19/2/15

Donde el viento hace Buñuelos Arístides Vargas

Donde el viento hace Buñuelos
Arístides Vargas


Catalina y Miranda se encontraron en diferentes lugares en tiempos diferentes sin saber cuál es el tiempo real que les toca vivir. Esta obra está basada en las improvisaciones que Rosa Luisa Márquez y Charo Francés realizaron en lugares distintos como Madrid, Quito y San Juan y, de alguna manera, expresa la amistad surgida del desarraigo, la solidaridad de las que están fuera de si mismas. Agradezco a estas dos magníficas actrices, directoras y maestras, el haber compartido sus mundos, el mostrarme en sus memorias, sus países: España y Puerto Rico, sus exilios diarios y sus recuerdos.

Escena1
(Catalina y Miranda esperan que una persona dormida desocupe alguna cama para dormir en ella)
Catalina: Este hombre duerme profundamente.
Miranda: Duerme como si intentara olvidar algo.
Catalina: Siempre llega antes que nosotras.
Miranda: Tal vez esté fingiendo.
Catalina: ¿Qué?
Miranda: Tal vez esté fingiendo dormir cuando en realidad duerme...
Catalina: No le entiendo
Miranda: Tal vez esté muerto.
Catalina: No creo.
Miranda: (Tocándolo) Mire...
Catalina: Si...
Miranda: ¿Ve?
Catalina: ¿Qué?
Miranda: Nada...
Catalina: Yo no le despertaría.
Miranda: Yo tampoco.
Catalina: Podríamos perder el turno.
Miranda: Sí.
Catalina: Los hombres son más trágicos cuando duermen.
Miranda: Y más aventureros.
Catalina: Cuando pierdo el turno se me empasta la boca como si me hubiese comido un mono con cáscara y todo, se me empasta la boca, se me empasta como si mordiera una pedazo de mono vivo; entonces el cielo se vuelve gris como el uniforme de la policía y el pensamiento se me licúa como una sopa, se me licúa aquí..., aquí, ¿se da cuenta?
Miranda: No se altere, vamos a dormir, sólo es cuestión de tiempo.
Catalina: A veces he tenido la tentación de pasar la mano por la mejilla del que duerme por el simple placer de acariciar a una persona dormida.
Miranda: Mi padre duerme la siesta...
Catalina: ¿Qué?
Miranda: Mi padre... Puedo verlo con cierta claridad, tomando sombra en la siesta bajo un inmenso árbol, a su costado un pavo real y en su boca un hilo de baba. No había brutalidad porque mi padre era joven y dormía.
Catalina: El tiempo pasa más rápido cuando una duerme.
Miranda: Yo era niña y mi padre era joven...
Catalina: A veces sueño con ventiladores...
Miranda: Mi padre siempre quieto como las piedras, ¿Se mueve? Sí, como las piedras arrastradas poe el viento de la noche... De todos modos, el viento de la noche también es una suposición.
Catalina: Tiene un pañuelo?
Miranda: No... por qué?
Catalina: Por nada. Odias a tu padre?
Miranda: No. Solo lo recordaba.

Escena 2 
Miranda: Todo es perfecto: la luz que atraviesa la ventana donde llegan y parten aviones hacia un cielo celeste, apenas cuestionado por una que otra nube... ¿Me escucha? Digo que todo es perfecto: los árboles a lo lejos y las personas con sus maletas perfectas, despeinadas suavemente por una música transparente que viaja por el aire acondicionado, aire inventado para que todo sea perfecto como el aire, aire... ¿Me sigue? ¿Ah? ¿Sí? Le decía... todo es perfecto: a la gente se la ve bien, sin problemas, los pájaros vuelan en la dirección que se debe volar, atraviesan el ángulo de la vista que se debe atravesar, las persona exclaman lo que se debe exclamar: ¡Oh!, ¡Son pájaros...! Y así, todo es perfecto, sólo yo estoy demás. Pero como no me veo, todo es perfecto. ¿Me escucha? Bueno, no importa... Usted no tiene por qué escucharme, yo soy una extranjera y usted está tallada en el aire... aire.

Escena 3
Catalina: ¿Dijo algo...?
Miranda: No.
Catalina: Pensé...
Miranda: Pensó mal.
Catalina: No se altere.
Miranda: Pensó mal, eso es todo.
Catalina: Sí, ya se, pero no se altere.
Miranda: Usted pensó mal, ¿y yo soy la que me altero?
Catalina: Pensé que murmuraba algo y a mí no me gusta la gente que murmura algo, además... Me sale sangre por la nariz.
Miranda: ¿Quiere un poco de té?
Catalina: No.
Miranda: ¿Quiere mi bufanda?
Catalina: No.
Miranda: ¿Qué quiere, entonces?
Catalina: Quiero que esos perros que ladran a lo lejos se callen.

Escena 4
Buñuelo: Permítanme que me presente, Soy Buñuelo, el perro de Luis Buñuel, también conocido por "el perro andaluz"... ¡guau! Tambien conocido por "el perro poeta", ¡guau! o, tambien, por "el perro chismoso", a secas. Por una extraña asociación fui dejado bajo los cuidados de la niña Miranda. No me quejo... Como bien y me masturbo tres o cuatro veces al día. La Niña Miranda me dice: ¡No seas asqueroso, Buñuelo! Y yo, ¿qué voy a hacer, si soy puro instinto...! Veo la vida en blanco y negro, como las películas de Don Luis, ciertos días le pongo título a lo que veo, por ejemplo: "La alevosa caída del señor Pérez", basada en el golpazo que se pegó el viejo Pérez, al posar su vista en los pechos de Dona Beatriz, la vecina, y no ver la puerta de vidrio, frontera transparente entre las tetas de Dona Beatriz y el deseo de Don Pérez. ¡A tetas de vidrio, deseo transparente, para ser mas claro. O "La muchacha se va porque hace frío". ¿Les conté esa? Bueno, si se la conté, se aguantan, se la cuento de nuevo.... Estaba yo, como siempre, oliéndome el sexo y a punto de desmayarme. La calle parecía un fideo tembloroso y la gente parecía borracha por el agobiante sol que a su vez parecía una escupida de oro en el cielo de junio... Todo parecía porque nada era verdad...
M.Superiora: Niña Miranda, ¿qué cree que está haciendo, qué se cree que está haciendo, niña?
Miranda: Nada, sólo jugaba.
M.Superiora: Pero, ¿no sabe que aquí está prohibido jugar? ¿Lo sabe? ¿Lo sabe? ¡Claro que lo sabe! Pero, ¡claro!, la nina... ¿a que jugaba? ¿No sabe que jugar en soledad es malo? ¿O cree que porque esta sola Dios no la ve? Dios ve todo, senorita. ¿No se da cuenta que Dios es un ojo? Dios es un ojo y lo ve todo, un ojo que todo lo ve, un ojo que todo lo puede, un inmenso ojo celeste...
Miranda: Entonces Dios tomo una navaja y se hizo un corte horizontal en la mirada.

Escena 5
Catalina: Tengo vértigo, este barco blanco atraviesa la niebla y siento frío y por fin comprendo cómo la gente oscura, como yo, nos ponemos pálidos al cruzar la niebla... Es el frío que nos quita los últimos rayos de sol de nuestra cara y nos pone pálidos porque el frío es el alma... ¿comprende? El frío... es... el... alma...

Escena 6
Miranda: ¿Qué dijo?
Catalina: ¿Cuando?
Miranda: Ahora...¿qué dijo?
Catalina: Nada...
Miranda: ¿Qué hora es?
Catalina: Las dos de la madrugada, quizás...
Miranda: Pregúnteme algo.
Catalina: ¿Cuándo?
Miranda: Ahora...
Catalina: Bueno, ¿tiene novio?
Miranda: En una ocasión tuve uno que me dio un beso y me pudrió el labio
Catalina: ¿Si?
Miranda: Si, pero lo peor fue que posó sus manos sobre mis rodillas y me dejó paralítica
Catalina: ¡No!
Miranda: Sí, y otro intentó abrazarme y me rompió tres costillas.
Catalina: Eso se llama, falta de calcio.
Miranda: Tal vez. Debido a estos accidentes se me cayó la sonrisa y la atropelló un taxi...
Catalina: ¡Pobre...!
Miranda: Tuve un novio que se desvanecía.
Catalina: ¿Era de mala calidad?
Miranda: No, era un novio de antaño. Venía hacia mí cruzando la calle... A veces me parece que las voces de la gente viajan en el aire...
Catalina: Muy interesante, ¿y...?
Miranda: Y,¿qué?
Catalina: Su novio...
Miranda: ¿Ve?
Catalina: ¿Qué?
Miranda: Aun ahora se desvanece cuando me distraigo.
Catalina: Usted me va a volver loca.
Miranda: Es que era un novio de antaño... Cada vez que me despistaba, él se desvanecía; un día me despisté completamente y él, completamente, se desvaneció. Me he dado cuenta que las palabras de la gente viajan en el aire en diferentes direcciones.
Catalina: Es verdad, las cosas no siempre viajan en la dirección que una quisiera que viajen.
Miranda: Mi último novio desaparecía con la lluvia. El me decía, ¿quieres casarte conmigo?, y ¡zas! el cielo se venía abajo. Me decía, seré tuyo para siempre, y un trueno nos dejaba sordos y el granizo nos llegaba hasta el cuello... Un día vino decidido a vivir conmigo pero llovía tanto, que no nos podíamos ver la cara a un metro de distancia y, para colmo, la tormenta había hecho saltar los fusibles de mi casa; estábamos a oscuras y el boletín meteorológico no dejaba de decir que las lluvias no cesarían hasta bien entrado noviembre.
Catalina: No todas las lluvias terminan en historias de amor.

