12/10/16

MONÓLOGOS Maxi de Diego

MONÓLOGOS
Maxi de Diego

DIEZ
Elogio de la lentitud
(Veremos al protagonista de este monólogo moverse con lentitud
durante toda la escena. Está grabando en una pequeña grabadora lo
que dice.)
JESÚS: Ayer volví a perder a mis amigos. Siempre van con prisa a todas
partes. Ellos dicen que soy lento. Pero yo soy así. Me gusta moverme
como gravitando en el espacio, como si acariciara el suelo que piso,
como si me abriera paso entre las ramas de un bosque espeso.
La verdad es que mi lentitud me trae algunos problemas. Una vez,
después de un concierto, iba a besar a una chica, fui tan lento, no en el
beso sino en el acercamiento que ella se levantó y se fue.
En clase, un desastre, no me da tiempo a contestar nada en los
exámenes, aunque me lo sepa. Menos mal que el de sociales se dio
cuenta y me los hace en partes. El último durante toda una semana.
Saqué un 6, todo un éxito.
Mis amigos, cuando salimos, siempre me dejan solo. No aguantan mi
paso de caracol, como ellos dicen. Bueno, me dejaban, ahora siempre
voy con Jaime, el investigador de olores11, cada paso se para a oler
cualquier cosa por rara que sea. Nos hemos hecho buenos amigos. Yo
empiezo a aprender de aromas y él a caminar como una tortuga coja.
Llevo unos días especialmente ilusionado. Mi madre me ha prometido
comprarme un coche cuando cumpla 18 años. Me quedan tres, así que
puedo ir aprendiendo poco a poco. Mañana empiezo las clases del
teórico. ¿Conseguiré llegar a tiempo a los sitios? ¿Conduciré también
con lentitud como cuando voy en bici? Todo un misterio.
Yo sé que mi vida será diferente, tal vez al ir tan lento mi vida sea más
larga. O tal vez no. Pero me gusta como soy. Aunque he de confesaros
algo: me da miedo vuestra velocidad. ¿Os da tiempo a mirar?
Sé que algún día seré famoso. No sé por qué. Pero lo intuyo. Quizás me
llamen El hombre lento. Tal vez descubra la importancia de la calma
para el cerebro humano. O tal vez no. Por si acaso grabo esto. Me agota
hablar tan rápido, pero es necesario. (Agotado dejará de hablar a un
ritmo normal como hasta ahora y lo hará mucho más despacio. Corta la
grabación.) Ya no puedo más. Me voy a dormir. Mañana tengo que
madrugar para llegar a clase a tiempo. (Lentamente, muy lentamente, se
hace el OSCURO.)

ONCE
Una chica normal
SARA: Soy una chica normal. Ningún escritor en su sano juicio se
atrevería a escribir ni siquiera un monólogo sobre mí. Mi vida se resume
en pocas palabras: voy al instituto, desayuno, como, ceno. Los fines de
semana voy a la discoteca o al parque y ya está.
Tal vez podría hablar de mi aburrimiento en clase. (El entusiasmo con
que dice lo siguiente debe ir en aumento.) Menos cuando la profe nos lee
poesía o cuentos o cuando nos enseñan cuadros o esculturas. También
me gusta eso del cuerpo humano, lo de las plantas es curiosísimo, pero
sobre todo, las matemáticas. Cuando en inglés nos ponen esas
canciones y descubro lo que dicen se me pasan las clases volando. Pero
en general me aburro. Bueno, todos dicen que el insti es aburrido. Ya lo
dije, soy una chica normal.
No sé de qué más podría hablar ese absurdo escritor. Tal vez de lo que
pienso siempre que voy a la discoteca. Me veo a mi misma, y no porque
haya tomado alguna pastilla de esas, que no las pruebo, o bebido
alcohol, que no me gusta, me veo a mi misma en lo alto de una montaña
a la que he llegado por un bosque por el que discurre un río enorme.
Desde esa montaña se ve un mar de nubes blancas y otras montañas
también muy altas, altísimas. Aunque la música me reviente los oídos yo
siempre me veo en lo alto de la montaña. Y disfruto y entonces me
pongo a bailar como todo el mundo, de pura sensación de felicidad.
Bueno, a lo mejor, ese extraño escritor podría hablar de mi sueño, de mi
ilusión. Tan normal como otros sueños. Todos los días, todas las noches
sueño con lo mismo. Es algo que me llena por dentro, que ocupa todo
mi ser. Me da vergüenza, sí, porque es un sueño muy normal. Pero
tengo que contarlo, para demostrar que no tiene sentido escribir ni
siquiera un monólogo sobre mí.12 Deseo tener trabajo. Sí, así de sencillo,
tener trabajo. No quiero estar parada como mi madre, desesperada de
buscar y no encontrar nada. Un trabajo que no me suponga estar
agotada y cabreada como mi padre. Un trabajo que dure, no como el de
mi hermano. Un trabajo que me haga feliz y ganar dinero, el suficiente
para tener mi casa y poder ir a conciertos, al teatro y a bailar. Un trabajo
tranquilo, sin jefes mandones. Tal vez en una biblioteca, rodeada de
libros de poesía. Tal vez en un laboratorio inventando medicamentos.
Tal vez de fotógrafa, reflejando el fin de las injusticias o la belleza. Un
trabajo que tan solo me haga feliz. Estoy dispuesta a conseguirlo. Lo sé,
soy demasiado normal.


DOCE
Confesión 1
(El personaje de rodillas frente al público como sí éste fuera un
confesionario con sacerdote.)13
IVÁN: Buenos días, padre, ante todo debo decirle que han pasado diez
años desde mi última confesión, cuando hice la comunión, así que no sé
muy bien cómo se hace esto ahora.
Bueno, estoy aquí porque ya no sé qué hacer para dejar de mentir. Soy
un gigantesco mentiroso. Eso sí, muy hábil, difícilmente me descubren.
Pero hay una razón por la que quiero dejarlo y tal vez usted pueda
ayudarme. Quiero a una chica, tanto, tanto, que sufro cuando la miento.
Y no puedo dejar de hacerlo. Son mentiras pequeñas, no crea que me
voy con otras ni nada de eso. Pero me he inventado ante ella una doble
vida para conquistarla. Y me siento una lagartija. Le he dicho que mis
padres son ricos, aunque nunca tengo un euro. Le dije que me habían
castigado por algo que me inventé y de lo que ya no me acuerdo, y que
no me dan dinero, así que siempre me invita ella. Le he dicho que soy
buen estudiante, mentira, que toco la guitarra, mentira, que no me
gusta beber, mentira, que colaboro con un asociación solidaria, mentira,
Pero quiero dejar de mentir. Necesito que me quiera como soy
realmente. Un ignorante; aficionado a las motos y a los coches, que ella
odia; yo hincha del Atleti, mientras aborrece el fútbol; ateo o agnóstico
o algo así. Ella es muy religiosa. Un inculto, ella sabe de todo, el curso
próximo empieza en la universidad, y yo, que soy de su edad, aún estoy
en 4º. Ya no puedo más con mis mentiras, necesito ser otro.
Bueno, padre, dígame qué puedo hacer. Sin ella no podría seguir
viviendo.

TRECE
Confesión 2
(El personaje en la misma postura que el del monólogo anterior. Tal vez
los dos en escena al mismo tiempo, primero luz sobre uno y luego sobre
el otro.)
GIMENA: Padre, miento. No, ahora no voy a mentir. Pero miento
siempre. Y no se me da mal. Jamás han descubierto mis engaños. Ni mis
padres, ni mis profesores, ni mis amigos. Podría decirse que soy una
profesional. Pero ahora quiero decirle la verdad. Lo necesito. Tengo que
cambiar y espero que usted me diga cómo. Dicen que ustedes, además
de perdonar los pecados, saben cómo obrar de acuerdo a los
mandamientos. Y si no recuerdo mal uno de ellos era no mentir. No, no
soy religiosa, lo confieso, aunque al chico que me gusta, al que amo, le
haya dicho que sí. Él lo es y yo... por gustarle... ya sabe. Necesito decirle
la verdad, mi verdad, que le adoro aunque no sea como él se cree.
¿Quién no miente un poco para aparentar ser mejor que lo que es? Él es
distinto a los demás. Un poeta, músico, de buena familia, culto. Ahora
está castigado y para aparentar mi buena posición he tenido que pedir
dinero a todas mis amigas, a mis hermanas. Estoy endeudada. Pero me
he quedado sin crédito. Le tendré que decir que a mí también me han
castigado. Pero esto no importa mucho. Lo que de verdad siento es que
piensa que soy muy culta y, de verdad, no lo soy. Nunca lo he sido. Mi
diversión principal no son los libros, cuando quedo con él cojo alguno
de mi hermana mayor para aparentar. Antes de conocerle, me pasaba
las horas viendo la televisión, los cotilleos, el fútbol, las motos. Ahora
que le he conocido ya no me interesan. Ayer cogí un libro de poesía de
la biblioteca y, de verdad, padre, me ha gustado. Ese libro hablaba del
amor, de la alegría del amor, del entusiasmo del amor, de la belleza del
amor. Y así, con mis mentiras, siento que lo ensucio, que lo mancho.
¿Cómo confesarle que no he terminado la ESO, que dejé de estudiar por
un trabajo estúpido del que me han despedido?, aunque, eso sí es
verdad, me he vuelto a matricular. Él adora la música, toca la guitarra,
conoce músicos de los que no he oído hablar, Bob Dylan, quién es ese
tío.
¿Cómo decirle lo que soy y no perderle? Padre, ayúdeme. Sin él no
podría vivir.


