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LA ESCUELA DE LAS MUJERES MOLIÈRE







LA ESCUELA DE LAS MUJERES
MOLIÈRE






PERSONAJES


DON LIBORIO, o el Vizconde del Atochal.
DOÑA ISABELITA, hija de DON ENRIQUE.
DON LEANDRO, amante de DOÑA ISABELITA, hijo de DON PABLO.
DON ANTONIO, amigo de DON LIBORIO.
DON ENRIQUE, cuñado de DON ANTONIO y padre de DOÑA ISABELITA.
DON PABLO, padre de DON LEANDRO y amigo de DON LIBORIO.
COSME, villano, criado de DON LIBORIO.
BLASA, villana, criada de DON LIBORIO.
UN ESCRIBANO.

La escena en Madrid plazuela de las Comendadoras de Santiago.



Acto I


Escena I


DON ANTONIO, DON LIBORIO.

DON ANTONIO
¿Dice usted que va a casarse?
DON LIBORIO
Y sin pasar de mañana.
DON ANTONIO
Amigo, aquí estamos solos,
y nadie oye lo que se habla.
¿Quiere usted que diga claro 5
lo que pienso? Aventurada
resolución me parece
la de usted, y aun temeraria.
Mucho temo que estas bodas
le han de salir a la cara. 10
DON LIBORIO
No extraño yo esos temores.
Usted, sin salir de casa,
acaso encuentra motivos
justos de miedo, y le espanta
mi suerte ya de antemano. 15
Yo la frente levantada
andaré siempre, y no hay miedo
que me la agobie la carga.
DON ANTONIO
Esos, compadre, son golpes
de la fortuna voltaria, 20
que no pueden remediarse,
y son precauciones vanas
y necias cuantas se toman
contra ellos. Aquí la causa
de que me asusten sus bodas 25
es tanta pesada chanza
con que usted a mil maridos
los zahiere en todas cuantas
ocasiones se presentan,
pregonando cuanto indaga 30
sobre ocultos galanteos.
DON LIBORIO
¿Quién, sin ser Job, aguantara
la paciencia y sufrimiento
de tanto marido que anda
por Madrid? En esta tierra 35
son de condición tan mansa
los hombres, que es un prodigio.
Aquél sin cesar afana
por amontonar dinero,
que luego su mujer gasta 40
con quien le mete en el gremio.
De estotro es menos contraria
la estrella, que mil galanes
a su esposa la regalan,
y él muy sosegado piensa 45
que obsequian así sus raras
virtudes, y el muy babieca
no advierte su propia infamia.
Uno mete mucha bulla,
que no le sirve de nada; 50
otro lo consiente todo;
y así que ve entrar en casa
el cortejo, en diligencia
coge el sombrero, y se marcha.
Aquélla dice al marido 55
que la requiebra con ansia
don Cirilo, y le recibe
muy tiesa y muy remilgada
cuando está el tonto delante,
que se le cae la baba, 60
y compadece al galán,
sin que haya para ello causa.
Otra se feria mil joyas,
y dice que juega y gana;
y sin saber a qué juego, 65
el marido se lo traga,
dándole gracias a Dios
de que le pinten las cartas
bien a su mujer. Por fin,
es cuento que no se acaba 70
la historia de los maridos.
¿Y quiere usted que yo no haga
escarnio de tanto necio
como...?
DON ANTONIO
Y si la suerte varia
le mete en la cofradía 75
a usted, ¿no ve con qué ganas
le van a hacer el buz todos?
Y no mal se le empleara.
También yo oigo a muchas gentes
que de galanteos hablan 80
y refieren mil historias,
o verdaderas o falsas,
de maridos engañados,
y de mujeres livianas.
Pero aunque yo desapruebe 85
la sobrada tolerancia
de muchos, y nunca aguante
ciertas cosas en mi casa,
que otros llevan con paciencia,
nunca digo una palabra; 90
porque puede ser que un día
me coja la rueda, y hagan
burla de mí los burlados.
Así que, si de mi mala
estrella el influjo quiere 95
que alguna desdicha humana
venga sobre mi cabeza,
si de ella las gentes hablan,
tendré al menos el consuelo
que lo dirán en voz baja; 100
y acaso se encontrará
también alguna buen alma
que se duela de mi suerte;
pero usted, compadre, se halla
en situación muy distinta; 105
y habiendo siempre hecho tanta
rechifla de los maridos
que motejan de cachaza,
guarte si no anda derecho;
que en las calles y en las plazas, 110
no lluevan sobre usted pullas,
y no tomen tal venganza
los agraviados...
DON LIBORIO
¡Dios mío!
No tema usted que tal hagan.
Aquel que me la pegare, 115
a fe que ha de tener maña.
¿Piensa usted que no sé yo
las picardías, las trampas
que acostumbran las mujeres,
y con que a los tontos clavan? 120
Para que no puedan darme
papilla, la que se casa
conmigo es tan inocente
como los niños que maman.
DON ANTONIO
¿Y quiere usted que una tonta... 125
DON LIBORIO
Una tonta es una alhaja
para no volverse tonto.
No pretendo poner tacha
a su mujer de usted; pero
una discreta es muy mala 130
de guardar; sí, amigo mío;
algunos sé yo que rabian
porque sus mitades son
ladinas. No es mala carga;
una marisabidilla 135
que hable en culto, escriba cartas
en francés, componga coplas,
y vengan a visitarla
los marqueses, los autores
le lean versos, y el mandria 140
del marido en un rincón
se esté, sin que ninguno haga
caso de él; y si pregunta
alguno ¿quién es? madama
responda: ese es mi marido. 145
No quiero mujer con tanta
inteligencia; la mía,
si de hacer cuartetas tratan
de repente, y dan por pie
guárdate del agua mansa, 150
quiero que responda al cabo
de una media hora muy larga
San Crispín fue zapatero;
pretendo, en una palabra,
que sea tan ignorante, 155
que esté su ciencia cifrada
en coser, hacer calceta,
rezar, y con eso basta.
DON ANTONIO
¿Es usted aficionado
a las simples?
DON LIBORIO
Y con tantas
160
veras, que una tonta fea
más que una aguda me agrada
con hermosura.
DON ANTONIO
¿El talento,
la beldad...?
DON LIBORIO
La honradez basta.
DON ANTONIO
¿Pero cómo quiere usted 165
que una simple sea honrada,
ni sepa serlo? Además
de ser muy pesada carga
el pasar con una boba
toda su vida, es fianza 170
mala para la mollera
de un marido la ignorancia
de su mujer. Una aguda,
cuando a su obligación falta,
es porque quiere; una tonta 175
sin saber que nos agravia
nos puede dar que sentir.
DON LIBORIO
A un argumento de tanta
fuerza respondo, compadre,
como hizo Teresa Panza 180
a Sancho cuando quería
que fuera condesa Sancha.
El día que con mujer
discreta yo me casara,
aquel día hiciera cuenta 185
que por mi entierro doblaban.
DON ANTONIO
No hablo más.
DON LIBORIO
Cada uno tiene
sus ideas, y, se trata
de hallar novia que me pete.
Mi caudal es el que basta 190
para escoger por esposa
mujer que no tenga nada,
y que blasonar no pueda
de riqueza o sangre hidalga.
La que me va a dar la mano 195
es hija de una villana;
cuatro años no más tenía
cuando me prendó su cara,
que es bonitilla y graciosa;
su madre estaba muy falta 200
de conveniencias, y a más
de otros seis hijos cargada;
yo se la pedí, y, contenta
me la dio; para criarla
escogí unas monjas pobres 205
de un pueblo allá de la Alcarria,
y la puse a pupilaje.
Di orden que no le enseñaran
cosa que pudiera abrirle
los ojos; y su ignorancia, 210
gracias a Dios, es tan grande,
que excede a mis esperanzas.
La he sacado del convento,
viendo que me deparaba
en ella el Cielo mujer 215
cual anhelé por hallarla
siempre en vano; la he traído
conmigo; y como mi casa
está en el centro, y no quiero
que vengan a visitarla 220
mis conocidos, tomé
otra en esta solitaria
plazuela, para que viva
ella; y para que nunca haya
tapujos de vecindad, 225
la alquilé toda. En compaña
suya tengo dos criados,
simples como ella. Tan larga
historia he contado, amigo,
a usted, porque vea cuántas 230
precauciones he tomado
para evitar la desgracia
de otros maridos; y como
tengo tanta confianza
en usted, para cenar 235
hoy le convido en su casa.
Usted la conocerá,
y dirá si es acertada
mi elección.
DON ANTONIO
En hora buena.
DON LIBORIO
Usted verá si le agrada 240
su persona y su inocencia.
DON ANTONIO
Sobre la última me basta
con lo que me ha dicho usted.
DON LIBORIO
Pues no la exagero en nada,
y acaso me quedo corto. 245
A cada instante me pasma
con su candor; cosas dice
que me hacen a carcajadas
soltar la risa; tres días
hace que me preguntaba 250
si las mujeres parían
los muchachos por la manga
de la camisa.
DON ANTONIO
Me alegro,
señor Carrasco...
DON LIBORIO
Es extraña
cosa que me llame siempre 255
usted así.
DON ANTONIO
Por más que haga,
el título de Vizconde
del Atochal se me pasa.
¿Y quién diablos le metió
a usted en que titulara 260
a los cuarenta y dos años,
cuando nadie de su casa
fue Barón ni Conde nunca?
¡El dinero que malgasta
para comprar ese título, 265
y en lanzas y media anata,
en mejorar sus haciendas
cuánto mejor se empleara!
DON LIBORIO
Además de que así doy
nuevo realce a mi casa, 270
me suena bien al oído
cuando el Vizconde me llaman.
DON ANTONIO
¡Raro capricho por cierto!
El apellido que usaban
nuestros padres repugnar, 275
tomando una enrevesada
denominación, en prueba
de que corre sangre hidalga
por nuestras venas. Me acuerdo
de un zapatero que ansiaba 280
porque sus hijos tuvieran
apellido de prosapia
ilustre; al tal zapatero
Gil Fernández le nombraban,
y aunque estaba bien, casó 285
con una que mendigaba,
sólo porque su apellido
era de Córdoba; aún anda
hoy por Madrid, y Fernández
de Córdoba a su hijo llaman. 290
DON LIBORIO
Pudiera usted excusar
el cuento; en una palabra,
Vizconde del Atochal
es el nombre que me agrada,
y el de Liborio Carrasco 295
siempre desazón me causa.
DON ANTONIO
Según eso, muchas gentes
a usted, amigo, le enfadan,
y yo he visto sobreescritos...
DON LIBORIO
Los que escriben esas cartas 300
no saben que he titulado.
Pero usted...
DON ANTONIO
Compadre, basta;
que yo me acostumbraré
en adelante, sin falta,
a llamar a usted Vizconde 305
del Atochal.
DON LIBORIO
Voyme a casa
de mi novia a verla un rato,
que he llegado esta mañana
de la hacienda, y no la he visto.
DON ANTONIO
(Aparte yéndose.)
Es de condición extraña. 310
Tiene su vena de loco.
DON LIBORIO
La cabeza algo tocada.
¡En tocando ciertas cuerdas
de tal modo disparata!
Cuando un hombre se encasqueta 315
con algo, no se lo sacan
de la cabeza.
(Llamando a la puerta.)
Abran luego.
Muchachos: ¿no oyen?


Escena II


DON LIBORIO, COSME y BLASA, dentro de casa.

COSME
¿Quién llama?
DON LIBORIO
Abre aquí.
(Aparte.)
¡Con cuánto gusto
me recibirán en casa 320
habiendo estado diez días
en el campo!
COSME
¿Quién?
DON LIBORIO
Yo.
COSME
¡Blasa!
BLASA
¿Qué quieres?
COSME
Abre la puerta.
BLASA
Abre tú.
COSME
No me da gana.
BLASA
Ni a mí tampoco.
DON LIBORIO
Por cierto
325
no está la contienda mala.
¡Y yo en la calle! ¿No me oyen?
BLASA
¿Quién da golpes?
DON LIBORIO
¡Oh, mal haya!
Yo soy, yo.
BLASA
Cosme.
COSME
¿Qué dices?
BLASA
Que es el amo, ¿no oyes?
COSME
Anda
330
Tú.
BLASA
¿No ves que estoy majando?
COSME
Y yo porque no se salga
el canario, estoy teniendo
cuidado con esta jaula.
DON LIBORIO
El que no abriere al instante 335
ni un solo bocado cata
en tres días.
BLASA
¿A qué vienes,
si voy yo?
COSME
Pues no está mala.
Antes soy yo.
BLASA
Vete.
COSME
Vete
tú.
BLASA
Yo quiero abrir.
COSME
Mañana.
340
Si he de abrir yo.
BLASA
Ya veremos.
COSME
Pues ni tú.
BLASA
Ni tú.
DON LIBORIO
Ya pasa
de raya la tontería.
COSME
(Saliendo a la puerta.)
Yo he sido.
BLASA
(Saliendo.)
Mientes, que estaba
antes yo.
COSME
Si no estuviera
345
el amo aquí, te enseñara
yo.
DON LIBORIO
(Recibiendo un manotazo de COSME.)
¡Pícaro!
COSME
Usted perdone.
DON LIBORIO
¡Haya bruto!
COSME
Si es muy mala,
señor.
DON LIBORIO
Ea, callen ambos,
y respondan. ¿Hay en casa, 350
Cosme, alguna novedad?
COSME
Señor...

(DON LIBORIO le quita el sombrero de la cabeza, y COSME se le vuelve, a poner.)

A Dios gra...

(DON LIBORIO se le quita otra vez, y COSME se le pone.)

A Dios gracias
Estamos bue...
DON LIBORIO
(Quitándole el sombrero y tirándole.)
Majadero,
¡el sombrero puesto me hablas!
COSME
Es verdad; si soy un bruto. 355
DON LIBORIO
(A COSME.)
Corre, y di que baje al ama.


Escena III


DON LIBORIO, BLASA.

DON LIBORIO
¿Ha sentido Isabelita
mucho estos días mi falta?
BLASA
¿Sentirlo? No.
DON LIBORIO
¡No!
BLASA
Sí tal.
DON LIBORIO
Pues ¿por qué?
BLASA
Se figuraba
360
cada instante que venía
usted, y así a la ventana
se asomaba cuando oía
ruido; y un macho con carga,
cualquier caballo o borrico, 365
que por la calle pasara,
se pensaba que era usted.


Escena IV


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
¡Con la costura agarrada!
¡Buena señal! Isabel,
¿no te alegras de verme, habla, 370
de vuelta de mi viaje?
DOÑA ISABELITA
¡Ay! Sí señor, a Dios gracias.
DON LIBORIO
Yo también celebro mucho
verte tan buena y tan guapa.
¿Ha ido bien?
DOÑA ISABELITA
Menos las pulgas,
375
que por las noches me matan.
DON LIBORIO
Ya tendrás quien las espante.
DOÑA ISABELITA
Me alegro.
DON LIBORIO
Ya lo pensaba
así yo. ¿Qué estás haciendo?
DOÑA ISABELITA
Un jubón de mangas largas. 380
Las camisas de dormir
de usted ya están acabadas.
DON LIBORIO
Está muy bien; anda arriba,
y un rato muy breve aguarda,
que quiero evacuar ahora 385
un asunto de importancia.


Escena V


DON LIBORIO solo.)

DON LIBORIO
Díganme ustedes, señoras,
las cultas latiniparlas,
las que repasan novelas,
y de prosa y verso fallan, 390
si todo su saber vale
tanto como la ignorancia
ingenua, el candor amable
de esta inocente muchacha.
Aquel que porque su novia 395
es noble y rica se casa,
no se queje, si después
le aconteciere desgracia...


Escena VI


DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO
¿Qué miro? ¿Me engaño? ¿Es él?
No... sí... no... sí tal... la cara... 400
Le...
DON LEANDRO
Señor don Li...
DON LIBORIO
Leandro.
DON LEANDRO
Señor don Liborio.
DON LIBORIO
¡Cuánta
dicha! ¿Cuándo llegó usted?
DON LEANDRO
Ayer hizo una semana.
DON LIBORIO
¿De veras?
DON LEANDRO
Estuve a verle
405
a usted; mas no le hallé en casa.
DON LIBORIO
Estaba en el campo.
DON LEANDRO
Ya
lo supe.
DON LIBORIO
El Cielo me valga.
¡Qué alto que está, qué buen mozo!
¡Quien le vio que no me daba 410
más arriba que mi muslo!
DON LEANDRO
Ya usted ve.
DON LIBORIO
¿Y padre en qué trata?
¿Está bueno? ¡Qué sujeto
tan lindo! ¡Qué bella pasta!
A mí me interesan tanto 415
sus cosas; sí, pues ya pasa
de cuatro años que le vi
la postrer vez, y ni carta
he tenido desde entonces
suya.
DON LEANDRO
Pues más salud gasta
420
que usted y que yo, robusto
y alegre como una pascua.
Cuando me vine a Madrid,
para usted me dio una carta;
pero en otra posterior 425
me avisa de su llegada
a la corte muy en breve,
y no me dice la causa
de su venida. ¿Conoce
usted a un hombre que llaman...? 430
No me acuerdo... Él es indiano,
y viene de Guatemala
Muy rico.
DON LIBORIO
Si usted no dice
su nombre...
DON LEANDRO
Tengo tan mala
memoria... ¡Ah! sí, don Enrique. 435
DON LIBORIO
No le conozco.
DON LEANDRO
Pues me habla
de él mi padre cual si yo
debiera tener muy largas
noticias de este sujeto,
y juntos los dos viajan 440
en un coche de colleras
que viene a Madrid.

(DON LEANDRO entrega una carta de DON PABLO a DON LIBORIO.)

DON LIBORIO
¡Con cuánta
satisfacción le veré
cuando quiera honrar mi casa!
(Habiendo leído la carta.)
Todos estos cumplimientos 445
son cosa muy excusada
tratando con un amigo;
sin gastar pólvora en salvas
disponga usted de mi bolsa.
DON LEANDRO
Pues le cojo la palabra 450
a usted, amigo, al instante;
justamente me hacen falta
cien doblones.
DON LIBORIO
Aquí están;
quiso Dios que los llevara.
Guárdese usted el bolsillo 455
también.
DON LEANDRO
Un recibo...
DON LIBORIO
Basta.
¿Cómo encuentra usted la corte?
DON LEANDRO
Bellos paseos y casas,
muchísimas diversiones.
DON LIBORIO
Aquí, amigo, nunca faltan. 460
Sobre todo los que gustan
de galantear las damas
tienen siempre en qué emplearse;
que se halla tal abundancia
de mujeres, que es portento, 465
y todas de buena pasta.
Los maridos muy bondosos;
las morenas y las blancas
de una índole tan suave,
que es bendición obsequiarlas. 470
¡Y cuántos enredos urden!
Si es una comedia; vaya,
¿a que en este corto tiempo
que hace que llegó usted, anda
metido ya con alguna? 475
Hábleme usted a las claras.
Querido, los buenos mozos
en muy pocos días ganan
mucha tierra, y los maridos
con ellos corren borrasca. 480
DON LEANDRO
Si he de decir la verdad,
aquí en esta misma plaza
traigo cierto galanteo
entre manos, y no en mala
situación.
DON LIBORIO
(Aparte.)
¡Qué bueno es eso!
485
Esto es lo que yo aguardaba,
qué contar y qué reír
a costa de alguien que clava
su casta mitad.
DON LEANDRO
Mas fío
que de entre los dos no salga 490
el secreto.
DON LIBORIO
No por cierto.
DON LEANDRO
Son cosas tan delicadas,
que si a divulgarse llegan
se echa a perder la maraña.
Es el caso que una hermosa 495
me tiene prendada el alma,
y he logrado introducirme
en su casa con mi maña;
y no va mal el negocio;
lo digo sin alabanza. 500
DON LIBORIO
(Riéndose.)
¿Y es?
DON LEANDRO
(Enseñándole la casa de DOÑA ISABELITA.)
Una niña, que habita
en esa casa inmediata
dada de verde; inocente,
como que ha sido criada
sin trato de gente, en fuerza 505
de la condición extraña
de quien le dio educación,
que es hombre de ideas raras.
Pero, aunque tan ignorante,
tiene mil sencillas gracias 510
que cautivan; unos ojos
tan tiernos, unas miradas
tan expresivas; yo al punto
que la vi le rendí el alma.
Pero acaso usted conoce 515
la beldad que me arrebata
los sentidos; es su nombre
Isabelita.
DON LIBORIO
(Aparte.)
¡Qué rabia!
DON LEANDRO
Quien la guarda es un ricote,
que me parece se llama 520
el Vizconde del Tronchal,
o Estuchal, si no me engaña
la memoria; un ente raro,
manïaco, según hablan
las gentes; ¿es conocido 525
de usted?
DON LIBORIO
(Aparte.)
El hombre me ensalza.
DON LEANDRO
¿Qué me dice usted?
DON LIBORIO
Que sí
le conozco.
DON LEANDRO
¿Y no me engañan?
¿Es loco?
DON LIBORIO
He.
DON LEANDRO
¿Qué es he? ¿Sí?
Pues; cuando lo dicen tantas 530
gentes, no han de equivocarse
todos; la cosa está clara.
Y celoso como un diablo;
un majadero de marca.
Ello es que yo estoy perdido 535
de amor de la beldad rara
de Isabelita; es un dije;
y a fe mía que dejarla
en manos de ese mostrenco
fuera cosa que clamara 540
venganza al cielo; el dinero
que usted me ha prestado es para
dar a esta aventura cima,
porque el oro, amigo, allana
estorbos, vence imposibles, 545
y en amor y en guerra acaba
con las más arduas empresas.
¿Pero usted no dice nada,
y está serio? ¿Desaprueba
que siga la comenzada 550
aventura?
DON LIBORIO
No; tenía
la cabeza algo...
DON LEANDRO
Le cansa
a usted la conversación.
Agur; iré a dar las gracias
por sus favores a usted. 555
DON LIBORIO
(Creyendo que se ha ido.)
Satanás mismo...
DON LEANDRO
(Volviendo.)
Que nada
sepa nadie de este lance;
reserva y silencio.
DON LIBORIO
(Creyendo lo mismo.)
El alma
se me...
DON LEANDRO
(Volviendo.)
No lo diga usted
a padre, que se enfadara. 560
DON LIBORIO
(Creyendo que vuelve.)
¡Ah...!


Escena VII


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
¡Ah! ¡Qué rato me ha dado!
Nunca he tenido más mala
media hora. ¡Con qué imprudencia
el tronera me contaba
a mí propio sus amores! 565
Con mi título se engaña.
Es cierto; y no se podía
figurar con quién hablaba.
¡Qué atolondrado! ¡Qué loco!
Jamás vi tal tarambana. 570
Pero yo también debía
aguardar que se explicara,
habiendo aguantado tanto.
Cierto que fue mucha falta
de juicio no dejarle 575
que siguiera con su charla,
y averiguar de raíz
el estado en que se hallaba
su galanteo maldito.
Busquémosle sin tardanza, 580
que no puede haber andado
mucho; y sepamos con maña
si está ya muy adelante
su amor. Es mucha desgracia
averiguar ciertas cosas, 585
que más valiera ignorarlas.




Acto II


Escena I


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
Mirándolo bien, he sido
en no encontrarle dichoso;
que no me hubiera podido
reportar, porque estoy todo
inmutado, y no conviene 5
que él sepa que soy yo propio
quien a Isabelita guarda;
pero no soy yo tan tonto
que deje que un mozalbete,
que apenas le apunta el bozo, 10
confunda todas mis tretas.
No; que yo sabré muy pronto
oponer a sus amores
insuperables estorbos.
Averigüemos primero 15
en qué estado está el negocio.
Yo ya miro a la muchacha
como si fuera su esposo;
no puede dar un tropiezo
sin que ceda en mi desdoro 20
y en mi deshonra; sin duda
fue tentación del demonio
el irme y dejarla sola.
¡Qué viaje tan costoso!
Maldita mi ausencia sea. 25
(Llama a la puerta.)


Escena II


DON LIBORIO, COSME, BLASA.

