2/9/14

MARIANA PINEDA, García Lorca


Mariana Pineda
Romance popular en tres estampas
A la gran actriz Margarita Xirgu
Personajes
Prólogo
y
en
en
MARIANA PINEDA
ISABEL LA CLAVELA
DOÑA ANGUSTIAS
AMPARO
LUCÍA
NIÑO
NIÑA
SOR CARMEN
NOVICIA PRIMERA
NOVICIA SEGUNDA
MONJA PRIMERA
FERNANDO
DON PEDRO SOTOMAYOR
PEDROSA
ALEGRITO
CONSPIRADOR PRIMERO
CONSPIRADOR SEGUNDO
CONSPIRADOR TERCERO
CONSPIRADOR CUARTO
MUJER DEL VELÓN
NINAS
MONJAS
Telón representando el desaparecido arco árabe de las Cucharas
perspectiva de la plaza Bibarrambla. La escena estará encuadrada
un margen amarillento, como una vieja estampa, iluminada
azul, verde, amarillo, rosa y celeste. Una de las casas que sevean estará pintada con escenas marinas y guirnaldas de frutas.
Luz de luna. A1 fondo, las Niñas cantarán, con acompañamiento,
el romance popular:
que
al
en ¡Oh! Qué día tan triste en Granada,
a las piedras hacía llorar
ver que Marianita se muere
cadalso por no declarar.
no
«Si
la Marianita, sentada en su cuarto,
paraba de considerar:
Pedrosa me viera bordando
bandera de la Libertad».
(De una ventana saldrá una Mujer con un velón
encendido. Cesa el Coro.)
MUJER. ¡Niña! ¿No me oyes?
NIÑA. (Desde lejos.) ¡Ya voy!
(Por debajo del arco aparece una Niña vestida
se
gún la moda del año yo, que canta.)
Como lirio cortaron el lirio,
como rosa cortaron la flor,
como lirio cortaron el lirio,
mas hermosa su alma quedó.
(Lentamente, entra en su casa. Al fondo,
el Coro continúa.)
que ¡Oh! Qué día tan triste en Granada,
a las piedras hacía llorar.
Telón lentoEstampa primera
Casa de Mariana. Paredes blancas. Sobre una mesa, un frutero
de
cristal lleno de membrillos. Todo el techo estará lleno de la
misma fruta, colgada. Encima de la cómoda, grandes ramos
de
rosas de seda. Tarde de otoño. Al levantarse el telón, apa-
rece doña Angustias, madre adoptiva de Mariana, sentada, le-
yendo. Viste de oscuro. Tiene un aire frío, pero es maternal al
mi
smo tiempo. Isabel la Clavela viste de maja. Tiene treinta y
siete años.
ESCENA
CLAVELA.
ANGUSTIAS.
PRIMERA
(Entrando.)
¿Y la niña?Borda y borda lentamente.
Yo la he visto por el ojo de la llave.
Parecía el hilo rojo, entre sus dedos,
una herida de cuchillo sobre el aire.
CLAVELA.
¡Tengo un miedo!
ANGUSTIAS.
¡No me digas!
CLAVELA. (Intrigada.)
¿Se sabrá?
Enamorada.
¿Sí?
ANGUSTIAS.
Desde luego, por Granada no se sabe.
CLAVELA.
¿Por qué borda esa bandera?
ANGUSTIAS.
Ella me dice
que la obligan sus amigos liberales.
(Con intención.)
se
Y
las
Don Pedro, sobre todos; y por ellos
expone... a lo que no quiero acordarme.
CLAVELA.
Si pensara como antigua, le diría...
embrujada.
ANGUSTIAS.(Rápida.)
CLAVELA. (Rápida.)
ANGUSTIAS. (Vaga.)
¡Quién sabe!
(Lírica.)
Se le ha puesto la sonrisa casi blanca,
como vieja flor abierta en un encaje.
Ella debe dejar esas intrigas.
¡Qué le importan las cosas de la calle!
si borda, que borde unos vestidos
para su niña, cuando sea grande.
Que si el Rey no es buen Rey, que no lo sea;
mujeres no deben preocuparse.
CLAVELA.Esta noche pasada no durmió.
ANGUSTIAS.
¡Si no vive! ¿Recuerdas?... Ayer tarde...
(Suena una campanilla alegremente.)
Son las hijas del Oidor. Guarda silencio.
(Sale Clavela, rápida. Angustias se dirige a la
pu
erta de la derecha y llama.)
Marianita, sal que vienen a buscarte.
ESCENA II
de
tos
por
se
Entran dando carcajadas las Hijas del Oidor de la Chancillería.
Vienen vestidas a la moda de la época, con mantillas y un clavel
rojo en cada sien. Lucía es rubia tostada, y Amparo, morenísima,
ojos pro fundos y movimientos rápidos.
ANGUSTIAS. (Dirigiéndose a besarlas, con los brazos abier-
.)
¡Las dos bellas del Campillo
esta casa!
AMPARO. (Besa a doña Angustias y dice a Clavela.)
¡Clavela!
¿Qué tal te esposo el clavel?
CLAVELA. (Marchándose, disgustada, como temiendo más bro-
mas.)
¡Marchito!
LUCÍA. (Llamando al orden.)
¡Amparo!
(Besa a Angustias.)
AMPARO. (Riéndose.)
¡Paciencia!
¡Pero clavel que no huele,
corta de la maceta!
LUCÍA. Doña Angustias ¿qué os parece?
ANGUSTIAS. (Sonriendo.)
¡Siempre tan graciosa!AMPARO.
Mientras
que mi hermana lee y relee
novelas y más novelas,
o borda en el cañamazo
rosas, pájaros y letras,
yo
de
y ojalá chiquilla!
¡Qué
siempre
el
tuviera
canto y bailo el jaleo
Jerez, con castañuelas;
vito, el ole, el bolero,
ganas de cantar, señora.
ANGUSTIAS. (Riendo.)(Amparo coge un membrillo y lo muerde.)
LUCÍA. (Enfadada.)
¡Estáte quieta!
AMPARO. (Habla con lo agrio de la fruta entre los dientes.)
¡Buen membrillo!
(Le da un calo frío por to fuerte del ácido, y guiña.)
ANGUSTIAS. (Con las manos en la cara.)
¡Yo no puedo
mirar!
LUCÍA. (Un poco sofocada.)
¿No te da vergüenza?
AMPARO.
Pero ¿no sale Mariana?
Voy a llamar a su puerta.
(Va corriendo y llama.)
¡Mariana, sal pronto, hijita!
LUCÍA.
¡Perdonad, señora!
ANGUSTIAS. (Suave.)¡Déjala!
ESCENA III
La
un
puerta se abre, y aparece Mariana, vestida de malva claro, con
peinado de bucles, peineta y una gran rosa roja detrás de la
oreja. No tiene más que una sortija de diamantes en su mano si-
niestra. Aparece preocupada, y da muestras, conforme avanza el
diálogo, de vivísima inquietud. Al entrar Mariana en escena, las
dos Muchachas corren a su encuentro.
AMPARO. (Besándola.)
¿Cómo has tardado?
MARIANA. (Cariñosa.)
¡Niñas!
LUCÍA. (Besándola.)
¡Marianita!
AMPARO.
¡A mí otro beso!
LUCÍA.
¡Y otro a mí!
MARIANA.¡Preciosas!
(A doña Angustias.)
¿Trajeron una carta?
ANGUSTIAS.
¡No!
(Queda pensativa.)
AMPARO. (Acariciándola.)
Tú, siempre
joven y guapa.
MARIANA. (Sonriendo con amargura.)
¡Ya pasé los treinta!
AMPARO.¡Pues parece que tienes quince!
MARIANA. (Siempre con un dejo de melancolía.)
¡Amparo!
¡Viudita y con dos niños!
(Se sientan en un amplio sofá, una a
cada lado. Doña Angustias recoge su
libro y arregla la cómoda.)
y
LUCÍA.
¿Cómo siguen?
MARIANA.
Han llegado ahora mismo del colegio,
estarán en el patio.
ANGUSTIAS.
Voy a ver.
No quiero que se mojen en la fuente.
¡Hasta luego, hijas mías!
LUCÍA. (Fina siempre.)
¡Hasta luego!(Se va doña Angustias.)
ESCENA IV
MARIANA.
¿Tu hermano Fernando, cómo sigue?
LUCÍA.
Dijo
que vendría
a buscarnos,
para
saludarte.
to
que
que
tenías en los ojos... ¿qué dijo?
(Ríe.)
Se
estaba
poniendo su
levita azul.
Todo
tienes le
parece bien.
Quiere
vistamos
como tú te
vistes.
Ayer...
AMPARO.
(Que tiene
siempre que
hablar, la
interrumpe.)
Ayer
mismo nos
dijo que tú
(Lucía
queda
seria.)LUCíA. (Enfadada.)
¿Me dejas
hablar?
(Quiere hacerlo.)
AMPARO. (Rápida.)
¡Clavela!
(Ríe.
(Le coge la cabeza por la barbilla y ) le
mira los ojos.)
La
el
¡Ya me acuerdo! Dijo que en tus ojos,
había un constante desfile de pájaros.
Un temblor divino, como de agua oscura,
sorprendida siempre bajo el arrayán,
o temblor de luna sobre una pecera,
donde un pez de plata finge rojo sueño.
LUCÍA. (Sacudiendo a Mariana.)
¡Mira! Lo segundo son inventos de ella.
AMPARO.
¡Lucía, eso dijo!
MARIANA.
¡Qué bien me causáis
con vuestra alegría de niñas pequeñas!
misma alegría que debe sentir
gran girasol al amanecer,
cuando sobre el tallo de la noche vea
abrirse el dorado girasol del cielo.
(Les coge las manos.)
LUCÍA.
¡Te encuentro muy triste!
AMPARO.
¿Qué tienes?
(Entra Clavela.)
MARIANA. (Levantándose rápidamente.)
¿Llegó? ¡Di!
CLAVELA. (Triste.)
¡Señora, no ha venido nadie!
(Cruza la escena y se va.)
LUCÍA.Si esperas visita, nos vamos.
AMPARO.
Lo dices,
y salimos.
MARIANA. (Nerviosa.)
¡Niñas, tendré que enfadarme!
AMPARO.
No me has preguntado por mi estancia en Ronda.
MARIANA.
Es verdad que fuiste; ¿y has vuelto contenta?
AMPARO.
Mucho. Todo el día baila que te baila.
(Queda seria de pronto al ver a Mariana, que
está inquieta, mira a las puertas y se distrae.)
LUCÍA. (Seria.)
Vámonos, Amparo.
MARIANA. (Inquieta por algo que ocurre fuera de la escena.)
¡Cuéntame! Si vieras
cómo necesito de tu fresca risa.
(Mariana sigue de pie.)
LUCÍA.
¿Quieres que to traiga una novela?
AMPARO.
Tráele
la plaza de toros de la ilustre Ronda.
(Ríen. Se levanta y se dirige a Mariana.)
¡Siéntate!
que
(Mariana se sienta y la besa.)
MARIANA. (Resignada.)
¿Estuviste en los toros?
LUCÍA.
¡Estuvo!
AMPARO.
En la corrida más grande
se vio en Ronda la vieja.
Cinco toros de azabache,con divisa verde y negra.
Yo pensaba siempre en ti;
yo pensaba: si estuviera
conmigo mi triste amiga,
¡mi Marianita Pineda!
Las niñas venían gritando
sobre pintadas calesas
con abanicos redondos
bordados de lentejuelas.
Y los jóvenes de Ronda
sobre jacas pintureras,
los anchos sombreros grises
calados hasta las cejas.
La plaza con el gentío
(calañés y altas peinetas)
giraba como un zodíaco
de risas blancas y negras.
Y cuando el gran Cayetano
cruzó la pajiza arena
con traje color manzana,
bordado de plata y seda,
destacándose gallardo
entre la gente de brega
frente a los tóros zaínos
que España cría en su tierra,
parecía que la tarde
se ponía más morena.
¡Si hubieras visto con qué
gracia movía las piernas!
¡Qué gran equilibrio el-suyo
con la capa y la muleta!
¡Mejor, ni Pedro Romero
toreando las estrellas!
Cinco toros mató; cinco,
con divisa verde y negra.
En la punta de su espada
cinco flores dejó abiertas,
y a cada instante rozaba
los hocicos de las fieras,
como una gran mariposade oro con alas bermejas.
La plaza, al par que la tarde,
vibraba fuerte, violenta,
y entre el olor de la sangre
Yo pensaba siempre en ti;
yo
¡mi
hay
iba el olor de la sierra.
pensaba: si estuviera
conmigo mi triste amiga,
Marianita Pineda!...
no se hizo para la pena.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
MARIANA. (Emocionada levantánáose.)
LUCÍA. (En la ventana.)
Hay nubes por Parapanda. ¡Yo te querré siempre a ti
tanto como tú me quieras!
LUCÍA. (Se levanta.)
Nos retiramos; si sigues
escuchando a esta torera
corrida para rato.
AMPARO.
Y dime: ¿estás más contenta?
Porque este cuello, ¡oh, qué cuello!,
(La besa el cuello.)
Lloverá, aunque Dios no quiera.
AMPARO.
¡Este invierno va a ser de agua!
¡No podré lucir!
LUCÍA.
¡Coqueta!
AMPARO.
¡Adiós, Mariana!
MARIANA.
¡Adiós, niñas!
(Se besan.)
AMPARO.
¡Que te pongas más contenta!MARIANA.
Tardecillo es. ¿Queréis
que os acompañe Clavela?
AMPARO.
¡Gracias! Pronto volveremos.
LUCÍA.
¡No bajes, no!
MARIANA.
¡Hasta la vuelta!
(Salen.)
ESCENA V
de
qui
luz
Mariana atraviesa rápidamente la escena y mira la hora en uno
esos grandes relojes dorados, donde sueña toda la poesía ex
sita de la hora y el siglo. Se asoma a los cristales y ve la última
de la tarde.
MARIANA.
que
Ya
y
por
Se
o
¡Y
Si toda la tarde fuera
como un gran pájaro, ¡cuántas
duras flechas lanzaría
para cerrarle las alas!
Hora redonda y oscura
me pesa en las pestañas.
Dolor de viejo lucero
detenido en mi garganta.
debieran las estrellas
asomarse a mi ventana
abrirse lentos los pasos
la calle solitaria.
¡Con qué trabajo tan grande
deja la luz a Granada!
enreda entre los cipreses
se esconde bajo el agua.
esta noche que no llega!(Con angustia.)
¡Noche temida y soñada;
que me hieres ya de lejos
con larguísimas espadas!
ESCENA VI
FERNANDO. (En la puerta.)
Buenas tardes.
MARIANA. (Asustada.)
MARIANA.
¿Que?
(Reponiéndose.)
¡Fernando!
FERNANDO.
¿Te asusto?
MARIANA.
No te esperaba,
(Sonriendo.)
y tu voz me sorprendió.
FERNANDO.
¿Se han ido ya mis hermanas?
ép
oc
Ahora mismo. Se olvidaron
de que vendrías a buscarlas.
(Fernando viste elegantemente la moda de la
a. Mira y habla apasionadamente. Tiene
dieciocho años.)
FERNANDO.
¿Interrumpo?
MARIANA.
Siéntate.
(Se sientan.)FERNANDO. (Lírico.)
¡Cómo me gusta tu casa!...
Con este olor a membrillos.
(Aspira.)
¡Y qué preciosa fachada
tiene, llena de pinturas,
de barcos y de guirnaldas!...
MARIANA. (Interrumpiéndole.)
¿Hay mucha gente en la calle?
FERNANDO. (Sonríe.)
¿Por qué preguntas?
MARIANA. (Turbada.)Por nada.
FERNANDO.
Al pasar por Bibarrambla
he visto dos o tres grupos
de gente envuelta en sus capas,
que aguantando el airecillo.
a pie firme comentaban
el suceso.
FERNANDO.
Pues hay mucha gente.
MARIANA. (Impaciente.)
a
¿Dices?...
FERNANDO. ¡Yo no lo sé!
MARIANA.
C LAVE LA. (Ansiosamente.)
Hacia
¡Están la llamando!
ESCENA
vega corre.
VII
(Aparte.)
¿Qué
suceso?
¡Ni
siquiera
pensarlo!
FERNANDO.
CLAVELA.
(Entrando.)
(Pausa.)
FERNANDO. Sentiría
MARIANA.
Una en
carta,
el alma
señora.
ser molesto...
de qué
se trata?
Marianita, ¿qué ¿Sospechas
tienes? Ya
ha cerrado
MARIANA. (Angustiada
el postigo Clavela.
exquisitamente.)
¿Cosas de masonería?...
Esperando
FERNANDO.
los segundos se alargan de manera
Un capitán que
se llama...;
irresistible.
¿Quién
será?
FERNANDO. (Inquieto.)
¿Bajo yo?
MARIANA.
ac-
FERNANDO. (Al
no recuerdo...;
ver a Mariana
¿Qué
liberal,
descompuesta.)
te pasa?
prisionero de importancia,
¡Mariana!
MARIANA.
se ha fugado de ¿Por
la cárcel
qué tiemblas de ese modo?
a Dios
por él. en ¿Se
de
MARIANA.
la Audiencia.
(A Ruego
Clavela,
gritando
voz sabe
baja.)
si le buscan?
¡Abre pronto, por Dios; anda!
la
FERNANDO.
Ya marchaban,
antes de venir yo aquí,
un grupo de tropas hacia
el Genil y sus puentes
para ver si to encontraban,
y es fácil que to detengan
camino de la Alpujarra.
¡Qué triste es esto!
MARIANA. (Angustiada.)
¡Dios mío!
FERNANDO.
de
El preso, como un fantasma,
se escapó; pero Pedrosa
ya buscará su garganta.
Pedrosa conoce el sitio
donde la vena es más ancha.
Me han dicho que le conoces.
(La luz se va retirando de la
escena.)
MARIANA.
Desde que llegó a Granada.
FERNANDO. (Sonriendo.)
(Mariana
está como
en vilo.)
(Viendo a
Mariana.)
(Llaman
fuertemente
puerta.)
(Coloca las
luces.)
(Sale
Clavela
corriendo.
Mariana
queda en
titud
expectante
junto a la
puerta, y
Fernando,
pie.)
Un caballo
se aleja por
la calle. ¿Tú
lo sientes?
MARIANA.
(Turbada y
reprimiendo
una hondaangustia.)
(Mariana coge la carta ávidamente.)
(Rasga la carta y lee.)
cu
y
su
(Clavela se to acerca corriendo. Fernando
elga lentamente la capa sobre sus hombros.)
FERNANDO. (Aparte.)
Yo quisiera verte contenta. Diré
¡Qué será!
a mis hermanillas que vengan un rato,
FERNANDO. (A Clavela ansiosamente.)
ojalá pudiese prestarte mi ayuda.
CLAVELA.
Estoy confuso. ¡Es esto tan extraño!
Adiós, que descanses.
CLAVELA.
Tú sabes
(A Mariana.)
lo
Me que
la entregó
tiene. ¿Qué
un jinete.
le ocurre?
Iba (Sollozando.)
embozado
MARIANA.
(Le estrecha la mano.)
hasta los ojos.
¡Dios Tuve
nos guarde,
mucho Adiós.
señora
miedo. de mi vida!
CLAVELA.
FERNANDO.
Soltó las
(Azorado
bridas
y e se inquieto.)
fue volando
FERNANDO.
(A
Por
Clavela.)
las clavellinas
de su dulce sangre,
MARIANA. (En el momento de salir Fernando da rienda suelta a
hacia
to
oscuro
Ya
Con
le
tu
he
de
permiso...
dicho
la
plazoleta.
que
no lo sé.
enturbia Buenas
la noche noches.
para los soldados.
sentimiento.)
FERNANDO. (Queriendo
MARIANA.
(Discreto.) reponerse.)
¡Pedro de mi vida! ¿Pero quién irá?
FERNANDO.
¿Ya te vas?
Me callo.
CLAVELA.
Ya cercan mi casa los días amargos.
Peró...
Desde aquí to Salga,
sentimos.
que yo le
Y este corazón, ¿adónde me lleva,
CLAVELLA. (Continuando
FERNANDO.
la frase.)
acompaño.
que hasta de mis hijos me estoyolvidando?
MARIANA. ¡Pobre doña Mariana Me
mía!
marcho;
¡Tiene que ser pronto y no tengo a nadie!
MARIANA. (Agitada.)
voy al café de la
¿Le
Estrella.
has hablado?
(Se van.)
¡Yo misma me asombro de quererlo tanto!
MARIANA. (Tierna
¡Acércame,
y suplicante.)
Clavela, el candelabro!
¿Y si le dijese... y él lo comprendiera?
CLAVELA.
Perdona
¡Señor, por la llaga de vuestro costado!
Ni
estas
yo inquietudes...
le dije nada, ni él a mí.
FERNANDO.
Lo mejor
(Digno.)
es callar en estos casos.
(En un arranque, viendo el reloj.)
¿Necesitas algo?
MARIANA. (Conteniéndose.)
(Fernando cepilla el sombrero con su
¡Es preciso! ¡Tengo que atreverme a todo!
manga,
Gracias... Son asuntos familiares
y tiene el hondos,
semblante inquieto.)
y tengo yo misma que solucionarlos.
MARIANA. (Con la carta.)
FERNANDO. ¡No la quisiera abrir! ¡Ay, quién pudiera
en esta realidad estar soñando!
¡Señor, no me quitéis lo que más quiero!(Sale corriendo hacia la puerta.)
¡Ay, doña Mariana, qué malita está!
en
¡Fernando!
CLAVELA. (Que entra.)
¡En la calle, señora!
MARIANA. (Asomándose rapidísima a la ventana.)
MARIANA. (Reponiéndose.)
¡Fernando! (Sale.)
que
CLAVELA.
(Con
las
manos
cruzadas.)
ESCENA
apasionado.)
VIII Abre,
me FERNANDO. (Entrando,
estoy
bordando.
MARIANA. y no me recuerdes lo que
¿Qué
quieres?
CLAVELA.
(Saliendo.)
MARIANA. (Firme.)
Hablar
contigo.
(A
a
Clavela.)
Puedes irte.
CLAVELA. (Marchándose, resignada.)
¡Hasta mañana!
Desde que usted puso sus preciosas manos
esa bandera de los liberales,
aquellos colores de flor de granado
desaparecieron de su cara.
Dios dirá; los tiempos cambian con el tiempo.
Dios dirá. ¡Paciencia!
Tengo, sin embargo,
estar muy serena, muy serena; aunque
siento vestida de temblor y llanto.
Aparece en la puerta Fernando, con el alto sombrero de
cintas
entre sus manos enguantadas. Le precede Clavela.
(Se va turbada, mirando con ternura y tristeza
su señora. Pausa.)
FERNANDO.
Dime, pronto.
MARIANA.
¿Eres mi amigo?
FERNANDO.
¿Por qué preguntas, Mariana?
de
pa
(Mariana se sienta en una silla, de perfil al
público, y Fernando junto a ella, un poco
frente, componiendo una clásica estam-
de la época.)