CATORCE
No conocerás mis sueños
(Noelia está sentada ante una mesa, rodeada de libros, apuntes,
archivadores, cuadernos. Algo exagerado. De vez en cuando cogerá un
libro, lo abrirá y lo dejará con cuidado en el suelo.)
NOELIA: Hoy he llorado en clase. Un llanto callado, frío y muy húmedo.
Todos me miraban, el profesor también. Me ha llamado, me ha pedido
que saliéramos fuera del aula y me ha preguntado qué me pasaba, si
podía ayudarme. Yo, muerta de vergüenza, he bajado la cabeza y con un
gesto le he dicho que no. Él ha insistido, pero yo no he abierto la boca.
No me gusta contar ciertas cosas. Él no puede comprenderlo. Nadie
puede. Nadie que no haya vivido en la miseria, en una chabola, sucia,
con hambre, rodeada de ratas. Por eso mis padres se vinieron a España.
Trabajan en lo que pueden. Por poco dinero, pero ahora comemos todos
los días. Mi madre es cuidadora de ancianos y mi padre ha sido
camarero y albañil, y ahora, parado. Desde hace un mes. Por eso lloré,
porque dice que no hay trabajo y que a lo mejor tenemos que volver a
nuestro país. Yo no quiero. (Muy afectada.) No quiero. Quiero estudiar,
aunque me cuesta porque tengo muchas dudas porque no estudié casi
cuando era niña, quiero estudiar. Prepararme. Mi sueño es ir a la
universidad, aunque dicen los profesores que es muy difícil. Yo voy a
luchar. (A punto de llorar.) Si es necesario buscaré un trabajo y estudiaré
por las noches. No quiero volver allí. Por eso lloré. Y él nunca lo sabrá.

QUINCE
El abismo me estremece
(Alejandro está situado al borde del escenario, pero no mirará hacia el
público, puede hacerlo en varias direcciones, pero siempre evitará al
público, su mirada.)
ALEJANDRO: Hoy he buceado en el alma de mis padres. He vislumbrado
su miedo. Su miedo a que no sea feliz. Su miedo lo inunda todo. Me
estremece. El otro día aprendí esta palabra: estremecer. Hacer temblar
algo o temblar con movimiento agitado y repentino. Sentir una repentina
sacudida nerviosa o sobresalto en el ánimo. Me gustó, no solo su
significado, que me ayudaba a entenderlo un poco. A entender su
miedo. También su sonido. Hay palabras que no sé por qué, me gustan,
me estremecen. Tu languidez me estremece. Languidez, qué palabra tan
bella. Tu enigmática languidez me estremece. Me siento un enigma para
ellos. Por eso tienen miedo. Lo sé. Pero no puedo respirarlo. Me duele.
Hoy, por eso, por ese dolor, he buceado en su alma.
Pero un profundo abismo nos separa. Un abismo insondable.
Insondable, el otro día leí esta palabra en clase, en un texto. No sé qué
significa. ¿Estará bien dicho un abismo insondable? Yo creo que sí, será
un abismo muy grande, profundo. No comprendo su miedo, su falta de
confianza. Me da miedo su miedo. Quisiera acercarme y decirles algo
sencillo que destrozara esa mirada de culpa. ¿O no es de culpa? ¿Qué
me dice esa mirada tan lejana? ¿De dónde proviene esa angustia? No lo
sé. Por eso me escabullo de su miedo, me escondo, esquivo su
presencia. Sus reproches. Tan solo quisiera decirles que confiaran en mí,
pero no sé cómo hacerlo. Por eso me estremezco ante ese abismo
insondable.
OSCURO


DIECISÉIS
Debieron decirnos la verdad
(El personaje mientras habla está empaquetando objetos que guarda en
unas cajas de mudanza.)
BEA: Lo digo sin ningún rencor. Tal vez en su lugar yo tampoco habría
sabido. Tal vez no se trataba de decir o de explicar. Quizás hubiera sido
suficiente con el llanto, no siempre, un día, un solo día en los cinco años
que estuve allí. Un llanto breve, de unos pocos minutos. Mirándonos a
los ojos. Posiblemente no supieron o nosotros o yo no supimos verlo.
Tal vez debieron dejar de lado, si no siempre, si al menos un día, tanta
explicación vacía. Esos complementos directos no podían ser tan
importantes o el título de esa composición de Mozart. ¿Eran
imprescindibles esas ecuaciones aquel día? ¿Por qué no nos dijeron la
verdad? (Silencio. El personaje parece hacer un esfuerzo para encontrar
las palabras adecuadas.) Que debíamos prepararnos para resistir a la
mentira. Que debíamos dudar tanto. Unirnos para resistir juntos. Y
llorar, a veces llorar. Indignarnos con tanta frecuencia. Y estar en la calle
tantos días. Para gritar, para resistir, para defendernos. (Pausa.) No, sin
duda, no estaban preparados. Claro, los programas, las notas, los libros
de texto, esos autores tan importantes, esas leyes científicas, ahí
estaban, debían llegar a nosotras. Bien, de acuerdo, lo respeto, pero, ¿y
la otra verdad? El sufrimiento, el hambre, la miseria, y la otra cara, el
enriquecimiento, el poder, el beneficio. ¿Dónde estaban? ¿Por qué estas
verdades no eran las protagonistas al menos unas horas entre tantos
días, tantos meses, tantos años? Perdón, tal vez no supe oíros, tal vez
algún día lo susurrasteis y yo no estuvieran preparada mientras le
miraba y jugaba a no escucharos. Tal vez me tendríais que haber
enseñado a escucharos, tal vez lo hicisteis y yo lo aprendí demasiado
tarde. (Silencio. Bea está terminando de empaquetar los últimos objetos.)
Pero ahora, ¿qué será de mí? Han conseguido que os recuerde, no sé por
qué. Mañana me echan de mi casa, ya sabéis, el paro, la hipoteca, el
desahucio, la usura. Y no sé por qué me he acordado de que me decíais
que estudiara, y os creí, lo hice, pero aquí estoy. No me ha servido para
nada. Mañana me voy fuera, emigro. Buscaré trabajo fuera. No importa
mucho, hay situaciones peores que la mía. Tengo apoyos. Bueno, lo
dejo, estoy a punto de cerrar mi última caja, no he conseguido reunir
muchas cosas todavía. Tampoco me hacen falta. Quiero que dejéis de
ser un recuerdo triste. Si aún seguís ahí, entre los chicos y chicas que
aprenden, no os olvidéis de decirles que no se crean sus mentiras. Un
beso.
OSCURO

DIECISIETE
¿Cosa de dos?
Teatro de sombras. Veremos la sombra de Olga detrás de una sábana.

OLGA: Yo sé que mi profesor de Lengua anda detrás de mí para escribir
sobre mi estado y no se atreve a preguntarme. Yo tampoco sé cómo
decirle. Siempre está escribiendo sobre lo que nos pasa. Dice que es
para hablar con nosotros, para decirnos como al oído lo que no sabe
decirnos de otra manera. No sé, puede ser. Pero a mí me gustaría decirle
algo sobre mi duda. Sobre esta duda que me está haciendo tanto daño
que estoy a punto de gritar. Estoy embarazada. Dicen que soy
demasiado joven. Hace dos meses que cumplí los dieciséis. Hace dos
meses que estoy embarazada. Hace dos meses de aquella fiesta. Le
contaría, pero no me atreveré, que fue mi primera vez, que llovía, que
hacía frío, que había bebido, que no sé cómo nos quedamos solos, que
olía tan bien, que siempre me miraba así, con esa mirada oscura, que
aquel día me dijo felicidades muy bajito, en un susurro, muy cerca del
cuello, que me regaló este anillo y esta pulsera y un libro que todavía no
he leído y con un título muy raro que no recuerdo. (Pausa.) Le contaría
que no usamos preservativo. Que ni siquiera pensamos en nada más
que en… ¿cómo decirlo? ¿Cómo decírselo sin que me dé vergüenza? Sólo
pensábamos en cómo hacerlo. Él tampoco sabía. Yo ni me había
imaginado que pudiera suceder. Que le abrazaría, que me besaría, que…
Sí, ya sé. Teníamos información, hacía poco nos lo habían recordado en
una charla en el instituto, que había que llevar el condón, sí, ya lo sé.
(Pausa.) Pero no es esto solo lo que quisiera decirle si me atreviera. Le
diría, aunque no me atreveré, que mi cabeza da vueltas, que un montón
de imágenes, diferentes, contrarias, me golpean día tras día, que he
perdido el apetito, que necesito gritar… que tengo que decírselo a
alguien. Le veo tan pequeño entre mis brazos, buscando mi pecho, le
veo gateando por el suelo, llamándome, riendo, llorando, durmiendo…
Veo estas imágenes y no sé si me gustan o no. Oigo voces distintas,
unas que puedo abortar, otras que no está bien… Y yo, estoy, tan sola.
Pero tengo la voz bloqueada, cerrada, no puede hablar, solo quiero
gritar, gritar. (Grito prolongado diciendo NO. Tal vez música de cierre.
Oscuro.)


