26/2/15

MI AMIGO MOZART Esther Suárez Durán

MI AMIGO MOZART
Esther Suárez Durán





PERSONAJES
Escritor
Tía
Tío
Maestro
Camarero
Mozart 1
Mozart 2
Mozart 3
Bastián
Bastiana
Colás
Fígaro
Susana
Conde
Condesa
Don Juan
Fantasma del Comendador


La acción se desarrolla en el escenario de un teatro para niños. Transcurre en tres
planos: el primero corresponde a los actores que trabajan “en vivo”; en el segundo
--compuesto por uno o más retablos de alturas distintas--, actúan los personajes
representados por muñecos, mientras el tercero está demarcado por la pantalla de
sombras.
Por la escena aparecen diseminados diversos elementos teatrales, entre ellos una
percha, de donde cuelgan una espada y una manta. En otra zona del escenario está
ubicada una mesa de tamaño mediano con cuatro pequeños bancos.
El Escritor escribe afanosamente a máquina -- puede elaborarse una banda sonora con
el sonido de varias máquinas de escribir--. De vez en vez saca la cuartilla y la desecha,
coloca otra en su lugar y escribe de nuevo.
Se escucha un tema que identifica la programación televisiva en tanto aparece un
televisor en escena. De su pantalla emerge el locutor.
Locutor de TV: Buenas tardes, amables televidentes. Ahora, las noticias.
Este año el mundo entero conmemora el bicentenario de la muerte de Wolfgang
Amadeo Mozart, un genio de la música. De ahí que exhortemos a todos los escritores
del país a escribir una serie sobre la vida de Mozart para la televisión.

Escritor: (Al locutor.) Gracias, pero no puedo. Intento escribir una obra sobre Mozart...
para el teatro.
Locutor de TV: (Asombrado.) ¡¿Para el teatro?! ¿Usted está loco? ¿Y por qué mejor no
escribe para la televisión? El teatro jamás puede ser comparado con ella. Piense en el
número de televidentes que disfrutará de su obra. ¡Millones!, en cambio, ¿cuántas
personas caben en un teatro?
El escritor opera el control remoto y apaga el televisor.
Aparece en escena un receptor de radio. Se escucha el sonido de estática propio de este
medio de difusión. A continuación, la voz del Locutor. El aparato de radio se anima.
Locutor de radio: (Con la dinámica propia del discurso radial.) ¡Buenas tardes,
amables radioescuchas! De nuevo en su compañía, esta vez con una información
especial para ustedes. Se trata de Mozart. Este año, los habitantes del planeta
conmemoramos los doscientos años de la desaparición física de Wolfgang Amadeo
Mozart, uno de los grandes de la música, y queremos comunicarnos por este medio con
todos los escritores del país para solicitarles que escriban una radionovela sobre él.
Escritor: No puedo, gracias. Quiero escribir sobre Mozart, pero será una obra de teatro.
El receptor de radio se anima nuevamente.
Locutor de radio: ¡¿Teatro ha dicho?! Amigo, ¿por qué no escribe mejor para la radio?
La radio entra en todas las casas. ¿Quién cree usted que va a ir al teatro a ver su obra?
El Escritor lo apaga de un golpe. Sigue escribiendo. Por la platea aparece un equipo de
filmación con luces, micrófono, cámara y claqueta. El Ayudante hace sonar la última.
Iluminan a los espectadores, la cámara hace tomas de ellos.
Director de cine: ¿Qué tal? Somos del cine. Como ustedes ya saben este año se cumplen
dos siglos de la muerte de Mozart. Estamos buscando un escritor que nos prepare el
guión para hacer una película sobre él. ¿Saben ustedes si por aquí hay alguno?
Los niños del público deben señalar al Escritor que permanece en el escenario. El
Escritor se cubre de las luces que caen ahora despiadadamente sobre él.
Director: ¿Cómo le va, amigo? (Le da la mano calurosamente.) Buscamos un escritor
para una película sobre Mozart. ¿Qué nos dice?
Escritor: Lo siento. No quiero escribir para el cine, sino para el teatro. Quiero hacer con
Mozart una maravillosa obra de teatro.

El Ayudante hace sonar la claqueta.

Director: ¿Teatro, dices? (A los miembros del equipo y al público.) ¿Ustedes han oído?
Dijo: ¡Teatro! (Al Escritor.) Pero, amigo, recapacite. El cine es el arte del siglo XX, del
XXI, ¡del XXV! En el cine se puede hacer ¡todo! Y las imágenes se ven ¡así de grandes!
(Se apoya con gestos.) Además, si hace una obra para el cine podrá ser vista en todas las
provincias, en todos los países, ¡en todos los planetas!
El Ayudante suena la claqueta.
Escritor: Yo amo el teatro.
El Ayudante suena la claqueta.
Director: Ustedes, los del teatro, ¡son incorregibles! (Saliendo de la sala.Proyecta.) Si
cambia de idea, sabe donde encontrarnos.
Mientras se retiran, el Ayudante, suena repetidas veces la claqueta.
Escritor: (Al público.) Amo el teatro. Aquí los personajes aparecen y uno los ve, los
oye, y hasta los podría tocar si quisiera porque están ahí mismo, muy cerquita de uno.
Yo soy un Escritor de Teatro. Todo lo que tengo que hacer es concentrarme,
imaginarme cómo serán mis personajes y ellos comienzan a moverse por el escenario.
Así de lindo es mi oficio. Todo lo que imagino... (chasquea los dedos) aparece en
escena. Claro que eso también es una cosa muy seria. Una gran responsabilidad. Y en el
caso de Mozart tengo que estudiar mucho, investigar sobre él, para poder imaginarlo
tal cuál era, si no, corro el riesgo de presentar ante ustedes un Mozart que no existió.
¡Ay, y sobre Mozart hay tantas historias distintas y tanta confusión!... Porque, además,
él vivió en Austria hace ¡dos siglos! Todos aquellos que lo conocieron ya no están. Sólo
quedan los libros que hablan sobre él. Y lo más importante: ¡su música!

Se escucha un fragmento de la Sinfonía 40 o de la Pequeña música nocturna, K. 525.