Escena 7
Madre: Catalina, hija, ven que te voy a enseñar algo que vas a recordar siempre.
Catalina: A olvidar.
Madre: No seas tonta, hija, no seas tonta.
Catalina: Si, madre pero no lo puedo evitar.
Madre: Evitar ¿qué?
Catalina: Llorar en todas las habitaciones de la casa.
Madre: Quisiera entenderte pero no te entiendo.
Catalina: ¿No?
Madre: No.
Catalina: ¡Bueno!
Madre: Escucha lo que te voy a enseñar, querida... ¿Te he llamado querida antes?
Catalina: No.
Madre: Bueno, no tiene importancia; te decía que, a simple vista, pareces inteligente.
Catalina: Gracias, madre.
Madre: Pero es a simple vista, que es la vista más simple que se ha visto jamás. ¡En fin! que te voy a enseñar a no perder el culo, y, sobre todo, a no perder el culo por los hombres porque una pierde muchas cosas en la vida, pero cuando perdemos el culo, el cuerpo se nos aliviana; y no sólo porque el culo pese sino porque lo que pesa es la virtud que suele estar en ese lugar tan propenso a las caricias y a las patadas... ¿Qué hacen a esta hora las gentes de nuestra pequeña comunidad?: duermen en sólidas casas con la tranquilidad del que sabe que afuera está su carro, su perro y su amante, y, adentro, su mujer, sus hijos, su yogur, su café con leche, sus buenas noches amor, sus buenos días cariño. El sabe todo esto; lo que no sabe es que ha perdido el culo durante todo el día para alcanzar su media hora de televisión por satélite... ha perdido el culo con la fría certeza del que nunca tendrá hambre, del que vive sin sobresaltos pero sin culo. Creen acostarse en sólidas camas, en realidad se acuestan a la intemperie, junto a otros, espalda con espalda puesto que, culos no tienen, como un ejército cuya única estrategia es vender el culo por un plato de comida. Yo perdí el culo por un hombre pero me lo encontré tres cuadras más allá, en la misma esquina en la que el me dijo: ¡Amor!... Te detesto, amor, y tú, hija del alma, dabas patadas en el vientre, desde adentro. ¿Te había dicho alguna vez, hija del alma?
Catalina: No.
Madre: No importa, no tiene importancia, ninguna importancia.

Escena 8
Miranda: ¿Qué hace?
Catalina: Me toco el trasero.
Miranda: ¿Está ahí?
Catalina: Creo que sí.
Miranda: Recuerdo un novio que tenía el trasero bizco.
Catalina: No creo que haya oculista de traseros.
Miranda: No.
Catalina: A mi también me gustaría recordar, a veces..
Miranda: ¿Traseros?
Catalina: No, recordar...
Miranda: Solo es cuestión de apoyar la cara sobre la mano derecha, el codo, a su vez, sobre la mesa, la mesa sobre las cuatro patas, las patas sobre la baldosa o sobre la tierra o en el aire, y, esa es toda la arquitectura del recuerdo: una forma de sostenerse la cara con la mano derecha.

Escena 9
Miranda: Yo sé que no es bueno que te lo diga ahora pero te lo digo porque desde algún lugar me estás escuchando. Solías decir que los tiranos hacen lo que hacen porque se los mete presos demasiado viejos. Hacíamos turno para esperar una cama, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas dónde era? Nunca te dije lo que te tenía que decir, por eso siento que hay algo atrofiado en mí porque no me encontré contigo cuando debía encontrarme... (Pausa) He decidido que no te voy a decir nada. De todos modos, eso atrofiado que hay en mí ya no me duele como antes.

Escena 10
M.Superiora: Niña Miranda, venga acá inmediatamente, siéntese, estírese la falda, la falda, la falda de su uniforme, niña. ¿Le dice algo la palabra, "Buñuel"? Porque a mí no me dice nada "Buñuel", y a mí las palabras me dicen; por ejemplo "Japón", me dice de un país lleno de japoneses, pero, ¿ "Buñuel" es un país? ¡La falda! ¡Sus piernas cuelgan como de un puente! ¿Se depila? ¿Quiere que le diga la verdad? Usted me aterroriza, niña... Usted me saca de mis casillas... Pero, ¡claro! la niña... Buñuel, ¿cuántos años tiene, quince, dieciseis? Aquí hay alguien que no existe: ¡Nosotras, señoritas, nosotras! No tengo mucha información, pero estoy segura de que si hay alguien que no existe, somos nosotras, ¿comprende? Tiene que comprender porque Buñuel..., ¡La falda, señorita Miranda, la falda! Usted cree que yo soy una cobarde, que no soy capaz de poner límites a sus actividades buñuelescas, ¡por favor! ¡Me tienen harta usted y sus compañeras, Simon del desierto...! ¡Nunca hubo eyaculación, nunca! Y eso que chorreaba por la madera eran hilos de cera que se desprendían de las llamas de las velas, ¿entiende? ¡Buñuel... ¿cuántas veces Buñuel?! ¡Depílese, por favor, los vellos de sus piernas se erizan! Buñuel... ¡Nunca más "Buñuel"!, ¿entiende? ¡Nunca más!
Miranda: Madre Superiora...
M.Superiora: ¿Si?
Miranda: ¿Si me muero hoy, voy al cielo?
M.Superiora: Creo... No. No.
Miranda: ¿El cielo es en blanco y negro?
M.Superiora: ¿Cómo se le ocurre? El cielo es en colores, señorita.
Miranda: ¡Ah!, entonces no es un cielo de Buñuel.
M.Superiora: ¡Basta! ¡Basta! ¡De rodillas! ¡De rodillas! (Sale)
Miranda: (Arrodillada) Entonces Miranda tomó la navaja de afeitarse las piernas y, ¡zas! se cortó un ojo por la mitad. Viridiana no le pudo ayudar porque estaba rezando.

Escena 11
Catalina: Me he dado cuenta de que la gente se siente sola pero no todo el tiempo sino por momentos y en determinadas posiciones.
Miranda: ¿Lo dice por mí?
Catalina: ¡No, por favor!
Miranda: Sí, lo dice por mí.
Catalina: No, le juro que no; por ejemplo...
Miranda: Es mi espalda.
Catalina: Un señor entra en un bar...
Miranda: Es una bola de grasa, no es una joroba.
Catalina: ...Pide una copa...
Miranda: La curva que usted ve es una bola de grasa...
Catalina: ...Y el tiempo que tarda el mesero en servírsela...
Miranda: No es una joroba, es una bola de grasa.
Catalina: ...El hombre adopta una posición deplorable: está sólo...
Miranda: La cervical se inflama y da esa sensación de decrepitud... Eso es todo.
Catalina: La vecina de al lado...
Miranda: ¿Qué?
Catalina: Aquí al lado hay una vecina que en lugar de manos tiene dos bolsas de basura. Por las noches intenta dejarlas al pie del recolector y al agacharse se siente sola.
Miranda: Habría que evitar ciertas posiciones.
Catalina: Luego no puede enderezarse y aunque lo intenta, no puede... Su soledad no se lo permite.
Miranda: Es que la soledad es muy cabrona, se aprovecha de las mujeres cuando se agachan.
Catalina: También cuando están erguidas: un hombre golpea suavemente a una mujer, luego golpea la mesa, luego golpea la puerta, luego golpea la cabeza llena de malos pensamientos contra la pared, la cabeza se rompe y salen tres papagayos escandalosos que vuelan hacia el triste norte...
Miranda: ¿Es un acertijo?
Catalina: No, es la historia de mi primer matrimonio.

Escena 12
Esposo: (Intentando bajar unas escaleras) Catalina, mi amor, no te pongas en esa posición, así no, Catalina, más abajo, más abajo, no tan bajo, ¿por qué me haces esto? Yo no soy una persona violenta...
Catalina: ¿Crees que soy un paraguas, que te puedes apoyar en mí como si fuera un paraguas
Marido: Sólo necesito tu hombro, ¿es mucho pedir?
Catalina: Primero la mano, después el hombro. ¿Mañana qué me vas a pedir?
Marido: ¿No te das cuenta de que necesito tu ayuda? Dame un cigarrillo, no me des, no debo fumar. No puedo fumar. No quiero fumar. No fumar... fumar... No.
Catalina: ¿Podemos descansar?
Marido: ¿A quién se le habrá ocurrido poner yeso? Mejor dicho, ¿quién inventó el yeso?
Catalina: ¿Nos podemos morir?
Marido: Es una lápida, nadie lo dice pero todos sabemos que es una lápida, deja que apoye la mano....
Catalina: ¿Qué?
Marido: La mano, apóyala en ti.
Catalina: ¿Qué es una lápida?
Marido: La última vez que apoyé mi mano en ti fue en agosto... No... ¡Bueno!, fue el año pasado. (Se escucha una radio a todo volumen) ¿Por qué la radio, quién carajo se creen estos tipos para gritar así?
Catalina: ¿Podemos descansar?
Marido: (A la radio) Por más que grites no te voy a comprar un carajo, tu lavadora es una mierda, ¿entiendes? Una mierda.
Catalina: ¿Qué, que quisiste decir...?
Marido: Tu aspiradora... la aspiradora de estos tipos, ¿te acuerdas cuántas veces intentamos hacerla andar? Yo confié en ellos, luego te comprometí en una compra fraudulenta... y ellos hicieron lo peor que se le puede hacer a un hombre: arrastrar a su familia a una compra fraudulenta... Perdóname, Catalina, mi amor. ¡Nunca más aspiradoras!
Catalina: ¿Qué quisiste decir cuando dijiste: apoyé mi mano en ti?
Marido: ¿A qué vienen tantas preguntas? Para ayudarme a bajar estas putas escaleras no es necesario preguntar tanto. Yo soy una persona buena, ¿o no? veo películas, camino de vez en cuando, voy en mi carro al centro, sin ir más lejos... ¿Y...., y por eso me armas tanto escándalo? Habíamos planeado algo tu y yo, ¿lo recuerdas? Teníamos planes... ¿sabes lo que me dijo nuestro vecino el otro día? Me dijo: "su esposa es misteriosa", eso me dijo.
Catalina: ¿Podemos descansar?
Marido: No sé si guapa, no sé si profunda, pero, ¡qué misteriosa es! Y yo le respondí: "La tontería, cuando es penetrante, se vuelve un misterio", eso le dije. Es gracioso. ¡Catalina, cambia de posición! ¿Te falta algo? Te pedí perdón hace rato y no me respondiste. ¿Por qué carajo te quedas en silencio? Yo no soy un cuadro complicado; es decir, como cuando dicen: padre borracho, por ejemplo... ¡Háblame, rompe el silencio, tengo una pierna rota, ¿no te das cuenta? Catalina, Catalina, Catalina, Catalina, Catalina....
Catalina: Estoy aquí, a tu lado, pero en realidad no estoy. Abres tanto la boca que, a veces, temo que se te caiga la quijada. ¡Qué pena no poder ver cómo se te cae la quijada alguna vez! Vistos a la distancia, apoyados uno en el otro con el pie en el aire, se podría pensar que nos queremos, pero es una posición, una determinada posición... Me sale sangre de la nariz, ¿ves?, y de los oídos, ¿ves?

