8/9/10

PIOJOS, de Damián Bojorque, desde Santa Fe, Argentina

Piojos de Damian Bojorque: en escena el autor y Silvia Debona.

























PIOJOS
- de  Damián Bojorque-
Estrenada el 18 de Mayo del 2008 en la sala Maggi del Foro Cultural Universitario de la ciudad de Santa Fe.

Elenco:
RAÚL: Damián Bojorque.
DOCTORA: Silvia Debona.

Dirección: Rubén Von der Thusen, Cecilia Mazzeti, Norma Cabrera.

Reseña de la obra:

El grupo teatral Andamio Contiguo presenta la obra “Piojos”, de Damián Bojorque, con direccion gral de Cecilia Mazzetti y Ruben von der Thüsen. Actúan Silvia Debona y Damian Bojorke.



El Andamio sostenido
El grupo teatral santafesino Andamio Contiguo estrena este domingo un nuevo espectáculo que se integra a las artes escénicas. Presentarán "Piojos", de Damián Bojorque, "una mirada joven, íntima y personal sobre las desgracias de la última dictadura. El proceso de creación duró aproximadamente dos años y este domingo se verán los resultados en el Foro Cultural Universitario.

Andamio Contiguo estrena este domingo una nueva propuesta para las artes escénicas de la ciudad. Presentan, según sostienen, un nuevo "boomerang". "Le llamamos así a una modalidad que inauguramos hace unos años: proyectos que surgen a raíz de una propuesta hecha al grupo, no desde su interior. Las tres experiencias las motorizaron artistas jóvenes, y eso nos entusiasma mucho". Caber recordar entonces que Marisa Ramírez fue la promotora de "Julia", Mariana Mathier hizo llegar "Dos mujeres" y ahora es el turno de Damián Bojorque con "Piojos". La novedad con respecto a las ediciones anteriores es que se trata de un texto del mismo Damián, un egresado de la Escuela Provincial de Teatro. "Siempre es motivo de celebración -reflexionan- la aparición de un nuevo dramaturgo, refuerza y renueva la fuerte tradición de "textos propios' que tenemos en la región".

Damián ha tenido -continúan los integrantes de Andamio Contiguo- una "mirada joven, íntima y personal sobre las desgracias de la última dictadura. El proceso de trabajo aproximadamente dos años fue muy peculiar porque, por mil motivos distintos, los miembros de Andamio fuimos pasando por su dirección. Así que en una especie de "sedimentación artística' termina siendo una puesta escénica que tiene un poco (o mucho), de todos nosotros".

"Pero no se debe exclusivamente al proceso de trabajo, en realidad es el texto disparador de Damián el que nos da esa oportunidad, porque aunque utiliza un estilo sutil y ambiguo habla de manera explícita sobre nuestras obsesiones. Realmente funciona a la perfección la idea de "boomerang', es lo primero que nos vuelve en este caso".

Rememoran entonces que desde "Prosumo", pasando por "Domingo Furioso", "Plato Fuerte", hasta "Paul Vater", "en nuestras obras han estado siempre presentes los terribles mecanismos de control, poder social y exterminio, pero quizás por pudor o por sentirnos implicados nunca habíamos hablado de manera tan directa sobre el horror argentino. La mayoría de nosotros ronda una generación que pasó su adolescencia entre el mundial 78 y Malvinas, estamos marcados, construidos en un dolor develado prematuramente, es algo que nos acompañará siempre. Quisiéramos que las cosas hubiesen sido de otra forma, que todo fuese un muy mal sueño. "Piojos' elige hacer una metáfora con aquello que nunca debió habernos sucedido, eso que cada uno sabe y decide asumir o dejar abandonado en el olvido. Nosotros decidimos no olvidar".



Los protagonistas


 
Damián Bojorque y Silvia Debona

En este nuevo montaje actúan Damián Bojorque y Silvia Debona, con espacio escénico de Debona; banda sonora de Norma Cabrera; supervisión corporal, vestuario y maquillaje de Cecilia Mazzetti y operación técnica de Daniela Arnaudo, Cabrera y Rubén von der Thüsen. La puesta en escena es de Cabrera, Debona, Mazzetti y von der Thüsen, con dirección general de los dos últimos mencionados.

En definitiva, ¿qué es "Piojos"? Para sus hacedores, "la impredecible relación de dos seres que, por distintas razones y bajo distintas condiciones de poder, están obligados a comparecer el uno ante el otro en uno de los momentos más dolorosos de nuestra Historia. En una pequeña celda, él espera. Ella lo visita cada día y en un lugar de relativo privilegio, también espera. Y los anhelos de ambos coinciden en enrarecidos puntos de contacto".

El miedo, la locura, los estados alterados, el cuerpo degradado; la delgada línea entre lo que es y lo que no es, y la vida, siempre, más allá de los muros, más acá de la muerte. "Piojos", reflexionan finalmente los integrantes de este ya emblemático grupo de la escena santafesina "nos cuenta del barro de la miseria humana, del cual sólo podremos salir aferrándonos a nuestra devaluada capacidad de amar". 

DAMIAN BOJORQUE


 PIOJOS

I

Una pecera en el centro del encierro con un pez de color anaranjado. Atrás, casi camuflado en el fondo, Raúl; lleva puesto un chaleco de fuerzas -sin sujetar- un borceguí en el pie izquierdo y descalzo el pie derecho. Tiene la barba algo larga y desarreglada al igual que su cabello. Flaco, de aspecto demacrado. De a poco se acerca a la pecera. Una lámpara que se balancea débilmente los ilumina. En el piso y en su chaleco hay rastros de sangre.

RAÚL: ¿Por qué nadás? ¿Porque sos un pez? ¿Porque alguien lo dijo? ¿Y porque alguien lo dijo yo lo debo repetir? ¿Las cosas tienen que ser como el jefe de turno lo quiere? ¡No! Para mí, flotás. Como los pájaros. Levitás en las aguas... en las más turbias y en las más claras.
Es triste lo tuyo. Estás ahí encerrado en tu jaulita... que no es tuya, ¿verdad? Estás sólo. Vas de un lado para el otro dando vueltas y flotando intentando comprender... Yo podría darte eso que vos tanto añorás. Esa libertad que pocos conocen. Yo podría darte a luz. (Coloca la pecera en su panza y la acaricia como una madre. Canta una canción de cuna)

Ya se cayó el arbolito
donde dormía el pavo real.
Ahora duerme en el suelo.
Como cualquier animal.

