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Las Sillas IONESCO



Las Sillas
IONESCO


DECORADO
Paredes circulares con un rehundimiento en el fondo. Representa una sala de paredes desnudas. A la derecha, par¬tiendo del proscenio, tres puertas. Luego, una ventana con un escabel delante; a continuación otra puerta. En el rehundi¬miento del fondo una gran puerta de honor de dos hojas y otras dos puertas que se enfrentan y encuadran la puerta de honor. Esas dos puertas, o por lo menos una de ellas, están casi ocultas a la vista del público. A la izquierda del escenario, siempre par¬tiendo del proscenio, tres puertas, una ventana con escabel que hace frente a la ventana déla derecha y luego una pizarra negra y una tarima. Para mayor facilidad véase el plano anexo.


1. — Gran puerta del fondo, de dos hojas.
2,3,4,5. — Puertas laterales de la derecha.
6,7,8. — Puertas laterales de la izquierda.
9,10. — Puertas ocultas en el rehundimiento.
12,13. — Ventanas (con escabel) de izquierda y derecha.
14. — Sillas vacías.
XXX. — Pasillo entre bastidores.

En la parte delantera del escenario, dos sillas juntas. Una lámpara de gas cuelga del techo.


Se levanta el telón. Semioscuridad, EL VIEJO está asomado a la ventana de la izquierda, subido en el escabel. LA VIEJA, enciende la lámpara de gas. Luz verde. Luego va a tirar al VIEJO de la manga.

LA VIEJA. — Vamos, querido, cierra la ventana. Se siente el mal olor del agua estancada y además entran mosquitos.
EL VIEJO. — ¡Déjame en paz!
LA VIEJA. — Vamos, vamos, querido, ven a sentarte. No te inclines, pues podrías caerte al agua. Ya sabes lo que le sucedió a Francisco I. Hay que tener cuidado.
EL VIEJO. — ¡Más ejemplos históricos! Cascarria mía, estoy harto de la historia francesa. Quiero ver; las barcas forman manchas en el agua a la luz del sol.
LA VIEJA. — No puedes verlas, porque no hay sol; es de noche, querido.
EL VIEJO. — Queda la sombra. (Se inclina mucho)
LA VIEJA. (Tira de él con todas sus fuerzas). — ¡Ay... me asustas, querido! Ven a sentarte. No las verás venir. No merece la pena. Es de noche. EL VIEJO se deja llevar a su pesar.
El. VIEJO. — Quería ver, me gusta mucho ver el agua.
LA VIEJA. — ¿Cómo puedes hacer eso, querido? A mí me produce vértigo. ¡No puedo acostumbrarme a esta casa, a esta isla, toda rodeada de agua, con agua bajo ventanas, hasta el horizonte...!

LA VIEJA, y EL VIEJO, LA VIEJA, arrastrando al VIEJO se diri¬gen hacia las dos sillas de la parte delante del escenario. EL VIEJO se sienta con toda naturalidad en las rodillas de LA VIEJA. .

EL VIEJO. — Son las 6 de la tarde. Es ya de noche. Recordarás que en otro tiempo no era así; todavía era de día a las 9 de la noche, a las 10 y hasta a medianoche.
LA VIEJA. — ¡Es verdad! ¡Qué memorial!
EL VIEJO. — Esto ha cambiado mucho.
LA VIEJA. — ¿Por qué, en tu opinión?
EL VIEJO. — No lo sé, Semíramis, mi boñiga. Quizá porque cuanto más se avanza más se hunde. Es a causa de la Tierra, que gira y gira.


LA VIEJA. — Gira, gira, queriendo. (Silencio.). ¡Sí, eres cierta¬mente un gran sabio! Tienes mucho talento, querido. Habrías podido ser presidente jefe, rey jefe y hasta mariscal jefe si hubieras querido, si hubieras tenido un poco de ambi¬ción en la vida.
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chocha¬mente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe tam¬bién). — Entonces rieron, les dolía la barriga, pues la histo¬ria era tan graciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz... El arroz se dise¬minó por la tierra... y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gracioso llegó completamente desnudo y rieron...

(Silencio).

EL VIEJO. — Entonces llega...
LA VIEJA — ¡Ah, si! Coordina...relata...
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chochamente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe también). — En¬tonces rieron, les dolía la barriga, pues la historia era tan gra¬ciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz...El arroz se diseminó por la tierra...y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gra-cioso llegó completamente desnudo y rieron...
LA VIEJA (riendo). — Entonces rieron de lo gracioso, entonces llegó completamente desnudo y rieron, el baúl, el baúl de arroz, el arroz en el vientre en tierra...
Los DOS VIEJOS (ríen juntos). — Entonces rieron. ¡Ahí... ri... ri..., rieron! Lo gracioso con el vientre desnudo y el arroz... el arroz... y el baúl... con... el... vientre... desnudo. (Los dos VIEJOS se calman poco a poco.) Rie...ron... ríe...ron... ríe... ron.
LA VIEJA. — Eso era, pues, tu famoso París.
EL VIEJO. — ¿Quien podría describirlo mejor?
LA VIEJA. — ¡Oh, tienes tanto talento, querido, tanto, tanto, tanto talento! Habrías podido ser algo en la vida, mucho más que un mariscal-conserje.
EL VIEJO. — Seamos modestos...contentémonos con poco...
LA VIEJA. — Quizás has destrozado tu vocación.
EL VIEJO (llora de pronto). — ¿La he destrozado? ¿La he roto? |Ah!, ¿donde estás mamá, mamá, dónde estás?... Ji, ji, ji ¡Soy huérfano! (Gime) Un huérfano...un huérfano...
LA VIEJA— Yo estoy contigo. ¿Qué temes?
EL VIEJO. — No, Semíramis, querida. Tú no eres mi mamá...Soy huérfano, huérfano. ¿Quién va a defenderme?
LA VIEJA. — ¡Pero yo estoy aquí, querido!
EL, VIEJO. — No es lo mismo...Yo quiero mi mamá, y tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (acariciándole). — Me destrozas el corazón. No llo¬res, querido.
EL VIEJO. — ¡Ji, ji! ¡Déjame, jji, ji! Me siento todo roto, me duele, mi vocación me duele, porque se ha roto.
LA VIEJA. — Cálmate. EL VIEJO (solloza con la boca muy abierta, como un bebé) — ¡Soy un huérfano... un huérfano...!

LA VIEJA (procura consolarlo, lo acaricia). — Mi huerfanito querido, me partes el corazón, huerfanito mío.

(Mece al VIEJO, que se ha puesto de rodillas).

EL. VIEJO (solloza). — ¡Ji, ji, jii! ¡Mi mamá! ¿Donde está mi mamá? Ya no tengo mamá.
LA VIEJA. — Yo soy tu mujer y ahora soy tu mamá.
EL VIEJO (cediendo un poco). — No es cierto; soy huérfano. ¡Ji, Ji!
LA VIEJA (que sigue meciéndolo). — ¡Querido mío, mi huérfa¬no, mi huerfanito, mi huerfanón!
EL VIEJO (todavía enfurruñado se deja hacer cada vez más). — No, no quiero...no...quiero.
LA VIEJA (canturreando). — Huérfano-lí, huérfano-lá, huérfano-lán, huérfano-lon.
EL VIEJO. — NO...O...O. NO...O...O.
LA VIEJA (lo mismo). — Li Ion lalá, li Ion la laira, huérfano-li, huérfano-lá, huérfano-lilalá.
El. VIEJO. — ¡Ji, ji, ji, ji! (Se sorbe los mocos y se calma un po¬co.) ¿Dónde está mi mamá?

LA VIEJA. — En él cielo florido...Te espera, te mira entre las flores. No llores, porque la harás llorar.

EL VIEJO. — No es cierto..., no me ve..., no me oye. Soy huérfano, en la vida, tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (EL VIEJO está casi tranquilo). — Vamos, cálmate, no te pongas en ese estado... Posees enormes cualidades, mi mariscalito... Sécate las lágrimas. Los invitados vendrán esta noche y no deben verte así... No estás destrozado, no estás perdido. Les dirás todo, les explicarás; tienes un mensaje...Dices siempre que se lo dirás...Tienes que vivir, tienes que luchar por tu mensaje.
EL VIEJO. — Tengo un mensaje, es verdad, y lucho. "Tengo una misión, tengo algo en el vientre, un mensaje que comunicar a la humanidad, a la humanidad...
LA VIEJA. — A la humanidad, querido, tu mensaje.,
EL VIEJO. — Es cierto, cierto.
LA VIEJA (le limpia los mocos al VIEJO y le enjuga las lágrimas). — ¡Ajá! Eres un hombre, un soldado, un mariscal-conserje.
EL VIEJO (ha dejado las rodillas de LA VIEJA, y se pasea a pasitos, agitado). — Yo no soy como los otros, tengo un ideal en la vida. Quizá tenga talento, como tú dices; tengo talento, pero no facilidad. He desempeñado bien mi puesto d conserje, he estado siempre a la altura de la situación, honorablemente, y eso podría ser suficiente...
LA VIEJA. — No para ti. Tú no eres como los otros, eres mucho más grande, y, no obstante, habrías hecho mucho mejor si te hubieras puesto de acuerdo, como todos, con todos Has dis¬cutido con todos tus amigos, con todos los directores, con to¬dos los mariscales, con tu hermano.
EL VIEJO. — No es culpa mía, Semíramis. Sabes muy bien que dijo.
LA VIEJA. — ¿Qué dijo?
EL VIEJO. — Dijo: "Amigos míos, tengo una pulga. Os visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”.
LA VIEJA. — Son cosas que se dicen, querido. No debías haber hecho caso. ¿Pero por qué te enojaste con Carel? ¿Fue también por culpa de él?
EL VIEJO. — Me vas a enojar, me vas a enojar, querida. Por supuesto, él tuvo la culpa. Vino una noche y dijo: "Les deseo buena suerte. Debería decirles la palabra que trae la buena suerte, pero no la digo, la pienso". Y se rió como un becerro.
LA VIEJA. — Lo dijo con buena intención, querido. En la vida hay que ser menos delicado.
EL VIEJO. — No me gustan esas bromas.
LA VIEJA. — Habrías podido ser marino jefe, ebanista jefe, rey de orquesta jefe.

(Largo silencio. Permanecen un tiempo inmóviles, muy rígidos en sus sillas).

EL VIEJO (como en sueños). — Era en el extremo del extremo del jardín... Allí estaba... allí estaba... ¿Qué era lo que estaba, querida?
LA VIEJA — ¡La ciudad de París!
EL VIEJO. — En el extremo, en el extremo del extremo de París había... ¿Qué era lo que había?
LA VIEJA. — ¿Qué era lo que había, querido, qué era lo que había?
EL VIEJO. — Había un lugar, un tiempo exquisito...
LA VIEJA. — ¿Tú crees que era un tiempo tan bueno?
EL VIEJO. — No recuerdo el lugar...
LA VIEJA. — No te canses la cabeza.
EL VIEJO. — Está demasiado lejos. Ya no puedo... alcan¬zarlo... ¿Dónde estaba?
LA VIEJA. — ¿Pero qué?
EL VIEJO. — Lo que yo...lo que yo... ¿Dónde estaba? ¿Y qué era?
LA VIEJA. — Donde quiera que sea, yo te seguiré a todas par¬tes; te seguiré, querido.
EL VIEJO. — ¡Me cuesta tanto expresarme! Tengo que decirlo todo.
LA VIEJA. — Es un deber sagrado. No tienes derecho a callar tu mensaje. Tienes que revelárselo a los hombres, lo esperan. El universo sólo te espera a ti.
EL VIEJO. — Sí, sí lo diré.
LA VIEJA — ¿Estás completamente decidido? Es necesario.
EL VIEJO. — Bebe tu té.
LA VIEJA. — Habrías podido ser un orador jefe si hubieses teni¬do más voluntad en la vida...Me siento orgullosa, me siento orgullosa de que por fin te hayas decidido a hablar a todos los países, a Europa y a todos los continentes.
EL VIEJO — ¡Ay, me cuesta tanto expresarme! No tengo facilidad.
LA VIEJA. — La facilidad viene comenzando, como 1a vida y la muerte. Basta con decidirse. Hablando es como se encuentran las ideas, las palabras, y luego a nosotros mismos, en nuestras propias palabras. Y también se encuentra la ciudad, el jardín; tal vez se encuentra todo, y ya no se es huérfano.
EL VIEJO. — No seré yo quien hablará. He contratado a un orador profesional, y él hablará en mi nombre. Verás.
LA VIEJA. — Entonces, ¿será verdaderamente esta noche? ¿Al menos ha convocado a todos, a todos los personajes, a todos los propietarios y todos los sabios?
EL VIEJO: — Sí, a todos los propietarios y todos los sabios.

(Silencio)

LA VIEJA. — ¿A los guardianes, los obispos, los químicos, le caldereros, los violinistas, los delegados, los presidentes, los policías, los comerciantes, los edificios, las lapiceras, los cromosomas?
EL VIEJO. — Sí, sí, y a los carteros, los posaderos, los artistas, a todos los que son un poco sabios, un poco propietarios.
LA VIEJA. — ¿Ya los banqueros?
EL VIEJO. — Los he convocado.
LA VIEJA. — ¿Ya los proletarios, los funcionarios, los militares, los revolucionarios, los reaccionarios, los alienistas y le alienados?
EL VIEJO. — Sí, sí, a todos, a todos, pues todos somos sabios o proletarios.
LA VIEJA. — No te pongas nervioso, querido. No quiero molestarte. Eres muy negligente, como todos los grandes genios. Esa reunión es importante y es necesario que vengan todos esta noche. ¿Puedes contar con ellos? ¿Lo han prometido?
EL VIEJO. — Bebe tu té, Semíramis.

(Silencio).

LA VIEJA. — ¿Y el Papa, las papas y los papeles?
EL VIEJO. — Los he convocado. (Silencio.) Voy a comunicarles el mensaje... Durante toda mi vida he sentido que me ahoga¬ba. Ahora lo sabrán todo, gracias a ti y al orador. Sólo vo¬sotros me habéis comprendido.
LA VIEJA. — Me siento tan orgullosa de ti...
EL VIEJO. — La reunión se realizará dentro de unos instantes.
LA VIEJA. — Entonces, ¿es cierto que van a venir esta noche?
No sentirás deseos de llorar, pues los sabios y los propietarios reemplazan a los papas y las mamas. (Silencio.) ¿No se podría aplazar la reunión? ¿No nos va a fatigar demasiado?

(Agitación más acentuada. Desde hace algunos instantes EL VIEJO da vueltas, a pasitos indecisos, de anciano o de niño, alrededor de LA VIEJA. .Ha podido dar uno o dos pasos hacia una del las puertas, y luego volver a girar en torno.)

EL VIEJO. — ¿Crees de veras que eso podría fatigarnos?
LA VIEJA. — Estás un poco resfriado.
EL VIEJO. — ¿Y cómo se podría anular la reunión?
LA VIEJA. — Invitémoslos para otra noche. Podrías telefonear.
EL VIEJO. — ¡Dios mío, ya no puedo! Es demasiado tarde. ¡Ya le habrán embarcado!
LA VIEJA. — Debías haber sido más prudente.

(Se oye el deslizamiento de una barca en el agua).

EL VIEJO. — Creo que vienen ya. (Se oye más fuertemente el ruido que hace la barca al deslizarse en el agua). ¡Sí, vienen!
(Se levanta también y avanza rengueando).
LA VIEJA. — Tal vez sea el orador.
EL VIEJO. — Él no viene tan pronto. Debe de ser algún otro.
(Se oye llamar.)¡Ah!
LA VIEJA. — ¡Ah! (EL VIEJO y LA VIEJA, se dirigen, nerviosos, a la puerta oculta en el fondo a la derecha. Mientras dicen:)
EL VIEJO. — Vamos...
LA VIEJA. — Estoy completamente despeinada...Espera un poco...

(Se arregla el cabello y el vestido mientras camina rengueando y se estira las gruesas medias rojas).

EL VIEJO. — Debías haberte preparado antes. Tenías tiempo de sobra.
LA VIEJA. — ¡Qué mal vestida estoy! Tengo un vestido VIEJO, todo arrugado.
EL VIEJO. — ¿Por qué no lo planchaste?... ¡Apresúrate! Haces esperar a la gente.

(EL VIEJO, seguido por LA VIEJA, que refunfuña, llega a la puerta del fondo; no se los ve durante un breve instante; se oye abrir la puerta y volverla a cerrar después de haber hecho entrar a alguien).

VOZ DEL VIEJO. — Buenos días, señora, haga el favor de entrar. Nos alegramos de recibirla. Le presento a mi esposa.
VOZ DE LA VIEJA. — Buenos días, señora, me alegro mucho de conocerla. Cuidado, no se estropee el sombrero. Puede sacarse el alfiler, será más cómodo. ¡Oh, no, nadie se sentará Encima!
VOZ DEL VIEJO. — Deje ahí su tapado de piel. Yo le ayudaré. No, no se estropeará.
VOZ DE LA VIEJA — ¡Oh, qué lindo traje sastre!... Un corpiño tricolor. ¿Tomará usted algunos bizcochos? No está usted gruesa… no está regordeta... deje el paraguas.
VOZ DEL VIEJO. — Tenga la bondad de seguirme.
EL VIEJO (de espaldas). — No tengo más que un puesto modesto.

(EL VIEJO y LA VIEJA, vuelven al mismo tiempo y se apartan un poco para dejar entre ellos a la invitada. Esta es invisible}
(EL VIEJO y LA VIEJA avanzan ahora de frente hacia él proscenio.)

(Hablan a la Dama invisible que avanza entre ellos).
EL VIEJO (a la Dama invisible). — ¿Ha tenido buen tiempo?
LA VIEJA (a la misma). — ¿No está muy cansada?... Sí, un poco.
EL VIEJO (a la misma). — Al borde del agua...
LA VIEJA (a la misma). — Voy a traerle una silla.

(EL VIEJO se dirige a la izquierda y sale por la puerta 6).

LA VIEJA (a la misma). — Entretanto, tome esta silla. (Indica una de las dos sillas y se sienta en la otra, a la derecha de la Dama invisible.) Hace calor, ¿verdad? (Sonríe a la Dama.) ¡Qué lindo abanico! Mi marido... (EL VIEJO reaparece por puerta Nº 7, con una silla.) Me regaló uno parecido hace setenta y tres años. Todavía lo tengo. (EL VIEJO, pone la silla la izquierda de la Dama invisible.) ¡Fue para mi cumpleaños!

EL VIEJO se sienta en la silla que acaba de traer y la Dama invisible se encuentra en medio. EL VIEJO, con la cara vuelta hacia la Dama, le sonríe, mueve la cabeza, se frota suavemente las manos y parece escuchar lo que ella dice. LA VIEJA, hace lo mismo.

EL VIEJO. — Señora, la vida nunca ha sido barata.
LA VIEJA (a la Dama). — Tiene usted razón. (La Dama habla.) Es como usted dice. Ya es hora de que eso cambie (Cambio de tono.) Mi marido, quizá, se va a ocupar de ello. Él le dirá.
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Cállate, cállate, Semíramis. Todavía no es el momento de hablar. (A la Dama.) Discúlpeme, señora, por haber despertado su curiosidad. (La Dama reacciona.) No insista, estimada señora.

(Los dos sonríen, e incluso ríen. Parecen muy satisfechos con lo que dice la Dama invisible. Una pausa, un blanco en la conversación. Los rostros han perdido toda expresión

EL VIEJO (a la Dama). — Sí, tiene usted completa razón.
LA VIEJA. — Sí, sí, sí. ¡Cómo no!
EL VIEJO. — Sí, sí, sí. De ningún modo.
LA VIEJA. — ¿Sí?
EL VIEJO. — ¿No?
LA VIEJA — Usted lo ha dicho.
EL VIEJO (ríe) — No es posible.
LA VIEJA (ríe). — ¡Oh, en ese caso! (Al VIEJO) Es encantadora.
EL VIEJO (a LA VIEJA.). — La señora te ha conquistado. (A la Dama.) La felicito.
LA VIEJA (a la Dama). — Usted no es como las jóvenes de hoy día.
EL VIEJO (se agacha con dificultad para recoger un objeto invisible que la Dama invisible ha dejado caer). — Deje... no se moleste... yo lo recogeré... ¡Oh, se me ha adelantado usted!

(Se endereza).

LA VIEJA (al VIEJO). — Ella no tiene tu edad.
EL VIEJO (a la Dama). — La vejez es una carga muy pesada. Deseo que usted conserve su juventud eternamente.
LA VIEJA (a la misma). — Es sincero, habla su buen corazón.
(Al VIEJO) ¡Amor mío!

(Unos instantes de silencio. Los VIEJOS, de perfil a la sala, contemplan a la Dama y sonríen cortésmente. Luego vuelven la cabeza hacia el público, miran otra vez a la Dama y responden con sonrisas a su sonrisa, y luego con las réplicas que siguen a preguntas).

LA VIEJA. — Es usted muy amable al interesarse por nosotros.
EL VIEJO — Vivimos retirados.
LA VIEJA — Sin ser misántropo, a mi marido le gusta la soledad.
EL VIEJO — Tenemos la radio, yo pesco con caña y hay un servicio de barcos bastante bien organizado.
LA VIEJA — Los domingos pasan dos por la mañana y uno por la tarde, sin contar las embarcaciones particulares.
EL VIEJO. — Cuando hace buen tiempo brilla la luna.
LA VIEJA. — Asume siempre sus funciones de conserje... Eso le ocupa. La verdad es que a su edad podría descansar.
EL VIEJO — Ya tendré tiempo de descansar en la tumba.
LA VIEJA (al VIEJO). — No digas eso, queridito. (A la Dama.) La familia, lo que quedaba de ella, y los compañeros de mi marido venían a vernos de vez en cuando hace diez años.

EL VIEJO (a la Dama). — En el invierno me siento junto al radiador con un buen libro y los recuerdos de toda una vida
LA VIEJA (a la Dama). — Es una vida modesta pero muy llena... durante dos horas diarias trabaja en su mensaje.

(Se oye llamar. Pocos instantes después se siente el deslizamiento de una embarcación).

LA VIEJA (al VIEJO). — Viene alguien, Corre a abrir.
EL VIEJO (a la Dama). — Discúlpeme, señora. Un instante. (a LA VIEJA,). Apresúrate a traer sillas.
LA VIEJA (a la Dama). — Perdóneme, un momento, querida

(Se oyen violentos campanillazos).

EL VIEJO (corre, muy decrépito, hacia la puerta de la derecha mientras LA VIEJA va hacia la puerta oculta a la izquierda rengueando). — Es una persona muy autoritaria. (Se apresura, abre la puerta Nº 2 y entra el Coronel invisible. Quizá sea útil que se oigan, discretamente, algunos trompetazo, algunas notas de "Salut au Colonel". En cuanto abre la puerta al ver al Coronel invisible, EL VIEJO se cuadra respetuosamente). — ¡Ah... mi Coronel! (Levanta vagamente el brazo hacia la frente para hacer un saludo que no se concreta. Buenos días, mi coronel. Es un honor sorprendente para mí... Yo... yo... no esperaba... aunque... no obstante... En resumen, me enorgullezco de recibir en mi alojamiento discreto a un héroe de su talla. (Estrecha la mano invisible que le tiende el Coronel invisible, se inclina ceremonia mente y luego se endereza.) De todos modos, y sin falsa modestia, me permito confesarle que no me creo indigno de su visita. ¡Orgulloso, sí, pero no indigno!

(LA VIEJA aparece con su silla, por la derecha).

LA VIEJA. — ¡Oh, qué hermoso uniforme! ¡Qué bellas condecoraciones! ¿Quién es, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¿No ves que es el Coronel?
LA VIEJA (al VIEJO). — ¡Ah!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Cuenta los galones! (Al Coronel) Es mi esposa, Semíramis. (A LA VIEJA). Acércate para qué te presentes a mi Coronel. (LA VIEJA se acerca, arrastrando con una mano la silla, y hace una reverencia sin soltar la silla al Coronel) Mi esposa. (A LA VIEJA.) El Coronel.
LA VIEJA — Encantada, mi coronel. Sea bienvenido. Es usted camarada de mi marido, pues él es mariscal...
EL VIEJO (descontento). — Mariscal-conserje.
LA VIEJA (el Coronel invisible besa la mano de LA VIEJA; lo que se advierte por el gesto de la mano de LA VIEJA que se alza como hacia unos labios. La emoción hace que LA VIEJA suelte la silla — ¡Oh, es muy cortés! ¡Bien se ve que es un superior! (Toma de nuevo la silla y le dice al Coronel.) Esta silla es para usted
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Dígnese seguirnos. (Todos se dirigen al proscenio, LA VIEJA arrastrando la silla; al Coronel.) Sí, tenemos a alguien y esperamos a otras muchas personas.

(LA VIEJA coloca la silla a la derecha).
LA VIEJA (al Coronel). — Siéntese, se lo ruego.

EL VIEJO presenta una a otro a los dos personajes invisibles.
EL VIEJO - Una joven dama amiga nuestra.
LA VIEJA - Una amiga muy buena.
EL VIEJO - El Coronel... un militar eminente,
LA VIEJA (mostrando la silla destinada al Coronel. — Tome esta silla
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ya ves que el Coronel quiere sentarse junto a la dama.

(El Coronel se sienta invisiblemente en la tercera silla partiendo de la izquierda del escenario; la Dama invisible se encuentra supuestamente en la segunda; una conversación que no se oye se entabla entre los dos personajes invisibles sentados el uno junto al otro; los dos VIEJOS permanecen de pie detrás de las sillas, a un lado y otro de los invitados invisibles, EL VIEJO a la izquierda. junto a la Dama, y LA VIEJA a la derecha, junto al Coronel
LA VIEJA (escuchando la conversación de los dos invitados)
- ¡Oh! ¡Oh! Es demasiado fuerte.
EL VIEJO (lo mismo). — Tal vez. (EL VIEJO y LA VIEJA se hacen señas por encima de las cabezas de los dos invitados, mientras escuchan la conversación, que toma un giro que parece distanciarse Bruscamente.) Sí, mi Coronel, no están todavía aquí, van a venir. Es el Orador quien hablará en mi nombre y explicara el sentido de mi mensaje... Cuidado, Coronel; el marido de esta dama puede llegar de un momento a otro
LA VIEJA (al VIEJO). — ¿Quién es este señor?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ya te he dicho: el Coronel.

(Se producen, invisiblemente, cosas inconvenientes).

LA VIEJA (al VIEJO). — Lo sabía.
EL VIEJO. — Entonces, ¿por qué preguntas?
LA VIEJA. — Para saber. Coronel, ¡no eche al suelo las colillas!
EL VIEJO (al Coronel). — Mi Coronel, mi Coronel: lo he olvidado. La última guerra, ¿la perdió o la ganó usted?
LA VIEJA (a la Dama invisible). — ¡Pero amiga mía, resista!
EL VIEJO. — Míreme, míreme, ¿parezco un mal soldado? Una vez, mi Coronel, en una batalla...
LA VIEJA. — ¡Exagerada! ¡Es indecente! (Tira al Coronel de la manga invisible.) ¡Escúchele! ¡Querido, no lo dejes hacer eso!
EL VIEJO (que continúa rápidamente). — Yo sólo maté 209. Se les llamaba así porque saltaban a gran altura para escapar. Sin embargo, eran menos numerosos que las moscas y menos divertidos, evidentemente, Coronel, pero gracias a mi fuerza de carácter, les... ¡Oh, no, se lo ruego, se lo ruego!
LA VIEJA (al Coronel). — Mi marido nunca miente. Somos ancianos, es cierto, pero no obstante somos respetables.
EL VIEJO (al Coronel, con violencia). — ¡Un héroe debe ser también cortés si quiere ser héroe completo!
LA VIEJA (al Coronel). — Le conozco desde hace mucho tiempo. Nunca habría creído que era capaz de hacer esto. (A la Dama, mientras se oye ruido de barcos.) Nunca habría creído que era capaz de eso. Nosotros tenemos nuestra dignidad, un amor propio personal.
EL VIEJO (con voz temblorosa). — Todavía me hallo en estado de llevar armas. (Suena la campanilla.) Discúlpenme, voy a abrir. (Hace un falso movimiento y derriba la silla de la Dama invisible.) ¡Oh, perdón! LA VIEJA (precipitándose). — ¿Se ha hecho usted daño? EL VIEJO y LA VIEJA ayudan a la Dama invisible a levantarse) Se ha ensuciado usted con el polvo.

(Ayuda a la Dama a quitarse el polvo. Vuelve a sonar la companilla).

EL VIEJO. — Disculpen, disculpen. (A LA VIEJA.) Ve a buscar una silla
LA VIEJA (a los dos invitados invisibles). — Discúlpenme un instante.

(Mientras EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 3, LA VIEJA sale en busca de una silla por la puerta Nº 5 y vuelve por la puerta Nº 8)

EL VIEJO (que se dirige a la puerta). — Quería hacerme rabiar. Estoy casi fuera de mí. (Abre la puerta). ¡Oh, señora, es usted! no creo lo que veo y sin embargo... No la esperaba en modo alguno... Es verdaderamente... ¡Oh, señora, señora! No obstante, me he acordado mucho de usted durante toda mi vida, toda la vida. Señora, la llamaban "la bella"... Es su marido... me lo han dicho, seguramente... No ha cambiado usted en absoluto... ¡Oh, sí, sí, cómo se ha alargado su nariz, corno se ha hinchado! No lo había advertido a primera vista, pero ahora me doy cuenta... Se ha alargado terriblemente.... ¡Que lástima! Sin embargo, no ha sido intencionadamente. ¿Como ha sucedido eso? ¿Poco a poco?... ¡Discúlpeme, señor y querido amigo! Permítame que le llame querido amigo, conocí a su esposa mucho antes que usted. Era la misma, con una nariz muy diferente... Le felicito, señor, pues ustedes parecen amarse mucho. (LA VIEJA aparece con una silla por la puerta Nº 8.) Semíramis, han llegado dos personas y hace falta otra silla. (LA VIEJA coloca la silla detrás de las otras cuatro) y luego sale por la puerta 8 para volver por la puerta Nº 5 al cabo de unos instantes, con otra silla que coloca junto a la que había llevado poco antes. En ese momento EL VIEJO llega con sus dos invitados adonde está LA VIEJA.) Acérquense, acérquense. Tenemos ya gente y les voy a presentar... Así, pues, señora... ¡Oh, bella, bella, señorita Bella, como la llamaban!... Está usted encorvada... ¡Oh, señor! ella está muy bella todavía, de todos modos; bajo sus anteojos sigue teniendo lindos ojos; sus cabellos son blancos, pero bajo los blancos están los morenos, los azules, estoy seguro de eso. Acérquense, acérquense... ¿Qué es esto, señor, un regalo para mi esposa? (A LA VIEJA, que acaba de llegar con la silla,) Semíramis, es la bella, tú lo sabes, la Bella. (Al Coronel y a la primera Dama invisible.) Es la señorita, perdón, la señora Bella... no se sonrían... y su marido... (A LA VIEJA.) Es una amiga de la infancia de la que te he hablado con frecuencia y su marido. (De nuevo al Coronel y a la primera Dama invisible.) Y su marido.
LA VIEJA (hace una reverencia). — Hace bien las presentaciones, a fe mía. Y tiene buenos modales. Buenos días, señora. Buenos días, señor. (Indica a los recién llegados las otras dos personas invisibles.) Son amigos, sí.
EL VIEJO (a LA VIEJA) — Acaba de hacerte un regalo.

