17/1/08

GENTE DE PRIMERA, de Benjamín Gavarre

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Brisa de Luna, original de Homero Ríos

Brisa de Luna
Original de Homero Ríos
homero82@gmail.com

Coro:
Cesen los cantos de musas y arpías en ésta hora que se aproxima a la verdad, pues es momento de mostrar lo que se esconde a los ojos y oídos de los hombres; Los hechos y razones de aquellos que se encuentran más allá de la inmortalidad y los sueños de veranos e inviernos. Aquellos que conocieron la verdad y la amaron o aborrecieron en momentos de calma dentro de los designios del destino. Dentro de estos designios yace una historia, tan fantástica como la realidad misma, en que el amor, la verdad y la razón se unen en la completa y virtuosa calma, de la brisa de luna.

Escena 1
Primer acto: Concilio Veritatis

Tristán:

Los rosas son tan perfumadas como la mañana misma,
Así como tus palabras cuando no son dudosas,
Sonriente cuál virtuosa niña,
Embargas mi alma cual aguas tormentosas…

No, es decir, aguas tumultuosas, no…bastante tosco; Podría ser jocosas, fructuosas, dolosas. No, no es solo que rime. ¿Cómo podría mostrar mi afecto y amor cuando no puedo plasmarlo? Hay de mí que busco y no encuentro respuestas.

Giacomo: El secreto es, sin duda alguna, el conocer el arte de la seducción. Con tales conocimientos, podrían dominarse las correctas palabras para despertar en toda mujer el deseo y lujuria. Es sin duda una empresa tediosa, pero sus frutos valen la pena al final de todas las cosas.
Tristán: Se equivoca al suponer de ms intenciones Don Giacomo Casanova. No es mi deseo el despertar un deseo carnal en las doncellas de ésta sociedad; sino dedicarle unas palabras al amor de mi vida.
Giacomo: ¡Un desperdicio, mi valiente Tristán!,! Un completo desperdicio!, ¿No conoces acaso que el darle el corazón a una mujer es peor que venderle el alma al diablo?
Tristán: Para usted tal vez, que conoce lo amplio y ancho de toda ésta tierra. Conoce todo acerca de pieles claras y oscuras, acerca de cabellos que huelen a jazmín y a mirra; Bellezas de la lejana Noruega y Germania, de la Galia y Macedonia; Incluso las legendarias bellezas de Egipto y la extinta Persia. Pero para mí, no existe nada de esto. No existen mujeres, ni cielos o paraísos lejanos que cautiven mi vana mente, pues me he enamorado.
Diógenes: ¿En verdad esperas alcanzar la felicidad estando atado a esta irrealidad llamada amor? Recuerda que todos los placeres no son más que vanidad de éste mundo y no es de sabios acoger sentimientos tradicionales para nuestra persona.
Tristán: Y qué es lo que me sugiere maestro Diógenes, puesto que éste amor me anima y consume a la vez.
Diógenes: Róbalo.
Tristán: ¿Me insulta maestro?
Diógenes: Tú eres quien me insulta al dudarlo, habilidoso pupilo. Recuerda que todo es propiedad del sabio; Si tanto deseas éste amor, tómalo por la fuerza. Si tu motivo es acercarte al sol, aleja incluso a los monarcas para llegar a él, pues no existen títulos o nombres que se eximan ante la voluntad de la inteligencia y del hombre sabio.
Tristán: Es usted todo un cínico maestro, aunque esto para usted sea todo un cumplido.
Giacomo: Aflojemos ya las oraciones precarias, no vengan para mal mis queridos colegas. ¡Alphonse! Mi querido Alphonse; llegas temprano.
Alphonse: No hagas aseveraciones que requieran explicaciones Giacomo. Pues habría de blasfemar bastantes múltiplos antes de darte palabras coherentes… Conocí caminando por el parque a una exquisitez de jovenzuela, bueno, jovenzuelas…
Tristán: No creo sea necesario conocer más acerca de su ya desenfrenada rutina de vida Marqués Alphonse de Sade.
Alphonse: Imperioso, colérico, irascible, extremo en todo, con una imaginación disoluta como nunca se ha visto, ateo al punto del fanatismo, ahí me tienen en una cáscara de nuez... Mátenme de nuevo o tómenme como soy, porque no cambiaré.
Diógenes: ¿Tienes que repetirlo siempre como si fuese una doctrina?
Alphonse: Por favor, doctrina jamás; Pero una premisa del orden del universo, quizás.
Tristán: ¿Es necesario hablar de lo mismo siempre que nos reunimos?
Giacomo: Mi joven compañero Tristán tiene razón, además mi querido Alphonse, interrumpiste abruptamente con tu llegada una importante conversación acerca de una joven que nuestro valeroso compañero idolatra con todas sus fuerzas.
Alphonse: ¿Me dices que en verdad el joven Tristán gusta de las mujeres?
Tristán: ¡Ya no lo tolero!
Diógenes: Paciencia mi muchacho; recuerda que la verdad se esconde tras múltiples formas y corrientes de la moral y la ética, si crees en ello; o en el desenfreno y la picardía, como nuestro promiscuo amigo.
Alphonse: ¿Lo ves? Paz contigo mi valiente Tristán. ¿Anda dinos, quién es tu amada?
Giacomo: Venga mi muchacho, con confianza.
Tristán: Mis nobles señores, si tan sólo la conocieran. Sus cabellos son dorados como el atardecer, parecido al tono del sol cuando muere. Sus ojos son profundos, pues el Creador los hizo para ver a larga distancia, verdes como el jade y la turquesa. Sus labios, jamás se saben estar cerrados, pues su sonrisa hechiza a mortales y espíritus. Si tan solo su silueta no fuese tan perfecta, no se habría ganado la enemistad de diosas y ángeles; Mi corazón la ama, y solo sabe distinguir su voz, es por eso que vivo y muero, que me alegro y sufro; Pues no entiendo otro lenguaje que no provenga de mi amada.
William: En verdad que yo también conozco un poco de ello. Y sé reconocer a un cautivo del amor; Y tu mi joven te ves rodeado de cadenas, pues eres esclavo del afecto a una mujer.
Giacomo: Maestro Shakespeare, bienvenido.
William: William, te suplico Giacomo, estamos entre amigos.
Alphonse: Si, comienzan a llegar los aburridos adictos a buenas costumbres.
William: También me da gusto verte Alphonse… Y dime Tristán, ¿De donde es ésta joven? ¿Conoces acaso su nombre?
Tristán: Si, tengo ese pesar para mi alma, desde el momento que la vi en mis sueños conozco el nombre de mi condena, La princesa Anaid del reino de la Luna.
Diógenes: ¡Que acaso te has vuelto loco muchacho!
Alphonse: En verdad que no pudiste encontrar un trofeo más caro de conseguir mi joven héroe.
William: Así es el corazón del enamorado, y no existe religión, ética o ley para dominar sus ímpetus.
Giacomo: Pero veo que esto te pesa en el alma, ¿No sería motivo más bien para la dicha y el buen humor?
Alphonse: Eso es por que la respuesta involuntaria del humano hacia el amor consiste en el sufrimiento.
Diógenes: ¿Y en verdad éste asunto te aflige joven Tristán?
Tristán: Tan solo cada vez que tomo aire para respirar.
William: Entonces digo que resolvamos éste asunto para mi amigo Tristán, haremos de éste joven todo un príncipe que luzca por nosotros al lado de su amada Anaid.
Diógenes: Si bebiese vino brindaría por ello.
Alphonse: Pero cómo lo haremos mis decentes señores.
Giacomo: Con un poco de ingenio y locura por parte de éste Concilio Veritatis.
William: Y con la ayuda de éste recién llegado que completa el círculo de ésta comunidad. El más ilustre y reconocido soñador que jamás ha tenido éste concilio.
Julio: Disculpen mi retraso, terminaba en mi taller un modelo astrofísico y no vi pasar el transcurso del inclemente tiempo. Desconozco su misión, pero me la contarán en el camino pues sospecho será una completa y desafiante aventura.
Diógenes: Aseguro así será, anda, apresura tus pasos Tristán.
Tristán: Así lo haré, descubramos lo que Nix y el destino de nuestro Creador depara para nosotros, tan solo pedimos se apiade de nuestras almas.
Alphonse: Habla por ti valiente Tristán, habla por ti.

Escena 2
Primer acto: El palacio de la Luna

Anaid: ¡Extraños y melancólicos pensamientos que embargan mi mente!, Si tan sólo pudiese reprenderlos cual fuesen de carne y hueso, para así ya no soportar su cruel aguijón en mi delgado y frágil corazón. Pero esto es imposible para mí, al parecer, estoy condenada a sufrir en éstos parajes de magnificencia y desolación sin final.
Asídora: Tus palabras son tristes princesa Anaid. Indignas en gran manera para la hija de un rey.
Anaid: Disculpa mi querida Asídora, hablé de más y hablé en voz alta, pensando por un instante que éstas paredes son irreales, tanto como quisiera que fuese mi propia corona.
Asídora: ¿En verdad piensas ésas cosas princesa? Ignorando entonces los agradecimientos de todo el pueblo por un rey tan justo como lo es tu padre Júpiter, y por una hija tan bella que supera la antigua belleza de su madre la reina Némesis.
Anaid: Es por eso mismo mi leal compañía, que añoro más la libertad de los aires y de la tierra, que la brillantez de éstos barrotes de oro. ¿Por qué tiene valía superior una belleza inmóvil y rígida, a una que se mueve y siente y corre? ¿Acaso no es el sol un astro en movimiento? ¿Acaso Apolo no soltó las riendas de su carro a su hijo?
Asídora: Así es mi princesa, y así provocó una gran tragedia.
Anaid: De igual forma deseo mi libertad, noble Asídora. No es mi deseo levantarme en rebeldía contra mi padre. Pero deseo conocer las cosas que narran en cuentos que suceden allá abajo en la Tierra. Los héroes, y los monstruos, las estaciones, el viento; Cuantas y multiformes maravillas que el Superior decidió darle a la humanidad como regalo de naturaleza.
Asídora: Pero la que más deseas conocer, es el amor.
Anaid: No tengo el valor de responderte acerca de éste asunto, perdona mi constante flaqueza leal compañía, pero si te es posible interpretar mi melancólica postura, sabrás entonces de manera simple la noble repuesta.
Asídora: Reconozco que miento constantemente acerca de mi edad mi dulce niña, pero no temo reconocer que te he visto transformarte de una infanta a una radiante mujer. Y sé que deseas conocer el mundo, así como el amor que le es concedido a los mortales y que a nosotros los lunares nos es negada; Pero alégrate ahora, pues has sido invitada por la Reina Perséfone para que seas su doncella de compañía en la fiesta de cambio de estación allá en la tierra.
Anaid: No por favor, te ruego no bromees con mi corazón; ¿En verdad me aseguras que mi padre Júpiter ha aprobado esto?
Asídora: La tradición así lo dicta, has llegado a quince ciclos de edad y debes conocer la tierra por lo menos una vez en toda tu vida. ¿Y quién mejor sino la reina Perséfone para conocer éstas maravillas?
Anaid: Mi tristeza se ha tornado en alegría gentil compañía. Por fin sabré como se ve el mundo en verdad.
Asídora: Así será princesa mía; Conocerás grandes y maravillosas cosas. Pero guárdate de los sentimientos hacia los mortales. Recuerda que el amor no es un privilegio para nosotros los lunares, pero sí lo es el morir de pena.
Anaid: Descuida mi querida Asídora. Que en poca o gran medida, habré conocido la realidad de los mortales, para mi propio bien, o para mi propia infelicidad.


Segundo acto: Los bosques

Hanuman: ¡Guarden silencio! Sus majestades el rey Argento y la reina Afrodita demandan silencio para iniciar el círculo de reunión. Toma la palabra la reina Afrodita.
Afrodita: Escuchen mi voz criaturas de los bosques, de los ríos y las montañas; escuchen las palabras de su reina en éstas horas de gozo y penumbra. Como todos saben, nuestra diosa Perséfone ha demandado regalos para todos los hombres y mujeres mortales por la festividad de la primavera, y es nuestro deber obedecer sus órdenes, estamos aquí para deliberar la respuesta que le daremos a nuestra tierna madre. ¿Responderemos pues prontos y prestos?
Acuarios: Las ondinas de los ríos nos oponemos a los deseos de los superiores; no es sano luchar contra la razón y los deseos, y no traicionaremos los dictámenes de nuestros sentidos. Los mortales no se merecen nuestras misericordias reina Afrodita, usted lo sabe. Aunque nos duela desafiar a nuestra madre, nosotros nos oponemos a sus deseos.
Hanuman: ¿Se atreven a incitar sedición en el círculo?
Neso: No es sedición la voz de los grandes números, los centauros de los bosques también discrepamos la decisión de nuestra diosa. El hombre es traicionero e inconsistente en todos sus caminos, no merece ni la más pobre de las mercedes.
Acandros: Los silfos de los aires nos avergonzamos de Acuarios y de Neso; No está en el dominio de nosotros los siervos de los superiores el cuestionar sus designios; Ni siquiera el rey Argento cuestiona tales órdenes ni la reina Afrodita complica el fluir de tan divinos matices. Hermanos míos, si no se arrepienten de sus malos procederes, entonces nosotros no nos arrepentiremos de los nuestros en contra suya.
Neso: ¡Deja venir entonces tus bríos, cobarde, que te enseñaré en el transcurso un par de lecciones!
Hanuman: ¡Silencio! Apacigüen en definitiva sus ilusas amenazas, están en presencia de sus majestades.
Argento: Deseo hablar.
Hanuman: Queda la palabra en su majestad el rey Argento.
Argento: En realidad, deseo que hable quien en verdad posee sabiduría y claro juicio, de quien se dice es el maestro de las cosas inexistentes. Habla pues, Quirón.
Quirón: Si su majestad desea que hable, será para decir que apruebo el sentir de mi igual Acuarios, el hombre es cruel e indiferente ante las cosas de la naturaleza y la verdad. Pero a la sazón desapruebo la actitud del líder de las ondinas y el jefe de mi pueblo los centauros. Y por el contrario alabo las palabras del intrépido Acandros, el cuál reconoce el verdadero sentido de nuestra devoción hacia Perséfone la multicolor. Los animo hermanos, a que recobremos el correcto sentido de las cosas, para que la inescrutable verdad de las misericordias se revele a los mortales por voluntad de los superiores. ¿A quien obedeceremos entonces si no es a la voz de nuestros amos? ¿Los ignoraremos y nos convertiremos en nuestros propios guías? No mis hermanos, les aseguro que no existe libertad sin ley, ni orden sin verdad.
Acuarios: Perdonen mi falta de juicio, olvidé por un mortal instante la razón de nuestra existencia, el servir a los superiores. Bendito seas Quirón, por sobre todos los sabios. Apruebo la moción de la reina.
Quirón: Bendita sea tu humildad Acuarios, para reconocer los errores de juicio; Roguemos por que la raza de dioses y hombres sepan hacer lo mismo.
Hanuman: Y yo, Hanuman, emisario de las hadas, también doy mi consentimiento al círculo.
Neso: Pues no me cuenten entre ustedes necios, arderán en el Tártaro por esto, los hombres serán su ruina.
Afrodita: Olviden palabras de incoherencia en ésta hora y presten oído a la petición de nuestra madre.
Hanuman: ¿Y cual será el regalo que daremos a los mortales la noche de primavera?
Afrodita: Nuestra madre ha demandado la más gloriosa de las misericordias y la más cara para nuestro corazón, el amor.
Acandros: ¿Libremente lo daremos o aguardaremos instrucciones más especificas?
Afrodita: Consiente mi dulce Acandros en darla sin reservas y en abundancia, vuela por los cielos y muestra la gracia de tu credo. Fluyan mis hermosas ondinas y denle de beber imaginación y poesía a los risueños mortales, háganlos reír y llorar de sublime alegría; Corran mis centauros, con fuerza y coraje, inspiren con sus potentes pasos a los hijos de los hombres para lograr grandes cosas, y no den gracias medidas, sino cólmenlas para que sean saciados los amantes de la luz de día.
Acuarios: ¿Daremos sólo a los hijos de los hombres tan singular regalo?
Afrodita: En efecto, cuídense de no darlo a otras razas, no sea que la ira de los superiores sea para con nosotros. Corran entonces, de aviso en los montes y valles, cielos y mares; Digan que amaremos a los domadores de caballos, y los inspiraremos para amar.
Hanuman: La reina Afrodita ha hablado, que así sea.