¡Ey!... Una patadita muy fuerte para tu tamaño... pero yo no quiero un futbolista. Estoy en víspera de una nena hermosa, hermosa, hermosa como la madre. Que sea inteligente, honrada, discreta y que juegue a hacer de novio a las escondidas. Que nadie sepa de su amor y su romance hasta estar segura de que son el uno para el otro. Y hasta estar seguro de que algo bueno hay para nosotros.
Te ves tan linda ahí adentro. Aparentás de tres semanas. Estás ansiosa, ¿no? Pero no te pongas así, los meses pasan rápido… y además hay que hacer otros estudios para darte a luz. (Consciente de su realidad. Al pez) ¡Por supuesto que no te puedo ayudar! ¡Estoy acá encerrado! ¡¿Cuánto tiempo llevo en esta locura?! ¡¿Acaso nadie me busca?!... Parece que no le importo a nadie. Esconden la cabeza como el avestruz… ¡Cobardes! ¡Sos una mocosa mal educada! ¡¿No te enseñaron a respetar a tus mayores?!
(Mece la pecera en sus brazos) Se lo tenemos que hacer saber a Raúl. No sirve de nada seguir escondiéndote, en algún momento vas a dar el golpe. ¡No digas estupideces! ¡Jamás pensé en el aborto!... ¿Se lo tomará bien?... Se va a poner loco de contento (La débil lámpara parpadea. Raúl se inquieta. La luz se muere)

II

Silencio y oscuridad. Una puerta al fondo se abre dejando ver el retrato de Jorge Rafael Videla Presidente. Ingresa una doctora. Trae puesto un delantal; en su pie derecho un borceguí y en el izquierdo un zapato blanco. De su cuello cuelga un estetoscopio. Cierra la puerta. La luz de la lámpara comienza a parpadear... se restituye. Raúl está con el chaleco de fuerzas sujetado rascándose la cabeza contra el suelo. La pecera ha desaparecido.

DOCTORA: ¿Qué hacés, Raúl?
RAÚL: (Con una mezcla de alivio y alegría) ¡Hola, seño! ¿Cómo está?
DOCTORA: Bien. ¿Vos?
RAÚL: Me pica la cabeza. ¿Me rasca un poquito?
DOCTORA: ¿Dónde te rasco?
RAÚL: Por toda la cabeza, Seño.
DOCTORA: (Suavemente determinante) ¡Doctora, Raúl! ¡Soy tu Doctora!
RAÚL: ... Por toda la cabeza. (La doctora comienza a rascar. Raúl, con satisfacción) ¡Eso! ¡Ahí! Cerca de la oreja. ¡Así! ¡Qué lindo!... ¿Por qué la visita?
DOCTORA: Rutina. Como todos los días.
RAÚL: Sí, ya sé. Cuando escucho que la jaula de al lado se cierra, al ratito la tengo acá... ¿Por qué me pica? ¿Tiene idea?
DOCTORA: Puede que tengas piojos.
RAÚL: Pero por qué me pican.
DOCTORA: Porque los piojos son algo así como los mosquitos, o las garrapatas... pican. Te chupan la sangre de a poquito y pican, pichicatean mucho, a dos veinte.
RAÚL: Adentro de este cuarto no hay mosquitos, ni garrapatas, no hay nada. Estoy bien encerrado.
DOCTORA: No, Raúl. Estás bien protegido.
RAÚL: ¿Protegidos de quiénes? (Las manos de la doctora se detienen. Breve silencio) ¿De los piojos?
DOCTORA: Sí, de los piojos.
RAÚL: Cuando yo era un niño. Tendría unos ocho años, más o menos. No me voy a olvidar nunca. En mi ciudad había algo así como los mosquitos. "Los chupa-sangre" le llamaban. Fue para la época en que se aprobaron los bancos de sangres y los de órganos. Comenzaron a desaparecer niños de la noche a la mañana. Fue muy triste. Cuando veas un falcon verde, me decía mi mamá, esos autos largos, volvé corriendo a casa porque son ellos.
DOCTORA: (Inconmovible, como escuchando una locura más) Mirá vos, qué interesante.
RAÚL: Sí. A veces encontraban algunos que otros chicos pero estaban todos chupados. Vacíos. Al menos sirvió para algo ya que la paranoia acercó más a mi mamá. A mi papá, no. No tengo claro de qué lado estaba él. Decían que a "Los chupa-sangre" les pagaban bastante bien porque era un trabajo espantoso, imagínese. A muchos les pagaban con seguridad... ¿Será por eso que nunca me pasó nada? ¿Será que papá…?
Había que tener mucho cuidado. Mamá me acompañaba a la escuela, después me iba a buscar, me llevaba a la plaza, a los cumpleaños, a todos lados. No me descuidaba. (Silencio)
Si tengo piojos es porque usted me los trajo. O alguna de sus enfermeras. Yo estoy aislado del mundo en este cuarto y no se justifica que los tenga.
DOCTORA: A veces vienen volando... como si vinieran de tierras extranjeras. No quiero decir que los piojos vuelen, pero son muy chiquititos y el viento los pudo haber traído a tu cabeza.
RAÚL: El viento es libertad y acá no hay viento.
DOCTORA: Entonces puede que te hayas contagiado de alguna de las enfermeras porque yo no tengo piojos.
RAÚL: Es una enfermedad, ¿no?
DOCTORA: Algo así... No, para nada. Es necesario... Depende... No sé. ¿De qué estás hablando?
RAÚL: Pero usted dijo que el piojo te pica. Te chupa la sangre de a poquito hasta llenarte de miedo y dejarte en la ruina.
DOCTORA: Sí, eso dije.
RAÚL: Definitivamente es una enfermedad de mierda... como la pobreza.  Te Pica, te chupa, te desnutre. Es hereditaria también... pero es curable. ¡Yo vi a muchos pobres salir adelante!
Es desesperante la pobreza. Si no hay alguien que te rasque la cabeza te termina matando (La mira) Gracias, Seño. Si no fuera por usted...
DOCTORA: De nada, Raúl. Pero tu pobreza no es otra cosa que...
RAÚL: (Enojado) ¡Yo no soy pobre! ¡No soy pobre! ¡La cabeza me pica porque desde el día en que me metieron acá no sé lo que es el agua! Salvo el baldazo frió que me revive todos los días... para volver a escuchar las mismas preguntas una y otra vez.
DOCTORA: Me refería a tu piojera, Raúl.
RAÚL: (Conteniéndose) No se debe decirle a un loco que está loco.
DOCTORA- ¿Por qué no?
RAÚL: (Obvio) Por que no lo entendería.
DOCTORA- Y vos, ¿lo entenderías?
RAÚL- Por supuesto. Claro que lo entendería.
DOCTORA: (Saca una pastilla del bolsillo y una botellita de agua y se la da de tomar. Luego revisa su boca para asegurarse de que la haya tragado) Muy bien, Raúl. Ahora, un caramelo de premio. (Oscuridad)


III

Sola, la doctora, en el  encierro con la pecera en las manos.