(LA VIEJA toma el regalo).

LA VIEJA. — ¿Es una flor, señor, o una cuna, o un peral, o un cuervo?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ¿no ves que es un cuadro?
LA VIEJA. — ¡Oh, qué bello es! Muchas gracias, señor. (A la primera Dama invisible.) Mírelo, por favor, mi querida amiga.
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Tenga la bondad de contemplarlo.
LA VIEJA (al marido de la Bella). — Doctor, doctor, siente náuseas, vaharadas, se me revuelve el estómago, tengo dolores, no siento ya mis pies, se me enfrían los dedos, sufro del hígado. ¡Oh, doctor, doctor!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Este señor no es médico, es fotograbador.
LA VIEJA (a la primera Dama). — Si ha terminado de contemplarlo, puedo colgarlo. (Al VIEJO) Eso no importa; de todos modos es encantador, deslumbrador. (Al fotograbador) Sin querer halagarle.

(EL VIEJO y LA VIEJA están ahora detrás de las sillas, muy cerca el uno del otro, casi tocándose, pero dándose la espalda, Hablan EL VIEJO a la bella y LA VIEJA al fotograbador. De vez en cuando dirigen, volviendo la cabeza, una palabras a uno u otro de los dos primeros invitados).
EL VIEJO (a la Bella). — Estoy muy conmovido... Usted es usted de todos modos... Yo la amaba hace cien años... Ha cambiado usted tanto... No se ha producido en usted cambio alguno... Yo la amaba y la sigo amando.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor!
EL VIEJO (al Coronel). — Estoy de acuerdo con usted al respecto.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, verdaderamente, señor verdaderamente! (A la primera Dama.) Gracias por haberlo colgado... Discúlpeme si la he molestado.

(La luz es ahora más intensa. Se hace cada vez más medida que entran los invitados invisibles).

EL VIEJO (casi lloriqueando, a la Bella). — ¿Dónde están las nieves de antaño?
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor! ¡Oh, señor!
EL VIEJO (indicando con el dedo la primera Dama a la Bella). — Es una joven amiga... muy amable.
LA VIEJA (indicando con el dedo el Coronel al fotograbador — Sí, es el Coronel de Estado a caballo... un compa¬ñero de mi marido... un subalterno. Mí marido es mariscal.
EL VIEJO (a la Bella). — Sus orejas no han sido siempre puntiagudas. ¿Lo recuerda usted, bella mía?
LA VIEJA (al fotograbador, haciendo carantoñas grotescas. En esta escena se mostrará cada vez más grotesca, enseñará las gruesas medias rojas, levantará sus numerosas faldas, hará ver una enagua llena de agujeros, descubrirá su VIEJO pecho; luego, con las manos en las caderas, echará la cabeza hacia atrás mientras lanza gritos eróticos, separará las piernas y reirá como una VIEJA puta . Esta actitud, muy distinta de la que ha mantenido hasta el presente y de la que mantendrá luego, y que revela una personalidad oculta de LA VIEJA, cesará bruscamente). — Eso no es propio de mi edad, ¿no le parece?
EL VIEJO (a la Bella, muy romántico). — En nuestro tiempo la luna era un astro viviente. ¡Ah, sí, sí, si nos hubiésemos atre¬vido! Pero éramos niños. ¿Quiere que recuperemos el tiempo perdido? ¿Se puede todavía? ¿Se puede todavía? ¡Ah, no, ya no se puede! El tiempo ha pasado tan rápidamente como el tren. Ha trazado rieles en la piel. ¿Cree usted que la cirugía estética puede hacer milagros? (Al Coronel.) Soy militar, y usted también. Los militares son siempre jóvenes y los mariscales son como dioses. (A la Bella.) Así debería ser, pero, ¡ay de mi!, hemos perdido todo. Habríamos podido ser dichosos, se lo aseguro, se lo aseguro; habríamos podido, habríamos podido. ¡Tal vez nacen flores bajo la nieve!
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Adulón! ¡Pícaro! ¡Ah, ahí! ¿Así que parezco más joven que lo que corresponde a mi edad? ¡Es usted un pequeño apache! Y muy excitante.
EL VIEJO (a la Bella). — ¿Quiere usted ser mi Isolda y yo su Tristán? La belleza está en los corazones. ¿Comprende usted, habríamos tenido el placer compartido, la belleza, la eternidad... la eternidad...? ¿Por qué no nos atrevimos? No deseamos lo suficiente y lo hemos perdido todo, todo, todo.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, no, no! ¡Oh, la, la! Me produce usted escalofríos. ¿También usted siente cosquilleo? ¿Es cosquilloso o cosquillador? Siento un poco de vergüenza (Ríe.) ¿Le gustan mis enaguas? ¿Prefiere esta falda?
EL VIEJO (a la Bella). — ¡Una pobre vida de conserje!
LA VIEJA (vuelve la cabeza hacia la primera Dama a invisible). — ¿Para preparar seda de China? Un huevo de buey, una libra de manteca y azúcar gástrico. (Al fotograbador) Tiene usted dedos hábiles. ¡Ah, sin embargo...! ¡Oh, oh, oh!
EL VIEJO (a la Bella). — Mi noble compañera, Semíramis ha reemplazado a mi madre. (Se vuelve hacia el Coronel.) Coronel, yo se lo había dicho, no obstante: se toma la verdad de donde se la encuentra.

(Se vuelve de nuevo hacia la Bella).
LA VIEJA (al fotograbador). — ¿Cree usted verdaderamente, verdaderamente, que se puede tener hijos a cualquier edad?
EL VIEJO (a la Bella). — Eso es lo que me ha salvado: la vida interior, un interior tranquilo, la austeridad, mis investigaciones científicas, la filosofía, mi mensaje.
LA VIEJA (al fotograbador). — Todavía nunca he engañado a mi esposo, el mariscal... No tan fuerte, me va a hacer caer. Yo no soy sino su pobre mamá. (Solloza.) Una segunda, una segunda (lo rechaza), segunda mamá. Esos gritos los lanza su conciencia. Para mí, la rama del manzano está rota. Busque en otra parte su camino. Ya no quiero coger las rosas la vida...
EL VIEJO (a la Bella). —...preocupaciones de un orden superior...
EL VIEJO y LA VIEJA conducen a la Bella y al fotograbador junto a los otros invitados invisibles y los hacen sentar). EL VIEJO y LA VIEJA (al fotograbador y la Bella). — Siéntese, siéntense.
(Los dos VIEJOS se sientan también, él a la izquierda y ella a la derecha, con las cuatro sillas vacías entre ambos. Larga escena muda, puntuada, de vez en cuando, con "no", "sí", "no", "sí". Los VIEJOS escuchan lo que dicen las personas invisibles
LA VIEJA (al fotograbador). — Nosotros tuvimos un hijo... Vive, por supuesto... Se fue... Es una historia corriente... más bien extraña... Abandonó a sus padres... Tenía un corazón de oro... hace ya mucho tiempo... Nosotros que le queríamos tanto... Se fue cerrando con violencia la puerta... Mi marido y yo tratamos de retenerlo por la fuerza... Tenía siete años, la edad de la razón, y le gritamos: "¡Hijo mío, hijo mío!" Ni siquiera volvió la cabeza.
EL VIEJO. — ¡Ay, no, no! No hemos tenido hijos... Yo habría querido tener uno... Semíramis también... Hicimos todo posible... Mi pobre Semíramis era tan maternal... Quizás no lo necesitaba... Yo mismo he sido un hijo ingrato... ¡Ah!... Dolor, pesar, remordimientos, no hay más que eso... no nos queda más que eso.
LA VIEJA. — El decía: "¡Ustedes matan a los pájaros! ¿Por qué matan a los pájaros?"... ¿Nosotros no matamos a los pájaros?”… Nosotros no matamos a los pájaros, nunca hemos hecho daño a una mosca... El tenía gruesas lágrimas en los ojos y no nos dejaba que se las enjugáramos. No podíamos acercarnos a él. Decía: "Sí, ustedes matan a todos los pájaros, todos los pájaros". Y nos mostraba sus puñitos... "Mienten, me han engañado. Las calles están llenas de pájaros muertos, de niñitos que agonizan. ¡Es el canto de los pájaros!... "No, son gemidos... El cielo está rojo de sangre..." "No, hijo mío, está azul"... El seguía gritando:”Me han engañado, yo les adoraba, les creía buenos, pero las calles están llenas de pájaros muertos, ustedes les han sacado los ojos. Papá, mamá, son ustedes malvados... No quiero quedarme con ustedes"... Me hinqué de rodillas delante de él. Su padre lloraba... No pudimos retenerlo. Todavía le oímos gritar: "¡Son ustedes los responsables!"... ¿Qué quiere decir responsable?
EL VIEJO. — Dejé que mi madre muriera sola en una zanja. Me llamaba, gemía débilmente: "Hijito mío, mi hijo muy amado, ¡No me dejes morir sola! Quédate conmigo. No viviré mucho tiempo". Yo le dije: "No te preocupes, mamá, volveré dentro de un instante". Yo tenía prisa, iba al baile. "Volveré dentro de un instante". Cuando volví estaba ya muerta y enterrada profundamente. Cavé la tierra y la busqué, pero no pude encontrarla... Yo sé, sé, que los hijos abandonan siempre a su madre y matan más o menos a su padre... La vida es así... pero yo sufro... los demás, no...
LA VIEJA. — Gritaba: "¡Papá, mamá, no volveré a veros!".
EL VIEJO. — Sufro, sí, los otros, no...
LA VIEJA. — No le hable de ello a mi marido. ¡Amaba tanto a sus padres! No los abandonó un instante. Los cuidó, los mimó... Murieron en sus brazos, diciéndole: "Has sido un hi¬jo perfecto. Dios será bueno contigo".
EL VIEJO. — La veo todavía en la zanja; tenía un lirio en la mano y gritaba: "¡No me olvides! ¡No me olvides!" Gruesas lagrimas le asomaban a los ojos y me llamaba por mi sobrenombre de niño: "¡Polluelo mío —decía—, polluelo mío me dejes aquí sola!"

LA VIEJA (al fotograbador). — Jamás nos ha escrito. De vez cuando un amigo nos dice que lo ha visto aquí o allá, que se porta bien, que es un buen marido...
EL VIEJO (a la Bella). — Cuando volví estaba ya enterrada desde hacía mucho tiempo. (A la primera Dama.) ¡Oh oh, sí, señora! En casa tenemos cinematógrafo, un restaurante, cuartos de baño...
LA VIEJA (al Coronel). — Pero sí, Coronel, es porque él…
EL VIEJO. — En el fondo, es así.

(Conversación a intervalos que se atasca).

LA VIEJA. — Con tal que...
EL VIEJO. — Por lo tanto yo... le... Ciertamente.
LA VIEJA (diálogo dislocado, agotamiento). — En una palabra.
EL VIEJO. — Al nuestro y a los suyos.
LA VIEJA. — A lo que...
EL VIEJO. — Ya lo tengo.
LA VIEJA. — ¿Lo o la?
EL VIEJO. — Los.
LA VIEJA. — Los papillotes... ¡Quita allá!
EL VIEJO. — No hay.
LA VIEJA. — ¿Por qué?
EL VIEJO. — Sí.
LA VIEJA. — Yo.
EL VIEJO. — En suma.
LA VIEJA. — En suma.
EL VIEJO (a la primera Dama). — ¿Qué dice usted, señora?

(Un largo silencio. Los VIEJOS permanecen inmóviles en las sillas. Luego se oye otra vez la campanilla).

EL VIEJO (con una nerviosidad que irá aumentando). — Viene gente. Todavía más gente.
LA VIEJA. — Me había parecido oír barcas...
EL VIEJO. — Voy a abrir. Tú vete en busca de sillas. Discúlpenme, señores y señoras.

(Va hacia la puerta Nº 7).

LA VIEJA (a los personajes invisibles y presentes). — Levántese, por favor, un instante. El Orador llegará pronto. Hay que preparar la sala para la conferencia. (LA VIEJA arregla las sillas, con los respaldos vueltos hacia la sala.) Ayúdenme. Gracias.
EL VIEJO (abre la puerta Nº 7). — Buenos días, señoras; buenos días, señores. Sírvanse entrar.

(Las tres o cuatro personas invisibles que llegan son muy altas y EL VIEJO tiene que ponerse de puntillas para estrecharles la mano).

(LA VIEJA, después de colocar las sillas como se indica anteriormente, sigue al VIEJO).

EL VIEJO (haciendo las presentaciones). — Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa...
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ve en busca de sillas, querida.
LA VIEJA. — ¡Yo no puedo hacerlo todo!

LA VIEJA sale rezongando por la puerta Nº 6 y vuelve por la purria Nº 7, mientras EL VIEJO se dirige con los recién llegados hacia el proscenio).

EL VIEJO. — No deje caer su aparato cinematográfico. (Más presentaciones.) El Coronel... La Dama... La señora Bella... El fotograbador... Son periodistas que vienen también para escuchar al conferenciante, quien se presentará seguramente dentro de un momento... No se impacienten... No se van a aburrir todos juntos. (LA VIEJA reaparece con dos sillas por la puerta Nº 7.) Vamos, apresúrate con tres sillas. Falta todavía una.

(LA VIEJA va en busca de otra silla, siempre rezongando, por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 8).

LA VIEJA — Ya va, ya va. Hago lo que puedo. No soy una maquina... ¿Quiénes son todos ésos?

(Sale).

EL VIEJO. — Siéntense, siéntense, las damas con las damas y los caballeros con los caballeros, o al contrario si lo desean... No tenemos sillas mejores... Todo es un poco improvisado... Disculpen... Tome la del centro... ¿Quiere una estilográfica?... Telefonee a Maillot y hablará con Mónica... Claudio es providencial... No tengo radio... recibo todos los diarios... Eso depende de un montón de cosas... Administro esta casa, pero no cuento con personal... hay que hacer economías... nada de entrevistas por el momento, se lo ruego... Más tarde veremos... Les van a dar inmediatamente un asiento... ¿Pero qué hace esa mujer? (LA VIEJA aparece por la puerta Nº 8 con una silla.) Más de prisa, Semíramis.
LA VIEJA. — ¡Hago todo lo que puedo!... ¿Quiénes son ésos?
EL VIEJO. — Luego te explicaré.
LA VIEJA. — ¿Y aquélla? ¿Aquélla, querido?
EL VIEJO. — No te preocupes... (Al Coronel.) Mi Coronel, el periodismo es una profesión que se parece a la del guerrero… (A LA VIEJA.) Ocúpate un poco de las damas, querida... (Llaman. EL VIEJO corre hacia la puerta Nº 8.) Esperen un momento. (A LA VIEJA.) ¡Tus sillas!
LA VIEJA. — Señores y señoras, discúlpenme.

(Sale por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 2; EL VIEJO va a abrir la puerta oculta Nº 9, y desaparece en el momento en que LA VIEJA reaparece por la puerta Nº 3).

EL VIEJO (oculto). — Entren... entren... entren. (Reaparece arrastrando tras sí una cantidad de personas invisibles, entre ellas un niño al que lleva de la mano.) No se viene con niños a una conferencia científica. Se va a aburrir el pobrecito... Si se pone a llorar o a hacer pis en los vestidos de las damas, ¡la que se va a armar! (Conduce a los recién llegados al centro del escenario y LA VIEJA llega con dos sillas.) Les presento mi esposa, Semíramis. Esos son sus hijos.
LA VIEJA. — Señores, señoras... ¡Oh, qué lindos son!
EL VIEJO. — Este es el más pequeño.
LA VIEJA. — ¡Qué lindo! ¡Qué gracioso!
EL VIEJO. — No hay bastantes sillas.
LA VIEJA. — ¡Ah, la, la, la, la!

(Sale en busca de otra silla. Ahora utilizará para entrar y las puertas núms. 2 y 3 de la derecha).

EL VIEJO. — Tome al pequeño en sus rodillas... Los dos mellizos podrán sentarse en la misma silla... Cuidado, pues no son muy sólidas. Son sillas de la casa, pertenecen al propietario. Sí, hijos míos, discutiría con nosotros, pues es un malvada. Desearía que se las comprásemos, pero no merecen la pena (LA VIEJA llega lo más rápidamente que puede con otra silla) Ustedes no se conocen todos, se ven por primera vez... Se conocen de nombre... (A LA VIEJA.) Semíramis, ayúdame a hacer las presentaciones.
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas?... Voy a presentarles, permítanme, voy a presentarles... ¿Pero quiénes son?
EL VIEJO. — Permítanme que les presente... que le presente... que se la presente... Señor, señora, señorita... Señor... Señora... Señora... Señor.

(Nuevo campanillazo).

EL VIEJO. — ¡Más gente!

(Otro campanillazo).

LA VIEJA. — ¡Más gente!

Vuelve a sonar la campanilla, y luego otras y otras veces. EL VIEJO se siente agobiado. Las sillas, vueltas hacia la tarima, con sus respaldos hacia la sala, forman hileras regulares que van aumentando como en las salas de espectáculos. EL VIEJO, sofocado enjugándose la frente, va de una puerta a otra, y coloca a las personas invisibles en el escenario; los VIEJOS cuidan de no tropezar con la gente al deslizarse entre las hueras de sillas. El movimiento podrá hacerse del siguiente modo: EL VIEJO va a la puerta Nº 4, LA VIEJA sale por la puerta Nº 3 y vuelve por la Nº 2 EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 7, LA VIEJA sale por la Nº 8 y vuelve por la Nº 6 con las sillas, etcétera, con el fin de dar la vuelta al escenario y utilizar todas las puertas.

LA VIEJA. — Perdón... perdón... ¿Qué?... Bien... Perdón... Perdón...
EL VIEJO. — Señores... entren... Señoras... entren... Es la señora... Permítame... Sí...
LA VIEJA (con sillas). — ¡Vaya... vaya! Son demasiados... Son verdaderamente demasiados, demasiados. ¡Vaya, vaya!

Se oyen afuera cada vez más fuertes y cada vez cercanos los deslizamientos de las embarcaciones en el agua; todos los ruidos llegan ahora de bastidores. LA VIEJA y EL VIEJO continúan el movimiento antes indicado; abren puertas y traen sillas. Toques campanilla).

EL VIEJO. — Esta mesa nos molesta. (Cambia de lugar, o más bien esboza el movimiento de cambiar de lugar una mesa, sin detenerse, ayudado por LA VIEJA) Apenas queda espacio aquí discúlpennos
LA VIEJA (esbozando el gesto de despejar la mesa, al VIEJO). — ¿Te has puesto el chaleco de punto?

(Campanillazos)

EL VIEJO. — ¡Más gente! ¡Sillas! ¡Más gente! ¡Sillas! Entren, entren, señores y señoras... Semíramis, más de prisa... Te ayudaría de buena gana...
LA VIEJA. — Perdón... perdón... Buenos días, señora... Señora... Señor... Señor... Sí, sí, las sillas.

EL VIEJO (mientras tocan la campanilla cada vez con más fuerza y se oye el ruido de las barcas que chocan con el muelle muy cerca y cada vez con más frecuencia, se enreda entre las sillas y casi no tienen tiempo de ir de puerta en puerta, con tal rapidez se suceden los campanillazos). — Sí, enseguida... ¿Te has puesto tu tricota?... Sí, sí... en seguida... Paciencia, sí, sí... Paciencia.
LA VIEJA. — ¿Tu chaleco de punto? ¿Mi chaleco de punto?... Perdón, perdón.
EL VIEJO. — Por aquí, señoras y señores... Les ruego... les rué... perdón... les ruego que entren... Voy a conducirles… a los asientos... Por ahí no, querida amiga... Cuidado... ¿Es usted amiga mía? (Luego, durante un largo instante, nada de palabras. Se oyen las olas, las barcas, las llamadas ininterrumpidas. El movimiento llega a su intensidad culminante. Las puertas se abren y se cierran sin interrupción. Sólo la gran puerta del fondo permanece cerrada. Idas y venidas los VIEJOS, sin decir palabra, de una puerta a otra; parecen deslizarse sobre ruedas. EL VIEJO recibe a los visitantes, los acompaña, pero no va muy lejos y se limita a indicarles los asientos después de dar uno o dos pasos con ellos. No tiene tiempo para más. LA VIEJA acarrea sillas. EL VIEJO y LA VIEJA se encuentran y tropiezan una o dos veces sin interrumpir el movimiento. Luego, en el centro y en el fondo del escenario, EL VIEJO, casi sin cambiar de lugar, se vuelve a derecha e izquierda hacia todas las puertas e indica los asientos con el brazo, que se mueve rápidamente. Por fin, LA VIEJA se detiene, con una silla en la mano, que deja en el suelo, vuelve a tomar y deja otra vez, aparentando que quiere ir también de una puerta a otra, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, moviendo muy rápidamente la cabeza y el cuello. Eso no debe hacer que decaiga el movimiento y los dos VIEJOS deben dar la impresión de que no se detienen, aunque apenas se muevan de su lugar; sus manos, su busto, su cabeza, sus ojos se agitan describiendo quizá pequeños círculos Finalmente se produce una disminución del movimientos, al principio ligera y luego progresiva; los campanillazos son menos fuertes y frecuentes, las puertas se abren al cabo de más tiempo, los gestos de los VIEJOS se hacen más lentos. En el momento en que las puertas dejan por completo de abrirse y cerrarse y ya no se oye tocar la campanilla, se deberá tener la impresión de que el escenario rebosa de gente).

EL VIEJO. — Voy a ubicarlos... Paciencia... Semíramis, por favor...
LA VIEJA (hace un gran gesto, con las manos vacías). — No hay más sillas, querido. (Luego, bruscamente, se pone a vender programas invisibles en la sala llena y con las puertas cerradas) ¡El programa! ¡Pidan el programa! ¡El programa de la velada! ¡Pidan el programa!
EL VIEJO. — ¡Calma, señores y señoras! ya se van a ocupar de ustedes. Cada uno a su turno, por orden de llegada. Tendrán asiento, todo se arreglará.
LA VIEJA — ¡Compren el programa! Espere un poco, señora, no puedo atender a todos al mismo tiempo, no tengo treinta manos, no soy una vaca... Señor, le ruego que tenga la amabilidad de pasar el programa a su vecina... Gracias... Mi mo¬neda, mi moneda.
EL VIEJO. — ¡Les digo que los van a ubicar! ¡No se impacienten! Por aquí, por ahí... cuidado. ¡Oh, querido amigo... queridos amigos!
LA VIEJA —...Programa... grama... grama...
EL VIEJO. — Sí, amigo mío, ella está allí, más abajo, vendiendo los programas. No hay tareas tontas... Es ella... ¿la ve?... Tiene usted un asiento en la segunda fila... a la derecha... no, a la izquierda... eso es. LA VIEJA —...grama... grama... programa... compren el programa…
EL VIEJO — ¿Qué quieren que haga? Hago todo lo que puedo. (A invisibles sentados.) Córranse un poco, por favor... Queda; un asiento y será para usted, señora... Acérquese. (Sube a la tarima, obligado por la presión de la multitud.) Señoras y señores tengan la bondad de disculparnos, pero ya no quedan asientos.
LA VIEJA (que se encuentra en el extremo opuesto, frente al VIEJO, entre la puerta Nº 3 y la ventana). — ¡Compren el programa! ¿Quién quiere el programa? ¡Chocolate helado, caramelos, bombones acidulados! (Como no puede moverse enclavada por la multitud, lanza sus programas y sus bombones al azar, por encima de las cabezas invisibles.) ¡Ahí los tienen! ¡Ahí los tienen!
EL VIEJO (en la tarima, de pie, muy animado; le empujan, baja de la tarima, vuelve a subir a ella, baja de nuevo, choca con un rostro, le golpean con un codo). — Perdón... mil disculpas... tenga cuidado.

(Empujado, se tambalea y le cuesta recobrar el equilibrio por lo que se ase a hombros invisibles).

LA VIEJA. — ¿Qué es toda esta gente? ¡Programa! ¡Compren el programa y bombones helados!
EL VIEJO. — Señoras, señoritas, señores, les suplico un instante de silencio... de silencio... Es muy importante... Se ruega a las personas que no tienen asiento que dejen libre el pasillo Así... No se queden entre las sillas.
LA VIEJA (al VIEJO, casi gritando). — ¿Quiénes son todas estas personas, querido? ¿Qué vienen a hacer aquí?
EL VIEJO. — Abran paso, señoras y señores. Las personas que no tienen asiento deben, para comodidad de todos, colocarse en pie contra la pared, allí, a la derecha o la izquierda ¡Oirán todo, verán todo! No teman, todos los lugares son buenos.

(Se produce un gran zafarrancho. Empujado por la multitud, EL VIEJO da la vuelta a casi toda la sala, hasta que va a encontrarse en la ventana de la derecha, cerca del escabel. LA VIEJA hace el mismo movimiento en sentido inverso, hasta encontrarse en la ventana de la izquierda, junto al escabel)

EL VIEJO (mientras hace el movimiento indicado). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, señoras y señores no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡Calma!... ¡Poco a poco!... ¡Calma!
LA VIEJA (lo mismo). — Pero ustedes no son salvajes, a pesar de todo.
(Por fin llegan a sus lugares definitivos, cada uno junto a la ventana, EL VIEJO a la izquierda, en la ventana del lado de la tarima, y LA VIEJA a la derecha. No cambiaran de lugar hasta el final.)
LA VIEJA (llama a su VIEJO.) — Querido... no te veo. ¿Dónde estás? ¿Quiénes son éstos? ¿Qué quiere toda esta gente? ¿Quién es aquél?
EL VIEJO. — ¿Dónde estás? ¿Dónde estás, Semíramis?
LA VIEJA. — Querido, ¿dónde estás?
EL VIEJO. — Aquí, junto a la ventana... ¿Me oyes?
LA VIEJA. — Sí, oigo tu voz... Hay muchas, pero distingo la tuya.
EL VIEJO. — ¿Y tú, dónde estás?
LA VIEJA. — ¡Yo también estoy en la ventana!... Querido, tengo miedo, hay demasiada gente... Estamos muy lejos uno del otro... A nuestra edad... debemos tener cuidado... podríamos extraviarnos... Tenemos que estar muy juntos, pues nunca se sabe, querido, querido...
EL VIEJO. — ¡Ah... acabo de verte... oh!... Volveremos a vernos, no temas... Estoy con unos amigos. (A los amigos.) ¡Cómo me alegra estrecharles la mano!... Sí, creo en el progreso, ininterrumpido, con sacudidas, sin embargo
LA VIEJA. — Está bien, gracias... ¡Qué mal tiempo!... ¡Qué hermoso día!... (Aparte.) Sin embargo, tengo miedo... ¿Qué hago aquí? (Gritando.) ¡Querido! ¡Querido!

(Cada uno por su lado habla con los invitados).

EL VIEJO — Para impedir la explotación del hombre por el hombre necesitarnos dinero, dinero y más dinero.
LA VIEJA. — ¡Querido! (Acaparada por los amigos.) Sí, mi marido está allí. Es él quien organiza... Allí abajo... ¡Oh, usted no podrá llegar allá!, tendría que cruzar entre toda esa gente. Está con unos amigos.
EL VIEJO — Ciertamente, no... Lo he dicho siempre... Es lógica pura. Eso no existe, es una imitación.

LA VIEJA — Vean ustedes, hay personas felices. Por la mañana desayunan en avión, al mediodía almuerzan en el tren y por la noche comen en un barco. Durante la noche duermen en camiones que ruedan, ruedan, ruedan...
EL VIEJO. — ¿Habla usted de la dignidad del hombre? Tratamos por lo menos, de cubrir las apariencias. La dignidad no es sino el reverso de eso. LA VIEJA — No se deslicen en las tinieblas.

(Se echa a reír mientras conversa).

EL VIEJO — Sus compatriotas me lo piden.
LA VIEJA. — Desde luego... refiérame todo.
EL VIEJO — Les he convocado... para que les expliquen... El individuo y la persona son una sola y misma persona.
LA VIEJA. — Parece hallarse incómodo. Nos debe mucho dinero.
EL VIEJO. — Yo no soy yo. Soy otro. Soy el uno en el otro.
LA VIEJA. — Hijos míos, desconfíen los unos de los otros.
EL VIEJO. — A veces me despierto en medio de un silencio: absoluto. Es la esfera. Nada falta. Hay que tener cuidado. No obstante. Su forma puede desaparecer súbitamente, hay agujeros por los que se escapa.
LA VIEJA. — Almas en pena, fantasmas, nadas absolutamente... Mi marido ejerce funciones muy importantes, sublimes,
EL VIEJO. — Discúlpeme... Esa no es en modo alguno mí opinión... Le haré conocer a tiempo mi opinión al respecto. Nada diré por el momento. Es el Orador, al que esperamos quien se lo dirá, quien responderá en mí nombre, quien hablará de todo lo que nos llega al alma... El les explicará todo... ¿Cuándo?... Cuando llegue el momento, que será pronto.
LA VIEJA (a sus amigos). — Cuanto antes, mejor... Por supuesto. (Aparte.) Ya no nos van a dejar tranquilos. ¡Que se vayan! ¿Dónde estará mi pobre VIEJO? Ya no lo veo.
EL VIEJO (lo mismo). — No se impacienten. Oirán mi mensaje dentro de un momento.
LA VIEJA (aparte). — ¡Ah, oigo su voz! (A los amigos.) Sepan ustedes que a mi esposo no le han comprendido nunca. Pero al fin le ha llegado su hora.

