29/4/16

En la diestra de dios padre

En la diestra de dios padre
La dramaturgia latinoamericana tradicional era, en gran medida, tributaria del teatro europeo y se inscribía en la tradición grecolatina y cristiana occidental. La influencia de estos elementos se manifestaba en muy diversos aspectos: En la concepción de la obra dramática, según el modelo aristotélico, en la pervivencia de mitos y personajes de la tragedia griega y de la Biblia, en las teorías sobre la puesta en escena y la formación del actor, en la arquitectura teatral y en la innovaciones técnicas de la escenografía y la luminotécnica (Buenaventura, 1984: 23). Desde su concepción era, en esencia, un teatro “culto”, situado dentro de un referente académico y dirigido a una minoría urbana instruida.

Pero al lado del teatro “culto”, existía un teatro de raíz popular que la cultura oficial había asimilado al folklore. Era un teatro poco conocido, que no gozaba del mismo reconocimiento y del valor académico que le atribuía la crítica al teatro culto. Tradicionalmente, las formas artísticas de las culturas populares se situaban en los suburbios del teatro, se consideraban de menos valor o se les negaban las posibilidades artísticas. Pero estas formas dramáticas eran la expresión de las culturas dominadas, eran portadoras de elementos propios del teatro precolombino, y reflejaban las raíces indígenas y africanas, marginadas por el teatro culto. Eran formas teatrales que obedecían a una concepción diferente del teatro europeo, en ellas se mezclaban la danza, la pantomima, el diálogo y la música.

El nuevo teatro en América Latina lleva a cabo un proceso de descolonización, la implementación en la puesta en escena de una poética por fuera de la poética tradicional, de los patrones “clásicos” del teatro culto, de sus propuestas temáticas y de las categorías de “la calidad” y el “éxito” del teatro comercial 1. Además, es partícipe de un cambio de mentalidad que

1 El teatro, probablemente por la influencia del avance de los medios de comunicación y mercado “por una línea netamente comercial y por la tendencia a copiar espectáculos teatrales de gran renombre en el mundo. Además, por trasladar a la sala de teatro elementos, procesos y técnicas del lenguaje de televisión con el propósito de lograr hacerse a un público y esforzarse para que este comprenda que la sala de teatro es una proyección de la pantalla de televisión” (Bello, 1989: 18), se transformó en un espectáculo, en un teatro de corte comercial.

rescata el pensamiento plural, la diversidad, por fuera de la visión monolítica de la racionalidad occidental: “Estamos asistiendo -y felicitémonos por ello- a uno de los cambios más radicales y profundos en la historia humana: por todas partes están resurgiendo las formas de pensar, de comportarse, de vivir, de sentir y -por qué no- hasta de morir, que parecían definitivamente enterradas bajo una forma única, bajo una forma modelo, bajo una multiforme estructura cosmopolita” (Buenaventura, 1980: 23). Es un teatro que lo anima un afán de búsqueda, de exploración formal y de experimentación con nuevos formatos y nuevos lenguajes, con nuevos estilos de montaje y de puesta en escena, y que inicia una reflexión abierta sobre la dramaturgia en general.

Enrique Buenaventura es parte de este movimiento, su obra resalta como un aporte de gran importancia en los últimos treinta años del teatro en Colombia. En su interés por “crear una dramaturgia nacional que tenga que ver con la vida, los problemas actuales y la historia de nuestro país... (y que pueda) relacionarse con un público de aquí y de ahora, hablar de sus angustias, de sus luchas, sus logros y frustraciones” (Buenaventura, La crítica estilo Armero), inicia una proceso de transformación, una “revisión de la función cultural del teatro”. Este proceso lo lleva a cabo integrando dos procesos : “una investigación de elementos folclóricos y populares, y una apertura al gran teatro del mundo” (Buenaventura, 1989:). Es un teatro que hecha mano de muchos medios: del rico patrimonio cultural multiétnico del continente 2, de los sistemas de representación informal, de la música,

2 Las sociedades en América Latina se mueven en tiempos culturales múltiples. A su interior coexisten una pluralidad de tiempos que van desde la situación propia de las grandes urbes que ha sido caracterizada como postmoderna hasta las formas premodernas localizadas en las zonas rurales. Además es una sociedad multiétnica en la que conviven tradiciones precolombinas, de origen africano y europeas. Es una sociedad en la que coexisten, no sin entrar en conflicto, muchas formas de expresión: la lengua culta de las elites y el discurso escrito de la producción intelectual y la tradición oral del imaginario popular.

El baile y la gestualidad popular, del folklore 3, de las fórmulas tradicionales del teatro religioso popular (de los autos, las alegorías, las parábolas) y del patrimonio de la tradición clásica, de los aportes teóricos y las prácticas de la dramaturgia del teatro en occidente. Para él el teatro culto y el teatro popular no se excluyen entre sí y son susceptibles de intercambios mutuos. Sus fuentes van desde el teatro medieval, la cultura popular, las tradiciones indígenas precolombinas y afro-colombianas hasta las propuestas teóricas de las ciencias sociales.

Enrique Buenaventura depura el estilo mimético del teatro de contenido social y popular en Colombia. Sus obras no se pueden caracterizar como un teatro político hecho de un conjunto de categorías absolutamente abstractas y animado por una utopía, o un teatro que resulta claro ideológicamente y en el que se denuncian las contradicciones sociales. No es un teatro triunfalista que señala el itinerario de la victoria o las profecías inequívocas para el futuro social de América Latina. No es un teatro apriorístico, es un teatro que asume su papel político al poner en escena al hombre concreto, las culturas populares en su diversidad, al indagar en la complejidad de las culturas, en la percepción conflictiva de los individuos y las situaciones. Es un teatro que supone la presencia de un nuevo público y el sentimiento de que es necesario dirigirse a él con una nueva poética.

Frente a la posibilidad de utilizar piezas teatrales ideológicamente satisfactorias, prefirió las creaciones colectivas. Si sus propósitos era liberarse de una normativa cultural occidental, era necesario intentar hacer un teatro con ese nuevo destinatario colectivo y borrar la distancia que en la dramaturgia

3 Enrique Buenaventura realiza una búsqueda de la personalidad colectiva, del “alma que nos caracteriza como pueblo” y conjuntamente del rumbo ético. En su investigación de la actividad y la cultura de los sectores populares, mira y admira “con mayor cuidado lo que nuestro propio pueblo común y corriente, el que no tiene acceso a lo extranjero o a la escuela, ha venido ofreciendo casi solo y sin desmayo, defendiendo la identidad y el solar patrio en lo que estos representan, a pesar de tantos impactos en contrario como ha recibido” (Fals, 1986: 19).

tradicional había creado entre el público y los escenarios. “Está surgiendo con avances y retrocesos, con timideces ante lo establecido, con debilidades y con audacia un nuevo teatro. Un teatro que no se basa en la ‘compañía’, que no reconoce las antiguas jerarquías y no se rige por la autoridad. Se basa en el grupo y se niega a establecer una relación comercial con su público. No acepta que su público consuma el producto, le exige que lo transforme y mediante un tipo de relación espectáculo-público, éste último exige, a su vez que el producto se relacione con su vida, con sus luchas y sus aspiraciones” (Buenaventura, 1980: 24).

Una obra carnavalesca

La mojiganga 4 es un género dramático menor del Siglo de Oro español. Su origen es muy anterior, es una forma teatral que proviene de la cultura popular autóctona y del teatro medieval. Consiste en un texto breve en verso, de carácter cómico-burlesco y musical, con predominio de la confusión y el disparate deliberados, explicables por su origen esencialmente carnavalesco 5. Es una pieza teatral que retoma el aspecto popular y participativo del teatro en las fiestas públicas, en las ferias, los carnavales

4 Existen fundamentalmente dos tipos de mojigangas: las parateatrales, de inspiración más popular y carnavalesca, a veces con intervención de actores caracterizados como animales, y las dramáticas. Las mojigangas dramáticas proceden de las mojigangas parateatrales y entroncan con la cultura cómica popular de la plaza pública. Son escenificaciones para época de carnaval o para determinados festejos de carácter profano y carnavalesco. Inicialmente pasaron a los tablados como baile, insertándose entre la segunda y la tercera jornada. Sus personajes son en buena parte los que se encuentran en la plaza pública en tiempo de Carnaval o los que actúan por las mismas fechas en espectáculos cortesanos de la más pura tradición grotesca. Son también muestra de la realidad social de la época, estereotipada en los días de Carnaval.

5 En la vieja sociedad rural, fuertemente estructurada por el cristianismo en el tiempo del carnaval se ofrecían mascaradas rituales de raíz pagana. Era un momento en el año caracterizado por la permisividad y que se oponía a la represión de la sexualidad y a la severa formalidad litúrgica de la cuaresma.

y las celebraciones de los días religiosos. Es una representación en la que algunos de sus personajes llevan disfraces ridículos y extravagantes, especialmente de figuras de animales, y que recurre al habla y a las costumbres populares en sus diálogos. Algunas de ellas tienen argumento y otras no. En la diestra de Dios Padre se inscribe en la tradición de la mojiganga argumental. Es una obra de carácter burlesco que parodia la cosmovisión cristiana del mundo y su iconografía tradicional, y que transforma algunos de sus personajes en caricaturas. En la puesta en escena tiene, como característica principal, el manejo del lenguaje popular, los parlamentos de sus personajes están alejados de la norma lingüística que regula el uso correcto de la lengua (en sus diálogos hay incorrecciones, equivocaciones, usos indebidos de algunas expresiones, palabras en desuso, arcaísmos). Además, en sus intervenciones hay albures, juegos de palabras, frases ingeniosas, ironías, insultos en los que se muestra el ingenio y la recursividad propias del lenguaje popular.

En la diestra de Dios Padre, es la dramatización de una temática ya conocida en la literatura universal y en la tradición popular, y que, en la literatura colombiana, ya había narrado Tomás Carrasquilla en uno de sus cuentos. La historia que se pone en escena, es la vieja leyenda europea que narra el viaje de Jesús y San Pedro a la tierra en forma humana y el encuentro con el hombre. La trama de la obra está construida alrededor de las acciones que se generan cuando a Peralta, un campesino pobre, humilde y caritativo, Jesús le concede cinco dones. La forma aparentemente tan descabellada como va formulando sus peticiones es el principio de una serie de hechos imprevistos y asombrosos. Los asuntos básicos sobre los que dirige sus peticiones no son evidentes, ni son de aplicación inmediata, están proyectados en el tiempo (en las acciones futuras) y permanecen ocultos ante los ojos de Jesús : “él sabrá lo que ha pedido, que no tiene pelo de tonto y se las sabe todas”. Cada una de ellas es un factor de poder que supera las limitaciones de la condición humana: en la primera, la potestad de tener el control sobre el azar y sobre lo incierto, en la segunda, el dominio sobre la vida y la muerte (tener la capacidad de decidir sobre su propia muerte, el cómo y el cuándo), en la tercera, el control sobre el tiempo y el espacio, en la cuarta, el poder ganarle al diablo, aunque haga trampas (desactivar cualquier mala intención o poder oculto en las personas que le rodean, aun en el diablo), y, en la quinta, el poder de estar a la altura de Dios (de ser superior a todos, de ser como Dios). El triunfo sobre la muerte y la forma como la somete a su voluntad, su capacidad de ganar siempre en el juego, no importando la condición o el rango de su contrincante, la manera como consigue salvar su alma y estar a la derecha de Dios, son los elementos principales sobre los cuales se desarrolla la historia.

En la religiosidad popular hay una verdadera experiencia de lo sagrado, como manifestación de la divinidad y sus procedimientos: La fe se expresa en la intercesión de la divinidad en favor de las desdichas del hombre, en momentos de extrema desgracia. La creencia en la infinita misericordia de Dios y sus poderes sobrenaturales manifiestos en los milagros y prodigios ha generado una intensa confianza en Dios y su corte celestial. Dios y sus santos cumplían una función terapéutica, eran intrépidos interventores espirituales ante la desgracia y los accidentes. La imaginería popular está poblada de relatos y anécdotas de estos prodigios sobrenaturales.

Como en el teatro medieval popular de tradición religiosa, que representaba los asuntos sagrados del nuevo y del antiguo testamento con fines pedagógicos, En la diestra de Dios Padre, Enrique Buenaventura abandona la solemnidad de la liturgia y los textos sagrados, pone en escena a Cristo, lo humaniza, lo convierte en un ser cercano y cotidiano. Además, los asuntos de fe más fundamentales, la muerte, el más allá, el cielo y el infierno, la salvación de las almas, el contraste entre la condenación y la beatitud 6 se

6 En el teatro religioso desde el siglo XIII se produce una transformación esencial: se populariza. Cristo que hasta esa época solo aparecía en escena en los textos sagrados y litúrgicos se desacraliza y aparece como un personaje que dialoga y actúa, que en sus expresiones y parlamentos incorpora el lenguaje popular y el lenguaje gestual y rompe la mesura solemne de la representación. Además son representaciones que no sólo se ciñen

dramatizan y se ponen a la altura y al nivel de comprensión del hombre común. La diferencia de la obra de Enrique Buenaventura con la tradición teatral del teatro religiosa es que no pretende ser un teatro pedagógico, la historia representada está encerrada en un ambiente paródico y carnavalesco, en un proceso irreverente de desacralización y desmitificación.

La obra tiene un contenido social que se puede mirar desde muchos puntos de vista. En una aproximación literal es simplemente una parábola o un caso ejemplar en el cual la diferencia entre los pobres y los ricos encuentra una solución. Es posible interpretar los personajes principales como los prototipos de estas dos clases, y en Peralta se puede descubrir el hombre conciliador que resuelve con sus bondades los conflictos y acerca las dos clases acompañado por la mano de Dios. Pero la obra es mucho más compleja y trasciende el plano moralizante y esquemático de la parábola. La historia de Peralta tiene su origen en una percepción carnavalesca del mundo. Está acompañada de una poderosa fuerza vivificante, de la alegre relatividad y la irreverencia del carnaval. Y es desde allí donde se puede auscultar, en un sentido mucho más amplio, su función social. La risa en el carnaval se dirige contra todo lo que es elevado y solemne, contra la ostentación que es propia de la realidad oficial. Invierte las jerarquías y celebra un rito de libertad. Es un acto de liberación: parodia y relativiza la

a lo dicho por los textos sagrados, pueden poner en escena acciones insospechadas o no dichas, otros argumentos que los que se encontraban en las sagradas escrituras. Era un teatro que con la entrada de Jesús a la escena buscaba explorar otros acontecimientos cercanos al público analfabeto y a su visión del mundo y representar el lado humano de la divinidad.