COSME
Esta vez abrimos pronto,
que...
DON LIBORIO
Silencio. Ven aquí.
Anda acá tú. ¿Qué, estáis sordos?
Con viveza, o juro a Dios...
BLASA
¡Si pone usted unos ojos, 30
señor, que me mete un miedo!
DON LIBORIO
Bribones, ¡ese es el modo
de cumplir con lo que mando!
BLASA
(Hincándose de rodillas.)
¡Ay, señor! Por San Antonio
no me coma usted.
COSME
(Aparte.)
¿Le habrá
35
mordido un perro rabioso?
DON LIBORIO
(Aparte.)
La respiración me falta.
Paf; sin remedio me ahogo;
la gota sudo tan gorda.
(A COSME y a BLASA.)
Malditos, ¿conque aquí un mozo 40
ha venido, mientras...?
(A BLASA que se quiere escapar.)
Mira,
si te mueves...
(A COSME, que también se quiere ir.)
Oyes, tonto,
si te meneas...
(A BLASA, que hace lo mismo.)
¿No he dicho
que te estés quieta?...
(A los dos, que se quieren ir.)
Pues voto
a Jesucristo que mato 45
a quien diere un paso solo.
¿Cómo fue el meterse en casa
ese hombre de mil demonios?
Vamos, responded apriesa;
sin pararse: pronto, pronto. 50
¿Conque no se me responde?
BLASA y
COSME
¡Ay, ay!
COSME
(Hincándose otra vez de rodillas.)
Señor, si estoy tonto
con el susto.
BLASA
(Hincándose también de rodillas.)
Si no acierto.
DON LIBORIO
(Aparte.)
Hecho una sopa estoy todo
de sudor; mejor será 55
que aguarde a cobrar un poco
el aliento. ¿Quién dijera,
cuando le veía con otros
muchachos andar tirando
cantos y jugando al toro, 60
que había de darme tanto
que sentir en siendo mozo?
Estoy que pierdo el juïcio.
Más vale saberlo todo
de la propia boca de ella. 65
Moderemos el enojo,
y averigüemos el caso
sin cólera ni alboroto.
Paciencia, pecho, paciencia.
(A COSME y a BLASA.)
Subid al punto vosotros, 70
y que baje Isabelita.
Esperad.
(Aparte.)
Mas bien escojo
ir a llamarla yo mismo.
Le dirían lo furioso
que me he puesto, y no conviene 75
que lo sepa...
(A COSME y a BLASA.)
En este propio
sitio me habéis de aguardar.


Escena III


COSME, BLASA.

BLASA
¡Jesús, Cosme, qué rabioso!
De pies a cabeza tiemblo.
Si parecía un demonio. 80
¡Y qué feo que se pone!
COSME
¿No te dije yo que el otro
le enfadaría? ¿Lo ves?
BLASA
¿Por qué querrá que nosotros
la guardemos a nuestra ama 85
tanto, y se pone hecho un toro
cuando un mozo viene a verla?
COSME
Eso, Blasa, es que los mozos
le dan celos.
BLASA
¿Y por qué
se los dan?
COSME
Porque es celoso.
90
BLASA
¿Pues por qué lo es, y por qué
echa fuego por los ojos?
COSME
Consiste eso en que los celos...
¿me entiendes...? son cosa... como
si te clavaran a ti 95
treinta agujas... Mira: si otro,
cuando tienes muchas ganas,
y estás comiéndote un pollo,
te quitara la mitad,
y se la zampara, ¡poco 100
te enfadaras!
BLASA
Ya se ve.
COSME
Pues, Blasa, del mismo modo
viene a ser, pintiparado.
Figúrate que es el pollo
la mujer; que el hombre tiene 105
ganas, y viene un goloso
a comerse una pechuga,
o cosa tal; el demonio
se le reviste en el cuerpo
con mucha razón al otro. 110
BLASA
¿Pero por qué no se enfadan,
como hace mi señor, todos?
¿No ves tantas señoritas,
que andan con señores mozos,
y muy majos, sin que riñan 115
los maridos? Pues conozco
a muchas yo.
COSME
Eso consiste
en que dejan a los otros
comer en su mismo plato,
porque no son tan ansiosos, 120
ni tan glotones.
BLASA
El amo
viene, si no me equivoco.
COSME
Tienes buena vista; él es.
BLASA
¡Qué triste que viene!
COSME
Como
que tendrá algún sentimiento. 125


Escena IV


DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
(Aparte.)
Un filósofo famoso
de Grecia dio un buen consejo,
que debieran seguir todos,
al emperador Augusto;
y fue, que si mucho enojo 130
alguna cosa le diera,
en voz baja y con reposo
dijera el abecedario
entero, que es un buen modo
de que se temple la cólera. 135
Yo lo veo por mí propio
en este lance; ya estoy
más sosegado, y con tono
natural; a Isabelita
podré hablar, y saber todo 140
cuanto pasa de su boca,
y averiguar con mañoso
artificio si ha llegado
el chasco a ser tanto como
me recelo. Estando el día 145
tan sereno y tan hermoso,
la he llamado con achaque
de pasear, porque a fondo
me cuente el maldito lance
que me trae vuelto tonto. 150
Aquí esta ya.


Escena V


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
Isabel, vamos
(A COSME y a BLASA.)
Vosotros, adentro pronto.


Escena VI


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIO
Bueno está el paseo.
DOÑA ISABELITA
Bueno.
DON LIBORIO
¡Y qué hermoso el cielo!
DOÑA ISABELITA
Hermoso.
DON LIBORIO
¿Qué hay de nuevo?
DOÑA ISABELITA
Que se ha muerto
155
aquel gatito tan mono.
DON LIBORIO
¡Qué desgracia! Pero es fuerza
conformarse, que al fin somos
mortales; hoy se fue el gato,
mañana iremos nosotros. 160
¿Ha llovido algo estos días?
DOÑA ISABELITA
No.
DON LIBORIO
Mientras estabais solos,
¿no te fastidiabas?
DOÑA ISABELITA
Nunca
me fastidio yo.
DON LIBORIO
Di, en todo
este tiempo, ¿qué te has hecho? 165
DOÑA ISABELITA
Seis camisas y seis gorros.
DON LIBORIO
(Después de haber estado pensativo un rato.)
¡Ah! ¡Cómo miente la gente!
Vaya, ¡qué tales embrollos
levantan! ¡Pues no me han dicho
los vecinos que aquí un mozo 170
entraba todos los días,
y estaba las horas solo
contigo! ¡Malditas lenguas,
y mentiras de envidiosos!
Yo quise apostar a que era 175
todo falso testimonio.
DOÑA ISABELITA
¡Jesús! Pues hubiera usted
perdido la apuesta.
DON LIBORIO
¿Qué oigo?
¿Conque es la verdad que un hombre...?
DOÑA ISABELITA
Tan verdad, que un punto solo 180
no se apartaba de casa.
Siempre junto a mí.
DON LIBORIO
(Aparte, en voz baja.)
¡Donoso
va el cuento! Pero a lo menos
es tal su candor, que en todo
dirá la pura verdad. 185
(Recio.)
Pero si no me equivoco
te dije que a nadie vieras
hasta volver yo.
DOÑA ISABELITA
Mas, como
sucedió el lance, no pude
hacer menos; y lo propio 190
hubiera hecho usted que yo.
DON LIBORIO
Puede; cuéntale.
DOÑA ISABELITA
Es gracioso,
y extraño sobremanera.
Estaba yo haciendo un gorro
al balcón, cuando hete aquí 195
que acierta a pasar un mozo
muy lindo; mira, y se quita,
el sombrero; con que al pronto,
para que él no se pensara
que trataba con un topo, 200
le hice yo mi cortesía;
él muy atento con otro
besamanos corresponde;
yo, sin quitar de él los ojos,
le hago cortesía nueva; 205
la tercera vez lo propio
sucede; y yo, siempre lista,
con otra le correspondo.
Se va, y vuelve, y pasa varias
veces, y con mucho modo 210
me quita siempre el sombrero;
yo, plantada como un tronco
en el balcón, le miraba
de hito en hito, sin que en todo
el día diera puntada, 215
siendo en mí lance forzoso
pagarle sus cortesías
con otras, porque este mozo
no dijera que tenía
más crianza que yo; y como 220
no hubiera sido porque
vino la noche, los ojos
no hubiera quitado de él.
DON LIBORIO
No va mal.
DOÑA ISABELITA
Pues luego al otro
día una vieja me viene 225
a ver, y hablándome en tono
muy compasivo, me dice:
«Bendiga Dios ese rostro
tan bello, hija, y le conserve
tan lozano y tan hermoso 230
muchos años; pero usted
no abuse de sus preciosos
dones, que le ofendería,
y sepa que un lindo mozo
le tiene muy mal herido...». 235
DON LIBORIO
¡Haya bruja del demonio!
DOÑA ISABELITA
¡Yo le tengo, digo, herido!
«Sí, dice, y muy peligroso
que es su estado; es aquel joven
de ayer». Señora, mi asombro, 240
hago yo, es mucho: ¿cayó,
mientras pasaba ese mozo,
un ladrillo del balcón
sin verlo yo? «No; sus ojos,
me hace la vieja, hija mía, 245
han causado este trastorno;
y si usted no lo remedia,
le enterraremos muy pronto».
Mucho lo siento. ¿En qué puedo,
le hago yo, darle socorro? 250
«Hija, me dice la vieja,
verla es lo que anhela sólo;
él sanará con su vista
de la herida que sus ojos
le hicieron». Con mil amores 255
venga al punto, le respondo,
visíteme cuando guste.
DON LIBORIO
(Aparte.)
Vieja, que Lucifer propio
trajo a mi casa, el infierno
te pague tu pïadoso 260
mensaje.
DOÑA ISABELITA
De esta manera
sanó el mancebo muy pronto.
Diga usted, ¿tuve razón?
Si se hubiera el pobre mozo
muerto por no darle yo 265
remedio tan fácil, ¿cómo
hubiera dado a Dios cuenta?
Si veo matar un pollo
echo a llorar; ¡y dejara
morir a un hombre que sólo 270
con visitarme sanaba!
DON LIBORIO
(En voz baja, aparte.)
Puede alegar en su abono
su ignorancia; culpa es mía.
¡Que haya sido yo tan tonto
que con mi ausencia dejara 275
expuesta al diente del lobo
esta simple corderilla!
Mucho me temo que el loco
se haya propasado a cosas,
si no encontró con estorbos, 280
sobremanera pesadas.
DOÑA ISABELITA
¿Qué es eso? O yo me equivoco,
o gruñe usted entre dientes;
¿le parece mal mi modo
de proceder?
DON LIBORIO
No por cierto.
285
Pero dime ahora, ¿ese mozo
qué hacía cuando se hallaba
contigo en visita solo?
DOÑA ISABELITA
¡Ay! estaba tan contento;
no cabía en sí de gozo; 290
sanó luego de su achaque;
¡me ha dado un medallón de oro
tan bonito! Y Cosme y Blasa,
vaya, no le quieren poco,
que les da tanto dinero; 295
así le queremos todos;
y usted también le querría
si le viera entre nosotros.
DON LIBORIO
¿Pero qué hacía contigo,
cuando ambos estabais solos? 300
DOÑA ISABELITA
Decirme que me quería
mucho; que tenía un rostro
muy peregrino; y mil cosas
tan bonitas, y en un tono
tan amable, que en mi vida 305
tuve ratos más gustosos
que mientras se las oía;
¡y aun de acordarme me pongo
tan encendida!
DON LIBORIO
(En voz baja, aparte.)
¡Funesto
examen, en que el curioso 310
es a quien le dan tormento!
(En voz alta.)
Y dime, después de todos
esos requiebros, ¿te hacía
algún cariño amoroso?
DOÑA ISABELITA
No es nada; se le bañaban 315
en tierno llanto los ojos,
y me cogía las manos,
y me las besaba, loco
de gozo.
DON LIBORIO
¿Y no te cogió
más que la mano ese mozo? 320
(Viendo que se ha quedado confusa.)
¡Hu!
DOÑA ISABELITA
Me...
DON LIBORIO
¿Qué?
DOÑA ISABELITA
Cogió...
DON LIBORIO
Adelante.
DOÑA ISABELITA
El...
DON LIBORIO
¿El qué?
DOÑA ISABELITA
No acierto cómo
decirlo, que ha de reñirme
usted.
DON LIBORIO
No haré.
DOÑA ISABELITA
Sí tal.
DON LIBORIO
Voto
a quien soy, no.
DOÑA ISABELITA
Deme usted
325
palabra.
DON LIBORIO
Bien.
DOÑA ISABELITA
Si conozco
que se ha de enfadar usted
si lo digo.
DON LIBORIO
No tal.
DOÑA ISABELITA
Sí.
DON LIBORIO
Otro
te pego: no, no, no, no.
¿Qué te cogió? Dilo pronto, 330
y no me hagas condenar.
DOÑA ISABELITA
Me cogió...
DON LIBORIO
(Aparte.)
¡Yo no sé cómo
no reviento!
DOÑA ISABELITA
Me cogió
aquel collar tan hermoso
de aljófar, que me dio usted 335
el día de San Liborio.
Yo no lo pude estorbar.
DON LIBORIO
(Tomando respiración.)
Salimos en fin de ahogo,
si cogió sólo el collar.
¿Pero no te hizo tampoco 340
más que besarte las manos?
DOÑA ISABELITA
¿Pues qué, señor don Liborio,
se hacen acaso otras cosas?
DON LIBORIO
No; pero como ese mozo
me dices que estaba malo, 345
bien te pudo pedir otro
remedio para su achaque.
DOÑA ISABELITA
No hizo; y, por darle socorro,
si él otra cosa me pide,
al instante se la otorgo. 350
DON LIBORIO
(Aparte, en voz baja.)
Demos mil gracias a Dios;
no he sido poco dichoso
en que haya parado en esto;
pero hago solemne voto
de no quejarme de nadie, 355
si segunda vez me expongo.
(En voz alta.)
Este lance, Isabelita,
es de tu candor abono.
No te riño; a lo hecho pecho;
pero de veras te exhorto 360
a que huyas de ese galán;
que su designio no es otro
que el de burlarse de ti,
y satisfacer su antojo.
DOÑA ISABELITA
¿Qué? No señor. Si me ha dicho 365
más de cien veces él propio
que siempre me ha de querer.
DON LIBORIO
No conoces su alevoso
pecho, Isabel; pero sabe
que quien medallones de oro 370
toma, y escucha requiebros
de esos pisaverdes locos,
permitiendo que le besen
las manos, y le hagan otros
cariños, hace un pecado 375
mortal, y aquel que mas odio
le tiene Dios.
DOÑA ISABELITA
¡Un pecado!
¿Y por qué le causa enojo
a Dios eso?
DON LIBORIO
¿Por qué, dices?
Porque son pecaminosos 380
esos gustos, y los veda
la ley de Dios.
DOÑA ISABELITA
¿Pero cómo
se enoja el Cielo por cosas
que se hacen con tanto gozo?
Jamás he tenido ratos, 385
hasta ahora, tan gustosos,
ni supe que los hubiese.
DON LIBORIO
Cierto que es muy delicioso
esto de hacerse cariños;
pero, porque sea como 390
Dios manda, es fuerza casarse.
DOÑA ISABELITA
¿Y qué, no alcanza el enojo
de Dios a los que se casan,
ni pecan?
DON LIBORIO
No.
DOÑA ISABELITA
¡Qué gracioso!
Pues cáseme usted al punto, 395
que eso se despacha pronto.
DON LIBORIO
Más lo anhelo yo que tú,
y para casarte sólo
he venido de mi hacienda.
DOÑA ISABELITA
¿De veras?
DON LIBORIO
Sí.
DOÑA ISABELITA
¡Qué alborozo!
400
DON LIBORIO
No dudo yo que te guste,
querida, este matrimonio.
DOÑA ISABELITA
¿Quiere usted que ambos nos...?
DON LIBORIO
Cierto.
DOÑA ISABELITA
Tengo de hacer tantos cocos
y tantos mimos a usted. 405
DON LIBORIO
Verás si te correspondo.
DOÑA ISABELITA
Mire usted; si se chancea,
de veras que me incomodo.
¿Me dice usted la verdad?
DON LIBORIO
Tú lo verás, y muy pronto. 410
DOÑA ISABELITA
¿Nos casaremos?
DON LIBORIO
Sí.
DOÑA ISABELITA
¿Cuándo?
DON LIBORIO
Esta noche.
DOÑA ISABELITA
(Riéndose.)
¿Sí? ¡Qué gozo!
¡Esta noche!
DON LIBORIO
¿Qué, te ríes?
DOÑA ISABELITA
Sí señor.
DON LIBORIO
Yo no tengo otro
gusto que dártele a ti. 415
DOÑA ISABELITA
No puede haber matrimonio
más a mi placer; mañana
le podré llamar mi esposo.
Vaya usted por él.
DON LIBORIO
¿Por quién?
DOÑA ISABELITA
¿Por quién será? Por el otro. 420
DON LIBORIO
¡El otro! Buena la hicimos.
No se trata aquí de esotro.
El que con usted se casa
no es, señora, el lindo mozo
que adolece de una herida 425
mortal que hicieron sus ojos.
Déjele usted que se muera;
que desde ahora dispongo
que no me entre nunca en casa.
Has de hacer oídos sordos, 430
si te hablare; y si llamare,
darás con la puerta al mono
en los hocicos, y luego
con un guijarro bien gordo,
que le tires del balcón, 435
le echarás de aquí, que a todo
tengo yo de estar presente,
sin que él lo sepa. ¿Qué modo
es ese? ¿Qué estás gruñendo?
DOÑA ISABELITA
¡Qué lástima! ¡Es tan buen mozo! 440
DON LIBORIO
¿Qué se entiende?
DOÑA ISABELITA
Si no tengo
corazón...
DON LIBORIO
Si chistas, voto
a Dios que... vamos arriba.
DOÑA ISABELITA
¿Quiere usted...?
DON LIBORIO
Lo que dispongo
quiero que, sin replicarme, 445
se obedezca; vamos pronto.




Acto III


Escena I


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
Sí; te has portado muy bien;
has cumplido sin disputa
con cuanto yo te mandé.
El mancebito sin duda
que se habrá quedado helado. 5
Tanto vale, Isabel, una
persona que a salvamento
nuestra inocencia conduzca.
Tú te hallabas en camino
de perdición; y segura 10
era tu condenación,
si un momento más escuchas
a quien quería engañarte.
Todos son unos en suma
los mozalbetes del día; 15
pelo bien cortado, mucha
chorrera muy bien plegada,
y con esto más diablura
esconden que Satanás;
siempre están fraguando alguna 20
malicia por dar al traste
con aquella, que descuida
la guarda de su virtud.
Por fin, de esta barahunda
has salido con honor; 25
y, según se me barrunta,
la piedra que le tiraste
no le ha dejado con muchas
esperanzas de que tú
alientes más sus locuras; 30
y lo que acabas de hacer
a que acelere estas nupcias
me persuade; mas antes
quiero que escuches en suma
todas las obligaciones 35
de una doncella que muda
de estado; tú retenerlas
con mucho esmero procura.
(A COSME y a BLASA.)
Una silla aquí a la puerta;
y si alguno no ejecuta 40
lo que mando...
BLASA
¡Qué! Si entrambos
lo tenemos todo en la uña.
Buen perro nos quiso dar
el tal mocito.
COSME
Que nunca
beba yo vino, si entrare 45
más en casa, por más bulla
que meta; es un majadero.
Anteayer me dio una chupa
que tenía un desgarrón.
DON LIBORIO
Pues sin tardanza ninguna 50
traed lo que tengo dicho
para comer.
(A COSME.)
Tú pregunta
por el vecino escribano,
que quiero que la escritura
de mi casamiento otorgue, 55
con lo demás que me cumpla.


Escena II


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIO
(Sentado.)
Óyeme con atención:
suelta, Isabel, la costura,
y no has de pestañearme
mientras yo hable, que es de mucha 60
importancia lo que voy
a decir, y quiere suma
meditación... De hito en hito
mirando; no pierdas una
palabra; los ojos puestos 65
(Señalando la frente.)
aquí... Tienes la fortuna
de que me case contigo.
Da gracias de tu ventura
a Dios mil veces al día;
porque, siendo tú de cuna 70
villana, mi bondad quiso,
sacándote de tu oscura
condición, llamarte mía,
y a Vizcondesa te encumbra
del Atochal, despreciando 75
veinte hidalgas cejijuntas,
y algunas lindas y ricas.
En fin, Isabel, tú ocupas
mi lecho; y porque más bien
tus obligaciones cumplas, 80
siempre has de tener presente
que cuanto eres, a mi mucha
bondad se lo debes todo.
Piénsalo así, y no presumas
jamás alzarte a mayores, 85
porque yo tampoco nunca
de esta boda me arrepienta.
El matrimonio no es chufla,
Isabel; que trae consigo
obligaciones de mucha 90
entidad; y yo no quiero
que, por ser mi esposa, arguyas
que has de hacer lo que quisieres,
y vivir a tus anchuras.
El marido ha de mandar 95
solo en casa, y sin excusa
la mujer obedecerle,
que la potencia absoluta
pertenece a los calzones,
y el sexo imberbe sin duda 100
nace esclavo del barbado.
Aunque la mujer es una
mitad del género humano,
no por eso se concluya
que sea igual al varón; 105
que fuera poca cordura.
Una es mitad soberana,
otra vasalla, y se ajusta
en todo por la que manda;
una es árbitra absoluta, 110
y la otra su humilde esclava.
Lo que ves que una criatura
hace por obedecer
a cuanto su padre gusta;
cuanto un buen criado al amo; 115
cuanto un donado procura
contentar al guardïán,
y el bisoño de recluta
al sargento, es friolera
todo para la profunda 120
veneración y respeto,
humildad y compostura
con que una mujer casada,
que con su obligación cumpla,
ha de mirar a su esposo, 125
a su jefe, a su amo, en suma,
a su soberano dueño.
La mujer que no se asusta
cuando el marido le pone
ceño, y no se queda muda, 130
y sin levantar los ojos
de la tierra, sin disputa
es una mala mujer.
En el día se hallan muchas
que no siguen estas reglas; 135
no imites nunca esas sucias,
y mira cómo las gentes
de su conducta murmuran.
El diablo anda siempre listo,
y hacernos caer procura 140
en tentación; y por eso,
Isabel, te encargo que huyas
de esos mancebitos lindos;
piensa que de tu conducta
pende mi honra, y que con poco 145
se amancilla o se deslustra,
porque el honor no consiente
que se anden con él en burlas,
y el demonio en el infierno
tiene calderas profundas 150
de azufre y de pez ardiendo
para castigar las culpas
de las que contra el honor
pecan; no, pues no hablo en burlas,
sino muy de veras: cuenta, 155
Isabel, con que si escuchas
dócil todos mis consejos,
tendrás el alma más pura
y cándida que un armiño.
Pero si el diablo, que busca 160
ocasión para perderte,
lo logra, quedas más sucia
y más negra que un tizón,
y cuando mueras, sin duda
te vas derecha al infierno 165
como un huso, para nunca
jamás ver a Dios; el Cielo
de tamaña desventura
te libre. La cortesía...
Así va bien... Mira, estudia 170
un papelito que voy
a darte, y que encierra en suma
cuanto deben las casadas
hacer, y merece mucha
contemplación; no conozco 175
a su autor; pero es de pluma
bien cortada, y no era lerdo.
Apréndeme una por una
estas reglas de memoria,
hasta tenerlas en la uña 180
como el beabá, que en esto
nunca daña lo que abunda.
Léelas, a ver si aciertas,
(Se levanta.)
o tropiezas en alguna.

(Reglas del matrimonio u obligaciones de la mujer casada con su ejercicio cotidiano.)


(Regla primera.)

DOÑA ISABELITA
(Leyendo.)
«La que al conyugal lecho 185
el sacramento santo introdujere,
grabe bien en su pecho
que aunque en doscientas lo contrario viere
su esposo para sí solo la quiere».
DON LIBORIO
Yo te explicaré otro día 190
esta máxima profunda;
ahora lo que conviene
es que sigas la lectura.
DOÑA ISABELITA
(Siguiendo.)

(Regla segunda.)

«Nunca en vanos arreos
dinero y tiempo gaste inútilmente; 195
cuando de su marido los deseos
satisfechos están, es suficiente;
ni importa parecer a todos fea,
con que para su esposo no lo sea».

(Regla tercera.)

«Una mujer honrada 200
no estila colorete,
pastas de olor, perfumes ni pomada.
Quien tales cosas a gastar se mete,
no lo hace por petar a su marido,
sino por agradar a algún querido». 205

(Regla cuarta.)

«Los ojos en el suelo
clavados siempre, o puestos en el cielo,
por la calle los lleve,
porque sólo a su esposo mirar debe».

(Regla quinta.)

«Visitas no reciba 210
de otros que los amigos del marido,
que en esto la opinión de honrada estriba;
y es, uso muy valido
que los que más a ver la mujer vengan,
menos que hacer con el marido tengan». 215

(Regla sexta.)

«Regalos nunca admita,
que en el siglo presente
el que da solicita,
y la que toma, en dar también consiente».

(Regla sétima.)

«Tinta, papel y pluma 220
la que tiene recato siempre excusa;
escríbalo el marido todo en suma,
que la honrada mujer ni firmar usa».

(Regla octava.)

«De toda concurrencia
huya, porque es funesta a la inocencia. 225
Allí contra el honor de los esposos
conspiran mil ociosos.
Cuando concursos tales prohibidos
estén, irá mejor a los maridos».

(Regla novena.)

«La mujer recatada 230
de aficionarse al juego
líbrese más que de caer al fuego;
porque a veces perdiendo una jugada,
aventurarse suele
aquello que al marido más le duele». 235

(Regla décima.)

«Banquetes y paseos,
a la fuente del Berro en el verano
son meros devaneos,
y pruebas de juïcio poco sano;
que, aunque le den barato, 240
siempre el pobre marido paga el pato».

(Regla undécima.)

DON LIBORIO
Luego, cuando tú estés sola,
acabarás la lectura;
después yo te explicaré
las reglas una por una. 245
Me acuerdo ahora que tengo
un asunto, que es de mucha
entidad, que despachar.
Muy presto volveré; estudia
ese libro, y no le pierdas. 250
Si el escribano pregunta
por mí, dile que me espere.