EL VIEJO. — Escúchenme. Yo poseo una rica experiencia en todos los campos de la vida y del pensamiento... No soy egoísta, la humanidad debe beneficiarse con ello.
LA VIEJA. — ¡Ay! ¡Me ha pisado usted los pies! ¡Y tengo sabañones!
EL VIEJO. — He preparado todo un sistema. (Aparte.) El orador debía estar ya aquí. (En voz alta.) He sufrido enormemente.
LA VIEJA. — Hemos sufrido mucho. (Aparte.) El Orador debiera estar ya aquí. Es la hora.
EL VIEJO. — Sufrido mucho y aprendido mucho.
LA VIEJA (como un eco). — Sufrido mucho y aprendido mucho
EL VIEJO. — Como verán ustedes, mi sistema es perfecto.
LA VIEJA (como un eco), — Como verán ustedes, su sistema perfecto.
EL VIEJO. — Si se quiere obedecer mis instrucciones...
LA VIEJA — (como un eco). — Si se quiere seguir sus instrucciones
EL VIEJO — ¡Salvemos al mundo!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Salvemos su alma salvando al mundo!
EL VIEJO — ¡Una sola verdad para todos!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Una sola verdad para todos!
EL VIEJO — ¡Obedézcanme!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Obedézcanle!
EL VIEJO — Pues yo tengo la certidumbre absoluta.
LA VIEJA (como un eco). — Pues él tiene la certidumbre absoluta.
EL VIEJO — Nunca...
LA VIEJA (como un eco). — Nunca jamás...

(De pronto se oyen entre bastidores ruidos y una marcha militar).

LA VIEJA. — ¿Qué sucede?

(Los ruidos aumentan y luego se abre de par en par, con gran estrépito, la puerta del fondo. Por la puerta abierta no se ve a nadie, pero una muy potente invade la sala por la gran puerta y las ventanas, que se iluminan intensamente a la llegada del Emperador).

EL VIEJO — No sé... no creo... es posible... Pero sí... sí... increíble... Y no obstante... sí... sí... ¡Es el Emperador! ¡Su Majestad el Emperador!

(La luz adquiere el máximo de intensidad en la puerta abierta y las ventanas, pero es una luz fría, vacía. Siguen los ruidos que cesarán bruscamente)

LA VIEJA. — Querido mío... querido mío... ¿qué es esto?
EL VIEJO. — ¡Levántense! ¡Es Su Majestad, el Emperador! El Emperador está en mi casa, en nuestra casa. ¿Te das cuenta, Semíramis?
LA VIEJA (no comprende). — ¿El Emperador... el Emperador? ¡Querido! (De pronto comprende.) ¡Ah, sí, el Emperador! ¡Majestad! ¡Majestad! (Hace desvariadamente innumerables reverencias grotescas.) ¡En nuestra casa! ¡En nuestra casa!
EL VIEJO (llorando de emoción). — ¡Majestad!... ¡Oh, mi Majestad! ¡Mi pequeña, mi gran Majestad! ¡Oh, qué gracia sublime!... ¡Es un sueño maravilloso!
LA VIEJA (como un eco). — Un sueño maravilloso... maravilloso...
EL VIEJO (a la multitud invisible). — ¡Señoras, señores, levántense! ¡Nuestro soberano muy amado, el Emperador, se halla entre nosotros! ¡Viva! ¡Viva!

(Sube al escabel y se pone de puntillas para ver mejor al Emperador. LA VIEJA hace lo mismo por su lado).

LA VIEJA. — ¡Viva! ¡Viva!
(Pataleos).

EL VIEJO. — ¡Vuestra Majestad!... ¡Estoy aquí! ¿Me oye vuestra Majestad? ¿Me ve? Hago saber a Su Majestad que estoy aquí... ¡Majestad! ¡Majestad! ¡Aquí está vuestro más fiel servidor!
LA VIEJA (siempre como un eco). — ¡Vuestro más fiel servidor, Majestad!
EL VIEJO. — Vuestro servidor, vuestro esclavo, vuestro perro ¡guau, guau!, vuestro perro Majestad.
LA VIEJA (lanza muy fuertemente ladridos de perro). — Guau, guau, guau.
EL VIEJO (retorciéndoselas manos). — ¿Me veis? ¡Responded, señor!... Yo os veo, acabo de divisar la figura augusta de Vuestra Majestad, vuestra frente divina... La he visto, sí, a pesar de la pantalla que forman los cortesanos.
LA VIEJA. — A pesar de los cortesanos... Estamos aquí, Majestad.
EL VIEJO. — ¡Majestad! ¡Majestad! Señoras y señores: no dejen a Su Majestad en pie... Ya veis, mi Majestad, yo soy el único que cuido de vos y de vuestra salud, yo soy el más fiel de vuestros súbditos.
LA VIEJA (como un eco). — ¡Los más fieles súbditos de Vuestra Majestad!
EL VIEJO. — Déjenme pasar, señoras y señores... ¿Cómo podré abrirme paso entre esta turbamulta?... Tengo que ir a presentar mis humildes respetos a Su Majestad el Emperador. Déjenme pasar.
LA VIEJA (como un eco). — Déjenle pasar... déjenle pasar...
EL VIEJO. — ¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar! (Desesperado). ¡Ay! ¿Podré llegar alguna vez hasta él?
LA VIEJA (como un eco). — Hasta él... hasta él...
EL VIEJO. — Sin embargo, mi corazón y todo mi ser están a sus pies. La multitud de sus cortesanos lo rodea. ¡Ah, quieren impedirme que llegue hasta él! Todos ellos sospechan que yo… ¡Oh, yo me entiendo, yo me entiendo! Conozco las intrigas de la Corte... ¡Quieren separarme de Vuestra Majestad!
LA VIEJA — Cálmate, querido... Su Majestad te ve, te mira... su Majestad me ha guiñado el ojo... ¡Su Majestad está con nosotros!
EL VIEJO — Denle al Emperador el mejor lugar... junto a la tarima. Que oiga todo lo que dirá el Orador.
LA VIEJA (se yergue en su escabel, de puntillas, y levanta el mentón todo lo que puede para ver mejor). — Por fin se ocupan del Emperador.
EL VIEJO — ¡El cielo sea loado! (Al Emperador.) Señor... tenga confianza, Vuestra Majestad. Es un amigo, mi representan¬te, quien está junto a Vuestra Majestad. (De puntillas sobre el escabel.) Señores, señoras, señoritas, hijos míos, les imploro…
LA VIEJA (como un eco). — Ploro... ploro...
EL VIEJO. — Desearía ver... Apártense... desearía... la mirada celestial, el respetable rostro, la corona, la aureola de Su Ma¬jestad... Señor, dignaos volver vuestro ilustre rostro hacia mí, hacia vuestro servidor humilde... tan humilde... ¡Oh!, ahora veo claramente... ahora veo...
LA VIEJA (como un eco). — Ahora ve... ve... ve
EL VIEJO — Me siento colmado de alegría... No encuentro palabras para expresar lo desmesurado de mi agradecimiento... ¡En mi modesta casa, oh! ¡Majestad, oh sol!... Aquí... aquí... en esta casa en que soy, ciertamente, el mariscal... pero en la jerarquía de vuestro ejército no soy más que un simple conserje.
LA VIEJA (como un eco). — Un simple conserje.
EL VIEJO. — Me siento orgulloso... orgulloso y humilde al mismo tiempo, como debe ser... ¡Ay! Es cierto que soy mariscal, que habría podido estar en la corte imperial, que aquí sólo vi¬gilo una pequeña corte... Majestad, yo... Majestad, me cuesta expresarme... Yo habría podido tener... muchas cosas, no pocos bienes si hubiera sabido, si hubiera querido... si yo... si nosotros... Majestad, disculpad mi emoción.
LA VIEJA. — ¡A la tercera persona!
EL VIEJO (lloriqueando). — ¡Que Vuestra Majestad se digné disculparme! Habéis venido... no se os esperaba... habríais podido no estar aquí... ¡Oh, salvador! He sido humillado...
LA VIEJA (como un eco). —...millado... millado...
EL VIEJO. — He sufrido mucho en mi vida... Habría podido ser algo si hubiese podido estar seguro del apoyo de Vuestra Majestad... No tengo apoyo alguno... Si no hubieseis vendido todo habría llegado demasiado tarde... Vos sois, señor mi último recurso.
LA VIEJA (como un eco). — Último recurso... Señor... timo recur... ñor... recurso...
EL VIEJO. — He acarreado desgracias a mis amigos, a todos los que me han ayudado... El rayo hería la mano que se tendía hacia mí...
LA VIEJA (como un eco). —...manos que se tendían... tendían… tendían... dían...
EL VIEJO. — Siempre han tenido buenos motivos para odiarme, malos motivos para amarme.
LA VIEJA. — No es cierto, querido, no es cierto. Yo te quiero soy tu madrecita.
EL VIEJO. — Todos mis enemigos han sido recompensados y mis amigos me han traicionado.
LA VIEJA (como un eco). — Amigos... trai... tra...
EL VIEJO. — Me han hecho daño. Me han perseguido. Si me quejaba, siempre les daban la razón a ellos... A veces traté de vengarme, pero nunca pude, nunca pude vengarme... sentía demasiada compasión... no quería golpear al enemigo caído... Siempre he sido demasiado bueno. LA VIEJA (como un eco). — Era demasiado bueno, bueno, bueno, bueno...
EL VIEJO. — Es mi compasión la que me ha vencido.
LA VIEJA (como un eco). — Mi compasión... compasión... pasión… pasión...
EL VIEJO. — Pero ellos no tenían compasión. Yo daba un alfilerazo y ellos me golpeaban con una maza, con un cuchillo, a cañonazos, me trituraban los huesos...
LA VIEJA (como un eco). — .. .los huesos... los hue... sos... los hue... sos. EL VIEJO. — Ocupaban mi lugar, me robaban, me asesinaban... Yo era el coleccionador de desastres, el pararrayos de las catástrofes.
LA VIEJA (como un eco). — Pararrayos... catástrofes... pararrayos...
EL VIEJO. — Para olvidar, Majestad, quise hacer deporte... alpinismo... Me tiraron de los pies para hacerme caer... Quise subir escaleras y me pudrieron los escalones... Me hundí… Quise viajar y me negaron el pasaporte... Quise cruzar el río y me cortaron los puentes.
LA VIEJA (como un eco). — Cortaron los puentes.
EL VIEJO — Quise atravesar los Pirineos y ya no había Pirineos
LA VIEJA (como un eco). — No había Pirineos... También él habría podido ser, Majestad, como tantos otros, un redactor jefe, un actor jefe, un doctor jefe, Majestad, un rey jefe.
EL VIEJO. — Por otra parte, nunca han querido tomarme en consideración, nunca me han enviado tarjetas de invitación… Sin embargo, yo os lo aseguro, yo solo habría podido salvar a la humanidad, que está muy enferma. Vuestra Majestad se da cuenta de ello como yo... O por lo menos habría podido evitarle los males de que tanto ha sufrido durante este último cuarto de siglo, si hubiese tenido ocasión de comunicar mi mensaje. No desespero de salvarla. Todavía hay tiempo, tengo el plan... ¡Ay, me cuesta expresarme!
LA VIEJA (por encima de las cabezas invisibles). — El Orador vendrá y hablará en tu nombre... Su Majestad está presen¬te… Por lo tanto, escucharán. No tienes por qué inquietarte, cuentas con todas las cartas de triunfo. Eso ha cambiado, ha cambiado
EL VIEJO. — Que vuestra Majestad me perdone, pues tiene otras preocupaciones... Me han humillado... Señoras y señores, apártense un poco, no me oculten por completo la nariz de Su Majestad. Quiero ver cómo brillan los diamantes de la corona imperial... Pero si Vuestra Majestad se ha dignado venir a colocarse bajo mi techo miserable es porque condesciende a tomar en consideración mi pobre persona. ¡Qué com¬pensación extraordinaria! Majestad, si materialmente me pongo de puntillas no lo hago por orgullo, sino sólo para contemplaros. Moralmente me arrodillo ante vuestra Majestad.
LA VIEJA (sollozando). — Nos arrodillamos, señor, nos arrodillamos a vuestros pies, a vuestros dedos de los pies.
EL VIEJO. — Tuve sarna. Mi patrón me puso en la puerta porque no hacía la reverencia a su bebé, a su caballo. Me dieron puntapiés en el culo, pero todo eso, Señor, ya no tiene importancia alguna, porque... porque... Majestad... mirad... estoy aquí... aquí...
LA VIEJA (como un eco). — Aquí..., aquí... aquí... aquí...
EL VIEJO. — Porque Vuestra Majestad está presente, porque Vuestra Majestad tomará en consideración mi mensaje... Pero el Orador debía estar aquí ya. Hace esperar a Su Majestad
LA VIEJA. — Que Su Majestad le disculpe. Debe venir. Estará aquí dentro de un instante. Nos ha telefoneado.
EL VIEJO. — Su Majestad es muy buena. Su Majestad no se iría sin haber escuchado todo, sin haber oído todo.
LA VIEJA (como un eco). — Escuchado todo... oído todo…
EL VIEJO. — Es él quien va a hablar en mi nombre. Yo, no puedo... no tengo talento... Él tiene todos los papeles, todos los documentos.
LA VIEJA (como un eco). — Él tiene todos los documentos.
EL VIEJO. — Un poco de paciencia, señor, os lo suplico... Debe venir.
LA VIEJA. — Debe venir dentro de un instante.
EL VIEJO (para que el Emperador no se impaciente). — Escuchad, Majestad, tuve la revelación hace ya mucho tiempo... Yo tenía cuarenta años. Lo digo también para ustedes señoras y señores... Una noche, después de comer y antes de acostarme, me senté, como de costumbre, en las rodillas de mi padre... Mis bigotes eran más gruesos que los suyos y más puntiagudos... mi pecho más velludo... mis cabellos comenzaban a encanecer y los suyos estaban todavía negros… Había invitados, grandes personajes, en la mesa y se echaron a reír, a reír.
LA VIEJA (como un eco). — A reír... a reír...
EL VIEJO. — "Yo no bromeo —le dije—. Quiero mucho a mi papá". Me contestaron: "Es medianoche y un niño no se acuesta tan tarde. Si no va usted a la cama es que no es usted un chiquillo". Yo no les habría creído si no me hubieran tratado de usted...
LA VIEJA (como un eco). — De usted...
EL VIEJO. — En vez de tú.
LA VIEJA (como un eco). — Tú.
EL VIEJO. — Sin embargo, pensé, no estoy casado. Por lo tanto soy todavía niño. Me casaron en el mismo instante, sólo para demostrarme lo contrario... por suerte, mi esposa me ha servido de padre y de madre...
LA VIEJA. — El Orador debe venir, Majestad.
EL VIEJO. — El Orador vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá, vendrá.
LA VIEJA — Vendrá, vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Viene.
EL VIEJO. — Viene.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
EL VIEJO. y LA VIEJA. — Está ahí.
LA VIEJA — ¡Aquí está!

(Silencio; se interrumpen todos los movimientos. Petrificados, los dos VIEJOS fijan la mirada en la puerta Nº 5. La escena permanece inmóvil durante bastante tiempo, alrededor de medio minuto. La puerta se abre de par en par muy lenta y silenciosamente. Luego aparece El. ORADOR, es un personaje real. Tiene el tipo del pintor o el poeta del siglo pasado: sombrero de fieltro negro con anchas alas, corbata de lazo, blusa de marinero, bigote y barbita y el aire un tanto farsante y arrogante. Si los personajes invisibles deben tener la mayor realidad posible, EL ORADOR deberá parecer irreal. A lo largo de la pared de la derecha irá como deslizándose suavemente hasta el fondo, frente a la gran puerta, sin volver la cabeza a derecha ni izquierda. Pasara junto a LA VIEJA sin que al parecer la vea, ni siquiera cuando aquélla le toque el brazo para asegurarse de que existe. En ese momento LA VIEJA dirá):

LA VIEJA. — ¡Aquí está!
EL VIEJO. — ¡Aquí está!
LA VIEJA (que lo ha seguido con la mirada y seguirá ha¬ciéndolo). — Es él sin duda alguna. Existe en carne y hueso.
EL VIEJO (siguiéndolo con la mirada). — Existe. Es él. ¡No es un sueño! LA VIEJA. — No es un sueño, yo te lo había dicho.

(EL VIEJO entrelaza las manos, levanta los ojos al cielo y se arrebata de alegría silenciosamente. Cuando EL ORADOR llega al fondo se quita el sombrero, se inclina en silencio y saluda con su sombrero como un mosquetero y un poco como un autómata, al Emperador invisible. En ese momento):
EL VIEJO. — Majestad: os presento al Orador.
LA VIEJA. — ¡Es él!

(EL ORADOR se pone el sombrero en la cabeza y sube a la tarima, desde donde contempla al público invisible de la sala, las sillas. Adopta una actitud solemne).

EL VIEJO (al público invisible). — pueden pedirle autógrafos (Automáticamente, silenciosamente, EL ORADOR firma y distribuye innumerables autógrafos. Entretanto EL VIEJO vuelve a elevar los ojos al cielo y a entrelazar las manos y dice, jubiloso.) ¡Ningún hombre puede esperar más durante su vida!
LA VIEJA (como un eco). — Ningún hombre puede esperar más.
EL VIEJO (a la multitud invisible). — Y ahora, con autorización de Vuestra Majestad, me dirijo a todos ustedes, señoritas, caballeros, mis hijitos, mis queridos colegas, mis queridos compatriotas, señor Presidente, mis queridos compañeros de armas…
LA VIEJA (como un eco). — Mis hijitos... jitos... jitos...
EL VIEJO. — Me dirijo a todos ustedes sin distinción de edad, sexo, estado civil, categoría social y categoría comercial, para darles las gracias con todo mi corazón.
LA VIEJA (como un eco). — Darles las gracias...
EL VIEJO. — También el Orador les agradece... calurosamente... por haber venido en tan gran número... ¡Silencio, señores!
LA VIEJA. — Silencio, señores.
EL VIEJO. — Agradezco también a todos los que han hecho posible la reunión de esta noche, a los organizadores...
LA VIEJA. — ¡Bravo!

(Entre tanto, en la tarima, EL ORADOR sigue en actitud solemne, inmóvil, con excepción de la mano con la que firma autógrafos automáticamente).
EL VIEJO. — A los propietarios de este edificio, al arquitecto, a los albañiles que han elevado estas paredes...
LA VIEJA (como un eco). —...paredes...
EL VIEJO. —, A todos los que han cavado los cimientos… ¡Silencio, señoras y señores!
LA VIEJA (como un eco). —...ñores y señoras...
EL VIEJO. — No olvido, y les doy las gracias más sinceras, a los ebanistas que fabricaron las sillas en las que pueden sentarse, al artesano hábil...
LA VIEJA (como un eco). —...hábil...
EL VIEJO —...que hizo el sillón en el que se hunde blandamente Vuestra Majestad, lo que no le impide conservar un ánimo duro y firme. Gracias también a todos los técnicos, maquinistas, electrocutadores...
LA VIEJA (como un eco). —...tadores... tadores...
EL VIEJO —...a los fabricantes de papel y los impresores, correctores y redactores a los que debemos los programas, tan... lindamente adornados; a la solidaridad universal de todos los hombres. Gracias, gracias a nuestra patria, al Estado (se vuelve hacia el lado donde se halla el Emperador), cuya embarcación dirige Vuestra Majestad con la ciencia de un verdadero piloto... Gracias a la acomodadora...
LA VIEJA (como un eco). —...acomodadora... comodadora...
EL VIEJO (señala con el dedo a LA VIEJA). —...vendedora de bombones helados y de programas...
LA VIEJA (como un eco). —...gramas...
EL VIEJO. —...mi esposa, mi compañera... Semíramis...
LA VIEJA (como un eco). —...posa... ñera... ramis... (Aparte) Mi marido nunca se olvida de citarme.
EL VIEJO — Gracias a todos los que me han dado su ayuda financiara o moral, preciosa y competente, contribuyendo así al buen éxito total de la fiesta de esta noche... Gracias también, gracias sobre todo, a nuestro soberano muy amado, Su Majestad el Emperador.
LA VIEJA (como un eco). —...jestad el Emperador.
EL VIEJO (en un silencio total). —...Un poco de silencio... Majestad...
LA VIEJA (como un eco). —...jestad... jestad...
EL VIEJO. — Majestad, mi esposa y yo nada tenemos ya que pedir a la vida. Nuestra existencia puede acabar con esta apoteosis... Damos gracias al cielo porque nos ha concedido años tan largos y apacibles... Mi vida ha concluido su trayectoria. Mi misión se ha cumplido. No habré vivido en vano, pues mi mensaje le será revelado al mundo. (Gesto al ORADOR, quien lo advierte y rechaza moviendo el brazo, muy digno y firme, los pedidos de autógrafos.) Al mundo, o más bien a lo que queda de él. (Amplio gesto hacia la multitud invisible.) A usted¬es, señores, señoras y queridos camaradas, que son los restos de la humanidad, pero unos restos con los que todavía se puede hacer una buena sopa... Orador amigo... (EL ORADOR mira hacia otro lado.) Si durante largo tiempo he sido desconocido, desestimado por mis contemporáneos es porque debía ser así. (LA VIEJA solloza.) Ahora qué importa todo eso, puesto que te dijo a ti, mi querido Orador y amigo (El ORADOR rechaza un nuevo pedido de autógrafo y luego adopta una actitud de indiferencia y mira hacia todos los lados)...cuidado de hacer que irradie sobre la posteridad la luz de mi espíritu... Haz, pues, que conozca el universo mi filosofía. No omitas tampoco los detalles, ora ridículos, ora dolorosos, ora conmovedores, de mi vida privada, mis gustos, mi gula divertida... dilo todo... habla de mi compañera... (LA VIEJA redobla los sollozos.) ...de la manera como preparaba sus maravillosos pastelitos turcos, sus picadillos de conejo a la normanda... habla del Berry, mi región natal... Cuento contigo gran maestro y Orador... En cuanto a mí y a mi fiel compañera, tras largos años de trabajo en favor del progreso de la humanidad durante los cuales hemos sido soldados de una causa justa, sólo nos queda retirarnos... ahora mismo, para poder hacer el sacrificio supremo que nadie nos exige, pero que realizaremos de todos modos.
LA VIEJA (sollozando). — Sí, sí, moriremos en plena gloria… moriremos para entrar en la leyenda... Por lo menos tendremos nuestra calle...
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Oh, tú, mi fiel compañera... tú, que has creído en mí sin desfallecimiento durante un siglo, que nunca me has abandonado! He aquí que, en este momento supremo, la multitud nos separa sin compasión…
Quiero, no obstante, que nuestros huesos terminen bajo la misma piel, que los gusanos en tumba única pudran la carne de la vejez.
LA VIEJA. —...de la vejez...
EL VIEJO. — ¡Ay!... ¡Ay!
LA VIEJA. — ¡Ay!... ¡Ay!
EL VIEJO. — Nuestros cadáveres caerán el uno lejos del otro nos pudriremos en la soledad acuática... No nos quejamos demasiado.
LA VIEJA — ¡Hay que hacer lo que se debe hacer!
EL VIEJO — No nos olvidarán. El Emperador romano eterno se acordará siempre de nosotros.
LA VIEJA (como un eco). — Siempre.
EL VIEJO. — Dejaremos rastros, pues somos personas y no ciudades.
EL VIEJO y LA VIEJA (juntos). — ¡Tendremos nuestra calle!
EL VIEJO — Unámonos en el tiempo y en la eternidad si no podemos hacerlo en el espacio, como lo hicimos en la adversidad: muramos en el mismo instante... (Al ORADOR impasible, inmóvil.) Por última vez... Confío en ti... cuento contigo… Lo dirás todo... Transmite el mensaje... (Al Emperador.) Que Vuestra Majestad me disculpe... Adiós a todos... Adiós, Semíramis.
LA VIEJA — ¡Adiós a todos!... ¡Adiós, querido!
EL VIEJO — ¡Viva el Emperador!

(Arroja sobre el Emperador invisible confeti y serpentinas. Se oye música militar. Luz viva, como de fuegos artificiales)

LA VIEJA. — ¡Viva el Emperador!
(Arroja confeti y serpentinas en dirección del Emperador, y luego al ORADOR, inmóvil e impasible, y a las sillas vacías).

VIEJO (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!
VIEJA (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!

(EL VIEJO y LA VIEJA al mismo tiempo se arrojan cada uno por su ventana gritando: "¡Viva el Emperador!". Se hace bruscamente el silencio. Más fuegos artificiales. Se oye un "¡Ah!" a ambos lados de la sala y el ruido sordo de los cuerpos que caen al agua. La luz que entraba por las ventanas y la gran puerta ha desaparecido; sólo queda la luz débil del comienzo. Las ventanas a oscuras, quedan abiertas de par en par y sus cortinas flotan al viento.
EL ORADOR, que ha permanecido inmóvil e impasible durante la escena del suicidio doble, se decide por fin a hablar; frente a las hileras de sillas vacías da a entender a la multitud invisible que es sordomudo; hace señas como tal y esfuerzos desesperados para hacerse entender; luego deja oír ronquidos, gemidos y sonidos guturales de mudo)
EL ORADOR. — Je, mme, mm, mm,Ju, gou, hu, hu, gu; gu, gue...
(Impotente, deja caer los brazos a lo largo del cuerpo. De pronto se le ilumina el rostro. Se le ha ocurrido una idea y se vuelve hacia la pizarra negra, saca tiza del bolsillo y escribe con grandes letras mayúsculas):

ANGEPAIN

Y luego:
NNAA NNM NWNWNVV V
(Se vuelve de nuevo hacia el público invisible y le señala con el dedo lo que ha escrito en la pizarra).

EL ORADOR, — Mmm, Mmm, Gueu, Gu, Gu, Mmm, Mmm, Mmm, Mmmm.

(Luego, descontento, borra con gestos bruscos los signos trazados con tiza y los sustituye por otros, entre los que se distingue, en letras mayúsculas):

AADIOS ADIÓS APA

(De nuevo EL ORADOR se vuelve hacia la sala; sonríe, interrogador, y parece esperar que le han comprendido, que ha dicho algo. Muestra con el dedo a las sillas vacías lo que acaba escribir. Inmóvil durante unos instantes, espera, bastante satisfecho y un poco solemne, y luego, ante la falta de la reacción esperada, su sonrisa desaparece poco a poco y su rostro se ensombrece. Espera un poco más. De pronto saluda con humorismo y brusquedad y desciende de la tarima. Se dirige hacia la gran parte del fondo con su paso fantasmal; antes de salir por esa puerta saluda una vez más, ceremoniosamente, a las hileras de sillas vacías y al Emperador invisible. El escenario queda vacío con sus sillas, la tarima y el piso cubierto con serpentinas y papel picado. La puerta del fondo se abre de par en par a la oscuridad).

Se oven por primera vez los ruidos humanos de la multitud invisible: son risas, murmullos, chicheos y tosiqueos irónicos. Débiles al principio, esos ruidos se intensifican, y luego se van debilitando otra vez poco a poco. Todo esto debe durar el tiempo suficiente para que el público —el verdadero v visible— se vaya con este final bien grabado en la mente. El telón cae con mucha lentitud.

Abril-junio de 1951

En la representación el telón caía mientras mugía El. ORADOR mudo. Se suprimía la pizarra.

6/9/14

KESSELRING Arsénico y encaje















ARSÉNICO Y ENCAJE ANTIGUO

Comedia policial en tres actos

de Joseph KESSELRING
Traducción de L.F. de IGOA

PERSONAJES
Abby BREWSTER ( Se pronuncia: BRIUSTER)
Mórtimer BREWSTER
Doctor HASPER
Mister GIBBS
Teddy BREWSTER
Jonathan BREWSTER
Agente KLEIN
Doctor EINSTEIN
Agente BROPHY ( Se pronuncia: BRUFI)
Agente O’HARA
Martha BREWSTER
Teniente ROONEY ( Se pronuncia: RUNY)
Elena HARPER
Mister WISTHERSPOO ( Se pronuncia: GUIDESSPUN))

Acción en casa de los Brewster, en Brooklyn, época actual.
El cuarto de estar en la vieja casa de los Brewster, en Brooklyn (N.Y.). el aspecto corresponde a la época victoriana, lo mismo que las dos hermanas: Habby y Martha, que en ella habitan, con su sobrino Teddy. A la derecha, la puerta de entrada, grande y con cristales esmerilados en su parte superior. Cuando se abre, se ve el porch exterior y el jardín delantero de la casa. A cada lado de la puerta, también grandes cristales, pero estos de colores. Al fondo del lateral derecho el arranque de la escalera. Y en un rincón un descansillo desde el que sigue la escalera ya por el fondo de la escena. En el primer descansillo nombrado una pequeña ventana de estilo antiguo que da también al porch. A los cuatro o cinco escalones se encuentra un nuevo descansillo que atraviesa la escalera de derecha a izquierda a modo de galería y en el cual están en el centro: la puerta de un dormitorio y a la izquierda un arco de acceso a otras habitaciones y a la subida del piso superior. En el foro bajo esta galería, la puerta del sótano, y a la izquierda un hueco en el que hay un aparador de comedor de dos cuerpos y en el que están guardadas botellas de vino, vasos, etc. A la izquierda del armario la puerta de la cocina. En el lateral izquierdo una ventana que mira hacia el cementerio de la iglesia Episcopaliana. Esta ventana tiene cortinas de encaje y pesados cortinones que abren y cierran por medio de cordones bastantes gruesos. Bajo la ventana se ve un arcón grande que sirve de asiento y su tapa está forrada de la misma tela que los cortinones. Cuando la tapa se levanta o se baja, las bisagras chirrían fuertemente. Junto al arranque de la escalera hay un pequeño escritorio sobre el que descansa el teléfono. Junto al escritorio un taburete. Entre el escritorio y la puerta del sótano, un gran sofá. En el centro izquierda de la estancia una mesa redonda. A su derecha una silla, de frente a un gran sillón. En las paredes, los cuadros adecuados a la época, incluyendo algún retrato de los actuales Brewster. Época: La actual. Fin de una tarde del mes de setiembre. Al levantarse el telón, Abby Brewster, una viejecita regordeta de unos sesenta años, preside la mesa del té. Está sentada de frente, teniendo ante sí un pesado servicio de plata. A su derecha, en el sillón, el reverendo doctor Harper, un anciano rector de la cercana iglesia. De pié, en el centro de la escena, pensativo, sobre su te, el sobrino Teddy, vestido con levita y llevando lentes de mariposa de los que prende un cordón negro. Teddy tiene unos cuarenta años y lleva un gran bigote negro, por sus maneras y atuendo presenta una gran semejanza rústica con Teodoro Roosevelt.


