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Insultos al público Peter Handke

Insultos al público
Peter Handke







Escuchar las letanías en las iglesias católicas. Escuchar los exhortos e invectivas del público durante un partido de fútbol.
Hacer girar libremente la rueda de una bicicleta, seguir el ruido de los radios desde su punto de unión, y observar cómo se ralentiza su movimiento desde el cubo de la rueda. Escuchar el arranque y la parada de una hormigonera. Escuchar las intervenciones del público a lo largo de un coloquio. Escuchar el trasiego de trenes en una estación. Escuchar el hit-parade de Radio Luxemburgo. Escuchar a los traductores simultáneos de las Naciones Unidas. Escuchar el diálogo del jefe de la banda (Lee J. Cobb) con la chica, en la película «La caída de Tulla», cuando ésta le pregunta al jefe cuántos hombres pretende eliminar, a lo que el jefe de la banda responde, reclinándose en su silla:  «¿cuántos me quedan aún?». Observar al jefe de la banda en este momento. Ver las películas de los Beatles. Observar, en la primera de ellas, la cara sonriente de Ringo Starr cuando, poco después de ser burlado por sus compañeros, se sienta en la batería y comienza a tocar el tambor.
Ver la mirada de Gary Cooper en la película «El hombre del Oeste».

Ver, en la misma película, la muerte del mudo, quien, con una bala en el cuerpo atraviesa tambaleándose el pueblo desierto y lanza un grito desgarrador.
Observar, en el zoo, los monos que imitan a los hombres y las llamas que escupen como ellos.
Observar el comportamiento de los vagos e inútiles que deambulan por las calles y juegan en las máquinas tragaperras.

Al entrar en la sala, los espectadores encontrarán el ambiente habitual que precede al estreno de un espectáculo. Entre bastidores podría simularse un gran alboroto, o un trasiego estrepitoso que se oyera desde la sala. Podría, por ejemplo, arrastrarse una mesa de un lado a otro del escenario, o tirar sillas desde el lateral izquierdo al derecho. Habría que hacerlo de tal manera que los espectadores de las primeras filas pudiesen oír las instrucciones dadas en voz baja por el regidor y la charla de los maquinistas detrás del telón. A tal efecto podría utilizarse una grabación realizada durante el montaje de una escenografía de otra obra. Los ruidos saldrán así amplificados por los altavoces. Es preciso clasificar los ruidos con el fin de conseguir un cierto orden, de encuadrarlos dentro de unas normas. El ambiente de la sala debe ser asimismo objeto de especiales cuidados: los acomodadores realizarán un esfuerzo especial y pondrán una extremada cortesía en el cumplimiento de sus funciones. Reducirán en la medida de lo posible sus habituales cuchicheos y, en general, perfeccionarán su estilo. Este refinamiento debe extenderse a todo. Los programas de mano estarán confeccionados con una elegancia especial. No hay que olvidar las campanillas que anuncian el comienzo del espectáculo. Se oirán intermitentemente, a intervalos cada vez más breves. La luz se irá apagando progresivamente y con la mayor lentitud posible. La actitud de los acomodadores que cierren las puertas llevará el sello de una gravedad especial, aunque esto no debe interpretarse como un gesto simbólico. No estará permitida la entrada una vez comenzada la representación. Tampoco tendrán acceso a la sala aquellos espectadores cuyo aspecto no sea el adecuado. Esta noción de aspecto debe interpretarse en el más amplio sentido de la palabra. Nadie deberá llamar la atención, ni resultar chocante su forma de vestir. Los hombres irán rigurosamente de oscuro, con camisa blanca, y corbata poco llamativa. Las señoras evitarán en la medida de lo posible los colores chillones. No se despacharán localidades de pie. Una vez cerradas las puertas y apagada la luz, el silencio se restablecerá detrás del telón. Un mismo silencio reinará sobre sala y escenario. Las miradas de los espectadores convergerán por un momento en el telón, que se mueve casi imperceptiblemente: un objeto se habrá deslizado rápidamente a lo largo del terciopelo. El telón se inmoviliza, y, transcurridos unos instantes, se eleva lentamente. Con el escenario abierto, surgen del fondo los actores y se dirigen hacia la embocadura. No encontrarán obstáculos, la escena está vacía. Su modo de andar no tiene nada de particular. Tampoco su forma de vestir. La luz va subiendo sobre el escenario y la sala a medida que se acercan a los espectadores. La claridad es la misma en una y otra zona. Es una luz que no deslumhra. Es la luz propia del final de un espectáculo. Esta misma luz permanecerá invariable a lo largo de toda la obra, tanto en la sala como en el escenario. Mientras se dirigen al proscenio los actores no miran al público. Sus palabras no van dirigidas al auditorio. En realidad para los actores el público no ha llegado aún. Primero, simplemente mueven los labios. Luego, poco a poco, sus palabras se han hecho perceptibles y, finalmente, se expresan en voz alta. Sus insultos se entrecruzan. Hablan todos a la vez. Se quitan las palabras de la boca. Uno dice lo que el otro está a punto de decir. Hablan todos a la vez. Todos dicen a un tiempo palabras distintas. Repiten las mismas palabras, elevan la voz. Gritan. Intercambian sus frases. Finalmente, se detienen todos en la misma palabra. La repiten a coro. Dicen, por ejemplo (sin alterar el orden): «Caricaturas, marionetas, bóvidos, cabezas de tocino, cascadores, caras de rata, papamoscas.» Es preciso conservar una cierta unidad en el relato. No hay sin embargo que poner intención en las palabras. Los insultos no son dirigidos a nadie en particular. No hay que atribuirle un significado a la forma de hablar. Los actores han llegado al proscenio antes de acabar su letanía de insultos. Se colocan en fila, pero no de forma ordenada. Tampoco están inmóviles, se mueven de acuerdo con las palabras que pronuncian. Miran al público sin mirar a ningún espectador en particular. Por un momento se callan. Se concentran. Después, comienzan a hablar. El orden de intervenciones debe dejarse a su propia elección. Todos ellos van a representar un papel prácticamente idéntico.






Señoras, señores, bienvenidos.
Esta obra es un prólogo.
No oirán aquí esta noche nada que no hayan oído ya.
No verán nada que no hayan visto ya.
Pero no verán lo que siempre se les muestra en un escenario.
No oirán lo que están acostumbrados a oír.
Van a oír todo lo que hasta hoy han podido oír en el teatro.
Van a oír todo lo que hasta hoy no han podido oír en el teatro.
Lo que esta noche les vamos a mostrar no es un espectáculo.
A decir verdad se arriesgan a no saciar su apetito.
Lo que van ustedes a ver no es una obra de teatro.
Esta noche no se representa una comedia.
Se les va a mostrar un espectáculo en el que no hay nada que ver.
Ustedes esperan algo.
Ustedes esperan quizás algo diferente.
Ustedes esperan seguramente una bella historia.
Ustedes no esperan seguramente una bella historia.
Ustedes esperan ver un determinado ambiente.

Ustedes esperan descubrir otro mundo. Ustedes no esperan descubrir otro mundo. En cualquier caso, ustedes esperan algo. ¿Quién sabe? Quizás ustedes se esperaban esto. Pero incluso así, ustedes esperaban otra cosa.
Están ustedes sentados en hileras. Forman un auténtico muestrario. Están colocados en un determinado orden. Todos miran en una determinada dirección. Sentados a distancias iguales unos de otros. Constituyen un auditorio. Forman una perfecta unidad. Son un público sentado en un teatro. Ustedes piensan libremente. Cada cual tiene sus pensamientos. Ustedes nos ven y nos oyen hablar. Sus alientos se confunden. Sus alientos se mezclan con los nuestros cuando nosotros hablamos. Ustedes y nosotros formamos poco a poco una misma cosa.
Ustedes no piensan. Ustedes no piensan en nada. Nosotros pensamos por ustedes. Ustedes no aceptan que pensemos por ustedes. Ustedes quieren permanecer objetivos. Sus pensamientos son libres. A decir verdad, nosotros nos colamos insidiosamente en sus pensamientos. Ustedes no tienen intenciones ocultas. A decir verdad, nosotros nos colamos insidiosamente en sus intenciones ocultas. Ustedes no piensan ya por sí mismos. Ustedes escuchan. Ustedes se dejan invadir. Ustedes no se dejan invadir. Ustedes se niegan a pensar. Sus pensamientos no son libres. Están ustedes prisioneros.
Ustedes nos observan mientras les hablamos. Ustedes no nos observan. Ustedes son observados. Ustedes están indefensos. Ustedes no están ya en la postura cómoda del espectador sentado en la oscuridad. Nosotros tampoco estamos en la postura incómoda del actor cegado por las luces que se enfrenta al negro abismo. Ustedes no son espectadores. Ustedes observan y pueden ser observados. Ustedes y nosotros formamos, poco a poco, una sola y misma cosa. En cierta medida, en vez de decir «ustedes» podríamos también decir «nosotros». Estamos bajo el mismo techo. Formamos una pequeña sociedad secreta.

Ustedes no nos escuchan. Ustedes nos escuchan. Ustedes no son ya el oyente que escucha al otro lado del muro. Nosotros les hablamos sin violencia. Nuestras palabras no chocan violentamente con sus miradas. Aquí no se les trata con menosprecio. Aquí no se les trata como a simples interlocutores. Ustedes no tienen que juzgarnos desde abajo, como contemplan las ratas a los pájaros.

Ustedes no tendrán que representar el papel de arbitro. No les vamos a tratar como espectadores a los que se les habla de vez en cuando. Esta noche nosotros no actuamos. Nosotros no salimos de un personaje para dirigirnos a ustedes. No necesitamos recurrir a la ilusión para intentar desilusionarles. No les mostramos nada. No actuamos la Fatalidad. No actuamos la Quimera. Esto no es un reportaje. No es lo que se llama teatro-documento. Esto no es un trozo de vida. Nosotros no les narramos nada. No estamos inmersos en una acción. No representamos ningún papel. No tenemos nada que ofrecerles. No pretendemos mistificarlos. Les hablamos sencillamente. Jugamos a hablarles. Cuando decimos «nosotros», estamos diciendo también «ustedes». No pretendemos representar su situación. Ustedes no pueden reconocerse en nosotros. Nosotros no actuamos una situación. Ustedes no tienen que sentirse involucrados. Esto no es un espejo que gentilmente les ofrecemos. No es de ustedes de quien se trata. Simplemente se dirige a ustedes. Podría dirigirse a ustedes. Si ustedes no lo aceptan, el tiempo les parecerá una eternidad.
Ustedes no viven realmente. Ustedes no participan. Ustedes no cumplen. Ustedes no viven una aventura. Ustedes no viven nada de nada. Ustedes no imaginan nada. No es preciso que se imaginen algo. No hagan ninguna suposición. No es preciso que ustedes sepan que esto es un escenario. No es preciso que ustedes esperen nada. No se inclinen hacia adelante llenos de expectativas. Olviden totalmente lo que aquí ocurre. Nosotros no contamos ninguna anécdota. Ustedes no van a ser embarcados en ningún acontecimiento. Esta noche, ustedes no juegan. Esta noche se juega con ustedes. Un simple juego de palabras.
Esta noche no se da en el teatro lo que es del teatro. Esta noche, ustedes no obtendrán nada a cambio de su dinero. No podrán satisfacer su curiosidad. De nosotros no saltarán chispas. No habrán crujidos ni tensiones. No habrá suspense. Estas tablas, no representan el mundo. Forman parte del mundo. Estas tablas están aquí solamente para sostenernos. Este mundo no es diferente del suyo. Ustedes han dejado de ser simples mirones. Son el objeto de nuestro diálogo.
Nada se les oculta. No ven ante ustedes paredes oscilantes. No escuchan el ruido sospechoso de una puerta que se cierra. No oyen gemir el sofá. No ven aparecer a nadie. Ustedes no perciben ninguna imagen. Ustedes no ven siquiera el esbozo de una imagen.
Ningún fantasma. Ustedes no perciben la imagen del vacío. El vacío de este escenario no es el símbolo de otro vacío. El vacío de este escenario no significa nada. Este escenario está vacío porque la presencia de objetos nos delataría. Está vacío porque todo objeto sería superfluo. Este escenario no representa otro vacío. Simplemente está vacío. Ustedes no ven en él objetos que imitan a otros objetos. Sombras que imitan a otras sombras. Claridad que imita otra claridad. Luz que imita a otra luz. Ruidos que imitan otros ruidos. Decorado que imita a otro decorado. El tiempo que ustedes viven no es la imitación de otro tiempo. Sobre el escenario en que nosotros estamos, el tiempo es el mismo que entre ustedes. Nuestra hora local es la misma. Estamos en el mismo paralelo. Respiramos el mismo aire. Estamos en el mismo lugar. Aquí arriba, el mundo no es diferente que entre ustedes. La embocadura no es una frontera. Aquí no hay círculos invisibles. No hay círculos mágicos. Aquí no hay lugar para el teatro. Nosotros no actuamos. Nos encontramos todos juntos en el mismo lugar. La barrera no se ha roto, no deja filtrar nada, no existe. Ustedes y nosotros no estamos separados por un cinturón de rayos. No somos accesorios que se ponen en movimiento automáticamente. No somos la representación de nada. No seguimos indicaciones de un director de escena. No hemos pedido figurar a cualquier precio. No llevamos seudónimo. El latido de nuestros corazones no remeda otros latidos. Nuestros gritos no remedan otros gritos. Nosotros no surgimos de un papel. No somos personajes. Nosotros somos nosotros. Lo que nosotros pensamos no tiene necesariamente que coincidir con lo que piensa el autor.
La luz que nos alumbra no tiene un significado particular. Ni siquiera las ropas que llevamos tienen un significado particular. No dicen nada. No resaltan. No significan nada en particular. No han sido escogidos para darles a ustedes una idea de época, clima, estación o grado de latitud. No hay ningún motivo para haber escogido éstas y no otras. No tienen función alguna. Ni siquiera nuestros gestos tienen ninguna función que pueda informarles. Esto no es el teatro del mundo.
No somos cómicos. No hay previsto ningún objeto con el que eventualmente podamos tropezar. Si las cosas revelan a veces cierta maldad, es por puro azar. En esta obra no juegan objetos simulados, porque nosotros no jugamos con ellos. Los objetos no están hechos para girar a nuestro alrededor, sin embargo giran a nuestro alrededor. Si ustedes nos ven tropezar, piensen que lo hacemos involuntariamente. Sin premeditación. Quizás a causa de nuestras ropas. Si nuestras caras resultan ridículas, es también sin premeditación. Simplemente, no tenemos otras. Si alguno de nosotros se equivoca, y ustedes ríen esa equivocación, piensen que ha sido involuntariamente. Si alguno de nosotros tartamudea, tar-tarmudea sin querer. Si alguno de nosotros deja caer un pañuelo, es pura torpeza, no está previsto. Nada podemos hacer frente a la maldad de los objetos. No podemos utilizar palabras de doble sentido. O de varios sentidos. No somos payasos. No estamos en un circo. Ese sentimiento de potencia que se experimenta frente a la pista de un circo, a ustedes les está vedado. Tampoco tienen la suerte de observarnos por detrás, cosa siempre divertida. La comicidad de los objetos simulados, les está también vedada. Sólo tienen derecho a una comicidad, la de las palabras.
Esta noche, aquí se ridiculizan las posibilidades del Teatro. El dominio de esas posibilidades es limitado. El Teatro no desencadena. El Teatro encadena. Con nosotros, se comprende el destino en un sentido irónico. Nosotros no hacemos teatro. Nuestra comicidad no es delirante. Nosotros no provocamos una risa liberadora. El placer de actuar no existe para nosotros. Nuestro teatro no es una imagen del mundo. Tampoco lo es de la mitad del mundo. Nosotros no representamos dos mundos.
El tema de esta obra son ustedes. Ustedes son el centro de interés. Aquí no se trata de un tema, aquí se trata de ustedes. Esto no es un juego de palabras. Nosotros no tratamos de ustedes en tanto que individuos. Aquí, ustedes no están aislados. Ustedes no se distinguen unos de otros. Sus fisonomías se parecen. Ustedes no son un grupo de individuos. Ustedes no tienen nada de característico. No tienen destino. No tienen historia. No tienen pasado. No tienen experiencia de la vida. Todo lo más tienen experiencia del teatro. Ustedes tienen un «no sé qué». Ustedes son espectadores. Son un tipo de espectadores. No tienen personalidad. No son singulares. Son plurales. (No existen en singular, sólo existen en plural.) Sus caras miran todas en la misma dirección. Están sentados en hileras. Sus oídos perciben todos la misma cosa. Ustedes son un acontecimiento. Ustedes son el acontecimiento.
Nuestros ojos están fijos en ustedes. Pero ustedes no constituyen una imagen. Ustedes no son un símbolo. Ustedes son un adorno.

