31/12/14

El mundo ha vivido equivocado. Roberto Fontanarrosa.





El mundo ha vivido equivocado

Roberto Fontanarrosa


Hugo:- ¿Sabés cómo sería un día perfecto?...
suponete... que vos vas de viaje y llegás, ponele, a
una isla del Caribe. Qué se yo, Martinica, ponele,
Barbados, no se... Saint Thomas.
Pipo:- ¿Martinica es una isla?
H:- Si. Creo que sí. Martinica. La Isla de Martinica...
Llegás a la isla... sólo, ¿viste? Tenés que estar un
día, ponele. Un par de días. Entonces vos, llegás al
hotel, un hotel de la gran puta, cinco estrellas, subís a
la habitación, dejás las cosas y bajás a la cafetería a
tomar algo. Es de mañana, vos llegás en un avión
bien temprano, entonces es media mañana. Bajás a
tomar algo.
P:- Un jugo.
H:- Un jugo. Un jugo de tamarindo, de piña.
P:- De guayaba, de guayaba.
H:- De guayaba, de esas frutas raras que trienen por
ahí. Calor. Hace calor. Vos bajás, pantaloncito blanco
livianón. Camisita. Zapatillitas.
P:- Deportivo.
H:- Deportivo.
P:- Tipo tenis.
H:- No. No. Ojo, pantaloncito blanco, pero largo, ¿eh?
No short. No. Largo. Livianón. Bajás... poca gente.
Música suave. Cafetería amplia. Te sentás a la mesa
y... se ve el mar ¿no? Se ve el mar. El hotel tiene su
playa privada, como corresponde. Poca gente. Poca
gente. No mucha gente. No es temporada. Porque
tampoco vos vas de turismo. Vos vas por laburo. Una
cosa así.
P:- Claro.
H:- Entonces ahí... a un par de mesas de la mesa
tuya: una mina, sentadita. Desayunando.
P:- Sola.
H:- Sola... o con un macho. Mejor con un macho
¿viste? Pero la mina te juna. Te marca. No
alevosamente, pero, registra. La mina, muy buena,
alta rubia, ojos verdes, tipo Jaquelín Bisset.
P:- Me gusta.
H:- La mina, poca bola. Marca de vez en cuando, pero
poca bola.
P:- Jaquelín Bisset no es rubia.
H:- ¿No es rubia? ¿Qué es? Castaña.
P:- Si, castaña, castañona.
H:- Bueno... pero ésta es rubia. Remerita azul,
pantaloncitos blancos. Cruzada de gambas, fumando.
Hablando con el tipo, recostada en el respaldo del
silloncito. Esos silloncitos de caña.
P:- ¿Silloncitos de caña? ¿En una cafetería?
H:- Bueno, no. Uno de esos comunes. O como estos
(pega dos tincazos en el respaldo de su silla) Pero con
apoyabrazos, ¿me entendés? Porque la mina está
estirada, así, para atrás, medio alejada de la mesa.
Mirando al tipo, cruzada de gambas. O sea, queda de
perfil a vos, Pero... ¿qué pasa?
P:- ¿Qué pasa?
H:- La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo
chamuya algunas boludeces y la mina hace así con la
cabeza... pero se nota que se hincha las pelotas.
P:- Y claro, loco...
H:- Entonces, entonces... Vos empezás a hacerte el
bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a
junar una mina y no podés dejar de mirarla? ¿Y que
entrás a pensar "Mamita, si te agarro"? Vos te
empezás a hacer el bocho. Claro, te hacés el boludo...
P:- Porque está el macho.
H:- No. Pero el macho no calienta. Porque está de
espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo
por si la mina mira. Cosa que no vaya a ser cosa que
mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le
hagas una inclinación on la cabeza...
P:- O que se te esté cayendo un hilo de baba sobre la
mesa.
H:- Claro, claro. No. No. Vos, atento, atento, pero
digno. Tipo Mitchum. Tipo Ribert Mitchum.
P:- Bogart, loco. Vamos a los clásicos.
H:- Si, Una cosa así. Fumando, el hombre. Medio
entrecerrados los sojos por el humo del faso. Un duro.
P:- Si. A esa altura yo ya estaría duro.
H:- También, también. Pero con dignidad. Porque por
ahí te tenés que levantar y tenés que salir encorbado
como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la
mierda el encanto. Cagó el atraque. No. Vos, en la
tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima
de las pajitas esas, de colores...
P:- Los sorbetes.
H:- Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en
cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que
balancea lentamente la piernita y a vos...
P:- A vos te corre un sudor helado desde la nuca.
H:- Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los
gluteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste?
como a los sapos. Que se les hincha la garganta.
P:- Lindo espectáculo para la mina si te mira.
H:- No, pero eso te parece a vos desde adentto. No.
Vos un duque. Un duque. Y... ¿viste? ¿Viste cuando
vos decís "viejo, si esta mina me da bola yo me
muero. Me caigo al piso redondo", y que medio
agradecés que la mina esté con un macho porque te
saca de encima el compromiso de tener que
atracártela? Pero por el otro lado vos decís "¿Cómo
carajo no me la voy a tirar, si esta mina es un avión,
un avión"? ¿Viste?
P:- Típico.
H:- Pero vos, claro, perdedor nato, también pensás:
"Esta mina ni en pedo me puede dar bola a mí".
Porque es una mina de esas de James Bond, de esas
bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos,
todo el hotel es de las películas, con piletas piscinas,
parques palmeras, cocoteros, playas privadas.
P:- Catamaranes.
H:- Surf. Grones, Confitería con pianista, negro,
también. Una cosa de locos. Entonces vos decís:
"Esta mina no me puede dar bola en la puta vida de
Dios". Pero, pero...
P:- Al frente.
H:- ¡Al frente! Al frente... y por ahí, por ahí... el tipo se
levanta.
P:- El tipo que está con la mina.
H:- El tipo que está con la mina se levanta y se pira.
Le da un besito en la boca corto, y se pira. A vos,
medio que se te estruja el corazón porque pensás: "Si
el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay
duda"... porque uno siempre al principio tiene esa
esperanza. "Puede ser el hermano", piensa, "un
amigo", qué se yo...
P:- Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas.
H:- Claro, claro. Pero cuando el tipo le zampa el beso
en la trucha ya ahí medio que se te acaban las
posibilidades... aunque viste como son los yanquis, se
besan por cualquier cosa. Ahí viene la mina, t da un
chupón y es cosa de todo los días.
P:- ¿Sí?
H:- Sí. Buenos, bueno. La cuestión es que la mina se
ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y
la rubia está en la mesa mirando el mar. Balancendo
la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el
ataque ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena,
para colmo.
P:- ¡Qué te parece!
H:- Claro. Primero vos esperás. Te hacés el sota y
esperás. Porque en una de esas vuelve el dorima. O
el tipo ese que estaba con ella y es un quilombo.
Entonces vos te quedás en el molde. Y te empieza a
laburar el marote de que si te vas y te sentás con ella
¿Qué carajo le decís?
P:- Y además la mina habla en inglés.
H:- No se. No se. Eso no se.
P:- ¿La mina no es norteamericana?
H:- No se porque vos no la escuchás. Vos la viste que
está ahí chamuyando con el tipo pero no sabés en
que habla.
P:- Y... si habla en inglés te caga.
H:- Si, si... pero, esperá.
P:- Bah. Si habla en inglés, o en francés o en ruso, te
caga.
H:- Para, pará
P:- Porque nosotros acá porque manejamos el verso,
pero si te agarra una mina que no hable castellano.
H:- Oíme, boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo
de la mina? La mina puede ser francesa, por ejemplo
y saber un poco de castellano.
P:- O española. La mina es española.
H:- ¡No! Española no. Dejame de joder con las
españolas.
P:- ¿Porqué no?
H:- Las españolas son horribles. Tienen unos pelos
así en las piernas.
P:- Sí, mirá la Cantudo.
H:- No, no... dejame de joder con la Cantudo. La mina
es una francesa tipo, tipo...
P:- ¿Porqué no la Cantudo?
H:- Tipo... ¿Cómo se llama esta mina?
P:- Romy Scheneider.
H:- No, no. Esa mina...
P:- A mí dejame con la Cantudo y sabés...
H:- ¡No rampás las bolas con la Cantudo! ¿Cómo se 
llama esta mina? Mirá, el día que vos me vengas con
tu día perfecto, muy bien, que la mina sea la Cantudo.
Pero yo estoy contando mi día. Además esta mina es
rubia.
P:- Bueno. La próxima vez que me cuentes tu día
perfecto, vos quedate con tu rubia. Pero que la rubia
esté con la Cantudo y salimos los cuatro. Así...
H:- Está bien, está bien... . ¡Catherine Deneuve!.
Catherine Deneuve. Un tipo así.
P:- Claro. Es muy rubia.
H:- De ese tipo. De cara medio angulosa Y con esa
voz así... profunda.
P:- Oíme, si no la escuchaste hablar. Decías...
H:- La mina es francesa, pero habla castellano porque
ha vivido en el Perú. ¿Viste que los franceses viajan
mucho a Perú?
P:- ¿Sí?
H:- Claro. Porque esta mina es una mina del jet-set.
Una arqueóloga o algo así, que viaja por todo el
mundo.
P:- Una cosmetóloga.
H:- O dirige una línea internacional de cosmética. Una
línea suiza de cosmética. O diseña moda. Habla
varios idiomas. Y entonces habla castellano con un
acento francés, arrastra las erres...
P:- Como el dueño del hotel donde para Patoruzú.
H:- Eso. Y tiene una voz profunda. Medio áspera.
Como Ornela Vanoni.
P:- Ajá, ajá. Me gusta.
H:- La cuestón es que la mina se quedó sola en la
mesa, fumando.
P:- Los puchos son Gitanes .
H:- Claro. Los puchos son Gitanes y tiene ¿viste?
atado a una de las manijas del bolso, un pañuelo de
seda. Fucsia. Bueno. Ahí, la mina se para. Se da
vuelta. Y te mira.
P:- ¡Mierda!
H:- Te mira ¿viste? Te mira un momentito, pero no es
una mirada de refilón. Una mirada de interés.
Profunda.
P:- Ahí te acabás.
H:- No... vos, un hielo. Le mantenés la mirada. Serio.
Sin un gesto. Como diciendo: "¿Qué te pasa, cariño?"
Sostenés la mirada hasta que la mina se da vuelta y
se manda para la playa. con el bolso al hombro. Y...
¿viste cuando las minas se dan cuenta que las están
junando, y entonces caminan remarcando más el
balanceo?... ¿así? La mina se va para la playa
despacito. Matadora. Claro. Vos estás paralizado en la
silla, tenés la boca seca y si te mandás un trago del,
jugo te parece que tragás papel picado. Cualquier
cosa, parece. Te zumban los oídos.
P:- Te sale sangre por la nariz.
H:- No. No. Porque ya te recuperaste. Ya te
recuperaste. Y ya empezás a sentir ¿viste? Esa
sensación, esa sensación, ese olfato, esa cosa... de la
cacería. ¿no? Para colmo, para colmo... la mina llega
al ventanal, todo vidriado. Porque la parte de la
cafetería que da al mar es puro vidrio. Entonces,
cuando la mina llega a la parte de la puerta donde ya
sale a la parte de la playa, que hay una explanada y
después está la arena, se para. Se para en la puerta¿viste? 
Como deslumbrada por el sol. Y mira para
todos lados. Busca algo dentro del bolso con un gesto