ABBY: Se lo aseguro, reverendo Harper, mi hermana Martha y yo nos hemos pasado la semana hablando de su último sermón. Es prodigioso que en sólo dos años se haya asimilado usted al espíritu del barrio.
HARPER: Para mí es una gran satisfacción, señorita Brewster...
ABBY: Viviendo siempre junto a la iglesia, comprenderá que hemos visto ir y venir muchísimos ministros del señor. El espíritu del barrio, según nosotras, es la amistad, y sus sermones, Doctor Harper, más que sermones, son verdaderas charlas íntimas...
TEDDY: A mí, personalmente siempre me ha gustado conversar con el cardenal Gibbons... Bueno ¿he estado alguna vez con él...?
ABBY: No, querido, todavía no. (Cambiando el tema) ¿Están buenos los bizcochos?
TEDDY: (Sentándose en el sofá) ¡Formidables!
ABBY: ¿No quiere otro, doctor Harper?
HARPER: ¡Oh, no! Ya me han quitado las ganas de cenar...
ABBY: Están hechos con harina buena, no esa imitación que nos dan ahora. Esta guerra lo complicó todo....
HARPER: (Suspirando) ¡Si por lo menos Europa estuviese en otro planeta!
TEDDY: ¡El Japón! ¡Ese es el enemigo...!
HARPER: Claro, claro... ¡Por supuesto!
ABBY: ¡Teddy!
TEDDY: No tía Abby; hay que hablar menos de Europa y más del canal...
ABBY: ¡Por favor, dejemos la guerra!
HARPER: Hay que reconocer que la guerra y la violencia se hallan lejos de estos contornos, señorita Abby...
ABBY: ¿Todo está muy tranquilo, verdad?
HARPER: Sí, muy tranquilo. Todas las antiguas virtudes se han dado sita en su casa.
ABBY: (Mirando satisfecha a su alrededor) Ésta es una de las casas más antiguas del barrio. Todo sigue como cuando la edificó y amuebló el abuelo Brewster. Menos la electricidad, por descontado. Pero la usamos lo menos posible, fue Mórtimer quien se empeñó...
HARPER: (Tratando de variar el tema) Sí, sí... comprendo.
ABBY: ¡El pobre trabaja hasta tan tarde! Creo que esta noche irá otra vez al teatro con Elena. Teddy, tu hermano volverá un poco tarde esta noche...
TEDDY: (Mostrando los dientes en una mueca) ¡En-can-ta-do!
ABBY: (A Harper) Estamos tan contentos de que sea Elena la que vaya al Teatro con Mórtimer...
HARPER: Para mí es una experiencia nueva esta de esperar a que me devuelvan a mi hija a las tres de la mañana...
ABBY: Oh, doctor Harper... No le parecerá mal...
HARPER: Y tanto que no, señorita Abby. Me consta que Mórtimer es todo un caballero, pero me confieso que he venido observando con temor ese triste contacto de su sobrino con el teatro...
ABBY: El teatro. ¡No, Mórtimer sólo escribe para un periódico de Nueva York!
HARPER: YA lo sé, señorita Abby, ya lo sé. Pero un crítico teatral está muy cerca del teatro... Y muchos llegan a interesarse...
ABBY: Tratándose de Mórtimer, no hay temor. ¿Quiere que le diga la verdad? ¡Mórtimer odia el teatro!
HARPER: ¡No!
ABBY: Sí... escribe cosas terribles, pero el pobre tiene disculpas... le gusta tanto escribir sobre agricultura... ¡De eso sí que entiende! Más luego le dieron esta terrible ocupación nocturna...
HARPER: ¡Vaya, vaya!
ABBY: Aunque, como él dice, el teatro no puede sostenerse mucho, ya no vive: agoniza (Complaciéndose) Sí. Sólo le quedan unos dos años de vida... (Golpe en la puerta) ¿Quién será? (Todos se levantan, Teddy va a la puerta, Abby lo detiene) Deja Teddy, iré yo. (Va a la puerta y abre. Aparecen Brophy y Klein, policías) ¡Adelante, señor Brophy!
BROPHY: ¡Hola señorita Brewster!
ABBY: ¡Cómo está usted, señor Klein!
KLEIN: ¡Muy bien, gracias, señorita Brewster! (Ambos van hacia Teddy que permanece de pie cerca del escritorio y le hacen un saludo militar. Teddy les responde de la misma manera)
TEDDY: ¿Me traen alguna novedad?
BROPHY: Nada que informar, mi coronel!
TEDDY: ¡Formidable! ¡Gracias, señores, rompan filas! (Los policías rompen filas y se adelantan, Teddy se aleja)
ABBY: ¿Conocen al reverendo Harper?
KLEIN: Por supuesto, ¡Cómo está usted, padre?
BROPHY: (Quitándose la gorra) Venimos por los juguetes del fondo de Navidad.
ABBY: ¡Ah, sí!
HARPER: (De pié detrás de la mesa) ¡Es una obra magnífica eso de componer juguetes viejos para alegrarla Navidad de los niños pobres!
KLEIN: Para nosotros es un entretenimiento. En la comisaría uno se cansa de jugar a las cartas y se pone a limpiar el revólver y en una de esas se escapa un tipo y se hiere un pié... (Klein va hacia el sofá)
ABBY: ¿Anda arriba, Teddy, y trae la caja grande que está en el cuarto de tía Martha! (Va hacia el foro de la escalera. A Brophy) ¿Cómo sigue su esposa?... (A Harper) La señora Brophy ha estado muy grave...
BROPHY: (A Harper) Pulmonía...
HARPER: ¡Cuánto lo siento!
TEDDY: (Ha llegado al descansillo, se detiene, desenvaina un sable imaginario y grita) ¡Al asalto! (Se lanza escaleras arriba y hace mutis por el foro por derecha. Nadie le presta atención)
BROPHY: ¡Pero ya está mejor!
ABBY: (Yendo hacia la cocina) Voy por un poco de caldo para su esposa...
BROPHY: No se moleste, señorita Abby. Ya ha hecho usted demasiado por ella...
ABBY: (En la puerta de la cocina) Es caldo de esta mañana... Martha acaba de salir para llevarle una taza a ese pobre señor Beniztky... Un segundo y estoy con ustedes... siéntense... (Mutis a la cocina. Harper se sienta otra vez, Brophy va a la mesa y se dirige a los otros dos)
BROPHY: ¡No debería molestarse tanto!
KLEIN: No se les puede impedir que hagan obras buenas sin ningún, sin preguntarse a uno de qué partido es y por quién vota (Se sienta en el sofá)
HARPER: Cuando me trasladaron al barrio y alquilé la casa de al lado mi mujer estaba un poco enferma. Cuando murió... Bueno, les aseguro que, si he llegado a conocer la verdadera generosidad es porque conocí a las hermanas Brewster (Teddy aparece en el descansillo y hace sonar un clarín. Todos lo miran)
BROPHY: (Yendo hacia el foro y reconviniéndole) ¡Coronel, prometió usted que ya no haría eso!
TEDDY: Es que tengo que convocar al gobierno para la cuestión de los abastecimientos. (Sale)
BROPHY: ¡Antes le daba por convocar al gobierno en plena noche! Los vecinos se nos quejaban. Creo que le tienen un poco de miedo.
HARPER: ¡Pero si es inofensivo!
KLEIN: Se cree que es el difunto presidente Theodoro Roosevelt, menos mal... podría creerse cosas peores...
BROPHY: ¡Es una lástima que una familia como esta tenga semejante chiflado!
KLEIN: ¡En fin! Su padre –el hermano de las viejecitas– también era un poco... ¿no? Y el padre de ellas, el abuelo de Teddy, estaba un poco loco, según dicen...
BROPHY: ¡Si... loco! Más bien zorro ¡Llegó a ganar un millón!
HARPER: ¿De veras? ¿Aquí en el barrio?
BROPHY: Sí, actuaba de médico, era algo así como curandero o cosa por el estilo. El sargento Edwards se acuerda bien. Esta casa constituía una especie de clínica... hacía experimentos con los clientes.
KLEIN: Y de cuando en cuando, se equivocaba, según dicen...
BROPHY: A la policía no le molestaba mucho porque resulta útil para las autopsias, sobre todo, en casos de envenenamientos...
KLEIN: La cuestión es que las hijas lo heredaron todo, gracias a Dios...
BROPHY: ¡Y no es que lo aprovechen para ellas mismas!
HARPER: Sí. Conozco sus buenas obras...
KLEIN: No conoce usted ni la cuarta parte... Miren: cuando yo estaba en el departamento de personas extraviadas, traté de seguir la pista a un viejo que había desaparecido, y no pudimos encontrar (Se levanta) ¿Ustedes saben que hay una agencia de alquileres que incluye esta casa en una lista? Las hermanas Brewster no alquilan nada; pero tengan la seguridad de que si alguien se presenta aquí en busca de un cuarto lo encuentra; y cuando se va, se va bien comido, y, a lo mejor, con algunos dólares en sus bolsillos...
BROPHY: Les gusta descubrir personas necesitadas para hacer el bien. (Se abre la puerta principal y entra Martha Brewster. Ella también es una suave viejecita victoriana encantadora. También viste ropas de estilo anticuado. Lleva un alto cuello de encaje hasta la barbilla. Todos se ponen de pié)
MARTHA: (En la puerta) Oh, cuanto bueno... (Cierra la puerta)
BROPHY: (Yendo hacia ella) ¡Buenas tardes, señorita Brewster!
HARPER: ¡Buenas tardes, señorita!
MARTHA: ¿Cómo está, señor Brophy! ¡Doctor Harper! ¡Klein!
KLEIN: ¡Hola señorita! ¡Hemos venido por los juguetes de navidad!
MARTHA: ¡Ah, sí! (Martha se dirige hacia la escalera. Brophy la detiene)
BROPHY: ¡Ha ido a buscarlos el coronel! ¡Parece que le falta la aprobación del gobierno!
MARTHA: Naturalmente! ¿Está mejor su esposa?
BROPHY: Si, está mejor. Su hermana ha ido por un poco de caldo para ella...
MARTHA: Ah, sí... lo hemos hecho esta mañana. Acabo de llevarle una taza a un pobre hombre que se rompió varios huesos. (Entra Abby de la cocina con una taza cubierta)
ABBY: ¿Vienes de vuelta, Martha? ¿Cómo está el señor Beniztky?
MARTHA: Oh, querida, está bastante mal... Tengo miedo. ¡El doctor quiere amputar mañana!
ABBY: (Esperanzada) ¿Nos dejarán presenciar la operación?
MARTHA: ¡No, dice el doctor que está prohibido! (Va hacia el aparador y deja la taza, se quita la capa y el sombrero y los coloca sobre una mesita. Teddy entra bajando la escalera con una gran caja de cartón. Se dirige al escritorio y deposita la caja en un taburete, Klein va hacia la caja)
ABBY: (A Brophy) ¡Aquí tiene el caldo, señor Brophy, está muy bueno y calentito!
BROPHY: ¡Espléndido! ¡Qué contentos se van a poner los chicos! (Klein saca un barquito de guerra)
TEDDY: ¿Ese barco? ¡Es el Oregon! ¡Pero el Oregon ha de ir a Australia!
ABBY: ¡Teddy! ¡Teddy!
TEDDY: ¡Tengo un desafío con Bob Evans!
MARTA: ¡Pero Teddy!
KLEIN: ¿No puede pelear otro en su lugar? (Va hacia la puerta y abre. Brophy lo sigue) ¡Nos retiramos... señoritas, un millón de gracias!
ABBY: ¡Bah! ¡No hay de qué! (Los dos policías en el umbral, saludan militarmente a Teddy, luego mutis. Abby va a cerrar la puerta) Adiós... adiós... (Teddy sube la escalera)
HARPER: (va hacia el sofá y toma su sombrero) Tengo que irme...
ABBY: Por favor, antes de que se vaya, doctor Harper...
TEDDY: (Llegando al descansillo) ¡Al asalto! ¡Al asalto de la fortaleza! (Sale)
HARPER: ¿La... fortaleza?
MARTHA: Para {el la escalera es la loma de San Juan...
HARPER: ¿Han tratado ustedes alguna vez de convencerlo de que no es el difunto Theodoro Rosesevelt?
ABBY: ¡Oh, no!
MARTHA: ¡Es tan feliz siendo el presidente Roosevelt!
ABBY: Una vez, ¿recuerdas Martha?, pensamos que si quería ser George Washington el cambio le haría bien...
MARTHA: Se enojó y estuvo cuatro días metido debajo de la cama... no quería ser nadie...
ABBY: Y nosotras preferimos que sea Roosevelt a que no sea nadie...
HARPER: Bien, si eso les gusta... lo principal es que ustedes estén contentas. (Saca un papel) Les ruego que le hagan firmar este papel...
MARTHA: ¿Qué es?
ABBY: El doctor Harper está haciendo los trámites para internar a Teddy en un Sanatorio, cuando el Señor nos llame, naturalmente...
MARTHA: ¿Pero, por qué tiene que firmar ahora?
HARPER: Conviene arreglarlo todo de antemano. Supongamos que el Señor resuelva llevárselas a ustedes por sorpresa... después resultaría muy difícil convencer a Teddy, y daría lugar a un pleito engorroso. El documento irá al archivo del Dr. Whiterspoon hasta el momento oportuno...
MARTHA: ¿Doctor Whiterspoon? ¿... Quién es?
HARPER: El director del sanatorio.
ABBY: (A Martha) Se presentará mañana o pasado para conocer a Teddy...
HARPER: (Va hacia la puerta y abre) Es mejor que me vaya, sino vendrá Elena a buscarme...
ABBY: Afectos a Elena... y no piense mal de Mortimer porque es crítico teatral... alguien ha de hacer esas cosas... (El doctor Harper sale)
MARTHA: (Viendo el servicio de te) ¿El té? ¿No era tarde para tomar el té?
ABBY: (Como quien tiene su secreto) Si... y también vamos a cenar tarde... (Entra Teddy y baja al descansillo)
MARTHA: ¿Si?... ¿Por qué?
ABBY: Teddy: ¡Hay buenas noticias! ¡Irás a Panamá! Tienes que perforar otra esclusa para el canal...
TEDDY: ¡Formidable! ¡Bravo! ¿Bravo! ¡Bravo! (Media vuelta como para subir pero se detiene perplejo. Reacciona y se lanza hacia arriba) ¡Al asalto...! (Sale)
MARTHA: Abby... mientras yo no estaba...
ABBY: (Agarrándole las manos) Sí querida... No pude esperar porque iba a venir el Doctor Harper...
MARTHA: Pero... ¿Lo hiciste todo sola?
ABBY: ¡Todo! ¡Estupendamente!
MARTHA: ¡Quiero ver! ¡Voy abajo! (Va muy contenta hacia la puerta del sótano)
ABBY: Oh, no tuve tiempo... y como estaba sola...
MARTHA: (mira alrededor y hacia la puerta de la cocina) Entonces...
ABBY: (Modestamente) Martha... ¿por qué no mirás dentro del arcón? (Martha se precipita hacia el arcón, pero cuando llega suena el timbre de la puerta de calle. Se detiene. Ambas miran. Acuden rápidamente y abre. Entra Elena Harper. Veinte años, muy atractiva) ¡Oh, es Elena... adelante, querida!
ELENA: Buenas tardes, señorita Abby... Señorita Martha... creí que papá estaba aquí...
MARTHA: Acaba de irse ¿No se encontraron?
ELENA: No, he venido cruzando el cementerio... ¡Mortimer no ha llegado todavía?
ABBY: Todavía no, querida...
ELENA: ¿No? ¡Quedamos en vernos aquí!
ABBY: ¡Siéntate, querida!
MARTHA: Francamente ¡Mortimer no debería hacerte esto!
ELENA: ¡Hacerme qué?
MARTHA: Cuando un caballero invita a una dama, debe ir a buscarla a su casa...
ELENA: Por favor, no le digan nada... para mí es maravilloso ir al teatro con él...
MARTHA: Para nosotras es una tranquilidad que, como Mortimer necesita ver esas obras de teaqtro, las vea al lado de la hija de un pastor
ABBY: (coloca el servicio de te en la bandeja) ¿Qué pensarás de nosotras, Elena...? Todavía no hemos levantado la mesa... (Mutis hacia la cocina con la bandeja)
MARTHA: No hagas nada en la cocina hasta que llegue Mortimer... Yo te ayudaré luego. (A Elena) Debe estar por llegar...
ELENA: Papá se habrá asustado al no encontrarme en casa... mejor será que vaya a darle las buenas noches... (Se dirige hacia la puerta)
MARTHA: ¡Es una vergüenza que no hayas encontrado a Mortimer!
ELENA: (Abriendo la puerta) ¡Si llega, dígale que vuelvo enseguida! (Al abrir llega Mortimer, clásico crítico teatral) ¡Hola Mort!...
MORTIMER: ¡Hola Elena! ¡Cómo está tía Martha! (La besa)
MARTHA: (Hace mutis a la cocina mientras grita) ¡Abby, ha llegado Mortimer...!
MORTIMER: (A Elena) ¿Te ibas ya?
ELENA: Iba a pedir a papá que se acostara. ¡Es capaz de esperarme levantado!...
MORTIMER: Creo que eso ya no se estila ni siquiera en el Barrio. (Entran de la cocina Abby y Martha)
ABBY: (Corre a saludarle) ¡Mortimer!
MORTIMER: ¿Cómo está tía Abby? (La abraza)
ABBY: ¿Y tú, querido?
MORTIMER: Muy bien, gracias, tía. Y ustedes siguen muy bien... ¡No han cambiado nada desde ayer!
ABBY: No, desde ayer no... (Va a sentarse en la silla delante de la mesa, pero Martha la detiene para que no se siente) Siéntense, siéntense...
MARTHA: Abby... ¿No tenemos nada que hacer en la cocina?
ABBY: ¿En la cocina?... no... no...
MARTHA: ¿Cómo no? ¿Y las cosas del té?
ABBY: (Viendo a Elena y Mortimer, comprendiendo al fin) Ah, sí... las cosas del té (Sale hacia la cocina) ¡Los dejamos, eh? No se preocupen, están en su casa.
MARTHA: En su propia casa... (Mutis de ambas muy contentas. Abby cierra la puerta)
ELENA: (Acercándose a Mortimer para que éste la bese) ¿TE das cuenta del complot?
MORTIMER: (Lamentándose) Las pobres tienen buena voluntad, pero les falta inventiva...
ELENA: (Dejando su cartera en la mesa) Si, les falta inventiva...
MORTIMER: (En el escritorio, saca unos papeles de su bolsillo y dinero mezclado con ellos) ¿Adonde quieres que vayamos a cenar?
ELENA: (Sacando un espejo de la cartera, se mira) A donde quieras... no tengo mucho apetito...
MORTIMER: Mejor... acabo de tomar el te... ¿y si cenásemos después del teatro?
ELENA: Pero se hará muy tarde...
MORTIMER: Con la porquería que vamos a ver esta noche,... según me han dicho, podremos cenar a las diez.
ELENA: (Yendo hacia el centro) Deberías tener más consideración con las obras...
MORTIMER: ¿Acaso las obras tienen consideración conmigo?
ELENA: No saldrás a la mitad de la revista...
MORTIMER: ¿Revista? Si la revista no se estrena esta noche...
ELENA: (Disgustada) ¿No?
MORTIMER: Querida, ¿todavía no conocés las costumbres del teatro? Las revistas no se estrenan sin que se les cambie cuatro veces el título, y sin que sufran tres aplazamientos, por lo menos...
ELENA: Y yo que esperaba oír un poco de música...
MORTIMER: ¡Qué superficial eres!
ELENA: ¡Nada de eso! ¡A ti las revistas te producen un efecto extraño: te humanizan! Cuando vemos una obra seria, me haces viajar en el subte, con los obreros, y me sueltas una conferencia sobre el teatro. En cambio, luego de ver una revista, me llevas de vuelta en taxi... y hasta me haces el amor...
MORTIMER: ¡Un momento, querida: esa acusación no es exacta!
ELENA: Sí, ya sé... después de ver un drama, me dijiste una vez que yo era una verdadera belleza... y otra vez, cuando vimos la revista, me dijiste que tenía unas piernas hermosas... y me gustó. ¡Claro que tengo unas piernas hermosas!...
MORTIMER: (Se acerca y le acaricia las piernas y la besa) A pesar de ser hija de un pastor, sabes mucho de la vida...
ELENA: (Alejándose) ¡Eso me hace recordar que debo decirle a papá que no me espere levantado!
MORTIMER: Dime Elena, ¡Qué me dirías si te pidiese que te casaras conmigo esta misma noche!
ELENA: ¿Oh Mortimer, estás bromeando? ¿Casarnos esta misma noche?
MORTIMER: Hablo en serio ¡Podemos casarnos hoy mismo!
ELENA: Siendo así, creo que papá sería el indicado para hacerlo, como pastor...
MORTIMER: ¡Dos mío! ¡Sólo faltaba que tu padre viniera hacer de nuestra boda una ceremonia solemne!
ELENA: Oye ¿crees que estás haciendo la crónica de un acto nupcial?
MORTIMER: Perdóname, querida, pero padezco de una enfermedad profesional... (se le acerca y se besan amorosamente)
ELENA: ¡Bueno, basta! ¡Por hoy, basta! ¡Ya hablaremos con papá para fijar la fecha!
MORTIMER: ¡De acuerdo! (Aparece por la escalera Teddy, vistiendo traje tropical con una pala en la mano)
TEDDY: ¡Hola, Mortimer!
MORTIMER: ¿Cómo está usted, señor Presidente?
TEDDY: ¡Colosal! ¡Sencillamente colosal! ¡Muchas gracias! ¿Y qué noticias me trae?
MORTIMER: Una sola, señor presidente, pero muy buena: ¡El país está con usted!
TEDDY: (Muy contento) sí, ya sé... Magnífico... ¿No te parece magnífico? (Le da la mano) ¡Adiós! (Sale hacia el sótano)
ELENA: ¿Adónde va?
TEDDY: ¡A Panamá!
MORTIMER: ¡Panamá es el sótano! Se entretiene cavando esclusas para el canal...
ELENA: Eres muy bueno con él... y él se ha encariñado contigo...
MORTIMER: Teddy siempre fue mi hermano preferido...
ELENA: ¿Preferido? ¿Es que tienes más hermanos?
MORTIMER: Sí... desgraciadamente, hay otro... Jonathan
ELENA: Nunca oí hablar de él... Tus tías jamás lo nombraron
MORTIMER: No... No nos gusta hablar de Jonathan... Se fue del barrio hace mucho tiempo. Era una de esas personas crueles, muy crueles y tremendad...
ELENA: ¿Y qué fue de él?
MORTIMER: No sé. Quería ser cirujano, como el abuelo... pero le repugnaba ir a la facultad. Naturalmente que se metió en líos cuando pretendió ejercer la medicina sin haber estudiado... (Entra Abby de la cocina)
ABBY: ¿No se les hace tarde para el teatro?
MORTIMER: (Mirando su reloj) No vamos a cenar... Tenemos media hora todavía...
ABBY: Bueno, entonces, los dejo solitos otra vez...
ELENA: No se moleste, ya me voy... Hablaré con papá. Cada vez que salgo contigo papá reza una oración... vuelvo enseguida... voy por el camino del cementerio. (Sale)
MORTIMER: Si la oración no es demasiado larga te esperaré toda la vida...
ABBY: (Feliz) ¡Mortimer: es la primera vez que te oigo hablar de oraciones! Se ve que Elena ejerce una buena influencia sobre ti...
MORTIMER: Y a propósito: ¡Voy a casarme con ella!
ABBY: (Radiante, lo abraza y luego llama a Martha) ¿Qué! ¡Oh, querido! ¡Martha! ¡Martha... ven, que tengo una gran noticia: Elena y Mortimer se casan! (Entra Martha)
MARTHA: ¿Se casan? ¡Oh, Mortimer! (Abrazándolo) ¡Por fin! ¡Ya era hora!
ABBY: ¡Esperamos esta noticia durante años!
MARTHA: ¡Qué contenta debe estar Elena! ¿Y para cuando la boda?
MORTIMER: Para dentro de poco, pero aún no lo sabemos... (Buscando en los cajones del aparador) ¿No han visto un sobre grande con papeles?
ABBY: Por ahí estará...
MORTIMER: Los he dejado por aquí... son unos borradores de una obra teatral...
ABBY: ¡Cuando vuelva Elena deberíamos festejar esta noticia! ¡Vamos a brindar por vuestra felicidad! ¿Martha, no queda un pedazo de torta?
MARTHA: ¡Pues claro que sí!
ABBY: ¡Y abriremos una botella de vino!
MARTHA: ¡Y pensar que todo ha sucedido en este cuarto! (Sale para la cocina)
MORTIMER: (Continúa buscando en todas partes) ¿Pero dónde lo habré dejado?
ABBY: Bueno, supongo que con tu novia al lado la obra de hoy te gustará. ¿Cómo se llama?
MORTIMER: “El asesino misterioso”
ABBY: ¡Oh, qué cosas de miedo! (Abby sale hacia la cocina, mientras Mortimer ha ido, mientras habla, hasta el arcón)
MORTIMER: ¡Al levantarse el telón, lo primero que se ve es un cadáver! (Levanta la tapa del arcón y ve un cadáver. No se da cuenta, deja caer la tapa y se aparta. De pronto se da cuenta y levanta nuevamente la tapa, lanzando un grito de espanto. lo cierra y se sienta encima. Abby, muy natural, entra con unas cosas que arregla en el aparador) ¡Tía Abby! ¡Tía Abby! ¡Tía Martha, vengan!
ABBY: ¡Querido!
MORTIMER: Ustedes planearon llevar a Teddy a ese... a ese sanatorio...
ABBY: (Entregando a Mortimer los papeles dados por Harper) Sí, querido... ya está todo arreglado. El reverendo doctor Harper trajo estos papeles para que Teddy los firme. Son éstos...
MORTIMER: ¡Tiene que firmarlos en el acto!
ABBY: (Martha entra desde la cocina con vasija para poner la mesa) Es lo que dice el Doctor Harper, para que no haya dificultades si llega a ocurrirnos una desgracia...
MORTIMER: ¡Tiene que firmarlos en el acto! ¡Está abajo, en el sótano, tráiganlo inmediatamente!
ABBY: No corre tanta prisa, Mortimer...
MARTHA: No, además, cuando Teddy trabaja en el canal no puede pensar en otra cosa...
MORTIMER: ¡No importa, tiene que ir al sanatorio enseguida, esta misma noche!
MARTHA: ¡Oh, no querido! Eso no puede ser hasta que el señor nos llame...
MORTIMER: ¡Les digo que tiene que ser ahora mismo!...
ABBY: ¡Pero Mortimer, cómo puedes pensar en semejante cosa! ¡No nos separaremos de Teddy mientras vivamos!
MORTIMER: (Tratando se serenarse) Escuchen, queridas tías... escuchen... lo siento, pero tengo algo espantoso que comunicarles... Un momento... un momento... tratemos de no perder la cabeza... ustedes saben que hemos dado todos los gustos a Teddy porque creíamos que era inofensivo...
MARTHA: ¡Y es inofensivo!
MORTIMER: ¡Era! ¡Era! Por eso hay que internarle...
ABBY: ¿Mortimer, por qué te vuelves de pronto contra Teddy, contra tu propio hermano?
MORTIMER: ¡Bueno! ¡Ustedes tienen que llegar a saberlo y es mejor que sea ahora: Teddy ha matado a un hombre!
MARTHA: (Muy suelta) ¡Qué disparate!
MORTIMER: ¡¡¡Es que hay un cadáver allí dentro del arcón!!!
ABBY: (Natural) Sí, querido... ya lo sbemos...
MORTIMER: ¿Lo saben...?
MARTHA: (Muy natural mientras prepara la mesa) Naturalmente, querido... pero eso no tiene nada que ver con Teddy...
ABBY: ... Y ahora, Mortimer, olvídalo; ¡olvida que has visto a ese señor!
MORTIMER: ¿Qué me olvide?
ABBY: Nunca hemos pensado que nos espiabas...
MORTIMER: Pero... ¿quién es?
ABBY: Se llama Adam Hoskins... es todo lo que sé de él, aparte de que es evangelista...
MORTIMER: ¿Es todo lo que sabe de él? ¿Pero, qué hace aquí... qué le ha ocurrido?
MARTHA: (Contenta) ¡Se ha muerto!
MORTIMER: Tía Martha, los hombres no acostumbran a meterse en los arcones y morirse...
ABBY: Ah, no ¡primero se ha muerto!
MORTIMER: Sí... pero... ¿Cómo? ¿Cómo?
ABBY: ¡Oh, Mortimer, no seas tan preguntón! ¡Ese señor se ha muerto porque ha bebido un poco de vino con veneno...! ¡Eso es todo!
MORTIMER: Pero... el veneno... ¿cómo ha llegado a meterse en el vino?
MARTHA: ¡Ay, Mortimer, qué curioso eres! Lo hemos puesto en el vino porque así se disimula más el sabor. El té tiene un olor y sabor muy especial, y tú sabes que nosotras bebemos siempre té bueno...
MORTIMER: ¡Ustedes lo han puesto en el vino...
ABBY: Sí, querido, y yo misma, solita... solita... he metido al señor Hoskins en el arcón, porque estaba al llegar el doctor Harper...
MORTIMER: (Desesperado) ¿De modo que ustedes sabían lo que habían hecho, y no querían que el doctor Harper viese el cadáver?
ABBY: ¡No hables en plural, porque a este trabajito lo hice yo sola, eh! Sí, lo escondí, como te decía, porque estaba al llegar el doctor Harper y no hubiera sido agradable a la hora del té. En otras circunstancias, a lo mejor hubiera quedado un poco decorativo, ¿verdad, Martha? Bueno, y ahora que lo sabés, debés olvidarlo... supongo que Martha y yo podemos tener nuestros secretitos, ¿Verdad?
