28/11/14

LAS UBARRY. ÓSCAR LIERA.












LAS UBARRY




ÓSCAR LIERA



PERSONAJES
MADRE
HIJA


LA RECAMARA NO PODÍA SER MAS ELEGANTE NI DECORADA CON MEJOR GUSTO. FRENTE AL ESPEJO DE BISELADOS CONTENIDO EN EL MARCO ART NOUVEAU, SE REFLEJA LA CARA MARCHITA DE LA MADRE, ES COMO UN ESPECTRO, LAS MANOS DE LA HIJA VAN Y VIENEN SOBRE AQUEL ROSTRO, LLEVANDO Y TRAYENDO ENTRE LOS DEDOS LOS COLORES Y LOS POLVOS. LA MADRE HA DEJADO SU ROSTRO EN MANOS DE SU ÚNICA HIJA PARA QUE LO CAMBIE Y COMO SI LA MUCHACHA TAMBIÉN TRATARA DE CAMBIAR ALGO EN EL INTERIOR DE LA MADRE; HABLA:

HIJA.- Recuerda que eres una Ubarry, tú me lo enseñaste y me formaste haciéndome sentir muy orgullosa de ello.
MADRE.- los Ubarry fueron grandes.
HIJA.- Somos….
MADRE.-… Y poderosos…..Muchos temblaban ante el nombre nada más.
HIJA.- Todavía quedan muchos que nos temen
MADRE.- Tu abuelo mato a muchos sin compasión. El sabia lo que hacía… y los curas siempre lo perdonaban. Dios lo tenga en su compañía.
HIJA.- ¿Y qué? Aquí estamos gastándonos, tú en recuerdos, yo en lamentos.
MADRE.- Yo en lamentos, tú en recuerdos.
HIJA.- Ayer hizo ya tres meses.
MADRE.- Tres.
HIJA.- Tres meses son apenas noventa y dos días.
MADRE.- Y dos días.
HIJA.- Y en un momento me enterraron los puñales. Mientras tú dormías entraron despacio buscando el calor de mis entrañas y allí holgaron.
MADRE.- Tres meses que no dormimos, noventa y dos días que lloramos, que pensamos.
HIJA.- Gastándonos, gastándonos. (PAUSA) Pero tienes que quedar muy hermosa.
MADRE.- Tienes que esconderme setenta y dos años con tus colores.
HIJA.- Eso es lo que hago saldrás como una hermana mía, nadie se imaginara que soy tu hija, te verán los hombres en la plaza y me dirán ¡Adiós cuñada! Y recuerda, tiene que ser cualquiera, no importa cuál sea.
MADRE.- Soy una Ubarry, jamás permitiré manchar nuestra casta, es nuestra sangre la que manda.
HIJA.- Es también nuestra única posibilidad. Estamos solas, no lo olvides, solas en el mundo.
MADRE.- Es que soy ya muy vieja….Deberíamos consultar primero al médico para saber.
HIJA.- No vamos a consultar a ningún medico, los odio, los odio a todos, no tienen ningún derecho, qué les importa que me muera. Es mi decisión; ustedes su moral, y yo la mía es mi vida y es mi muerte….
MADRE..-No debes hablar así, eres una muchacha inmadura….
HIJA.- ¡Tú cállate! Tú has dejado que me destacen, no te importo dejar extinguir en las manos de esos al último de los Ubarry.
MADRE.- Tienes que ser consecuente. Ya todo ha pasado, son mandatos de Dios.
HIJA.- ¡¿Cómo puedes hablar así, María Dominga Ubarry?! ¿Cómo puedes hablar así cuando hemos comprado tantas veces la voluntad divina?¿no fue una vez tu madre y se compró al cura para que no confesara ni diera la extremaunción a doña Cándida antes de que muriera?¿No compró así la eterna condenación de su peor enemiga?
MADRE.- Pero la Iglesia ha cambiado, ya no es como antes, Ahora Dios esta más cerca de nosotros….
HIJA.- Razón de mas para que nos oyera. (PAUSA) Dios mío, perdóname; de lo que dudo no es de tu poder infinito, sino de que tu bondad sea infinita.
MADRE.- Podría buscar en los archivos de la casa; mi padre pudo haber dejado un hijo regado por allí, o en las cercanías de Batomet. A veces duraba mucho tiempo sin venir de la hacienda.
HIJA.- No sé de donde sacas esas ideas tontas. Conoces perfectamente el orgullo que distinguió a nuestros engendradores del resto de los hombres, recuerda bien lo que siempre decían: “Nadie mas de los que somos puede ni debe tratar de ostentar el apellido de los Ubarry.
MADRE.- Como si en estos momentos los oyera…..
HIJA.- Nunca uno de nuestra sangre lo hubiera hecho y tú, en todas tus semillas, me sembraste esta frase.
MADRE..- Tal vez sea una debilidad, una nueva esperanza que brota y que se inflama con la desesperación.
HIJA.- Tal vez sea eso, debilidad. Debilidad. Pero no podemos flaquear en nuestro empeño. Los Ubarry no van a desaparecer y tú te vas a encargar de ello. (MIENTRAS LA HIJA MAQUILLA A LA ANCIANA SE VA LLENANDO DE UNA EXTRAORDINARIA DULZURA) Siempre debiste usar sombras azules sobre los parpados, se te llenan de luz las pupilas y se te ven mas brillantes; son como dos lunas enfermas de frío
MADRE.- Hoy no volvió el veterinario a las cuatro para checar a los canarios. En todo el día solo vino tres veces. Es un irresponsable, creo que tendremos que llamar al que atendió a los cenzontles el año pasado.¿Recuerdas? no se les despegó de la jaula hasta que dejó completamente restablecidos. ¡Y cómo te miraba!
HIJA.- Debí haberme acostado con él.

(LA MADRE SE LEVANTA CON VIOLENCIA DE LA SILLA Y ABOFETEA CON FURIA AQUEL ROSTRO PRECIOSO DE LA HIJA. ÉSTA TRATA DE CURAR EL ARDOR CON LA FRESCURA DE SU MANO. LOS OJOS DE AMBAS NO HAN CESADO DE VIGILARSE, SE VEN CON INTENSIDAD, NADA SE MUEVE EN ELLAS MAS QUE LAS MIRADAS QUE VAN Y VIENE. EL SILENCIO LAS HACE COMPLICES DEL PEOR DE LOS DESEOS. PERO TAMBIÉN LAS HACE CONSCIENTES DE SU SOLEDAD, Y, POCO A POCO, LA MADRE SE VA ACERCANDO HASTA QUE LAS DOS CABEZAS LLEGAN A TOCARSE, ENTONCES SE ABRAZAN, LLORAN Y SE BESAN
MADRE.- ¿Cuál vestido vas a querer que me ponga? ¿El café?
(SACA UN ELEGANTE VESTIDO CAFÉ, LO COLOCA CUIDADOSAMENTE SOBRE EL QUE TRAE PUESTO Y COMIENZA Y COMIENZA A MODELAR CON GRACIA. LO ARROJA SOBRE LA CAMA Y SACA OTRO) O este verde ¿te gusta? Ya puesto se ve mejor, mira qué caída tiene.
HIJA.- Es muy bonito pero no me gusta para la ocasión
MADRE.- ¿Quieres que me ponga uno de los traje sastre?
HIJA.- No. Quiero que te pongas algo más alegre.
MADRE.- Más alegre, más alegre, ya sé; el rosa.
HIJA.- No mamá, tengo en la mente desde hace rato un vestido amarillo que tiene por aplicaciones unas florecitas blancas de encaje de Bruselas. ¿Recuerdas? Muchas florecillas sobre el amarillo.
MADRE..- No estarás pensando en vestido que llevé al bautizo de la niña de los Villamayori.
HIJA.- El mismo.
MADRE.- No es propio de mi edad, ya soy una vieja de sesenta y…..
HIJA.- Tienes que pasar por una señora de treinta y tres años. Olvida de una vez por todas tu edad, serás mi hermana mayor.
MADRE.- ¿En dónde estará ese vestido? Solo me lo puse dos veces. Era muy bonito.
HIJA.- Es muy bonito.
MADRE.- ¿No lo habré regalado?
HIJA.- No.
MADRE.- Habrá que buscarlo, ¿En que condiciones estará?
HIJA.- Está en muy buenas condiciones, y en muy buenas manos, lo mandé a la tintorería, tengo que hablar en este momento para que me lo manden cuanto antes. (VA AL TELÉFONO) Bueno, ¿A dónde hablo? Gracias. Señorita hablo de parte de la señora Ubarry para preguntar si ya esta el vestido que envío esta mañana con carácter de urgencia, sí como no, (A LA MADRE) Te vas a ver preciosa, solo te miraran a ti, y yo me sentiré orgullosa de ir a tu lado.
MADRE..- Pero tendremos que salir casi a escondidas para que no nos vayan a ver los Guzmán Chaytes, son muy hablantines. También los de la Quinta Victoria; esos siempre andan Husmeando en los jardines….
HIJA.- ( A LA MADRE) Espérame. (AL TELÉFONODígame, sí, está muy bien señorita, entonces mándemelo inmediatamente aquí a la casa de la señora. Sí, sí, gracias, muy amable (COLGANDO EL AURICULAR) ¿Qué te hiciste en el ojo?
(LA MADRE TOMA UNA ACTITUD PUERIL, COMO SI FUERA ELLA LA HIJA, UNA HIJA MIMADA QUE SE ENFRENTA A UNA MADRE ENÉRGICA)
MADRE.- Me talle el ojo por que me ardía
HIJA.- ¿No ves que te has estropeado todo el maquillaje?
MADRE.- No me acordé en ese momento, solo se que me ardía y me ardía como si tuviera una aguja que me estuviera picando el ojo despacito despacito y me tallé, me tallé porque me hacía daño la aguja.
HIJA.- ¡Eres una inconsciente! ¡No eres capaz de ningún sacrificio! ¡Eres tú a quien se le ha asignado el papel de sacar adelante a la familia y todo lo detienes por que te ardía un ojo! ¿Qué será cuando se te pidan sacrificios más grandes? ¿Si yo no hubiera estado aquí te hubieras lavado la cara verdad? ¡Contesta!
MADRE.- Sí.
HIJA.- ¿Por qué? ¿No sabes contestar? ¿No se te dio a parte de la vida, un lenguaje?, ¿No se te limo toda aspereza para que supieras comunicar debidamente tus pensamientos?
MADRE.- Sí.
HIJA.- ¿Entonces por qué no hablas?
MADRE..- Pues….
HIJA.- Pues que. A veces quisiera conocer alguna de esas expresiones vulgares que usan los barbajanes para decírtela a ver si así descanso.
MADRE.- Perdóname, perdóname, estaba desesperada….ese vestido me trae recuerdos terribles, la primera vez que lo usé, tú eras una niña, reñí fuertemente con tu padre; fue entonces que decidimos separar nuestros lechos. Pienso que pude haber tenido más hijos, pero el orgullo nos separó más y más y más, hasta que volvimos a hablarnos de usted…
HIJA.- ¡Perfecto! Será una reconciliación con la naturaleza.
MADRE.- Sí, como un amuleto, y yo iré por las calles envuelta en mi amuleto, ¡Qué porquería somos! (CON RECONOCIMIENTO A LA ACTITUD DE LA HIJA CE ACERCA A ELLA LE BESA LOS LABIOS Y RECONFORTADA LE DICE) Has hecho bien en reprenderme, me has hablado como toda una Ubarry, me siento orgullosa de ti, me has hecho reaccionar y he tomado conciencia exacta de la cosas, Eres una mujer madura, este es el momento en que puedes ser una madre perfecta.(HASTA EL TERMINO DE LA FRASE, LA MADRE SE DIO CUENTA DEL GRAN ERROR QUE HABÍA COMETIDO)
HIJA.- ¡Pero nunca podré, y tú lo sabes! ¡Tú permitiste que ellos me acuchillaran aquí y me arrancaran a mis hijos antes de ser engendrados! ¡Y tú pudiste haberles detenido la mano y decirles: ¡qué crimen cometen van a desarraigar la esencia de una mujer!  ¡Y tú sabías lo que más necesitaba un hijo! ¡Un hijo! ¡Y cada vez que cierro los ojos se que no lo voy a tener! ¡Cada vez que respiro me acuerdo que han asesinado a los hijos que me esperaban y que yo también esperaba! ¡Un hijo, tan solo uno! ¡Un hijo que no me permitiera agotarme en la existencia ni en esta soledad!
MADRE.- (GRAVE) Pero ya no tenía remedio nada, había que hacerlo. Te vieron muchos médicos, especialistas….
HIJA.- ¡Pues hubieras dejado que me pudriera junto con mis semillas pútridas! (PAUSA) Ahora comienzo a secarme en mi misma, es como si hubieras permitido que mataran en mí todo lo que podría llenarme de flores por dentro. Y lo más terrible es que soy la última portadora de la sangre más pura de los Ubarry. Ya no habrá más descendencia, nos vemos amenazadas a quedar exterminados, exterminados, los Ubarry, los Ubarry se acabaron, nunca nos lo perdonaran nuestros abuelos.
MADRE.- A veces pienso que nosotras cargamos con todas las culpas de ellos. Es como si todos los yerros se materializaran y tu y yo tuviéramos que cargar siempre con ellos, si voy al comedor, los llevo, si voy al jardín, los llevo, y cargo las paredes, sostengo el peso de los techos….
HIJA.- Es un precio muy caro madre, pero nosotras como ellos, elegimos consagrarnos a la familia. (UN CASI, ETERNO SILENCIO SE INTERPONE ENTRE ELLAS, PESADO COMO LAS CULPAS. PERO DE PRONTO BRILLA EN LOS OJOS DE LA HIJA LA POSIBILIDAD DE QUE AÚN QUEDA EN LA MADRE, Y ROMPE CON ALEGRÍA EL SILENCIO) Ahora tienes que sentarte para que te corrija el maquillaje de los ojos, y para que termine de pintar tu boca. A ver, cierra los parpados. Vas a lucir como el día familiar que celebramos en casa de Martha Angélica.
MADRE.- Era yo ese día, la mujer mas bella del mundo, me sentía la esencia de la belleza y me gustaba desparramarla sobre las miradas de quienes me veían. Tu padre se sentía muy hombre a mi lado, era como si mi belleza de ese día le diera a el mucha seguridad, y a tus abuelos también, y a todos los que admiraban a los nuestros…… (EL SONIDO DEL TIMBRE CORTA DE PRONTO LOS RECUERDOS AQUELLOS….)
HIJA.- Debe ser la Tintorería (ASOMÁNDOSE POR UNA DE LAS PUERTAS GRITA) ¡Amelia, por favor recoja el vestido de la señora, y déjelo con mucho cuidado en el sofá del saloncito. Ofrézcale algo de tomar al mandadero, para que pueda volver a cruzar el jardín sin fatiga (A LA MADRE) Te vas a convertir en un sol.
MADRE.- ¿Qué hora es?
HIJA.- Ahora han de ser como las seis y media.
MADRE.- Ya comienzo a ponerme nerviosa, tengo miedo de que me rechacen de nuevo, ayer se rieron de mí….
HIJA.- Nunca has salido de esta casa, ¡Recuérdalo! Tus padres te tenían encerrada y no conocías el mundo. Esa tiene que ser la historia.
MADRE.- Es que ya tenemos tres meses saliendo a buscar y no hemos encontrado nada todavía.
HIJA.- ¡Te he dicho que en nuestra familia solo hay ayeres gloriosos! No tienes que recordar nada, te ordené que fueras olvidando cada día; cada día, es uno nuevo y tu borras tus cosas al acostarte, y únicamente tendrás derecho a recordar cuando hayas concebido un hijo en tu vientre. Hasta entonces, podré dormir tranquila, entonces me ocuparé solamente de cuidar tu vientre y ver como te vas llenando de vida, y como dentro de ti, de tus profundidades, comienza a gestarse la salvación de nuestras vidas y la paz que necesitamos para morir tranquilas.
MADRE.- Y yo seré madre otra vez, y tendré un hijo, un varoncito; un hombre.
HIJA.- Y yo seré la criada de ustedes, la esclava de esa criatura salvadora. ¿Te aseaste el cuerpo como te dije?
MADRE.- Sí, cuidadosamente, como si fuera a parir, deje un rato el agua tibia sobre mi vientre, y llené de rosas la tina, después me sequé con algodones y me ungí con loción de hierbabuena.
HIJA.- Ahora te pondrás el vestido. (LA HIJA SALE UN SEGUNDO Y ENTRA CON EL VESTIDO EN LOS BRAZOS. LO TRAE CON MUCHO CUIDADO, COMO SI TRAJERA UN NIÑO RECIÉN NACIDO. LA MADRE TOMA EL VESTIDO-NIÑO ENTRE SUS BRAZOS, SE QUEDA MIRÁNDOLO FIJAMENTE, LO RECUERDA TODO PERFECTAMENTE; COMIENZA A ACARICIARLO CON SUAVIDAD Y, DE PRONTO, EN UN ARREBATO, DE LOCURA LO TIRA AL SUELO. CASI PIERDE EL CONTROL DE SÍ MISMA, E INSTINTIVAMENTE COMIENZA A PROTEGERSE EL VIENTRE CON LOS PUÑOS BIEN APRETADOS)
MADRE.- ¡No saldré a hacer el ridículo! No saldré, los hombres se ríen de mí. Se ve muy claro que es a ti a quien ellos prefieren. A mí ni siquiera me miran, me gritan suegra, madrota….
HIJA.- No pronuncies esas palabrotas de placeros
MADRE.- Es que no puedo continuar con este ridículo, ¿No entiendes que ellos prefieren una joven? Quieren una mujer que les abra las piernas, y ellos solo miran las tuyas.
HIJA.- ¡Pero yo estoy seca! ¡Yo no sirvo para eso! ¡Solo puedo ser puta, solo podré ser eso!
MADRE.- Es que yo ya estoy muy vieja
HIJA.- No hermana, tienes apenas treinta y tres años, no lo olvides, treinta y tres años. Recuérdalo
MADRE.- No se si aún sea fértil
HIJA.- No te importe; tu inténtalo. Tienes que intentarlo con todos los machos que puedas. (BUSCA UN TONO DULCE) Ahora tienes el vestido amarillo. (LO RECOGE Y SE LO DA, CON LA MISMA TERNURA DE ANTES, A LA MADRE, ESTA LO TOMA Y COMIENZA A METERSE EN EL CON SUAVIDAD MIENTRAS LA HIJA LE HABLA) El de la suerte, el de la reconciliación con la naturaleza. Para los demás será solo un vestido nuevo con sus flores blancas, entre tu talle mas que nunca fértil, Y te verán los machos con sus simientes guardadas, te verán como el día de la fiesta familiar cuando te convertiste en la esencia de la belleza y volaban tus cabellos, y volaban tus manos por el viento. Y todos te desearán y tendrán que hacerte concebir un hijo, y allí estará nuestra felicidad, cuando entren en ti y depositen con desespero las semillas, cuando tus óvulos se impregnen de células masculinas. ¡Es muy sencillo volver a ser felices! ¿Ves? Es muy sencillo. ¡Qué hermosa estás, qué hermosa! (TRANSICIóN) Es tarde, tenemos que irnos. Recuerda: tiene que ser un hombre joven, y le pedirás que acaricie con amor tu vientre, se lo pedirás porque tienes que eternizar la estirpe de los Ubarry y porque tenemos derecho a la paz.

LAS DOS MUJERES VAN SALIENDO POR ENTRE EL PUBLICO VIENDO A LOS HOMBRES QUE HAN ASISTIDO A LA REPRESENTACIÓN Y TRATANDO DE QUE SE FIJEN EN LA MADRE, QUIEN SE VERÁ RIDÍCULA CON EL MAQUILLAJE Y EL VESTIDO QUE LLEVA. TODO ES EN SILENCIO, SILENCIO COMO LA CONDENA A LA QUE HAN SIDO ENTREGADAS.



FIN




Las cinco dificultades para decir la verdad. Bertolt Brecht.























Las cinco dificultades
para decir la verdad

Bertolt Brecht

1934
El que quiera luchar hoy contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad tendrá que
vencer por lo menos cinco dificultades. Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque
se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de hacerla
manejable como un arma; el discernimiento indispensable para difundirla.
Tales dificultades son enormes para los que escriben bajo el fascismo, pero también para los
exiliados y los expulsados, y para los que viven en las democracias burguesas.

I. El valor de escribir la verdad

Para mucha gente es evidente que el escritor debe escribir la verdad; es decir, no debe
rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe
engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los
débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al
trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa
frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces
cuando se necesita valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación
y la vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble que
el amor al sacrificio».
En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos
que facilitarían el trabajo que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el
hombre inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor
para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas y
razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la ignorancia y la guerra no crean
taras?
También se necesita valor para decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido.
Muchos perseguidos pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la
injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran
perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era
una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la bondad
implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos fueron vencidos no
porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor.
Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general,
elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso
se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las
cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en general la
maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con estruendo el triunfo del
espíritu en países donde éste es todavía concebible. Muchos se creen apuntados por cañones
cuando solamente gemelos de teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones
generales en un mundo de amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no
han combatido nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su
parte habitual del botín. En síntesis sólo admiten una verdad: la que les suena bien.
Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en cifras y en hechos, y exige ser
confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la
apariencia. Su gran desgracia es que no conocen la verdad.


