4/12/14

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE. EUGENE O’NEILL.










MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE

EUGENE O’NEILL


PERSONAJES



JAMES MAYO, agricultor

KATE MAYO, su esposa
CAPITÁN DICK SCOTT, del barco “Sunda", hermano de Kate

HIJOS de JAMES MAYO:

ANDREW MAYO
ROBERT MAYO

RUTH ATKINS


SRA. ATKINS, madre de Ruth, viuda


MARY


BEN, peón de chacra


DOCTOR FAWCETT




ESCENARIOS



ACTO PRIMERO


Escena I: El camino. Crepúsculo de un día de primavera.

Escena II: La casa de la chacra. Esa misma noche.


ACTO SEGUNDO


Escena: La casa de la chacra. Un mediodía de verano.

Escena: Una loma próxima a la chacra, que mira al mar.
Al día siguiente.


ACTO TERCERO


(Cinco años después)


Escena I: La casa de la chacra. Amanecer de un día de fines de otoño.

Escena II: El camino. Al salir el sol.




Acto PRIMERO


ESCENA I



Tramo de una carretera rural. El camino se extiende en diagonal desde la izquierda primer término hasta la derecha de foro, y se lo ve perderse a lo lejos viboreando hacia el horizonte, como una descolorida cinta, entre las lomas bajas y ondulantes, con sus campos recién arados netamente separados el uno del otro, como las casillas de un tablero de ajedrez, por las líneas de muros de pie­dra y rústicas cercas.

El triángulo aislado en primer término por el camino es un término de cuya oscura tierra brotan las miríadas de briznas de un verde claro del centeno sembrado en otoño. Una línea de rocas apiladas y dispersas, demasiado baja para que se la pueda calificar de pared, separa este campo del camino.
A foro del camino hay una zanja, de terraplén empi­nado y herboso en el otro extremo. En el centro de éste, un viejo y nudoso manzano, cuyo follaje acaba de retoñar, tiende sus retorcidas ramas hacia el cielo, que destaca su negrura sobre la palidez de la lejanía. Una cerca flanquea lo alto del terraplén de izquierda a derecha, pasando debajo del manzano.
Se inicia un apacible crepúsculo de mayo. Las lomas del horizonte están orladas todavía por una tenue línea de llamas, y el cielo, en lo alto, brilla encendido por el rubor carmesí del sol que se pone. Esta tonalidad se desvanece gradualmente a medida que avanza la acción.
Al levantarse el telón, Robert Mayo aparece sentado sobre la cerca. Es un joven alto y esbelto, de veintitrés años. Hay en él algo de poeta; lo evidencia su frente alta y ancha y sus ojos oscuros. Sus facciones son de refinada delicadeza, tendiendo a la debilidad en la boca y el men­tón. Viste pantalones de pana gris metidos en altas botas y una camisa de franela azul con una corbata clara. Está leyendo un libro a la luz cada vez más escasa del crepúscu­lo. Lo cierra, dejando un dedo entre las páginas para se­ñalar el pasaje donde se ha detenido y vuelve la cabeza hacia el horizonte, mirando más allá de los campos y las lomas. Sus labios se mueven, como si recitara algo.
Su hermano Andrew llega por el camino desde la dere­cha, volviendo de su labor en los campos. Tiene veinti­siete años de edad y su tipo es opuesto al de Robert. Es fornido, bronceado por el sol, guapo por sus facciones grandes y varoniles; un hijo de la tierra, inteligente o más bien astuto, pero sin, nada de intelectual. Viste overol, botas, una camisa gris de franela abierta en el cuello y un sombrero blando y manchado de barro, que se ha echado atrás. Se detiene hablarle a Robert, apoyán­dose sobre la azada que lleva.


ANDREW (viendo que Robert no ha notado su presen­cia, grita).-¡Eh! (Robert se vuelve, sobresaltado. Al ver quién lo llama, sonríe.) ¡Diablos, merecerías un premio por soñar despierto! Y ya veo que te has traído uno de tus viejos libros. (Cruza la zanja y se sienta sobre la cerca, junto a su hermano.) ¿Qué lees esta vez? Apostaría a que son versos. (Tiende la mano hacia el libro.) Muéstrame.

ROBERT (tendiéndole el libro, con gesto algo reacio.) -Ten cuidado de que no se llene de polvo.
ANDREW (mirándose las manos).-Esto no es pol­vo. . . Es buena tierra limpia. (Hojea el libro. Lee algo y lanza una exclamación de disgusto.) ¡Bah! (Mirando a su hermano con una sonrisa provocativa, lee en voz alta, con voz quejumbrosa y cantarina:) "He amado el viento y la luz y el brillante mar. ¡Pero nada amé tanto. como te amé a ti, sagrada noche!" (Le devuelve el libro a Ro­bert.) ¡Toma! Y entiérralo. Supongo que fue el año pasado en la Universidad el_ que te aficionó a estas cosas. Me alegro muchísimo de no haber pasado del colegio secun­dario; en caso contrario, habría perdido el juicio también. (Sonríe y le da una afectuosa palmada a Robert.) Ima­gíname leyendo versos y arando, al mismo tiempo. Apuesto a que se me escaparía la yunta.
ROBERT (riendo).-O imagíname arando a mí.
ANDREW. -Debiste volver a la Universidad en el otoño pasado. Ya sé que lo deseabas. Estás bien dotado para estas cosas, y yo, no.
ROBERT.- Ya sabes por qué no volví, Andy. A papá eso no le gustaba, aunque no lo dijera: y sé que nece­sitaba el dinero para hacer mejoras en la chacra. Además, no me interesan los estudios, aunque me veas leyen­do libros sin cesar. Lo que quiero es estar siempre en mo­vimiento, sin arraigar en ninguna parte.
ANDREW.-Bueno... Pues el viaje que emprenderás mañana te obligará a moverte bastante. (Ante esta alu­sión, ambos guardan silencio. Pausa. Finalmente, Andrew prosigue, torpemente, afectando negligencia:) Tío dice que tu ausencia durará tres años.
ROBERT. -Poco más o menos, según sus cálculos.
ANDREW (caviloso).-Eso, es mucho tiempo.
ROBERT.-No tanto, si bien se piensa. Ya sabes que el "Sunda" irá primero a Yokohama dando la vuelta al Cabo de Hornos, y eso es una larga travesía para un ve­lero; y si vamos a cualquiera de los demás lugares a que se refiere tío Dick -la India o Australia o el África del Sur o la América del Sur-, esos serán viajes largos, también.
ANDREW.-Lo que es por mí, puedes quedarte con todos esos países extranjeros. (Después de una pausa.) Mamá te echará mucho de menos, Rob.
ROBERT .-Sí. . . Y yo a ella.
ANDREW.-Y a papá no lo alegra mucho tu partida. . . aunque trata de disimularlo.
ROBERT. -Adivino sus sentimientos.
ANDREW. -Y puedes apostar a que tampoco me ale­gra a mí. (Pone una mano sobre la cerca, junto a Robert.)
ROBERT (poniendo una de las suyas sobre la de An­drew, con gesto casi tímido).-También sé eso, Andy.
ANDREW.-Creo que te echaré de menos tanto como cualquier otro. Te diré. . . Nosotros no somos como la mayoría de los hermanos. . . que siempre están riñendo y viven separados. Nosotros siempre hemos estado jun­tos. . . juntos y solos. Nuestro caso es distinto. Por eso duele tanto la separación, supongo.
ROBERT (con emoción).-A mí me cuesta tanto como a ti, Andy.. . ¡Créeme! Sufro al abandonarte a ti y a los viejos, pero. . . tengo que irme. Hay algo que se llama. . . (Señala el horizonte.) Oh, no puedo explicártelo, Andy.
ANDREW. -Ni hace falta, Rob. (Irritado contra sí mismo.) ¡Qué diablos! Necesitas ir... y eso es todo; y yo no querría que perdieras esta oportunidad por nada del mundo.
ROBERT.-Eres muy bueno al pensar así, Andy.
ANDREW.-¡Bah! Sería un canalla si no lo pensara... ¿verdad? Cuando recuerdo lo mucho que necesitas ese viaje por mar para convertirte en un hombre nuevo
-físicamente, es claro- y recuperar toda tu salud...
ROBERT (algo impaciente).-Todos ustedes se preocu­pan a cada momento de mi salud. Se habituaron tanto a verme tendido en algún rincón de la casa en otros tiempos, que para ustedes seguiré siendo siempre un invá­lido crónico. No advierten la reacción de estos últimos años. Si no tuviera más pretexto para embarcarme con tío Dick que mi salud, me quedaría aquí y empezaría a cultivar la tierra.
ANDREW.-Imposible. No has nacido para hacerlo. La diferencia que hay entre nosotros, se nota en nuestros sentimientos por la chacra. . . Tú. . . Bueno, supongo que esto te gusta como hogar: pero lo detestas como sitio para trabajar y cultivar cosas. ¿No es eso?
ROBERT. -Sí, supongo que sí. En cambio, tú eres distinto. Eres un Mayo hecho y derecho. Estás ligado a la tierra. Eres un producto de la tierra, como una espiga de maíz o un árbol. Y lo mismo papá. Esta chacra es su labor de toda la vida y le alegra saber que otro Mayo, inspirado por el mismo amor, proseguirá este trabajo cuando él lo abandone. Comprendo tu actitud y la de papá, y me parece maravillosa y sincera. Pero yo... Bueno; yo no soy así.
ANDREW.-No, no lo eres: pero en cuanto a com­prensión, creo que tienes tu manera propia de ver las cosas.
ROBERT (caviloso).- Me pregunto si lo comprendes, realmente.
ANDREW (con convicción).-Claro que sí. Has visto un poco d mundo, lo suficiente para que la chacra te parezca pequeña, y sientes comezón de verlo todo.
ROBERT. -Es algo más que eso, Andy.
ANDREW.-Oh, claro. Sé que aprenderás náutica y todo lo relativo a un barco, para poder ser oficial. Eso es natural, por lo demás. Recibirás una buena paga, si se piensa que siempre has tenido solamente casa y comida; y si te propones viajar, podrás ir adonde se te antoje sin pagar pasaje.
ROBERT (can sonrisa un poco triste).-Es algo más que eso, Andy.
ANDREW.-Claro que sí. Existe siempre la posibilidad de que se te presente algo bueno en uno de los puertos extranjeros. He oído decir que hay grandes oportunida­des para un joven despierto, en esos países nuevos. (Jo­vialmente.) ¡Apuesto a que has estado pensando en eso bajo tu aire apacible! (Palmea en la espalda a su hermano, riendo.) Bueno... Si te conviertes en millonario de la noche a la mañana, ven sin demora y te pasaré el plato. Aquí, en la chacra, podríamos usar muchísimo dinero sin que nadie saliera perdiendo.
ROBERT (que se ve obligado a reír).-Nunca pensé en ese aspecto práctico del asunto, Andy.
ANDREW.-Bueno, pues debieras hacerlo.
ROBERT. -No, no debo. (Señalando el horizonte, con aire soñador).-¿Y si te dijera que sólo me atrae la Belleza, la belleza de lo lejano y lo desconocido, el mis­terio y el hechizo del Oriente que me seduce en los libros que he leído, la necesidad de sentirme libre en los grandes y anchos espacios, el placer de vagabundear constante­mente. . . en busca del secreto oculto allí, más allá del horizonte? ¿Y si te dijera que esa es la única razón de mi partida?
ANDREW.- Diría que estás chiflado.
ROBERT (frunciendo el ceño).-No pienses eso, Andy. Hablo en serio.
ANDREW.-Entonces, más vale que te quedes, por­ que aquí, en esta chacra, tenemos todo lo que estás bus­ cando. Sabe Dios que sobra espacio, y que para tener todo el mar que quieras te basta con caminar un kilómetro hasta la playa; y hay mucho horizonte que mirar Y belleza suficiente para cualquiera, salvo en invierno. (Sonríe.) En cuanto al misterio y el hechizo, no los he encontrado aún, pero es probable que estén aquí en alguna parte. Debes comprender que esta es una chacra de primera, con todos los accesorios. (Ríe.)
ROBERT (riéndose a su vez, sin poderlo remediar). ¡Es inútil razonar contigo, tonto!
ANDREW. -Más vale que no le hables de hechizos y cosas parecidas al tío Dick cuando estés a bordo. Proba­blemente te arrojaría al agua. (Baja de un salto de la cerca.) Más vale que me vaya pronto. Tengo que lavarme un poco porque vendrá a cenar la madre de Ruth.
ROBERT (intencionadamente, casi con amargura).-Y Ruth.
ANDREW (confuso, mirando a todas partes salvo a Ro­bert y tratando de mostrar despreocupación).-Sí, tam­bién vendrá Ruth. Bueno, más vale que me apure, me parece... (Franquea de un salto la zanja y sale al camino mientras habla.)
ROBERT (que parece luchar con una fuerte emoción íntima, impulsivamente).- ¡Espera un momento, Andy! (Baja de un salto de la cerca.) Hay algo que quiero... (Se interrumpe bruscamente, mordiéndose los labios y sonrojándose.)
ANDREW (enfrentándolo, casi desafiante).- ¿Qué?
ROBERT (confuso).-No ... No te preocupes ... No tiene importancia, no es nada.
ANDREW (después de una pausa, durante la cual contempla fijamente el rostro de Robert, quien rehúye su mirada).-Quizá yo adivine... lo que ibas a decir... pero creo que haces bien al no hablar de eso. (Ambos hermanos permanecen inmóviles y mirándose en los ojos durante unos instantes.) No podemos remediar esas co­sas, Rob. (Se vuelve, soltando repentinamente la mano de Robert.) Vendrán pronto... ¿no es así?
ROBERT (con aire sombrío).-Sí.
ANDREW.-Entonces, será hasta luego. (Se va por el camino, hacia izquierda. Robert lo sigue con la mirada durante unos instantes; luego trepa nuevamente la cerca y mira las lomas con profunda pena. A los pocos instantes Ruth entra presurosamente por izquierda. Es una muchacha sana, rubia y habituada a vivir al aire libre, de veinte años, de figura esbelta y plena de gracia. Su rostro, aunque propenso a la redondez, es innegablemente bello, y sus grandes ojos, de tonalidad azul oscura, con­trastan de un modo sorprendente con su tez bronceada por el sol. Sus facciones pequeñas y regulares son subra­yadas por cierta energía, por una tenacidad terca y subya­cente en la seducción franca y hechicera de su fresca juventud. Viste un sencillo vestido blanco y no usa sombrero.)
RUTH (al ver a Robert).-¡Hola, Rob!
ROBERT (sobresaltado).-¡Hola, Ruth!
RUTH (salva de un salto la zanja y se encarama sobre la cerca, a su lado).-Te estaba buscando.
ROBERT (con intención).-Andy acaba de irse.
RUTH.-Lo sé. Nos encontramos en el camino hace un momento. Me dijo que estabas aquí. (Tiernamente traviesa.) Yo no buscaba a Andy, inteligentón, si es eso lo que quieres decir. Te buscaba a ti.
ROBERT.-¿Porque me voy mañana?
RUTH.-Porque tu madre está ansiosa de que vuelvas a casa y me rogó que te buscara. Acabo de llevar a mamá en su sillón de ruedas a tu casa.
ROBERT (por mera fórmula).-¿Cómo está tu madre?
RUTH (sobre cuyo rostro se cierne una sombra).­
Poco más o menos igual. No parece mejorar ni empeorar. Oh, Rob. . . Ojalá, mamá tratara de ponerle a mal tiem­po buena cara, ya que eso no tiene remedio.
ROBERT.-¿Te ha estado hostigando de nuevo?
RUTH (asiente y luego tiene un ataque de rebeldía). - Nunca deja de hostigarme. Todo lo que hago por ella le parece defectuoso. Si papá estuviese vivo aún. . . (Se interrumpe, como avergonzada de su arranque.) Supongo que no debiera quejarme así. (Suspira.) Pobre mamá, por cierto que su vida es dura. Supongo que el mal humor se explica cuando una no puede dar un paso. Oh, me gustaría irme a alguna parte... ¡como tú!
ROBERT. -Cuesta quedarse. . . y, a veces, también cuesta irse.
RUTH.-¡Vamos! ¡Qué tonta soy! Juré que no hablaría de ese viaje hasta que te marcharas. . . ¡y lo pri­mero que hago es referirme a él!
ROBERT.- ¿Por qué no querías hablar de mi viaje?
RUTH.-Para no estropear la última noche que pases aquí. Oh, Rob, voy a. . . vamos a echarte de menos mu­chísimo. A juzgar por la cara de tu madre, se echará a llorar de un momento a otro. Te imaginarás mis senti­mientos. Andy y yo. . . ¡Si se diría que nos hemos pasado toda la vida juntos!
ROBERT (con una penosa tentativa de sonrisa).-Tú te seguirás viendo con Andy. El que lo pasará peor seré yo, que me quedaré solo.
RUTH. - Pero verás cosas nuevas y gente nueva, que te distraerán; mientras que nosotros seguiremos aquí, en estos lugares viejos y familiares, que no podremos olvidar ni por un momento. Es una lástima que te vayas...y precisamente ahora, en primavera, cuando todo está cada vez más hermoso. (Con un suspiro.) Yo no debiera hablar así. Sé que lo mejor que puedes hacer es irte. Tu padre dice que encontrarás muchas oportunidades de pro­gresar.
ROBERT (enardecido).- ¡Todo eso me importa un bledo! Yo no cruzaría el camino, siquiera, por la mejor oportunidad del mundo, por una de esas en que piensa papá. (Su propia irritación lo hace sonreír.) Discúlpame este arranque, Ruth, pero Andy me dio una dosis exce­siva de consideraciones prácticas.
RUTH (lentamente, perpleja).-Pero si no se trata... (Con repentina vehemencia.) Oh, Rob ... ¿Por qué quie­res irte?
ROBERT (volviéndose rápidamente hacia ella, le pre­gunta sorprendido, con lentitud).-¿Por qué me lo pre­guntas, Ruth?
RUTH (bajando los ojos, ante su mirada indagadora). -Porque ... (Con un hilo de voz.) Es una lástima.
ROBERT (con insistencia).-¿Por qué?
RUTH. -Oh, porque. . . Por todo.
ROBERT. -Ahora, difícilmente podría dar marcha atrás, aunque quisiera hacerlo. Y ustedes me olvidarán en un abrir y cerrar de ojos.
RUTH (indignada).-¡No! Yo nunca olvidaré. . . (Se interrumpe y le vuelve la espalda para disimular su tur­bación.)
ROBERT (con dulzura).-¿Me lo prometes?
RUTH (evasiva).-Claro. Haces muy mal en creer que cualquiera de nosotros podría olvidarte tan fácilmente.
ROBERT (decepcionado).- ¡Ah!
RUTH (tratando de adoptar un tono frívolo).-Pero, aún no me has dicho por qué te vas.
ROBERT (pensativamente).-Dudo de que lo comprendas. Cuesta explicarlo, aun a mí mismo. Es una de esas cosas que se sienten o no se sienten. Recuerdo que yo la sentí por primera vez cuando chiquillo. . . No ha­brás olvidado lo enfermizo que era entonces. . . ¿verdad?
RUTH (estremeciéndose).-No recordemos aquellos tiempos.
ROBERT.-Tienes que recordarlos para comprender. Bueno. . . Entonces, cuando mamá preparaba la comida, solía deshacerse de mí, para que no la molestara, arrimando mi silla a la ventana que da al Oeste y diciéndome que mirara por allí y me quedara callado. Eso no me costaba trabajo. Creo que siempre lo estaba.
RUTH (compasivamente).-Sí, siempre lo estabas... ¡y , sufrías tanto, además!
ROBERT.-De modo que yo acostumbraba contemplar esas lomas. . . (Señala el horizonte) y a ve­ces, al cabo de un rato, olvidaba cualquier pena y em­pezaba a soñar. Sabía que del otro lado estaba el mar... así me lo habían dicho. . . y solía preguntarme cómo era y trataba de imaginármelo. (Con una sonrisa.) Aquel mar lejano contenía para mí todo el misterio del mun­do ... ¡y lo sigue conteniendo! (Tras breve pausa.) Y en otras ocasiones, mis ojos seguían la línea del camino que se esfumaba viboreando a lo lejos, hacia las lomas, como si también él buscara el mar. Y yo me prometía que, cuando fuera grande y fuerte, me marcharía por él, y el camino y yo, los dos juntos, encontraríamos el mar. (Con una sonrisa.) Ya lo ves... Al hacer este viaje, me limito a cumplir aquella promesa.
RUTH (hechizada por la voz grave y musical de Robert que le cuenta los sueños de su infancia).- Sí, ya lo veo.
ROBERT.-Aquellos fueron entonces los únicos mo­mentos felices de mi vida. . . cuando soñaba junto a la ventana. Me gustaba estar solo. . . en esas ocasiones. Llegué a conocerme de memoria todos los tipos de cre­púsculos. Y surgían ahí... (señala) más allá del hori­zonte. De modo que acabé por creer que todas las cosas maravillosas del mundo sucedían del otro lado de esas lomas. Allí estaba la casa de las hadas buenas, que hadan hermosos milagros. Yo creía en las hadas, entonces. (Con una sonrisa.) Quizá siga creyendo en ellas. De todos modos, en esos tiempos eran bastante reales y a veces yo oía verdaderamente que me llamaban a jugar con ellas, a bailar con ellas en el camino al anochecer mientras jugá­bamos al escondite, para averiguar dónde se ocultaba el sol. Me cantaban sus canciones, aquellas canciones que hablaban de todas las cosas maravillosas que tenían en su hogar, del otro lado de las lomas, y prometían mostrár­melas, con tal de que yo fuera . . . ¡de que yo fuera! Pero yo no podía ir y solía llorar, y mamá creía que me dolía algo. (Se interrumpe repentinamente, riendo.) Por eso me voy ahora, supongo. Porque me parece aún que me llaman. Pero el horizonte está lejos y sigue siendo tan seductor como siempre. (Se vuelve hacia Ruth y le dice con dulzura:) ¿Comprendes ahora, Ruth?
RUTH (hechizada, en voz baja).-Sí.
ROBERT .-¿De modo que lo sientes?
RUTH.-¡Sí, sí, lo siento! (Inconscientemente, se acu­rruca contra el costado de Robert. El brazo de este la rodea furtivamente, como si el joven no tuviera concien­cia de su acto.) ¡Oh, Rob! ¿Cómo podría yo dejar de sen­tirlo? ¡Dices las cosas de una manera tan linda!
ROBERT (advirtiendo repentinamente que la ciñe y que la cabeza de Ruth reposa sobre su hombro, retira Sutilmente el brazo. Ruth, que acaba de volver en sí, se siente muy turbada).-De modo que ya sabes por qué me voy. Es por esa razón. . . y también por otra.
RUTH.-¿Tienes otra? Entonces, debes decírmela, también.
ROBERT (escudriñándola. Ruth baja los ojos ante su mi­ rada).-¡Me pregunto si debo hacerlo! ¿Me prometes no enojarte. . . sea cual fuere esa razón?
RUTH (en voz baja, rehuyendo sus ojos).-Sí, te lo prometo.
ROBERT (con sencillez).-Te quiero. Esa es la otra razón.
RUTH (ocultando su rostro entre sus manos).-¡Oh, Rob!
ROBERT. -No pensaba decírtelo, pero siento que debo hacerlo. No me importa ya ahora que me voy tan lejos y por tanto tiempo. . . quizá para siempre. Hace años que te amo, pero sólo lo comprendí cuando convine en marcharme con el tío Dick. Entonces pensé en que te dejaría y el dolor que me causó ese pensamiento me reve­ló en un relámpago de lucidez. . . que te quería, que te había querido siempre. (Aparta con dulzura una de las manos de Ruth de su rostro.) No debes guardarme rencor por lo que te digo, Ruth. Advierto cuán imposible es todo eso… y lo comprendo: porque la revelación de mi propio amor pareció abrirme los ojos para el amor de los demás. Vi el amor de Andy por ti. . . y com­prendí que debías amarlo.
RUTH (interrumpiéndolo, con vehemencia).-¡No! No amo a Andy!. ¡No lo amo! (Robert la contempla con tontada asombro. Ruth llora histéricamente.) ¿Quién ... te ha metido esa idea tan estúpida . . . en la cabeza? (Re­pentinamente, la joven le echa los brazos al cuello y oculta la cabeza contra su hombro.) ¡Oh, Rob! ¡No te vayas! ¡Por favor! ¡Ahora, no debes irte! ¡No puedes irte! ¡No te dejaré! ¡Eso me destrozaría el corazón!
ROBERT (cuyo aire de atontada perplejiad es sustituido por una expresión de abrumadora alegría, la oprime contra sí, lenta y tiernamente).-¿Quiere decir... que me amas?
RUTH (sollozando).-Sí, sí. .. claro... ¿Y qué te habías creído? (Alza la cabeza y lo mira en los ojos, con trémula sonrisa.) ¡Tonto! (Él la besa.) Te he amado siempre.
ROBERT (intrigado).-¡Pero tú y Andy estaban siempre juntos!
RUTH.-Porque al parecer tú no querías ir a ninguna parte conmigo. Siempre leías algún libraco y no me pres­tabas atención. Mi amor propio me impedía insinuarte que aquello me importaba, porque creía que el año pasado en la Universidad te habías vuelto engreído y que te creías demasiado culto para perder el tiempo conmigo.
ROBERT (besándola).-Y yo que pensaba... (Rien­do.) ¡Qué tontos hemos sido ambos!
RUTH (agobiada un repentino temor).-No te irás de viaje. . . ¿verdad, Rob? Les dirás que no te pue­des ir por mí. . . ¿no es así? ¡No puedes irte, ahora!
¡No puedes irte!
ROBERT (perplejo).-Quizá. . . también tú puedas venir.
RUTH.-¡Oh, Rob! No seas tontito. Bien sabes que no puedo. ¿Quién cuidaría a mamá? ¿No comprendes que no puedo irme... por ella? (Se aferra a él, implorante.) No te vayas, por favor... Ahora, no. Diles que has decidido quedarte. No les importará. Sé que tus pa­dres se alegrarán. Todos se alegrarán. No quieren que te vayas tan lejos y los abandones. ¡Por favor, Rob! Seremos tan felices aquí, donde estamos a nuestras anchas y lo conocemos todo... ¡Por favor, dime que no te irás!
ROBERT (enfrentado con una decisión final y definitiva, deja entrever la lucha que se produce en su alma).­
Pero. . . Ruth. . . Yo. . . El tío Dick ...
RUTH. -No le importará cuando sepa que te quedas para ser feliz. ¿Cómo podría oponerse? (Al ver que Ro­bert guarda silencio, la joven vuelve a prorrumpir en sollozos.) ¡Oh, Rob! ¡Y decías que me amabas!
ROBERT (vencido por esta exhortación, con tono de irrevocable decisión).-No me iré, Ruth. Te lo prometo.
¡Vamos! ¡No llores! (La oprime contra sí, acariciándole tiernamente el cabello. Después de una pausa, habla con aire feliz y esperanzado.) Después de todo, quizás Andy tenga razón, más razón de la que supone, al decir que yo podría encontrar aquí, en casa, en la chacra, todas las cosas que busco. Seguramente, el amor era el secreto. . . el secreto que me llamaba desde el otro extremo del mundo. . . el que acecha más allá del horizonte. Y como yo no iba hacia el amor, el amor vino a mí. (Oprime a Ruth contra él con frenesí.) ¡Oh, Ruth! ¡Nuestro amor es más dulce que ningún sueño lejano! (La besa apasionadamente y salta al suelo, luego alza a Ruth en sus brazos y la lleva hasta el camino, donde la deja en tierra.)
RUTH (con risa feliz).-¡Oh! ¡Qué fuerte eres!
ROBERT .-¡Ven! Les diremos ahora mismo lo ocu­rrido.
RuTH (asustada).-Oh, no, Rob. Espera a que me vaya. Todos están allí. ¡Qué escena se produciría!
ROBERT (besándola, alegremente).-Como quieras... ¡señorita Sentido Común!
RUTH. -Vamos, pues. (Lo toma de la mano y se dirigen hacia la izquierda. Repentinamente, Robert se detiene y se vuelve, como para mirar por última vez las lomas y el agonizante arrebol del crepúsculo.)
ROBERT (mirando hacia arriba y señalando).-¡Mira! La primera estrella. (Se inclina y la besa tiernamente.) ¡Nuestra estrella!
RUTH (en voz baja, suavemente).-Sí. Nuestra estre­lla privada. (Se quedan un momento mirando la estrella, abrazados. Luego, Ruth vuelve a tomarlo del brazo y reanuda la marcha, llevándoselo.) Ven, Rob. Vamos. (Los ojos de Robert están fijos nuevamente en el horizonte cuando se vuelve a medias para seguirla. Ruth lo apremia.)
Llegaremos tarde para la cena, Rob.
ROBERT (menea la cabeza con impaciencia, como si desechara un pensamiento perturbador y dice riendo).­ Perfectamente. Entonces, correremos. ¡Ven! (Se van co­rriendo, mientras cae el telón.)




ESCENA II


La salita de la chacra de los Mayo, a las nueve de la misma noche, aproximadamente. A la izquierda, dos ven­tanas que dan a los campos. Junto a la pared, entre las ventanas, un anticuado escritorio de nogal. En el rincón izquierdo, foro, un aparador con su espejo. En la pared de foro, a la derecha del aparador, una ventana que mira al camino. Cerca de la ventana, una puerta que lleva al patio. Más a la derecha, un sofá negro de crin y otra puerta que da a un dormitorio. En el rincón, una silla de respaldo recto. En la pared de la derecha, cerca del centro, una puerta abierta que lleva a la cocina. Más allá, un hornillo con dos mecheros y una abertura para poner el carbón, etc. En el centro del piso, cubierto con una al­fombra nueva, una mesa de comedor de roble con una carpeta roja. En el centro de la mesa, una gran lámpara a kerosene, para leer. Cuatro sillas, tres mecedoras con fundas de crochet en el respaldo, y otra de respaldo recto, todas en torno de la mesa. Los muros están revestidos de un empapelado rojo oscuro, con un dibujo que forma volutas.

Todo lo que hay en la habitación es limpio y cuidado y está en su sitio, pero no hay indicios de una escrupu­losidad exagerada en el conjunto. La atmósfera revela más bien el ordenado confort de una prosperidad sencilla y penosamente ganada, que la familia disfruta y conserva trabajando como una sola unidad.
En escena James Mayo, su esposa, su hermano el capi­tán Dick Scott, y Andrew. James Mayo es la imagen misma de su hijo Andrew, en cuanto al cuerpo y a la cara, un Andrew de sesenta y cinco años, de barba breve, cuadrada, blanca. La señora Mayo es una mujer débil, de rostro redondo, algo remilgada, de cincuenta y cinco años de edad, que ha sido maestra de escuela. Las tareas pro­pias de la esposa de un chacarero la han encorvado, pero no quebrantado, y conserva en sus movimientos y en su aire cierto refinamiento ajeno a la rama de los Mayo. Si Robert se parece un poco a alguno de sus progenitores, es a ella. El hermano de la señora Mayo, capitán Dick Scott, es bajo y rechoncho, de rostro jovial, curtido a los vientos y provisto de un bigote blanco: un lobo de mar típico, gritón y propenso a gesticular. Tiene cincuenta y ocho años.
James Mayo está sentado delante de la mesa. Usa an­teojos y tiene sobre sus rodillas un periódico de agricultura que ha estado leyendo. El capitán está inclinado hacia adelante en su silla, más atrás, con las manos sobre la mesa. Andrew, por su parte, se halla ladeado en su silla de respaldo recto de la izquierda, con el mentón caído sobre el pecho, y mira fijamente la carpeta, preocupado y ceñudo.
Al levantarse el telón, el capitán termina de narrar un episodio del mar. Los demás fingen un interés que es desmentido por el aire ausente de sus rostros.

EL CAPITÁN (con una risita).-Y la misionera me saludó en el muelle cuando yo bajaba a tierra, y me dijo... con el estúpido rostro contraído y serio como el Día del Juicio Final: "Capitán... ¿Tendría la bondad de decir­me dónde duermen de noche las gaviotas?" ¡Que me condenen si no fueron esas sus palabras exactas! (Golpea la mesa con las palmas de las manos y ríe sonoramente. Los demás le responden con sonrisas forzadas.) ¿Verdad que la pregunta es propia de una estúpida mujer? Y la miré con toda la seriedad posible y le dije: "Señora, yo no le podría contestar con exactitud Nunca vi todavía a una gaviota en la cama. La próxima vez que la oiga roncar --dije-, anotaré dónde se ha instalado y le escribiré a usted." Y entonces me llamó idiota con verdadera malevolencia y se fue rápidamente. (Vuelve a reír, de. una manera ruidosa.) De modo que me libré de ella así. (Los demás ríen, pero retornan inmediatamente a su aire sombrío.)



SRA. MAYO (distraídamente, comprendiendo que debe decir algo).-Pero... ya que hablamos de eso, Dick ... ¿dónde duermen las gaviotas?