de fastidio...
P:- Los lentes negros.
H:- Algo así. Lo que pasa es que la mina está
aburrida. Y en eso, antes de salir ya del todo, gira un
poco. Y te vuelve a mirar...
P:- Ahh... jajajá...
H:- ¿Viste cuando de golpe una mina te mira y vos no
sabés...?
P:- Si. Si te mira a vos o a alguien de atrás.
H:- Claro, claro, eso. Que vos te das vuelta para ver si
atrás no hay otro tipo, qué se yo, para asegurarte.
P:- Si, si.
H:- Pero no. La mina te vuelve a mirar a vos. Ya no
tan largo, pero...
P:- Está con vos.
H:- Está con vos.
P:- La mina siempre seria.
H:- Ah, sí. Sí. Seria. Juna, pero ni una sonrisa. Los
ojitos, nada más. No se regala. Digamos...
P:- Insinúa.
H:- Eso. Insinúa... Entonces vos, llamás al mozo
¿viste? "Mozo" ... no te sale ni la voz. Tenés la
garganta seca. "Mozo" Firmás tu cuenta y ahí nomás
te mandás para la habitación. A los pedos.
P:- A la habitación.
H:- Claro. Porque vos ya viste que la mina se fue para
la playa. O sea, la tenés ubicada y un poco la
seguridad de que la mina se va a quedar ahí.
Entonces vas a la habitación y te ponés la malla,
cazás una toalla. Una revista...
P:- Ah. Eso si. Imprescidible. Un libro...
H:- Si. Si, si. Un libro, una revista, cualquier cosa, para
llevar debajo de brazo y salís rajando para la playa
cosa de que no vaya a aparecer algún otro y te
primerée. Bajás y te mandás a la playa. Como
siempre pasa, la primera ojeda que das, no la ves.
Ahjí te puteás, decís: "¿Para qué mierda me fui arriba
a cambiar"? Y te desesperás. Pero por ahí ves que
viene caminando, entre alguna gente que hay,
tomando una coca-cola que ha ido a comprar. La mina
te ve, pero se hace la sota. Se tira por ahí, en una
lona. No, en una de esas reposeras y se pone a tomar
sol. Medio se apoliya.
P:- Ahí te cagó.
H:- No. bueno. Al fin te la atracás.
P:- Ah no. ¡Qué piola! Así cualquiera. es como en
esas películas donde un tipo dice: "me voy a atracar
esa mina" y después aparece con la mina, charlando
lo más piola, encamado. Y no te dicen cómo el tipo se
la atracó. Que es la parte jodida.
H:- Bueno. Pará, pará. Vos te quedás vigilando. ves,
por ejemplo que no hay ningún peligro cercano.
Ningún tipo, ningún tuburonazo, como vos que ande
rondando. O algún tipo con su mujer que vicha. Los
yanquis, los ingleses por ahí ven una mina que es una
bestia increible y no se les mueve un pelo. Ni se dan
vuelta. No dan bola. No son latinos. Entonces vos ves
que no hay peligro cercano y planeás la cosa. Vos
tenés una situación provilegiada. estás solo. Tenés
tiempo. Tenés guita...
P:- No como acá.
H:- Claro. Además ahí no te juna nadie. No hay 
quemo posible. Entonces por ahí te vas un poco al
mar, nadás, hacés la plancha. Y cuando volvés, ves
que la mina está leyendo. En la reposera, pero
leyendo. Entonces vos, desde tu pueto de vigilancia,
ni muy cerca, ni muy lejos, te ponés también a leer.
Por ahí te dan ganas, ¿viste?... de largar todo a la
mierda, cazar un bote, alquilar un catamarán y
disfrutar un poco en lugar de andar sufriendo por una
mina por ahí.. Pero claro, cuando la mirás y por ahí le
ves mover una piernita...
P:- Venís muerto.
H:- Lógico. En eso la ,mina se levanta y se va para un
barcito que hay en la playa, muy bacán. Ese es el
momento, es el momento... lo que vos me pedías que
te explicara.
P:- Claro. Porque si no es muy fácil.
H:- Vos vas y te sentás al lao. Ya sin hacerte tanto el
boludo, ya, ya en la lucha, y ahí vas a los bifes. Le
preguntás, por ejemplo : "¿Usted es norteamericana?"
En un tono monocorde. Casi, digamos, periodístico.
Sin sonrisitas ni nada de eso. Ahí la mina te mira un
momento, fijamente y es cuando...
P:- Te cagás en las patas.
H:- ¡Claro! ¡Claro! Porque ese es el momento crucial.
Ahí se juega el destino del país. Si la mina se hace la
sota y mira para otro lado. O si dice "si" caza el vaso y
se va a la mierda, perdiste. Perdiste completamente.
Pero no. La mina te mira, dice "si". "Si ¿porqué?" Y se
sonríe.
P:- ¡Papito!
H:- ¡Papito! ¡Vamos Argentina todavía! ¡Se viene
abajo el estadio! ¿Viste esas minas que son serias,
que no se ríen ni de casualidad, pero que por ahí se
sonríen y es como si tuviesen un fluorescente en la
boca? ¿Que vos no sabés de dónde sacan tantos
dientes? una cosa...
P:- Como farrah Fawcett.
H:- Si. Que es una particularidad de las modelos.
estás serias, de golpe le dicxen "sonreí" y ¡plin!
encienden una sonrisa de puta madre que no sabés
de dónde la sacan... Bueno, la mina te mira, te dice
"Si ¿porqué"? y..
P:- Te da el pie.
H:- Claro. Te da el pie para colmo. Entonces vos decís
"permiso" , el barrio es el barrio, y te sentás en el
taburete de al lado y entrás al chamuyo...
P:- Muy facilongo lo veo.
H:- Lo que pasa es que mina está con vos. Está con
vos. La mina ya tiene decidido que te va a dar bola.
No va a andar havçciendo las boludeces de hacerse la
estrecha o esas cosas. Es una mina que está en el
gran muindo internacional ny sabe lo que quiere. La
mina va a los bifes. No se regala, pero va a los bifes.
Si le gusta un tipo le da pèlota de entrada y a otra
cosa.
P:- Eso es cierto. Esas minas son así.
H:- Entonces vos empezás el chamuyo. ya tranquilo.
Ya gozando la cosa, porque sabés que la cosa viene
bien, ya estás en ganador. garpás los tragos, tirás
unas rupias sobre el mostrador al grone y te vas con
la mina para las reposeras. Y vos ves que los tipos te
junan como diciendo "hijo de puta, se levantó el aviónese". 
Pero vos, un duque, fumás, te hacés el sota y la
ves caminar a la mina delante tuyo...
P:- Bueno... el peor momento ya ha pasado.
H:- En fin. Entonces escuchame cómo es la milonga,
la milonga del día perfecto: Un poco de natación, el
mar, las olas, te alquilas un catamarán... y a eso de
las seis o siete de la tarde, te mandás al bar y te das
algún trago largo...
P:- Un ron Barbados.
H:- Fijate, fijate... preferiría mejor un gin-tonic. Un gin-
tonic.
P:- Loco, eso pedilo es Mombasa. En algún boliche de
esos. Pero no te pidás un gin-tonic en un lugar así.
Con esa mina...
H:- Grave error. Grave error. ¿Qué tomaban los tipos
que aparecen en la novela de hemingway, de esas en
el Caribe, Islas en el Golfo, por ejemplo.
P:- Bacardí.
H:- Bacardí ¡Y gin-tonic! Gin-tonic, mi amigo. Pero la
cosa no es esa. No es que pidas tal o cual trago. La
cosa es que no vayas a pedir algo que te tire a la lona.
tenés que pedir algo que más o menos sepas que te
la aguantás. Mirá si todavía que ya tenés la mina en
casa te levantás un pedo que flameás o te
descomponés y después andás con diarrea, te cagás
ahí en el lobby del hotel.
P:- Vomitás.
H:- Vomitás. Le vomitás las pilchas a la mina. Un
asco, un asco. No, no. Un gin-tonic y la mina pide una
cosa así. Ahí charlás un ratito. La mina muy piola. Muy
bien. Muy agradable. Simpática.
P:- Muy bien la mina.
H:- Si, si. Una mina de unos 26 o 27 años. No una
pendeja. Casadwa. Bien en su matrimonio. Bien. Que
sabe lo que está haciendo. La mina quiere pasar bien
esa noche y a otra cosa.
P:- Claro.
H:- Claro. Ninguna complicación. No es de las que te
van a hacer un quilombo al día siguiente ni nada de
eso. La mina sabe cómo son estas cosas.
P:- No. No se te va a venir a la Argentina tampoco.
H:- ¡Nooo! ¡No! No es de esas que agarran el teléfono
y te dicen "arribo a Fisherton mañana" Y se te arma tal
despelote. No es nada de eso. Entonces...
P:- Entonces.
H:- Entonces te vas con la mina a la habitación del
hotel.
P:- ¿A la tuya o a la de la mina?
H:- A cualquiera. No mejor le decís a la mina que vaya
a su habitación y vos te vas a la tuya y te das una
buena ducha.
P:- Te sacás toda la arena.
H:- Claro, te sacás la arena. Los moluscos que se te
hayan quedao pegados. Y te vas a la pieza de ella... y
bueno ahí viejo, ¿para qué te cuento? te echas 20, 25
polvos. Cualquier cosa.
P:- ¿Veinticinco, che?
H:- Bueno... dejame lugar para la fantasía. Bah... te
echas 5, 6. De esas cosas que ya los dos últimos la
mina te tiene que hacer respiración boca a boca
porque vos estás al borde del infarto..
P:- Si. Que ya lo hacés de vicioso.
H:- Hay un país detrás tuyo. No es joda.
P:- Muy lindo, che. Muy lindo.
H:- No. No. No. Ahora biene lo interesante. Porque yo
te digo una cosa. Te digo una cosa... eh... Pipo. Te
digo una cosa Pipo: el mundo ha vivido equivocado. El
mundo ha vivido equivocado. Yo no sé porque cárajo
en todas las películas el tipo, para atracarse la mina,
primero la invita a cenar. La lleva a morfar, aun lugar
muy elegante, de esos con candelabros, con
violinistas. Y morfan como leones, pavo, pato, ciervo,
le dan groso al champan... Yo Pipi, yo, si hago eso...
¡me agrarra un apoliyo! Un apoliyo me agarra, que la
mina después me tiene que llevar dormido a mi casa y
tirarme ahí en el pasillo. O si no me apoliyo me
agrarra una pesadez, un dolor de balero. Eructo.
P:- Y eso no colabora.
H:- No. Eso no colabora. Por eso te digo. El mundo ha
vivido equivocado. Yo no sé como haían los galanes
esos de cine que se iban a encamar después de
comer.
P- Es la magia del cinematógrafo, Hugo. Hay que
admitirlo.
H:- Pero en este día perfecto que te digo yo, vos
terminás de echarte los 15 polvos con la rubia, te
levantás echo un duque. Te pegás una flor de ducha ,
coa de quitarte de encima los residuos del pecado y
¿qué pasa? Tenés un hambre de la puta madre que lo
parió. ¡Loco! No comés desde el desayuno que
picaste alguna boludez. Y después no almorzaste
porque el tipo que está de cacería no puede permitirse
andar con sueño y hecho un pelotudo.. Entonces,
entonces... imaginate bien, eh. Prestá atención Te
empilchás livianito. La mina también. Ya es de noche.
Está fresquito. No hay el calor puto que suele haber
acá. Ahí refresca de noche. Vos como un duque pedí
el morfi a la habitación ¡Imaginate vos! ... vos ahí te
sentís Gardel. Acabás de encamarte con una mina de
novela. Estás en un lugar de puta madre, tenés un
hambre de lobo... entonces te hacés traer un vino
blanco helado, pero bien helado de esos que duelen
acá.
P:- Ahí es cuando uno se empieza a reír de cualquier
pavada.
H:- ¡Eso! ¡Claro! que te reís de cualquier cosa... y ahí
te vas al sobre con la rubia ya sin ningún apetito de
ningún tipo, sólo a disfrutar de la catrera. Te vas
hundiendo en el sueño. Te vas hundiendo. Está
fresquito. Entra por la ventana la brisa del mar. Oís el
ruido del mar. Y un poco la música de abajo... (pausa)
Cobrame.

