26/11/14

CONTIGO PAN Y CEBOLLA. MANUEL EDUARDO DE GOROSTIZA.












































CONTIGO PAN Y CEBOLLA

COMEDIA
MANUEL EDUARDO DE GOROSTIZA




Personas que hablan en la comedia:


  DON PEDRO DE LARA
  DOÑA MATILDE, su hija
  DON EDUARDO DE CONTRERAS
  BRUNO, criado de DON PEDRO
  LA MARQUESA
  EL CASERO
  LA VECINA


La escena pasa en Madrid; los tres primeros actos en una sala bien amueblada, aunque algo a la antigua, de la casa que habita D. Pedro, y el último acto en un cuarto muy miserable y en donde habrá sólo una mala cama, dos o tres sillas de paja vieja, un brasero de hierro etc.




ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA
DOÑA MATILDE Y BRUNO



DOÑA MATILDE. ¡Bruno!

BRUNO. Jesús, señorita, ¿ya se levantó usted?

DOÑA MATILDE. Sí, no he podido cerrar los ojos en toda la noche.

BRUNO. Ya se habrá usted estado leyendo hasta las tres o las cuatro, según costumbre….

DOÑA MATILDE. No es eso….

BRUNO. Se le habrá arrebatado el calor a la cabeza….

DOÑA MATILDE. Repito que….

BRUNO. Y con los cascos calientes ya no se duerme por más vueltas que uno dé en la cama.

DOÑA MATILDE. Pero hombre, que estás ahí charlando sin saber….

BRUNO. ¿Conque no sé lo que me digo? Y en topando cualquiera de ustedes con un libraco de historia o sucedido, de ésos que tienen el forro colorado, ya no ha de saber dejarlo de la mano hasta apurar si D. Fulano, el de los ojos dormidos y pelo crespo, es hijo o no de su padre, y si se casa o no se casa con la joven boquirrubia que se muere por sus pedazos, y que es cuando menos sobrina del Papamoscas de Burgos: todo mentiras.

DOÑA MATILDE. ¿Acabaste?

BRUNO. No señora, porque es muy malo, muy malo leer en la cama….

DOÑA MATILDE. ¡Aprieta! ¿Y no ha venido nadie?

BRUNO. Nadie … ah, sí, vino el aguador con su esportilla y su….

DOÑA MATILDE. ¿Qué tengo yo que ver con el aguador ni con su esportilla?

BRUNO. ¿Esperaba usted acaso otra visita a las siete de la mañana?

DOÑA MATILDE. No…. Sí…. ¡Válgame Dios, qué desgraciada soy!
(Sentándose)


BRUNO. ¡Desgraciada! ¿Qué dice usted?

DOÑA MATILDE. ¡Oh, muy desgraciada, muy desgraciada!

BRUNO. Pues señor, ¿qué ha sucedido? acaso su papá de usted….

DOÑA MATILDE. No, papá duerme todavía y estará sin duda bien lejos de soñar o de pensar que el terrible momento se aproxima en que va a decidirse para siempre el porvenir de su hija única y querida … ¡para siempre! Ay, Bruno, si tú pudieras comprender toda la fuerza y la extensión de esta palabra ¡para siempre!

BRUNO. Sin contar que el día menos pensado nos va a dar usted un susto con la luz y la cortina.

DOÑA MATILDE. Mira, Bruno, que estás muy pesado.

BRUNO. Siempre las verdades pesan, señorita, amargan y se indigestan.

DOÑA MATILDE. Qué disparate, sino que anoche cabalmente ni siquiera hojeé un libro. Buena estaba yo para lecturas.

BRUNO. ¿Estuvo usted mala, eh? Y cómo no quiere estar usted mala con ese maldito te que ha dado usted en tomar ahora en lugar del guisado y de la ensalada, que todo cristiano toma a semejantes horas. Yo no digo por eso que el te no sea saludable … pero al cabo no pasa de ser agua caliente; sólo podía habernos venido de Inglaterra, que como allí son herejes, ni tendrán vino, ni bueyes cebones, ni … ¿Qué está usted curioseando por esa ventana?

DOÑA MATILDE. Nada; miraba si … ¿qué hora será?

BRUNO. Las siete dieron hace rato en San Juan de Dios. ¡Vaya, y qué tonto me hace usted! Conque ¿no comprendo lo que quiere decir para siempre? Para siempre es lo mismo que decir a uno "hasta que te mueras".

DOÑA MATILDE. Decía sólo que si tú pudieras discernir bien y avalorar las sensaciones de diferente naturaleza que semejante palabra excita, fomenta, inflama….

BRUNO. No, en efecto, todo eso para mí es griego.

DOÑA MATILDE. Y pone en combustión, entonces es cuando estarías en estado de…. ¿Pero quién anda en la antesala?

BRUNO. Será quizá el gato que habrá olfateado ya su pitanza.

DOÑA MATILDE. Él es, él es.

BRUNO. ¿Quién había de ser? Minino, minino.

ESCENA II
DON EDUARDO, DOÑA MATILDE, BRUNO


DOÑA MATILDE. ¡Eduardo!

DON EDUARDO. ¡Matilde!

BRUNO. ¡Calle, pues no era el gato!…

DOÑA MATILDE. Creí que no acababa usted de llegar nunca.

DON EDUARDO. Amanece todavía tan tarde … y a no haber venido sin afeitarme….

DOÑA MATILDE. ¡Oh! eso no; hubiera sido imperdonable en un día tan solemne, como lo es éste, el que usted se hubiera presentado con barbas.

DON EDUARDO. Y sobre todo, hubiera sido poco limpio.

DOÑA MATILDE. Si usted hubiera tenido que viajar en posta tres o cuatro días con sus noches … como a otros les ha sucedido … para poder llegar a tiempo de arrancar a sus queridas del altar en que un padre injusto las iba a inmolar … ya era otra cosa … y aun cierto desorden en la toilette, hubiera sido entonces de rigor; pero como usted viene sólo de su casa….

DON EDUARDO. Que está a dos pasos de aquí, en la calle de Cantarranas.

DOÑA MATILDE. Por lo mismo ha hecho usted bien en afeitarse y en … mas a lo menos trataremos de recuperar el tiempo perdido. ¿Bruno?

BRUNO. ¿Señorita?

DOÑA MATILDE. Anda, y dile a papá que el Sr. D. Eduardo de Contreras desea hablarle de una materia muy importante.

BRUNO. No creo que el amo se haya despertado todavía.

DOÑA MATILDE. ¿Qué sabes tú?

BRUNO. Porque nunca se despierta antes de las nueve, y porque….

DON EDUARDO. Quizá valga más entonces que yo vuelva un poco más tarde.

DOÑA MATILDE. No, no; ¿a qué prolongar nuestra agonía? Anda, Brunito, anda, si es que mi felicidad te interesa.

BRUNO. Bueno, iré; pero lo mismo me ha dicho usted en otras ocasiones, y luego la tal felicidad se vuelve agua de borrajas.

DOÑA MATILDE. ¡Bruno!

BRUNO. Iré, iré, no hay que atufarse por eso.

ESCENA III
DOÑA MATILDE Y DON EDUARDO


DOÑA MATILDE. ¡Estos criados antiguos, que nos han visto nacer, se toman siempre unas libertades!…

DON EDUARDO. En justo pago de las cometas que nos han hecho, o de las muñecas que nos han arrullado. Y éste me parece además muy buen sujeto.

DOÑA MATILDE. ¡Oh, muy bueno!… ¡Si viera usted la ley que nos tiene … y lo que le queremos todos! ¡Pobre Bruno! Cuando estuvo el invierno pasado tan malo, ni un instante me separé yo de la cabecera de su cama.

DON EDUARDO. Con qué gusto oigo a usted eso, ¡Matilde mía!

DOÑA MATILDE. Nada tiene de particular; sin embargo, una cosa es que sus vejeces me desesperen tal cual vez, y otra cosa es que…. ¡Ay Dios, y qué temblor me ha dado!

DON EDUARDO. ¿Está usted sin almorzar?

DOÑA MATILDE. Por supuesto.

DON EDUARDO. Entonces es algún frío que ha cogido el estómago, y….

DOÑA MATILDE. Entonces también temblaría usted, porque es bien seguro que tampoco habrá usted tomado nada.

DON EDUARDO. Sí, por cierto; he tomado, según mi costumbre, una jícara de chocolate, con sus correspondientes bollos y pan de Mallorca.

DOÑA MATILDE. ¡Chocolate y pan de Mallorca en un día como éste!

DON EDUARDO. ¿Es requisito acaso el pedir la novia en ayunas?
(Sonriéndose)


DOÑA MATILDE. No; ciertamente que no … con todo hay ocasiones en que uno debe estar tan absorbido, que necesariamente olvida cosas tan vulgares como el almorzar y el comer. A lo menos yo hablo por mí, y puedo asegurar a usted que ni siquiera ha pasado esta mañana por mi cabeza el que había cacao en Caracas. ¡Ay, Eduardo, está usted demasiado tranquilo!

DON EDUARDO. No veo el por qué había yo de estar fuera de mí cuando me lisonjeo con la esperanza de que su padre de usted, que es íntimo amigo de mi tío, me concederá esa linda mano, en cuya posesión se cifra toda mi felicidad.

DOÑA MATILDE. ¿Y si se la niega a usted?

DON EDUARDO. Si usted hubiera permitido alguna vez que la informara de mi posición, de mi familia, como en varias ocasiones lo he intentado en balde, comprendería usted ahora si tengo o no motivo para no temer el éxito de mi negociación; pero nunca me ha dejado usted hablar en esta materia, no sé por qué, y así….

DOÑA MATILDE. Porque ni entonces quise, ni ahora quiero oír hablar de intereses ni parentescos. Eso queda bueno cuando se trata de esos monstruosos enlaces que se ven por ahí, en donde todo se ajusta como libra de peras, y en donde se quiere averiguar antes si habrá luego que comer, o si habrá con que educar los hijos que vendrán, o que quizá no vendrán. ¿Y yo había de pensar en eso? No, Eduardo, no; yo le quiero a usted, más que a mi vida, pero sólo por usted, créame usted, por usted solo.

DON EDUARDO. ¡Matilde mía!

ESCENA IV
BRUNO Y DICHOS


BRUNO. ¡Vaya que estaba su papá de usted como un tronco de dormido!

DOÑA MATILDE. ¿Y qué ha respondido?

BRUNO. Ni oste ni moste: oyó mi relación, se sonrió y echó mano a los calzoncillos.

DON EDUARDO. ¿Se sonrió?

BRUNO. ¡Pues! como quien dice "ya sé lo que es".

DOÑA MATILDE. Dios sabe además lo que tú le dirías.

BRUNO. Ésta es otra que bien baila: le dije sólo que usted me había mandado le anunciase que el Sr. D. Eduardo….

DOÑA MATILDE. ¿Ves como al fin habías de hacer alguna de las tuyas?

BRUNO. ¿Conque usted no me mandó?

DOÑA MATILDE. Sí; pero no había necesidad de decir que era yo la que te enviaba, ni de añadir, como sin duda habrás añadido, que había hablado antes o me quedaba hablando con este caballero.

BRUNO. Ya se ve, que le dije también entrambas cosas; ¿y qué mal hubo en ello?

DOÑA MATILDE. Que ya papá no se sorprenderá, y que la escena pierde por lo mismo una gran parte de su efecto.

DON EDUARDO. En cuanto a mí, le protesto a usted, Matilde, que me alegro mucho de que Bruno haya en cierto modo preparado a su papá de usted para lo que voy a decirle; porque ahora tendré menos cortedad, y podré desde luego entrar en materia.

DOÑA MATILDE. Bueno…. Si a usted le parece así, mejor….

BRUNO. Ya siento al señor en la escalera.

DOÑA MATILDE. ¡Ay Dios…. qué susto!… ¡No sé lo que por mí pasa!… ¿Me he puesto muy pálida? Me voy, me voy a mi cuarto … a suspirar … a llorar … a ponerme un vestido blanco…. Ven tú también Bruno … y el pelo a la Malibrán…. ¡Oh, y qué crisis!… Allí esperaré a que mi padre me llame…. ¡La crisis de mi vida! … porque siempre me llama en tales casos … ánimo Eduardo … valor … resignación … si habrá planchado anoche la Juana mi collereta a la María Estuardo … sobre todo confianza en mi eterno cariño. (Vase, llevándose tras sí a Bruno)

BRUNO. Señorita, que me desgarra usted la solapa.

ESCENA V
DON EDUARDO Y LUEGO DON PEDRO


DON EDUARDO. ¡Muchacha encantadora! Es lástima por cierto que haya leído tanta novela, porque su corazón….

DON PEDRO. Buenos días, Sr. D. Eduardo, muy buenos días ¡y qué temprano tenemos el gusto de ver a usted en esta su casa!

DON EDUARDO. En efecto, Sr. D. Pedro, la hora es bastante inoportuna, y bien sabe Dios que no sé cómo disculparme con usted.

DON PEDRO. ¿De qué, amigo mío?

DON EDUARDO. Por una visita realmente demasiado matutina e inesperada.

DON PEDRO. ¿Y quién le dice a usted que yo no esperaba esta misma visita?

DON EDUARDO. ¿Que me esperaba, dice usted?

DON PEDRO. Hoy precisamente, no; pero sí en una de estas mañanas, porque ya había yo notado ciertos síntomas … ya se ve, a ustedes los enamorados se les figura que un padre cuando juega en un rincón al tresillo, o que una madre cuando está más enfrascada en la letanía de las imperfecciones de su cocinera, no piensa en otra cosa sino en el codillo que le dieron, o en las almondiguillas que se quemaron, y de consiguiente que no notan las ojeadas de ustedes, ni oyen los suspiros, ni se enteran de las peloteras … pues, no señor, están ustedes muy equivocados; ni el padre ni la madre pierden ripio de cuanto va pasando….

DON EDUARDO. Nada más natural, ciertamente.

DON PEDRO. Y llevan también libro de entradas y salidas como si hubieran sido toda su vida horteras.

DON EDUARDO. Así, Sr. D. Pedro, usted habrá ya observado….

DON PEDRO. Sí, señor, ya sé que usted está muy prendado de mi Matilde.

DON EDUARDO. Entonces advinará usted también que el objeto de mi visita es….

DON PEDRO. El de pedirme su mano. ¿No es ése?

DON EDUARDO. Ése mismo; y si fuera yo tan dichoso que reuniera a los ojos de usted aquellas circunstancias….

DON PEDRO. Muchas reune usted, por vida mía, Sr. D. Eduardo: nacimiento ilustre, mayorazgo crecido, educación, talento, moralidad….

DON EDUARDO. Usted me confunde, Sr. D. Pedro.

DON PEDRO. Y el ser sobre todo sobrino y heredero de mi mejor amigo … de ahí que yerno más a mi gusto sería muy difícil que se me presentase.

DON EDUARDO. ¿Entonces puedo esperar?

DON PEDRO. Pero mi hija es la que se casa, yo no; ella es pues, la que ha de juzgar si usted….

DON EDUARDO. ¡Oh, Sr. D. Pedro, y qué feliz soy! La amable, la hermosa
Matilde, me corresponde, no lo dude usted, y está en el secreto, y….


DON PEDRO. Tanto mejor, amigo mío, y ahora vamos a ver, porque, con el permiso de usted, la haré llamar; en presencia de usted consultaremos su gusto y su voluntad.

DON EDUARDO. No deseo otra cosa, y cuanto más pronto….

DON PEDRO. Ahora mismo…. ¿Bruno? Que ella venga y se explique, y si dice que sí, entonces…. ¿Bruno?

BRUNO. Mande usted. (Desde adentro)

DON PEDRO. Porque si dice que no … ya ve usted … un buen padre no debe nunca violentar la inclinación de sus hijos.

DON EDUARDO. Repito a usted que ella misma….

ESCENA VI
BRUNO Y DICHOS


BRUNO. ¿Llama usted?

DON PEDRO. Sí, ¿dónde está la niña?

BRUNO. En su cuarto … representando, a lo que parece, algún paso de comedia.

DON PEDRO. ¿Qué entiendes tú de eso? … dila que venga.

BRUNO. O de tragedia, ¿qué me sé yo? … ello es que se la oye hablar alto … que está sola … y que a no haber perdido la chaveta…. (Yéndose)

ESCENA VII
DON PEDRO Y DON EDUARDO


DON PEDRO. Pues, y como le iba a usted diciendo, Sr. D. Eduardo, yo soy demasiado buen padre para pretender … luego, ya voy a viejo, estoy viudo, no tengo más que esta hija … a la que quiero como a las niñas de mis ojos … no soy además amigo de lloros ni tristezas dentro de casa, y en suma….

DON EDUARDO. Si tiene usted en todo mil razones.

DON PEDRO. Y en suma, ella hará lo que quiera, como lo hace siempre; aunque eso no quita el que la chica sea muy dócil, y muy bien criada, y muy temerosa de Dios….

DON EDUARDO. ¡Y es tan bonita!

DON PEDRO. Y el que es muy buena hija, y será muy buena mujer propia.

DON EDUARDO. Oh, excelente, excelente.

DON PEDRO. Y si llega a ser madre….

DON EDUARDO. Por supuesto, ¿no quiere usted que llegue?

DON PEDRO. Tendrá hijos a su vez, y será también muy buena madre, no lo dude usted, Sr. D. Eduardo….

DON EDUARDO. ¡Qué he de dudar yo eso Sr. D. Pedro! ¡Poco enamorado estoy a fe mía para dudar ahora de nada!

DON PEDRO. Es que no crea usted que es el primero a quien yo le digo todo esto, no señor, y otro tanto, sin quitar ni poner, le dije a mi sobrino Tiburcio hará ahora unos cuatro meses, cuando se quiso casar con su prima.

DON EDUARDO. Que fué sin duda la que se opuso al enlace, ¿eh?

DON PEDRO. ¡Quién había de ser! Y por más señas, que aunque no estuvo el tal enlace tan adelantado como el que seis meses antes tuvimos entre manos, lo estuvo sin embargo lo bastante para dar después mucho que hablar a la gente ociosa.

DON EDUARDO. ¿Y dice usted que hubo otro seis meses antes que lo estuvo más?

DON PEDRO. Cien veces más, con el vizconde del Relámpago, un caballero andaluz, maestrante de la de Ronda … con no sé cuántos millares de pinares, pegujares y lagares … hombre muy bien nacido, y que yo….

ESCENA VIII
DOÑA MATILDE Y DICHOS


DON PEDRO. Ven, hija mía, y nos dirás si….

DOÑA MATILDE. ¡Ah! Padre mío, y qué criminal debo de aparecer a los ojos de usted; ya sé que debía consultarle antes de comprometerme; ya sé que debía después….

DON PEDRO. Cierto, muy cierto, mas ahora….

DOÑA MATILDE. Haber seguido humilde los consejos de su experiencia, de su cariño; ¡pero ay! que no pude, porque arrastrada por una pasión irresistible….

DON PEDRO. Si no es eso….

DOÑA MATILDE. Que como una erupción volcánica….

DON EDUARDO. Pero Matilde, si su papá de usted….

DOÑA MATILDE. Calle usted; no me distraiga … se apoderó de mi pobre corazón, que estaba indefenso … que no había hasta entonces amado….

DON PEDRO. Si me dejarás meter baza….

DOÑA MATILDE. Con todo, padre mío, no crea usted que trato de rebelarme contra su autoridad, y si el hombre de mi elección no mereciese, como me temo, el sufragio de usted….

DON EDUARDO. Dígole a usted que….

DOÑA MATILDE. Entonces … no seré nunca de otro … eso no … pero gemiré en silencio sin ser suya, o iré a sepultarme en las lobregueces del claustro.

DON PEDRO. ¡Tú quedarte soltera! ¡Jesús qué desatino! Primero te casaría con un bajá de tres colas, cuanto más que el Sr. D. Eduardo es muy buen partido por todos títulos….

DOÑA MATILDE. ¿Qué dice usted?

DON PEDRO. De familia muy noble….

DOÑA MATILDE. Eso para mí es tan indiferente como el que fuera inclusero.

DON EDUARDO (aparte). Para mí no.

DON PEDRO. Y que será muy rico cuando herede a su tío….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Será rico! ¡Qué lástima!

DON PEDRO. De quien supongo que heredará también el título que aquél tiene de alguacil mayor de….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Alguacil mayor! ¡elegante título por vida mía!

DON EDUARDO. ¡Sí señor, si es de mayorazgo!

DOÑA MATILDE (aparte). ¡También mayorazgo!

DON PEDRO. Así, hija mía, puedes tranquilizarte, porque elección más juiciosa, más a gusto mío, más a gusto de todos….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Lo que engañan las apariencias!

DON PEDRO. Vamos, era imposible hacerla mejor … y ya verás lo que se alegra tu tía Sinforosa, y las primas Velasco, y tu padrino el señor Deán, y….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Y todo el género humano; y sólo porque es rico! ¡Gente sórdida!

DON EDUARDO. ¡Ah! ¡Sr. D. Pedro, tanta bondad! Cómo podré yo pagar nunca….

DON PEDRO. Haciéndola feliz, Sr. D. Eduardo.

DON EDUARDO. ¡Lo será! ¿Cómo quiere usted que no lo sea? Adorada por su marido, mimada por sus parientes, respetada por sus amigos, pudiendo disfrutar de todo, sobrándole todo….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Y eso se llama ser feliz!

DON EDUARDO. ¿Pero qué tiene usted, Matilde mía? ¿Por qué se ha quedado usted tan callada?

DON PEDRO. La misma alegría que la habrá sobrecogido…. ¿No es eso, hija?

DOÑA MATILDE. Pues … en efecto … y también ciertas reflexiones … ya ve usted, la cosa es muy seria … se trata de un lazo indisoluble, de la dicha o de la desgracia de toda la vida….

DON PEDRO. Como ya obtuviste mi consentimiento, que era lo que te tenía con cuidado….

DON EDUARDO. Y queriéndonos tanto como nos queremos….

DOÑA MATILDE. No digo que no … y yo agradezco a usted infinito el que me quiera … ciertamente es una preferencia que me debe lisonjear mucho, y que … sin embargo, esto de casarse no es jugar a la gallina ciega, y no es extraño que yo me arredre y titubee, y….

DON EDUARDO. Bien sabe Dios, Matilde, que no entiendo….

DON PEDRO. Vaya, vaya, esos escrúpulos se quitan con señalar un día de esta semana para que se tomen los dichos.

