28/6/18

GRISELDA GAMBARO TEATRO BREVE


GRISELDA GAMBARO 


TEATRO BREVE





La que sigue

Nosferatu

Acuerdo para cambiar de casa

Oficina

Si tengo suerte









Previo al desarrollo de las obras:


Ingresan desde la sala todos los alumnos que actuarán posteriormente en cada una de las obras. Buscan a tientas el escenario. Algunos portan linternas se proponen ensayar en el escenario las obras que, supuestamente deberán presentar en días posteriores.
Al llegar al escenario que estará con el telón bajo. Se enciende una luz que marca el centro del escenario. Todos se agrupan para quedar dentro de ella.
Advierten que en realidad hay público en la sala. Se organizan rápidamente para improvisar.




La que sigue


Una mesita y dos sillas. Sobre la mesa un mazo de barajas. Zoraida en escena. Va hacia la puerta, se asoma y grita hacia afuera:
Zoraida: ¡La que sigue! (Entra Paulita, es una mujer mayor, de aspecto tímido e inseguro. Zoraida, muy profesional, le da la mano) Pase, señora. Mucho gusto. Paulita (tímida): El gusto es mío. Zoraida (le entrega una tarjeta. Paulita mira la tarjeta, mira a Zoraida. No comprende. Zoraida profesional): Mis honorarios. Paulita (mira la tarjeta, mira a Zoraida): Sin anteojos no veo. (Fuerza la vista. Como si hubiera entendido) ¡Ah! (Guarda la tarjeta en su cartera, la cierra. Sonríe, ingenua)
Zoraida (levemente incómoda):
Mis honorarios. Paulita: ¡Ah! (Abre la cartera busca y rebusca, saca un billete de mil, se lo tiende)
Zoraida (sonríe incómoda):
Diez. Paulita: Diez, ¿qué? Zoraida: Diez mil. Es lo que cobro. Paulita: Después. Todavía no empezó la visita. Los tengo acá. Son suyos. Zoraida: No. Ahora. Cobro mis honorarios por adelantado. Paulita (ríe): Adivinás, pero te prevenís, ¿eh? Sos viva. Mirame, ¿tengo cara de estafadora? Zoraida (muy fina): ¡No, no! Pero es la costumbre. Paulita (ingenua): ¿De quién? Zoraida: Pues mía, señora. Paulita: ¡Señorita! ¿Cómo no adivinaste esto? Zoraida: No me lo propuse. Mis ho-no-ra-rios. Por favor. Paulita (admirada): ¡Qué tono de reina! (Humilde) ¿La ofendí? Zoraida (con una sonrisa crispada): No. Paulita: Porque a mí, qué quiere, la gente que se ofende en seguida, de nada, (sonríe dulcemente) me revienta. Somos casi humanos, ¿no? ¿Por qué tomarse las cosas tan a pecho? Zoraida (crispada): Sí. (Tiende la mano)
Paulita (abre la cartera):
No tengo cambio. Zoraida: Le doy el vuelto. Paulita: ¡No lo quiero! Zoraida (ablandada): ¿No quiere el vuelto? ¡Bueno! Muy amable. (Sigue con la mano tendida) ¿Nos sentamos? Paulita: Sí. (Coloca el dinero sobre la mesa. Como Zoraida va a tomarlo, pone la mano encima) ¡No, no! Dejalo acá. Después te lo doy. No se escapa. Zoraida (se sienta): Señora, tengo mucha clientela. Digo, señorita. Paulita: No haga escombro. Ya vi su clientela. Y a mí, qué? No me impresiona. (Se acerca a Zoraida y la observa
críticamente, dando vueltas alrededor de su silla)
Zoraida (casi gritando):
Señora, ¡señorita!, ¡siéntese! ¿Qué mira? Paulita: ¿Por qué está vestida así? No es nada vistosa. Mire. (Abre la cartera, saca unas argollas doradas) Estos le quedarían ni pintados. Se los vendo. Zoraida (despavorida): No quiero. Paulita: Y esta blusa. Parece de hospital. (Insiste con los aros) ¿No los quiere? Se los dejo baratos. (Zoraida, crispada, niega con la cabeza) Tengo otros, con piedras. (Busca, saca otro par de aros) Elegantísimos. Zoraida (entre dientes): Siéntese, no perdamos tiempo. Paulita: ¡Pero, si no tengo apuro! No se preocupe. Ya dejé la comida hecha. ¿Tampoco éstos le gustan? Lástima. (Mira) Claro, tiene las orejas grandes. (Impulsivamente, Zoraida se lleva las manos a las orejas, se domina, las aparta. Paulita, señalando la blusa) De hospital. Horrible. Yo esperaba verla vestida de otra manera, con una blusa floreada, mangas anchas, lindo escote. Usted es muy triste m’ hijita. Nada coqueta. Zoraida: Señora, ¡señorita!, se queda o se va. Paulita: ¡Me quedo, me quedo! (Se sienta. Muy contenta e ingenua) Y? Zoraida (mezcla las cartas, las extiende): Primero el pasado. Paulita: No. No. Zoraida: No, ¿qué? Paulita: No me interesa el pasado. Lo conozco. No soy idiota. No voy a pagar para que me adivinen lo que sé. (Dulcemente) Usted es la idiota. Zoraida: ¡Señora! (Se domina) ¡Siempre se acostumbra a adivinar el pasado! Paulita: ¿Para qué? Zoraida: Por... Es... una muestra de confianza.., de poder. Como una auscultación. Paulita (salta ante la última palabra): ¿Qué? Zoraida (renuncia): Está bien. Empiezo directamente. Usted es una mujer robusta... Paulita (feliz, la interrumpe): ¡Robustísima! Zoraida (una mirada venenosa): No se enferma casi nunca. Paulita: ¿Casi o nunca? Zoraida: Casi nunca. Paulita: No me gustan las dos palabras juntas. Es casi o es nunca. ¡Y es nunca! ¡Nunca! Una vez tuve juanetes. ¡Qué dolor! ¿Usted tuvo juanetes? ¿La operaron? Zoraida (exámine): No... Paulita: Yo le puedo mostrar. (Se descalza) El pie me quedó perfecto. Zoraida: No, no. Perdone, hay mucha gente. (Descontrolándose) No puedo ver su pie, ni mi pie, ni el pie de una estatua.
¡Mire qué extraño! (Ríe histérica)
Paulita (se mira el pie, mira a Zoraida. Desanimada):
No le muestro. (Se reanima)También me operé de una úlcera.
Pero ni se nota. Puedo mostrarle la cicatriz. Es más interesante. Zoraida: No, señora. Paulita: Señorita. Zoraida: Imagínese si voy a ver... Paulita: ¡Qué indiferente! ¿Cómo va a entender a la gente, usted? ¡No le importa nada de nada! Zoraida: ¡No necesito entenderla! ¡Yo adivino! Paulita: ¡Qué va a adivinar! ¡No me haga reír! Zoraida: ¿Y a qué viene la gente entonces? ¡Hay una multitud esperando! ¿No la vio? Paulita (envidiosa): Sí, la vi. Algunas tienen suerte. Nadie lo diría. ¡Con esa cara! (Cambia de tono) ¿Cuánto gana? ¿Nunca la pescaron? Zoraida: ¡Es legal! Paulita (divertida): ¡Qué va a ser legal! Debe ganar mucho usted, ¿eh? ¿No necesita ayudante? Zoraida: ¡No! Paulita: Qué lástima. No tengo suerte. Ya le dije -una. Que no tengo suerte. Le digo otra. (Da vuelta una carta) Para usted. (Feliz) Morirá joven. Es muy nerviosa. Zoraida: ¿Yo? ¿Yo, nerviosa? ¡Ja, ja, ja! (Grita desaforada) ¡Usted! Paulita (ríe apaciblemente): ¿Yo? Soy tranquila como un remanso, ¿se dice así? ¡Remanso! Le cuento que mi hijo me dice siempre... soy soltera, pero tuve un hijo, nadie lo supo, pasa por mi sobrino. ¡Es un muchacho..! Me dice siempre: tía o mamá. Me llama mamá cuando estamos solos. Por las apariencias. Yo cuido las apariencias. No como usted. Zoraida: ¿Yo, qué? ¿Cómo se permite? (Se levanta) ¡Salga de aquí! Tome, tome su plata. ¡Váyase! Paulita: ¿Por qué? La plata es suya. Yo hablaba de su aspecto. No es atractivo. La comida entra por los ojos. Zoraida: ¡Señora! (rectifica) ¡Señorita!
Paulita (ecuánime): No, no, señora. Estamos en confianza. Zoraida (con un hilo de voz): Váyase. Paulita: Me dice siempre: mamá o tía, ¡sos un remanso! Es una alhaja. ¡Bueno, trabajador! No porque sea mi sobrino. No me ciego. Permítame una pregunta.
Zoraida (se deja caer sobre la silla, exánime): Sí. Paulita: ¿Lo hubiera adivinado? (Zoraida la mira desorbitada) ¿Lo del hijo? (Zoraida, vencida, mueve negativamente ¡a cabeza. Paulita ríe). Usted sí que es nerviosa. ¿Soltera? (Zoraida asiente, estúpida) ¿Virgen? ¡Deje que yo lo adivine! (La mira, saca su conclusión. Ríe)
Zoraida: Es... asunto... mío. Paulita: ¡Por supuesto! ¡Si no es pecado! Un tropezón cualquiera da en la vida. Y usted, ¿de qué se va a cuidar? Ya es crecidita. Déjeme, yo le adivino, (aparta las cartas en un montón) no, no, sin cartas, yo le adivino cuántos años tiene. ¿Treinta y seis? (Zoraida asiente estupidizada. Paulita la mira) Calza el 37, busto 94. Y medio. (Zoraida se incorpora, mirándola horrorizada) Y le digo en qué momento, en qué momento justo pasó. Un tropezón cualquiera da en la vida, pero usted tropezó muchas veces, m’hijita. No la educaron bien. (Zoraida, sin apartar los ojos de Paulita, retrocede hacia la puerta) Sí, la educaron bien, pero de poco sirvió. Zoraida (la mira fascinada. Con un hilo de voz): ¿Por qué? ¿En qué momento... pasó? Paulita (triunfal): ¡A los diez y seis! Y más detalles? En un baldío lleno de abrojos. Papito, me voy al club. (Menea la cabeza, tierna) ¡Qué mentirosa! Zoraida: No... no... Paulita: ¡Sí, sí! Y después del baldío, vino un almacén. Con el almacenero. Después del almacenero, vino un dentista. Después del dentista... (Zoraida pega un aullido y sale corriendo) ¡Por fin! ¡Qué mujer dura! (Guarda el dinero en la cartera, saca las argollas, se las coloca, se bate el pelo con la mano. Acercándose a la puerta, grita, exultante) ¡La que sigue!