Su temática tenía un objetivo fundamental: Visualizar los conceptos teológicos y los acontecimientos bíblicos mediante acciones y personajes simbólicos como lo hacía la pintura en las iglesias y los lugares dedicados al culto (como se podían apreciar en los trípticos o los polípticos con su abundancia de escenas). El cielo y el infierno, el Gólgota y el huerto de Getsemaní, Satanás y los bienaventurados, el mundo pecador y la salvación en el más allá, el estado moral del hombre, aparecían representados en una forma tan pedagógica e instructiva como se podían apreciar en la predicación (la palabra “pulpitum” significaba tanto pupitre o púlpito como tinglado teatral). Era un teatro que, al representar los asuntos sagrados (del Nuevo y del Antiguo Testamento), enseñaba e ilustraba a un público analfabeto y poco docto en asuntos religiosos (Berthold, 1974).

verdad del hombre, los principios ordenadores del cosmos, la visión unitaria del mundo, el orden construido por la razón y el espíritu, los hechos de la historia sagrada, el sentido y la experiencia de la muerte y la trascendencia. Es una actividad desacralizadora que construye un orden provisional y pone en tela de juicio los valores y los vicios de la sociedad: El mundo está en movimiento, todo es relativo, mudable, nada se presenta como definitivo o perfecto. Al reír el hombre recupera su condición humana, corpórea y efímera.

El eje temático de la obra, se puede resumir en la forma como el hombre, con su inteligencia (esa lucidez y recursividad que solo florece en la pobreza y las condiciones de vida más difíciles), aprovechando las circunstancias, le sale adelante a Dios, a la Muerte y al demonio. Como en un relato épico lo que se pone en escena son la faenas del héroe. Pero no es un personaje coronado por la gloria de su casta, por su condición guerrera y por su naturaleza semidivina. Tampoco es una historia que se desarrolla en un ambiente de opulencia y de riqueza, en el ciclo solo reservado para los poderosos, sino en un ambiente de pobreza y dificultades extremas. Peralta es un personaje antiépico, en él sobresale la capacidad de valerse de las circunstancias, de sortear el azar y el riesgo, de salirle al paso a las oportunidades y desarrollar formas diferentes para sobrevivir al margen de los poderosos, de aguzar la sensibilidad. Es el débil que logra sus objetivos y se afirma sobre los poderosos, utilizando sus propios recursos.

Si algo sobresale en la obra, es esta faceta carnavalesca. La inteligencia divina es superior a la humana, esto es algo indudable (es importante hacer resaltar la forma de actuar tranquila, sosegada y sin titubeos de Jesús en el encuentro con Peralta. En él no hay ninguna duda ni vacilación). Pero la forma como Peralta “piensa” sus peticiones, revela algo que, en primer momento, Jesús y San Pedro no alcanzan a percibir hasta sus últimas consecuencias. En la obra, los personajes religiosos están caracterizados por una actitud iconoclasta: Jesús no es omnipotente, omnipresente, ni omnisciente, como es lo propio de su naturaleza divina, y San Pedro es un personaje que exagera las debilidades humanas. Esto abre un interrogante que se convierte en el enigma que le va a dar dinámica a la obra. No existe un conflicto moral ni se insinúa una herejía en la obra. En las peticiones de Peralta existe una buena intención y eso hace resaltar más su acción, su bondad y el amor hacía Dios.

El carnaval es un estado de libertad, un momento privilegiado en el que cada cual puede elegir una máscara independiente de sus obligaciones de nacimiento, edad, sexo y fortuna. Es un momento de inversión simbólica (del “mundo al revés”): En él se anula toda forma de desigualdad social, toda situación jerárquica (de estamento, rango o fortuna), y se explora la alteridad. Se suprime la distancia que existe entre las personas, las leyes, prohibiciones y limitaciones que determinan el curso de la vida normal. Es la posibilidad de un “contacto libre y familiar” entre las personas o las instituciones. Todo lo que se venera, lo que es monolíticamente serio y sombrío se profana para facilitar con esta actitud irreverente el acercamiento y el trato de “igual a igual”. Esto es lo que encontramos en el trato entre Peralta y Jesús, lo que permite que Peralta “faltándole al respeto” se atreva a pedirle semejantes cosas y desprecie la gloria eterna.

En la obra podemos ver tres planos. El primero, es el que tiene que ver con el planteamiento de las cuestiones “últimas” del hombre. La obra es un “debate” carnavalesco entre la vida y la muerte, entre el más acá y el más allá, entre el reino de la oscuridad y el reino de la luz. Estas cuestiones se plantean sin encontrarles una solución abstracta o filosófica, o religiosodogmática. En la obra se trasladan al plano de lo sensorial y concreto, en el entramado de una acción o de una aventura (si esa palabra califica las acciones de Peralta). En un segundo plano, como ya lo habíamos dicho, encontramos el descenso del “héroe” del mundo épico de las grandes hazañas y aventuras al plano ramplón de los asuntos concretos y los problemas de la sobrevivencia cotidiana, su humanización. Y, en un tercer plano, la forma de utopía social que se insinúa al fusionar imaginariamente en el mundo del relato las clases sociales. Toda utopía es el dibujo de una sociedad ideal, de un cambio en la sociedad a partir de un ideal ético, de un

cierta concepción de la justicia, de la felicidad, de la responsabilidad. Es la búsqueda del mejor de los mundos, de un estado de cosas en que los hombres puedan vivir juntos, felices y en paz, en el que nada escasee, ni las libertades, los bienes, el amor o la vida. La utopía implica que los hombres se vuelvan razonables y justos, es un estado donde los hombres se liberen de la soledad, de la pena, del esfuerzo, de todas las fuentes de la desgracia humana que impiden el logro de la felicidad. La vida en la tierra, tal como se la imagina Peralta, tiene estás características.

En la obra, en su prólogo y epílogo, se hace un llamado al público sobre las dimensiones de lo representado y se establecen las condiciones de recepción. Cada uno de los actores personajes principales, interviene y presenta la naturaleza del acontecimiento que van a representar. Desde este comienzo, la obra se afirma a sí misma como una historia asombrosa, como el relato de algo sobrenatural o extraordinario : “esta vez voy a contaros/ un cacho que no es de toro” . La palabra “cacho”, tal como está utilizada en esta obra, puede tener dos sentidos complementarios. En un primer plano, esta palabra se refiere a un acontecimiento inesperado, que tiene un fin incierto y sorprendente. En un segundo, alude a un hecho que puede aparecer como una trampa o como una “faena”, de la cual puede ser difícil salir de ella; es un hecho que puede aparecer como algo inofensivo, pero que luego envuelve a quien lo vive y tiene que utilizar todo su ingenio, para salir de él. Es una acción en la que se pone el mundo al revés, se invierte el estado de cosas de una manera parcial y transitoria.

La acción de Peralta, por su condición excepcional, es un hecho arquetípico del que se puede aprender mucho de él. Este es un asunto que el dramaturgo deja muy claro en el prólogo: “oigan bien para aprender”. Es una acción que obliga a replantear muchos asuntos que para el sentido común y para el público son claros y evidentes. En esta obra ocurre como en los géneros cómicoserios donde los héroes suben al cielo, bajan al infierno o viajan por países fantásticos y desconocidos y caen en situaciones excepcionales para poner a prueba una idea filosófica. “Lo fantástico sirve no para encarnar

positivamente la verdad sino para buscarla y provocarla, y, sobre todo, para ponerla a prueba ” (Bajtin, 1986: 161). Es una historia de la cual se aprende algo, problematizando lo que se sabe y que debe repetirse, para que otros aprendan de ella (“para que cuando se ofrezca/ cuenten como yo conté”). La representación de lo ocurrido es importante, porque el saber no es simplemente información, es entendimiento y reflexión sobre lo vivido por uno mismo o por otros, es un proceso de autoevaluación: “El saber es entender/ y el entender es saber” . Es una historia para ser recordada por los que quieren escuchar, por los que tiene voluntad de cambio: “pa’ que quede en la memoria/ del que la quiso escuchar”.

Es un relato que está al margen de los acontecimientos histórico reales, es una historia que está al comienzo de los tiempos como el mito y conserva su fuerza ejemplar y su poder de referencia :”Si es mentira,/pan y harina./Si es verdad,/harina y pan...Oídos del mundo oí/ el cuento que contarán” . Pero esta característica no solamente la podemos deducir por el prólogo (parece que la historia viene desde muy atrás por tradición oral y que los actores sólo la representan), también podemos verla por la cercanía que se da en la obra entre Dios y el hombre y la posibilidad del diálogo entre los dos. Esta es una de las características principales del hecho carnavalesco. “La actitud libre y familiar se extiende a todos los valores, ideas, fenómenos y cosas. Todo aquello que había sido cerrado, desunido, distanciado por la visión jerárquica de la vida normal, entra en contactos y combinaciones carnavalescas. El carnaval une, acerca, compromete y conjuga lo sagrado con lo profano, lo alto con lo bajo. lo grande con lo miserable, lo sabio con lo estúpido, etc” (Bajtin, 1986: 187).

La obra como la sátira Menipea (Bajtin, 1986: 13, 174) se desarrolla en tres espacios: el cielo, el infierno y la tierra. La acción se desenvuelve principalmente en la tierra pero se comunica con los otros dos mundos y los personajes pasan con facilidad de uno al otro.

La muerte y el carnaval

“La muerte, al igual que el sol, es algo que no conviene mirar fijamente”

La Rochefoucauld

“Como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle; porque la muerte es sorda, y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va de prisa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni cetros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos”

Miguel de Cervantes

En la cultura medieval, la evidencia y la cercanía de la muerte producía en el hombre un enorme temor. La muerte, sorpresiva, podía acabar con la vida en cualquier momento. Era imprevisible y solo requería de una condición: La existencia del hombre en el mundo. La gloria humana acababa en la tumba, allí toda la materia se tornaba en irrealidad: la muerte separaba a los que se aman, la alegría se truncaba y se convertía en tristeza, la risa en llanto. Este sentimiento se tornaba mucho más fuerte cuando se afirmaba su inevitabilidad: por la sola condición de estar vivo el hombre “debía” morir. Nadie podía escapar a la muerte. A la muerte el hombre llegaba desnudo, sin defensas y sin voluntad. De este principio irrefutable partía la tradición cristiana: La muerte es la única herencia que recibe el ser humano.

La Danza de la muerte era una obra de teatro que daba cuenta de este imaginario. La muerte llegaba a todos los hombres sin distinción y no tenía con ninguno consideración: “Io so la muerte cierta a todas las criaturas” 7. En la representación teatral, era el maestro de ceremonias que invitaba a todos los mortales a bailar en su danza: “vivo has de venir conmigo a hacer una visita a los difuntos” . Los poderosos (el Papa, la emperatriz, el cardenal, el caballero, el guerrero, el señor feudal, etc.) se lamentaban de la muerte y no podían con todos sus recursos escapar de ella y su cerco. La condición social, la riqueza, el sexo, la edad, la juventud, la belleza, el poder que el hombre detentaba no eran importantes. La muerte era un principio nivelador de la sociedad que borraba las diferencias entre los individuos, era una fuerza “igualadora”.

La obra de Enrique Buenaventura retoma esta tradición y la parodia: es una “Danza de la muerte” invertida. Estructuralmente toda parodia comprende simultáneamente un texto parodiante y un texto parodiado. El discurso parodiante se remite permanentemente al texto parodiado fragmentaria o totalmente y en esa relación mantiene viva su fuerza crítica. El texto parodiante cita el texto parodiado deformándolo y apelando constantemente al esfuerzo de reconstrucción del espectador, a su capital cultural y al universo de referentes estéticos que posee. Es un texto que como cita y creación mantiene relaciones intertextuales estrechas con el ante-texto (Pavis, 1980:

7 “A buena fe señor- respondió Sancho-, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más poder que de melindre; no es nada asquerosa, de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerme las siestas; que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría” (Cervantes, 1986: 194, 195).

Uno de los textos parodiados en la obra de Enrique Buenaventura es La Danza de la muerte . La parodia puede recaer sobre un estilo, un tono, un personaje, un género o simplemente sobre situaciones dramáticas. En la obra es el personaje el elemento parodiado. La muerte es una figura de carnaval, de la cual se mofa Peralta y a la cual le juega una mala pasada. Con la acción de Peralta se introduce en la historia un tiempo sin muerte y sin la necesidad de la muerte 8.

El llamado de la muerte para Peralta es diferente. La inutilidad del poder humano frente al poder de la muerte que todo lo arrasa tiene una salida cómica. Aunque para indicar dramáticamente la llegada de la muerte se describen sensaciones inusuales y extremas (“(Se oye un silbido de viento y una música destemplada) Uyyyyy... hace frio...” ), a Peralta la muerte no lo toma de sorpresa y con él cambian las reglas que son habituales para todo ser humano: no experimenta temor ante la muerte, la muerte se le manifiesta con claridad, puede hablar con ella de frente y sin temor, y, además, obtiene de ella una pausa antes de que se lo lleve: “Agradecé que te aviso, pensando que sos un hombre güeno y caritativo”. Peralta no duda cuando la tiene de frente, se excede en sus peticiones y le pide un poco más de tiempo para sus asuntos personales: “haceme un favor completo y dame un placito pa confesarme y hacer el testamento. Mirá toda la plata que tengo; hay que dejarla bien repartida”. En el momento en que le pide el favor de darle más tiempo le juega una mala pasada, la engaña y la detiene contra su voluntad en las ramas de un árbol. Todo por el poder que nace del tercer deseo que Jesús le concedió: “lo tercero es que yo pueda detener al que quiera en el puesto que yo le señale y por el tiempo que me parezca”. La muerte se deja seducir y cae, sin tener idea de lo que le espera : “si te parece, entretenete allá afuera, viendo el pueblo, que tiene una bonita

Los vivos, los médicos, el limosnero, los enfermos, la mujer bailan festejando alegremente el destierro de la muerte. “Fiesta de la muerte. Los lisiados, paralíticos y enfermos entran con una muerte enorme, tocando en tarros y cachivaches. Viene también el Viejo Limosnero y una mujer disfrazada de muerte. Viene un leproso convertido en culebrero y algunos ‘dotores’” .

divisa. Mira, allá afuerita hay un aguacatillo bien alto. Trepate a él, pa’ que divisés a tu gusto” .