DOÑA MATILDE. Perdone usted, padre mío; yo no puedo en la agitación en que estoy ni decidir ni consentir en nada … quédese la cosa así … yo lo pensaré … yo me consultaré a mí misma … no digo por esto que este caballero deba perder toda esperanza … no tal … aunque por otra parte … en fin, dentro de tres o cuatro días saldremos de una vez de este estado de incertidumbre … entre tanto permítanme ustedes que me retire … y … beso a usted la mano…. (Aparte) ¡Mujer de un alguacil mayor! ¡No faltaba más!

ESCENA IX
DON PEDRO Y DON EDUARDO


DON EDUARDO. ¡No sé lo que pasa por mí!

DON PEDRO. A la verdad que yo no me esperaba tampoco … la niña, como le dije a usted, es muy dócil, eso es otra cosa, y muy bien criada, pero….

DON EDUARDO. Pero señor, por la Virgen Santísima, si ella apenas hace un cuarto de hora….

DON PEDRO. Se lo parecería a usted quizá, Sr. D. Eduardo, porque como ella es tan afable … quién sabe también si usted interpretaría….

DON EDUARDO. Eso es lo mismo que decirme que soy un fatuo, presuntuoso, que….

DON PEDRO. No señor, cómo había yo de decirle a usted eso en sus barbas, sino que a veces los amantes … vea usted, ni mi sobrino Tiburcio, ni el marqués del Relámpago eran fatuos ni presuntuosos, y también se imaginaron que Matilde….

DON EDUARDO. Ya, pero ellos no oirían, como yo oí de sus propios labios … vaya … lo mismo me he quedado que si me hubiera caído un rayo.

DON PEDRO. Así se quedó cabalmente el marqués del Relámpago cuando….

DON EDUARDO. Y le juro a usted que si no la quisiera tan sinceramente….

DON PEDRO. Además, no está todo perdido … ella no ha dicho todavía que no, Sr. D. Eduardo.

DON EDUARDO. Pero tampoco ha dicho que sí, Sr. D. Pedro.

DON PEDRO. Es verdad, no lo ha dicho; mas quizá lo diga … tenga usted paciencia … tres o cuatro días se pasan en un abrir y cerrar de ojos … y … conque, Sr. D. Eduardo, a la disposición de usted … bueno será que yo vaya a ver lo que hace la chica; y no dude usted que si puedo influir….

DON EDUARDO. Quede usted con Dios, Sr. D. Pedro, y mil gracias de todos modos.

DON PEDRO. No hay de qué, amigo mío, no hay de qué…. (Vase)

DON EDUARDO. Ya sé yo que no hay mucho de qué…. ¡Caramba y qué chasco! Lo peor es que conozco que estoy enamorado de veras. ¡Ah, Matilde!… y quién pudiera presumir … en fin ¡paciencia!… y esperaré a estar más de sangre fría para determinar lo que me queda que hacer…. ¡Ah, Matilde, Matilde!

ACTO SEGUNDO


ESCENA PRIMERA
DON PEDRO Y BRUNO


BRUNO. Aquí tiene usted una carta del Sr. D. Eduardo.

DON PEDRO. Bueno. Déjala aquí.

BRUNO. ¡Qué! ¿No la lee usted?

DON PEDRO. ¿Para qué? Si ya sé, poco más o menos, lo que dirá … que las … lamentaciones … como si uno pudiera remediar el que Matilde no le haya querido al cabo.

BRUNO. Y vea usted, cualquiera hubiera dicho al principio que….

DON PEDRO. También me lo creí yo … y sólo cuando ella me hizo escribirle ayer aquella carta que tú le llevaste, fué cuando acabé de desengañarme.

BRUNO. Valiente trabucazo fué la tal carta.

DON PEDRO. ¿Qué había de hacer?… Decirle la verdad … que mi hija no se quería ya casar con él, y que yo lo sentía mucho … porque en efecto me pesa de ello por mil y quinientas razones … ya ves tú … ¿qué dirá su tío?… y luego … no se encuentra así como quiera un partido tan ventajoso.

BRUNO. Pero señor, ¡qué pero le puede poner la señorita a D.
Eduardo! Él es lindo mozo … muy afable….


DON PEDRO. Y muy callado.

BRUNO. Y siempre que entraba o salía me apretaba la mano.

DON PEDRO. Y nunca me hablaba de dote.

BRUNO. Como que es un caballero.

DON PEDRO. ¡Oh! Todo un caballero.

BRUNO. ¡Si las muchachas hoy día no saben lo que quieren!

DON PEDRO. Ni quieren tampoco.

BRUNO. No, lo que es querer … con perdón de usted … lo mismo que las de antaño … sino que se las figura allá yo no sé qué cosas del otro jueves, y … y con nada se satisfacen.

DON PEDRO. Quise indicar que no tienen al parecer tanta gana de casarse como tenían las de nuestros tiempos.

BRUNO. Yo diré a usted, las nuestras pasaban sus días y sus noches haciendo calceta … lo que no pide atención … y podían pensar entre tanto en el novio y en la casa … y … pero las de ahora, como todas leen la Gaceta y saben donde está Pekín, ¿qué sucede? que se les va el tiempo en averiguar lo que no les importa … y ni cuidan de casarse, ni saben cómo se espuma el puchero.

DON PEDRO. Tienes mucha razón, Bruno, mucha … aquéllas eran otras mujeres.

BRUNO. Y éstas no son aquéllas, Sr. D. Pedro.

DON PEDRO. También es verdad … en fin … ¿cómo ha de ser? La cosa ya no tiene remedio … así….

BRUNO. Así, yo me vuelvo a mi antesala … a darle sus garbanzos a la cotorrita … que si me gusta por algo es porque de todas las del barrio es la única que no picotea el gabacho.

ESCENA II

DON PEDRO (se sienta junto a la mesa, tomando la carta). ¡Pobre D. Eduardo!… ¿Quizá pida respuesta? ¡Qué disparate! Lo que pedirá será lo que yo no le puedo otorgar … que hable a Matilde … que me empeñe … que la obligue … cosas imposibles … ¿dónde habré puesto las antiparras? cosas que no pueden hacerse sin ruidos … ya las encontré … veamos sin embargo. (Lee) "Sr. D. Pedro de Lara, &c. &c. Nada de lo que usted me escribe me ha sorprendido, y yo ya estaba preparado para semejante fallo…." Más vale así, porque unas calabazas ex abrupto son difíciles de digerir … "lo que sí me ha llenado de satisfacción y de gratitud hacia usted son las finas expresiones con que se sirve manifestarme lo que siente este desenlace…." Como que le decía que hubiera dado un ojo de la cara por poder anunciarle un resultado favorable … no podía estar más expresivo … "y siendo aquéllas, en mi concepto, sinceras, me animan por lo mismo a solicitar de usted un favor…." Ya pareció el peine … "un favor de que va a depender la felicidad de toda mi vida…." ¡Si conoceré yo a mi gente! "la felicidad, quizá de su propia hija de usted, y es que cuando me presente otra vez en su casa me reciba usted lo peor…." ¿Qué ha puesto aquí este hombre?… "lo peor que le sea posible" ¡Peor dice, y bien claro! "lo peor que le sea posible, esto es, que me trate desde hoy con el mayor despego, que murmure de mí en mi ausencia, que se burle sin rebozo de mi familia y circunstancias, que me calumnie, si fuese necesario, y finalmente…." Vaya, está visto, hay que atarlo … "y finalmente si Matilde algún día cediere a mis votos, y consintiere en recompensar con el don de su mano tanta constancia y cariño, que usted nos niegue entonces y después su licencia, por más que ella lo solicite, y por más que usted mismo lo apetezca, hasta tanto que yo se la pida a usted en papel sellado." ¡Repito que se le fue la chaveta!… "Si usted accede, pues, a mi súplica, y me promete, bajo su palabra de honor, hacer bien su papel, y no confiar el secreto a nadie, en este caso nada me quedará que desear, y estoy seguro que muy pronto se podrá firmar su obediente hijo el que ahora sólo se dice de usted atento y seguro servidor: Eduardo de Contreras." Si comprendo una jota de toda esta geringonza…. "Posdata." ¿Todavía le quedaron más disparates en el buche?… "Ya le explicaré a usted mi proyecto cuando pueda hacerlo a solas y sin dar que sospechar; entre tanto me urge el saber si usted me concede lo que tanto anhelo, y para ello iré dentro de una hora a su casa, y le haré entrar recado por Bruno de que deseo hablarle; usted entonces hágame decir secamente por el mismo que no me quiere recibir, y yo entonces interpretaré esta repulsa a mi favor. Por Dios Sr. D. Pedro, que no logre yo el ver a usted…." ¡Ah, conque es un proyecto!… que luego me explicará … y a fe que buena falta me hace … y yo entre tanto sólo tengo que hacer … poco … muy poco es lo que tengo que hacer; no recibirle, encerrarme en mi cuarto para mayor seguridad … la cosa no es difícil … pero, y si tropiezo con él antes de que pueda ponerme al corriente … entonces … no le miraré a la cara, ahuecaré la voz … y le volveré pronto las espaldas … tampoco esto es muy difícil … con todo no sé yo si podré … y por otra parte me parece tan extravagante….

ESCENA III
BRUNO Y DON PEDRO


BRUNO. El Sr. D. Eduardo desea con mucho ahínco hablar con usted.

DON PEDRO (aparte). ¡Jesús! Tan pronto….

BRUNO. Dice que es materia muy grave….

DON PEDRO (aparte). ¡Qué compromiso!

BRUNO. Y que despachará en un santiamén.

DON PEDRO (aparte). ¿Pero cómo puedo yo negarle un favor tan barato?

BRUNO. Yo le he asegurado que usted tendría mucho gusto en recibirle.

DON PEDRO. Has hecho muy mal.

BRUNO. ¡Como usted le estima tanto!

DON PEDRO. ¿Quién te ha dicho eso?

BRUNO. Usted mismo no hace un credo; por más señas que….

DON PEDRO. Qué señas ni qué berenjenas … siempre has de meterte en camisa de once varas.

BRUNO. Ya las quisiera yo de tres y media.

DON PEDRO (aparte). ¿Pero yo, qué arriesgo en darle gusto?

BRUNO. ¿Conque, por fin, qué le digo?

DON PEDRO. Dile que … que no le quiero recibir … anda.

BRUNO. Bueno … le diré que había usted salido por la puerta falsa, y que….

DON PEDRO. No, no; que estoy en casa, y que no le quiero recibir.

BRUNO. Ya estoy, que siente usted mucho no poderle recibir, porque….

DON PEDRO. ¡Habrá mentecato igual con sus malditos cumplidos!… No que no puedo, sino que no quiero recibirle, que no quiero; sin preámbulos ni sentimientos, ni … ¿lo entiendes ahora?

BRUNO. Pero eso no se le dice a nadie en sus bigotes.

DON PEDRO. Pues tú se lo vas a decir en los suyos … ¡y cuidado que no se lo digas!… que no quiero recibirle, ni más ni menos…. (Aparte) No dudará ahora de mi amistad. (Vase)

ESCENA IV


BRUNO, Y LUEGO DON EDUARDO



BRUNO. ¡Qué mosca le habrá picado! Jamás le ví tan fosco … la carta traería sin duda alguna pimienta y … pero esto no quita que yo trate de dorar la píldora … no sea también que se enfade y que yo vaya a pagar lo que no debo.
DON EDUARDO. ¡Lo que tarda este Bruno! (A la puerta) Ya me falta paciencia … aquí está solo … ¡Dios mío, si no se lo habrá dicho todavía!

BRUNO. Nadie puede responder de un primer pronto, y….

DON EDUARDO. Bruno, le dijo ya usted a su amo…. (Entrando)

BRUNO. Perdone usted, señor don Eduardo, si no he vuelto tan luego como … me entretuve aquí en….

DON EDUARDO. No importa, no importa; y ¿qué ha contestado su amo de usted?

BRUNO. Ya ve usted … el amo puede salir por la puerta trasera sin que nosotros lo sintamos….

DON EDUARDO. ¡Había salido!… Y bien; esperaré a que vuelva; ¡cómo ha de ser!… (Se sienta)

BRUNO. No digo que haya salido, sino que….

DON EDUARDO. ¿No me quiere recibir? Acabe usted. (Se levanta)

BRUNO. A veces, con la mejor voluntad del mundo, hay momentos tan ocupados en que no se puede….

DON EDUARDO. En que no se quiere recibir, ¿querrá usted decir?

BRUNO. En que no se puede….

DON EDUARDO. En que no se quiere … ¿a qué andar con rodeos?

BRUNO (aparte). ¡También es empeño el de los dos!

DON EDUARDO. Vaya … ¿no es cierto que D. Pedro no quiere recibirme?

BRUNO (aparte). Estoy por cantar de plano.

DON EDUARDO. Ea, no tenga usted empacho … ¿no es cierto?…

BRUNO. Cierto … ya que usted exige absolutamente….

DON EDUARDO. ¡Oh! ¡Qué fortuna!

BRUNO. ¡Fortuna!

DON EDUARDO. La de no morirme aquí de repente al oír semejante desengaño.

BRUNO (aparte). ¡Qué lástima me da!

DON EDUARDO. ¿Y D. Pedro, por supuesto se serviría de palabras agrias y malsonantes?

BRUNO. Oh no señor; el amo es incapaz de….

DON EDUARDO. Pero al menos se expresaría … así … con cierta sequedad … ¿eh?

BRUNO. Oiga usted, no necesita uno humedecerse mucho la boca para decir "no quiero".

DON EDUARDO. ¡Y bien, tanto mejor!

BRUNO. Si es a gusto de usted….

DON EDUARDO. Porque es bien claro que lo que más importa a un desgraciado es llegar a serlo tanto, que ya no pueda serlo más.

BRUNO. ¿Eso llama usted claro?

DON EDUARDO. ¿No ve usted que así se pierde toda esperanza y toma uno al cabo su partido?

BRUNO. Cuando hay partido que tomar, no digo que no.

DON EDUARDO. Ahora quisiera yo que usted, mi querido Bruno….

BRUNO (aparte). ¡Su querido Bruno!…

DON EDUARDO. Me concediera una gracia que le voy a pedir y que será probablemente la última que le pediré en mi vida.

BRUNO. Si está en mi arbitrio….

DON EDUARDO. Lo está, y consiste sólo en que usted me proporcione una conferencia de dos minutos con su señorita.

BRUNO. Pero ¿cómo quiere usted que yo…?

DON EDUARDO. Aquí mismo, en presencia de usted … dos minutos tan sólo.

BRUNO. ¡Así podré oír!

DON EDUARDO. Cuanto hablemos … que yo no soy partidario de misterios ni de cosas irregulares … lo único que solicito es ver todavía otra vez a doña Matilde … y probarla con sólo tres palabras que yo no era enteramente indigno del tesoro que codiciaba.

BRUNO. ¿Quién puede dudarlo?… y muy digno que era usted. Con todo, ¿yo, qué puedo hacer? decírselo cuando más a la señorita … pero si ella sale con lo que su padre … entonces….

DON EDUARDO. Entonces, tendremos los dos paciencia … y no la volveré a importunar más.

BRUNO. Siendo así, voy, pues, y Dios haga que no la coja de mal talante. (Vase)

ESCENA V
DON EDUARDO Y LUEGO BRUNO


DON EDUARDO. Qué miedo tenía que D. Pedro no quisiera prestarse a mi proyecto sin saber antes … y también que el buen Bruno … pero hasta aquí todo va viento en popa; ahora sólo falta el que Matilde venga, y me dé ocasión para entablar la comedia … porque si no consigo hablarla, entonces no sé cómo podré….

BRUNO. Pues … lo mismo que su padre. (Entrando)

DON EDUARDO. ¡Malo!

BRUNO. Me echó con cajas destempladas, y….

DON EDUARDO. ¿Tampoco quiere verme?

BRUNO. Tampoco.

DON EDUARDO (aparte). Voto va … ¿Qué haré? si tuviera papel y tintero … quizá cuatro renglones … bien torcidos, como si me temblara el pulso … y cuatro expresiones bien campanudas … bien misteriosas….

BRUNO. Dijo que nada tenía que añadir ni quitar a lo que la carta rezaba….

DON EDUARDO. Allí creo hay uno y otro. (Se dirige a la mesa)

BRUNO. Y que de consiguiente era inútil que ustedes se hablasen.

DON EDUARDO. En efecto, aquí hay papel…. (Sentándose y escribiendo) y también pluma … escribamos. "Matilde …" sin adjetivo; cuando uno está muy agitado deben dejarse los adjetivos en el tintero.

BRUNO. ¿Qué escribirá?

DON EDUARDO. "¡¡Matilde!!" Dos signos de admiración … "no tema usted que la importune, no…." Este segundo "no" vale un Perú. "Ya sé que las condenas de amor no admiten apelación, y que no es culpa de usted el que yo no haya sabido agradarla;" Punto y coma … "pero al menos que la vea yo a usted hoy, que la vea a usted siquiera otra vez, antes que nos separe para siempre el océano…." ¡No vaya a parecerla todavía poco el océano!… "el océano o la eternidad…." Ahora sí que hay tierra de por medio … nada de firma … ni de sobre…. Bruno, entre usted este papel a doña Matilde.

BRUNO. Si….

DON EDUARDO. Éntrele usted por la Virgen.

BRUNO. Cuando….

DON EDUARDO. Mire usted que me va la vida.

BRUNO. ¡Santa Margarita! (Entra precipitadamente)

ESCENA VI
DON EDUARDO Y LUEGO DOÑA MATILDE Y BRUNO


DON EDUARDO. Si esto no la ablanda, digo que es de piedra berroqueña…. ¡Pobre de mí, y a lo que me veo obligado para obtener a Matilde!… ¡a engañarla, a fingir un carácter tan opuesto al mío!… ¡Oh! si yo no estuviera tan convencido como lo estoy de que Matilde me prefiere a pesar de pesares y que me deberá su futuro bienestar, jamás apelaría … ¡pero ella es!… Pongámonos en guardia. (Se sienta como absorbido en una profunda meditación)

BRUNO. Allí le tiene usted hecho una estatua. (A doña Matilde)

DOÑA MATILDE. No nos ha sentido … y en efecto, le encuentro muy desmejorado … retírate un poco … no, no tan lejos.

BRUNO. ¿Si se habrá dormido?

DOÑA MATILDE. He consentido, caballero…. (Aparte) No me oye.

DON EDUARDO. ¡Ay!

DOÑA MATILDE. ¿Suspira? (A Bruno)

BRUNO. Ya lo creo … y de mi alma. (A doña Matilde)

DOÑA MATILDE. He consentido, Sr. D. Eduardo…. (Acercándose)

DON EDUARDO. ¿Quién?… ¡Ah! Perdone usted, Matilde, si absorbido en mis tristes meditaciones … perdone usted … la desgracia hace injusto al mísero a quien agobia … y yo ya me había rendido al desaliento, persuadido a que usted persistiría en su cruel negativa.

DOÑA MATILDE. Quizá hubiera sido más prudente; porque … ya ve usted, antes de tomar un partido irrevocable he debido pesar todas las circunstancias, y … no soy ninguna niña de quince años.

BRUNO. Como que tiene usted ya sus diez y siete.

DOÑA MATILDE. Diez y ocho son los que tengo, si vamos a eso.

BRUNO. Diez y siete.

DOÑA MATILDE. Diez y ocho. ¡Habrá pesado igual!

BRUNO. Pero hija, si nació usted el día de los innumerables mártires de Zaragoza, que cayó en viernes en el mes pasado, y entonces hizo usted los diez y siete.

DOÑA MATILDE. Bueno, diez y siete; y lo que va desde entonces acá, ¿no lo cuentas? Si sabré yo que tengo diez y ocho años.

DON EDUARDO. ¡Indudablemente! Diez y ocho años tiene usted, y más bien más que menos, edad, por mi desgracia, en que ya se calcula y se tiene la experiencia necesaria para conocer lo que se quiere y lo que conviene. Por eso, Matilde, no tema usted que la importune con mis súplicas, ni la entristezca con el relato de mis padecimientos … no por cierto … ¿de qué serviría? Usted ha hecho lo que ha debido … cerciorarse primero de que no me amaba, y quitarme luego de una vez toda esperanza … nada más natural, ni más de agradecer … otro más afortunado que yo habrá quizá obtenido….

DOÑA MATILDE. Oh, no, por lo que es eso, puede estar usted bien satisfecho … ni siquiera me he vuelto a acordar de que hay hombres en este mundo, desde ayer que creí necesario el desengañar a usted.

DON EDUARDO. Siempre es ése un consuelo … aunque por otra parte, si usted podía ser dichosa con otro hombre ¿por qué no me había de alegrar? ¡Ah! Matilde, su felicidad de usted es la única idea que me ha preocupado siempre, y si algún día, en medio de los países remotos en que voy a arrastrar mi mísera existencia, me llegará por acaso la noticia….

DOÑA MATILDE. ¡Qué! ¿Se va usted tan lejos?

DON EDUARDO. ¡Oh! Sí, muy lejos.

DOÑA MATILDE. Arrima unas sillas, Bruno…. ¿Y dónde? Esto es, si usted no tiene interés en callarlo.

DON EDUARDO. Apenas lo sé yo todavía … cualquiera país me es indiferente con tal que sea bien agreste y selvático.

BRUNO (aparte). ¡Si se irá a Sacedón?

DON EDUARDO. He titubeado algún tiempo entre Californias y la Nueva
Holanda; pero al cabo puede ser que me decida por la Isla de Francia.


DOÑA MATILDE. ¡Allí nacieron Pablo y Virginia!

DON EDUARDO. Y el negro Domingo también.

DOÑA MATILDE. En efecto … siéntese usted, siéntese usted.

DON EDUARDO. Es que temería….

DOÑA MATILDE. No, no; siéntese usted … y como iba diciendo allí fué donde pasó toda su trágica historia, que tengo bien presente.

DON EDUARDO (aparte). Más la tengo yo, que la leí anoche de cabo a rabo.

DOÑA MATILDE. ¡Y aquella madre señor, aquella madre tan cruel que se empeñó en que su hija había de ser rica!

BRUNO. Más cruel me parece a mí que hubiera sido si se hubiera empeñado en lo contrario.

DON EDUARDO. Luego hallaré en dicha isla todo cuanto puedo apetecer en mi posición actual; cascadas que se despeñan, ríos que salen de madre, precipicios, huracanes….

BRUNO (aparte). No iré yo a la tal isla.

DON EDUARDO. Y bosques inmensos de plátanos, cocoteros y tamarindos, con cuyos frutos podré sustentarme, o a cuya sombra podrán reposar tal cual vez mis fatigados miembros.

DOÑA MATILDE. ¡Y qué! ¿No tendrá usted miedo de los negros cimarrones?