MARTHA: ¡Por supuesto!... Ah, y no vayas a decírselo a Elena, estas obras de caridad no deben ser publicitadas... (Cambiando de tema, a Abby) Oh, Abby, cuando salí fui a casa de la Señora Schultz... la encontré bastante mejorada y me dijo que le gustaría que llevásemos otra vez a su hijito al cine...
ABBY: Sí, podemos llevarle mañana o pasado...
MARTHA: ¡Pero ahora elegiremos nosotros la película, eh! ¡Ese chico vez pasada nos hizo ver una película de miedo! ¡De terror!
ABBY: ¡Qué tremendo! ¡Una película de terror a nuestra edad! ¡Deberían prohibir, además, hacer películas para asustar a la gente! (Salen las viejecitas hacia la cocina. Mortimer va hacia el teléfono y marca un número)
MORTIMER: ¡Hola! ¡Hola! ¿Alberto, sabes con quién hablas? Perfectamente. ¿Al salir hoy del diario te dije a dónde iba, verdad? Bueno: ¿Adónde iba? ¡Ajá! ¡Ajá! Debo haber tardado media hora en llegar aquí, al barrio... indudablemente que ahora estoy en el barrio... ajá... sí, no hay duda, estoy en el barrio... (Cuelga, va hacia el arcón y mira. Cierra con fuerza la tapa y llama) ¡Tía Abby, tía Martha... vengan! ¡Vengan! Díganme ¿Qué vamos a hacer? ¡¡¡¿¿¿Qué vamos a hacer???!!!
MARTHA: (Estrañada) ¡Qué vamos a hacer con qué, querido!
MORTIMER: ¡¡¡Allí hay un cadáver!!!
ABBY: (Muy natural) Sí, el señor Hoskins...
MORTIMER: ¡Dios mío! Y yo no puedo avisar a la policía... ¿Qué haremos?... ¿qué haremos?
MARTHA: Empieza por calmarte, querido...
ABBY: No te inquietes, te hemos dicho que lo olvides todo. Esto es un asunto nuestro...
MORTIMER: ¿Qué me olvide, que no me inquiete? ¡Pero no comprende, tía que hay que hacer algo, y rápido!
ABBY: (Reconviniéndolo) Vamos, Mortimer, ya estás bastante grandecito para ponerte pesado.
MORTIMER: ¡Pero el señor Atchis...!
ABBY: Hoskins, querido, Hoskins...
MORTIMER: Se llame como se llame, ¡Está muerto y no podemos dejarlo allí!
ABBY: Teddy está cavando en el sótano...
MORTIMER: ¿Significa que ustedes piensan enterrar al señor Atchís en el sótano?
ABBY: ¡Hotskins, querido...Hos–kins!
MARTHA: Sí, querido... ¡igual que a los demás!
MORTIMER: ¡¡¡Qué!!! ¿¿¿A los demás???
ABBY: Sí, los otros...
MORTIMER: (Aterrado) Un momento... un momento... cuando ustedes dicen “los demás”... quieren decir... “los otros”..., entonces, ¿significa que hay más?
MARTHA: Sí, querido... espera: este es el número once, ¿verdad Abby?
ABBY: ¡No querida, con este son doce!
MARTHA: ¡Ah, qué desmemoriada! ¡Me parece que te equivocas: con este son solo once!
ABBY: No discutas, querida Martha: ¡Recuerda que cuando el sñor Hoskins nos visitó por primera vez, pensamos que con él completaríamos la docena justa!
MARTHA: Es que el primero no habría que contarlo, por eso digo que son once... Pero en total, sí, son doce (Suena el teléfono. Atiende Mortimer)
MORTIMER: Hola... ¡Oh, alberto, qué alegría de oir tu voz!
ABBY: Bueno, de todos modos están todos en el sótano y no tenemos más trabajo que ir a contarlos
MORTIMER: (desde el teléfono) ¡Chist! ¡No, no estoy borracho! Te llamé porque me encontré en una situación muy... rara... después te explicará... si puedo explicarte... Aprovecho para avisarte que no iré al teatro esta noche, de manera que otro tendrá que hacer esa crónica... Pero, no... tiene que haber alguien allí en el diario que vaya en mi lugar... Bueno, que se encargue cualquiera, yo me hago responsable. ¡Adiós... sí, adiós! (Procurando ser coherente) Bueno, por favor, donde estábamos...
MARTA: ¡Te decíamos que Abby piensa que hay que contar al primero, de manera que tenemos doce!
MORTIMER: ¡Doce! (Acusador, hace sentar a Martha en una silla) Vamos a ver: ¿Quién fue el primero?
ABBY: El Señor Midgely, era un anglicano...
MARTHA: Y la duda es que no sabemos si nos corresponde, porque murió solo...
ABBY: Te aclaro, querido, Martha quiere decir que se murió sin ninguna ayuda de nuestra parte. El señor Mifgely vino aquí para alquilar un cuarto...
MARTHA: Fue exactamente para unas vacaciones tuyas...
ABBY: Y no nos pareció bien que tu precioso cuarto quedase vacío, habiendo tanta gente necesitando de techo...
MARTHA: Era un viejecito tan solitario...
ABBY: Todos sus amigos y parientes habían muerto... estaba solo... desamparado...
MARTHA: ¡Y sentimos tanta lástima!
ABBY: ¡Pero le dió un ataque al corazón y se quedó allí, en esa silla! ¡Parecía tan feliz! ¿Te acuerdas Martha? Entonces tuvimos una idea luminosa: ¡Pensamos que podría estar en nuestras manos proporcionar esa paz a otros ancianitos desamparados! ¡Una verdadera obra de caridad!
MORTIMER: ¡Se quedó muerto ahi, en ese sitio! ¡Qué impresión terrible para ustedes!
MARTHA: ¡Ah, no, querido! Nada de eso. ¡Volvimos a sentirnos felices! Tu abuelo acostumbraba tener dos o tres cadáveres desparamados por nuestra casa, por sus experimentos, sabes... y como Teddy había trabajado en el canal de Panamá, cavando esclusas, nos resultó muy útil para enterrarlos... además, él cree que todos son víctimas de la fiebre amarilla...
ABBY: ¡Y tú sabes, con lo contagiosa que es la fiebre amarilla, obliga a enterrerlos enseguida!
MARTHA: Por eso los llevamos al sótano, ¡y es Teddy el que se encarga del resto! Por suerte, querido Mortimer, que no debes preocuparte por eso. Nosotras sabemos muy bien qué es lo que hay que hacer y tenemos práctica... además de piadoso es divertido...
MORTIMER: De modo que ese fue el comienzo de todo... Un hombre que entra para alquilar un cuarto, y que luego se muere de un ataque...
ABBY: Sí, esa fue una casualidad. Pero nosotras no podíamos depender de las casualidades para hacer nuestra obra de bien... debimos ingeniarnos...
MARTHA: ¿Recuerdas los tarros de veneno que había en el laboratorio del abuelo?
ABBY: Ya sabes que tía Martha es muy hábil para mezclar las cosas. Muchas veces has probado sus picadillos... para esta ocasión tiene una fórmula especial, cuéntale, Martha...
MARTHA: Verás, querido: por cada cuatro litros de vino de frutas, pongo una cucharadita de arsénico, media de estricninna y media de cianuro, ¡nada más!
MORTIMER: ¿Nada más? ¡Eso es un explosivo para matar un regimiento!
ABBY: No tanto, ya que uno de nuestros viejecitos tuvo tiempo para decir: “Es delicioso”
MARTHA: (Despreocupándose del asunto)Bueno, tengo algo que hacer en la cocina...
ABBY: ¡Qué lástima que no te quedes a cenar!
MARTHA: Sí, porque estoy ensayando una nueva receta...
MORTIMER: ¡No podría tragar bocado!
ABBY: (Martha sale hacia la cocina, luego Abby la alcanza) Yo te ayudo, querida... Mortimer, ahora que hemos hablado, me siento más tranquila. Tienes que esperar a Elena para ir al teatro, ¿verdad? ¡Qué contento que se te ve! ¡Bueno, te dejo solito con tus pensamientos de enamorado! (Sale)
MORTIMER: (Al quedar solo queda como despertando de un sueño. Va hacia el arcón, lo destapa, mira y cierra de golpe. Corre las cortinas. Mientras ha sonado el timbre y ha entrado Elena) ¡Ah, eres tú!
ELENA: No te enojes, querido. ¡Papá se dió cuenta de que estaba nerviosa y tuve que contárselo todo! ¡No te enojes, por eso me he demorado!
MORTIMER: Elena, vé a tu casa ¡Te llamaré mañana!
ELENA: ¿Mañana?
MORTIMER: (Irritado) ¿No sabes que te llamo casi todos los dñias?
ELENA: Pero, ¿no íbamos a ir al teatro esta noche?
MORTIMER: No, no... ¡No vamos!
ELENA: ¿Y por qué no?
MORTIMER: Elena, algo ha sucedido...
ELENA: Qué Mortimer... ¿Te han despedido del diario?
MORTIMER: No... no me han despedido... sólo que no voy a hacer la crónica de esta noche... Elena... es mejor que te vayas a tu casa...
ELENA: Quero saber qué es lo que ha pasado, supongo que podrás decírmelo...
MORTIMER: No querida, no puedo...
ELENA: Pero si vamos a casarnos...
MORTIMER: ¿A casarnos?
ELENA: ¿Te has olvidado de lo que propusiste hace un rato?
MORTIMER: ¿Que yo te propuse? Ah, sí... bueno, por lo que a mí respecta eso sigue en pié...
ELENA: Oyeme, no es posible que de pronto quieras casarte conmigo y al minuto me eches de tu casa...
MORTIMER: No he querido echarte... ¡¡¡Pero tienes que irte de aquí!!!
ELENA: ¡No, no quiero irme! ¡Y no mem iré hasta que no me hayas dado alguna explicación! (Va a sentarse en el arcón. Mortimer con un grito se lo impide)
MORTIMER: ¡Elena! ¡No! ¡Ahí no! (Suena el teléfono) Hola, ¿quién? Ah, espera un segundo, por favor, Alberto... puedes esperar un segundo, ¿verdad? (Deja el teléfono) Mira Elena: tú eres una chica encantadora, y yo te adoro, pero ahora tengo la cabeza muy ocupada y necesito que te vayas a tu casa y esperes hasta que yo te llame.
ELENA: ¡No te pongas dominante, quieres!
MORTIMER: (Molesto) ¡Cuando hayamos contraído matrimonio y yo tenga graves problemas que afrontar, supongo que serás menos pesada y un poco más inteligente!
ELENA: Y cuando nos hayamos casado, si es que nos casamos, supongo que serás un poco mejor educado (Sale, Mortimer la sigue)
MORTIMER: ¡Elena... Elena! (Va hacia el teléfono, luego marca un número. Se escucha el timbre de la puerta) ¡Hola, Alberto! ¡Alberto!... Bueno...
ABBY: ¡No es el teléfono, querido, es la puerta! (Entra el señor Gibbs) ¡Pase, pase, señor!
GIBBS: ¿Creo que es aquí donde se alquila un cuarto, verdad?
ABBY: Sí, pase, tenga la bondad de pasar...
GIBBS: ¿Es usted la dueña de casa?
ABBY: Sí, soy la señorita Brewster, y esta otra es también señorita Brewster, mi hermana...
GIBBS: Me llamo Gibbs...
ABBY: Siéntese, por favor... Perdónenos, pero estábamos poniendo la mesa para cenar...
MORTIMER: (Siempre en el teléfono) Hola, por favor, comuníqueme con Alberto... ¿Qué? Número equivocado, Oh, perdón, perodón...
GIBBS: ¿Puedo ver la habitación?
MARTHA: ¿Por qué no se sienta, para que vayamos conociéndonos?
ABBY: ¿El señor vive en el barrio?
GIBBS: Vivo en un hotel, pero no me gusta...
MORTIMER: ¡Hola, redacción!
MARTHA: ¿La familia del señor es del barrio?
GIBBS: ¡¡¡No tengo familia!!!
ABBY: ¿Enteramente solo en el mundo? Bueno, Martha... Martha... (Martha va al aparador y saca una botella con una copita... Abby acomoda a Gibbs en la silla) Entonces, señor, ésta es la casa que a usted le hacía falta... síentese, por favor...
MORTIMER: Ah, habían cortado. Alberto, no puedo ocuparme de la obra de esta noche... te digo que no puedo...
MARTHA: ¿A qué iglesia va el señor? Precisamente aquí al lado hay una episcopaliana...
GIBBS: Yo soy prebisteriano... mejor dicho... era...
MORTIMER: Pero no es posible, tienes que buscar alguien que vaja en mi lugar... ¡No me digas que no hay nadie en la redacción!
GIBBS: (tratando de levantarse) ¿Siempre hay tanto ruido en esta casa?
MARTHA: ¡Oh, no señor! Nuestro sobrino no vive con nosotras...
MORTIMER: Bueno, por lo menos busca aunque sea al ordenanza... yo te espero...
GIBBS: Quiero ver la habitación...
ABBY: Está arriba... pero, ¿no quiere un poco de nuestro vinito antes de subir?
GIBBS: Nunca bebo...
MARTHA: Es vino de frutas... lo hacemos nosotras mismas...
GIBBS: ¿De frutas? ¡No pruebo vino de frutas desde que ra chico! (Abby comienza a servir el vino)
MORTIMER: ¡No me digas que no lo encuentras tampoco! ¿Y uno de los linotipistas? ¡Pero Alberto, tiene que haber alguien allí...! ¡No me digas que no!
GIBBS: ¿Ustedes tienen cosecha propia?
MARTHA: No, pero aquí cerca, en el cementerio, está lleno de cepas...
MORTIMER: No, te digo que no estoy bebido, pero me parece que voy a empezar ahora. (Cuelga el teléfono y va hacia el aparador en busca de una copita)
GIBBS: ¿Ustedes dan pensión?
ABBY: Podríamos darla, pero, sin embargo, primero queremos ver si le gusta nuestro vinito... (en ese momento Mortimer se ha acercado a la mesa y se ha servido una copita, cuando Martha, que ha visto la maniobra lo detiene. También el señor Gibbs v a beber, pero Mortimer lanza un grito tremendo que asusta al viejo, quien deja la copa en la mesa. Mortimer sin atinar a decir nada, al principio, no atina más que señalar con el dedo a Gibbs que se asusta y se levanta. Mortimer se lanza contra él y lo saca a empujones de la habitación)
MARTHA: ¡Mortimer! ¡No hagas eso!
ABBY: ¡Mortimer! ¡Cuidado!
MORTIMER: ¡Váyase! ¿Quiere que lo maten? ¿Quiere que lo envenenen? ¿Quieren que lo asesinen?
ABBY: ¡Mortimer! ¡Lo has hechado todo a perder!
MORTIMER: ¡No es posible que ustedes sigan haciendo esto! No sé cómo hacerles entender: no sólo está penado por la ley, sino que no está bien... no está bien que hagan eso... la gente no lo comprendería... ¡Ese señor tampoco comprendería!
MARTA: ¡Abby, no deberíamos haber contado nada a Mortimer!
MORTIMER: Lo que quiero decir es que esto se ha convertido en una mala costumbre de ustedes...
ABBY: Mortimer, nosotras no tratamos de impedir que tú hagas lo que te agrade. No sé por qué tienes que meterte tú en nuestras cosas... (Teléfono)
MORTIMER: ¡Hola! Ah, Alberto... ¿Y...? Bueno, no me queda más remedio que ir, ¡pero te advierto que le daré un palo de muerte! Ah, por favor, trata de comunicarte enseguida con el consultorio jurídico del doctor O’Brien, y dile que me vea luego en el teatro, ¡Que es urgente! ¡Bueno, gracias! (Cuelga) Oiganme, tengo ir al teatro. No puedo dejar de ir. ¿Quieren prometerme una cosa?
MARTHA: ¡Primero dinos de que se trata!
MORTIMER: Las quiero a ustedes mucho, y sé que me quieren... y por ustedes haría cualquier cosa, pero ahora necesito que hagan por mí una pequeñez...
ABBY: ¿Qué quieres que hagamos?
MORTIMER: Nada, lo que quiero es que no hagan nada...
MARTHA: ¿Por qué?
MORTIMER: Necesito tiempo para pensar... y créanme, tengo algo en qué pensar... comprendan... no quiero que les pase nada a ustedes...
ABBY: Pero... ¿qué podría pasarnos?
MORTIMER: Les encarezco que hagan lo que les pido por mí. ¿Lo harán por mí?
MARTHA: El caso es que habíamos preparado los funerales para antes de la cena...
MORTIMER: ¿Funerales?
MARTHA: (Un poco indignada) ¡Naturalmente!, po pensarás que lo vamos a sepultar sin los funerales evangelistas... el señor Hoskins era evangelista...
MORTIMER: ¿Y no pueden esperar a que yo vuelva?
ABBY: ¡Oh, qué gusto! ¡Así puedes ayudarnos!
MORTIMER: ¿Ayudarlas?
ABBY: ¡Ah, Mortimer, te va a gustar mucho la ceremonia! ¡Sobre todo los himnos! (A Martha) ¿Recuerdas, Martha, lo bien que cantaba Mortimer en el coro antes de que se le cambiara la voz?
MORTIMER: Convenido, entonces... que nadie entre en esta casa hasta que yo vuelva... ¿Prometido?
MARTHA: Pero...
ABBY: Martha, ahora podemos complacerlo, puesto que colabora con nosotras. ¡Está bien, Mortimer!
MORTIMER: ¡Volveré lo más pronto que pueda! (Sale)
MARTHA: ¡Oh, qué distinto lo encuentro hoy a Mortimer!
ABBY: (Encendiendo las velas del candelabro) ¡Oh, es natural, y yo sé porqué...!
MARTHA: ¿Por qué?
ABBY: Porque se va a casar. Creo que eso pone nerviosos a los hombres... ¿Qué otra preocupación puede tener él?
MARTHA: (Apagando la luz eléctrica) Me alegro mucho por Elena. Esperemos que la luna de miel le sirva de buenas vacaciones, pues ha trabajado mucho este verano...
ABBY: Y claro, sobre todo viajando desde la China hasta España...
MARTHA: No comprendo por qué le gusta tanto viajar...
ABBY: Recuerda que es parte de su trabajo. Además, el teatro representa mucho para él, como buen crítico que es...
MARTHA: ¡Abby, estaba pensando que si Mortimer asiste a la ceremonia, necesitamos otro libro de himnos...! Tengo uno en mi cuarto. (Va hacia la escalera)
ABBY: Hoy me tocaría a mí leer los servicios, pero como tú no estabas cuando llegó el señor Hoskins, te lo dejaré a tí en ese trabajo...
MARTHA: ¡Qué amable de tu parte! Aunque, ¿No te arrepentirás luego?
ABBY: ¿Por qué, si es muy justo? Además, el próximo también será para tí...
MARTHA: ¡Gracias! Entiendo que debo ponerme la mantilla negra y el broche antiguo de mamá... (Se oye el timbre de la puerta de calle)
ABBY: Deja, iré yo, querida...
MARTHA: Abby... hemos prometido a Mortimer no dejar entrar a nadie...
ABBY: ¿Quién será?
MARTHA: Espera, veamos por la ventana... Son dos hombres... es la primera vez que los veo...
ABBY: ¿Estás segura?
MARTHA: Junto a la acera hay un automóvil negro, debe ser de ellos...
ABBY: Dejame ver... (Nuevo llamado)
MARTHA: ¿Los conoces?
ABBY: No, son gente desconocida...
MARTHA: Hay que hacer como si no estuviésemos... (Golpes en la puerta y ruido de la misma al abrirse, entra un hombre corpulento y se dirige hacia el centro de la habitación, mirando alrededor, pero como si no conociera el lugar. Es muy siniestro, algo así como un personaje de Boris Karloff. Las viejas se han ocultado detrás de las cortinas. Cuando el hombre ha terminado su exploración, vuelve y se dirige a alguien que ha quedado del lado de afuera)
JONATHAN: ¡Adelante doctor! (Entra el doctor Einstein, con huellas visibles de su aficción al alcohol. Habla con acento extranjero) Esta es la casa de mi niñez... cuando yo era chico no pensaba más que en escaparme... ahora me alegra poder escapar volviendo aquí...
EINSTEIN: Sí, Chonny, este es un buen refugio.
JONATHAN: Mi familia tiene que vivir aquí todavía. Se nota algo especial de los Brewster en todo esto, sin la menor duda. Espero que en la casa haya buena comida para recibir al hijo pródigo...
EINSTEIN: Tengo hambre... (repara en la botella y vasos de la mesa) Mira Chonny, vino...
JONATHAN: Es como si nos estuvieran esperando: ¡Buen presagio! (Van hacia la mesa y cuando han tomado las copas y están a punto de servirse, Abby enciende la luz)
ABBY: ¡Un momento! ¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? (Jonathan se vuelve)
JONATHAN: Tía Abby, tía Martha, ¡Soy Jonathan! ¡Jonathan!
MARTHA: ¡Fuera de esta casa!
JONATHAN: ¡Pero si soy Jonathan, vuestro sobrino!
ABBY: ¡Oh, no! ¡Qué va a ser! No se parece nada a Jonathan. ¡Fuera de esta casa! ¡Fuera! (Desciende con valentía los escalones)
JONATHAN: Sí, tía Abby, soy Jonathan. Y éste es el doctor Einstein...
ABBY: No, tampoco él es el doctor Einstein...
JONATHAN: No, no es el doctor Albert Einstein, es el doctor Herman Einstein...
ABBY: ¿Quién es usted? Usted no es nuestro sobrino Jonathan... no se le parece nada...
JONATHAN: Ah, veo que todavía sigue usando el anillo que el abuelo Brewster le compró en Inglaterra. Y usted, Tía Martha ¡Todavía lleva cuello altto para esconder la cicatriz que le produjo el ácido que usaba el abuelo!
MARTHA: Sin embargo, la voz parece la de Jonathan...
ABBY: ¿Has tenido algún accidente?
JONATHAN: ¿Por la cara? No... el doctor Einstein es el responsable de mi cara. Practica la cirugía estética. Cambia la cara de las personas...
MARTHA: Pero a esa cara yo la he visto antes... ¿recuerdas, Abby, cuando llevamos al cine al hijo de la señora Schultz? ¡No te parece que era la misma cara de esa tipa que nos dió tanto miedo! ¡Es la misma cara! (Elizabeth rígida se vuelve el doctor)
EINSTEIN: Calma, calma, Chonny... No se preocupen, señoras, en los últimos cinco años le hice tres caras distintas a Chonny. Ahora le haré otra, para cambiarle la que tiene. Yo también ví esa película y quedé impresionado, poe eso me salió igual...
JONATHAN: (se acerca a Einstein con ademán de estrangularlo) Ya ve, doctor, ya ve lo que ha hecho con mi cara... hasta mi propia familia se asusta...
EINSTEIN: (Acorralado, tratando de calmarlo) Chonny, recuerda que estás en tu casa... en esta hermosa casa (A las tías) Me habló tanto de esta casa, de sus tías... te reconocen, Chonny, te reconocen... verdad, ¿verdad? Ustedes saben que es Chonny, díganselo, tía, dig...
ABBY: (Cortando la situación que Martha contempla regocijada) Buen, Jonathan, hace mucho que no te vemos... ¿Dónde has estado todo este tiempo?
MARTHA: (Recelosa) Eso es, Jonathan... ¿Dónde has estado?
JONATHAN: (Arreglándose la ropa) En Inglaterra, Sudáfrica, Australia y en los cinco últimos años, en Chicago. El doctor Einstein y yo teníamos negocios juntos...
ABBY: ¡Ah, nosotras estuvimos en Chicago cuando la feria mundial!
MARTHA: Y hacía mucho calor, ¿te acuerdas?
EINSTEIN: (Tomándose el cuello) ¡Sí, casi nos ahogamos!
JONATHAN: (Tratando de hacerse el simpático) Es maravilloso encontrarse nuevamente en el barrio. Y ustedes, queridas tías, están igual que antes... siempre las he recordado así: amables, generosas, hospitalarias... ¿Y el querido Teddy? ¿Se ha dedicado a la política? ¡Mi hermanito, doctor, quería ser presidente de la república!
ABBY: ¡Teddy está bien! ¡Igual que Mortimer!
JONATHAN: (Con desprecio) Sí, ya sé, estoy enterado. Veo a veces su fotografía en los diarios en que escribe... parece que logró hacer su vocación juvenil...
ABBY: ¡Nosotras queremos mucho a Mortimer!
MARTHA: Bueno, Jonathan, ha sido un placer volver a verte...
JONATHAN: (Sin darse por aludido) ¡Mi querida tía! ¡Da gusto encontrarse en casa otra vez!
ABBY: Vamos, Martha, nosotras tenemos mucho que hacer en la cocina...
MARTHA: (Sacando la botella y las copitas de vino de la mesa) Me permites, Jonathan... además, creo que ustedes tienen prisa por irse, y nosotras debemos continuar trabajando... ¡Adiós! (Salen hacia la cocina)
EINSTEIN: ¿Y querido Chonny, dónde iremos ahora? ¡Hay que decidirlo pronto! La policía tiene fotos de esta cara tuya, y para operrte, necesito un lugar seguro y pronto. También habrá que encontrar un lugarcito para el señor Spemalzo, no te olvides...
JONATHAN: ¡No te preocupes por esa porquería!
EINSTEIN: ¡Pero Chonny, tenemos una bomba de tiempo en las manos!
JONATHAN: ¡Olvidate de Spenalzo!
EINSTEIN: ¡Pero es que no podemos andar todo el día con un cadáver en el coche, en el baúl del coche! No debiste matarlo, Chonny, era un buen hombre... Nos llevó en su auto, ¿y qué pasó, eh, qué pasó?
JONATHAN: Dijo, riéndose, que me parecía a Boris Karloff. Esa es tu obra, doctor: ¡Tú me hiciste esta cara!
EINSTEIN: Vamos, Chonny, cálmate. Ya encontraremos un lugar y te arreglaré la cara lo mejor posible.
JONATHAN: ¡Ha de ser esta noche! ¡Esta misma noche!
EINSTEIN: Antes me hace falta comer, tengo hambre, estoy débil! (Vuelven las tías)
ABBY: Jonathan, estamos muy contentas de que hayas acordado de nosotras para visitarnos, y que te hayas molestado en venir hasta aquí, pero no te olvides que nunca fuiste feliz en esta casa. Nosotras tampoco fuimos felices contigo. Por eso mismo es hora de despedirnos...
JONATHAN: (Tratando de hacerse el simpático) Tía Abby, no me sorprende que tengan ese feo recuerdo de mí. Si supieran lo agradecido que estoy, y las veces que lamenté, de vras, los dolores de cabeza que les dí...
ABBY: Fuiste un suplicio permanente para nosotras, y tu alejamiento una liberación.
JONATHAN: Lamento que tengamos que irnos ya, pero no tanto por mí, sino por el doctor Einstein... le había prometido que al pasar algún día por el barrio lo traería para conocerlas y hacerle probar uno de los riquísimos platos que prepara la tía Martha...
MARTHA: ¡Oh, no es para tanto!
ABBY: Lo deploro mucho, pero no queda nada de comida ya.
MARTHA: Abby, me parece que ha sobrado un buen pedazo de asado...
JONATHAN: ¿Asado?
MARTHA: Debe ser lo único que queda, pero algo es algo...
JONATHAN: ¡Tía Martha, muchas gracias! ¡Nos quedamos a cenar!
ABBY: Si no queda otro remedio... nos daremos prisa...
MARTHA: Bien... Si quieren lavarse un poco pueden usar la pileta del abuelo, en el laboratorio...
JONATHAN: ¿Todavía tienen el laboratorio del abuelo?
MARTHA: ¡Tal como lo dejó! Voy a ayudar a Abby... (Salen hacia la cocina)
EINSTEIN: Por lo menos ahora vamos a comer...
JONATHAN: El laboratorio del abuelo, y tal como lo dejó: ¡Es una perfecta sala de operaciones, doctor!
EINSTEIN: Lástima no poder usarlo...
JONATHAN: ¡Cómo no! Allí podrá operarme, y luego, cuando termine con lo mío, nos instalaremos. Es muy cómodo. Caben como diez camas. Y usted se dedicará a cambiar rostros...
EINSTEIN: No seas optimista, además el barrio no es plaza para eso...
JONATHAN: ¡Usted no conoce el barrio! ¡Acá todo el mundo necesita una cara nueva...!
EINSTEIN: ¡No te ilusiones, tus tías no nos quieren y no nos dejarán quedarnos aquí!
JONATHAN: A pesar de todo, nos quedamos a cenar, ¿verdad? Por algo empezamos...
EINSTEIN: Sí, ¿y después de la cena?
JONATHAN: ¡Dejalo por mi cuenta! Esta casa será nuestro cuartel general por mucho tiempo...
EINSTEIN: ¡Oh, Chonny, eso sería formidable! Una casa tan tranquila... esas tías tuyas tan suaves, tan encantadoras... mira, yo ya comienzo a quererles... voy por el equipaje.
JONATHAN: ¡Doctor, hay que esperar a que nos inviten!
EINSTEIN: Pero no dices que...
JONATHAN: Nos invitarán... ya verá usted... ¡Nos invitarán!
EINSTEIN: ¿Y si se niegan?
JONATHAN: Pero doctor, ¿dos viejas desválidas? (Se sienta, mientras Einstein se sienta en el arcón y saca una botellita de Whisky del bolsillo)
EINSTEIN: ¡Todo semeja un hermoso sueño! Oye, supongo que no estaremos soñando... ¡Ay aquí tanta paz!
JONATHAN: (Estirándose en el sofá) Por eso nos conviene tanto esta casa... ¡ Es tan tranquila! ¡Tan tranquila!
EINSTEIN: Y esta paz... esta bendita paz... (de pronto, con la última palabra se escucha una tremenda clarinada y aparece Teddy desde el sótano, gritando “al asalto”, “Al asalto de la fortaleza, mientras cae el
TELÓN