Scott (descargando otra palmada sobre la mesa).­ ¡Ja, ja! Escúchala, James. ¡Y va otra! Bueno, si esto no es divertido, qué diablos. . . ¡Perdóname la blasfe­mia, Kate!
MAYO (con un fulgor en los ojos).-Las gaviotas abren las alas, Kate, y las extienden sobre una ola a guisa de cama.
SCOTT .-Y luego, les dicen a los peces que las des­pierten con un silbido cuando sea la hora. ¡Ja, ja!
SRA. MAYO (con forzada sonrisa).-Ustedes los hombres son muy inteligentes.. . ¿verdad? (Retoma su teji­do. Mayo finge leer su periódico. Andrew mira el piso.) SCOTT (los contempla sucesivamente, con aire perple­jo. Por fin, no puede seguir soportando el pesado silencio y exclama).-Se diría que ustedes están velando un cadáver. (Con exagerada preocupación.) ¡Dios Todopode­roso! ¿Supongo que no habrá muerto alguien?
MAYO (con aspereza).-¡No hagas el tonto, Dick! Sabes tan bien como nosotros que no nos sobran motivos para estar alegres.
SCOTT (tratando de mostrarse convincente).-Y tampoco hay motivo para usar luto, que yo sepa.
SRA. MAYO (indignada).-¿Cómo puedes hablar así, Dick Scott, cuando te llevas a Robbie, en plena noche por así decirlo, sólo para alcanzar ese viejo barco tuyo? Creo que bien podrías esperar hasta la mañana. . . ¡a que Robbie se desayunara!
SCOTT (dirigiéndose a los demás, con aire de impo­tencia).-¿Verdad que esta forma de ver las cosas es muy propia de una mujer? Por Dios, Kate... Yo no le puedo ordenar a la marea que esté alta cuando me convenga. No me divierte quedarme sin dormir y zarpar a las seis de la mañana. (Con tono de protesta.) Y el "Sunda" no es un barco viejo -al menos, no muy vie­jo- y está tan bueno como siempre.
SRA. MAYO (los labios trémulos).-Ojalá Robbie no se marchara.
MAYO (mirándola por encima de sus anteojos, con tono consolador).-¡Vamos, Kate!
SRA. MAYO (con tono rebelde).-¡Pues yo quiero que no se vaya!
SCOTT.-No debieras tomarlo tan a pecho, me pa­rece. Este viaje lo convertirá en un hombre. Cuidaré de que aprenda el arte de la navegación y de que estudie para obtener el diploma de piloto. . . y eso le dará un oficio para el resto de su vida, si quiere viajar.
SRA. MAYO.-Pero yo no quiero que Robbie se pase la vida viajando. Quiero que vuelva a casa cuando ter­mine esa travesía. Entonces, estará muy bien y querrá... casarse. . . (Andrew se inclina en su silla, con repentino movimiento.) Y establecerse aquí. (Mira fijamente el tejido que tiene sobre el regazo y prosigue, después de una pausa.) Nunca preví que yo sufriría tanto cuando se marchara Robbie. . . o no hubiera pensado en eso ni por un momento.
SCOTT . -Es inútil que te pongas así, Kate, ahora que todo está resuelto.
SRA. MAYO (al borde de las lágrimas).-A ti, no te cuesta nada hablar. Nunca has tenido hijos. No sabes qué significa separarse de ellos... y Robbie es el menor, además. ( Andrew frunce el ceño y se mueve nerviosa­ mente en su silla.)
ANDREW (volviéndose repentinamente hacia ellos).- Ninguno de ustedes parece tomar en consideración una cosa ... y es que Rob quiere ir. Está completamente re­ suelto a marcharse. Ha estado soñando con ese viaje desde que lo mencionaron por primera vez. No sería justo im­pedírselo. (Un repentino malestar parece apoderase de él.) Al menos, si sigue pensando como esta tarde, cuando hablamos del asunto.
SRA. MAYO (con cierto tono de reproche).-¿Por qué no llevaste esta noche a casa a la señora Atkins, Andy? Habitualmente, lo haces cuando Ruth vuelve.
ANDREW (rehuyendo su mirada).-Pensé que quizá quisiera hacerlo Robert, esta vez. Se ofreció cuando ellas se marchaban.
SRA. MAYO.-Sólo quería ser cortés.
ANDREW (poniéndose de pie).-Bueno, supongo que regresará de un momento a otro. (Se vuelve hacia su padre.) Creo que iré a ver a esa vaca negra, papá... para averiguar si está mejor.
MAYO.-Sí. .. Más vale que vayas, hijo. (Andrew entra a la cocina, a la derecha.)
SCOTT (cuando Andrew sale, dice en voz baja).-Este muchacho sí que sería un buen marino, un marino fuer­te. . . si quisiera.
MAYO (con aspereza).-No le metas esas ideas dis­paratadas en la cabeza a Andy, Dick. . . o me enojaré contigo. (Sonríe.) Pero, de todos modos, no podrías tentarlo. Andy es un Mayo hasta la médula y un agricultor nato, y buen agricultor, por añadidura. Vivirá y morirá en la chacra, así lo espero. (Con orgullosa confianza.) ¡Y hará de la nuestra una de las más hermosas y productivas del Estado, además!
SCOTT . -Pues me parece que ya es bastante hermosa ahora.
MAYO (meneando la cabeza).-Es demasiado peque­ña. Necesitamos más tierra para valorizarla y no tenemos el capital necesario para la compra. (Andrew vuelve de la cocina. Se ha puesto el sombrero y trae una linterna encendida. Va hacia la puerta de foro que da afuera.)
ANDREW (abre la puerta y se detiene).-¿Hay que hacer alguna otra cosa, papá?
MAYO. -No, nada que yo sepa. (Andrew sale, cerrando la puerta.)
SRA. MAYO (después de una pausa).-¿Qué le pasará a Andy esta noche, digo yo? Obra de una manera tan extraña... .
MAYO. -Parece algo sombrío y descontento. Supon­go que eso se deberá a la partida de Robert. (A Scott.) No te imaginas, Dick, cómo se quieren mis muchachos. No son como la mayoría de los hermanos. Han sido íntimos amigos durante toda su vida, y nunca han reñido, que yo recuerde.
SCOTT .-Está de más que me lo digas. Ya veo el afecto que se tienen.
SRA. MAYO (cavilando sobre lo mismo).-¿Notaste qué raros estaban todos durante la cena? Robert parecía nervioso por no sé qué y Ruth estaba agitada y reía entre dientes a cada momento, y Andy, sentado con aire estú­pido, parecía haber perdido a su mejor amigo; y todos ellos apenas si mordisquearon su comida.
MAYO. -Creo que pensaban en el día de mañana, como nosotros.
SRA. MAYO (meneando la cabeza).-No. Temo que haya sucedido algo. . . otra cosa.
MAYO.-¿Quieres decir. . . con Ruth?
SRA. MAYO. -Sí.
MAYO (después de una pausa, frunciendo el ceño).- Confío en que ella y Andy no habrán tenido alguna riña de importancia. Siempre tuve la esperanza de que se en­tenderían, tarde o temprano. ¿Qué dices de eso, Dick? ¿Verdad que forman una buena pareja?
SCOTT (meneando la cabeza, con aire de aprobación). -Serían una pareja sana y encantadora.
MAYO.-Eso le convendría a Andrew en diversos sentidos. Por lo general, no soy lo que se llama un hom­bre calculador y creo que conviene dejar que los jóvenes solucionen sus asuntos por su cuenta: pero ese matri­monio les ofrece a ambos ventajas que no se pueden pasar por alto razonablemente. La chacra de los Atkins está contigua a la nuestra. Si se unieran, formarían una propiedad espléndida, con mucha tierra cultivable. Y como la señora Atkins es viuda, tiene una sola hija y es inválida por añadidura, no puede aprovecharla bien. Necesita a un hombre, a un agricultor de primera para que se encargue de todo; y ese hombre es Andy, preci­samente.
SRA. MAYO (con brusquedad).-No creo que Ruth ame a Andy.
MAYO.-¿No lo crees? Bueno, puede ser que los ojos de una mujer sean más sagaces en esas cosas, pero... siempre están juntos. Y si ella no lo ama ahora, es pro­bable que lo ame con el tiempo. (Al ver que la señora Mayo menea la cabeza.) Pareces obstinarte en tu opi­nión, Kate. ¿Cómo lo sabes?
SRA. MAYO.-Es. . . simplemente un presentimiento.
MAYO (que vislumbra de pronto algo).-¿No que­rrás decir que...? (La señora Mayo asiente. Mayo ríe, desdeñosamente.) ¡Bah! Le estoy perdiendo el respeto a tu perspicacia, Katey. Pero... ¡si Robert no tiene tiempo para Ruth, salvo como amigo!
SRA. MAYO (con aire de advertencia).-¡Ssssht! (La puerta del patio se abre y entra Robert. Sonríe con aire feliz y canturrea una canción, pero al entrar se manifiesta en él un vago y nervioso malestar.)
MAYO.-¡De modo que ya estás aquí, por fin! (Ro­bert se adelanta y se sienta en la silla de Andrew. Mayo le sonríe a su mujer, con aire taimado.) ¿Qué has estado haciendo hasta ahora? ¿Contando las estrellas, para ver si han aparecido en el cielo todas debidamente?
ROBERT. -Ahora, sólo buscaré a una de ellas, papá.
MAYO (con tono de reproche).-Más te valía no per­der tiempo buscándola. . . tu última noche.
SRA. MAYO (como si le hablara a un niño).-Debiste ponerte el abrigo una noche fría como ésta, Robbie.
SCOTT (disgustado).-¡Santo Dios, Kate! ¡Le hablas a Robert como si tuviera un año de edad!
SRA. MAYO (advirtiendo el malestar de Robert).-Pa­reces turbado, Robbie. ¿Qué te pasa?
ROBERT (después de tragar saliva, mira sucesivamente a ambos y comienza, con tono resuelto).-Sí, hay algo... algo que debo decirles ... a todos ustedes. (Cuando em­pieza a hablar, Andrew entra silenciosamente por foro, cerrando la puerta en pos de sí y dejando en el suelo la linterna encendida. Se detiene junto a la puerta con los brazos cruzados, escuchando a Robert con una expresión contenida de dolor en el rostro. Robert está tan concentrado en lo que va a decir, que no advierte su presencia.) Algo que acabo de descubrir esta noche. . . algo muy bello y maravilloso. . . algo que no tenía en cuenta antes porque no me atrevía a esperar tanta felicidad. (Supli­cante.) Todos ustedes deben recordar ese hecho... ¿No lo olvidarán?
MAYO (frunciendo el ceño).-Vamos al grano, hijo.
ROBERT (con un dejo de desafío).-Bueno, el grano es esto, papá. No me voy. . . Quiero decir. . . que no puedo irme mañana con el tío Dick. . . ni mañana ni nunca.
SRA. MAYO (con hondo suspiro de alegre alivio).­ Oh, Robbie.. . ¡Qué contenta estoy!
MAYO (asombrado).-Supongo que no hablas en serio, Robert ... (Severamente.) ¡Me parece que es demasiado tarde para que trastornes todos tus planes tan bruscamente!
ROBERT.-No olvides que sólo esta noche me descubrí a mí mismo. Ya te lo dije. Nunca me habría atrevido a soñar con...
MAYO (con irritación).-¿De qué estupidez estás ha­blando?
ROBERT (sonrojándose).-Ruth me dijo esta noche... que me quería. . . cuando yo le confesé que la quería a ella. Le dije que sólo había descubierto mis sentimientos después de concertado el viaje y al comprender qué signi­ficaría para mí. . . abandonarla. Y era la verdad. Yo no la conocía hasta ese momento. (Como si se justificara ante los demás.) No me proponía decirle nada a Ruth, pero... repentinamente ... sentí que debía hacerlo. No creí que eso tuviera importancia, ya que me iba. Y creí que ella amaba a otro...(Lentamente,con losojos brillantes.)­ y entonces, ella lloró y dijo que me había querido siem­pre a mí, pero que yo no me había dado cuenta.
SRA. MAYO (corre hacia él y le echa los brazos al cue­llo).- ¡Ya lo sabía! Precisamente, se lo estaba diciendo a tu padre cuando entraste. . . y. . . ¡oh, Robbie! ¡Me siento tan feliz de que no te vayas!
ROBERT (besándola):-Ya me imaginaba yo que te alegrarías, mamá.
MAYO (perplejo).-¡Que me condenen! ¡Quién te entiende, Robert! ¡Y a Ruth también! Pero si yo creía ...
SRA. MAYO (precipitadamente, con tono de adverten­cia).-Tanto da lo que creías, James. Sería inútil con­tarnos eso ahora. (Con aire significativo.) Y después de todo, tus proyectos se realizan lo mismo, poco más o me­nos. . . ¿no es así?
MAYO .- Sí. Supongo que tienes razón, Kate. (Rascándose la cabeza, perplejo.) Pero. . . ¡cómo se han presentado las cosas! Eso supera todo lo que yo haya oído nunca. Mamá f yo nos alegramos de que no te vayas, porque no cabe duda de que te habríamos echado mucho de menos, y nos satisface que hayas encontrado la felicidad. Ruth es una excelente muchacha y será una buena esposa para ti.
ROBERT (muy conmovido).-Gracias, papá. (Aferra la mano de su padre y se la oprime.)
ANDREW (el rostro tenso y contraído, se adelanta hacia él y le tiende la mano, diciendo con forzada sonrisa).­ Creo que ahora me toca a mí desearte felicidades... ¿verdad?
ROBERT (con una exclamación de sobresalto, al apa­recer repentinamente su hermano ante él).- ¡Andy!
(Confuso.) Pero, si. .. yo no te había visto. ¿Estabas aquí cuando...?
ANDREW.-He oído todo lo que has dicho, y os deseo todo género de felicidades a ti y a Ruth. Los dos se me recen lo mejor de lo mejor.
ROBERT (tomándole la mano).-Gracias, Andy. Eres muy amable al ... (Su voz se apaga al leer dolor en los ojos de Andrew.)
ANDREW (oprimiéndole por última vez la mano).- ¡Buena suerte para los dos! (Le vuelve la espalda a Robert y se va a foro, donde se inclina sobre la linterna, ocupán­dose de ella para disimular su emoción.)
SRA. MAYO (al capitán, a quien la decisión de Robert ha dejado harto atónito para decir una sola palabra).­
¿Qué te pasa, Dick? ¿No vas a felicitar a Robbie?
SCOTT (turbado).-¡Claro que sí! (Se pone de pie y le estrecha la mano a Robert, murmurando vagamente:) Que tengas mucha suerte, muchacho. (Se queda parado junto a Robert como si quisiera decir algo más, pero no sabe cómo abordarlo.)
ROBERT.-Gracias, tío Dick.
SCOTT.- ¿De modo que no vienes en el "Sunda" con­migo? (Su voz revela incredulidad.)
ROBERT .-No puedo, tío. . . Ahora, no. En otras cir­cunstancias, no me lo perdería por nada del mundo. (Sus­pira involuntariamente.) Pero, ya lo ves. He encontrado ... un sueño más grande. (Con alegres bríos.) Quiero que todos comprendan una cosa: que ya no seguiré siendo un holgazán que vivirá a costa de ustedes. Esto significa en todo sentido el comienzo de una nueva vida para mí. Me voy a establecer aquí mismo y a interesarme realmente por la chacra y a hacer mi parte del trabajo. Te probaré, papá, que soy un Mayo tan bueno como tú. . . o Andy, cuando quiero serlo.
MAYO (bondadosamente, pero con escepticismo).- Así se habla, Robert. Ninguno de nosotros duda de tu buena voluntad, pero nunca aprendiste...
ROBERT.-Pues empezaré a aprender ahora y tú me enseñaras. . . ¿verdad?.
MAYO (conciliador).-Claro que sí, hijo, y me alegrará hacerlo, pero te convendrá empezar despacio.
SCOTT (que ha escuchado esta conversación con una mezcla de consternación y asombro).-No querrás decir que le permitirás quedarse ... ¿verdad, James?
MAYO.-Hombre. . . Siendo así las cosas, Robert está en libertad de hacer lo que quiere.
SRA. MAYO. - ¡Que si lo dejará! ¡Vaya con la ocu­rrencia!
SCOTT (cada vez más irritado).-Entonces, todo lo que puedo decir es que eres un flojo y un hombre sin voluntad si permites que un jovencito. . . y las mujeres también, te señalen el camino que se les antoja.
MAYO ( con aire ladino y divertido).-Me pasa lo mismo que a ti, Dick. No puedes ordenarles a las olas que se porten a tu paladar y tampoco yo puedo tener pretensiones
de reglamentar el amor de los jóvenes.
SCOTT (desdeñosamente).-¡El amor! ¡Son demasiado
pichones para reconocer el amor cuando lo ven! ¡El amor! Me avergüenzas, Robert. . . ¿Cómo puedes permitir que unos cuantos abrazos y besos en la oscuridad estropeen tus perspectivas de hacerte hombre? Eso no es tener sentido común ... No, señor, no lo es... ¡Ni por pienso! (Golpea con ambos puños la mesa, con exasperación.)
SRA. MAYO (riéndose de su hermano, con aire provocativo).-Bueno estás para hablar del amor, Dick. . . ¡Un viejo solterón maniático como tú! ¡Por amor de Dios!
SCOTT (exasperado por las bromas de los Mayo).­
Nunca fui un estúpido como tantos otros, si es eso lo que quieres decir.
SRA. MAYO (insultante).-Las uvas están verdes ... ¿eh, Dick? (Ríe. Robert y su padre le hacen eco con una risita y Scott gruñe con fastidio.) ¡Dios mío, Dick! Obras estúpidamente al irritarte por una bagatela.
SCOTT (con indignación).-¡Una bagatela! Hablas como si yo no tuviera arte ni parte en este asunto. Me parece que tengo derecho a hablar. ¿Acaso no he hecho un convenio a ese fin con los armadores y no he almacenado comida especial, todo para Robert?
ROBERT.-Has sido muy bueno, tío Dick y te lo agra­dezco. Palabra.
MAYO.-Claro. Todos te lo agradecemos, Dick.
SCOTT (sin dejarse apaciguar).-Yo contaba con la compañía de Robert en este viaje ... Pensaba charlar con él y mostrarle cosas y enseñarle, por así decirlo, y me había habituado tanto a la idea de llevarlo conmigo que me sentiré doblemente solitario esta vez. ( Golpea la mesa, tratando de disimular esta confesión de debilidad.) Malditos sean esos tontos amoríos, a fin de cuentas. (Con irritación.) Pero toda esta charla no me dice qué haré con la cabina que he preparado. Está pintada de blanco, con un colchón flamante en la litera y sábanas y frazadas nuevas y otras cosas. Y Chips hizo una biblioteca para que Robert pudiera llevarse sus libros . . . con un travesaño corredizo, fíjense bien, para que no pudieran caerse por más que se balan­ceara el barco. (Con excitada consternación.) ¿Qué pen­sarán mis oficiales cuando nadie suba a bordo para ocupar esa cabina? ¿Y qué opinarán los hombres que trabajaron en ella? (Agittel dedo con indignación.) ¡Podrán sospe­char que yo me proponía traer a bordo a una mujer y que a último momento ella me dio el portante! (Se seca la sudorosa frente afligido, al pensarlo.) ¡Dios Todopoderoso! Están esperando el momento de burlarse de mí con un motivo como ése. ¡Son capaces de creer cualquier cosa!
MAYO (con un guiño).-Entonces, lo único que puedes hacer es buscarte ahora mismo una esposa para esa cabina flamante. Y tendrá que ser linda para estar a tono. ( Mira su reloj, con exagerada preocupación.) No tienes mucho tiem­po para encontrarla, Dick.
SCOTT (al. ver reír a los demás, con aire malhumo­rado).-¡Puedes irte al infierno, Jim Mayo!
ANDREW (que ha estado parado junto a la puerta, foro, cavilando, se adelanta ahora. Su rostro revela una ceñuda decisión).-No tienes por qué preocuparte por esa cabina vacía, tío Dick, si quieres llevarme en vez de Robert.
ROBERT (volviéndose rápidamente hacia, él).-¡Andy! (Lee de inmediato una obstinada decisión en los ojos de su hermano y adivina el motivo,- de modo que dice, consternado:)
¡Andy, no debes ir!
ANDRÉW.-Tú has tomado tu decisión, Rob, y ahora yo he tomado la mía. Recuerda que ya no tienes nada que ver con esto.
ROBERT (herido por el tono de su hermano).-Pero, Andy ...
ANDREW. -No te entrometas, Rob. . . Es todo lo que te pido. (Volviéndose hacia su tío.) No has contestado a mi pregunta, tío Dick.
Scott ( carraspea, observando de soslayo con inquietud a James Mayo, que mira fijamente a su hijo mayor como si lo creyera enloquecido de improviso).- Naturalmente,
Andy, me alegrará mucho llevarte.
ANDREW. -Asunto arreglado, entonces. Puedo empacar lo poco que necesito en unos minutos.
SRA. MAYO.-No seas tonto, Dick. Andy habla en broma.
Scott. -Cuesta saber quién bromea y quien no bromea en esta casa.
ANDREW (con firmeza).-No bromeo, tío Dick. (Al ver que Scott lo mira con aire indeciso.) No temas que deje de cumplir mi palabra.
ROBERT (herido por la insinuación que advierte en el tono de Andrew ). - ¡Andy! ¡Eso no es justo!
MAYO (frunciendo el ceño).-Me parece que el asunto no se presta para bromas. . . al menos para Andy.
ANDREW (enfrentándose con su padre).- Convengo en eso, papá, y vuelvo a decirte, de una vez por todas, que estoy resuelto a irme.
MAYO (atónito, no puede dudar ya ante la decisión que advierte en la voz de Andrew y dice, con aire impotente).- Pero. . . ¿por que, hijo? ¿Por que?)
ANDREW (evasivo).- Siempre he querido hacerlo. ·
ROBERT.- ¡Andy! ANDREW (algo enojado).-¡Tú te callas, Rob! (Volviéndose hacia su padre.) Nunca lo mencioné porque, si Rob se marchaba, era inútil; pero ahora que él se queda, no hay ninguna razón para que yo no me vaya.
MAYO (jadeante).- ¿Ninguna razón? ¿Y puedes decirme eso con tanta tranquilidad, Andrew?
SRA. MAYO (precipitadamente, al ver que se avecina la tormenta).-No lo dice en serio, James.
MAYO (imponiéndole silencio con un gesto). -Déjame hablar, Kate. (Con tono más bondadoso.) ¿Qué ocurrencia tan repentina es ésa, Andy? Sabes, tan bien como yo, que
sería injusto que nos abandonaras ahora que hay tanto trabajo y estamos con la soga al cuello.
ANDREW (rehuyendo su mirada).-Rob hará lo -suyo apenas aprenda.
MAYO.-Robert nunca sirvió para agricultor y tú lo sabes.
ANDREW.-Puedes conseguir fácilmente a un jornalero para que haga mi trabajo.
MAYO (dominando su ira con un esfuerzo).-Me extraña oírte decir semejantes disparates, Andy, a ti que siempre parecías tener sentido común. (Desdeñosamente.)
¡Conseguir a un jornalero para que haga tu trabajo! No has estado trabajando aquí por un sueldo, Andy, para poder abandonarme así, sin previo aviso. La chacra es tan tuya como mía. Siempre has trabajado en ella con esa idea; y lo que te propones hacer significa, simplemente, eludir responsabilidad.
ANDREW (los ojos fijos en el suelo, con sencillez).­ Lo lamento, papá. (Después de una breve pausa.) Es inútil que volvamos a hablar de eso.
SRA. MAYO (con alivio).-¡Eso es! ¡Ya sabía yo que Andy recobraría su sentido común!
ANDREW.-No me interpretes mal, mamá. No doy marcha atrás.
MAYO.-¿Quieres decir que te irás. . . a pesar de ... todo?
ANDREW.-Sí. Me voy. Tengo que irme. (Mira a su padre con aire desafiante.) Siento que no debo perderme esta oportunidad de ir por el mundo y ver cosas y ... quiero ir.
MAYo (con amargo desdén).-¿De modo que ... quie­res ir por el mundo y ver cosas? (Alzando la voz, trémulo de ira.) ¡Nunca me imaginé que algún día uno de mis hijos me miraría cara a cara y me mentiría con tanto des­parpajo! (Desahogándose.) ¡Eres un embustero_, Andy Mayo, y un vil embustero, además!
SRA. MAYO.-¡James!
.ROBERT.-¡Papá!
Scorr.-¡Vamos, vamos, Jim!
MAYo (desechando sus protestas con un gesto).-Lo es y lo sabe.
ANDREW (el rostro carmesí).-No discutiré contigo, papá. Puedes pensar de mí todo lo malo que quieras.
MAYO (amenazándolo con el dedo, con fría cólera).­
Sabes que estoy diciendo la verdad. ¡Por eso tienes miedo de discutir! ¡Mientes al decir que quieres irte. . . y ver cosas! Nada te atrae en el mundo para irte. Te he visto crecer y conozco tus gustos, que son los míos. Estás contra­riando tu propio temperamento y si lo haces lo lamentarás muchísimo. ¡Como si yo no supiera la verdadera razón que te impulsa a huir! Y huir, es la única palabra que cuadra aquí. Te escapas porque te contraría y enfurece que tu propio hermano haya obtenido a Ruth en vez de ti y ...
ANDREW (el rostro carmesí, con voz tensa).-¡Basta, papá! ¡No toleraré esas palabrás ... ni siquiera en tus labios!
SRA. MAYO (abalanzándose hacia Andrew y rodeándolo con los brazos de manera protectora).-No le hagas caso, mi querido Andy. ¡No dice en serio ni una sola de ellas!
( Robert está inmóvil, rígido, con los puños cerrados, el rostro contraído por el dolor, y Scott sigue sentado atónito y boquiabierto. Andrew calma a su madre, que está al borde de las lágrimas.)
MAYO (con aire de triunfo).-¡Esa es la verdad, Andy Mayo! ¡Y debieras avergonzarte de pensar en eso!
ROBERT (con tono de protesta).-¡Papá!
SRA. MAYO (dejando a Andrew para acercarse a su espo­so, le pone las manos sobre los hombros a Mayo como para hacerlo volver a la silla de la cual se ha levantado).-¿No te callarás, James? ¿No me harás el favor de callarte?
MAYO (mirando a Andrew, por sobre el hombro de su mujer, obstinadamente ).-Es la verdad. . . ¡Por Dios que es la verdad!
SRA. MAYo.-¡Sssht! (Trata de ponerle un dedo sobre los labios, pero él aparta la cabeza.)
ANDREW (que se ha dominado).-Te equivocas, papá. (Con desafiante aplomo.) No amo a Ruth. Nunca la he amado y nunca se me ocurrió pensar en semejante cosa.
MAYO (con irritado bufido de incredulidad).-¡Bah!
Estás acumulando una mentira sobre otra.
ANDREW (perdiendo la serenidad, con amargura).­
Supongo que te cuesta explicarte que.alguien pueda querer abandonar esta bendita chacra sin una razón como ésta. Pero yo estoy cansado de esto -ya sea que quieras creerme o no- y por eso me alegra una oportunidad de irme.
ROBERT.-¡Andy! Sólo estás empeorando las cosas.
ANDREW (malhumorado).-No me importa. Ya he hecho aquí la parte de trabajo que me correspondía.
Me he ganado el derecho de irme cuando quiera. (Avasallado
repentinamente por la ira y el dolor, con creciente vehe­mencia.) Estoy harto de todo este maldito trabajo, detesto la chacra y hasta el último palmo de su tierra. Estoy can­sado de cavar en ella y de sudar al sol como un esclavo sin oír una palabra de gratitud. (A sus ojos asoman lágri­mas de ira, y sigue con voz ronca:) Esto se acabó para mí, se acabó para siempre; y si el tío Dick no me lleva en su barco, encontraré otro. Me iré a alguna parte, de algún modo.
SRA. MAYO (con voz asustada).-No le contestes, James. No sabe lo que dice. No le digas una sola palabra hasta que recobre el sentido común. Por favor, James, no...
MAYO (con violencia. Su rostro está contraído y pálido a causa de la violencia de su furia y mira a Andrew como si lo odiaría).-¿Te atreves a ... te atreves a ha­blarme así? ¿Hablas así de esta chacra. . . de la chacra de los Mayo. . .
donde naciste. . . tú. . . tú ...? (Alza el puño hacia Andrew con aire amenazador.)
¡Mal­dito cachorro!
SRA. MAYO (con un alarido).-¡James! (Se cubre el rostro con las manos. Andrew permanece inmóvil, pálido y resuelto.)
SCOTT (levantándose y tendiendo los brazos por sobre
la mesa hacia Mayo).-¡Vamos, Jim! ¡Cálmate!
RoBERT (interponiéndose entre su padre y su hermano).
-¡Basta! ¿Están locos?
MAYo .(aferra a Robert del brazo y lo aparta con vio­
lencia. Luego se detiene jadeante frente a Andrew y le señala la puerta, con un dedo
trémulo).-Sí. . . ¡Véte ...!
¡Véte! Tú no eres mi hijo... ¡No eres mi hijo.! ¡Puedes irte al infierno, si quieres! Que no te vea aquí. . . por ahí mañana ... o... ¡te echare!
ROBERT.-¡Papá! ¡Por amor de Dios! (La señora Mayo
prorrumpe en sollozos )
MAYo (traga saliva convulsivamente y mira a An­drew ).-Véte. . . mañana por la mañana ... y por Dios... no vuelvas. . . no te atrevas a volver. . . por Dios, no vuelvas mientras yo viva ... o yo... yo... (Se domina, mascullando una amenaza y se encamina hacia la puerta. de foro derecha)
SRA. MAYo (levantándose y echándole los brazos al cue­llo, exclama histéricamente).-¡James!
¡James! ¿Adónde vas?
MAYo (con incoherencia).-Me voy. . . a la cama,
Katey. Es tarde, Katey ... es tarde. (Sale.)
SRA. MAYO (siguiéndolo y histéricamente ).-
¡James! Retira las palabras que le dijiste a Andy. ¡James! (Sale en pos de él. Robert y el capitán los siguen fijamente con la mirada, horrorizados. Andrew se queda rígido, la mirada absorta, los
puños pegados a los costados.)
Scott (que es el primero en recobrar el habla, dice con explosivo suspiro).-¡Bueno! ¡Jim es el propio diablo cuando se enfurece! No debiste hablar así de esa maldita chacra, Andy, sabiendo cuán
susceptible es cuando se trata de ella. (Con otro suspiro.) Bueno, no debe importarte lo que ha dicho. en un arranque de ira. Lo lamentará cuando se haya calmado un poco.
ANDREW (con voz agobtada).-No lo conoces. (Desafiante.) Lo dicho, dicho está y no puede borrarse; y yo, he elegido.
ROBERT (con vehemente protesta).-¡Andy! ¡No pue­des irte! Todo esto es tan estúpido. . . ¡y tan terrible!
ANDREW (con frialdad).-Hablaré contigo dentro de un momento, Rob. (Abrumado por la actitud de su her­mano, Robert se desploma en una silla, ocultando su cabeza entre las manos.)
Scott (se acerca a Andrew y lo palmea en la espalda).­
Me alegro muchísimo de que te embarques, Andy. Me gusta tu coraje y el modo como le hablaste.
(Bajando su voz hasta un contenido susurro.) El mar es el lugar más indicado para un joven como tú, un joven lleno de vida. (Le da una palmada fmal de aprobación.) Tú y yo nos entenderemos como unos mellizos, ya lo verás. Me voy arriba a descansar. No te olvides de preparar tu equipaje. Y duerme un poco, si puedes. Nos convendrá escabullirnos muy temprano, antes de que ellos se levanten. Eso ahorrará nuevas discusiones. Robert podrá llevarnos en el birlocho al pueblo y volver con la yunta. (Va hacia la puerta de foro, izquierda.) Buenas noches.
ANDREW.-Buenas noches. (Scott sale. Ambos her­manos guardan silencio durante unos instantes. Luego, Andrew se acerca a su hermano y le pone una mano sobre la espalda. Habla en voz baja, con vehemencia).-Animo, Robert. Es inútil llorar sobre la leche derramada; y con­fiemos en que todo será para bien. Lo que ha pasado no tiene remedio.
ROBERT (con frenesí).-¡Pero es mentira, Andy ... es mentira!
ANDREW.-Claro que lo es. Tú y yo lo sabemos ... pero nadie más debe saberlo.
ROBERT.-Papá no te perdonará nunca. Oh, todo esto es tan absurdo. . . y trágico. ¿Por qué se te ocurrió mar­charte?
ANDREW.-Demasiado lo sabes. (Con vehemencia.) Puedo desearos a Ruth y a ti todo el bien del mundo, y lo deseo, y muy sinceramente; pero no puedes pretender que me quede aquí y os vea juntos, día tras día. . . mientras yo vivo solo. No podría soportarlo... después de todos los planes que me había hecho aquí, creyendo. . . (su voz desfallece) creyendo que ella me quería.
ROBERT (poniendo la mano sobre el brazo de su her­mano).-¡Dios mío! ¡Esto es terrible! Me siento tan culpable. . . ¡Pensar que te he causado este sufrimiento, después de haber sido tan camaradas durante toda la vida! Si hubiese previsto lo que pasaría, te juro que no le habría dicho una sola palabra a Ruth. ¡Te lo juro, Andy!
ANDREW.-lo sé; y eso habría sido peor, porque entonces hubiera sufrido Ruth. (Palmea a su hermano en el hombro.) Más vale así. Tenía que suceder y yo debo aguantarme ese dolor, eso es todo. Papá comprenderá mis sentimientos. . . más adelante. (Al ver que Robert menea la cabeza.) Y si no los comprende. . . Bueno, la cosa no tiene remedio.
ROBERT.-Pero...· ¡piensa en mamá, Andy! ¡Dios mío! ¡Tú no puedes irte!
ANDREW (con vehemencia).-Tengo que irme ... ¡ten­go que marcharme de aquí! Te digo que sí. Aquí, enlo­quecería al recordar a todas horas del día que fui un tonto. Tengo que irme y tratar de
olvidar, si puedo. Y aborrecería la chacra si me quedara, la aborrecería por recordarme el pasado.
No podría interesarme ya el trabajo, un trabajo sin ningún objetivo a la vista. ¿No comprendes qué infierno sería eso? Tú también la amas, Rob. Ponte en mi lugar y recuerda que la quiero y que la seguiría queriendo si tuviera que quedarme. ¿Sería justo eso contigo y con ella? Ponte en mi lugar. (Zamarrea con violencia a su hermano, asiéndolo del hombro.) ¿Qué harías, entonces?
¡Díme la verdad! Tú la amas. ¿Qué harías?
ROBERT (con voz estrangulada).-Me... ¡me iría, Andy! (Oculta el rostro entre sus manos, estremeciéndose.)
¡Dios mío!
ANDREW (todo su cuerpo parece relajarse y dice con voz grave, firme).-Entonces, ya comprendes por qué tengo que irme: y no hay más que decir.
RoBERT (en un arranque de furiosa rebelión).-¿Por qué tenía que pasarnos esto? ¡Es horrible! (Mira a su alrededor con aire desatinado, como si su venganza buscara al destino culpable.)
ANDREW (con tono tranquilizador, volviendo a ponerle las manos sobre el hombro).-Es inútil agitarse ya, Rob. Asunto resuelto. (Con sonrisa forzada.) Creo que Ruth tiene derecho a elegir al que quiera. Ha elegido bien. . . ¡y que Dios la bendiga!
ROBERT.-¡Andy! ¡Ojalá pudiera yo decirte la mitad de lo que siento! ¡Qué bueno eres!
ANDREW (interrumpiéndolo, rápidamente).-¡Cállate! Vámonos a dormir. Tengo que madrugar. Y tú también, si quieres llevarnos en el birlocho.
ROBERT.-Sí. Sí.
ANDREW (bajando la mecha de la lámpara).-Y yo tengo que empacar todavía. (Bosteza, con
lasitud.) Estoy tan cansado como si hubiese estado arando veinticuatro horas consecutivas.
Me siento ... muerto. (Robert se cubre nuevamente la cabeza con las manos.