Escena 13
Miranda: Cada momento de la vida ocurre una sola vez, como este momento en que te miro viajar en la quietud... Siempre pensé que el final es inesperado, no así, no así. Dime: ¿cuántas veces escapaste de morir antaño, cuánto ejército, cuánta policía te tenía en su lista? No me gusta que te des la vuelta cuando te hablo, como si tu cuerpo se inclinara a algún abismo que desconozco... Una vez me ayudaste..., ¿lo recuerdas?

Escena 14
Catalina: ¿Qué pensabas?
Miranda: En esa sangre que te sale.
Catalina: Te hago sentir mal.
Miranda: Insegura.
Catalina: Nuestra situación en el mundo, siempre lo fue.
Miranda: Sí, es verdad. Una vez planté un árbol y éste empezó a crecer y me asaltó una profunda duda: ¿No sería yo que empequeñecía? Temí ser una enana y destruí el árbol... Estaba insegura. Cuando una duda nos asalta hay que entregarle todo, nos puede matar.
Catalina: Es la inseguridad.
Miranda: Mi madre en las noches de verano solía entretenerse poniendo escarabajos patas para arriba, el animalito no podía volver a su posición y se limitaba a mover las patitas con desesperación sostenida; al cabo de un rato lo ponía en su posición. ¿Sabe por qué?
Catalina: Se sentía insegura.
Miranda: Exacto, temia volverse un escarabajo, también temía los gritos de mi padre... (Pausa)
Catalina: ¿Por qué se queda callada?
Miranda: Mi padre no hubiese tolerado que mi madre se volviese un insecto sin su consentimiento.
Catalina: Odia a su padre.
Miranda: No, sólo trato de recordarlo.

Escena 15
Catalina: (Debajo de la mesa) ¡Papá, papá! ¿Me escuchas, papá? Quisiera que me explicaras la lógica del viento y que no te justifiques otra vez diciendo: no sé cual es la lógica del viento. No, papá, no soporto que te justifiques, no soporto que no me contestes, no soporto que te quedes callado cuando no estás, que no hables cuando te has marchado. ¿Cuál es la lógica del viento, hombre canalla? ¿Cuál es la lógica del viento? ¡Basta, Catalina..., basta! Yo no sé cual es la lógica del viento... Sí lo sabes... Una vez me lo dijiste: la lógica del viento es gritar tras las ventanas el día menos pensado, es arrancar palmeras y lanzarlas contra las personas, es arrancar personas y lanzarlas contra personas, es elevar techos y destruir jardines y asustar niñas cortas de vista, es elevar carteles que nada dicen, es elevar padres junto a carteles que nada dicen y llevárselos bien lejos donde un señor que fuma en pipa, inventa ciclones y brisas suaves sin padres... ¿Yo te conté eso, Catalina? Sí papá, una mañana, hace años; entonces yo era una niña sin miedo a los ciclones. La lógica del viento no es mi lógica. ¿Cuál es tu lógica, papa?

Escena 16
Miranda: Todo es perfecto: la luz que atraviesa la ventana donde llegan y parten aviones hacia un cielo celeste cuestionado por una que otra nube. Espero una visa, espero un trabajo, espero...
 
"Las Compañeras", diálogos de espera.
Compañera Una: Compañera, ¿qué hará la historia con nuestros cadáveres?
Compañera Dos: Nada, compañera: dejar que se pudran; eso hará la historia con nuestros cadáveres.

Escena 17
Catalina: Hace un momento ese barco blanco, blanco, atravesó la niebla de regreso. Estoy parada exactamente donde hace cincuenta años, mujeres paradas como yo venían del mismo sitio que yo con el mismo vértigo y las mismas ganas de vomitar, sujetándonos la boca porque en el país de los hombres libres no está bien visto que las mujeres vomiten en las calles. ¿Me entiende? La vida es complicada pero luego todo se aclara.

Escena 18
Catalina: Tengo sueño.
Miranda: Yo también.
 
Catalina: ¿Y si nos dormimos?
Miranda: Perderíamos el turno.
Catalina: Detesto perder el turno.
Miranda: El hombre duerme.
Catalina: Con un sueño ronco como si en su garganta diez alcohólicos intentaran cantar un nana.
Miranda: ¿Escribe?
Catalina: De vez en cuando, ¿y usted?
Miranda: De cuando en vez.
Catalina: Quedémonos en silencio pero no nos durmamos, ¿si?
Miranda: Sí.
Catalina: ¿Miranda?
Miranda: ¿Si?
Catalina: No nos durmamos, ¿bueno?
Miranda: Bueno.
Catalina: Sangro otra vez.
Miranda: ¿Si?
Catalina: Pero no importa.
Miranda: ¿No?
Catalina: No. Miranda es bueno que esté aquí ¿le tiene miedo a los ciclones?
 
Miranda: No
Catalina: ¡Qué bien! Yo soy una mujer partida, ¿sabe?
Miranda: No se preocupe. Una mujer partida no es necesariamente dos mujeres.
Catalina: ¿Le conté que mi tercer marido me trataba como si yo fuera su bastón?
Miranda: No... Pero pensé que tenía sueño.
Catalina: Sí, lo tengo.
Miranda: Quedémonos en silencio, entonces.
Catalina: Pero no nos durmamos.
Miranda: Sí, no nos durmamos.
Catalina: Primero como un bastón y después como un mantel.

Escena 19
Madre: Catalina, hija, ven que voy a enseñarte algo que no te vas a olvidar en tu vida.
Catalina: Gracias, mamá.
Madre: Te voy a dar instrucciones para doblar pájaros, ¿entiendes?
Catalina: No.
Madre: Me lo imaginaba, no importa. Ahora lo vas a entender. ¡Bien! Los pájaros deben ser frescos, preferentemente de la región. Prohibido doblar gansos, faisanes y ocas, aunque entrañables a nuestra mantelería, no tienen nada que ver con nuestra manera de ser; aunque graznemos como gansos y nos pavoneemos como gallinas de Guinea. No son pájaros nuestros que están en los cielos, ¿comprendes?
Catalina: No, mamá.
Madre: Me lo imaginaba. Prosigo: los faisanes son pájaros de otros costal; dobla el mantel por la mitad. Las palomas son asquerosas y cagonas; prohibido usar palomas. Una vez doblado a la mitad, hija bonita, ¿te había llamado antes, hija bonita?
Catalina: No, mamá.
Madre: No tiene importancia. Te decía que una vez doblado a la mitad, debes doblarlo en cuatro partes. Los pájaros deben lucir almidonados y deben volar hacia el oeste, y conste que dije "volar hacia el oeste", ¿entiendes?, hacia el oeste; detesto esos pájaros inertes posados sobre las ramas, detesto la quietud de los pájaros. Los pájaros fueron hechos para volar y trinar, no para estar quietos y menos para caminar. No hay cosa más ridícula que un pájaro caminando con esos pasitos histéricos de mariquita con tortícolis, con esa pajita en la boca como si saliera de tomarse un batido del Burger King, detesto el caminar de los pájaros. Me imagino que si entiendes lo que te estoy diciendo.
Catalina: Sí, mamá.
Madre: Una debe doblar el pájaro en la mitad; de tal manera que el vuelo quede suspendido por la horizontalidad del corte, inmediatamente, un segundo doblez; de tal forma que el pájaro quede fragmentado: por un lado la cabeza, por otro el cuerpo, por otro las alas sin cuerpo y sin cabeza. En el caso que haya más pájaros en el mantel, los cortes se harán más pequeños. Las líneas deben ser perfectas como si un cirujano hundiera su cuchillito en el mantel lleno de pájaros, y así, y así, cariño, ¿te había dicho cariño alguna vez?
Catalina: No, mamá.
Madre: Entonces, el pájaro debe ser doblado de tal forma que lo que veamos sea un ojo, o la parte de una ala, o un puñado de plumas sobrepuestas a un atardecer, o el corazón sin alas y sin cuerpo, y sin cabeza. Nunca te equivoques al doblar pájaros, nunca. Eso te quería enseñar.
Catalina: Gracias, mamá.
Madre: No hay de qué... hija.
 

