2/1/15

SEVERA VIGILANCIA. Jean Genet






SEVERA VIGILANCIA
Jean Genet



PERSONAJES
OJOS VERDES,  22 años, alto, muy guapo y con los pies encadenados.      
MAURICIO, 17 años, bajo, guapito.                                                                
LEFRANC, 23 años, alto, guapo.                                                                        
EL VIGILANTE, Joven y guapo.                                                                          

Decorado
Un solo decorado. Una celda dispuesta de esta manera: en el fondo, la puerta de la celda que da al pasillo. Dentro de la celda están colocados, doblados y formando un montón, unos colchones de paja. En la esquina, el retrete. A la derecha, una ventanilla-mirilla protegida por barrotes. La ventanita se abre hacia arriba. Mesa escritorio empotrada en uno de los lados de la celda a la altura de la ventana. Al lado una silla de madera atada por una cadena. A la izquierda una cama de hierro plegable con algunas mantas. Encima, pegado a la altura de la entrada del pasillo, el reglamento de la prisión.

Cuando se levanta el telón, OJOS VERDES sujeta a LEFRANC y con suavidad tira de él hacia atrás para alejarle de MAURICIO que, muy poco asustado, arregla su ropa.

OJOS VERDES (dulcemente): Están locos. Son un par de locos. Yo, de un solo puñetazo, les devuelvo la calma, los tiro al suelo. (a LEFRANC) Ha faltado así (hace un gesto) para que Mauricio estirara la pata. Ten cuidado con tus manos, Julio, no te las des de matón y deja de hablar del negro.
LEFRANC (agotado): Él tiene la culpa…
OJOS VERDES: La culpa es tuya.
LEFRANC: Pues se hubiera callado de una vez.
OJOS VERDES: La culpa es tuya, Julio. Déjanos en paz. De Bola de Nieve no hablemos más. Él y los tíos de su celda no se interesan por nosotros. (Escucha) Ya han empezado las visitas. Dentro de un cuarto de hora me tocará el turno.
Durante la escena que viene a continuación, se paseará de arriba abajo con pasos iguales.
MAURICIO (Señalando a LEFRANC, en voz baja): Para meter cizaña es el mejor. Nunca podremos entendernos con él. Para él no hay nada más que el negro Bola de Nieve y sanseacabó.
LEFRANC (dulcemente): Sí, Bola de Nieve en persona. Tiene poca autoridad. No le tomes el pelo. Es un negro, un salvaje…
MAURICIO: Nadie…
LEFRANC: Es un salvaje, un negro, pero echa relámpagos. Ojos Verdes…
MAURICIO: ¿Qué?
LEFRANC: Es un salvaje, un negro, pero echa relámpagos. Ojos Verdes…
MAURICIO: ¿Qué?
LEFRANC (a OJOS VERDES): ¡Ojos Verdes! (Silencio) Bola de Nieve es mil veces mejor que tú.
MAURICIO: No empecemos. Y todo porque esta mañana, en el pasillo, al volver del paseo, te ha sonreído…
LEFRANC: ¿A mí? Me sorprendería mucho.
MAURICIO: Estábamos tan sólo los tres. Si no fue al guardián fue a uno de nosotros.
LEFRANC: ¿Cuándo?
MAURICIO: ¿Cómo? ¿La cosa te interesa? Poco antes de llegar al cruce del centro. Vamos, fue una…
LEFRANC: ¿Y de eso qué sacas?
MAURICIO: Que en esta celda eres tú la causa del desorden.
LEFRANC: Bola de Nieve es un tipo que se pone a roncar y se olvida hasta de su padre. Apabulla a los demás. Nadie puede destruirle. Ningún preso puede agarrarle. Es un auténtico jefe y se las conoce todas.
MAURICIO: ¿Y quién dice lo contrario? Es tan guapo… No hay nada que cambiarle. Bola de Nieve es un tío bien hecho. En el mejor de los casos, sería algo así como si a Ojos Verdes le hubieran dado betún.
LEFRANC: Ni siquiera Ojos Verdes se puede comparar con él.
MAURICIO: Eres muy exigente. Bien te hubiera gustado que hablaran de ti en toda Francia como se habló de Ojos Verdes. Cuando no encontraban el cadáver, ¡fantástico! Todos los campesinos buscándole. ¡Los policías, los perros! Vaciaban los pozos, los huertos. Era la revolución. El mundo entero buscándole. ¡Los curas!, ¡Los adivinos! Y luego, cuando encontraron el cadáver en el barro…
OJOS VERDES: Me recuerdas cosas terribles, Mauricio…
MAURICIO (a LEFRANC): Pero tu negro de arriba, ¿qué ha hecho al lado de esto?
LEFRANC: Es distinto. Bola de Nieve… ¿Quieres saberlo?
MAURICIO: ¿Y lo que contestaba Ojos Verdes a los inspectores?
LEFRANC: ¿Bola de Nieve? Es exótico. Todos en su celda lo reconocen, los de las celdas de alrededor, toda la prisión y todas las cárceles de Francia. Luce como nadie. Es negro, pero ilumina las diez mil celdas. Nadie podrá con él. Basta con verle andar…
MAURICIO: Si Ojos Verdes quisiera…
LEFRANC: ¿Tú no lo has mirado? Verle a él cruzar los pasillos con sus cadenas. Pero, ¿qué pasa? Sus cadenas le sostienen. Bola de Nieve es todo un rey. ¡Si llega del desierto llega de pie! ¡Y sus crímenes! Los de Ojos Verdes al lado…
OJOS VERDES (parándose y con una mirada muy dura): Basta, Julio. No intento hacerme pasar por un rey. En la cárcel ya no hay monarca. Y Bola de Nieve no presume más que los demás. No crean que me impresiona. Sus crímenes quizá sean de poca monta.
LEFRANC: ¡De poca monta!
MAURICIO: No le interrumpas. (Escuchando a la puerta de la celda) Las visitas se van acercando. Han llegado a la 38.
A partir de ese momento da vueltas a la celda en el mismo sentido que las agujas del reloj.
OJOS VERDES: De poca monta. Sus crímenes no los conozco…
LEFRANC: El ataque del tren del oro…
OJOS VERDES (que sigue tan seco y mordaz): Yo no los conozco. Yo tengo los míos.
LEFRANC: ¿Los tuyos? No tienes más que uno.
OJOS VERDES: Si digo “mis crímenes”, sé muy bien de lo que hablo. Digo “mis crímenes”. Y que nadie los toque, que salto. Que no se me excite. Sólo pido una cosa, leer la carta de mi mujer.
LEFRANC: Yo la he leído.
OJOS VERDES: ¿Y qué dice ahora esa chica?
LEFRANC: Nada, lo he leído todo.
OJOS VERDES (señala un pasaje de la carta): Ya sé, lo has leído todo. Pero eso no lo lees.
LEFRANC: ¿No te fías?
OJOS VERDES: ¿Pero eso?
LEFRANC: Eso, ¿qué es eso? Dime lo que es.
OJOS VERDES: Julio, no te aproveches de que no sé leer.
LEFRANC: ¿Dudas de mí? Toma la hoja. Tómala. Y no esperes que vuelva a leerte la carta de tu mujer.
OJOS VERDES: Te aprovechas, Julio. Me incitas y la cosa se va a poner muy fea. Tremenda bronca  va a armarse en la celda. Prepárate.
LEFRANC: Estamos hartos, Ojos Verdes. No te engaño y lo he leído todo. Pero sé que ya no te fías. ¿Te crees que te pongo los cuernos con ella? No tienes que hacer caso a Mauricio. Nos enfrenta al uno contra el otro.
MAURICIO (socarrón): ¿Yo? El más tranquilo de todos.
OJOS VERDES: Yo digo que me tomas el pelo.
LEFRANC: En ese caso…Escribe tú mismo las cartas.
OJOS VERDES: Puta.
MAURICIO (cariñosamente burlón): Vamos, Ojos Verdes. Menos líos. A tu mujercita la volverás a ver. Con lo guapo que eres. La tienes en el bote. ¿Adónde quieres que vaya?
OJOS VERDES (tras larga pausa, en voz baja, casi lamentándolo): Puta.
MAURICIO: No te apures, Julio es así. Le impresionas.
LEFRANC: ¿Qué decía la carta? Te lo voy a contar. Cuando vuelvas a ver a tu mujer en el locutorio dentro de poco pídele que te diga la verdad. ¿Quieres que lea? (OJOS VERDES no contesta) Entonces, ¿no quieres?
MAURICIO: Vas a lograr que se ponga bravo como siempre.
LEFRANC: Allá él.
MAURICIO: Son tus modales los que no nos gustan.
OJOS VERDES (violento): Dame eso. (Le arranca la carta de las manos. A Mauricio.) Vas a leer tú.
LEFRANC: Ojos verdes, no juegues; no sabes lo que puede ocurrir. Dame eso, Mauricio. A mí me toca leer. Escucha, tu mujer se ha dado cuenta de que no le escribías tú. Ahora, supone que no sabes ni leer ni escribir (Silencio). Y peor aún. ¿Quieres que siga?
MAURICIO: Si Ojos Verdes puede pagarse un escribiente, son cosas suyas.
LEFRANC: ¿Sigo? Bueno. Dice que se le hace muy largo. ¿Comprendes? Dice…que no sabe si vendrá a verte hoy y que debes resignarte, que quiere cambiar de vida…Toma, míralo. (Lee) “Mi querido, me he dado muy bien cuenta que tú no podías escribir para mí esas bonitas frases, pero hubiera preferido que me escribieras como buenamente pudieras…” Eso es todo.
MAURICIO: ¿Y qué? ¿Eso es todo? Dentro de veinte minutos ella estará en el locutorio.
OJOS VERDES: Puta.
LEFRANC: ¿Me acusas?
OJOS VERDES: Puta. ¡Con que era eso! Me abandona. Y tú has jugado muy bien. Te las has arreglado para hacerle creer que las cartas eran tuyas.
LEFRANC: Estás loco. Siempre he escrito lo que tú me decías.
OJOS VERDES: Bola de Nieve, él, ¡sí que sabe escribir!
Reanuda su paseo de arriba para abajo mientras que los otros dos dan la vuelta uno tras otro.
MAURICIO (a LEFRANC): Por muy listo que seas, Ojos Verdes aún te puede “arreglar”. Y no nos dices por qué le deja su mujer. ¿Eh? El señor tiene sus secretitos.
LEFRANC: No metas cizaña, Mauricio. ¡No he querido humillarle!
OJOS VERDES: Humillarme… ¿a mí? Ni cuando afirmas que el negro es un tipo más peligroso que yo. A mí los negros… (Pausa) Vamos a ver, ¿qué te impedía leer? (LEFRANC no contesta) Contesta. ¿Es que pensabas seducir a mi mujer? Reconócelo. Porque al salir de aquí dentro de tres días esperabas irte con ella.
LEFRANC: Oyes, Ojos Verdes, no me vas a creer. Era para no disgustarte. Te lo hubiera dicho, pero (señala a MAURICIO) no en presencia de éste.
OJOS VERDES (cándido): ¿Por qué?
MAURICIO: Tenías que habérmelo dicho. Si les molesto, puedo desaparecer por arte de magia. Soy capaz de atravesar las paredes. Es sabido. No, Julito, no, nos metes cuentos. Di que querías irte con su mujer y te creeremos.
LEFRANC: Mauricio, no compliques aún más las cosas en esta celda. Todo va mal por tu culpa. Por tus líos. Eres la piel del diablo.
MAURICIO: Julio…
LEFRANC: ¡Corta!, ¿me oyes?

OJOS VERDES, meditabundo, con las manos en los bolsillos, parece que no ve a sus dos compañeros.

MAURICIO: Eso es, ya que estás rabioso, métete conmigo que soy el más débil.
LEFRANC: De sobra lo sabes y te aprovechas, pero un día de estos tu debilidad me servirá.
MAURICIO: Mejor sería que fuéramos amigos los tres. Contigo es imposible. Y desde hace una semana provocas todos los pleitos. Porque Ojos Verdes y yo sí que somos amigos. Pero es inútil. Nuestra amistad yo me encargo de defenderla. Te aviso.
LEFRANC: Están contra mí los dos. No me dejan vivir.
MAURICIO: Te metes con todos, y si hay una palabra desagradable, el primero que paga soy yo. Antes, cuando me agarraste por el cuello, esperabas dejarme sin sentido. Notaba que me ponía morado. Si no es por Ojos Verdes hubiera estirado la pata. A él, a Ojos Verdes, le debo la vida. Menos mal que tú te vas. Vamos a estar en paz.
LEFRANC: No hables más del asunto, Mauricio.
MAURICIO: Ya ves, Julio, no puedo decir ni una palabra. ¿Sabe él lo que le escribes a su mujer? Ni siquiera sabe lo que ella contesta. Y tú te alegras porque de esta manera Ojos Verdes es una especie de inválido. Sin embargo, si quisiera…
LEFRANC: Cumplo con mi deber.
MAURICIO: ¿Hacia quién? Nosotros estamos encerrados y lo que nos debes es respeto. Pero se diría que intrigas. Solo. Porque estás sólo, no lo olvides.
LEFRANC: Y tú, ¿qué? ¿Qué haces con tantas estrategias? ¿Con él, con los guardianes? A ver si los engañas… ¡conmigo no podrás! Si no pude sacarte la mierda  antes fue a causa de tus aspavientos. Les debes más que la vida a Ojos Verdes. Me diste lástima. Pero te remataré. Y eso antes de salir de aquí.
MAURICIO: Ya lo sé. Desde hace tiempo intentas quedarte solo con Ojos Verdes. Pero él te desprecia. Estás solo.
LEFRANC: No es tan grave. Uno, se va acostumbrando a ello. Pero convéncete y convéncele a él de que su mujer no me interesa.
MAURICIO: Eso dices cuando está presente. Y me vienes con amenazas porque soy un más joven.

MAURICIO hace con la cabeza y con la mano el ademán de quitarse un mechón de pelo imaginario.

LEFRANC: No quiero volverte a ver. Incluso tus tics me ponen nervioso. Y ni siquiera podré salir de aquí con ellos, para suprimírtelos. Arréglatelas.
MAURICIO: ¿Y si me niego? ¿Me tienes tirria porque aún no he olvidado mi mechón? ¿Me tienes tirria porque hace poco que entré en la fortaleza? ¿Te hubiera gustado ver cómo caía mi pelo cuando me pasaron la maquinilla?
LEFRANC: Cállate, Mauricio.
MAURICIO: Te hubiera gustado verme sentado sobre el taburete mientras mis rizos caían sobre mis hombros, sobre mis rodillas y se desparramaban por el suelo. Te hubiera gustado, ¿verdad? Te hubiera gustado incluso que te lo contara, porque la desgracia de los demás te hace interesante.
LEFRANC: Cállate. Estoy harto de estar entre los dos, de que discutan, hiriéndose, a través de mí. Estoy harto de mirar sus caritas. Sus párpados me los sé de memoria.
MAURICIO: Lo podemos hacer.
LEFRANC: Me agotan. Como si fuera poco morir de hambre, quedar sin fuerzas entre cuatro paredes, aún hay que extenuarse…
MAURICIO: La culpa es tuya.
LEFRANC: Es suya. ¡Me agotan! En mis sueños veo también sus jetas. Sus caritas vulgares. Pero no intenten meterse conmigo. He llegado más lejos que ustedes.
MAURICIO (irónico): ¿En la galera?
LEFRANC: Repítelo.
MAURICIO: He dicho: en la galera.
LEFRANC: Me retas. ¿Quieres sacarme de quicio? ¡Mauricio! ¿Quieres que repita la historia?
MAURICIO: Nadie habla mal de ti. Fuiste tú el primero en hablarnos de las señales en tus muñecas…
LEFRANC: En las muñecas y en los tobillos. ¡Sí, Mauricio! Y tengo derecho a decirlo y tú tienes el de callarte. (Chilla) ¡Sí, tengo derecho! Tengo derecho a hablar de ello. Tengo las señales de los galeotes y todo va a terminar muy mal. ¿Me oíste? Puedo transformarme en un verdadero tifón y destrozarlos. Y limpiar la celda. Vuestra dulzura me marca. Uno de los dos va a tener que largarse.
MAURICIO: Inténtalo. Intenta echarme. Si no te gusta la celda…
LEFRANC (chillando): A uno de los dos le va a costar la vida. ¡Estoy harto!
OJOS VERDES (con frialdad y con tono de amenaza): ¿Parece ser, Julio, que te has burlado de mí? ¿No es eso? ¡Cómo se habrán reído mi mujer y tú! Ahora será feliz con tus frasecitas. ¡Se regodeará le yendo y releyendo tus cartas! Hasta ahora nadie le había dicho cosas semejantes.
LEFRANC: Te aseguro que no. He sido franco.
OJOS VERDES: Puta.
LEFRANC: No tengo nada que reprocharme. Me odias y…
OJOS VERDES: No, me trae sin cuidado. (Silencio)
MAURICIO (pegando la oreja a la puerta): Aún la cosa se puede arreglar. Basta con que te vea y olvidará la canción. ¡Oye, oye! Ahora le toca a la 34.
OJOS VERDES (con resignación): No. Que cambie de vida. Tiene razón. Yo haré lo mismo. Aquí, para comenzar, y del otro lado del foso para terminar, si llego hasta allí.
MAURICIO (tocando la mesa): No pienses en lo malo, hombre.
OJOS VERDES (tristísimo): Si llego hasta allí. Pero ella me lo dice sin precaución. Clínicamente me abandona sin sospechar que si esperara diez meses más quedaría viuda. Podría rezar en mi tumba y llevarme lilas.
MAURICIO (con ternura): Ojos Verdes…
OJOS VERDES: ¡Viuda, sí, señor! Mi viudita.
MAURICIO: Oye, Ojos Verdes, hombre…
OJOS VERDES: ¡Mi viuda! Y yo soy su hombre muerto. Les hará gracia. ¿Eh, Julio? ¿Te hago mucha gracia? ¿A lo mejor estás esperando que me ponga a llorar? ¿O que me dé un ataque de cólera? Desengáñate. Estoy convencido de que mi mujer no te interesa. He sido injusto. Pero reconoce que la faena es terrible.
MAURICIO: No te exaltes, hombre. No te exaltes tanto. La semana pasada, en el locutorio, ¿no te dijo nada?
LEFRANC: Aún puede venir. Apenas han empezado las visitas.

Quiere coger una chaqueta colgada de un clavo.