¡Ya sabes que siempre fui!
MARIANA.
¿De corazón?
FERNANDO.
¡Soy sincero!
MARIANA.¡Ojalá que fuese así!
FERNANDO.
Hablas con un caballero.
(Poniéndose la mano sobre la blanca pe-
chera.)
MARIANA. (Segura.)
¡Lo sé!
FERNANDO.
¿Qué quieres de mí?
MARIANA.
Quizá quiera demasiado,
y por eso no me atrevo.
FERNANDO.
No quieras ver disgustado
este corazón tan nuevo.
Te sirvo con alegría.
MARIANA. (Temblorosa.)
Fernando, ¿y si fuera?...
FERNANDO. (Ansiosamente.)
¿Que?
MARIANA.
Algo peligroso.
FERNANDO. (Decidido.)
Iría.
Con toda mi buena fe.
Y esto, a mi modo de ver...
MARIANA.
¡No debo pedirte nada!
Como dicen por Granada,
¡soy una loca mujer!
FERNANDO. (Tierno.)
Marianita.MARIANA.
¡Yo no puedo!
FERNANDO.
¿Por qué me llamaste? ¿Di?
MARIANA. (En un arranque.)
Porque tengo mucho miedo
de morirme sola aquí.
FERNANDO.
¿De morirte?
MARIANA.
Necesito,
para seguir respirando,
que tú me ayudes, mocito.
FERNANDO.
Mis ojos te están mirando,
y no te debes dudar.
MARIANA.
Pero mi vida está fuera,
por el aire, por la mar,
por donde yo no quisiera.
FERNANDO.
¡Dichosa la sangre mía,
si puede calmar tu pena!
MARIANA. (Se lleva decidida las manos al pecho para sacar la
carta. Fernando tiene una actitud expectante y conmovida.)
¡Confío en tu corazón!
(Saca la carta. Duda.)
¡Qué silencio el de Granada!
Hay puesta en mí una mirada
fija, detrás del balcón.
FERNANDO. (Extrañado.)
¿Qué estás hablando?MARIANA.
Me mira
(Levantándose.)
la garganta, que es hermosa,
y toda mi piel se estira.
¿Podrás conmigo, Pedrosa?
(Decidida.)
Toma esta carta, Fernando.
Lee despacio y entendiendo.
¡Sálvame! Que estoy dudando
si podré seguir viviendo.
(Fernando coge la carta y la desdobla. En
este momento, el reloj da las ocho lentamen-
te. Las luces topacio y amatista de las velas
hacen temblar líricamente la habitación. Ma-
riana pasea la escena y mira angustiada al Jo-
ven. Éste lee el comienzo de la carta y tiene
un exquisito, pero contenido gesto de desa-
liento.)
FERNANDO. (Leyendo la carta, con sorpresa, y mirando, asom-
brado y triste, a Mariana.) «Adorada Marianita.»
MARIANA.
No interrumpas la lectura.
Un corazón necesita
lo que pide en la escritura.
FERNANDO. (Leyendo, desalentado, aunque sin afectación.)
«Adorada Marianita: Gracias al traje de capuchino que tan
diestramente hiciste llegar a mi poder, me he fugado de la
torre de Santa Catalina, confundido con otros religiosos
que salían de asistir a un reo de muerte. Esta noche, disfra-
zado de contrabandista, tengo absoluta necesidad de salir
para Cadiar, donde espero tener noticias de los amigos. Ne-cesito antes de las nueve el pasaporte que tienes en tu poder
y una persona de tu absoluta confianza que espere, con un
caballo, más arriba de la presa del Genil, para, río arriba,
internarme en la sierra. Pedrosa estrechará el cerco como él
sabe, y si esta misma noche no parto, estoy irremisiblemen-
te perdido. Adiós, Mariana. Un abrazo y el alma de tu
amante. - Pedro de Sotomayor. »
FERNANDO. (Enamoradísimo.)
¡Mariana!
MARIANA. (Rápida, llevándose una mano a los ojos.)
¡Me lo imagino!
Pero silencio, Fernando.
FERNANDO.
¡Como has cortado el camino
de lo que estabas soñando!
(Mariana protesta mímicamente.)
No es tuya la culpa, no;
ahora tengo que ayudar
a un hombre que empiezo a odiar,
¡¡y el que te quiere soy yo! !
El que de niño te amara,
lleno de amarga pasión,
mucho antes de que robara
don Pedro tu corazón.
¡Pero quién te deja en esta
triste angustia del momento!
Y torcer mi sentimiento,
¡qué gran trabajo me cuesta!
MARIANA. (Orgullosa.)
¡Pues iré sola!
(Humilde.)
¡Dios mío,
tiene que ser al instante!FERNANDO.
Yo iré en busca de tu amante,
por la ribera del río.
MARIANA. (Orgullosa y corrigiendo la ironía y tristeza de Fer-
nando al decir «amante».)
Decirte cómo le quiero
no me produce rubor.
Me escuece dentro su amor
y relumbra todo entero.
Él ama la Libertad,
y yo la quiero más que él.
Lo que dice es mi verdad
agria, que me sabe a miel.
Y no me importa que el día
con la noche se enturbiara,
que con la luz que emanara
su espíritu viviría.
Por este amor verdadero,
que muerde mi alma sencilla,
me estoy poniendo amarilla
como la flor del romero.
FERNANDO. (Fuerte.)
Mariana, dejo que vuelen
tus quejas. Mas, ¿no has oído
que el corazón tengo herido
y las heridas me duelen?
MARIANA. (Popular.)
Pues si mi pecho tuviera
vidrieritas de cristal,
te asomaras y lo vieras
gotas de sangre llorar.
FERNANDO.
¡Basta! ¡Dame el documento!
(Mariana va a una cómoda rápidamente.)
¿Y el caballo?
MARIANA. (Sacando los papeles.)En el jardín.
Si vas a marchar, al fin,
no hay que perder un momento.
FERNANDO. (Pálido y nervioso.)
Ahora mismo.
(Mariana le da los papeles.)
¿Y aquí va...?
MARIANA. (Desazonada.)
Todo.
FERNANDO. (Guardándose el documento en la levita.)
¡Bien!
MARIANA.
¡Perdón, amigo!
Que el Señor vaya contigo.
FERNANDO. (Natural, digno y suave, poniéndose lentamente
la capa.)
Yo espero que así será.
Está la noche cerrada.
No hay luna, y aunque la hubiera,
los chopos de la ribera
dan una sombra apretada.
Adiós. Y seca ese llanto.
Pero quédate sabiendo
que nadie te querrá tanto
como yo te estoy queriendo.
Que voy con esta misión,
para no verte sufrir,
torciendo el hondo sentir
de mi propio corazón.
MARIANA.
Evita guarda o soldado...
FERNANDO. (Mirándola con ternura.)
Por aquel sitio no hay gente.
Puedo marchar descuidado.
(Amargamente irónico.)
¿Qué quieres más?
MARIANA. (Turbada y balbuciente.)Sé prudente.
FERNANDO. (En la puerta, poniéndose el sombrero.)
Ya tengo el alma cautiva;
desecha todo temor.
Prisionero soy de amor,
y lo seré mientras viva.
MARIANA.
Adiós.
(Coge el candelabro.)
FERNANDO.
No salgas, Mariana.
El tiempo corre, y yo quiero
pasar el puente primero
que don Pedro. Hasta mañana.
(Salen.)
ESCENA IX
La escena queda solitaria medio segundo. Apenas ha salido Ma-
riana con Fernando por una puerta, cuando aparece doña An-
gustias por la de enfrente con un candelabro. El fino y otoñal
perfume de los membrillos invade el ambiente.
ANGUSTIAS.
Niña, ¿dónde estás? Niña.
Pero, Señor, ¿qué es esto?
¿Dónde estabas?
MARIANA. (Entrando con un candelabro.)
Salía
con Fernando.
ANGUSTIAS.
¡Qué juego
inventaron los niños!
Regáñales.
MARIANA. (Dejando el candelabro.)¿Qué hicieron?
ANGUSTIAS.
Mariana, la bandera
que bordas en secreto...
MARIANA. (Interrumpiendo, dramáticamente.)
¿Qué dices?
ANGUSTIAS.
Han hallado
en el armario viejo
y se han tendido en ella
fingiéndose los muertos.
Tilín, talán; abuela,
dile al curita nuestro
que traiga banderolas
y flores de romero;
que traigan encarnadas
clavellinas del huerto.
Ya vienen los obispos,
decían uri memento,
y cerraban los ojos,
poniéndose muy serios.
Serán cosas de niños;
está bien. Mas yo vengo
muy mal impresionada,
y me da mucho miedo
la dichosa bandera.
MARIANA. (Aterrada.)
¿Pero cómo la vieron?
¡Estaba bien oculta!
ANGUSTIAS.
Mariana, ¡triste tiempo
para esta antigua casa,
que derrumbarse veo,
sin un hombre, sin nadie,
en medio del silencio!Y luego, tú...
MARIANA. (Desorientada y con aire trágico.)
¡Por Dios!
ANGUSTIAS.
Mariana, ¿tú qué has hecho?
Cercar estas paredes
de guardianes secretos.
MARIANA.
Tengo el corazón loco
y no sé lo que quiero.
ANGUSTIAS.
¡Olvídalo, Mariana!
MARIANA. (Con pasión.)
¡Olvidarlo no puedo!
(Se oyen risas de niños.)
ANGUSTIAS. (Haciendo señas para que Mariana calle.)
Los niños.
MARIANA.
Vamos pronto.
¿Cómo alcanzaron eso?
ANGUSTIAS.
Así pasan las cosas.
¡Mariana, piensa en ellos!
(Coge un candelabro.)
MARIANA.
Sí, sí; tienes razón.
Tienes razón. ¡No pienso!
(Salen.)
Telón
Estampa segunda
Sala principal en la casa de Mariana. Entonación en grises, blancosy marfiles, como una antigua litografía. Estrado, blanco. A1 fondo,
una puerta con una corona gris, y puertas laterales. Hay una consola
con urna y grandes ramos de flores de seda morada y verde.
En el centro de la habitación, un fortepiano y candelabros de cristal.
Es de noche.
ESCENA PRIMERA
En escena la Clavela y los Niños de Mariana. Visten la deliciosa
moda infantil de la época. La Clavela está sentada, y a los
lados, en taburetes, los Niños. La estancia es limpia y modesta,
aunque conservando ciertos muebles de lujo heredados por Mariana.
CLAVELA.
No cuento más. (Se levanta.)
NIÑO. (Tirándole del vestido.)
Cuéntanos otra cosa.
CLAVELA.
¡Me romperás el vestido!
NIÑA. (Tirando.)
Es muy malo.
CLAVELA. (Echándoselo en cara.)
Tú madre lo compró.
NIÑO. (Riendo y tirando el vestido para que se siente.)
¡Clavela!
CLAVELA. (Sentándose a la fuerza y riendo también.)
¡Niños!
NIÑA.
El cuento aquel del príncipe gitano.
CLAVELA.
Los gitanos no fueron nunca príncipes.
NIÑA.
¿Y por qué?
NIÑO.
No los quiero a mi lado.
Sus madres son las brujas.
NIÑA. (Enérgica.)
¡Embustero!CLAVELA. (Reprendiéndola.)
¡Pero niña!
NIÑA.
Si ayer vi yo rezando
al Cristo de la Puerta Real dos de ellos.
Tenían unas tijeras así..., y cuatro
borriquitos peludos que miraban...
con unos ojos..., y movían los rabos
dale que le das. ¡Quién tuviera alguno!
NIÑO. (Doctoral)
Seguramente los habrían robado.
CLAVELA.
Ni tanto ni tan poco. ¡Qué se sabe!
(Los Niños se hacen burla sacando la lengua.)
¡Chitón!
NIÑO.
¿Y el romancillo del bordado?
NIÑA.
¡Ay, duque de Lucena! ¿Cómo dice?
NIÑO.
Olivarito, olivo..., está bordando.
(Como recordando.)
CLAVELA.
Os lo diré; pero cuando se acabe,
en seguida a dormir.
NIÑO.
Bueno.
NIÑA.
¡Enterados!
CLAVELA. (Se persigna lentamente, y los Niños la imitan, mirándola.)
Bendita sea por siempre
la Santísima Trinidad,
y guarde al hombre en la sierra
y al marinero en el mar.
A la verde, verde orilla
del olivarito está...
NIÑA. (Tapando con una mano la boca a Clavela y continuando ella.)
Una niña bordando.
¡Madre! ¿Qué bordará?CLAVELA. (Encantada de que la Niña lo sepa.)
Las agujas de plata,
bastidor de cristal,
bordaba una bandera,
cantar que te cantar.
Por el olivo, olivo,
¡madre, quién lo dirá!
NIÑO. (Continuando.)
Venía un andaluz,
mocito y galán.
NIÑA.
NIÑO.
(Aparece por la puerta del fondo Mariana, ves
tida de amarillo claro: un amarillo de libro vie
jo, y oye eI romance, glosando con gestos lo
que en ella evoca la idea de bandera y muerte.)
CLAVELA.
Niña, la bordadora,
mi vida, ¡no bordad!,
que el duque de Lucena
duerme y dormirá.
La niña le responde:
«No dices la verdad:
el duque de Lucena
me ha mandado bordar
esta roja bandera
porque a la guerra va ».
NIÑO.
Por las calles de Córdoba
lo llevan a enterrar
muy vestido de fraile
en caja de coral.
NIÑA. (Como soñando.)
La albahaca y los claveles
sobre la caja van,
y un verderol antiguo
cantando el pío pa.CLAVELA.
¡Ay, duque de Lucena,
ya no te veré más!
La bandera que bordo
de nada servirá.
En el olivarito
me quedaré a mirar
cómo el aire menea
las hojas al pasar.
NIÑO.
Adiós, niña bonita,
espigada y juncal,
me voy para Sevilla,
donde soy capitán.
CLAVELA.
Y a la verde, verde orilla
del olivarito está
una niña morena
llorar que te llorar.
(Los Niños hacen un gesto de satisfacción.
Han seguido el romance con alto interés.)
ESCENA II
Dichos y Mariana.
MARIANA. (Avanzando.)
Es hora de acostarse.
CLAVELA. (Levantándose y a los Niños.)
¿Habéis oído?
NIÑA. (Besando a Mariana.)
Mamá, acuéstanos tú.
MARIANA.
Hija, no puedo;
yo tengo que coserte una capita.NIÑO.
¿Y para mí?
CLAVELA. (Riendo.)
¡Pues claro está!
MARIANA.
Un sombrero
con una cinta verde y dos de plata.
(Lo besa.)
CLAVELA.
¡A la Costa mis niños!
NIÑO. (Volviendo.)
Yo lo quiero
como los hombres: alto y grande, ¿sabes?
MARIANA.
¡Lo tendrás, primor mío!
NIÑA.
Y entra luego;
me gustará sentirte, que esta noche
no se ve nada y hace mucho viento.
MARIANA. (Bajo a Clavela.)
Cuando acabes te bajas a la puerta.
CLAVELA.
Pronto será; los niños tienen sueño.
MARIANA. ¡Que recéis sin reírse!
CLAVELA.
¡Sí, señora!
MARIANA. (En la puerta.)
Una salve a la Virgen, y dos credos
al Santo Cristo del Mayor Dolor,
para que nos protejan.NIÑA.
Rezaremos
la oración de San Juan y la que ruega
por caminantes y por marineros.
(Entran. Pausa.)
ESCENA III
MARIANA. (En la puerta.)
Dormir tranquilamente, niños míos,
mientras que yo, perdida y loca, siento
quemarse con su propia lumbre viva
esta rosa de sangre de mi pecho.
Soñar en la verbena y el jardín
de Cartagena, luminoso y fresco,
y en la pájara pinta que se mece
en las ramas del agrio limonero.
Que yo también estoy dormida, niños,
y voy volando por mi propio sueño,
como van, sin saber adónde van,
los tenues vilanicos por el viento.
ESCENA IV
Aparece doña Angustias en la puerta y en un aparte.
ANGUSTIAS.
Vieja y honrada casa, ¡qué locura!
(A Mariana.)
Tienes una visita.
MARIANA. (Inquieta.)
¿Quién?
ANGUSTIAS.
¡Don Pedro!(Mariana sale corriendo hacia la puerta.)
¡Serénate, hija mía! ¡No es to esposo!
MARIANA. (Asintiendo rotundamente.)
Siempre tienes razón. ¡Pero no puedo!
ESCENA V
Mariana Ilega corriendo a la puerta en el momento en que don
Pedro entra por ella. Don Pedro tiene treinta y seis años.
Es un hombre simpático, sereno y fuerte. Viste correctamente, y habla
de una manera dulce. Mariana le tiende los brazos y le estrecha las manos.
Doña Angustias adopta una triste y reservada actitud.
Pausa.
PEDRO. (Efusivo.)
Gracias, Mariana, gracias.
MARIANA. (Casi sin poder hablar.)
Cumplí con mi deber.
(Durante esta escena dará Mariana muestras
de una vehementísima y profunda pasión.)
PEDRO. (Dirigiéndose a doña Angustias.)
Muchas gracias, señora.
ANGUSTIAS. (Triste.)
¿Y por qué? Buenas noches.
(A Mariana.)
Yo me voy con los niños.
(Aparte.)
¡Ay, pobre Marianita!
(Sale. Al salir Angustias, Pedro efusivo, enlaza
a Mariana por el talle.)
PEDRO. (Apasionado.)¡Quién pudiera pagarte lo que has hecho por mí!
Toda mi sangre es nueva, porque tú me la has dado
exponiendo tu débil corazón al peligro.
¡Ay, qué miedo tan grande tuve por él, Mariana!
MARIANA. (Cerca y abandonada.)
¿De qué sirve mi sangre, Pedro, si tú murieras?
Un pájaro sin aire ¿puede volar? ¡Entonces!...
(Bajo.)
Yo no podré decirte cómo to quiero nunca;
a to lado me olvido de todas las palabras.
PEDRO. (Con voz suave.)
¡Cuánto peligro corres sin el menor desmayo!
¡Qué sola estás, cercada de maliciosa gente!
¡Quién pudiera librarte de aquellos que te acechan
con mi propio dolor y mi vida, Mariana!
MARIANA. (Echando la cabeza en el hombro y como soñando.)
¡Así! Deja to aliento sobre mi frente. Limpia
esta angustia que tengo y este sabor amargo;
esta angustia de andar sin saber dónde voy,
y este sabor de amor que me quema la boca.
(Pausa. Se separa rápidamente del caballero y
le coge los codos.)
¡Pedro! ¿No to persiguen? ¿Te vieron entrar?
PEDRO.
¡Nadie!
(Se sienta.)
Vives en una calle silenciosa, y la noche
se presenta endiablada.
MARIANA.
Yo tengo mucho miedo.
PEDRO. (Cogiéndole una mano.)
¡Ven aquí!
MARIANA. (Se sienta.)
Mucho miedo de que esto se adivine,de que pueda matarte la canalla realista.
PEDRO. (Con pasión.)
Marianita, ¡no temas! ¡Mujer mía! ¡Vida mía!
En el mayo sigilo conspiramos. ¡No temas!
La bandera que bordas temblará por las calles
entre los corazones y los gritos del pueblo.
Por ti la Libertad suspirada por todos
pisará tierra dura con anchos pies de plata.
Pero si así no fuese; si Pedrosa...
MARIANA. (Aterrada.)
¡No sigas!
PEDRO.
... sorprende nuestro grupo y hemos de morir...
MARIANA.
¡Calla!
PEDRO.
Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa
luz armoniosa y fija que se siente por dentro?
¿Cómo podría quererte no siendo fibre, dime?
¿Cómo darte este firme corazón si no es mío?
No temas; ya he burlado a Pedrosa en el campo,
y así pienso seguir hasta vencer contigo,
que me ofreces tu amor y to casa y tus dedos.
(Se los besa.)
MARIANA.
¡Y algo que yo no sé decir, pero que existe!
¡Qué bien estoy contigo! Pero aunque alegre, noto
un gran desasosiego que me turba y enoja;
me parece que hay hombres detrás de las cortinas,
que mis palabras suenan claramente en la calle.
PEDRO. (Amargo.)
¡Eso sí! ¡Qué mortal inquietud, qué amargura!
¡Qué constante pregunta al minuto lejano!
¡Qué otoño interminable sufrí por esa sierra!
¡Tú no lo sabes!MARIANA.
Dime: ¿corriste gran peligro?
PEDRO.
Estuve casi en manos de la justicia; pero
me salvó el pasaporte y el caballo que enviaste
con un extraño joven, que no me dijo nada.
MARIANA. (Inquieta y sin querer recordar.)
Y dime.
(Pausa.)
PEDRO.
¿Por qué tiemblas?
MARIANA. (Nerviosa.)
Sigue. ¿Después?
PEDRO.
Después
vagué por la Alpujarra.
Supe que en Gibraltar
había fiebre amarilla;
la entrada era imposible,
y esperé bien oculto
la ocasión. ¡Ya ha llegado!
Venceré con tu ayuda, ¡Mariana de mi vida!
¡Libertad, aunque con sangre llame a todas las puertas!
MARIANA. (Radiante.)
¡Mi victoria consiste en tenerte a mi vera!
En mirarte los ojos mientras tú no me miras.
Cuando estás a mi lado olvido lo que siento
y quiero a todo el mundo,
hasta al rey y a Pedrosa.
Al bueno como al malo. ¡Pedro!, cuando se quiere,
se está fuera del tiempo,
y ya no hay día ni noche, ¡sino tú y yo!
PEDRO. (Abrazándola.)
¡Mariana!Como dos blancos ríos de rubor y silencio,
así enlazan tus brazos mi cuerpo combatido.
MARIANA. (Cogiéndole la cabeza.)
Ahora puedo perderte, puedo perder tu vida.
Como la enamorada de un marinero loco
que navegara siempre sobre una barca vieja,
acecho un mar oscuro, sin fondo ni oleaje,
en espera de gentes que to traigan ahogado.
PEDRO.
No es hora de pensar en quimeras, que es hora
de abrir el pecho a bellas realidades cercanas
de una España cubierta de espigas y rebaños,
donde la gente coma su pan con alegría,
en medio de estas anchas eternidades nuestras
y esta aguda pasión de horizonte y silencio.
España entierra y pisa su corazón antiguo,
su herido corazón de peninsula andante,
y hay que salvarla pronto con manos y con dientes.
MARIANA. (Pasional.)
Y yo soy la primera que lo pide con ansia.
Quiero tener abiertos mis balcones al sol,
para que llene el suelo de flores amarillas
y quererte, segura de tu amor, sin que nadie
me aceche, como en este decisivo momento.
(En un arranque.)
¡Pero ya estoy dispuesta!
(Se levanta.)
PEDRO. (Entusiasmado, se levanta.)
¡Así me gusta verte,
hermosa Marianita!