II. La inteligencia necesaria para descubrir la verdad

Tampoco es fácil descubrir la verdad. Por lo menos la que es fecunda. Así, según opinión
general, los grandes Estados caen uno tras otro en la barbarie extrema. Y una guerra intestina
que se desarrolla implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto
generalizado que convertiría nuestro continente en un montón de ruinas. Evidentemente, se
trata de verdades. No se puede negar que llueve hacia abajo: numerosos poetas escriben
verdades de este género. Son como el pintor que cubría de frescos las paredes de un barco
que se estaba hundiendo. El haber resuelto nuestra primera dificultad les procura una cierta
dificultad de conciencia. Es cierto que no se dejan engañar por los poderosos, pero ¿escuchan
los gritos de los torturados? No; pintan imágenes. Esta actitud absurda les sume en un
profundo desconcierto, del que no dejan de sacar provecho; en su lugar otros buscarían las
causas. No creáis que sea cosa fácil distinguir sus verdades de las vulgaridades referentes a la
lluvia; al principio parecen importantes, pues la operación artística consiste precisamente en
dar importancia a algo. Pero mirad la cosa de cerca: os daréis cuenta que no dejan de decir:
no se puede impedir que llueva hacia abajo.
También están los que por falta de conocimientos no llegan a la verdad. Y, sin embargo,
distinguen las tareas urgentes y no temen a los poderosos ni a la miseria. Pero viven de
antiguas supersticiones, de axiomas célebres a veces muy bellos. Para ellos el mundo es
demasiado complicado: se contentan con conocer los hechos e ignorar las relaciones que
existen entre ellos.
Me permito decir a todos los escritores de esta época confusa y rica en transformaciones que
hay que conocer el materialismo dialéctico, la economía y la historia. Tales conocimientos se
adquieren en los libros y en la práctica si no falta la necesaria aplicación. Es muy sencillo
descubrir fragmentos de verdad, e incluso verdades enteras. El que busca necesita un
método, pero se puede encontrar sin método, e incluso sin objeto que buscar. Sin embargo,
ciertos procedimientos pueden dificultar la explicación de la verdad: los que la lean serán
incapaces de transformar esa verdad en acción. Los escritores que se contentan con acumular
pequeños hechos no sirven para hacer manejables las cosas de este mundo. Pues bien, la
verdad no tiene otra ambición. Por consiguiente esos escritores no están a la altura de su
misión.

III. El arte de hacer la verdad manejable como arma

La verdad debe decirse pensando en sus consecuencias sobre la conducta de los que la
reciben.
Hay verdades sin consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la
barbarie: el fascismo sería debido a una oleada de barbarie que se ha abatido sobre varios
países, como una plaga natural. Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo
habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Para mí, el fascismo es una fase histérica del
capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo. En un país fascista el
capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es combatir el capitalismo, y bajo su
forma más cruda, más insolente, más opresiva, más engañosa.
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada
contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad
práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace
de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos bárbaros de sus vecinos, y sus
acusaciones impresionan tanto a sus auditorios que éstos olvidan que tales métodos se
practican también en sus propios países.
Ciertos países logran todavía conservar sus formas de propiedad gracias a medios menos
violentos que otros. Sin embargo, los monopolios capitalistas originan por doquier
condiciones bárbaras en las fábricas, en las minas y en los campos. Pero mientras que las
democracias burguesas garantizan a los capitalistas, sin recurso a la violencia, la posesión de
los medios de producción, la barbarie se reconoce en que los monopolios sólo pueden ser
defendidos por la violencia declarada.
Ciertos países no tienen necesidad, para mantener sus monopolios bárbaros, de destruir la
legalidad instituida, ni su confort cultural (filosofía, arte, literatura); de ahí que acepten
perfectamente oír a los exiliados alemanes estigmatizar su propio régimen por haber
destruido esas comodidades. A sus ojos es un argumento suplementario en favor de la
guerra.
¿Puede decirse que respetan la verdad los que gritan: «Guerra sin cuartel a Alemania, que es
hoy la verdadera patria del «mal», la oficina del infierno, el trono del anticristo»? No. Los que
así gritan son tontos, impotentes gentes peligrosas. Sus discursos tienden a la destrucción de
un país, de un país entero con todos sus habitantes, pues los gases asfixiantes no perdonan a
los inocentes.

Los que ignoran la verdad se expresan de un modo superficial, general e impreciso. Peroran
sobre el «alemán», estigmatizan el «mal», y sus auditorios se interrogan: ¿Debemos dejar de
ser alemanes? ¿Bastará con que seamos buenos para que el infierno desaparezca? Cuando
manejan sus tópicos sobre la barbarie salida de la barbarie resultan impotentes para suscitar
la acción. En realidad no se dirigen a nadie. Para terminar con la barbarie se contentan con
predicar la mejora de las costumbres mediante el desarrollo de la cultura. Eso equivale a
limitarse a aislar algunos eslabones en la cadena de las causas y a considerar como potencias
irremediables ciertas fuerzas determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las
fuerzas que preparan las catástrofes. Un poco de luz y los verdaderos responsables de las
catástrofes aparecen claramente: los hombres. Vivimos una época en que el destino del
hombre es el hombre.
El fascismo no es una plaga que tendría su origen en la «naturaleza» del hombre. Por lo
demás, es un modo de presentar las catástrofes naturales que restituyen al hombre su
dignidad porque se dirigen a su fuerza combativa.
El que quiera describir el fascismo y la guerra grandes desgracias, pero no calamidades
«naturales» debe hablar un lenguaje práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de
la lucha de clases; poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar
verídicamente un estado de cosas nefasto, mostrad que tiene causas remediables. Cuando se
sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.

IV. Cómo saber a quién confiar la verdad

Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita, hace que el escritor no se ocupe de
la difusión de sus obras. Se figura que su editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el
mundo. Y se dice: yo hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la realidad, el
escritor habla, y los que pueden pagar, le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos, y los
que las escuchan no quieren entenderlo todo.
Sobre esto se ha dicho ya muchas cosas, pero no las suficientes. Transformar la «acción de
escribir a alguien» en «acto de escribir» es algo que me parece grave y nocivo. La verdad no
puede ser simplemente escrita; hay que escribirla a alguien. A alguien que sepa utilizarla. Los
escritores y los lectores descubren la verdad juntos.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien escuchado, pero la verdad debe ser dicha con
astucia y comprendida del mismo modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a
quién la decimos y quién nos la dice; a los que viven en condiciones intolerables debemos
decirles la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos
dirijamos solamente a las gentes de un solo sector: hay otros que evolucionan y se hacen
susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son accesibles, con tal que comiencen a
temer por sus vidas. Los campesinos de Baviera, que se oponían a todo cambio de régimen,
se hicieron permeables a las ideas revolucionarias cuando vieron que sus hijos, al volver de
una larga guerra, quedaban reducidos al paro forzoso.
La verdad tiene un tono. Nuestro deber es encontrarlo. Ordinariamente se adopta un tono
suave y dolorido: «yo soy incapaz de hacer daño a una mosca». Esto tiene la virtud de hundir
en la miseria a quien lo escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este tono,
pero no podrán ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no
sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.

V. Proceder con astucia para difundir la verdad

Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos de haberla descubierto, cansados sin
duda de los esfuerzos que supone el hacerla operante, algunos esperan impacientes que sus
lectores la disciernan. De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la
verdad.
Confucio alteró el texto de un viejo almanaque popular cambiando algunas palabras: en lugar
de escribir «el maestro Kun hizo matar al filósofo Wan», escribió: «el maestro Kun hizo
asesinar al filósofo Wan». En el pasaje donde se hablaba de la muerte del tirano Sundso,
«muerto en un atentado», reemplazó la palabra «muerto» por «ejecutado», abriendo la vía a
una nueva concepción de la historia.
El que en la actualidad reemplaza «pueblo» por «población», y «tierra» por «propiedad rural»,
se niega ya a acreditar algunas mentiras, privando a algunas palabras de su magia. La palabra
«pueblo» implica una unidad fundada en intereses comunes; sólo habría que emplearla en
plural, puesto que únicamente existen «intereses comunes» entre varios pueblos. La
«población» de una misma región tiene intereses diversos e incluso antagónicos. Esta verdad
no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice «la tierra», personificando sus encantos,
extasiándose ante su perfume y su colorido, favorece las mentiras de la clase dominante. Al
fin y al cabo, ¡qué importa la fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su
infatigable ardor al trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El
que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo, y «el gesto augusto del
sembrador» no se cotiza en Bolsa. El término justo es «propiedad rural».
Cuando reina la opresión, no hablemos de «disciplina», sino de «sumisión» pues la disciplina
excluye la existencia de una clase dominante. Del mismo modo, el vocablo «dignidad» vale
más que la palabra «honor», pues tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase
de gente se precipita para tener la ventaja de defender el «honor» de un pueblo, y con qué
liberalidad los ricos distribuyen el «honor» a los que trabajan para enriquecerlos.
La astucia de Confucio es utilizable también en nuestros días. También la de Tomás Moro.
Este último describió un país utópico idéntico a la Inglaterra de aquella época, pero en el que
las injusticias se presentaban como costumbres admitidas por todo el mundo.
Cuando Lenin, perseguido por la policía del Zar, quiso dar una idea de la explotación de
Sajalín por la burguesía rusa, sustituyó Rusia por el Japón y Sajalín por Corea. La identidad de
las dos burguesías era evidente, pero como Rusia estaba en guerra con el Japón la censura
dejó pasar el trabajo de Lenin.
Hay una infinidad de astucias posibles para engañar a un Estado receloso. Voltaire luchó
contra las supersticiones religiosas de su tiempo escribiendo la historia galante de «La
Doncella de Orleans»: describiendo en un bello estilo aventuras galantes sacadas de la vida
de los grandes. Voltaire llevó a éstos a abandonar la religión (que hasta entonces tenían por
caución de su vida disoluta). De repente se hicieron los propagadores celosos de las obras de
Voltaire y ridiculizaron a la policía que defendía sus privilegios. La actitud de los grandes
permitió la difusión ilícita de las ideas del escritor entre el público burgués, hacia el que
precisamente apuntaba Voltaire.
Decía Lucrecio que contaba con la belleza de sus versos para la propagación de su ateísmo
epicúreo. Las virtudes literarias de una obra pueden favorecer su difusión clandestina. Pero
hay que reconocer que a veces suscitan múltiples sospechas. De ahí la necesidad de
descuidarlas deliberadamente en ciertas ocasiones. Tal sería el caso, por ejemplo, si se
introdujera en una novela policíaca -género literario desacreditado- la descripción de
condiciones sociales intolerables. A mi modo de ver, esto justificaría completamente la novela
policíaca.
En la obra de Shakespeare se puede encontrar un modelo de verdad propagada por la astucia:
el discurso de Antonio ante el cadáver de César. Afirmando constantemente la respetabilidad
de Bruto, cuenta su crimen, y la pintura que hace de él es mucho más aleccionadora que la
del criminal. Dejándose dominar por los hechos, Antonio saca de ellos su fuerza de
convicción mucho más que de su propio juicio.
Jonathan Swift propuso en un panfleto que los niños de los pobres fueran puestos a la venta
en las carnicerías para que reinara la abundancia en el país. Después de efectuar cálculos
minuciosos, el célebre escritor probó que se podrían realizar economías importantes llevando
la lógica hasta el fin. Swift jugaba al monstruo. Defendía con pasión absolutista algo que
odiaba. Era una manera de denunciar la ignominia. Cualquiera podía encontrar una solución
más sensata que la suya, o al menos más humana; sobre todo, aquellos que no habían
comprendido a dónde conducía este tipo de razonamiento.
Militar a favor del pensamiento, sea cual fuere la forma que éste adopte, sirve la causa de los
oprimidos. En efecto, los gobernantes al servicio de los explotadores consideran el
pensamiento como algo despreciable. Para ellos lo que es útil para los pobres es pobre. La
obsesión que estos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo
menospreciar los honores militares cuando se goza de este favor inestimable: batirse por un
país cuando se muere de hambre. Es bajo dudar de un jefe que os conduce a la desgracia. El
horror al trabajo que no alimenta al que lo efectúa es asimismo una cosa baja, y baja también
la protesta contra la locura que se impone y la indiferencia por una familia que no aporta
nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces y sin ideal, de cobardes a los
que no tienen confianza en sus opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de
vagos a los que pretenden ser pagados por trabajar, etc. Bajo semejante régimen, pensar es
una actividad sospechosa y desacreditada. ¿Dónde ir para aprender a pensar? A todos los
lugares donde impera la represión.
Sin embargo, el pensamiento triunfa todavía en ciertos dominios en que resulta indispensable
para la dictadura. En el arte de la guerra, por ejemplo, y en la utilización de las técnicas.
Resulta indispensable pensar para remediar, mediante la invención de tejidos «ersatz», la
penuria de lana. Para explicar la mala calidad de los productos alimenticios o la militarización
de la juventud no es posible renunciar al pensamiento. Pero recurriendo a la astucia se puede
evitar el elogio de la guerra, al que nos incitan los nuevos maestros del pensamiento. Así, la
cuestión ¿cómo orientar la guerra? lleva a la pregunta: ¿vale la pena hacer la guerra? Lo que
equivale a preguntar: ¿cómo evitar la guerra inútil? Evidentemente, no es fácil plantear esta
cuestión en público hoy. Pero ¿quiere decir esto que haya que renunciar a dar eficacia a la
verdad? Evidentemente no.
Si en nuestra época es posible que un sistema de opresión permita a una minoría explotar a
la mayoría, la razón reside en una cierta complicidad de la población, complicidad que se
extiende a todos los dominios. Una complicidad análoga, pero orientada en sentido contrario,
puede arruinar el sistema. Por ejemplo, los descubrimientos biológicos de Darwin eran
susceptibles de poner en peligro todo el sistema, pero solamente la Iglesia se inquietó. La
policía no veía en ello nada nocivo. Los últimos descubrimientos físicos implican
consecuencias de orden filosófico que podrían poner en tela de juicio los dogmas irracionales
que utiliza la opresión. Las investigaciones de Hegel en el dominio de la lógica facilitaron a
los clásicos de la revolución proletaria, Marx y Lenin, métodos de un valor inestimable. Las
ciencias son solidarias entre sí, pero su desarrollo es desigual según los dominios; el Estado
es incapaz de controlarlos todos. Así, los pioneros de la verdad pueden encontrar terrenos de
investigación relativamente poco vigilados. Lo importante es enseñar el buen método, que
exige que se interrogue a toda cosa a propósito de sus caracteres transitorios y variables. Los
dirigentes odian las transformaciones: desearían que todo permaneciese inmóvil, a ser
posible durante un milenio: que la Luna se detuviese y el Sol interrumpiese su carrera.
Entonces nadie tendría hambre ni reclamaría alimentos. Nadie respondería cuando ellos
abriesen fuego; su salva sería necesariamente la última.
Subrayar el carácter transitorio de las cosas equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos
jamás recordar al vencedor que toda situación contiene una contradicción susceptible de
tomar vastas proporciones. Semejante método -la dialéctica, ciencia del movimiento de las
cosas- puede ser aplicado al examen de materias como la biología y la química, que escapan
al control de los poderosos, pero nada impide que se aplique al estudio de la familia; no se
corre el riesgo de suscitar la atención. Cada cosa depende de una infinidad de otras que
cambian sin cesar; esta verdad es peligrosa para las dictaduras.
Pues bien, hay mil maneras de utilizarla en las mismas narices de la policía. Los gobernantes
que conducen a los hombres a la miseria quieren evitar a todo precio que, en la miseria, se
piense en el Gobierno. De ahí que hablen de destino. Es al destino, y no al Gobierno, al que
atribuyen la responsabilidad de las deficiencias del régimen. Y si alguien pretende llegar a las
causas de estas insuficiencias, se le detiene antes de que llegue al Gobierno.
Pero en general es posible reclinar los lugares comunes sobre el destino y demostrar que el
hombre se forja su propio destino. Ahí tenéis el ejemplo de esa granja islandesa sobre la que
pesaba una maldición. La mujer se había arrojado al agua, el hombre se había ahorcado. Un
día, el hijo se casó con una joven que aportaba como dote algunas hectáreas de tierra. De
golpe, se acabó la maldición. En la aldea se interpretó el acontecimiento de diversos modos.
Unos lo atribuyeron al natural alegre de la joven; otros a la dote, que permitía, al fin, a los
propietarios de la granja comenzar sobre nuevas bases. Incluso un poeta que describe un
paisaje puede servir a la causa de los oprimidos si incluye en la descripción algún detalle
relacionado con el trabajo de los hombres. En resumen: importa emplear la astucia para
difundir la verdad.

Conclusión

La gran verdad de nuestra época -conocerla no es todo, pero ignorarla equivale a impedir el
descubrimiento de cualquier otra verdad importante- es ésta: nuestro continente se hunde en
la barbarie porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la
violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie si no se dice
claramente por qué? Los que torturan lo hacen por conservar la propiedad privada de los
medios de producción.
Ciertamente, esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando
la tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las formas actuales de
propiedad.
Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras que reinan en nuestro país; así será
posible suprimirlas, es decir, cambiar las actuales relaciones de producción. Digámoslo a los
que sufren del statu quo y que, por consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a
los trabajadores, a los aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado
de cosas sin poseer los medios de producción.

La dama boba. Lope de Vega.





LA DAMA BOBA

LOPE DE VEGA

PERSONAJES



LISEO, caballero.
TURÍN, lacayo.
LEANDRO, caballero.
OTAVIO, viejo.
MISENO, su amigo.
LAURENCIO, caballero.
DUARDO, caballero.
FENISO, caballero.
RUFINO, maestro.
NISE, dama.
FINEA, su hermana.
CLARA, criada.
CELIA, criada.
PEDRO, lacayo.
[MÚSICOS].
[UN MAESTRO de danzar].

[La escena es en Illescas y Madrid].






ArribaAbajo
Acto I

[Escena I]

[Portal de una posada en Illescas.]



LISEO, caballero, y TURÍN, lacayo; los dos de camino.


LISEO
¡Qué lindas posadas!
TURÍN
¡Frescas!
LISEO
¿No hay calor?
TURÍN
Chinches y ropa
tienen fama en toda Europa.
LISEO
¡Famoso lugar Illescas!
No hay en todos los que miras
quien le iguale.
TURÍN
Aun si supieses
la causa...
LISEO
¿Cuál es?
TURÍN
Dos meses
de guindas y de mentiras.
LISEO
Como aquí, Turín, se juntan
de la Corte y de Sevilla,
Andalucía y Castilla,
unos a otros preguntan,
unos de las Indias cuentan,
y otros con discursos largos
de provisiones y cargos,
cosas que el vulgo alimentan.
¿No tomaste las medidas?
TURÍN
Una docena tomé.
LISEO
¿Y imágenes?
TURÍN
Con la fe
que son de España admitidas,
por milagrosas en todo
cuanto en cualquiera ocasión
les pide la devoción
y el nombre.
LISEO
Pues, dese modo,
lleguen las postas, y vamos.

TURÍN
¿No has de comer?
LISEO
Aguardar
a que se guise es pensar
que a media noche llegamos;
y un desposado, Turín,
ha de llegar cuando pueda
lucir.
TURÍN
Muy atrás se queda
con el repuesto Marín;
pero yo traigo qué comas.
LISEO
¿Qué traes?
TURÍN
Ya lo verás.
LISEO
Dilo.
TURÍN
¡Guarda!
LISEO
Necio estás.
TURÍN
¿Desto pesadumbre tomas?
LISEO
Pues, para decir lo que es...
TURÍN
Hay a quien pesa de oír
su nombre. Basta decir
que tú lo sabrás después.
LISEO
¿Entretiénese la hambre
con saber qué ha de comer?
TURÍN
Pues sábete que ha de ser...
LISEO
¡Presto!
TURÍN
...tocino fiambre.
LISEO
Pues, ¿a quién puede pesar
de oír nombre tan hidalgo?
Turín, si me has de dar algo,
¿qué cosa me puedes dar
que tenga igual a ese nombre?
TURÍN
Esto y una hermosa caja.
LISEO
Dame de queso una raja;
que nunca el dulce es muy hombre.
TURÍN
Esas liciones no son
de galán ni desposado.
LISEO
Aún agora no he llegado.
TURÍN
Las damas de Corte son
todas un fino cristal:
transparentes y divinas.
LISEO
Turín, las más cristalinas
comerán.
TURÍN
¡Es natural!
Pero esta hermosa Finea
con quien a casarte vas
comerá...
LISEO
Dilo.
TURÍN
No más
de azúcar, maná y jalea.
Pasaráse una semana
con dos puntos en el aire,
de azúcar.
LISEO
¡Gentil donaire!
TURÍN
¿Qué piensas dar a su hermana?
LISEO
A Nise, su hermana bella,
una rosa de diamantes,
que así tengan los amantes
tales firmezas con ella;
y una cadena también,
que compite con la rosa.
TURÍN
Dicen que es también hermosa.
LISEO
Mi esposa parece bien,
si doy crédito a la fama,
de su hermana poco sé;
pero basta que me dé
lo que más se estima y ama.
TURÍN
¡Bello golpe de dinero!
LISEO
Son cuarenta mil ducados.
TURÍN
¡Bravo dote!
LISEO
Si contados
los llego a ver, como espero.
TURÍN
De un macho con guarniciones
verdes y estribos de palo,
se apea un hidalgo.
LISEO
¡Malo,
si la merienda me pones!