Escritor: Su música poderosa, inmortal. Fue un gran músico, pero, ¿qué clase de hombre
fue? ¿Ingenuo? ¿Triste? ¿Alegre? ¿Conoció el amor? ¿En qué pensaba cuando
componía esa música? (Suspira.) Todavía no lo sé. (Pausa.) Si al menos tuviera alguien
con quien hablar... Si al menos tuviera una tía... (En voz baja.) Porque, entre ustedes y
yo, lo mejor de una familia son los tíos. Los tíos, sí, que te complacen siempre y te
dejan hacer todo lo que deseas. ¿Que quieres comer dulces antes de la comida? Cómete
un cake, si puedes. ¿Que te quieres bañar en el aguacero? ¡Arriba!, que el agua es vida.
¿Que no quieres acostarte temprano? Quédate con las estrellas toda la madrugada.
(Transición.) ¡Eso es! ¡Me inventaré una Tía! Imaginaré una Tía para mí. Todo lo que
tengo que hacer es cerrar los ojos y concentrarme. (Cierra los ojos.) Pensar en ella con
todas mis fuerzas. (Pausa.) Quiero una Tía que sea... (Abre los ojos, a los niños.)
Vamos a ver, ¿cómo la pido? ¿Pequeña o alta? (El actor estimula la intervención del
público.) A mí me gusta pequeñita... (A los niños.) Y, ¿qué más? ¿Delgada o gruesa?
(Los niños intervienen.) La prefiero delgada. Eso es. (Escribe.) Tía pequeña de estatura,
delgada... (A los niños.) Y ¡dulce! ¡Que sea dulce y bondadosa! (Escribe. A los niños.)
Y que se mueva... ¿cómo? ¿Rápido o despacio? (Los niños intervienen.) Mejor
despacio y levemente (Escribe.) Como si flotara en el aire... (Continúa escribiendo
mientras habla.) Que me comprenda y no me prohíba nada... ¡Ah!, que sepa cocinar
muy bien y prepare muchos postres y... ¡muy importante! que sepa mucho, muchísimo,
acerca de Mozart. (Mira la cuartilla.) ¡Ya está!
Se escucha un fuerte acorde de música sinfónica. La luz parpadea.
Escritor: (Entusiasmado.) ¡Llegó!
Entra la Tía como una tromba. Es una mujer corpulenta. Viene con una maleta, una
sombrilla y un pliego enrollado bajo el brazo.
Tía: (Con carácter.) ¿Dónde está eso que me ha tocado por sobrino? (Pasa por delante
del Escritor sin reparar en él. Éste la mira anhelante. La Tía se detiene y se vuelve.
Entonces lo revisa con la mirada, de arriba a abajo.) ¿!Tú!? (Transición.) Sí, debes ser
tú porque... no hay otro. (Despliega el papel que trae. Lo mira. Compara.) Además,
estás ¡igualito! (Le entrega el pliego al Escritor, quien lo mira atónito y lo muestra a los
niños. Es un dibujo que no debe parecérsele en nada.)¡Idéntico! A ver la uñas (revisa),
y las orejas... ¡Y ese pelo! ¡Y esa ropa! Te pelaremos y te cambiarás de ropa, y
cuidadito con comer nada antes de la hora de la comida, ni con salir a la calle (extiende
el brazo en el gesto típico de comprobar si cae la lluvia) si llueve. Y... tempranito, ¡a la
cama! (Transición. Para sí.) ¿Dónde pongo mis cosas?
Escritor: (Reacciona.) ¡Oiga! Espere, aquí debe haber un error, yo... (Transición.)
Usted, ¿quién es?
Tía: ¿Quién crees tú? ¿La madrastra de Blanca Nieve? ¡Tu Tía, por supuesto!
Escritor: Pero es que yo no... Perdone, pero yo... siempre imaginé que mi Tía sería...
Tía: Sí, ya sé (saca la cuartilla de la máquina y lee con desdén): “pequeña de estatura,
delgada, dulce y bondadosa... Se mueve como si flotara”... (Se mira a sí misma.
Continúa.) “Comprende a su sobrino y no es capaz de prohibirle nada”. (Para sí.) Sólo
eso me faltaba (Transición.) Pues, ¡no hay! ¡Se acabaron! Todas las Tías así ya están
repartidas en otras familias. Sólo quedaba yo y me tocaste tú. (Transición.) Tienes
suerte de que, al menos, sé preparar postres.
Escritor: (Resignado.) ¡Ah!
Tía: Hago unos helados de zanahoria y una natillas de pescado ¡deliciosas! Y lo más
importante; conozco muy bien a Mozart. ¿Ya llegó?
Escritor: Todavía.
Tía: ¿Cómo que todavía? ¿Qué esperas?
Escritor: Necesito saber más sobre él. Por eso la traje a usted, para que me ayudara.
Tía: Así que me has imaginado a mí y no has sido capaz de imaginártelo a él.
Escritor: A usted era más fácil imaginársela, Tía. Y ya ve lo que pasó. Con él debo tener
mucho cuidado. Esto es un teatro para niños. A ellos no puedo engañarlos, presentarles
un Mozart que no es.
La Tía sube a una silla en actitud de quien ha visto un ratón.
Tía: ¿Teatro para quién, has dicho?
Escritor: Para niños. Mírelos. (Señala al público.)
Tía: Teatro... ¿!Para niños!? ¿Quieres decir... que además de soportarte a ti, tendré que
lidiar con decenas... centenas... quizás ¡miles! de chiquillos todos los días? ¡No! ¡Ni
hablar! (Desciende y va en busca de su equipaje.) ¡Me voy!
Escritor: ¡Espere! (Transición.) No puede irse.
Tía: ¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
Escritor: Porque usted está aquí por mí. Porque yo la imaginé y la traje.
Tía: De acuerdo. Ve desimaginándome, porque me quiero ir. (Inicia la salida.)
Escritor: ¡No puedo!
Tía: ¿Cómo que no puedes?
Escritor: ¡No! Una vez que imagino algo después no lo puedo des...imaginar. Lo más
que hago es... seguir imaginándome cosas.
Tía: ¿Más gente? ¡No! Ya entre tú y los chiquillos es más que suficiente. (Transición.)
Ve a lavarte las orejas y empezarás tu trabajo sobre Mozart.
Escritor: Tal vez un Tío.
Tía: ¡¿Un Tío?! ¿Y eso para qué?
Se escucha de nuevo un fuerte acorde sinfónico. La luz parpadea nuevamente.
Escritor: Para que la ayude con los “chiquillos”, como usted les dice, y me ayude a
mí... con usted. (Se dirige diligente hacia una de las entradas del escenario.) Pase,
querido Tío.
Tío: (Trae la gorra en la mano. Se asoma con gran timidez.) ¿Se... se... puede?
Escritor: ¡Claro! (Mira a la Tía. Con intención.) Está usted en su casa.
Tío: Eres muy amable. (Sin decidirse a pasar.) Pero... ¿se... podrá?... ¿Seguro?
Escritor: Por supuesto, Tío. (Lo hala.) Acabe de pasar (En voz baja.) Tiene que
ayudarme.
Tía: Y el... señor... ¿quién es?
Tío: ¿Yo?... Eh... El... Tío. (Mira al Escritor.)
Escritor: (Presentándolo.) Un hombre honesto, noble, pero muy firme. De mucho
carácter.
Tío: No... yo estoy bien, gracias.
Tía: (Da la vuelta alrededor del Tío revisándolo.) ¿También te lo imaginaste?
Escritor: (Asiente.) ¡Uhum! (Al Tío.) Póngase cómodo.
Tía: ¿No tiene frío?
Tío: ¿Frío?... No... No hace frío.
Tía: (Amenazante.) ¿Que no hace frío? ¿Está seguro?
Tío: Bueno,... sí..., sí..., tiene usted razón... hace un poco de frío. (Mira al Escritor.)
Tía: (Amenazante.) ¡¿Un poco?! Hace mucho frío ¡Mucho, mucho frío! Mire usted
como está temblando.
Tío: ¿Yo? ¿Temblando? (Mira al Escritor.)
Tía: Sí, usted. ¡Mire eso, si se muere de frío!
El Tío comienza a temblar. Le castañean los dientes. La Tía toma la manta de la
percha, envuelve en ella al Tío y le cala la gorra hasta los ojos.
Tía: Así está mejor. ¿No quisiera fumar ahora?
Tío: (Castañeándole los dientes.) ¿Fu...fu-mar? N-o... no, gracias... Y-o... yo... no
fumo.
Tía: (Amenazadora.) ¿No fuma?
Tío: Bueno... yo...
Tía: (Enciende una pipa y la coloca en la boca del Tío.) Vamos, fume.
Escritor: Tío...Tío, usted dijo que no fumaba y, además, en el teatro no se fuma. (Le
quita la pipa.)
Tío: ¿Yo dije que no fumaba?... ¿En el teatro no se fuma?... Ah, bueno, pues no fumo.
Tía: (Le pone de nuevo la pipa en la boca.) ¡Fume!
El Tío fuma.
Escritor: ¡No fume!
El Tío cesa de fumar.
Tía: ¡Fume!
Escritor: ¡No fume!
Tía: ¡Fume!
El Tío comienza a toser y a ahogarse.
Escritor: ¡No fume, Tío!
Tía: ¡Claro que sí! ¡Fume!
El tío sigue tosiendo, se ahoga, se marea.
Escritor: (Le quita la pipa.) ¡Basta ya, Tía! ¿Qué quiere? ¿Matarlo? (Toma al Tío en sus
brazos, lo ayuda a sentarse, le quita la gorra y la manta.)
Tía: Sólo estaba viendo cuan “firme” era ese Tío que te inventaste. (Transición.) Bien,
ya todo sabido y comprobado, háganme el favor los dos, usted y su... “Tío” de recoger
bien este escenario, limpiarlo, sacudirlo y después preparar a todos estos chiquillos que
están aquí.
Tío: (Al Escritor.) ¡¿Los va a bañar?!
Escritor: ¡Tía!
Tía: (Terminante.) ¡A todos! (Va hacia la platea y toma a uno de los niños por el cuello
de la camisa.) Empezaremos por este. (Lo arrastra hasta el escenario.)
El Escritor toma al niño por una mano y trata de alejarlo de la Tía, que lo tiene sujeto
por la otra. El Tío hala al Escritor tratando de ayudarlo. Se aparenta un juego de fuerzas
sobre el niño.
Escritor: Tío, tiene que hacer algo. ¡Imponga su carácter!
Tío: (Jadea por el esfuerzo.) Lo siento mucho, sobrino, pero... ya me ves... (Con
intención.) Y la ves a ella.
Tía: (Forcejeando. Al niño.) De todos modos te bañaré.
Tío: Si al menos tuviera un apoyo... ¡Un amigo! Alguien entusiasta, alegre, decidido.
¿Puedes imaginarlo?
Escritor: ¿Uno solo le bastaría?
En ese momento parece que la Tía tiene ganada la partida.
Tío: Si pudieran ser dos...
Se escuchan de nuevo los acordes que antecedieron a la llegada de la Tía y el Tío. La
luz parpadea y baja totalmente por unos segundos. Cuando sube ya están en escena los
dos amigos, colocados junto al Tío. Entre todos logran separar al niño de la Tía.
Aquella cae al suelo. El Escritor acompaña al niño hasta su asiento.
Tía ¿Y estos, quienes son?
Maestro: (Altanero.) José María Canto Liso, maestro primario. He tenido muchos,
muchos alumnos. (Transición.) Ay, pero no venían a la escuela por mí, sino porque
querían ser médicos, pilotos, constructores, cuando fueran grandes. Yo no he olvidado
una sola de sus caras, pero ellos no me recuerdan. Yo sólo he sido un maestro más entre
todos los maestros de todas sus escuelas.
Escritor: Tío...
Tía: (Al otro.) ¿Y usted?
Camarero: José Jacobo Recogido, camarero. Trabajo en un gran restaurante. Tengo
muchos clientes (Transición.) Ay, pero, ¿sabe lo que es eso? Vivir como una sombra.
Atender a todos, sin que a mí nadie me atienda. Todos los días cientos de personas
celebran allí encuentros, cumpleaños, amistades, éxitos, amores, y yo me desvivo
porque estén satisfechos, pero ellos ni me miran, sólo ven sus copas y sus platos. El
problema no es que ellos me olviden, sino que no me ven.
Tío: Sobrino...
Escritor: Son los... amigos del... Tío.
Maestro: (Sorprendido.) ¿Amigos? ¿De quién?
Camarero: Aquí no conocemos a nadie.
Escritor: Bueno..., no lo son, pero... lo serán. Serán sus amigos.
Tía: ¿Y qué hacen aquí? (Al Escritor.) No quiero pensar que...
El Tío tose tratando de salir del apuro.
Escritor: (Mira al Tío, se encoge de hombros.) Los traje... para que conocieran a
Mozart.
Tía: ¿Y para qué quieres tú que estos señores conozcan a Mozart?
Escritor: Porque... Tal vez a partir de ahí sus vidas cambien. (Mira al Tío.)
Tía: Muy bien, pero tenemos un pequeño problema: y es que todavía Mozart no está
aquí.
Escritor: Tía, quizás ellos puedan ayudarnos.
Maestro: Sí... este... yo tengo entendido que Mozart vivió en Austria, en el siglo
dieciocho, y que fue un genio de la música.
Tía: Y las personas que viven en Austria son todas personas elegantes, y los individuos
del siglo dieciocho son todos muy distinguidos, y los genios, pues... son geniales.
Maestro: Orgullosos, altivos, reservados...
Tía ¡Eso es! ¡Todo un carácter! ¡Sobrino! ¿Qué haces que no escribes?
Escritor: (Consulta un libro.) Sí, aquí dice que Mozart se preocupaba mucho por su
ropa, que le encantaban los encajes y los puños. También dice que contrajo muchas
deudas.
Tía: ¿Qué dices? ¿Deudas? Vamos, escribe, imagínalo: altanero, elegante, confiado...
Escritor: Tía, es que... ese que ustedes dicen, ¿no será un hombre muy aburrido?
Tía ¿Aburrido? ¡Qué ideas tienes!
Escritor: Pero es que cuando uno escucha la música de Mozart piensa...
Tío: ¡Eso! ¡Su música!
Tía: Vamos, vamos, haznos caso a mí y al señor profesor. Imagínalo, imagínalo.
(Tararea de manera muy engolada algún pasaje de la Sinfonía no. 40.)
Comienza a escucharse el pasaje introducido por la Tía. El Escritor escribe. La luz
baja al máximo, cuando sube está Mozart a los pies de la Tía besando su mano.
Camarero: ¿Y este quién es?
Mozart 1: (Se incorpora y hace una profunda reverencia.) Juan Crisóstomo Amadeo
Wolfgang Sigismundus Mozart, para servir a Dios y al Emperador.
Maestro y Camarero: ¡Mozart!
Tía ¡Al fin!
Mozart 1: (Altanero.) Caballero de la Espuela de Plata (señala su condecoración),
maestro concertante y organista de corte, director de orquesta y compositor de
(petulante) aproximadamente más de seiscientas obras.
Tía: (Cada vez más emocionada.) ¡Oh!... ¡Oh!... ¡Oh!...
Mozart 1 recorre el escenario con empaque, se arregla continuamente los puños, el
cuello, se alisa el traje y el pelo, revisa con los dedos el polvo, valora la calidad de la
tela de las cortinas. Todos lo siguen, menos el Escritor que lo contempla a distancia.
De vez en vez Mozart repara en ellos y les hace una reverencia, luego adopta alguna
pose y prosigue su recorrido.
Tío (Cansado, se separa del grupo y va hacia el Escritor. Se echa fresco con la gorra.)
Ya no puedo más.
Tía: (En igual condición, a Mozart 1.) Maestro, ¿por qué mejor no nos sentamos un rato
y descansamos? Venga. (Le indica la mesa y las sillas, comienza un juego interminable
de reverencias alrededor de la mesa, hasta que por fin se sientan.)
Tío: (Al escritor.) ¿Qué pasa?
Escritor: (Busca en un libro.) Que no me parece que este sea el verdadero Mozart. No lo
creo capaz de haber compuesto aquella ópera tan linda, Bastián y Bastiana. ¿La
recuerda?
Tío: ¡Cómo olvidarla! Mozart hizo la música cuando sólo tenía doce años.
Camarero: (Se ha escurrido hasta donde están el Escritor y el Tío.)Bastián y Bastiana?
¿Qué es?
Escritor: Una ópera, una obra cantada con tres personajes: Bastián, que es un joven
pastor enamorado de Bastiana...
En el retablo aparece el muñeco que representa a Bastián, saluda.
Tío: Bastiana, joven pastora enamorada de Bastián...
Aparece Bastiana en el retablo. Saluda.
Tía: (Que ha estado al tanto de la conversación, desde la mesa.)... Y Colás, el
hechicero.
Se produce una columna de humo en el retablo, aparece el muñeco que representará a
Colás, ríe y saluda. La luz desciende en el primer plano del escenario y cobra
intensidad en el plano del retablo. Se deja oír un fragmento de la obertura de Bastián y
Bastiana. Durante el transcurso de la representación deberán escucharse fragmentos
de esta ópera a discreción del Director.
Durante la obertura, Mozart 3 aparece en la escena. Se divertirá como un niño con la
representación y cuando se escuche su música la tarareará y solfeará con la mano.
Nadie reparará en él. La música de la obertura pasa a plano de fondo hasta
desaparecer.
En el retablo, Colás y Bastiana.
Bastiana: Oh, Colás, Colás, ¡qué desdichada soy! ¡Qué desdichada!
Colás: ¿Por qué se siente infeliz una joven tan bella como tú?
Bastiana: Oh, porque Bastián ya no me quiere, Colás. Se ha cansado de mi amor. Yo
suspiro y él no suspira. Yo lo miro y el ingrato ni me mira. Yo desespero por verlo, y él
se ocupa de otras damas.
Colás: Hija mía, a veces al amor hay que añadirle una pizca de sal.
Bastiana: ¿Qué quieres decir?
Colás: Que si Bastián se comporta así contigo, bien podrías probar tú a hacerte la
indiferente, hasta podrías fingir que te has enamorado de otro.
Bastiana: ¿Crees que dé resultado?
Colás: Si de verdad te ama, eso nunca falla.
Bastiana: Lo haré. Gracias, hechicero. (Sale de la escena.)
Entra Bastián.
Bastián: ¡Colás! ¡Oh, Colás! ¡Auxíliame! ¡Soy muy desgraciado!
Colás ¿Qué sucede?
Bastián: Se trata de Bastiana. La he perdido. No me quiere. Antes ella suspiraba, me
miraba, me hablaba. Ahora yo suspiro y ella no suspira. La miro, pero ella ¡ni me mira!
Le hablo y... siempre está lejos, pensando en otra cosa. ¿Podrás hacer algo para
ayudarme? ¿Algún sortilegio? ¿Alguna magia?
Colás: Mmmmm. Veamos. Siempre que hay amor todas las magias funcionan. (Saca un
libro y hace toda clase de gestos mientras lee.)
Colás: Diggi, daggi, shurry, murry, forum, harem, lirum, larum. Raudi, maudi, giri, gari,
posito, besti, asti. Saron froh, fatto, matto, quid pro quo. !Fatto, matto, quid pro quo !
Se produce una columna de humo.
Bastián: (Asustado.) ¿Terminó el conjuro?
Colás: Traeré a Bastiana y veremos qué nos dice. Entretanto tú, escóndete.
Entra Bastiana.
Colás: ¡Bienvenida seas, hermosa Bastiana! Te he llamado ante mí porque (con
intención) necesito saber la verdad acerca de tus sentimientos hacia Bastián. (En un
susurro.) Aquí está Bastián escondido, recuerda lo que hablamos. (Transición.) Dí,
Bastiana, ¿amabas tú a Bastián?
Bastiana: Con toda mi vida.
Colás: ¿Y qué sucedió? ¿Él no te amaba?
Bastian: Pensaba yo que sí, pero luego comprendí que estaba equivocada.
Colás: ¿Lo amas ahora?
Bastián: (Flaquea.) Ay, buen Colás, yo... con toda mi vida...
Colás: (La advierte.) ¡Bastiana!
Bastiana: (Transición.) Traté de olvidarlo.
Bastián: (Oculto.) ¡Ah!
Colás: ¿Y lo lograste?
Bastiana: Ay, mi buen Colás, yo no...
Colás: (La advierte.) ¡Bastiana!
Bastiana: No he pensado en él ni un solo día más de mi vida.
Bastián: (Oculto.) ¡Oh!
Colás: ¿Quieres decir que hoy él te es indiferente?
Bastiana: ¡No!
Colás: (Advirtiéndola.) ¡Bastiana! ¿Te es indiferente?
Bastiana: (Transición.) ¡Totalmente!
Bastián: (Oculto.) ¡Ay!
Colás: ¿Tal vez porque estás nuevamente enamorada?
Bastiana: ¡Enamorada, mi buen Colás, perdidamente enamorada!
Colás se retira un poco. Bastián sale de su escondite.
Bastián: ¡Lo sabía, oh, ingrata! ¡Sabía que amabas a otro!
Bastiana ¿Y qué importa, si tú ya no me amas?
Bastián: ¿Qué no te amo? El otro malvado es quien, de seguro, no te quiere.
Bastiana: ¿Qué no me quiere? (Coqueta.) Hum, él suspira.
Bastián: ¿Suspira? ¿Y qué más?
Bastiana: Y me mira arrobado.
Bastián. ¿Te mira? ¿Y qué más?
Bastiana: Me besa dulcemente bajo las estrellas.