Andrew menea la cabeza como para zafarse de sus pensa­mientos y sigue haciendo lo posible por aparentar una alegre vivacidad.) Voy a apagar la luz. Ven. (Le da una palmada en la espalda. Robert no se mueve. Andrew se inclina y apaga la lámpara de un soplo. Se oye su voz en las tinieblas.) No te quedes sentado ahí afligiéndote, Robert. Las cosas se arreglarán.

Ven a dormir un poco. Todo eso pasará. (Se oye que Robert se pone en marcha, tropezando, y se ve las oscuras figuras de ambos hermanos que avanzan a tientas hacia la puerta de foro, mientras cae el telón.)

Acto SEGUNDO

ESCENA 1
El mismo escenario del Primer Acto, Escena Segunda. La sala de la chacra, tres años después, en el mediodía de una jornada bochornosa, de sol calcinante, en pleno verano. Todas las ventanas están abiertas, pero ni un soplo de brisa agita los sucios visillos blancos. A foro, una puerta con alambre tejido llena de remiendos. A través de ella puede verse el patio, cuya pequeña franja de césped está dividida en dos por el caminito de tierra que lleva a la verja de la cerca de estacas blancas que flanquea la carretera.
La habitación ha cambiado, no tanto en su apariencia como en su atmósfera general. Algunos detalles significativos revelan negligencia, incapacidad, una empresa en ruinas. Las sillas tienen un aspecto misero por falta de pintura, la carpeta de la mesa está manchada y torcida, en los visillos hay agujeros, bajo la mesa yace una muñeca a la cual le falta un brazo.
Por la puerta abierta que da a la cocina, llega el tintineo de los platos que lavan y que interrumpe a ratos la irritada voz de una mujer y el descontento lloriqueo de una criatura.
Al levantarse el telón, aparecen la señora Mayo y la señora Atkins, sentadas la una frente a la otra, la primera a foro y la segunda a la derecha de la mesa. El semblante de la señora Mayo ha.perdido toda personalidad, se ha des­ integrado, convirtiéndose en una débil máscara, con· la expresión impotente y lastimera de quien está sin cesar al borde de unen lágrimas sin consuelo. Habla con voz insegttra, sin un acento categórico, como si toda su fuerza de voluntad la hubiese abandonado. La señora Atkins está en su sillón de ruedas. Es una mujer delgada, pálida, de aspecto poco inteligente, de unos cuarenta y ocho años, y de ojos duros y brillantes. Como está ·afectada por una parálisis parcial desde hace muchos años y condenada a verse empujada durante toda su vida en un sillón de ruedas, tiene ya el temperamento egoísta e irritable del inválido crómco. Ambas mujeres visten de negro. Laseñora Atkins teje nerviosamente mientras habla. Una madeja de hilo no usada aún y en la cual hay clavadas agujas de tejer, yace sobre la mesa delante de la señora Mayo.


SRA. ATKINS (con una mirada de desaprobación al cu­bierto reservado).- Robert llegará tarde a almorzar, como de costumbre. No sé por qué se lo tolera Ruth y ya se lo he dicho. Muchas veces le he sugerido: "Es hora ya de que pongas término a esos absurdos. ¿Creerá Robert que tienes un hotel. . . donde no te ayuda nadie a hacer las cosas?" Pero Ruth no ·me hace caso. Es casi tan mala como él. . . se cree más sabia que una vieja enferma como yo.

SRA. MAYo (con indiferencia).-Robbie llega tarde siempre. No puede remediarlo, Sarah.
SRA. ATKINS (con un bufido).- ¡No puede reme­diarlo! ¿Cómo se explica que sigas encontrándole excusas, Kate? Todos pueden remediar cualquier cosa que se les ocurra. . . mientras tengan salud y no sean unos impotentes como yo ... (y agrega, después de un pensamiento piadoso:) por la voluntad de Dios.
SRA. MAYo.-Robbie no puede.
SRA. ATKINS.-¡No puede! Me enloquece, Kate Mayo, ver cómo la gente a quien Dios ha dado el libre uso de sus miembros vagabundea por ahí y pierde el tiempo ha­ciéndolo todo al revés . . . y sentirme impotente para ayu­darles y estar a merced suya, por así decirlo. Y no porque yo no les haya señalado el buen camino. He hablado con Robert miles de veces y le he indicado cómo debían
hacerse las cosas. Tú lo sabes, Kate Mayo... Pero ... ¿crees que Robert le da alguna importancia a lo que le digo? Ni él ni Ruth, mi propia hija. No: ambos me creen una vieja chiflada y maniática, a medias muerta ya, y cuanto antes esté en la tumba y me aparte de su camino, mejor para ellos.
SRA. MAYO.-No debes hablar así, Sarah. No son tan malos. Y a ti te quedan aún muchos años de vida.
SRA. ATKINS.-Hablas como los demás. No sabes lo poco que me falta para morirme. Bueno, por lo menos podré irme al eterno reposo con la conciencia tranquila. He hecho todo lo posible por
salvar de la ruina esta casa.
¡Que caiga la culpa sobre sus cabezas!
SRA. MAYO (con una indiferencia sin esperanzas).­ Las cosas podrían ser peores. Robert nunca tuvo la menor experiencia en materia de agricultura. No podías esperar que aprendiera en un
día.
SRA. ATKINS (con brusquedad).-Ha tenido tres años para hacer su aprendizaje y empeora en vez de mejorar. No sólo tu casa sino también la mía está empezando a des­mejorarse y a arruinarse y no
puedo hacer nada para im­pedirlo.
SRA. MAYo (con fugaz voluntad de afirmación).-No podrás negar que Robbie trabaja de firme, Sarah.
SRA. ATKINS.-¿De qué sirve trabajar de firme si no consigue nada, quisiera saber yo?
SRA. MAYO.-Lo persigue la mala suerte.
SRA. ATKINS.-Dí lo que quieras, Kate, pero el mo­vimiento se demuestra andando: y no me negarás
que las cosas han ido de mal en peor desde que murió tu marido, hace dos años.
SRA. MAYo (enjugándose las lágrimas con el pañuelo).­
Dios quiso llevárselo.
SRA. ATKINS (triunfalmente).-¡Dios castigó a James Mayo por haber blasfemado y negado a Dios durante toda su pecadora vida! (La señora Mayo comienza a llorar silen­ciosamente.) Vamos, vamos, Kate. Ya sé que no debí recor­dártelo. El pobre descansa en paz y ha sido perdonado; esperémoslo.
SRA. MAYo (secándose los ojos, con sencillez).-James
era un hombre bueno.
SRA. ATKINS (pasando por alto su observación).-Lo que yo decía era que desde que Robert se hizo cargo de todo las cosas han ido barranca abajo. No sabes hasta qué punto se han agravado.
Robe nunca te reveló todo lo que pasaba y tú nunca lo notabas hasta cuando ocurría bajo tus propias narices. Pero, a Dios gracias, Ruth suele pedirme aún consejo cuando la inquietan mucho los des­atinos de Robert. ¿Sabes qué me dijo anoche? Pero olvi­daba que me recomendó no decírtelo. . . Aunque creo que tienes derecho a saberlo y mi deber es no permitir que esas cosas sucedan a espaldas tuyas.
SRA. MAYO (con lasitud).-Puedes decírmelo, si quieres.
SRA. ATKINS (inclinándose hacia ella, en voz baja).­ Poco faltó para que eso enloqueciera a Ruth.
Robett le dijo que se vería obligado a hipotecar la chacra. . . que no lograría llegar hasta la cosecha sin ese recurso y que no podía conseguir dinero de otro modo. (Se yergue, intrigada.) Y bien ... ¿Qué opinas de tu Robert?
SRA. MAYo (resignada).-Si no hay más remedio ...
SRA. ATKINS.-¿No querrás decir que vas a enajenar tu propia chacra, Kate Mayo. . . después de mi advertencia?
SRA. MAYO.-Haré lo que Robbie crea necesario.
SRA. ATKINS (alzando las manos).-¡Vamos! ¡Qué enormidad! Bueno, la chacra es tuya y no mía, y no tengo más que decir.
SRA. MAYO. -Quizá Robbie pueda salir del paso hasta que vuelva Andy y se ocupe de nuestros asuntos. Andy no puede tardar.
SRA. ATKINS (con gran interés).-Ruth dice que debe volver de un momento a otro. ¿Cuándo supone Robert que llegará?
SRA. MAYo.-Dice que no puede calcularlo con exac­titud porque el "Sunda" es un velero. La última carta que recibió provenía de Inglaterra y fué enviada el día que em­prendieron el regreso. Eso ocurrió hace un mes y Robbie cree que están con atraso.
SRA. ATKINS.-Loado sea Dios, entonces, porque llega en el momento oportuno. Debe estar cansado de viajar y ansioso de llegar a casa y trabajar de nuevo.
SRA. MAYo.-Andy ha estado trabajando. Es oficial primero del barco de Dick, se lo ha escrito a Robbie. Tú lo sabes.
SRA. ATKINS.-Ese tonto juego de los buques está bien durante algún tiempo, pero Andy debe estar cansado ya de él.
SRA. MAYo (meditativa).-Me pregunto si habrá cam­biado mucho. Era tan hermoso y fuerte ... (Con un sus­piro.) ¡Tres años! Se diría que han pasado trescientos. (Sus ojos se llenan de lágrimas y dice, con voz lastimera:)
¡Oh, si James hubiese vivido hasta su regreso ... y lo hubiera perdonado!
SRA. ATKINS.-¡Nunca lo habría perdonado! ¡No se podía esperar eso de James Mayo! ¿Acaso no se mostró duro e inexorable con él hasta sus últimos momentos, pese a todo lo que hicisteis tú y Robert para ablandarle el corazón?
SRA. MAYo (con débil arranque de ira).-¡No te atre­vas a decir eso! (Con voz desgarrada.) Oh, yo sé que en lo más hondo de su corazón perdonó a Andy, aunque era demasiado terco para confesarlo. Fué eso lo que le causó la muerte: le desgarró el corazón su obstinado orgullo. (Se seca los ojos con el pañuelo y solloza.)
SRA. ATKINS (piadosamente).-Fué la voluntad de Dios. (Llega de la cocina el lloriqueo de la niña. La señora Atkins frunce el ceño, irritada.) ¡Maldita chiquilla! Se diría que siempre llora deliberadamente para crisparle a una los nervios.
SRA. MAYO (secándose los ojos).-La fastidia el calor.
¡La pobrecita no se siente muy bien en estos días!
SRA. ATKINS.-Lo ha heredado de su padre. . . Se pasa la vida enferma. (Suspira penosamente.) Ruth y Robert cometieron un error al casarse. . . una locura. Yo me opuse, pero Ruth estaba tan hechizada por las descabelladas ideas poéticas de Robert que no quiso atender a razones, Andy era el marido ideal para ella.
SRA. MAYO.-A menudo he pensado que eso habría sido preferible. Pero Ruth y Robbie han sido bastante felices.
SRA. ATKINS.-De todos modos, fué la obra de Dios ...
y hágase Su voluntad. (Ambas mujeres se quedan sentadas
en silencio durante unos instantes. Ruth sale de la cocina, trayendo en brazos a su hijita de dos años de edad, una criatura linda pero enfermiza y de aspecto anémico, cuyo rostro está bañado en lágrimas. Ruth ha envejecido visiblemente. Su rostro ha perdido la juventud y la
frescura y tiene un dejo duro y malévolo. Se sienta en la mecedora, delante de la mesa, y suspira, cansada. Luce un vestido tejido y se ha ceñido a la cintura un delantal sucio.)
RUTH.-¡Qué día sofocante! Esta cocina parece un horno. (Aparta de la frente su húmedo cabello.)
SRA. MAYo.-¿Por qué no me llamaste para que te ayudara a lavar los platos?
RUTH (lacónicamente).-No. El calor de la cocina te habría matado.
MARY (al ver la muñeca debo de la mesa, forcejeando
sobre el regazo de su madre).-¡La muñequita, mamá!
¡La muñequita!
RUTH (conteniéndola).-Es hora de que hagas tu siesta.
No puedes jugar con la muñequita ahora, Mary.
MARY (comenzando a lloriquear).-¡La muñequita!
SRA. ATKINS (con irritación).-¿No puedes hacer callar a esa criatura? Su alboroto es capaz de romperle los oídos a cualquiera. Bájala de la falda y déjala jugar con la muñeca si eso la hace callar.
RUTH (bajando a la niña al suelo).-¡Bueno, sí! Espero
que esto te conformará y te callarás. ( Mary se sienta en el suelo delante de la mesa y juega con la muñeca en silencio. Ruth mira el cubierto puesto sobre la mesa.) Es raro que
Robert no procure llegar a tiempo para el almuerzo, de vez en cuando.
SRA. MAYO (con voz apagada).-Algo debe marchar mal de nuevo.
RUTH (con lasitud).-Supongo que sí. Algo ha mar­chado siempre mal en estos días, según parece.
SRA. ATKINS (con brusquedad).-Eso no pasaría si tuvieras un poco de bríos. Pensar que le permites venir a comer a cualquier hora. . . ¡y que cargas con todo el trabajo! Nunca vi
semejante cosa. Eres demasiado des­preocupada, eso es lo que hay.
RUTH.-¡Déjate de fastidiarme, mamá! Estoy cansada de oírte. Haré lo que se me antoje y te agradeceré que no te entrometas. (Se seca la frente húmeda y dice, cansada:)
¡Oh! Hace demasiado calor para discutir. Hablemos de algo más agradable. (Con curiosidad.) Me parece que les oí hablar de Andy, hace un rato.
SRA. MAYo.-Nos preguntábamos cuándo volvería. 
RuTH (cuyo semblante se ilumina).-Rob dice que
puede llegar de un momento a otro y darnos una sor­presa. . . él y el capitán. Por cierto que nos resultará natural verlo en la chacra de nuevo.
SRA. ATKINS.-Confiemos en que la chacra tenga un aspecto más natural, también, cuando Andy haya inter­venido en esto. ¡Las cosas van tan mal!
RUTH (con irritación).-¿Dejarás de insistir en lo mismo, mamá? Todos sabemos que las cosas no son como podrían ser. ¿De qué sirve quejarse sin cesar?
SRA. ATKINS.-¡Ya lo ves, Kate Mayo! ¿No te lo decía yo? Ni siquiera puedo darle un consejo a mi propia hija, tan terca y voluntariosa es.
RUTH (tapándose los oídos, exasperada).-¡Por amor de Dios, mamá!
SRA. MAYO (con voz apagada).-No te preocupes. Andy lo arreglará todo cuando vuelva.
RUTH (con aire esperanzado).-Oh, sí, yo sé que lo arreglará. Siempre supo qué debía hacerse en cada caso. (Con cansado enojo.) Es una vergüenza que venga a casa y tenga que empezar con todo tan revuelto.
SRA. MAYO (suspirando).-Supongo que Robert no tuvo la culpa si las cosas tomaron tan mal cariz.
SRA. ATKINS (desdeñosamente).-¡Bah! (Se abanica nerviosamente ).-¡Qué horno es éste, Dios mío! Salga­mos. Bajo los árboles del fondo se respira aire fresco. Ven, Kate. (La señora Mayo se levanta obedientemente y empuja la silla rodante de la inválida hacia la puerta de alambre tejido.) Más vale que vengas tú también, Ruth. Te hará bien. Dale una lección a Rob y deja que él mismo se sirva el almuerzo. No seas tonta.
RUTH (abriéndoles la puerta de alambre tejido, apáticamente).-No le importará. No come gran cosa. Pero no puedo ir, de todos modos. Tengo que acostar a la nena.
SRA. ATKINS. -Vamos, Kate. Aquí me ahogo. (La señora Mayo empuja la silla afuera y desaparecen por izquierda. Ruth vuelve y se sienta en su silla.)
RuTH (mecánicamente).-Ven y déjame que te quite los zapatos y las medias, Mary. Pórtate bien. Ahora, tienes que hacer tu siesta. (La nena continúa jugando como si no la httbiese oído, concentrada en su muñeca. En el fatigado rostro de Ruth aparece una expresión de ansiedad. Mira furtivamente la puerta: luego, se levanta y va hacia el escritorio. Sus movimientos revelan un culpable temor de ser sorprendida. Saca una carta de un casillero y vuelve rápidamente a su silla con ella. Abre el sobre y lee la carta con gran interés. La excitación sonroja sus mejillas.
Robert llega por-el caminito, abre silenciosamente puerta de alambre tejido y entra en la habitación. También él ha envejecido. Su espalda se ha encorvado, como bajo una carga demasiado pesada. Sus ojos están apáticos y faltos de vida y su rostro tostado por el sol,- hace días que no se afeita. Arroyuelos de sudor han manchado la capa de polvo de sus mejillas. Sus labios, contraídos en las comisuras, le dan un aire resignado, sin esperanzas. Los tres años han acento la debilidad de su boca y. su mentón. Viste overol, botas y una camisa de franela abierta en el cuello.)
ROBERT (arrojando su sombrero sobre el sofá, con un gran suspiro de agotamiento).-¡Caramba!
¡Cómo que­ma hoy el sol! ( Ruth se sobresalta. Al principio, hace un movimiento instintivo para ocultar la carta contra el pecho. Inmediatamente lo piensa mejor y se sienta con ella en las manos, mirándolo con aire desafiante. Robert se inclina y la besa.)
RUTH (sintiendo en ·las mejillas la aspereza de la piel
de Robert).-¿Por qué no te afeitas? Tienes muy mal aspecto.
ROBERT (con indiferencia).-Se me olvidó... y da demasiado trabajo con este tiempo.
MARY (tirando su muñeca, corre hacia él con un grito
de dicha).-¡Papito! ¡Papito!
ROBERT (levantándola por sobre su cabeza, cariñosamente).-¿Y cómo está mi nena con este calor?
MARY (chillando, feliz).-¡Papito! ¡Papito!
RuTH (fastidiada).-¡No le hagas eso! Ya sabes que es la hora de su siesta y la despabilarás; y luego tendré que quedarme a su lado hasta que se duerma.
RoBERT (sentándose· a la izquierda de la mesa y mi­
mando a Mary sobre sus rodillas).-No te preocupes. Yo
me encargaré de acostarla.
RutH (lacónicamente).-Supongo que tendrás que volver a tu trabajo.
RoBERT (con un suspiro).-Sí, lo olvidaba. (Mira la
carta abierta sobre el regazo de Ruth).-¿Estás releyendo la carta de Andy? Creo que ya te la sabes de me­moria.
RUTH (sonrojándose como si la hubieran acusado de algo, dice con tono desafiante).-¿Acaso no tengo dere­cho a leerla? Andy dice que la carta es para todos nosotros.
RoBERT (con un dejo de irritación).-¿Derecho? No
seas tonta. No se trata de derecho. Yo sólo decía que te la debes saber de memoria después de haberla leído tantas veces.
RuTH. -Pues no me la sé. (Pone la carta sobre la mesa
Y se levanta con desgano.) Supongo que ahora querrás
tu almuerzo.
RoBERT (con indiferencia).-Tanto da. No tengo apetito.
RuTH.- ¡Y yo, que te he estado calentando el almuerzo
para que no se te enfriara!
ROBERT (con irritación).-Bueno. Tráela entonces y
trataré de comerla.
RuTH. -Primero tengo que acostar a la nena. (Va ha­cia Mary 'y la retira de las rodillas de su padre.) Ven, que­rida. Es tarde y se te cierran los ojos.
MAR.Y (llorando).-¡No, no! (Apelando a su padre.)
¡Papito! ¡No!
RuTH (acusadora, a Robert).-¡Ya lo ves! ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Te dije que no...
RoBERT (perentorio).- Pues déjala en paz. Está bien
donde está. Se quedará dormida sobre mis rodillas dentro de un momento si dejas de fastidiarla.
RuTH (con vehemencia).-¡No hará semejante cosa!
¡Tiene que aprender a obedecerme! (Amenazando con el dedo a Mary.) ¡Nena mala! ¿Vendrás con mamá cuando ella te lo dice por tu propio bien?
MARY (aferrándose a su padre).-¡No, papito!
RUTH (perdiendo la calma).-¡Lo que necesitas, joven­ cita, es una buena paliza! Y la recibirás de mí si no te portas mejor ... ¿me oyes? (Mary rompe a llorar, asustada.)
ROBERT (con repentina ira).-¡Déjala en paz! ¿Cuán­tas veces te he dicho que no la amenaces con pegarle? No quiero que lo hagas. (Calmando a la lloriqueante niña.) ¡Vamos, vamos, nenita! La nena no debe llorar. Papito no te querrá si lloras. Papito te tendrá sobre sus rodillas y debes prometerle que dormirás como una buena nenita. ¿Lo harás si papito te lo pide?
MARY (abrazándose a él).-Sí, papito.
RuTH (mirándolos, el pálido rostro resuelto y contraído).-¡Bueno eres tú para enseñarle a la gente a hacer las cosas! (Se muerde los labios. Marido 'Y mujer se miran en los ojos con algo que parece odio,- luego, Ruth le vuelve la espalda a Robert, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia.) Bueno, cuídala entonces, si eso te parece tan fácil. (Entra en la cocina.)
ROBERT (alisándole con ternura el cabello  Mary).­
Le demostraremos a mamá que eres una nena buena ...
¿verdad?
MARY ( canturret:mdo, soñolienta).-Papito, papito.
ROBERT.-Veamos ... ¿Te quita tu madre los zapa­tos y las medias antes de tu siesta?
MAR.Y (asintiendo, con los ojos semicerrados ).-Sí,
papito.
ROBERT (quitándole los zapatos y las medias).-Le mostraremos a mamá que sabemos hacer esas cosas ...
¿verdad? Un zapatito que se va. . . y ahora el otro zapatito... y ahí va una media. . . y ahora, la otra. Y ya estamos, frescos y cómodos. (Se inclina y la besa.) Y ahora. . . ¿me prometes dormirte inmediatamente sí papito te lleva a la cama? (Mary asiente, soñolienta.) Eso sí que es ser una buena nena. (La toma cuidadosamente en sus brazos y la lleva al dormitorio. Su voz se oye apenas cuando arrulla a la criatura para adormecerla. Ruth sale de la cocina y toma el plato de la mesa. Oye la voz de Robert en la habitación contigua y se acerca en puntas de pie a la puerta para atisbar..Luego, va a dirigirse a la cocina pero se detiene pensativamente unos instantes, con expresión de mal disimulados celos. Al oír un rumor en el dormitorio, entra
presurosamente en la cocina. Un momento después, aparece Robert. Se adelanta y toma los zapatos y las medias, que tira negligentemente debato de la mesa. Luego, al no ver a nadie allí, va hacia el ar­mario y elige un libro. Volviendo a su silla, se sienta y se concentra inmediatamente en su lectura. Ruth vuelve de la cocina, trayendo el plato de Robert lleno de comida y una taza de té. Pone ambas cosas ante el y se sienta en su lugar de antes. Robert sigue leyendo, sin notar la comida que está sobre la mesa.)
RUTH (después de contemplarlo con irritación durante unos instantes).-¡Deja ese libraco, por amor de Dios!
¿No ves que se te enfría el almuerzo?
ROBERT ( cerrando su libro).-Perdóname, Ruth. No me había dado cuenta. (Toma su cuchillo y su tenedor y comienza a comer cuidadosamente, sin apetito.). . ,
RuTH. -Creí que tendrías un poco de consideración
conmigo, Robert, y que no llegarías siempre tarde. a comer. Si crees que me divierte asfixiarme en esta cocina que es un horno para tenerte caliente la comida, te equi­vocas.
RoBERT.-Lo siento, Ruth. Palabra que lo siento. Todos los días sucede algo que me demora. Me propongo llegar a tiempo.
RUTH (con un suspiro).-Las buenas intenciones no cuentan.
ROBERT (con sonrisa conciliadora).-Entonces, castí­game, Ruth. Deja que la comida se enfríe y no te preocu­pes de mí.
RUTH.-Tendría que esperar lo mismo para lavar los platos.
ROBERT. - Pero si yo puedo lavarlos... 
RUTH.-¡Buen enredo harías!
ROBERT (con una tentativa de frivolidad).-Es una suerte que la comida se pueda comer fría, con este tiempo. (Como Ruth no contesta ni sonríe, Robert abre el libro y reanuda la lectura, forzándose a tomar un bocado de vez en cuanto. Ruth lo contempla, fastidiada.)
RUTH.-Y además, tienes que hacer tu trabajo. ROBERT (distraidamente, sin apartar los ojos del libro).
-Sí, claro.
RUTH (con malevolencia).-Nunca lo harás si te pa­sas el día leyendo.
ROBERT (cerrando el libro ruidosamente).-¿Por qué insistes en perseguirme porque encuentro placer en la lectura? ¿Será quizá porque... ? (Se interrumpe, bruscamente.)
RUTH (sonrojándose).-Porque soy demasiado estú­pida para comprender tus libros, habrás querido decir seguramente.
ROBERT (avergonzado).-No... No.. . (Con exas­peración.) ¿Por qué e impulsas a decir cosas contra mi voluntad? ¿Acaso no me sobran preocupaciones ya con esta maldita chacra sin que me las aumentes? Bien sabes ·cómo he tratado de llevarla adelante a pesar de la mala suerte ...
RUTH (desdeñosamente).-¡La mala suerte!
RoBERT.-Y mi aparente ineptitud para ese trabajo, añadiría yo; pero no me negarás que también he tenido mala suerte. ¿Por qué no tomas en consideración todas esas cosas? ¿Por qué no logramos entendernos? Antes, nos entendíamos. Sé que también a ti te resulta dura esta vida. Entonces. . . ¿por qué no podemos ayudarnos mu­tuamente en vez de causarnos dificultades?
RuTH ( hoscamente ).-Hago todo lo que puedo.
ROBERT (se levanta y le pone la mano sobre el hom­bro ).-Ya lo sé. Pero tratemos de hacerlo mejor. Ambos podemos mejorar. Di una palabra de aliento, de tarde en tarde, cuando las cosas van mal, aunque sea por culpa mía. Ya sabes los obstáculos con que he estado luchando desde la muerte de
papá. No soy agricultor. Nunca me jacté de serlo. Pero no tengo más .remedio dadas las  circunstancias y debo salir del paso lo mejor posible. Con tu ayuda, puedo hacerlo. Si estás contra mí. .. (Se encoge de hombros. Pausa. Luego, Robert se inclina, le besa el cabello a Ruth y agrega, procurando mostrarse jovial:) De modo que prométemelo. Y yo, te prometo que estaré aquí puntualmente a la hora de comer. . . y siempre que me lo digas. ¿Trato hecho?
RuTH (apáticamente ).-Supongo que sí. (Los inte­rrumpe un fuerte golpe en la puerta de la cocina.) Al­ guien llama a la puerta de la cocina.
(Ruth sale precipi­tadamente. Al cabo de un momento, reaparece.) Es Ben.
ROBERT (frunciendo el ceño).-¿Qué habrá pasadoahora, digo yo? (En voz alta.) Entra, Ben. (Ben sale en­ corvándose de la cocina. Es un joven pesado, torpe, de rostro tosco y estúpido y ojos huidizos y ladinos. Viste overol, botas, etcétera, y un sombrero aludo de paja rús­tica, echado hacia atrás.) Bueno, Ben. . . ¿Qué pasa?
BEN (arrastrando las palabras).-Se ha descompuesto la segadora.
ROBERT.-¡No puede ser! La repararon la semana pasada, sin ir más lejos.
BEN.-Pues ya lo ve. Se ha descompuesto. 
ROBERT.-¿Y no puedes repararla?
BEN.-No. No sé qué le pasa a esa endiablada má­quina. No quiere funcionar.
ROBERT (levantándose y yendo por su sombrero).­
En seguida iré a examinarla. No debe ser gran cosa.
BEN (con insolencia).-A mí, tanto me da. Me voy. 
ROBERT (con inquietud).-¿No querrás decir que de­jas tu trabajo aquí?
BEN.-¡Eso es lo que digo! Hoy vence mi mes y quiero lo que se me debe.
ROBERT. -Pero. . . ¿por qué te vas ahora, Ben, sa­biendo que hay tanto trabajo por hacer? Me costará mu­cho encontrar a otro hombre si te vas de repente.
BEN.-Eso es cosa suya. Me voy.
ROBERT.-Pero. . . ¿por qué? ¿Tienes alguna queja por la forma como te he tratado?
BEN.-No. No es eso. (Apuntando el dedo hacia él,
con aire amenazador).-Mire, estoy cansado de que se
burlen de mí, eso es lo que hay. Y he conseguido tra­bajo en casa de Timms y me voy.
ROBERT.-¿Que se burlan de ti, dices? No te entien­do. ¿Quién se burla de ti?
BEN.-Todos. Cuando voy al pueblo en el birlocho con la leche por la mañana, todos se ríen de
mí y bro­mean a costa mía: ese muchacho de Harris y el nuevo peón de Slocum y Bill Evans y todos los demás.
RoBERT:-Extraña razón para dejarme plantado. ¿No se reirán de ti también si trabajas en casa de Timms?
BEN. -No se atreverían. Timms tiene la mejor chacra de estos lugares. Se ríen de mí porque trabajo para usted.
¡Eso es lo que hay! "¿Cómo marchan las cosas en la cha­ cra de los Mayo?", me gritan todas las mañanas. "¿Qué hace Robert, ahora? ¿Apacenta a las vacas en el maizal?
¿Está madurando su heno con la lluvia este año como
el pasado? ¿O inventando alguna ordeñadora eléctrica
para engañar a sus vacas secas y hacerles dar sidra?" (Muy irritado.) Así es como hablan; y no estoy dispuesto a seguirlo soportando. Todos me han considerado siempre aquí un peón de primera, y no quiero que se formen una idea distinta. De modo que me voy. Y quiero lo que se me debe.
ROBERT (con frialdad).-Ah ... Si es eso, puedes irte al infierno. Recibirás tu dinero mañana, cuando yo vuelva del pueblo. . . ¡no antes!
BEN (dirigiéndose hacia la puerta de la cocina).-De acuerdo. (Al salir, dice sin volver la cabeza:) Y no deje de pagarme, porque si no tendrá dificultades. (Se va y se oye un portazo
al salir.)
RoBERT (mientras Ruth abandona el sitio donde ha estado parada en el umbral y se sienta abatida en la misma silla de antes).-¡Maldito estúpido! ¿Y cómo hago ahora para segar el heno? Ya ves las dificultades con que me encuentro. Nadie podrá decir que yo tengo la culpa.
RuTH.-¡Ben no se atrevería así con otro! (Con malevolencia, después de una rápida mirada a la carta de Andrew que está sobre la mesa.) Es una suerte que Andy vuelva.
ROBERT (sin resentimiento).-Sí, Andy sabrá qué debe hacerse en un abrir y cerrar de ojos. (Con afectuosa son-
risa.) ;Habrá cambiado mucho ese tonto? A juzgar por sus cartas, no lo parece. (Meneando la cabeza.) Pero, de todos· modos, dudo de que quiera consagrarse a la vida monótona de una chacra, después de todas las que ha pasado.
RUTH (con resentimiento).-Andy no es como tú. Le gusta la chacra.
ROBERT (ensimismado en sus pensamientos, con 
entus­iasmo).-¡Dios mío, cuántas cosas ha visto y experi­mentado Andrew! ¡Imagínate todos los sitios que ha visitado! ¡Todos los lugares lejanos y maravillosos co que yo solía soñar!
¡Dios mío, cómo le envidio! ¡Qué viaje! (Se levanta de un salto y va instintivamente hacia la ventana y contempla el horizonte.)
RUTH (con amargura).-¿Supongo que, ahora, lamen­tarás no haberte ido?
 RoBERT (harto concentrado en sus pensamientos para
oírla, dice con tono vengativo).-¡Oh, esas malditas lo­mas, en cuyas promesas yo creía antaño!
¡Cómo las odio, ahora! ¡Parecen los muros del angosto patio de una cárcel, que me aíslan de toda la libertad y todas las maravillas de la vida! (Vuelve al interior del aposento con aire de repulsión.) A veces, creo que si no fuera por ti, Ruth, y (su voz se torna más dulce) por la pequeña Mary, yo lo
abandonaría todo y me iría por la carretera, con un solo deseo en el corazón. . . ¡el de interponer el linde del mundo entre esas lomas y yo y poder respirar libremente de nuevo! (Se desploma sobre su silla y sonríe con amargo desdén por sí mismo.) Ya estoy soñando de nuevo... mis viejos y estúpidos sueños.
RuTH (en voz baja y contenida, con los ojos fulguran­tes).-¡No eres el único!
ROBERT (ensimismado en sus pensamientos, con amar-
gura).-Y Andy, que ha tenido esa oportunidad. . . ¿qué partido le ha sacado? Sus cartas parecen el diario de ...
¡de un agricultor! "Ahora, estamos en Singapur. Es un
sucio agujero y el calor es infernal. Dos de los tripulantes están postrados por la fiebre y nos falta gente para el trabajo. ¡Me alegraré muchísimo cuando reanudemos el viaje, aunque navegar por esos mares achicharrantes es también bastante desagradable!" (Con desdén.) Fué
así, poco más o menos, cómo resumió Andy sus impresiones del Oriente.
RUTH (su contenida voz trémula).-No tienes por qué burlarte de Andy.
ROBERT.-Cuando pienso ... Pero... ¿para qué? Bien sabes que no me reía del propio Andy, pero que su modo de encarar las cosas es ...
RUTH (los ojos centelleantes, en un arranque inconte­nible de ira).-¡También te burlabas de él! ¡Y yo no lo permitiré! ¡Debiera darte vergüenza!
(Robert la mira absorto y asombrado. Ruth prosigue, furiosamente.) ¡Bue­no eres tú para hablar de otro. . .
después de la manera como lo has arruinado todo con tu holgazanear. . . y de tu modo estúpido dehacerlo todo!
ROBERT (enojado).-¡No hables así! ¿Me oyes? 
RUTH.-Le encuentras defectos.. . ¡a tu propio her­mano, que es diez veces más hombre de lo que nunca fuiste ni serás! ¡Le envidias, eso es todo! Le envidias porque se ha convertido en un hombre, mientras que tú sólo eres ... sólo
eres ... (Balbucea algo incoherentemente, sofocándose de ira.)
ROBERT.-¡Ruth! ¡Ruth! Lamentarás haberme habla­do así.
RuTH.-¡No! ¡No lo lamentaré nunca! Sólo digo lo que he estado pensando durante años.
ROBERT (espantado).-¡Ruth! ¡No es posible que es­tés hablando en serio!
RUTH. -¿Y qué? ¡Pensar que he tenido que vivir con un ser como tú, sufriendo sin cesar porque nunca fuiste lo bastante hombre para trabajar y hacer cosas, como todos los demás! Pero ... ¡no! Tú nunca lo confe­sarías. Te crees muy superior a los demás con tu educa­ción universitaria, donde nunca aprendiste ni pizca, tú, que te lo pasas leyendo esos estúpidos libros en vez de trabajar. Supongo que, a tu
entender, yo debiera enorgu­llecerme de ser tu esposa. . . ¡una pobre ignorante como yo!
(Con violencia.) Pero no me enorgullezco. ¡Odio todo eso! ¡Te odio a ti! ¡Oh, si yo hubiese sabido! ¡Si no hubiera cometido la tontería de escuchar la barata y estúpida charla
poética que aprendiste en los libros! ¡De haber podido adivinar cómo eras realmente. . . cómo eres
ahora. . . me habría suicidado antes que casarme contigo! Lo lamenté apenas pasamos un mes juntos.
Descubrí qué eras, en realidad. . . demasiado tarde.
ROBERT (alzando la voz).-Y ahora ... descubro qué eres tú, realmente. . . con qué . . . ser he estado viviendo. (Con ronca risa.) ¡Dios mío! Yo había adivinado ya cuán perversa y mezquina eres .. . pero me decía sin cesar que debía estar equivocado. . . ¡que era un tonto, un pobre tonto!
Rurn.-Dijiste que si no fuera por mí tomarías por esa carretera. ¡Pues bien, puedes irte, y cuanto antes, me­jor! ¡No me importa! ¡Me alegraría liberarme de ti! Y la chacra saldrá ganando, también. Parece maldita desde que la tomaste a tu
cargo. ¡De modo que véte! Véte a vagabundear, como ansiaste hacerlo siempre. Sólo sirves para eso. Podré salir del paso sin ti, no te preocupes. (Con vehemente júbilo.) ¡Andy vuelve, no lo olvides!