DOCTORA: Cuando se lo dije quedó así como zombi. Estaba paralizado el estúpido. La noticia fue chocar con un camión de frente, lo dejó noqueado, pero después de un rato reaccionó. Los primeros días del mes se mostró interesadísimo. Parecía llenarse con ese orgullo de futuro padre incomparable: protector, educador, baboso. Parecía un payaso como todo padre bañado en su orgullo. Él se encargó de informarles a los míos. Pensé que lo iban a matar, pero tuvo una delicadeza para decirles que iban a ser abuelos que yo ni me lo esperaba; y ellos, como flotando en el aura, listos para mal educar al nieto. La verdad que tenía cualidades que desconocía. En realidad nunca llegué a conocerlo del todo.
...Y los días fueron transcurriendo de manera maravillosa, todo encaminaba a la felicidad. Apoyaba (poniendo la pecera sobre su oído) su oído sobre mi panza para escuchar los latidos. Horas enteras se pasaba. Todos los días traía un nombre nuevo... Florencia fue el primero... Verónica... Lucrecia... Romina... Ramona...
Había comenzado a pagar la cuna, el cochecito y cuando menos lo esperábamos unas brutales luces lo encandilaron y lo atravesó un nuevo camión de frente: se quedó sin trabajo. Buscaba, pero le cerraban la puerta en la cara. Nadie quería comprometerse al recibirlo. Ni los amigos le ayudaron. Eso lo mata a cualquiera. Fueron pasando los días y ya no le interesaban mucho los latidos de la nena. Estaba muy preocupado buscando empleo. Muy preocupado al punto de cambiar su aspecto. El rostro se le fue deformando. Fue quedando flaco, barbudo, sucio. Ya no era el pececito que a mí me gustaba y entró en un pozo profundo del cual no pudo salir jamás. Todavía sigue allí con los recuerdos que lo atormentan. Es preso de su locura, de su desgracia.
Me las tuve que arreglar sola... y con la ayuda de los abuelos. (Oscuridad)

IV

La Doctora y Raúl, éste con el chaleco sujetado y masticando su caramelo. La pecera ha desaparecido.

DOCTORA: Ayer por la noche mi hija me preguntó a qué me dedicaba. (Examina a Raúl con el estetoscopio. La vista perdida en el recuerdo) Ella sabe que soy Médica-Psiquiatra.
RAÚL: Treinta y tres.
DOCTORA: Pero anoche quería saber bien qué es lo que hago. Cuando era más chica se conformaba con saber que era Médica.
RAÚL: (Algo desafiante) 30.000 ¿no?
DOCTORA: Ahora no le basta con saber que ayudo a los enfermos tratando de ponerlos en camino.
RAÚL: (Conteniendo su enojo) Seño, yo no soy un enfermo, ni soy un piojoso... Yo no tengo nada para decir. No sé qué es lo que quieren.
DOCTORA: (No lo escucha. Sonriendo) Tiene cinco años. Es divina pero preguntona. (Se sienta al lado de Raúl) Está en la edad de querer saber siempre un poco más. Eso no sirve. Es peligroso. También me preguntó por su padre. No supe qué decirle. Me agarró de sorpresa. Quedé paralizada por unos segundos. No podía mirarla a los ojos. Seguí cocinando como si no la hubiera escuchado pero te juro que esa pregunta me cocinó el alma. Nadie sabe quién es su padre, salvo los abuelos. Nunca se lo dije a nadie y no me interesa que lo sepan. ¿Porqué se lo tendría que decir a ella?
RAÚL: Tiene derecho a saberlo.
DOCTORA: Ya sé que tiene todo el derecho a saberlo... (Mirándole a los ojos) pero se merece un padre sano, cuerdo, no uno perdido en sus fantasías. ¡Para qué mostrarle la verdad! ¡¿Para desilusionarla?! ¡¿Para que sufra más de lo que sufre sin saberla?!
Prefiero que siga creyendo que su padre me abandonó, o que se perdió buscando trabajo... o que se muera con la duda. Me avergüenza la idea de contarle la verdadera historia.
RAÚL: Pero él no la abandonó. Él, todavía la está buscando y no pierde la esperanza, no piensa parar hasta encontrarla, hasta hacerla dormir en su regazo. Lo que hace es injusto, doctora. ¿No se da cuanta que está haciendo todo mal?

V

Solo, Raúl, en el espacio. Sostiene la pecera en sus manos.

RAÚL: Cuando me confesó que estaba embarazada debo admitir que la noticia me impactó. No estaba en mis planes una hija tan imprevista. Además éramos un pacto desconocido para el mundo. A ella le gustaba jugar a los amores a escondidas y eso en realidad nos venía de maravilla porque los dos teníamos pareja. Alianza. Ninguno estaba de acuerdo con el aborto. Se supone que todo es para bien... Nos queríamos demasiado... nos divertía la situación de escaparnos para vernos en las noches, para amarnos y cómo nos amábamos. A veces nos cruzábamos a Chile, o viajábamos de provincia en provincia, una vez a Uruguay. Una diversión peligrosa porque en cualquier momento nos podían encontrar. Yo la estaba ayudando en todo. Había comenzado a pagar la cuna y el cochecito pero al poco tiempo una luz enorme encandiló mis ojos... perdí el trabajo. Buscaba, pero me cerraban la puerta en la cara. Nadie se quería comprometer. Ni siquiera mis amigos me ayudaron. Eso lo mata a cualquiera. Sentía una presión insoportable en el alma, algo que sólo los desafortunados sienten. Ahorraba las últimas moneditas para mi nena para sus cosas y golpeaba en cada puerta con el currículum en mano pero siempre había alguien más capacitado... ¡Mentiras!… La barba me fue creciendo, me fui enflaqueciendo, me fui deformando. Me fui deprimiendo, el mal olor se me fue apoderando, pero yo no bajaba los brazos. Quería darle un futuro a mi hija... ¡¿Habrá nacido?!... corrí al hospital con todas mis fuerzas imaginando sus primeros llantos, sus ojitos cerrados, su cuerpecito de algodón, anaranjado... pero cuando llegué, los piojos me estaban esperando. Caí en un pozo profundo del cual no pude salir jamás. Todavía sigo acá. (Parpadea la lámpara y  Raúl se asusta… se apaga)

VI

La pecera ha desaparecido. La Doctora masajea la espalda de Raúl... los masajes se vuelven caricias... a las caricias le suma sus besos... Raúl, contenido, sufre cada contacto... lagrimea.

