2/9/14

Mujeres sabias, Moliere.


Jean Baptiste Poquelin

Moliere

LAS MUJERES SABIAS

Las mujeres sabias

PERSONAJES
CRISALIO, burgués.
FILAMINTA, mujer de Crisalio.
ARMANDA y ENRIQUETA Hijas de Crisalio y Filaminta.
ARISTO, hermano de Crisalio.
BELISA, hermana de Crisalio.
CLITANDRO, amante de Enriqueta.
TRISSOTIN, hombre ingenioso.
VADIUS, sabio.
MARTINA, cocinera.
ESPINA, lacayo de Crisalio.
JULIAN, criado de Vadius.
NOTARIO.

La escena en París,
en casa de Crisalio

ACTO PRIMERO

ESCENA I

ARMANDA y ENRIQUETA

ARMANDA.-Sí; el bello título de hija es un título, hermana mía, ¿cómo queréis
abandonar su encantadora ternura...? ¿Insistís en casaros...? ¿Cómo se os ha
podido ocurrir tan vulgar deseo...?
ENRIQUETA.-Sí, hermana mía...
ARMANDA.-¡Ah! ¿Cómo es posible tolerar ese sí...? ¿Quién puede escucharlo sin
aflición...?
ENRIQUETA.-¿Qué tiene en definitiva el matrimonio para obligaros, hermana mía,
a...?
ARMANDA.-¡Ah, Dios mío...! ¡Uf!
ENRIQUETA.-¿Cómo?
ARMANDA.-¡Uf!, os repito. ¿No observáis lo repugnante que resulta esa palabra en
primera instancia, cómo ofende cual una extraña imagen y a qué sucia visión arrastra
al pensamiento...? ¿No os estremecéis...? ¿Podéis,-hermana, condenar vuestro
corazón a las consecuencias que se derivan de esa palabra...?
ENRIQUETA.-Las consecuencias que se derivan
de tal palabra son un marido, unos hijos, un hogar... Y pensándolo bien, no veo en el
matrimonio nada que ofenda al pensamiento, ni que resulte aterrador.
ARMANDA.-¿Cómo os pueden agradar, ¡oh cielo!, semejantes afectos...?
ENRIQUETA.-¿Y qué tiene que hacer una mujer a mi edad sino atraerse, con el
título de esposo, a un hombre que la ama y al que ella corresponde, y con un estado
hecho de ternura, crearse las dulzuras de una vida compartida? ¿No ofrece
suficientes atractivos vínculo tan armónico...?
ARMANDA.-¡Dios mío, de qué poca calidad es vuestro espíritu! ¡Qué personaje más
vulgar representáis en el mundo, limitándoos a las exigencias de un hogar, y sin
vislumbrar otros placeres más conmovedores que los que se desprenden de idolatrar
a un marido y a unas criaturas! Dejad para la gente común y corriente, para las
personas vulgares, las toscas diversiones de esa clase de compromisos. Llevad
vuestros propósitos a más altos horizontes, pensad en disfrutar placeres más nobles,
y tratando con distancia a los sentidos y a la materia, entregaos por completo al
espíritu como yo. A la vista tenéis el ejemplo de nuestra madre, a quien en todos
sitios honran con el nombre de sabia; procurad, como en mi caso, mostraros digna
hija suya; aspirad al esplendor que tenemos en la familia y haceos sensible a las
dulzuras seductoras que el amor al estudio difunde en los corazones. Lejos de
sujetaros como una esclava a los dictados de un hombre, desposaos con la filosofía,
querida hermana, que nos eleva por encima de todo el género humano, concediendo
a la razón el imperio, supremo, sometiendo a sus leyes esa parte animal llena de
groseros apetitos que nos rebaja al nivel de las bestias. Considerad los bellos
fuegos, los dulces afectos que deben llenar todos los momentos de la vida, y
comprenderéis que los afanes a que se limitan tantas mujeres sensibles tienen algo
de horrible bajeza.
ENRIQUETA.-El cielo, cuyos designios nos resultan todopoderosos, nos crea al
nacer para diferentes puestos; y por sabido se calla que no todos los espíritus están
cortados por el mismo patrón, para convertirse en filósofos. Si el vuestro ha nacido
fraterno de las grandezas a que se elevan los sabios mediante sus especulaciones,
el mío está hecho, hermana, para subsistir a ras de tierra, sintiéndose encantado con
dedicarse a las atenciones del hogar. No alteremos !os designios del cielo y
respetemos la dirección de nuestros dos impulsos. Vivid, en función del vuelo de
vuestro hermoso y gran talento, en las regiones elevadas de la filosofía, mientras mi
espíritu, de vuelo más bajo, se dispone a gozar de los encantos terrenales del
himeneo. De esta manera, aunque opuestas en nuestros propósitos, imitaremos
hasta cierto punto a nuestra madre: vos, por el lado del alma y de los nobles anhelos;
yo, por el de los sentidos y el de los placeres groseros; vos, viviendo entregada a las
obras espirituales y sublimes; yo, hermana, dedicada por completo a las que
pertenezco a la materia.
ARMANDA.-Cuando pretendemos inspirarnos en una persona, hay que parecerse a
ella por completo y tomarla por modelo, hermana; sabido es que no tiene que ver con
escupir y toser como dicha persona.
ENRIQUETA.-Pero no seríais vos lo que presumís ser, si mi madre no hubiese
tenido sino esas bellas cualidades, hermana. No os vino demasiado mal que su
doble talento no se dedicara siempre a la filosofía... Soportad con un poco de
bondad, por favor, las bajezas a que debéis vuestra superioridad, y no suprimáis
como si fuera algo secundario a ese pequeño sabio que quizá quiera venir al
mundo...
ARMANDA.-Observo que vuestro espíritu no puede librarse de la loca obstinación de
tener un marido; pero, aclaremos, si gustáis: ¿a quién tratáis de escoger...? ¿No
habréis puesto vuestras miradas en Clitandro, a lo mejor...?
ENRIQUETA.-¿Y por qué no iba a ponerlas...? ¿Carece acaso de mérito...? ¿Tan
indigna os parece mi elección...?
ARMANDA.-No; mas no me parece un proceder honrado intentar quitarle a otra su
conquista... Y todo el mundo sabe que precisamente es Clitandro, quien suspira
claramente por mí...
ENRIQUETA.-Sí; mas todos esos suspiros para vos, son cosas superfluas, desde el
momento que nunca os rebajáis a las cosas humanas; vuestro espíritu está
dispuesto a renunciar para siempre al himeneo, y la filosofía a lo que parece,
acapara todas vuestras pretensiones. Si vuestro corazón no siente ningún afán por
Clitandro, ¿qué os importa que alguien aspire a ese corazón...?
ARMANDA.-El dominio que la razón ejerce sobre los sentidos, no obliga a renunciar
a los halagos del incienso, no siendo imposible negar méritos
como esposo a quien se considera un leal adorador.
ENRIQUETA.-Nunca me opuse a que Clitandro adorase vuestras perfecciones; me
he limitado, en vista de que lo desdeñasteis, a tomar lo que me ha ofrecido el
homenaje de su pasión.
ARMANDA.-Mas, ¿encontráis seguro, os ruego, lo que ofrece con ansia un amante
despechado...? ¿Creéis su pasión por vuestros ojos, como para que se haya
extinguido el antiguo ardor de su corazón... ?
ENRIQUETA.-Él me lo ha dicho, hermana, y yo no he hecho otra cosa que
creérmelo.
ARMANDA.-Cuidad vuestra buena fe, hermana mía, y creed, cuando dice amaros
porque me deja, que su pensamiento es otro y que personalmente se engaña.
ENRIQUETA.-No sé; más por lo que' se refiere a vuestra opinión, será fácil aclararla.
Aquí llega Clitandro, quien podrá darnos la luz suficiente sobre este asunto.

ESCENA II
CLITANDRO, ARMANDA y ENRIQUETA

ENRIQUETA.-Para sacarme de una duda planteada por mi hermana, necesito que
decidáis por vuestra parte, Clitandro, entre ella y yo... Hablad claro y decidnos cuál
de las dos tiene derecho a pretender vuestros afanes.
ARMANDA.-No, no; no quiero imponer a vuestro amor la violencia de una explicación
enojosa; respeto mucho a la gente y sé cuánto fastidia el obligado esfuerzo de
confesarme a cara descubierta.
CLITANDRO.-No, señora; mi corazón, nada disimulado, no siente la menor molestia
en confesar con entera libertad lo que siente. No me pone en ningún apuro
semejante paso... Estando dispuesto a confesar en voz alta, de manera franca y
clara, los tiernos lazos en que me considero apresado. (Señalando a Enriqueta.) Mi
amor y mis afanes, están todos de esta parte. No os cause trastorno alguno
semejante confesión, porque decidisteis que las cosas resultasen así. Vuestros
encantos me atrajeron; mis tiernos suspiros no dejaron tampoco de probaros el ardor
de mis deseos; mi corazón os consagraba su inmortal ímpetu, mas vuestros ojos no
han juzgado bastante hermosa su conquista; he sufrido al someterme al yugo
amoroso cien desprecios distintos; reinaron sobre mi alma como tiranos despóticos;
y, cansado probablemente de tantas penas, me he buscado vencedores más
humanos y cadenas menos duras. (Volviendo a señalar a Enriqueta.) Los he
encontrado, señora, en esos ojos, y sus dardos son para mí preciosos basta la
eternidad; con mirada piadosa han secado mis lágrimas y no han despreciado con
repulsa mi afecto por sus encantos. Tan raras bondades han sabido conmoverme tan
profundamente, que no hay nada que sea capaz de despojarme de mis cadenas; y
ahora me atrevo a pediros, señora, que no intentéis ningún esfuerzo sobre mi pasión,
sino atraer a un alma decidida a morir en este dulce ardor.
ARMANDA.-¡Eh! ¿Quien os ha dicho señor, que me domine semejante deseo y que
me preocupe de vos tan entusiásticamente...? Encuentro tan gracioso el que os lo
creáis, como impertinente que me lo declaréis.
ENRIQUETA.-¡Eh! Despacio, hermana mía. ¿Cómo olvidáis la moral, dedicada a
regir la parte animal y a refrenar los arrebatos de la ira...?
ARMANDA.-Y vos, que de ella me habláis, ¿de qué manera la practicáis aceptando
el amor que os brindan sin el consentimiento de quienes lo crearon...? Sabed que el
deber os somete a sus le es; que sólo os está permitido amar en virtud de su elección, que tiene sobre vuestro corazón una suprema autoridad y que resulta criminal veros disponer por vos
misma...
ENRIQUETA.-Os agradezco el cariño que me demostráis enumerándome con tanta
meticulosidad mis deberes; mi corazón trata de acomodar su conducta a vuestras
lecciones; y para probaros, hermana, que las aprovecho, cuidad, Clitandro, de
fortificar vuestro amor con el consentimiento de aquellos a quienes debo la
existencia. Haced que vuestros anhelos tengan legítima fuerza, e informadme del
medio por el que pueda amaros sin incurrir en falta.
CLITANDRO.-Lo procuraré con todas mis ansias, ya que he logrado de vos tan tierno
consentimiento.
ARMANDA.-Triunfáis, hermana mía, y podéis suponer que el hecho me apena.
ENRIQUETA.-¿Por qué suponerlo...? Nada de eso. Los derechos de la razón son
para vos y lo sé, todopoderosos. Y que, gracias a las lecciones que
nos da la cordura, sois capaz de situaros por encima de las flaquezas. Muy lejos de
sospechar que ello os apene, creo que os dignaréis prestarme vuestra ayuda, apoyar
su petición y, con vuestro consentimiento, acelerar el momento feliz de nuestra boda.
Os lo ruego, además... Y para hacerlo...
ARMANDA.-Vuestro pobre espíritu quiere por lo visto burlarse, y os sentís
demasiado orgullosa con un corazón que os regalan.
ENRIQUETA.-Aun siendo un corazón regalado, como decís, no creo que os
desagrade... Si vuestros ojos pudieran reconquistarlo, tratarían de hacerlo
gustosamente...
ARMANDA.-Os daré la callada por respuesta... A palabras necias, oídos sordos...
ENRIQUETA.-Muy propio de vos. Con ello hacéis alarde de una moderación
inconcebible.

ESCENA III

CLITANDRO y ENRIQUETA
ENRIQUETA.-Vuestra sincera confesión no ha podido menos de sorprenderla.
CLITANDRO.-Creo que se merece semejante franqueza, y que todos los desplantes
de su loca altivez son dignos, en el peor de los casos, de mi sinceridad. Mas ya que
me está permitido, señora, voy ante vuestro padre...
ENRIQUETA.-Lo más importante me parece convencer a mi madre. Mi padre tiene
un carácter que todo lo acepta, aunque ponga energía en las cosas que decida...
Pero el cielo le ha concedido una bondad de alma que le obliga a someterse a lo que
decida su mujer... Ella es la que dicta y gobierna de manera concluyente la ley que
se le ocurre. Quisiera como consecuencia que tuvierais, por ella y por mi tía, una
actitud, debo confesarlo, más complaciente; un espíritu que, halagando el criterio de
los suyos, lograse atraeros su ardiente estimación.
CLITANDRO.-La sinceridad de mi corazón no ha podido nunca, ni aun en el caso de
vuestra hermana, someterme a su carácter, dado que las mujeres demasiado
suficientes no son de mi agrado. Paso porque una mujer tenga talento para todo;
mas rechazo en ella ese extraño deseo de presumir de sabihonda y la complacencia
de que así se la considere. Me gusta que, a veces, ante las preguntas que se le
planteen, disimule por buen gusto que sabe ciertas cosas; quiero en fin que disimule
sus estudios y que sea culta sin parecerlo, sin citar autores, sin recurrir a grandes
frases, ni presumir de talento a la primera de cambio. Respeto mucho a vuestra
señora madre; mas no puedo, os lo confieso, aprobar sus pretensiones, hacerme eco
de la mayoría de las cosas que dice, ni encontrar tolerable la forma en que se
inciensa su heroico espíritu. Su señor Trissotin me entristece y aburre; no pudiendo
soportar la manera de estimar a semejante persona, ni verla colocar entre los
grandes talentos a ese necio cuyas obras rechazan en todas partes... Detesto a ese
pedante, cuya pluma magnífica, tiene llena la plaza de escritos inéditos.
ENRIQUETA.-Sus obras, sus- discursos, todo lo que hace y dice me resulta
fastidioso... Pienso lo mismo que vos... Mas dada su influencia con mi madre, se me
ocurre que debéis ser con él algo más complaciente. Un enamorado hace la corte a
todo lo que rodea el corazón que le interesa, intentando conseguir el favor del mundo
entero... Si no quiere tener a nadie como enemigo de sus anhelos, debe esforzarse
en agradar hasta al perro de la casa.
CLITANDRO.-Tenéis razón, naturalmente; mas el señor Trissotin me inspira en lo
más profundo del alma, un dominante pesar. No puedo soportar, con el fin de
ganármelo, el deshonrarme como admirador de sus obras...; dándoseme a conocer
en principio por éstas, me resultaba demasiado conocido. El párrafo de los escritos
con que nos regala, no puede disimular la naturaleza de su pedantesca persona... Y
por si fuera poco, hay que consentir su presuntuosa vanidad; su manía de caer
siempre bien; ese insolente estado de suma confianza, que le tiene en todo
momento tan satisfecho de sí %mismo... No puedo menos de reírme sin cesar de
sus presuntos méritos, de que le agrade tanto todo lo que escribe y de que no sea
capaz de cambiar su renombre por los acreditados honores de un general glorioso...
ENRIQUETA.-Buen observador resulta quien sabe ver todo eso...
CLITANDRO.-Quise imaginar en qué consistía, valiéndome de los versos con que
constantemente nos amenaza, hasta adivinar el aspecto que debía tener el poeta...
A tal punto que, al encontrarme no sé qué día a un hombre en el palacio de justicia,
aposté a que se trataba de Trissotin en persona, y no me equivoqué...
ENRIQUETA.-¡Bonita historia...!
CLITANDRO.-No; cuento lo ocurrido tal como fue... Mas aquí veo a vuestra tía...
Permitid, si os place, que mi corazón le revele, aprovechándome del encuentro,
nuestro secreto y que intente el favor de vuestra madre.

ESCENA IV
BELISA y CLITANDRO

CLITANDRO.-Permitid, señora, que un enamorado aproveche para hablaros la
propicia ocasión que se le presenta y os descubra la sincera pasión.
BELISA.-¡Ah, cuánta hermosura...! Guardaos de abrirme demasiado vuestra alma. Si
he accedido a poneros en la nómina de mis pretendientes, contentaos con vuestros
ojos con intérpretes suficientes, y no me expliquéis mediante otro lenguaje, deseos
que en mi casa suponen un ultraje. Amadme, suspirad, consumíos por mis
hechizos...; pero permitid que no lo sepa... Puedo no hecerme eco de vuestros
secretos ardores si os limitáis a poner en juego intercesores mudos... Pero si la boca
quiere jugar papel preponderante, habréis de apartaros para siempre de mi vista...
CLITANDRO.-Desearía que no os alarmaran los propósitos de mi corazón.
Enriqueta, señora, es el motivo que me apasiona, y vengo a rogar encarecidamente
a vuestra bondad que apadrine el amor que me hace cautivo de sus encantos.
BELISA.-¡Ah! ¡Vuestro ardid me resulta notable, os lo confieso...! Ese inútil pretexto
merece los máximos elogios, y en todas las novelas que he leído no he encontrado
nada más ingenioso...
CLITANDRO.-No se trata de ninguna invención, amiga mía, sino de la declaración
abierta que guardo en el alma. Los cielos, con los lazos de un ardor inmutable, han
atado mi corazón a las bellezas de Enriqueta, quien me tiene dominado con su
amable yugo, y casarme con ella es el único bien a que aspiro... Como vos podéis
mucho, quiero que os dignéis favorecer mis anhelos...
BELISA.-Ya veo adónde va a parar, suavemente, la petición que me hacéis, y creo
entender perfectamente lo que hay bajo su apariencia. Es un gesto muy hábil por
vuestra parte; y para no desengañaron de él, en virtud de las cosas que mi corazón
está dispuesto a contestaros, diré que Enriqueta es reacia al matrimonio, y que me
parece un poco inútil consumirse por ella, sabiendo de antemano que no lograréis
nada...
CLITANDRO.-¡Ah, señora! ¿A qué viene semejante violencia...? ¿Por qué os
empeñáis en pensar lo que no es así...?
BELISA.-¡Dios mío! Dejad las buenas formas. Cesad de defenderos de lo que
vuestras miradas me dieron a entender en tantas ocasiones. Basta con mostrarse
satisfecha de la estratagema inventada diestramente por vuestro amor, y con que,
dentro de los límites a que el respeto obliga, esté una dispuesta a permitir su
homenaje, siempre que su apasionamiento con honrable dignidad ofrezca a mi
decoro deseos suficientemente depurados.
CLITANDRO.-Mas...
BELISA.-Adiós. Por ahora, esto es lo que debe bastaros... Contentaos con que os
haya dicho más de lo que hubiera querido deciros...
CLITANDRO.-Mas vuestro error, señora...
BELISA.-No insistáis. Permitid que me sonroje y que mi recato haya tenido que sufrir
una violencia sorprendente...
CLITANDRO.-Que me ahorquen si os amo... Y sabed que...
BELISA.-No, no; ahora no quiero saber más.
ESCENA V
CLITANDRO, Solo
CLITANDRO.-¡Al diablo esta loca con sus interpretaciones...! ¿Hase visto nada
parecido a sus tercos preconcebimientos...? Vayamos a confiar a otra persona el
propósito que me anima y busquemos la ayuda de una persona cuerda...

ACTO SEGUNDO

ESCENA I
ARISTO, Solo

ARISTO.-(Despidiéndose de Clitandro v hablándole todavía.) Sí, sí; os traeré la
respuesta lo antes que me sea posible; apoyaré, apremiaré, haré todo lo que sea
necesario: ¡Cuántas cosas quiere decir un enamorado con una palabra...! ¡Y con qué
impaciencia quiere decir lo que desea! Jamás...

ESCENA II
CRISALIO y ARISTO
ARISTO.-¡Ah, Dios os guarde, hermano! CRISALIO.-Y a vos también, hermano mío.
ARISTO.-¿Sabéis lo que me trae aquí...?
CRISALIO.-No; mas si os place, estoy dispuesto a escucharon...
ARISTO.-¿Cuánto tiempo hace que conocéis a Clitandro... ?
CRISALIO.-Hace bastante, y le veo frecuentar nuestra casa.
ARISTO.-¿Qué opináis de él, hermano?
CRISALIO.-Le tengo por un hombre honorable, de talento, de corazón y de buena
conducta... Encontrando a muy pocas personas parecidas en méritos.
ARISTO.-Cierto deseo suyo ha encaminado mis pasos, y me alegro profundamente
de que os intereséis por él.
CRISALIO.-Conocí a su difunto padre en mi viaje a Roma.
ARISTO.-Lo celebro.
CRISALIO.-Se trataba, hermano, de un auténtico gentilhombre.
ARISTO.-Eso dicen.
CRISALIO.-No teníamos por aquel entonces más que veintiocho años y éramos
ambos, a fe mía, dos magníficos galanes.
ARISTO.-Lo creo.
CRISALIO.-Frecuentábamos las casas de las damas romanas, y todo el mundo se
hacía lenguas de nuestras travesuras. ¡Tenían celos de nosotros!
ARISTO.-¡Qué más queríais...! Mas vayamos al tema que me interesa.

ESCENA III
BELISA, entrando sigilosamente y escuchando; CRISALIO y ARISTO
ARISTO.-Clitandro me ruega que actúe de intermediario entre él y vos; su corazón
se encuentra enamorado de las gracias de Enriqueta...
CRISALIO.-¡Cómo! ¿De mi hija...?
ARISTO.-Sí; Clitandro está encantado con ella, y convertido en el amante más
apasionado que pueda imaginarse.
BELISA.-(A Arisco.) No, no; no es tanto... (A Aristo.) Os he escuchado. Y puedo
aseguraros que ignoráis esa historia, y que la cosa no es tal como creéis...
ARISTO. ¿Cómo, hermana mía?
BELISA.-Clitandro abusa un poco de vos... Es de otra persona de quien su corazón
se ha enamorado.
ARISTO.-Creo que os burláis... ¿No es a Enriqueta a quien quiere...?
BELISA.-No; estoy segura de lo que os digo.
ARISTO.-Él mismo me lo ha confesado.
BELISA.-¡Ah, sí!
ARISTO.-Aquí me veis, hermana, encargado de pedirla hoy a su padre.
BELISA.-Perfectamente.
AR!STO.-Y su mismo amor me ha rogado que activase todo lo posible el momento
de ese enlace.
BELISA.-Mejor aún. No se puede engañar más gentilmente. Enriqueta, entre
nosotros, es para él una diversión, un subterfugio ingenioso un pretexto, hermano,
para encubrir otros fuegos cuyo misterio conozco, y me gustaría sacaros a los dos de
ese error.
ARISTO.-Mas ya que sabéis tantas cosas por lo visto, hermana, decidnos si os
place, cuál es esa otra persona que Clitandro ama.
BELISA.-¿Queréis saberlo?
ARISTO.-Sí... ¿Quién es?
BELISA.-Yo.
ARISTO.-¿Vos?
BELISA.-Yo misma.
ARISTO.-¡Ay, hermana mía...!
BELISA.-¿Qué queréis decir con ese «ay»? ¿Qué tiene de sorprendente, además, lo
que acabo de decir...? No creo que os sorprenda demasiado escuchar, creo yo, que
hay más de un corazón sometido a su imperio... Y que Dorante, Danis, Cleonte y
Licidas pueden probar por otra parte que una posee ciertos atractivos...
ARISTO.-¿Todos ellos os aman...?
BELISA.-Sí, con toda su alma.
ARISTO.-Pero, ¿os lo han dicho...?
BELISA.-Ninguno se ha tomado esa licencia... Supieron venerarme hasta hoy con la
suficiente firmeza, para no decirme jamás una sola palabra de su amor... Mas, para
ofrecerme su corazón y brindarme sus intenciones, los ojos, como callados
intérpretes, cumplieron su oficio notablemente.
ARISTO.-No se ve venir por aquí nunca a Damis...
BELISA.-Para demostrarme así su respeto sumiso.
ARISTO.-Durante os ofende, por todas partes, con palabras mordaces.
BELISA.-Dando rienda suelta a los arrebatos de unos celos furiosos.
ARISTO.-Cleonte y Licidas se casaron...
BELISA.-Desesperado por que me mantuve desdeñosa con su pasión.
ARISTO.-A fe mía, que alimentáis puras quimeras...
CRISALIO.-(A Belisa.) De las que debéis desentenderos...
BELISA. - ¡Ah, quimeras...! ¡Quimeras, dicen! ¡Quimeras, yo! ¡No es mala cosa
realmente, mi quimera! Y aunque me divierten las quimeras, hermanos, no me creía
en realidad tan quimérica.