Nosferatu
1970
Personajes
Papá
Mamá
Luquitas
Nena
Policía inglés

En escena, sentado en el suelo de una habitación completamente vacía, aparece Papá. Es un viejo andrajoso y anémico, vestido de oscuro. Tiene la cara blanca, ojeras violetas, los ojos intensamente bordeados de rojo. Unas mechas ralas y desparejas le tocan los hombros. Habla con tono invariablemente tétrico, la mirada lúgubre perdida en el vacío.
Luz mortecina.
Papá:
Estoy triste, estoy triste, ¡estoy tristeeeeee..! (Entra Mamá, es vieja, pero de aspecto animoso. Lleva un vestido claro, modelo Imperio, muy gastado. La falda, hasta los pies, oculta innumerables bolsillos)
Mamá:
¡Qué oscuridad! (Con voz alta y jocosa) ¿Everybody home? Papá: Estoy yo. Mamá (muy alegre): ¡Amor, qué inteligencia! ¡Me entendiste! (Lo besa) ¿Qué hacés aquí, en la oscuridad? (Se enciende la luz) ¿Qué te ocurre? Papá (con un gran suspiro): ¡Estoy triste! La vida pasa y estoy acá, como tullido. No la alcanzo.
Mamá: No te desalentés. (Lo mira) A ver. No, no. ¡Muy buen aspecto todavía! ¡ Pero qué greñas! Debieras peinarte un poco. (Lo levanta como a un bebé. A Papá le tiemblan las piernas, se. va aflojando hacia el suelo) ¡Arriba! Vamos. (Lo acomoda hasta que Papá se queda de pie, duro. En ocasiones, se afloja o Mamá piensa que va a hacerlo, y corre para sostenerlo o inicia el gesto) Traje de comer. Papá: ¿Qué trajiste? Mamá: Carne. (Con una sonrisa incitadora) ¿Vuelta y vuelta? Papá: No me gusta. Mamá: ¿Leche? Papá: No me gusta. Mamá (lo con templa con pesar. Lleva la mano al cuello con un ademán indeciso): ¿Querés... un poco? Papá (con leve esperanza): ¿Sí? Mamá (desalentadora): Unos traguitos. Papá (muy triste): Voy a morirme de hambre. (Irritado) ¿Por qué soy yo el que tiene que pensar siempre en la familia? Mamá: Unos traguitos, dije. Papá: Si empiezo, odio detenerme. No tomo nada. (Se afloja)
Mamá (lo sostiene):
¡Bueno, tomá lo que quieras! Se te debe haber achicado el estómago. Es mi única esperanza. (Le ofrece el cuello)
Papá (lo tantea):
No. No me gusta. Está arrugado. Mamá: Qué pretensiones! A falta de pan, buenas son tortas, ¿no? Papá (se sienta en el suelo): No. No quiero Mamá: Hay que comer, ¿no? Papá: Los tiempos cambiaron. Mamá: ¡Por eso mismo! No se puede ir contra la corriente. Mirame a mí. Papá (la mira, aparta la vista): Mejor no. Mamá: ¿Por qué? Papá: Después te lo explico. ¿No me trajiste una revista? Mamá (con tristeza): No. Papá: Me distrae mirar a las chicas. Son todas bien formadas.
¡Qué cogotes! Mamá: ¡Bueno, ánimo! Qué depresión. Contagiás a cualquiera. ¡Con todo el trabajo que tengo! Papá: ¿Sí? Mamá: Tender las camas, lavar la ropa, el baño... (Papá lanza una risita cavernosa. Mamá, ofendida) Ningún trabajo, ya lo sé. ¿Por qué me hacés acordar? Aguafiestas. ¡Chupasangre! Papá (muy lastimado): ¡Qué cosas decís! ¿Te ofendí tanto? Mamá: ¿Qué te parece? Burla va, burla viene. Por lo menos, yo trato de alentarme. Papá: No hagás nada. Mamá: Con todo lo que tengo que... (se interrumpe)
Papá
Sentate aquí, a mi lado. Mamá (mira el suelo): Está sucio. Papá: Apagá la luz. Me molesta. Mamá (coqueta): ¿Cuáles son tus intenciones? Papá: Estoy anémico. Mamá (muy dispuesta): ¿Me saco el vestido? Papá: ¿Para qué? Quiero charlar. ¿Luquitas? Mamá: Salió. Papá: Sale siempre. Mamá (con alegría): ¡Por eso está gordo! Papá: Ayer me arrastré hasta un potrero. Encontré a una chica. Mamá (muy interesada): ¿Y? Papá: Me dijo que se llamaba Caperucita Roja. Mamá: ¡Qué gracioso! Papá: No le veo la gracia. Mamá (sardónica): ¿Tenía un cestito e iba a ver a la abuelita? Papá: Sí. Mamá (lo mira con asombro. Una pausa): ¿Qué le hiciste? Papá: No le hice nada. Mamá: ¡Ah, que idiota! Estás anémico. Tomá un poco de leche. (Saca una botella de leche y un vaso de un bolsillo de su falda. Llena el vaso y se lo tiende. Papá mira la leche con repugnancia, se la acerca a la boca, pega un
mordiscón al vaso. Mamá) ¿Estás loco? ¡El vidrio no! ¡Hay que enseñarte todo! (Lo limpia) La derramaste. No me la regalan. Papá: Me da asco. Mamá: Estás acostumbrado a otra dieta. Es lo que pasa. Pero ahora, hasta los perros comen verdura. Papá (nervioso): ¡No me va! Mamá: Necesitamos unas sillas. Una cama con colchón. No aguanto dormir en el suelo. Soy vieja. Me levanto hecha una tabla. Papá: Teníamos unos buenos cajones. Mamá: ¡Ah, n qué lúgubre! Papá: ¿Lúgubre? ¡Brillaban! Eran de roble, con manijas. Mamá: ¡No, no, basta de cementerios para mí! Papá: Te has vuelto pretensiosa. Demasiado tarde. No puedo darte lujos. Mamá: Sí, pero todos tienen camas. Todas mis amigas tienen camas. ¿Por qué no, nosotros? Papá: ¡Porque estoy acostumbrado al cajón! De chiquito fue mi cuna, la noche nupcial... ¿te olvidaste? Mamá: No me olvidé. ¡Pero ahora ni siquiera tenemos cajones! El suelo y basta. Papá: Hacé lo que quieras. Yo no mando. Mamá (muy tierna): ¿Te diste cuenta? (Una pausa) Ya las compré. Papá: ¿Qué? Mamá: ¡Las camas! Una cuna para Luquitas y dos camas gemelas para nosotros. Papá: ¿Quién te dio la plata? Mamá (dulcemente): Luquitas le rompió la cabeza a un muchacho. Le sacó la billetera. Lo teníamos en secreto. No te enojés. Papá: No. (Con tristeza inconmensurable) Soy un cero a la izquierda. ¿Qué haré cuando haya camas aquí? Mamá: Harás como todos. Te acostarás. (Papá ríe con su risa cavernosa) Podemos sacar tierra de las macetas y rellenar
los colchones. Voz de Luquitas llama sigilosamente): ¡Mamá, papá! ¿Están durmiendo? Mamá (contenta): ¡Es Luquitas! (Abre la puerta) ¡Luquitas, corazón! (Entra Luquitas, es altísimo y encorvado y está vestido de negro. Lleva una capa de raso, manchada y agujereada. Arrastra un gran canasto de mimbre. A braza a Mamá, con un gran beso succionado en el cuello, luego se dirige hacia Papá y se arrodilla)
Luquitas:
Padre, ¿comiste? (Papá niega con la cabeza. Luquitas, a Mamá) ¿Hoy tampoco? Mamá: Se encapricha. Luquitas: Yo tomé un jugo de carne. ¿No te tienta? (Por respuesta, Papá escupe desdeñosamente) ¿Por qué estás enojado? Papá: No estoy enojado. No puedo comer. Me arden las tripas. Luquitas: A todos nos cuesta. Mamá: No sé qué le pasa. Está raro. Luquitas: Mirá qué traje, papá, para vos. Espero que te guste. Lo elegí bien. Mamá: ¿Qué es? (Luquitas abre el canasto, saca un gran paquete envuelto en papel madera y atado con piolín. Rompe el papel. Aparece la Nena, con trenzas, moñitos, zapatos escolares, etc., pero con una actitud desenvuelta de “cocotte” madura. Luquitas la sacude, la arregla)
Papá (lúgubre):
¡Qué linda! Luquitas (a la Nena): Hablá. Nena: Buenos días. Luquitas: Es de noche. Nena (dócilmente): Buenas noches. (Mamá extrae una silla tijera de uno de sus bolsillos, la abre y se la ofrece a la Nena)
Luquitas:
Sentate, Mariana. Se llama Mariana. ¿No es un bonito nombre? Papá: Más o menos.
Mamá (amable): ¿Querés un vaso de leche? ¿Un caramelo? (La Nena se pasa la lengua por los labios en un gesto obsceno. Mamá le sirve la leche, ¡e tiende el vaso. La Nena bebe. Mamá, amable) Levantá la cabeza, por favor. (La Nena obedece. Mamá le observa el cuello. Admirada, a Luquitas) ¡Mirá qué yugular! Luquitas (intrigado): ¿Es la yugular o la carótida? Mamá: No sé. ¿Qué importa la ciencia? Mirá. Luquitas (mira): Pronunciada. Mamá (en éxtasis,): Fresca. ¿Querés más leche? (Le sirve otro vaso)
Nena (bebe y devuelve el vaso):
¿Ahora qué hacemos? (Papá, Mamá y Luquitas se miran desconcertados)
Mamá (incómoda):
¿Querés un chiche? Nena (lanza una risita obscena. A Luquitas): ¿Cuál? ¿Tenés uno?
Mamá:
Luquitas, jugá al ta-te-ti con ella. Nena (insinuante): ¿Jugamos? Luquitas: ¿Querés más leche? Nena (lo mira obscena. Mamá le tiende otro vaso de leche): ¡Salga! ¡No estoy amamantando! Luquitas: ¿Te gusta, papá? Papá (mira tristemente): Sí... Es flaca. Nena (ofendida): ¿Yo? (Le arrima el trasero) ¡Toque! Luquitas: Está bien nutrida, papá. ¡Quieta, nena! Mamá (alegre y nerviosa): ¿Y? ¿Hacemos un party? Papá (a Luquitas): ¿Tuviste cuidado? ¿No te siguieron? Luquitas: No. Además, la traje envuelta. Nena: Me dejé secuestrar. ¡Qué infantil es! Luquitas: Te hipnoticé. Nena: Con esos ojos de huevo duro, ¿a quién vas a hipnotizar? No me haga reir. (Ríe)
Luquitas:
¡Estudié hipnotismo con los mejores maestros! Mamá: Luquitas, no discutas en presencia de tu padre. Papá: Soy un cero a la izquierda. ¡Qué juventud! Luquitas: Perdón, papá.
Papá (a Mamá): Traeme la dentadura postiza. (Mamá la saca de un bolsillo, la coloca en un vaso que también saca de entre sus ropas. Tiende el vaso a Papá. Papá se coloca la dentadura, que le sobresale de la boca, especialmente los colmillos) Acercate, nena. Luquitas: No la asustés, papá. Mamá: Esperá, voy a buscar una servilleta. (Se aparta y revuelve entre sus innumerables bolsillos, como si fueran cajones. Finalmente, encuentra una servilleta y se la coloca a Papá sobre las rodillas)
Papá:
Gracias, amor. (A la Nena) ¿Me tenés miedo? Nena: No. ¿Por qué? Papá: Las niñas tienen miedo a los viejos. Nena: Yo no soy una nena. Estoy disfrazada. Papá: ¡Hacela callar! Luquitas: Callate, nena. Papá está preocupado. Nena: ¿Por qué? Pueden decírmelo. No me dará ninguna pena saberlo. No es mi papá. Mamá (nerviosa): ¡Ay, qué encanto! (Lanza una risa histérica que cesa bruscamente)
Papá:
Apagá la luz. (A la Nena) Acercate. (La luz se apaga)
Luquitas:
¿Pongo música? (Se oye una música lúgubre. Luquitas, solícito) Necesitás mi capa, papá? Papá: ¡No! Callate. (Intenta un soplido espeluznante. Enseguida, se oye un alarido tremendo. Papá) ¿Quién gritó? Luquitas Yo, papá. Me asusté. Me vino un escalofrío. Papá: ¡Callate! Si no, no puedo. Mamá: Seguí, amor. Luquitas se va a quedar quieto. Papá: ¿Dónde está la chica? ¡No la encuentro! Luquitas: ¡Mariana, Mariana! ¡Se fue! Mamá: ¡Qué maleducada! Luquitas: Encendé, mamá. (Se enciende la luz. La Nena está sentada tranquilamente en su lugar, limándose una uña)
Luquitas:
¡Qué susto nos diste!
Nena: ¿Por qué? Mamá: ¿Pero ésta pregunta siempre? ¿Qué tiene? Nena: Curiosidad, señora. Apague la luz. Mamá (asombrada): ¿Querés que apague la luz? Papá (tétrico): ¿Sabés lo que te espera? (Extiende las manos temblorosamente hacia ella y la mira con fijeza, como si la hipnotizara)
Nena:
No sé. Espero que sea algo bonito. Papá: ¡No puedo aguantarlo! Es una impertinente. Luquitas: Calma, papá. El que ríe último, muerde mejor. Papá: Sí, sí. (Entusiasmado, intenta un aullido escalofriante, pero se atraganta en un acceso de tos)
Mamá (le seca la cara con la servilleta):
Limitate a lo esencial. No cometas excesos. Papá: Sí, sí, me conocerás, nenita. Apagá la luz. Luquitas: Apagá, mamá. (Cesa la luz. En seguida, un alarido de Papá)
Papá (despavorido):
¡Enciendan! ¡Me toca! Es una harpía. (Se enciende la luz. A Luquitas) ¿Qué me trajiste? Atala. (Mamá saca una soga de sus bolsillos, se la entrega a Luquitas, quien ata a la Nena. Ella se presta dócilmente, refregándose contra él)
Luquitas (a Papá):
¿La amordazo? Papá: No Dejala. Si gritan, me excito. Pero en el momento oportuno. No antes. Mamá (con alegría): Gritan mucho al comienzo, después se desmayan. Cuando despiertan, muerden a los otros. ¡Es una seguidilla! Papá (feroz): ¡Mirá qué dientes tengo, nenita! Nena: Son postizos. (Papá se toca los dientes, muy abatido)
Luquitas (sombrío):
Los míos, no. (Se los muestra)
Nena (los mira tranquilamente):
Están mellados. Luquitas: Sirven igual. Nena: Hasta que no lo vea, no lo creo. (Insinuante, ofrece un seno) ¡Mordé! ¿Quién me da otro poco de leche? ¿No tienen otra cosa?
(Papá, Mamá y Luquitas se miran consternados)
Papá: ¡Esta va a terminar conmigo! Luquitas: No, papá. (A Mamá) Dale otro vaso de leche. Que esté bien alimentada. Mamá (sirve otro vaso de leche, se lo entrega a Luquitas, quien lo acerca a la boca de la Nena. La Nena aprovecha para lamerle la mano, se la muerde. Luquitas grita y deja caer el vaso. Mamá): ¿Qué hacés, hijo? Luquitas: Me mordió. Nena: Era un juego erótico. Este no sabe nada. Papá (mira ala nena, desorbitado): Es horrible, es horrible... Nena: ¡Tu abuela! Apaguen la luz. Me canso. Se van en preparativos. ¡Qué pesados! (Mamá la mira y como hipnotizada, tiende la mano al
vacío y se apaga la luz. Un silencio)
Mamá:
¿Qué tal, papá? ¿Comés con apetito? Papá: Todavía no empecé. (Suspira) Estoy nervioso... Mamá (tranquilizadora): ¿Y por qué? Papá: Se me despegan los colmillos... (Fuerte ruido de dientes. Alguien lanza un gran bostezo) ¿Quién bostezó? Luquitas: Yo, papá. Perdón. Papá: No puedo. ¡Así no puedo! ¡Necesito tranquilidad! ¡Váyanse! Luquitas: Vamos, mamá. Mamá (apenada): ¿Yo también? Papá: No te ofendas. Pero me arruinan el clima. Mamá: Está bien, comprendo. Papá: Dame un beso. Se oye el ruido de un beso, muy succionado. Papá) ¡Música! (Suena la música lúgubre. Salen Luquitas y Mamá, arrastrando los pies. La música cesa y se oye un redoble de tambor, como anunciando un triple salto mortal. Cuando cesa, algo se cae. Un grito. Entran Luquitas y Mamá)
Mamá (muy contenta):
¿Ya está? ¡Qué pronto! ¡No perdiste la rapidez! ¡Estás en forma! Luquitas: ¿Cómo te sentís, papá? ¿Más animado?
Nena: ¿Por qué no encienden? (Se enciende la luz. La Nena está sentada en el suelo, la silla volcada)
Mamá (mira a la Nena. Luego, a Papá):
¿Tomaste lo suficiente? Papá (muy abatido): Nada. Nena (a Papá, ofendida): Usted es una bestia. Papá (muy abatido): Es verdad. Lo lamento. (Luquitas endereza la silla, sienta a la Nena)
Nena:
Me mordía el zapato. ¿Es un fetichista? Luquitas: Dejá en paz a mi padre. Está desorientado. (La Nena ríe) Cuando te hipnotice... Nena: ¡Huevo duro, huevo duro! Papá: No puedo... Mamá: ¡Un esfuerzo más, corazón! Papá: No puedo... Mamá: ¡No la desperdicien! Aprovechala vos, Luquitas. Luquitas: De ninguna manera! La traje para papá. Papá: No me apetece... Luquitas: ¿Pero por qué? Un esfuerzo, papi. Papá: No, no tengo voluntad. Cométela vos, Luquitas. Luquitas: ¿Sí? Es tan apetitosa y blanca... Mamá: Aprovechá, Luquitas. Quién sabe cuando conseguís otra igual. Nena: ¿Y? ¡Estoy esperando! Luquitas: ¿Me permitís, papá? Papá: Sí, que quede en la familia... Luquitas: Descocada... Te dejaré sin sangre. (Abre la boca. Dócilmente, la Nena tiende el cuello. Luquitas se inclina, mira y se inmoviliza) . Dame un poco de alcohol, mamá. Tiene el cuello sucio. Mamá (le tiende una botella de alcohol y un algodón que saca de entre sus ropas. Luquitas le limpia el cuello a la Nena. Mamá, alcanzándole una servilleta): ¿Querés mantel? Luquitas: No, mamá. ¡No hay invitados! (Se anuda la servilleta al cuello. Se acerca. Huele) ¡Cómo huele! Apesta.
Mamá: El olor se desvanece enseguida. (Le tiende un alfiler) Pinchala un poco. A ver si te inspirás. Nena (grita antes de que Luquitas la toque): ¡Ay! Luquitas (se detiene): Grita. Mamá: Siempre gritaron. ¿Qué pretendés? Papá (muy desanimado): ¡Este no conoce ni la tradición! Mamá: ¿Qué ejemplo nos das, Luquitas? Somos viejos, pero no somos basura. Se retorcían, es natural. Luquitas: Pero no gritaban, mamá. Mamá: ¡Sí que gritaban! Nena (muy tranquila): ¡Ay! Luquitas: Me impresiona. Mamá: Sé fuerte. ¡Valor! Luquitas (angustiado, a la Nena): No me mirés. Nena (empieza a reír alegremente)
Mamá:
¿De qué se ríe esta idiota? Nena: De los policías ingleses. Luquitas: Están lejos. Nena: No. Dejé el camino sembrado de miguitas. Te llevarán preso. A todos. Les clavarán un fierro, acá. Luquitas: ¡Ah, maldita! ¡La estrangulo! (Se acerca con las manos tendidas)
Mamá (se interpone):
No, ¿qué vas a hacer? No cambiés de método. Papá: Sí, hijo. No te ensuciés las manos. Mamá: Bebétela de un trago. ¡Ah, Luquitas! Así hacías con los deberes. ¡No la terminabas nunca! Luquitas (a la Nena, sin consistencia): ¡No te encontrarán... viva! Papá: ¡Seca, seca! ¡Puro ollejo! Nena (ríe): Incapaces. (Golpean)
Una voz:
¡Abran! Luquitas: ¡No hay nadie! Mamá: Luquitas, no digás estupideces. ¡Siempre el mismo! (Muy amable) ¿Quién es, nena?
Nena: Misterio. Una voz: ¡Abran o volteamos la puerta! Luquitas: ¡Mamá! Mamá: justo ahora, que iban a traernos las camas! ¡Qué desgracia! Papá: Estoy muy débil. Será la muerte... (Tiende los brazos hacia Mamá) ¡Levantame! Luquitas: ¿Qué hago con el alfiler? (Precipitadamente, Mamá le cruza las solapas y se las sujeta con e’ alfiler)
Nena (feroz):
¡Con un fierro! Les clavarán un fierro. (Libera una mano, se golpea el pecho) ¡Acá! (Los golpes arrecian, se abre la puerta violentamente y entran dos policías ingleses. Cruzadas sobre el pecho, al estilo de las bandas con municiones, llevan ristras de ajo. Uno de los policías sostiene un gran estuche, empuñándolo como si fuera una ametralladora)
Nena:
Ahí están. ¿Encontraron las miguitas? Policía inglés 1: Sí. ¡Muy inteligente, nena! (Le acaricia paternalmente la cara, pero luego la caricia se extiende, obscena) ¿Te desato? Nena: Como guste, señor. Usted manda. (La desata)
Mamá:
¡Qué spuzza! (Mamá, Papá y Luquitas se agitan, lanzando resoplidos como gatos escaldados)
Policía inglés 2:
¿Te hicieron algo, nena? Nena: No, señor policía inglés. Lo intentaron. Son impotentes. (Abre el canasto, hace una caída de ojos hacia los policías ingleses, se mete dentro del canasto y baja la tapa)
Policía inglés 1 (observa a Papá y Mamá que se abrazan, muy amedrentados):
¡Qué desechos! ¿No comían? Mamá (alza constantemente a Papá, que se cae hacia el suelo): Carne no. Somos vegetarianos, se lo aseguro. Este no pasa ni la leche. Policía inglés 2 (los palpa como a animales): ¡Puro hueso! No asustan a nadie. Mamá: ¿Verdad que no? Policía inglés 2: Hace rato que fastidian, ¿eh? ¿De dónde sacaron tanta fama? Mamá (gentil): ¿Nosotros? Luquitas (muy angustiado): ¡Mamá! Policía inglés 1 (acerca el ajo a la nariz de Mamá): ¿Qué te pasa? ¿No te gusta el ajo? Mamá (siempre sosteniendo a Papá y dominando sus propias contorsiones. Con una sonrisa falsa): Sí, señor policía inglés. Pero un diente en la sopa. ¡Es un poco fuerte! ¡Lo eructo! Luquitas: ¡No la torturen! Policía inglés 2 (señalando un rincón): El chico que vaya para allá. No te va a pasar nada, nene. Mamá: Obedece al señor, Luquitas. (Luquitas obedece) Ahora sáqueme el ajo. Policía inglés 2: ¡Cómo no! ¡Quietos! ¡Dejen de agitarse! Mamá: Quietos, sí. ¡Pero no puedo! (Levanta a Papá, que se le cae) ¡Hubieras tomado la leche! ¡Somos como todos! ¡Vamos a tener camas! ¡Luquitas! ¡Déjenme abrazar a mi hijo! ¡Es inocente! (El policía inglés 2 saca un crucifijo del estuche, se lo presenta a Mamá y Papá que lanzan un grito espeluznante y quedan petrificados, todos retorcidos)
Luquitas:
¡Papá! ¡Mamá! (El policía inglés 2 abandona el crucifijo sobre el canasto que empieza a agitarse, como si la Nena hubiera enloquecido adentro. Los dos avanzan hacia Luquitas)
Luquitas (retrocede):
¡No! ¡No! (Los policías ingleses aprisionan a Luquitas. Uno de ellos le sujeta los brazos hacia atrás. El otro, de espaldas, se saca el casco, lentamente se acerca al cuello de Luquitas. Un alarido. Se oye el ruido de una gran succión. Luego se vuelve, respirando pesadamente. Luce unos enormes colmillos fuera de la boca y la sangre se le desparrama por la barbilla y gotea. Mira fijamente hacia delante, sonríe)


Telón












Acuerdo para cambiar de casa
PERSONAJES
Aurora
Estela
Abuela
Laura
Elvira
Director




En escena, Laura, Estela, Elvira, Aurora y la Abuela. Son internadas. Laura tiene en brazos un perro grande de género, muy sucio, con un solo ojo de vidrio y que pierde estopa por todos lados. Como único mueble, hay un banco largo, de madera, sin respaldo. Durante toda la escena, se irán sentando aisladamente buscando este respaldo con el movimiento de la espalda, hasta que el vacío ¡es crea un desasosiego visible,
momentáneo, que no comentan nunca.