SEGUNDO ACTO
Ha concluido la cena. Jonathan fuma cómodamente sentado en un sillón. Abby y Martha están nerviosas, como pidiendo que se vayan cuanto antes. Einstein descansa feliz.
JONATHAN: Sí, mis queridas tías, los cinco años que pasé en Chicago fueron los más laboriosos y felices de mi vida...
EINSTEIN: De Chicago fuimos a Indiana...
JONATHAN: (Fulminándolo con la mirada) A las tías no puede interesarles nuestro paso por Indiana...
ABBY: (Tratando de apurar la conversación) Se ve que habeis tenido una vida muy agitada y muy interesante, no lo dudo, Jonathan... pero no debimos dejarte hablar hasta tan tarde...
JONATHAN: (Sin inmutarse)Puedo decir que mi encuentro con el doctor Einstein en Londres cambió mi vida... recordarán ustedes, que estuve en África del Sur, negociando con diamantes, y luego en Amsterdam, que es un verdadero mercado. Yo necesitaba volver a África del Sur, y el doctor Einstein hizo posible ese viaje...
EINSTEIN: ¡En esa oportunidad hice un buen rabajo! Cuando le quitamos las vendas su cara era tan diferente que la enfermera tuvo que preguntármela...
JONATHAN: ¡Cómo me gustaba aquella cara! ¡Siempre llevo una foto conmigo! (Saca una fotografía de su bolsillo que hace circular)
ABBY: ¡Aquí estás más parecido, aunque cueste reconocerte!
JONATHAN: Creo que volveremos a esa cara, doctor...
EINSTEIN: Sí, porque ya pasó el peligro...
ABBY: (Dando por terminad la visita) Bien, ya que están deseando irse... bueno... a donde tenían que ir...
MARTHA: Sí, y que les vaya bien, eh...
JONATHAN: (Poniéndose más cómodo aún) Mis queridas tías... He quedado tan satisfecho por esta abundante cena, que no me siento capaz de mover ni un músculo...
EINSTEIN: (Acomodándose) ¡Sí, se está muy cómodo acá!
MARTHA: Es que es muy tarde
TEDDY: (Aparece con un libro abierto y con sombrero tropical) ¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
JONATHAN: ¿Qué es lo que has encontrado, Teddy?
TEDDY: La historia de mi vida... ¡Mi biografía! (A Einstein)¡Mire, esta es la foto de que le hablé, general! Mire: aquí estamos los dos: el Presidente Rooselvert y el general Goethels. ¡Este soy yo y este otro es usted, mi general!
EINSTEIN: ¿Ese soy yo? ¡Pero cuánto he cambiado!
TEDDY: Lo que pasa es que esta foto no ha sido tomada todavía... Aún no hemos comenzado a trabajar juntos, pues comenzaremos con las excavaciones para el canal... Y ahora, Mi General, iremos juntos a Panamá, pues hemos de inspeccionar las nuevas esclusas...
ABBY: No, Teddy... ¡A Panamá, no!
EINSTEIN: Iremos en otro momento ¡Panamá queda muy lejos!
TEDDY: ¡Tonterías! ¡Si está abajo, en el sótano!
JONATHAN: ¿En el sótano?
MARTHA: Lo dejamos cavar el canal de Panamá en el sótano, para que se entretenga...
TEDDY: ¡General Goethals, como presidente de los Estados Unidos, comandante en Jefe del Ejército y la Armada, le exijo que me acompañe a la inspección de las nuevas esclusas!
JONATHAN: ¡Teddy, creo que es hora de irte a la cama!
TEDDY: Perdón... pero, ¿quién es usted?
JONATHAN: Soy el presidente Wilson... ¡A la cama!
TEDDY: No... usted no es Wilson... aunque su cara me resulta familiar...
ABBY: Es tu hermano Jonathan, querido...
MARTHA: Pero ahora tiene otra cara...
TEDDY: ¿Ah, sí? ¿Es un prestidigistador?
ABBY: ¿Por qué no vas a la cama Teddy? Jonathan y su amigo tienen que volver al hotel...
JONATHAN: (Levantándose) ¿General Goethlas, inspeccione el canal!
EINSTEIN: Muy bien. Adelante, señor presidente, ¡Vamos a Panamá!
TEDDY: ¡Bravo! ¡Bravo! Sígame, con cuiddo porque es en el trópico, ¿sabe! (Salen en dirección a la puerta del sótano)
JONATHAN: Tía Abby, creo que te equivocaste... hablaste de nuestro hotel, y nosotros no vivimos en ningún hotel... vinimos directamente aquí... ¡A mi casa!
MARTHA: Bien ¡Tres cuadras más arriba hay un hotelito precioso!
JONATHAN: ¡Tía Martha, ésta es mi casa!
MARTHA: Pero Jonathan, tu no puedes quedarte aquí. Necesitamos todos nuestros cuartos...
JONATHAN: ¿Los necesitan?
MARTHA: Sí... ¡para los inquilinos!
JONATHAN: ¿Tienen inquilinos en casa?
MARTHA: Todavía no, pero pensamos tenerlos...
JONATHAN: Entonces, mi antiguo cuarto estará libre...
ABBY: Pero no hay sitio para el doctor Einstein...
JONATHAN: ¡No importa, ocuparemos el mismo cuarto!
ABBY: ¡No Jonathan, creo que no podrás quedarte!
JONATHAN: El doctor y yo necesitamos dormir. Esta tarde recordaron ustedes como era yo de chico. No me gustaría volver a esa época, de manera que no me violenten...
MARTHA: (Atemorizada) Es mejor que los dejemos... por esta noche...
ABBY: ¡Bueno, solo esta noche, Jonathan!
JONATHAN: ¡De acuerdo, y ahora pueden preparar mi cuarto!
MARTHA: Hay que ventilarlo un poco, nada más...
ABBY: Está siempre listo, para que lo vean los inquilinos...
JONATHAN: El doctor Einstein es un huesped muy distinguido, y ustedes no conocen sus habilidades... luego que me opere se darán cuenta de lo importante que es...
MARTHA: ¡Pero no puede operarte aquí!
JONATHAN: ¿Cómo no? Convertiremos el laboratorio del abuelo en una sala de operaciones...
ABBY: Jonathan ¡No vamos a consentir que conviertas esta casa en un hospital!
JONATHAN: ¿Hospital? No, por Dios: ¡Será un salón de belleza!
EINSTEIN: Chonny, abajo en el sótano...
JONATHAN: Doctor Einstein, mis queridas tías nos invitan a vivir con ellas...
EINSTEIN: ¿Ah, sí?
ABBY: ¡Esta noche dormirán aquí, nada más!
JONATHAN: ¡Vayan a preparar mi cuarto!
MARTHA: Pero...
ABBY: Recuérdalo, Jonathan ¡Sólo por esta noche! (Salen las viejas)
EINSTEIN: ¡Chonny! ¿A qué no sabes qué he encontrado en el sótano?
JONATHAN: ¿Qué?
EINSTEIN: ¡El canal de Panamá!
JONATHAN: ¿El canal de Panamá?
EINSTEIN: ¡Viene de medida para el señor Spenalzo! Teddy ha cavado una fosa de un metro por dos...
JONATHAN: ¿Ahí abajo?
EINSTEIN: ¡Parece que sabía que íbamops a traer al señor Spenalzo!
JONATHAN: ¡Qué original! ¡Mis tías van a vivir con un cadáver en el sótano!
EINSTEIN: ¿Pero cómo lo vamos a traer, Chonny?
JONATHAN: Caminando no va a venir, me supongo... vamos a poner el coche entre la casa y el cementerio, y cuando las tías se hayan ido a la cama, sacamos al señor Spenalzo del baúl y lo pasamos por la ventana...
EINSTEIN: (Saca su botellita del bolsillo y bebe) ¡La cama! ¡Has pensado que, por fin, esta noche tendremos una cama para dormir!
JONATHAN: Despacio, doctor, no beba, mañana tiene que operar y es mejor que esta vez no esté borracho, como la vez pasada, ¿eh?
EINSTEIN: ¡Esta vez te voy a dejar hermoso!
JONATHAN: ¡Así lo espero, porque si no...! (Entran las viejas desde la escalera)
ABBY: Jonathan, la habitación ya está lista...
JONATHAN: Pueden acostarse, nosotros vamos a dejar el coche detrás de la casa...
MARTHA: Está muy bien donde está... por esta noche.
JONATHAN: No puedo dejarlo en la calle... es contra la ley (Sale con Einstein)
MARTHA: Abby... ¿Qué hacemos?
ABBY: ¡No podemos permitirles que se queden más de una noche! ¿Qué dirían los vecinos viendo que la gente entra aquí con una cara y sale con otra?
MARTHA: ¡Digo, qué hacemos con el señor Hoskins!
ABBY: (Yendo al arcón) ¡Ah, el señor Hoskins! No debe estar muy cómodo allí! ¡Bastante paciencia ha tenido el pobre! Será mejor que Teddy lo baje enseguida al sótano...
MARTHA: Abby, ¡No pienso invitar a Jonathan a los funerales!
ABBY: ¡Ah, no, yo tampoco! Esperemos que se hayan acostado para hacer la ceremonia.
TEDDY: (Entrando) El general ha quedado muy conforme. Dice que el canal tiene las dimensiones exactas...
ABBY: Teddy: ¡Hay otra víctima de la fiebre amarilla!
TEDDY: ¡Oh, qué golpe para el general!
MARTHA: Por eso, ¡No deberíamos decir nada!
TEDDY: ¡Pero es que este asunto corresponde a su ministerio!
ABBY: ¡Aunque sea así, Teddy! ¡Hay que guardar el secreto!
MARTHA: ¡Claro!
TEDDY: ¿Secreto de estado?
ABBY: Sí, Teddy ¡Secreto de estado!
MARTHA: ¿Prometido?
TEDDY: ¡Prometido! Tienen ustedes la palabra del presidente de los Estados Unidos. Pero vamos a ver... ¿Cómo haremos para guardar el secreto?
ABBY: Muy simple, mira: ahora bajas al sótano y esperas. Cuando yo apague la luz y todo quede oscuro, viene, cargas al Señor Hoskins y te lo llevas al canal, ¿entendido?
MARTHA: Nosotras iremos luego, para el funeral...
TEDDY: ¡Anuncien que el presidente pronunciará un discurso...! Pero, dónde está el pobre diablo...
MARTHA: ¡En el arcón!
TEDDY: ¡No! ¡Qué terrible! ¡La peste se ha propagado! ¡Nunca hubo fiebre amarilla en el arcón! (Sale hacia el sótano)
ABBY: Martha, cuando Jonathan y el doctor vuelvan, hay que tratar de que se acuesten lo más pronto posible...
MARTHA: Sí, y cuando se duerman, nos vestimos para la ceremonia... ¡Abby! ¡Todavía no he visto al señor Hoskins!
ABBY: ¡Dios mío! ¡Es cierto! Bueno, ahora mismo lo verás... Es bastante buen mozo para ser evangelista. (Cuando se acercan al arcón se abre violentamente la ventana y aparece Jonathan. Las viejas lanzan un grito. Pasan una maleta por la ventana y luego entran a escena)
JONATHAN: No es nada, vamos a pasar el equipaje...
ABBY: ¡Nos asustaste! ¡El cuarto ya está listo, pueden subir a acostarse!
JONATHAN: ¡Ustedes son las que deberían estar acostadas ya!
ABBY: ¿Nosotras? ¡Nos acostamos muy tarde!
JONATHAN: Bueno, ahora las mando que se acuesten... ¡Ya era hora de que yo viniera a cuidarlas un poco!
MARTHA: Es que no pensamos acostarnos todavía. Tenemos algo que hacer en la cocina.
JONATHAN: (Agrio) ¡Tía Martha, no me ha oído que he dicho que se vayan a acostar! (Las viejas comienzan a subir las escaleras, seguidas por los otros dos. Al pasar Abby quiere apagar la luz) ¡Todo el mundo a la cama!
ABBY: Suban ustedes que yo apago...
JONATHAN: Más arriba, doctor... siga, tía Martha... ¡Vamos tía Abby!
ABBY: (Mirando hacia el sótano) Ahí voy...
JONATHAN: ¡Ahora mismo tía Abby! ¡Apague la luz! (Salen todos y la escena queda a oscuras, solamente con un hilito de luz que proviene del sótano, que luego se apaga, hay un pequeño resplandor que viene de la calle. Aparece Teddy que mira hacia todos lados y luego se encamina hacia el arcón, de donde saca al señor Hoskins, a quien carga sobre sus espaldas, para desaparecer en el sótano. Aparecen cautelosos Jonathan y el doctor, encienden fósforos para alumbarse)
EINSTEIN: Vamos Chonny...
JONATHAN: Voy a abrir la ventana, usted vaya afuera y me lo alcnza...
EINSTEIN: No, es muy pesado para mí. Ve a traerlo tú, y me lo alcanzas; yo lo espero en la ventana, y luego lo llevaremos al sótano...
JONATHAN: ¡De acuerdo! (Sale tanteando. Einstein enciende otro fósforo que se le apaga y distraído va a caer en el arcón que ha estado abierto. Vocifera. Trata de salir y cae de bruces al piso, cuando se oyen golpes en el vidrio de la ventana, abre y se ve el cuerpo de una persona a través de la ventana)
EINSTEIN: Espera ¡Falta una pierna!
JONATHAN: ¡Chist! ¡Más despacio, doctor!
EINSTEIN: Cuidado, se le ha salido un zapato. (Entra Jonathan e inmediatamente se escucha el timbre de la puerta. Quedan paralizados, hasta que Einstein mete el cadáver en el arcón. Nuevo timbrazo. Se ocultan detrás de la puerta, la que se abre con gran chirrido. Suspenso. Entra Elena, llamando, recelosa. Va hacia el centro de la escena, cuando, de pronto, Jonathan, con estrépito, cierra la puerta. Elena se vuelve horrorizada)
ELENA: ¿Señorita Abby...? ¿Señorit Martha...? ¿Dónde están? Señorita... señoritas... ¡Ohhh! ¿Quién es? ¿Teddy, eres tú? ¿Quién está allí? ¿Quién es?
JONATHAN: ¿Y quién es usted?
ELENA: Yo soy... Elena Harper... Vivo aquí al lado...
JONATHAN: ¿Al lado? Y entonces, ¿qué está haciendo aqui?
ELENA: Vine a ver a las señoritas,,,
JONATHAN: Encienda, doctor... Entiendo que no es hora de hacer visitas de cortesía...
ELENA: ¡Creo que es usted el que debería decir qué hace a esta hora!
JONATHAN: ¡Nosotros vivimos aquí!
ELENA: ¡Eso no es cierto! ¡Yo vengo todos los días y nunca los he visto! ¿Dónde están las señoritas? ¿Que les han hechos?
JONATHAN: Es mejor que nos presentemos. El señor es el doctor Einstein...
ELENA: ¿Einstein?
JONATHAN: ¡Es un gran cirujano, a veces, un mago!
ELENA: Sí, y usted ¡Va a decirme que es Boris Karloff!
JONATHAN: ¡Yo soy Jonathan Brewster!
ELENA: ¡Oh, usted es Jonathan!
JONATHAN: Ah, ¿le han hablado de mí?
ELENA: Sí... precisamente, esta tarde, por primera vez...
JONATHAN: ¿Y qué le dijeron?
ELENA: Que había otro hermano, llamado Jonathan, nada más, Bueno, ahora que está todo aclarado, es mejor que me vaja... (Va hacia la puerta, pero Jonathan llega antes y pone llave, quedándose en la puerta) Si quiere tener la bondad de abrir...
JONATHAN: ¿Por qué ha dicho “ya está todo aclarado”? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Por qué ha venido a esta hora? ¿Por qué?
ELENA: Me pareció ver que alguien rondaba la casa, ahora supongo que habrá sido usted.
JONATHAN: ¿Le pareció ver a alguien dondando la casa?
ELENA: Si... ¿No era usted el que estaba afuera? ¿No es su coche el que está en la calle?
JONATHAN: ¿Qué más vio?
ELENA: Nada más... ¡Eso es todo! Por eso he venido. Quería decir a las señoritas que llamen a la policía, pero si era usted, y el coche es el suyo, no tengo por qué molestarlas, asustándolas, ¿verdad?. Bueno... me voy...
JONATHAN: ¡Presumo que miente!
EINSTEIN: ¡Tal vez diga la verdad! ¡Dejemos que se vaya, Chonny!
JONATHAN: (Comienza a cercarla hasta tomarla por un brazo) No. ¡Presumo que miente!¡Una mujer que se mete en una casa a esta hora, creo que es peligrosa! ¡No debería andar suelta!
ELENA: ¡Suélteme! ¡Suélteme, le digo! (En ese momento aparece Teddy desde el sótano. Elena cree estar salvada y lo llama)
TEDDY: ¿Por qué hay tanta gente? ¡El funeral tendrá carácter privado!
ELENA: ¡Teddy, Teddy, por favor, diga a este hombre quién soy!
TEDDY: Sí señor: ¡Es mi hija, Alicia Roosevelt! (Sale gritando: ¡Al asalto)
ELENA: (Desesperada, ya que Jonethan la aprisiona y luego le tapa la boca) No... ¡No, Teddy, Teddy...!
JONATHAN: ¡Doctor, el pañuelo! (Le tapan la boca con el pañuelo y la arrastran hacia el sótano. En ese mmento aparecen las viejas, enlutadas de pies a cabeza, listas para el funeral) ¡Al sótano, doctor, no la suelte!
ABBY: ¿Qué pasa?
MARTHA: ¿Qué ocurre? (Enciende otra luz)
ABBY: ¿Qué pasa? (Entra Jonathan) ¿Qué haces aquí?
JONATHAN: Sorprendimos a un ladrón, un ratero, quizás. ¡Vuelvan al dormitorio!
ABBY: No. Hay que llamar a la policía.
JONATHAN: Ya los hemos llamado. Vuelvan a acostarse ¿Me oyen? (Timbre de la puerta) ¡No respondan! (Vuelve a sonar el timbre y Abby, resuelta, corre a abrir, entrando Mortimer, justo cuando Elena ha escapado del sótano y corre a sus brazos)
ELENA: ¡Mortimer! ¿Dónde estabas?
MORTIMER: (Reparando en las visitas) En el teatro... ¡Pero parece que aquí también hay función!
ABBY: No te asustes, este es tu hermano Jonathan. El señor es el doctor Einstein.
MORTIMER: No... no es posible... esto es una pesadilla... ¿quién dijiste que era?
JONATHAN: He vuelto al hogar, Mortimer...
ABBY: Jonathan, tu hermano. Ahora tiene otra cara porque el doctor lo operó...
MORTIMER: Jonathan, siempre fuiste un horror, pero no necesitabas cambiarte la cara para parecerlo... (Jonathan hace un ademán que es contenido por el doctor)
EINSTEIN: Calma Conny, calma...
JONATHAN: ¿Mortimer, te has olvidado de lo que yo solía hacer cuando chico? ¿Te has olvidado de aquella vez que te até y te pinché las uñas con alfileres?
MORTIMER: ¡Te recuerdo como lo más detestable y venenosa forma de vida humana!
ABBY: (Interponiéndose) ¡Pero no se van a pelear ahora, justo en el momento del reencuentro!
MORTIMER: No, tía. ¡No habrá pelea! Jonathan, aquí no haces ninguna falta... ¡Vete!
JONATHAN: El doctor Einstein y yo hemos sido invitados a quedarnos...
MORTIMER: ¡No en esta casa!
ABBY: ¡Sólo por esta noche!
MORTIMER: ¡No quiero sentirlo cerca de mí ni un minuto!
ABBY: Es que los hemos invitado por esta noche, y no estaría bien ahora decirle que no...
MORTIMER: (de mala gana) Bien, ¡Por esta noche, sea! Pero mañana a primera hora ¡fuera! ¿Dónde van a dormir?
ABBY: ¡Le dimos tu antigua habitación!
MORTIMER: ¡Pero ahora esa habitación es mía, yo me quedo esta noche aquí!
MARTHA: ¡Oh, qué alegría, querido!
EINSTEIN: Chonny, nosotros podemos dormir aquí...
MORTIMER: ¡Claro que dormirán aquí...!
EINSTEIN: ¡Jonathan, tú puedes dormir en el sofá y yo sobre el arcón...!
MORTIMER: (Reaccionando) ¿Sobre el arcón? ¡No! ¡No! ¡Yo voy a dormir sobre el arcón!
EINSTEIN: Chonny, hablando del arcón, me acuerdo del señor Spenalzo...
JONATHAN: ¡Spenalzo, tiene razón! Oye, Mortimer, no tienes porqué incomodarte tanto, nosotros nos quedaremos aquí abajo y nos arreglaremos como podamos...
MORTIMER: Jonathan, ¡Esta atención tuya no me convence!
EINSTEIN: Vamos, Chonny, vamos a buscar las cosas que dejamos arriba...
ABBY: ¡Mortimer, no tienes por qué dormir aquí! Yo me quedo con Martha y tú puedes ocupar mi habitación...
JONATHAN: (Subiendo las escaleras) No te preocupes tía, enseguida traemos el equipaje y Mortimer puede ocupar su cuarto...
MORTIMER: ¡No pierdas el tiempo, ya te he dicho que el que se queda aquí soy yo!
ELENA: (Que ha permanecido como oculta corre a los brazos de Mortimer) ¡Mortimer!
MORTIMER: ¿Qué te pasa, querida?
ELENA: ¡He estado a punto de que me maten!
MORTIMER: ¡Tía Abby! ¡Tía Martha!
MARTHA: No nos mires a nosotras, querido... pudo ser Jonathan...
ABBY: O ese ladrón que dicen que entró...
ELENA: No, Mortimer... ha sido Jonathan... ¡Le tengo miedo...! ¡Es un maniático...!
MORTIMER: ¡Pero querida, estás temblando! ¿No tienen un frasco de sales?
MARTA: ¿No es igual un poco de té o café bien caliente?
MORTIMER: Café. Para mí también, y algo para comer, estoy sin cenar...
MARTHA: Vamos a preparate algo (Parsimoniosamente se quitan los sombreros y los guantes y los colocan sobre el mueble)
ABBY: Por ahora podemos dejar los sombreros aquí, ¿verdad?
MORTIMER: ¿Cómo? ¿Iban a salir? ¿No saben que hora es? ¡Son más de las doce! ¡Doce! ¡Elena, tienes que irte de esta casa!
ELENA: ¿Queee?
ABBY: ¿Pero no pidieron café y algo para comer? Enseguida lo traemos...
MARTHA: ¿No se acuerdan que queríamos festejar vuestro compromiso...? Bueno, vamos a preparar una linda cenita, ¡y destaparemos una botella de vino! (Salen)
MORTIMER: Muy bien... (Reaccionando) ¿¿¿Vino??? ¡No! ¡Vino, no!
ELENA: Mortimer, ¿qué ocurre en esta casa?
MORTIMER: ¿Cómo que qué ocurre en esta casa?
ELENA: ¡Claro! P^rimero quedamos en ir al teatro y luego a cenar, pero cambias de idea, luego me pides que me case contigo, y acepto... y cinco minutos más tarde me hechas de la casa... Luego vengo, tu hermano trata de estrangularme, y ahora me hechas nuevamente... ¡Pues bien, señor Brewster, me voy! Pero antes debo saber a qué atenerme: dime: ¿Me quieres o no me quieres?
MORTIMER: ¡Te quiero mucho, querida! ¡Mira, te quiero tanto, que no puedo casarme contigo!
ELENA: ¿Pero dime, te has vuelto loco de repente?
MORTIMER: Todavía no, pero en cuestión de horas... Oye, la locura persigue a mi familia... ninguno de nosotros puede escaparse... por eso no puedo casarme contigo ¿comprendes?
ELENA: ¡No pierdas el tiempo! ¡Tienes que buscar otro pretexto! ¡Con eso no me convences!
MORTIMER: ¡Hablo en serio! En la sangre de los Brewster corre la locura... ¡Si llegases a conocer a fondo a mi familia!
ELENA: ¿Y todo porque Teddy está un poco... un poco...?
MORTIMER: ¡No, todo viene de mucho atrás! Tú sabes que el fundador de la familia Brewster fue uno de los que vinieron en el “Mayflower” ¿Recuerdas que en aquel tiempo los indios arrancaban el cuero cabelludo a los colonos? ¡Bueno, el primero de los Brewster se los arrancaba a los indios!
ELENA: ¡Pero eso es historia antigua!
MORTIMER: No, es historia de mi familia. Mi abuelo, por ejemplo, probaba sus específicos con los muertos, para no correr el riesgo de matarlos...
ELENA: Ese no tenía nada de loco. ¡Llegó a ganar un millón de dólares!
MORTIMER: ¡Ahí está Jonathan! ¡Tú misma has dicho que es un maniático, ha querido matarte!
ELENA: Pero el no es más que tu hermano, y tú eres tú. Yo estoy enamorada de tí.
MORTIMER: Ahí está Teddy. Tú sabes cómo es. ¡Se cree el presidente Rooselvert!
ELENA: Pero si hasta Rooselvert se cree que es Rooselvert...
MORTIMER: ¡No, querida, no! Ningún Brewster debería casarse. Me doy cuenta ahora, pero te aseguro que si llego a conocer a mi padre a tiempo, le prohibo que se case...!
ELENA: Mira, Mortimer, todo esto no significa que tú estés loco. Ahí están tus tías... Ellas también son Brewster, ¿verdad? Y son las personas más dulces y más sanas que he conocido en mi vida (Mortimer mira el arcón y disimuladamente va hacia él)
MORTIMER: ¡Oh, no creas, ellas también tienen sus manías!
ELENA: Sí, pero manías inocentes... encantadora... bondadosas, generosas, simpáticas (Mortimer, aprovechando que Elena le da la espalda, mira dentro del arcón y no puede reprimir su sorpresa al ver al señor Spenalzo, en lugar de Hoskins)
MORTIMER: ¡Dios! ¡Este es otro!
ELENA: ¿Otro? No, ¡qué manía pueden tener tus adorables tías! No puedes decirme nada, absolutamente nada de ellas...
MORTIMER: No... no... nada, absolutamente. Mira Elena, es mejor que te vayas a tu casa, pues acaba de suceder algo importante...
ELENA: ¿Donde? ¡Pero si estamos solos y aquí no ha pasado nada!
MORTIMER: Ya sé que lo que hago puede parecer una locura, pero considera que soy un Brewster, un enfermo...
ELENA: Mira, si crees que puedes liberarte de mí queriendo pasar por loco eres tonto. ¿Quizás tú no te cases conmigo, pero yo sí me caso contigo, no ves que te adoro, zonso?
MORTIMER: (Llevándola a la puerta) ¿De veras me adoras?
ELENA: ¡Claro que sí...!
MORTIMER: ¡Entonces vete!
ELENA: ¡Por lo menos acompáñame hasta mi casa, tengo miedo!
MORTIMER: ¿Miedo de qué? ¿De un paseíto por el cementerio?
ELENA: ¿Mortimer, no me das un beso?
MORTIMER: (Con pocas ganas)¡Bueno, pero rápido! (Ella lo toma por el cuello y le estampa un beso de película. Él trata de zafarse)¡BAsta! ¡Buenas noches, querida! Yo llamaré uno de estos días...
ELENA: (Saliendo furiosa)¡Oh, oh...! ¡Estúpido!
MORTIMER: (Gritando) ¡Tía Abby, tía Martha! ¡Vengan, pro favor!
ABBY: (Desde adentro de la cocina) ¡Sí, en un segundo, querido!
MORTIMER: ¡Enseguida!
ABBY: (Entrando) ¿Qué pasa, querido? ¿Y Elena?
MORTIMER: Ustede me prometieron que no entraría nadie aquí mientras yo estuviera afuera...
ABBY: Es que Jonathan...
MORTIMER: No hablo de Jonathan...
ABBY: Bueno, el doctor Einstein vono con él...
MORTIMER: No hablo del doctor Einstein... ¿Quién es el que está dentro del arcón?
ABBY: ¡YA te lo dijimos querido, es el señor Hoskins!
MORTIMER: ¡No es el señor Hoskins! (Abre el arcón y Abby mira dentro de él. Queda confusa)
ABBY: ¿Y éste quién será? ¿Quién lo habrá atendido a éste?
MORTIMER: ¿Ahora quiere hacerme creer que no lo conoce?
ABBY: ¡Claro que no! ¡Esto es muy ordinario! ¡Lo que pasa es que la gente entra aquí ahora como en su propia casa! ¡Qué barbaridad!
MORTIMER: Vamos, tía, no se escape por la tangente. ¡Confiese que éste es otro de sus ancianitos!
ABBY: ¡No te lo permito! ¡Ese hombre es un impostor! ¡Y si he venido aquí para que lo enterremos en el sótano está muy equivocado! ¡Hazlo salir de inmediato y que busque otro lugar para que lo entierren!
MORTIMER: Vamos tía, no me va a hacer creer que el señor Hoskins sugirió a este señor la idea de venir aquí. Y a propósito ¿dónde está el señor Hoskins?
ABBY: Es cierto. ¿Dónde estará?
MORTIMER: ¡Vamos tía...!
ABBY: (busca por todos lados) Tiene que haberse ido ya a Panamá...
MORTIMER: ¿Lo han enterrado?
ABBY: ¡No, todavía no! ¡Pobrecito, debe estar abajo, esperando el funeral! No hemos tenido un minuto libre desde la llegade de Jonathan...
MORTIMER: ¡Ah...! ¡Jonathan...!
ABBY: Ah, siempre hemos soñado con un doble funeral... ¡Qué emocionante! Pero no vamos a leer los oficios para un desconocido... ¿Entendió usted, señor?
MORTIMER: ¡Un desconocido! ¿Tía Abby, cómo puedo dar crédito a sus palabras? ¡En el sótano hay doce personas envenenadas por ustedes, según me han confesado!
ABBY: (Altanera) Sí, y yo no miento nunca. Permiso, Mortimer. ¡Adiós, señor! !¡Martha!! (Sale después de haber saludado al cadáver)
JONATHAN: (Entrando) Mortimer, quiero decirte una palabra...
MORTIMER: Una sola, porque no tendrás para más, porque acabo de decidir que tú y tu amiguito se irán lo antes posible...
JONATHAN: ¡Me alegra de que te hayas dado cuenta de que tú y yo no podemos vivir bajo el mismo techo, pero has llegado un poco tarde, porque el que se va eres tú, así que toma tu maleta y fuera de aquí!
MORTIMER: ¡Jonathan! ¡Ya empiezo a cansarme! ¡Esta es tu función de debut y despedida del barrio... fuera de aquí!
JONATHAN: ¿Te crees superior a mí, verdad? Pero no tienes nada de autoridad ¡Fuera!
MORTIMER: Si piensas que te tengo miedo, Jonathan... estás equivocado...
JONATHAN: Mi vida ha sido un poco extraña, sabes, Mortimer... pero una sola cosa he aprendido: ¡A no tener miedo a nada ni a nadie! (Se van a enfrentar cuando aparecen las viejas)
ABBY: ¿Martha, quieres mirar y ver lo que hay dentro del arcón? (Jonathan y Mortimer corren a sentarse en el arcón)
JONATHAN: Hola tía...
MORTIMER: Jonathan, ¿por qué no dejas que la tía mire dentro del arcón? Tía Abby, tengo que pedirle disculpas por haber dudado de usted. Y además darles una buena noticia: Jonathan nos deja. Se va con el doctor Einstein y con su helado compañero... Jonathan, tu eres, al fin y al cabo, mi hermano y te daré la oportunidad para que te vayas y te lleves el cuerpo del delito... Más no puedes pedirme... (Jonathan no se mueve. Pausa) Bueno... ¡Entonces llamaré a la policía...
JONATHAN: Te empeñas en darme órdenes, después de haber cisto lo que le pasó al señor Spenalzo, que está allí ¡Piensa que lo que le pasó a él puede pasarte a tí...
MARTHA: ¿El señor Spenalzo?
ABBY: ¡Ya sabía yo que era un extranjero, el muy atreviso! (Llama el timbre y al abrir Abby aparece el agente O’Hara)
O’HARA: Buenas noches, señorita Abby...
ABBY: Hola, agente O’Hara, ¿en qué podemos servirle?
O’HARA: Vi luz y pensé que podía haber algún enfermo, ¡Pero veo que están con gente! Disculpe la molestia, eh... ¡Me voy!
JONATHAN: (Tomándolo del brazo) No, agente, no se vaya, pase... pase (Jonathan y Einstein tratan de disimular su presencia y van a subir, cuando luego los detiene el agente)
ABBY: Sí, entre usted, agente...
MARTHA: Ese señor es nuestro sobrino Mortimer...
O’HARA: ¡Mucho gusto!
ABBY: Y este nuestro sobrino Jonathan...
MORTIMER: Mucho gusto. Supongo que estarán contentas con las visitas de sus sobrinos ¿verdad? ¿Se quedarán aquí mucho tiempo?
MORTIMER: Yo sí, pero Jonathan ya se iba en este mismo momento...
O’HARA: Me parece, señor, que nos hemos visto en alguna parte...
ABBY: ¡Oh, no! Jonathan hace muchos años que no venía por acá...
O’HARA: Sin embargo esa cara me parece conocida. Debo haber visto algún retrato suyo...
JONATHAN: No creo (Sale por la escalera)
MORTIMER: Hacés bien, Jonathan, en apurarte... yo haría lo mismo en tu lugar, apúrate...
O’HARA: Bueno, ustedes tendrán ganas de despedirse. Me voy...
MORTIMER: ¿Por qué tanta prisa? Quédese hasta que mi hermano se haya ido...
O’HARA: Es que sólo he entrado por si pasaba algo...
MORTIMER: Íbamos a tomar café, ¿Por qué no nos acompaña, agente?
ABBY: ¡El café! ¡Se me había olvidado!
MARTHA: Hay que hacer más sandwiches, conozco su apetito, agente O’Hara (Salen las viejas)
O’HARA: No se molesten, tengo que dar el parte dentro de un rato...
MORTIMER: Tome el café con nosotros. Mi hermano se irá enseguida...
O’HARA: Oiga ¿No habré visto el retrato de su hermano por aquí?
MORTIMER: No lo creo...
O’HARA: No sé por qué, pero me recuerda a alguien...
MORTIMER: Es que se parece mucho a un actor de cine...
O’HARA: ¡No, si yo nunca voy al cien! ¡No me agrada! Mi madre dice: ¡El cine es un arte bastardo!
MORTIMER: ¿Su madre opina así del cine?
O’HARA: Sí, mi madre fue actriz... de teatro. Puede que usted la haya oído nombrar: se llama Peaches Latour.
MORTIMER: De nombre me suena... tengo que haberlo leído en algún programa. ¿Qué obras hizo?
O’HARA: Su mayor éxito fue Pigmalión. Intepretó la obra más de tres años. Yo nací en una gira...
MORTIMER: ¿Sí?
O’HARA: Si, en Arizona. Yo nací en el camarín, entre el segundo y el tercer acto ¡Y mi madre siguió trabajando hasta el final de la obra!
MORTIMER: ¡Qué curioso! ¡Se podría escribir algo interesante sobre su madre!” ¡No sé si usted sabe que aparte de crítico, yo escribo teatro!
O’HARA: Pero no me diga que usted es Mortimer Brewster, el crítico teatro más importante...
MORTIMER: Sí..,. soy yo.
O’HARA: ¡Encantado de conocerlo! ¡Entonces, señor Brewster, somos colegas!
MORTIMER: ¿Colegas?
O’HARA: Sí. Soy autor. En la policía estoy sólo de paso...
MORTIMER: ¿Hace mucho que está en la policía?
O’HARA: Doce años. Estoy reuniendo materiales para un drama policial...
MORTIMER: Debe ser muy buena su obra...
O’HARA: Tiene que ser buena. ¡Con todos los dramas que se ven estando en la policía! ¡Señor Brewster, usted no se imagina las cosas que pasan en el barrio!
MORTIMER: ¿Que no me imagino?
O’HARA: Diga: ¿qué hora tiene?
MORTIMER: La una y diez...
O’HARA: ¡Huy! ¡La una y diez! ¡Tengo que dar el parte! (Intenta salir pero Mortimer lo detiene)
MORTIMER: Espere agente... esa obra suya... a lo mejor podría ayudarlo...
O’HARA: ¿En serio? ¡Entonces fue el destino quien me trajo aquí! Mire, le voy a contar el argumento... (En ese momento aparecen Jonathan y Einstein, con sus maletas)
MORTIMER: Bueno, parece que se van en serio. Tienen muy poco tiempo... (Entra Abby)
ABBY: ¡Ya está todo listo! ¿Ya te vas, Jonathan? ¡Bueno, adiós! ¡Adiós, Doctor Einstein...! (Reparando en la caja de instrumental que ha quedado cerca del arcón) ¿Y esa caja, no es de ustedes?
MORTIMER: Sí, Jonathan, no se pueden marchar sin llevar todas... todas sus cosas. En fin agente, muy encantado de conocerlo y ya volveremos a hablar de su comedia...
O’HARA: No, todavía no me voy, señor Brewster...
MORTIMER: ¿Por qué?
O’HARA: Porque usted ha dicho que podría ayudarme con mi obra ¿no? Así pues, le propongo escribir en colaboración...
MORTIMER: Yo no escribo cosas de imaginación...
O’HARA: De la imaginación me encargo yo. Usted sólo tiene que poner la letra...
MORTIMER: Pero agente...
O’HARA: (Va a sentarse sobre el arcón) No, no señor Brewster. No me voy hasta que le cuente el argumento...
JONATHAN: (Tratando de salir por la puerta. Mortimer se lo impide) ¡Entonces, si ustedes tiene que hablar, nosotros nos vamos, nomás!
MORTIMER: Todavía no puedes irte, tienes que llevarte lo que te pertenece. Mire agente, será mejor que se vaya, ¿verdad? Mi hermano tiene que buscar algo que ha guardado ahí, en el arcón...
O’HARA: ¡Pero yo se lo alcanzo! (Cuando va a abrir el arcón, entra Martha con el servicio de café y pega un gritito que detiene al agente)
MARTHA: ¡Ay! Perdonen si he tardado...
MORTIMER: ¿Por qué traen eso aquí? Agente ¿Por qué no nos acompaña a la cocina y comemoa allí?
MARTHA: ¿En la cocina? Bueno, es lo mismo... más íntimo
ABBY: Martha, Jonathan se va
MARTHA: ¿Ah, sí? ¡Venga, venga, señor O’Hara, ni no le molesta comer en la cocina!
O’HARA: Con mucho gusto, si es por comer, en cualquier lugar es lo mismo...
ABBY: Adiís Jonathan ¡Y no me alegro de haberte visto! (Salen hacia la cocina con el agente)
MORTIMER: Yo sí me alegro, porque me he dado el gusto de echarte. Y el primero que sale de aquí es tu amiguito, el señor Spenalzo. (Abre la puerta del arcón cuando aparece el agente O’Hara de la cocina. Mortimer cierra de prisa el arcón)
O’HARA: Oiga, señor Brewster, venga a la cocina y seguiremos hablando
MORTIMER: (Lo empuja hacia dentro de la cocina) YA voy... ¡ya voy!
JONATHAN: ¡Debí sospechar que terminarías escribiendo dramas con la policía!
MORTIMER: (Desde la puerta de la cocina) ¡¡¡Se mandan a mudar, los tres!!! (Cierra la puerta de la cocina)
JONATHAN: (Dejando las maletas en el suelo) Doctor, este asunto entre mi hermano y yo no puede quedar así...
EINSTEIN: Pero Chonny, ya tenemos demasiados líos. Tu hermano nos da la oportunidad de escapar ¿qué más podemos pedirle?
JONATHAN: ¿Pero no te das cuenta? ¡Siempre nos hemos odiado!
EINSTEIN: Vamos Chonny. Vamos que es mejor...
JONATHAN: ¡No nos vamos! ¡Nos quedamos a dormir aquí esta noche!
EINSTEIN: ¿Con un policía en la cocina y el señor Spenalzo allí?
JONATHAN: ¡Esa es la única contra! Pero mira, ahora sacamos al señor Spenalzo, lo cargamos otra vez en el auto y lo llevamos al río,. Lo tiramos y luego volvemos...
EINSTEIN: No Chonny...
JONATHAN: Doctor, usted sabe que cuando se me pone algo en la cabeza...
EINSTEIN: Sí, cuando se te pone algo en la cabeza... la pierdes... vamos que aquí no nos conviene quedarnos...
JONATHAN: ¡Doctor!
EINSTEIN: O.k. siempre de acuerdo, siempre juntos.... hasta el día en que nos liquiden a los dos. Yoye, si vamos a volver, ¿por qué vamos a llevar las maletas?
JONATHAN: Vamos a llevarlas para disimular, pero a la caja de instrumentos, bájela al sótano. En cuanto al señor Spenalzo, saldrá por donde entró. (El doctor ha ido hasta el sótano y regresa agitado)
EINSTEIN: ¡Eh, Chonny, ven aquí, pronto! ¡Pronto!
JONATHAN: ¿Qué pasa?
EINSTEIN: ¿Te acuerdas, esa fosa que Teddy ha cavado en el sótano? Ven y mira... (Salen hacia el sótano. Entra Mortimer desde la cocina. Al ver las maletas, abre el arcón y comprueba que el señor Spenalzo aún está llí. Llama a Jonathan)
MORTIMER: Jonathan... Jonathan...
JONATHAN: ¿Qué hay, Mortimer?
MORTIMER: ¿Dónde estabas? ¡He dicho que se fueran, los tres!
JONATHAN: Sí, pero... ¡No nos vamos!
MORTIMER: ¿Ah, no? ¿Crees que estoy bromeando? ¿Quieres que la policía sepa lo que hay en el arcón?
JONATHAN: He dicho que no nos vamos...
MORTIMER: ¡Muy bien! ¡Tú lo has querido! Eso me libra de tí y de O’Hara al mismo tiempo (Va hacia la puerta de la cocina y llama) Agente O’Hara, venga, por favor...
JONATHAN: ¡Si le dices al policía lo que hay en el sótano, yo le digo lo que hay en el sótano!
MORTIMER: ¿En el sótano?
JONATHAN: Sí, hay un señor de cierta edad que parece estar profundamente muerto...
MORTIMER: ¿Qué has ido a hacer al sótano?
JONATHAN: ¿Y qué fue a hacer el otro?
O’HARA: (Aparece desde la cocina)No gracias, estaban muy buenos, pero he comido demasiado... Oiga, señor Brewster, sus tías también quieren escuchar el argumento, ¿les digo que vengan y nos reunimos aquí?
MORTIMER: No agente, ahora no puede contarlo ¡Tiene que ir a dar el parte, no se olvide! (Trata de sacarlo hacia la calle)
O’HARA: ¡Que se vaya al diablo el parte! Ahora traigo a sus tías y les cuento el argumento...
MORITMER: Delante de toda esta gente, no es posible, no tendrá clima. Podemos vernos más tarde, en otra parte...
O’HARA: ¿Qué le parece en el café de la esquina, en el reservado?
MORITMER: (Siempre tratando de sacarlo a la calle)Encantado. Vaya a dar el parte y después nos encontramos en el café...
JONATHAN: ¿Por qué no se van al sótano?
O’HARA: (Yendo hacia el sótano) Por mí, no hay inconveniente... ¿es por aquí?
MORITMER: (Alcanza a detenerlo)¡No! Es mejor en el café, después de dar el parte...
O’HARA: De acuerdo, es cuestión de dos minutos... (Sale)
MORITMER: Mire, mi libro es éste y vuelvo dentro de diez minutos... espero no encontrarte cuando vuelva... No, mejor espérame... No hemos terminado aún... (Sale)
JONATHAN: Tenemos que esperarle doctor... Yo esperé durante tantos años una oportunidad como ésta...
EINSTEIN: ¡Lo tenemos agarrado, eh! ¡Ha puesto una cara de culpable!
JONATHAN: Volvamos a subir las maletas al cuarto (Aparecen Abby y Martha, recelosas)
ABBY: ¿Se habrán ido? Oh, nos pareció que alguien salía...
JONATHAN: Sí, ha salido Mortimer, pero volverá dentro de diez minutos. ¿No queda nada de comer en la cocina? Nos ha vajado hambre. Queremos comer algo...
MARTHA: Si Mortimer vuelve enseguida no va a darles tiempo...
ABBY: ¡Y estamos seguras de que Mortimer no le gustará encontrarlos todavía aquí!
EINSTEIN: Sí, le va a gustar. Tiene que gustarle...
JONATHAN: Preparen algo de comer mienstras nosotros llevamos al señor Spenalzo al sótano...
MARTHA: ¡Oh, no! ¡No pueden hacer eso!
ABBY: No puede ir al sótano. ¡No, Jonathan, el señor Spenalzo deberá irse con ustedes!
JONATHAN: Es que un amigo de Mortimer lo está esperando allí abajo...
ABBY: ¿Un amigo de Mortimer?
JONATHAN: El señor Spenalzo y él van a congeniar perfectamente. Los dos están bien muertos...
MARTHA: Debe estar hablando del señor Hoskins...
JONATHAN: ¿Ustedes saben lo que hay abajo?
ABBY: Claro que sí... pero no es ningún amigo de Mortimer... es un ancianito de los nuestros...
EINSTEIN: ¿De los suyos?
MARTHA: (Enérgica) ¡Y no queremos enterrar a ningún desconocido en el sótano!
JONATHAN: Pero ese señor Hoskins...
MARTHA: El señor Hoskins no es un desconocido...
ABBY: Además, no hay sitio para el señor Spenalzo. El sótano está ocupado...
JONATHAN: ¿Ocupado? ¿Con qué?
ABBY: Hay doce tumbas ahora...
JONATHAN: ¿¿¿Queeee? ¿Doce tumbas?
ABBY: Por eso queda poco espacio y vamos a necesitarlo...
JONATHAN: ¿Quieren decir que tía Martha y usted han asesinado?...
ABBY: ¡Asesinado, no! ¡Es una de nuestras obras de caridad!
MARTHA: Les hicimos un bien... ¡Y ellos están muy contentos!
ABBY: ¡Así que ya pueden llevarse al señor Spenalzo fuera de aquí!
JONATHAN: ¿Pero ustedes hicieron eso, aquí, en esta casa... y los enterraron ahí abajo?
MARTHA: Lo que hacemos es verdadera caridad... los pasamos al otro mundo sin el menor esfuerzo ni para nosotras ni para ellos... pero no admitimos gente extraña, como ese señor amigo vuestro, ¡De manera que no esperen que lo enterremos aquí! (Salen)
EINSTEIN: Chonny, a nosotros la policía nos persigue por todo el mundo, y ellas, en pleno Barrio lo hacen mejor que tú, o tan bién como tú!
JONATHAN: ¿Tan bien como yo?
EINSTEIN: ¡Claro, están iguales. Ellas han matado a doce y tú también doce!
JONATHAN: ¡No doctor... yo, trece!
EINSTEIN: No, Chonny, doce...
JONATHAN: ¡Trece! ¡El señor Spenalzo está ahí, bien! El primero en Londres... dos en sudáfrica... uno en Sidney... uno en Melbrourne... dos en San Francisco... Uno en Arizona...
EINSTEIN: ¿En Arizona...? ?Cuál?
JONATHAN: Sí, el de la estación de servicio... además de los tres de Chicago y aquel en los Ángeles...
EINSTEIN: ¡Al de Los Ángeles no hay que contarlo! ¡Murió de pulmonía!
JONATHAN: ¡Si el tiro no le hubiera atravesado el pulmón no se muere de pulmonía!
EINSTEIN: No, Chonny, murió de pulmonía... ¡No cuenta!
JONATHAN: ¡Para mí cuenta! ¡He dicho trece!
EINSTEIN: (Entran las viejas)No, Eli, están doce a doce, ¿verdad señoritas? ¡Las señoritas son tan capaces como tú!
JONATHAN: ¿LE parece? Pues eso tiene fácil arreglo... No necesito más que otro candidato: ¡otro y gano! (En ese momento entra Mortimer de la calle. Espectativa)
MORTIMER: ¡Bueno, aquí me tienen!
TELÓN