BRUNO (aparte). ¿Quiénes serán esos demonios?

DON EDUARDO. ¡Ah! ¡Matilde, si viera usted qué poco vale la vida cuando se vive sin deseos, ni porvenir!

DOÑA MATILDE. ¡Pobre Eduardo!

DON EDUARDO. ¿Se enternece usted?

BRUNO. También a mí me empiezan a escocer los ojos, si vamos a eso.

DOÑA MATILDE. Ciertamente que no puedo menos de agradecer y admirar el que vaya así a exponerse por mi causa a tantos peligros un joven de tales esperanzas, tan rico….

DON EDUARDO. ¿Yo rico?

DOÑA MATILDE. Contando con la herencia del tío….

DON EDUARDO. No hay duda que he podido ser rico, pero….

DOÑA MATILDE. ¿Pero qué?

DON EDUARDO. Nada, nada.

DOÑA MATILDE. Explíquese usted.

DON EDUARDO. Son cosas mías, que ya no pueden interesar a usted.

DOÑA MATILDE. ¡Oh! sí, sí … hable usted … lo quiero … lo exijo….

DON EDUARDO. Bueno; sepa usted que cuando el Sr. D. Pedro creía que mi tío aprobaba nuestro proyectado enlace, éste me instaba a que me casase con la hija única del conde de la Langosta….

BRUNO (aparte). Familia muy noble en tierra de Campos.

DOÑA MATILDE. ¿Y bien?

DON EDUARDO. ¡Y que mi tío me ha desheredado en seguida, porque no he querido darle gusto!

DOÑA MATILDE. ¿Le ha desheredado a usted?

DON EDUARDO. Así me lo anuncia en una carta que recibí ayer suya, dos o tres horas antes que Bruno me entregara la de su padre de usted.

DOÑA MATILDE. ¿Le ha desheredado a usted?

DON EDUARDO. Pues, y por lo mismo nada sacrifico, en punto a bienes de fortuna, al desterrarme para siempre de mi patria.

DOÑA MATILDE. ¿Y había de consentir yo en ese destierro?

BRUNO. Perrada fuera.

DOÑA MATILDE. ¡Yo, que tengo la culpa de todas las desgracias de usted!

DON EDUARDO. Pero qué remedio….

DOÑA MATILDE. No, jamás se realizará tan terrible separación … si es cierto que usted me quiere….

DON EDUARDO. ¿Lo duda usted todavía?

DOÑA MATILDE. ¿Desheredado por mí! ¡Y yo he podido, Dios mío, desconocer un instante tanto mérito!

DON EDUARDO. ¡No llore usted, por mi vida, Matilde mía!

DOÑA MATILDE. ¡Sí, hace usted bien en llamarme suya … que de usted soy y seré … que de usted he sido siempre; porque ahora lo conozco, y no tengo vergüenza de confesarlo!

BRUNO. ¡Pobrecita, qué ha de hacer más que conocerlo y confesarlo!

DON EDUARDO. ¿Puedo creer tamaña dicha!

DOÑA MATILDE. Ojalá estuviera aquí mi padre, para que en su presencia….

ESCENA VII
DON PEDRO Y DICHOS
DON PEDRO (aparte). Si se habrá ya ido.

DOÑA MATILDE. Papá, papá, aquí está D. Eduardo.

DON PEDRO. ¡Hola! Conque…. (Risueño)

DON EDUARDO. Hum. (Tosiendo)

DON PEDRO (aparte). ¡Canario! que se me olvidaba el encargo….

DOÑA MATILDE. Y ya nos hemos explicado cierto qui pro quo que había … y … nos hemos mutuamente satisfecho … y….

DON PEDRO. ¡Oh! pues si se han satisfecho ustedes, entonces….
(Risueño)


DON EDUARDO. Hum. (Tose)

DON PEDRO (aparte). ¡Maldita carraspera!

DOÑA MATILDE. ¿No es verdad, papá, que usted se alegra de ello, y que?…

DON EDUARDO. Achí. (Estornuda fuerte)

BRUNO. Dominus tecum.

DON PEDRO. No, hija mía, no me alegro de semejante cosa ni tampoco puedo aprobar … porque … después de todo, y … en fin, yo me entiendo, yo me entiendo.

DOÑA MATILDE. Yo soy la que no entiendo a usted, papá mío, porque….

DON EDUARDO. Su papá de usted, Matilde mía, se habrá irritado al verme aquí en conversación con usted, cuando me había hecho decir que no quería recibirme.

DON PEDRO. Precisamente.

DON EDUARDO. Y creerá que en esto le hemos faltado al respeto.

DON PEDRO. Cabal.

DON EDUARDO. Y que nuestra conferencia clandestina es contra las leyes del decoro.

DON PEDRO. Sí, señor, clandestina, y contra las leyes del decoro.

DON EDUARDO. Y al notar yo el furor de sus miradas y el calor con que se expresa, le protesto a usted empiezo a temer además que ya no quiera atender a otras razones, que nos quiera separar, y aun para separarnos más pronto que la coja ahora mismo del brazo y se la lleve a su gabinete.

DON PEDRO. Eso es, eso es, ni más ni menos, lo que voy a hacer….
Vente conmigo. (A Matilde)


DOÑA MATILDE. ¿Pero papá?

DON PEDRO. Vente conmigo. (Llevándola como por fuerza)

DON EDUARDO. Pero Sr. D. Pedro….

DON PEDRO. ¡Eh! (Volviéndose para oír lo que va a decir)

DON EDUARDO. Decía que yo también me retiraba para no ofender a usted más con mi presencia.

DON PEDRO. Bien hecho…. Vamos. (A Matilde)

DOÑA MATILDE. Adiós, Eduardo.

DON EDUARDO. Adiós, Matilde.

DON PEDRO. Vamos, repito.

DOÑA MATILDE. Fíate en mi constancia. (Al entrarse)

DON EDUARDO. Ya me fío. (Yéndose)

DOÑA MATILDE. Adiós. (Desde adentro)

DON EDUARDO. Adiós. (Vase)

BRUNO. ¡Cómo se quieren! Como dos tortolillos … y el amo, a pesar de eso, y sin saber por qué, los separa y los … vaya, no hiciera otro tanto Herodes el Ascalonita.




ACTO TERCERO


ESCENA PRIMERA
DON PEDRO Y DOÑA MATILDE


DOÑA MATILDE. Por Dios, papá, déjese usted ablandar.

DON PEDRO. No, no; nunca consentiré en semejante bodorrio.

DOÑA MATILDE. ¿Pues no lo aprobaba usted antes?

DON PEDRO. No sabía entonces lo que sé ahora.

DOÑA MATILDE. ¿Pero qué sabe usted?

DON PEDRO. Mil cosas … sé en primer lugar que tu D. Eduardo no tiene un ochavo.

DOÑA MATILDE. ¿Y ése es acaso gran defecto?

DON PEDRO. No te lo parece a ti ahora, que te sientas, por ejemplo, a la mesa, y si hay tortilla comes tortilla, sin informarte siquiera de a cómo va la docena de huevos; pero cuando seas ama de casa y veas volver a Toribio con la esportilla vacía, porque tu marido no dejó una blanca con que llenarla, ya verás entonces si se te cae la baba por la gracia.

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Qué preocupación!…

DON PEDRO. En fin, te repito que no me acomoda el yerno que me quieres dar … ni yo sé tampoco lo que te prenda en él, porque fisonomía menos expresiva….

DOÑA MATILDE. ¡Calle usted, señor, y tiene dos ojos como dos carbunclos!

DON PEDRO. Lo dicho dicho, Matilde; no cuentes jamás con mi licencia … si te quieres casar con ese hombre y morirte después de hambre … cásate enhorabuena, y buen provecho te haga, con tal que yo no te vuelva a ver en mi vida…. Esto es lo único y lo último que te digo … adiós…. (Aparte) Bueno será que me vaya antes que empiecen los pucheros.

ESCENA II
DOÑA MATILDE


DOÑA MATILDE. ¡Que me case y que no le vuelva a ver en su vida!… y él mismo me lo indica…. ¡Dios mío, qué entrañas tienen estos padres! ¡Que me case!… ¡Si sospechará alguna cosa de lo que Eduardo y yo tenemos tratado para cuando ya no haya otro recurso! ¿Y queda ya alguno por ventura? ¡Que me case!… Y bien, sí … me casaré … me casaré con el hombre de mi elección, con el único mortal que me es simpático, y que puede proporcionarme la mayor felicidad posible en este mundo … la de amar y ser amada; porque o yo no sé en lo que se cifra el ser una mujer dichosa, o ha de consistir necesariamente en estar siempre al lado de lo que ella ama; en jurarle a cada instante un eterno cariño; en respirar el aire que él respire … ¿y cuesta acaso algo de esto dinero? No, no … por fortuna todo esto se hace de balde, por más que digan lo contrario … y todo esto lo haré con mi Eduardo…. Con él pasaré mi vida en un continuo éxtasis, y cuando una misma losa cubra al cabo de muchos años nuestras cenizas, todavía inseparables, que vengan entonces a echarme en cara si lo que comí en vida fué potaje de lentejas, o si mi esposo tenía un miserable arriero por tatarabuelo.

ESCENA III
DOÑA MATILDE, BRUNO Y DESPUÉS DON EDUARDO


BRUNO. ¿Está usted sola? (Entreabriendo la puerta)

DOÑA MATILDE. Sí, ¿qué hay?

BRUNO. ¿Qué hay?… lo de siempre … que el Sr. D. Eduardo está ya ahí con ganas de parleta, y que yo, como me han hecho ustedes, velis nolis, su corre ve y dile, me adelanto a reconocer el campo.

DOÑA MATILDE. ¿Dónde le dejas?

BRUNO. En el descanso de la escalera.

DOÑA MATILDE. Que suba … y tú, oye.

BRUNO. Suba usted caballerito … y yo oigo.

DOÑA MATILDE. Es necesario que te pongas en el cancel de esa puerta (A Bruno) y que nos avises de cualquier ruido que adviertas en el cuarto de papá, no sea que salga y nos sorprenda.

DON EDUARDO. ¿Qué tenemos, Matilde mía?

DOÑA MATILDE. Nada bueno, Eduardo; papá me acaba de asegurar que jamás me dará su consentimiento.

DON EDUARDO. ¡Será posible!

DOÑA MATILDE. Y tanto como lo es … me ha dicho también mil horrores de usted….

DON EDUARDO. ¡De mí!

DOÑA MATILDE. En primer lugar, y según costumbre, que era usted pobre.

DON EDUARDO. Pero usted le habrá respondido, según costumbre….

DOÑA MATILDE. Lo bastante para indicarle que esto es la mayor perfección que usted tiene a mis ojos.

DON EDUARDO. Muchas gracias.

DOÑA MATILDE. En seguida se ha ensangrentado con la familia de usted … con su persona … vamos, le aborrece a usted con sus cinco sentidos … ¡ya ve usted si es injusticia!

DON EDUARDO. ¿Y ya ve usted si me lo parecerá a mí?

DOÑA MATILDE. Así confieso que ya no me queda esperanza alguna.

DON EDUARDO. Ni a mí tampoco … verdad es que nunca la tuve … de ahí que no me haya dormido, y que si usted quiere….

DOÑA MATILDE. Explíquese usted.

DON EDUARDO. Sepa usted que si bien es cierto que he gastado hasta el último real que poseía, también lo es que ya tengo todo listo para nuestro casamiento … dispensa, cura, testigos, cuarto en que vivir, un poco alto sin duda … como que está en un quinto piso … pero en buena calle … en la calle del Desengaño … en fin, nada falta … sino que usted se decida … y dentro de media hora….

DOÑA MATILDE. ¡De media hora!

DON EDUARDO. Nos sobra aún tiempo, porque ni usted necesita más de diez minutos para prepararse, ni yo más de veinte para dar mis últimas órdenes, volver a esta calle, aprovechar el primer momento en que no pase gente, avisar a usted de ello con tres palmadas, recibirla cuando baje y conducirla en dos brincos a la iglesia, cuya puerta, por fortuna, tenemos casi enfrente de esa reja.

DOÑA MATILDE. No decía yo eso, sino que tanta precipitación … estas cosas, Eduardo, necesitan siempre pensarse algo.

DON EDUARDO. ¡Al revés Matilde! estas cosas, si se piensan algo no se hacen nunca … porque … ya ve usted … a cada paso ocurren nuevas dificultades. Se trasluce entretanto el proyecto … se suscitan persecuciones … hay encierros a pan y agua en calabozos subterráneos, hay vapuleo no pocas veces … y si desgraciadamente hubiera esto para nosotros, no sé yo luego cómo nos habíamos de casar.

DOÑA MATILDE. ¡Oh! Eso es muy cierto … dígalo si no Ofelia … la del castillo negro.

DON EDUARDO. Y Malvina, y Etelvina, y Coralina, y otras mil víctimas desaventuradas de la injusticia paterna, a quienes han enterrado con palma por andarse en miramientos. Conque vamos Matilde mía, ¿qué resuelve usted? Mire usted que cada instante se pierde….

DOÑA MATILDE. No sé lo que haga … salirse una así de su casa sin….

DON EDUARDO. Pues si no, ¿qué otro camino tenemos? A menos que usted, arredrada con los peligros que pueden amenazarnos, no se arrepienta de sus juramentos y….

DOÑA MATILDE. ¡Yo arredrada! ¡yo arrepentida! No creía yo que me calumniara usted de ese modo, Eduardo, después de tantas pruebas como le tengo a usted dadas de mi amor….

DON EDUARDO. No es que yo dude … ¿ni cómo había de dudar … cuando esta misma mañana … allí … delante de aquel cuadro de Atala moribunda, me prometió usted casarse conmigo y seguirme, aunque fuera al fin del mundo? sino que … haciendo una hipótesis casi imposible, decía….

DOÑA MATILDE. Dichoso usted que tiene la cabeza para hipótesis … no me sucede a mí otro tanto … y si al cabo cedo a las instancias de usted….

DON EDUARDO. ¿Cede usted a mis instancias? ¡Oh! ¡qué ventura!

DOÑA MATILDE. Sí, hombre injusto; y para ceder mejor a ellas cierro los ojos sobre todas las consecuencias … diga usted ahora que soy tímida, o que soy….

DON EDUARDO. Digo, Matilde, que es usted una hembra extraordinaria … una verdadera heroína de novela … y arrojándome a sus pies protesto.

BRUNO. Que el amo bosteza. (Sin dejar su puesto)

DON EDUARDO. ¡Caramba! si se fastidia de estar solo y sale … no, no…. (Levantándose) aprovechemos los momentos … ahora son las ocho de la noche … conque así, Matilde, a las ocho y media me tiene usted al pie de aquella reja.

DOÑA MATILDE. Bueno; entonces ya me tendrá usted también pronta.

DON EDUARDO. No olvide usted la seña, tres palmadas mías.

DOÑA MATILDE. Me parece mejor que intercale usted entre la segunda y la tercera un gran suspiro para que no sea tan fácil el que yo pueda equivocarme, si acaso hubiera otra intriga amorosa en la calle.

DON EDUARDO. Observación muy prudente … suspiraré entre la segunda y la tercera.

DOÑA MATILDE. Pues lo demás déjelo a mi cargo, que Bruno y yo dispondremos el cómo burlar la vigilancia de mi padre.

DON EDUARDO. No hay más que hablar. Adiós bien mío.

DOÑA MATILDE. Adiós.

DON EDUARDO. Ah, se me pasaba el recomendar a usted que no traiga consigo alhaja alguna, ni dinero ni cosa que lo valga, porque dirían que yo….

DOÑA MATILDE. Pierda usted cuidado … una muda o dos cuando más, con las cartas que usted me ha escrito, el retrato de Atala, la sortija de alianza, y la rosa que usted me dió en el primer rigodón que bailamos juntos, y que conservo en polvo, envuelta en un papel de seda; esto es todo lo que pienso llevar.

DON EDUARDO. Ni necesita usted más. Adiós otra vez.

ESCENA IV
DOÑA MATILDE Y BRUNO


DOÑA MATILDE. Adiós … Bruno.

BRUNO. ¿Señorita?

DOÑA MATILDE. ¿Te enteraste de lo que hemos tratado?

BRUNO. Ni jota … como tenía que atender a lo que pasaba por allá dentro….

DOÑA MATILDE. Pues has de saber … pero antes jura que no lo has de decir a nadie.

BRUNO. Digo que no lo diré a nadie.

DOÑA MATILDE. Júralo.

BRUNO. Cuando prometo yo una cosa….

DOÑA MATILDE. Bueno … escucha ahora.

BRUNO. ¿Qué es ello? (Con curiosidad)

DOÑA MATILDE. ¿Me quieres, Bruno?

BRUNO. Toma, ¿y para eso tantos aspavientos?

DOÑA MATILDE. Es que si tú no me quieres … (y mira, Bruno, que me has de querer mucho) de lo contrario es inútil que te refiera nada, porque ni me ayudarías ni … conque así responde, ¿me quieres mucho, Bruno?

BRUNO. ¿Que si la quiero a usted? Buena pregunta, cuando la he visto a usted nacer, como quien dice, y la he arrullado, y la he dado papilla y la he….

DOÑA MATILDE. Tienes razón … y por lo mismo me decido ahora a confiarte que me caso esta noche con don Eduardo.

BRUNO. ¡Oiga! Su padre de usted consintió al cabo….

DOÑA MATILDE. No tal, antes al contrario se opone a ello.

BRUNO. ¿Y dice usted que se casa?

DOÑA MATILDE. Dentro de media hora … ahí está el misterio.

BRUNO. No puede ser eso entonces, niña.

DOÑA MATILDE. Te digo que sí … D. Eduardo lo ha arreglado ya todo, y me vendrá a buscar dentro de media hora para llevarme a la iglesia.

BRUNO. No será el hijo de mi madre el que le abrirá la puerta.

DOÑA MATILDE. No importa, porque precisamente tengo decidido el salir por la ventana.

BRUNO. ¿Por la ventana?

DOÑA MATILDE. Por esa reja, quise decir, cuya llave tienes tú, y que está tan baja que con la ayuda de una silla, cualquiera puede….

BRUNO. Según eso, ¿usted cree que yo le voy a dar la llave?

DOÑA MATILDE. ¿Por qué no?

BRUNO. ¿Y también quizá que yo mismo le pondré la silla para encaramarse?

DOÑA MATILDE. ¿Quién había de ser?

BRUNO. ¿Y quien la sostendrá de los brazos hasta que el Sr. D. Eduardo la recoja en los suyos?

DOÑA MATILDE. Sí.

BRUNO. Pues se engañó usted de medio a medio.

DOÑA MATILDE. ¡Cómo!

BRUNO. Y ahora mismo voy a noticiar al amo todo este fregado. (Hace que se va)

DOÑA MATILDE. ¡Detente!

BRUNO. No faltaba más … ¡una niña bien nacida pensar en semejante gitanada!

DOÑA MATILDE. ¡Bruno!

BRUNO. ¡Y proponérmela a mí, que he comido treinta y cinco años el pan de su padre!

DOÑA MATILDE. Pero escucha, por Dios….

BRUNO. Ni por la Virgen … todo lo sabrá el señor D. Pedro.

DOÑA MATILDE. Recuerda que prometiste….

BRUNO. Si prometí fué en la suposición de que sería cosa inocente….

DOÑA MATILDE. ¿Qué hará luego mi padre?

BRUNO. ¿Qué? Encerrar a usted bajo llave si no desiste….

DOÑA MATILDE. ¡Encerrarme … a mí!… Bruno, está visto … me quieres precipitar … pues bien … lo lograrás … ¿ves este papel?…

BRUNO. ¿Y qué hay en ese cucurucho?

DOÑA MATILDE. Píldoras.

BRUNO. ¿De jalapa?

DOÑA MATILDE. De rejalgar.

BRUNO. ¡Jesús mil veces!

DOÑA MATILDE. Que D. Eduardo me trajo esta mañana.

BRUNO. ¡Habrá bribón!

DOÑA MATILDE. A petición mía … porque una mujer desgraciada no puede estar sin un poco de veneno en su ridículo.

BRUNO. Maldita la necesidad que veo yo de eso….

DOÑA MATILDE. A grandes males, grandes remedios … así … tenlo por cierto … si das otro paso hacia la puerta con tan vil propósito, ni una píldora dejo de todo el cuarterón que no me trague.

BRUNO. ¡Condenadas boticas!

DOÑA MATILDE. Y me verás caer aquí redonda, lo mismo que si me hubieras dado un trabucazo.

BRUNO. No haga usted tal … tenga usted compasión de su pobre padre y de mí….

DOÑA MATILDE. Tenla tú de la desventurada Matilde.

BRUNO. Yo … sí … pero….

DOÑA MATILDE. ¿En fin, qué determinas?

BRUNO. Vaya … no diré nada, con tal que me dé usted esas píldoras para….

DOÑA MATILDE. ¿Y me ayudarás también?

BRUNO. Eso no, porque….

DOÑA MATILDE. Que me las trago.

BRUNO. Sí, sí, ayudaré … haré todo lo que usted quiera … pero vengan esas píldoras, repito.

DOÑA MATILDE. Qué desatino … no ves que me desarmaría si te las diera…. Lo que haré será guardarlas en donde las guardaba antes, para el caso en que intentes todavía venderme.

BRUNO. ¡Paciencia!

DOÑA MATILDE. Ahora paso a decirte lo que exijo de ti, y es que si papá viene a esta sala, en tanto que yo entro en mi cuarto a recoger algunas frioleras, trates de alejarle de aquí con cualquier pretexto.

BRUNO (aparte). Ojalá viniera.

DOÑA MATILDE. Que cuides de que no haya luz….

BRUNO. En soplando las que están encendidas….

DOÑA MATILDE. Y que la reja esté abierta para cuando yo vuelva.

BRUNO. Si sé donde puse la llave, que me….

DOÑA MATILDE. Ya la encontrarás … no se te olvide nada … ¿lo entiendes? y yo me voy a lo que dije … cuidado que es menester que una mujer tenga cabeza para atar tantos cabos.