Se encargará de que todo marche como es debido. ¡Mostrará lo que puede hacer un hombre! No te necesito.
¡Andy viene, ya! (Ruth y Robert están de pie.)
RoBERT (aferrándola de los hombros y mirándola 
 fu­riosamente en los ojos).-¿Qué quieres decir?(La zama­rrea con violencia.) ¿En qué estás pensando? ¿Qué malos pensamientos te rondan, qué ...?
(Su voz termina en un grito ronco.)
RUTH (en desafiante alarido).-¡Sí, hablo en serio!
¡Lo diría aunque me mataras! Amo a Andy. ¡Sí! ¡Sí! Siempre lo amé. (Con júbilo.) ¡Y él, me ama! ¡Me ama! Sé que me ama. ¡Siempre me amó! ¡Y tú lo sabías, tam­ bién! ¡De modo que véte!
¡Véte si quieres irte!
ROBERT (la aparta violentamente de él. Ruth retroce­de tambaleándose hacia la mesa y él dice, con voz som­bría).-¡Mujerzuela! (La mira furiosamente cuando ella se echa atrás, apoyándose sobre la mesa, jadeante. Desde el dormitorio llega el asustado lloriqueo de la niña.
Mien­tras prosigue, el hombre y la mujer se quedan mirándose con horror y comprenden repentinamente todo el alcance de su terrible riña. Pausa. En la carretera, frente a la casa, se oye el estrépito de un caballo y un coche. Ambos, con el mismo presentimiento repentino, escuchan el ruido conteniendo la respiración, como si lo oyeran en sueños. El ruido cesa. Se oye la voz de Andy, que llega de la carretera
y saluda con prolongada exclamación: ¡Ah del barco!")
RUTH (con estrangulado grito de alegría).-¡Andy!
¡Andy! (Se precipita y aferra el picaporte de la puerta de alambre tejido, disponiéndose a abrirla de par en par.)
RoBERT (con un tono imperativo que obliga a la obe­diencia).-¡Quieta! (Va hacia la puerta y
aparta con dul­zura de ella a la trémula Ruth. El lloriqueo de la niña sube de tono.) Yo saldré a recibir a Andy. Más vale que atiendas a Mary, Ruth. (Ella lo mira por un momento con aire desafiante, pero en los ojos de Robert ve algo que la obliga a volverle la espalda y a entrar lentamente en el dormitorio.)
LA VOZ DE ANDY (más fuerte).-¡Ah del barco, Rob! RoBERT (en grito de respuesta, con forzada jovialidad).
-¡Hola, Andy! (Abre la puerta y sale, mientras cae el
telón.)

ESCENA II

Sobre una loma de la chacra. Aproximadamente, son las once de la mañana siguiente. El día es caluroso y sin nubes. A lo lejos se divisa el mar.
Desde lo alto de la loma, la pendiente desciende suave­mente hacia la izquierda. En el centro, hacia foro, un gran canto rodado. Más a la derecha, un gran roble. Por entre la hierba calcinada y chamuscada por el sol, pueden advertirse los rastros de un sendero que sube hacia la loma desde primer término, izquierda.
Robert está sentado sobre el canto rodado, con el men­tón apoyado sobre las manos, contemplando el horizonte del lado del mar. Su semblante está pálido y ojeroso, revelando el más absoluto desaliento. Mary se halla sen­ tada sobre el césped cerca de él, en la sombra, jugando con su muñeca y canturreando contenta. Poco después, mira con curiosidad a su padre y dejando apoyada a su muñeca contra el árbol, se acerca y trepa sobre la roca, sentándose a su lado.)
MARY (tirándole de la mano, solícita).-¿Papito en­fermo
ROBERT (mirándola, con forzada sonrisa).-No, que­rida. ¿Por qué?
MARY. -Juega con Mary.
ROBERT (con dulzura).-No, querida. Hoy, no. Hoy papá no está con ganas de jugar.
MAR.Y (con tono de protesta).-¡Sí, papito! 
ROBERT.-No, querida. Papito se siente enfermo...
un poco enfermo. Le duele la cabeza.
MARY.- Mary ver. (Él inclina la cabeza y ella le acaricia cabello.) Cabeza mala.
ROBERT (besándola, con una sonrisa).-¡Eso es! Aho­ra, ya me siento mejor, querida. Gracias. (La niña se acu­rruca contra él. Una pausa, durante la cual ambos miran hacia el mar. Finalmente, Robert se vuelve hacia ella, con ternura.) ¿Te gustaría que papito se marchara. . . lejos ... muy lejos?
MAR.Y (llorosa).-¡No! ¡No! ¡No, papito! ¡No! 
ROBERT.-¿No te gusta tío Andy. . . el hombre
que vino ayer. . . no el del bigote blanco. . . el otro?
MARY.-Mary quiere a papito.
ROBERT (con vehemente decisión).-Papito no se irá, chiquita. Sólo lo decía en broma. No podría
abandonar a su pequeña Mary. (Oprime a la niña en sus brazos.)
MARY (exclamando, dolorida).-¡Oh! ¡Me duele! 
ROBERT.-Perdóname, nena. (La deja nuevamente so­bre el césped).-Vé a jugar con Dolly, sé buenita; y
ten cuidado de quedarte en la sombra. (La niña se separa de él contra su voluntad y toma nuevamente su muñeca. Al cabo de un momento, señala la loma de la izquierda.)
MARY.-Hombres, papito.
ROBERT (mirando).-Es tu tío Andy. (Al cabo de un momento, entra por izquierda Andy, silbando alegremente. Ha cambiado poco Por fuera, salvo la circunstancia de que
su rostro ha sido bronceado intensamente por los años pasados en los trópicos; pero en sus modales se ha operado un franco cambio. Su despreocupada jovialidad de antaño parece haberse diluido en parte en una animada vivacidad de hombre de negocios en la voz y en el gesto.
Habla con acento autoritario, como si estuviese habituado a dar órdenes y a que las obedezcan como cosa natural. Viste el sencillo uniforme azul y la gorra del oficial de la marina mercante.)
ANDREW. -Conque estabas aquí. . . ¿eh? 
ROBERT.-Buenas, Andy.
ANDREW (yendo hacia Mary).-¿Y quién es esta se­ñorita con la cual te encuentro a solas?
¿Eh? ¿Quién es esta linda señorita? (Le hace cosquillas a la  sonriente Mary, que se retuerce, y luego la alza sobre su cabeza.)
¡Upa, damita! (Vuelve a dejarla en tierra.) ¡Y ya estás
abajo! (Se va a sentar sobre el canto rodado junto a Ro­bert, que se aparta para dejarle sitio.)
Ruth me dijo que te encontraría probablemente aquí. Pero yo lo habría adi­vinado, de todos modos.
(Le da un codazo a su hermano en la cadera, afectuosamente.) ¡Sigues con tus costum­bres
de siempre, viejo! Recuerdo cómo solías venir aquí a dormitar y a soñar, en otros tiempos.
ROBERT (con una sonrisa).-Ahora, vengo porque este es el sitio más fresco de la chacra. He renunciado a los sueños.
ANDREW (sonriendo).-No lo creo. No has cambia­do tanto. (Después de una pausa, con infantil entusiasmo.) Oye, cuando estoy aquí arriba charlando contigo a solas recuerdo aquellos tiempos. ¡Qué bueno es estar en casa!
ROBERT.-Todos nos alegramos mucho de tenerte aquí.
ANDREW (después de una pausa, significativamente).-
He estado re orriendo la chacra con Ruth. Las cosas no parecen estar ...
ROBERT (se sonroja e interrumpe con brusquedad a su
hermano).-¡Olvida a esta maldita chacra! Hablemos de algo interesante. Es la primera oportunidad que se me presenta de echar un párrafo a solas contigo. Háblame de tu viaje.
ANDREW.-Creí habértelo dicho todo en mis cartas.
ROBERT (sonriendo).-Tus cartas eran ... algo muy fragmentario, por no decir más.
ANDREW.-Oh, ya sé que no soy un escritor. No te­mas herir mis sentimientos. Preferiría aguantar otro tifón a escribir una carta.
ROBERT (con ansioso interés).-¿De modo que te
tocó en suerte un tifón?
ANDREW. -Sí. . . En el Mar de la China. Tuve que huir de él con el barco casi desmantelado durante dos días. A decir verdad, creí que acabaríamos en el fondo del océano. No había soñado siquiera que las olas pudie­ran ser tan grandes ni el viento soplar con tanta violencia. De no haber sido porque el tío Dick es un excelente ca­pitán, nos hubieran devorado los tiburones, a todos, hasta el último. Sólo perdimos el mastelero mayor y tuvimos que volver a
Hong-Kong para reparar las averías. Pero debo haberte escrito todo esto. 
ROBERT.-Nunca lo mencionaste.
ANDREW.-Tuvimos tanto trabajo para volver a poner al barco en condiciones de navegabilidad que debió olvi­ dárseme.
ROBERT (mirando a Andrew, con asombro).-¿Olvidar un tifón? (Con un dejo de desdén.) En ti, Andy, hay una extraña combinación. ¿Y me has contado todo lo que recuerdas sobre la tempestad?
ANDREW.-Oh, podría dar un montón de detalles si quisiera descargarte una andanada: Fué un infieno de pro­porciones, te lo aseguro. ¡Lo hubieras visto . . . . me acuerdo que, en pleno tifón, me acordaba de ti y me decía: esto curaría a Rob de sus ideas sobre el bello mar, si pudiera verlo."
¡Y te habría curado, ya lo creo! (Asiente enfá­ticamente.)
ROBERT (con tono seco).-El mar no parece haberte
causado una impresión muy favorable.
ANDREW.-¡Ya lo creo que no! ¡No volveré a pisar un barco si puedo evitarlo! Salvo para ir a algún lugar al cual no pueda llegar en tren.
RoBERT.-¡Pero estudiaste para ser oficial!
ANDREW. -Tenía que hacer algo o me habría enlo­quecido. Los días parecían años. (Ríe.) Y en cuanto al Oriente con el cual solías desvariar . . . ¡lo hubieras visto y olido! Después de un paseo por una de sus sucias y angostas calles, recalentadas por el sol del trópico, todo el "asombro y misterio" con que solías soñar te habría dado náuseas.
RoBERT (apartándose de su hermano, con una mirada
de aversión).-¿De modo que en el Oriente sólo encon­traste un hedor?
ANDREW.-¿Un hedor? ¡Diez mil hedores!
RoBERT. -Pero algunos lugares te gustaron, a juzgar por tus cartas. . . Sidney, Buenos Aires . . . .
ANDREW. -Sí, Sidney es una hermosa ciudad. (Con
entusiasmo.) Pero, Buenos Aires. . . Esa ciudad sí que te hubiera interesado de veras. . . La Argentina es un país donde a uno se le presentan oportunidades de hacer fortuna. Me gusta, tienes razón al suponerlo. Y te dire una cosa, Rob. Es a Buenos Aires adonde iré apenas
haya pasado algún tiempo con ustedes y cuando encuentre un barco. Puedo conseguir un nombramiento de oficial se­gundo y bajar a tierra apenas llegue allí.
Necesitaré hasta el último centavo de los sueldos que me pagó tío para iniciar alguna empresa en Buenos Aires. 
RoBERT (mirando absorto a su hermano, dice lenta­
mente).-¿De modo que no te quedarás en la chacra?
ANDREW.-¡Claro que no! Eso no tendría sentido. Basta con uno de nosotros para explotarla.
ROBERT. -Supongo que ahora te parecerá pequeña. ANDREW (sin advertir el sarcasmo latente en el tono
de Robert ).-No te imaginas qué espléndido país es la Ar-·
gentina, Rob. Recibí una carta de un agente de seguros
marítimos a quien conocí en Hong-Kong, y que se la escribió a su hermano, un cerealista de Buenos Aires. Ese
hombre me tomó simpatía, y lo que es más importante, me ofreció un empleo si yo volvía allí. Yo lo hubiera acep­tado inmediatamente, pero no quise dejar en la estacada al tío Dick y además les había prometido una visita a ustedes. ¡Pero no dudes de que me iré allí, y ya me verás progresar!
(Palmea a Robert en la espalda.) Pero... ¿no te parece una gran oportunidad, Rob?
ROBERT.-Es hermosa. . . para ti, Andy.
ANDREW.-A esto, lo llamamos chacra. . . pero de­bieras oírlos cuando hablan de las chacras allí. . . Por cada acre nuestro, tienen veinte kilómetros cuadrados. Es un país nuevo donde están apareciendo grandes co­sas. . . y quiero intervenir en algo grande antes de mo­rirme. No
soy un estúpido cuando se trata de cultivar la tierra y entiendo algo de cereales. Además, he
estado leyendo mucho sobre eso, últimamente. (Advierte el aire distraído de Robert y ríe.)
¡Despierta, vieja polilla de los libros de versos! Adivino que cuando hablo de negocios sientes deseos de estrangularme. . . ¿verdad?

ROBERT (con turbada sonrisa ).-No, Andy. Y... yo sólo pensaba en otra cosa. (Frunciendo el ceño.)
última­mente, en muchísimas ocasiones, habría querido tener tu don para los negocios.
ANDREW (con aire grave).-Hay algo que quiero de­cirte, Rob. . . con respecto a la chacra. No tienes incon­veniente. . ¿verdad?
ROBERT.-No.
ANDREW. -Esta mañana, la recorrí con Ruth. . . y
me habló de diversas cosas ... (Con tono evasivo.) Noté que la chacra ha decaído; pero la culpa no la tienes tú.
Cuando la suerte está contra uno...
RoBERT.-¡No digas eso, Andy! La culpa es mía. Lo sabes tan bien como yo. Lo más que pude conseguir, fué salvar los gastos.
ANDREW (después de una pausa).-Tengo ahorrados
más de un millar de dólares y puedo dártelos.
RoBERT (con firmeza).-No. Los necesitas para em­pezar en Buenos Aires.
ANDREW. -No los necesito. Puedo...
RoBERT (con decisión).-¡No, Andy! ¡Decididamente,
no! ¡No quiero oír hablar de eso!
ANDREW (con tono de protesta).-¡Terco endiablado!
RoBERT.-Oh, todo se solucionará después de la co­secha. No te preocupes.
ANDREW (con aire de duda).-Puede ser. (Después de
una pausa.) Es una lástima que papá no haya vivido lo suficiente para poner a flote la chacra.
(Con vehemencia.) Me dolió muchísimo... la noticia de su muerte. ¿Nun­ca. . . se mostró más. . .menos duro en cuanto a mí?
RoBERT. -Nunca comprendió, para decirlo con más suavidad.
ANDREW (después de una pausa).-Has olvidado todo
lo que. . . me obligó a marcharme. . . ¿verdad, Rob? (Robert asiente, pero rehuye su mirada.) Yo era más ca­beza loca que tú en aquella época. Pero mi partida fué obra
de la divina Providencia. Me abrió los ojos y com­prendí cómo me había estado engañando a mí mismo. Ya había olvidado todo. . . todo eso. . . antes de haber pasado seis meses en el mar.
RoBERT (se vuelve y lo mira con aire inquisitivo en
les ojos).-¿Te refieres a ... Ruth?
ANDREW (confuso).-Sí. No quiero que te formes ideas equivocadas. En caso contrario, no te diría nada. (Mirando a Robert en los ojos.) Te digo la verdad al afirmarte que lo he
olvidado desde hace muchísimo tiem­po. Te parecerá extraño que yo pueda olvidar con tanta facilidad, pero creo que eso nunca fué más que una pasión de mozalbete. Ahora, estoy
seguro de que nunca estuve enamorado. . . de que sólo me divertía creer que lo estaba ... y ser un héroe ante mis
propios ojos. (Deja esca­par un gran suspiro de alivio.) ¡Ya está! ¡Dios mío, me he sacado eso del pecho! Sentía cierto malestar desde el día mismo en que volví a casa, pensando en lo que podían creer ustedes. (Con un dejo de súplica en la voz.) Tú ya lo habrás olvidado todo ahora. . . ¿verdad, Rob?
ROBERT (en voz baja).-Sí, Andy.
ANDREW.-Y se lo diré a Ruth, también, si tengo suficiente valor para hacerlo. Debe parecerle extraño te­nerme tan cerca. . . después de lo que fuimos en otros tiempos. . . ya que ignora mis verdaderos sentimientos.
RoBERT (con lentitud).- Quizás. . . en bien de Ruth. . . sería mejor que no se lo dijeras.
ANDREW.-¿Por su bien? Ah... ¿Querrás decir que no le gustaría que le recordaran mi estupidez? Con todo, creo que sería peor aun si ...
RoBERT (en un arranque, con voz atormentada).­ Haz lo que quieras, Andy, pero. . . ¡por amor de Dios, no hablemos de eso! (Pausa. Andrew mira a Robert con dolorido asombro. Robert prosigue, después de un mo­mento, con una voz en la cual trata inútilmente de man­tener la calma.) Discúlpame, Andy. Este maldito dolor de cabeza me ha destrozado los nervios.
ANDREW (en voz baja).-Está bien, Rob, está bien ...siempre que no estés resentido conmigo.
RoBERT.-¿Adónde se fué este domingo tío Dick? ANDREW.-Al puerto, a ver cómo marchaban las
co­sas a bordo del "Sunda". Dijo que no sabía con exactitud cuándo volvería. Tendré que ir al barco cuando él vuelva. Es por eso que me he engalanado así.
MARY (señalando la loma de la izquierda).-¡Mira!
¡Mamá! ¡Mamá! (Se levanta, con no poco esfuerzo. Ruth aparece por izquierda. Viste de blanco, se advierte que ha cuidado de su tocado. Está linda, sonrojada y llena de vida.)
(corriendo hacia ella).-¡Mamá!
RUTH (besándola).-¡Hola, tesoro! (Va hacia la roca y le dice a Robert, con frialdad:) Jake quiere preguntarte no sé qué. Acaba de terminar su trabajo y te espera en la carretera.
ROBERT (levantándose, cansado).-Iré ahora mismo. (Al mirar a Ruth y al notar el cambio operado en su as­pecto, su rostro se ensombrece de dolor.)
RUTH. -Y haz el favor de llevarte a Mary. (A Mary.)
Vé con papito, sé buena. La abuela te espera con el almuerzo.
ROBERT (lacónico).-¡Ven, Mary!
MARY (tomándolo de la mano y bailando de felicidad a su lado).-¡Papito! ¡Papiro! (Bajan de
la loma hacia izquierda. Ruth los sigue con la mirada durante unos instantes, frunciendo el ceño y luego se vuelve hacia Andy, con una sonrisa.)
RuTH.-Voy a sentarme. Ven, Andy. Estaremos como
en otros tiempos. (Salta ágilmente sobre la roca y se sienta.)
Esto es tan agradable y tan fresco después del calor de
la casa ...
ANDREW (sentado a medias en el costado de la roca).
-Sí. Aquí se está muy bien.
RUTH.-Me he tomado unas vacaciones para festejar
tu regreso. (Riendo, con excitación.) Me siento tan libre que quisiera tener alas y volar sobre el mar. Tú, eres un hombre. No puedes imaginarte cuán horrible y estúpido es. . . pasarse el tiempo cocinando y lavando los platos.
ANDREW (con una sonrisa).-Me lo imagino.
RuTH.-Además, tu madre insistió en preparar personalmente tu primer almuerzo en casa, tan feliz se siente
de que hayas vuelto. A juzgar por su manera de expul­sarme de la cocina, se diría que me he propuesto enve­nenarte.
ANDREW.-¡Eso es muy de ella, Dios la bendiga!
RUTH.-Te ha echado de menos muchísimo. Como todos nosotros. Y no me negarás que también la chacra
te ha echado de menos, después de lo que te mostré y te dije cuando la recorríamos esta mañana.
ANDREW (frunciendo el ceño).-¡No hay duda de
que esto ha decaído! Es lamentable y triste para el po­bre Rob.
RUTH (desdeñosamente ).-La culpa es suya. Nunca se interesa por las cosas.
ANDREW (con tono de reproche).-No puedes culpar­lo. No nació para esto: pero sé que hizo todo lo posible por ti, por las viejas y por la nena.
RUTH (con indiferencia).-Sí, supongo que sí. (Ale-
gremente.) Pero, a Dios gracias, todos esos días han pasado ya. la "mala suerte" a la que ha culpado siempre Rob pasará cuando tú te hagas cargo de la chacra, Andy. lo que necesitaba la chacra, era simplemente a alguien con el don de prever el futuro y de prepararse para lo que sucedería.
ANDREW.-Sí, a Rob le falta eso. Tiene la franqueza de reconocerlo. Voy a contratarle a un bue hombre -un agricultor experto--, para explotar la chacra a sueldo y porcentaje. Eso liberará a Rob de la chacra y no tendrá ya por qué inquietarse tanto. Parece agotado, Ruth. De­biera
cuidarse.
RUTH (distraídamente).-Sí, supongo que sí. (las palabras de Andrew le inspiran ciertos presentimientos.)
¿Por qué quieres contratar a un hombre para que super­vise los trabajos? Me parece que, ahora que has vuelto, eso está de más.
ANDREW.-Oh, claro que me ocuparé de todo mien­tras esté aquí. Hablo de cuando me haya ido.
RUTH (como si no pudiera dar crédito a sus oídos).-
¡Cuando te hayas ido!
ANDREW.-Sí. Cuando vuelva a la Argentina. 
RUTH.-¡Te vas al mar!
ANDREW.-No. Al mar, no. El mar como oficio, se acabó para mí. Me voy a Buenos Aires, para dedicarme al negocio de los cereales.
RUTH. -Pero. . . Eso queda lejos. . . ¿verdad? 
ANDREW (con desenvoltura).-A nueve mil kilómetros o más. Todo un viaje. (Con entusiasmo.) Allí, se me presenta una magnífica oportunidad, Ruth.
Pregúntale a Rob si no es as[. Acabo de explicárselo todo.
RUTH (que se sonroja de ira).-¿Y no trató Rob de evitar que te marcharas?
ANDREW (sorprendido).-No, claro que no. ¿Por qué? 
RuTH (lenta y vengativamente).-Eso es muy propio de él. .
ANDREW (con resentimiento).-Rob es demasiado
buen muchacho para detenerme cuando me he decidido a algo. Y comprendió, apenas se lo dije, qué buena 
opor­tunidad era aquélla.
RUTH (aturdida).-¿Y estás resuelto a ir?
ANDREW.-Claro. Oh, no me propongo irme inme­diatamente. Lo más probable es que tenga que esperar bastante la partida de un barco que vaya a Buenos Aires. De todos modos, quiero quedarme en casa y pasar bas­tante tiempo con ustedes antes de marcharme.
RuTH (humildemente).-Supongo que sí. (Con repentina angustia.) ¡Oh, Andy! ¡no puedes irte. No puedes. Si todos creíamos. . . confiábamos, y lo pedíamos en nuestras plegarias, que volvieras para quedarte, para establecerte en la chacra y cuidar de todo. ¡No debes irte! Piensa en la
pena de tu madre cuando te vayas· ·· y en la ruina de la chacra si la dejas en manos de Robert. Debes comprenderlo con bastante claridad.
ANDREW (frunciendo el ceño).-Rob no se ha desempeñado tan mal. Cuando yo consiga a un hombre para que maneje todo esto, la chacra estará a salvo.
RuTH (con insistencia).-Pero. . . piensa en tu madre.
ANDREW.-Está acostumbrada a mi ausencia. No hará objeciones cuando comprenda que lo mejor, para ella Y para todos nosotros, es que me vaya. Pregúntale a Rob. En un par de años haré dinero allí, ya lo verás; y luego volveré y me estableceré y convertiré esta chacra en la propiedad más hermosa del Estado mientras tanto les podré ayudar a ustedes desde allí.
(Seriamente.) ¡Te digo, Ruth, que voy a progresar desde que llegue a Buenos Aires, si basta para ello con trabajar de firme y estar re­suelto a progresar! ¡Y sé que eso será posible! (Con excitación y tono bastante jactancioso.) Estoy maduro, créeme, para cosas de más aliento que establecerme aquí. Fué el viaje el que me transformó. Me enseñó que el mundo es algo más vasto de lo que yo suponía en otros tiempos. No me sentiría ya satisfecho si me quedara atas­cado aquí, como una mosca en la melaza. Todo esto parece una bagatela, en cierto modo. Supongo que com prenderás qué quiero decir.
RUTH (con voz apagada).-Sí. . . Supongo que sí. (Después de una pausa y mientras una repentina sospecha surge en su espíritu.) ¿Qué te dijo Rob... de mí?
ANDREW.-¿Qué me dijo? ¿De ti? Nada.
RUTH (mirándolo fijamente, con vehemencia).-¿Me
estás diciendo la verdad, Andy Mayo? ¿No te dijo ... que yo... ? (Se interrumpe, confusa.)
ANDREW (sorprendido).-No, no te mencionó, que yo sepa. ¿Por qué? ¿Por qué supones que lo hizo?
RUTH (retorciéndose las manos).-¡Oh! ¡Ojalá pudie­ra yo adivinar si mientes o no!
ANDREW (con indignación).-¿Qué estás diciendo?
¿Acaso yo solía mentirte? ¿Y por qué habría de men­tirte, por Dios?
RuTH (no convencida aún).-¿Estás seguro... me jurarías . . . que no es esa la razón .... ?
(Baja los ojos y le vuelve la espalda a medias.) ¿La misma razón que te obligó a marcharte la vez pasada? Porque si se trata de eso. . . yo iba a decirte que. . . no debes irte.
. . por eso. (Su voz desciende hasta un murmullo trémulo 'Y tierno al concluir.)
ANDREW (turbado, con forzada risa).-Ah ... ¿Era eso
lo que querías decir? Bueno, ya no tienes por qué preocu-
parte ... (Con aire grave.) Me explico que mi presencia te moleste, Ruth, después de la manera como hice el tonto la vez pasada, al marcharme.
RUTH (su esperanza destruida) ¡Oh, Andy!
ANDREW (interpretándola mal).-Sé que no debiera hablarte de esas tonterías. Pero es preferible que te lo diga, para que los tres volvamos a ser los mismos y no nos inquietemos pensando que uno de nosotros podría tener una idea errónea sobre el asunto.
RUTH.-¡Andy! ¡Por favor! ¡No digas eso! 
ANDREW.-Dé jame terminar, ya que he empezado.
Eso ayudará a aclararlo todo. No quiero que creas que el que ha sido tonto una vez lo es siempre y que te sientas incómoda durante mi permanencia aquí por culpa de mi estupidez. Quiero hacerte comprender que todas esas ton­ terías están olvidadas desde hace mucho tiempo... y ahora,
me parece. . . bueno. . . como si siempre hubieras sido mi hermana, Ruth ...
RUTH (histéricamente).-Por amor de Dios,
Andy ... ¡No sigas hablando, por favor! (Vuelve a ocultar el rostro entre las manos y sus agobiados
hombros tiemblan.)
ANDREW (lastimeramente ).-Se diría que hoy piso un hormiguero cada vez que abro la boca. Rob me
hizo callar casi con las mismas palabras cuando quise hablar de eso.
RUTH (con vehemencia).-¿Le dijiste... lo mismo que a mí?
ANDREW (asombrado).-¡Claro! ¿Por qué no? 
RUTH (estremeciéndose).-¡Oh, Dios mío!
ANDREW (alarmado).-¿Por qué? ¿No debí hacerlo? 
RUTH (histéricamente).-¡Oh, no me importa lo
que puedas hacer! ¡No me importa! ¡Déjame en paz! (Andrew se levanta y baja por la loma hacia izquierda, turbado, herido y muy intrigado por la conducta
de Ruth.)
ANDREW (después de una pausa, señalando el pie de la loma).-¡Hola! Ahí vuelven. . . y el capitán
con ellos.
¿Cómo habrá hecho para volver tan pronto? Eso significa que debo ir al puerto de prisa y quedarme a bordo. Rob tiene a la niña consigo. (Se acerca a la roca. Ruth aparta la mirada de él.) ¡Dios mío, nunca vi a un padre tan ape­gado a una criatura como Rob! No se pierde un solo mo­vimiento
de Mary. Y no lo culpo. Ustedes tienen derecho a enorgullecerse de ella. Es encantadora, ya lo
creo que lo es. (Mira rápidamente a Ruth) En Mary se advierte inmediatamente una gran semejanza con Rob. . .
¿verdad? Pero tampoco puede negarse que es tuya. En sus ojos hay algo...
RUTH (lastimera).-¡Oh, Andy, me duele la cabeza!
¡No quiero hablar! ¡Déjame en paz, por favor!
ANDREW (la mira  durante unos instantes y luego se aleja, diciendo con tono herido).-Todos parecen estar nerviosos hoy. Comienzo a creer que estoy de más. (Se queda parado cerca del caminito, a la izquierda, golpeando el césped con el zapato. Al cabo de un instante entra el capi­tán Dick, seguido por Robert, que trae a Mary. El capitán parece ser el mismo hombre jovial y de voz tonante de tres años antes.Viste un uniforme análogo al de Andrew. Reso­pla y se ha quedado sin aliento después de haber subido la cuesta y se seca con frenesí el rostro sudoroso. Robert
mira de soslayo a Andrew, advirtiendo su aire perplejo, y luego mira a Ruth que, al acercarse ellos, les ha vuelto la espalda: su mentón descansa sobre sus manos mientras mira hacia el mar.)
MARY.- ¡Mamá! ¡Mamá! (Robert la deja en el suelo
y la niña corre hacia su madre. Ruth se vuelve y la aferra en sus brazos, en un arranque de salvaje ternura, volvién­doles de nuevo la espalda a los demás. Durante la escena siguiente, retiene a Mary en sus brazos.)
Scott (resoplando).-¡Caramba!
Tengo grandes noticias para ti, Andy. Déjame tomar aliento, primero. ¡Oh! ¡Por Dios! Trepar a esta maldita loma es peor que subir a los cielos. Tendré que descansar un rato. (Se sienta en el césped, secándose el rostro.)
ANDREW.-No te esperaba tan pronto, tío.
Scorr.-Tampoco yo lo esperaba; pero en la Casa del Marino supe algo que me indujo a abandonar el barco y a venir por ti.
ANDREW (ansiosamente).-¿De qué se trata, tío? 
Scott.-Al pasar por la Casa, se me ocurrió entrar para decirles que necesitaría un piloto en mi próximo viaje,
ya que no me acompañas. El hombre a cargo de los em­
barques me preguntó por ti con especial interés y dijo: "¿Cree que le interesaría un empleo de segundo en un vapor, capitán?" Me disponía a contestar que no, cuando recordé que querías volver al Sur, al Plata; de modo que le respondí: "¿Qué barco es ése y adónde va?" Y me con­ testó: "Es un tramp flamante y va a Buenos Aires."
ANDREW (sus ojos se iluminan,'Y dice con excitación).­
¡Dios mío, qué suerte! ¿Cuándo parte? 
Scott.-Mañana por la mañana. Yo no sabía si que­rrías irte tan pronto, de modo que se lo expliqué. "Dígale que le reservaré el empleo hasta las últimas horas de esta tarde", manifestó. De modo que ya lo sabes, y puedes elegir.
ANDREW.-Me gustaría tomarlo. Quizá pasen meses
antes de que salga otro barco para Buenos Aires con una vacante. (Su mirada se detiene sucesivamente sobre Rob y Ruth y vuelve a Rob, y luego dice, con aire inde­ciso:) Con
todo... ¡Maldita sea ...! Mañana por la ma­ñana es muy temprano. Ojalá ese barco tardara una semana en partir. Eso me daría una oportunidad. . . Me resulta penoso marcharme cuando acabo de volver a casa. Y, sin embargo, es una posibilidad entre mil. .. (A Robert:)
¿Qué te parece, Rob? ¿Qué harías tú? ·
ROBERT (con sonrisa forzada).-Al que vacila. . . se lo lleva el diablo, ya sabes. (Frunciendo el ceño.) Es una
ganga que se te ofrece y ... creo que debes aprovecharla. Pero no me pidas que lo decida por ti.
RUTH (volviéndose para mirar a Andrew, con salvaje resentimiento).-¡Sí, vé, Andy! (Le vuelve la espalda rápidamente. Hay una pausa llena de malestar.)
ANDREW (pensativamente).-Sí, creo que me iré. A fin
de cuentas, será lo mejor para todos nosotros . . . ¿no te parece, Rob? (Robert asiente, pero guarda silencio.)
Scott (poniéndose de pie).-Bueno, asunto arreglado. ANDREW (ahora que ha tomado definitivamente una decisión, en su voz se perciben una esperanzada fuerza 'Y energía).-Sí, aceptaré el empleo. Cuanto antes me vaya, antes volveré, no hay duda: y esta vez no lo haré con las
manos vacías. ¡Estén seguros!
Scott.-No te sobra tiempo, Andy. Para asegurarte, más vale que te vayas lo antes posible. Tengo que volver a bordo ahora mismo. Será mejor que vengas conmigo.
ANDREW.-Iré a casa y volveré a aprontar mi maleta.
ROBERT (sosegadamente).-Ustedes volverán a almorzar ... ¿verdad?
ANDREW (inquieto).-No lo sé. ¿Habrá tiempo? ¿Qué
hora es?
RUTH ( precipitándose hacia él y sosteniéndolo).-Por favor, vete a la cama, Rob. No querrás estar agotado cuan­do venga el especialista. . . ¿verdad?
ROBERT (rápidamente).-No. Tienes razón. No debe
creerme más enfermo de lo que estoy. Y creo que ahora podré dormir. . . (jovialmente) con un sueño bueno, profundo, reparador.
RUTH (ayudándolo a llegar a la puerta del dormito­rio).-Eso es lo que más necesitas. (Entran.
Al cabo de un momento ella reaparece sola, diciendo:) Cerraré esta puerta para que tengas silencio. (Cierra y va rápi amente hacia su madre y la zamarrea del hombro.) ¡Mama! ¡Mamá! ¡Despierta! .
SRA. ATKINS (despertando, con un sobresalto).- ¡Dios
mío! ¿Qué te pasa?
RUTH.-Rob acaba de hablar conmigo, aquí. Lo volví a acostar. (Ahora que está segura de que su madre está
despierta, su temor se desvanece y vuele a sumirse en una sombría indiferencia. Se sienta en su silla y contempla la estufa, con aire apático.) Su modo de obrar ... era extraño; y sus ojos parecían. . . tan dementes. . . ·
SRA. ATKINS (ásperamente).-¿Y por eso me desper­taste de un profundo sueño y poco faltó para que me enloqueciera el susto?
RUTH.-Tenía miedo. Rob decía cosas tan descabe­lladas. . . No pude calmarlo. No quería quedarme a solas con él en ese estado. Sabe Dios qué podría hacer Rob.
SRA. ATKINS (desdeñosamente).-¡Hum! ¡Linda ayuda
te prestaría yo, que no estoy en condiciones de dar un solo paso! ¿Por qué no fuiste en busca de Jake?
RUTH (sombría).-Jake no está aquí. Se fué anoche. Se le debían tres meses de sueldo.
SRA. ATKINS (indignada).-No puedo culparlo. ¿Qué
persona decente aceptaría trabajar en un lugar como éste? (Con repentina exasperación.) ¡Oh, ojalá no te hubieras casado con ese hombre!
RUTH (con lasitud).-No debieras hablar de él, ahora que está enfermo y en cama.
SRA. ATKINS (con creciente ira).-Sabes perfectamente, Ruth Mayo, que si yo no te hubiese ayudado a
escondidas con mis ahorros, ustedes estarían ya en el hospicio..."'Y todo a causa de ese terco orgullo de Rob, por no querer escribirle a Andy revelándole el verdadero estado de cosas.
¡Es muy hermoso eso de que yo haya tenido que mante­nerlo con lo ahorrado para mis últimos días . . . yo, una inválida que no tiene quien la cuide! 
RUTH.-Andy te devolverá ese dinero, mamá. Puedo decírselo de tal modo que Rob no se entere nunca.
SRA. ATKINS (con un bufido).-¿De qué habrá creído
Rob que vivían ustedes? Me gustaría saberlo.
RUTH (apáticamente).-Supongo que no pensó en eso. (Después de una breve pausa.) Dijo que había resuelto pedirle ayuda a Andy cuando volviera. (El reloj de la co­cina da las seis.) Las seis. Andy debe llegar de un momento a otro.
SRA. ATKINS.-¿Crees que ese especialista podrá me­jorar a Rob?
RUTH (sin esperanzas).-No lo sé. (Ambas mujeres guardan. silencio durante algún tiempo, contemplando con aire ábatido la estufa.)
SRA. ATKINS (estremeciéndose, irritada ).- ¡Por amor de Dios, pon un poco de leña en esa estufa! ¡Me estoy helando! 
RUTH (señalando la puerta de foro).-No hables tan fuerte. Deja que Rob duerma, si puede.(Se levanta lángui­damente de la silla y pone unos cuantos leños en la estufa.)
RoBERT (con tono de rep-roche).-Mamá te está pre­parando el almuerzo especialmente, Andy.
ANDREW (sonrojándose, avergonzado).-¡Al diablo!
¡Y yo que lo olvidaba! Claro que me quedaré a almorzar, aunque pierda todos los barcos del mundo.
(Se vuelve hacia el capitán y dice, con vivacidad:) Vamos, tío. Ven a casa y podrás contarme algo más sobre ese empleo, por el camino. Tengo que empacar antes del almuerzo. (Él y el capitán empiezan a bajar por izquierda. Andrew dice, sin volver la cabeza:) Vendrás pronto... ¿verdad, Rob?
ROBERT.-Sí. Dentro de un momento. ( Andrew y el capitán desaparecen. Ruth deja en el suelo a Mary y se cubre
el rostro con las manos. Sus hombros se estremecen como si llorara. Robert la contempla fijamente, con aire ceñudo, sombrío. Mary va hacia Robert, con los inquisidores ojos fijos en su madre.) 
MARY (con voz algo asustada).- Papito. Mamita llora, papito.
ROBERT (inclinándose y acariciándole el cabello, con voz
de la cual trata de eliminar la aspereza).-No, no llora, nena. Es el sol que le ha lastimado los ojos, nada más. ¿No tienes un poco de hambre ya, Mary?
MARY (con tono categórico).-Sí, papito.
RoBERT (significativamente).-Ya debe ser hora de que almuerces.
RuTH (con voz ahogada ).-Voy, Mary. (Se seca rápi­damente los ojos y sin mirar a Robert se acerca, toma de la mano a la niña y le dice, con voz apagada:) Ven y te daré de almorzar. (Sale por izquierda, con los ojos fijos en el suelo y con la saltarina Mary a remolque. Robert espera un momento que se le adelanten y luego las sigue lentam­ente, mientras cae el telón.)