[Escena II]

LEANDRO, de camino.- [Dichos.]


LEANDRO
Huésped, ¿habrá qué comer?
LISEO
Seáis, señor, bien llegado.
LEANDRO
Y vos en la misma hallado.
LISEO
¿A Madrid?...
LEANDRO
Dejéle ayer,
cansado de no salir
con pretensiones cansadas.
LISEO
Esas van adjetivadas
con esperar y sufrir.
Holgara, por ir con vos,
lleváramos un camino.
LEANDRO
Si vais a lo que imagino,
nunca lo permita Dios.
LISEO
No llevo qué pretender;
a negocios hechos voy.
¿Sois de ese lugar?
LEANDRO
Sí soy.
LISEO
Luego podréis conocer
la persona que os nombrare.
LEANDRO
Es Madrid una talega
de piezas, donde se anega
cuanto su máquina pare.
Los reyes, roques y arfiles
conocidas casas tienen;
los demás que van y vienen
son como peones viles:
todo es allí confusión.
LISEO
No es Otavio pieza vil.
LEANDRO
Si es quien yo pienso, es arfil,
y pieza de estimación.
LISEO
Quien yo digo es padre noble
de dos hijas.
LEANDRO
Ya sé quién;
pero dijérades bien
que de una palma y de un roble.
LISEO
¿Cómo?
LEANDRO
Que entrambas lo son;
pues Nise bella es la palma;
Finea un roble, sin alma
y discurso de razón.
Nise es mujer tan discreta,
sabia, gallarda, entendida,
cuanto Finea encogida,
boba, indigna y imperfeta.
Y aun pienso que oí tratar
que la casaban...
LISEO
[A TURÍN.]
¿No escuchas?

LEANDRO
Verdad es que no habrá muchas
que la puedan igualar
en el riquísimo dote;
mas, ¡ay de aquel desdichado
que espera una bestia al lado!
Pues más de algún marquesote,
a codicia del dinero,
pretende la bobería
desta dama, y a porfía
hacen su calle terrero.

LISEO
[A TURÍN.]
Yo llevo lindo concierto.
¡A gentiles vistas voy!
TURÍN
[A LISEO.]
Disimula.
LISEO
[A TURÍN.]
Tal estoy,
que apenas hablar acierto.-
En fin, señor, ¿Nise es bella
y discreta?...
LEANDRO
Es celebrada
por única, y deseada,
por las partes que hay en ella,
de gente muy principal.
LISEO
¿Tan necia es esa Finea?
LEANDRO
Mucho sentís que lo sea.
LISEO
Contemplo, de sangre igual,
dos cosas tan desiguales...
Mas, ¿cómo en dote lo son?
Que, hermanas, fuera razón
que los tuvieran iguales.
LEANDRO
Oigo decir que un hermano
de su padre la dejó
esta hacienda, porque vio
que sin ella fuera en vano
casarla con hombre igual
de su noble nacimiento,
supliendo el entendimiento
con el oro.
LISEO
Él hizo mal.
LEANDRO
Antes bien, porque con esto
tan discreta vendrá a ser
como Nise.
TURÍN
¿Has de comer?
LISEO
Ponme lo que dices, presto,
aunque ya puedo escusallo.
LEANDRO
¿Mandáis, señor, otra cosa?
LISEO
Serviros. (¡Qué linda esposa!)

(Vase LEANDRO.)




[Escena III]

[TURÍN, LISEO.]


TURÍN
¿Qué haremos?
LISEO
Ponte a caballo,
que ya no quiero comer.
TURÍN
No te aflijas, pues no es hecho.
LISEO
Que me ha de matar, sospecho,
si es necia, y propia mujer.
TURÍN
Como tú no digas «sí»,
¿quién te puede cautivar?
LISEO
Verla no me ha de matar,
aunque es basilisco en mí.
TURÍN
No, señor.
LISEO
También advierte
que, siendo tan entendida
Nise, me dará la vida,
si ella me diere la muerte.

(Éntrense.)




[Escena IV]

[Sala en casa de OTAVIO en Madrid.]



Salgan OTAVIO, viejo, y MISENO.


OTAVIO
Esa fue la intención que tuvo Fabio.
MISENO
Parece que os quejáis.
OTAVIO
¡Bien mal emplea
mi hermano tanta hacienda! No fue sabio.
Bien es que Fabio, y que no sabio, sea.
MISENO
Si en dejaros hacienda os hizo agravio,
vos propio lo juzgad.
OTAVIO
Dejó a Finea,
a título de simple, tan gran renta,
que a todos, hasta agora, nos sustenta.
MISENO
Dejóla a la que más le parecía
de sus sobrinas.
OTAVIO
Vos andáis discreto;
pues, a quien heredó su bobería,
dejó su hacienda para el mismo efeto.
MISENO
De Nise la divina gallardía,
las altas esperanzas y el conceto
os deben de tener apasionado.
¿Quién duda que le sois más inclinado?
OTAVIO
Mis hijas son entrambas; mas yo os juro
que me enfadan y cansan, cada una
por su camino, cuando más procuro
mostrar amor y inclinación a alguna.
Si ser Finea simple es caso duro,
ya lo suplen los bienes de Fortuna
y algunos que le dio Naturaleza,
siempre más liberal de la belleza;
pero ver tan discreta y arrogante
a Nise, más me pudre y martiriza,
y que de bien hablada y elegante
el vulgazo la aprueba y soleniza.
Si me casara agora (y no te espante
esta opinión, que alguno lo autoriza),
de dos extremos: boba o bachillera,
de la boba elección, sin duda, hiciera.
MISENO
¡No digáis tal, por Dios!; que están sujetas
a no acertar en nada.
OTAVIO
Eso es engaño;
que yo no trato aquí de las discretas:
solo a las bachilleras desengaño.
De una casada son partes perfetas
virtud y honestidad.
MISENO
Parir cadaño,
no dijérades mal, si es argumento
de que vos no queréis entendimiento.
OTAVIO
Está la discreción de una casada
en amar y servir a su marido;
en vivir recogida y recatada,
honesta en el hablar y en el vestido;
en ser de la familia respetada,
en retirar la vista y el oído,
en enseñar los hijos, cuidadosa,
preciada más de limpia que de hermosa.
¿Para qué quiero yo que, bachillera,
la que es propia mujer concetos diga?
Esto de Nise por casar me altera;
lo más, como lo menos, me fatiga.
Resuélvome en dos cosas que quisiera,
pues la virtud es bien que el medio siga:
que Finea supiera más que sabe,
y Nise menos.
MISENO
Habláis cuerdo y grave.
OTAVIO
Si todos los extremos tienen vicio,
yo estoy, con justa causa, discontento.
MISENO
Y, ¿qué hay de vuestro yerno?
OTAVIO
Aquí el oficio
de padre y dueño alarga el pensamiento:
caso a Finea, que es notable indicio
de las leyes del mundo, al oro atento.
Nise, tan sabia, docta y entendida,
apenas halla un hombre que la pida;
y por Finea, simple, por instantes
me solicitan tantos pretendientes
-del oro más que del ingenio amantes-,
que me cansan amigos y parientes.
MISENO
Razones hay, al parecer, bastantes.
[OTAVIO]
Una hallo yo, sin muchas aparentes,
y es el buscar un hombre en todo estado,
lo que le falta más, con más cuidado.
MISENO
Eso no entiendo bien.
OTAVIO
Estadme atento.
Ningún hombre nacido a pensar viene
que le falta, Miseno, entendimiento,
y con esto no busca lo que tiene.
Ve que el oro le falta y el sustento,
y piensa que buscalle le conviene,
pues como ser la falta el oro entienda,
deja el entendimiento y busca hacienda.
MISENO
¡Piedad del cielo, que ningún nacido
se queje de faltarle entendimiento!
OTAVIO
Pues a muchos, que nunca lo han creído,
les falta, y son sus obras argumento.
MISENO
Nise es aquesta.
OTAVIO
Quítame el sentido
su desvanecimiento.
MISENO
Un casamiento
os traigo yo.
OTAVIO
Casémosla; que temo
alguna necedad, de tanto estremo.

[Vanse.]




[Escena V]

NISE y CELIA, criada.


NISE
¿Dióte el libro?
CELIA
Y tal, que obliga
a no abrille ni tocalle.
NISE
Pues, ¿por qué?
CELIA
Por no ensucialle,
si quieres que te lo diga.
En cándido pergamino
vienen muchas flores de oro.
NISE
Bien lo merece Eliodoro,
griego poeta divino.
CELIA
¿Poeta? Pues parecióme
prosa.
NISE
También hay poesía
en prosa.
CELIA
No lo sabía.
Miré el principio, y cansóme.
NISE
Es que no se da a entender,
con el artificio griego,
hasta el quinto libro, y luego
todo se viene a saber
cuanto precede a los cuatro.
CELIA
En fin, ¿es poeta en prosa?
NISE
Y de una historia amorosa
digna de aplauso y teatro.
Hay dos prosas diferentes:
poética y historial.
La historial, lisa y leal,
cuenta verdades patentes,
con frase y términos claros;
la poética es hermosa,
varia, culta, licenciosa,
y escura aun a ingenios raros.
Tiene mil exornaciones
y retóricas figuras.
CELIA
Pues, ¿de cosas tan escuras
juzgan tantos?
NISE
No le pones,
Celia, pequeña objeción;
pero así corre el engaño
del mundo.


[Escena VI]

FINEA, dama, con unas cartillas, y RUFINO, maestro.- [Dichas.]


FINEA
¡Ni en todo el año
saldré con esa lición!
CELIA
[Aparte a NISE.]
Tu hermana, con su maestro.
NISE
¿Conoce las letras ya?
CELIA
En los principios está.
RUFINO
¡Paciencia y no letras muestro!
¿Qué es esta?
FINEA
Letra será.
RUFINO
¿Letra?
FINEA
Pues, ¿es otra cosa?
RUFINO
[Aparte. ]
No, sino el alba. (¡Qué hermosa
bestia!)
FINEA
Bien, bien. Sí, ya, ya;
el alba debe de ser,
cuando andaba entre las coles.
RUFINO
Ésta es ca. Los españoles
no la solemos poner
en nuestra lengua jamás.
Úsanla mucho alemanes
y flamencos.
FINEA
¡Qué galanes
van todos estos detrás!
RUFINO
Estas son letras también.
FINEA
¿Tantas hay?
RUFINO
Veintitrés son.
FINEA
Ah[o]ra vaya de lición;
que yo lo diré muy bien.
RUFINO
¿Qué es esta?
FINEA
¿Aquesta?... No sé.
RUFINO
¿Y esta?
FINEA
No sé qué responda.
RUFINO
¿Y esta?
FINEA
¿Cuál? ¿Esta redonda?
¡Letra!
RUFINO
¡Bien!
FINEA
Luego, ¿acerté?
RUFINO
¡Linda bestia!
FINEA
¡Así, así!
Bestia, ¡por Dios!, se llamaba;
pero no se me acordaba.
RUFINO
Esta es erre, y esta es i.
FINEA
Pues, ¿si tú lo traes errado...?
NISE
(¡Con qué pesadumbre están!)
RUFINO
Di aquí: b, a, n: ban.
FINEA
¿Dónde van?
RUFINO
¡Gentil cuidado!
FINEA
¿Que se van, no me decías?
RUFINO
Letras son; ¡míralas bien!
FINEA
Ya miro.
RUFINO
B, e, n: ben.
FINEA
¿Adónde?
RUFINO
¡Adonde en mis días
no te vuelva más a ver!
FINEA
¿Ven, no dices? Pues ya voy.
RUFINO
¡Perdiendo el jüicio estoy!
¡Es imposible aprender!
¡Vive Dios, que te he de dar
una palmeta!
FINEA
¿Tú a mí?
RUFINO
¡Muestra la mano!
(Saca una palmatoria.)
FINEA
Hela aquí.
RUFINO
¡Aprende a deletrear!
FINEA
¡Ay, perro! ¿Aquesto es palmeta?
RUFINO
Pues, ¿qué pensabas?
FINEA
¡Aguarda!...
NISE
¡Ella le mata!
CELIA
Ya tarda
tu favor, Nise discreta.
RUFINO
¡Ay, que me mata!
NISE
¿Qué es esto?
¿A tu maestro?
FINEA
Hame dado
causa.
NISE
¿Cómo?
FINEA
Hame engañado.
RUFINO
¿Yo engañado?
NISE
¡Dila presto!
FINEA
Estaba aprendiendo aquí
la letra bestia y la ca...
NISE
La primera sabes ya.
FINEA
Es verdad: ya la aprendí.
Sacó un zoquete de palo
y al cabo una media bola;
pidióme la mano sola
(¡mira qué lindo regalo!),
y apenas me la tomó,
cuando, ¡zas!, la bola asienta,
que pica como pimienta,
y la mano me quebró.
NISE
Cuando el discípulo ignora,
tiene el maestro licencia
de castigar.
FINEA
¡Linda ciencia!
RUFINO
Aunque me diese, señora,
vuestro padre cuanto tiene,
no he de darle otra lición.

[Vase.]




[Escena VII]

[NISE, FINEA, CELIA.]


CELIA
¡Fuese!
NISE
No tienes razón:
sufrir y aprender conviene.
FINEA
Pues, ¿las letras que allí están,
yo no las aprendo bien?
Vengo cuando dice ven,
y voy cuando dice van.
¿Qué quiere, Nise, el maestro,
quebrándome la cabeza
con ban, bin, bon?
CELIA
[Aparte. ]
¡Ella es pieza
de rey!
NISE
Quiere el padre nuestro
que aprendamos.
FINEA
Ya yo sé
el Padrenuestro.
NISE
No digo
sino el nuestro; y el castigo,
por darte memoria fue.
FINEA
Póngame un hilo en el dedo
y no aquel palo en la palma.
CELIA
¿Mas que se te sale el alma?
Si lo sabe...
FINEA
¡Muerta quedo!
¡Oh, Celia! No se lo digas,
y verás qué te daré.


[Escena VIII]

CLARA, criada.- [Dichas.]


CLARA
[A FINEA.]
¡Topé contigo, a la fe!
NISE
Ya, Celia, las dos amigas
se han juntado.
CELIA
A nadie quiere
más, en todas las criadas.
CLARA
¡Dame albricias, tan bien dadas
como el suceso requiere!
FINEA
Pues, ¿de qué son?
CLARA
Ya parió
nuestra gata la romana.
FINEA
¿Cierto, cierto?
CLARA
Esta mañana.
FINEA
¿Parió en el tejado?
CLARA
No.
FINEA
Pues, ¿dónde?
CLARA
En el aposento;
que cierto se echó de ver
su entendimiento.
FINEA
Es mujer
notable.
CLARA
Escucha un momento.
Salía, por donde suele,
el Sol, muy galán y rico,
con la librea del rey,
colorado y amarillo;
andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid,
aunque no sé quién me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios;
pregonaban aguardiente,
agua biznieta del vino,
los hombres Carnestolendas,
todos naranjas y gritos.
Dormían las rentas grandes,
despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces a pino,
cuando la gata de casa
comenzó, con mil suspiros,
a decir: «¡Ay, ay, ay, ay!

¡Que quiero parir, marido!»
Levantóse Hociquimocho,
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos;
que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablaban,
en tiple de monacillos,
si no es jerigonza entre ellos,
no es español, ni latino.
Vino una gata vïuda,
con blanco y negro vestido
-sospecho que era su agüela-,
gorda y compuesta de hocico;
y, si lo que arrastra, honra,
como dicen los antiguos,
tan honrada es por la cola
como otros por sus oficios.
Trújole cierta manteca,
desayunóse y previno
en qué recebir el parto.
Hubo temerarios gritos:
no es burla; parió seis gatos
tan remendados y lindos,
que pudieran, a ser pías,
llevar el coche más rico.

Regocijados bajaron
de los tejados vecinos,
caballetes y terrados,
todos los deudos y amigos:
Lamicola, Arañizaldo,
Marfuz, Marramao, Micilo,
Tumba[h]ollín, Mico, Miturrio,
Rabicorto, Zapaquildo;
unos vestidos de pardo,
otros de blanco vestidos,
y otros con forros de martas,
en cueras y capotillos.
De negro vino a la fiesta
el gallardo Golosino,
luto que mostraba entonces
de su padre el gaticidio.
Cuál la morcilla presenta,
cuál el pez, cuál el cabrito,
cuál el gorrïón astuto,
cuál el simple palomino.

Trazando quedan agora,
para mejor regocijo
en el gatesco senado
correr gansos cinco a cinco.
Ven presto, que si los oyes,
dirás que parecen niños,
y darás a la parida
el parabién de los hijos.
FINEA
¡No me pudieras contar
caso, para el gusto mío,
de mayor contentamiento!
CLARA
Camina.
FINEA
Tras ti camino.

[Vanse FINEA y CLARA.]




[Escena IX]

[NISE, CELIA.]


NISE
¿Hay locura semejante?
CELIA
¿Y Clara es boba también?
NISE
Por eso la quiere bien.

CELIA
La semejanza es bastante;
aunque yo pienso que Clara
es más bellaca que boba.
NISE
Con esto la engaña y roba.


[Escena X]

DUARDO, FENISO, LAURENCIO, caballeros.- [Dichas.]


DUARDO
Aquí, como estrella clara,
a su hermosura nos guía.
FENISO
Y aun es del sol su luz pura.
LAURENCIO
¡Oh, reina de la hermosura!
DUARDO
¡Oh, Nise!
FENISO
¡Oh, señora mía!
NISE
Caballeros...
LAURENCIO
Esta vez,
por vuestro ingenio gallardo,
de un soneto de Düardo
os hemos de hacer jüez.
NISE
¿A mí, que soy de Finea
hermana y sangre?
LAURENCIO
A vos sola,
que sois sibila española,
no Cumana ni Eritrea;
a vos, por quien ya las Gracias
son cuatro, y las Musas diez,
es justo haceros jüez.

NISE
Si ignorancias, si desgracias
trujérades a juzgar,
era justa la elección.
FENISO
Vuestra rara discreción,
imposible de alabar,
fue justamente elegida.
Oíd, señora, a Eduardo.
NISE
¡Vaya el soneto! Ya aguardo,
aunque, de indigna, corrida.
DUARDO
La calidad elementar resiste
mi amor, que a la virtud celeste aspira,
y en las mentes angélicas se mira,
donde la idea del calor consiste.
No ya como elemento el fuego viste
el alma, cuyo vuelo al sol admira;
que de inferiores mundos se retira,
adonde el serafín ardiendo asiste.
No puede elementar fuego abrasarme.
La virtud celestial que vivifica,
envidia el verme a la suprema alzarme;
que donde el fuego angélico me aplica,
¿cómo podrá mortal poder tocarme,
que eterno y fin contradición implica?
NISE
Ni una palabra entendí.
DUARDO
Pues en parte se leyera
que más de alguno dijera
por arrogancia: «Yo sí.»
La intención, o el argumento,
es pintar a quien ya llega
libre del amor, que ciega
con luz del entendimiento,
a la alta contemplación
de aquel puro amor sin fin,
donde es fuego el serafín.
NISE
Argumento y intención
queda entendido.
LAURENCIO
¡Profundos
conceptos!
NISE
¡Mucho le esconden!
DUARDO
Tres fuegos, que corresponden,
hermosa Nise, a tres mundos,
dan fundamento a los otros.

NISE
¡Bien los podéis declarar!
DUARDO
Calidad elementar
es el calor en nosotros;
la celestial, es virtud
que calienta y que recrea,
y la angélica es la idea
del calor.
NISE
Con inquietud
escucho lo que no entiendo.
DUARDO
El elemento en nosotros
es fuego.
NISE
¿Entendéis vosotros?