Laura (a braza al perro con ternura, como si fuera un bebé. Comprueba, natural):
¡Mi perrito tiene una sarna! Elvira (se acerca, lo mira): No sé cómo no te da asco. Pierde el pelo. Laura: Pero no las mañas. (Comprueba, natural, escarbándolo como si tuviera pulgas) Tiene todas las mañas. Elvira: ¡Ah! ¡A mí me da un asco! ¡Un asco loco! Laura: ¡Se conoce que sos fina! Ves un perro y pretendés un leopardo. Por eso estás aquí. Un perro es un perro, con los pelos, las pulgas, las mañas. Elvira: Y la fidelidad? ¿Dónde dejás la fidelidad? Laura (perpleja): ¡Ah! Yo no sé si me es fiel, se va por ahí, esconde huesos, se entretiene oliendo... No sé... (Aparta el perro y lo observa a la distancia, con una gran duda. Luego, con tristeza, lo deposita sobre el banco. Mientras la acción continúa, ella mira al perro de vez en cuando, con ansiedad y pesar, hasta que Aurora lo arroja al suelo para sentarse, y entonces va y lo recoge, con el gesto de quien perdona a alguien por una trastada y vuelve a apretarlo contra ella)
Elvira (a la Abuela):
¿Vino a verte tu hijo? Abuela (levanta dos dedos en el aire, feliz): Hace dos meses. Me dijo: quedate un poco mas (Piensa y agrega) Mamata Me va a construir una pieza en el fondo. Elvira (incrédula): ¿Para vos? Abuela: Toda para mí. Nunca tuve una pieza para mí sola. De chica, dormía con mi hermana, luego me casé, dormía con un hombre, eso era mejor, después se murió el viejo, no era viejo, dormí con los chicos, ahora, duermo con ustedes. ¡Qué seguidilla! Elvira: Y entonces, ¿pára qué querés una pieza ahora? Ya estás acostumbrada. Abuela: Y cómo aguanto el cajón, decime? Es como una pieza para una sola. Elvira: ¿Quién te dijo? ¡Nada que ver! Abuela: Es una pieza chiquita, pero individual. Voy a estar muerta, y aparte, ¡voy a tener que acostumbrarme al cajón! Elvira: Estás loca. Abuela (indignada): ¡Más loca será tu abuela! (Entra el Director. Es alto. Lleva un largo guardapolvo blanco que le roza los zapatos. Todo lo que dice es obviamente falso, salvo cuando se enoja).
Director (muy jovial):
¡Buenos días a todas! Todas (se ponen firmes y cantan, como niñas de una escuela): ¡Buenos días, señor director! Director: ¡Descansen! ¡Rompan filas! Aurora (sorbe): Lo veo y me emociono. ¡Qué apuesto es! Director: ¡Qué tierna! (Estela escucha sombríamente, celosa, y se interpone entre el Director y Aurora. Ambos la apartan sin mirarla, como si fuera un poste) ¡Corazón de oro! Aurora (a las otras, muy satisfecha): ¿Vieron? (Bruscamente, al Director) ¿Lo puedo vender? Director: ¡No digás pavadas! (A las otras) ¡Chicas, hay una novedad! Todas: ¡Fiesta! ¡Fiesta! Director: ¡No, calma! ¡No se alboroten! (Inquieto, para sí) Se me acabaron los calmantes. (Transición) ¡Vamos a cambiar de casa! Todas: ¿Qué? Director: ¡Nos mudamos! Todas (muy desanimadas): ¡Ah! Director: Tiran abajo esta mugre y levantan un casino. ¿No están contentas? Elvira: ¿Y por qué no hacen otro manicomio? Director: ¿Para qué? No sean contreras. Es feo. Ustedes no producen, chicas. Elvira: ¡Yo produzco ideas! Director (franco): ¡Sí! ¡Y te las metés en el...! Elvira: ¡Cállese! No sea grosero. ¡Mis ideas vuelan! (Señala) Ahí hay una. Director: Que vuelen en otro lado. Nos dan otra casa, más grande, más linda, más cómoda. Laura (muy desanimada): La última vez que nos cambiaron de casa, perdimos todo, hasta las camisas de fuerza... Director: ¡Fue un olvido! Esta vez vamos a tener una casa soberbia, un petit-hotel, un rascacielos, una estancia... Elvira (perpleja, para sí): ¿En qué quedamos? ¡Qué confuso! Abuela (terminante): No me interesa. Director: ¿Cómo? Abuela: Yo no me voy. Tengo mi banco... (se sienta buscando el respaldo. Desasosiego)
Director:
Te compro otro. Abuela: Sí. A éste le sobra viento. (Se levanta)
Director: Preparen todo. Nos vamos.
Abuela (terminante): Yo no me voy. Director: ¿Cómo? ¿Por qué no te vas? Abuela: Me cité aquí con mi hijo. Lo espero aquí. Director: Le dejamos anotada la nueva dirección, ¿eh? Abuela: No sabe viajar. Se pierde. Director: Le dejo un guía. Abuela: No quiere guías. Es orgulloso. Director (colérico): ¡Quiero el acuerdo con todo el mundo, pero a mí no me van a fastidiar! ¡Te agarro en brazos y te llevo! ¡Listo! Laura (muy dulce): ¡Ah, no, señor director! Si usted la agarra en brazos, nos ponemos celosas! (Estela se acerca a Elvira y le murmura algo al oído)
Elvira (portavoz de Estela): Dice que ella tampoco se va. Director (a Estela): ¡Callate, boba! (A las otras, muy dulce y falso) Chicas, allá van a tener ventanas con cortinas. (Todas se miran, pesando la novedad. Un silencio)
Aurora:
Cortinas. ¿Y flores? Director (una pausa): Sí. Flores. Elvira: ¿Agua caliente? Director: ¡Sí! Agua caliente. Elvira (consulta a las otras con la mirada): ¿Qué les parece? ¡Está bien! (Al Director) ¿Y calefacción? Director: Sí, calefacción. Con leños. Laura (a las otras): ¡Con leños! (Tímida) ¿Podremos encenderlos nosotras? Director: Ustedes saben que con el fuego... ¡Sí, podrán encenderlo ustedes! Aurora (soñadora): Tendremos fósforos... Director (termina, nervioso): ¡Fósforos y querosén a patadas! Laura: ¡Todo! ¡Tendremos todo! (Estela se acerca a Elvira. Decide que no le gusta. Entonces, eligiendo, se acerca a Aurora y le murmura algo al oído)
Aurora (portavoz de Estela):
Y jardín. Estela quiere jardín. Director: ¡Sí! Un jardín con... ¡mariposas! Laura: ¡Chicas, tendremos de todo! Agua caliente, leños, fósforos, mariposas. Más no se le puede pedir. ¿Nos mudamos? Abuela: Yo no me mudo. Elvira: Quiere una pieza para ella sola. Director: ¡Cómo no! Concedido. Elvira: Este concede todo. (A la Abuela) Ya está, vieja. Te la da. Chiquita, ¿no? (Al Directcr) Por el cajón, etc. Abuela (terminante): Si mi hijo viene, no me encuentra. Construyó la pieza, ¿para quién? Su mamita desapareció. No quiero disgustos. ¿Por qué no nos arregla la choza? ¡Cómprenos un inodoro! Director: ¡Allá hay de todo, imbécil! Laura: ¡Qué pesada! Mejor tener un perro. Por lo menos, no habla. Elvira: Mirá, vieja, imaginate. Estás en el jardín, en una mecedora. (Al Director) ¿Puede tener una mecedora, no? Director: ¡Sí, sí, dos! Elvira: No, ¿para qué quiere dos? ¿Tiene dos culos? Director (mecánicamente): ¡Sí, sí, tiene dos! Elvira (a las otras): ¡Delira! Laura: Seguí, no te fijés. Elvira: Bueno, sigo. Estás en la mecedora. (Señala a Estela) Esta te trae flores. (Estela murmura algo al oído de Aurora)
Aurora (portavoz de Estela):
Y mariposas.
Director (mansamente): Le doy una red. Elvira: Está el sol. Y te hamacás, y está el sol. (termina fatigada, impaciente y abruptamente) y en un brazo tenés las flores y en el otro, la mariposa. Abuela (conmovida): Sí, es muy lindo. (Bruscamente, furiosa) Y cómo me voy a acostumbrar al cajón así, con tanta belleza? Director (para sí, exasperado): Ésta es como la gata Flora. (Se sienta, buscando el respaldo con el movimiento. Desasosiego)
Laura (lo escucha):
No se llama Flora. Se llama María. Director (busca tanto el respaldo que cae por atrás. Se levanta, furioso): ¡Basta de charla! ¡Basta de explicaciones! ¡Nos vamos! (Abre los brazos, intentando arrearlas hacia la salida) ¡Fuera! Elvira: ¡No nos ponga las manos encima! Respeto. Aurora (a Laura): ¡Sacudile el perro! ¡Llenalo de pulgas! Laura (no se decide): ¿Mi perro? Director (sonríe falsamente): ¡Pero no! ¡Quería abrazarlas! (Estela se precipita y se le pone delante. La empuja groseramente) ¡Vos caminá sola! ¡Salí! (A las otras, con dulzura) Vamos, chicas. Se hace tarde. Elvira: ¿Tarde para qué? ¿Usted de qué la juega en esto? Director: ¿Yo? ¡Yo voy con ustedes! (Feliz) ¡Y los sábados vengo al casino! Me hago banquero. ¡Pero sin ganar nada! Soy un asco, no tengo ambiciones. Elvira: ¿Y por qué usa el delantal tan largo? Si no tuviera ambiciones, lo usaría corto. Director (se mira, conteniéndose, se arremanga el guardapolvo con el cinturón): Sólo quiero cuidarlas. Siempre. (Todas se miran, no muy satisfechas. Estela se acerca a Aurora y murmura algo en su oído)
Aurora (portavoz de Estela. Escéptica, tibiamente):
Dice que es lindo. Director (excitado): Crearemos un establecimiento modelo. Comerán todos los días. Todas (muy admiradas): ¡Oh! (Estela se acerca a Aurora y murmura algo en su oído)
Aurora (la mira con admiración):
¡Te avivaste! (Al Director) Dice que si en el jardín no se saca la bosta, no va a crecer nada. Mucha bosta quema las plantas. Director: Lo arreglamos. ¡Vamos, muchachas! Para el que duerme, no amanece. ¡Casa nueva, vida nueva! Elvira (con espíritu crítico): Se maneja con frases hechas.
Abuela (se sienta en el suelo): Yo no me voy.
Elvira: Me gusta su carácter. Pero yo dudo. Director: Hacés bien. (Recapacita) No, no hacés bien. ¡Nos mudamos! Y de ésta me encargo yo. (Avanza hacia la Abuela. Estela se apresura y se le coloca delante, no para defender a la Abuela sino para que el Director la acaricie. La aparta de un empujón) ¡Viejas a mí! (Estela se acerca a Aurora y le murmura algo al oído)
Aurora (a Estela):
¿Te ofendiste? (Estela asiente con la cabeza. Aurora, portavoz de Estela) La empujó. (Estela alza dos dedos) Dos veces. Dice que no se va. Que esto está lleno de mariposas. No le importa el jardín. (A Estela, resentida) ¡ Mujeres! Director (con una risa histérica): ¡Yo las mato! (Dulce, a las otras) Vayan ustedes, chicas. Abran cancha. Yo me encargo de ellas. (Se arremanga. Estela se oculta detrás de la Abuela, en el suelo, luego delante, muy asustada, pero atenta a que el Director la toque. Director histérico) ¡Las odio! ¡Con las otras o me las como crudas! Elvira: ¿Crudas? ¡Violencias, no! Se lo dije. Laura: ¡Llamemos a la policía! Elvira: Señor director, tranquilícese. Bájese las mangas. Tiene los brazos muy peludos. (Se acerca a la Abuela, le toca la falda. Con satisfacción) Me lo imaginaba (A la Abuela) Quién va a cambiarte? (Al Director) Yo les hago compañía. La vieja se mea encima. Laura: ¿Podré llevar a mi perro? Director: ¡Sí! Laura (obcecada): No. En las casas nuevas no quieren pulgas, no quieren sarna. Todo limpio y en orden. Quieren gente limpia. Y perros de raza. (Estela y la Abuela se han incorporado, uniéndose a las otras. Se ponen en fila)
Todas (como niñas educadas):
¡Buenos días, señor Director! Gracias por su visita. Y ahora, ¡váyase a la mierda! Director: ¡ Me voy! ¡Ya verán! (Sale furioso)
Todas (muy divertidas):
¡Cuéntenos cómo es! (Ríen. Se sientan en el banco, espalda contra espalda, con sonrisas beatificas. La abuela se hamaca de pie, con la cara estirada al aire)
Elvira: ¿Qué tomás?
Abuela: Sol.
Elvira: ¿A quién querés convencer? Está nublado.
Abuela: Yo… decía… (Vuelve la cabeza a su posición normal) ya me estaba quedando el cogote duro. Era para alentarlas.
Laura: Hubiéramos tenido una casa …con sol…
Estela: Y mariposas para… (Hace le gesto de arrancarles las alas)
Aurora:
Pero acá estamos juntas. Esto es seguro. Nos divertimos, ¿no? (A Elvira) Cuando vos llorás de noche, yo te escucho. Elvira (ofendida): ¿Yo lloro? ¿Y por qué? ¿Me viste llorar de día? Aurora: No. Elvira: Y entonces? ¿O creés que soy un bicho de día y otro de noche? Aurora (mansamente): Entonces... lloraba yo. Elvira (conforme): ¡Ah! Es otro asunto. Yo te escuchaba. Te secaba las lágrimas con la punta de mi vestido. Aurora: ¿Sí? (La besa)
Laura:
¿Cuándo nos pondrán sábanas? ¿Saben una cosa? (Con gran misterio) Parece que las sábanas... (hace un gesto como si se refiriera a personas. Todas la miran atentas. Bajando la voz) Ya no vienen más blancas... Estela (interrumpe): ¡Yo sabía un verso! “Amo la blancura que es una infinita...” Elvira: ¡Callate, vos, con la poesía! Aurora (admirada): ¡No! ¿Y cómo vienen? Laura: No sé. A rayas. Rosas, celestes. Aurora: ¡Qué lujo! Abuela (muy asombrada): Ustedes hablan de cada tema...! Laura: ¡Somos jóvenes! Elvira (consulta su muñeca como si llevara reloj. A Estela): El té. Es la hora. (Estela se marcha diligente y reaparece en seguida con unos jarritos abollados, de lata, y unos pedazos de pan)
Aurora (desmayándose de la emoción):
¡Chicas, el té! Elvira (despreciativa): ¡Esta se admira de todo! No creció. Estela: ¡Five o’clock! (Bebe. Lucha para clavarle los dientes al pan) ¡Pero qué reventado! (Consigue morderlo) ¡Exquisito! Cada vez más crujiente. Elvira: Comés visiones. Es pan de anteayer. A mí me viene bien porque tengo lombrices y se rompen los dientes. (Alza el pan y lo deja caer al suelo. El pan cae como si fuera una piedra. Observa, contenta) Rompió el piso. (Lo recoge) ¡Pobrecitas! (Aparece el Director. Está alegre, exultante) Todas (de pie): ¡Buenas tardes, señor director! Director: ¡Buenas! ¡Siempre comiendo! ¿Qué tal el té? ¡Lo voy a probar! (Intenta sacarle el jarrito a la Abuela, que es la que está más al alcance de su mano, y que se resiste tenazmente)
Aurora:
¡Dejalo probar! (Al Director) Un traguito. (La Abuela cede el jarro)
Director (limpia cuidadosamente el borde, mira en su interior. La Abuela ha tirado su pan dentro del té para ablandarlo. Director, con asco):
¿Qué es esto? Aurora: La abuela tiene los dientes flojos. Por eso hace esas porquerías. No se disguste. Director (devuelve el jarrito): No. Tome, abuela. ¡Está muy bien! (Le pega unos golpecitos en la cabeza. La Abuela permanece encantada debajo de la mano, como si fuera un perro. Topa al Director con la cabeza. Director, apartándola): Chicas, ¿les gustaría ir a Córdoba? Laura: ¿Adónde? Director: A Córdoba, a la sierras. Abuela: Yo no me muevo. Director: Vamos y volvemos. Se oxigenan los pulmones, suben a una sierra, recogen un poco de peperina, volvemos.
Aurora: Sería lindo, ¿eh? Laura: ¿Y mi perro? Director: ¡Va también! Tiene derecho. Un poco de aire puro le haría maravillas. ¿Cómo está? Laura (suavemente): Sarnoso. (Le arranca la estopa) Y pierde los intestinos. Elvira: ¿Y la casa? Director: ¿Qué casa? No quieren mudarse, no se mudan. Yo respeto las decisiones ajenas. (Estela se acerca a Aurora y murmura algo en su oído)
Aurora (portavoz de Estela):
Dice que usted es demasiado bueno. (Desconfiada, a Estela) ¿Creés? Laura: Yo fui a Córdoba. Era recién casada. Elvira: ¿Te gustó? Laura (relamiéndose, pensando en otra cosa): ¡Sí! Elvira (seca): Córdoba. Laura: Había... (piensa) cabras. Elvira: Sí, está lleno de cabras. Pero las cabras son malas para la agricultura. Se morfan todo. Director: Bueno, el coche está en la puerta. ¿Vienen? Es una oportunidad única. Aurora: ¿Qué hacemos? Abuela: Yo no me voy. Laura: ¡Sí, vieja! ¡Viene el perro! Le dejamos una nota a tu hijo. Abuela: ¿Cuánto vamos a tardar? Director: Dos días, un día. Llévense la ropita. Abuela: No sé. Elvira: Esto me huele mal. Director: ¡Claro!, porque el aire es inmundo. ¡Pero allá..! Verán. Solamente respirarán oxígeno. Como los moribundos. Elvira (para sí): ¿Por qué no busca otra comparación? Aurora: ¡Vayamos, chicas! Quizás consigamos algo. Elvira: ¿Algo de qué? Aurora (vergonzosa): Novio. Elvira: Esta tiene pajaritos en la cabeza. Laura (a la Abuela): Le dejamos una nota a tu hijo. ¿Querés? Abuela: ¡Sí! (al Director) ¿Volvemos enseguida? Director: ¡Ufa! (Sonríe) Tardaremos.., un día, medio día, dos horas, ida y vuelta. Laura: ¿Quién sabe escribir? (Al Director) ¿Usted? (El Director niega con la cabeza, avergonzado. Esconde las manos en la espalda)
Elvira:
Yo escribo. (Aurora saca un papel arrugado del bolsillo y un lápiz. Se lo tiende. Elvira, mientras escribe) Pibe, volvemos en seguida. Mamá. (A la Abuela) Te parece bien? Abuela: Mamá. Cariños. Elvira (escribe): Cariños. Y besos. Aurora: ¡Y un abrazo de mi parte! (Elvira la mira, crítica. Acomoda el papel sobre el banco)
Abuela (se mira las piernas):
Hace mucho que no subo a una montaña. ¿Podré? Elvira: No son montañas, son sierras. Más mochas. Aurora: Hay ríos allá. Director: Ríos, mares, océanos. Aurora: No para bañarme. Pero me gusta meter los pies en el agua. Laura: Yo fui una vez. Se ven las piedras bajo el agua. Aurora: ¿Sí? Laura: Si te ahogás, te ven entera. No precisan buzos. Aurora: ¡Qué bárbaro! Director: La conversación está interesante, pero es mejor apurarnos. Salir con el fresco. Vamos, chicas. Traigan la ropita. (Salen todas, muy contentas, salvo Estela, que limpia su jarrito y se lo guarda en el bolsillo. Director) Y vos? Vas a venir a Córdoba? (Estela niega con la cabeza) Sos muda? (Estela hace un gesto de incógnita. Bruscamente, saca su jarrito del bolsillo y se lo entrega al Director con un suspiro apasionado. Director) Gracias, muy amable. ¡Precioso! Lo guardo de recuerdo. Esperame acá. (Sale, tirando el jarrito por encima del hombro)
(Vuelven todas, algunas maquilladas, trayendo sus trastos. Son atados miserables. Laura trae, además, una cuna descuajeringada de mimbre con el perro adentro, y laAbuela una palangana de gran tamaño)
Elvira (a la Abuela):
¿Para qué traés eso? Abuela: Para lavarme la ropa. Si llueve, recojo el agua de la lluvia y me lavo la cabeza.
Elvira: ¡Qué idea! ¿Me dejás el agua del enjuague? Abuela: ¡Sí! ¡Igual no va a estar muy sucia! Elvira: ¡Gracias! (La besa)
Laura:
¿Quedará para el perro? Elvira: No. ¡Si lo lavás, se te muere! Laura: ¡Perrito, perrito, seco, seco, vas a saltar por las piedras! (Estela se acerca a Aurora y murmura algo en su oído)
Aurora:
Dice que le tiró el jarro. (A Estela) ¿Por eso querés suicidarte? ¿Sos tonta? Elvira: Agarralo. Es más fácil conquistar al Director que tener otro jarrito. Laura (se acerca a Estela): Te dejo tocar el perro. Aurora: Si consigo novio, me caso enseguida, hago fiesta y las invito. Ustedes vienen con los regalos y... (se interrumpe) ¡Chicas, el pullman! (Entra el Director empujando un armazón de forma cúbica, completamente abierto, con piso sobre ruedas. En la
parte superior tiene un cartel que dice: “Viaje turístico”. Todas se atropellan para subir, alborotadas y felices. Forman como un racimo alrededor de uno de los barrotes verticales y mientras el Director empuja hacia la salida
saludan sonriendo, agitando las manos).
Telón