Escena III


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
Cierto, fue mucha fortuna
haber topado con tal
mujer, con alma tan pura. 255
Es más blanda que una cera;
la forma que más me cumpla
le puedo dar a mi antojo.
En poco estuvo sin duda
que su sobrada inocencia 260
me trajese desventura;
pero vale más que peque
por simple que por aguda,
porque a males de esta especie
fácilmente se halla cura; 265
y una simple los consejos
de su esposo los escucha
con docilidad; y si otros
la descaminan alguna
vez, vuelve al camino recto, 270
así que se lo insinúa
su marido... ¡Oh! no es lo mismo
mujer discreta, picuda,
culta y marisabidilla,
que no hay mollera segura 275
de desmán con ella, haciendo
de nuestros consejos burla,
y tratando nuestras máximas
de chochez y paparruchas
de antaño; y si se les planta 280
en el caletre, no hay duda;
hemos de entrar en el gremio
sin apelación ni excusa;
que no hay precaución que valga
contra sus artes y astucias, 285
y su habilidad les sirve
para que mejor encubran
sus vicios con el afeite
de recato y compostura.
Vaya; peor que el demonio 290
es una mujer astuta.
¡A cuántos conozco yo
que, por su mala ventura,
no me dejarán mentir!
Pero en medio de esta bulla 295
estará mi mancebito
maldiciendo su fortuna.
Bien empleado le está.
No callan cosa ninguna
estos galanes del día; 300
un secreto los asusta;
si se ven favorecidos
de una dama, lo divulgan
al momento, y se ahorcaran
si todas sus aventuras 305
no las supiera la gente;
y tan poco disimulan
su vanidad, que a mi ver
aquella que los escucha
ha perdido la cabeza, 310
y que... aquí viene. ¡Qué mustia
cara tiene! Averigüemos
el motivo de su angustia.


Escena IV


DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DO N LEANDRO
Vengo de casa de usted.
Parece estrella sin duda 315
que nunca pueda encontrarle.
Al fin querrá mi fortuna...
DON LIBORIO
Por Dios, dejemos, amigo,
ceremonias importunas,
que en amistad tan antigua 320
enojan, si no se excusan.
Tantas personas malgastan
el tiempo en esas tontunas,
que no es cordura imitarlas.
(Poniéndose el sombrero.)
Esto es decir que se cubra 325
usted. Vamos; ¿los amores
siguen bien? ¿Esa aventura
va viento en popa? Yo estaba
algo distraído en unas
reflexiones, cuando usted 330
me la contó. Pero es mucha
la presteza con que va;
y el galanteo se anuncia
con tan próspero semblante,
que aguardo buenas resultas. 335
DON LEANDRO
Señor don Liborio, ahora
el lance de aspecto muda;
que ha sucedido a mi amor
un gran revés de fortuna.
DON LIBORIO
¿Cómo así?
DON LEANDRO
La suerte adversa,
340
que siempre de amor se burla,
trajo al tutor de la niña
a Madrid.
DON LIBORIO
¡Qué desventura!
DON LEANDRO
Y es lo peor que ha sabido
la correspondencia oculta 345
de ambos.
DON LIBORIO
¿De dónde mil diablos?
DON LEANDRO
No sé; la cosa es segura.
Esta mañana a las once,
que es la hora que ella acostumbra
recibirme, me presento, 350
cuando, saliendo con furia,
el muchacho y la criada,
me gritan: es importuna
su visita de usted. Fuera;
vaya a buscar aventuras; 355
y en los hocicos me dieron
con la puerta con gran bulla.
DON LIBORIO
¡Con la puerta en los hocicos!
DON LEANDRO
En los hocicos.
DON LIBORIO
Sin duda
es mucho chasco.
DON LEANDRO
Les quise
360
hablar por la cerradura
de la puerta; pero a todo
respondían: es tontuna,
no quiere el amo que usted
entre en casa.
DON LIBORIO
¿Conque, en suma,
365
ellos no abrieron?
DON LEANDRO
¡Sí, abrir!
Para sacarme de dudas,
Isabel, desde el balcón,
me lo dijo en voz muy dura,
y tirándome un guijarro. 370
DON LIBORIO
¿Un guijarro?
DON LEANDRO
¡Qué pregunta!
Guijarro, y de buen tamaño,
que, en pago de mis ternuras,
me tiró ella con su mano.
DON LIBORIO
Mándole mala ventura, 375
amigo, a su amor de usted.
Digo, y, si usted se descuida,
le abre un palmo de cabeza.
DON LEANDRO
En verdad me descoyunta
el hombre con su venida. 380
DON LIBORIO
También a mí me da mucha
pena; sí, a fe de quien soy.
DON LEANDRO
En pensarlo se me apura
la paciencia.
DON LIBORIO
Pero creo
que hallará usted compostura. 385
DON LEANDRO
Veremos de encontrar treta
que en su casa me introduzca,
sin que lo huela el celoso.
DON LIBORIO
En eso no hay poner duda.
Ello es que la niña quiere 390
a usted.
DON LEANDRO
Es cosa segura.
DON LIBORIO
Pues lo logrará.
DON LEANDRO
Lo espero
así.
DON LIBORIO
Lo que más le asusta
a usted es aquel maldito
guijarro; pero se apura 395
sin motivo.
DON LEANDRO
Eso es muy cierto.
Al punto la mano oculta
conocí de aquel vestiglo,
que en guarda de mi hermosura
anda siempre vigilante. 400
Pero la parte más chusca
de la historia es la que queda
por contar, y es una astucia
de la niña, que me deja
atónito, y que yo nunca 405
de su inocencia aguardara.
Cierto es que el amor aguza
el ingenio del más topo;
la inteligencia más ruda
la convierte en un instante 410
en lince; transforma y muda
al hombre en otro distinto,
y mudanzas absolutas
en un punto, cual si fuera
encanto, las ejecuta. 415
Hace pródigo al avaro;
al rústico sin cultura
hombre de buenos modales;
al cobarde, que se asusta
de todo, le infunde aliento; 420
y a la simple vuelve astuta.
El amor este milagro
ha obrado con la hermosura
de Isabel; porque, fingiendo
que me denuesta y me insulta, 425
dijo, al tirarme la piedra,
alzando la voz: excusa
usted de hacerme visitas,
que su vista me importuna;
ahí lleva usted mi respuesta; 430
y el guijarro, que le asusta
a usted tanto, me traía,
¿lo dirá usted? carta suya;
y tan apropiada al lance
en que se halla, y que se ajusta 435
de modo a su situación,
que la mujer más aguda
y más discreta no hubiera
dictado mejor ninguna.
Es mucho maestro amor; 440
aquello que él no ejecuta,
nadie lo conseguirá.
¿Qué dice usted? ¿No es astuta
la invención para una niña
tan inocente y tan pura? 445
¿Qué piensa usted de la esquela?
¿Le parece bien la astucia?
Y digo, ¿en esta comedia
el celoso qué figura
está haciendo? ¿No es verdad? 450
Hable usted.
DON LIBORIO
Sí; es cosa chusca.
(DON LIBORIO se ríe de mala gana.)
DON LEANDRO
No ríe usted lo bastante.
Mire usted que es brava burla.
El hombre, al ver que yo quiero
a la muchacha, se asusta, 455
se atrinchera y fortifica
con guijarros, como en una
ciudadela amenazada
de asalto, y con mucha furia
a la gente de su casa 460
toda contra mí la azuza;
mientras la niña inocente
de las máquinas que el usa
se vale para escribirme,
y con sus ardides frustra 465
del celoso impertinente
la vigilancia importuna.
Yo, no obstante que su vuelta
mis esperanzas destruya,
reviento de risa, amigo, 470
al contemplar esta burla.
¡Pero usted está tan serio!
DON LIBORIO
(Riéndose de mala gana.)
Perdone usted, que me gusta,
y me río cuanto puedo.
DON LEANDRO
Pues no ha de haber cosa oculta 475
entre los dos; conque así
quiero que de mi hermosura
oiga usted leer la carta.
No verá usted de una culta
el estilo; pero sí 480
el candor y la ternura
de un amor casto, inocente;
bondad angélica; suma
inocencia, y del afecto
primero la impresión pura. 485
DON LIBORIO
(Aparte, bajo.)
¡Bribona! De eso te sirve
saber escribir. ¡Es mucha
maldad! Y eso que previne
que no te enseñaran nunca.
DON LEANDRO (Leyendo.) «Quisiera escribir a usted, y no sé cómo, ni por dónde empezar. Me vienen mil ideas, que deseara que usted las supiera, y no sé cómo decírselas, ni me fío de mis palabras. Ahora que empiezo a ver que me han dejado muy ignorante, me recelo de decir cosas que sean malas, o que no sea bueno decirlas. Y, cierto, que no sé lo que usted me ha hecho; pero sí que siento a par de muerte lo que me hacen que haga contra usted, y que será para mí de mucho sentimiento el estar sin usted, y que quisiera ser suya. Acaso es malo decir esto; pero yo no puedo menos de decirlo; y quisiera, si fuera posible, que no fuese malo escribirlo. Me dicen continuamente que todos los mozos engañan, que no se les debe dar oídos, y, que todo lo que usted dice es mentira; pero le aseguro a usted que todavía no me he podido figurar que no me trate usted verdad, y que sus palabras me agradan tanto, que no me puedo persuadir a que sean falsas. Dígame usted la verdad sin rebozo, porque como yo no tengo picardía, fuera mucha maldad si usted me engañara, y me parece que me moriría de la pesadumbre».
DON LIBORIO
(Aparte.)
¡Perra!
DON LEANDRO
¿Qué tiene usted?
DON LIBORIO
Nada.
490
Es tos.
DON LEANDRO
¿Ve usted qué ternura
en la expresión? Es un pasmo
que una niña que así educan,
y en tanta sujeción tienen,
tan buen natural descubra. 495
Cierto que es una maldad,
que no merece disculpa,
haber dejado en tinieblas
de ignorancia tan oscura
inteligencia que luce 500
tanto, así que amor la alumbra;
de amor es este prodigio;
y si la suerte me ayuda,
como yo lo espero, el bruto
que la tiene entre sus uñas, 505
el pícaro, el majadero,
el infame, le asegura
mi...
DON LIBORIO
Agur...
DON LEANDRO
¿Se va usted tan pronto?
DON LIBORIO
Siento mucho que me ocurra
un asunto muy urgente. 510
DON LEANDRO
Quiere mi mala fortuna
que la tenga tan guardada,
que lo que más dificulta
la empresa es no poder verla.
Dígame usted, ¿no barrunta 515
algún medio de que yo
en la casa me introduzca?
Hablo con toda franqueza,
porque entre amigos hay mutua
obligación de servirse 520
en casos tales; discurra
usted que mozo, criada,
en fin, todos se conjuran
contra mí, y por más esfuerzos
que haga, ninguno me escucha. 525
Tenía una buena vieja,
que me servía con mucha
fidelidad, y que, cierto,
era un portento de astucia,
de la madre Celestina 530
traslado, y de calenturas
se murió habrá cuatro días.
DON LIBORIO
Lo pensaré a mis anchuras.
Más bien a usted es factible
que algún medio se le ocurra. 535
DON LEANDRO
Pues adiós, hasta más ver...


Escena V


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
¿Habrá alguien que tanto sufra,
y que no reviente? El hombre
toda mi paciencia apura.
No sé cómo me contengo 540
sin que él conozca la zurra
que me está pegando; y, digo,
¿la bribona tiene astucias?
¿Quién diablos le enseñaría
tanta maldad? Y no hay duda, 545
ella quiere al picaruelo,
y me aborrece, y se burla
de mí; ¡pues estamos buenos!
Y lo que más me trabuca
los sentidos, y me pone 550
en una mortal angustia,
es que la quiero de veras,
de suerte que quien usurpa
mi puesto en su corazón,
dos heridas me hace en una, 555
en mi honor y en mi cariño...
¡Con que un mocosuelo frustra
mi prudencia, y coge el fruto
de mi afán...! Mi más segura
venganza fuera dejarla 560
arrastrar de quien la empuja
hacia su perdición; pero
fuera mucha desventura
perder la que tanto adoro.
¿De qué sirven mis profundas 565
meditaciones, si al cabo
de mis años me subyuga
una chicuela sin padres,
sin caudal, de baja cuna,
que desdeña mi cariño, 570
que de mis penas se burla,
y olvida mis beneficios;
y, aunque nada se me encubra,
más la quiero cuanto más
aborrecerla procura 575
mi pecho? ¡Ah loco! ¿No tienes
vergüenza de la censura
de los demás? Me daría
mil bofetadas por una.
Entraré a ver con qué cara 580
la bribona disimula
tan infame alevosía.
Si contra mí se conjuran
los hados, y es signo mío
que hasta mi mollera cunda 585
el mal de tantos maridos,
dame a lo menos, fortuna,
la resignación que sobra
a otros para que lo sufra.






Acto IV


Escena I


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
No puedo parar; no sé
qué hacerme, ni qué medidas
tomar; pierdo la cabeza.
¿Qué haré para que las miras
del mancebito arrimón 5
queden frustradas? La niña,
¡qué imperturbable descaro!,
no, no la turba mi vista;
y aunque ve que estoy sin mí,
mi presencia no la agita. 10
Mientras más desasosiego
tengo, ella está más tranquila
y más risueña; y con todo,
cuanto me enoja y me irrita
más la chica, me parece 15
más hermosa todavía.
Rabio, grito, me consumo,
y nunca la vi más linda;
nunca sus ojos más bellos
me han parecido que hoy día; 20
nunca estuve tan prendado.
Vaya, la cosa está vista:
si me la birla el mocoso
ha de costarme la vida.
¿Pues qué? ¡Haberla yo criado, 25
tomando tan exquisitas
precauciones, y con tanto
esmero, desde muy niña,
para casarme con ella,
cuando fuera grandecita; 30
trabajar, hace trece años,
en prepararla a ser mía;
cifrar en una esperanza
tan halagüeña mi dicha;
y ahora, que sazonado 35
el fruto, ya a cogerle iba,
vendrá el otro con sus manos
lavadas, porque a la chica
le ha petado su figura,
a dejarme frío! ¡Linda 40
cosa fuera, muy donosa!
No, amiguito, no en mis días.
O yo he de perder el nombre
que tengo, o todas sus miras
le han de salir al revés; 45
que no me ha de dar papilla,
como a los niños que maman,
ni hacerme objeto de risa.


Escena II


Un ESCRIBANO, DON LIBORIO.

ESCRIBANO
Aquí está; a buena hora vengo.
Tenga usted muy buenos días. 50
A otorgar esa escritura,
pues que corre tanta prisa,
soy venido.
DON LIBORIO
(Sin ver al ESCRIBANO, y creyendo que está solo.)
¿Cómo haré?
ESCRIBANO
¿Qué hay que hacer? Se formaliza
conforme a derecho.
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
Quiero
55
tomar muy bien mis medidas.
ESCRIBANO
Pues no se recele usted
que yo una cláusula escriba
que le perjudique.
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
Importa
cerrar bien a la malicia 60
todos los portillos.
ESCRIBANO
Basta
que yo el asunto dirija.
La dote que ella llevare,
antes que usted la reciba,
antecede tasación, 65
que hacen personas peritas,
que usted y la novia nombran;
y luego se formaliza
carta de pago y recibo.
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
Si la gente se malicia 70
algo, en todas las tertulias
seré el platillo de risa.
ESCRIBANO
Nadie tiene que saberlo,
si los testigos que firman
son hombres de bien, y callan. 75
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
¿Y qué he de hacer con la niña,
si me sucede un desmán?
ESCRIBANO
Por una ley de Partidas,
de la cuarta marital
heredará, si no es rica. 80
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
El mucho amor que le tengo
me saca de mis casillas.
ESCRIBANO
Pues dotarla en ese caso.
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
No atino, por vida mía,
de qué modo he de tratarla. 85
ESCRIBANO
Es disposición precisa
de nuestras leyes de Toro,
que a la mujer en Castilla
la décima de sus bienes
el marido a dar se ciña, 90
cuando más; pero esta ley
es muy fácil eludirla.
DON LIBORIO
(Lo mismo.)
Sí...
(Ve al ESCRIBANO, y se calla.)
ESCRIBANO
Los bienes gananciales
a ambos cónyuges se aplican
por igual, y es ley sentada 95
en los reinos de Castilla.
La donación propier nuptias...
DON LIBORIO
¿El qué?
ESCRIBANO
Es cosa muy distinta.
El cónyuge, que a su esposa
la tiene en mucha valía, 100
puede otorgarle escritura
de arras, y en ella se obliga
a darle de cuanto tiene
la décima; le da vistas,
esto es, joyas y preseas 105
que las leyes de Partidas
denominan donadíos;
ni tampoco se le quita
la facultad de donarle,
Causa mortis, lo que elija, 110
y de un modo irrevocable...
Parece que usted me mira...
¿No hablo conforme a derecho?
¿O vengo a que aquí me digan
mi obligación de escribano? 115
Pues, cierto, que no sabría
ahora lo que es la dote,
la largueza esponsalicia,
los bienes antifernales.
¿No sé que se comunican 120
los gananciales, constante
matrimonio, acá en Castilla,
y que compete el dominio
al marido mientras viva?
¿Ignoro que el usufructo 125
de los dotales se aplica
a cargas del matrimonio?
Por eso los administra
el marido, mientras...
DON LIBORIO
Dale.
¿Quién diablos a usted le quita 130
que lo sepa, ni a qué viene
ahora esa tarabilla?
ESCRIBANO
Usted, que está haciendo gestos,
como si fueran pamplinas
lo que digo.
DON LIBORIO
Lleve el diablo
135
al hombre y su letanía.
Agur; en estando solo
siga usted con su maldita
jerigonza hasta mañana.
ESCRIBANO
¿No me llamaron con prisa 140
a otorgar una escritura?
DON LIBORIO
Sí; pero será otro día,
que han ocurrido otras cosas.
Pues trae el hombre bonita
conversación para el lance. 145
ESCRIBANO
(Solo.)
Él ha de tener su pizca
de loco, si no me engaño.


Escena III


El ESCRIBANO, COSME, BLASA.

ESCRIBANO
(Yendo hacia COSME y BLASA, que salen.)
¿No es cierto que me quería
hablar el amo?
COSME
Seguro.
ESCRIBANO
Pues cuidado que le digan 150
ustedes, así que venga,
que es un sandio, con manías
de loco.
BLASA
Se lo diremos
sin falta.
COSME
Eso es cuenta mía.


Escena IV


DON LIBORIO, COSME, BLASA.

COSME
¡Señor!
DON LIBORIO
Venid acá, amigos
155
fieles, en quien se confían
mis designios; ya me han dado
de cuanto os debo noticias.
COSME
Dice el escribano...
DON LIBORIO
Deja
que lo que quisiere diga; 160
y tratemos de otras cosas
más urgentes. La malicia
quiere deshonrarme, y fuera
para vosotros mancilla
que vuestro amo sin honor 165
viviera; se mofaría
todo el mundo de vosotros;
y así, como mi desdicha
cogiera a los dos, conviene
que siempre estéis a la mira, 170
y que el mocito no pueda...
BLASA
Toma; eso es cosa sabida;
lo mismo que el Padre nuestro.
DON LIBORIO
Si os viene haciendo caricias,
no le escuchéis.
COSME
Ni por pienso.
175
BLASA
Pues a buen árbol se arrima.
DON LIBORIO
Si te dice; Cosme, amigo,
ten lástima, por tu vida,
de mi tormento.
COSME
No quiero.
DON LIBORIO
Bueno...
(A BLASA.)
Querida Blasita;
180
tú, que tienes una cara
tan bonitilla, tan linda...
BLASA
Noramala.
DON LIBORIO
Así va bien.
(A COSME.)
Cuando algo, Cosme, te pida
más de aquello que Dios mande. 185
COSME
¡Picarón!
DON LIBORIO
Bien, a fe mía.
(A BLASA.)
Blasa, mira que me muero,
si de mí no te lastimas.
BLASA
¡Desvergonzado, bribón!
DON LIBORIO
¡Qué bien dicho!
(A COSME.)
Cosme, mira
190
que yo no quiero que nadie,
sin que le pague, me sirva,
y que te he de premiar bien.
Ahí tienes cuatro doblitas
adelantadas; y tú, 195
Blasa, esa friolerilla
para feriarte un pañuelo.
(Ambos alargan la mano, y toman el dinero.)
No penséis que se limita
mi gratitud a tan poco.
Lo que ahora solicitan 200
mis ansias es ver al ama.
BLASA
(Empujándole.)
Fuera de aquí.
DON LIBORIO
Muy bien, hija.
COSME
(Lo mismo.)
A la calle.
DON LIBORIO
Bueno.
BLASA
(Lo mismo.)
Presto.
DON LIBORIO
Basta: tenéis bien sabida
la lección.
BLASA
Pues no; graciosa
205
condición gasta la niña.
¿Está a su gusto de usted?
DON LIBORIO
Menos el que se reciba
el dinero.
BLASA
Es una cosa
que siempre se nos olvida. 210
COSME
¿Empezamos otra vez?
DON LIBORIO
No; ya no se necesita.
Éntrense ustedes en casa.
COSME
Digo; si le parecía
a usted...
DON LIBORIO
Ya he dicho que no.
215
Cuidado con que a la mira
estéis; no quiero el dinero
que os he dado; mas de vista
nunca perdáis a Isabel,
ni dejéis entrar visitas. 220


Escena V


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
Para que no me la peguen,
el sastre de más arriba
quiero traerme al portal;
y ella no saldrá ni a misa,
si no es conmigo; y en casa 225
no me han de entrar amiguitas,
ni prenderas, ni mujeres
que vendan ricas basquiñas
de lance, buen chocolate
barato, o mantelería, 230
y con este achaque traigan
del cortejo la esquelita.
No; conmigo no hay emboque;
que tengo mucha malicia,
y he rodado por el mundo. 235
Mancebitos, los del día,
perro viejo todo es maulas;
conmigo no hay engañifas.


Escena VI


DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO
¡Cuánto celebro encontrarle
a usted! Es cosa de risa, 240
pero por poco me sale
cara, la que en esta misma
hora acaba de pasarme.
Me paré junto a la esquina,
cuando observo a su balcón 245
asomada Isabelita,
que estaba tomando el fresco;
me hace una seña; se esquiva,
y me abre por el postigo;
mas no estaba todavía 250
en su aposento con ella,
cuando el celoso con prisa
trepaba por la escalera.
En una tan repentina
desgracia, lo que ocurrió 255
más presto a la pobre niña
fue encerrarme en un armario.
Desde allí yo no le vía,
pero le oía dar pasos
descompasados; las sillas 260
tirarlas, dar de patadas
a un perrillo que le hacía
fiestas; dar grandes sollozos,
y romper hasta la china
que había en la rinconera 265
del retrete de la chica.
Sin duda que alguna cosa
ha averiguado este día
de la esquela de Isabel.
Después de escena tan linda, 270
sin hablar una palabra,
el gran bestia toma pipa,
y la muchacha asustada
me saca de mi garita,
y me manda que me vaya 275
al punto, por si volvía
el don Marcos; pero tengo
esta propia noche cita
en su cuarto; cuando esté
ya la gente recogida, 280
he de dar cinco palmadas,
que es la seña; Isabelita
abrirá el balcón, y yo
tengo escala prevenida,
y me subo a su aposento. 285
Amigo, tanta alegría
me tiene fuera de mí,
y rabiaba por decirla
a usted, que es tan buen amigo;
porque no es cumplida dicha 290
aquella que a los amigos
fieles no se comunica.
¿Qué tal? ¿Llevo en buen estado
mi amor? Pero estoy de prisa;
agur, que quiero poner 295
al punto las cosas listas.


Escena VII


DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO
¡Que así el influjo maligno
de mi estrella me persiga,
que ni respirar me deje!
Entrambos a dos se aplican 300
de tal manera a frustrar
de la vigilancia mía
los conatos, que es prodigio
que su intento no consigan.
¡Así yo, en mi edad madura, 305
seré escarnio de una niña
inocente, y de un rapaz
sin juïcio; yo que vía
desde el puerto los escollos,
donde otros maridos iban 310
a zozobrar, contemplando
la causa de sus desdichas;
que veinte años he pensado
en ver cómo encontraría
mujer, con quien no tuvieran 315
los mozalbetes cabida;
y que para conseguirlo
he tomado las medidas
más prudentes y acertadas!
Parece que la maligna 320
suerte del linaje humano
quiere que nadie se exima
de este fatal contratiempo;
pues que mi filosofía,
mi experiencia, mis profundas 325
meditaciones fallidas
vienen a salirme todas.
¡La senda que todos pisan
haberla dejado, y luego
cogerme la rueda misma 330
que a cuantos maridos andan
por el mundo! No en mis días;
no has de salir con la tuya,
aunque te empeñes, maldita
estrella. No; en mi poder 335
la chica está todavía.
Si ese diablo de mozuelo
de su corazón me priva,
veremos si lo demás
mi vigilancia le quita. 340
Esta noche, que él se piensa
pasarla en su compañía
alegremente, será
más negra que él imagina.
Por fin no es del todo malo, 345
que él mismo es el que me avisa
del riesgo que me amenaza,
y que tanto desatina,
que los favores que alcanza
de su propio rival fía. 350


Escena VIII


DON ANTONIO, DON LIBORIO.