Acto TERCERO


ESCENA I
Escenario: El mismo escenario del Segundo Acto, Escena Primera. La sala de la chacra a las seis de la mañana, un día de fines de octubre, cinco años después. No ha amanecido aún, pero, a medida que avanza la acción, las tinieblas, del otro lado de las ventanas, se atenúan gradualmente hasta
cobrar una tonalidad gris.
El aposento, a la luz de la lámpara a petróleo, sin pantalla y de ahumado tubo, que está sobre la mesa, causa una impresión de decadencia, de desintegración. Los visillos de
las ventanas están rotos y sucios y uno de ellos falta. El escritorio, cerrado, está gris a causa del polvo acumulado, como si no lo hubieran usado durante años. Manchas de
humedad desfiguran el empapelado. En lajada alfombra
se advierten rudos surcos que llevan a la cocina y a las puertas principales. La tapa de la mesa, sin carpeta, está manchada por las huellas de los platos calientes y la comida caída. El travesaño de una mecedora ha sido reparado toscamente  con un pedazo de madera lisa. Una capa
de herrumbre cubre la estufa deslustrada. Contra 1a pared, junto a la estufa, está apilado negligentemente un montón
de leña.
Toda la atmósfera de la habitación, contrastando con la de los años anteriores, revela una pobreza habitual  irremediablemente resignada para avergonzarse ya o aun para tener conciencia de sí misma.
.Al levantarse el telón, Ruth está sentada junto a la estufa con las manos tendidas hacia su calor, como si el aire de la habitación fuese húmedo y frío. Rodea sus hombros un grueso chal, que oculta a medias su vestido de luto riguroso. Ha envejecido muchísimo. Su rostro pálido y cubierto
de profundas arrugas ostenta la expresión impasible propia de aquel a quien ya no puede sucederle nada, cuya capa­cidad de emoción ha sido agotada. Cuando habla, su voz carece de timbre, es grave y monótona. El negligente des­ aliño de su indumentaria, el descuido de su cabello, veteado ahora de gris, sus zapatos embarrados y de tacos gastados, revelan acabadamente la apatía en que vive.
Su madre duerme en su silla de ruedas junto a la estufa, a foro, arre­bujada en una manta.
A foro, por la puerta abierta del dormitorio, se oye que alguien baja de la cama. Ruth se vuelve en esa dirección, con aire de sombrío fastidio. Al cabo de un instante, Robert aparece en el umbral, reclinándose débilmente contra el marco de la puerta en procura de apoyo. Su cabello está
crecido y desgreñado, en su rostro y su cuerpo se nota que ha enflaquecido. Sobre sus pómulos hay brillantes manchas carmesíes y sus ojos arden de fiebre. Viste pantalones de pana y una camisa de franela, y unas gastadas pantuflas cubren sus pies desnudos.

RUTH (apáticamente).-¡Ssssht! Mamá duerme.

ROBERT (hablando con esfuerzo).-No la despertaré.
(Va débilmente hacia una mecedora que está junto a la esa y se deja caer en ella, agotado.) 
RUTH (mirando fijamente la estufa).-Más vale que te acerques al fuego, ahí no hace tanto frío.
RoBERT. -No. Estoy ardiendo ya.
RUTH.-Es la fiebre. Ya sabes que el médico te dijo que no te levantaras ni te movieras.
RoBERT (con irritación).-¡Ese viejo fósil! No sabe nada. Vaya a la cama y quédese ahí: esa es su única receta.
RUTH (con indiferencia).-¿Cómo te sientes ahora?
RoBERT (con alegre exaltación).-¡Mejor! ¡Desde hace mucho tiempo no me sentía así! Estoy muy bien.
. . aun­que algo débil. Debe ser la crisis. Desde ahora me repondré con tanta rapidez que te sentirás sorprendida ... y, por cierto, no se deberá a ese viejo tonto, a ese medicucho rural.
RUTH.-Nos ha atendido siempre.
ROBERT.-¡Nos ha ayudado a morir siempre, querrás decir! ..Atendió" a papá y a mamá y ... (su voz desfallece) y a ... Mary.
RuTH (tristemente).-Supongo que habrá hecho todo lo posible. (Después de una pausa.) Bueno. Andy traerá a un especialista cuando venga. Eso te ayudará.
RoBERT.-¿Es por eso que te has pasado la noche esperando?
RUTH.-Sí. ROBERT.-¿A Andy?
RUTH (sin el menor vestigio de emoción).-Alguien
tenía que hacerlo. Es justo que se le dé la bienvenida después de cinco años de ausencia.
ROBERT (con ambigua burla).-¡Cinco años! Es mucho
tiempo.
RUTH.-Sí.
RoBERT (significativamente).-¡Para esperar! 
RuTH (con indiferencia).-Eso ha pasado, ahora.
RoBERT.-Sí, ha pasado. (Después de una pausa.)
¿Tienes sus dos telegramas? (Ruth asiente.) Muéstrame los. . . ¿quieres? Yo estaba tan afiebrado cuando llegaron
que no los entendí. (Precipitadamente.) Pero ya me siento bien. Déjame releerlos. (Ruth los saca de la pechera de su vestido y se los tiende.)
RUTH.-Aquí están. El primero es el de arriba. 
ROBERT (abriéndolo).-Nueva York. "Acabo bajar 
vapor. Tengo negocio importante solucionar aquí. Iré casa apenas terminado negocio." (Sonríe, con amargura.) Pri­mero los negocios: ese fue siempre el lema de Andy. (Lee:) "Confío todos ustedes estarán bien. Andy." (Repite, iróni­camente:) "¡Confío todos ustedes estarán bien!"
RuTH (con voz apagada).-No podía saber que te habías enfermado hasta que le contesté y se lo dije.
ROBERT (con aire contrito).-Claro que no. Soy un
tonto. Últimamente, me muestro susceptible con cualquier motivo. ¿Qué le contestaste?
RUTH (con cierta falta de lógica).-): Tuve que mandarlo a cobrar en el lugar de destino.
ROBERT (con i"itación).-¿Qué le dijiste de mí? RUTH.-Que estabas enfermo de los pulmones.
ROBERT (en un arranque de ira).-¡Eres una estúpida!
¿Cuántas veces te he explicado que tengo una pleuresía?
¡Por lo visto no logras comprender que la pleura está fuera de los pulmones, no en ellos!
Rurn (con aire insensible).-Sólo escribí lo que me dijo el doctor Smith.
ROBERT (enojado).-¡Smith es un perfecto ignorante! 
RUTH (con aire sombrío).-Tanto da. Yo tenía que decirle algo a Andy... ¿no te parece?
ROBERT (después de una pausa, abriendo el otro telegrama).-Me envió éste anoche. (Lee:) "Vuelvo a casa
tren medianoche. Acabo recibir tu telegrama. Traigo especialista ver Rob. Iré auto chacra desde puerto." (Calcula:)
¿Qué hora es?
RUTH.-Deben ser las seis, poco más o menos. 
ROBERT.-Andy no tardará en llegar, sin duda. Me alegro de que traiga a un médico que sepa algo. Un espe­cialista te dirá inmediatamente que mis pulmones están en perfectas condiciones.
RUTH (impasible).-Has estado tosiendo tanto, en estos
últimos tiempos...
ROBERT (con irritación).-¡Qué estupidez! ¡Por amor
de Dios! ¿No has tenido alguna vez un resfrío rebelde? (Ruth contempla fijamente la estufa, en silencio. Robert se mueve nerviosamente en su silla. Pausa. Por fin, los ojos de Robert se posan sobre la dormida señora Atkins.)
¡Qué suerte la de tu madre de poder dormir tan profundamente!
RUTH.-Mamá está cansada. Se ha pasado desvelada
conmigo la mayor parte de la noche.
RoBERT (burlón).-¿También ella esperaba a Andy?
(Pausa. Suspira.) No pude dormirme a ningún precio. Por
lo menos, conté un millón de ovejas. ¡Todo fue inútil! Finalmente renuncié a mis tentativas y me quedé tendido, en la oscuridad, pensando. (Pausa. Luego prosigue con tierna solidaridad:)
Pensaba en ti, Ruth ... · en lo duros que han sido estos últimos años para ti. (Con tono suplicante.) Perdóname, Ruth.
RUTH (con voz apagada).-No sé. Ya han pasado.
Fueron muy duros para todos nosotros.
ROBERT.-Sí: para todos nosotros, menos para Andy. (En un arranque de enfermizos celos.) Andy ha obtenido un gran éxito... del tipo que quería. (Burlón.) Y ahora, vuelve a casa para permitirnos admirar su grandeza. (Frun­ciendo el ceño,con aire irritable.) ¿De qué te estoy ha­blando? Mi
cerebro debe estar enfermo, también. (Después de una pausa.) Sí, estos años debieron ser terribles para
nosotros dos. (Su voz baja hasta un trémulo murmullo.) Sobre todo, estos últimos ocho meses desde que Mary ... murió. (Reprime un sollozo, estremeciéndose convulsivamente, y exclama, con vehemente dolor:) ¡Nuestra última esperanza de dicha! Yo maldeciría a Dios desde lo más hondo de mi alma ... ¡si Dios existiera! (Lo sacude un violento acceso de tos y se lleva precipitadamente el pañuelo a los labios.).
RUTH (sin mirarlo).-Mary está mejor así ... muerta.
RoBERT (melancólicamente).-Todos lo estaríamos, por lo demás. (Con repentina exasperación.) Díle a tu madre que no repita más que la muerte de Mary se debió a una débil constitución física heredada de mí. (Al borde de las lágrimas a causa de la debilidad.) ¡Eso tiene que terminar, te digo!
RuTH (ásperamente).-¡Ssssht! La despertarás. Y en­tonces, me fastidiará a mí, no a ti.
RoBERT (tose y se echa atrás en la silla débilmente. Hay una pausa).-Todo se debe a que tu madre está enojada conmigo por no haberle pedido a Andy que me ayudara.
RuTH (con resentimiento).-Pudiste hacerlo. Tiene mu­cho dinero.
ROBERT.-¿Cómo puedes pensar tú, precisamente tú, en aceptar dinero de él?
RUTH (con aire sombrío).-No veo nada de malo en eso. Es tu hermano.
RoBERT (encogiéndose de hombros).-¿De qué sirve
hablar contigo? Pues yo no podría. (Orgullosamente.) Y he logrado seguir adelante con la chacra, a Dios gracias. No puedes negarme que, sin duda, he logrado ... (Se in­terrumpe con amarga risa.) ¡Dios mío! ¿De qué me estoy jactando? ¡Deudas por aquí y por allá, impuestos, intereses impagos! ¡Soy un estúpido! (Se echa atrás en la silla, cerrando los ojos por unos instantes y luego habla en voz baja:) Te seré franco, Ruth. He fracasado por completo y te he arrastrado
conmigo. En realidad no podría cul­parte. . . por odiarme.
RUTH (sin emoción).-No te odio. Supongo que la culpa ha sido también mía.
RoBERT.-No. No podrías dejar de amar. . . a Andy.
RuTH (con tono indiferente).-No amo a nadie. 
RoBERT (desechando su respuesta con un gesto).-No necesitas negarlo. Tanto da. (Después de una pausa, con tierna sonrisa.) ¿Sabes qué he estado soñando en las tinie­blas, Ruth? (Con una risita.) Estuve planeando nuestro futuro, para cuando me sienta bien. (La mira con ojos suplicantes, como temiendo que Ruth se burle de él. La
expresión de Ruth no cambia. Mira fijamente la estufa. En la voz de Robert se insinúa un acento de ansiedad.) Después de todo. . . ¿por qué no habríamos de tener un porvenir? Somos jóvenes aún. ¡Si pudiéramos desembara­zarnos de esta maldita chacra! ¡Es ella la que nos ha estro­peado
la vida! Y ahora que Andy vuelve. . . ¡voy a olvidar mi estúpido amor propio, Ruth! le pediré prestado el dinero que necesitamos para empezar bien en la ciudad. Iremos adonde la gente vive, en vez de estancarse, y empezaremos de nuevo. (Con confianza en si mismo.) Allí no seré el mismo fracasado que aquí, Ruth. No tendrás por qué aver­gonzarte de mí. Te probaré que mis lecturas pueden ser­virme de algo. (Con tono indeciso.) Escribiré, o algo así. Siempre quise
escribir. (Suplicante.) Querrás hacer eso ... ¿verdad, Ruth?
RUTH (con voz apagada).-Está mamá. 
ROBERT.-Puede irse con nosotros.
RUTH.-No iría.
RoBERT (irritado).-¡De modo que es esa tu respuesta! (Tiembla, estremecido por una violenta ira. Su voz es tan extraña que Ruth se vuelve a mirarlo, alarmada.) ¡Mientes, Ruth! Tu madre es simplemente una excusa. Quieres que­darte aquí. Crees que, por el hecho de que Andy vuelve ... (Se le estrangula la voz y tiene un acceso de tos.)
RUTH (levantándose, con voz asustada).-¿Qué pasa?
(Va hacia él.) Iré contigo, Rob. ¡Déjate de toser, por amor de Dios! Eso te hace mucho daño. (Lo calma, con tristeza.) Iré contigo a la ciudad ... apenas te hayas repuesto. ¡Pa­labra que iré, Rob!·¡Te lo prometo! (Robert se echa atrás y cierra los ojos.. Ella se queda. parada, mirándolo ansiosamente.) ¿Te sientes mejor ahora?
ROBERT.-Sí. (Ruth vuelve a su silla. Después de una pausa, él abre los ojos y se sienta en su silla.
Su rostro está sonrojado y satisfecho.) ¿De modo que irás, Ruth? 
RuTH.- Sí.
ROBERT (con excitación).- Empezaremos de nuevo, Ruth. . tú y yo, solos. La vida nos debe un poco de feli­cidad después de todo lo que hemos sufrido. (Con vehe­mencia.) ¡Tiene que ser así!
En caso contrario, nuestro sufrimiento no tendría sentido. . . y eso es inconcebible.
RUTH (inquieta al ver su excitación).-Sí, sí, desde luego, Rob; pero no debes...
ROBERT.-Oh, no temas. Me siento muy bien, de veras ... ahora que puedo tener esperanzas de nuevo. ¡Oh, si supieras qué espléndido es poder tener una esperanza!
¿No sientes también tú esa emoción ... la visión de una nueva vida que se ofrece después de todos estos años tre­mendos?
RUTH.-Sí, sí, pero cuida de ...
ROBERT.-¡Tonterías! No tendré cuidado. Estoy reco­brando todas mis fuerzas. (Se pone de pie, ágilmente.)
¡Mira! Me siento liviano como una pluma. (Va hacia la silla de Ruth y se inclina para besarla, con una sonrisa.) Un beso... -el primero desde hace años... ¿verdad?­ para saludar juntos el amanecer de una nueva vida.
RUTH (abandonándose a su beso, inquieta).-¡Siéntate,
Rob, por amor de Dios!
RoBERT (con tierna obstinación, acariciándole el ca­bello).- No quiero sentarme. Eres una tonta al inquietarte. (Deja reposar una mano sobre el respaldo de la silla de Ruth.) Escúchame. Todo nuestro sufrimiento ha sido una prueba por la cual debíamos pasar para probarnos ser dignos de una realización más bella. (Con júbilo.) ¡Y pasamos por ella! ¡No nos venció! ¡Y ahora, el sueño se ha con­vertido en una realidad! ¿No lo comprendes?
RuTH (mirándolo con temor, como si lo creyera enlo­quecido).-Sí, Rob, lo comprendo. Pero. . .
¿no quieres volver a la cama, ahora, a descansar?
RoBERT.-No. Iré a ver salir el sol. Es un augurio de buena suerte. (Va rápidamente hacia la ventana de foro izquierda y después de apartar los visillos se queda mirando afuera. Ruth se levanta de un salto y se acerca rápidamente a la mesa, izquierda, donde se detiene a observar a
Robert en actitud tensa y expectante. Mientras él atisba, su cuerpo  parece doblegarse gradualmente, se torna inerte y cansado. Cuando habla, por fin, su voz es triste.) Todavía no ha salido el sol. No es hora aún. Sólo veo el borde negro de esas malditas tomas, perfiladas sobre el gris del alba que se insinúa. (Gira sobre sí mismo, dejando caer los visillos, y tiende una mano hacia la pared en procura de apoyo. Sus falsas fuerzas de momentos antes han desaparecido, dejándole el rostro contraído y los ojos hundidos. Hace una lastimera tentativa de sonreír.) El augurio no es muy feliz ...
¿verdad? Pero el sol saldrá ... pronto. (Se tambalea, débil.)