ESCENA V
BRUNO


BRUNO. Más cabeza se necesita para desatarlos … y a fe que la mía no acierta el cómo … ello sin las malditas píldoras … bastaba con que yo cantara de plano … pero si la chica … que se ha echado el alma atrás … lo sospecha y en un abrir y cerrar de ojos … zas … se engulle media docena de los tales confites … ¡vea usted entonces qué desgracia!… qué sentimiento para todos!… y que es capaz de hacerlo lo mismo que lo dice … sí, señor, lo mismo, porque hay mujeres que por salirse con lo que se les pone entre ceja y ceja comerán … no digo yo rejalgar, sino … ¿por otra parte puedo yo callarle a mi pobre amo una cosa que tanto le interesa? que tanto interesa al honor de la familia … imposible … y mucho más cuando quizá su merced encontraría algún medio término … alguna estratagema … calle, ¡una palmada junto a nuestra reja! ¡otra! si pudiera atisbar … ¡San Bruno y qué suspiro! ¡suspiro de alma de pena!… ¡tercer palmada!… si será nuestro perillán…. (Se asoma a la ventana y habla con D. Eduardo, que está en la calle) cabalito … él es … cé, cé, D. Eduardo … soy yo … el mismo que viste y calza … ¿eh? no, no está todavía aquí … tenga usted un poco de paciencia … en efecto van a dar las ocho y media … ya veo que es una pistola lo que usted me enseña … ésta es otra que bien baila: que se levantará la tapa de los sesos si al dar la campanada de la media no está ya doña Matilde en la calle ¡qué diablura! Diga usted, D. Eduardo … diga usted … sí, se marchó renegando a la esquina opuesta … pues por Dios … que estamos frescos … veneno por aquí … pistoletazo por allá, y a todo esto el amo metido en su aposento….

ESCENA VI
DON PEDRO Y DICHO


DON PEDRO (aparte). Necesito no descuidarme si he de llegar a tiempo de ponerme junto a un confesonario sin que me vean….

BRUNO. ¡Ah! ¡Señor D. Pedro de mi vida!… ¡algún ángel le ha traído a usted tan a punto!

DON PEDRO. No me entretengas, Bruno, que estoy muy de prisa.

BRUNO. Dos palabras tan sólo.

DON PEDRO. Ni media.

BRUNO. Sepa usted….

DON PEDRO. No quiero saber nada, déjame.

BRUNO. Que la señorita….

DON PEDRO. Ya me lo dirás cuando vuelva … suelta.

BRUNO. Es que cuando usted vuelva ya no quedará mucho que decir, porque doña Matilde….

DON PEDRO. Suelta, suelta, o vive Dios….

BRUNO. Ya suelto, pero luego no se queje usted….

DON PEDRO. Luego me las pagará todas juntas el que haya contribuído a ofenderme.

BRUNO. ¡Oídos que tal oyen!

DON PEDRO. Y para eso hice afilar el otro día mi espadín de acero.

BRUNO. Y por eso cabalmente quiero yo hablar ahora, y contar a usted….

DON PEDRO. Calla.

BRUNO. Pero si no me deja usted hablar, ¿cómo quiere usted…?

DON PEDRO. Calla, y hasta después que ajustaremos cuentas…. (Aparte)
Pobre Bruno, no le queda mal susto en el cuerpo.


ESCENA VII
BRUNO, Y DESPUÉS DOÑA MATILDE


BRUNO. ¡No sabía yo lo de la afiladura del espadín! Con esto, y con que después se le antoje el que yo tuve arte o parte en el negocio … y me atraviese como un palomino…. Dígole a usted que … vamos, por más que lo miro y lo remiro … no hay escapatoria … tiene que acabar la tragedia … porque a la altura en que estamos … es claro que o se matan ellos o los mata D. Pedro, o me mata éste a mí … o se mata él … o nos morimos todos de pesadumbre … lo dicho … tiene que haber muertes … tiene que haberlas necesariamente … a menos que un milagro….

DOÑA MATILDE. ¿Salió mi padre?

BRUNO (aparte). Adiós con mi dinero … ya está aquí doña Matilde.

DOÑA MATILDE. ¿No me respondes si salió mi padre?

BRUNO. Salió, y como un rehilete … no sé yo lo que podía urgirle tanto … pero … ¿qué hace usted?…

DOÑA MATILDE. Lo que tú has olvidado … apagar las velas….

BRUNO. ¿Que es de rigor en tales aventuras el andar a tientas?

DOÑA MATILDE. Es prudencia por lo menos para evitar el que la vecina de enfrente fisgonee lo que va a pasar en este cuarto.

BRUNO. ¡Ay! (Dase con la cabeza contra la pared)

DOÑA MATILDE. ¿Qué es eso?

BRUNO. No es cosa, un chichón que debo a la vecina de enfrente.

DOÑA MATILDE. ¡Y todavía no has abierto la reja!

BRUNO. ¿Para qué? ¿Si se ha de ir usted al cabo, no vale más el que se salga usted por la puerta?

DOÑA MATILDE. No lo creas … eso cualquiera lo haría … y es también menos dramático.

BRUNO. ¿Menos qué?

DOÑA MATILDE. Vaya, despáchate en abrir la reja … mira que creo que ya ha dado la media.

BRUNO. ¿Qué había de dar? no, señora … ni por pienso…. Dios nos libre de que hubiera dado.

DOÑA MATILDE. ¿No abres?

BRUNO. Aquí tengo la llave; pero antes reflexione usted, hija mía, la pesadumbre que va usted a dar a su padre con este escándalo … y lo que….

DOÑA MATILDE. ¿Oyes ahora la media?

BRUNO. Virgen del Tremedal…. (Corriendo a la ventana) ¡Allá va, allá va!… (Gritando a don Eduardo)

DOÑA MATILDE. ¡Cómo! ¿A quién gritas?

BRUNO. Nada, nada.

DOÑA MATILDE. ¡Ah traidor! ya te entiendo … pero antes que vengan a sorprendernos apelaré a mi último recurso. (Hace como que saca las píldoras)

BRUNO. Tenga usted el brazo; (Corriendo a doña Matilde) tire usted esas píldoras, que es a D. Eduardo a quien yo avisaba…. (Vuelve a la ventana) Allá va, allá va…. Repito que es D. Eduardo a quien yo…. (Vuelve a doña Matilde) ¡ay qué sudor frío me ha entrado!

DOÑA MATILDE. ¿Pues por qué no me decías que D. Eduardo estaba ya esperándome?

BRUNO. Porque … porque … bueno estoy yo ahora para decir el porqué de nada, y si me sangraran….

DOÑA MATILDE. En suma, ¿quieres o no quieres abrir la reja?

BRUNO. En este instante…. (Aparte) Empecemos al menos por salvar dos vidas … ¡qué premiosa está!

DOÑA MATILDE. Pon luego una silla.

BRUNO. Pongo una silla.

DOÑA MATILDE. ¿Y está ya D. Eduardo?

BRUNO. Le estoy tocando con la mano la copa del sombrero.

DOÑA MATILDE. Entonces … ¿dónde dejaré la carta para papá?… y muy contenta que estoy con ella … ¡oh! me ha salido muy tierna y muy respetuosa … mucho más tierna que la de Clari en la ópera … aquí la pondré sobre la mesa … ahora vamos … no; me falta todavía que implorar al cielo, y rogar también por mi padre. (Se pone de rodillas)

BRUNO. ¡Si la tocará Dios en el corazón!

DOÑA MATILDE. Ahora quiero besar la poltrona (Se levanta) en que duerme papá la siesta … la mesa … la jaula de la cotorra … adiós, muebles queridos … adiós, paredes que me guarecisteis durante mis primeros … mis más dichosos años … y que quizá no volveré a ver más … dame la mano, Bruno … adiós, Bruno … que seas feliz … que me vengas a ver … ¡ay, que me caigo!…

BRUNO. No tenga usted cuidado … y déjese usted ir … ¡maldito alfiler!

DOÑA MATILDE. Que consueles a mi padre.

BRUNO. A buena hora, mangas verdes … téngala usted, D. Eduardo … así … ya llegó al suelo … y corren como gamos … y ya llegan a la iglesia … y ya entran y … Dios los haga buenos casados … quitémonos ahora de la reja … cerrémosla … y cuidemos antes de todo de esconder el espadín de acero.

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA
DOÑA MATILDE Y DON EDUARDO

DOÑA MATILDE. ¡Lo que tarda en encenderse esta lumbre!

DON EDUARDO. Si no soplas derecho.

DOÑA MATILDE. Será culpa del fuelle.

DON EDUARDO. Mira cómo se va el aire por los lados.

DOÑA MATILDE. ¡Ay! que no puedo más.

DON EDUARDO. Vaya, se conoce que éste es el primer brasero que enciendes en tu vida … dame, dame el fuelle.

DOÑA MATILDE. Tómale enhorabuena … y despáchate, por Dios, que me siento muy débil.

DON EDUARDO. Ya lo creo; no cenaste anoche.

DOÑA MATILDE. ¡Qué descuido el tuyo!… no tener siquiera un bocado de pan en casa.

DON EDUARDO. Como nunca tienes apetito en semejantes días….

DOÑA MATILDE. Ya, pero … ¿y tú?

DON EDUARDO. Oh, lo que es por mí no te inquietes, y si no te enfadaras te confesaría….

DOÑA MATILDE. ¿Qué?

DON EDUARDO. Que por lo que podía tronar, me forré el estómago con un buen par de chuletas antes de ir a buscarte.

DOÑA MATILDE. ¡Pues estuvo bueno el chiste!

DON EDUARDO. Ya pienso que puedes arrimar la chocolatera al fuego.

DOÑA MATILDE. ¡Y qué enorme armatoste!

DON EDUARDO. ¿Sabrás hacer chocolate?

DOÑA MATILDE. Creo que se echa primero el chocolate partido a pedazos….

DON EDUARDO. No me parece que es eso….

DOÑA MATILDE. Entonces echaré primero el agua….

DON EDUARDO. Tampoco.

DOÑA MATILDE. Pues no hay más que echar las dos cosas a un tiempo.

DON EDUARDO. Dices bien … y una onza entera, otra partida … así no podemos errarla de mucho … pon más agua.

DOÑA MATILDE. ¡Si le he puesto cerca de un cuartillo!

DON EDUARDO. Y ¿qué es un cuartillo para dos jícaras?… llena la chocolatera, llénala.

DOÑA MATILDE. ¡Hombre!

DON EDUARDO. Llénala, y no empecemos con economías.

DOÑA MATILDE. Ya lo está.

DON EDUARDO. Divinamente; y volviendo a lo de anoche, ¿creerás, Matilde, que todavía me río al recordar lo asustada que estabas durante la ceremonia?

DOÑA MATILDE. Pues mira, mayor fué, si cabe, mi congoja al subir esta eterna escalera a tientas, al tardar diez minutos en acertar con el agujero de la llave, al encontrarme después sola y sin luz en este aposento desconocido y frío, sin atreverme a dar un paso por no tropezar con algún mueble, hasta que volviste con el candelero que te prestó la vecina.

DON EDUARDO. ¡Bendita vecina!… por ella nos escapamos anoche sin un chichón cada uno cuando menos, y a fe que hubiera sido de mal agüero.

DOÑA MATILDE. Ya empieza a hervir el agua.

DON EDUARDO. Y también deduzco del gesto que hiciste involuntariamente al entrar yo con la luz y recorrer tú con la vista el cuarto en que te hallabas, que te sorprendió en gran manera su pelaje.

DOÑA MATILDE. ¡Qué disparate!

DON EDUARDO. Vaya, la verdad. ¿No esperabas hallar otra cosa?

DOÑA MATILDE. ¡Oh! lo que es eso….

DON EDUARDO. ¿No esperabas el que los muebles, aunque pocos y sin embutidos, fueran siquiera de caoba y nuevos? el que hubiera cortinas de muselina blanca, aunque sin guarniciones ni flecos?

DOÑA MATILDE. No, eso no … ya sé yo que la caoba y la muselina no se han hecho para casas pobres … pero hay muebles bastante bonitos de cerezo o de nogal … hay cortinas muy baratas de percal o de zaraza … y si juntas a eso unas paredes recién blanqueadas, unos pisos muy fregados, unas ventanas con sus correspondientes tiestos de flores, y otras bagatelas semejantes que cuestan poco o nada, resultará de todo cierta elegancia en la misma pobreza, que….

DON EDUARDO. Dime, Matilde, ¿has entrado en muchas casas pobres?

DOÑA MATILDE. En la de la vieja de la Alameda….

DON EDUARDO. Ya me lo sospechaba yo….

DOÑA MATILDE. Y además he leído mil descripciones muy verídicas, y por ellas….

DON EDUARDO. ¡Que se va el chocolate!

DOÑA MATILDE. ¿Qué dices?

DON EDUARDO. Quítalo presto de la lumbre.

DOÑA MATILDE. ¡Ay!

DON EDUARDO. ¿Te quemaste?

DOÑA MATILDE. Todo el dedo meñique.

DON EDUARDO. ¡Qué desgracia!

DOÑA MATILDE. No es eso lo peor, sino que como me dolía solté la chocolatera, y….

DON EDUARDO. ¿Y se habrá apagado el fuego?

DOÑA MATILDE. Completamente.

DON EDUARDO. ¡Cómo ha de ser! En encendiéndola otra vez….

DOÑA MATILDE. ¡Otra vez!

DON EDUARDO. Aquí tengo las dos onzas restantes….

DOÑA MATILDE. ¡Pero eso de soplar otra hora y media!…

DON EDUARDO. ¿Qué remedio tiene? a menos que no prefieras el que cada cual se coma cruda la onza que le corresponde….

DOÑA MATILDE. Ello todo es chocolate.

DON EDUARDO. Y en bebiendo luego un buen vaso de agua….

DOÑA MATILDE. Así tendremos también más lugar para hablar de nuestras cosas.

DON EDUARDO. Para establecer desde luego nuestro método de vida.

DOÑA MATILDE. Y el empleo de las horas del día. Ea, pues, venga mi onza, y sentémonos.

DON EDUARDO. Tómala, y sentémonos … ¿en qué piensas?

DOÑA MATILDE. En nada … en que papá estará ahora desayunándose, y….

DON EDUARDO. También nosotros … más frugalmente … pero….

DOÑA MATILDE. ¡Oh! lo que es por eso … en estando a tu lado … y la ventaja de no tener criados que nos murmuren, ni sibaritas que nos importunen con sus visitas….

DON EDUARDO. ¿Qué habíamos de tener?

DOÑA MATILDE. Disfrutando en cambio de independencia y de tranquilidad.

DON EDUARDO. Por supuesto.

DOÑA MATILDE. Y esto de vivir tranquilos, Eduardo, esto de que nadie venga a desencantarnos con su odiosa presencia en uno de aquellos momentos deliciosos.

DON EDUARDO. ¡Calla! ¿Llamaron?

DOÑA MATILDE. Creo que sí.

DON EDUARDO. Habla bajo.

DOÑA MATILDE. Pero que….

DON EDUARDO. Más bajo.

DOÑA MATILDE. ¿Quieres que abra?

DON EDUARDO. No, no … pero ve de puntillas, y mira si por la rendija puedes atisbar quién es.

DOÑA MATILDE. Voy … es un viejecito barrigoncito, con calzones de pana y medias rayadas.

DON EDUARDO. ¡Él es!

DOÑA MATILDE. ¿Quién dices?

DON EDUARDO. El diablo.

DOÑA MATILDE. ¡Jesús mil veces!

DON EDUARDO. O el casero, que es lo mismo … ¿dónde me esconderé?

DOÑA MATILDE. ¡Esconderte!

DON EDUARDO. Allí … debajo de la cama … y tú abre luego, y dile que he salido muy temprano, y que no volveré hasta la noche.

DOÑA MATILDE. Eduardo….

DON EDUARDO. Abre ya … antes que nos rompa la puerta. (Al meterse debajo de la cama)

DOÑA MATILDE. Pero, Eduardo, no entiendo….

DON EDUARDO. Abre, abre. (Se mete enteramente)

DOÑA MATILDE. ¡Dios mío! ¿Qué querrá decir esto?

ESCENA II
EL CASERO Y DICHOS


CASERO. ¡Vaya, y qué dormida estaba usted!

DOÑA MATILDE. No señor, sino que….

CASERO. ¿Y el Sr. D. Eduardo?

DOÑA MATILDE. Acaba de salir….

CASERO. ¡Calle! ¡Y me había prometido que me pagaría por la mañana el mes adelantado!

DOÑA MATILDE. Es que….

CASERO. ¡Mal principio … muy malo, a fe mía! ¿Y cuando estará de vuelta?

DOÑA MATILDE. Me dijo que volvería al anochecer y que luego….

CASERO. ¡Al anochecer!… Salir en un día de tornaboda a las ocho de la mañana y no volver hasta el anochecer, dígole a usted que no me da buena espina.

DOÑA MATILDE. Puede que vuelva más pronto, y….

CASERO. Pues no crea que a mí me ha de traer como a un zarandillo … y lo que son los trastos no valen ni treinta reales.

DOÑA MATILDE. Caballero, mi marido es incapaz de….

CASERO. ¡De pagar a su casero, eh?

DOÑA MATILDE. No digo eso, sino que aunque somos pobres somos personas de honor, y que….

CASERO. Sí, sí, personas de honor sin dinero … eso es lo que yo me temía … y ésos son los peores inquilinos.

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Qué insolencia!

CASERO. Pero repito que no se juega conmigo … dígaselo usted así, y que si esta noche no me baja los tres duros, mañana pongo a ustedes en la calle con todos sus cachivaches….

ESCENA III
DOÑA MATILDE Y DON EDUARDO


DOÑA MATILDE. ¿Tratar de ese modo a una señora?

DON EDUARDO. ¡Matilde! ¿Se fué ya? (Asomando la cabeza)

DOÑA MATILDE. Ya se fué.

DON EDUARDO. Pues entonces prosigue aquello que decías (Saliendo de debajo de la cama), de que era gran cosa el poder vivir tranquilos y sin que nadie….

DOÑA MATILDE. Sí, buena es la tranquilidad que vamos disfrutando por cierto.

DON EDUARDO. ¡Toma, ya te desanimas!

DOÑA MATILDE. No, pero sí extraño cómo has tenido paciencia para oír tanta grosería.

DON EDUARDO. En efecto, merecía el gran vinagre que le hubiera tirado los tres duros a la cabeza.

DOÑA MATILDE. Y ¿por qué no lo has hecho?

DON EDUARDO. En primer lugar porque no tenía los tres duros.

DOÑA MATILDE. Podías haberle castigado de otro modo.

DON EDUARDO. No, hija, que para castigar con dignidad a un acreedor que se insolenta hay siempre que empezar por pagarle.

DOÑA MATILDE. ¡Siempre!

DON EDUARDO. ¿No ves que si no, se puede creer que uno ha querido zafarse a un mismo tiempo del acreedor y de la deuda?

ESCENA IV
LA VECINA Y DICHOS


VECINA. Buenos días, vecinita … ¿qué tal se ha dormido?…. ¿Oyeron ustedes los truenos a eso de las cuatro?… La encajera que vive en la guardilla dice que ha caído un rayo en Santa Bárbara … pero yo no lo creo … porque basta que la encajera diga una cosa para que yo no la crea….

DOÑA MATILDE. Nosotros no hemos oído….

VECINA. Ya lo supongo … ¿qué habían ustedes de oír?… si es una grandísima embustera … muy tonta y muy presumida … sin que yo sepa en qué se funda … porque al cabo, ¿qué ha sido antes de casarse? ¿doncella en casa de un consejero? Y bien, también yo he sido doncella, si vamos a eso … en casa de un covachuelista … y un consejero y un covachuelo allá se van … los dos tienen usía … conque diga usted, vecina, ¿acabó usted con mi candelero?

DOÑA MATILDE. Sí, señora, aquí está … y muchas gracias….

VECINA. Jesús, señora, no hay de qué … entre vecinas y amigas hoy por ti, mañana por mí … ¡y nosotras que vamos a ser tan amigas!… como que vivimos en el mismo piso … porque aquí en esta casa, como en todas, con el vecino de al lado es con quien se trata … y nadie quiere bajarse … ni subir escaleras … muy bien hecho … cada oveja con su pareja … la marquesa con el canónigo en el piso principal … en el segundo, el abogado con el comerciante … en el tercero, el agente de negocios con la viuda del coronel … así en los demás pisos … por eso también nadie trata con la encajera … verdad es que no hay más guardilla que la suya … y luego ya le dije a usted que es muy necia y muy vana…. Pero voyme corriendo, que dejé la sartén a la lumbre, no sea que se me queme la salchicha … porque ha de saber usted que mi marido almuerza todos los días salchicha. (A don Eduardo)

DON EDUARDO. ¡Hola!

VECINA. Como usted lo oye … y a fe que lo acierta … para eso es casi un empleado … con siete reales y lo que cae … guarda de a caballo, para servir a usted y a Dios…. Ea, quédense ustedes con él.

DON EDUARDO. ¿Con su marido de usted?

VECINA. No señor, con Dios … decía que se quedasen ustedes con Dios … vaya, que según veo me parece usted pieza…. Ah, vecina, se me olvidaba, ¿necesita usted de una lavandera?

DOÑA MATILDE. Precisamente iba yo….

DON EDUARDO. Di que no. (Bajo a Doña Matilde)

DOÑA MATILDE. No, señora, ya tenemos una….

VECINA. Lo siento, porque mi hermana lava muy bien … como que lava a todas las colegialas de Loreto … y si no fuera por cierta desgracia que tuvo … ya se lo contaré a usted otro día … porque ahora estoy de prisa … agur … ¿pues no me huele a salchicha quemada?

ESCENA V
DOÑA MATILDE Y DON EDUARDO


DON EDUARDO. ¡Qué taravilla!

DOÑA MATILDE. Y ¡qué mujer tan ordinaria!

DON EDUARDO. ¡Así hablas de tu amiga! (Sonriéndose)

DOÑA MATILDE. ¡Pobre de mí si no tuviera otras amigas!

DON EDUARDO. ¿Cuáles? (Sonriéndose)

DOÑA MATILDE. Toma, las mismas que tenía antes de ayer.

DON EDUARDO. ¿Viven todas ellas en quinto piso? (Sonriéndose)

DOÑA MATILDE. ¿Qué sabe esa mujer lo que dice? Amigas tengo yo, con quienes me he criado en las Salesas, que si me vieran pidiendo limosna….

DON EDUARDO. Te la darían quizá. (Sonriéndose)

DOÑA MATILDE. Se gloriarían entonces de llamarse tales, más que si me vieran habitando en palacios de cristal.

DON EDUARDO. O, lo que es lo mismo, en casa de un vidriero.

DOÑA MATILDE. Ya, si no crees tampoco en aquellas amistades que se engendran en la edad preciosa….

DON EDUARDO. En que no se sabe todavía lo que se quiere.

DOÑA MATILDE. ¡Qué terrible estás, Eduardo!

DON EDUARDO. ¿Pero no conoces que te estoy embromando? ¿De otro modo pudiera yo contradecirte en materias tan evidentes?