En la Edad Media las representaciones de la muerte consistían en admoniciones sobre la brevedad de la vida y reflexiones sobre el pecado. Insistían en la pobreza de la vida, en la caridad hacia el pobre y el afligido. El hombre está de “paso” y por ello el interés por los bienes materiales y por lo que en este mundo hay de valor no tiene sentido. El apego a lo terreno es un lastre del que hay que desprenderse para poder conseguir la salvación. El hombre debe apartarse de los placeres humanos que solo acarrean la perdición y orientar su vida de una manera ejemplar (alejado de los tres enemigos del hombre: el mundo, el demonio y la carne. Y en consecuencia con las virtudes teologales y cardinales). En la diestra de Dios Padre Peralta no es una excepción a esta tradición: en él sobresale su espíritu de entrega y su vida austera, sin los bienes materiales y a las comodidad que trae la riqueza . “No sé pa’ qué barro y limpio este asilo de apestosos. Por fuerza tiene que estar sucio. ¿Ónde se ha visto que un hombre no cuide ni ésto de su casa y de su persona?. Él lava a los llaguientos, asiste a los enfermos, entierra a los muertos, se quita el pan de la boca y los trapitos del cuerpo, pa’ dárselos a los pobres. ¿Pero quién se preocupa por él, o por mi? Aquí estamos en al pura inopia y la casa rebosada de limosneros” . Su condición es la renuncia: “ Yo no necesito de mujer, ni de hijos, ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quien servir. Mi familia son los prójimos” . Para él nada es necesario: “Alli sigue con su misma ruanita pastusa, con sus mismos calzones fundillorrotos. ¡Igualito¡” . Todo en él es buena voluntad y actitud para el servicio, para la caridad y la ayuda a los demás: “Alabao sea Dios. Por fin hay algo que darle a los prójimos. Servile a los señores y dale de comer a todo el mundo. Yo voy a llenar unos canastos pa llevarle algo a los vecinos”.

La descripción del mundo natural y material, frente al mundo ideal, es siempre negativa. Frente a lo divino y lo sobrenatural, lo humano es siempre inferior. En la obra como un recurso dramático, la presencia de lo sobrenatural está precedida de elementos de orden olfativo y gustativo, y de milagros que hacen resaltar la condición de superioridad de los personajes Divinos. Son experiencias sensoriales que sobresalen por el exceso, y porque no existen en este mundo referentes o vivencias que se les parezcan, ni en la misma casa de Dios. En lo olfativo, aromas imposibles que evocan momentos de plenitud y de éxtasis (“Mientras el pobre jiede”). “¿Y ese olor, de dónde sale ese olor de flores de naranjo, de albahaca y de romero de Castilla? Parece del incendio y del sahumerio que le echan a la ropita de los niños... Hay algo raro... No he sentido este olor ni en el monte ni en las jardineras, ni en el Santo Templo de Dios” . En lo gustativo descripciones que evocan la abundancia, los beneficios materiales del poder infinito de Dios. “Es que no sólo vi, sino que toqué y comí... ¿No me crees? Yo lo he visto y tocao y olido y saboriado..¿Qué es lo que tocao? Dios me ampare... He tocao montones de terrosas papa, alterones de suaves tomates, nidadas de tibios huevos y un bongo de arepas de arroz tan esponjudas y bien asaditas que no parecían hechas por cocinera de este mundo... y se me ha envolvido en el dedo un dulce, que es la mismita azúcar”. Los milagros y el poder curativo de la sola presencia de Dios revelan su potestad y su misericordia. Como en el nuevo testamento los tullidos caminan, los ciegos ven, los leprosos sanan. La casa de Peralta era un santuario, un baluarte o una fortaleza de la fe, era un bastión devocional. Los peregrinos y enfermos que vivían en su casa eran un grupo humano que comentaba y daba testimonio prolijamente de los milagros realizados, de los pormenores de los prodigios que en el hogar de Peralta y su hermana se consumaban, y de la intercesión sobrenatural

En la obra las representaciones de la muerte son las convencionales: tiene la forma de un esqueleto y lleva como emblema una desjarretadera 9 que

9 “Instrumento que sirve para desjarretar toros o vacas compuesto de una cuchilla de acero en forma de media luna, muy cortante, puesta en el extremo de una vara del grueso y longitud de una pica” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua)

mantiene muy afilada. La muerte es “esa güesamenta”, la descarnada, “la pelona”. El efecto cómico se ve cuando el temor que debe producir su apariencia produce lástima: “¿Vuste no la ha visto a la pobrecita cómo está, moniada en esa horqueta?... Los huesos los tiene ya mogosos y verdes con los soles que ha padecido... El telañadero se le enreda por todas partes. Ta llena de hojas y porquerías de animal y con un avispero que li han hecho en la cuenca del lado zurdo, ha quedao tuerta. Todos dicen que don Peralta ha de ser brujo y ayudado para mantenerla allí... Mírela su mercé como está. Toda baldada, tullida y desmayadita... No puede dar paso”. Pero la vida sin muerte no es un estado propio de la condición humana, lo propio del hombre es la transitoriedad. Este proceso que se inicia con la detención de la muerte es un factor de desequilibrio que interrumpe el curso del tiempo, influye en otras esferas diferentes a la humana y cambia la lógica de los acontecimientos en el mundo sobrenatural. La buena intención de Peralta no es suficiente, la verdadera “calamidá” es que no hay muertos: “todito lo ha trastornao el tal Peralta en este mundo”.

La sociedad de clases

Las diferencias de clase son muy esquemáticas y cómicas, pertenecen más al plano de la parodia que a la descripción realista de las condiciones de vida de estos dos sectores sociales. Los pobres son los enfermos (los leprosos, los ciegos, los tullidos, los limosneros que no conocen más oficio que este) y los miserables (“hilachento e infeliz”). Los poderosos por contraste son los hombres sanos, bien parecidos y blancos. La diferencias no solo se insinúan en el plano social, se pueden ver también en la raza, la salud, la limpieza corporal y del ambiente (“Caramba que el pobre jiede...No sé pa qué barro y limpio este asilo de apestosos. Por fuerza tiene que estar sucio” ), y la inteligencia (el juicio y la cordura, la capacidad de dar con las ideas mas claras y acertadas). Los ricos eran: “gente muy blanca y de agarre que parecían jefes y mandones. A su lao unas señoras muy bonitas y muy ricas, que parecían princesas” . Los pobres son gente improductiva que no tiene ningún interés en trabajar (“perezoso y holgazán”). En la obra forman parte de la sociedad otro grupo de personas, que no son propiamente otra clase social. Este grupo, que lo forman los profesionales, los artesanos y los sacerdotes, viven del trabajo de los demás exprimiendo a los trabajadores, a la gente responsable y honesta; viven de la oportunidad y de las necesidades de los otros. Son una casta de intermediarios, de empleados y de “vivos” que aprovechan todas las oportunidades para sacar partido (aun de la muerte).

Peralta es elemento catalizador. Es un personaje con muchas cualidades y por eso sobresale como un ser excepcional. Es un hombre desprendido que no conoce la ambición, de buena voluntad, discreto, honrado, muy caritativo y con un enorme deseo de servirle a los demás. No es amigo de chismes y murmuraciones y siempre habla con la verdad y asume íntegramente sus acciones. Y, sobre todo, es muy inteligente y recursivo. Su humildad contrasta con el interés personal, el vicio y la corrupción, la ingratitud, la falta de lealtad hacia el prójimo, el interés por la vida social que son “valores” propios de los otros personajes.

En la obra hay dos partes muy diferenciadas y en ello podemos ver la mirada crítica del dramaturgo. La segunda es la inversión de los propósitos de la primera. La primera parte corresponde al encuentro de Peralta con Jesús y con San Pedro, al enriquecimiento progresivo de Peralta por las ganancias en el juego y a la plenitud de sus aspiraciones de servir a los demás. Peralta es un hombre rico que continúa viviendo ejemplarmente en la pobreza, pero los mendigos y hombres pobres que socorre son por contraste los que hacen gala de su situación de opulencia y derrochan el dinero que él les ha dado. A esta parte corresponde la mala pasada que le hace a la muerte y toda la crisis que desata en el más acá y en el más allá. La segunda parte comienza cuando Peralta le gana las almas al diablo y desata ese conflicto teológico tan enorme. Todo esto se le suma al conflicto que había ocasionado con la Muerte y la forma como había detenido el ritmo natural de la vida. Pero lo más importante es cómo cambian las cosas en un sentido inverso a como el las había pensado. Esta es otra de las características del carnaval. En la obra como en el carnaval nada se resuelve, es simplemente la posibilidad de vivir fantásticamente una utopía, pero reconociendo que esta inversión del estado de cosas es solo un estado transitorio, es parte de un juego estético, es una ilusión. Realmente la caridad no resuelve nada ni es una solución a tanta pobreza y necesidad : “Vusté cree que el mundo se puede cambiar y mejorar con unas onzas?/ Y con milagros y hechizos y brujerías? ...Todito ta corrupto y dañao agora” . Este servicio al prójimo no produce un cambio en el comportamiento social, ni mejora las condiciones en las que viven los mendigos. El decreto del rey le añade una dosis de pesimismo y niega la posibilidad de alguna solución transitoria o definitiva a la desigualdad social: “Todos sabemos que el mundo no puede cambiar y que asina como está hecho se debe dejar, porque asina es como los otros, los reyes, lo podemos gobernar”. Es una inversión total : “Que me juzguen como quieran. Yo quise hacer el bien. Qué culpa tengo si ha salido el mal? ”.

Bibliografía…

28/4/16

el peor de los dragones

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Yo, el peor de los dragones y otras obras de Benjamín Gavarre Silva

Farsa infantil de la cabeza del dragón Ramón María del Valle Inclán







Farsa infantil de la cabeza del dragón  

Ramón María del Valle Inclán





PERSONAJES 

LA SEÑORA INFANTINA 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR 

EL DUENDE 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ 

EL PRÍNCIPE POMPÓN 

EL GRAN REY MANGUCIÁN 

SEÑORA REINA 

EL PRIMER MINISTRO 

UN VENTERO 

UN BUFÓN 

UNA MARITORNES 

UN CIEGO 

UN BRAVO 

LA GEROMA 

EL GENERAL FIERABRÁS 

UN PREGONERO 

EL REY MICOMICÓN 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS 

UNA DUQUESA Y UN CHAMBELÁN 

CORO DE DAMAS Y GALANES 



ESCENA PRIMERA 

Tres príncipes donceles juegan a la pelota en el patio de armas de un castillo muy torreado, como  aquellos de las aventuras de Orlando: puede ser de diamante, de bronce o de niebla. Es un castillo de fantasía, como lo saben soñar los niños. Tiene grandes muros cubiertos de hiedra, y todavía no ha sido restaurado por los arquitectos del Rey. ¡Alabemos a Dios! 


EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¿Habéis advertido, hermanos, cómo esta pelota bota y rebota? Cuando la envío a una parte, se tuerce a la contraria. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Parece que llevase dentro a un diablo enredador! 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Parece haberse vuelto loca! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Antes sería preciso que esa bola llena de aire fuese capaz de tener juicio alguna vez! 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¿Por qué lo dudas? ¿Porque está llena de aire? El aire, el humo y el vacío son los tres elementos en que viven más a gusto los sabios. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¡Bien dice el Príncipe Pompón! ¿No vemos al Primer Ministro del Rey nuestro padre? ¡Unos dicen que tiene la cabeza llena de humo! ¡Otros, que de aire! ¡Y otros, 
que vacía! 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Y, sin embargo, todas las gacetas ponderan sus discursos y pregonan que es un sabio, Príncipe Ajonjolí! El Rey nuestro padre le confía el gobierno de sus Estados. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Pero ya sabéis lo que dice la Reina nuestra madre, cuando le repela las barbas al Rey nuestro padre: ¡Una casa no se gobierna como un reino! ¡Una casa requiere 
mucha cabeza! Y el Rey nuestro padre le da la razón. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Porque es un bragazas. Pero el Primer Ministro no se la da, y dice que todas las mujeres, reinas o verduleras, son anarquistas. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Vamos a terminar el partido. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. No se puede con esta pelota. Está de remate. ¡Mirad qué tumbos! 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Tú eres quien está de remate. La has metido por la ventana del torreón. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Voy a buscarla. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Está cerrada la puerta, Príncipe Verdemar. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Dónde está la llave, Príncipe Ajonjolí? 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. La Reina la lleva colgada de la cintura. 

Se oye la voz de un duende que canta con un ritmo sin edad, como las fuentes y los pájaros, como el sapo y la rana. Los ecos del castillo arrastran la canción, y en lo alto de las torres las cigüeñas 
escuchan con una pata en el aire. La actitud de las cigüeñas anuncia a los admiradores de Ricardo Wagner. 

EL DUENDE. 
¡Dame libertad, 
paloma real! 
¡Palomita que vuelas tan alto, 
sin miedo del gavilán! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Quién canta en el torreón? ¡No conozco esa voz! 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Un duende del bosque, Mingo Mingote el jardinero lo cazó con un lazo, y hoy lo presentó como regalo a nuestro padre el Rey. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Yo nunca vi duendes, ni tampoco creí que los hubiese. Los duende, las brujas, los trasgos, las hechicerías, ya no son cosa de nuestro tiempo, hermanos míos. Ése 
que el jardinero ha cazado en el bosque no será duende. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Yo lo vi, y tiene de duende toda la apariencia, Príncipe Pompón. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Mucho engañan los ojos, Príncipe Ajonjolí! 


EL DUENDE asoma la cabeza entre dos almenas. Tiene cara de viejo: Lleva capusay1 de teatino2, y 
parece un mochuelo con barbas, solamente que bajo las cejas, grandes y foscas, guiña los ojos con 
mucha picardía, y a los lados de la frente aún tiene las cicatrices de los cuernos con que le vieron 
un día los poetas en los bosques de Grecia. 
_________________________________________


1 Capusay: vestidura corta que sirve de capa y sayo. 

2 Teatino: fraile de la orden religiosa fundada por San Cayetano de Thiene. 
__________________________


EL DUENDE. Ábreme la puerta de mi cárcel, primogénito del Rey, Príncipe Pompón, y serás feliz en 
tu reinado. La gracia que me pidas, ésa te daré. 

 EL PRÍNCIPE POMPÓN. Devuélveme la pelota y te abriré la puerta. 

 EL DUENDE. ¿Me lo juras? 

 EL PRÍNCIPE POMPÓN. Mi palabra es de Rey. 

EL DUENDE. Ahí va la pelota. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Gracias! 

EL DUENDE. Dame libertad. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. No puedo. 

EL DUENDE. ¿Y tu palabra, Príncipe Pompón? 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Mi palabra no es una llave. 

EL DUENDE. Ni tu fe de Rey. 