ESCENA IV
CRISALIO Y ARISTO

CRISALIO.-Nuestra hermana está loca, no hay más que verlo.
ARISTO.-Me parece dominada por una locura progresiva. Pero reanudemos, repito,
nuestra conversación interrumpida. Clitandro os pide a Enriqueta por esposa... Ved
la respuesta que debéis dar a sus pretensiones.
CRISALIO.-¿Y es necesario que me lo preguntéis...? Consiento en ello de todo
corazón, y considero su alianza como un honor extraordinario.
ARISTO.-Ya sabéis que sus bienes no son muchos, y que...
CRISALIO.-Eso no tiene la menor importancia; es rico en virtudes, y ello vale por
muchos tesoros; además, su padre y yo, éramos uno solo en dos cuerpos.
ARISTO.-Hablemos a vuestra mujer y procuremos hacerla comprender...
CRISALIO.-Basta; lo acepto por yerno.
ARISTO.-Sí; mas para apoyar vuestro consentimiento, hermano mío, no está de más
contar con el de vuestra esposa. Vamos...
CRISALIO.-¿Os burláis un poco...? No lo creo necesario. Respondo de mi mujer, y
asumo la responsabilidad de mi decisión.
ARISTO.-Sin embargo...
CRISALIO.-Dejadme hacer, os digo, y no' temáis nada. Voy a prepararla al
momento.
ARISTO.-Sea. Yo volveré a sondear a vuestra Enriqueta, y volveré más tarde a
saber...
CRISALIO.--Es cosa hecha; voy a contárselo a mi mujer sin pérdida de tiempo.
ESCENA V
CRISALIO y MARTINA
MARTINA.-¡Qué suerte la mía...! ¡Ay! Bien dicen que quien quiere ahogar a su perro
le declara rabioso, y que servicio ajeno no es ninguna herencia...
CRISALIO.-¿Qué es eso? ¿Qué tenéis, Martina?
MARTINA. ¿Que qué tengo?
CRISALIO.-Sí.
MARTINA.-Pues tengo... que acaban de despedirme, señor.
CRISALIO.-¿Que te han despedido?
MARTINA.-Sí; acaba de echarme el ama.
CRISALIO.-Pero no lo entiendo. ¿Cómo es posible que... ?
MARTINA.-Se me amenaza, si no salgo de aquí, con darme cien palos...
CRISALIO.-No; os quedaréis; yo estoy muy contento de vos... A mi mujer se le sube
a veces la sangre a la cabeza. Pero yo no quiero...

ESCENA VI
FILAMINTA, BELISA, CRISALIO y MARTINA
FILAMINTA.-(Viendo a Martina.) ¡Cómo! ¿Todavía aquí, bribona...? ¡Salid pronto de
mi casa, bigarda...! Vamos, dejad vuestro puesto y no volváis a poneros delante de
mí.
CRISALIO.-Poco a poco.
FILAMINTA.-Que no... Se acabó.
CRISALIO.-¿Eh?
FILAMINTA.-Quiero que se vaya...
CRISALIO.-Mas, ¿qué es lo que ha hecho para que la queráis...?
FILAMINTA.-¿Cómo? ¿Es posible que la defendáis...?
CRISALIO.-De ninguna manera.
FILAMINTA.-¿Os ponéis de su parte...?
CRISALIO.-¡No, Dios mío! Lo único que quiero es saber lo que ha hecho.
FILAMINTA.-¿Me creéis capaz de echarla sin motivo justificado...?
CRISALIO.-Yo no he dicho eso; mas es preciso que nuestra gente...
FILAMINTA.-Lo dicho; se irá de aquí, os repito.
CRISALIO.-Bueno, sí. ¿Pero quién os dice lo contrario?
FILAMINTA.-No acepto que nadie contradiga mis deseos.
CRISALIO.-De acuerdo.
FILAMINTA.-Y vos debéis, Como esposo razonable, poneros de mi parte y compartir
mi enojo.
CRISALIO.-{Volviéndose a Martina.) ¡Y eso es lo que hago...! Sí, sí; mi mujer tiene
toda la razón para echaros, pícara, y vuestro crimen no merece perdón.
MARTINA.-¿Y qué es lo que he hecho yo, si se puede saber... ?
CRISALI O.-(Bajo.) Pues no lo sé...
FILAMINTA.-¿Será posible que tenga el valor de no obedecernos...?
CRISALIO.-¿Rompió Martina, provocando vuestra ira, algún espejo o alguna
porcelana...?
FILAMINTA.-¿Iba yo a echarla por esa causa...? ¿Os figuráis que puedo enojarme
por tan poca cosa...?
CRISALIO.-(A Martina.) ¿Qué debo decir...? (A Filaminta.) ¿Tan grave es el
motivo...?
FILAMINTA.-Naturalmente. ¿Soy yo, acaso, una insensata...?
CRISALIO.-¿Es que ha permitido, por descuido, que nos roben una jarra o una
bandeja de plata...?
FILAMINTA.-Eso no sería nada.
CRISALIO.-(A Martina.) ¡Oh oh! ¡Caramba con Martina! (A Filaminta.) ¡Cómo! ¿La
habéis sorprendido en plena infidelidad...?
FILAMINTA.-Algo mucho peor que eso.
CRISALIO.-¿Peor que eso...?
FILAMINTA.-Peor.
CRISALIO.-(A Martina.) ¡Diantre! ¿Qué hiciste, bribona...? (A Filaminta.) ¡Eh! ¿Ha
cometido ella... ?
FILAMINTA.-Ha ofendido mis oídos con una insolencia insoportable, y después de
treinta lecciones, con la falta de propiedad de una palabra salvaje y ordinaria, que el
gramático Vaguelas condena en términos decisivos.
CRISALIO.-¿Y ésa es la...?
FILAMINTA.-¡Cómo! ¡Estar siempre agraviando a la gramática, piedra angular de
todas las ciencias, pese a nuestras amonestaciones...! ¡No respetar la gramática que
rige hasta los monarcas, haciéndolos con su arrogancia obedecer sus leyes...!
CRISALIO.-¡La creí culpable del mayor de los crímenes!
FILA MINTA.-¡Cómo! ¿No- encontráis imperdonable ese crimen...?
CRISALIO.-Probablemente.
FILAMINTA.-¡Me horripilaría que lo disculpaseis todavía...!
CRISALIO.-Dios me guarde.
BELISA.-Nada tan lamentable como deshacer toda construcción... Y eso que se le
han repetido cien veces las leyes del lenguaje...
MARTINA.-Todo lo que predicáis está muy bien. Mas yo no sabré nunca hablar en
vuestra jerga...
FILAMINTA.-¡Descarada! ¡Llamar jerga al lenguaje basado en la razón y en el buen
uso...!
MARTINA.-Si se hace una entender es que se habla bien, y todos vuestros términos
no sirven de nada...
FILAMINTA.-¡Eh! ¿Qué os parece? Ved su estilo. ¡No sirven de nada!
BELISA.-¡Oh cerebro indócil! ¿Puede soportarse, pese a lo que nos preocupamos,
que no se te pueda enseñar a hablar correctamente...? Haces un suo doble e
innecesario al decir «no sirven», y luego «de nada»... Ya te hemos dicho que basta
con un sólo término para indicar una misma cosa.
MARTINA.-¡Dios mío! ¡Yo no estudié como vos, y hablo como solemos hablar entre
nosotros...!
FILAMINTA.-¡Ah! ¿Puede aguantarse esto...?
BELISA.-¡Horrible solecismo!
FILAMINTA.-Es como para destrozar cualquier oído sensible.
BELISA.-¡Confieso que tu espíritu es demasiado materialista! ¿Pretendes pasarte
toda la vida ofendiendo a la gramática...?
MARTINA.-¿Quién habla de ofender a nadie...?
FILAMINTA.-¡Oh cielo!
BELISA.-Todo lo entiendes al revés; ya se te ha dicho de dónde proviene esa
palabra.
MARTINA.-Por mí, que venga de Chaillot, de Hauteuil o de Pontoise, me es lo
mismo.
BELISA.-¡Qué espíritu tan pueblerino...! La gramática nos enseña las leyes del verbo
y del nominativo, e igualmente del adjetivo con el sustantivo.
MARTINA.-Tengo que deciros una vez más, señora, que yo no conozco a esas
gentes.
BELISA.-Son nombres de palabras y debe considerarse lo que es preciso hacer para
que concuerden.
MARTINA.-Que se pongan de acuerdo o que se apaleen..., ¿y a mí que me
importa...?
FILAMINTA.-(A Belisa.) ¡Ah, Dios mío! Terminad esta escena. (A Crisalio.) ¿No
queréis echarla de casa...?
CRISALIO.-(Aparte.) ¿Qué debo hacer...? No queda otro remedio que secundar su
capricho. (A Martina.) Anda, no la irrites más; retírate, Martina.
FILAMINTA.-¡Cómo! ¿Teméis ofender a esa pícara... ? Veo que le habláis en un tono
demasiado amable...
CRISALIO.-(Con voz firme.) ¿Yo...? Nada de eso. Vamos, marchaos. Vete, criatura.

ESCENA VII
FILAMINTA, CRISALIO y BELISA
CRISALIO.-Ya estáis satisfecha; se marchó la mujer. Mas a decir verdad, no apruebo
semejante medida; era una muchacha que servía para su trabajo, a quien habéis
echado por una razón gratuita...
FILAMINTA.-¿ Quisierais que siguiese a mi servicio para que me atormentara sin
cesar los oídos y quebrantase toda ley de uso y de razón con su bárbaro repertorio
de vicios gramaticales, de palabras desfiguradas, ligadas constantemente con
proverbios adquiridos en el mismísimo arroyo...?
BELISA.-En realidad, se transpira soportando su lenguaje; destroza a Vaugelas
todos los días, y los más ligeros defectos de ese tosco cerebro son el pleonasmo o la
cacofonía.
CRISALIO.-¿Y qué importa que no obedezca las leyes de Vaugelas, con tal que
cumpla con la cocina...? Prefiero, desde mi punto de vista, que al limpiar sus verduras concuerde
erróneamente los nombres con los verbos y repita cien veces una palabra fea y
ordinaria a que abrase la carne o sale demasiado el puchero. Se vive de buenos
caldos y no de buen lenguaje. Vaugelas no enseña cómo se hace la sopa; y
Malherbe y Guez de Balzac tan sabios en bellas palabras, hubieran sido unos necios
en lo que a la cocina se refiere.
FILAMINTA.-¡Cómo me hastían tan groseros razonamientos...! ¡Y qué indigno m c
parece un hombre, rebajarse constantemente a los cuidados materiales, en vez de
elevarse hacia los espirituales! Este andrajo del cuerpo, ¿tiene la suficiente
importancia para preocuparnos de él? ¿No debemos, en realidad, olvidarlo lo más
posible...?
CRISALIO.-Sí; como mi cuerpo soy yo mismo, quiero cuidarlo... Todo lo andrajo que
queráis; pero yo quiero que este andrajo esté lo más cuidado posible...
BELISA.-El cuerpo con el espíritu, componen algo importante, hermano mío; más
como afirma cualquier persona inteligente, el espíritu debe ir siempre a la vanguardia
del cuerpo; y nuestro mayor cuidado, nuestra constante preocupación, debe ser la de
nutrirle con el suficiente jugo científico.
CRISALIO.-A Fe mía, si pensáis alimentar vuestro espíritu, hacedlo con carne
magra, como suele decirse... No tengáis ningún cuidado, la menor solicitud por...
FILAMINTA.-¡Ah! Eso de «solicitud» me destroza el oído. Me huele demasiado a
cosa antigua.
BELLISA.-En verdad, no puede ser más anticuado semejante vocablo.
CRISALIO.-¿ Queréis que os hable con absoluta franqueza...? Me obligáis a estallar,
a quitarme el disfraz y a dar rienda suelta a mi bilis. Os tienen por locas por algo, y
me rebosa el corazón...
FILAMINTA.-¿Qué decís...?
CRISALIO.-(A Belisa.) A vos me refiero, hermana. El menor solecismo os irrita
cuando habláis; pero más irritáis vosotras, con vuestra extraña conducta. Vuestros
eternos libros no me satisfacen; y, salvo un grueso Plutarco con el que aliso mis
valonas, deberíais quemar todos esos volúmenes inútiles y dejar la ciencia a los
doctores de la ciudad; quitarme, para obrar cuerdamente, ese largo anteojo que en
nuestro granero asusta a las gentes, así como cien baratijas de aspecto molesto...
No hay que ir a buscar a la Luna lo que en ella se hace, sino preocuparos un poco
más de lo que se hace en vuestra casa, donde toda anda sin pies ni cabeza. No es
muy decoroso, por muchas razones, que una mujer estudie y sepa demasiadas
cosas. Educar en las buenas costumbres el alma de sus hijos, procurar que funcione
su hogar, vigilar a sus gentes y cuidar del presupuesto con prudencia, debe ser su
verdadero estudio y su filosofía. Nuestros padres eran en ese aspecto gentes muy
sensatas, cuando decían que una mujer sabe bastante si llega a diferenciar y se
eleva espiritualmente distinguiendo un jubón de unas calzas. Las suyas no leían-
tanto, pero vivían rectamente; sus hogares suponían su entretenimiento más
importante, y sus libros eran el dedal, el hilo y las agujas, con los que cuidaban
atentamente la ropa de sus hijos. -Las mujeres modernas están muy lejos de
aquellas costumbres, quieren escribir, llegar a ser escritoras. Para ellas no hay
ciencia demasiado profunda, y aquí mucho más que en otro lugar cualquiera,
descubren los más graves secretos, como si en mi casa se supiera todo..., salvo lo
que de verdad debe saberse. Se conoce cómo andan la Luna y la estrella polar,
Venus, Saturno y Marte, con los que no tengo relaciones; y en esa ciencia vana, que
tan lejos se busca, no se sabe cómo marcha mi puchero, cosa muy importante. Mis
gentes aspiran a la ciencia porque les divierte, y todo hacen menos lo que tienen que
hacer. Razonar es la tarea en esta casa, aunque el razonamiento suplante a la
razón. Hay quien deja quemar mi asado leyendo alguna historia; hay quien sueña
con versos cuando necesito vino; en fin, veo que siguen vuestro ejemplo, y que a
pesar de tener criados, no estoy nunca servido. Habíame quedado al menos una
pobre sirvienta que no estaba contagiada por esa epidemia, y en vista de eso, la
echan con gran escándalo, porque ofende cuando habla a Vaugelas. Tengo que
decíroslo, hermana mía: todas estas estupideces me irritan, desde el momento que
es a vos a quien me dirijo... No quiero en mi casa a esas gentes amigas vuestras y
de los latines, y en particular, a ese señor Trissotin... Él es quien, con sus versos, os
ha desacreditado... Todo lo suyo tiene algo de desvarío... Cuando se procura saber
lo que ha dicho después de sus peroratas, fácil resulta comprender que tiene vena
de loco...
FILAMINTA.-¡Dios mío...! ¡Qué bajeza de alma y de lenguaje...!
BELISA.-¿Hase visto alguna vez un conglomerado más tosco de corpúsculos
mezquinos, un espíritu compuesto de átomos más burgueses...? ¿Será posible que
tenga yo esa misma sangre...? No me perdono el ser de vuestra raza, y me alejo
realmente confundida de vuestro lado. (Vase.)

ESCENA VIII
FILAMINTA V CRISALIO
FILAMINTA.-¿Os queda todavía algún dardo que lanzar... ?
CRISALIO.-¿A mí? No. Terminemos estas discusiones; doy la cosa por acabada...
Hablemos de otro asunto... A vuestra hija mayor..., se le nota cierto despego por los
vínculos matrimoniales; es una filosofía en definitiva, y como consecuencia, no digo
nada; está sabiamente educada, y hacéis muy bien; mas el carácter de la pequeña
es muy distinto y creo que conviene casarla, elegirle un marido...
FILAMINTA.-Había pensado en ello y quería participaros mis proyectos. A ese señor
Trissotin, que se nos reprocha corno un crimen, y que no tiene el honor de contar
con vuestra estima, he pensado en elegirlo como esposo adecuado, pues sé mejor
que vos apreciar lo que vale. Me parece inútil cualquier discusión sobre el tema,
puesto que tengo resuelto definitivamente cl asunto. No digáis una palabra, al
menos, sobre la elección realizada; quisiera hablar de ello con nuestra hija antes de
que vos lo hagáis. Dispongo de muchas razones que aprobarán mi conducta, y ya
sabré si se lo habéis comunicado.

ESCENA IX
ARISTO y CRISALIO
ARISTO.-¿Y qué? He visto salir a vuestra esposa, hermano. Veo que tuvisteis una
conversación.
CRISALIO.-Sí.
ARISTO.-¿Cuál es el resultado...? ¿Se refiere a nuestra Enriqueta...? ¿Dio vuestra
esposa Su consentimiento...? ¿Está resuelto el asunto...?
CRISALIO.-No se ha resulto, todavía.
ARISTO.-¿Se niega ella...?
CRISALI O.-No.
ARISTO.-¿ Vacila, probablemente...?
CRISALIO.-De ningún modo.
ARISTO.-¿Qué es lo que ocurre entonces...?
CRISALIO.-Lo que ocurre, es que me propone a otra persona para yerno.
ARISTO.-¿A otro hombre para yerno...?
CRISALIO.-Sí, a otro.
ARISTO. (Que se llama...?
CRISALIO.-El Señor Trissotin.
ARISTO.-¿Cómo...? ¿Ese señor Trissotin que...?
CRISALIO.-Sí, sí; cl que habla siempre de versos ¡atines.
ARISTO.-¿Y le habéis aceptado?
CRISALIO.-¿Yo? En absoluto. ¡Dios no lo quiera!
ARISTO.-¿Y qué le respondisteis...?
CRISALIO.-Nada... Y celebro no haber dicho ni una palabra, para no
comprometerme...
ARISTO.-La razón es magnífica, y creo que habéis dado un gran paso. ¿Supisteis, al
menos, proponerle a Clitandro...?
CRISALIO.-No... Al ver que hablaba de otro yerno, creí preferible no adelantar nada.
ARISTO.-En realidad, es admirable vuestra prudencia. ¿No os da sin embargo
vergüenza tanta blandura...? ¿Es posible que un hombre tenga la suficiente debilidad
para conceder a su esposa un poder absoluto y para no atreverse a contradecir lo
que ella piensa...?
CRISALIO.-¡Dios mío, hermano, qué ligeramente habláis...! No podéis imaginaros lo
que me desagrada el escándalo. Me gusta la calma, la paz, la suavidad, y mi mujer
tiene un carácter horroroso. Da una gran importancia a la filosofía, pero no por eso
deja de ser colérica. Y su moral, fundada en el desprecio del bien, opera como nada
sobre la acritud de su bilis. A poco que se le lleve la contraria, tiene uno para ocho
días de tempestad espantosa. Me deja temblando cuando adopta ese tono; no sé
dónde meterme, puesto que se con. vierte en un verdadero dragón; pese a lo cual, y
a pesar de su furia, tengo que llamarle «corazón» y «alma mía.»
ARISTO.-Vamos, queréis burlaros. Vuestra mujer, dicho entre nosotros, os domina
por vuestras cobardías. Su poder se funda en vuestra debilidad, siendo vos el que le
conferís el título de dueña absoluta; os entregáis vos mismo a sus
destemplamientos, y os dejáis manejar como un cordero. ¡Cómo! ¿No es posible,
viendo lo que os llama la gente, decidiros alguna vez a ser hombre, a que acate
vuestra voluntad una mujer, a tener el suficiente temple para decir «yo quiero...»?
¿Vais a permitir, sin avergonzaros, que sacrifiquen a vuestra hija a las locas
quimeras que tienen trastornada a vuestra familia y a entregar todos vuestros bienes
a un necio por seis palabras latinas dichas en voz alta; a un pedante que vuestra
mujer llama de manera gratuita ingenio, gran filósofo y hombre cuyos versos
galantes nadie ha igualado, y que no es, como se sabe, nada de todo eso? Vamos,
repito que queréis burlaros, y que vuestra cobardía sólo merece risa.
CRISALIO.-Sí; tenéis razón; veo perfectamente que hago mal. Por lo visto, hermano,
hay que mostrar más energía.
ARISTO.-Bien dicho.
CRISALIO.-Resulta denigrante estar sometido al poderío de una mujer.
ARISTO.-Muy bien.
CRISALIO.-Mi esposa se ha apoderado demasiado de mi blandura.
ARISTO.-Es cierto.
CRISALIO.-Y gozado demasiado de mi condescendencia.
ARISTO.-Sin duda.
CRISALIO.-Quiero hacerle-saber, antes de nada, que mi hija es mi hija, y que soy
dueño de buscarle un marido de acuerdo a mis deseos.
ARISTO.-Comenzáis a poneros razonable; así os quiero ver.
CRlSALIO.-Estáis de parte de Clitandro y sabéis dónde se encuentra; hacedle venir
lo antes posible, hermano.
ARISTO.-Corro a cumplir vuestras órdenes.
CRISALIO.-Como he aguantado demasiado, quiero sentirme hombre delante de todo
el mundo.

ACTO TERCERO

ESCENA 1

FILAMINTA, ARMANDA, BELISA, TRISSOTIN y ESPINA
FILAMINTA.-¡Ah! Coloquémonos aquí para escuchar tranquilamente esos versos,
que hay que sopesar palabra por palabra.
ARMANDA.-Ardo en deseos de escucharlos.
BELISA.-En casa, nos morimos de ansia.
FILAMINTA.-(A Trissotin.) Nada me encanta de tal manera, como lo que viene de
vos.
ARMANDA.-Vuestras cosas son para mí un regalo sin posible rival.
BELISA.-Se trata de un alimento exquisito que dais a mis oídos.
FILAMINTA.-No hagáis aumentar más tan apremiantes deseos.
ARMANDA.-Daos prisa.
BELISA.-Pronto; permitid nuestro goce.
FILAMINTA.-Ofreced vuestro epigrama a nuestra impaciencia.
TRISSOTIN.-(A Filaminta.) ¡Ay! Se trata de un recién nacido, señora; su suerte tiene
todo el derecho a conmoveros; es como si fuese a ciar a luz en vuestra corte.
FILAMINTA. - Para hacérmelo único, basta con que seáis su padre.
TRISSOTIN.-Vuestra aprobación la servirá de madre.
BELISA.-¡Qué talento tiene!