Escena 3
Primer acto: Calles de Andralión

Julio: Qué te sucede mi querido Tristán, tus ojos lucen vidriosos y siento que tu alma luciría igual si pudiese verla, ¿Te a acontecido algo en el viaje? Te juro que intenté bajarle la potencia a los propulsores para evitar mareos.
Tristán: Descuida mi buen amigo Julio, es solo que mi corazón desespera desde que William y Giacomo partieron sin decir palabra, y Alphonse y el maestro Diógenes visitaron a unos colegas suyos creyendo tendrían noticias acerca de los lunares; Pero mi corazón además sospecha fatalidad y desánimo en ésta empresa.
Julio: No flaquees valiente héroe, recuerda que no es el miedo lo que desalienta a los grandes científicos y exploradores, sino es el desánimo lo que influye en las mentes de los poetas y los amantes. Recuerda éstas palabras cuando la frustración venga, pues no existen horizontes ni limitantes, sino sólo nuestra pobre y simple ignorancia.
Tristán: Te agradezco tus palabras de aliento gentil Julio; Tan solo espero que la demora ésta noche no sea demasiada. Mira, se acerca el intrépido Alphonse sagaz cual flecha en el aire.
Julio: Seguido torpemente por la ancianidad del cínico Diógenes…. ¿Qué noticias traes mi atrevido Alphonse?
Alphonse: Esperen en tanto doro un poco más la píldora, mientras recupero el aliento.
Tristán: Me parecen eternidades los segundos que espero por información de mi amada mientras recuperas el aire, Marqués de inmoralidades, anda ya dime, aunque te cueste más jadeos el hacerlo.
Alphonse: Espera un poco muchachito, pareces damisela virgen en apuros, dame oportunidad de tomar aire, ya que las palabras te gustarán.
Tristán: ¡Si estás hablando para quejarte, puedes hablar para decírmelo!; no sabía que la tortura también era parte de tu reputación….
Diógenes: Tu princesa se encuentra en la ciudad, no es necesario partir a tierras lunares, ya que la oportunidad se encuentra aquí y ahora.
Alphonse: Así es joven Tristán; Tu princesita estará en la fiesta que da la reina Perséfone ésta noche, si tan solo pudiésemos entrar, sería beneficio y ganancia tanto para ti como más importante, para mi persona.
Tristán: ¡Ha insensibles astros!, ¡Que se encuentran en la lejanía, si tan solo caminasen más lento para que existiese tiempo y oportunidad!
Giacomo: ¡Refrena tu lengua y no digas mentiras tales mi astuto héroe!
Diógenes: Gentil Giacomo has regresado.
Giacomo: Y con maravillosas noticias, ¿Han escuchado de la fiesta de la reina Perséfone?
Alphonse: Si, lo sabemos, también sabremos que ahí estará el amor pasional de nuestra tierna niña Tristán.
Tristán: Ignoraré eso Marqués. Lo sabemos mi fiel Giacomo, pero no podemos asistir sin invitación de la reina misma.
Giacomo: Pero desconoces entonces, que entre nosotros tenemos una allegado a la reina.
Julio: El maestro Shakespeare.
Giacomo: Y de tal forma a ritmo de tambor, el concilio Veritatis estará presente en la fiesta de primavera.
Tristán: Y yo a un paso de estar con mi amada. Apresuremos nuestros pasos entonces. Giacomo nos guiará para encontrarnos con nuestro bienaventurado William. Amor, espera un poco, que pronto te conoceré.

Segundo acto: Fiesta de Perséfone

Vocero: !Sus majestades la reina Perséfone y la princesa Anaid de las tierras lunares!
Perséfone: Espero te guste todo lo que hemos preparado para ésta noche mi dulce niña.
Anaid: Oh no tengo palabras su majestad, esto es aún más de lo que hubiese imaginado, la gente, los árboles, los caminos, las piedras, el aire; simplemente es….
William: Perfecto cuál belleza inmaculada delante de mis mortales ojos.
Perséfone: Maestro Shakespeare bienvenido sea a mi morada, cuán sublime sorpresa. Espere, permítame presentarle….
William: Todo un placer princesa Anaid, he escuchado tan solo maravillas de su persona.
Anaid: Maestro Shakespeare, es un honor, tan sólo espero poder cumplir con tan grande favor que hace a mi persona.
William: No mayor favor que hace en presentarse para con los mortales. Si duda alguna sus sueños debieron mostrarle un poco de todo esto.
Anaid: ¿Además de poeta, profeta maestro Shakespeare? Mis sueños han sido continuos acerca de estos asuntos, tiene usted razón.
William: ¿Y existirá entonces algún varón que se aparezca en ellos?
Anaid: Pues, en verdad, creo haber visto ha….
Perséfone: Suficiente querida, no es necesario intimar en éstos asuntos. Le agradezca su presencia maestro, ¿Me dedicará alguna oda en días cercanos?
William: Sería un placer para mí su majestad.
Perséfone: Maravilloso, con permiso maestro. Sígueme mi niña.
William: Pase su alteza….(Se aleja la reina) Y así es como se confirma una pasión desconocida por sueños de ambos; ¿Será entonces designio de los superiores que una lunar halle el amor entre los hombres? Sea entonces Tristán el destino en todo esto.
(A la entrada de la fiesta)
Julio: Al fin hemos entrado, pero debemos tener cuidado, pues muchos concilios extraños han sido invitados que nos aborrecen y desearían tener alguna falta para poder pelear. Me quedaré en la entrada, por si las cosas se ponen mal; recuerden, prudencia ante todo.
Diógenes: Yo me quedaré cercano a los troncos de los árboles, no hay mejor lugar para los hombres sabios. Que tengas suerte mi querido Tristán.
Giacomo: Y la tendrá maestro Diógenes, vendrá con Alphonse y conmigo para buscar a William y….
(Una turba de mujeres cae sobre el pobre Giacomo Casanova)
Alphonse: Tal suerte es la de los mujeriegos; Solo quedamos tu y yo muchacho. No te desesperes, te aseguro no haré ningún escándalo u obscenidad que pudiese avergonzarte. Al menos hasta que encontremos a tu amada, o nos topemos con una botella de vino.
Tristán: ¡Hay de mi vida! Debo encontrar a William cuanto antes o separarme de éste buscapleitos empedernido.
(Se separa entre la multitud)

(Entra William)
William: Por fin te encuentro, ¿Y Tristán y los demás?
Alphonse: Qué te puedo decir, el muy niña de Tristán corrió entre la gente; Giacomo está siendo consentido por una turba de ávidas jóvenes mientras Julio y Diógenes descansan sus penas uno en la puerta y otro en un árbol, sería irónico si no fuese patético. Yo por mi parte, voy a buscar alguna doncella de la vida alegre para enseñarle a jugar billar.
William: Deja tu sarcasmo para otra ocasión, que estamos en problemas, bastante serios si me permites decirlo.
Alphonse: ¿A que te refieres con eso?
William: Los concilios, los concilios de la Razón y de la Sombra también han sido invitados.
Alphonse: ¡Esos!, ¡Malvivientes, alborotadores rizos de niña!, Los voy a….
William: Precisamente, será imposible hacer esto sin ocasionar problemas; Debemos o huir o pasar desapercibidos, cosas que son inútiles en estos momentos.
Alphonse: Has tenido razón en tus palabras, cosa que me desagrada en demasía. Que la razón nos ampare si sucede una confrontación.

(Salen de escena y entra dos personajes)
Darius: Todo ha sido arreglado, la reina Afrodita nos dio instrucciones de entregar a los aires dones y misericordias de amor a los mortales.
Neso: Pero la injuria que se nos hace a nosotros lo moradores del bosque raya en el ultraje.
Darius: Mi familia está ligada a la tuya por lazos de siglos en el pasado. Dime qué es lo que deseas a cambio de mi libertad.
Neso: Le darás amor a la princesa Lunar.
Darius: Pero, Neso. Lo que me pides es la peor de las traiciones, no es de vivientes hacer tal cosa.
Neso: Decide pues Darius, tu conciencia o tu libertad. Sé honesto contigo y decide bien, tienes hasta la medianoche para hacerlo; Entonces….tendrás tu paga. Haz caer a la princesa, o serás tú quien caiga.

Tercer acto: Los jardines

(Lejos, en los jardines de Perséfone)
Tristán: Cuán sorda es la voz de la noche, que se ve opacada por cantos de grillos y lamentos de silfos. Los árboles callan como si no tuviesen voz propia para cantar a los montes. ¡Si tan sólo fuese yo como las piedras de los ríos, que jamás sienten, hablan o aman!, Las cosas serían mucho más simples, tan solo ver el agua correr de un lado a otro, jamás saber, jamás olvidar, tan solo existir; Entonces jamás sentiría éste dolor que siento, que me consume y que me carcome como carrizo en el fuego, como la inocencia de un niño, como esto y como lo otro, mil nombres para mil dolores que a la vez son la bendición de mi vida. ¡Si tan solo los demás mortales se dieran cuenta! Darse cuenta de la verdad, que no existen razones distintas para explicar la misma premisa, que el hombre no es nada cuando está solo, que un sueño puede alimentar mil creaciones.
¿Cuál es mi creación? Mi propia felicidad y alegría, ¿Es acaso mentira? Yo mismo soy mi propia mentira, pues eso soy cuando ella no está a mi lado. Y todo sería distinto, si pudiese verla, al menos por una vez.
(Se escucha un canto cercano)
¿Qué es ésta dulce melodía que llena mi alma y le da vida? Se oye como el canto de cincuenta ángeles de timbre bien afinado, pero a la vez un poco superior a ello. Ese sonido me cura y embelesa, ¿De donde provendrá?
(Espía al otro lado y se encuentra a la graciosa Anaid junto a una fuente)
Anaid: Cuánta alegría hay en mi alma, que me inspira a soñar con mis ojos abiertos, porque si los cierro, me perdería tanta magia que hay por todas partes. Soñé una noche que estaba sentada junto a una fuente, y que mis dedos tocaban la fría agua. Sonreía al hacerlo, hasta que apareció él. Imaginaba que lo amaba y que no podía vivir sin el, tan solo hasta que despertaba y veía que nada era real, sin solo un espejismo cruel que Morfeo me hizo ver.
Tristán: Solo hasta soñar de nuevo, para volverlo a ver.
Anaid: ¿Quien anda ahí, que perturba con dulce voz mis momentos de absurda melancolía?
Tristán: Disculpa mi delicada princesa, la confundí con alguien más a quien busco desde hace tiempo.
Anaid: ¿Y es virtuosa tal persona?
Tristán: Bastante debo decir, le agradaría mucho su majestad
Anaid: Disculpa que no te haya preguntado por tu nombre. Pero de cierta forma, creo que te conozco, ¿Es esto correcto gentil caballero?
Tristán: Podría ser, uno jamás podría decir “He visto esto por vez primera”, y después decir “Jamás lo he visto”, tal vez en alguna otra vida, o en sueños….
Anaid: Sueños, me parecería casi imposible.
Tristán: No hay imposibles su alteza, recuerde eso siempre, (dándole una rosa de la pared) Tal como ésta rosa, ¿Nació y creció en éste exacto punto y abrió en ésta noche sus pétalos sólo para que yo se la obsequiara? Podría ser posible, que todo sea un gracioso juego del destino.
Anaid: Gracias por el noble gesto caballero, sin duda alguna le dices las mismas y exactas palabras a toda doncella que topas en tu camino.
Tristán: Sólo a las que encuentro en bellas noches de primavera sentadas en una fuente.
Anaid: En verdad eres gracioso, me agradas. Dices que buscabas a una persona, ¿Podrías describirla?
Tristán: Cómo si fuese dogma de fe mi princesa; Sus cabellos son dorados como el atardecer, parecido al tono del sol cuando muere. Sus ojos son profundos, pues el Creador los hizo para ver a larga distancia, verdes como el jade y la turquesa. Sus labios, jamás se saben estar cerrados, pues su sonrisa hechiza a mortales y espíritus. Si tan solo su silueta no fuese tan perfecta, no se habría ganado la enemistad de diosas y ángeles; Mi corazón la ama, y solo sabe distinguir su voz, es por eso que vivo y muero, que me alegro y sufro; Pues no entiendo otro lenguaje que no provenga de mi amada.
Anaid: ¿Y donde podrías encontrarla?
Tristán: ¿No lo sabe su alteza?, Ya la he encontrado, se encuentra….justamente, aquí (Señalando el espejo de agua de la fuente en el que e refleja la princesa).
Anaid: Ahora lo recuerdo. Eras tú; tú eras quien estaba en mis sueños.
Tristán: Y tu eres princesa, a quien he esperado toda mi vida.

(Se oye a la lejanía las campanas de media noche, el momento de la impartición del amor)
Media noche avisan las campanas, la hora de los mortales repica fuertemente anunciando la verdad de las cosas.
Anaid: ¿Qué puedo decirte que no conozcas ya Tristán, héroe de campos y prados?
Tristán: Si tu corazón acepta unirse al mío.
Anaid: Eso es imposible noble Tristán, pues mi corazón lo robaste en sueños, hace mucho tiempo.
Tristán: ¿Te lo devolveré entonces para tener mi respuesta?
Anaid: Te daré mejor mis labios y mis manos, para que hagan juego con el alma de mi amado.
(Sellado es entonces por un beso)

Cuarto acto: La afrenta

Alphonse: Y de ésta forma mis delicados pupilos momentáneos, es como se debe usar apropiadamente un baño público….
William: ¿Qué haces?
Alphonse: Además de ya estar ebrio, entretengo a la multitud.
William: Deja ya eso, debemos encontrar a Tristán y salir de aquí.
Edgar: Miren a quién tenemos aquí, pero si es el enfermo pecaminoso y el poeta trágico de segunda.
Alphonse: Saludos Edgar, que bueno verte, ¿Aún sigues escribiendo acerca de pajarracos terroríficos y relojes de ultratumba? Por cierto, ¿Cómo está tu tía?
Dante: Te pido no agobies a mi compañero, le provocan jaquecas muy fuertes.
William: Señores, les pido dejemos nuestras rencillas a un lado para tener una velada pacífica.
Wolfgang: Descansaré hasta que te vea atravesado con algún objeto de poco filo.
William: Barón de Goethe, he hablado pacíficamente y se me a devuelto duplicada la ofensa. No existe perdón a esto; Les advierto, aléjense de prisa o tendrán que pedir perdón a Radamanto en el vallado del Hades.
Platón: ¿Pedir perdón a pusilánimes inútiles como son el Veritatis? Todos ustedes son una vergüenza para lo noble y bello de éste mundo; Los fracasados y exiliados de entre nosotros, ojalá las sombras retiraran su absurda existencia y borrara de nuestras mentes que alguna vez existió gentuza como ustedes.
Diógenes: Como amo de esclavos has hablado, frágil Platón, y como amo de esclavos sufrirás.
Julio: ¡Maestro Diógenes, espere!
Giacomo: ¿Qué ha acontecido?
Diógenes: ¡Levanten las armas en contra de los villanos!
Alphonse: ¡Que se derrame la sangre de los tiranos!
Dante: ¡No habrá purgatorio para ustedes ratas, sino sólo el infierno!
Diógenes: ¡Vengan y caigan! Goethe, Alighieri, Poe, Platón, Midas y Grocio. ¡Caerán junto con nosotros!