DOÑA MATILDE. Eso era lo que me confundía … pero ahora que me acuerdo … ¿por qué me hiciste responder a la vecina que no necesitábamos de su lavandera?

DON EDUARDO. Porque como no nos había de lavar de balde….

DOÑA MATILDE. Alguien ha de lavar lo que emporquemos, sin embargo.

DON EDUARDO. Preciso … pero lo harás tú.

DOÑA MATILDE. ¡Yo!

DON EDUARDO. ¿Quién quieres que lo haga en tanto que no tengamos con qué pagar a otra mujer?

DOÑA MATILDE. ¡Y se me llenarán de grietas!

DON EDUARDO. Como que no hay cosa peor que el jabón y el agua caliente … mas puedes estar segura, Matilde mía, que con la misma ilusión con que tu Eduardo te besa ahora esta mano tan suave y blanca, con la misma te la besará cuando la tengas áspera como una lija y colorada como un tomate.

DOÑA MATILDE. No lo dudo, Eduardo; pero … pero ello de todos modos es muy desagradable … ¡y mi pobre papá que tenía tanta vanidad con mis manos!… ¿Qué buscas?

DON EDUARDO. Di, Matilde, ¿has visto por ahí algún cepillo?

DOÑA MATILDE. ¿Para qué?

DON EDUARDO. Quisiera cepillarme un poco, antes de salir porque el polvillo del carbón….

DOÑA MATILDE. ¿Que vas a salir?

DON EDUARDO. Ya te dije que el apoderado de mi tío, que es escribano del consejo, me ha ofrecido emplearme en su despacho como copiante … cuando tenga que copiar, se entiende … y voy a ver si me adelanta cien reales, a cuenta de mis futuros garabatos, para pagar el casero y para ir viviendo.

DOÑA MATILDE. Y ¿qué me he de hacer yo entretanto, sin libros, sin piano…?

DON EDUARDO. En efecto, no tienes hoy mucho que trabajar….

DOÑA MATILDE. ¡En que trabajar!

DON EDUARDO. Sólo levantar la cama, barrer el cuarto, y … pero, lo que es desde mañana, ya me dirás si te queda tiempo para fastidiarte.

DOÑA MATILDE. ¿También tendré que barrer mañana?

DON EDUARDO. Todos los días, ¡a ti que te gusta tanto la limpieza! y tendrás asimismo que guisar, fregar, jabonar, planchar, coser, remendar, y hacer en fin, todo aquello que hace una mujer casada sin criada.

DOÑA MATILDE. Ay, Eduardo, ¿sabes que es dinero muy bien gastado el de los salarios?

DON EDUARDO. ¿Quién dice que el dinero no sirve alguna vez de algo? pero no muy a menudo … y si uno va a considerar todos sus inconvenientes ¿crees tú que … no son éstas que dan las nueve? ¡Cáspita y qué tarde!… Con esto y con que haya salido ya mi escribano, nos quedemos también sin comer…. Adiós vida mía, abrázame.

DOÑA MATILDE. Anda con Dios.

DON EDUARDO. ¡Otro abrazo … otro … es tanto lo que te quiero! Adiós.

ESCENA VI
DOÑA MATILDE


DOÑA MATILDE. Ay, no sé lo que tengo … pero … no, no me siento muy buena…. ¡Ay! ¡Si se pudiera lavar con guantes de encerado! ¡Qué se ha de poder! ¡Luego cásese usted para estar todo el día sola! ¡Paciencia¡ ¡Picaros autores! dejarse precisamente en el tintero lo que las pobres habían tenido que trabajar entre sus cuatro paredes!… y ello ninguna tenía criada … como yo … y habían tenido todas que empezar cada mañana por levantar sus camas … como yo voy a levantar la mía … porque si yo no la levanto … vamos allá … ¡aquella Juana si que despachaba en casa todas estas cosas en un santiamén! como que estaba acostumbrada … y yo desgraciadamente no lo estoy…. ¡Lo que pesa el colchón! (Lo pone en el suelo) ¡Pues el jergón!… (Ídem) ¡Ay, descansemos un poco! (Se sienta sobre uno de ellos)

ESCENA VII
LA MARQUESA Y DICHA


MARQUESA. ¿Vive en este cuarto una mujer que lava encajes?… Pero ¿qué ven mis ojos? ¡Matilde!

DOÑA MATILDE. ¡Clementina!

MARQUESA. ¡Tú aquí!

DOÑA MATILDE. ¡Oh! ¡qué gusto tengo en verte!

MARQUESA. ¡Y yo!… Pero ¿qué haces en este desván?

DOÑA MATILDE. Ya te diré … es que … ¿y tú, estás todavía en las
Salesas?


MARQUESA. Qué, si me casé hace cinco meses, y vivo precisamente en el cuarto principal de esta misma casa.

DOÑA MATILDE. Cuánto me alegro … así estaremos todo el día juntas y … pues me habían dicho que era una marquesa la que….

MARQUESA. Ésa soy yo.

DOÑA MATILDE. Entonces no te has casado con aquel cadete de Algarbe….

MARQUESA. Qué disparate; una cosa es hacer telégrafos por entre las ventanas, y otra cosa es casarse.

DOÑA MATILDE. Pero supongo que siempre te habrás casado enamorada de tu marido.

MARQUESA. No lo creas … ni le ví hasta que todo estaba tratado y firmado.

DOÑA MATILDE. ¿Y eres dichosa?

MARQUESA. Así, así … tengo coche … dos mil reales al mes de alfileres … y en cuanto a mi marido … es como todos los maridos, ni feo, ni bonito, ni … tu suerte, Matilde, es la que no me parece muy envidiable.

DOÑA MATILDE. Al contrario … ayer me casé con el hombre que adoraba.

MARQUESA. ¡Calla! ¿Serías tú acaso la novia que estuvo a pique de acostarse anoche a oscuras?

DOÑA MATILDE. Verdad es que….

MARQUESA. ¡Ja, ja!… y que no tuvo que cenar…. (Riéndose) ¡ja, ja!… Vaya, quién me hubiera dicho cuando las criadas me contaban al desnudarme tu fracaso, ¡ja, ja!…

DOÑA MATILDE. ¡Clementina!

MARQUESA. Perdona, Matilde; pero es un lance tan gracioso … ¡ja, ja!… ¡tan inesperado!

DOÑA MATILDE. Inesperado no; y acuérdate que siempre te juré que no me casaría sino a gusto mío, y con quien no tuviera nada.

MARQUESA. Sí, es cierto … también yo lo juré, si mal no me acuerdo, y ya ves cómo lo he cumplido … ¡pobre Matilde!

DOÑA MATILDE. ¡Me compadeces!

MARQUESA. Criada con tanto regalo, y obligada ahora a tener que ganar tu vida, cosiendo o bordando, o … porque algo tendrás que hacer para ayudar a tu marido … que por su parte también trabajará sin duda….

DOÑA MATILDE. Un escribano le ha dicho que le dará que copiar … cuando tenga.

MARQUESA. Pues … a dos reales el pliego … y tres o cuatro pliegos al día en escribiendo corrido … buena ocupación, por vida mía … pero dime, y tu padre ¿está furioso, eh?

DOÑA MATILDE. Ya ves, habiéndome casado sin su consentimiento….

MARQUESA. Y tiene mucha razón … ningún padre puede aprobar el que su hija se case con un perdulario.

DOÑA MATILDE. ¡Perdulario mi Eduardo! ¡Y se ha dejado desheredar de diez mil ducados de renta a trueque de casarse conmigo!

MARQUESA. Entonces tu Eduardo es un loco de atar, porque….

DOÑA MATILDE. Basta Clementina … tu marquesado no te autoriza para que me insultes porque me ves ahora pobre … y mucho más cuando nada pienso pedirte.

MARQUESA. Harás muy mal … que si no se pide a las amigas cuando no se tiene que llevar a la boca, no sé yo cuándo se ha de pedir … y yo lo he sido tuya, Matilde … no de las íntimas … pero … pero siempre te he querido bien … ya lo sabes … y te lo voy a probar ahora mismo … allí tengo en casa cuatro docenas de camisas de batista sin hacer del agua, y te las enviaré….

DOÑA MATILDE. No, Clementina, mil gracias, pero….

MARQUESA. Sí, te las enviaré … para que las bordes … y para que … lo que había de ganar otra … tú bordabas muy bien….

DOÑA MATILDE (aparte). ¡Qué humillación!

ESCENA VIII
LA VECINA Y DICHAS
VECINA. Vecinita, perdone usted que me entre así de rondón … como la puerta estaba abierta … y como somos uña y carne quería enseñar a usted cierta cosa … ¡mas oiga! si tendré telarañas … ¡su señoría la marquesa aquí! ¡Subir una marquesa ocho tramos de escalera!

MARQUESA. ¿Quién es esta buena mujer? (A doña Matilde)

DOÑA MATILDE. Es una vecina que….

VECINA. Soy la Nicolasa, señora … la mujer del guarda de a caballo … que vive en ese otro cuarto … ya se ve … su señoría no se acordará de mí … porque nunca me ha visto … o por mejor decir nunca me ha mirado a la cara, cuando me ha encontrado al subir o bajar del coche … aunque yo saludo siempre … pero doña Manuela la doncella me conoce muy bien … y le habrá hablado de mí a su señoría … toma si le habrá hablado muchas veces … como que por ella me tomó su señoría el otro día aquella pieza de batista.

MARQUESA. ¡Ah! ya caigo … usted es la que suele proporcionar ropa y géneros de lance.

VECINA. Cabalito … como mi marido es guarda….

MARQUESA. ¿Y tiene usted ahora algo de nuevo?

VECINA. Sí, señora, y de bueno … a eso venía, a enseñar a la vecinita un corte de vestido de punto de Flandes … como es recién casada … y como nada cuesta el ver … pero, con permiso de su señoría, cerraré la puerta … no sea que la encajera lo olfatee y vaya con el chisme … porque la tal encajera es capaz de todo … y si yo fuera a contar….

MARQUESA. No, no, mejor será que veamos ese corte.

VECINA. Aquí está … ¡cosa superior! y por un pedazo de pan … ochocientos reales … ni un ochavo menos.

DOÑA MATILDE. ¡Qué bonito!

MARQUESA. ¡Precioso!

DOÑA MATILDE. Y qué punto tan igual.

MARQUESA. ¿Y la cenefa?… también es de mucho gusto.

DOÑA MATILDE. Y de las más anchas … sobresaldrá mucho sobre un viso caña … ¿no te parece?

MARQUESA. En efecto, y me irá muy bien como tengo bastante color … y luego como tú … en tus circunstancias, no puedes soñar en comprarlo….

VECINA. ¡Oh! es caro bocado para un estudiante.

MARQUESA. No te debe importar el que yo lo tome … y que al fin lo tomaré … ¿qué he de hacer? son tentaciones que….

VECINA. ¿Y para qué es el dinero, señora, si no para gastar?… como dijo el otro … y Dios le dé a su señoría mucho … porque lo sabe emplear, y porque no regatea … como otras usías de medio pelo que conozco yo, y que….

MARQUESA. Así, Nicolasa, baje usted y le haré dar los cuarenta duros … adiós, Matilde, ya nos veremos … ya te avisaré alguna vez cuando esté sola … y diré que te suban entretanto las camisas.

DOÑA MATILDE. No, Clementina, no … te lo agradezco … pero no tengo tiempo ahora.

MARQUESA. Como quieras … por ti lo hacía … mas si lo tienes a menos…. ¡Pobrecilla, me da mucha lástima! (A la vecina) Ella siempre fué un poco tiesa … pero ya amansará, ya amansará….

ESCENA IX
DOÑA MATILDE, Y LUEGO BRUNO


DOÑA MATILDE. ¿Sueño por ventura? ¡Es ésta aquella Clementina tan sentimental, de cuya amistad estaba yo tan segura! ¡Cómo me ha tratado con su aire de protección!… ¡peor que el casero con su grosería! y compró el vestido sólo por darme en ojos … porque vió que me gustaba, y que … ¡ah si yo hubiera tenido ochocientos reales! Sí, ¡cuándo volveré yo a tener ochocientos reales! Lo que tendré serán trabajos … y humillaciones … y jabonaduras … ¡ah Eduardo! mucho te quiero, muchísimo, pero si hubiera sabido….

BRUNO. ¡Señorita!

DOÑA MATILDE. ¡Bruno! (Corre a abrazarle)

BRUNO. ¡Pobrecita mía! Metida en esta pocilga.

DOÑA MATILDE. ¿Y papá? ¿Cómo está papá? Pobre papá, cómo le he ofendido.

BRUNO. Está bueno … no tenga usted cuidado … y él es quien me ha dicho donde vivían ustedes.

DOÑA MATILDE. ¡Papá! ¿Pues cómo sabía…?

BRUNO. Qué sé yo … algún duende … lo cierto es que ahora me llamó, y me dijo que le siguiera hasta aquí … que subiera sólo … y que le avisara si D. Eduardo estaba fuera de casa, para que su merced entonces….

DOÑA MATILDE. ¡De veras? ¿Será posible que me quiera ver?

BRUNO. Si estaba desde anoche como si tuviera hormiguillo … y aunque no descosía sus labios, se le conocía a la legua que … pero voy a abrirle.

DOÑA MATILDE. Sí, corre, despáchate, ¿adonde vas? por allí está la escalera.

BRUNO. No hay necesidad de que yo baje … que su merced se quedó de centinela en la puerta principal de los Basilios, y así con una seña que yo le haga desde aquella ventana con el pañuelo….

DOÑA MATILDE. Con el pañuelo no, que quizá no lo advierta … toma esta sábana….

BRUNO. Venga. (Vanse los dos a la ventana)

ESCENA X
DON EDUARDO Y DICHOS


DON EDUARDO. Apretemos otro poco el tornillo. (Al salir y aparte) ¡Maldito sea el primer escribano que pisó los consejos! ¡Negarme a mí la miseria de cien reales! (Sale ahora, tira el sombrero, y se pasea como muy agitado) Es una infamia.

DOÑA MATILDE. Válgame Dios, ¡qué es esto!… ¿qué te ha sucedido?
(Quitándose de la ventana)


DON EDUARDO. Déjame en paz … bribón … tunante. Estoy por volver, y por….

DOÑA MATILDE. Pero, Eduardo … tranquilízate por la Virgen.

DON EDUARDO. Te digo que me dejes.

DOÑA MATILDE. Mira que te va a dar algo.

DON EDUARDO. No será indigestión a buen seguro; pero, mujer, ¿qué has hecho en todo este tiempo? ¿Cómo tienes todavía así el cuarto? Vaya, que no es mala porquería.

DOÑA MATILDE. Yo … si … ay, Eduardo, ¿cómo te puedes enfadar tanto conmigo? (Llora)

DON EDUARDO. No, Matilde mía, yo no me enfado contigo … ¿cómo había yo de enfadarme contigo? Vamos, no llores … ¿quién no tiene un momento de mal humor? sobre todo cuando vuelve uno a su casa sin una blanca y….

BRUNO. Y por eso se dijo que casa donde no hay harina…. (Quitándose de la ventana)

DON EDUARDO. Calle … ¿aquí estaba Bruno?

ESCENA ÚLTIMA
DON PEDRO Y DICHOS
DON PEDRO. ¡Hija de mis entrañas!

DOÑA MATILDE. ¡Papá, papá de mi vida!… (Se quiere arrodillar)

DON PEDRO. ¿Qué haces? Levántate.

DON EDUARDO (aparte). Qué pronto ha venido este demonio de hombre.

DOÑA MATILDE. No señor, déjeme usted que le pida de rodillas que me perdone.

DON PEDRO. Todo está ya perdonado y olvidado con tal que me jures que no nos volveremos a separar en la vida.

DOÑA MATILDE. Oh, nunca, nunca.

DON PEDRO. ¿Y qué, no me abraza usted, Sr. D. Eduardo? Ea, déme usted uno bien apretado, y salgamos pronto de este camaranchón … que se me va la cabeza sólo de acordarme….

DON EDUARDO. Pero, Sr. D. Pedro, me parece que usted no ha comprendido bien a Matilde … ella se alegra, como buena hija, de que la vuelva a su gracia … pero por lo demás está muy satisfecha con su suerte, ahí donde usted la ve … y lejos de querer dejar su casa….

DON PEDRO. No; no; vivirán ustedes conmigo.

DOÑA MATILDE. Sí, sí, con usted, papá, con usted. (A su padre en voz baja)

DON EDUARDO. Y si no … con permiso de usted, Sr. D. Pedro. Oye, Matilde, (Se la lleva a un lado del teatro) ¿no es cierto que lo que a ti te acomoda es vivir tranquila en un rincón como éste, y comer conmigo un pedazo de pan y cebolla?

DOÑA MATILDE. Si la cebolla no me recordara siempre que la como … luego, Eduardo, hazte cargo … ¿podemos acaso desairar a papá cuando se muestra tan bondadoso?

DON EDUARDO. Según eso te resignarías y….

DOÑA MATILDE. ¿Qué hemos de hacer?

DON EDUARDO. El caso es que cada cual tiene su amor propio … y para mí … la verdad … no puede ser plato de gusto el entrar en tu familia como un pobretón.

DOÑA MATILDE. ¿Qué importa eso?

DON EDUARDO. A mí mucho … y se me caería la cara de vergüenza.

DOÑA MATILDE. Pero, hombre, ¿no ves que tu tío te tiene, por fuerza, que perdonar también pronto?

DON EDUARDO. Y ¿crees tú que me volverá a nombrar su heredero?

DOÑA MATILDE. Como tres y dos son cinco.

DON EDUARDO. Es que entonces tendríamos la dificultad del alguacilazgo y….

DOÑA MATILDE. Tanto mejor, es un título muy distinguido … casi tanto como maestrante.

DON PEDRO. Vaya, hijos, ¿qué sale de esta consulta?

DOÑA MATILDE. Que nos vamos con usted.

DON PEDRO. ¡Alabado sea Dios!

DON EDUARDO. Y que mi Matilde, sólo por vivir con su padre y por disfrutar a su lado de las ruines comodidades de la vida, sacrifica magnánima todos los placeres de la indigencia, que por más que digan aquellos que los han conocido sin buscarlos … ni merecerlos … tienen con todo mucho mérito a los ojos de … las jóvenes de diez y siete años que leen novelas.

Fin de la comedia


SONATA DE OTOÑO De Ingmar Bergman














SONATA DE OTOÑO
De Ingmar Bergman
                                                                         
Charlotte  
Eva  
Viktor


ViKTOR:
A veces me quedo mirando a mi mujer, sin que ella se dé cuenta. En este momento está escribiendo una carta a su madre. Hacía pocos días que nos conocíamos; ella representaba a una revista religiosa en una conferencia episcopal en Trondheim. Nos presentaron durante un almuerzo y le hablé de mi parroquia. Parecía tan interesada que me atreví a proponer que viniera una mañana, cuando la conferencia hubiese terminado. Por el camino le pregunté si quería casarse conmigo. No me contestó, pero cuando entramos a esta habitación me miró y me dijo: “Es hermosa, aquí voy a estar muy bien.” Desde entonces llevamos aquí una vida tranquila y agradable. Como es natural, Eva me habló de su vida anterior. Antes de entrar a la Universidad, se casó con un médico. Vivió con él varios años, escribió dos libros, se enfermó de tuberculosis, deshizo su compromiso y dejó Oslo para vivir en una ciudad del sur de Noruega, donde empezó a trabajar como periodista. (Busca un libro.) El primero de sus libros; me gusta mucho. Dice: “Hay que aprender a vivir, yo me ejercito todos los días. El mayor obstáculo es que no sé quién soy, voy avanzando a tientas. Si alguien llega a amarme tal como soy, tal vez me decida a contemplarme a mí misma.” (Deja de leer.) Yo debería decirle alguna vez que la amo, pero no sé decirlo de pero no encuentro las palabras para que ella me crea.


EVA:
¡Le escribí una carta a mamá! ¿Te la leo?

VIKTOR:
Vení , sentate. Espera que apague la radio y encienda las luces.

EVA:
Si querés escuchar el concierto...

VIKTOR:
Prefiero que me leas la carta.

EVA:
(Lee.) Ayer fui a la ciudad y me encontré por casualidad con Agnes. Me contó del fallecimiento de Leonardo. ¡Querida mamita! Comprendo lo terrible que debió ser para vos. Agnes me contó también que te estabas de vacaciones improvisadas entre dos giras de conciertos. Llamé a Paul y le pedí tu dirección actual. (Pausa.) ¿Te gustaría venir a Bindal a pasar con nosotros unos días? El tiempo que quieras y puedas. Para que no te asustes y digas en seguida que no, te aclaro que la rectoría es muy espaciosa. Podes tener tu propia habitación, muy independiente y con todas las comodidades. ¿No sería bueno por unas semanas dejar el hotel? Aquí ya es otoño, los abedules están amarillos y rojizos y estamos recogiendo las últimas fresas. Quedan muchos días claros y templados…

VIKTOR:
Tenemos un muy buen piano …

EVA.
Sí, Va a poder tocar todo cuanto tengas ganas, sí. Querida mamá, decime que vas a venir. Te vamos a mimar de todas las formas que te puedas imaginar. Hace tanto tiempo que no nos vemos. En octubre van a hacer siete años. Cariños de Viktor y de tu hija Eva.

(Charlotte en la puerta. Eva se da vuelta y la ve. Un momento de inmovilidad. Va hacia ella y la abraza)

EVA.
Mamita, bienvenida. Es maravilloso que estés aquí, casi no puedo creer que sea cierto. Vas a quedarte un tiempo, ¿no? Parece que pesan estas valijas. ¿Trajiste tus partituras?

CHARLOTTE:
Todas.
Qué hermosa casa.

EVA.
Cuánto me alegro; me vas a tener que dar algunas lecciones entonces. (Ríen las dos. Vuelve a abrazarla) Mamá querida, pareces cansada.

CHARLOTTE:
Sí, el viaje fue muy largo. Y los últimos días había estado cuidando a Leonardo. Tenía muchos dolores, a pesar que le ponían una inyección cada dos horas.

EVA.
Es lógico, aquí vas a descansar.

CHARLOTTE:
Frente al hospital había un edificio en construcción y constantemente se oían golpes, martillazos, taladros.

EVA.
¿Por qué no pediste que lo cambiaran de habitación?