Apenas una muestra. Ustedes presentan signos característicos generales. Ustedes son del género que hay que ser. Una buena muestra. Todos ustedes hacen lo mismo, todos ustedes no hacen lo mismo. Todos ustedes están en la misma dirección. Ustedes no se levantan de sus asientos para mirar a derecha e izquierda. Ustedes son un tipo de espectadores de un determinado modelo. Ustedes han adquirido ciertas ideas sobre el teatro. Para ustedes existe, de una parte el escenario, que está elevado, y de otra la sala que está más baja. En su opinión, estos son dos mundos diferentes. La frecuentación de los teatros, les ha falseado esta concepción.
Pero esas concepciones, hay que destruirlas. Ustedes no asisten a una obra de teatro. Ustedes no son meros receptores. Ustedes están en el centro mismo de la acción. Ustedes son el fuego mismo. Ustedes están inflamados. Ustedes están a punto de ignición. No necesitan un modelo. Ustedes son el modelo. Ya han sido descubiertos. Ustedes son la revelación de la noche. Ustedes nos encienden. Nuestras palabras se inflaman al contacto con ustedes. La chispa que nos inflama, brota de ustedes.
Esta sala no pretende representar una sala. El escenario abierto que tienen ante ustedes no es la cuarta pared de una habitación. Aquí el mundo no tiene fisuras. Ustedes no verán puertas. Buscarán en vano las dos puertas del drama clásico. No verán la puerta de salida por donde escapa el que no quiere ser visto. No verán tampoco la puerta de entrada por donde aparece el que quiere ver al que no quiere ser visto. No hay salida. No hay siquiera la ausencia de puerta de los dramas modernos. No busquen un mundo detrás de este mundo. Nosotros no ponemos cara de ignorar su presencia. Para nosotros ustedes no son aire. Por el contrario, su presencia es de un interés vital. La causa de nuestro diálogo es precisamente su presencia. Sin ella, hablaríamos al vacío. Ustedes no son una abstracción. Ustedes no escuchan detrás de las puertas. Ustedes no miran por el ojo de la cerradura. Nosotros no aparentamos ignorarlos. No tratamos de arrancarles declaraciones. No pegamos sus declaraciones por las paredes. No les acusamos de traidores. No preparamos un golpe de teatro. Estamos aquí, pero no hemos entrado en escena. Nada de falsas salidas. Nada de apartes. No tenemos nada que contarles. No hay diálogos. No estamos en situación. No intercambiamos palabras con ustedes. Ustedes no son cómplices. Ustedes no asisten a un acontecimiento. No les abrumamos con exabruptos. Abandonen esa apatía. Despierten. Métanse bien en la cabeza que aquí no va a ocurrir nada. Lo que les molesta es que se les mire y que se les hable, cuando ustedes venían dispuestos a espiarnos desde la oscuridad, bien hundidos en sus butacas. Su presencia se ve recreada a cada instante por nuestras palabras. Se la alimenta, se la estimula, frase a frase, soplo a soplo. Su concepción del teatro no se tiene ya en pie. No están condenados a mirarnos, pero no se les da otra opción. Ustedes son el argumento. Ustedes son los actores. Ustedes son nuestros antagonistas. Se apunta hacia ustedes. Ustedes son nuestro blanco. Nos sirven de blanco. Es una metáfora. Ustedes son el blanco de nuestras metáforas.
Si consideramos dos polos, ustedes son el polo inmóvil. Ustedes están en estado larvario. Ustedes están en estado vegetal. Mirándolo bien, ustedes no son los sujetos. Ustedes son solamente objetos. Los objetos de nuestro diálogo. Pero son también el sujeto.
No hay pausas en nuestro texto. Las pausas entre las palabras no tienen sentido. Las palabras no pronunciadas son solamente aire. Entre nosotros, las palabras no pronunciadas no existen. El silencio no explica nada. No hay silencios elocuentes. No existe el silencio-silencio. No existe el silencio de muerte. Aquí no se fabrica silencio con las palabras. No hay ninguna acotación en el texto que nos obligue a callar. No busquen el abismo detrás de nuestras palabras. No hay espacios en blanco entre nuestras frases. No traten de leer entre líneas. No traten de descifrar nuestras caras. Nuestros gestos no les descubrirán nada sobre el asunto. Al callarnos no decimos lo indecible. Hemos renunciado a las miradas elocuentes, a los gestos expresivos. No consideramos el mutismo como un efecto artístico. No utilizamos letras mudas. Excepto la Hache. Es un lujo.
Ustedes ya se habrán formado una opinión. Ustedes ya habrán comprendido que nosotros rechazamos algo. Habrán podido constatar que nos repetimos constantemente. Habrán comprendido que esta obra es una transposición teatral. Ustedes habrán descubierto la estructura dialéctica de esta obra. Habrán detectado cierto espíritu de subversión. Se habrán dado cuenta de que rechazamos muchas cosas. Habrán podido constatar que nos repetimos. Ustedes son inteligentes. Ustedes son perspicaces. Ustedes no llegan a formarse una opinión. No han descubierto todavía la estructura dialéctica de esta obra. Ahora están comenzando a entrever algo. Su mecanismo de reflexión atrasa. Ustedes, solamente ahora, comienzan a tener destellos de inteligencia.

Tienen un aire fascinante. Tienen un aire cautivador. Tienen un aire deslumbrante. Tienen un aire alentador. Son únicos.
Pero no dan la talla. No son precisamente una idea luminosa. Son bastante pesados. No son lo que se dice un filón de oro. Por lo que se ve, el autor no anduvo, al escogerles, muy inspirado. Eso no es estar vivos. Ustedes no tienen talento. Ustedes no nos transportan a otro mundo. Ustedes no nos fascinan realmente. Ustedes no nos deslumhran realmente. Se puede decir que ustedes no nos divierten. A ustedes no les gusta jugar. No tienen ese don. Ustedes no saben qué es el teatro. Ustedes no tienen nada que decir. Ustedes no son muy convincentes. ¿Están ustedes ahí todavía? Ustedes no logran hacernos olvidar el tiempo. Ustedes no llegan a interesarnos. Ustedes nos aburren.
Nosotros no queremos representar un drama. Nosotros no pretendemos evocar una historia que hubiera ocurrido en el tiempo. Lo que nos interesa es el presente, y siempre el presente. No pretendemos hacer folklore representando de forma realista una historia que hubiera ocurrido realmente. Para nosotros el tiempo no representa ningún papel. Nos negamos a interpretar. Por tanto, negamos la idea del tiempo. Para nosotros el tiempo no es más que el paso de una palabra a la otra. El tiempo se escapa con las palabras. Nosotros negamos el hecho de que ese tiempo pueda ser recuperado. No se puede reconstruir un hecho exactamente y de la misma manera. Para nosotros el tiempo es el tiempo de ustedes. Nuestra medida del tiempo es su medida del tiempo. Ustedes pueden ajustar su tiempo con el nuestro. El tiempo no es un nudo con dos cabos sueltos. No es un elemento del folklore. Nosotros declaramos que el tiempo perdido no se recupera jamás. Entre ustedes y nosotros el cordón umbilical no ha sido cortado. Nosotros no jugamos con el tiempo. Para nosotros el tiempo es una cosa muy seria. Se escapa palabra tras palabra mientras hablamos. Nosotros decimos que esta fracción de tiempo les pertenece. Ustedes pueden medirlo con las agujas de su reloj. No hay otro tiempo que ése. El tiempo va acompañado con su respiración. Ustedes son la medida del tiempo. Nosotros medimos el tiempo con su aliento, con el movimiento de sus párpados, con los latidos de su corazón, con el crecimiento de sus células. Aquí, el tiempo se escapa segundo a segundo. El tiempo se regula con ustedes. Corre por sus espaldas. No, el tiempo perdido no puede recuperarse. No es un elemento del folklore. No es un espectáculo. No dejen vagar su imaginación. El tiempo no es un nudo con dos cabos sueltos. El tiempo no es exterior al mundo. No se extiende en dos planos diferentes. No hay dos mundos. La Tierra no deja de girar porque nosotros estemos aquí reunidos. Nuestro tiempo, aquí en el escenario, es también su tiempo, ahí en la sala. Se escapa cuando respiramos, cuando nos crece el cabello, cuando nuestros cuerpos segregan sudor. Se escapa mientras aspiramos los mismos olores y escuchamos los mismos ruidos. Nunca se recupera el tiempo perdido. Ni siquiera repitiendo las mismas palabras. Repitiendo una vez más que nuestro tiempo es su tiempo, que se escapa mientras respiramos, mientras crecen nuestros cabellos, mientras sudan nuestros cuerpos, mientras olemos y mientras oímos. Se repiten las mismas palabras, y ya son pasado. El tiempo perdido no se recupera jamás. Cada instante es histórico. Cada instante de nuestra vida es un instante histórico. No podemos repetir exactamente las mismas palabras de la misma manera. El tiempo no es un elemento del folklore. No podemos rehacer perpetuamente la misma cosa. No podemos repetir incansablemente los mismos gestos. No podemos seguir diciendo las mismas cosas. El tiempo se desliza entre nuestros labios. Lo pasado, pasado está. El tiempo no es un hilo. El tiempo no es una apariencia. El tiempo no se deja atrapar. El pasado está muerto y enterrado. No necesitamos marionetas para bailar el vals del tiempo. Esto no es un teatro de marionetas. Esto no es una broma. Esto no es juego. Pero no es una tragedia. Ustedes ven la contradicción. Nosotros hacemos juegos de palabras con el tiempo.
Esto no es una broma. Esto no es un asunto serio. Ninguno debe poner cara de muerto. Ninguno debe poner cara de vivo. No se trata de poner caras. El número de heridos no ha sido predeterminado. El epílogo no ha sido escrito aún. No hay epílogo. Nadie ha tenido que poner caras. Nosotros representamos lo que somos, y nada más. No pretendemos representar un estado diferente del que tenemos, aquí, y ahora. No hemos recurrido a artificios. No interpretamos nuestros personajes como si estuvieran en una situación diferente. No nos tomamos las cosas por el lado trágico. No pretendemos representar nuestra propia muerte. No pretendemos representar nuestra propia vida. No queremos profetizar. No pretendemos leer el porvenir. No buscamos evadirnos de este mundo. No pretendemos representar un drama. Nosotros hablamos. Nosotros hablamos, y, mientras tanto, el tiempo vuela. Hablamos de la escapada del tiempo. Hablamos de la fuga del tiempo. No pretendemos abolir el tiempo, ni predecir el futuro. Esto no es juego de apariencias. Esto no es un artificio. Y sin embargo hacemos muecas. Hacemos como si fuera posible repetir las palabras. Este es el mundo de las apariencias. Aquí, las apariencias son las apariencias. Las apariencias son aquí las apariencias.
Ustedes representan algo. Ustedes son alguien. Aquí, ustedes son algo. Aquí ustedes no son alguien, sino algo. Ustedes son una sociedad que forma un todo. Ustedes son un público de teatro. Por el aspecto de su indumentaria, por su actitud, por la manera en que ustedes miran hacia el escenario, ustedes forman un todo. El color de sus trajes no desentona con el color de sus asientos. Ustedes mismos forman un todo con Sus asientos. Ustedes están disfrazados, y al disfrazarse han salido de lo cotidiano. Se han disfrazado para asistir a una mascarada. Ustedes asisten. Ustedes miran. Ustedes miran fijamente. Y al mirar, ustedes se inclinan hacia adelante. Sus asientos no les impiden inclinarse hacia adelante. Ustedes son una cosa que mira. Necesitan espacio delante de ustedes. Cuando el telón está echado, ustedes se angustian poco a poco. No tienen perspectiva, se sienten enfermos. Se sienten oprimidos. Pero al levantarse, el telón se lleva sus angustias. Pueden al fin respirar. Pueden mirar libremente. Su mirada se libera. Ustedes recuperan su libertad. Ustedes pueden atender. No están ya prisioneros de la oscuridad. Ya no son alguien. Ahora son algo. No están ya solos consigo mismo. No están ya abandonados a ustedes. Están solamente presentes. Se convierten en público. Eso les libera. Pueden al fin «asistir».
Aquí, sobre el escenario, no hay un orden. No hay nada que les muestre un orden. No les proponemos un mundo virgen. Ni un mundo dislocado. Ningún mundo. Aquí, los accesorios no tienen lugar fijo. No se les ha designado ningún lugar. Y es porque no hay un orden establecido en el escenario. No hay marcas para las cosas. No hay marcas para los personajes. Así como todos ustedes tienen su sitio, aquí nada tiene su sitio. Las cosas no tienen sitio fijo. El escenario no es un mundo, como tampoco el mundo es un escenario.
Las cosas no tienen un tiempo preestablecido. Aquí no existe una sola cosa con tiempo preestablecido. Ni una cosa que sirva de ayuda al tiempo, o que deba servirle de obstáculo. No tenemos aspecto de servirnos de los objetos. Los objetos son puramente funcionales.

