la escalera...

SUEGRA.-  Llevar el trigo al molino...

JUANITA.-  Hacer la cama muy tempranito...

SUEGRA.-  Dar de beber a la borrica...

JACOBO.-    (Aparte.)  Ya veo que piensas en ti.

JUANITA.-  Arrancar las coles de la huerta...

SUEGRA.-  Tener la casa limpia y barrida... 

JACOBO.-   (Hace gestos de desesperación, mientras hablan triunfantes las dos.)  ¿Cómo queréis que lo escriba todo si no paráis de dictar? Decid lo que queráis, pero palabra por palabra... ¡Aún ando con el niño! 

JUANITA.-   (Muy despacio.)  Escribe: hacer la masa, cocer el pan, quitar de prisa la ropa tendida, por si lloviera...

SUEGRA.-   (Interrumpiéndolo.)  ¡Espera un poco! 

JUANITA.-   (Con velocidad creciente.)  Cerner...

SUEGRA.-  Lavar.

JUANITA.-  Secar.

SUEGRA.-  Guisar.

JACOBO.-   (Desesperado.)  Lavar... ¿qué? 

JUANITA.-   (Velozmente.)  Hacer que reluzcan los platos, las escudillas, los peroles... 

JACOBO.-  ¿Todos los pucheros de nuestro vasar? ¡Válgame Dios! A pesar de mis deseos, jamás podré acordarme de todo.  (Tira la pluma y gimotea.)  

JUANITA.-  ¿Quieres irritarme más? Para ayudar a tu memoria, escribe, ¡y menos historias!  (JACOBO se pone a escribir de nuevo.)  Tienes que ir al arroyo a lavar la ropa de la cuna. 

JACOBO.-   (Aparte.)  ¡Vaya oficio! ¿Y si hiela?

SUEGRA.-  ¡Qué cabeza más dura tienes!

JACOBO.-  Esperad...  (Escribiendo.)  Las escudillas, los pucheros, los platos... 

JUANITA.-  A fe mía que no te das mucha prisa. 

JACOBO.-  ¡Caramba! ¿A quién he de escuchar, a tu madre o a ti?  (Deja la pluma.)  

SUEGRA.-   (Acercándose a él.)  Te voy a moler a palos.

JACOBO.-   (Con dignidad.)  No me dejo zurrar.

JUANITA.-  Déjate de discursos inútiles. Pondrás el ajuar en orden. Me ayudarás a escurrir la ropa de la colada, junto a la tina. 

SUEGRA.-  Después de haber limpiado el fregadero. 

JUANITA.-   (A JACOBO, que se detiene y mira a la SUEGRA aturdido.)  ¡Pero date prisa! ¡Acaba! 

JACOBO.-   (Después de un instante.)  ¡Ya está!  (Mirando a las dos.)  Dejadme respirar. 

SUEGRA.-  Fírmalo y me iré en seguida. 

JACOBO.-  ¿Te irás? ¿Te irás? Entonces firmo con las dos manos.  (Firma.)  Tomad. Ahí esta el pergamino. ¿No queréis que le ponga sello? Atadlo bien con una cuerda y procurad que no se pierda. Pues aunque me cuelguen, no obedeceré más órdenes que ésas; jamás accederé a nada desde ahora en adelante. Desde hoy sólo me someteré al pergamino. Así se ha convenido. Tomad. Ya he firmado el pacto.  (Lo echa al aire. Ellas lo recogen al vuelo.) 

JUANITA.-  Eso es. Así se ha convenido, Jacobo.

SUEGRA.-  ¡Adiós, hija mía! 

JUANITA.-  ¡Adiós, madre mía!  (Se va la SUEGRA, después de muchas zalemas entre madre e hija y de darse varios besos y de repetir «Adiós».)  

JACOBO.-    (Queda estático, cara al público, como vencido.) 

JUANITA.-


 (Se acerca a la tina. Con aire triunfal tararea, mientras da pasos al compás de la música. Melodía popular catalana. Melodía 4.) 


Tan tarantán, que los higos son verdes;





tan tarantán, que ya madurarán... 




 (Grita.)  ¡Jacobo, ven a ayudarme!  (JACOBO no oye. Ella saca la ropa de la tina.)  


Si no maduran el día de Pascua,





madurarán para la Trinidad.




¡Jacobo, ven a ayudarme!