DUARDO
El puro sol que estáis viendo
en el cielo, fuego es,
y fuego el entendimiento
seráfico; pero siento
que así difieren los tres:
que el que elementar se llama,
abrasa cuando se aplica;
el celeste vivifica,
y el sobreceleste ama.
NISE
No discurras, por tu vida;
vete a escuelas.
DUARDO
Donde estás,
lo son.
NISE
Yo no escucho más,
de no entenderte corrida.
¡Escribe fácil!
DUARDO
Platón,
a lo que en cosas divinas
escribió, puso cortinas
que, tales como estas, son
matemáticas figuras
y enigmas.
NISE
¡Oye, Laurencio!
FENISO
[A DUARDO.]
Ella os ha puesto silencio.
DUARDO
Temió las cosas escuras.
FENISO
¡Es mujer!
DUARDO
La claridad
a todos es agradable,
que se escriba o que se hable.
NISE
[Aparte.]
¿Cómo va de voluntad?

LAURENCIO
Como quien la tiene en ti.
NISE
Yo te la pago muy bien.
No traigas contigo quien
me eclipse el hablarte ansí.
LAURENCIO
Yo, señora, no me atrevo,
por mi humildad, a tus ojos;
que, dando en viles despojos,
se afrenta el rayo de Febo;
pero, si quieres pasar
al alma, hallarásla rica

de la fe que amor publica.
NISE
Un papel te quiero dar;
pero, ¿cómo podrá ser
que destos visto no sea?
LAURENCIO
Si en lo que el alma desea
me quieres favorecer,
mano y papel podré aquí
asir juntos, atrevido,
como finjas que has caído.
NISE
¡Jesús!
[Hace NISE como que cae.]
LAURENCIO
¿Qué es eso?
NISE
¡Caí!
LAURENCIO
Con las obras respondiste.
NISE
Esas responden mejor,
que no hay sin obras amor.
LAURENCIO
Amor en obras consiste.
NISE
Laurencio mío, adiós queda.
Düardo y Feniso, adiós.
DUARDO
Que tanta ventura a vos
como hermosura os conceda.
[Vanse NISE y CELIA.]




[Escena XI]

[DUARDO, LAURENCIO, FENISO.]


DUARDO
[A LAURENCIO.]
¿Qué os ha dicho del soneto
Nise?
LAURENCIO
Que es muy extremado.
DUARDO
Habréis los dos murmurado,
que hacéis versos, en efeto.
LAURENCIO
Ya no es menester hacellos
para saber murmurallos;
que se atreve a censurallos
quien no se atreve a entendellos.
FENISO
Los dos tenemos que hacer.
Licencia nos podéis dar.
DUARDO
Las leyes de no estorbar
queremos obedecer.
LAURENCIO
¡Malicia es esa!
FENISO
¡No es tal!
La divina Nise es vuestra,
o, por lo menos, lo muestra.
LAURENCIO
Pudiera, a tener igual.


[Escena XII]

Despídanse, y quede solo LAURENCIO.


LAURENCIO
Hermoso sois, sin duda, pensamiento,
y, aunque honesto también, con ser hermoso,
si es calidad del bien ser provechoso,
una parte de tres que os falta siento.
Nise, con un divino entendimiento,
os enriquece de un amor dichoso;
mas sois de dueño pobre, y es forzoso
que en la necesidad falte el contento.
Si el oro es blanco y centro del descanso,
y el descanso del gusto, yo os prometo
que tarda el navegar con viento manso.
Pensamiento, mudemos de sujeto;
si voy necio tras vos, y en ir me canso,
cuando vengáis tras mí, seréis discreto.


[Escena XIII]

Entre PEDRO, lacayo de LAURENCIO.- [LAURENCIO.]


PEDRO
¡Qué necio andaba en buscarte
fuera de aqueste lugar!

LAURENCIO
Bien me pudieras hallar
con el alma en otra parte.
PEDRO
Luego, ¿estás sin ella aquí?
LAURENCIO
Ha podido un pensamiento
reducir su movimiento
desde mí, fuera de mí.
¿No has visto que la saeta
del reloj en un lugar
firme siempre suele estar
aunque nunca está quïeta,
y tal vez está en la una,
y luego en las dos está?
Pues, así mi alma ya,
sin hacer mudanza alguna
de la casa en que me ves,

desde Nise que ha querido,
a las doce se ha subido,
que es número de interés.
PEDRO
Pues, ¿cómo es esa mudanza?
LAURENCIO
Como la saeta soy,
que desde la una voy
por lo que el círculo alcanza.
¿Señalaba a Nise?
PEDRO
Sí.
LAURENCIO
Pues ya señalo en Finea.
PEDRO
¿Eso quieres que te crea?
LAURENCIO
¿Por qué no, si hay causa?
PEDRO
Di.
LAURENCIO
Nise es una sola hermosa,
Finea las doce son:
hora de más bendición,
más descansada y copiosa.
En las doce el oficial
descansa, y bástale ser
hora entonces de comer,
tan precisa y natural.
Quiero decir que Finea
hora de sustento es,
cuyo descanso ya ves
cuánto el hombre le desea.
Denme, pues, las doce a mí,
que soy pobre, con mujer
que, dándome de comer,
es la mejor para mí.
Nise es [ah]ora infortunada,
donde mi planeta airado,
de sextil y de cuadrado
me mira con frente armada.
Finea es [ah]ora dichosa,
donde Júpiter benigno
me está mirando de trino,
con aspecto y faz hermosa.

Doyme a entender que, poniendo
en Finea mis cuidados,
a cuarenta mil ducados
las manos voy previniendo.
Esta, Pedro, desde hoy
ha de ser empresa mía.
PEDRO
Para probar tu osadía,
en una sospecha estoy.
LAURENCIO
¿Cuál?
PEDRO
Que te has de arrepentir
por ser simple esta mujer.

LAURENCIO
¿Quién has visto de comer,
de descansar y vestir
arrepentido jamás?
Pues esto viene con ella.
PEDRO
A Nise, discreta y bella,
Laurencio, ¿dejar podrás
por una boba inorante?
LAURENCIO
¡Qué inorante majadero!
¿No ves que el sol del dinero
va del ingenio adelante?

El que es pobre, ése es tenido
por simple; el rico, por sabio.
No hay en el nacer agravio,
por notable que haya sido,
que el dinero no lo encubra;
ni hay falta en naturaleza
que con la mucha pobreza
no se aumente y se descubra.
Desde hoy quiero enamorar
a Finea.
PEDRO
He sospechado
que a un ingenio tan cerrado
no hay puerta por donde entrar.
LAURENCIO
Yo sé cuál.
PEDRO
¡Yo no, por Dios!
LAURENCIO
Clara, su boba criada.
PEDRO
Sospecho que es más taimada
que boba.
LAURENCIO
Demos los dos
en enamorarlas.
PEDRO
Creo
que Clara será tercera
más fácil.
LAURENCIO
De esa manera,
seguro va mi deseo.
PEDRO
Ellas vienen; disimula.
LAURENCIO
Si puede ser en mi mano.
PEDRO
¡Que ha de poder un cristiano
enamorar una mula!
LAURENCIO
Linda cara y talle tiene.

PEDRO
¡Así fuera el alma!


[Escena XIV]

FINEA y CLARA.- [Dichos.]


LAURENCIO
Agora
conozco, hermosa señora,
que no solamente viene
el sol de las orientales
partes, pues de vuestros ojos
sale con rayos más rojos
y luces piramidales;
pero si, cuando salís
tan grande fuerza traéis,
al mediodía, ¿qué haréis?

FINEA
Comer, como vos decís,
no pirámides ni peros,
sino cosas provechosas.
LAURENCIO
Esas estrellas hermosas,
esos nocturnos luceros
me tienen fuera de mí.
FINEA
Si vos andáis con estrellas,
¿qué mucho que os traigan ellas
arromadizado ansí?
Acostaos siempre temprano,
y dormid con tocador.
LAURENCIO
¿No entendéis que os tengo amor
puro, honesto, limpio y llano?
FINEA
¿Qué es amor?
LAURENCIO
¿Amor? Deseo.
FINEA
¿De qué?
LAURENCIO
De una cosa hermosa.
FINEA
¿Es oro? ¿Es diamante? ¿Es cosa
destas que muy lindas veo?
LAURENCIO
No; sino de la hermosura
de una mujer como vos,
que, como lo ordena Dios,
para buen fin se procura;
y esta, que vos la tenéis,
engendra deseo en mí.
FINEA
Y yo, ¿qué he de hacer aquí,
si sé que vos me queréis?
LAURENCIO
Quererme. ¿No habéis oído
que amor con amor se paga?
FINEA
No sé yo cómo se haga,
porque nunca yo he querido,
ni en la cartilla lo vi,
ni me lo enseñó mi madre.
Preguntarélo a mi padre...
LAURENCIO
Esperaos, que no es ansí.
FINEA
Pues, ¿cómo?
LAURENCIO
Destos mis ojos
saldrán unos rayos vivos,
como espíritus visivos,
de sangre y de fuego rojos,
que se entrarán por los vuestros.
FINEA
No, señor; arriedro vaya
cosa en que espíritus haya.
LAURENCIO
Son los espíritus nuestros,
que juntos se han de encender
y causar un dulce fuego
con que se pierde el sosiego,
hasta que se viene a ver
el alma en la posesión,
que es el fin del casamiento;
que con este santo intento
justos los amores son,
porque el alma que yo tengo
a vuestro pecho se pasa.
FINEA
¿Tanto pasa quien se casa?
PEDRO
[A CLARA.]
Con él, como os digo, vengo
tan muerto por vuestro amor,
que aquesta ocasión busqué.
CLARA
¿Qué es amor, que no lo sé?
PEDRO
¿Amor? ¡Locura, furor!
CLARA
Pues, ¿loca tengo de estar?
PEDRO
Es una dulce locura,
por quien la mayor cordura
suelen los hombres trocar.
CLARA
Yo, lo que mi ama hiciere,
eso haré.
PEDRO
Ciencia es amor,
que el más rudo labrador
a pocos cursos la adquiere.
En comenzando a querer,
enferma la voluntad
de una dulce enfermedad.
CLARA
No me la mandes tener;
que no he tenido en mi vida
sino solos sabañones.
FINEA
¡Agrádanme las liciones!
LAURENCIO
Tú verás, de mí querida,
cómo has de quererme aquí;
que es luz del entendimiento
amor.
FINEA
Lo del casamiento
me cuadra.
LAURENCIO
Y me importa a mí.
FINEA
Pues, ¿llevaráme a su casa
y tendráme allá también?
LAURENCIO
Sí, señora.
FINEA
Y, ¿eso es bien?
LAURENCIO
Y muy justo en quien se casa.
Vuestro padre y vuestra madre
casados fueron ansí:
deso nacistes.
FINEA
¿Yo?
LAURENCIO
Sí.
FINEA
Cuando se casó mi padre,
¿no estaba yo allí tampoco?
LAURENCIO
[Aparte.]
¿Hay semejante ignorancia?
Sospecho que esta ganancia
camina a volverme loco.
FINEA
Mi padre pienso que viene.

LAURENCIO
Pues voyme. Acordaos de mí.

[Vase.]


FINEA
¡Que me place!
CLARA
¿Fuese?
PEDRO
Sí,
y seguirle me conviene.
Tenedme en vuestra memoria.

[Vase. ]


CLARA
Si os vais, ¿cómo?


[Escena XV]

CLARA, FINEA.


FINEA
¿Has visto, Clara,
lo que es amor? ¡Quién pensara
tal cosa!
CLARA
No hay pepitoria
que tenga más menudencias
de manos, tripas y pies.
FINEA
Mi padre, como lo ves,
anda en mil impertinencias.
Tratado me ha de casar
con un caballero indiano,
sevillano o toledano.
Dos veces me vino a hablar,
y esta postrera sacó
de una carta un naipecito
muy repulido y bonito,
y luego que le miró
me dijo: «Toma, Finea,
ese es tu marido.» Y fuese.
Yo, como, en fin, no supiese
esto de casar qué sea,
tomé el negro del marido,
que no tiene más de cara,
cuera y ropilla; mas, Clara,
¿qué importa que sea pulido
este marido o quien es,
si todo el cuerpo no pasa
de la pretina? Que en casa
ninguno sin piernas ves.
CLARA
¡Pardiez, que tienes razón!
¿Tiénesle ahí?
FINEA
Vesle aquí.
(Saca un retrato.)
CLARA
¡Buena cara y cuerpo!
FINEA
Sí;
mas no pasa del jubón.
CLARA
Luego este no podrá andar.
¡Ay, los ojitos que tiene!
FINEA
Señor, con Nise...
CLARA
¿Si viene
a casarte...?
FINEA
No hay casar;
que este que se va de aquí
tiene piernas, tiene traza.
CLARA
Y más, que con perro caza;
que el mozo me muerde a mí.


[Escena XVI]

Entre OTAVIO con NISE.- [Dichas.]


OTAVIO
Por la calle de Toledo
dicen que entró por la posta.
NISE
Pues, ¿cómo no llega ya?
OTAVIO
Algo, por dicha, acomoda.
Temblando estoy de Finea.
NISE
Aquí está, señor, la novia.
OTAVIO
Hija, ¿no sabes?
NISE
No sabe;
que esa es su desdicha toda.
OTAVIO
Ya está en Madrid tu marido.
FINEA
Siempre tu memoria es poca.
¿No me lo diste en un naipe?
OTAVIO
Esa es la figura sola,
que estaba en él retratado;
que lo vivo viene agora.


[Escena XVII]

Entre CELIA.- [Dichos.]


CELIA
Aquí está el señor Liseo,
apeado de unas postas.
OTAVIO
Mira, Finea, que estés
muy prudente y muy señora.
Llegad sillas y almohadas.


[Escena XVIII]

LISEO, TURÍN y criados.- [Dichos.]


LISEO
Esta licencia se toma
quien viene a ser hijo vuestro.
OTAVIO
Y quien viene a darnos honra.
LISEO
Agora, señor, decidme:
¿Quién es de las dos mi esposa?
FINEA
¡Yo! ¿No lo ve?
LISEO
Bien merezco
los brazos.
FINEA
Luego, ¿no importa?
OTAVIO
Bien le puedes abrazar.
FINEA
¡Clara...!
CLARA
¡Señora...!
FINEA
¡Aún agora
viene con piernas y pies!
CLARA
Esto, ¿es burla o jerigonza?
FINEA
El verle de medio arriba
me daba mayor congoja.
OTAVIO
Abrazad vuestra cuñada.
LISEO
No fue la fama engañosa,
que hablaba en vuestra hermosura.
NISE
Soy muy vuestra servidora.
LISEO
¡Lo que es el entendimiento!
A toda España alborota.
La divina Nise os llaman;
sois discreta como hermosa,
y hermosa con mucho estremo.
FINEA
Pues, ¿cómo requiebra a esotra,
si viene a ser mi marido?
¿No es más necio?
OTAVIO
¡Calla, loca!
Sentaos, hijos, por mi vida.
LISEO
¡Turín...!
TURÍN
¿Señor?
LISEO
[Aparte.]
¡Linda tonta!
OTAVIO
¿Cómo venís del camino?
LISEO
Con los deseos enoja;
que siempre le hacen más largo.
FINEA
Ese macho de la noria
pudiérais haber pedido,
que anda como una persona.
NISE
Calla, hermana.
FINEA
Callad vos.
NISE
Aunque hermosa y virtüosa,
es Finea de este humor.
LISEO
Turín, ¿trajiste las joyas?
TURÍN
No ha llegado nuestra gente.
LISEO
¡Qué de olvidos se perdonan
en un camino a criados!
FINEA
¿Joyas traéis?
TURÍN
[Aparte. ]
Y le sobra
de las joyas el principio,
tanto el jo se le acomoda.
OTAVIO
Calor traéis. ¿Queréis algo?
¿Qué os aflige? ¿Qué os congoja?
LISEO
Agua quisiera pedir.
OTAVIO
Haráos mal el agua sola.
Traigan una caja.
FINEA
A fe
que si, como viene agora,
fuera el sábado pasado,
que hicimos yo y esa moza
un menudo...
OTAVIO
¡Calla, necia!
FINEA
...mucha especia, ¡linda cosa!


(Entren con agua, toalla, salva y una caja.)


CELIA
El agua está aquí.
OTAVIO
Comed.
LISEO
El verla, señor, provoca;
porque con su risa dice
que la beba y que no coma
(Beba.)
FINEA
Él bebe como una mula.
TURÍN
[Aparte. ]
¡Buen requiebro!
OTAVIO
¡Qué enfadosa
que estás hoy! ¡Calla, si quieres!
FINEA
¡Aun no habéis dejado gota!
Esperad; os limpiaré.
OTAVIO
Pues, ¿tú le limpias?
FINEA
¿Qué importa?
LISEO
[Aparte.]
¡Media barba me ha quitado!
¡Lindamente me enamora!
OTAVIO
Que descanséis es razón.
[Aparte.]
Quiero, pues no se reporta,
llevarle de aquí a Finea.
LISEO
[Aparte.]
Tarde el descanso se cobra,
que en tal desdicha se pierde.
OTAVIO
Ahora bien; entrad vosotras,
y aderezad su aposento.
FINEA
Mi cama pienso que sobra
para los dos.
NISE
¿Tú no ves
que no están hechas las bodas?
FINEA
Pues, ¿qué importa?
NISE
Ven conmigo.
FINEA
¿Allá dentro?
NISE
Sí.
FINEA
Adiós. ¡Hola!
LISEO
[Aparte.]
Las del mar de mi desdicha
me anegan entre sus ondas.
OTAVIO
Yo también, hijo, me voy,
para prevenir las cosas,
que, para que os desposéis
con más aplauso, me tocan.
Dios os guarde.

(Todos se van; queden LISEO y TURÍN.)




[Escena XIX]
LISEO
No sé yo
de qué manera disponga
mi desventura. ¡Ay de mí!
TURÍN
¿Quieres quitarte las botas?
LISEO
No, Turín; sino la vida.
¿Hay boba tan espantosa?
TURÍN
Lástima me ha dado a mí,
considerando que ponga
en un cuerpo tan hermoso
el cielo un alma tan loca.
LISEO
Aunque estuviera casado
por poder, en causa propia
me pudiera descasar.
La ley es llana y notoria;
pues concertando mujer
con sentido, me desposan
con una bestia del campo,
con una villana tosca.
TURÍN
Luego, ¿no te casarás?
LISEO
¡Mal haya la hacienda toda
que con tal pensión se adquiere,
que con tal censo se toma!
Demás que aquesta mujer,
si bien es hermosa y moza,
¿qué puede parir de mí
sino tigres, leones y onzas?
TURÍN
Eso es engaño, que vemos
por experiencias y historias,
mil hijos de padres sabios,
que de necios los deshonran.
LISEO
Verdad es que Cicerón
tuvo a Marco Tulio en Roma,
que era un caballo, un camello.
TURÍN
De la misma suerte consta
que de necios padres suele
salir una fénix sola.
LISEO
Turín, por lo general,
y es consecuencia forzosa,
lo semejante se engendra.
Hoy la palabra se rompa;
rásguense cartas y firmas;
que ningún tesoro compra
la libertad. Aun si fuera
Nise...
TURÍN
¡Oh, qué bien te reportas!
Dicen que si a un hombre airado,
que colérico se arroja,
le pusiesen un espejo,
en mirando en él la sombra
que representa su cara,
se tiempla y desapasiona;
así tú, como tu gusto
miraste en su hermana hermosa
-que el gusto es cara del alma,
pues su libertad se nombra-,
luego templaste la tuya.
LISEO
Bien dices, porque ella sola
el enojo de su padre,
que, como ves, me alborota,
me puede quitar, Turín.
TURÍN
¿Que no hay que tratar de esotra?
LISEO
Pues, ¿he de dejar la vida
por la muerte temerosa,
y por la noche enlutada
el sol que los cielos dora,
por los áspides las aves,
por las espinas las rosas,
y por un demonio un ángel?
TURÍN
Digo que razón te sobra:
que no está el gusto en el oro;
que son el oro y las horas
muy diversas.
LISEO
Desde aquí
renuncio la dama boba.




FIN DEL PRIMER ACTO


Acto II

[Escena I]

[Sala que da a un parque, en casa de OTAVIO.]



DUARDO, LAURENCIO, FENISO.


FENISO
En fin, ha pasado un mes
y no se casa Liseo.
DUARDO
No siempre mueve el deseo
el codicioso interés.
LAURENCIO
De Nise la enfermedad
ha sido causa bastante.
FENISO
Ver a Finea ignorante
templará su voluntad.
LAURENCIO
Menos lo está que solía.
Temo que amor ha de ser
artificioso a encender
piedra tan helada y fría.
DUARDO
¡Tales milagros ha hecho
en gente rústica amor!
FENISO
No se tendrá por menor
dar alma a su rudo pecho.
LAURENCIO
Amor, señores, ha sido
aquel ingenio profundo,
que llaman alma del mundo,
y es el dotor que ha tenido
la cátedra de las ciencias;
porque solo con amor
aprende el hombre mejor
sus divinas diferencias.
Así lo sintió Platón;
esto Aristóteles dijo;
que, como del cielo es hijo,
es todo contemplación.
De ella nació el admirarse,
y de admirarse nació
el filosofar, que dio
luz con que pudo fundarse
toda ciencia artificial.
Y a amor se ha de agradecer
que el deseo de saber
es al hombre natural.
Amor con fuerza süave
dio al hombre el saber sentir,
dio leyes para vivir
político, honesto y grave.