29/12/14

El Conde Drácula. Woody Allen.












El Conde Drácula


Woody Allen

En algún lugar de Transilvania yace Drácula, el monstruo, durmiendo en su ataúd y aguardando a que caiga la noche. Como el contacto con los rayos solares le causaría la muerte con toda seguridad, permanece en la oscuridad en su caja forrada de raso que lleva iniciales inscritas en plata. Luego, llega el momento de la oscuridad, y movido por instinto milagroso, el demonio emerge de la seguridad de su escondite y, asumiendo las formas espantosas de un murciélago o un lobo, recorre los alrededores y bebe la sangre de sus victimas. Por último, antes de que los rayos de su gran enemigo, el sol, anuncien el nuevo día, se apresura a regresar a la seguridad de su ataúd protector y se duerme mientras vuelve a comenzar el ciclo. 
Ahora, empieza a moverse. El movimiento de sus cejas responde a un instinto milenario e inexplicable, es señal de que el sol está a punto de desaparecer y se acerca la hora. Esta noche, está especialmente sediento y, mientras allí descansa, ya despierto, con el smoking y la capa forrada de rojo confeccionada en Londres, esperando sentir con espectral exactitud el momento preciso en que la oscuridad es total antes de abrir la tapa y salir, decide quiénes serán las víctimas de esta velada. El panadero y su mujer, reflexiona. Suculentos, disponibles y nada suspicaces. El pensamiento de esa pareja despreocupada, cuya confianza ha cultivado con meticulosidad, exita su sed de sangre y apenas puede aguantar estos últimos segundos de inactividad antes de salir del ataúd y abalanzarse sobre sus presas. 
De pronto, sabe que el sol se ha ido. Como un ángel del infierno, se levanta rápidamente, se metamorfosea en murciélago y vuela febrilmente a la casa de sus tentadoras víctimas. 
-¿Vaya, conde Drácula, que agradable sorpresa! -dice la mujer del panadero al abrir la puerta para dejarlo pasar. (Asumida otra vez su forma humana. entra en la casa ocultando, con sonrisa encantadora, su rapaz objetivo.) 
-¿Qué le trae por aquí tan temprano? -pregunta el panadero. 
-Nuestro compromiso de cenar juntos -contesta el conde-. Espero no haber cometido un error. Era esta noche, ¿no? 
-Sí, esta noche, pero aún faltan siete horas. 
-¿Cómo dice? -inquiere Drácula echando una mirada sorprendida a la habitación. 
-¿O es que ha venido a contemplar el eclipse con nosotros? 
-¿Eclipse? 
-Así es. Hoy tenemos un eclipse total. 
-¿Qué dice? 
-Dos minutos de oscuridad total a partir de las doce del mediodía. 
-¡Vaya por Dios! ¡Qué lío! 
-¿Qué pasa, señor conde? 
-Perdóneme... debo... Debo irme...Hem...¡Oh, qué lío!... -y, con frenesí, se aferra al picaporte de la puerta. 
-¿Ya se va? Si acaba de llegar. 
-Sí, pero, creo que... 
-Conde Drácula, está usted muy pálido. 
-¿Sí? necesito un poco de aire fresco. Me alegro de haberlos visto... 
-¡Vamos! Siéntese. Tomaremos un buen vaso de vino juntos. 
-¿Un vaso de vino? Oh, no, hace tiempo que dejé la bebida, ya sabe, el hígado y todo eso. Debo irme ya. Acabo de acordarme que dejé encendidas las luces de mi castillo... Imagínese la cuenta que recibiría a fin de mes... 
-Por favor -dice el panadero pasándole al conde un brazo por el hombro en señal de amistad-. usted no molesta. No sea tan amable. Ha llegado temprano, eso es todo. 
-Créalo, me gustaría quedarme, pero hay una reunión de viejos condes rumanos al otro lado de la ciudad y me han encargado la comida. 
-Siempre con prisas. Es un milagro que no haya tenido un infarto. 
-Sí, tiene razón, pero ahora... 
-Esta noche haré pilaf de pollo -comenta la mujer del panadero-. Espero que le guste. 
-¡Espléndido, espléndido! -dice el conde con una sonrisa empujando a la buena mujer sobre un montón de ropa sucia. Luego, abriendo por equivocación la puerta del armario, se mete en él-. Diablos, ¿dónde está esa maldita puerta? 
-¡Ja, ja! -se ríe la mujer del panadero-. ¡Qué ocurrencias tiene, señor conde! 
-Sabía que le divertiría -dice Drácula con una sonrisa forzada-, pero ahora déjeme pasar. 
Por fin, abre la puerta, pero ya no le quedaba tiempo. 
-¡Oh, mira, mamá! -dice el panadero-, ¡el eclipse debe de haber terminado! Vuelve a salir el sol. 
-Así es -dice Drácula cerrando de un portazo la puerta de entrada-. He decidido quedarme. Cierren todas las persianas, rápido, ¡rápido! ¡No se queden ahí! 
-¿Qué persianas? -preguntó el panadero. 
-¿No hay? ¡Lo que faltaba! ¡Qué para de...! ¿Tendrían al menos un sótano en este tugurio? 
-No -contesta amablemente la esposa-. Siempre le digo a Jarslov que construya uno, pero nunca me presta atención. Ese Jarslov... 
-Me estoy ahogando. ¿Dónde está el armario? 
-Ya nos ha hecho esa broma, señor conde. Ya nos ha hecho reír lo nuestro. 
-¡Ay... qué ocurrencia tiene! 
-Miren, estaré en el armario. Llámenme a las siete y media. 
Y, con esas palabras, el conde entra al armario y cierra la puerta. 
-¡Ja,ja...! ¡Qué gracioso es, Jarslov! 
-Señor conde, salga del armario. deje de hacer burradas. 
Desde el interior del armario, llega la voz sorda de Drácula. 
-No puedo... de verdad. Por favor, créanme. Tan solo permítanme quedarme aquí. Estoy muy bien. De verdad. 
-Conde Drácula, basta de bromas. Ya no podemos más de tanto reírnos. 
-Pero créanme, me encanta este armario. 
-Sí, pero... 
-Ya sé, ya sé... parece raro y sin embargo aquí estoy, encantado. El otro día precisamente le decía a la señora Hess, deme un buen armario y allí puedo quedarme durante horas. Una buena mujer, la señora Hess. Gorda, pero buena... Ahora, ¿por qué no hacen sus cosas y pasan a buscarme al anochecer? Oh,Ramona, la la la la, Ramona... 
En aquel instante entran el alcalde y su mujer, Katia. Pasaban por allí y habían decidido hacer una visita a sus buenos amigo, el panadero y su mujer. 
-¡Hola Jarslov! espero que Katia y yo no molestemos. 
-Por supuesto que no, señor alcalde. Salga, conde Drácula.¡Tenemos visita! 
-¿Está aquí el conde? -pregunta el alcalde, sorprendido. 
-Sí, y nunca adivinaría dónde está -dice la mujer del panadero. 
-¡Que raro es verlo a esta hora! De hacho no puedo recordar haberle visto ni una sola vez durante el día. 
-Pues bien, aquí está. ¡Salga de ahí, conde Drácula! 
-¿Dónde está? -pregunta Katia sin saber si reír o no. 
-¡Salga de ahí ahora mismo! ¡Vamos! -La mujer del panadero se impacienta. 
-Está en el armario -dice el panadero con cierta vergüenza. 
-¡No me digas! -exclama el alcalde. 
-¡Vamos! -dice el panadero con un falso buen humor mientras llama a la puerta del armario-. Ya basta. Aquí está el alcalde. 
-Salga de ahí conde Drácula -grita el alcalde-. Tome un vaso de vino con nosotros. 
-No, no cuenten conmigo. Tengo que despachar unos asuntos pendientes. 
-¿En el armario? 
-Sí, no quiero estropearles el día. Puedo oír lo que dicen: Estaré con ustedes en cuanto tenga algo que decir. 
Se miran y se encogen de hombros. Sirven vino y beben. 
-Qué bonito el eclipse de hoy -dice el alcalde tomando un buen trago. 
-¿Verdad? -dice el panadero-. Algo increíble. 
-¡Díganmelo a mí! ¡Espeluznante! -dice una voz desde el armario. 
-¿Qué, Drácula? 
-Nada, nada. No tiene importancia. 
Así pasa el tiempo hasta que el alcalde, que ya no puede soportar esa situación, abre la puerta del armario y grita: 
-¡Vamos, Drácula! Siempre pensé que usted era una persona sensata. ¡Déjese de locuras! 
Penetra la luz del día; el diabólico monstruo lanza un grito desgarrador y lentamente se disuelve hasta convertirse en un esqueleto y luego en polvo ante los ojos de las cuatro personas presentes. Inclinándose sobre el montón de ceniza blanca, la mujer del panadero pega un grito: 
-¡Se ha fastidiado mi cena!