ESCENA II
Los mismos

FILAMINTA.-(A Enriqueta, que quiere retirarse.) ¡Hola! ¿Por qué huis...?
ENRIQUETA.-Por miedo de turbar un coloquio tan íntimo.
FILAMINTA.-Acercaos y venid, con la atención necearía, para tener el placer de
escuchar maravillas.
ENRIQUETA.-Entiendo muy poco la belleza de lo escrito, y no son mi fuerte las
cosas espirituales.
FILAMINTA.-Eso no importa; quizá por ello tengo que deciros un secreto que debéis
inmediatamente conocer.
TRISSOTIN.- (A Enriqueta.) Las ciencias no tienen nada que puedan cautivaros,
aunque vos sólo no hagáis otra cosa que cautivar.
ENRIQUETA.-Ni lo uno ni lo otro; no tengo el menor deseo...
BELISA.-¡Ah! Ocupémonos del recién nacido, os lo ruego.
FILAMINTA.-(A Espina.) Vamos, muchacho; trae pronto sillas. (Espina, se cae.)
¡Vaya con el impertinente! ¿Es que puede uno caerse después de haber aprendido
el equilibrio de las cosas...?
BELISA. ¿No comprendes, ignorante, las causas de tu caída, motivada por haber
separado del punto fijo lo que se llama el centro de gravedad... ?
ESPINA.-Ya lo he visto, señora, cuando estaba en el suelo...
FILAMINTA.-(A Espina, que sale.) ¡Qué torpísimo!
TRISSOTIN.-¡Bien le vale no ser de vidrio...!
ARMANDA.-¡Ah! ¡El espíritu siempre y sobre todo...!
BELISA.-No se le agota nunca. (Se sientan.)
FILAMINTA.-Servimos lo antes posible vuestro amable alimento.
TRISSOTIN.-Para ese hambre voraz que se me brinda, un plato de ocho versos
paréceme muy poco; y creo que en este caso, no cometeré ningún abuso añadiendo
al epigrama, o sino al madrigal, la salsa de un soneto que en casa de una princesa
fue recibido cono algo muy delicado. Todo él se encuentra sazonado de sal ática, y
creo que lo consideraréis de bastante buen gusto.
ARMANDA.-¡Ah, no lo dudo!
FILAMINTA.-Escuchémoslo pronto.
BELISA.-(Interrumpiendo a Trissotin, cada vez que se dispone a leer.) Siento
estremecerse de gusto mi corazón por adelantado. Me encanta la poesía con locura,
sobre todo cuando los versos son de tono galante.
FILAMINTA.-Si seguimos hablando, no podrá decir nada.
TRISSOTIN.-So...
BELISA.- (A Enriqueta.) Silencio absoluto.
ARMANDA.-¡Ah, dejadle leer!
TRISSOTIN.-(Leyendo.) «Soneto a la fiebre de la princesa Ucrania.» Vuestra
prudencia está dormida por tratar con magnificencia y alojar soberbiamente
a vuestra más cruel enemiga.
BELISA.-¡Qué magnífico comienzo!
ARMANDA.-¡Qué giro más galante!
FILAMINTA.-Sólo él posee el talento necesario para los versos fáciles.
ARMANDA.-Hay que rendirse ante esa «prudencia dormida.»
BELISA.-«Alojar a su cruel enemiga», está para lleno de encantos.
FILAMINTA.-Me gustó ese «con magnificencia» y ese «soberbiamente.» ¡Cómo
suenan esos dos calificativos!
BELISA.-Prestemos oído a lo demás. Vuestra prudencia está dormida por tratar con
magnificencia y alojar soberbiamente a vuestra más cruel enemiga.
ARMANDA.-¡Prudencia dormida!
BELISA.-¡Alojar a su enemiga!
FILAMINTA.-¡Con magnificencia y soberbiamente!
TRISSOTIN.-(Sigue leyendo.)
Haced que salga, digan lo que digan, de vuestra rica habitación, donde esa ingrata
insolente ataca vuestra bella vida.
BELISA.-¡Ah!... Despacio... Dejadme respirar, por favor...
ARMANDA.-Dadnos tiempo, si os place, para poder admirar.
FILAMINTA.-Siente una ante esos versos, un no se qué que nos deja pasmadas,
derramándose hasta el fondo del alma.
ARMANDA.
Haced que salga, digan lo que digan, de vuestra rica habitación
¡Qué bellamente resulta expresado lo de esa «rica habitación»! ¡Con qué talento
está colocada ahí la metáfora!
FILAMINTA.-«Haced que salga, digan lo que digan.» ¡Ah! Este «digan lo que digan»,
supone un gusto único... Es, a mi juicio, un pasaje impagable.
ARMANDA.-También mi corazón se ha enamorado de ese «digan lo que digan.»
BELISA.-Soy de vuestro mismo parecer; ese «digan lo que digan» es un hallazgo
felicísimo.
ARMANDA.-Me hubiera gustado escribirlo yo misma...
BFLISA.-Vale por toda una obra.
FILAMINTA.-Mas ¿se comprenderá tan perfectamente su finura, como yo la
comprendo?
ARMANDA Y BELISA.-¡Oh, oh!
FILAMINTA.-«Haced que salgan, digan lo que digan.» Cuidad ahora de la fiebre; no
tengáis consideración ninguna; burlaos de todas las habladurías. «Haced que
salgan, digan lo que digan.» Este «digan lo que digan»... dice mucho más de lo que
se supone. Yo no sé si todos los oyentes serán de mi parecer; mas en esas cuatro
palabras, oigo un millón...
BELISA.-Realmente, dice muchas más cosas de las que aparenta.
FILAMINTA.-(A Trissotin.) Mas cuando escribisteis este encantador «digan lo que
digan», ¿comprendisteis toda su energía...? Pensasteis honradamente vos mismo,
todo lo que expresa...? ¿Se os ocurrió entonces que poníais en ese verso tanto
ingenio...?
TRISSOTIN.-¡Ay, ay!
ARMANDA.-Tengo también el «ingrata» en la cabeza; esa ingrata agitada, injusta,
indigna, que trata mal a quienes la alojan en su casa.
FILAMINTA.-En fin: los dos cuartetos resultan admirables. Pasemos pronto a los
tercetos, os lo ruego.
ARMANDA.-¡Ah!, recitad otra vez ese «digan lo que digan», por favor...
TRISSoTIN.-«Haced que salga, digan lo que digan»...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Digan lo que digan!
TRISOTIN.-...«de vuestra rica habitación.»
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Rica habitación!
TRISSOTIN.-... « donde esa ingrata insolentemente»...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ese «ingrata» ardorosa!
TRISSOTIN.-...«ataca vuestra bella vida.»
FILAMINTA.-¡A vuestra bella vida!
ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-¡Cómo! Sin respetar vuestro linaje, ella paga a vuestra sangre...,
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-...y noche y día os ultraja. Si al baño la conducís sin dudar para
vengaros, ahogadla con vuestras propias manos.
FILAMINTA.-Yo no puedo más.
BELISA.-Es un pasmo.
ARMANDA.-Se muere una de placer.
FILAMINTA.-Os sentís estremecida por mil dulces escalofríos.
ARMANDA.-«Si al baño la conducís.»
BELISA.-«Sin duda para vengaros.»
FILAMINTA.-« Ahogadla con vuestras propias manos.»
ARMANDA.-Yo encuentro en vuestros versos un rasgo seductor a cada paso.
BELISA.-Vaga una extasiada por todas partes.
FILAMINTA.-No se camina sino entre bellas cosas.
ARMANDA.-Es como si se tratase de senderos sembrados de rosas.
TRISSOTIN.-¿Os parece, entonces, el soneto...?
FILAMINTA.-Admirable, originalísimo; nadie ha podido hacer nada tan hermoso.
BELIsA.-(A Enriqueta.) ¡Cómo! ¿No os emociona semejante lectura...? ¡Me parece
muy extraño vuestro comportamiento, sobrina mía...!
ENRIQUETA.-Cada cuál se comporta en este mundo, tía, como puede; y espíritu
ingenioso no lo tiene todo el que lo desea.
TRISOTIN.-Quizá le importunen mis versos a esa señorita.
ENRIQUETA.-Nada de eso. Yo no escucho.
FILAMINTA.-¡Ah!... Oigamos el epigrama.
TRISSOTIN.-« Sobre una carroza color amaranto, ofrecida a una dama amiga.»
FILAMINTA.-Ya vuestros títulos tiene algo particularísimo.
ARMANDA.-Su originalidad nos dispone a cien bellos rasgos de ingenio.
TRISSOTIN.-El amor me ha vendido tan caro su lazo...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-...que me ha costado la mitad de mis bienes, y cuando ves esa
hermosa carroza donde tanto oro nutre las formas todo el país se asombra y hace
suntuosamente triunfar a mi Lais...
FILAMINTA.-¡Ah!... ¡Mi Lais! Que fina cultura...
BELIsA.-La forma es bellísima y vale un millón.
TRISSOTIN.-(Repitiendo. ) Y cuando ves esa hermosa carroza donde tanto oro nutre
las formas todo el país se asombra y hace suntuosamente triunfar a mi Lais, no digas
ya que es amaranto, di más bien que es de mi renta.
ARMANDA.-¡Oh, oh, oh! Esto sí que es inesperado.
FILAMINTA.-Solo él puede escribir con tal gusto.
BELISA.-No digas ya que es amaranto, di más bien que es de mi renta.
FILAMINTA.-No sé desde el momento que os conocí, si mi espíritu se sintió
prendido; sólo sé que admiro en todo momento vuestros versos y vuestra prosa.
TRISSOTIN.-(A Filaminta.) Si quisierais mostrarnos algo vuestro, podríamos
aprovechar la ocasión para admirarla.
FILAMINTA.-No he hecho nada en verso; mas tengo esperanzas de poderos
enseñar muy pronto, a título amistoso, ocho capítulos del plan de nuestra academia.
Platón se detuvo simplemente en este proyecto cuando escribió el tratado de su
república; mas quiero realizar por completo una idea que hasta ahora sólo está
redactada en papel y en prosa. Ya que, en fin, siento un singular despecho por la
injusticia que con nosotros se comete, relegándonos a esa categoría indigna en la
que nos colocan los hombres, limitando nuestras dotes a futilidades y cerrándonos
las puertas a las claridades sublimes.
ARMANDA.-Ofensa excesiva hacen a nuestro sexo los que reducen tan sólo el valor
de nuestra inteligencia a la opinión sobre una falda, sobre la gracia de un manto o
sobre las bellezas de un encaje o de un nuevo brocado.
BELISA.-Es preciso alzarse contra ese afrentoso reparto y dejar bien claro que
nuestro espíritu puede actuar libre de cualquier dependencia.
FILAMINTA.-También el sexo os hace justicia en esas materias; mas queremos
demostrar a ciertos hombres, cuyo encumbrado saber nos trata con desprecio, que
las mujeres están dotadas como ellos; que como ellos pueden celebrar doctas
reuniones, llegadas a ellas con los mejores propósitos; que quieren reunir casi
siempre lo que otros separan, mezclar el habla bella con la ciencia pura, descubrir la
naturaleza por medio de mil experiencias, y sobre las cuestiones que puedan
presentarse, admitir todas las sectas sin adherirse a ninguna.
TRISSOTIN.-Yo me adhiero por su orden al peripatetismo.
FILAMINTA.-Para las abstracciones prefiero lo platónico.
ARMANDA.-Me complace Epicuro, puesto que sus dogmas son sólidos.
BELISA.-Yo me arreglo perfectamente con los corpúsculos; mas como el vacío a
soportar me resulta difícil, prefiero con mucho gusto la materia sutil.
TRISSOTIN.-Descartes acierta, a mi modo de ver, con lo del imán.
ARMANDA.-Me agradan sobre todo sus torbellinos.
FILAMINTA.-Y a mí su mundos flotantes.
ARMANDA.-Estoy deseado que se abra nuestra asamblea para que nos distingamos
con algún descubrimiento.
TRISSOTIN.-Se espera mucho de vuestras claras mentes; para vosotras no tiene
misterios la naturaleza.
FILAMINTA.-Por mi parte, he hecho ya uno: he visto claramente algunos hombres en
la luna.
BELISA.-Yo no he visto todavía' hombres; pero he divisado campanarios de manera
tan clara como os estoy viendo ahora.
ARMANDA.-Profundizarmos tanto en la física como en la gramática, la historia, la
poesía, la moral y la política.
FILAMINTA.-La moral tiene enfoques que cautivan mi corazón, y era en otros
tiempos, la afición predilecta de los grandes espíritus; mas en su plano, doy la
prioridad a los estoicos, al no encontrar nada tan hermoso como su maestro.
ARMANDA.-En cuanto a la lengua, estudiaremos el asunto en nuestros reglamentos,
pues pretendemos hacer innovaciones en la misma. Por una antipatía, justa o
natural, sentimos todas una aversión mortal a una serie de palabras, ya sean verbos
o nombres que nos repartiremos mutuamente; preparamos contra ellas sentencias
de muerte...; abriendo nuestros debates con el deseo de abolir de una vez por todas,
ciertas palabras de las que deseamos ver limpia de una vez la prosa y los versos.
FILAMINTA.-Mas el más bello proyecto de nuestra academia, noble empresa que me
tiene encantada, deseo glorioso que será muy celebrado por todos los grandes
talentos de la posteridad, es la supresión de esas sílabas repugnantes que tanto
trastornan las mas bellas frases; esos eternos juguetes de los necios vulgares, esos
lugares comunes, insulsos, ele los graciosos de mal género, orígenes de _un
repertorio de infames equívocos con que se ofende al pudor femenino.
TRISSOTIN.-¡He aquí ciertamente una serie de proyectos admirables!
BELISA.-Ya veréis nuestros estatutos cuando estén terminados.
TRISSOTIN.-Serán, a no dudarlo, tan brillantes como sensatos.
ARMANDA. - Nos constituiremos nosotras mismas, como consecuencia de nuestras
propias leyes, en jueces absolutos de las obras. Nadie tendrá talento, salvo nosotras,
claro está, y nuestros amigos. Buscaremos por todos lados motivos de censura y
dictaminaremos que tan solo nosotros sabemos escribir.
ESCENA III
Los mismos y ESPINA
ESPINA.-(Trissotin.) Señor, ahí está un hombre que quiere hablaros; Viene Vestido
de negro y habla de un modo suave. (Todos se levantan.)
TRISSOTIN.-Es ese amigo mío que con tanta insistencia ha solicitado le concedáis
el honor de conoceros.
FILAMINTA.-Teneis absoluta libertad para presentarle. (Trissotin sale al encuentro
de Vadius.)

ESCENA IV
FILAMINTA, BELISA, ARMANDA y ENRIQUETA
FILAMINTA.-(A Armanda y a Belisa.) Hagamosle los honores de nuestro espíritu, al
menos. (A Enriqueta, que trata de salir.) ¡Hola! Ya os dije con bastante claridad que
os necesitaba.
ENRIQUETA.-¿Y puede saberse para qué...?
FILAMINTA.-Venid; ya se os dirá lo antes posible.
ESCENA III
Las mismas, TRISSOTIN y VADIUS
TRISSOTIN.-(Presentando a Vadius.) He aquí al hombre que moría de deseos de
conoceros; al presentárosle, no temo la posible censura por haber traído un profano
a Vuestra casa, señora, ya que puede ocupar un sitio honroso entre los ingenios más
altos.
FILAMINTA.-La mano que le presenta acredita su valía.
TRISSOTIN.-Posee la plena inteligencia de los autores clásicos, y sabe el griego,
señora, como quien mejor lo sepa en Francia.
FILAMINTA.-¡El griego, oh cielo! ¡Sabe el griego, hermana!
ARMANDA.-¡El griego! ¡Qué dulzura!
FILAMINTA.-¡Cómo! ¿Que este señor sabe el griego...? ¡Ah, permitidme y hacedme
la merced que por amor al griego, señor, os abrace! (Vadius abra-a también a Belisa
y a Armanda.)
ENRIQUETA.-(A Vadius, que pretende abrazarla.) Excusadme, señor; yo no sé el
griego. (Se sientan todos.)
FILAMINTA.-Tengo por los libros griegos un maravilloso respeto.
VADIUS.-Temo ser enojoso, señora, con la pasión que hoy me impulsa a rendiros mi
homenaje, y pienso si habré llegado a perturbar algún docto coloquio.
FILAMINTA.-Señor, con el griego no hay posibilidad de perturbar nada.
TRISSOTIN.-Hace, además, maravillas en Verso, lo mismo que en prosa, y podría si
quisiese enseñaron alguna de ellas.
VADIUS.-El defecto de los autores, con sus obras, es el de tiranizar las
conversaciones, estar en el palacio de justicia, en el paseo, en las alcobas, en las
mesas, leyendo incansables sus aburridos Versos. Por mi parte, no Veo nada tan
necio como el autor que Va por todas partes mendigando alabanzas, y que al cegar
los oídos de los primeros que llegan, hace de ellos con frecuencia los mártires de las
Veladas. En mí nunca se ha dado obstinación tan loca, y en eso comparto el criterio
de un griego que prohibía de manera tajante a todos sus sabios, ese indigno deseo
de leer sus obras. He aquí unos Versitos para jóvenes amantes, sobre los que
quisiera saber Vuestro juicio.
TRISSOTIN.-Vuestros Versos poseen bellezas de las que carecen muchos otros.
VADIUS.-Venus y las gracias imperan en todos los Vuestros.
TRISSOTIN.-Tenéis un estilo suelto y un bello repertorio de palabras.
VADIUS.-En Vos se hallan constantemente el «ithos» y el «pathos«
TRISSOTIN.-Hemos Visto églogas Vuestras de un estilo que supera en dulces
atractivos a Teócrito y a Virgilio.
VADIUS.-Vuestras odas tienen un aire noble, galante y tierno, que deja muy lejos de
Vos al propio Horacio...
TRISSOTIN.-¿Hay algo tan amoroso como Vuestras canciones?
VADIUS.-¿Puede leerse nada igual que Vuestros sonetos?
TRISSOTIN.-¿Nada que sea tan atrayente como vuestros randós?
VADIUS.-¿Algo tan lleno de ingenio como Vuestros madrigales?
TRISSOTIN.-En las baladas, sobre todo, sois admirable.
VADIUS.-En Vuestros finales rimados, es donde yo os encuentro único.
TRISSOTIN.-¡Si Francia reconociera Vuestra Valía!
VADIUS.-¡Si el siglo hiciese justicia a los Verdaderos ingenios!
TRISSOTIN.-Iríais en carroza dorada por las calles.
VADIUS.-Veríamos a la gente erigiéndoos estatuas. (A Trissotin.) ¡No sé! Se trata de
una balada, y quiero que me digáis con franqueza...
TRISSOTIN.-¿Habéis Visto cierto sencillo soneto sobre la fiebre que se ha
apoderado de la princesa Urania?
VADIUS.-Sí; ayer me lo leyeron en una reunión.
TRISSOTIN.-¿Y no sabéis quién es el autor...?
VADIUS.-No; mas sé muy bien, con toda franqueza, que su soneto no Vale nada.
TRISSOTIN.-Sin embargo, mucha gente lo encuentra admirable.
VADIUS.-Lo cuál no impide que sea malísimo, y si lo conocierais, seríais de mi
gusto.
TRISSOTIN.-Sé que en ese aspecto no lo soy, en absoluto, y que existe muy poca
gente capacitada para hacer ese soneto.
VADIUS.-¡Guárdeme el cielo de hacer nada semejante!
TRISSOTIN.-Pues yo creo que no se puede hacer otro mejor, y la razón más
convincente que tengo para ello, es que yo soy su autor.
VADIUS.-¿Vos?
TRISSOTIN.-Yo.
VADIUS.-No comprendo cómo se puede hacer semejante cosa.
TRISSOTIN.-Me siento desgraciado por no baberos agradado.
VADIUS.-Es posible que cuando lo escuché estuviese distraído, o quizá fue el lector
quien destrozó el soneto. Mas dejemos tan enojoso asunto y Veamos mi balada.
TRISSOTIN.-La balada, para mi gusto, es una cosa insulsa; pasó la moda del
género; pertenece a otra época.
VADIUS.-La balada encanta, sin embargo, a mucha gente.
TRISSOTIN.-Lo cual no impide que a mí no me guste.
VADIUS.-Les resulta prodigiosamente atractiva a los pedantes.
VADIUS.-Y sin embargo a vos, no os agrada. (Se levantan.)
TRISSOTIN.-Atribuís neciamente Vuestras cualidades a los demás.
32Las mujeres sabias
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VADIUS.-Y Vos me atribuis impertinentemente las vuestras.
TRISSOTIN.-¡Idos por ahí, escritorzuelo, emborronador de papel!
VADIUS.-¡Idos por ahí, poeta chirle, oprobio del gremio!
TRISSOTIN.-Idos por ahí, plagiario, descarado imitador!
VADIUS.-¡Idos por ahí, galopín de colegio!
FILAMINTA.-¡Eh, señores! ¿Qué pretendéis hacer... ?
TRISSOTIN.-(A Vadius.) Anda, procura devolver todos los Vergonzantes latrocinios
que te reclaman griegos y latinos.
VADIUS.-Y anda tú a pedir perdón al honorable Parnaso por haber hecho Versos
que estropearon a Horacio.
TRISSOTIN.-Acuérdate de tu libro y de su escaso éxito.
VADIUS.-Y tú con tu libreto, condenando al hospital...
TRISSOTIN.-Mi gloria es un hecho y en Vano la desdeñas.
VADIUS.-Sí, sí; te remito a Boileau, el autor de las Sátiras.
TRISSOTIN.-Y yo también a ti.
VADIUS.-Tengo la satisfacción de haberme Visto tratado más honrosamente. De
pasada, me dedica una leve pulla entre Varios autores que en palacio Veneran; mas
jamás con tus Versos a ti te deja en paz, Viéndose claramente que eres el blanco
constante de sus dardos.
TRISSOTIN.-Es por ello por lo que me considero en un plano de cosas más elevado.
El te sitúa en el montón como a un miserable; cree que es bastante un golpe para
aniquilarte, y no te ha hecho nunca el honor de nombrarte dos Veces. A mí, en
cambio, me ataca como un noble adversario, con el cual cree necesario redoblar sus
esfuerzos; y sus golpes contra mí, repetidos en todos sitios, prueban que no se cree
Victorioso nunca.
VMDIUS.-Mi pluma te enseñará que clase de hombre puedo ser.
TRISSOTIN.-Y la mía sabrá descubrirte a tu maestro.
VADIUS.-Te desafío en Verso, prosa, en griego y en latín.
TRISSOTIN.-Pues bien: nos Veremos frente a frente en casa de Barbin el librero.
ESCENA VI
Los mismos, menos VADIUS
TRISSOTIN.-No censuréis mi arrebato: es Vuestro criterio el que defiendo, señora, al
defender el soneto que ha tenido la audacia de atacar.
FILAMINTA.-Quiero esforzarme por tranquilizaron; hablemos pues de otro asunto.
Acercaos, Enriqueta. Desde hace ya algún tiempo mi alma se inquieta al advertir que
en Vos no se revela ningún talento; mas creo haber encontrado un medio de que ello
ocurra.
ENRIQUETA.-Es pretender algo innecesario por mi parte; los doctos coloquios no
me interesan; me gusta vivir cómodamente, y en todo lo que aquí se dice hay que
esforzarse demasiado para tener ingenio; es ésta una ambición que no siento y me
encuentro perfectamente, madre mía, siendo normal; prefiero no decir más que
palabras Vulgares, en Vez de atormentarme por afán de pronunciar bellas frases.
FILAMINTA.-Sí; pero me siento dolida, y no es mía la culpa de sentir en mi sangre
Vergüenza parecida. La belleza de un rostro es un débil or- nato, flor pasajera, breve
resplandor adherido únicamente a la simple epidermis; mas la del espíritu es firme y
propia. He buscado, pues, durante largo tiempo el procedimiento para daros la
belleza que los años no pueden marchitar, haciéndoos sentir afición . por las
ciencias, preocupándoos por los bellos conocimientos, y el proyecto que favorecen
mis anhelos es el de Vincularos a un hombre rebosante de ingenio. (Mostrando a
Trissotin.) Y ese hombre es el señor en quien os recomiendo Veáis al esposo que mi
elección os destina.
ENRIQUETA.-¡A mí! ¿Es cierto, madre?
FILAMINTA.-Sí; a Vos. Haceos la tonta un poco.
BELISA.-(A Trissotin.) Os comprendo; vuestros ojos reclaman m¡ confesión para
comprometer fuera un corazón que yo poseo. Vamos, accedo. Consiento en ese
himeneo que logrará estableceros.
TRISSOTIN.-(A Enriqueta.) No sé qué deciros por culpa de mi arrebato, señora, y
este himeneo con el que tanto se me honra, me sitúa...
ENRIQUETA.-¡Despacio, caballero! Aún no se ha realizado; no os apresuréis
demasiado.
FILAMINTA.-¿Qué manera de responder es ésta? ¿Sabéis que si yo...? Basta. Creo
que me entendéis. Volveré pronto a la cordura. Vamos, dejémosla hacer.

ESCENA VII
ENRIOUETA Y ARMANDA
ARMANDA.-Ya vemos cómo trabaja vuestra madre por vos, y su elección no podía
recaer en un esposo más ilustre...
ENRIQUETA.-Sí, la elección es bella... ¿Por qué no la hacéis vuestra?
ARMANDA.-Es a vos y no a mí a quien se ha dado esa mano.
ENRIQUETA.-Yo os lo cedo todo, como a mi hermana mayor.
ARMANDA.-Si el matrimonio me. pareciera encantador como a vos, aceptaría el
ofrecimiento con gran entusiasmo.
ENRIQUETA.-Si Yo tuviera a los pedantes como vos, metidos en la cabeza, le
encontraría un partido excelente.
ARMANDA.-Sin embargo, aunque nuestros gustos no puedan ser más diferentes,
debemos obedecer, hermana, a nuestros padres. Una madre tiene sobre nosotras un
poder absoluto, y en vano creéis que vuestra resistencia...