2
Si tengo suerte
Dos sillas.
Entra Matilde, una mujer mayor, de aspecto firme y decidido. Guía a Graciela, quien la sigue lloriqueando mientras estruja un pañuelito. Graciela tiene aspecto atemorizado, aire muy simple. Calza zapatillas ordinarias. Durante toda la acción, a cada réplica dura de Matilde, Graciela intentará levantarse y Matilde la vuelve a sentar sin interrumpir el diálogo.
Matilde:
Vení, pasá. No tengás miedo. Sentate. Graciela (se sienta): Gracias, señora. (Mira a su alrededor) Esto es muy lindo. ¿Usted vive sola? Matilde: Sí, mejor sola que mal acompañada. Como te pasa
a vos. (Graciela llora. Matilde la mira, mueve la cabeza) ¿Por qué te dejás pegar? Graciela: No me dejo pegar. Se enoja y... pega. Matilde: ¿En esta época? ¿Te imaginás que uno me ponga a mí las manos encima? Graciela (la mira boba, pero con doble intención): No, no me imagino. Matilde: ¡Lo deshago! ¡Qué canalla! ¿Dónde habrá visto? ¡Aprovecharse de una mujer! Yo, ¡yo lo mato! Graciela: Usted es fuerte. Matilde: ¿Fuerte? ¿Qué es eso? Uno se construye adentro como una casa. Pero, piba, vos tenés adentro un rancho que se viene abajo. (Graciela llora, intenta levantarse. Matilde la hace sentar) No llorés. Secate esas lágrimas. No seas flojona. ¿Por qué te pegó? Graciela: Nada. Tiene esa costumbre. Matilde: ¡Qué bien! ¿Y lo permitís? Graciela: No, señora. Yo no permito nada. El, por su cuenta... ¡Pero no es malo! Había tomado unas copas. Jugó y perdió... Matilde: ¡Lindo tipo! Graciela: Usted es fuerte. Matilde: ¡Y terminala con que soy fuerte! Yo te voy a enseñar ciertos principios, moral, querida. ¡Tiene que haber respeto entre hombre y mujer! Si no, ¡no hay matrimonio que aguante! Graciela (tímida): No estamos casados. Matilde (interesada): ¿No? Graciela (modesta): Es nuevo. Matilde: ¡Ah! ¡Pero vos cambiás uno todos los días! (Graciela intenta levantarse) Este es el segundo. Graciela (modesta): El tercero. (Piensa) O cuarto... (Ríe tontamente) No me acuerdo... Matilde: En ciertas cosas es mejor prestar atención, m’hijita. (Extática) ¡Qué abundancia! ¿De dónde sacás tantos hombres porque yo... (Se recompone) El tercero, o cuarto, ¡y te pega! No cambiás para mejorar, ¿eh? Graciela: Sí, señora. Es un pan de Dios. Matilde: Si no fuera, te manda al hospital. Es hora de que aprendas. Graciela: No puedo. Matilde: Te enseño. Confiá en mí que yo, sobre hombres, sé todo. Decime, ¿cómo viene de la calle? Graciela: Caminando. Matilde: No. ¿Cariñoso, pesado? Graciela: Pesado. Matilde: Pesado, ¿cómo? Graciela: Y... pesado, quiere desahogarse. No tenemos perro. Matilde: Para patearlo. Graciela (contenta): Sí! ¿Cómo se dio cuenta? Y como yo estoy a mano... (sonríe)
Matilde:
Se divierte. Graciela: ¡No, no! Viene muy serio. Empieza pidiéndome el mate, y después rezonga, que está frío, o caliente, o... Matilde: Y vos, ¿nada? Graciela: No, yo nada. Yo cebo. Matilde: Hasta que te lo tira por la cabeza. Graciela (contenta): ¡ Sí!, ¿cómo adivinó? Matilde: ¡Mirá que sos pava! Y después? Graciela: Y después, se arrepiente. Quiere darme un beso y yo no quiero. Matilde: ¿Por qué? ¿No te gusta? Graciela: Sí, pero no con la yerba en la cabeza. Matilde: Tenés razón. ¿Y qué pasa? Graciela: Y... se pone furioso. Me dice... hembra desagradecida. Matilde (muy asombrada): Hembra... desagradecida. ¿Y por qué? Graciela: Porque cuando está de buen humor, me trae regalos. Matilde: ¿Qué? Graciela: Y... porquerías que ve por ahí. Pulseras que se rompen y... vestidos horribles. ¡ Zapatillas!
Matilde: ¡Qué agradecida sos! No se equivoca.
Graciela: ¡Pero es que tiene un gusto! Matilde: A caballo regalado, no se le miran los dientes. (Graciela intenta levantarse) Y qué más? Después de la palabrita esa. Graciela: Yo soy muy sincera, le digo lo que pienso: que me compra porquerías. Matilde: Y te da un bife. Graciela: Sí. Matilde: Con toda el alma, te revienta la cara. Graciela: No. Lo atajo con el codo. Pero la intención está. (Llora)
Matilde (la mira, menea la cabeza):
¡Qué juventud! Y decime, ¿después? Graciela: ¿Qué voy a hacer después? Lloro. Matilde: Y él se ablanda. Graciela: Sí. Matilde: ¡Bueno! Tiene buen corazón. ¿Te besa? Graciela: Sí. Donde quiso pegarme. (Se señala) Me besa toda la mejilla. Se muerde los dedos. Matilde (muy asombrada): ¿El? ¿Para qué? Graciela: Como castigo. Matilde (conquistada): Es tierno. (Dulcemente) ¿Y hacen las paces? Graciela: No. Matilde: ¿Por qué? Graciela (muy desanimada): Porque quiere mate otra vez. Matilde: Y qué clase de mujer sos que no sabés cebar un mate? Graciela: ¡Cebo lo mejor que puedo! Matilde: Pero no podés mucho. Graciela: ¡Pongo todo mi corazón, señora! (Llora a raudales)
Matilde:
Y para qué? ¿Para qué vas a poner todo tu corazón ahí? Pones la yerba en el mate y listo. ¡No hay que desperdiciar los sentimientos, querida! ¿Y después? Graciela: Cebo. Matilde: Se repite: te lo tira otra vez por la cabeza.
Graciela: No. Me tira la pava. Matilde (satisfecha): Carácter tiene. Y qué hacés? Graciela: Lloro. Matilde: ¡Qué falta de recursos! Y él, ¿cómo reacciona? ¿Te besa? ¿Donde te salpicó el agua caliente? ¿En cualquier lugar? Graciela: Sí, pero no quiero. Entonces sale a la calle y me compra alguna porquería. ¡Nunca me trae nada lindo, un tapado de pieles, un auto! No, porquerías baratas. Me ilusiono, ¿y para qué? (Llora) ¡Mire cómo estoy vestida! ¡Un mamarracho! Matilde (la mira): Sí, pero vale la intención. Si a mí me trataran así... (suspira)
Graciela:
Usted lo haría... polvo. Matilde (abstraída): Seguro. (Bruscamente) ¿Cuántos años tiene? Graciela: Treinta y dos. Matilde: Linda edad... Y no hay edad para el amor... (suspira) ¿Es mujeriego? Graciela: No. No mira a ninguna mujer más que a mí. Matilde (indignada): ¡Pero vos las ligaste todas! ¿Es un buen mozo? O tiene algún defecto? ¿Tuerto? ¿Rengo? Graciela: No, señora. Es apuesto. Delgado, alto, morocho...
Matilde (termina, incrédula): Y con ojos azules. Graciela: Sí. Matilde (no lo soporta): ¡Rajá! ¡Rajá de acá! Graciela (llora y va hacia la puerta): ¡Yo sé que nadie me quiere! Matilde (corre a buscarla): Perdoname. Quedate. ¿Por qué te ofendiste? Graciela (mansa): Tiene mal genio, señora. Matilde (tiernamente venenosa): Sí. ¡Pero no con vos, que sos una dulzura! Sentate. Descansá. (La acaricia) ¡Pobrecita! Yo te cuido, no te preocupés. A mí no me asusta nadie. Treinta y dos años. ¡Ay! ¡Aguantar a esa bestia! ¿Dónde estará ahora?
Graciela: En casa. Acostado. Matilde: Mordiéndose los dedos, seguro. ¿Cómo le gusta el mate? ¿Dulce? Graciela: No sé. Matilde: ¡Oh, no sabe! ¡Es para matarla! Llevo uno dulce y uno amargo. Alto, morocho y de ojos azules. ¡Ah! (Se dirige haciala puerta)
Graciela:
¿Adónde va, señora? Matilde: Quedate aquí. Es tu casa. Descansá. ¡Deseame suerte! Graciela en las nubes): ¿Para qué, señora? Matilde: Le cebo un mate. Graciela: Tenga cuidado. Si no le gusta, se lo tira por la cabeza. Matilde: Me agacho. Se lo devuelvo. Graciela: ¿Usted se lo devuelve? ¡No se atreva! Matilde: ¿Yo? ¡Qué sabrás! Le tiro el mate y la pava. Y después, para consolarlo, si tiene suerte, lo beso...



4
Oficina


Una mesita con un cajón, una silla. Actriz, como empleada de oficina y como Voz. Las líneas del diálogo de la Voz serán dichas por la Actriz sin gestos, cortando su propia acción. La Voz pasa de un tono normal y cotidiano a otro sigiloso y como ahuecado.
Entra la Actriz, se sienta detrás de la mesita, se observa las uñas.


Voz (neutra): Vengo a pagar una cuenta.
Actriz (levanta la cabeza, mira a alguien de pie, enfrente de ella. Sonríe con simpatía): ¿Qué cuenta? Voz: Esta. Actriz (mira sobre el escritorio): Está vencida. Voz: Quiero pagarla. Actriz (se encoge de hombros. Blandamente): ¡Páguela! Voz: En el banco dicen que está vencida. Actriz: Sí, no la pagó en término. Voz: ¿Qué hago? Actriz (suspira): Tiene que pagarla. Voz: En el banco me dijeron que viniera aquí. Actriz (quejándose, coqueta): ¡Debo tener miel! Se ve que les caigo simpática. ¡Eso que no me conocen! Voz: ¿Usted qué atiende? Actriz: ¿Yo? Cuentas atrasadas. Voz: Entonces? Actriz (mira sobre el escritorio): No. Esta clase no. Voz: ¿Dónde voy? Actriz: ¡Ah, no sé! ¡Qué pregunta! Primero tiene que pagarla. Voz: ¿Dónde? Actriz (ríe, muy comprensiva): En el banco. Voz: En el banco me dijeron... Actriz (termina): Que viniera acá. No les cuesta nada decir eso. Qué incompetentes. Voz: ¿Qué hago? Actriz: Vaya y páguela allá. Voz (en un hilo): No quieren cobrarme. Actriz: ¿No? ¡Qué extraño! ¡Qué mal anda todo! Uno pensaría que recibir dinero es lo más fácil. Y no. No quieren. Voz (despavorida): ¿Por qué? Actriz: Sus razones tendrán. No son locos. Cada billete tiene su familia, su cuenta, su ministerio. No puede ir a otro lado. ¿Comprende? Sería una confusión. (Mira) ¿Por qué se pone así? ¿Quiere un café? Voz (débil y sigilosa): No. Quiero pagar mi cuenta. Actriz: Páguela. ¡Ah, si todos fueran como usted! La gente quiere pagar, pero no paga. Dan excusas. Así como me ve, en este escritorio, ¡si habré escuchado historias! El otro día vino uno sin una pierna y sin un brazo, bizco, todo arruinado. Un desecho Decía que no podía pagar, no por quiso por nada. No pude convencerlo. Era pobre, usó esa
palabra tan poco sutil. No tenía trabajo. Y por que? Que excusa se le ocurrió? ¡Adivine! ¡La mar de divertida! ¡Que era paralítico! (Ríe francamente) ¡Me reí dos días seguidos! ¡Paralítico! (Ríe. Se interrumpe) ¿Qué me mira? Voz (in extremis): ¿Cuánto debo? Actriz (amable) Como no (Jocosa) ¿Esta muy apurado usted? ¿Y por que? La vida es corta (Mira sobre el escritorio) Se atrasó mucho. Esto es lo que pasa con la gente, creen que el tiempo no corre. (Calcula moviendo los labios, suma con los dedos, se descalza un pie, cuenta, asombrándose cada vez más del resultado exorbitante) ¡Uuuuuuy! Voz: ¿Cuánto? Actriz (terminante): No. Hay un inciso allí. No me corresponde. Imposible confesar. (Feliz) Mejor para usted. Va a perder toda alegría. Vaya al banco. Voz: ¿A qué? Actriz (marca claramente): A que le digan dónde debe ir. Voz: Acá me dijeron. Actriz: Se equivocaron. Voz: ¿Usted no sabe? Actriz: Sí, pero no se lo puedo decir. Voz: ¿Por qué? Actriz: Yo sufro más que usted. No me pregunte nada. Si entrara en detalles... ¿se imagina? ¡Oh, no se ponga así! Siéntese. Charlemos. Voz (exánime): No quiero charlar. Quiero pagar mi cuenta. Actriz: ¡Ah, señor! Páguela. Voz: ¿Dónde? Actriz: En el banco. (Muy suelta e inconsecuente) Y si no es en el banco, será en otro lado. ¿Qué sé yo? ¡Hay tantos lugares! Por ahí es un banco, por ahí es acá, en un restaurante, en un archivo, ¡qué sé yo! Pero no se desanime. El. mundo es un pañuelo. Con decirle que ayer encontré tres veces en la misma hora a una amiga de la infancia. Y hacía veinte años que no la veía. ¡Un pañuelo! Para mí, que del banco lo mandan de nuevo hacia acá. Tiene suerte. Ya conoce el camino. Voz (grita): ¡Ac-ac-ac! Actriz (suavemente): ¡Sssssss! No haga escándalo. Los chicos duermen. Voz (despavorida): ¿Qué chicos? Actriz (ofendida): Los míos, pues. ¿De qué se asombra? ¿No tengo aspecto de madre? Me casé joven. (Abre el cajón, sonríe maternalmente hacia abajo, murmura ¡tch, tch, tch!, cierra. Luego levanta la cabeza, busca con la mirada, perpleja) ¿Dónde se metió? (Se inclina con medio cuerpo sobre el escritorio. Se queda inmóvil un momento y fija los ojos sobre el piso. Divertida) ¿Qué le pasa? ¿Por qué se acostó? (Observa con más atención. Muy asombrada y banal) ¡Ah, qué rara es la gente! Morirse ahí sobre el piso. ¡Hay cada uno! ¡Después dicen que quieren pagar sus cuentas! (Se sienta. Agraviada) ¡Y parecía tan serio! ¡Cuánta mentira! (Se observa las uñas, tranquilamente, feliz. Corta, mira al público. Abandona su papel y ríe, en franca complicidad)