Amor repúblicas hizo;
que la concordia nació
de amor, con que a ser volvió
lo que la guerra deshizo.
Amor dio lengua a las aves,
vistió la tierra de frutos,
y, como prados enjutos,
rompió el mar con fuertes naves.
Amor enseñó a escribir
altos y dulces concetos,
como de su causa efetos.
Amor enseñó a vestir
al más rudo, al más grosero;
de la elegancia fue amor
el maestro; el inventor
fue de los versos primero;
la música se le debe
y la pintura. Pues, ¿quién
dejará de saber bien,
como sus efetos pruebe?
No dudo de que a Finea,
como ella comience a amar,
la deje amor de enseñar,
por imposible que sea.
FENISO
Está bien pensado ansí,
y su padre lleva intento,
por dicha, en el casamiento,
que ame y sepa.
DUARDO
Y yo de aquí,
infamando amores locos,
en limpio vengo a sacar
que pocos deben de amar
en lugar que saben pocos.
FENISO
¡Linda malicia!
LAURENCIO
¡Extremada!
FENISO
¡Difícil cosa es saber!
LAURENCIO
Sí; pero fácil creer
que sabe, el que poco o nada.
FENISO
¡Qué divino entendimiento
tiene Nise!
DUARDO
¡Celestial!
FENISO
¿Cómo, siendo necio el mal,
ha tenido atrevimiento
para hacerle estos agravios,
de tal ingenio desprecios?
LAURENCIO
Porque de sufrir a necios
suelen enfermar los sabios.
DUARDO
Ella viene.
FENISO
Y con razón
se alegra cuanto la mira.


[Escena II]

NISE, CELIA.- [Dichos.]


NISE
[Aparte a CELIA.]
Mucho la historia me admira.
CELIA
Amores pienso que son,
fundados en el dinero.
NISE
Nunca fundó su valor
sobre dineros amor,
que busca el alma primero.
DUARDO
Señora, a vuestra salud,
hoy cuantas cosas os ven
dan alegre parabién
y tienen vida y quietud;
que como vuestra virtud
era el sol que se la dio,
mientras el mal le eclipsó
también lo estuvieron ellas;
que hasta ver vuestras estrellas
fortuna el tiempo corrió.
Mas como la primavera
sale con pies de marfil,
y el vario velo sutil
tiende en la verde ribera,
corre el agua lisonjera
y están riñendo las flores
sobre tomar las colores,
así vos salís, trocando
el triste tiempo y sembrando
en campos de almas amores.
FENISO
Ya se ríen estas fuentes,
y son perlas las que fueron
lágrimas, con que sintieron
esas estrellas ausentes;
y a las aves sus corrientes
hacen instrumentos claros
con que quieren celebraros.
Todo se anticipa a veros,
y todo intenta ofreceros
con lo que puede alegraros.
Pues si con veros hacéis
tales efetos agora,
donde no hay alma, señora,
más de la que vos ponéis,
en mí, ¿qué muestras haréis,
qué señales de alegría,
este venturoso día,
después de tantos enojos,
siendo vos sol de mis ojos,
siendo vos alma en la mía?
LAURENCIO
A estar sin vida llegué
el tiempo que no os serví;
que fue lo más que sentí,
aunque sin mi culpa fue.
Yo vuestros males pasé,
como cuerpo que animáis;
vos movimiento me dais,
yo soy instrumento vuestro,
que en mi vida y salud muestro
todo lo que vos pasáis.
Parabién me den a mí
de la salud que hay en vos,
pues que pasamos los dos
el mismo mal en que os vi.
Solamente os ofendí,
aunque la disculpa os muestro,
en que este mal que fue nuestro,
solo tenerle debía,
no vos, que sois alma mía,
yo sí, que soy cuerpo vuestro.
NISE
Pienso que de oposición
me dais los tres parabién.
LAURENCIO
Y es bien, pues lo sois por quien
viven los que vuestros son.
NISE
Divertíos, por mi vida,
cortándome algunas flores
los dos, pues con sus colores
la diferencia os convida
de este jardín, porque quiero
hablar a Laurencio un poco.
DUARDO
Quien ama y sufre, o es loco
o necio.
FENISO
Tal premio espero.
DUARDO
No son vanos mis recelos.
FENISO
Ella le quiere.
DUARDO
Yo haré
un ramillete de fe,
pero sembrado de celos.

[Vanse DUARDO y FENISO.]




[Escena III]

LAURENCIO, NISE.


LAURENCIO
Ya se han ido. ¿Podré yo,
Nise, con mis brazos darte
parabién de tu salud?
NISE
¡Desvía, fingido, fácil,
lisonjero, engañador,
loco, inconstante, mudable
hombre, que en un mes de ausencia
-que bien merece llamarse
ausencia la enfermedad-,
el pensamiento mudaste!
Pero mal dije en un mes,
porque puedes disculparte
con que creíste mi muerte,
y, si mi muerte pensaste,
con gracioso sentimiento,
pagaste el amor que sabes,
mudando el tuyo en Finea.

LAURENCIO
¿Qué dices?
NISE
Pero bien haces:
tú eres pobre, tú discreto,
ella rica y ignorante;
buscaste lo que no tienes,
y lo que tienes dejaste.
Discreción tienes, y en mí
la que celebrabas antes
dejas con mucha razón;
que dos ingenios iguales
no conocen superior;
y, por dicha, ¿imaginaste
que quisiera yo el imperio
que a los hombres debe darse?
El oro que no tenías,
tenerle solicitaste
enamorando a Finea.
LAURENCIO
Escucha...
NISE
¿Qué he de escucharte?
LAURENCIO
¿Quién te ha dicho que yo he sido
en un mes tan inconstante?
NISE
¿Parécete poco un mes?
Yo te disculpo, no hables;
que la Luna está en el cielo
sin intereses mortales,
y en un mes, y aun algo menos,
está creciente y menguante.
Tú en la tierra, y de Madrid,
donde hay tantos vendavales
de intereses en los hombres,
no fue milagro mudarte.
Dile, Celia, lo que has visto.
CELIA
Ya, Laurencio, no te espantes
de que Nise, mi señora,
de esta manera te trate:
yo sé que has dicho a Finea
requiebros...
LAURENCIO
¡Que me levantes,
Celia, tales testimonios!...
CELIA
Tú sabes que son verdades;
y no solo tú a mi dueño
ingratamente pagaste,
pero tu Pedro, el que tiene
de tus secretos las llaves,
ama a Clara tiernamente.
¿Quieres que más te declare?
LAURENCIO
Tus celos han sido, Celia,
y quieres que yo los pague.
¿Pedro a Clara, aquella boba?
NISE
Laurencio, si le enseñaste,
¿por qué te afrentas de aquello
en que de ciego no caes?
Astrólogo me pareces,
que siempre de ajenos males,
sin reparar en los suyos,
largos pronósticos hacen.
¡Qué bien empleas tu ingenio!
«De Nise confieso el talle,
mas no es sólo el exterior
el que obliga a los que saben.»
¡Oh, quién os oyera juntos!...
Debéis de hablar en romances,
porque un discreto y un necio
no pueden ser consonantes.
¡Ay Laurencio, qué buen pago
de fe y amor tan notable!
Bien dicen que a los amigos,
prueba la cama y la cárcel.
Yo enfermé de mis tristezas,
y, de no verte ni hablarte,
sangráronme muchas veces.
¡Bien me alegraste la sangre!
Por regalos tuyos tuve
mudanzas, traiciones, fraudes;
pero, pues tan duros fueron,
di que me diste diamantes.
Ahora bien: ¡esto cesó!
LAURENCIO
¡Oye, aguarda!...
NISE
¿Que te aguarde?
Pretende tu rica boba,
aunque yo haré que se case
más presto que tú lo piensas.
LAURENCIO
¡Señora!...


[Escena IV]

Entre LISEO, y asga LAURENCIO a NISE.- [Dichos.]


LISEO
[Aparte.]
Esperaba tarde
los desengaños; mas ya

no quiere amor que me engañe.
NISE
¡Suelta!
LAURENCIO
¡No quiero!
LISEO
¿Qué es esto?
NISE
Dice Laurencio que rasgue
unos versos que me dio
de cierta dama ignorante,
y yo digo que no quiero.
LAURENCIO
Tú podrá ser que lo alcances
de Nise; ruégalo tú.
LISEO
Si algo tengo que rogarte,
haz algo por mis memorias
y rasga lo que tú sabes.
NISE
¡Dejadme los dos!

[Vanse NISE y CELIA.]




[Escena V]

[LAURENCIO y LISEO.]


LAURENCIO
¡Qué airada!
LISEO
Yo me espanto que te trate
con estos rigores Nise.
LAURENCIO
Pues, Liseo, no te espantes:
que es defeto en los discretos
tal vez el no ser afables.
LISEO
¿Tienes qué hacer?
LAURENCIO
Poco o nada.
LISEO
Pues vámonos esta tarde
por el Prado arriba.
LAURENCIO
Vamos
donde quiera que tú mandes.
LISEO
Detrás de los Recoletos
quiero hablarte.
LAURENCIO
Si el hablarme
no es con las lenguas que dicen,
sino con lenguas que hacen,
aunque me espanto que sea,
dejaré caballo y pajes.
LISEO
Bien puedes.

(Vase.)




[Escena VI]

[LAURENCIO solo.]


LAURENCIO
Yo voy tras ti.
¡Qué celoso y qué arrogante!
Finea es boba, y, sin duda,
de haberle contado nace
mis amores y papeles.
Ya para consejo es tarde;
que deudas y desafíos
a que los honrados salen,
para trampas se dilatan,
y no es bien que se dilaten.

[(Vase.)]




[Escena VII]

Un MAESTRO de danzar y FINEA.


MAESTRO
¿Tan presto se cansa?
FINEA
Sí.
Y no quiero danzar más.
MAESTRO
Como no danza a compás,
hase enfadado de sí.
FINEA
¡Por poco diera de hocicos,
saltando! Enfadada vengo.
¿Soy yo urraca, que andar tengo
por casa, dando salticos?
Un paso, otro contrapaso,
floretas, otra floreta...
¡Qué locura!
MAESTRO
[Aparte. ]
¡Qué imperfeta
cosa, en un hermoso vaso
poner la Naturaleza
licor de un alma tan ruda!
Con que yo salgo de duda
que no es alma la belleza.
FINEA
Maestro...
MAESTRO
¿Señora mía?...
FINEA
Trae mañana un tamboril.
MAESTRO
Ese es instrumento vil,
aunque de mucha alegría.
FINEA
Que soy más aficionada
al cascabel os confieso.
MAESTRO
Es muy de caballos eso.
FINEA
Haced vos lo que me agrada,
que no es mucha rustiqueza
el traellos en los pies.
Harto peor pienso que es
traellos en la cabeza.
MAESTRO
[Aparte.]
(Quiero seguirle el humor.)
Yo haré lo que mandáis.
FINEA
Id danzando cuando os vais.
MAESTRO
Yo os agradezco el favor,
pero llevaré tras mí
mucha gente.
FINEA
Un pastelero,
un sastre y un zapatero,
¿llevan la gente tras sí?
MAESTRO
No; pero tampoco ellos
por la calle haciendo van
sus oficios.
FINEA
¿No podrán,
si quieren?
MAESTRO
Podrán hacellos;
y yo no quiero danzar.
FINEA
Pues no entréis aquí.
MAESTRO
No haré.
FINEA
Ni quiero andar en un pie,
ni dar vueltas ni saltar.
MAESTRO
Ni yo enseñar las que sueñan
disparates atrevidos.
FINEA
No importa; que los maridos
son los que mejor enseñan.
MAESTRO
¿Han visto la mentecata?
FINEA
¿Qué es mentecata, villano?
MAESTRO
¡Señora, tened la mano!
Es una dama que trata
con gravedad y rigor
a quien la sirve.
FINEA
¿Esa es?
MAESTRO
Puesto que vuelve después
con más blandura y amor.
FINEA
¿Es eso cierto?
MAESTRO
¿Pues no?
FINEA
Yo os juro, aunque nunca ingrata,
que no hay mayor mentecata
en todo el mundo que yo.
MAESTRO
El creer es cortesía;
adiós, que soy muy cortés.
(Váyase y entre CLARA.)




[Escena VIII]

[CLARA y FINEA.]


CLARA
¿Danzaste?
FINEA
¿Ya no lo ves?
Persíguenme todo el día
con leer, con escribir,
con danzar, y todo es nada.
Sólo Laurencio me agrada.
CLARA
¿Cómo te podré decir
una desgracia notable?
FINEA
Hablando; porque no hay cosa
de decir dificultosa,
a mujer que viva y hable.
CLARA
Dormir en día de fiesta,
¿es malo?
FINEA
Pienso que no;
aunque si Adán se durmió,
buena costilla le cuesta.
CLARA
Pues si nació la mujer
de una dormida costilla,
que duerma no es maravilla.
FINEA
Agora vengo a entender
sólo con esa advertencia,
por qué se andan tras nosotras
los hombres, y en unas y otras
hacen tanta diligencia;
que, si aquesto no es asilla,
deben de andar a buscar
su costilla, y no hay parar
hasta topar su costilla.
CLARA
Luego si para el que amó
un año, y dos, harto bien,
¿le dirán los que le ven
que su costilla topó?
FINEA
A lo menos los casados.
CLARA
¡Sabia estás!
FINEA
Aprendo ya;
que me enseña amor quizá
con liciones de cuidados.
CLARA
Volviendo al cuento, Laurencio
me dio un papel para ti.
Púseme a hilar -¡ay de mí,
cuánto provoca el silencio!-.
Metí en el copo el papel,
y como hilaba al candil
y es la estopa tan sutil
aprendióse el copo en él.
Cabezas hay disculpadas
cuando duermen sin cojines,
y sueños como rocines
que vienen con cabezadas.
Apenas el copo ardió,
cuando, puesta en él de pies,
me chamusqué; ya lo ves.
FINEA
¿Y el papel?
CLARA
Libre quedó,
como el Santo de Pajares.
Sobraron estos renglones,
en que hallarás más razones
que en mi cabeza aladares.
FINEA
¿Y no se podrán leer?
CLARA
Toma, y lee.
FINEA
Yo sé poco.
CLARA
¡Dios libre de un fuego loco
la estopa de la mujer!


[Escena IX]

Entre OTAVIO.- [Dichas.]


OTAVIO
Yo pienso que me canso en enseñarla,
porque es querer labrar con vidro un pórfido;
ni el danzar ni el leer aprender puede,
aunque está menos ruda que solía.
FINEA
¡Oh padre mentecato y generoso,
bien seas venido!
OTAVIO
¿Cómo mentecato?
FINEA
Aquí el maestro de danzar me dijo
que era yo mentecata, y enojéme;
mas él me respondió que este vocablo
significaba una mujer que riñe,
y luego vuelve con amor notable;
y como vienes tú riñendo agora,
y has de mostrarme amor en breve rato,
quise también llamarte mentecato.
OTAVIO
Pues hija, no creáis a todas gentes,
ni digáis ese nombre, que no es justo.
FINEA
No lo haré más. Mas diga, señor padre:
¿sabe leer?
OTAVIO
Pues, ¿eso me preguntas?
FINEA
Tome, ¡por vida suya!, y éste lea.
OTAVIO
¿Este papel?
FINEA
Sí, padre.
OTAVIO
Oye, Finea:
(Lea ansí.)
«Agradezco mucho la merced que me has hecho, aunque toda esta noche la he pasado con poco sosiego, pensando en tu hermosura.»
FINEA
¿No hay más?
OTAVIO
No hay más; que está muy justamente
quemado lo demás. ¿Quién te le ha dado?
FINEA
Laurencio, aquel discreto caballero
de la academia de mi hermana Nise,
que dice que me quiere con extremo.
OTAVIO
[Aparte.]
(De su ignorancia, mi desdicha temo.
Esto trujo a mi casa el ser discreta
Nise: El galán, el músico, el poeta,
el lindo, el que se precia de oloroso,
el afeitado, el loco y el ocioso.)
¿Hate pasado más con este, acaso?
FINEA
Ayer, en la escalera, al primer paso,
me dio un abrazo.
OTAVIO
[Aparte.]
(¡En buenos pasos anda
mi pobre honor, por una y otra banda!
La discreta, con necios en concetos,
y la boba, en amores con discretos.
A esta no hay llevarla por castigo,
y más que lo podrá entender su esposo.)
Hija, sabed que estoy muy enojado.
No os dejéis abrazar. ¿Entendéis, hija?
FINEA
Sí, señor padre; y cierto que me pesa,
aunque me pareció muy bien entonces.
OTAVIO
Solo vuestro marido ha de ser digno
de esos abrazos.


[Escena X]

Entre TURÍN.- [Dichos.]


TURÍN
En tu busca vengo.
OTAVIO
¿De qué es la prisa tanta?
TURÍN
De que al campo
van a matarse mi señor Liseo
y Laurencio, ese hidalgo marquesote,
que desvanece a Nise con sonetos.
OTAVIO
[Aparte.]
(¿Qué importa que los padres sean discretos,
si les falta a los hijos la obediencia?
Liseo habrá entendido la imprudencia
deste Laurencio atrevidillo y loco,
y que sirve a su esposa.) ¡Caso estraño!
¿Por dónde fueron?
TURÍN
Van, si no me engaño,
hacia los Recoletos Agustinos.
OTAVIO
Pues ven tras mí. ¡Qué extraños desatinos!

(Váyanse OTAVIO y TURÍN.)




[Escena XI]

[CLARA y FINEA.]


CLARA
Parece que se ha enojado
tu padre.
FINEA
¿Qué puedo hacer?
CLARA
¿Por qué le diste a leer
el papel?
FINEA
Ya me ha pesado.
CLARA
Ya no puedes proseguir
la voluntad de Laurencio.
FINEA
Clara, no la diferencio
con el dejar de vivir.
Yo no entiendo cómo ha sido
desde que el hombre me habló,
porque, si es que siento yo,
él me ha llevado el sentido.
Si duermo, sueño con él;
si como, le estoy pensando,
y si bebo, estoy mirando
en agua la imagen dél.
¿No has visto de qué manera
muestra el espejo a quien mira
su rostro, que una mentira
le hace forma verdadera?
Pues lo mismo en vidro miro
que el cristal me representa.
CLARA
A tus palabras atenta,
de tus mudanzas me admiro.
Parece que te transformas
en otra.
FINEA
En otro dirás.
CLARA
Es maestro con quien más
para aprender te conformas.
FINEA
Con todo eso, seré
obediente al padre mío;
fuera de que es desvarío
quebrar la palabra y fe.
CLARA
Yo haré lo mismo.
FINEA
No impidas
el camino que llevabas.
CLARA
¿No ves que amé porque amabas,
y olvidaré porque olvidas?
FINEA
Harto me pesa de amalle;
pero a ver mi daño vengo,
aunque sospecho que tengo
de olvidarme de olvidalle.

(Váyanse.)




[Escena XII]

[Campo.]



Entren LISEO y LAURENCIO.


LAURENCIO
Antes, Liseo, de sacar la espada,
quiero saber la causa que os obliga.
LISEO
Pues bien será que la razón os diga.
LAURENCIO
Liseo, si son celos de Finea,
mientras no sé que vuestra esposa sea,
bien puedo pretender, pues fui primero.
LISEO
Disimuláis, a fe de caballero,
pues tan lejos lleváis el pensamiento
de amar una mujer tan inorante.
LAURENCIO
Antes de que la quiera no os espante;
que soy tan pobre como bien nacido,
y quiero sustentarme con el dote.
Y que lo diga ansí no os alborote,
pues que vos, dilatando el casamiento,
habéis dado más fuerzas a mi intento,
y porque cuando llegan, obligadas,
a desnudarse en campo las espadas,
se han de tratar verdades llanamente;
que es hombre vil quien en el campo miente.
LISEO
¿Luego, no queréis bien a Nise?
LAURENCIO
A Nise
yo no puedo negar que no la quise;
mas su dote serán diez mil ducados,
y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta,
y pasé de los diez a los cuarenta.
LISEO
Siendo eso ansí, como de vos lo creo,
estad seguro que jamás Liseo
os quite la esperanza de Finea;
que aunque no es la ventura de la fea,
será de la ignorante la ventura;
que así Dios me la dé, que no la quiero,
pues desde que la vi, por Nise muero.
LAURENCIO
¿Por Nise?
LISEO
¡Sí, por Dios!
LAURENCIO
Pues vuestra es Nise,
y con la antigüedad que yo la quise,
yo os doy sus esperanzas y favores;
mis deseos os doy y mis amores,
mis ansias, mis serenos, mis desvelos,
mis versos, mis sospechas y mis celos.
Entrad con esta runfla y dadle pique;
que no hará mucho en que de vos se pique.
LISEO
Aunque con cartas tripuladas juegue,
aceto la merced, señor Laurencio,
que yo soy rico, y compraré mi gusto.
Nise es discreta, yo no quiero el oro;
hacienda tengo, su belleza adoro.
LAURENCIO
Hacéis muy bien; que yo, que soy tan pobre,
el oro solicito que me sobre;
que aunque de entendimiento lo es Finea,
yo quiero que en mi casa alhaja sea.
¿No están las escrituras de una renta
en un cajón de un escritorio, y rinden
aquello que se come todo el año?
¿No está una casa principal tan firme
como de piedra, al fin yeso y ladrillo,
y renta mil ducados a su dueño?
Pues yo haré cuenta que es Finea una casa,
una escritura, un censo y una viña,
y seráme una renta con basquiña;
demás que, si me quiere, a mí me basta;
que no hay mayor ingenio que ser casta.
LISEO
Yo os doy palabra de ayudaros tanto,
que venga a ser tan vuestra como creo.
LAURENCIO
Y yo con Nise haré, por Dios, Liseo,
lo que veréis.
LISEO
Pues démonos las manos
de amigos, no fingidos cortesanos,
sino como si fuéramos de Grecia,
adonde tanto el amistad se precia.
LAURENCIO
Yo seré vuestro Pílades.
LISEO
Yo, Orestes.