Desaparece EL DUENDE haciendo una cabriola. Vuelve a oírse su canción, y las cigüeñas cambian  de pata, para descansar antes de caer en el éxtasis musical. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Vamos a jugar, hermanos. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Yo salgo el primero. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Quien sale soy yo. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Yo debo salir, que soy el primogénito. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. En el juego de pelota eso no vale. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Lo echaremos a suerte. El que bote más alto la pelota aquél sale. 

La sopesa y pasa de una mano a otra, toma plaza y le hace dar un bote tan alto, que casi toca el pico de las torres. Vuelve a tierra la pelota, y en el bote se entra por la ventana del torreón. 

EL DUENDE. 
¡Dame libertad, 
paloma real! 
¡Palomita que vuelas tan alto, 
sin miedo del gavilán! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Ya nos quedamos sin pelota. Has estado muy torpe. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. El Duende nos la devolverá. ¡Señor Duende!... ¡Señor Duende!... 

EL DUENDE. 
¡Dame libertad, 
paloma real! 
¡Palomita que vuelas tan alto, 
sin miedo del gavilán! 

TODOS LOS PRÍNCIPES. ¡Señor Duende! ¡Señor Duende! 

Aparece otra vez EL DUENDE entre las almenas, y en lo más alto de las torres puntiagudas, las cigüeñas cambian de pata. EL DUENDE saluda con una pirueta. 

EL DUENDE. ¡Señores Príncipes! ¡Servidor de ustedes! 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Devuélveme la pelota. 


EL DUENDE. Con mil amores te devolvería la pelota, si tú me devolvieras la libertad. ¿Me abrirás la 
puerta? 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Te la abriré. 

EL DUENDE. ¿Me lo juras? 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Palabra de Rey. 

EL DUENDE. ¡No! Palabra de Rey no. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¿Pues qué palabra quieres? Yo no puedo empeñarte otra. Si no soy Rey, nací para serlo, y mi palabra es conforme a mi condición. 

EL DUENDE. ¿Y no me podrías dar palabra de hombre de bien? 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Me estás faltando al respeto que se me debe como Príncipe de la sangre. 
Hombre de bien se dice de un labrador, de un viñador, de un menestral1. Pero nadie es tan insolente que lo diga de un Príncipe. Hombre de honor se dice de un capitán, de un noble, 
de un duelista y de algunos pícaros que se baten con espadas de cartón. 
__________________________________________

1 Menestral: persona que tiene un oficio mecánico. 
_________________________

EL DUENDE. Ya sé que las espadas y los sables de cartón son la mejor tramoya para presumir de caballero. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. A un Príncipe no se le puede llamar ni hombre de bien ni hombre de honor. 
Es depresivo. 

EL DUENDE. ¿Para quién? 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Para mi sangre azul. 

EL DUENDE. Príncipe Ajonjolí, tendré entonces que conformarme con tu palabra real. Ahí va la pelota. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Gracias. 

EL DUENDE. Cumple tu promesa. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Mañana la cumpliré. Yo no te dije que fuese ahora. Mañana veré a un herrero y le encargaré una llave. 

EL DUENDE. Antes de esta noche vendrá el verdugo. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Si eres duende, procura salir por la chimenea. ¡Hermanos, vamos a continuar el partido! 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ hace botar la pelota. EL DUENDE guiña un ojo inflando las mejillas, y la pelota salta a pegar en ellas, reventándoselas en una gran risa. ¡Es el imán de las conjunciones grotescas! 

EL DUENDE. De esta vez, Príncipes míos, no tendréis la pelota sin abrirme la puerta primero. 

LOS PRÍNCIPES. ¡Vuélvela! ¡Vuélvela! 

EL DUENDE. Os vuelvo vuestras promesas reales, que os servirán mejor que la pelota. ¡Son más huecas y más livianas! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Duende, dame la pelota, y cumpliré como hombre de bien, como caballero y como Príncipe. 

EL DUENDE. No tienes la llave del torreón, Príncipe Verdemar. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Mis hermanos y yo derribaremos la puerta. 

EL DUENDE. ¿Con qué? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Con los hombros. 

EL DUENDE. Es muy fuerte la puerta, y antes de derribarla os habría salido joroba. Príncipes míos, estaríais muy poco gentiles. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Nuestro padre el Rey castigará tu insolencia. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. El verdugo cortará tu cabeza. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Me duele que el engaño de mis hermanos te haga dudar de mi palabra. 


EL DUENDE. Príncipe Verdemar, allí viene la Reina vuestra madre, muy señora mía. Pídele la llave, que la lleva en la faltriquera. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No me la daría. 

EL DUENDE. Llega a tu madre, y dile que te mire en la oreja derecha, porque te duele. Y mientras ella mira, mete la mano con tiento en su faltriquera1 y saca la llave. 

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1 Faltriquera: bolsillo que se atan las mujeres a la cintura. 

2 Lebrel: variedad de perro muy apto para la caza de las liebres. 
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Sale Señora REINA con su corona. Un paje le recoge la cola del manto, un lebrel2 le salta al costado, en el puño sostiene un azor. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Miradme en este oído, madre. 

LA REINA. ¿Qué tienes? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Una avispa se me ha entrado y me zumba dentro. 

LA REINA. No veo nada. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Dejadlo, madre, ya saldrá. 

Señora REINA se agachaba para mirar en la oreja del PRÍNCIPE. El muchacho, guiñando un ojo, le hurtaba la llave de la faltriquera. ¡La rica faltriquera cosida con hilo de oro, hecha con el raso de 
un jubón que en treinta batallas sudó Señor REY! Se va Señora REINA. EL PRÍNCIPE VERDEMAR abre la puerta del torreón y sale EL DUENDE. 

EL DUENDE. Gracias, Príncipe mío. Si alguna vez necesitas el valimiento de un duende, no tienes más que llamarme. Toma este anillo. Cuando te lo pongas me tendrás a tu lado. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Nuestro padre te hará castigar cuando sepa que has abierto la puerta del torreón y dado libertad al Duende. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Vámonos a jugar en otra parte. No viéndonos aquí, nadie sospechara de nosotros. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¿De nosotros dices, Príncipe Ajonjolí? Tú y yo estamos libres de toda culpa. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¿Y si nos culpan a los tres? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Si culpan a los tres, yo me declararé el solo delincuente. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Ahí llega el Rey, nuestro padre. 

EL REY. Quiero que veáis al Duende, enredador y travieso, que deshoja las rosas en mis jardines reales, que cuando pasa la Reina sacude sobre su cabeza las ramas mojadas de los árboles, 
que en las cámaras de mi palacio se esconde, para fingir un eco burlesco, y que en lo alto de la chimenea se mofa con una risa hueca, que parece del viento, cuando me reúno en Consejo con mis Ministros. En los parques reales lo cazó mi jardinero, a quien acabo de recompensar con un título de nobleza. Y en memoria de este día, tan fausto en mi reinado, mandare grabar una medalla. 

EL PRIMER MINISTRO. ¡Oh Rey! Mejor sería un sello de Correos. Sirve, como la medalla, de conmemoración y aumenta las rentas del Tesoro. 

EL REY. No había pensado en ello. En cuanto a los Príncipes, mis hijos, quiero asociarlos a esta alegría de mi pueblo, como padre y como Rey. Príncipe Pompón, tuyo es mi caballo. 
Príncipe Ajonjolí, tuyo es mi manto de armiño. Príncipe Verdemar, tuya es mi espada. 

LOS PRÍNCIPES. Gracias, señor. 

EL REY. Pedid a la Reina la llave del torreón. 

EL PRIMER MINISTRO. Señor, la puerta esta franca. 

EL REY. ¡Cómo! ¿Quién fue el traidor que dio libertad al duende? 


Señora REINA acude llorando. Con el hipo que trae, la corona le baila en la cabeza. El azor que lleva en el puño abre las alas, el lebrel que lleva al costado se desata en ladridos. Y saca la lengua, 
acezando1, el paje que le sostiene la cola del manto real. 
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1 Acezar: jadear. 

2 Esparaván: tumor en la pierna de algunos animales que puede producir una cojera incurable. 

3 Lar: Sitio de la lumbre en la cocina. 
_______________________________________

LA REINA. ¡Me han robado la llave! ¡Me han robado la llave! ¡Hay traidores en el palacio! ¡Estamos como en Rusia! 

EL REY. ¡Peor que en Rusia, porque aquí no hay Policía! Quisiera yo ahora comerme el corazón crudo y sin sal del que ha dado suelta a mi presa. ¡Vamos! Avisad a mi médico para que me sangre. 

Los señores REYES se parten con el cortejo de sus palaciegos. Señor REY lleva la cara bermeja, como si acabase de abandonar los manteles. Señora REINA no cesa de hipar, haciendo bailar la 
corona. Se quedan a solas los tres PRÍNCIPES. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Buen regalo me ha hecho mi padre! Un rocín con esparavanes2 que no resiste encima el peso de una mosca. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¡Pues a mí, con su manto sudado en cien fiestas reales! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Yo estoy contento con mi espada. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¡Como que no tiene ni una mella! 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. Mal podía tenerla no habiendo salido de la vaina. ¿Quieres cambiármela por el manto? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No, hermano mío. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. ¿A mí, por el caballo? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No. 

EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ. ¿Por el manto y un sayo nuevo? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Me la dio mi padre, y no la cambio por nada del mundo. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN. Tú no tienes derecho a ningún regalo del Rey. Cuando sepa que has dado libertad al duende te degollará con esa misma espada que ahora no quieres cambiarme por el caballo. 

EL PRÍNCIPE POMPÓN arruga la frente y mira en torno con mirada torva. EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ hace lo mismo. Los dos cambian una mirada a hurto de su hermano y se van. EL PRÍNCIPE VERDEMAR queda solo y suspira contemplando el azul. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Mis hermanos me delatarán y mi padre se comerá mi corazón crudo y sin sal. Debí haber dejado que se llevasen la espada. Tendré que huir de este palacio donde he 
nacido. Sólo siento no poder besar las manos de mi madre y decirle adiós… ¡Y pedirle algunos doblones para el viaje! 

ESCENA SEGUNDA 

Una venta clásica en la encrucijada de dos malos caminos. Arde en el vasto lar3 la lumbrada de urces y tojos. En la chimenea ahúma el tasajo, en el pote cuece el pernil. LA MARITORNES pela una 
gallina que cacarea, el mastín roe un hueso y EL VENTERO, con su navaja de a tercia, pica la magra longaniza. Se albergan en la venta un PRÍNCIPE y un BUFÓN. El azar los ha juntado allí y 
ellos han hecho conocimiento. 


EL VENTERO. Date prisa, Maritornes. Sirve a estos hidalgos. ¿Qué desean sus mercedes? 

EL BUFÓN. Beber y comer. 

EL VENTERO. ¿Está repleta la bolsa? 

EL BUFÓN. Está vacía la andorga1. ¿Cuándo has visto tú que estuviese repleta la bolsa de un pobre 
bufón que sólo espera poder embarcarse para las Indias? 
______________________
1 Andorga: vientre. 

2 Soldada: sueldo. 
_______________________________________________


EL VENTERO. ¿No estabas al servicio de la hija del Rey Micomicón? 

EL BUFÓN. ¡Pobre señora mía! 

EL VENTERO. ¿Se ha casado? 

EL BUFÓN. Hace tres días que toda la Corte viste por ella de luto. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Cómo puede ser estando viva? Yo la he visto pasear en los jardines de su palacio, y quedé maravillado de tanta hermosura. 

EL BUFÓN. Bien se advierte que sois nuevos en este reino y no tenéis noticia de la presencia del Dragón. Hace tres días que ruge ante los muros de la ciudad, pidiendo que le sea entregada 
la Señora Infantina. Salieron a combatirle los mejores caballeros, y a todos ha vencido y dado muerte. 

EL VENTERO. El Dragón es animal invencible, y salir a pelear con él, la mayor locura. 

EL BUFÓN. Por eso, yo, antes de verme en tal aprieto, dejo el servicio de la Señora Infanta y me embarco para dar conferencias en las Indias. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Pues a ti no te estaría mal salir con tus cascabeles a pelear con el Dragón. 
¿No eres loco? ¿No has vivido de decir locuras en la Corte? 

EL BUFÓN. De decirlas, pero no de hacerlas, amigo mío. Hacerlas es negocio de los cuerdos. Los bufones somos como los poetas. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. A fe que no alcanzo la semejanza. 

EL BUFÓN. Un poeta acaba un soneto lleno de amorosas quejas, la mayor locura sutil y lacrimosa, y tiene a la mujer en la cama con la pierna quebrada de un palo. Aparenta una demencia en sus versos y sabe ser en la vida más cuerdo que un escribano. ¿Ves ahora la semejanza? 
Pues aún hay otra. Cuando la música de los versos y la música de los cascabeles no bastan aquí para llenar la bolsa, bufones y poetas nos embarcamos para dar conferencias en las Indias. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Tú piensas presentarte con tal sayo en esas tierras lejanas? Procura llegar en Carnaval, que si no habrán de seguirte tirándote piedras. 

EL BUFÓN. Sería una manera de anunciarme. Pero este vestido solamente pienso llevarlo en tanto no ahorre para otro. ¡Salí del palacio sin cobrar mi soldada2 de todo un año! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Tanto enojo causaste con tu despedida a la Infantina? Lo comprendo, porque fue ingratitud muy grande dejarla cuando más necesitaba que la divirtieses con tus 
burlas y donaires. 

EL BUFÓN. ¿Imaginas que hay burlas capaces de divertir a quien espera la muerte entre los dientes de un terrible Dragón? Los bufones somos buenos para la gente holgazana y sin penas. Yo 
lo aprendí pronto, y sólo después de los banquetes dije donaires en el palacio del Rey Micomicón. Si corriste mundo, habrás visto cómo en España, donde nadie come, es la cosa más difícil el ser gracioso. Sólo en el Congreso hacen allí gracia las payasadas. Sin duda porque los padres de la Patria comen en todas partes, hasta en España. Por lo demás, si no cobré mis salarios fue por estar vacías las arcas reales. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Tan mal anda el noble Rey Micomicón? 

EL BUFÓN. ¡Gasta mucho esa gente! 


Asoma en la puerta de la venta un CIEGO de los que la gente vieja aún llama evangelistas, como en los tiempos de José Bonaparte: Antiparras1 negras, capa remendada, y bajo del brazo, gacetas y 
romances. De una cadenilla, un perro sin rabo, que siempre tira olfateando la tierra. 

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1 Antiparras: gafas. 

2 Carcamán: buque grande, malo y pesado. 

3 Esportillada: rota. 
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EL CIEGO. ¿Adónde estás, Bertoldo? 

EL BUFÓN. Acá, compadre Zacarías. 

EL CIEGO. ¿Estás solo? 

EL BUFÓN. Sólo con un amigo que me hace la merced de pagarme la cena. Acércate. 