DON ANTONIO
Pues ¿a qué hora cenaremos?
¿A las diez?
DON LIBORIO
¡Buena noticia!
Hombre, no ceno, que ayuno.
DON ANTONIO
Es muy graciosa salida.
DON LIBORIO
Déjeme usted, que me duele 355
la cabeza, y me fatiga
el hablar.
DON ANTONIO
¿Y el casamiento
no dijo usted que se hacía
mañana?
DON LIBORIO
Y cuando no se haga,
¿qué importa?
DON ANTONIO
¡Cómo se irrita
360
usted! Vamos; más sosiego.
¿Si acaso sucedería,
amigo, al amor de usted
cierta tribulacioncilla?
Apuesto a que es algo de eso. 365
El semblante así lo indica.
DON LIBORIO
Cuando hubiera sucedido,
nunca me parecería
a ciertos esposos mansos,
que lo toman todo a risa. 370
DON ANTONIO
Es cosa rara, compadre,
que haya dado en tal manía
hombre de tanto talento
como usted, y que su dicha
la cifre toda en un punto 375
que es de tan poca valía
para aquellos que las cosas
sin preocupación miran.
Se parece usted al héroe
que nuestro Cervantes pinta, 380
discreto en todos asuntos,
y que siempre desatina
cuando vienen a tocar
su negra caballería.
Ser un logrero, un bellaco, 385
un mandria es menos mancilla,
en el dictamen de usted,
que incurrir en tal desdicha.
Pero ¿por qué se figura
usted que mi honra se cifra 390
en que mi mujer se porte
bien? ¿De culpa, que no es mía,
por qué he de pagar la pena
yo? ¿No es palpable injusticia
que ella cometa el delito, 395
y sea yo a quien castigan?
Este desmán de un marido,
no sé por qué, usted le mira
como un espantable monstruo,
cuyo aspecto atemoriza; 400
no es tanto como usted piensa;
y, cuando bien se examina,
la cosa (sin pasión) es
indiferente en sí misma,
y todo el daño depende 405
del modo de recibirla.
La prudencia está en un medio;
quien los extremos evita,
obra con juïcio, y nunca
sirve de plato de risa. 410
Hay maridos majaderos,
que ellos propios preconizan
a los galanes que obsequian
a sus mujeres; los instan
para que las acompañen 415
en paseos y en visitas;
van con ellos al teatro;
a su mesa los convidan;
de suerte que con razón
todos los ridiculizan. 420
No apruebo yo esta conducta;
mas tampoco aprobaría
dar en el extremo opuesto
de otros maridos, que gritan
como frenéticos cuando 425
en algún renuncio pillan
a sus mujeres; de modo
que ellos son los que publican
su propia afrenta, y su saña
del mundo el escarnio excita. 430
De ambos extremos un hombre
de juïcio se desvía
igualmente; y, si el influjo
de su estrella le destina
la suerte de otros maridos, 435
con paciencia se resigna,
como a daño irremediable,
que con quejas no se alivia,
y que al contrario se agrava,
cuanto en él más se cavila; 440
de modo que el mayor mal,
aun más que en la cosa misma,
en el modo de tomarla,
a mi parecer, se cifra.
DON LIBORIO
Por sermón tan elocuente 445
debiera la cofradía
darle las gracias a usted,
y muchos se meterían
en el gremio, si le oyeran.
DON ANTONIO
Eso es cosa muy distinta 450
de lo que he dicho; un marido
que hace gala de que viva
su mujer a sus anchuras,
dije que me parecía
muy mal; pero, si la suerte 455
no se le muestra propicia,
haga como el que bien juega,
cuando los naipes le pintan
mal, y con su buena maña
el hado adverso corrija. 460
DON LIBORIO
Pues: comer, beber, dormir,
y sin dársele ni una higa.
DON ANTONIO
Cierto; y, para entre nosotros,
otras cosas me darían
mil veces más pesadumbre 465
que el azar, que atemoriza
a usted tanto; y si me dicen,
o que una mujer elija
que caiga en ciertas flaquezas,
o otra que esté en una riña 470
continua con su marido;
que alborote la familia
con sus gritos; los criados
cada día los despida;
y que, si lo llevo a mal, 475
con mucho fuero me diga,
que para eso es mujer fiel,
¿piensa usted que escogería
un demonio de esta especie?
Deje que se lo repita. 480
La paciencia de un marido
no es lo que usted se imagina,
que tiene sus cosas buenas.
DON LIBORIO
Pues no le tengo yo envidia
a quien goza esos contentos, 485
ni han de citarme en mi vida
como esposo cachazudo.
Primero que tal desdicha...
DON ANTONIO
¡El mundo da tales vueltas!
¡Ay, compadre! Nadie diga 490
de esta agua no beberé.
DON LIBORIO
¡Yo consentir!
DON ANTONIO
Pues sería
usted el primero; cierto.
¡Cuántos no se trocarían
por usted, ni por caudal 495
ni mérito, ni familia,
que lo llevan en paciencia!
DON LIBORIO
Pues yo tampoco querría
ser ellos, aunque me dieran
todo el oro de las Indias. 500
Vaya; mudemos de asunto,
que hablar de eso me fastidia.
DON ANTONIO
¿Se enfada usted? Ya sabremos
qué es lo que tanto le irrita.
Compadre, adiós; sepa usted, 505
aunque otra cosa le digan,
que el que más jura que nunca
será de la cofradía
hermano mayor a veces
suele ser andando días. 510
DON LIBORIO
Pues yo juro de no serlo,
aunque dos mil años viva;
y voy para precaverlo
al punto a tomar medidas.
(DON LIBORIO va con mucha prisa a llamar a su puerta.)


Escena IX


DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
Amigos; vosotros siempre 515
me dais pruebas repetidas
de cariño, y más que nunca
ahora se necesitan.
Si entrambos desempeñáis
bien el encargo que os fía 520
mi afecto, yo os daré paga
de tanto servicio digna.
El mozo, que ya sabéis,
intenta esta noche misma,
escalando los balcones, 525
al cuarto de Isabelita
entrarse, luego que se haya
recogido la familia.
Pero los tres estaremos
en vela; y cuando esté arriba, 530
ya en el postrer escalón,
silbo yo, y los dos aprisa
acudís, y a garrotazos
le magulláis las costillas,
y de modo que se quede 535
en la cama algunos días;
pero sin que me nombréis,
ni él pueda caer en malicia
de que soy yo quien lo mando.
¿Os atrevéis?
COSME
Esa es linda.
540
Para pegar garrotazos
ninguno mejor se pinta
que yo en todo mi lugar.
BLASA
¿Te parece que la mía
acaso es mano de lana? 545
¿Es grano de anís la chica?
DON LIBORIO
Pues adentro, y punto en boca.
(Solo.)
Si los maridos del día
le dieran a los galanes,
que a sus mujeres visitan 550
y regalan, semejantes
lecciones caritativas,
los cofrades de San Marcos
fueran menos a fe mía.




Acto V


Escena I


DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
Picarones, ¿qué habéis hecho?
COSME
Lo que usted nos ha mandado.
DON LIBORIO
Yo, lo que os mandé, bribones,
fue que le dierais de palos,
pero no que le matarais. 5
¡En qué apuro nos hallamos!
¡Un cadáver a la puerta!
¿Y si de este asesinato
nos acusan, qué diremos?
Volved a casa, y cuidado 10
con que a ninguno digáis
que yo la orden os he dado
de pegarle.
(Quedándose solo.)
¡Qué desgracia!
¿Qué he de hacer en tal fracaso?
¿Qué dirá su pobre padre 15
cuando sepa el desgraciado
lance? Pero ya amanece.
¿Qué puedo hacer? Discurramos.


Escena II


DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO
(Aparte.)
Sepamos qué ha sucedido.
DON LIBORIO
(Creyendo que está solo.)
¡Pensar...!
(Encontrándose con DON LEANDRO, sin conocerle.)
DON LEANDRO
¿Quién está parado
20
a esa esquina? ¿Es don Liborio?
DON LIBORIO
Sí. ¿Y quién es usted?
DON LEANDRO
Leandro.
A su casa de usted iba,
y para un lance apurado.
Temprano sale a la calle. 25
DON LIBORIO
(Aparte, bajo.)
Sin duda yo estoy soñando,
o es cosa de encantamento.
DON LEANDRO
He tenido muy mal rato,
y doy mil gracias al cielo
por haberme deparado 30
hallar a usted en un lance
que le necesito tanto.
Amigo; todo ha salido
mejor que hubiera acertado
a desearlo; rodada 35
se me ha venido a las manos
la dicha, y por un suceso,
que a pique de malograrlo
todo me puso. No sé
cómo, ni por dónde diablos 40
supo la cita el celoso.
Ello es que ya estaba en lo alto
de la escala, y a deshora
dos hombres con varapalos
se asoman; yo, con el susto, 45
pongo el pie en falso y me caigo;
y mi caída me libra
de llevar cien garrotazos.
Ellos, así que me vieron
en el suelo, imaginaron 50
que yo, en fuerza de sus golpes,
estaba en tierra postrado;
y, como el dolor me tuvo
sin sentido un largo rato,
creyeron que estaba muerto. 55
Con esto sobresaltados,
culpándose el uno al otro
del soñado asesinato,
sin luz, y con mucho tiento
a tocarme se llegaron, 60
a ver si estaba difunto.
Yo en este tiempo callando
y sin resollar me estaba;
tanto que ellos no dudaron
de mi muerte, y sin tardanza 65
se huyeron muy asustados.
Pues cuando yo me iba a casa,
Isabelita, temblando
de hallarme sin vida, llega,
que atenta había escuchado 70
lo que ellos entre sí hablaban,
y en medio del embarazo
y la confusión, se había
del aposento escapado.
No puedo explicar a usted 75
su júbilo, al verme sano.
En fin, la amable muchacha,
sólo a su amor escuchando,
ha resuelto no volver
a su casa, y de mi cargo 80
deja su felicidad.
Vea usted, amigo, cuánto
arriesgara su inocencia
si con dobleces y engaños
caminara yo; mas no; 85
que me tiene tan prendado
su candor, que antes muriera
que abandonarla, y que en vano
mi padre se enojaría,
que ya estoy determinado; 90
y he de casarme con ella
aunque me costara caro.
Además de que mi padre
siempre me ha querido; y cuando
no tenga ya otro remedio, 95
nunca es el león tan bravo
que no se amanse; por fin,
amigo mío, salgamos
del día; luego del tiempo
sabremos aprovecharnos. 100
Lo que quiero que usted haga
por mí, en el crítico caso
en que me encuentro, es que dé
a mi Isabelita amparo
sólo por uno o dos días, 105
mientras yo otro albergue le hallo,
donde pueda estar sin susto
escondida, por si acaso
su Cerbero hace pesquisas.
Además, que fuera extraño, 110
y lo murmuraran mucho,
si se quedara en el cuarto
de un mozo una jovencita.
Por eso es más acertado
que usted, como buen amigo, 115
tome esta niña a su cargo,
y, como bien le parezca,
que la ponga a buen recaudo.
De tan generoso amigo
fío servicio tamaño. 120
DON LIBORIO
Cuente usted, amigo mío,
con todo cuanto yo valgo.
DON LEANDRO
¿Con que me servirá usted
en lance tan apretado?
DON LIBORIO
Ya he dicho que sí, y no puede 125
el cielo darme más grato
momento en toda mi vida.
Jamás a nadie he sacado
de apuro con tanto gusto.
DON LEANDRO
Cierto que son muy contados 130
los amigos como usted.
Yo me temía que acaso
desechara usted mis ruegos;
mas veo que es un dechado
de indulgencia; ha visto mundo, 135
y no le causan espanto
las locuras de los mozos.
Ahí queda con un criado
en esa esquina.
DON LIBORIO
¿Y qué haremos?
Porque ya va haciendo claro, 140
y si la llevo conmigo,
pueden verme los criados,
y charlar; es más seguro
que a sitio más recatado
venga; aquella callejuela 145
ha de ser, si no me engaño,
buena; sí, que está algo oscura.
Pues, amigo, allí la aguardo.
DON LEANDRO
Es precaución muy prudente.
Luego la pongo en las manos 150
de usted, y me voy corriendo,
porque nadie entienda el caso.
DON LIBORIO
(Solo.)
De buena gana, fortuna,
perdono los malos ratos
que me has dado, pues te debo 155
tan inopinado hallazgo.
(Se emboza en su capa, tapándose la cara.)


Escena III


DOÑA ISABELITA, DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO
(A DOÑA ISABELITA.)
Va usted a parte segura;
no tenga ningún cuidado,
que es casa de mucha forma.
Vivir conmigo es echarlo 160
todo a perder; conque siga
a ese señor embozado.
DOÑA ISABELITA
(A DON LEANDRO.)
¿Y qué; me deja usted sola?
(DON LIBORIO la coge de la mano, sin que ella le conozca.)
DON LEANDRO
Si no es posible excusarlo.
DOÑA ISABELITA
¿Y volverá usted muy presto? 165
DON LEANDRO
Nunca, Isabelita, tanto
como desea mi amor.
DOÑA ISABELITA
No tengo sin usted rato
de gusto.
DON LEANDRO
Y yo sin mi amada
mal en todas partes me hallo. 170
DOÑA ISABELITA
No tanto como yo quiero
a usted.
(DON LIBORIO tira de ella.)
¡Ay que me hacen daño!
DON LEANDRO
Se aventura mucho, hermosa,
en que nos vean a entrambos
en este sitio; por eso 175
el amigo, en cuyas manos
a usted dejo, nos da priesa
para que de aquí salgamos.
DOÑA ISABELITA
¡Seguir a quien no conozco!
DON LEANDRO
Deseche usted esos vanos 180
temores, que es de fiar.
DOÑA ISABELITA
¿Y mejor con mi Leandro
no estuviera?
(A DON LIBORIO, que tira otra vez de ella.)
Espere usted.
DON LEANDRO
Agur, que va ya clareando.
DOÑA ISABELITA
¿Cuándo le he de ver a usted? 185
DON LEANDRO
Dentro de muy breve rato.
DOÑA ISABELITA
¡Dios mío, cuánto hasta entonces
el tiempo se me hará largo!
DON LEANDRO
(Yéndose.)
Gracias al cielo, que tengo
ya mi ventura en mis manos, 190
y puedo dormir ahora
sin susto ni sobresalto.


Escena IV


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIO
(Embozado, y fingiendo la voz.)
Venga usted; que no es ahí
su alojamiento; su cuarto
está puesto en otra parte 195
más segura; allí a recaudo
estará esa personita.
(Descubriéndose.)
¿Me conoces?
DOÑA ISABELITA
¡Ay!
DON LIBORIO
¿Te espanto
con mi vista? ¿No es verdad?
¡Ah bribona! ¿Te has quedado 200
helada, porque no puedes
seguir ya con tu Leandro
tus coloquios amorosos;
porque ves que se acabaron
los requiebros y ternezas? 205

(DOÑA ISABELITA mira, por si ve a DON LEANDRO.)

No mires a todos lados;
que está tu galán muy lejos,
para poder darte amparo.
¡Ah, ah, tan niña, y ya sabes
jugar con tal desenfado 210
semejantes morisquetas!
¡Preguntas si los muchachos
no se paren por la manga
de la camisa, y tu cuarto
abres de noche a los mozos, 215
y te vas con gran descaro,
sin que lo sienta la tierra,
con tu cortejo! ¿Quién diablos
te enseñó a decir requiebros,
que charlabas más que cuatro 220
con el mozalbete? Y, digo,
sin duda se te ha quitado
el miedo de los difuntos,
que andas de noche con tanto
aliento. ¡Picaronaza! 225
¡Cometer yerro tamaño,
y a mis muchos beneficios
corresponder con tal pago!
¡Serpiente, que yo abrigué
en mi pecho, y con ingrato 230
ánimo a su bienhechor
pica, luego que ha cobrado
vigor!
DOÑA ISABELITA
¿Por qué riñe usted?
DON LIBORIO
Pues cierto, que no es el caso
para alterarse.
DOÑA ISABELITA
No veo
235
que haya yo hecho nada malo.
DON LIBORIO
¿Conque no es acción infame
el irse con un muchacho?
DOÑA ISABELITA
Si es un hombre que pretende
darme de esposo la mano, 240
y usted me ha dicho que no era,
en casándose, pecado.
DON LIBORIO
Sí; pero yo te quería
para mi mujer; y claro
te lo he dicho varias veces. 245
DOÑA ISABELITA
Es cierto; pero, tratando
verdad, para mi marido
me acomoda más Leandro.
Usted pinta el casamiento
de modo que pone espanto, 250
y, cuando él habla de ser
yo su mujer, me da tanto
gusto, que siento en el alma
que no estemos ya casados.
DON LIBORIO
¡Pícara! Eso es que le quieres. 255
DOÑA ISABELITA
Mucho que le quiero.
DON LIBORIO
Alabo
la desvergüenza. ¿Y te atreves
en mi cara a confesarlo?
DOÑA ISABELITA
¿Pues no lo he de confesar,
si es la verdad?
DON LIBORIO
Buenos vamos.
260
¿Y por qué le quieres? Di.
DOÑA ISABELITA
¡Ay, señor! ¿Lo sé yo acaso?
Él solo tiene la culpa;
mi amor vino sin pensarlo.
DON LIBORIO
¿Y por qué no combatías 265
ese amor?
DOÑA ISABELITA
¿Qué viene al caso
combatir lo que da gusto?
DON LIBORIO
¿No sabías cuánto enfado
me dabas con ese amor?
DOÑA ISABELITA
No por cierto; ¿pues qué daño 270
a usted se le hace?
DON LIBORIO
Ninguno.
Debo darme con un canto
en los pechos.¿Conque tú
no me quieres? Dilo claro.
DOÑA ISABELITA
¿A usted?
DON LIBORIO
A mí.
DOÑA ISABELITA
¡Ay! No señor.
275
DON LIBORIO
¿Cómo no?
DOÑA ISABELITA
Si lo contrario
digo, miento.
DON LIBORIO
¿Y por qué no
me quieres, mujer o diablo?
DOÑA ISABELITA
¡Dios mío! ¿Tengo yo culpa?
¿Por qué usted, como Leandro, 280
no se hizo amar? Yo, a fe mía,
no se lo hubiera estorbado.
DON LIBORIO
Si siempre en que me quisieras
puse todo mi conato,
y no sé en qué ha consistido, 285
que no he podido lograrlo.
DOÑA ISABELITA
Sabrá más en la materia,
sin duda, el otro muchacho,
porque el hacerse querer
no le ha costado trabajo. 290
DON LIBORIO
(Aparte.)
Miren ustedes si sabe
discurrir con desparpajo
la bobita. ¿Una doctora
respondiera más al caso?
¡Ay, qué mal la conocía! 295
Sin duda alguna, en tratando
de estas cosas, una boba
sabe más que un varón sabio...
(A DOÑA ISABELITA.)
Puesto que tan bien discurres,
¿te he mantenido con tanto 300
lujo, a fin que coja el fruto
otro de todos mis gastos?
DOÑA ISABELITA
No, que piensa resarcirlo
todo, hasta el último ochavo.
DON LIBORIO
(Aparte.)
Me vuela con sus respuestas. 305
(En voz alta.)
Norabuena; ¿y los cuidados
que tu educación me cuesta,
con qué, dime, ha de pagarlos?
DOÑA ISABELITA
Si vale decir verdad,
no pienso que sean tantos. 310
DON LIBORIO
¿Pues no te he dado enseñanza?
DOÑA ISABELITA
Cierto que ha sido un milagro,
y que me puedo alabar
de lo que me han enseñado.
¿Piensa usted que, aunque tan niña, 315
en mi ignorancia no caigo?
Pues me da mucha vergüenza
de que, teniendo mis años,
sé tan poco; y, si yo puedo,
pronto saldré de este estado. 320
DON LIBORIO
¡Hola! Quieres ser doctora,
y que te instruya Leandro?
DOÑA ISABELITA
¿Por qué no? Lo que yo sé,
si puedo decir que sé algo,
¿quién, sino él, me lo enseñó? 325
De suerte que en tantos años
menos a usted he debido
que en tres días al muchacho.
DON LIBORIO
No sé cómo me contengo,
que no le pego un guantazo, 330
y de su maldita sorna
un bofetón bien vengado
me deja.
DOÑA ISABELITA
Bien puede usted,
si satisface su agravio
con pegarme.
DON LIBORIO
(Aparte.)
Esa mirada
335
y ese acento con mi enfado
acabaron ya, y mi amor
se olvida de todo cuanto
me ofendió. ¡Maldito amor!
¿Puede darse mayor flaco 340
que el querer bien? Las mujeres
son animales livianos,
frágiles, antojadizos;
sin cesar están fraguando
tretas para que los hombres 345
se den de veras al diablo;
en suma, son los peores
entes que Dios ha criado,
y nos morimos por ellas,
y gobernar nos dejamos 350
por sus cabezas al aire.
(A DOÑA ISABELITA.)
Esto se acabó ya; hagamos
las paces; yo te perdono,
picarilla, los agravios
que me has hecho, y mi cariño 355
te vuelvo, como antes; tanto
te quiero; tú, Isabelita,
también me querrás en pago.
¿No es así?
DOÑA ISABELITA
Con mucho gusto,
lo hiciera; pero es en vano 360
esforzarme, si no puedo.
DON LIBORIO
Sí podrás, monilla, vamos;
haz un esfuerzo. ¿No escuchas
este suspiro inflamado?
Mira qué tiernos que pongo 365
los ojos. ¿No ves qué guapo
que soy? Deja ese mocoso.
Sin duda el bribón te ha dado
algún hechizo; verás
qué buena vida pasamos 370
en matrimonio los dos.
Tendrás siempre barro a mano
para andar muy petimetra,
que es lo que te gusta tanto.
No te reñiré jamás, 375
aunque me gastaras cuanto
caudal tengo; todo el día
te estaré besuqueando
y haciendo mimos; por fin
verás que nunca regaño, 380
aunque tu conducta sea
tal... excuso hablar más claro.
(En voz baja, aparte.)
¡Hasta dónde una pasión
maldita puede arrastrarnos!
(Recio.)
Mi amor, en una palabra, 385
es tan grande, que me allano
a hacer cuanto tú quisieres.
¿Quieres experimentarlo,
ingrata? ¿Quieres que llore?
¿Quieres ver cómo me arranco 390
el pelo, cómo me doy
de golpes, cómo me mato?
Dime, crüel lo que quieres,
verás que al instante lo hago.
DOÑA ISABELITA
Todo lo que usted me dice 395
es gastar el tiempo en vano;
más hiciera solamente
con dos palabras Leandro.
DON LIBORIO
Esto ya pasa de raya;
pues me sigues provocando, 400
saldrás luego de Madrid;
en San Fernando te encajo;
veremos si allí te olvidas
de ese guapito muchacho.


Escena V


DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME.

COSME
Señor, no sé cómo ha sido; 405
pero, a mi ver, se ha marchado
el ama con el difunto.
Lo cierto es que faltan ambos.
DON LIBORIO
Aquí está; llévala a casa,
y enciérramela en un cuarto. 410
(Aparte.)
No la irá a buscar allí
el mocito acicalado;
y luego antes de dos horas
otro albergue le preparo
más seguro.
(A COSME.)
Echa la llave,
415
y mira bien que te encargo
que no la dejes ni un punto.
(Quedándose solo.)
Es muy factible que cuando
no le vea se le olvide
ese maldito Leandro. 420


Escena VI


DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO
¡Ah, sin mí estoy de pesar!
Señor don Liborio, el hado
me persigue; la beldad,
que con tantas veras amo,
me quieren quitar; mi padre 425
en este instante ha llegado
en posta, y viene a casarme,
sin haberme dicho el trato,
con la hija de don Enrique,
aquel poderoso indiano 430
por quien antes pregunté
a usted. Cuál mi sobresalto
puede ser, piénselo usted;
y, si en trance tan amargo
no encuentro quien me socorra, 435
ha de ser el postrer paso
de mi vida. Apenas supe
de mi desdicha el amago,
cuando, sin poder valerme,
por poco me da un desmayo. 440
En fin, oí que mi padre
estaba determinado
a venir a ver a usted,
y le gané por la mano.
Por Dios que no sepa nada, 445
del empeño en que yo me hallo,
y haga usted por disuadirle
de estas bodas, pues que tanto
influjo tiene con él.
DON LIBORIO
Ya entiendo.
DON LEANDRO
Si ahora alcanzo
450
que se dilaten, me basta.
Después...
DON LIBORIO
Pierda usted cuidado.
DON LEANDRO
Toda mi esperanza tengo
en usted.
DON LIBORIO
Ya.
DON LEANDRO
En este caso,
como de un padre, me fío 455
de usted... Pero ya han llegado.
Apártese aquí conmigo,
y óigame a solas un rato.


Escena VII


DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON LIBORIO.


DON LEANDRO y DON LIBORIO se retiran a una esquina del tablado, y hablan aparte.