[Escena XIII]

Entren OTAVIO y TURÍN.- [Dichos.]


OTAVIO
¿Son estos?
TURÍN
Ellos son.
OTAVIO
¿Y esto es pendencia?
TURÍN
Conocieron de lejos tu presencia.
OTAVIO
¡Caballeros...!
LISEO
Señor, seáis bien venido.
OTAVIO
¿Qué hacéis aquí?
LISEO
Como Laurencio ha sido
tan grande amigo mío, desde el día
que vine a vuestra casa, o a la mía,
venímonos a ver el campo solos,
tratando nuestras cosas igualmente.
OTAVIO
De esa amistad me huelgo extrañamente.
Aquí vine a un jardín de un grande amigo,
y me holgaré de que volváis conmigo.
LISEO
Será para los dos merced notable.
FENISO
Vamos [a] acompañaros y serviros.
OTAVIO
[Aparte.]
Turín, ¿por qué razón me has engañado?
TURÍN
Porque deben de haber disimulado,
y porque, en fin, las más de las pendencias
mueren por madurar; que a no ser esto,
no hubiera mundo ya.
OTAVIO
Pues, di, ¿tan presto
se pudo remediar?
TURÍN
¿Qué más remedio
de no reñir que estar la vida en medio?


[Vanse.]




[Escena XIV]

[Sala en casa de OTAVIO.]



NISE y FINEA.


NISE
De suerte te has engreído,
que te voy desconociendo.
FINEA
De que eso digas me ofendo.
Yo soy la que siempre he sido.
NISE
Yo te vi menos discreta.
FINEA
Y yo más segura a ti.
NISE
¿Quién te va trocando ansí?
¿Quién te da lición secreta?
Otra memoria es la tuya.
¿Tomaste la anacardina?
FINEA
Ni de Ana, ni Catalina,
he tomado lición suya.
Aquello que ser solía
soy; porque sólo he mudado
un poco de más cuidado.
NISE
¿No sabes que es prenda mía
Laurencio?
FINEA
¿Quién te empeñó
a Laurencio?
NISE
Amor.
FINEA
¿A fe?
Pues yo le desempeñé,
y el mismo amor me le dio.
NISE
¡Quitaréte dos mil vidas,
boba dichosa!
FINEA
No creas
que si a Laurencio deseas,
de Laurencio te dividas.
En mi vida supe más
de lo que él me ha dicho a mí:
eso sé y eso aprendí.
NISE
Muy aprovechada estás;
mas de hoy más no ha de pasarte
por el pensamiento.
FINEA
¿Quién?
NISE
Laurencio.
FINEA
Dices muy bien.
No volverás a quejarte.
NISE
Si los ojos puso en ti,
quítelos luego.
FINEA
Que sea
como tú quieres.
NISE
Finea,
déjame a Laurencio a mí.
Marido tienes.
FINEA
Yo creo
que no riñamos las dos.
NISE
Quédate con Dios.
FINEA
Adiós.

(Váyase NISE.)




[Escena XV]

Entre LAURENCIO.- [FINEA.]


FINEA
¡En qué confusión me veo!
¿Hay mujer más desdichada?
Todos dan en perseguirme.
LAURENCIO
[Aparte.]
(Detente en un punto firme,
fortuna veloz y airada,
que ya parece que quieres
ayudar mi pretensión.
¡Oh, qué gallarda ocasión!)
¿Eres tú, mi bien?
FINEA
No esperes,
Laurencio, verme jamás.
Todos me riñen por ti.
LAURENCIO
Pues, ¿qué te han dicho de mí?
FINEA
Eso agora lo sabrás.
¿Dónde está mi pensamiento?
LAURENCIO
¿Tu pensamiento?
FINEA
Sí.
LAURENCIO
En ti;
porque si estuviera en mí,
ya estuviera más contento.
FINEA
¿Vesle tú?
LAURENCIO
Yo no, jamás.
FINEA
Mi hermana me dijo aquí
que no has de pasarme a mí
por el pensamiento más;
por eso allá te desvía,
y no me pases por él.
LAURENCIO
[Aparte.]
Piensa que yo estoy en él,
y echarme fuera querría.
FINEA
Tras esto dice que en mí
pusiste los ojos...
LAURENCIO
Dice
verdad; no lo contradice
el alma que vive en ti.
FINEA
Pues tú me has de quitar luego
los ojos que me pusiste.
LAURENCIO
¿Cómo, si en amor consiste?
FINEA
Que me los quites, te ruego,
con ese lienzo, de aquí,
si yo los tengo en mis ojos.
LAURENCIO
No más; cesen los enojos.
FINEA
¿No están en mis ojos?
LAURENCIO
Sí.
FINEA
Pues limpia y quita los tuyos,
que no han de estar en los míos.
LAURENCIO
¡Qué graciosos desvaríos!
FINEA
Ponlos a Nise en los suyos.
LAURENCIO
Ya te limpio con el lienzo.
FINEA
¿Quitástelos?
LAURENCIO
¿No lo ves?
FINEA
Laurencio, no se los des,
que a sentir penas comienzo.
Pues más hay: que el padre mío
bravamente se ha enojado
del abrazo que me has dado.
LAURENCIO
[Aparte.]
¿Mas que hay otro desvarío?
FINEA
También me le has de quitar;
no ha de reñirme por esto.
LAURENCIO
¿Cómo ha de ser?
FINEA
Siendo. Presto,
¿no sabes desabrazar?
LAURENCIO
El brazo derecho alcé;
tienes razón, ya me acuerdo,
y agora alzaré el izquierdo,
y el abrazo desharé.
FINEA
¿Estoy ya desabrazada?
LAURENCIO
¿No lo ves?


[Escena XVI]

Entre NISE.- [Dichos.]


NISE
Y yo también.
FINEA
Huélgome, Nise, también,
que ya no me dirás nada.

Ya Laurencio no me pasa
por el pensamiento a mí;
ya los ojos le volví,
pues que contigo se casa.
En el lienzo los llevó,
y ya me ha desabrazado.
LAURENCIO
Tú sabrás lo que ha pasado,
con harta risa.
NISE
Aquí no.
Vamos los dos al jardín,
que tengo bien que riñamos.
LAURENCIO
Donde tú quisieres vamos.

(Váyanse LAURENCIO y NISE.)




[Escena XVII]

[FINEA sola.]


FINEA
Ella se le lleva, en fin.
¿Qué es esto, que me da pena
de que se vaya con él?
Estoy por irme tras él.

¿Qué es esto que me enajena
de mi propia libertad?
No me hallo sin Laurencio.
Mi padre es este; silencio.
Callad, lengua; ojos, hablad.



[Escena XVIII]

Entre OTAVIO.- [FINEA.]


OTAVIO
¿Adónde está tu esposo?
FINEA
Yo pensaba
que lo primero, en viéndome, que hicieras
fuera saber de mí si te obedezco.
OTAVIO
Pues eso, ¿a qué propósito?
FINEA
¿Enojado
no me dijiste aquí que era mal hecho
abrazar a Laurencio? Pues agora
que me desabrazase le he rogado,
y el abrazo pasado me ha quitado.
OTAVIO
¿Hay cosa semejante? ¡Pues di, bestia!,
¿otra vez le abrazabas?
FINEA
Que no es eso;
fue la primera alzado el brazo
derecho de Laurencio, aquel abrazo,
y agora levantó, que bien me acuerdo,
porque fuese al revés, el brazo izquierdo:
luego desabrazada estoy agora.

OTAVIO
[Aparte.]
Cuando pienso que sabe, más ignora;
ello es querer hacer lo que no quiso
Naturaleza.
FINEA
Diga, señor padre:
¿cómo llaman aquello que se siente
cuando se va con otro lo que se ama?
OTAVIO
Ese agravio de amor, celos se llama.
FINEA
¿Celos?
OTAVIO
Pues, ¿no lo ves, que son sus hijos?
FINEA
El padre puede dar mil regocijos;
y es muy hombre de bien, mas desdichado
en que tan malos hijos ha criado.
OTAVIO
[Aparte.]
Luz va tiniendo ya. Pienso y bien pienso
que si amor la enseñase, aprendería.
FINEA
¿Con qué se quita el mal de celosía?
OTAVIO
Con desenamorarse, si hay agravio,
que es el remedio más prudente y sabio;
que mientras hay amor ha de haber celos,
pensión que dieron a este bien los cielos.
¿Adónde Nise está?
FINEA
Junto a la fuente
con Laurencio se fue.
OTAVIO
¡Cansada cosa!
Aprenda noramala a hablar su prosa,
déjese de sonetos y canciones;
allá voy a romperle las razones.

(Váyase.)


FINEA
¿Por quién, en el mundo, pasa
esto que pasa por mí?
¿Qué vi denantes, qué vi,
que así me enciende y me abrasa?
Celos dice el padre mío
que son. ¡Brava enfermedad!


[Escena XIX]

Entre LAURENCIO.- [FINEA.]


LAURENCIO
[Aparte.]
(Huyendo su autoridad,
de enojarle me desvío;

aunque, en parte, le agradezco
que estorbase los enojos
de Nise. Aquí están los ojos
a cuyos rayos me ofrezco.)
¿Señora?...
FINEA
Estoy por no hablarte.
¿Cómo te fuiste con Nise?
LAURENCIO
No me fui porque yo quise.
FINEA
Pues, ¿por qué?
LAURENCIO
Por no enojarte.
FINEA
Pésame si no te veo,
y en viéndote ya querría
que te fueses, y a porfía
anda el temor y el deseo.
Yo estoy celosa de ti;
que ya sé lo que son celos;
que su duro nombre, ¡ay cielos!,
me dijo mi padre aquí;
mas también me dio el remedio.
LAURENCIO
¿Cuál es?
FINEA
Desenamorarme;
porque podré sosegarme
quitando el amor de en medio.
LAURENCIO
Pues eso, ¿cómo ha de ser?
FINEA
El que me puso el amor
me le quitará mejor.
LAURENCIO
Un remedio suele haber.
FINEA
¿Cuál?
LAURENCIO
Los que vienen aquí
al remedio ayudarán.


[Escena XX]

Entren PEDRO, DUARDO y FENISO.- [Dichos.]


PEDRO
Finea y Laurencio están
juntos.
FENISO
Y él fuera de sí.
LAURENCIO
Seáis los tres bien venidos
a la ocasión más gallarda
que se me pudo ofrecer;
y pues de los dos el alma
a sola Nise discreta
inclina las esperanzas,
oíd lo que con Finea
para mi remedio pasa.
DUARDO
En esta casa parece,
según por los aires andas,
que te ha dado hechizos Circe:
nunca sales de esta casa.

LAURENCIO
Yo voy con mi pensamiento
haciendo una rica traza
para hacer oro de alquimia.
PEDRO
La salud y el tiempo gastas.
Igual sería, señor,
cansarte, pues todo cansa,
de pretender imposibles.
LAURENCIO
¡Calla, necio!
PEDRO
El nombre basta
para no callar jamás;
que nunca los necios callan.

LAURENCIO
Aguardadme mientras hablo
a Finea.
DUARDO
Parte.
LAURENCIO
Hablaba,
Finea hermosa, a los tres,
para el remedio que aguardas.
FINEA
¡Quítame presto el amor,
que con sus celos me mata!
LAURENCIO
Si dices delante destos
cómo me das la palabra
de ser mi esposa y mujer,
todos los celos se acaban.
FINEA
¿Eso no más? Yo lo haré.
LAURENCIO
Pues tú misma a los tres llama.
FINEA
¡Feniso, Düardo, Pedro!
LOS TRES
¡Señora!
FINEA
Yo doy palabra
de ser esposa y mujer
de Laurencio.
DUARDO
¡Cosa extraña!
LAURENCIO
¿Sois testigos desto?
LOS TRES
Sí.
LAURENCIO
Pues haz cuenta que estás sana
del amor y de los celos
que tanta pena te daban.
FINEA
¡Dios te lo pague, Laurencio!
LAURENCIO
Venid los tres a mi casa;
que tengo un notario allí.
FENISO
Pues, ¿con Finea te casas?
LAURENCIO
Sí, Feniso.
FENISO
¿Y Nise bella?
LAURENCIO
Troqué discreción por plata.


[Escena XXI]

Quede FINEA sola, y entren NISE y OTAVIO.


NISE
Hablando estaba con él
cosas de poca importancia.
OTAVIO
Mira, hija, que estas cosas
más deshonor que honor causan.
NISE
Es un honesto mancebo
que de buenas letras trata,
y téngole por maestro.
OTAVIO
No era tan blanco en Granada
Juan Latino, que la hija
de un Veinticuatro enseñaba;
y siendo negro y esclavo,
porque fue su madre esclava
del claro Duque de Sessa,
honor de España y de Italia,
se vino a casar con ella;
que Gramática estudiaba,
y la enseñó a conjugar
en llegando al amo, amas;
que así llama el matrimonio
el latín.
NISE
De eso me guarda
ser tu hija.
FINEA
¿Murmuráis
de mis cosas?
OTAVIO
¿Aquí estaba
esta loca?
FINEA
Ya no es tiempo
de reñirme.
OTAVIO
¿Quién te habla?,
¿quién te riñe?
FINEA
Nise y tú.
Pues sepan que agora acaba
de quitarme el amor todo
Laurencio, como la palma.
OTAVIO
[Aparte.]
¿Hay alguna bobería?
FINEA
Díjome que se quitaba
el amor con que le diese
de su mujer la palabra;
y delante de testigos
se la he dado, y estoy sana
del amor y de los celos.
OTAVIO
¡Esto es cosa temeraria!
Esta, Nise, ha de quitarme
la vida.
NISE
¿Palabra dabas
de mujer a ningún hombre?
¿No sabes que estás casada?
FINEA
¿Para quitarme el amor,
qué importa?
OTAVIO
No entre en mi casa
Laurencio más.
NISE
Es error,
porque Laurencio la engaña:
que él y Liseo y lo dicen
no más de para enseñarla.
OTAVIO
De esa manera, yo callo.
FINEA
¡Oh! Pues, ¿con eso nos tapa
la boca?
OTAVIO
Vente conmigo.
FINEA
¿A dónde?
OTAVIO
Donde te aguarda
un notario.
FINEA
Vamos.
OTAVIO
Ven.
[Aparte.]
¡Qué descanso de mis canas!

[Vanse.]



(NISE sola.)


NISE
Hame contado Laurencio
que han tomado aquesta traza
Liseo y él, para ver
si aquella rudeza labran,
y no me parece mal.


[Escena XXII]

Entre LISEO.- [NISE.]


LISEO
¿Hate contado mis ansias
Laurencio, discreta Nise?
NISE
¿Qué me dices? ¿Sueñas o hablas?
LISEO
Palabra me dio Laurencio
de ayudar mis esperanzas,
viendo que las pongo en ti.
NISE
Pienso que de hablar te cansas
con tu esposa, o que se embota
en la dureza que labras
el cuchillo de tu gusto,
y, para volver a hablarla,
quieres darle un filo en mí.
LISEO
Verdades son las que trata
contigo mi amor, no burlas.
NISE
¿Estás loco?
LISEO
Quien pensaba
casarse con quien lo era,
de pensarlo ha dado causa.
Yo he mudado pensamiento.
NISE
¡Qué necedad, qué inconstancia,
qué locura, error, traición
a mi padre y a mi hermana!
¡Id en buen hora, Liseo!
LISEO
¿Desa manera me pagas
tan desatinado amor?
NISE
Pues, si es desatino, ¡basta!


[Escena XXIII]

Entre LAURENCIO.- [Dichos.]


LAURENCIO
[Aparte.]
Hablando están los dos solos.
Si Liseo se declara,
Nise ha de saber también
que mis lisonjas la engañan.
Creo que me ha visto ya.

(NISE dice, como que habla con LISEO.)

NISE
¡Oh, gloria de mi esperanza!
LISEO
¿Yo vuestra gloria, señora?
NISE
Aunque dicen que me tratas
con traición, yo no lo creo;
que no lo consiente el alma.
LISEO
¿Traición, Nise? ¡Si en mi vida
mostrare amor a tu hermana,
me mate un rayo del cielo!
LAURENCIO
[Aparte.]
Es conmigo con quien habla
Nise, y presume Liseo
que le requiebra y regala.
NISE
Quiérome quitar de aquí;
que con tal fuerza me engaña
amor, que diré locuras.
LISEO
No os vais, ¡oh Nise gallarda!;
que después de los favores
quedará sin vida el alma.
NISE
¡Dejadme pasar!

[Vase.]




[Escena XXIV]

[LISEO y LAURENCIO.]


LISEO
¿Aquí
estabas a mis espaldas?
LAURENCIO
Agora entré.
LISEO
¿Luego a ti
te hablaba y te requebraba,
aunque me miraba a mí,
aquella discreta ingrata?
LAURENCIO
No tengas pena; las piedras
ablanda el curso del agua.
Yo sabré hacer que esta noche
puedas, en mi nombre, hablarla.
Esta es discreta, Liseo.
No podrás, si no la engañas,
quitalla del pensamiento
el imposible que aguarda;
porque yo soy de Finea.
LISEO
Si mi remedio no trazas,
cuéntame loco de amor.
LAURENCIO
Déjame el remedio, y calla;
porque burlar un discreto
es la vitoria más alta.





FIN DEL SEGUNDO ACTO







Acto III

[Sala en casa de OTAVIO.]



[Escena I]

[FINEA sola.]


FINEA
¡Amor, divina invención
de conservar la belleza
de nuestra naturaleza,
o accidente o elección!
Extraños efetos son
los que de tu ciencia nacen,
pues las tinieblas deshacen,
pues hacen hablar los mudos,
pues los ingenios más rudos
sabios y discretos hacen.

No ha dos meses que vivía
a las bestias tan igual,
que aun el alma racional
parece que no tenía.
Con el animal sentía
y crecía con la planta;
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí,
hasta que en tus rayos vi,
a cúyo sol se levanta.

Tú desataste y rompiste
la escuridad de mi ingenio;
tú fuiste el divino genio
que me enseñaste, y me diste
la luz con que me pusiste
el nuevo ser en que estoy.
Mil gracias, amor, te doy,
pues me enseñaste tan bien,
que dicen cuantos me ven
que tan diferente soy.

A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón.
¡Tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme!
Ya puedes del grado honrarme,
dándome a Laurencio, amor,
con quien pudiste mejor,
enamorada, enseñarme.



[Escena II]

CLARA.- [FINEA.]


CLARA
En grande conversación
están de tu entendimiento.
FINEA
Huélgome que esté contento
mi padre en esta ocasión.
CLARA
Hablando está con Miseno
de cómo lees, escribes
y danzas; dice que vives
con otra alma en cuerpo ajeno.
Atribúyele al amor
de Liseo este milagro.
FINEA
En otras aras consagro
mis votos, Clara, mejor:
Laurencio ha sido el maestro.
CLARA
Como Pedro lo fue mío.
FINEA
De verlos hablar me río
en este milagro nuestro.
¡Gran fuerza tiene el amor,
catedrático divino!


[Escena III]

MISENO y OTAVIO.