(Se preparan para luchar, entonces, son interrumpidos)

Tristán: ¡Ayuda!, ¡Socórranla!, ¡Auxilio!
Giacomo: ¿Qué sucede Tristán?
Tristán: ¡Cayó, cayó en mis brazos!, ¡Sus labios se han vuelto fríos!
Giacomo: Aún respira, sigue viva, pero la vida se le va en suspiros.
William: La reina, ¡A un lado, que se acerca la reina!
Perséfone: ¿Pero qué ha acontecido? ¿Pero qué ven mis ojos?, Hanuman, revísala ¡Pronto!
Hanuman: Es claro, la princesa ha caído enamorada.
Perséfone: ¿Pero cómo pudo suceder eso?, ¡Que hable el responsable de esto!
Guardia: Mi reina, hemos encontrado a éstos dos cerca de donde estaba la princesa.
Perséfone: Si valoras tu vida dime la verdad.
Darius: ¡No ha sido mi culpa su majestad, éste centauro me ha obligado a hacerlo!
Neso: No tengo nada de qué avergonzarme. Así entenderán, con la muerte de ésta lunar, que no se debe dar el corazón a cualquiera, mucho menos a un simple mortal.
Perséfone: Quítenlos de mi vista y ejecútenlos inmediatamente.
(Se acerca a la princesa que yace inconsciente)
Perséfone: Hay mi dulce niña, si tan solo fueses de otro lugar que no fuera la luna, si tan sólo el amor no pudiese matarte, ¿Qué le diré a tu padre Júpiter? , ¿Qué dirá cuando sepa que morirás de amor? Cuántas cosas no verás ni vivirás a causa de…. ¿De quién se enamoró?
Tristán: Yo soy el responsable su majestad, pues ella es mi amada.
Perséfone: (Lo abofetea) ¡Tu tienes la mayor parte en todo esto!, Que los dioses maldigan el día que naciste; Porque privas del universo a su flor más preciada. Lárgate de Andralión y del recuerdo de los dioses y hombres, porque la vida será tu peor castigo, y recordarás con amargura tu osado atrevimiento, y rogarás alivio y no lo encontrarás mortal. Lárgate ahora, antes de que cambie de parecer.
Tristán: Obedezco, su majestad.


Escena 4
Primer acto: en el concilio
Giacomo: Cuánta pena hay dentro de tus labios guardada desde nuestra salida de Andralión; Si tan solo pudiese salir el dolor sería más llevadera ésta carga.
Diógenes: Deja al pobre muchacho Casanova, la verdad es que si el hombre posee alma, a éste se la ha ido muy lejos.
Alphonse: La culpa es algo difícil de llevar, por ello siempre huí de ella toda mi vida. No puedo imaginar lo que será el que te embargue por completo todo tu espíritu.
Julio: Pero hablan como si la princesa estuviese ya muerta, aún debe haber tiempo para algo; Alguna solución, no puede morir de tan horrendo modo y tan simple razón.
William: Pero de todas formas morirá. Buenas razones existen para las prohibiciones en éste mundo; Si tan sólo el cruel destino fuese de otro modo, sería más misericordioso que éste fatal desenlace.
Diógenes: Aunque aún existe una sola posibilidad.
Giacomo: ¡Calla anciano!
Tristán: ¿Qué ha dicho maestro Diógenes?
William: Nada, resulta que éste viejo ha perdido la razón.
Tristán: No me insulten con ignorancia, ¿Qué es lo que saben?
Diógenes: El tiene derecho a saber, y todos ustedes lo saben.
Alphonse: Si es ésa la última respuesta, inclusive yo diré que es una completa y mala idea
Tristán: Les ruego, si existe una oportunidad para salvar a mi amada, díganmela ahora, no sea me muera de tristeza de un momento a otro.
William: No Tristán, no es la oportunidad de salvar un alma, sino de condenar a otra. Te ruego no consientas en ello, como amigo, te ruego no lo hagas.
Tristán: Mi destino fue sellado desde que mi amada cerró sus ojos, no tengo nada que perder en éste mundo.
Alphonse: La salvación, si es que crees en ella.
Julio: No tengo el valor para escuchar esto.
Giacomo: No es valor sino voluntad lo que se requiere.
William: Dígale entonces cuál es su única esperanza maestro Diógenes.
Diógenes: Sólo hay un solo ser que podría ayudarte en éstos momentos, pero sólo si es su voluntad el ayudarte y si recibe alguna ganancia en ello.
Tristán: ¿Y quien es éste lúgubre personaje que tanto les aterra y hiela la sangre?
Giacomo: No mencione su detestable nombre en éste lugar.
Alphonse: Es necesario para que entienda a qué se enfrenta.
Diógenes: El ha sido el único que ha sido expulsado del concilio en toda su historia, allá en la edad primigenia, aún cuando yo tenía poco conocimiento. Fue el más traicionero y extraordinario miembro que éste concilio ha tenido en sus filas.
Tristán: ¡Diga su nombre y que descansen las tumbas!
Diógenes: Su nombre es Lucifer, el príncipe de las tinieblas.

Segundo Acto: Sueños

Anaid: ¿Que significa toda esta naturaleza de irrealidad?, ¿Acaso ya he muerto y me encuentro en la tierra de mi ancestros? Esto es tan apacible que podría acostumbrarme a una eternidad.
Hanuman: No estás muerta, aún no llega ese momento, pero llegará a final de cuentas.
Anaid: Entonces dónde me encuentro, ¿En el vacío abismal?
Hanuman: Estamos en medio de dos mundos, ni muertos, ni vivos; Tan solo pensantes que flotamos fuera de toda angustia y dolor, casi el final perfecto para la extinción de toda vida.
Anaid: Creo reconocerle, ¿No es acaso usted Hanuman el siervo de la reina Perséfone?
Hanuman: Hanuman es mi nombre, y soy heraldo de las hadas y de los dioses; de Perséfone, y también de Afrodita, y de Argento, de Prometeo, inclusive de tu padre Júpiter. Soy en fin el mensajero de todos los dioses menores, y ésta es mi tierra natal.
Anaid: ¿Podría mostrarme el camino para salir?
Hanuman: ¿Porqué?, ¿Porqué querrías salir de éste lugar?, Aquí podrías permanecer para siempre si así lo quisieras, donde las cosas no se envanecen ni los astros mueren, sino que todo es una infinita y completa serenidad y calma.
Anaid: Agradezco su interés, pero alguien me espera en la Tierra.
Hanuman: ¿Te refieres al valiente Tristán? La reina Perséfone lo a desterrado de Andralión y de toda Gea a los recintos intemporales a causa de tu pronta muerte; no hay nadie que te espere en la Tierra así que no te preocupes por ese insignificante detalle.
Anaid: ¿Mi amado sufre desprecio por mi causa? Con mayor razón debo salir de éste lugar.
Hanuman: Se lo he dicho princesa, no es posible salir de aquí, no existe otra salida dela muerte, usted se enamoró y morirá por ello.
Anaid: No he conocido un corazón tan frío como el suyo, que no sienta ni se preocupe por otros.
Hanuman: Le ruego no me juzgue mal princesa Anaid; Mis procederes serían otros si de mí dependiera, pero nací para servir y acatar la voluntad de otros.
Anaid: ¿Y me diría por misericordia qué es lo que haría si de usted dependiera todo esto?
Hanuman: Las reglas no prohíben eso, soy libre de decirlo; Juro que haría lo posible por reunirla con su amado, ya que me parece un insulto el negarle el amor a toda una raza por mero capricho de los superiores. Traicionaría su confianza para hacer cumplir lo justo y decente en cuanto al amor de una lunar y el más valiente de los mortales.
Anaid: ¡Ayúdeme entonces! Escúcheme y atienda a las palabras de verdad. Su corazón reconoce lo que es correcto, atienda a su llamado.
Hanuman: Aunque lo desee con todo mi corazón, no puedo hacerlo.
Anaid: Calla entonces, espíritu engañador, y aleja tu atención de mí. Deja que mi alma se corrompa en el olvido de las cosas, y carga con ello en tu divina e inmortal consciencia; Que le negaste tu ayuda a un alma esclava para ganar su libertad sino que la sumiste en la más profunda de las mazmorras de la ignominia y desesperación tan solo por un ridículo y agobiante código que solo tu, espíritu ciego, eres capaz de seguir.
Hanuman: Duras son tus respuestas joven lunar, dignas de un alma libre y no de una esclava como te han hecho creer. Dime ahora, con toda franqueza y honestidad, ¿Estás dispuesta a deshacerte de tu prenda más importante tan solo por el amor?
Anaid: Ahora que lo conozco, me doy cuenta que ha valido la pena hasta ahora, y no escatimaré cualquier cosa para reunirme con mi amado en ésta vida en la próxima.
Hanuman: No contestaste mi pregunta satisfactoriamente….
Anaid: Si, es mi respuesta, dime tu precio, espíritu que se asemeja a la carne, y lo pagaré gustosa. Si es mi respuesta, óyela con claridad, que son las palabras de un alma libre.
Hanuman: Muy bien, escuché con claridad, eres una digna hija de tu madre Némesis. Escucha ahora tú con suma atención, no te es conveniente ignorar a un espíritu; Cuenta la historia que tu pueblo llegó hace muchos años atrás a las regiones lunares con un tesoro que no era suyo. Dicen que les robaron a las sirenas su canto de belleza y las dejaron con nada más que alaridos de mera locura. Decididas las sirenas entonces a no dejar el asunto sin resolver, maldijeron ante los superiores al pueblo lunar, diciendo que jamás conocerían el amor, pues el día que lo conocieran sería el día en que morirían. Desde entonces tu pueblo ha sido un pueblo bello y orgulloso, pero maldecido a fin de cuentas; Esto es lo que te propongo hija de Némesis y Júpiter. Entrégame tu voz, que es tu prenda más valiosa, y jura por la vida de tu pueblo que jamás volverás a tocar las regiones terrestres si volvieres a la vida, de ésa forma regresarás con tu amado Tristán y les devolverás la alegría a los superiores.
Anaid: ¡A mi sincero heraldo!, ¡Por qué poco monto venden ustedes los celestes la felicidad a los enamorados! Considera entonces un trato entre tu y yo ilustre Hanuman. Aunque pierda uno de mis sentidos, atenderé con mis otros cuatro al valiente y esforzado Tristán.
Hanuman: Promete entonces que así será.
Anaid: Lo juró por mi pueblo y por el amor que le tengo a mi amado.
Hanuman: Suficiente entonces para mí y para los superiores. Que seas feliz entonces dulce niña. Hecho está.

Tercer acto: Pandemónium

Tristán: He navegado largo tiempo por estas malditas lagunas, mi mente divaga ya, como si hubiesen pasado años desde que inicié éste penoso viaje. Pagué mi pasaje en el Aqueronte a su miserable barquero, el condenado Caronte; era tanto su asombro al ver a un vivo entre los muertos, que me obsequió la lira de Orfeo para aplacar al salvaje Cerbero. Ya estoy cerca, no hay duda de ello, los vapores y azufre me sofocan, pero no puedo rendirme, no debo darme por vencido, por el bien de mi amada debo regresar triunfante de mi empresa, regresar triunfante o jamás hacerlo.
¡Escucha mi voz! Antiguo ser de las regiones celestes, ahora caído y condenado a la oscuridad, no soy lacayo tuyo, sino me considero tu igual, antiguo ser que perteneció al concilio Veritatis.
Lucifer: Eres en verdad atrevido al decirme tales cosas en mi propia casa.
Tristán: Sé lo que eres, y sé lo que fuiste; No es necesario ahondar en trivialidades sin importancia. Te propondré un trato y tú lo aceptarás o lo rechazarás.
Lucifer: Supongo que has tenido bastante tiempo para pensar lo que habría de decirme, de ninguna forma deseo desairarte, prosigue entonces, ¿Cuáles son tus términos?
Tristán: Deseo liberar el alma de mi amada.
Lucifer: ¿Se encuentra en mis dominios?
Tristán: No, aún no muere, pero pronto lo hará.
Lucifer: ¿Y cuál es el origen de tu amada?
Tristán: Es la princesa del pueblo de la Luna.
Lucifer: Esa raza no desciende a estos lugares, no me concierne su destino, ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?
Tristán: Porque no vine buscando al amo de las tinieblas, sino al antiguo guardián de la verdad del concilio Veritatis.
Lucifer: Has errado entonces en tu viaje pequeño e insípido mortal, esa parte de mi ya murió hace tiempo.
Tristán: Entonces no querrás recuperar aquello que los antiguos te quitaron hace tanto tiempo, cuando se negaron a entregártelo diciendo que era su indemnización por todos tus males y fechorías.
Lucifer: ¿Me dices que tienes en tu poder?….
Tristán: Como lo imaginas antigua serpiente; Dame a mi amada y te entregaré tus tres pelos dorados.
Lucifer: No eres nada ingenuo hijo de hombre; Pero lo que me pides es imposible, no tengo poder sobre los lunares….
Tristán: Lástima, entonces jamás verás tu preciado tesoro.
Lucifer: No, espera….Existe un modo de hacerlo. Pero es arriesgado en demasía.
Tristán: Dame lo que busco, jura que cumplirás tu palabra y te daré tu tesoro.
Lucifer: ¿Confías en el rey de los demonios?
Tristán: Te repito, vengo en busca del colega, no del homicida.
Lucifer: Tienes valor mortal; Eso me gusta, esperaría que la mayoría de los hombres tuviese al menos un poco de tu valor al enfrentar sus propias fatalidades.
Tristán: Espero tus instrucciones, después de jurarlo.
Lucifer: Lo juro entonces, por la fidelidad que alguna vez tuve al concilio. Hablaré con mi hijo Hades, le prohibirá la entrada a su reino a tu amada por un día, se te devolverá y será tuya, si puedes lograr que proclame su amor por ti sin el influjo de las misericordias de Perséfone, solo entonces se quedará contigo y yo no te deberé nada.
Tristán: De buen grado hago trato con el diablo, si tus palabras son ciertas, entonces te daré tu tesoro al instante.
Lucifer: Y si no lo haces te haré sufrir grandes tormentos.
Tristán: Hecho está, nos veremos entonces príncipe, disfruta de tu reino, y yo disfrutaré de mi amada.