RAÚL: ¡Basta, Seño!
DOCTORA: (Suavemente dominante) ¡Soy tu Doctora, Raúl! ¡Decime Doctora!... Te voy a soltar y vas a portarte bien. Vas a poner tus manos donde a mí tanto me gusta y vas a darme calor. Mucho calor. Vas a decirme lo mucho que te gusto y lo bien que lo hago. (Le desprende el chaleco)
RAÚL: (Temeroso acaricia a la Doctora... la besa... Una lágrima de sangre le brota. Lentamente lleva las manos a la garganta de la Doctora y aprieta con fuerza. La Doctora intenta defenderse) ¡Debería matarte! ¡Cerrar el puño cada vez más fuerte hasta que tus ojos salten hacia afuera! ¡Y matarte! Y volver a matarte ¡Y matarte otra vez! Pero no lo voy a hacer ¡¿Sabés por qué?! ¡Porque yo no soy asesino! ¡Por que sos la madre de mi hija! ¡Y jamás te apuñalaría por la espalda! ¡Esté del lado que esté! ¡¿Le quedó claro, Doctora?! (La Doctora asiente como puede. Raúl la suelta) Puede volver a sujetarme (La Doctora no reacciona) ¡Áteme!... ¡Áteme, le digo!
DOCTORA: (Obedece. Llorosa)... ¡¿Cuándo vas a entender que no Soy Carolina, que no soy la madre de tu hija?! ¡Que soy y seguiré siendo esto que soy hasta el día que te pudras, Raúl! Ya no tenés solución. ¡Te puedo asegurar que nunca vas a salir de acá!
RAÚL: No se debe decir a un loco que está loco.
DOCTORA: Lo tenés bien asumido, ¿no?
RAÚL: ¿Sabe lo que es usted?
DOCTORA: (Irónica) ¿Tu señorita? ¿Acaso soy Carolina?
RAÚL: (Marcándosele las venas en la frente) ¡Sos chupa-sangre! ¡Sos un piojo! ¡Un piojo que me consume! ¡Que me vuelve pobre! ¡Que nos enferma! ¡Que me trastorna y se divierte!
DOCTORA: ¿Algo más?
RAÚL: Y me mira con esos ojos llenos de sangre. De odio. Sólo por que no le doy lo que quiere. O me va a decir que esto es parte del tratamiento.
DOCTORA: No. No es parte del tratamiento. Sí, es cierto que acá enderezamos al libertinaje, pero esto es personal. Te quiero a vos... ¡loco!... ¡padre! Un padre que hasta pierde la cabeza por darle todo a su hija. Y no un padre como el que tiene, que la abandona... y me abandonó.
RAÚL: Pero si todos los días se lo repito. “ella” es nuestra hija. Los dos somos culpables de lo que está pasando.
DOCTORA: No mezcles las historias. Libertad no es tu hija.
RAÚL: ¿Se llama Libertad? (Se le humedecen los ojos) ¿Le pusiste el nombre que yo elegí? Llevame con ella, por favor. Quiero conocerla.
DOCTORA: No es tu hija, Raúl. Es la mía.
RAÚL: ¿Cuántos años cumplió?
DOCTORA: Raúl, nunca tuviste una hija. Tu (piensa)...  nunca lo consiguió. Tu historia se quedó en la sala de partos, ahí se terminó todo.
RAÚL: ¡No! Ella está en la escuela aprendiendo lo que tiene que aprender: la sociedad, los valores, la historia, lo que hay que saber, lo que no hay que callar!
DOTORA: No me sirven las demagogias.
RAÚL: ¡La quiero conocer! Llevame con ella. (Se tira al suelo y muerde el borceguí de la Doctora. Balbucea que la quiere conocer, que su hija está en la escuela, que la lleve)
DOCTORA: (Tironea su pierna) ¡Soltá, Raúl!... ¡Dejame ir!... ¡Basta, Raúl! ¡Dije basta!... ¡No vas a conseguir nada! ¡Hagas lo que hagas jamás voy a caer! ¡Basta, dije! ¡Vos me obligás a esto! (Saca una pequeña picana del bolsillo y da un shock a Raúl, al mismo momento parpadea la luz. La oscuridad inunda de a poco mientras la doctora sale por la puerta)


EPÍLOGO

Ambos están sentados en el banco de alguna plaza. Raúl lleva puesto una camisa blanca, la corbata floja, un saco negro, un pantalón gris, medias negras, zapatos y una carpeta en manos. Su cabello es desprolijo al igual que su barba. La Doctora lleva puesto un vestido largo, típico de embarazadas, guillermina en los pies y tiene la pecera en su regazo. De vez en cuando uno mira al otro hasta que Raúl se anima a establecer un diálogo.

RAÚL: ¿Embarazada?
DOCTORA: De seis meses.
RAÚL: Yo también espero una nena, o sea, no yo, sino mi (piensa)... no importa.
DOCTORA: ¿Amante?
RAÚL: Fuimos amantes. Ahora nos estamos preparando para ir a vivir juntos.
DOCTORA: (Silencio) En ningún momento dije que fuera nena. ¿Cómo lo supo?
RAÚL: Porque las nenas emanan algo así como... un color anaranjado.
DOCTORA: ¿De cuantos meses está su...? No sé qué son ahora.
RAÚL: De seis, igual que usted.
DOCTORA: ¿Ya tienen todo preparado? ¿Las batitas, el ajuar...?
RAÚL: Tenemos casi todo, al menos lo principal. Ahora sólo me queda conseguir trabajo, porque hace dos meses me rajaron... por la actividad gremial.
¿Usted, a qué se dedica?
DOCTORA: Estudio medicina. El año que viene, si Dios quiere, me gradúo. Después voy a especializarme en Psiquiatría.
RAÚL: Dios me salve de eso. El último lugar en le que quisiera estar es un hospital psiquiátrico. La piojera no es para mí y menos los tormentos psicológicos.
¿Y el padre a qué se…?
DOCTORA: Prefiero no hablar del tema.
RAÚL: Perdón.
DOCTORA: Está Bien.
RAÚL: Suelo meter la pata todo el tiempo. Cualquier cosita que digo es...
DOCTORA- Está bien. No importa.
RAÚL: (Silencio) ¿Sabe? No veo la hora de tenerla en brazos, de ver sus ojitos, de sentir su cuerpecito de algodón.
DOCTORA: Yo también.
RAÚL: ¿Cómo la va a llamar?
DOCTORA: Libertad.
RAÚL: ¿Enserio? (Ella asiente) Yo también lo había pensado para la mía. Es un lindo nombre.  (Silencio) ¿Para cuándo está previsto?
DOCTORA: Para Marzo. La semana del veinte.
RAÚL: Habrá que prepararse...
Bueno, están levantando la persiana. Me voy yendo. Espero que cuando llegue no la bajen. Tengo tanta mala suerte últimamente.
DOCTORA: Permítame que le arregle un poco el cabello (Acomodándole la corbata) Tendría que haber venido un poco más arreglado (Lo mira y le da un suave beso en los labios) Es para que consiga el trabajo. Dicen que los besos de embarazadas traen suerte.
RAÚL: Gracias… Quizás después nos volvamos a ver.
DOCTORA: Quizás. Dicen que el mundo es pequeño. (Raúl sale. Ella lo sigue con la mirada)

Apagón



2/9/10

DESPROPÓSITO de Leonel Giacometto

Leonel Giacometto


















DESPROPÓSITO

OBRA PARA CUATRO PERSONAJES Y  CUATRO INTÉRPRETES [obra de silencios significativos]: Desde Rosario, Argentina escribe Leonel Giacometto:

"HOLA. Respondiendo a la invitacion de tu página, en adjunto envío texto de mi autoría para su publicación online, de ser posible. Saludos, en contacto, Leonel.".
 