Ya no tardarán mucho
los amigos, y alienta
ese rostro bravío y esos ojos ardientes,
(Amoroso.)sobre tu cuello blanco, que tiene luz de luna.
(Fuera comienza a llover y se levanta el viento.
Mariana hace señas a Pedro de que calle.)
ESCENA VI
CLAVELA. (Entrando.) Señora... Me parece que han llamado.
(Pedro y Mariana adoptan actitudes indiferentes.
Dirigiéndose a don Pedro.)
¡Don Pedro!
PEDRO.
¡Dios te guarde!
MARIANA.
¿Tú sabes quién vendrá?
CLAVELA.
Sí, señora; lo sé.
MARIANA.
¿La seña?
CLAVELA.
No la olvido.
MARIANA.
Antes de abrir, que mires por la mirilla grande.
CLAVELA.
Así lo haré, señora.
MARIANA.
No enciendas luz ninguna;
pero ten en el patio
un velón prevenido
y cierra la ventana del jardín.
CLAVELA. (Marchándose.)
En seguida.
MARIANA.¿Cuántos vendrán?
PEDRO.
Muy pocos.
Pero los que interesan.
MARIANA.
¿Noticias?
PEDRO.
Las habrá
dentro de unos instantes.
Si, al fin, hemos de alzarnos
decidiremos.
MARIANA.
¡Calla!
(Hace ademán a don Pedro de que se calle, y
quedan escuchando. Fuera, se oye la lluvia y el
viento.)
¡Ya están aquí!
PEDRO. (Mirando el reloj.)
Puntuales,
como buenos patriotas,
¡Son gente decidida!
MARIANA.
¡Dios nos ayude a todos!
PEDRO.
¡Ayudará!
MARIANA.
¡Debiera, si mirase a este mundo!
(Cruza hasta la puerta y levanta la gran cortina del fondo.)
¡Adelante, señores!
ESCENA VIIEntran tres Caballeros con amplias capas grises; uno de ellos
lleva patillas. Mariana y don Pedro los reciben amablemente. Los
Caballeros dan la mano a Mariana y a don Pedro.
MARIANA. (Dando la mano el Conspirador 1°)
¡Ay, qué manos tan frías!
CONSPIRADOR 1.° (Franco.)
¡Hace un frío,
que corta! Y me he olvidado de los guantes;
pero aquí se está bien.
MARIANA.
¡Llueve de veras!
CONSPIRADOR 3.° (Decidido.)
El Zacatín estaba intransitable.
(Se quitan las capas, que sacuden de lluvia.)
CONSPIRADOR 2.° (Melancólico.)
La lluvia, como un sauce de cristal,
sobre las casas de Granada cae.
CONSPIRADOR 3.°
Y el Darro viene lleno de agua turbia.
MARIANA.
¿Les vieron?
CONSPIRADOR 2.°
¡No! Vinimos separados
hasta la entrada de esta oscura calle.
CONSPIRADOR 1.°
¿Habrá noticia para decidir?
PEDRO.
Llegarán esta noche, Dios mediante.
MARIANA.
Hablen bajo.
CONSPIRADOR 1.° (Sonriendo.)
¿Por qué, doña Mariana?
Toda la gente duerme en este instante.
PEDRO.
Creo que estamos seguros.CONSPIRADOR 3.°
No lo afirmes;
Pedrosa no ha cesado de espiarme,
y, aunque yo lo despisto sagazmente,
continúa en acecho, y algo sabe.
(Unos se sientan y otros quedan de pie,
componiendo una bella estampa.)
MARIANA.
Ayer estuvo aquí.
(Los Caballeros hacen un gesto de extrañeza.)
Como es mi amigo...
no quise, porque no debía, negarme.
Hizo un elogio de nuestra ciudad;
pero mientras hablaba tan amable,
me miraba... no sé... ¡como sabiendo!,
(Subrayado.)
de una manera penetrante.
En una sorda lucha con mis ojos,
estuvo aquí toda la tarde,
y Pedrosa es capaz... ¡de lo que sea!
PEDRO.
No es posible que pueda figurarse...
MARIANA.
Yo no estoy muy tranquila, y os lo digo
para que andemos con cautela grande.
De noche, cuando cierro las ventanas,
me parece que empuja los cristales.
PEDRO. (Mirando al reloj.)
Ya son las once y diez. El emisario
debe estar ya muy cerca de esta calle.
CONSPIRADOR 3° (Mirando al reloj.)Poco debe tardar.
CONSPIRADOR 1.°
¡Dios lo permita!
¡Que me parece un siglo cada instante!
(Entra Clavela con una bandeja de altas copas
de cristal tallado y un frasco lleno de vino rojo,
que deja sobre un velador. Mariana habla con
ella.)
PEDRO.
Estarán sobre aviso los amigos.
CONSPIRADOR 1.°
Enterados están. No falta nadie.
Todo depende de lo que nos digan
esta noche.
PEDRO.
La situación es grave;
pero excelente, si la aprovechamos.
(Sale Clavela, y Mariana corre la cortina.)
Hay que estudiar hasta el menor detalle,
porque el pueblo responde, sin dudar.
Andalucía tiene todo el aire
lleno de Libertad. Esta palabra
perfuma el corazón de sus ciudades,
desde las viejas torres amarillas
hasta los troncos de los olivares.
Esa costa de Málaga está llena
de gente decidida a levantarse:
pescadores del Palo, marineros
y caballeros principales.
Nos siguen pueblos como Nerja, Vélez,
que aguardan las noticias, anhelantes.
Hombres de acantilado y mar abierto,y, por lo tanto, libres como nadie.
Algeciras acecha la ocasión
y en Granada, señores de linaje
como vosotros exponen su vida
de una manera emocionante.
¡Ay, qué impaciencia tengo!
CONSPIRADOR 3.°
Como todos
los verdaderamente liberales.
MARIANA. (Tímida.)
Pero ¿habrá quien os siga?
PEDRO. (Convencido.)
Todo el mundo.
MARIANA.
¿A pesar de este miedo?
PEDRO. (Seco.)
Sí.
MARIANA.
No hay nadie
que vaya a la Alameda del Salón
tranquilamente a pasearse,
y el café de la Estrella está desierto.
PEDRO. (Entusiasta.)
¡Mariana, la bandera que bordaste
será acatada por el rey Fernando,
mal que le pese a Calomarde!
CONSPIRADOR 3.°
Cuando ya no le quede otro recurso,
se rendirá a las huestes liberales,
que aunque se finja desvalido y solo,
no cabe duda que él hace y deshace.
¿No tarda mucho?
PEDRO. (Inquieto.)
Yo no sé decirte.
CONSPIRADOR 3.°¿Si lo habrán detenido?
CONSPIRADOR 1.°
No es probable.
Oscuridad y lluvia le protegen,
y él está siempre vigilante.
MARIANA.
Ahora llega.
PEDRO.
Y al fin, sabremos algo.
(Se levantan y se dirigen a la puerta.)
CONSPIRADOR 3.°
Bienvenido, si buenas cartas trae.
MARIANA. (Apasionada, a Pedro.)
Pedro, mira por mí. Sé muy prudente,
que me falta muy poco para ahogarme.
ESCENA VIII
Aparece por la puerta el Conspirador 4.° Es un hombre fuerte:
campesino rico. Viste sombrero puntiagudo, de alas de terciopelo,
adornado con borlas de seda; chaqueta con bordados y
aplicaciones de paño de todos colores en los codos, en la bocamanga
y en el cuello. El pantalón de vueltas, sujeto por botones de
filigrana, y las polainas, de cuero, abiertas por un costado, dejando
ver la pierna. Trae una dulce tristeza varonil. Todos los personajes
están en pie cerca de la puerta de entrada. Mariana no oculta su
angustia, y mira, ya al recién llegado, ya a don Pedro, con un
aire doliente y escrutador.
CONSPIRADOR 4.°
¡Caballeros! ¡Doña Mariana!
(Estrecha la mono de Mariana.)
PEDRO. (Impaciente.)
¿Hay noticias?
CONSPIRADOR 4.°
¡Tan malas como el tiempo!
PEDRO.¿Qué ha pasado?
CONSPIRADOR 1.° (Irritado.)
Casi lo adivinaba.
MARIANA. (A Pedro.)
¿Te entristeces?
PEDRO.
¿Y las gentes de Cádiz?
CONSPIRADOR 4.°
Todo en vano.
Hay que estar prevenidos. El Gobierno
por todas partes nos está acechando.
Tendremos que aplazar el alzamiento,
o luchar y morir, de lo contrario.
PEDRO. (Desesperado.)
Yo no sé qué pensar; que tengo abierta
una herida que sangra en mi costado,
y no puedo esperar, señores míos.
CONSPIRADOR 3.° (Fuerte.)
Don Pedro, triunfaremos esperando.
CONSPIRADOR 4.°
Nadie quiere una muerte sin provecho.
PEDRO. (Fuerte también.)
Mucho valor me cuesta.
MARIANA. (Asustada.)
¡Hablen más bajo!
(Se pasea.)
CONSPIRADOR 4.°
España entera calla, ¡pero vive!
Guarden bien la bandera.
MARIANA.
La he mandado
a casa de una vieja amiga mía,
allá en el Albaycín, y estoy temblando.
Quizá estuviera aquí mejor guardada.
PEDRO.
¿Y en Málaga?
CONSPIRADOR 4.°En Málaga, un espanto.
Una infamia de González Moreno...
No se puede contar lo que ha pasado.
(Expectación vivísima. Mariana, sentada en
el sofá, junto a don Pedro, después de todo el
juego que ha realizado, oye anhelante lo que
cuenta el Conspirador 4.°)
Torrijos, el general
noble, de la frente limpia,
donde se estaban mirando
las gentes de Andalucía,
caballero entre los duques,
corazón de plata fina,
ha sido muerto en las playas
de Málaga la bravía.
Le atrajeron con engaños
que él creyó, por su desdicha,
y se acercó, satisfecho
con sus buques, a la orilla.
¡Malhaya el corazón noble
que de los malos se fía!,
que al poner el pie en la arena
lo prendieron los realistas.
El vizconde de La Barthe,
que mandaba las milicias,
debió cortarse la mano,
antes de tal villanía,
como es quitar a Torrijos
bella espada que ceñía,
con el puño de cristal,
adornado con dos cintas.
Muy de noche lo mataron
con toda su compañía.
Caballero entre los duques,
corazón de plata fina.
Grandes nubes se levantan
sobre la sierra de Mijas.El viento mueve la mar
y los barcos se retiran,
con los remos presurosos
y las velas extendidas.
Entre el ruido de las olas
sonó la fusilería,
y muerto quedó en la arena,
sangrando por tres heridas,
el valiente caballero,
con toda su compañía.
La muerte, con ser la muerte,
no deshojó su sonrisa.
Sobre los barcos lloraba
toda la marinería,
y las más bellas mujeres,
enlutadas y afligidas,
lo van llorando también
por el limonar arriba.
PEDRO. (Levantándose, después de oír el romance.)
Cada dificultad me da más bríos.
Señores, a seguir nuestro trabajo.
La muerte de Torrijos me enardece
para seguir luchando.
CONSPIRADOR 1.°
Yo pienso así.
CONSPIRADOR 4.°
Pero hay que estarse quietos;
otro tiempo vendrá.
CONSPIRADOR 2.° (Conmovido.)
¡Tiempo lejano!
PEDRO.
Pero mis fuerzas no se agotarán.
MARIANA. (Bajo, a Pedro.)
Pedro, mientras yo viva...
CONSPIRADOR 1.°
¿Nos marchamos?
CONSPIRADOR 3.°
No hay nada que tratar. Tienes razón.CONSPIRADOR 4.°
Esto es lo que tenía que contaros,
y nada más.
CONSPIRADOR 1.°
Hay que ser optimistas.
MARIANA.
¿Gustarán de una copa?
CONSPIRADOR 4.°
La aceptamos,
porque nos hace falta.
CONSPIRADOR 1.°
¡Buen acuerdo!
(Se ponen de pie y cogen sus copas.)
MARIANA. (Llenando los vasos.)
¡Cómo llueve!
(Fuera, se oye la lluvia.)
CONSPIRADOR 3.°
¡Don Pedro está apenado!
CONSPIRADOR 1.°
¡Como todos nosotros!
PEDRO.
¡Es verdad!
Y tenemos razones para estarlo.
MARIANA. (Levantando su copa.)
«Luna tendida, marinero en pie»,
dicen allá, por el Mediterráneo,
las gentes de veleros y fragatas.
¡Como ellos, hay que estar siempre acechando!
(Como en sueños.)
«Luna tendida, marinero en pie.»
PEDRO. (Con la copa.)
Que sean nuestras casas como barcos.(Beben. Pausa. Fuera, se oyen aldabonazos
lejanos. Todos quedan con las copas en la
mano, en medio de un gran silencio.)
MARIANA.
Es el viento, que cierra una ventana.
(Otro aldabonaxo.)
PEDRO.
¿Oyes, Mariana?
CONSPIRADOR 4.°
¿Quién será?
MARIANA. (Llena de angustia.)
¡Dios santo!
PEDRO. (Acariciador.)
¡No temas! Ya verás cómo no es nada.
(Todos están con las capas puestas, Ilenos de inquietud.)
CLAVELA. (Entrando, casi ahogada.)
¡Ay, señora! ¡Dos hombres embozados,
y Pedrosa con ellos!
MARIANA. (Gritando, llena de pasión.)
¡Pedro,vete!
¡Y todos, Virgen santa! ¡Pronto!
PEDRO. (Confuso.)
¡Vamos!
(Clavela quita las copas y apaga los candelabros.)
CONSPIRADOR 4.°
Es indigno dejarla.
MARIANA. (A Pedro.)
¡Date prisa!
PEDRO.
¿Por dónde?MARIANA. (Loca.)
¡Ay! ¿Por dónde?
CLAVELA.
¡Están llamando!
MARIANA. (Iluminada.)
¡Por aquella ventana del pasillo
saltarás fácilmente! Este tejado
está cerca del suelo.
CONSPIRADOR 2.°
¡No debemos
dejarla abandonada!
PEDRO. (Enérgico.)
¡Es necesario!
¿Cómo justificar nuestra presencia?
MARIANA.
Sí, sí; vete en seguida. ¡Ponte a salvo!
PEDRO. (Apasionado.)
¡Adios, Mariana!
MARIANA.
¡Dios os guarde, amigos!
(Van saliendo rápidamente por la puerta de la
derecha. Clavela está asomada a una rendija
del balcón, que da a la calle.)
MARIANA. (En la puerta.)
¡Pedro..., y todos, que tengáis cuidado!
(Cierra la puertecilla de la izquierda, por
donde han salido los Conspiradores, y corre
la cortina. Luego, dramática.)
¡Abre, Clavela! Soy una mujer
que va atada a la cola de un caballo.(Sale Clavela. Se dirige rápidamente al fortepiano.)
¡Dios mío, acuérdate de tu pasión
y de las llagas de tus manos!
(Se sienta y empieza a cantar la canción de «El
Contrabandista», original de Manuel García; 1808.)
MARIANA. (Cantando.)
Yo que soy contrabandista
y campo por mis respetos
y a todos los desafío
porque a nadie tengo miedo.
¡Ay! ¡Ay!
¡Ay, muchachos! ¡Ay, muchachas!
¿Quién me compra hilo negro?
Mi caballo está rendido
¡y yo me muero de sueño!
¡Ay!
¡Ay! Que la ronda ya viene
y se empezó el tiroteo.
¡Ay! ¡Ay! Caballito mío,
caballo mío, careto.
¡Ay!
¡Ay! Caballo, ve ligero.
¡Ay! Caballo, que me muero.
¡Ay!
(Ha de cantar con un admirable y desesperado
sentimiento, escuchando los pasos de Pedrosa
por la escalera.)
ESCENA IX
Las cortinas del fondo se levantan, y aparece Clavela, aterrada,
con el candelabro de tres bujías en la mano, y la otra puesta
sobre el pecho. Pedrosa, vestido de negro, con capa, llega detrás.
Pedrosa es un tipo seco, de una palidez intensa y de una
admirable serenidad. Dirá las frases con ironía muy velada, y miraráminuciosamente a todos lados, pero con corrección. Es antipático.
Hay que huir de la caricatura. Al entrar Pedrosa, Mariana
deja de tocar y se levanta del fortepiano. Silencio.
MARIANA.
Adelante.
PEDROSA. (Adelantándose.)
Señora, no interrumpa
por mí la cancioncilla que ahora mismo
entonaba.
(Pausa.)
MARIANA. (Queriendo sonreír.)
La noche estaba triste
y me puse a cantar.
(Pausa.)
PEDROSA.
He visto luz
en su balcón y quise visitarla.
Perdone si interrumpo sus quehaceres.
MARIANA.
Se lo agradezco mucho.
PEDROSA.
¡Qué manera
de llover!
(Pausa. En esta escena habrá pausas
imperceptibles y rotundos silencios instantáneos,
en los cuales luchan desesperadamente las almas
de los dos personajes. Escena delicadísima de
matizar, procurando no caer en exageraciones
que perjudiquen su emoción. En esta escena se
ha de notar mucho más lo que no se dice que
lo que se está hablando. La lluvia, discretamente
imitada y sin ruido excesivo, llegará de cuando
en cuando a llenar silencios.)MARIANA. (Con intención.)
¿Es muy tarde?
(Pausa.)
PEDROSA. (Mirándola fijamente, y con intención también.)
Sí, muy tarde.
El reloj de la Audiencia ya hace rato
que dio las once.
MARIANA. (Serena a indicando asiento a Pedrosa.)
No las he sentido.
PEDROSA. (Sentándose.)
Yo las sentí lejanas. Ahora vengo
de recorrer las calles silenciosas,
calado hasta los huesos por la lluvia,
resistiendo ese gris fino y glacial
que viene de la Alhambra.
MARIANA. (Con intención y rehaciéndose.)
El aire helado,
que clava agujas sobre los pulmones
y para el corazón.
PEDROSA. (Devolviéndole la ironía.)
Pues ese mismo.
Cumplo deberes de mi duro cargo.
Mientras que usted, espléndida Mariana,
en su casa, al abrigo de los vientos,
hace encajes... o borda...
(Como recordando.)
¿Quién me ha dicho que bordaba muy bien?
MARIANA. (Aterrada, pero con cierta serenidad.)
¿Es un pecado?
PEDROSA. (Haciendo una seña negativa.)
El Rey nuestro Señor, que Dios proteja,
(Se inclina.)
se entretuvo bordando en Valençay
con su tío el infante don Antonio.
Ocupación bellísima.
MARIANA. (Entre dientes.)¡Dios mío!
PEDROSA.
¿Le extraña mi vlslta?
MARIANA. (Tratando de sonreír.)
¡No!
PEDROSA. (Serio.)
¡Mariana!
(Pausa.)
Una mujer tan bella como usted,
¿no siente miedo de vivir tan sola?
MARIANA.
¿Miedo? Ninguno.
PEDROSA. (Con intención.)
Hay tantos liberales
y tantos anarquistas por Granada,
que la gente no vive muy segura.
(Firme.)
¡Usted ya to sabrá!
MARIANA. (Digna.)
¡Señor Pedrosa!
¡Soy mujer de mi casa y nada más!
PEDROSA. (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo
de estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
Pero hace ya tres meses que ando loco
sin poder capturar a un cabecilla...
(Pausa. Mariana trata de escuchar y juega con
su sortija, conteniendo su angustia y su
indignación.)
PEDROSA. (Como recordando, con frialdad.)
Un tal don Pedro de Sotomayor.
MARIANA.
Es probable que esté fuera de España.
PEDROSA.
No; yo espero que pronto será mío.(Al oír esto Mariana, tiene un ligero desvane-
cimiento nervioso; lo suficiente para que se le
escape la sortija de la mano, o más bien, la
arroja ella para evitar la conversación.)
NIARIANA. (Levantándose.)
¡Mi sortija!
PEDROSA.
¿Cayó?
(Con intención.)
Tenga cuidado.
MARIANA. (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva,
vaya a pisarlo.
(Busca.)
PEDROSA.
Está muy bien.
MARIANA.
Parece que una mano invisible lo arrancó.
PEDROSA.
Tenga más calma. (Frío.) Mire.
(Señala al sitio donde ve el anillo, al mismo
tiempo que avanzan.)
¡Ya está aquí!
(Mariana se inclina para recogerlo antes que
Pedrosa, éste queda a su lado, y en el momento
de levantarse Mariana, la enlaza rápidamente
y la besa.)
MARIANA. (Dando un grito y retirándose.)
¡Pedrosa!(Pausa. Mariana rompe a llorar indignada.)
PEDROSA.
¡Mi señora Mariana, esté serena!
MARIANA. (Arrancándose desesperada y cogiendo a Pedrosa por la solapa.)
¿Qué piensa de mí? ¡Diga!
PEDROSA. (Impasible.)
¡Muchas cosas!
MARIANA.
Pues yo sabré vencerlas. ¿Qué pretende?
Sepa que yo no tengo miedo a nadie.
Como el agua que nace soy de limpia,
y me puedo manchar si usted me toca;
pero sé defenderme. ¡Salga pronto!
PEDROSA. (Fuerte y lleno de ira.)
¡Silencio!
(Pausa. Frío.)
Quiero ser amigo suyo.
Me debe agradecer esta visita.
MARIANA. (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me insulte?
¿Qué penetre de noche en mi vivienda
para que yo..., ¡canalla!...? No sé cómo...
(Se contiene.)
¡Usted quiere perderme!
PEDROSA. (Cálido.)
¡Lo contrario!
Vengo a salvarla.
MARIANA. (Bravía.)
¡No lo necesito!
(Pausa.)
PEDROSA. (Fuerte y dominador, acercándose con una agria sonrisa.)
¡Mariana! ¿Y la bandera?MARIANA. (Turbada.)
¿Qué bandera?
PEDROSA.
¡La que bordó con estas manos blancas
(Las coge.)
en contra de las leyes y del Rey!
MARIANA.
¿Qué infame le mintió?
PEDROSA. (Indiferente.)
¡Muy bien bordada!
De tafetán morado y verdes letras.
Allá, en el Albaycín, la recogimos,
y ya está en mi poder como tu vida.
Pero no temas; soy amigo tuyo.
(Mariana queda ahogada.)
MARIANA. (Casi desmayada.)
Es mentira, mentira.
PEDROSA. (Bajando la voz y apasionándose.)
Yo te quiero mía,
¿lo estás oyendo? Mía o muerta.
Me has despreciado siempre; pero ahora
puedo apretar tu cuello con mis manos,
este cuello de nardo transparente,
y me querrás porque te doy la vida.
MARIANA. (Tierna y suplicante en medio de su desesperación,
abrazándose a Pedrosa.)
¡Tenga piedad de mí! ¡Si usted supiera!
Y déjeme escapar. Yo guardaré
su recuerdo en las niñas de mis ojos.
¡Pedrosa, por mis hijos!...
PEDROSA. (Abrazándola sensual.)