Esta es toda la leña que queda. No sé quién hachará más,
ahora que Jake se ha ido. (Suspira y va hacia la ventana
de foro, izquierda, aparta los visillos y mira.) Fuera, está
apareciendo el gris del amanecer. (Vuelve a la estufa.)
Parece que el día será hermoso. (Tiende las manos hacia
la estufa para calentárselas.) Anoche debió haber una fuerte
helada. Estamos pagando el breve período caluroso que
tuvimos. (A lo lejos, se oye el vibrante gemido de un
automóvil.)
SRA. ATKINS (con voz imperiosa).- ¡Sssssht! ¡Escucha!
¿No es un automóvil lo que oigo? 
RUTH (apática).-· Sí. Debe ser Andy.
SRA. ATKINS (con nerviosa irritación).-No te quedes sentada ahí como una estúpida. ¡Mira cómo está la habitación! ¿Qué pensará de nosotros ese médico forastero?
¡Mira el tubo de la lámpara, completamente ahumado!
¡Dios mío, Ruth ... !
RUTH (con indiferencia).-Tengo una lámpara limpia en la cocina.
SRA. ATKINS (con tono perentorio).-Llévame adentro
inmediatamente. No quiero que me vea hecha un adefesio.
Me acostaré en el cuarto contiguo. Ahora no me necesitas
y me muero de sueño. (Ruth empuja la silla de ruedas de
su madre y salen por derecha. El ruido del automóvil crece
y finalmente cesa cuando el vehículo se detiene en la carretera, delante de la chacra. Ruth vuelve de la cocina con
una lámpara encendida en la mano y la pone sobre la mesa
junto a la otra. Se oye ruido de pasos en el sendero y luego
un fuerte golpe en la puerta. Ruth va a abrir. Entra Andrew,
seguido por el doctor Fawcett, que lleva un maletín
negro. Andrew ha cambiado mucho. Su rostro parece más
sensibilizado y templado por el aplomo que aparece cuando
se está sin cesar bajo una tensión en que las decisiones
tomadas bajo el estímulo del momento deben ser forzosamente exactas. Sus ojos son más penetrantes y despiertos. Hasta fulgura en ellos un dejo de despiadada astucia. Pero en este momento su expresión revela una tensa ansiedad.
El doctor Fawcett es un hombre bajito, moreno, de mediana
edad y barbita. Usa anteojos.)
RUTH.- ¡Buenos días, Andy! Te esperaba ...
ANDREW (besándola presurosamente). -Vine áquí con
toda la rapidez posible. (Se quita la gorra y el pesado abrigo
y los arroja sobre la mesa, presentándole a Ruth al doctor
mientras lo hace. Viste un costoso traje serio propio de un
hombre de negocios y parece haber engordado.) Mi cuñada,
la señora Mayo. . . el doctor Fawcett. (Ruth y Fawcett se
inclinan en silencio. Andrew pasea por la habitación una
rápida mirada.) ¿Dónde está Rob?
RUTH (señalando).-Ahí dentro.
ANDREW.- Permítame su abrigo y su sombrero, doctor.
(Mientras recibe esas prendas:) ¿Se siente muy mal, Ruth?
RUTH (tristemente). -Cada vez más débil.
ANDREW.- ¡Maldita sea! Por aquí, doctor. Trae la lámpara, Ruth. (Entra en el dormitorio, seguido por el médico y por Ruth, que lleva la lámpara. Ruth reaparece casi inmediatamente y cierra la puerta en pos de sí, luego
va lentamente hacia la puerta principal, que abre, y se queda
parada en el umbral mirando afuera. Del dormitorio llegan
las voces de Andrew y Robert. Al cabo de un instante Andrew vuelve a entrar, cerrando suavemente la puerta. Se
adelanta y se deja caer en la mecedora que está a la derecha de la mesa, dejando descansar su cabeza sobre la mano. Su rostro está contraído por un profundo dolor. Suspira penosamente, con la mirada absorta y triste. Ruth se vuelve y se queda mirándolo. Luego cierra la puerta y vuelve a su silla que está junto a la estufa, colocándola de frente a Andrew.)
ANDREW (mirándola rápidamente, con ronca voz).-
¿Desde cuándo está así Rob?
RUTH.- ¿Quieres decir ... desde cuándo está enfermo?
ANDREW (perentoriamente).- ¡Claro! ¿Y qué, si no?
RUTH.- El primer acceso grave lo tuvo en el verano pasado, pero está enfermo desde que murió Mary. . . hace ocho meses.
ANDREW (con voz ronca).- ¿Por qué no me avisaste... ? ¿Por qué no me enviaste un cablegrama? ¿Querían
todos ustedes que Rob muriera? ¡Que me condenen si
no lo parece! (Su voz desfallece.) ¡Pobre muchacho!
¡Estar enfermo en este agujero dejado de la mano de Dios,
librado a los cuidados de un medicucho de campaña! ¡Qué
vergüenza!
RUTH (con voz apagada).-En cierta oportunidad quise
avisarte, pero Rob se enloqueció cuando se lo dije. Era demasiado orgulloso para pedir algo, me replicó.
ANDREW.- ¿Orgulloso? ¿Para pedírmelo a mí? (Se
levanta de un salto y se pasea nerviosamente por la habitación.)
No puedo comprender la forma de obrar de ustedes.
¿No vieron cómo empeoraba Rob? ¿No pudieron comprender... ? ¡Rob me ha causado una impresión terrible!
Su aspecto es ... (se estremece) ¡espantoso! (Con salvaje
desprecio.) Supongo que ustedes están tan habituados a que su salud sea delicada que la enfermedad de Rob les pareció algo natural. ¡Dios mío, si yo lo hubiese sabido!
RUTH (sin emoción).-Una carta tarda bastante en llegar al lugar donde estabas. . . y no podíamos permitirnos
el lujo de enviar un telegrama. Ya estábamos endeudados
con todo el mundo y yo no podía pedirle el dinero a mamá. Ha estado dándome sus ahorros y ya no le queda gran cosa. No se lo digas a Rob. Nunca le dije nada. Se enojaría conmigo si lo supiera. Pero tuve que aceptarlo, porque. . . ¡sabe Dios dónde estaríamos si no lo hubiera aceptado!
ANDREW.- ¿Quiere decir que ... ? (Sus ojos parecen
notar por primera vez la pobreza evidente en la habitación.)
Enviaste ese telegrama a cobrar. ¿Era ... porque ... ? (Ruth
asiente en silencio. Andrew descarga un puñetazo sobre la
mesa.) ¡Santo Dios! Y mientras tanto, yo he estado ... ¡lo
he tenido todo! (Se sienta y acerca impulsivamente su silla
a Ruth.) Pero ... no consigo comprenderlo. ¿Por· qué?
¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo sucedió? ¡Dímelo!
RUTH (apáticamente).-No hay mucho que decir. Las
cosas fueron empeorando sin cesar, eso es todo. . . y a· Rob, al parecer, eso no le importaba. Dejó de interesarse por la chacra hace muchísimo tiempo, cuando mamá murió. Desde entonces, puso la chacra en manos de otros hombres y casi todos lo engañaron -él no lo advertía- y se marcharon
uno tras otro. Luego, cuando murió Mary, Rob ya no le
prestó atención a nada ... Se limitó a quedarse en la casa
y a leer libros, de nuevo. De modo que debí pedirle ayuda
a mamá.
ANDREW (sorprendido e impresionado).-Pero ... ¡si esto es horrible! Rob debió estar loco para no avisarme.
¡Demasiado orgulloso para pedirme ayuda! ¡A mí! ¿Qué
le pasa a Rob, por Dios? (Una repentina 'Y horrible sospecha
asalta su espíritu.) ¡Ruth! Díme la verdad. ¿No habrá. . . perdido el juicio?
RUTH (apáticamente).-No lo sé. La muerte de Mary lo impresionó de un modo terrible. . . pero supongo que ya debe estar resignado.
ANDREW (mirándola con extrañeza).- ¿Quieres decir
que tú estás resignada?
RUTH (con voz monótona).- Llega un momento ... en que a una ya no le importa. . . nada.
ANDREW (la mira fijamente durante un instante y dice, con gran piedad).-Perdóname, Ruth. . . si creíste que yo te culpaba. No comprendía ... Ver a Rob ahí, tendido en cama, tan quebrantado... me enfureció contra todos. Perdóname, Ruth.
RUTH.-No hay nada que perdonar. No importa. 
ANDREW (levantándose nuevamente de un salto y paseándose).-Gracias a Dios que he vuelto antes de que fuese demasiado tarde. Este médico sabrá qué debe hacer.
Eso es lo primero en que hay que pensar. Cuando Rob esté repuesto, podremos explotar nuevamente la chacra sobre una base sólida. Ya cuidaré yo de eso. . . antes de irme.
RUTH.-¿Vuelves a irte?
ANDREW.-Tengo que hacerlo.
RUTH.-Le escribiste a Rob que esta vez volvías para quedarte.
ANDREW.-Pensaba hacerlo. . . hasta que llegué a
Nueva York. Allí me enteré de ciertos hechos que me
obligan a volver. (Con una risita.) Para serte franco, Ruth, no soy el hombre rico que te habrán hecho creer probable-
mente mis cartas ... Ahora no lo soy. Gané mucho dinero mientras me dediqué al comercio legítimo; pero no me contenté con eso. Quise ganarlo con más facilidad; de modo que, como tantos otros imbéciles, intenté la especulación.
¡Oh, gané dinero, ciertamente! Varias veces fui casi millo­nario -en el papel- y luego volví a caer violentamente. Por fin, la tensión resultó excesiva. Me sentí asqueado de mí mismo y decidí abandonar aquello y volver a casa y olvidarlo y empezar a vivir realmente de nuevo. (Con ronca risa.) Y, ahora, viene lo divertido. En vísperas de la partida, vi lo que me pareció una probabilidad de ser millonario nuevamente. (Hace chasquear los dedos.) ¡Era fácil, tan fácil como hacer esto! Y me zambullí. Luego, antes del colapso, partí. . . tan confiado estaba en que no podía equi­vocarme. Pero al llegar a Nueva York. . . te telegrafié que debía rematar unos negocios ... ¿verdad? ¡Pues bien, fueron los negocios los que me remataron a mí! (Sonríe sombríamente, paseándose, con las manos en los bolsillos.) 
RuTH (con apatía).-¿Te enteraste ... de que lo habías
perdido todo? 
ANDREW (volviendo a sentarse).-·Prácticamente, todo.
(Saca un cigarro del bolsillo, le arranca una punta mordiéndolo, y lo enciende.) Oh, eso no significa que esté sin un centavo. He salvado diez mil dólares del naufragio, quizá veinte. Pero eso es bien poco para cinco años de duro tra­bajo. Por eso debo volver. (Confiadamente.) Puedo
recu­perar lo perdido en un año o más de permanencia allí .... y me bastará con una bicoca para empezar. (En su rostro aparece una expresión cansada y suspira penosamente.) Ojalá no tuviera que hacerlo. Estoy cansado de todo eso.
RUTH. - Lástima. . . Todo parece andar tan mal... 
ANDREW (reaccionando contra su estado de ánimo deprimido dice con vivacidad).-Podrían andar mucho- peor. Me ha quedado lo suficiente para dejar en condiciones la chacra antes de irme. No me iré hasta que Rob no esté repuesto. Mientras tanto, lo pondré todo en marcha aquí. (Con satisfacción.) Necesito un descanso y el descanso que me hace falta es un duro trabajo al aire libre. . . como antaño. (Interrumpiéndose de pronto y bajando cautelosa­mente la voz.) ¡Ni una palabra a Rob sobre mis pérdidas de dinero! ¡Recuérdalo, Ruth! Ya comprenderás por qué. Si está tan susceptible, no aceptaría un solo centavo si me supiera en apuros. . . ¿comprendes?
RUTH.-Sí, Andy. (Después de una pausa, durante la
cual Andrew aspira abstraído el humo de su cigarro, pre­ocupado evidentemente por sus planes para el futuro, se
abre la puerta del dormitorio y sale el doctor Fawcett con un maletín. Cierra silenciosamente la puerta en pos de sí y se adelanta, con aire grave.  Andrew se levanta de un salto.)
FAWCETT (mirando rapidamente su reloj).-Tengo que
alcanzar el tren de las nueve para volver a la ciudad.
Es forzoso. Sólo me restan unos instantes. (Sentándose y carraspeando, con tono impersonal y de mera fórmula.) El caso de su hermano, señor Mayo, es ... (Se interrumpe Y mira a, Ruth y le dice significativamente a Andrew:) Quiza sería  mejor si usted y yo...
RUTH (con obstinado resentimiento). - Comprendo doctor. (Sombríaente.) No tema que yo no pueda soportarlo. Estoy habtuada a esa preocupación y adivino qué ha descubierto. (Vacila un momento y prosigue, con voz mo­nótona:) Rob se va a morir.
ANDREW (irritado).-¡Ruth!
FAWCETT (alzando la mano, como para imponer si­lencio).-Temo que mi diagnóstico del estado de su her­mano me obligue a la misma conclusión de la señora Mayo.
ANDREW (con un gemido).-Pero, doctor ... Segura­mente...
FAWCETT (con serenidad).-A su hermano le queda poca vida. ·. Quizás unos días más, posiblemente sólo unas pocas horas. Me asombra que esté vivo aún. Mi examen me ha revelado que ambos pulmones están terriblemente
afectados.
ANDREW (con voz desgarrada).-¡Dios mío! (Ruth tiene fijos los ojos en su regazo, como en estado de trance.)
FAWCETT.-Lamento tener que decirles eso. Si se pu­diera hacer algo...
ANDREW.-¿No queda ningún recurso?
FAW TT (meneando la cabeza).-Es demasiado tarde hace seis meses, se habría podido...
ANDREW (con angustia).-Pero si lo lleváramos a las montañas . . o a Arizona. . . o ...
FAWCETT.-Eso habría podido prolongarle la vida hace seis meses. (Andrew gime.) Pero ahora ... (Se encoge de hombros, con aire significativo.)
ANDREW (abrumado por un pensamiento repentino). Santo Dios. . . Usted no se lo habrá dicho... ¿verdad doctor?
FAWCETT.-No. Le mentí. Dije que un cambio de clima ... (Vuelve a mirar su reloj, nerviosamente.) Tengo que irme. (Se levanta.)
ANDREW (poniéndose de pie, con insistencia).-Pero debe de haber aún alguna posibilidad ...
FAWCETT (como si calmara a un niño).-Siempre existe esa última posibilidad ... el milagro. (Se pone e sombrero y el saco, y le dice a Ruth, inclinándose:) Adiós, señora Mayo.
RUTH (sin levantar los ojos, con voz apagada).-Adiós ANDREW (mecánicamente).-Lo acompañaré hasta el automóvil, doctor. (Salen. Ruth se queda sentada, inmóvil.
Se oye cómo se pone en marcha el automóvil y el ruido se esfuma gradualmente a lo lejos. Reaparece
Andrew y se sienta, con la cabeza entre las manos.) ¡Ruth! (Ella alza los ojos y lo mira.) ¿No sería preferible que, entráramos a verlo? ¡Dios mío! Temo que lo lea en mis ojos. (Se abre silenciosamente la puerta y en el umbral aparece Robert. Sus mejillas arden de fiebre y sus ojos aparecen insólita mente grandes y brillantes. Andrew prosigue, con un ge­mido.) Eso no puede ser, Ruth. No puede ser tan irre­mediable como lo ha dicho el médico. Siempre hay una posibilidad de luchar.
Llevaremos a Rob a Arizona. Tendrá que reponerse. ¡Debe de haber una posibilidad!
ROBERT (con dulzura).-¿Por qué ha de haberla, Andy? (Ruth se vuelve y lo contempla fijamente, con ojos llenos de terror.)
ANDREW (volviéndose impetuosamente).-¡Rob! (Con tono de reproche.) ¿Qué estás haciendo levantado?
(Se pone de pie y va hacia él.) ¡Vuélvete ahora mismo a la cama y obedece al médico, o te doy una zurra!
ROBERT (haciendo caso omiso de sus palabras).-Ayú­dame a llegar hasta la silla, Andrew. Por favor.
ANDREW.-¡Ni por asomo! ¡Te vuelves inmediata­mente a la cama y te quedas ahí! ¡Eso es lo que debes hacer! (Lo toma del brazo.)
ROBERT (burlón).-Que me quede ahí hasta morir­me ... ¿eh, Andy? (Con frialdad.) No seas criatura. Estoy cansado de la cama. Descansaré más sentado. (Al ver que Andrew vacila, le dice con vehemencia:) Juro que bajaré de la cama todas las veces que me acuestes. Tendrás que sentarte sobre mi pecho y eso distará de beneficiar mi salud. Vamos, Andy. No hagas el tonto. Quiero hablar contigo y lo haré. (Con sombría sonrisa.) Un moribundo tiene sus derechos. . . ¿verdad?
ANDREW (con un escalofrío).-¡No hables así, por amor de Dios! Sólo te dejaré sentarte si me lo prometes. Recuérdalo. (Le ayuda a Robert a sentarse en la silla que está entre la de Ruth y la de él.) ¡Despacio! ¡Eso es! Espera, te pondré una almohada. (Entra en el dormitorio. Robert mira a Ruth, que se aparta de él con terror, y, al notarlo, sonríe con amargura. Andrew vuelve con la almohada, que le pone detrás de la espalda.) ¿Qué tal? ¿Estás bien así?
ROBERT (con afectuosa sonrisa).-¡Muy bien! ¡Gracias! (Cuando Andrew se sienta.) Escúchame, Andy.
Me pediste que no hablara . . . y no lo haré cuando haya aclarado mi situación. (Lentamente.) En primer lugar, sé que me estoy muriendo. (Ruth inclina la cabeza y se cubre el rostro con las manos. Se queda así durante toda la escena entre ambos hermanos.)
ANDREW.-¡Rob! ¡Eso no es cierto!
ROBERT (cansado).-¡Es cierto! No me mientas. Cuan­do Ruth me acostó antes de que llegaras, lo comprendí claramente por primera vez. (Con amargura.) Había estado haciendo planes para nuestro futuro -el de Ruth y el mío-, de modo que el descubrimiento me resultó doloroso. Luego, cuando el médico me examinó, lo adiviné ... cuando trató de mentirme. Y después, para convencerme, escuché junto a la puerta lo que les dijo. De modo que no te burles de mí con cuentos de hadas sobre Arizona u otras paparru­chas semejantes. El hecho de que me muera no te obliga a tratarme como a un imbécil o un cobarde. Ahora que sé qué pasa, puedo decir "Es el Destino", con toda mi alma. Sólo la estúpida incertidumbre me dolía. (Pausa. Andrew mira en torno con angustia, sin saber qué decir. Robert lo contempla con afectuosa sonrisa.)
ANDREW (decidiéndose, finalmente).-Eso no es una tontería. Tienes una posibilidad. Si oíste todo lo que dijo el médico, eso debiera probártelo.
RoBERT.-¡Ah! ¿Te refieres al milagro a que aludió?
(Secamente.) No creo en los milagros. . . en mi caso. Además, sé más de lo que podría saber ningún médico ... porque siento que el fin se acerca. (Descartando el tema.) Pero habíamos convenido en no hablar de eso. Háblame de ti, Andy. Eso es lo que me interesa. Tus cartas eran demasiado breves y espaciadas para ser reveladoras.
ANDREW.-Me proponía escribir más a menudo.
ROBERT (con leve dejo de ironía).-A juzgar por ellas, parece que has logrado todo lo que te habías propuesto hace cinco años... ¿No es así?
ANDREW.-Eso, no es mucho decir.
ROBERT.-¿Has llegado honradamente a esa conclusión?
ANDREW.-Eso no significa mucho, ahora.
ROBERT.-Pero eres rico. . . ¿verdad?
ANDREW (con una mirada fugaz a Ruth).-Sí. Supongo
que sí.
ROBERT.-Me alegro. Podrás darle a la chacra todo lo que yo le he quitado. Pero. . . ¿qué hiciste allí? Dímelo.
¿Te dedicaste al comercio de los cereales con ese amigo tuyo?
ANDREW.-Sí. Después de dos años, tuve una parti­cipación en el asunto. La vendí el año pasado.
(Responde a las preguntas de Robert de un modo muy reacio.)
ROBERT.-¿Y luego?
ANDREW.-Trabajé por mi cuenta. 
ROBERT.-¿Siempre con los cereales? 
ANDREW.-Sí.
ROBERT.-¿Qué pasa? A juzgar por tu aspecto, se diría que te estoy acusando de algo.
ANDREW. -Me siento bastante orgulloso de los pri­ meros cuatro años. De lo que no me enorgullezco
es de lo que hubo después. Me dediqué a especular.
ROBERT. -¿En trigo?
ANDREW.-Sí.
ROBERT.-¿Y ganaste dinero... jugando? 
ANDREW.-Sí.
RoBERT (pensativo).-Me estaba preguntando a qué se debía el gran cambio operado en ti. (Después
de una pausa.) ¡Pensar que tú... un agricultor. . . has estado
jugando con el trigo, valiéndote de trocitos de papel! Ese cuadro tiene su sentido espiritual, Andy. (Sonríe con amar­gura.) Soy un fracasado y Ruth también lo es ... pero podemos simplemente culpar de nuestros errores a Dios.
En cambio, tú eres el más fracasado de los tres. Te has pasado ocho años huyendo de ti mismo. ¿Comprendes qué quiero decir? Eras un creador cuando amabas la cha­cra. Tú y la vida estaban en armoniosa camaradería. Y ahora ... (Se interrumpe, como buscando inútilmente las palabras.) En mi cerebro reina la confusión. Pero, en parte, quiero decir que el hecho de que hayas jugado con lo mismo que creabas con tanto amor, prueba hasta qué punto te extraviaste. . . De modo que te verás castigado. Tendrás que sufrir para
recobrar ... (Su voz se debilita y suspira, fatigado.) Es inútil. No puedo decirlo. (Se echa atrás y cierra los ojos, respirando penosamente.)
ANDREW (lentamente).-Creo adivinar adónde quie­res ir a parar, Rob ... y me parece que es cierto.
(Robert sonríe con gratitud y le tiende la mano, que Andrew toma en la de él.)
ROBERT.-Quiero que me prometas una cosa, Andy, para cuando yo. . . .
ANDREW.-¡Te prometo lo que quieras, que Dios sea testigo!
ROBERT. -Recuerda, Andy, que Ruth ha sufrido el doble de lo que debió. (La debilidad hace desfallecer su voz.) Sólo el contacto con el sufrimiento, Andy, te... despertará. Escúchame. Debes casarte con Ruth. . . luego.
RUTH (con un grito).-¡Rob! (Robert se "echa atrás,
con los ojos cerrados, tratando de tomar aliento con la respiración entrecortada.)
ANDREW (haciéndole señas a Ruth de que no contraríe
a Robert, le dice a éste con dulzura).-Rob, estás ago­tado. Más vale que te acuestes y descanses un poco...
¿no te parece? Podemos hablar más tarde.
ROBERT (con sonrisa burlona).-¡Más tarde! ¡Siem­pre fuiste un optimista, Andy! (Suspira, exhausto.) Sí, iré
a descansar un poco. (Cuando Andrew se acerca para ayudarle:) Pronto se pondrá el sol. . . ¿verdad?
ANDREW. -Son las seis pasadas.
ROBERT (cuando Andrew lo hace entrar en el dormi­torio).-Cierra la puerta, Andy. Quiero estar solo. (An­drew reaparece y cierra la puerta, silenciosamente. Vuelve
a sentarse, sosteniéndose la cabeza con las manos. Su rostro es contraído por la intensidad de su angustia sin lágrimas.) 
RUTH (mirándolo de soslayo, temerosamente).-Rob
ha perdido el juicio. . ¿verdad?
ANDREW.-Debe estar delirando un poco. La fiebre causa ese efecto.. (Con impotente ira.) ¡Qué vergüenza,. Dios mío! Y sólo podemos quedarnos sentados... ¡y es­perar! (Se levanta de un salto y va hacia la estufa.)
RUTH (apática).-Decía ... desatinos ... como otras veces . . . pero en esta oportunidad sus palabras pare­cían. . . poco naturales. . . ¿verdad?
ANDREW.-No lo sé. Las cosas que me dijo conte­nían un poco de verdad. . . aunque las expresara de un modo algo vago, como las ve siempre. Sin embargo... (Mira con ojos penetrantes a Ruth.) ¿Por qué crees que quiso hacernos prometer que ... ? (Turbado.) Ya sabes qué dijo.
Ruth (sombríamente).-Supongo que su espíritu vagabundeaba.
ANDREW (con convicción).-No. . . había algo detrás de eso.
RUTH.-Quería asegurarse de que yo lo pasaría bien . . . cuando él muriera, seguramente.
ANDREW. -No, no era eso. Rob sabe perfectamente
que yo cuidaría de ti de todos modos sin . . . sin eso.
RUTH.-Quizá Rob pensara en. . . algo que sucedió hace cinco años, cuando volviste del viaje.
ANDREW.-¿Qué sucedió? ¿Qué es lo que quieres decir? RUTH (tristemente).-Reñimos.
ANDREW.-¿Riñeron? ¿Qué ·tiene que ver conmigo eso?
RUTH. -Reñimos por ti. . . en cierto modo. 
ANDREW (sorprendido).-¿Por mi?
RUTH.-Sí, más que nada. Te explicaré. . . Descubrí que me había equivocado con Rob, poco después de
ha­bernos casado. . . cuando era demasiado tarde.
ANDREW.-¿Que te habías equivocado? (Lentamente.)
¿Quieres decir ... que descubriste que no amabas a Rob?
RUTH.-Sí. .
ANDREW.-¡Santo Dios!
RUTH. -Y luego creí que cuando naciera Mary las cosas cambiarían y lo amaría: pero no fue así. Y yo no podía soportar sus torpezas y su afición a los libros.. y llegué a odiarlo, casi.
ANDREW.-¡Ruth!
RUTH.-No podía remediarlo. Ninguna mujer habría podido remediarlo. (Suspira, cansada.) Ya te lo puedo decir ahora. . cuando todo ha pasado. . . y muerto. Tú eras el hombre a quien yo amaba realmente. . . Sólo que lo supe demasiado tarde.
ANDREW (abrumado).-¡Ruth! ¿Qué estás diciendo? 
RUTH. -Era la verdad ... entonces. (Con repentina vehemencia.) ¿Cómo podía yo haberlo evitado? Ni yo, ni ninguna otra mujer.
ANDREW.-¿De modo que. . . me querías. . . cuando volví?
RUTH (obstinadamente).-Yo sabía el verdadero motivo que te indujo a marcharte -todos lo sabían-, y durante tres años pensé ...
ANDREW.-¿Que yo te quería?
RUTH. - Sí Aquel día, sobre la loma, te reíste de la estupidez que habías cometido al quererme en otros tiem­pos . . . y comprendí que todo había terminado..
ANDREW.-¡Dios mío! Nunca creí. . . (Se interrumpe, estremeciéndose al recordar.) ¿Y Rob... ? 
RUTH. -Eso era lo que iba a decirte. Reñimos, precisamente, en vísperas de tu regreso; perdí la serenidad ...
y le dije lo que acabas de oír. .
ANDREW (mirándola, enmudecido, durante unos instantes).-¿Le dijiste a Rob... que me querías?
RUTH.-Sí.
ANDREW (apartándose de ella, con horror).-¡Loca... Estabas loca! ¿Cómo pudiste hacer semejante cosa?
RUTH. -No.... logré evitarlo. Ya no podía seguir soportándolo todo en silencio.
ANDREW.-¡Entonces, Rob debió saberlo en todo mo­mento mientras yo estaba aquí! Y, sin embargo, nunca me dijo ni me reveló... ¡Dios mío, cómo debió sufrir! ¿No sabías cómo te amaba?
RUTH (apáticamente).-Sí. Sabía que yo le gustaba.
ANDREW. - ¡Que le gustabas! ¿Qué clase de mujer eres? No pudiste callar? ¿Tenías que atormentarlo? ¡No
me extraña que se esté muriendo! ¿Y Robert y tu, habéis
convivido cinco años con esto entre ambos?
RUTH.-Hemos vivido en la misma casa.
ANDREW.-¿Y piensa Rob, aún ... ?
RUTH.-No lo sé. Nunca hemos hablado una sola palabra sobre eso desde aquel día. Quizás, a juzgar por su modo de obrar desde entonces, supone que te quiero aun.
ANDREW.-Pero no hay tal. Es algo ultrajante. ¡Algo estúpido! ¡Tú no me amas!
RUTH (lentamente).-Yo no sabría cómo sentir amor
ya, aunque lo intentara.
ANDREW (brutalmente).-¡Y yo no te amo, eso es indudable! (Se desploma sobre la silla, con la cabeza entre las manos.) Es censurable que exista semejante cosa entre Rob y yo. Pero. . . ¡si quiero a Rob más que a nadie! Y siempre lo he querido. Habría hecho cualquier cosa evitarle una pena. Y tenía que ser precisamente yo . quien. . . ¡Oh, es vergonzoso! ¿Cómo podré mirarlo a la cara? ¿Qué puedo decirle ahora? (Gime, con angustiada ira. Pausa.) Me pidió que le prometiera ... ¿Qué he de hacer?
RUTH.-Puedes prometérselo... Así, sentirá alivio... aunque no te propongas cumplir.
ANDREW.-¡Cómo! ¿Mentirle? Mentirle ahora ...
cuando se está muriendo? (Decidido.) ¡No! Eres tú quien habrá de mentirle, ya que es inevitable. Ahora tienes la
oportunidad de resarcirlo en parte del dolor que le has causado. ¡Vé a hablarle! Díle que nunca me amaste ... que todo fue un error. Dile que sólo le confesaste aquello porque estabas enloquecida y no sabías lo que decías.
¡Díle algo, cualquier cosa que le dé paz!
RUTH (con voz apagada).-No me creería.
ANDREW (furiosamente).-Debes conseguir que te crea... ¿me oyes? Debes hacerlo ... ahora ... Apúra­te. . . Nunca se sabe cuándo puede ser demasiado tarde. (Al ver que ella vacila, suplicante.) ¡Por amor de Dios, Ruth! ¿No comprendes que le debemos eso? Nunca te lo perdonarás si no lo haces.
RUTH (con voz apagada).-Iré. (Se levanta, con aire agotado y va lentamente al dormitorio.) Pero no servirá de nada. (Los ojos de Andrew están fijos en ella, ansiosa­mente. Ruth abre la puerta y entra en la habitación. Se detiene allí un momento. Luego llama con voz asustada:)
¡Rob! ¿Dónde estás? (Vuelve precipitadamente, temblan­do de pánico.) ¡Andy! ¡Andy! ¡Se ha ido!
ANDRÉW (interpretándola mal, el rostro demudado).­
¿No se habrá ...? 
RuTH (interrumpiéndolo, histéricamente).-¡Se ha ido!
La cama está vacía. La ventana, abierta de par en par.
¡Debe haber salido al patio, arrastrándose!
ANDREW (levantándose de un salto, se precipita al dormitorio y vuelve inmediatamente, con alarmado asombro).
-¡Ven! ¡No puede haber ido lejos! (Tomando su som­brero, aferra del brazo a Ruth y la empuja   hacia la puerta.) ¡Ven! (Abriendo la puerta.) Confiemos en que Dios ... (La puerta se cierra  detrás de ellos, interrumpiendo las palabras de Andrew. mientras cae el telón.)

ESCENA II
El mismo escenario del primer acto, escena primera. Sección de una carretera rural. Al Este, el cielo está en­ cendido ya de vivos colores y una fina y trémula línea de llamaradas se
propaga lentamente a lo largo del horizonte, donde están las oscuras lomas. Sin embargo, la carretera está sumergida aún en el gris del alba, sombrío y vago. El campo de primer término tiene un aspecto salvaje y no cultivado, como si lo hubiesen dejado en barbecho durante el verano anterior. Algunas partes del cerco de esta­cas de foro están rotas. El manzano no tiene hojas y pa­rece marchito.
Robert entra por izquierda, tambaleándose débilmente.
Tropieza con la zanja y cae en ella, quedándose tendido allí durante unos instantes: luego, trepa con gran esfuerzo
al remate del terraplén, desde donde podrá ver salir el sot y se desploma, agotado. Ruth y Andrew llegan preci­pitadamente por la carretera, desde la izquierda.
ANDREW (deteniéndose y mirando a su alrededor).­
¡Ahí está! ¡Lo sabía! ¡Sabía que lo encontraríamos aquí!
ROBERT (intentando incorporarse y sentarse mientras ellos acuden presurosamente a su lado, dice con descolo­rida sonrisa).-Creí que los había despistado.
ANDREW (con bondadosa intimidación).-Pues no lo conseguiste, viejo bribón, y te llevaremos inmediatamente al sitio donde debes estar. . . La cama. (Hace. gesto de levantar a Robert.)
ROBERT.-No, Andy. ¡No, te digo!
ANDREW.-¿Te duele? 
ROBERT (con sencillez).-No. Me estoy muriendo. (Cae hacia atrás, débilmente. Ruth se desploma a su lado con un sollozo y hace reposar la cabeza de Robert sobre su regazo. Andrew se queda inmóvil, contemplándolo con aire impotente. Robert mueve la cabeza, inquieto, sobre el regazo de Ruth.) Yo no podía seguir allí, en la habi­tación. Parecía como si toda mi vida. . . hubiese estado enjaulado, y quise tratar de morir como pude haber muer­to. . . si hubiese tenido el valor de hacerlo. . . solo... en una zanja junto a la carretera. . . mirando salir el sol.
ANDREW.-¡Rob! No hables. Estás derrochando tus
fuerzas. Descansa un poco y te llevaremos ...
ROBERT.-¿Aún tienes esperanzas, Andy? No las ten­gas. Yo sé. (Durante una pausa, respira angustiosamente, tratando de ver qué hay en el horizonte.) El sol sale tan lentamente ... (Con sonrisa irónica.) El médico me dijo que fuera a lugares lejanos. . . y que me curaría. Tenía razón. Eso habría sido siempre una cura ideal para mí.
Es demasiado tarde. . . en esta vida. . . pero. . . (Un ac­ceso de tos le convulsiona todo el cuerpo.)
ANDREW (con ronco sollozo).-¡Rob! (Cierra los pu­ños, en un acceso de impotente ira contra el destino.)
¡Dios mío! ¡Dios mío! (Ruth solloza espasmódicamente y le limpia los labios a Robert con su pañuelo.)
ROBERT (con voz en que se oye repentinamente la dicha de la esperanza).-No deben compadecerme. ¿No comprenden que soy feliz por fin. . . ¡libre!. . . ¡libre!... libre de la chacra . . libre para vagabundear . . . eter­namente? (Se incorpora acodándose en tierra, el rostro. radiante, y señala el horizonte.) ¡Miren! ¿Verdad que es hermoso lo que se ve más allá de las lomas? Oigo las voces de antaño que me llaman ... (Con júbilo.) ¡Y esta vez, voy! Este no es el fin. Es un comienzo libre. . . ¡el comienzo de mi viaje! Me he ganado mi viaje. . . el dere­cho de irme. . . ¡más allá del horizonte! ¡Oh! Ustedes debieran alegrarse. . . alegrarse. . . ¡por mí! (Desfallece.).
¡Andy! (Andrew se inclina hacia él.) Recuerda a Ruth ...
ANDREW.-¡Cuidaré de ella, Rob! ¡Te lo juro! 
ROBERT.-Ruth ha sufrido ... Recuérdalo, Andy. Sólo
mediante el sacrificio. . . el secreto que está más allá ...
(Repentinamente, se incorpora con las últimas fuerzas que le restan y señala el horizonte, donde se eleva el filo del disco del sol sobre el borde de las lomas.) ¡El sol! (Perma­nece inmóvil, con los ojos fijos en el sol durante unos instantes. De su garganta brota un estertor. Murmura:)
¡Recuérdalo! (Y se deja caer atrás y queda inmóvil. Ruth profiere un grito de horror y se levanta de un salto, estre­meciéndose, tapándose los ojos. Andrew se inclina hincado sobre una rodilla junto al cadáver, poniendo una de sus manos sobre el corazón de Robert.. y luego besa con veneración a su hermano en la frente y se pone de pie.)
ANDREW (enfrentando a Ruth, con el cadáver entre ambos, con voz desfallecida).-Está muerto.
(En súbito arranque de furia.) ¡Maldita seas! ¡No se lo dijiste!
Ruth (lastimera).-Era tan feliz sin que yo le min­tiera ...
ANDREW (señalando el cadáver, trémulo por la violen­cia de su ira).-¡Esto es culpa tuya, maldita, cobarde, asesina!
RUTH (sollozando).-¡No digas eso, Andy! No pude evitarlo... y él sabía cómo había sufrido yo, además. Te dijo... que lo recordaras.
ANDREW (la mira absorto durante unos instantes, su ira refluye, y la piedad ilumina gradualmente su semblan­te. Luego mira a su hermano y dice en frases entrecor­tadas, con compasiva voz).-Perdóname, Ruth. . . por él. . . y recordaré ...· (Ruth deja caer las manos y lo mira, sin comprender. Él alza sus ojos hacia los de ella y dice con esfuerzo, con voz balbuciente:) Yo... tú...
¡Qué estúpidamente nos hemos portado!... Debemos tra­tar de ayudarnos . . . y. . . con el tiempo. . . descubrire­remos la solución. . . (Desesperado.) Y, quizá podamos ...
(Pero si Ruth oye sus palabras, no lo revela. Guarda silencio, contemplándolo tristemente con la dolorida humi­llación del agotamiento y su espíritu se sume ya en la exhausta calma que no turba esperanza alguna.)