Escena 20
Catalina: ¡Miranda!
Miranda: Sí, Catalina.
Catalina: ¿Una nunca vuelve al lugar donde alguna vez le castigaron?
Miranda: No.

Escena 21
Miranda: Cuando una tiene una patria y una bandera, dice: he aquí mi patria y mi bandera, echaré raíces en ella, inflamaré mi pecho porque tengo dónde caerme muerta. Pero cuando no tengo ni patria ni bandera, ni inflamado pecho, ni dónde caerme muerta, busco el calor de una persona y echo raíces en ella, dejo que crezca la hierba y digo: No tengo patria, ¡qué joda!, pero tengo una amiga, ¡qué bueno! Eso te quería decir hace un rato cuando te dije que había algo atrofiado en mí. Ahora me siento mejor, no sé por cuánto tiempo.

Escena 22 
Profesor Martínez: Señores, señoras, padres de familia, jóvenes. La Señorita Miranda nos ha preparado un hermoso cuadro dramático, titulado:"La madre y las yardas," extraño título. La escuchamos, señorita, ¡Adelante!
Miranda: Mi madre empezó a correr a temprana edad: corrió a la escuela, corrió al colegio pero no llegó; luego corrió a la iglesia y se casó. Corrió a la verdulería Corrió a la panadería Corrió a la carnicería Y la comida de mi padre preparó Corrió a la cama y a todos nos parió. Yo comencé haciendo carreritas y me estrellé contra la puerta de la cocina, entonces opté por la carrera con obstáculos. Entonces, salté de mi cama y caí en mis zapatos, luego salté a los quince años y caí en los brazos de un joven, salté la soledad y caí en la casa de una amiga que me ofreció un té de naranja que perfumó mi vida por una noche y fue suficiente para tomar impulso y volver a saltar y correr y saltar. Mi abuela corrió en las maratones de los años cuarenta, corrió del hambre, corrió del fascismo. Cuentan algunas tías que la vieron correr de mi abuelo que corrió de despecho y se arrojó bajo las ruedas de un tranvía. Entonces, mi abuela corrió a la iglesia y se embriagó de salmos. Para entonces mi madre ya corría y yo corría tras ella a los saltos, como las canguras. Mi padre se hartó de mi madre, de mi abuela y de mí y salió corriendo, como es natural en una familia como la nuestra. Luego, todas corrimos en distintas direcciones, como esos animalitos nocturnos que son sorprendidos por la luz y por la presencia humana, animalitos nocturnos, decía, llámense luciérnagas, alondras o cucarachas. Todavía seguimos corriendo, no con el brío de antes sino con la serenidad que nos da el haber corrido mucho. ¿Qué hacen las mujeres atletas cuando se detienen? Descansan diez minutos, y si se mueven, quiere decir que pueden seguir corriendo. El telón cae con suavidad y los ojos del público humedecen los cuerpos de las actrices atletas.
Profesor Martínez: ¿¡Es una obra!?
Miranda: ¡Sí!
Profesor Martínez: ¿¡Es una obra!?
Miranda: Sí.
Profesor Martínez: ¿¡Es una obra!?
Miranda:¡Siiiiiiiiiiiii!
Profesor Martínez: ¡Es una mierda, eso es, una mierdaaaaaaaaa!
Miranda: También.

Escena 23 
Catalina: ¡En qué piensa?
Miranda: En las mujeres que se dedican al atletismo.
Catalina: El espíritu de competencia entre los animales de la misma especie lleva, más temprano que tarde, al deseo de morder al contrincante, debido a que la disputa es por la misma comida y el mismo territorio, animados por la misma ira... los cocodrilos, sin ir más lejos...
Miranda: Entonces, he pasado parte de mi vida entre cocodrilos.
Catalina: A los cocodrilos se los reconoce por las arrugas.
Miranda: Lo que sospechaba, mi abuela era cocodrilo.
Catalina: ¿Su abuela?
Miranda: Sí, solía decir que lo único triste que hay en la vida es la vejez.
Catalina: ¿Su abuela nunca habló de las despedidas?
Miranda: No.
Catalina: ¿De las fotografías comidas por la humedad?
Miranda: No.
Catalina: ¿De las cárceles?
Miranda: No.
Catalina: De por qué usted está aquí y yo estoy aquí esperando que este tipo abandone una cama para ocupar su sitio, ¿habló su abuela de esto?
Miranda: No.
Catalina: Entonces, su abuela era un cocodrilo.
Miranda: Sí.(Pausa) Es asombrosa mi abuela, ¿No?

Escena 24
Miranda:
Pasan los días
Pasan las noches
Pasan descalzas
Pasan en coche
Abuelita, abuelita... La moquita
Pasan los días
Pasan en bata
Pasa el cartero
Sin una carta
Abuelita, la moquita.
Tiendes la mesa
Sirves la cama
Todas las tardes
Y las mañanas
Abuelita, abuelita, la moquita
Cuántos momentos
Tiene una vida
Cuántos pañuelos
Y despedidas
Abuelita, la moquita
Nada en el aire
La cancioncilla
La vida pasa
Sobre la silla
Abuelita, abuelita, la moquita
Mi abuela muere
En la quietud
La enterrarán
 
En un metro de luz
Abuelita, abuelita, la moquita
La cajita, la tierrita
Abuelita, ¿por qué te salen
Dos ángeles de agua de la nariz?
Abuela: Mocos, se llaman, mocos.

Escena 25
Catalina: ¿Qué me decía?
Miranda: ¿De qué?
Catalina: De su abuela, ¿qué me decía?
Miranda: Que era un cocodrilo.
Catalina: ¡Si?
Miranda: Sí, la única diferencia es que mi abuela no tenía lágrimas de cocodrilo.
Catalina: ¿No?
Miranda: No, tenía mocos de cocodrilo.
Catalina: ¿Si?
Miranda: Sí...¿qué hace?
Catalina: Las manos.
Miranda: ¿Si?
Catalina: Me duelen. ¿Qué hora es?
Miranda: Tal vez las cuatro de la mañana.
Catalina: Las manos, mis manos han envejecido y me duelen. No me mire así, mis dolores no son contagiosos... desgraciadamente.

Escena 26
Catalina: El frío ha cambiado mis facciones. Este nuevo país ha desfigurado mi rostro. Estoy parada exactamente en la esquina donde hace cincuenta años un compatriota se prendió fuego porque estaba triste y no resistía el haber perdido el paraíso. Se prendió fuego y su calor no alcanza para devolver las facciones a mi cara.

Escena 27
Catalina: ¿Qué es eso?
Miranda: Parece un pie.
Catalina: ¿Qué hora es?
Miranda: Las cuatro y media de la mañana.
Catalina: Es normal que lluevan pies a esta hora, pero, ¿en esta época?
Miranda: El año pasado, por esta época, llovían banqueros.
Catalina: ¿Vivos?
Miranda: Sí, hasta que se estrellaban contra el piso.
Catalina: Estoy sangrando de nuevo.
Miranda: Quisiera sangrar por usted.
Catalina: Imposible, mis dolores no son contagiosos. ¿Qué hacemos?
Miranda: ¿Con su sangre?
Catalina: No, con el pie.
Miranda: En otros lugares, que lluevan pies, es bastante improbable.
Catalina: Pero aquí...
Miranda: Parece un pie amputado.
Catalina: ¡Pobre pie sin su resto!
Miranda: Habría que buscar un paraguas, tipo zapato.
Catalina: El problema es saber qué número calza.
Miranda: No le toque.
Catalina: ¿Por qué?
Miranda: En una de esas es del hombre que duerme.
Catalina: ¿Cómo así?
Miranda: Es que a veces los pies madrugan más que el resto y se van caminando.
Catalina: ¡Ah!, ¿Y si fuera de Dios?
Miranda: Quiere decir que se está desarmando.
Catalina: ¿Si?
Miranda: Sí, ¿no ha escuchado decir: es la mano de dios? Lo mismo es aplicable a los pies, el abdomen, las axilas... Cuando era joven proyectamos una película de Buñuel en el colegio de las monjas donde estudiábamos, entonces la mano de dios nos tomó por el cuello mientras su boca nos gritaba: ¡Nunca más Buñuel, nunca más Buñuel! Desde entonces creo que el cielo no es el cielo sino una clínica transplantes.
Catalina: ¿Qué es eso rojo que entra por la ventana?
Miranda: Es el amanecer.
Catalina: Creí que era sangre.
Miranda: Como usted sangra, cree que todas las cosas sangran.
Catalina: No todas, algunas. El amanecer sin ir mas lejos.