DON ENRIQUE
(A DON ANTONIO.)
Al punto que le hube visto
a usted, dije que era hermano 460
de mi difunta mujer,
que se le parece tanto,
que no vi en toda mi vida
otro tan cabal retrato,
¡Cuánto siento que la muerte 465
me la hubiera arrebatado,
cuando ya estaban las cosas
dispuestas para embarcarnos,
y cuando el hado, que siempre
le había sido contrario, 470
le permitía volver
sin temor al suelo patrio,
y en el seno de los suyos
hallar alivio a sus largos
afanes! Pero el destino 475
fue con nosotros escaso
de tanta dicha; y así
sólo resta consolarnos
de su dolorosa falta
con la niña que ha dejado; 480
y aunque yo deba tener
a dicha que dé su mano
al hijo de tal amigo,
como es el señor don Pablo,
si usted no aprueba este enlace, 485
no se dará en él más paso,
DON ANTONIO
Fuera dar muestras de loco
repugnar a lo que tanto
aprecio merece.
DON LIBORIO
(Aparte a DON LEANDRO.)
Sí;
yo lo compondré.
DON LEANDRO
(Aparte a DON LIBORIO.)
Cuidado
490
con...
DON LIBORIO
(A DON LEANDRO, aparte.)
Nada recele usted.
(DON LIBORIO deja a DON LEANDRO para dar un abrazo a DON PABLO.)
DON PABLO
(A DON LIBORIO.)
¡Con cuánto gusto le abrazo
a usted!
DON LIBORIO
No es menor mi gozo.
DON PABLO
Vengo...
DON LIBORIO
Ya me han informado
de todo.
DON PABLO
¡Ya usted lo sabe!
495
DON LIBORIO
Sí.
DON PABLO
Me alegro.
DON LIBORIO
Don Leandro
a estas bodas se resiste,
y en secreto me ha rogado
que le disuadiera de ellas
a usted; pero yo, al contrario, 500
soy de dictamen que deben
acelerarse, y que el caso
exige imperiosamente
que usted, sin darle más plazo,
a su hijo case al momento, 505
que es perder a los muchachos
tolerar sus desvaríos.
DON LEANDRO
(Aparte.)
¡Bribón!
DON ANTONIO
Si él a dar la mano
a mi sobrina repugna,
no me parece acertado 510
apremiarle; y como yo
piensa sin duda mi hermano.
DON LIBORIO
¿Quiere usted que le gobierne
su hijo? Pues no fuera malo
que dispusiera el mocito, 515
y obedeciera el anciano;
sería el mundo al revés.
No, compadre, no; don Pablo
es amigo íntimo mío;
hace ya que nos tratamos 520
muchos años, y su honor
me interesa acaso tanto
como el mío; no se diga
que a su palabra ha faltado,
porque es su hijo un calavera, 525
y él no tuvo en este caso
la suficiente entereza.
DON PABLO
Bien dicho; no hay que dudarlo;
yo haré que mi hijo obedezca,
sea por fuerza o de grado. 530
DON ANTONIO
(A DON LIBORIO.)
No sé por qué en este asunto
toma usted cartas con tanto
calor, no siendo pariente.
DON LIBORIO
Yo me entiendo.
DON PABLO
Sí; estimamos,
señor don Liborio...
DON ANTONIO
No
535
quiere ser así llamado.
Vizconde del Atochal
se titula.
DON LIBORIO
No hace al caso.
DON LEANDRO
(Aparte.)
¡Qué escucho!
DON LIBORIO
(A DON LEANDRO.)
Sí, amigo mío;
de esa manera me llamo, 540
¿qué quería usted que hiciera?
DON LEANDRO
(Aparte.)
Vaya, está echado mi fallo.


Escena VIII


DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON LIBORIO, BLASA.

BLASA
Señor, si no acude usted,
se escapará de las manos
Isabel, sin ser posible 545
retenerla, que ya un salto
quiso dar por el balcón.
DON LIBORIO
Que venga aquí.

(Se va BLASA.)

(A DON LEANDRO.)
Yo me marcho
al lugar con ella al punto.
Amigo mío; en su caso 550
no hay más que tener paciencia,
y acordarse del adagio,
que hasta el fin nadie es dichoso.
DON LEANDRO
(Aparte.)
¿Hay hombre más desdichado?
Y todo por culpa mía. 555
DON LIBORIO
(A DON PABLO.)
Lo que hay que hacer es casarlos
cuanto antes; y mire usted
que soy de los convidados
a la boda.
DON PABLO
En eso estoy.


Escena IX


DOÑA ISABELITA, DON PABLO, DON ENRIQUE, DON ANTONIO, DON LIBORIO, DON LEANDRO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO
(A DOÑA ISABELITA.)
Venga aquí usted, niña, vamos. 560
¿Conque si no la detienen,
se echa del balcón abajo?
Aquí está su queridito.
Dígale adiós, que va largo
el que le vea otra vez. 565
(A DON LEANDRO.)
¿Cómo ha de ser? Es mal trago;
pero en amor hay sus quiebras,
y a veces lo que pensamos
suele salir al revés.
DOÑA ISABELITA
¿Qué, me abandona Leandro? 570
DON LEANDRO
Estoy mortal; este día
será de mi vida el plazo.
DON LIBORIO
Vamos, vamos, parlanchina.
DOÑA ISABELITA
No me he de mover un paso.
DON PABLO
¿Qué significa esta bulla? 575
En ayunas nos quedamos
todos.
DON LIBORIO
No es nada; otro día
lo explicaré más despacio.
Hasta más ver.
DON PABLO
¿Dónde va
usted? Espérese un rato. 580
DON LIBORIO
Haga usted el matrimonio
que le tengo aconsejado,
de su hijo, aunque él lo repugne.
DON PABLO
Sí, señor; en eso estamos.
¿Pero los que de estas bodas 585
habían a usted hablado,
no le dijeron también
que la novia, de que estamos
tratando, la tiene usted
en su casa ha muchos años; 590
que es la hija de don Enrique,
que de secreto contrajo
matrimonio con la hermana
de don Antonio? ¿Qué extraño
viaje es ese?
DON ANTONIO
Por cierto,
595
compadre, que es usted raro.
DON LIBORIO
¡Qué...!
DON ANTONIO
Don Enrique y mi hermana
de secreto se casaron,
y tuvieron esta niña,
que a la familia ocultaron. 600
DON PABLO
Y en un lugar se crió
con un apellido falso.
DON ANTONIO
Por calumnias a salir
de España se vio obligado.
DON PABLO
Y se marchó a Guatemala, 605
con mil peligros lidiando.
DON ANTONIO
Donde hizo mucho caudal,
y ha vuelto a su patria ufano.
DON PABLO
Y ha buscado a la aldeana,
que de su hija se hizo cargo. 610
DON ANTONIO
Que dice que se la dio
a usted hace muchos años.
DON PABLO
Y que usted por caridad
a la niña la ha criado.
DON ANTONIO
Y él, lleno el pecho de gozo, 615
la mujer a Madrid trajo.
DON PABLO
Que vendrá luego al instante
a ponerlo todo en claro.
DON ANTONIO
(A DON LIBORIO.)
Yo sospecho lo que tiene
a usted tan atosigado. 620
Pero dé gracias al cielo.
Si piensa que es mal tamaño
ser marido, y consentido,
el remedio está en su mano.
No se case el que no quiera 625
ser clïente de San Marcos.
DON LIBORIO
(Se va, fuera de sí, y sin poder articular palabra.)
¡Bú!


Escena X


DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DOÑA ISABELITA, DON LEANDRO.

DON PABLO
¿Por qué se va furioso?
DON LEANDRO
¡Padre! ¡Qué feliz acaso!
Las bodas que usted trataba,
las había de antemano 630
concluido ya el amor,
y nos habíamos dado
Isabel y yo de ser
esposos palabra y mano.
Por ella me resistía 635
a dar cumplimiento al trato
hecho ya con don Enrique.
La fortuna lo ha guiado
mejor.
DON ENRIQUE
Luego que la vi,
impulsos me estaban dando, 640
sin poderme contener,
de darle dos mil abrazos.
¡Hija de mi corazón!
DON ANTONIO
Este no es lugar, hermano,
para hacer esos extremos. 645
Bien cerca de casa estamos.
Vámonos, que allí podremos
sin escándalo abrazarnos
todos, y daremos gracias
a don Liborio de cuanto 650
hizo por Isabelita,
desde sus más tiernos años.






FIN


La escuela de los maridos MOLIERE









La escuela de los maridos
MOLIERE

PERSONAJES


DON GREGORIO
DON MANUEL
DOÑA ROSA
DOÑA LEONOR
JULIANA
DON ENRIQUE
COSME
UN COMISARIO
UN ESCRIBANO
UN LACAYO. No habla.
UN CRIADO. No habla.


La escena es en Madrid, en la plazuela de los Afligidos.


La primera casa a mano derecha, inmediata al proscenio, es la de DON GREGORIO, y la de enfrente, la de DON MANUEL. Al fin de la acera junto al foro está la de DON ENRIQUE, y al otro lado la del comisario. Habrá salidas de calle practicables, para salir y entrar los personajes de la comedia.


La acción empieza a las cinco de la tarde y acaba a las ocho de la noche.




ArribaAbajo
Acto I




Escena I


DON MANUEL, DON GREGORIO.


DON GREGORIO.- Y por último, señor Don Manuel, aunque usted es en efecto mi hermano mayor, yo no pienso seguir sus correcciones de usted ni sus ejemplos. Haré lo que guste, y nada más; y me va muy lindamente con hacerlo así.
DON MANUEL.- Ya; pero das lugar a que todos se burlen, y...
DON GREGORIO.- ¿Y quién se burla? Otros tan mentecatos como tú.
DON MANUEL.- Mil gracias por atención, señor Don Gregorio.
DON GREGORIO.- Y bien, ¿qué dicen esos graves censores?, ¿qué hallan en mí que merezca su desaprobación?
DON MANUEL.- Desaprueban la rusticidad de tu carácter; esa aspereza que te aparta del trato y los placeres honestos de la sociedad; esa extravagancia que te hace tan ridículo en cuanto piensas y dices y obras, y hasta en el modo de vestir te singulariza.
DON GREGORIO.- En eso tienen razón, y conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda; en no proponerme por modelo a los mocitos evaporados, casquivanos y pisaverdes. Si así lo hiciera, estoy bien seguro de que mi hermano mayor me lo aplaudiría; porque gracias a Dios, le veo acomodarse puntualmente a cuantas locuras adoptan los otros.
DON MANUEL.- ¡Es raro empeño el que has tomado de recordarme tan a menudo que soy viejo! Tan viejo soy, que te llevo dos años de ventaja; yo he cumplido cuarenta y cinco y tú cuarenta y tres; pero aunque los míos fuesen muchos más, ¿sería ésta una razón para que me culparas el ser tratable con las gentes, el tener buen humor, el gustar de vestirme con decencia, andar limpio y...? ¿Pues, qué? ¿La vejez nos condena, por ventura, a aborrecerlo todo; a no pensar en otra cosa que en la muerte? ¿O deberemos añadir a la deformidad que traen los años consigo, un desaliño y voluntario, una sordidez que repugne a cuantos nos vean, y sobre todo, un mal humor y un ceño que nadie pueda sufrir? Yo te aseguro que si no mudas de sistema, la pobre Rosita será poco feliz con un marido tan impertinente como tú, y que el matrimonio que la previenes será, tal vez, un origen de disgustos y de recíproco aborrecimiento, que...
DON GREGORIO.- La pobre Rosita vivirá más dichosa conmigo que su hermanita, la pobre Leonor, destinada a ser esposa de un caballero de tus prendas y de tu mérito. Cada uno procede y discurre como le parece, señor hermano... Las dos son huérfanas; su padre, amigo nuestro, nos dejó encargada al tiempo de su muerte la educación de entrambas, y previno que si andando el tiempo queríamos casarnos con ellas, desde luego aprobaba y bendecía esta unión; y en caso de no verificarse, esperaba que las buscaríamos una colocación proporcionada, fiándolo todo a nuestra honradez y a la mucha amistad que con él tuvimos. En efecto, nos dio sobre ellas la autoridad de tutor, de padre y esposo. Tú te encargaste de cuidar de Leonor y yo de Rosita; tú has enseñado a la tuya como has querido, y yo a la mía como me ha dado la gana. ¿Estamos?
DON MANUEL.- Sí; pero me parece a mí...
DON GREGORIO.- Lo que a mí me parece es que usted no ha sabido educar la suya; pero repito que cada cual puede hacer en esto lo que más le agrade. Tú consientes que la tuya sea despejada y libre y pizpireta: séalo en buen hora. Permites que tenga criadas y se deje servir como una señorita: lindamente. La das ensanches para pasearse por el lugar, ir a visitas y oír las dulzuras de tanto enamorado zascandil: muy bien hecho. Pero yo pretendo que la mía viva a mi gusto y no al suyo; que se ponga un juboncito de estameña; que no me gaste zapaticos de color, si no los días en que repican recio; que se esté quietecita en casa, como conviene a una doncella virtuosa; que acuda a todo; que barra, que limpie, y cuando haya concluido estas ocupaciones, me remiende la ropa y haga calceta. Esto es lo que quiero, y que nunca oiga las tiernas quejas de los mozalbetes antojadizos; que no hable con nadie, ni con el gato, sin tener escucha; que no salga de casa jamas, sin llevar escolta... La carne es frágil, señor mío, yo veo los trabajos que pasan otros, y puesto que ha de ser mi mujer, quiero asegurarme de su conducta, y no exponerme a aumentar el número de los maridos zanguangos.




Escena II


DOÑA LEONOR, DOÑA ROSA, JULIANA; las tres salen con mantilla y basquiña de casa de DON GREGORIO, y hablan inmediatas a la puerta. DON GREGORIO, DON MANUEL.


DOÑA LEONOR.- No te dé cuidado. Si te riñe, yo me encargo de responderle.
JULIANA.- ¡Siempre metida en un cuarto, sin ver la calle, ni poder hablar con persona humana! ¡Qué fastidio!
DOÑA LEONOR.- Mucha lástima tengo de ti.
DOÑA ROSA.- Milagro es que no me haya dejado debajo de llave, o me haya llevado consigo, que aún es peor.
JULIANA.- Le echaría yo más alto que...
DON GREGORIO.- ¡Oiga! ¿Y adónde van ustedes, niñas?
DOÑA LEONOR.- La he dicho a Rosita que se venga conmigo, para que se esparza un poco. Saldremos por aquí por la puerta de San Bernardino, y entraremos por la de Foncarral. Don Manuel nos hará el gusto de acompañarnos...
DON MANUEL.- Sí, por cierto, vamos allá.
DOÑA LEONOR.- Y, mire usted; yo me quedo a merendar en casa de Doña Beatriz... Me ha dicho tantas veces que por qué no llevo a ésta por allá, que ya no sé qué decirla, conque, si usted quiere, irá conmigo esta tarde: merendaremos, nos divertiremos un rato por el jardín y al anochecer estamos de vuelta.
DON GREGORIO.- Usted (A DOÑA LEONOR, a JULIANA, a DON MANUEL y a DOÑA ROSA, según lo indica el diálogo.) puede irse adonde guste; usted puede ir con ella... Tal para cual. Usted puede acompañarlas, si lo tiene a bien; y usted a casa.
DON MANUEL.- Pero, hermano, déjalas que se diviertan y que...
DON GREGORIO.- A más ver. (Coge del brazo a DOÑA ROSA, haciendo ademán de entrarse con ella en su casa.)
DON MANUEL.- La juventud necesita...
DON GREGORIO.- La juventud es loca, y la vejez es loca también, muchas veces.
DON MANUEL.- ¿Pero, hay algún inconveniente en que se vaya con su hermana?
DON GREGORIO.- No, ninguno; pero conmigo está mucho mejor.
DON MANUEL.- Considera que...
DON GREGORIO.- Considero que debe hacer lo que yo la mande, y considero que me interesa mucho su conducta.
DON MANUEL.- Pero, ¿piensas tú que me será indiferente a mí la de su hermana?
JULIANA.- (Aparte.) ¡Tuerto maldito!
DOÑA ROSA.- No creo que tiene usted motivo ninguno para...
DON GREGORIO.- Usted calle, señorita, que ya la explicaré yo a usted si es bien hecho querer salir de casa, sin que yo se lo proponga; y la lleve, y la traiga, y la cuide.
DOÑA LEONOR.- Pero, ¿qué quiere usted decir con eso?
DON GREGORIO.- Señora Doña Leonor, con usted no va nada. Usted es una doncella muy prudente. No hablo con usted.
DOÑA LEONOR.- Pero, ¿piensa usted que mi hermana estará mal en mi compañía?
DON GREGORIO.- ¡Oh, qué apurar! (Suelta el brazo de DOÑA ROSA y se acerca adonde están los demás.) No estará muy bien, no señora; y hablando en plata, las visitas que usted la hace me agradan poco; y el mayor favor que usted puede hacerme es el de no volver por acá.
DOÑA LEONOR.- Mire usted, señor Don Gregorio, usando con usted de la misma franqueza, le digo que yo no sé cómo ella tomará semejantes procedimientos, pero bien adivino el efecto que haría en mí, una desconfianza tan injusta. Mi hermana es, pero dejaría de tener mi sangre, si fuesen capaces de inspirarla amor esos modales feroces y esa opresión en que usted la tiene.
JULIANA.- Y dice bien. Todos esos cuidados son cosa insufrible. ¡Encerrar de esa manera a las mujeres! Pues qué, ¿estamos entre turcos? Que dicen que las tienen allá como esclavas, y que por eso son malditos de Dios. ¡Vaya que nuestro honor debe ser cosa bien quebradiza, si tanto afán se necesita para conservarle! Y, ¿qué piensa usted, que todas esas precauciones pueden estorbarnos el hacer nuestra santísima voluntad? Pues no lo crea usted; y al hombre más ladino le volvemos tarumba cuando se nos pone en la cabeza burlarle y confundirle. Ese encerramiento y esas centinelas son ilusiones de locos, y lo más seguro es fiarse de nosotras. El que nos oprime a grandísimo peligro se expone; nuestro honor se guarda a sí mismo; y el que tanto se afana en cuidar de él, no hace otra cosa que despertarnos el apetito. Yo, de mí sé decir, que si me tocara en suerte un marido tan caviloso como usted y tan desconfiado, por el nombre que tengo, que me las había de pagar.
DON GREGORIO.- Mira la buena enseñanza que das a tu familia, ¡ves! ¡Y lo sufres con tanta paciencia!
DON MANUEL.- En lo que ha dicho no hallo motivos de enfadarme, sino de reír; y bien considerado no la falta razón. Su sexo necesita un poco de libertad, Gregorio, y el rigor excesivo no es a propósito para contenerle. La virtud de las esposas y de las doncellas no se debe ni a la vigilancia más suspicaz, ni a las celosías, ni a los cerrojos. Bien poco estimable sería una mujer, si solo fuese honesta por necesidad y no por elección. En vano queremos dirigir su conducta, si antes de todo no procuramos merecer su confianza y su cariño. Yo te aseguro que a pesar de todas las precauciones imaginables, siempre temería que peligrase mi honor en manos de una persona a quien sólo faltase la ocasión de ofenderme si por otra parte la sobraban los deseos.
DON GREGORIO.- Todo eso que dices no vale nada. (JULIANA se acerca a DOÑA ROSA que estará algo apartada. DON GREGORIO lo advierte, la mira con enojo y JULIANA vuelve a retirarse.)
DON MANUEL.- Será lo que tú quieras... Pero insisto en que es menester instruir a la juventud con la risa en los labios; reprehender sus defectos con grandísima dulzura, y hacerla que ame la virtud, no que a su nombre se atemorice. Estas máximas he seguido en la educación de Leonor. Nunca he mirado como delito sus desahogos inocentes; nunca me he negado a complacer aquellas inclinaciones, que son propias de la primera edad, y te aseguro que hasta ahora no me ha dado motivos de arrepentirme. La he permitido que vaya a concurrencias, a diversiones; que baile, que frecuente los teatros, porque en mi opinión (suponiendo siempre los buenos principios) no hay cosa que más contribuya a rectificar el juicio de los jóvenes. Y a la verdad, si hemos de vivir en el mundo, la escuela del mundo instruye mejor que los libros más doctos. Su padre dispuso que fuera mi mujer, pero estoy bien lejos de tiranizarla, para ninguna cosa la daré mayor libertad que para esta resolución porque no debo olvidarme de la diferencia que hay entre sus años y los míos. Más quiero verla ajena, que poseerla a costa de la menor repugnancia suya.
DON GREGORIO.- ¡Qué blandura! ¡Qué suavidad! Todo es miel y almíbar... Pero, permítame usted que le diga, señor hermano: que cuando se ha concedido en los primeros años demasiada holgura a una niña, es muy difícil o acaso imposible el sujetarla después, y que se verá usted sumamente embrollado, cuando su pupila sea ya su mujer, y por consecuencia tenga que mudar de vida y costumbres.
DON MANUEL.- Y, ¿por qué ha de hacerse esa mudanza?
DON GREGORIO.- ¿Por qué?
DON MANUEL.- Sí.
DON GREGORIO.- No sé. Si usted no lo alcanza, yo no lo sé tampoco.
DON MANUEL.- ¿Pues hay algo en eso contra la estimación?
DON GREGORIO.- ¡Calle! ¿Conque si usted se casa con ella, la dejará vivir en la misma santa libertad que ha tenido hasta ahora?
DON MANUEL.- ¿Y por qué no?
DON GREGORIO.- ¿Y consentirá que gaste blondas, y cintas, y flores, y abaniquitos de anteojo, y...
DON MANUEL.- Sin duda.
DON GREGORIO.- ¿Y que vaya al prado y a la comedia con otras cabecillas, y habrá simoníaco y merienda en el río y...?
DON MANUEL.- Cuando ella quiera.
DON GREGORIO.- ¿Y tendrá usted conversación en casa, chocolate, lotería, baile, fortepiano y coplitas italianas?
DON MANUEL.- Preciso.
DON GREGORIO.- ¿Y la señorita oirá las impertinencias de tanto galán amartelado?
DON MANUEL.- Si no es sorda.
DON GREGORIO.- ¿Y usted callará a todo, y lo verá con ánimo tranquilo?
DON MANUEL.- Pues ya se supone.
DON GREGORIO.- Quítate de ahí, que eres un loco... Vaya usted adentro, niña; usted no debe asistir a pláticas tan indecentes. (Hace entrar en su casa a DOÑA ROSA apresuradamente, cierra la puerta y se pasea colérico por el teatro.)




Escena III


DON MANUEL, DON GREGORIO, DOÑA LEONOR, JULIANA.


DON MANUEL.- Ya te lo he dicho. La que sea mi esposa vivirá conmigo en libertad honesta; la trataré bien, haré estimación de ella, y probablemente corresponderá como debe a este amor y a esta confianza.
DON GREGORIO.- ¡Oh! Qué gusto he de tener cuando la tal esposa le...
DON MANUEL.- ¿Qué?... Vamos, acaba de decirlo.
DON GREGORIO.- ¡Qué gusto ha de ser para mí!
DON MANUEL.- Yo ignoro cuál será mi suerte; pero creo que si no te sucede a ti el chasco pesado que me pronosticas, no será ciertamente por no haber hecho de tu parte cuantas diligencias son necesarias para que suceda.
DON GREGORIO.- Sí, ríe, búrlate. Ya llegará la mía, y veremos entonces cuál de los dos tiene más gana de reír.
DOÑA LEONOR.- Yo le aseguro del peligro con que usted le amenaza, señor Don Gregorio, y desprecio la infame sospecha que usted se atreve a suscitar delante de mí. Yo lo prometo, si llega el caso de que este matrimonio se verifique, que su honor no padezca, porque me estimo a mi propia en mucho; pero si usted hubiera de ser mi marido, en verdad que no me atrevería a decir otro tanto.
JULIANA.- Realmente es cargo de conciencia con los que nos tratan bien y hacen confianza de nosotras; pero con hombres como usted, pan bendito.
DON GREGORIO.- Vaya enhoramala, habladora, desvergonzada, insolente.
DON MANUEL.- Tú tienes la culpa de que ella hable así... Vamos Leonor. Allá te dejaré con tus amigas y yo me volveré a despachar el correo.
DOÑA LEONOR.- Pero, ¿no irá usted por mí?
DON MANUEL.- ¿Qué sé yo? Si no he ido al anochecer, el criado de Doña Beatriz puede acompañaros. Adiós, Gregorio. Conque, quedamos en que es menester mudar de humor, y en que esto de encerrar a las mujeres es mucho desatino. Soy criado de usted. (DON MANUEL y las dos mujeres se van por una de las calles.)
DON GREGORIO.- Yo no soy criado de usted. Vaya usted con Dios.




Escena IV


DON GREGORIO.- Dios los cría y ellos se juntan... ¡Qué familia! Un hombre maduro, empeñado en vivir como un mancebito de primera tijera, una solterita desenfadada, y mujer de mundo, unos criados sin vergüenza, ni... No, la prudencia misma no bastaría a corregir los desórdenes de semejante casa... Lo peor es que Rosita no aprenderá cosa buena con estos ejemplos, y tal vez pudieran malograrse las ideas de recogimiento y virtud que he sabido inspirarla... Pondremos remedio... Muy buena es la plazuela de Afligidos; pero en Griñon estará mejor. Sí, cuanto antes; y allí volverá a divertirse con sus lechugas y sus gallinitas.




Escena V
DON ENRIQUE, COSME, salen los dos de la casa de DON ENRIQUE y observan a DON GREGORIO, que estará distante.