TERCER ACTO
CUADRO I
Al levantarse el telón la escena está vacía, pero del sótano llegan voces de una discusión, que se oye clara al salir del sótano las viejas y el doctor Einstein
MARTHA: ¡Basta! ¡Basta!
ABBY: ¡LA casa y el sótano son nuestros! ¡No pueden hacer eso!
EINSTEIN: ¡Señoras! ¡Por favor! ¡Suban al cuarto!
JONATHAN: ¡Abby! ¡Martha! ¡Suban les digo!
MARTHA: ¡Es inútil que hagan eso, tendrán que sacarlo!
ABBY: ¡He hicho que no le queremos allí!
MARTHA: ¡Muy bien! ¡Ya verán quién manda aquí
ABBY: Ya te lo advertimos... ¡Y Mortimer que no vuelve!
MARTHA: ¡Dijo diez minutos!
ABBY: ¡Es horrible lo que están haciendo Jonathan y el Doctor! Enterrar a un honrado evangelista junto con un extranjero. ¿Dónde se ha visto?
MARTHA: ¡Nos han profanado el sótano y eso no lo permitiremos!
ABBY: Les habíamos prometido un lindo funeral al señor Hoskins, pero no lo compartiremos con ese señor Spenalzo. ¿Qué dirá el señor Hoskins? ¿Que somos unas informales? ¿Dónde habrá ido Mortimer? ¿No lo sabes, Martha?
MARTHA: No, pero supongo que estará combinando algo, porque al salir le dijo a Jonathan: “Espera que esto lo arreglo yo”
ABBY: ¡No sé cómo va a arreglarlo fuera de casa! ¡Lo que hay que arreglar es lo que está pasando abajo! Hay que haceles desenterrar al señor Spenalzo y que se lo lleven... si lo dejan, no le haremos ningún tipo de atenciones. (Entra Mortimer)
MARTHA: ¡Mortimer! ¡Dónde has estado!
MORTIMER: He ido a ver al doctor Schuman. He conseguido su firma para el ingreso de Teddy en el sanatorio... ¿Donde está Teddy?
MARTHA: ¿Mortimer, qué te ocurre?
ABBY: ¿Cómo te marchas para que te firme papeles en un momento como éste?
MARTHA: ¿Sabes lo que está haciendo Jonathan en el sótano?
ABBY: ¡Enterrando al señor Hoskins junto al señor Spenalzo! Una barbaridad hacer una cosa así. Cada cual que se haga cargo de sus muertos, y no moleste a los demás...
MORTIMER: ¡Ah! ¿Sí? Bueno, que siga. ¿Está Teddy en su cuarto?
MARTHA: Teddy no puede ayudarnos...
MORTIMER: Si Teddy firma esos papeles, habré dominado a Jonathan...
ABBY: ¿Pero qué tiene que ver una cosa con otra?
MORTIMER: Ustedes han dicho a Jonathan lo de las doce tumbas. Si consigo que Teddy aparezca como autor de eso, puedo protegerlas ¿se dan cuenta?
ABBY: No, no me doy cuenta. Ya pagamos los impuestos para que nos proteja la policía...
MARTHA: ¿Y cómo vas a enredar a Teddy en este asunto? Su trabajo consiste solamente en cavar las esclusas... Lo demás es asunto nuestro... ¿Quién se va a meter con nosotras?
ABBY: Vamos, Martha, vamos a llamar a la policía para que saque a Jonathan...
MORTIMER: ¡Conforme! (En el momento en que Martha va al teléfono la sujeta) ¡No, a la policía no! ¡Ustedes no pueden llamar a la policía!
MARTHA: ¿Y por qué no?
MORTIMER: Porque si la policía sabe lo de Spenalzo, también se enterarán de lo de Hoskins y si se entran en sospechas, pueden descubrir lo demás...
MARTHA: ¿Qué demás?
MORTIMER: Lo de los ancianitos envenenados y enterrados por ustedes...
ABBY: Mortimer, nosotras conocemos a la policía mejor que tú. No creo que se metan en nuestros asuntos privados, si les pedimos que no se metan...
MORTIMER: Pero si encuentran a los doce ancianitos, tendrán que dar cuenta a la central...
MARTHA: ¡No creo que se molesten tanto! Tendrían que hacer un informe muy largo, y si algo hay que les moleste a los policías, es escribir informes...
MORTIMER: En una de esas se descubre todo, y es difícil que el juez y el jurado comprendan las ideas caritativas de ustedes...
MARTHA: ¡Oh, el juez Cullman nos comprendería... es nuestro amigo!
ABBY: LE conocemos bien...
MARTHA: Siempre va a la iglesia a rezar antes de las elecciones...
ABBY: Además, vendrá un día de estos a tomar el té con nosotras ¡Nos lo prometió!
MARTHA: ¡Abby, debemos recordárselo! ¡Se murió la mujer hace pocos años y está muy solito el pobre!
ABBY: Bien, vamos Martha... (Se disponen a salir con sombreros, carteras y guantes)
MORTIMER: ¡No, no pueden irse! No pueden salir de esta casa, y tampoco pueden invitar al juez Cullman a tomar el té...
ABBY: Mira Mortimer ¡Si tú no haces nada con el señor Spenalzo, lo haremos nosotras!
MORTIMER: ¡Algo voy a hacer! ¡Tal vez más tarde! A lo mejor tengamos que llamar a la policía, pero si la llamamos, quiero estar preparado ¡Déjenme pensar!
MARTHA: ¡Tienes que echar a Jonathan de esta casa!
ABBY: ¡Y a ese señor Spenalzo también!
MORTIMER: ¿Quieren hacerme el favor de dejar eso por mi cuenta? Necesito hablar con Teddy.
ABBY: Si no se han ido de aquí por la mañana, llamaremos a la policía...
MORTIMER: (Disponiéndose a subir la escalera) ¡Se irán, yo se los prometo! ¡Pero ahora, métanse en la cama! ¡Y por lo que más quieran, quítense esa ropa, por favor!
MARTHA: ¡Bueno, Abby... Es un alivio! ¿No?
ABBY: Sí... oye, si es cierto que por fin Mortimer va a hacer algo, creo que Jonathan se está molestando demasiado allí abajo... Es mejor que lo sepa... (Cuando va a buscarlo aparece Jonathan) Ah, Jonathan, es mejor que no sigas trabajando inútilmente...
JONATHAN: Ya está todo hecho. Me pareció escuchar la voz de Mortimer...
ABBY: Has trabajado inútilmente, porque se tienen que ir los tres mañana por la mañana...
JONATHAN: ¿Ah? ¿Tendremos que irnos? Entonces, en ese caso, ya pueden acostarse y dormir tranquilamente?
MARTHA: Claro que sí... Vamos, Abby...
JONATHAN: ¡Buenas noches, tías!
ABBY: ¡No, buenas noches, no Jonathan! ¡Adiós! Cuando nos levantemos, ustedes ya no estarán aquí ¡Mortimer lo prometió!
MARTHA: Dice que cuenta con medios para obligarte a que te vayas...
JONATHAN: ¿De modo que Mortimer ha vuelto?
ABBY: Sí, está arriba, hablando con Teddy...
MARTHA: ¡Adiós Jonathan!
ABBY: ¡Adiós, Jonathan!
JONATHAN: ¡Quizás sea mejor que digan adiós a Mortimer!
ABBY: ¡Se lo dirás tú cuando lo veas! (Salen las viejas)
JONATHAN: Sí, se lo diré cuando lo vea...
EINSTEIN: (Saliendo del sótano) ¡Bueno, ya está todo listo! ¡Todo tranquilo como balsa sobre aceite! Nadie sabrá que están ahí abajo. ¡Quçe bien vendrá la cama! También, cuarenta y ocho horas sin dormir... Vamos, Chunny... ¿No subimos?
JONATHAN: Usted olvida algo, doctor...
EINSTEIN: ¿Qué?
JONATHAN: Mi hermano Mortimer...
EINSTEIN: ¿Chonny, esta noche? ¡Me caigo de sueño! ¿Por qué no lo dejamos para mañana o pasado?
JONATHAN: ¡No doctor! ¡Esta noche! ¡Ahora!
EINSTEIN: Chonny, por favor... estoy cansado y mañana tengo que operarte...
JONATHAN: ¡¡¡Sí, doctor, mañana tiene que operarme, pero esta noche debemos ocuparnos de Mortimer!!!
EINSTEIN: Pero Chonny... esta noche, no... ¡¡¡Vamos a la cama!!!
JONATHAN: Mírame doctor ¿se vé que estoy resuelto, verdad?
EINSTEIN: (Asustado) Sí, Chonny, sí... conozco esa mirada... sí... sí...
JONATHAN: ¿Ya es un poco tarde para romper nuestra sociedad, no?
EINSTEIN: O.k. se hará, pero por el método rápido, como el de Londres, ¿verdad?
JONATHAN: No, doctor, no. Esto requiere un tratamiento especial. Algo así como el método que empleamos en Melboure...
EINSTEIN: ¡No, Chonny, eso no! Trabajamos dos horas, ¿y todo para qué? Al final quedó tan muerto el de Melboure como el de Londres...
JONATHAN: Tuvimos que trabajar muy rápido en Londres y no hubo ninguna satisfacción estética... en cambio lo de Melboure, es digno de recordarse, ¿eh?
EINSTEIN: ¡No, Chonny, por favor, lo de Melboure no! ¡Todavía no puedo olvidarlo!
JONATHAN: Sí, doctor, lo haremos como el de Melboure ¿Dónde están sus instrumentos?
EINSTEIN: ¡No lo hago, Chonny, no lo hago! ¡No me obligues, por favor!
JONATHAN: ¡Busque sus instrumentos!
EINSTEIN: No, Chonny, no...
JONATHAN: ¿Dónde están? ¿Los escondió en el sótano?
EINSTEIN: ¡No te lo voy a decir!”
JONATHAN: ¡Los voy a buscar yo! (Sale hacia el sótano, mientras Teddy sale por la escalera con el clarín, en el momento en que va a dar la clarinada, Mortimer le sujeta el brazo)
MORTIMER: ¡No haga eso, señor presidente!
TEDDY: ¡No puedo firmar ninguna proclama del gobierno sin consultarlo con mi gabinete!
MORTIMER: ¡Pero si esto debe ser un secreto!
TEDDY: ¡Una proclama secreta, qué raro!
MORTIMER: Es que puede enterarse el Japón y no debe saberlo hasta que se haya firmado.
TEDDY: ¡El Japón! ¡Esos malditos amarillos! ¡Firmaré en el acto! (Tomando los documentos) ¡Tiene usted mi palabra. ¡Más tarde enteraré al gabinete!
MORTIMER: ¡Eso es, firme, rápido!
TEDDY: ¡Espere aquí! ¡Una proclama secreta debe ser firmada en secreto!
MORTIMER: ¡Pero en el acto, señor presidente!
TEDDY: ¡Además, para firmar, debo ponerme ropa de firmar! (Sale hacia arriba. Einstein ha visto a Mortimer, toma su sombrero y se lo entrega)
EINSTEIN: ¿Ahora se va, verdad?
MORTIMER: No doctor, tengo que hacer algo. Algo importante...
EINSTEIN: ¡Por favor, váyase, váyase enseguida!
MORTIMER: ¿Mire doctor Einstein, personalmente no tengo nada contra usted! Usted me parece, a pesar de sus amistades, un buen sujeto. Siga mi consejo y váyase de aquí. ¡Aquí va a haber complicaciones!
EINSTEIN: ¡Complicaciones! ¡Ya lo creo que sí! ¡Váyase!
MORTIMER: Está bien, no diga que no le previne ¡Eh!
EINSTEIN: ¡Es que yo lo estoy previniendo a usted! ¡Váyase enseguida, por favor!
MORTIMER: ¡Dentro de poco empezarán a pasar cosas aquí!
EINSTEIN: (Nervioso) Escuche... Chonny está pasando por un mal momento... cuando está así, le ataca la locura... y hace cosas terribles...
MORTIMER: Jonathan no me preocupa ahora...
EINSTEIN: ¿Pero, dígame, esas obras de teatro que usted ve, no le enseñan nada?
MORTIMER: ¿Qué quiere que me enseñen?
EINSTEIN: Por lo menos los personajes de las comedias se portan como si tuvieran juicio... ¡Y usted no!
MORTIMER: ¡Ah! ¿Le parece? ¿Usted cree que los personajes de las comedias actúan inteligentemente? ¡Cómo se ve que no ha tenido que aguantar las obras que he aguantado yo! ¡La que vi esta noche, por ejemplo! En ella hay un hombre que se cree muy listo... (Entra Jonathan del sótano con la caja de herramientas, pero Mortimer no lo ve y sigue hablando)Sabe que está rodeado de asesinos, debería comprender que está en peligro de muerte... más aún, le avisan que lo van a matar, para que se vaya... pero, no... se queda. Ahora yo le pregunto, doctor: ¿una persona inteligente se quedaría?
EINSTEIN: ¿Y me lo pregunta a mí?
MORTIMER: A ese personaje, la inteligencia no le servía ni para asustarse ni para ponerse en guardia. Figúrese, por ejemplo, que el asesino le invita a sentarse...
EINSTEIN: ¿Le dice “tome asiento”?
MORTIMER: ¡Aunque le parezca mentira, no hay obra en la que no se diga: tome asiento!
EINSTEIN: ¿Y qué hizo ese personaje?
MORTIMER: (sentándose)¡Se sentó! ¡Se sentó esperando que lo amarren! ¿Y usted a qué no sabe con qué lo atan?
EINSTEIN: ¿Con qué? (Jonathan va siguiendo la acción de lo que dice Mortimer)
MORTIMER: ¡Con el cordón de la cortina!
EINSTEIN: ¡Buena idea! ¡Muy conveniente!
MORTIMER: Demasiado convinvente y simple ¡Un recurso simple! ¡Qué falta de imaginación del autor! ¡Con el cordón de la cortina! (Jonathan se aproxima)
EINSTEIN: ¿Y no vio cuando la cortaban?
MORTIMER: ¡Pero qué va a ver! ¡Se sentó ahí, dando la espalda! ¡Esa es la clase de obras que tenemos que aguantar los críticos noche tras noche! ¡Y después dicen que los críticos están matando el teatro! ¡No señor! ¡Son los autores! ¡Y ahí se queda, el muy idiota! ¡Esperando que lo amordacen! (Jonathan se ha llegado detrás de Mortimer y con la última palabra lo ha tomado del cuello, le tapa la boca y tira las sogas con las que el doctor Einstein lo amarra a la silla. Luego le colocan un pañuelo en la boca)
EINSTEIN: (Terminando de amarrarle) ¡Tenía razón usted! Ese personaje no era nada inteligente... ¡Mire lo que le pasó!
JONATHAN: Y ahora, Mortimer, si no te parece mal, nosotros vamos a terminar de contar el argumento (Va a la mesita, trae el candelabro, enciende las velas, apaga la luz eléctrica. Coloca la caja de instrumentos sobre la mesa, escena muy en penumbras) ¡Mortimer he estado veinte años fuera de queí! ¡Pero durante todo ese tiempo nunca he dejado de pensar en ti, mi querido hermano! ¡Siempre he soñado con este momento! Toda la vida fuiste el preferido de las tías, y mientras a mí se me trataba mal, a ti te colmaban de atenciones... ¡Te fui tomando odio! Y me fui haciendo a la idea de que tenía que vengarme... ¡ese momento ha llegado, por fin!... y ahora, doctor, dejemos los discursos y a trabajar!
EINSTEIN: Por favor, Chonny, usemos el método rápido, ¿quieres? Hazlo por mí...
JONATHAN: ¡No doctor. ¡Tiene que ser una cosa... artística! ¡No se olvide que estamos actuando ante un crítico muy exigente!
EINSTEIN: ¡Pero Chonny!
JONATHAN: (enérgico) ¡Doctor!
EINSTEIN: ¡Bueno, como siempre te sales con la tuya! (Comienza a sacar instrumentos del maletín, como si fueran piezas de tortura, se coloca los guantes de goma)
JONATHAN: ¿Y, doctor? ¿Para cuando?
EINSTEIN: ¡Ya va... ya va! Pero antes tengo que tomar un trago, para entonarme. ¡No puedo trabajar sin un trago! (Saca la botellita y ve que está vacía) ¡Qué lástima, se ha terminado...! ¿Qué hago?
JONATHAN: ¡Cálmese doctor!
EINSTEIN: Cuando llegamos, había sobre la mesa una botellita de vino, ¿dónde la habrán guardado? (Va hacia el aparador, luego de buscar, y vuelve con la botellita de vino envenenado, con dos copitas) Oye, Chonny, vamos a tomar un traguito juntos... ¡Los dos necesitamos un trago! (Luego que ha servido las copitas se lo va a llevar a los labios. Jonathan lo detiene)
JONATHAN: ¡Un momento doctor! ¡Se lo ruego! ¿Dónde está su buena educación? ¡Hay que brindar por el homenajeado, no se olvide! ¿Doctor, brindemos por la memoria de mi difunto hermano Mortimer! (En el istante en que van a beber aparece Teddy sobre la escalera con una clarinada tan estridente, que les hace saltar las copas de las manos)
EINSTEIN: ¡Demonios!
JONATHAN: ¡Idiota! ¡Condenado idiota! ¡Este va a ser el próximo, sí señor! ¡Va a ser el próximo! (Einstein lo contiene)
EINSTEIN: ¡Ah, no, a Teddy no! ¡Ahí sí que me planto y digo que no! ¡Basta!
JONATHAN: Ya nos ocuparemos de Teddy...
EINSTEIN: No Chonny, a Teddy no le haremos nada...
JONATHAN: estamos perdiendo tiempo en discusiones, ‘Hay que trabajar de prisa ahora!
EINSTEIN: ¡Esp es! ¿El método rápido, verdad, Chonny?
JONATHAN: ¡Sí doctor, el método rápido! (Saca un gran pañuelo del bolsillo que coloca sobre el cuello de Mortimer. Einstein saca de la caja una gran cuchilla con la que va hacia Mortimer. En ese momento se oye el timbre de la puerta y entra como una tromba el agente O’Hara, muy exitado)
O’HARA: ¡Se lo suplico! ¡Que deje de tocar la corneta el coronel! (Jonathan y Einstein tratan de tapar a Mortimer)
JONATHAN: Muy bien, agente. ¡Le quitaremos el clarín!
O’HARA: ¡Mañana va a haber un lío terrible! ¡Prometimos a los vecinos que no iba a tocar más! ¡Y a estas horas!
JONATHAN: No volverá a suceder, agente ¡Buenas noches!
O’HARA: Es mejor que se lo diga yo. ¿Dónde está la llave de la luz? (Enciende y comienza a subir por la esclera, cuando repara en Mortimer) ¡Ah, es usted! ¡Lo estuve esperando más de una hora en el café! ¿Qué le pasa?
EINSTEIN: Nada. Nos estaba explicando la obra que ha visto esta noche. Esto le ocurre al protagonista de la comedia...
O’HARA: ¿Ocurre esto en la comedia que ha visto usted? ¡Pero entonces han plagiado el segundo acto de mi comedia! (Mortimer hace señas desesperadas para que lo desate, pero O’Hara muy entusiasmado con su relato) Mire, en el segundo acto... justo antes que... no, no... es mejor que comience por el principio. Al levantarse el telón estamos en el camarín de mi madre, donde yo nací... pero no he nacido aún... (Se acomoda en una silla junto a Mortimer. Éste hace desesperados esfuerzos por hacerse entender)¿Qué, no está cómodo? ¡Bueno! ¡Ah, no, no lo desataré hasta que haya contado todo mi argumento! ¡Ahora sí lo escuchará! Bueno, como le estaba contando... mi madre está allí, maquillándose, cuando de pronto aparece en la puerta un hombre, un hombre grande, con un bigote negro... y ...
TELÓN