Diario de un loco. Nikolai Gogol.




Diario de un loco




Nikolai Gogol




3 de octubre 

   Hoy ha tenido lugar un acontecimiento extraordinario. Me levanté bastante tarde, y cuando Marva me trajo las botas relucientes, le pregunté la hora. Al enterarme de que eran las diez pasadas, me apresuré a vestirme. Reconozco que de buena gana no hubiera ido a la oficina, al pensar en la cara tan larga que me iba a poner el jefe de la sección. Ya desde hace tiempo me viene diciendo: "Pero, amigo, ¿qué barullo tienes en la cabeza? Ya no es la primera vez que te precipitas como un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo demonio sería capaz de ponerlo en orden. Ni siquiera pones mayúsculas al encabezar los documentos, te olvidas de la fecha y del número. ¡Habráse visto!..." 
   ¡Ah! ¡Condenado jefe! Con toda seguridad que me tiene envidia por estar yo en el despacho del director, sacando punta a las plumas de su excelencia. En una palabra, no hubiera ido a la oficina a no ser porque esperaba sacarle a ese judío de cajero un anticipo sobre mi sueldo. ¡También ése es un caso! ¡Antes de adelantarme algún dinero sobrevendrá el Juicio Final! ¡Jesús, qué hombre! Ya puede uno asegurarle que se encuentra en la miseria y rogarle y amenazarle; es lo mismo: no dará ni un solo centavo. Y, sin embargo, en su casa, hasta la cocinera le da bofetadas. Eso todo el mundo lo sabe. 
   No comprendo qué ventajas se tiene al trabajar en un departamento ministerial. Ni siquiera dispone uno de recursos. Pero no sucede así en la Administración Provincial, ni en el Ministerio de Hacienda, ni en el Tribunal Civil. Allí ves a un empleado cualquiera sentado humildemente en un rincón escribiendo. Lleva un frac gastado y su aspecto es tal que ni siquiera merece que se le escupa encima. Sin embargo, fíjate en la villa que alquila durante el verano. No se te ocurra regalarle una taza de porcelana dorada, pues te dirá que eso es digno de un médico. Él se conforma tan sólo con un coche de lujo o unos drojkas o una piel de visón de 300 rublos. Y, no obstante, por su aspecto parece tan modesto, y al hablar es tan fino. Te pide, por ejemplo, que le prestes la navaja para sacar punta a su pluma, y si te descuidas un poco, te despluma de tal forma, que ni siquiera te deja la camisa. 
   Pero reconozco que nuestra oficina es diferente, y en toda ella reinan una limpieza de conducta y una honradez tales, que ni por soñación puede haberlas en la Administración Provincial. Además, todos los jefes se tratan de usted. Confieso que, a no ser por la honradez y el buen tono de mi oficina, hace ya mucho tiempo que hubiera dejado el departamento ministerial. 
   Me puse el viejo capote y cogí el paraguas, pues llovía a cántaros. En la calle no había nadie. Sólo tropecé con mujeres de pueblo que se arropaban con los faldones de sus abrigos, comerciantes que caminaban resguardándose de la lluvia bajo sus paraguas, y cocheros. Gente bien no se veía por ningún sitio, a excepción de nuestra modesta persona, que caminaba bajo la lluvia. En cuanto la vi en un cruce, pensé en seguida: "¡Eh, amiguito! Tú no vas a la oficina. Tú estás dispuesto a seguir a ésa que va delante de ti y cuyas piernas estás mirando. ¡Qué locuras son ésas! La verdad es que eres peor que un oficial. Basta con que pase cualquier modistilla para que te dejes engatusar". 
   Precisamente en el momento en que estaba pensando esto vi cómo una carroza se detenía ante un almacén junto al que yo me encontraba. En seguida reconocí la carroza: era la de nuestro director. Me supuse que debería de ser de su hija, pues él no tenía por qué ir a estas horas a un almacén. El lacayo abrió la portezuela, y la joven saltó del coche, como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y al alzar sus ojos sentí que mi corazón quedaba herido... ¡Dios mío, estoy perdido! ¡Estoy perdido irremediablemente! 
   Y ¿por qué habrá salido ella con este mal tiempo? Después de esto nadie se atrevería a decir que las mujeres no se vuelven locas por los trapos. 
   Ella no me reconoció y yo procuré ocultarme y pasar inadvertido, pues llevaba un capote muy manchado y cuyo corte, además, estaba pasado de moda. Ahora se llevan las capas con cuellos muy largos, y el mío era muy corto; además, el paño de mi capote distaba mucho de ser elegante. Su perrita no tuvo tiempo de entrar y se quedó en la calle. Yo la conozco, se llama Medji. No había transcurrido ni un minuto, cuando oí de repente una vocecilla que decía: 
   —¡Hola, Medji! 
   Vaya. ¿Quién será el que habla? Miré y vi a dos señoras que caminaban debajo de un paraguas. Una de ellas era ya anciana; la otra, muy jovencita. Pero ellas ya habían pasado, y nuevamente volví a oír la misma voz a mi lado. 
   —¡Debería darte vergüenza, Medji! 
   ¡Qué diablos! Vi que Medji estaba olfateando el perro que iba con las dos señoras. "¡Vaya! ¿No estaré borracho? —pensé para mis adentros—. ¡Menos mal que esto no me ocurre a menudo!" 
   —No, Fidele; estás equivocado. Yo estuve... Hau, hau... Yo estuve muy enferma. 
   ¡Vaya con la perrita! Confieso que me quedé muy sorprendido al oírle hablar como una persona; pero después de reflexionarlo bien, no hallé en ello nada extraño. En efecto, en el mundo se dan muchos ejemplos de la misma índole. Cuentan que en Inglaterra emergió un pez y dijo dos palabras en un idioma extraño, tan raro, que desde hace dos o tres años los sabios hacen investigaciones acerca de él y aún no han logrado clasificarlo. También leí en los periódicos que dos vacas entraron en una tienda y pidieron medio kilo de té. Pero reconozco que me quedé aún mucho más sorprendido al oírle decir a Medji: 
   —¡Es verdad que te escribí, Fidele! Seguramente Polkan no te llevaría la carta. 
   Aunque me juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un perro que escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir un poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y, claro está, sin ningún estilo. 
   Esto me dejó muy sorprendido. He de confesar que desde hace algún tiempo a veces oigo y veo unas cosas que nadie vio ni oyó jamás. 
   "Voy a seguir a esta perrita, y así me enteraré de quién es y de lo que piensa", resolví para mí. Abrí el paraguas y me puse a seguir a las dos señoras. Cruzamos la calle Gorojovaia y nos dirigimos a la calle Meschanskaia, y desde allí a la de Stoliar, y, finalmente, llegamos al puente de Kokuchkin, deteniéndonos ante una casa de grandes dimensiones. "Conozco esta casa —pensé para mí—: es la de Zverkov. ¡Un verdadero hormiguero! Pues sí que viven allí pocos cocineros y viajantes. En cuanto a los empleados, abundan como chinches. Allí vive un amigo mío que toca muy bien la trompeta." 
   Las señoras subieron al quinto piso. "Bueno —pensé— ahora me voy a ir, pero antes he de fijarme bien en el sitio, para aprovecharlo en la primera ocasión que se me presente." 
4 de octubre 
   Hoy es miércoles, y por eso estuve en el despacho de nuestro director. Vine a propósito un poco antes. Me senté y me puse a sacar punta a todas las plumas. Nuestro director debe de ser un hombre muy inteligente; tiene el despacho lleno de armarios con libros. Leí los títulos de algunos libros, y todos son científicos; así que ni por soñación son asequibles a nosotros, los empleados; además, todos están o en francés o en alemán. Cuando se mira a nuestro director, le sorprende a uno por su aspecto imponente y por la seriedad que refleja toda su persona. Todavía no he oído nunca que haya dicho una palabra de más. Sólo cuando se le entregan los documentos suele preguntar: 
   —¿Qué tiempo hace fuera? 
   —Hace mucha humedad, excelencia. 
   La verdad es que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él. Es lo que se dice un verdadero hombre de Estado. He notado, sin embargo, que me tiene especial cariño. ¡Ah, si su hija...! ¡No, eso es una canallada! ... Me entretuve leyendo La Abeja. ¡Qué gente tan estúpida son los franceses! ¿Qué es lo que pretenden? ¡De buena gana los hubiera cogido a todos y les hubiera dado una buena paliza! 
   Allí también leí la descripción de un baile hecha por un terrateniente de la provincia de Kurck. Los terratenientes de Kurck suelen escribir muy bien. Después me di cuenta de que eran ya las doce y media y que nuestro director aún no había salido de su dormitorio. Pero a eso de la una y media tuvo lugar un acontecimiento que ninguna pluma sería capaz de relatar. Se abrió la puerta, yo me levanté de un salto con los papeles en la mano, pensando que sería el director; pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que era ella. ¡Jesús, cómo iba vestida! Llevaba un traje blanco y vaporoso como un cisne. ¡Y qué vaporoso! Y al alzar los ojos creí que me alcanzaban los rayos del sol. Me saludó y dijo con una voz semejante a la de un canario: 
   —¿No ha venido papá? 
   "Excelencia —quise decirle—, ¿quiere usted castigarme? Pues si tal es su deseo, que lo haga su excelencia con su propia manita." Pero ¡qué demonios! La lengua se me trabó; así es que sólo pude decir: 
   —No, no estuvo. 
   Ella me echó una mirada y miró también los libros y... dejó caer su pañuelo. Yo me precipité en seguida para recogerlo, pero resbalé sobre ese maldito entarimado y poco me faltó para caerme; sin embargo, logré conservar el equilibrio y alcancé el pañuelo. ¡Señor, qué pañuelo! Era de batista finísima. 
   Ella me dio las gracias y sus labios esbozaron una sonrisa un tanto irónica; luego se fue. Yo me quedé una hora hasta que el criado vino y me dijo: 
   —Márchese a casa, Aksenti Ivanovich. El señor ya salió. 
   No puedo soportar a los criados; siempre están tumbados en el vestíbulo, y ni por casualidad le saludan a uno. Y no sólo eso, sino que un día, a una de estas bestias se le ocurrió ofrecerme un poco de tabaco sin levantarse de su sitio. ¡Como si no supiera el muy tonto que yo soy un funcionario de familia noble! No obstante, cogí yo mismo mi sombrero y mi capote y me los puse, pues sería inútil esperar ayuda de esa gente. Salí a la calle. Al llegar a casa me pasé un buen rato tumbado en la cama. Después copié unos versos muy bonitos: 