MAURICIO: No es tu chaqueta, es la de Ojos Verdes.
LEFRANC (mirando la chaqueta): Me he confundido, tienes razón.
MAURICIO: Eso te pasa a menudo. Es la quinta o la sexta vez que te pones su chaqueta.
LEFRANC: ¿Y qué tiene de malo? No hay secreto ninguno, no tienen bolsillos. (Pausa) Pero, oye, Mauricio, ¿te han encargado que vigiles la ropa de Ojos Verdes?
MAURICIO (se encoge de hombros): Ahora sí que lo entiendo. Cuando ella te miraba detalladamente detrás de la reja, es que quería gozar por última vez. Sabes, grandote, si la encuentro la deshago.
OJOS VERDES: Fue el jueves pasado, cuando se despidió de mí; tienes razón. Se despidió para siempre. Con sus ojos conmovidos se iba para siempre. Y yo no me di cuenta. De nada. La muy zorra de ella. Ni siquiera sé cómo está hecha. Desapareció. ¡Mi mujer! ¡Mi mujercita! ¡Mauricio!
MAURICIO: Cálmate, Ojos Verdes. Me haces daño.
OJOS VERDES: ¡Mauricio! ¡Qué date con ella! Sujétala. Sujétala por los tobillos. ¡Sujeta su carita! Sujétala por el cuello. Mi nena.
MAURICIO: Grandote…
OJOS VERDES: ¡Mujercita mía! Me dejas solo en medio del desierto. ¡Te las picas! ¡Desapareces! Mauricio, Mauricio.
MAURICIO: Aquí estoy, grandote.
OJOS VERDES: Mauricio, ¡vete a buscar a mi gatita!
MAURICIO: Te juro que si la encuentro la mato.
OJOS VERDES: En cuanto la veas, adiós, Ojos Verdes.
MAURICIO: Jamás.
OJOS VERDES: No digas nunca jamás, Mauricio. A los amigos que hacen juramentos los conozco muy bien. Ni siquiera hay que tocarla un pelo. Es una pobre chica. Necesita un hombre, uno auténtico y yo ya no soy más que mi propio fantasma.
MAURICIO: ¿Así es que la disculpas?
OJOS VERDES: Seguro que encontrará un buen muchacho como tú. Me gustaría que fueras tú.
MAURICIO: Ni hablar. Con la faena que te ha hecho…
OJOS VERDES: ¿Y por qué no serías tú?
MAURICIO: ¿Así que si Julio es inocente, tú crees que se junta con otro?
OJOS VERDES (amenazador): Arréglatelas para no hablar de esto, Mauricio. ¡Arréglatelas! Si supiera de buena  fuente que se junta con otro, la dañaría. (A LEFRANC)¿Tú, qué opinas? Indícame dónde está el pasaje de la carta en la que ella dice que me abandona. ¿Me oyes? ¡Julio!
LEFRANC: ¿Yo? No sé. Otra vez andas sospechando.
OJOS VERDES: En absoluto, Julio. Antes estaba irritado. Hace demasiado tiempo que nos vemos, que nos contemplamos. Nunca he sospechado de ti.
LEFRANC: ¿Qué piensas hacer?
OJOS VERDES: Quisiera saberlo. Aún estoy paralizado por el choque.
LEFRANC: No veo que puedas hacer algo.
OJOS VERDES: No merece que la perdone, pero, ¿qué puedo hacer?
MAURICIO: Mátala. Hay que matarla. En esta celda no hay gallinas.
OJOS VERDES: Los dos me hacen gracia. ¿Es que no ven cuál es mi situación? ¿Es que acaso no ven que aquí inventamos historias que sólo pueden vivir entre estas cuatro paredes? ¿Es que aún no han comprendido que jamás volveré a contemplar el sol de los hombres? Me toman el pelo. No quieren fijarse en mí. No comprenden que la tumba está cavada bajo mis pies. Dentro de un mes ya habrán decidido cortarme la cabeza. Ya no pertenezco al mundo de los vivos. Ahora estoy solo, completamente solo, solo. Seúl. Puede morir en paz. Ya no despido calor. Estoy helado.
MAURICIO: Estoy a tu lado.
OJOS VERDES: Estoy helado. Pueden arrodillarse ante Bola de Nieve, tienen razón. El gran Jefe es él.
MAURICIO: Dices estupideces, Ojos Verdes.
OJOS VERDES: Sí. ¡El gran Jefe! ¡Vayan a besarle los dedos de los pies,  vamos! ¡Qué suerte tiene de ser un salvaje! Tiene el derecho de matar a la gente e incluso a comérsela. Él vive en la jungla. En eso me supera. Tiene sus panteras domadas. Yo estoy solo. Y demasiado blanco. Demasiado pálido. Demasiado estropeado por la celda. Pero si me hubieran visto antes, con las manos en los bolsillos, con mis flores, porque siempre tenía una flor entre los dientes. Me llamaban… ¿Quieren saberlo? Era un bonito apodo: Pablito el de los dientes floridos. ¿Y ahora qué? ¿Quién soy yo? Dime, Julio, ¿quién soy yo? ¿Qué puedo hacer?
MAURICIO: Ciertas chicas siguen a su macho hasta Siberia.
OJOS VERDES: ¿Hasta dónde?
MAURICIO: Hasta Siberia. Lo he leído en los libros.
OJOS VERDES: Yo digo que mi mujer no tiene derecho a venir. Estoy solo.
MAURICIO: Porque te empeñas en estar solo.
OJOS VERDES: Puede ser, pero son cosas mías. No tiene derecho a venir. Eres testarudo. Es una pobre chica. Ni siquiera tiene veinte años.
MAURICIO: No es un motivo. Yo iría…
OJOS VERDES: Pues tú no te portarías mejor. Además, tú no eres mi mujer.
MAURICIO: Hay mujeres que siguen a su hombre hasta Cayena.
OJOS VERDES: Eso nunca. Excepto las de los forzados condenados a cadena perpetua. Pero ellos forman una categoría aparte.
MAURICIO: Es una lástima. Allí podrías haberla hecho trabajar. Entre los hombres sin mujeres…
OJOS VERDES: No hablemos más de eso, Mauricio. Me vas a dar jaqueca. (Pausa) Tú, dentro de un año o dos, estarás hecho todo un hombrecito bien parecido. Y cruel. Te hubiera gustado mi mujer, ¿verdad?
MAURICIO: Confieso que me dejó medio frito. Cuando la veo a través de ti, me vuelvo loco.
OJOS VERDES (amargo): Soy una bonita pareja, ¿verdad? ¿Te emociona?
MAURICIO: No he dicho eso. Digo…No tiene tu cara, pero la veo sin embargo. Me parece que tú…Separarte de ella te costará lo tuyo. Por eso tienes que vengarte. Enséñame su retrato.
OJOS VERDES: Lo has mirado más de cien veces.
MAURICIO: Enséñamelo  otra vez. La última.
OJOS VERDES (desabrocha su camisa y deja ver su busto a Mauricio): ¿Qué, te gusta?
MAURICIO: ¡Qué guapa es! Quisiera escupirle en la cara. Lástima que no pueda hacerlo. Y eso, ¿qué es?
OJOS VERDES: No toques. Tomas la muerte.
MAURICIO: ¿Qué?
LEFRANC (sombrío): Puerco.
OJOS VERDES: Tomas contacto con la muerte. Es una mariposa. Es un recuerdo de Mariposa. Cuando estaba en Joyeux. Y el resto data de Joyeux o de la fortaleza. Excepto la fragata. En el reformatorio. (Se abrocha la camisa) Telón.
MAURICIO: Tu mujer, deberías…
OJOS VERDES: Déjate de ella…
MAURICIO: Me gustaría encontrarla…
OJOS VERDES: He dicho que te calles. Demasiado contento estás de todo lo que me sucede. Probablemente, lo que te excita contra ella y contra mí es tu propia alegría. Te sientes feliz de ser el único que pueda mirarla. Necesitaría un espejo, pero “no hay”.
MAURICIO: Estás loco. No te enfades. Te hablo de ella porque somos amigos.
OJOS VERDES: Ya he comprendido. De sobra. ¡Lárgate!
MAURICIO: ¿Serías capaz de enfadarte conmigo?
OJOS VERDES: Desde luego. Y cierra el pico de prisa. Estoy harto de ti también. De todos ustedes. Ya no son nadie. Dentro de dos meses, si es necesario, habré pasado por cuchilla. De un lado de la guillotina tendré la cabeza y el cuerpo del otro lado. Entonces ¿qué? Soy terrible. Terrible. Puedo aniquilarte. Si mi mujer te gusta, no te prives. Ve por ella. ¡Vete! ¡Vete! Vete por ella, cógela en el jardín. Yo les doy mi bendición. Pero no intenten tomarme por ingenuo. Veo muy bien que la deseabas. Hace mucho que andas en torno mío, razonas, venga a dar vueltas y más vueltas, buscas un rincón para posarte como un pájaro, sin sospechar siquiera que te puedo aplastar. (Le da un bofetón a MAURICIO, que se tambalea)
LEFRANC: Hacía tiempo que la venías preparando.
MAURICIO: Déjame, Ojos Verdes, no he hecho nada.
OJOS VERDES: Olvidas que te estaba observando. Estabas loco por ella desde el primer día, cuando la viste ir al locutorio. Lo comprendí en cuanto entraste. Todos las halagos que me hacías eran por ella, ¿verdad? No me confundo. Cuando querías ver mi cuerpo, era para saber cómo era el suyo ajustándose a él. Y porque no sé ni leer ni escribir, me tomas por un discapacitado. Asqueroso. Pero estoy atento. Más de lo que te crees, ¿Me confundo? (MAURICIO pone el morro como un chiquillo al que le han pegado) Puedes hablar, no soy ningún bruto. Dime si me confundo.
MAURICIO: Te juro, Ojos Verdes, que sólo tenía amistad por ti. No comprendo tu enfado.
OJOS VERDES: No se trata de enfado. Tan sólo digo que has hecho mal en tomarme el pelo, mi pelo, que pronto caerá como mi cabeza.
MAURICIO: No quise ofenderte. Hace unos minutos, cuando me estabas hablando de tu mujer, tanta vergüenza me daba por suelto el trapo. Me daba vergüenza.
OJOS VERDES: Eso dices.
MAURICIO: Vamos, Ojos Verdes, ¿es que ya no crees que soy amigo tuyo?
OJOS VERDES: Un amigo para treinta días no es un amigo. Encontrarás otros. Te queda Julio.
MAURICIO: Sabes muy bien que no es igual.
LEFRANC: Yo opino lo mismo. Los amigos como tú… (Silencio, todos escuchan) Vuelve el 36.
MAURICIO: ¿Y qué? Sigue. Los amigos como yo…
LEFRANC: ¿Cómo?, levantas la cabeza. ¿Te sientes mejor? Y sin embargo te ha cruzado la cara.
MAURICIO: Otro intentaría arreglar la cosa, pero tú te esmeras en empeorarlas. Ves que estamos todos hundidos por el hambre y aun continúas excitando a hombres que son amigos.
LEFRANC: ¡Dos amigos! ¡Y dos hombres! Pero confieso que no me disgusta.
MAURICIO: Te acobardas  cuando a Ojos Verdes le da el ataque. No creas que estamos enfadados porque me pegó. Aún estoy decidido a vengarle.
LEFRANC: ¿Tú?
MAURICIO: Yo.
LEFRANC: ¿Tú? Acuérdate de cuando intentaste evadirte. Si no hubiera sido por mí, te hubieran metido en el calabozo tres meses.
MAURICIO: ¿Te crees que le tengo miedo al calabozo?
LEFRANC: Hace poco hablabas del hambre. Ya verías lo que es bueno.
MAURICIO: ¿Esperas enternecerme recordándome que me das la mitad de tu pan? ¿Y me dejas beber de tu agua? Te lo puedes guardar. Con lo mucho que me costaba tragarlo. Me daba asco de pensar que venía de ti.
LEFRANC: ¡Basura! ¡Por eso dabas una parte de vez en cuando a Ojos Verdes!
OJOS VERDES: Es que le sobraba.
LEFRANC: Me trae sin cuidado. Sus arreglos entre ustedes me importan poco. Soy bastante mayorcito como para alimentar a la celda entera.
MAURICIO: ¡Pues te la guardarás desde hoy, pobrecito mártir! Y aún me sobran energías para dar la mitad de mi ración a Ojos Verdes.
LEFRANC: No se trata de eso, sino del trabajo. Quisiera haberte visto matando a una mujercita. Quisiera haberte visto con la sangre que corre. Yo, salgo pasado mañana.
MAURICIO: Pretendes, por casualidad.
LEFRANC: ¿Te molestaría?
MAURICIO: Y que lo digas.
OJOS VERDES: No riñan. Si quieren matarla a toda costa, échenlo a la suerte.
LEFRANC y MAURICIO (a la vez): ¿Por qué? No vale la pena.
OJOS VERDES: ¡He dicho que lo echen a la suerte! Sigo siendo el que manda. La casualidad designará el cuchillo, pero el ejecutor seré yo.
LEFRANC: Estás bromeando, Ojos Verdes.
OJOS VERDES: ¿Tengo cara de broma?
LEFRANC: Bromeas con nosotros.
OJOS VERDES: No bromeo. Y mucho cuidado con lo que va a pasar. Vigilen los alrededores. ¿Están decididos? ¿Se han decidido a matar a mi mujer? Si es así, habrá que hacerlo de prisa, elegir rápidamente, y que no se vuelva a hablar del asunto. ¿No? Que no se hable más hasta que salga elegido. ¿Están de acuerdo? Y tengan cuidado. Hay un puñetazo en el aire. ¿Quién lo va a recibir? Vigilen. ¿Es el chaval? (Colocan su puño en el hombre de MAURICIO) ¿Vamos a hacer de ti un pequeño asesino? ¿Un pequeño forzado? ¿No? ¿Mauricio?
MAURICIO: No te rías de mí.
OJOS VERDES: En absoluto. Te estoy explicando. En lo que a mi respecta, la cosa no fue muy sencilla.
MAURICIO: ¿Estás tranquilo? ¿Has dejado de odiarme?...
OJOS VERDES: Escucha cuando hablo. No me obligues a hacer demasiados esfuerzos, que estamos muy débiles por la falta de aire. Te estoy explicando la cosa. Y te digo que hay que tener cuidado, porque estos momentos son terribles. Son terribles de tan dulces como son. ¿Me siguen? Son demasiado dulces.
MAURICIO: ¿Qué es demasiado dulce?
OJOS VERDES: Así se reconoce la catástrofe. Yo ya no estoy en el borde, ya he caído. Yo no arriesgo nada, ya se los he dicho. Y Ojos Verdes los va a hacer reír. Estoy cayendo tan suavemente, es tan dulce lo que me hace caer, que por mera cortesía no me atrevo a rebelarme. Me aguanto. El día del crimen… ¿me oyes, Julio?, el día del crimen fue igual. ¿Me oyen? Eso sí que les interesa. (Chilla) Al carajo con Dios, ¿me oyen? Digo “el día del crimen” y no me da vergüenza. ¿Cuántos habrá en toda la fortaleza, en todos los pisos, que puedan ponerse a mi altura? ¿Cuántos han vivido ese momento? Julio, ¿cuántos hay tan jóvenes como yo, tan guapos como yo, que les ocurriera tal desgracia? Hablan de Bola de Nieve y no saben nada de él. Digo “el día del crimen”. Aquel día. Aquel día y cada vez más hasta…(busca)…hasta…
LEFRANC (suavemente): La expiración.
OJOS VERDES: Pues bien, desde entonces todo ha sido conmigo mucho más cortés.
MAURICIO: ¿De veras?
OJOS VERDES: Cortés conmigo. Afirmo que en la calle un tipo me saludó quitándose el sombrero.
MAURICIO (cariñoso): Ojos Verdes, Ojos Verdes, no delires.
LEFRANC (A OJOS VERDES): Sigue.
MAURICIO: No, Ojos Verdes, ya es suficiente. Ya ves que eso le excita. Le invade.

LEFRANC se dirige a MAURICIO y le amenaza.

LEFRANC: ¿Decías?
MAURICIO: Que te invade. Hasta te hace olvidar a Bola de Nieve. La desdicha de los demás, te la digieres.
OJOS VERDES: Espera. Les voy a explicar. Se quitó el sombrero. Fue a partir de entonces. Todas las cosas…todas las cosas…
LEFRANC: Explícate.
OJOS VERDES: Las cosas comenzaron a animarse. Ya no había más remedio. Y para llegar a este punto había sido necesario que matara a alguien. Con ustedes será lo mismo. Van a matar a mi mujer. Tengan mucho cuidado. Para mí se acabó. Yo comienzo de la nada en la tierra de los forzados. Hacerse una vida nueva es fácil, ya verán. Yo me di cuenta de eso en cuanto maté a la muchacha. Vi el peligro. ¿Me entienden? El peligro de sentirme en el pellejo de otro tipo. Y tuve miedo. Quise volver atrás, pero ¡ni hablar! Y eso que hice esfuerzos. Iba de un lado para otro. Daba vueltas. Intentaba por todos los medios no convertirme en un asesino. Intentaba ser un perro, un gato, un caballo, un tigre, una mesa, ¡una piedra! Un día intenté ser una rosa. No se van a burlar de mí, ¿verdad? Hice lo que pude. Me contorsionaba. Parecía de goma. La gente decía que era un convulsivo. Pero quería remontar el tiempo, deshacer mi trabajo, volver a vivir hasta antes del crimen. Remontar el aire parece fácil, pero era mi cuerpo el que no quería pasar. Hice lo que pude: Imposible. Se burlaban de mí en torno mío. No sospechaban el peligro hasta que se asustaron. ¡Qué baile! ¡Si me hubieran visto bailar! ¡Cómo bailé, muchachos, cómo bailé!

Aquí el actor tendrá que inventar un baile que represente a OJOS VERDES intentando remontar el tiempo. Silencioso, se contorsiona. Intenta bailar en espiral, sobre sí mismo. Su cara expresa un gran dolor. MAURICIO y LEFRANC siguen atentamente este trabajo.

OJOS VERDES (bailando): Baila conmigo, Mauricio. (Le coge por la cintura y da con él unos pasos, pero inmediatamente lo rechaza) Lárgate, bailas como en un burdel. (De nuevo baila en espiral. Por fin el actor, jadeante, se para) Y bailé. Y entonces me buscaron. Me sospecharon. Después la cosa fue sobre ruedas. Hice todo lo que tenía que conducirme con la mayor tranquilidad del mundo a la guillotina. Ahora estoy tranquilo. Eso me alivia. El baile me alivia un poco, pero no del todo. Aún tengo la impresión de tener un peso encima. A veces me sofoco. Mi nueva vida empezará cuando me sienta completamente tranquilo. Completamente solo. Y mi mujer hará lo que yo, se calmará. ¿Verdad que sí? ¡Julio!
LEFRANC: No tengo nada que decir. Haces lo que quieres.
MAURICIO (embelesado, a OJOS VERDES): Para hacer cosas así no hay que tener piel de gallina. Hay que tener valor. Y también estar bien plantado. Lo que es yo…
LEFRANC: ¡Si te vieras! Probablemente del mismo corte que Ojos Verdes.
MAURICIO: Vamos, Julio, no digas eso, que me va a dar un desmayo. ¡No vas a negar que soy el más guapito de la jaula! ¿Verdad? Mira de cerca al machito. (Hace el gesto, ya indicado, de echar para atrás su mechón de pelo)
LEFRANC: ¡Basura!
MAURICIO: Con esta carita, todo me está permitido. Incluso cuando soy inocente se me cree culpable. Soy lo bastante guapo. Son cabezas como la mía las que quisieran todos recortar en los periódicos. ¿Verdad que sí, Julio? ¿Para tu colección? Las chicas se morirían por ella. La sangre correría. ¿Y las lágrimas? Todos los muchachitos quisieran andar a cuchilladas. ¡Qué regalo! ¡El 14 de Julio de los asesinos! Bailarían en las calles.
LEFRANC: ¡Basura!
MAURICIO: Por fin sólo me faltaría convertirme en rosa para que me cogieran. Vería mis fotos, como Ojos Verdes.
OJOS VERDES: Yo no vi las mías.
MAURICIO: ¿Y por qué?
OJOS VERDES: Ya estaba encerrado. Dicen que mi nombre y mi cabeza se veían por todas partes.
MAURICIO: Es verdad, no pudiste verla. ¡Qué mala suerte! El día que hicieron la reconstitución del crimen y que llegaste en coche…
OJOS VERDES: Me acuerdo, un tal Talbot.
MAURICIO: Te sacaron fotos mientras bajabas del coche. Te tapaste la cara con la gorra.
OJOS VERDES: Sí, me acuerdo.
MAURICIO: Y pensar que nosotros, digo yo, no sabía que estabas aquí.
OJOS VERDES: ¿Cuándo te enteraste, no te llamó la atención?
MAURICIO (molesto): ¡Oh!...no. ¿Por qué? ¡Si la gente que ve los periódicos pudiera vernos a los dos en la celda! A los tres, mejor dicho. Es curioso, siempre creo que somos dos tan sólo.
LEFRANC: Naturalmente, los dos más guapos.
OJOS VERDES: Nadie dice eso. Y guapo o no, Mauricio, si te ocupas del asunto también se te caerá el pelo. Una vez más, Julio tiene razón.
LEFRANC: Crees que me echo para atrás. Dispongo de mi vida, yo…
OJOS VERDES (Irónico): Te la dabas de peligroso, Julio.
LEFRANC: Me juego el tipo peligrosamente.
MAURICIO: Otra vez nos va a contar sus historias de galeote, las señales en sus tobillos…
LEFRANC: Mauricio, no me tientes.
OJOS VERDES: ¿Te da miedo?
LEFRANC: Déjame, Ojos Verdes. Ya he hablado demasiado.
OJOS VERDES: Te acostumbrarás. Hay que enfocar la cosa de la mejor manera. Al principio, yo también me asustaba a mí mismo. Ahora me complazco. Sí que me complazco, Julio, y a ti, ¿no te complazco?
LEFRANC: Déjame.
OJOS VERDES: Valgo más que Bola de Nieve, ¿sabes? Hay que mirarme a mí.
MAURICIO (Socarrón): Déjale, le fastidias. Es una fiera.
OJOS VERDES: ¡Más que Bola de Nieve!
LEFRANC: No me tientes.
OJOS VERDES: ¿Por qué no? Déjate. (Lo acaricia parte del cuello. El lo rechaza inmediatamente) Siempre encontrarás a alguien que te socorra. Quizá Bola de Nieve, si ya no estoy aquí. Al verte acercarte a sus dominios…lo que se reirá el negrazo.
LEFRANC: Déjame.
OJOS VERDES: ¡Con que te acobardas! No tienes tanto aguante como el muchacho. Me gustaría que fueras tú el que matara a mi mujer.
MAURICIO (socarrón): Asesino.
OJOS VERDES: En este caso, vamos a echarlo a la suerte. Pero, ¿con qué?
LEFRANC: Ya sé que quisieras que fuera yo, pero, Ojos Verdes, no me atrae. No intentes conseguirlo por tu seducción.
OJOS VERDES (A Mauricio): ¿Irás tú? Será duro, ¿sabes?
MAURICIO: ¿Con qué? ¿Con qué habrá que matarla? Tú, ¿cómo te las arreglaste?
OJOS VERDES: Era muy diferente- No quería vengarme. La fatalidad tomó la forma de mis manos. En toda justicia habría que cortarlas en vez del cuello. Y para mí todo fue más sencillo. La chica ya estaba tendida sobre mí. No tuve nada más que ponerle una mano con delicadeza sobre la boca y otra en el cuello con delicadeza también. En diez segundos, asunto concluido. Pero tú…(Silencio)
MAURICIO: ¿Qué me aconsejas?
OJOS VERDES (sobresaltado): ¿Cómo? Ya no vendrá, se acabó.
MAURICIO: Cualquiera sabe. Dime, explica. Cuando terminaste, ¿qué hiciste?
OJOS VERDES: ¿Cómo? ¿Yo?, nada. Vamos, ya te lo he dicho. Todo sucedió de otra forma. Primero conduje a la chica a mi habitación. Nadie la vio subir. Quería mis lilas.
MAURICIO: ¿Qué lilas? Es la primera vez que hablas de esto.
OJOS VERDES: Entre los dientes tenía un racimo de lilas. Así fue como me acompañó. Me seguía. Estaba imantada…Después…quiso chillar porque le hacía daño. La ahogué. (Pausa) Creí que una vez muerta podía resucitarla. Lo creí de verdad.
MAURICIO: ¿Y después?
OJOS VERDES: ¿Después? Después ya te lo he dicho, ya no había nada que hacer.
MAURICIO: ¡Ah!
OJOS VERDES: Sí. ¿Me entiendes? La puerta estaba allí. (Señala el lado derecho de la celda, tocando la pared) Para sacar el cuerpo, imposible, abarcaba demasiado. Estaba blando. Primero fui hasta la ventana para mirar fuera (Se acerca hasta la pared que constituye el fondo de la celda), no me atreví a salir. Creía que había en la calle la mar de gente. Creía que esperaban que me asomara a la ventana. Aparté un poco las cortinas…
MAURICIO: ¿Las cortinas? ¿Con tus manos? Pero, ¿y la sangre?
OJOS VERDES: ¿Dónde? No había sangre: la ahogué.
MAURICIO: No era prudente. A causa de las huellas.
OJOS VERDES: Lo preví todo.
MAURICIO: Nunca se toman demasiadas precauciones. ¿Y las lilas?
OJOS VERDES: ¿Qué lilas? ¿Cómo? (Hundido) Ahora comprendo. Por eso me han encerrado. Ahora caigo. Nadie me había avisado. ¡Los cabrones! ¡Qué lilas! No puedo defenderme contra esto. Las lilas…

Pronuncia esta última frase mirando su mano, que acaba de pasarse por el pelo rapado.