Bastián ¿Te besa? ¡Te besa! ¡Lo mato! ¿Quién es? ¿Dónde está?
Bastiana: No es asunto que deba ocuparte, Bastián. Tú me olvidaste.
Bastián: Yo también suspiro por ti, Bastiana.
Bastiana: ¡Ajá!
Bastián: (Se acerca.) Y sólo deseo tenerte a mi lado.
Bastiana: ¡Uhum!
Bastián: (Ya junto a ella.) Y poderte besar dulcemente bajo las estrellas.
Se besan.
Colás: Diggi, daggi, schurry, murry, forum, harem, lirum, larum. Ya lo dije: siempre
que hay amor todas las magias funcionan. Enamorados para siempre quedan Bastián y
Bastiana.
Colás produce una columna de humo en el retablo. Se escucha un fragmento del final
de Bastián y Bastiana. Todos aplauden entusiasmados. Los muñecos saludan desde el
retablo. Mozart 3 va hacia ellos, saluda mientras duran los aplausos y besa agradecido
la mano de Bastiana, quien le hace una reverencia. Mozart 1 se ha dormido. Mozart 3
sigue saludando, pero se da cuenta de que nadie lo ve. Se les acerca, trata de llamar la
atención sin resultado. Mediante una cortina de luz se retira de escena.
El Escritor se levanta de su asiento sobresaltado.
Tía: ¿Qué pasa?
Escritor: No sé, de pronto me pareció ver a alguien allí.
Tía: ¿Allí? No veo a nadie.
Camarero: Me ha gustado mucho.
Maestro: También a mí. (A Mozart 1.) ¿Qué opina, Maestro?
Camarero: ¡Se ha dormido!
Tía: ¡Oh!... ¡Oh!... ¡Oh!...
Maestro: ¿Cómo es posible?
Tío: ¿Será que no es el verdadero Mozart?
Tía: No hable tonterías, amigo mío. Claro que es Mozart, ¿quién otro podría ser? Lo que
sucede es que esa ópera es... una simpleza, un juego de niños. Además, el pobre debe
de estar muy cansado. ¡Viajó dos siglos!
Camarero: Sí, este señor tiene más de doscientos años.
Tío: ¡Insisto! El verdadero Mozart no se dormiría mientras se representa una de sus
obras.
Camarero: Y los músicos no son pesados y estirados como ese señor. (Señala a Mozart
1.) Son alegres, divertidos, medio locos, botarates...
Tía: (Insultada.) ¡Botarates!
Camarero: Siempre gastan mucho dinero, que yo los he visto. Y a algunos les gusta...
(Hace un gesto que alude a la bebida.)
El tío ríe.
Tía: ¡Cómo se atreve! ¿Qué quiere decir eso de... (Repite el gesto del camarero.) Eso
nunca pudo haberlo hecho Mozart.
Camarero: Por algo tenía tantas deudas. O a lo mejor era un poco tonto y le robaban el
dinero.
Tía: ¿Qué dice? ¿Cómo iba Mozart a ser tonto?
Camarero: Quiero decir, un tipo ingenuo. Se puede ser muy sabio para unas cosas y
muy bobo para otras.
Tía: ¡En lo absoluto! ¡No estoy de acuerdo! Mozart fue un genio por los cuatro
costados. ¡Sobrino! Haz algo con este hombre.
Escritor: (Trae un libro en las manos.) Aquí dice... (señala el libro) que Mozart tuvo
siempre un alma de niño, que le gustaban las burlas y las bromas, que era nervioso e
inquieto y que el Arzobispo, a cuyo servicio trabajaba como músico, lo botó de su casa
con un puntapié .(Va hacia la máquina de escribir y comienza a teclear.)
Maestro: Lo del puntapié... eh... (Mira a la Tía.) Quizás el Arzobispo era un
envidioso...
Tío: Y Mozart un malcriado.
Tía: Pero...,¿será posible que tenga que oír estas cosas?
Tío: (Cómplice.) Sobrino...
Escritor: Ya casi, Tío.
El Camarero silba un pasaje de algún minué o divertimento de Mozart. Se escucha la
música de ese pasaje. La luz parpadea de nuevo. Entra Mozart 2 dando un gran
traspiés, tal parece que lo han arrojado al escenario. Cae al suelo. Lleva una flor en la
solapa.
Maestro: ¿Y este quién es?
Camarero: ¡El del puntapié!
Mozart 2 sigue a gatas por el suelo. Se presenta.
Mozart 2: Wolfinni Amadeini Mozartini, pero me dicen Mozart. (Ríe tontamente.) ¿Y
usted? (Al maestro.) Tal vez sea... ¿Fígaro? (Le tiende la mano.)
Maestro: ¿Fígaro? No, yo... (Toma la mano que Mozart 2 le extiende y se queda con
ella. Se trata de una mano de goma.)
Mozart 2 ríe y le echa agua de la flor que lleva en la solapa. El Maestro se enoja e
intenta abalanzarse sobre él. Mozart 2 se aparta y el Maestro va a parar sobre la Tía.
Mozart 2 salta y ríe con una risa tonta. Da otro traspié y cae sobre Mozart 1 que
despierta.
Mozart 2: (A Mozart 1.) ¡Ah! ¡Fígaro! (Le echa agua con la flor.)
Tía: (Al Camarero y al Tío.) ¿De veras creen ustedes que ese... “señor” pueda ser
Mozart? Me pregunto si alguien así pudo crear Las bodas de Fígaro.
Camarero: ¿Qué bodas son esas que no me invitaron?
Tío: Una de las más populares óperas de Mozart.
Camarero: ¿Y qué pasa con las bodas esas?
Comienza a escucharse la obertura de Las bodas de Fígaro. Entra de nuevo a escena
Mozart 3.
Escritor: Que se arma tremendo enredo. Las bodas de Fígaro cuenta una historia que
sucede en casa del Conde... (Busca en uno de los libros.)
Mozart 3: (Le apunta.) Almaviva.
Escritor: (Sin mirar.) Gracias.
El personaje aparece en el retablo y saluda.
Escritor: Fígaro...
El personaje aparece en el retablo y saluda.
Escritor: Es un ayudante del Conde y está enamorado de Susana...
El personaje aparece en el retablo y saluda.
Escritor: Que es, a su vez...
Mozart 3: La ayudante de la Condesa.
Escritor: Eso es. (Se sorprende.)
La Condesa aparece en el retablo y saluda.
Escritor: (Ya avisado.) Fígaro necesita el permiso del Conde para poder casarse... (Mira
y espera.)
Mozart 3: Con Susana.
Escritor: Pero el Conde... el Conde...
Mozart 3 está entretenido con la Condesa y Susana que lo miman tiernamente.
Escritor: (Con intención.) El Conde...
Mozart 3: (Que reacciona.) Está a su vez enamorado de Susana y por lo tanto hace todo
lo que puede para demorar las bodas. (Le sonríe al Escritor y luego se aleja del
retablo.)
Tía: ¿Te ocurre algo, sobrino?
Escritor: No... Nada... Me pareció... Nada.
Mozart 3: Entonces... ¡Música, Maestro!
Se escucha en primer plano la obertura de Las bodas de Fígaro. En el retablo Susana y
Fígaro. Termina la Obertura.
Fígaro: Dentro de poco podremos casarnos, Susana.
Susana: No lo creo, Fígaro, el señor Conde seguirá tratando de demorar nuestra boda.
No sé qué hacer. (Solloza.)
Mozart 3 se acerca al retablo, llama aparte a Fígaro, le dice algo al oído.
Fígaro: ¡Tengo una idea, Susana! (Se acerca a Susana. Habla con ella en secreto.)
Conde: (Desde fuera del escenario.) ¡Susana! ¿Estás ahí?
Fígaro: Viene el Conde. Me voy. Tú, haz todo como te he dicho, que si sale bien,
podremos casarnos enseguida. (La besa.) Adiós. (Sale.)
Conde: (Entra a escena.) ¡Oh, Susana! ¡Susanita! Ahora que nadie nos ve, ¿por qué no
me das un beso? (Se le acerca.) ¡Un beso, Susana! ¡Un beso!
Susana: (Se aleja.) Ahora no, señor Conde. Puede entrar la Condesa. Pero tengo una
proposición que hacerle. (Coqueta.) ¿Por qué mejor no nos vemos esta noche en el
jardín?
Conde: ¿Esta noche?
Susana: Mire, yo iré con esta capa morada. (Muestra la capa, se la pone.) Por ella podrá
reconocerme. En el jardín, de noche, estaremos más tranquilos.
Condesa: (Fuera de escena.) ¡Susana! (Llama.) ¡Susana!
Susana: ¡La Condesa!
Conde: ¡Mi mujer! Mejor me voy. Hasta la noche en el jardín, mi bello tesoro. (Sale.)
Entra la Condesa.
Condesa: Susana, me ha dicho Fígaro que querías hablarme de algo muy importante.
Susana: Sí, señora Condesa, el asunto es que el señor Conde no cesa de acosarme con
sus requiebros de amor, y como usted sabe, mi corazón está entregado a Fígaro, y es con
él con quien quiero casarme, pero el señor Conde no termina de darnos su permiso.
Entonces, Fígaro y yo hemos pensado... (le habla al oído) y si usted acepta ayudarnos,
podríamos... (le habla de nuevo al oído.)
Condesa: Descuida, Susana. Pueden contar con ni ayuda. Ustedes, lograrán sus bodas, y
yo, que mi marido esté tranquilo por algún tiempo.
Susana: Entonces, esta noche vaya al jardín y cúbrase con esta capa morada.
Salen de escena. Se escucha un fragmento de Las bodas de Fígaro.
Entra el Conde.
Fígaro: (Desde afuera.) ¡Señor Conde! (Llama.) ¡Señor Conde! (Entra a escena.)
Conde: Por Dios, hombre, ¿qué gritos son esos?
Fígaro: Es que tengo algo urgente que contarle. Su señora, la Condesa, parece que tiene
un enamorado.
Conde: (Alterado, se le encima.) ¿Qué dices, desgraciado?
Fígaro: Lo que escucha. La Condesa tiene un enamorado con quien se verá esta noche
en el jardín. Ella irá cubierta por una capa verde.
Conde: Así que con una capa verde, ¿no? ¡Hum! Ya verán la Condesa y su enamorado.
Salen de escena. En el retablo aparecen las plantas del jardín y la luna. Entra el
Conde.
Conde: Ya es noche cerrada. ¿Cuándo vendrá mi Susana? Desespero por besarla.
Entra un personaje cubierto por una capa morada. Se detiene junto al Conde.
Conde: Susana, Susanita, ¡oh, no eres capaz de imaginarte cuánto me gustas!Te adoro,
te idolatro.
Entra otro personaje cubierto con una capa verde y seguido de un hombre
enmascarado que no será otro que Fígaro
Fígaro: (Enmascarado.) ¡Oh, señora Condesa! ¡Señora Condesa! No sabe usted lo que
siente mi corazón a su lado. Y lo que sufro cuando la veo junto a ese cruel villano de su
marido. Una mujer como usted merece un hombre como yo y no un bribón egoísta y
cretino como el señor Conde.
Conde: ¡Oh! ¡Oh! Esa es mi esposa y el imbécil que la corteja. Terminaré con él de
inmediato. (Llama.) ¡Soldados! ¡A mí! ¡Soldados!
Condesa: (Se descubre. Al Conde.) No tan rápido, mi señor marido. Primero aclaremos
usted y yo algunas cosas...
Conde: (Sorprendido.) Pero... ¿Eres tú... mi... (transición) querida esposa? Y
entonces... esos... ¿quiénes son?
Susana y Fígaro se muestran.
Condesa: Nuestro fieles sirvientes, señor, que están enamorados y desean casarse cuanto
antes y no creo yo que haya mejor momento para otorgarles el permiso de la boda.
Conde: ¿!Qué!? ¿!Cómo?! Sí, sí, claro. ¡Claro! ¡Tienen mi permiso! ¡Pueden casarse!
Susana y Fígaro les hacen una reverencia y luego se besan con pasión.
Se escuchan fragmentos de la escena final de Las Bodas de Fígaro. Todos aplauden con
entusiasmo. De nuevo, Mozart 3 saluda y trata de hacerse evidente.
Tío: ¿Qué sucede, sobrino?
Escritor: Que hay alguien allí.
Mozart 2 también saluda al público, tratando de tomar todo el espacio para sí,
mientras Mozart 1 recibe los aplausos majestuosamente. El Escritor se dirige hacia el
retablo. Ante la presencia de Mozart 2 que trata de acaparar los aplausos, Mozart 3
desaparece tras una cortina de luces.
Escritor: (A Mozart 3.) ¡Eh, espera! ¡Espera!
Todos se dirigen hacia allí. Mozart 2 se abre paso hacia el primer plano del escenario y
continúa solicitando aplausos.
Tía: (Al Escritor.) ¿Con quién hablas?
Maestro: (Confidencial.) Creo que el esfuerzo lo ha enfermado.
Escritor: Con Mozart. Estaba aquí. Lo he visto.
Tía: Claro que está aquí. (Conduce al Escritor hacia Mozart 1.) Es este.
Mozart 2 ha entrado en el retablo y juega allí con los muñecos. Ante la presencia del
Escritor y la Tía Mozart 1 comienza de nuevo con sus reverencias.
Escritor: No, Tía, hay otro.
Camarero: ¿Otro más?
Escritor: Lo acabo de ver junto al retablo.
Tía: Allí no hay nada, hijo. Convéncete. Debes descansar. (La Tía saca al
Escritor fuera de escena.)
Mozart 2: (Tras el retablo, sin que se le vea.) ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Sálvenme! ¡No
quiero morir!
Tío: ¿Qué alaridos son esos? ¿Qué pasa ahora?
Tía: (Entrando en escena.) Parece que es “su” Mozart. Vaya a ver qué quiere.
Mozart 2: ¡Está aquí! ¡Lo he visto!
Maestro: ¿A quién?
Mozart 2: (Temeroso.) A... A... ¡Creo que es Don Juan!
Don Juan: ( En el retablo.) El mismo que viste y calza. (Se mueve tratando de asustar
aún más a Mozart 2.)
Mozart 2: (Grita.) ¡Ahhhh! ¡El infierno! ¡Estamos en el Infierno! (Sale del retablo para
el proscenio.)
Tío: Al fin alguien lo comprende.
Tía: ¿! Cómo se atreve !?
Mozart 1: ¿El Don Juan ha dicho?
Don Juan: ¡De cuerpo presente!
Mozart 1: ¡Ah... Ah... Ahhhhh! (Corre por la escena junto con Mozart 2.) ¡Don Juan
al morir fue arrastrado al Infierno!
Se escucha un fragmento del Réquiem.
Tía: ¡Pobrecito!
Camarero: ¡Qué calor! ¿Y qué fue lo que hizo?
Maestro: Don Juan mató al Comendador, el padre de Doña Ana.
Camarero: ¡Qué violento! (Transición.) Y, ¿cómo sucedió?
Tía: En un duelo. (Suspira.) Don Juan resultó vencedor.
Camarero: Pero no por eso debió ir al Infierno.
Maestro: No, señor, al Infierno fue por su vida desordenada.
Camarero: (Trata de salir.) Con su permiso, debo ir a organizar mi casa. Dejé todo
regado.
Maestro: No me refiero a esa clase de desorden. Don Juan se burlaba de todo el mundo.
Le gustaba enamorar a cuanta mujer encontraba y luego... la dejaba plantada.
Camarero: No creo que eso sea tan malo.
Don Juan: (Se anima de nuevo.) Eso mismo pienso yo, amigo.
Mozart 1 y 2 se asustan de nuevo. La luz baja en el primer plano del escenario y se
ilumina intensamente la zona del retablo. En él aparecen distintos personajes
femeninos de los cuentos infantiles: Cenicienta, Blanca Nieve, La Bella Durmiente, y
Cucarachita Martina.
Don Juan: (A Cenicienta.) Hermosa Cenicienta, ¿adónde vas con tanta prisa? ¿No
quieres venir conmigo a buscar tu zapatilla? (A Blanca Nieve.) Linda Blanca Nieve, por
ti soy capaz de desafiar a todas las reinas malvadas de este mundo. (A la Bella
Durmiente, que viene transportada en una camilla.) Dulce Bella Durmiente, yo soy el
príncipe que romperá el hechizo. (Aparece la Cucarachita Martina.) ¡Oh!, y esta dama
con ese exótico vestido, ¿quién será?
Cucarachita: (Con voz aflautada.) ¿Yo? La Cucarachita Martina.
Don Juan: ¿Cucarachita, dices?
Cucarachita: Sí, ¿tú también te quieres casar conmigo?
Don Juan: Bueno..., yo... (Se aclara la garganta.) ¿Cucarachita, dijiste?
Cucarachita: A ver, ¿qué haces tú de noche?
Don Juan: ¿!Yo!?... ¡¡¿Yo?!! Pues, bueno... (Pícaro.) ¡Muchas cosas! (La enlaza por el
talle y sale con ella de escena.)
Los otros personajes suspiran y se desmayan, salvo la Bella Durmiente que vuelve en sí
y sale tras él.
Bella Durmiente: ¡Don Juan! ¡Oh, Don Juan!
Se ilumina de nuevo el primer plano del escenario.
Camarero: (Se coloca en una de las dos mitades del escenario, siempre próximo al
retablo.) ¡No debió ir al Infierno!
Maestro: (Se ubica en la otra mitad.) Pues yo creo que sí.
Tío: Pues, yo... Yo creo que no.
Maestro: ¿Y usted?, que es una mujer tan recta.
Tía: ¿Yo? Eh...
Maestro: ¿No cree que en el Infierno es donde debe estar?
Tía: Sí..., eh..., claro... (Se coloca junto al maestro sin mucho entusiasmo.)
Camarero y Tío: ¡Al Infierno, no!
Maestro y Tía: ¡Al Infierno, sí!
Camarero y Tío: ¡Que no!
Maestro y Tía: ¡Que sí!
Camarero y Tío: (Apoyados por una batería de muñecos que surgen en el retablo, en la
zona de su bando cantando.) ¡Noooooo!
Maestro y Tía: (Apoyados por otra batería igual.) ¡Siiiiii!
Camarero y Tío: (Con los muñecos cantando. )¡Nooooooo!
Maestro y Tía: (Idem.) ¡Siiiiiii!
Con sumo cuidado la Tía se pasa al bando contrario, sin que el Maestro lo note. Las
baterías de muñecos comienzan a doblar los coros de un fragmento de la primera parte
del Réquiem de Mozart, en un contrapunto que adquiere la significación del que
anteriormente establecieron los actores. Ahora los actores sólo apoyan y animan la
intervención de la batería de muñecos de su bando. Termina el fragmento del Réquiem.
Los muñecos desaparecen. Se ilumina el primer plano del escenario.
Maestro: Don Juan tenía que ir al Infierno porque le faltó el respeto al Comendador ya
muerto.
Camarero: (Asombrado.) ¿Y eso cómo fue?
Tío: Don Juan se presentó ante la estatua del Comendador y la invitó a un banquete.
Camarero: ¿A la estatua?
Maestro: (Narra con solemnidad.) Sí. Y esa noche el fantasma del Comendador se
apareció en el banquete y le pidió a Don Juan que se arrepintiera de todos sus pecados,
de todas las conductas incorrectas que había mantenido a lo largo de su vida.
Tío: Don Juan no lo hizo y ahí mismo ¡se lo llevó para el Infierno!
Camarero: (Impresionado.) ¿El fantasma del Comendador?
Tía: (A Mozart 1 y 2.) ¿Saben ustedes si el pobre Don Juan tenía familia?
Mozart 1: ¿Familia?
Mozart 2: Tenía un criado. (Ríe.)
Tía: ¡Ah! ¿Ve, usted? Seguro que el pobre no tenía ni una Tía que lo cuidara. (Don
Juan, que ha escuchado a la Tía, aparece en el retablo. Ella lo acaricia y él, mimoso, la
deja hacer.) Nadie que le preparara helados de zanahoria y natillas de pescado.
Don Juan: (Alarmado.) ¿Natillas de pescado? ¿Helados de zanahoria?
Tía: (Sin oírlo.) Si nada más hay que verlo. (Lo separa de sí y lo muestra.) Mire, usted,
lo flaquito que está. (A Don Juan.) No te preocupes, cariñito mío, que voy a darte una
sopa de caramelos y luego te comerás un pudín de lechugas. Ven, ven conmigo. Vamos
adentro. (Don Juan muestra una expresión pícara. Salen de escena.)
Se escuchan tres llamadas a la puerta, solemnes, terribles.
Maestro: Alguien llama.
Tío: Iré a ver. (Va hacia una de las entradas del escenario.)
Se escucha el sonido de una puerta que se abre pesadamente. Efecto de corriente de
aire que entra. Luces que parpadean.
Tío: No hay nadie.
Reaparece Don Juan por una esquina del retablo.
Don Juan: Sí hay, sí hay. Es él.
Tío: ¿Quién?
Mozart 1 y Mozart 2: ¡El fantasma del Comendador! (Se esconden.)
Se escucha el inicio de la escena del Comendador, Acto III, de la Ópera Don Giovanni.
Don Juan: Es él. Viene otra vez a llevarme. ¡Uuuuy! (Se desmaya en brazos de la Tía.)
Tía: ¡Oh, pobrecito! (Sale con él de escena.)
Tío: Un momentico, un momentico. (A Mozart 1 y 2.) ¿Dónde dicen que está?
Mozart 1: (Desde su escondite.) Ahí, ahí mismito.
Tío: (Mira a todos, se aclara la garganta.) Bien... Buenas tardes, señor Comendador.
(A Mozart 1 y 2.) ¿Qué dice?
Mozart 1 y 2 se conducen como si percibieran de nuevo alguna actitud agresiva por