TELÓN

3/12/14

MARIO BENEDETTI. PEDRO Y EL CAPITÁN.


























MARIO BENEDETTI


PEDRO Y EL CAPITÁN




PRIMERA PARTE



Escenario despejado: una silla, una mesa, un sillón de hamaca o de balance. Sobre la mesa hay un teléfono. En una de las paredes, un lavabo, con jabón, vaso, toalla, etcétera. Ventana alta, con rejas. No debe dar, sin embargo, la im- presión de una celda, sino de una sala de interrogatorios.
Entra PEDRO, amarrado y con capucha, empujado por presuntos guardianes  o soldados, que no llegan a verse. Es evidente que lo han golpeado; que viene de una primera sesión -leve- de apremios físicos. PEDRO queda inmóvil, de pie, allí donde lo dejan, como esperando algo, quizá más castigos. Al cabo de unos minutos, entra el CAPITÁN, uniformado, la cabeza descubierta, bien peinado, impecable, con aire de suficiencia. Se acerca a PEDRO y lo toma de un brazo sin violencia. Ante ese contacto, PEDRO hace un movimiento instintivo de defensa.


CAPITÁN
No tengás miedo. Es sólo para mostrarte dónde está la silla.


Lo guía hasta la silla y hace que se siente. PEDRO está rígido, desconfiado. El CAPITÁN va hacia la mesa, revisa unos papeles, luego se sienta en el sillón.


CAPITÁN
Te golpearon un poco, parece. Y no hablaste, claro.


PEDRO guarda silencio.


CAPITÁN
Siempre pasa eso en la primera sesión. Incluso es bueno que la gente no hable de entrada. Yo tampoco hablaría en la primera. Después de todo no es tan difícil aguantar unas trompadas y ayuda a que uno se sienta bien. ¿Verdad que te sentís bien por no haber hablado?

     Silencio de PEDRO. CAPITÁN

Luego la cosa cambia, porque los castigos van siendo progresivamente más duros. Y al final to-
dos hablan. Para serte franco, el único silencio que yo justifico es el de la primera sesión. Después es masoquismo.  La cuenta que tenés que sacar es si vas a hablar cuando te rompan los dientes o cuando te arranquen las uñas o cuando vomites sangre o cuando... ¿A qué seguir?  Bien sabés el repertorio, ya que constantemente ustedes lo publican con pelos y señales. Todos hablan, muchacho. Pero unos terminan más enteros que otros. Me refiero al físico, por supuesto. Todo depende de en qué etapa decidan abrir la boca.
¿Vos ya lo decidiste?

     Silencio de PEDRO. CAPITÁN

Mirá, Pedro..., ¿o preferís que te llame Rómulo, como te conocen en la clande? No, te voy a llamar Pedro, porque aquí estamos en la hora de la verdad, y mi estilo sobre todo es la franqueza. Mirá, Pedro, yo entiendo tu situación. No es fácil para vos. Llevabas una vida relativamente normal. Digo normal, considerando lo que son estos tiempos. Una mujercita linda y joven. Un botija sanito. Tus viejos, que todavía se conservan animosos. Buen empleo en el Banco. La casita que levantaste con tu esfuerzo. (Cambiando el tono.) A propósito, ¿por qué será que la gente de clase media, como vos y yo, tenemos tan arraigado el ideal de la casita propia? ¿Acaso ustedes pensa-
ron en eso cuando se propusieron crear una sociedad sin propiedad privada? Por lo menos en ese punto, el de la casita propia, nadie los va a apoyar. (Retomando el hilo.) O sea, que tenías una vida sencilla, pero plena. Y de pronto, unos tipos golpean en tu puerta a la madrugada y te arrancan de esa plenitud, y encima de eso te dan tremenda paliza. ¿Cómo no voy a ponerme en tu situación? Sería inhumano si no la entendiera. Y no soy inhumano, te lo aseguro. Ahora bien, te aclaro que aquí mismo hay otros que son casi inhumanos. Todavía no los has conocido, pero tal vez los conozcas. No me refiero a los que anoche te dieron un anticipo. No, hay otros que son tremendos. Te confieso que yo no podría hacer ese trabajo sucio. Para ser verdugo hay que nacer verdugo. Y yo nací otra cosa. Pero alguien lo tiene que hacer. Forma parte de la guerra. También ustedes tendrán, me imagino, trabajos limpios y trabajos sucios. ¿Es  así o no es así?  Yo seré flojo, puede ser, pero prefiero las faenas limpias. Como esta de ahora: sentarme aquí a charlar contigo, y no recurrir al golpe, ni al submarino, ni al plantón, sino al razonamiento. Mi especialidad no es la picana sino el argumento. La picana puede ser manejada por cualquiera, pero para manejar el argumento hay que tener otro nivel. ¿De acuerdo? Por eso también yo gano un poco más que los muchachos eléctricos. (Se da un golpe en la frente, como sorprendido por su hallazgo verbal.) ¡Los muchachos eléctricos! ¿Qué  te parece?
¿Cómo a nadie se le ocurrió antes llamarlos así?

Esta noche en el casino se lo cuento al coronel: él tiene sentido del humor, le va a gustar. (Calla un momento. Mira a PEDRO, que sigue inmóvil y calla- do.) Si estás cansado de la posición, podés cruzar la pierna. (PEDRO no se mueve.)  Parece que optas- te por la resistencia pasiva. El flaco Gandhi sabía mucho de eso. Pero una cosa eran los hindúes contra los ingleses y otra muy distinta son ustedes contra nosotros. La resistencia pasiva hoy en día no resulta, no resuelve nada. Es, cómo te diré, anacrónica. Desde que los yanquis -¿viste que digo yanquis, igual que ustedes?- impusieron su estilo tan eficaz de represión, la resistencia pasiva se fue al carajo. Ahora la cosa es a muerte. Por eso yo creo que, aun en esta primera etapa, no te conviene empecinarte. Fijate que ni siquiera me contestás cuando te pregunto algo. Eso no está bien. Porque, como habrás observado, yo no es-
toy aquí para maltratarte, sino sencillamente para hablar contigo. Vamos a ver, ¿por qué ese mutis- mo? ¿Será un silencio despreciativo? Pongamos que sí. Aquí, en esta guerra, todos nos desprecia- mos un poco. Ustedes a nosotros, nosotros a ustedes. Por algo somos enemigos. Pero también nos apreciamos otro poco. Nosotros no podemos dejar de apreciar en ustedes la pasión con que se entregan a una causa, cómo lo arriesgan todo por ella: desde el confort hasta la familia, desde el trabajo hasta la vida. No entendemos mucho el sentido de ese sacrificio,  pero te aseguro que lo apreciamos. En compensación tengo la impresión de que ustedes también aprecian un poco la violencia que nos hacemos a nosotros mismos cuando tenemos que castigarlos, a veces hasta reventarlos, a ustedes que después de todo son nuestros compatriotas, y por añadidura compatriotas jóvenes. ¿Te  parece que es poco sacrificio? También nosotros somos seres humanos  y quisiéramos estar en casa, tranquilos, fresquitos y descansados, leyendo una buena novela policial o mirando la televisión. Sin embargo, tenemos que quedarnos aquí, cumpliendo horas extras para hacer sufrir a la gente, o, como en mi caso, para hablar con esa misma gente entre sufrimiento y sufrimiento.  Mi tempo es el intermezzo, ¿viste?  (Cambiando de tono.) ¿Te gusta la música, la ópera? Ya sé que no me vas a contestar... por ahora. (Retomando el hilo.) Pero lo que quería decirte es que sospecho que ustedes aprecian, no sé si consciente o inconsciente, la pasión que nosotros, por nuestra parte, también ponemos en nuestro trabajo. ¿Es así? (Por primera vez, el tono de la pregunta empieza a ser conminatorio.  PEDRO no responde ni se mueve.) Decime un poco... A vos no tengo que explicarte las reglas del juego. Las  sabés bien y hasta tengo entendido que reciben cursillos para enfrentar situaciones como esta que vivís ahora.
¿O no sabés que entre nosotros hay interrogadores "malos", casi bestiales,  esos que son capaces de deshacer  al detenido, y están también los "buenos", los que reciben al preso cuando viene cansado del castigo brutal, y lo van poco a poco ablandando? Lo sabés, ¿verdad? Entonces te habrás dado cuenta de que yo soy el "bueno". Así que de algún modo me tenés que aprovechar. Soy el único que te puede conseguir alivio en las palizas, brevedad en los plantones, suspensión de picana, mejora en las comidas, uno que otro ciga-
rrillo... Por lo menos sabés que mientras estás aquí, conmigo, no tenés que mantener todos los músculos y nervios en tensión, ni hacer cálculos sobre cuándo y desde dónde va a venir el próxi-
mo golpe. Soy algo así como tu descanso, tu respiro. ¿Estamos? Entonces no creo que sea lo más adecuado que te encierres en ese mutismo absurdo. Hablando la gente se entiende,  decía siempre mi viejo, que era rematador, o sea, que tenía sus buenas razones para confiar en el uso de la pala-
bra. Te digo esto para que te hagas una composición de lugar y no te excedas en tus derechos, si no querés que yo me exceda en mis deberes. Puedo respetar el derecho que tenés a callarte la boca, aquí, frente a mí, que no pienso tocarte. Pero quiero que sepas que no estoy dispuesto a representar el papel de estúpido, dándote y dándote mi perorata, y vos ahí, callado como un tron- co. Tampoco esperes  imposibles de parte del "bueno". Sobre todo cuando el "bueno"  conoce algunos pormenores de tu trayectoria. Pedro, alias Rómulo. Más aún -y para que no te autotortures además de lo que vayan a torturarte-,  te diré que no tenés ninguna necesidad de hablar de Tomás ni de Casandra ni de Alfonso. La historia de esos tres la tenemos completita. No nos falta ni un punto ni una coma, ni siquiera un paréntesis.
¿Para qué te vamos a romper la crisma pidiéndote datos que ya tenemos y que además hemos verificado? Sería sadismo, y nosotros no somos sádicos, sino pragmáticos. En cambio, sabemos relativamente poco de Gabriel, de Rosario, de Magdalena y de Fermín. En alguno de estos casos, ni siquiera sabemos el nombre real o el domicilio. Fijate qué amplio margen tenés para la ayuda que podés prestarnos. Ahora, eso sí, para completar esas cuatro fichas, y como sabemos a ciencia cierta que vos sos en ese sentido el hombre clave, estamos dispuestos -no yo, en lo personal, digo nosotros como institución- a romperte no sólo la crisma, sino los huevos, los pulmones, el hígado, y hasta la aureola de santito que alguna vez qui- siste usar, pero te queda grande. Como ves, pongo las cartas sobre la mesa. No podrás acusarme de retorcido ni de ambiguo. Ésta es la situación. Y como de alguna manera me caés simpático,  te la digo bien claramente para que sepas a qué atenerte. O sea, que te tengo simpatía, pero no lásti-
ma ni piedad. Y por supuesto hay aquí, en esta unidad militar -que nunca sabrás cuál es-, gen- te que, por principio y sin necesidad de saber nada de vos, no te tiene simpatía, y es capaz de llevarte hasta el último límite. Y no sólo a vos. Ellos, los de la línea durísima, prefieren a veces traer a la esposa del acusado, y, cómo te diré, "perforarla" en su presencia, y hasta hay quienes son partidarios de la técnica brasileña de hacer sufrir a los niños delante de sus padres, sobre todo de su madre. Te imaginarás que yo no comparto esos extremos, me parecen sencillamente inhumanos, pero si vamos a ser objetivos, tenemos que admitir que tales extremos constituyen una realidad, una posibilidad, y no me sentiría bien si no te lo hubiera advertido y un día te encontraras con que algún orangután, como esos que anoche te dieron sus piñazos de introducción, violara frente a vos a esa linda piba que es tu mujercita. Se llama Aurora, ¿no? Seguro que en ese caso te quitarían la capucha. Son orangutanes, pero refinados. ¿Cuánto tiempo llevan de casados?  ¿Es cierto que el último veintidós de octubre celebraste tus ocho años de matrimonio?
¿Le  gustó a Aurora la espiguita de oro que le compraste en la calle Sarandí? ¿Y qué me contás si llegan a traer a Andresito y  empiezan a amasijarlo en tu presencia? Esto último, como te decía, aún no ha sido aprobado como recurso,
pero los asesores  lo tienen a estudio, y, claro, siempre habrá alguno que tendrá que ser el pionero. Nunca estaré de acuerdo con esos procedimientos, porque confío plenamente en el poder de persuasión que tiene un ser humano frente a otro ser humano. Más aún, estimo que los muchachos eléctricos usan la picana porque no tienen suficiente confianza en su poder de persuasión. Y además consideran que el preso es un objeto, una cosa a la que hay que exprimir por procedimientos mecánicos, a fin de que largue todo su jugo. Yo, en cambio, nunca pierdo de vista que el detenido es un ser humano como yo. ¡Equivocado, pero ser humano! Vos, por ejemplo, así como estás, callado e inmóvil, podrías ser simple- mente una cosa. Quizá lo que estás tratando  es de cosificarte frente a mí, pero por quieto y mudo que permanezcas, yo sé que no sos un objeto, yo sé que sos un ser humano, y sobre todo un ser humano con puntos sensibles. Puntos sensibles que, claro, no poseen las cosas. (Pausa.) ¡Ya pensaste en los huevos, claro! Cuando alguien habla de puntos sensibles, es de cajón: las mujeres piensan en las tetas, y los hombres en los huevos. Un matiz que es muy importante no olvidar. Ya lo decía el pobre Mitrione, que se las sabía todas: "Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa elegida al efecto." Es claro que, desde el punto de vista de tus respetables convicciones, es bravo plantearse a sí mismo la mera posibilidad de hablar, de entregar datos, referencias. No es simpático que a uno lo acusen de traidor. Pero aquí hay un elemento que acaso vos ignores. Un tratamiento de los que dispensamos sólo a gente que nos cae bien, como vos, muchacho. Te damos la posibilidad de que nos ayudes y, sin embargo, no quedes mal con tus compañeros. ¿Qué te parece? A lo mejor creés que es imposible. Te parecerá vanidad de mi parte, pero para nosotros nada es imposible.  ¿Querés que te lo explique? El plan tiene cuatro capítulos. Primero. Vos hablás, cuanto antes mejor, así no tenemos necesidad de amasijarte: nos decís todo, todito, acerca de Gabriel, Rosario, Magdalena y Fermín. Fijate que podíamos ponerte una lista con veinte nombres, y, sin embargo, de buenos que somos, incluimos sólo cuatro. Cuatro, ¿te das cuenta? Una bicoca. Segundo. Llevamos a cabo algunos procedimientos, de acuerdo a los informes que espontáneamente, ¿entendés?,  espontáneamente, nos proporciones. Es claro que esos procedimientos  nos sirven,  entre otras cosas, para comprobar si efectivamente estás colaborando,  o, por el contrario, querés tomarnos el pelo. No te aconsejo la segunda opción. Si, en cambio, confirmamos la primera, no te vamos a soltar enseguida, claro. Eso por tu bien, para que tus compañeros no sospechen. Dejamos pasar un tiempo prudencial y después te largamos. Lindo, ¿no? Tercero. Inventamos un documento en clave, o una lista de teléfonos, o cualquier otra cosa en la que nos pondríamos fácilmente de acuerdo, y hacemos público que la razzia se debió al descubrimiento fortuito de esa nómina o lo que sea, y sobre todo a nuestra capacidad deductiva, así de paso quedamos bien. Como ustedes lo tienen todo compartimentado, cada célula creerá que la lista proviene de otro berretín. Cuarto. Te soltamos por fin, y vos, cuando te juntes con los muchachos, les decís  que negaste todo con tanta firmeza que nos convenciste de tu inocencia. ¿Qué te parece? (PEDRO sigue inmóvil.) Te advierto que no podés esperar, verosímilmente, una solución mejor que esta que te estoy proponiendo. Tené en cuenta que no se ha empleado nunca hasta ahora, de modo que las sospechas sobre vos no harán ca- rrera. Más aún, tengo la impresión de que vas a salir favorecido en cuanto a prestigio y autoridad. Y de paso te librás de toda esa porquería. Sos muy  joven para destruir te porque sí, para arruinarte. Podrías volver con Aurora y con el pibe. ¿No se te hace agua la boca? Aurora te recibiría como a un héroe, y, claro, al principio tendrías algún remordimiento, pero con una mujercita como la tuya los remordimientos  se esfuman en la cama. Eso sí, tenés que responderme. Hasta ahora soporté que no dijeras nada. Pero pocos detenidos tienen el privilegio de recibir una propuesta tan generosa.  ¿Por qué me habrás caído tan bien? De manera que tenés que responderme. Para que vos y yo sepamos a qué atenernos. Concretemos, pues; frente a esta propuesta, ¿estás dispuesto a hablar, estás dispuesto a darnos la in- formación que te pedimos? (Se hace un largo silencio. PEDRO  sigue inmóvil. El CAPITÁN  sube el tono.) ¿Estás dispuesto  a hablar? (La capucha de PEDRO se mueve negativamente.)



SEGUNDA PARTE


El mismo escenario, desierto.

Pasados unos minutos, PEDRO (siempre amarrado y con capucha) es nuevamente arrojado a escena, como en la escena anterior, pero con más violencia. Ahora está más deteriorado. Es evidente que el castigo sufrido ha sido severo. PEDRO busca a tientas la silla. Por fin la encuentra y a duras penas se sienta. De vez en cuando sale de su boca un ronquido apenas audible. Entra el CAPITÁN: igual aspecto  y vestimenta que en la escena anterior. Observa detenida- mente a PEDRO, como haciendo inventario de sus nuevas magulladuras  y heridas.

CAPITÁN (todavía de pie, con las piernas abiertas y los brazos cruzados)
¿Viste?  Ya empezó el crescendo. No podrás decir que no te lo advertí. ¡Mirá que son bestias estos subordinados! Y hay que dejarlos hacer. De lo contrario, capaz que nos revientan a nosotros. (Pausa.)
¿Te lo creíste? No, lo digo en broma. Pero la verdad
es que hay más de un oficial que les tiene miedo.
(Pausa.) ¿Y qué tal? Te dejé tiempo para que lo pesaras. ¿Lo pensaste? (Silencio e inmovilidad de PEDRO.) Te advierto una cosa. No creas que vamos a seguir todo un semestre en esta situación, digamos estancada. Por un lado, no creo que tu físico vaya a aguantar mucho tiempo. No sos lo que se dice un atleta. No me refiero a mis preguntas, claro, sino a los muchachos eléctricos. (Cambiando de tono.) A propósito, mi broma le hizo mucha gracia al coronel. No sólo se rió, sino que me dijo: "Capitán, tenemos que cuidar que no haya un solo apagón." El chiste no es bueno, pero me reí, qué iba a hacer. (Retomando el hilo.) ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí, que estábamos estancados. Por mi parte, quiero salir de este estancamiento. Me imagino que vos también. Por eso he decidido introducir un elemen- to nuevo en la situación. (Pausa.) ¿No te pica la curiosidad? ¿Qué será, eh? ¿Un testigo? ¿Alguien que ya te delató? (Nueva pausa, destinada a crear expectativa.) No, nada de eso. El nuevo elemento van a ser tus ojos. Quiero que veas y que yo pueda ver cómo ves. (Se acerca a PEDRO y de un tirón le quita la capucha. PEDRO tiene la cara con heridas y huellas de golpes: abre y cierra varias veces los ojos encandilados.) Bueno, bueno. (Sonríe.) Mucho gusto. Es mejor vernos las caras, ¿no? Nunca me ha gusta- do dialogar con una arpillera. Hay algunos colegas que no quieren que el detenido los vea. Y alguna razón tienen. El castigo genera rencores, y uno nunca sabe qué puede traernos el futuro. ¿Quién te dice que algún día esta situación se invierta y seas vos quien me interrogue? Si eso llegara a ocurrir, te pro- meto colaborar un poco más que vos. Pero no va a ocurrir, no te ilusiones. Hemos tomado todas las precauciones para que no ocurra. Por otra parte, a mí no me preocupa que conozcas mi cara. Lo más que podrás achacarme  es que estuve preguntando y preguntando, pero eso no genera rencor, creo. ¿O lo genera? (Pausa.) Así, sin capucha, te es un poco más difícil hablar, ¿verdad?


PEDRO
Sí.


CAPITÁN
¡caramba!  Primer monosílabo. Toda una con- cesión. ¡Bravo!
PEDRO (tiene cierta dificultad al hablar, debido a la hinchazón de la boca)
Quiero aclararle que el hecho de que usted no
participe directamente en mi tortura, no garantiza que no lo odie, ni siquiera que lo odie menos.


CAPITÁN (se sorprende  un poco, pero reacciona)
Está bien. Me gusta el juego limpio.


PEDRO
No. No le gusta. Pero no importa. Quiero decirle,

además, que con capucha no abrí la boca porque hay un mínimo de dignidad al que no estoy dis- puesto a renunciar, y la capucha  es algo indigno.


CAPITÁN (después de un silencio)
Eso del odio, ¿por qué lo dijiste?


PEDRO
¿Por qué lo dije?


CAPITÁN
Sí. Puedo comprender que lo sientas. En cambio, no puedo comprender que me lo digas así, desca- radamente. Aquí soy yo el que está arriba, y vos sos el que está abajo. ¿O te olvidaste?


PEDRO
No, no me olvidé.


CAPITÁN
Y mostrar odio, genera odio.


PEDRO
Claro.


CAPITÁN
Te advierto que no voy a entrar en ese juego. Soy cristiano, pero no acostumbro a poner la otra me- jilla.

PEDRO
Por supuesto. El que las pongo soy yo, y mire cómo las tengo. Las mejillas y la espalda y las piernas y las uñas.


CAPITÁN
Y mañana los huevos.


PEDRO
Si usted lo dice.


CAPITÁN
Lo digo, lo ordeno y otros lo cumplen. ¿Qué te parece? (Gesto de PEDRO. El CAPITÁN  suelta una risita nerviosa.) De todas maneras, te aconsejo que no me provoques, soy de pocas pulgas,
¿sabés?


PEDRO
Lo sé. Quizá yo sepa más de usted que usted de mí.


CAPITÁN (con ironía)
¡No me digas!


PEDRO
Sí le digo. En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es.

CAPITÁN
¿Y cómo soy?


PEDRO
Bah...


CAPITÁN
Me parece que te pregunté cómo soy.


PEDRO
Sí, ya sé. Pero es absurdo. Me mete en cana, hace que me revienten, y encima exige que le sirva de analista. ¡Eso no!


CAPITÁN
Después de todo, ya me imagino cómo soy.


PEDRO
Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico.

CAPITÁN
¿Y si me imagino noble y digno?


PEDRO
¿Sabe lo que pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía. (Pausa muy breve.) No se puede imaginar noble y digno.

CAPITÁN (gritando)
¡Callate!


PEDRO
¿Cómo? ¿No quería que hablara? Y ahora que me decido a hablar...

CAPITÁN (más bajo, pero concentrado)
Callate, estúpido.


PEDRO
Está bien.


CAPITÁN (al cabo de un rato, más calmo, como si re- capacitara)
Después de todo, a lo mejor no me considero no- ble y digno. Pero ¿a quién le importan mi nobleza y mi dignidad?  ¿Eh? ¿A quién?


PEDRO
Deberían importarle a usted. Lo que es a mí...


CAPITÁN
¿Eso también está en las instrucciones?  ¿Establecer una distancia sanitaria  con el interrogador?


PEDRO
Es usted quien establece la distancia. ¿Cómo puede haber comunicación, aproximación, diálogo, etcétera, entre un torturado y su torturador?

CAPITÁN (con cierta alarma)
Yo ni siquiera te he tocado.


PEDRO
Sí, ya sé; es el "bueno". Pero ¿es  que aquí hay "buenos" y "malos"? ¿Usted  no será como el mastodonte que me hace el submarino, como la bestia que me aplica la picana? ¿El mismo engra- naje, la misma máquina? ¿Acaso  usted mismo puede creer que hay diferencia?


CAPITÁN
Te estás pasando de insolente.


PEDRO
Entonces vuelvo a callarme.


CAPITÁN (después de un silencio)
¿Y no quisieras preguntarme nada?


PEDRO (sorprendido)
¿Preguntar yo?


CAPITÁN
Sí, preguntar vos.

PEDRO
¿De qué se trata? ¿Una nueva técnica post Mitrione?


CAPITÁN
A lo mejor.


PEDRO (recapacitando)
Bueno, voy a preguntarle:  ¿tiene familia?


CAPITÁN (a su vez sorprendido)
¿Y a vos qué te importa?


PEDRO
Como importarme, nada. A quien debe importarle, si la tiene, es a usted.

CAPITÁN
¿Me estás amenazando?


PEDRO
¡Eso se llama deformación profesional! Ustedes, cuando se acuerdan de la familia de uno, es siem- pre para amenazar.


CAPITÁN
Y entonces ¿para qué querés saber?

PEDRO
Porque si tiene padres, mujer e hijos, debe ser jodido para usted cuando vuelve a casa.


CAPITÁN (gritando)
¿Qué decís?


PEDRO
Me explico: que para usted debe ser jodido, después de interrogar a un recién torturado, darle un besito a su mujer o a su hijo, si lo tiene.


El CAPITÁN se levanta de un salto, perdida toda compostura, y le da a PEDRO un puñetazo en la boca.


PEDRO (trata de mover los labios, y habla con más dificultad que antes)
Menos mal que usted es el bueno.


CAPITÁN
Todo tiene su límite.


PEDRO
Se va a arruinar, capitán. No olvide que el "bueno" no puede ni debe propinar piñazos a un hombre amarrado. (Pausa.) De todas maneras, le comunico que no puede competir con sus colegas de la noche. Ellos lo hacen muchísimo mejor. Y es lógico. Lo que ellos hacen eléctricamente, usted lo hace a tracción a sangre. Así no se puede competir.


CAPITÁN
Dije basta.


PEDRO
¿No lo reñirán cuando se den cuenta de que perdió la calma? Violó las normas, capitán.

CAPITÁN (hablando entre dientes)
Mirá, mocoso, callate.


PEDRO
No le gustó lo de la familia, ¿eh? Primero: quiere decir que la tiene. Segundo: que no es tan insen- sible.


CAPITÁN (más calmo)
¿Vas a hablar entonces?


PEDRO
Estoy hablando, ¿no?


CAPITÁN
Sabés a qué me refiero.

PEDRO
Capitán: no saque conclusiones descabelladas.


CAPITÁN (desorientado)
Pero ¿por qué?, ¿por qué? (Gesto de PEDRO.) ¿No te das cuenta, cretino, de que te están utilizando?
¿No te das cuenta de que otros ponen las ideas y
vos ponés la cara?


PEDRO
Está bien esa frase. ¿De dónde la sacó? (Pausa.)
Incluso a veces puede ser cierta.


CAPITÁN
¿Y entonces?


PEDRO
Entonces, nada. Lo esencial no es el defecto individual...


CAPITÁN (concluyendo la frase)
... sino la voluntad colectiva. Párrafo siete, inciso (a), de la declaración interna que analizaron uste- des en agosto.


PEDRO
Y si conocen la declaración de agosto, ¿para qué toda esta farsa?

CAPITÁN
Una cosa es la declaración, y otra sos vos.


PEDRO
O sea, que tenemos un soplón.


CAPITÁN
¿Por qué no? ¿Qué esperabas?


PEDRO
¿Y cómo es que no les dijo todo sobre Gabriel, Rosario, Magdalena y Fermín?

CAPITÁN
Porque no lo sabe.


PEDRO
Ah.


CAPITÁN
En cambio, sí  sabía de vos y por eso caíste. Y ade- más nos dijo que vos sí sabías sobre los otros cuatro.

PEDRO
Ah.


CAPITÁN (después de un largo silencio)
Decime un poco, ¿vos sabés lo que te espera?

PEDRO
Me lo imagino.


CAPITÁN
Tal vez sea bastante peor de lo peor que imaginás. Diariamente hacemos progresos.

PEDRO
Lo que imagino siempre  es peor.


CAPITÁN
Pero ¿qué sos?, ¿un suicida?


PEDRO
Nada de eso. Me gusta bastante vivir.


CAPITÁN
¿Vivir reventado?


PEDRO
No, vivir simplemente.


CAPITÁN
Yo te ofrezco que vivas, simplemente.


PEDRO
No, simplemente no. Usted me ofrece que viva como un muerto. Y antes que eso prefiero morir como un vivo.


CAPITÁN
Bah, frases.


PEDRO
Se la dije a propósito. Pensé que le gustaban. Ustedes, cuando dicen un discurso, hablan siempre en bastardilla.


CAPITÁN (después de un silencio)
Antes me preguntaste por la familia. Sí, tengo mujer y un casalito. El varón, de siete años; la niña, de cinco. Es cierto que a veces, cuando llego del trabajo, es difícil enfrentarlos. Aquí no torturo, pero oigo demasiados gemidos, gritos desgarra- dores, bramidos de desesperación. A veces llego con los nervios destrozados. Las manos me tiemblan. Yo no sirvo demasiado para este trabajo, pero estoy entrampado. Y entonces encuentro una sola justificación para lo que hago: lograr que el detenido hable, conseguir que nos dé la información que precisamos.  Es claro que siempre prefiero que hable sin que nadie lo toque. Pero ese ejemplar ya no se da, ya no viene. Las veces que conseguimos  algo, es siempre mediante la máquina. Es lógico que uno sufra de ver sufrir. Dijiste que no era insensible, y es cierto. Entonces, fijate, la única forma de redimirme frente a los niños, es ser consciente de que por lo menos estoy consiguiendo el objetivo que nos han asignado: obtener información. Aunque a ustedes tengamos que destruirlos.  Es de vida o muerte. O los destruimos o nos destruyen. Vida o muerte. Vos metiste el dedo en la llaga cuando mencionaste mi familia. Pero también me hiciste recordar que de cualquier manera tengo que hacerte hablar. Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel, un sádico, un inhumano, porque habré ordenado que te tortu- ren para nada, y eso sí es una porquería que no soporto.


PEDRO (lo mira con cierta curiosidad, con un interés casi científico, como quien examina una especie extinguida)
¿Algo más?


CAPITÁN
Sí, una pregunta.  Es la misma de antes, pero aspiro a que ahora la entiendas mejor, confío en que te des cuenta de toda la vida que pongo detrás de ella. ¿Vas a hablar?


PEDRO (todavía estupefacto ante la perorata del CAPITÁN, pero sin perder nada de su fuerza)
No, capitán.




TERCERA PARTE


El mismo escenario.
El CAPITÁN está en el sillón, meciéndose como ensimismado. Ha perdido la compostura y el atildamiento de las escenas  anteriores.  Está despeinado, se ha desabrochado  la camisa y tiene floja la corbata. Se inclina sobre la mesa y descuelga el tubo del teléfono.


CAPITÁN
¡Tráiganlo! (Cuelga.)

Otra vez vuelve a mecerse en el sillón. A veces parece respirar con dificultad. Transcurren va-
rios minutos. Se oyen ruidos cercanos. PEDRO es arrojado en la habitación. Tiene capucha. La ropa está desgarrada y con abundantes manchas de sangre. Queda tendido en el suelo, inmóvil. El CAPITÁN  se le acerca. Sin quitarle la capucha, lo examina, ve sus múltiples heridas y contusiones. Cuando le toma un brazo, se oye un ronco quejido. Entonces lo suelta. Parece desorientado y se aleja de aquel cuerpo.

CAPITÁN
¡Pedro!


El cuerpo no responde, pero trata de moverse. El CAPITÁN vuelve a acercarse, y esta vez lo sos- tiene con fuerza y lo lleva hasta la silla. Pero el cuerpo de PEDRO se inclina hacia un costado.
El CAPITÁN lo sostiene y vuelve a acomodarlo. Cuando comprueba que por fin tiene estabili-
dad, regresa a su sillón y de nuevo se mece. Debajo de la capucha empiezan a oírse ciertos sonidos, pero al principio no se distingue si se trata de risa o de llanto. El cuerpo  se sacude.
El CAPITÁN suspende su balanceo, y espera, ten- so. Pero el ruido sigue, confuso, ambiguo. En- tonces se pone de pie, va hacia PEDRO, y de un tirón le quita la capucha. Sólo entonces se hace evidente que PEDRO  ríe. Con un rostro total- mente deformado y tumefacto, pero ríe.


CAPITÁN
¿De qué te ríes, estúpido?