MAURICIO: Las lilas, ¿las dejaste en su pelo?
OJOS VERDES: No me dijeron nada. Ya se acabó. Nadie me dijo nada. Ningún poli me informó. Podía haber caído en ello, desgraciadamente me di cuenta demasiado tarde. (A Mauricio) Y la culpa es tuya. ¡Víbora venenosa! ¡Basura! Tenías que haber estado allí. Tenías que haber estado allí para avisarme. Pero te las arreglas para que se te ocurran tan sólo ahora, ahora que estoy encerrado. Víbora. Tenías que haber estado allí en el momento preciso.
MAURICIO: Ojos Verdes.
OJOS VERDES: Has sido mi perdición. Te las has arreglado con Dios. Basura innoble. No voy a hacerte daño. Ya estoy demasiado lejos. Soy demasiado bueno. Es verdad, fueron las lilas. Y por eso estoy condenado. Mi mujer ya no vendrá más. Se acabó.
LEFRANC: No porfíes.
OJOS VERDES: Fue la fatalidad.
OJOS VERDES (hundido): Dices palabras que no conoces. Fueron las lilas las que me denunciaron. Estoy perdido. ¿Qué puedo hacer? Dime, Julio, piénsalo, ¿qué puedo hacer aún?
LEFRANC: Ya nada.
OJOS VERDES: Es injusto. Pero inténtalo de todos modos. Piénsalo, Julio, piénsalo.
MAURICIO: No le pidas nada más, cojones. ¿No ves la cara que tiene? Es un puerco. Julio es un puerco. Te esta bebiendo. Te está tragando.
OJOS VERDES: Julo, piénsalo, dime lo que tengo que hacer.
MAURICIO: Pero mira su rostro. Es feliz. Todo lo que le dices le entra por los poros. Le entras en su cuerpo y no sabes cómo vas a salir. Deja de hablar de eso, hombre. Deja de hablar de eso.
LEFRANC (entre risotadas): Te molesto, ¿verdad?
MAURICIO: ¡Esperas empequeñecerle! Quieres debilitarle.
OJOS VERDES: Estoy jodido. Es tan triste, pueden creerlo, que quisiera que fuera de noche para intentar abrazarme a mí mismo, sobre mi corazón. Julio, quisiera refugiarme en mis brazos. No me da vergüenza decirlo.
MAURICIO: No sigas. Domínate.
OJOS VERDES: Ahora me ven hecho un pobrecito. Ojos Verdes, no podía haber llegado más bajo. Hasta el fondo. Julio, mira lo que da de sí un seductor de mi calibre. Puedes tocar. Pero no se fíen demasiado, que me hace falta muy poco para que vuelva a saltar y los aplaste. Estén atentos. Ya saben de mí más que todos los guardias me han podido sacar. Han asistido a mi auténtico descubrimiento, pero desconfíen, es posible que no se los perdone. Han tenido el valor de desarmarme, pero no crean que voy a quedarme hecho pedazos. Ojos Verdes se rehará. Ojos Verdes se está organizando una vez más. Me construyo de nuevo. Me rehago todo. Me estoy haciendo más fuerte que un castillo, más fuerte que una fortaleza. ¿Me han oído? Yo soy la fortaleza. En mis celdas he convivido con asesinos, violadores, soldados, saqueadores. ¡Desconfíen! No estoy seguro de que mis guardianes, mis perros puedan contenerlos si los suelto contra ustedes. Tengo cuerdas, navajas, escaleras de mano. Desconfíen. Hay centenares en mis torreones, hay espías por todas partes. Soy la fortaleza y soy el único del mundo.
MAURICIO: Tranquilízate, Ojos Verdes.
OJOS VERDES: Prepare mis ejecuciones. Libero a quien me place. Desconfíen, muchachos.

La puerta de la celda se abre sin que nadie aparezca.

OJOS VERDES: Es para mí, ¿verdad? ¿Es para mí? Por fin llegó a ella. (Duda y sale, pero vuelve en seguida) Mi chaqueta.

LEFRANC descuelga su propia chaqueta y se la tiende a OJOS VERDES que se la pone. Sale. La puerta se cierra de nuevo.

MAURICIO (lleno de odio): Lo has conseguido.
LEFRANC: ¿Qué?

MAURICIO no contesta. Se pone en cuclillas en un rincón y silba el vals de Brahms. Al cabo de un momento.

MAURICIO: Oye, Lefranc…
LEFRANC: No me fastidies con tus Lefranc. No piso nada, déjame en paz.
MAURICIO: Pero, Julio.
LEFRANC: Basta. No tengo miedo de que me llames Jorge a mí.
MAURICIO: Pero si él tiene la costumbre de llamarte Julio. Tendrías que avisarnos en vez de ofenderte.
LEFRANC: ¡Termina de una vez!
MAURICIO: Te hablaba cariñosamente y todo lo has echado a perder. Quería decir que su mujer por fin ha venido.
LEFRANC: No me interesa, Ojos Verdes no me interesa.
MAURICIO: No me hagas reír. Que no te interesa; entonces, ¿qué te interesa? Confiésalo. Te vuelvo loco.
LEFRANC: Vete a la mierda. Has dicho antes que estoy solo. Entonces, déjame en paz.
MAURICIO: No intento fastidiarte, pero quiero prevenirte y Ojos Verdes es mi amigo.
LEFRANC: Un amigo de cárcel y que te cruza la cara.
MAURICIO: Son cosas mías. Entre él y yo puede haber peleas, pero la sangre nunca llegará al río. Si tiene cólera, la tiene como hombre. Como un macho. Y no esperes separarnos. Todo lo que puedas decir del negro no tiene importancia.
LEFRANC: ¿Me prohibirás tú hablar de él?
MAURICIO: No digo eso, pero el caso es que siempre hablas de él. ¿Conque niegas que Ojos Verdes sea más temible que Bola de Nieve? No lo has mirado bien. Es un señor de clase.
LEFRANC: Si hay una rebelión en la cárcel, Mauricio, el gran jefe no será Ojos Verdes.
MAURICIO: Me das asco.
LEFRANC: Ándate con cuidado…
MAURICIO: Me das asco, Lefranc. Voy a hablarte. Ojos Verdes ha bajado al locutorio, está discutiendo con su mujer y es probable que no estén hablando de mí, ¿verdad, Julio? Lo sé de sobra, soy un saco largo. No tengo valor, pero si ahora mismo le atacas estoy decidido a defenderle. Soy cobarde, Lefranc, ya lo sé, pero no hablo mal de él. Si su mujer le abandona, yo le vengaré.
LEFRANC: ¿Para estar a su altura?
MAURICIO: Pero tú, ladroncete de nada, para ponerte a su altura, ¿qué no harías?
LEFRANC: Él no me interesa. Si hablaras de Bola de Nieve.
MAURICIO: Di de una vez que soy miope. (Exclama) ¡Ya ves! ¡Bola de Nieve! Ojos Verdes te lo explicó; en las cárceles ya no hay reyes, ya no hay auténticos machos. Antes aún se encontraban hombres violentos, hoy todos se empequeñecen delante de los guardianes.
LEFRANC: ¿Crees que me impresionan los guardianes?
MAURICIO: Me importa tres pepinos, pero tendrías que reconocer que Ojos Verdes es todo un hombre. Para comenzar, lo de su crimen…
LEFRANC: ¡Su crimen! Ya has visto hace un momento la pinta que tenía su crimen.
MAURICIO: No tienes derecho a decir esto, Julio. ¿Me oyes? No tienes derecho a reírte. Te da rabia porque no has hecho nunca nada tan hermoso. Estás celoso.
LEFRANC: ¿Quién ríe? Ojos Verdes hace lo que le da la gana. Matar a una chica era cosa suya. No le juzgo. Pero sí digo que era fácil. Fue una desgracia y se acabó.
MAURICIO: Y del valor, ¿qué me dices?
LEFRANC: Lo reconozco. Si lo que afirma que es cierto…
MAURICIO: ¿Cómo? ¿Qué dices?
LEFRANC: Nada, Mauricio, estoy haciendo suposiciones. En la cárcel se cuentan demasiadas historias.
MAURICIO: Él no.
LEFRANC: Las celdas están llenas de las historias más increíbles. A veces todo esto flota en el aire, hasta ponerse tan espeso que le hace a uno vomitar. Y las más tremendas son siempre las que se inventan para presumir. Estafas, tráfico de oro, de perlas, ¡de diamantes! Y no faltaba más. Los falsos dólares, los robos, las pieles. No digo que los asesinatos de jovencitas…
MAURICIO: No juegues con eso. No juegues, Julio.
LEFRANC: Y no hablemos de las vidas de los detenidos. Todas terminan por ser más brillantes que las vidas de los galeotes. Con unas cadenas…
MAURICIO: ¡Los galeotes! ¿Y qué más?
LEFRANC: Todo esto me asfixia. Me haces reír. Tengo cosas mejores.
MAURICIO: Cuenta. Se vuelve curioso.
LEFRANC: No comprenderías.
MAURICIO: El señor es demasiado inteligente para nosotros. El señor nos va a hablar una vez más de la galera. De sus señales en los tobillos y en las muñecas. Hace ya trescientos años que nos has dicho que eres carne de crimen.
LEFRANC: Calla.
MAURICIO: Si quiero. Ayer, cuando el capellán estaba aquí, a nadie se le ocurrió burlarse de ti cuando te contó la historia de San Vicente Paúl. Y eso que en tu jeta se veía claramente que estabas a punto de tomarte por un santo. Por lo de tus señales en las muñecas.
LEFRANC: Cierra el pico, Mauricio, me das asco.
MAURICIO: Nadie se reía. No te burles de su crimen.
LEFRANC: ¡Y dale!
MAURICIO: Sí, ¡y dale! Y tú, ¿qué? ¿Es que has hecho algo mejor? ¿De qué puedes presumir? ¿De quién? ¿Tus robos? Eso está al alcance de cualquiera.
LEFRANC: Con Sergio, cuando lo de la calle Neva, me hubiera gustado verte. En la oscuridad, con la gente que tiraba desde las ventanas.
MAURICIO (Irónico): ¿Sergio? ¿Qué Sergio? ¡Sergio de Lenz, me figuro!
LEFRANC: Sergio de Lenz, el mismo que viste y calza. Comencé con él. ¿Lo dudas?
MAURICIO: Hay que probarlo.
LEFRANC: Con Sergio. Y entérate preguntando a los machos. Auténticos macho, Mauricio, y no espantapájaros como tú.
MAURICIO: ¿Y qué? ¿Qué son ésos al lado de Ojos Verdes?
LEFRANC: ¿Aún te ocupas de él? Si Bola de Nieve…
MAURICIO: No me ocupo de nada. Y dale con Bola de Nieve. Otra vez el betún. Pues no, a Bola de Nieve le digo mierda. Y también a toda su cuadrilla. ¿Me oyes? Aún estás tiritando por la sonrisa que te ha echado en las escaleras. Presumes porque crees que eres su amigo. Pues yo me pongo a favor de Ojos Verdes. Y estoy dispuesto a dejarme matar por él. Cuando no está él, a mí me toca defender su crimen. No me hables más de él. Sobre la cabeza de mi madre te juro que las cosas se pondrían feas para nosotros dos.
LEFRANC: Se diría que te tengo miedo. No babees, me das asco.
MAURICIO: Puedes insultarme, todo resbala. Hazte el matón conmigo, Julio, aprovecha la ocasión mientras puedo verte. Antes has intentado matarme, pero hay noches que me prestas una manta.
LEFRANC: ¿Yo?
MAURICIO: Sí, tú, hombre. Mientras ronco…
LEFRANC: No lo consentiría.
MAURICIO: Hace tiempo que me di cuenta. Y Ojos Verdes también. Era una nueva ocasión de reírnos en tus narices.
LEFRANC: Me conoces muy mal si crees que aceptaría sacrificarme. ¡Y sacrificarme por tu esqueleto!
MAURICIO (violento): Entonces, ¿qué? ¿Qué hace sobre mí tu manta piojosa? Dime cómo se las arregla de noche para ponerse sobre la mía. Explícalo.
LEFRANC: ¡Cabrón!
MAURICIO: ¿Crees que la necesito? ¿Quieres ser bueno conmigo?  ¿Y crees que haciendo eso me das menos asco?
LEFRANC: Conste que a pesar de los pesares no la rechazas.
MAURICIO: Pobre tipo. No te trastornes. Estás hecho un estropajo.
LEFRANC: Estoy harto de tu jeta repugnante.
MAURICIO: Tranquilízate. Dentro de tres días la celda quedará tranquila sin ti.
LEFRANC: No cuentes mucho con eso, Mauricio. Eres tú el que se va a largar. Antes de que llegaras, todo iba muy bien. Con Ojos Verdes me llevaba muy bien: como dos machos. Yo no hablaba de él como de una recién casada. Tú has metido cizaña. Pero ahora es él quien no puede verte ni en pintura. ¿Lo has visto antes?
MAURICIO: Ni los dos juntos podríais hacerme ceder.
LEFRANC: ¿Te atreverías a encararte con los dos?
MAURICIO: Sí que me atrevería. Y con los dos juntos.
LEFRANC: Espera a que vuelva. Va a subir entusiasmado por haber visto a su mujer…
MAURICIO: No es verdad.
LEFRANC: ¿Te parece? Su mujer no podría olvidarle así como así. A Ojos Verdes no se le olvida nunca. Y él es demasiado cobarde como para abandonarla. Ni siquiera se acordará de las lilas. Ahora está pegado de la reja del locutorio. Ya no está solo. Su vida vuelve a empezar.
MAURICIO: Cabrón.
LEFRANC: Menos que tú. Porque a ti sí que te gustaría que siguiera siendo él un pobre diablo abandonado. Es que no has comprendido que tú no cuentas para nada. Que el hombre es él. Ahora mismo se está agarrando a la reja, ¿no lo ves? Se echa hacia atrás para que su mujer pueda mirarle más detenidamente.
MAURICIO: Mejor. Antes, poco te faltó para que te diera lástima de él.
LEFRANC: Silencio, Mauricio, hemos perdido; los dos. De tu visita a su mujer ya puedes hacer borrón y cuenta nueva.
MAURICIO: Tú también. Y lo esperabas con más fuerza que yo.
LEFRANC: Esperaba, ¿qué esperaba?
MAURICIO: Lo sabes de sobra. Estás perdiendo el tiempo. Mezclas su trabajo con el tuyo. Nunca podrás conseguirlo, basta con mirarte, no vales para eso. No digo que seas inocente, no digo que como ladrón seas una zapatilla rusa, pero un crimen son palabras mayores.
LEFRANC: Tú qué sabes.
MAURICIO: Más de lo que te crees. A mí todos los verdaderos hombres me han aceptado. Nunca serán amigos tuyos, nunca, nunca. ¿Me oyes? Eres de otra calaña. Nunca serás como nosotros. Incluso si matas a un hombre nunca pertenecerás a…
LEFRANC: ¿A?
MAURICIO: Sabes lo que quiero decir. Hay cosas que no se precisan.
LEFRANC: Estás cada vez más obsesionado con Ojos Verdes,
MAURICIO: Eso es otra cosa. Quizá no le ayude, pero podría ayudarle. Tú quisieras que te ayudara él. No, te lo repito, no eres de los nuestros. (Con violencia) ¿Quieres que te diga la verdad? Acuérdate de la cara que pusiste cuando el guardián encontró todas las fotos de asesinos en tu colchón. ¿Qué hacías con ellas? Dime, Julio. ¿Para qué te servían? Las tenías todas, todas. La de Soclet, la de Weidmann, la de Vaché, la de Ange Soleil y olvido las mejores. Yo no me las conozco de memoria. ¿Qué hacías con ellas? Dime, Julio, en tu colchón de noche, ¿las embalsamabas?
LEFRANC: Sigue.
MAURICIO: Y qué feliz te sentías cuando le obligabas a que te contara con detalle su desgracia. Eres aún más cobarde que yo. Me daba pena por él, pero por ti…
LEFRANC: Eras tú quien le sonsacabas la historia. ¡Basura! Le ibas sacando poco a poco las palabras. Por culpa tuya ha contado todo.
MAURICIO: Es falso. Hice cuanto pude para aliviarle. Él lo sabe. Te digo que lo sabe. Yo no espero a que otra persona haga mi trabajo. No espero nada. Lo espero todo. Si me sucede alguna catástrofe la aceptaré. Estoy hecho para eso. Pero tú, Julio, andas en la niebla. A veces, cuando das vueltas, veo muy bien que nos estás mirando vivir. Nos estás mirando forcejear.
LEFRANC: No sabes nada de mi vida. Yo también forcejeo. Lo has dicho más de una vez.
MAURICIO: Mira que te gustaba lo de las lilas. Confiésalo. No hemos terminado de ver tu repugnante jeta inclinada hacia adelante con sus ojos muertos dando vueltos por la celda. Mira que vas a rumiar la historia de las lilas. Ya te está cebando.
LEFRANC: Empieza a preocuparme, tienes razón. Vas a verlo.
MAURICIO: Te da fuerza. Te remonta. ¿Te remonta a los labios? ¿Las lilas te remontan a los dientes?
LEFRANC: A las yemas de los dedos.
MAURICIO: Y Ojos Verdes es la víctima. Fue él quien pagó. Él es el verdadero macho. A él lo eligieron. Y tú eres el hijo de puta. Porque si yo atraigo las desgracias, no lo hago tragando las aventuras de los demás. Ya te lo he dicho, la culpa la tiene mi carita. También tengo una señal. Pero mi verdadera señal es mi carita. Mi carita, Julio, mi linda carita de ladronzuelo. Te lo digo, es mi carita, mi linda carita de machito.
LEFRANC: ¡Que te voy a partir!
MAURICIO: Nadie lo duda. Pero no te servirá para nada. Mi carita no me la podrás robar. Aquí lo puedes robar todo. Es cosa sabida. Lo estás tramando desde hace tiempo. Y él, Ojos Verdes, es demasiado leal para darse cuenta. También estoy seguro de que quisiste robarle a su mujer. Sin saber a punto fijo lo que escribías, sé que de no haber sido por ti, nunca le habrían abandonado.
LEFRANC: Te gustaría que te dijera que sí, ¿verdad? Te daría gusto contárselo. Pues sí, sí, Mauricio, has acertado. Hace tiempo que hago lo posible para que ella lo deje plantado.
MAURICIO: Cabrón.
LEFRANC: Hace tiempo que procuro despegarla. Su mujer me tiene sin cuidado. ¿Comprendes? De ella no me preocupo. Quisiera que Ojos Verdes se encontrara solo. Seúl, como dice él. Pero es demasiado difícil. El tío resiste muy bien. Está seguro en sus piernas. Otra vez he fracasado, pero no me doy por vencido.
MAURICIO: Pero, ¿qué quieres hacer con él? ¿Adónde lo quieres llevar?
LEFRANC: Eso no te incumbe. Son secretos entre los dos. Incluso, si tengo que cambiar de celda, seguiré haciendo lo mismo. Y en cuanto esté de vuelta podrás avisarle.
MAURICIO: Pues sí que voy a privarme.
LEFRANC: Estaba seguro. Pero te voy a decir el resto. Estás celoso. No puedes soportar que sea yo el que escriba a su mujer. Mi puesto es demasiado bonito. Un puesto importante. Soy el correo. Te da rabia.
MAURICIO (apretando los dientes): ¡Te confundes!
LEFRANC: ¿Me confundo? No te oyes a ti mismo mientras dices esto. Tienes lágrimas en los ojos. Cuando me sentaba a la mesa, cuando tomaba la hoja de papel, cuando destapaba el tintero, estabas fuera de ti. Y quieres hacerme creer que es falso. Estabas electrizado. Ya no había quien te manejara. Y cuando escribías, tenías que haberte visto. Y cuando leía otra vez la carta no oías tus risotadas, no veías tus muecas.
MAURICIO: Tú le escribías como a tu propia mujer. Te desahogabas en el papel.
LEFRANC: Pero el que le sufría eras tú. Y sigues sufriendo. Estás a punto de llorar. Te hago llorar de rabia y se vergüenza, y eso que no he terminado.
MAURICIO: Cabrón.