Escena 28
Catalina: ¡Atención, atención! Enfermeras de turno, anestesistas, médicos clínicos y enfermos de corazón... ¡Atención! El cuerpo de una muchacha es grande, grande, interminablemente, mente, grande. Lo sé porque a veces miro mis pies y no me los puedo ver. Lo sé porque el cuerpo de una muchacha es grande, grande, interminablemente, mente, mente, grande. Se compone de cuatro lugares donde hay cuatro paraguas y nunca llueve. Lo sé porque un día me desnudé y me aterré; había dibujado un mapa en mi piel: aquí, cinco gatos me arañaban, ¡tomen, un tomatazo, gatos malvados!
¡Atención, médicos de guardia, atención, anestesistas y enfermos del corazón, atención! Este lugar que ven aquí es el sitio porque es un sitio: es de arena para que los niños pasen por alli y dejen sus huellas... ¡Tomen un tomatazo, huellas de arena! En este otro lugar un hombre preguntó por mí, pero yo no estaba, estaba en el cielo y el hombre en la tierra. ¡Toma un tomatazo, hombre aterrado! Y en este último lugar hay una estación terminal donde siempre muere alguien un mes antes de que pase el primer huracán. Esto me pone triste; si muriera un mes después, veríamos al huracán devastar nuestro jardín. ¡Atención, atención, este es un cuerpo grande, grande, de una muchacha...! ¡un tomatazo aquí, otro tomatazo, allá... rojo, rojo, como aquella tarde del Caribe, como la noche finlandesa, como la sangre que mana de mi nariz desde mi infancia, desde que el mapa era un mapita. ¡Toma un tomatazo para que te controles y no llores!

Escena 29
Miranda: Camas amontonadas, enfermeras con senos de salvavidas, un caballero con un cuello de yeso como si hubiesen doblado una pared sobre su cervical, una anciana esquiando con sus chancletas por los pasillos del Hospital español, un alma cayendo como guayaba del cuerpo de un accidentado, una niña vomitando un árbol, una aguja, un suero, un termómetro, ¿me escuchas, Catalina? Todo esto te rodea y yo aquí intentando que me escuches, ¿me escuchas, me escuchas, Catalina? Si me escuchas haz como un barco.

Escena 30
Catalina: ¿Qué es eso?
Miranda: Un barco
Catalina: Están lloviendo barcos.
Miranda: Sí, pero sin marineros
Catalina: Yo sé hacer como un barco.
Miranda: ¿Cómo?
Catalina: ¡Ohhhh!¡Ohhhhh!
Miranda: Interesante, pero más pareces una gallina.
Catalina: No, es un barco.
Miranda: Digamos que es un barco con pluma.
Catalina: No, es un barco.
Miranda: Bien, es un barco.
Catalina: Cuando los barcos están fatigados se duermen y sueñan con hermosas salvavidas. Miranda, cuando tenga un barco, voy a tener un perro.
Miranda: Ponle Buñuelo.
Catalina: ¿Por qué?
Miranda: Por que sí se llama Buñuelo tendrá un alma.

Escena 31
Miranda: No sé si les dije, me llamo Buñuelo, el perro de Luis Buñuel. Para no alargarles el cuento: aquella tarde hacía tanto calor que las muchachas se lavaban sus pechos en la fuente de la pequeña plaza del barrio para protegerse del sol y de los hombres tan descontrolados por el calor que debían aplacar sus ardores con mangueras inyectadas en sus braguetas como si hiecieran transfusiones con delgadas anguilas que echaban agua por las bocas. El calor era espantoso, calcinaba el peinado de las señoras del casino y pudría los sobacos de los automovilistas y hacía que las personas se desvanecieran y se echaran a la playa llena de cueros extendidos; extraña curtimbre humana y maloliente. Yo estaba agobiado, apenas si tenía fuerza para olerme el sexo. El calor de la tarde y el mar más estúpido y soporífero que haya visto en mi vida, atentaban contra mí; lo cierto es que era una fotografía: todos estábamos quietos aquella tarde en aquella fotografía, hasta que aparecieron ellos. Caminaban armados hacia la casa de la niña Miranda; es decir, hacia mí, usaban corbatas y, algunos, ropa militar. Yo intenté intimidarlos con mis poses de mastín agresivo, la primera patada me dobló por la mitad, la segunda me arrojó tres metros fuera de combate, la tercera la esquivé y la cuarta me viró la cabeza. A partir de entonces, alguien puso boca abajo la fotografía y de ella cayeron las buenas gentes de mi barrio, el calor espantoso, el mar estereotipado y baboso de aquel día, la niña Miranda y yo, todos a la vez pero distantes...

Escena 32
Catalina: Buñuelo es un alma buena.
Miranda: Lo trágico es volverme un perro para contar lo que me pasó.
Catalina: ¿Qué es eso que llueve?
Miranda: Relojes.
Catalina: En hora.
Miranda: No, atrasados.
Catalina: Me gusta cuando llueven mantelitos bordados.
Miranda: Eso es cuando las abuelas tejen las nubes.
Catalina: Miranda, ¿la vida se destiñe o estoy perdiendo la vista?

Escena 33
Catalina: ¡Catalina! ¡Catalina! ¡Vuela, vuela! No puedes volar porque estás atrapada por los pies; eres una mujer llorona que no sabes reconocer que aquel barco te dejó en esta orilla y aquí nadie llora y menos una isla como tú, ¿escuchaste?, mujer enferma y sangrona, ¿escuchaste? Te voy a decir una sola cosa: te olvidarán y serás invisible como el agua. ¿De qué país eres, mujer extranjera? Soy de la patria humana, soy del reino de las bicicletas que pasan, del país de los papalotes que se sostienen en el aire. Te cambio este país por un helado de chocolate de la esquina de mi casa. Estoy dando gritos y borracha exactamente donde hace cincuenta años una paisana borracha fue apaleada porque le encontraron un árbol en sus tripas.

Escena 34
Madre: Catalina, Catalina, ven que te voy a enseñar algo que no vas a olvidar en tu vida: te voy a enseñar a guardar un secreto. Suponte que entran a nuestra casa personas que no conoces, usan tu cocina, tu baño, invaden tu dormitorio... Ellos dicen que lo hacen para protegerte; pasan los años y te das cuenta que te has acostumbrado a convivir con algo perverso, algo malo, y te das cuenta de que el pasado no es siempre el mismo, en ese momento es que debes decir: yo no olvido lo que pasa, es que guardo un secreto. Nosotros no somos un pueblo de marinos, si lo fuéramos, odiaríamos a las sirenas, y de nuestra alacenas colgarían arpones afilados, no, nosotros somos un pueblo de alfareros que por una extraña razón, habita una isla, no se lo digas a nadie... es un secreto. ¿Qué pasaría si un día caminas en una playa y bajo tus pies explotara una mina?
Catalina: Pasaría...
Madre: Silencio, es un secreto.

Escena 35
Catalina: El mundo ha comenzado a desfigurarse. Mana la sangre de mi nariz, ¿cómo mana la tristeza de mí! ¿Qué es lo que llueve ahora, Miranda?
Miranda: Espejos.
Catalina: ¿Dónde estás?
Miranda: Aquí, a tu lado.
Catalina: ¿El hombre sigue dormido?
Miranda: No es un hombre, es una mujer.
Catalina: ¿Cómo lo sabes?
Miranda: Le estoy mirando cómo duerme.

Escena 36
Miranda: ¿Sabes cuál es el mayor exilio? No es dejar un país o un paisaje, no es dejar un himno o una bandera, no es abandonar un acento o una cultura: es dejar a alguien sosteniendo un saludo como si te reclamara un porqué que nunca vas a poder responder.

Escena 37
Catalina: ¡Miranda, la luz!
Miranda: ¿Qué pasa con la luz?
Catalina: Ya no hay.
Miranda: Si hay.
Catalina: No.
Miranda: Ya vamos a dormir.
Catalina: No hay luz, sólo hay tiza.

Escena 38
Miranda: Por más que gesticules no te escucho, demasiado ruido hacen los aviones, demasiado ruido hacen los barcos, los trenes, los autobuses, los días....

Escena 39
Catalina: Estoy parada donde una paisana intentó escribir una poesía y se murió sin mucha fe en las personas.

Escena 40
Miranda: No te duermas, Catalina.
Catalina: No puedo seguir despierta.
Miranda: ¿Te conté sobre mi perro Buñuelo?
Catalina: Creo que sí.
Miranda: ¿Te conté sobre mis novios?
Catalina: Creo que sí.
Miranda: ¿Te conté...?
Catalina: Ya no tienes que contar nada, nada.

Escena 41
Miranda: Ya no te escucho; el ruido y la distancia no me permiten escuchar lo que decías, aquel momento perdido en el que te has perdido donde me reclamabas algo que ya no recuerdo.

Escena 42
Catalina: El día.
Miranda: ¿Qué pasa con el día?
Catalina: No llega.
Miranda: Tal vez pasó y no nos dimos cuenta.
Catalina: ¿Qué llueve ahora?
Miranda: Linternas sordas.
Catalina: Las linternas sordas dan una luz que no se escucha.
Escena 43
Miranda: ¡Niña Miranda, Niña Miranda! Sí, Madre Superiora. No deje que su amiga muera. ¿Qué hago, madre Superiora? Haga unas alitas con papel periódico, pero que sea de hoy día y en castellano.

Escena 44
Catalina: ¡Miranda!
Miranda: ¿Si?
Catalina: Me voy.
Miranda: ¿A dónde?
Catalina: A la noche en que cazaba murciélagos con mi padre.
Miranda: ¿Es lejos?
Catalina: Sí.
Miranda: ¿Puedo ir contigo.
Catalina: No.
Miranda: Está bien.
Catalina: (Destapando el rostro de la que duerme) Soy yo.
Miranda: Si.
Catalina: Es como una película de Buñuel.
Miranda: Sí, pero en colores....