Cuarto acto: Concilio Veritatis

Diógenes: Ha tardado ya demasiado en el inframundo, temo por su alma que haya conocido la corrupción de las regiones oscuras.
William: Debemos tener fe en la pureza de su alma, sólo así podría atravesar el infierno y salir ileso.
Alphonse: ¿Aceptaría Lucifer el trato?
Giacomo: Lo único que iguala a su maldad infinita es su codicia. Tan sólo espero Tristán se haya mostrado prudente.
Tristán: Más que eso, he vuelto triunfante de los caminos del Hades.
Diógenes: ¡Has vuelto gentil muchacho!
Alphonse: ¡No puedo creerlo, sigue vivo!
Tristán: Se requiere algo más que un adversario eterno para aplacar mis planes; Mis sufridos compañeros, he vuelto triunfante.
William: ¿Entonces aceptó el trato?
Tristán: Si, y me ha ofrecido una proclama para liberar mi alma y estar con mi amada.
Giacomo: Ten cuidado mi querido Tristán, recuerda lo que le pasó a Orfeo, es mejor andarse con cuidado si pactas con el diablo.
Tristán: Te aseguro, gentil Giacomo, que ahora estaré con mi amada por siempre.
Julio: ¡Un mensajero! Un mensajero ha traído esto, el sello se abrirá tan sólo para Tristán.
William: Qué esperas muchacho, ábrela.
Tristán: Mi valentía se tornó en flaqueza por un instante…..Es de mi amada, el sagaz Hanuman le ha otorgado fuerza suficiente para darme un día con ella, Un día, es más que perfecto, con el hechizo de los infiernos dirá que me ama y será mía para siempre; Me espera en los campos gemelos de la Luna. Debo partir enseguida….
Julio: Nos daremos prisa entonces, he acabado de construir un barco de oro con velas de plata y propulsores de escarcha, sin duda nos llevarán rápido y seguro hasta la Luna.
Diógenes: ¡Apresurémonos entonces! Apróntenme mi báculo.
Giacomo: Traeré los abrigos….
Alphonse: Traeré yo la comida.
William: Esperen colegas míos.
Giacomo: ¿Qué sucede poeta William? Deja ya de filosofar que debemos irnos.
William: Precisamente; Recapaciten por un instante, éste viaje no es nuestro, le corresponde sólo a éste dulce enamorado el partir.
Tristán: Espero puedan comprender; pero esperen por favor noticias mías, fábulas de mis aventuras, pues es probable que no regrese más.
Diógenes: Es cierto, no puedes regresar a la Tierra, y los recintos intemporales no serían ya lugar para ti. Corre entonces, valiente Tristán, corre antes que la despedida se haga difícil.
Alphonse: Corre Tristán, y persigue tu sueño, que te está esperando cruzando el espacio.
Giacomo: Pero recuerda que estaremos contigo, al menos en nuestra esencia.
William: Corre, amante enamorado, y alcanza tu felicidad.
Tristán: ¿Así de insípido será nuestro adiós?
Julio: Así de insípida era nuestra existencia antes de tu llegada. Toma mi barco, y navega derecho sin mirar atrás, y así llegarás sin demora a tu cita soñada.
Tristán. Hasta luego entonces, sabios de la humanidad, ¡Nos veremos más allá en la eternidad!
William: Que Dios te guarde, mi joven, que Dios te guarde.




Quinto acto: En la Luna

Tristán: Debo darme prisa, el plazo que me dio Lucifer casi termina y aún no visto a mi amada Anaid.
Hanuman: Has llegado finalmente príncipe de mortales.
Tristán: Debes ser Hanuman, gracias por toda tu ayuda en éste asunto. Pero perdona mi urgencia, ¿Dónde está mi princesa?
Hanuman: Avanza allá adelante, ahí encontrarás tu destino.
Tristán: Gracias genio de las flores, te recompensaré después, cuando haya más tiempo.
(Avanza y entra a una habitación, donde se encuentra la princesa dormida)
Ha mi dulce princesa, tu rostro tan apacible me tortura a jamás despertarte, para que éste momento durase una eternidad, pero es necesario que te despierte; Para poder escuchar tu dulce voz, para poder escuchar que me amas y así estar juntos por siempre.
(Abre sus ojos)
Has abierto tus ojos mi dulce amor. No te muevas, no deseo que gastes energías sin necesidad. Oh cielo de mi vida, eres tan bella como la primera vez que te vi, tus ojos, tus labios. Tan solo escucha, hice un arreglo con uno de los celestes, o por lo menos alguna vez lo fue, lo único que tienes que hacer es proclamar que me amas y así estaremos juntos por siempre….
¿Qué sucede mi princesa? ¿Por qué no me respondes? Tan solo dilo en tus dulces palabras y todo estará hecho, estaremos juntos por siempre, envejeceremos juntos y haremos que los cielos brillen más y de mejor manera sobre nosotros.
¿Qué sucede mi amor? ¿Por qué lloras? Todo estará bien, estaremos juntos por siempre, tan solo dilo mi princesa lunar, dime que me amas.
Hanuman: Porque no puede hacerlo
Tristán: ¿A qué te refieres con tan ambiguas palabras? ¡Revélamelo!
Hanuman: No es culpa de nadie, sino sólo de la conciencia del destino y de los superiores, ¡Oh desdichado Tristán! Si tan solo hubieses sido más moroso y no presto para la aventura, las cosas serían distintas.
Tristán: Sé claro en tus palabras hijo del viento, que esto me resulta más que confuso.
Hanuman: Anaid ya había alcanzado su libertad, dando una prenda de valor para poder estar junto a ti; Esa prenda es el tesoro de los lunares….su voz.
Tristán: Y yo he juramentado entregar mi alma si ella no pronuncia la proclama de amor…. ¡Graciosos son tus juegos, destino!, ¡Tan graciosos como una pila de cadáveres!, ¡Hay de mi, de mi amada!, siento que me falta el aire, siento que me muero, la vida se me va….
(Campanadas de medianoche)
Anaid, sujeta mi mano, he imaginaré tus palabras….Es inútil, cierra tus ojos, no me veas de ésta forma, no me veas partir.
(Todo se oscurece)
Lucifer: He venido a cobrar el adeudo.
Tristán: ¡Maldito seas Satanás! Tú sabías del arreglo de mi amada, acerca del pago que hizo a los superiores.
Lucifer: Tal como dices, tal como sucedió. Tal vez si hubieses sido un poco más amable en tu trato tal vez yo también lo hubiese sido en el mío.
Tristán: Y deja tus palabras de fingida amabilidad, pues sabía que eras mentiroso y homicida desde el principio, ¿Qué me acontecerá entonces?
Lucifer: Morarás en el inframundo por toda la eternidad, lejano de toda luz y brillos de la Luna, tu amada no será para ti sino sólo un recuerdo, y de esa manera sufrirá por toda la eternidad.
Tristán: Caro pagaré mi error, al convertirme en tu esclavo. Dame tiempo entonces, si eres caballero, para despedirme de mi amada.
Lucifer: Toma tu tiempo, pero no demasiado, hay que hacer algunas paradas en el camino-
Tristán: (A la princesa, la cuál llora desconsolada) Ya mi gentil esperanza de la mañana; No llores más por mi, sino mejor perdóname, por mi impaciencia e imprudencia en mi forma de actuar. Te pido también me mires por última vez con esos bellos ojos tuyos de lucero, los cuáles me seguirán toda la eternidad. Traté de ganar y perdí al final de las cosas, un trato no tan justo, un premio loable. Pero sabe esto, que te amaré por toda la eternidad, y aceptaré con entereza mis tormentos, pues al menos pude verte al final de las cosas. Te amé en sueños, te amé en vida, y te amaré en muerte. Ya cruel diablo, aléjame de éste paraíso antes de que sea imposible.
Lucifer: Nos iremos entonces.
Tristán: ¡Te amo hija de Némesis!, ¡Siempre te amaré!





Escena 5
Primer acto: En los recintos intemporales

Giacomo: Me pregunto, leales compañeros, si Tristán habrá tenido éxito.
Alphonse: Detesto cuando eres tan absurdo Giacomo, pro supuesto que ése mocoso lo logró
Diógenes: No lo sé, siente una oscuridad al hablar de todo esto.
William: Estoy seguro que en éste instante debe estar muy feliz paseando sobre la cima de la Luna con su amada a su lado. Conociendo flores raras que solo se encuentran en aquellos lugares. Bellezas indecibles que son reservadas sólo para los lunares.
Giacomo: Tal vez elevando una cometa al cielo como si volase hacia la tierra.
Julio: Eso no es posible, en la Luna no existe el viento.
Alphonse: Correcto, eso es bien sabido.
William: La verdad dicen las historias antiguas que Eolo a veces les regala un poco de su viento, creando una brisa mágica que pasea por toda la Luna.
Diógenes: Es cierto, la brisa de Luna.
Giacomo: Pero sin duda alguna, haga lo que haga, Tristán debe ser feliz.
(Una penumbra se acerca)
Lucifer: Aunque conmovedor, nada de esto es acertado.
Diógenes: ¿Qué es lo que deseas en ésta morada?
Lucifer: Sosiéguense, tan solo vengo de paso, sólo quería presumirles mi nueva mascota.
William: ¡Es Tristán!
Alphonse: Por tu propio bien, suelta a nuestro amigo.
Lucifer: Debo decirles que eso no es posible, verán, el faltó a su juramento, y la cláusula dice que puedo disponer de su alma a mi antojo.
Giacomo: Maldito seas Lucifer. Algo me dice que jugaste sucio en contra de nuestro muchacho. Que Dios te lo tome en cuenta para que su juicio sea más pesado sobre tu cabeza.
Lucifer: Pero hasta que eso suceda, podré juguetear un rato con el pequeño Tristán. Tan solo despídanse para poder irme a mi reino.
William: Espera no te lo lleves, te propongo un trato.
Lucifer: La verdad ya no estoy de humor de hacer tratos hoy, prefiero retirarme a mi gentil morada y disfrutar mi premio.
William: Pero en verdad que esto te conviene en sobremanera.
Lucifer: ¿Y qué es lo que ustedes inútiles me pueden ofrecer? Ya recibí un príncipe mortal y los pelos de oro en un mismo día, ¿Tendrán algo de más valor que eso?
William: Nosotros….
Lucifer: ¿Qué dices?
William: Lo que tus pérfidos oídos están escuchando.
Diógenes: Es cierto, te damos la oportunidad de desquitarte con el concilio, a cambio del alma dl joven.
Lucifer: ¿Están conscientes de lo que dicen?
Giacomo: Libera a Tristán y tendrás entonces nuestras almas.
Alphonse: Como verás, es bastante tentador, tómalo o déjalo
Julio: Libera a Tristán y tendrás más y mejores trofeos para tu pared.
Lucifer: En verdad que son bastante tontos; O nobles en demasía.
Tristán: ¡No lo hagan maestros, mis amigos, déjenme en la penumbra!
Diógenes: No entiendes Tristán, de cierto modo, nosotros ya estamos muertos.
Alphonse: Y todos hemos sido pecadores a nuestro modo.
Giacomo: Los más blasfemos e inicuos de entre los hombres.
Julio: Es nuestra propia forma de agradecerte, con tu bondad, nos salvaste a todos.
William: Recuérdanos siempre mi gentil Tristán, recuérdanos y así sobreviviremos a las eternidades venideras.
Alphonse: Y de algún modo, habremos alcanzado la redención.
Lucifer: Hecho está, nos largamos.
William: Corre amigo Tristán, y sé feliz.
(Desaparecen)
Tristán: ¡Los amo, amigos míos!, ¡Los amo!


Coro:
De tal forma llegó el último día para el concilio de la verdad, y para las cosas antiguas y viejas costumbres. A partir de ahí nadie sabe a ciencia cierta lo que sucedió. Algunos dicen que el diablo no pudo llevárselos porque el corazón de todos ellos fue redimido Y llevado a los cielos; Otros dicen que escaparon de los infiernos para llegar con su amigo Tristán en las tierras lunares. Pero una cosa es segura, que el príncipe de los mortales logró llegar con su amada en los límites del espacio. Se reunió con ella y la amó como había jurado que lo haría. Algunos dicen que si eres fuerte de mente y frágil de corazón, y si tu vista puede atravesar emociones, dioses y carne, aún les puedes ver sentados en lo alto de la Luna, amándose y entrelazando sus almas, mientras reciben la mágica y codiciada… brisa de Luna.

FIN
Brisa de Luna
Original de Homero Ríos Un simple poeta

Sí, la vida es sueño. De Carlos Alberto Román Sánchez

PRIMERA COLABORACIÓN
SI, LA VIDA ES SUEÑO

DE CARLOS ALBERTO ROMÁN SÁNCHEZ
www.arcetros.blogspot.com
Nota previa: Para representar la obra se necesitará una pantalla (o una sábana, o un cuadro –sin águila– de la bandera del Obispado de los que suelen desgarrarse y caer; o la pared misma), un proyector y escenas grabadas con anticipación para que los actores interactúen durante la puesta.
De no ser posible lo anterior, un actor leerá los acontecimientos que debieran proyectarse, apelando a la imaginación de los asistentes.
Por lo anterior, y por lo que viene, pido disculpas y paciencia.

Acto I

Un anciano de barba y cabellos largos camina al lado de un joven. Una luz los sigue y es la única iluminación en este acto.

Anciano.– Para llegar a ese lugar tendrás que pasar muchas tierras extrañas y peligrosas. Por ejemplo: la tierra de la fantasía, sitio en el que hay sueños, diversiones, quimeras... si te pierdes en alguna de esas distracciones es posible que nunca salgas de ahí, quedando preso eternamente en ese engaño, incapaz de seguir el camino que acaso empezares.

La tierra de la fantasía es puerto. Al salir de ella deberás tomar el barco Haragán. Los antiguos le llamaban el barco de la Muerte, pero quienes narraron su experiencia en la nave, obvio, seguían vivos. El barco haragán debe su nombre a que, casi al final del viaje, se detiene, a veces se hunde... siempre regresa, eso sí, con o sin tripulación. Entonces, tienes que nadar hacia la orilla, la única orilla que veas desde el sitio en que se sumerge, o quedarte flotando si te gana el miedo. La nave boyará y regresará a la tierra de la fantasía, y de ahí te vuelves. Nada, sigue el camino, ¡nada! En aquellas aguas no hay tiburones ni ballenas, no hay submarinos alemanes, ni portaaviones americanos ni misiles rusos y cochinos. Sentirás que te jalan los pies, que hay alguien queriendo anegarte, pero no prestes atención, los espectros se retiran si se saben evitados.

Si llegas a la playa, estarás en el país del conocimiento. Corre. No escuches nada de nadie, no veas más que el frente, no hables... Son las recomendaciones que debo darte, aunque a fin de cuentas, seguirlas es imposible. Escucharás gritos, susurros, agonías; verás alrededor y quizá te llame la atención lo que observes, así que harás preguntas... sólo trata de salir pronto.

