18/2/15

RESUMEN DE ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DEL POEMA LÍRICO, LIBRO DE HELENA BERISTÁIN

RESUMEN DE ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DEL POEMA LÍRICO, LIBRO DE HELENA BERISTÁIN*

Orientaciones recientes de la poética
Debido al desarrollo de la lingüística, es fundamental tener claro el concepto de función lingüística, ya que éste permite que podamos deslindar campos tanto del discurso figurado como de la lengua en su función poética y otros… además de que nos da la oportunidad de distinguir los niveles de la lengua. Por lo anterior, a continuación definiré algunos de los conceptos mencionados.
Función lingüística: (son tres: expresiva, apelativa/conativa y representativa o referencial). Resultan de la relación entre el que habla, el que escucha y lo hablado.
Nivel del discurso: Los niveles del discurso son planos horizontales, superpuestos y paralelos que estructuran la lengua, se presuponen mutuamente, y constituyen nociones imprescindibles para el análisis del mismo discurso, según Benveniste.
Es necesario, en este punto, señalar la importancia de los estudiosos del Círculo Lingüístico de Moscú (Jakobson, Trubetzkoy y Bogatirev), de la Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético (Opoiaz) (Shklovski, Eijenbaum y Tinianov) y del Círculo de Praga (Mathesius, Havránek, Trnka, Mukarovski, Vachek, más Jakobson, Trubetzkoy y Bogatirev, Brik y Propp, etcétera) en cuyos criterios lingüísticos y estéticos está sustentada esta nueva forma de acercarse a la obra literaria del siglo XX.

El discurso figurado
El discurso figurado puede considerarse como rasgo de literariedad cuando forma parte de un texto literario pero si cumple una función diferente, puede formar parte también de una función no poética. Ejemplos de esto último tenemos en la propaganda comercial, en los chistes, etcétera. Su función, en dichos casos, es acercar al público un asunto por medio de volverlo familiar, hacerlo comprensible y memorable. También se usa para persuadir o disuadir acerca de algo al receptor del discurso: conmoviéndolo, moviendo sus pasiones y sentimientos, despertando su interés o simpatía…

Factores de la comunicación y funciones de la lengua
Para estudiar un texto literario es necesario que, antes que nada, lo identifiquemos como tal. Esto lo hacemos no sólo localizando el lugar que tenga dentro de él el lenguaje figurado, sino también a partir de otras dos consideraciones: de la función lingüística que se revela como realizada en dicho texto, y de la función social cumplida por el texto en su contexto histórico-cultural.
En un texto artístico o literario, la función lingüística que cumple el lenguaje es la función poética.
Fue Roman Jakobson quien desarrolló más completa y pormenorizadamente esta teoría. De manera paralela, otros grupos realizaban sus propios estudios; algunos discípulos de B. De Courtenay estudiaban teoría del lenguaje, mientras otros se interesaban en el lenguaje de la poesía o de la literatura en general. El grupo de “los formalistas rusos” se ocupó del método y de las unidades constitutivas y de los procedimientos de construcción de las obras literarias, aunque también atendió problemas de la evolución literaria y de la relación entre literatura y sociedad.
Según Jakobson, cada uno de los factores implicados en la comunicación verbal genera, respectivamente, cada una de las funciones lingüísticas:
Contexto Referencial
Hablante-Mensaje-Oyente Emotiva-Poética-Conativa
Contacto Fática
Código Metalingüística

El referente o contexto da lugar a la función referencial, que se cumple al referirse el lenguaje al objeto de la comunicación lingüística, esto es, al referirse a la realidad extralingüística. La función referencial está orientada hacia el referente, por lo que el mensaje referencial suele poseer ciertas características, principalmente la univocidad, el desarrollo de una sola línea de significación, que procura una única posibilidad de lectura.
El modo referencial es el de los discursos científicos (ensayos, tratados, conferencias, cátedra) y del artículo periodístico, la noticia, el informe, la carta. Como responde al propósito de transmitir una información, se trata de un lenguaje reflexivo, cuidado, explícito, unívoco, preciso, claro, conciso, que evita por igual repeticiones innecesarias, reticencias y ambigüedades.
El factor emisor (hablante o destinador) da lugar a la función emotiva, la cual transmite los contenidos emotivos mediante signos indicadores de la primera persona que lo representa. El uso de las interjecciones es un ejemplo de esto.
El factor receptor, al ser exhortado, da lugar a la función conativa. Dicha función constituye un toque de atención orientado hacia el receptor con el objeto de actuar sobre él mediante el mensaje. Tenemos un ejemplo de esto en el vocativo y el imperativo.
El factor contacto da lugar a la función fática de la lengua, que se realiza cuando el emisor establece, restablece, interrumpe o prolonga su comunicación con el receptor a través del canal que es el medio de transmisión del mensaje: tanto la conexión psicológica que se instaura entre ambos protagonistas del acto de comunicación, como el canal acústico, óptico, táctil o eléctrico, químico, físico, etcétera.
El factor código da lugar a la función metalingüística. El código está constituido tanto por el repertorio de las unidades convencionales (como el alfabeto), que permiten transferir los mensajes de uno a otro sistema de signos, como por las correspondencias dadas entre los sistemas y por las reglas de combinación que hacen posible la transformación de un sistema en otro. La descripción de un significado, la paráfrasis, la definición de un término o de un enunciado (así como la interpretación del sistema que en el enunciado subyace) son fenómenos metalingüísticos que permiten al emisor y al receptor comprobar que uitilizan correctamente el mismo código y que, por lo mismo, la transmisión del mensaje se efectúa sin dificultad.
El factor mensaje origina la función poética de la lengua, la cual está orientada hacia la forma concreta de su propia construcción, pues pone de relieve su estructura (de la cual también proviene su sentido) y ello hace que el mensaje llame nuestra atención y ésta se concentre en él.
Aunque la lengua poética está orientada en el sentido de su propia estructura lingüística, de manera especial y distinta comunica.

La lengua y el lenguaje poético
Función poética versus función referencial
Una de las maneras de diferenciar un discurso poético de uno referencial es fijándonos en la disposición tipográfica del texto. Además, en la poesía podremos percibir auditivamente el ritmo así como la ambigüedad, ironía y paradoja de su lenguaje. En la lírica, la atemporalidad del poema también contribuye a establecer un marco discurso específico.
Así pues, el lenguaje poético no se construye ni comunica del mismo modo que el lenguaje referencial.

Función poética y transgresión, desviación, desautomatización y estructura
El lenguaje poético transgrede intencional y sistemáticamente la norma gramatical que rige al lenguaje estándar, al referencial común, del cual se aparta. De la misma forma, transgrede la norma retórica vigente en la institución literaria de su época, porque se aparta de las convenciones poéticas establecidas, procura rebasarlas poniendo en juego la creatividad, la individualidad del poeta.
La sistematicidad con que se procuran estos dos tipos de transgresión implica que el lenguaje poético presenta una estructura súper elaborada, sobretrabajada; una estructura que resulta de la densa trabazón de múltiples relaciones sintagmáticas y paradigmáticas.
Las figuras correspondientes a los diversos niveles se acumulan en el mismo segmento de discurso y suman sus significados al sentido global del texto.
En el nivel fónico-fonológico se involucran sonidos y fonemas. La rima rebasa el nivel en que se da (fónico-fonológico) y trasciende al nivel morfosintáctico y al nivel léxico-semántico.
El efecto de sentido de la desautomatización (de la que ya se habló) se produce al singularizarse (individualizándose) el estilo, y proviene del hallazgo sorpresivo de lo inesperado y diferente que está inscrito entre lo previsible y habitual, entre lo igual, entre lo que se repite dentro del marco de un género, en una época. El poeta escribe espontáneamente, no de manera automatizada.
La lengua poética impone sus propias restricciones, nuevas y más elásticas, que vienen a ser nuevas convenciones poéticas.
Según Cohen, cada desviación es un hecho de estilo, y permite al creador expresar su personal visión del mundo del único modo en que le resulta posible hacerlo: a través de un estilo propio.
La gramática común es rígida y obligante, pues impone sus reglas con el objeto de lograr univocidad, claridad, pureza de léxico, precisión, concisión, que en la antigüedad fueron consideradas virtudes de todo tipo de discurso porque sirven al propósito de hacer expedito el traslado de la información del emisor al receptor. La gramática laxa, por otro lado, es flexible, permisiva y aplicable al discurso poético o literario, sería la retórica, pues contiene el repertorio de las licencias que alteran los esquemas de la lengua común y que son toleradas en atención a que hacen el lenguaje en mayor grado persuasivo, conmovedor, categórico, enfático, o bien elusivo, reticente y diplomático, pero siempre impactante y eficaz.

Paráfrasis y traducción del lenguaje poético
El lenguaje poético no se puede parafrasear, ya que el significado poético es inseparable de su significante.



Univocidad, equivocidad, polisemia
La univocidad procura ofrecer un solo significado preciso, haciendo que en cada contexto se actualice únicamente uno de los significados posibles de cada palabra. Pero el lenguaje poético es ambiguo, ya que sugiere más de una interpretación, sin que predomine ninguna, o es polisémico cuando en un solo segmento de discurso, y dentro del mismo contexto, permite la actualización de dos o más significados de una expresión.
La ambigüedad (equivocidad) es una de las mayores virtudes del lenguaje poético.

Lenguaje poético, lenguaje sintético
Así es: el lenguaje poético es, al mismo tiempo —con gran economía de recursos—, sintético, ya que es capaz de insinuar conceptos, sentimientos, sensaciones y fantasías que la lengua (en su función referencial) sólo es capaz de transmitir separada y sucesivamente.

El texto
Texto y sociedad: poeta, poema y lector
La recreación del lenguaje nace de la capacidad para establecer asociaciones inhabituales, para relacionar de modo personal objetos que pertenecen a diferentes esferas de la realidad, y sirve al lector para “romper los modos convencionales de percepción y valoración”.
Además de la voluntad artística del creador, la intencionalidad, la deliberación, la sistematicidad de un trabajo que quiere singularizarse y desautomatizar el lenguaje para convertirlo en vehículo de su visión del mundo, otro factor indispensable para cumplir el circuito de comunicación es el receptor del mensaje poético, el lector de la obra, ya sea contemporáneo del autor, o de otra época.
Dicho lector tiene que realizar la lectura desde dos puntos de vista correspondientes a dos momentos de un proceso: el suyo propio como receptor que puede ser o no ser contemporáneo del autor, y el del poeta como emisor, pues el significado de la obra no es una propiedad intrínseca del texto, puesto que se construye también durante cada recepción del mensaje, ya que el texto es “un proceso compuesto por varios momentos, y uno de ellos es el de la lectura”.
El texto concreto no es un objeto que posea un solo significado, ya que está siempre sobredeterminado. Es decir, implica varios factores determinantes (que producen distintos niveles de significado) de modo que uno solo de estos factores no basta para explicar el texto.
Gonzáles propone considerar la relación que existe entre la lectura y una teoría y un método general de interpretación: la hermenéutica, que según Habermas es el método de las ciencias sociales, y que procede relacionando cada fenómeno significante con los demás, para que cobre sentido como parte de una totalidad, y para que ésta cobre a su vez sentido como conjunto de sus partes, pues un fenómeno adquiere sentido al ser puesto en relación con su totalidad.

El yo enunciador lírico
Pedro Salinas, apoyándose en John Crowe Ransom, dice que el drama es un excelente símbolo de la poesía, pues el poeta no habla en su nombre sino en el de un personaje que se da por supuesto. El poeta, pues, se pone una máscara que es el lenguaje poético, y luego se endosa un disfraz que es el de la situación elegida. Por ello, dice Salinas, la poesía, más que una experiencia real, es una experiencia dramática.
El poema lírico es el tipo de discurso literario en el cual el yo enunciador no desempeña un papel ficcional pues, aunque es literatura —dice Mignolo—, éste no es un papel ficticio: se desarrolla fuera de la ficción. La actitud típica del sujeto de la enunciación, en la lírica, es la de quien manifiesta —dice Kayser— su propia intimidad, sus emociones, sensaciones, experiencias y estados de ánimo.
El yo enunciador del poema lírico permanece fundido con el yo del autor, a diferencia de lo que ocurre en los otros géneros literarios, pues el poeta comunica desde una experiencia auténtica por el hecho de que no desempeña un papel ficcional, pues no se inviste, como el yo dramático, del carácter de los personajes, ni se sitúa frente al público como en el teatro, ni se ubica frete al tú del oyente como en el poema épico, sino frente a sí mismo, pero sobre todo porque el yo del poeta lírico difícilmente podría concebirse separado del yo social que cumple otros papeles, ya que en el desempeño de todos estos papeles vitales es donde el poeta, en comunión con todos los aspectos del mundo, se allega sus materiales, y es donde mantiene en fermentación el poema.
La primera persona del presente es a la vez el punto de partida y el tema conductor de la poesía lírica, mientras que esta función es cumplida en la epopeya por la tercera persona de una forma del pretérito. Cualquiera que sea el tema específico de un relato lírico, no es sino apéndice, accesorio o telón de fondo de la primera persona del presente; el mismo pretérito lírico presupone un sujeto en trance de recordar. Por el contrario, el presente de la epopeya está claramente referido al plasado, y cuando el yo del narrador se aboca a expresarse, como uno más de los personajes, tal yo objetivado no es más que una variedad de la tercera persona, como si el autor se viera a sí mismo de reojo.
Por otro lado, aunque en el poema lírico exista un tú-lector, en la mente del poeta, éste lucha por expresar —ante todo para sí mismo— su personal, individual, original, inédita visión del mundo, de la existencia, tal como la ha aprehendido en el chispazo de la iluminación poética.
Se trata de un “lenguaje interior”, de una “autocomunicación”, que es un modo de comunicación peculiar de la poesía lírica. El mensaje no se transmite según la fórmula yo-tú, sino según la fórmula yo-yo, donde el emisor y el destinatario son el mismo en una primera instancia inmersa dentro del marco de una comunicación (quizá considerada simultánea, pero en segunda instancia) del tipo yo­-tú, en la que el emisor y el destinatario son diferentes.

El análisis y la interpretación
El método de análisis e interpretación
La interpretación de un texto abarca dos etapas. Durante la primera se efectúa el análisis de los elementos específicos que constituyen al texto, del modo como en su interior se organizan, cada uno con los demás del cotexto en una totalidad. Este análisis requiere el empleo del método estructural del texto: qué dice y cómo lo dice. Durante la segunda etapa se analiza la relación entre las estructuras que se han revelado como significativas durante el paso precedente, siempre que muestren su condición de unidades correlacionables, de algún modo, con la estructura de otros sistemas de signos de entre los que constituyen el marco histórico-cultural de su producción y que determinan al texto como tal.
Esto implica la intervención de una perspectiva semiótica cuyo método es el estructural, y cuyo resultado es una comprensión más amplia y englobante, una comprensión de por qué el poema dice lo que dice, de  por qué lo dice de ese modo, es decir, su resultado es la interpretación, de la cual forma parte el descubrimiento de las determinaciones histórico-culturales que, a través del sujeto —histórico— de la enunciación, se concretan en el enunciado. La lectura comprensiva nos hace ver el texto como un mensaje; la lectura interpretativa nos lo hace ver como un mensaje sobredeterminado.