Los dos actores aguzan el oído. Se escucha un silbido melódico y unos pasos. OJOS VERDES entra risueño, seguido por el VIGILANTE.

EL VIGILANTE (examinando la celda): ¿Todo en orden? (Silencio) ¿Están mudos?
LEFRANC: Todo está en orden, ya lo ve.
EL VIGILANTE (A LEFRANC): ¿Con que sí? ¿Y eso? (Señala la cama deshecha) Contesta. (Silencio) ¿No quieren contestar? Les pregunto por qué la cama está deshecha.
OJOS VERDES (A LEFRANC y a MAURICIO): Vamos, ¿no saben nada? Hay que decir la verdad, el jefe no va a armar ningún lío.
LEFRANC: Lo ignoramos como tú.
EL VIGILANTE: También me hubiera sorprendido. La sinceridad es su punto flaco no es su fuerte. (A LEFRANC) ¿Cuándo lo liberan a usted?
LEFRANC: Pasado mañana.
EL VIGILANTE: ¿Pasado mañana? Pues mejor, un peso menos.
LEFRANC (agresivo): ¿Le molesto? Tendría que habérmelo dicho ayer, me hubiera largado esta mañana.
EL VIGILANTE: ¿Qué dices? Vas a cambiar ese tono conmigo. Mira que aún puedo hacerte probar las delicias del calabozo.
LEFRANC (con el mismo tono): No tengo por qué darle explicaciones. Nadie le pregunta sobre sus gustos.
EL VIGILANTE: No cacarees tan fuerte. (Se vuelve hacia MAURICIO y OJOS VERDES) Ya ven lo que es quererse mostrar amable con tipos de este calibre. Terminaré por hacerme inhumano. Después dicen que los guardianes son cabrones. (A LEFRANC) Si no fuera usted tan idiota, se hubiera dado cuenta que cumplo con mi deber. Nadie puede decir que le tengo entre ceja y ceja. Y seguramente estoy más al tanto de todo que usted.
LEFRANC: Eso habría que verlo.
EL VIGILANTE: Ya está muy visto. (Registra su bolsillo, del que saca dos cigarrillos y se los da a OJOS VERDES. A OJOS VERDES) Toma, explícale que no soy un tirano, es tu amigo, es Bola de Nieve quien te los manda.
OJOS VERDES: O.K. (Se pone un cigarrillo en la boca y le da el otro a MAURICIO)
MAURICIO: Es inútil.
OJOS VERDES: ¿Qué pasa? ¿No lo quieres?
MAURICIO: No.
EL VIGILANTE: Tiene razón, es demasiado joven para fumar. El negrazo me ha encargado también que te diga que no te preocupes. Y tú con tu mujer, ¿va bien la cosa?
OJOS VERDES: Hemos reñido un poco, pero ya estamos arreglados. Está lejos el día en que me dejará plantado.
EL VIGILANTE: Parece loca por tus ojos verdes. La miré hace un rato. Es una chica estupenda. ¡Y vaya formas!
OJOS VERDES (sonriendo): ¿No irá a buscarla a la salida?
EL VIGILANTE (en el mismo tono): ¿Te molestaría?
OJOS VERDES: Al fin y al cabo, si le viene bien, arréglese con ella.
EL VIGILANTE: ¿De veras? ¿Me dejas?
OJOS VERDES: ¿Y por qué no? Yo ya he abandonado la tierra. La vida me cansa. Además, usted, no es como los otros guardianes. Usted es un amigo.
EL VIGILANTE: ¡Vaya tío! ¿Así que es cierto? ¿Me la dejas en la palma de la mano?
OJOS VERDES (sonriendo): De acuerdo. (Se dan un apretón de manos)
EL VIGILANTE: Puedes contar conmigo, amigo mío. Y por lo de la cantina, avísame. Todo lo que quieras lo tendrás.
OJOS VERDES: Muy bien.
EL VIGILANTE: ¿Viene mañana?
OJOS VERDES: Pues claro. Le voy a escribir dentro de un momento. Usted vendrá por la carta.
 EL VIGILANTE: Bueno, pues date prisa. Volveré dentro de un cuarto de hora. Ahora voy arriba. Voy a decirle a Bola de Nieve que te he dado los cigarros. Él se pasa el día cantando. (A LEFRANC) Y le digo yo que usted no sabe lo que es un poli de prisión. Para aprenderlo hay (señala a OJOS VERDES) que encontrarse en su situación. (Sale y cierra la puerta)
LEFRANC (a OJOS VERDES, tras un momento de silencio, lleno de malestar): Bien te hubiera gustado que todo recayera sobre mí y que bajáramos al calabozo. Porque tú, naturalmente, eres el Hombre.
OJOS VERDES: ¡Por tan poca cosa!
LEFRANC: Para ti es muy poco. (A MAURICIO) ¿Has visto? Nos acusa…
MAURICIO: ¿Ojos Verdes? No acusó a nadie. Preguntó por qué la cama estaba deshecha.
LEFRANC: Pero, sin embargo, era yo el que cargaba con la culpa.
OJOS VERDES: Para, por favor. ¿Qué he dicho yo? La verdad. La he dicho en presencia del guardián porque es un tío bien. Con él no arriesgamos nada. Está más al tanto que muchos detenidos. No creas que en presencia de otros los hubiera dejado en esta postura.
LEFRANC: Un guardián siempre es un guardián. (Se pone la chaqueta que OJOS VERDES acaba de quitarse y de tirar sobre la cama)
OJOS VERDES: Pero si te digo que lo conozco. Nuestra celda es particular. Le gusta. Es muy amable con nosotros. Pero si no se es correcto con los guardianes, se vuelven huesos. Él lo ha dicho.
LEFRANC: Y supongo que gracias a ti la celda está bajo su protección. Gracias al Hombre. Al hombre tatuado.
OJOS VERDES: Eres tú el que se las da de hombre. Quisiste presumir. Era la mar de inteligente responderle como lo has hecho.
LEFRANC: Tú sí que no presumes.
OJOS VERDES: No suelo defender a los guardianes, pero ése es un buen tipo. Más de una vez nos ha hecho favores. Pero para ustedes eso no cuenta. Un tío se juega el puesto por pura bondad y ni si quiera los conmueve.
LEFRANC: Por pura bondad. (A MAURICIO) ¿Le has oído?
MAURICIO (seco): Ojos Verdes tiene razón. Se le respeta.
LEFRANC: Te parece normal todo lo que viene de él. Aceptarías que te partieran por la mitad en su lugar. Es normal, es Ojos Verdes.
MAURICIO: Es asunto mío.
LEFRANC: Pero no te confundas; sus amigos, los auténticos, están en el piso de encima, no era necesario defenderle antes con tanto empeño. Ojos Verdes recibe sus órdenes del más allá. Le mandan cigarros. ¿De dónde vienen? Del otro lado del agua. Traídos por un guardián especial, con su uniforme de gala. La amistad colgando. Mensajes de corazón. Hablabas de la sonrisa de Bola de Nieve y creías que iba por mí. Falso. El señor ya la había cogido en los dientes del negro. Todos los presos se reparten en dos campos opuestos y los dos reyes se mandan sonrisas por encima de nuestras cabezas o a espaldas nuestras, o incluso ¡en nuestra presencia! Ya, para colmo, regalan sus propias mujeres.
OJOS VERDES (con violencia): No hables más de eso, Julio. Con Bola de Nieve hago lo que quiero. Tengo derecho a que se me deje en paz. Y de mi mujer sólo dispongo yo.
LEFRANC: Tienes todos los derechos, eres el Hombre, has hecho lo bastante como para permitírtelo todo. Con un chasquido de lengua, el señor podría mandarnos dar vueltas por la celda.
OJOS VERDES: Sí, señor. Sí. Si quiero. Les haría dar vueltas como a los caballitos de madera.  Como hice danzar a las chicas. ¿Lo dudan? Hago lo que quiero aquí. El Hombre soy yo, sí, señor. Puedo pasearme por los corredores, subir a los pisos superiores, cruzar el puente, los patios, los refectorios. A mí se me respeta. Se me teme. Quizá sea menos fuerte que Bola de Nieve porque su crimen era algo más necesario que el mío, porque él mató para saquear y para robar, pero lo mismo que él, he matado para vivir, y ya sonrío. La cárcel es mía y soy el dueño de ella.
LEFRANC: Y denuncias.
OJOS VERDES: ¿Qué dices?
LEFRANC: Nada.
OJOS VERDES: ¿Que denuncio? ¿Y qué? No van a exigir que sea correcto, ¿no? Pedir eso a un tipo que está a dos meses de la muerte sería inhumano. ¿Qué significa ser correcto después de lo que hice? Después de dar el gran salto al vacío, después de separarme tan rotundamente de los hombres por mi crimen, ¿aún esperan de mí que respete sus reglas? Digo que soy más fuerte que ustedes. Tengo todos los derechos, Julio. ¿Y eso te molesta?
LEFRANC: ¿Estás seguro de que tienes todos los derechos?
OJOS VERDES: Segurísimo, Julio.
LEFRANC: Te envidio. Pero así es como me gustas,
OJOS VERDES: Ya sé que me envidias. Pero para llegar a mi altura hay que hacer lo que yo. No lo niegues, te gustaría ser el amigo de los guardianes. Te gustaría, pero no eres lo bastante fuerte. Quizá sepas un día lo que es un poli de cárcel. Y ten en cuenta que yo no te reprocho las cartas a mi mujer. Sé muy bien que lo organizaste todo para que ella me dejara plantado. Lo comprendí. No tengo cultura, pero lo comprendí.
LEFRANC: Puedes desahogarte, no te molestes.
OJOS VERDES: No me molesto, sé que te portaste como un cerdo y me trae sin cuidado. Ya no estoy enojado. Las cartas eran bonitas, lo confieso. Eran demasiado bonitas. Quizá creías que escribías a tu mujer. Mejor. Hubieras sacado provecho.
LEFRANC: Te equivocas. La verdad…
OJOS VERDES: ¿Qué dices de la verdad? Habla.
LEFRANC: La verdad es que saqué partido de mi cultura como pude para organizarte.
OJOS VERDES: Organizar, ¿qué?
LEFRANC: No te lo puedo explicar. Bien mirado todo, tenía respeto por ti, y te lo digo. Hice lo que pude para que las palabras que iban dirigidas a tu mujer fueran las más bonitas. Me explico que me tengas cólera. Usurpaba tu papel. Pero compréndeme: nunca se me ocurrió escribir a tu mujer. Escribía tan bonitas cartas porque me ponía completamente en tu lugar. Me metí en tu propio pellejo.
OJOS VERDES: Todo eso son canciones. Ya nada tiene importancia. Ya no la necesito. Al fin y al cabo hiciste bien. La pequeña sesión de antes me habrá sido útil. Pude verme tal y como soy. Ya he empezado mi nueva vida. A mi mujer, ni siquiera la he avisado. Le hubiera dado demasiada pena y yo soy muy tierno. Fui cariñoso como siempre. No le sorprendió el que no estuviera más enfadado. Creo que lo acepta todo. Vamos, Julio, cálmate. (Se acerca a LEFRANC y le habla cariñosamente) ¿Verdad? Siempre hemos tenido buenas ideas los dos. ¿Te acuerdas? Vas a escribirle una carta. ¿Quieres? Y le harás unos dibujos. Flores. Flores y una paloma. ¿Quieres? Y que vaya a ver al guardián. Tan sólo puedo regalársela a él. Será para un guardián. Eso me alivia. (Se vuelve hacia MAURICIO y le tiende un cigarro) ¿Fumas, muchacho?
MAURICIO: Déjame.
OJOS VERDES (tiernamente irónico): ¿Qué pasa? Los amores, ¿no marchan? Me tienes tirria.
MAURICIO: Déjame.
OJOS VERDES: ¿Vas a poner esa cara mucho tiempo?
MAURICIO: No digo nada.
OJOS VERDES: Vamos, ¿tú también te pones en contra mía? ¿Qué me reprochas?
MAURICIO: Nada.
OJOS VERDES: Entonces, ¿qué?
MAURICIO: Nada, creo que has traicionado.
OJOS VERDES: Ten cuidado, muchacho. Hay palabras que no se deben decir.
MAURICIO: Sin embargo, si fuera necesario aún ahora me pegaría por ti. Y eso que has traicionado.
OJOS VERDES (de pronto, furioso): ¿Y si me gusta a mí traicionar, como dices? Tendrías que comprenderme. ¿Qué son ustedes, Julio y tú? ¿Quién eres tú? Un ladronzuelo y un delicuentucho. No pueden…No, no me explicaré. No vale la pena. Busco amistades en la cárcel. Tengo derecho. Julio, tú no lo puedes saber.
LEFRANC: Más de lo que te imaginas.
OJOS VERDES: Si es así, no me hagas reproches.
LEFRANC: Es él el que te hace reproches. Yo he comprendido.
OJOS VERDES: Bola de Nieve me acompaña, me anima. Si los dos salimos del apuro iremos juntos a Cayena y si paso por la cuchilla sé que me seguirá. ¿Y qué soy yo para vosotros? Díganmelo. ¿Creen que no lo he adivinado?, que soy yo aquí en la celda el que aguanta todo el peso. No puedo decir el peso de qué. Soy analfabeto. Pero sé que tengo que tener riñones muy sólidos. Como Bola de Nieve aguanta la misma carga, pero para toda la fortaleza quizá hay otro, el rey de reyes que la aguanta por todo el mundo. Pueden reírse en mis narices. Tengo derechos. Soy el hombre. ¡Claro que soy el hombre! Y mi mujer es mía. La entrego a quien me da la gana y aún podría mandarlos a que la maten. ¿Me oyes, Mauricio? Vayan a matarla.
MAURICIO: No, Ojos Verdes, creo que se acabó.
OJOS VERDES: ¿Tú me dices que no? Que conste que yo no entré en la farsa de saber quién va a vengarme. Los dejaba hablar. Para darles un poco de importancia. Aceptaba darles un poco de mi poder. Pero, ¿te atreves a decirme que no? ¿Es que ya no soy nadie? Ojos Verdes ya no cuenta en absoluto.
MAURICIO: Para mí sigues siendo Ojos Verdes. Un tipo estupendo. Pero has perdido parte de tu fuerza. Ahora perteneces a tu mujer. Antes, cuando estaba en la celda 108 y pasaba por el corredor delante de tu puerta, sólo veía tu mano que entregaba el plato por el postigo. Veía tu dedo con el anillo de oro. Estaba seguro de que eras un hombre completo, puesto que estabas casado. Pero suponía, y con mucha razón, que no tenías una mujer de verdad. Ahora tienes una.
OJOS VERDES: Y Bola de Nieve me envía cigarros, eso es lo que te molesta también. Confiésalo.
MAURICIO (triste): Es inútil hablar más del asunto.
OJOS VERDES: Entonces, cierra el pico; discute con Julio.
LEFRANC: Pues vaya regalo.
MAURICIO: Esto también me da pena; si dejo de estar contigo tendré que oponerme con él.
LEFRANC: ¿Y qué?
MAURICIO (A LEFRANC): Me repugnas. (Violento) Sí, me repugnas, sé que tengo que desconfiar de ti. Eres capaz de levantarte de noche a hurtadillas para estrangularme. Son tus modales.
LEFRANC: ¿Crees que esperaría a que fuera de noche?
MAURICIO: Lo mismo que te levantas de noche para robar el tabaco. Cuando te lo ofrecen de día lo rechazas. Es para mejor robarlo al claro de luna. Me repugnas.
LEFRANC (amenazador): Nunca se me ofrece. Y eres tú el que lo rechazas.
MAURICIO: La estás gozando, ¿verdad?, ahora que estoy solo. Pero de todas maneras, no te podrás aprovechar.
LEFRANC: ¿Me amenaza? (Avanza hacia MAURICIO y quiere cogerle. OJOS VERDES los separa con suavidad)
OJOS VERDES: Dos locos, se los juro. Están locos. Los tumbo en el suelo a la primera.

Al forcejear, MAURICIO rasga la camisa de LEFRANC.