Pasando los terrenos de la luz artificial, mira bien el suelo que pisas, consigue un bastón, una rama, un tubo; algo que te ayude a dar pasos seguros, pues te hallarás en terrenos de arenas movedizas. Verás gente sumida hasta el cuello. No trates de ayudarlos, querrán arrastrarte con ellos. Sigue tu camino y hazlo aprisa, porque ese sitio también sirve de comedor para la bestia de dos espaldas y dos cabezas que se alimenta de la gente atrapada en el fango. Ese monstruo vive en el siguiente territorio. De día no hay peligro, las cabezas pelean entre sí, se hieren, se muerden... Pero si llega la noche y no has salido de sus tierras, si ven interrumpido su extraño rito de paz debido a tu irrupción, te perseguirán y muy probablemente mueras, no sé qué tan bueno seas para luchar contra ingentes basiliscos.

Si sobrevives, continúa el derrotero, los senderos dejarán de ser sinuosos. Restará cruzar el desierto del ego y sus demonios. No son más que la soledad y tus voces internas. Te encontrarás contigo, recontarás tus jornadas, cotejaras actos y, finalmente, alcanzarás la frontera entre tu mundo y el mundo real. Antes de cruzar la línea divisoria, debes sentirte seguro de haber encontrado lo que buscabas para no perderte en la realidad.

Protagonista.– Pero no sé qué busco.

Anciano.– Nadie sabe lo que busca al inicio, por eso hay tantas tierras extrañas y tanta gente estancada en ellas. Les han dicho lo que deben buscar y no se preocupan por averiguar si en realidad es lo que necesitan. No acaban el viaje y tratan de detener a los demás para sentir que han tomado la decisión correcta al quedarse en donde están: “Mal de muchos...”. En el desierto de tus soledades sabrás lo que te hace falta y tal vez hasta lo encuentres, no hay nada seguro, pero el conocer lo que anhelas basta para cruzar al otro lado.

Protagonista.– ¿Y el regreso?

Anciano.– El regreso no es importante, puede que no vuelvas, que no haga falta; o puede que te quedes en alguno de los terrenos nefandos de que te hablé. Así que si retornas o no, da igual, todo será distinto de cualquier manera. Lo importante es lo que busques, lo que encuentres. Lo importante es andar.

Protagonista.– Tengo miedo.

Anciano.– ¡Guárdatelo! No es tiempo de temer, ya habrá oportunidad de hacerlo durante el viaje. Ahora que sabes lo que puedes alcanzar si te arriesgas un poco, no podrás quitarte la idea de lograrlo. Si desistes del intento, el hubiera te seguirá toda la vida. Sería preferible morir ahogado, desollado, asfixiado... No tengo más que decir. Ha sido un placer conversar contigo, quizá porque sólo yo he hablado. Es hora de que inicies el camino. Si olvidé algo sin querer, o a propósito, lo más seguro es que no tenga importancia. No temas aún y márchate. Buena suerte.

Protagonista.– Pero...

Anciano.– Buena suerte.


Acto II La tierra de la fantasía

Hay un letrero, colocado sobre un espejo, que dice: “Usted está aquí”. En la pantalla se proyecta el ambiente y las cosas que observa el protagonista al ser guiado por el niño.

Guía.– Bienvenido al mundo de la fantasía, de la ilusión, del deseo, de los sueños, de las utopías, de la felicidad, del placer...

Hombre 1.– (al protagonista) Di basta...

Protagonista.– ¿Perdón?

Guía.–...de las quimeras, de las excentricidades, de la imaginación, del desvarío, de la volatería...

Hombre 1.–¡Di basta! ¡Hazlo callar!

Protagonista.– (confuso) Basta...

Guía.– Disculpe mi elocuencia. Sea bienvenido a estos lugares, lares, terrenos, territorios, tierras, terruños, senderos...

Protagonista.– (enérgico) ¡Basta!

Hombre 1.– (aplaudiendo) ¡Así! ¡Eso! ¡Maravilloso! ¡Genial! ¡Fantástico!

Protagonista.– (al hombre) ¡Basta!

Hombre 1.– (indignado) ¿Que pasó? ¿Así nos vamos a llevar?

Guía.– Soy el guía del lugar, ya sea que se quede entre nosotros o sólo esté de visita, puedo darle un tour, un recorrido...

Protagonista.– ¡Basta! No hay necesidad, voy directo al barco Haragán. Le agradezco la intención de todas maneras. Es usted muy gentil, muy amable, muy atento...

Hombre 1.– ¡Basta!

Protagonista.– (apenado) Se pega...

Hombre 1.– Así es aquí, mejor tenga cuidado.

Guía.– (alejándose) Si decide aceptar mi compañía, llámeme. Estaré por aquí o por ahí o por allá o por acá...

Protagonista.– ¡Dios Santo!

Hombre 1.– No, él no es. Más adelante lo encontrará...

Protagonista.– ¿A quién?

Hombre 1.– A Dios.

Protagonista.– (sorprendido) ¡A Dios!

Hombre 1.– (retirándose enojado mientras manotea) Hasta luego... ¡Vaya humor!

Protagonista.– (con asombro) ¡Qué locura!

Recepcionista.– (suspirando) ¡Y lo que falta!... Haga el favor de registrarse.

Protagonista.– (señalando un libro enorme) ¿Aquí? (el recepcionista asiente) No hay lugar, está lleno.

Recepcionista.– Escoja un nombre que le guste y subráyelo.

Hombre 2.– (arrebatándole la pluma al protagonista) ¡No lo haga! (agitado) ¡Menos mal que lo detuve! Por si no se lo han advertido, debe saber que nada aquí es lo que parece. Todo es falso. Las personas buscan engañarse unos a otros. De haber subrayado un nombre, se habría convertido en la persona que eligió y pasaría la eternidad siendo lo que no es.

Protagonista.– ¡Gracias! ¡Me ha salvado! (le ofrece la mano para saludar al hombre que evitó su desgracia y, al hacerlo, este último se lleva la mano del protagonista, la muerde, se va corriendo y se convierte en perro) ¡Mierda!

Enfermera.– (arrastrando un carrito de paletas que tiene dibujada una cruz roja) No es para tanto, permítame curarlo. Extienda la mano. (Él lo hace. La enfermera saca de su carrito una tina llena de alcohol y se la derrama encima al hombre que queda mojado casi por completo. La mano herida sigue seca.) Tome esta venda para que se seque (abriendo su botiquín), y esta paleta para el susto. Estaré cerca por lo que se ofrezca. Tengo diplomados en Homeopatía, Acupuntura, Feng Shui, y traducción de textos, así que siéntase seguro durante su estancia. (sale)

Protagonista.– ¡Cómo vine a caer aquí! (Aprieta el paso. En el camino hay árboles de formas caprichosas, casas que aparecen y desaparecen, hombres realizando actividades indescriptibles, elefantes rosas, querubines, zancudos, fuegos artificiales, arco iris, soles, lunas, estrellas, música... Se detiene ante un hombre obeso que duerme bajo un árbol mientras una multitud lo observa.)

Vendedor.– (gritando con voz chillona) ¡Llévele los cojines para el nirvana, las sotanas de colores, la pelona para el niño, la estampita del “Gau”, la alcancía, el mapa del sendero, la foto autografiada, el audio-libro...!

Protagonista.– (pasmado) ¡Qué demonios es esto!

Un niño.–No son demonios, se supone que son dioses. A esta hora salen a predicar. (enseña la palma como esperando propina)

(Aparece un hombre barbado rodeado por una docena de hombres, una mujer de lentes oscuros, dos guardaespaldas y dos escribanos)

Dios 2.– (en actitud solemne) ¡Yo soy la verdad, el que venga a mí no tendrá hambre! (Una muchedumbre de gente famélica se sienta en corro al ponente. Las personas que antes contemplaban al hombre dormido, se ponen de pie para seguir al nuevo profeta.)

Vendedor.– (saca un marcador y pone barba y cabello en las imágenes del profeta mencionado al inicio) ¡Llévele los rosarios , los látigos, las bulas, las estampas, los libros, los bigotes....

Protagonista.–¡Esto es aberrante!

Un niño.–Sí. (vuelve a extender la mano)

Protagonista.–¿Falta mucho para llegar al puerto?

Un niño.– Dos kilómetros, señor. (Extiende la mano)

(Aparecen más predicadores, y las multitudes siguen a uno y a otro conforme salen a la luz. Se escucha al vendedor cambiar su sonsonete: “¡Llévele los turbantes; los misiles; la cámara de video; el chaleco con explosivos; la espada; las escrituras, los platillos voladores, el peluche para el niño; llévele!”).

Protagonista.– (señalando a un hombre de traje negro que habla frente a un grupo de personas) ¿También es un dios?

Un niño.–No, señor, es un político.

Político.– (enfático) ¡Pueblo, hay que pagar impuestos para aumentar la seguridad! ¡Hay que acabar con el miedo! ¡Es necesario dejar de vivir con la zozobra constante; con el nerviosismo, con el estupor...! Yo los invito, queridos compatriotas, a que depositen en las ánforas ubicadas a sus costados, una donación que permita iniciar la batalla contra el terror. (Las personas se acercan a las arcas para depositar el dinero y salen del cuadro. El político recoge el efectivo y empieza a contarlo. Al terminar, llama a uno de sus servidores) (en voz baja) Mira, Luis, llévale este dinero a doña Bárbara y dile que es un adelanto por los dos guardaespaldas que me proporcionó ayer. El mundo está imposible.

Protagonista.–¿Porqué hay tantos seres extraños revoloteando sobre la gente?

Un niño. – Son los pensamientos de cada quien. Aquí hay que tener cuidado con lo que se piensa, todo puede volverse posibilidad, ente ficticio, y vivir sobre los cuerpos de la personas hasta que el peso de las ilusiones olvidadas acaba por aplastarlas.(extiende la mano)

(Se escuchan gritos de auxilio procedentes de las imágenes de unas revistas que hay en el suelo)

Protagonista.–¡Pero qué...!


Un niño.– Son famosos. Cuando no está el fotógrafo que cuida el lugar, piden ayuda... mas cuando llega aquél, dejan de gritar y posan, encantados, para las estampas... (extiende la mano)

Protagonista.– (sobresaltado) ¿Qué son esas sombras que no tienen nada encima y que ponen cruces de madera sobre las flores de aquel jardín?

Un niño.– (indiferente) Críticos de arte.(vuelve a extender la mano)

Protagonista.– (desesperado) Necesito salir de aquí pronto. Me siento abrumado... Esto es demasiado para mí.

Un ranchero.– (acercándole un estribo al protagonista) Le vendo mi unicornio. Galopa como los ángeles y vuela como un pura sangre.

Protagonista.–¿Cuánto quiere por él?

Un ranchero.– Dos mil.

Protagonista.– Sólo tengo quinientos...

Un ranchero.– ¡Hecho! Tómelo. (acaricia al animal) Se llama Centella. Come si tiene hambre y bebe si tiene sed. No creo que dé problemas. ¡Adiós! (sale corriendo)

(El niño hace un gesto de desaprobación y espera. El protagonista espolea al animal sin lograr que avance. Se le cae el cuerno a la bestia, las alas, se desploma y desaparece. El hombre queda en el suelo y el niño le ayuda a ponerse en pie.)

Protagonista.–¡No aguanto más! ¡Quiero irme de aquí!

(Todo se oscurece. Se escucha un temblor. Si es posible, caen por los pasillos piedras de hule espuma y otros objetos hechos con el mismo material. Luego de unos segundos, vuelve a iluminarse el escenario y el hombre y el niño se hallan en un muelle.)

Un niño.– Era lo único que necesitaba, señor, querer salir. No tarda en llegar el barco Haragán. (extiende la mano)

Protagonista.– Gracias. (acaricia la cabeza del niño) ¿Por qué no vienes conmigo? ¿No estás harto del lugar? Eres el único cuerdo entre tanta desgracia...

Un niño.– No puedo. Yo hice este sitio. Los hombres que lo pueblan se engañan creyendo ser dueños de esta tierra. ¿Qué puedo hacer? Nadie me conoce, nadie sabe mi nombre, ni parece importarles.... Los observo, los soporto, recibo a los recién llegados y los ayudo a encontrar la salida; si quieren.

Protagonista.– No sé cómo pagarte...

Un niño.– No me olvide, es todo. Le ofrecía la mano para que me supiera cerca, para marchar a su lado y hacerlo sentir un poco tranquilo, para evitarle disgustos o, al menos, explicarle la razón de tantas aberraciones. Pero ya no importa. No me olvide...

Protagonista.– No lo haré.

Un niño.– (Señalando una trajinera) Su transporte

Protagonista.– (extrañado) ¡Eso no es un barco!

Un niño.– (agitado) ¡No sea quisquilloso! Pierde tiempo. Suba.

(El protagonista se despide y sube a la barca. Todo queda en penumbras excepto la trajinera y el niño.)

Acto III La trajinera de la muerte

En la pantalla: el mar en movimiento.

Capitán. – ¡Bomba!

Suba sin miedo mi amigo
a esta humilde trajinera
si se espanta con el nombre
el servicio está allá afuera (señala el mar)
(al oído del protagonista) Diga ¡Bravo!

Protagonista.– ¿Bravo?

Capitán. – Sí.
¡Bomba!
Este día pasearemos
al estilo Yucatán
cantando sones, huarachas,
sin miedo a desafinar. (mira fijamente al protagonista esperando respuesta.)

Protagonista.–(harto) Bravo, supongo...

Capitán.– ¡Bomba!

Protagonista.– (haciendo un gesto de hastío) ¡No más, señor! Prefiero aventarme el agua y nadar desde aquí...

Capitán.– (alarmado) ¡Agáchese, nos bombardean!

Protagonista.– (conturbado) ¿Quiénes?

Capitán.–¡Los locos de la tierra de la fantasía!

(Hombres disfrazados de soldados disparan cañones contra la pequeña embarcación, mientras dan de voces y vituperan.)

Soldados.– ¡Vamos! ¡Muerte al loco!

Capitán.– ¡Rémale, Felipe!

(Logran alejarse lo suficiente y quedan a salvo de las agresiones.)

Capitán.– ¡Siempre es igual! Quieren acabar con todo el que no es como ellos. Pero, mire, (se toca los bíceps) con esto no pasa nada, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (jadeante, pues es quien rema) Sí, patrón.

Capitán.– Sea bienvenido. Imagino que esperaba algo más grande, pero el negocio ya no es lo que era. Antes –le habrán contado–, tenía un barco grandísimo y decenas de marineros; ahora, Felipe y yo hacemos todo el trabajo, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (exhausto y cabizbajo) Sí, patrón.

Capitán.–¡Bomba! (el protagonista se agacha con premura) no, no; no se asuste.

Cuando andaba navegando
Por los mares procelosos
Perdí el miedo que tenía
De que fuéramos esposos

Protagonista.– (aburrido) Bravo.

Capitán.– Disculpe. Se me viene una copla a la cabeza e inmediatamente la digo. Si se hubiera embarcado ayer... ¡Nombre! El día de Guadalajara, (arrastrando las palabras) ¡canto unas rancheras... ¡Ni se imagina! Y pego unos gritos... ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (Ladeando la cabeza para escuchar mejor) ¿Eh?