Escena 45
Miranda: ¿Qué hay allá, donde tu vives ahora? ¿Hay comida china por ejemplo, hay balcones abiertos con pájaros a su amparo, hay utopías, allá donde ahora vives, viste al Che, viste o no viste animales? ¿Donde tu vives ahora, cuando dicen "universo afectivo, a que se refieren, exactamente, se refieren a no tener miedo, a que alguien te va a asistir si te empantanas? ¿Catalina, es a eso a lo que llaman "mundo de los afectos"? Es algo que no se puede nombrar, ¿verdad? Que se compone de algunos días como bahías de aguas profundas donde encalla la belleza y la calamidad. Bahía a la que llegamos sin ningún propósito, en la que no fundaremos nada transcendente, en la cual desplegaremos nuestras buenas artes para ser recibidos cuando llegamos y ser despedidos cuando partimos y entre medio las aguas profundas y vaporosas de la amistad.
Eso quería decirte el otro día cuando vine a decirte esto y te dije otra cosa . Adiós Catalina mandolina, cara de cortina y corazón de serpentina.




18/2/15

Auto de las locas y vírgenes prudentes.

Auto de las locas y vírgenes prudentes.

CORO. ¡Velad, vírgenes! Pues se acerca Cristo, el esposo, por cuyo advenimiento se alegran y alegraron siempre los hombres. Viene a lavar los orígenes de la humanidad, encadenada a los demonios, primero por su madre Eva y más tarde por Adán, como fue dicho por los profetas. Cristo nos liberó del primer pecado y fue colgado en la cruz para que por Él se nos devolviera la patria celestial y se nos librará de nuestros enemigos. Ya viene el Esposo que expió nuestros pecados y los lavó con la muerte; ¡Cristo que, sobre el patíbulo y por nosotros, se alzó en la cruz!
Las cinco vírgenes fatuas al oír esto se alejan y se disponen a dormir. Las cinco prudentes, por el contrario, cuidan sus lámparas y se vuelven para prestar atención a San Gabriel.
GABRIEL. ¡Oíd, Vírgenes, lo que os dijeron!,
y el encargo que os dieron.
Esperad al Esposo, Salvador llamado.
Mucho no os durmáis;
ya viene el esposo que tanto esperáis.

A la tierra vino por nuestros pecados;
de la Virgen, en Belén, fue alumbrado
y en el Jordán lavado y bautizado.
Mucho no os durmáis;
ya viene el esposo que tanto esperáis.

El fue golpeado, herido e injuriado;
en la cruz colgado y crucificado
y en el momento fue El sepultado.
Mucho no os durmáis;
ya viene el esposo que tanto esperáis.

Y resucitó, según los libros santos.
Yo soy Gabriel y Él me ha enviado;
y pues viene, aquí debéis aguardarlo.
Mucho no os durmáis;
ya viene el esposo que tanto esperáis.
Pasada la noche las vírgenes prudentes han cuidado de sus lámparas. Ahora despiertan las fatuas y encuentran secas las suyas y quemadas las mechas. Entonces acuden a las prudentes en demanda de auxilio.
FATUAS. Vírgenes, a vosotras acudimos.
Con gran negligencia el aceite perdimos.
Os rogamos, hermanas, ansiosas,
que del vuestro nos deis a nosotras.

¡Malas y cuitadas, cuánto hemos dormido!

Pues juntas hicimos camino
y hermanas en todo hemos sido,
brindadnos un poco de apoyo
para que podamos llegar al Esposo.
¡Malas y cuitadas, cuánto hemos dormido!
Compartamos la luz de las lámparas
-¡sed buenas para con las malas!-
y así afuera no nos quedaremos,
cuando el dulce esposo nos llame a su reino.

¡Malas y cuitadas, cuánto hemos dormido!

PRUDENTES. Rogad, hermanas; rogad ampliamente
y así a vuestro ocio habréis puesto olvido.
Nada es en vosotras más justo y prudente
como el lamentaros del tiempo perdido.
¡Malas y cuitadas, cuánto habéis dormido!
Id, enhorabuena, id rápidamente,
y a los mercaderes rogad dulcemente
que viertan aceite en mucha abundancia
para que vacías no estén vuestras lámparas.

¡Malas y cuitadas, cuánto habéis dormido!
FATUAS. Ah, míseras, ¿qué es lo que aquí hacemos?
¿Acaso velando estarnos podemos?
Lo que nosotras mismas comenzamos
Y no podemos siquiera acabarlo.

¡Malas y cuitadas, cuánto hemos dormido!

PRUDENTES. Si esperáis nuestro aceite lograr,
no habéis de tenerlo; id pronto a comprar
a los mercaderes, que os lo venderán.

¡Malas y cuitadas, cuánto habéis dormido!

Éntranse las vírgenes prudentes y las fatuas van a visitar a los mercaderes. Estos se niegan a venderles aceite.
MERCADERES. Gentiles mujeres, no os conviene estar
aquí largamente, ni permanecer.
Lo que nos pedís no os podemos dar.
Pedídselo a Dios, que os lo ha de obtener.

A vuestras hermanas debéis de pedirlo.
Rogadles a ellas, por amor de Dios,
de un poco de óleo os hagan favor.
Hacedlo de prisa; el Esposo es venido.
FATUAS. Ah, míseras, ¿para qué vinimos?
Nada hemos logrado de lo que quisimos.
Perdido está todo y así lo veremos.
En las bodas y nunca entraremos.

¡Malas y cuitadas, cuánto hemos dormido!

Se retiran los mercaderes y las fatuas llegan donde está el esposo. Encuentran la puerta cerrada.
FATUAS. ¡Oye, Esposo, las voces que claman!
¡Haz, Esposo, las puertas abrir!
Y de nuestras culpas danos el perdón
y así juntos todos podemos vivir.
Silencio. Luego desde el interior se oye la voz de Cristo.
CRISTO. Yo no puedo veros, carecéis de luces
y así os desconozco; podéis proseguir.
Alejaos de aquellas que cuidan sus lámparas.
Idos ya cuitadas. Idos ya, malvadas.
Y seréis por fatuas al fuego llevadas.
Salen entonces los demonios y se llevan a las vírgenes fatuas a los infiernos.

FIN


teatro en la EDAD MEDIA

Luigi Allegri, «La idea de teatro en la Edad Medía», Insula. Revista de letras y ciencias humanas, 1990, 527, p. 1-2 i 31-32.