MAURICIO: Es él, ya ves.
OJOS VERDES (fijándose en el pecho de LEFRANC): ¡Pero si estás tatuado! Julio, ¡estás tatuado!
MAURICIO (leyendo): ¡”El vengador”! Formidable.
LEFRANC: Déjenme en paz.
MAURICIO (acercándose): ¡Qué va! El señor no está tatuado. Es un simple dibujo con tinta.
LEFRANC: Déjenme en paz, les digo.
OJOS VERDES: ¿El Vengador? ¡No me digas! Yo navegué en él antes de partir para Calvi. Un pequeño submarino rápido. ¿Eras marino, Julio?
LEFRANC: Déjame. Nunca pertenecí a la Armada.
MAURICIO: Entonces, ¿qué es eso de Vengador?
OJOS VERDES: Conocí a un caído en el penitenciario de Clairvaux que se llamaba el Vengador. Un Coloso. Y eso que he visto cientos de ellos, tremendos y también barcos. Estaba la Pantera, puerto de Brest.
LEFRANC: Penitenciario de Poissy.
OJOS VERDES: El indómito. Penitenciario de Melun.
LEFRANC: Puerto de Lorient.
OJOS VERDES: El Sangriento. Penitencario de Riom.
LEFRANC: Puerto de Cherbourg.
OJOS VERDES: El Ciclón. Penitenciario de Fontevrault.
LEFRANC: Puerto de Brest.
OJOS VERDES: ¿Cómo has hecho para conocer todo eso, si nunca estuviste en esos sitios?
LEFRANC: Cada fanático está al tanto. Son cosas demasiado conocidas. Te digo que sigo al corriente. Desde hace mucho estoy muy bien enterado de todo lo que respecta al cenizo de la mala suerte. Sigue recitando.
OJOS VERDES: Poco conoces si sólo conoces el cenizo.
LEFRANC: Déjalo. Recita.
OJOS VERDES: El Chacal.
LEFRANC: Brest.
OJOS VERDES: El Victorioso.
LEFRANC: Rochefort.
OJOS VERDES: El Duende.
LEFRANC: Penitenciario de Nimes.
OJOS VERDES: El Alud.
LEFRANC: Toulon.
OJOS VERDES: ¡El Alud! ¡Qué pedazo de carnaza! Unos muslos tremendos. Había sacado las tripas de tres tipos. Veinte años de trabajos forzados. Los cumplía en el fuerte del Ha.
MAURICIO: Él habla de los buques de guerra y tú de los colosos de Cayena.
LEFRANC: Cierra el pico, nos entendemos.
MAURICIO: Me sorprendería mucho. Para estar a la altura de Ojos Verdes tendrás que comerte muchas sopas.
OJOS VERDES: No le hagas caso al muchacho, Julio. Estoy contigo. Vengador; pues menudo título. Para merecerlo habrá que haber hecho algo importante. Hay tres ya. En Clairvaux, el Vengador, unos diez robos a mano armada…Le echaron quince años. En Fresnes, el Vengador también, tentativa de asesinato de un policía. Pero el más terrible es Roberto el Vengador, penal de Frejus. El auténtico campeón, al que hay que superar. ¿Te das cuenta de lo que esto significa? Para ti, un asesinato bien hecho, nada menos. Sobre todo, nada menos.
LEFRANC: Ojos Verdes…
OJOS VERDES (sonriendo): Aquí estoy, no te preocupes. No te apures. Te voy guiando. ¿Comprendes ahora que era necesario para mí que Bola de Nieve fuera mi amigo? Es él quien nos sostiene. Y no te preocupes, Julio, es un tío recio. Tenías razón, toda la cárcel está bajo su autoridad, pero inmediatamente después de él estoy yo. Tú también tendrás derecho a mi mujer.
LEFRANC: Puesto que ahora pertenece a un poli, tu mujer ha dejado de interesarme.
OJOS VERDES: Con lo mucho que te has ocupado de ella. A pesar de eso, dibújale unas flores.
LEFRANC: Se acabaron las flores. Ahora las dibujaré por cuenta propia. Te lo voy a contar todo. He querido separarte de tu mujer, Ojos Verdes. Lo confieso. Hice cuanto pude. Ya han durado bastante tus estribillos. Tengo derecho a cantar los míos. Y reconozco todo lo que quieras. Incluso si te entran ganas de burlarte de mí, no olvides que haré todo lo necesario para quedarme en la celda. En otra no, en ésta. ¿Te sorprende? ¿Te fastidia? Me gustó la celda. Ríe si quieres, soy indiferente. Y quise separarla del resto, separarla del mundo. Quisiera, incluso, aislar la cárcel entera. ¿Te divierto? ¿Te hago reír?
OJOS VERDES: Nadie ríe, Julio.
LEFRANC: Me trae sin cuidado. Todo me trae sin cuidado. Hasta sus sonrisas. Procuré aislarte, ojos Verdes. Quería que te quedaras solo. Quisiera que el mundo entero supiera que estamos aquí y que estamos a gusto. Confidencialmente: quisiera que no llegara ni una pizca de aire del exterior. Y trabajo para ello. Quise que fuéramos hermanos, más que nadie. Por eso mezclaba la ropa. ¿Te acuerdas? Te lo repito, trabajé en pro de la cárcel.
MAURICIO: Todo no se ha perdido. Podrás volver a ella.
LEFRANC: No, Mauricio. Va a ser mucho mejor: no saldré de ella.
OJOS VERDES: Tus hurtos, tus robos… eso no va a ningún lado. Eso no puede conducirte hasta nosotros.
MAURICIO: (irónico): Sus tatuajes, quizá.
LEFRANC: No los tomes demasiado a broma.
OJOS VERDES: El Vengador, no suena tan mal.
MAURICIO: Es un título que leyó en algún libro. Lo mismo que lo de la galera.
LEFRANC: ¿Te molestaría? Ya te he dicho que cierres el pico.
MAURICIO: He comprendido. Te pones así porque Ojos Verdes te hace caso. Se trata de su prestigio. Pero los tatuajes de Ojos Verdes no son de pintura. A él no le asustaron los pinchazos de las agujas.
LEFRANC: (Amenazador): Corta.
MAURICIO se refugia junto a Ojos Verdes.
OJOS VERDES (a Mauricio): Déjalo. No te dice nada.
MAURICIO: Le das la razón y te pones en contra mía.
OJOS VERDES (Sonriendo): No, pero déjalo.
MAURICIO: Me da asco, me da asco de él. Y el que esté chiflado por tu mujer no lo puedo tolerar. Tu mujer, Ojos Verdes. ¿Te atreves a prometerle tu mujer?
OJOS VERDES (Sonriendo): ¿La querías para ti?
MAURICIO: ¡Tu mujer! Tu mujer grabada en tu propia piel. ¡Es una putada!, ¿sabes?
OJOS VERDES: Es guapa mi mujer.
MAURICIO: ¿Hasta dónde te llegaba?
OJOS VERDES (señalando): Hasta aquí.
MAURICIO: ¡Ah!
OJOS VERDES: ¿Te tranquilizas? Somos amigos.
MAURICIO: Sí, seguimos siéndolo.
LEFRANC: No se contengan, pueden acariciarse.
MAURICIO: Estoy hablando de su mujer. Tengo la posibilidad.
LEFRANC: Si te la concedo.
MAURICIO: ¿Su mujer?
LEFRANC: Sí, señor, si te la concedo yo. Porque hay que contar conmigo, ¿me oyes?
MAURICIO (irónico): ¿No querrás que te pregunte hasta donde te llega? No me digas que piensas pintarla en tu piel. (Hace como que echa hacia atrás un invisible mechón de pelo.)
LEFRANC (avanzando hacia él): Hijo de puta. Estoy harto de ver tu cara. No quiero verla más. No vuelvas a hacer esos ademanes de puta.
MAURICIO: ¿Por qué? (riéndose.) ¡Ah!, ya entendí, temes poner en desorden mis racimos de lilas.
LEFRANC: Eso es, has dado en el clavo. Y ahora voy a partirte los labios, Mauricio. Me pongo furioso. Prepárate a recibirme. ¡Voy!
MAURICIO (mirando a OJOS VERDES): Está loco. ¿Qué le pasa?
LEFRANC: Conclusión. (Presenta su pecho.) Estoy dispuesto a todo. El vengador soy yo. Se acabó eso de refugiarte bajo las alas de Ojos Verdes. Se acabó.
MAURICIO (a OJOS VERDES): Macho… (Luego, mirando a LEFRANC, vuelve a hacer el ademán con la mano en su pelo.)
LEFRANC: Es demasiado tarde. No chilles.

      OJOS VERDES se sube encima de la mesa y domina la escena, mientras LEFRANC, sonriendo, avanza hacia MAURICIO, el cual, viendo esta sonrisa de triunfo, sonríe también.

OJOS VERDES (sonriendo): Entre los dos me agotan. Me obligan a que haga más esfuerzos que los dos juntos. Dense prisa en terminar y dejemos de hablar del asunto.
     LEFRANC avanza hacia MAURICIO, que retrocede cada vez más.
MAURICIO (asustado): Te vuelves loco, Julio. Si no he dicho nada.
LEFRANC: No chilles, ya es demasiado tarde.

     Logra acorralar a MAURICIO en un rincón, donde le estrangula. MAURICIO resbala hasta el suelo entre las piernas separadas de LEFRANC. LEFRANC  se incorpora.

OJOS VERDES (feroz): No es posible, Julio. No lo has matado. (Mira a MAURICIO inanimado.) Pues la has hecho buena, buen trabajo.
     LEFRANC parece agotado.
OJOS VERDES: Buen trabajo para la Guayana. (Baja de su pedestal.)
LEFRANC: ¿Qué vamos a hacer, Ojos Verdes? Ayúdame.
OJOS VERDES (acercándose a la puerta): Basura. ¿Ayudarte yo? Me repugnas. Matar a un muchacho que no había hecho nada, por nada, por la gloria. Basura.
LEFRANC: Ojos Verdes, ¿no me vas abandonar?
OJOS VERDES: Me repugnas.
LEFRANC: ¡Ojos verdes!
OJOS VERDES: Deja de hablarme. Y no me toques. ¿Qué has hecho? ¿Sabes lo que es la desgracia? ¿No sabes que hice de todo para evitarlo? Basura, basura, basura. ¿Y creías que tú solo llegarías a ser tan grande como yo? ¿Esperabas, a lo mejor, superarme? Y tuviste el valor de servirte de un inocente. Pero, desgraciado, ¿no sabes que no se me puede superar? No deseé nada. ¿Me oyes? No deseé nada de lo que me ocurrió. Todo me cayó del cielo. Un regalo. De Dios o del diablo, pero fue algo que no lo deseé. ¿Y ahora? ¿Qué? El muchacho es un peso ahora.
LEFRANC (primero abatido y luego enderezándose): He comprendido. He comprendido que nunca seré de los tuyos, Ojos Verdes. Pero dime que soy con más intensidad que los demás. Porque yo no tendré que hacer astucias para intentar deshacer mi crimen. Lo deseé.
OJOS VERDES: Éste es el peligro. Avanzas tranquilamente y decides matar a un muchacho. Yo… ni siquiera tengo el valor de pronunciar tu nombre. Nunca supe que estaba estrangulando a esa chica. Estaba fuera de mí. No intentaba alcanzar a nadie. Todo lo arriesgué solo. Resbalé y eso me hizo caer en el foso.
LEFRANC: Por favor, déjame. Déjame. Pero no olvides que quise llegar a ser lo que tú eras.
OJOS VERDES: Lo que soy contra mi voluntad. Y lo quise destruir bailando.
LEFRANC: Te sientes orgulloso de lo que haz alcanzado. Marcas las pautas. Te agotas presumiendo. Quise robarte el sitio.
OJOS VERDES: ¿Y qué me dices de mi crimen?
LEFRANC: El crimen.
OJOS VERDES: Pero nunca como el mío.
LEFRANC: Hice lo que pude. Por amor a la desgracia.
OJOS VERDES: No sabes nada de la desgracia si crees que se puede elegir. Yo no deseé la mía. Ella me eligió. Me cayó buenamente encima. Y todo lo que intenté para deshacerme de ella. Me defendí, hasta bailé y puedes reírte. La desgracia la rechacé primero, tan sólo cuando vi que no había mas remedio me tranquilicé. Tan solo ahora acabo de aceptarlo. Me convenía que fuera total.
LEFRANC: Fue gracias a mí.
OJOS VERDES: Me trae sin cuidado. Tan sólo hoy me instalo en la desgracia del todo y la convierto en mi paraíso. Pero, tú, tú, basura, has hecho trampas para alcanzarla. Ni bola de Nieve ni nadie me llamó a mí y si conseguí su amistad y la de todos los tipos machos de la fortaleza, es porque todos llevamos la misma señal del cenizo.
LEFRANC: Soy más fuerte que ustedes. Mi desgracia tiene más hondas raíces. Arraiga en mí mismo.
OJOS VERDES: ¡Me da lo mismo! Eres un hijo de puta. ¡Y además, discutes! ¿Te atreves a discutir conmigo? (Golpea los barrotes.)
LEFRANC: ¿Qué haces?
OJOS VERDES: Lo ves de sobra. (Golpea los barrotes nuevamente) Te explicarás con él. Y verás, por su cara, si puedes ser de los nuestros.
LEFRANC: Tienes razón. Estoy solo de verdad.

       Ruido de llave. El silbido melódico se acerca junto con las pisadas de las botas. Aparece el guardia y observa la situación por unos instantes. Sonríe.


¡GORDURA ES HERMOSURA! Dario Fo y Franca Rame





¡GORDURA ES HERMOSURA!

Dario Fo y Franca Rame



Personajes


  MATEA
La gorda

HOMBRE
Marido que se ha equivocado de puerta

JOVEN
Colaborador de Matea

ANA
Hija de Matea

ESCENOGRAFÍA
El departamento de Matea.


Acto único



Una habitación grande, mitad recámara, mitad estudio-estancia. Al centro de la pared del fondo, el baño, con dos puertas laterales: una especie de quiosco hexagonal, cerrado por dos vidrios grande de opalina blanca. Cada vez que los personajes entran, se encienden las luces, de modo que las siluetas de los huéspedes se proyectan aumentadas sobre el vidrio. Al salir, las luces del interior del baño se apagan. Disposición: en el espacio de la izquierda, sobre el fondo, una enorme cama matrimonial, burós a los lados, una lámpara. En el espacio de la derecha, alejada en segundo plano, una enorme mesa en ele, con computadora, impresora y todo lo necesario para grabar, incluido un amplificador; en el extremo de la mesa,  lo necesario para prepararse café o té: tacitas, botellas, vasos y una caja de medicina: Intelect-X. En el proscenio, otra mesa con una lámpara, un termo con café, una azucarera, varias tacitas, cenicero, cigarros, una agenda y todo lo que se necesite. Sillas y sillones de oficina con ruedas, repartidos por todos lados. Tras la mesa en ele, una modernísima bicicleta fija. A la derecha del proscenio, apenas visible, la puerta de entrada al departamento montada sobre carros, que en  el momento indicado será adelantada unos metros. El lado derecho  del escenario es recorrible y debe poder avanzar casi hasta el centro del escenario, de modo que divida la habitación en dos. Al centro, en primer plano, una mesita de centro. Lámparas de pie y diferentes controles remotos. Al abrirse el telón, en la escena semioscura, se percibe la cama matrimonial, desordenada, con alguien arriba de ella: ¿una persona? ¿Dos? No se sabe. Música durante algunos segundos; luego una voz masculina, usando tonos acariciantes, dialoga con una voz femenina: Matea.

(1)VOZ DE HOMBRE: ¡Buenos días, tesoro, ya son las nueve! Despierta, mi amor.
(2)MATEA: (Apenas se mueve.) ¡Oh, noooo! ¡Otra pestañita… te lo ruego! Besito… apapáchame…
(3)VOZ DE HOMBRE: (Apurándola.) ¡Sí, sí… levántate ya! ¡Amor, son las nueve en punto… hoy es jueves 18… levántate!
(4)MATEA: ¡Eres malo! Anoche me destruiste y ahora pretendes… ¡Monstruo!
(5)VOZ DE HOMBRE: ¡Sí, sí, soy tu monstruo! ¡Cuánto te quiero! Bella, dulce, cándida, amor…
(6)MATEA: (Se abraza al Hombre.) Oh sí, otra vez… otra vez… amor…
(7)VOZ DE HOMBRE: Despierta… despiértate, tesoro…  hoy es un día afortunado… sé que estás cansada… y que te gustaría acurrucarte en mis brazos… pero tienes que levantarte…
(8)MATEA: ¡Oh, eres un tirano!
(9)VOZ DE HOMBRE: ¡No digas eso! ¡Mi amor…! Ya son las nueve y cinco minutos… Hoy Marte está en la casa de Venus… ¡Será un buen día, lleno de emociones agradables! ¡Levántate!
(10)MATEA: (Levantándose, enciende la lámpara colocada sobre el buró.) ¡Ya me levanté! (A medida que la mujer avanza hacia el proscenio aumenta la luz: nos encontramos frente a una Mujer desmesuradamente gorda, que lleva puesto un elegante camisón blanco con encajes; bajo el camisón distinguimos unas pantaletas color de rosa. Toma un control remoto de la mesita de centro.) ¿Basculita? ¿Dónde estás basculita? Menos mal que tiene localizador electrónico… (Desde la izquierda, llega al proscenio una báscula.) ¡Aquí estás! ¡Buenos días! (Intenta subirse en ella, pero la báscula se escapa entre sus pies, alejándose hacia la parte de donde salió.) ¿Qué haces? ¿Escapas? (La bloquea con el pie.) ¡Te amolé! (Se sube en ella. Ruido de resortes que saltan y un lamento; la Mujer salta, asustada.) ¡Ay, Dios, qué susto…! ¡Me explotó en los pies! (La báscula se va, rechinando) Sí, llora, llora. Soy yo la que debería llorar… ¿Para qué me peso…? Total, gramos más o gramos menos… peso ciento veintitrés kilos… (Se enciende un cigarro.) ¡Ciento veintitrés! (Da un patadón a la cama.) ¿Y tú no dices nada?
(11)VOZ DE HOMBRE: Te lo repito amor… no te preocupes… a mí me gustas así chonchita…
(12)MATEA: ¡Barrigona, panza de hule… llanta Michelín! ¡No exageres con tus adulaciones, querido! (Mira el cigarro.) ¿Pero qué estoy haciendo? ¡Me fumo un cigarro recién levantada! ¡¡Solo!! ¡Sin café! ¡Ahorita me lo tomo! (Se dirige a la mesa y se sirve del termo una taza de café; echa un ojo a la azucarera.) ¡Mmmh, está amargo! A ver, subí dieciséis kilos en los últimos dos meses… como que puedo ponerle una cucharadita… Qué puede hacer una cucharadita en este corpachón… se pierde. (Ejecuta.) Ocho kilos al mes… (Refiriéndose al azúcar.) Una no es ninguna, dos es la mitad de una… (Ejecuta.) Tres es apenas una. (Retoma el discurso.) Dos kilos por semana… (Vacía toda la azucarera directamente en la tacita mientras dice:) ¡Basta de privaciones! (Se toma el café y luego se dirige a la cama.) ¡Si sigo así llegaré a los doscientos en menos de lo que canta un gallo! ¡La Teresina del zooo… la mujer más gorda del mundo! (Da otra patada a la cama, el hombre suspira. Matea entra al bañ0. Se trasluce si abundante silueta.) No, tú no te puedes acordar de ella… aún no habías nacido… La exponían en los barracones de las ferias… deslizaba entre los pliegues de la tienda un muslo así de gigante… (Levanta una pierna imitando, a la Teresina.) Desmesuradamente gorda y rebosada. “Toquen, toquen”, gritaba el merolico, “¡entren y podrán tocar lo demás!” (Se levanta el camisón, se baja las pantaletas, se sienta en el excusado y orina.) Luego luego se juntaba la bola de morbosos pervertidos… ¿Me escuchas, querido…? Todavía podría tener un chance… ¿Qué dices...? Pongo un bonito barracón…

Se levanta y jala la palanca.

(13)VOZ DE HOMBRE: ¡Amor, son ya las nueve y cuarto! Consulta la agenda…
(14)MATEA: (Sale del baño y consultar la agenda.) Actividades: “Tomar el Intelect-X para la memoria…” Menos mal que lo escribí, sino se me hubiera olvidado. Esa Montalcino tiene muy buena cabeza…  ¡hicieron muy bien en darle el Nobel! (Levanta una cajita de la mesa y lee.) “Una en la mañana y una en la tarde…” Yo me tomo las dos juntas cuando me levanto… (se sirve un poco de agua) si no, antes de que me haga efecto el remedio se me olvida la de la tarde. (Traga las dos pastillas.) Tengo hambre… tengo hambre… ¿Cómo es que siempre me despierto como si no hubiera comido en dieciocho años? ¡Voy a comer! Me tomo un té… otro líquido… y luego me pasaré la tarde haciendo pipí. (Se prepara el desayuno; sin darse cuenta, lleva a la mesa dos tazas.) ¿Por qué tomé dos tazas? ¡Los malditos reflejos condicionados! ¡No está! ¡Ya no está! ¡Lo echaste! ¡Ahora hazte tu desayuno tú sola! (Señala la cama.) El nuevo no come nunca. (Al regresar la segunda taza a su lugar se le cae algo.) ¡Ay mamá…! (Lleva a la mesa en primer plano una tetera y un frasquito de miel.) Quién sabe por qué cada que sucede algo imprevisto decimos “mamá”… ¡O “mamá” o “chingado”! Claro, es la primera palabra que aprendemos… Me refiero a “mamá”. “Chingado” es la segunda. (Deletrea.) Ma-má… ma-má… (Se sirve té.) Mi sobrinita la primera palabra que dijo fue “Uva”… el nombre del perro. ¡Qué locura! Estábamos todos esperando: “Dí mamá, dí mamá, tesoro… dí papá…” Y cuando nos quedábamos solas: “¡Dí tía!, dí tía” Y aquélla, nada… “¡Uvaaa…!” Con su horrible voz aguda, de enana… “¡Uvaaa…!” ¿Le pongo o no le pongo miel? No, no le pongo. (Deletrea.) Ma-mm-má... ¡Cuántas cosas me perdí por esa santa mujer que era mi madre! ¡Una gran señora mi madre, toda casa, cama e iglesia! ¡Por mi bieeen! ¡Chocaaante! (Gime como si estuviera a punto de desmayarse.) Me siento mal… me falta azúcar… mejor tomo algo… (Toma del frasco una cucharada de miel, que chupa golosamente.) ¡Está muy buena…! ¡Está muy buena! ¡Dios bendiga a las abejas! (Directamente al público.) ¡Si sigo así, al final de la gira de veras voy a pesar ciento veintitrés kilos! “¡Mata más la gula que Salubridad!” ¡Paciencia, moriré! ¡Mi madre… una santa! ¡Cuidado con hablar de sexo! El sexo no existía en mi casa: todos estábamos hechos como las muñecas. Al trasero le decían “pompis”, y al delantero “conchita”… Por muchos años cómo me dieron asco las conchas con chocolate… ¡Cuántas cosas me perdí por culpa de mi madre! Me enseñó puras cosas equivocadas… Me enseñó, por ejemplo, a ser honesta. ¿Para qué, a ver? ¡Tache! Me enseñó a ser fiel… ¡La fidelidad! Debió haberme dado la ideología del engaño junto con la leche… ¡Engaña, engaña, engaña! Imagínense qué vida tan interesante hubiera tenido… Agitada, llena de sobresaltos… de expectación… Despertarse en la mañana… “¡Hoy-lo-veo-hoy-lo-veo!” Darse un buen baño, ponerse desodorante, perfume… lencería sexy… Y el marido: “¿A dónde vas, querida?” “¡Al súper… hoy pagas dos y te dan tres…!” Y vámonos: besos, besos… (Imita un besuqueo frenético) mi amor, mi amor… ¡Madre querida, nunca podré perdonarte que me hayas embrutecido con este yugo de la fidelidad absoluta, rígida… sin rodeos, sin tolerancia! ¡Los celos…! ¡Yo a mi marido le di una vida de perros! Le hacía escenitas… lo espiaba… le salía de las coladeras… ¡era una obsesión! Y los pequeños deslices que me permití… un sentimiento de culpa… una desesperación… N´hombre, si volviera a nacer: ¡tres! ¡Tres fijos! L0s llamaría a todos “mi chiquito” para no confundir los nombres… (Termina de desayunar, vuelve a colocar todo ordenadamente, luego se acerca a la cama.) Madre, me obligaste a reducir el matrimonio a una especie de jaula para parejas obligadas a vivir en cautiverio (Al hombre que esta en la cama) ¡ya estuvo bueno de dormir, tesoro, párate! (Levanta con fuerza las sábanas jalándolas hacia ella. Aparecen dos cojines dispuestos de modo que simulan a una persona.) Oh, Dios mío… ¿dónde estás? ¡No te hagas chistoso…! (Levanta los cojines y los avienta.) Me han robado al amante… o a lo mejor se escapó… ¡Me muero! ¿Dónde estás…? ¡Ah, estás aquí! (Levanta una voluminosa grabadora, la besa emocionada y la coloca sobre la mesa de trabajo.) ¿Qué haría sin ti, tragacintas de mi corazón?