Capitán.– (alzando la voz) ¡Que pego unos gritotes el día de Guadalajara...!

Felipe.– ¡Ah! (bajando la cabeza) Sí, patrón.

Capitán.–Y mañana, el Día del Norte, taconeamos ¡con una enjundia! Figúrese, ni diez metros nos hemos alejado del muelle, cuando ya nos estamos hundiendo. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (estornuda) i, ñor...

Capitán.– (ordena silencio con un ademán) Mañana, Felipe, mañana...

Felipe.– (estornuda) Sí, patrón.

Capitán.–¡Salud!... El barco se llamaba Haragán. Lo tuve que vender. Ahora casi nadie cruza este mar, pero eso sí, todos visitan la playa de vez en cuando. (moviendo la mano de un lado a otro) Nomás vienen y se van, vienen y se van... Nadie cruza. Como no tenía caso conservar la gran nave, compré esta lanchita y me quedé con Felipe para surcar las aguas en compañía. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (resignado) Sí, patrón.

Capitán.– (a Felipe) Ya no me hables de usted, háblame de tú, con más confianza.

Felipe.–Sí, patrón.

Capitán.– (sonriente) Así me gusta.

Protagonista.– (al capitán) El frente de la trajinera dice “Lupita”, no “Haragana” ni “de la Muerte”...

Capitán.– ¡Ah, eso! No hay dinero para cambiar las flores, lo tuvimos que dejar como estaba. El último capital que nos quedaba lo invertimos en vestuario; para los días temáticos. No por tener algo sencillo vamos a dejar de ofrecer un buen servicio... (con afectación) Pero, ¡calle! No le cuente a nadie sobre el nombre que vio, tenemos una reputación que mantener.

Protagonista.– Pero entonces, ¿es La Trajinera Haragana o La Trajinera de la Muerte?

Capitán.– ¡De la Muerte, de la Muerte! La Trajinera Haragana suena muy afeminado. Además, (con tristeza) dos hombres serios y fuertes como nosotros haciendo de chalupas... Tenemos que compensar... De la Muerte, (enfático) de la Muerte y ¡calle! (volviendo a su estado normal) Por lo demás, no se asuste, nadie ha fallecido, ni en el barco Haragán ni en la Trajinera de la Muerte; perecen fuera (señalando el mar) ¿verdad, tú? (a Felipe)

Felipe.– (sollozando) Sí... patrón.

Capitán.– (solemne) Este mar, se llena con las lágrimas derramadas por aquellos que sufren; (expectante) y, no sé si le hablaron de espectros... (asiente el protagonista) Ellos son la causa de las penas, queriéndolo ahogar a uno, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (tratando de sacudirse a un fantasma que tiene el aspecto del dueño de la barca) Sí, patrón. (al espectro) ¡No, patrón...!

Capitán.–...Y no hay animales porque la amargura del agua es insufrible para ellos. Sólo hay aves, aves azules que cazan a los fantasmas que salen de las profundidades del ponto al asomar la cabeza. ¡Qué cosas! Luego, se intoxican y acaban muriendo. (suspirando) ¡Qué cosas!

Protagonista.– (impaciente) ¿Falta mucho para llegar?

Capitán.–Una cancioncita nomás...(silbando) ¡Échale, Felipe! (Felipe saca una flauta y le acerca un tambor al capitán. Empieza la música y ambos ejecutantes se contonean sin ritmo.)

Caminante, caminante,
que vas por los caminos,
por los viejos caminos
del Mayab...

(acaba la música)

Protagonista.– (aplaudiendo sin ganas) A todo esto, ¿de dónde es usted?

Capitán.– (se pone serio y camina hacia el borde de la trajinera mirando al horizonte con la cabeza elevada) De Francia...

Protagonista.– Francia queda para el otro lado...

Capitán.– (altivo, indignado) Por acá también se llega, señor. (pasan unos segundos y deja su pose) Es tiempo. (Llama a Felipe con un ademán..) Felipe, saca los flotadores; pon la ropa en bolsas; asegura el remo; reza; y despídete del señor...

Felipe.– Sí, patrón. (al protagonista) ¡Adiós, patrón!

(Felipe guarda en bolsas negras: trajes de charro, guayaberas, sombreros, moños, huipiles y otras vestes.)

Capitán.–¿Va a nadar o nos espera?

Protagonista.– (resuelto) Nadaré.

Capitán.– (estrechándolo) ¡Buen viaje!... Dale un abrigo al señor, Felipe, no se vaya a morir de frío en el País de la Ciencia. Al anochecer baja mucho la temperatura y no tarda en ocultarse el sol. (Felipe saca de la bolsa una cuera mechada con bellísimos bordados y se la entrega al protagonista) ¡Vámonos, Felipe! (Se tapa la nariz con los dedos y se tira al mar. Felipe hace lo mismo. El protagonista espera. La trajinera no se hunde. Se cansa de esperar y se echa al agua iniciando el nado. El capitán y Felipe salen a la superficie y toman aire con ansia) ¿Ya se fue, Felipe?

Felipe.– (agitado) Sí, patrón...

Capitán.– Entonces, ¡a bordo!... Ayúdame, Felipe. (Suben.) (Refiriéndose al viajero) Ya no se vio. (Cantan.)



Acto IV El mar de llanto

En pantalla.

El protagonista nada despreocupado. Recuerda que para estar a salvo no debe prestar atención a los fantasmas que se presenten ante él. El viento arrecia. Los silbidos semejan lamentos. Nubes negras cubren el cielo acarreando oscuridad y miedo. Llueve. Aparecen las primeras sombras y el nadador logra eludirlas. Al hacerlo, los espíritus salen a la superficie y son devorados por pájaros azules que se alejan unos metros y caen muertos.

Decenas de nuevos espectros emergen de las lúgubres cimas del mar. Tienen forma de mujer; intentan hundir al protagonista, quien dobla esfuerzos y continúa nadando.

Cada vez más apariciones se interponen entre el viajero y la costa. El hombre gimotea fatigado. Sus pensamientos empiezan a tornarse grises; su ánimo mengua y rompe en llanto. Ahora debe luchar contra el ambiente y contra sí mismo. Pide ayuda y no encuentra respuesta. La niebla rodea el lugar en que agoniza. El protagonista se sabe perdido.

Doscientos metros restaban para llegar a la costa, pero las tinieblas y el apabullamiento interno impiden al desdichado recobrar los bríos y tratar de seguir. El hombre no hace por bracear. Lazos informes apresan cada parte de su cuerpo atrayéndolo hacia el fondo y dejándolo indefenso.

La huida es imposible. El protagonista se rinde ante sus verdugos y es hundido.



Acto V Continuación...


De ser posible, hacer burbujas sobre el público o hacer que sientan algo del suave rocío de una manguera a presión.

Capitán.– Ni modo, Felipe, al agua... (Felipe se zambulle y busca al protagonista. Atraviesa la figura de las sombras y éstas se vuelven burbujas que suben hasta desaparecer. Sin embargo, algo le impide llegar hasta el ahogado y debe subir a tomar aire.)

Felipe.– (afligido) No se puede patrón...

Capitán.– ¡Cómo no se va a poder! (Se echa al mar. Los dos marinos llegan hasta el cuerpo inmóvil del protagonista, y luego de forcejear con una sombra fortísima que tiene el rostro de la misma víctima, logran quitárselo de los brazos y llevarlo a la superficie. Suben al bote, dejan en el suelo al rescatado, y se sientan, exhaustos, para retomar la respiración. Se detiene la lluvia, el viento cesa y el cielo escampa) Felipe...

Felipe.– (con dificultad) Diga.

Capitán.– (Señalando al protagonista.) ¡Bésalo!

Felipe.– ¡Qué pasó, patrón!

Capitán.– ¡Es broma! Es una broma... ¡sóplale!

Felipe.– No, patrón.

Capitán.– (alza la voz) ¡Es una orden!

Felipe.– (se lleva la mano a la boca) Me está saliendo un fuego, patrón...

Capitán.– (molesto) ¡Ni hablar! ¡Hazte a un lado y mira a un hombre! (Felipe busca alrededor mientras el capitán se arrodilla para dar respiración de boca a boca. No llega a hacerlo pues al apoyarse en el protagonista, éste escupe el agua que había tragado y vuelve en sí.)

Protagonista.– ¿Qué me pasó?

Capitán.– Casi se muere por desobediente.(admonitorio) Le dijeron que no prestara atención a los fantasmas, y es lo primero que hace. Felipe, ¡échalo al agua! (lo voltean a ver con sorpresa) No se crean...

Protagonista.–¡Gracias! (pensativo) Creí que la trajinera de la Muerte no podía llegar hasta acá.

Capitán.– Bueno, de que puede, puede. Pero tenemos nuestras razones para permanecer lejos de estas aguas. Conforme se avanza hacia el País de la Ciencia, los espectros se vuelven más terribles y, aunque ir sobre una embarcación no implica tanto riesgo como pasar a nado, evitamos llegar hasta aquí.

Protagonista.– (curioso) ¿Por qué?

Capitán.– Para evadir la nostalgia. Las sombras de tiempos anteriores rodean la nave y nos abruman con recuerdos. Por ejemplo, a Felipe, que es huérfano, le salen al encuentro los negros espectros de su ignota familia. Imagine no haber conocido nunca a sus padres y que de pronto surjan del fondo del mar dos figuras tétricas que usted siente muy suyas, que usted sabe unidas a sus entrañas por no sé que hilos de sangre, y no ser capaz de apreciar los rasgos en la fisonomía de esos seres sobrenaturales incluso ahora, que ya no están en el mundo de los vivos. ¿No estaría desgarrado por dentro? ¿No se sentiría burlado por la vida? ¿Desgraciado? ¿Miserable?

Felipe.– (hipando) ¡Sí!

Capitán.– (lo regaña) Le hablo al señor, Felipe...

Protagonista.– (nervioso) Supongo...

Capitán.– Y yo, bueno, soy divorciado y no tuve la oportunidad de quedar viudo... Pero imagina encontrar por doquier la figura de su difunta ex esposa y (haciendo ademanes perturbadores) ¡verle la cara claramente!

Protagonista.– (horrorizado) Sí, sí, lo imagino...

Capitán.– (calmándose) Disculpe que me haya exaltado de esta forma. Estos aires me hacen mal. Otra de las razones por las que no solemos acabar el viaje.

(La trajinera llega a la orilla)

Felipe.– Listo, patrón.

Capitán.– (viendo al protagonista y sacudiendo la cabeza) ¡Mírese! Todo empapado, y el saco que le dimos, ¡hecho una sopa!... (extiende el brazo) La bolsa, Felipe... (Esculca. Saca un traje de charro, lo ofrece.) Es lo único limpio. Lléveselo. Instauraremos un día prehispánico y no hará falta; nos vestiremos con hojas. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– Sí... patrón.

(El protagonista cambia de ropa, se despide y queda de pie a la orilla del mar, observando cómo desaparece la chalupa.)

Capitán.– (Toma el tambor y le acerca la flauta a Felipe) ¡Anda, Felipe, regresemos! (Empiezan a tocar y a bailar.) ¡Hasta luego, buen hombre!

Caminante, caminante,
que vas por los caminos,
por los viejos caminos
del Mayab...

No, Felipe, las golondrinas...

Felipe.– Sí, patrón.


Acto VI El país de la Ciencia

Se escuchan gritos de distintas voces y volúmenes: “¡No! ¡Otra vez falló! ¡Demonios! ¡Por qué!”. El protagonista escucha con atención. Hace un gesto de extrañeza. Mueve la cabeza como negando algo que pensó y empieza a caminar.

Científico.– (camina aprisa, en círculos, mirando el suelo) ¡Eureka! ¡Eureka!

Protagonista.– (extiende la mano para saludar) Veo que le fue bien...

Científico.– (enojado) ¿Se burla de mí? (El protagonista niega tratando de calmar al hombre) Se ha perdido mi chiva Eureka... ¡Otra vez!. (Cansado. Deja caer los brazos a sus costados golpeando sus piernas). Es muy traviesa, pero sin ella no atino a trabajar como acostumbro. Por más que le amarro la campanita al cuello, encuentra la forma de zafarse y el instrumento es lo único que hallo cuando se va. Ahí me tiene amenizando mi preocupación con el sonidito (mira la ropa del protagonista). Usted ha de saber a lo que me refiero...

Protagonista.– ¿Esto? No, no, no es lo que parece. Es una historia larga y algo absurda. Mejor le ayudo a buscar a su mascota.

Científico.– (indignado) ¡Calle! Cuando hable de ella guarde respeto. Eureka no es una mascota, es una compañera, señor. No la trate como un simple animal.

Protagonista.– Disculpe, no sabía su relación con la cabra...

Científico.– Pues ahora la sabe, no lo repita. (ambos llaman a la compañera extraviada, uno con agitación, otro con indiferencia. Luego de unos segundos aparecen dos chivos en escena.). ¡Ay, Eureka!... te volvieron a clonar. (recoge ambos animales).

Protagonista.– ¿Cómo sabrá cuál es la verdadera?

Científico.– Fácil, señor. Eureka sabe dónde comer, dónde hacer sus necesidades, dónde recostarse... Tiene sus juguetes preferidos, sus canciones favoritas, sus caprichos... No hay que ser un genio. Aparte el clon no dura más de una semana. La primera vez, apenas lo tomé en brazos se desintegró. Es una lástima. Por Eureka. Nunca va a tener hijos o hermanos o padres... Trato de ser todo para ella, pero a veces simplemente no se puede. (El protagonista hace una cara de susto). La última vez, el clon duró seis días. Cada intento aguanta más y para mí eso es un problema. No tengo mucho dinero, no puedo mantener otra compañera...

Protagonista.– Entiendo. ¿Por qué no hay nadie alrededor? ¿De dónde vienen los gritos?

Científico.– Vienen de abajo. De la tierra. Ahí tenemos nuestros laboratorios. Casi nadie sube, pero aún así, es bello el paisaje. Lo hemos conservado bien, ¿no le parece? (El protagonista no sabe qué decir, lo único que hay alrededor es arena) Fui de los primeros en llegar a este lugar. No había nada en aquel tiempo. Solamente árboles y flores y cerros... Pero ahora (abre un brazo abarcando toda vista) ¡La modernidad! (Le entrega una cabra al protagonista para agacharse y recoger un puñado de arena que ofrece.) Toque, sienta. (El otro lo hace. No pierde la confusión en la mirada) ¿A poco no parece real? Si le cayera un poco dentro de la ropa interior, la molestia sería la misma. Créame. Es fascinante, ¿verdad?

Protagonista.– (Por no romper la ilusión del científico y no mentir...) Asombroso, sí...

Científico.– (emocionado) Yo colaboré en su fabricación... (Con tristeza) Es de las pocas cosas que puedo hacer. Por más frío que me crea, dada mi profesión, soy incapaz de lastimar un ser vivo. Entonces, no puedo avanzar a la par con mis colegas. Experimentan con todo lo que esté a la mano. Ya ve (acaricia a la cabra), lo hicieron con Eureka... (mira de nuevo la ropa del protagonista y la señala) Si lo ven así, pueden hacerle lo mismo o algo peor. Venga conmigo. En el laboratorio tengo batas sobrantes. Le prestaré una para que abandone el país sin problemas. No le ofrezco estancia, porque aquí no se duerme, pero le daré todo el café que desee.