LEONEL GIACOMETTO (Rosario, Santa Fe, 1976). Escritor, dramaturgo, periodista cultural y, a veces, director de actores. En narrativa ha publicado Pequeñas dispersiones (Editorial Municipal de Córdoba, Córdoba, 2005). Algunos de sus cuentos fueron premiados y publicados en antologías en Argentina, España, Costa Rica y México. Para chicos ha escrito Naúfragos y Piratas (Editorial Homo Sapiens, 2005), Leones, osos y perdices (Editorial Colihue, 2006), La gata mujer (Primer Premio Certamen de Teatro-Guignol La Maison d'Amérique Latine en Rhône-Alpes, Francia, 2009). Para teatro, entre otras, Dolor de pubis (Siete autores: la nueva generación, Editorial Inteatro, Buenos Aires, 2004),Santa Eulalia, Madagascar (Dramaturgos del Litoral argentino, Editorial de la Sociedad General de Autores, Argentores, Buenos Aires, 2008) Despropósito, Arritmia (Nueva dramaturgia argentina, Editorial Inteatro, Buenos Aires, 2008), Plató (Tercer Premio en el VII Certamen de Textos Teatrales de Torreperogil, España, 2004), Herr Klement (Primer Premio del concurso de textos teatrales del Ayuntamiento de Santurce, España, 2005), Todos los judíos fuera de Europa, El difuntito (Teatro x la identidad, Edición 2009, Rosario). Escribió y dirigióCarne Humana (1998), Fingido (2007), Real (2007), Latente (2008) y Desenmascaramiento (2008). Sus obras son representadas en Argentina, España, El Salvador, México, Estados Unidos y Venezuela. Junto a Patricia Suárez publicó Trilogía peronista (Editorial Teatro Vivo, Buenos Aires, 2005). Reside en Rosario. Nominado a los Premios ACE 2006/2007, mejor autor argentino por Todos los judìos fuera deEuropa (6 nominaciones ACE, 3 Premios ACE -Mejor espectàculo off, Mejor Actor, Revelaciòn masculina). Colaboró como en Secciones de Cultura y Espectáculos de los diarios La Capital (Rosario), El Litoral (Santa Fe) y El Ciudadano (Rosario) y es autor, además, de dos blogs de ficción en Internet: Enceguecido, una conspiración de putos (http://enceguecido.blogspot.com/), y Putos breves, ficción jedionda(http://putosbreves.blogspot.com/) que actualiza semanalmente. -- Leonel Giacometto http://enceguecido.blogspot.com/ http://putosbreves.blogspot.com/ http://notasenundiario.wordpress.com/



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DESPROPÓSITO   [i]
de


Leonel Giagometto
[ii]


Aún hilando más fino podríamos agregar que el teatro vivo sobre la escena, la organicidad que buscamos en la actuación implican un cierto riesgo de que cada noche de función aparezcan matices diversos, dependiendo de la mayor o menor entrega del juego escénico y de los “accidentes” que tiñen el curso vivo de la interacción real.
RAÚL SERRANO
Nuevas tesis sobre Stanislavski
(Editorial Atuel, Buenos Aires, Argentina, 2004)


Personajes / Intérpretes: 
 
  • La mujer que escucha / Actriz que hace de La mujer que escucha 
  • El hombre que mira / Actor que hace de El hombre que mira
  • La mujer que siente / Actriz que hace de La mujer que siente
  • El hombre que siente / Actor que hace de El hombre que siente




Monoambiente en el que hay pocos muebles; tan sólo una silla, una mesa, un pequeño velador y un sillón de tres cuerpos junto a otro sillón de un cuerpo. Del techo pende una lamparita que nunca está encendida. Siempre hay penumbra y el velador da una tenue luz amarilla.


Ingresa La mujer que escucha y El hombre que mira. Silencio. Ella se sienta en el sillón de un cuerpo. Él, en el sillón más grande. Silencio. Ella emite un profundo suspiro.

    La mujer que escucha: (Luego de un suspiro.): Sí.
    El hombre que mira: Por momentos es violento.
    La mujer que escucha: Sí.
    El hombre que mira: Por momentos es desesperado.
    La mujer que escucha: Sí.
    El hombre que mira: Ella va a su casa los miércoles a última hora, sólo para coger.
    La mujer que escucha: Sí.
    El hombre que mira: Él.
    La mujer que escucha: Sí.
    El hombre que mira: Ella.
    La mujer que escucha: Sí.
    El hombre que mira: Al principio bajaba de un taxi pero últimamente desciende de un colectivo que la deja en la esquina del edificio. Ella. Del 107. El 107 es un colectivo.
    La mujer que escucha: ¿Importa?
    El hombre que mira: Antes se bajaba del taxi y muy rápido tocaba el timbre del portero eléctrico. Presionaba una sola vez –como también lo hace ahora-. Nadie contestaba del otro lado y en contados segundos estaba ingresando al edificio –como también lo hace ahora-. Él la espera sentado en la única silla que hay en el monoambiente, junto a la única mesa. ¿O es un sillón?
    La mujer que escucha: No importa.
    El hombre que mira: ¿No importa?
    La mujer que escucha: No.
    El hombre que mira: Es el sexto piso. El “A”; aunque no estoy muy seguro. Podría ser el “B” o “C”.
    La mujer que esucha: No importa.
    El hombre que mira: ¿No importa?
    La mujer que escucha: No.
    El hombre que mira: Es un edificio enorme con muchos departamentos por piso. La mayoría son monoambientes y están habitados por estudiantes.

Silencio.

    El hombre que mira: Ella ingresa. La puerta está sin llave. Se desnudan inmediatemente. Después ella se va sin quedarse a dormir. Se viste rápidamente y se va sin saludar; sin despedirse. Cuando ella se va, él se masturba y luego sale. Se viste y se va. En el monoambiente hay pocos muebles; tan sólo una silla, una mesa, un pequeño velador, y algo parecido a un sillón. Del techo pende una lamparita que nunca está encendida. Siempre hay penumbra; del velador sale una tenue luz amarilla. Sin embargo es posible observar los más mínimos detalles. Hace meses que vienen haciéndolo y casi lo mismo que vengo observándolos. No sé cómo fue su primer encuentro. La primera vez que los vi, al parecer, ya habían establecido un secreto y tácito código. No tengo idea de quiénes son, ni dónde viven, ni de qué lugar viene cada uno. No ponen música, no beben; ni siquiera hablan entre ellos. Sin embargo, lo que sucede en ese monoambiente junto enfrente de mi departamento es un espectáculo digno de una representación teatral en el que todo, menos la luz, está permitido.

La mujer que escucha saca una pequeña libreta en la que escribe.

    El hombre que mira: ¿Qué escribe?



    La mujer que escucha: Frases.


    El hombre que mira: ¿Cuáles?


    La mujer que escucha: ¿Usted qué piensa?


    El hombre que mira: Al principio me pareció intrigante y, semana tras semana, quería averiguar de qué se trataba. Cuando supe que se encontraban sólo los miércoles por la noche, comencé a llegar más temprano a mi casa. (Silencio breve.) Compré un telescopio con la tarjeta de crédito para observarlos mejor. Siempre el mismo rito de desnudarse velozmente y tirarse en el sillón, en el piso. Ella parece más joven y posiblemente lo sea. Él es enorme comparado con ella.

Silencio algo extenso.

    La mujer que escucha: ¿Si?


    El hombre que mira: Mi imaginación les creó una historia, y hasta un nombre para cada uno.


    La mujer que escucha: ¿Nombres? ¿Hay nombres?


    El hombre que mira (Tocándose la cabeza.): Aquí. Él se llama Ariel y tiene 45 años. Ella tiene un nombre simple: se llama María y tiene 20. Por su aspecto, Ariel es profesor universitario. Profesor de Letras. Ella es su alumna. Hace meses que viven una relación silenciosa y clandestina. Él es casado y tiene dos hijos de casi la misma edad de María. Ella es tímida y él fue su primera relación amorosa. Como sucede con la mayoría de la gente, la primera vez, quizás, hablaron de pavadas sobre la universidad. Después se produjeron largos e incómodos silencios durante los cuales se miraron sin saber qué hacer. Estaban sentados en algún rincón de la facultad y, cuando se pararon los dos al mismo tiempo, él le dio un papelito en el que estaba escrita la dirección del monoambiente.

Silencio.

    La mujer que escucha: ¿Entonces?