Aprieta una tecla. Se vuelve a escuchar la voz del Hombre.

(15)VOZ DE HOMBRE GRABADA: ¡Despierta… tesoro… ya son las nueve!
(16)MATEA: ¡Ya me caíste gordo!

Se dirige a bambalinas y lleva a primer plano una bicicleta fija.

(17)VOZ DE HOMBRE GRABADA: ¡Cuánto te quiero! Te amo… aunque ayer en la tarde fuiste mala… Desnúdate… vamos bajo la ducha… ¡Quiero enjabonarte de la cabeza a los pies!
(18)MATEA: (Apaga la grabadora.) Así reduzco ese mes y medio. (Sube en la bicicleta y pedalea con ganas.) Ahora doy un hermoso paseíto en bicicleta… debo mantener ejercitados los músculos… ¡Quiero estar firme y como chinampina! Ya renuncié a adelgazar… no pienso más en eso. (Directamente al público.) Pero ni crean que nací gorda, no… ¡faltaba más! Era una varita… con la grasa en su sitio… engordé desde hace un año… La historia comenzó cuando eché de la casa a mi marido, cuando le dije: “¡Ámonos pa’ la calle…!” Y aguas cuando una dice: “¡Ámonos pa’ la calle…!” ¡porque se van! Por otro lado, yo ya no aguantaba más… ¡Exploté! “¡Ámonos pa’ la calle…!” Cuando se fue, me pasé veinte días con la oreja pegada a la puerta como un viejo indio… Esperaba… pensaba justamente que volvería… otras veces lo había echado… ¡y siempre volvía! ¡Pero esta vez, mangos, no volvió! ¡Cómo me puse mal! Comencé a engordar de zopetón, como se dice… Perecía como si me soplaran por dentro… y me inflaran… Por otra parte, hay mujeres que por penas de amor comienzan a beber y se vuelven alcohólicas; luego están las que se toman pastillas para dormir, para estar arriba y “muy arriba”… y acaban adictas… y terminan en el manicomio… y las que engordan… y yo engordé… He probado todas las dietas… la de los jockeys, la mediterránea, la de la luna… incluso me tragué una tenia, sí, una solitaria. La Callas hizo esa dieta y quedó hecha un hilo… Yo me tragué la solitaria… me sometí a una dieta de faquir… No lo van a creer: ¡la solitaria murió de hambre y yo seguí engordando! No hay nada que hacer… es una reacción nerviosa, una cuestión psicológica… ahora yo… ya me acepté… Así de gordita soy un dechado de virtudes… (Suena el teléfono.) ¿Quién me habla a esta hora? (Levanta la bocina) ¿Bueno…? ¡Bueno…! ¿Y ora? ¿No hay nadie…? (Cambia de tono.) ¿Eres tú? Sé que eres tú… no trates de volver a casa… si eres tú… y si no eres tú… (Emite una trompetilla en la bocina y cuelga.) ¡Pero por qué tienen que molestarme! Para mí que es él… ¡es él! Desde hace un año que no lo veo… llama de vez en cuando… sólo espera que yo le diga “vuelve”. Pero yo por ahora, ¡puras habas! Ya veremos después. Les estaba diciendo que me acepté como soy. Un día me dije: quiero afrontar la realidad… quiero verme enterita... beber hasta el fondo el cáliz amargo… Era el dos de noviembre, el Día de Muertos, y ya estaba bastante melancólica… me desvestí y con valor me miré en el espejo, por delante y por detrás: perdí el sentido… coma profundo. Lo que más me molestó… gorda, pasa, ¡pero las proporciones! ¡Es justo un hecho estético! De verme estos muslos así de desparramados… que la mujer cuando se desparrama de los músculos, se desparrama… ¡pero yo me pasé! Y luego, me derrumbé del trasero… ¡Queridas muchachas, de traseritos sólidos… sépanse bien que, a pesar de todo, luego de los treinta y ocho hay un derrumbe de glúteos imparable! (Al público.) Todas las tardes hay un aplauso en este momento… ¿Saben quién bate las palmas? Todas las mujeres con el trasero derrumbado que dicen “es cierto, es cierto…” Estaba desesperada, angustiada por tanto desbarajuste… Hice una encuesta entre todas las señoras del edificio… convoqué a una reunión de condominio. Orden del día: “Derrumbe del trasero de la señora Matea, del cuarto piso.” Fue muy hermoso… todas las señoras estaban ahí, atentas… generosas… observando mi trasero… A veces entre las mujeres nacen grandes amistades, o entre veinteañeras y cincuentonas o coetáneas de cincuenta para arriba… antes no, es difícil hacer amistad… Claro siempre hay excepciones… todas dándome consejos… haga así, haga asado… De repente se levanta una, estupenda… joven… delgaaada… delgaaada… ¡un hilo! Treinta y dos años, magnífica, bella, delgaaada, méndiga… es la más méndiga del condominio… delgada… ¡que las delgadas son tremendas…! rabiosas… ¡porque siempre tienen hambre! Y me dice: “¡Camine de puntitas!” ¡Me aventé un periodo así! (Hace una caminata sobre las puntas.) ¡Parecía Rey Mago! ¡Y luego hasta gimnasia para endurecer el interior de los muslos, llamada “de la rana”! (Ejecuta.) No se rían tanto, que ya las estoy viendo por ahí mañana temprano caminando así… Lo intenté todo… luego, un buen día me dije, “¿y a mí qué carajos me importa? ¡Estoy gorda…!” ¡La gordura tiene sus ventajas! Estoy calientita en invierno… si se me antoja dormir en el suelo ya tengo incorporado el colchón… total, acepté mi vida de chonchita… ¡La gordura es hermosura! Pero, como les decía, no nací gorda. Para que sepan quién soy, les debo contar de dónde vengo… Quiero que sigan y entiendan todos mis problemas de principio a fin… si no, ¿qué vinieron a hacer aquí? (Pausa.) Si estoy gorda, tengo mis buenas razones. Nací a la sombra… crecí, viví, me eduqué y me casé a la sombra. Él, investigador nuclear de carrera, cada vez más importante… incluso propuesto para el Premio Nobel… yo, a mi vez, investigadora nuclear, esposa del investigador nuclear… que no sé por qué chingadera mental renuncié a la carrera y me abandoné toda a los hijos… esposo e hijos… Mi trabajo lo abandoné poco a poco… trabajaba para él… feliz de sus éxitos, que sin embargo eran sólo suyos. Estuve casada con mi querido esposo investigador-nuclear-cuasi-Nobel durante treinta años. Él se había vuelto importante… ¡importantísimo…! ¡Un monumento! Pero los monumentos, como todos saben, se levantan sobre un pedestal. Pasé treinta años de mi vida así. (Se pone de perfil al público y se dobla hacia adelante hasta tocar el suelo con las manos.) ¿Saben por qué las mujeres rara vez se ganan el Nobel? Porque no tienen esposas que las ayuden. Esta no es mía; no sé quién la dijo, pero es buena. (Pausa.) Como todos los imbéciles era feliz, contenta con lo que tenía: “¡su amoooor!” Cantaba día y noche… él se iba a la cama dos o tres horas antes que yo y se levantaba dos o incluso tres horas después de mí; pero qué alegría entregarle al despertar sus apuntes, que yo había elaborado durante la noche, ya escritos a máquina. Qué alegría verlos publicados en las revistas más importantes…. ¡qué hermoso leer su nombre bajo el ensayo que había hecho yo! ¡Qué hermoso…! ¡Qué pendeja! Pero entonces no lo sabía. Le di todo con verdadero y gran amor. La única cosa que a cierto punto comenzó a cagarme los huevouus… si todos hablan inglés… tengo que adaptarme… fue que, en los últimos quince años, al envejecer, perdió la cabeza. Mi esposo es un gran investigador nuclear, pero también es un más que asiduo investigador de… cómo decirles… de “conchitas”… Buscaba, buscaba y encontraba. ¡Y cómo encontraba! ¡Que como encuentran los investigadores nucleares no encuentran ningún otro! A cierto punto, como les decía, me cagó los huevos y le dije: bájate del pedestal que de ahora en adelante quiero caminar derecha y (levanta la voz) “¡ámonos pa’ la calle!” Y aquél se fue. Luego, cuando vi que no regresaba, creí que me moriría… pasé cada cosa… ¡un dolor! Nunca me hubiera esperado una reacción semejante de mi parte… de veras creí morir. Pasé un año en coma profundo… sufrí como un animal. Ya no dormía, ya no comía… y de todos modos engordaba. ¡Me puse tan mal! Ya no tenía nada que hacer… los hijos estaban grandes… Veía películas día y noche… películas de amor de mi juventud… prendía mi videocasetera y me ensimismaba con la protagonista siempre traicionada y abandonada, y luego, duro, a llorar como una Magdalena… ¡En mi casa no se caminaba… se nadaba! No sé cómo comencé a grabar las voces de los actores, Sinatra, Paul Newman, Gary Cooper, Marlon Brando… grababa, cortaba la cinta, pegaba… en suma, me fabriqué diálogos de amor para mi dosis cotidiana: el despertar con apapachos… la canción de cuna con halagos… ¡Con Frank Sinatra sí hago el amor…! Algunas escenas de celos para mantenerme en forma… Paul Newman de joven me gusta a morir, aunque tenga los brazos algo cortos… sí… créanme… tiene brazos cortos… “No, querido, te lo juro, no te he engañado…” y cosas por el estilo. La noticia se difundió por el condominio; todas las señoras me pedían la cinta: “Mi esposo va a salir, ¿me prestas tu despertar con apapachos? Así mañana me despierto muy bien y paso un hermoso día” luego un tipo me propuso un business: “¡Señora, usted es un genio!”, me dice. El primer cumplido en treinta años… “Este invento… el despertar con apapachos, si me permite, lo lanzamos al mercado.” (Pausa.) Estoy esperando el resultado de la investigación de mercado… estoy muy ansiosa porque, imagínense… a mi edad, gorda como estoy, con el desparramamiento de muslos, plantada por el marido… tener triunfo, una victoria en la vida… salir victoriosa en algo… Si me va bien, me volveré rica… Pero, ¿les digo a la verdad? Esta ruptura con mi marido me ha pesado un poco… aun cuando me sienta libre… He pasado momentos de indecible dolor… soledad… es inútil negarlo… ¡Creí volverme loca! Quién sabe dónde andará aquél pobre güey… (Vuelve a subirse en la bicicleta, aprieta un botón colocado en el manubrio y pedalea: musiquita de fondo.) ¡También pongo música! Me hizo ver mi suerte… pero me gustaba… me hacía cumplidos de ciencia-ficción: “¡eres una astronave bellísima… llena de luces!”, y el muy cabrón me apagó todos los foquitos… Ahora se volvió a encender uno que otro. Nunca me imaginé que dependiera tanto de un hombre… (Levanta la voz.) ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¡Cálmate! ¡Vuelve a casa! (Con tono normal.) Ya se ha ido en otras ocasiones… ¡pero siempre ha vuelto! Verás que también regresa en esta. Al perderme, él ese está perdiendo algo gordo… No se rían… estoy hablando de la relación… hablo de mí como persona… de lo que llevo dentro, de cómo soy yo… Soy una persona estupenda… sí, estupenda, humana, generosa inteligente… (La sección de la puerta de la casa de Matea se adelanta un metro. Un hombre de edad avanzada toca el timbre.) ¿Quién es?
(19)HOMBRE: (Muy afligido.) Amor, perdóname… estoy aquí otra vez contigo… ábreme, deja que te aclare…
(20)MATEA: ¡Ay, Dios! (Baja de la bicicleta y se acerca a la puerta.) ¡Mi esposo! Me siento mal… ¿Eres tú?
(21)HOMBRE: Claro que soy yo…
(22)MATEA: (Con tono seguro.) Y para qué volviste… estoy bien sola… ya me adapté…
(23)HOMBRE: ¡Pero yo no puedo adaptarme! ¡Te juro que cambiaré… déjame entrar!
(24)MATEA: Un momento… tú no eres mi esposo… no te reconozco…
(25)HOMBRE: Claro, soy otro… ¡verás que estoy cambiando… irreconocible!
(26)MATEA: ¡Si supieras cómo estoy irreconocible yo! ¡Pero tú…. no eres mi  marido!
(27)HOMBRE: No hagas bromas. (Prepotente.) ¡Déjame entrar o tiro la puerta!
(28)MATEA: ¡Inténtalo! Mira que no estoy sola… ¡hay un hombre conmigo!

Va a donde está la grabadora, la prende.

(29)HOMBRE: ¡Te dije que no hagas bromas! ¡Cruel!
(30)MATEA: ¡Ahorita lo llamo! Querido, ven aquí un momento…
(31)VOZ DE HOMBRE GRABADA: Sí… aquí estoy… hagamos de nuevo el amor…

Matea apaga la grabadora.

(32)HOMBRE: ¿Quién habla? Oí allá adentro la voz de un hombre que…
(33)MATEA: ¡Seguro! Es mi hombre. ¡Váyase!
(34)HOMBRE: Pero cómo… ¡¿apenas acabas de echarme de la casa, me tratas como un extraño y ya estás con otro?! ¡E incluso le haces el amor! ¡Entiendo que quieras humillarme, pero esto es el colmo! Es cierto, perdí la cabeza… pero ahora sólo cuentas tú… Siempre has contado sólo tú.
(35)MATEA: ¿De veras?
(36)HOMBRE: Bueno… tú y una que otra… ¡pero tú más que todas!
(37)MATEA: Señor…
(38)HOMBRE: (Fastidiado y al mismo tiempo impetuoso.) ¡No me llames “señor”! Soy tu Aldo… ¡tu amor santo que toca a tu puerta!
(39)MATEA: Escuche, señor Aldo-mi-amor-santo-que-toca-a-mi-puerta… ¡te equivocaste de puerta! También yo tengo un esposo que perdió la cabeza; también yo lo eché de la casa… la única diferencia es que yo no soy “tu” esposa.

Corre a prender otra vez la grabadora.

(40)HOMBRE: ¿Cómo que no eres mi esposa…? ¿Y entonces, para que volví a esta casa?
(41)VOZ DE HOMBRE GRABADA: Desvístete… Quiero enjabonarte toda, de la cabeza a los pies…
(42)HOMBRE: ¡¿Y quién es el cerdo ése que te quiere enjabonar toda?!
(43)MATEA: ¡Óigame, yo me dejo enjabonar toda del cerdo que me dé la gana! ¡Váyase o llamo a la policía! ¡Es más, ahorita mismo la llamo!
(44)HOMBRE: Tiene razón, eso no me incumbe… déjese enjabonar por quien se le antoje, pero no llame a la policía, se lo suplico… Estoy muy agitado… necesito hablar con alguien… a lo mejor me equivoqué de piso… Pero no… éste es el cuarto… ¿o no?
(45)MATEA: Sí, es el cuarto.
(46)HOMBRE: Entonces me equivoqué de edificio… a lo mejor hasta de calle…
(47)MATEA: Sí, a lo mejor hasta de ciudad. ¡Ahora váyase!
(48)HOMBRE: Sí, ya me voy… De cualquier manera debo decirle que me hizo mucho bien desahogarme con usted… ¿Sabe?, tengo muchas ganas de conocerla… déjeme pasar…
(49)MATEA: ¡Ni loca! ¡Imagínese si dejo entrar a mi casa a un desconocido temprano en la mañana! ¡Nunca! Por lo que a mí respecta, usted podría ser un maniático sexual que a la hora de la hora me salta encima como en aquella película… ¿Vio Un hombre en mi puerta?
(50)HOMBRE: Sí, la vi…
(51)MATEA: ¡Era tremenda! (Hace recorrer la pared de la derecha hacia el centro del espacio escénico, de modo que se separe la recámara de la sala.) ¡No dormí en toda la noche! Al día siguiente fui a comprarme la cinta… (Toma un aparato parecido a un control remoto y lo dirige a la entrada de la puerta para abrirla.) Bueno, pásele, está abierto.

Corre atrás de la pared divisora y habla desde allá.

(52)HOMBRE: ¡Órale… está abierto! (Entra. La puerta sale de escena.) Pues sí… ésta no es la casa de mi esposa…
(53)MATEA: ¡No se asome o grito! ¡Estoy desnuda!
(54)HOMBRE: ¡¿Desnuda?!
(55)MATEA: ¡Oiga, no haga la vocecita ésa del que ya está listo como el Nescafé! Cálmese y siéntese.
(56)HOMBRE: No hay sillas…
(57)MATEA: (Le pasa la bicicleta.) Siéntese aquí.
(58)HOMBRE: ¡¿En una bicicleta?!
(59)MATEA: ¡Sí, es comodísima, paso días enteros en ella! Cuénteme su historia de amor…
(60)HOMBRE: La mía es una tragedia de amor…
(61)MATEA: ¿También la suya?
(62)HOMBRE: Un hombre de mi edad… cincuenta y seis años, que se enamora de una muchachita…

Se sube en la bicicleta.

(63)MATEA: No he escuchado una historia semejante desde que estoy en este mundo.
(64)HOMBRE: Deliciosa… La conocí después de un concierto… el concierto lo daba yo.
(65)MATEA: ¿Ah, usted es músico?
(66)HOMBRE: Sí, percusionista: timbales, tambor y platillos. Formo parte de un octeto… tocábamos a Stravinski… Yo tocaba los timbales con las baquetas… chocaba los platillos… ¡y ella me miraba como si fuera un dios! “Pluto que golpea el tambor de los infiernos”, así me llamó.

Pedalea sin darse cuenta.

(67)MATEA: ¡¿Lo llamó Pluto…?! ¿El perro de Tribilín?
(68)HOMBRE: ¡Qué Tribilín ni qué ojo de hacha! El dios Pluto… ¡el que raptó a la Primavera!
(69)MATEA: Disculpe, tengo bloqueada toda la mitología.
(70)HOMBRE: Luego de la percusión la invité a cenar. El corazón me latía como mi tambor… ella era joven, muy entusiasta… ¡Nos amamos con locura! Logré mantener escondido mi concierto… quiero decir, mi relación por un tiempo a mi esposa; luego, un día, me sorprendió en el baño cuando, mientras hacía gimnasia, cantaba: “Y ahora te llamaré Pirinolita amorosa… tra lala lala…” “¿De quién te enamoraste esta vez?”, me pregunta de zopetón. ¡Se había dado cuenta de todo!
(71)MATEA: ¡Sopas… intuición superlativa!
(72)HOMBRE: Sí, sabe leer cualquier gesto mío… Si estornudo, no me dice “salud”, sino: “Cuando hagas el amor con otra en turno, déjate encima la camiseta de lana… No andes por ahí encuerado de culoalviento deportivo. Pirinolita cabrona, tra lala lala.”
(73)MATEA: ¡Qué graciosa! Hubiera hecho algo así con mi marido… Mire, Pirinolita… tra lala lala… tengo que vestirme y debo pasarme para allá… ¿Le molestaría cambiar de espacio? Espere mi señal.

Entra al baño por la puerta que da a la sala.

(74)HOMBRE: Lo que no entiendo es cómo, a un cierto punto, mi esposa perdió los estribos… ya no quiso entenderme…
(75)MATEA: Pase al otro cuarto.

Sale del baño por la puerta que da a la recámara, se dirige al armario, busca algo que ponerse, luego regresa al baño.

(76)HOMBRE: (Ejecuta.) ¡Ah, mira tú! ¡Pues sí… ésta no es la casa de mi esposa! Quién sabe dónde fue a parar el tipo aquél…

Sin darse cuenta se apoya en la grabadora y la prende.

