15/3/15

Antígona Furiosa, de Griselda Gambaro









Antígona  

Furiosa

de Griselda Gambaro


Personajes: ANTÍGONA, CORIFEO, ANTlNOO


Una carcasa  representa a CREONTE.  Cuando  el CORIFEO se introduce  en ella, asume  obviamente  el trono y el poder.
ANTÍGONA ahorcada.  Ciñe sus cabellos una corona de flores blancas, marchitas.  Después de un momento,  lentamente,  afloja y quita el lazo  de su cuello,  se acomoda  el vestido blanco  y sucio. Se mueve,  canturreando.
Sentados  junto a una mesa redonda, vestidos  con trajes de calle, dos hombres toman café. El CORIFEO juega con una ramita flexible, rompe pequeños trozos de la servilleta  de papel y las agrega a modo de flores. Lo hace distraído,  con una sonrisa de burla.

CORIFEO: ¿Quién es ésa? ¿Ofelia? (Ríen. ANTÍGONA los mira.) Mozo, ¡otro café!
ANTÍGONA (canta):
«Se murió y se fue, señora; Se murió y se fue;
El césped cubre su cuerpo, Hay una piedra a sus pies.»
CORIFEO: Debiera, pero no hay. ¿Ves césped? ¿Ves piedra? ¿Ves tumba?
ANTINOO:  ¡Nada!
ANTÍGONA (canta):  « ... un sudario  lo envolvió; Cubrieron su sepultura flores que el llanto regó.»  (Mira curiosamentre  las tazas.): ¿Qué toman?
CORIFEO: Café.
ANTÍGONA: ¿Qué es eso? Café.
CORIFEO: Probá.
ANTÍGONA: No. (Señala.)  Oscuro como el veneno.
CORIFEO (instantáneamente recoge la palabra): ¡Sí, nos envenenamos! (Ríe.)
¡Muerto soy! (Se levanta,  duro, los brazos  hacia adelante.  Jadea estertoroso.)
ANTINOO:  ¡Que nadie lo toque! ¡Prohibido! Su peste es contagiosa. ¡Contagiará la ciudad!
ANTÍGONA:  ¡Prohibido! ¿Prohibido? (Como ajena a lo que hace, le saca la corona al CORIFEO, la rompe.)
ANTINOO:  ¡Te sacó la coronita!
CORIFEO:  ¡Nadie me enterrará!
ANTINOO: Nadie.
CORIFEO:  ¡Me comerán los perros! (Jadea  estertoroso.)

ANTINOO:  ¡Pobrecito! (Lo abraza.  Ríen, se palmean.)
CORIFEO (le ofrece su silla): ¿Querése sentarte?
ANTÍGONA: No. Están  peleando  ahora.
ANTINOO:  ¡No  me digas!
CORIFEO: Sí. Se lastimarán  con las espadas. ¡Pupa!, y serás  la enfermera. (Se le acerca con una intención equívoca que ANTÍGONA no registra, sólo se  aparta.) ¿Cómo  los cuidarás? ¿Dónde?
ANTÍGONA: Yo seré quien  lo intente.
CORIFEO: ¿Qué?
ANTÍGONA: Dar sepultura  a Polinices, mi hermano.
CORIFEO (guasón): ¡Prohibido, prohibido!  ¡El rey lo prohibió! ¡«Yo» lo prohibí!
ANTINOO:   ¿Qué nadie lo toque!
CORIFEO: Quien  se atreva ... (se rebana  el cuello)
ANTÍGONA : Ella no quiso  ayudarme.
CORIFEO: ¿Ella?  ¿Quién  es ella?
ANTÍGONA: Ismena,  mi hermana.  Lo hice sola.  Nadie  me ayudó.  Ni siquiera
Hemón, mi valiente,  que  no desposaré.
CORIFEO:  ¿Y para cuándo  el casorio? (Ríe, muy divertido, y ANTINOO   lo acompaña después de un segundo. Se pegan codazos  y palmadas.)
ANTÍGONA: Que  no desposaré, dije. Para mí no habrá boda.
CORIFEO (blandamente): Qué lástima.  (Golpea a ANTINOO  para llamar su atención. )
ANTINOO  (se apresura): Lástima.
ANTÍGONA: Noche  nupcial.
CORIFEO: Lógico.
ANTINOO (como un eco): Lógico.
ANTÍGONA: Tampoco  hijos. Moriré.. . Sola.
                         La batalla. Irrumpe entrechocar metálico de espadas, piafar   de caballos, gritos y ayes  imprecisos. ANTÍGONA se aparta. Mira desde el  pala­ cio. Cae al suelo, golpean sus piernas, de un lado y de otro, con un ritmo que se acrecienta al paroxismo, como si padeciera la batalla en carne propia.
ANTÍGONA  (grita): ¡Eteocles, Polinices,  mis hermanos,  mis hermanos!
CORIFEO (se acerca): ¿Qué  pretende  esta loca? ¿Criar  pena sobre  pena?
ANTTNOO:  Enterrar  a Polinices  pretende, ¡en una mañana  tan hermosa!
CORIFEO: Dicen  que Eteocles y Polinices  debían  repartirse el mando  un año cada uno. Pero el poder tiene  un sabor  dulce.  Se pega como  miel a la mosca.
Eteocles  no quiso  compartirlo.
ANTINOO: Otro se hubiera conformado. ¡No Polinices!
CORJFEO: Atacó la ciudad por siete puertas y cayó vencido ¡en las siete! (Ríe)  Y
después enfrentó a su hermano Eteocles.
ANTÍGONA:  ¡Se dieron muerte con las espadas! ¡Eteocles, Polinices! ¡Mis hermanos, mis hermanos!
CORIFEO (vuelve  a la mesa): Siempre las riñas,  los combates y la sangre. Y la loca ésa que debiera estar ahorcada. Recordar muertes es como batir agua en el mortero.   No aprovecha. Mozo, ¡otro café!
ANTINOO (tímido):  No hace mucho que pasó.
CORIFEO (feroz ):  Pasó. ¡Y a otra cosa!
ANTINOO: ¿Por qué no celebramos?
CORTFEO  (oscuro):  ¿Qué hay para celebrar?
ANTINOO (se ilumina,  tonto):  ¡Que la paz haya vuelto!
CORJFEO  (ríe): ¡Celebremos! ¿Con qué?
 ANTINOO:  Con... ¿vino?
CORIFEO:  ¡Sí, con mucho vino! ¡Y no café! (Remeda  
¿Qué es ese líquido  oscuro? ¡Veneno! (Ríe.  Jadea  paródicamente estertoroso. Después, ANTINOO lo acompaña. )
ANTÍGONA camina  entre sus muertos,  en una extraña  marcha donde  cae y se incorpora cae y se incorpora.
ANTÍGONA:  ¡Cadáveres! ¡Cadáveres! ¡Piso muertos! ¡Me rodean los muertos! Me             acarician ... me abrazan ... Me piden ... ¿Qué?
CORIFEO (avanza):  Creonte. Creonte usa la ley. Creonte. Creonte usa la ley en lo tocante
Creonte usa la ley en lo tocante a los muertos Creonte y a  Creonte no permitirá enterrar a Polinices que quiso quemar a san re y fuego
Sangre y fuego la tierra de sus padres. Su cuerpo servirá de pasto
Pasto a perros y aves de rapiña. Creonte Creonte Su ley dice: Eteocles será honrado
Y Polinices  festín de perros. Podredumbre  y pasto.
Que nadie gire -se atreva-gire Gire como loca dando vueltas frente al cadáver insepulto    insepulto  insepulto