Las series históricas
Estas series son conjuntos estructurales de diversa índole, que icónicamente podrían ser representados como círculos concéntricos que constituyen el contorno, a menor o a mayor distancia relacional, del texto objeto de análisis.
La serie más próxima es la literaria. Su zona más cercana al texto está constituida por el conjunto de las otras obras del mismo autor. Este conjunto aparece circunscrito por otro conjunto, el sistema de los textos literarios, es decir, de las obras generalmente escritas con intención literaria y asumidas como literatura por la comunidad de los lectores contemporáneos del autor porque, dentro del marco histórico e su cultura, tales textos poseen la propiedad de satisfacer ciertas necesidades de la sociedad.
Para observar la serie literaria se deben tomar en cuenta, también, sus antecedentes, la tradición a la que se apega el escritor o respecto de la cual se aparta en un gesto de ruptura condicionado por lo institucional (y que también pasa a formar parte del metatexto). Esta serie es el ámbito dentro del cual se produce principalmente el fenómeno de la intertextualidad, ya que la materia de los textos literarios es la fuente sempiterna de nuevos textos literarios, pues la literatura está hecha, sobre todo, de literatura viva, es decir, de literatura en cuanto vida.
Después de la serie literaria aparece el conjunto estructural que abarca todos los demás fenómenos culturales, como pueden ser los discursos políticos, los textos cinematográficos, la pintura, etcétera, que constituyen la serie cultural. La de ambas series es una relación importante y múltiple, la cual determina distintas facetas de la visión del mundo del poeta.
La serie histórica tiene una estructura que abarca todas las ya mencionadas. Como su nombre lo indica, está constituida por el conjunto estructural de los hechos históricos, y determina, a distancia, indirectamente y de modo que no es fácil identificar, pero de manera segura, todos los demás elementos de las otras series y también los del texto objeto de análisis.

El método estructural
Éste es un método en el cual la lengua se concibe como un sistema de signos arbitrarios en el cual “todas las partes pueden y deben considerarse en su solidaridad sincrónica”.
Por otro lado, Saussure nos dejó el principio de que la lengua es forma, no sustancia (forma de la expresión y forma del contenido), y también el principio de que las unidades de la lengua sólo pueden definirse por sus relaciones.

La estructura
La estructura es un sistema relacional, del cual también forman parte las reglas que gobiernan el orden mismo de su construcción (las cuales rigen tanto la elección de sus elementos como su disposición), y también es parte de la estructura el modelo icónico que la reproduce y representa.
La estructura se manifiesta durante el análisis y se revela como una realización, entre las muchas posibles, de un sistema dado.
Sus unidades estructurales solamente lo son dentro del modelo en que se construyen. Se definen de dos maneras: por las posiciones en que se articulan y por la diferencias que ofrecen.

Los niveles del lenguaje en el análisis
Los varios niveles lingüísticos implican fenómenos retóricos: el fónico, que se refiere a sonidos que no son fonemas, tales como la cantidad vocálica o el acento, involucrados, ambos, en el ritmo del discurso; el fonológico, que abarca los fonemas; el morfológico, que atañe a la forma de las palabras, y el sintáctico, al que pertenece la forma de la frase y, por otra parte, el deslinde de varios niveles del significado: el léxico-semántico, que abarca fenómenos retóricos (los antiguamente llamados tropos de palabra o tropos de dicción, como la metáfora), y el nivel lógico, que contiene las figuras de pensamiento. Por otra parte, este mismo nivel lógico contiene también los tropos de pensamiento, que abarcan segmentos discursivos más extensos que los tropos de palabra, y cuya reducción requiere, además, la consideración del contexto.
La noción de nivel nos permite hallar la “arquitectura singular de las partes del todo”, es decir, la red de relaciones únicas, que delimita sus elementos y conforma la estructura articulada del lenguaje.
Los procedimientos de análisis que señala Benveniste son dos: la segmentación del texto en porciones cada vez más reducidas hasta llegar al límite, a las ya no reductibles, y la sustitución, procedimiento que hace posible la segmentación, pues los elementos se identifican en virtud de las sustituciones que admiten: un morfema admite ser sustituido por cada uno de un repertorio de morfemas. Y un fonema, por cada uno de un repertorio de fonemas.
El concepto de nivel es un operador, ya que cada unidad identificada se define porque se comporta como constituyente de una unidad más elevada, por ejemplo, el fonema respecto del morfema.
Los conceptos de forma y sentido se definen recíprocamente y están implicados en la estructura de los niveles. Al disociarse elementos formales de una unidad, hallamos sus constituyentes. Pero si en lugar de disociarlos los integramos en un nivel superior, esta operación nos procura unidades significantes. “La forma es una unidad lingüística que se define como su capacidad de disociarse en constituyentes de nivel inferior; el sentido de una unidad lingüística se define como su capacidad de integrar una unidad de nivel superior”.

Los niveles del lenguaje y la retórica
A lo que hoy le llamamos retórica, es la elocutio, es decir, el repertorio descriptivo de donde se eligen las figuras.
Las figuras, en general, constituyen fenómenos de apartamiento respecto de las reglas señaladas por la gramática. Tal apartamiento afecta en ocaciones a la pureza o corrección de la lengua, o bien a su claridad. Otras veces se apartaba el discurso de la forma más económica, precisa y sencilla, y entonces se consideraba que en él intervenía el ornato. Tales apartamientos respecto de la gramática eran evaluados de dos maneras: como errores involuntarios o como artificio deliberado. Sólo en este segundo caso eran vistos como licencias poéticas y, por ello, como figuras retóricas y, en el primer caso, como vicios.
En los tropos, se produce la immutatio, es decir, una sustitución del sentido recto o literal por el sentido figurado. En la tradición se ha reflexionado sobre los tropos de palabra (como la metáfora) y los tropos de pensamiento (como la ironía).
Dichos mecanismos de operación de las figuras se denominaron en la antigüedad categorías modificativas. La primera, constituida por el mecanismo de supresión (detractio), aparece en el nivel fónico-fonológico en figuras como el apócope (que suprime letras al final de la palabra), en el nivel morfosintáctico en las figuras como el asíndeton (que omite los nexos coordinantes en las series enumerativas). En el nivel semántico la supresión se da, por ejemplo, en la sinécdoque generalizante, que mediante lo general expresa lo particular. En el nivel lógico aparece en figuras de pensamiento que son tropos, como la litote afirmativa, y aparece también en figuras de pensamiento que no son tropos, como la gradación descendente.
La adición o adiectio es la segunda categoría modificativa, que abarca el aspecto fónico (como en el caso del ritmo) y el aspecto fonológico (como en el caso de la rima). Ambos fenómenos se dan dentro del mismo nivel fónico-fonológico, que involucra sonidos y fonemas.
La categoría modificativa de la sustitución (supresión seguida de adición) se da también en los cuatro niveles lingüísticos.
Recapitulando: las categorías modificativas son los modos de operación, los mecanismos que producen las figuras, combinados con la observación del nivel de lengua al que afecta cada figura.

La lectura
La lectura analítica
La lectura analítica se refiere, en primera instancia, a una serie de lecturas diferentes unas de otras. La primera se debe hacer sólo como una manera de acercarse al texto; después de realizada ésta, se puede comentar antes de lanzar cualquier alusión a una teoría de la lectura, del texto, de la literatura, etcétera.
Si no se comprende fácilmente el texto, uno puede parafrasearlo con la conciencia de que se está sustituyendo el texto artístico por otro de naturaleza metalingüística.
Por otro lado, se deben consultar en el diccionario todos los términos que no permiten que entendamos claramente el texto. Y, si en las siguientes lecturas nos topamos con tropos que desconocemos, será necesario reducir las ambigüedades del texto para que, poco a poco, se vaya acabalando la comprensión.

Nivel fónico-fonológico
La frecuencia con que se repiten en todo discurso los fonemas se debe ala economía del sistema. En español tenemos 22 fonemas.
La presencia y distribución de los fonemas, en la poesía, es significativa. El significado de las palabras, vistas aisladamente, es por completo convencional en la mayoría de los casos si dejamos de lado su etimología. Pero en los casos en que no es del todo convencional, dicho significado puede responder a alguno de estos cuatro tipos de motivación: la fonética (en la onomatopeya), la morfológica (basada en la estructura de las palabras simples —sus morfemas— y en la de las palabras compuestas), la sintáctica (como es el orden de las palabras, por ejemplo en el quiasmo) y la motivación semántica (basada en el significado de las expresiones figuradas).
Los sonidos no son expresivos por sí mismos; sólo cuando acontece que se ajustan al significado es cuando sus potencialidades onomatopéyicas cobran realidad.
La forma primaria de la onomatopeya consiste en la “imitación des sonido mediante el sonido”.
Hay una forma secundaria de onomatopeya en la que no se evoca una experiencia acústica sino un movimiento o una cualidad física o moral que generalmente es desfavorable. También algunos han visto una motivación visual.
La significación está sujeta a cambios que dependen tanto del contexto como de la situación pues, por ejemplo, para cada hablante, un término puede adquirir un significado específico. Esto puede combinarse con motivaciones de orden fonético o fonológico, de orden morfológico, sintáctico o semántico.
En el nivel fónico-fonológico son observables los fenómenos fónicos, que involucran sonidos que no son fonemas, como es el del ritmo —que resulta de la estratégica colocación de los acentos en las sílabas del verso—, y también son observables los fenómenos fonológicos, que involucran fonemas, como podrían ser la aliteración y sus variantes.
Nota: El fenómeno del metro corresponde al nivel sintáctico de la lengua, pero está muy relacionado con el fenómeno del ritmo y con el nivel del significado. Como la construcción del verso está regida por el principio del ritmo, se observan juntos estos fenómenos en el nivel fónico-fonológico y en torno al aspecto rítmico del poema.
Según Tomashevski, la más importante diferencia entre verso y prosa está en el modo como se segmenta en cada caso la cadena fónica. Hay dos maneras de efectuarla: presidida por un criterio lógico-sintáctico (en el caso de la prosa), o bien por un criterio rítmico-melódico (en el caso del verso).
El ritmo resulta tanto de la repetición regular de acentos, como de la articulación regular de un número de sílabas; es decir, la recurrencia de la medida silábica enmarca la recurrencia de la acentuación. De aquí surge la acentuación melódica.
Otra diferencia —según Oldrich Belic— consiste en que, mientras el ritmo de la prosa es regresivo porque no supone estar a la expectativa de la recurrencia, el del verso, en cambio, es progresivo, porque se funda en la expectativa de la repetición sistemática de las unidades métrico-rítmicas.
Es necesario, para analizar un poema, tomar en cuenta lo siguiente:
a) El ritmo (los acentos).
b) Las sinalefas (es decir, los diptongos entre las vocales pertenecientes a distintas palabras contiguas, que pueden ser la unión de una vocal fuerte con una débil tónica). Quizás este recurso se deba a que, como dice Tomashevski, el dominio del ritmo está más ligado a la pronunciación real que a la contabilización, ya que el ritmo, “a diferencia del metro, no es activo sino pasivo, pues no engendra al verso sino que es engendrado por él”. Y dice Brik que “el movimiento rítmico es anterior al verso”, y que éste se comprende “a partir del movimiento rítmico”.
c) El número de sílabas de cada línea, restando una (la que está entre la acentuada y la última) en las palabras esdrújulas.
d) Las pausas, que son muy breves porque todos los versos son simples, ya que el endecasílabo es el más largo de ellos en español.
e) Los ligamentos, que vinculan las equivalencias de línea a línea.
f) Los fenómenos aislados.
El poema que ha servido de ejemplo para la autora es uno de Rubén Bonifaz Nuño. En dicho texto (y puedo decir que en general en su poesía), no hay nada casual. Él ha declarado cómo muy tempranamente aprendió “que un poema se construye, o yo lo construyo al menos, alrededor del sonido de una palabra, que va llamando a otra, cuyas vocales y consonantes lo apoyan o lo contradicen y que componen en conjunto una expresión efectiva. Y llamo expresión efectiva a lo contrario del lugar común”.
Y ha agregado una opinión velaineana: que el poema se construye al llenar un “ritmo vacío” que no consiste sólo en la “distribución uniforme y seriada de acentos o de números de sílabas”, sino en algo más complicado: “la combinación de silencios con sonidos vocales y consonantes que se van distribuyendo entre espacios en cierta forma simétrica”.
De tal forma que el ritmo colma un hueco con el sonido y el sentido de una palabra que atrae a otras que, sumadas, producen un “sentido general que […] proviene de la combinación sonora construida por ‘alguien’. Las palabras dicen ellas solas. El poeta las profiere funcionando como un instrumento que ‘alguien toca’”.
Como fenómenos fonológicos, también debemos inscribir sobre este mismo nivel las consideraciones que se desprendan de observar la distribución de fonemas y morfemas.
En cuanto al poema estudiado, observamos que es un sabio juego en el que calculada y sistemáticamente dominan lo asimétrico y lo asistemático. Con ello se evita la proximidad a un modelo regular y se logra una ambigua oscilación entre el uso de esquemas tradicionales y el empleo, más intensamente practicado, de procedimientos distintos e individuales que desautomatizan el lenguaje al singularizarlo.
Otro elemento constructivo cuyo empleo se agrega al global efecto de sentido de ambigüedad, es el encabalgamiento que, como el metro, corresponde al nivel morfosintáctico, pero cuyo análisis revela mejor su pertinencia cuando se correlaciona con el del ritmo y el metro.
El encabalgamiento es una figura retórica que afecta a la sintaxis específica del verso al relajar el paralelismo que existe —como supuesta norma— entre los esquemas métrico, rítmico, sintáctico y semántico en cada línea versal. El encabalgamiento se da cuando una construcción gramatical rebasa los límites de una línea y se desborda abarcando una parte de la línea siguiente. Esta figura introduce en el verso una pausa semántico-sintáctica que obliga a abreviar la anterior pausa final métrico-rítmica —para evitar que se fragmente el sentido—, lo que coadyuva a hacer oscilar el discurso entre el verso y la prosa, es decir, lo hace naufragar en la ambigüedad.
Algunas veces el encabalgamiento se da por suprametría, y otras, por inframetría; además, en ocasiones queda el verso cortado en partícula débil. Incluso puede pasar que se divida una palabra entre dos versos.
El efecto de los encabalgamientos puede ser observado en esquemas que el analista debe fabricarse para apreciar, desde distintos ángulos, las peculiaridades de la construcción del poema.

Nivel morfosintáctico
Análisis gramatical
El análisis gramatical debe hacerse, para el poema, como lo haríamos con cualquier texto en prosa, tomando en cuenta las figuras retóricas y demás cuestiones que ya hemos tratado. Es necesario, en este punto, poner mucha atención a cada partícula que forme parte del texto, desde las conjunciones hasta los verbos. Resulta indispensable en nuestro análisis saber si hay vocativos, adjetivos (de qué clase son, además), si los verbos están en modo indicativo, imperativo o subjuntivo (además de su tiempo). Y —por supuesto— no debemos olvidar reconocer los complementos circunstanciales de todo tipo.
Sobra decir que necesitamos reconocer cuál es una oración compleja y cuál es simple. Por otro lado, debemos ser muy conscientes de dónde se halla y cuál es el núcleo del predicado, el núcleo del sujeto (si hay sujeto explícito o tácito, o si es complejo o simple), etcétera.