¡Mi almita! En tu ausencia, una hora, 

un año completo parece pasado sin ti. 
¡Odiosa es la vida, ya solo, señora! 
Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir" 


   Deben de ser de Pushkin. Por la tarde, arropándome bien con mi capote, fui a casa de su excelencia, en donde estuve esperando para ver si la veía salir al subir en coche; pero ella no salió. 

6 de noviembre 
   El jefe de personal me ha puesto fuera de mí. Hoy, cuando llegué a la oficina, me hizo llamar y me dijo lo siguiente: 
   —Pero dime: ¿qué es lo que estás haciendo? 
   —¡Cómo! Yo no hago nada —le respondí. 
   —Bueno. Reflexiona un poco. Ya has pasado de los cuarenta; me parece que es hora de que te vuelvas un poco más inteligente. ¿Crees acaso que no estoy enterado de todas tus andanzas? ¡Sé muy bien que andas detrás de la hija del director! Pero, hombre, ¡mírate al espejo! ¡Piensa en lo que eres! ¡No eres más que un cero, que es menos que nada! ¡Si no tienes ni un centavo! Pero ¡mírate..., mírate la cara en el espejo! ¡Cómo puedes tú pensar en esas cosas! 
   ¡Demonios! ¿Qué se habrá creído él? Si tiene cara de bola de billar con cuatro pelos en la cabeza que se unta de pomada y lleva rizados que es una irrisión. Y se cree que a él todo le está permitido. Ya comprendo por qué está furioso: es que me tiene envidia. Seguramente habrá visto que soy objeto de sus marcadas preferencias. ¡Pero ya puede decir cuanto quiera, que me tiene sin cuidado! ¡Pues tampoco tiene tanta importancia un consejero de la Corte! ¡Por llevar una cadena de oro en su reloj y encargarse unas botas de 30 rublos se cree alguien! ¡Que se vaya al diablo! ¿Acaso se cree que soy hijo de un plebeyo o de un sastre o de un sargento? Soy noble. También yo puedo llegar a obtener el mismo cargo que él. Sólo tengo cuarenta y dos años, que en realidad es la edad cuando precisamente se empieza a trabajar. ¡Espera, amigo: también yo llegaré a ser coronel, y con la ayuda de Dios quizás algo más! También yo gozaré de una reputación mejor que la tuya. ¿Qué te crees, que en el mundo no hay hombre más formal que tú? Espera un poco: cuando yo tenga un frac cortado a la moda y una corbata como la tuya, entonces no me llegarás ni a la punta de los zapatos. Lo malo es que no dispongo de medios.
8 de noviembre 
   Estuve en el teatro. Ponían Filatka, el tonto ruso. Me reí mucho. Daban también un vaudeville con unos cuplés muy graciosos sobre los jueces, particularmente uno que se refería a un consejero de registro, y que era tan fuerte, que me extrañó que lo hubiera dejado pasar la censura. En cuanto a los comerciantes se decía que abiertamente engañaban al pueblo, y que sus hijos armaban unas juergas terribles y se esforzaban por llegar a ser nobles. También había un cuplé muy gracioso sobre los periodistas y la pasión que tienen de criticarlo todo; de modo que los autores de hoy en día escriben unas piezas muy entretenidas. A mí me gusta mucho ir al teatro. En cuanto tengo algún dinero en el bolsillo no puedo contenerme y voy. Pero entre nosotros los empleados hay muchos que no van, aunque se les regale el billete. También cantó muy bien una artista. Me acordé de aquello..., ¡bueno, es una canallada!...; así es que no digo nada... 
9 de noviembre 
   A las ocho fui a la oficina. El jefe de la sección hizo así como si no reparara en mí y en que había llegado. Yo también hice como si entre nosotros nada hubiera ocurrido. Me entretuve ojeando los anuncios y luego comparándolos. Salí a las cuatro y pasé delante del piso del director, pero no vi a nadie. Después de comer estuve casi todo el tiempo echado en la cama. 
11 de noviembre 
   Hoy estuve en el despacho de nuestro director y saqué punta a veinticuatro plumas de su excelencia y a cuatro de su hija. A él le gusta y encanta que haya muchas plumas. ¡Ah, qué cerebro el suyo! Siempre está callado, pero su cabeza debe de estar siempre reflexionando. Me hubiera gustado saber en qué suele pensar y qué es lo que encierra aquella cabeza. Me interesaría observar de cerca la vida de estos señores, conocer todas las intimidades y las intrigas de la Corte, saber cómo piensan y lo que suelen hacer entre ellos. Muchas veces pensé entablar conversación con su excelencia, pero el caso es que mi lengua se niega a obedecerme. Sólo consigue pronunciar: "Afuera hace frío o calor", y de allí no pasa. Me hubiera gustado echar una mirada al salón cuya puerta a veces está abierta, y también a las otras habitaciones. ¡Qué lujo y qué riqueza hay allí! ¡Qué espejos y qué porcelanas! ¡Cuánto me alegraría echar una mirada a aquella parte del piso donde se encuentra la hija de su excelencia! ¡Ah, esto sí que me gustaría!... Estar allí en el tocador, donde hay todos esos tarritos y cajitas, esas flores tan delicadas que da miedo tocarlas; ver su vestido, más ligero que el aire, por allí tirado. Me encantaría ver su dormitorio... Debe de ser un sueño, un verdadero paraíso de ésos que ni en el cielo existen. Si pudiera ver el taburetito sobre el cual pone el pie al levantarse de la cama y cómo se pone una media blanca como la nieve sobre aquella pierna... ¡Ay, Señor!... No. Mejor es que me calle y no diga nada... 
   Sin embargo, hoy parece ser que el cielo me ha iluminado, pues de repente me acordé de la conversación que oí en el Nevski a los dos perros. "Está bien —pensé para mis adentros— ahora lo averiguaré todo. Es preciso que intercepte la correspondencia de estos dos perros, pues ella me procurará muchos datos." He de confesar que una vez llamé a Medji y le dije: 
   —Escúchame, Medji: ahora estamos solos; si quieres, hasta puedo cerrar la puerta para que nadie nos vea. Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu señorita: dime cómo es, y yo te juro que no se lo diré a nadie. 
   Pero la muy tuna encogió el rabo entre las patas y se escabulló silenciosamente por la puerta como si no hubiera oído nada. Sospeché desde hace tiempo que los perros son mucho más inteligentes que las personas, y que incluso pueden hablar; sólo que son bastante tercos. El perro es un verdadero político: todo lo nota, no se le escapa ni un paso del hombre. Mañana sin falta he de ir a casa de Zverkov. Interrogaré a Fidele, y si puedo, le cogeré todas las cartas que le escribe Medji. 
12 de noviembre 
   Al día siguiente salí a las dos, con la firme intención de ver a Fidele y de interrogarla. El olor a repollo que sale de todas las tiendas de la calle Meschanskaia me pone enfermo, y además, las alcantarillas de las casas tienen un olor tal, que no tuve más remedio que taparme la nariz con el pañuelo y echar a correr. Aquí es imposible pasear, pues toda esa gente que trabaja en oficios llena la calle de humo y hollín. 
   Al tocar la campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara salpicada de pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un poco al verme, y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio. 
   —¿Qué desea? —me preguntó. 
   —Necesito hablar con su perrita —le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en seguida. Mientras tanto, la perrita se precipitó ladrando; yo quise cogerla, pero la muy bribona por poco no me muerde la nariz. Pero yo ya había visto su nido o camita, y era justamente lo que buscaba. Me acerqué a él y revolví la paja que había en un cajón; con sumo placer vi un paquete con pequeños papelitos. Esa maldita, al ver lo que hacía, me mordió primero en la pantorrilla, y después, al darse cuenta de que yo cogía los papeles, empezó a ladrar con ademán de acariciarme; pero yo le dije: "No, guapa; no hay nada que hacer". Me parece que la joven debió de tomarme por un loco, pues se asustó terriblemente. Al llegar a casa quise ponerme en seguida a descifrar esos papeles, porque no veo muy bien a la luz de las velas. Pero a Marva se le ocurrió fregar el suelo. Estas estúpidas finlandesas siempre son de lo más inoportunas. Así es que no me quedó otro remedio que el de ponerme a pasear reflexionando sobre lo ocurrido. Ahora, por fin, iba a enterarme de todo; las cartas me lo revelarían todo. Los perros son muy inteligentes y no ignoran todas las relaciones íntimas; por eso seguramente en ellas hallaré la descripción del marido y de sus asuntos. De seguro que encontraré allí algo referente a ella... ¡No, más vale callarse! Al atardecer llegué a casa y estuve la mayor parte del tiempo acostado en la cama. 
13 de noviembre 
   Bueno; vamos a ver. La carta parece bastante clara; sin embargo, la letra pone en evidencia al perro. 
   Leamos: 
   "Querida Fidele: Aún no puedo acostumbrarme a un nombre tan mezquino como el tuyo. ¡Como si no hubieran podido ponerte otro mejor! Fidele, Rosa, todos esos nombres son de un cursi subido. Pero dejemos esto a un lado. Estoy muy contento de que se nos haya ocurrido entrar en correspondencia..." 
   La carta estaba redactada muy correctamente en cuanto a la puntuación y ortografía. Ni nuestro jefe de sección sería capaz de hacer otro tanto, aunque asegura haber estado estudiando en una universidad. Veamos más adelante: 
   "Me parece que uno de los mayores placeres en el mundo está en cambiar pensamientos, impresiones y sentimientos con los demás..." 
   ¡Bueno! Éste es un pensamiento cogido de una obra traducida del alemán y cuyo título no recuerdo ahora. 
   "Lo digo por experiencia, aunque no haya corrido mucho mundo, pues no he pasado la verja de nuestra casa. Pero ¿acaso mi vida no transcurre felizmente? Mi señorita Sofía, así la llama papá, me quiere con locura..." 
   ¡No está mal! ¡No está mal! ¡Pero callémonos!... 
   "Papá también me acaricia a menudo. Además me dan café con nata. ¡Ah, ma chère!7 He de decirte que no encuentro nada en los grandes huesos, bien pelados, que come Polkan en la cocina. Los huesos sólo son buenos cuando provienen de alguna cacería y a condición de que no hayan chupado ya el tuétano. También está muy bien mezclar algunas salsas, pero sin verduras ni especias. Pero no hay cosa peor que esa costumbre que tiene la gente de dar a los perros migas de pan hechas bolitas. Siempre, durante las comidas, algún señor empieza a triturar las migas de pan con sus manos, que Dios sabe qué porquerías habrán tocado antes, y te llama después para meterte entre los dientes esa dichosa bolita. Rechazarlo resultaría descortés; así es que no tienes más remedio que comértela a pesar del asco que te infunde..." 