    El hombre que mira: Entonces... (Se interrumpe.) Ahora que lo pienso bien, teniendo en cuenta que el edificio está lleno de estudiantes, quizás Ariel no sea profesor y quizás ella no sea su alumna. Tal vez, él es su patrón y ella su empleada. (Pausa breve. Piensa.) No creo que sea su secretaria, no me parece tan simple la cuestión.


    La mujer que escucha: ¿No?


    El hombre que mira (Poético.): En la penumbra, cubiertos de una pálida luz amarilla, prueban distintas posturas amatorias. Por momentos, él parece violento; casi desesperado. Sin embargo ella lo calma con caricias. Le propone caricias y le muestra cómo es explorarse mutuamente. Es dulce. La situación es dulce.


    La mujer que escucha: La situación es dulce.


    El hombre que mira: Muy dulce.


    La mujer que escucha: ¿Cuán dulce?


    El hombre que mira (Después de un breve silencio.): Más de una vez, no sé cómo decirlo, por momentos una especie de envidia recorría mi cuerpo al verlo a Ariel junto a María. Casi siempre, justo en el momento exacto de acabar, ella lo sujeta con sus piernas y lo mira profundamente. Él le muerde el cuello y se derrama dentro de ella. Nunca vi que hablaran.


    La mujer que escucha: ¿Nunca?


    El hombre que mira: Jamás se hablaron dentro de ese monoambiente. Quizás se susurren obcenidades.


    La mujer que escucha: ¿Cuáles?


   El hombre que mira: Quizás ella le pida que le... le... (Titubea y lo dice bajo y con algo de rencor.) chupe las tetas. Porque él pasa largo rato acá, (Se toca la mitad del pecho.) en el valle. Después siempre, primero, la izquierda; la que desde mi ventana parece más grande que la otra. Y no se las besa... Se las chupa. Succiona como esperando que salga algo... Y a mí ya me da asco. Y ahora más... Ahora yo...


    La mujer que escuha: ¿Qué? ¿Más asco?


    El hombre que mira: Los miércoles eran, o son, qué sé yo, los mejores días de la semana. Mi semana empezaba y terminaba un miércoles. Todos los miércoles. Semanas de un solo día. (Simula tener delante el telescopio.) Dejo mi departamento en penumbras, lentamente me acerco a la lente, cierro el ojo izquierdo y con el derecho la observo. A ella. Porque es a ella a quien observo realmente. A María... Esa mujer, bah, esa chica, como dije, para mí se llama María y tiene desde acá (Se toca el ojo derecho.) las mejores... No, las mejores no... María tiene tetas tiernas que me hablan.

La mujer que escucha sonríe.

    El hombre que mira: Sí, me dicen cosas de ella... (Silencio.) Yo... Yo... Soy inofensivo, soy... Soy más tierno que sus tetas. Hacía mucho tiempo que nadie reavivaba mi esperanza. De repente, un miércoles, la curiosidad se convirtió en amor. Es amor, aunque no sepa nada de ella y, al mismo tiempo, conozca cada mínimo detalle de su cuerpo. (Silencio.) Un jueves, me desperté sabiendo que la amaba. Y me sentí patético. Me dio vergüenza haber pasado tantos meses mirando cómo... (No se atreve a decirlo.) Me dio vergüenza, sobre todo, mi soledad. Y me sentí la criatura más despreciable y sola del planeta. Supongo que habré soñado con ella. Nunca me acuerdo de lo que sueño. Aunque sé que todas las noches sueño, cuando me despierto, sólo tengo sensaciones y alguna que otra imagen suelta. Esa mañana me desperté enamorado de ella pero no me acuerdo qué soñé. Sólo una sensación, la de... la de morirme de amor por ella.

Silencio.

    El hombre que mira: Era una cosa rara, pocas veces la experimenté así. Era, es como si me estuviera muriendo de hambre. Hambre de amor. (Silencio. Pausa breve.) Todo parecía en cámara lenta, todo estaba como detenido en un momento exacto.


    La mujer que escucha: ¿Cuál?


    El hombre que mira: No lo sé. (Silencio breve.) No saber es hermoso, pero yo estoy decidido... (Titubea.) Dedicido. (Silencio breve.) Casi podía olerla esa mañana. Por primera vez sentí su olor; su verdadero olor. Su olor real estaba aquí. (Se toca la cabeza y luego el corazón.)

Apagón lento. Pausa con oscuridad. Luz del velador. Penumbra. La mujer que escucha y El hombre que mira siguen en sus respectivos lugares. En un sillón está sentado El Hombre que siente. Ingresa La mujer que siente. Pausa. Comienzan a desnuzarse y realizan el rito erótico descripto por El hombre que mira.

    El hombre que mira: Pero, hace más o menos una semana, algo sucedió. No estoy muy seguro de qué fue lo que pasó el último miércoles que ella estuvo en ese monoambiente, pero él intentó hacer... hacerle algo que ella no quiso. Y se fue. Vi su rostro enojado... Se le había achicado la cara de lo enojada que estaba. Enojada, sí. Yo, desde mi ventana quería gritarle “¿Adónde vas? ¿Adónde? ¿Adónde?”... Pero, obviamente, no lo hice. (Silencio.) Al miércoles siguiente no apareció y él se quedó toda la noche esperándola. Igual que yo.

La mujer que siente deja la situación con El hombre que siente. Se cubre con lo primero que encuentra (una manta o una sábana) y viene a sentarse en el sillón donde está El hombre que mira. Este la mira entre desconcertado y sorprendido. Silencio extenso. La mujer que siente, que estaba algo nerviosa, paulatinamente, se calma.

    La mujer que siente (A La mujer que escucha.): Yo no ando muy bien. Aquí hay algo que no logro entender del todo.


    La mujer que escucha: Yo tampoco.


    La mujer que siente: ¿Cómo?


    La mujer que escucha: Nada.


    La mujer que siente: No sé qué será pero, bueno, no, qué sé yo, quizás sea yo... Es que no ando muy bein... Pero ahora, qué sé yo, acá sentada, me veo y pienso, qué sé yo, me digo que se me va a hacer muy difícil mantener (Hace comillas con las manos.) “el hilo”... (Se sincera.) Hoy no es un buen día para mí. No fue una buena semana y hoy como que hice crisis. Nunca me gustó y nunca lo intenté, sólo... (Se interrumpe.) Bueno, no sé, quizás sí. Sí.


    La mujer que escucha: ¿Sí?


    La mujer que siente: Estoy tratando de perderme.


    La mujer que escucha: ¿Qué?


    La mujer que siente: No, no es eso. No quiero perderme. Quisiera entender un poco más cómo suceden las cosas. (Silencio.) Esta ciudad es peligrosa. Peligrosa y absurda. Absurdamente peligrosa. Peligrosamente absurda. Las dos cosas al mismo tiempo. (Silencio. Cómplice.) ¿Nunca le pasó que durante unos días, por todos los medios posibles, intentó no cruzarse con una persona pero justo, justo, qué sé yo, en el lugar menos indicado, en el que nadie le creería si lo contara, ahí, aquí, justo se la encuentra? Pasa, sí, pasa. El tema es... O, bueno, qué sé yo, el problema es que, en la situación en la que me encuentro, no puedo decir las (Hace comillas con las manos.) “frases clásicas”


    La mujer que escucha: ¿Cuáles?