La bandera
no la has bordado tú, linda Mariana,
y ya eres libre porque así lo quiero...(Mariana, al ver cerca de sus labios los de
Pedrosa, lo rechaza, reaccionando de una
manera salvaje.)
MARIANA.
¡Eso nunca! ¡Primero doy mi sangre!
Que me cuesta dolor, pero con honra.
¡Salga de aquí!
PEDROSA. (Reconviniéndola.)
¡Mariana!
MARIANA.
¡Salga pronto!
PEDROSA. (Frío y reservado.)
¡Está muy bien! Yo seguiré el asunto
y usted misma se pierde.
MARIANA.
¡Qué me importa!
Yo bordé la bandera con mis manos;
con estas manos, ¡mírelas, Pedrosa!,
y conozco muy grandes caballeros
que izarla pretendían en Granada.
¡Mas no diré sus nombres!
PEDROSA.
¡Por la fuerza delatará!
¡Los hierros duelen mucho,
y una mujer es siempre una mujer!
¡Cuando usted quiera me avisa!
MARIANA.
¡Cobarde!
¡Aunque en mi corazón clavaran vidrios
no hablaría!
(En un arranque.)
¡Pedrosa, aquí me tiene!
PEDROSA.¡Ya veremos!
MARIANA.
¡Clavela, el candelabro!
(Entra Clavela aterrada, con las manos
cruzadas sobre el pecho.)
PEDROSA.
No hace falta, señora. Queda usted
detenida en el nombre de la Ley.
MARIANA.
¿En nombre de qué ley?
PEDROSA. (Frío y ceremonioso.)
¡Buenas noches!
(Sale.)
CLAVELA. (Dramática.)
¡Ay, señora; mi niña, clavelito,
prenda de mis entrañas!
MARIANA. (Llena de angustia y terror.)
Isabel,
yo me voy. Dame el chal.
CLAVELA.
¡Sálvese pronto!
(Se asoma a la ventana. Fuera se oye otra vez
la fuerte lluvia.)
MARIANA.
¡Me iré casa don Luis! ¡Cuida los niños!
CLAVELA.
¡Se han quedado en la puerta! ¡No se puede!
MARIANA.
Claro está.(Señalando al sitio por donde han salido los
Conspiradores.)
¡Por aquí!
CLAVELA.
¡Es imposible!
(Al cruzar Mariana, por la puerta aparece
doña Angustias.)
ANGUSTIAS.
¡Mariana! ¿Dónde vas? Tu niña llora.
Tiene miedo del aire y de la lluvia.
MARIANA. (Volviéndose.)
¡Estoy presa! ¡Estoy presa, Clavela!
ANGUSTIAS. (Abrazándola.)
¡Marianita!
MARIANA. (Arrojándose en el sofá.)
¡Ahora empiezo a morir!
(Las dos Mujeres la abrazan.)
Mírame y llora. ¡Ahora empiezo a morir!
Telón rápido
Estampa tercera
Convento de Santa María Egipciaca, de Granada. Rasgos árabes.
Arcos, cipreses, fuentecillas y arrayanes. Hay unos bancos y unas
viejas sillas de cuero.
Al levantarse el telón está la escena solitaria. Suenan el órgano
y las lejanas voces de las monjas. Por el fondo vienen corriendode puntillas y mirando a todos lados para que no las vean dos
Novicias. Se acercan con mucbo sigilo a una puerta de la izquierda,
y miran por el ojo de la cerradura.
ESCENA PRIMERA
NOVICIA 1.a
¿Qué hace?
NOVICIA 2.a (En la cerradura.)
¡Habla más bajito!
Está rezando.
NOVICIA 1.a
¡Deja!
(Se pone a mirar.)
¡Qué blanca está, qué blanca!
Reluce su cabeza
en la sombra del cuarto.
NOVICIA 2.a
¿Reluce su cabeza?
Yo no comprendo nada.
Es una mujer buena,
y la quieren matar.
¿Tú qué dices?
NOVICIA 1.a
Quisiera
mirar su corazón
largo rato y muy cerca.
NOVICIA 2.a
¡Qué mujer tan valiente! Cuando ayer
vinieron a leerle la sentencia
de muerte, no ocultó su sonrisa.
NOVICIA 1.a
En la iglesiala vi después llorando
y me pareció que ella
tenía el corazón en la garganta.
¿Qué es lo que ha hecho?
NOVICIA 2.a
Bordó una bandera.
NOVICIA I.a
¿Bordar es malo?
NOVICIA 2.a
Dicen que es masona.
NOVICIA 1.a
¿Qué es eso?
NOVICIA 2.a
Pues... ¡no sé!
NOVICIA 1.a
¿Por qué está presa?
NOVICIA 2.a
Porque no quiere al Rey.
NOVICIA 1.a
¿Qué más da? ¿Se habrá visto?
NOVICIA 2.a
¡Ni a la Reina!
NOVICIA 1.a
Yo tampoco los quiero.
(Mirando.)
¡Ay, Mariana Pineda!
Ya están abriendo flores
que irán contigo muerta.
(Aparece por la puerta del foro la madre
Carmen de Borja.)CARMEN.
Pero niñas, ¿qué miráis?
NOVICIA 1.a (Asustada.)
Hermana...
CARMEN.
¿No os da vergüenza?
Ahora mismo al obrador.
¿Quién os enseñó esa fea
costumbre? ¡Ya nos veremos!
NOVICIA 1.a
¡Con licencia!
NOVICIA 2.a
¡Con licencia!
(Se van. Cuando la madre Carmen se ha
convencido de que las otras se han marchado,
se acerca también con sigilo y mira por el ojo
de la cerradura.)
CARMEN.
¡Es inocente! ¡No hay duda!
¡Calla con una firmeza!
¿Por qué? Yo no me lo explico.
(Sobresaltada.)
¡Viene!
(Sale corriendo.)
ESCENA II
Mariana aparece con un espléndido traje blanco. Está
palidísima.
MARIANA.¡Hermana!
CARMEN. (Volviéndose.)
¿Qué desea?
MARIANA.
¡Nada!...
CARMEN.
¡Decidlo, señora!
MARIANA.
Pensaba...
CARMEN.
¿Qué?
MARIANA.
Si pudiera
quedarme aquí en el Beaterio
para siempre.
CARMEN.
¡Qué contentas
nos pondríamos!
MARIANA.
¡No puedo!
CARMEN.
¿Por qué?
MARIANA. (Sonriendo.)
Porque ya estoy muerta.
CARMEN. (Asustada.)
¡Doña Mariana, por Dios!
MARIANA.
Pero el mundo se me acerca,
las piedras, el agua, el aire,
¡comprendo que estaba ciega!CARMEN.
¡La indultarán!
MARIANA. (Con sangre fría.)
¡Ya veremos!
Este silencio me pesa
mágicamente. Se agranda
como un techo de violetas,
(Apasionada.)
y otras veces, finge en mí
una larga cabellera.
¡Ay, qué buen soñar!
CARMEN. (Cogiéndole la mano.)
¡Mariana!
MARIANA.
¿Cómo soy yo?
CARMEN.
Eres muy buena.
MARIANA.
Soy una gran pecadora;
pero amé de una manera
que Dios me perdonará,
como a santa Magdalena.
CARMEN.
Fuera del mundo y en él
perdona.
MARIANA.
¡Si usted supiera!
¡Estoy muy herida, hermana,
por las cosas de la tierra!
CARMEN.
Dios está lleno de heridas
de amor, que nunca se cierran.
MARIANA.Nace el que muere sufriendo,
¡comprendo que estaba ciega!
CARMEN. (Apenada de ver el estado de Mariana.)
¡Hasta luego! ¿Asistirá
esta tarde a la novena?
MARIANA.
Como siempre. ¡Adiós, hermana!
(Se va Carmen.)
ESCENA III
Mariana se dirige al fondo rápidamente con todo género de
precauciones, y allí aparece Alegrito, jardinero del convento.
Ríe constantemente, con una sonrisa suave y mansa. Viste traje
de cazador de la época.
MARIANA.
¡Alegrito! ¿Qué?
ALEGRITO.
¡Paciencia;
para lo que vais a oír!
MARIANA.
¡Habla pronto, no nos vean!
¿Fuiste a casa de don Luis?
ALEGRITO.
Y me han dicho que les era
imposible pretender
salvarla. Que ni lo intentan,
porque todos morirían;
pero que harán lo que puedan.
MARIANA. (Valiente.)
¡Lo harán todo! ¡Estoy segura!
Son gentes de la nobleza,
y yo soy noble, Alegrito.
¿No ves cómo estoy serena?ALEGRITO.
Hay un miedo que da miedo.
Las calles están desiertas.
Sólo el viento viene y va;
pero la gente se encierra.
No encontré más que una niña
llorando sobre la puerta
de la antigua Alcaicería.
MARIANA.
¿Crees van a dejar que muera
la que tiene menos culpa?
ALEGRITO.
Yo no sé lo que ellos piensan.
MARIANA.
¿Y de lo demás?
ALEGRITO. (Turbado.)
¡Señora!
MARIANA.
Sigue hablando.
ALEGRITO.
No quisiera...
(Mariana hace un gesto de impaciencia.)
El caballero don Pedro
de Sotomayor se aleja
de España, según me han dicho.
Dicen que marcha a Inglaterra.
Don Luis lo sabe de cierto.
MARIANA. (Sonríe incrédula y dramática, porque en el fondo
sabe que es verdad.)
Quien te lo dijo desea
aumentar mi sufrimiento.
¡Alegrito, no lo creas!¿Verdad que tú no lo crees?
(Angustiada.)
ALEGRITO. (Turbado.)
Señora, lo que usted quiera.
MARIANA.
Don Pedro vendrá a caballo
como loco cuando sepa
que yo estoy encarcelada
por bordarle su bandera.
Y si me matan vendrá
para morir a mi vera,
que me lo dijo una noche
besándome la cabeza.
Él vendrá como un san Jorge
de diamantes y agua negra,
al viento la deslumbrante
flor de su capa bermeja.
Y porque es noble y modesto,
para que nadie lo vea,
vendrá por la madrugada,
por la madrugada fresca.
Cuando sobre el aire oscuro
brilla el limonar apenas
y el alba finge en las olas
fragatas de sombra y seda.
¿Tú qué sabes? ¡Qué alegría!
No tengo miedo, ¿te enteras?
ALEGRITO.
¡Señora!
MARIANA.
¿Quién te lo ha dicho?
ALEGRITO.
Don Luis.
MARIANA.¿Sabe la sentencia?
ALEGRITO.
Dijo que no la creía.
MARIANA. (Angustiada.)
Pues es muy verdad.
ALEGRITO.
Me apena
darle tan malas noticias.
MARIANA.
¡Volverás!
ALEGRITO.
Lo que usted quiera.
MARIANA.
Volverás para decirles
que yo estoy muy satisfecha,
porque sé que vendrán todos,
¡y son muchos!, cuando deban.
¡Dios te lo pague!
ALEGRITO.
Hasta luego.
(Sale.)
ESCENA IV
MARIANA.
Y me quedo sola mientras
que bajo la acacia en flor
del jardín mi muerte acecha.
(En voz aita y dirigiéndose al huerto.)
Pero mi vida está aquí.
Mi sangre se agita y tiembla,
como un árbol de coral,con la marejada tierna.
Y aunque tu caballo pone
cuatro lunas en las piedras
y fuego en la verde brisa
débil de la primavera,
¡corre más! ¡Ven a buscarme!
Mira que siento muy cerca
dedos de hueso y de musgo
acariciar mi cabeza.
(Se dirige al jardín como si hablara con alguien.)
No puedes entrar. ¡No puedes!
¡Ay, Pedro! Por ti no entra;
pero sentada en la fuente
toca una blanca vihuela.
(Se sienta en un banco y apoya la cabeza sobre
sus manos. En el jardín se oye una guitarra.)
VOZ.
A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.
MARIANA. (Repitiendo exquisitamente la canción.)
A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.
(Por el foro aparecen dos Monjas, seguidas de
Pedrosa. Mariana no los ve.)
MARIANA.
Esta copla está diciendo
lo que saber no quisiera.
Corazón sin esperanza
¡que se lo trage la tierra!
CARMEN.
Aquí está, señor Pedrosa.MARIANA. (Asustada, levantándose y como volviendo de un sueño.)
Quién es?
PEDROSA.
¡Señora!
(Mariana queda sorprendida y deja escapar
una exclamación. Las Monjas inician el mutis.)
MARIANA. (A las Monjas.)
¿Nos dejan?
CARMEN.
Tenemos que trabajar...
(Se van. Hay en estos momentos una gran
inquietud en la escena. Pedrosa, frío y correcto,
mira intensamente a Mariana, y ésta, melancólica,
pero valiente, recoge sus miradas.)
ESCENA V
Pedrosa viste de negro, con capa. Debe hacerse notar su aire frío.
MARIANA.
Me lo dio el corazón: ¡Pedrosa!
PEDROSA.
El mismo,
que aguarda, como siempre, sus noticias.
Ya es hora. ¿No os parece?
MARIANA.
Siempre es hora
de callar y vivir con alegría.
(Se sienta en un banco. En este momento, y
durante todo el acto, Mariana tendrá un
delirio delicadísimo, que estallará al final.)PEDROSA.
¿Conoce la sentencia?
MARIANA.
La conozco.
PEDROSA.
¿Y bien?
MARIANA. (Radiante.)
Pero yo pienso que es mentira.
Tengo el cuello muy corto para ser
ajusticiada. Ya ve. No podrían.
Además, es hermoso y blanco: nadie
querrá tocarlo.
PEDROSA. (Completando.)
¡Mariana!
MARIANA. (Enérgica.)
Se olvida
que para que yo muera tiene toda
Granada que morir, y que saldrían
muy grandes caballeros a salvarme,
porque soy noble. Porque yo soy hija
de un capitán de navío, Caballero
de Calatrava. ¡Déjeme tranquila!
PEDROSA.
No habrá nadie en Granada que se asome
cuando usted pase con su comitiva.
Los andaluces hablan; pero luego...
MARIANA.
Me dejan sola; ¿y qué? Uno vendría
para morir conmigo, y esto basta.
¡Pero vendrá para salvar mi vida!
(Sonríe y respira fuertemente, Ilevándose lasmanos al pecho.)
PEDROSA. (En un arranque.)
Yo no quiero que mueras tú, ¡no quiero!
Ni morirás, porque darás noticias
de la conjuración. Estoy seguro.
MARIANA. (Enérgica.)
No diré nada, como usted querría,
a pesar de tener un corazón
en el que ya no caben más heridas.
Fuerte y sorda seré a vuestros halagos.
Antes me daban miedo sus pupilas.
Ahora le estoy mirando cara a cara,
(Se acerca.)
y puedo con sus ojos que vigilan
el sitio donde guardo este secreto,
que por nada del mundo contaría.
¡Soy valiente, Pedrosa, soy valiente!
PEDROSA.
Está muy bien.
(Pausa.)
Ya sabe, con mi firma
puedo borrar la lumbre de sus ojos.
Con una pluma y un poco de tinta
puedo hacerla dormir un largo sueño.
MARIANA. (Elevada.)
¡Ojalá fuese pronto por mi dicha!
PEDROSA. (Frío.)
Esta tarde vendrán.
MARIANA. (Aterrada y dándose cuenta.)
¿Cómo?
PEDROSA.
Esta tarde;
ya se ha ordenado que entres en capilla.
MARIANA. (Exaltada y protestando fieramente.)
¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Quién mandadentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
¿Y he de permanecer aquí encerrada?
¡Quién tuviera unas alas cristalinas
para salir volando en busca tuya!
(Pedrosa ha visto con satisfacción esta súbita
desesperación de Mariana y se dirige a ella.
La luz empieza a tomar el tono del crepúsculo.)
PEDROSA. (Muy cerca de Mariana.)
Hable pronto, que el Rey la indultaría.
Mariana, ¿quiénes son los conjurados?
Yo sé que usted de todos es amiga.
Cada segundo aumenta su peligro.
Antes que se haya disipado el día
ya vendrán por la calle a recogerla.
¿Quiénes son? Y sus nombres. ¡Vamos, pronto!
Que no juega así con la justicia,
y luego será tarde.
MARIANA. (Fume.)
¡No hablaré!
PEDROSA. (Cogiéndole las manos.)
¿Quiénes son?
MARIANA.
Ahora menos lo diría.
(Con desprecio.)
Suelta, Pedrosa; vete. ¡Madre Carmen!
PEDROSA.
¡Quieres morir!(Aparece llena de miedo, la madre Carmen,
y dos Monjas cruzan al fondo.)
CARMEN.
¿Qué pasa, Marianita?
MARIANA.
Nada.
CARMEN.
Señor, no es justo...
PEDROSA. (Frío y autoritario, dirige una severa mirada a la Monja,
a iniciando el mutis.)
Buenas tardes.
(A Mariana.)
Tendré un placer muy grande si me avisa.
CARMEN.
¡Es muy buena, señor!
PEDROSA. (Altivo.)
No os pregunté.
(Sale, seguido de sor Carmen.)
ESCENA VI
MARIANA. (En el banco con dramática y tierna entonación andaluza.)
Recuerdo aquella copla que decía
cruzando los olivos de Granada:
« ¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un velero bergantín
te ha puesto la puntería».
(Soñadora.)Entre el mar y las estrellas
con qué gusto pasearía
apoyada sobre una
larga baranda de brisa.
(Con angustia.)
Pedro, coge tu caballo
o ven montado en el día.
¡Pero pronto! Que ya vienen
para quitarme la vida.
Clava las duras espuelas.
(Llorando.)
«¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un famoso bergantín
te ha puesto la puntería. »
(Vienen dos Monjas.)
MONJA 1.a
Sé fuerte, que Dios to ayuda.
CARMEN.
Marianita, hija, descansa.
(Se llevan a Mariana.)
ESCENA VII
Suena el esquilín de las Monjas. Por el fondo aparecen varias de
ellas, que cruzan la escena y se santiguan al pasar ante una Virgen
de los Dolores que, con el corazón atravesado de puñales, llora en
el muro, cobijada por un inmenso arco de rosas amarillas y
plateadas de papel. Entre ellas se destacan las Novicias 1.a y 2.a Los
cipreses comienzan a teñirse de luz dorada.NOVICIA 1.a
¡Qué gritos! ¿Tú los sentiste?
NOVICIA 2.a
Desde el jardín; y sonaban
como si estuvieran lejos.
¡Inés, yo estoy asustada!
NOVICIA 1.a
¿Dónde estará Marianita,
rosa y jazmín de Granada?
NOVICIA 2.a
Está esperando a su novio.
NOVICIA I.a
Pero su novio ya tarda.
NOVICIA 2.a
¡Si la vieras cómo mira
por una y otra ventana!
Dice: «Si no hubiera sierras
lo vería en la distancia».
NOVICIA 1.a
Ella lo espera segura.
NOVICIA 2.a
¡No vendrá por su desgracia!
NOVICIA 1.a
¡Marianita va a morir!
¡Hay otra luz en la casa!
NOVICIA 2.a
¡Y cuánto pájaro! ¿Has visto?
Ya no caben en las ramas
del jardín ni en los aleros;
nunca vi tantos, y al alba,
cuando se siente la Vela,
cantan y cantan y cantan...NOVICIA 1.a
... y al alba,
despiertan brisas y nubes
desde el frescor de las ramas.
NOVICIA 2.a
... y al alba,
por cada estrella que muere
nace diminuta flauta.
NOVICIA 1.a
Y ella... ¿Tú la has visto? Ella
me parece amortajada
cuando cruza el coro bajo
con esa ropa tan blanca.
NOVICIA 2.a
¡Qué injusticia! Esta mujer
de seguro fue engañada.
NOVICIA 1.a
¡Su cuello es maravilloso!
NOVICIA z.a (Llevándose instintivamente las manos al cuello.)
Sí; pero...
NOVICIA 1.a
Cuando lloraba
me pareció que se le iba
a deshojar en la falda.
(Se acercan dos Monjas.)
MONJA 1.a
¿Vamos a ensayar la Salve?
NOVICIA 1.a
¡Muy bien!
NOVICIA 2.a
Yo no tengo gana.
MONJA 1.aEs muy bonita.
NOVICIA 1.a (Hace una seña a las demás y se dirigen
rápidamente al foro.)
¡Y difícil!
(Aparece Mariana por la puerta de la izquierda,
y al verla se retiran todas con disimulo.)
MARIANA. (Sonriendo.)
¿Huyen de mí?
NOVICIA 1.a (Temblorosa.)
¡Vamos a la...!
NOVICIA 2.a (Turbada.)
Nos íbamos... Yo decía...
Es muy tarde.
MARIANA. (Con bondad irónica.)
¿Soy tan mala?
NOVICIA 1.a (Exaltada.)
¡No, señora! ¿Quién lo dice?
MARIANA.
¿Qué sabes tú, niña?
NOVICIA 2.a (Señalando a la primera.)
¡Nada!
NOVICIA I.a
¡Pero la queremos todas!
(Nerviosa.)
¿No lo está usted viendo?
MARIANA. (Con amargura.)
¡Gracias!
(Mariana se sienta en el barco, con las manos
cruzadas y la cabeza caída, en una divina
actitud de tránsito.)
NOVICIA 1.a
¡Vámonos!
NOVICIA 2.a
¡Ay, Marianita,rosa y jazmín de Granada,
que está esperando a su novio,
pero su novio se tarda!...
(Se van.)
MARIANA.
¡Quién me hubiera dicho a mí!...
Pero... ¡paciencia!
SOR CARMEN. (Que entra.)
¡Mariana!
Un señor, que trae permiso
del juez, viene a visitarla.
MARIANA. (Levántandose, radiante.)
¡Que pase! ¡Por fin, Dios mío!
(Sale la Monja. Mariana se dirige a una cornucopia que hay en la pared y, llena de su delicado delirio, se arregla los
bucles y el escote.)
Pronto... ¡qué segura estaba!
Tendré que cambiarme el traje:
me hace demasiado pálida.
ESCENA VIII
Se sienta en el banco, en actitud amorosa, vuelta al sitio
donde tienen que entrar. Aparece la madre Carmen, y Mariana,
no pudiendo resistir, se vuelve. En el silencio de la escena,
entra Fernando, pálido. Mariana queda estupefacta.
MARIANA. (Desesperada, como no queriéndolo creer.)
¡No!
FERNANDO. (Triste.)
¡Mariana! ¿No quieres que hable contigo? ¡Dime!
MARIANA.
¡Pedro! ¿Dónde está Pedro?
¡Dejadlo entrar, por Dios!
¡Está abajo, en la puerta!
¡Tiene que estar! ¡Que suba!Tú viniste con él,
¿verdad? Tú eres muy bueno.
Él vendrá muy cansado, pero entrará en seguida.
FERNANDO.
Vengo solo, Mariana. ¿Qué sé yo de don Pedro?
MARIANA.
¡Todos deben saber, pero ninguno sabe!
Entonces, ¿cuándo viene para salvar mi vida?
¿Cuándo viene a morir, si la muerte me acecha?
¿Vendrá? Dime, Fernando.