parte del Comendador y vuelven a ocultarse.
Tío: (Carraspea de nuevo. Mira a todos.) ¿Por qué primero no se sienta un ratico? Debe
estar cansado del viaje. (A Mozart 1.) ¿Qué hace? ¿Se sienta o no?
Se escucha el sonido de una silla que se corre. La silla se desplaza sola, ante la vista de
todos.
Mozart 1: (Atónito.) ¡Se ha sentado!
Mozart 2: (Ríe. Transición.) ¡Aaaayyyy!
Tío: ¡¿Qué?!... (Transición.) Bueno, ¿por qué luego de sentarse, no toma algo? Usted
viene del Infierno, ¿no? Allá abajo eso debe estar muy caliente. (Le hace señas al
Camarero. Este coloca un vaso, lo llena y deja en la mesa la botella.) ¡Beba, beba!
Mediante los recursos del teatro negro el vaso se eleva hasta la altura de la boca del
Comendador fantasma. Luego se eleva la botella y se escucha un glug – glug – glug...
Tío: ¡Mmmm! Ya esto va mejor. (A Mozart 1.) ¿Dice algo?
El Comendador emite unos hip-hip-hip.
Mozart 1: Creo que está un poco bebido.
Tío: (Al fantasma.) ¿Quiere echar ahora una pulseada? (Coloca el brazo sobre la mesa,
en posición.)
Mozart 2: ¡Ha desenvainado la espada!
Tío: ¡Eh! (Al Comendador.) No, no, usted no me ha entendido, un duelo no. Una
pulseada. (Habla en inglés, como si tratara de hacerse entender por un turista.) You...
and... me... echar... una pulseada. ¿Qué? ¿Tiene miedo a perder? Sí, no me parece que
esté usted muy fuerte. (De repente la mano del Tío comienza a moverse como si
pulseara. Es llevada hasta la superficie de la mesa. El Tío queda exhausto.)
Se escucha el sonido de una silla que se mueve. La silla se desplaza.
Mozart 1 y Mozart 2: ¡Cuidado!
Maestro: ¿Qué pasa?
Mozart 1: Sacó de nuevo...
Mozart 2: ¡La espada!
Camarero: (Al Comendador.) No, no, oiga, olvídese de ese Don Juan. Tiene toda la vida
para llevárselo al Infierno, antes vamos a divertirnos un poco. (Coloca en la mesa otras
dos botellas. Ambas suben de nuevo hasta la boca del fantasma. El Camarero hace
como si le palmeara la espalda.) Así me gusta, socio. ¡A cogerla en grande!
Tío: Ahora haría falta un poco de música.
Aparece en escena Mozart 3.
Tío: (A Mozart 3.) Usted, toque un poco de música. Vamos. Y hágale una historia
cualquiera.
Mozart 3: ¿Una historia?
Tío: Sí, pero algo que sea alegre y bonito.
Mozart 3: ¡De acuerdo!
Mozart 3 dirige una orquesta imaginaria. Se escucha el 3er. movimiento del Concierto
para dos pianos y orquesta K.365. En el retablo aparecen, entre otros, los personajes de
la Commedia dell’Arte. (Arlequino, Pantalone, etc.) Se desarrolla una historia simple
al estilo de los títeres de cachiporra con burladores y burlados, castigos y
persecuciones.
Termina la representación. Se escuchan los acordes finales, cuando estos se apagan se
oye el llanto del Comendador.
Tío: ¿Qué pasa?
Mozart 3: ¡El Comendador! ¡Está llorando!
Tío: (Al fantasma.) No, oiga, no se ponga así... Vamos... Vamos... (A Mozart 3.) ¿Qué
le ocurre?
Mozart 3: Es muy sensible.
Maestro: ¡Ah!
Tío Y, ¿qué quiere?
Mozart 3: Quiere que lo carguen.
Tío: ¿Qué lo carguen?
Mozart 3: Sí, acúnelo. (Le muestra con el gesto.)
El Tío hace la pantomima de cargar al fantasma. Lo mece y le pasa la mano por la
cabeza. De adentro llegan las voces de Don Juan y la Tía.
Don Juan: ¡Nooo!
Tía: ¡Síii!
Don Juan: ¡Nooo, por todos los demonios!
Tía: ¡Claro que síii, ingrato!
Tío: Es mi mujer... Mi mujer que está con ese... Don Juan. (Se levanta y deja caer al
fantasma del Comendador. Se escucha el estruendo de la caída. El Tío sale de escena.)
Entre el Maestro y el Camarero levantan al fantasma y lo acomodan en una silla.
Tío: (Fuera de escena.) Pero, ¿!qué hace!? (Entran la Tía, el Tío y Don Juan a escena.)
Tío: (A la Tía.) Estoy esperando que me explique.
Tía: Que le explique, ¿qué?
Tío: Lo que estaba haciendo tanto tiempo sola con ese hombre. (Señala a Don Juan.)
Tía: ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo? ¡Nada! Trataba de que ese
desgraciado se alimentara.
Tío: ¿Y para eso tiene que abrazarlo?
Tía: ¿Abrazarlo? Bueno... esto... yo... (Coqueta.)
Tío ¡Abrazarlo!, que la he visto.
Don Juan: Un momento, señor, que yo... Solo estaba (con intención) enseñándole una
canción a esta buena moza.
Tío: ¿Y para eso tenías que pegarte a su oído?
Se comienzan a escuchar los ronquidos del Comendador.
Don Juan: Sí, señor, porque es una canción que se canta muy bajito. Así. (Pega su
mejilla a la de la Tía, que se ríe nerviosa.)
Tío: ¡Vas a ver ahora, demonio (toma la espada de utilería que cuelga de la
percha), como van a irse tú y tu Comendador con todos los diablos.
Tía: (A Mozart 3.) Oh, toque algo, maestro. Rápido.
Mozart 3 dirige una orquesta imaginaria. Se escucha un pasaje apropiado de
cualquiera de sus sinfonías u óperas de acuerdo con el diseño del montaje que se
decida para este momento del espectáculo. Al compás de la música. Don Juan y el Tío
comienzan a batirse.
Don Juan: (Mientras se bate.) Señor Comendador, señor Comendador, despierte.
Camarero: ¡Ay! Alguien me ha pinchado.
Mozart 3: ¡Es el Comendador! Ahí viene con su espada.
Camarero: ¿Espaditas a mí?
El Camarero comienza a hacer malabares para defenderse del Comendador. Se
escenifica un duelo entre la supuesta espada y los malabares.
Maestro: (Aparta al Camarero.) Ahora me toca a mí. (Realiza breves números de magia
y acrobacia.)
Entra el Escritor a escena.
Escritor: (Contempla el espectáculo que se le ofrece junto a Mozart 3, quien se divierte
mientras ayuda a cada uno de los contrincantes.) ¿Qué es todo este jaleo?
Maestro: (Al Escritor.) ¡Te toca, muchacho! (Le cede su puesto.)
El Escritor hace elegantes movimientos de kárate frente al Comendador. Mozart 3 lo
observa admirado. Desde otro ángulo y sobre una silla la Tía disfruta la pelea y anima
al Tío y al Escritor.
Don Juan: (Batiéndose y haciendo miles de trucos desde el retablo. Proyecta.) ¡Señor
Comendador, creo que es hora ya de irnos los dos al Infierno! Allí no hay natilla de
pescado y vamos a estar mejor que en este teatro loco.
La pelea llega al paroxismo, apoyada por el juego de las luces, hasta que Don Juan y el
Comendador abandonan la escena. Todos jadean, se felicitan.
Tía: (Se acerca al Tío. Lo besa en la mejilla, emocionada.) ¡Oh, te has portado como un
valiente!
Tío: ¿Sí, eh?, me alegra saberlo, porque a partir de ahora vamos a ver quién dice la
última palabra.
El Maestro y el Camarero miran sorprendidos sus manos y sus cuerpos como si los
contemplaran por primera vez. Ensayan gestos en el aire. Mientras, Mozart 3 se
sacude el traje, arregla los puños y encajes y pone en orden su pelo.
Tío: (Que observa al Maestro y al Camarero.) ¿Algún problema?
Maestro: Es que hace un momento me pareció que mis manos se movían como si yo
hiciera magia.
Camarero: A mí también me pasó algo extraño... Creí que estaba haciendo...
malabares.
Mozart 3: (Al Maestro.) Tal vez sea usted un mago... vago y (al Camarero) usted, un
malabarista... sin vista.
Maestro: ¡No, señor! Mi trabajo es muy serio.
Camarero: Y el mío muy discreto.
Maestro: No tiene nada que ver con... ¡juegos! como esos.
Camarero: Y en el mío hay que pasar inadvertido.
Maestro: ¡Yo soy un maestro!... pestro. (El juego de palabras debe salirles al Maestro
y al Camarero como algo involuntario o incontrolable.)
Camarero: ¡Y yo, un Camarero!... lero.
Maestro: Tengo a mi cargo cientos de niños... cariños.
Camarero: Y yo, cientos de clientes... puentes.
Maestro: Que luego me olvidan. (Suspira.)
Camarero: Que en mí no se fijan. (Suspira.)
Mozart 3: ¿Y cómo es eso posible si ustedes son únicos, distintos?
Maestro: ¿!Únicos!?
Camarero: ¿!Distintos!?
Mozart 3: Deben tener algún arte.
Maestro: ¿Algún arte?
Camarero: ¿Seguro?
Mozart 3: Señor Maestro, necesito una clase. Como usted debe conocer yo en mi vida
contraje muchas deudas, siempre debía dinero. Eso sucedió porque no supe
administrarme... darme, ni ahorrar... parar. (Ríe.) Me vendría bien una clase de
Matemática... simpática.
Maestro: (Engolado.) Necesitamos tizas, una pizarra, un compás, dos cartabones...
Mozart 3: (Interrumpiéndolo.) Olvide todo eso. Mejor escuche esa música y haga algo
nuevo, original. (Extrae unas barajas de uno de los bolsillos del Maestro, ante la
sorpresa de aquel.) Utilice estas barajas.
Se escucha el pasaje de un concierto, divertimiento o de cualquier creación de Mozart
que se considere apropiada con el ritmo y la naturaleza del número de magia que se
desarrollará a continuación.
Maestro: (A Mozart 3.) Atienda, usted. Si yo tengo cinco barajas (las muestra) y tomo
tres, ¿cuántas quedan?
Mozart 3: Yo diría que dos.
Maestro: ¿Y si tomo dos?
Maestro: Pues, no sé cómo, pero aquí aparece ¡una!
Todos aplauden admirados. El Maestro sigue realizando con las barajas o con otros
útiles un número de magia que podrá ser de cualquier tipo, siempre que se inserte en
los propósitos del espectáculo, y para el cual se podrá ajustar el texto. Al finalizar el
truco relacionado con la Matemática todos aplauden admirados.
Maestro: (Entusiasmado.) Ahora pasamos a la clase de Física ¿ve usted este periódico?
Lo cortamos en pedacitos... (Desarrolla el número del periódico descompuesto en
varias partes que al final se integran o cualquier otro truco que pueda ser relacionado
con la Física. Al final todos aplauden aún más calurosamente.) Y ahora, ¡la clase de
Química! (Debe haber un número con líquidos, donde intervengan vinos y copas.)
Cuando termina:
Mozart 3: ¿Ve usted? Así sus clases serán más interesantes. Sus alumnos aprenderán
mucho mejor y lo recordarán siempre. Ahora, señor Camarero, quisiera un poco de ese
vino.
Camarero: Enseguida, señor. (Le ofrece una copa.)
Mozart 3: ¡Camarero! ¡Camarero! Pero... ¿dónde está usted que yo no lo veo?
Camarero: (Va por el otro lado.) Aquí, señor, para servirlo.
Mozart 3: Me parece oír su voz, pero no logro verlo en parte alguna.
Camarero: Señor, ya le dije...
Mozart 3: Haga algo para que lo vea yo. Vamos, haga algo. Me quiero tomar ese vino.
Camarero: (Sin decidirse.) Es que...
Mozart 3: ¡Haga algo, demonio, que quiero tomarme ese vivo! ¡Escuche la música!
Entra en primer plano cualquier pasaje o fragmento apropiado. El Camarero hace un
número de malabares que debe terminar con la copa de vino. Al finalizar la ofrece a
Mozart 3.
Mozart 3: (Bebe el vino.) ¡Oh, qué vino más delicioso! ¡El mejor que he tomado! Todo
gracias a usted. ¿Cómo podría ahora olvidarlo?
Camarero: (En el colmo de la emoción, lo besa.) ¡Me vio! ¡Me vio! ¡Seré recordado!
Se escuchan voces fuera del escenario.
Mozart 1: Apártese de mí, le dije. Voy a salir.
Mozart 2: Todavía no, tengo mucho miedo del Don Juan.
Mozart 1: ¡Que se quite le digo!
Tía: ¿Qué escándalo es ese?
Entran a escena Mozart 1 y 2. El segundo viene prácticamente colgado del cuello del
primer Mozart. Trae los ojos cerrados.
Mozart 1: (Al 2.) ¿Ve? No hay nadie.
Mozart 2: (Abre los ojos y mira. Se separa de Mozart 1. Descubre a Mozart 3.) ¿Y este
qué hace aquí?
Tío: ¡Estoy viendo triple!
Tía: ¿Qué es esto?
Mozart 1: (A Mozart 3. Terminante.) ¿Quién es usted?
Maestro: (Anhelante.) ¿Quién es?
Mozart 3: (Hace una reverencia, luego una parada de manos.) Wolfgantiki Amadetichi
Mozartsisi. Escobillón de su Majestad. (Alude a su pelo.) Pero en casa me llaman
Worlferl. Y las personas que se creen serias me nombran (imposta la voz, asume una
pose) Mozart.
Tío, Camarero y Maestro: (Con admiración.) ¡Mozart!
Tía: (Desencantada, arruga la nariz.) Wolfgan... tiki.
Escritor: (Con alegría.) ¡Worlferl!
Tío: Te lo dije, sobrino. Te dije que por su música llegaríamos a él.
Mozart 1: ¡Un momento! Que este señor no es Mozart.
Tío: ¡Ah, no! ¿Y se puede saber por qué?
Mozart 2: Porque Mozart soy yo. (Ríe.)
Mozart 1: ¡Yo!
Mozart 2: ¡Yo!
Mozart 3: ¡Yo!
Tía: ¡Basta ya! ¿Por fin, cuál es Mozart?
Los tres Mozart dan un paso al frente y responden al unísono.
Tía: Primero no teníamos ninguno y ahora tenemos tres. ¿Cuál es el verdadero?
Los tres Mozart responden de nuevo a la vez.
Tío: No puede haber tres Mozart. Uno de ustedes se quedará y los demás se tendrán que
irse.
Mozart 1: Ni lo piense. Yo he venido para quedarme.
Mozart 2: Y yo. (Ríe.)
Mozart 3: En ese caso seré yo quien se marche. (Da media vuelta e inicia la salida,
nadie se mueve. Entonces, regresa.) ¿Me van a dejar ir así? ¿No van a hacer nada para
impedírmelo? (Casi en tono de una pataleta.) Vine porque estoy cansado de que las
personas de esta época escuchen mi música y me imaginen como este señor (señala a
Mozart 1): antipático, estirado y aburrido. O si no, como un cretino frívolo e
irresponsable (toma a Mozart 2 por el cuello y lo sacude) que sólo supo hacer
“musiquita” linda y vacía. En mi música está la vida. La mía y la de todos ustedes.
Vine para que aprendieran a escucharla y a través de ella me escuchen. ¡Llevo dos
siglos hablándoles y no me oyen! (Al Camarero.) Por eso he pasado tanto rato en este
escenario sin que hayan podido verme. Y aunque digan que sí, tampoco a mí, señor
Maestro, me recuerdan. No pueden recordarme porque no me conocen y sólo se conoce
lo que se ama. (Transición. Juega de nuevo.) ¡He dicho! (A Mozart 2.) ¡Bicho!
Mozart 1: Muy bien, señor. ¿ya terminó su perorata? Entonces puede irse. Yo me
quedo.
Mozart 2: (Tímido.) Y yo (Ríe.)
Tío: ¡Tengo una idea! Hagamos una prueba.
Mozart 1: ¿Qué prueba? No hay que hacer ninguna prueba.
Mozart 2: ¡Una prueba! ¡Un examen! ¡Qué miedo! Yo no he estudiado.
Tío: Hagamos la prueba de La Flauta Mágica.
Tía: Sí, la última ópera de... (mira a los tres Mozart sin saber por cual decidirse)
¡ejem! Mozart.
Escritor: ¿Qué prueba es esa?
Tío: La de La Montaña de Fuego y El Torrente de Agua. En esa ópera el personaje
principal, que es el Príncipe Tamino, tiene que atravesar una montaña de fuego y un
torrente de agua, y sale vencedor porque lleva la Flauta Mágica.
Maestro: ¿Y dónde está esa flauta?
Mozart 3: En uno mismo, señor, y por eso en cualquier parte.
Mozart 1 y Mozart 2: Tenemos que encontrarla.
Mozart 1 revisa el escenario, mientras Mozart 2 busca entre el público: en los asientos,
la ropa, las manos y el pelo de los niños. Terminan la búsqueda. Se encuentran en el
escenario.
Mozart 1 y Mozart 2: ¡No encontramos nada!
Mozart 3: (Toma la pipa del Tío.) Pues aquí está mi flauta.
Camarero: ¡Con eso!... ¿se hace música?
Mozart 3: La música está en el aire.
Sopla la pipa. Se escucha el sonido dulce de una flauta. La pipa echa pompas de jabón.
En la pantalla de sombras se ve la Montaña de Fuego. Mozart 3 sale de escena, como si
se dirigiera a la montaña. Reaparece tras la pantalla. Se pierde en la Montaña de
Fuego. El resto de los personajes contemplan lo que sucede y acompañan toda la
acción con exclamaciones. Mozart 3 logra atravesar la montaña y reaparece tras la
pantalla. El fuego se dispersa en unos reguiletes tras la pantalla hasta desvanecerse.
Aparece entonces el Torrente de Agua. Por unos segundos Mozart se pierde en el
torrente para reaparecer después. El torrente se convierte en un hermoso surtidor. Con
cada triunfo desaparece uno de los otros Mozart. Entra de nuevo Mozart a escena.
Mozart 3: ¡Huy! ¡Brrr! Esa agua estaba muy fría. Convendría ahora un buen carnaval
para calentarme. ¡Un baile de disfraces! Estoy muy contento de estar de nuevo en el
teatro.
Todos buscan máscaras y trajes. Se escucha a todo volumen el final turco de Un rapto
en el Serrallo. Se produce un baile de carnaval donde el Maestro y el Camarero hacen
malabares y acrobacias. Pueden integrarse también otros artistas circenses. Todos los
retablos se pueblan de muñecos. Otros aparecen por las patas y bambalinas del
escenario. Tras la pantalla de sombras proseguirá el baile con actores, muñecos o
artistas de circo. Las zonas de luz cambian constantemente. Termina el festejo. Todos
jadean, respiran agitados. Se ven muy contentos. Poco a poco vuelve la calma al
escenario.
Tía: (Entusiasmada.) Worlferl... Oh, Worlferl... (No lo encuentra.)
Camarero: Estimado Escobillón, no sabe usted... (No lo encuentra.)
Tío: (Llama.) ¡Mozart!
Tía: (Llama.) ¡Wolfgantiki...!
Escritor: (Llama.) ¡Worlferl!... ¡Worlferl!
Maestro: (Llama.) ¡Maestro!... ¡Maestro!
Nadie responde. Por unos instantes todos quedan en suspenso.
Maestro: (Se despide del Tío y de la Tía.) Vuelvo a mis clases. Ahora mis alumnos me
esperan con ansia. (Tararea, sale haciendo un juego de manos.)
Camarero: (Se despide.) También yo regreso a mi trabajo. Mis clientes esperan (ensaya
unos malabares) por mis manos. (Sale tarareando.)
La Tía recoge sus cosas. El Tío, gentil, la ayuda con la maleta.
Escritor: ¡Tía! (La abraza.) ¡Tío! (Lo abraza.)
Tía: Otros sobrinos nos pueden estar necesitando.
Escritor: (A la Tía, tras una pausa.) Mozart... ¿se fue?
Tía: Dejó su música. Estará contigo siempre que seas capaz de escucharla. Se quedó,
como se queda siempre lo más querido; no puedes verlo porque está en todas partes. (Al
Tío.) ¿Vamos?
Echan a andar tomados del brazo. Tararean bajito la melodía del final de Un rapto en
el Serrallo. Casi al salir de escena ensayan unos pasos de baile. Se pierden.
El Escritor queda solo en la escena. Va a proscenio. Tararea la misma melodía,
primero en voz baja. Por unos segundos, con similar intensidad, se escucha la música.
Cesa. El Escritor tararea más alto. Se escucha la música por unos instantes, ahora a
mayor volumen. Cesa. El Escritor tararea aún más alto, le pide a los niños que lo
ayuden. La música se escucha esta vez con toda intensidad. Se integran la música y el
canto.
Escritor: ¡Es cierto! ¡No te has ido! ¡No te has ido! ¡Mi amigo! ¡Mozart!
TELON