JACOBO.-   (Que vuelve en sí.)  ¿Ayudarte en qué?

JUANITA.-  A poner la ropa en la tina, donde he echado agua para la colada. 

JACOBO.-    (Desenrolla su pergamino y mira con atención.)  No está en el pergamino. 

JUANITA.-  ¡Cómo! Apenas acabamos de firmar y ya te sales con excusas.  (JACOBO sigue buscando.)  ¡Pronto! Mira hacia el final. Tiene que estar escrito: ayudar en la colada. ¿Quieres que te escriba a bastonazos en la espalda? 

JACOBO.-  No, no. Sí que está escrito. Sin reparo lo he firmado y sin reparo voy a ayudarte. Te obedezco. Has dicho la verdad. Otra vez ya lo pensaré mejor.  (Sube a un taburete o escalerilla que está junto a la tina y que hace juego con el otro en que está subida JUANITA. Esta le tiende el extremo de una sábana, mientras ella sostiene el otro.)  

JUANITA.-  ¡Tira con más garbo!  (JACOBO tira..., pero luego suelta la sábana.)  ¡Tira! ¡Si no, te la lanzaré a la cara!  (Le lanza una pieza de ropa mojada al rostro.)  

JACOBO.-  ¡Me has mojado el vestido! ¡Me has dejado como una sopa! 

JUANITA.-  ¡Vamos! ¡Toma de esta punta!  (Se la lanza y él la coge.)  ¿Siempre has de estar gruñendo? ¡Tira fuerte, sin miedo!  (Ella apoya el pie sobre el borde de la tina.) 

JACOBO.-  Como tú quieras...  (Tira tan fuerte que JUANITA pierde el equilibrio y cae dentro de la tina.) 

JUANITA.-    (Desaparece sumergida en la tina.)  ¡Torpe, más que torpe!  (Saca la cabeza.)  ¡Marido mío, en piedad de mí! ¡Que me muero! ¡Ten piedad de mí! ¡De tu mujer, que tanto te ama! Si no me ayudas voy a perecer al momento. Dame la mano. ¡Pronto! 

JACOBO.-    (Mientras, ha descendido y se ha colocado más hacia adelante, echa un trago con satisfacción.)  ¡Ah!

JUANITA.-  Ya siento que se me hiela el cuerpo. ¡Sácame de aquí! 

JACOBO.-    (Después de un momento.)  Eso no está en mi pergamino. 

JUANITA.-    (Sacando la cabeza.)  ¡La ropa me oprime y me ahoga! ¡Me muero! ¡Por Dios, sácame de este trance! 

JACOBO.-   (Cantando.)  Tan tarantán, que los higos son verdes...  (Ademán de beber.)  

JUANITA.-  ¡Ay, Jacobo mío, que ya me llega el agua al cuello ¡Glu, glu, glu, glu! 

JACOBO.-   (Cantando.)  Tan tarantán, que ya madurarán...

JUANITA.-    (Suplicante.)  Jacobo, tiéndeme la mano.

JACOBO.-    (Cantando.)  Si no maduran el día de Pascua...

JUANITA.-  ¡Ay, que me ahogo! 

JACOBO.-    (Cantando.)  Madurarán para la Trinidad.

JUANITA.-  Jacobo, sácame de aquí... 

JACOBO.-  Eso no está en mi pergamino. 

JUANITA.-  ¡Ay de mí!  (La melodía sigue al fondo, lenta y suave.)  

JACOBO.-    (Leyendo su pergamino.)  «Por la mañana temprano preparar todo,  (Después de cada punto que lee, JUANITA podrá soltar un «ay».)  encender la lumbre, ver si hierve el agua...» 

JUANITA.-  ¡La sangre se me hiela en las venas!

JACOBO.-  «Colocar los objetos en su sitio, ir, venir, trotar, correr...» 

JUANITA.-  ¡Estoy a punto de morir! 

JACOBO.-  De eso tampoco dice nada el pergamino. Estoy leyendo y busco en vano... «Arreglar, lavar, secar, frotar...»

JUANITA.-  ¡Socórreme! 

JACOBO.-  «Preparar la masa para el horno, cocer el pan, recoger la ropa tendida,  (Recalcando.)  por si lloviera...»

JUANITA.-  ¿No me oyes, Jacobo? 