Silencio extenso.

    La mujer que siente: No, no. No. No es eso lo que quiero decir. Perdón, perdón. No es eso.


    La mujer que escucha: ¿Qué es entonces?


    La mujer que siente: Son más las cosas que no puedo decir que las que sí. Ni siquiera sé su nombre. Estoy enojada con él. Hace una semana ya. Pero, no sé, qué sé yo, no creo que dure mucho más mi enojo. Después de todo, no es tan (Hace comillas con las manos.) “raro” lo que me pidió. Y quizás mi enojo se confundió con el miedo. Me entró como pánico cuando... (Se detiene y hace un silencio abrupto.) Es miedo, lo sé, porque ahora casi no puedo decirlo sin que se me ponga la piel de gallina. (Silencio breve.) Debe estar confundido. No debe entender muy bien dónde está. (Silencio breve. Piensa) Bah, quien más quien menos... ¿Es aburrido todo mi palabrerío?

Silencio.

    La mujer que siente: ¿Lo es?


    La mujer que escucha: No, no.


    La mujer que siente: Me gustaría poder decir exactamente quién es él para mí. Pero no logro una palabra exacta. No es mi novio. No es mi pareja. Me lleva muchos años para ser mi pareja o novio. No me veo con él en una relación. No veo casándome con él. Tampoco es mi amante. Generalmente se sabe, al menos, el nombre del amante, ¿no? (Piensa.) Aunque no, es mi amante sí.  Es raro... Bah, más que raro es sorprendente. Hace meses que estoy (Hace comillas con las manos.) “viéndome” con él y ni siquiera sé su nombre. Tampoco sé cómo es su voz. Conozco sus gestos... hasta sus gemidos, pero no sé cómo es su modo de... Sin embargo es tan... dulce. Era tan dulce, ahora no sé qué pensar.

Silencio. El hombre que mira, en silencio, se emociona; llora en silencio.

    La mujer que siente:  Una vez fui a su encuentro con la certeza de que le diría: “Es hora de que hablemos”. Pero no pude. Él me... me envolvió en él y yo me envolví en él. Siento que soy, en ese único día que nos encontramos –que nos encontrábamos-, tan suya como él es tan... tan mío. (Silencio.) Todos los miércoles nos encontramos. Siempre de noche o cuando empieza a anochecer. En un monoambiente que parece desocupado. Me da mucho pudor contar cómo fue qué fui allí por primera vez. No es... No fue fácil para mí subir y saber que allí, detrás de esa puerta, me esperaba un hombre del cual no sabía –no sé- absolutamente nada. Nada. No sé si ese departamento es suyo o si se lo prestan para (Hace comillas con las manos.) “la ocasión”. Si tiene amigos, si habla de mí con... (Se interrumpe.) Y, sin embargo, el hecho de no saber me gusta. Por eso creo que en poco tiempo iré, volveré a él y lo miraré y le haré un gesto de, ¿cómo decirlo?, bienvenida. (Silencio.)  Pero vamos a seguir así, sin hablar... ¿Qué mejor que el vocabulario de las caricias? (Silencio.) Las palabras se deforman en la boca. ¿Qué cosa podría deformar un beso?

El hombre que siente se para, semidesnudo y cubriéndose con lo que primero que encuentra. Viene a sentarse al sillón donde están los otros. El hombre que mira queda en el medio. Pausa con silencio. Algo de asombro.

    El hombre que siente (A La mujer que escucha.): Es sólo un momento.
   
    La mujer que escucha (A La mujer que siente.): Así es su voz.

Silencio.

     El hombre que siente (A La mujer que escucha.): Algo... Algo se me atravesó en la cabeza. Acá. (Se toca la sien izquierda.) De acá hasta acá. (Se toca la nuca y, al rato, emite un gran suspiro parecido a una queja.) Ahhhh... Pero ya pasa... Ya pasa... Es que yo no ando bien. Desde hace un tiempo que aparecen. Siempre de acá hasta acá. (Se toca de la sien izquierda a la nuca.) Siempre. Son como punzadas que se inflan y se desinflan. Como si respirasen. Como si algo quisiera salirse. A veces pienso que un día se me va a abrir la cabeza y va a salir, no sé, un manitú.
    
    La mujer que escucha: ¿Un manitú?


    El hombre que siente: Un manitú. No sé exactamente qué son pero me hablaron de ellos.


    La mujer que escucha: ¿Quién?


    El hombre que siente: ¿Quién qué?


    La mujer que escucha: ¿Quién habló de ellos?


    El hombre que siente: ¿A mí?


    La mujer que escucha: Sí.


    El hombre que siente: No recuerdo ahora. Es muy difícil para mí a... (Se interrumpe.) Son algo así como íncubos, seres que se forman en el cuerpo de uno... De cualquiera y chupan la energía hasta nacer. Me contaron de alguien que tenía un íncubo en la espalda y estuvo sufriendo veinte años con él hasta que nació de la espalda y el pobre hombre murió destrozado...

La mujer que escucha hace un gesto de desagrado.

    El hombre que siente: No, no, no se asuste... Es jaqueca... Los íncubos no existen... Es metáfora. El dolor sí. El dolor existe.

Silencio.

    El hombre que siente: Es orgullosa. Como yo. (Hace un gesto de dolor.) Otra vez. Es más leve ahora, pero otra vez la punzada respira dentro de mi cabeza. Y es por ella.

Silencio.

    El hombre que siente (Después de un gran suspiro.): Es que... Es que... (Titubea hasta que encuentra las palabras.) Tengo tanto... Todo el amor que no pude darle está acumulado en mi cuerpo. Tantos años de no saber qué hacer con este amor que ahora pugna por salir todo junto... Jamás pensé que dolería tanto. Pero sí. Sí.


    La mujer que escucha: ¿Perdón?

Silencio. Pausa larga.

    El hombre que siente: Hace mucho tiempo conocí a un perro enamorado. No sé de qué raza era. Probablemente de ninguna. Se llamaba Patán, como el perro ése de los dibujitos de hace mucho... Ese perro que siempre sonreía socarronamente ante la desgracia ajena... Pero éste era distinto... Patán era de un amigo a quien yo visitaba de vez en cuando. Un día, estando en la casa de mi amigo, mientras conversábamos ya no recuerdo de qué, presencié el momento exacto en que Patán se extasiaba de amor ante un disco de Tom Jobin. Y no era la música sino el objeto. Un disco de vinilo de Jobin provocaba marasmos de amor al pobre perro.

Silencio.

    El hombre que siente: Es extraño, lo sé, pero a veces oigo aquí (Se toca la cabeza.) al perro gimiendo suavemente y arrojándose  sobre el disco con un lamento que, para mí, fue a todas luces el del placer. (Pausa berve.) Una intensa mueca atormentada de ternura. (Pausa breve.) Y se me da por pensar ahora en todas las imposibles historias de amor. ¿Qué podía el perro, con su cuerpo y sus reacciones tan de perro, hacer ante un cuerpo que no se le parecía aboslutamente en nada? ¿Morder? ¿Masticar el cuerpo de plástico de su amor? (Sonríe levemente.) Recuerdo que me acerqué a Patán y lo miré profundamente. Lo miré tratando de aquietar su enamorada respiración y le dije: “¿De qué te va a servir, pequeño monstruo, tomarlo entre tus fauces como deseás?”. Un placer insólito. Un amor incomprensible, desconcertante, desproporcionado... (Pausa berve.) Una tarde, más adelante, charlando en un café, mi amigo me cuenta que, finalmente, Patán había destrozado su disco de Tom Jobin. Y yo me quedé pensando, entonces, en el goce fugaz pero eterno de ese perro al poseer, con estilo de perro, aquel disco que lo hacía sufrir de amor.