El zapato sucio Amado del Pino



El zapato sucio
Amado del Pino



PERSONAJES
 

MUCHACHO,   el padre lo llama así y ése es su sino y su signo. Pasa de los 35 años.
VIEJO,   se acerca a los 70. Ágil, testarudo, interno.
MADRE.
MUJER 1ª.
MUJER 2ª.
MUJER 3ª.
AMIGO 1º.
AMIGO 2º.
NIÑA.
HAZ DE LUZ.
FUNCIONARIO 1º.
FUNCIONARIO 2º.



El director de la puesta y el lector de esta obra sabrán distinguir entre la esgrima de los dos caracteres protagónicos y los demás seres que habitan los delirios como parte del subconsciente, o más bien de la sombra, de MUCHACHO y de VIEJO.
   
El espacio escénico fundamental recordará un bohío cubano, abundante hasta la década de los 50 y visible aún hoy. Se produce un contraste entre los elementos tradicionales -un taburete, una montura de caballo- que forcejean con objetos urbanos de discutible gusto. A pesar de su aparente naturalidad, el «set» principal será asumido con un convencionalismo que permita el estallido de las dos situaciones delirantes. La estructura en actos y delirios es más bien una división literaria y no entra en contradicción con que el espectáculo sea asumido de forma continua.




Acto I

Luz plena, agresiva, que da la imagen de la casa por dentro, sorprendida por la irrupción de alguien.

VIEJO.-  ¿Qué pasa, Muchacho? ¿Madrugaste?
MUCHACHO.-  Manía de ordeñador de vacas.
VIEJO.-  Siempre has sido dormilón. ¿Y el carro?
MUCHACHO.-  No se me olvida aquello de que el hombre que es hombre no deja que el sol lo agarre en la cama.
VIEJO.-  ¿Y tu mujer?
MUCHACHO.-  A mi esposa y a mi automóvil los dejé por allá afuera, comiendo hierba... Dentro de un rato les doy una vuelta.
VIEJO.-  Por lo menos te levantaste ocurrente. ¿Te traigo café?
MUCHACHO.-  ¿Café?  (Se produce una transición, pero el tono de MUCHACHO sigue siendo cotidiano.)  Vine a contarte algo importante.
VIEJO.-   (Rápido.)  ¿Por qué te divorciaste esta vez?
MUCHACHO.-  Parece que no tiene arreglo.
VIEJO.-  ¿La máquina, el matrimonio o tú?
MUCHACHO.-  Debería contestarte que los tres y así discutimos un poco.
VIEJO.-  Te fajarás tú solo. Tengo tremendo apuro en el trabajo de la finca.
MUCHACHO.-  Si no te estorbo puedo ayudarte.
VIEJO.-  Mejor duerme un rato. Sabe Dios a qué hora te acostaste anoche.
MUCHACHO.-  Me gustaría meterme contigo en las siembras.
VIEJO.-   (Sin agresividad.)  Lo que la gente del pueblo hace en un surco de plátanos no da ni para el jabón que se gasta en blanquear la ropa.
MUCHACHO.-  ¡Jabón y aceite, aceite y jabón!
VIEJO.-  ¿Tú también con la letanía de las cosas que no se consiguen?
MUCHACHO.-  ¡Yo no!  (Pausa breve.)  Vine a verte.
VIEJO.-  Muy santo y bueno. Tírate por ahí. Termino temprano y te hago un buen almuerzo.
MUCHACHO.-  Allá afuera te tengo una sorpresa.
VIEJO.-  Las sorpresas no se dicen. Si no te las callas, las jodes.
MUCHACHO.-  Vine en el tren y después caminé despacio.
VIEJO.-  Como siempre, cogiéndole la puntería a los charcos de agua.  
(La siguiente frase la dice para ser cariñoso, pero en MUCHACHO provoca una especie de subjetiva cinematográfica a sus propios pies llenos de lodo.)
  Quítate esos zapatos.
MUCHACHO.-  Caminé mirando las lomas, los ríos sin agua, oyendo como cantan de verdad los gallos... ¿Por qué no me sentí orgulloso de estos amaneceres?
VIEJO.-  ¿No te parece demasiado temprano para calentarte la cabeza?  (Pausa.)  ¿De verdad es grave lo que te traes entre manos?
MUCHACHO.-  No hay arreglo. Las piezas eran de la Unión Soviética, un lugar que hace rato no existe. Yo estudié en un lugar inexistente.
VIEJO.-  No te gustaba que le dijeran Rusia.
MUCHACHO.-  Y te escribí de allá cosas bonitas. Verdades o mentiras, pero muy lindas.
VIEJO.-  Tengo una postal donde hay nieve y un teatro grande y estatuas...
MUCHACHO.-  Sí. Había que haberle hecho otras a los jefes que vendían medallas.
VIEJO.-  Eres ingeniero, tienes una vida hecha. Es una lástima que no te hubieras encontrado una mujer...
MUCHACHO.-  ¿De cualquier color?
VIEJO.-  Que supiera llevar una casa, manejar...
MUCHACHO.-  ¿Manejar o manejarme?
VIEJO.-  Te hace falta sentar cabeza.
MUCHACHO.-  Por favor. Si algo me gusta de ti es que no eres un padre consejero. Discute conmigo, vamos a fajarnos, a reírnos, ¡pero consejitos, no! ¿Qué cabeza sentaste tú?
VIEJO.-  Tu madre...
MUCHACHO.-  Tan presumida...
VIEJO.-  A veces me parece que la veo en el mocho de espejo que tengo tirado en el patio.
MUCHACHO.-  Me estoy volviendo más viejo y más gruñón que tú. Me quejo de que al robo se le llame invento, a algunas putas, jineteras, pero me he pasado la vida diciendo una cosa en una reunión y otra a la mujer con quien me acuesto.
VIEJO.-  Pensar mucho es cosa de gente sin oficio. Yo no puedo andar dándole vueltas a los pensamientos porque tengo que limpiar el arroz y buscarle agua a los animales.
MUCHACHO.-  En los noticieros dicen que debemos sembrar arroz.
VIEJO.-  Ahora que tengo luz eléctrica voy a comprarme un televisor.
MUCHACHO.-  ¿Y te vas a enviciar con las telenovelas?
VIEJO.-  De vicios no hablemos. El único que me queda es trabajar.
MUCHACHO.-   (Asociando en un código muy de ellos que el espectador no tiene por qué entender ahora del todo.)  ¿Fueron los gallos o la mala suerte?
VIEJO.-  Ya da igual. Allá dentro envidian a los que les echan nada más que tres meses, como si algún tiempo fuera poco para estar trancao como un pájaro.
MUCHACHO.-  Yo tenía cinco años cuando prohibieron las peleas...
VIEJO.-  El juego es un veneno.
MUCHACHO.-  Sí. Pero el gobierno no es el papá de uno.
VIEJO.-  No tires para fuera la candela que te quema por dentro. No me gusta tu cara. Es mejor que hoy te quedes a dormir aquí.
MUCHACHO.-  Lo que vine a decirte es importante de verdad.
VIEJO.-   (Tratando de regresar al juego.)  Ya fallé el primer tiro, pero al segundo tumbo a la paloma del gajo. ¿Cambiaste de mujer o es que te vas de viaje?
MUCHACHO.-  Ponchao. Llevas de dos cero.
VIEJO.-   (Pretende continuar la broma.)  ¿Ya no te gustan las mujeres?
MUCHACHO.-  Me gustan... ¡Hasta las blancas!
VIEJO.-  A Dios gracias. Ya te comprarás otro carro. Al hijo más joven de los Quiñones le dieron uno que es una pintura.
MUCHACHO.-  No es de él. Se lo presta una señora que se llama Corporación y también le dicen Empresa Mixta. La dama con la que todos quieren bailar.  (Representa cantando.)  «La señorita Corporación / entrando en el baile / que la bailen / que la bailen».
VIEJO.-  Yo pensé que era particular. La chapa es amarilla.
MUCHACHO.-  Cambiaron los colores y muchas cosas.
VIEJO.-  Algunos, porque mi surco y mi machete siguen del mismo color y me están esperando.
MUCHACHO.-   (Con algo de ternura.)  ¿Tú sabes por qué al guanajo se le arruga la cabeza?
VIEJO.-    (Saliendo de escena en pleno juego.)  Es que la naturaleza tiene cosas del carajo.

(Sonido y tratamiento de la luz que da paso al Primer Delirio.


PRIMER DELIRIO


En la proyección de MUCHACHO hay más de soliloquio que de monólogo. Para los delirantes personajes se podrá escoger entre el uso de muñecos y los tonos de luz con voces en off hasta valorar la posibilidad de que el propio actor que interpreta a VIEJO, apoyado por las máscaras, asuma aquí los fugaces roles que forman parte del reino del subconsciente.)

MUCHACHO.-  Al gallo hay que cuidarlo mucho. No debes ponerlo a la altura de los ojos porque se faja con su sombra y te deja ciego de un picotazo. El macho de pluma fina, el que trae las espuelas llenas de sangre y de dinero por un burujón de peleas ganadas, puede caerse muerto en el primer revuelo.  (Febril.)  ¿Qué llevan en esos sacos tan bien envueltos? Pero, ¿qué le importa a nadie lo que uno hace los domingos?