Ustedes no se pueden poner de pie entre sus asientos. Ustedes están sentados. Así como sus asientos forman un todo, ustedes también forman un todo. No hay localidades de pie. La gente sentada constituye un público mejor que la gente de pie. Por eso se les han proporcionado asientos. Sentados, están ustedes mejor dispuestos. Son ustedes más receptivos. Son ustedes más comprensivos. Son ustedes más indulgentes. Sentados, son ustedes más apacibles. Más democráticos. Tienen ustedes menos tendencia al aburrimiento. El tiempo les parece menos largo. Se dejan invadir más fácilmente. Son ustedes más perspicaces. Están ustedes más distraídos. Olvidan ustedes más fácilmente sus penas personales. Su universo se difumina poco a poco. Se pierden ustedes en el anonimato. Abandonan su identidad. Renuncian a su personalidad. Se vuelven una unidad. Se vuelven una especie. Se vuelven maleables. Pierden su sentido crítico. Se vuelven espectadores. Se vuelven oyentes. Se vuelven apáticos. Se vuelven en dos ojos y dos orejas. Se olvidan de mirar la hora. Se olvidan de quiénes son.
Si se hubieran quedado de pie, sentirían quizás a la larga la tentación de interrumpirnos. Según estudios anatómicos, un cuerpo de pie es potencialmente más violento. Sentirían ustedes, por ejemplo, la tentación de apretar los puños. Se revelaría su espíritu de contradicción. Se sentirían ustedes más libres de movimiento. Serían menos correctos. Podrían balancear una pierna sobre la otra. Tomarían conciencia de su cuerpo. Disminuiría su sentido estético. No formarían una masa uniforme. No se quedarían inmóviles. No guardarían una geometría perfecta. Se sentirían incomodados por sus vecinos. Podrían expresar su opinión. Si estuvieran de pie en la sala, estarían mejor colocados para salir por la puerta una vez acabada la función. Se sentirían más fuertes, y más reacios a entrar en el juego. Se harían menos ilusiones. Se harían más ilusiones. Serían más sensibles al escarnio de los pensamientos. Se sentirían más sueltos. Se abandonarían a ustedes mismos. Se arriesgarían a equivocarse sobre el sentido de los hechos. Los hechos les parecerían menos plausibles. Aceptarían más difícilmente, por ejemplo, que un muerto en la escena sea un muerto verdadero. Estarían menos atentos. Se dejarían invadir con menos facilidad. Estarían menos receptivos. No serían ya simples espectadores. Cada cual tendría su opinión. Sus pensamientos podrían vagar a voluntad por diferentes lugares. Podrían vivir a un tiempo aquí y en otra parte.
Nosotros no queremos contaminarlos. No queremos transmitirles el virus de uno u otro sentimiento. Los sentimientos no nos interesan. Nosotros no encarnamos sentimientos. No reímos. No lloramos. No pretendemos hacerles reír con nuestras muecas, ni llorar con nuestras payasadas, ni reír con nuestras lágrimas, ni llorar con nuestras lágrimas. Aunque la risa sea más contagiosa que las lágrimas, no queremos hacerles reír con nuestras muecas. Etcétera. Nosotros no jugamos. Nosotros no jugamos a nada. Nosotros no inventamos nada. Nosotros no gesticulamos. Nosotros nos expresamos únicamente con las palabras. Nos contentamos con hablar. Nos expresamos. Pero no expresamos nuestra personalidad, sino solamente la idea del autor. Nos exteriorizamos hablando. Hablar es obrar. Hablando, hacemos teatro. Hacemos teatro porque hablamos sobre un escenario. Y al continuar hablándoles, hablándoles del tiempo que se fue, hablándoles del momento presente y siempre del momento presente, respetamos la unidad de tiempo, de lugar y de acción. Pero esta unidad no la respetamos solamente en escena. Como la escena no es un mundo aparte, esta unidad la respetamos igualmente allá abajo, en su universo. Porque ustedes y nosotros formamos una sola y misma unidad durante toda la extensión de la obra. En vez de decir «ustedes», podríamos igualmente decir «nosotros». He aquí la unidad de acción. El escenario donde estamos nosotros, y la sala donde se hallan ustedes forman una perfecta unidad. No son dos mundos diferentes. No hay obstáculos entre nosotros. No hay dos lugares diferentes. No hay más que un solo y mismo lugar. He aquí la unidad de lugar. Su tiempo, el tiempo de los espectadores, de los oyentes, y nuestro tiempo, el tiempo de los intérpretes, forman una perfecta unidad. Porque no hay más tiempo que el de ustedes. No existe separación. Aquí no jugamos con el tiempo. Aquí sólo existe el tiempo real. No hay más que el tiempo donde ustedes y nosotros sufrimos la inexorable ley. Aquí no hay más que un tiempo único. Es la unidad de tiempo. He, aquí, pues las tres unidades: de tiempo, de lugar y de acción. Esta obra es una tragedia clásica.
Hablándoles, tomamos conciencia de ustedes mismos. Porque son ustedes a quienes hablamos. Ustedes toman conciencia de sí mismos. Toman conciencia de estar sentados. Toman conciencia de estar sentados en un teatro. Toman conciencia de la posición de sus piernas y de sus brazos. Toman conciencia de sus dedos. Toman conciencia de su lengua. Toman conciencia de su garganta. Toman conciencia de su cabeza. Toman conciencia de sus órganos. Toman conciencia del movimiento de sus párpados. Toman conciencia de sus degluciones. Toman conciencia de sus salivaciones. Toman conciencia de los latidos de su corazón. Toman conciencia del modo en que levantan las cejas. Toman conciencia de sus picores en el cuero cabelludo. Toman conciencia de sus picores por todo el cuerpo. Toman conciencia del sudor de sus axilas. Toman conciencia de sus manos húmedas. Toman conciencia de sus manos secas. Toman conciencia de su aliento. Toman conciencia del modo en que las palabras golpean sus oídos. Se vuelven presentes de espíritu.
Traten de no guiñar los ojos. Traten de no tragar saliva. Traten de no mover su lengua. Traten de estar perfectamente inmóviles. Traten de no estirar las orejas. Traten de no experimentar sensación alguna. Traten de no salivar. De no sudar. De estar tranquilos. De no respirar.
Pero ustedes respiran, ¿no es verdad? Ustedes salivan, ¿no es verdad? Ustedes escuchan, ¿no es verdad? Ustedes sorben, ¿no es verdad? Ustedes guiñan los ojos, ¿no es verdad? Ustedes tienen acidez, ¿no es verdad? Ustedes sudan, ¿no es verdad? Ustedes tienen una perfecta conciencia de sí mismos, ¿no es verdad?
No guiñen los ojos. No saliven. No frunzan las cejas. No aspiren. No resoplen. No se muevan. No sorban. No traguen. Retengan su respiración.
Traguen. Saliven. Guiñen. Escuchen. Respiren.
Ahora ustedes son conscientes de su presencia. Ustedes son el «deus ex machina». Ustedes saben ahora que el tiempo que se escapa es su tiempo. Ustedes son el sujeto. Son ustedes quienes se atan. Son ustedes quienes se desatan. Ustedes son el centro. Ustedes son el motivo. Ustedes son la causa. Ustedes son el motor. Ustedes están en lugar de las palabras. Ustedes son el sujeto y el objeto del juego. Ustedes son los jóvenes insensatos. Ustedes son los jóvenes actores. Ustedes son los inocentes. Ustedes son los sentimentales. Ustedes son los grandes personajes. Ustedes son los «bon vivants» y los héroes. Ustedes son los héroes y los canallas. Ustedes son los canallas y los héroes de esta obra. Ustedes son los artistas de la vida.
Antes de venir al teatro ustedes han tomado ciertas medidas. Han venido aquí con ideas preconcebidas. Se han preparado para venir al teatro. Ustedes se esperaban ciertas cosas. Su pensamiento se ha anticipado al tiempo. Han imaginado ciertas cosas. Se han preparado para cualquier cosa. Ustedes se han preparado. Se han preparado para asistir a cualquier cosa. Ustedes se han preparado para venir al teatro, para ocupar el lugar que habían reservado, para asistir Dios a sabe qué. Quizás habían oído hablar de la obra. Ustedes se han arreglado para venir a verla. Desde ese momento, ya tenían ustedes una cierta idea del asunto. Ustedes estaban dispuestos a sentarse aquí, y aguardar Dios sabe qué.
Al principio, su aliento estaba despegado del nuestro. Ustedes se han acicalado, cada cual a su manera. Se han puesto en camino, cada cual a su manera. Han llegado aquí por medios muy diferentes. Han cogido el tranvía o el autobús. Han venido a pie. Han venido en coche. Antes de salir, han mirado la hora, han esperado una llamada telefónica. Han descolgado. Han apagado las luces, han cerrado las puertas, han echado la llave. Y ya están en la calle. Caminan. Balancean los brazos. Ya han partido. Han partido cada cual en una dirección, para encontrarse todos en el mismo lugar. Se han encontrado gracias a su sentido de la orientación.
Voluntariamente, ustedes se han separado de los que emprendían un camino distinto. Ustedes, voluntariamente, se han separado de los que emprendían un camino distinto. Pero ustedes tenían el mismo objetivo. Durante un tiempo determinado, ustedes han tenido eso en común.
Ustedes han cruzado las calles por los pasos de peatones. Han mirado a derecha e izquierda. Han respetado los semáforos. Han saludado con la cabeza a los que pasaban. Se han detenido. Se han comunicado dónde iban. Han hablado de lo que esperaban de esta velada. Han intercambiado sus impresiones. Han dado su opinión sobre la obra. Han escuchado lo que se decía. Han estrechado las manos. Se han deseado una velada feliz. Han frotado las suelas de sus zapatos en el felpudo. Han abierto las puertas. Han sostenido las puertas abiertas para dejar paso. Han reencontrado el mundo. Se han sentido cómplices. Se han sentido hombres de mundo. Han sido solícitos con las damas. Les han ayudado a quitarse el abrigo. Se han vuelto a reunir en pequeños grupos. Han circulado. Han escuchado las campanillas. Han comenzado a intranquilizarse. Han echado una mirada al espejo. Se han retocado. Han mirado a derecha e izquierda. Han advertido que eran observados. Han continuado. Han dado unos pasos. Han vigilado sus gestos. Han esperado las campanillas. Han mirado la hora. Se han conjurado. Han tomado asiento. Han mirado a su alrededor. Se han erguido. Han mirado hacia adelante. Han vuelto la cabeza. Han respirado profundamente. Han advertido que la luz bajaba. Se han callado. Han oído que se cerraban las puertas. Han clavado su mirada en el telón. Han esperado. Se han tensionado. Ni siquiera han pestañeado. El telón se ha puesto en movimiento. Han oído deslizarse el telón. El escenario ha aparecido ante ustedes. Todo ha ocurrido como de costumbre. No han esperado en vano. Se han preparado. Se han apoyado en el respaldo de sus asientos. La representación podía comenzar.
Ustedes estaban dispuestos. Dispuestos para actuar. Se apoyaban en el respaldo de sus asientos. Nos comprendían. Nos seguían. Nos perseguían. Participaban. Participaban en algo que se desarrolla aquí desde hace mucho tiempo. Contemplaban el pasado, que a través de diálogos y monólogos, imita el presente. Se situaban ante el hecho consumado. Se dejaban envolver. Se dejaban hechizar. Terminaban por olvidar incluso dónde estaban. Por olvidar el tiempo. Se volvían atentos y permanecían atentos. No se movían en sus asientos. Renunciaban a la acción. Ni siquiera pensaban en echarse hacia adelante para ver mejor. No se dejaban llevar de sus impulsos. Miraban como si miraran a un rayo luminoso que hubiera aparecido mucho antes que ustedes hubieran comenzado a mirar. Sus ojos se zambullían en un espacio muerto. Escuchaban un lenguaje muerto. Se encontraban en un espacio muerto y en un tiempo muerto. No corría ni un soplo de aire. Ni un soplo de aire. Permanecían inmóviles. Miraban. La distancia que les separaba de nosotros era infinita. Estábamos infinitamente lejos de ustedes. Nos movíamos a una distancia infinita de ustedes. Estábamos ahí antes de que ustedes llegaran, infinitamente antes. Vivíamos aquí, en el escenario, desde la eternidad. Sus miradas y nuestras miradas se encontraban en el infinito. Un espacio infinito se extendía entre nosotros. Nosotros jugábamos. Pero no con ustedes. Ustedes estaban siempre en la noche de los tiempos.
Esta noche hemos jugado. Hemos dado un sentido a nuestro juego. Hemos dado intencionadamente el sinsentido. Nuestras palabras tenían un segundo sentido y un sentido oculto. Ustedes eran dobles. No eran en realidad lo que eran. No eran lo que aparentaban ser. Bajo su apariencia, se ocultaba otra cosa. Los objetos y los actos parecían ser, pero no eran. Parecían ser lo que parecían ser, pero en realidad eran diferentes. No parecían ser por parecerlo, pero parecían ser. Parecían ser la realidad. La obra no era un pasatiempos, o, por lo menos, no era solamente un pasatiempos. Tenía un significado. No estaba fuera del tiempo como las obras donde el tiempo es irreal. La gratuidad aparente de ciertos pasajes constituía precisamente todo su sentido oculto. Incluso las bromas tenían aquí un sentido profundo. Había siempre una trampa. Detrás de cada palabra, detrás de cada gesto, detrás de cada accesorio, algo, al acecho, buscaba su atención. Algo que tenía un doble sentido, o incluso varios. Siempre ocurría algo. Algo que ustedes debían considerar como real. Ocurrían historias. El tiempo que se escapaba, era un tiempo fingido e irreal. Lo que ustedes han visto y oído no debía ser únicamente lo que ustedes han visto y oído. Debía ser lo que ustedes no han visto y lo que ustedes no han oído. Todo estaba previsto. Todo tenía un sentido. Incluso lo que parecía desprovisto de sentido, lo tenía, porque en el teatro todo tiene un sentido. Todo lo que hemos hecho aquí, tenía, realmente, un sentido. No hemos actuado por actuar, sino por afán de realidad. Detrás de la actuación, era preciso descubrir una realidad actuada. El Teatro era el tribunal. El Teatro era el circo. El Teatro era el templo de la moralidad. El Teatro era el sueño. El Teatro era liturgia. El Teatro era un espejo. El juego no iba más allá del juego. Arañaba la realidad. Se volvía impuro. Cobraba un significado. En lugar de apartar el tiempo del juego, se jugaba, aquí, un juego ficticio y sin consecuencias. Con el tiempo ficticio se actuaba una realidad ficticia. Aquí no había ni realidad ni juego. Si hubiéramos jugado por jugar, el tiempo no habría tenido que intervenir. En el juego por el juego, el tiempo no interviene jamás. Pero como hemos fingido una realidad, el tiempo que le pertenecía fue, asimismo, fingido. Si hubiéramos jugado por jugar, no habría habido otro tiempo que el de los espectadores. Pero como hemos fingido una realidad, han habido siempre dos tiempos, el suyo, el tiempo de los espectadores, y el tiempo fingido que era, en apariencia, real. Pero no se puede jugar con el tiempo. No se deja atrapar en ningún juego. El tiempo escapa a nuestro control. El tiempo no puede ser fingido. El tiempo es real. Así como el tiempo no puede ser actuado, la realidad tampoco puede ser actuada. Sin embargo si se actúa, sin actuar el tiempo, se actúa. Si se actúa, actuando el tiempo, no se actúa. Por el contrario, si se actúa fuera del tiempo, no es preciso actuar el tiempo. Sin embargo, si se actúa fuera del tiempo, el tiempo no tiene significado. Todos los otros juegos, son juegos de niños. Sólo son verdaderos juegos, aquellos en los que el tiempo no interviene, o aquellos que están inscritos en un tiempo real, como los noventa minutos de un partido de fútbol que se desarrolla en un tiempo único: el tiempo de los jugadores, que es también el tiempo de los espectadores. Todos los otros juegos son falsos. Todos los otros juegos, deforman la realidad de los hechos. Fuera del tiempo, no existen hechos reales.
Nosotros podríamos ofrecerles un intermedio. Podríamos representarles los acontecimientos que tienen lugar fuera de esta sala, en este preciso instante, mientras ustedes están ahí, mirándonos, tragando saliva, guiñando los ojos. Podríamos presentarles una ilustración de las estadísticas. Podríamos representarles lo que, según las estadísticas, ocurre en otras partes, mientras ustedes están aquí. Podríamos representar estos acontecimientos en un juego. Podríamos hacerles interesar. No deben ustedes refugiarse en el pasado. Podríamos jugar a un juego. Podríamos ofrecer un intermedio mostrando, por ejemplo, la muerte del hombre que es objeto de esas estadísticas, en este preciso instante, sí, en este instante. Podríamos ponernos patéticos. Podríamos llamar a la muerte «el Pathos del tiempo», de este tiempo que es el objeto de todas nuestras palabras. La muerte sería el pathos de este tiempo irremplazable que malgastan ustedes aquí. Nuestro intermedio tendría, en todo caso, la ventaja de llevar la obra a su apogeo dramático.
Pero no queremos entrar en ese camino. Nosotros no fingimos. No queremos evocar otras personas u otros lugares, aunque su existencia esté demostrada por las estadísticas. Nosotros renunciamos al juego de las fisonomías y al lenguaje de los gestos. No hay personajes, no hay actores. La acción no está inventada del todo, porque no hay acción. Y como no hay acción, no puede haber azar. Todo parecido con personas vivas, agonizantes o difuntas, no solamente sería pura coincidencia, sino que es imposible. Pero no pretendemos representar una u otra cosa. No somos nada más que lo que somos. No representamos nuestros propios personajes. Nos contentamos con hablar. No inventamos nada. Aquí, nada es simulado. Nada está fabricado. Nada se deja a su fantasía.
Desde el momento en que no actuamos, que no nos movemos al actuar, esta obra no es ni francamente cómica, ni francamente trágica. Como nosotros no hacemos el payaso, ustedes no pueden realmente encariñarse con nosotros. Como nos contentamos con hablar, y no escapamos al tiempo, no podemos mostrarles una y otra cosa. No ilustramos nada. No evocamos el pasado. No explicamos el presente sirviéndonos del pasado. No explicamos el presenté sirviéndonos del presente. No anticipamos nada. Nosotros hablamos del tiempo pasado, presente y futuro.
Por eso nos es imposible presentarles, por ejemplo, un intermedio mostrando la muerte que tiene lugar en este instante, según las estadísticas. No podemos mostrarles a todos los que en este instante se ahogan, los que en este instante zozobran y se hunden, no podemos mostrarles a todos los que, en este preciso instante, gesticulan y se crispan. No podemos hacerles oír los últimos estertores y lamentos que, según las estadísticas, se elevan en este instante, ni el último álito, ni el último espasmo de los que agonizan, según las estadísticas, en este instante. Ni el ahogo, según las estadísticas, en este instante, sí, en este instante y en este instante, etcétera. Ni esta súbita inmovilidad, ni la tensión estadísticamente demostrada. No podemos mostrarles cómo en este instante, se llega de repente a una pavorosa inmovilidad. No. No podemos mostrárselo. Tan sólo podemos hablar. Y por eso, ahora, hablamos.
Desde el momento en que hablamos, y hablamos solamente de la realidad, nuestras palabras no pueden tener un doble sentido, ni varios significados. Desde el momento en que no jugamos una acción, no puede haber dos planos diferentes, ni varios planos. No puede haber un juego dentro del juego. Desde el momento en que no adoptamos ninguna actitud, que no contamos nada, que no representamos nada, no podemos ser poéticos. Desde el momento en que no hay un doble sentido en nuestras palabras, la poesía de la ambigüedad nos es ajena. Por ejemplo, nosotros no podemos ofrecerles un intermedio mostrándoles simultáneamente los gestos y las muecas de la muerte, y los gestos y las muecas del acto amoroso, estadísticamente probados, en este mismo instante, sí, en este instante. No podemos ser equívocos. No podemos actuar en dos planos. No podemos despegarnos del mundo real. No es preciso que seamos poéticos. No se trata de hipnotizarlos. No se trata de hacer brillar Dios sabe qué cosa ante sus ojos. No se trata de remedar una escena de esgrima. No necesitamos una segunda naturaleza. No estamos aquí para abandonarnos a la hipnosis. No hace falta que ustedes se imaginen Dios sabe qué. No hace falta soñar con los ojos abiertos. La libertad de nuestros sueños no debe rendirse a la lógica del teatro. Los fantasmas de sus sueños no deben encerrarse en los límites de la escena. El absurdo de sus sueños no debe plegarse a las leyes del teatro. Por eso no imponemos el sueño ni la realidad.

Por eso no intercedemos en favor de la vida ni de la muerte, ni de la sociedad ni del hombre, ni de las cosas naturales, ni de las antinaturales, ni de la alegría ni de la tristeza, ni de la realidad ni de la ficción. El tiempo no nos incita a la melancolía.
Esta obra es un prólogo. No es el prólogo de otra obra, sino el prólogo de lo que ustedes mismos han hecho, de lo que ustedes mismos harán. Ustedes son el argumento. Esta obra es el prólogo de un argumento. Es el prólogo de sus costumbres. El prólogo de sus acciones. El prólogo de su ocio. El prólogo de su sueño, de su descanso, de su esperanza, de su partida. Es el prólogo de la libertad y de la gravedad de sus vidas. Es también el prólogo de sus futuros placeres teatrales. Es el prólogo de todos los otros prólogos. Esta obra pertenece al teatro del mundo.
Ustedes comienzan ya a moverse. Ustedes se preguntan qué es lo que van a hacer. Ustedes se preguntan si van a aplaudir. Ustedes se preguntan si no van a aplaudir. Suponiendo que ustedes se inclinen finalmente por la primera opción, golpearán una mano contra la otra, la palma de la mano derecha contra la palma de la mano izquierda, a ritmo acelerado. Verán el movimiento de sus manos, tan pronto arriba como abajo. Oirán sus aplausos y los de sus vecinos y verán a su lado, delante de ustedes, manos que aplauden. O bien no oirán nada. Ustedes no ven las manos golpeando entre sí. Ustedes oyen quizás otra cosa, y hacen quizás otra cosa bien distinta de aplaudir. Ustedes se disponen a levantarse. Oyen sus asientos caer detrás de ustedes. No ven saludar, ven el telón caer. Pueden oír el telón deslizándose por los raíles. Guardan el programa en su bolsillo. Se entrecruzan miradas significativas. Se intercambian reflexiones. Se deciden a abandonar sus localidades. Se hacen señas. Oyen opiniones. Guardan para sí ciertas reflexiones. Hay en sus labios marcadas sonrisas. Sonríen cortésmente. Se dirigen al vestíbulo. Buscan la ficha del guardarropa, para retirar sus abrigos. Caminan por el vestíbulo. Echan una mirada al espejo. Se ponen sus abrigos. Abren las puertas. Como son galantes, dejan pasar primero a los demás. Se despiden de sus amigos. Acompañan a uno o a otro. Son a su vez acompañados. Vuelven a la calle. A la vida de todos los días. Parten en distintas direcciones. Algunos continuarán la noche juntos. Irán a cenar. Pensarán en sus problemas de mañana. Volverán poco a poco a la realidad. Podrán hablar nuevamente de la «cruda realidad». Les ganará el desencanto. Volverán a sus costumbres. No formarán ya una entidad. Abandonarán un lugar, para ir a destinos diferentes.
Pero poco después, serán nuevamente insultados.
Serán insultados porque el insulto es una forma de comunicarse. Al insultar, nos volvemos más naturales.
Hemos caído sobre ustedes. Derribamos los obstáculos que nos separan. Derribamos la cuarta pared. Vamos hacia ustedes.
Mientras les insultamos, ustedes no nos escuchan, pero nos oyen. La distancia que nos separa no es infinita. Mientras les insultamos, su inmovilidad y su incomodidad se hacen manifiestas. Nosotros no vamos a insultarles, sino a emplear los insultos que ustedes utilizan. En nuestros insultos, habrá grandes contradicciones. No nos dirigimos a nadie en particular. Vamos a crear un espacio sonoro. No tienen por qué sentirse amenazados. Ya que están advertidos, no se turben ante la avalancha de nuestros insultos. Ya que el tuteo es una especie de ofensa, podríamos tutearles. Sí. VOSOTROS sois el objeto de nuestros insultos. Y nos vais a oír. ¡Pedazo de besugos!
Habéis permitido que lo imposible se vuelva posible. Habéis sido los héroes de la obra. Vuestros gestos eran sobrios.. Vuestros rostros expresivos. Habéis logrado momentos inolvidables. No habéis actuado las situaciones. Erais en realidad los figurantes. Erais el acontecimiento. Habéis sido la revelación de la noche. Vuestra ha sido la parte más hermosa del éxito. Habéis salvado la obra. Merecía la pena veros, ¡pequeños mocosos!
Habéis estado presentes de un extremo a otro. Ni siquiera vuestros efectos más espontáneos han podido salvar la obra. Os habéis contentado con emitir sonidos. Vuestra mejor inspiración ha sido la abstención. Lo habéis dicho todo, sin decir nada, pequeños fanfarrones.
Habéis sido actores de primera clase. Vuestros comienzos fueron realmente prometedores. Os habéis mostrado en la cima de vuestra carrera teatral. ¡Habéis estado muy naturales! Nos habéis cautivado con vuestro encanto. Habéis actuado como los dioses. ¡Habéis hecho gala de vuestro dominio del juego, pequeños farsantes! ¡Atrofiados, cascanueces!
Ni una nota equivocada en vuestro juego. Habéis dominado la escena de punta a punta. Ha sido un juego de una extraña nobleza. Vuestros rostros transpiraban encanto. Erais el elenco ideal. Erais inimitables. Vuestra comicidad fue desternillante. Vuestra tragedia alcanzó una grandeza clásica. Habéis nadado en la abundancia. ¡Vosotros, pesimistas, bribones, abúlicos, escoria de la sociedad!
Estabais en plena forma. Habéis tenido realmente un buen día. Formabais un maravilloso equipo. Habéis sabido representar la vida de un modo admirable, vosotros, necios, groseros, ateos, chapuceros, salteadores, cerdos.
Vosotros nos habéis abierto horizontes. Habéis estado muy inspirados al ofrecernos esta obra. Os habéis excedido. Os habéis liberado por el juego. En vosotros ardía un fuego interior. Vosotros, soldados, sepultureros de la cultura occidental, apaches, sepulcros blanqueados, agentes del diablo, crápulas, miembros de la Gestapo.
Habéis estado realmente impagables. Habéis sido un huracán. Nos habéis producido escalofríos en la espalda. Habéis barrido todo a vuestro paso. Criminales de guerra. Canallas. Obsesos. Macacos. Hordas salvajes. Bestias con forma humana. Nazis.
Vosotros erais los honestos. Habéis estado interesantísimos. No nos habéis engañado. Sois actores perfectos. Vuestro mayor placer es acabar en un baño de sangre. Vosotros, los verdugos, los desequilibrados. Vosotros, los continuadores. Vosotros, los rezagados, las bestias de carga, los peleles, los engendros, los descarriados, los chivatos.
Vuestra técnica respiratoria está perfectamente a punto. Gritones, falsos patriotas, judíos capitalistas, bufones, marionetas, proletarios, rostros pálidos, francotiradores, fracasados, lacayos, inútiles, fardos, ladillas, meritorios, vergüenza pública, parásitos, caras de rata, vosotros, empollones.
Vosotros sois unos intérpretes ejemplares. Vosotros, papamoscas, padres de la patria, troskystas, vosotros, los embrutecidos, vosotros, los que abandonáis vuestros nidos, vosotros, los lunáticos, los derrotistas, revisionistas, revanchistas, militaristas, pacifistas, fascistas. Vosotros, intelectuales, nihilistas, individualistas, colectivistas, vosotros, políticamente subdesarrollados, vosotros, los intrigantes, los histriones, los antidemócratas. Vosotros, los falsos testigos, vosotras, putas de teatro. Vosotros, los brontosaurios. Vosotros, la claque, la tropa, la chusma, los desperdicios, los muertos de hambre, gruñones, mocosos, proletarios mentales, engreídos, donnadie, fulanos.
Oh, vosotros los que tenéis un tumor, los que escupís sangre, los que os desplomáis en ruinas, los que os pudrís, los que os asfixiáis, los que os consumís, los que os hincháis, los que rozáis la apoplejía, los mensajeros de la muerte, los candidatos al suicidio. Vosotros, los muertos en potencia, por accidente, por la guerra, por la paz. Vosotros, los muertos.
Oh, vosotros, accesorios de retrete, actores de carácter, galancitos, dramaturgos del mundo, mandarines, oráculos de Dios, ateos, ediciones populares, calcomanías, ilustres hombres de teatro, peste abominable, almas inmortales. Vosotros, los que no estáis en este mundo. Vosotros, los que estáis abiertos al mundo. Héroes positivos, aborteros, héroes negativos, héroes domésticos de la ciencia, nobles chochos, burgueses degenerados, vosotros, las clases cultivadas, hombres de nuestro siglo, predicadores en el desierto, santos de última hornada, niños de este mundo, tristes figuras, momentos históricos. Vosotros, dignatarios laicos y eclesiásticos, piojosos, capitanes, patronos, eminencias, excelencias, tú, Santidad. Vosotros, Altezas, vosotros, Monseñores, vosotros, cabezas coronadas, vosotros, almas mercantiles, vosotros, los indiferentes, vosotros, los anti-todo. Vosotros, los que construís el porvenir, vosotros, los que nos prometéis un mundo mejor, vosotros, los soberanos, vosotros, los insaciables, vosotros, los astutos, vosotros, que pretendéis saberlo todo, que creéis conocer la vida, vosotros, señoras y señores, vosotros, vosotros, personalidades de la vida pública y cultural, vosotros, vosotros espectadores, vosotros, vosotros camaradas, vosotros, vosotros honorable público, vosotros, vosotros prójimo, vosotros.
Bienvenidos todos. Muchas gracias y buenas noches.
CAE EL TELÓN pero se levanta inmediatamente, sea cual sea la reacción del público. Los actores están en escena, miran hacia el público, sin fijarse en nadie. Por los altavoces sale un estruendo de aplausos y silbidos. Se puede utilizar la reacción del público al final de un concierto de los Beatles. El público será verosímilmente reducido al silencio por este tratamiento de shock, si es que acaso no estuviera ya en silencio. Los gritos y alaridos no ceden hasta que el último espectador ha abandonado la sala. Sólo entonces cae, definitivamente, el telón.