(Vuelve a su lugar, se sienta.)  Nadie hay tan loco que desee morir. Ése será el salario.
    ANTÍGONA: Mi madre se acostó con mi padre, que había nacido de su  vientre, y así nos engendró. Y en esta cadena de los vivos y los muertos, yo pagaré sus culpas. Y la mía. Ahí está. Polinices. Polinices, mi hermano más querido. Creonte no quiere para él sepultura, lamentos, llantos. Ignominia solamente. Bocado para las aves de rapiña.
CORIFEO:  Quien desafíe a Creonte, morirá.
ANTÍGONA: ¿Me ves, Creonte? ¡Lloro! ¿Me oís, Creonte? (Profundo lamento,  salvaje y gutural)
CORIFEO:  ¡No oí nada! ¡No oí nada! (Canta  tartamudeando, pero con un fondo de burla. ) No hay ... lamentos ba-ba-ba-jo el cielo, ¡ta-ta-tán sereno!
ANTINOO:  ¡Prohibido! (Sacude  az CORIFEO) ¿ No es verdad que está prohibido?
ANTÍGONA: ¿Para quién? ¡Para quienes mueven la cola como perros! ¡No para mí!
¿Me ves, Creonte? Yo lo sepultaré, ¡con estos brazos, con estas manos!
¡Polinices! ( Largo alarido    silencioso al descubrir el cadáver  de Polinices que es sólo  un sudario)    
ANTÍGONA se arroja  sobre él, Lo cubre con su propio cuerpo  de la cabeza  a
Los  pies.
     ANTÍGONA: Oh, Polinices, hermano. Hermano. Hermano. Yo seré tu aliento. (Jadea  como  si quisiera  revivirlo)  Tu boca, tus piernas, tus pies. Te cubriré. Te cubriré.
CORIFEO:  ¡Prohibido!
ANTÍGONA: Creonte  lo prohibió.  Creon  te te creo te creo Creon  te que mematarás.
CORIFEO:  Ése será el salario.
ANTÍGONA: Hermano, hermano. Yo seré tu cuerpo, tu ataúd,  tu tierra.
CORIFEO:  ¡La ley de Creonte lo prohíbe!
ANTÍGONA: No fue Dios quien la dictó ni la justicia. (Ríe)  ¡Los vivos son la gran    sepultura de los muertos! ¡Esto no lo sabe Creonte! ¡Ni su ley!
CORIFEO (dulcemente): Como si lo supiera.
ANTINOO (id. ): ¿Qué?
CORIFEO: Salvo a Polinices, a quien redobla su muerte, Creonte sólo a los vivos mata.
ANTINOO:  ¡Corre las sepulturas! (Ríe)  De uno a otro.
CORIFEO: Sabiamente. En cadena.
ANTÍGONA: También se encadena la memoria. Esto no lo sabe Creonte ni su ley.
Polinices, seré césped y piedra. No te tocarán los perros ni las aves de rapiña. (Con  un gesto maternal) Limpiaré tu cuerpo, te peinaré. (Lo hace)
 Lloraré, Polinices... lloraré. . . ¡Malditos!