(Aparece la imagen de la MADRE.)

MADRE.-  No tienes que mirarme cuando me estoy pintando. Para lucir estamos las mujeres. Coge un bate y una pelota.
MUCHACHO.-  No fui, no soy maricón... ¿Y qué? Por huir de la debilidad escondí mis versos. Para mí, una carrera práctica: o ingeniero, o piloto, o jefe, pero siempre bien macho... Y los hombres se empinan la botella desde los 12 años, y no perdonan a una mujer que se les pare delante, y se fajan a los piñazos...  (Busca medio a ciegas la imagen de la MADRE.)  Me gustan las hembras, pero le tengo terror a los puños de los otros hombres. Y Carlos, aquel mulato que acorralaron por pájaro, peleaba muerto de la risa. ¿De cuántas cosas pudimos hablar, mamá, mientras te pintabas los labios?
MADRE.-  Me volvía loca por parir un varón, pero a la vez tenía mucho miedo y más después, con esa mirada tuya de dolerte por todo.

(La imagen de la MADRE se esfuma y da paso a la de MUJER 1ª.)

MUJER 1ª.-  Tienes la pinga chiquita y el corazón blando. Todo eso de que el tamaño no importa es un consuelo para tipos como tú. Las mujeres de verdad nos vamos detrás de un rabo grande y de unas manos que sepan estrujar.  
(MUCHACHO va a responder, pero MUJER 1ª le tira las palabras encima.)
  Lo peor fue cuando querías cogerme por atrás. Te faltaba firmeza... «¿Te duele, te duele?». Claro que duele y ahí está la gracia. Tú temblabas como si fuera tu culo el que sufriera cuando me clavabas.
MUCHACHO.-  Sueño con un baño de hombres solos.  (A su sombra.)  ¿No has visto una hilera de duchas repletas de jóvenes en cueros, quitándose la tierra? Ahí es donde más desconsuela y hasta abochorna que se encoja, que no sobresalga. Después, cuando se pone tiesa, te haces la ilusión de que eres igual que aquellos salvajes que salen del agua orgullosos, como si fueran el presidente de la república.  (Ahora al fantasma de MUJER 1ª.)  A veces me dabas lástima con tu sexo ancho que sonaba como patos bebiendo en un charco. Te volverías loca si supieras lo que se goza dentro de una negra joven. Es como un guante de pelota, como una fruta tibia.
MUJER 1ª.-  Cochino.
MUCHACHO.-  ¿Y la ternura, Mujer? ¿Y las ilusiones?

(El tratamiento de la luz u otro recurso crea el juego de que la pregunta es dicha a la MUJER 1ª, pero quien la asume es la MUJER 2ª.)

MUJER 2ª.-  ¿Qué hace un estudiante, con olor a ciudad, acostándose con la cantimplora del pueblo? Yo no cobro y eso es peor.  (Asumiendo la tercera persona.)  «Ésa lo hace por verla correr».
MUCHACHO.-  ¿Y qué tiene de malo tratarte como a una novia?
MUJER 2ª.-  Hay dos tipos de hombres. Los que te acarician las nalgas mientras estás cocinando y los que se acuerdan de ti nada más que por las noches. Tú eres de los primeros, que son los que me gustan, pero te pasaste con tus versitos y besitos. No se puede borrar con unos labios tiernos en los ojos los arañazos que me di en la barranca, apretada por un guajiro bruto, contra una cerca de púas. Ahora era la puta con novio, la novia del poeta.
MUCHACHO.-  Me desafiaste en la fiesta, me sacaste a bailar y te apretabas a mí más y más delante de todo el mundo.
MUJER 2ª.-  Quería que me tuvieras sin palabras, sin pensar. Pero estabas borracho y te dio por hablarme de amor. Me bajé el pantalón y mamaste como un bendito. Ya me tenías loca cuando me di cuenta que estabas llorando; con mi pelota de bollo en la boca, gozando y llorando.
MUCHACHO.-    (Dice la palabra en casi todas las variantes posibles, las últimas con delicadeza.)  Puta, puta, puta, puta, puta...
MUJER 2ª.-  La palabra fea es tortillera. Huele a huevos podridos. En un pueblo chiquito no hay lesbianas. Eso suena a cosa fina, a una carrera casi. Yo fui a parar a la cueva de las enfermas. Las hembritas más nuevas volvieron a cobrar y algunas hasta se hicieron personas importantes.  (Pausa.)  Ninguna me forzó. Hay momentos en que las lágrimas te corren y te revientas si alguien no se las toma, aunque sea la boca de otra mujer. ¡Si los hombres supieran...!

(Se produce un cambio en la iluminación y en la banda sonora que apunta a un giro en el delirio. A partir de ahora predomina el presente en las visiones.)

MUCHACHO.-  El culito de las gallinas es caliente. La paja es lo último y puede debilitarte.

(Aparece el fantasma de AMIGO 1º.)

AMIGO 1º.-  Si uno se acostumbra, después no puede acostarse con una mujer.
MUCHACHO.-  La paja no te regaña, no se compra zapatos, no te quita tus hijos.  
(Disolvencia de luz. Ahora MUCHACHO firma en el aire, se contorsiona, cae, se arrastra. Después habla muy despacio.)
  Una firma en un papel y mi hija a crecer sin mí. 
(Aparece la imagen de la NIÑA, que pudiera darse con una foto animada.)
  
Vete, no te burles. Yo quiero a mi hijita, la que jugaba en mi barriga como si fuera una cama elástica. Tú eres otra, tienes 10 años, dentro de poco te saldrán las tetas, hablas inglés como yo nunca lo aprendí. Tú vives en otro mundo. El teléfono es una trampa; en el teléfono la piel no suda.
NIÑA.-  Papi, papito, papazote...

(La imagen se desvanece. Breve apagón. La llegada de AMIGO 2º aporta un tono más cotidiano.)

AMIGO 2º.-  Yo también me voy.
MUCHACHO.-   (En una forma neutra, objetiva, que recuerda a alguien que declara en un juicio.)  Soy el despedidor. Después nadie me escribe, pero me recuerdan en las fiestas... Ayudo a pasar los últimos días en la isla y si todos vuelven a la vez me voy a ahogar en un mar de cervezas.
AMIGO 2º.-  Siempre una frase, siempre un chiste para los demás. ¿Y tú?
MUCHACHO.-  El dinero es el que está veinte a uno, yo valgo igual.
AMIGO 2º.-  Se te va a llenar de amargura ese corazón tan puro. Te vas a convertir en la caricatura de ti mismo.

(MUCHACHO se desplaza, desdeña la conversación. Se produce un juego en el que MUCHACHO hace un cuento, el AMIGO 2º ríe, al final se abrazan, todo como en cámara rápida. MUCHACHO dice adiós también en forma caricaturesca. La acción se ve interrumpida por un HAZ DE LUZ cruda, acompañado de un sonido metálico que -aunque se entiende el texto- es demasiado impersonal para llegar a ser una voz. El HAZ DE LUZ cae sobre MUCHACHO.)

HAZ DE LUZ.-    (En el tono inequívoco de las planillas.)  ¿Tiene creencias religiosas?
MUCHACHO.-  No.
HAZ DE LUZ.-  ¿En su familia tienen creencias religiosas?
MUCHACHO.-  No sé.  (Como en un aparte.)  Pero siempre escribí No.
HAZ DE LUZ.-  ¿Algunas de sus amistades profesa creencias...?
MUCHACHO.-    (Inquietándose.)  ¡No! Y no tenía... Mi abuelo vino de su isla bien ligero de equipaje. La vida no le dio tiempo para cargar con santos y la nostalgia se la permitía pocas veces. Aquí nunca vi una iglesia, pero así y todo me fui cansando de la pregunta, aunque casi siempre mi mano hizo la cruz sin pensar en el sentido. Además, no conocí a casi nadie que marcara en el huequito del Sí.
HAZ DE LUZ.-   (Como parte del juego.)  ¿Creencias religiosas? ¿Tiene creencias religiosas?
MUCHACHO.-  Mi tío vio una vez una luz que nunca se supo de dónde salió. A un primo lejano se le apareció un jinete sin cabeza. Todos decimos «Si Dios quiere» o «Gracias a Dios», pero sin pensar dos veces en lo que significa. ¿En qué lugar de la planilla cabe eso?
HAZ DE LUZ.-   (Se acentúa el tono de letanía.)  ¿Ha sacado pasaporte? ¿Alguien de su familia ha sacado pasaporte?
MUCHACHO.-  ¿Pasaporte?
HAZ DE LUZ.-  ¿Tiene familiares en el extranjero? ¿Mantiene correspondencia?
MUCHACHO.-  ¿Por qué no preguntar directamente si alguien se fue del país por su forma de pensar o porque le dio la gana?  (Transición.)  De una montaña a la otra y con veinte o treinta vecinos en todo lo que abarca la vista, el mundo es simple, pequeño, no hace falta pasaporte. En la clase del maestro se veía lindo el mapa en la pared de tabla. Casi nadie conocía La Habana. Matanzas parecía una ciudad extranjera cuando el maestro apretaba fuerte el puntero, como para nadar en la bahía.

(Se escucha en off un texto en ruso que corresponde a una advertencia de los metros moscovitas.

VOZ EN OFF.-  «Astarochno, dvieri sacribayutsa, slieduchaya stansia: Dinamo».

(A través de un juego de máscaras o de luces aparece el personaje del FUNCIONARIO 1º desde diversos ángulos de la escena.)

FUNCIONARIO 1º.-  Conoces la luz eléctrica, los aviones, la nieve. Has atravesado varias veces el Atlántico representando tu país.
MUCHACHO.-  ¿Y tengo que pasarme la vida diciendo gracias? ¿Quieren que me jorobe como un camello de tanto hacer la reverencia?
FUNCIONARIO 1º.-    (Los parlamentos son interrumpidos por aplausos evidentemente grabados.)  Si no hubiera sido... De no ser por... Tus abuelos y tus padres fueron casi analfabetos...
MUCHACHO.-  Me tocaba el arado, la yunta de bueyes, llevarme una muchacha en el caballo blanco de mi padre, quitarle el cuerpo a los machetazos de un suegro, vivir con la misma mujer...
FUNCIONARIO 1º.-  ... Y el piso de tierra, los niños sin zapatos...
MUCHACHO.-  ¿Y tenía que seguir siendo siempre así?
FUNCIONARIO 1º.-  Así hubiera seguido para siempre de no ser por...  (Aplausos.) 
MUCHACHO.-  Pero nadie puede asegurar que esa oscuridad iba a ser eterna. Ordeñando mi vaca antes que saliera el sol, esperando por un aguacero para que se dieran buenos los frijoles, mis hijos hubiesen crecido a mi sombra, las manos no me temblaran así.
FUNCIONARIO 1º.-  Humildes campesinos entrando al Bolshoi, disfrutando de la música sinfónica.
MUCHACHO.-  Stravinski, Chaikovski... ¡Qué maravilla! Pero a esa misma hora me estaba perdiendo una serenata.
FUNCIONARIO 1º.-  La lámpara del Bolshoi, las pinturas del Ermitage.
MUCHACHO.-  Visotski saltando por el escenario en Hamlet, y después Visotski mal mirado, borracho junto a su hermosa actriz francesa; Visotski en la grabadora, en un cassette que se derrite de calor en La Habana; Visotski muerto sin discursos. Visotski en el patio del teatro Taganka, quieto, quietecito en su busto.

Una canción del trovador y actor ruso Vladimir Visotski puede marcar el tránsito entre el Primer Delirio y el Acto II.



Acto II

MUCHACHO está un poco atontado. Aunque la proyección ahora parece similar a la del Acto I, las emociones del Delirio han dejado su huella.