3/4/15

Antígona Jean Anouilh


Antígona


Jean Anouilh

REPARTO
EL CORO
ANTÍGONA
LA NODRIZA
ISMENA
CREÓN
EL GUARDIA
2° GUARDIA
3° GUARDIA
MENSAJERO







ACTO ÚNICO
Decorado neutro. Tres puertas semejantes. Al levantarse el telón, todos los personajes están en escena. Charlan, tejen, juegan a las cartas. EL Prólogo se separa y se adelanta unos pasos.
EL CORO.- Los personajes que ven aquí les representarán la historia de Antígona.
ANTÍGONA es la chica flaca que está sentada allí, callada. Mira hacia adelante. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de un instante, y que surgirá súbitamente de la flaca muchacha morena y reconcentrada a quien nadie tomaba en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a CREÓN su tío, que es el rey. Piensa que va a morir, que es joven y que también a ella le hubiera gustado vivir. Pero no hay nada que hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar su papel hasta el fin... Y desde que se levantó el telón, siente que se aleja a una velocidad vertiginosa de su hermana Ismena, que charla y ríe con un joven; de todos nosotros, que estamos aquí muy tranquilos mirándola, de nosotros, que no tenemos que morir esta noche.
El joven con quien habla la hermosa, la feliz Ismena, es HEMÓN, el hijo de Creón. Es el prometido de Antígona. Todo lo llevaba hacia Ismena: su afición a la danza y a los juegos, su afición a la felicidad y al éxito, su sensualidad también, y sin embargo una noche, una noche de Baile en que sólo había danzado con Ismena, una noche que Ismena estaba deslumbrante con su vestido nuevo, Hemón fue a buscar a Antígona que soñaba en un rincón, como en este momento, rodeando las rodillas con los brazos, y le pidió que fuera su mujer. Nadie comprendió nunca por qué. Antígona alzó sin asombro sus ojos graves hasta él y le dijo que sí con una sonrisita triste… La orquesta atacaba una nueva danza, Ismena reía a carcajadas, allá, en medio de los otros muchachos, y en ese mismo momento, él iba a ser el marido de Antígona. Ignoraba que jamás existiría marido de Antígona en esta tierra y que ese título principesco sólo le daba derecho a morir.
Ese hombre robusto, de pelo blanco, que medita allá, cerca de su paje, es CREÓN. Es el Rey, tiene arrugas, está cansado. Juega el difícil juego de gobernar a los hombres. Antes, en tiempos de Edipo, cuando sólo era el primer personaje de la corte, gustaba de la música, las bellas encuadernaciones, de los prolongados vagabundeos por los pequeños anticuarios de Tebas. Pero Edipo y su hijo han muerto. Creón dejó sus libros, sus objetos, se arremangó y ocupó su puesto.
A veces, por la noche, está fatigado y se pregunta si no será inútil gobernar a los hombres. Si no será un oficio sórdido que ha de dejarse a otros más apáticos... Y a la mañana siguiente, se plantean problemas concretos que es preciso resolver, y Creón se levanta tranquilo, como un obrero al comienzo de la jornada.
La anciana que está tejiendo al lado de La Nodriza que ha criado a las dos chicas, es Eurídice, la mujer de Creón. Tejerá durante toda la tragedia hasta que le llegue el turno de levantarse y morir. Es buena, digna, amante. No presta ninguna ayuda a Creón. Creón está solo. Solo con su pequeño paje, que es demasiado pequeño y que tampoco puede hacer nada por él.
Aquel muchacho pálido, que está allá, en el fondo, soñando pegado a la pared, solitario, es EL MENSAJERO. Él vendrá a anunciar la muerte de Hemón dentro de un rato. Por eso no tiene ganas de charlar ni de mezclarse con los demás. Él ya sabe…
Por último, los tres hombres que juegan a las cartas, con el sombrero echado sobre la nuca, son los GUARDIAS. No son malos individuos, tienen mujer, hijos y pequeñas dificultades como todo el mundo, pero detendrán a los acusados, dentro de un instante, con la mayor tranquilidad del mundo. Huelen a ajo, a cuero y a vino tinto y no tienen ninguna imaginación. Son los auxiliares, siempre inocentes y siempre satisfechos de sí mismos, de la justicia. Por el momento, hasta que un nuevo jefe de Tebas con el debido mandato les ordene detenerlo, son auxiliares de justicia de Creón.
Y ahora que los conocen a todos, podrán representar para ustedes la historia. Comienza en el momento en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Polínice, que debían reinar en Tebas un año cada uno, por turno, se batieron y mataron entre sí al pie de los muros de la ciudad, porque Eteocles, el mayor, después del primer año en el poder se negó a ceder el puesto a su hermano. Siete grandes príncipes extranjeros a quienes Polínice había ganado para su causa, han sido derrotados frente a las siete puertas de Tebas. Ahora la ciudad está salvada, los dos hermanos enemigos han muerto y Creón, el rey, ha ordenado que a Eteocles, el buen hermano, se le hagan imponentes funerales, pero que Polínice, el bribón, el rebelde, el granuja quede sin llanto y sin sepultura, presa de cuervos y chacales.
“Quienquiera que se atreva a rendirle homenajes fúnebres será despiadadamente castigado con la muerte”.
Mientras habla el Prólogo, los personajes van saliendo uno por uno. EL Prólogo también desaparece. La iluminación se ha modificado en escena. Ahora es un alba gris y lívida en una casa dormida. Antígona entreabre la puerta y entra desde el exterior, en puntillas, descalza, con Los zapatos en la mano. Permanece un instante inmóvil escuchando.
LA NODRIZA.- ¿De dónde vienes?
ANTÍGONA.- De pasear, nodriza. Era hermoso. Todo estaba gris. Ahora no puedes imaginártelo; todo ya está rosa, amarillo, verde. Se ha convertido en una tarjeta postal. Tienes que levantarte más temprano, nodriza, si quieres ver el mundo sin colores. (Se dispone a pasar)
LA NODRIZA.- ¡Me levanto cuando todavía es de noche, voy a tu cuarto para ver si te has destapado durmiendo, y no te encuentro en la cama!
ANTÍGONA.- El jardín dormía. Lo he sorprendido, nodriza. Lo vi sin que él lo sospechara. ¡Qué hermoso es un jardín que no piensa todavía en los hombres!
LA NODRIZA.- Has salido. Estuve en la puerta del fondo, la habías dejado entreabierta.
ANTÍGONA.- En los campos, todo estaba mojado y algo aguardaba. Todo aguardaba. Yo hacía un ruido enorme sola en el camino, y me sentía incómoda porque sabía perfectamente que no me aguardaba a mí. Entonces me quite las sandalias y me deslice sin que el campo se diera cuenta...
LA NODRIZA.- Tendrás que lavarte los pies antes de meterte en la cama.
ANTÍGONA.- No volveré a acostarme esta mañana.
LA NODRIZA.- ¡A las cuatro! ¡No eran las cuatro! Me levante para ver si estabas destapada. Me encuentro con la cama fría y nadie adentro.
ANTÍGONA.- ¿Crees que si una se levantara así todas las mañanas, sería todas las mañanas tan lindo, nodriza, ser la primera mujer afuera?
LA NODRIZA.- ¡De noche! ¡Era de noche! ¡Y quieres hacerme creer que fuiste a pasear, mentirosa! ¿De dónde vienes?
ANTÍGONA.- (Con una extraña sonrisa) Es cierto, todavía era de noche. Y yo era la única en todo el campo que pensaba que había llegado la mañana. Es maravilloso, nodriza. Hoy fui la primera que creyó en el día.
LA NODRIZA.- ¡Hazte la loca! ¡Hazte la loca! Ya conozco la historia. He sido muchacha antes que tú. Nada dócil, tampoco, pero cabeza dura como tú, no. ¿De dónde vienes, mala?
ANTÍGONA.- (Súbitamente grave) No. Mala no.
LA NODRIZA.- Tenías una cita. ¿No? Di que no, a ver.
ANTÍGONA.- (Dulcemente) Sí. Tenía una cita.
LA NODRIZA.- Tienes un enamorado.
ANTÍGONA.- (De un modo extraño, después de un silencio) Sí, pobre, sí, nodriza. Tengo un enamorado.
LA NODRIZA.- (Estalla) ¡Ah, muy bonito! ¡Muy bien! ¡Tú la hija de un rey! ¡Tómese un trabajo, tómese un trabajo para criarlas! Son todas iguales. Sin embargo, tú no eras como las demás, siempre emperifollándose delante del espejo, pintándose los labios, buscando que se fije ella. Cuántas veces me dije: "¡Dios mío, esta chica no es lo bastante coqueta! Siempre con el mismo vestido y mal peinada. Los muchachos sólo verán a Ismena con sus ricitos y sus cintas y tendré que cargar con ella''. Bueno, ¿Ves? ¡Eres como tu hermana, y peor todavía. ¡Hipócrita! ¿Quién es? ¿Un sinvergüenza, acaso? Un muchacho que no puedes presentar a tu familia diciendo: “Este es el hombre que yo quiero, deseo casarme con él” ¿Es así, eh, es así? Contesta descarada.
ANTÍGONA.- (Todavía con una sonrisa imperceptible) Sí, nodriza.
LA NODRIZA.- ¡Y dice que sí! ¡Misericordia! La cuidé desde pequeñita; prometí a su pobre madre que haría de ella una mujer honesta, y ahí está. Pero esto no va a quedar así, señorita. No soy más que tu nodriza y me tratas como a una vieja estúpida. ¡Está bien! Pero tu tío, tu tío Creón lo sabrá. ¡Te lo prometo!
ANTÍGONA.- (Un poco cansada de pronto) Si, nodriza, mi tío Creón lo sabrá. Déjame ahora.
LA NODRIZA.- Y verás lo que dice cuando sepa que te levantas de noche. ¿Y Hemón? ¿Y tu novio? ¡Porque está comprometida! Está comprometida y a las cuatro de la mañana deja la cama para ir a correrla con otro. Y después contesta que la dejen, no quiere que le digan nada. ¿Sabes que tendría que hacer yo? Pegarte como cuando eras pequeña.
ANTÍGONA.- Nana, no deberías gritar tanto. No deberías ser tan mala esta mañana.
LA NODRIZA.- ¡No gritar! ¡Encima, no debo gritar! Yo, que había prometido a tu madre… ¿Qué me diría si estuviera aquí? “¡Vieja estúpida, sí, vieja estúpida, que no has sabido conservarme pura a mi niña. Siempre gritando, haciendo de perro guardián, dando vueltas alrededor de ellas con abrigos para que no tomen frío o con yemas batidas para fortalecerlas; pero a las cuatro de la mañana duermes, vieja estúpida, duermes, tú que no puedes pegar los ojos, y la dejas escapar, marmota, y cuando llegas la cama está fría!”.” Eso me dirá tu madre allá arriba cuando yo llegue, y a mí me dará vergüenza, vergüenza hasta morir, si no estuviera muerta ya, y no podré hacer otra cosa que bajar la cabeza y contestar: “señora Yocasta, es cierto”.
ANTÍGONA.- No, nodriza. No llores más. Podrás mirar a mamá a la cara, cuando te encuentres con ella. Y te dirá: "Buenas días, nana, gracias por la pequeña Antígona. La has cuidado bien". Ella sabe por qué he salido esta mañana.
LA NODRIZA.- ¿No tienes un enamorado?
ANTÍGONA.- No, nana.
LA NODRIZA.- ¿Te burlas de mí, entonces? Ya ves, soy demasiado vieja. Eras mi preferida, a pesar de tu mal genio. Tu hermana era más suave, pero yo creí que tú me querías. Si me querías, me hubieras dicho la verdad. ¿Por qué estaba fría tu cama cuando fui a taparte?
ANTÍGONA.- No llores más, por favor, nana (La besa) Vamos, mi vieja manzanita colorada. ¿Recuerdas cuando te frotaba para que brillaras? Mi vieja manzanita toda arrugada. Que no corran tus lágrimas en todas las zanjitas, por tonterías como esta, por nada. Soy pura. No tengo otro enamorado que Hemón, mi prometido, te lo juro. También puedo jurarte, si lo quieres, que nunca tendré otro enamorado... Guarda tus lágrimas, guarda tus lágrimas, quizá las necesites todavía, nana. Cuando coloras así me vuelvo pequeña… Y no debo ser pequeña esta mañana. (Entra Ismena)
ISMENA.- ¿Ya estás levantada? Vengo de tu cuarto.
ANTÍGONA.- Sí, ya estoy levantada…
LA NODRIZA.- ¡Las dos, entonces!... ¿Las dos van a volverse locas y a levantarse antes que las criadas? ¿Les parece bien estar de pie por la mañana en ayunas, les parece propio de princesas? Ni siquiera están cubiertas. Pero si van a enfermar.
ANTÍGONA.- Déjanos, nodriza. No hace frío, te lo aseguro; ya estamos en verano. Vete a hacernos café. (Se ha sentado, súbitamente cansada) Quisiera un poco de café, por favor, nana. Me haría bien.
LA NODRIZA.- ¡Mi paloma! La cabeza le da vueltas porque está en ayunas, y yo aquí, como una idiota, en lugar de darle algo caliente. (Sale rápido)
ISMENA.- ¿Estás enferma?
ANTÍGONA.- No es nada. Un poco de fatiga. (Sonríe) Es que me levante temprano.
ISMENA.- Yo tampoco he dormido.
ANTÍGONA.- (Sigue sonriendo) Tienes que dormir. No estarás tan linda mañana.
ISMENA.- No te burles.
ANTÍGONA.- No me burlo. Hoy me tranquiliza que seas hermosa. De chica eso me hacía tan desdichada. ¿Te acuerdas? Te embadurnaba con tierra, te metía gusanos por el cuello. Una vez te até a un árbol y te corte el cabello, tu hermoso cabello... (Acaricia el cabello de Ismena) ¡Qué fácil ha de ser no pensar en tonterías con todas esas hermosas mechas lisas y bien ordenadas alrededor de la cabeza!
ISMENA.- (de improviso) ¿Por qué hablas de otra cosa?
ANTÍGONA.- (suavemente, sin dejar de acariciarle el pelo) No hablo de otra cosa…
ISMENA.- ¿Sabes? Lo he pensado bien, Antígona.
ANTÍGONA.- Sí.
ISMENA.- Lo he pensado bien toda la noche. Estás loca.
ANTÍGONA.- Sí.
ISMENA.- No podemos.
ANTÍGONA.- (Después de un silencio) ¿Por qué?
ISMENA.- Nos condenaría a muerte.
ANTÍGONA.- Por supuesto. Cada uno su papel. Él debe condenarnos a muerte, y nosotras debemos enterrar a nuestro hermano. Esos son los papeles. ¿Qué quieres que hagamos?
ISMENA.- Yo no quiero morir.
ANTÍGONA.- (Dulcemente) Yo tampoco hubiera querido morir.
ISMENA.- Escucha, he reflexionado toda la noche. Soy la mayor. Pienso mejor que tú. Tú aceptas en seguida lo que se te pasa por la cabeza, y paciencia si es una tontería. Yo soy más equilibrada. Yo reflexiono.
ANTÍGONA.- A veces no hay que reflexionar demasiado.
ISMENA.- Sí, Antígona. Es horrible, claro está, y yo también compadezco a mi hermano, pero comprendo un poco a nuestro tío.
ANTÍGONA.- Yo no quiero comprender un poco.
ISMENA.- Él es el rey, tiene que dar el ejemplo.
ANTÍGONA.- Yo no soy el rey. Yo no tengo que dar el ejemplo... La pequeña Antígona, la sucia bestia, la tozuda, la mala, hace lo que se le pasa por la cabeza, y después la meten en un rincón o en un agujero. Y lo tiene merecido. ¡Bastaba con que no desobedeciera!
ISMENA.- ¡Vamos! ¡Vamos!... Ya juntas las cejas, miras adelante y te largas sin escuchar a nadie. Escúchame. Tengo razón más a menudo que tú.
ANTÍGONA.- No quiero tener razón.
ISMENA.- ¡Trata de comprender por lo menos!
ANTÍGONA.- Comprender... Es la única palabra que tienen en la boca, todos ustedes, desde que era pequeña. Había que comprender que no se puede tocar el agua, el agua hermosa, fugitiva y fría, porque moja las losas, ni la tierra porque mancha los vestidos. ¡Había que comprender que no se debe comer todo a la vez, ni dar todo lo que se tiene en los bolsillos al mendigo, ni correr al viento hasta caer al suelo, ni beber cuando se tiene calor, ni bañarse cuando es demasiado temprano o demasiado tarde, pero no justo cuando se tienen ganas! Comprender. Siempre comprender. Yo no quiero comprender. Comprenderé cuando sea vieja. (Acaba despacito) Si llego a vieja. Ahora no.
ISMENA.- Él es más fuerte que nosotras, Antígona. Es el rey. Y todos piensan como él en la ciudad. Nos rodean millares y millares bullendo en todas las calles de Tebas.
ANTÍGONA.- No te escucho.
ISMENA.- Nos insultaran. Nos tomarán con sus mil brazos, con sus mil rostros y su única mirada. Nos escupirán a la cara. Y tendremos que avanzar en el carro en medio del odio de ellos, y su olor y sus risas nos seguirán hasta el suplicio. Y allí estarán los guardias con sus caras de imbéciles, congestionadas, sobre los cuellos rígidos, con sus grandes manos lavadas, con su mirada bovina y comprender que podrás gritar, tratar de hacerles entender y ellos como esclavos harán todo lo que les han dicho, escrupulosamente, sin saber si está bien o si está mal... ¿Y sufrir? Habrá que sufrir hasta el punto en que ya no es posible soportarlo; que tendrá que detenerse, pero sin embargo continúa y sigue subiendo, como una voz aguda… ¡Oh! No puedo, no puedo...