¡Aún es hora!
FERNANDO. (Enérgico y desesperado, al ver la actitud de M riana.)
Don Pedro no vendrá,
porque nunca te quiso, Marianita.
Ya estará en Inglaterra,
con otros liberales.
Te abandonaron todos
tus antiguos amigos.
Solamente mi joven corazón to acompaña.
¡Mariana! ¡Aprende y mira cómo te estoy queriendo!
MARIANA. (Exaltada.)
¿Por qué me lo dijiste? Yo bien que lo sabía;
pero nunca te quise decir a mi esperanza.
Ahora ya no me importa. Mi esperanza lo ha oído
y se ha muerto mirando los ojos de mi Pedro.
Yo bordé la bandera por él. Yo he conspirado
para vivir y amar su pensamiento propio.
Más que a mis propios hijos y a mí misma le quise.
¿Amas la Libertad más que a tu Marianita?
¡Pues yo seré la misma Libertad que tú adoras!
FERNANDO.
¡Sé que vas a morir! Dentro de unos instantes
vendrán por ti, Mariana. ¡Sálvate y di los nombres!
¡Por tus hijos! ¡Por mí, que te ofrezco la vida!
MARIANA.
¡No quiero que mis hijos me desprecien! ¡Mis hijos
tendrán un nombre claro como la luna llena!
¡Mis hijos llevarán resplandor en el rostro,que no podrán borrar los años ni los aires!
Si delato, por todas las calles de Granada
este nombre sería pronunciado con miedo.
FERNANDO. (Dramático.)
¡No puede ser! ¡No quiero que esto pase! ¡No quiero!
¡Tú tienes que vivir! ¡Mariana, por mi amor!
MARIANA. (Delirante.)
Y ¿qué es amor, Fernando?
¡Yo no sé qué es amor!
FERNANDO. (Cerca.)
¡Pero nadie te quiso como yo, Marianita!
MARIANA. (Emocionada.)
¡A ti debí quererte más que a nadie en el mundo,
si el corazón no fuera nuestro gran enemigo.
Corazón, ¿por qué mandas en mí si yo no quiero?
FERNANDO.
¡Ay, te abandonan todos! ¡Habla, quiéreme y vive!
MARIANA. (Retirándolo.)
¡Ya estoy muerta, amiguito! Tus palabras me llegan
a través del gran río del mundo que abandono.
Ya soy como la estrella sobre el agua profunda,
última débil brisa que se pierde en los álamos.
(Por el fondo pasa una Monja, con las manos
cruzadas, que mira llena de zozobra el grupo.)
FERNANDO.
¡No sé qué hacer! ¡Qué angustia! ¡Ya vendrán a buscarte!
¡Quién pudiera morir para que tú vivieras!
MARIANA.
¡Morir! ¡Qué largo sueño sin ensueños ni sombra!
Pedro, quiero morir
por lo que tú no mueres,
por el puro ideal que iluminó tus ojos:
¡¡Libertad!! Porque nunca se apague to alta lumbre,
me ofrezco toda entera.
¡¡Arriba, corazones!!¡Pedro, mira tu amor
a lo que me ha llevado!
Me querrás, muerta, tanto, que no podrás vivir.
(Dos Monjas entran, con las manos cruzadas,
en la misma expresión de angustia, y no se
atreven a acercarse.)
Y ahora ya no to quiero,
¡sombra de mi locura!
CARMEN. (Entrando.)
¡Mariana!
(A Fernando.)
¡Caballero!
¡Salga pronto!
FERNANDO. (Angustiado.)
¡Dejadme!
MARIANA. (Loca.)
¡Vete! ¿Quién eres tú?
¡Ya no conozco a nadie!
¡Voy a dormir tranquila!
(Entra otra Monja rápidamente, casi ahogada
por el miedo y la emoción. Al fondo cruza
otra con gran rapidez, con una mano sobre
la frente.)
FERNANDO. (Emocionadisimo.)
¡Adiós, Mariana!
MARIANA.
¡
Vete!
Ya vienen a buscarme.
(Sale Fernando, llevado por dos Monjas.)
Como un grano de arena
siento al mundo en los dedos.
(Viene otra Monja.)¡Muerte! ¿Pero qué es muerte?
(A las Monjas.)
Y vosotras, ¿qué hacéis?
¡Qué lejanas os siento!
CARMEN. (Que llega llorando:)
¡Mariana!
MARIANA.
¿Por qué llora?
CARMEN.
¡Están abajo, niña!
MONJA 1.a
¡Ya suben la escalera!
ESCENA ÚLTIMA
Entran por el foro todas las Monjas. Tienen la tristeza reflejada
en los rostros. Las Novicias 1.a y2.a están en primer término.
Sor Carmen cerca de Mariana. Toda la escena irá adquiriendo
hasta el final una gran luz extrañísima de crepúsculo granadino.
Luz rosa y verde entra por los arcos, y los cipreses se matizan
exquisitamente, hasta parecer piédras preciosas. Del techo
desciende una suave luz naranja, que se irá intensificando hasta
el final.
MARIANA.
¡Corazón, no me dejes! ¡Silencio! Con un ala,
¿dónde vas? Es preciso que tú también descanses.
Nos espera una larga locura de luceros
que hay detrás de la muerte. ¡Corazón, no desmayes!
CARMEN.
¡Olvídate del mundo, preciosa Marianita!
MARIANA.
¡Qué lejano lo siento!
CARMEN.¡Ya vienen a buscarte!
MARIANA.
¡Pero qué bien entiendo lo que dice esta luz!
¡Amor, amor, amor y eternas soledades!
(Entra el juez por la puerta de la izquierda.)
NOVICIA 1.a
¡Es el juez!
NOVICIA 2.a
¡Se la llevan!
JUEZ.
Señora, cuando guste;
hay un coche en la puerta.
MARIANA.
Mil gracias. Madre Carmen,
salvo a muchas criaturas que llorarán mi muerte.
No olviden a mis hijos.
CARMEN.
¡Que la Virgen te ampare!
MARIANA.
¡Os doy mi corazón! Dadme un ramo de flores;
en mis últimas horas yo quiero engalanarme.
Quiero sentir la dura caricia de mi anillo
y prenderme en el pelo mi mantilla de encaje.
Amas la libertad por encima de todo,
pero yo soy la misma Libertad. Doy mi sangre,
que es tu sangre y la sangre de todas las criaturas.
¡No se podrá comprar el corazón de nadie!
(Una Monja le ayudará a ponerse la mantilla.
Mariana se dirige al fondo, gritando.)
Ahora sé lo que dicen el ruiseñor y el árbol.
El hombre es un cautivo y no puede librarse.
¡Libertad de lo alto! Libertad verdadera,enciende para mí tus estrellas distintas.
¡Adiós! ¡Secad el llanto!
(Al juez.)
¡Vamos pronto!
CARMEN.
¡Adiós, hija!
MARIANA.
Contad mi triste historia a los niños que pasen.
CARMEN.
Porque has amado mucho, Dios te abrirá su puerta.
¡Ay, triste Marianita! ¡Rosa de los rosales!
NOVICIA 1.a (Arrodillándose.)
Ya no verán tus ojos las naranjas de luz
que pondrá en los tejados de Granada la tarde.
(Fuera empieza un lejano campaneo.)
MONJA 1.a (Arrodillándose.)
Ni sentirás la dulce brisa de primavera
pasar de madrugada tocando tus cristales.
NOVICIA 2.a (Arrodillándose y besando la orla del vestido de Mariana.)
¡Clavellina de mayo! ¡Luna de Andalucía!,
en las altas barandas tu novio está esperándote.
CARMEN.
¡Mariana, Marianita, de bello y triste nombre,
que los niños lamenten tu dolor por la calle!
MARIANA. (Saliendo.)
¡Yo soy la Libertad porque el amor lo quiso!
¡Pedro! La Libertad, por la cual me dejaste.
¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!
¡Amor, amor, amor y eternas soledades!
(Un campaneo vivo y solemne invade la escena,
y un coro de Niños empieza, lejano, el romance.
Mariana va saliendo lentamente, apoyada en
sor Carmen. Todas las demás Monjasestán arrodilladas. Una luz maravillosa y
delirante invade la escena. Al fondo, los Niños
cantan.)
¡Oh, qué día tan triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar,
al ver que Marianita se muere
en cadalso, por no declarar!
(No cesa el campaneo.)
Telón lento

Doña Rosita la soltera, G. Lorca





Federico García Lorca
Doña Rosita la soltera
o
El lenguaje de las flores
Poema granadino del novecientos,
dividido en varios jardines,
con escenas de canto y baile
Personajes
DOÑA ROSITA
EL AMA
LA TÍA
MANOLA PRIMERA
MANOLA SEGUNDA
MANOLA TERCERA
SOLTERA PRIMERA
SOLTERA SEGUNDA
SOLTERA TERCERA
MADRE DE LAS SOLTERAS
AYOLA PRIMERA
AYOLA SEGUNDA
EL TÍO
EL SOBRINO
EL CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA
DON MARTÍN
EL MUCHACHO
DOS OBREROS
UNA VOZ
Acto primero
Habitación con salida a un invernadero.
TÍO. ¿Y mis semillas?
AMA. Ahí estaban.
TÍO. Pues no están.
TÍA. Eléboro, fucsias y los crisantemos, Luis Passy violáceo y altair blanco plata con puntas heliotropo.
TÍO. Es necesario que cuidéis las flores.
AMA. Si lo dice usted por mí...
TÍA. Calla. No repliques.
TÍO. Lo digo por todos. Ayer me encontré las semillas de dalias pisoteadas por el suelo. (Entra en el
invernadero.) No os dais cuenta de mi invernadero; desde el ochocientos siete en que la condesa de
Wandes obtuvo la rosa muscosa, no la ha conseguido nadie en Granada más que yo, ni el botánico de la
universidad. Es preciso que tengáis más respeto por mis plantas.
AMA. ¿Pero no las respeto?
TÍA. ¡Chist! Sois a cual peor.
AMA. Sí, señora. Pero yo no digo que de tanto regar las flores y tanta agua por todas partes, van a salir
sapos en el sofá.
TÍA. Luego bien te gusta olerlas.AMA. No, señora. A mí las flores me huelen a niño muerto, o a profesión de monja, o a altar de iglesia. A
cosas tristes. Donde esté una naranja o un buen membrillo, que se quiten las rosas del mundo. Pero aquí...
rosas por la derecha, albahaca por la izquierda, anémonas, salvias, petunias y esas flores de ahora, de
moda, los crisantemos, despeinados como unas cabezas de gitanillas. ¡Qué ganas tengo de ver plantados
en este jardín, un peral, un cerezo, un kaki!
TÍA. ¡Para comértelos!
AMA. Come quien tiene boca... Como decían en mi pueblo:
La boca sirve para comer,
las piernas sirven para la danza
y hay una cosa de la mujer...
(Se detiene y se acerca a la Tía y lo dice bajo.)
TÍA. ¡Jesús! (Signando.)
AMA. Son indecencias de los pueblos. (Signando.)
ROSITA. (Entra rápida. Viene vestida de rosa con un traje del novecientos, mangas de jamón y adornos
de cintas.) ¿Y mi sombrero? ¿Dónde está mi sombrero? ¡Ya han dado las treinta campanadas en San
Luis!
AMA. Yo lo dejé en la mesa.
ROSITA. Pues no está. (Buscan. El Ama sale.)
TÍA. ¿Has mirado en el armario? (Sale la Tía.)
AMA. (Entra.) No lo encuentro.
ROSITA. ¿Será posible que no se sepa dónde está mi sombrero?
AMA. Ponte el azul con margaritas.
ROSITA. Estás loca.
AMA. Más loca estás tú.
TÍA. (Vuelve a entrar.) ¡Vamos, aquí está! (Rosita lo coge y sale corriendo.)
AMA. Es que todo lo quiere volando. Hoy ya quisiera que fuese pasado mañana. Se echa a volar y se nos
pierde de las manos. Cuando chiquita tenía que contarle todos los días el cuento de cuando ella fuera
vieja: «Mi Rosita ya tiene ochenta años»... y siempre así. ¿Cuándo la ha visto usted sentada a hacer
encaje de lanzadera o frivolité, o puntas de festón o sacar hilos para adornarse una chapona?
TÍA. Nunca.
AMA. Siempre del coro al caño y del caño al coro; del coro al caño y del caño al coro.
TÍA. ¡A ver si te equivocas!
AMA. Si me equivocara no oiría usted ninguna palabra nueva.
TÍA. Claro es que nunca me ha gustado contradecirla, ¿porque quién apena a una criatura que no tiene
padres?
AMA. Ni padre, ni madre, ni perrito que le ladre, pero tiene un tío y una tía que valen un tesoro. (La
abraza.)
TÍO. (Dentro.) ¡Esto ya es demasiado!
TÍA. ¡María Santísima!
TÍO. Bien está que se pisen las semillas, pero no es tolerable que esté con las hojitas tronchadas la planta de
rosal que más quiero. Mucho más que la muscosa y la híspida y la pomponiana y la damascena y que la
eglantina de la reina Isabel. (A la Tía.) Entra, entra y la verás.
TÍA. ¿Se ha roto?
TÍO. No, no le ha pasado gran cosa, pero pudo haberle pasado.
AMA. ¡Acabáramos!
TÍO. Yo me pregunto: ¿quién volcó la maceta? AMA. A mí no me mire usted.
TÍO. ¿He sido yo?
AMA. ¿Y no hay gatos y no hay perros, y no hay un golpe de aire que entra por la ventana?
TÍA. Anda, barre el invernadero.
AMA. Está visto que en esta casa no la dejan hablar a una. TÍO. (Entra.) Es una rosa que nunca has visto;
una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la rosa declinata de capullos caídos y la inermis
que no tiene espinas, que maravilla, ¿eh?, ¡ni una espina! y la mirtifolia que viene de Bélgica y la
sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman rosamutabile, que quiere decir: mudable; que cambia... En este libro está su descripción y su pintura, ¡mira!
(Abre el libro.) Es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca, y se deshoja por la noche.
Cuando se abre en la mañana,
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta en el medio día
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blando cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se van,
en la raya de lo oscuro,
se comienza a deshojar.
TÍA. ¿Y tiene ya flor?
TÍO. Una que se está abriendo.
TÍA. ¿Dura un día tan solo?
TÍO. Uno. Pero yo ese día lo pienso pasar al lado para ver cómo se pone blanca.
ROSITA. (Entrando.) Mi sombrilla.
TÍO. Su sombrilla.
TÍA. (A voces.) ¡La sombrilla!
AMA. (Apareciendo.) ¡Aquí está la sombrilla! (Rosita coge la sombrilla y besa a sus Tíos.)
ROSITA. ¿Qué tal?
TÍO. Un primor.
TÍA. No hay otra.
ROSITA. (Abriendo la sombrilla.) ¿Y ahora?
AMA. ¡Por Dios, cierra la sombrilla, no se puede abrir bajo techado! ¡Llega la mala suerte!
Por la rueda de san Bartolomé
y la varita de san José
y la santa rama de laurel,
enemigo, retírate
por las cuatro esquinas de Jerusalén
(Ríen todos. El Tío sale.)
ROSITA. (Cerrando.) ¡Ya está!
AMA. No lo hagas más... ¡ca... ramba!
ROSITA. ¡Uy!
TÍA. ¿Qué ibas a decir?
AMA. ¡Pero no lo he dicho!
ROSITA. (Saliendo con risas.) ¡Hasta luego!
TÍA. ¿Quién te acompaña?
ROSITA. (Asomando la cabeza.) Voy con las manolas.
AMA. Y con el novio.
TÍA. El novio creo que tenía que hacer.AMA. No sé quién me gusta más: si el novio o ella. (La Tía se sienta a hacer encaje de bolillos.) Un par de
primos para ponerlos en un vasar de azúcar, y si se murieran, ¡Dios los libre!, embalsamarlos y meterlos
en un nicho de cristales y de nieve. ¿A cuál quiere usted más? (Se pone a limpiar.)
TÍA. A los dos los quiero como sobrinos.
AMA. Uno por la manta de arriba y otro por la manta de abajo, pero...
TÍA. Rosita se crió conmigo...
AMA. Claro. Como que yo no creo en la sangre. Para mí esto es ley. La sangre corre por debajo de las
venas, pero no se ve. Más se quiere a un primo segundo que se ve todos los días, que a un hermano que
está lejos. Por qué, vamos a ver.
TÍA. Mujer, sigue limpiando.
AMA. Ya voy. Aquí no la dejan a una ni abrir los labios. Críe usted una niña hermosa para esto. Déjese
usted a sus propios hijos en una chocita temblando de hambre.
TÍA. Será de frío.
AMA. Temblando de todo, para que la digan a una, ¡cállate! y como soy criada no puedo hacer más que
callarme, que es lo que hago y no puedo replicar y decir...
TÍA. Y decir, ¿qué...?
AMA. Que deje usted esos bolillos con ese tiquití, que me va a estallar la cabeza de tiquitís.
TÍA. (Riendo.) Mira a ver quien entra. (Hay un silencio en la escena, donde se oye el golpear de los
bolillos.)
VOZ. ¡¡Manzanillaaaaa finaaa de la sierraaa!!
TÍA. (Hablando sola.) Es preciso comprar otra vez manzanilla. En algunas ocasiones hace falta... Otro día
que pase... treinta y siete, treinta y ocho.
(Voz del Pregonero muy lejos.)
¡Manzanillaa finaa de la sierraa!
TÍA. (Poniendo un alfiler.) Y cuarenta.
SOBRINO. (Entrando.) Tía.
TÍA. (Sin mirarlo.) Hola, siéntate, si quieres. Rosita ya se ha marchado.
SOBRINO. ¿Con quién salió?
TÍA. Con las manolas. (Pausa. Mirando al Sobrino.) Algo te pasa.
SOBRINO. Sí.
TÍA. (Inquieta.) Casi me lo figuro. Ojalá me equivoque.
SOBRINO. No. Lea usted.
TÍA. (Lee.) Claro, si es lo natural. Por eso me opuse a tus relaciones con Rosita. Yo sabía que más tarde o
más temprano te tendrías que marchar con tus padres. ¡Y que es ahí al lado! Cuarenta días de viaje hacen
falta para llegar a Tucumán. Si fuera hombre y joven, te cruzaría la cara.
SOBRINO. Yo no tengo culpa de querer a mi prima. ¿Se imagina usted que me voy con gusto?
Precisamente quiero quedarme aquí y a eso vengo.
TÍA. ¡Quedarte! ¡Quedarte! Tu deber es irte. Son muchas leguas de hacienda y tu padre está viejo. Soy yo
la que te tiene que obligar a que tomes el vapor. Pero a mí me dejas la vida amargada. De tu prima no
quiero acordarme. Vas a clavar una flecha con cintas moradas sobre su corazón. Ahora se enterará de que
las telas no sólo sirven para hacer flores sino para empapar lágrimas.
SOBRINO. ¿Qué me aconseja usted?
TÍA. Que te vayas. Piensa que tu padre es hermano mío. Aquí no eres más que un paseante de los
jardinillos y allí serás un labrador.
SOBRINO. Pero es que yo quisiera...
TÍA. ¿Casarte? ¿Estás loco? Cuando tengas tu porvenir hecho. Y llevarte a Rosita, ¿no? Tendrías que saltar
por encima de mí y de tu tío.
SOBRINO. Todo es hablar. Demasiado sé que no puedo. Pero yo quiero que Rosita me espere. Porque
volveré pronto.
TÍA. Si antes no pegas la hebra con una tucumana. La lengua se me debió pegar en el cielo de la boca antes
de consentir tu noviazgo; porque mi niña se queda sola en estas cuatro paredes, y tú te vas libre por el
mar, por aquellos ríos, por aquellos bosques de toronjas, y mi niña aquí, un día igual a otro, y tú allí: el
caballo y la escopeta para tirarle al faisán.SOBRINO. No hay motivo para que me hable usted de esa manera. Yo di mi palabra y la cumpliré. Por
cumplir su palabra está mi padre en América y usted sabe...
TÍA. (Suave.) Calla.
SOBRINO. Callo. Pero no confunda usted el respeto con la falta de vergüenza.
TÍA. (Con ironía andaluza.) ¡Perdona, perdona! Se me había olvidado que ya eras un hombre.
AMA. (Entra llorando.) Si fuera un hombre no se iría.
TÍA. (Enérgica.) ¡Silencio! (El Ama llora con grandes sollozos.)
SOBRINO. Volveré dentro de unos instantes. Dígaselo usted.
TÍA. Descuida. Los viejos son los que tienen que llevar los malos ratos. (Sale el Sobrino.)
AMA. ¡Ay, qué lástima de mi niña! ¡Ay, qué lástima! ¡Ay, qué lástima? ¡Éstos son los hombres de ahora!
Pidiendo ochavitos por las calles, me quedo yo al lado de esta prenda. Otra vez vienen los llantos a esta
casa. ¡Ay, señora! (Reaccionando.) ¡Ojalá se lo coma la serpiente del mar!
TÍA. ¡Dios dirá!
AMA.
Por el ajonjolí,
por las tres santas preguntas
y la flor de la canela,
tenga malas noches
y malas sementeras.
Por el pozo de san Nicolás
se le vuelva veneno la sal.
(Coge un jarro de agua y hace una cruz en el suelo.)
TÍA. No maldigas. Vete a tu hacienda. (Sale el Ama.)
(Se oyen risas. La Tía se va.)
MAMOLA I. a (Entrando y cerrando la sombrilla.) ¡Ay!
MAMOLA 2. a (Igual.) ¡Ay, qué fresquito!
MAMOLA 3. a (Igual.) ¡Ay!
ROSITA. (Igual.) ¿Para quién son los suspiros de mis tres lindas manolas?
MAMOLA I. a Para nadie.
MAMOLA 2. a Para el viento.
MAMOLA 3. a Para un galán que me ronda.
ROSITA. ¿Qué manos recogerán los ayes de vuestra boca?
MAMOLA I. a La pared.
MAMOLA 2. a Cierto retrato.
MAMOLA 3. a Los encajes de mi colcha.
ROSITA. También quiero suspirar. ¡Ay, amigas! ¡Ay, manolas!
MAMOLA I. a ¿Quién los recoge?
ROSITA.
Dos ojos
que ponen blanca la sombra,
cuyas pestañas son parras,
donde se duerme la aurora.
Y a pesar de negros son
dos tardes con amapolas.
MAMOLA I. a ¡Ponle una cinta al suspiro!
MAMOLA 2. a ¡Ay!
MAMOLA 3. a Dichosa tú.
MAMOLA I. a ¡Dichosa!
ROSITA. No me engañéis que yo sé cierto rumor de vosotras.
MANOLA I. a Rumores son jaramagos.MANOLA 2. a Y estribillos de las olas.
ROSITA. Lo voy a decir...
MANOLA I. a Empieza.
MANO LA 3. a Los rumores son coronas.
ROSITA.