CHARLOTTE:
Tratamos de conseguir otra habitación, pero no hubo caso. Al atardecer paraban los ruidos de la obra y podía abrir la ventana -el pobre Leonardo estaba muy nervioso porque despedía mal olor- pero afuera el calor era como una pared, no soplaba nada de viento. El último día vino un profesor, un viejo amigo de Leonardo. Le comentó que iba a un concierto de Brahms, pero que volvería cuando el concierto terminara. Después acarició la mejilla de Leonardo y se fue. La enfermera vino. Le puso una inyección a Leonardo para que pudiera dormir sin dolores. Me sugirió a mí que comiera algo -pero yo no tenía hambre, el mal olor me daba nauceas. Leonardo dormitó solo unos momentos, se despertó, me pidió que llamara a la enfermera y que saliera de la habitación. Ella volvió a entrar con otra jeringa. Salió a los pocos momentos, vino hacia mí y me dijo que Leonardo había muerto.

EVA.
(En un susurro) Dios… muchos años de amistad, mamá.

CHARLOTTE:
Dieciocho años, Eva, y vivimos juntos trece sin decirnos una palabra más alta que la otra. Él ya sabía desde hacía dos años que iba a morirse, que no tenía ninguna esperanza. Yo iba a verlo a su casa de las afueras de Nápoles siempre que podía. Charlábamos mucho, bromeábamos y tocábamos un poco de música de cámara, pero casi nunca mencionaba su enfermedad y yo no le preguntaba, no le habría gustado. Un día me miró largamente, y dijo: “El año que viene por estas fechas no voy a estar por aquí, pero siempre voy a estar a tu lado, siempre voy a pensar en vos.” (Eva le toma la mano cariñosamente) Me resultó extraño viniendo de Leonardo, aunque era un poco aficionado a los gestos teatrales. (Soltándose dulcemente)

EVA.
Es una pena enorme.

CHARLOTTE:
No voy a pretender estar muy apenada. Su muerte era tan esperada como deseada.

EVA.
Es natural que sientas como un vacío.

CHARLOTTE:
Sí, pero tampoco es cuestión de enterrarse uno mismo, ¿no? (Sonríe tristemente.) ¿Cambié mucho en estos siete años?

EVA.
No. (Mirándole el cabello) Quizás…

CHARLOTTE:
Me lo tiño porque Leonardo no quería vérmelo canoso. Pero en lo demás estoy igual, ¿o no? Este traje me lo compré en Zurich para ir cómoda mientras manejo. Lo vi en una vidriera de la Bahnhofstrasse, entré, me lo probé y me quedaba perfecto, además increíblemente barato. ¿No me queda muy bien?

EVA:
Claro, mamita, te favorece mucho. (A Viktor) ¿Porqué no subís las valijas?

CHARLOTTE:
Tendría que vaciar las valijas. ¿Me ayudas después? El viaje me produjo un terrible dolor de espalda. ¿Eva, podríamos encontrar una madera para poner algo debajo de mi colchón? Tengo que dormir sobre algo duro.

Viktor
La madera ya esta en su lugar.

EVA:
La madera ya está bajo el colchón. La pusimos anoche.

CHARLOTTE:
Maravilloso. (Se detiene.) ¿Qué ocurre, mi pequeña? Estás llorando.

EVA:
Sólo lloro porque estoy muy contenta de verte.

CHARLOTTE:
Vení, te quiero abrazar bien fuerte, como cuando eras chiquita. Dejame que te vea. ¿No adelgazaste mucho?

EVA.
Un poco en estos…

CHARLOTTE:
Pero no estás contenta. Vení, sentate acá. ¿Cómo te va todo, mi pequeña Eva?

EVA:
Me va todo bien. Muy bien.

CHARLOTTE:
¿No viven un poco aislados? ¿Qué hacen acá…?

EVA:
Tanto Viktor, como yo, trabajamos en la parroquia.

CHARLOTTE:
Ah, mirá, claro.

EVA:
Yo a veces toco en la iglesia. El mes pasado toqué toda la tarde, y le explicaba a la gente después lo que había tocado.

CHARLOTTE:
Que bien.

EVA.
Sí, estuvo muy bien.

CHARLOTTE:
Tenes que tocar para mí. Si tenés ganas, claro.

EVA:
Después lo voy a hacer con mucho gusto. (La abraza)

CHARLOTTE:
Yo di cinco conciertos en el Music Hall de Los Ángeles para colegiales. Tres mil niños cada vez. No podes imaginarte el éxito, pero terriblemente cansador.

EVA:
(Pausa) Mamá, recordás que Helena está aquí con nosotros.

CHARLOTTE:
(Pausa.) Deberías haberme escrito que estaba aquí. No está bien ponerme ante esa situación sin que yo pueda...

EVA:
Te lo escribí. No te lo recordé en la última carta porque no habrías venido.

CHARLOTTE:
Estoy segura de que habría venido de todos modos. ¿No es suficiente la muerte de Leonardo? ¿Era necesario traer hasta aquí a la pobre Lena?

EVA:
Es que Lena vive aquí desde hace dos años. Viktor y yo le preguntamos si quería vivir con nosotros. Te lo había escrito en una carta.

CHARLOTTE:
No, no me escribiste eso.

EVA.
Te lo escribí.

CHARLOTTE:
Bueno, no recibí esa carta.

EVA:
Quizás la recibiste y no la leiste.

CHARLOTTE:
(Tranquila de improviso.) Creo que esa es una acusación injusta.

EVA:
Sí, perdoname. ¡Mamita! Lena es un ser humano maravilloso, sólo que le cuesta mucho hablar, pero ya aprendí a entender lo que dice. Yo te traduzco sus palabras. Tiene tantas ganas de verte.

CHARLOTTE:
Es que no me encuentro con ánimos de verla… Al menos hoy, no.

EVA:
Cuando quieras o puedas vamos.

CHARLOTTE:
¡Dios mío! Estaba tan bien en aquel sanatorio para incurables.

EVA:
Pero yo la extrañaba.

CHARLOTTE:
¿Estás segura de que esta mejor aquí en tu casa?

EVA:
SÍ. Y yo tengo alguien a quien cuidar.

CHARLOTTE.
¿Empeoró? Quiero decir, si ha... Si está peor.

EVA:
Naturalmente, empeoró. Es propio de la enfermedad.

CHARLOTTE:
En fin, vamos a saludarla.


EVA:
¿Seguro que podés hacerlo ahora?

CHARLOTTE:
(Sonríe.) Creo que es algo muy violento, pero no puedo elegir.

EVA:
¡Mamá!

CHARLOTTE:
Siempre me costó tratar con personas que no reconocen mis motivos.

EVA:
¿Te referís a mí?

CHARLOTTE:
Tómalo como quieras. Vamos.

EVA.
No, esperá, ella quiere venir a verte.

(Sale. Charlotte estuvo marcando un número telefónico.

CHARLOTTE:
¿Paul? ¿Puede dejarle un mensaje? Charlotte, que me llame, sabe donde estoy, tiene el número, sí.
(Cuelga. Prende un cigarrillo. Eva vuelve con una silla de ruedas con Helena. Charlotte apaga su cigarrillo)


CHARLOTTE:
Lena, pequeña. Pensé mucho en vos, todos los días. Voy a darte un abrazo y un beso. Te tomo los brazos así y los pongo sobre mis hombros.

HELENA:
(Dice algo, visiblemente emocionada.)

EVA:
Helena dice que le duele la garganta y no querría contagiarte.

CHARLOTTE:
Ah, pero si a mí nunca me dieron miedo las bacterias. Hace veinte años que no me resfrío.

HELENA:
(Dice algo.)

EVA:
Dice que te quites los anteojos para que puedas verla bien.

CHARLOTTE:
Pero te veo muy bien así. (A Eva) La veo muy bien.

HELENA:
(Dice algo.)

EVA:
Quiere que le tomes la cabeza con las manos y la mires a los ojos.

CHARLOTTE:
¿Así? (Helena asiente) ¿Sabés? Estoy muy contenta de que Eva te cuide. Creía que seguías en aquel sanatorio. Pero aquí estás mucho mejor, ¿verdad?

HELENA:
Sí.

CHARLOTTE:
Ahora vamos a poder estar juntas todos estos días.

HELENA:
(Feliz.) Sí.

CHARLOTTE:
¿Te duele algo?

HELENA:
No.

CHARLOTTE:
Que hermosa blusa que tenés. Y qué hermoso tenés el pelo.

HELENA:
(Dice algo.)

EVA:
Es gracias a vos, mamá.

HELENA:
(Dice algo.)

EVA:
Pregunta por Leonardo.

CHARLOTTE:
Ah, Leonardo no pudo venir. Pero mirá lo que pensé, estoy leyendo un libro sobre la revolución francesa. Si queres, te lo puedo leer. ¿Te gustaría? Nos vamos a sentar en el porche por la tarde para leer.

HELENA:
Sí.

CHARLOTTE:
(A Eva) Eva… me entiende todo.

EVA:
Claro que puede entender, mamá.

(Helena dice algo y ríe.)

CHARLOTTE:
(Advierte que no tiene reloj) ¿Pero cómo…?

EVA:
Dice que debes estar muy cansada, que hoy no deberías hacer más esfuerzos…

CHARLOTTE:
¿No tiene un reloj?

EVA:
¡Claro que tiene! Lo tiene en su mesita de luz.

CHARLOTTE:
Toma, te regalo el mío.

HELENA:
(Dice algo.)

EVA.
Lena dice que…

CHARLOTTE:
(Se separa) Espera, entendí lo que dijo. Entendí… (Mira hacia la ventana) ¿Una mariposa en la ventana?  ¿Qué hay una mariposa en la ventana, es eso?

EVA.
(Entra Viktor. Mira a Eva) Mejor anda a descansar un rato. Helena también tiene que descansar. Mejor la llevo. (Eva sale con su hermana)

CHARLOTTE:
Sí, mejor hacer eso…

VIKTOR:
Muchas emociones para un día.

CHARLOTTE:
(Sonríe a Viktor. De pronto hacia donde se fue Eva) ¿Vamos a poder cenar todos juntos, no Eva?

VIKTOR:
No, pasa que Helena está haciendo régimen. Ya tuvo su comida principal al mediodía.
En el hospital comía demasiado.

CHARLOTTE:
Creía que seguía en el sanatorio, no sabía que estaba acá. Yo pensaba visitarla antes de irme de viaje.

ViKTOR:
Pero Eva es una excelente compañía para Helena.

CHARLOTTE:
(A Eva que vuelve) Sí, estoy contenta de que la cuides vos.
¿Cómo es eso de que no vamos a comer todos juntos?

Eva
Es que ya comió mucho al mediodía.

CHARLOTTE:
El pelo. Le comenté lo hermoso que tenía el pelo. (A Viktor)

EVA:
Si, dijo que era en honor a mamá.

CHARLOTTE:
Dijo que era para mí! Le dije también que estaba leyendo un libro. Me entendía todo.

EVA:
Es que puede entender, mamá.

CHARLOTTE:
Me gustaría mucho llevarla a pasear en el coche. Puedo, ¿no? Yo nunca estuve en esta región. (La mariposa...)

ViKTOR:
Se la ve muy contenta, Charlotte. Me alegro.

EVA:
Mamá le dio su reloj pulsera.

CHARLOTTE:
Una pavada. Un regalo de un admirador que me encontraba muy poco puntual.

CHARLOTTE:
Y en un momento señaló la ventana y dijo: una mariposa en la ventana. ¿Era eso, no? Ay. Siento como si tuviese fiebre. ¿Por qué quiero llorar? Qué estupidez. Me siento avergonzada.

EVA:
No te sientas avergonzada, mamá. ¿No querés mejor ducharte? ¿O dormir un rato?
O por lo menos echarte un rato en la cama.

CHARLOTTE:
Sí, sí.

VICTOR:
Tendrás hambre, ¿no?

EVA:
Voy a prepararte algo rico. (Sale)


CHARLOTTE:
(Sola) Tanto apuro por venir. ¿Qué esperaba? ¿Qué estaba esperando con tanta desesperación que no podía reconocerme a mi misma.? Lena estaba allí, mirándome con sus grandes ojazos. Cuando le sostuve su cabeza entre las manos pude ver cómo la enfermedad le encogía los músculos del cuello. ¿No debería ir, levantar en brazos ese cuerpo suave, desbastado y llevarlo hasta mi cama? ¿Consolarla como cuando tenía tres años, mi chiquita?

VIKTOR:
No llores.

CHARLOTTE:
No, no quiero llorar ahora.

VIKTOR:
Porqué no te vas a dar esa ducha? Así estas despejada para la cena.

CHARLOTTE:
Si, Me voy a duchar y voy a pensar en otras cosas. (Sale Viktor)
Eso sí, me voy a quedar menos días, cuatro. Los voy a soportar. Pero duele. Sí, duele mucho. Duele del mismo modo que la segunda frase de la sonata de Bartok. (Silba y canturrea.) Ah, no, demasiado rápido. Despacio, pero sin lágrimas, porque ahí no quedan lágrimas o nunca las hubo. Me voy a poner el vestido rojo, por maldad. Eva seguro piensa que debería llevar algo más discreto estando tan próxima la muerte de Leonardo. (De pronto.) ¿Por qué soy tan mala y estoy siempre de mal humor? Eva y Viktor son buenos conmigo, están contentos de tenerme aquí. Y Viktor es desde luego un buen muchacho. La llorona de Eva ha tenido suerte con él. Ahora vamos a ver si funciona la ducha. Me extrañaría.


EVA:
Tendrías que haber visto su sonrisa cuando le dije que Lena vivía con nosotros.

VIKTOR:
Eva…

EVA.
No. Imagínate, logró sonreír, a pesar a la sorpresa y el miedo. Esta madre extraña e incomprensible.

VIKTOR:
Bueno…

EVA.
¿Y cuando la vio?: una actriz antes de hacer su entrada, despavorida, pero con dominio de sí misma. La representación fue soberbia. Mi madre es completamente fría, créeme. ¿Por qué vino realmente?

VIKTOR:
La invitaste.

EVA.
Sí, pero, ¿qué esperaba encontrar después de siete años? No sé qué esperaba.

VIKTOR:
¿Y vos sabés que esperabas? Tampoco, ¿no?

EVA.
Es cierto. Yo tampoco se que esperaba. Pero por lo visto nunca dejamos de esperar algo. ¿Se deja algún día de ser madre e hija? Es como…

VIKTOR:
Algunas lo consiguen.

EVA:
Como… si se te cayera encima un pesado fantasma al abrir la puerta de la habitación de los niños. Y habías olvidado como era la habitación de los niños. ¿Crees que soy adulta?

VIKTOR:
Ignoro el verdadero significado que se da a la palabra adulto.

EVA:
Tenes razón. Yo tampoco lo sé.

VIKTOR:
¿Será estar en paz con los propios sueños y esperanzas? ¿Sin anhelarlos?

EVA:
¿Crees eso?

VIKTOR:
Quizá sea dejar de asombrarse.

EVA:
Qué juicioso pareces ahí sentado con tu vieja pipa. Vos sí que sos completamente adulto.

VIKTOR:
No, me asombro cada día.

EVA:
¿De qué?

VIKTOR:
De vos, por ejemplo. Además, tengo toda clase de esperanzas y sueños insensatos. Y también cierta clase de anhelo.

EVA:
¿Anhelo? Es una manera muy extraña de describir lo que sentís.

VIKTOR:
Sin embargo te anhelo a vos.

EVA:
Hay palabras muy hermosas, ¿no? Yo fui educada con palabras bonitas. La palabra «dolor», por ejemplo. Mamá no se “asombra” ni se “desconcierta”, no es “desgraciada”, sólo conoce «el dolor». Vos también sabes un montón de estas palabras.

VIKTOR:
Va unido a mi profesión.

EVA.
Pero cuando decís que me anhelas -teniéndome tan cerca-, siento desconfianza. Tengo que ir a la cocina y vigilar la carne.

VIKTOR:
Sabes muy bien a qué me refiero.

EVA:
No, sabés que no sé a que te referís. Si lo supiera, no se te ocurriría nunca decírmelo.

VIKTOR:
(Sonríe.) Eso es verdad. Pero saber eso demuestra que sos por lo menos tan inteligente como yo, tal vez más. Aunque eso no quiera decir gran cosa.

EVA:
Mamá siempre pensó que no sé cocinar. Ella es una auténtica apasionada de la comida; la oí hablar toda una noche con un empresario americano sobre el modo de hacer salsas. Ambos exaltados.

VIKTOR:
Yo creo que vos...

EVA:
Cocino muy bien. Gracias, amigo mío. (Lo besa en la frente) Tengo que hacer café descafeinado para mi querida mamá. Me pregunté varias veces por qué padece insomnio. Creo que conozco la causa. Si esta mujer durmiera con normalidad, aplastaría el mundo que la rodea; su insomnio es la argucia de la naturaleza para reducirla a proporciones soportables. (Sale y vuelve a entrar.) Ahora vas a ver lo elegante que va a estar para comer. En su perfecta indumentaria vamos a ver un modo discreto de recordarnos que a pesar de todo es una viuda triste y solitaria. (Entra Charlotte)


CHARLOTTE:
Un día mi viejo amigo Samuel Parkenhurst, me dijo…

EVA.
¡Mamá, qué hermoso ese vestido!

CHARLOTTE:
“Charlotte, en de la exhibición de otoño de Dior vi un vestido rojo hecho para vos.” Le pedí que me lo hiciera enviar y... (Se muestra) ¿Qué? ¿Me queda bien, Viktor? Queridos, tengo un hambre de lobos!

VIKTOR:
Le queda muy bien. Brindemos por el reencuentro.

EVA:
Hice carne asada. Espero que te guste. (Suena el teléfono. Eva va a atender)

CHARLOTTE:
Maravilloso. Por fin un poco de comida casera, después de tantas cenas de hotel.

VIKTOR.
Bien venida a la rectoría, querida Charlotte. Bien venida de corazón; que te encuentres a gusto y te quedes mucho tiempo.

EVA.
Mamá, para vos.


CHARLOTTE:
¡Aló! ¿Paul? Sí, la verdad es que molestás un poco. Estamos por cenar. Sí, en este país se come a cualquier hora. Habla más fuerte; oigo un ruido terrible. ¿Dónde estás? ¿Niza? ¿Qué haces ahí? Tené cuidado, no vayas a gastarte mi plata en el casino. ¿Qué decís? (Escucha con seriedad.) A ver, estoy de acuerdo en cobrar lo mismo, deducimos los gastos de viaje y tu porcentaje, pero esta vez tienen que hacerse cargo de todos los gastos… (Escucha) Me arruiné, Paul. Espera, necesito los anteojos. Eva, me alcanzas mi cartera, está en mi habitación. (al teléfono) Y que, por favor, no olviden ensayar. Voy desde Munich, que ensayen el sábado y el domingo si Varviso se obstina solo en dos ensayos. (Escucha) No, yo no pienso llegar con la lengua fuera, las combinaciones son pésimas, me voy a pasar el día en aeropuertos. (Le alcanza los anteojos) ¡Gracias, querida! (Mira su calendario.) Ahora, la vieja ya tiene anteojos sobre la nariz. (Escucha) No, no puede ser. Entonces voy a estar libre cuatro días. (Escucha) Si. Aquí tengo escrito libre, libre, libre… ¿Cuánto? (Escucha) Son terriblemente avaros... (Escucha) Si pueden fijar su bendito concierto para el miércoles, puede ser que me convenga hacerlo. Pero deciles  que instalen un baño como Dios manda detrás del podio, para que no tenga que hacer pipí en un florero, sí, sí, por muy castillo barroco que sea. (Escucha) ¿Treinta y tres grados? Tratá de no cansarte. Ya no somos jóvenes. Dios te bendiga, Paul. Si te amo, lo sabes. (Cuelga y va hacia el piano) Mi representante, un encanto, el único amigo que me queda en el mundo. ¡Qué hermoso y viejo instrumento!

VIKTOR:
¿Un cognac?

CHARLOTTE:
Café. Descafeinado, por favor.  (Prueba el piano) y qué bien suena.

EVA:
Está recién afinado.

CHARLOTTE:
¿Puedo ayudarlos con algo?

EVA.
Te dijimos que queríamos mimarte un poco.

CHARLOTTE:
Gracias. Ahora estoy de muy buen humor. Me había puesto nerviosa sin necesidad.

EVA:
¿Por qué, mamá?

CHARLOTTE:
(Con lágrimas en los ojos.) Bueno, escuchala, Viktor. ¿Qué te parece mi pequeña Eva, no crees que era inquietante para mi verte después de siete años? Tenía un miedo tremendo. Ayer por la mañana estuve a punto de llamar para decir que no venía.

EVA:
¡Qué cosas decís, mamá!

CHARLOTTE:
¿Crees que estoy hecha de hierro? (Viktor le trae el café) Gracias, dos terrones. No tiene ningún aliciente tomar café descafeinado, pero qué voy a hacer si no duermo. Veo que continúas con los preludios de Chopin. ¿Vas a ser buena y tocarme algo? Me darías una gran alegría si tocaras algo para mí.

EVA:
¿Ahora, mamá?

VIKTOR:
¡Eva! No seas chiquilina. Me dijiste anteayer que deseabas tocar para tu mamá. Que te daría mucha alegría que ella quisiera escucharte. ¿Lo olvidaste?

EVA.
Es que no practiqué el tempo que tiene esta versión.

VIKTOR:
Mi amor, basta de excusas.

CHARLOTTE:
Sentate y empezá. Por favor. Para mí.

EVA:
(Toca el Preludio n.° 2 en la menor de Chopin. Finaliza. Silencio)

CHARLOTTE:
Mi pequeña y querida Eva. ¿Me servirías otro café, Viktor, por favor?

EVA:
¿Es esto todo lo que tenes para decirme?

CHARLOTTE:
¡No, no, es que estoy tan emocionada!

EVA:
(Contenta.) ¿Te gustó?

CHARLOTTE:
Me gustaste vos.

EVA:
No te entiendo.

CHARLOTTE:
¿Queres tocar otro? Ahora que estamos tan bien.

EVA:
Quiero saber en qué me equivoqué.

CHARLOTTE:
No te equivocaste en nada.

EVA:
Pero no te gustó mi interpretación.

CHARLOTTE:
Cada persona lo interpreta a su modo. Yo no soy quién…

EVA:
Veo que no pensas molestarte en decirme tu opinión.

CHARLOTTE:
Te enojas.

EVA:
Quiero conocer tu modo de interpretarlo.

CHARLOTTE:
¿Por qué? ¿De qué va a servir?

EVA:
(Intentando no verse hostil.) Porque yo te lo pido.