Protagonista.– (siguiendo al científico) La bata es suficiente, gracias.(salen)

En pantalla. Bajan escaleras para llegar al laboratorio. El científico le pide que espere. El protagonista curiosea por el lugar.

Científico.– Permítame. (regresa con unas batas colgando de su antebrazo). Tiene usted a Eureka.

Protagonista.–¿Cómo lo supo?

Científico.– Aquélla me ladró. Tome ésta (le ayuda a ponerse una bata), y ésta también... Llévese las tres, no se vaya a enfermar. ¿Seguro que no quiere algo más?

Protagonista.– Estoy bien, gracias. (se despiden. El protagonista empieza a subir las escaleras y el científico le pide que espere. “Mi chiva”, dice, y corre al otro cuarto. Cuando vuelve al cuadro tiene al otro animal en los brazos. “Llévese ésta”.) No, no. (“Sí, sí, la que se quería llevar es la mía”. Intercambian animales.) Pero... bueno. Adiós.

Científico.– ¡Suerte!

En escena. Entra el protagonista caminando desde la izquierda y en el otro extremo ve un letrero que lee en voz alta: “Fin del país de la ciencia. Watch your step.”. Duda en seguir caminando, pues entra en tierra de arenas movedizas. Cavila un poco más y concluye bajar a la chiva, arrancar la correa de su sombrero para hacer de ella una correa, y caminar detrás del animal.

Protagonista.– (a la chiva) Espero que entiendas. No te preocupes, si siento que empiezas a hundirte, te jalo.
Acto VII Las arenas movedizas

En pantalla. La gente que se hunde y se queja y pide ayuda. Al lado de sus cabezas hay pies con las plantas hacia arriba. Son de las personas que se detuvieron para ayudar y se hicieron presa de las víctimas. En escena; el protagonista y la chiva.

Víctima 1.– ¡Hey, tú, el carnicero! ¡Sálvame por lo que más quieras!

(El protagonista voltea a verlo. Sigue caminando.)

Víctima 2.– ¡Doctor, doctor, auxilio!

(El protagonista sonríe con ironía. Sigue caminando y sale del escenario por la derecha.)

Víctima 2.– ¡Hiciste un juramento! ¡Salva mi vida! No te cuesta nada... Es tu trabajo.

(El protagonista vuelve entrar al escenario por el lado izquierdo. Sigue caminando sin atender a la gente que grita. Llama su atención una víctima situada en el extremo derecho que no se lamenta. Es la que tiene más pies alrededor.)

Víctima 3.– Tú, el pastor. ¡Ayuda!

Víctima 4.– ¡Hey, mariachi! ¡Sácame!

Víctima 5.– ¡Ni se me acerque, maldito dentista!

Protagonista.– (acercándose un poco a la víctima silente)¿Y usted?

Víctima impasible.– (hosco) Yo qué...

Protagonista.–¿Por qué no grita, ni se queja, ni hace nada?

Víctima impasible.– No hace falta. Me funciona más hacerme el fuerte y callar. ¿No ve todos los pies que tengo al lado? Así como a usted le llamó la atención mi impasibilidad, también a otros les resulta interesante y vienen hacia acá. Hablamos un poco, se acercan, se acercan, y los hundo.

Protagonista.– (Haciéndose para atrás) Ven, Eureka...

Víctima impasible.– Tranquilo. No necesito a nadie más por ahora. No le habría dicho mi modo de obrar. Tengo suficientes pies. La bestia se conformará con ellos y me dejará en paz. En cambio a los otros les hacen falta personas. La bestia, al venir, devorará sus cabezas por no sentirse satisfecha con sus dotes. Siga caminando, estoy ocupado. Trato de hacer mis ejercicios.

Protagonista.– ¿Ejercicios?

Víctima impasible.– Sí, ¿no ve? Perdón, es obvio que no ve. En este momento hago spinning... (El protagonista sale de escena. La víctima lo sigue con la vista.
Se escucha un rugido) La bestia despertó.


Acto VIII La bestia de dos espaldas

En pantalla: corto animado con dibujos hechos con carboncillo.

Las cabezas del monstruo se muerden una a la otra, las cuatro manos se arañan entre ellas, los cuatro pies se trenzan agresivos. El protagonista ve desde lejos la lucha de la bestia. Lo llena de temor pensar que debe pasar inadvertido para no ser muerto. Toma entre sus brazos a la cabra y camina de puntas lentamente. Una de las cabezas para de pelear y olfatea. La otra sigue atacando hasta que nota la renuncia de su oponente y empieza a olfatear también. El protagonista suda copiosamente. La bestia ruge y lanza fuego hacia arriba. La cabra ladra valerosa. El protagonista queda inmóvil. La bestia lo mira, ruge y arranca hacia él para devorarlo. El protagonista corre; la bestia acorta la distancia.

La toma cambia. Ahora el protagonista avanza de frente. Al fondo se ve a la bestia tratando de alcanzarlo... Una de sus cuatro patas se eleva y cae sobre el perseguido, apretándolo contra el suelo. Las dos caras del monstruo abren sus fauces y se abalanzan contra su víctima. Antes de morderlo son golpeadas; una por un tambor, otra por una flauta. La bestia suelta al protagonista y mira alrededor buscando el origen de aquello. Cuando el monstruo está de espaldas, dos hombres que no visten más que taparrabos y batas ayudan al protagonista a levantarse. Los tres corren. La bestia los ve. Los persigue. Uno de los recién llegados carga una bolsa negra y de ella saca las cosas que lanza al monstruo para distraerlo. Logra hacerlo hasta que vacía la bolsa.

Capitán.– Córrele, Felipe.

Felipe.– Eso hago, patrón.

Los tres aprietan el paso. La bestia se acerca furiosa. Los tiene al alcance, abre sus hocicos y... Algo separa a todos los personajes. Luchan contra la fuerza invisible que los aparta a unos de otros. No pueden hacer nada.

Capitán.– ¿Qué pasa, Felipe?

Felipe.– No sé, patrón.


Acto IX Mundo interior.

A oscuras.

Protagonista.– (alterado) ¡Capitán! ¡Felipe! ¡Eureka! ¡Dónde están! (da algunos pasos) ¡Capitán! ¡Felipe! ¡Eureka!... ¿Qué es este lugar? (voz en off: “tú”.) ¿Porqué no veo nada? ¿Por qué no hay nada? (voz en off: “olvido”) ¡Quiero salir de aquí! ¡Ayuda! (voz en off. Entre carcajadas: “Muere”.) ¡Esto es absurdo! Los locos al inicio, el mar con sus tristezas, la chiva, el científico, la gente hundida en las arenas, la bestia, Felipe, el Capitán... ¡Absurdo! ¡Quiero salir! ¡Auxilio! ¡Auxilio! (Llora) ¡Ya estoy aquí! ¡Ya estoy aquí!

(Se encienden las luces del escenario y aparece una mujer arrullando a un bebé que llora)

Mujer.–Ya, ya, ya... No llores más, ya estoy aquí. (Lo arrulla con una canción. Entra a escena un hombre en ropa de oficina. El televisor sintoniza algún noticiero. También hay un perro de pelo blanco, puede ser un Maltés o un French Poodle.).

Hombre.– Llegué, amor. ¿Se cayó de la cuna otra vez?

Mujer.– No, no, no. Se despertó llorando. Ha de haber tenido pesadillas... Arréglate pronto. No tardan en venir mis amigas. (El hombre hace un gesto de fastidio) Anda. Y mejor quita esa cara, métete a bañar con agua fría y saca paciencia de alguna parte. Vienen con niños.

Hombre.– ¡No, no! Yo quería descansar... Esos niños son un desastre. Felipito es más o menos tranquilo, lo regañas y se queda quieto, ¡pero el otro! (Manoteando y caminando de un lado a otro) El otro, este, este... como se llame, es un demonio ¡Y siempre con su ropita de marinero y su cara de no rompo un plato!

Mujer.– Ya no te quejes. Entre más discutas menos tiempo tendrás para calmarte en la ducha.

Hombre.– Con que no venga tu padre de improviso...

Mujer.– Está fuera de la ciudad... Anda, báñate ya. (El hombre sale de la escena. La mujer sigue arrullando al niño.) (Con voz dulce) ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Ya, bebé, ya... (canta) (El hombre grita desde el baño pidiendo a su mujer que ponga algo de música mientras llega la visita. La mujer hace caso, apaga el televisor y sale de escena hacia el sitio en que tienen el estéreo.) (Se apagan las luces. Se escucha Caminante del Mayab, con Antonio Aguilar. El hombre da las gracias. El niño deja de llorar.)



FIN







SÍ, LA VIDA ES SUEÑO
A.R.




AMISTAD, LAZO ETERNO

–¡Por enésima vez! Los fantasmas no existen... ¡Cuándo dejara su estolidez!

–¡Claro que existen! No se ven fácilmente, ¡pero existen! Los he sentido sobre mí, escucho sus quejas...

De esta manera charlaban dos viejos y amigos al jugar ajedrez, como todas las tardes, sobre una bellísima mesa de mármol labrado, testigo mudo de mil batallas, ubicada al centro de aquel parque tranquilo y acogedor.

–¿Cómo puede estar seguro de que son fantasmas? Muchas veces se exagera un viento, se agranda una coincidencia o se da vuelo a la estupidez, estimado amigo.

–¡Hombre de poca fe y menos monta! ¿No confía en mí? A ver, cuando le dije que tuviera cuidado con su señora; que la vigilara más; que le jugaba chueco: ¿tenía o no tenía razón?

–¡Pues hombre, sí, la tenía!

–Lo ve...

–¡Cínico! Era con usted con quien me ponía los cuernos...

–Bueno, bueno, basta de rencores. A su edad los corajes no son recomendables. Déjeme contarle una anécdota para convencerlo de la existencia de esos seres de ultratumba.

–Por favor, algo creíble y nada soez como lo anterior.

–Pierda cuidado... Esto sucedió cuando era joven. Quedé tan impresionado por aquella experiencia, que la llevo grabada en mente como si hubiera acontecido ayer. Empiezo. La tarde era gris y silenciosa. El sol se había escondido por temor a los aullidos del viento que parecía lamentarse con una voz desgarradora, capaz de sacudir hasta el alma más cruda. La luz de los faroles hacía que los árboles dibujaran figuras diabólicas en el suelo, las cuales parecían perseguir a quien se atrevía a poner un pie en aquel sendero siniestro, envolviendo a la persona con los pensamientos más aterradores y perversos que un ser humano puede concebir. De las profundidades de aquel sitio fatal, brotó un espantoso grito de mujer suplicante... ¡Despiértese! –vociferó el narrador. Su compañero no aguantó tanto suspenso y dejó caer la cabeza sobre el tablero–. ¡Que se despierte le digo! ¡Qué poca educación, habráse visto! Dejarme hablando solo a mí, ¡a mí, don Francisco Suárez Góngora, erudito de la Universidad de Salamanca; Doctor Honoris Causa por el Colegio de Levante! A mí, que a doquiera que voy, soy conocido por todos y saludado al instante con notable efusividad... ¡Que se despierte, carajo!

Lentamente, el interpelado levanta la cabeza. Un peón se había pegado a su frente dejando una marca dura sobre la piel. Al abrir los ojos, aparece ante él un mundo de garabatos y bocetos difusos; cosas que parecía no haber visto en su vida.

–Disculpe. Me quedé dormido.

–O demasiado despierto diría yo. Tumbó las piezas a propósito porque yo iba ganando, ¿no es así?

–No, no fue a propósito. Primero muerto que tramposo...

–Su descaro supera su perfidia...

–Estoy diciéndole la verdad. Su historia me cautivó de tal manera, que me perdí en sus palabras y caí rendido. Con todo eso, me ha convencido; creo en los fantasmas.

–¡Pero si no he terminado la historia!

–Pues creo. Creo porque los he visto.

–¡Ah sí! Y ¿cómo eran?

–Tal como usted lo mencionó: invisibles.

–Sigo pensando que usted quiere engañarme; me da por mi lado para que olvide su maña.

–¡Me ofende, don Paco!

–¡Con toda intención!

–Lastima mi orgullo...

–¡Qué sabe usted de esas cosas!

Y con otra pelea, terminaba una vez más la partida de ajedrez en aquel lúgubre camposanto en que, dicen, se escuchan voces y pasos; golpes de pequeños objetos de madera esparciéndose sobre una mesa en ruinas ubicada al centro del lugar. Personalmente, no creo en esas cosas; nunca me ha pasado nada extraordinario. Me remito a contar esta historia de dos buenos amigos aficionados al juego férreo y a las discusiones intelectuales. Que cada quién concluya lo que tenga a bien creer...


CUARTO 232

–¡Es ilógico! Tiene semanas internado, nadie lo visita, apenas habla con las enfermeras y los doctores... Su enfermedad se agrava, no hay forma de manejarlo y, sin embargo, parece tenerle sin cuidado.

–Tal vez tiene fe en que sanará.

–No lo creo, le hemos recomendado un hospital en el extranjero que quizá pueda ayudarlo utilizando un tratamiento poco ortodoxo, nuevo; gratuito. No quiso y no fue por miedo, sabe que no hay nada qué perder. No aceptó.

–¿Crees que la enfermedad lo haya puesto idiota? ¿Que no razone bien? Digo, para no aceptar un tratamiento gratuito en el extranjero....

–Dejando de lado que al dormir repite el nombre de una mujer y que, cuando está despierto, esboza siempre una sonrisa discreta, no tiene síntoma alguno de locura. Cualquiera en su lugar estaría deprimido, arrobado... para él, cada nuevo día es un día menos. Lo sabe y aún así...

–¡Qué fuerza!.. ¿Es una fotografía lo que saca de su almohada?

El paciente deja caer la mano en que tenía la imagen y la vida sobre su pecho vacío. Los doctores se acercan de inmediato. Nada quedaba por hacer. El más joven de los dos, toma la fotografía en que se ve a una mujer madura sonriendo, a pesar de la lluvia que la cubre, y, al reverso, encuentra tres palabras y la huella de unos labios que explicaban todo:

“Te estaré esperando”




UNA HISTORIA MEXICANA

I


–¿Llegó el encargo?

–No

–¡Demonios! En mis tiempos el correo urgente no tardaba más de 6 días... ¿Qué carajos pasa con los caballos de ahora?

Don Rubén era un anciano de sesenta y dos años encima; dudaba poder cargar más. El año en el que cumplió cuarenta otoños falleció su esposa, Elisea, y él prometió jamás volver a emparejarse con nadie. Lamentablemente, el hombre era “ojialegre”, como suelen decir, pero eso sí, tenía palabra. No encontrando mejor manera de cumplir su promesa, resolvió encerrarse en el cuartucho de la vecindad en que siempre habitó con su difunta mujer. Cuando la perdió, cuando perdió a la luz de su vida (a sus amantes las trataba a oscuras), el hombre perdió hasta el humor. La soledad carcomía sus breves sonrisas; todo le molestaba. Despertaba muy a su pesar, con mucho pesar comía y a veces soñaba, con un pesar exagerado. El mundo ya no era lugar para él. La alegría se le negaba y sus culpas de antaño lo obligaban a pagar sus pecados de esa forma.