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas
la que va detrás, paloma,
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
¿Qué manos roban perfumes
a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie;
dos garzas y una paloma.
Pero en el mundo hay galanes
que se tapan con las hojas.
La catedral ha dejado
bronces que la brisa toma;
El Genil duerme a sus bueyes
y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada
con sus colinas de sombra;
una enseña los zapatos
entre volantes de blonda;
la mayor abre sus ojos
y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres
de alto pecho y larga cola?
¿Por qué agitan los pañuelos?
¿Adónde irán a estas horas?
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
MANOLA I. a
Deja que el rumor extienda
sobre Granada sus olas.
MANOLA 2. a ¿Tenemos novio?
ROSITA. Ninguna.
MANOLA 2. a ¿Digo la verdad?
ROSITA. Sí, toda.
MANOLA 3. a
Encajes de escarcha tienennuestras camisas de novia.
ROSITA. Pero...
MANOLA I. a La noche nos gusta.
ROSITA. Pero...
MANOLA 2. a Por calles en sombra.
MANOLA I. a
Nos subimos a la Alhambra
las tres y las cuatro solas.
MANOLA 3. a ¡Ay!
MANOLA 2. a Calla.
MANOLA 3.a ¿Por qué?
MANOLA 2. a ¡Ay!
MANOLA I. a
¡Ay, sin que nadie lo oiga!
ROSITA.
Alhambra, jazmín de pena
donde la luna reposa.
AMA. Niña, tu tía te llama. (Muy triste.)
ROSITA. ¿Has llorado?
AMA. (Conteniéndose.) No... es que tengo así, una cosa que...
ROSITA. No me asustes. ¿Qué pasa? (Entra rápida, mirando hacia el Ama. Cuando entra Rosita el Ama
rompe a llorar en silencio.)
MANOLA I. a (En voz alta.) ¿Qué ocurre?
MANOLA z. a Dinos.
AMA. Callad.
MANOLA 3. a (En voz baja.) ¿Malas noticias?
(El Ama las lleva a la puerta y mira por donde salió Rosita.)
AMA. ¡Ahora se lo está diciendo!
(Pausa, en que todas oyen.)
MANOLA I. a Rosita está llorando, vamos a entrar.
AMA. Venid y os contaré. ¡Dejadla ahora! Podéis salir por el postigo.
(Salen. Queda la escena sola. Un piano lejisimo toca un estudio de Cerny. Pausa. Entra
el Primo y al llegar al centro de la habitación se detiene porque entra Rosita. Quedan
los dos mirándose frente a frente. El Primo avanza. La enlaza por el talle. Ella inclina la
cabeza sobre su hombro.)
RO SITA.
¿Por qué tus ojos traidores
con los míos se fundieron?
¿Por qué tus manos tejieron,
sobre mi cabeza, flores?
¡Qué luto de ruiseñores
dejas a mi juventud,
pues siendo norte y salud
tu figura y tu presencia
rompes con tu cruel ausencia
las cuerdas de mi laúd!
PRIMO. (La lleva a un vis-á-vis y se sientan.)
¡Ay, prima, tesoro mío!,
ruiseñor en la nevada,
deja tu boca cerrada
al imaginario frío;no es de hielo mi desvío,
que aunque atraviese la mar
el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me vaya a quemar.
ROSITA.
Una noche adormilada
en mi balcón de jazmines
vi bajar dos querubines
a una rosa enamorada;
ella se puso encarnada,
siendo blanco su color;
pero como tierna flor,
sus pétalos encendidos
se fueron cayendo heridos
por el beso del amor.
Así yo, primo inocente,
en mi jardín de arrayanes,
daba al aire mis afanes
y mi blancura a la fuente.
Tierna gacela imprudente
alcé los ojos, te vi
y en mi corazón sentí
agujas estremecidas
que me están abriendo heridas
rojas como el alhelí.
PRIMO.
He de volver, prima mía,
para llevarte a mi lado
en barco de oro cuajado
con las velas de alegría;
luz y sombra, noche y día,
sólo pensaré en quererte.
ROSITA.
Pero el veneno que vierte
amor, sobre el alma sola,
tejerá con tierra y ola
el vestido de mi muerte.
PRIMO.
Cuando mi caballo lento
coma tallos con rocío;
cuando la niebla del río
empañe el muro del viento;
cuando el verano violento
ponga el llano carmesí
y la escarcha deje en mí
alfileres de lucero,
te digo, porque te quiero,
que me moriré por ti.
ROSITA.
Yo ansío verte llegar
una tarde por Granada
con toda la luz salada
por la nostalgia del mar;
amarillo limonar,jazminero desangrado,
por las piedras enredado
impedirán tu camino,
y nardos en remolino
pondrán loco mi tejado.
Volverás.
PRIMO.
Sí. ¡Volveré!
ROSITA.
¿Qué paloma iluminada
me anunciará tu llegada?
PRIMO.
El palomo de mi fe.
ROSITA.
Mira que yo bordaré
sábanas para los dos.
PRIMO.
Por los diamantes de Dios
y el clavel de su costado,
juro que vendré a tu lado.
ROSITA.
¡Adiós, primo!
PRIMO.
¡Prima, adiós!
(Se abrazan en el vis-á-vis. Lejos se oye el piano. El Primo sale. Rosita queda llorando.
Aparece el Tío que cruza la escena hacia el invernadero. Al ver a su Tío, Rosita coge el
libro de las rosas que está al alcance de su mano.)
TÍO. ¿Qué hacías?
ROSITA. Nada.
TÍO. ¿Estabas leyendo?
ROSITA. Sí. (Sale el Tío leyendo.)
Cuando se abre en la mañana
roja como sangre está;
el rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta en el mediodía
es dura como el coral,
el sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal;
y cuando toca la noche
blando cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se van,
en la raya de lo oscuro
se comienza a deshojar.Telón
Acto segundo
Salón de la casa de doña Rosita. Al fondo el jardín.
EL SEÑOR X. Pues yo siempre seré de este siglo.
TÍO. El siglo que acabamos de empezar será un siglo materialista.
EL SEÑOR X. Pero de mucho más adelanto que el que se fue. Mi amigo, el señor Longoria, de Madrid,
acaba de comprar un automóvil con el que se lanza a la fantástica velocidad de treinta kilómetros por
hora; y el Sha de Persia, que por cierto es un hombre muy agradable, ha comprado también un Panhard
Levasson de veinticuatro caballos.
TÍO. Y digo yo: ¿adónde van con tanta prisa? Ya ve usted lo que ha pasado en la carrera París-Madrid, que
ha habido que suspenderla, porque antes de llegar a Burdeos se mataron todos los corredores.
EL SEÑOR X. El conde Zboronsky, muerto en el accidente, y Marcel Renault, o Renol, que de ambas
maneras suele y puede decirse, muerto también en el accidente, son mártires de la ciencia que serán
puestos en los altares el día en que venga la religión de lo positivo. A Renol lo conocí bastante. ¡Pobre
Marcelo!
TÍO. No me convencerá usted. (Se sienta.)
EL SEÑOR X. (Con el pie puesto en la silla y jugando con el bastón.) Superlativamente; aunque un
catedrático de Economía Política no puede discutir con un cultivador de rosas. Pero hoy día, créame
usted, no privan los quietismos ni las ideas «oscurantistas». Hoy día se abren camino un Juan Bautista
Sal o Sé, que de ambas maneras suele y puede decirse, o un conde León Tolstuá, vulgo Tolstoi, tan galán
en la forma como profundo en el concepto. Yo me siento en la polis viviente; no soy partidario de la
natura naturata.
TÍO. Cada uno vive como puede o como sabe en esta vida diaria.
EL SEÑOR X. Está entendido, la Tierra es un planeta mediocre, pero hay que ayudar a la civilización. Si
Santos Dumont, en vez de estudiar meteorología comparada, se hubiera dedicado a cuidar rosas, el
aerostato dirigible estaría en el seno de Brahama.
EL TÍO. (Disgustado.) La botánica también es una ciencia.
EL SEÑOR X. (Despectivo.) Sí, pero aplicada: para estudiar jugos de la anthemis olorosa, o el ruibarbo, a
la enorme pulsátila, o el narcótico de la datura stramonium.
TÍO. (Ingenuo.) ¿Le interesan a usted esas plantas?
EL SEÑOR X. No tengo el suficiente volumen de experiencia sobre ellas. Me interesa la cultura, que es
distinto. ¡Voilá! (Pausa.) ¿Y... Rosita?
TÍO. ¿Rosita? (Pausa. En alta voz.) ¡Rosita...!
VOZ. (Dentro.) No está.
TÍO. No está.
EL SEÑOR X. Lo siento.
TÍO. Yo también. Como es su santo habrá salido a rezar los cuarenta credos.
EL SEÑOR X. Le entrega usted de mi parte, este pendentif. Es una Torre Eiffel de nácar sobre dos palomas
que llevan en sus picos la rueda de la industria.
TÍO. Lo agradecerá mucho.
EL SEÑOR X. Estuve por haberla traído un cañoncito de plata por cuyo agujero se veía la Virgen de
Lurdes, o Lourdes, o una hebilla para el cinturón hecha con una serpiente y cuatro libélulas, pero preferí
lo primero por ser de más gusto.
TÍO. Gracias.
EL SEÑOR X. Encantado de su favorable acogida.
TÍO. Gracias.
EL SEÑOR X. Póngame a los pies de su señora esposa.
TÍO. Muchas gracias.
EL SEÑOR X. Póngame a los pies de su encantadora sobrinita, a la que deseo venturas en su celebrado
onomástico.
TÍO. Mil gracias.
EL SEÑOR X. Considéreme seguro servidor suyo.TÍO. Un millón de gracias.
EL SEÑOR X. Vuelvo a repetir...
TÍO. Gracias, gracias, gracias.
EL SEÑOR X. Hasta siempre. (Se va.)
TÍO. (A voces.) Gracias, gracias, gracias.
AMA. (Sale riendo.) No sé cómo tiene usted paciencia. Con este señor y con el otro, don Confucio Montes
de Oca, bautizado en la logia número cuarenta y tres, va a arder la casa un día.
TÍO. Te he dicho que no me gusta que escuches las conversaciones.
AMA. Eso se llama ser desagradecido. Estaba detrás de la puerta, sí señor, pero no era para oír, sino para
poner una escoba boca arriba y que el señor se fuera.
TÍA. ¿Se fue ya?
TÍO. Ya. (Entra.)
AMA. ¿También éste pretende a Rosita?
TÍA. Pero ¿por qué hablas de pretendientes? ¡No conoces a Rosita!
AMA. Pero conozco a los pretendientes.
TÍA. Mi sobrina está comprometida.
AMA. No me haga usted hablar, no me haga usted hablar, no me haga usted hablar, no me haga usted
hablar.
TÍA. Pues cállate.
AMA. ¿A usted le parece bien que un hombre se vaya y deje ya quince años plantada a una mujer que es la
flor de la manteca? Ella debe casarse. Ya me duelen las manos de guardar mantelerías de encaje de
Marsella y juegos de cama adornados de guipure y caminos de mesa y cubrecamas de gasa con flores de
realce. Es que ya debe usarlos y romperlos, pero ella no se da cuenta de cómo pasa el tiempo. Tendrá el
pelo de plata y todavía estará cosiendo cintas de raso liberty en los volantes de su camisa de novia.
TÍA. ¿Pero por qué te metes en lo que no te importa?
AMA. (Con asombro.) Pero si no me meto, es que estoy metida.
TÍA. Yo estoy segura de que ella es feliz.
AMA. Se lo figura. Ayer me tuvo todo el día acompañándola en la puerta del circo, porque se empeñó en
que uno de los titiriteros se parecía a su primo.
TÍA. ¿Y se parecía realmente?
AMA. Era hermoso como un novicio cuando sale a cantar la primera misa, pero ya quisiera su sobrino
tener aquel talle, aquel cuello de nácar y aquel bigote. No se parecía nada. En la familia de ustedes no
hay hombres guapos.
TÍA. ¡Gracias, mujer!
AMA. Son todos bajos y un poquito caídos de hombros.
TÍA. ¡Vaya!
AMA. Es la pura verdad, señora. Lo que pasó es que a Rosita le gustó el saltimbanqui, como me gustó a mí
y como le gustaría a usted. Pero ella lo achaca todo al otro. A veces me gustaría tirarle un zapato a la
cabeza. Porque de tanto mirar al cielo se le van a poner los ojos de vaca.
TÍA. Bueno: y punto final. Bien está que la zafia hable, pero que no ladre.
AMA. No me echará usted en cara que no la quiero.
TÍA. A veces me parece que no.
AMA. El pan me quitaría de la boca y la sangre de mis venas, si ella me los deseara.
TÍA. (Fuerte.) ¡Pico de falsa miel! ¡Palabras!
AMA. (Fuerte.) ¡Y hechos! Lo tengo demostrado, ¡y hechos! La quiero más que usted.
TÍA. Eso es mentira.
AMA. (Fuerte.) ¡Eso es verdad!
TÍA. ¡No me levantes la voz!
AMA. (Alto.) Para eso tengo la campanilla de la lengua.
TÍA. ¡Cállate, mal educada!
AMA. Cuarenta años llevo al lado de usted.
TÍA. (Casi llorando.) ¡Queda usted despedida!
AMA. (Fortísimo.) ¡Gracias a Dios que la voy a perder de vista!
TÍA. (Llorando.) ¡A la calle inmediatamente!
AMA. (Rompiendo a llorar.) ¡A la calle!(Se dirige llorando a la puerta y al entrar se le cae un objeto. Las dos están llorando.
Pausa.)
TÍA. (Limpiándose las lágrimas y dulcemente.) ¿Qué se te ha caído?
AMA. (Llorando.) Un portatermómetro, estilo Luis XV.
TÍA. ¿Sí?
AMA. Sí, señora. (Lloran.)
TÍA. ¿A ver?
AMA. Para el santo de Rosita. (Se acerca.)
TÍA. (Sorbiendo.) Es una preciosidad.
AMA. (Con voz de llanto.) En medio del terciopelo hay una fuente hecha con caracoles de verdad; sobre la
fuente una glorieta de alambre con rosas verdes; el agua de la taza es un grupo de lentejuelas azules y el
surtidor es el propio termómetro. Los charcos que hay alrededor están pintados al aceite y encima de
ellos bebe un ruiseñor todo bordado con hilo de oro. Yo quise que tuviera cuerda y cantara, pero no pudo
ser.
TÍA. No pudo ser.
AMA. Pero no hace falta que cante. En el jardín los tenemos vivos.
TÍA. Es verdad. (Pausa.) ¿Para qué te has metido en esto?
AMA. (Llorando.) Yo doy todo lo que tengo por Rosita.
TÍA. ¡Es que tú la quieres como nadie!
AMA. Pero después que usted.
TÍA. No. Tú le has dado tu sangre.
AMA. Usted le ha sacrificado su vida.
TÍA. Pero yo lo he hecho por deber y tú por generosidad.
AMA. (Más fuerte.) ¡No diga usted eso!
TÍA. Tú has demostrado quererla más que nadie.
AMA. Yo he hecho lo que haría cualquiera en mi caso. Una criada. Ustedes me pagan y yo sirvo.
TÍA. Siempre te hemos considerado como de la familia.
AMA. Una humilde criada que da lo que tiene y nada más.
TÍA. ¿Pero me vas a decir que nada más?
AMA. ¿Y soy otra cosa?
TÍA. (Irritada.) Eso no lo puedes decir aquí. Me voy por no oírte.
AMA. (Irritada.) Y yo también.
(Salen rápidas unas por cada puerta. Al salir la Tía se tropieza con el Tío.)
TÍO. De tanto vivir juntas, los encajes se os hacen espinas.
TÍA. Es que quiere salirse siempre con la suya.
TÍO. No me expliques, ya me lo sé todo de memoria... Y sin embargo no puedes estar sin ella. Ayer oí
cómo le explicabas con todo detalle nuestra cuenta corriente en el Banco. No te sabes quedar en tu sitio.
No me parece conversación lo más a propósito para una criada.
TÍA. Ella no es una criada.
TÍO. (Con dulzura.) Basta, basta, no quiero llevarte la contraria.
TÍA. ¿Pero es que conmigo no se puede hablar?
TÍO. Se puede, pero yo prefiero callarme.
TÍA. Aunque te quedes con tus palabras de reproche.
TÍO. ¿Para qué voy a decir nada a estas alturas? Por no discutir soy capaz de hacerme la cama, de limpiar
mis trajes con jabón de palo y cambiar las alfombras de mi habitación.
TÍA. No es justo que te des ese aire de hombre superior y mal servido, cuando todo en esta casa está
supeditado a tu comodidad y a tus gustos.
TÍO. (Dulce.) Al contrario, hija.
TÍA. (Seria.) Completamente. En vez de hacer encajes, podo las plantas. ¿Qué haces tú por mí?
TÍO. Perdona. Llega un momento en que las personas que viven juntas muchos años hacen motivo de
disgusto y de inquietud las cosas más pequeñas, para poner intensidad y afanes en lo que está
definitivamente muerto. Con veinte años no teníamos estas conversaciones.
TÍA. No. Con veinte años se rompían los cristales...TÍO. Y el frío era un juguete en nuestras manos.
(Aparece Rosita. Viene vestida de rosa. Ya la moda ha cambiado de mangas de jamón a
1900. Falda en forma de campanela. Atraviesa la escena, rápida, con unas tijeras en la
mano. En el centro, se para.)
ROSITA. ¿Ha llegado el cartero?
TÍO. ¿Ha llegado?
TÍA. No sé. (A voces.) ¿Ha llegado el cartero? (Pausa.) No, todavía, no.
ROSITA. Siempre pasa a estas horas.
TÍO. Hace rato debió llegar.
TÍA. Es que muchas veces se entretiene.
ROSITA. El otro día me lo encontré jugando al uni-uni-dolidoli con tres chicos y todo el montón de cartas
en el suelo.
TÍA. Ya vendrá.
ROSITA. Avisadme. (Sale rápida.)
TÍO. ¿Pero dónde vas con esas tijeras?
ROSITA. Voy a cortar unas rosas.
TÍO. (Asombrado.) ¿Cómo? ¿Y quién te ha dado permiso?
TÍA. Yo. Es el día de su santo.
ROSITA. Quiero poner en las jardineras y en el florero de la entrada.
TÍO. Cada vez que cortáis una rosa es como si me cortaseis un dedo. Ya se que es igual. (Mirando a su
Mujer.) No quiero discutir. Sé que duran poco. (Entra el Ama.) Así lo dice el vals de las rosas, que es una
de las composiciones más bonitas de estos tiempos, pero no puedo reprimir el disgusto que me produce
verlas en los búcaros. (Sale de escena.)
ROSITA. (Al Ama.) ¿Vino el correo?
AMA. Pues para lo único que sirven las rosas es para adornar las habitaciones.
ROSITA. (Irritada.) Te he preguntado si ha venido el correo.
AMA. (Irritada.) ¿Es que me guardo yo las cartas cuando vienen?
TÍA. Anda, corta las flores.
ROSITA. Para todo hay en esta casa una gotita de acíbar.
AMA. Nos encontramos el rejalgar por los rincones.
(Sale de escena.)
TÍA. ¿Estás contenta?
ROSITA. No sé.
TÍA. ¿Y eso?
ROSITA. Cuando no veo a la gente estoy contenta, pero como la tengo que ver...
TÍA. ¡Claro! No me gusta la vida que llevas. Tu novio no te exige que seas hurona. Siempre me dice en las
cartas que salgas.
ROSITA. Pero es que en la calle noto cómo pasa el tiempo y no quiero perder las ilusiones. Ya han hecho
otra casa nueva en la placeta. No quiero enterarme de cómo pasa el tiempo.
TÍA. ¡Claro! Muchas veces te he aconsejado que escribas a tu primo y te cases aquí con otro. Tú eres
alegre. Yo sé que hay muchachos y hombres maduros enamorados de ti.
ROSITA. ¡Pero tía! Tengo las raíces muy hondas, muy bien hincadas en mi sentimiento. Si no viera a la
gente, me creería que hace una semana que se marchó. Yo espero como el primer día. Además, ¿qué es
un año, ni dos, ni cinco? (Suena una campanilla.) El correo.
TÍA. ¿Qué te habrá mandado?
AMA. (Entrando en escena.) Ahí están las solteronas cursilonas.
TÍA. ¡María Santísima!
ROSITA. Que pasen.
AMA. La madre y las tres niñas. Lujo por fuera y para la boca unas malas migas de maíz. ¡Qué azotazo en
el... les daba...! (Sale de escena. Entran las tres Cursilonas y su Mamá. Las tres Solteronas vienen con
inmensos sombreros de plumas malas, trajes exageradisimos, guantes hasta el codo con pulseras encimay abanicos pendientes de largas cadenas. La Madre viste de negro pardo con un sombrero de viejas cin-
tas moradas.)
MADRE. Felicidades. (Se besan.)
ROSITA. Gracias. (Besa a las Solteronas.) ¡Amor! ¡Caridad! ¡Clemencia!
SOLTERA I. a Felicidades.
SOLTERA 2. a Felicidades.
SOLTERA 3. a Felicidades.
TÍA. (A la Madre.) ¿Cómo van esos pies?
MADRE. Cada vez peor. Si no fuera por éstas, estaría siempre en casa. (Se sientan.)
TÍA. ¿No se da usted las friegas con alhucemas?
SOLTERONA I. a Todas las noches.
SOLTERONA 2. a Y el cocimiento de malvas.
TÍA. No hay reuma que resista. (Pausa.)
MADRE. ¿Y su esposo?
TÍA. Está bien, gracias. (Pausa.)
MADRE. Con sus rosas.
TÍA. Con sus rosas.
SOLTERONA 3. a ¡Qué bonitas son las flores!
SOLTERONA 2. a Nosotras tenemos en una maceta un rosal de San Francisco.
ROSITA. Pero las rosas de San Francisco no huelen.
SOLTERONA I. a Muy poco.
MADRE. A mí lo que más me gusta son las celindas.
SOLTERONA 3. a Las violetas son también preciosas. (Pausa.)
MADRE. Niñas, ¿habéis traído la tarjeta?
SOLTERONA 3. a Sí. Es una niña vestida de rosa, que al mismo tiempo es barómetro. El fraile con la
capucha está ya muy visto. Según la humedad, las faldas de la niña, que son de papel finísimo, se abren o
se cierran.
ROSITA. (Leyendo.)
Una mañana en el campo
cantaban los ruiseñores
y en su cántico decían:
Rosita, de las mejores.
¿Para qué se han molestado ustedes?
TÍA. Es de mucho gusto.
MADRE. ¡Gusto no me falta, lo que me falta es dinero!
SOLTERONA I. a ¡Mamá...!
SOLTERONA 2. a ¡Mamá...!
SOLTERONA 3. a ¡Mamá...!