(77)VOZ DE HOMBRE GRABADA: ¡Ven bajo la ducha conmigo… quiero enjabonarte toda!
(78)HOMBRE: (Da un salto hacia atrás, luego se da cuenta y apaga la grabadora.) ¡Ajá, conque aquí está el cerdo!
(79)MATEA: ¡Deje en paz a mi novio electrónico! ¿Decía que su esposa había perdido los estribos?
(80)HOMBRE: Sí. “¿Cuántos años tiene tu viola d’amore?”, me pregunta de repente… “Diecinueve…” “Y apuesto a que también era virgen.” “Sí…” “¿Y si un hombre de tu edad le hubiera hecho lo mismo a tu hija, cómo hubieras reaccionado?”
(81)MATEA: ¡Ah, por fin reaccionó! ¡Bravo!
(82)HOMBRE: Ni siquiera levantó la voz. Me dijo: “¡Bájate!”
(83)MATEA: ¿Bájate de dónde?
(84)HOMBRE: Se me olvidaba… Íbamos en coche… ella manejaba más de cien por hora… Le dije: “¿Te molestaría frenar antes un poquito, por lo menos?” Terminé a pie, a un lado del acotamiento, a cincuenta kilómetros de Milán… Y sólo pasaban tráilers.
(85)MATEA: Y con la muchacha, ¿qué pasó después?
(86)HOMBRE: Sucedió que… (Mira a su alrededor.) ¿De dónde me habla?
(87)MATEA: ¡No se voltee! ¡Mire que lo estoy viendo!
(88)HOMBRE: ¡No me diga! ¿Qué, acaso está en todas partes?
(89)MATEA: Sí, me desparramo un poco.
(90)HOMBRE: Sucedió que de repente ella también me plantó y se casó de blanco, con un mediocre maestrito de inglés con el que salía desde antes, pero yo no lo sabía. Siempre me decía que era su primo. Así, la historia terminó con un cadáver sobre el campo: el mío.
(91)MATEA: ¡Estoy destrozada! Oiga, cadáver sobre el campo  suyo… ¿Lo molesto si se vuelve a pasar para allá? ¡Sin voltearse!
(92)HOMBRE: Sí, sí... (Vuelve a la recámara, caminando “de cara al público”; se apoya en la bicicleta y, casi sin darse cuenta, se sube en ella y pedalea. Matea sale del baño; trae puesto un camisón negro ligero con encajes atado por delante y encima una blusa de terciopelo, se dirige a la pared divisoria.) Oiga, usted me da curiosidad… tan misteriosa… que no se quiere dejar ver… me intriga. ¿No sería posible quitar de en medio esta especie de Muro de Berlín? ¡Quiero conocerla!
(93)MATEA: ¡Nunca…! ¿Qué piensa que hay de este lado del  muro…? Mire que yo, además de estar decididamente cerrada a cualquier relación, soy árida, déspota, egocéntrica. No existo ni como persona, ni mucho menos como mujer… aun cuando sea muy evidente… tampoco quiero ser la camita caliente de nadie. Ah, se me olvidaba: mido uno cincuenta, tengo cincuenta años… y peso más de cien kilos sin hueso… (Pausa.) ¿Todavía tiene ganas de conocerme?
(94)HOMBRE: No le creo; usted me está cotorreando… Usted no está gorda… ¡Tiene una voz muy jovial!
(95)MATEA: ¡Sí… soy la Caperucita Roja!
(96)HOMBRE: No, no me asusta. ¡No me iré de aquí sin haberla visto!
(97)MATEA: ¡Pues entonces lo castigo! ¡Peor para usted! Ayúdeme a recorrer la pared… (Ejecutan.) ¡No me mire!
(98)HOMBRE: Ta’ bien, no la miro…

Los dos empujan la pared hacia la derecha, matea enciende la grabadora: una música triunfal, tipo Las cuatro estaciones de Vivaldi, acompaña a la Mujer, quien corre hacia la mesita de centro, se sube en ella y posa como una estatua de Venus barroca.

(99)MATEA: Ahora sí, voltéese.
(100)HOMBRE: (Por un momento se queda sin aliento.) ¡Dios, cuánta humanidad!
(101)MATEA: Se quedó de a seis, ¿eh?
(102)HOMBRE: ¡Usted es… usted es… Usted tiene algo de majestuoso en esa abundancia generosa!
(103)MATEA: Mis amigos me dicen la catedral.

Baja de la mesita y va a apagar la grabadora.

(104)HOMBRE: No, no diga eso. Aparte de que yo en realidad estoy hasta aquí de las muchachitas en busca de un padre. (Lentamente, se acerca cada vez  más a Matea) Está también la amistad, la inteligencia… la comprensión… un afecto profundo… sólido…
(105)MATEA: Dijo una pendejada tras otra… ¡Váyase… si no, finjo tropezar, le caigo encima y lo aplasto!
(106)HOMBRE: Ya me voy, ya me voy… pero permítame venir a verla… de vez en cuando.
(107)MATEA: De veras quisiera usted… ¡Ya entendí, usted es del club “toda abandonada está perdida”!
(108)HOMBRE: No, ¿qué está diciendo?
(109)MATEA: ¡Váyase, si no lo castigo… me desvisto toda!
(110)HOMBRE: ¡Me voy…! Pero una última pregunta: ¿Por qué se dejó engordar así?
(111)MATEA: (Grita.) ¡Me desnudooo!

De un tiro se desata el camisón y se muestra en toda su gordura.

(112)HOMBRE: ¡Nooooo!

Sale corriendo. Con él, sale de escena también la puerta.

(113)MATEA: ¡Le bloquee la erección por veinte años! (Se vuelve a abrochar el camisón. Transición.) Los personajes cambian, pero las historias son las mismas. Somos unos replicantes. “¡¿Por qué me dejé engordar así?!” ¡Naco maleducado! Me pone también en predicamento. ¡Imagínate! (Se pone un par de sandalias plateadas de tacón alto.) Déjenme
poner los tacones, que me hacen ver más delgada. (Pausa.) Miren qué cosa más increíble… ¿Se dieron cuenta…? ¡Faltaba más…! ¡Estaba listo! Casi lo llamo… ¡Qué cotorreo! Ya no quiero tener relaciones con nadie. ¡He terminado con el sexo! Los hombres están locos. Para los jóvenes es regular… pero los viejitos… De vez en cuando veo cada ruquito… ¡unos vejestorios! Ni a los cien años se claman. Sobre todo los ricos, poderosos. Bonitas-feas-jóvenes-viejas-
gordas-flacas… ¡no quieren que se les vaya una viva! En fin… Tengo un amigo que quiero mucho… setenta y cuatro años… Pero víctima de un mal. ¡Malísimo! ¡Está anciano! Todo lleno de arrugas… ¡Está hecho una pasa! Avión personal, yate de trescientos metros de largo. ¡Podrido en billetes! ¡Tiene siempre a su alrededor a muchachas estupendas! Hace unos días me dice: “¡Estoy enamorado… locamente!” “¿Todavía de Ana?” “¿Bromeas? Con Ana terminé hace como dos meses… ahora tengo a Dorina… ¡Dio mío… es de oro! ¡Me ama perdidamente! ¡Me ama!” “¿Ah sí? ¿Cuántos años tiene esa Dorina?” “Veintiuno” “¡Está pendeja…! ¡Está pendeja! Qué te va a querer. Vamos, no te ofendas… ¿pero qué no ves? Si a mí se me acercara un muchacho de veinte años y me dijera ‘te amo’, me daría miedo que quisiera robarme la bolsa.” ¡Qué cosas! Nosotras las mujeres, la verdad sea dicha, y no es que quiera hacer un feminismo facilón, “¡la mujer se sostiene y el hombre nomás puja…!” También hay mujeres que pierden la cabeza… sobre todo en la menopausia… o que no pueden aceptar la vejez… pero generalmente la aceptamos, tenemos mayor conciencia… dignidad. No es que nos guste… ¿Te gustaría a ti, mujer marchita, continuar teniendo una vida amorosa o no? ¿Pero con quién…? ¿Quién te quiere…? ¡Nosotras aceptamos la vejez con dignidad! Tal vez porque no podemos hacer otra cosa... o porque nos vemos, tenemos conciencia de lo que somos… de cómo somos. Los hombres, en cambio, no se ven… decrépitos como nosotras, gordos como nosotras, la dentadura… viejos como nosotras… ¡pero no se ven! Y si se ven hacen como si nada. Total, las chavas igual los aceptan. Leo en los periódicos historias de veinteañeras… ¡un cromo! Estupendas… yo me conmuevo… ves a estas chavas magníficas… dos metros de piernas… los pechos acá… (Señala la base del cuello.) El trasero aquí… (Señala la cabeza.) La cintura así… (Hace un círculo con los dedos.) No tienen cintura… no sé cómo le hacen para digerir… enamoradas locamente de setentones, de setentones y más… no le hace que tengan los típicos problemas de próstata propios de la edad… enamoradas locamente, les decía, pero del anciano rico… el gran industrial, el gran político… que ésos son tremendos… el gran actor, cantante, escritor… pintor…Locas historias de amor… Claro que no lees nunca la misma historia de la veinteañera despampanante con el trasero acá… que se escapa con un jubilado del Seguro. Por otro lado, también estas chavas tienen razón: ¿quieres fascinarte con un hombre realizado, célebre, importante, o con un viejo carcamán jubilado del Seguro…? El hombre en general, y el rico en particular, aun de edad avanzada, es muy seguro de sí. Y esta seguridad deriva del solo hecho de que es macho. Es criado en el culto, en la fuerza de su sexo. Ésta es nuestra cultura. La superioridad del hombre reside toda en “su” órgano sexual… Ahora que a mí la palabra “órgano” me saca de mis casillas… me viene a la mente la misa cantada… San Pedro… claro que si queremos mirarlo bien… desmitificarlo… ¿qué es este sexo del macho…? ¡Una colita…! El diablo la trae atrás, el hombre adelante. (Transición.) Luego, cuando lo veo ahí… reposando… abandonado… tan indefenso… todo tambaleante… me da una ternura… ¡una simpatía! Me dan ganas de jugar con él como con la cola del gato… Luego, de repente… el milagro: trak. ¡La erección! Yo las primeras veces… ¡estaba convencida de que adentro tenía un hueso! ¡La erección es un milagro viviente! Nosotras las mujeres hacemos cosas estupendas… los niños, por ejemplo… nos quedan muy bien… los ponemos todo: veinte dedos, dos ojos, las orejas, pero si no tenemos el semen del hombre… no podemos hacer nada. El hombre es superior a nosotras y él lo sabe… ¡Lo sabe…! Desde tiempos antiguos, el hombre ha tenido una gran consideración por su órgano sexual… ¡lo ha definido con términos épicos, áulicos, magnilocuentes! ¡El falo! Oigan cómo es importante,  severo, este término: ¡el falo! Yo lo veo siempre con la corona real en la cabeza. ¡El prepucio! Prepucio me da risa. “Bueno, ¿está el señor Prepucio?” En cambio “glande”… escuchen la dulzura… glande… parece el nombre de una flor. “¡Te ofrezco este ramo de glandes… guárdalos en tu corazón!” Con esta terminología se puede reconstruir tranquilamente un poema de Eurípides:

“Vino al altísimo Hermione
Prepucio invicto
junto a su hermano Glande
montando al relinchante Escroto…”

Puedes seguir así hasta el día siguiente y ningún profesor se dará cuenta de la inclusión de términos tan insólitos. En cambio, con la terminología que nos enjaretaron a las mujeres, no se puede construir nada. Sólo cuando uno quiere decir que tiene flojera… que tiene güeva… “me cargo una concha”. ¡Pero se puede! ¿Qué inspiración poética se puede encontrar en el término “vulva”? Parece el nombre de una bruja malvada: “Sé una buena niña… tómate la sopa, si no llamo a la ¡¡¡vulvaaa!!!” Qué se puede crear con “útero”… ¿Y “ovarios”…? ¡Nada más de pensar cuántos “ovarios” hay esta tarde en las gradas me siento mal! Con esta terminología puedes reconstruir cuando mucho un cuento de horror.

“Los murciélagos volaban en el atardecer
las ‘vaginas’ graznaban en el estanque
era el momento en que depositaban los ‘ovarios’
un ‘útero’ tremendo se elevó en la noche
¡los ‘espermatozoides’ murieron de espanto!”

No hay nada que hacer… Podría seguir así un poco más… pero… (se pone en la clásica pose de una mujer a quien le gana la pipí) ¡Ya me anda! (Se dirige al baño.) ¡Orinita vengo!

Entra la conocida puerta, seguida de un Joven que toca el timbre. Trae consigo un portafolios: es Marco, el colaborador de Matea.

(114)JOVEN: Matea, ¿estás en casa?
(115)MATEA: (Desde el baño.) Sí, ¿qué hay…? Pasa, está abierto… ¿Tienes algún problema?
(116)JOVEN: (Entra a la casa, la puerta se va.) ¡Te sacaste la lotería! ¡Ya la hicimos! ¡Tu despertar con apapachos es un éxito increíble!
(117)MATEA: (Sale del baño.) ¿Hablas en serio?
(118)JOVEN: Mira… (Le entrega una carta.) ¡Es una propuesta de contrato en exclusiva, por tres años…! ¡Y mira la cifra!
(119)MATEA: ¡Oh, Dios…! Me siento mal… tendré que pagar impuestos.
(120)JOVEN: ¡La investigación de mercado fue un triunfo! (Saca del portafolios algunas hojas que muestra a Matea.) En particular aquéllas con la alusión del amante en la cama lleno de frases tiernas y besuqueos. ¿Y sabes cuál es la cosa verdaderamente increíble? Que los más fanáticos son los hombres, son los que compran más cassettes.
(121)MATEA: ¿Incluso los hombres sufren de soledad? ¿Tan poderosos? ¡Nunca lo hubiera imaginado!
(122)JOVEN: Tu voz es un triunfo… ¡Ya eres una diva!
(123)MATEA: (Muy halagada.) No me digas así… ¡Oh, Dios, una diva…! Los periódicos hablarán de mí… me invitarán a la televisión…  Me voy a mandar hacer siete liftings… dos pinzas acá… (señala el trasero) un recorte acá… un bonito plisado… dos tirantes para el pecho… me mando quitar todo… me mando deshuesar… ¡y lo que sobre lo mando como caridad al tercer mundo! Total, allá les mandad de todo… Estoy emocionada… Quién lo hubiera dicho… ¡¿un éxito así…?! Debería estar loca de felicidad y en cambio me siento culpable como la peor de las criminales.
(124)JOVEN: ¿Por qué, qué dices?
(125)MATEA: Me estoy aprovechando, como la rata más miserable, de la situación de angustia y frustración en que ha caído la mayor parte de la gente,  incluida yo.
(126)JOVEN: No te entiendo. ¡Explícate!
(127)MATEA: Si tanta gente compra mis cassettes, quiere decir que estamos muy alineados… Nos contentamos… nos contentamos con voces falsas… (Al público.) ¿Y saben por qué? Porque en realidad tenemos “miedo”… de las voces verdaderas. Una relación de amor auténtico, importante… te compromete, te obliga a partirte en dos a favor del otro, a moverte… a dar, dar. Mejor entonces ilusionarse con una grabación de palabras e incluso imágenes de un amante prefabricado, aséptico, al que puedes apagar a control remoto. (Pausa.) ¿Saben…? y miren que esto no es cuento, es cierto… a lo mejor ya lo leyeron en los periódicos… existe un sofá… se llama “el sofá del amor”, diseñado por los japoneses…  aún en fase experimental… un sofá anatómico… dentro del cual uno se acurruca. Un sofá amante dotado de casco y conexiones… un televisor para cada ojo… Apenas te sientas empieza a funcionar, ¡y te sucede cada cosa! Sensaciones nunca sentidas, ondas cálidas, estrujones lascivos… voces tiernas… “realidad virtual”, se llama… Te escoges el lugar a donde quieres ir, las películas que quieras… puedes ser el personaje que prefieras… tener un duelo… volar… hacer el amor… Al final, cuando te sientes lisita, satisfecha… apagas y no hay ningún problema: nada de camisas que planchar, hacer el mandado… etc… ¡quedas relajada y feliz!
(128)JOVEN: Pero qué disparates me estás diciendo… ¡es pura ciencia-ficción!
(129)MATEA: Ciencia-ficción, dijiste. Es un futuro horrendo el que nos espera… de soledad… ¡Ciencia-ficción! Yo tengo en la casa el “sofá del  amor”… ¿quieres verlo?
(130)JOVEN: Sí, lo tienes en tu cabeza.
(131)MATEA: No, lo tengo en casa. Escribí al periódico, les saqué el nombre de la empresa, me ofrecí como cochinillo de indias y aquéllos me aceptaron.
(132)JOVEN: Ya, no seas cuentera…
(133)MATEA: Te burlas de mí, eh… Peor para ti; quería enseñártelo, dejarte probarlo… ¡pero toma! (El joven hace como que se va.) Espérate… debo ir a hacer una cosa que ellos (señala al público) saben… pero que no te puedo decir… que debía hacer antes… luego vuelvo y grabamos el despertar con apapachos personalizado… Tomamos el calendario y grabamos todos los nombres: Antonio, Carla, Angelo…

Entra corriendo al baño.

(134)JOVEN: Voy a hacerme café.

Sale de escena. Al mismo tiempo entra en escena la puerta, frente a la cual encontramos a Ana, la hija de Matea, quien toca el timbre.

(135)MATEA: (Gritando desde el baño.) ¿Quién es?
(136)ANA: ¡Soy yo!
(137)MATEA: ¡Está abierto!
(138)ANA: (Entra sollozando desesperadamente.) Mammáááá… mamáááá… ¿dónde estás?
(139)MATEA: (Desde el baño.) Estoy en el baño… ¿qué pasa?
(140)ANA: (Ídem.) Mamá, soy yo, Ana…
(141)MATEA: ¡Lo sé, querida, te reconozco! (Ana entra al baño. Las dos mujeres se abrazan.) ¡Cálmate! ¿Qué pasa?

A contraluz vemos a la madre que está haciendo pipí.

(142)ANA: ¡No la deja! ¡No la deja! ¡Estoy desesperada! ¡No hago más que pipí!

Al decir esto se levanta la falda y se baja la pantaleta, pero se queda de pie.

(143)MATEA: Es normal, querida, las lágrimas deben salir por alguna parte para que no te inundes.
(144)ANA: ¡Es un desgraciado, cerdo, mentiroso! Oh, Dios, me muero… mamá… mamááá… me muero…

El Joven, que ha regresado a la escena, se sienta y observa a las dos mujeres, a quienes vemos enormes a contraluz, como si estuviera en el cine.

(145)MATEA: Cálmate, querida… siéntate… no te vaya a dar un aire… haz tu pipí santa… explícate… ¿Qué pasó? ¿Quién es el cerdo mentiroso?
(146)ANA: Fui a su casa…
(147)MATEA: ¿A casa de quién?
(148)ANA: De Carlo…
(149)MATEA: ¿Qué Carlo? ¿Lo conozco?
(150)ANA: No… salgo con él desde hace tres meses.
(151)MATEA: ¿En qué sentido sales con él? Tu marido, ¿dónde está?
(152)ANA: En casa…
(153)MATEA: ¡Pero nunca me habías dicho nada de este Carlo! Estaba convencida de que aún andabas con un tal Domingo…
(154)ANA: Nunca te hablé de él porque tenía miedo de que te enojaras. ¡El hecho es que con Domingo todo se acabó desde hace un buen rato!

Se levanta y jala la palanca.

(155)MATEA: ¡Estás toda sudada! Date un baño…

Ana se desviste y hace como que se está bañando. Sonido de agua.

(156)ANA: Ya no lo aguantaba… tan celoso, posesivo… muy distinto culturalmente… dos mundos, mamá… Además, cuando le dije de mi intención de dejarlo definitivamente, me sonó tremendo guamazo en la cabeza… ¡un mandarriazo! Caí como un costal contra el suelo… me llevaron a Urgencias con una conmoción cerebral… bueno, casi.
(157)MATEA: (Sale del baño, toma una toalla y se la pasa a Ana.) ¡Oh, Dios mío! ¿Pero cuándo pasó? ¿Por qué no me dijiste nada? (Descubre al joven y en voz baja le dice:) ¿Qué haces…? ¿Estás disfrutando las sombras chinescas de mi hija? ¡Vete pero ya a la cocina a hacerte un café!
(158)JOVEN: ¡Pero si me lo acabo de hacer!
(159)MATEA: ¡Hazte otro para mañana! (El Joven se regresa a la cocina; poco después vuelve a entrar y se sienta en la mesa de trabajo.) ¿Por qué no me dijiste nada?
(160)ANA: No quería que te preocuparas… Además de que cuando me llevaron a Columbus, a la clínica, no entendía nada…
(161)MATEA: ¿Y tu esposo, dónde estaba?
(162)ANA: En casa… le había dicho que venía a tu casa por dos días… que te habías dado cuenta de que habías rebasado los ciento treinta kilos y habías caído en una crisis depresiva terrible.
(163)MATEA: ¡Pero eres una inconsciente! ¡Piensa en el desbarajuste que hubieras hecho si me hubiera telefoneado!
(164)ANA: ¿Telefoneado a ti? No había peligro… él no te soporta… ¡sabes que le das horror!
(165)MATEA: ¡Tan amable este cabrón!
(166)ANA: ¡Y además, tiene confianza en mí! Como sea, en la Columbus, el médico que me revisó… tomó mi caso tan a pecho… fue tan amable, que espontáneamente me dieron ganas de contarle todo…
(167)MATEA: ¿Mientras te hacía el encefalograma?
(168)ANA: No, luego… cuando lo esperé en el café.
(169)MATEA: ¡¿Lo esperaste en el café?! ¿Cuándo?
(170)ANA: Apenas me dieron de alta… veinte minutos después… De conmoción cerebral… nada… (Sale del baño envuelta en una toalla o en una bata de baño.) “Usted, de cualquier manera, no está en condiciones de volver sola a casa”, me dijo, “yo la acompaño.”
(171)MATEA: ¿Y te hiciste acompañar a tu casa por un extraño?
(172)ANA: ¡Pero mamá, estamos en el 2000…! ¡Me había revisado! ¡Y además, un médico nunca es un extraño!
(173)MATEA: Y también lo hiciste subir, me imagino…
(174)ANA: ¡Pero mamá, me había visto desnuda!
(175)MATEA: ¿Desnuda por la conmoción cerebral? ¿Pues dónde te aplicó los electrodos… en las nalgas… qué tienes ahí el cerebro?
(176)ANA: ¿Pero qué dices? ¡Me había golpeado el muslo! ¡Un moretón de aquí (lo señala) a la ingle!
(177)MATEA: ¡Concha con electrodos!
(178)ANA: (Regresa al baño para volverse a vestir.) ¡Mamá, maldecías por la mojigatería de tu madre, y ahora me estás haciendo la misma inquisición que te hacía ella!
(179)MATEA: Discúlpame… fue un reflejo condicionado… ¡Oh, Dios, qué vergüenza… hablé como presidente de Provida! Disculpa. ¿Y tu marido qué dijo?
(180)ANA: Nada, no estaba en casa. Encontré una tarjeta en la que anunciaba que se había ido a casa de su madre porque no se sentía bien.
(181)MATEA: Pero si no tuvieran madre, ¿cómo le harían para ponerse los cuernos?
(182)ANA: ¿Otra vez? ¡No seas malvada, mamá! ¡Estoy viviendo una tragedia! ¡Desde esta mañana no como…! ¡Es más, hazme un sandwichito que tengo hambre!
(183)MATEA: Está bien…

Va hacia la cocina y regresa casi inmediatamente trayendo un sandwich para Ana.