20/6/18

La señora Macbeth Griselda Gambaro


La señora Macbeth
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Griselda Gambaro

Personajes
Lady Macbeth
Bruja 1
Bruja 2:
Bruja 3
Fantasma de Banquo

Escena I
Un enorme objeto en madera basta, que es una especie de escultura barroca. Figura un trono y la misma construcción lleva adosados un juego de hamacas, un tobogán.
En escena, Lady Macbeth y las brujas. Las brujas, que no tienen aspecto de brujas en el sentido convencional del término, funcionan a veces como tales, otras veces, sin transición, actúan como doncellas o coro.
Lady Macbeth: ¿Todo está listo, mis amigas? ¿La cena? ¿Las copas, los platos? ¿Todo brilla? Que entren los niños más pobres, los de la calle, los que piden. Yo les lavaré los pies, las caritas roñosas.
Se sentarán a la mesa con los príncipes.
Bruja 1: ¡Oh, qué buena mi señora!
Lady Macbeth: (con un mohín) ¡Más! (Se hamaca)
Bruja 2: ¡Qué afable!
Bruja 3: Sí.
Lady Macbeth: (salta de la hamaca) Ladran los perros. ¿Por qué los vuelven tan feroces?
Bruja 1: Son mastines, señora. Defienden el lugar.
Lady Macbeth: Podrían defenderlo con gruñidos mansos, con miradas dulces, mostrando los dientes sin morder jamás. (Las tres brujas se miran con una reticencia sobradora. Lady Macbeth) Ayer encontré un pajarito, aterido, con una pata rota. Le entablillé la pata, lo coloqué sobre mis senos. Todo el día estuve así. (Se lleva la mano al pecho como sosteniendo algo) Se me acalambró el brazo, ¡pero estuve así!
Bruja 1: ¡Qué espléndido!
Lady Macbeth: (trepa al tobogán) ¿Les cobran por palabra? La bondad quiere reconocimiento. La generosidad, palabras generosas.
Bruja 3: (apresuradamente) Nuestra lengua es torpe. Oxidada. No nuestro cuerpo.
Las tres: (se desatan en reverencias, alzan las manos al cielo, se arrodillan) ¡Písanos, nuestra señora! ¡Aplástanos! ¡Degüéllanos!
Bruja 1: Si nuestra lengua calla, ¡nuestra sangre hablará! (Aparte) ¡Que no lo tome en serio!
Lady Macbeth: Basta. Sin exageraciones. (Pausa) Pero lo tendré en cuenta.
Bruja 1: Tus ojos, ¡qué puros! ¡Qué sensible tu corazón!
Bruja 2: (bajo) Con un pajarito.
Lady Macbeth: Exactamente. No soy sorda. Con un pajarito. Que de mí dependía. Necesitado.
Las tres: ¡Nos traés a la razón, señora!
Lady Macbeth: (se desliza por el tobogán, grita) ¡Ay! (Cae en pie. Va a trepar de nuevo, pero se detiene) Siempre juego sola. Mi señor guerrea y yo... ¿No quieren...?
Las tres: ¡No!
Bruja 1: Señora, vendrá el rey.
Lady Macbeth: ¡Ah! Lo olvidé, aunque mi excitación me lo decía. ¡Los platos, la vajilla brillante! El rey se alegrará de ver niños pobres a la mesa. Y ellos disfrutarán manjares de rey.
Bruja 1: Si ese extraño capricho te mueve, no pasés del número de uno, de dos a lo sumo.
Lady Macbeth: No, multitudes de niños. ¡Y presos!
Las tres: (despavoridas) ¿Qué?
Lady Macbeth: Que salgan los presos ya mismo de las mazmorras. Por una noche los sentaré a mi mesa.
Bruja 3: (bajo) Está loca.
Bruja 1: (contemporiza) ¿Sólo algunos ladrones, verdad? ¿Los pequeños rateros, los ladrones de gallinas?
Lady Macbeth: ¡Qué cortas son! Los asesinos.
Bruja 1: Señora, el asesino se gana el infierno. Déjalos en el infierno.
Lady Macbeth: ¿Por qué tanta dureza? Es fácil decir no a un postre, a una bebida. ¿Pero a un crimen? No seré yo quien los acuse. No querían el crimen pero eran carne blanda ante el deseo. Y siempre la víctima se ofrece como una prostituta, no sabe sino tentar al asesino. Qué espera un niño llagado, qué una mujer envuelta en un chador humillada a morir. Se ofrecen, putas del dolor.
Bruja 1: Señora, hay ciertos pensamientos que no deben pensarse.
Lady Macbeth: ¿Por qué?
Bruja 1: Porque son muy torcidos.
Lady Macbeth: (ríe) Yo no pienso nada, se lo dejo a Macbeth que lo hace por los dos. Pero un capricho, un impulso del corazón, no es pensamiento. Quiero a los niños pobres sentados a la mesa. A los asesinos. Que los limpien también, la barba recortada, ropa y calzados nuevos. ¿Se imaginan? Fruncirán los ojos ante la luz, no sabrán comer los manjares después de tragar tanta bazofia. ¡Quiero verlos! Quiero ver cuando el aroma de la paloma asada, del venado, del ciervo, les llegue a las narices. Y me miren, deseándome. (Se toca los pechos) Deseando mi bondad.
Bruja 1: Señora, vendrá el rey Duncan para agradecer a Macbeth. Porque Macbeth ganó la batalla contra los rebeldes, Duncan es rey. Ni los niños roñosos, ni los presos ni los asesinos son compañía propicia.
Lady Macbeth: ¿No conocés el corazón del rey? Se sentirá feliz de que su poder, asegurado por Macbeth en la batalla, le permita juntar en un haz a los nobles y a los miserables. Gozará siendo él la majestad que los une. ¡Ah, mi poder es tanto!, dirá. ¿Un asesino en mi mesa no me convierte en víctima? Es intocable porque su poder bondadoso -y la lealtad de sus súbditos- convierten su cuerpo en armadura.
Bruja 1: Exactamente. De cualquier modo, mejor no...
Lady Macbeth: y sólo tiene reconocimiento hacia esta casa. Por los servicios prestados nombró al barón de Glamis -Macbeth- también barón de Cawdor. ¿Acaso no sabían ustedes de estos honores aun antes de que el rey los decidiera? ¿No le habían anticipado a Macbeth su fortuna?
Bruja 1: En el páramo. En secreto.
Lady Macbeth: (triunfalmente) ¡Y yo lo sé por esta carta! (Saca del escote la carta de Macbeth) Le anunciaron a Macbeth: ¡Salve rey, que serás!
Bruja 2: Esas fueron nuestras palabras.
Lady Macbeth: ¡Salve, rey, que serás! ¿Y a quién comunicó la grata nueva? ¡A mí, a su adorada! (Lee) «He creído conveniente enterarte de esto, mi muy querida compañera de grandeza, para que no perdieras tu parte en el regocijo por ignorar la dicha que nos han profetizado». (Las mira, feliz. Bromea) ¿Sorprendidas?
Bruja 1: ¿Cómo vamos a estar sorprendidas si fuimos nosotras las que...?
Lady Macbeth: ¿Debo creerlo o será una mentira de Macbeth?
Bruja 1: Señora, no te burles. Después de todo, fácil es creer.
Bruja 2: Difícil descreer.
Bruja 3: Son dos caras de la misma moneda.
Las tres: (jocosas) ¡Parecidas pero no iguales!
(Suena un flautín afuera)
Lady Macbeth: ¿Es Macbeth?
Bruja 1: No, señora. Macbeth es anunciado por tambores y el rey por una fanfarria aún mayor.
Lady Macbeth: ¿Qué hora es? Ya muy tarde, ¿verdad? Llegará Macbeth, llegará el rey, ¡y no estaré lista! ¡Debo vestirme! ¡Nada está preparado! ¿Dónde están los manteles? ¿Dónde la vajilla brillante? ¿Los manjares? ¡Oh, Macbeth pondrá el grito en el cielo!
Bruja 1: No, señora. Calma. No te aterrorices que no es digno de tu grandeza. Los manjares están al reparo del fuego en la cocina, la vajilla brillante en la cocina, sobre bandejas. Ya empieza el desfile de sirvientes, cada uno aportando lo que debe. Falta bastante para que aparezca el rey, y Macbeth que lo precede.
Lady Macbeth: ¿Falta?
Bruja 1: Tanto como la concreción de tus deseos. Tranquilízate, señora.
Bruja 2: La agitación afea.
Bruja 3: Salen ojeras, y venitas acá (se señala la nariz) y sobresalen los ojos como los de un escuerzo, lady Macbeth: (inquieta) ¿Cómo estoy?
Bruja 1: Podrías recostarte un rato. Te convendría, lady Macbeth: No hay tiempo.
Bruja 1: Lo hay.
Lady Macbeth: ¿Me lo aseguran?
Bruja 2: Te lo aseguramos como a cada uno la muerte. (Se ataja) Nada personal.
Lady Macbeth: No por eso tu declaración es feliz.
Bruja n: (rectifica rápidamente) Como la vida, señora. Que es segura hasta que... (un gesto)
Bruja 1: Nosotras nos quedamos a cargo.
Bruja ni: Y no tendrás ocasión de reproche.
Lady Macbeth: Entonces sí. Pero no me recostaré. No podría descansar. ¿Quién podría descansar? ¡Cuerdas tensas mis nervios! (Ríe) Mi médico me recomendó sedantes.
Bruja 1: Conoce tu carácter.
Lady Macbeth: Tomaré una, dos píldoras para que mi corazón deje de latir como loco. (Canturrea) Y me pondré bella para Macbeth y Duncan, el rey. (Sale)
Bruja 1: ¡uf! ¡Por fin se fue! ¡Qué manera de alborotar por nada!
Bruja 3: Es una mujer sensible.
Bruja 2: Un travestí.
Bruja 1: (le pega un golpe) Hermana, cuidá tu lengua.
Bruja 2: ¿Por qué? ¿Qué es un travestí sino una criatura que no esconde su alma, como todos? La lleva afuera. Prueba de lo que se es en la carne como prueba el vuelo que se es pájaro.
Bruja 3: ¡Poético!
Bruja 1: (carraspea, se pone en papel) ¿Cuándo nos volveremos a ver las tres?
Bruja 2: ¡Ya nos estamos viendo!
Bruja 1: (mirada asesina) ¿En medio de truenos, relámpagos o lluvia?
Bruja 3: Cuando la batahola esté acabada y unos pierdan y otros ganen la batalla.
(Se oye afuera el redoble de un tambor)
Bruja 2: ¡Un tambor! ¡Un tambor! Llega Macbeth.
Lastres: Las hermanas fatídicas en rueda, mensajeras del mar y de la tierra, demos así la vuelta, así y así: tres veces para ti, tres para mí y de nuevo tres veces hasta que hagamos nueve.
¡Quietas ya! El conjuro está cumplido.
Bruja 2: (distraída) ¿Cuál es?
Lady Macbeth: (se oye su voz. Grita el nombre de Macbeth con un graznido insólito, animal) ¡Macbeth! ¡Macbeth! (Entra) ¿No lo vieron?
Bruja 3: (malamente sorprendida) ¡No se tomó el calmante!
Bruja 1: (en lo suyo) En cada lugar del mundo en este instante, el horror estremece las sombras.
Lady Macbeth: Yo busco a Macbeth. En este instante.
Bruja 1: El tiempo es un continuo. Siempre estamos en este instante, aquí y más atrás y más adelante. En el tiempo.
Lady Macbeth: Estúpidas. Este instante borra todos los demás. ¡Y todavía no está la mesa puesta! ¿Qué hacen ahí? ¿Entretenidas en qué? ¿En predicciones y conjuros? ¡Ayuden! ¿Para qué están?
Bruja 1: (ofendida) Para decirle a Macbeth que será rey. Ya se lo hemos dicho en el páramo. Y también le hemos dicho a Banquo, su compañero de batalla, que su dicha será menor que la de Macbeth y mayor.
Bruja 2: No tan feliz, y mucho más feliz.
Bruja 3: Macbeth será rey.
Bruja 1: ¡Y Banquo padre de reyes, aunque él no lo será!
Bruja 2: ¡Salve pues a los dos, Macbeth y Banquo!
Bruja 3: ¡Macbeth y Banquo, salve!
Bruja 1: Así se lo dijimos a ambos en el páramo para después desvanecernos en el aire.
Lady Macbeth: ¿Y de mí? ¿Qué dijeron de mí?
Bruja 1: De vos, mujer, no dijimos nada.
Lady Macbeth: ¿Qué determinó el conjuro para mí?
(Las brujas se miran, incómodas)
Bruja 1: ¡Hum!
Bruja 2: Yo no miento. Si el conjuro fuera un caballo, habría salido huyendo, negándose a tu peso en la silla. Y sólo si el conjuro... idiota, te habría abrazado. Perdón. Sólo decimos la verdad.
Lady Macbeth: (las mira furiosa. Luego, vengándose) Macbcth me escribió, ¡me llamó su muy querida compañera de grandeza!
Bruja 1: La de él.
Lady Macbeth: ¿Acaso no es la mía?
Bruja 1: Si te conforma...
Bruja 3: ¿Por qué agrega leña al fuego?
Lady Macbeth: ¿Quién dice que me conforma? Sus dulces palabras... sus dulces palabras... (ríe tontamente. Como a pesar de ella) me saben a hiel. ¿Quién tiene la grandeza? ¿Quién la disfruta? (Explota) ¡Su compañera de lecho! Su compañero zapato, su compañero manto que se pone y se quita, su corona menor... Yo le daré hijos a Macbeth porque los hijos de Macbeth serán reyes y no los de Banquo. ¡No! ¡Sin hijos! ¡Que se mueran mis hijos si los tengo! ¡Yo seré la hija de Macbeth! ¡Tampoco! Me engendraré a mí misma. ¡Yo seré reina con poder de rey!
Bruja 1: (se acerca, contemporizadora) Señora, señora, no te alteres. La jornada será larga, el camino recién comienza. (Saca un frasquito) Este frasco contiene jugo de raíces, raíces secretas hervidas treinta veces, un sorbo da Tranquilidad, otro mesura, otro aquieta los deseos. Bebé, señora, te sentirás mejor.
Lady Macbeth: (ríe vacilante) ¿Mejor?
Bruja 1: Eso mismo.
Lady Macbeth: ¿Más bella?
Bruja 1: Seguro.
Bruja 3: Las palabras de Macbeth volverán a destilar dulzura en tus oídos.
Lady Macbeth: ¿Sus palabras...?
Bruja 1: Eso mismo.
Lady Macbeth: Las de mi amado esposo... (Bebe) ¿Y su efecto?
Bruja 1: Instantáneo.
Lady Macbeth: (sonríe tiernamente, saca la carta de su escote y la besa. Con voz lánguida) ¿Dónde está Macbeth? ¿Y por qué nadie se ocupó de la mesa del banquete? ¡Qué olvidos!
Bruja 1: Sucede. Pero con veinte criados, en un santiamén la mesa estará puesta sin que falte un cubierto, una copa.
Lady Macbeth: ¡Macbeth! ¿Por qué no viene a arrojarse a mis brazos?
Bruja 1: Está ordenando que atiendan su cabalgadura.
Bruja 2: No obstante, ¡ya tiene cabalgadura fresca para esta noche! (Ríe)
Bruja 1: No, esta noche no podrá dormir. Y menos cabalgar.
Bruja 3: Si alguien lo hace, será su mano cabalgando un puñal.
Bruja 1: Duncan morirá.
Lady Macbeth: ¿Morirá? ¿Nuestro huésped? Recibiremos su visita y nuestra preocupación será cuidarlo. Que no le falte nada cuando esté despierto ni cuando esté dormido. Que nuestra hospitalidad sea devolución de gratitud por tanta generosidad de su parte. ¿Están preparando su mesa? ¿Su cuarto? ¡No sé si en su lecho hay sábanas limpias! Velas con el pabilo seco. ¿Y dónde está Macbeth? ¡Que viva su felicidad junto a mí! (Sale, graznando como un animal) ¡Macbeth! ¡Macbeth!