ANTÍGONA.- ¡Qué bien lo has pensado todo!
ISMENA.- Durante toda la noche. ¿Tú no?
ANTÍGONA.- Sí, por supuesto.
ISMENA.- Yo, ¿sabes? no soy tan valiente.
ANTÍGONA.- (Despacito) Yo tampoco. ¿Pero qué importa? (Hay un silencio; Ismena pregunta de improviso)
ISMENA.- ¿Así qué tú no tienes ganas de vivir?
ANTÍGONA.- (Murmura) Que no tengo ganas de vivir... (Y más despacito todavía, si es posible) ¿Quién se levantaba primero, por la mañana para sentir tan sólo el aire frío sobre la piel desnuda? ¿Quién se acostaba la última cuando no podía más de fatiga, para vivir otro poco de la noche? ¿Quién lloraba, de muy pequeña, pensando que había tantos animalitos, tantas briznas de hierba en el prado y que no era posible cargar con todos?
ISMENA.- (Con un súbito impulso hacia ella) Hermanita...
ANTÍGONA.- (Se yergue de nuevo y grita) ¡Ah, no! ¡Déjame! ¡No me acaricies! No nos pongamos a lloriquear juntas ahora. ¿Has reflexionado bien, dices? ¿Piensas que basta toda la ciudad aullando contra ti, piensas que bastan el dolor y el miedo de morir?
ISMENA.- (Baja la cabeza) Sí.
ANTÍGONA.- Utiliza tú esos pretextos.
ISMENA.- (Se lanza hacía ella) ¡Antígona! ¡Te lo suplico! Está bien para los hombres creer en las ideas y morir por ellas. Pero tú eres una mujer.
ANTÍGONA.- (Con los dientes apretados) Una mujer, sí. ¡Ya he llorado bastante por ser una mujer!
ISMENA.- Tienes la felicidad ahí delante, sólo te basta tender la mano. Estás comprometida, eres joven, eres linda...
ANTÍGONA.- (Sordamente) No, no soy linda.
ISMENA.- No linda como nosotras, pero de otro modo. Bien sabes que hacia ti se vuelven los granujas en la calle; que las chiquillas te miran pasar, súbitamente mudas, sin poder quitarte los ojos de encima hasta que doblas la esquina.
ANTÍGONA.- (con una sonrisita imperceptible) Los granujas, las chiquillas…
ISMENA.- (Después de una pausa) Y ¿Hemón, Antígona?
ANTÍGONA.- (Cerrada) Hablaré en seguida de Hemón... Hemón será en seguida asunto arreglado.
ISMENA.- Estás loca.
ANTÍGONA.- (Sonríe) Siempre me dijiste que estaba loca, por todo, desde siempre. Anda a acostarte de nuevo, Ismena... Ya es de día, ¿ves? Y de todos modos, no podría hacer nada. Mi hermano muerto está rodeado ahora de una guardia, exactamente como si hubiera conseguido llegar a rey. Anda a acostarte de nuevo. Estás pálida de fatiga.
ISMENA.- ¿Y tú?
ANTÍGONA.- Yo no tengo ganas de dormir... Pero te prometo que no me moveré de aquí antes de que despiertes. La nodriza me traerá de comer. Vete a dormir. Apenas sale el sol. Tienes los ojos pequeñitos de sueño. Anda...
ISMENA.- ¿Te convenceré, verdad? ¿Te convenceré? ¿Me dejarás que te hable de nuevo?
ANTÍGONA.- (Un poco cansada) Te dejaré hablarme, sí. Les dejaré a todos hablarme. Vete a dormir ahora, te lo ruego. No estarás tan linda mañana. (La mira salir con una sonrisita triste, luego cae súbitamente cansada sobre una silla) ¡Pobre Ismena!
LA NODRIZA.- (Entra) Toma, aquí tienes un buen café y unas rebanadas de pan, paloma mía. Come.
ANTÍGONA.- No tengo mucha hambre, nodriza.
LA NODRIZA.- Yo misma las tosté y les puse mantequilla como a ti te gustan.
ANTÍGONA.- Eres amable, nana. Solamente voy a beber un poco.
LA NODRIZA.- ¿Qué te duele?
ANTÍGONA.- Nada, nana. Pero abrígame igual, como cuando estaba enferma... Nana, más fuerte que la fiebre, más fuerte que la pesadilla, más fuerte que la sombra del ropero que ríe y se transforma hora a hora en la pared; más fuerte que los mil insectos del silencio que roen algo, en alguna parte, por la noche; más fuerte que la noche misma con su incomprensible ulular de loca; nana, más fuerte que la muerte. Dame la mano como cuando te quedabas al lado de mi cama.
LA NODRIZA.- ¿Qué tiene, mi palomita?
ANTÍGONA.- Nada, nana. Sólo que soy todavía un poco pequeña para todo esto. Pero tú eres la única que debe saberlo.
LA NODRIZA.- ¿Demasiado pequeña para qué?
ANTÍGONA.- Para nada, nana. Y además, estás aquí. Tengo tu buena mano que me salva de todo, siempre, bien lo sé. Quizá me salve todavía. Eres tan poderosa, nana.
LA NODRIZA.- ¿Qué quieres que haga por ti, mi niña?
ANTÍGONA.- Nada, nana. Sólo tu mano así en mi mejilla. (Se queda un momento con los ojos cerrados) Ya está, no tengo más miedo. Ni del ogro malo, ni del vendedor de arena, ni del viejo que pasa y se lleva a los niños… (Otro silencio; continua en otro tono) Nana, ¿sabes?, a Dulce, mi perra...
LA NODRIZA.- Sí.
ANTÍGONA.- vas a prometerme que no la gruñirás nunca más.
LA NODRIZA.- Un animal que lo ensucia todo con sus patas ¡No debería entrar en la casa!
ANTÍGONA.- Aunque lo ensucie todo. Prométemelo, nodriza.
LA NODRIZA.- ¿Entonces tendré que dejarla estropear todo sin decir nada?
ANTÍGONA.- Sí, nana.
LA NODRIZA.- ¡Ah! ¡Sería bonito!
ANTÍGONA.- Por favor, nana. Tú la quieres bien a Dulce, con su buena cabezota. Y además, en el fondo, te gusta mucho fregar. Serías muy desgraciada si todo estuviera limpio siempre. Por eso te lo pido; no la gruñas.
LA NODRIZA.- ¿Y si orina en las alfombras?
ANTÍGONA.- Prométeme que tampoco la gruñirás. Por favor, por favor, nana...
LA NODRIZA.- Te aprovechas porque estás mimosa... Está bien. Está bien. Limpiaremos sin decir nada. Y además, prométeme que le hablaras, que le hablaras muchas veces. (Se encoge de hombros) ¿Habrase visto? ¡Hablar a los animales!
ANTÍGONA.- Y justamente no como a un animal. Como a una verdadera persona, como me habrás visto hacerlo…
LA NODRIZA.- ¡Ah, eso no! ¡A mi edad, hacer epapel de idiota! ¿Pero por qué quieres que toda la casa hable con ese animal como lo haces tü?
ANTÍGONA.- (Despacito) Si yo, por cualquier razón, no pudiera hablarle más...
LA NODRIZA.- (No comprende) ¿No hablarle más, no hablarle más? ¿Por qué?
ANTÍGONA.- (Vuelve un poco la cabeza y luego agraga, con voz dura) Y si se pusiera demasiado triste, si a pesar de todo pareciera que sigue esperando, con la nariz debajo de la puerta, como cuando salgo, quizá fuese preferible hacerla matar, nana, sin que sufriera.
LA NODRIZA.- ¿Hacer matar, mi chiquita? ¿Hacer matar a tu perra? ¡Pero tú estás loca esta mañana!
ANTÍGONA.- No, nana. (Aparece Hemón) Ahí llega Hemón. Déjanos, nodriza. Y no olvides lo que me has jurado. (La nodriza sale. Antígona corre hacia Hemón) Perdóname, Hemón, por la discusión de anoche y por todo. Era yo la equivocada. Te ruego que me perdones.
HEMÓN.- Bien sabes que te había perdonado apenas cerraste de un golpe la puerta. Todavía estaba allí tu perfume y yo ya te había perdonado. (La tiene en los brazos, sonríe, la mira) ¿A quién le habías robado ese perfume?
ANTÍGONA.- A Ismena.
HEMÓN.- ¿Y la pintura de los labios, y los polvos, y el lindo vestido?
ANTÍGONA.- También.
HEMÓN.- ¿En honor de quien te habías puesto tan hermosa?
ANTÍGONA.- Te lo diré. (Se estrecha contra él un poco más) ¡Oh, querido qué tonta he sido! ¡Toda una noche desperdiciada! Una hermosa noche.
HEMÓN.- Tendremos otras noches, Antígona.
ANTÍGONA.- Tal vez no.
HEMÓN.- Y también otras disputas. La felicidad está llena de disputas.
ANTÍGONA.- La felicidad, sí... Escucha, Hemón.
HEMÓN.- Sí.
ANTÍGONA.- No te rías ahora. Ponte grave.
HEMÓN.- Estoy grave.
ANTÍGONA.- Y apriétame. Más fuerte de lo que nunca me apretaste. Que toda tu fuerza se imprima en mí.
HEMÓN.- Así. Con todas mis fuerzas.
ANTÍGONA.- (En un soplo) Está bien. (Permanece un instante sin decir nada; luego ella empieza, despacito) Escucha, Hemón.
HEMÓN.- Sí.
ANTÍGONA.- Quería decirte esta mañana... El chiquillo que hubiéramos tenido los dos...
HEMÓN.- Sí.
ANTÍGONA.- ¿Sabes? Lo hubiera defendido contra todo.
HEMÓN.- Sí, Antígona.
ANTÍGONA.- Lo hubiera estrechado tan fuerte que nunca habría tenido miedo, te lo juro. Ni de la noche que llega, ni de la angustia del pleno sol inmóvil, ni de las sombras… ¡Nuestro niño, Hemón! Hubiera tenido una mamá pequeñita y mal peinada, pero más segura que todas las verdaderas madres del mundo con sus verdaderos pechos y sus grandes delantales. Tú lo crees, ¿no es cierto?
HEMÓN.- Sí, amor mío.
ANTÍGONA.- ¿Y también crees, no es cierto, que hubieras tenido una verdadera mujer?
HEMÓN.- (Sujetándola) Tengo una verdadera mujer.
ANTÍGONA.- (Grita de pronto, acurrucada contra él) ¡Oh! ¿Tú me querías, Hemón, me querías, estás seguro, aquella noche?
HEMÓN.- (La mece suavemente) ¿Qué noche?
ANTÍGONA.- ¿Estás segura de que en aquel baile, cuando viniste a buscarme a mi rincón, no te equivocaste de muchacha? ¿Estás seguro de que nunca lo lamentaste después, de que nunca pensaste, ni siquiera en el fondo de ti mismo, ni siquiera una vez, que no hubiera sido mejor pedir a Ismena?
HEMÓN.- ¡Tonta!
ANTÍGONA.- Me quieres, ¿verdad? ¿Me quieres como a una mujer? ¿Tus brazos que me estrechan no mienten? ¿no mienten tus grandes manos apoyadas en mi espalda, ni tú olor, ni este buen calor, ni esta gran confianza que me inunda cuando pongo la cabeza en el hueco de tu cuello?
HEMÓN.- Sí, Antígona. Te quiero como a una mujer.
ANTÍGONA.- ¡Oh! Estoy roja de vergüenza. Pero tengo que saberlo esta mañana. Dime la verdad, te lo ruego. Cuándo piensas que seré tuya, ¿sientes en medio de ti cómo un gran agujero que se ahonda, cómo algo que muere?
HEMÓN.- Sí, Antígona.
ANTÍGONA.- (En un soplo, después de una pausa) Yo siento eso. Y quería decirte que hubiera estado muy orgullosa de ser tu mujer, tu verdadera mujer, en quien hubieras apoyado tu mano, por la noche, al sentarte, sin pensar como en una cosa tuya.. (Se ha separado de él; adopta otro tono) Ya está. Ahora voy a decirte otras dos cosas. Y cuando las haya dicho tendrás que salir sin hacerme preguntas. Aunque te parezcan extraordinarias, aunque te hagan daño. Júramelo.
HEMÓN.- ¿Qué más vas a decirme?
ANTÍGONA.- Jura primero que saldrás sin decir nada. Sin mirarme siquiera. Si me quieres, júramelo, Hemón. (Lo mira con su pobre rostro trastornado) Ya ves cómo te lo pido, júramelo, por favor, Hemón… Es la última locura que tendrás que tolerarme.
HEMÓN.- (Después de una pausa) Te lo juro.
ANTÍGONA.- Gracias. Es esto. Primero lo de ayer. Tú me preguntabas hace un instante por qué había ido con un vestido de Ismena, con ese perfume y esa pintura en los labios. Era una tonta. No estaba segura de que desearas de verdad; hice todo eso para ser un poco más parecida a las otras mujeres, para que me desearas.
HEMÓN.- ¿Para eso?
ANTÍGONA.- Sí. Y te reíste y mi mal carácter fue más fuerte. (Agrega en voz más baja) Pero había ido a tu casa para que me poseyeras anoche, para ser tu mujer, para ser tu mujer antes. (Él retrocede, va a hablar; ella grita) Juraste que no me preguntarías por qué. ¡Me lo juraste, Hemón! (Dice en voz más baja, humildemente) Te lo suplico… Quería ser tu mujer a pesar de todo, porque te quiero así, mucho y -¡te haré daño, querido, perdóname!- porque nunca, nunca podré casarme contigo. (Él se ha quedado mudo de estupor; Antígona corre a la ventana, grita) ¡Hemón, me lo juraste! Vete, vete sin decir nada. Si hablas, si das un solo paso hacia mí, me tiro por esta ventana. Te lo juro. Te lo juro por la cabeza del chiquillo que los dos tuvimos en sueños, del único chiquillo que tendré nunca. Ahora vete, vete rápido. Lo sabrás mañana. Lo sabrás en seguida. (Concluye con tal desesperación, que Hemón obedece y se aleja.) Por favor, véte, Hémon. Es todo lo que puedes hacer todavía por mí, si me quieres. (Hemón ha salido. Antígona permanece inmóvil, de espaldas a la sala, luego cierra la ventana, va a sentarse en una sillita en medio de la escena, y dice despacito, como extrañamente sosegada) Ya está. Acabamos con Hemón, Antígona.
ISMENA.- (Entra llamando) ¡Antígona!... ¡Ah, estás ahí!
ANTÍGONA.- (Sin moverse) Sí, estoy aquí.
ISMENA.- No puedo dormir. Tenía miedo de que intentaras enterrarlo a pesar de la luz. Antígona, hermana mía, estamos todos a tu alrededor. Hemón, nana y yo, y Dulce, tu perra… Te queremos y estamos vivos, te necesitamos. Polínice ha muerto y no te quería. Siempre fue un extraño para nosotras, un mal hermano. Olvídalo Antígona, como él nos había olvidado. Deja que su dura sombra vague sin sepultura, eternamente, ya que es la ley de Creón. No intentes lo que está por encima de tus fuerzas. Siempre lo desafías todo, pero eres muy pequeña, Antígona. Quédate con nosotros, no vayas esta noche, te lo suplico.
ANTÍGONA.- (Se levanta con una extraña sonrisa en los labios; va a salir, suavemente, dice) Es demasiado tarde. Esta mañana venía de allí. (Sale. Ismena la sigue con un grito)
ISMENA.- ¡Antígona! (La sigue. Entra Creón con su paje)
CREÓN.- ¿Un guardia, dices? ¿Uno de los que vigilan el cadáver? Hazlo entrar. (El guardia entra. Es un bruto, por el momento está verde de miedo)
EL GUARDIA.- (Se presenta haciendo la venia) Guardia Jonás, de la Segunda Compañía.
CREÓN.- ¿Qué quieres?
EL GUARDIA.- esto jefe. Tiramos suertes para saber quién vendría. Y me tocó a mí. Por eso estoy aquí, señor. Vine porque pensamos que era preferible que uno solo explicara, y además porque no podíamos abandonar la guardia los tres. Estamos los tres del piquete de guardia, jefe, alrededor del cadáver.
CREÓN.- ¿Qué tienes que decirme?
EL GUARDIA.- Estamos los tres, señor. No estoy solo. Los otros son Durand y Boudousse, el guardia de primera clase.
CREÓN.- ¿Por qué no vino el de primera clase?
EL GUARDIA.- ¿Verdad, señor? Yo lo dije en seguida. El de primera clase es el que debe ir. Cuando no hay un oficial, el de primera clase es el responsable. Pero los otros dijeron que no y quisieron echarlo a la suerte. ¿Voy a buscar al de primera clase, señor?
CREÓN.- No. Habla tú, ya que estás aquí.
EL GUARDIA.- Tengo diecisiete años de servicio. Soy voluntario, obtuve una medalla y dos menciones. Estoy bien calificado, señor. Yo estoy siempre dispuesto. No conozco otra cosa que lo que me mandan. Mis superiores siempre dicen: "Con Jonás sé está tranquilo".
CREÓN.- Está bien. Habla. ¿De qué tienes miedo?
EL GUARDIA.- De acuerdo con el reglamento debía venir el de primera clase. Yo estoy propuesto para la primera clase, pero todavía no me han promovido. Debían ascenderme en junio.
CREÓN.- ¿Habla de una vez? Si sucedió algo, los tres son responsables. No pienses más quien debería estar aquí.
EL GUARDIA.- Bueno, pues esto, Jefe: el cadáver... ¡Sin embargo vigilábamos! Era el relevo de las dos, el más duro. Usted sabe lo que es, jefe, el momento en que va a terminar la noche. Ese plomo entre los ojos, la nuca que tira, y todas las sombras que se mueven y la niebla del amanecer que se levanta... ¡Ah! ¡Eligieron bien la hora!... Estábamos allí, hablábamos, hacíamos carreritas... ¡No dormíamos, jefe, podemos jurarle los tres que no dormíamos! Además, con el frío que hacía... De golpe yo miro el cadáver... Estábamos a dos pasos, pero yo lo miraba de vez en cuando a pesar de todo... Yo soy así, señor, soy meticuloso. Por eso mis superiores dicen: “Con Jonás...” (Un gesto de Creón lo detiene; grita de pronto) ¡Yo lo vi primero, jefe! Los otros se lo dirán, yo fui el que dio la primera voz de alarma.
CREÓN.- ¿Voz de alarma? ¿Por qué?
EL GUARDIA.- El cadáver, jefe, alguien lo había cubierto. ¡Oh! No gran cosa. No habían tenido tiempo con nosotros al lado. Solamente un poco de tierra... Pero, con todo, lo bastante para esconderlo de los cuervos.