(184)ANA: Carlo y yo nos hemos visto varias veces… él está casado, pero lo hizo por obligación, porque su familia se lo impuso…
(185)MATEA: Estaba embarazada…
(186)ANA: (Maravillada, se asoma desde el baño.) Sí, ¿cómo lo supiste? ¿Los conoces?
(187)MATEA: No, es un clásico. Síguele.
(188)ANA: Entonces estaban muy jóvenes… dos chavos. Él nunca ha querido a su esposa… y ahora han llegado al punto en que cada uno se mueve sin tener necesidad de la excusa de que las madres siempre están mal. Siguen juntos sólo por los hijos. Tienen tres.

Vuelve a escena completamente vestida.

(189)MATEA: Claro que, para uno que se casó por la fuerza… hacer tres hijos… ¡quién sabe qué sacrificio!
(190)ANA: Son como hermano y hermana.
(191)MATEA: De manual. Aquí está tu sandwich… Anda, come.
(192)ANA: Gracias, mamá… Entonces, como él siempre me decía: “No tengo el valor de decírselo… ya no aguanto… te amo… ¡con ella parece que estoy en la cárcel!”, luego de haberlo pensado por días y días…
(193)MATEA: Disculpa, pero en todo este enjuague… ¿te olvidaste de tu marido? ¿Le has mencionado algo?
(194)ANA: No, pobrecito… ¿para qué lo molesto? Pensaba: apenas Carlo deje a la mujer, se lo digo a Piero…
(195)MATEA: ¿Piero? ¿Qué tu esposo no se llama Giovanni?
(196)ANA: Piero es un amiguísimo de mi esposo. Yo siempre le confío todo. Él me da los consejos.
(197)MATEA: ¿Y desde hace cuánto vas a la cama también con Piero?
(198)ANA: (Desesperada, con lágrimas en la garganta.) ¡Mamá, no te burles! ¡Estoy viviendo una tragedia!
(199)MATEA: De acuerdo, pero, ¿vas a la cama con Piero o no?
(200)ANA: (Dejando de llorar.) Sí, algunas veces… cuando estoy deprimida…
(201)MATEA: ¡Ya entendí… Piero, alias el Alka-Seltzer erótico! Síguele. Fuiste a casa de su mujer…
(202)ANA: Sí, y me presenté… (Deja el sandwich y llora.) Ay, mamá, fue terriiible… ¡Una humillación! ¡Maldito!
(203)MATEA: Anda, ánimo, cuéntamelo todo…
(204)ANA: No, no puedo contar nada… Escucha la grabación… ponte los audífonos, sólo la puedes oír así.
(205)MATEA: (Prepara la grabadora) ¡¿Grabaste el diálogo con la esposa?!
(206)ANA: ¡Sí, claro, para documentarlo!
(207)MATEA: ¡Ah! Espionaje competitivo…

Se pone los audífonos.

(208)ANA: Me presenté con un tubo de arquitecto bajo el brazo (toma del carro un tubo portaplanos), mira esto… y algunos folletos de una agencia turística (toma de la mesa una revista), nada más para hacer la finta. El micrófono se lo puse en la cima del tubo, de modo que se grabara bien su voz.
(209)MATEA: ¡Qué lista! (Pone a funcionar la grabadora.) La hija de una madre genio sólo puede ser genial. De hecho, la voz de la señora es perfecta… ¡la tuya es casi inexistente! Dime tú, ¿cómo le hago para entender el diálogo?
(210)ANA: Muy sencillo; si tú me repites lo que va diciendo la esposa, yo vuelvo a decir mis respuestas.
(211)MATEA: ¡Mira nada más, encima me toca hacer doblaje!

El Joven, que está trabajando en la mesa, se interrumpe y se acerca a las dos mujeres.

(212)JOVEN: ¡Oh, sí, sí… escuchemos esta representación! ¡Debe ser muy entretenida!
(213)ANA: (Da un grito.) ¡Oh, Dios, un hombre!
(214)MATEA: ¿Te asustas porque está vestido? No te preocupes… ya sabe todo de ti… es un colaborador muy discreto.
(215)ANA: Bueno, si es discreto…
(216)JOVEN: Pero no estoy de acuerdo con su madre… yo encuentro que usted, en sus locuras, expresa una fascinación extraordinaria… señora Ana…
Le besa la mano.

(217)ANA: Gracias…
(218)MATEA: (Aburrida.) ¿Nos casamos en casa? Sigamos.
(219)ANA: Comenzamos, mamá. Yo toco el timbre: me abre una señora entre treinta y treinta y cinco años en bata. Nota bien, él me la había descrito de tipo insignificante, anémica… y en cambio me encuentro enfrente a una especie de top model, estupenda, diez centímetros más alta que yo… con dos ojos espléndidos… haz de cuenta Robert Redford con peluca de mujer y aretes… quien gentilmente me dice… mamá, te toca…
(220)MATEA: (Pone a funcionar la grabadora.) Ah, sí… Buenos días, ¿qué desea?
(221)ANA: Quisiera hablarle…
(222)MATEA: (Repite a duras penas las palabras grabadas.) Si es para la beneficencia, le advierto que ya cooperamos.
(223)ANA: Pero lee mejor, mamá… así me desanimas…
(224)MATEA: ¡Ya quiero verte con esa voz que te habla al oído! ¿Crees que es fácil…? Deja al menos que me acostumbre, ¿no? (Continúa.) Lo siento pero ya cooperamos.
(225)ANA: No, señora, disculpe… se trata de algo muy particular…
(226)MATEA: Ah… usted es de la agencia de viajes… no había visto los folletos… Trajo los boletos… Pero no se hubiera molestado… hay mucho tiempo, ¡mi marido y yo no salimos sino hasta el jueves!
(227)ANA: ¿Parte? ¿Con quién?
(228)MATEA: ¡Con Carlo, mi esposo!
(229)ANA: ¡Pero él debía partir conmigo!
(230)MATEA: ¡No, Carlo, mi esposo, sólo parte conmigo!
(231)ANA: Disculpe, me da vueltas la cabeza…

El Joven sostiene a Ana y luego la hace que se siente.

(232)MATEA: ¡Ah, otra vez! (Ríe.) Ja, ja, ja… (Para sí.) ¡Ésta también ríe! (Vuelve a doblar.) ¡Otra más…! Mira, mi marido me quiere mucho, estamos muy bien juntos… nos queremos mucho… tenemos un gran establecimiento sexual… Pero este bendito señor tiene la mala costumbre de comprometerse fuera de casa. Él es un bígamo natural… no puedo hacer nada… necesita aventuras, pasiones gratificantes… yo lo dejo hacer… porque al final regresa siempre conmigo. Y cada vez que se cansa de la novia en turno, como para cambiar de página, me propone un viaje… ¡y nos vamos! ¿Sabe que hemos recorrido casi todos los cinco continentes? (Se quita el audífono.) ¡Ésta es la pérfida Alexis!
(233)ANA: ¡Qué oso… qué humillación…! ¡Cerdo asqueroso, mentiroso! ¡Tres hijos! ¡Rata! Mamá, ayúdame tú… Dime tú, ¿qué hago?
(234)MATEA: (Luego de un momento de silencio, tranquila.) No hago más que escuchar, a cada rato, historias de mujeres, todas iguales… comprendida la mía. ¡Un poco de imaginación, por Dios! ¿Pero es posible que una caiga siempre? ¿Es posible que sólo nos desesperemos cuando nos quitan a nuestros hombres, pero que no la pensemos ni un minuto cuando decidimos hacerlo con el marido de otra?
(235)ANA: Pero yo no sabía que estuviera casado…
(236)MATEA: ¿Qué, a poco si lo hubieras sabido…? Ya te estoy viendo: “¡Ah, no, señor doctor, usted está casado, váyase de aquí!”
(237)ANA: (Molesta.) ¡Pero mamá… a fin de cuentas… yo me enamoré!
(238)MATEA: ¡Mírenla! ¡En nombre de la pasión que nos arrastra no miremos a la cara de nada ni de nadie! “¿Qué puedo hacer? ¡Es un amor irresistible!” Cuando nos atañe, el amor tiene siempre dos M… ¡e irresistible cuatro R! El de las otras no tiene ni M ni R… sólo un susurro de P y S… como pinche estrujamuslos. Llevamos a cabo trampas y maldades todos los días… contra las demás mujeres… Qué digo “mujeres”… Las otras son sólo las de allá… ¡y las putas! Y luego se jacta una de la solidaridad… ¡de la hermandad! ¿Pero cuál? Somos hermanas, todas unidas en los grandes momentos históricos… aborto… divorcio… o después de los cincuenta años… pero en la vida de todos los días somos una hienas… bueno, no, las hienas de vez en cuando descansan… ¡nosotras somos infatigables! ¿Sabes qué te digo…? Y lo digo con cierto disgusto… en tantos años de vida… de experiencias personales y de mujeres que conozco… me ha surgido una gran sospecha… Está bien la competencia… la precariedad… pero tengo la sospecha de que en ciertas situaciones la peor enemiga de la mujer… es la propia mujer.
(239)ANA: Te estás poniendo un poco pesada.
(240)MATEA: Según el sapo es la pedrada; sólo puedo ser pesadísima. Y te diré algo más: me vale madres tu tragedia de telenovela de Televisa.
(241)ANA: ¡Ah, ahora hasta de Televisa!
(242)MATEA: Sí, son las más chafas: Canal 2… siempre lloran. Tengo que hacer. Estoy firmando un contrato millonario… debo grabar mi despertar “Buenos días, amor” personalizado…
(243)ANA: ¡Ah, claro! ¡Encontré un muy buen apoyo…! ¡Yo estoy hecha un completo desmadre y a ella, mi madre, le vale, me arroja a una telenovela de Televisa… me trata como a una puta histérica y no le importa un cacahuate si me siento mal, porque ella debe lanzar el despertar “Buenos días, amor” personalizado! ¡Mamá, yo soy tu hija!
(244)MATEA: (Le extiende una mano, como si se presentara.) ¡Mucho gusto, señorita! (Muy seria.) ¡Eres mi hija sólo cuando te conviene! Soy la mamá “por horas”… perdón, la mamá por minutos. (Fría, pero sin enfatizar.) Ya que estamos en un día de grandes verdades, ¿decimos otra? ¡A ti nunca te ha importado nada tu mamá, nada! Me esforcé un poco, pero ya entendí… Y, a este punto, a la mamá no le importa nada su hijita.
(245)JOVEN: Ahora me parece que…
(246)MATEA: ¡Tú a tu lugar y callado! (De nuevo a Ana.) Pienso que traje al mundo a un individuo de tercera categoría… pésimo… Siempre has hecho lo que te ha pasado por la cabeza… y siempre equivocándote… ¡y aquí la culpa es realmente mía, que en nombre de una falsa libertad, no te di unas buenas nalgadas como merecías…! Embarazada a los quince años… con aborto anexo: ¡el primero! Convencida de ser no sé qué tan inteligente, culta, por esa madre de título de estudios que sacaste… Y en cambio eres ignorante como una burra… Te recibiste en cretinología comparada… ¿Y sabes por qué? Porque te faltan sentimientos. No te conozco un solo gesto de generosidad… No tienes interés por nada más que por tu cuerpecito, tu celulitis… las arruguitas… sólo te interesa dar la vuelta desde el día hasta la noche parloteando y diciendo pendejadas… “firmada” de la cabeza a los pies… cogiendo a diestra y siniestra… sin discernimiento ni moral… convencida sobre todo de que eres una mujer liberada… No, no, querida, tú no eres una mujer liberada… cuando mucho eres una mujer disponible… cogible. La liberación de la mujer es otra cosa totalmente distinta.
(247)JOVEN: (Abraza a Ana. Dirigiéndose a Matea.) ¡Basta ya… estás exagerando!
(248)ANA: (Turbada.) ¿Pero qué está sucediendo, mamá… oh, Dios… qué está pasando en nuestra casa?
(249)MATEA: ¿Nuestra casa…? ¿Tenemos todavía algo en común?
(250)ANA: ¿Crees que porque eres mi madre puedes insultarme así…? ¡¿Tú…?! ¿Yo soy cogible… disponible…? ¡Oigan de qué pulpito viene el sermón! ¿Qué te crees, que me he olvidado de tus historias?
(251)MATEA: (Sinceramente maravillada.) ¿Pero de qué hablas?
(252)ANA: ¡De tus pleitos de infierno con mi padre! Tú nunca entendiste a ese pobre hombre… ¡En toda tu vida no hiciste otra cosa que crearle sentimientos de culpa… escenitas… dramas! Él te amaba… tú no… tú no amas a nadie. Y luego te admiras de que tu esposo te deje… y se junte con otra para siempre.
(253)MATEA: (Muy segura de sí.) “¡Para siempre!” ¡No digas pendejadas! Él vuelve… siempre ha vuelto, y volverá… (Pausa. Cambia espontáneamente de tono.) ¿Qué quieres decir con “para siempre”?
(254)ANA: Se va a casar, mamá… tuvo un hijo. (Matea se queda inmóvil por un momento, luego da la espalda a Ana y al público, da algunos pasos. Ana se le acerca, intenta abrazarla, pero Matea la detiene con un gesto.) Discúlpame, mamá… quería decírtelo… pero no así… Es que no pude controlarme… se me salió… Discúlpame, mamá…
(255)MATEA: Vete.
(256)ANA: ¿Qué, me echas? Mamá… ¿de veras ya no me quieres?
(257)JOVEN: (Se acerca a Ana.) Claro que te quiere… es uno de esos momentos… pero luego pasa… (A Matea.) ¿Verdad que pasa… verdad que quieres a tu hija?
(258)MATEA: (Sin convicción.) Sí, sí, claro… Discúlpame… (Retoma el dominio de sí.) ¡Caray, cuántas idioteces dije en tan poco tiempo! Hiciste muy bien, hija mía, en ponerme en mi lugar… en contestarme como me contestaste… me lo merecía. Discúlpame. (Habla de prisa como si se saliera de sus casillas, enciende y apaga un cigarro tras otro; está por derrumbarse.) Y no pienses que me molestaste en lo más mínimo al venirme a contar que mi esposo se va a casar y que va a tener un hijo… Es más, te diré que estoy muy contenta… ¡estoy muy contenta…! Lo veía tan mal, tan disperso… una chava tras otra… ¡Finalmente se ha casado! ¡Estoy contenta…! Ya no tengo sentimientos de culpa por haber arruinado la familia… ¡Finalmente estoy libre! Soy una mujer de éxito… me estoy realizando… Finalmente me encuentro sola, ¡rica y sola…! ¡Sola conmigo misma! (Cambia de tono, irónica.) Por eso me dan ganas de vomitar.
(259)ANA: Ya viste; se está burlando una vez más.
(260)MATEA: No, no… es el gusto por el teatro… No te preocupes, chiquita… vete a casa… y tranquilízate: estoy feliz.
(261)JOVEN: (A Ana.) Sí, es cierto… Yo la conozco… está feliz… Tranquilízate… (Sostiene a Ana, que solloza) Ven, te acompaño a casa… No llores, querida… no llores… ¿Dónde está tu esposo?

Salen. Apenas salen Ana y el Joven, Matea se queda inmóvil por un momento, no logra detener unas silenciosas lágrimas. Enciende otro cigarro, le da dos fumadas y lo apaga. Llena de desesperación toma de la mesa un control remoto que dirige hacia la pared del fondo, la que inmediatamente se abre: aparece un enorme sofá móvil, lleno de aparejos electrónicos, el cuál llega a primer plano, al centro de la escena. Matea se sume dentro de él y lo pone a funcionar: música, luces difusas que se encienden, pequeños resplandores, mientras una acariciante voz varonil dice:

(262)VOZ DE HOMBRE: Oh, querida… ¿dónde estuviste este rato…? ¡Me hiciste tanta falta! Ven a que te abrace… sumérgete en mí… Espléndida criatura… te amo… déjate hacer… No pienses en nada… en nada.

Se apagan lentamente las luces.





LOS FABULOSOS. SERGIO MAGAÑA.








LOS FABULOSOS

SERGIO MAGAÑA

(El Unicornio solicita ayuda de la Quimera para encontrar la raíz de la Mandrágora.)
 UNICORNIO: ¡Eh, tú, detente, y ayúdame a manejar un poco el azadón!
QUIMERA: ¿Es a mí a quien te diriges?
UNICORNIO: Precisamente es a ti, y si me ayudas a manejar el azadón, es posible que participes de los beneficios del encuentro.
QUIMERA: Pero, ¿y cómo? ¿Te diriges a mí? ¿No sabes acaso que yo no existo? ¿Me has visto alguna vez?
UNICORNIO: Eso no tiene importancia. Contesta sólo si puedes ayudarme o no. Ya me miras cansado y con mi hermoso cuerno lleno de barro, aun astillado; daño que me ha venido al pretender usarlo para remover la tierra de este campo.
QUIMERA: Te ayudaré, con un suspiro, porque debes saber que yo no existo. ¡Soy una Quimera! Animal fabuloso no clasificado en ninguna Zoología.
UNICORNIO ¿Y qué quieres? ¿Que me asombre? Yo soy Unicornio y tampoco me han registrado jamás, ni nadie me ha visto como no sean los ignorantes hombres de la edad media.
QUIMERA: Entonces tú, igual que yo, no existes... y si no existes es un absurdo que me estés hablando y solicitando ayuda. No veo por qué, un ente inexistente deba distraerme y aún exigirme le ayude a cavar. ¡Sin duda me pedirá después una sonrisa!
UNICORNIO: ¿Una sonrisa tuya, Quimera? Ni aún a riesgo de perder mi cuerno la solicitaré. Cuando sonríes echas llamaradas por tu cabeza de león y tu barriga de cabra se arruga mientras tu cola de dragón se yergue. ¿Vas a llorar?
QUIMERA. No me toques... eres un ser sin entrañas. Acabas de describirme sin ninguna cortesía y de tan horrible manera que nadie querría invitarme ni siquiera un trago.
UNICORNIO: ¿Acaso eres borracha?
QUIMERA: Imagínate, he contraído el vicio de la bebida, empujada tal vez por mi soledad, sin tener nunca a un Quimero o cosa parecida. Cuando era joven soñaba con él y solía peinarme en el espejo de los lagos. Dame un tabaco.
UNICORNIO: ¡Ajá! ¿También fumas?
QUIMERA. Claro, por culpa también de mi soledad.
UNICORNIO: Pues aquí no hay tabaco. Y además con el fuego de tus fauces podrías provocar un incendio.
QUIMERA: ¡Oh, no! ¡Es fuego fatuo! En fin…por ser tan agradable tu manera de ser, te ayudaré si puedo.
UNICORNIO: Puedes. Usa tus garras para cavar el terreno.
QUIMERA: ¿Mis garras? ¿No las ves? ¡Son de terciopelo!
UNICORNIO: Luego es cierto. Pobrecilla. Entonces lárgate de aquí si de nada me sirves.
QUIMERA: Por eso te digo que no existo. Aunque si tuvieras un trago...
UNICORNIO: Déjame en paz. Estoy escarbando con la intención de hallar la raíz de la Mandrágora. Dicen que en cuanto la coma existiré realmente y gozaré de los privilegios de la tierra.
QUIMERA: Siendo así no me voy. Déjame esperar tus resultados y si me lo permites, de la raíz tomaré también un pedacito. ¡Quiero vivir y existir! Estoy cansada de charlar con puros animales fabulosos. La Hidra de Lerna me tiene harta, el León de Nemea me cansa. La Salamandra es una histérica, el Basilisco no hace más que llorar y la Hidra Verde es un miserable gusano terrestre cuyo hermoso nombre, correspondiente a tan mísero ser, nos ha puesto a todos en ridículo.
UNICORNIO: Siéntate pues, y no eches fuego, no sea que me asuste mientras escarbo.