Niveles léxico-semántico y lógico
Análisis semántico y retórico
En este nivel se descifra el poema y se realiza un primer intento de comprensión de efecto global de sentido, de la naturaleza de sus unidades estructurales y la naturaleza de las relaciones que en el interior del poema tales unidades establecen entre sí y con el todo; es decir, se intenta entender qué dice el poema, qué queda dicho en él, pero, como esta lectura se basa en los pasos de análisis previos, en realidad se va comprendiendo qué dice el poema y cómo lo dice.
Cuáles vetas retóricas son explotadas, depende tanto de las convenciones literarias vigentes como del papel que el poeta cumple en la lucha entre tradición e innovación, entre lo institucional y lo que transgrede y renueva. Pero el poema siempre pone en juego el lenguaje figurado, un lenguaje constituido por figuras que afectan a distintos niveles lingüísticos del texto.
Paralelamente a la construcción del discurso se va desarrollando una línea temática, se significación, que constituye la finalidad del mismo discurso. Esta línea se teje merced a la reiteración de los semas o rasgos semánticos pertinentes, que son las unidades mínimas de significación, las cuales se van asociando durante la construcción del discurso hablado o escrito. Tal asociación constituye, pues, una red sintagmática de relaciones llamadas anafóricas. Éstas, al vincular una oración con otra, dentro del campo isotópico garantizan su coherencia temática.
La redundancia yuxtapone semas idénticos o compatibles, pertinentes. Si se eligen semas que no reúnen estos requisitos, la composición es alotópica (carente de coherencia) y transgrede la regla lógica de contradicción. Esto puede observarse en algunas figuras —tropos— en el lenguaje figurado, sobre todo en el que forma parte del lenguaje poético o literario.
El discurso unívoco es isosémico, se desarrolla, mediante la elección de semas precisos, en un solo nivel, en una sola línea temática —referencial— y sus significado es denotativo. El discurso figurado, sobre todo en su empleo literario que es calculado, constante y sistemático, suele desarrollarse simultáneamente en más de una línea —es poliisotópico—, y paralelamente en varias que se organizan en torno a una fundamental.
Por otra parte, los enunciados isotópicos de una época pueden resultar alotópicos en otra.
En los discursos que ofrecen dos isotopías simultáneas, aparece una alotopía (falta de coherencia por impertinencia predicativa) como pasa en los tropos. La isotopía no es sólo horizontal, porque no se da únicamente por relación sintagmática, en el texto, dentro del campo isotópico donde se desarrolla la semiosis o proceso de significación, sino que es una isotopía también vertical, en la que existe una relación con los campos semánticos a los cuales, en el sistema, pertenecen los sememas que participan en el tropo.
Los sememas disémicos o equívocos cumplen la función de conectar las isotopías simultáneas y superpuestas en textos biisotópicos o pluriisotópicos.
Durante la lectura, el elemento alotópico es reevaluado por la adición de los semas recurrentes y la supresión de aquellos que no son pertinentes porque en ese contexto no se actualizan.
La unidad, ya reevaluada, se integra en forma prospectiva o retrospectiva. De la primera, cuando se van sumando las cargas semánticas conforme van apareciendo en el texto, mientras que de la segunda la lectura se realiza en zigzag, alternando con los retrocesos reevaluadores.
En el nivel léxico-semántico, que es el de los tropos en la retórica, la significación se desarrolla vinculando una línea temática con otra.
En el nivel lógico, el término conectador remite a un contexto más amplio, o a un contexto que puede implicar la situación en que se produce el discurso, o bien su marco histórico-cultural, o bien fenómenos de intertextualidad, cuando hace referencia a otros discursos de la tradición o del contexto literario.

La síntesis
El análisis es un medio para profundizar en la lectura, para lograr la comprensión del texto; comprensión en la que luego se basará la interpretación.
Además de la identificación de las unidades estructurales y de la descripción del modo como participan en la construcción del poema, debemos procurar determinar en cada caso cuál es su contribución al proceso de significación, cómo se integran dentro del proceso de semiosis y qué agregan al sentido global del texto.
La estrategia de la construcción gramatical agrega una sobresignificación al poema.
En los niveles léxico-semántico y lógico, todos los efectos de sentido, provenientes de la denotación (sentido literal) se ven enriquecidos por los efectos de sentido que proceden de la connotación, es decir, de un segundo significado, mismo que aparece solamente en el proceso discursivo y por efecto de que un signo se convierte en el plano de la expresión de un segundo significado, de tal modo que el signo denotativo funcione como significante del signo connotativo. En este nivel radica el meollo de la lectura comprensiva del texto literario, puesto que en este nivel desemboca la suma de los significados procedentes de todos los niveles lingüísticos, tal como deja ver, con mayor claridad, la observación de los fenómenos retóricos de la elocutio.
Los elementos connotativos, que entran al juego de las isotopías simultáneas; los tropos, que actúan como términos conectadores entre ellas, y la manera como se comportan en las evaluaciones y reevaluaciones prospectivas y retrospectivas antes descritas, hacen posible la lectura pluriisotópica del texto y la reducción de los equívocos, de las ambigüedades, de las distintas líneas temáticas que se desarrollan a la vez.

Hermenéutica
La interpretación
Después de haber comprendido el poema, nos daremos a la tarea de interpretarlo. Es aquí donde la hermenéutica aparece.
La lectura interpretativa, al igual que la de comprensión, es objetiva porque se establece a partir del texto analizado y de sus múltiples relaciones ya no sólo con el cotexto sino también con el contexto histórico-cultural, y depende de nuestro conocimiento de dicho contexto, ya que, en alguna medida, hay que reconstruir la situación del emisor.
Por otro lado, esta lectura es, en realidad, una relectura que sucede a la serie de lecturas en que consiste el análisis intratextual. Esta lectura busca las múltiples relaciones dadas entre las unidades y los variados elementos de naturaleza literaria, pictórica, arquitectónica, etcétera, que forman parte de las costumbres o que tienen que ver con procedimientos o con hallazgos científicos, con ideas filosóficas o con sucesos históricos.
El análisis es selectivo. Por otro lado, para realizar la lectura interpretativa se requiere conocer el contexto desde una perspectiva sincrónica y diacrónica; en otras palabras, es un conocimiento que incluye el de la tradición.
En el tipo de lectura que ahora estudiamos, no partimos —a pesar de lo que pudiera pensar quien no ha seguido paso a paso este estudio de Helena Beristáin— del contexto histórico-cultural del poeta, sino que nos basamos en análisis estructural que vimos anteriormente, para tomar en cuenta como relacionables los fenómenos estructurales resultantes de dicho análisis.
La hermenéutica es una lectura interpretativa que hace posible la descripción total del sentido del texto. Esta actividad puede, incluso, implicar un punto de vista crítico, pues a la vez presupone la comprensión de la teoría que se maneja. Tal teoría contiene las “definiciones esenciales” con las que opera, mismas que son necesarias porque nos procuran pautas para la lectura.
Como podemos deducir, la interpretación hermenéutica implica una actividad semiótica cuyo objetivo es el texto literario en el que se entretejen numerosos códigos que se expresan en signos lingüísticos. Se trata de una actividad interpretativa que tiene a “la comprensión más completa posible” del texto literario que, comparado con otros, “es más rico” por lo mismo que “comprende un mayor número de códigos”.
Mediante esta actividad nos proponemos captar la concepción del mundo del emisor, misma que desemboca en su texto en forma de caudal de determinaciones histórico-culturales de una época.

El autor y su temática
Para conocer el contexto y poder correlacionarlo, se requiere una investigación paralela a la que se efectúa antes en el interior del texto. Durante esta investigación se van seleccionando los datos del contexto histórico cultural  en atención a que se revelen como relacionados con la obra del poeta debido a que la determinen como tal, y por ello el descubrimiento de dicha relación arroja una luz sobre su construcción y sobre su significado.

Poética personal
Se considera que el trabajo del poeta es un medio para comprender el mundo y para explicarlo. Dice Rubén Bonifaz Nuño en entrevista con Campos: “La poesía es un vehículo de conocimiento hacia fuera y hacia dentro del hombre. La norma de Apolo: Conócete a ti mismo, tiene como consecuencia o condición la otra: Conoce el mundo”.
La poética del autor es importante para ser tomada en cuenta cuando se lee su obra porque la explica, la aclara, la hace comprensible en mayor medida. La poética de un escritor es la flor de su ser artístico, la idea asumida por él acerca de lo que es el arte de la palabra; idea puesta en práctica en su producción literaria.

La intertextualidad
Para llegar a escribir del mundo lo que uno quiere, como quiere, es necesario haber leído mucho antes de tomar la pluma. Todas estas lecturas quedarán en nuestra memoria, y con ellas dialogarán nuestros propios textos. Hay varias formas en que esto se manifiesta: parafraseando los textos o renovándolos.
Aquel segmento de discurso donde aparece esta relación total o parcial entre textos, es el intertexto. Todo texto constituye un mosaico de textos ajenos, pues todo texto absorbe y transforma, parcial o totalmente, consciente o inconscientemente otros textos que se mezclan con elementos que provienen, como el saber y la emoción, de la experiencia directa que procura la vida misma.

Desembocadura
Con toda la información recabada (no sólo en cuanto al contexto histórico-cultural del poeta, sino también en cuanto al análisis hecho previamente y a la comprensión cabal del texto mismo), tenemos suficientes armas para elaborar un ensayo a partir de los resultados del trabajo de análisis.
Dependería la elección de la predilección del analista por los procesos deductivos o inductivos.
El ensayo que no se ocupe de un texto breve, sino  de una obra extensa, compleja y múltiple puede tomar, además, un cariz comparativo, y puede ocuparse de descubrir constantes, o de efectuar el seguimiento de un solo rasgo de estilo en sus diversas modalidades y matices. En cada caso, evidentemente, las observaciones del analista habrán sido encauzadas hacia su propio ensayo de manera distinta. La peculiaridad del orden temático de su propio discurso estará dada por un proyecto previo que sólo revelará, icónicamente, la línea maestra en que se engarcen, cada vez, las estructuras más singulares de la obra analizada.


Bibliografía
*Beristáin, Helena, Análisis e interpretación del poema lírico, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2ª edición, 1997, México, pp. 100.
Beristáin, Helena, Diccionario de retórica y poética, Editorial Porrúa, 1985, México, pp. 524.