DIECIOCHO
El fin del mundo
ÓSCAR: Mañana se acaba el mundo. No sé muy bien por qué. Nunca me
han interesado las noticias; los telediarios, los periódicos me parecen
repugnantes. Parece seguro, lo dice todo el mundo: el presidente del
gobierno, el papa, mi tía, los profesores. He recibido más de cien
correos electrónicos confirmándomelo. (De vez en cuando romperá una
hoja manuscrita después de ojearla.) Tendré que romperlas todas.
(Pausa.) Todo el mundo está inquieto. Es lógico. Mi madre no para de
llorar. Yo, sin embargo, casi me alegro. Y digo casi por suavizar un poco
lo que pienso rotundamente. Me alegro un huevo. Tanto paro, tanta
pobreza, tanta explotación, tanto futuro vacío, todo a la mierda. Me
alegro porque se les ha acabado el chollo a tanto listillo acaparador de
dinero a costa de los demás. ¿Ahora qué?, ¿eh? ¿De qué os ha servido
reducir la sanidad pública para vuestros negocios privados?, ¿eh? ¿De
qué? (Se para ante una nueva carta, la ojea y la arruga con violencia.
Luego la vuelve a abrir y a mirar y la hace añicos con prisa.) Tengo que
terminar con esto, no vaya a ser que el final se adelante. No quiero que
quede ni una carta por si alguien sobrevive y se adueña de mi secreto.
Tal vez hubiera debido enviarlas. Quizás hubiera conseguido, al menos,
su aprecio. Aunque no sé si hubiera soportado la presencia de sus ojos.
Menos mal que todo se acaba. (Con rabia.) Si este meteorito, si esta
bomba nuclear, si esta explosión solar o lo que sea no destruye este
maldito planeta, alguien debería acabar conmigo si yo mismo no puedo
poner fin a… Lo que hice no tiene perdón. Soy un miserable. Un maldito
miserable. ¿Por qué tuve que gritarle? ¿Por qué la amenacé el único día
en que conseguí que me mirara? Ya lo he perdido todo. Ella se separó de
mí con miedo. Huyó como tantos querrán huir mañana de ese final
definitivo. Yo no. Yo no porque me merezco su odio. Y no puedo
soportarlo. Mañana saldré corriendo al epicentro de la destrucción.
Venga de donde venga. Mañana no intentaré esconderme. Es posible
que así purifique esta repugnancia que siento hacia mí mismo. Le
escribía cartas que no enviaba y pensé, ¿por qué lo pensé?, que si todo
iba a acabar podía ser mía por un día. Pero huyó, huyó de mí con miedo.
Y ese miedo en sus ojos me… me hace tanto daño. Por eso mañana
correré hacia la lengua de fuego, la gran ola, o lo que sea. (Rompe la
última carta.) Pero te seguiré queriendo, perdóname. (Oscuro muy, muy
lento.)


DIECINUEVE
Sin móvil
CÉSAR: Hoy me han invitado a que hable en las jornadas culturales del
instituto. La semana que viene. Estoy nerviosísimo. Ya verás, se van a
reír, como siempre. La profesora dice que no, que si hay risas
intervendrá ella. Y todo por el artículo que escribí el curso pasado para
nuestro periódico. Tampoco me inventé nada, lo había leído en Público y
sólo lo resumí un poco. Bueno, también vi luego un vídeo de una
organización en Youtube. Ella dice que no me ha invitado por el artículo
sino por lo que hice después. Estoy muy nervioso, no sé cómo me
atreveré a subir allí ante todos. Con lo que se han reído. Y solo por no
querer tener un puto móvil. Se reirán otra vez, ya lo verás. No es solo
por lo del coltán y por lo de la guerra. Además así no me controla nadie.
Antes, cuando me retrasaba un poco ya estaba mi madre… También,
como no puedo hablar por teléfono, hablo y quedo más con mis amigos
y con Lorena. Lorena me ha dicho que también se va a desenganchar del
móvil. Que le dé tiempo, que no es tan fácil. Yo no la obligo, cada uno
que haga lo que quiera. Yo, simplemente, me cabreé cuando leí esa
noticia e investigué un poco más. Y lo tiré. Sí, lo tiré, podía haberlo
vendido, pero no, me cabreé y lo tiré. Luego me enteré de que se podía
reciclar, no lo sabía y me dejé llevar por el cabreo. Supongo que algo
tendré que decir con lo del coltán, bueno, si puedo, porque con los
nervios que tengo… Eso de hablar en público no es lo mío. A ver si
ensayo un poco. (A partir de aquí leerá de unas hojas que ha sacado del
bolsillo.) El coltán es una aleación de la que se extrae el tantalio, este,
por sus cualidades, es insustituible en la fabricación de los teléfonos
móviles, consolas de videojuegos y todo tipo de equipos electrónicos. Si
es tan necesario podríamos pensar que el país que tuviera yacimientos,
sería un país próspero, pero no es así. Todo lo contrario, esta riqueza es
su miseria. En la República Democrática del Congo, donde se
encuentran los yacimientos más importantes, hay guerras provocadas y
financiadas por el control de las minas. Se explota a niños y
adolescentes que trabajan por míseros sueldos o son esclavizados. Se
estima que por cada kilo de coltán han muerto entre dos y tres niños.
Los grupos armados que controlan su extracción violan y asesinan a
mujeres y niñas. Los bosques y su fauna también están en peligro.
(Pausa, guarda los papeles.) Seguro que no soy capaz de leerlo. Me
pondré a temblar y… (Silencio. Se mueve nervioso, pero con decisión,
como si se estuviera dando cuenta de algo.) Bueno, a lo mejor tiemblo,
pero lo que voy a decir es importante, muy importante, no se puede
consentir que nadie se forre a partir del sufrimiento de los demás, no se
debe consentir. A lo mejor tiemblo, pero a lo mejor la gente se lo piensa
y no cambia cada dos por tres de móvil o lo recicla o deja de dar tanta
importancia a estos y otros aparatos. (Oscuro trepidante.)


VEINTE
La risa, hace tanto tiempo
(Un chico muy serio, viste un traje negro, la cara muy blanca, apenas se
moverá. Gestualidad mínima salvo cuando se indique.)
ESTUDIANTE: Dicen que hace mucho tiempo existió algo llamado risa. Y
un verbo: reír. A veces, dicen, sonaba ja, ja, ja; otras, je, je, je; incluso,
jo, jo, jo y ji, ji, ji. Más raro era ju, ju, ju. Por lo visto, era una forma de
expresar alegría o diversión. Yo ahora estoy muy alegre y divertido y no
necesito emitir esos ridículos sonidos. (Pausa.) La gente se reía por una
buena noticia, por un chiste, por un éxito, por una broma, hasta por…
un pedo. (Esto lo dice con evidente incomodidad.) Menos mal que
desapareció la risa. (Pausa.) Pero por qué desapareció os preguntaréis.
Yo también me lo pregunté y por eso elegí este tema para mi
investigación trimestral. He hablado con muchos abuelos y abuelas que
todavía sufrieron esta abominable costumbre. Esta costumbre que han
ocultado a sus descendientes por su carácter despreciable. ¿Por qué
desapareció? (Saca de un bolsillo una ficha y la mira con disimulo.)
Desapareció por desuso. Poco a poco los cineastas, los dramaturgos, los
escritores en general, los guionistas… fueron dejando de escribir
comedias. La gente de la calle dejó de contar chistes. Hubo
declaraciones en el sentido de que les costaba inventar situaciones
divertidas en medio de tanta adversidad. Muchos abuelos y muchas
abuelas recuerdan que fue por la crisis. (Expresión de ignorancia.)
Tampoco sé qué es la crisis, pero Pablito nos lo explicará a
continuación, ha elegido este tema para su exposición histórica
trimestral. (Pausa.) Otra abuela me dijo que vencieron el llanto y la
tristeza. Tampoco sé qué es llorar. (Mira a alguien del público y
corrobora.) Sí, Laurita nos hablará más tarde de este verbo. (Mira a su
derecha y saluda con una ligera inclinación de cabeza.) Como el señor
profesor nos ha pedido que intentemos recuperar el pasado, a
continuación y para terminar, voy a procurar haceros reír. Algo
prácticamente imposible porque se necesita un aprendizaje, según he
leído, y ninguno de nosotros ha reído jamás.
(El estudiante empieza a gesticular de forma histriónica. El director o
directora y el actor –aunque también puede ser actriz- decidirán los
gestos y movimientos del personaje, entre los que no deberá faltar la
imitación de algún animal. Eso sí, procuraremos mantener
paralelamente al gesto ridículo un cierto hieratismo en el semblante del
actor o actriz. Ante una risa, real o producida entre el público por varios
actores colaboradores, el estudiante reacciona de forma inmediata con
una mezcla de sorpresa y conmoción.)
¿Qué ha sido eso? ¿Ha sido la risa? ¿Alguien puede decirme si era la risa?
(Mira al público, alguien, un abuelo o una abuela, le ha confirmado que
era la risa.) ¿Sí?, pero, pero… es maravillosa. (A punto de llorar, muy
emocionado.) Yo quiero reír, quiero reír, quiero reír… (Lo repetirá una y
otra vez muy despacio mientras se hace el oscuro lentamente.)