Escena II
Las brujas duermen, dos amontonadas sobre la tabla del tobogán, la tercera a los pies.
Entra Lady Macbeth con una luz.
Bruja 1: (entre sueños) ¡Salve, Macbeth, rey que serás!
Lady Macbeth: (la voz la guía. Va hacia las brujas y las despierta brutalmente) ¡Despierten, malditas! ¡Despierten!
Bruja 1: (cae del tobogán, huye arrastrándose) ¡Eh! ¿Qué hemos hecho? ¡Dormíamos!
Bruja 3: ¡Un zapato en mi ojo!
Bruja 2: ¡Y un moretón en mi brazo!
Lady Macbeth: (consigue aprisionarla) ¡Debiera quebrártelo! ¡Quieta! ¡Quieta!
Bruja 2. ¡No puedo! Estoy asustada.
Bruja 1: ¿Por qué tanta ira, señora?
Lady Macbeth: (subraya con furia) «¡Salve, Macbeth, rey que serás!»
Bruja 1: (tímidamente) ¿No es bonito?
Lady Macbeth: (de un empujón aparta a Bruja n) ¡Sí! Como un canto nupcial para celebrar una desgracia.
Bruja 1: ¿Desgracia?
Lady Macbeth: Envenenaron su ambición, que era grande mas no lujuriosa. Lo enceguecieron. Quiere ser rey. Y no puede esperar a que el tiempo se lo conceda.
Bruja 3: (se acerca, precavida) Sin esforzarnos, el tiempo no nos concede nada, sólo la muerte a la que precisamente no queremos forzar.
Bruja 1: ¿Lo encontraste por fin? ¿Estaba bien?
Lady Macbeth: Lo encontré, y bastó una mirada a su semblante para saber que cualquiera podía leer en él. ¡Salve, Macbeth, rey que serás! ¡Serás!, y en este futuro Duncan lo estorbaba.
Bruja 2: (contenta) Y cuando alguien estorba... (se guillotina la cabeza)
Lady Macbeth: El servicio y la lealtad forman parte de mi deber y su cumplimiento incluye la paga, decía Macbeth, pero su apetito no es el mismo después de escuchar la profecía. La paga se le ocurre miserable, y el servicio y la lealtad obstáculos, y como tales borrados del camino. Sin embargo vacila. La duda, que con diferentes espuelas hinca el mismo caballo, lo lleva de la feroz impiedad hacia el rey Duncan a la más tierna de las misericordias. Dijo Macbeth: no seguiremos adelante con esto, y me miró como si yo fuera su cómplice. Pero yo no había pronunciado palabra.
Bruja 1: No importa estar muda, señora. Es conveniente. Él te dirá a su hora las palabras que quiere escuchar. Y aumentará su amor polvos porque tu lengua será un espejo de su lengua.
Lady Macbeth: ¿Es posible... es posible sin que disminuya el mío, el amor que le tengo?
Bruja 2: Si el tuyo disminuye, podrá soportarlo.
Bruja 3: Si un hombre como Macbeth no encuentra medias en un cajón, buscará en otro.
Lady Macbeth: Una vez me dijo que tocaba mi carne como si fuera tierra, menos que tierra. Por un segundo lo odié. ¿Pero qué carne aguanta el roce de los años? Está bien que la suya todavía me hablaba, pero una mujer envejece más rápido. Y estaba contrito de su confesión, más contrito que del deseo de un crimen. Y yo le dije: Macbeth, Macbeth, pobrecito, con culpa del desamor. Y en la oscuridad del lecho, tomé su cabeza entre mis brazos, le di razones, lo conforté, era mi niño que había cometido la travesura de no amarme.
Bruja 2: ¿Cómo fuimos a parar a esto?
Bruja 1: Porque siendo mujer es un tema importante.
Lady Macbeth: Cuando despertó era de nuevo Macbeth, el que me amaba. Tenía sus batallas, sus trabajos de hombre, su ambición de hombre.
Bruja 1: ¿Y acaso la tuya, tu ambición, no es menor?
Lady Macbeth: No es menor porque lo amo. Y corro tras su ambición para no retardarme, como corre una perra tras su dueño a caballo. Más allá de estas cuatro paredes, más allá de la mesa aparejada para el rey, más allá de los platos y cubiertos brillantes, lo amo, a él, tan cobarde como para tener miedo de mis palabras y ponerme sólo las suyas en la boca.
Bruja 1: Ya lo aceptaste, señora mía. No tendrás más remedio que pronunciarlas. Harás tuyas sus intenciones. ¿Acaso no vivís para él? ¿Acaso... no deseás ya la muerte del rey Duncan por él?
(Lady Macbeth la mira fijamente. Sin dejar de mirarla, retrocede)

Escena III
Lady Macbeth en camisón. Las brujas, con aspecto de aterradas, juntas en el suelo, se cubren la cabeza con las ropas. A veces espían, apenas se mueven, siempre agachadas.

Lady Macbeth: Ya lo hizo. Y lo que hizo, mi lengua no puede pronunciarlo. ¿Qué me dirá Macbeth que diga? (Ruega) ¡Por Dios!, que cuando desate mi lengua la desate como el nudo de un regalo. Pero no sé, no sé... ¿Quién la desata ahora? (Se rehace, erguida) Quiero contar que Duncan, el rey generoso, el rey benévolo, partirá en la mañana con su escolta. (Ríe) ¡Con qué apetito comió en nuestro banquete!, sin niños ni ladrones. Macbeth me hizo observar que ofendería al rey con ese deseo pueril de sentarlos a la mesa. Los unos no salieron de la calle, los otros de las mazmorras. No sé qué ocurrió con ellos cuando después de la orden llegó la contraorden. Se alegraron seguramente porque el sorbo de la felicidad es un veneno para estómagos no acostumbrados. Pueril, dijo Macbeth con dulzura. Cuando mi amada queda sola, la asaltan pensamientos pueriles, (subraya) dijo Macbeth con dulzura. Pero yo no pensaba. Macbeth, Banquo, y los nobles leales brindaron con el rey en esa larga mesa que no tuvo niños ni ladrones... (se petrifica. Niega, lucha con lo que va a decir) que no tuvo niños ni ladrones... pero sí un asesino. (Se calla, absorta. Luego sonríe, rehaciéndose) Duncan disfrutó los manjares, la paloma asada, el ciervo... Elogió nuestro vino. Por medio de Banquo me envió un diamante proclamándome la más amable de las anfitrionas, y se retiró a sus aposentos (cambia a un tono duro, exasperado) para ofrecerse como víctima, puta confiada, que agradeció con honores los favores de un traidor. No fue Macbeth, no fue de Macbeth la idea, fue Duncan quien puso la cabeza en el tajo. Fue Duncan quien movió el puñal en la mano de Macbeth y lo dirigió a su pecho para que el puñal lo atravesara. ¡Mátame, mátame! ¿Por qué no desconfió de Macbeth como se desconfía de un chacal? ¿Por qué no cerró su cámara con veinte cerrojos? ¿Por qué no durmió junto a sus hijos en vela, atentos a las sombras, la mano en las espadas, para no ofrecerse al crimen? Puta confiada. (Ríe) ¿Y cómo Duncan no habría de confiar en Macbeth si Macbeth peleó por Duncan? Y en la batalla arriesgó valerosamente su vida. Pero ahora sólo pelea por él y habrá que poner las barbas en remojo (ríe) o guardar las manos bajo el agua. Nadie escapa de la batalla de Macbeth. Y así como dispone palabras en mi boca, mueve mi cuerpo en acciones que mi cuerpo no quiere. Yo lo ayudé. Flaqueó a último momento y dejó sin borrar las huellas de su culpa, ¿o fue culpa de Duncan por ofrecerse al crimen? ¿Y quién paga ría esa culpa, de impreciso dueño, sino los guardias dormidos por la droga en el vino? No despertaron cuando murió el rey y del sueño pasaron a la propia muerte a manos de Macbeth. ¡Ah, sí!, la culpa imprecisa busca dueño y cuando no lo encuentra cae sobre cualquiera. Macbeth dio muerte a los guardias, indignado, fuera de sí, implacable en su dolor, al ver que compartían en ropas y dagas la sangre del rey. ¿Cómo resistir el impulso de su amor violento, ¡morir el rey y sus asesinos vivos!, quién hubiera podido contenerse? ¡Cierto, cierto! Son las palabras de Macbeth y nadie dude. ¡Son mis palabras! Las... (duda) mías... Los hijos del buen rey Duncan sobornaron a los guardias, está probado, y la línea flotante de la culpa se cierra como un círculo donde la culpa es feliz con varios dueños. Ellos instigaron el crimen de su padre. Vergüenza: ¿quién lanzó esta calumnia? ¡No es calumnia! En la mañana huyeron, ¡y la huida los acusa! El cadáver de nuestro bondadoso rey Duncan fue llevado al cementerio. Llorado fue. ¡Macbeth es rey!


Escena IV
Lady Macbeth y las brujas. Lady Macbeth sostiene un bastidor en su regazo. Absorta, ha dejado la mano con la aguja suspendida en el aire. De espaldas a los juegos pero mirando hacia ellos, en fila, tomadas de la cintura, las brujas se mueven cantando.
Las Tres: Pasos para acá pasos para allá atrás, atrás los juegos están ¡los juegos están!
Bruja 1: Hoy se nos antojó jugar. ¿Podemos, señora? ¡Señora!
Lady Macbeth: Pueden.
(Las brujas se abalanzan hacia los juegos con grititos, nerviosas risas de excitación)
Bruja 1: ¡Vení con nosotras, señora!
Bruja 2: ¡Tu mano está demasiado pensativa! (Ríen) ¡Que no lo sepa Macbeth!
Bruja 3: ¡Oh, cuánto placer da este trepar, hamacar y deslizar! (Rodean a Lady Macbeth)
Bruja 1: Vení, señora. Te abandonarán los pensamientos trágicos.
Lady Macbeth: Pueriles, dijo Macbeth. ¡Y yo no pienso! (Entre todas, insistiendo sin rudeza, casi tiernamente, la suben al tobogán) ¡No...! No... (En la cima, la empujan hacia abajo, ella cae blandamente)
Lastres: ¡Despertá, señora! ¡Jugá con nosotras!
LadyMacbeth: (despierta para mirarlas con enojo) ¡Basta!
Bruja 1: Bordabas, y no bordabas, con la aguja en el aire. Fue para despejarte, señora.
Lady Macbeth: Despejarme, ¿de qué?
Bruja 2: De algunas nubes negras. Pesadas, catastróficas.
Bruja 1: (rápida) ¡Pero ya pasaron! Hablemos de otra cosa. ¡Todas las noches hay banquete! ¡Qué magnificencia! ¿A quién se honra esta noche?
Lady Macbeth: A Banquo.
Bruja 2: ¡A Banquo! ¡Cuyos hijos serán reyes!
Bruja 1: (una mirada asesina. A Lady Macbeth) No tiene importancia.
Lady Macbeth: El banquete... Fue ayer. Ayer, ¿no? Banquo debía ser nuestro invitado principal. Siempre fue leal al rey Duncan, que murió, ¿lo saben?
Bruja 3: Con pena lo sabemos.
Bruja 1: ¡Con alegría por Macbeth!
Lady Macbeth: Banquo conversaba con Macbeth, ahora su rey, barón de Cawdor y de Glamis. ¿Y qué se leía en el semblante de Banquo? Ni pena ni alegría: recelo. Si sos rey, Macbeth, temo que jugaste muy sucio para ello, se leía en su semblante. Mostraba obediencia y respeto, ¡y acusaba a mi Macbeth! Quería partir para calumniarlo ante los nobles. ¿Qué se hará?, pregunté a Macbeth y él esperaba mi pregunta.
Bruja 1: La había puesto en tu boca.
Lady Macbeth: ¡Sí! Y apenas la puso, la hice mía. ¿Qué se hará?, con Banquo, con sus sospechas. «Sé inocente de este conocimiento, querida mía, hasta que puedas aplaudir la acción».
Bruja 1: ¡Cómo te cuida ese corazón amoroso!
Bruja 2: ¡Salve, Macbeth, que serás rey!
Bruja 3: ¡Salve, Banquo, cuyos hijos serán reyes!
Lady Macbeth: ¡Y cómo cuida a Macbeth mi corazón, no menos amoroso! Lo vi intranquilo, taciturno. Es rey y no goza de lo que tanto ha deseado. (Suenan unos golpes sordos. Lady Macbeth) ¿Campanas? ¿Quién tañe campanas a esta hora?
Bruja 2: No son campanas. Quizás alguien golpea un aldabón de trapo.
Bruja 1: (espía hacia afuera. Se vuelve) Señora, un invitado. Pero faltando a la cortesía, se invita descortésmente. ¿Invitación, pliego, tarjeta? Nada trae. Ninguna excusa y en lugar de la puerta atraviesa el aire.
(Aparece el fantasma de Banquo. Es una figura alta, de un sobrenatural volumen. Cuando habla, a veces lo interrumpe un ronquido, a veces termina sus frases con un jadeo estertoroso)
Banquo: ¿Me reconocés, señora?
Lady Macbeth: Te reconozco, Banquo. No sé cómo en tan breve tiempo cambiaste tanto, pero te reconozco. Son los huesos de Banquo los que están en esa envoltura tan extraña.
Banquo: Ya te explicaré el porqué, señora.
Lady Macbeth: Banquo, ¿no habías partido?
Banquo: Partí sin saberlo hacia un reino oscuro que aún no conocés, señora.
Lady Macbeth: ¿No explicaste que cabalgarías tomando quizás una o dos horas a la noche para retornar después y asistir al banquete? Qué accidente te ocurrió que nos privó de tu presencia en el momento en el que te esperábamos y aparecés ahora, cuando nadie te espera. ¿Lo sabe Macbeth?
Banquo: Ya me presenté ante Macbeth. Estuve en el banquete, aunque no comí ni bebí ni me senté a la mesa.
Lady Macbeth: ¿Fuiste vos quien turbó el ánimo de Macbeth, aunque nadie, salvo Macbeth, te vio?
Banquo: Fui yo, aunque nadie me vio, salvo Macbeth.
Lady Macbeth: ¿Y por qué eso?
Banquo: La acción que ignorabas ya está hecha. Y soy la prueba. Podés aplaudirla por lo tanto, como dijo Macbeth. ¡Aplaudí, señora! (Bate lúgubremente las manos)
Lady Macbeth: No es tu lúgubre aplauso el que voy a imitar. Torcés sus rectas intenciones. Macbeth se refería a conversar con vos, íntima y noblemente. Esa era la acción que prometía. Tu semblante lo acusaba, y él pretendía demostrarte su inocencia. ¡Ordenó un banquete para agasajarte!
Banquo: El agasajo insincero, en manos de Macbeth, es fatal traición, señora.
Lady Macbeth: Y el ingrato que considera insincero el homenaje franco, el don sincero, no merece recibir uno ni otro. ¡Fuera de aquí, traidor!
Bruja 1: ¡Con habilidad devuelve la pelota!
Lady Macbeth: ¡Fuera! Márchate a tus tierras y que nunca sepamos de vos. Y si tus tierras no te gustan, que te trague el mar, ¡un precipicio! Si envidiás a Macbeth, ¡el cementerio es tu lugar!
Banquo: No me tragará el mar ni un precipicio. Resido en una zanja, la cabeza hendida por veinte profundas puñaladas, la menor de las cuales bastaba para darme muerte.
Lady Macbeth: ¡Entonces, al cementerio! Pero no en una zanja.    ¡Bajo tierra!
Banquo: Un cadáver no se entierra a sí mismo.
Lady Macbeth: ¡Yo Te enterraré con mis propias manos! (Afloja el tono) Si de verdad estás muerto, si lo necesitás para tu descanso.
Banquo: ¿Para el mío o el de tu esposo? Ya no duerme. No por culpa de su crimen.
Brujas: ¡No uno solo sino muchos! ¡Como frutos!
Lady Macbeth: No duerme porque... No es fácil ser rey.
Banquo: Porque los hijos de Duncan se vengarán. Porque mi hijo, que pudo huir de la emboscada, se vengará.
Lady Macbeth: Justo es que un hijo vengue la muerte de su padre, pero no en carne inocente sino en la de sus asesinos. ¡Esos, esos que te sorprendieron con sus puñales, esos deben pagar!
Banquo: ¿Quién los mandó, señora?
Lady Macbeth: ¡Nadie que yo sepa!
Banquo: Un antojo de los asesinos entonces. Una diversión inocente.
Lady Macbeth: ¡Estás mintiendo!
Banquo: No dije nombre. ¿Mintiendo sobre qué o quién?
Bruja 1: Como siempre piensa en Macbeth, la embarró.
Lady Macbeth: (furiosa, a las brujas) ¡No he nombrado a Macbeth!
Banquo: Lo has nombrado, lo has gritado en el vapor de tu aliento. (Jadea)
Lady Macbeth: ¿Por qué jadeás? ¿No decís estar muerto? ¿Dónde se ha visto que los cadáveres jadeen como viejos con el catarro atragantado?
Banquo: En el reino mal habido de Macbeth, señora.
Lady Macbeth: ¡Llamaré a Macbeth! ¡Llamaré a los guardias...!
Banquo: Me cortarán el pescuezo. Pero ya lo tengo cortado, señora. Dudo de que con un nuevo corte salga sangre.
Lady Macbeth: No lo asustarás. No me asustarás a mí. Los espectros no hablan, aunque muevan la cabeza. No sé qué magia negra me obliga a escuchar tus palabras y te reanimó, cadáver. Envidiás a Macbeth, le deseás mal. ¿O estás vivo y te disfrazaste de muerto? Tené cuidado porque es un disfraz que no se arranca.
Banquo: El amor hacia Macbeth te hace delirar. Pero me has visto, como me vio Macbeth en el banquete, y estás tan pálida y trastornada como él, en el banquete.
Lady Macbeth: ¿Y cómo no estarlo si te presentás ante mí con ese aspecto? (Para sí) Banquo era de complexión avara, corta estatura. Siempre debía torcer el cuello hacia abajo para encontrar sus ojos, entonces leales.
Banquo: si era mezquino de cuerpo, la muerte engorda y engordan los gusanos que nos comen.
Lady Macbeth: (no lo oye. Cavilosa) Banquo sería capaz de renunciar a sus bienes en la tierra, a su sangre caliente, para perjudicar a Macbeth, para que corra la noticia de que asesinó al buen rey Duncan y contrató asesinos para Banquo...
Brujas: ¡Salve, Banquo, cuyos hijos serán reyes!
Lady Macbeth: No te vayas ahora. ¡Quédate aquí, fantasma! Quédate aquí, si sos Banquo, representación de Banquo o de la envidia. Llamaré a Macbeth y verás. (Grita con su graznido animal) ¡Macbeth! ¡Macbeth! (El fantasma de Banquo desaparece) ¿Dónde está?
Bruja 1: Humo, señora.
Lady Macbeth: ¿Por dónde se fue? ¿No lo vieron?
Bruja 1: Sólo vimos -oímos- que gritabas, señora.
Lady Macbeth: No atravesó puertas ni ventanas, como un mortal. Y si ya no era mortal -porque un cadáver no lo es- ¿cómo discurría? ¿Quién era?
Bruja 1: El crimen de Macbeth, señora.
Lady Macbeth: (inmóvil un momento. Luego ríe) ¡Otra vez! ¡Vaya insistencia! El niño Macbeth, con una honda, se entretiene volteando los pájaros a tiro.
Bruja 1: En los hombres, el puñal es buen reemplazo e igualmente eficaz.
Lady Macbeth: (absorta) ¡Cuántos caen sobre mí...! (Mira a la bruja) ¡Qué observación maligna! ¿Pero quién es este señor que mata y mata? ¿O habrá deleite en ser asesinado por Macbeth?
Bruja 1: Basta de eso, señora.
Lady Macbeth: Ustedes vieron esa criatura horrible que decía ser Banquo, ¿verdad?
Bruja 3: Su espectro vimos. Somos brujas.
Bruja 1: Clarividentes. Atravesamos piedras con la mirada. Túneles y montañas. Ningún esfuerzo nos requiere mirar sea lo que fuere, sólidos o líquidos.
Lady Macbeth: Pero si sólo el asesino padece el castigo de ver el espectro de su víctima, ¿por qué yo lo vi? (Silencio de las brujas)
No tienen para mí conjuros ni profecías. ¿Tampoco respuestas? (Silencio. Toma el rostro de la Bruja 1 entre sus manos. Convincente, con falsa dulzura) Brujita, ¿no hay una respuesta para mí?
¿Cuál es? ¿Mi amor por Macbeth me hace cómplice? (La deja) Macbeth no mataría a nadie sin razón. Las razones se fabrican, señora, ¿es lo que van a decirme? ¿Que Macbeth imaginó traiciones, fraguó agravios, supuso deslealtades? Justas razones si... si fueran ciertas... para suprimir al enemigo. ¿Pero quién decide el grosor del agravio, el filo entre la traición y el derecho, la justicia del poder que nos pertenece? Sólo un alma noble. ¿Qué pudo decidir un alma noble pero perturbada como la de Macbeth? (Absorta) Temo... (A las brujas. Furiosa y desesperada) ¡Quiero un conjuro! ¡Quiero un conjuro que me vuelva inocente!