EL CIEGO. Llama al perro para que me guíe. 

EL BUFÓN. ¿Cómo se llama tu perro? 

EL CIEGO. De varias maneras. La mejor es llamarle enseñándole una tajada. 

EL BUFÓN toma de su plato un hueso casi mondo y lo levanta en el aire como un trofeo. El can comienza por mover el muñón del rabo y se lanza a tirar de la cadena, la boca abierta en grande y 
famélico bostezo. 

EL BUFÓN. Toma Salomón. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Maritornes, añade un cubierto para este nuevo amigo. 

EL CIEGO. ¡Gracias, generoso caballero! 

EL BUFÓN. Compadre Zacarías, ¿tu perro ha sido hombre alguna vez? 

EL CIEGO. Nunca me lo ha dicho. 

EL BUFÓN. Pues al ver la tajada hizo tales demostraciones… ¡O será que todos los hombres primero han sido perros! 

LA MARITORNES pone en la mesa el cordero, que humea y colma la fuente de loza azul, tamaña como un viejo carcamán2 y esportillada3. 

LA MARITORNES. Aquí está el cordero. 

EL CIEGO. ¡Buen olor despide! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿No pensabas hallar tan buena mesa? 

EL CIEGO. Cierto que no. 

EL BUFÓN. Éste es el ciego que vende las gacetas públicas en el palacio del Rey Micomicón. 

EL CIEGO. Que las vendía, compadre Bertoldo. Era oficio tan ruin, que apenas daba para malcomer, 
y lo he dejado. Los reyes no pagan nunca a quien les sirve. Encomiendan a los cortesanos esas miserias, y los cortesanos las encomiendan a los lacayos, y los lacayos, cuando llegas a 
cobrar, salen con un palo levantado. 

EL BUFÓN. De ese mismo paño tengo yo un sayo, compadre Zacarías. ¿Y cómo es hallarte en esta venta? 

EL CIEGO. He venido a esperar el navío que sale para la Indias. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Se despuebla el reino de Micomicón. Por todos los caminos hallé gente que acudía a esperar ese navío. Sólo quedarán aquí los viejos y los inútiles. 

EL BUFÓN. ¡Los viejos, los inútiles! ¿Qué locuras estás diciendo? En otro tiempo algunos hubo; pero ahora se ha dado una ley para que los automóviles los aplasten en las carreteras. ¿De 
qué sirve un viejo de cien años? ¿De qué sirve una vieja gorda? ¿Y los tullidos que se arrastran como tortugas? Ha sido una ley muy sabia, que mereció el aplauso de toda la corte. Así se hacen fuertes las razas. Tú es posible que no lo halles bien, porque eres un 
sentimental. Lo he conocido desde el primer momento, en cuanto me convidaste a cenar. 
¡Eres un sentimental! 


EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Te convidé porque quiero pedirte nuevas de la Infantina. 

EL BUFÓN. ¡Ja!…, ¡Ja! Un sentimental. ¿Qué dices tú, compadre Zacarías? 

EL CIEGO. ¡Un sentimental! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. A ti te convidé porque jamás contemplaste a la Princesa y su hermosura 
no puede moverte. El bien que tú digas de ella no nacerá del encanto de tus ojos. ¡Ojalá todos los que hablan de una mujer cegasen antes de verla, que así sería más cuerdo el juicio 
y habría menos engañados! Yo la vi un momento pasar entre los laureles del parque real, y sólo con verla nació en mí el deseo de vencer al Dragón. 

EL CIEGO. Dicen que sólo con una espada de diamante podría dársele la muerte. 

EL BUFÓN. Y ello es declararle inmortal, porque no existen espadas tales. 

Entra un famoso rufián, que come de ser matante y cena de lo que afana la coima1 guiñando el ojo a los galanes, cuando se tercia. La coima viene con él. 

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1 Coima: concubina, amante. 

2 Bergante: pícaro, sinvergüenza. 

3 Costalada: golpe que alguien da al caer de espaldas o de costado. 
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EL BRAVO. ¿Es aquí donde se cena de balde? Siéntate, Geroma. 

GEROMA. Dile a esos que me dejen sitio, Espandián. 

EL BRAVO. ¡Hola, bergantes2! Haced un puesto a mi dama. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Una silla para la Señora Geroma. 

Remedando los modos de la Corte, EL BUFÓN ofrece una silla a la Señora GEROMA. ESPANDIÁN alarga su terrible brazo y la toma para sí, afirmándola en el suelo con un golpe que casi la 
esportilla y mirando en torno, retador. Cuando va a sentarse, EL PRÍNCIPE VERDEMAR le derriba la silla. Da una costalada3 el matante y se levanta poniendo mano al espadón. 

EL BRAVO. ¿Son éstas chanzas o veras? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Veras y muy veras, Señor Espandián. 

EL BRAVO. Está bien, porque de chanzas tan pesadas no gusta el hijo de mi madre. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Señora Geroma, aquí está vuestra silla. 

GEROMA. Gracias, gentil caballero. 

EL BRAVO. Y mi silla, ¿dónde está? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Sólo aquellos que yo convido tienen puesto en mi mesa, Señor Espandián. 

EL BRAVO. ¡Tú quieres que riñamos! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Eso lo dejo a tu capricho. En todo caso, sería después de haber servido a 
la Señora Geroma. 

EL BUFÓN. El favor que se hace a la Señora Geroma lo recibe el Señor Espandián, y no será tan  ingrato que quiera pagarlo con una estocada. 

GEROMA. Espandián, marido mío, deja quieta la tajante. Repara con cuánta cortesía me trata este  caballero y muéstrate agradecido. 

EL BRAVO. Porque reparo cómo te escancian de beber y te colman de plato, hablo así. ¿Dónde ha nacido ese uso bárbaro de que coma la mujer y ayune el marido? ¿Es de la Grecia? ¿Es de 
la Roma? ¿Es de las tierras de Oriente? ¡No! Es de una región salvaje, para mí desconocida y para ti también, Geroma. Y si este caballero quiere implantar aquí tan afrentosos usos, yo 
se lo estorbaré con mi espada. Geroma, ese plato es mío, ese vaso es mío, esa silla es mía también. 

GEROMA. ¿Por qué? 

EL BRAVO. Porque tú eres mía, según la Epístola de San Pablo. 

GEROMA. ¡Deja el vaso! 

EL BRAVO. Ya te dije que es mío. 


GEROMA. ¡Dame el plato! 

EL BRAVO. Ya te dije que es mío 

GEROMA. ¡Borracho, rufián, apaleamujeres! 

Se alegra la venta con tumulto. ESPANDIÁN, tras de apurar el vaso de un solo trago, arrebata a la coima el plato lleno de cordero y pringue1. La señora GEROMA saca las uñas, arañándole la cara, y el rufián, puesto en pie, le escacharra el plato en mitad de la cabeza. 

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1 Pringue: grasa. 

2 Antruejo: carnaval (cara de antruejo: careta de carnaval). 

3 Broquel: escudo. 
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EL BRAVO. Geroma, a mí puedes arañarme. Un hombre como yo conoce lo que son señoras. Pero ¡cuida de no decir una sola palabra ofensiva para mi honor! 

GEROMA. ¡Vuélveme el plato! 

EL BUFÓN. A una mujer se la mata, pero no se la falta. Seguro estoy de que se hallaría más conforme, con que le hubieses quitado la vida, la Señora Geroma. 

GEROMA. ¡Qué hablas tú, cara de antruejo2! 

EL BUFÓN. Hablo en vuestra defensa, Señora Geroma. 

EL BRAVO. Yo basto para su defensa. Geroma, quédate siempre en las palabras, que por ser tuyas no me ofenden. Pero la mujer debe obediencia al marido, y si lo olvidas, he de recordártelo, 
no por mí, sino por la devoción que tengo al santo Apóstol San Pablo. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Cesad en vuestro llanto, Señora Geroma, y decid a vuestro marido que yo 
le pagara la cena si fuera mayor su cortesía. 

EL BRAVO. Con poca o mucha cortesía, ya veis cómo he cenado a vuestra costa. Y si queréis cobraros, sacad la espada. 

Derribando la silla, se levanta ESPANDIÁN, y, con la capa revuelta al brazo, a guisa de broquel3, y la espada en la mano, toma campo en mitad de la cocina. EL PRÍNCIPE pone también mano a su espada. Riñen con mucho estruendo, y EL PRÍNCIPE VERDEMAR hiere a ESPANDIÁN. El perro del 
CIEGO, en un rapto de risa, se muerde el rabo. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Ya te has cobrado. 

EL BRAVO. Ya puedes decir que eres un valiente. Dame la mano. Cruzaste noblemente tu acero con 
Espandián y no te guardo rencor. Claro está que yo no desenvolví todo mi juego. Eres tan niño, que al ver tu cara de arcángel me entraba no sé qué compasión, y parecía que el brazo 
se me quedaba sin fuerza. Habrás visto que por dos veces pude matarte: Una, de un bote recto; otra, de una flanconada. 

GEROMA. En mitad del corazón he recibido yo esa estocada. Vos no sabéis, señor, el genio de este hombre cuando está herido. ¿Veis mis carnes tan blancas? Serán de negro terciopelo mañana. 

EL BUFÓN. Tiene la herida en el brazo, Señora Geroma. 

GEROMA. ¡Ay! Mi Espandián es ambidiestro. 

EL BRAVO. Este joven caballero ha visto que le perdoné la vida, y me hará la merced de prestarme algunos doblones para curarme. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Ni las tretas de vuestra espada, ni vuestras palabras, tienen poder para abrir mi bolsa. Si estáis arrepentido de haberme perdonado la vida, podéis cobraros 
volviendo a reñir, puesto que sois ambidiestro. 

EL BRAVO. ¡Volveremos a reñir! ¡Te abriré la sepultura con mi espada! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Vamos a verlo. 

EL BRAVO. Ahora, no. Ya sabrás de mí. Cuéntate con los muertos. 


Al abrirse la puerta de la cocina para dejarle paso, se ve la noche azul y una gran luna sangrienta. Sale arrastrando de un brazo a la coima. 

EL BUFÓN. Volverá, no lo dudéis. Es el jefe de una banda de malhechores, y volverá con sus compañeros. Si queréis salvar la vida, debéis huir. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Ya habéis visto que sé defenderme con la espada en la mano. 

EL BUFÓN. Pero contra el número nada puede la destreza. ¿No habéis oído un silbido? Es la señal para reunir a su gente. Atrancad, Maese Trabuco. 

EL VENTERO avizora desde la puerta, en la oscuridad de la noche, y luego, con las manos temblonas, cierra y pone la tranca. LA MARITORNES bate los dientes apretando los ojos. Dos 
gallos cacarean en la caponera, rosman1 el gato y el perro, y EL BUFÓN, como un perlático2, hace sonar sus mil cascabeles. 

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1 Rosmar: gruñir (galleguismo). 

2 Perlático: persona que padece temblores. 

3 Criba: cuero agujereado. 

4 Basquiña: saya que usaban las mujeres sobre la ropa para salir a la calle. 
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EL VENTERO. Se divisan bultos de embozados que se ocultan en el quicio de las puertas. En cuanto pongáis el pie fuera de estos umbrales os matarán. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Y pensáis que habré de encerrarme aquí como en un castillo encantado? Vamos afuera. 

EL VENTERO. En ese caso, dejad saldada nuestra cuenta. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Toma. 

Le arroja una bolsa llena de oro. EL VENTERO la recoge en el aire, haciendo una pirueta. Va EL PRÍNCIPE a salir, y EL BUFÓN se le pone delante abriendo los brazos. 

EL BUFÓN. A un caballero tan generoso, que nos ha pagado la cena de esta noche, y que puede pagarnos la de otras, yo no le consiento que vaya a morir como una res. 

EL CIEGO. Ni yo. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Dejadme. 

EL BUFÓN. Si quieres salir, puedes hacerlo con un disfraz. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Dejadme os digo. 

EL CIEGO. Una cosa es ser valiente y otra es ser temerario. 

LA MARITORNES. ¡Qué dolor! ¡Un caballero tan joven y tan bien parecido! 

EL VENTERO. Tomad un disfraz, como os aconseja el compadre Bertoldo. 

EL BUFÓN. ¿Ves esta criba3? Así te pondrán la piel. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Abrid la puerta. Veréis cómo mi espada me asegura el camino. 

LA MARITORNES. Gentil caballero, ¿por qué no tomáis un disfraz como os aconsejan vuestros 
amigos? ¿Queréis mi basquiña4? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Jamás! 

EL BUFÓN. Tomad mi traje de bufón. ¡Siempre que me dejéis el vuestro! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Sea! Tal vez tu traje me ayude en mis designios. 

EL VENTERO. Entrad ahí. 

Desaparecen por un arco que hay en el muro, y casi al mismo tiempo se oye fuera el rumor de los brigantes que manda ESPANDIÁN. A poco llaman en la puerta con el pomo de los puñales. 

EL BRAVO. ¡Maese Trabuco! 

EL VENTERO. ¿Quién va? 


EL BRAVO. ¡Abrid con mil diablos! 

EL VENTERO. ¿Quién va digo? 

EL CIEGO. ¡Espandián con su gente! ¡El Juicio Final! 

EL BRAVO. ¡Derribad la puerta, amigos míos! 

EL VENTERO. Esperad. ¿Sois el Señor Espandián? 

EL BRAVO. Al fin reconoces mi voz, bergante. 

EL VENTERO. Pero ¿por qué no decíais vuestra gracia? Esperad, que voy por la llave. ¡Daos prisa vosotros! 

Abre la puerta. Entra ESPANDIÁN con su banda. Todos miran de través. Unos se tuercen el mostacho, otros se llevan la mano al puño de la espada, otros permanecen en la sombra, con el 
embozo a los ojos. ESPANDIÁN se adelanta. Y a todo esto, EL PRÍNCIPE VERDEMAR se desliza pegado al muro, vestido de bufón. Hace una reverencia y sale a la noche quimérica y azul, bajo la cara chata de la luna. MARITORNES suspira. 

EL BRAVO. ¿Dónde está ese tocino del cielo? 

EL VENTERO. ¿Dónde está ese mozuelo atrevido? Llámale, Maritornes. Que me pague la cuenta, y 
luego la suya al Señor Espandián. 

LA MARITORNES. ¡Caballero, salid! Acá os buscan. ¿Para qué digo que le buscáis? 

EL BRAVO. Para una urgencia. Pero yo iré a sacarle de su escondite. 

Pasa bajo el arco ESPANDIÁN, con la espada desnuda, y sale trayendo suspendido del cuello al BUFÓN, que aparece en pernetas con calzones de franela amarilla. Entre las manos del BUFÓN cuelga lacio el vestido de EL PRÍNCIPE VERDEMAR. 