Sabía que lo merecía. Había hecho sufrir demasiado a la infortunada Elisea; saltando de cantina en cantina, de mujer a mujer; mientras ella, su celestial esposa, permanecía en casa, sumisa, paciente.

Por medio de libros y diarios se mantenía informado del exterior; por medio de libros, de diarios y de Luisito, pequeño de ocho años, encargado de llevarle aquellos textos todas las mañanas.

–Don Rubén, no usan caballos para entregar el correo.

–¿Ah no? ¿Y ahora qué usan? ¿Perros? Dime si usan perros, así comprendería el retraso.. habiendo tantos postes de San Rincón del Juan para acá, no me extrañaría que pasaran meses...

–No, perros no; camionetas, don Rubén.

–¡Cierto! Algo había leído acerca de eso Lo olvidé. Entonces no sé qué esperar... ¡Vete, Luis! Vuelve mañana con el periódico y haber si consigues uno que conserve la tinta en el papel. Estoy harto de leer las noticias en mis manos.

–Sí, don Rubén, lo que diga.

El anciano se arrellanó en el sofá y perdido en volatería cayó dormido. Así se le fue el resto del día. Así se le iba la vida.

I

Al día siguiente lo despertó la puerta. Era el pequeño con el periódico, un libro titulado “Al fin le escribieron al coronel y otros cuentos”, y el paquete antes mencionado. Cuando el viejo vio este último, le arrebató al niño el periódico; el libro; el encargo y hasta el lonche. Luisito recibió un portazo antes de poder reclamar nada.

–¡Vete, vete!– dijo don Rubén desde dentro.

Sin quitar la vista de la caja ansiada, se dirigió velozmente a la mesa, arrancó la envoltura con una agilidad increíble tomando en cuenta su artritis y sus reumas, y exclamó:

–¡Al fin llegaste! Elisea, por ti he sufrido mucho; con tu muerte acabó mi alegría... Lo merecía por haberte hecho daño. Era mi deber morir solo... como moriste tú estando conmigo. Que esta arma me robe la vida que te debo. ¡Tanto mal te causé! ¡Tanto llanto! ¡Qué egoísta fui! Pero al fin llegó el momento de volver a tu lado. ¡Más de veinte años en esta soledad! Pagué nuestro matrimonio; ahora ¡recibe mi vida, Elisea!... ¡Recíbeme!

Al terminar su dramático soliloquio, se llevó el revolver a la boca y dijo sus últimas palabras:

-Edisuha, nou omdigou, redimeme abmo orque ah oi dino ee ii.

Entendiendo la dificultad que representa proferir algo inteligible con el frío de la muerte acariciando el paladar del suicida, escribo a continuación una interpretación de aquella despedida: “Elisea, voy contigo. Recíbeme, amor, que ya soy digno de ti.”

Al concluir la frase, un silencio sombrío; un instante de incertidumbre invadió el lugar. Unos segundos más tarde, el hogar del desgraciado viejo fue sacudido por un estruendo infernal...
III

–Disculpe, don Rubén, tumbé la puerta.

El objeto que Luisito había tirado, no era más que una lámina de gran tamaño haciendo de puerta sin serlo; unos goznes improvisados que no detenían ni el polvo; y el vetusto cuadro de una virgen haciendo de adorno y tapando un hueco, lo único genuino. Al ver entrar al niño, el frustrado suicida guardó la pistola en la parte baja de la espalda, sujetándola con el pantalón, y fingió haber sido despertado estirándose, bostezando y volviéndose a extender los brazos.

–No hay problema, supongo, y también presumo que hay una buena razón para que vengas por segunda vez sin que te lo haya pedido. Así que habla rápido, no me queda, digo, no tengo mucho tiempo.

–Es que dice mi mamá que si recuerda el día que se murió su esposa...

–¡Qué pregunta! Estúpida, cruel; digna de tu madre.

–...¡que dice mi mamá que si se acuerda de cuando murió su esposa! – repitió el infante pensando que no le habían puesto atención.

–¡Qué criaturas, Dios! ¡Haces cada cosa! ¡Claro que los animales hablan; ante la duda, la prueba! Sí, Luis, por supuesto que me acuerdo.

–Ah. También dice mami que si le dieron la última carta que le escribió a usted...

–Mmm, no, nadie me dio nada.

–Ah. Bueno, porque mamá la tiene.

–¡Qué gente, señor! ¡Increíble! Pero dime, Luis, ¿por qué hasta ahora?

–Pues porque mi mami la tenía perdida.

–¡No puede ser!, ¡tanto tiempo!..

–Ya la encontró...

–Menos mal, ¡dámela! ¿La traes contigo?

–No. La tiene mi ma´ en la casa.

–¡Paciencia, Rubén, paciencia!... Entonces no sé qué haces aquí, ¡tráela, anda!

–No se enoje conmigo, don Rubén, me pongo chipi...

–¡Pues anda por ella y no hables más!

El niño, al salir, colocó la puerta en su sitio. Don Rubén sacó el arma volviendo a su plan inicial. Esta vez, se apunto a la altura de la sien, quizás para entender su discurso final.

–Una carta, Elisea. ¡Tu carta! ¿De qué me sirven tus letras si puedo tener tu voz? En un instante estaré a tu lado... ¡Espera, Elisea, espera! Espera y abre tus brazos, que este hombre el mundo deja para sentir tu regazo.

Luego de esto, cerró los ojos, apretó los dientes, se puso tenso, jaló el gatillo y... se escuchó un clic. Trató de disparar dos veces más, resultando inútil. Desconcertado, tomó la caja y alcanzó a ver unas letras pequeñas al borde que decían: “No incluye municiones”


IV

Recordó que tenía una bala guardada en el cajón del ropero. Era un obsequio recibido de su padre al terminar la Revolución. Tomó el arma y la cargó con premura.

–Una despedida más sería ridícula. Ahora sí, ¡me voy!

Temblaban sus manos, y su corazón latía agitadamente al sentir cerca el final. Sus pensamientos eran lo único que perturbaba aquel silencio fúnebre. Eran las cinco de la tarde con quince minutos cuando un horrible sonido estremeció el suelo de la casucha...

–Don Rubén, debería poner una puerta de verdad, esta lámina es un gorro.

¡Se va a morir de una buena vez o qué!... Perdón. El hombre guardó nuevamente el arma, deteniéndola con la pretina del pantalón, justo en el lugar donde brota la espalda, o desemboca; las especificaciones geográficas no tienen importancia. Harto, como todos, recibió la inesperada visita con una sonrisa forzada.

–Sí, lo estaba pensando esta mañana. El timbre quedó en el pasado. ¿A qué debo su grata presencia, doña Selene?

–Ay, don Rubén, pues como le mandé decir con Luisito, hallé la carta que me dio su ex mujer antes de colgar las chanclas... justo antes de pasar a mejor vida, que aunque no halla subido al cielo, comparado con esto –decía mientras veía alrededor– cualquier rincón es la Gloria. ¡Mire nada más! Es un milagro que no se le haya caído el techo encima.

–Este sería buen momento...

–¿Perdón?

–Decía que sería un buen momento para recibir la carta de una vez. Estoy deseoso por saber lo que dice.

–Está bien, téngala. Me voy, don Rubén. Dejé la comida en la estufa.

–¡Dejó la estufa encendida en su casa de láminas, sin vigilancia y con Luisito dentro!

–¡Cómo cree! Luisito fue a jugar al parque.

–...No la entiendo, pero ándele, que le vaya bien.

La vecina salió de la casa y don Rubén quedó solo de nuevo, contemplando con nostalgia el objeto recibido.

–Leeré tu carta, Elisea, más por curiosidad que por ganas. Que me espere la muerte tres minutos; al fin no llegó en veinte años. Unos minutos no son nada, como solías decir en nuestras noches de fuegos fatuos.

Abrió el sobre y sacó un par de hojas amarillentas. Se puso sus viejos lentes y, parado junto a la ventana que dejaba ver el jardín de la plaza al fondo, dio lectura al escrito con voz suave y, en veces, entrecortada.

Amado Rubén:

Con las últimas fuerzas que me quedan, te escribo desde el sombrío cuarto de este hospital de mala muerte que parece ser mi última morada. Conociendo a Selene, tal vez cuando recibas esto yo estaré muerta y tú, tú estarás al lado de otra haciendo los hijos que siempre quisiste y que no te pude dar.

¡Perdóname! Perdona que no te haya dado una criatura, pero sabes que nunca me gustó trabajar bajo presión. De cualquier manera, discúlpame. Yo soy la culpable de nuestro fracaso. ¿Qué cómo lo sé? Tal vez te enojes y de nuevo te pido disculpas por lo que vas a leer... te mereces la verdad... Rubén, mi Rubén, mientras me eras infiel con cualquier cantidad de otras, yo, ¡perdóname!, yo también me las gastaba igual. Pero no podrás negar que lo hice por nosotros. Mientras dilapidabas tu miserable sueldo en alcohol y meretrices, yo conseguía lo que no traías a casa. Nunca nos faltó leche como sabrás... ni carne, pollo, pan o tortillas. De haberte durado unos meses más, habríamos podido conseguir una casa mejor... pero esta enfermedad ya no me deja, Rubén.

Después de esta confesión siéntete en libertad de hacer lo que quieras. No me debes nada. Estamos a mano. Siempre lo estuvimos. ¡Cásate! Cásate y sé feliz con una buena mujer que te dé lo que yo no pude darte. ¡Huevos, Rubén! Ya me acordé, huevos nunca tuvimos, el hombre de la avícola no me daba nada a cambio, ¡pero qué guapo estaba! Perdón de nuevo, mi amor, pero te confieso que, aunque otros tuvieron mi cuerpo, sólo a ti te di mi corazón.

Tuya hasta la muerte (que no tarda),

Elisea

PD. Si tienes una hija llámala Elisea, así sabré que me quisiste.

Don Rubén dejó caer la carta. Sus ojos se llenaron de lágrimas; su rostro, de frustración y de impotencia...

–¡Pinche Elisea! –dijo.






V

¿Reír o llorar ante una escena así? Pensar que pasó veinte años engañado, torturándose con la idea de que era causa de la prematura defunción de su mujer; renunciando al mundo para limpiar su conciencia de los males que lo afligían cuando recordaba a su santa esposa que, al final, resultó tener bastantes y muy devotos feligreses. No. No hay palabras para dar una idea siquiera cercana al sentir de aquel hombre. La noticia le estimuló una vorágine de pensamientos cruel y dolorosa.

Estuvo inmóvil alrededor de diez minutos, con la boca abierta, la mirada perdida, la carta en el suelo, y el tiempo que gastó sobre la espalda... Con la cabeza gacha se dispuso a reflexionar en el sofá buscando encontrar calma y tomar una decisión acerca de lo que habría de hacer luego de aquella revelación. Parsimoniosamente, caminaba hacia el sofá y divagaba en voz alta.

–¡Ay, Elisea, Elisea! De haber sabido que me engañabas... Mira que estuve a punto de morir por ti. Fueron veinte años... ¡Veinte! ¡Cuántas cosas pude haber hecho!... Mas no te guardo rencor... ya no estás conmigo y no quiero perturbar tu paz... Pero si no estuvieras muerta, ¡te mataba, faltaba más!... Pero como dije, no te guardo rencor. Esto es una oportunidad para recuperar las horas perdidas. Sí, ¡he vuelto a nacer!, ¡el destino me llama y me invita a continuar mi historia! El mundo me necesita, por eso las interrupciones de Luisito y de Selene, Dios me quiere... Dos intentos fallidos y al tercero, tu carta... ¡Me salvaste la vida, Elisea! Crudelísima broma tuya y del destino, pero sigo vivo a fin de cuentas. Veré las cosas de otro modo. Dejaré mi encierro y viviré. Viviré porque el cielo lo quiere así, no fue coincidencia que mi suicidio fuera estropeado; Dios tiene un plan grande para mí. No soy nadie para arruinar los planes del Creador... ¡Estoy vivo! ¡Viviré!

Al momento de sentarse una descarga echó todo abajo. Don Rubén no recordó el lugar en que había puesto la pistola. Ésta, al rozar el respaldo, se disparó.

ENTRETENIMIENTO SEMANAL
–¿Recuerdas el día en que nos conocimos?

–Como una astilla clavada en el dedo.

–¡Vamos, basta de bromas! No fue tan malo...

–Tal vez porque no es tu dedo...

–¡Caramba! Nuestros hijos... ¿te arrepientes de ellos también?

–¡La pus!

–¿Será que no te entiendo porque tengo a la mano solamente nuestros buenos momentos?

–Y la otra mano se desborda...

–¿No puedes dejar de ser tan negativo? Desde joven has sido un viejo gruñón y soez, tenía la esperanza de que al envejecer nacieras...

–¡Qué cosas dices, mujer! No se nace al envejecer, volver a usar pañal no es algo lindo; comer alimentos licuados no vuelve lozano a nadie ni lo hace sentirse mejor... Ahora, que si tuviera quién me diera pecho, otra cosa sería... A mis años, ¡nada!

–¡Eres un descarado! ¡Eres un grosero! ¿Qué pude ver en ti?

–Todo. Me lo viste todo. Hasta los lugares que el jabón no toca.

–¿Podemos hablar de otra cosa? Tus palabras son de pésimo gusto.

–Las partes de las que hablo, ahora lo son también... El tiempo acaba con todo...

–¿Qué pude ver en ti? ¡Ya no contestes, por favor! Es retórica, como todas las pláticas que tuve contigo.

–¿Ahora quién es la negativa?

–Es imposible escapar a la peste de tu genio.

–Tú pudiste...

–Supongo que pude...

–¿Viste? Cada uno tuvo lo que quería después de todo.

–¿Querías terminar solo en un asilo?

–No era esa mi idea en un principio, pero quisiste que todos nuestros hijos fueran a la universidad. Ahora ya no me quejo, uno se acostumbra a lo que sea. Además sabes que me gusta seguir una rutina y aquí todo tiene su hora, día tras día; lo mismo. Sólo tus visitas me sorprenden.

–Pero si vengo a menudo...

–Pero sin lapsos uniformes... Entonces, me sorprendes. Aparte, a esta edad, despertar ya es una sorpresa. Uno se obliga a maravillarse del viento meciendo un árbol, de una flor que se abre... de una enfermera rechoncha.

–No cambias.

–Es tarde para nuevos hábitos.

–Nunca es tarde, nunca... Debo irme, han llegado por mi.

–¿Cómo te trata ese hombre?

–Muy bien... muy bien.

–¿Eres feliz?

–Sí... lo soy.

–“Cada uno tuvo lo que quería después de todo”. Saluda a los chicos por mí ¿quieres? Dales un abrazo, un beso y la dirección de este lugar; hace siglos que no vienen. Es raro como, aquí dentro, todos usamos la expresión “hace siglos” para referirnos a lo que hacíamos cuando estábamos fuera y nadie lo toma como una exageración... Un día es una eternidad... Pero no te entretengo más. Diles que los espero uno de estos días, que no los he olvidado; que no lo olviden...

–Han estado ocupados con sus familias. Están empezando, tú sabes cómo es...

–Claro. Sabemos como es... Te quiero.

–Debo irme.

–¡Adiós, guapa!

–Sonríe un poco. Inténtalo al menos.

–Voy a tratar. Por ti traté.

FIN