PEDRO (como si el CAPITÁN no le hubiera hablado)
Y en plena sesión de picana, sobrevino el apagón, ese mismo apagón que previó su maldito coronel. Y pobres, los mastodontes no sabían qué hacer, porque sin corriente no son nada. Y estaba aquella muchacha con la picana en la vagina, y cuando vino el apagón no sé cómo les pudo dar una patada. Y el bestia prendió un fósforo, pero la picana (ríe) no marcha a fósforos. (Ríe a carcaja- das.) No marcha a fósforos. (A partir de este momento y durante casi toda la escena, PEDRO dará la impresión de alguien que delira, o quizá, de alguien que simula estar delirando. Es importante que se mantenga esta ambigüedad.)  Quedaba la pileta, claro, con su agüita de mierda y sus soretes boyando, pero es difícil hacerlo a oscuras. La pileta no es eléctrica, claro, pero a veces le dan su correntina. Y no es confortable hacerlo en mitad de un apagón. A oscuras no puede saberse cuán- do el tipo no da más. El doctor precisa buena iluminación para diagnosticar la proximidad del paro cardíaco. Así hubo que suspender la sesión.


CAPITÁN
Pedro.


PEDRO
Me llamo Rómulo.


CAPITÁN
No, te llamás Pedro.


PEDRO
A lo sumo Rómulo, alias Pedro.

CAPITÁN
No me confundas. Pedro, alias Rómulo.


PEDRO
Nada.


CAPITÁN
¿Qué?


PEDRO
Nada, no tengo nombre ni alias. Nada.


CAPITÁN
Pedro.


PEDRO
Pedro Nada. Nada es mi apellido paterno. ¿No lo sabía, capitán? Se lo estoy revelando en este pre- ciso instante. ¿No llama al taquígrafo?  Es una declaración importante. ¿O tiene puesto el grabador? Pedro Nada. Y mi apellido materno es Más. O sea, completito: Pedro Nada Más. (Ríe dificulto- samente.)


CAPITÁN (espera que concluya la risa de PEDRO)
¿Qué te pasa?


PEDRO
Como pasarme, pasarme, nada importante. Estoy

en la muerte, y chau. Pero a esta altura la muerte no me importa.

CAPITÁN
Estás vivo. Y podés estar más vivo aún.


PEDRO
Se equivoca, capitán. Estoy muerto. Estamos como quien dice en mi velorio.


CAPITÁN
No te hagas el delirante. Conmigo no va ese teatro.


PEDRO
No es teatro, capitán. Estoy muerto. No sabe qué tranquilidad me vino cuando supe que estaba muerto. Por eso ahora no me importa que me apliquen electricidad, o me sumerjan en la mierda, o me tengan de plantón, o me revienten los huevos. No me importa porque estoy muerto y eso da una gran serenidad, y hasta una gran alegría. ¿No ve que estoy contento?


CAPITÁN
Sos el primer muerto que habla como un loro.


PEDRO
Muy bien, capitán, excelente:  se dio cuenta de la

contradicción. Se está entrenando para la dialéctica,  ¿eh? Estoy muerto y hablo como un loro. ¡Bravo, capitán! ¿Quién hubiera dicho que iba a llegar a tan brillante conclusión? ¡Bravísimo! Pido que conste en la grabación mi voluntad de aplaudir; no mis aplausos, claro, porque estoy amarrado. (Pausa.) Le debo una explicación. Quiero decir que estoy técnicamente muerto, pero todavía funciono como cuerpo, es decir, hago pichí, me hago caca. No diría que eructo, porque como me matan a hambre, no tengo prácticamente nada para eructar. Ahora bien, digo que estoy técnicamente muerto porque no me van a extraer ni un solo numerito de teléfono, ni siquiera el número de mi camisa, y, en consecuencia, me van a seguir dando y dando. Y este cuerpito frágil ya aguanta poco más, muy poco más. Como usted bien observó, capitán, no soy un atleta. Y como me van a seguir dando y dando, bueno, por eso estoy muerto, técnicamente muerto. ¿Entendió, capitán? No sabe qué tranquilidad me vino cuan- do me di cuenta. Todo cambió. Por ejemplo a usted le tenía odio, y se lo dije, y, en cambio, dado que estoy muerto, ahora le tengo lástima. Siento que por primera vez les saqué una ventaja consi- derable, casi diría inconmensurable.


CAPITÁN
No estés tan seguro. ¿Cómo sabés hasta dónde aguantarás? Eso sólo se sabe cuando llega el momento. Aguantaste hasta ahora. Pero ya te dije antes que no hemos llegado al máximo: que todos los días descubrimos algo nuevo.


PEDRO
Reconozco que ésa era la preocupación que tenía cuando estaba vivo: hasta dónde podría aguantar. Porque cuando uno está vivo, quiere seguir viviendo, y eso es siempre  una tentación peligrosa. En cambio, la tentación se acaba cuando uno sabe que está muerto.


CAPITÁN
¿Y el dolor?


PEDRO
Es cierto: el dolor. Qué importante es el dolor cuando uno está vivo. Pero qué poquito significa cuando uno está muerto.


CAPITÁN
Vos no estás muerto, carajo. (Pausa.) Pero a lo mejor estás loco.

PEDRO
Le hago una concesión, capitán: loco, pero muerto.

CAPITÁN
O te pasás de vivo.


PEDRO
¡Otra observación sagaz, capitán! Porque nadie se puede pasar de muerto.

CAPITÁN (impaciente)
¡Pedro!


PEDRO
Pedro Nada Más.


CAPITÁN
¡Me cago en tu nombre completo!


PEDRO
Le comunico que se ha cagado usted en un cadáver, y eso, en cualquier parte del mundo y bajo cualquier régimen, constituye una falta de respeto.


CAPITÁN  (tratando de llevar el diálogo a un cauce más normal)
Tenés que hablar, Pedro. Te soy franco: te he tomado simpatía. No quiero que te revienten.


PEDRO
Ya me reventaron, capitán. Su rapto de bondad llegó tarde. ¡Cuánto lo lamento! Ya no tengo hígado, y es probable que no tenga huevos. Por las dudas, no me he fijado.


CAPITÁN
No quiero que te destruyan.


PEDRO
¿Por qué habla en tercera persona plural?


CAPITÁN
No quiero que te destruyamos.


PEDRO
Así está mejor. ¿No le gustan las ruinas? Digamos Pompeya, Herculano, Machu Picchu, Pedro Nada Más, etcétera.


CAPITÁN
Callate, tarado.


PEDRO
Los que se callan son los vivos. ¿Se acuerda,  capitán, cómo me callaba cuando estaba vivo? Pero los muertos podemos hablar. Con la poquita lengua, la apretada garganta, los cuatro dientes, los labios sangrantes, con ese poco que ustedes nos dejan, los muertos podemos hablar. (Pausa.) De su familia, por ejemplo.


CAPITÁN
¿Otra vez? ¿Por qué no hablamos de la tuya?


PEDRO
O de la mía, ¿por qué no?


CAPITÁN
De tu mujer.


PEDRO
De mi viuda, dirá. En realidad, Aurora...


CAPITÁN (tajante)
Alias Beatriz.


PEDRO queda en silencio. La cabeza le cae sobre el pecho.

CAPITÁN (sonríe)
¿Cómo? ¿No estabas muerto? Parece que todavía tenés reflejos.

PEDRO sigue inmóvil, siempre con la cabeza caída hacia adelante.


CAPITÁN
Aurora, alias Beatriz. ¿No te había dicho que todos los días ponemos cartas sobre la mesa?


PEDRO va de poco a poco levantando cabeza, pero ahora su mirada está como perdida en algún punto lejano. Empieza a hablar en tono muy bajo, casi un susurro, y luego de a poco va subiendo la voz.


PEDRO
Cuando yo era chico, soñaba con el mar. Ahora que tengo doce años, prefiero verlo. Nicolás dice que no es mar. Nicolás...


CAPITÁN (acotando)
Alias Esteban...


PEDRO
... dice que es río. Pero en los ríos se ve siempre la otra orilla y aquí no. Y además no son salados. Y éste es salado. Así que yo lo llamo mar. Lo llamo mar. Y cuando lo llamo, hundo los pies en la are- na, y la arena se mete entre mis dedos. Me hace cosquillas.


CAPITÁN (como contagiado por PEDRO, él también se transfigura. Uno y otro van hablando alternativa- mente, sin dialogar. En realidad, son dos monólogos cruzados) Yo tenía que darle una rosa. No sé por qué, pero tenía. Ella venía con su madre y su prima. Ella venía y yo la miraba, pero yo tenía que darle una rosa. Y una tarde la robé del jardín de la embajada, y el policía me corrió y dijo botija de mierda y me corrió, pero yo corrí más y me vino asma. Pero cuando llegué al parque, cuando llegué a la fuente, ya me había pasado el asma, aunque igual me saltaba el corazón, y entonces me acerqué y le di la rosa y ella primero me miró sorprendida, luego pestañeó y enseguida arrojó la rosa al agua de la fuente.


PEDRO
Yo quería ser vagabundo y a los trece me fui de casa. Y caminé toda la mañana y me sentía eufó- rico, libre, feliz. Y como tenía en el bolsillo un vuelto que era de mamá, al mediodía me compré dos especiales de jamón y queso, y una malta. Y a la tarde, debido al sol tan fuerte, me quedé dormido en un banco de la plaza, y sólo me desperté con la sirena de los bomberos. Pero ellos pasaron de largo y yo caminé y caminé, con perros siguiéndome y sin perros, y entonces me empezaron a doler las rodillas y se encendieron los faro- les de la calle, y cuando estaba a punto de llorar me vio mamá desde la vereda de enfrente y gritó mijito y ahí terminó mi carrera de vago.


CAPITÁN
Andrés me seguía a todas partes porque me odiaba, y yo percibía ese odio tan intensamente que
no podía menos que odiarlo yo también. Y un día no pude más y me di vuelta, y lo enfrenté, y en- tonces él también  se dio vuelta y salió disparando. Y entonces yo empecé a seguirlo y nos odiába- mos intensamente, pero él nunca se dio vuelta ni me enfrentó.


PEDRO
Venía todas las tardes a la biblioteca, y se sentaba a estudiar matemáticas. Yo estudiaba historia, pero en realidad no estudiaba nada porque me pasaba mirándola de reojo y tratando de investigar si ella también me miraba de reojo, pero nun- ca coincidíamos en las investigaciones, así que pasamos todo un trimestre mirándonos si mirába- mos. Hasta que una tarde Aurora...


CAPITÁN
... alias Beatriz...


Aunque el CAPITÁN  lo dijo mecánicamente, es como si así se rompiera un sortilegio.

PEDRO
Está bien, usted lo sabe todo, capitán, pero eso no va a impedir que yo esté muerto. Y también sé algo más. Por ejemplo, que ustedes saben que ella no sabe, pero imaginan que yo sé.

CAPITÁN
Igual podemos traerla.


PEDRO
Razón de más para estar muerto. Cuanto antes mejor. Los muertos no somos chantajeables.

CAPITÁN (después de una pausa larga)
¿Por qué será que me caés bien a pesar de las sandeces que decís?

PEDRO
¿Será que le gustan las sandeces?


CAPITÁN
No, no es eso. Lo que pasa es que usted... (Se interrumpe, sorprendido, da unos pasos en la ha- bitación.)  ¿Usted? ¿Y ahora por qué, así de repente, dejé de tutearlo? (Por primera vez PEDRO son- ríe.) No, no se ría. Sentí de pronto que debía tratarlo de usted. Nunca me había pasado eso.


PEDRO (siempre sonriendo)
No te preocupes. En compensación, yo voy a tutearte.


CAPITÁN (asiente con la cabeza)
Está bien. Me parece justo.

PEDRO (casi gozoso)
¿Arrancamos?


CAPITÁN
Claro.


PEDRO
Empezá vos.


CAPITÁN
No, empiece usted.


PEDRO
¿Ya  te dije que estoy muerto? Ah, sí, te lo dije cuando aún no te tuteaba. Bien, pero antes de irme de este barrio, quisiera desentrañar algo que para mí es un misterio.


CAPITÁN
Ah. Y yo ¿qué tengo que ver?


PEDRO
Tenés que ver, cómo no. Quiero desentrañar el misterio de cómo un hombre puede, si no es un loco, si no es una bestia, convertirse en un torturador. (Pausa.) Fijate que estoy muerto, o sea, que no lo voy a contar a nadie. Es para mí nomás.

CAPITÁN (hablando lentamente)
Yo no soy eso.


PEDRO
¿Ah no?


CAPITÁN
Ya se lo expliqué.


PEDRO
Pero a mí no me importa tu explicación. Vos sabés que lo sos. (Pausa.) A ver, contame cómo sucedió eso. ¿Trauma  infantil? ¿Convicción  profunda? ¿Enajenación  pasajera? ¿Preparación en Fort Gulick?


CAPITÁN (encogiéndose de hombros)
Bueno, soy anticomunista.


PEDRO
Sí, me lo imagino. Pero no alcanza como explicación. En el mundo hay millones de anticomunistas que no son torturadores. El Papa, por ejemplo.


CAPITÁN
No todos se realizan. (Ríe, como si lo dicho fuera broma.)

PEDRO
De acuerdo, no todos se realizan. Pero vos, ¿por qué te realizaste?


CAPITÁN
Es una historia larga y lenta. Ningún trauma infantil. No todo lo malo sucede en la vida debido a traumas de infancia. Más bien un pequeño cambio tras otro pequeño cambio. Ninguna convicción profunda. Más bien una pequeña tentación tras otra pequeña tentación. Económicas o ideo- lógicas, poco importa. Y todo de a poquito. Es cierto que el último impulso me lo dieron en Fort Gulick. Allí me enseñaron con breves y soportables torturitas que sufrí en carne propia, dónde residen los puntos sensibles del cuerpo humano. Pero antes me enseñaron a torturar perros y gatos. Antes, antes, siempre hay un antes. Es algo paulatino. No crea que de pronto, como por arte de magia, uno se convierte  de buen muchacho en monstruo insensible. Yo no soy un monstruo in- sensible, no lo soy todavía, pero, en cambio, ya no me acuerdo de cuándo era buen muchacho. (Pausa.) ¿Y por qué le cuento todas estas cosas?
¿Por qué hago de usted mi confidente?


PEDRO
Siempre  es tarde cuando la dicha es mala.

CAPITÁN
Las primeras torturas son horribles, casi siempre vomitaba. Pero la madrugada en que uno deja de vomitar, ahí está perdido. Porque cuatro o cinco madrugadas  después empieza a disfrutar. Usted no va a creerme...


PEDRO
Yo te creo todo, no te preocupes.


CAPITÁN
No, usted no va a creerme, pero una noche en que estábamos picaneando a una muchacha, no demasiado linda, picaneándola, ¿se da cuenta?


PEDRO
Claro que me doy cuenta. Y ella gritaba enloquecida y se agitaba  y se agitaba... (Se detiene.)

PEDRO
¿Y qué?


CAPITÁN
No va a creerme, pero de pronto me di cuenta de que yo tenía una erección. Nada menos que una erección, en esas circunstancias.   ¿No le parece horrible?

PEDRO
Sí, me parece.


CAPITÁN
Y lo peor fue que al día siguiente, al acostarme con mi mujer, no podía... y empecé a ponerme nervioso... y no conseguía...


PEDRO
Pero al final lo lograste, ¿verdad?


CAPITÁN
Sí, ¿cómo lo sabe?


PEDRO
Siempre  se logra.


CAPITÁN
Pero yo sólo lo conseguí cuando puse toda mi fuerza evocativa en la muchacha de la víspera, que no era demasiado linda. ¿No es espantoso? Sólo logré funcionar con mi mujer cuando me acordé de la muchacha que se retorcía porque la picaneábamos. ¿Cómo se llama eso? Debe tener una denominación científica.


PEDRO
El nombre es lo de menos.

CAPITÁN
Es por eso que no puedo volver atrás, es por eso que no puedo ceder. Es por eso que tengo que hacer que hable. Ya anduve demasiado trecho por este camino. ¿Comprende ahora? ¿Comprende por qué va a tener que hablar?


PEDRO
Comprendo que vos querés que yo comprenda.


CAPITÁN
Por eso tuve que tratarlo de usted. Porque si lo seguía tuteando, no iba a poder.


PEDRO
¿Querés que te diga una cosa? De ninguna manera vas a poder, capitán. Ni tratándome de usted, ni de tú, ni de vos, ni de su señoría.  ¿Ves? Ésa es la ventaja que tiene el no. Siempre es no, y nada más que no. ¿Oíste  bien, capitán? ¡No!
¿Oyó, capitán? ¡No! ¿Habéis oído, capitán? ¡No!




CUARTA PARTE


El mismo escenario.
Sobre el piso  está  PEDRO, o por lo menos el cuerpo de PEDRO, inmóvil, con capucha. Al cabo de un rato empiezan a oírse quejidos muy débiles. Entra el CAPITÁN, sin chaqueta y sin corbata, sudoroso y despeinado.


CAPITÁN
Ah, lo trajeron antes de tiempo. (Toca el cuerpo con un pie.) Pedro. (El cuerpo no da señales de vida.) Vamos, Pedro, tenemos que trabajar. (Va hacia el lavabo, moja la toalla, la exprime un poco, se acerca al cuerpo tendido, se inclina sobre él, le quita la capucha, y queda evidentemente im- presionado ante el calamitoso estado del rostro de PEDRO. Se sobrepone, sin embargo, y empieza a limpiarle las heridas de la cara con la toalla un poco húmeda. Lentamente, PEDRO empieza a mo- verse.) Pedro.


PEDRO
¿Ah? (Abre un ojo, pero parece no reconocer al  CAPITÁN.)

CAPITÁN
¿Qué pasa? ¿Se siente mejor?


PEDRO
¿Ah?


CAPITÁN
Pedro, ¿me reconoce?


PEDRO (balbuceando)
Desgracia... damente... sí.


El CAPITÁN ayuda a PEDRO a instalarse en la silla, pero el preso no puede sostenerse. Esta vez sí lo han destruido. El CAPITÁN se quita su cinturón y con él sujeta a PEDRO al respaldo de la silla, a fin de que no se derrumbe.
De a poco PEDRO se va reanimando, pero visiblemente está acabado. De todos modos, siempre habrá una contradicción entre la relativa vi- talidad que aún muestra  su rostro y el derrengado aspecto de su físico.


PEDRO
¿Así que el capitán?


CAPITÁN
Claro. ¡Cómo le dieron esta vez! ¡Lo reventaron, Pedro, qué barbaridad!

PEDRO
Menos mal... que... ya estaba muerto.


CAPITÁN
¿No le parece que ha llegado el momento de aflojar? Ya se portó como un héroe. ¿Quién va a ser tan inhumano para reprocharle que ahora hable?


PEDRO (no contesta. Luego de un silencio)
Capitán, capitán.


CAPITÁN
¿Qué?


PEDRO
¿Vos nunca hablás a solas?


CAPITÁN
Puede ser. Alguna vez.


PEDRO
Yo sí hablo a solas.


CAPITÁN
¿Y eso qué?


PEDRO
Hablo a solas porque hace tres meses que estoy incomunicado.


CAPITÁN
¿Cómo? Habla conmigo.


PEDRO
Esto no es hablar.


CAPITÁN
¿Y qué es?


PEDRO
Mierda, eso es. (Pausa.) Hablo a solas porque tengo miedo de olvidarme de cómo se habla.


CAPITÁN
Pero habla conmigo.


PEDRO
No me refiero a hablar con el enemigo. Me refiero a hablar con un compañero, con un hermano.

CAPITÁN
Ah.


PEDRO
Capitán, capitán.


CAPITÁN
¿Qué pasa ahora?


PEDRO
¿No sentís que a veces flotás en el aire?


CAPITÁN
Francamente, no.


PEDRO
Claro, no estás muerto.


CAPITÁN
Y usted tampoco, aunque esté haciendo  notables méritos para estarlo.


PEDRO
Pues yo a veces floto. Y es lindo flotar. Entonces voy hasta la costa.


CAPITÁN
No va nada. Ni a la costa ni a ninguna parte. Está enterrado aquí.


PEDRO
Eso es. Eso es. Enterrado, claro, porque estoy muerto. Pero cuando floto, voy a la costa. Es claro que no voy todos los días. Hay veces que no ten- go ganas de ir. Ayer tuve ganas, y fui. Hace años, cuando iba a la costa, no flotando, sino caminan- do, siempre veía parejitas de enamorados, pero ahora ya no están. Ahora están peleando contra ustedes. Ahora están presos, o escondidos, o en el exilio. (Pausa larga.) ¿Cómo se llama tu esposa, capitán?


CAPITÁN (entre dientes)
¿Qué le importa?


PEDRO
¿Ves? Te di la oportunidad de que me lo dijeras buenamente. Pero yo sé que se llama Inés.



CAPITÁN (sorprendido)
¿Y eso de dónde lo sacó?


PEDRO
Ya te dije que yo sé más de vos que vos de mí. Inés. Pero no te preocupes. También sé que no tiene alias. Salvo que vos la llamás Beba. Pero no es un nombre clandestino. Qué suerte, ¿verdad? Hoy en día no es bueno tener nombre clandestino.


CAPITÁN
¿A dónde quiere llegar?


PEDRO
A mi muerte, capitán, a mi muerte.


CAPITÁN
¿Qué gana con no hablar? ¿Que lo revienten?


PEDRO
O que me dejen de reventar.


CAPITÁN
No se haga ilusiones. No lo van a dejar.


PEDRO
Si me muero, me dejan. Y me muero.


CAPITÁN
Pero es largo morirse así.


PEDRO
No tanto, si uno ayuda, si uno colabora.


CAPITÁN (de pronto ilusionado)
¿Está dispuesto  a colaborar?


PEDRO (pronunciando lentamente)
Estoy dispuesto a ayudar a morirme. (Pausa.) También estoy dispuesto ayudar a que Inés te quiera.


CAPITÁN
No se preocupe  de eso. Ella me quiere.


PEDRO
Sí, hasta hoy. Porque no sabe exactamente  en qué consiste tu trabajo.

CAPITÁN
Quizá se lo imagine.


PEDRO
No. No se lo imagina. Si lo imaginara, ya te habría dejado. Ella no es mala.


CAPITÁN (como un autómata)
No es mala.


PEDRO
Y también quiero ayudarte a que tus hijos (el casalito) no te odien.

CAPITÁN
Mis hijos no me odian.


PEDRO
Todavía no, claro. Pero ya te odiarán. ¿Acaso no van a la escuela?


CAPITÁN
Sólo el varón.

PEDRO
Pero la niña irá más adelante. Y los compañeritos y compañeritas informarán a uno y a otra sobre quién sos. En la primera gresca que se arme, ya lo sabrán. Es  lógico. Y a partir de esa revelación, empezarán  a odiarte. Y nunca te perdonarán. Nunca los recuperarás.  Nunca sabrás si... (No puede seguir hablando. Se desmaya.)


Al comienzo el CAPITÁN no se le acerca. Lo mira sin mirarlo, ensimismado. Luego se va hacia el lavabo, llena un vaso con agua, se enfrenta a PEDRO y le arroja el agua a la cara. De a poco PEDRO recupera el sentido.


CAPITÁN
No se haga ilusiones. No se murió todavía. Seguimos aquí, frente a frente.

PEDRO (recuperándose)
Ah, sí, hablando de Inés y el casalito.


CAPITÁN
¡Basta de eso!


PEDRO
Capitán, ¿por qué no me matás?

CAPITÁN
¡Usted está loco! ¡Y quiere enloquecerme!


PEDRO
¿Por qué no me matás, capitán? Será en defensa propia, te lo prometo. Además, quise huir. La ley de la fuga, ¿te acordás?  Coraje, capitán, tenés la oportunidad de hacer la buena acción de cada día.


CAPITÁN
Qué locuaz estás hoy.


PEDRO
Me desquito un poco después de tanta mudez. Además, vos sos el interlocutor ideal.

CAPITÁN
¿Yo?


PEDRO
Sí, porque tenés mala conciencia.  Es muy estimulante saber que el enemigo tiene mala conciencia. Porque todo eso que dijiste de que vos no naciste verdugo, todo eso es cuento chino. Vos trabajaste de "malo" y bastante tiempo, en un pasado no tan lejano. Te conocemos, capitán. O sea, que tienen que hacer más espesas las capuchas. Siempre hay alguien que ve a alguien. Y yo, por ejemplo, no
me limito a conocer el nombre de tu mujer. Tam- bién sé el tuyo. Y hasta tu alias.

CAPITÁN
Está loco. ¡Yo no tengo alias!


PEDRO
Sí que tenés. Sólo que tu alias no es un nombre, sino un grado. Tu alias es el grado de capitán. Y vos sos coronel. Sos coronel, capitán. Así que una de dos: o nos tratamos de Rómulo a Capitán, o nos tratamos de Coronel a Pedro. ¿Qué te parece, capitán? ¿Eh, Coronel?


CAPITÁN (que acusa el golpe)
¿Sabe una cosa? Usted es más cruel que yo.


PEDRO
¿Por qué? ¿Porque te aplico el mismo tratamiento? No es para tanto. Además, vos tenés todavía el poder, la picana, la pileta con mierda, el plantón. Yo no tengo nada. Salvo mi negativa.


CAPITÁN
¿Le parece poco?


PEDRO
No, no me parece poco. Pero con mi negativa...

CAPITÁN
...fanática...


PEDRO
Eso es, con mi negativa fanática, desaparezco, te dejo el campo libre. Mejor dicho, el camposanto libre.


El CAPITÁN está como vencido. También PEDRO está terriblemente fatigado. Por fin el CAPITÁN levanta la mirada. Habla como transfigurado.


CAPITÁN
No, Pedro, usted no es cruel. Le pido excusas. Y ya que no es cruel, va a comprender. Usted dice que quiere que yo salve el amor de mi mujer y de mis hijos...


Sin atender a lo que dice el CAPITÁN, PEDRO comienza a hablar, y lo hace sin mayor conciencia del contorno.


PEDRO
¿De veras nunca hablaste a solas, capitán? Ahora estoy aquí, contigo. Pero igual voy a hablar a so- las. De paso aprendés cómo se habla en tales condiciones. Tomá nota, capitán. Éste es un ensayo de cómo se habla a solas. (Pausa.) Mirá, Aurora...

CAPITÁN
... alias Beatriz...


PEDRO (como si no escuchara la acotación del Capitán)
Mirá, Aurora, estoy jodido. Y sé que vos, estés donde estés, también estás jodida. Pero yo estoy muerto y vos, en cambio, estás viva. Aguanto todo, todo, todo menos una cosa: no tener tu mano. Es lo que más extraño: tu mano suave, larga, tus dedos finos y sensibles. Creo que es lo único que todavía me vincula a la vida. Si antes de irme del todo, me concedieran una sola merced, pediría eso: tener tu mano durante tres, cinco, ocho minutos. Lo pasamos bien, Aurora...


CAPITÁN (con la garganta apretada)
... alias Beatriz...


PEDRO
... vos y yo. Vos y yo sabemos lo que significa confiar en el otro. Por eso habría querido tener tu mano: porque sería la única forma de decirte que confío en vos, sería la única forma de saber que confiás en mí. Y también de demorarme un rato en confianzas  pasadas. ¿Te  acordás de aquella noche de marzo, hace cuatro años, en la playita cercana a lo de tus viejos? ¿Te  acordás que nos quedamos como dos horas, tendidos en la arena, sin hablar, mirando la vía láctea, como quien mira un techo interior? Recuerdo que de pronto empecé a mover mi mano sobre la arena hacia vos, sin mirarte, y de pronto me encontré con que tu mano venía hacia mí. Y a mitad de camino se en- contraron. Fijate que éste es el recuerdo que rememoro más. También tu cuerpo, tu piel, tam- bién tu boca. ¿Cómo no recordar todo eso? Pero aquella noche en la playa es la imagen que rememoro más. Aurora...


CAPITÁN (sollozando)
... alias Beatriz...


PEDRO
... a Andrés decíselo de a poco. No lo hieras bru- talmente con la noticia. Eso marca cualquier in- fancia. Explicáselo de a poco y desde el principio. Sólo cuando estés segura de que entendió un ca- pítulo, sólo entonces empezale a contar el otro. Tal como hacés cuando le contás cuentos. Paula- tinamente, sin herirlo, hacele comprender que esto no fue un estallido emocional, ni una corazo- nada, ni una bronca repentina, sino una decisión madurada, un proceso. Explicáselo bien, con las palabras tiernas y exactas que constituyen tu mejor estilo. Decile que no tiene por qué aceptarlo todo, pero que tiene la obligación de comprenderlo. Sé que dejarlo ahora sin padre es como una
agresión que cometo contra él, o por lo menos así puede llegar a sentirlo, no sé si hoy, pero acaso algún día o en algún insomnio. Confío en tu nota- ble poder de persuasión para que lo convenzas de que con mi muerte no lo agredo, sino que, a mi modo, trato de salvarlo. Pude haber salvado mi vida si delataba, y no delaté, pero si delataba entonces  sí que iba a destruirlo. Hoy a lo mejor se habría puesto contento de que papi volviera a casa, pero nueve o diez años después se estaría dando la cabeza contra las paredes. Decile, cuando pueda entenderlo, que lo quiero enormemente, y que mi único mensaje es que no traicione.
¿Se  lo vas a decir? Pero, eso sí, ensayalo antes varias veces, así no llorás cuando se lo digas. Si llorás, pierde fuerza lo que decís. ¿Estás de acuerdo, verdad? Alguna vez vos y yo hablamos de es- tas cosas, cuando la victoria parecía verosímil y cercana. Ahora sigue pareciendo verosímil, pero se ha alejado. Yo no la veré y es una lástima. Pero vos y Andrés sí la verán y es una suerte. Ahora dame la mano. Chau, Aurora...


CAPITÁN (llorando, histérico) ¡Alias Beatriz!


Se hace un largo silencio.


PEDRO, después del esfuerzo, ha quedado anonadado. Tal vez ha perdido nuevamente el sen-
tido. Su cuerpo se inclina hacia un costado; no cae, sólo porque el cinturón lo sujeta a la silla. El


CAPITÁN, por su parte, también está deshecho, pero su deterioro tiene, por supuesto, otro signo y eso debe notarse. Tiene la cabeza entre las manos y por un rato se le oye gemir. Luego, de a poco se va recomponiendo, y aunque PEDRO está aparentemente inconsciente, comienza a hablarle.


CAPITÁN
Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y ya no hay posible retroceso. Estoy entrampado. Si yo le dijera que no puedo abandonar esto, usted me diría que es natural porque sería abandonar el confort, los dos autos, etcétera. Y no es así. Todo eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo mismo que hacen, que hacemos con usted. Y usted seguramente me diría: "Bueno, ya ves, puede aguantarse." Usted sí  puede aguantarlo, porque tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no. Pero dentro de mi imposibilidad de rescatarme, me queda una solución intermedia. Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible. Si usted muere sin nombrar un solo dato, para mí es la derrota total, la vergüenza total. Si en cambio dice algo, habrá también algo que me justifique. Ya mi crueldad no será gratuita, puesto que cumple su objetivo. Es sólo eso lo que le pido, lo que le suplico. Ya no cuatro nombres y apellidos, sino tan sólo uno. Y puede elegir: Gabriel o Rosario o Magdalena o Fermín. Uno solito, el que menos represente para usted; aquel al que usted le tenga menos afecto; incluso el que sea menos importante. No sé si me entiende: aquí no le estoy pi- diendo una información para salvar al régimen, sino un dato para salvarme yo, o mejor dicho para salvar un poco de mí. Le estoy pidiendo la mediocre justificación de la eficacia, para no quedar ante Inés y los chicos como un sádico inútil, sino por lo menos como un sabueso eficaz, como un profesional redituable. De lo contrario, lo pierdo todo. (El CAPITÁN da unos pasos hacia PEDRO y cae de rodillas ante él.) Pedro, nos queda poco tiempo, muy poco tiempo. A usted y a mí. Pero usted se va y yo me quedo. Pedro, éste es un ruego de un hombre deshecho. Usted no es inhumano. Usted es un hombre sensible. Usted es capaz de querer a la gente, de sufrir por la gente, de morir por la gente. Pedro, se lo ruego: diga un nombre y un apellido, nada más que un nombre y un apellido. A esto se ha reducido toda mi exi- gencia. Igual el triunfo será suyo.

PEDRO se mueve un poco. Trata de enderezarse, pero no puede. Hace otro esfuerzo y al fin se yergue.

El CAPITÁN apela a un recurso desesperado.


CAPITÁN
Se lo pido a Rómulo. Se lo ruego a Rómulo. ¡Me arrodillo ante Rómulo! Rómulo, ¿va a decirme un nombre y un apellido? ¿Va a decirme solamente eso?


PEDRO (a duras penas)
No..., capitán.


CAPITÁN
Entonces se lo pido a Pedro, se lo ruego a Pedro. ¡Me  arrodillo ante Pedro! Apelo no al nombre clandestino, sino al hombre. De rodillas se lo suplico al verdadero Pedro.


PEDRO (abre bien los ojos, casi agonizante)
¡No..., coronel!


Las luces iluminan el rostro de PEDRO. El CAPITÁN, de rodillas, queda en la sombra.