MISENO
Yo pienso que es el camino
de su remedio mejor.
Y ya, pues habéis llegado
a ver con entendimiento
a Finea, que es contento
nunca de vos esperado,
a Nise podéis casar
con este mozo gallardo.
OTAVIO
Vos solamente a Düardo
pudiérades abonar.
Mozuelo me parecía
destos que se desvanecen,
a quien agora enloquecen
la arrogancia y la poesía.
No son gracias de marido
sonetos. Nise es tentada
de académica endiosada,
que a casa los ha traído.
¿Quién le mete a una mujer
con Petrarca y Garcilaso,
siendo su Virgilio y Taso
hilar, labrar y coser?
Ayer sus librillos vi,
papeles y escritos varios;
pensé que devocionarios,
y desta suerte leí:
Historia de dos amantes,
sacada de lengua griega;
Rimas, de Lope de Vega;
Galatea, de Cervantes;
el Camões de Lisboa,
Los pastores de Belén,
Comedias de don Guillén
de Castro, Liras de Ochoa;
Canción que Luis Vélez dijo
en la academia del duque
de Pastrana; Obras de Luque;
Cartas de don Juan de Arguijo;
Cien sonetos de Liñán,
Obras de Herrera el divino,
el libro del Peregrino,
y El pícaro, de Alemán.
Mas, ¿qué os canso? Por mi vida,
que se los quise quemar.
MISENO
Casalda y veréisla estar
ocupada y divertida
en el parir y el criar.
OTAVIO
¡Qué gentiles devociones!
Si Düardo hace canciones,
bien los podemos casar.
MISENO
Es poeta caballero,
no temáis; hará por gusto
versos.
OTAVIO
Con mucho disgusto
los de Nise considero.
Temo, y en razón lo fundo,
si en esto da, que ha de haber
un don Quijote mujer
que dé que reir al mundo.


[Escena IV]

Entren LISEO y NISE [y TURÍN.- Dichos.]


LISEO
Trátasme con tal desdén,
que pienso que he de apelar
adonde sepan tratar
mis obligaciones bien;
pues advierte, Nise bella,
que Finea ya es sagrado;
que un amor tan desdeñado
puede hallar remedio en ella.
Tu desdén, que imaginé
que pudiera ser menor,
crece al paso de mi amor,
medra al lado de mi fe;
y su corto entendimiento
ha llegado a tal mudanza,
que puede dar esperanza
a mi loco pensamiento.
Pues, Nise, trátame bien;
u de Finea el favor
será sala en que mi amor
apele de tu desdén.
NISE
Liseo, el hacerme fieros
fuera bien considerado
cuando yo te hubiera amado.
LISEO
Los nobles y caballeros
como yo, se han de estimar,
no lo indigno de querer.
NISE
El amor se ha de tener
adonde se puede hallar;
que como no es elección,
sino sólo un accidente,
tiénese donde se siente,
no donde fuera razón.
El amor no es calidad,
sino estrellas que conciertan
las voluntades que aciertan
a ser una voluntad.
LISEO
Eso, señora, no es justo;
y no lo digo con celos,
que pongáis culpa a los cielos
de la bajeza del gusto.
A lo que se hace mal,
no es bien decir: «Fue mi estrella.»
NISE
Yo no pongo culpa en ella,
ni en el curso celestial;
porque Laurencio es un hombre
tan hidalgo y caballero
que puede honrar...
LISEO
¡Paso!
NISE
Quiero
que reverenciéis su nombre.
LISEO
A no estar tan cerca Otavio...
OTAVIO
¡Oh, Liseo!
LISEO
¡Oh, mi señor!
NISE
[Aparte.]
¡Que se ha de tener amor
por fuerza! ¡Notable agravio!

[Escena V]

Entre CELIA.- [Dichos.]

CELIA
El maestro de danzar
a las dos llama a lición.
OTAVIO
Él viene a buena ocasión.
Vaya un criado a llamar
los músicos, porque vea
Miseno a lo que ha llegado
Finea.


[Escena VI]

[Músicos.- Dichos.]


LISEO
[Aparte.]
Amor, engañado,
hoy volveréis a Finea;
que muchas veces amor,
disfrazado en la venganza,
hace una justa mudanza
desde un desdén a un favor.

CELIA
Los músicos y él venían.

(Entren los Músicos.)


OTAVIO
¡Muy bien venidos seáis!
LISEO
[Aparte.]
¡Hoy, pensamientos, vengáis
los agravios que os hacían!
OTAVIO
Nise y Finea...
NISE
¡Señor!...
[OTAVIO]
Vaya aquí, por vida mía,
el baile del otro día.
LISEO
[Aparte.]
¡Todo es mudanzas amor!

(OTAVIO, MISENO y LISEO se sienten; los Músicos canten, y las dos bailen ansí.)


MÚSICOS
Amor, cansado de ver
tanto interés en las damas,
y que, por desnudo y pobre,
ninguna favor le daba,
pasóse a las Indias,
vendió el aljaba,
que más quiere doblones
que vidas y almas.
Trató en las Indias Amor,
no en joyas, sedas y holandas,
sino en ser sutil tercero
de billetes y de cartas.

Volvió de las Indias
con oro y plata;
que el Amor bien vestido
rinde las damas.
Paseó la corte Amor
con mil cadenas y bandas;
las damas, como le vían,
desta manera le hablan:
¿De dó viene, de dó viene?
-Viene de Panamá.-
¿De dó viene el caballero?
-Viene de Panamá.-
Trancelín en el sombrero,
-Viene de Panamá.-
cadenita de oro al cuello,
-Viene de Panamá.-
en los brazos el grig[u]iesco,
-Viene de Panamá.-
las ligas con rapacejos,
-Viene de Panamá.-
zapatos al uso nuevo,
-Viene de Panamá.-
sotanilla a lo turquesco.
-Viene de Panamá.-
¿De dó viene, de dó viene?
-Viene de Panamá.-
¿De dó viene el hijo de algo?
-Viene de Panamá.-
Corto cuello y puños largos,
-Viene de Panamá.-
la daga en banda colgando,
-Viene de Panamá.-
guante de ámbar adobado,
-Viene de Panamá.-
gran jugador del vocablo,
-Viene de Panamá.-
no da dinero y da manos,
-Viene de Panamá.-
enfadoso mal criado;
-Viene de Panamá.-
es Amor, llámase indiano,
-Viene de Panamá.-
es chapetón castellano,
-Viene de Panamá.-
en criollo disfrazado.
-Viene de Panamá.-
¿De dó viene, de dó viene?
-Viene de Panamá.-
¡Oh, qué bien parece Amor
con las cadenas y galas!
Que solo el dar enamora,
porque es cifra de las gracias.
Niñas, doncellas y viejas
van a buscarle a su casa,
más importunas que moscas,
en viendo que hay miel de plata.
Sobre cuál le ha de querer,
de vivos celos se abrasan,
y alrededor de su puerta
unas tras otras le cantan:

¡Deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!
El Amor se ha vuelto godo,
-Que yo me las vareare.-
puños largos, cuello corto,
-Que yo me las varearé.-
sotanilla y liga de oro,
-Que yo me las varearé.-
sombrero y zapato romo,
-Que yo me las varearé.-
manga ancha, calzón angosto.
-Que yo me las varearé.-
Él habla mucho y da poco,
-Que yo me las varearé.-
es viejo, y dice que es mozo,
-Que yo me las varearé.-
es cobarde, y matamoros,
-Que yo me las varearé.-
Ya se descubrió los ojos.
-Que yo me las varearé.-
¡Amor loco y amor loco!
-Que yo me las varearé.-
¡Yo por vos, y vos por otro!
-Que yo me las varearé.-
Deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé.
MISENO
¡Gallardamente, por cierto!
Dad gracias al cielo, Otavio,
que os satisfizo el agravio.
OTAVIO
Hagamos este concierto
de Düardo con [Nise].
Hijas, yo tengo que hablaros.
FINEA
Yo nací para agradaros.
OTAVIO
¿Quién hay que mi dicha crea?


[Escena VII]

Éntrense todos, y queden allí LISEO y TURÍN.


LISEO
Oye, Turín.
TURÍN
¿Qué me quieres?
LISEO
Quiérote comunicar
un nuevo gusto.
TURÍN
Si es dar
sobre tu amor pareceres,
busca un letrado de amor.
LISEO
Yo he mudado parecer.
TURÍN
A ser dejar de querer
a Nise, fuera el mejor.
LISEO
El mismo; porque Finea
me ha de vengar de su agravio.
TURÍN
No te tengo por tan sabio
que tal discreción te crea.
LISEO
De nuevo quiero tratar
mi casamiento. Allá voy.
TURÍN
De tu parecer estoy.
LISEO
Hoy me tengo de vengar.
TURÍN
Nunca ha de ser el casarse
por vengarse de un desdén;
que nunca se casó bien
quien se casó por vengarse.
Porque es gallarda Finea
y porque el seso cobró
-pues de Nise no sé yo
que tan entendida sea-,
será bien casarte luego.
LISEO
Miseno ha venido aquí.
Algo tratan contra mí.
TURÍN
Que lo mires bien te ruego.
LISEO
¡No hay más! ¡A pedirla voy!

[Váyase LISEO.]


TURÍN
El cielo tus pasos guíe
y del error te desvíe
en que yo por Celia estoy.
¡Que enamore amor un hombre
como yo! ¡Amor desatina!
¡Que una ninfa de cocina,
para blasón de su nombre,
ponga: «Aquí murió Turín
entre sartenes y cazos»!


[Escena VIII]

LAURENCIO y PEDRO.- [TURÍN.]


LAURENCIO
Todo es poner embarazos
para que no llegue al fin.
PEDRO
¡Habla bajo, que hay escuchas!
LAURENCIO
¡Oh, Turín!
TURÍN
¡Señor Laurencio...!
LAURENCIO
¿Tanta quietud y silencio?
TURÍN
Hay obligaciones muchas
para callar un discreto,
y yo muy discreto soy.
LAURENCIO
¿Qué hay de Liseo?
TURÍN
A eso voy.
Fuese a casar.
PEDRO
¡Buen secreto!
TURÍN
Está tan enamorado
de la señora Finea,
si no es que venganza sea
de Nise, que me ha jurado
que luego se ha de casar.
Y es ido a pedirla a Otavio.
LAURENCIO
¿Podré yo llamarme a agravio?
TURÍN
Pues, ¿él os puede agraviar?
LAURENCIO
Las palabras, ¿suelen darse
para no cumplirlas?
TURÍN
No.
LAURENCIO
De no casarse la dio.
TURÍN
Él no la quiebra en casarse.
LAURENCIO
¿Cómo?
TURÍN
Porque él no se casa
con la que solía ser,
sino con otra mujer.
LAURENCIO
¿Cómo es otra?
TURÍN
Porque pasa
del no saber al saber;
y con saber le obligó.
¿Mandáis otra cosa?
LAURENCIO
No.
[TURÍN]
Pues adiós.

[Vase.]




[Escena IX]

LAURENCIO y PEDRO.


LAURENCIO
¿Qué puedo hacer?
¡Ay, Pedro! Lo que temí
y tenía sospechado
del ingenio que ha mostrado
Finea, se cumple aquí.
Como la ha visto Liseo
tan discreta, la afición
ha puesto en la discreción.
PEDRO
Y en el oro algún deseo.
Cansóle la bobería.
la discreción le animó.


[Escena X]

Entre FINEA.- [Dichos.]


FINEA
¡Clara, Laurencio, me dio
nuevas de tanta alegría!
Luego a mi padre dejé,
y aunque ella me lo callara,
yo tengo quien me avisara,
que es el alma, que te ve
por mil vidros y cristales,
por donde quiera que vas,
porque en mis ojos estás
con memorias inmortales.
Todo este grande lugar
tiene colgado de espejos
mi amor, juntos y parejos,
para poderte mirar.
Si vuelvo el rostro allí, veo
tu imagen; si a estotra parte,
también; y ansí viene a darte
nombre de sol mi deseo;
que en cuantos espejos mira
y fuentes de pura plata,
su bello rostro retrata
y su luz divina espira.
LAURENCIO
¡Ay, Finea! ¡A Dios pluguiera
que nunca tu entendimiento
llegara, como ha llegado,
a la mudanza que veo!
Necio, me tuvo seguro,
y sospechoso discreto;
porque yo no te quería
para pedirte consejo.
¿Qué libro esperaba yo
de tus manos? ¿En qué pleito
habías jamás de hacerme
información en derecho?
Inocente te quería,
porque una mujer cordero
es tusón de su marido,
que puede traerla al pecho.
Todas sabéis lo que basta
para casada, a lo menos;
no hay mujer necia en el mundo,
porque el no hablar no es defeto.
Hable la dama en la reja,
escriba, diga concetos
en el coche, en el estrado,
de amor, de engaños, de celos;
pero la casada sepa
de su familia el gobierno;
porque el más discreto hablar
no es sancto como el silencio.
Mira el daño que me vino
de transformarse tu ingenio,
pues va a pedirte, ¡ay de mí!,
para su mujer, Liseo.
Ya deja a Nise, tu hermana.
Él se casa. Yo soy muerto.
¡Nunca, plega a Dios, hablaras!
FINEA
¿De qué me culpas, Laurencio?
A pura imaginación
del alto merecimiento
de tus prendas, aprendí
el que tú dices que tengo.
Por hablarte supe hablar,
vencida de tus requiebros;
por leer en tus papeles,
libros difíciles leo;
para responderte escribo.
No he tenido otro maestro
que amor; amor me ha enseñado.
Tú eres la ciencia que aprendo.
¿De qué te quejas de mí?
LAURENCIO
De mi desdicha me quejo;
pero, pues ya sabes tanto,
dame, señora, un remedio.
FINEA
El remedio es fácil.
LAURENCIO
¿Cómo?
FINEA
Si, porque mi rudo ingenio,
que todos aborrecían,
se ha transformado en discreto,
Liseo me quiere bien,
con volver a ser tan necio
como primero le tuve,
me aborrecerá Liseo.
LAURENCIO
Pues, ¿sabrás fingirte boba?
FINEA
Sí; que lo fui mucho tiempo,
y el lugar donde se nace
saben andarle los ciegos.
Demás desto, las mujeres
naturaleza tenemos
tan pronta para fingir
o con amor o con miedo,
que, antes de nacer, fingimos.
LAURENCIO
¿Antes de nacer?
FINEA
Yo pienso
que en tu vida lo has oído.
Escucha.
LAURENCIO
Ya escucho atento.
FINEA
Cuando estamos en el vientre
de nuestras madres, hacemos
entender a nuestros padres,
para engañar sus deseos,
que somos hijos varones;
y así verás que, contentos,
acuden a sus antojos
con amores, con requiebros,
y esperando el mayorazgo
tras tantos regalos hechos,
sale una hembra que corta
la esperanza del suceso.
Según esto, si pensaron
que era varón, y hembra vieron,
antes de nacer fingimos.
LAURENCIO
Es evidente argumento;
pero yo veré si sabes
hacer, Finea, tan presto
mudanza de extremos tales.
FINEA
Paso, que viene Liseo.
LAURENCIO
Allí me voy a esconder.
FINEA
Ve presto.
LAURENCIO
Sígueme, Pedro.
PEDRO
En muchos peligros andas.
LAURENCIO
Tal estoy, que no los siento.


[Escóndanse LAURENCIO y PEDRO.]




[Escena XI]

Entre LISEO con TURÍN.- [FINEA.]


LISEO
En fin, queda concertado.
TURÍN
En fin, estaba del cielo
que fuese tu esposa.
LISEO
[Aparte.]
(Aquí
está mi primero dueño.)
¿No sabéis, señora mía,
cómo ha tratado Miseno
casar a Düardo y Nise,
y cómo yo también quiero
que se hagan nuestras bodas
con las suyas?
FINEA
No lo creo;
que Nise me ha dicho a mí
que está casada en secreto
con vos.
LISEO
¿Conmigo?
FINEA
No sé
si érades vos u Oliveros.
¿Quién sois vos?
LISEO
¿Hay tal mudanza?
FINEA
¿Quién decís, que no me acuerdo?
Y si mudanza os parece,
¿cómo no veis que en el cielo
cada mes hay nuevas lunas?
LISEO
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
TURÍN
¿Si le vuelve el mal pasado?
FINEA
Pues, decidme: si tenemos
luna nueva cada mes,
¿adónde están? ¿Qué se han hecho
las viejas de tantos años?
¿Daisos por vencido?
LISEO
[Aparte.]
Temo
que era locura su mal.
FINEA
Guárdanlas para remiendos
de las que salen menguadas.
¡Véis ahí que sois un necio!
LISEO
Señora, mucho me admiro
de que ayer tan alto ingenio
mostrásedes.
FINEA
Pues, señor,
agora ha llegado al vuestro;
que la mayor discreción
es acomodarse al tiempo.
LISEO
Eso dijo el mayor sabio.
PEDRO
[Aparte.]
Y esto escucha el mayor necio.
LISEO
Quitado me habéis el gusto.
FINEA
No he tocado a vos, por cierto;
mirad que se habrá caído.
LISEO
[Aparte.]
(¡Linda ventura tenemos!
Pídole a Otavio a Finea,
y cuando a decirle vengo
el casamiento tratado,
hallo que a su ser se ha vuelto.)
Volved, mi señora, en vos,
considerando que os quiero
por mi dueño, para siempre.
FINEA
¡Por mi dueña, majadero!
LISEO
¿Así tratáis un esclavo
que os da el alma?
FINEA
¿Cómo es eso?
LISEO
Que os doy el alma.
FINEA
¿Qué es alma?
LISEO
¿Alma? El gobierno del cuerpo.
FINEA
¿Cómo es un alma?
LISEO
Señora,
como filósofo puedo
difinirla, no pintarla.
FINEA
¿No es alma la que en el peso
le pintan a San Miguel?
LISEO
También a un ángel ponemos
alas y cuerpo, y, en fin,
es un espíritu bello.
FINEA
¿Hablan las almas?
LISEO
Las almas
obran por los instrumentos,
por los sentidos y partes
de que se organiza el cuerpo.
FINEA
¿Longaniza come el alma?...
TURÍN
¿En qué te cansas?
LISEO
No puedo
pensar sino que es locura.
TURÍN
Pocas veces de los necios
se hacen los locos, señor.
LISEO
Pues, ¿de quién?
TURÍN
De los discretos;
porque de diversas causas
nacen efetos diversos.
LISEO
¡Ay, Turín! Vuélvome a Nise.
Más quiero el entendimiento
que toda la voluntad.
Señora, pues mi deseo,
que era de daros mi alma,
no pudo tener efeto,
quedad con Dios.
FINEA
Soy medrosa
de las almas, porque temo
que de tres que andan pintadas,
puede ser la del infierno.
La noche de los difuntos
no saco de puro miedo
la cabeza de la ropa.
TURÍN
Ella es loca sobre necio,
que es la peor guarnición.
LISEO
Decirlo a su padre quiero.


(Váyanse.)




[Escena XII]

LAURENCIO y PEDRO.- [FINEA.]


LAURENCIO
¿Puedo salir?...
FINEA
¿Qué te dice?
LAURENCIO
Que ha sido el mejor remedio
que pudiera imaginarse.
FINEA
Sí; pero siento, en extremo,
volverme a boba, aun fingida.
Y, pues fingida lo siento,
los que son bobos de veras,
¿cómo viven?
LAURENCIO
No sintiendo.
PEDRO
Pues si un tonto ver pudiera
su entendimiento a un espejo,
¿no fuera huyendo de sí?
La razón de estar contentos
es aquella confianza
de tenerse por discretos.
FINEA
Háblame, Laurencio mío,
sutilmente, porque quiero
desquitarme de ser boba.


[Escena XIII]

Entren NISE y CELIA.- [Dichos.]


NISE
Siempre Finea y Laurencio
juntos. Sin duda se tienen
amor. No es posible menos.
CELIA
Yo sospecho que te engañan.
NISE
Desde aquí los escuchemos.
LAURENCIO
¿Qué puede, hermosa Finea,
decirte el alma, aunque sale
de sí misma, que se iguale
a lo que mi amor desea?
Allá mis sentidos tienes:
escoge de lo sutil,
presumiendo que en abril
por amenos prados vienes.
Corta las diversas flores,
porque en mi imaginación,
tales los deseos son.
NISE
Estos, Celia, ¿son amores,
o regalos de cuñado?
CELIA
Regalos deben de ser;
pero no quisiera ver
cuñado tan regalado.
FINEA
¡Ay, Dios, si llegase día
en que viese mi esperanza
su posesión!
LAURENCIO
¿Qué no alcanza
una amorosa porfía?
PEDRO
Tu hermana, escuchando.
LAURENCIO
¡Ay, cielos!
FINEA
Vuélvome a boba.
LAURENCIO
Eso importa.
FINEA
Vete.
NISE
Espérate, reporta
los pasos.
LAURENCIO
¿Vendrás con celos?
NISE
Celos son para sospechas;
traiciones son las verdades.
LAURENCIO
¡Qué presto te persüades
y de engaños te aprovechas!
¿Querrás buscar ocasión
para querer a Liseo,
a quien ya tan cerca veo
de tu boda y posesión?
Bien haces, Nise; haces bien.
Levántame un testimonio,
porque deste matrimonio
a mí la culpa me den.
Y si te quieres casar,
déjame a mí.

[Váse.]


NISE
¡Bien me dejas!

¡Vengo a quejarme, y te quejas!
¿Aún no me dejas hablar?
PEDRO
Tiene razón mi señor.
Cásate, y acaba ya.

[Vase.]




[Escena XIV]

[FINEA, NISE y CELIA.]