CHARLOTTE:
(A Victor) Está bien, si queres eso.. (Al piano con Eva) Dejemos de lado lo puramente técnico, que no estuvo mal- aunque podrías haberte guiado un poco más por las indicaciones de Cortot, que representan cierta ayuda en la interpretación- Pero no nos ocuparemos de esta problemática, sino solamente de la interpretación en sí.

EVA:
¿Y?

CHARLOTTE:
¡Chopin no es sentimental, Eva! Es emotivo, pero no sentimental. Existe un abismo entre la emoción y el sentimiento. El preludio que tocaste habla del dolor contenido, no de fantasías. Tenes que ser clara y contundente. La temperatura es fiebre alta, pero la expresión está virilmente contenida. (Empieza a tocar.) Fíjate sólo en las primeras notas. Duele, pero no lo demuestro. (Escuchan) Hay un corto alivio. Pero se desvanece casi en seguida y el dolor vuelve a ser el mismo, no menor ni mayor. (Para de tocar) Chopin era orgulloso, sarcástico, ardiente, atormentado, furioso y muy varonil. No era, por lo tanto, un simple sensiblero. Este segundo preludio debe tocarse casi mal, sin adornarlo jamás. De este modo, escucha. (Toca toda la pieza.)

EVA:
Comprendo.

CHARLOTTE:
(Casi humilde.) No lo tomes mal, Eva.

EVA:
Por qué tomarlo a mal. Al contrario.

CHARLOTTE:
Durante mis años de profesional me preocupé por estos incómodos preludios. Siguen guardando un montón de secretos que todavía no comprendo. Pero no pienso rendirme, Viktor.

EVA:
Cuando era niña te admiraba locamente. Después me cansé de vos y de tu piano durante una larga temporada. Ahora vuelvo a sentir cierta admiración por vos, pero de otra índole.

CHARLOTTE:
Al menos hay esperanzas.

EVA:
(Seria.) Sí, claro.

VIKTOR:
Creo que el análisis de Charlotte es seductor, pero la interpretación de Eva es vehemente.

EVA.
Viktor, por favor.

CHARLOTTE:
(Riendo, feliz.) No, no… Por esta declaración ¿Viktor no merece un beso?

VIKTOR:
(Avergonzado.) Dije sólo lo que pensaba.

(Charlotte en el piano arranca una melodía furiosa)

EVA:
Voy a visitar la tumba todos los sábados. Si hace buen tiempo como esta noche, me siento un rato y dejo vagar mis pensamientos. (Pausa.) Erik se ahogó la víspera de su cuarto cumpleaños. Teníamos en el jardín un viejo pozo con una tapa clavada, pero de alguna manera levantó la tapa y se cayó dentro. Le encontramos casi en seguida, pero ya estaba muerto. Viktor no podía sobreponerse, había algo especial entre Erik y su papá. Pero yo lo lloré de una manera exterior. Dentro de mí estuve segura desde el principio de que iba a seguir viviendo, de que íbamos a vivir los dos uno dentro del otro. Sólo necesito concentrarme un poco para encontrarlo. A veces, cuando estoy a punto de quedarme dormida, siento que respira contra mi cara y me toca con la mano. ¿Pensas que es una idea exaltada? Te comprendo si pensas eso. Pero para mí es algo completamente natural. Erik está viviendo otra vida, y de vez en cuando podemos reunimos. No hay frontera, no hay muro infranqueable. A veces, claro está, me pregunto cómo debe ser la realidad en que mi hijito se mueve y respira. Pero al mismo tiempo comprendo que es imposible describirla, ya que es en un mundo de sentimientos liberados. Para Viktor es mucho más difícil.

VIKTOR:
Yo ya no puedo creer en Dios, si es capaz de permitir que los niños mueran o...

EVA.
Viktor, no existe diferencia entre niños y adultos, los adultos siguen siendo niños que fingen ser mayores. Para mí, el ser humano es una creación inaudita, una idea incomprensible; en el ser humano se encuentra todo, desde lo más alto a lo más bajo, exactamente igual que en la vida; es la imagen de Dios, y en Dios está todo; es como una tremenda fuerza, con la cual se crearon demonios y santos, magos y profetas, artistas y destructores. Todo está junto, muy apretado lo uno contra lo otro. Es como un monstruo gigantesco que cambia constantemente. ¿Comprendes lo que quiero decir? Por esta misma razón tiene que haber una ilimitada cantidad de realidades que dan vueltas unas en torno a las otras, por dentro y por fuera. Solamente el temor y la vanidad nos inducen a creer en las fronteras. No existen fronteras. No para las ideas y los sentimientos. Son los temores los que erigen fronteras. ¿No pensás eso cuando tocas los lentos acordes de la Hammerklavier de Beethoven? Yo ahí me veo obligada a comprender que nos movemos en un mundo sin confines, en el interior de un poderoso movimiento que no podemos penetrar ni explorar. ¿No ocurre como con Jesús? Quebrantó leyes y fronteras con un sentimiento totalmente nuevo, del que nadie había oído hablar jamás, y que era el amor. (Grito de Helena) Ya voy. No es sorprendente que los hombres sintieran miedo y cólera, se corrompieran e intentaran corromper a los demás, esto siempre ocurre cuando los abruma un gran sentimiento. (Segundo grito de Helena) Voy a ver que necesita.


VIKTOR:
¿Te sentís bien?

CHARLOTTE:
Me siento tan cautivada cuando la oigo razonar de esa manera. Dice cosas tan contrarias al sentido común. ¡Al mismo tiempo con esa seguridad en sí misma!
Vive con su niño, ha resuelto los enigmas del mundo, tiene respuesta para todas las preguntas. Pero creo que en realidad es profundamente desgraciada. No deberías permitir que continúe así.
Un día se va a dar cuenta de lo que realmente le pasa y va a hacer una locura.

VIKTOR.
¿De verdad crees eso?
Charlotte, voy a intentar explicarte cómo veo a mi mujer.
Cuando le pedí a Eva que se casara conmigo, me dijo en seguida que no me amaba. Le pregunté si amaba a otro y me contestó que jamás había amado a nadie, que era incapaz de amar. (Pausa.) Así vivimos aquí varios años, unidos por el afecto, el trabajo, viajábamos al extranjero durante mis vacaciones, y entonces nació Erik. Ya habíamos perdido la esperanza de tener un hijo propio y hablábamos de adoptar uno... (Pausa.) Durante el embarazo Eva sufrió un cambio total. Se convirtió en una mujer alegre, tierna, comunicativa. Se volvió perezosa. Abandonó el trabajo de la parroquia y sus prácticas de piano. Se sentaba a descansar las piernas, a contemplar el paso de la luz toda la tarde. De pronto éramos muy felices, muy felices incluso en la cama -perdoname que diga esto-. Tengo varios años más que Eva, ya creía que se había posado una membrana gris sobre mi vida, ¿entendes lo que quiero decir, no? Pensaba que ya tendría que mirar a mi alrededor y decir: “Bueno, así que esto fue la vida, qué se le va a hacer.” Pero de pronto todo cambió. Fueron unos increíbles… (Pausa.) Fueron unos increíbles... (Pausa.) Perdoname, pero sigue siendo un poco difícil. (Pausa.) Fueron unos años muy hermosos.

CHARLOTTE:
Viktor, recuerdo el año en que nació Erik.

VIKTOR:
Sí, pero tendrías que haber visto a Eva. Tendrías que haberla visto.

CHARLOTTE:
Es que en ese entonces yo tocaba las sonatas de Mozart y daba conciertos de piano. No tenía ni un solo día libre.

VIKTOR:
Sí, es cierto. Te invitamos una y otra vez, pero nunca tenías tiempo.

CHARLOTTE:
No.

VIKTOR:
Cuando Erik se ahogó, la membrana gris se ensombreció más que antes. El carácter de Eva sufrió un gran desequilibrio. Tiene terribles arrebatos de furia que antes no tenía. Pero yo no creo que sea exaltada o haya perdido la sensatez. Y si piensa que su hijo vive cerca de ella, es que debe ser así. No habla casi nunca de eso, tiene miedo de hacerme sufrir, y está muy bien. Pero lo que dice debe ser verdad. Yo le creo.

CHARLOTTE:
Claro. Sos sacerdote.

VIKTOR:
La poca fe que tengo permanece viva gracias a ella. (Entra Eva)

CHARLOTTE:
Perdoname si te herí.

VIKTOR:
No importa, Charlotte. A diferencia de vos y de Eva, yo soy una persona vaga e insegura. La culpa es mía. (Sale)

EVA:
¿Tenes todo en tu cuarto, entonces?

CHARLOTTE:
Sí. Mis galletas preferidas, el agua mineral, mi música, mi novela policial, tapones para los oídos, antifaz, almohada extra, mi pequeña manta de viaje. Mis dos Valium suelen ser la dosis justa, pero no pienses esta noche que voy a necesitarlos, claro que no. Voy a quedarme un rato leyendo aquí.

EVA.
Hay tanta paz y tanto silencio. Buenas noches, mamita.

CHARLOTTE:
Buenas noches, mi pequeña Eva, y gracias por esta noche. ¿Sabes una cosa? Viktor es una persona encantadora. Tenés que cuidarlo mucho.

EVA:
Lo hago.

CHARLOTTE:
¿Son felices juntos? ¿Lo pasan bien?

EVA:
Viktor es mi mejor amigo. No podría vivir si él no estuviera.


CHARLOTTE:
Pero dice que no lo amás.

EVA:
¿Te dijo eso?

CHARLOTTE:
Sí, ¿por qué? Estas asombrada. ¿Era un secreto? (Eva niega en silencio) Pero no te gusta que lo haya dicho.

EVA:
Viktor no suele hacer confidencias.

CHARLOTTE:
Hablamos de vos con mucho cariño y salió el tema, no le des más importancia de la que tiene. ¿Te parece extraño que sienta curiosidad por conocer la vida de mi hija?

EVA:
Otra vez si queres saber algo de mí, preguntámelo directamente. Prometo ser sincera.

CHARLOTTE:
Ya se, debería dejar a la gente en paz, ¿no? (Sonriendo) Pero creo que a vos te dejé en paz demasiado tiempo.

EVA:
(Sonríe.) En eso es posible que tengas razón.

CHARLOTTE:
No hablemos de esas cosas. A este paso no voy dormirme ni con somníferos. Dame un abrazo y prometeme que no vas a estar enojada conmigo por hablar con tu marido.

EVA:
Lo prometo.

CHARLOTTE.
Ustedes dos me dan envidia. No es muy divertido estar sola, comprendeme. Desde que Leonardo murió me siento muy sola.

EVA:
Sí. Lo puedo entender. ¿Qué estabas leyendo? ¿Adam Kretzinsky?

CHARLOTTE:
¿Oiste hablar de él?


EVA:
No.

CHARLOTTE:
Yo lo conocí en Madrid. Estaba loco por mí. Me admiraba muchísimo. Decía que yo era la mujer más hermosa que había conocido. ¿Qué hacer en una situación así? Me defendí hasta donde pude.

EVA:
¿A qué hora queres desayunar?

CHARLOTTE:
No, no te molestes por mí.

EVA:
Quiero mimarte. Café negro, leche caliente…

CHARLOTTE:
Bueno, si insistis...

EVA:
… Dos rebanadas de pan de centeno con queso de Jarlsberg y una rebanada de pan blanco tostado con miel. ¿No era eso?

CHARLOTTE:
Y no te olvides del vaso de jugo de naranja. Pero desayunamos todos juntos, no?
Eva! Mañana tendría que empezar con Ravel… (Se oye un sonido prolongado y quejumbroso. Charlotte mira aterrada a su hija.) Dios, Eva…

EVA.
Tranquila, es Helena, se despertó. Voy a ver si necesita algo. (Se va rápido)

CHARLOTTE:
(Lee) “Ella le entregó la roja flor de su inocencia con muda dignidad…?”¿Qué es esto? (Lee.) “Él la aceptó sin entusiasmo, pese a haber mirado fijamente toda la mañana sus pequeños y firmes senos y los claros… (Sonríe) ¿…y abundantes pelos de su pubis, que sobresalían del borde del bikini?” (Entra Eva.) Adam Kretzinsky habrás estado a punto de matarte por mí pero esto es una verdadera bazofia. Eva, te decía, mañana tengo que empezar en serio con Ravel, es imperdonable lo poco que trabajé estas últimas semanas, ¿qué había pasado?

EVA.
Lena tuvo una pesadilla.

CHARLOTTE:
Me desvelé.

EVA.
Te hago compañía un rato, si queres hablar.

CHARLOTTE:
No, gracias. Mejor andá a acostarte.

EVA:
Bueno, hasta mañana. (Se va)

CHARLOTTE:
Eva… (Eva la mira) ¿Me queres?

EVA:
Claro. Sos mi madre.

CHARLOTTE:
Eso no es una contestación.

EVA:
Entonces te respondo con otra pregunta. ¿Vos me queres a mí?

CHARLOTTE:
Te adoro.

EVA:
(Sonríe.) ¿Eso es cierto?

CHARLOTTE:
Me acusas de falta de amor y eso es un poco cruel.

EVA:
No fue una acusación.

CHARLOTTE:
¿Te acusas a vos misma de tu falta de amor a Viktor?

EVA:
No, yo le dije a Viktor que no lo amaba. Vos fingís amor. Hay una diferencia.



CHARLOTTE:
¿Por qué decís que finjo? ¿Y si creyera intimamente  que las amo a vos y a Helena? ¿No te acordas de cuando interrumpí mi carrera y decidí quedarme en casa?

EVA:
Mamá, no sé qué fue peor: si el tiempo que pasaste en casa jugando a ser esposa y madre o el tiempo que pasabas de tournée. No fue fácil para mí y para papá.

CHARLOTTE:
Para empezar, no sabes nada de las relaciones entre tu padre y yo. Papá y yo éramos felices. Josef era el hombre más bueno y cariñoso del mundo. Me amaba, y yo habría hecho cualquier cosa por él.

EVA:
Lo engañaste.

CHARLOTTE:
No lo engañé. Me enamoré de Martín y se lo dije enseguida. Pero seguro, en tu imaginación, para mí todo ese tiempo fue un lecho de rosas.

EVA:
Pasaste ocho meses de viaje con él.

CHARLOTTE:
¿Y?

EVA.
Que yo tenía que consolar a papá por las noches, diciéndole que vos lo amabas y que volverías a casa. Y leerle tus cartas. Tus cartas largas, cariñosas, alegres y humorísticas en las que contabas tus viajes tan interesantes. Leíamos dos y hasta tres veces tus cartas, como idiotas, sumisos, pensando que no había en el mundo otra persona más maravillosa que vos.

CHARLOTTE:
(Serena, sorprendida.) Hablas y… Parece que me odiaras. No voy a poder dormir.

EVA.
Mamita Perdoname. De pronto venís aquí después de siete años… Y yo me alegro de que hayas venido, claro. No sé qué me imaginaba. ¿Quizá me creía que estabas sola y triste? ¿Quizá pensaba que era adulta del todo y que vería todo con claridad: a vos, a mí misma, a la enfermedad de Helena, a nuestra infancia? Pero todo eso en mi cabeza sigue siendo un gran caos. (Pausa.) No es buena idea hablar del pasado. Buenas noches, mamá.


CHARLOTTE:
Me tirás un montón de acusaciones y después te vas.

EVA.
Es demasiado doloroso, no tiene sentido y además ya es demasiado tarde. Vení, sentate, hablemos.

CHARLOTTE:
No, no y no. No quiero pensar que sea demasiado tarde.

EVA:
No nos engañemos mamá, ya no se puede cambiar nada. Si para vos yo era una muñeca con la que jugabas cuando tenías tiempo. Si estaba enferma o lloraba me entregabas a la niñera. O a papá. Te ibas a trabajar a tu habitación con tu piano, donde nadie te molestaba. Yo me quedaba detrás de la puerta y solo cuando hacías una pausa, me atrevía a entrar para ver si de verdad existías.

CHARLOTTE:
Bueno, si estaba trabajando ¿que podía hacer? También me esforcé por ser muy amable con todos en los momentos…

EVA.
Sí que eras amable conmigo pero yo te sentía ausente. Si te preguntaba algo, apenas me contestabas. A veces me llevabas a la bahía; llevabas un vestido de verano largo y lleno de pliegues que permitía entrever tus pechos, que eran tan hermosos; ibas descalza, con el cabello recogido en una gruesa trenza. Y a tu lado yo me veía fea, con grandes ojos saltones, sin cejas ni pestañas, brazos demasiado largos, pies demasiado grandes... bueno, casi repugnante. Me movía siempre temerosa de que no te gustara mi aspecto. Pero casi nunca demostraste interés por mí. Sólo una vez dijiste: “Tendrías que haber nacido niño”, y te reíste para que yo no me entristeciera. Y lloré toda una semana. En secreto, porque vos odiabas las lágrimas... las lágrimas ajenas.

CHARLOTTE:
No todo fue así…

EVA.
Y un día, de la nada, encontraba al pie de la escalera tus valijas preparadas. Vos hablando por teléfono en un idioma extranjero, las puertas abiertas, todos hablando a la vez… Y yo corriendo a mi pieza pidiéndole a Dios que ocurriera algo, no sé, algo que te impidiera viajar, la muerte de la abuela, o un terremoto, o una falla en todos los aviones… pero siempre terminabas yéndote. Antes de irte, sí, me abrazabas y besabas varias veces, me mirabas y sonreías pero no me veías, mamá… Y ya estabas en camino. Yo pensaba “ahora se me para el corazón, ahora me muero de tanto daño que me hace, nunca más voy a estar alegre, sólo pasaron cinco minutos, cómo voy a resistir este dolor durante dos meses”, y lloraba contra las rodillas de papá, y él inmóvil, con su mano pequeña sobre mi cabeza. De vez en cuando me decía algo: “Esta tarde podemos ir al cine”, o… o “Creo que hoy nos gustaría un helado de postre”. Pero a mí no me interesaban ni el helado ni el cine; porque sentía que iba a morirme.

CHARLOTTE:
Querida…

EVA.
¿Y los días antes de tu llegada…? El nerviosismo me daba fiebre, y me aterraba pensar que podía enfermarme de verdad –porque a vos no te gustaba la gente enferma, ¿no?...

CHARLOTTE:
Dios mío, Eva. ¿qué decís? Basta por favor.

EVA:
Y cuando por fin llegabas, no podía soportar mi felicidad y me costaba hablar, mamá, y por eso a veces te impacientabas conmigo y decías en voz alta para que todos oigan: “Eva no está muy contenta de que su mamá vuelva a casa.” Entonces yo enrojecía y sudaba pero no podía pronunciar palabra, porque en nuestra casa vos tenías todas las palabras. Palabras de las que no me podía fiar. A veces no comprendía tus palabras, ¿sabías? No las comprendía porque no estaban de acuerdo con la expresión de tus ojos o el tono de tu voz. Cuando peleabas con papá, lo llamabas “mi querido amigo”, cuando te cansabas de mí, me decías “mi niña queridísima”. Nada coincidía. Instintivamente me daba cuenta que casi nunca sentías lo que decías.

CHARLOTTE:
Bueno, suficiente…

EVA.
No, espera, mamá, tengo que hablar hasta el fin, sé que estoy un poco ebria, pero si no hubiera bebido, jamás habría sido capaz de decir todo esto. Después, cuando pierda el valor y no me atreva a hablar y me calle, avergonzada de lo que haya dicho, vas a poder hablar vos. Yo te vos a escuchar y comprender… (Entra Viktor)

Viktor
Eva.

Eva
Dejanos, ándate por favor. (sale Viktor)

CHARLOTTE:
Pero pese a todo… eramos una familia, no?

EVA.
 Sí, sí, pese a todo era hermoso ser tu niña pequeña, te amaba, y vos me tolerabas bastante bien porque tenías tus viajes. Eso fue así. Pero hay algo que nunca comprendí: tu relación con papá. Esa vida en común sigue siendo un misterio. Lo mimabas, hablabas de él como si fuera de una materia especial, ¿me equivoco?

CHARLOTTE:
No, no te equivocas.

EVA.
Ah. Y, sin embargo, papá era una persona mediocre. Era mediocre. (Pausa) ¿Y sus aventuras?

CHARLOTTE:
(Va hacia la mesa chica a buscar su vaso) Eva… Por favor.

EVA:
Recuerdo por lo menos a tres mujeres desconocidas que vinieron a casa cuando vos estabas de viaje. ¿María van Eyck no era alumna tuya?

CHARLOTTE:
Papá tuvo con María relaciones breves y superficiales.

EVA:
¿No te importaban estas historias?

CHARLOTTE:
No podía enojarme con papá por sus pequeñas aventuras. Además, tenía buen gusto. Pero decís que papá era una persona mediocre. Yo creo que era muy amable…

EVA.
Sí, amable, sí, pero inofensivo.

CHARLOTTE:
Esa es una opinión tan cruel como injusta y demuestra que no conocías a tu padre. Josef podría haber sido uno de los mejores arquitectos de Europa, pero era demasiado considerado y decente. Por ejemplo: Tuvo que ayudar a su hermano mayor, mucho menos inteligente que él. Heredaron juntos la empresa de tu abuelo, y Joséf no quiso nunca ponerse por encima de su hermano. Pero tuvo ideas maravillosas. Dibujó…

EVA.
¿No entendés lo que te quiero decir…?

CHARLOTTE:
(Alzando la voz) Estoy hablando yo ahora. Dibujó… decía, una sala de conciertos para Copenhague. ¿O fue para Oslo…?

EVA.
Lyon.

CHARLOTTE:
Eso, Lyon. ¿Y sabés que dijo todo el mundo, querida? Coincidieron en que era uno de los edificios…

EVA:
Sí, ya me lo contaste.

CHARLOTTE:
… Más hermosos de la década de los treinta. Pero estalló la guerra, y obviamente el proyecto no se pudo realizar…

EVA.
¿Qué importa eso ahora?

CHARLOTTE:
Que el pobre Josef tuvo mala suerte con todo lo que emprendió. En realidad fue un gran hombre y no una persona mediocre. (Termina su whisky)

EVA.
Tus palabras son válidas para tu realidad…

CHARLOTTE:
Pareces escéptica. No me crees. Antes dijiste que yo me engañaba a mí misma. No creo que tengas razón. Jamás me mentí a mí misma.

EVA:
Te comportabas siempre como una víctima.

CHARLOTTE:
Me dolía la espalda, no podía ensayar como era debido, mis conciertos empeoraban, perdí importantes contratos. ¿Qué podía hacer? Empecé a pensar que mi vida no tenía sentido, que era una estupidez ir de ciudad en ciudad, ya desacreditada, cuando podía estar en casa con mi familia. Sí, sonreís irónicamente, pero estoy intentando ser fiel a la verdad.