DAME LA MANO
(X e Y son dos adolescentes, 15, 16, 17, no creo que lleguen a 18 años.
Al escribir veía a un chico y una chica, pero no sé muy bien quién era
uno y otra. Tal vez me equivoque y sean dos chicos o dos chicas. Quizás
no sea esto lo importante. O sí. Quién sabe. Ciertamente, en estos
momentos estoy más pendiente de sus miradas, de sus gestos y de su
discurso, del tono de su voz, de sus sentimientos. Me interesa lo que
dicen y cómo lo dicen. Así, de verdad.)
X: Por favor, dame la mano.
Y: ¿La mano? ¿Por qué?
X: Tengo miedo. ¿No oyes lo que dicen por todas partes?
Y: ¿A qué te refieres?
X: Joder, a qué me voy a referir. ¿En qué mundo vives? Todo lo que
dicen.
Y: ¿Quiénes?
X: Pues todos, en la tele, mi padre, mi madre, todos los padres de todos,
supongo que los tuyos también. Los profesores, incluso nosotros
también lo decimos cada vez más.
Y: Ya, que todo está hecho una mierda.
X: Sí, eso.
Y: ¿Y tú crees que es para tener miedo?
X: ¿No?
Y: Bueno, a mí me preocupa, pero miedo, miedo…
54
X: ¿No te asusta no tener trabajo? ¿Que tus padres se queden en paro,
que no puedan pagar la hipoteca y que os echen de casa?
Y: Bueno, visto así. (Le tiende la mano. Se acarician mutuamente.
Después de unos instantes, X se separa. Algo extraño ha sucedido en el
personaje.)
X: (Con una actitud diferente, ha perdido el miedo. Ahora estará seguro
de sí mismo.) Gracias, gracias, de verdad, tu mano me ha salvado.
Gracias por tu apoyo, por tu afecto. Ya no tengo miedo. Ahora sé todo
lo que ocurre. Y al saberlo, me he hecho fuerte, resistente…
Y: (Cortándole.) Para, para. No te entiendo, estás hoy muy raro. ¿Qué es
lo que ocurre? ¿Cómo te ha hecho fuerte, simplemente, mi mano?
X: Yo tampoco lo entiendo. No sé cómo ha sucedido. Pero ahora lo sé, lo
sé y es muy sencillo. Nos están mintiendo.
Y: Bueno, eso nos lo podemos imaginar.
X: Imaginar no, escucha. Yo antes no sabía que… (Pausa, el personaje
adolescente se levanta, tal vez, si es posible, una luz cenital u otro tipo
de recurso que rompa la “normalidad” de la escena. Observaremos que
en el personaje irá creciendo la indignación al aportar cada nuevo dato.)
No sabía que el 0,16 % de la población mundial se apropia ya del
equivalente al 66 por ciento de los ingresos mundiales anuales17. No
sabía que 28 de las 35 empresas españolas más grandes y la mayoría de
bancos utilizan los paraísos fiscales para facilitar la evasión fiscal y los
delitos económicos de sus grandes clientes18. No sabía que en la Bolsa
de Chicago se especula con el precio de los alimentos, hombres
sudorosos con chaquetas de colores chillones deciden sobre el destino
de millones de personas. El hambre del planeta a cambio de la riqueza
de unos pocos19. No sabía que en España el 0,0035 por ciento de la
población controla recursos que equivalen al 80,5 de la riqueza, eso que
llaman el PIB20. No sabía que el gasto militar mundial, pese a los 4 años
de crisis económica, subió en todo el mundo un año más, hasta alcanzar
la escandalosa cifra de 1,6 billones de dólares21. Y mientras se olvidan
los Objetivos del Milenio22. No sabía que… (Y se ha acercado y con
delicadeza ha tomado su mano. X, poco a poco, se serena. Fin del efecto
visual.)
Y: ¿De dónde has sacado esos datos?
X: De un libro, de páginas de organizaciones en Internet…
Y: Me tienes que dejar ese libro.
X: Claro.
Y: ¿Qué hacemos?
X: ¿Nos vamos a jugar a la play?
Y: Sí, así nos despejamos un poco.
X: Ya está bien de emociones fuertes.
Y: Sí, ya está bien.
X: Aunque otro día te tengo que hablar del coltán. 
Y: ¿Del coltán? X: (Mientras salen.) Sí, un mineral que se emplea en la fabricación de aparatos electrónicos. En algunos países de África, en las minas, trabajan niños como esclavos…

10/10/16

yo el peor de los dragones


YO, EL PEOR

DE LOS

DRAGONES.

De Benjamín Gavarre

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Yo, El Peor de los Dragones es la alegoría de una familia. Toma como pretexto a los cuentos de hadas para representar ese núcleo, pequeño universo castrante, que es el reino doméstico. Así, a pesar de que podamos reconocer a un rey, una reina, un dragón y una doncella, debemos pensar siempre, si queremos poner en escena esta obra, que los personajes se desenvuelven en una casa pequeñoburguesa pretenciosa donde los personajes realizan las labores cotidianas propias de su insufrible clase.
La escenografía o la iluminación recrearán pues, los distintos ambientes de un hogar: la sala, la cocina, el jardín, la recámara, etc. El estilo recomendado es el llamado "mal gusto" o si se quiere la palabrita: el "kitscht".
Recomiendo para el vestuario: traje de noche, escotado y con lentejuelas para la Reina; smoking para el Rey; smoking y máscara metálica para el Dragón; innumerables vestidos para la Doncella (ya se verá por qué); levita para el Paje y trajes de cocinero para el Mago y el Hada.
Para la música sugiero algún género que apoye la caricaturización de las situaciones.



*** I ***
Al comenzar la obra los reyes se encuentran en el jardín preparando una parrillada. La reina está embarazada, él toma una cuba. A pesar de la aparente armonía, y de las miradas tiernas hacia el vientre real, los reyes estallan en abierta discusión en el momento en que se detienen para sentarse en una banca.

El Rey.– ¡Será niño!
La Reina.– No podrá ser otra cosa, señor, ¡sino niña!
El Rey.– ¡Niño!
La Reina.– ¡Niña!
El Rey.– En alta estima, señora, a vuestros ruegos tengo; y por razones que no viene al caso discutir: un príncipe valiente será nuestro heredero.
La Reina.– ¿De razones habláis? Pero si vos sólo alcanzáis a balbucir una evidente sucesión de tonterías. Y si en asuntos de Estado decidís mejor que nadie, en asuntos de embarazo yo dispongo. Quien porte en el futuro el cetro real será la dulce princesa que tendré en algunos días. Será, no lo dudéis, una sublime soberana y nadie osará negarle o refutarle nada porque será, sin titubear, toda una dama.
El Rey.– Claro está, mi dueña, que en este punto singular jamás conciliaremos; llamemos a la Enorme Comisión, que ellos concluyan.
La Reina.– ¿Su majestad bromea?, ¡Si la Enorme Comisión sois vos! En todo caso llamemos a las hadas, que son en todo punto intachables y digamos, desde luego, insobornables.
El Rey.– Vengan pues las hadas, también los magos; con tales fuerzas convocadas, sabremos sin lugar a dudas, por las muchas disputas que de ellos se desprendan, si príncipe o princesa debe dar a luz el vientre real.
Entran mago y hada; discuten en murmullos apenas contenidos,
mirando al Rey y a la Reina con aprensión o disgusto.
Finalmente llegan a un acuerdo y expresan su dictamen.

Mago.– Si futuro rey o príncipe conviene al reino, su majestad, la Soberana, comerá una rosa roja.
Hada.– Si conviene una princesa, probará una blanca rosa.
Mago.– Para tal procedimiento un árbitro imparcial...
La Reina.– ¡No estoy de acuerdo! ¿Cómo va a decidir alguien ajeno a nuestro imperio?
El Rey.– Es cierto. Vosotros magos, hadas... debisteis resolver la situación. Ahora se hará por elección, la mía. ¡Comed! (Le da la rosa roja).
La Reina.– ¿Ah, sí? ¡Pues no! Comeré la blanca. ¡Dad acá! (Intenta quitar al mago la rosa blanca).
El Mago.– No nos habéis dejado terminar. El juez sería...
El Rey.– ¡Nadie!
La Reina.– En eso estoy de acuerdo.
Mago.– Sería el Azar.
Hada.– En esto, sí, decidiría el Acaso. "Su majestad escoja"..
La Reina.– A ver...
El Rey.– Me niego a ceder a suerte alguna el claro derecho de imponer mi voluntad. Digamos: si la reina desea una virgen colosal y yo un varón discreto...
El Mago.– Al revés, su majestad.
El Rey.– ¿Cómo al revés?
El Hada.– Una discreta virgen y un varón monumental.
El Rey.– Ah, sí. Digamos, de las dos, la reina probará la rosa roja y un varón descomunal bienvenido será a éste, mi imperio.
La Reina.– Y digo en fin, ¿por qué no he de comer las dos rosas en un mismo bocado? y así cada ambición será colmada en cada caso.
El Rey.– No comprendo.
La Reina.– Vos deseáis un temerario príncipe que en el futuro ocupe el trono; y yo, una dulce niña...
El Rey.– ...que en el futuro ocupe el trono real.
La Reina.– Permitidme... Yo dejaría gobernar, sin duda alguna, al primogénito.
El Rey.– Pues no me hacéis favor alguno; es la costumbre que gobierne el primo... ¿Dejaríais, de verdad, que gobernase?
La Reina.– Sí.
El Rey.– ¿Sin intromisión alguna?
La Reina.– Os lo puedo aseverar.
El Rey.– ¡Sea! Comeréis de las dos rosas...
La Reina.– Las dos.
El Rey (a las Hadas y los Magos).– ¿Tenéis todo dispuesto?
El mago y el Hada discuten agitados y luego dan un dictamen:
El Mago.– No aconsejamos de ningún modo que la Reina alimente, con la venia real, tan sólo el pensamiento de probar las rosas blanca y roja una tras otra y, menos aún, al mismo tiempo.
El Hada.– Desastrosa catástrofe a la reina azotaría en todo caso; en otro también al rey perjudicara, y el más terrible, el caso que ya todos tememos: a todo el reino, la desgracia afligiría.
El Rey.– Con esa circunstancia: será varón. No discutamos más el punto. Comed la rosa roja.
La Reina.– Mhh... Así lo haré, si así conviene al reino. (Come la rosa roja).
El Rey.– La solución me place y me serena. Marcho a descansar muy bien dispuesto. Generosa será con nos la Providencia, también con nuestro hijo. (Salen el Rey, las Hadas y los Magos).
La Reina.– Mas yo digo que buena idea me parece el no dejar abandonada a suerte miserable este capullo en flor que es esta rosa blanca. No temo el infortunio. Si nos trae ventura un vástago, un... varón, ¿cuánta más dicha tendremos si en doble nacimiento, príncipe y princesa comparten una misma cuna. Ven doncella; comienza en mi boca tu noble nacimiento (come la flor blanca).