JACOBO.-  «Calentar la camisa de mi mujer...» «Llevar el trigo al molino, dar de beber a la borrica...»  (Con gestos de desencanto por la SUEGRA.)  

JUANITA.-  Ven a socorrerme. 

JACOBO.-  «¡Y después, poner el puchero... al fuego!»

JUANITA.-  Llama a mi madre... 

JACOBO.-  «Tener limpia la casa, lavar sin parar las escudillas, los platos, los peroles...» 

JUANITA.-  Por favor, si no quieres ayudarme, ve a buscar a mi madre, que podrá echarme una mano. 

JACOBO.-  Eso tampoco está en mi pergamino.

JUANITA.-  ¡Pues tenías que haberlo puesto! 

JACOBO.-  No, no, yo escribí todo lo que me dictaste.

JUANITA.-  ¡Sácame,  (Melosa.)  amor mío!

JACOBO.-  ¿Yo tu amor? ¡Tu enemigo! ¿Acaso has aliviado mi trabajo mientras vivías...? Anda, anda, que sin pena ninguna te voy a dejar morir. Es inútil, cariño, que te canses gritando de esa manera.  (Cesa la melodía anterior. Se oyen golpes en la puerta.)  

JUANITA.-  ¡Ay, madre mía! 

JACOBO.-  Vaya, ahora llaman a la puerta.  (Aparte.)  Esperemos que no sea su madre. 

SUEGRA.-    (Desde fuera.)  ¿No me abrirás en toda la mañana? 

JACOBO.-  Hum, hum. Eso no está en mi pergamino.  (Se oyen ayes y lloros de JUANITA.)  

SUEGRA.-   (Sigue golpeando.)  ¿Qué oigo?  (JACOBO empieza a tararear, mientras se oye ruido de subir por las escaleras la SUEGRA, que se asoma a la ventana.)  ¿Qué veo? 

JACOBO.-  Nada, nada, que tu hija está a remojo  (Ayes de JUANITA.)  en la cuba. 

SUEGRA.-   (Furiosa, desde la ventana.)  Pero, ¿qué ha pasado? 

JACOBO.-  Nada, que mi mujer casi se ha muerto...

JUANITA.-  ¡Ay!

SUEGRA.-  ¡Ábreme, bufón de mala casta! 

JACOBO.-  ... mientras hablaba..., cayó en la tina de la colada. 

SUEGRA.-   (Que ha bajado ya y está tras la puerta.)  ¡Abre, asesino, verdugo! 

JACOBO.-   (Sin darle importancia.)  Como habló demasiado, la pobre tenía mucha sed. 

JUANITA.-  ¡Madre! ¡Que desfallezco dentro de la tina! ¡Ven a socorrerme, madre! 

JACOBO.-  ¡Oh! ¡Se me parte el corazón! 

SUEGRA.-   (Golpes en la puerta.)  ¡Abre, malvado, o tiro la puerta! 

JACOBO.-  Espera que quite la tranca.  (Va a coger el garrote para defenderse y atranca más la puerta.)  

SUEGRA.-   (Después de un fuerte empujón irrumpe.)  ¡Espera, hija, que ya estoy aquí!  (A JACOBO.)  Dame la mano, bergante, y ayúdame a sacarla.

JACOBO.-   (Muy seguro, apoyado en el garrote.)  Esto no está en mi pergamino. 

SUEGRA.-   (Se acerca a él y le da un pisotón.)  ¡Malvado, infame! 

JACOBO.-  ¡¡Ay!!  (Pierde el equilibrio y el palo, a la vez que se coge el pie.)  

SUEGRA.-   (Que se ha hecho con el palo.)  ¿Vas a dejar morir así a tu mujer? Ven y ayúdame a sacarla.  (Ella lleva la iniciativa. Se coloca uno a cada lado de la tina.)  ¡Ayúdame!  (JUANITA saca los brazos y la coge uno por cada brazo y tiran. La SUEGRA ha apoyado un pie en el canto de la tina. JACOBO da un tirón fuerte y cae también la SUEGRA en la tina.)  ¡Tunante, malandrín! ¿Vas a dejar morir así a tu mujer? 

JUANITA.-  ¿Y a tu suegra? 

JACOBO.-    (Baja sonriendo y frotándose las manos, y mientras ellas gritan «ay», «ay»...)  Tan tarantán, que los higos son verdes...  (Canta.)  