COSME.- ¿Es él?
DON ENRIQUE.- Sí, él es; el cruel tutor de la hermosa prisionera que adoro.
DON GREGORIO.- Pero, ¡no es cosa de aturdirse al ver la corrupción actual de las costumbres!...
DON ENRIQUE.- Quisiera vencer mi repugnancia; hablar con él, y ver si logro de alguna manera introducirme.
DON GREGORIO.- En vez de aquella severidad que caracterizaba la honradez antigua, (Se acerca un poco DON ENRIQUE por el lado derecho de DON GREGORIO y le hace cortesía.) no vemos en nuestra juventud sino excesos de inobediencia, libertinaje y...
DON ENRIQUE.- Pero, ¿este hombre no ve?
COSME.- ¡Ay! Es verdad. Ya no me acordaba. Si éste es el lado del ojo huero. Vamos por el otro. (Hace que DON ENRIQUE pase por detrás de DON GREGORIO al lado opuesto.)
DON GREGORIO.- No, no, no... Es preciso salir de aquí. Mi permanencia en la corte no pudiera menos de... (Estornuda y se suena.)
DON ENRIQUE.- No hay remedio; yo quiero introducirme con él.
DON GREGORIO.- ¿Eh? (Se vuelve hacia el lado derecho, y no viendo a nadie prosigue su discurso.) Pensé que hablaban... A lo menos en un lugar, bendito Dios, no se ven estas locuras de por aquí.
COSME.- Acérquese usted.
DON GREGORIO.- ¿Quién va? (Vuelve por el lado derecho, se rasca la oreja, y al concluir una vuelta entera repara en DON ENRIQUE, que le hace cortesías con el sombrero. DON GREGORIO se aparta y DON ENRIQUE se le va acercando.) Las orejas me zumban... Allí todas las diversiones de las muchachas se reducen a... ¿Es a mí?
COSME.- Ánimo.
DON GREGORIO.- Allí ninguno de estos barbilindos viene con sus... ¡Qué diablos!... ¡Dale!... ¡Vaya que el hombre es atento!
DON ENRIQUE.- Mucho sentiría, caballero, haberle distraído a usted de sus meditaciones.
DON GREGORIO.- En efecto.
DON ENRIQUE.- Pero la oportunidad de conocer a usted que ahora se me presenta es para mí una fortuna, una satisfacción tan apetecible, que no he podido resistir al deseo de saludarle...
DON GREGORIO.- Bien.
DON ENRIQUE.- Y de manifestarle a usted con la mayor sinceridad, cuánto celebraría poderme ocupar en servicio suyo.
DON GREGORIO.- Lo estimo.
DON ENRIQUE.- Tengo la dicha de ser vecino de usted, en lo cual debo estar muy agradecido a mi suerte, que me proporciona...
DON GREGORIO.- Muy bien.
DON ENRIQUE.- Y, ¿sabe usted las noticias que hoy tenemos? En la corte aseguran, como cosa muy positiva...
DON GREGORIO.- ¿Qué me importa?
DON ENRIQUE.- Ya; pero a veces tiene uno curiosidad de saber novedades y...
DON GREGORIO.- ¡Eh!
DON ENRIQUE.- Realmente, (Después de una larga pausa prosigue DON ENRIQUE. Se para, deseando que DON GREGORIO le conteste, y viendo que no lo hace, sigue hablando.) Madrid es un pueblo en que se disfrutan más comodidades y diversiones que en otra parte... Las provincias en comparación de esto... Ya se ve, ¡aquella soledad, aquella monotonía!... ¿Y usted en qué pasa el tiempo?
DON GREGORIO.- En mis negocios.
DON ENRIQUE.- Sí; pero el ánimo necesita descanso, y a las veces se rinde por la demasiada aplicación a los asuntos graves... Y de noche, antes de recogerse, ¿qué hace usted?
DON GREGORIO.- Lo que me da la gana.
DON ENRIQUE.- Muy bien dicho. La respuesta es exactísima y desde luego se echa de ver su prudencia de usted en no querer hacer cosa que no sea muy de su agrado. Cierto que... Yo, si usted no estuviese muy ocupado, pasarla, así, algunas noches a su casa de usted y...
DON GREGORIO.- Agur. (Atraviesa por entre los dos, se entra en su casa y cierra.)




Escena VI


DON ENRIQUE, COSME.


DON ENRIQUE.- ¿Qué te parece, Cosme? ¿Ves, qué hombre éste?
COSME.- Asperillo es de condición y amargo de respuestas.
DON ENRIQUE.- ¡Ah!, ¡yo me desespero!
COSME.- Y, ¿por qué?
DON ENRIQUE.- ¿Eso me preguntas? Porque veo sin libertad a la prenda que más estimo; en poder de ese bárbaro, de ese dragón vigilante, que la guarda y la oprime.
COSME.- Auto en favor. Eso que a usted le apesadumbra, debiera hacerle concebir mayor esperanza. Sepa usted señor Don Enrique, para que se tranquilice y se consuele, que una mujer a quien celan y guardan mucho, está ya medio conquistada; y que el mal humor de los maridos y de los padres no hace otra cosa que adelantar las pretensiones del galán. Yo no soy enamoradizo, ni entiendo de esos filis; pero muchas veces oí decir a algunos de mis amos anteriores (corsarios de profesión) que no había para ellos mayor gusto que el de hallarse con uno de estos maridos fastidiosos, groseros, regañones, atisbadores, impertinentes, cavilosos, coléricos, que armados con la autoridad de maridos, a vista de los amantes de su mujer, la martirizan y la desesperan. ¿Y qué sucede? Lo que es natural, naturalísimo. Que el tímido caballero, animándose al ver el justo resentimiento de la señora por los ultrajes que ha padecido, se lastima de su situación, la consuela, la acaricia, la arrulla, y ella como es regular se lo agradece y... En fin, se adelanta camino. Créame usted, la aspereza del consabido tutor, le facilitará a usted los medios de enamorar a la pupila.
DON ENRIQUE.- ¿Qué facilidades me propones, cuando sabes que hace ya tres meses que suspiro en vano? Ganado el pleito, por el cual emprendí mi viaje de Córdoba a Madrid, entretengo con dilaciones a mi buen padre, impaciente de verme huyo del trato de mis amigos, de las muchas distracciones que ofrece la corte, me vengo a vivir a este barrio solitario, para estar cerca de Doña Rosita, y tener ocasiones de hablarla, y hasta ahora mi desdicha ha sido tan grande, que no lo he podido conseguir.
COSME.- Dicen que amor es invencionero y astuto; pero no me parece a mí que usted pone toda la diligencia que pide el caso, ni que discurre arbitrios para...
DON ENRIQUE.- ¿Y qué he de hacer yo, si la casa está cerrada siempre como un castillo? ¿Si no hay dentro de ella, criado ni criada alguna, de quien poder valerme? ¿Si nunca sale por esa puerta, sin ir acompañada de su feroz alcaide?
COSME.- ¿De suerte que ella todavía no sabe que usted la quiere?
DON ENRIQUE.- No sé qué decirte. Bien me ha visto que la sigo a todas partes y que me recato de que su tutor repare en mí. Cuando la lleva a misa, a San Marcos, allí estoy yo; si alguna vez se va a pasear con ella hacia la florida, al cementerio, o al camino de Maudes, siempre la he seguido a lo lejos. Cuando he podido acercarme, bien he procurado que lea en mis ojos lo que padece mi corazón; pero, ¿quién sabe si ella ha comprendido este idioma, y si agradece mi amor, o le desestima?
COSME.- A la fe que el tal lenguaje es un poco oscuro, si no te acompañan las palabras o las letras.
DON ENRIQUE.- No sé qué hacer para salir de esta inquietud, y averiguar si me ha entendido, y conoce lo que la quiero... Discurre tú algún arbitrio...
COSME.- Sí, discurramos.
DON ENRIQUE.- A ver si se puede...
COSME.- Ya lo entiendo; pero aquí no estamos bien. A casa.
DON ENRIQUE.- Pues, ¿qué importa que...?
COSME.- No ve usted que si el amigo estuviese ahí detrás de las persianas, avizorándonos con el ojo que le sobra... No, no, a casa... Y despacito, como que...
DON ENRIQUE.- Sí, dices bien. (Vanse los dos, encaminándose lentamente a casa de DON ENRIQUE.)




ArribaAbajo
Acto II




Escena I


Sale DON MANUEL por una de las calles, llega a su casa, tira de la campanilla; después de una breve pausa se abre la puerta, entra y queda cerrada como antes.


DON MANUEL.- Abre.




Escena II


DON GREGORIO, DOÑA ROSA. Salen los dos de casa de DON GREGORIO.


DON GREGORIO.- Bien; vete, que ya sé la casa; y aun por las señas que me das, también caigo en quien es el sujeto. (Se aparta un poco de DOÑA ROSA y vuelve después.)
DOÑA ROSA.- ¡Oh!, ¡favorezca la suerte los ardides que me inspira un inocente amor!
DON GREGORIO.- ¿No dices que has oído que se llama Don Enrique?
DOÑA ROSA.- Sí, Don Enrique.
DON GREGORIO.- Pues bien, tranquilízate. Vete adentro y déjame, que yo estaré con ese aturdido, y le diré lo que hace al caso. (Vuelve a apartarse, y se queda pensativo. Entretanto DOÑA ROSA se entra y cierra la puerta. DON GREGORIO llama a la de DON ENRIQUE.)
DOÑA ROSA.- Para una doncella, demasiado atrevimiento es éste... Pero, ¿qué persona de juicio se negará a disculparme, si considera el injusto rigor que padezco?
DON GREGORIO.- No perdamos tiempo... ¡Ah, de casa!... Gente de paz... Ya no me admiro de que el dichoso vecinito se me viniese haciendo tantas reverencias; pero yo le haré ver que su proyecto insensato no le...




Escena III


COSME, DON GREGORIO, DON ENRIQUE.


DON GREGORIO.- Qué bruto de... (Al salir COSME, da un gran tropezón con DON GREGORIO.) ¡No ve usted qué modo de salir!... ¡Por poco no me hace desnucar el bárbaro! (Mientras DON GREGORIO busca y limpia el sombrero que ha caído por el suelo, sale DON ENRIQUE, y durante la escena le trata con afectado cumplimiento, lo cual va impacientando progresivamente a DON GREGORIO.)
DON ENRIQUE.- Caballero, siento mucho que...
DON GREGORIO.- ¡Ah! Precisamente es usted el que busco.
DON ENRIQUE.- ¿A mí, señor?
DON GREGORIO.- Sí, por cierto... ¿No se llama usted Don Enrique?
DON ENRIQUE.- Para servir a usted.
DON GREGORIO.- Para servir a Dios... Pues, señor, si usted lo permite, yo tengo que hablarle.
DON ENRIQUE.- ¿Será tanta mi felicidad que pueda complacerle a usted en algo?
DON GREGORIO.- No, al contrario; yo soy el que trato de hacerle a usted un obsequio y por eso me he tomado la libertad de venir a buscarle.
DON ENRIQUE.- ¿Y usted venía a mi casa con ese intento?
DON GREGORIO.- Sí señor... ¿Y qué hay en eso de particular?
DON ENRIQUE.- ¿Pues no quiere usted que me admire? Y que envanecido con el honor de que...
DON GREGORIO.- Dejémonos ahora de honores y de envanecimientos... Vamos al caso.
DON ENRIQUE.- Pero, tómese usted la molestia de pasar adelante.
DON GREGORIO.- No hay para qué.
DON ENRIQUE.- Sí, sí, usted me hará este favor.
DON GREGORIO.- No, por cierto. Aquí estoy muy bien.
DON ENRIQUE.- ¡Oh! No es cortesía permitir que usted...
DON GREGORIO.- Pues yo le digo a usted que no quiero moverme.
DON ENRIQUE.- Será lo que usted guste. Cosme, volando, baja un taburete para el vecino. (COSME se encamina a la puerta de su casa para buscar el taburete, después se detiene dudando lo que ha de hacer.)
DON GREGORIO.- Pero si de pie le puedo a usted decir lo que...
DON ENRIQUE.- ¿De pie? ¡Oh! ¡No se trata de eso!
DON GREGORIO.- ¡Vaya, que el hombre me mortifica en forma!
COSME.- ¿Le traigo o le dejo? ¿Qué he de hacer?
DON GREGORIO.- No le traiga usted.
DON ENRIQUE.- Pero sería una desatención indisculpable...
DON GREGORIO.- Hombre, más desatención es no querer oír a quién tiene que hablar con usted.
DON ENRIQUE.- Ya oigo. (DON ENRIQUE hace ademán de ponerse el sombrero, pero al ver que DON GREGORIO le tiene aún en la mano, queda descubierto, le hace insinuaciones de que se le ponga primero. DON GREGORIO se impacienta y al fin se le ponen los dos.)
DON GREGORIO.- Así me gusta... Por Dios, dejémonos de ceremonias, que ya me... ¿Quiere usted oírme?
DON ENRIQUE.- Sí por cierto; con muchísimo gusto.
DON GREGORIO.- Dígame usted... ¿Sabe usted que yo soy tutor de una joven muy bien parecida, que vive en aquella casa de las persianas verdes y se llamó Doña Rosita?
DON ENRIQUE.- Sí, señor.
DON GREGORIO.- Pues bien; si usted lo sabe no hay para qué decírselo... ¿Y sabe usted que siendo muy de mi gusto esta niña, me interesa mucho su persona; aun más que por el pupilaje, por estar destinada al honor de ser mi mujer?
DON ENRIQUE.- No sabía eso. (Con sorpresa y sentimiento.)
DON GREGORIO.- Pues yo se lo digo a usted. Y además, le digo que si usted gusta, no trate de galanteármela y la deje en paz.
DON ENRIQUE.- ¿Quién?... ¡Yo, señor!
DON GREGORIO.- Sí, usted. No andemos ahora con disimulos.
DON ENRIQUE.- Pero, ¿quién le ha dicho a usted que yo esté enamorado de esa señorita?
DON GREGORIO.- Personas a quienes se puede dar entera fe y crédito.
DON ENRIQUE.- Pero, repito que...
DON GREGORIO.- ¡Dale!... Ella misma.
DON ENRIQUE.- ¿Ella? (Se admira y manifiesta particular interés en saber lo restante.)
DON GREGORIO.- Ella. ¿No le parece a usted que basta? Como es una muchacha muy honrada, y que me quiere bien desde su edad más tierna, acaba de hacerme relación de todo lo que pasa. Y me encarga además, que le advierta a usted que ha entendido muy bien lo que usted quiere decirla con sus miradas, desde que ha dado en la flor de seguirla los pasos; que no ignora sus deseos de usted, pero que esta conducta la ofende, y que es inútil que usted se obstine en manifestarla una pasión, tan repugnante al cariño que a mí me profesa.
DON ENRIQUE.- ¿Y dice usted que es ella misma la que le ha encargado...?
DON GREGORIO.- Sí señor, ella misma, la que me hace venir a darle a usted este consejo saludable. Y a decirle que habiendo penetrado desde luego sus intenciones de usted le hubiera dado este aviso mucho tiempo antes, si hubiese tenido alguna persona de quien fiar tan delicada comisión; pero que viéndose ya apurada y sin otro recurso, ha querido valerse de mí para que cuanto antes sepa usted que basta ya de guiñaduras; que su corazón todo es mío; y que si tiene usted un tantico de prudencia, es de esperar que dirigirá sus miras hacia otra parte. Adiós, hasta la vista. No tengo otra cosa que advertir a usted. (Se aparta de ellos, adelantándose hacia el proscenio.)
DON ENRIQUE.- Y bien, Cosme, ¿qué me dices de esto?
COSME.- Que no le debe dar a usted pesadumbre; que alguna maraña hay oculta; y sobre todo, que no desprecia su obsequio de usted la que le envía ese recado.
DON GREGORIO.- ¡Se ve que le ha hecho efecto!
DON ENRIQUE.- ¿Conque tú crees también que hay algún artificio?
COSME.- Sí... Pero vamos de aquí, porque está observándonos. (Los dos se entran en la casa de DON ENRIQUE; DON GREGORIO, después de haberlos observado, se pasea por el teatro.)




Escena IV


DON GREGORIO, DOÑA ROSA.


DON GREGORIO.- Anda, pobre hombre, anda, que no esperabas tu semejante visita... Ya se ve, ¡una niña virtuosa como ella es, con la educación que ha tenido!... Las miradas de un hombre la asustan, y se da por muy ofendida. (Mientras DON GREGORIO se pasea y hace ademanes de hablar solo, DOÑA ROSA abre su puerta y habla sin haberle visto; él por último se encamina a su casa y le sorprende hallar a DOÑA ROSA.)
DOÑA ROSA.- Yo me determino. Tal vez en la sorpresa que debe causarle no habrá entendido mi intención... ¡Oh!, es menester, si ha de acabarse esta esclavitud, no dejarle en dudas.
DON GREGORIO.- Vamos a verla y a contarla... ¡Calle! ¿Qué estabas aquí?... Ya despaché mi comisión.
DOÑA ROSA.- Bien impaciente estaba. ¿Y qué hubo?
DON GREGORIO.- Que ha surtido el efecto deseado, y el hombre queda que no sabe lo que le pasa. Al principio se me hacía el desentendido; pero luego que le aseguré que tú propia me enviabas, se confundió, no acertaba con las palabras, y no me parece que te vuelva a molestar.
DOÑA ROSA.- ¿Eso dice usted? Pues yo temo que ese bribón nos ha de dar alguna pesadumbre.
DON GREGORIO.- Pero, ¿en qué fundas ese temor, hija mía?
DOÑA ROSA.- Apenas había usted salido me fui a la pieza del jardín, a tornar un poco el fresco en la ventana, y oí que fuera de la tapia cantaba un chico, y se entretenía en tirar piedras al emparrado. Le reñí desde el balcón, diciéndole que se fuese de allí; pero él se reía y no dejaba de tirar. Como los cantos llegaban demasiado cerca, quise meterme adentro, temerosa de que no me rompiese la cabeza con alguno. Pues cuando iba a cerrar la ventana, viene uno por el aire que me pasó muy cerca de este hombro, y cayó dentro del cuarto. Pensaba yo que fuese un pedazo de yeso; acercome a cogerle, y... ¿Qué le parece a usted que era?
DON GREGORIO.- ¿Qué sé yo? Algún mendrugo seco, o algún troncho, o así...
DOÑA ROSA.- No, señor. Era este envoltorio de papel (Saca de la faltriquera un papel envuelto, y según lo indica el diálogo, le desenvuelve y va enseñándole a DON GREGORIO la caja y la carta.)
DON GREGORIO.- ¡Calle!
DOÑA ROSA.- Y dentro esta caja de oro.
DON GREGORIO.- ¡Oiga!
DOÑA ROSA.- Y dentro esta carta, dobladita como usted la ve, con su sobrescrito, y su sello de lacre verde, y...
DON GREGORIO.- ¡Picardía como ella!... ¿Y el muchacho?
DOÑA ROSA.- El muchacho desapareció al instante... Mire usted, el corazón le tengo tan oprimido que...
DON GREGORIO.- Bien te lo creo.
DOÑA ROSA.- Pero es obligación mía devolver inmediatamente la caja y la carta a ese diablo de ese hombre; bien que para esto era menester que alguno se encargase de... Porque atreverme yo a que usted mismo...
DON GREGORIO.- Al contrario, bobilla; de esa manera me darás una prueba de tu cariño. No sabes tú la fineza que en esto me haces. Yo, yo me encargo de muy buena gana de ser el portador.
DOÑA ROSA.- Pues tome usted. (Le da la caja, la carta y el papel en que estaba todo envuelto. DON GREGORIO lee el sobrescrito, y hace ademán de ir a abrir la carta; DOÑA ROSA pone las manos sobre las suyas y le detiene.)
DON GREGORIO.- «A mi señora, Doña Rosa Jiménez. -Enrique de Cárdenas». ¡Temerario, seductor! Veamos lo que te escribe y...
DOÑA ROSA.- ¡Ay! No por cierto; no la abra usted.
DON GREGORIO.- ¿Y qué importa?
DOÑA ROSA.- ¿Quiere usted que él se persuada a que yo he tenido la ligereza de abrirla? Una doncella debe guardarse de leer jamás los billetes que un hombre la envíe porque la curiosidad que en esto descubre, dará a sospechar que interiormente no la disgusta que la escriban amores. No señor, no. Yo creo que se le debe entregar la carta cerrada como está, y sin dilación ninguna para que vea el alto desprecio que hago de él, que pierda toda esperanza, y no vuelva nunca a intentar locura semejante.
DON GREGORIO.- ¡Tiene muchísima razón! (Se aparta hacia un lado y vuelve después a hablarla muy satisfecho. Mete la carta dentro de la caja, la envuelve curiosamente, y se la guarda.) Rosita, tu prudencia y tu virtud me maravillan. Veo que mis lecciones han producido en tu alma inocente sazonados frutos, y cada vez te considero más digna de ser mi esposa.
DOÑA ROSA.- Pero, si usted tiene gusto de leerla...
DON GREGORIO.- No, nada de eso.
DOÑA ROSA.- Léala usted si quiere, como no la oiga yo.
DON GREGORIO.- No, no señor. Si estoy muy persuadido de lo que me has dicho. Conviene llevarla así. Voy allá en un instante... Me llegaré después aquí a la botica, a encargar aquel ungüentillo para los callos... Volveré a hacerte compañía y leeremos un par de horas en Desiderio y Electo... ¡Eh! Adiós.
DOÑA ROSA.- Venga usted pronto. (Se entra DOÑA ROSA en su casa.)




Escena V


DON GREGORIO, COSME.


DON GREGORIO.- El corazón me rebosa de alegría al ver una muchacha de esta índole. Es un tesoro el que yo tengo en ella, de modestia y de juicio. ¡Ah! Quisiera yo saber si la pupila de mi docto hermano será capaz de proceder así. ¡No señor; las mujeres son, lo que se quiere que sean! (Va a casa de DON ENRIQUE y llama. Al salir COSME, desenvuelve el papel, le enseña la carta cerrada, se le pone todo en las manos y se va por una calle.) Deo gracias.
COSME.- ¿Quién es? ¡Oh! Señor Don...
DON GREGORIO.- Tome usted, dígale usted a su amo que no vuelva a escribir más cartas a aquella señorita, ni a enviarla cajitas de oro; porque está muy enfadada con él... Mire usted, cerrada viene. Dígale usted que por ahí podrá conocer el buen recibo que ha tenido, y lo que puede esperar en adelante.




Escena VI


DON ENRIQUE, COSME.


DON ENRIQUE.- ¿Qué es eso? ¿Qué te ha dado ese bárbaro?
COSME.- Esta caja, con esta carta, que dice que usted ha enviado a Doña Rosita... (DON ENRIQUE le oye con admiración, abre la carta y la lee cuando lo indica el diálogo.)
DON ENRIQUE.- ¡Yo!...
COSME.- La cual Doña Rosita se ha irritado tanto, según él asegura, de este atrevimiento, que se la vuelve a usted sin haberla querido abrir... Lea usted pronto y veremos si mi sospecha se verifica.
DON ENRIQUE.- «Esta carta le sorprenderá a usted sin duda. El designio de escribírsela, y el modo con que la pongo en sus manos, parecerán demasiado atrevidos; pero el estado en que me veo, no me da lugar a otras atenciones. La idea de que dentro de seis días he de casarme con el hombre que más aborrezco, me determina a todo; y no queriendo abandonarme a la desesperación, elijo el partido de implorar de usted el favor que necesito para romper estas cadenas. Pero no crea usted que la inclinación que le manifiesto sea únicamente procedida de mi suerte infeliz; nace de mi propio albedrío. Las prendas estimables que veo en usted, las noticias que he procurado adquirir de su estado, de su conducta y de su calidad, aceleran y disculpan esta determinación... En usted consiste que yo pueda cuanto antes llamarme suya; pues sólo espero que me indique los designios de su amor, para que yo le haga saber lo que tengo resuelto. Adiós, y considere usted que el tiempo vuela, y que dos corazones enamorados con media palabra deben entenderse.»
COSME.- ¿No le parece a usted que la astucia es de lo más sutil que puede imaginarse? ¿Sería creíble en una muchacha tan ingeniosa travesura de amor?
DON ENRIQUE.- ¡Esta mujer es adorable! Este rasgo de su talento y de su pasión, acrecen la que yo la tengo (DON GREGORIO sale por una de las calles y se detiene. Después se acerca.) y unido todo a la juventud, a las gracias y a la hermosura...
COSME.- Que viene el tuerto. Discurra usted lo que le ha de decir.




Escena VII


DON GREGORIO, DON ENRIQUE, COSME.