Silencio. Pausa larga. El hombre que mira está incómodo y La mujer que siente comienza a llorar en silencio.

    El hombre que siente: Mi tesoro. Mi honra. Mi placer. Ella es la forma más perfecta para olvidarse de todo. (Pausa breve.) Está enojada conmigo. Una pavada... Una pavada que ya dura más de una semana. (Pausa. Titubea.) Soy un cobarde. Y sí, lo era. Lo fui y por eso desde hacía diez años no hice otra cosa más que buscarla. No fue fácil. No es fácil ahora que ya estamos juntos. Juntos como nunca lo estuvimos... (Cambia. Con el dedo índice izquierdo se acaricia el reverso de su mano derecha.) Suavemente me acaricia sin decir una palabra. Me acariciaba. Me acariciaba y se miraba el dedo con el cual me... Y yo, (Se toca la sien izquierda.) yo, yo me sentí... Sentí que estaba como cuando...


    La mujer que escucha (Interrumpiendo groseramente.): Basta.

Pausa extensa con silencio. La mujer que siente, inmóvil, llora casi sin parpadear. El hombre que mira llora sorprendido. El hombre que siente, también, llora.

    La mujer que escucha: ¿Por qué las lágrimas?


    El hombre que siente: ¿A quién?


    La mujer que escucha: No lo sé.

Silencio.

    La mujer que escucha: ¿Qué es lo que intenta decirnos?


    El hombre que siente: ¿A quién?

La mujer que escucha cambia. No soporta la situación. En realidad es la actriz que representa el papel quien no soporta la situación.

    La mujer que escucha/Actriz (Con titubeos y nerviosismo.): ¿Qué es lo que yo tengo que creerme? (Pausa.) Hay algo que yo no entiendo en todo esto y no puedo más. Discúlpenme. (A El hombre que siente.) ¿Yo tengo que creerme que vos eras el padre de ella?

Silencio.

    Actriz: ¿Eso tengo que creerme? ¿Y quién sería yo? ¿La psicóloga? ¿La psiquiatra? ¿La doctora? ¿Quién? ¿Qué personaje tengo que inventarme? ¿Y dónde estamos realmente? ¿En el monoambiente donde pasaba todo? (Señalando a El hombre que mira.) Y si es así, ¿qué hace él aquí? ¿Qué hago yo aquí? Desde el principio dije que esto no tenía ni pie ni cabeza. Discúlpenme. Desde el principio dije que era muy fuerte mostrar un incesto. Desde el principio dije que era innecesario, que no hacía falta, que es muy fuerte hacer esto. ¿Para qué? ¿Con qué afán? ¿Para qué? ¿Eh? (Al público.) ¿Era esto necesario, díganme? ¿Qué indicios tuve yo para saber que ella era su hija? ¿Qué indicios tuvieron ustedes? Todo artificio y simulación. Ni siquiera lloran en serio. Simulan algo que no vivieron. Pobre gente, al fin de cuenta. Y no, no piensen que esto es un truco teatral. Que esto, que yo ahora, así como estoy, soy un truco teatral. Porque no estaba previsto, porque yo no era la actriz pensada para esto, porque yo... (Se interrumpe.) Porque este no era el final. Este no es el final El final era otro. En el final pasaba otra cosa. Yo hablaba y decía otra cosa. Llorábamos todos. “Cerraba” esto, cerraba la historia y quedaba en evidencia un incesto... Eso... Ni más ni menos... Y ellos seguían simulando este llanto. Así. (Señalándolos.) Pero acepté hacer esta obra sólo para decir esto, que estoy harta de estas cosas arriba del escenario. A fin de cuentas,¿qué pierdo? Si yo no vivo de esto, si nadie de los que está acá vive de esto. ¿Para qué este sufrimiento simulado? ¿Para qué? Harta. (Sale.)

Los tres permanecen inmóviles, llorando, “como si nada”.

    El hombre que mira: ¿Qué hago yo con todo eso ahora?


    La mujer que siente: ¿Y yo?


    El hombre que siente: ¿Y yo?



Apagón.



[i] Estrenada en 2005, en Rosario, Santa Fe (Argentina) como parte de Lo mismo que el café, Versión 2.0 con dirección de Rody Bertol y las actuaciones de Jorge de la Rosa, Anahí Martino, Darío Castañeda y Candela Siale. Reestrenada en Rosario en 2007, con dirección de Alejandra Codina y las actuaciones de Anahí Martino, Lucrecia Moras, Darío Castañeda y Juan Carlos Capello.
[ii]LEONEL GIACOMETTO (Rosario, Santa Fe, 1976). Escritor, dramaturgo, periodista cultural y, a veces, director de actores. En narrativa ha publicado Pequeñas dispersiones (Editorial Municipal de Córdoba, Córdoba, 2005). Algunos de sus cuentos fueron premiados y publicados en antologías en Argentina, España, Costa Rica y México. Para chicos ha escrito Naúfragos y Piratas (Editorial Homo Sapiens, 2005), Leones, osos y perdices (Editorial Colihue, 2006), La gata mujer (Primer Premio Certamen de Teatro-Guignol La Maison d'Amérique Latine en Rhône-Alpes, Francia, 2009). Para teatro, entre otras, Dolor de pubis (Siete autores: la nueva generación, Editorial Inteatro, Buenos Aires, 2004), Santa Eulalia, Madagascar (Dramaturgos del Litoral argentino, Editorial de la Sociedad General de Autores, Argentores, Buenos Aires, 2008) Despropósito, Arritmia (Nueva dramaturgia argentina, Editorial Inteatro, Buenos Aires, 2008), Plató (Tercer Premio en el VII Certamen de Textos Teatrales de Torreperogil, España, 2004), Herr Klement (Primer Premio del concurso de textos teatrales del Ayuntamiento de Santurce, España, 2005), Todos los judíos fuera de Europa, El difuntito (Teatro x la identidad, Edición 2009, Rosario). Escribió y dirigió Carne Humana (1998), Fingido (2007), Real (2007), Latente (2008) y Desenmascaramiento (2008). Sus obras son representadas en Argentina, España, El Salvador, México, Estados Unidos y Venezuela. Junto a Patricia Suárez publicó Trilogía peronista (Editorial Teatro Vivo, Buenos Aires, 2005). Reside en Rosario. Nominado a los Premios ACE 2006/2007, mejor autor argentino por Todos los judìos fuera de Europa (6 nominaciones ACE, 3 Premios ACE -Mejor espectàculo off, Mejor Actor, Revelaciòn masculina). Es autor, además, de dos blogs de ficción en Internet: Enceguecido, una conspiración de putos (http://enceguecido.blogspot.com/), y Putos breves, ficción jedionda (http://putosbreves.blogspot.com/) que actualiza semanalmente.