Acercamiento al teatro puertorriqueño contemporáneo

Acercamiento al teatro
puertorriqueño contemporáneo
(crónica)
Osvaldo Obregón
l
a denominación “teatro hispanoamericano” de-
signa la actividad teatral que se ha desarrollado
hasta ahora en diecinueve países del continente
americano, surgidos de la colonización española,
desde México hasta Chile, que tienen como domi-
nante la lengua española (más propiamente caste-
llana), con dos excepciones en planos diferentes.
En la del idioma, el caso del guaraní en Paraguay,
de importancia igual o mayor a la del español
en el número de hablantes 1 . La otra excepción la
constituye Puerto Rico, que no tiene estatuto de
república independiente, sino de “Estado Libre
Asociado” dependiente de Estados Unidos, des-
de el 25 de julio de 1952 2 . A pesar de ello, Puerto
Rico continúa siendo una comunidad “hispano-
americana”, gracias a su encarnizada lucha por
conservar el español como lengua oficial y, con-
secuentemente, la producción de una literatura y
un teatro en la lengua de Cervantes, con algunos
autores reconocidos internacionalmente, según se
verá después.
Desde que nació nuestro interés por el teatro
hispanoamericano contemporáneo —tema muy
vasto y casi imposible de cubrir totalmente—
siempre hemos considerado al teatro puertorrique-
ño en el mismo plano que el de los demás países
aludidos. Más aún, nos ha parecido un teatro par-
ticularmente interesante, puesto que expresa una
firme voluntad de mantener, a contracorriente, su
identidad cultural mestiza, con fuertes raíces his-
pánicas y afro-puertorriqueñas. El ejemplar di-
namismo del teatro puertorriqueño es, quizás, la
respuesta desesperada a la amenaza permanente de
completa asimilación. Esto es también válido para
la literatura.
Me resulta difícil recordar cuándo comenzó a
prefigurarse una imagen de Puerto Rico. Segura-
mente a propósito de la exploración por Colón de
las Grandes Antillas, con la noción posterior del
Mar Caribe, presente en novelas de aventuras. Tie-
rras lejanas para un niño y más tarde un joven del
extremo austral de América. Desde el fondo de la
memoria surge el recuerdo del anuncio de una re-
unión en la Facultad de Filosofía y Educación de
la Universidad de Chile en Santiago. Un estudiante
puertorriqueño informó de la situación crítica de su
país, como consecuencia de su nuevo estatuto de
“Estado Libre Asociado”. En aquél segundo lustro
de los años ’50, Chile era todavía “un asilo con-
tra la opresión”, como proclama el himno nacional,
un real refugio para muchos exiliados políticos del
continente. El primer acercamiento, propiamente
tal, al teatro boricua, tiene que haberse producido
en los años sesenta, con la adquisición de la anto-
logía de Carlos Solórzano: El teatro hispanoameri-
cano contemporáneo, en que aparece publicada La
muerte no entrará en palacio (1957) de René Mar-
qués (1919-1979), última obra del primer tomo 3 .
Esta antología “general”, tal vez la primera en su
género, constituyó para muchos interesados en el
teatro una verdadera iniciación.
Esta obra de Marqués constituye una obra cla-
ve para el teatro puertorriqueño del siglo xx, pues-
to que ella se refiere a un acontecimiento histórico
47capital para la isla, a saber, su transformación en
protectorado de Estados Unidos. Además, su rea-
lización estética alcanza un alto nivel dramático y
poético. La acción se desarrolla en “una isla” duran-
te la época actual. No se puede hablar en rigor de un
mito griego subyacente en la tragedia de Marqués.
Sin embargo, dos personajes importantes llevan los
nombres de Casandra y Teresias, ligera deformación
de Tiresias. Ambos tenían, según la tradición griega,
el don de la clarividencia, de la profecía.
Casandra es hija de Príamo y de Hécuba, reyes
de Troya. Predice la destrucción de la ciudad y la
muerte de Agamenón. Muere asesinada por Clitem-
nestra. En la pieza que comentamos es una hermosa
joven de diecisiete años, cuyo padre es Don José,
el Gobernador de la Isla. Ella está enamorada de
Alberto, joven idealista que tiene un cargo pura-
mente decorativo en el palacio de gobierno. Duran-
te gran parte de la obra, el autor la presenta como
la anti-Casandra, ciega a la realidad histórica que
está viviendo su pueblo y totalmente desprovista de
condición profética. Es sólo cuando muere Alber-
to, asqueado por la corrupción del poder y decep-
cionado por la entrega de la Isla a la potencia del
Norte, que ella tendrá la dolorosa revelación de lo
que está sucediendo y la responsabilidad que cabe
a su padre.
Teresias, por su parte, formaba parte de la tri-
logía de amigos idealistas que habían hecho el ju-
ramento de redimir al pueblo de la Isla: el padre de
Alberto (el filósofo), Don José (el político que se
convertirá en gobernador) y él mismo, el poeta. El
primero de ellos ha muerto; Don José ha tomado
el poder; y Teresias, irreductible a las tentaciones
palaciegas, sigue siendo fiel a sí mismo y a sus
ideales. Este personaje conserva los rasgos esencia-
les de su homónimo griego. Representa la lucidez,
la pureza y la reflexión serena. En la obra es una
especie de Trujamán, que introduce y comenta los
acontecimientos. Su función dramática es igual-
mente la que cumplía el coro de la tragedia griega.
Hay en Marqués una voluntad evidente de utili-
zar estos elementos y algunos otros de la tragedia
griega, como la importancia de la música, lo que
aparta esta obra de todo realismo. El desenlace es
la consecuencia ineluctable de este hálito trágico.
Una vez concluido el tratado que hará de la Isla un
protectorado, es la propia Casandra que irá a pedir
cuentas a su padre y que lo mata.
El título de la obra está tomado de las arrogan-
tes palabras pronunciadas por el Gobernador al
comienzo del segundo acto, después del aplasta-
miento de la rebelión: “Y a los que conmigo com-
parten la noble tarea del gobierno, yo les garantizo,
¡óiganme bien!, les garantizo, que la violencia y la
muerte, ¡no entrarán en palacio!” (pág. 363). Se
puede fácilmente imaginar el inmenso impacto pro-
vocado por el estreno de esta obra en Puerto Rico
en 1958, sólo seis años después de que el Gober-
nador Muñoz Marín firmara el tratado que dio fin a
la existencia de una república puertorriqueña inde-
pendiente.
Otra pieza anterior de Marqués, La carreta
(1953), muestra de manera realista el éxodo de una
familia campesina, primero hacia los suburbios de
San Juan, después hacia el barrio “hispánico” de
Nueva York donde, trágicamente cortada de sus raí-
ces nativas, no hallará el bienestar material soñado.
Una tercera obra importante es Los soles truncos,
estrenada en el I Festival de Teatro Puertorrique-
ño (1958), bajo la dirección de Victoria Espinosa,
quien la repuso numerosas veces en los años ’60,
’70 y ’80.
René Marqués es, con Francisco Arriví, una de
las grandes figuras de la escena puertorriqueña de
los años ’50, ’60 y ’70. Fundó la compañía Teatro
Nuestro (1949), en colaboración con el director y
escenógrafo José M. Lacomba. Poco después ellos
crean el Teatro Experimental del Ateneo Puertorri-
queño (1951), que se transforma en la Sección de
Teatro de esta prestigiosa institución. Marqués fue
siempre un ardiente defensor de la tradición hispá-
nica de su país, amenazada por la dependencia polí-
tica y económica frente a Estados Unidos.
Francisco Arriví (1915-2007), autor, ensayista,
poeta y director, tiene también un lugar destacado
en el movimiento escénico puertorriqueño. Fundó
en 1945 el grupo estudiantil Tinglado Puertorrique-
ño, con el cual estrenó sus primeras obras. En 1959
asumió la dirección del programa de teatro del Ins-
tituto de Cultura Puertorriqueña, donde coordinó el
Primer Seminario de Dramaturgia y dirigió los Fes-
tivales de Teatro del Instituto a partir del tercero en
1960 hasta 1968.
Uno de los temas principales de su dramatur-
gia es el problema de la identidad, con personajes
desgarrados a causa de sus raíces étnicas y cultu-
rales en una sociedad mestiza, por excelencia. Este
tema aparece en Caso del muerto en vida (1951)
y alcanza su más lograda expresión en su trilogía
Máscara puertorriqueña, compuesta de Bolero y
plena (1956), Vejigantes (1958) y Sirena (1960),
48en que los personajes principales no asumen su as-
cendencia africana. Su obra Cóctel de Don Nadie
(1964) fue incluida en Teatro selecto contemporá-
neo hispanoamericano (vol. III), antología de Or-
lando Rodríguez-Sardiñas y Carlos Miguel Suárez
Radillo. Escribió además dos libros importantes
sobre el teatro: Areyto mayor (1966) y Conciencia
puertorriqueña del teatro contemporáneo: 1937-
1956 (1967).
Desde la llegada a Europa en 1974, nuestra con-
cepción global del teatro hispanoamericano se enri-
queció considerablemente, en particular desde fines
de los ’70, con la preparación de una tesis sobre la
difusión del teatro latinoamericano en Francia entre
1958 y 1986. El cambio de apelación, “latinoame-
ricano” en lugar de “hispanoamericano”, se debe a
la necesaria inclusión del teatro brasileño en la in-
vestigación, integración que defendemos con más
fuerza a medida que el tiempo pasa. La presencia
del teatro boricua en Francia entre las fechas seña-
ladas es muy modesta, puesto que se trata de la úni-
ca participación de una compañía puertorriqueña en
dos festivales estudiados: El Teatro de las Naciones
de París (1957-1968) y el Festival Internacional de
Nancy (1963-1984). La presencia en este último
del Teatro del Sesenta con Puerto Rico Fuá en la
temporada 1975 nos sirvió para retomar el contacto
con el teatro boricua. Lamentablemente las huellas
que dejó en la prensa fueron escasas. Bajo el títu-
lo “La longue marche des festivaliers de Nancy”
el crítico Jacques Poulet hace una reseña de algu-
nas representaciones, entre ellas las de Cordel 3 de
Joao Augusto por el Teatro Livre de Bahia y Puerto
Rico Fuá (estrenada en 1974), escrita y dirigida por
el argentino Carlos Ferrari. El crítico compara los
dos espectáculos, en cuanto a los estilos y las re-
laciones con el público. Según él, la comunicación
con los espectadores fue bien lograda por parte de
los brasileños, en tanto que el espectáculo puerto-
rriqueño, precedido de un gran éxito en América
Latina, pareció sufrir del “desarraigo” en un con-
texto muy diferente al de su país: “Aquí, confronta-
do a nuestros criterios culturales, el espectáculo fue
recibido en primer grado y ya no pudo funcionar de
manera crítica” (diario L’Humanité, 17 de mayo de
1975) 4 . Otros grupos latinoamericanos tuvieron una
mejor recepción crítica: Teatro Payró de Buenos Ai-
res con El Señor Galíndez de Eduardo Pavlovsky;
Grupo Teatro Poesia de Sao Paulo con ¿Qué hará
usted cuando sea grande? (creación colectiva); y el
Nuevo Grupo de Caracas con Resistencia de Edilio
Peña, la mayoría de estos espectáculos claramente
en la línea de un “teatro comprometido”, según la
tendencia de aquellos años.
Ahora bien, el azar de los encuentros en congre-
sos, festivales y otras manifestaciones teatrales, así
como la lectura de libros o revistas, ha determinado
un acercamiento progresivo al teatro de aquella isla
antillana, que ahora nos proponemos sistematizar,
a través de tres fechas importantes con algunos en-
treactos. En un período de veinticuatro años hemos
tenido la suerte de encontrar sucesivamente a figu-
ras representativas del teatro puertorriqueño: Luis
Rafael Sánchez, Angelina Morfi, Victoria Espinoza,
Dean Zayas, José Lacomba, Rosa Luisa Márquez,
Antonio Martorell, Miguel Villafañe, José Luis
Ramos Escobar, Roberto Ramos Perea, Rosalina
Perales, Gilda Navarra, Lowel Fiet, Susan Homar,
Teresa Hernández, Idalia Pérez Garay, Javier Car-
dona, entre otros. Nos referiremos principalmente a
ellos, a sus actividades, a sus obras o espectáculos,
a sus historias o ensayos, con la sola pretensión de
que esta “crónica” contribuya al mejor conocimien-
to de este teatro insuficientemente conocido fuera
del área caribeña. Tres fechas de nuestro itinerario
servirán de hitos a este artículo: 1981, 1993 y 2005,
que casualmente establecen paréntesis simétricos
de 12 años.
1981, 18-22 de mayo: Una selecta delegación
puertorriqueña en el “I Congreso Interna-
cional sobre el Teatro Hispanoamericano” en
Edmonton, Canadá
Fue convocado por los profesores Richard A.
Young y José R. Varela de la Universidad de Al-
berta, patrocinado por ésta y otras universidades
de Canadá, Estados Unidos, México, Puerto Rico
y Perú, además del Centro de Estudios Latinoa-
mericanos “Rómulo Gallegos” de Venezuela. Fue-
ron presentadas 48 ponencias; hubo tres obras re-
presentadas: Las torres y el viento del venezolano
César Rengifo, El gordo del mexicano Oscar Liera
y Flores de papel del chileno Egon Wolff; y una
mesa redonda en que intervinieron este último y
Luis Rafael Sánchez (1936). No asistió José Agus-
tín de México, también invitado especial. Aunque
el congreso no tuvo un(os) tema(s) preciso(s), esta-
ban previstos varios enfoques metodológicos frente
a la obra teatral (sociológico, semiótico/estructural,
temático e histórico) y mesas específicas sobre la
puesta en escena y sobre el teatro puertorriqueño.
49Nos interesa particularmente destacar las ponen-
cias de esta última mesa: “Panorama del teatro
puertorriqueño” de Dean Zayas; “La emigración
como realidad y ficción: visión en el drama puer-
torriqueño” de Angelina Morfi; y “René Marqués:
patria y trascendencia” de Victoria Espinosa, todos
ellos docentes de la Universidad de Puerto Rico.
Ese mismo día (21 de mayo), en otra mesa paralela,
el profesor y dramaturgo cubano Matías Montes-
Huidobro presentó su ponencia: “Francisco Arriví:
mítica taína en los disfraces de Boriken”. De modo
que el teatro boricua estuvo bien representado en el
congreso con cuatro trabajos y la presencia de Luis
Rafael Sánchez en la mesa redonda y en el evento
que nos ocupa.
Tuvieron que pasar algunos años para evaluar
en su valía el aporte de esta delegación al teatro
de su país. Sánchez ya era considerado entonces el
dramaturgo más importante de su generación, he-
redero directo de Marqués y Arriví. Estos tres au-
tores mayores tienen en común una misma pasión
por profundizar la condición puertorriqueña y la
exigencia de una renovación del lenguaje dramáti-
co, apoyados en una cultura y una práctica teatral
muy sólidas. Desde 1958 hasta 1968 había escrito
y estrenado siete obras teatrales, entre las más im-
portantes: La hiel nuestra de cada día (publicada
en 1961), Farsa del amor compradito (1961) y La
pasión según Antígona Pérez (estrenada y publica-
da en 1968).
El año de estreno de esta obra marca la cul-
minación de un período histórico particularmen-
te agitado, a nivel planetario, agitación política y
social que se refleja en ella de manera explícita e
intensa. La acción se desarrolla en la imaginaria
República de Molina, gobernada tiránicamente
por el Generalísimo Creón Molina, arquetipo del
dictador latinoamericano. Antígona Pérez es hija
del Coronel Guillermo Pérez y Santisteban, ejecu-
tado por oponerse al régimen. Ella tiene los rasgos
típicos de una mestiza americana. Sus amigos y
compañeros universitarios, los hermanos Tavárez,
perdieron la vida en un atentado contra la vida del
Generalísimo. Sus cadáveres son exhibidos en la
plaza pública como escarmiento, con la prohibi-
ción de que se les dé sepultura. Por lealtad a sus
amigos, Antígona no acata las órdenes de Creón
y los entierra en secreto, pero es descubierta y en-
carcelada. Luis Rafael Sánchez actualiza el mito
clásico, situándolo en época reciente y lo adapta al
mundo latinoamericano.
La pasión según Antígona Pérez está profunda-
mente marcada por su contexto histórico, pero tam-
bién por la tendencia —predominante en el medio
teatral “comprometido” de los años sesenta y seten-
ta en América Latina— a identificarse con los prin-
cipios y procedimientos del teatro épico de Bertolt
Brecht, destinados a desarrollar la conciencia crítica
del espectador, a interpelarlo frente a los problemas
sociales y políticos. Entre los principales procedi-
mientos cabe señalar: 1) El uso de la narración, que
alterna con el diálogo, tanto por parte de Antígona
en algunas escenas, como por parte de los periodis-
tas que difunden las noticias; 2) El empleo de carte-
les con las consignas acerca de la situación política
del continente; 3) El hecho de subrayar con énfasis
la teatralidad, con el fin de producir el “efecto de
distanciamiento” deseado. Repetidas veces Creón