MADRE. Hijas, aquí tengo confianza. No nos oye nadie. Pero usted lo sabe muy bien: desde que faltó mi
pobre marido hago verdaderos milagros para administrar la pensión que nos queda. Todavía me parece
oír al padre de estas hijas, cuando, generoso y caballero como era, me decía: «Enriqueta, gasta, gasta, que
ya gano setenta duros»; ¡pero aquellos tiempos pasaron! A pesar de todo, nosotras no hemos descendido
de clase. ¡Y qué angustias he pasado, señora, para que esta hijas puedan seguir usando sombrero! ¡Cuán -
tas lágrimas, cuántas tristezas, por una cinta o un grupo de bucles! Esas plumas y esos alambres me
tienen costado muchas noches en vela.
SOLTERONA 3. a ¡Mamá!...
MADRE. Es la verdad, hija mía. No nos podemos extralimitar lo más mínimo. Muchas veces les pregunto:
«¿Qué queréis, hijas de mi alma: huevo en el almuerzo o silla en el paseo?». Y ellas me responden las
tres a la vez: «sillas».
SOLTERONA 3. a Mamá, no comentes más esto. Todo Granada lo sabe.
MADRE. Claro, ¿qué van a contestar? Y allá nos vamos con unas patatas y un racimo de uvas, pero con
capa de mongolia o sombrilla pintada o blusa de popelinette, con todos los detalles. Porque no hay más
remedio. ¡Pero a mí me cuesta la vida! Y se me llenan los ojos de lágrimas cuando las veo alternar con
las que pueden.
SOLTERONA 2. a ¿No vas ahora a la Alameda, Rosita?ROSITA. No.
SOLTERONA 3. a Allí nos reunimos siempre con las de Ponce de León, con las de Herrasti y con las de la
Baronesa de Santa Matilde de la Bendición Papal. Lo mejor de Granada.
MADRE. ¡Claro! Estuvieron juntas en el Colegio de la Puerta del Cielo. (Pausa.)
TÍA. (Levantándose.) Tomarán ustedes algo. (Se levantan todas.)
MADRE. No hay manos como las de usted para el piñonate y el pastel de gloria.
SOLTERONA I. a (A Rosita.) ¿Tienes noticias?
RO SITA. El último correo me prometía novedades. Veremos a ver éste.
SOLTERONA 3. a ¿Has terminado el juego de encaje valenciennes?
ROSITA. ¡Toma! Ya le hecho otro de nansú con mariposas a la aguada.
SOLTERONA 2. a El día que te cases vas a llevar el mejor ajuar del mundo.
ROSITA. ¡Ay, yo pienso que todo es poco! Dicen que los hombres se cansan de una si la ven siempre con
el mismo vestido.
AMA. (Entrando.) Ahí están las de Ayola, el fotógrafo.
TÍA. Las señoritas de Ayola, querrás decir.
AMA. Ahí están las señoronas por todo lo alto de Ayola, fotógrafo de Su Majestad y medalla de oro en la
exposición de Madrid. (Sale.)
TÍA. Hay que aguantarla; pero a veces me crispa los nervios. (Las Solteronas están con Rosita viendo unos
paños.) Están imposibles.
MADRE. Envalentonadas. Yo tengo una muchacha que nos arregla el piso por las tardes; ganaba lo que
han ganado siempre: una peseta al mes y las sobras, que ya está bien en estos tiempos; pues el otro día se
nos descolgó diciendo que quería un duro, ¡y yo no puedo!
TÍA. No sé dónde vamos a parar. (Entran las Niñas de Ayola que saludan a Rosita con alegría. Vienen con
la moda exageradisima de la época y ricamente vestidas.)
ROSITA. ¿No se conocen ustedes?
AYOLA I. a De vista.
ROSITA. Las señoritas de Ayola, la señora y señoritas de Escarpini.
AYOLA 2. a Ya las vemos sentadas en sus sillas del paseo. (Disimulan la risa.)
ROSITA. Tomen asiento. (Se sientan las Solteronas.)
TÍA. (A las de Ayola.) ¿Queréis un dulcecito?
AYOLA 2. a No; hemos comido hace poco. Por cierto que yo tomé cuatro huevos con picadillo de tomate, y
casi no me podía levantar de la silla.
AYOLA I. a ¡Qué graciosa! (Ríen. Pausa. Las Ayolas inician una risa incontenible que se comunica a
Rosita que hace esfuerzos por contenerlas. Las Cursilonas y su Madre están serias. Pausa.)
TÍA. ¡Qué criaturas!
MADRE. ¡La juventud!
TÍA. Es la edad dichosa.
ROSITA. (Andando por la escena como arreglando cosas.) Por favor, callarse. (Se callan.)
TÍA. (A Solterona 3. a ) ¿Y ese piano?
SOLTERONA 3. a Ahora estudio poco. Tengo muchas labores que hacer.
ROSITA. Hace mucho tiempo que no te he oído.
MADRE. Si no fuera por mí, ya se le habrían engarabitado los dedos. Pero siempre estoy con el tole tole.
SOLTERONA 2. a Desde que murió el pobre papá no tiene ganas. ¡Cómo a él le gustaba tanto!
SOLTERONA 3. a Me acuerdo que algunas veces se le caían las lágrimas.
SOLTERONA I. a Cuando tocaba la tarantela de Popper.
SOLTERONA 2. a Y la plegaria de la Virgen.
MADRE. ¡Tenía mucho corazón! (Las Ayolas, que han estado conteniendo la risa, rompen a reír en
grandes carcajadas. Rosita vuelta de espaldas a las Solteronas ríe también, pero se domina.)
TÍA. ¡Qué chiquillas!
AYOLA I. a Nos reímos porque antes de entrar aquí...
AYOLA 2. a Tropezó ésta y estuvo a punto de dar la vuelta de campana...
AYOLA I. a Y yo... (Ríen. Las Solteronas inician una leve risa fingida con un matiz cansado y triste.)
MADRE. ¡Ya nos vamos!
TÍA. De ninguna manera.
ROSITA. (A todas.) ¡Pues celebremos que no te hayas caído! Ama, trae los huesos de Santa Catalina.
SOLTERONA 3. a ¡Qué ricos son!MADRE. El año pasado nos regalaron a nosotras medio kilo. (Entra el Ama con los huesos.)
AMA. Bocados para gente fina. (A Rosita.) Ya viene el correo por los Alamillos.
ROSITA. ¡Espéralo en la puerta!
AYOLA I. a Yo no quiero comer. Prefiero una palomilla de anís.
AYOLA 2. a Y yo de agraz.
ROSITA. ¡Tú siempre tan borrachilla!
AYOLA I. a Cuando yo tenía seis años venía aquí y el novio de Rosita me acostumbró a beberlas. ¿No
recuerdas, Rosita?
ROSITA. (Seria.) ¡No!
AYOLA 2. a A mí, Rosita y su novio me enseñaban las letras B-C-D... ¿Cuánto tiempo hace de esto?
TÍA. ¡Quince años!
AYOLA I. a A mí, casi, casi se me ha olvidado la cara de tu novio.
AYOLA 2. a ¿No tenía una cicatriz en el labio?
ROSITA. ¿Una cicatriz? Tía, ¿tenía una cicatriz?
TÍA. ¿Pero no te acuerdas, hija? Era lo único que le afeaba un poco.
ROSITA. Pero no era una cicatriz, era una quemadura, un poquito rosada. Las cicatrices son hondas.
AYOLA I. a ¡Tengo una gana de que Rosita se case!
ROSITA. ¡Por Dios!
AYOLA 2. a Nada de tonterías. ¡Yo también!
ROSITA. ¿Por qué?
AYOLA I. a Para ir a una boda. En cuanto yo pueda me caso.
TÍA. ¡Niña!
AYOLA I. a Con quien sea, pero no me quiero quedar soltera.
AYOLA 2. a Yo pienso igual.
TÍA. (A la Madre.) ¿Qué le parece a usted?
AYOLA I. a ¡Ah! ¡Y si soy amiga de Rosita es porque se que tiene novio! Las mujeres sin novio están
pochas, recocidas y todas ellas... (Al ver a las Solteronas.) bueno, todas no, algunas de ellas... En fin,
¡todas están rabiadas!
TÍA. ¡Ea! Ya está bien.
MADRE. Déjela.
SOLTERONA I. a Hay muchas que no se casan porque no quieren.
AYOLA 2. a Eso no lo creo yo.
SOLTERONA I. a (Con intención.) Lo sé muy cierto.
AYOLA 2. a La que no se quiere casar, deja de echarse polvos y ponerse postizos debajo de la pechera, y no
se está día y noche en las barandillas del balcón, atisbando la gente.
SOLTERONA 2. a ¡Le puede gustar tomar el aire!
ROSITA. Pero ¡qué discusión más tonta! (Ríen forzosamente.)
TÍA. Bueno. ¿Por qué no tocamos un poquito?
MADRE. ¡Anda niña!
SOLTERONA 3. a (Levantándose.) Pero ¿qué toco?
AYOLA 2. a Toca: «¡Viva Frascuelo!».
SOLTERONA 2. a La barcarola de «La fragata Numancia».
ROSITA. ¿Y por qué no: «Lo que dicen las flores»?
MADRE. ¡Ah, sí, «Lo que dicen las flores»! (A la Tía.) ¿No la ha oído usted? Habla, y toca al mismo
tiempo. ¡Una preciosidad!
SOLTERONA 3. a También puedo decir: «Volverán las oscuras golondrinas, de tu balcón los nidos a
colgar».
AYOLA I. a Eso es muy triste.
SOLTERONA I. a Lo triste es bonito también.
TÍA. ¡Vamos! ¡Vamos!
SOLTERONA 3. a (En el piano.)
Madre, llévame a los campos
con la luz de la mañana
a ver abrirse las flores
cuando se mecen las ramas.
Mil flores dicen mil cosaspara mil enamoradas,
y la fuente está contando
lo que el ruiseñor se calla.
ROSITA.
Abierta estaba la rosa
con la luz de la mañana;
tan roja de sangre tierna,
que el rocío se alejaba;
tan caliente sobre el tallo,
que la brisa se quemaba;
¡tan alta!
¡cómo reluce!
¡Abierta estaba!
SOLTERONA 3. a
Sólo en ti pongo mis ojos
-el heliotropo expresaba-
«No te querré mientras viva»,
dice la flor de la albahaca.
«Soy tímida», la violeta.
«Soy fría», la rosa blanca.
Dice el jazmín: «Seré fiel»,
y el clavel: « ¡Apasionada! ».
SOLTERONA 2. a
El jacinto es la amargura;
el dolor, la pasionaria;
SOLTERONA I. a
el jaramago, el desprecio
y los lirios, la esperanza.
TÍA.
Dice el nardo: «Soy tu amigo»,
«Creo en ti», la pasionaria.
La madreselva te mece,
la siempreviva te mata.
MADRE.
Siempreviva de la muerte,
flor de las manos cruzadas;
¡qué bien estás cuando el aire
llora sobre tu guirnalda!
RO S ITA.
Abierta estaba la rosa,
pero la tarde llegaba,
y un rumor de nieve triste
le fue pesando las ramas;
cuando la sombra volvía,
cuando el ruiseñor cantaba,
como una muerta de pena
se puso transida y blanca;
y cuando la noche, grande
cuerno de metal sonaba
y los vientos enlazados
dormían en la montaña,
se deshojó suspirando
por los cristales del alba.
SOLTERONA 3. a
Sobre tu largo cabello
gimen las flores cortadas.Unas llevan puñalitos,
otras fuego y otras agua.
SOLTERONA I. a
Las flores tienen su lengua
para las enamoradas.
ROSITA.
Son celos el carambuco;
desdén esquivo la dalia;
suspiros de amor el nardo,
risa la gala de Francia.
Las amarillas son odio;
el furor, las encarnadas;
las blancas son casamiento
y las azules, mortaja.
SOLTERONA 3. a
Madre, llévame a los campos
con la luz de la mañana
a ver abrirse las flores
cuando se mecen las ramas.
(El piano hace la última escala y se para.)
TÍA. ¡Ay, qué preciosidad!
MADRE. Saben también el lenguaje del abanico, el lenguaje de los guantes, el lenguaje de los sellos y el
lenguaje de las horas. A mí se me pone la carne de gallina cuando dicen aquello:
Las doce dan sobre el mundo
con horrísono rigor;
de la hora de tu muerte
acuérdate, pecador.
AYOLA I. a (Con la boca llena de dulce.) ¡Qué cosa más fea!
MADRE.
Y cuando dicen:
A la una nacemos
La ra la, la,
y este nacer,
la, la, ran,
es como abrir los ojos,
lan,
en un vergel,
vergel, vergel.
AYOLA 2. a (A su Hermana.) Me parece que la vieja ha empinado el codo. (A la Madre.) ¿Quiere otra
copita?
MADRE. Con sumo gusto y fina voluntad, como se decía en mi época.
(Rosita ha estado espiando la llegada del correo.)
AMA. ¡El correo! (Algazara general.)
TÍA. Y ha llegado justo.
SOLTERONA. 3. a Ha tenido que contar los días para que llegue hoy.
MADRE. ¡Es una fineza!
AYOLA 2. a ¡Abre la carta!
AYOLA I. a Más discreto es que la leas tú sola, porque a lo mejor te dice algo verde.
MADRE. ¡Jesús!(Sale Rosita con la carta.)
AYOLA I. a Una carta de un novio no es un devocionario.
SOLTERONA 3. a Es un devocionario de amor.
AYOLA 2. a ¡Ay, qué finoda! (Ríen las Ayolas.)
AYOLA I. a Se conoce que no ha recibido ninguna.
MADRE. (Fuerte.) ¡Afortunadamente para ella!
AYOLA I. a Con su pan se lo coma.
TÍA. (Al Ama que va a entrar con Rosita.) ¿Dónde vas tú?
AMA. ¿Es que no puedo dar un paso?
TÍA. ¡Déjala a ella!
ROSITA. (Saliendo.) ¡Tía! ¡Tía!
TÍA. Hija, ¿qué pasa?
ROSITA. (Con agitación.) ¡Ay, tía!
AYOLA I. a ¿Qué?
SOLTERONA 3. a ¡Dinos!
AYOLA 3.a ¿Qué?
AMA. ¡Habla!
TÍA. ¡Rompe!
MADRE. ¡Un vaso de agua!
AYOLA 2. a ¡Venga!
AYOLA 2 . a Pronto. (Algazara.)
ROSITA. (Con voz ahogada.) Que se casa... (Espanto en todos.) Que se casa conmigo, porque ya no puede
más, pero que...
AYOLA 2. a (Abrazándola.) ¡Ole! ¡Qué alegría!
AYOLA I. a ¡Un abrazo!
TÍA. Dejadla hablar.
ROSITA. (Más calmada.) Pero como le es imposible venir por ahora, la boda será por poderes y luego
vendrá él.
SOLTERONA I. a ¡Enhorabuena!
MADRE. (Casi llorando.) ¡Dios te haga lo feliz que mereces. (La abraza.)
AMA. Bueno, y «poderes», ¿qué es?
ROSITA. Nada. Una persona representa al novio en la ceremonia.
AMA. ¿Y qué más?
ROSITA. ¡Que está una casada!
AMA. Y por la noche, ¿qué?
ROSITA. ¡Por Dios!
AYOLA I. a Muy bien dicho. Y por la noche, ¿qué?
TÍA. ¡Niñas!
AMA. ¡Que venga en persona y se case! ¡«Poderes»! No lo he oído decir nunca. La cama y sus pinturas,
temblando de frío, y la camisa de novia en lo más oscuro del baúl. Señora, no deje usted que los
«Poderes» entren en esta casa. (Ríen todos.) ¡Señora, que yo no quiero «poderes»!
ROSITA. Pero él vendrá pronto. ¡Esto es una prueba más de lo que me quiere!
AMA. ¡Eso! ¡Que venga! y que te coja del brazo y que menee el azúcar de tu café y lo pruebe antes a ver si
quema. (Risas. Aparece el Tío con una rosa.)
ROSITA. ¡Tío!
TÍO. ¡Lo he oído todo, y casi sin darme cuenta he cortado la única rosa mudable que tenía en mi
invernadero! Todavía estaba roja,
abierta en el mediodía
es roja como el coral.
ROSITA.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
TÍO. Si hubiera tardado dos horas más en cortarla, te la hubiese dado blanca.
ROSITA.
Blanca como la paloma,como la risa del mar;
blanca con el blanco frío
de una mejilla de sal.
TÍO. Pero todavía, todavía tiene la brasa de su juventud.
TÍA. Bebe conmigo una copita, hombre. Hoy es día de que lo hagas.
(Algazara. La Solterona 3. a se sienta al piano y toca una polka. Rosita está mirando la
rosa. La Solterona 2. a y I. a bailan con las Ayolas y cantan.)
Porque mujer te vi,
a la orilla del mar,
tu dulce languidez
me hacía suspirar,
y aquel dulzor sutil
de mi ilusión fatal
a la luz de la luna
lo viste naufragar.
(La Tía y el Tío bailan. Rosita se dirige a la pareja Soltera 2.a y Ayola. Baila con la
Soltera. La Ayola bate palmas al ver a los viejos y el Ama al entrar hace el mismo
juego.)
Telón
Acto tercero
Sala baja de ventanas con persianas verdes que dan al jardín del Carmen. Hay un silencio en la escena.
Un reloj da las seis de la tarde. Cruza la escena el Ama con un cajón y una maleta. Han pasado diez años.
Aparece la Tía y se sienta en una silla baja, en el centro de la escena. Silencio. El reloj vuelve a dar las
seis. Pausa.
AMA. (Entrando.) La repetición de las seis.
TÍA. ¿Y la niña?
AMA. Arriba, en la torre. Y usted, ¿dónde estaba?
TÍA. Quitando las últimas macetas del invernadero.
AMA. No la he visto en toda la mañana.
TÍA. Desde que murió mi marido está la casa tan vacía que parece el doble de grande, y hasta tenemos que
buscarnos. Algunas noches, cuando toso en mi cuarto, oigo un eco como si estuviera en una iglesia.
AMA. Es verdad que la casa resulta demasiado grande.
TÍA. Y luego... si él viviera, con aquella claridad que tenía, con aquel talento... (Casi llorando.)
AMA. (Cantando.) Lan-lan-van-lan-lan... No, señora, llorar no lo consiento. Hace ya seis años que murió y
no quiero que esté usted como el primer día. ¡Bastante lo hemos llorado! ¡A pisar firme, señora! ¡Salga el
sol por las esquinas! ¡Que nos espere muchos años todavía cortando rosas!
TÍA. (Levantándose.) Estoy muy viejecita, ama. Tenemos encima una ruina muy grande.
AMA. No nos faltará. ¡También yo estoy vieja!
TÍA. ¡Ojalá tuviera yo tus años!
AMA. Nos llevamos poco, pero como yo he trabajado mucho, estoy engrasada, y usted, a fuerza de
poltrona, se le han engarabitado las piernas.
TÍA. ¿Es que te parece que yo no he trabajado?
AMA. Con las puntillas de los dedos, con hilos, con tallos, con confituras; en cambio yo he trabajado con
las espaldas, con las rodillas, con las uñas.
TÍA. Entonces, gobernar una casa ¿no es trabajar?
AMA. Es mucho más difícil fregar sus suelos.
TÍA. No quiero discutir.AMA. ¿Y por qué no? Así pasamos el rato. Ande. Replíqueme. Pero nos hemos quedado mudas. Antes se
daban voces. Que si esto, que si lo otro, que si las natillas, que si no planches más.
TÍA. Yo ya estoy entregada... y un día sopas, otro día migas, mi vasito de agua y mi rosario en el bolsillo,
esperaría la muerte con dignidad... ¡pero cuando pienso en Rosita!
AMA. ¡Ésa es la llaga!
TÍA. (Enardecida.) Cuando pienso en la mala acción que le han hecho y en el terrible engaño mantenido y
en la falsedad del corazón de ese hombre, que no es de mi familia ni merece ser de mi familia, quisiera
tener veinte años para tomar un vapor y llegar a Tucumán y coger un látigo...
AMA. (Interrumpiéndola.) ... y coger una espada y cortarle la cabeza y machacársela con dos piedras y
cortarle la mano del falso juramento y las mentirosas escrituras de cariño.
TÍA. Sí, sí; que pagara con sangre lo que sangre ha costado, aunque toda sea sangre mía, y después...
AMA. ... aventar las cenizas sobre el mar.
TÍA. Resucitarlo y traerlo con Rosita para respirar satisfecha con la honra de los míos.
AMA. Ahora me dará usted la razón.
TÍA. Te la doy.
AMA. Allí encontró la rica que iba buscando y se casó, pero debió decirlo a tiempo. Porque, ¿quién quiere
ya a esta mujer? ¡Ya está pasada! Señora: ¿y no le podríamos mandar una carta envenenada, que se
muriera de repente al recibirla?
TÍA. ¡Qué cosas! Ocho años lleva de matrimonio, y hasta el mes pasado no me escribió el canalla la
verdad. Yo notaba algo en las cartas; los poderes que no venían, un aire dudoso..., no se atrevía, pero al
fin lo hizo. ¡Claro, que después que su padre murió! Y esta criatura...
AMA. ¡Chist...!
TÍA. Y recoge las dos orzas.
(Aparece Rosita. Viene vestida de un rosa claro con moda del rgzo. Entra peinada de bu-
cles. Está muy avejentada.)
AMA. ¡Niña!
ROSITA. ¿Qué hacéis?
AMA. Criticando un poquito. Y tú, ¿dónde vas?
ROSITA. Voy al invernadero. ¿Se llevaron ya las macetas?
TÍA. Quedan unas pocas.
(Sale Rosita. Se limpian las lágrimas las dos Mujeres.)
AMA. ¿Y ya está? ¿Usted sentada y yo sentada? ¿Y a morir tocan? ¿Y no hay ley? ¿Y no hay gábilos para
hacerlo polvo?...
TÍA. Calla, ¡no sigas!
AMA. Yo no tengo genio para aguantar estas cosas sin que el corazón me corra por todo el pecho como si
fuera un perro perseguido. Cuando yo enterré a mi marido lo sentí mucho, pero tenía en el fondo una
gran alegría..., alegría no..., golpetazos de ver que la enterrada no era yo. Cuando enterré a mi niña... ¿me
entiende usted?, cuando enterré a mi niña fue como si me pisotearan las entrañas, pero los muertos son
muertos. Están muertos, vamos a llorar, se cierra la puerta, ¡y a vivir! Pero esto de mi Rosita es lo peor.
Es querer y no encontrar el cuerpo; es llorar y no saber por quién se llora, es suspirar por alguien que uno
sabe que no se merece los suspiros. Es una herida abierta que mana, sin parar, un hilito de sangre y no
hay nadie, nadie del mundo, que traiga los algodones, las vendas o el precioso terrón de nieve.
TÍA. ¿Qué quieres que yo haga?
AMA. Que nos lleve el río.
TÍA. A la vejez todo se nos vuelve de espaldas.
AMA. Mientras yo tenga brazos nada le faltará.
TÍA. (Pausa. Muy bajo como con vergüenza.) Ama, ¡ya no puedo pagar tus mensualidades! Tendrás que
abandonarnos.