ESCENA VIII
Las mismas, ARISTO, CLITANDRO Y CRISALIO
CRISALIO.-(Enriqueta, presentándole a Clitandro.) Vamos, hija mía, es preciso que
aprobéis mi deseo. Quitaos ese guante. Dad la mano al señor, y consideradle de
aquí en adelante en vuestra alma, como el hombre de quien quiero que seáis la
esposa.
ARMANDA.-Vuestra inclinación por ese lado, es muy grande, hermana...
ENRIQUETA. - Debemos obedecer, hermana, a nuestros padres; un padre tiene
sobre nosotras el poder absoluto...
ARMANDA.-Y una madre también tiene derecho a gran parte de nuestra obediencia.
CRISALIO.-¿Qué dices?
ARMANDA.-Digo que mucho me temo que sobre esto, no estéis mi madre y vos
demasiado de acuerdo, y que es otro esposo el que...
CRISALIO.-Callaos, sabihonda: id a filosofar con ella a vuestras anchas y no
intervengáis para nada en mis acciones. Comunicadle mi pensamiento y advertirle
además que no venga a calentarme las orejas; vamos, pronto...

ESCENA IX
CRISALIO, ARISTO, ENRIOUETA Y CLITANDRO
ARISTO.-Muy bien. Hacéis maravillas.
CLITANDRO.-¡Qué arrobo! ¡Qué alegría! ¡Ah, qué dulce es mi suerte!
CRISALIO.-(A Clitandro.) Vamos, coged su mano y marchad delante de nosotros;
llevadla a su aposento. ¡Ah, qué dulces caricias! (A Aristo.) ¿Lo veis...? Mi corazón
se conmueve con estas ternezas; esto rejuvenece por completo los días perdidos y
me recuerda mis jóvenes amores.


ACTO CUARTO
ESCENA I

FILAMINTA Y ARMANDA
ARMANDA.-Sí; nada detuvo su espíritu indeciso; se ha envanecido de su
obediencia; su corazón, para entregarse, apenas si se ha tomado ante mí el tiempo
suficiente para acatar la ley, y parecía cumplir menos la voluntad de mi padre, que
jactarse de oponerse a las órdenes de una madre.
FILAMINTA.-Ya la haré ver con suficiente claridad a cuál de esas dos leyes están
sometidas todos sus deseos por los derechos de la razón, y quién debe mandar, si
su madre o su padre, si el cuerpo o el espíritu, la forma o la materia.
ARMANDA.-Se os debía, cuando menos, un cortés cumplimiento, y ese caballerito
procede extrañamente, queriendo llegar a ser vuestro yerno en contra vuestra.
FILAMINTA.-No ha conseguido todavía lo que su corazón pretende. Yo le
encontraba apuesto y me complacían vuestros amores; mas, en su manera de
proceder, siempre me ha contrariado. Sabiendo que me dedico a escribir, a Dios
gracias, no ha querido nunca que le leyese nada.

ESCENA II

CLITANDRO, entrando cautelosamente y escuchando sin mostrarse; ARMANDA y
FILAMINTA
ARMANDA.-Yo en vuestro lugar no toleraría que llegase a ser el esposo de
Enriqueta. Sería ofenderme pensar que hablo de esto como hija interesada, y que la
cobarde jugada que él me hace suscita, en el fondo de mi corazón, algún secreto
despecho. El alma se fortalece mediante tales golpes gracias al sólido recurso de la
filosofía, y gracias a ella puede una colocarse por encima de todo; mas trataros así
es abusar de vuestra paciencia. A vuestro honor incumbe oponeros a sus deseos; y
él, en fin, un hombre que no debe agradaros. No he visto nunca, hablando entre
nosotras, que os tuviera el menor aprecio.
FILAMINTA.-¡El muy necio!
ARMANDA.-Por mucho alcance que logre vuestra gloria siempre a la hora de
alabaros ha parecido de hielo.
FILAMINTA.-¡El muy bruto!
ARMANDA.-Y he leído veinte veces, como si fue raN inéditos, versos vuestros que él
no ha encontrado bellos.
FILAMINTA.-¡El impertinente!
ARMANDA.-A menudo, teníamos nuestras discusiones, y no podéis imaginar
cuántas necedades...
CLITANDRO.-(A Armanda.) ¡Eh, más despacio, por favor! Un poco de caridad,
señora, o al menos un poco de honradez. ¿Qué mal es el que yo os he hecho? ¿Y
cuál es mi ofensa para proyectar contra mí toda vuestra elocuencia, querer
aniquilarme y poner demasiado afán en hacerme odioso a las gentes que me son
necesarias..-..? Hablad, decidme: ¿de dónde procede ese maldito enojo? Quiero que
vos, señora, seáis un juez imparcial de lo que aquí se diga.
ARMANDA.-Si sintiese el enojo de que me acusáis, encontraría razones poderosas
para justificarlo. Lo mereceríais, y la primera pasión establece unos derechos tan
sagrados sobre las almas, que debe perderse la fortuna y hasta la vida antes que
entregarse a los ardores de otro amor. No hay horror parecido a este del cambio de
deseos, y todo corazón infiel es un monstruo moral.
CLITANDRO.-¿Llamáis, señora, infidelidad a lo que como reacción a vuestra alma
me ha ordenado el orgullo...? No hago más que obedecer a las leyes que se me
imponen, y si ofendo, ésa es sólo la causa. Vuestros hechizos cautivaron en principio
mi corazón. Se consumió durante dos años en un amor constante; no existen afanes
solícitos, deberes, respetos y servicios que no os haya ofrendado amorosamente.
Toda mi pasión, todos mi anhelos no consiguieron lo más mínimo. Os encontré
enemiga de mis más tiernos deseos; lo que vos rechazasteis se lo he dado a elegir a
otra. Decid, señora: la culpa ¿es mía, o vuestra? ¿Corre por cuenta de mi corazón
este cambio o sois vos quien le habéis empujado a cambiar? ¿Soy yo quien os deja,
o vos quien me alejáis...?
ARMANDA.-¿Me consideráis, señor, opuesta a vuestros deseos por tratar de
despojarlos de lo que tienen de vulgares, procurando reducirlos a esa pureza en que
consiste la belleza del amor verdadero? ¿No podríais tener por mí vuestro
pensamiento limpio y absolutamente alejado del comercio de los sentidos...? ¿Y no
gozáis en sus más dulces hechizos de esa unión de los corazones, en la que no
intervienen para nada los cuerpos. Vos no podéis amar más que con un amor
grosero, con todo el aparato de las ligaduras de la materia y para alimentar el ardor
que provocan en vos sólo os interesa el casamiento y todo lo que de él se deriva.
¡Ah, qué extraño amor! ¡Y qué distantes están las bellas almas de consumirse en
esas llamas terrenales! Los sentidos no toman parte en todos sus ardores, y ese
bello fuego no quiere más que unir los corazones enamorados. Deja y desprecia el
resto como cosa indigna; es un fuego puro y limpio como el fuego celeste; por su
causa sólo se lanzan suspiros honestos, sin inclinarnos hacia los sucios deseos.
Nada impuro se mezcla al objeto preferido; se ama por amar y no por otra cosa; sólo
al espíritu van todos los arrebatos, y no se nota nunca que existe el cuerpo.
CLITANDRO.-Por lo que a mi desgracia se refiere señora, noto, aunque os
desagrade, que tengo un cuerpo además de un alma; lo siento existir de tal modo
que no puedo olvidarlo; no conozco las artes necesarias para tales desligamientos; el
cielo me ha negado esa filosofía, y mi alma y mi cuerpo viven en estrecha compañía.
Nada hay más hermoso, como habéis dicho, que esos deseos depurados, que sólo
se dirigen al espíritu; esos enlaces de los corazones y esos tiernos pensamientos,
tan bien separados del comercio de los sentidos; mas esos amores me resultan
demasiado sutiles; soy un tanto grosero como decís, acusándome; amo con todo mi
ser, y el amor que me dan abarca, lo confieso, a toda la persona amada. No es
motivo éste de grandes castigos, y sin censurar vuestros bellos sentimientos, veo
que en el mundo se sigue bastante mi método, que el matrimonio está bastante de
moda, pasa por ser un vínculo bastante honesto y dulce para que deseara yo
convertirme en vuestro esposo sin que la libertad de semejante pensamiento haya
dado motivo para que parezcáis ofendida.
ARMANDA.-Pues bien, señor, pues bien: ya que sin escucharme vuestros brutales
sentimientos quieren contentarse; ya que para obligaros a unos fieles ardores, son
precisos los lazos de la carne, las corporales, si mi madre consiente, convenceré a
mi espíritu de que por vos, acceda a lo que se trata.
CLITANDRO.-Yo no es tiempo, señora; otra ha ocupado vuestro sitio, y con tal
cambio, parecería una torpeza por mi parte maltratar su amparo y agraviar las
mercedes gracias a las cuales he podido salvarme de todas vuestras altiveces.
FILAMINTA.-Mas en fin: ¿contáis, señor con mi aprobación, al pretender ese otro
matrimonio...? ¿En vuestras quimeras cabe, si os place, el que haya elegido otro
esposo para Enriqueta...?
CLITANDRO.-¡Ah, señora! Considerad, os ruego, vuestra elección; no me expongáis,
por favor, a semejante ignominia ni me forcéis al indigno destino de ser rival del
señor Trissotin. El amor a los altos ingenios, que me es contrario en vuestro caso, no
podía oponerme a un enemigo menos noble. Hay muchos pedantes de su clase que
el mal gusto del siglo ha dado crédito; mas el señor Trissotin no ha podido engañar a
pesar de ello a nadie, y todos hacen la justicia que corresponde a los escritos que
pergeña. Excepto aquí, le estiman por todas partes en lo que vale; y lo que me ha
sorprendido en veinte ocasiones es veros elevar hasta el cielo unas nimiedades que
todo el mundo despreciará si vos las hicierais.
FILAMINTA.-Si le juzgáis de modo tan distinto al nuestro, es porque le miráis con
distintos ojos.

ESCENA III
Los mismos y TRISSOTIN
TRISSOTIN.-(A Filaminta.) Vengo a anunciaros una gran noticia. De buena nos
hemos librado durmiendo, señora... Ha pasado junto a nosotros un mundo, y ha
caído a través de nuestro torbellino; de haberse encontrado nuestra tierra en el
camino, lo habría roto en pedazos como si fuese de vidrio.
FILAMINTA.-Dejemos ese discurso para mejor ocasión: el señor no le encontraría ni
razón, ni sentido; hace alardes de profesar la ignorancia, y sobre todo, de odiar el
espíritu y la ciencia.
CLITANDRO.-Esa verdad requiere alguna aclaración. Me explicaré, señora; odio
únicamente la ciencia y el talento que perjudican a las personas. En sí, son cosas
buenas y bellas; 'mas prefiero pertenecer a la categoría de ignorante, a sentirme
sabio como ciertas gentes.
TRISSOTIN.-No creo por mi parte, cualesquiera sean las razones que se aduzcan,
que la ciencia pueda perjudicar á nadie.
CLITANDRO.-Y yo pienso que, en hechos y en propósitos, la ciencia es propicia para
la creación de grandes vicios.
TRISSOTIN.-Tremenda paradoja.
CLITANDRO.-Sin ser demasiado hábil, seríame fácil probar mi aserto. Si me faltasen
razones, estoy seguro de que lo que me faltarían, en el peor de los casos, serían
ejemplos famosos.
TRISSOTIN.-Podréis citarlos; no conseguiríais nada.
CLITANDRO.-No tendría que ir muy lejos para encontrar los necesarios.
TRISSOTIN.-No veo por mi parte esos ejemplos famosos.
CLITANDRO.-Pues yo los veo tanto, que me saltan a la vista.
TRISSOTIN.-YO siempre había creído hasta ahora que era la ignorancia quien
creaba los necios, nunca la ciencia.
CLITANDRO.-Pues habéis creído mal, y yo os garantizo que un sabio necio es
mucho peor que un necio ignorante.
TRISSOTIN.-El sentimiento general no está de parte de vuestras máximas, ya que
„ignorante y necio son términos sinónimos.
CLITANDRO.-Si os fijáis un poco en el uso de la palabra, es más fuerte aún la
vinculación existente entre pedante y necio.
TRISSOTIN.-La necedad en uno se deja ver muy clara.
CLITANDRO.-Y el estudio en otro corrige a la naturaleza.
TRISSOTIN.-El saber supone de por si un mérito indudable.
CLITANDRO.-El saber, en un fatuo, resulta impertinente.
TRISSOTIN.-Debe tener para vos muchos atrac
tivos la ignorancia, puesto que la defendéis con mucho entusiasmo.
CLITANDRO.-La ignorancia tiene para mí grandes atractivos, desde que he conocido
a ciertos sabios...
TRISSOTIN.-Esos seudosabios es posible que valgan, una vez conocidos, tanto
como ciertas gentes que vemos parecérseles...
CLITANDRO.-Sí; siempre que les hagamos caso, aunque en ello no estemos
demasiado de acuerdo todos.
FILAMINTA.-(A Clitandro.) Me parece, señor...
CLITANDRO.-¡Eh, señora, por favor! El señor es lo bastante fuerte para pasar sin
ayuda; es ya demasiado para mí oponerme a tan rudo agresor, y si me defiendo, lo
hago tan sólo como si retrocediera...
ARMANDA.-Mas la ofensiva acritud de cada réplica que vos...
CLITANDRO.-¿Otra madrina...? Abandono la partida.
FILAMINTA.-Pueden soportarse esta clase de polémicas mientras no se ataque
personalmente a nadie.
CLITANDRO.-¡Ah, Dios mío! Todo lo que he dicho no tiene nada de ofensivo. Se
trata de un hombre entendido en burlas como buen francés, y otros dardos muy
distintos supongo que le habrán herido, sin que jamás le hayan servido para otra
cosa que para burlarse.
TRISSOTIN.-No me extraña en el combate que hemos entablado ver defender— al
señor la tesis que ha elegido; se halla muy difundida en la corte, y con eso está todo
dicho. La corte, como nadie ignora, no siente precisamente una gran ininación por el
ingenio... Siente bastante empeño por apoyar la ignorancia... Y este cortesano
mantiene su defensa...
CLITANDRO.-Mucho detestáis a esa pobre corte, y es grande su desgracia viendo
que, a diario, altos ingenuos como vos claman contra ella que le echáis la culpa de
todas vuestras contrariedades, y que, censurando su mal gusto, él tan solo resulta
culpable de vuestros fracasos. Permitidme, señor Trissotin, sin embargo, que os
diga, con todo el respeto que vuestro nombre se merece, que haríais mejor, lo mismo
vuestro compañero que vos, en hablar de la corte en un tono más mesurado, puesto
que no es tan necia como vosotros pretendéis que sea; que tiene bastante sentido
común para enjuiciarlo todo; que en ella puede adquirirse todavía cierto buen gusto,
y el ingenio mundano vale en ella, sin que esto suponga lisonja alguna, mucho más
que el oscuro sabor de la pedantería.
TRISSOTIN.-Ya puede verse, señor, el resultado de su buen gusto...
CLITANDRO.-¿Y cómo veis, señor, que lo tenga tan malo... ?
TRISSOTIN.-Lo que veo, señor, es que, en la ciencia, Rasius y Baldus son un honor
para Francia, y que toda su valía, públicamente aceptada, no atrae en manera
alguna los ojos y las dignidades de la corte.
CLITANDRO.-Observo vuestro pesar y cómo, por modestia, os habéis exceptuado,
señor, de la lista. Y para no incluiros por mi parte en este caso, os pregunto: ¿qué
hacen por el estado vuestros hábiles héroes? ¿Qué servicios le prestan sus servicios
para acusar a la corte de tanta injusticia y quejarse en todas partes que sobre sus
doctos nombres deja ella de acudir con el favor de sus dones? ¡Su sabiduría es muy
necesaria a Francia! ¡La corte tiene conocimiento de los libros que escriben!
Paréceles a tres bergantes, de cerebro estrecho, que por haber sido impresos y
encuadernados en piel, les convierten en importantes personajes del estado capaces
de decidir con su pluma el destino de las coronas; que a la menor difusión de sus
obras deben ver entrar en sus casas las pensiones volando; que el mundo vive
pendiente de ellos; que la gloria de su nombre está divulgada por todas partes, y que
constituyen verdaderos prodigios científicos, por saber lo que otros supieron antes
que ellos, por haber tenido treinta años ojos y oídos, por haber consumido nueve o
diez mil vigilias en impregnarse a conciencia de griego y latín, cargándose el espíritu
con el tenebroso botín de todos los párrafos perdidos por los libros. Gentes que
parecen estar siempre ebrias de sapiencia; ricos, por todo mérito, en charlatanería
inoportuna; inútiles para todo; exentos de sentido común y tan abundantes en
ridículos y en impertinencia como para desacreditar en cualquier parte a la ciencia y
al espíritu.
FILAMINTA.-Es grande vuestro ardor, y tal arrebato natural en vos, revela la causa
de ese impulso. El nombre de rival excita en vuestra alma...

ESCENA IV
Los mismos y JULIÁN
JULIÁN.-El sabio que hace poco os ha visitado, y del que tengo el honor de ser
humilde criado, os ruega mi señora, que leáis este billete.
FILAMINTA.-Por importante que sea lo que quiera que lea, sabed amigo, que resulta
una simpleza venir a interrumpir un coloquio cualquiera; y que debe recurrirse a la
servidumbre de una casa para entrar en ella como un criado que sabe vivir.
JULIÁN.-Anotaré eso, señora, en mi libro.
FILAMINTA.-(Lee.) «Trissotin se ha vanagloriado, señora, de que se casaría con
vuestra hija. Os advierto que su filosofía sólo codicia vuestras riquezas y que haréis
bien en no concertar ese matrimonio hasta que conozcáis el poema que compongo
contra él. En espera de ese retrato, que pretendo lograr con vivos colores, os envío
Horacio, Virgilio, Terencio y Catulo, en los que veréis anotados al margen todos los
pasajes que plagiaron.» He aquí, en torno. a este pretendido casamiento, cómo se
ataca al mérito por todos sus enemigos; y este desencadenamiento me lleva hoy a
realizar un acto que confunda a la envidia y que le haga comprender que sus
esfuerzos sólo acelerarán el resultado de lo que intenta evitar.
(A Julián.) Repetid todo esto, sin dilación, a vuestro amo. Y decidle que, para que
sepa el gran aprecio en que tengo sus nobles advertencias y hasta qué punto las
considero dignas de ser atendidas, que esta noche casaré a mi hija con el señor.
(Señala a Trissotin.)

ESCENA V
FILAMINTA, ARMANDA v CLITANDRO
FILAMINTA.-(A Clitandro.) Y vos, señor, como amigo de toda la familia, podréis
asistir como testigo a la firma del contrato de esponsales; deseo invitaros vivamente
a este acto de mi parte. Armanda, cuidad de que avisen al notario; id también a
comunicar la noticia a vuestra hermana.
ARMANDA.-No será necesario avisarla; el señor se tomará la molestia de correr a
llevarle muy pronto esta noticia y a preparar su corazón para que se os rebele.
FILAMINTA.-Veremos quién tiene más poder en definitiva sobre ella y si sabré
obligarla o no a cumplir con su deber. (Vase.)

ESCENA
ENRIQUETA Y CLITANDRO
CLITANDRO.-Por muy poderosa ayuda que se prometa a mi amor, mi más sólida
esperanza es vuestro corazón, señora.
ENRIQUETA.-Por lo que se refiere a mi corazón, bien seguro podéis estar de él...
CLITANDRO.-Yo no puedo ser dichoso, sino contando con su apoyo.
ENRIQUETA.-Vos veis a qué unión pretenden obligarme.
CLITANDRO.-Mientras que vuestro corazón sea mío, no temeré nada.
ENRIQUETA.-Voy a intentarlo todo en beneficio de nuestros más dulces anhelos; y
si todos mis esfuerzos no me entregan a vos, existe un retiro donde nuestra alma se
enajena, que me impedirá ser de otro hombre.
CLITANDRO.-¡Quisiera el justo cielo impedir en este día que reciba de vos esa
prueba de amor!


ACTO QUINTO
ESCENA I
ENRIQUETA y TRISSOTIN
ENRIQUETA.-Sobre el casamiento que mi madre pretende, es sobre lo que he
querido señor, hablaros cara a cara. Y he creído, preocupada por el trastorno de esta
casa, que podría haceros entrar en razones. Sé que con mi mano pensáis que
aporte una dote con bienes considerables; mas el dinero, al que tantas gentes
vemos hacer caso, tiene para un verdadero filósofo escasos atractivos; y el
desprecio de los bienes y de las grandezas frívolas no debe brillar solamente en
vuestras palabras.
TRISSOTIN.-Precisamente, no es ese detalle lo que me encanta en vos; y vuestros
hechizos, vuestros ojos dulces y penetrantes, vuestra gracia y vuestro aire, son los
bienes, las riquezas que han atraído siempre mis anhelos y mis ternuras; de lo que
estoy enamorado solamente es de esos inefables tesoros.

ESCENA
ARMANDA y CLITANDRO
ARMANDA.-Siento mucho, señor, ver cómo las cosas no se ponen demasiado de
vuestro parte.
CLITANDRO.-Me esforzaré, señora, con todo mi ardor, para quitaros esa gran
pesadumbre del corazón.
ARMANDA.-Temo que vuestro esfuerzo no logre un brillante resultado.
CLITANDRO.-Quizá veáis defraudado vuestro temor.
ARMANDA.-Así lo deseo.
CLITANDRO.-Estoy absolutamente convencido de ello y de que me secundaréis con
vuestro apoyo.
ARMANDA.-Sí; voy a ayudaros con todas mis fuerzas.
CLITANDRO.-Vuestro servicio contará con mi gratitud.