CREÓN.- (Se le acerca) ¿Estás seguro de que no fue un animal que estuviera escarbando?
EL GUARDIA.- No, señor. Primero también nosotros esperamos que fuera eso. Pero le habían echado tierra encima. De acuerdo con los ritos. Fue alguien que sabía lo que estaba haciendo.
CREÓN.- ¿Quién se ha atrevido? ¿Quién ha sido tan loco para desafiar mi ley? ¿Encontraste huellas?
EL GUARDIA.- Nada, Jefe. Nada más que un paso más leve que el andar de un pájaro. Después, buscando mejor, el guardia Durand encontró más lejos una pala, una palita de niño muy vieja, toda oxidada. Pensamos que no podía ser un chico el que lo hizo. Pero el de primera clase la guardó para la investigación.
CREÓN.- (Un poco soñador) Un niño... La oposición aniquilada que sordamente va minándolo todo. Los amigos de Polínice con su oro bloqueado en Tebas, los jefes de la plebe hediendo a ajo, repentinamente aliados de los príncipes, y los sacerdotes tratando de pescar alguna cosita en medio de esto… ¡Un niño! Seguramente pensaron que sería más conmovedor. Ya estoy viendo al niño, con su facha de matón a sueldo y la palita cuidadosamente envuelta en papel bajo la ropa. A menos que hayan instruido a un niño de verdad, con frases… Una inocencia inestimable para el partido. Un muchachito pálido que escupirá delante de mis armas. Una preciosa sangre fresca en mis manos, doble ganga. (Se acerca al hombre) pero ellos tienen cómplices, y en mi guardia quizá... Escúchame bien…
EL GUARDIA.- jefe, ¡Se hizo todo lo debido! Durand se sentó una media hora porque le dolían los pies, pero yo, jefe, estuve siempre de pie. El de primera clase puede decírselo.
CREÓN.- ¿Con quién han hablado ya de este asunto?
EL GUARDIA.- Con nadie, jefe. Enseguida tiramos suertes y vine.
CREÓN.- Escúchame bien. Su guardia es doble. Despidan al relevo. Es orden mía. Quiero que ustedes sean los únicos junto al cadáver. Y ni una palabra. Son culpables de negligencia, de todos modos serán castigados. Pero si alguien habla, si corre por la ciudad el rumor de que el cadáver de Polínice ha sido cubierto, morirán los tres.
EL GUARDIA.- (Vocifera) ¡Nadie habló, jefe, se lo juro! Pero yo estoy aquí y quizá los otros ya se lo han dicho al relevo... (Suda profusamente, tartajea) Jefe, tengo dos hijos, uno de ellos está muy pequeño. Usted será testigo de que yo estaba aquí, jefe, cuando me juzgue el consejo de guerra. ¡Yo estaba aquí, con usted! ¡Tengo un testigo! ¡Si alguien habló, serán los otros, no yo! ¡Yo tengo un testigo!
CREÓN.- Vete rápido. Si nadie lo sabe, vivirás. (El guardia sale corriendo. Creón permanece mudo un instante. Murmura) Un niño... (Toma al pequeño paje por el hombro) Ven, pequeño. Ahora tenemos que ir a contar todo esto... Y después empezará una buena tarea. ¿Tú morirías, por mí? ¿Crees que irías con tu palita? (El chico lo mira. Creón sale con él, acariciándole la cabeza) Sí, por supuesto, tú también irías en seguida... (Se le oye suspirar mientras sale) Un niño... (Han salido. Entra El Coro)
EL CORO.- Y ya está. Ahora el resorte está tenso. No tiene más que romperse solo. Eso es lo cómodo en la tragedia. Uno da el empujoncito para que empiece a andar, una breve mirada a una mujer que pasa y alza los brazos en la calle, un deseo de honor en una hermosa mañana, al despertar, como si fuera algo comestible, una pregunta demás que nos planteamos una noche… Eso es todo. Después basta dejarlo. Nos quedamos tranquilos. La cosa marcha sola. La máquina es precisa; está siempre bien aceitada. La muerte, la traición, la desesperanza están ahí, bien preparadas: los estallidos, las tormentas, los silencios, todos los silencios: silencio cuando el brazo del verdugo se levanta al fin; silencio al principio, cuando los dos amantes están desnudos uno frente al otro por primera vez, sin atreverse a hacer un movimiento, en el cuarto a oscuras; silencio cuando los gritos de la multitud estallan en torno al vencedor, como en un film cuando el sonido se traba, todas las bocas abiertas de las que nada sale, todo ese clamor que es solo una imagen, y el vencedor, vencido ya, solo en medio de un silencio.
La tragedia es limpia. Es tranquilizadora, es segura... En el drama, con sus traidores, la perfidia encarnizada, la inocencia perseguida, los vengadores, las almas nobles, los destellos de esperanza, resulta espantoso morir, como un accidente. Quizá hubiera sido posible salvarse; el muchacho bueno tal vez hubiera podido llegar a tiempo con la policía. En la tragedia hay tranquilidad. En primer lugar todos son iguales. ¡Todos inocentes, en una palabra! No es porque haya uno que mata y otro que muere. Eso es cuestión de reparto.
Y además, sobretodo, la tragedia es tranquilizadora porque se sabe que no hay más esperanza, la cochina esperanza; porque se sabe que uno ha caído en la trampa, que al fin ha caído en la trampa como una rata, con todo el cielo sobre la espalda, y que no queda más que vociferar -no gemir, no, no quejarse- gritar a voz en cuello lo que se tenía que decir, lo que nunca se había dicho ni se sabía siquiera aún. Y para nada; para decírselo a uno mismo, para saberlo uno.
En el drama el hombre lucha porque espera salir de él. Es innoble, utilitario. Esto es gratuito, en cambio. Para reyes. ¡Y por último nada queda por intentar! (Entra Antígona, empujada por guardias) Ahora empieza. Han detenido a la pequeña Antígona. La pequeña Antígona podrá ser ella misma por primera vez. (El Coro desaparece mientras los guardias empujan a Antígona a escena)
EL GUARDIA.- (Que ha recobrado todo el aplomo) ¡Vamos, vamos, nada de historias! Se explicará usted delante del jefe. Yo no conozco otra cosa que la consigna. Lo que usted tenía que hacer allí, no quiero saberlo. Todo el mundo tiene excusas. Si habría que escuchar a las gentes, si hubiera que comprender, estaríamos listos. ¡Vamos, vamos! ¡Sujétenla, ustedes, y nada de historias! ¡No quiero saber lo que tiene que decir!
ANTÍGONA.- Diles que me suelten, con esas manos sucias me hacen daño.
EL GUARDIA.- ¿Manos sucias? Podría ser cortés, señorita... Yo soy cortés.
ANTÍGONA.- Diles que me suelten. Soy hija de Edipo, soy Antígona. No me escapare.
EL GUARDIA.- ¡La hija de Edipo, sí! Las rameras que recoge la guardia nocturna también dicen que tenga cuidado, que son buenas amigas del Jefe de policía. (Se ríen)
ANTÍGONA.- Acepto morir, pero no que me toquen.
EL GUARDIA.- Y los cadáveres y la tierra, ¿no te da miedo tocarlos? Dices "esas manos sucias". Mira un poco las tuyas. (Antígona mira con una sonrisita sus manos sujetas por las esposas. Están llenas de tierra) ¿Perdiste la pala? ¿Tuviste que volver a hacerlo con las uñas, la segunda vez? ¡Ah! ¡Qué audacia! Me vuelvo de espaldas un segundo, te pido un chicote y listo, en lo que tardé en metérmelo en la boca, en lo que tarde para dar las gracias, ya estabas ahí, escarbando como una pequeña hiena. ¡Y en pleno día! (A los otros) ¡Y cómo luchaba, la zorra, cuando quise apresarla! ¡Quería saltarme a los ojos! ¡Gritaba que tenía que terminar!... ¡Es una loca, si!
EL SEGUNDO GUARDIA.- Yo detuve a otra loca el otro día. Andaba mostrando el trasero a la gente.
EL GUARDIA.- ¡Boudousse, la comilona que haremos los tres para festejar esto!
EL SEGUNDO GUARDIA.- En la taberna. Allí es bueno el vino.
EL TERCER GUARDIA.- Tenemos franco el domingo. ¿Y si lleváramos a las mujeres?
EL GUARDIA.- No, nosotros solos, para divertirnos... Con las mujeres siempre hay historias, y además los mocosos que quieren orinar. ¿Boudousse? ¡Hace un rato, nadie creía que íbamos a tener ganas de bromear así!
EL SEGUNDO GUARDIA.- Quizá nos den una recompensa.
EL GUARDIA. - Puede ser, si es importante.
EL TERCER GUARDIA.- A Flanchard, el de la tercera, cuando pesco al incendiario, el mes pasado, le dieron paga doble.
EL SEGUNDO GUARDIA.- ¡Ah, no digas! Si nos dan paga doble propongo que en lugar de ir a la Taberna vayamos al Palacio Árabe.
EL GUARDIA.- ¿A beber? ¿Estás loco? Te venden la botella al doble en el Palacio. Para hacer el amor, de acuerdo. Escuchen lo que voy a decirles: primero vamos a la Taberna, nos atracamos como es debido y después al Palacio. Dime, Boudousse, ¿te acuerdas de la gorda del Palacio?
EL SEGUNDO GUARDIA.- ¡Ah, qué borracho estabas aquel día!
EL TERCER GUARDIA.- Pero si nos dan doble sueldo, nuestras mujeres lo sabrán. Si esto se arregla, quizá nos feliciten públicamente.
EL GUARDIA.- En ese caso, veremos. La juerga es otra cosa. Si hay una ceremonia en el patio del cuartel, como para las condecoraciones, también irán las mujeres y los chicos.
EL SEGUNDO GUARDIA.- Sí pero habrá que encargar la lista de platos con anticipación.
ANTÍGONA.- (Suavemente) Quisiera sentarme un poco, por favor.
EL GUARDIA.- (Después de reflexionar) Está bien, que se siente. Pero no la suelten. (Creón entra. El Guardia vocifera en seguida) ¡Atención!
CREÓN.- (Se detiene, sorprendido) Suelten a esa muchacha. ¿Que pasa?
EL GUARDIA.- Es el piquete de guardia, jefe. Vine con los camaradas.
CREÓN.- ¿Quién cuida el cadáver?
EL GUARDIA. - Llamamos al relevo, jefe.
CREÓN.- ¡Yo te había dicho que lo despidieras! ¡Te había dicho que no dijeras nada!
EL GUARDIA.- Nadie dijo nada, jefe. Pero como detuvimos a ésta, pensamos que era mejor venir. Esta vez no tiramos a suerte preferimos venir los tres.
CREÓN.- ¡Imbéciles! (A Antígona) ¿Dónde te detuvieron?
EL GUARDIA.- Cerca del cadáver, jefe.
CREÓN.- ¿Qué hacías junto al cadáver de tú hermano? ¿Sabías que prohibí acercársele.
EL GUARDIA.- ¿Pregunta que hacía, jefe? Por eso la traemos. Estaba escarbando la tierra con las manos. Estaba cubriéndolo otra vez.
CREÓN.- ¿Sabes lo que estás diciendo?
EL GUARDIA.- Señor, puede preguntárselo a ellos. Habían limpiado el cadáver cuando volví; pero como hace calor empezó a oler, nos subimos a una pequeña altura, no lejos, para estar al viento. Pensamos que en pleno día no corríamos ningún riesgo. Sin embargo, decidimos, para estar más seguros, que siempre habría uno de los tres mirándolo. Pero a mediodía, en pleno sol, y además con el olor que subía desde que amainara el viento era como un mazazo. Por más que abriera los ojos era inútil, el aire temblaba como gelatina, yo ya no veía. Voy al camarada a pedirle el odre para soportarlo... ¡Y en lo que tarde en llevármelo a la boca, en lo que tarde en darle las gracias, me vuelvo y allí estaba ella en pleno día! Escarbando. Debía pensar que era imposible le no verla. Y cuando vio que yo la corría, ¿cree que se detuvo, que trato de escapar? No. Continúo con todas las fuerzas tan rápido como podía, como si no me viera llegar. Y cuando la atrapé, luchaba como una diablesa, quería seguir, me gritaba que la dejara, que el cadáver no estaba cubierto todavía…
CREÓN.- (A Antígona) ¿Es cierto?
ANTÍGONA.- Sí, es cierto.
EL GUARDIA.- Volvimos a desenterrar el cadáver, como es debido. Después dejamos al relevo, sin decir una palabra, y vinimos a traérsela, señor. Eso es todo.
CREÓN.- ¿Y anoche, la primera vez, fuiste tú también?
ANTÍGONA.- Sí, fui yo. Con la palita de hierro que nos servía para hacer castillos de arena en la playa. Era justamente la pala de Polínice. Había grabado su nombre en el mango con un cuchillo. Por eso la deje a su lado. Pero ellos se la llevaron. Entonces la segunda vez tuve que hacerlo con las manos.
EL GUARDIA.- Parecía un bicho escarbando. Tanto que al primer golpe de vista, con el aire caliente que temblaba, el compañero dijo: "No, hombre, es un animal". “¿Te parece?” dije yo, “es demasiado fino para ser un animal. Es una mujer”.
CREÓN.- Está bien. Se les pedirá un informe dentro de un rato. Por el momento, déjenme solo con ella. (Al paje) Lleva a esos hombres al lado, hijo mío. Y que permanezcan incomunicados hasta que yo vaya a verlos.
EL GUARDIA.- ¿Le pongo las esposas, señor?
CREÓN.- No. (Los guardias salen, precedidos por el pequeño paje Creón y Antígona solos) ¿Hablaste de tú proyecto con alguien?
ANTÍGONA.- No.
CREÓN.- ¿Encontraste a alguien en el camino?
ANTÍGONA.- No, a nadie.
CREÓN.- ¿Estás bien segura?
ANTÍGONA.- Sí.
CREÓN.- Entonces, escucha: vas a volver a tu cuarto, te acostaras, dirás que estás enferma, que no saliste desde ayer. Tu nodriza dirá lo mismo. Yo haré desaparecer a esos tres hombres.
ANTÍGONA.- ¿Por qué? Usted sabe que volveré a hacerlo.
CREÓN.- ¿Por qué intentaste enterrar a tu hermano?
ANTÍGONA.- (Suavemente) Tenía que hacerlo.
CREÓN.- Yo lo había prohibido.
ANTÍGONA.- tenía que hacerlo a pesar de todo. Los que no son enterrados vagan eternamente y nunca encuentran reposo. Si mi hermano vivo hubiese vuelto molido después de una larga cacería, yo le hubiera quitado los zapatos, le hubiera dado de comer y le habría preparado la cama... Hoy Polínice concluyó la cacería. Vuelve a la casa donde mi padre, mi madre, y Eteocles, lo esperan. Tiene derecho al descanso.
CREÓN.- Era un rebelde, un traidor, tú lo sabías.
ANTÍGONA.- Era mi hermano.
CREÓN.- ¿Escuchaste la proclama del edicto en las esquinas? ¿Leíste el edicto en todas las paredes de la ciudad?
ANTÍGONA.- Sí.
CREÓN.- ¿Sabías la suerte prometida a cualquiera que se atreviese a tributarle honores fúnebres?
ANTÍGONA.- Sí, lo sabía.
CREÓN.- Tal vez creíste que por ser hija de Edipo, la hija del orgullo de Edipo, era bastante para estar por encima de la ley.
ANTÍGONA.- No. No creí eso.
CREÓN.- ¡La ley ha sido hecha antes que nada ti Antígona; La ley ha sido hecha antes que nada para las hijas de los reyes!
ANTÍGONA.- Si hubiese sido una criada que lavaba la vajilla cuando oí leer el edicto, me hubiera secado el agua grasienta de las manos y hubiera salido en delantal para ir a enterrar a mi hermano.
CREÓN.- No es cierto. Si hubieses sido una criada, sabrías que ibas a morir y te hubieras quedado en casa llorando a tu hermano. Pero tú te sabes de sangre real, sobrina mía y prometida de mi hijo y que, ocurriera lo que ocurriese, no me atrevería a condenarte a morir.
ANTÍGONA.- Se equivoca usted... Estaba segura de que, al contrario, usted me condenaría a morir.
CREÓN.- (La mira y murmura de pronto) El orgullo de Edipo. Eres el orgullo de Edipo, si, ahora que lo encuentro en el fondo de tus ojos, te creo. Seguramente pensaste que te condenaría a morir. ¡La muerte te parece un fin muy natural para ti, orgullosa! También lo era para tu padre –no digo la felicidad, ni se trata de eso- la desgracia humana era demasiado poco, lo humano les estorba en la familia... necesitan una conversación íntima con el destino y la muerte. Y de matar al padre, y acostarse con la madre, averiguarlo todo después ávidamente, palabra por palabra. Que brebaje, ¿eh? Y con qué avidez se lo bebe cuando uno se llama Edipo o Antígona. Y lo más sencillo, reventarse los ojos e ir a mendigar con los hijos por los caminos... Pues no. Esos tiempos se acabaron para Tebas. Tebas tiene derecho ahora a un príncipe sin historia.
Yo me llamo solamente Creón, gracias a Dios. Tengo los dos pies puestos en la tierra, las dos manos metidas en los bolsillos, y ya que soy rey, he resuelto, con menos ambición que tu padre, dedicarme sencillamente a hacer un poco menos absurdo, si es posible, el orden de este mundo.