   ¡Voto a mil diablos, qué tontería! ¡Como si no hubiera nada mejor sobre qué escribir! Veamos si en la otra carilla hay algo más interesante. 
   "Me place mucho informarte de todo cuanto ocurre en nuestra casa. Creo que ya te hablé del señor más importante de la casa, al cual Sofía llama papá. Es un hombre muy raro..." 
   ¡Ah, por fin! Ya sabía yo que los perros tienen opiniones políticas sobre todas las cosas. Veamos lo que dice sobre papá... 
   "...Un hombre muy raro. Permanece la mayoría del tiempo callado. Rara vez habla; pero la semana pasada hablaba sin cesar consigo mismo. No hacía más que preguntarse: '¿Lo recibiré o no?' Cogía un papel en una mano, mientras la otra permanecía vacía, y volvía a repetir: '¿Lo recibiré o no?' Una vez hasta se dirigió a mí con la siguiente pregunta: 'Tú qué crees, Medji, ¿lo recibiré o no?' Yo no pude comprender lo que quería decirme con eso; sólo olfateé su zapato y me fui. Una semana después, ma chère, papá estaba loco de alegría. Toda la mañana recibió visitas de unos señores vestidos de uniforme que le felicitaron por algo. Durante la comida estuvo tan alegre como nunca le viera; no paraba de contar chistes. Después de comer, me levantó en sus brazos y me acercó a su cuello, diciéndome: '¡Mira, Medji, lo que llevo!' Yo vi sólo una cinta, la olfateé, pero no hallé en ella ni el menor aroma; finalmente, la lamí con cuidado, estaba algo salada." 
   ¡Bueno! Me parece que este perro es un poco demasiado atrevido. Haría falta darle una buena paliza. ¡Así, pues, nuestro hombre es ambicioso! Habrá que tenerlo en cuenta. 
   "Adiós, ma chère. Me marcho corriendo... Mañana acabaré la carta. 
   "¡Hola, otra vez estoy contigo! Hoy, con Sofía, mi señorita..." 
   ¡Ah, veamos lo que pasa con Sofía! ¡Es una canallada! Bueno, no importa, no importa; vamos a continuar... 
   "...Sofía, mi señorita, estuvo todo el día sumamente agitada. Se preparaba a asistir a un baile, y yo me alegré, pues aprovecharía su ausencia para escribirte. Mi Sofía está siempre muy contenta cuando va a un baile, aunque mientras se arregla siempre está enfadada. No logro comprender, ma chère, el placer que encuentra la gente yendo a un baile. Sofía vuelve a casa a las seis de la mañana. Y siempre veo, por su aspecto cansado y su cara pálida, que a la pobrecilla no le han dado de comer. Confieso que jamás podría vivir de este modo. Si no me dieran perdices con salsa o alas de pollo fritas, no sé lo que sería de mí. También es muy bueno un poco de salsa con kacha.8 Pero las zanahorias, las alcachofas y los nabos nunca serán buenos..." 
   Tiene un estilo irregular. En seguida se ve que esta carta no ha sido escrita por una persona. Empieza bien, pero acaba de cualquier forma. Veamos otra carta; parece demasiado larga; además, no lleva ni fecha. 
   "¡Ay, querida mía! Cómo siente una la proximidad de la primavera. Mi corazón palpita como si aguardara algo. Me zumban los oídos. Así es que a menudo tengo que levantar la pata y me apoyo y acerco a una puerta para escuchar. He de decirte que tengo muchos admiradores. A menudo los contemplo sentada en la ventana. ¡Ay, si supieras qué feos son algunos! Uno de ellos es de lo más vulgar, es un perro callejero de lo más estúpido y creído; camina por la calle dándose aires de importancia. Y cree que todos han de mirarle. Pero ¡qué va, yo ni siquiera me he fijado en él! También un dogo, de aspecto terrible, suele pararse ante mi ventana. Si se levantara sobre las patas traseras, lo que de seguro el muy tonto no sabrá hacer, le llevaría la cabeza al papá de Sofía, no obstante ser éste un hombre bastante alto y corpulento. Debe de ser de lo más insolente. Yo gruñí un poco en dirección suya; pero él, como si nada. Podría haberme hecho un guiño, pero es un bruto, no tiene modales. Se está mirando mi ventana, con sus orejas largas y su lengua al aire. ¿Y crees acaso que mi corazón permanece insensible a todas estas ofertas? No, te equivocas, ma chère... ¡Si hubieras visto a uno de mis admiradores, llamado Trésor, cuando salta la verja de la casa vecina!... ¡Ay ma chère, qué carita tiene!" 
   ¡Bah! ¡Qué asco! ¡Qué demonios! ¿Cómo es posible llenar las páginas con semejantes tonterías? Ya no quiero saber nada de perros; quiero a una persona. Sí, eso es, una persona para que pueda enriquecer el caudal de mi alma..., y en vez de ello, ¡qué es lo que encuentro! ¡Tonterías, sólo tonterías! Demos la vuelta a la página, a ver si hay algo mejor. 
   "Sofía estaba sentada junto a una mesita cosiendo; yo miraba por la ventana a los paseantes, pues me gusta mucho observarlos, cuando entró el lacayo y anunció: 
   "—El señor Teplov. 
   "—Que pase —exclamó Sofía, y se abalanzó sobre mí para besarme—. ¡Ay, Medji! ¡Si supieras quién es! Es un gentilhombre de la Cámara, moreno, con ojos negros y brillantes como el fuego. 
   "Sofía se marchó corriendo a su habitación. Un minuto después entraba el joven gentilhombre de la Cámara, que gastaba patillas. Se acercó al espejo y se atusó el cabello, luego inspeccionó la habitación. Yo dejé oír un gruñido y me senté en mi sitio. Sofía no tardó en venir y respondió alegremente a su saludo, y yo, como si no reparase en nada, continuaba mirando por la ventana, no obstante haber inclinado la cabeza en dirección a ellos para oír lo que decían. ¡Ay ma chère! ¡De qué tonterías hablaban! Hablaban de una señora que durante el baile se equivocó e hizo una figura en vez de otra; de un tal Bobov, que llevaba charretera y se parecía mucho a una cigüeña, y que por poco se cae. También contaron que una tal Lidina se imaginaba tener los ojos azules, cuando en realidad los tenía verdes, y otras tonterías por el estilo. '¡Qué diferencia tan grande hay entre el gentilhombre y Trésor!', pensé para mí. Ante todo, el gentilhombre tiene una cara ancha y completamente plana, con unas patillas alrededor, como si se las hubiera atado con un pañuelo negro. Trésor, sin embargo, tiene una carita fina y en la frente una pequeña calva blanca. ¡En cuanto al talle de Trésor, ni se le puede comparar con el de Teplov! ¡Y no hablemos ya de los ojos y de los modales! ¡Jesús, qué diferencia! ¡No sé, ma chère, lo que ha podido encontrar en su Teplov y por qué se muestra tan entusiasmada!..." 
   A mí también me parece eso un poco extraño. No puede ser que Teplov la haya seducido hasta tal punto. Veamos más adelante. 
   "Me parece que, si le gusta este gentilhombre, le ha de gustar también ese funcionario que está en el despacho de papá. ¡Ay ma chère, si vieras qué feo es! Se parece a una tortuga vestida con un saco... 
   "¿Quién será este funcionario?... Tiene un apellido rarísimo. Siempre está sentado sacando punta a las plumas. Su pelo es como el heno y papá lo manda siempre en lugar del criado..." 
   Me parece que esta perra maldita hace alusiones sobre mí. ¡Pero qué voy a tener yo el pelo como el heno! 
   "Sofía no puede por menos que reírse cada vez que le ve..." 
   ¡Mientes, perra maldita! ¡Habráse visto qué lengua de víbora! ¡Como si yo no supiera que todo ello es pura envidia! Acaso se figura que ignoro que son cosas del jefe de sección. Ya sé que me tiene un odio feroz y que hace cuanto está en sus manos para fastidiarme. Pero voy a mirar otra carta. Puede que encuentre allí la clave de todo. 
   "Mi querida Fidele, perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo, pero es que estaba completamente hechizada. Ha dicho un escritor que el amor es una segunda vida, y esto es muy exacto. Además, en casa han sucedido grandes cambios. El gentilhombre viene ahora todos los días, y Sofía está perdidamente enamorada de él. Papá está muy contento. Hasta le oí decir a Gregorio, que es el que nos barre el suelo y que casi siempre habla consigo mismo solo, que pronto habrá boda, porque papá quiere casar a Sofía, o con un general, o con un gentilhombre de Cámara, o con un coronel..." 
   ¡Qué diablos! No puedo seguir leyendo... Todo lo mejor ha de ser siempre, o para un gentilhombre de Cámara o para un general. ¡Parece que has encontrado un pobre tesoro y crees que podrás conseguirlo, pero te lo arrebata un general o un gentilhombre de Cámara! ¡Qué demonios! Quisiera ser general, no para obtener su mano y las demás cosas, sino para ver con qué consideración iban a tratarme y cuántos miramientos me dedicarían. Después podría decirles en pleno rostro que me importaban un bledo. 
   ¡Demonios, qué pena! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perra. 
3 de noviembre 
   No puede ser. Es mentira. ¡La boda no se efectuará! ¡Qué más da que sea un gentilhombre de Cámara! Esto no es más que un cargo de dignidad, no es ninguna cosa visible que se pueda coger con las manos. Por ser él un gentilhombre de Cámara no le va a salir otro ojo en la frente ni va a tener una nariz de oro, sino que la tiene igual que yo y que todos los demás mortales; pero no come ni tose con ella, sino que huele y estornuda como todos. Ya en diversas ocasiones quise averiguar de dónde provenían semejantes diferencias. ¿Por qué he de ser yo un consejero titular y con qué motivo? Puede que yo sea algún conde o algún general, y que sólo así paso por un consejero titular. Quizás ignore yo mismo quién soy. ¡Cuántos ejemplos hay en la historia! Se ha dado el caso de que un sencillo villano, no digamos ya un noble, o un vulgar campesino de repente descubre que es todo un personaje e incluso, a veces, un rey. ¡Y si un sencillo mujik llega a estas alturas, qué será entonces de un noble! Si por ejemplo, de repente entrase yo vestido con el uniforme de general, llevando una charretera en el hombro derecho y otra en el izquierdo, y con una cinta azul en el pecho, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué diría mi hermosa ninfa? ¿Se opondría su papá, nuestro director? ¡Oh! Él es muy vanidoso. Es un masón, no cabe duda de que es masón, aunque aparente ser tan pronto una cosa como otra. Pero yo en seguida me di cuenta de que era masón, y si le tiende la mano a uno, sólo le da los dos dedos. ¿Acaso no puedo ser nombrado ahora mismo general, gobernador o intendente, o recibir cualquier cargo importante? ¿Me gustaría saber por qué soy consejero titular? ¿Sí, por qué he de ser precisamente consejero titular? 