ESCENA
CRISALIO, ARISTO, ENRIQUETA y CLITANDRO
CLITANDRO.-Sin vuestro apoyo, señor, estoy perdido; vuestra esposa ha echado
por tierra mis propósitos, y su corazón prevenido quiere por yerno a Trissotin.
CRISALlO.-Pero, ¿qué fantasía la llevará a preferirle? ¿Por qué diantre habrá
elegido a ese señor Trissotin...?
ARISTO.-Por la importancia que tiene el que rime en latín. Ésta es la ventaja
conseguida sobre su rival.
CLITANDRO.-Quiere que esta misma noche se celebre ese casamiento.
CRISALIO.-¿Esta noche?
CLITANDRO.-Esta noche.
CRISALIO.-Pues esta noche precisamente, para oponerme a sus deseos, quiero yo
casaros a los dos.
CLITANDRO.-He mandado en busca del notario para que redacte el contrato.
CRISALIO.-Y yo voy a buscarle para que haga lo que debe hacer.
CLITANDRO.-(Señalando a Enriqueta.) Esta señora debe estar muy informada por
su hermana del himeneo a que quieren que condene su corazón.
CRISALIO.-A esta señora le ordeno, con absoluta potestad, que prepare su mano
para esta otra alianza. ¡Ah! Yo les haré ver que, para cumplir la ley, no hay en mi
casa otro amo que yo. (A Enriqueta.) En seguida volvemos; esperadnos. Vamos
hermano, seguidme; y vos también, yerno mío.
ENRIQUETA.-(A Aristo.) ¡Ay! ¡Conservad siempre ese humor!
ARISTO.-Emplearé mis mejores recursos para servir a vuestros amores.
ENRIQUETA.-Quedo muy obligada a vuestra pasión tan generosa. Este amor tan
desinteresado me confunde, y lamento señor no poder corresponderos. Os estimo
tanto como al que más pueda estimarse; pero encuentro una barrera para poder
amaros. Un corazón, y vos lo sabéis, no puede ser, de dos, y siento que del mío el
único dueño es Clitandro. Sé que sus méritos son menores que los vuestros; que no
tengo muy buena suerte para elegir esposo; que vos deberíais gustarme por
vuestros cien bellos talentos... Pero veo que estoy equivocada; y no puedo
remediarlo. Todo lo que sobre mí pueden los razonamientos, es criticarme mi maldita
ceguera.
TRISSOTIN,-La entrega de vuestro mano, a la que me he hecho acreedor, me
entregará ese corazón que Clitandro posee, y por medio de mil dulces desvelos,
tengo razones para presumir que sabré encontrar el arte de hacerme amar...
ENRIQUETA.-No; mi alma se siente vinculada a sus primeros anhelos, y no puede,
señor, conmoverse con los vuestros. Me atrevo a confesarme libremente con vos, y
mi aclaración no creo que implique nada que pueda ofenderos. Este amoroso ardor,
que agita a los corazones, no es, como es sabido, consecuencia del mérito; el
capricho toma parte en él; y cuando alguien nos place, muchas veces nos cuesta
trabajo explicar el porqué. Si se amara, señor,, por elección o por sabiduría, tendríais
todo mi corazón y toda mi ternura; mas como se ve, el amor se gobierna de otro
modo. Dejadme, os lo ruego, con mi ceguera, y no os valgáis de la violencia que
para vos quieren transformar mi obediencia descontada. Cuando se es un hombre
honrado, no se quiere deber nada al poder que tienen sobre nosotros los padres,
repugna obligar a la inmolación al ser amado, y sólo se intenta lograr un corazón que
nos quiera. No llevéis a mi madre a desear, con su elección, a ejercer sobre mis
anhelos el rigor de sus derechos. Olvidad vuestro amor por mí y ofreced a otra los
homenajes de un corazón tan caro como el vuestro.
TRISSOTIN. -¿Conocéis el procedimiento para que este corazón pueda
satisfaceros...? Imponedle leyes que pueda aceptar. ¿Cómo puedo ser capaz de no
amaros...? Tendríais que dejar, en primer lugar, de ser adorable y de privar a los ojos
de los celestes hechizos que...
ENRIQUETA.-¡Eh, señor! Dejemos los galimatías. Cuando se tienen todas esas Iris,
Filis y Amarantas, que tan seductoras brindáis en vuestros versos y por quienes
juráis sentir tal amoroso ardor...
TRISSOTIN.-En ellos quien habla es el ingenio, no mi corazón. De ellas sólo se
enamora el poeta; mas a vos os amo de verdad, adorable Enriqueta.
ENRIQUETA.-¡Eh..., por caridad..., señor!...
TRISSOTIN.-Si mis palabras os ofenden, mi ofensa hacia vos no está dispuesta a
cesar... Esta pasión, pretendidamente ignorada por vos, os ofrenda un ardor de
duración eterna. Nada puede detener sus irrefrenables raptos; y aunque vuestra
hermosura condene mis esfuerzos, yo no puedo rechazar la ayuda de una madre
que pretende coronar un ímpetu tan querido; y con tal de alcanzar esa encantadora
felicidad, no me importan los procedimientos que haya de utilizar para que seáis mía.
ENRIQUETA.-Mas ¿no sabéis que se arriesga un poco más de lo que se piensa,
tratando de exponer a la violencia a un corazón...? ¿Que no es muy seguro,
hablándoos con claridad, casarse con una joven en contra de su voluntad, y que
puede llegar a verse forzada a ciertos resentimientos temibles para el
marido...?
TRISSOTIN.-Tal discurso no contiene nada inquietante. El sabio está preparado para
todos los acontecimientos. Curado, en razón de las vulgares flaquezas, se siente por
encima de todas ellas, y no consigue tener una sombra de disgusto por todo lo que
en el fondo resulta ajeno a él.
ENRIQUETA.-En verdad, señor, estoy encantada
de vos, y no pensé jamás que
la filosofía fuese tan bella como por lo visto es; que la filosofía enseñase de esa
manera a las gentes a prevenirse constantemente de accidentes parecidos. Esta
firmeza de alma, tan singular en vos, merece estar dedicada a una materia ilustre; es
digna de encontrar quien acepte con amor los continuos afanes que la acreditan; y
como a decir verdad, no me siento capaz de proporcionarle todo el brillo que merece
su gloria, se lo dejo a otra, y os juro, entre nosotros, que renuncio definitivamente a
la dicha de que seáis mi esposo.
TRISSOTIN.-(Yéndose.) Ya veremos muy pronto cómo marchan las cosas; parece
que trajeron a un notario.

ESCENA II
CRISALIO, CLITANDRO, ENRIQUETA y MARTINA
CRISALIO.-¡Ah, hija mía, cómo me satisface veros! Vamos, venid pronto a cumplir
con vuestro deber y a someter vuestros deseos a la voluntad paterna. Quiero, sí;
quiero enseñar a vivir a la que es vuestra madre; y para dominarla mejor, a pesar de
sus colmillos, aquí está Martina, a quien traigo de nuevo y vuelvo a colocar en mi
casa.
ENRIQUETA.-Vuestras resoluciones son dignas de toda alabanza. Cuidad, padre
mío, de que no sufra nunca un cambio ese carácter vuestro; manteneos firme en
querer lo que deseáis, y no os dejéis llevar por vuestra blandura. Sin vacilar, haced
todo lo posible para que sobre vos, triunfe mi madre.
CRISALIO.-¿Cómo? ¿Me tomáis quizá por un simple... ?
ENRIQUETA.-¡Presérveme el cielo de ello!
CRISALIO.-¿Me suponéis un fatuo...?
ENRIQUETA.-Yo no digo eso.
CRISALIO.-¿Me crees incapaz de imponer los firmes sentimientos de un hombre
razonable?
ENRIQUETA.-No, padre mío.
CRISALIO.-¿Es que a la edad que tengo no puedo ser el dueño de mi casa?
ENRIQUETA.-Naturalmente.
CRISALIO.-¿Y tendría yo la pobreza de ánimo
de dejarme manejar por mi mujer...?
ENRIQUETA.-¡Ah, no, padre mío!
CRISALIO.-¡Hola! ¿Qué es esto? ¡Os encuentro demasiado complaciente,
hablándome así...!
ENRIQUETA.-Si os he molestado, habrá sido involuntariamente...
CRISALIO.-En mi casa, lo que hay que acatar es mi voluntad precisamente, sobre
todo. ENRIQUETA.-Muy bien, padre mío.
CRISALIO.-Nadie, excepto el amo, tiene derecho a mandar aquí.
ENRIQUETA.-Sí; tenéis razón.
CRISALIO.-Yo soy quien tiene la condición de padre de familia.
ENRIQUETA.-De acuerdo.
CRISALIO.-Y quien debe, por consiguiente, disponer de mi hija.
ENRIQUETA.-Efectivamente.
CRISALIO.-El cielo me ha concedido absoluta potestad sobre ella.
ENRIQUETA.-Pero, ¿quién os dice lo contrario...?
CRISALIO.-Y para casaros con un hombre, os haré ver que debéis de obedecerme
en vez de a vuestra madre.
ENRIQUETA.-¡Ay! ¡Con vuestras palabras hala- d gáis el más tierno de mis anhelos!
¡Ojalá seáis obedecido! Es únicamente lo que quiero.
CRISALIO.-Veremos si mi mujer se opone a mis deseos.
CLITANDRO.-Hela acompañada del notario.
CRISALIO.-(Ayudadme todo lo más que podáis!
MARTINA.-Dejadme. Yo cuidaré de animaros en cuanto lo estime preciso.

ESCENA III
FILAMINTA, BELISA, ARMANDA, TRISSOTIN, un NOTARIO, CRISALIO,
CLITANDRO, ENRIQUETA y MARTINA
FILAMINTA.- (Al notario) ¿No podréis cambiar vuestro salvaje estilo y hacernos un
contrato en un lenguaje bello...?
NOTARIO.-Nuestro estilo es muy bueno, y sería yo un necio, señora, si quisiera
cambiar una sola palabra de las que usamos.
BELISA.-¡Ah, qué barbarie en plena Francia! Mas al menos, señor, en atención a la
ciencia, servíos en lugar de escudos, de libros y de francos, expresarnos la dote en
gestos y talentos, y fechar el escrito utilizando palabras como idus y calendas...
NOTARIO.-¿Yo? Si accediera a vuestras peticiones, señora, me ganaría la
animadversión de todos mis compañeros.
FILAMINTA.-Nos quejamos inútilmente de esta barbarie. Vamos, señor; sentaos a la
mesa para escribir. (Viendo a Martina.) ¡Ah, ah! ¿Cómo se atreve a presentarse aquí
otra vez esa descarada...? ¿Por qué, si os place, la habéis traído de nuevo a mi
casa?
CRISALIO.-Pronto, con mucho gusto, se os dirá la causa...
NOTARIO. -Procedamos a hacer el contrato. ¿Quién es la futura?
FILAMINTA.-La que quisiera casar es la menor.
NOTARIO.-Bien.
FILAMINTA.-(Señalando a Enriqueta.) Hela aquí, señor. Enriqueta es su nombre.
NOTARIO.-Muy bien. ¿Y el futuro...?
FILAMINTA.-(Por Trissotin.) El esposo que le doy es el señor.
CRISALIO.-(Por Clitandro.) Y el que-yo, en propia persona, pretendo que sea su
esposo, es el señor.
NOTARIO.-¡Dos esposos! Me parece demasiado para la costumbre...
FILAMINTA.-(Al notario.) ¿Por qué os detenéis?
Inscribid, inscribid, señor, a
Trissotin, como yerno mío.
CRISALIO.-Inscribid a Clitandro, como yerno mío por mi parte.
NOTARIO.-Poneos pues de acuerdo y, con maduro juicio, elegid entre ambos
cónyuges el futuro.
FILAMINTA.-Obedeced, obedeced, señor, la elección que he decidido.
CRISALIO.-Haced, haced, señor, las cosas que os mando.
NOTARIO.-Decidme, por favor, a cuál de los dos debo obedecer...
FILAMINTA.-(A Crisalio.) ¿Cómo es esto...? ¿Os oponéis a lo que deseo...?
CRISALIO.-No puedo permitir que se busque a mi hija tan sólo por el amor de los
bienes que ven en mi familia.
FILAMINTA.-¡Quién piensa aquí en vuestros bienes! ¡Vaya una digna preocupación
para un sabio!
CRISALIO.-En definitiva: yo he elegido a Clitandro para esposo de mi hija.
FILAMINTA.-(Por Trissotin.) Y yo quiero que tome al señor por marido. Mi elección
será obedecida; está resuelto.
CRISALIO.-¡ Hola! Lo decís en un tono demasiado terminante.
MARTINA.-Y no corresponde decidir a la mujer, que siempre debe estar en todo por
debajo del hombre.
CRISALIO.-A no dudarlo.
MARTINA.-Ya es demasiado que se burlen del hombre cuando, en su propia casa,
es su mujer la que lleva los pantalones.
CRISALIO.-Es cierto.
MARTINA.-Si tuviese yo marido, quisiera que fuera el dueño de mi hogar; no le
amaría si fuese un hipócrita; y si discutiera con él por capricho, si le hablase
demasiado alto, me parecería bien que me rebajase el tono con unas bofetadas.
CRISALIO.-Eso es hablar como es debido.
MARTINA.-Tiene razón el señor en querer para su hija un marido conveniente.
CRISALIO.-Claro.
MARTINA.-¿Por qué razón, joven y apuesto como es, despreciar a Clitandro...? ¿Y
por qué, si os place, entregarla a un sabio que epiloga sin cesar...? Necesita un
marido y no un maestro; y como ella no quiere aprender el griego y el latín, no
necesita para nada al señor Trissotin.
CRISALIO.-Perfecto.
FILAMIINTA.- ¡Por lo visto tenemos que soportar que parlotee a su antojo!
MARTINA.-Los sabios sólo valen para predicar
desde el púlpito, y yo no quisiera nunca, como digo siempre, tener un hombre de
ingenio por marido. No se necesita mucho ingenio para el hogar. Los libros no le
sientan bien al matrimonio; y yo quiero, Si alguna vez me caso, un marido que no
tenga más libro que yo; que no sepa ni la A ni la B, aunque esto moleste a la señora;
que no sea, en una palabra, doctor más que para Su mujer.
FILAMINTA.-(A Crisalio.) ¿Está ya...? ¿He escuchado con demasiada calma a
vuestra digna intérprete?
CRISALIO.-Ha dicho la verdad.
FILAMINTA.-Pues para terminar esta disputa, es preciso en absoluto, que mi deseo
Se cumpla. Enriqueta y el Señor. (Señalando a Trissotin.) Serán vinculados ahora
mismo. Lo he dicho, lo quiero; que nadie me replique; y si habéis dado vuestra
palabra a Clitandro, brindadle como solución que se case con la mayor.
CRISALIO -He aquí un arreglo en este asunto. (A Enriqueta y Clitandro.) Escuchad,
¿dais vuestro consentimiento?
ENRIQUETA.-¡Ah, padre mío!
CLITANDRO.-(Crisalio.) ¡Ah, Señor!
BELISA.-Podrían hacerse otras proposiciones, que quizá les agradasen más; pero
exigimos una clase de amor tan depurado como el astro del día. La sustancia
pensante no debe preterirse; mas rechazamos la Sustancia diluida.

ESCENA IV
Los mismos y ARISTO
ARISTO.-Lamento perturbar tan alegre ceremonia con el dolor que debo traer hasta
aquí. Estas dos cartas me hacen portador de dos noticias, cuyos crueles alcances he
Sentido por vos. (A Filaminta.) Una, os la envía vuestro. procurador. (A Crisalio.) La
otra, procede de Lyon.
FILAMINTA.-¿Qué desgracia, que merezca trastornarnos, pueden escribirnos...?
ARISTO.-Esa carta contiene una que podéis leer.
FILAMINTA.-(Leyendo.) «Señora, he rogado a vuestro señor hermano que os
entregara esta carta, que os revelará lo que no me he atrevido a comunicaros. El
gran descuido en que habéis tenido vuestros asuntos ha sido la causa de que el
oficial de vuestro relator no me haya advertido nada, y habéis perdido, Sin posibilidad
de apelar, el pleito que debisteis ganar.»
CRISALIO.-(A Filaminta.) ¡Vuestro pleito perdido!
FILAMINTA.-(A Crisalio.) ¡No os alteréis demasiado! Mi corazón no se Siente
mínimamente afectado por este golpe. Mostrad un alma menos vulgar y afrontad,
como yo, los reveses de la fortuna. (Sigue leyendo.)«El poco cuidado que habéis
tenido os cuesta mil escudos, y habéis sido condenada por sentencia del tribunal, a pagar esta suma y las costas.» ¿Condenada? ¡Ah, qué chocante me resulta esta palabra! Creí que estaba hecha solamente para los criminales.
ARISTO.-Ha hecho mal, en efecto; y es justa vuestra protesta. Debería haber puesto
que os ruegan, por sentencia del tribunal, que paguéis lo antes posible cuarenta mil
escudos y las actas correspondientes.
FILAMINTA.-Veamos la otra.
CRISALIO.-(Leyendo.) «Señor, la amistad que me une con vuestro señor hermano
me hace tomarme un gran interés por todo lo que os afecta. Sé que habíais
depositado vuestra fortuna en manos de Argante y de Damón, y debo comunicaros
que los mismos han quebrado el mismos día.» ¡Oh cielos! ¡Perder uno así, de
repente, todos sus bienes!
FILAMINTA.-(A Crisalio.) ¡Oh qué bochornoso arrebato! ¡Bah! ¡Todo eso no es nada!
Para el verdadero sabio no hay ningún funesto revés, ya que, aunque lo pierda todo,
le queda su propia persona. Acabamos nuestro asunto y disimulad vuestro disgusto.
(Por Trissotin.) Sus bienes nos bastan a nosotros y a él.
TRISSOTIN. - No, señora; no activéis tanto el asunto. Observo que todo el mundo
está en contra de este casamiento, y no entra en mis propósitos violentar a las
gentes.
FILAMINTA.-¡Esta reflexión se os ha ocurrido hace poco tiempo! Parece relacionada,
señor, con nuestro infortunio...
TRISSOTIN.-Me siento cansado finalmente, de tanta resistencia. Prefiero renunciar a
todo este trastorno, y rechazo un corazón que no se entrega.
FILAMINTA.-Veo, veo en vos, y no precisamente en vuestro honor, lo que hasta este
momento me resistía a creer.
TRISSOTIN.-Podéis ver en mí lo que queráis, y me importa muy poco como toméis
la cosa; mas no soy un hombre que soporte siempre las repulsas ofensivas que tanto
he tenido que sufrir aquí. Mi valía merece que se le haga un mayor caso, y yo beso
las manos a quien no me quiere. (Vase. )

ESCENA V
Los mismos, menos TRISSOTIN

FILAMINTA.-¡Qué magníficamente se ha revelado su alma mercenaria! ¡Y qué poco
de filósofo parece lo que acaba de hacer...!
CLITANDRO.- Yo no puedo presumir de serlo; mas en fin: quiero ligarme, señora, a
vuestra suerte, y me atrevo a brindaros con mi persona, lo que todos saben que me
ha dado la fortuna.
FILAMINTA.-Me cautiváis, señor, con ese rasgo generoso, y quiero coronar vuestro
deseos amorosos. Sí; concedo Enriqueta a vuestro solícito amor...
ENRIQUETA.-No, madre mía; se me ocurre cambiar de pensamiento. Permitid que
me niegue a vuestra voluntad.
CLITANDRO.-¡Cómo! ¿Os oponéis a mi felicidad...? Cuando veo que todo se rinde a
mi amor...
ENRIQUETA.-Sé, Clitandro, que tenéis pocos bienes; y os he deseado siempre
como esposo cuando, satisfaciendo mis más dulces anhelos, he visto que mi
matrimonio arreglaba vuestros asuntos; mas, cuando tenemos tan opuestos
destinos, os quiero lo bastante, y lo demuestro en este trance, para agobiaros con
nuestro infortunio.
CLITANDRO.-Todo destino con vos me resultará agradable; sin vos, no podré
soportar ningún destino...
ENRIQUETA.-El amor en sus arrebatos, habla siempre así. Evitemos la inquietud de
cambios inoportunos. Nada desgasta tanto el ardor de este lazo que nos une como
las tristes necesidades de la vida, y acabaríamos por culparnos mutuamente de
todos los negros pesares que siguen a semejantes ardores.
ARISTO.-(A Enriqueta.) ¿Es tan sólo el motivo que acabamos de oíros el que os
hace no consentir en el casamiento con Clitandro?
ENRIQUETA.-Si no fuera por eso, veríais precipitarse mi corazón hacia él; y no
rechazo su mano, porque precisamente le quiero demasiado.
ARISTO.-Pues entonces, dejaos atar por tan bellas cadenas. Os he traído tan sólo
falsas noticias, y ha sido una estratagema, una sorprendente ayuda, la que he
intentado para servir a vuestros amores, para desengañar a mi hermana y para
hacerle ver lo que resultan los filósofos puestos a prueba.
CRISALIO.-¡Alabado sea el cielo!
FILAMINTA.-Siento un gozo inmenso en el corazón, pensando en el pesar que
tendrá ese cobarde desertor. He aquí el castigo de su innoble avaricia. Y ver con qué
esplendor, por el contrario, se realiza esta boda.
CRISALIO.-(A Clitandro.) ¡Bien sabía yo que os casaríais con Enriqueta!
ARMANDA.-(A Filaminta.) ¿Así, pues, me sacrificáis a sus anhelos?
53Las mujeres sabias
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FILAMINTA.-No sois vos a quien sacrifico..., ya que os queda el apoyo de la filosofía
para contemplar, con mirada satisfecha, realizados sus deseos.
BELISA.-Que él tenga cuidado al menos, pues yo sigo en su corazón. Con
frecuencia, se casa uno en un arrebato desesperado, que nos hace arrepentirnos
muchas veces durante toda la vida.
CRISALIO.-(Al notario.) Vamos; seguid el orden prescrito... ¡Y haced el contrato tal y
como os he dicho...!