solicita la iluminación necesaria a su “actuación”.
Antígona manifiesta también estar consciente de
que participa en un espectáculo teatral.
En el curso de la obra vemos que se produce una
identificación Antígona-América, “América dura,
América amarga, América tomada”, en rebeldía
contra la opresión de los dictadores de turno. Este
es el sentido de “la pasión” que Antígona acepta
sufrir en aras de la libertad. El título, alusivo a los
Evangelios, adquiere así una significación crística,
como la aceptación del sacrificio de la propia vida
para preservar el valor supremo de la libertad. Así,
el fin del tirano Creón llegará “cuando el pueblo de
Molina descubra que ningún pueblo es de ningún
hombre, que ningún hombre es de ningún hombre,
que cada quien es de su libertad”. (Antígona, final
de la 1a escena del acto II).
El montaje que de esta obra hizo el Teatro del
Sesenta —estrenado en el XI Festival de Teatro
Puertorriqueño, bajo la dirección de Pablo Cabre-
ra— produjo un gran impacto en la Isla y la obra ha
sido reeditada varias veces y traducida a otros idio-
mas 5 . No obstante, antes del Congreso de Edmon-
ton en mayo de 1981, Luis Rafael Sánchez había
incursionado también con gran éxito en la narrati-
va, con una primera novela titulada La guaracha
del Macho Camacho (1976), que en 1999 había te-
nido ya 19 reimpresiones en Ediciones de la Flor de
Buenos Aires.
Angelina Morfi dedicó muchos años de su vida
a investigar el teatro de su país y a enseñarlo en su
cátedra de la Universidad. El fruto mayor de su es-
tudio fue la publicación en 1980 de Historia crítica
de un siglo de teatro puertorriqueño. El contenido
50sobrepasa con creces lo que promete el título del
libro, ya que cubre los siglos xix y xx, con algu-
nas notas introductorias sobre la época indígena y
la época colonial. Su estudio se concentra princi-
palmente sobre la dramaturgia, en un esfuerzo de
sistematización y mediante un análisis de los textos
más valiosos. En los últimos capítulos (VII y VIII)
destaca autores importantes como Manuel Méndez
Ballester, Emilio S. Belaval, Luis Rechani Agrait y
termina con Francisco Arriví y René Marqués, que
constituyen para ella la “culminación de un siglo
de teatro puertorriqueño”. El trabajo de documen-
tación es considerable y la cuantiosa bibliografía
final es un aporte innegable, que puede orientar a
muchos jóvenes investigadores. Deseo que queda
expresado al final de su “Introducción”: “Conscien-
tes de que queda camino por recorrer, exhortamos a
otros a continuarlo desde otra perspectiva, pero con
el mismo entusiasmo y seriedad con que nosotros
emprendimos el nuestro” (pág. XIII).
Dean Zayas había fundado con otros actores y
directores el colectivo Teatro del Sesenta y firma-
do el Primer Manifiesto del 28 de julio de 1963,
en que se reivindicaba la independencia frente a
las instituciones del estado y una nueva forma de
hacer teatro. Durante algunos años será el director
del grupo y a comienzos de los años ’70 es tam-
bién profesor en el Departamento de Drama de la
Universidad de Puerto Rico. El cambio de orienta-
ción del colectivo, de un repertorio internacional a
montajes más “comprometidos” con la situación de
Puerto Rico, provocó el alejamiento de Zayas. En
esta nueva etapa conquistó un público más vasto.
Uno de los mayores éxitos del Teatro del Sesenta
fue el montaje de ¡Puerto Rico Fuá!, ya mencio-
nado anteriormente, seguido algunos años después
de La verdadera historia de Pedro Navaja (1980),
adaptación de La ópera del mendigo de John Gay,
hecha por Pablo Cabrera, quien tuvo también la
responsabilidad de la puesta en escena. Esta obra
inglesa del siglo xviii sirvió de base a La ópera de
dos centavos de Bertolt Brecht. Durante este nuevo
período el grupo contó con una sala permanente, el
Teatro Sylvia Rexach, que se convirtió en un lugar
paradigmático del movimiento escénico boricua.
Victoria Espinoza tenía ya una larga trayectoria
como maestra de teatro, de actriz y, sobre todo, de
directora. Había puesto en escena autores clásicos
europeos: Cervantes, Tirso de Molina, Molière,
Shakespeare; dramaturgos contemporáneos: Gar-
cía Lorca, Casona, Max Aub, Chejov, Strindberg,
Ionesco, Arrabal, Dragún y, por supuesto, autores
puertorriqueños: René Marqués, Francisco Arriví,
Myrna Casas, Luis Rechani Agrait y Luis Rafael
Sánchez, que comenzó siendo su discípulo y ayu-
dante de dirección. La lista es mucho más larga, ya
que la actividad de Victoria Espinosa cubre toda
la segunda mitad del siglo xx. Además, en casos
particulares como los de García Lorca y René Mar-
qués, dirigió casi la totalidad de sus obras y algunas
fueron objeto de numerosas reposiciones.
La publicación de las actas del congreso fue
confiada a la Revista Canadiense de Estudios His-
pánicos, dirigida por Mario J. Valdés, que le dedicó
el número de Otoño de 1982, Sin embargo, de las
48 ponencias, sólo 17 fueron seleccionadas. Lamen-
tablemente, de las cuatro ponencias sobre el teatro
puertorriqueño, sólo apareció una firmada por Jose-
fina Morfi, con un título diferente al propuesto ini-
cialmente: “El teatro de Luis Rafael Sánchez”.
1993 (15 de julio al 2 de agosto): Los Teatre-
ros Ambulantes de Cayey en el VII Festival
Internacional de “Teatro del oprimido” en
Rio de Janeiro
De regreso a su tierra natal, gracias a la apertura
democrática, después de un largo exilio político en
Argentina, Perú, Francia y Portugal, Augusto Boal
pudo por fin ser “profeta en su país”. En efecto, por
razones de censura, el “teatro del oprimido” fue di-
vulgado tardíamente en Brasil, donde era conoci-
do sólo por algunos pocos iniciados. El ingreso de
Boal a la vida política como consejero municipal
de Rio de Janeiro, no le impidió continuar la divul-
gación de su sistema teatral con la fundación de un
Centro de Teatro del Oprimido (C. T. O.), el más
nuevo de una larga serie repartida en países de to-
dos los continentes. Este fue el núcleo organizador
del Festival de 1993.
Paradoja típica de Brasil —país desmesurado,
de violentos contrastes socio-económicos—, el
Festival estaba patrocinado por el ¡Centro Cultu-
ral del poderoso Banco de Brasil! Se realizó en el
amplio hall de la Sede del Banco, un espacio cir-
cular limitado por ocho columnas y coronado por
una alta cúpula. Una pequeña instalación proviso-
ria servía de soporte técnico a los espectáculos. El
público, siempre numeroso cada día, asistía a las
representaciones sentado en gradas, pero también
en el piso o permanecía de pie. La entrada era to-
talmente gratuita.
51El programa del Festival se distinguía por su
abundancia y diversidad. Las actividades comenza-
ban desde la mañana y se terminaban al final de la
tarde. La base de la programación estaba constitui-
da por espectáculos de teatro-foro, con la participa-
ción diaria de un grupo brasileño (“Foro Nacional”)
y de un grupo extranjero (“Foro Internacional”),
con 14 países representados, en su mayoría euro-
peos. Más aún, la jornada se iniciaba con espec-
táculos musicales (“Espacio Abierto”) donde se
distinguieron por su riqueza y variedad los grupos
folclóricos regionales con un repertorio de danzas
tradicionales y capoeiras. Hubo igualmente espec-
táculos de calle, numerosos talleres de libre acceso,
proyecciones de videos aportados por los mismos
grupos participantes y un ciclo de conferencias so-
bre el teatro mundial contemporáneo.
En este contexto de estimulante creación tuvo
una participación destacada el grupo universitario
puertorriqueño Los Teatreros Ambulantes de Ca-
yey, dirigido conjuntamente por Rosa Luisa Már-
quez y Antonio Martorell, única delegación latinoa-
mericana, aparte, evidentemente, de las numerosas
de Brasil. Presentaron dos espectáculos: El Sí-Dá
(teatro-foro) y Foto-Estáticas (teatro-imagen).
Este último resultó el más logrado y una excelente
ilustración de lo que puede ser esta categoría de
“teatro popular” según Boal. El binomio Márquez-
Martorell se vale de la concepción teatral de Boal,
pero se inspira igualmente, de manera muy ecléc-
tica, en las contribuciones teóricas y prácticas de
Peter Brook, Peter Schuman y Osvaldo Dragún
(todos ellos han sido invitados por la Universidad
de Puerto Rico), cuyos trabajos fueron evocados en
un video de Miguel Villafañe, que mostraba la tra-
yectoria del Grupo.
Foto-Estáticas estaba precedido por un trabajo
de taller —una práctica permanente de los Teatre-
ros Ambulantes— al cual habían sido invitados los
espectadores que lo desearan, dos horas antes del
comienzo de la representación. Se trataba de con-
feccionar, bajo la tutela de Antonio Martorell, los
trajes en papel así como los ornamentos del mis-
mo material que adornarían las columnas del Gran
Hall. El espectáculo propiamente dicho comenzaba
con un desfile de los diferentes personajes vesti-
dos de manera barroca, avanzando entre el públi-
co hacia el escenario. Allí creaban una sucesión de
imágenes de una gran belleza plástica, ilustrando
los diferentes períodos de la historia tormentosa
de Puerto Rico, en una perspectiva eminentemen-
te irónica y crítica, con una sincronización musi-
cal —guitarra y percusión— realizada en directo.
El vestuario en papel, perfectamente funcional en
las primeras secuencias (período colonial), era des-
truido progresivamente por los mismos actores, que
terminaban vestido en poleras y blue-jeans. Marto-
rell intervenía en la representación, pincel en mano,
agregando notas de color sobre los trajes de los co-
mediantes o dibujando sus siluetas sobre el muro
del foro. El teatro-imagen, como el teatro-foro,
incita también al público a participar. Los espec-
tadores pueden, en efecto, modificar a su manera
las imágenes propuestas, sugiriendo —a través de
otras imágenes— soluciones a situaciones diver-
sas de opresión. El espectáculo tuvo una recepción
muy favorable del público y en nuestra reseña del
Festival ocupó un lugar de preferencia por su cali-
dad y por la entrega intensa de los dos animadores
a la formación de un grupo universitario “vocacio-
nal”. Hemos hablado de “binomio”, pero sería más
propio hablar de “trinomio”, puesto que hay que
integrar también a Miguel Villafañe, el “inagota-
ble conservador de imágenes”, gracias al cual han
quedado huellas visuales perdurables del efímero
hecho teatral (fotografías, videos, documentales).
Esta primera impresión favorable se vería confir-
mada por el contacto con ellos y por el conocimien-
to posterior de sus respectivas trayectorias.
Rosa Luisa Márquez (1947) fundó con otros
compañeros universitarios el Grupo Anamú (1968-
1974), que practicó un teatro popular y crítico.
Después, en 1978, obtuvo un doctorado en teatro
con la tesis “The Puerto Rican Traveling Theatre:
the First Ten Years, 1967-1977” e inició una ca-
rrera universitaria, especializada en la enseñanza
del teatro. Creó su propio método, cuya formula-
ción adquirió forma de libro: Brincos y Saltos, el
juego como disciplina teatral (1992), con prólogo
de Antonio Martorell. Esta actividad de taller es la
base de la formación, en que la praxis precede a la
teoría. El primer objeto formativo es el propio cuer-
po, pero su entrenamiento se complementa con un
trabajo sobre los sonidos, la coreografía y la mú-
sica. Gradualmente comienza también un trabajo
con los objetos y con materiales de recuperación o
desechos, así como el aprendizaje que consiste en
recortar papel de diario para confeccionar trajes y
ornamentos. La dimensión lúdica debe estar pre-
sente en todas las actividades del taller, reforzada
con la utilización de zancos, máscaras y marione-
tas. Rosa Luisa Márquez fundó con Martorell los
52Teatreros Ambulantes de Cayey (1986), compuesto
por siete estudiantes formados en su Taller. Utili-
zando principalmente espacios no convencionales
(al aire libre), el Grupo creó entre 1986 y 1990: El
laberinto eslabonado, creación Martorell-Márquez;
La leyenda del Cemí, adaptación de un cuento de
Kalman Barsy; Otra maldad de Pateco, basada
en un cuento de Ana Lydia Vega; Ligia Elena está
contenta... (teatro-foro); qué s(c)iento volando?,
adaptación de La conferencia de los pájaros de
Jean-Claude Carrière y Peter Brook; El león y la
joya de Wole Soyinka (nigeriano, Premio Nobel)
y los espectáculos llevados a Rio de Janeiro. Esta
última le valió a Rosa Luisa Márquez el Premio en
“Creatividad dramática”, otorgado por el Círculo
de críticos de teatro de Puerto Rico en 1990. Di-
rigió conjuntamente con Martorell un taller en la
Escuela Internacional de Teatro de la América La-
tina y el Caribe (Cuba, 1989), dirigida por Osvaldo
Dragún.
Antonio Martorell (1939) estudió dibujo y pin-
tura en Madrid (1961-1962) y se inició en las Artes
Gráficas, bajo la dirección de Lorenzo Homar en el
Taller de Gráfica del Instituto de Cultura Puertorri-
queña. A partir de 1965 comienza a trabajar en esta
línea y crea después el Taller Alacrán de serigrafía
(1968). Comienza a exponer con éxito en Puerto
Rico y sucesivamente en Lima, Santiago, Buenos
Aires, Bogotá, Caracas, México (donde reside seis
años), Nueva York y una larga lista. Ha sido profe-
sor de artes gráficas en la Universidad Iberoameri-
cana de Puerto Rico y en otros centros de enseñan-
za de la isla. Muy pronto se interesa en el teatro, a
partir de los talleres de Pablo Cabrera (1966-1967)
y luego con la fundación del Grupo El Tajo del Ala-
crán, donde participó activamente, junto a Lydia
Milagros González y otros miembros. Según el
crítico Lowell Fiet, “[...] el Tajo del Alacrán, en
vez de sólo introducir contenidos políticos, afectó
profundamente la idea y la forma del arte de hacer
teatro en Puerto Rico. [...] Usaron los elementos vi-
suales, musicales y de otras artes, como interpreta-
ciones independientes” (2004: 242-243) 6 . Los mon-
tajes del Grupo se prolongaron hasta comienzos
de los años ’70, sin que Martorell abandonara sus
múltiples creaciones personales. Su colaboración
con Rosa Luisa Márquez comenzó en 1986 y se
intensificó con la creación de los Teatreros Ambu-
lantes de Cayey. Poco tiempo antes de su partici-
pación en el Festival de Rio de Janeiro, Martorell
había publicado La piel de la memoria (1991), un
libro de recuerdos de su infancia de características
singulares, que asocia el manejo sutil de la palabra
con una diversidad gráfica inhabitual por su forma-
to, diagramación e ilustraciones. Javier Villafañe,
por su parte, se integró al medio teatral después
de haber obtenido una maestría en Administración
de empresas en la Universidad de las Américas de
México y otra de Economía en la Universidad de
Puerto Rico. Durante varios años trabajó como
fotógrafo del prestigioso Festival Cervantino has-
ta radicarse en San Juan desde 1988, donde se ha
convertido en un especialista de la fotografía y el
video de teatro y performance. Desde entonces ha
documentado visualmente y de manera sistemática
el trabajo creativo de Márquez-Martorell.
Entreactos: Algunos representantes del tea-
tro puertorriqueño en el Festival de Cádiz,
un encuentro anual indispensable para los
teatros ibéricos e iberoamericanos
Empezamos a frecuentar el Festival Iberoame-
ricano de Teatro de Cádiz sólo en 1990. El naci-
miento del Festival en 1986 no tuvo en Francia, por
razones obvias, la misma repercusión que en otros
ámbitos más hispanizados. O tal vez influyó el ale-
jamiento de Besançon de la frontera española. Pro-
gresivamente nos llegaron ecos de este importante
evento, más aún para quien se interese preferente-
mente en el teatro contemporáneo de lengua espa-
ñola. El inconveniente mayor, sin embargo, para
poder asistir, era que por aquellos años las clases en
la universidad comenzaban precisamente a media-
dos de octubre, al mismo tiempo que el FIT de Cá-
diz. Esta es la razón por la cual fue imposible asistir
a él año tras año, sino de manera intermitente. En
varios artículos hemos expresado lo que ha signifi-
cado ese Festival como enriquecimiento profesio-
nal y como experiencia humana de intercambios.
La posibilidad inmensa de poder ver cada vez una
muestra del teatro que se está haciendo en América
Latina, España y Portugal. En ese contexto estimu-
lante hemos podido convivir un par de semanas —en
particular en la Residencia del Tiempo Libre— con
los organizadores y gente de Cádiz, así como con
autores, directores, actores, técnicos, críticos y pro-
fesores universitarios de decenas de países.
Varios teatristas puertorriqueños participantes