SUEGRA y JUANITA.-  ¡Ay, ay!

JACOBO.-  Yo he de ser el amo de mi casa.

SUEGRA.-  ¡Cómo! ¿Has perdido la razón? ¿Tú el amo de tu casa? 

JACOBO.-   (Cantando.)  Tan tarantán, que ya madurarán...

JUANITA.-  ¡Jacobo, ten piedad de mí! 

SUEGRA.-  ¡Y de mí también! 

JACOBO.-   (Cantando.)  Si no maduran el día de Pascua...

SUEGRA.-  ¡Pronto! ¡Ayúdanos! 

JACOBO.-   (Cantando.)  Madurarán para la Trinidad. Eso no está en mi pergamino.  (Lo mira constantemente.) 

SUEGRA.-  ¡Vamos! ¡Bandido! ¡Egoísta! Te lo pido de rodillas... 

JUANITA.-  Y yo también. ¡Sácanos de aquí!

JACOBO.-  Tan tarantán... 

SUEGRA y JUANITA.-  ¡Jacobo, por amor de Dios, sácanos de aquí...! 

JACOBO.-    (Con aire de triunfo.)  Bueno; lo haré si me prometéis que en mi casa mandaré yo. 

SUEGRA y JUANITA.-  Te lo prometemos de todo corazón.

JACOBO.-  ¡Ah!, ¿sí? ¡Qué amables! ¿No lo diréis por miedo, verdad? 

SUEGRA y JUANITA.-  ¡Te dejaré tranquilo, sin pedirte jamás nada! 

SUEGRA.-  Y yo me callaré siempre... 

JACOBO.-   (Se crece.)  Hum, hum. ¿Lo prometéis de veras?

JUANITA.-  Yo sí. 

SUEGRA.-  Y yo también. 

JACOBO.-  ¿Tendré que hacer, mujercita mía, una lista parecida a la que me hicisteis a mí? 

JUANITA.-  No, amor mío, descansarás todo lo que quieras.

JACOBO.-  Al fin reconoces mi derecho. Eso está muy bien. ¡Cómo se nota que me quieres! 

SUEGRA.-  Y yo también. 

JACOBO.-   (Gesto de sorpresa al oír a la SUEGRA.)  ¿Eh?

JUANITA.-  Sácame de aquí. Te pido perdón. Yo haré todas las labores de la casa con ardor y con coraje. 

SUEGRA.-  Y yo también.

JACOBO.-   (Digno.)  ¿Dormirás al rorro?

JUANITA.-  ¡Sí! Sácame. 

JACOBO.-  ¿Harás la masa? ¿Cocerás el pan? 

JUANITA.-  ¡Por favor! ¡Te lo prometo! Está bien. Desde hoy estaré siempre de acuerdo contigo. 

SUEGRA.-  Y yo también. 

JUANITA.-  Ya no hablaremos más del pergamino. Quémalo...

SUEGRA.-  Y a mí también. No, no... 

JACOBO.-  ¿No convendrá que lo escriba? ¿Tendré que hacer la colada? 

JUANITA.-  No, amor mío. Mi madre y yo la haremos solas..., y no te volveremos a molestar. 

JACOBO.-  ¿Calentarás mi camisa? 

JUANITA.-  Haré lo que quieras, pero sácame de aquí.

JACOBO.-  ¿No me llevarás la contraria?

JUANITA.-  No. Siempre seré tu criada. 

SUEGRA.-  Y yo también. 

JACOBO.-  ¡Cómo me encanta esta sumisión! Nunca me habéis gustado tanto como ahora. Al momento os saco de la tina.  (Saca a su mujer.)  

JUANITA.-  ¡Ay, marido mío! 

SUEGRA.-   (Desde dentro de la tina.)  Hum, hum. 

JACOBO.-   (Con gesto de distracción, que corrige, saca a la SUEGRA.)  Perdón... 

SUEGRA y JUANITA.-   (Se besan con aspavientos, como en la despedida, mientras repiten.)  ¡Madre mía! ¡Hija mía!

JACOBO.-   (Sonriente al público.)  Y así acabó la farsa..., gracias a...,  (Mira a la una y a la otra y al pergamino roto ya..., y acaba señalando a la tina.)  gracias a la tina de la colada. 


  

(Una ráfaga de aire mueve ropa tendida en un tendedor del patio. )

  




 

 

FIN