EVA:
Yo estoy tratando de escucharte y comprender. (Se sienta a la mesa)

CHARLOTTE:
(Lleva la botella de whisky a la mesa y sirve en los dos vasos. Luego se sienta frente a Eva.) Voy a hablar de lo que yo sentía, y no voy a preocuparme de que me creas. Te lo voy a decir por lo menos una vez; después no voy a volver a hablar de esto. Estaba en Hamburgo, tocando la primera de Beethoven -que no es demasiado difícil- y todo iba bien. Después del concierto fuimos a un restaurante con el viejo Schmiess -sabes de quién hablo, el director…

EVA:
Sí, sí…

CHARLOTTE:
…que ahora está muerto. Bueno comimos muy bien, como siempre, y después de tomar bastante, cuando me sentía satisfecha y relajada -apenas sentía el dolor de espalda- Schmiess me dijo: “¿Por qué no te quedas en casa con tu marido y tus hijas y llevas una vida respetable en lugar de exponerte a continuas humillaciones?” Lo miré y me reí. “¿Tan mal toqué esta noche, Arthur?” “No, no es eso -me respondió-, pero no puedo olvidar cuando tenías veinte años y tocamos juntos el primero de Beethoven en Linz. ¿Te acordas de aquella tarde?” Claro que me acordaba. La sala estaba colmada. “Tocamos como dioses, Charlotte, la orquesta se superó a sí misma, después del concierto la gente se levantó y gritó y pataleó. Vos llevabas un vestido de verano azul, muy sencillo, y los cabellos largos hasta la cintura. “¿Cómo podes acordarte de todo eso?”, le pregunté, haciendo que no recordaba. “Lo escribí en mi partitura -me confesó Schmiess-. Ahí suelo dejar constancia de las principales experiencias de mi vida.” Cuando llegué al hotel, no podía dormirme. A las tres de la madrugada llamé a Josef y le dije que lo había decidido: no viajaría más, me quedaría en casa, seríamos una verdadera familia. Josef se alegró tanto… tanto. Lloramos de emoción. Hablamos casi dos horas.

EVA.
Sí. Recuerdo esa noche.

CHARLOTTE:
Bueno. Así es cómo pasó. No engañé a nadie. Solo una torpe ilusión infantil de que la vida, incluso a la gran Charlotte Andergast, le podía mostrar caminos misericordiosos.

EVA:
Pero no fue fácil…

CHARLOTTE:
No, fue una estupidez, claro…

EVA.
… nada fácil, mamá.

CHARLOTTE:
…Al mes entendí que era una terrible carga para vos y para papá. Pero me dije: tenés que tranquilizarte, Charlotte. Ahí empecé a dar lecciones, me ocupé de vos y de tu educación, ¿o no? Y pasamos el verano en una isla del archipiélago… De todo esto también tenés que acordarte. (Eva asiente, sonríe a medias.) Éramos muy felices, creo yo. ¿O no, Eva? ¿O tampoco eras feliz ahí? (Eva sacude la cabeza. Pausa) Pero me decías que nunca lo habías pasado mejor.

EVA.-
No quería decepcionarte, mamá.

CHARLOTTE:
Vivir para ver lo que…

EVA.-
Es que eras perfecta pero yo tenía catorce años y vos empleabas todas tus energías conmigo.
¿Te acordás lo que hacías? Varias veces al día te acercabas con tu sonrisa, tu tono de voz ligeramente despreocupado. Pero para mí, eras temible. Diste por descontado que teníamos que hacer gimnasia las dos juntas, ejercicios recomendados para tu propia espalda dolorida.¿Pensaste que el pelo largo me daba demasiado trabajo? me los cortaste; fue horrible, me veía grotesca. Dijiste que tenía los dientes mal colocados y me pusieron una ortodoncia, que no mejoraba precisamente mi aspecto. Como era muy alta se te ocurrió que tenía que usar vestidos que me hacías coser a mí. O los cosías vos misma, sin preguntarme si me gustaban.

CHARLOTTE:
Me hacía feliz coser esos vestidos para vos…

EVA.
Claro, entonces yo no podía rechazarlos porque no quería entristecerte. Y, lo peor de todo, me diste a leer libros que no me interesaban, demasiado avanzados para mi comprensión. Todavía tiemblo cuando pienso en aquellos años. Fue espantoso, mamá. No llegaba a comprender que te odiaba porque estaba convencida de que las dos nos amábamos. Y así, como no podía odiarte, el odio se transformó en un tremendo malestar. Trataba de llorar pero no podía,  trataba de gritar y no emitía ningún sonido. Un día, llorisqueaste un poco, porque te preocupaba mi desarrollo, me llevaste a un psiquiatra, que empezó preguntándome sobre mi vida sexual, pero como yo no sabía de qué me hablaba -ni había tenido mi primera menstruación-, me vi obligada a improvisar. Creo que le causó mucho asombro mi gusto atrevido, mis fantasías pervertidas. O tal vez adivinó la verdad y no quiso herirme. Pero fue amable y simpático. Me dijo que tenía que pensar en lo mucho, mucho que me amaba mi madre…

CHARLOTTE:
Mi chiquita…

EVA.
… Que sólo deseaba mi bien... Eso dijo. Y ahí te fuiste de viaje con Martín…

CHARLOTTE:
Otra vez. Nunca lo comprendiste. O nunca lo intentaste. Pero sí pensaste, sin ningún problema, que yo los abandonaba. (Se para) ¿Sentiste, aunque sea una vez en tu vida, que el amor te lleva y no podes dejar...? (Se interrumpe; pausa.)

EVA.
¿Qué ibas a decir? (Pausa) Mirame mamá...
Te acordaste de Stefan.

CHARLOTTE:
Claro que me acordé de Stefan. Eva, querida, no iban a poder con un niño. A esa edad…

EVA.
¡Mamá! Yo tenía dieciocho años. Stefan era dos años mayor que yo, nos queríamos, si que nos hubiésemos arreglado...

CHARLOTTE.
Estoy segura de lo contrario.

EVA.-
(De pronto con violencia) Nos hubiéramos arreglado porque lo queríamos tener, pero vos tuviste que meterte en el medio.

CHARLOTTE:
Eva, por favor, Stefan era un idiota, un adolescente apático, medio criminal, que solo quería engañarte.

EVA:
(Con odio.) Lo odiaste desde el primer momento porque entendiste que yo lo amaba, que iba a sacarme de tu lado, ¿no? Hiciste todo cuanto estuvo a tu alcance para destruir nuestra relación. Y al mismo tiempo fingías comprensión. ¿Te crees que lo sabes todo de él? Stefan cambió totalmente cuando supo que yo estaba embarazada.

CHARLOTTE:
Tu Stefan se emborrachó, se lleva “prestado” mi coche, y lo metió en una zanja. Y fue arrestado por conducir ebrio. Esa fue su reacción cuando se enteró de tu embarazo.

EVA.
¿Estabas presente en nuestras conversaciones? ¿Te escondías debajo de mi cama cuando estábamos juntos? ¿Sabes de lo qué estás hablando?
Stefan no era como los otros, era mucho mejor, mucho más honesto...


CHARLOTTE:
Claro, por eso debe ser que robó aquel pequeño dibujo de Rembrandt y lo empeñó. Ah, y por eso te mintió sobre su infancia, su adolescencia y las trágicas circunstancias de su familia. Y por eso debe haber asaltado nuestra casa de verano con sus elegantes amigos…

EVA:
Todo esto sucedió después. ¿Te olvidaste?

CHARLOTTE:
…Y se tomaron todo el alcohol y lo ensuciaron todo.

EVA.
¿Te olvidaste que me metiste en una clínica psiquiátrica después del aborto? ¿Y que a él lo denunciaste porque entró a casa para hablar con vos, para pedirte explicaciones?

CHARLOTTE:
Basta, paremos…

EVA.
¿Te preocupaste alguna vez por los pensamientos y emociones de otro ser humano?

CHARLOTTE:
Ya oí muchas veces estas acusaciones.

EVA.
¿Te preocupaste por otro ser viviente que no seas vos misma?

CHARLOTTE:
Eva, si hubieras deseado de verdad tener un hijo, yo no hubiera podido obligarte a abortar. ¿No entendés eso?

EVA:
¿Pero cómo podía defenderme, mamá? Me habías lavado el cerebro desde la infancia, siempre había obedecido tu voluntad, estaba asustada e insegura y hubiera necesitado tu ayuda. Tu apoyo.

CHARLOTTE:
(Angustiada.) Yo creía que te estaba ayudando. Estaba convencida de que el aborto era la única solución.

EVA:
Porque nunca escuchas. Porque siempre estás de viaje. Porque tus sentimientos están bloqueados. Porque nos odias a mí y a Helena. Porque estás encerrada sin remedio en vos misma. Porque me llevaste en tu vientre frío y me pariste con repugnancia. …

(Entra Viktor)

CHARLOTTE:
Por favor te pido…

EVA.
… Porque yo te amaba pero vos pensabas que yo era asquerosa, tonta. Y porque conseguiste dañarme para toda la vida precisamente donde vos misma estás dañada. Destruiste todo lo sensible y delicado que tenías, aplastaste todo lo vivo que se te puso al alcance.
La hija heredará las heridas de la madre, sufrirá los fracasos de la madre. Es así mamá? Es mi dolor tu placer secreto?

CHARLOTTE:
Me odias de una manera…

EVA.
¿Te preocupa mi odio? El tuyo no fue menor. El tuyo no es menor. ¿No lo entendes? Yo era pequeña, maleable, afectuosa. Un niño siempre se entrega, no comprende, está indefenso, no puede entender, no sabe, nadie le dice nada; es la dependencia, la humillación, la distancia; el niño grita, nadie contesta, nadie viene.

CHARLOTTE:
Eva, yo te amaba

EVA.
Y todo ocurre en nombre del amor. Porque todo es posible y todo sucede si hablamos en nombre del amor. Las personas como vos... las personas como vos son peligrosas.

VIKTOR:
EVA…

EVA.
(Mira a Viktor) Una madre y una hija, una terrible combinación de sentimientos… Y de confusiones y de destrucción.

VIKTOR:
Sentí que Lena llamaba. ¿Voy yo? (Nadie le contesta, él va)

CHARLOTTE:
¿Pero crees en serio que ésa es toda la verdad? (Esconde la cara entre las manos y menea la cabeza.)


CHARLOTTE:
No puedo recordar que mis padres nos hayan tocado alguna vez, a mí o a mis hermanos, ni para acariciar ni para castigar. Dos prestigiosos matemáticos, distraídos y bondadosos que vivían entregados a su ciencia y al amor que se profesaban. Pero a sus hijos los miraban con asombrada benevolencia, sin calor ni verdadero interés. Entonces yo obviamente ignoraba que era el amor, la ternura, el contacto, la intimidad. Sólo a través de la música pude expresar mis sentimientos. Entonces…

EVA.
Y entonces creeíste que eso era todo. Puede ser.

CHARLOTTE:
(Pausa) ¿Sabés que hace tres años estuve muy enferma? Pasé dos meses en un hospital de París. Estuve a punto de morirme.

EVA:
No, mamá, no lo sabía.

CHARLOTTE:
Tuve una intoxicación en la sangre. Me recuperé muy lentamente; sufrí una especie de depresión. Bueno, el caso es que Leonardo canceló sus conciertos y se quedó a mi lado todo ese tiempo. Y ahí pudimos hablar mucho ya que por primera vez teníamos tiempo de sobra. Y de esas charlas por fin pude tener una especie de imagen de mí misma: Nunca fui adulta, mi rostro y mi cuerpo envejecen, colecciono  recuerdos y experiencias, pero frente a los hechos es como si no hubiera nacido. No recuerdo ningún rostro, Eva, ni siquiera el mío. A veces intento recordar el rostro de mi madre, pero no lo logro. Se que era alta, morena, que tenía los ojos azules, etc, etc, pero no puedo juntar los diferentes rasgos, no puedo armar su rostro. Tampoco puedo recordar tu rostro o el de Helena o el de Leonardo. Me acuerdo de que te tuve y tuve a tu hermana, pero de los partos sólo recuerdo que sufrí, pero el dolor, cómo era, no lo recuerdo.
Es verdaderamente curioso. Siempre te tuve miedo. (Con sereno asombro.) Yo sentía que vos me amabas. Y yo también quería amarte, pero no podía; tenía miedo de tus exigencias.

EVA:
Yo era una niña. No tenía muchas exigencias.

CHARLOTTE:
Pero yo creía que me ibas a plantear exigencias que no iba a poder satisfacer. Quería que supieras que era tan indefensa, torpe y débil como vos, pero más pobre y más asustada. No quería ser una madre. Solo quería ser cuidada, que me abrazaras y me consolaras.

EVA:
¿Eso es verdad?

CHARLOTTE:
Me estoy oyendo decir cosas que no había dicho nunca. No sé si miento, o hago teatro, o digo la verdad, Eva. No lo sé. Me siento trastornada y confusa. Tal vez se deba a la muerte de Leonardo. Tal vez a la presencia de Helena. Tal vez a tu terrible odio. Eva, ¡sé, buena conmigo! ¡Duele tanto! Por qué me miras así. Decime lo que pensas.

EVA.
Pienso en Helena y Leonardo, cuando pasamos juntos la Pascua en Bornholm. ¿Te acordás? tocamos, bebimos vino. Helena estaba alegre, cariñosa, feliz. Todavía no estaba tan enferma. Leonardo bromeó mucho con ella y se quedaron hablando hasta bien entrada la noche.

CHARLOTTE:
Se a donde vas. Supongo que tengo que avergonzarme de algo, ¿no?...

EVA:
A la mañana siguiente me confesó que él la había besado.

CHARLOTTE:
Dios…

EVA.
Antes de almorzar Leonardo y Helena se fueron de excursión en el coche. Cuando volvieron estaban muy alegres. Entonces vos dijiste: “Lena, agradecé a Leonardo por haber sido tan amable con vos”

CHARLOTTE:
¿Eso dije…?

CHARLOTTE:
¿No lo recordás? Helena se rió y dijo: “¿No es graciosa mi madre?” Y los dos rieron. Mas tarde viniste a la cocina para preparar el té. Y me dijiste. “¿Viste a Helena? ¿No es enternecedor?”

CHARLOTTE:
Es que creo que… lo era.

EVA.
Durante la cena Leonardo tomó más de la cuenta. Se sentó al piano y tocó todas las suits de Bach; tocó mal pero con hermosa expresión. Helena resplandecía, nunca la había visto así, mamá. Estaba enamorada. Vos y yo, luego, dimos un paseo nocturno. Me hablabas sin parar, pero yo no hacia más que pensar en ellos dos. Cuando volvimos vi que Leonardo había llorado. Helena nos habló en tono sereno, completamente tranquila, sin rastro de su enfermedad en el semblante. Vos te fuiste a la cama y yo tuve que ayudar a Leonardo a subir las escaleras. Nos detuvimos frente al dormitorio que ustedes compartían y ahí él me miró y me dijo: “Imaginate, allí hay una mariposa chocando contra la ventana.”

CHARLOTTE:
Una mariposa…

EVA.
Al día siguiente te fuiste a Ginebra, cuatro días antes de lo previsto. Antes de irte me dijiste como de pasada: “Le pedí a Leonardo que se quede un poco más, porque veo que su presencia es buena para Helena.” Pero Leonardo en esos días estuvo raro, se encerró a trabajar, bebió mucho. En un momento llamó a Ginebra y habló con vos durante una hora. Después de eso le dijo a Helena que debía irse, pero que volverían a verse. Y se fue en el último avión. A medianoche me despertó un ruido espantoso. Era Helena que lloraba. Entré en su habitación. Se quejaba de un terrible dolor en la cadera y la pierna derecha...

CHARLOTTE:
Ah, muy bien, ¿era eso?

CHARLOTTE:
Le di todos los analgésicos que pude encontrar, pero no le hizo nada. A las cinco de la mañana tuve que llamar a una ambulancia y...

CHARLOTTE:
De manera que fue culpa mía que se agravara su enfermedad.

EVA:
Yo creo que sí.

CHARLOTTE:
No pensas eso en serio.

EVA:
Cuando tenía un año, la abandonaste. Después nos fuiste abandonando a las dos continuamente. Cuando Helena enfermó de gravedad, la mandaste a un hospital de incurables.

CHARLOTTE:
No puede ser cierto que vos...


EVA:
(Tranquila.) ¿Qué es lo que no puede ser cierto? Si tenes una prueba en contra, decímela. Mírame, mamá. Mira a Helena. No es posible desmentirlo con evasivas, mamá. Sólo hay una verdad y una mentira.

CHARLOTTE:
Conscientemente, yo nunca...

EVA:
Yo no dije eso.

CHARLOTTE:
Entonces tampoco podes acusarme.

EVA:
Siempre pretendes que se haga una excepción en tu favor. Estableces una especie de sistema de rebajas con la vida, pero algún día tendrás que darte cuenta que vos también tenes culpa, como todos los demás.

CHARLOTTE:
¿Qué clase de culpa?

EVA:
No lo sé. Una culpa.

CHARLOTTE.-
¿Irrevocable? (Pausa.) ¿No podes acercarte a mí, abrazarme? Tengo un miedo tan espantoso. Querida, ¿no podes perdonar todos mis errores? Voy a intentar cambiar. Vos me vas a enseñar, vamos a hablar mucho, mucho tiempo. Pero ayudame. Ya no puedo más, tu odio es tan horrible. No comprendí, fui egoísta, infantil. Tocame, al menos. Querida, ¡ayudame!

(Ahora se oye un grito en la casa silenciosa. Es Helena que llama a su madre.)


(Charlotte al teléfono. Eva escucha la conversación sin ser advertida.)

CHARLOTTE:
Perdoname, querido Paul, que te llame tan temprano por la mañana. Tengo que hablar bajo para que nadie me oiga. ¿Queres ser bueno y ayudarme? Cuando llegues a tu oficina, mandame un telegrama diciendo que me necesitas con urgencia en París, o en cualquier otro lugar. No resisto un día más aquí, pero tampoco puedo irme porque sí, necesito tener un motivo. Inventa lo que sea… (Pausa.) Creo que tuve un pequeño shock. Estaba mi hija Helena, sí, una completa sorpresa, y más enferma que nunca. Sabes que no soy avara con mi arte, ni conmigo misma. Nunca falté a mi deber, nunca dejé de dar un concierto. Se puede confiar en mí, ¿no es cierto? Los críticos dicen siempre que soy una intérprete generosa. Que nadie toca el concierto para piano de Schumann con un tono más cálido. O la gran sonata de Brahms. Mi vida es agradable en su conjunto, la paso bien; tengo momentos melancólicos, claro, no voy a negarlo, pero en general la paso bien. Pero ¿Lena? ¿Cómo puede vivir con ese sufrimiento? Sabes, tiene la mirada clara y diáfana; los mismos ojos de Josef, y cuando se le sostiene la cabeza entre las manos, es capaz de fijar la mirada. (Pausa.) ¿Por qué no se morirá? ¿Soy cruel por hablar así? (Sonríe.) Paul, no sé qué haría sin vos. Ni vos sin mí. Se lo triste que te ponen tus violinistas cuando desafinan en los ensayos. Me despido, además la llamada es muy cara. Adiós, amigo mío, y gracias por tu ayuda.

EVA:
Vi luz en la habitación de Helena. Estabas con ella. ¿Le estuviste diciendo…?

ViKTOR:
Sí. Le dije que tenía que decirle que Charlotte se había ido muy temprano. Que no quisimos despertarla ya que dormía profundamente por el somnífero. Pero que su madre le dejaba besos.

EVA.
Está muy bien. La noche fue un poco agitada.

VIKTOR:
Lena me preguntó por vos. Le dije que estabas paseando por la penumbra del crepúsculo. Que estabas muy serena, casi alegre. También le dije que creía que te gustaba que Charlotte se haya ido.

EVA:
Esta muy bien.

VIKTOR:
Me preguntó si sufrías. (Eva lo mira) Le respondí que no sabía. Le dije, querida Helena… (Le toma las manos a Eva) Eva estaba muy excitada antes del reencuentro con su madre. Esperaba demasiado, y yo no tuve valor para prevenirla. Y todo salió mal.

EVA.
¿Y ahí fue que empezó a temblar? (Asiente) ¿Espasmos muy fuertes?

VIKTOR:
Sí. Intentaba hablar, pero se ponía cada vez más nerviosa. Esos gritos inhumanos. La espuma blanca de su boca. Encogió tanto el cuerpo en la silla que se cayó al suelo. Con esfuerzo le abrí los dientes apretados y le di medicamento. Y te llamé. Ahora duerme.

EVA:
Pobre mamá, se fue con su aspecto asustado, vieja, cansada, con la cara como encogida y la nariz roja de tanto llorar. No se si la volveré a ver otra vez, la asusté de veras. Pero es necesario poder consolarse uno mismo, no se puede tener siempre a mano a otras personas cuando uno está triste. Es preferible llorar en secreto, de modo que nadie lo oiga. (Lo mira) ¿Ibas a salir?

VIKTOR.-
Iba al correo a buscar un paquete con libros.

EVA:
¿Me haces el favor de paso de mandar esta carta?

ViKTOR:
Claro. ¿Es para Charlotte, no?

EVA:
Podes leerla, si queres.

VIKTOR:
(Lee.) Comprendí que me porté mal con vos. Te recibí con exigencias en lugar de ternura. Te atormenté con un odio viejo que ya dejó de ser real. Te ruego que me perdones. La actitud de Helena es mucho mejor que la mía. Ella dio, estuvo cerca de vos, mientras que yo exigía, me alejaba. De repente entendí que debo cuidar de vos, que el pasado no importa, que nunca más te voy a dejar sola. No se si esta carta te va a llegar, ni si la vas a leer, quizá ya sea demasiado tarde para todo. Pero, a pesar de todo, espero que exista todavía la extraña posibilidad de poder cuidarnos, de ayudarnos mutuamente, de mostrar ternura. No quiero que desaparezcas de mi vida. No me voy a dar por vencida incluso aunque sea muy tarde. Pero no creo que sea muy tarde. No puede ser muy tarde. (Deja de leer) Las últimas noches fueron terribles. Tratá de dormir. (Sale)

EVA:
(Sola) No puedo morirme ahora. Tal vez Dios me necesite algún día, y me libere de mi prisión. Debo estar preparada. (Se detiene.) ¿Me rozas la mejilla? ¿Susurras en mi oído? Estás conmigo ahora. Jamás vamos a renunciar el uno al otro, vos y yo.


FIN