en Cádiz han podido representar de diversa forma
a su país en los veinte años que cumple el FIT en
2005: José Luis Ramos Escobar y Roberto Ramos
53Perea, como autores, principalmente; Rosa Lui-
sa Márquez, como actriz y tallerista; Dean Zayas,
como director; Lowell Fiet y Rosalina Perales,
como investigadores.
En el primer FIT (1986) actuó la compañía En-
cuentro Boricua con dos obras: El animador del
venezolano Rodolfo Santana y La Santa noche del
sábado del puertorriqueño Luis Torres Nadal, bajo
la dirección de Jorge Rodríguez. En la temporada
1988, el Centro de Bellas Artes presentó Tiempo
muerto de Manuel Méndez Ballester, con dirección
de Dean Zayas; y en el FIT 1994, el Ateneo Puer-
torriqueño representó Miénteme más de Roberto
Ramos-Perea, bajo su dirección. Es un autor muy
ligado al Ateneo, del cual ha llegado a ser su Direc-
tor Ejecutivo.
Esta última obra obtuvo el Premio Tirso de
Molina correspondiente a 1992, publicada des-
pués en la compilación titulada Teatro secreto.
Está ambientada en el prostíbulo La Nueva Fortu-
na (nombre alusivo tal vez a la peripecia del per-
sonaje masculino central), situado “en un muelle
de la costa oeste de Puerto Rico”, regentado por
Beto, cuya mujer ha muerto recientemente. La
acción transcurre a fines de los años ’50 y se fo-
caliza en tres personajes: Don Mario Bermúdez,
personaje influyente de negocios turbios; Michú,
prostituta joven, que le ha dado una hija; y Car-
mona, prostituta ya madura, su ex favorita en
tiempos pasados. Se trata de un día crucial para
Don Mario, que ha ganado una gruesa comisión
para reclutar mujeres dispuestas a experimentar
con una pastilla anticonceptiva por cuenta de un
laboratorio “gringo”. Las consecuencias desastro-
sas del experimento para las usuarias —entre ellas
la muerte de la mujer de Beto y el deterioro físi-
co de Michú— obligan a Don Mario a escapar del
país en breve plazo. El dinero acumulado por éste
despierta la codicia de Carmona, que le disputa a
Michú el derecho a partir con él. Rechazada una
y otra vez en su tentativa, lo denuncia a la poli-
cía y consigue irse con el dinero. Al final, cuando
el arresto de Don Mario es inminente, sólo podrá
contar con la solidaridad y compañía de Michú.
Dentro de un marco realista dominante, el autor le
saca partido a las situaciones que se van encade-
nando en el prostíbulo, en que el arreglo de cuen-
tas de las prostitutas con Don Mario y el enfrenta-
miento entre ellas constituyen el soporte principal,
aunque al final se manifiesta también con fuerza el
sentimiento vengativo de Beto. La evocación del
pasado es tan intensa como lo que se está jugando
en el presente de los personajes. En el plano del
lenguaje, hay un esmero particular, no sólo en los
diálogos, que reproducen el registro familiar del
habla puertorriqueña, sino también en las didasca-
lias iniciales y en algunas otras, cuya prosa tiene
ambiciones de relato, a la manera de Valle Inclán.
La canción popular —como en otras obras de
Ramos-Perea— contribuye a ambientar la acción,
pero además complementa la significación de la
obra y puede considerarse un elemento más de la
estrategia dramatúrgica. En cuanto a la puesta en
escena que vimos en Cádiz, ésta no colmó las ex-
pectativas provocadas por la atribución de un pre-
mio tan prestigioso como el Tirso de Molina.
En esa temporada de 1994, Ramos-Perea parti-
cipó también, conjuntamente con Ramos Escobar,
en el “Seminario de dramaturgia”, organizado en el
marco de las actividades complementarias del FIT,
sobre el tema de la enseñanza de la dramaturgia
en talleres u otras instancias similares. Entre otros
autores convocados: Alfonso Sastre, José Sanchis
Sinisterra y Fermín Cabal (España), María Irene
Fornés (U. S. A.), Rodolfo Santana (Venezuela),
Marco Antonio de la Parra (Chile) y Víctor Hugo
Rascón Banda (México). Todos, excepto Sastre, te-
nían experiencia en la dirección de talleres. Hubo
discrepancias entre distintas posiciones, pero con-
senso en que lo transmisible era lo artesanal, lo pu-
ramente técnico, en ningún caso el talento, la sensi-
bilidad, la creatividad personal.
En el FIT 1998, el Grupo “Agua, sol y sereno”
presentó Una de cal y una de arena (creación co-
lectiva), dirigida por Pedro Adorno y hubo varias
actividades complementarias que involucraron el
teatro de dos países caribeños: Cuba y Puerto Rico.
En un ciclo de lectura de textos inéditos, coordi-
nada por Isabel Ortega, se leyó la obra Puertorri-
queños de José Luis Ramos Escobar, y el Programa
oficial integró varios artículos sintéticos de difu-
sión: “Teatros en Puerto Rico” de Rosa Luisa Már-
quez; “Acontecimientos femeninos en el teatro de
Puerto Rico” de Lowel Fiet; y “Un decir diferente:
el 98 Cádiz-Puerto Rico, Teatro-Danza” de Susan
Homar. Entre las diversas actividades ligadas al
Festival, se realizó el III Congreso Iberoamericano
de Teatro (19-21 de octubre), cuyo tema fue “Las
miradas del 98”. Tres ponencias tuvieron estrecha
relación con el teatro puertorriqueño: “Hispano-
américa y su teatro ante el 98: el caso caribeño” de
Lowell Fiet; “Identidad americana y teatro” de José
54Luis Ramos Escobar; e “Identidad puertorriqueña e
identidad latinoamericana en La pasión según An-
tígona Pérez de Luis Rafael Sánchez” de Osvaldo
Obregón.
En el FIT 2003 se presentó El olor del popcorn
de José Luis Escobar (Producciones Artemisa), di-
rigida por el propio autor, obra que ha sido objeto
de varios montajes desde su estreno en 1993. Se
basa principalmente en el encuentro improbable
de dos jóvenes de condición totalmente opuesta:
un joven de origen popular, marginal, convertido
en ladrón (Gerardo Jerry Medina) y una joven más
bien burguesa, estudiante de teatro (Mayra Paz).
La amenaza que se cierne sobre la joven no sólo
afecta sus bienes materiales, sino principalmente
su integridad física y moral. De manera progresiva
sus personalidades se revelan, hasta el momento en
que estos dos mundos antagonistas logran comuni-
carse. Cada uno descubre, entonces, la soledad y la
precariedad del otro. Al tocar diferentes temas, el
autor nos plantea tanto asuntos de relaciones inter-
personales, como sociales inherentes a Puerto Rico,
pero extensivos también a otros países de América
Latina. Es de notar algunos puntos comunes entre
esta obra y Flores de papel del chileno Egon Wolff,
estrenada en 1970.
Por último, en el FIT 2004, teatristas de Ecua-
dor y Puerto Rico, bajo la enseña Suda-K-Ribe,
presentaron Donde el viento hace buñuelos, con
texto y dirección de Arístides Vargas, fundador del
grupo Malayerba. Dos personajes femeninos, Mi-
randa y Catalina —interpretados respectivamen-
te por Charo Francés y Rosa Luisa Márquez— se
cuentan sus vidas, hechos privados e históricos
que marcaron sus respectivas trayectorias y las de
sus países de origen (la guerra civil española y la
historia accidentada de Puerto Rico). La dimen-
sión lúdica está omnipresente en el desarrollo del
espectáculo, con momentos de humor circense en
que las intérpretes adoptan actitudes clownescas o
se valen de máscaras. Dos otros elementos cumplen
una función importante en la puesta en escena, con-
tribuyendo a crear el clima propicio a su desarrollo:
un gran telón de fondo pintado por Antonio Mar-
torell y la música creada e interpretada en guitarra
por la puertorriqueña María Pilar Aponte, la cual
se integra al montaje como un personaje más. La
calidad y potencia del texto, nutrido por la expe-
riencia vital de las propias actrices que lo encarnan;
la complicidad y talento con que actúan, pasando
del registro trágico al cómico y viceversa, determi-
na un espectáculo sensible, con una dirección que
cumple perfectamente su papel, sin ostentación.
En este mismo FIT, Vargas-Francés-Márquez
participaron también en el “VIII Encuentro de Mu-
jeres de Iberoamérica en las Artes Escénicas” con
el tema “Poéticas de la escena”. Tuvieron a su car-
go el Taller de práctica actoral “La No actuación”,
que se desarrolló del 21 al 24 de octubre.
La profesora puertorriqueña Rosalina Perales
—doctora en Letras— ha asistido también al FIT
de Cádiz durante algunas temporadas. Es uno de
los raros investigadores de la Isla que ha demos-
trado tener un interés manifiesto por la totalidad
del teatro hispanoamericano, como lo prueban los
trabajos que ha realizado en terreno en numerosos
países del área. Culminación de sus esfuerzos ha
sido la publicación de su ambiciosa obra en dos vo-
lúmenes: Teatro hispanoamericano contemporáneo
(1967-1987), México 1989 y 1993. El primero cu-
bre los países sudamericanos, con prólogo de Car-
los Solórzano, y el segundo abarca México, Améri-
ca Central y las Antillas (incluyendo Puerto Rico),
prefaciado por Ricard Salvat. Cada país es estudia-
do por separado, con abundantes datos. El hecho
teatral es considerado en toda su diversidad: dra-
maturgia, movimiento escénico, grupos y espacios
escénicos, festivales y encuentros. La bibliografía
final en ambos volúmenes es una guía valiosa para
quien se interese por el período 1967-1987 en cada
país. La profusión de datos es causa de inevitables
errores que podrían corregirse en una eventual ree-
dición. Otra contribución importante es una mono-
grafía dedicada a una de las grandes directoras de
su país, titulada: De teatro puertorriqueño. El arte
de Victoria Espinosa (1996), teatrista que mencio-
namos al comienzo, presente en Edmonton. Toda la
trayectoria de esta profesora y directora está proli-
jamente registrada, con fuentes escritas e iconográ-
ficas de primera mano.
Como se puede constatar, Cádiz ha sido un
lugar privilegiado de encuentro para los teatris-
tas de lengua española y portuguesa, así como un
puente para giras de las compañías hacia el resto
de España y Europa. Además ha generado también
otras iniciativas, la más importante ha sido proba-
blemente la publicación de la única enciclopedia
teatral del área iberoamericana: Escenarios de dos
mundos. Inventario teatral de Iberoamérica (1989,
4 tomos), ricamente ilustrada, con el aporte fun-
damental del Centro de Documentación Teatral de
Madrid y de Moisés Pérez Coterillo, su director en
55esos años. Esta obra esencialmente colectiva, con
la participación de teatristas de todos los países in-
volucrados, nació al calor del FIT de Cádiz y de la
preparación del V Centenario de 1992. En ella tie-
ne también su lugar el teatro de Puerto Rico, en el
mismo plano que todos los países integrantes de la
comunidad iberoamericana.
2005 (febrero): Universidad de Puerto Rico
en Cayey y Río Piedras. Veinte años de cola-
boración Márquez-Martorell
La Universidad fue fundada en 1902 en San
Juan, Sede Río Piedras, pero posteriormente se han
creado otros recintos como los de Ponce, Cayey,
Humacao,... Por invitación del Rector de la Univer-
sidad de Puerto Rico en Cayey, Dr. Rafael Aragun-
de, tuve la oportunidad de asistir a “Veinte-Tú, 20
años de colaboración Márquez-Martorell” (11 al 13
de febrero). Esta Sede está situada en el centro de
la Isla, en un vasto campus en que domina la vege-
tación tropical y que antes sirvió de emplazamien-
to a una base militar de Estados Unidos. Se trataba
de la primera estancia en la Isla, la cual sirvió para
reanudar contacto con teatristas ya conocidos per-
sonalmente y otros de los cuales sólo teníamos re-
ferencias de sus actividades y publicaciones.
Rosa Luisa Márquez sigue cumpliendo funcio-
nes docentes y desarrollando sus actividades teatra-
les en esta sede, al mismo tiempo que desempeña
el cargo de Directora del Programa de Estudios
Interdisciplinarios, en tanto que Antonio Martorell
tiene el estatuto de “artista residente” y es conser-
vador del Museo de Arte Dr. Pío López Martínez,
integrado al campus de la Universidad, que tiene
la particularidad de estar abierto todos los días del
año. Martorell es un artista infatigable y multifacé-
tico: grafista, dibujante, pintor, escultor, ilustrador,
retratista al carbón. Tuvimos la ocasión de visitar
su taller, mientras creaba una serie de cuadros (rec-
tangulares y circulares), inspirados en El ingenioso
hidalgo Don Quijote de La Mancha, destinados a
una(s) exposición(es) en el marco del IV centenario
de la obra maestra cervantina con el título de “Qui-
jotextos”. Atraído también por la expresión litera-
ria, ha sido elegido miembro de la Academia de la
Lengua Puertorriqueña, a comienzos de 2005.
Entre las múltiples actividades desarrolladas
por Márquez-Martorell, posteriores al encuentro de
Rio de Janeiro, hay que mencionar dos montajes,
el de Esperando a Godot de S. Beckett en 1997.
Según Lowell Fiet contó con “un reparto multi-
talentoso y entrenado (Antonio Pantojas, Teresa
Hernández, Carola García, Javier Cardona, Ya-
mil Collazo y Omar Silva); un diseño imaginativo
del espacio combinado con el trabajo excepcional
de artes plásticas, utilería e iluminación (Antonio
Martorell, José ‘Checo’ Cuevas y Ariel Cuevas), el
apoyo institucional de Actividades culturales de la
UPR, y la amplia visión creativa y determinación
de Márquez como directora artística y coordinado-
ra del proyecto” (2004: 344). El segundo montaje
fue Historias para ser contadas de Osvaldo Dra-
gún, estrenado en 2001, en homenaje al autor falle-
cido en 1999. En verdad, se trató de tres versiones
distintas con elencos diferentes del Teatro Rodante,
compuesto por estudiantes de los talleres de Rosa
Luisa Márquez.
“Veinte-tú” comenzó con una mesa redonda en
el Teatro Ramón Frade de la UPR de Cayey, con la
presencia del Rector y de autoridades universitarias
precedentes, como el Lic. Fernando Agrait y la Dra.
Margarita Benítez, que contribuyeron a crear las
condiciones para el desarrollo del teatro y de otras
artes en el recinto de Cayey. Aparte Rosa Luisa Már-
quez, Antonio Martorell y Miguel Villafañe, que
han trabajado en estrecha complicidad durante dos
décadas, estaban invitados al coloquio: Lowell Fiet,
Susan Homar, Teresa Hernández, Javier Cardona,
Humberto Figueroa y Miguel Rubio Zapata, director
del Grupo de Teatro Yuyachkani de Perú, entre otros.
Todos testimoniaron desde distintos ángulos, acerca
de la actividad del binomio Márquez-Martorell.
Uno de los testimonios más emotivos fue el de
Javier Cardona. El dotado estudiante-actor que vi-
mos en Rio de Janeiro se ha convertido en un co-
mediante profesional de primer plano, “un talento-
so y adiestrado actor, bailarín y perfomero”, según
Lowell Fiet. Teresa Hernández, por su parte, dio
una muestra de su talento con un breve performan-
ce alusivo al evento. Ella ha creado el personaje
de Isabella, sobre el cual el mismo crítico sintetiza
su caracterización así: “Isabella tiene la presencia
física y precisa de un cuerpo entrenado que puede
entretejer movimiento/gesto, expresión corporal/fa-
cial y voz/texto en un performance deslumbrante y
penetrante” (2004: 324).
La gran sorpresa de la jornada fue la asistencia
al acto de Luis Rafael Sánchez, quien se ha con-
vertido en el escritor puertorriqueño vivo de mayor
prestigio, tanto nacional como internacional. Entre
sus principales obras posteriores a 1981: La impor-
56tancia de llamarse Daniel Santos (1988, biografía
novelada del célebre cantante); La guagua aérea
(1994, ensayo); No llores por nosotros, Puerto
Rico (1997, ensayo); y la obra teatral Quíntuples,
estrenada con gran éxito el 3 de octubre de 1984
en el Centro de Bellas Artes de Puerto Rico, bajo
la dirección de Rafael Acevedo. Nos pareció que el
dinamismo y la curiosidad intelectual de Luis Ra-
fael Sánchez se mantenían intactos.
El programa continuó el mismo día a las 19 ho-
ras con un espectáculo de cabaret titulado Sancocho
Musical, compuesto de secuencias musicales de los
espectáculos dirigidos por Márquez-Martorell des-
de 1986 hasta 2004 (una veintena), interpretados
por un grupo de actores de distintas promociones,
especialmente reunido para la ocasión. Se realizó
en la Casa de Histriones del recinto de Cayey. Los
actores mostraron poseer una formación completa
en canto, danza, actuación y manejo de instrumen-
tos de cuerda y percusión. Los ritmos caribeños
inflamaron al público, que al final de la representa-
ción ocupó el escenario y se sumó a la fiesta y baile
final. Fueron momentos de gran regocijo, en que se
borraron edades y jerarquías.
Al día siguiente, 12 de febrero a las 19,30 hrs.,
se representó en un estrado al aire libre una reposi-
ción de Cuentos, cuentos y más cuentos de Gerard