Escena V

Las brujas.

Brujas: Que arda el fuego y que hierva el caldero que aumente la fatiga y la confusión que arda el fuego y que hierva el caldero ¡Macbeth, cuídate de Macduff!
¡Macbeth, cuídate del barón de Fife!
Bruja 2: Yo no contestaré más las preguntas de Macbeth.
Bruja 1: Las contestaremos torciendo las respuestas a su agrado.
Bruja 3: Sí. De otro modo, ¿cómo? Macbeth es dueño de todas las preguntas, ¿y quién queda mudo ante la pregunta de un rey?
Lady Macbeth: (entra, la oye) ¿Qué preguntaba Macbeth?
Bruja 2: ¿Estás repuesta, mi señora? ¡Oh, qué alegría!
Lady Macbeth: ¿Qué preguntaba?
Bruja 1: Ah, mi señora. No debés saber lo que sólo es asunto de Macbeth y del infierno.
Lady Macbeth: ¿Cómo? ¿Del infierno?
Bruja 1: Del cielo, digo.
Lady Macbeth: (sonríe vagamente) Y entre el cielo y Macbeth, ¿qué papel representan?
Bruja 2: ¡El del infierno!
Bruja 1: (le pega un codazo) Sólo el de responder las preguntas de Macbeth. Y augurarle venturas, que merece y desea.
Lady Macbeth: ¿Sí? Su cerebro está ofuscado. De verdad las necesita... las venturas.
Bruja 2: (apresurada) Como cualquier otro. No. Más que cualquier otro. (Se embrolla) Menos que cualquier otro. Bueno, las necesita porque es Macbeth. (Mirada desesperada a las otras) ¡Menos y más que Macbeth! (La Bruja 1 le tapa la boca)
Lady Macbeth: El hijo de Duncan se apresta a combatirlo. Macbeth requirió la presencia del noble Macduff, lo quería a su lado. Envió un mensajero a su castillo, pero nuestro mensajero fue despedido con un rotundo «no». Ahora Macbeth también tiene la preocupación por Macduff, que se ve bien es un traidor. Aunque, entre la traición y el derecho... (Reacciona) ¿Sobre Macduff les preguntaba?
Bruja 1: Sí, sobre Macduff y la guerra.
Lady Macbeth: ¿Lo han tranquilizado?
Bruja 1: Oh, sí, muchísimo.
Bruja 2: Macduff es un cero a la izquierda. Si se corre a la derecha, no sumará.
Bruja 1: Porque le dijimos a Macbeth, consulta con el caldero mediante, que ninguno a quien una mujer haya dado a luz, podrá dañarlo.
Bruja 2: Que Macbeth no será derrotado en ninguna batalla hasta que el gran bosque de Birnam suba en son de guerra al elevado monte de Dunsinane.
Bruja 3: Y dijo Macbeth: ¿quién podría movilizar un bosque, ordenar a los árboles que se desarraiguen?
Bruja 2: ¡Dulces predicciones!
Bruja 1: ¡Mucho!
Lady Macbeth: Aunque un rey debiera sospechar cuando a sus preguntas sólo hay buenas respuestas.
Bruja 1: ¿Qué pasa, señora? No te pongas a cavilar después de estas noticias. Para que te alegraras te referimos lo que aún es secreto, salvo para Macbeth. Contrariamos nuestra naturaleza al darte cuenta de lo que sucedió en una caverna sombría, con un caldero donde cocinamos ojo de lagartija y pulgar de rana, pelos de murciélago y lengua de perro, aguijón de culebra...
Bruja 2: (la interrumpe) ¡Tantas cosas!
Lady Macbeth: Para dulces predicciones, ¿tal caldero?
Bruja 2: La perversidad lo necesita, señora. ¡Que arda el fuego y que hierva el caldero!
Bruja 1: (le pega un codazo) Es la costumbre de las brujas cocinar tales basuras. Perdón.
Bruja 3: (con una voltereta) ¡Perdón si somos buenas! ¡Perdón si somos malas!
Bruja 1: Con vos, sólo lo primero, señora.
Lady Macbeth: Entonces, ¿el poder de Macbeth ya no desconfía de Macduff?
Bruja 1: Oh, sí, desconfía mucho menos.
Bruja 2: Y mucho más. Porque cuando terminó nuestro conjuro, llegó la noticia, no conjurada, de que Macduff huyó a juntarse con los enemigos de Macbeth.
Lady Macbeth: Y Macbeth se encogió de hombros, ¿verdad? Nadie le hará daño. Su grandeza pasa sobre el miedo como el viento sobre las espigas. Y como el viento, se aleja de las espigas que en lugar de dar fruto se secaron.
Bruja 1: Otra es su idea, señora. Macbeth tomará por sorpresa a Macduff, se apoderará de Fife, pasará a degüello a su esposa, sus hijos y a todos los infortunados que pertenezcan a su linaje. ¡No perdonará ni a los criados!
Lady Macbeth: ¡Macbeth, mi Macbeth no hará eso!
Bruja 1: ¡Tu Macbeth no! Pero su Macbeth, el que está en la ambición de Macbeth, sí.
Lady Macbeth: ¡Brujas malditas! Que lanzan predicciones para enturbiar los ánimos serenos. «¡Salve, Macbeth, rey que serás!» Lo enceguecieron. Él no lo pensaba. Jamás lo habría pensado mi Macbeth, y menos cuando regresaba de la batalla, contento de haber luchado y vencido por nuestro buen rey Duncan. Si se manchó las manos con sangre fue porque lo enceguecieron esa noche quitándole la sensatez. Perdió el juicio. ¡Hasta imaginó un puñal en el aire que lo guiaba hacia la cámara de Duncan y lo impelía a clavárselo en el pecho!
Bruja 1: ¿Y qué sensatez perdió para Banquo, señora? ¿Qué imaginó? ¿Tres asesinos en el bosque?
Lady Macbeth: ¡Lo enceguecieron!
Bruja 2: ¿Tantas culpas sobre nuestras espaldas?
Lady Macbeth: ¡Y ahora Macduff y la mujer de Macduff y sus hijos! ¡No lo creo! ¡Si incubaron esos pensamientos en la cabeza de Macbeth, matará esos pensamientos como a piojos! Podrá ser cruel con sus iguales, pero jamás tocará Macbeth el cabello de un niño. Sabe que si toca a un niño será rechazado hasta por el mismo infierno.
Bruja 1: oh, señora, no exagerés. Los niños son tocados desde antiguo.
Bruja 2: Su ingenuidad me conmueve. Vive en una pecera y cree que es el mundo.
Bruja 3: ¡Donde el único pez es Macbeth!
Bruja 1: Cálmate, señora. ¿Querés ver lo que ocurrirá?
Lady Macbeth: Sí, quiero ver lo que no ocurrirá. Muchos errores ha cometido Macbeth, y por esos errores paga con su sueño. Si hoy es el mañana y el ayer, jamás en el tiempo obrará Macbeth la muerte de la esposa de Macduff y menos de sus hijos. ¡No es un carnicero, mi Macbeth! Sólo un hombre con ambiciones. Si alguien tiene culpa, soy yo, que no supe detenerlo.
Bruja 1: ¡oh, lo defiende a capa y espada! Cuánto disculpa un corazón amante.
Bruja 3: ¡Con qué generosidad sin tino!
Lady Macbeth: ¿Sin tino? Nunca mejor usada. Yo no soy generosa. No disculpo siquiera.
Bruja 3: Si lo decís...
Lady Macbeth: Sólo comprendo.
Bruja 1: Mucho a Macbeth: nada del resto. ¡Ah, señora! Que tu comprensión te ayude. ¿Querés ver la carnicería que acometerá Macbeth con la familia de Macduff o dudás de tu entereza?
Lady Macbeth: ¿Dudar de mi entereza? Sólo fallará si me hacen víctima de un sortilegio y me encantan como para contemplar lo que Macbeth jamás hará.
Bruja 1: El tiempo es un continuo. Ya lo hizo Macbeth y lo hará.
Bruja 2: Y no tenemos poder sobre lo hecho.
Lady Macbeth: (se sienta, desafiante) ¡Que venga la venganza de Macbeth contra Macduff! Ha sido desleal, pero la venganza de Macbeth será la de un amigo. «No te siento a mi lado porque estoy resentido de tu mirada menos amorosa hoy que otros días». «Porque me temiste como para huir y yo te amaba». Eso dirá Macbeth cuando encuentre a Macduff. Y además, ¿por qué Macbeth sería tan cruel, cometería esos crímenes si le han prometido que nadie parido por mujer le causará daño?
Bruja 1: Mejor asegurarse, y Macbeth se asegura.
Bruja 2: Quiere que la seguridad sea dos veces segura aliándose con el destino.
Bruja 1: Vos decidirás, señora, si lo que vas a ver es sortilegio o realidad. ¿Estás dispuesta?
Lady Macbeth: Sí. Porque ya sé que es sortilegio.
Bruja 1: Callate, mi señora, y no dejés que lo que no querés ver te impida contemplar lo que verás.
(Las brujas actúan la escena en el castillo de Macduff. Toman los roles de Lady Macduff, de Ross, del hijo de Macduff, del mensajero y del asesino. Los representan con obvio artificio pero apegadas al rol)
Lady Macduff: ¿Pero qué ha hecho mi esposo para huir así?
Ross: Paciencia, señora.
Lady Macduff: Él no la tuvo. ¡Qué locura su partida! Su miedo nos hace aparecer como traidores cuando no lo somos.
Lady Macbeth: ¡No lo son! ¿Han visto?
Ross: Hasta qué punto es miedo o es prudencia...
Lady Macduff: ¿Prudencia dejar a su esposa, dejar a sus hijos, sus bienes y su casa en un lugar del cual él mismo huye? ¿A eso llamás prudencia? No, falta de sentimientos. No nos quiere. Esa es la razón.
Ross: Tu enojo te extravía. Macduff es un hombre noble, prudente, y conoce las convulsiones de esta época donde un corrupto se sienta en el trono y un sabio honesto es corrido en la calle y termina mal a veces. Me voy, señora. Seguir aquí sería mi desgracia y tu pesadumbre. (Al niño) Que Dios te bendiga. (Falsa salida)
Lady Macbeth: (desafiante) ¿Dónde están los asesinos? ¿Dónde la sangre? Sólo Lady Macduff en su corte, preocupada. Y por Macduff que no obró bien.
Bruja 1: ¡Sssss!
Lady Macduff: Aun teniendo padre, no lo tiene. Niño mío, tu padre ha muerto. ¿Qué harás ahora, cómo vivirás?
Niño: Viviré como los pájaros, señora.
Lady Macduff: ¿Ah, sí? ¿De insectos y lombrices?
Lady Macbeth: (ríe) ¿Oyen? Macduff los abandonó y llegará la mano clemente de Macbeth para ayudarlos. (Ríe) ¡Insectos y lombrices!
Bruja 1: Callate, señora. Y menos rías.
Niño: Aunque afirmés lo contrario, mi padre no está muerto.
Lady Macduff: Sí, lo está para nosotros, niño mío.
Niño: ¿Es un traidor?
Lady Macduff: Sí.
Niño: ¿Qué es un traidor, madre?
Bruja 3: (ahueca las manos junto a la boca, susurra) ¡Macbeth...! Macbeth...
Lady Macduff: Alguien que jura en falso y miente. Cada uno que lo hace es un traidor y debe ser colgado.
Niño: ¿Deben colgar a todos los que juran en falso?
Lady Macduff: A todos.
Niño: ¿Y quién se encargará de ahorcarlos?
Lady Macduff: Pues los hombres honestos.
Niño: Entonces, los perjuros y mentirosos son idiotas. Hay perjuros y mentirosos suficientes como para derrotar a los hombres honestos ¡y ahorcarlos a todos!
Lady Macduff: (lo abraza) ¡Ah, mi pobre monito! ¿Cómo vas a arreglarte sin un padre?
(Falsa entrada del Mensajero)
Mensajero: ¡Dios te bendiga, señora! No me conocés, pero yo conozco tu posición. Te amenaza un gran peligro. Si querés seguir el consejo de un hombre humilde, que no te encuentren aquí. Tu salvación exige que abandonés ya mismo este lugar y que tus hijos lo abandonen. ¡Huí, señora! Soy muy rudo al asustarte de este modo pero peor sería la feroz crueldad que te amenaza. ¡Que el cielo te proteja! No me animo a quedarme aquí por más tiempo. (Finge salida)
Lady Macbeth: ¡Oh, falso mensajero! ¡No le prestes oídos!
Lady Macduff: ¿A dónde huir? ¿Por qué? No he hecho daño a nadie.
Lady Macbeth: ¡Y Macbeth no te hará daño!
Lady Macduff: Sin embargo recuerdo que en este mundo hacer daño es a veces loable y hacer el bien es a veces tomado por locura peligrosa. ¿De qué me sirve, entonces, esta defensa femenina de decir: no he hecho daño a nadie?
Bruja 1: ¡La pobre mujer habla ya como víctima!
(Las brujas imitan sonidos ahogados de gritos y llantos. Falsa entrada del asesino)
Asesino: ¿Dónde está tu esposo? El traidor Macduff.
Lady Macduff: En ningún sitio lo suficientemente maldito como para que alguien de tu calaña pueda encontrarlo.
Asesino: Es un traidor.
Niño: ¡Estás mintiendo, canalla hirsuto, alimaña peluda!
Bruja 3: (explicativa, saliendo de su papel) Tengo pelo, mucha barba.
Asesino: ¿Qué te has creído, gusano? (Lo apuñala) ¡Semilla de traidor!
Lady Macbeth: (se incorpora violentamente) ¡Asesino!
Bruja 1 ¡No interfieras! ¡Sentate, señora!
Niño: ¡Muero, madre! ¡Huí, por favor! ¡A salvo, a salvo...! (Muere)

Lady Macduff: ¡Asesino, asesino! (Trata de huir) ¡Al asesino!
(El asesino la persigue, la toma de los cabellos y le da muerte)

Bruja 2: ¡Fin!
(Todas saludan hacia Lady Macbeth)

Bruja 1: ¿Qué te ha parecido, señora? ¡Hablá!
Bruja 3: (resentida) No ha aplaudido.
Lady Macbeth: (sonríe indecisa) Lo inventaron.
Bruja 1: Ya está hecho, señora. Vos lo viste.
Lady Macbeth: ¿Por quiénes lo vi? (Señala) Vos eras Lady Macduff, y vos el niño, y vos el asesino. ¿Cómo creer veraz una representación tan torpe?
Bruja 2: Sin embargo, no estuvimos tan mal. (Ofendida) ¿Acaso no éramos convincentes?
Lady Macbeth. ¿Convincentes? Tan poco lo fueron que no alcanzaron realidad ni me tocó sortilegio ni magia si las hubo. Mucha imaginación se necesita para creer en esos crímenes. ¿Dónde están los cadáveres? ¿Dónde la sangre? Me lavaré los ojos y se borrará la visión, que es más bien cómica.
Bruja 1: Si no nos creés, dejá que el tiempo ponga las cosas en su sitio.
Lady Macbeth: ¿Cuál?
(Largo silencio)

Bruja 1: Mírate las manos, señora.
Escena VI
Lady Macbeth y las brujas.