5 de diciembre 

   Hoy estuve toda la mañana leyendo periódicos. ¡Qué cosas tan raras suceden en España! ¡Hasta me fue imposible comprenderlo del todo! Se dice que el trono se halla vacante y que los altos dignatarios están en una situación muy difícil respecto a la elección del heredero, y que de allí proviene la indignación general. Esto me parece sumamente extraño. ¿Cómo puede estar el trono vacante? Dicen también que cierta doña ha de subir al trono. Pero una doña no puede subir al trono, eso es imposible, pues el trono debe ser ocupado por un rey. Pero dicen que no hay rey, mas es inadmisible que no haya un rey. Un Estado no puede estar sin un rey. Este debe de existir, pero seguramente está de incógnito. A lo mejor, se encuentra allí mismo; pero por razones de índole familiar o por temor a las potencias vecinas, como Francia y los demás países, se ve obligado a esconderse. También puede ser por otros motivos. 
8 de diciembre
   Ya estaba dispuesto a ir a la oficina, pero me detuvieron diferentes motivos y en particular mis reflexiones. No puedo dejar de pensar en los asuntos de España. ¿Cómo puede ser que una doña sea reina? No lo permitirían. Inglaterra, sobre todo, no lo permitiría, y, además, los asuntos políticos de toda Europa. También se opondrán a ello el emperador de Austria y nuestro zar... Confieso que estos acontecimientos obraron con tanta fuerza sobre mí, que fui incapaz de hacer nada durante todo el día. Marva me hizo observar que durante la comida estuve muy agitado. En efecto, al parecer, dejé caer dos platos al suelo, que se hicieron añicos; tan distraído me hallaba. Después de comer, salí; pero no pude sacar nada en limpio. Después, estuve la mayor parte del tiempo tumbado en la cama, reflexionando sobre los asuntos de España. 
Año 2000, 3 de abril 
   ¡Hoy es un gran día! ¡En España hay un rey! ¡Por fin ha sido encontrado! Y este rey soy yo. Reconozco que al parecer me ha iluminado un rayo. No comprendo cómo pude pensar e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo pudo ocurrírseme una idea tan loca? Menos mal que entonces no se le antojó a nadie meterme en una casa de locos. Ahora me ha sido revelado todo, ahora lo veo todo con claridad. Antes no comprendía, antes diríase que todo lo que veía estaba sumido en la niebla. Todo esto sucede, creo yo, porque la gente se imagina que el cerebro de una persona está en su cabeza; pero no es así, es el viento quien lo trae del mar Caspio. Primero declaré a Marva quién era yo. Al enterarse de que se hallaba ante el rey de España, alzó los brazos al cielo y por poco se muere del susto. Ella es tonta y jamás habrá visto al rey de España. Sin embargo, procuré calmarla y le aseguré con palabras indulgentes que estaba lleno de benevolencia para con ella y que no le guardaba rencor por haberme limpiado mal los zapatos algunas veces. Hace falta tener en cuenta que la pobre forma parte del pueblo y que no se le puede hablar de temas elevados. Se asustó porque está convencida de que todos los reyes de España son como Felipe II. Pero yo le expliqué que entre Felipe II y yo no había el menor parecido, y que yo no tenía capuchinos. No fui a la oficina. ¡Que se vaya al diablo! ¡No¡ ya no me cogeréis más, amigos! ¡Se acabó, ya no copiaré más vuestros odiosos documentos! 



86 de marzo 

Entre el día y la noche. 
   Hoy vino a verme el ejecutor con el propósito de que fuera a la oficina, pues hacía más de tres semanas que no aparecía por allí. Yo fui a la oficina por pura broma. El jefe de sección pensaba seguramente que yo iba a saludarle y pedirle excusas; pero yo sólo le eché una mirada indiferente, que no era ni demasiado colérica ni demasiado familiar o benévola. Miré a todos esos bribones que estaban en la cancillería, y pensé: "¿Qué pasaría si supierais quién está entre vosotros?..." ¡Dios mío! ¡Qué jaleo se armaría! El jefe de la sección en persona vendría a saludarme, haciéndome un profundo saludo, igual que hace ahora con nuestro director. Pusieron delante de mí unos documentos para que hiciera un resumen de ellos. Pero yo ni siquiera moví un dedo. Unos cuantos minutos después todos se hallaban sumamente agitados; al parecer, iba a venir el director. Muchos empleados se precipitarían a su encuentro. Pero yo no me moví de mi sitio. Cuando el director pasó por nuestra sección, todos se abrocharon el frac; mas yo no hice nada. ¡Venía el director! Bueno, ¿y qué? ¡Jamás iba a levantarme delante de él! ¡Qué era un director! (¡Era un corcho y no un director! Un corcho de lo más corriente y nada más.) Uno de esos corchos con los que se tapan las botellas. Lo que más me hizo gracia fue cuando me trajeron un documento para que lo firmase. Ellos se figuraban que iba a firmar humildemente en el bajo de la página, pero yo escribí en el sitio principal, allí donde firma el director, Fernando VIII. Hacía falta ver qué silencio tan religioso reinó en la sala. Yo sólo hice un ademán con la mano y dije: "No son necesarios juramentos de fidelidad". Después de lo cual salí. Me fui directamente al piso del director, que no estaba en casa. El criado no quería dejarme pasar; pero yo le dije unas cuantas palabras, y su efecto fue tal, que se quedó helado con los brazos caídos. Me dirigí sin cavilar al gabinete. La hallé sentada ante el espejo. Al entrar yo, dio un salto atrás. Yo, sin embargo, no le dije que era el rey de España; sólo le declaré que la esperaba una felicidad tal, que ni siquiera podía imaginársela, y que, a pesar de todas las intrigas de nuestros enemigos, estaríamos juntos. No quise decirle más, y salí. ¡Oh, qué ser más pérfido es la mujer! Sólo ahora he comprendido lo que son las mujeres. Hasta ahora nadie sabía de quién estaba enamorada la mujer. Yo fui el primero en descubrirlo. La mujer está enamorada del demonio. Sí, y esto no es ninguna broma. Los fisiólogos escriben tonterías acerca de ella; pero ella sólo ama al demonio. Mire, desde el palco pasea sus gemelos. ¿Cree usted que mira a ese señor gordo con una condecoración? Nada de eso, mira al demonio que tiene detrás de su espalda. ¡Mírele, se ha escondido en la condecoración! ¡Mire ahora cómo le hace señas con el dedo! Y ella se casará con él. 
   Sí, se casará. Y todos esos funcionarios padres de familia, todos esos que se insinúan en todos los sitios procurando introducirse en la Corte, y dicen que son patriotas y esto y aquello, todos esos patriotas no aspiran más que a conseguir arrendamientos. Serían, por dinero, capaces de vender a su madre, a su padre e incluso a Dios. 
   Todo esto no es más que vanidad, y eso se explica, porque debajo de la lengua hay una pequeña ampolla, y dentro de ella, un gusanillo del tamaño de un alfiler, y todo esto lo hace cierto barbero que vive en la calle Gorojovaia. No me acuerdo cómo se llama; pero todo el mundo sabe que quiere predicar el mahometismo por el mundo entero, junto con una comadrona. Por eso dicen que en Francia la mayoría de las personas se convierten al mahometismo. 
Cierta fecha 
   El día era sin fecha. Me paseé de incógnito por el Nevski. Pasó el coche del zar, y toda la gente se quitó el sombrero; yo también lo hice y me comporté como si no fuera rey de España. Encontré poco adecuado descubrir mi personalidad, así, delante de todos. Ante todo, he de presentarme en la Corte. Lo único que me retiene hasta ahora es que no tengo ningún traje de rey. Si por lo menos pudiera conseguir algún manto... Pensé encargárselo al sastre; pero esta gente es tan burra, y, además, no cuidan de su trabajo desde que se han dedicado a los asuntos, y se están la mayoría del tiempo en la calle. Decidí hacer el manto de mi nuevo uniforme de gala, que sólo me puse dos veces; pero temiendo que estos granujas fueran a estropeármelo, resolví hacerlo yo mismo. Cerré la puerta de mi cuarto para que nadie me viera, y emprendí la labor. Lo desarmé todo con ayuda de las tijeras, pues su corte ha de ser totalmente distinto. 