EL PÚBLICO, de Federico García Lorca






Federico García Lorca - El
público
Drama en cinco cuadros
Personajes
(Por orden de intervención)
DIRECTOR
CRIADO
CABALLO BLANCO PRIMERO
CABALLO BLANCO SEGUNDO
CABALLO BLANCO TERCERO
CABALLO BLANCO CUARTO
HOMBRE PRIMERO
HOMBRE SEGUNDO
HOMBRE TERCERO
ARLEQUÍN DIRECTOR
MUJER EN PIJAMA
ELENA
FIGURA DE CASCABELES
FIGURA DE PÁMPANOS
NIÑO
EMPERADOR
CENTURIÓN
JULIETA
CABALLO NEGRO
EL TRAJE DE ARLEQUÍN
EL TRAJE DE BAILARINA
PASTOR BOBO
DESNUDO ROJO
ENFERMERO
ESTUDIANTE PRIMERO
ESTUDIANTE SEGUNDO
ESTUDIANTE TERCERO
ESTUDIANTE CUARTO
ESTUDIANTE QUINTO
DAMA PRIMERA
DAMA SEGUNDA
DAMA TERCERA
DAMA CUARTA
MUCHACHO
LADRÓN PRIMERO
LADRÓN SEGUNDO
TRASPUNTE
PRESTIDIGITADOR
SEÑORA
Cuadro primero
Cuarto del Director.El Director sentado. Viste de chaqué. Decorado azul. Una gran mano impresa en la pared. Las ventanas
son radiografías.
CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. Ahí está el público.
DIRECTOR. Que pase.
(Entran cuatro Caballos Blancos.)
DIRECTOR. ¿Qué desean? (Los Caballos tocan sus trompetas.) Esto sería si yo fuese un hombre con
capacidad para el suspiro. ¡Mi teatro será siempre al aire fibre! Pero yo he perdido toda mi fortuna. Si no,
yo envenenaría el aire libre. Con una jeringuilla que quite la costra de la herida me basta. ¡Fuera de aquí!
¡Fuera de mi casa, caballos! Ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos. (Llorando.)
Caballitos míos.
LOS CABALLOS. (Llorando.) Por trescientas pesetas. Por doscientas pesetas, por un plato de sopa, por un
frasco de perfume vacío. Por tu saliva, por un recorte de tus uñas.
DIRECTOR. ¡Fuera, fuera, fuera! (Toca un timbre.)
LOS CABALLOS. ¡Por nada! Antes te olían los pies y nosotros teníamos tres años. Esperábamos en el
retrete, esperábamos detrás de las puertas y luego te llenábamos la cama de lágrimas. (Entra el Criado.)
DIRECTOR. ¡Dame un látigo!
LOS CABALLOS. Y tus zapatos estaban cocidos por el sudor, pero sabíamos comprender que la misma
relación tenía la luna con las manzanas podridas en la hierba.
DIRECTOR. (Al Criado.) ¡Abre las puertas!
LOS CABALLOS. No, no, no. ¡Abominable! Estás cubierto de vello y comes la cal de lo muros que no es
tuya.
CRIADO. No abro la puerta. Yo no quiero salir al teatro.
DIRECTOR. (Golpeándolo.) ¡Abre!
(Los Caballos sacan largas trompetas doradas y danzan lentamente al son de su canto.)
LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.
LOS CABALLOS 3.° Y 4.° Blenamiboá.
LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.
LOS CABALLOS. Blenamiboá.
(El Criado abre la puerta.)
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre! ¡Fuera! ¡Vamos! Teatro al aire libre. ¡Fuera de aquí! (Salen los
Caballos. A1 Criado.) Continúa. (Se sienta detrás de la mesa.)
CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. ¡El público!
DIRECTOR. Que pase.
(El Director cambia su peluca rubia por una morena. Entran
tres Hombres vestidos de frac exactamente iguales. Llevan
barbas oscuras.)
HOMBRE I ° ¿El señor Director del teatro al aire fibre?
DIRECTOR. Servidor de usted.
HOMBRE I.° Venimos a felicitarle por su última obra.
DIRECTOR. Gracias.
HOMBRE 3.° Originalísima.
HOMBRE I.° ¡Y qué bonito título! Romeo y Julieta.
DIRECTOR. Un hombre y una mujer que se enamoran.HOMBRE I.° Romeo puede ser una ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y
Julieta puede ser un mapa.
DIRECTOR. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta.
HOMBRE I.° Y enamorados. ¿Usted cree que estaban enamorados?
DIRECTOR. Hombre... yo no estoy dentro...
HOMBRE I.° ¡Basta! ¡Basta! Usted mismo se denuncia.
HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) Ve con prudencia. Tú tienes la culpa. ¿Para qué vienes a la puerta de los
teatros? Puedes llamar a un bosque y es fácil que éste abra el ruido de su savia para tus oídos. ¡Pero un
teatro!
HOMBRE I.° Es a los teatros donde hay que llamar; es a los teatros, para...
HOMBRE 3.° Para que se sepa la verdad de las sepulturas.
HOMBRE 2.° Sepulturas con focos de gas, y anuncios, y largas filas de butacas.
DIRECTOR. Caballeros...
HOMBRE I.° Sí, sí. Director del teatro al aire libre, autor de Romeo y Julieta.
HOMBRE 2.° ¿Cómo orinaba Romeo, señor Director? ¿Es que no es bonito ver orinar a Romeo? ¿Cuántas
veces fingió tirarse de la torre para ser apresado en la comedia de su sufrimiento? ¿Qué pasaba, señor
Director, cuando no pasaba? ¿Y el sepulcro? ¿Por qué, en el final, no bajó usted las escale ras del
sepulcro? Pudo usted haber visto un ángel que se llevaba el sexo de Romeo, mientras dejaba el otro, el
suyo, el que le correspondía. Y si yo le digo que el personaje principal de todo fue una flor venenosa,
¿qué pensaría usted? Conteste.
DIRECTOR. Señores, no es ése el problema.
HOMBRE I.° (Interrumpiendo.) No hay otro. Tendremos necesidad de enterrar el teatro por la cobardía de
todos, y tendré que darme un tiro.
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Lentamente.) Tendré que darme un tiro para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la
arena.
DIRECTOR. Gonzalo...
HOMBRE I.° ¿Cómo?... (Pausa.)
DIRECTOR. (Reaccionando.) Pero no puedo. Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego, ¿qué
hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a
devorarme. Yo vi una vez a un hombre devorado por la máscara. Los jóvenes más fuertes de la ciudad,
con picas ensangrentadas, le hundían por el trasero grandes bolas de periódicos abandonados, y en
América hubo una vez un muchacho a quien la máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.
HOMBRE I.° ¡Magnífico!
HOMBRE 2.° ¿Por qué no lo dice usted en el teatro?
HOMBRE 3.° ¿Eso es el principio de un argumento?
DIRECTOR. En todo caso un final.
HOMBRE 3.° Un final ocasionado por el miedo.
DIRECTOR. Está claro, señor. No me supondrá usted capaz de sacar la máscara a escena.
HOMBRE I.° ¿Por qué no?
DIRECTOR. ¿Y la moral? ¿Y el estómago de los espectadores?
HOMBRE I.° Hay personas que vomitan cuando se vuelve un pulpo del revés y otras que se ponen pálidas
si oyen pronunciar con la debida intención la palabra cáncer; pero usted sabe que contra esto existe la
hojalata, y el yeso, y la adorable mica, y en último caso el cartón, que están al alcance de todas las
fortunas como medios expresivos. (Se levanta.) Pero usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para
que todo siga igual y nos sea imposible ayudar a los muertos. Usted tiene la culpa de que las moscas
hayan caído en cuatro mil naranjadas que yo tenía dispuestas. Y otra vez tengo que empezar a romper las
raíces.
DIRECTOR. (Levantándose.) Yo no discuto, señor. ¿Pero qué es lo que quiere de mí? ¿Trae usted una obra
nueva?
HOMBRE I.° ¿Le parece a usted obra más nueva que nosotros con nuestras barbas... y usted?
DIRECTOR. ¿Y yo...?
HOMBRE I.° Sí... usted.
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Mirando al Director.) Lo reconozco todavía y me parece estarlo viendo aquella mañana que
encerró una liebre, que era un prodigio de velocidad, en una pequeña cartera de libros. Y otra vez, que sepuso dos rosas en las orejas el primer día que descubrió el peinado con la raya en medio. Y tú, ¿me
reconoces?
DIRECTOR. No es éste el argumento. ¡Por Dios! (A voces.) Elena, Elena.
(Corre a la puerta.)
HOMBRE I.° Pero te he de llevar al escenario, quieras o no quieras. Me has hecho sufrir demasiado.
¡Pronto! ¡El biombo! ¡El biombo! (El Hombre 3. ° saca un biombo y lo coloca en medio de la escena.)
DIRECTOR. (Llorando.) Me ha de ver el público. Se hundirá mi teatro. Yo había hecho los dramas
mejores de la temporada, ¡pero ahora!...
(Suenan las trompetas de los Caballos. El Hombre
I.° se dirige al fondo y abre la puerta.)
HOMBRE I.° Pasar adentro, con nosotros. Tenéis sitio en el drama. Todo el mundo. (Al Director.) Y tú,
pasa por detrás del biombo.
(Los Hombres 2.° y 3.° empujan al Director. Éste
pasa por el biombo y aparece por la otra esquina un
Muchacho vestido de raso blanco con una gola
Blanca al cuello. Debe ser una actriz. Lleva una
pequeña guitarrita negra.)
HOMBRE I.° ¡Enrique! ¡Enrique! (Se cubre la cara con las manos.)
HOMBRE 2.° No me hagas pasar a mí por el biombo. Déjame ya tranquilo. ¡Gonzalo!
DIRECTOR. (Frío y pulsando las cuerdas.) Gonzalo, te he de escupir mucho. Quiero escupirte y romperte
el frac con unas tijeritas. Dame seda y aguja. Quiero bordar. No me gustan los tatuajes, pero lo quiero
bordar con sedas.
HOMBRE 3.° (A los Caballos.) Tomad asiento donde queráis.
HOMBRE I.° (Llorando.) ¡Enrique! ¡Enrique!
DIRECTOR. Te bordaré sobre la carne y me gustará verte dormir en el tejado. ¿Cuánto dinero tienes en el
bolsillo? ¡Quémalo! (El Hombre I.° enciende un fósforo y quema los billetes.) Nunca veo bien cómo
desaparecen los dibujos en la llama.
¿No tienes más dinero? ¡Qué pobre eres, Gonzalo! ¿Y mi lápiz para los labios? ¿No tienes carmín? Es un
fastidio.
HOMBRE 2.° (Tímido.) Yo tengo. (Se saca el lápiz por debajo de la barba y lo ofrece.)
DIRECTOR. Gracias... pero... ¿pero también tú estás aquí? ¡Al biombo! Tú también al biombo. ¿Y todavía
lo soportas, Gonzalo?
(El Director empuja bruscamente al Hombre 2.°, y
aparece por el otro extremo del biombo una Mujer
vestida con pantalones de pijama negro y una corona
de amapolas en la cabeza. Lleva en la mano unos
impertinentes cubiertos por un bigote rubio que
usará poniéndolo sobre su boca en algunos
momentos del drama.)
HOMBRE 2.° (Secamente.) Dame el lápiz.
DIRECTOR. ¡Ja, ja, ja! ¡Oh Maximiliana, emperatriz de Baviera! ¡Oh mala mujer!
HOMBRE 2.° (Poniéndose el bigote sobre los labios.) Te recomendaría un poco de silencio.
DIRECTOR. ¡Oh mala mujer! ¡Elena! ¡Elena!
HOMBRE I.° (Fuerte.) No llames a Elena.
DIRECTOR. ¿Y por qué no? Me ha querido mucho cuando mi teatro estaba al aire libre. ¡Elena!
(Elena sale de la izquierda. Viste de griega. Lleva las
cejas azules, el cabello blanco y los pies de yeso. Elvestido, abierto totalmente por delante, deja ver sus
muslos cubiertos con apretada malla rosada. El
Hombre 2.° se lleva el bigote a los labios.)
ELENA. ¿Otra vez igual?
DIRECTOR. Otra vez.
HOMBRE 3.° ¿Por qué has salido, Elena? ¿Por qué has salido si no me vas a querer?
ELENA. ¿Quién te lo dijo? Pero ¿por qué me quieres tanto?
Yo te besaría los pies si tú me castigaras y te fueras con las otras mujeres. Pero tú me adoras demasiado a
mí sola. Será necesario terminar de una vez.
DIRECTOR. (Al Hombre 3.°) ¿Y yo? ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de mis uñas arrancadas?
¿Cómo habría conocido a las otras y a ti no? ¿Por qué te he llamado, Elena? ¿Por qué te he llamado,
suplicio mío?
ELENA. (Al Hombre 3.°) ¡Vete con él! Y confiésame ya la verdad que me ocultas. No me importa que
estuvieras borracho y que te quieras justificar, pero tú lo has besado y has dormido en la misma cama.
HOMBRE 3.° ¡Elena! (Pasa rápidamente por detrás del biombo y aparece sin barba con la cara
palidísima y un látigo en la mano. Lleva muñequeras de cuero con clavos dorados.)
HOMBRE 3.° (Azotando al Director.) Tú siempre hablas, tú siempre mientes y he de acabar contigo sin la
menor misericordia.
LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!
ELENA. Podías seguir golpeando un siglo entero y no creería en ti. (El Hombre 3.° se dirige a Elena y le
aprieta las muñecas.) Podrías seguir un siglo entero atenazando mis dedos y no lograrías hacerme
escapar un solo gemido.
HOMBRE 3.° ¡Veremos quién puede más!
ELENA. Yo y siempre yo.
(Aparece el Criado.)
ELENA. ¡Llévame pronto de aquí! ¡Contigo! ¡Llévame! (El Criado pasa por detrás del biombo y sale de
la misma manera.)
¡Llévame! ¡Muy lejos! (El Criado la toma en brazos.)
DIRECTOR. Podemos empezar.
HOMBRE I.° Cuando quieras.
LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!
(Los Caballos suenan sus largas trompetas.
Los personajes están rígidos en sus puestos.)
Telón lento
Cuadro segundo
Ruina romana.
Una Figura, cubierta totalmente de Pámpanos rojos, toca una flauta sentada sobre un capitel. Otra
Figura, cubierta de Cascabeles dorados, danza en el centro de la escena.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en nube?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en ojo.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en caca?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en mosca.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en manzana?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en beso.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en pecho?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en sábana blanca.
VOZ. (Sarcástica.) ¡Bravo!FIGURA DE CASCABELES. ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en cuchillo.
FIGURA DE CASCABELES. (Dejando de danzar.) Pero ¿por qué?, ¿por qué me atormentas? ¿Cómo no
vienes conmigo, si me amas, hasta donde yo te lleve? Si yo me convirtiera en pez luna, tú te convertirías
en ola de mar, o en alga, y si quieres algo muy lejano, porque no desees besarme, tú te convertirías en
luna llena, ¡pero en cuchillo! Te gozas en interrumpir mi danza. Y danzando es la única manera que
tengo de amarte.
FIGURA DE PÁMPANOS. Cuando rondas el lecho y los objetos de la casa te sigo, pero no te sigo a los
sitios adonde tú, lleno de sagacidad, pretendes llevarme. Si tú te convirtieras en pez luna, yo te abriría
con un cuchillo, porque soy un hombre, porque no soy nada más que eso, un hombre, más hombre que
Adán, y quiero que tú seas aún más hombre que yo. Tan hombre que no haya ruido en las ramas cuando
tú pases. Pero tú no eres un hombre. Si yo no tuviera esta flauta, te escaparías a la luna, a la luna cubierta
de pañolitos de encaje y gotas de sangre de mujer.
FIGURA DE CASCABELES. (Tímidamente.) ¿Y si yo me convirtiera en hormiga?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Enérgico.) Yo me convertiría en tierra.
FIGURA DE CASCABELES. (Más fuerte.) ¿Y si yo me convirtiera en tierra?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Más débil.) Yo me convertiría en agua.
FIGURA DE CASCABELES. (Vibrante.) ¿Y si yo me convirtiera en agua?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Desfallecido.) Yo me convertiría en pez luna.
FIGURA DE CASCABELES. (Tembloroso.) ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Yo me convertiría en cuchillo. En un cuchillo afilado durante
cuatro largas primaveras.
FIGURA DE CASCABELES. Llévame al baño y ahógame. Será la única manera de que puedas verme
desnudo. ¿Te figuras que tengo miedo a la sangre? Sé la manera de dominarte. ¿Crees que no te conozco?
De dominarte tanto que si yo dijera: «¿si yo me convirtiera en pez luna?», tú me contestarías: «yo me
convertiría en una bolsa de huevas pequeñitas».
FIGURA DE PÁMPANOS. Toma un hacha y córtame las piernas. Deja que vengan los insectos de la ruina
y vete. Porque te desprecio. Quisiera que tú calaras hasta lo hondo. Te escupo.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Lo quieres? Adiós. Estoy tranquilo. Si voy bajando por la ruina iré
encontrando amor y cada vez más amor.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Angustiado.) ¿Dónde vas? ¿Dónde vas?
FIGURA DE CASCABELES. ¿No deseas que me vaya?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Con voz débil.) No, no te vayas. ¿Y si yo me convirtiera en un granito de
arena?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en un látigo.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¿Y si yo me convirtiera en una bolsa de huevas pequeñitas?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en otro látigo. Un látigo hecho con cuerdas de guitarra.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me azotes!
FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con maromas de barco.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me golpees el vientre!
FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con los estambres de una orquídea.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Acabarás por dejarme ciego!
FIGURA DE CASCABELES. Ciego, porque no eres hombre. Yo sí soy un hombre. Un hombre, tan
hombre, que me desmayo cuando se despiertan los cazadores. Un hombre, tan hombre, que siento un
dolor agudo en los dientes cuando alguien quiebra un tallo, por diminuto que sea. Un gigante. Un
gigante, tan gigante, que puedo bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido.
FIGURA DE PÁMPANOS. Estoy esperando la noche, angustiado por el blancor de la ruina, para poder
arrastrarme a tus pies.
FIGURA DE CASCABELES. No. No. ¿Por qué me dices eso? Eres tú quien me debes obligar a mí para
que lo haga. ¿No eres tú un hombre? ¿Un hombre más hombre que Adán?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Cayendo al suelo.) ¡Ay! ¡Ay!
FIGURA DE CASCABELES. (Acercándose en voz baja.) ¿Y si yo me convirtiera en capitel?
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay de mí!
FIGURA DE CASCABELES. Tú te convertirías en sombra de capitel y nada más. Y luego vendría Elena a
mi cama. Elena, ¡corazón mío! Mientras tú, debajo de los cojines, estarías tendido lleno de sudor, un
sudor que no sería tuyo, que sería de los cocheros, de los fogoneros y de los médicos que operan elcáncer. Y entonces yo me convertiría en pez luna y tú no serías ya nada más que una pequeña polvera
que pasa de mano en mano.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay!
FIGURA DE CASCABELES. ¿Otra vez? ¿Otra vez estás llorando? Tendré necesidad de desmayarme para
que vengan los campesinos. Tendré necesidad de llamar a los negros, a los enormes negros heridos por
las navajas de las yucas que luchan día y noche con el fango de los ríos. Levántate del suelo, cobarde.
Ayer estuve en casa del fundidor y encargué una cadena. ¡No te alejes de mí! Una cadena. Y estuve toda
la noche llorando porque me dolían las muñecas y los tobillos y, sin embargo, no la tenía puesta. (La
Figura de Pámpanos toca un silbato de plata.) ¿Qué haces? (Suena el silbato otra vez.) Ya sé lo que
deseas, pero tengo tiempo de huir.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Huye si quieres.
FIGURA DE CASCABELES. Me defenderé con las hierbas.
FIGURA DE PÁMPANOS. Prueba a defenderte. (Suena el silbato. Del techo cae un Niño vestido con una
malla roja.)
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
FIGURA DE PÁMPANOS. El Emperador.
FIGURA DE CASCABELES. Yo haré tu papel. No te descubras. Me costaría la vida.
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
FIGURA DE CASCABELES. Todo entre nosotros era un juego. Jugábamos. Y ahora yo serviré al
Emperador fingiendo la voz tuya. Tú puedes tenderte detrás de aquel gran capitel. No te lo había dicho
nunca. Allí hay una vaca que guisa la comida para los soldados.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡El Emperador! Ya no hay remedio. Tú has roto el hilo de la araña y ya siento
que mis grandes pies se van volviendo pequeñitos y repugnantes.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Quieres un poco de té? ¿Dónde podría encontrar una bebida caliente en
esta ruina?
NIÑO. (En el suelo.) ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
(Suena una trompa y aparece el Emperador de los
romanos. Con él viene un Centurión de túnica
amarilla y carne gris. Detrás vienen los cuatro
Caballos con sus trompetas. El Niño se dirige al
Emperador. Éste lo toma en sus brazos y se pierden
en los capiteles.)
CENTURIÓN. El Emperador busca a uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Uno soy yo.
FIGURA DE CASCABELES. Uno soy yo.
CENTURIÓN. ¿Cuál de los dos?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo.
FIGURA DE CASCABELES. Yo.
CENTURIÓN. El Emperador adivinará cuál de los dos es uno. Con un cuchillo o con un salivazo.
¡Malditos seáis todos los de vuestra casta! Por vuestra culpa estoy yo corriendo caminos y durmiendo
sobre la arena. Mi mujer es hermosa como una montaña. Pare por cuatro o cinco sitios a la vez y ronca al
mediodía debajo de los árboles. Yo tengo doscientos hijos. Y tendré todavía muchos más. ¡Maldita sea
vuestra casta!
(El Centurión escupe y canta. Un grito largo y
sostenido se oye detrás de las columnas. Aparece el
Emperador limpiándose la frente. Se quita unos
guantes negros; después unos guantes rojos y
aparecen sus manos de una blancura clásica.)
EMPERADOR. (Displicente.) ¿Cuál de los dos es uno?
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy, señor.
EMPERADOR. Uno es uno y siempre uno. He degollado más de cuarenta muchachos que no lo quisieron
decir.CENTURIÓN. (Escupiendo.) Uno es uno y nada más que uno.
EMPERADOR. Y no hay dos.
CENTURIÓN. Porque si hubiera dos no estaría el Emperador buscando por los caminos.
EMPERADOR. (Al Centurión.) ¡Desnúdalos!
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy uno, señor. Ése es el mendigo de las ruinas. Se alimenta con raíces.
EMPERADOR. Aparta.
FIGURA DE PÁMPANOS. Tú me conoces. Tú sabes quién soy. (Se despoja de los pámpanos y aparece
un desnudo blanco de yeso.)
EMPERADOR. (Abrazándolo.) Uno es uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y siempre uno. Si me besas yo abriré mi boca para clavarme después tu
espada en el cuello.
EMPERADOR. Así lo haré.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y deja mi cabeza de amor en la ruina. La cabeza de uno que fue siempre uno.
EMPERADOR. (Suspirando.) Uno.
CENTURIÓN. (Al Emperador.) Difícil es, pero ahí lo tienes.
FIGURA DE PÁMPANOS. Lo tiene porque nunca lo podrá tener.
FIGURA DE CASCABELES. ¡Traición! ¡Traición!
CENTURIÓN. ¡Cállate, rata vieja! ¡Hijo de la escoba!
FIGURA DE CASCABELES. ¡Gonzalo! ¡Ayúdame, Gonzalo!
(La Figura de Cascabeles tira de una columna y ésta
se desdobla en el biombo blanco de la primera
escena. Por detrás salen los tres Hombres barbados
y el Director de escena.)
HOMBRE I.° ¡Traición!
FIGURA DE CASCABELES. ¡Nos ha traicionado!
DIRECTOR. ¡Traición!
(El Emperador está abrazado a la Figura de Pámpanos.)
Telón
Cuadro tercero
Muro de arena. A la izquierda, y pintada sobre el muro, una luna
transparente casi de gelatina. En el centro, una inmensa hoja verde lanceolada.
HOMBRE I.° (Entrando.) No es esto lo que hace falta. Después de lo que ha pasado, sería injusto que yo
volviese otra vez para hablar con los niños y observar la alegría del cielo.
HOMBRE 2.° Mal sitio es éste.
DIRECTOR. ¿Habéis presenciado la lucha?
HOMBRE 3.° (Entrando.) Debieron morir los dos. No he presenciado nunca un festín más sangriento.
HOMBRE I.° Dos leones. Dos semidioses.
HOMBRE 2.° Dos semidioses si no tuvieran ano.
HOMBRE I.° Pero el ano es el castigo del hombre. El ano es el fracaso del hombre, es su vergüenza y su
muerte. Los dos tenían ano y ninguno de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que
brillaban conservando deseos íntimos defendidos por una superficie intachable.
HOMBRE 3.° Cuando sale la luna, los niños del campo se reúnen para defecar.
HOMBRE I.° Y detrás de los juncos, a la orilla fresca de los remansos, hemos encontrado la huella del
hombre que hace horrible la libertad de los desnudos.
HOMBRE 3.° Debieron morir los dos.
HOMBRE I.° (Enérgico.) Debieron vencer.
HOMBRE 3.° ¿Cómo?HOMBRE I.° Siendo hombres los dos y no dejándose arrastrar por los falsos deseos. Siendo íntegramente
hombres. ¿Es que un hombre puede dejar de serlo nunca?
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° Han sido vencidos y ahora todo será para burla y escarnio de la gente.
HOMBRE 3.° Ninguno de los dos era un hombre. Como no lo sois vosotros tampoco. Estoy asqueado de
vuestra compañía.
HOMBRE I.° Ahí detrás, en la última parte del festín, está el Emperador. ¿Por qué no sales y lo
estrangulas? Reconozco tu valor tanto como justifico tu belleza. ¿Cómo no te precipitas y con tus
mismos dientes le devoras el cuello?
DIRECTOR. ¿Por qué no lo haces tú?
HOMBRE I.° Porque no puedo, porque no quiero, porque soy débil.
DIRECTOR. Pero él puede, él quiere, él es fuerte. (En alta voz.) ¡El Emperador está en la ruina!
HOMBRE 3.° Que vaya el que quiera respirar su aliento.
HOMBRE I.° ¡Tú!