*** II ***
La recámara de los reyes.
Han pasado algunas semanas. El hada entrega a la reina un
pequeño envoltorio: un pequeño bebé dragón del que sólo vemos la cola. La reina lo amamanta dulcemente. El rey fuma y bebe.

El Rey.– ¡Un Dragón!... ¡Habrase visto! Funesta descendencia has engendrado, dulce dama.
La Reina.– Digamos que entrambos dignatarios lo forjamos; vos sois, no discutáis, su insigne padre.
El Rey.– Padre digno, mas innoble el hijo. Y no sé bien decir si un adulterio cometió la Reina, ni con quién, ¿sería tal vez con un lacayo?
La Reina.– Callad, que hablando de lacayos, y más aún de las lacayas, yo bien pudiera decir de vos un sinfín de tropelías. El hijo es vuestro. No olvidéis la noche, que hace tiempo, vos borracho y yo desnuda, vivimos, a buen paso, en pos de la lujuria.
El Rey.– No abundéis, que es vergonzoso.
La Reina.– Pues no neguéis al dragón, que es hijo vuestro.
El Rey.– No lo haré.
La Reina.– Y yo a mi vez confesaré un secreto, pues bien... probé la rosa roja.
El Rey.– Eso lo sé, lo sé, lo sé.
La Reina.– Pues he más de comentar...
El Rey.– No me digáis.
La Reina.– También probé la rosa blanca.
El Rey.– ¡Ay, bruta!
La Reina.– No insultéis mi dulce investidura.
El Rey.– Lo cierto es que un remedio habremos de poner en este empeño. El niño dragón, o lo que sea, crece, como un tumor maligno, día tras día.

*** III ***
En la sala.
Han pasado veinte días. El Dragón ya es un príncipe,
amenazante y rebelde veinteañero
(si hay dinero, puede entrar en moto).
El Paje limpia los cubiertos de la casa mientras recibe
órdenes.

El Príncipe Dragón.– Y hay más, Paje: si no hacéis lo que he dispuesto, mataré a mi padre, azotaré con mil latigazos a mi madre, y haré de la desgracia de este reino leyenda y ejemplo inolvidables.
El Paje.– Pero, señor, mi príncipe dragón, no hay doncella en este lar, ni en sitio aun lejano, que a dormir con vos acepte, sois ¡tan feo!
El Príncipe Dragón.– ¡Necio!, Sé que lo soy y aun con eso os digo: quiero una doncella, y no cualquiera. Venga a mí la virgen más pura y delicada de este reino, o de cualquier lejano, o inaccesible, territorio.
El Paje.– Si insistís convocaré a concurso; con la venia, desde luego, del señor Rey, mi soberano.

Llega el Rey.

El Rey.– Heme aquí, ¿quién requiere de mi sano juicio? ¿Acaso este muchacho singular? Felicidades hijo, hace veinte días que naciste y parece que veinte años han pasado desde la ocasión gozosa de tu nacimiento.
El Príncipe Dragón.– Es cierto que cumplí los veinte, oh padre fariseo; mi tiempo es tan distinto del que vos perdéis, tan insensato. No seré más paciente con vos que con el criado: traedme una doncella que quiero desposarla. Si no lo hacéis... destrozaré vuestro castillo, y a ti te mataré sin compasión y con tormentos varios.
El Rey.– ¿Que quieres desposarte?, noticias das que llenan mi alma de júbilo diverso. ¿Has elegido ya a la novia afortunada?
El Paje.– Tiene que ser, señor monarca, la virgen más pura y delicada que viva cerca o lejos de este reino.
El Príncipe Dragón.– Traédmela vos, que en vuestro juicio, enfermo o sano, yo confío. Si no me satisface la elección os aseguro que dejaré sin ojos y sin brazos vuestro cuerpo.
El Rey.– No hay más que hablar, mi dulce príncipe; mandaré traer la más hermosa, la más virginal de las doncellas.

*** IV ***
En la cocina: Los reyes decoran un pastel para festejar el aniversario de su hijo. El rey pone betún y la reina, cerezas. En algún momento la reina se fastidia de no poder hacer su labor con fluidez y enfrenta a su marido.

La Reina.– ¡Semejante atrocidad habrase visto! ¡Tan malvado, tan vil es vuestro hijo que ha truncado la vida de moza tan fresca, tan radiante! ¿Cómo ha podido ser el sino con nosotros tan funesto, que tengamos que vivir bajo el terror de quien debiera enaltecer nuestro linaje?
El Rey.– No habléis vos de atrocidades, que al haber seguido la senda del capricho, habéis roto la armonía que tanto tiempo concedió la Providencia.
La Reina.– No comprendo: ¿nombráis capricho a mis buenas intenciones?
El Rey.– Sí.
La Reina.– Pero, bien mío... Si pensáis un poco... Si hubiera yo dado la vida a un príncipe, a un varón convencional y no a... un dragón, hubiérase marchado ya a la guerra; si una grácil doncella hubiera dado a luz, se hubiera desposado un día sin remedio, alejándose del reino.
El Rey.– Vos no decíais lo mismo hace unos días; queríais que una virgen gobernara este castillo, ¿y qué lograsteis? La unión de dos opuestos es este dragón hermafrodita. No es hombre no es mujer: es una ruina.
La Reina.– Es hombre, sin duda; ha devorado, sin más, a una doncella.
El Rey.– ¿La devoró?
La Reina.– Ay sí, ¿vos no sabíais?
El Rey.– ¡Oh atrocidad! Y es culpa vuestra. Al comeros vos esas dos rosas tan sólo conseguisteis convocar un monstruo de maldad. Con mala entraña, os quisisteis quedar con el pastel, también con el dinero.
La Reina.– ¿De qué dinero habláis?
El Rey.– Dejemos este asunto por la paz, que el príncipe se acerca.

La pareja finge armonía.
El príncipe llega y los separa. Tratará
de besar a la reina o de tocarle el trasero. Alejará al padre.

El Príncipe Dragón.– Que viva el rey, que viva también mi madre bondadosa.
La Reina.– Oh, mi tierno príncipe; ciertamente no ha mejorado el color de vuestra tez con vuestras bodas.
El Príncipe Dragón.– No, madre; ni mejoría tendrá si no se cumplen mis próximos deseos como un vuelo.
El Rey.– ¿Más antojos tenéis, hijo devoto? No ha sido suficiente contento la noche que pasasteis con aquella desdichada campesina?
El Príncipe Dragón.– ¿Tal era? Ahora comprendo su sabor, pues disfruté por un segundo la limpia y calurosa paz de la campiña.
La Reina.– Retoño mío, no seáis desvergonzado.
El Príncipe Dragón.– Soy lo que quiero ser, señora madre; soy de carne y sangre, soy dragón, y mi faz no ha de cambiar ni con veinte o más doncellas que a mi boca lleguen.
La Reina.– Ay, hijo.
El Rey.– ¡Sois... un aborto, un engendro, un bárbaro!
El Príncipe Dragón.– No me dais nuevas noticias, padre; yo a vos en cambio os he insinuado ya un encargo.
El Rey.– Pues yo no entiendo de alusiones, hijo. Manifestad vuestra encomienda claramente.
El Príncipe Dragón.– Yo exijo, nada más, otra doncella.
El Rey.– Tendréis lo que deseáis si prometéis que con ella sí os desposaréis y desde luego que no la engulliréis.
El Príncipe Dragón.– No prometo, sino advierto, dulce padre; si no la tengo en mi cama por la noche... os arrancaré la cabeza, os cortaré las piernas y luego incendiaré el castillo. A vos, madre, os deberé quitar los ojos y daros, desde luego, mil azotes.
El Rey.– Se hará como queréis.
El Príncipe Dragón.– Sois tan gentil, oh padre. Madre...
La Madre.– Que la providencia os acompañe.
El Príncipe Dragón.– Así lo hará, pues soy sin duda alguna para ustedes, al menos mientras viva, la Providencia misma.