Ni siquiera es una aventura, es un oficio de todos los días y no siempre divertido, como todos los oficios. Pero ya que estoy aquí para desempeñarlo lo haré… Y si mañana un mensajero mugriento baja desde el seno de las montañas para anunciarme que tampoco está seguro de mi nacimiento, le rogaré sencillamente que se vuelva al lugar de donde vino y por tan cosa no iré a provocar a tu tía ni me pondré a confrontar fechas. Los reyes tienen otra cosa que hacer que dramas personales, hijita. (Se le acerca y la toma del brazo) Así que escúchame bien. Eres Antígona, eres hija de Edipo, bien, pero tienes veinte años y no hace mucho todavía todo esto se hubiera arreglado con un par de bofetadas. (La mira sonriente) ¡Condenarte a morir! ¡No te has mirado, pajarito! Eres demasiado flaca. Mejor engorda un poco, para dar un niño robusto a Hemón. Tebas lo necesita más que tu muerte.
Volverás a tu cuarto enseguida, harás lo que te dije y te callaras. Yo me encargo del silencio de los otros. ¡Vamos, anda! Y no me fulmines así con tu mirada. Me tomas por un bruto, claro está, y has de pensar que soy decididamente prosaico. Pero te quiero bien a pesar de tu maldito carácter. No olvides que yo te regale la primera muñeca, no hace tanto tiempo. (Antígona no responde. Va a salir. Creón la detiene) ¡Antígona! Por esa puerta no se va a tu cuarto. ¿Adónde vas por ahí? (Se detiene, le responde suavemente) Usted lo sabe... (Un silencio. Se miran de nuevo de pie uno frente al otro)
CREÓN.- ¿A qué juego estás jugando?
ANTÍGONA.- No estoy jugando.
CREÓN.- ¿Pero no comprendes que si alguien más de esos tres brutos se entera de lo que has hecho, me veré obligado a condenarte a morir? Si te callas ahora, si renuncias a esta locura, tengo una posibilidad de salvarte. Pero ya no la tendré dentro de cinco minutos. ¿Entiendes?
ANTÍGONA.- Debo ir a enterrar a mi hermano, porque esos hombres lo han descubierto.
CREÓN.- ¿Irás a repetir ese gesto absurdo? Hay otra guardia alrededor del cuerpo de Polinice y aunque consigas cubrirlo otra vez, volverán a limpiar su cadáver, bien lo sabes. ¿Qué conseguirás? Solo ensangrentarte las uñas y hacerte prender.
ANTÍGONA.- Lo sé. Pero por lo menos puedo intentarlo. Es preciso hacer lo que se puede.
CREÓN.- ¿Así qué tú crees de verdad en ese entierro según los ritos? ¿Crees en la sombra de tu hermano condenada a andar siempre errante si no se arroja sobre el cadáver un poco de tierra con la fórmula del sacerdote? ¿No oíste recitar la fórmula a los sacerdotes de Tebas? ¿Viste esas pobres caras de funcionarios fatigados que abrevian los movimientos, se tragan las palabras y terminan apresuradamente con un muerto para seguir con otro antes de la comida de mediodía?
ANTÍGONA.- Si, los he visto.
CREÓN.- ¿Y no has pensado que si estuviese acostada en el cajón, una persona a quien quieres de verdad, no te pondrías a aullar de pronto, y a gritarles que se callaran y que se fueran?
ANTÍGONA.- Sí, lo he pensado.
CREÓN.- Y ahora corres peligro de muerte porque negué a tu hermano ese pasaporte irrisorio, ese chapurreo en serie sobre sus despojos, esa pantomima que te avergonzaría y mortificaría si la hubieras representado. ¡Es absurdo!
ANTÍGONA.- Sí. Es absurdo.
CREÓN.- Entonces, ¿por qué adoptas esa actitud? ¿Para los demás, para los que creen? o ¿Para alzarlos contra mí?
ANTÍGONA.- No.
CREÓN.- ¿Para quién entonces?
ANTÍGONA.- Para nadie. Para mí.
CREÓN.- (La mira en silencio) ¿Así que tienes ganas de morir? Ya pareces una pequeña presa de caza.
ANTÍGONA.- No se enternezca conmigo. Haga como yo. Haga lo que tiene que hacer. Pero si es usted un ser humano, hágalo enseguida. Es todo lo que le pido. No tendré coraje eternamente, es cierto.
CREÓN.- (Se acerca) Quiero salvarte, Antígona.
ANTÍGONA.- Usted es el rey, todo lo puede, pero eso no puede hacerlo.
CREÓN.- ¿Te parece?
ANTÍGONA.- Ni salvarme, ni impedirme hacer lo que quiero.
CREÓN.- ¡Orgullosa! ¡Pequeña Edipo!
ANTÍGONA.- Lo único que puede hacer es condenarme a morir.
CREÓN.- ¿Y si te hago torturar?
ANTÍGONA.- ¿Para qué? Para que llore, para que pida gracia, para que jure todo lo que quieran y ¿vuelva a hacerlo otra vez cuando ya no me duela?
CREÓN.- (Le aprieta el brazo) Te aprovechas demasiado, pequeña peste... Porque ves en mis ojos algo que vacila, por eso te burlas, atacas mientras puedes. ¿Adónde quieres ir, pequeña furia?
ANTÍGONA.- Suélteme. Me lastima el brazo con su mano.
CREÓN.- (Apretando más fuerte) No. Yo soy el más fuerte, así también me aprovecho.
ANTÍGONA.- (Lanza un gritito) ¡Ay!
CREÓN.- Tal vez es lo que debiera hacerte después de todo, sencillamente, torcerte la muñeca, tirarte del pelo como se hace con las mujeres en los juegos. (Se pone grave, le dice muy cerca) Soy tu tío, claro está, pero no samos cariñosos en la familia. ¿No te parece curioso, este rey que te escucha y que lo puede todo, tomándose tanta molestia intentando impedir tu muerte, a pesar de todo?
ANTÍGONA.- (Una pausa) Aprieta usted demasiado, ahora ni siquiera me duele. Ya no tengo brazo.
CREÓN.- (La mira y la suelta con una sonrisita. Murmura) Dios sabe que tengo otras cosas que hacer hoy, pero con todo perderé el tiempo necesario para salvarte, pequeña peste. (La obliga a sentarse. Se quita, la chaqueta, avanza hacia ella, pesado, poderoso, en mangas de camisa) No quiero dejarte morir por un lío político. Vales más que eso.
Porque tu Polínice, esa sombra vagabunda y ese cuerpo que se descompone entre sus guardia y todo ese patetismo que te inflama no es más que un lío político. ¿Crees que no me asquea tanto como a ti esa carne que se pudre al sol? Por la noche, cuando el viento viene del mar, se la huele en el palacio. Me da nauseas. Sin embargo, ni siquiera cerraré la ventana. Pero para que los brutos a quienes gobierno comprendan, el cadáver de Polínice tiene que apestar toda la ciudad durante un mes.
ANTÍGONA.- ¡Es usted detestable!
CREÓN.- Si hijita. El oficio lo exige. Lo que puede discutirse es si hay que hacerlo o no. Pero de hacerlo tiene que ser así.
ANTÍGONA.- ¿Por qué lo hace?
CREÓN.- Una mañana me desperté siendo rey de Tebas. Y Dios sabe que había otras cosas en la vida que me gustaban más que ser poderoso...
ANTÍGONA.- ¡Debía decir que no, entonces!
CREÓN.- Podía hacerlo. Pero me sentí de golpe como un obrero que rechaza un trabajo. No me pareció honrado. Dije sí.
ANTÍGONA.- Lo siento por usted. ¡Yo no dije sí! Yo todavía puedo decir que “no” a todo lo que no me gusta y ser mi único juez. Y usted con su corona, con sus guardias, con su pompa, solo puede hacerme morir, porque dijo sí.
CREÓN.- Escúchame…
ANTÍGONA.- Si quiero puedo escucharlo. Usted dijo que sí. Usted no tiene nada más de que enterarme. Yo sí. Está ahí bebiéndose mis lágrimas. Y si no llama a los guardias, es para escucharme hasta el final.
CREÓN.- ¡Me diviertes!
ANTÍGONA.- No. Le doy miedo. Por eso trata de salvarme. A pesar de todo sería más cómodo conservar una pequeña Antígona viva y muda en este palacio. Es usted demasiado sensible para ser un buen tirano. Eso es todo. Pero sin embargo me hará morir dentro de un instante, usted lo sabe, y por eso tiene miedo. Es feo un hombre que tiene miedo.
CREÓN.- (Sordamente) Sí, tengo miedo de verme obligado a hacerte matar si te obstinas. Y no quisiera hacerlo.
ANTÍGONA.- Y sin embargo usted ahora me hará matar sin quererlo. ¡Y eso es ser rey!
CREÓN.- ¡Sí, es eso!
ANTÍGONA.- ¡Pobre Creón! A pesar de mis uñas rotas y llenas de tierra y de los moretones que sus guardias me hicieron en los brazos, a pesar del miedo que me retuerce las entrañas, yo soy reina.
CREÓN.- Entonces, ten lástima de mí, vive. El cadáver de tu hermano, es un precio suficiente para que el orden reine en Tebas. Mi hijo te quiere. Ya he pagado bastante. No me obligues a pagar contigo también.
ANTÍGONA.- No. Usted dijo que sí. ¡Ahora nunca dejará de pagar!
CREÓN.- (La sacude de pronto fuera de sí) ¡Pero Dios mío! ¡Trata de comprender un minuto tú también, niña idiota! Tiene que haber quienes digan que sí. Tiene que haber quienes gobiernen la barca. ¿Lo comprendes?
ANTÍGONA.- No, no quiero comprender. Eso está bien para usted. Estoy aquí para decirle que no y para morir.
CREÓN.- ¡Es fácil decir que no!
ANTÍGONA.- No siempre.
CREÓN.- Para decir que sí, hay que sudar y arremangarse, tomar la vida con las manos y meterse en ella hasta los codos. Es fácil decir que no aunque haya que morir. Basta con no moverse y esperar.
ANTÍGONA.- Sería demasiado cobarde. (Un silencio)
CREÓN.- ¿Me desprecias, verdad? (Ella no contesta. Creón continúa como para sí) Es curioso. A menudo he imaginado este diálogo con un hombrecito pálido que hubiera intentado matarme y de quien no podría obtener nada más que desprecio. Pero no pensaba que sería contigo y por algo tan tonto... (Se toma la cabeza entre las manos. Está extenuado) Pero escúchame por última vez. ¿Sabes por qué vas a morir, Antígona? ¿Sabes al pie de qué historia sórdida vas a firmar con tu nombre ensangrentado para siempre?
ANTÍGONA.- ¿Qué historia?
CREÓN.- La de Eteocles y Polínice, la de tus hermanos. Nadie la sabe en Tebas, salvo yo. Y me parece que tú, esta mañana, también tienes derecho a saberla. (Reflexiona un instante. Comienza sordamente sin mirar a Antígona) ¿Qué recuerdas de tus hermanos? ¿Dos compañeros de juego que seguramente te despreciaban, cuchicheando siempre al oído para hacerte rabiar y que te rompían las muñecas?
ANTÍGONA.- Eran grandes...
CREÓN.- Después, los oías golpear la puerta cuando volvían, veías llorar a tu madre y pasaban delante de ti, tambaleantes, oliendo a vino.
ANTÍGONA.- Una vez me escondí detrás de una puerta; era a la mañana, acabábamos de levantarnos y ellos volvían. ¡Polínice me vio, estaba muy pálido, con los ojos brillantes, y tan hermoso con su traje de gala! Me dijo: "Vaya, ¿estás ahí?" Y me dio una gran flor de papel que había traído de la fiesta.
CREÓN.- Y tú conservaste esa flor, ¿verdad?
ANTÍGONA.- (Se estremece) ¿Quién se lo dijo?
CREÓN.- Pobre Antígona, con tu flor de cotillón ¿Sabes quien era tu hermano?
ANTÍGONA.- ¡Sabía que usted iba a hablarme mal de él!
CREÓN.- ¡Un pobre juerguista imbécil, un carnicero duro y sin alma, un brutito que sólo servía para gastar dinero en los bares. Una vez, tu padre acababa de negarle una fuerte suma que había perdido en el juego; se puso colérico y le levantó la mano gritando una palabra infame.
ANTÍGONA.- ¡Eso no es cierto!
CREÓN.- ¡Su puño de bruto voló a la cara de tu padre! Era doloroso. Tu padre estaba sentado a su mesa con la cabeza en las manos. Sangraba. Lloraba. Y en un sillón Polínice, bromeaba.
ANTÍGONA.- (Casi suplicante) ¡Eso no es cierto!
CREÓN.- Acuérdate, tú tenías doce años. No lo vieron durante mucho tiempo. ¿Es cierto no?
ANTÍGONA.- (Sordamente) Si, es cierto.
CREÓN.- Después... tu padre calló y Polínice se alistó en el ejército argivo. Entonces empezó contra tu padre una cacería infame, contra aquel viejo que no quería morir ni dejar el reino. Los atentados se sucedían y los matones que atrapábamos, siempre acababan por confesar que habían recibido dinero de él. Pero no sólo de él. Y eso es lo que quiero que sepas. Ayer hice grandiosos funerales a Eteocles. Es ahora un héroe y un santo para Tebas. Yo también pronuncie un discurso. Todos los sacerdotes de Tebas en pleno con la cara de circunstancias y los honores militares. Era preciso. Como te imaginarás, no podía darme el lujo de tener un crápula en cada bando. Eteocles, ese premio a la virtud, no valía más que Polínice. El buen hijo también había intentado hacer asesinar a su padre, el príncipe leal también había decidido vender a Tebas al mejor postor. Sí, ¿te parece gracioso? Pero tenía que convertir en héroe a uno de ellos. Entonces mande buscar sus cadáveres. Los encontraron abrazados, por primera vez en su vida. Se habían ensartado mutuamente y después la carga de la caballería argiva les paso por encima. Hice recoger a uno de los cuerpos, el menos estropeado de los dos, para los funerales nacionales, y di orden de que se dejara podrir el otro donde estaba... Ni siquiera sé cuál. Y te aseguro que me da lo mismo. (Hay un largo silencio)
ANTÍGONA.- ¿Por qué me contó eso? (Creón se levanta, se pone la chaqueta)
CREÓN.- ¿Era preferible dejarte morir por esa pobre historia?
ANTÍGONA.- Tal vez. Yo creía.
CREÓN.- ¿Qué vas a hacer, ahora?
ANTÍGONA.- (Se levanta como una sonámbula) Voy a subir a mi cuarto.
CREÓN.- No te quedes mucho tiempo sola. Busca a Hemón. Y cásate.
ANTÍGONA.- (En un soplo) Sí.
CREÓN.- Olvida todo lo que dije. Tienes toda la vida por delante. Tienes ese tesoro todavía.
ANTÍGONA.- Sí.
CREÓN.- ¡Y tú ibas a derrocharlo! Te comprendo, yo hubiera hecho lo mismo a los veinte años. Por eso bebía tus palabras. Escuchaba desde el fondo del tiempo a un joven Creón flaco y pálido como tú y que sólo pensaba en darlo todo también... Cásate pronto, Antígona. La vida no es lo que tú crees. Es un agua que los jóvenes dejan correr sin saberlo entre los dedos abiertos. Mañana cuando pronuncie el próximo discurso delante del sepulcro de Eteocles, no me escuches, no será cierto. Sólo es cierto, lo que no se dice... Tú también lo sabrás, demasiado tarde; la vida es un libro que amamos, un niño que juega a tus pies, una herramienta que uno sujeta bien en la mano, un banco para descansar a la noche delante de casa. Antígona, sé feliz.
ANTÍGONA.- (Murmura, con la mirada un poco perdida) Feliz...
CREÓN.- Una pobre palabra, ¿verdad?
ANTÍGONA.- (Despacito) ¿Cómo será mi felicidad? ¿En qué mujer feliz se convertirá la pequeña Antígona? ¿Qué mezquindades tendrá que hacer día a día, para arrancar con los dientes su pedacito de felicidad? Dígame, ¿a quien deberá mentir, a quien sonreír, a quien venderse?
CREÓN.- (Se encoge de hombros) Estas loca, cállate.
ANTÍGONA.- ¡No, no me callaré! Quiero saber cómo me las arreglaré para ser feliz, para vivir.
CREÓN.- ¿Amas a Hemón?
ANTÍGONA.- Sí. Amo a un Hemón fuerte y joven; a un Hemón exigente y fiel como yo. Pero si la vida, la felicidad de la que usted habla, han de pasar por él con su desgaste, si ha de convertirse a mi lado en el señor Hemón, si ha de aprender a decir que sí, entonces ya no amo a Hemón.
CREÓN.- No sabes lo que dices.
ANTÍGONA.- Si, sé lo que digo; es usted el que ya no me oye... Ahora le hablo desde muy lejos, desde un reino donde no puede entrar con su prudencia. (Se ríe) ¡Ah! ¡Me río, Creón, me río porque lo veo de golpe a sus quince años! Con el mismo aire de impotencia y creyendo que todo lo puede.
CREÓN.- (La sacude) ¿Te callarás de una vez?
ANTÍGONA.- ¿Por qué quieres hacerme callar? Sabes que tengo razón, pero no lo confesarás nunca porque estás defendiendo tu felicidad en este momento como una fiera.
CREÓN.- ¡La tuya y la mía, imbécil!
ANTÍGONA.- ¡Ustedes me dan asco con su felicidad! Con su pequeña vida que hay que amar cueste lo que cueste. Yo lo quiero todo, enseguida y completo, y si no, me niego. Hoy quiero estar segura de todo y que sea tan hermoso como cuando era pequeña, o morir.
CREÓN.- ¡Ya está, empiezas como tu padre!
ANTÍGONA.- Sí. Somos de los que plantean las preguntas hasta el fin. Hasta que no quede sin estrangular la más pequeña posibilidad de esperanza. ¡Somos de los que saltan encima de la esperanza, de su querida esperanza, de su sucia esperanza!
CREÓN.- ¡Cállate! ¡Te pones fea gritando esas palabras!