HOMBRE 3.° Sólo podría convenceros si tuviera mi látigo.
HOMBRE I.° Sabes que no te resisto, pero te desprecio por cobarde.
HOMBRE 2.° ¡Por cobarde!
DIRECTOR. (Fuerte y mirando al Hombre 3.°) ¡El Emperador que bebe nuestra sangre está en la ruina!
(El Hombre 3.° se tapa la cara con las manos.)
HOMBRE I.° (Al Director.) Ése es, ¿lo conoces ya? Ése es el valiente que en el café y en el libro nos va
arrollando las venas en largas espinas de pez. Ése es el hombre que ama al Emperador en soledad y lo
busca en las tabernas de los puertos. Enrique, mira bien sus ojos. Mira qué pequeños racimos de uvas
bajan por sus hombros. A mí no me engaña. Pero ahora yo voy a matar al Emperador. Sin cuchillo, con
estas manos quebradizas que me envidian todas las mujeres.
DIRECTOR. ¡No, que irá él! Espera un poco. (El Hombre se sienta en una silla y llora.)
HOMBRE 3.° ¡No podría estrenar mi pijama de nubes! ¡Ay! Vosotros no sabéis que yo he descubierto una
bebida maravillosa que solamente conocen algunos negros de Honduras.
DIRECTOR. Es en un pantano podrido donde debemos estar y no aquí. Bajo el légamo donde se consumen
las ranas muertas.
HOMBRE 2.° (Abrazando al Hombre I.°) Gonzalo, ¿por qué lo amas tanto?
HOMBRE I.° (Al Director.) ¡Te traeré la cabeza del Emperador!
DIRECTOR. Será el mejor regalo para Elena.
HOMBRE 2.° Quédate, Gonzalo, y permite que te lave los pies.
HOMBRE I.° La cabeza del Emperador quema los cuerpos de todas las mujeres.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) Pero tú no sabes que Elena puede pulir sus manos dentro del fósforo y la cal
viva. ¡Vete con el cuchillo! ¡Elena, Elena, corazón mío!
HOMBRE 3.° ¡Corazón mío de siempre! Nadie nombre aquí a Elena.
DIRECTOR. (Temblando.) Nadie la nombre. Es mucho mejor que nos serenemos. Olvidando el teatro será
posible. Nadie la nombre.
HOMBRE I.° Elena.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¡Calla! Luego, yo estaré esperando detrás de los muros del gran almacén.
Calla.
HOMBRE I.° Prefiero acabar de una vez. ¡Elena! (Inicia el mutis.)
DIRECTOR. Oye, ¿y si yo me convirtiera en un pequeño enano de jazmines?
HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) ¡Vamos! ¡No te dejes engañar! Yo te acompaño a la ruina.
DIRECTOR. (Abrazando al Hombre I.°) Me convertiría en una píldora de anís, una píldora donde estarían
exprimidos los juncos de todos los ríos, y tú serías una gran montaña chi na cubierta de vivas arpas
diminutas.
HOMBRE I.° (Entornando los ojos.) No, no. Yo entonces no sería una montaña china. Yo sería un odre de
vino antiguo que llena de sanguijuelas la garganta. (Luchan.)
HOMBRE 3.° Tendremos necesidad de separarlos.
HOMBRE 2.° Para que no se devoren.
HOMBRE 3.° Aunque yo encontraría mi libertad.(El Director y el Hombre I.° luchan sordamente.)
HOMBRE 2.° Pero yo encontraría mi muerte.
HOMBRE 3.° Si yo tengo un esclavo...
HOMBRE 2.° Es porque yo soy un esclavo.
HOMBRE 3.° Pero, esclavos los dos, de modo distinto podemos romper las cadenas.
HOMBRE I.° ¡Llamaré a Elena!
DIRECTOR. ¡Llamaré a Elena!
HOMBRE I.° ¡No, por favor!
DIRECTOR. No, no la llames. Yo me convertiré en lo que tú desees.
(Desaparecen luchando por la derecha.)
HOMBRE 3.° Podemos empujarlos y caerán al pozo. Así tú y yo quedaremos libres.
HOMBRE 2.° Tú, libre. Yo, más esclavo todavía.
HOMBRE 3.° No importa. Yo les empujo. Estoy deseando vivir en mi tierra verde, ser pastor, beber el
agua de la roca.
HOMBRE 2.° Te olvidas de que soy fuerte cuando quiero. Era yo un niño y uncía los bueyes de mi padre.
Aunque mis huesos estén cubiertos de pequeñísimas orquídeas, tengo una capa de músculos que utilizo
cuando quiero.
HOMBRE 3.° (Suave.) Es mucho mejor para ellos y para nosotros. ¡Vamos! El pozo es profundo.
HOMBRE 2.o ¡No te dejare!
(Luchan. El Hombre 2.° empuja al Hombre 3.° y
desaparecen por el lado opuesto. El muro se abre y
aparece el sepulcro de Julieta en Verona.
Decoración realista. Rosales y yedras. Luna. Julieta
está tendida en el sepulcro. Viste un traje blanco de
ópera. Lleva al aire sus dos senos de celuloide
rosado.)
JULIETA. (Saltando del sepulcro.) Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de
haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayuda, por favor. Un poco de ayuda y un mar de
sueño. (Canta.)
Un mar de sueño.
Un mar de tierra blanca
y los arcos vacíos por el cielo.
Mi cola por las naves, por las algas.
Mi cola por el tiempo.
Un mar de tiempo.
Playa de los gusanos leñadores
y delfín de cristal por los cerezos.
¡Oh puro amianto de final! ¡Oh ruina!
¡Oh soledad sin arco! ¡Mar de sueño!
(Un tumulto de espadas y voces surge al fondo de la escena.)
JULIETA. Cada vez más gente. Acabarán por invadir mi sepulcro y ocupar mi propia cama. A mí no me
importan las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar.
CABALLO BLANCO I.° (Apareciendo. Trae una espada en la mano.) ¡Amar!
JULIETA. Sí. Con amor que dura sólo un momento.
CABALLO BLANCO I.° Te he esperado en el jardín.
JULIETA. Dirás en el sepulcro.
CABALLO BLANCO I.° Sigues tan loca como siempre. Julieta, ¿cuándo podrás darte cuenta de la
perfección de un día? Un día con mañana y con tarde.JULIETA. Y con noche.
CABALLO BLANCO I.° La noche no es el día. Y en un día lograrás quitarte la angustia y ahuyentar las
impasibles paredes de mármol.
JULIETA. ¿Cómo?
CABALLO BLANCO I.° Monta en mi grupa.
JULIETA. ¿Para qué?
CABALLO BLANCO I.° (Acercándose.) Para llevarte.
JULIETA. ¿Dónde?
CABALLO BLANCO I.° A lo oscuro. En lo oscuro hay ramas suaves. El cementerio de las alas tiene mil
superficies de espesor.
JULIETA. (Temblando.) ¿Y qué me darás allí?
CABALLO BLANCO I.° Te daré lo más callado de lo oscuro.
JULIETA. ¿El día?
CABALLO BLANCO I.° El musgo sin luz. El tacto que devora pequeños mundos con las yemas de los
dedos.
JULIETA. ¿Eras tú el que ibas a enseñarme la perfección de un día?
CABALLO BLANCO I.° Para pasarte a la noche.
JULIETA. (Furiosa.) ¿Y qué tengo yo, caballo idiota, que ver con la noche? ¿Qué tengo yo que aprender
de sus estrellas o de sus borrachos? Será preciso que use veneno de rata para librarme de gente molesta.
Pero yo no quiero matar a las ratas. Ellas traen para mí pequeños pianos y escobillas de laca.
CABALLO BLANCO I.° Julieta, la noche no es un momento, pero un momento puede durar toda la noche.
JULIETA. (Llorando.) Basta. No quiero oírte más. ¿Para qué quieres llevarme? Es el engaño la palabra del
amor, el espejo roto, el paso en el agua. Después me dejarías en el sepulcro otra vez, como todos hacen
tratando de convencer a los que escuchan de que el verdadero amor es imposible. Ya estoy cansada. Y
me levanto a pedir auxilio para arrojar de mi sepulcro a los que teorizan sobre mi corazón y a los que me
abren la boca con pequeñas pinzas de mármol.
CABALLO BLANCO I.° El día es un fantasma que se sienta.
JULIETA. Pero yo he conocido mujeres muertas por el sol.
CABALLO BLANCO I.° Comprende bien: un solo día para amar todas las noches.
JULIETA. ¡Lo de todos! ¡Lo de todos! Lo de los hombres, lo de los árboles, lo de los caballos. Todo lo que
quieres enseñarme lo conozco perfectamente. La luna empuja de modo suave las casas deshabitadas,
provoca la caída de las columnas y ofrece a los gusanos diminutas antorchas para entrar en el interior de
las cerezas. La luna lleva a las alcobas las caretas de la meningitis, llena de agua fría los vientres de las
embarazadas, y apenas me descuido arroja puñados de hierba sobre mis hombros. No me mires, caballo,
con ese deseo que tan bien conozco. Cuando era muy pequeña, yo
veía en Verona a las hermosas vacas pacer en los prados. Luego las veía pintadas en mis libros, pero las
recordaba siempre al pasar por las carnicerías.
CABALLO BLANCO I.° Amor que sólo dura un momento.
JULIETA. Sí, un minuto; y Julieta, viva, alegrísima, fibre del punzante enjambre de lupas. Julieta en el
comienzo, Julieta a la orilla de la ciudad.
(El tumulto de votes y espadas vuelve a surgir en el fondo de la escena.)
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amar. Amor.
Amor del caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
del caballo que lame
la bola de sal.
(Baila.)
JULIETA. Ayer eran cuarenta y estaba dormida. Venían las arañas, venían las niñas y la joven violada por
el perro tapándose con los geráneos, pero yo continuaba tranquila. Cuando las ninfas hablan del queso,éste puede ser de leche de sirena o de trébol, pero ahora son cuatro, son cuatro muchachos los que me han
querido poner un falito de barro y estaban decididos a pintarme un bigote de tinta.
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amar. Amor.
Amor de Ginido con el cabrón,
y de la mula con el caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
de Júpiter en el establo con el pavo real
y el caballo que relincha dentro de la catedral.
JULIETA. Cuatro muchachos, caballo. Hacía mucho tiempo que sentía el ruido del juego, pero no he
despertado hasta que brillaban los cuchillos.
(Aparece el Caballo Negro. Lleva un penacho de
plumas del mismo color y una rueda en la mano.)
CABALLO NEGRO. ¿Cuatro muchachos? Todo el mundo. Una tierra de asfódelos y otra tierra de
semillas. Los muertos siguen discutiendo y los vivos utilizan el bisturí. Todo el mundo.
CABALLO BLANCO I.° A las orillas del Mar Muerto nacen unas bellas manzanas de ceniza, pero la
ceniza es buena.
CABALLO NEGRO. ¡Oh frescura! ¡Oh pulpa! ¡Oh rocío! Yo como ceniza.
JULIETA. No, no es buena la ceniza. ¿Quién habla de ceniza?
CABALLO BLANCO I.° No hablo de ceniza. Hablo de la ceniza que tiene forma de manzana.
CABALLO NEGRO. Forma, ¡forma! Ansia de la sangre.
JULIETA. Tumulto.
CABALLO NEGRO. Ansia de la sangre y hastío de la rueda.
(Aparecen los tres Caballos Blancos; traen largos
bastones de laca negra.)
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Forma y ceniza. Ceniza y forma. Espejo. Y el que pueda acabar que
ponga un pan de oro.
JULIETA. (Retorciéndose las manos.) Forma y ceniza.
CABALLO NEGRO. Sí. Ya sabéis lo bien que degüello las palomas. Cuando se dice roca yo entiendo aire.
Cuando se dice aire yo entiendo vacío. Cuando se dice vacío yo entiendo paloma degollada.
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amor. Amor
de la luna con el cascarón,
de la yema con la luna
y la nube con el cascarón.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Golpeando el suelo con sus bastones.)
Amor. Amor. Amor
de la boñiga con el sol,
del sol con la vaca muerta
y el escarabajo con el sol.
CABALLO NEGRO. Por mucho que mováis los bastones las cosas no sucederán sino como tienen que
suceder. ¡Malditos! ¡Escandalosos! He de recorrer el bosque en busca de resina varias veces a la semana,
por culpa vuestra, para tapar y restaurar el silencio que me pertenece. (Persuasivo.) Vete, Julieta. Te he
puesto sábanas de hilo. Ahora empezará a caer una lluvia fina coronada de yedras que mojará los cielos y
las paredes.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Tenemos tres bastones negros.CABALLO BLANCO I.° Y una espada.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (A Julieta.) Hemos de pasar por tu vientre para encontrar la
resurrección de los cabaIlos.
CABALLO NEGRO. Julieta, son las tres de la madrugada; si te descuidas, las gentes cerrarán la puerta y
no podrás pasar.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Le queda el prado y el horizonte de montañas.
CABALLO NEGRO. Julieta, no hagas ningún caso. En el prado está el campesino que se come los mocos,
el enorme pie que machaca al ratoncito, y el ejército de lombrices que moja de babas la hierba viciosa.
CABALLO BLANCO I.° Le quedan sus pechitos duros y, además, ya se ha inventado la cama para dormir
con los caballos.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Agitando los bastones.) Y queremos acostarnos.
CABALLO BLANCO I.° Con Julieta. Yo estaba en el sepulcro la última noche y sé todo lo que pasó.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Furiosos.) ¡Queremos acostarnos!
CABALLO BLANCO I.° Porque somos caballos verdaderos, caballos de coche que hemos roto con las
vergas la madera de los pesebres y las ventanas del establo.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Desnúdate, Julieta, y deja al aire tu grupa para el azote de nuestras
colas. ¡Queremos resucitar! (Julieta se refugia con el Caballo Negro.)
CABALLO NEGRO. ¡Loca, más que loca!
JULIETA. (Rehaciéndose.) No os tengo miedo. ¿Queréis acostaros conmigo? ¿Verdad? Pues ahora soy yo
la que quiere acostarse con vosotros, pero yo mando, yo dirijo, yo os monto, yo os corto las crines con
mis tijeras.
CABALLO NEGRO. ¿Quién pasa a través de quién? ¡Oh amor, amor, que necesitas pasar tu luz por los
calores oscuros! ¡Oh mar apoyado en la penumbra y flor en el culo del muerto!
JULIETA. (Enérgica.) No soy yo una esclava para que me hinquen punzones de ámbar en los senos ni un
oráculo para los que tiemblan de amor a la salida de las ciudades. Todo mi sueño ha sido con el olor de la
higuera y la cintura del que corta las espigas. ¡Nadie a través de mí! ¡Yo a través de vosotros!
CABALLO NEGRO. Duerme, duerme, duerme.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Empuñan los bastones y por las conteras de éstos saltan tres
chorros de agua.) Te orinamos, te orinamos. Te orinamos como orinamos a las yeguas, como la cabra
orina el hocico del macho y el cielo orina a las magnolias para ponerlas de cuero.
CABALLO NEGRO. (A Julieta.) A tu sitio. Que nadie pase a través de ti.
JULIETA. ¿Me he de callar entonces? Un niño recién nacido es hermoso.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Es hermoso. Y arrastraría la cola por todo el cielo.
(Aparece por la derecha el Hombre I.° con el
Director de escena. El Director de escena viene,
como en el primer acto, transformado en un Arlequín
blanco.)
HOMBRE I.° ¡Basta, señores!
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!
CABALLO BLANCO I.° No. Ahora hemos inaugurado el verdadero teatro. El teatro bajo la arena.
CABALLO NEGRO. Para que se sepa la verdad de las sepulturas.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Sepulturas con anuncios, focos de gas y largas filas de butacas.
HOMBRE I.° ¡Sí! Ya hemos dado el primer paso. Pero yo sé positivamente que tres de vosotros se ocultan,
que tres de vosotros nadan todavía en la superficie. (Los tres Caballos Blancos se agrupan inquietos.)
Acostumbrados al látigo de los cocheros y a las tenazas de los herradores tenéis miedo de la verdad.
CABALLO NEGRO: Cuando se hayan quitado el último traje de sangre, la verdad será una ortiga, un
cangrejo devorado, o un trozo de cuero detrás de los cristales.
HOMBRE I.° Deben desaparecer inmediatamente de este sitio. Ellos tienen miedo del público. Yo sé la
verdad, yo sé que ellos no buscan a Julieta, y ocultan un deseo que me hiere y que leo en sus ojos.
CABALLO NEGRO. No un deseo; todos los deseos. Como tú.
HOMBRE I.° Yo no tengo más que un deseo.
CABALLO BLANCO I.° Como los caballos, nadie olvida su máscara.
HOMBRE I.° Yo no tengo máscara.DIRECTOR. No hay más que máscara. Tenía yo razón, Gonzalo. Si burlamos la máscara, ésta nos colgará
de un árbol como al muchacho de América.
JULIETA. (Llorando.) ¡Máscara!
CABALLO BLANCO I.° Forma.
DIRECTOR. En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el rubor imprudente que a
veces surge en las mejillas. En la alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos
delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra carne que apenas si podemos
tendernos en el lecho.
HOMBRE I.° (Al Director.) Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. (Lo abraza.)
CABALLO BLANCO I.° (Burlón.) Un lago es una superficie.
HOMBRE I.° (Irritado.) ¡O un volumen!
CABALLO BLANCO I.° (Riendo.) Un volumen son mil superficies.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) No me abraces, Gonzalo. Tu amor vive sólo en presencia de testigos. ¿No me
has besado lo bastante en la ruina? Desprecio tu elegancia y tu teatro. (Luchan.)
HOMBRE I.° Te amo delante de los otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido
arrancártela.
DIRECTOR. ¿Por qué soy tan débil?
HOMBRE I.° (Luchando.) Te amo.
DIRECTOR. (Luchando.) Te escupo.
JULIETA. ¡Están luchando!
CABALLO NEGRO. Se aman.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS.
Amor, amor, amor.
Amor del uno con el dos
y amor del tres que se ahoga
por ser uno entre los dos.
HOMBRE I.° Desnudaré tu esqueleto.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete luces.
HOMBRE I.° Fáciles para mis siete manos.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete sombras.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Déjalo, déjalo.
CABALLO BLANCO I.° (Al Hombre I.°) Te ordeno que lo dejes.
(Los Caballos separan al Hombre I.° y al Director.)
DIRECTOR. Esclavo del león, puedo ser amigo del caballo.
CABALLO BLANCO I.° (Abrazándolo.) Amor.
DIRECTOR. Meteré las manos en las grandes bolsas para arrojar al fango las monedas y las sumas llenas
de miguitas de pan.
JULIETA. (Al Caballo Negro.) ¡Por favor!
CABALLO NEGRO. (Inquieto.) Espera.
HOMBRE I.° No ha llegado la hora todavía de que los caballos se lleven un desnudo que yo he hecho
blanco a fuerza de lágrimas.
(Los tres Caballos Blancos detienen al Hombre I.°)
HOMBRE I.° ¡Enrique!
DIRECTOR. ¿Enrique? Ahí tienes a Enrique. (Se quita rápidamente el traje y lo tira detrás de una
columna. Debajo lleva un sutilísimo Traje de Bailarina. Por detrás de la columna aparece el Traje de
Enrique. Este personaje es el mismo Arlequín Blanco con una careta amarillo pálido.)
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma. (Queda rígido.)
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¿No vendrás ahora conmigo? ¡Con la Guillermina de los caballos!
CABALLO BLANCO I.° Luna y raposa y botella de las tabernillas.
DIRECTOR. Pasaréis vosotros, y los barcos, y los regimientos y, si quieren, las cigüeñas pueden pasar
también. ¡Ancha soy!LOS TRES CABALLOS BLANCOS. ¡Guillermina!
DIRECTOR. No Guillermina. Yo no soy Guillermina. Yo soy la Dominga de los negritos. (Se arranca las
gasas y aparece vestido con un maillot todo lleno de pequeños cascabeles. Lo arroja detrás de la
columna y desaparece seguido de los Caballos. Entonces aparece el personaje Traje de Bailarina.)
EL TRAJE DE BAILARINA. Gui-guiller-guillermi-guillermina. Na-nami-namiller-namillergui. Dejadme
entrar o dejadme salir. (Cae al suelo dormida.)
HOMBRE I.° ¡Enrique, ten cuidado con las escaleras!
DIRECTOR. (Fuera.) ¡Luna y raposa de los marineros borrachos!
JULIETA. (Al Caballo Negro.) Dame la medicina para dormir.
CABALLO NEGRO. Arena.
HOMBRE I.° (Gritando.) ¡En pez luna; sólo deseo que tú seas un pez luna! ¡Que te conviertas en un pez
luna! (Sale detrás violentamente.)
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.
(Aparecen por la izquierda el Hombre 3.° y el
Hombre 2.° El Hombre 2.° es la mujer del Pijama
Negro y las amapolas del cuadro I. E1 Hombre 3.°,
sin transformar.)
HOMBRE 2.° Me quiere tanto que si nos ve juntos, seria capaz de asesinarnos. Vamos. Ahora yo te serviré
para siempre.
HOMBRE 3.° Tu belleza era hermosa por debajo de las columnas.
JULIETA. (A la pareja.) Vamos a cerrar la puerta.
HOMBRE 2.° La puerta del teatro no se cierra nunca.
JULIETA. Llueve mucho, amiga mía.
(Empieza a llover. El Hombre 3. ° saca del bolsillo
una careta de ardiente expresión y se cubre el
rostro.)
HOMBRE 3.° (Galante.) ¿Y no pudiera quedarme a dormir en este sitio?
JULIETA. ¿Para qué?
HOMBRE 3.° Para gozarte. (Habla con ella.)
HOMBRE 2.° (Al Caballo Negro.) ¿Vio salir a un hombre con barba negra, moreno, al que le chillaban un
poco los zapatos de charol?
CABALLO NEGRO. No lo vi.
HOMBRE 3.° (A Julieta.) ¿Y quién mejor que yo para defenderte?
JULIETA. ¿Y quién más digna de amor que tu amiga?
HOMBRE 3.° ¿Mi amiga? (Furioso.) ¡Siempre por vuestra culpa pierdo! Ésta no es mi amiga. Ésta es una
máscara, una escoba, un perro débil de sofá.
(Lo desnuda violentamente, le guita el pijama, la
peluca y aparece el Hombre 2.° sin barba, con el
traje del primer cuadro.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!
HOMBRE 3.° (A Julieta.) Lo traía disfrazado para defenderlo de los bandidos. Bésame la mano, besa la
mano de tu protector.
(Aparece el Traje de Pijama con las amapolas. La
cara de este personaje es blanca, lisa y comba como
un huevo de avestruz. El Hombre 3.° empuja al
Hombre 2.° y lo hace desaparecer por la derecha.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!(El Traje se sienta en las escaleras y golpea
lentamente su cara lisa con las manos, hasta el
final.)
HOMBRE 3.° (Saca del bolsillo una gran capa roja que pone sobre sus hombros enlazando a Julieta.)
«Mira, amor mío..., qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes allá en el Oriente... » El
viento quiebra las ramas del ciprés...
JULIETA. ¡No es así!
HOMBRE 3.° ... Y visita en la India a todas las mujeres que tienen las manos de agua.
CABALLO NEGRO. (Agitando la rueda.) ¡Se va a cerrar!
JULIETA. ¡Llueve mucho!
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor.
JULIETA. (Temblando.) ¡El ruiseñor, Dios mío! ¡El ruiseñor... !
CABALLO NEGRO. ¡Que no te sorprenda! (La coge rápidamente y la tiende en el sepulcro.)
JULIETA. (Durmiéndose.) ¡El ruiseñor...!
CABALLO NEGRO. (Saliendo.) Mañana volveré con la arena.
JULIETA. Mañana.
HOMBRE 3.° (Junto al sepulcro.) ¡Amor mío, vuelve! El viento quiebra las hojas de los arces. ¿Qué has
hecho? (La abraza.)
VOZ FUERA. ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique.
EL TRAJE DE BAILARINA. Guillermina. ¡Acabar ya de una vez! (Llora.)
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor. (Se oye la bocina. El Hombre 3.° deja la careta
sobre el rostro de Julieta y cubre el cuerpo de ésta con la capa roja.) Llueve demasiado. (Abre un
paraguas y sale en silencio sobre las puntas de los pies.)
HOMBRE I.° (Entrando.) Enrique, ¿cómo has vuelto?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique, ¿cómo has vuelto?
HOMBRE I.° ¿Por qué te burlas?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¿Por qué te burlas?
HOMBRE I.° (Abrazando al Traje.) Tenías que volver para mí, para mi amor inagotable, después de haber
vencido las hierbas y los caballos.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¡Los caballos!
HOMBRE I.° ¡Dime, dime que has vuelto por mí!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz débil.) Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.
HOMBRE I.° (Abrazándolo con violencia.) ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz cada vez más débil.) Enrique.
EL TRAJE DE BAILARINA. (Con voz tenue.) Guillermina.
HOMBRE I.° (Arrojando el Traje al suelo y subiendo por las escaleras.) ¡Enriqueee!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (En el suelo.) Enriqueecee.
(La Figura con el rostro de huevo se lo golpea
incesantemente con las manos. Sobre el ruido de la
lluvia canta el verdadero ruiseñor.)
Telón
Cuadro cuarto
En el centro de la escena, una cama de frente y perpendicular, como pintada por un primitivo, donde hay
un Desnudo Rojo coronado de espinas azules. Al fondo, unos arcos y escaleras que conducen a los palcos
de un gran teatro. A la derecha, la portada de una universidad. Al levantarse el telón se oye una salva de
aplausos.DESNUDO. ¿Cuándo acabáis?
ENFERMERO. (Entrando rápidamente.) Cuando cese el tumulto.
DESNUDO. ¿Qué piden?
ENFERMERO. Piden la muerte del Director de escena.
DESNUDO. ¿Y qué dicen de mí?
ENFERMERO. Nada.
DESNUDO. Y de Gonzalo, ¿se sabe algo?
ENFERMERO. Lo están buscando en la ruina.
DESNUDO. Yo deseo morir. ¿Cuántos vasos de sangre me habéis sacado?
ENFERMERO. Cincuenta. Ahora te daré la hiel, y luego, a las ocho, vendré con el bisturí para ahondarte la
herida del costado.
DESNUDO. Es la que tiene más vitaminas.
ENFERMERO. Sí.
DESNUDO. ¿Dejaron salir a la gente bajo la arena?
ENFERMERO. Al contrario. Los soldados y los ingenieros están cerrando todas las salidas.
DESNUDO. ¿Cuánto falta para Jerusalén?
ENFERMERO. Tres estaciones, si queda bastante carbón.