EL BUFÓN. Me habéis salvado la vida, Señor Espandián. Poco faltó para que ese mozuelo me pasase con su espada. Al pecho me la puso para que le entregase mi sayo. ¡Y no paró ahí! Quiso 
obligarme a que me pusiese se vestido para que me confundieseis con él y me mataseis. Me habéis salvado, Señor Espandián. ¡Dejadme que os bese las manos! 

EL BRAVO. No sé por qué, pero todo lo que cuentas se me antoja una fábula. ¡Ay de ti si fuiste cómplice en el engaño! Venga ese traje. 

EL BUFÓN. Dejad que me lo ponga. Ya deshecho el engaño, no hay reparo… 

EL BRAVO. Venga, digo. 

EL BUFÓN. ¿Me dejaréis morir de frío? Ya me he resfriado. 

Abre la boca con un gran estornudo y hace la santiguada. El matante pasa a las manos de la coima el vestido de EL PRÍNCIPE VERDEMAR. La Señora GEROMA remira los calzones al trasluz. 

GEROMA. Algo pasado está. Pero yo te lo dejaré como nuevo. 

EL BUFÓN. Maritornes, ¿quieres prestarme tu basquiña? 

LA MARITORNES. Solo tengo la puesta. 

EL BUFÓN. ¿No te da compasión de verme temblar? 

LA MARITORNES. Acercaos al fuego. 

Salta sobre el hogar y se sienta en la boca del pote, embullando y farsando para desarrugar el ceño del matante. Se oye fuera un pregón. 

GEROMA. ¿Será el pregón de tu cabeza, Espandián? 

EL BUFÓN. Entonces me haríais el favor de dejarme el vestido. 

EL PREGONERO. ¡Oíd! El poderoso Rey Micomicón hace saber a todos, caballeros y villanos, que  aquel que diese muerte al Dragón, salvando la vida de la Señora Infantina, será con ella desposado. El poderoso Rey Micomicón dará en dote la mitad de su reino a la Señora Infantina. 

EL BRAVO. He ahí una empresa digna de mi brazo. Geroma, tendré que repudiarte. 


ESCENA TERCERA 

En un jardín del Palacio del REY MICOMICÓN. Jardín con rosas y escalinatas de mármol, donde abren su cola los pavos reales. Un lago y dos cisnes unánimes. En el laberinto de mirtos1, al pie de 
la fuente, está llorando la hija del Rey. De pronto se aparece a sus ojos, disfrazado de bufón, EL PRÍNCIPE VERDEMAR. 
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1 Mirto: variedad de arbusto. 

2 Jean-Antoine Watteau (1684-1721): pintor francés conocido por sus escenas idílicas y teatrales, inspiradas en el mundo 
de la comedia italiana y del ballet. 
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EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Señora Infantina! 

LA INFANTINA. ¿Quién eres? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Por qué me preguntas quién soy cuando mi sayo a voces lo está diciendo? Soy un bufón. 

LA INFANTINA. Me cegaban las lágrimas y no podía verte. ¿Qué quieres, bufón? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Te traigo un mensaje de las rosas de tu jardín real. Solicitan de tu gracia que no les niegues el sol. 

LA INFANTINA. El sol va por los cielos, mucho más levantado que el poder de los reyes. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. El sol que piden las rosas es el de tu ojos. Cuando yo llegué ante ti, señora mía, los tenías nublados con tu pañolito. 

LA INFANTINA. ¿Qué pueden hacer mis ojos sino llorar? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Por unos soldados supe tu desgracia, Señora Infantina. Dijeron que estabas sin bufón, y aquí entré para merecer el favor de servirte. Ya sólo para ti quiero agitar mis cascabeles, y si no consigo alegrar la rosa de tu boca, permíteme que recoja tus lágrimas en el cáliz de esta otra rosa. 

De un rosal todo florido y fragante que mece sus ramas al viento, EL PRÍNCIPE VERDEMAR corta la rosa más hermosa y se la ofrece a LA INFANTINA, arrodillado ante ella, recordando a un bufón de Watteau2. 

LA INFANTINA. ¿Para qué? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Para beberlas. 

LA INFANTINA. ¿Has probado alguna vez las lágrimas, bufón? ¡Son muy amargas! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Divino licor para quien tiene por oficio decir donosas sales. 

LA INFANTINA. Pero ¿en verdad eres lo que representa tu atavío? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Por qué lo dudas? 

LA INFANTINA. Porque tienen tus palabras un son lejano que no cuadra con tu caperuza de bufón. 
¿Hace mucho que llevas los cascabeles? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Desde que nací. Primero me cantaron en el corazón; después florecieron 
en mi caperuza. 

LA INFANTINA. Yo tuve un bufón, que me abandonó hace poco. No se parecía a ti. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Todos los bufones somos hermanos, pero una misma canción puede tener distintas músicas. ¿Quieres tomarme a tu servicio, gentil señora? Mis cascabeles nunca te 
serán inoportunos. Si estás alegre, repicarán a gloria; si triste, doblarán a muerto. Los gobernaré como gobierna las campanas un sacristán. 

LA INFANTINA. Poco tiempo durarías en mi servicio. 


EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Poco? 

LA INFANTINA. Si conservas esta rosa, puede durar más tiempo en tus manos. ¡Hoy es el día de mi muerte! Para salvar al reino debo morir entre las garras del Dragón. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Conservaré la rosa hasta mañana. 

LA INFANTINA. Bufón mío, prométeme que irás a deshojarla sobre mi sepultura. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Tú no morirás, Infantina. Mañana cortarás en este jardín otra rosa para tu bufón, que te saludará con la más alegre música de sus cascabeles de oro. 

LA INFANTINA. Aunque esté bajo tierra, creo que los oiré. ¡Qué divino son tienen tus cascabeles! 

Se va LA INFANTINA, y EL PRÍNCIPE VERDEMAR la mira alejarse por los tortuosos senderos del laberinto, como perdida o encantada en él. En el fondo excavado de un viejo roble, canta EL 
DUENDE. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Princesa de mis sueños, moriré en la demanda o triunfaré del Dragón! 

EL DUENDE. 
¡Me diste libertad, 
mi paloma real! 
¡Palomita que vuelas tan alto, 
sin miedo del gavilán! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Ah! ¡El Duende! Le llamaré en mi auxilio. Afortunadamente, conservo el anillo que me dejó cuando le abrí la puerta del torreón. 

EL DUENDE. Aquí estoy, Príncipe mío. ¿Qué deseas? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Tu ayuda para triunfar del Dragón. 

EL DUENDE. Ven conmigo. Tendrás la espada de diamante. 



ESCENA CUARTA 

Un bosque de mil años, en el Reino del REY MICOMICÓN. La Señora INFANTINA aparece entre un  largo cortejo de damas y meninas, pajes y chambelanes1. EL MAESTRO DE CEREMONIAS anda entre todos batiendo el suelo con su porra de plata. En los momentos de silencio, meninas y pajes, damas y chambelanes accionan con el aire pueril de los muñecos que tienen el movimiento regido por un cimbel2. Saben hacer cortesías y sonreír con los ojos quietos, redondos y brillantes como las cuentas de un collar. 

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1 Chambelán: hombre que servía en las casas de los nobles y que acompañaba al señor o la señora. 

2 Cimbel: cordel. 
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LA INFANTINA. ¡Dejadme aquí! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Imposible, Señora Infantina! 

LA INFANTINA. ¡Ved que no puedo más! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Imposible acceder a vuestro ruego. 

LA INFANTINA. ¡Sois cruel, Señor Maestro de Ceremonias! Decidme, al menos, cuánto falta de camino. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Yo no puedo decíroslo con certeza. Unos aldeanos a quienes antes interrogué me dijeron que la carrera de un galgo. 

LA INFANTINA. ¡Qué camino tan penoso! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Un poco de ánimo! El paraje donde el Dragón se come a las Princesas ya no puede hallarse muy distante. ¡La carrera de un galgo no es gran cosa! 

LA INFANTINA. ¡Estoy desfallecida! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Descansad un momento. 

LA INFANTINA. ¡No puedo dar un paso! ¿Por qué no me dejáis aquí, Señor Maestro de Ceremonias? 


EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Imposible, Señora Infantina! ¡La etiqueta establece que seáis entregada al Dragón en la Fuente de los Enanos! ¡Es el uso desde hace mil años! La Corte 
del Rey vuestro padre mantiene en vigor las pragmáticas del buen rey Dagoberto, y por la decimoquinta se establece que cada vez que el Dragón se presente a reclamar una Princesa, ésta le sea llevada a la Fuente de los Enanos. ¡No podemos romper una tradición tan 
antigua! 

LA INFANTINA. ¡Por lo mismo que es antigua, Señor Maestro de Ceremonias! 

LA DUQUESA. Casi estoy por darle la razón a mi señora la Infantina. Ya sabéis que soy severísima en cuanto atañe a la etiqueta; pero ahora me siento compadecida. Si el Dragón es el 
soberano del bosque, poco puede importarle que la Señora Infantina le sea entregada en la Fuente de los Enanos o en otro paraje de sus dominios. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Mentira me parece oír eso de vuestros labios, Duquesa! ¡Vos, educada en la etiqueta del gran siglo! 

LA INFANTINA. Pero toda vuestra etiqueta, Señor Maestro de Ceremonias, la guardáis para el Dragón. ¡Para mí, que me veis rendida de cansancio, ni etiqueta ni compasión! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Yo sigo los usos tradicionales de la Corte. 

LA DUQUESA. Amigo mío, consultad si hay precedentes de que otra Infantina se haya fatigado en el camino como nuestra Señora, y ved lo que se ha hecho entonces. 

LA INFANTINA. ¡Ya os digo que no puedo andar! Con precedentes o sin ellos, aquí me siento y de 
aquí no me muevo. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Estas maneras, Duquesa, no las habréis visto en el gran siglo! 

LA DUQUESA. En todo tiempo, amigo mío, hubo niñas voluntariosas y mimadas. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¿Qué hacéis, Señora Infantina? 

LA INFANTINA. Descansar a mi gusto, Señor Maestro de Ceremonias. Voy a morir para salvar al reino de ser destruido, no para que vos hagáis alarde de vuestra ciencia como Maestro de 
Ceremonias. Todos reconocemos vuestra erudición1. Sois en el reino de mi padre el más sabio de los tontos. Pero yo soy una niña que solo sabe morir para salvaros a todos. Nunca he leído las pragmáticas2 del Rey Dagoberto, y no es cosa de que en este momento me aburráis con ellas. 

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1 Erudición: sabiduría, conocimientos. 

2 Pragmática: ley. 

3 Pavana y minué son dos tipos de bailes. 
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EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¿Qué le diremos al Rey vuestro padre? ¿Qué disculpa le daremos? 

LA INFANTINA. Llevadle mis chapines y decidle que me hacían tanto daño que no podía andar con ellos. 

LA DUQUESA. ¡Una idea! Haced lo que os dice la Señora Infantina, y entablad una reclamación contra el zapatero. Eso podría arreglarlo todo. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. No habrá otro remedio que considerarlo caso de fuerza mayor. 

LA DUQUESA. Dadme a besar vuestras manos, niña mía. Dejad que os llame así esta última vez que nos vemos. No debías ser, no, la primera en partir del mundo. ¡Ah! ¡Quién pudiera morir 
por vos! 

LA INFANTINA. ¡Adiós, Duquesa! Decidle al Rey mi padre que muero contenta porque salvo a su reino. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. No me guardéis rencor, Señora Infantina, y dadme también las manos a besar. 

LA INFANTINA. Con toda mi alma. Si ahora me habéis mortificado, no puedo olvidar que cuando niña me habéis divertido enseñándome la pavana y el minué3. Pero si el Cielo alarga tanto 
vuestra vida que podáis conducir otra princesa como tributo al Dragón, recordad que hay precedentes, y que no es preciso llegar a la Fuente de los Enanos. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. La pena de no ver a mi Señora la Infantina me matará este invierno. 


LA DUQUESA. ¡Adiós, mi niña adorada! 

LA INFANTINA. ¡Adiós! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Vamos, Duquesa, que si la noche nos coge en el bosque no sabremos salir. 

LA DUQUESA. ¿Hay lobos? 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Siempre hay lobos en los bosques! 

LA DUQUESA. ¡Y no lleváis armas! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Llevo el Discurso de la Corona. ¿No sabéis que los lobos se ahuyentan con la música? 

LA DUQUESA. Niña mía, perdona que te deje con tal premura; pero ya comprendes cómo tendría que morir de vergüenza si la noche me cogiese sola en el bosque con el Señor Maestro de 
Ceremonias. Vamos. 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Os daré la mano. 

LA DUQUESA. ¡Gracias! ¿Lleváis los chapines de la Infantina? 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Aquí los llevo! En estos momentos supremos no he querido contradecir a la pobre niña, pero los usos tradicionales no pueden cambiar, porque en esta 
ocasión, única en dos mil años, no hayamos llegado a la Fuente de los Enanos. 

LA DUQUESA. ¿Vos no aceptáis que sea un precedente? 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡De ninguna manera! Podría serlo, en todo caso, para modificar la forma de los chapines haciéndolos más cómodos para caminar por estos andurriales, pero 
de ninguna manera para modificar una pragmática del buen Rey Dagoberto. ¡Adónde iríamos a parar! 

LA INFANTINA queda sola en el bosque, sentada al pie de un árbol lleno de nidos y de cantos de ruiseñor. Damas y chambelanes, meninas y pajes se retiraran lentamente. Con sus ojos de 
porcelana y sus bocas pueriles tienen un aire galante y hueco de maniquíes. 

LA INFANTINA. ¡Guerreros soberanos de mi estirpe! ¡Reyes y Reinas! ¡Blancas Princesas, como yo sacrificadas a la furia del monstruo! ¡Dadme el aliento para saber morir! Me cubriré con mi 
manto. ¡No quiero que puedan ver el miedo en mi rostro ni aun los pájaros del cielo! 

Aparece EL REY MICOMICÓN, la melena al viento. Es un gigante de cien años, con largas barbas como viejo Emperador Carlomagno. Camina desorientado, y al ver a su hija, la Señora 
INFANTINA, da un gran grito. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Hija! ¡Al fin te encuentro! 

LA INFANTINA. ¿Cómo estáis aquí, padre mío? 

EL REY MICOMICÓN. He salido del palacio disfrazado. Vengo para salvarte. ¡Oh! ¡Qué zozobras he sentido al correr este bosque sin hallarte en parte alguna! ¡Creía llegar tarde! ¡Vamos, hija 
mía! Cerca de aquí me espera tu paje fiel, con un caballo. 