VIEJO.-  ¿Qué significa esa maleta?
MUCHACHO.-  Maté a un hombre. Lo traigo para que lo entierres aquí.
VIEJO.-  Hay demasiado calor para tanta bobería.
MUCHACHO.-  Tú me enseñaste. Cuando empecé a andar para arriba y para abajo con medio pueblo me hiciste el cuento del hombre que le preguntó a su hijo cuántos amigos tenía y le contestó que muchos. El viejo le dijo que en sesenta años él había hecho nada más que un amigo y medio. Le pidió al hijo que lo acompañara. Cogieron un saco y tocaron a la puerta del medio amigo.  (Como el personaje.)  «Maté a un hombre y vengo para que me lo entierres». El otro enseguida le contestó que no había ningún problema. Y eso que era nada más que el medio amigo.
VIEJO.-  Muy buena tu memoria. Pero se te olvidó que al final, el hombre lo que le lleva al amigo es un animal para comérselo y hacer una fiesta. Si mataste un carnero de los míos, dímelo para empezar a cocinarlo ahora mismo.
MUCHACHO.-  Cualquiera mata, Viejo. ¿A los cuántos días tú crees que me violarían en la cárcel? ¿Qué se hace después? ¿Es peor matar al que te templó o acostumbrarse a vivir como maricón allá adentro?
VIEJO.-  Los que están con las rejas marcadas en la cara son hombres como tú y como yo. Una de las peores cosas de que te echen aunque sea un solo día de prisión es que la gente se cree que te la sabes todas y que tienes que pasarte la vida contando.
MUCHACHO.-  Tú te volviste otro.
VIEJO.-  Traté de aprender del leñazo. No tenía tanto vicio con las peleas.  (Se justifica.)  Pero ese domingo me embullé a probar suerte y como la mía es tan mala, la Policía, que casi nunca traba a nadie en el brinco, me cogió a mí. ¡Me tocó perder!
MUCHACHO.-  Mucho peor fue lo de mamá.
VIEJO.-  Yo pensé que me iba a quedar tiempo para vivir tranquilo al lado de ella.
MUCHACHO.-  Y mientras tanto, gozando la juventud como un caballo desbocao.
VIEJO.-  A los 12 años tú andabas con las libretas y riéndote con las muchachas de la Secundaria. Yo a esa edad tenía que levantarme a las cuatro de la mañana para ordeñar vacas.
MUCHACHO.-  No soy tu fiscal. Me duele que mamá sufriera, pero a la larga ella te quiso así siempre, tal y como eras. Supiste ponerte una guayabera bonita y llegar a la cantina con cuatro pesos en el bolsillo. Los amigos te hacían coro porque eras el más elegante.
VIEJO.-  Por andar con pelúas de a tres por quilo, me perdí los mejores años de tu madre. Fui un sonso.
MUCHACHO.-  Estás muy solo.
VIEJO.-  Vamos a entrar la dichosa maleta y terminar el almuerzo.
MUCHACHO.-  Ahí viene un muerto, pero no te asustes... A nadie lo condenan por apuñalar una parte de uno mismo.
VIEJO.-  Me parece que las criticas, pero tú tienes vicio de esas novelas que les gusta ver a las mujeres para hacerse ilusiones.
MUCHACHO.-   (Siguiendo el hilo de su discurso interior.)  En esa maleta están dos certificados de divorcio, la baja de los centros de trabajo en los que no di la talla, notas excelentes de asignaturas que no aprendí...  (Imitando a un vendedor de feria o algo así.)  Y lo más importante que se ofrece: un título de ingeniero agrónomo que le dieron a un hijo de campesino que nunca ha sabido limpiar un surco de boniatos. Si quieres ábrela, Viejo.
VIEJO.-  No me gusta el buey que se da cabezazos cuando se espanta las moscas.
MUCHACHO.-  ¿Qué quieres? ¿Nos quedamos en el lado bueno de las cosas?
VIEJO.-   (Sin percatarse del sarcasmo.)  Tienes líos en el trabajo. Eso le pasa a cualquiera.
MUCHACHO.-  ¡Qué va, si a mí me encanta la Agronomía!
VIEJO.-  Por lo menos de un tiempo a esta parte hay más cosas.
MUCHACHO.-   (Ahora en serio.)  Pero tú sabes que no es por nosotros los que estudiamos. Los que no se fueron como yo, se consiguieron un sueldo en cualquier oficina del pueblo y en vez de montar a caballo, van en bicicleta, que es más bonito. No les importa ahogarse de fango al primer aguacero. Si están regresando las calabazas y los frijoles es por el cabrón dinero. Ahora la plata hala.
VIEJO.-  Si una gallina vale diez veces más de lo justo, los que estamos en el monte no tenemos la culpa. Yo vendo y revendo, pero no me vuelvo loco, ni tengo media esperanza de hacerme rico. El que nace para real no llega a real y medio. Deja que los demás se defiendan, que cada uno haga lo suyo y ponte más para dentro de ti mismo. Cualquiera ve que no te acabas de concentrar en una mujer, que saltas de aquí para allá. ¡Ya te pesará!
MUCHACHO.-    (Explotando.)  No soy mujeriego, Viejo.
VIEJO.-  ¿Y aquella muchacha? Parecías embullao.
MUCHACHO.-  A ti te daba una mezcla de miedo y de gracia conocer a mi negrita, pero a la larga te hubiera gustado. Es muy dulce y lo más parecido a eso que la gente llama compañía.
VIEJO.-  Muy bueno, pero también conozco blancas así.
MUCHACHO.-  Qué lástima, ¿no? La única mujer que me acomodó es negra como un totí.
VIEJO.-  ¡Yo no he dicho nada! A quien tenía que gustarle era a ti.
MUCHACHO.-  Ni te preocupes, no fue el color ni el miedo a que no quisieras un nieto mulato. Me cansé de vivir con tanta gente. Eran seis buenas personas, ¡pero seis! Hay un solo baño y la gente, aunque sea prudente y no se meta en la vida de los demás, orina. Los buenos también se bañan y muchos días lo que entra de la calle son dos cubos de agua.
VIEJO.-  ¿A dónde vas a llegar mirándolo todo por la parte fea? Si no te das una mano, te vas a hundir de verdad.
MUCHACHO.-  Todo el misterio de la maleta, mis quejas y descargas se resumen rápido: necesito vivir aquí contigo.
VIEJO.-    (Lo toma a broma.)  Menos mal que ahora te dio por espantar el gorrión con un chiste.
MUCHACHO.-  Te hablo totalmente en serio. Pero no te asustes, cuando te moleste me largo.
VIEJO.-  Si no estás jaraneando, tienes que arrancar ahora mismo para el médico.
MUCHACHO.-    (En un tono que recuerda en algo a los Delirios.)  ¿Le tienes miedo a mi compañía?¿Te parece que mirándome vas a tener delante la cara de todo lo que te arrepientes?
VIEJO.-  No dejaría sin techo a ninguno de mis hijos, pero lo que dices no tiene ni pies ni cabeza. Tu abuelo vino de Canarias huyendo de la guerra. Se bajó de un barco y se echó a andar sin saber bien en qué lugar estaba y menos dónde iba a encontrar una sombra para recostarse o la manera de ganarse un plato de comida. Fue levantando poquito a poco este trozo de finca. Nos pegamos duro. No llegamos a la riqueza, pero tampoco nos faltó un trozo de carne o una muda de ropa decente.
MUCHACHO.-  ¿Y después?
VIEJO.-  Eso no viene al caso ahora.  (Pausa. Trata de restarle importancia, pero no puede callarlo.)  Fue triste ver que lo que dijeron que iba a ser para todos se volviera delante de nuestros ojos un monte de marabú y de tierra seca.
MUCHACHO.-  Esas cosas las oí de niño en voz baja. Mamá no quería que nada empañara lo que nos decían en la escuela.
VIEJO.-  ¡Y tenía razón!
MUCHACHO.-  ¿Por qué, porque está muerta? ¿Tú también piensas que es mejor vivir sin una parte de la verdad?
VIEJO.-   (Como dando por primera vez el brazo a torcer en este tema.)  Yo di por bien empleado el golpe. Ustedes estudiaron todo lo que les dio la gana, llegaron a la universidad. No decía nada porque soy raro, pero siempre fueron mi orgullo, sobre todo tú.
MUCHACHO.-  Me equivoqué, Viejo, y tú escogiste mal de quien sentirte orgulloso.
VIEJO.-    (Rudo y amoroso a la vez.)  No te cojas lástima, eso es cosa de pendejos.
MUCHACHO.-  ¿Y qué hacen los hombres? ¿Pegarse una soga al cuello? Porque en Cuba los machos se ahorcan y las mujeres se dan candela.
VIEJO.-  No te voy a acompañar en tu llantén, ni me vas a asustar.  (A la ofensiva.)  ¿Qué te hace falta? Háblame claro y sin tirarte encima todo ese churre que no es tuyo.
MUCHACHO.-  Es verdad que me tengo lástima y que llevo las cosas al extremo para que me digan: «No es tan así, no eres el único culpable».
VIEJO.-  Soy tu padre y no voy a permitir que se te olvide. No se trata de que yo esté cuidando un par de toros o un pedazo de tierra. La joroba parece que está en tu cabeza y hay que fajarse a trabajar para enderezarla.
MUCHACHO.-  ¿Y la tuya? ¿Alguien pudo ponerla en el lugar que para los demás era lo mejor?
VIEJO.-  A mí me tocó otro tiempo.
MUCHACHO.-  Eso es lo peor, mi Viejo, que hasta tú, tan independiente, tan protestón, tan por tu cuenta y riesgo, caíste en esta madeja, en el juego de creer que los que vinimos después íbamos a ser felices por decreto, adolescentes eternos y triunfadores por ley de gravedad.
VIEJO.-  Yo no soy tan tonto como te parezco. Allá dentro los vi de tu edad y con la vida hecha un trapo. Pero con esta cabeza dura, que tú me celebras cuando se te ocurre, te digo que chance, oportunidad, maneras sí han tenido.
MUCHACHO.-  Algunos lo han aprovechado mejor, como mi hermana.
VIEJO.-    (Fiero.)  Ella no es ninguna cualquiera.
MUCHACHO.-  ¿Quién se atreve a decir lo contrario? Dije que supo aprovechar, supo sacarle partido a sus dos idiomas bien aprendidos.
VIEJO.-  Pero no estudió pensando en eso, fue una casualidad.
MUCHACHO.-  Nadie le va a decir prostituta. Es una señora; se-ño-ra, como las mujeres empolvadas de la ciudad que nunca quisieron bailar contigo.
VIEJO.-  Tampoco le veo mucha gracia a morirse de frío lejos de la familia.
MUCHACHO.-  Pronto vendrá de vacaciones y verás cómo se llena la casa de primos que ya ni reconocemos. Al suizo le va a encantar todo esto. Va a querer tomar agua del pozo, ver cómo los gallos se le encaraman a las gallinas. Él viene aburrido de computadoras...
VIEJO.-    (Dando por liquidado el tema.)  Todo eso está por ver.  (Después de un silencio incómodo.)  Vamos a poner los pies en la tierra. Ayúdame a despajar unas mazorcas de maíz. Sé que bien tierno te encanta.
MUCHACHO.-   (Sensual.)  Mejor si le ponemos queso del de la casa, que todavía chorrea de fresco.
VIEJO.-    (Buscando la serenidad.)  Cuéntame lo que te pasó, pero sin miedo, sin machucarte contra las paredes.
MUCHACHO.-  Tienes unas uñas fuertes. Parecen un cuchillo... Mis manos son tiesas y torpes. ¿Por qué no me prestas un machete para ayudarte?  (Luego de una pausa densa.)  ¿Tienes miedo de que me mate delante de ti?
VIEJO.-   (Quitándole solemnidad.)  ¿Quién habló de quitarse la vida? Ella será cabrona y porfiada, pero es una sabrosura vivirla. Encuentro bien que no te des demasiada importancia, pero te está faltando un poco de enamoramiento de ti mismo.
MUCHACHO.-  Tendría que volver a las palabras guajiras que se me olvidaron, buscar mis recuerdos entre la maleza como se rastrea un nido de gallinas.
VIEJO.-  Muy lindo, pero eso me huele a cosas de libros.
MUCHACHO.-   (Parodiándolo.)  De gente sin oficio.
VIEJO.-  Estás hablando de un campo que se perdió o que por lo menos no se ve. La hierba es muy alta y mis manos están entumidas y no pueden darle la misma guerra que antes. Esos guajiritos mansos y buenos que tú tienes en la cabeza ya no los encuentras. Los muchachos nuevos andan en motocicletas y dicen palabritas de La Habana. Hay algunos que si te descuidas te roban delante de tu cara. Uno tiene que pasarse la vida levantando cercas y poniendo tablas. No se sabe si estás cuidando al animal o trancándote tú mismo.
MUCHACHO.-  ¿Y si entre los dos metemos todo esto por camino?
VIEJO.-  Eso no es lo tuyo. A los dos días vas a estar echando de menos la conversadera con tus amigos, las diversiones de la gente de allá.
MUCHACHO.-  A mí porque me ha dado por mirar hacia dentro y ellos porque se encandilaron con lo de afuera. Ahora son ingenieros que reparten flores en una camioneta o médicos que trabajan en una gasolinera.
VIEJO.-  El que por su gusto muere...
MUCHACHO.-  Lo que quieren es vivir mejor, rodar un carrito elegante.
VIEJO.-  Pero no están acostumbrados a pegarse de sol a sol. La gente se cree que el monte es orégano y el mar de leche.
MUCHACHO.-  Cada uno en lo suyo. A mí me gusta mi país. Cuando he estado afuera extraño a la gente bulliciosa, las mujeres con los shores apretados. Miro los derrumbes y la cabeza se me encoge de tanta tristeza, pero algo me dice que la solución no está en salir huyendo.
VIEJO.-   (Las últimas palabras de MUCHACHO le complacen y lo llevan, por asociación a ser indiscreto.)  Entonces, ¿tu hija?
MUCHACHO.-  Muy cerca y muy lejos, creciendo.
VIEJO.-  Pudiste haberla aguantado, sujetarla a ti.
MUCHACHO.-  Cuando supe de ella ya había cruzado el charco, pero casi seguro no hubiera hecho nada por retenerla. Su madre tiene una familia llena de dinero. Si la dejaba aquí, qué le digo mañana, con qué respondo yo.
VIEJO.-    (Sospechando que MUCHACHO no resiste más.)  Se ha dado bueno el maíz este año.
MUCHACHO.-   (Agradeciendo el giro.)  ¿De verdad que ya no te enamoras?
VIEJO.-  Perro huevero, aunque le quemen el hocico. En cualquier momento conoces a una medio tiempo que también habla a media lengua, pero todo lo demás lo tiene completo.

(Los dos ríen. El breve alivio de la tensión da paso al Segundo Delirio.


SEGUNDO DELIRIO


El ritmo debe ser aquí atronador y frenético. La atmósfera transmitirá un sentido de inminencia.)

MUCHACHO.-  No se puede creer en las promesas de los borrachos. Me olvido de lo que aseguro después de la segunda botella. Tampoco me voy a arrastrar pidiendo perdón.
MUJER 3ª.-    (El director puede escoger entre corporizarla o trabajarla sólo con un descarnado diseño de luces.)  Pierdes el tiempo, botas el dinero, te ríes ahora para amargarte después. Me cambias los planes, me ensucias el ánimo.
MUCHACHO.-  Yo no vomito ni me caigo a golpes con la gente.
MUJER 3ª.-   (Objetiva, sin pretender aplastarlo.)  Ibas a decir que no te orinas en los pantalones, porque ya te measte dos veces y te cagaste una. ¿Qué vas a dejar para cuando estés más viejo?

(Se desvanece la imagen. El siguiente parlamento incluye un fragmento del poema, pero debe ser dicho con sencillez, sin pizca de declamación.)

MUCHACHO.-  No brindan los borrachos. / No intercambian angustias, / perdido cada uno en su vaso y su muerte. / La tarde acribillada del borracho es / tartamuda ofrenda hacia el amigo / que soporta valientemente la sobriedad.  (Se interrumpe.)  Yo pude ser poeta y aquello un jardín. En mi cabeza se posan versos y por ahí andan los árboles esbeltos, pero ¡qué carajo! Lo que ahora llena esa sombra son las bromas pesadas, los besos recalentados, el señor bueno que escribe libros y anda a pie por la ciudad. Me entierro de rodillas en ese jardín...  (Agónico.)  Peor es podrirse en las antesalas y tragarse el maquillaje de las secretarias.

(Irrumpe FUNCIONARIO 2º. Muy similar al del Primer Delirio, pero aquí más abstracto, confundible con la voz metálica que representaba los formularios.)

FUNCIONARIO 2º.-  Compañero militante, esto no se puede permitir.

MUCHACHO.-  ¿Militante? ¿Así, sin apellidos?
FUNCIONARIO 2º.-  Usted tiene un carné y debe responder a eso.
MUCHACHO.-  ¿Responder o preguntar?
FUNCIONARIO 2º.-  Los intelectuales le llenaron la cabeza de humo.
MUCHACHO.-  El humo, comerse el humo de la mariguana... No me da mucha gracia, me pone silencioso. El alcohol es el bárbaro de la película porque te tira hacia fuera. Hay un trago en el que te vas de los demás y no eres ni feo, ni triste, ni perdedor. Tal parece que te vendieron par de horas de eternidad.

(Se disuelve la imagen de FUNCIONARIO 2º. A gran velocidad aparece MUJER 1ª. Ahora es más fría y puede llegar a resultar cruel.)

MUJER 1ª.-  No te hagas el patriota, no viniste por miedo.
MUCHACHO.-  Miedo al mar, miedo a lo hondo, miedo a morir ahogado... ¡Me ahogo, coño!
MUJER 1ª.-  Al trabajo duro, a ser un inmigrante, un extranjero de mierda, con la barriga llena, pero que nadie conoce, ni saluda, ni respeta. Miedo al frío y a la madre de los tomates. Yo me metí en un barco, caminé largando pedazos de mis piernas en los mangles con tu hija de tres años entre los brazos. ¿Sabes lo que es esto?
MUCHACHO.-  Un papel, siempre los papeles.
MUJER 1ª.-  No estaba segura de que me firmaras para poder sacar a la niña del país. A lo mejor quería que dijeras que no, que me arrastraras a quedarme, pero al lado tuyo, ¡en tu cama!
MUCHACHO.-  Te pusiste vieja, te pusiste amarga, te pusiste mala.
MUJER 1ª.-  ¡Maricón!

(Súbito y poderoso apagón. Se recorta o se insinúa la imagen de una mujer desnuda.)

MUCHACHO.-    (Imita en caricatura a un borracho. Canta.)  «Cuando bebo mi vino / no pregunto si el vaso / ha saciado la sed / de otro buen bebedor».  (Repite en una letanía que recuerda la embriaguez.)  «Cuando bebo mi vino / no pregunto si el vaso...».
MUJER 2ª.-  Eras un niñito y no supiste hacer las cosas. Cuando te acariciaba en la madrugada mis manos no mentían, pero mis dedos estaban cuarteados de fregar calderos, mientras la tuya era como una piel de vacaciones. ¿Por qué no me hiciste creer, con sangre lo que decían tus poemas?
MUCHACHO.-  Vete, te di una oportunidad y te reíste de mí. Me empiné la copa con sobras y sin asco.
MUJER 2ª.-  Estás hablando como un jefe o un dueño.

(Después de un silencio se escuchan, aún más distorsionadas que en el Primer Delirio, las frases de las planillas. La pregunta de si tiene familiares en el extranjero es respondida a nivel gestual, tal vez con una convulsión u otro recurso que encuentre el actor. La situación es tan agónica que la segunda pregunta resulta como un alivio para el personaje.)