DESNUDO. Padre mío, aparta de mí este cáliz de amargura.
ENFERMERO. Cállate. Ya es éste el tercer termómetro que rompes.
(Aparecen los Estudiantes. Visten mantos negros y becas rojas.)
ESTUDIANTE I.° ¿Por qué no limamos los hierros?
ESTUDIANTE 2.° La callejuela está llena de gente armada y es difícil huir por allí.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y los caballos?
ESTUDIANTE I.° Los caballos lograron escapar rompiendo el techo de la escena.
ESTUDIANTE 4.° Cuando estaba encerrado en la torre los vi subir agrupados por la colina. Iban con el
Director de escena.
ESTUDIANTE I.° ¿No tiene foso el teatro?
ESTUDIANTE 2.° Pero hasta los fosos están abarrotados de público. Más vale quedarse. (Se oye una salva
de aplausos. El Enfermero incorpora al Desnudo y le arregla las almohadas.)
DESNUDO. Tengo sed.
ENFERMERO. Ya se ha enviado al teatro por el agua.
ESTUDIANTE 4.° La primera bomba de la revolución barrió la cabeza del profesor de retórica.
ESTUDIANTE 2.° Con gran alegría para su mujer, que ahora trabajará tanto que tendrá que ponerse dos
grifos en las tetas.
ESTUDIANTE 3.° Dicen que por las noches subía un caballo con ella a la terraza.
ESTUDIANTE I.° Precisamente ella fue la que vio por una claraboya del teatro todo lo que ocurría y dio la
voz de alarma.
ESTUDIANTE 4.° Y aunque los poetas pusieron una escalera para asesinarla, ella siguió dando voces y
acudió la multitud.
ESTUDIANTE 2.° ¿Se llama?
ESTUDIANTE 3.° Se llama Elena.
ESTUDIANTE I.° (Aparte.) Selene.
ESTUDIANTE 2.° (Al Estudiante I.°) ¿Qué te pasa?
ESTUDIANTE I.° Tengo miedo de salir al aire.
(Por las escaleras bajan los dos Ladrones. Varias
Damas, vestidas de noche, salen precipitadamente de
los palcos. Los Estudiantes discuten.)
DAMA I.a ¿Estarán todavía los coches a la puerta?
DAMA 2.a ¡Qué horror!
DAMA 3.a Han encontrado al Director de escena dentro del sepulcro.
DAMA I.a ¿Y Romeo?
DAMA 4.a Lo estaban desnudando cuando salimos.MUCHACHO I.° El-público quiere que el poeta sea arrastrado por los caballos.
DAMA I.a Pero ¿por qué? Era un drama delicioso y la revolución no time derecho a profanar las tumbas.
DAMA 2.a Las voces estaban vivas y sus apariencias también. ¿Qué necesidad teníamos de lamer los
esqueletos?
MUCHACHO I.° Tiene razón. El acto del sepulcro estaba prodigiosamente desarrollado. Pero yo descubrí
la mentira cuando vi los pies de Julieta. Eran pequeñísimos.
DAMA 2.a ¡Deliciosos! No querrá usted ponerles reparo.
MUCHACHO I.° Sí, pero eran demasiado pequeños para ser pies de mujer. Eran demasiado perfectos y
demasiado femeninos. Eran pies de hombre, pies inventados por un hombre.
DAMA 2.a ¡Qué horror!
(Del teatro llegan murmullos y ruido de espadas.)
DAMA 3.a ¿No podemos salir?
MUCHACHO I.° En este momento llega la revolución a la catedral. Vamos por la escalera. (Salen.)
ESTUDIANTE 4.° El tumulto comenzó cuando vieron que Romeo y Julieta se amaban de verdad.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente fue por todo lo contrario. El tumulto comenzó cuando observaron que no
se amaban, que no podían amarse nunca.
ESTUDIANTE 4.° El público tiene sagacidad para descubrirlo todo y por eso protestó.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente por eso. Se amaban los esqueletos y estaban amarillos de llama, pero no
se amaban los trajes y el público vio varias veces la cola de Julieta cubierta de pequeños sapitos de asco.
ESTUDIANTE 4.° La gente se olvida de los trajes en las representaciones y la revolución estalló cuando se
encontraron a la verdadera Julieta amordazada debajo de las sillas y cubierta de algodones para que no
gritase.
ESTUDIANTE I.° Aquí está la gran equivocación de todos y por eso el teatro agoniza. El público no debe
atravesar las sedas y los cartones que el poeta levanta en su dormitorio. Romeo puede ser un ave y Julieta
puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa. ¿Qué le importa esto
al público?
ESTUDIANTE 4.° Nada. Pero un ave no puede ser un gato, ni una piedra puede ser un golpe de mar.
ESTUDIANTE 2.° Es cuestión de forma, de máscara. Un gato puede ser una rana, y la luna de invierno
puede ser muy bien un haz de leña cubierto de gusanos ateridos. El público se ha de dormir en la palabra
y no ha de ver a través de la columna las ovejas que balan y las nubes que van por el cielo.
ESTUDIANTE 4.° Por eso ha estallado la revolución. El Director de escena abrió los escotillones, y la
gente pudo ver cómo el veneno de las venas falsas había causado la muerte verdadera de muchos niños.
No son las formas disfrazadas las que levantan la vida, sino el cabello de barómetro que tienen detrás.
ESTUDIANTE 2.° En último caso, ¿es que Romeo y Julieta tienen que ser necesariamente un hombre y
una mujer para que la escena del sepulcro se produzca de manera viva y desgarradora?
ESTUDIANTE I.° No es necesario, y esto era lo que se propuso demostrar con genio el Director de escena.
ESTUDIANTE 4.° (Irritado.) ¿Que no es necesario? Entonces que se paren las máquinas y arrojad los
granos de trigo sobre un campo de acero.
ESTUDIANTE 2.° ¿Y qué pasaría? Pasaría que vendrían los hongos y los latidos se harían quizá más
intensos y apasionantes. Lo que pasa es que se sabe lo que alimenta un grano de trigo y se ignora lo que
alimenta un hongo.
ESTUDIANTE 5.° (Saliendo de los palcos.) Ha llegado el juez, y antes de asesinarlos, les van a hacer
repetir la escena del sepulcro.
ESTUDIANTE 4.° Vamos. Veréis cómo tengo razón.
ESTUDIANTE 2.° Sí. Vamos a ver la última Julieta verdaderamente femenina que se verá en el teatro.
(Salen rápidamente.)
DESNUDO. Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen.
ENFERMERO. (A los Ladrones.) ¿Por qué llegáis a esta hora?
LOS LADRONES. Se ha equivocado el traspunte.
ENFERMERO. ¿Os han puesto las inyecciones?
LOS LADRONES. Sí.(Se sientan a los pies de la cama con unos cirios
encendidos. La escena queda en penumbra. Aparece
el Traspunte.)
ENFERMERO. ¿Son éstas horas de avisar?
TRASPUNTE. Le ruego me perdone. Pero se había perdido la barba de José de Arimatea.
ENFERMERO. ¿Está preparado el quirófano?
TRASPUNTE. Sólo faltan los candeleros, el cáliz y las ampollas de aceite alcanforado.
ENFERMERO. Date prisa. (Se va el Traspunte.)
DESNUDO. ¿Falta mucho?
ENFERMERO. Poco. Ya han dado la tercera campanada. Cuando el Emperador se disfrace de Poncio
Pilato.
MUCHACHO I.° (Aparece con las Damas.) ¡Por favor! No se dejen ustedes dominar por el pánico.
DAMA I.a Es horrible perderse en un teatro y no encontrar la salida.
DAMA 2.a Lo que más miedo me ha dado ha sido el lobo de cartón y las cuatro serpientes en el estanque de
hojalata.
DAMA 3.a Cuando subíamos por el monte de la ruina creímos ver la luz de la aurora, pero tropezamos con
los telones y traigo mis zapatos de tisú manchados de petróleo.
DAMA 4.a (Asomándose a los arcos.) Están representando otra vez la escena del sepulcro. Ahora es seguro
que el fuego romperá las puertas, porque cuando yo lo vi, hace un momento, ya los guardianes tenían las
manos achicharradas y no lo podían contener.
MUCHACHO I.° Por las ramas de aquel árbol podemos alcanzar uno de los balcones y desde allí
pediremos auxilio.
ENFERMERO. (En alta voz.) ¿Cuándo va a comenzar el toque de agonía?
(Se oye una campana.) ,
LOS LADRONES. (Levantando los cirios.) Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
ENFERMERO. Te has adelantado dos minutos.
DESNUDO. Es que el ruiseñor ha cantado ya.
ENFERMERO. Es cierto. Y las farmacias están abiertas para la agonía.
DESNUDO. Para la agonía del hombre solo, en las plataformas y en los trenes.
ENFERMERO. (Mirando el reloj y en voz alta.) Traed la sábana. Mucho cuidado con que el aire que ha de
soplar no se lleve vuestras pelucas. Deprisa.
LOS LADRONES. Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Todo se ha consumado.
(La coma gira sobre un eje y el Desnudo desaparece.
Sobre el reverso del lecho aparece tendido el
Hombre I.°, siempre con frac y barba negra.)
HOMBRE I.° (Cerrando los ojos.) ¡Agonía!
(La luz toma un fuerte tinte plateado de pantalla
cinematográfica. Los arcos y escaleras del fondo
aparecen teñidos de una granulada luz azul. El En-
fermero y los Ladrones desaparecen con Paso de
baile sin dar la espalda. Los Estudiantes salen por
debajo de uno de los arcos. Llevan pequeñas
linternas eléctricas.)
ESTUDIANTE 4.° La actitud del público ha sido detestable.
ESTUDIANTE I.° Detestable. Un espectador no debe formar nunca parte del drama. Cuando la gente va al
aquárium no asesina a las serpientes de mar ni a las ratas de agua, ni a los peces cubiertos de lepra, sino
que resbala sobre los cristales sus ojos y aprende.ESTUDIANTE 4.° Romeo era un hombre de treinta años y Julieta un muchacho de quince. La denuncia del
público fue eficaz.
ESTUDIANTE 2.° El Director de escena evitó de manera genial que la masa de espectadores se enterase de
esto, pero los caballos y la revolución han destruido sus planes.
ESTUDIANTE 4.° Lo que es inadmisible es que los hayan asesinado.
ESTUDIANTE I.° Y que hayan asesinado también a la verdadera Julieta que gemía debajo de las butacas.
ESTUDIANTE 4.° Por pura curiosidad, para ver lo que tenían dentro.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y qué han sacado en claro? Un racimo de heridas y una desorientación absoluta.
ESTUDIANTE 4.° La repetición del acto ha sido maravillosa porque indudablemente se amaban con un
amor incalculable, aunque yo no lo justifique. Cuando cantó el ruiseñor yo no pude contener mis
lágrimas.
ESTUDIANTE 3.° Y toda la gente; pero después enarbolaron los cuchillos y los bastones porque la letra
era más fuerte que ellos y la doctrina, cuando desata su cabellera, puede atropellar sin miedo las verdades
más inocentes.
ESTUDIANTE 5.° (Alegrísimo.) Mirad, he conseguido un zapato de Julieta. La estaban amortajando las
monjas y lo he robado.
ESTUDIANTE 4.° (Serio.) ¿Qué Julieta?
ESTUDIANTE 5.° ¿Qué Julieta iba a ser? La que estaba en el escenario, la que tenía los pies más bellos
del mundo.
ESTUDIANTE 4.° (Con asombro.) ¿Pero no te has dado cuenta de que la Julieta que estaba en el sepulcro
era un joven disfrazado, un truco del Director de escena, y que la verdadera Julieta estaba amordazada
debajo de los asientos?
ESTUDIANTE 5.° (Rompiendo a reír.) ¡Pues me gusta! Parecía muy hermosa, y si era un joven disfrazado
no me importa nada; en cambio, no hubiese recogido el zapato de aquella muchacha llena de polvo que
gemía como una gata debajo de las sillas.
ESTUDIANTE 3.° Y, sin embargo, por eso la han asesinado.
ESTUDIANTE 5.° Porque están locos. Pero yo que subo dos veces, todos los días, la montaña y guardo,
cuando terminan mis estudios, un enorme rebaño de toros con los que tengo que luchar y vencer cada
instante, no me queda tiempo para pensar si es hombre o mujer o niño, sino para ver que me gusta con un
alegrísimo deseo.
ESTUDIANTE I.° ¡Magnífico! ¿Y si yo quiero enamorarme de un cocodrilo?
ESTUDIANTE 5.° Te enamoras.
ESTUDIANTE I.° ¿Y si quiero enamorarme de ti?
ESTUDIANTE 5.° (Arrojándole el zapato.) Te enamoras también, yo te dejo, y te subo en hombros por los
riscos.
ESTUDIANTE I.° Y lo destruimos todo.
ESTUDIANTE 5.° Los tejados y las familias.
ESTUDIANTE I.° Y donde se hable de amor entraremos con botas de foot-ball echando fango por los
espejos.
ESTUDIANTE 5.° Y quemaremos el libro donde los sacerdotes leen la misa.
ESTUDIANTE I.° Vamos. ¡Vamos pronto!
ESTUDIANTE 5.° Yo tengo cuatrocientos toros. Con las maromas que torció mi padre los engancharemos
a las rocas para partirlas y que salga un volcán.
ESTUDIANTE I.° ¡Alegría! Alegría de los muchachos, y de las muchachas, y de las ranas, y de los
pequeños taruguitos de madera.
TRASPUNTE. (Apareciendo.) ¡Señores!, clase de geometría descriptiva.
HOMBRE I.° Agonía.
(La escena va quedando en penumbra. Los
Estudiantes encienden sus linternas y entran en la
universidad.)
TRASPUNTE. (Displicente.) ¡No hagan sufrir a los cristales!
ESTUDIANTE 5.° (Huyendo por los arcos con el Estudiante I.°) ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!HOMBRE I.° Agonía. Soledad del hombre en el sueño lleno de ascensores y trenes donde tú vas a
velocidades inasibles. Soledad de los edificios, de las esquinas, de las playas, donde tú no aparecerás ya
nunca.
DAMA I.a (Por las escaleras.) ¿Otra vez la misma decoración? ¡Es horrible!
MUCHACHO I.° ¡Alguna puerta será la verdadera!
DAMA 2.a ¡Por favor! ¡No me suelte usted de la mano!
MUCHACHO I.° Cuando amanezca nos guiaremos por las claraboyas.
DAMA 3.a Empiezo a tener frío con este traje.
HOMBRE I.° (Con voz débil.) ¡Enrique! ¡Enrique!
DAMA I.a ¿Qué ha sido eso?
MUCHACHO I.° Calma.
(La escena está a oscuras. La linterna del Muchacho
I.° ilumina la cara muerta del Hombre I.°)
Telón
[Solo del pastor bobo]
Cortina azul.
En el centro, un gran armario lleno de Caretas blancas de diversas expresiones. Cada Careta tiene su
lucecita delante. El Pastor Bobo viene por la derecha. Viste de pieles bárbaras y lleva en la cabeza un
embudo lleno de plumas y ruedecillas. Toca un aristón y danza con ritmo lento.
EL PASTOR.
El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas
de los pordioseros y de los poetas
que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
Careta
de los niños que usan la puñeta
y se pudren debajo de una seta.
Caretas
de las águilas con muletas.
Careta de la careta
que era de yeso de Creta
y se puso de harinita color violeta
en el asesinato de Julieta.
Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas
y un cielo lleno de sillas
con el hueco de una careta.
Balad, balad, balad, caretas.
(Las Caretas balan imitando las ovejas y alguna tose.)
Los caballos se comen la seta
y se pudren bajo la veleta.
Las águilas usan la puñeta
y se llenan de fango bajo el cometa,
y el cometa devora la gipaeta
que rayaba el pecho del poeta.¡Balad, balad, balad, caretas!
Europa se arranca las tetas,
Asia se queda sin lunetas
y América es un cocodrilo
que no necesita careta.
La musiquilla, la musiqueta
de las púas heridas y la limeta.
(Empuja el armario, que va montado sobre ruedas, y
desaparece. Las Caretas balan.)
Cuadro quinto
La misma decoración que en el primer cuadro. A la izquierda, una gran cabeza de caballo colocada en el
suelo. A la derecha, un ojo enorme y un grupo de árboles con nubes, apoyados en la pa red. Entra el
Director de escena con el Prestidigitador. El Prestidigitador viste de frac, capa blanca de raso que le llega
a los pies y lleva sombrero de copa. El Director de escena tiene el traje del primer cuadro.
DIRECTOR. Un prestidigitador no puede resolver este asunto, ni un médico, ni un astrónomo, ni nadie. Es
muy sencillo soltar a los leones y luego llover azufre sobre ellos. No siga usted hablando.
PRESTIDIGITADOR. Me parece que usted, hombre de máscara, no recuerda que nosotros usamos la
cortina oscura.
DIRECTOR. Cuando las gentes están en el cielo; pero dígame, ¿qué cortina se puede usar en un sitio donde
el aire es tan violento que desnuda a la gente y hasta los niños llevan navajitas para rasgar los telones?
PRESTIDIGITADOR. Naturalmente, la cortina del prestidigitador presupone un orden en la oscuridad del
truco; por eso, ¿por qué eligieron ustedes una tragedia manida y no hicieron un drama original?
DIRECTOR. Para expresar lo que pasa todos los días en todas las grandes ciudades y en los campos por
medio de un ejemplo que, admitido por todos a pesar de su originalidad, ocurrió sólo una vez. Pude haber
elegido el Edipo o el Otelo. En cambio, si hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran
manchado de sangre las butacas desde las primeras escenas.
PRESTIDIGITADOR. Si hubieran empleado «la flor de Diana» que la angustia de Shakespeare utilizó de
manera irónica en el Sueño de una noche de verano, es probable que la representación habría terminado
con éxito. Si el amor es pura casualidad y Titania, reina de los silfos, se enamora de un asno, nada de
particular tendría que, por el mismo procedimiento, Gonzalo bebiera en el music-ball con un muchacho
[vestido de] blanco sentado en las rodillas.
DIRECTOR. Le suplico no siga hablando.
PRESTIDIGITADOR. Construyan ustedes un arco de alambre, una cortina y un árbol de frescas hojas,
corran y descorran la cortina a tiempo y nadie se extrañará de que el árbol se convierta en un huevo de
serpiente. Pero ustédes lo que querían era asesinar a la paloma y dejar en lugar suyo un pedazo de
mármol lleno de pequeñas salivas habladoras.
DIRECTOR. Era imposible hacer otra cosa; mis amigos y yo abrimos el túnel bajo la arena sin que lo
notara la gente de la ciudad. Nos ayudaron muchos obreros y estudiantes que ahora niegan haber
trabajado a pesar de tener las manos llenas de heridas. Cuando llegamos al sepulcro levantamos el telón.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué teatro puede salir de un sepulcro?
DIRECTOR. Todo el teatro sale de las humedades confinadas. Todo el teatro verdadero tiene un profundo
hedor de luna pasada. Cuando los trajes hablan, las personas vivas son ya botones de hueso en las
paredes del calvario. Yo hice el túnel para apoderarme de los trajes y, a través de ellos, haber enseñado el
perfil de una fuerza oculta cuando ya el público no tuviera más remedio que atender, lleno de espíritu y
subyugado por la acción.
PRESTIDIGITADOR. Yo convierto sin ningún esfuerzo un frasco de tinta en una mano cortada llena de
anillos antiguos.
DIRECTOR. (Irritado.) Pero eso es mentira, ¡eso es teatro! Si yo pasé tres días luchando con las raíces y
los golpes de agua fue para destruir el teatro.PRESTIDIGITADOR. Lo Sabía.
DIRECTOR. Y demostrar que si Romeo y Julieta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando
cae el telón, mis personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en presencia de los
espectadores. Los caballos, el mar; el ejército de las hierbas lo han impedido. Pero algún día, cuando se
quemen todos los teatros, se encontrará en los sofás, detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón
dorado, la reunión de nuestros muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o vivir
en el teatro! No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de modo tierno hay que levantar la
cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas
solamente por galantería con el cielo.
PRESTIDIGITADOR. Si avanzas un escalón más, el hombre te parecerá una brizna de hierba.
DIRECTOR. No una brizna de hierba, pero sí un navegante.
PRESTIDIGITADOR. Yo puedo convertir un navegante en una aguja de coser.
DIRECTOR. Eso es precisamente lo que se hace en el teatro. Por eso yo me atreví a realizar un dificilísimo
juego poético en espera de que el amor rompiera con ímpetu y diera nueva forma a los trajes.
PRESTIDIGITADOR. Cuando dice usted amor yo me asombro.
DIRECTOR. Sea sombra, ¿de qué?
PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.
DIRECTOR. ¿Y qué más?
PR ESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.
DIRECTOR. Es posible.
PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas de los dedos.) Amor.
DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice usted amor yo me asombro.
PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?
DIRECTOR. Veo que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué más?
DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos.
PRESTIDIGITADOR. (Mírándolo fijamente.) Es posible. (Pausa.) Pero, ¿qué se puede esperar de una
gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se llenaría esto de mastines, de
locos, de lluvias, de hojas monstruosas, de ratas de alcantarilla. ¿Quién pensó nunca que se pueden
romper todas las puertas de un drama?
DIRECTOR. Es rompiendo todas las puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por
sus propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre. Me repugna el
moribundo que dibuja con el dedo una puerta sobre la pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es
un circo de arcos donde el aire y la luna y las criaturas entran y salen sin tener un sitio don de descansar.
Aquí está usted pisando un teatro donde se han dado dramas auténticos y donde se ha sostenido un
verdadero combate que ha costado la vida a todos los intérpretes. (Llora.)
CRIADO. (Entrando precipitadamente.) Señor.
DIRECTOR. ¿Qué ocurre? (Entra el Traje Blanco de Arlequín y una Señora vestida de negro con la cara
cubierta por un espeso tul que impede ver su rostro.)
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo?
DIRECTOR. ¿Qué hijo?
SEÑORA. Mi hijo Gonzalo.
DIRECTOR. (Irritado.) Cuando terminó la representación bajó precipitadamente al foso del teatro con ese
muchacho que viene con usted. Más tarde el traspunte lo vio tendido en la cama imperial de la
guardarropía. A mí no me debe preguntar nada. Hoy todo aquello está bajo la tierra.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Llorando.) Enrique.
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo? Los pescadores me llevaron esta mañana un enorme pez luna, pálido,
descompuesto, y me gritaron: ¡Aquí tienes a tu hijo! Como el pez manaba sin cesar un hilito de sangre
por la boca, los niños reían y pintaban de rojo las suelas de sus botas. Cuando yo cerré mi puerta sentí
como la gente de los mercados lo arrastraban hacia el mar.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Hacia el mar.
DIRECTOR. La representación ha terminado hace horas y yo no tengo responsabilidad de lo que ha
ocurrido.
SEÑORA. Yo presentaré mi denuncia y pediré justicia delante de todos. (Inicia el mutis.)
PRESTIDIGITADOR. Señora, por ahí no puede salir.SEÑORA. Tiene razón. El vestíbulo está completamente a oscuras. (Va a salir por la puerta de la
derecha.)
DIRECTOR. Por ahí tampoco. Se caería por las claraboyas.
PRESTIDIGITADOR. Señora, tenga la bondad. Yo la conduciré. (Se quita la capa y cubre con ella a la
Señora. Da dos o tres pases con las manos, tira de la capa y la Señora desaparece. El Criado empuja al
Traje de Arlequín y lo hace desaparecer por la izquierda. El Prestidigitador saca un gran abanico
blanco y empieza a abanicarse mientras canta suavemente.)
DIRECTOR. Tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. ¿Cómo?
DIRECTOR. Le digo que tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) Es una bonita palabra, frío.
DIRECTOR. Muchas gracias por todo.
PRESTIDIGITADOR. De nada. Quitar es muy fácil. Lo difícil es poner.
DIRECTOR. Es mucho más difícil sustituir.
CRIADO. (Entrando de haberse llevado el Arlequín.) Hace un poco de frío. ¿Quiere que encienda la
calefacción?
DIRECTOR. No. Hay que resistirlo todo porque hemos roto las puertas, hemos levantado el techo y nos
hemos quedado con las cuatro paredes del drama. (Sale el Criado por la puerto central.) Pero no importa.
Todavía queda hierba suave para dormir.
PRESTIDIGITADOR. ¡Para dormir!
DIRECTOR. Que en último caso dormir es sembrar.
CRIADO. ¡Señor! Yo no puedo resistir el frío.
DIRECTOR. Te he dicho que hemos de resistir, que no nos ha de vencer un truco cualquiera. Cumple tu
obligación. (El Director se pone unos guantes y se sube el cuello del frac lleno de temblor. El Criado
desaparece.)
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) ¿Pero es que el frío es una cosa mala?
DIRECTOR. (Con voz débil.) El frío es un elemento dramático como otro cualquiera.
CRIADO. (Asoma a la puerta temblando, con las manos sobre el pecho.) ¡Señor!
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. (Cayendo de rodillas.) Ahí está el público.
DIRECTOR. (Cayendo de brutes sobre la mesa.) ¡Que pase!
(El Prestidigitador, sentado cerca de la cabeza de
caballo, silba y se abanica con gran alegría. Todo el
ángulo izquierdo de la decoración se parte y aparece
un cielo de nubes largas, vivamente iluminado, y una
lluvia lenta de guantes blancos, rígidos y
espaciados.)
VOZ. (Fuera.) Señor.
VOZ. (Fuera.) Qué.
VOZ. (Fuera.) El público.
VOZ. (Fuera.) Que pase.
(El Prestidigitador agita con viveza el abanico por el
aire. En la escena empiezan a caer copos de nieve.)
Telón lento