LA INFANTINA. No tengo chapines, padre mío. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Oh! ¡Qué niña loca! Te llevaré en brazos. 

LA INFANTINA. ¿Adónde, padre mío? 

EL REY MICOMICÓN. A una tierra lejana y feliz donde no haya monstruos. Para salvarte, renuncio a mi corona. 

LA INFANTINA. Y vuestro reino todo será abrasado por los ojos del Dragón. ¡No, padre mío! 

EL REY MICOMICÓN. Entonces ya no sería mi reino, hija querida. 

LA INFANTINA. Yo quiero salvar a todos los que una vez besaron mis manos como Infantina. 
¡Dejad, señor, que se cumpla mi destino de flor que deshoja el viento! 

EL REY MICOMICÓN. ¡Qué triste final el de mi reinado! 


LA INFANTINA. ¡Volved al palacio, Señor! Haced feliz a vuestro pueblo. Ahora que sois desgraciado podréis conseguirlo mejor, que son los ojos más clementes los que miran llenos 
de lágrimas. Apartaos las barbas con la mano para que os pueda besar. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Adiós, hija mía, Blanca Flor! 

LA INFANTINA. ¡Adiós, padre mío! 

EL REY MICOMICÓN. ¡Nunca pensé que pudiese recorrer un camino tan lleno de espinas siendo Rey! 

Se aleja EL REY por aquel bosque antiguo, lleno de ecos como un sepulcro. Camina despacio y con anhelo, sacudida la espalda por los sollozos. Aparece EL PRÍNCIPE VERDEMAR con una 
armadura resplandeciente, semejante a un Arcángel. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Princesa de mis sueños, soy un enamorado de tu hermosura, y vengo de lejanas tierras para vencer al Dragón. 

LA INFANTINA. El Dragón es invencible, noble caballero. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Si fuese como dices, bastaría para mi gloria dar la vida en tu defensa. ¡Ya está ahí el Dragón! 

Óyese el vuelo del Dragón rompiendo las ramas de los árboles y asustando a los pájaros. Es un monstruo que tiene herencia de la serpiente y del caballo, con las alas del murciélago. 

LA INFANTINA. Yo no quiero que tan noble vida se aventure en una muerte cierta. Huid, generoso paladín1. 
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1 Paladín: caballero defensor de alguien. 
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EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Son hermanos tu destino y mi destino. Sea una nuestra suerte, y la estrella 
de la tarde, que ahora nace en el cielo, vea nuestra desgracia o nuestra ventura. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR pelea con el DRAGÓN. La boca del monstruo descubre siete hileras de dientes. Hay un momento en que el paladín siente desmayar su brío. Pero le anima el sentimiento divino del amor, y levantado a dos manos la espada, que parece un rayo de sol, da muerte al DRAGÓN. 

LA INFANTINA. ¿Quién sois, que poseéis la espada de diamante? Vuestra es mi vida, valeroso guerrero. Llevadme a la Corte de mi padre, y mi reino será vuestro. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Sólo puedo conduciros hasta las puertas de la ciudad. Un voto me impide entrar en poblado. 

LA INFANTINA. Juradme al menos que aún os veré otra vez. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Os lo juro. 

LA INFANTINA. ¡Ay! No tengo chapines. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Yo tengo para ti, Infantina, unos chapines de oro. 

EL DUENDE sale de la enramada con unos chapines de piedras preciosas, y los deja sobre la yerba. De un salto, como lo dan las ranas y los sapos, desaparece. 

LA INFANTINA. ¡Oh! ¡Qué lindos! Sólo las hadas de los cuentos los tienen así. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Me dejas encerrar en ellos los lirios de tus pies? 

LA INFANTINA. ¿Y tú no olvidarás la promesa de volver a verme? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Aun cuando quisiera olvidarla, no podría. 


Se alejan, y buscan el camino el uno en los ojos del otro. Y van así por el bosque, que empieza a llenarse de sombras, y los ruiseñores cantan en sus nidos. EL DUENDE sale cauteloso del tronco de 
un árbol. Pone el pie en la cabeza del DRAGÓN y le arranca la lengua. 

EL DUENDE. Le extraeré el veneno de la lengua y lo venderé en la Corte del Rey Micomicón a los poetas y las damas que murmuraban de todo. 

UNA PASTORA PASA CANTANDO: 
 ¡Quien a la sierpe matará, 
con la Infantina casará! 
 ¡Quien diere muerte al Dragón, 
 reinaría en el reino de Micomicón! 


ESCENA QUINTA 

En los jardines reales. El pavón, siempre con la cola abierta en abanico de fabulosos iris, está sobre la escalinata de mármol que decoran las rosas. Y al pie, la góndola de plata con palio de 
marfil. Y los cisnes duales en la proa bogando, musicales en su linda curva. LA INFANTINA pasea en la góndola. LA DUQUESA le da compañía en calidad de dama de respeto. 

LA DUQUESA. Ya veis cómo me había vestido de luto. No me importa, porque un vestido negro nunca sobra. ¿Y decís, niña mía, que era un bello paladín? 

LA INFANTINA. Bello más que el sol. 

LA DUQUESA. ¿Cómo no habrá venido a recibir la recompensa? Sin duda, no sabe que al vencedor le será otorgada vuestra mano. 

LA INFANTINA. ¡Acaso no me ame! 

LA DUQUESA. ¿No amaros, y os ha visto? Y aun cuando no fuese para desposaros, debía venir para que le conociésemos las damas de la Corte. 

LA INFANTINA. ¡Él me prometió venir un día! 

LA DUQUESA. Entonces cumplirá su palabra. 

LA INFANTINA. Yo le espero siempre. 

LA DUQUESA. ¿Vos ya le amáis? 

LA INFANTINA. Cuando se me apareció en el bosque creí que le había visto otra vez. Pero ¡no pude reconocerle! 

LA DUQUESA. ¿Le habíais visto en sueños? 

LA INFANTINA. Eso pensé yo. 

LA DUQUESA. Si me dais permiso, voy a quitarme estas tocas de luto. Me vestiré de colorado. 

Desembarcan en la escalinata de mármol. EL PRÍNCIPE VERDEMAR, con traje de bufón, las saluda haciendo una pirueta. LA DUQUESA da un respingo, porque odia la parla traviesa y aviesa de tales locos. EL PRÍNCIPE le grita a la oreja. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Vestiros de colorado? ¡No hagáis tal! 

LA DUQUESA. ¡Qué necio asombro! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Duquesa gaitera os van a llamar. 

LA DUQUESA. No me importa. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Además, siempre es peligroso vestir de colorado en la Corte. 

LA DUQUESA. ¿Por qué? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Es el color con que se llama a los toros. 

LA DUQUESA. Con vuestro permiso, Señora Infantina. 


LA DUQUESA, con un gesto impaciente, rechaza al bufón. EL PRÍNCIPE VERDEMAR le hace una  mueca. Después, como si un pensamiento le cambiase el rostro y el alma, suspira contemplando a LA INFANTINA. 

LA INFANTINA. A tiempo llegas para divertirme, bufón. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¿Estás triste, Señora mía? ¿Cuáles son tus penas? 

LA INFANTINA. No tengo penas. Sólo tengo recuerdos y quiero olvidar. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No se olvida cuando se quiere. 

LA INFANTINA. Dicen que hay una fuente… 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Esa fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años. 

LA INFANTINA. Pero ¿se olvida al beber sus aguas? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Se olvida sin beberlas. Es el tiempo quien hace el milagro, y no la fuente. 
Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre… 

LA INFANTINA. ¿Y se es feliz al olvidar? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Eso podrán decírtelo los viejos. 

LA INFANTINA. Se lo preguntaré a la Duquesa. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡No hagas tal, Señora mía! La Duquesa no ha olvidado por vieja, sino por 
mujer. Y tú, ¿has olvidado con qué palabra me diste esta rosa? 

LA INFANTINA. ¡Es verdad! Tú fuiste el único que encendió mi corazón con una esperanza, asegurándome que no sería víctima del Dragón. ¿Cómo podías saberlo? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Se lo pregunté a una margarita deshojándola. 

LA INFANTINA. ¿Y no le has preguntado si un día volverá mi paladín? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Se lo he preguntado. 

LA INFANTINA. ¿Y qué dijo la flor? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Que volverá. 

Aparece el REY MICOMICÓN, con manto de armiño, corona y cetro. Los cortesanos aparecen tras él. Damas y galanes cambian sonrisas y miradas pueriles. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Hija mía, Blanca Flor, logrado es tu anhelo! Un heraldo acaba de anunciarme la llegada del caballero vencedor del Dragón. ¿Oyes el son de esa trompa? Su poderoso 
anhelo la hace sonar. 

LA INFANTINA. ¡Cómo tiembla mi corazón al esperarle! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Aquella tarde que imaginabas ir a la muerte, me ofreciste una rosa si volvías a tu jardín. ¡Que la dicha no te haga veleidosa1! 

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1 Veleidoso: inconstante, mudable. 

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LA INFANTINA. Te la daré otro día. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Ay, mi Señora! ¡Qué pronto aprendiste la ciencia del olvido! Sólo deseo que te sirva para ser feliz. 

LA INFANTINA. Déjame, bufón. Tendrás, en vez de la rosa, un vestido nuevo, y eso saldrás ganando. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Un paladín se anuncia como tu salvador, y no podrás reconocerle. 
¡Cuando olvida el corazón, también olvidan los ojos! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Señora Infantina! ¡Oíd! Pide venia para saludaros el más poderoso caballero de la Cristiandad, el que ciñe la espada de diamante, el que dio muerte al Dragón. 

Aparece ESPANDIÁN. Las guías del mostacho, estupendas y retorcidas, casi le tocan las orejas. Su espadón, de siete cuartas, da temblores. Por bajo el ala del chapeo, uno de sus ojos asesta terribles miradas, porque el otro lo trae cubierto con un parche. 


EL BRAVO. Hija del Rey, dame tus manos a besar. 

LA INFANTINA. ¿Dónde queda tu señor? 

EL BRAVO. Nunca tuve señor. 

LA INFANTINA. El valeroso paladín a quien debo la vida, y de quien, sin duda, traes algún mensaje, ¿dónde queda? 

EL BRAVO. Yo soy ese paladín, hija del Rey. Me desconoces porque las lágrimas te cegaban en aquellos momentos y no te permitían ver bien. Era como si tuvieses telarañas en los ojos. 

LA INFANTINA. ¡Aquel era un hermoso caballero! 

EL BRAVO. ¿Yo no te parezco hermoso? 

LA INFANTINA. ¡Tú eres un impostor! Padre mío, mandad que le azoten. 

EL REY MICOMICÓN. Si es verdad lo que dices, le mandaré ahorcar. 

EL BRAVO. Rey de Micomicón, te daré tales pruebas, que sea imposible dudar de mis palabras. Tu hija es natural que no me reconozca. En aquel instante debí parecerle bello como un 
arcángel. ¡Además, ya he dicho que lloraba hilo a hilo! 

EL REY MICOMICÓN. Seca tus ojos, hija mía. Mírale bien. ¿No hay ningún rasgo que te lo recuerde? 

LA INFANTINA. Ninguno. 

EL REY MICOMICÓN. ¿La voz acaso? 

LA INFANTINA. ¡Era una música aquella voz! 

EL BRAVO. Como ahora estoy ronco, no la reconoce. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Qué pruebas puedes darme de que eres tú quien dio muerte al Dragón? 

EL BRAVO. La cabeza del monstruo. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Dónde está? 

EL BRAVO. La guardan mis criados, que esperan a la puerta del palacio. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Que comparezcan inmediatamente! 

EL BRAVO. Tocaré mi bocina. 

ESPANDIÁN sopla en un caracol marino con tan potente aliento, que los pájaros caen de los árboles. Se presentan cuatro bandoleros, que en unas andas1 de ramaje traen la cabeza del 
DRAGÓN. Al verla algunas damas se cubren los ojos y miran por entre los dedos. 
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1 Andas: tablero que, sostenido por dos varas, sirve para conducir personas o cosas. 
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EL REY MICOMICÓN. ¡Caminan agobiados! 

EL BRAVO. Es pesada como una tesis doctoral. ¡Vedla! Mi espada le atravesó la frente… Catad el agujero. 

EL REY MICOMICÓN. Hija mía, toda duda es imposible. Vuelve los ojos a este valeroso caballero, pídele perdón por haber dudado y ofrécele tu mano. 

LA INFANTINA. ¡Jamás! ¡Es un impostor os digo! Mandad que le azoten. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Tampoco reconoces la cabeza del monstruo? 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. ¡Siete hileras de dientes, como relata la crónica del buen Rey Dagoberto! 

EL REY MICOMICÓN. ¿Reconoces este trofeo? 

LA INFANTINA. ¡Oh! ¡Yo me vuelvo loca! ¡Por qué no hallé la muerte en el bosque! 

EL BRAVO. No has visto bien estas siete hileras de dientes. 

BERTOLDO, el antiguo bufón de la Señora Infantina, aparece de improviso, temblando dentro de sus calzones de bayeta amarilla y dando tiritones. 

EL BUFÓN. Compadre, al fin nos vemos las caras, y en paraje tal donde no dejarán de hacer justicia. 
¡Sabed que este hombre me ha robado! 

EL REY MICOMICÓN. ¡Silencio, truhán! 


LA INFANTINA. Dejadle hablar, padre mío. Ven a mi lado, Bertoldo. 

EL BUFÓN. Soñé con ir a las Indias, y por eso dejé a mi Señora Infantina. ¡Nunca lo hubiera hecho! En una venta hallé con un generoso caballero que me cambió su traje de galán por mi sayo 
de bufón. ¡Y ese bergante, escapado de galeras, me lo robó! Antes tuvo pendencia con el caballero, y se ganó una herida en el brazo. Que se arremangue y la veréis. 

EL BRAVO. No es preciso. He reñido porque mi descanso es pelear. ¡Alcancé una herida, pero maté a mi adversario! 

EL BUFÓN. Todo es fantasía. Pero en ello no entro ni salgo. ¡Que diga por qué me robó el vestido! 

EL BRAVO. Lo guardé como trofeo de mi victoria. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Basta! Tú tendrás otro vestido, Bertoldo. 

EL BRAVO. Tendrás dos. Uno del Rey y otro mío. 

EL REY MICOMICÓN. Este caballero, a quien has injuriado, como villano que eres, es el prometido de tu Señora la Infantina Blanca Flor. ¡Pídele perdón! 

EL BUFÓN. ¡Prometido de mi Señora un capitán de bandoleros! ¡El pícaro Espandián! 