*** V ***
En la sala.
El Paje y la Reina en "labor de tejido".

El Paje.– ¡Y han sido ya más de cuarenta! Ellas aceptaban al principio bien dispuestas, claro; un príncipe no es cosa que se suela despreciar... Pero cuando la indiscreción de varios dio a conocer los... descalabros, pues nada, que las damas ya por temor, ya por agudo pánico, se han negado rotundamente a, digamos, "dormir" con el dragón.
La Reina.– El Príncipe.
El Paje.– El Príncipe, sí; pero al saber que su excelencia, vuestro hijo, es más dragón que príncipe, ninguna ha querido soltar prenda; por más que he ofrecido, que digo mil maravedíes, no, ni doblones, ni piezas de oro han aceptado.
La Reina.– Pues alguna deberá sacrificarse por el bien del Reino; y más, que el príncipe, su Alteza, ha amenazado con desollar vivo a su padre y obligarme luego a mí, oh infortunada, a portar la prenda real, como si fuera la piel de un animal, un zorro, cabritilla, vos sabéis... ¡Oh cielos!, ¡un abrigo con la piel de mi marido!, ¡habrase visto!
El Paje.– No olvidéis que como siempre, terminando con vosotros, seguiría con el castillo, y con nosotros, los muy simples mortales.
La Reina.– Eso, digamos, también sería una pena. Por eso os pido yo que prisa deis a vuestra empresa, y consigáis, con eficacia...
El Paje.– ¡Un capullo, una dama, una doncella!, ¿dónde habrá? Oh, aquí llega el Rey...

Entra el Rey y se sienta. Luego habla mientras ve, lujurioso,
revistas pornográficas. La Reina intentará quitárselas.

El Rey.– Yo conozco una muchacha, paje; digamos no muy bien, la he visto... Una pastora es... muy bella; sí,... bellísima. Quizá si yo mismo la buscara y aquí al castillo la trajera...
La Reina.– ¿Una pastora? ¿Vos mismo? ¿Bellísima? No me parece, el negocio, buena idea.
El Rey.– Tal vez será lo justo, reina; el paje ha demostrado ineptitud y displicencia en este encargo de encontrar mancebas.
El Paje.– Pues ya que vos, así parece, experto sois tanto en doncellas como, supongo, experto también en damas otoñales, por cierto encontraréis la discretísima mozuela que al dragón desatinado regocije, evitando de este modo vuestra muerte y, desde luego, que la reina tenga que portar la prenda más lujosa, vuestra piel.
El Rey.– Bueno será, entonces, que inicie ya mismo, luego, presto, tan osada diligencia...
La Reina.– No estoy de acuerdo. En todo caso si os place, yo misma estoy resuelta a acompañaros. Serán necesarios un séquito de quince damas, quince caballeros... un carruaje, veintiocho caballos. Habrá que llevar algo de comer. También será forzoso llevar algunas provisiones, por ejemplo...
El Rey.– Nada. Saldré ahora mismo y este paje, con todo lo que vale, será mi compañía. Vámonos, paje.
La Reina.– Venid acá, intento de aprendiz de gobernante. Si os atrevéis a cruzar las puertas del castillo sin mi consentimiento y compañía, soy capaz de... Rey, señor amado... Venid acá... No intentéis ni por sueño acercaros con malas intenciones a doncella alguna. ¡Esperadme! ¡Rey!... ¡Bastardo!

*** VI ***
En alguna calle de la ciudad. El Rey y el Paje azotan a un
pordiosero.

El Rey.– Entonces... ¿cuánto vais a pedir por vuestra hija?
El Pastor.– Vos sois el Rey; vos me podéis obligar a daros mi vida si es preciso.
El Paje.– Eso es cierto, Majestad. ¿Por qué no lo atormentáis y así seguro nos dirá dónde la oculta.
El Pastor.– Ya os he dicho que yo no la escondí. Ella se habrá metido abajo de la tierra, se habrá desfigurado la cara con vitriolo para no ser reconocida, se habrá fugado a otras lejanas latitudes, se habrá vuelto loca, ramera, pagana, perdida, hetaira, suripanta, meretriz... ¡Ay, hija!
El Paje.– A éste no hay más que darle latigazos; a vuestra futura nuera está injuriando.
El Rey.– Dale con ganas.
El Paje.– Arrodillaos, bastardo.
El Pastor.– ¡Ayy!
El Rey.– ¡Confesad!, ¿do se halla la muchacha?
El Pastor.– ¡Su reino no es ya de este mundo!
El Rey.– ¿Qué quieres decir?... ¿Acaso...? ¿Ha muerto la infeliz?
El Paje.– No veis que está mintiendo, majestad. Os quiere hacer caer en un engaño, un cuento.
El Rey.– En ese caso... ¡dale más fuerte!
El Pastor.– ¡Ayyy! (Se desmaya).



Entra la "Doncella", es una mujer de más treinta que viste
con harapos.

La Doncella.– Ya basta, padre mío. No sacrifiquéis vuestro cuerpo avejentado más por mí. No valgo así la pena. Señor Rey, su Majestad, decidle, que pare, a vuestro criado.
El Rey.– Criado, para.
El Paje.– Señor, soy paje real de vuestro reino, insigne paje, primer ministro, casi... No permitáis que una pastora vil me llame criado.
El Rey.– Esa pastora será mi nuera como tu mismo has mentado ya hace rato. Querida próxima pariente... Sabéis a qué he venido; ahorremos palabras, seguidme, que habréis de conocer muy pronto a vuestro ínclito consorte.
La Doncella.– Yo misma he de acudir y por mi propio paso; tan sólo permitid que de mi padre restañe las heridas que vos mismo causasteis.
El Rey.– Eso me parece un signo de nobleza; ¿será esta chica digna de mi real confianza?
El Paje.– ¿No veis que es una aldeana?
La Doncella.– Mirad, mirad a mi padre desmayado; solo, postrado en el suelo se ha quedado.
El Rey.– Bueno hija, debéis recordar que tenéis con nos una cita ineludible; si no acudís faltaréis a los principales códigos de urbanidad... ¿Y qué va a pensar la gente de vos, que soy una bellaca miserable como dijo el paje, indigna de cualquier respeto, indigna de ser la futura esposa del príncipe dragón... del príncipe heredero a todo... de aquel que?...
La Doncella.– No faltaré, rey soberano; os lo juro por lo más preciado de vuestra descendencia, vuestros futuros nietos que yo, os juro, prometo tener con vuestro hijo...
El Paje.– Pero...
El Rey.– Claro, hija... Mis nietos... Entonces hemos quedado en un acuerdo. Yo os espero en el castillo; atended ahora a vuestro padre.
La Doncella.– Así lo haré (vanse Rey y Paje).
Padre... Padre... Despierta, padre. Papá... Ya es tiempo de que despertéis, el Rey se fue. Oh padre mío, ¿por qué tenéis ese color tan azulado? ¿Por qué no respiráis? Acaso... ¡Oh! ¡Ha muerto el desgraciado!

*** VII ***
La "Doncella" vaga por las calles de la ciudad. Se encontrará
con una "Vieja Psicoanalista", disfrazada de pordiosera.

La Doncella.– ¡Ay de mí! Mi padre, muerto a latigazos. Mi destino en manos de un príncipe perverso que me despojará de vida, sueños... de mi virginidad inmaculada, tan ardorosamente guardada aun hasta agora. ¿Qué debo hacer, yo, huérfana tan desvalida, tan requerida del afecto más pequeño?
Vieja.– No sufras, pequeña; que yo he de socorrerte.
La Doncella.– ¿Vos? ¿Y por qué habría de ayudarme una anciana miserable? No me inspiráis, os digo, la mínima confianza.
Vieja.– Sí, pequeña, te lo aseguro, he trabajado en diversos negocios y afamados.
La Doncella.– Mencionad alguno.
Vieja.– No es cosa mía el divulgar tales enredos; secretos son de gente como tú, que motivada por problemas sin fin, sin aparente arreglo, han llegado hasta a mí en busca de serenidad a su conciencia y digamos, sobre todo, a su inconsciencia.
La Doncella.– Habláis de vero en términos profundos, ¿acaso sois astróloga?
Vieja.– No soy; mas conozco los caminos que han de transitar aquellos cuya condición se encuentra entorpecida por oscura sombra.
La Doncella.– Oh...
Vieja.– Tales seres se encuentran sometidos a una suerte de encantamiento o maleficio que los hace perjudicar a los demás, con gran dolor, puedes creer, para ellos mismos.
La Doncella.– ¿Un Maleficio? ¿Esa es la causa de mi enorme sufrimiento? ¡Ay cielos! Pero... que yo sepa no he hecho agravio a persona, animal o cosa alguna., al menos no tengo, no, no tengo yo esa idea.
Vieja.– No hablaba de ti, sino del Príncipe Dragón, que está bajo la influencia maligna de un hechizo. El seguirá atormentando a todos los hijos de este reino mientras no llegue una alma pura y sin dobleces como la que tú posees.
La Doncella.– Curiosa ayuda me otorgáis, vieja señora. Mi vida entera se encuentra amenazada por esa bestia pavorosa y aún así queréis ayudar al criminal y no a la víctima.
Vieja.– Dalo por cierto; tú sólo serás el instrumento que acabe con su pena, romperéis el hechizo en que se encuentra. Al mismo tiempo que lo salvarás del maleficio, hallarás la dicha que otorga la piedad... Y sobre todo: tu vida estará fuera de todo peligro.
La Doncella.– Ah, vamos... ¿Y qué debo hacer? ¿Darle veneno, estrangularlo, partirlo en mil pedazos?...
Vieja.– Uno de los mejores métodos es descuartizarlo, ciertamente, pero te juzgas capaz?
La Doncella.– No exactamente.
Vieja.– Pues será preferible elegir artes sutiles, seductoras. Deberás fingir amor apasionado por el Príncipe, para desnudarlo lentamente de cada una de sus nueve pieles.
Doncella.– ¿Qué?
Vieja.– Escucha y no me interrumpas. Para tu noche de bodas te pondrás diez, diez vestidos de tela majestuosa, uno encima de otro. Cuando el dragón intente desvestirte, deberás responder que tú misma lo harás, pero que a su vez él deberá quitarse una de las prendas que lo cubren. Esto lo llevarás a cabo hasta que te hayas quitado nueve vestidos, momento en el dragón no tendrá nada más de que despojarse y tú todavía estarás cubierta.
Doncella.– Es decir qué el estará desnudo y yo... !Oh virgen inmaculada!
Vieja.– Cállate y atiende...Cuando el dragón esté desnudo se encontrará totalmente a tu merced. Ahora, si de verdad deseas acabar con la maldición que pesa sobre él, deberás realizar otras hazañas... ¿Estás dispuesta?
Doncella.– Sí.
Vieja.– Pues entonces escucha con atención.