DON GREGORIO.- Allí se están amo y criado como dos peleles... Conque, dígame usted, caballerito. ¿Volverá usted a enviar billetes amorosos a quien no se los quiere leer? Usted pensaba encontrar una niña alegre, amiga de cuchicheos y citas, y quebraderos de cabeza. Pues ya ve usted el chasco que le ha sucedido... Créame, señor vecino, déjese de gastar la pólvora en salvas. Ella me quiere, tiene muchísimo juicio; a usted no le puede ver ni pintado, con que lo mejor es una buena retirada, y llamar a otra puerta, que por ésta no se puede entrar.
DON ENRIQUE.- Es verdad, su mérito de usted es un obstáculo invencible. Ya echo de ver que era una locura aspirar al cariño de Doña Rosita, teniéndole a usted por competidor.
DON GREGORIO.- ¡Ya se ve que era una locura!
DON ENRIQUE.- ¡Oh! Yo le aseguro a usted que, si hubiese llegado a presumir, que usted era ya dueño de aquel corazón, nunca hubiera tenido la temeridad de disputársele.
DON GREGORIO.- ¡Yo lo creo!
DON ENRIQUE.- Acabó mi esperanza, y renuncio a una felicidad, que estando usted de por medio, no es para mí.
DON GREGORIO.- En lo cual hace usted muy bien.
DON ENRIQUE.- Y aún es tal mi desdicha, que no me permite ni el triste consuelo de la queja porque, al considerar las prendas que le adornan a usted, ¿cómo he de atreverme a culpar la elección de Doña Rosa, que las conoce y las estima?
DON GREGORIO.- Usted dice bien.
DON ENRIQUE.- No haya más. Esta ventura no era para mí; desisto de un empeño tan imposible... Pero, si algo merece con usted un amante infeliz, (DON ENRIQUE dará particular expresión a estas razones, y a las que dice más adelante; deseoso de que DON GREGORIO las perciba bien y acierte a repetirlas.) de cuya aflicción es usted la causa, yo le suplico solamente que asegure en mi nombre a Doña Rosita, que el amor que de tres meses a esta parte la estoy manifestando es el más puro, el más honesto; y que nunca me ha pasado por la imaginación idea ninguna, de la cual su delicadeza y su pudor deban ofenderse.
DON GREGORIO.- Sí, bien está, se lo diré.
DON ENRIQUE.- Que como era tan voluntaria esta elección en mí, no tenía otro intento que el de ser su esposo; ni hubiera abandonado esta solicitud, si el cariño que a usted le tiene, no me opusiera un obstáculo tan insuperable.
DON GREGORIO.- Bien, se lo diré lo mismo que usted me lo dice.
DON ENRIQUE.- Sí, pero que no piense que yo pueda olvidarme jamás de su hermosura. Mi destino es amarla mientras me dure la vida; y si no fuese el justo respeto que me inspira su mérito de usted, no habría en el mundo ninguna otra consideración que fuese bastante a detenerme.
DON GREGORIO.- Usted habla y procede en eso como hombre de buena razón... Voy al instante a decirla cuanto usted me encarga... (Hace que se va y vuelve.) Pero, créame usted, Don Enrique, es menester distraerse, alegrarse y procurar que esa pasión se apague y se olvide. ¡Qué diantre! Usted es mozo y sujeto de circunstancias, con que es menester que... Vaya, vamos, ¿para qué es el talento?... Conque... ¡Eh! Adiós. (Se aparta de ellos encaminándose a su casa. DON ENRIQUE y COSME se van, y entran en la suya.)
DON ENRIQUE.- ¡Qué necio es!




Escena VIII


DON GREGORIO llama a su puerta y sale DOÑA ROSA.


DON GREGORIO.- Es increíble la turbación que ha manifestado el hombre, al ver su billete devuelto, y cerrado como él le envió... Asunto concluido. Pierde toda esperanza, y sólo me ha rogado con el mayor encarecimiento que te diga que su amor es honestísimo, que no pensó que te ofendieras de verte amada, que su elección es libre, que aspiraba a poseerte por medio del matrimonio, pero que sabiendo ya el amor que me tienes, sería un temerario en seguir adelante... ¿Qué sé yo cuánto me dijo?... Que nunca te olvidará, que su destino le obliga a morir amándote... Vamos, hipérboles de un hombre apasionado... Pero, que reconoce mi mérito y cede, y no volverá a darnos la menor molestia... No, es cierto que él me ha hablado con mucha cortesía y mucho juicio; eso sí... Compasión me daba el oírle... Conque, y tú, ¿qué dices a esto?
DOÑA ROSA.- Que no puedo sufrir que usted hable de esa manera de un hombre a quien aborrezco de todo corazón; y que si usted me quisiera tanto como dice, participaría del enojo que me causan sus procederes atrevidos.
DON GREGORIO.- Pero él, Rosita, no sabía que tú estuvieras tan apasionada de mí; y considerando las honestas intenciones de su amor, no merece que se le...
DOÑA ROSA.- Y le parece a usted honesta intención la de querer robar a las doncellas? ¿Es hombre de honor el que concibe tal proyecto y aspira a casarse conmigo por fuerza, sacándome de su casa de usted, como si fuera posible que yo sobreviviese a un atentado semejante?
DON GREGORIO.- ¡Oiga! Conque...
DOÑA ROSA.- Sí señor, ese pícaro trata de obtenerme por medio de un rapto... Yo no sé quién le da noticia de los secretos de esta casa, ni quién le ha dicho que usted pensaba casarse conmigo dentro de seis u ocho días a más tardar, lo cierto es que él quiere anticiparse, aprovechar una ocasión en que sepa que me he quedado sola y robarme... ¡Tiemblo de horror!
DON GREGORIO.- Vamos que todo eso no es más que hablar y...
DOÑA ROSA.- Sí, como hay tanto que fiar de su honradez y su moderación... ¡Válgame Dios! ¿Y usted le disculpa?
DON GREGORIO.- No por cierto, si él ha dicho eso, realmente procede mal, y el chasco sería muy pesado... Pero, ¿quién te ha venido a contar a ti esas...?
DOÑA ROSA.- Ahora mismo acabo de saberlo.
DON GREGORIO.- ¿Ahora?
DOÑA ROSA.- Sí señor, después que usted le volvió la carta.
DON GREGORIO.- Pero, chica, si no hice más que llegarme ahí a casa de Don Froilán el boticario, hablé dos palabras con el mancebo, me volví al instante y...
DOÑA ROSA.- Pues en ese tiempo ha sido. Luego que cerré, me puse a dar unas sopas a los gatitos, oigo llamar, y creyendo que fuese usted, bajé tan alegre... Mi fortuna estuvo en que no abrí. Pregunto quién es, y por la cerradura oigo una voz desconocida que me dijo: Señorita, mi amo sabe que vive usted cautiva en poder de ese bruto, que se quiere casar con usted en esta semana próxima. No tiene usted que desconsolarse, Don Enrique la adora a usted, y es imposible que usted desprecie un amor tan fino como el suyo. Viva usted prevenida, que de un instante a otro, cuando su tutor la deje sola, vendrá a sacarla de esta cárcel, la depositará a usted en una casa de satisfacción y... Yo no quise oír más, me subí muy queditito por la escalera arriba, me metí en mi cuarto... Yo pensé que me daba algún accidente.
DON GREGORIO.- Ése era el bribón del lacayo.
DOÑA ROSA.- A la cuenta.
DON GREGORIO.- Pero se ve que este hombre es loco.
DOÑA ROSA.- No tanto como a usted le parece. Mire usted si sabe disimular el traidor, y fingir delante de usted para engañarle con buenas palabras; mientras en su interior está meditando picardías... Harto desdichada soy por cierto, si a pesar del conato que pongo en conservar mi decoro y honestidad, he de verme expuesta a las tropelías de un hombre capaz de atreverse a las acciones más infames.
DON GREGORIO.- Vaya, vamos; no temas nada, que...
DOÑA ROSA.- No, esto pide una buena resolución. Es menester que usted le hable con mucha firmeza, que le confunda, que le haga temblar. No hay otro medio de librarme de él, ni de obligarle a que desista de una persecución tan obstinada.
DON GREGORIO.- Bien, pero no te desconsueles así, mujercita mía, no, que yo le buscaré, y le diré cuatro cosas bien dichas.
DOÑA ROSA.- Dígale usted si se empeña en negarlo, que yo he sido la que le he dado a usted esta noticia. Que son vanos sus propósitos. Que por más que lo intente, no me sorprenderá; y en fin, que no pierda el tiempo en suspiros inútiles, puesto que por su conducto de usted le hago saber mi determinación y que si no quiere ser causa de alguna desgracia irremediable, no espere a que se le diga una cosa dos veces.
DON GREGORIO.- ¡Oh! Sí..., yo le diré cuanto sea necesario.
DOÑA ROSA.- Pero de manera que comprenda bien, que soy yo la que se lo dice.
DON GREGORIO.- No, no le quedará duda, yo te lo aseguro.
DOÑA ROSA.- Pues bien. Mire usted que le aguardo con impaciencia, despáchese usted a venir. Cuando no le veo a usted, aunque sea por muy poco tiempo, me pongo triste.
DON GREGORIO.- Sí, éntrate, que al instante vuelvo, palomita, vida mía, ojillos negros... ¡Ay! ¡Qué ojos!... ¡Eh! Adiós... (DOÑA ROSA se entra en su casa y cierra.) ¡En el mundo no hay hombre más venturoso que yo! No puede haberle... (Da una vuelta por la escena lleno de inquietud y alegría, después llama a la puerta de DON ENRIQUE.) Digo, señor caballero galanteador, ¿podrá usted oírme dos palabras?




Escena IX


DON ENRIQUE, COSME, DON GREGORIO.


DON ENRIQUE.- ¡Oh! Señor vecino, ¿qué novedad le trae a usted a mis puertas?
DON GREGORIO.- Sus extravagancias de usted.
DON ENRIQUE.- ¿Cómo, así?
DON GREGORIO.- Bien sabe usted lo que quiero decirle, no se me haga el desentendido, como lo tiene de costumbre... Yo pensé que usted fuese persona de más formalidad, y en este concepto le he tratado, ya lo ha visto usted, con la mayor atención y blandura; pero hombre, ¿cómo ha de sufrir uno lo que usted hace, sin saltar de cólera? ¿No tiene usted vergüenza, siendo un sujeto decente y de obligaciones, de ocuparse en fabricar enredos; de querer sacar de su casa con engaño y violencia a una mujer honrada, de querer impedir un matrimonio en que ella cifra todas sus dichas? ¡Eh! Que eso es indigno.
DON ENRIQUE.- Y, ¿quién le ha dado a usted noticias tan ajenas de verdad, señor Don Gregorio?
DON GREGORIO.- Volvemos otra vez a la misma canción. Rosita me las ha dado. Ella me envía por última vez a decirle a usted que su elección es irrevocable, que sus planes de usted la ofenden, la horrorizan, que si no quiere usted dar ocasión a alguna desgracia, reconozca su desatino, y salgamos de tanto embrollo. (Empieza a oscurecerse lentamente el teatro y al acabarse el acto queda a media luz.)
DON ENRIQUE.- Cierto que si ella misma hubiese dicho esas expresiones, no sería cordura insistir en un obsequio tan mal pagado; pero...
DON GREGORIO.- ¿Conque usted duda que sea verdad?
DON ENRIQUE.- ¿Qué quiere usted, señor Don Gregorio? Es tan duro esto de persuadirse uno a que...
DON GREGORIO.- Venga usted conmigo. (Hasta el fin de la escena va y viene DON GREGORIO unas veces hacia su puerta, y otras a donde está DON ENRIQUE para que le siga.)
DON ENRIQUE.- Porque, al fin, como usted tiene tanto interés en que yo me desespere y...
DON GREGORIO.- Venga usted, venga usted... Rosa.
DON ENRIQUE.- No es decir esto que usted...
DON GREGORIO.- Nada. No hay que disputar. Si quiero que usted se desengañe... Rosita. Niña.
DON ENRIQUE.- ¡Pensar que una dama ha de responder con tal aspereza a quien no ha cometido otro delito que adorarla!
DON GREGORIO.- Usted lo verá. Ya sale.




Escena X


DOÑA ROSA, DON ENRIQUE, DON GREGORIO, COSME.


DOÑA ROSA.- ¿Qué es esto?... (Sorprendida al ver a DON ENRIQUE.) ¿Viene usted a interceder por él? ¿A recomendármele, para que sufra sus visitas, para que corresponda agradecida a su insolente amor?
DON GREGORIO.- No, hija mía. Te quiero yo mucho para hacer tales recomendaciones; pero este santo varón toma a juguete cuanto yo le digo, y piensa que le engaño, cuando le aseguro que tú no le puedes ver, y que a mí me quieres, que me adoras. No hay forma de persuadirle. Conque te le traigo aquí, para que tú misma se lo digas; ya que es tan presumido o tan cabezudo, que no quiere entenderlo.
DOÑA ROSA.- Pues, ¿no le he manifestado a usted ya cual es mi deseo, que todavía se atreve a dudar? ¿De qué manera debo decírselo?
DON ENRIQUE.- Bastante ha sido para sorprenderme, señorita, cuanto el vecino me ha dicho de parte de usted, y no puedo negar la dificultad que he tenido en creerlo. Un fallo tan inesperado, que decide la suerte de mi amor, es para mí de tal consecuencia, que no debe maravillar a nadie el deseo que tengo de que usted le pronuncie delante de mí.
DOÑA ROSA.- Cuanto el señor le ha dicho a usted ha sido por instancias mías, y no ha hecho en esto otra cosa que manifestarle a usted los íntimos afectos de mi corazón.
DON GREGORIO.- ¿Lo ve usted?
DOÑA ROSA.- Mi elección es tan honrada, tan justa, que no hallo motivo alguno que pueda obligarme a disimularla. De dos personas que miro presentes, la una es el objeto de todo mi cariño; la otra me inspira una repugnancia que no puedo vencer. Pero...
DON GREGORIO.- ¿Lo ve usted?
DOÑA ROSA.- Pero es tiempo ya de que se acaben las inquietudes que padezco. Es tiempo ya de que unida en matrimonio con el que es el único dueño de la vida mía, pierda el que aborrezco sus mal fundadas esperanzas; y sin dar lugar a nuevas dilaciones, me vea yo libre de un suplicio, más insoportable que la misma muerte.
DON GREGORIO.- ¿Lo ve usted?... Sí, monita, sí, yo cuidaré de cumplir tus deseos.
DOÑA ROSA.- No hay otro medio de que yo viva contenta. (Manifiesta en la expresión de sus palabras que las dirige a DON ENRIQUE, y en sus acciones que habla con DON GREGORIO.)
DON GREGORIO.- Dentro de muy poco lo estarás.
DOÑA ROSA.- Bien advierto que no pertenece a mi estado el hablar con tanta libertad...
DON GREGORIO.- No hay mal en eso.
DOÑA ROSA.- Pero, en mi situación, bien puede disimularse que use de alguna franqueza, con el que ya considero como esposo mío.
DON GREGORIO.- Sí, pobrecita mía... Sí, morenilla de mi alma.
DOÑA ROSA.- Y que le pida encarecidamente, si no desprecia un amor tan fino, que acelere las diligencias de nuestra unión.
DON GREGORIO.- Ven aquí, perlita, (Abraza a DOÑA ROSA, ella extiende la mano izquierda, y DON ENRIQUE que está detrás de DON GREGORIO, se la besa afectuosamente, y se retira al instante.) consuelo mío, ven aquí, que yo te prometo no dilatar tu dicha... Vamos, no te me angusties, calla que... Amigo, (Volviéndose muy satisfecho a hablar con DON ENRIQUE.) ya lo ve usted. Me quiere, ¿qué le hemos de hacer?
DON ENRIQUE.- Bien está, señora, usted se ha explicado bastante, y yo la juro por quien soy, que dentro de poco se verá libre de un hombre, que no ha tenido la fortuna de agradarla.
DOÑA ROSA.- No puede usted hacerme favor más grande, porque su vista es intolerable para mí. Tal es el horror, el tedio que me causa, que...
DON GREGORIO.- Vaya, vamos, que eso es ya demasiado.
DOÑA ROSA.- ¿Le ofendo a usted en decir esto?
DON GREGORIO.- No, por cierto... ¡Válgame Dios! No es eso, sino que también da lástima verle sopetear de esa manera... Una aversión tan excesiva...
DOÑA ROSA.- Por mucha que le manifieste, mayor se la tengo.
DON ENRIQUE.- Usted quedará servida, señora Doña Rosa. Dentro de dos o tres días, a más tardar, desaparecerá de sus ojos de usted una persona que tanto la ofende.
DOÑA ROSA.- Vaya usted con Dios, y cumpla su palabra.
DON GREGORIO.- Señor vecino, yo lo siento de veras, y no quisiera haberle dado a usted este mal rato, pero...
DON ENRIQUE.- No, no crea usted que yo lleve el menor resentimiento; al contrario, conozco que la señorita procede con mucha prudencia, atendido el mérito de entrambos. A mí me toca sólo callar, y cumplir cuanto antes me sea posible lo que acabo de prometerla. Señor Don Gregorio, me repito a la disposición de usted.
DON GREGORIO.- Vaya usted con Dios.
DON ENRIQUE.- Vamos pronto de aquí, Cosme, que reviento de risa. (Retirándose hacia su casa, entran en ella los dos, y se cierra la puerta.)




Escena XI


DON GREGORIO, DOÑA ROSA.


DON GREGORIO.- De veras te digo que este hombre me da compasión.
DOÑA ROSA.- Ande usted que no merece tanta como usted piensa.
DON GREGORIO.- Por lo demás, hija mía, es mucho lo que me lisonjea tu amor, y quiero darle toda la recompensa que merece... Seis u ocho días son demasiado término para tu impaciencia... Mañana mismo quedaremos casados y...
DOÑA ROSA.- ¿Mañana? (Turbada.)
DON GREGORIO.- Sin falta ninguna... Ya veo a lo que te obliga el pudor, pobrecilla. Y haces como que repugnas lo que estás deseando. ¿Te parece que no lo conozco?
DOÑA ROSA.- Pero...
DON GREGORIO.- Sí, amiguita, mañana serás mi mujer. Ahora mismo voy, antes que oscurezca, aquí a casa de Don Simplicio el escribano, para que esté avisado y no haya dilación. A Dios, hechicera. (DON GREGORIO se va por una calle. DOÑA ROSA entra en su casa y cierra.)
DOÑA ROSA.- ¡Infeliz de mí! ¿Qué haré para evitar este golpe?




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Acto III




Escena I


La escena es de noche. DOÑA ROSA sale de su casa, manifestando el estado de incertidumbre y agitación que denota el diálogo. DOÑA ROSA, DON GREGORIO.


DOÑA ROSA.- -No hay otro medio... Si me detengo un instante, vuelve, pierdo la ocasión de mi libertad, y mañana... No... Primero morir. Declarándoselo todo a mi hermana y a Don Manuel; pidiéndoles amparo, consejo... Es imposible que me abandonen. Desde su casa avisaré a mi amante; y él dispondrá cuanto fuere menester, sin que mi decoro padezca... (DON GREGORIO sale por una calle a tiempo que DOÑA ROSA se encamina a casa de su hermana; se detiene, y al conocerle duda lo que ha de hacer.) Vamos; pero... Gente viene... Y es él... ¡Desdichada! ¡Todo se ha perdido!
DON GREGORIO.- ¿Quién está ahí? ¿Eh? ¡Calle! ¡Rosita! ¿Pues cómo? ¿Qué novedad es ésta?
DOÑA ROSA.- ¿Qué le diré?
DON GREGORIO.- ¿Qué haces aquí, niña?
DOÑA ROSA.- Usted lo extrañará. (Indica en la expresión de sus palabras que va previniendo la ficción con que trata de disculparse.)
DON GREGORIO.- ¿Pues, no he de extrañarlo? ¿Qué ha sucedido? Habla.
DOÑA ROSA.- Estoy tan confusa y...
DON GREGORIO.- Vamos, no me tengas en esta inquietud. ¿Qué ha sido?
DOÑA ROSA.- Se enfadará usted si le digo...
DON GREGORIO.- No me enfadaré. Dilo presto... Vamos.
DOÑA ROSA.- Sí, precisamente se va usted a enojar; pero... Pues, tenemos una huéspeda.
DON GREGORIO.- ¿Quién?
DOÑA ROSA.- Mi hermana.
DON GREGORIO.- ¿Cómo?
DOÑA ROSA.- Sí señor, en mi cuarto la dejo encerrada con llave, para que no nos dé una pesadumbre. Yo iba a llamar a Doña Ceferina, la viuda del pintor, a fin de suplicarla que me hiciera el gusto de venirse a dormir esta noche a casa; porque al cabo, estando ella conmigo... Como es una mujer de tanto juicio, y...
DON GREGORIO.- ¿Pero, qué enredo es éste, Señor? Que hasta ahora, lléveme el diablo, si yo he podido entender cosa ninguna... ¿A qué ha venido tu hermana?
DOÑA ROSA.- Ha venido... Mire usted, le voy a revelar un secreto, que le va a dejar aturdido... Pero, no se ha de enfadar usted, ¿no?
DON GREGORIO.- ¡Dale!... ¿Lo quieres decir o tratas de que me desespere? ¿A qué ha venido tu hermana?
DOÑA ROSA.- Yo se lo diré a usted... Mi hermana está enamorada de Don Enrique.
DON GREGORIO.- ¿Ahora tenemos eso?
DOÑA ROSA.- Sí señor. Hace más de un año que se quieren, y casi el mismo tiempo que se han dado palabra de matrimonio. Por esto fue la mudanza desde la calle de Silva a la plazuela de Afligidos, pretextando Leonor que quería vivir cerca de mi casa; no siendo otro el motivo, que el de parecerla muy acomodado este barrio desierto, adonde también se mudó inmediatamente Don Enrique, para tener más ocasión de verle y hablarle; aprovechándose de la libertad que siempre la ha dado el bueno de Don Manuel.
DON GREGORIO.- ¿Pero, este Don Enrique o Don Demonio, a cuántas quiere? ¡Si yo estoy lelo!
DOÑA ROSA.- Yo le diré a usted. Continuaron estos amores hasta que Don Enrique, celoso de un Don Antonio de Escobar, oficial de la secretaría de guerra, con quien la vio una tarde en el jardín botánico, la envió un papel de despedida, lleno de expresiones amargas, y desde entonces no ha querido volverla a ver. Pareciole conveniente, además, pagar con celos que él la diese, los que le había causado el tal Don Antonio, y desde entonces dio en seguirme a donde quiera que fuese, y hacerme cortesías, y rondar la casa; todo sin duda para que mi hermana lo supiera y rabiase de envidia. Yo, que ignoraba esto, bien advertí las insinuaciones de Don Enrique; pero me propuse callar, y despreciarle, hasta que informada esta tarde de todo por lo que me dijo Leonor (la cual vino a hablarme, muy sentida, creyendo que yo fuese capaz de corresponder a ese trasto) resolví decirle a usted lo que a mí me pasaba; omitiendo todo lo demás, para que la estimación de mi hermana no padeciese... ¿Qué hubiera usted hecho en este apuro? ¿No hubiera usted hecho lo mismo?
DON GREGORIO.- Conque... Adelante.
DOÑA ROSA.- Pues como yo la dijese a Leonor que inmediatamente haría saber al dichoso Don Enrique, por medio de usted, cuánto me desagradaba su mal término, se desconsoló, lloró, me suplicó que no lo hiciese; pero yo la aseguré que no desistiría de mi propósito. Pensó llevarme a casa de Doña Beatriz para estorbármelo, usted no quiso que fuera con ella; y no parece sino que algún ángel le inspiró a usted aquella repugnancia. Lo que ha pasado esta tarde con el tal caballero bien lo sabe usted; pero falta decirle, que así que usted me dejó para ir a verse con el escribano, llegó mi hermana, la conté cuanto había ocurrido y... ¡Vaya! No es posible ponderarle a usted la aflicción que manifestó. Llamó a su criada, la habló en secreto, y quedándose conmigo sola me dijo, en un tono de desesperación que me hizo temblar; que la chica había ido a su casa a decir que esta noche no iría, porque Doña Beatriz se había puesto mala, y la había robado que se quedase con ella. Y que también iba encargada de avisar a Don Enrique en nombre mío, de que a las doce en punto le esperaba yo en el balcón de mi cuarto que da al jardín. Con este engaño se propone hablarle, y dar a sus celos cuantas satisfacciones quiera pedirla.
DON GREGORIO.- ¡Picarona!, ¡enredadora!, ¡desenvuelta!... Y bien, ¿tú qué la has dicho?
DOÑA ROSA.- Amenazarla de que usted y Don Manuel sabrán todo lo que pasa; y que yo seré quien se lo diga, para que pongan remedio en ello. Afearla su deshonesto proceder, instarla a que se fuera de mi casa inmediatamente.
DON GREGORIO.- ¿Y ella?
DOÑA ROSA.- Ella me respondió, que si no la sacan arrastrando de los cabellos, no se irá. Que en hablando con Don Enrique y desvaneciendo sus quejas, ni a usted, ni a Don Manuel, ni a todo el mundo teme.
DON GREGORIO.- Mi hermano merece esto y mucho más... Pero, ¿cómo he de sufrir yo en mi casa tales picardías? No señor. Yo la daré a entender a esa desvergonzada, que si ha contado contigo para seguir adelante en su desacuerdo, se ha equivocado mucho; y que yo no soy hombre de los que se dejan llevar al pilón, como el otro bárbaro. Yo la diré lo que... Vamos. (Quiere entrar en su casco y DOÑA ROSA le detiene.)
DOÑA ROSA.- No señor, por Dios, no entre usted. Al fin es mi hermana. Yo entraré sola, y la diré que es preciso que se vaya al instante, o a su casa, o a lo menos a la de Doña Beatriz, si teme que Don Manuel extrañe ahora su vuelta. (Hace que se va hacia su casa y vuelve.)
DON GREGORIO.- Muy bien, aquí espero a que salga.
DOÑA ROSA.- Pero no se descubra usted, no la hable, no se acerque, no la siga... Si le viese a usted sería tanta su confusión y sobresalto, que pudiera darla un accidente... Si ella quiere enmendar este desacierto aún hay remedio; y mucho más, si ese hombre se va como ha prometido... En fin, yo la haré salir de casa, que es lo que importa; pero por Dios, retírese usted y no trate de molestarla.
DON GREGORIO.- ¡Marta la piadosa!... ¡Cierto que merece ella toda esa caridad!
DOÑA ROSA.- Es mi hermana.
DON GREGORIO.- ¡Y qué poco se parece a ti la dichosa hermana!... Vamos, entra y veremos si logras lo que te propones.
DOÑA ROSA.- Yo creo que sí.
DON GREGORIO.- Mira que si se obstina en que ha de quedarse, subo allá arriba y la saco a patadas.
DOÑA ROSA.- No será menester. Voy allá... (Hace que se va y vuelve.) Pero repito que no se descubra usted, ni la hostigue, ni...
DON GREGORIO.- Bien, sí, la dejaré que se vaya adonde quiera.
DOÑA ROSA.- ¡Ah!, mire usted. (Se encamina hacia su casa y vuelve.) Así que ella salga, éntrese usted y cierre bien su puerta... Yo estoy tan desazonada que me voy al instante a acostar.
DON GREGORIO.- Pero, ¿qué sientes?
DOÑA ROSA.- ¿Qué sé yo? ¿Le parece a usted que estaré poco disgustada con todo lo que ha sucedido...? Nada me duele; pero deseo descansar y dormir... Conque... Buenas noches.
DON GREGORIO.- Adiós, Rosita... Pero, mira que si no sale...
DOÑA ROSA.- Yo le aseguro a usted que saldrá. (Éntrase, dejando entornada la puerta. DON GREGORIO se pasea por el teatro mirando con frecuencia hacia su casa, impaciente del éxito.)
DON GREGORIO.- Y, a todo esto, ¿en que se ocupará ahora mi erudito hermano? Estará poniendo escolios a algún tratado de educación... ¡La niña y su alma!... Bien, que, ¿cómo había de resultar otra cosa de la independencia y la holgura en que siempre ha vivido?... ¡Mujeres! ¡Qué mal os conoce el que no os encierra y os sujeta y os enfrena y os cela y os guarda!... Pero, no señor... Mañana a las diez desposorio, a las once comer, a las doce coche de colleras y a las cinco en Griñon... ¿Cómo he de sufrir yo que la bribona de la Leonorcica se nos venga cada lunes y cada martes con estos embudos? No por cierto... Allá mi hermano verá lo que... ¡Oiga! Parece que baja ya la niña bien criada. (Se acerca más a un lado de la puerta de su casa, colocándose hacia el proscenio y escucha atentamente lo que dice desde adentro DOÑA ROSA, la cual finge que habla con su hermana.)
DOÑA ROSA.- No te canses en quererme persuadir. Vete... Antes que todo es mi estimación... Vete, Leonor, ya te lo he dicho... ¿Y qué importa que me oigan? ¿Soy yo la culpada...? Vete. Acabemos, sal presto de aquí.
DON GREGORIO.- En efecto la echa de casa... (Sale DOÑA ROSA de su cuarto con basquiña y mantilla semejantes a las que sacó DOÑA LEONOR en el primer acto. Luego que se aparta un poco, cierra DON GREGORIO su puerta y guarda la llave.) ¿Y adónde irá la doncellita menesterosa?... Ganas me dan de... Pero, no, cerremos primero.