CUADRO II
A la mañana siguiente, una débil luz penetra por la ventana. O’Hara con camisa desabrochada sigue hablando, Mortimer está exhausto, amarrado, Jonathan duerme en el sofá, Einstein junto a una botella de whisky, borracho
O’HARA: Mi madre está ahí, desmayada sobre la mesa, y el chino está delante de ella con un hacha en la mano... Yo estoy atado en una silla, igual que usted... y el lugar es un infierno en llamas... es un incendio terrible... de pronto, por la ventana, entra un guardia... (Einstein se sirve nuevamente) Eh, no tome tanto, no se olvide que yo compré la botella...
EINSTEIN: Tengo derecho... para eso sigo escuchando...
O’HARA: ¿Y...? ¿Qué le parece mi obra hasta ahora?
EINSTEIN: Mire si será interesante que Chonny se ha dormido...
O’HARA: ¡Déjelo! Se ve que no le interesa el teatro. Bueno, sigo... ahora la acción transcurre tres días más tarde... me han trasladado y me hallo bajo fianza, porque me han robado la chapa... Estoy haciendo mi recorrido por el Barrio, cuando me percato que el individuo a quien yo seguía, en realidad me está siguiendo a mí. (Suena el timbre) No abra. ¡No deje entrar a nadie!... Bueno, como yo me doy cuenta de que me siguen y en la esquina hay una casa vacía, me meto allí. (Se abre la puerta, pero O’Hara no se da cuenta y sigue hablando. En cambio Einstein reacciona a pesar de su borrachera, sacude a Jonathan, y luego sale escaleras arriba)
EINSTEIN: ¡La poli... la poli...! ¡Eh, Jonathan, escapemos! ¡Escapemos!
O’HARA: Me meto en la casa vacía y me quedo en la oscuridad... saco el revólver y lo espero (Al verlo los agentes Klein y Broophy, que han entrado, levantan las manos) ¡Hola, muchachos! ¿Qué hay? ¿Qué les pasa?
BROOPHY: ¿Pero qué demonios pasa aquí?
O’HARA: ¿Qué te parece? El señor Mortimer Brewster y yo vamos a escribir una obra juntos... precisamente le estaba contando mi argumento...
KLEIN: (Desatando a Mortimer) ¿Lo has tenido que atar para que te escuchase?
BROOPHY: Mira, es mejor que vayas a la comisaría... toda la policía anda en busca tuya...
O’HARA: ¿Los mandaron que me buscasen?
KLEIN: No ¡Si nadie sabía que estabas aquí!
BROOPHY: ¡Vinimos para avisarles a la s viejitas que hay un lío terrible! Parece que el coronel anoche volvió a tocar el clarín...
KLEIN: ¡Y los vecinos se han quedado furiosos!
BROOPHY: ¡El comisario está que hecha chispas! ¡Dice que hay que internar a Teddy!
MORTIMER: (Que se ha recuperado algo, pero tambaleante) ¡Por fin!
O’HARA: Tengo que irme, señor Brewster... así que al tercer acto se lo contaré otro día... Aunque me parece que habría que cortar un poco los dos primero, porque son un poco largos, sabe...
MORTIMER: ¡Se corta todo! ¡Y déjeme en paz!
KLEIN: ¿No sabes qué hora es? ¡Son más de las ocho!
BROOPHY: (Por Jonathan) ¿Y éste quién diablos es?
MORTIMER: ¡Es mi hermano!
BROOPHY: ¿El que se fue? ¿de modo que ha vuelto?
MORTIMER: Sí, ha vuelto...
BROOPHY: (Va al teléfono)Hola, habla Broophy... ¿está el comisario? (A O’Hara) Es mejor avisar que te hemos encontrado, Joe... (En el teléfono) Hola, ¿comisario? Suspenda la investigación... ya lo encontramos... sí, está en casa de las Brewster... (Jonathan se ha despertado y oye la conversación) ¿Quiere que lo llevemos... Ah, bueno, bueno... ¡entonces esperamos aquí! (Cuelga) Va a venir el oficial...
JONATHAN: ¿De modo que me han vendido, no? ¡En fin, ya me tienen! Y me imagino que entre ustedes y el santito de mi hermano se van a repartir la recompensa (Los agentes se dan cuenta de la situación y corren a tomar a Jonathan por los brazos)
KLEIN: ¿La recompensa?
JONATHAN: ¡Pero ahora es la mía! ¿Ustedes creen que mis tías son dos viejecitas encantadora, verdad? Pues, señores, tienen trece cadáveres enterrados en el sótano...
MORTIMER: (Sale corriendo por la escalera)¡Teddy! ¡Teddy!
KLEIN: ¿De qué diablos está hablando?
BROOPHY: ¡Tenga más cuidado con lo que dice! ¡Las señoritas son amigas nuestras!
JONATHAN: (Tratando de llevarlos hacia el sótano) ¡Se los voy a enseñar! ¡Se los voy a probar! ¡Vengan al sótano!
KLEIN: ¡Quieto! ¡Quieto!
JONATHAN: Trece cadáveres. ¡Voy a mostrarles dónde están enterrados!
KLEIN: (Creyendo una broma) ¿Ah, sí?
JONATHAN: ¿No quieren ver lo que hay en el sótano?
BROPHY: (Suelta el brazo de Jonathan)Baja tú con él...
KLEIN: (Soltando el brazo y retrocediendo)No, no me gusta bajar al sótano con él... ¡Mirale la facha! ¡Si se parece a Boris Karloff! (Jonathan al oír ese nombre se abalanza sobre Klein a quien toma por el cuello como para estrangularlo. Broophy sac la cachiporra y le aplica un golpe en la nuca, que la voltea)Pero, déjeme... Broophy, haz algo! ¡Me mata!
BROOPHY: ¡Suelte!
KLEIN: (Arreglándose) ¡Qué me dices! Gracias amigo, por salvarme! (Timbre en la puerta)
O’HARA: (Que a todo esto ha observado la escena atónito)¡Adelante!
ROONEY: (Entra furioso) ¿Qué diablos están haciendo aquí? ¿No les dije que yo me iba a encargar de este asunto?
KLEIN: Sí, mi oficial, precisamente estábamos en eso cuando...
ROONEY: ¿Qué pasó? ¿Se resistió?
BROOPHY: No, no... este no es el del clarín- es el hermano y quiso matar a Klein...
KLEIN: ¡Todo porque le dije que se parecía a Boris Karloff!
ROONEY: A ver, ¡denlo vuelta! (Lo hacen quedando Jonathan boca arriba)
BROOPHY: Nos parece que es una persona a quien buscan de alguna parte...
ROONEY: Ah... ¿les parece, no? ¡Bueno, ya que no leen los diarios, ni los carteles en la comisaría, por lo menos deberían tener más ojo! ¡Claro que la buscan! ¡Desde indiana! ¡Se ha escapado de la cárcel de locos delincuentes! ¡Tiene cadena perpetua! ¡Y lo describen así, parecido a Boris Karloff!
KLEIN: Entonces ¿Hay recompensa?
ROONEY: Sí señores... ¡y la voy a cobrar yo!
BROOPHY: ¡Quería llevarnos al sótano!
KLEIN: ¡Ha dicho que hay trece cadáveres enterrados allí!
ROONEY: ¿Trece cadáveres enterrados en el sótano? ¿Y no se han dado cuenta de que es un loco escapado del manicomio?
O’HARA: Sí, a mí me pareció que fantaseaba un poco...
ROONEY: ¡Oh, aquí está nuestro Shakespeare! ¡Dónde has pasado toda la noche, que nos has hecho movilizar toda la policía buscándote!
O’HARA: Estuve aquí, oficial , con el señor Brewster, escribiendo una comedia...
ROONEY: ¿Ah, sí? Ahora tendrás todo el tiempo para escribir comedias ¡Marche a la comisaría y te presentas detenido!
O’HARA: (Arreglándose la ropa)¿Me deja ir a la oficina para usar la máquina de escribir?
ROONEY: ¡No! ¡Fuera de aquí! Ustedes, levantes a ese individuo y háganlo volver en sí. A ver si le sacan algo sobre su cómplice, pues también buscan al que lo ayudó a escapar... ¡Cómo no va a estar desprestigiada la policía del barrio con imbéciles como ustedes! ¡Creer semejante historia! ¡Que hay trece cadáveres en el sótano!
TEDDY: (Que ha entrado sin ser visto) ¡Claro que hay trece cadáveres en el sótano!
ROONEY: ¿Y usted quién es?
TEDDY: ¡El presidente Rooselvert!
ROONEY: ¿Pero quién es éste? ¿Están todos chiflados?
BROOPHY: Este es el que toca el clarín...
KLEIN: (Saludando militarmente)¡Buenos días, coronel!
ROONEY: Bueno, coronel, ¡La de anoche ha sido su última clarinada!
TEDDY: (Viendo a Jonathan en el suelo) ¡Dios mío! ¿Otra víctima de la fiebre amarilla?
ROONEY: ¿Qué?
TEDDY: ¡Todos los cadáveres del sótano son víctimas de la fiebre amarilla! (Rooney se desepera)
BROOPH: No coronel. ¡Este es el espía que hemos pescado en la Casa Blanca!
ROONEY: ¿Quieren llevarse a este tipo? (Por Jonathan) ¡Llévenla e interróguenla!
TEDDY: Un momento: ¡Si se trata de interrogar espías, eso es asunto de mi incumbencia!
ROONEY: ¡Usted cierre el pico!
TEDDY: ¡Se equivoca! ¡Yo, como presidente, también soy el jefe del servicio secreto (Los agentes arrastran a Jonathan hacia la cocina, mientras aparece Mortimer. Teddy sigue a los policías)
MORTIMER: Yo soy Mortimer Brewster, oficial...
ROONEY: ¿Está seguro?
MORTIMER: ¡Por supuesto! Quiero hablar con usted acerca de mi hermano Teddy... el que tocó el clarín
ROONEY: Señor Brewster, no hay nada que hablar. Se impone internarlo inmediatamente...
MORTIMER: ¡Perfectamente de acuerdo! En realidad ya está todo arreglado. Tengo la solicitud firmada por el Doctor Schuman, nuestro médico de familia, y Teddy también ha firmado su consentimiento. Yo también firmé, como pariente más cercano...
ROONEY: ¿Dónde lo llevarán?
MORTIMER: Al “Feliz retiro”... podemos pagar.
ROONEY: Muy bien, llévendo a dónde quieran, pero la cuestión es que lo lleven...
MORTIMER: Pierda cuidado, oficial. Pero quiero que sepa usted que Teddy es responsable de todo lo que ha pasado aquí... Esos trece cadáveres del sótano...
ROONEY: ¡Otro con el cuento de los trece cadáveres! ¡Pero dígame, no les basta con tener atemorizados a los vecinos con el clarín! ¡Pero no se dá cuenta de lo que podría pasar si llega a correr ese cuento estúpido de los trece cadáveres! Ah, y también se dedican a sembrar pánico con el cuento de la fiebre amarilla... ¡Por favor, señor... por favor!
MORTIMER: (Más tranquilo)¡Sí... es una locura! ¡Quién va a pensar en una historia de trece cadáveres! ¡Tiene gracia!
ROONEY: Mire, aunque a veces la gente piensa estupideces. Fíjese, hace como un año, un loco comenzó a hablar de unos crímenes en otro barrio y tuve que cavar una manzana entera para demostrar que era mentira... imagínese lo que podía pasar aquí con ese cuento... tendría que cavar todo el barrio... (Timbre de la puerta)
MORTIMER: Perdón... (Hace entrar a elena y al Señor Whiterpoon, hombre maduro que viene con un portafolios)
ELENA: ¡Buenos días, Mortimer!
MORTIMER: ¡Buenos días, querida!
ELENA: El señor Whiterspoon... viene a ver a Teddy...
MORTIMER: ¿A ver a Teddy?
ELENA: El señor es el superintendente del “Feliz Retiro”
MORTIMER: ¡Oh, pase, pase señor! El señor es el Capitán...
ROONEY: Oficial Rooney. Me alegra verle, señor, porque va a tener que llevárselo hoy mismo...
WHITERSPOON: ¿Hoy mismo?
ELENA: ¡Hoy no!
MORTIMER: Mira, Elena, tengo una gran cantidad de cosas que hacer, ¿por qué no te vas a tu casa y esperas a que yo te llame?
ELENA: ¡Oh, ya estoy harta! (Va a sentarse en el arcón)
WHITERSPOON: Sinceramente, no pensaba que fuera tan urgente la cosa
ROONEY: La solicitud tiene ya todas las firmas necesarias ¡De manera que lo lleva hoy mismo! (Aparece Teddy)
TEDDY: ¿Se insubordinan, no? ¡Bueno, ya verán quién soy yo! ¡Cuándo se han portado así con el presidente de los Estados Unidos! ¡En qué país estamos!
ROONEY: Este es su hombre, señor
MORTIMER: Un momento señor presidente: ¡Tengo buenas noticias para usted! ¡Acaba de terminar su mandato presidencial!
TEDDY: ¿Hoy es cuatro de marzo?
MORTIMER: ¡Claro!
TEDDY: Ahora podré iniciar mi cacería por el África. (Mira a Whiterspoon)¿Quiere ocupar mi lugar en la Casa Blanca?
MORTIMER: ¿Quién Teddy?
TEDDY: (Señalando a Whiterspoon)¡Taf, el presidente electo!
MORTIMER: No, Teddy, el señor no es Taf, el presidente electo. Es el señor Whiterspoon, quien te servirá de guía en tu viaje por el África...
TEDDY: ¡Bravo. Bravo! ¡Voy a preparar mi equipo! (Se dirige hacia la escalera por donde aparecen Abby y Martha)¡Cuando llegue el safari, díganle que esperen! Adiós, tía Abby, tía Martha... me voy al África... ¡Al asalto!
MORTIMER: Buenos días, queridad...
ABBY y MARTHA: ¡Buenos días, Mortimer!
MARTHA: ¡Ah, tenemos visitas!
MORTIMER: El oficial Rooney...
ABBY: ¿Cómo está oficial...? Bueno, viéndolo, no parece tan cascarrabias como dicen sus agentes...
MORTIMER: Bueno, tías, el oficial ha venido porque ustedes saben que anoche Teddy volvió a tocar el clarín...
MARTHA: Sí, comprendemos... ¡Se lo vamos a quitar!
ROONEY: Hay un lío terrible, señorita...
MORTIMER: Todavía no les he presentado al señor Whiterspoon. Es el superintendente del “Feliz Retiro”...
ABBY: ¡Ah, mucho gusto, señor Whiterspoon!
MARTHA: ¿Viene a ver a Teddy?
ROONEY: ¡Viene a llevárselo!
MORTIMER: ¡Tías, la policía quiere que Teddy se vaya hoy mismo de aquí!
ABBY: ¡Oh, no!
MARTHA: ¡No, mientras vivamos nostras, no!
ROONEY: Lo lamento mucho, señoritas Brewster, no hay más remedio. La solicitud está firmada y tiene que irse con el superintendente...
ABBY: ¡Eso no podemos permitirlo! ¡Le aseguro que le quitaremos el clarín!
MARTHA: ¡No queremos separarnos de Teddy
ROONEY: Lo siento, señoras, pero la ley es la ley. ¡Se ha comprometido a ir, y tiene que ir!
ABBY: Bueno, ¡Si él se va, también iremos nostras con él!
MARTHA: ¡Sí, tendrá que llevarnos con él!
MORTIMER: Oiga, señor ¿y por qué no?
WHITERSPOON: Sin duda resulta muy simpático que le quieran acompañar, pero no puede ser. Comprenda que no podemos llevar gente sana al “Feliz Retiro”
MARTHA: Señor Whiterspoon, si nos permite vivir allí con Teddy, dejaremos una parte de nuestra herencia para el “Feliz Retiro”, cuando hagamos nuestro testamento...
WHITERSPOON: Sólo Dios sabe a falta que nos hace ese dinero a nosotros... pero, lamentablemente, no puede ser...
ROONEY: No prolonguemos más el asunto, señores... Estoy perdiendo la mañana aquí, con tantas cosas serias que tengo para resolver... No sé si lo saben, pero en el barrio todavía hay muchos crímenes y desapariciones sin resolver...
MARTHA: ¿Hay muchos?
ROONEY: No se trata de que Teddy toque el clarín y los vecinos se pongan nerviosos, pero si la cosa sigue así, enredándose, pueden empeorar y tendremos que molestarnos en cavar todo el sótano”
ABBY: ¿Nuestro sótano?
ROONEY: ¡Claro! Si su sobrino anda diciendo que hay trece cadáveres en el sótano.
ABBY: ¡Claro que hay trece cadáveres!
MARTHA: ¡Ah, si es por eso que quieren encerrar a Teddy, no tenemos más que bajar al sótano y comprobarlo!
ABBY: Pero les digo, eh, que hay un tal mister Spenalzo que no pertenece a la confianza de la casa. ¡Pero los otros, sí son nuestros!
MORTIMER: (Tratando de impedir que vayan para el lado del sótano) No creo que el oficial tenga ganas de ir al sótano ahora. Estaba diciéndome que vez pasada, por un cuento así, tuvieron que cavar toda una manzana... ¿no es así?
ABBY: ¡Ah, pero es que aquí no hace falta cavar! ¡Todas las sepulturas tienen su marca...! ¡Y los domingos les ponemos flores!
ROONEY: Flores... Superintendente ¿está seguro de que no tiene lugar para las señoritas en su “Feliz Retiro”?
WHITERSPOON: Yo, por mí...
ABBY: Vengan con nostras, señor oficial... y verá las tumbas...
ROONEY: ¡Me basta con su palabra , señorita! ¡soy un hombre muy ocupado y ahora no tengo tiempo! ¿Qué me contesta, señor Whiterspoon?
WHITERSPOON: ¡Y... tendrían que solicitarlo!
MORTIMER: ¿Acaso Teddy no lo solicitó? Ellas pueden hacer lo mismo. ¿No pueden firmar?
WHITERSPOON: ¡Naturalmente!
MARTHA: Si nos dejan ir con Teddy, firmamos los papeles. ¿Dónde están? (Whiterspoon abre su portafolios. Klein aparece por la puerta de la cocina)
KLEIN: Empieza a volver en sí, oficial...
ABBY: Buenos días, señor Klein...
MARTHA: Buenos días, señor Klein... También usted por aquí... ¡Cuántas visitas!
KLEIN: Sí, Broophy y yo estamos en la cocina con su sobrino...
MARTHA: ¡Qué atentos!
ROONEY: Bueno, firme superintendente, pues quiero terminar con esto... ¡Trece cadáveres! (Sale en dirección a la cocina!
WHITERSPOON: Bueno, si quiere firmar aquí, señorita (A Martha)
MORTIMER: Y ahora usted, tía Abby...
ABBY: ¡Me alegro mucho de irme de aquí! ¡Ha cambiado tanto el vecindario! ¡Y además, nunca pasa nada!
MARTHA: ¿Te das cuenta? ¡Tendremos un nuevo jardín!
WHITERSPOON: ¡Ah, me olvidaba una cosa!
MARTHA: ¿Qué?
WHITERSPOON: ¡Vamos a necesitar la firma de un médico!
MORTIMER: ¡Tiene razón! (en ese momento el doctor Einstein ha tratado de salir sin que lo vieran. Mortimer lo toma del cuello y lo trae) ¡Ah, doctor Einstein! ¿Quiere venir para firmar unos documentos?
EINSTEIN: Es que...
MORTIMER: ¡Venga, venga, doctor! ¿Usted es médico, pues anoche me iba a operar, verdad? ¡Firme aquí! ¡Enseguida!” (Einstein firma y entra Rooney de la cocina y va al teléfono)
ABBY: ¿De modo que se va, doctor?
EINSTEIN: Creo que tengo que irme...
MARTHA: ¿Pero se va sin esperar a Jonathan?
EINSTEIN: Es que no iremos al mismo lugar...
ROONEY: (En el teléfono)¿Hola? Sí, hemos pescado a ese individuo que buscaba la policía de Indiana... Necesito que me hagas la descripción del cómplice... sí el que está en la circular (Mirando a Einstein lo describe) Sí... cincuenta y cuatro años... más o menos un metro sesenta... sesenta y dos kilos... se hace pasar por médico... bueno, creo que con eso me arreglo... ¡Gracias! (Cuelga y va hacia Einstein)
WHITERSPOON: ¡Todo en regla, oficial, el doctor ha completado las firmas!
ROONEY: (A Einstein)¡Gracias doctor! Acaba de prestar un gran servicio a la policía... (Sale hacia la cocina)
EINSTEIN: Perdonen, pero tengo prisa. (Desaparece rápidamente saludando con la mano)
WHITERSPOON: Y ahora, señor Brewster, su firma como pariente más cercano... (Mortimer firma) Muy bien, gracias. Ahora está todo en regla...
MORTIMER: ¿está todo legal, ahora? ¿Todo en regla?
WHITERSPOON: Perfectamente legal...
MORTIMER: Bueno, tías, ahora ustedes, se hallan seguras...
WHITERSPOON: ¿Cuándo están listas para salir?
MARTHA: Ya le avisaremos...
ABBY: Señor Whiterspoon, ¿por qué no sube para decirle a Teddy todo lo que puede llevarse?
WHITERSPOON: ¿Qué suba?
MORTIMER: Venga conmigo, yo le indico...
ABBY: No, Mortimer, quédate, pueste tenemos que hablarte. Es arriba, a la izquierda, señor... (Sale Whiterspoon)
MARTHA: Bueno, Mortimer, ahora que nos mudamos, la casa será tuya solamente...
ABBY: ¡Sí, querido, queremos que ahora te quedes a vivir aquí!
MORTIMER: No, tía Abby. Esta casa está llena de recuerdos...
MARTHA: Es que te hará falta un hogar cuando te cases con Elena...
MORTIMER: Queridas tías... eso es un poco vago, todavía... (Elena que hasta ahora ha permanecido ajena a todo esto, reacciona)
ELENA: ¡No, querido, al contrario! ¡Nos casaremos en el acto!
MORTIMER: ¡Ah, Elena, me había olvidado que estabas aquí!
ABBY: Mortimer, hay algo que nos preocupa...
MORTIMER: Pero tías ¡Si les va a encantar el “Feliz Retiro”!
MARTHA: De eso estamos seguras, pero... es otro problema...
ABBY: Dime, Mortimer, sabes si tendrán que comprobar las firmas?
MORTIMER: Ah, no se preocupen por el doctor Einstein. No van a ir a buscarle para saber si su firma es falsa o no....
MARTHA: No es por la firma del doctor, querido... es por la tuya...
ABBY: ¿Tú has firmado como pariente más cercano, verdad?
MORTIMER: Naturalmente... no veo el problema...
MARTHA: Bueno, ahora verás, querido. Es algo que nunca quisimos decirte, pero ahora que vas a casarte, Elena también tiene que saberlo. No queremos engañar a nadie. Tú no eres un verdadero Brewster...
MORTIMER: ¿De veras que yo no soy un Brewster?
MARTHA: Vamos, no te lo tomes tan a pecho, querido... para nosotras siempre fuiste y serás nuestro sobrino, aunque seas postizo...
ABBY: ¡Elena, espero que esta noticia no cambie tus sentimientos hacia Mortimer!
ELENA: ¡Al contrario, me muero de alegría!
MORTIMER: ¿Te das cuenta, Elena? ¿Te das cuenta? ¡No soy un Brewster!
MARTHA: ¡Bueno, yo no entiendo esta alegría, pero, en fin, voy a preparar el desayuno!
ELENA: No, deje. Mortimer viene conmigo. Papá a salido y Mortimer me acompañará...
MORTIMER: Sí, ¡Debo tomar café, porque he pasado una noche de pesadilla!
ABBY: Entonces tendrás ganas de acostarte, ¿verdad?
MORTIMER: Sí... ¡pero más tarde! (Salen. Por la escalera aparecen Whiterspoon y Teddy, éste con equipo de cacería con mochila al hombro)
TEDDY: Espere un momento, Mister Whiterspoon (Entran Rooney con los agentes sujetando a Jonathan)
ROONEY: No, no hace falta el camión. ¡Tengo el auto en la puerta!
MARTHA: (Alegre)¿Te vas Jonathan?
ROONEY: Sí, se va para Indiana. Allí hay unas personas que la cuidarán por el resto de sus días...
ABBY: ¡Bueno, Jonathan, me alegra que tengas donde ir!
JONATHAN: ¡Adiós tías!
MARTHA: ¡Nosotras también nos vamos!
ABBY: Sí. Nos vamos al “Feliz Retiro”...
JONATHAN: La casa está viendo a los últimos Brewster, entonces...
MARTHA: No sabemos si Mortimer se quedará a vivir aquí...
JONATHAN: Tengo una idea para darles: ¿Por qué no donan esta casa a la Iglesia?
ABBY: ¡Nunca se nos había ocurrido!
JONATHAN: Después de todo, puede formar parte del cementerio, ¿verdad?
ROONEY: ¡Está bien! ¡Tengo mucho que hacer!
JONATHAN: Adiós, tías. Siento mucho no podré superar mi propio record ¡Pero por lo menos me queda la satisfacción de que ustedes tampoco pueden mejorar el suyo! ¡El tanteador sigue doce a doce! ¡Estamos iguales! (Salen)
MARTHA: (Yendo a cerrar la puerta)Jonathan siempre fue un mal chico. No soportó nunca que nadie le ganase en nada...
ABBY: ¿Cómo me gustaría demostrarle que somos mejores!” (Sus ojos reparan en Whiterspoon y con malicia llama a Martha)Martha... Martha... ¿Señor Whiterspoon, usted, vive con su familia en el “Feliz Retiro”?
WHITERSPOON: Yo no tengo familia...
ABBY: ¡¡¡Ah... ah....!!!
MARTHA: Me imagino que usted considerará como de la familia a todos los del “Feliz Retiro”, ¿verdad?
WHITERSPOON: Ustedes deben saberlo: yo como autoridad de la institución, debo mantenerme alejado de todos...
ABBY: ¡No me diga! En ese caso, se considerará muy solo ¿Verdad?
WHITERSPOON: Sí, muy solo... ¡pero el deber es el deber!
ABBY: Martha... Martha... (Martha va hacia el aparador y saca la botellita de vino y una copita)Bueno, si no quiere tomar el desayuno con nostras, por lo menos va a probar una copita de un riquísimo vino de frutas...
WHITERSPOON: ¿Vino de frutas?
MARTHA: Lo hacemos nostras mismas...
WHITERSPOON: Bueno, pero les advierto que en el “Feliz Retiro” nuestras relaciones tendrán que ser muy estrictas... pero aquí... bueno... ¡Aquí es otra cosa! Hoy en día se hace muy difícil encontrar vino de frutas... ¡Siempre creí que ya había tomado mi última copa!
ABBY: ¿La última copa? ¡No!
MARTHA: ¡Aquí la tiene....! (Whiterspoon se empina la copa mientras cae el telón)

FIN