*** VIII ***
Días después, en algún lugar de la casa, antes de que inicie "la boda".

El Paje.– Y hay más su señoría... La muy doncella mandó pedir para esta noche ciertas prendas, que a decir verdad parecen cosas de una misa horrenda. Ha mandado pedir diez, ¡diez vestidos!, hechos con la tela más pura, la más blanca. Además... ramas de encino, ¿o avellano? ...mojadas en lejía.
El Rey.– ¿Lejía?
El Paje.– Jabón, su majestad, una herejía.. Eso sin hablar de varios litros de leche hirviente y endulzada que no acierto a distinguir para qué sirva, si no es para beber... Con todo eso, yo bien pudiera pensar que es una bruja y que algún daño terrible, se atreva, infligir, a vuestro hijo.
El Rey.– No puedo creer tales historias... En todo caso recordad que el pavoroso engendro, mi hijo, no ha tenido muy buen comportamiento que digamos. Y ella es tan bella, tan lozana.
El Paje.– Yo no diría tanto. Y digo más, que es una criada.
El Rey.– Pues yo diré sucintamente que os calléis y muy presto os larguéis por los palomos que la ceremonia va a empezar.
El Paje.– Presto voy, su majestad.
El Rey.– Y decidle a la reina que se apure.
El Paje.– Sí.

*** IX ***

En la "iglesia", que es en realidad la capilla de la casa
("todo queda en familia"), los reyes aguardan a los novios y al oficiante, el Paje, que estará evidentemente disfrazado de cardenal apostólico).

La Reina.– Oh, majestad, ¡las bodas me emocionan tanto! ¡Cuántos recuerdos despiertan en mí tales sucesos! Alguna vez vos mismo, algo más joven, y yo, un poco más hermosa, vivimos estos momentos de celebración, de gozo, que sin duda nuestro hijo y su futura esposa sabrán reconocer como es preciso.
El Rey.– Pero señora, si no supiéramos que tales nupcias serán seguidas del duelo por la novia, muerta, desaparecida en el estómago feroz de nuestro hijo la noche misma en que gozar debieran de sus nuevos lazos; si por lo menos la muchacha se convirtiera en la futura reina, madre dichosa de nuestros nietos anhelados... pues yo me encontraría muy dispuesto a gozar de estos eventos...
La Reina.– Ah, claro, es una pena. Pero mirad... Aquí se acercan los palomos... ¡Que toquen los músicos una marcha singular!... (Se escucha una Marcha Fúnebre) ¡Bravo!, ¡vivan los novios! ¡Viva nuestro reino!
El Paje–Sacerdote.– Estamos aquí reunidos ante los máximos dignatarios de este imperio, así como ante testigos sin mácula, todos ellos capaces de reconocer el noble matrimonio de vosotros hijos: Una adorable doncella y un... príncipe dragón, su alteza, cuyos méritos no me atrevería a pormenorizar, pues son tantos y variados que... Desde los comienzos de la Historia hemos sabido apreciar...
El Príncipe Dragón.– Sí, sí... menos palabras, paje–párroco. ¿Qué sigue? Un beso, ¿no es así? Vamos doncella, recibe de mi amor mis dulces besos.

El príncipe persigue a la doncella,
con obvia intención sexual.

La Doncella.– ¡No! Por cierto, prefiero bailar con vos alguna pieza.

Música. Mientras Rey, Reina y Paje bailan una curiosa
coreografía, muy simple; el Príncipe Dragón realiza una
obscena, casi pornográfica rutina, frente a la doncella.

El Rey.– Pero mirad, el baile ha terminado, demos nuestros buenos deseos a los novios.
La Reina.– Oh hijos, qué baile tan... original el vuestro. ¿Por qué no hacemos un brindis por vuestra felicidad y luego nos deleitan con otra muestra de vuestra danza singular?
El Príncipe Dragón.– ¡Nada!
El Rey y el Paje.– ¡Eso es, un brindis!
El Príncipe Dragón.– ¡Dije que Nada!
La Doncella.– Pero, alteza mía... No os gustaría celebrar, con vuestros padres, nuestro encuentro feliz y seguramente venturoso.

El Príncipe, rabioso, gruñe amenazante.
Todos caminan tratando de encontrar un lugar seguro.
Finalmente, la "bestia", toma del cabello a su "nueva esposa"
y le dice:

El Príncipe Dragón.– ¡No veis que no soporto estos ambientes! Tonta mujer, ¿no comprendéis que lo que quiero es marcharme, sin más, a nuestra alcoba?
La Doncella.– ¡Sois tan romántico!
El Príncipe Dragón.– Callad y seguidme en un instante. Si no venís como una exhalación a mi aposento, arrastraré vuestro cuerpo hasta la torre, ahí os arrancaré el cabello, os quemaré los ojos y luego devoraré tus entrañas lentamente; arrojaré finalmente el tronco sangrante, lastimoso, al foso del castillo, para alimento, sí, de mis hermanos más queridos, los reptiles. (Sale el Príncipe Dragón)
La Doncella.– Señores, compermiso, ha sido un gran placer.
El Rey.– Adiós muchacha.
La Reina.– Hasta luego.
El Paje.– Adiós.


*** IX ***
En la "recámara" del joven.
El dragón entra cargando a la doncella. No sabe dónde "colocarla" y la deja un instante en el suelo, luego va por un "lecho". Lo coloca en el suelo y se acuesta invitando, lascivo, a la doncella.

La Doncella.– Dulce señor, ya que mi fin cercano está... Lo sé pues no estoy ajena a vuestras artes mortales amorosas, permitidme, os ruego, este deseo...
El Príncipe Dragón.– Ninguna petición será escuchada. Tiéndete en el lecho que a acabar contigo, y con tus vanos intentos de impedirlo, voy dispuesto.
La Doncella.– Lo haré sin duda, os lo prometo; pero... Singular deleite causaría, en mí, que dejaras de lado vuestra ropa, y luego yo, también despojaré de mi cuerpo este vestido que me estorba.
El Príncipe Dragón.– Pareciera que dispuesta estáis a disfrutar de esta aventura que, al menos para vos, será la última. Me despojaré de mi ropa, que es envoltura singular como sabéis. (Se quita el saco.)
La Doncella.– Ahora quitaré yo mi camisa. Así, desnuda, veréis que soy la amante fiel que siempre habíais deseado. (Se quita el primer vestido)
El Príncipe Dragón.– Mas no veo, ni asomándome a ese cuerpo voluptuoso, vestigios de piel o de sudor alguno, ¿acaso estáis hecha de tela? ¿acaso vuestra dulce piel es de algodón, doncella mía?