EL REY MICOMICÓN. ¿Tú eres Espandián? 

EL BRAVO. Señor, yo soy Espandián. 

LA INFANTINA. ¡Y veis cómo tenía razón! 

EL REY MICOMICÓN. Tu cabeza está pregonada. 

EL BRAVO. Señor, mi cabeza estaba pregonada, pero creo haberla rescatado con la cabeza del Dragón. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Y crees también poder casarte con mi hija la Infantina Blanca Flor? 

EL BRAVO. Rey, yo solo creo en tu palabra. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Qué dices, hija mía muy amada? Yo di mi palabra real de hacer tus desposorios con aquel que diese muerte al Dragón. ¿Quieres que sea perjuro a mi palabra? 

LA INFANTINA. ¡No, Rey Micomicón! Pero tu hija te ofrece morir para salvar el honor de tu estirpe soberana. 

EL REY MICOMICÓN. Óyeme con calma, hija mía. Espandián no es un bandolero vulgar. Reina en los montes, y en los caminos tiene una hueste1 aguerrida y numerosa. Si yo le concedo 
beligerancia… 

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1 Hueste: conjunto de seguidores, ejército. 
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LA INFANTINA. ¡No habléis así, padre mío! 

EL REY MICOMICÓN. Aun sin matar al Dragón, podría ser uno de mis nobles. ¿Imaginas que es otro el origen de mis Pares y mis Duques? 

LA INFANTINA. Padre mío, moriré, porque no le amo y porque el corazón me dice que es un impostor. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Eso ya es histerismo! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Tu fe te salva, Infantina Blanca Flor! Rey, manda que venga un carnicero, un cirujano, un asesino o un general que haya cortado muchas cabezas. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Que venga el heroico general Fierabrás! 

EL MAESTRO DE CEREMONIAS. Señor, hace veinte años que está encamado. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Que se levante para servir a su Rey! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Escucha, poderoso Rey de Micomicón, y tú, dulce Infantina, enjuga tus lágrimas y escucha también. 

LA INFANTINA. ¡Oh! ¡Qué ilusión! Me pareció que tus palabras me traían como un aire lejano, la música de aquella voz. Habla, bufón mío. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. El corazón no te engañaba al decirte que ese hombre era un impostor. 

LA INFANTINA. ¡Lo veis, padre mío! 

EL BRAVO. ¿Eres tú quien lo afirma? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Yo! 

EL REY MICOMICÓN. ¡Aquí está el heroico General Fierabrás! 


El heroico General FIERABRÁS viene por el fondo del jardín apoyado en dos chambelanes. Es un viejo perlático, con el pecho cubierto de cruces y la cabeza monda. La punta de la nariz le gotea sin consideración, como una gárgola. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Tú, que eres el héroe del reino, ¿habrás cortado muchas cabezas? 

FIERABRÁS. ¡No, hijo mío! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. ¡Te llaman Fierabrás! 

FIERABRÁS. Es nombre que me puso mi mujer, porque tenía mal genio en casa. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Eres el héroe del reino. Acabas de recibir el último entorchado1. 

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1 Entorchado: distintivo bordado en oro o en plata en los uniformes de los militares. 

2 Filoxera: Enfermedad de la vid. 

3 Cicuta: veneno preparado con la planta de la cicuta. 
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FIERABRÁS. Ha sido por combatir la filoxera2. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Yo quería preguntarte si habías cortado alguna cabeza que no tuviese lengua. 

FIERABRÁS. ¿Es una adivinanza? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No, invicto General. 

FIERABRÁS. Todas las cabezas tienen lengua. ¿Está sin lengua alguno de vosotros? ¡Qué importa que la cabeza se halle sobre los hombros o separada! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Pues esa cabeza no tiene lengua. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Tú lo sabes? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Podéis verlo vos mismo. 

EL REY MICOMICÓN. Abridle las fauces. ¡Ah!... ¡No tiene lengua! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Pero la tuvo. Vedla aquí. 

EL REY MICOMICÓN. ¿Qué quieres decir? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Que soy quien ha dado muerte al Dragón. 

LA INFANTINA. ¡Por eso tu voz encantaba mi oído, y tu mirada hacía latir mi corazón! ¡Ahora te reconozco! 

EL REY MICOMICÓN. Hija mía muy amada, podías ser la esposa de ese hombre, porque un bandolero puede ser tronco de un noble linaje, como nos enseña la Historia. Pero no puedes 
ser la esposa de un bufón. 

LA INFANTINA. Sí, padre mío, porque le amo. 

EL REY MICOMICÓN. Tomarás la cicuta3, como aquel filósofo antiguo. Traedle una taza, Duquesa. 

LA DUQUESA. ¡Oh, qué tragedia! ¡Y yo, que no puedo llorar! ¿Queréis la cicuta muy azucarada, niña mía? 

LA INFANTINA. ¡Padre mío, dejadme casar con el que amo! 

EL REY MICOMICÓN. Un bufón no puede ser tronco de una monarquía. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Pero un Príncipe, sí. Yo soy Verdemar, hijo de tu amigo el Rey Mangucián. Mira, Señor, cómo tengo en el pecho la flor de lis, distintivo de todos los Príncipes de mi sangre. 

EL REY MICOMICÓN. ¡Oh Príncipe Verdemar! Tú reinarás en mi reino con la Infantina. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Princesa, Señora mía, estás en deuda con tu bufón. Me debes una rosa. 

LA INFANTINA. Te daré todas las rosas del rosal. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Y los lirios de tus manos a besar. 

EL REY MICOMICÓN. Entremos al palacio, hijos míos. El relente de la noche es malo para los enamorados. 

EL BUFÓN. Y a mí, ¿no me hacéis justicia? 

EL REY MICOMICÓN. ¿Qué justicia pides? 

EL BUFÓN. Que me sea devuelto el vestido que me robó Espandián. No dejéis libre a este pícaro, porque se escapará. 


EL REY MICOMICÓN. Que sea atado al tronco de un árbol, hasta que venga el verdugo. 

EL BRAVO. ¡Poderoso señor, muévate a la clemencia el recuerdo de que estuve al tris de ser tu yerno! 

EL REY MICOMICÓN. No menciones tal oprobio porque mandaré arrancarte la lengua. 

EL BRAVO. Señora Infantina, yo hubiera querido vencer al Dragón. Pero la suerte lo dispuso de otro modo, y llegué tarde. Piensa que pudo ser mi dicha la de ese noble Príncipe. ¡Halle gracia en tu corazón el caballero Espandián! 

LA INFANTINA. ¡Perdonadle, padre mío! 

EL REY MICOMICÓN. Atendiendo a que lo pide mi hija, muy amada, te perdono la vida. 

EL BRAVO. Gracias, poderoso Rey Micomicón. 

EL REY MICOMICÓN. Pero sufrirás la pena de azotes. 

EL BRAVO. ¡La pena de azotes! ¡Una pena infamante al caballero Espandián! ¡Una pena peor que la muerte, si el verdugo tiene la mano dura! 

EL BUFÓN. Compadre, te ha cegado la ambición. No conviene querer subir tan alto. ¿Y para qué, compadre? ¿Qué ibas ganando? Imaginas que el Príncipe Verdemar, al casarse con la 
Infantina, va a estar mejor que yo, siendo su bufón. ¡No lo sueñes! Los peores humores serán para el marido. Y tú, que eres rey de los caminos reales, y archipámpano de las diligencias, ¿qué podías hallar que no tuvieses en este mísero Estado de Micomicón? ¡Se 
puede ambicionar ser rey del tabaco, del cacao, del azúcar y de los rábanos! ¡Se puede ambicionar ser rey del petróleo, de los diamantes y de las perlas! ¡Se puede ambicionar ser 
rey de una sierra por donde haya trajín de carromatos, mulateros y feriantes! Pero ¡Rey constitucional en el Estado de Micomicón! ¡Estabas loco, compadre Espandián! 

EL BRAVO. ¡Calla, imbécil! ¿Imaginas que no me hice cargo? Pero quise buscar un retiro para la vejez. Me habían dicho que se cobraba bien. 

EL BUFÓN. ¡Eso sí! ¡Y en oro! 

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Se oye el llanto de la Señora GEROMA que aparece haldeando, jipando y manoteando. Sus clamores pueblan el jardín. Llegando al árbol donde está atado ESPANDIÁN, suspira y pone los ojos en blanco. 


GEROMA. ¡Espandián! ¡Marido mío! ¡Brazo de fierro! ¡No pensabas ayer, cuando me pediste el agua para lavarte el cuello, que el verdugo te ensebaba la cuerda! ¡Espandián! ¡Marido mío, 
que no te ponías calcetas por no darle a tu Geroma el trabajo de remendártelas! ¡Y eras tan lechuguino como el primero! 


ESCENA ÚLTIMA 

Los palacios del REY MICOMICÓN. En la sala de los banquetes. Bajo la gran arcada que se abre  sobre el jardín de los cisnes y las rosas acaban de tropezarse BERTOLDO, el antiguo bufón de la 
Señora INFANTINA, y el CIEGO DE LAS GACETAS. Satisfechos de hacer nuevo conocimiento, se abrazan. El perro toma parte en estas efusiones, poniéndose en dos patas. 

EL BUFÓN. ¡Ya estás de vuelta, compadre Zacarías! 

EL CIEGO. ¡Y tú también, compadre Bertoldo! 

EL BUFÓN. Como me habían robado el vestido, no pude embarcar. Antes de poner el pie a bordo ya parecía un náufrago. 

EL CIEGO. Yo tampoco pude embarcar, pero no fue por falta de vestido. Había tomado pasaje para mí solo y no me admitían al perro. Querían que pagase como si fuese una persona. 


EL BUFÓN. Las personas son las que debían pagar como perros, porque de tales reciben el trato en esos barcos de emigrantes. 

EL CIEGO. Me quedé en tierra, y acá me vine a la querencia de mi antiguo oficio. Vuelvo a vender las gacetas a la gente del Palacio. 

EL BUFÓN. ¿Y qué tal? 

EL CIEGO. Estos días algo se hace con motivo de las bodas reales, y, sobre todo, con la vista del proceso de Espandián. Pero el agosto está cuando hay denuncias. Entonces vendo de oculto. 
Si se habla mal del Rey, todos los palaciegos pican. 

EL BUFÓN. Hoy se celebra el gran banquete. 

EL CIEGO. Ya han salido cuatro extraordinarios. Se matan los unos a los otros. 

EL BUFÓN. Perdona que te interrumpa. Pasa el cortejo de la boda y tengo que ir a pisarle la cola a la Duquesa. 

Se van EL CIEGO y EL BUFÓN. Aparecen hablando EL PRÍNCIPE VERDEMAR y EL DUENDE. EL DUENDE trae los zuecos llenos de barro, y se detiene en la arcada para limpiárselos con unas pajas. EL PRÍNCIPE VERDEMAR está vestido de oro y seda. 

EL DUENDE. El Rey de Micomicón, tu suegro, ¿ha invitado a tu padre el Rey Mangucián? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Creo que sí. 

EL DUENDE. ¿Tú no le has visto? 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. No. Pero me ha parecido que era uno que roncaba en la capilla durante la 
ceremonia. 

EL DUENDE. Yo deseo servirle en el banquete. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Le servirás. 

EL DUENDE. Pero será tan solo un corazón de cordero crudo y sin sal, en un plato de oro. 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR. Ya está aquí todo el cortejo. 

De pronto EL DUENDE se hace invisible. Por todos los arcos aparece el cortejo de las bodas. Reyes y Reinas con corona y manto, y cada cual por su puerta. Detrás, los séquitos. EL PRÍNCIPE hace un paso muy gentil, para tomar la mano a la INFANTINA. Los Reyes ocupan sus sitiales. Los coperos 
les llenan las copas, los esclavos se arrodillan para ofrecer las fuentes gigantescas, llenas de perniles. EL DUENDE aparece con un plato de oro en la mano y se detiene ante el REY MANGUCIÁN. 

EL REY MICOMICÓN. Yo estoy desfallecido. Dejad que la gente se coloque como quiera, Señor Maestro de Ceremonias, solamente que mi amigo el Rey Mangucián tenga su sitial a mi derecha. Supongo que no faltará comida. Se han sacrificado un toro y siete corderos. 

EL REY MANGUCIÁN toma asiento a la diestra del REY MICOMICÓN y bosteza con deleitable largura, como si ello fuese el mejor aperitivo para disponerse a comer. Después prende un bocado, lo muerde y palidece de cólera. 

EL REY MANGUCIÁN. ¿Qué me habéis servido en este plato? Te declararé la guerra por la burla, 
Rey de Micomicón. 

EL REY MICOMICÓN. Repórtate, Rey Mangucián. Lo que te han servido es un sabroso pernil1. 

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1 Pernil: anca y muslo del cerdo. 
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EL REY MANGUCIÁN. No, esto no es pernil. Precisamente el pernil es un plato en que yo me chupo los dedos. 


Los dos Reyes se miran airados. EL REY MANGUCIÁN ha puesto mano a la espada y se ha sujetado la corona en la cabeza. EL REY MICOMICÓN hace lo mismo. Los cortesanos dan un giro y quedan espantados: las bocas abiertas, el bocado en el aire y la copa en la mano. EL DUENDE deja oír su voz burlona. 

EL DUENDE. Cierto. Lo que en este plato de oro acabo de servirte, poderoso Rey Mangucián, es corazón de cordero crudo y sin sal. ¿No era así como clamabas un día por comerte el 
corazón de aquel príncipe, hijo tuyo, que había dado libertad al Duende? ¡Ya ves que el plato no es muy sabroso! Los perros, los leones, los lobos y los gatos se comen la carne cruda y sangrienta, porque tienen en sus estómagos gran cantidad de ácido clorhídrico que les hace fácil digerirla. Pero los Reyes, si un tiempo remoto pudieron hacer lo mismo, hoy, por la evolución de las especies, ya no pueden. Al perder en regalías, perdieron en potencia  estomacal. Los Reyes constitucionales solo pueden ser vegetarianos. 

EL REY MANGUCIÁN. ¡A quién se lo cuentan, Micomicón! 

EL REY MICOMICÓN. ¡A quién se lo cuentan, Mangucián! 

EL PRÍNCIPE VERDEMAR y la señora INFANTINA, cogidos de las manos, van a ponerse de rodillas en la presencia de los dos Señores Reyes. Sus voces se levantan hermanadas. 

LOS DOS. ¡Bendecidnos! 

LOS REYES. ¡Que los altos cielos igualmente os bendigan, dilatando nuestras dinastías por los siglos de los siglos! 

TODOS LOS INVITADOS. ¡Amén! 





FIN