Paul Marín por el Teatro Rodante, con dirección
de Rosa Luisa Márquez y la asesoría de la maestra
Gilda Navarra en las máscaras. Se trataba de varia-
ciones sobre el tema de la violencia en Puerto Rico,
inspiradas en la primera plana del diario El Vocero,
en colaboración estrecha entre el autor y la directo-
ra, cuyo estreno data de 1979. Como la mayoría de
los espectáculos anteriores, éste unió la palabra a
la música, al canto; mezclando la farsa, la comedia
del arte, el circo. Mientras caía la noche tropical, se
sumaba también a la representación el coro familiar
de los coquíes, como música de fondo 7 .
Hubo también dos talleres: uno sobre voz y ex-
presión corporal, dirigido por Miguel Rubio y des-
tinado a treinta estudiantes de la UPR en Cayey y
Río Piedras (sábado 12 y domingo 13); y otro ti-
tulado “Foto-estáticas en Veinte-tú”, dirigido por
Martorell-Márquez, abierto a “amigos y colabora-
dores para crear performances cortos en pequeños
grupos, luego de talleres con papel” (el 13, desde el
mediodía hasta el final de la tarde).
No es frecuente que una institución universita-
ria patrocine una celebración similar a la de “Vein-
te-tú”, como explícito reconocimiento a la activi-
dad pedagógica y creativa de unos maestros que
combinan teatro, en sentido amplio, y artes plásti-
cas. Generalmente los galardones están reservados
a los científicos, filósofos, historiadores... Esta vez
le tocó el turno a los artistas. Sin embargo, el me-
jor homenaje lo rindieron los propios estudiantes
y ex-estudiantes que participaron en los talleres y
en los espectáculos que Márquez-Martorell han ve-
nido dirigiendo desde 1985, algunos de los cuales
han quedado marcados por la experiencia y están
preparados —cuando llegue la hora— para tomar
el relevo.
Durante la estancia en San Juan hubo dos mo-
mentos importantes: la visita al Recinto de Río Pie-
dras y, en particular, al Departamento de Drama, y
la cena de convivencia en casa de Gilda Navarra,
una figura emblemática del movimiento escénico
puertorriqueño de los últimos cincuenta años. Estas
dos ocasiones fueron motivo de encuentros y reen-
cuentros con autores, directores, actores, profesores
y críticos, muchos de los cuales cumplen a la vez
varias de estas funciones.
Uno de los primeros reencuentros en la sede
universitaria capitalina fue con José Luis Ramos
Escobar, elegido Decano de la Facultad de Hu-
manidades en 2004. Ya tiene en mente algunos
proyectos ambiciosos, probablemente, la organi-
zación de un festival internacional y un congreso,
en forma paralela. Todo depende del presupuesto
que pueda conseguir. Entretanto continúa su acti-
vidad dramatúrgica, narrativa y ensayística, que
deberá conciliar con sus nuevas funciones. Su
itinerario de docencia universitaria no le ha im-
pedido hasta ahora cultivar su fuerte vocación
teatral y literaria. Becado por la Fundación Ford,
se doctoró en la Universidad de Brown en 1980.
Pudiendo hacer carrera en Estados Unidos, prefirió
regresar a Puerto Rico, donde ha enseñado en va-
rias universidades hasta recalar en la UPR de Río
Piedras en 1991. Ha publicado varios ensayos, en
especial Punto de mira: Gabriel García Márquez;
la novela Sintigo; el libro de cuentos En la otra
orilla; y varias obras de teatro, además de El olor
del popcorn, anteriormente mencionada. Entre las
principales: Indocumentados... El otro merengue y
¡Puertorriqueños?, ambas estrenadas por el Teatro
del Sesenta. La primera en 1989 (dirigida por José
Félix Gómez e Idalia Pérez Garay) y la segunda
en 1999 (dirigida sólo por José Félix Garay). Esta
última consigue recrear en notable síntesis un si-
glo de vida puertorriqueña, desde la perspectiva de
57una familia, en seis fechas históricamente signifi-
cativas: 1898, 1917, 1944, 1952, 1972 y 1992.
La invitación a dar una conferencia en el Tea-
tro Julia Burgos sobre Fulgor y muerte de Joaquín
Murieta de Pablo Neruda, nos permitió saludar a
Dean Zayas, director del Departamento de Drama,
que no veíamos desde Edmonton; así como a los
profesores Lowell Fiet, Susan Homar, Idalia Pérez
Garay y Rosalina Perales, que imparten sus cursos
ahí. Esta última me acogió en su curso de Teoría
y Metodología del Teatro para dar otra conferencia
titulada “Teatro de masas y fútbol en Chile: el Clá-
sico Universitario (1938-1978)”.
Lowell Fiet se doctoró en la Universidad de
Wisconsin-Madison y ha dedicado gran parte de
sus investigaciones al teatro puertorriqueño y a la
literatura del área caribeña, sobre los cuales ha or-
ganizado varios “simposios”, cuyas actas han sido
publicadas en colaboración con Janette Becerra.
Fundador y editor de la revista Sargasso, con simi-
lar orientación. Es profesor de inglés y teatro en la
UPR y gestor del programa doctoral. Ha dirigido
el grupo de teatro Taller de imágenes en el marco
universitario no profesional. Mientras ocupaba la
Cátedra de Honor Eugenio María de Hostos de la
UPR en 2001-2002 pudo darle forma a uno de sus
libros más ambiciosos: El teatro puertorriqueño
reimaginado. Notas críticas sobre la creación dra-
mática y el performance, publicado en 2004. Es,
por una parte, una prolongación en el tiempo de
Historia crítica de un siglo de teatro puertorrique-
ño de Angelina Morfi, puesto que abarca además
el período posterior a la generación de Marqués y
Arriví y, por otra, constituye un nuevo enfoque his-
tórico global, en la medida en que no sólo toma en
cuenta la dramaturgia de autor, sino también diver-
sas formas escénicas como la creación colectiva, el
performance y otras que privilegian los aspectos
visuales y plásticos.
Susan Homar es profesora de literatura y Deca-
na Asociada de Estudios Graduados e Investigación
en la UPR en Río Piedras. Se doctoró con la tesis:
“La memoria del mundo en el fondo del lengua-
je: lengua e identidad en tres novelas del Caribe”
(1983). Se trata de las novelas La guaracha del
Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez; Banana
Bottom de Claude McKay; y de Mère la Mort de
Jeanne Hyvrard. Es crítica de danza en varios pe-
riódicos, arte que practicó en su juventud.
Idalia Pérez Garay es también profesora del De-
partamento de Drama, pero ha participado como
actriz en varias compañías, en particular, en el
Teatro de los Sesenta, que ha dirigido estos últi-
mos años en colaboración con el actor José Félix
Gómez. Con este grupo, puso en escena La pasión
según Antígona Pérez, representada en el Centro de
Bellas Artes de Santurce en 1990. Se ha distinguido
en varios papeles, entre otros el de Dafne Morri-
son en Quíntuples del mismo Luis Rafael Sánchez,
estreno que alcanzó un gran éxito de público y de
crítica.
Una muestra más de la hospitalidad de que go-
zamos en Puerto Rico fue la invitación a cenar a
casa de Gilda Navarra, cuya actividad artística casi
nos era desconocida hasta antes del viaje, salvo por
comentarios de otros teatristas puertorriqueños. Lo
que más impresiona es la unanimidad favorable
que merece su trabajo por parte de la profesión y
de la crítica, algo inusitado en los medios artísti-
cos. Basta con cotejar diversas críticas y leer el her-
moso libro —magníficamente editado e ilustrado,
que condensa la creación y dirección de su Taller
de Histriones, titulado Polimnia— para confirmar
este consenso y para comprender la calidad de su
aporte al teatro puertorriqueño. Esta publicación
viene precedida de comentarios a cargo de Luis
Rafael Sánchez, de Rosa Luisa Márquez y de Ar-
cadio Díaz Quiñones. De este último crítico, cita-
mos algunas líneas sobre la formación artística de
Gilda Navarra: “Vivió y estudió en Nueva York en
los años cuarenta, años del comienzo de una nueva
fase de renovación de la danza clásica y moderna
en la metrópoli. Aunque había estudiado ballet,
se interesó cada vez más por la danza española, y
desde 1946 a 1950 formó parte en España de los
grupos de José Greco y Pilar López como bailarina
española. Regresó a Puerto Rico a comienzos de la
década del cincuenta, y fundó, junto a Ana García,
los Ballets de San Juan, compañía y escuela en la
que se encargó de todo lo español, como bailarina
y coreógrafa. A comienzos de los años sesenta se
fue interesando cada vez más por la danza moderna
y por la pantomima: se traslada a París, y allí estu-
dia con Etienne Decroux y Jacques Lecoq. Ahí se
inicia, por lo visto, un cambio notable” (1993: 16).
Esta apertura hacia escuelas tan diferentes demues-
tra su ansia de conocimientos téorico-prácticos y
la curiosidad estética que la animaba. Se sabe per-
fectamente la huella indeleble que han dejado en
Francia Decroux y Lecoq, no sólo en el dominio
de la mímica, sino en todo el campo de las artes es-
cénicas, dadas sus contribuciones al conocimiento
58y desarrollo de la expresión corporal. Este último
con su escuela internacional de París dejó una mul-
titud de discípulos en los cuatro puntos cardinales
del planeta.
Con Taller de Histriones (1971-1984), Gilda
Navarra fusiona danza, mimo, música y comedia
del arte, mediante un trabajo extremadamente ri-
guroso, abriendo un camino nuevo para el teatro
puertorriqueño y convirtiéndose en precursora de
la tendencia teatro-danza, tan vigente hoy en los
escenarios del mundo occidental con los espec-
táculos de Pina Bausch y una larga serie de epí-
gonos. Hay, además, una gran coherencia en su
repertorio, en cuanto a la búsqueda y expresión
de las diferentes raíces culturales de la Isla y del
mundo caribeño. Atibón, Ogú, Erzulí (1979) es
una búsqueda de las raíces africanas; Fragmen-
tos precolombinos (1981) indaga en las casi des-
aparecidas raíces indígenas en el primer siglo de
la conquista española; Eleuterio Boricua (1975)
plantea la reafirmación de las raíces culturales
puertorriqueñas. La Comedia del Arte está muy
presente en su primer espectáculo Los tres cornu-
dos (1972); Ocho mujeres (1974) se inspira en La
casa de Bernarda Alba de García Lorca; el monta-
je de La mujer del abanico (1981) está basado en
una leyenda japonesa y tiene la impronta estética
del Noh. Su espectáculo Polimnia (1983) traza la
trayectoria del actor-mimo en Europa. Hasta aquí,
una parte del repertorio de Histriones.
Hasta en el menor rincón de la casa de Gilda
Navarra hay huellas visuales de su larga y fecun-
da labor artística: fotografías, carteles, máscaras,
cuadros, esculturas y otros objetos testimonian de
una vida dedicada al arte, pero permanecen aún en
el dominio de lo privado. En reemplazo, su libro
Polimnia se ofrece al lector interesado como un
excelente compendio de un período de apogeo de
su creatividad. Lo más notable es que, habiéndose
acogido a jubilación hace ya varios años, ha con-
tinuado su labor creativa y ejerciendo su papel de
maestra de varias generaciones.
En los últimos años, algunos aspectos del teatro
boricua han sido puestos de relieve en algunas re-
vistas especializadas, como es el caso de la revista
Conjunto, núm. 106, que publicó un “dossier” de
sugestivo título: “El ¿otro? teatro puertorriqueño”,
editado por Vivian Martínez Tabares. Por su par-
te, en el marco del teatro caribeño, Latin Ameri-
can Theatre Review 37/2, coordinado por Laurietz
Seda, publicó artículos sobre Los soles truncos de
René Marqués (Margarita Vargas); sobre el teatro
de Carlos Canales (William García) y sobre el tea-
tro hispanocaribeño y de la diáspora (Lowell Fiet).
La profesora-investigadora Laurietz Seda es tam-
bién la responsable de dos compilaciones: Teatro de
la Frontera (2003), sobre teatro mexicano y puer-
torriqueño, coeditada por el Ateneo Puertorriqueño
y la Universidad Juárez del Estado de Durango, que
incluye obras de los isleños Roberto Ramos Perea,
José Luis Ramos Escobar, Teresa Marichal y Ab-
niel Marat; y Nueva dramaturgia Puertorriqueña,
que selecciona otras obras de los tres primeros ya
mencionados, más una de Carlos Canales (ver de-
talle en “Obras citadas”). En Francia hay que des-
tacar la publicación de una colección de cuentos de
René Marqués, Dans une ville appelée San Juan
(1984) y la monografía de Norita Nouhaud titulada
Luis Rafael Sánchez, dramaturge, romancier et es-
sayiste porto-ricain (2001).
Al cabo de este recorrido en forma de crónica
panorámica (forzosamente incompleta), determi-
nada estrictamente por una experiencia personal,
algunas reflexiones generales sobre los teatristas
puertorriqueños mencionados y sus creaciones. A
nivel institucional, hemos visto que hay tres polos
importantes, cuya acción ha influido directamente
sobre el desarrollo del teatro y de las artes: el Ins-
tituto de Cultura Puertorriqueña (organismo oficial,
equivalente a un Ministerio de la Cultura), al cual
estuvo ligado estrechamente Francisco Arriví, que
patrocinó los Festivales de Teatro Puertorriqueño
desde 1960 a 1968, aparte de otras múltiples acti-
vidades; El Ateneo Puertorriqueño (organismo no
oficial), al cual estuvo vinculado René Marqués,
que creó el Departamento de Teatro, gestor de mu-
chas iniciativas en pro del movimiento escénico; y,
finalmente, la Universidad de Puerto Rico, verda-
dero semillero de teatristas, en la cual han enseñado
o aún enseñan muchos de los nombrados en esta
crónica.
Como la gran mayoría de las familias (recor-
dar la de los Atridas), la familia teatral puertorri-
queña —con mayor concentración en San Juan—
tampoco constituye un bloque monolítico. Desde
luego ha habido la natural rivalidad entre las insti-
tuciones ya nombradas, pero también hay tenden-
cias teatrales diferentes e incluso opuestas: teatro
de autor, creación colectiva, “nueva dramaturgia”,
performance, happening, teatro-danza, etc., que
defienden unos u otros. Paralelamente, la radica-
lización política frente al estatuto de Estado Libre
59Asociado ha jugado también un papel esencial en
las opciones ideológicas y artísticas de los grupos,
compañías y animadores del campo cultural. Un
capítulo aparte, pero inseparable, lo constituye el
teatro de la diáspora puertorriqueña (escrito en in-
glés), sobre todo en Nueva York y otras ciudades
de Estados Unidos. Este teatro quedará ausente de
esta crónica, excluido por ahora de este “acerca-
miento”, mientras no se den las condiciones nece-
sarias para una evaluación responsable. Lo impor-
tante es que el movimiento teatral (dramatúrgico
y escénico), con los inevitables altibajos, no ha
perdido el dinamismo generado en los años ’50 y
se ha seguido abriendo hacia el exterior, aunque
no haya alcanzado aún la difusión que se merece
en el marco del teatro latinoamericano.
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61Seda, Laurietz (ed.), La nueva dramaturgia puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico, Librería Editorial Ateneo,
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— (ed.), “A special issue with eight articles on Caribbean theatre”, Latin American Theatre Review, 37/2, Spring
2004 (incluye ocho artículos, de los cuales dos sobre teatro puertorriqueño: “Dreaming the Nation: René Marqués’s
Los soles truncos” de Margarita Vargas y “De locos y cocolos: identidades híbridas en el teatro de Carlos Canales” de
William García).
— (ed.), Teatro de la Frontera (antología), San Juan, Puerto Rico, Librería Editorial Ateneo, 2003 (incluye cinco
obras mexicanas y cinco puertorriqueñas, entre estas últimas: Malasangre de Roberto Ramos-Perea; Indocumentados
de José Luis Ramos Escobar; Boni and Kin de Carlos Canales; El adiestramiento de Teresa Marichal; y El olor de los
machos y las hembras de Abniel Marat).
Vargas, Arístides, Nuestra Señora de las Nubes / Donde el viento hace buñuelos / El deseo más canalla, Madrid,
Casa de América, 2001 (Serie Teatro Latinoamericano Actual).
n
notas
Hay también un teatro contemporáneo en algunas lenguas indígenas: guaraní, náhuatl, quechua, mapuche, entre
otras, pero este interesante dominio no es de nuestra competencia.
1
Fecha en que comienza a regir la nueva constitución, como consecuencia del referéndum de 3 de marzo de 1952,
bajo la Gobernación de Luis Muñoz Marín, líder del Partido Popular.
2
3 Las referencias bibliográficas completas de los títulos mencionados figuran al final en la bibliografía.
4 Ésta y otras traducciones posteriores son nuestras.
La versión francesa de esta obra figura en nuestra antología Le théâtre latino-américain contemporain (ver bi-
bliografía).
5
6 Ver en la bibliografía su libro El teatro puertorriqueño reimaginado.
7 El coquí es una pequeña ranita verde que prolifera en la Isla, verdadera mascota de Puerto Rico.
62