NISE
¿Qué es aquesto?
CELIA
Que se va
Pedro con el mismo humor,
y aquí viene bien que Pedro
es tan ruin como su amo.
NISE
Ya le aborrezco y desamo.
¡Qué bien con las quejas medro!
Pero fue linda invención
anticiparse a reñir.
CELIA
Y el Pedro, ¿quién le vio ir
tan bellaco y socarrón?
NISE
Y tú, que disimulando
estás la traición que has hecho,
lleno de engaños el pecho
con que me estás abrasando,
pues, como sirena, fuiste
medio pez, medio mujer,
pues de animal a saber
para mi daño veniste,
¿piensas que le has de gozar?
FINEA
¿Tú me has dado pez a mí,
ni sirena, ni yo fui
jamás contigo a la mar?
¡Anda, Nise, que estás loca!
NISE
¿Qué es esto?
CELIA
A tonta se vuelve.
NISE
¡A una cosa te resuelve!
Tanto el furor me provoca,
que el alma te he de sacar.
FINEA
¿Tienes cuenta de perdón?
NISE
Téngola de tu traición;
pero no de perdonar.
¿El alma piensas quitarme
en quien el alma tenía?
Dame el alma que solía,
traidora hermana, animarme.
Mucho debes de saber,
pues del alma me desalmas.
FINEA
Todos me piden sus almas:
almario debo de ser.
Toda soy hurtos y robos.
Montes hay donde no hay gente:
yo me iré a meter serpiente.
NISE
Que ya no es tiempo de bobos.
¡Dame el alma!


[Escena XV]

OTAVIO con FENISO y DUARDO.- [Dichas.]


OTAVIO
¿Qué es aquesto?
FINEA
Almas me piden a mí;
¿soy yo Purgatorio?
NISE
¡Sí!
FINEA
Pues procura salir presto.
OTAVIO
¿No sabremos la ocasión
de vuestro enojo?
FINEA
Querer
Nise, a fuerza de saber,
pedir lo que no es razón.
Almas, sirenas y peces
dice que me ha dado a mí.
OTAVIO
¿Hase vuelto a boba?
NISE
Sí.
OTAVIO
Tú pienso que la embobeces.
FINEA
Ella me ha dado ocasión;
que me quita lo que es mío.
OTAVIO
Se ha vuelto a su desvarío.
¡Muerto soy!
FENISO
Desdichas son.
DUARDO
¿No decían que ya estaba
con mucho seso?
OTAVIO
¡Ay de mí!
NISE
Yo quiero hablar claro.
OTAVIO
Di.
NISE
Todo tu daño se acaba
con mandar resueltamente
-pues, como padre, podrás,
y, aunque en todo, en esto más,
pues tu honor no lo consiente-,
que Laurencio no entre aquí.
OTAVIO
¿Por qué?
NISE
Porque él ha causado
que esta no se haya casado
y que yo te enoje a ti.
OTAVIO
Pues, ¡eso es muy fácil cosa!
NISE
Pues tu casa en paz tendrás.


[Escena XVI]

PEDRO y LAURENCIO.- [Dichos.]


PEDRO
¡Contento, en efeto, estás!
LAURENCIO
¡Invención maravillosa!
CELIA
Ya Laurencio viene aquí.
OTAVIO
Laurencio, cuando labré
esta casa, no pensé
que academia instituí;
ni cuando a Nise criaba
pensé que para poeta,
sino que a mujer perfecta,
con las letras la enseñaba.
Siempre alabé la opinión
de que a la mujer prudente,
con saber medianamente,
le sobra la discreción.
No quiero más poesías:
los sonetos se acabaron,
y las músicas cesaron;
que son ya breves mis días.
Por allá los podréis dar,
si os faltan telas y rasos;
que no hay tales Garcilasos
como dinero y callar.
Este venden por dos reales,
y tiene tantos sonetos,
elegantes y discretos,
que vos no los haréis tales.
Ya no habéis de entrar aquí
con este achaque. Id con Dios.
LAURENCIO
Es muy justo, como vos
me deis a mi esposa a mí;
que vos hacéis vuestro gusto
en vuestra casa, y es bien
que en la mía yo también
haga lo que fuere justo.
OTAVIO
¿Qué mujer os tengo yo?
LAURENCIO
Finea.
OTAVIO
¿Estás loco?
LAURENCIO
Aquí
hay tres testigos del sí
que ha más de un mes que me dio.
OTAVIO
¿Quién son?
LAURENCIO
Düardo, Feniso
y Pedro.
OTAVIO
¿Es esto verdad?
FENISO
Ella, de su voluntad,
Otavio, dársele quiso.
DUARDO
Así es verdad.
PEDRO
¿No bastaba
que mi señor lo dijese?
OTAVIO
Que, como simple, le diese
a un hombre que le engañaba,
no ha de valer. Di, Finea:
¿no eres simple?
FINEA
Cuando quiero.
OTAVIO
¿Y cuando no?
FINEA
No.
OTAVIO
¿Qué espero?
Mas, cuando simple no sea,
con Liseo está casada.
A la Justicia me voy.

(Váyase OTAVIO.)


NISE
Ven, Celia, tras él; que estoy
celosa y desesperada.

(Y [váyanse] NISE y CELIA.)


LAURENCIO
¡Id, por Dios, tras él los dos!
No me suceda un disgusto.
FENISO
Por vuestra amistad es justo.
DUARDO
¡Mal hecho ha sido, por Dios!
FENISO
¿Ya habláis como desposado
de Nise?
DUARDO
Piénsolo ser.

(Y [váyanse] DUARDO y FENISO.)




[Escena XVII]

LAURENCIO, FINEA; luego CLARA.


LAURENCIO
Todo se ha echado a perder;
Nise mi amor le ha contado.
¿Qué remedio puede haber,
si a verte no puedo entrar?

FINEA
No salir.
LAURENCIO
¿Dónde he de estar?
FINEA
¿Yo no te sabré esconder?
LAURENCIO
¿Dónde?
FINEA
En casa hay un desván
famoso para esconderte.
¡Clara!

(Entre CLARA.)


CLARA
¡Mi señora!
FINEA
Advierte
que mis desdichas están
en tu mano. Con secreto
lleva a Laurencio al desván.
CLARA
¿Y a Pedro?
FINEA
También.
CLARA
Galán,
camine.
LAURENCIO
Yo te prometo
que voy temblando.
FINEA
¿De qué?
PEDRO
Clara, en llegando la hora
de muquir, di a tu señora
que algún sustento nos dé.
CLARA
Otro comerá peor
que tú.
PEDRO
¿Yo al desván? ¿Soy gato?

(Váyanse LAURENCIO, PEDRO y CLARA.)




[Escena XVIII]

FINEA sola.


FINEA
¿Por qué de imposible trato,
este mi público amor?
En llegándose a saber
una voluntad, no hay cosa
más triste y escandalosa
para una honrada mujer.
Lo que tiene de secreto,
esto tiene amor de gusto.


[Escena XIX]

Entre OTAVIO.- [FINEA.]


OTAVIO
[Aparte.]
Harélo, aunque fuera justo
poner mi enojo en efeto.
FINEA
¿Vienes ya desenojado?
OTAVIO
Por los que me lo han pedido.
FINEA
Perdón mil veces te pido.
OTAVIO
¿Y Laurencio?
FINEA
Aquí ha jurado
no entrar en la Corte más.
OTAVIO
¿A dónde se fue?
FINEA
A Toledo.
OTAVIO
¡Bien hizo!
FINEA
No tengas miedo
que vuelva a Madrid jamás.
OTAVIO
Hija, pues simple naciste,
y por milagros de amor
dejaste el pasado error,
¿cómo el ingenio perdiste?
FINEA
¿Qué quiere, padre? A la fe,
de bobos no hay que fiar.
OTAVIO
Yo lo pienso remediar.
FINEA
¿Cómo, si el otro se fue?
OTAVIO
Pues te engañan fácilmente
los hombres, en viendo alguno,
te has de esconder; que ninguno
te ha de ver eternamente.
FINEA
Pues, ¿dónde?
OTAVIO
En parte secreta.
FINEA
¿Será bien en un desván,
donde los gatos están?
¿Quieres tú que allí me meta?
OTAVIO
Adonde te diere gusto,
como ninguno te vea.
FINEA
Pues, ¡alto! En el desván sea;
tú lo mandas, será justo.
Y advierte que lo has mandado.
OTAVIO
¡Una y mil veces!


[Escena XX]

Entren LISEO y TURÍN.- [Dichos.]


LISEO
Si quise
con tantas veras a Nise,
mal puedo haberla olvidado.
FINEA
Hombres vienen. Al desván,
padre, yo voy a esconderme.
OTAVIO
Hija, Liseo no importa.
FINEA
Al desván, padre: hombres vienen.
OTAVIO
Pues, ¿no ves que son de casa?
FINEA
No yerra quien obedece.
No me ha de ver hombre más,
sino quien mi esposo fuere.

(Váyase FINEA.)




[Escena XXI]

[LISEO y OTAVIO.]


LISEO
Tus disgustos he sabido.
OTAVIO
Soy padre...
LISEO
Remedio puedes
poner en aquestas cosas.
OTAVIO
Ya le he puesto, con que dejen
mi casa los que la inquietan.
LISEO
Pues, ¿de qué manera?
OTAVIO
Fuese
Laurencio a Toledo ya.
LISEO
¡Qué bien has hecho!
OTAVIO
¿Y tú crees
vivir aquí, sin casarte?
Porque el mismo inconveniente
se sigue de que aquí estés.
Hoy hace, Liseo, dos meses
que me traes en palabras.
LISEO
¡Bien mi término agradeces!
Vengo a casar con Finea,
forzado de mis parientes,
y hallo una simple mujer.
¿Que la quiera, Otavio, quieres?
OTAVIO
Tienes razón. ¡Acabóse!
Pero es limpia, hermosa, y tiene
tanto doblón que podría
doblar el mármol más fuerte.
¿Querías cuarenta mil
ducados con una Fénix?
¿Es coja o manca Finea?
¿Es ciega? Y, cuando lo fuese,
¿hay falta en Naturaleza
que con oro no se afeite?
LISEO
Dame a Nise.
OTAVIO
No ha dos horas
que Miseno la promete
a Düardo, en nombre mío;
y, pues hablo claramente,
hasta mañana a estas horas
te doy para que lo pienses;
porque, de no te casar,
para que en tu vida entres
por las puertas de mi casa
que tan enfadada tienes.
Haz cuenta que eres poeta.


(Váyase OTAVIO.)




[Escena XXII]

[LISEO y TURÍN.]


LISEO
¿Qué te dice?
TURÍN
Que te aprestes,
y con Finea te cases;
porque si veinte mereces,
por que sufras una boba
te añaden los otros veinte.
Si te dejas de casar,
te han de decir más de siete:
«¡Miren la bobada!»
LISEO
Vamos;
que mi temor se resuelve
de no se casar a bobas.
TURÍN
Que se casa me parece
a bobas, quien sin dineros
en tanta costa se mete.

(Váyanse.)




[Escena XXIII]

Entren FINEA y CLARA.


FINEA
Hasta agora, bien nos va.
CLARA
No hayas miedo que se entienda.
FINEA
¡Oh, cuánto a mi amada prenda
deben mis sentidos ya!
CLARA
¡Con la humildad que se pone
en el desván...!
FINEA
No te espantes;
que es propia casa de amantes,
aunque Laurencio perdone.
CLARA
¡Y quién no vive en desván
de cuantos hoy han nacido!...
FINEA
Algún humilde que ha sido
de los que en lo bajo están.
CLARA
¡En el desván vive el hombre
que se tiene por más sabio
que Platón!
FINEA
Hácele agravio;
que fue divino su nombre.
CLARA
¡En el desván, el que anima
a grandezas su desprecio!
¡En el desván más de un necio
que por discreto se estima!...
FINEA
¿Quieres que te diga yo
cómo es falta natural
de necios, no pensar mal
de sí mismos?
CLARA
¿Cómo no?
FINEA
La confianza secreta
tanto el sentido les roba,
que, cuando era yo muy boba,
me tuve por muy discreta;
y como es tan semejante
el saber con la humildad,
ya que tengo habilidad,
me tengo por ignorante.
CLARA
¡En el desván vive bien
un matador criminal,
cuya muerte natural
ninguno o pocos la ven!
¡En el desván, de mil modos,
y sujeto a mil desgracias,
aquel que diciendo gracias
es desgraciado con todos!
¡En el desván, una dama
que, creyendo a quien la inquieta,
por una hora de discreta,
pierde mil años de fama!
¡En el desván, un preciado
de lindo, y es un caimán,
pero tiénele el desván,
como el espejo, engañado!
¡En el desván, el que canta
con voz de carro de bueyes,
y el que viene de Muleyes
y a los godos se levanta!
¡En el desván, el que escribe
versos legos y donados,
y el que, por vanos cuidados,
sujeto a peligros vive!
Finalmente...
FINEA
Espera un poco;

que viene mi padre aquí.


[Escena XXIV]

OTAVIO, MISENO, DUARDO, FENISO.- [Dichas.]


MISENO
¿Eso le dijiste?
OTAVIO
Sí;
que a tal furor me provoco.
No ha de quedar, ¡vive el cielo!,
en mi casa quien me enoje.
FENISO
Y es justo que se despoje
de tanto necio mozuelo.
OTAVIO
Pidióme graciosamente
que con Nise le casase;
díjele que no pensase
en tal cosa eternamente,
y así estoy determinado.
MISENO
Oíd, que está aquí Finea.
OTAVIO
Hija, escucha...
FINEA
Cuando vea,
como me lo habéis mandado,
que estáis solo.
OTAVIO
Espera un poco,
que te he casado.
CLARA
¡Que nombres
casamiento donde hay hombres!...
OTAVIO
Luego, ¿tenéisme por loco?
FINEA
No, padre; mas hay aquí
hombres, y voyme al desván.
OTAVIO
Aquí por tu bien están.
FENISO
Vengo a que os sirváis de mí.
FINEA
¡Jesús, señor! ¿No sabéis
lo que mi padre ha mandado?
MISENO
Oye; que hemos concertado
que os caséis.
FINEA
¡Gracia tenéis!
No ha de haber hija obediente
como yo. Voyme al desván.
MISENO
Pues, ¿no es Feniso galán?
FINEA
¡Al desván, señor pariente!

(Váya[n]se FINEA [y CLARA.])




[Escena XXV]

[DUARDO, OTAVIO, MISENO.]


DUARDO
¿Cómo vos le habéis mandado
que de los hombres se esconda?
OTAVIO
No sé, por Dios, qué os responda.
Con ella estoy enojado,
o con mi contraria estrella.
MISENO
Ya viene Liseo aquí.
Determinaos.
OTAVIO
Yo, por mí,
¿qué puedo decir sin ella?


[Escena XXVI]

LISEO, NISE y TURÍN.- [Dichos. Después CELIA.]


LISEO
Ya que me parto de ti,
sólo quiero que conozcas
lo que pierdo por quererte.
NISE
Conozco que tu persona
merece ser estimada;
y como mi padre agora
venga bien en que seas mío,
yo me doy por tuya toda;
que en los agravios de amor
es la venganza gloriosa.
LISEO
¡Ay, Nise! ¡Nunca te vieran
mis ojos, pues fuiste sola
de mayor incendio en mí
que fue Elena para Troya!
Vine a casar con tu hermana,
y, en viéndote, Nise hermosa,
mi libertad salteaste,
del alma preciosa joya.
Nunca más el oro pudo
con su fuerza poderosa,
que ha derribado montañas
de costumbres generosas,
humillar mis pensamientos
a la bajeza que doran
los resplandores, que a veces
ciegan tan altas personas.
Nise, ¡duélete de mí,
ya que me voy!
TURÍN
Tiempla agora,
bella Nise, tus desdenes;
que se va amor por la posta
a la casa del agravio.
NISE
Turín, las lágrimas solas
de un hombre han sido en el mundo
veneno para nosotras.
No han muerto tantas mujeres
de fuego, hierro y ponzoña,
como de lágrimas vuestras.
TURÍN
Pues mira un hombre que llora.
¿Eres tú bárbara tigre?
¿Eres pantera? ¿Eres onza?
¿Eres duende? ¿Eres lechuza?
¿Eres Circe? ¿Eres Pandorga?
¿Cuál de aquestas cosas eres,
que no estoy bien en historias?
NISE
¿No basta decir que estoy
rendida?

(Entre CELIA.)


CELIA
Escucha, señora...

NISE
¿Eres Celia?
CELIA
Sí.
NISE
¿Qué quieres,
que ya todos se alborotan
de verte venir turbada?
OTAVIO
Hija, ¿qué es esto?
CELIA
Una cosa
que os ha de poner cuidado.

OTAVIO
¿Cuidado?
CELIA
Yo vi que agora
llevaba Clara un tabaque
con dos perdices, dos lonjas,
dos gazapos, pan, toallas,
cuchillo, salero y bota.
Seguíla, y vi que al desván
caminaba...
OTAVIO
Celia loca,
para la boba sería.
FENISO
¡Qué bien que comen las bobas!
OTAVIO
Ha dado en irse al desván,
porque hoy le dije a la tonta
que, para que no la engañen,
en viendo un hombre, se esconda.
CELIA
Eso fuera, a no haber sido
para saberlo, curiosa.
Subí tras ella, y cerró
la puerta...
MISENO
Pues bien, ¿qué importa?
CELIA
¿No importa, si en aquel suelo,
como si fuera una alfombra
de las que la primavera
en prados fértiles borda,
tendió unos blancos manteles,
a quien hicieron corona
dos hombres, ella y Finea?
OTAVIO
¿Hombres? ¡Buena va mi honra!
¿Conocístelos?
CELIA
No pude.
FENISO
Mira bien si se te antoja,
Celia.
OTAVIO
No será Laurencio,
que está en Toledo.
DUARDO
Reporta
el enojo. Yo y Feniso
subiremos.
OTAVIO
¡Reconozcan
la casa que han afrentado!

(Váyase OTAVIO.)




[Escena XXVII]

[FENISO, NISE, DUARDO, LISEO.]


FENISO
No suceda alguna cosa.
NISE
No hará; que es cuerdo mi padre.
DUARDO
Cierto que es divina joya
el entendimiento.
FENISO
Siempre
yerra, Düardo, el que ignora.
Desto os podéis alabar,
Nise, pues en toda Europa
no tiene igual vuestro ingenio.
LISEO
Con su hermosura conforma.


[Escena XXVIII]

Salga, con la espada desnuda, OTAVIO siguiendo a LAURENCIO, FINEA, CLARAy PEDRO.- [Dichos.]


OTAVIO
¡Mil vidas he de quitar
a quien el honor me roba!
LAURENCIO
¡Detened la espada, Otavio!
Yo soy, que estoy con mi esposa.
FENISO
¿Es Laurencio?
LAURENCIO
¿No lo veis?
OTAVIO
¿Quién pudiera ser agora,
sino Laurencio, mi infamia?
FINEA
Pues, padre, ¿de qué se enoja?
OTAVIO
¡Oh infame! ¿No me dijiste
que el dueño de mi deshonra
estaba en Toledo?
FINEA
Padre,
si aqueste desván se nombra
«Toledo», verdad le dije.
Alto está, pero no importa;
que más lo estaba el Alcázar
y la Puente de Segovia,
y hubo Juanelos que a él
subieron agua sin sogas.
¿Él, no me mandó esconder?
Pues suya es la culpa toda.
Sola en un desván, ¡mal año!
Ya sabe que soy medrosa...
OTAVIO
¡Cortaréle aquella lengua!
¡Rasgaréle aquella boca!
MISENO
Este es caso sin remedio.
NISE
¿Y la Clara socarrona
que llevaba los gazapos?
CLARA
Mandómelo mi señora.
MISENO
Otavio, vos sois discreto:
ya sabéis que tanto monta
cortar como desatar.
OTAVIO
¿Cuál me aconsejáis que escoja?
MISENO
Desatar.
OTAVIO
Señor Feniso,
si la voluntad es obra,
recibid la voluntad.
Y vos, Düardo, la propia;
que Finea se ha casado,
y Nise, en fin, se conforma
con Liseo, que me ha dicho
que la quiere y que la adora.
FENISO
Si fue, señor, su ventura,
¡paciencia! Que el premio gozan
de sus justas esperanzas.
LAURENCIO
Todo corre viento en popa.
¿Daré a Finea la mano?
OCTAVIO
Dádsela, boba ingeniosa.
LISEO
¿Y yo a Nise?
OCTAVIO
Vos también.
LAURENCIO
Bien merezco esta vitoria,
pues le he dado entendimiento,
si ella me da la memoria
de cuarenta mil ducados.
PEDRO
Y Pedro, ¿no es bien que coma
algún güeso, como perro,
de la mesa de estas bodas?
FINEA
Clara es tuya.
TURÍN
Y yo, ¿nací
donde a los que nacen lloran,
y ríen a los que mueren?
NISE
Celia, que fue tu devota,
será tu esposa, Turín.
TURÍN
Mi bota será y mi novia.
FENISO
Vos y yo sólo faltamos.
Dad acá esa mano hermosa.
DUARDO
Al senado la pedid,
si nuestras faltas perdona;
que aquí, para los discretos,
da fin La dama boba.