Si entendemos por teatro esa institución fuerte elaborada, de un lado, sólo por la cultura antigua y, de otro, por la moderna, podemos decir que en la Edad Media el teatro prácticamente no existe. La tarea —dura pero fascinante— del estudioso del teatro medieval es, entonces, la de realizar continuos cambios de perspectiva; la de perseguir, si no el teatro, si por lo menos la teatralidad allí donde se esconda y, sobre todo, la de someter a una constante verificación la propia metodología y las propias categorías.
Dando por descontado que el teatro en sentido pleno y moderno —moderno, justamente— no empieza a manifestar-se hasta finales de la Edad Media, el problema teórico e histórico más interesante me parece el siguiente: ¿Cuál es la idea de teatro que tiene la cultura medieval —al menos hasta el siglo XII-XIII— y cómo se relaciona esta idea de teatro con las manifestaciones concretas de teatralidad, las profanas de los juglares y las religiosas del drama sacro?
El dato de partida es el clamoroso y violento rechazo por parte de la cultura cristiana —que en la Edad Media se convierte en la cultura hegemónica— del teatro y del espectáculo. El catálogo de las condenas del espectáculo y de sus actores, codificado por Tertuliano en el De Spectaculis, y luego llevado a término sobre todo por Agustín y por Juan Crisóstomo, se repite de manera casi obsesiva en prácticamente todos los tratadistas cristianos tardo-antiguos y alto-medievales, desde Lactancio hasta Salviano, desde Gerolamo hasta Novaciano, por citar sólo a los más explícitos. Los elementos para esta condena nacen, sobre todo, del hecho de ser el espectáculo un testimonio de idolatría, al referirse a cultos paganos. Sólo en segundo lugar surgen las demás censuras: contra el hacer espectáculo de sí mismo y del propio cuerpo y, por tanto, contra los actores, a los que no se concede mayor dignidad que a los aurigas de las carreras de carros, en cuanto que el dar espectáculo de sí mismo se hace por dinero; contra la exhibición de pasión frente a la razón y a la continencia que el espectáculo inculca en el público; contra la obscenidad y la violencia de las que están llenos los espectáculos tardo-romanos.
El hecho curioso es, sin embargo, que los escritores cristianos siguen repitiendo estas antiguas y autorizadas argumentaciones —como, por otra parte, sucede siempre en la tradición medieval—, incluso cuando hace ya siglos que no queda rastro ni de teatro ni de actores en sentido estricto.
El único hilo que une aún a la desaparecida teatralidad clásica con las condenas de la Iglesia es la presencia, en los pliegues de la vida social de la Edad Media, de la figura del histrión vagabundo, identificado mediente una gran cantidad de nombres distintos —mimus, histrio, scurra y tantos otros, hasta el afianzamiento generalizado de juglar y similares— y siempre marginado y censurado por la cultura cristiana. Desde este punto de vista, puede incluso decirse que la cultura cristiana es la única capaz de reconocer perfectamente las valencias de la teatralidad, aunque fragmentaria y degradada, de la que histriones y juglares son portadores en cuanto herederos de los actores y los mimos de la clasicidad romana. Respecto a estos operadores del espectáculo, la condena es, de hecho total y continua y la calidad de los argumentos es absolutamente homologa a la de Tertuliano y los otros Padres, aunque, evidentemente, van perdiendo consistencia las acusaciones de idolatría para dejar paso a la censura de hacer espectáculo del propio cuerpo como oficio.
El tema del teatro, del espectáculo y del actor como mal intrínseco y como portador del mal es, pues, un hilo rojo que liga toda la tradición cristiana desde el siglo III en adelante, incluso en épocas en las que la única huella de teatralidad es la reconocible en los juglares, y hasta su parcial rehabilitación por parte de Tomás de Aquino y de Buenaventura. Pero naturalmente, el panorama se complica cuando, a partir por lo menos del siglo XI, aparecen esas formas de teatralidad religiosa que los estudiosos modernos han llamado oficio dramático o drama litúrgico.
Al enfrentarse a este tema, la condición del estudioso del teatro medieval adquiere un estatuto muy particular. No se trata ya de buscar e interpretar las trazas de una teatralidad marginada y oculta, como cuando uno se ocupa de los juglares, sino, por el contrario, de hacerse en cierto modo desconfiados o sordos respecto a una teatralidad demasiado evidente en lugares en los que, justamente, no debería serlo. En efecto, los violentísimos ataques de los pensadores cristianos contra el teatro y la espectacularidad convierten la idea misma de teatro sacro, religioso o incluso litúrgico en íntimamente contradictoria y paradójica.
Y sin embargo, hay que contar con esta paradoja, porque el teatro no sólo existe, sino que es floreciente y al final predominante. Para intentar explicar esta contradicción se ha recurrido a veces, sobre la base de una exégesis [Análisis interpretación} finalizada a esta demostración, a algunos pasos de los mismos Padres de la Iglesia para poder construir un modelo que prevea la condena de un teatro malo, el pagano, y que permita, al mismo tiempo, vislumbrar la posibilidad de un teatro bueno, el cristiano. Ciertamente, no faltan materiales para esta construcción, si se tiene en cuenta la cantidad de veces que los Padres de la Iglesia utilizan la metáfora del espectáculo.
Pero, tras un análisis neutro, que excluya de su horizonte cualquier ocasión de comparación indebida con lo que hubiera ocurrido después, parece bastante evidente que se trata de formulaciones retóricas que contraponen polémicamente a un espectáculo que se quiere negar otro espectáculo, entendiendo esta vez bajo una acepción marcadamente metafórica y que es, por un lado, la correcta vida cristiana ofrecida a la mirada de todos, y por otro, la visión mística —con los ojos cerrados, escribe Novaciano— de Dios y de su reino.
Hay además, otra teoría que, partiendo del clásico texto de Reich, intenta resolver la contradicción considerando el acentuarse de los aspectos coreográficos y ampulosos de la liturgia misma y el injerto de elementos de teatralidad en su interior, especialmente en la Iglesia de Oriente, como una especie de compensación espectacular al público de los fieles, a cambio de los espectáculos paganos que se intentaba negar. Pero la idea de base de un modelo teórico como éste es que la Iglesia se colocaba en una posición de competencia directa con aquella misma espectacularidad que ideológicamente rechazaba, dando por supuesto que el rechazo era sólo una cuestión de contenidos. Al sustituir éstos por otros más afines a los principios de su propio magisterio, la Iglesia podía adueñarse de las técnicas y de la idea misma de teatralidad. Pero tampoco ésta, tras un análisis detallado, parece una vía aceptable, aunque sólo sea por el hecho de que ningún autor cristiano se hace portador de ella ni explícita ni implícitamente, ni tan siquiera Juan Crisóstomo, que trata muy a menudo de los espectáculos y es un reformador de la liturgia.
La conclusión a la que me parece poder llegar es que la cultura cristiana está en absoluto contra la teatralidad y el espectáculo y, por tanto, la paradoja permanece como tal. Esto lo demuestra también el hecho de que la cultura cristiana no intenta eliminar la contradicción —como sería lógico si detrás hubiera una estrategia consciente—, ni siquiera cuando la práctica del teatro religioso está ya difundida por toda Europa. Porque la condena, que es general y omnicomprensiva en épocas en las que aún no se ha manifestado una espectacularidad cristiana, empieza a hacerse mucho más ambigua en épocas sucesivas, cuando, justamente, la Iglesia empieza a transformarse en escenario de situaciones dramáticas de temas y origen religioso; cuando, por tanto, la reiteración del ostracismo hacia los ludi choca con la necesidad de distinguir —o, a menudo, de no distinguir— entre los malos y los buenos.
En un determinado momento cronológico, digamos que desde el siglo XII en adelante, la condena de la fiesta y de la teatralidad en las iglesias empieza a tener que enfrentarse con la realidad de los dramas cristianos. Y aquí comienza una historia llena de ambigüidades y de posturas encontradas. De 1207 es la famosa decretal de Innocencio III que condena con dureza los ludi theatrales en las iglesias durante la festividad de los Santos Inocentes, pero unas décadas más tarde aparece una glosa interpretativa que autoriza expresamente los dramas litúrgicos:

Con la qual condena no se prohibe representar el pesebre del Señor, Herodes, los Magos, el llanto de Raquel por sus hijos y cosas similares que inducen el ánimo de los fieles más a sentimientos de contricción y de piedad que de lascivia, lo mismo que en Pascua se representa el Sepulcro del Señor y otras escenas para excitar la devoción.

Más o menos en este mismo período aparece una distinción semejante en los decretos de Alfonso X de Castilla, que establecen que en las iglesias los clérigos no pueden llevar a cabo juegos por escarnio, ya que la iglesia está hecha para rezar y no para realizar en ella villanías y desaposturas, pero que aun así admite:

Pero representaciones ay que pueden los clériigos fazer, asi como el ángel vino a los pastores e como los dixo como era Jesu Christo nacido. E otrosí de su aparición, como los tres Reyes Magos lo vinieron a adorar. E de su resurrección, que muesta que fue crucificado e resucitado al tercer día: tales cosas éstas que mueven a fazer bien e a aver devoción en la fe, pueden las fazer.

Estos documentos, dada también su autoridad intrínseca —una glosa autorizada a una decretal pontificia y un decreto real—, parecerían ser testimonio, por un lado, de la precisa conciencia de las características teatrales de los dramas litúrgicos, ya que se advierte la necesidad de instituirlos como excepción a la condena general de los ludi, y por otro lado de la aceptación.
El dato del que me parece necesario partir, es el de un significativo silencio de la teoría a este respeto. Los testimonios y las consideraciones sobre el teatro medieval, como los antes mencionados, que los estudiosos han conseguido rescatar hasta ahora de entre la interminable producción medieval de oficios de la Iglesia o en los tratados de los teólogos, moralistas y filósofos cristianos, son absolutamente exiguos. Pensándolo bien, pues, el silencio de los tratadistas cristianos, incluso de aquellos que tienen presente la teatralidad en su horizonte teórico, es clamoroso.
Citaré sólo dos ejemplos que me parecen significativo: Juan de Salisbury y Hugo de S. Víctor.
El Policraticus, que Juan de Salisbury escribe poco más allá de la mitad del siglo XII, es un tratado que se ocupa, entre otras cosas, del juglar y también, y de manera extraordinariamente lúcida para esta altura cronológica, del tetro strictu sensu, de concepto clásico. Por tanto, en Juan de Salisbury la «idea de teatro» no sólo está presente, sino incluso bien definida. Una prueba ulterior de ello es su insistencia en la metáfora del teatro del mundo —metáfora que incluso le debe a él una nueva fortuna tras siglos de obsolencia—, con cuyo uso demuestra poseer perfectamente los mecanismos de la representación teatral:

La vida del hombre sobre la tierra es una comedia en la cual cada uno, olvidándose de sí mismo, recita el papel del otro... De este modo, para adaptar a los oídos piadosos las invenciones de los gentiles, se dirá que el final de todas las cosas es trágico. Pero no tendré nada que objetar si se prefiere mantener, por más agradable, el término "comedia", ya que es de sobra sabido entre nosotros que —como dice Petronio— casi todos, sobre la tierra, se comportan como histriones.

Donde es notable la capacidad de comprender el papel y la función del actor en el sistema teatral clásico, junto con la lucidez de emparejarlo expresamente al histrión, que es término no neutro ni puramente histórico, ya que en el léxico del siglo XII sirve siempre para designar despectivamente a los juglares. Y sin embargo, en este contexto de individuación de los términos de la teatralidad del pasado así como de reconocimiento de las valencias teatrales del presente, y en una época en la que el drama litúrgico se practica ya ampliamente en toda Europa, sobre este último tipo de teatro no se dice ni una sola palabra. Seguramente, un observador moderno encontrará este dato chocante, pero sólo en cuanto que da por descontado que la categoría de teatro es igualmente aplicable a la representación de los textos de Terencio y a la representación del drama religioso medieval. Pero esto, evidentemente, no se daba por presupuesto en los tratados de la época.
Vayamos en busca de confirmaciones acercándonos a otro ejemplo, el de Hugo de S. Víctor, también del siglo XII. También él se ocupa del teatro y, es más, coloca en su Didascalion la theatrica entre las artes mecánicas, institucionalizándola y legitimándola, por tanto, como una actividad antropológicamente central. Y bien, también Hugo de S. Víctor sitúa en la Antigüedad al teatro y a todo lo que con él se relaciona —utilizando incluso el artificio estilístico de conjugar en pasado todos los verbos que a él se refieren— y no dice una palabra sobre la teatralidad contemporánea, ni juglaresca ni religiosa. Y si a la primera censura es posible encontrarle razones en el intento, coherente con la cultura de la época, de marginar a la juglaría y a sus instancias, que compiten con las de la Iglesia, para la segunda ausencia esta justificación evidentemente no vale. Y por tanto, no podemos sino concluir que, lo que para nosotros es teatro religioso, es para Hugo de S. Víctor ciertamente algo religioso, pero no teatro.
Se tiene verdaderamente la impresión de una gigantesca incongruencia entre las esparcidas posturas teóricas y la realidad de una difusión generalizada del teatro religioso, el cual, por el solo hecho de existir y de perdurar con éxito —esta vez dentro y no fuera de la cultura oficial—, tendría que estar apoyado por una cierta elaboración teórica o, cuando menos, por un reflejo de los hechos infinitamente mayor. Y esta impresión, que demuestra, como mínimo, una incomodidad de la cultura cristiana respecto al afianzamiento de estas ceremonias, se acentúa todavía más tras el análisis de otra larga serie de documentos, también muy citados por los estudiosos, en los que la teatralidad de los actos religiosos ciertamente se reconoce pero, contrariamente a lo que sucedía en la glosa y el decreto de Alfonso X, y coherentemente, en cambio, con la posición tradicional de la cultura cristiana, se condena.
Son, por lo demás, textos muy citados, como el de Gero de Reichersberg y el de Herrada de Landsberg, o el de Roberto Grossatesta, del período comprendido entre mediados del siglo XII y mediados del siglo XIII. Gero de Reichersberg dedica un capítulo entero de su Investigatione Antichristi a condenar las representaciones que los mismos monjes llevan a cabo en el interior de los edificios sagrados:

Hay sacerdotes que no se dedican al ministerio de la iglesia o del altar, sino más bien a obras de la avaricia, de la vanidad y del espectáculo; de manera que las iglesias, que deberían ser casa de oración, las transforman en teatros y las llenan con espectáculos mímicos de representación escénica. En los cuales espectáculos, presentes y espectadoras las mujeres, ellos ofrecen a veces, no como creen, una imaginaria figura
del anticristo, sino que en verdad, por lo que en ellos está, cumplen el inicuo misterio... ¿Por qué habría de extrañarse si ellos, simulando en sus representaciones del anticristo, los fantasmas de los demonios, o la locura de Heredes, no las representan verdaderamente? Representan también, imaginariamente, la cuna del niño Jesús, su débil respiración, el aspecto matronal de la Vigen Madre, la estrella como astro luminoso, la matanza de los inocentes, el llanto materno de Raquel. Pero la divinidad y la severa faz de la Iglesia aborrecen los espectáculos teatrales, no quieren vanidad y falsas locuras en las que los hombres se ablandan en mujeres, casi como avergonzados de ser hombres, los clérigos se transforman en soldados y los hombres se enmascaran en larvas de demonios.

Naturalmente, la lectura que tradicionalmente se ha hecho de este párrafo, como de otros parecidos, es la de una reacción ante la degeneración, una especie de legítima defensa de los doctos cristianos contra esas intrusiones bufonescas o, cuando menos, no religiosas y espectaculares en sentido despectivo que mancharían la pureza original de los primeros dramas litúrgicos. La pieza fundamental de apoyo para esta teoría ha sido siempre el largo texto de Herrada de Landsberg, abadesa de Hohenburg, a finales del siglo XII:

A menudo sucede que de buenas costumbres se derivan otras malas. Ya que Dios se hizo hombre y apareció visible a los ojos de los hombres. Él, que como Dios, era invisible, los fieles de la Iglesia Antigua se llenaron de tanta gratitud por la manifestación de la humanidad de Cristo que intentaron fijarla en sus escritos y en sus ritos para utilidad de sus sucesores. La Iglesia, por tanto, redujo a escenas visibles algunos momentos de la vida de Cristo: su natividad, la llegada de los Magos con sus dones místicos, la circuncisión, la entrada en Jerusalén a lomos de un burro entre el aplauso del pueblo y el ondear de las palmas, los dos caminantes de Emaús... Y estas escenas se representaron en algunas iglesias muy píamente y según la antigua tradición, y en otras un poco alteradas, voluntariamente o por necesidad, cuando no cayeron en desuso. Y he aquí como de la raíz de buenos ejemplos pueden nacer pésimos frutos. En el día y en la octava de la Epifanía introdujeron nuestros padres un rito hecho de imágenes visuales que representaba a los Magos guiados por la estrella en busca de Jesucristo recién nacido, la crueldad y la malicia engañosa de Herodes, los soldados encargados de la matanza de los inocentes, el lecho de la Virgen, el ángel que avisa a los Reyes de que no vuelvan a Jerusalén y otros hechos que en ese día se conmemoran. Y todo ello para que se incrementara la fe de los creyentes, para que se buscara más la gracia divina y para que incluso los incrédulos encontraran en ello un estímulo para volver a Dios y a la práctica religiosa. ¿Pero, y hoy? ¿Qué es lo que sucede en algunas iglesias en estos nuestros días? Ya no se trata de un rito que se celebra en honor de Dios, sino de una desenfrenada e irreverente impudicia. Se abandona el hábito clerical, se introducen trajes militares, sacerdotes y soldados ya no se distinguen unos de otros y en esta confusión de clérigos y legos se profana la Casa de Dios. Se come con desenfreno, se bebe hasta la embriaguez, y se representan escenas lascivas, mimos deshonestos y juegos para reír. Y se produce un estrépito de armas, una confusión de taberna y una manifestación desenfrenada de todo tipo de pasiones. Se añaden a ello las disputas que vienen a turbar semejante ambiente. De manera que aun cuando el principio sea pacífico nunca sucede que se termine sin graves tumultos de disputas y reyertas.

Pero en realidad, en mi opinión, lo que este escrito testifica es justamente el rechazo del tránsito de la ceremonia religiosa. —en la que las escenas son exempla, como dice el texto latino, que celebran algunos momentos de la vida de Cristo— a la representación teatral, en la que el intérprete se disfraza y en la que la intervención de legos rompe el concepto original de ceremonia. Todo el resto, a partir de la decadencia de las costumbres de los que participan en peleas, no es más que una consecuencia sociológica, y es perfectamente coherente con la consideración tradicional de la Iglesia acerca del clima que gravita siempre alrededor de los espectáculos. Esta constatación de que cuando la celebración religiosa se hace teatro llega a no diferenciarse en absoluto de la teatralidad de origen pagano y que, por tanto, hay que condenarla sin excepciones, emerge con lucidez y dureza en los escritos de uno de los intelectuales más prestigiosos de la cultura cristiana del siglo XIII, Roberto Grossatesta, Obispo de Lincoln, quien, especialmente en una carta de 1244 a su Archidiácono, no distingue entre el teatro religioso y los festejos paganizantes de los ritos primaverales y recomienda extirparlos ambos.
De casi absoluta contemporaneidad de esta afirmación de Grossatesta y de la glosa a la decretal de Inocencio III es fácil deducir lo poco lineal que era la situación y lo amplios que eran los márgenes de ambigüedad. Por ello, no es posible sostener, en un intento de buscar una coherencia, que haya habido una evolución en la postura de la cultura cristiana, ni desde la aceptación al rechazo del drama religioso, dado que muchas e importantes condenas son muy anteriores a esa glosa; ni del rechazo a la aceptación, dado que es posible encontrar sedimentos de esta actitud de repulsa hasta en los manuales divulgativos a caballo entre el final del siglo XIII y el comienzo del XIV, como sucede en el Manual de Pechiez de Guillermo de Wadington, que justamente en esos años tuvo una gran difusión e incluso se tradujo al inglés.
¿Qué conclusiones pueden por tanto extraerse de este breve excursus? Una me parece indudable —y se trata de una cuestión fundamental de metodología de la investigación—, a saber, que el carácter de teatralidad de los dramas religiosos, que a nosotros nos parece evidente, con toda probabilidad pasa desapercibido a la mayor parte de un ambiente cultural que justamente de la condena del teatro y de la espectacularidad hizo, durante siglos, uno de los puntos esenciales de su intervención social y que, en ese mismo periodo, todavía censura agresivamente las huellas de teatralidad que descubre en el quehacer de los juglares. Y es justamente la comparación con los argumentos utilizados en la polémica contra los juglares, ese rechazo de una actuación que se resuelve en pura exterioridad espectacularizada, lo que hace difícilmente creíble la aceptación pacífica de una misma actitud en el seno de la propia cultura.
Mi conclusión, que en esto concuerda con la de Johann Drumbl, es que el teatro litúrgico nace no amparado por, sino a pesar de la liturgia, y que aquello que para los modernos es teatro nace en realidad como ceremonia.
Por eso, durante mucho tiempo, la teatralidad presente en las ceremonias queda, si no inadvertida, por lo menos eclipsada de la conciencia; y, en cambio, cuando es puesta de manifiesto, conduce a menudo, casi necesariamente, a la condena. Incluso cuando la ceremonia, a partir del siglo XI, se espectaculariza, transformando al menos parcialmente a los fieles en espectadores, su función tiene que ser percibida como una especie de exemplum demostrativo, porque sólo de esta manera se puede superar la contradicción, de modo insalvable, entre teoría y praxis. Cuando esta contradicción se manifiesta en toda su evidencia ya no censurable, las únicas dos posibilidades —entre las que, como se ha visto, la Iglesia dudará durante siglos— no pueden sino ser la condena intransigente o la aceptación pragmática en nombre de una utilidad para la catequesis que justifique el recurso a prácticas antes obstacularizadas y cuyo enorme éxito entre los fieles, por lo demás, protege ya de cualquier intento de erradicación total.  
        Y es una némesis histórica ejemplar el que una forma cultural y social censurada por un sujeto ideológico hasta hacer desaparecer no sólo su práctica, sino incluso su noción, sea reinventada luego por ese mismo sujeto, porque, justamente, ya no reconoce en ella al enemigo del que había logrado destruir incluso la memoria.