AMA. ¡Huuuy! ¡Qué airazo entra por las ventanas! ¡Huuuuy...! ¿O será que me estoy volviendo sorda?
Pues... ¿y las ganas que me entran de cantar? ¡Como los niños que salen del cole gio! (Se oyen voces
infantiles.) ¿Lo oye usted, señora? Mi señora, más señora que nunca. (La abraza.)
TÍA. Oye.AMA. Voy a guisar. Una cazuela de jureles perfumada con hinojos.
TÍA. ¡Escucha!
AMA. ¡Y un monte nevado! Le voy a hacer un monte nevado con grajeas de colores...
TÍA. ¡Pero mujer!...
AMA. (A voces.) ¡Digo!... ¡Si está aquí don Martín! Don Martín, ¡adelante! ¡Vamos! Entretenga un poco a
la señora.
(Sale rápida. Entra don Martín. Es un viejo con el pelo rojo. Lleva una muleta con la que
sostiene una pierna encogida. Tipo noble, de gran dignidad, con un aire de tristeza
definitiva.)
TÍA. ¡Dichosos los ojos!
MARTÍN. ¿Cuándo es la arrancada definitiva?
TÍA. Hoy.
MARTÍN. ¡Qué se le va a hacer!
TÍA. La nueva casa no es esto. Pero tiene buenas vistas y un patinillo con dos higueras donde se pueden
tener flores.
MARTÍN. Más vale así. (Se sientan.)
TÍA. ¿Y usted?
MARTÍN. Mi vida de siempre. Vengo de explicar mi clase de Preceptiva. Un verdadero infierno. Era una
lección preciosa: «Concepto y definición de la Harmonía», pero a los niños no les interesa nada. ¡Y qué
niños! A mí, como me ven inútil, me respetan un poquito; alguna vez un alfiler que otro en el asiento, o
un muñequito en la espalda, pero a mis compañeros les hacen cosas horribles. Son los niños de los ricos
y, como pagan, no se les puede castigar. Así nos dice siempre el Director. Ayer se empeñaron en que el
pobre señor Canito, profesor nuevo de Geografía, llevaba corsé; porque tiene un cuerpo algo retrepado, y
cuando estaba solo en el patio, se reunieron los grandullones y los internos, lo desnudaron de cintura para
arriba, lo ataron a una de las columnas del corredor y le arrojaron, desde el balcón, un jarro de agua.
TÍA. ¡Pobre criatura!
MARTÍN. Todos los días entro temblando en el colegio esperando lo que van a hacerme, aunque, como
digo, respetan algo mi desgracia. Hace un rato tenían un escándalo enorme, porque el señor Consuegra,
que explica latín admirablemente, había encontrado un excremento de gato sobre su lista de clase.
TÍA. ¡Son el enemigo!
MARTÍN. Son los que pagan y vivimos con ellos. Y, créame usted, que los padres se ríen de las infamias,
porque como somos los pasantes y no les vamos a examinar los hijos, nos consideran como hombres sin
sentimiento, como a personas situadas en el último escalón de gente que lleva todavía corbata y cuello
planchado.
TÍA. ¡Ay, don Martín! ¡Qué mundo éste!
MARTÍN. ¡Qué mundo! Yo soñaba siempre ser poeta. Me dieron una flor natural y escribí un drama que
nunca se pudo representar.
TÍA. ¿La hija del Jefté?
MARTÍN. ¡Eso es!
TÍA. Rosita y yo lo hemos leído. Usted nos lo prestó. ¡Lo hemos leído cuatro o cinco veces!
MARTÍN. (Con ansia.) Y ¿qué...?
TÍA. Me gustó mucho. Se lo he dicho siempre. Sobre todo cuando ella va a morir y se acuerda de su madre
y la llama.
MARTÍN. Es fuerte, ¿verdad? Un drama verdadero. Un drama de contorno y de concepto. Nunca se pudo
representar. (Rompiendo a recitar.)
¡Oh madre excelsa! Torna tu mirada
a la que en vil sopor rendida yace;
¡recibe tú las fúlgidas preseas
y el hórrido estertor de mi combate!
¿Y es que esto está mal? ¿Y es que no suena bien de acen to y de cesura este verso: «y el hórrido
estertor de mi combate»?...
TÍA.¡Precioso!¡Precioso!
MARTÍN. Y cuando Glucinio se va a encontrar con Isaías y levanta el tapiz de la tienda...
AMA. (Interrumpiéndole.) Por aquí. (Entran dos Obreros vestidos con trajes de pana.)OBRERO I. ° Buenas tardes.
MARTÍN Y TÍA. (Juntos.) Buenas tardes.
AMA. ¡Ése es! (Señala un diván grande que hay al fondo de la habitación. Los Hombres lo sacan
lentamente como si sacaran un ataúd. El Ama los sigue. Silencio. Se oyen dos campanadas mientras
salen los Hombres con el diván.)
MARTÍN. ¿Es la Novena de Santa Gertrudis la Magna?
TÍA. Sí, en San Antón.
MARTíN. ¡Es muy difícil ser poeta! (Salen los Hombres.) Después quise ser farmacéutico. Es una vida
tranquila.
TÍA. Mi hermano, que en gloria esté, era farmacéutico.
MARTÍN. Pero no pude. Tenía que ayudar a mi madre, y me hice profesor. Por eso envidiaba yo tanto a su
marido. Él fue lo que quiso.
TÍA. ¡Y le costó la ruina!
MARTÍN. Sí, pero es peor esto mío.
TÍA. Pero usted sigue escribiendo.
MARTÍN. No sé porque escribo, porque no tengo ilusión, pero sin embargo es lo único que me gusta.
¿Leyó usted mi cuento de ayer en el segundo número de Mentalidad granadina?
TÍA. ¿«El cumpleaños de Matilde»? Sí, lo leímos: una preciosidad.
MARTÍN. ¿Verdad que sí? Ahí he querido renovarme haciendo una cosa de ambiente actual; ¡hasta hablo
de un aero
plano! Verdad es que hay que modernizarse. Claro que lo que más me gusta a mí son mis sonetos.
TÍA. ¡A las nueve musas del Parnaso!
MARTÍN. A las diez, a las diez. ¿No se acuerda usted que nombré décima musa a Rosita?
AMA. (Entrando.) Señora, ayúdeme usted a doblar esta sábana. (Se ponen a doblarla entre las dos.) ¡Don
Martín con su pelito rojo! ¿Por qué no se casó, hombre de Dios? ¡No estaría tan solo en esta vida!
MARTíN. ¡No me han querido!
AMA. Es que ya no hay gusto. ¡Con la manera de hablar tan preciosa que tiene usted!
TÍA. ¡A ver si lo vas a enamorar!
MARTÍN. ¡Que pruebe!
AMA. Cuando él explica en la sala baja del colegio, yo voy a la carbonería para oírlo ¿«Qué es idea»? «La
representación intelectual de una cosa o un objeto.» ¿No es así?
MARTÍN. ¡Mírenla! ¡Mírenla!
AMA. Ayer decía a voces: «No; ahí hay hipérbaton» y luego... «el epinicio»... A mí me gustaría entender,
pero como no entiendo me dan ganas de reír, y el carbonero que siempre está leyendo un libro que se
llama: Las ruinas de Palmira, me echa unas miradas como si fueran dos gatos rabiosos. Pero aunque me
ría, como ignorante, comprendo que don Martín tiene mucho mérito.
MARTÍN. No se le da hoy mérito a la Retórica y Poética, ni a la cultura universitaria. (Sale el Ama rápida
con la sábana doblada.)
TÍA. ¡Qué le vamos a hacer! Ya nos queda poco tiempo en este teatro.
MARTÍN. Y hay que emplearlo en la bondad y en el sacrificio. (Se oyen voces.)
TÍA. ¿Qué pasa?
AMA. (Apareciendo.) Don Martín, que vaya usted al colegio, que los niños han roto con un clavo las
cañerías y están todas las clases inundadas.
MARTÍN. Vamos allá. Soñé con el Parnaso y tengo que hacer de albañil y fontanero. Con tal de que no me
empujen o resbale... (El Ama ayuda a levantarse a don Martín. Se oyen voces.)
AMA. ¡Ya va! ¡Un poco de calma! ¡A ver si el agua sube hasta que no quede un niño vivo!
MARTÍN. (Saliendo.) ¡Bendito sea Dios!
TÍA. Pobre, ¡qué sino el suyo!
AMA. Mírese en ese espejo. Él mismo se plancha los cuellos y cose sus calcetines, y cuando estuvo
enfermo, que le llevé las natillas, tenía una cama con unas sábanas que tiznaban como el carbón y unas
paredes y un lavabillo... ¡ay!
TÍA. ¡Y otros, tanto!
AMA. Por eso siempre diré: ¡Malditos, malditos sean los ricos! ¡No quede de ellos ni las uñas de las
manos!
TÍA. ¡Déjalos!AMA. Pero estoy segura que van al infierno de cabeza. ¿Dónde cree usted que estará don Rafael Salé,
explotador de los pobres que enterraron anteayer (Dios lo haya perdonado), con tanto cura y tanta monja
y tanto gori-gori? ¡En el infierno! Y él dirá: « ¡Que tengo veinte millones de pesetas, no me apre téis con
las tenazas! ¡Os doy cuarenta mil duros si me arrancáis estas brasas de los pies!»; pero los demonios,
tizonazo por aquí, tizonazo por allá, puntapié que te quiero, bofetadas en la cara, hasta que la sangre se le
convierta en carbonilla.
TÍA. Todos los cristianos sabemos que ningún rico entra en el reino de los cielos, pero a ver si por hablar
de ese modo vas a parar también al infierno de cabeza.
AMA. ¿Al infierno yo? Del primer empujón que le doy a la caldera de Pedro Botero, hago llegar el agua
caliente a los confines de la Tierra. No, señora, no. Yo entro en el cielo a la fuerza. (Dulce.) Con usted.
Cada una en una butaca de seda celeste que se meza ella sola, y unos abanicos de raso grana. En medio
de las dos, en un columpio de jazmines y matas de romero, Rosita meciéndose y detrás su marido cu-
bierto de rosas, como salió en su caja de esa habitación; con la misma sonrisa, con la misma frente blanca
como si fuera de cristal, y usted se mece así, y yo así, y Rosita así, y detrás el Señor tirándonos rosas
como si las tres fuéramos un paso de nácar lleno de cirios y caireles.
TÍA. Y los pañuelos para las lágrimas que se queden aquí abajo.
AMA. Eso, que se fastidien. Nosotras, ¡juerga celestial!
TÍA. ¡Porque ya no nos queda una sola dentro del corazón!
OBRERO I. ° Ustedes dirán.
AMA. Vengan. (Entran. Desde la puerta.) ¡Ánimo!
TÍA. ¡Dios te bendiga! (La Tía se sienta lentamente. Aparece Rosita con un paquete de cartas en la mano.
Silencio.)
TÍA. ¿Se han llevado ya la cómoda?
ROSITA. En este momento. Su prima Esperanza mandó un niño por un destornillador.
TÍA. Estarán armando las camas para esta noche. Debimos irnos temprano y haber hecho las cosas a
nuestro gusto. Mi prima habrá puesto los muebles de cualquier manera.
ROSITA. Pero yo prefiero salir de aquí con la calle a oscuras. Si me fuera posible apagaría el farol. De
todos modos las vecinas estarán acechando. Con la mudanza ha estado todo el día la puerta llena de
chiquillos como si en la casa hubiera un muerto.
TÍA. Si yo lo hubiera sabido no hubiese consentido de ninguna manera que tu tío hubiera hipotecado la
casa con muebles y todo. Lo que sacamos es lo sucinto, la silla para sentarnos y la cama para dormir.
ROSITA. Para morir.
TÍA. ¡Fue buena jugada la que nos hizo! ¡Mañana vienen los nuevos dueños! Me gustaría que tu tío nos
viera. ¡Viejo tonto! Pusilámine para los negocios. ¡Chalado de las rosas! ¡Hombre sin idea del dinero!
Me arruinaba cada día. «Ahí está fulano»; y él: «Que entre»; y entraba con los bolsillos vacíos y salía con
ellos rebosando plata, y siempre: «Que no se entere mi mujer». ¡El manirroto! ¡El débil! Y no había
calamidad que no remediase... ni niños que no amparara porque... porque... tenía el corazón más grande
que hombre tuvo... el alma cristiana más pura...; no, no, ¡callate, vieja! ¡Cállate, habladora, y respeta la
voluntad de Dios! ¡Arruinadas! Muy bien y ¡silencio!; pero te veo a ti...
ROSITA. No se preocupe de mí, tía. Yo sé que la hipoteca la hizo para pagar mis muebles y mi ajuar, y
esto es lo que me duele.
TÍA. Hizo bien. Tú lo merecías todo. Y todo lo que se compró es digno de ti y será hermoso el día que lo
uses.
ROSITA. ¿El día que lo use?
TÍA. ¡Claro! El día de tu boda.
ROSITA. No me haga usted hablar.
TÍA. Ése es el defecto de las mujeres decentes de estas tierras. ¡No hablar! No hablamos y tenemos que
hablar. (A voces.) ¡Ama! ¿Ha llegado el correo?
ROSITA. ¿Qué se propone usted?
TÍA. Que me veas vivir, para que aprendas.
ROSITA. (Abrazándola.) Calle.
TÍA. Alguna vez tengo que hablar alto. Sal de tus cuatro paredes, hija mía. No te hagas a la desgracia.
ROSITA. (Arrodillada delante de ella.) Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando en
cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen, sigo dando vueltas y más vueltas por
un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que se había
casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y he estado recibiendo sus cartas con una ilusiónllena de sollozos que aun a mí misma me asombra. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo
hubiérais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado
mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un
dedo que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada
año que pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra
y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y
canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo
clavel, viendo las mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie;
muchachos y muchachas me dejan atrás porque me canso, y uno dice: «Ahí está la solterona», y otro,
hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: «A ésa ya no hay quien le clave el diente». Y yo lo oigo y
no puedo gritar sino «vamos adelante», con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de huir, de
quitarme los zapatos, de descansar y no moverme más, nunca, de mi rincón.
TÍA. ¡Hija! ¡Rosita!
ROSITA. Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. No lo
pienses. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise y... con
quien quiero. Todo está acabado... y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto
con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir,
quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía (¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con
libertad?). Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que
apretara sus dientes por última vez.
TÍA. ¿Por qué no me hiciste caso? ¿Por qué no te casaste con otro?
ROSITA. Estaba atada, y además, ¿qué hombre vino a esta casa sincero y desbordante para procurarse mi
cariño? Ninguno.
TÍA. Tú no les hacías ningún caso. Tú estabas encelada por un palomo ladrón.
ROSITA. Yo he sido siempre seria.
TÍA. Te has aferrado a tu idea sin ver la realidad y sin tener caridad de tu porvenir.
ROSITA. Soy como soy. Y no me puedo cambiar. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que
tengo por dentro lo guardo para mí sola.
TÍA. Esto es lo que yo no quiero.
ANTA. (Saliendo de pronto.) ¡Ni yo tampoco! Tú hablas, te desahogas, nos hartamos de llorar las tres y
nos repartimos el sentimiento.
ROSITA. ¿Y qué os voy a decir? Hay cosas que no se pueden decir porque no hay palabras para decirlas, y
si las hubiera, nadie entendería su significado. Me entendéis si pido pan y agua y hasta un beso, pero
nunca me podríais ni entender ni quitar esta mano oscura que no se si me hiela o me abrasa el corazón
cada vez que me quedo sola.
AMA. Ya estás diciendo algo.
TÍA. Para todo hay consuelo.
ROSITA. Sería el cuento de nunca acabar. Yo sé que los ojos las tendré siempre jóvenes, y sé que la
espalda se me irá curvando cada día. Después de todo, lo que me ha pasado le ha pasado a mil mujeres.
(Pausa.) Pero, ¿por qué estoy yo hablando todo esto? (Al Ama.) Tú, vete a arreglar cosas, que dentro de
unos momentos salimos de este carmen, y usted, tía, no se preocupe de mí. (Pausa. Al Ama.) ¡Vamos! No
me agrada que me miréis así. Me molestan esas miradas de perros fieles. (Se va el Ama.) Esas miradas de
lástima que me perturban y me indignan.
TÍA. Hija, ¿qué quieres que yo haga?
ROSITA. Dejadme como cosa perdida. (Pausa. Se pasea.) Ya sé que se está usted acordando de su
hermana la solterona... solterona como yo. Era agria y odiaba a los niños y a toda la que se ponía un traje
nuevo... pero yo no seré así. (Pausa.) Le pido perdón.
TÍA. ¡Qué tontería! (Aparece por el fondo de la habitación un Muchacho de dieciocho años.)
ROSITA. Adelante.
MUCHACHO. Pero, ¿se mudan ustedes?
ROSITA. Dentro de unos minutos. Al oscurecer.
TÍA. ¿Quién es?
ROSITA. Es el hijo de María.
TÍA. ¿Qué María?
ROSITA. La mayor de las tres Manolas.
TÍA. ¡Ah!Las que suben a la Alhambra
las tres y las cuatro solas.
Perdona, hijo, mi mala memoria.
MUCHACHO. Me ha visto usted muy pocas veces.
TÍA. Claro, pero yo quería mucho a tu madre. ¡Qué graciosa era! Murió por la misma época que mi marido.
ROSITA. Antes.
MUCHACHO. Hace ocho años.
ROSITA. Y tiene la misma cara.
MUCHACHO. (Alegre.) Un poquito peor. Yo la tengo hecha a martillazos.
TÍA. Y las mismas salidas; ¡el mismo genio!
MUCHACHO. Pero, claro que me parezco. En carnaval me puse un vestido de mi madre... un vestido del
año de la nana, verde...
ROSITA. (Melancólica.) Con lazos negros... y bullones de seda verde nilo.
MUCHACHO. Sí.
ROSITA. Y un gran lazo de terciopelo en la cintura.
MUCHACHO. El mismo.
ROSITA. Que cae a un lado y otro del polisón.
MUCHACHO. ¡Exacto! ¡Qué disparate de moda! (Se sonríe.)
ROSITA. (Triste.) ¡Era una moda bonita!
MUCHACHO. ¡No me diga usted! Pues bajaba yo muerto de risa con el vejestorio puesto, llenando todo el
pasillo de la casa de olor de alcanfor, y de pronto mi tía se puso a llorar amargamente porque decía que
era exactamente igual que ver a mi madre. Yo me impresioné, como es natural, y dejé el traje y el antifaz
sobre mi cama.
ROSITA. Como que no hay cosa más viva que un recuerdo. Llegan a hacernos la vida imposible. Por eso
yo comprendo muy bien a esas viejecillas borrachas que van por las calles queriendo borrar el mundo, y
se sientan a cantar en los bancos del paseo.
TÍA. ¿Y tu tía la casada?
MUCHACHO. Escribe desde Barcelona. Cada vez menos.
ROSITA. ¿Tiene hijos?
MUCHACHO. Cuatro. (Pausa.)
AMA. (Entrando.) Déme usted las llaves del armario. (La Tía se las da. Por el Muchacho.) Aquí, el joven,
iba ayer con su novia. Los vi por la Plaza Nueva. Ella quería ir por un lado y él no la dejaba. (Ríe.)
TÍA. ¡Vamos, con el niño!
MUCHACHO. (Azorado.) Estábamos de broma.
AMA. ¡No te pongas colorado! (Saliendo.)
ROSITA. ¡Vamos, calla!
MUCHACHO. ¡Qué jardín más precioso tienen ustedes!
ROSITA. ¡Teníamos!
TÍA. Ven, y corta unas flores.
MUCHACHO. Usted lo pase bien, doña Rosita.
ROSITA. ¡Anda con Dios, hijo! (Salen. La tarde está cayendo.)
ROSITA. ¡Doña Rosita! ¡Doña Rosita!
Cuando se abre en la mañana
roja como sangre está.
La tarde la pone blanca
con blanco de espuma y sal.
Y cuando llega la noche
se comienza a deshojar.
(Pausa.)
AMA. (Sale con un chal.) ¡En marcha!
ROSITA. Sí, voy a echarme un abrigo.AMA. Como he descolgado la percha, lo tienes enganchado en el tirador de la ventana. (Entra la Solterona
3.°, vestida de oscuro, con un velo de luto en la cabeza y la pena que se llevaba en el año doce. Hablan
bajo.)
SOLTERONA 3. a ¡Ama!
AMA. Por unos minutos nos encuentra aquí.
SOLTERONA 3. a Yo vengo a dar una lección de piano que tengo aquí cerca y me llegué por si necesitaban
ustedes algo.
AMA. ¡Dios se lo pague!
SOLTERONA 3. a ¡Qué casa más grande!
AMA. Sí, sí, pero no me toque usted el corazón, no me levante la gasa de la pena, porque yo soy la que
tiene que dar ánimos en este duelo sin muerto que está usted presenciando.
SOLTERONA 3. a Yo quisiera saludarlas.
AMA. Pero es mejor que no las vea. ¡Vaya por la otra casa!
SOLTERONA 3. a Es mejor. Pero si hace falta algo, ya sabe que en lo que pueda, aquí estoy yo.
AMA. ¡Ya pasará la mala hora! (Se oye el viento.)
SOLTERONA 3. a ¡Se ha levantado un aire!
AMA. Sí. Parece que va a llover. (La Solterona 3. a se va.)
TÍA. (Entra.) Como siga este viento, no va a quedar una rosa viva. Los cipreses de la glorieta casi tocan las
paredes de mi cuarto. Parece como si alguien quisiera poner el jardín feo para que no tuviésemos pena de
dejarlo.
AMA. Como precioso, precioso, no ha sido nunca. ¿Se ha puesto su abrigo? Y esta nube... Así, bien tapada.
(Se la pone.) Ahora, cuando lleguemos, tengo la comida hecha. De postre, flan. A usted le gusta. Un flan
dorado como una clavellina. (El Ama habla con la voz velada por una profunda emoción. Se oye un
golpe.)
TÍA. Es la puerta del invernadero. ¿Por qué no la cierras?
AMA. No se puede cerrar por la humedad.
TÍA. Estará toda la noche golpeando.
AMA. ¡Como no la oiremos...! (La escena está en una dulce penumbra de atardecer.)
TÍA. Yo sí. Yo sí la oiré.
(Aparece Rosita. Viene pálida, vestida de blanco, con un abrigo hasta el filo del vestido.)
AMA. (Valiente.) ¡Vamos!
ROSITA. (Con voz débil.) Ha empezado a llover. Así no habrá nadie en los balcones para vernos salir.
TÍA. Es preferible.
ROSITA. (Vacila un poco, se apoya en una silla y cae sostenida por el Ama y la Tía que impiden su total
desmayo.)
«Y cuando llega la noche
se comienza a deshojar.»
(Salen y a su mutis queda la escena sola. Se oye golpear la puerta. De pronto se abre un
balcón del fondo y las blancas cortinas oscilan con el viento.)
Telón