Lady Macbeth: ¿Por qué todo el mundo acusa a Macbeth sin pruebas? Cuando murió Duncan, para salvar a Macbeth, yo embadurné con su sangre los rostros de los guardias y coloqué las dagas desenvainadas a sus costados. ¿Era yo o era la mujer que amaba a Macbeth? Después, mi acto se borró y esas -la sangre en los rostros, el filo enrojecido de las dagas- fueron las pruebas verdaderas del crimen. ¡No hubo otras! Macbeth estaba limpio, con sus ropas de dormir yacía a mi lado, sumido en un sueño que después de esa noche nunca más tuvo. Todos dormían, Duncan, los hijos de Duncan, los guardias borrachos como esponjas, mi señor a mi lado. Y todos despertaron de golpe, hasta los muertos. Macbeth saltó del lecho. Dijo: Me pareció que oí una voz gritando: ¡No duermas más! ¡Macbeth asesina al sueño! ¡Macbeth no dormirá más!
Bruja 1: Macbeth es, a pesar de sus errores, un alma tierna. Vendrán épocas de crímenes felices, donde el poder ignorará las muertes que ocasiona. Las decidirá sin imaginarlas y sin perder el sueño.
Lady Macbeth: Arduo es no dormir si el sueño no da respiro a la conciencia. Por suerte la mía está detrás de una puerta de hierro, mil cerrojos, y mi amor por Macbeth no dejará que la atraviese. ¿Qué no haría yo por él? (Toma un espejo pero no se mira) Pálida y trastornada, dijo Banquo o su espectro. Y dijo: tu amor por Macbeth te hace delirar. ¿Deliro? ¡Ah, sí! Esta es mi lengua, no la lengua de Macbeth. ¿Por qué ya no pone palabras en mi boca? Entonces, ¿qué se puede esperar de esta lengua sino despropósitos? (Con cautela alza el espejo, lo mira oblicuamente, a la distancia) Espejo, mostrame agua de mar donde perderme o nacer de nuevo. Así... tal vez... (Lo arroja. Reprime el gesto de mirarse las manos) ¡Qué extraño impulso! (Ríe) Una voz me llama para obligarme a salir de mí misma. ¡Señora, señora!, dejame salir de vos, aquí me asfixio como un animal encerrado en un sótano. (Recorre su pecho con las uñas) ¿Por eso araña, rasca las paredes? ¿ Por eso sufre? (Ríe) ¿Y qué me atañe? ¡Nunca nos conocimos! Estuvo callada tanto tiempo como para creer que no existía. Sin embargo, esa desconocida me turba y la deseo. Por qué, si me aterra más que Banquo o su espectro, o la sangre de la mujer de Macduff y de sus hijos. ¿Quién soy? ¿Cuál mi naturaleza? ¿Acaso soy un hombre y sólo llevo vestidos de mujer para que mi aquiescencia se finja lícita, natural, y con este disfraz de mis vestidos acompañe, sin sonrojos de hombre, sin orgullo de hombre, el poder de Macbeth? ¿O soy mujer y aun siendo mujer deseo el poder de Macbeth, que si fuera mío no sé si habría sido diferente del suyo? La yo misma lo sabe. ¡Oh, qué terror! Ahí está, con aires de extranjera. ¡Esta yo misma se olvidó de mi amor por Macbeth! El asesino. ¡No el asesino! Tampoco el ladrón ordinario, ni el ladrón extraordinario que de los bienes de los vencidos se apropia. (Ríe) ¿O sí lo es, asesino y ladrón? Macbeth, el impiadoso, que nunca atendió otro reclamo que el de su propio poder. Por la fe de tus amigos llegaste al trono ¡y qué fácil traicionar! Comparto su poder, si bien como sirvienta. Y cuando el crimen era nuevo, ese compartir de sirvienta me parecía poco, el hombre que se oculta bajo mis vestiduras quería el trono sólo para mí. ¿Y ahora qué quiero? (Esboza el gesto de mirarse las manos, las junta apretadamente. Con odio) Esa yo misma sólo vive si reniega de Macbeth. (Ahuyenta con los brazos) ¡Fu, fu! No voy a hacerlo. Que se vaya esa extranjera, que estuvo siempre ausente y a quien se le ocurre aparecer ahora. ¡Fuera, traidora a Macbeth! ¡No te dejaré hablar! Cruel adefesio, ¡tus palabras son más crueles que los crímenes de Macbeth!
Bruja 1: Extraño comportamiento el de nuestra señora.
Bruja 2: Si no es ella misma la que vemos, ¿quién es esa otra con la que delira?
Lady Macbeth: (se tapa los oídos) ¡Basta! ¡Háganla, callar!
Bruja 1: Sufre mucho.
Lady Macbeth: (sonríe vagamente. Atiende, luego susurra) ¡Se asustó...! Ya no habla... Ya no rasca las paredes del sótano...
Bruja 1: Mejor, señora.
Lady Macbeth: Macduff tenía una esposa.
Bruja 1: Así es.
Lady Macbeth: ¿Dónde está ella ahora? (Alza los puños hacia su rostro. Abre la mano izquierda y mira) No me salpicó su sangre. Pero... pero Macduff tenía hijos. ¡Coraje! (Lentamente abre el puño derecho, mira) Y la sangre de los hijos de Macduff me salpica. La muerte que vi del hijo de Macduff... ¡Con qué inteligencia discurría ese niño! ¡Oh, cuánta ira después en ese rostro avasallando el miedo! ¡Cuánto reproche! ¿Cómo aguantaré ese reproche?
Bruja 1: Sólo era una representación, señora, lo dijiste. Y más bien cómica.
Lady Macbeth: ¿Representación? (Señala a Bruja 2, que representó al niño) ¡Ahí está! Con mejillas de melocotón y miembros frágiles. ¡Señor, cuánta ira hay en ese rostro! ¡No me acusés! (Va hacia ella, se abraza a sus piernas)
Bruja 2: ¡Hermanas, sáquenmela de encima!
Lady Macbeth: No... no... Sólo quiero abrazarte, que el abrazo... borre... (incorporándose, le aprieta la cabeza contra ella) Ocultá, ocultá el rostro...
Bruja 3: (resignada) Lo oculto, señora. Si calma tu desdicha...
Lady Macbeth: No pienso en mi desdicha sino en la tuya... (Dulcemente) ¿Cómo vino la muerte? ¿Fue cruel la herida en tu pequeño pecho?
Bruja 2: (con fastidio) Y sí, señora, ¿qué pretendés? Y la muerte misma era desagradable: un esqueleto que en la mano derecha empuñaba una hoz.
Lady Macbeth: ¡Oh, qué imagen terrible para un niño! Pero ahora estás en el cielo, ¿verdad? Ahí, sin juicio, van los inocentes.
Bruja 3: Sí, señora, estoy en el cielo. Contentísima. Digo contentísimo.
Los ángeles vuelan a mi alrededor. Bebo néctar y me distraigo contando las nubes. ¡Una, dos, tres...!
Lady Macbeth: ¿Y por qué entonces me mirás con reproche?
Bruja 1: (se acerca) Dejalo con sus nubes, señora. No lo perturbes.
Lady Macbeth: ¡Me acusa!
Bruja 1: sólo es un niño. Si el cielo es caprichoso en concedernos sus favores, el alma de un niño en el cielo lo es más.
Lady Macbeth: (la mira con desconfianza. Extiende la mano) ¿Y esta mancha?
Bruja 1: También un capricho de la culpa, señora.
Lady Macbeth: Una mancha... La he frotado y frotado...
Bruja 1: Ya se irá.
Bruja 3: Esa yo misma la enferma.
Lady Macbeth: ¿Cuándo? ¿Cuando el sol sea la tierra? ¿Cuando las garrapatas chupen la eternidad del cielo? ¡Fuera, maldita mancha! Me lavé las manos. Me lavé las manos. ¡Y aún queda aquí el olor de la sangre! Todos los perfumes de Arabia no podrán perfumar esta pequeña mano. ¡Que deje de mirarme el hijo de Macduff!
Y vos, Macbeth, tampoco me mires. Lavate las manos, cambiá tu vestidura por las ropas de dormir que justificarán tu inocencia, recuperá el sueño al que asesinaste. No estés tan pálido que no hay castigo para los poderosos... Siempre encuentran razones. O sea: yo lo ordené -el crimen- porque era necesario para el bien del Estado, o no lo ordené y alguien osó asesinar por cuenta propia. Y si aparecen cadáveres en una zanja o en el río, de esa acción soy inocente porque mi poder no la ordenó. (Ríe) ¡Ya sé hablar como vos, Macbeth! ¿No merezco una recompensa? Ssss... ssss... Sólo tu nombre tengo. Y el de paloma que me das cuando... la complicidad del amor... o del crimen... nos... ¿Me elijo un nombre, Macbeth? ¿Puedo? (Ríe) ¡No te asustés, paloma! ¡Paso, paso del nombre! Me basta Lady Macbeth, esposa del rey Macbeth. Vamos, vamos, dame la mano. Mostrá una cara menos hosca, que una cara tan oscura ahuyenta la dicha. ¡Ahuyentada está! Se escondió en el infierno donde vive más feliz. Lo que está hecho, no puede ser deshecho. Vamos, vamos. Si te portás sensatamente, sin matar pajaritos, dormirás, vendrá el sueño. Vamos, vamos. No te quedés tan solo. Dame la mano. ¡Ah! ¡Qué asco la mía!, tiene una mancha. ¿Por eso no querés que...? Ah. Ah. Te topo con la cabeza como una bestia a su cría. Así... Vamos, vamos... Al lecho, al lecho, al lecho...
Bruja 3: Confunde el suelo por lecho.
Bruja 1: Y delirio por razón. Y como el delirio es tan impredecible, a veces acierta.
Bruja 2: ¡Qué trastornada está!
Bruja 1: Y lo estará más cuando se entere de que con poca resistencia, salvo la de Macbeth, fue tomado el castillo.
Bruja 2: ¿Qué castillo?
Bruja 1: El nuestro. Digo, el de Macbeth.
Bruja ni: ¿Cómo? Si Macbeth no debía temer ruina ni muerte hasta que el bosque de Birnam se avecinara en son de guerra.
Bruja 1: ¡Simple! Cada soldado cortó una rama en el bosque de Birnam y se disfrazó de árbol que camina.
Bruja 3: ¡Ocurrente!
Bruja 2: Macbeth podría haber sido más astuto y preguntarse si nuestra predicción no encerraba alguna trampa. No hay como decirle una mentira lisonjera a un rey para que lo tome por verdad.
(Se oye un lamento de Lady Macbeth)
Bruja 1: Y todavía no sabe lo peor.
Bruja 3: ¿Cómo? ¿Peor sobre lo pésimo?
Bruja 2: Macbeth, tan confiado en llevar una hechizada vida, murió a manos de Macduff.
Bruja 3: ¿Cómo? ¿Si nadie que hubiera dado a luz una mujer podía dañarlo?
Bruja 1: Macduff fue arrancado del vientre de su madre. Ya sin vida, su madre no pujó.
(Se oyen quejidos de Lady Macbeth)
Bruja 2: ¡Qué lamentos! Parte mi corazón el suyo, tan dolorosamente abrumado.
Lady Macbeth: ¿Acaso no puede sanar la mente enferma arrancar una angustia arraigada en la memoria y con un dulce antídoto de olvido aliviarnos este cargado pecho de materia tan peligrosa como la que pesa en mi corazón?
Bruja 1: En estos casos, el paciente debe ayudar a su propia mejoría.
Lady Macbeth: ¿Y qué es lo que deseo? Sobre todo esta mancha...
Bruja 1: Bien, señora, bien.
Bruja 2: Que así sea.
Bruja 1: Señora, como no es grato verte así, grato será, con tu colaboración y nuestros medios, aligerarte de tus pesadillas. (Saca un frasquito) ¿Querías un dulce antídoto de olvido? En esta pócima reside.
Lady Macbeth: ¿Y se me quitarán las manchas de las manos?
Bruja 1: Enteramente.
Lady Macbeth: ¡Mirá, mirá! No es una mancha común. ¡Se hunde en la carne, hiere el hueso!
Bruja 1: No te preocupés. El hueso quedará blanco como una roca lavada por la lluvia. Este frasco contiene jugo de raíces, raíces secretas hervidas treinta veces. Un sorbo da consuelo, otro excusas tan firmes como la verdad, y el tercero, si es necesario, total, perfecto olvido.
Lady Macbeth: ¿Y con entrega absoluta, amaré de nuevo a Macbeth? ¿Lo ayudaré y mi ayuda no tendrá el nombre de complicidad sino de amor? ¿Consentirá mi señor que traiga niños pobres a la mesa?
¿Y me será siempre extraña esa yo misma que deseo y me aterra?
Bruja 1: Lo que quieras, señora. Te podemos augurar, y firmemente, que no tendrás inquietudes, dudas, terrores.
Lady Macbeth: ¡Dame, dame! ¡Que sólo por esta mancha, si se borra, estoy dispuesta a tragar el océano! (Bebe. Se lleva la mano a la garganta) ¿Qué me has hecho beber, Bruja maldita?
Bruja 1: El olvido, señora. ¿Acaso no lo querías?
Lady Macbeth: ¡No este! La mancha... ¡aún la tengo...!
Bruja 1: Ya se borrará, señora.
Lady Macbeth: ¡Quema!
Bruja 2: ¿Qué hiciste, hermana? ¿Por qué?
Bruja 1: Porque su espíritu es un sube y baja, una hamaca, un tobogán del que se arroja como tonta.
Bruja 2: Morirá.
Bruja 1: Si no murió. Es su destino. No quería ser cómplice y lo fue. Debía ser yo misma y no lo fue.
Lady Macbeth: Si hoy es el mañana... verás... Seré... seré...
Bruja 1: ¡Tarde, señora! Como a todos, te tocó vivir en la brecha del tiempo simada entre el pasado y el futuro. En esa brecha te equivocaste, ¡y de qué manera, señora! Traición y desperdicio.
Lady Macbeth: ¡Quema! ¿Qué me diste?
Bruja 1: Lo que pedias. Pero podes morir no envenenada.
Lady Macbeth: ¿Sí, sí! ¿Cómo? ¡Dame un antídoto!
Bruja 1: ¿Antídoto de antídoto? No, señora. Sé más sutil. Si hoy es el mañana, te diré, sin veneno, que vendrán mujeres tan reinas como vos pero sin la razón turbada.
Bruja 2: Reinas pobres, reinas mendigas.
Bruja 1: Delante del palacio, se amontonarán para gritar (grazna como lo hacía Lady Macbeth) ¡Macbeth!, ¡Macbeth!, que vivirá Macbeth aún.
Lady Macbeth: Mi Macbeth... ¿vivirá?
Bruja 1: ¡Oh, tonta, tonta! ¿Con el último aliento, aún lo invoca. En el mañana, esas sabrán que es un grito de furia. ¡Macbeth! ¡Macbeth!, contra el tirano la furia, mi señora.
(Un silencio)
Bruja 2: Creo que no te escuchó. Ya está muerta.

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