HAZ DE LUZ.-  ¿Tiene creencias religiosas?
MUCHACHO.-   (Acercándose al delirio pleno.)  No creo, no creía, no creeré en nada. Pero me gusta mirarle los ojitos a mi Eleggua por las mañanas, aunque no sea lunes ni yo sepa dar bien los tres golpes en el suelo. Me costó trescientos pesos en moneda nacional el pedazo de coco que con misterio y mucha fe promete abrir y cerrar los caminos.
VOZ EN OFF.-   (En el primer momento el espectador no está seguro de que sea el VIEJO.)  Ésas son cosas de negros y de gente de orilla. Te hicieron una brujería para amarrarte a la pata de la cama de alguna prieta. No pensé que tu mujer, tan fina, anduviera en esos pasos.
MUCHACHO.-  Todos somos negros, abuelo también vino de África. Tú tienes como tres marcas en la espalda: guajiro, jugador de gallos, presidiario. Eres recontraprieto para los que miran por arriba del hombro.
VIEJO.-  ¡A machetazos voy a romper esa brujería! Cogen palos del monte, huesos de muertos, y sangre, y cabezas de animales, y el copón divino para arrastrarte y hacerte comer tierra.
MUCHACHO.-  Palo del monte, palo de los muertos, la piel de un majá, dientes de tiburón; los muertos bajan y vomitan sangre.

(Aparece MUJER 3ª. Se pronuncia en un tono aparentemente más realista y sosegado.)

MUJER 3ª.-  Dicen que hay un muerto oscuro dándote vueltas, mi amor.

(Se produce una yuxtaposición entre las voces y las sombras de VIEJO y MUJER 1ª.)

VIEJO.-  ¡Brujera!
MUJER 1ª.-  ¡Mosquita muerta! ¡Aléjate!
MUJER 3ª.-  Bien sabes que nunca hice nada para retenerte acostado sobre mí. No se puede estar amarrando a los hombres porque cuando quieres soltarlos se vuelven una carga que te cae encima y no te deja respirar.
MUCHACHO.-   (Casi fuera de sí.)  Tú aquí no, tú eres del otro mundo, de los helados, de los atardeceres. Contigo hice el último intento. Hasta me creí capaz de reír tomando un batido de frutas, de gozar la ropa limpia del domingo y una buena película con tu cabeza en el hombro y esa forma dulce y tan inteligente de ponerte los espejuelos. Contigo me quedé sin pretextos. Me pasaba lo contrario que con la primera...
MUJER 3ª.-  Estoy peor que ella. Al menos le queda una hija con tu cara y la esperanza de un día volver a verte. Ven conmigo, hazle el amor al campo.
MUCHACHO.-  Le canté al río, pero ayudé a que el polvo fuera más seco. Busqué rimas para la ceiba, pero en mi trabajo fui de los que impidieron que la semilla llegara a la tierra enfangada.  (Parece como si se desmayara.) 

(Hay un silencio duro. A partir de aquí el protagonista estará consciente, pero perplejo. Formará parte de una pesadilla en la que no puede hablar.)

VIEJO.-  Pica gallo, mátalo rápido. Yo voy cuarenta monedas al Indio... El Giro es una mona, no puede con el mío.  (En el juego de la pelea de gallos puede trabajarse, a nivel de imagen, que él es como un gallo que pelea y revolotea con su doble.)  Lo tenía casi rendido, picando el suelo con las plumas llenas de sangre por los cuatro costados. Y el cabrón gallo dio una vuelta en el aire, parecía que era para acabar de estirar la pata y morirse, pero en el revoloteo... ¡El venazo! La espuela se clavó una pulgada debajo del pescuezo y el Indio de mi alma cayó redondo, muerto.
MADRE.-  Lloraste más al gallo que a mí.
VIEJO.-  Vete, mujer, coño. No le tengo miedo a los muertos ni ando creyendo en musarañas.
MADRE.-  Yo no te abría las piernas porque fuera tu mujer propia ni para que me llenaras la barriga de hijos. ¡Qué sabroso hubiera sido conocer una cama grande como las del pueblo, y perfumes, y una coqueta con un espejo limpio donde arreglarme para ti!
VIEJO.-  Parecías puta por presumida, loca por andar riéndote, orgullosa de tan linda.

(MUCHACHO no puede más con estas visiones. Corre hacia el fantasma de la MADRE que se le escapa. Va hacia la sombra de VIEJO. Parece que se va a evaporar, pero logra atraparla fugazmente.)

VIEJO.-   (Escapando. Con todas las gradaciones que terminan adentrándose en la ternura.)  Comemierda, comemierdita, hijo macho que tanto esperé.

(MUCHACHO queda solo en escena. «Gatea» como un niño pequeño. La impresión debe ser de que va recuperando poco a poco las palabras. No es aprendiendo a hablar, pero sí reconociéndose de regreso a su propio lenguaje.)

MUCHACHO.-   (Palabra por palabra, tierno.)  Los mangos verdina engañan a cualquiera. La cáscara verdecita, y por dentro, dulces como almíbar. El mango macho es narizón, como el tío abuelo de la niña más linda de la escuela.  (Va ganando en intensidad.)  Nada es más rico que pescar con la mano y que un peje se enganche en tus dedos. Es un susto que se parece a cuando uno se enamora.  (Transición.)  ¿Tú sabes por qué al guanajo se le arruga la cabeza?  (Maldito, travieso, tal vez ríe.) Porque la naturaleza tiene cosas del carajo.  (Ahora canta estos versos. El candor se mezcla con algo de adultez.)  «Mujeres de Caibarién / que andan con americanos / recuerden que los cubanos / tenemos picha también».  
(Pasa por el fondo, como una visión borrosa, el VIEJO.)
  «El valle donde nací / cuando besa el sol su falda / es un tazón de esmeralda / con la tapa de rubí».  
(La sombra de VIEJO se detiene. Lo mira con rechazo. Sale hacia la oscuridad.)
  Nada de décimas ni sonetos sueltos. Lo tuyo eran las rancheras mexicanas, tu héroe, aquel Juan Charrasqueado que fue borracho, parrandero y jugador, tres méritos muy importantes para un hombre de pelo en pecho.  (Canta, primero con dulzura y al final se va cargando hasta llegar a la angustia.)  «Voy a contarles un corrido muy mentado, / lo que ha pasado allá en la hacienda de la flor, / la triste historia de un ranchero enamorado. /  (Contrasta el tono con la acción que narra.)  Un día domingo que se andaba emborrachando / a la cantina le vinieron a avisar».

(Entra primero la voz y después la figura del VIEJO.)

VIEJO.-  «Cuídate, Juan, que por ahí te andan buscando, / son muchos hombres, no te vayan a matar».
MUCHACHO.-   (Como si hablara de sí mismo.)  «No le dio tiempo de montar en su caballo, / pistola en mano se le echaron de a montón».
VIEJO.-  «Él le gritaba: estoy borracho y soy buen gallo».
MUCHACHO.-  «Cuando una bala atravesó su corazón».

Súbito apagón en el que se oye el contrastante dúo de VIEJO y MUCHACHO, que sirve de transición al Acto Tercero.



Acto III

En el comienzo del Acto los dos personajes terminan la canción, pero ahora no es cantada ni con matices, sino con naturalidad y como diálogos de una conversación de aparente intrascendencia.

MUCHACHO.-  «Y aquí termino de contarles el corrido».
VIEJO.-  «Lo que ha pasado allá en la hacienda de la flor».
MUCHACHO.-  «La triste historia de un ranchero enamorado...».
VIEJO.-   (Rompiendo este juego.)  Vamos a hablar en serio, Muchacho.
MUCHACHO.-   (Vuelve a la ranchera, canta con cierta amargura.)  «La triste historia de un guajiro enamorado...».
VIEJO.-  ¡Vas a seguir con lo mismo!
MUCHACHO.-  Yo borracho y tú jugador... ¿Qué se debe aquí? ¿Y la parranda? ¿Se acabó, Viejo?
VIEJO.-  Estás hablando mierda.
MUCHACHO.-  No traigo ningún muerto en esa maleta, pero choqué mi carro y una mujer está agonizando por mi culpa.
VIEJO.-  No juegues con esas cosas.
MUCHACHO.-  ¿Me irías a ver a la cárcel?
VIEJO.-  ¡No menciones más esa palabra en mi casa!
MUCHACHO.-  Yo no fui a visitarte porque era muy chiquito.
VIEJO.-   (Desesperado.)  Eso no puede ser verdad, no anduvieras suelto.
MUCHACHO.-  No hubo denuncia porque es casada y ella cree que el marido es celoso. Al tipo le da lo mismo, es un gozador, pero ella se moja con eso de que la espíen y que puedan caerle a golpes en plena calle.
VIEJO.-  Menos mal.
MUCHACHO.-  ¿Menos mal qué? ¿Que es ella y no yo el que está lleno de sueros y de vendas, al borde de la pelona?
VIEJO.-  Lo mejor que haces es no manejar más.
MUCHACHO.-  No me había tomado ni una gota. Tenía ese miedo, ese temblor que da la resaca.
VIEJO.-   (Compulsivo.)  Ahorita tienes 40 años y sigues viviendo como un chiquillo.
MUCHACHO.-  No vine de visita, Viejo, vine a morirme.
VIEJO.-  Te dejas de mariconerías. El que se la quiere arrancar se pega una soga al pescuezo.
MUCHACHO.-  Sigues sin entenderme. No es suicidio. Vine a morirme, a enterrarme aquí. Me cansé, me fundí, perdí.  (Pausa.)  Era la primera vez que me enredaba con una mujer casada. Odio el misterio, las palabras a medias, las llamaditas en clave. Pero ésta me arrastró. Llegué a pensar en meterme en la cama con ella, con el marido y otro par de locas.
VIEJO.-  ¡Asqueroso! Cuando uno llega a eso...
MUCHACHO.-  Debe arrancársela...
VIEJO.-  Déjame tranquilo. No te creo ni la mitad. ¿Cómo esa mujer está al morirse y tú no tienes ni un arañazo de gato en la cara?
MUCHACHO.-  Se tiró del carro antes que el camión nos pasara por arriba. Y yo fui tan egoísta que metí un timonazo. Yo, que soy el peor chofer de la nación, tiré un corte de película americana y me salvé. Estoy liso, entero, sano por fuera. Pero acabé de reventar por dentro. Lo único que puede aliviarme es meter la cabeza en el río, hablar con una trucha debajo del agua, dejar que un mango bien maduro me chorree la barriga y mojarme hasta los huevos...
VIEJO.-  ¿Y si no te dejo? ¿Si no quiero que vivas aquí?
MUCHACHO.-   (Brusco cambio de tono.)  Si es así, me voy ahora mismo y no hay nada de qué hablar. No voy a esperar por una herencia de cuatro metros de tierra encharcados de angustias. No creo en esa idea de que los hijos se mueren después que los padres y que son los que deben seguir sus pasos. Nadie sigue el camino de nadie.
VIEJO.-  Mientras más sabes menos entiendes. Hablas de ti, de ti, pero, ¿y yo, Muchacho del demonio? Me quedé aquí, cada vez más solo. Discutía contigo, decía que estudiabas en Rusia, para fastidiarte con el cabrón nombrecito, pero no pensé vivir para ver cómo se acababa todo aquello tan grande y que para mí era derecho y fijo.
MUCHACHO.-  No te gustaba. Te dejaron sin lotería, sin tu cerveza fría de los domingos...
VIEJO.-  ¡Al diablo con la política ahora! Los tipos de abajo como yo nos quejamos de este gobierno y del otro y del de más allá, pero es lo mismo que hablar de si va a llover o si la mujer del vecino nuevo está buena hembra. Me dieron palos antes del cambio y después. Pero yo soy hijo del camino y la polvacera, un perro con llagas en el lomo de trabajar y equivocarse. Tú no, Muchacho. Eres el primero de la familia que montó en avión, que habló con gente del fin del mundo. Cuando te llevaba la contraria, más de la mitad de las veces lo hacía por buscarte la lengua, por ver cómo te lucías con tu cabeza fresca.
MUCHACHO.-  ¿Y las cosas buenas de antes de yo nacer? ¿Por qué nunca discutimos sin que tú te metieras detrás del sombrero de padre regañón y yo no pudiera moverme de mi puestecito de vejigo con privilegios?
VIEJO.-  Te hablaba de lo que se perdió porque las buenas las tenías tú en el pellejo. Te permito cualquier cosa menos que vengas a restregarme en la cara que este viejo fatal y cabeza dura tenía la razón. Siempre pensé que a mis majaderías no había que darle vueltas ni hacerle demasiado caso, que te harían más fuerte en lo tuyo. Quería darte un empujón para echar más pa'lante. Ahora vienes con el capricho de regresar, de torcer la vida, y eso, ni te lo creo ni me da la gana de aceptarlo.
MUCHACHO.-  Salir de la casa me abrió todo ese mundo que estaba del camino real para allá, pero también me obligó a no tener otro cuarto que mi litera y las dos de al lado. No supe lo que era una comida en familia, ni un regalo de cumpleaños que llegara a tiempo. Y esas cosas hacen falta, Viejo.
VIEJO.-   (Más íntimo.)  Eres egoísta como un chivo que no deja a los demás acercarse al mazo de hierba. Vienes de las luces, las mujeres con perfume; llegas de las noches de fiesta a amargarle la vida a tu padre. Hay una cincuentona que quiere venir para este rancho a lavarme la ropita, hacerme la comida como Dios manda y gozar con el rastrojo de rabo que me queda. Pero contigo aquí, quejándote, esa mujer también se me va a ir. Ella tiene de qué dolerse más que tú.  (Sarcástico, amargo, defendiéndose.)  ¿O te gusta la idea de meternos los tres en una cama como pensabas hacer con el marido de tu amiga?

(Silencio incómodo. MUCHACHO se acerca a la puerta. Parece decidido a escapar.)

MUCHACHO.-  Ya es tarde para dos comidas. Goza con tu nuevo amor. Después de todo debe ser sabroso una mujer que habla a medias. Cuando se la metes debe gritar muy gracioso.
VIEJO.-  No voy a seguir aguantando tu lengua cochina.
MUCHACHO.-  ¿Vas a pegarme con un chucho o con la soga de enyugar los bueyes?
VIEJO.-  No pueden decir que fui un padre abusador.
MUCHACHO.-  Me voy, papá.
VIEJO.-  ¿Y a dónde, si se puede saber?
MUCHACHO.-  No se puede saber, no lo sé yo. A los tres tragos suelen aparecer amigos que son de mentira, pero que acompañan como nadie. Mañana no importa si no nos conocemos ni nos saludamos, pero hoy es cuando necesito un hombro donde echar una lagrimita.
VIEJO.-  ¿Y después?
MUCHACHO.-  El futuro a esa hora no existe. Detrás de la risa de ahora mismo hay un muro, una calle cerrada.
VIEJO.-  Eso de andar amenazando con matarse no es cosa de hombres, sino de mujercitas con picazón por la falta de macho.
MUCHACHO.-  No te estoy amenazando, pero tampoco pidas que te aplauda por las lágrimas de mamá, ni que te eche un discurso para curarte a estas alturas tu vicio por los gallos finos, ni que te recuerde que sus plumas y sus espuelas te importaban más que mis mocos o mis sueños. Está bueno ya de pasarnos la mano. Se rompió el cordón, Viejo. Tú me hiciste gozando una mujer bella y me diste de comer porque era tu obligación. Si sufres por mí, yo también lo hago por los dos.
VIEJO.-  ¿Eso es todo lo que me merezco, cabrón? Claro, es más fácil fajarse con el primero que se pare delante que con el fantasma que uno mismo se buscó.
MUCHACHO.-  Me voy. El perro anda todo el monte...
VIEJO.-   (Completa el refrán con toda la carga del desencuentro.)  ... Pero sabe muy bien en el palo que se rasca.
MUCHACHO.-  ¿Uno entra o sale del monte? ¿Cómo hace para saber qué mata o qué hierba te va a quemar el pellejo y el alma?  
(Silencio largo y hondo. Ninguno de los dos encuentra otro argumento adecuado.)
  Te regalo la pregunta, Viejo.

Cuando MUCHACHO sale del espacio escénico se desatan algunas de las visiones y los fantasmas de los Delirios. Tal parece que forman una pared y que impiden a VIEJO ir en busca de su hijo. 


Apagón.