No me acuerdo de la fecha ni tampoco del mes. El diablo sabrá qué mes era. 

   El manto ya está acabado. Marva dio un grito cuando me lo vio puesto. Sin embargo, no me atrevo aún a presentarme en la Corte. Hasta ahora no ha llegado la diputación de España. Y sin la diputación resultaría incorrecto. Rebajaría con ello mi dignidad. La estoy esperando a cada momento. 


Día 1º 

   Me extraña que los diputados tarden tanto. ¿Qué motivos pudieron retenerlos? ¿Acaso Francia? Sí, es el reino más desfavorable a todo. Fui a Correos para informarme de si habían llegado los diputados españoles. Pero el empleado de allí es completamente estúpido y no sabe nada. Sólo me dijo: "No; aquí no hay ningún diputado español; pero si quiere mandar una carta, puede hacerlo y nosotros la certificaremos según la tarifa indicada". ¡Voto a mil diablos! ¡Quién habla de cartas! Eso son tonterías. Las cartas sólo las escriben los farmacéuticos... 


Madrid, 30 de febrero 

   Y heme aquí en España. Esto ha sucedido con tanta rapidez, que apenas si puedo volver de mi asombro. Esta mañana se presentaron en casa los diputados españoles, y yo me fui con ellos en una carroza. Me extrañó la extraordinaria rapidez del viaje, íbamos con tanta velocidad, que en menos de media hora llegamos a la frontera de España. Claro está que ahora en toda Europa los caminos de hierro colado son muy buenos y el servicio de barcos está muy organizado. ¡Qué país tan extraño es España! Al entrar en la primera habitación, vi a muchas personas con el pelo cortado al rape, y en seguida me figuré que debían de ser dominicos o capuchinos, pues tienen el hábito de afeitarse la cabeza. El comportamiento del canciller de Estado conmigo me pareció de lo más extraño: me llevó de la mano y me condujo a un cuarto, a cuyo interior me empujó, diciéndome: 
   —Quédate aquí. Y si persistes en pasar por Fernando, ya te quitaré yo las ganas de seguir haciéndolo. 
   Pero yo sabía que esto no era más que una prueba, y protesté enérgicamente, lo que me valió por parte del canciller dos golpes en la espalda. Fueron tan dolorosos, que me faltó poco para gritar; pero me contuve al pensar que esto era sólo una costumbre caballeresca que siempre tenía lugar en los grandes acontecimientos, ya que en España se conservaban aún las tradiciones caballerescas. Al quedarme solo decidí ocuparme de los asuntos de Estado. Descubrí que la China y España eran el mismo país, y que sólo por ignorancia se consideran como estados diferentes. Aconsejo a todo el mundo que escriba en un papel la palabra España, y verá como sale China. 
   Pero me está disgustando sumamente un acontecimiento que tendrá lugar mañana. Mañana, a las siete, se producirá un fenómeno terrible. La Tierra va a sentarse sobre la Luna. Acerca de esto ha escrito el célebre químico inglés Wellington. Confieso que sentí cómo mi corazón empezaba a latir de inquietud al pensar en la delicadeza y falta de resistencia de la Luna. Todos sabemos que la Luna se fabrica generalmente en Hamburgo, y, además, muy mal. Me sorprende cómo Inglaterra no presta atención a ello. La fabrica un tonelero cojo, y es evidente que el muy tonto no tiene el menor conocimiento de la Luna. Ha puesto una cuerda de alquitrán y el resto es de aceite de madera, y por eso huele tan mal por toda la Tierra, de tal forma que tiene uno que taparse las narices. Pero la Luna es un globo tan delicado, que es imposible que la gente viva allí, y ahora sólo viven las narices. Ésta es la razón por la cual no podemos ver nuestras narices, ya que todas están en la Luna. Al pensar que la Tierra, materia pesada y potente, iba a sentarse sobre la Luna, y al imaginarme el tormento que sufrirían nuestras narices, se apoderó de mí una inquietud tal, que me puse los calcetines y me calcé en el acto para correr a la sala del Consejo de Estado y dar órdenes, con el fin de que la policía no permitiese a la Tierra sentarse sobre la Luna. Los numerosos capuchinos que hallé en la sala del Consejo de Estado eran personas muy inteligentes, y cuando les dije: "Caballeros, salvemos a la Luna, porque la Tierra quiere sentarse encima de ella", todos en el acto se precipitaron para cumplir mi real deseo. Algunos treparon por las paredes con el fin de alcanzar la Luna; pero en aquel momento entró el gran canciller. Al verle, todos echaron a correr y yo, como rey, me quedé solo. Pero, con gran sorpresa por mi parte, me golpeó con un palo y me echó a mi cuarto. Tal es el poder de las costumbres populares y tradicionales en España. 


Enero del mismo año, que tuvo lugar después de febrero 

   Hasta ahora no puedo comprender qué país tan raro es España. Las costumbres populares y el ceremonial de la Corte son completamente extraordinarios. No comprendo, decididamente no comprendo nada. Hoy me han afeitado la cabeza, a pesar de que grité como un condenado, diciendo que no quería ser un monje. Pero ya soy incapaz de recordar lo que me pasó cuando empezaron a verterme agua fría sobre la cabeza. ¡Jamás experimenté un infierno semejante! Estaba a punto de volverme rabioso, y apenas pudieron retenerme. No comprendo el significado de esta extraña costumbre. ¡Es una costumbre estúpida, absurda! Me niego a comprender la insensatez de los reyes, que hasta ahora no han sabido deshacerse de estas costumbres. A juzgar por todo, me figuro que habré caído en manos de la Inquisición, y seguramente aquel a quien tomé por el canciller no es más que el gran inquisidor. Pero lo único que aún no logro comprender es cómo un rey puede someterse a la Inquisición. Claro que de esto pueden tener la culpa Francia y Polignac. ¡Ah, este Polignac! ¡Qué bestia! ¡Juró oponerse a mí hasta la muerte! Y por eso me persiguen todo el tiempo; pero ya sé, amigo mío, que obras bajo la presión de Inglaterra. Los ingleses son unos grandes políticos que siempre se insinúan en todos los sitios. Y sabe el mundo entero que cuando Inglaterra aspira rapé, Francia estornuda. 


Día 25 

   Hoy el gran inquisidor vino a mi habitación. Pero yo, en cuanto oí sus pasos desde lejos, me escondí debajo de la silla. Él, al ver que no estaba empezó a llamarme. Al principio gritó: 
   —¡Poprischew! 
   Yo permanecí callado. 
   Después dijo: 
   —¡Aksanti Ivanovich, consejero titular, noble! 
   Pero yo permanecía callado. 
   —¡Fernando VIII, rey de España! 
   Yo quise sacar la cabeza, pero pensé: "No, amigo, ya no me engañas. Otra vez me vas a echar agua fría sobre la cabeza". Pero debió de verme, y me hizo salir con su palo de debajo de la silla. ¡Qué daño hace ese maldito palo! Sin embargo, fui recompensado de todo con el hallazgo que hice hoy. Descubrí que cada gallo tiene una España y que la lleva debajo de las plumas. Pero el gran inquisidor se fue muy enfadado, amenazándome con terribles castigos. Yo no hice caso de su ira impotente, ya que obra sólo como una máquina, como un instrumento en mano de los ingleses. 


Día 34 de febrero de 343 

   ¡No! ya no tengo fuerzas para aguantar más! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que están haciendo conmigo? Me echan agua sobre la cabeza. No me hacen caso, no me miran ni me escuchan. ¿Qué les he hecho yo, Señor? ¿Por qué me atormentan? ¿Qué es lo que esperan de mí? ¡Ay, infeliz de mí! ¿Qué les puedo dar yo? Yo no tengo nada. No tengo fuerzas, no puedo aguantar más todos los martirios que me hacen. Tengo la cabeza ardiendo, y todo da vueltas en torno mío. ¡Sálvenme, llévenme de aquí! ¡Que me den una troika con caballos veloces! ¡Siéntate, cochero, para llevarme lejos de este mundo! ¡Más lejos, más lejos, para que no se vea nada!... ¡Cómo ondea el cielo delante de mí! A lo lejos centelleaba una estrella, el bosque de árboles sombríos desfila ante mis ojos, y por encima de él asoma la luna nueva. Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que sé vislumbra allá a lo lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo le martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!... ¡Ah! ¿Sabe usted que el bey de Argel tiene un bulto debajo de la nariz? 


Fin