Teatro cubano de transición (1958-1964): Pinera y Estorino

SPRING 1986
39
Teatro cubano de transición (1958-1964):
Pinera y Estorino
Elias Miguel Muñoz
¿Por qué teatro cubano de transición? Porque nos permite releer uno de
los períodos más cruciales en la historia de Cuba y del teatro latinoamericano.
U n período que sin duda requiere el espacio de uno o varios libros y frente al
cual aquí sólo podremos plantear y responder algunas preguntas partiendo de
dos figuras que consideramos representativas.
Toda coyuntura histórica estará siempre ligada a ciertos individuos. En el
caso del teatro cubano producido entre 1958 y 1964, dos dramaturgos se
destacan por su planteamiento y representación del proceso revolucionario:
Virgilio Pinera y Abelardo Estorino. Los textos que escogimos de estos
autores reproducen el modo de pensar y las actitudes de muchos cubanos que
fueron testigos del cambio y que contribuyeron, con mayor o menor grado de
compromiso, a la construcción del nuevo sistema.
De la producción de Pinera queda poco que decir sin repetir afirmaciones
anteriores. Pinera es sin duda uno de los escritores más importantes ya no sólo
de Cuba sino de toda Latinoamérica en el siglo X X . La obra que de él
comentaremos, Aire frío (1958), ! nos sitúa inmediatamente antes de la
Revolución. La obra de Estorino, La casa vieja (1964), 2 aunque publicada en
1964, tiene lugar poco tiempo después de 1959. No escogimos La casa vieja
porque la consideremos la obra más importante producida en Cuba después
de la Revolución. Es posible que otras como La noche de los asesinos de Triana la
supere. La estudiaremos aquí porque, además de tener una íntima relación
dialógica con Aire frío, problematiza y discute constructivamente el proceso
revolucionario.
A continuación definiremos lo que entendemos por "teatro cubano de
transición," veremos las condiciones del teatro cubano antes y después de la
Revolución, y por ultimo analizaremos brevemente las dos obras antes
mencionadas. A modo de conclusión responderemos a las preguntas que
creemos formulan estos textos: ¿Cuál es la necesidad más urgente del pueblo
cubano en Aire frío? ¿Qué es la Revolución según el texto de Estorino? A pesar40
LATIN AMERICAN THEATRE REVIEW
de sus simientes prerrevolucionarias y burguesas, ¿como afirman y definen
estos textos el nuevo sentido de nacionalidad que propulsó la Revolución?
LOS DRAMATURGOS DE TRANSICIÓN
Podemos considerar, como lo hace R o m á n de la Campa en su estudio de la
obra de Triana, 3 a aquellos dramaturgos nacidos hacia finales de 1920 y
durante los 1930 como la tercera generación de dramaturgos cubanos; se trata
de aquellos que publican y estrenan durante la tercera y la cuarta etapa
histórica cubana: la ultima dictadura batistiana (1952-1958) y los primeros
años de la Revolución de 1959. Pinera, como apunta de la Campa, pertenece
a una generación anterior, la segunda (n. 1910-1917), que se manifiesta a
partir de 1940, con gran influencia del teatro europeo de vanguardia. Por su
labor teatral durante los años de transición y su colaboración con los
dramaturgos más jóvenes de la tercera generación, hemos decidido incluirlo
como figura representativa de este grupo.
El grueso de la producción de estos dramaturgos—entre los que cabe
mencionar a Fermín Borges, Estorino, Dorr, Brene, Triana, Quintero, entre
otros—se ubica, como observa Riñe Leal, entre 1960 y 1966. 4 " S u mundo
teatral," afirma Leal, "pertenece a la pequeña burguesía, a sus conflictos
familiares . . . [es] un universo cerrado, . . . sin posible salvación." 5 Sin
embargo, la Revolución irrumpe en este mundo pequeñoburgués y ahora se
muestra " s u desintegración, sus falsos valores, y su resquebrajamiento ante el
impacto revolucionario." 6
Sólo después del triunfo revolucionario consiguen estos dramaturgos
cohesión y un sentido de colectividad. En el período anterior (1952-1959),
predominaba la incomunicación, el aislamiento, el teatro de "entretenimiento
social" para unos cuantos dilettanti. 7 Los autores de este período, señala
Román de la Campa,
se encuentran enajenados por la realidad represiva y asfixiante que
imperó. . . . Las condiciones materiales inexistentes, la falta de un
publico interesado . . . imposibilitó el desarrollo de sus inclinaciones
artísticas. El propósito de asimilar y manejar técnicas foráneas para
vertirlas en una temática criolla y la idea de incorporar las masas al
quehacer teatral—todos concebidos por las generaciones anteriores,
desde la independencia, y todos frustrados repetidamente—no fueron
replanteados por este grupo hasta después de 1959, momento en que
pudieron reconocerse como colectividad. 8
Al triunfar la Revolución, se funda la Escuela Nacional de Teatro, se
establecen revistas especializadas como Conjunto, se ofrecen concursos como el
de Casa de las Américas. El estado ahora se responsabiliza por la actividad
cultural del país, la cual queda a cargo del Consejo Nacional de Cultura. El
dramaturgo cubano tiene, por primera vez, un público masivo que va a ver
sus obras y una recompensa económica por su trabajo.
Los dramaturgos ya formados antes de la Revolución continúan escri-
biendo y, desde el primer momento (1960), advierte Julio E. Miranda, en su
producción "se dibujan dos caminos . . . el del realismo en sus diversas
g a m a s , " y el de " l a imaginación en forma de absurdo, surrealismo o teatro deSPRING 1986
41
la crueldad." 9 Al primero se adscriben autores como Estorino, Brene,
Saumell, Quintero y Jesús Díaz. Al segundo Arrufat, Dorr (en su primera
obra) y Triana. Virgilio Pinera se adscribe con su obra más engage, Aire frío, al
primer grupo, aunque gran parte de su trabajo siga la línea del teatro del
absurdo. 1 0
VIRGILIO PINERA: EL CALOR DE LA VÍSPERA
Aire frío es un retrato realista de una familia cubana de clase media, los
Romaguera. Sus miembros son: Ángel, el padre, un viejo fracasado y
jubilado; Ana, una madre cubana "clásica"; Luz Marina, la hija, una
solterona resentida; Enrique, el hijo major, el único que ha alcanzado algún
éxito económico; Luis, otro hermano, personaje secundario, y Osear, el poeta
enajenado a quien nadie comprende.
El texto criticará, primero y principalmente, los gobiernos corruptos que
pasaron por C u b a a lo largo de tres décadas: " ¿ Y a mí qué me importa si el
Mulato subió y si el Lindo bajó? Para lo que van a darme . . . Los presidentes
entran y salen y nosotros seguimos comiendo tierra" (346). Mostrará después
la incomprensión sufrida por el poeta (Oscar) en una sociedad materialista.
Luz Marina es portavoz de la insatisfacción de la familia: " N o s pasamos la
vida hablando del calor, pero no nos atrevemos a poner los puntos sobre las
íes. Y entretanto nos vamos muriendo poco a poco" (304). El calor implacable
será en el texto un motivo recurrente; se trata, a nivel simbólico, de la
atmósfera política del país. El ventilador que desea Luz Marina (otro
leitmotivo), apuntará al cambio que el país necesita, a la necesidad imperiosa
de combatir la situación actual.
El calor será el único tema que vincule a los Romaguera. La familia, en su
apatía política, no pasará nunca de la queja, de la palabra que en la obra es
catártica. No conseguirán el ventilador que tanto necesitan ni contribuirán al
proceso político que está teniendo lugar en el país, aunque lo presientan: "
. . . me paso la vida buscando una salida . . . , " dice Luz Marina, " . . .
Debe haberla, pero nosotros no acertamos a descubrirla" (336). El texto
aludirá al cambio que es eminente, lo pedirá, lo buscará; pero los personajes
se encuentran derrotados antes de comenzar cualquier tipo de lucha.
Al final de la obra estamos en julio de 1958. Ana, la madre, está
agonizando en su pequeña recámara, mientras que la familia se ve obligada a
discutir los pormenores del entierro. En la Sierra Maestra se está gestando la
Revolución que transformará la vida de los muchos Romagueras del país.
Con Ana, sugiere el texto, muere también el viejo sistema.
ABELARDO ESTORINO: EL PROCESO REVOLUCIONARIO
Las dos obras más importantes de Estorino fueron escritas en la década de
los sesenta: El robo del cochino (1961) y La casa vieja (1964). Ambas presentan a
una familia cubana en proceso de desintegración. 11 La primera situación
dramática de La casa vieja se estructura alrededor de la muerte del padre de los
Gutiérrez, comenzando así donde termina Aire frío. La muerte de la madre en
la obra de Pinera, como la del padre en la de Estorino, simbolizará la
anulación del viejo sistema que, dialécticamente, dará lugar al nuevo.42
LATIN AMERICAN THEATRE REVIEW
La muerte, otra vez, reúne a todos los personajes: Esteban, el hermano
cojo, un hombre sensible y acomplejado; Diego, el playboy que se ha
incorporado de lleno a la Revolución; Laura, la hermana solterona; y Dalia,
la revolucionaria oportunista, esposa de Diego.
Por medio del racconto se construye el pasado de los Gutiérrez, centrado, en
función dramática, en los dos hermanos, Diego y Esteban. Los padres deciden
muy pronto que Esteban, por ser cojo, deberá seguir una carrera en La
Habana, mientras que Diego se quedará en el pueblo y aprovechará su fuerza
en los trabajos de la industria cañera. Al morir el padre, Esteban regresa a la
casa familiar (la casa vieja) donde permanecerá dos días, tiempo durante el
cual buscará románticamente la verdad desenmascarando a los otros person-
ajes.
Estos personajes ocultan deseos y metas arribistas detrás de actitudes
revolucionarias. Dalia, esposa de Diego, se vale de su nueva posición
influyente para obtener bienes materiales: " L a casa de los Carmona tiene tres
cuartos . . . . Yo sabía que esa gente no se iba a adaptar . . . . Le dije a
Ramón que nosotros necesitábamos una casa así . . . . " (28-29) Diego utiliza
la Revolución para seguir implantando su código machista:
D I E G O — . . . estoy dispuesto a luchar por lo que yo creo que es
decente, por lo que todo el mundo sabe que es decente . . .
ESTEBAN—¿Y es decente lo que tu hiciste con ella?
DIEGO—Yo soy un hombre, es distinto. Y así piensa todo el mundo
en este pueblo. ¡Qué en este pueblo! en toda Cuba. La revolución no
va a permitir eso.
ESTEBAN—¡La revolución! ¿Tu crees que la revolución es un
escudo?
DIEGO—Yo sé muy bien lo que es la revolución.
ESTEBAN—¿Qué es? ¿Un ser omnipotente con una espada de
fuego? La revolución eres tu, ella . . . la becada, nosotros, somos
todos, es todo, la sequía, el bloqueo, es la vida, la vida que cambia.
(90-91)
Diego niega la dialéctica revolucionaria: "Ya la revolución ha cambiado
muchas cosas . . . ¿Hasta cuándo vamos a seguir cambiando?" (120). A cuya
negación Esteban reaccionará con la frase que presenta la visión del mundo de
La casa vieja: "Yo creo en lo que está vivo y cambia'' (124). Esteban será la voz
conflictiva que, como la de Luz Marina en Aire frío, afirma la necesidad del
análisis y se opone a la situación actual de la familia y del país. Los dos
hermanos definen la Revolución:
D I E G O — L a revolución es otra cosa. Acabar con los burgueses y
nacionalizar las empresas . . . Es acabar con el hambre, trabajar, vivir
mejor.
ESTEBAN—Sí, es eso vivir mejor. Es hacer un hombre nuevo,
transformarlo todo, encontrar nuevas respuestas, preguntarte sobre
todo lo que ves, todo lo que pasa . . . . (111)
El período de la historia de C u b a que La casa vieja documenta fue un
período de reevaluación en el que aun prevalecían actitudes del pasado. Gente
como el personaje Diego creía en un reemplazo milagroso de un sistema porSPRING 1986
43
otro y en el fondo propulsaba las mismas ideas de antes; gente como Dalia se
aprovechaba del cambio para satisfacer sus metas personales. Y los Estébanes
intelectuales, burgueses, traían a la nueva Cuba la cojera y el resentimiento de
toda una vida.
A pesar de la perturbación que Esteban causa al llegar a la casa vieja, su
cuestionamiento revolucionario queda anulado al confrontar las actitudes
inmóviles de sus familiares. Al final se marcha sin que su búsqueda, su crítica
y sus preguntas afecten de manera alguna a sus parientes.
CONCLUSIÓN
Tanto el texto de Pinera como el de Estorino formulan ciertas preguntas e
intentan responderlas dentro del marco histórico en que surgieron: ¿Cuál es la
necesidad más imperiosa del pueblo cubano en Aire frío? Combatir la inercia,
el pesimismo, y llegar a la praxis para lograr un cambio. ¿Qué es la revolución
según el texto de Estorino? Es un proceso. ¿Cuál es la función del hombre
dentro de este proceso revolucionario? Cuestionar, preguntarse, como dice
Esteban, "sobre todo lo que p a s a " (111).
Es cierto que, como indica Riñe Leal, la Revolución aparece de manera
impactante en estos autores de transición. Pero con esa misma fuerza aparece
una manera de hacer teatro. Esto no debe sorprendernos. Los grandes
dramaturgos del absurdo fueron maestros de Pinera; los grandes realistas lo
fueron de Estorino. Es por eso que debemos hablar, cuando consideramos el
teatro cubano de transición, de una serie de limitaciones arraigadas en la
tradición. Leal define una:
Si alguna limitación encuentro . . . al actual teatro cubano es que aun
no se muestra proporcional a los grandes públicos. Encerrado en salas
pequeñas . . . ofrece la impresión de un teatro que muere en sí mismo
. . . Sería necesario . . . hacer un teatro que redescubra todo el valor
de lo elemental como fuente de expresión nacional . . . 12
Sabemos que el nuevo teatro cubano ha redescubierto este valor y ha
logrado expresarlo. El teatro de transición, aunque plantea la necesidad de un
cambio radical en todas las esferas de la sociedad, una vez que se ha entrado
en el proceso revolucionario enjuicia este cambio en dos niveles y desde afuera:
al seguir elaborando fundamentos estéticos del teatro aristotélico; al entregar
su mensaje con indecisión, subrayando el derrotismo de unos personajes que
son revolucionarios de palabra, de oportunidad; gente que lleva la Revolución
como una máscara o que la inviste de romanticismo. Y sin embargo, si
estudiamos las obras de Pinera y Estorino, vemos que el teatro de transición, a
pesar de sus simientes prerrevolucionarias y burguesas, documenta un
período crucial en la historia de Cuba, y afirma la Revolución como una
necesidad, como aquello que está vivo y cambia.
Wichita State University
Notas
1. Virgilio Pinera, Teatro completo (La H a b a n a : Ediciones R, 1960). Todas las referencias a la
obra aparecerán en el texto como un n ú m e r o de página entre paréntesis.44
LATIN AMERICAN THEATRE REVIEW
2. Abelardo Estorino, La casa vieja (La H a b a n a : Casa de las Americas, 1964). Todas las
referencias aparecerán como un n ú m e r o de página entre paréntesis.
3. R o m á n de la C a m p a , José Triana: Ritualización de la sociedad cubana (Madrid: Ediciones
Cátedra, S.A. 1979) 17.
4. Riñe Leal, Breve historia del teatro cubano (La H a b a n a : Editorial Letras C u b a n o s , 1980)
148-149.
5. Leal 141.
6. Leal 148-149.
7. José Cid Pérez, " E l teatro en C u b a r e p u b l i c a n a , " en Teatro cubano contemporáneo, selección
y notas de Dolores M a r t í de Cid (Madrid: Aguilar, S.A., 1962) 36-37.
8. De la C a m p a 21.
9. Julio E. M i r a n d a , Nueva literatura cubana (Madrid: T a u r u s Ediciones, S.A., 1971) 107.
10. No podemos deternernos aquí a estudiar a fondo toda la producción de Pinera, ni a
confrontar, por ejemplo, el texto de Aire frío con el siguiente texto del autor, Dos viejos pánicos,
premiado por Casa de las Américas en 1968. C a b e anotar, sin embargo, que en esta obra
premiada Pinera regresa a un teatro de corte europeo al que podríamos llamar absurdo-
existencialista, muy en la línea de obras suyas anteriores como Eljlacoy el gordo y predominante en
los dramaturgos cubanos de su generación.
11. En El robo del cochino se da el conflicto tradicional entre la vieja generación, los padres, y la
nueva, los hijos. J u a n e l o se rebela contra la indiferencia y la injusticia de Cristóbal, su padre
hacendado. El texto sitúa la acción en el período inmediatamente anterior a 1959; las respuestas
serán, por ende, fácilmente obvias: el hijo (la revolución) se levantará contra el padre (el sistema
explotador). En La casa vieja las respuestas no serán tan fáciles ni las fuerzas antagónicas tan
obviamente detectables. Para un análisis interesante de El robo del cochino, véase, de Pedro Bravo-
Elizondo, Teatro hispanoamericano de crítica social (Madrid: Playor, S.A., 1975) 72-82.
12. Riñe Leal, " A l g u n a s consideraciones sobre el teatro c u b a n o , " ínsula 260-261 (julio-
agosto 1968): 9.