ANTÍGONA.- ¡Sí, soy fea! Son indignos estos gritos, ¿verdad? Estos sobresaltos, esta lucha de mercaderes. Papá sólo fue hermoso después, cuando estuvo seguro de que ya nada podía salvarlo, cuando todo había terminado. ¡Le bastó cerrar los ojos para no ver nada más! ¡Ustedes son los feos, con sus pobres caras de candidatos a la felicidad! Hasta los más hermosos tienen algo de feo en la comisura del ojo o de la boca. ¡Tienen caras de cocineros!
CREÓN.- (Le estruja el brazo) ¡Te ordeno que te calles!
ANTÍGONA.- ¿Crees que puedes ordenarme algo?
CREÓN.- La antesala está llena de gente. ¿Quieres condenarte? Te oirán.
ANTÍGONA.- ¡Abre las puertas! ¡Que me oigan!
ISMENA.- (Lanzando un grito) ¡Antígona!
ANTÍGONA.- ¿Qué quieres tú ahora?
ISMENA.- ¡Antígona, perdóname! Antígona, ya ves, estoy aquí, tengo coraje. Ahora, iré contigo.
ANTÍGONA.- ¿Adónde vendrás conmigo?
ISMENA.- ¡Si la condena a muerte, tendrá que condenarme a mí también!
ANTÍGONA.- ¡Ah, no! Ahora no. Yo sola. No te figures que vendrás a morir conmigo. ¡Sería demasiado fácil!
ISMENA.- No quiero vivir sí tú mueres, no quiero quedarme sin ti.
ANTÍGONA.- Tú has elegido la vida y yo la muerte. Había que ir esta mañana, en cuatro patas en la noche. ¡Tenías que escarbar la tierra con las uñas mientras ellos estaban cerca y dejarte apresar como una ladrona!
ISMENA.- ¡Bueno, pues iré mañana!
ANTÍGONA.- ¿La oyes, Creón? Ella también. Quién sabe si otros no se contagiarán al escucharme. ¿Qué esperas para llamar a los guardias? Vamos, Creón, un poco de coraje, no es más que un mal rato. ¡Vamos, cocinero, ya no hay más remedio!
CREÓN.- (Grita de pronto) ¡Guardias! (Los guardias aparecen en seguida) Llévensela.
ANTÍGONA.- (Con un grito de alivio) ¡Por fin, Creón! (Los guardias se lanzan sobre ella y la llevan. Ismena sale gritando tras ella)
ISMENA.- ¡Antígona! ¡Antígona! (Creón se ha quedarlo solo. EL coro entra se le acerca)
EL CORO.- Estás loco, Creón. ¿Qué has hecho?
CREÓN.- (Mirando a lo lejos) Tenía que morir.
EL CORO.- ¡No dejes morir a Antígona, Creón! Todos llevaremos esa llaga en el costado durante siglos.
CREÓN.- Ella era la que quería morir. Ninguno de nosotros tenía bastante fuerza para convencerla de que viviera. Ahora lo comprendo. Quizá ni ella misma lo sabía, Polínice era sólo un pretexto. Lo que importaba para ella era negarse a vivir.
EL CORO.- Es una niña, Creón.
CREÓN.- ¿Qué quieres que haga por ella? ¿Condenarla a vivir?
HEMÓN.- (Entra gritando) ¡Padre!
CREÓN.- (Corre hacia él, lo besa) Olvídala, Hemón; olvídala hijo mío.
HEMÓN.- Estás loco, padre. Suéltame.
CREÓN.- (Lo sujeta más fuerte) Lo he intentado todo para- salvarla, Hemón. Lo he intentado todo, te lo juro. No te quiere. Hubiera podido vivir. Pero prefirió su locura y la muerte.
HEMÓN.- (Grita, tratando de librarse de su brazo) ¡Padre, no dejes que esos hombres la lleven!
CREÓN.- Ya habló. Toda Tebas sabe ahora lo que hizo. Me veo obligado a hacerla morir.
HEMÓN.- (Se arranca de sus brazos) ¡Suéltame! (Un silencio. Están uno frente al otro. Se miran)
EL CORO.- (Se acerca) ¿No se puede tramar algo, decir que está loca, encerrarla?
CREÓN.- Dirán que no es cierto. Que la salvo porque iba a ser la mujer de mi hijo. No puedo.
EL CORO.- ¿No se puede ganar tiempo, hacerla escapar ahora?
CREÓN.- La multitud ya lo sabe, aúlla alrededor del palacio. No puedo.
HEMÓN.- Padre, la multitud no es nada. Tú eres el amo.
CREÓN.- Soy el amo antes de la ley. No después.
HEMÓN.- Padre, soy tu hijo, no puedes dejar que se la lleven.
CREÓN.- Sí. Valor hijo mío. Antígona no quiere vivir más. Antígona ya nos ha abandonado a todos.
HEMÓN.- ¿Crees que yo podré vivir sin ella? ¿Crees que aceptaré esta vida? Todos los días, de la mañana a la noche, sin ella. ¿Y tu agitación, tu charla, tu vacío, sin ella?
CREÓN.- Tendrás que aceptar, Hemón. Cada uno de nosotros tiene un día, más o menos triste, más o menos lejano en que debe aceptar ser un hombre. Para ti, ha llegado ese día... Cuando hayas cruzado ese umbral dentro de un instante, todo habrá acabado.
HEMÓN.- (Retrocede un poco y dice despacito) Ya se acabó.
CREÓN.- No me juzgues, Hemón. No me juzgues tú también.
HEMÓN.- (Lo mira y dice) Aquella gran fuerza y aquel coraje, aquel dios gigante que me levantaba en sus brazos y me salvaba de los monstruos y las sombras, ¿eras tú?
CREÓN.- (Humildemente) Sí, Hemón.
HEMÓN.- Todos aquellos cuidados, todo aquel orgullo, todos aquellos libros llenos de héroes, ¿eran para llegar a esto? ¿Para llegar a ser un hombre, como tú dices, y muy contento de vivir?
CREÓN.- Sí, Hemón.
HEMÓN.- (Grita de pronto como un niño, arrojándose en sus brazos) ¡Padre, no es cierto! ¡No eres tú! No estamos los dos al pie de este muro donde sólo cabe decir que sí. Todavía eres poderoso, como cuando yo era niño. ¡Te lo suplico, padre! Que yo te admire, que siga admirándote. Estoy demasiado solo y el mundo queda demasiado desnudo si no puedo admirarte más.
CREÓN.- (Lo aparta de sí) Estamos solos, Hemón. El mundo está desnudo. Mírame, esto es convertirse en un hombre: ver un día, de frente, el rostro del padre.
HEMÓN.- (Retrocede gritando) ¡Antígona, Antígona! ¡Socorro! (Sale corriendo)
EL CORO.- (Se acerca a Creón) Creón, salió como un loco.
CREÓN.- (Mira a lo lejos, inmóvil) Sí. Pobrecito, la quiere.
EL CORO.- Creón, hay que hacer algo.
CREÓN.- No puedo hacer nada más.
EL CORO. - Se ha marchado, herido de muerte.
CREÓN.- (Sordamente) Sí, estamos todos heridos de muerte. (Antígona entra en la habitación, empujada por los guardias, detrás de la cual se adivina a la multitud que grita)
EL GUARDIA. - ¡Señor, invaden el palacio!
ANTÍGONA.- ¡Creón, no quiero ver más sus rostros, no quiero oír más sus gritos, no quiero ver más a nadie! Ahora tienes mi muerte, ya basta.
CREÓN.- (Sale gritando a los guardias) ¡Guardias en las puertas! ¡Que desalojen el palacio! ¡Tú quédate con ella! (Los guardias salen con el coro. Antígona se queda sola con el primer guardia. Lo mira)
ANTÍGONA.- (Dice de pronto) Así que eres tú.
EL GUARDIA.- ¿Yo qué?
ANTÍGONA.- Mi última cara de hombre. Déjame mirarte.
EL GUARDIA.- (Se aparta, molesto) Vamos, vamos.
ANTÍGONA.- ¿Tú fuiste el que me detuvo esta mañana?
EL GUARDIA.- Sí, yo.
ANTÍGONA.- Me lastimaste. No necesitabas lastimarme. ¿Acaso parecía que quería escaparme?
EL GUARDIA.- ¡Vamos, vamos, nada de historias! Si no fuera usted, yo sería el que muriese.
ANTÍGONA.- ¿Cuántos años tienes?
EL GUARDIA - Treinta y nueve.
ANTÍGONA.- ¿Tienes hijos?
EL GUARDIA.- Sí, dos.
ANTÍGONA.- ¿Los quieres?
EL GUARDIA.- Eso no le interesa. (Comienza a caminar por la habitación; por un rato no se oye más que sus pasos)
ANTÍGONA.- (Pregunta muy humilde) ¿Hace mucho que usted es guardia?
EL GUARDIA.- Después de la guerra. Era sargento. Me reenganché.
ANTÍGONA.- ¿Hay que ser sargento para ser guardia?
EL GUARDIA.- En principio, sí. Sargento o haber seguido el curso especial.
ANTÍGONA.- (Le dice de pronto) Escucha...
EL GUARDIA.- Sí.
ANTÍGONA.- Voy a morir dentro de un rato. (El guardia no responde. Sigue caminando) ¿Tú crees que duele morir?
EL GUARDIA.- No puedo decírselo. Durante la guerra, los que tenían heridas en el vientre, sufrían. A mí nunca me hirieron. Y en cierto sentido eso me perjudicó en los ascensos.
ANTÍGONA.- ¿Cómo van a hacerme morir?
EL GUARDIA.- No sé. Creo haber oído que para no manchar la ciudad con su sangre, la iban a tapiar en un pozo.
ANTÍGONA.- ¿Viva?
EL GUARDIA.- Sí. (Un silencio. El guardia saca un cigarrillo)
ANTÍGONA.- ¡Oh, tumba! ¡Oh, lecho nupcial! ¡Oh, morada subterránea!... (Parece pequeñita en medio de la gran habitación desnuda. Se diría que tiene un poco de frío. Se rodea con sus brazos. Murmura) Completamente sola...
EL GUARDIA.- En las cavernas del Hades a las puertas de la ciudad. A pleno sol. Una buena faena para los que estén de turno.
ANTÍGONA.- (Murmura, súbitamente cansada) Dos animales.
EL GUARDIA.- ¿Dos animales qué?
ANTÍGONA.- Dos animales se apretarían uno contra el otro para darse calor. Yo estoy completamente sola.
EL GUARDIA.- Si necesita algo, es diferente. Yo puede llamar.
ANTÍGONA.- No. Sólo quisiera que entregaras una carta a una persona cuando yo haya muerto.
EL GUARDIA.- ¿Una carta?
ANTÍGONA.- Una carta que escribiré.
EL GUARDIA.- ¡Ah, eso no! ¡Nada de historias! ¡Una carta! ¡Con las cosas que sale!
ANTÍGONA.- Te daré este anillo si aceptas.
EL GUARDIA.- ¿Es de oro?
ANTÍGONA.- Sí. Es de oro.
EL GUARDIA.- ¿Sabes? Si me registran, consejo de guerra para mí. ¿A usted le da lo mismo? (Mira otra vez el anillo) Lo que puedo hacer, si quiere, es escribir en mi libreta lo que usted quiera decir. Después arrancaré la página. Con mi letra, ¿no es lo mismo?
ANTÍGONA.- (Cierra los ojos; murmura con un pobre rictus) Tu letra... (Se estremece ligeramente) Todo esto es demasiado feo.
EL GUARDIA.- (Ofendido, hace ademán de devolver el anillo) Mire, si usted no quiere, yo...
ANTÍGONA.- Sí. Guárdate el anillo y escribe. Pero rápido... Tengo miedo de que no haya tiempo... Escribe: "Querido mío...".
EL GUARDIA.- (Que ha sacado la libreta y chupa la mina del lápiz) ¿Es para su amiguito?
ANTÍGONA.- "Querido mío: quise morir y quizá no me quieras más... "
EL GUARDIA.- (Repite lerdamente mientras escribe) “Querido mío: quise morir y quizá no me quieras más..."
ANTÍGONA.- "Creón tenía razón; es terrible; ahora, junto a este hombre, ya no sé por qué muero. Tengo miedo...".
EL GUARDIA.- (Luchando con el dictado) "Creón tenía razón, es terrible...".
ANTÍGONA.- Ah, Hemón, nuestro hijo. Ahora comprendo lo sencillo que era vivir...
EL GUARDIA.- (Se detiene) Eh, va usted demasiado rápido. ¡Cómo quiere que escriba!
ANTÍGONA.- ¿Por dónde andabas?
EL GUARDIA.- (Relee) "Es terrible ahora junto a este hombre..."
ANTÍGONA.- "Ya no sé por qué muero."
EL GUARDIA.- (Escribe chupando la mina) Nunca se sabe por qué se muere.
ANTÍGONA.- (Continúa) "Tengo miedo..." (Se detiene. De pronto se yergue) No. Tacha todo eso. Es preferible que nunca lo sepa nadie. Pon solamente: "Perdón."
EL GUARDIA.- Entonces tacho el final y pongo perdón en cambio.
ANTÍGONA.- Sí. "Perdón, querido. Sin la pequeña Antígona todos hubieran estado muy tranquilos. Te quiero..."
EL GUARDIA.- “Te quiero...” ¿Eso es todo?
ANTÍGONA.- Sí, eso es todo.
EL GUARDIA.- Es una carta curiosa.
ANTÍGONA.- Sí, es una carta curiosa.
EL GUARDIA.- ¿Y a quién va dirigida? (En ese momento se abre la puerta. Aparecen los otros guardias. Antígona se levanta, los mira, mira al primer guardia, que, erguido detrás de ella, se guarda el anillo y acomoda la libreta con aire de importancia... Ve la mirada de Antígona. Grita para darse ánimos) ¡Vamos! ¡Basta de historias! (Antígona sonríe compasivamente. Baja la cabeza. Va sin decir una palabra hacia los otros guardias. Salen todos)
EL CORO.- (Aparece) ¡Bueno! Se acabó con Antígona. Ahora se acerca el turno de Creón.
EL MENSAJERO.- (Irrumpe gritando) ¡La reina! ¿Dónde está la reina?
EL CORO.- ¿Para qué la quieres? ¿Qué tienes que decirle?
EL MENSAJERO.- Acababan de arrojar a Antígona al pozo. Todavía no habían terminado de empujar las últimas piedras, cuando todos oyen quejas que salen de pronto de la tumba. Todos callan y escuchan, no es la voz de Antígona. Es una queja nueva que sale de las profundidades del pozo. Todos miran a Creón, y él, que fue el primero en adivinar, él que ya lo sabe antes que los otros, lanza de pronto un alarido como un lobo: "¡Quiten las piedras! ¡Quiten las piedras!" Los esclavos se arrojan sobre los bloques amontonados, y entre ellos, el rey sudoroso, con las manos sangrantes.
Las piedras se mueven al fin. Antígona está en el fondo de la tumba colgada de los hilos de su cinturón, de los hilos azules, de los hilos verdes, de los hilos rojos que le hacen como un collar de novia, y Hemón de rodillas, sosteniéndola en sus brazos, se queja con el rostro hundido en su regazo.
Mueven otro bloque y Creón puede bajar al fin. Se ven sus cabellos en la oscuridad, en el fondo del pozo. Trata de incorporar a Hemón, le suplica. Hemón no lo oye. De pronto se incorpora, mira a su padre sin decir nada, después le escupe a la cara y saca la espada. Hemón lo mira con ojos de niño. Mira al viejo que tiembla en el otro extremo de la caverna y sin decir nada se hunde la espada en el vientre y se tiende junto a Antígona, besándola en medio de un inmenso charco rojo.
CREÓN.- (Entra con su paje) ¡Los hice acostar, por fin, uno junto al otro! Ahora están limpios, descansados. Están sólo un poco pálidos, pero tan tranquilos. Dos amantes después de la primera noche. Ellos han terminado.
EL CORO.- Tú no, Creón. Todavía te queda algo por saber. Eurídice, la reina, tu mujer...
CREÓN.- Una buena mujer que siempre habla de su jardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus eternos tejidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesidad de prendas tejidas que tienen los pobres. Parecería que sólo necesitan prendas tejidas...
EL CORO.- Los pobres de Tebas tendrán frío este invierno, Creón. Al enterarse de la muerte de su hijo, la reina dejó las agujas después de terminar la vuelta; pausadamente, como todo lo que hace. Y después pasó a su cuarto, a su cuarto con olor a lavanda, con carpetitas bordadas y marcos de felpa, para cortarse la garganta, Creón. Ahora está tendida en una de las camitas gemelas pasadas de moda, en el mismo lugar donde la viste de muchacha una noche, y con la misma sonrisa, apenas un poco más triste. Y si no hubiera esa gran mancha roja en las sábanas alrededor de su cuello, podría creerse que duerme
CREÓN.- Ella también. Todos duermen. Está bien. La jornada ha sido dura. (Una pausa. Dice sordamente) Será bueno dormir.
EL CORO.- Ahora estás completamente solo, Creón.
CREÓN.- Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoya la mano en el hombro del paje) Pequeño...
EL PAJE.- ¿Señor?
CREÓN.- Voy a decírtelo a ti. Los otros no lo saben; uno está aquí, delante de la tarea, y no puede cruzarse de brazos. Dicen que es una cochina faena, pero si uno no la hace, ¿quién lo hará?
EL PAJE.- No sé, señor.
CREÓN.- Claro está, no lo sabes. ¡Tienes suerte! No habría que saber nunca. Se tarda en llegar a grande, ¿verdad?
EL PAJE.- ¡Oh, sí, señor!
CREÓN.- Estás loco, pequeño. No habría que llegar nunca a grande. (Se oye la hora a lo lejos; murmura) Las cinco. ¿Qué tenemos hoy a las cinco?
EL PAJE.- Consejo, señor.
CREÓN.- Bueno, pues si tenemos consejo, pequeño, podemos ir andando. (Salen, Creón apoyándose en el paje)
EL CORO.- (Se adelanta) Y es así. Sin la pequeña Antígona, es cierto, todos hubieran estado muy tranquilos. Pero ahora se acabó. A pesar de todo, están tranquilos. Todos los que tenían que morir han muerto. Los que creían una cosa, y los que creían lo contrario, y aun los que no creían nada y se vieron envueltos en el asunto sin comprender nada. Muertos semejantes, todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y los que viven todavía comenzarán despacito a olvidarlos y a confundir sus nombres. Se acabó.
Antígona está calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre. Su deber le ha sido perdonado. Un gran sosiego triste cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío donde Creón empezará a esperar la muerte. (Mientras hablaba, los guardias han entrado. Se instalan en un banco, con la botella de vino tinto al lado, el sombrero hacia atrás, y empiezan una partida de cartas) No quedan más que los guardias. A ellos todo esto les da lo mismo. Continúan jugando a las cartas...
(Mientras los guardias juegan cae rápidamente el)
TELÓN