Escena II


DON ENRIQUE, COSME, DOÑA ROSA, DON GREGORIO. Salen de su casa DON ENRIQUE y COSME.


DON ENRIQUE.- ¿Dijiste al ama que no me espere?
COSME.- Sí señor.
DON ENRIQUE.- Pues cierra y vamos, que aunque sepa atropellar por todo, he de hablarla esta noche. (Cierra COSME la puerta, con llave.)
COSME.- ¡Noche toledana!
DON ENRIQUE.- Y a pesar de quien procura estorbarlo, ella y yo seremos felices. (DOÑA ROSA después de haberse alejado un poco hacia el fondo del teatro, vuelve encaminándose a casa de DON MANUEL. DON GREGORIO se adelanta igualmente y la observa. Ella se detiene.)
DOÑA ROSA.- Él se acerca a la puerta de Don Manuel. ¿Qué haré?... Ya no es posible... (Se retira llena de confusión hacia el fondo del teatro. DON ENRIQUE se adelanta, la reconoce y la detiene.) ¡Infeliz de mí!
DON ENRIQUE.- ¿Quién es?
DOÑA ROSA.- Yo.
DON ENRIQUE.- ¿Doña Rosita?
DOÑA ROSA.- Yo soy.
DON ENRIQUE.- A mi casa.
DOÑA ROSA.- Pero, ¿qué seguridad tendré en ella?
DON ENRIQUE.- La que debe usted esperar de un hombre de honor.
DOÑA ROSA.- Yo iba a la de mi hermana; pero él me observa, no puedo llegar sin que me reconozca y...
DON ENRIQUE.- Está usted conmigo... Pasará usted la noche en compañía de mi ama, mujer anciana y virtuosa... Mañana daré parte a un juez, y a él, a Don Manuel, a su tutor de usted y a todo el mundo, les diré que es usted mi esposa, y que estoy pronto, si es necesario, a exponer la vida para defenderla... Abre Cosme. Venga usted. (COSME abre la puerta de la casa de DON ENRIQUE.)
DOÑA ROSA.- Allí está.
DON ENRIQUE.- Bien, que esté donde quiera. Poco importa.
DOÑA ROSA.- Allí, allí.
DON ENRIQUE.- Sí, ya le distingo... No hay que temer, quieto se está... ¡Y qué bien hace en estarse quieto!... Adentro. (Asiéndola de la mano se entra con ella en su casa y COSME detrás.)
DON GREGORIO.- Pues señor, se marchó a casa del galán. No puede llegar a más el abandono y la... Pero, ¡qué regocijo siento al ver tan solemnemente burlado a este hermano que Dios me dio; necio por naturaleza y gracia, y presumido de que todo se lo sabe!... Vamos a darle la infausta noticia... (Se encamina a casa de DON MANUEL, después se detiene.) No, el asunto es serio, y si el tiempo se pierde, si yo no pongo la mano en esto, puede suceder un trabajo... Al fin es hija de un amigo mío... Sí, mejor es... Allí pienso que ha de vivir el comisario... (Va a casa del comisario y llama.)




Escena III


UN COMISARIO, UN ESCRIBANO, UN CRIADO, salen los tres por una de las calles. El criado con linterna. La escena se ilumina un poco. DON GREGORIO.


COMISARIO.- ¿Quién anda ahí?
DON GREGORIO.- ¡Ah! ¿No es usted el señor comisario del cuartel?
COMISARIO.- Servidor de usted.
DON GREGORIO.- Pues señor... Oiga usted aparte... (Se aparta con el COMISARIO, a poca distancia de los demás.) Su presencia de usted es absolutamente necesaria para evitar un escándalo que va a suceder... ¿Conoce usted a una señorita que se llama Doña Leonor, que vive en aquella casa de enfrente?
COMISARIO.- Sí, de vista la conozco y al caballero que la tiene consigo... Y me parece que ha de ser, un Don Manuel de Velasco.
DON GREGORIO.- Hermano mío.
COMISARIO.- ¡Oiga! ¿Es usted su hermano?
DON GREGORIO.- Para servir a usted.
COMISARIO.- Para hacerme favor.
DON GREGORIO.- Pues el caso es que esta niña, hija de padres muy honrados y virtuosos, perdida de amores por un mancebito andaluz que vive aquí, en este cuarto principal...
COMISARIO.- ¡Calle! Don Enrique de Cárdenas, le conozco mucho.
DON GREGORIO.- Pues bien. Ha cometido el desacierto de abandonar su casa, venirse a la de su amante... Vamos, ya usted conoce lo que puede resultar de aquí.
COMISARIO.- Sí... En efecto.
DON GREGORIO.- Ello hay de por medio no sé qué papel de matrimonio; pero no ignora usted de lo que sirven esos papeles, cuando cesa el motivo que los dictó... ¡Eh! ¿Me explico?
COMISARIO.- Perfectamente... ¿Y ella está adentro?
DON GREGORIO.- Ahora mismo acaba de entrar... Conque, señor comisario, se trata de salvar el decoro de una doncella, de impedir que el tal caballero... Ya ve usted.
COMISARIO.- Sí, sí, es cosa urgente. Vamos... Por fortuna tenemos aquí al señor, que en esta ocasión nos puede ser muy útil... (Alza un poco la voz volviéndose hacia el ESCRIBANO que está detrás, el cual se acerca a ellos muy oficioso.) Es escribano...
ESCRIBANO.- Escribano real.
DON GREGORIO.- Ya.
ESCRIBANO.- Y antiguo.
DON GREGORIO.- Mejor.
ESCRIBANO.- Mucha práctica de tribunales.
DON GREGORIO.- Bueno.
ESCRIBANO.- Cocido en testamentarias, subastas, inventarios, despojos, secuestros y...
DON GREGORIO.- No, ahí no hallará usted cosa en que poder...
ESCRIBANO.- Y muy hombre de bien.
DON GREGORIO.- Por supuesto.
ESCRIBANO.- Es que...
COMISARIO.- Vamos, Don Lázaro, que esto pide mucha diligencia.
DON GREGORIO.- Yo aquí espero.
COMISARIO.- Muy bien. (Llama el criado a la puerta de DON ENRIQUE, se abre, y entran los tres. La escena vuelve a quedar oscura.)




Escena IV


DON GREGORIO, DON MANUEL.


DON GREGORIO.- Veamos si está en casa este inalterable filósofo, y le contaremos la amarga historia... (Llama en casa de DON MANUEL, abren la puerta, se supone que habla con algún criado, queda la puerta entornada, y DON GREGORIO se pasea esperando a su hermano.) ¿Está? Que baje inmediatamente, que le espero aquí para un asunto de mucha importancia... ¡Bendito Dios! ¡En lo que han parado tantas máximas sublimes, tantas eruditas disertaciones! ¡Qué lástima de tutor! Vaya si... Majadero más completo y más pagado de su dictamen... ¡Oh, señor hermano! (DON MANUEL sale de la puerta de su casa y se detiene inmediato a ella.)
DON MANUEL.- Pero, ¿qué extravagancia es ésta? ¿Por qué no subes?
DON GREGORIO.- Porque tengo que hablarte, y no me puedo separar de aquí.
DON MANUEL.- Enhorabuena... (Adelantándose hacia donde está DON GREGORIO.) ¿Y qué se te ofrece?
DON GREGORIO.- Vengo a darte muy buenas noticias.
DON MANUEL.- ¿De qué?
DON GREGORIO.- Sí, te vas a regocijar mucho con ellas... Dime, ¿mi señora Doña Leonor, en dónde está?
DON MANUEL.- ¿Pues no lo sabes? En casa de su amiga Doña Beatriz. Allí quedó esta tarde, yo me vine, porque tenía una porción de cartas que escribir, y supongo que ya no puede tardar. De un instante a otro... Pero, ¿a qué viene esa pregunta?
DON GREGORIO.- ¡Eh! Así, por hablar algo...
DON MANUEL.- ¿Pero qué quieres decirme?
DON GREGORIO.- Nada... Que tú la has educado filosóficamente persuadido (y con mucha razón) de que las mujeres necesitan un poco de libertad, que no es conveniente reprenderlas, ni oprimirlas, que no son los candados ni los cerrojos los que aseguran su virtud; sino la indulgencia, la blandura y... En fin, prestarse a todo lo que ellas quieren... ¡Ya se ve! Leonor, enseñada por esta cartilla, ha sabido corresponder como era de esperar a las lecciones de su maestro.
DON MANUEL.- Te aseguro que no comprendo a qué propósito puede venir nada de cuanto dices.
DON GREGORIO.- Anda, necio, que bien merecido te está lo que te sucede, y es muy justo que recibas el premio de tu ridícula presunción... Llegó el caso de que se vea prácticamente lo que ha producido en las dos hermanas, la educación que las hemos dado. La una huye de los amantes; y la otra, como una mujer perdida y sin vergüenza, los acaricia y los persigue.
DON MANUEL.- Si no me declaras el misterio, dígote que...
DON GREGORIO.- El misterio es que tu pupila no está donde piensas, sino en casa de un caballerito, del cual se ha enamorado rematadamente; y sola y de noche, y burlándose de ti, ha ido a buscar mejor compañía... ¿Lo entiendes ahora?
DON MANUEL.- ¿Dices que Leonor...?
DON GREGORIO.- Sí señor, la misma...
DON MANUEL.- Vaya, déjate de chanzas, y no me...
DON GREGORIO.- ¡Sí, que el niño es chancero!... ¡Se dará tal estupidez! Dígole a usted, señor hermano, y vuelvo a repetírselo, que la Leonorcita se ha ido esta noche a casa de su galán, y está con él, y lo he visto yo, y se quieren mucho, y hace más de un año que se tienen dada palabra de matrimonio, a pesar de todas tus filosofías... ¿Lo entiendes?
DON MANUEL.- Pero, es una cosa tan ajena de verosimilitud...
DON GREGORIO.- ¡Dale!... Vamos, aunque lo vea por sus ojos, no se lo harán creer... ¡Cómo me repudre la sangre!.. Amigo, dígote que los años sirven de muy poco, cuando no hay esto, esto. (Señalándose con el dedo en la frente.)
DON MANUEL.- Ello es que tú te persuades a que...
DON GREGORIO.- Figúrate si me habré persuadido... Pero, mira, no gastemos prosa... Ven y lo verás, y en viéndolo, espero y confío que te persuadirás también. Vamos. (Se encamina a casa, de DON ENRIQUE, y después vuelve.)
DON MANUEL.- ¡Haber cometido tal exceso cuando siempre la he tratado con la mayor benignidad; cuando la he prometido mil veces no violentar, no contradecir sus inclinaciones!
DON GREGORIO.- Ya temía yo que no había de ser creído, y que perderíamos el tiempo en altercaciones inútiles. Por eso, y porque me pareció conveniente restaurar el honor de esa mujer; siquiera por lo que me interesa su pobrecita hermana, he dispuesto que el comisario del cuartel vaya allá, y vea de arreglarlo, de manera que evitando escándalos, se concluya, si se puede, con un matrimonio.
DON MANUEL.- ¿Eso hay?
DON GREGORIO.- ¡Toma! Ya están allá el Comisario y un Escribano que venía con él... Digo, a no ser que usted halle en sus libros algún texto oportuno, para volver a recibir en su casa a la inocente criatura, disimularla este pequeño desliz, y casarse con ella... ¿Eh?
DON MANUEL.- ¿Yo? No lo creas. No cabe en mí tanta debilidad, ni soy capaz de aspirar a poseer un corazón que ya tiene otro dueño... Pero, a pesar de cuanto dices, todavía no me puedo reducir a...
DON GREGORIO.- ¡Qué terco es!... Ven conmigo y acabemos esta disputa impertinente. (Se encamina con su hermano hacia casa de DON ENRIQUE, y al llegar cerca salen de ella el comisario y el criado. El teatro se ilumina como en la Escena III.)




Escena V


EL COMISARIO, UN CRIADO, DON GREGORIO, DON MANUEL.


COMISARIO.- Aquí, señores, no hay necesidad de ninguna violencia... Los dos se quieren, son libres, de igual calidad... No hay otra cosa que hacer, sino depositar inmediatamente a la señorita en una casa honesta y desposarlos mañana... Las leyes protegen este matrimonio y le autorizan.
DON GREGORIO.- ¿Qué te parece?
DON MANUEL.- ¿Qué me ha de parecer?... Que se casen. (Reprimiéndose.)
DON GREGORIO.- Pues, señor. Que se casen.
COMISARIO.- Diré a usted, señor Don Manuel. Yo he propuesto a la novia que tuviese a bien de honrar mi casa, en donde asistida de mi mujer y de mis hijas, estaría, si no con las comodidades que merece, a lo menos, con la que pueden proporcionarla mis cortas facultades; pero no ha querido admitir este obsequio, y dice que si usted permite que vaya a la suya, la prefiere a otra cualquiera. Es cierto que esta elección es la mejor, pero he querido avisarle a usted para saber si gusta de ello o tiene alguna dificultad.
DON MANUEL.- Ninguna... Que venga. Yo me encargo del depósito.
COMISARIO.- Volveré con ella muy pronto. (Se entra con el criado en casa de DON ENRIQUE. El teatro queda oscuro otra vez.)
DON GREGORIO.- No me queda otra cosa que ver... Pero, ¿cuál es más admirable? ¿El descaro de la pindonga, o la frescura de este insensato que se presta a tenerla en su casa después de lo que ha hecho que la toma en depósito de manos de su amante, para entregársela después tal y tan buena...? ¡Ay! Si no es posible hallar cabeza más destornillada que la suya... No puede ser.
DON MANUEL.- No lo entiendes, Gregorio... Mira, tú has hecho intervenir en esto a un Comisario para evitar los daños que pudieran sobrevenir, y has hecho muy bien... Yo la recibo por la misma razón. Para que su crédito no padezca, para que no se trasluzca lo que ha sucedido entre la vecindad, que todo lo atisba y lo murmura para que mañana se casen, como si fuera yo mismo el que lo hubiese dispuesto para manifestar a Leonor que nunca he querido hacerme un tirano de su libertad, ni de sus afectos para confundirla con mi modo de proceder, comparado al suyo... Pero... ¡Leonor! ¿Es posible que haya sido capaz de tal ingratitud?
DON GREGORIO.- Calla que... (Salen por una calle DOÑA LEONOR, JULIANA, y el lacayo con un farol, y habiendo pasado ya por delante de la puerta de DON ENRIQUE, al volverse DON GREGORIO las ve. DOÑA LEONOR al ver gente se detiene un poco. Se ilumina el teatro.) Sí... Ahí la tienes. Pídela perdón.
DON MANUEL.- ¡Yo! ¡Qué mal me conoces!




Escena VI


DOÑA LEONOR, JULIANA, UN LACAYO, DON MANUEL, DON GREGORIO.


DON MANUEL.- Leonor, no temas ningún exceso de cólera en mí, bien sabes cuánto sé reprimirla, pero es muy grande el sentimiento que me ha causado ver que te hayas atrevido a una acción tan poco decorosa, sabiendo tú que nunca he pensado sujetar tu albedrío, que no tienes amigo más fino, más verdadero que yo... No, no esperaba recibir de ti tan injusta correspondencia... En fin, hija mía, yo sabré tolerar en silencio el agravio que acabas de hacerme, y atento sólo a que tu estimación no pierda en la lengua ponzoñosa del vulgo, te daré en mi casa el auxilio que necesitas, y te entregaré yo mismo al esposo que has querido elegir.
DOÑA LEONOR.- Yo no entiendo, señor Don Manuel, a qué se dirige ese discurso... ¿Qué acción indecorosa? ¿Qué agravio? ¿Qué esposo es ése de quien usted me habla?... Yo soy la misma que siempre he sido. Mi respeto a su persona de usted, mi agradecimiento, y para decirlo de una vez, mi amor, son inalterables... Mucho me ofende el que presuma que he podido yo hacer ni pensar cosa ninguna, impropia de una mujer honesta, que estima en más que la vida, su honor y su opinión.
DON MANUEL.- ¿Oyes lo que dice? (Volviéndose a DON GREGORIO.)
DON GREGORIO.- Ya se ve que lo oigo... (Acercándose a DOÑA LEONOR.) Conque, Leonorcita... Ahorremos palabras... ¿De dónde vienes, hija?
DOÑA LEONOR.- De casa de Doña Beatriz.
DON GREGORIO.- ¿Ahora vienes de allí, cordera?
DOÑA LEONOR.- Ahora mismo... ¿No ve usted a Pepe, que nos ha venido a acompañar?
DON GREGORIO.- ¿Y no sales de casa de Don Enrique?
DOÑA LEONOR.- ¿De quién? ¿De ése que vive aquí, en...? ¡Eh! No por cierto.
DON GREGORIO.- ¿Y no habéis concertado vuestro casamiento a presencia del Comisario?
DOÑA LEONOR.- Me hace reír... ¿Ves qué desatino, Juliana?
DON GREGORIO.- ¿Y no estáis enamorados mucho tiempo ha?
DOÑA LEONOR.- Muchísimo tiempo... ¿Y qué más?
DON GREGORIO.- ¿Y no estuviste en mi casa esta noche? ¿Y no te hicieron salir de allí? ¿Y no te fuiste derechita a la de tu galán? ¿Y no te vi yo?
DOÑA LEONOR.- Esto pasa de chanza. Usted no sabe lo que se dice... (Asiendo del brazo a DON MANUEL se dirige hacia su casa.) Vamos a casa, Don Manuel, que ese hombre ha perdido el poco entendimiento que tenía, vamos.




Escena VII


DOÑA ROSA, DON ENRIQUE, EL COMISARIO, EL ESCRIBANO, COSME, UN CRIADO, DOÑA LEONOR, JULIANA, UN LACAYO, DON MANUEL, DON GREGORIO. El criado saldrá con la linterna. La luz del teatro se duplica.


DOÑA ROSA.- ¡Leonor!... ¡Hermana!... (Corriendo hacia DOÑA LEONOR la coge de las manos y se las besa.)
DON GREGORIO.- ¡Huf! (Al reconocer a DOÑA ROSA, se aparta lleno de confusión.)
DOÑA ROSA.- Yo espero de tu buen corazón que has de perdonarme el atrevimiento conque me valí de tu nombre, para conseguir el fin de mis engaños. El ejemplo de tu mucha virtud hubiera debido contenerme; pero, hermana mía, bien sabes que diferente suerte hemos tenido las dos.
DOÑA LEONOR.- Todo lo conozco, Rosita... La elección que has hecho, no me parece desacertada; repruebo solamente los medios de que te has valido... Mucha disculpa tienes; pero toda la necesitas.
DOÑA ROSA.- Cuanto digas es cierto; pero... (Volviéndose a DON GREGORIO que permanece absorto y sin movimiento.) usted ha sido la causa de tanto error, usted... No me atrevería a presentarme ahora a sus ojos, si no estuviese bien segura de que en todo lo que acabo de hacer, aunque le disguste, le sirvo... La aversión que usted logró inspirarme, distaba mucho de aquella suave amistad que une las almas, para hacerlas felices... Tal vez usted me acusará de liviandad; pero puede ser que mañana hubiera usted sido verdaderamente infeliz, si yo fuese menos honesta.
DON ENRIQUE.- Dice bien, y usted debe agradecerla el honor que conserva, y la tranquilidad de que puede gozar en adelante.
DON MANUEL.- (Acercándose a DON GREGORIO.) Esto pide resignación, hermano... Tú has tenido la culpa, es necesario que te conformes.
DOÑA LEONOR.- Y hará muy mal en no conformarse, porque ni hay otro remedio a lo sucedido, ni hallará ninguno que le tenga lástima.
JULIANA.- Y conocerá que a las mujeres no se las encadena, ni se las enjaula, ni se las enamora a fuerza de tratarlas mal. ¡Hombre más tonto!
COSME.- (Hablando con JULIANA.) Y en verdad que se ha escapado como en una tabla. Bien puede estar contento.
DON GREGORIO.- (No dirige a nadie sus palabras, habla como si estuviera solo, y va aumentándose sucesivamente la energía de su expresión.) No, yo no acabo de salir de la admiración en que estoy... Una astucia tan infernal confunde mi entendimiento, ni es posible que Satanás en persona sea capaz de mayor perfidia, que la de esa maldita mujer... Yo hubiera puesto por ella las manos en el fuego y... ¡Ah! ¡Desdichado del que a vista de lo que a mí me sucede, se fíe de ninguna! La mejor es un abismo de malicias y picardías, sexo engañador destinado a ser el tormento y la desesperación de los hombres... Para siempre le detesto y le maldigo, y le doy al demonio, si quiere llevársele. (Sacando la llave de su puerta, se encamina furioso hacia ella. DON MANUEL quiere contenerle, él le aparta, entra en su casa y cierra por dentro.)
DON MANUEL.- No dice bien... Las mujeres dirigidas por otros principios que los suyos son el consuelo, la delicia y el honor del género humano... Conque, señor comisario, acepto el depósito, y mañana, sin falta, se celebrará la boda.
DOÑA ROSA.- ¿La mía no más?
DON MANUEL.- Si tu hermana me perdona una breve sospecha, con tanta dificultad creída, no sería Don Enrique el solo dichoso; yo también pudiera serlo.
DOÑA LEONOR.- Hoy es día de perdonar.
DOÑA ROSA.- Sí, bien merece tu perdón y tu mano, el que supo darte una educación tan contraria a la que yo recibí.
DOÑA LEONOR.- Con su prudencia y su bondad se hizo dueño de mi corazón; y bien sabe, que mientras yo viva, es prenda suya.
DON MANUEL.- ¡Querida Leonor! (Se abrazan DON MANUEL y DOÑA LEONOR.)
JULIANA.- ¡Excelente lección para los maridos, si quieren estudiarla!



FIN