La Doncella.– No más que vos, alteza mía, estáis cubierto de membranas raras. ¿Qué es esta dura piel si no?, ¿qué puede haber debajo?
El Príncipe Dragón (Se quita los zapatos).– Descubriréis que esta piel encierra más sensualidad de la que hubierais podido imaginaros. Pero, ¿qué pasa?, debéis a vuestra vez quitaros esa prenda, ese impuro vestido que cubre vuestro cuerpo, ¿qué esperáis?
La Doncella (Segundo vestido).– Ya está. Y seguimos tal como antes, pues no sabría decir si lo que veo es la envoltura de un pez, o de un lagarto, o una serpiente... No mostráis sino algo parecido al escamoso pellejo de un dragón, en fin.
El Príncipe Dragón.– ¡Pues qué esperabais! Por mi parte yo no alcanzo a distinguir mas que un tejido que me enreda, y que me quiere hacer caer. Confesad, ¡qué sortilegio tramas!
La Doncella.– ¡Oh seductor misterio!, ¡oh lamentable hechizo!
El Príncipe Dragón.– ¿Vos misma habláis de encantamientos, bruja? Terminaré contigo y tus malignas artes! ¡Venid a mí, que he de tragarte!
La Doncella.– Acabad conmigo amado mío, que luchar no quiero con vos, que sois sin duda mi destino, mi amor, mi Dios en suma.
El Príncipe Dragón.– ¿Es cierto cuanto escucho? ¿No teméis, de mí, la muerte más atroz?
La Doncella.– No, porque en verdad os amo.
El Príncipe Dragón.– Nunca esperé palabras tales; no sé qué debo hacer, el único apetito que concibo es devorarle todo el cuerpo; no quiero esta confusión que a mis entrañas viene.
La Doncella.– Acabad conmigo, lo deseo, pero antes debéis gozar del cuerpo que te espera; yo a mí vez quiero sentir, es una súplica, tu cuerpo desnudo en viva piel sobre mi carne fresca.
El Príncipe Dragón.– Muy bien, doncella; mas deberéis quitaros ahora vos primero ese vestido.
La Doncella.– Así lo haré. (Se quita el tercer vestido.)
El Príncipe Dragón.– Y yo a mí vez... (Se quita la camisa.) Mas no veo aún la piel desnuda.
La Doncella.– Hagamos otro intento. (Cuarta vestido.)
El Príncipe Dragón.– De acuerdo estoy y ansioso. (se quita unos tirantes)
La Doncella.– Parece que es preciso quitar de cada lado alguna prenda más. (Quinto vestido.)
El Príncipe Dragón.– Sí. (Se quita los pantalones.)
La Doncella.– Alguna otra, es necesario. (Sexto vestido.)
El Príncipe Dragón.– Sí. (Se quita un calcetín). Alcanzo a distinguir una pasión que nunca concebí por gente alguna; quitaos ya todas las prendas que os faltan, pues súbita emoción me invade el ser, y no sabría continuar con este asunto, sin lanzarme sobre vos y someteros al abrazo más intenso que pudo sospecharse jamás sobre este mundo.
La Doncella.– Calma, mi señor, y quitaos esa piel bestial que os falta, yo quitaré a mí vez ésta que agobia, que entorpece. (Séptimo vestido.)
El Príncipe Dragón.– Hecho está. (Se quita el moño.)
La Doncella.– No es suficiente, mas parece que con una... (Octavo vestido.) ...todo comenzará para el amor, el nuestro, como jamás imaginasteis.
El Príncipe Dragón.– Con ésta... (Se quita el segundo calcetín.) ya son ocho las pieles que cubrían mi cuerpo de dragón, no creo que falte alguna.
La Doncella.– Yo veo que sí, también a mí me sobra esta novena, la arrojaré, mas pediré que vos lancéis primero.
El Príncipe Dragón.– No aceptaré si no lo hacemos a la vez.
La Doncella.– Muy bien, hagámoslo los dos al mismo tiempo.


La Doncella se quita la camisa número nueve y todavía
conserva la décima, el Dragón parece que va a quitarse los
calzones, cuando quita, en un gesto orgásmico,
su "última piel", la máscara.

El Príncipe Dragón.– Doncella, qué habéis hecho.
La Doncella.– Esta es vuestra noche de bodas conmigo, recibidla.

La Doncella va por un atado
de ramas secas y comienza a golpear,
sin piedad, al Dragón.

El Príncipe dragón.– He de matarte. No diré más.
La Doncella.– No podéis hacer más daño. Con estas ramas de encino hago olvidar cada uno de vuestros crímenes. Destruyo un falso ser. Acabo con tu maldición.

La Doncella pega sin piedad al cuerpo del Dragón
hasta que ambos quedan exhaustos.

La Doncella.– Venid acá... necesitáis un baño; sumergíos dulcemente en esta tina que por agua tiene un mar de leche hirviente; os dormiréis después conmigo en un abrazo, ¿os place?
El Príncipe Dragón.– El baño es tan ardiente como el fuego y sin embargo me conforta, me sumerge en mí mismo y no sabría decir ya nada más con un sentido; quiero dormir profundamente.
La Doncella.– Son esos deseos que hago míos y serán cumplidos en este mismo instante. Venid a descansar marido. En este lecho despertaremos mañana en una nueva historia, seremos los futuros Rey y Reina, gobernaremos en este imperio cuando los viejos reyes falten; ya lo verás. Ahora, mi príncipe dragón, podéis dormir.


*** X ***
A la mañana siguiente; en el jardín...

El Rey.– Y... ¿habrásela comido?
El Paje.– Sin duda.
La Reina.– Pobre muchacha, tan grácil, tan esbelta... Es una lástima que haya muerto, la pobre, de ese modo.
El Rey.– Lo cierto es que el príncipe, el dragón, no ha salido todavía de su habitación, ¿qué habrá pasado?
La Doncella.– Señores, parientes míos tan dilectos, heme aquí. Yo sé que gusto os causará saber que mi vida no ha expirado, y que el dragón...
La Reina.– Es una arpía, lo dicho: ¡lo ha matado!
El Rey.– ¿Es eso cierto, pequeña, lo habéis asesinado?
El Paje.– Eso está claro, mirad: en su sonrisa satisfecha muestra la falta, el crimen, el delito, la infracción, la fechoría.
El Príncipe.– Yo no diría tanto.
Todos.– Oh... (El "príncipe" llega convertido en un absoluto imbécil: viste, habla y camina como un "Forrest Gump". Por otra parte, no tiene un pelo de tonto.)
La Reina.– ¿Y quién es este hermoso joven que se atreve a irrumpir la paz de este castillo?
El Príncipe.– Madre, ¿no reconocéis a vuestro hijo?...
La Reina.– Es cierto, el alma me lo dice, me grita. Venid acá oh sangre mía, dad un abrazo a vuestra madre que os adora.
El Rey.– ¿Ese es el príncipe?
El Paje.– Sin duda, majestad; eso es tan evidente como que vos sois el Rey y yo, pues yo soy un paje miserable.
El Príncipe.– Padre, y vos, no abrazáis a vuestro hijo.
El Rey.– No sé... Si vuestra madre os reconoce... Pues con eso a mí me basta...
El Príncipe.– Pero, majestad, oh padre mío...
La Reina.– ¡Marido!
El Rey.– ¡Ven a mis brazos, muchacho!
El Príncipe.– ¡Padre!
La Reina.– Bueno, pues ahora que el asunto, por fortuna, se ha resuelto, no os queda más que abandonar este lugar que sin dudarlo fue eventual, fue pasajero.
El Rey.– ¿A quién le habláis así?
El Príncipe.– ¿A mí?
El Paje.– ¿A mí?
La Doncella.– No, a mí... que por lo visto no tengo mucho que hacer en este sitio, adiós, me marcho.
El Príncipe.– Pero prenda mía, que decís, venid acá. Madre, tened cuidado con lo que decís.
El Rey.– Oh, sí.
El Paje.– Su majestad, debería tener cuidado.
La Reina.– Habría que meditar sin duda en el enlace que tuvisteis con esta linda muchacha, bondadosa sí, pero yo, como podréis imaginar, deseo para vos una princesa.
El Paje.– Claro, una real dama de corte muy lejana.
El Rey.– Querida, callada quedarías mejor.
El Paje.– Sí.
El Rey.– Y vos también, paje.
El Príncipe.– Madre, padre... Mal parece que escucharon mis oídos alguno que otro desatino seguramente nacido de mi imaginación y fantasía. Vos, esposa mía, no escuchaste oposición alguna, de nadie, ¿no es así?
La Doncella.– Oh, no, mi dueño y mi señor.
La Reina.– Pues yo digo que...
El Príncipe.– Padre mío, desde luego vendrán los tiempos en que vos, lo que sabéis, me lo enseñéis como es debido.
El Rey.– Será un placer, oh príncipe.
El Príncipe.– Madre mía, vuestra experiencia y artes son fuente inagotable que, sin duda, y con vuestro seguro beneplácito, sabréis transmitir a la princesa.
La Reina.– ¿Yo?
La Doncella.– ¿A mí?
El Paje.– A cuál princesa.
El Príncipe.– ¿Madre, verdad que estáis de acuerdo?
La Reina.– Oh... sí... sabré muy sabiamente conducirla con sabiduría, con fuerza y generosidad, ¿verdad, oh hija mía?
La Doncella.– Oh, claro, madre.
El Rey.– Pues no se diga más, hemos de celebrar como es preciso estos sucesos, vayamos todos juntos al salón principal de este castillo.
El Paje.– Señor, debo decir que ha tiempo que sucio y olvidado está ese sitio.
El Príncipe.– No hay de qué preocuparse, Paje.
El Rey.– No, vos limpiaréis muy bien si eso es preciso.
El Paje.– Algún malestar siento en el vientre y no sería prudente en esta parte decir abiertamente lo que opino.
El Príncipe.– Vamos, padre querido.
El Rey.– Vamos, vayamos todos juntos.

Salen Rey, Príncipe y Paje.

La Reina.– Antes que entremos, hija mía, y ya que sabiamente hemos logrado establecer lazos dichosos. Ahora, como signo de amistad, os mostraré mis más íntimos, magníficos, tesoros.
La Doncella.– Oh, gracias, madre.
La Reina.– ¡Mis rosales!
La Doncella.– Son tan... ¡hermosos!
La Reina.– Y hay algo más, como veréis, si hacéis conciencia: dos tipos de rosa son las que cultivo: blanca y roja; dos colores. Son manjar de dioses, así, sin cocinar, tiernas y frescas.
La Doncella.– ¿De verdad?
La Reina.– El mejor sabor nace al probar la unión de ambas delicias en un solo bocado.
La Doncella.– Oh, nunca lo hubiera imaginado.
La Reina.– Tomad, y vayamos con mi gran marido el Rey, también con vuestro príncipe.
La Doncella.– Notarán que hemos tardado...
La Reina.– Comedlas, si queréis, muy lentamente; más tarde, si gustáis, regresaremos por más a este jardín, y a vuestros antojos daremos, si es preciso, pronto fin.
La Doncella.– Vayamos.
La Reina.– Sí.

FIN.

Ciudad de México