Ceremonia, escarba la tierra  con las uñas, arroja  polvo seco sobre el cadáver,  se extiende  sobre él. Se incorpora y golpea,  rítmicamente, una con­ tra otra, dos grandes  piedras, cuyo  sonido  marca  una danza  fúnebre.

CORIFEO: Le rinde honores. Mejor no ver actos que no deben hacerse. (Apartan la mesa)
ANTTNOO  (espiando): No llegó a enterrarlo. La tierra era demasiado dura.
CORIFEO: Ahí  la sorprendieron los guardias. Despreciable es quien tiene enmayor estima a un ser querido que a su propia patria.
ANTINOO:  ¡Exacto!
CORIFEO (dulcemente ):  Niña, ¿cómo no lo pensaste? (Corre  hacia  la carcasa  de
Creonte)

ANTINOO   (se inclina,  exagerado y paródico):  ¡El rey! ¡El  rey!
CORIFEO: Eso soy. Mío es el trono y el poder.
ANT!NOO: Te arreglará las cuentas. Antígona. (Un ademán para que avance)
CORIFEO: Eh, la que se humilla, la que gime, la que padece el miedo y tiembla.
ANTÍGONA   (avanza  serenamente):  Temor y temblor, temor y temblor.
CORIFEO: Hiciste lo que prohibí.
 ANTÍGONA:  Reconozco haberlo hecho y no lo niego.
ANTINOO   (asustado):  ¡No lo niega!
CORIFEO: Transgrediste la ley.
ANTÍGONA: No fue Dios quien la dictó ni la justicia.
CORIFEO: Te atreviste a desafiarme,  desafiarme.
    ANTÍGONA: Me atreví.
CORIFEO:  ¡Loca!
ANTÍGONA: Loco es quien me acusa de demencia.
CORIFEO: No yale el orgullo cuando se es esclavo del vecino.
ANTÍGONA (señalando a \NTINOO, burlona):  Éste no lo es, ¿vecino? Ni vos.
    ANTINOO   (orgulloso):  ¡No lo soy!
CORIFEO:  j Sí!
ANTTNOO:  ¡Sí lo soy! (Se desconcierta )  ¿Qué? ¿Vecino del esclavo o esclavo del vecino?
CORIFEO   (como ANTÍGONA   ríe): Ésta me ultraja violando las leyes, y ahora agrega  una segunda ofensa: jactarse     y reírse.
ANTÍGONA: No me río.
CORlFEO: Ella sería hombre y no yo si la dejara impune. Ni ella ni su hermana
escaparán a la muerte más terrible.
ANTÍGONA   (palidece):  ¿Ismena? ¿Por qué Ismena?
    ANTINOO: Sí. ¿Por qué Ismena?
CORIFEO  (sale de su carcasa,  apurado para retomar su papel): ¿Por qué?
ANTÍGONA: Ella no quiso ayudarme. Tuvo miedo.
CORIFEO: ¿Y cómo no iba a tener miedo? Es apenas una niña. ¡Tan tierna!
ANTÍGONA :  Delante de Creonte, yo también tuve miedo.
    ANTLNOO:  ¡Es nuestro rey!
ANTÍGONA :  ¡Y yo una princesa!, aunque la desgracia me haya elegido.
ANTINOO:  ¡Sí! Hija de Edipo y de Yocasta. Princesa.
CORlFEO: Está triste, ¿qué tendrá la princesa?  Los suspiros se escapan de su  boca de fresa.
    ANTINOO: Que no ruega ni besa.
CORlFEO: Si se hubiera quedado quieta/Sin enterrar a su hermano/¡con Hemón se hubiera casado! (Ríen)
ANTÍGONA: Delante de Creonte,  tuve miedo. Pero él no lo supo. Señor, mi rey,
¡tengo miedo! Me doblo con esta carga innoble que se llama miedo. No me
castigués con la muerte. Dejame casar con Hemón, tu hijo, conocer los pla­ ceres de la boda y la maternidad.  Quiero ver crecer a mis hijos, envejecer lentamente. ¡Tengo miedo! (Se llama  con un grito,  trayéndose al orgullo)
¡Antígona!  (Se incorpora, erguida y desafiante) ¡Yo lo hice! ¡Yo lo hice!
CORIFEO:  ¡Loca!
ANTÍGONA: Me llamó Creonte, ese loco de atar  que cree que la muerte tiene odios pequeños. Cree que la ley es ley porque sale de su  boca.
CORIFEO: Quién es más fuerte, manda. ¡Ésa es la ley!
ANTINOO:  ¡Las mujeres no luchan contra Jos hombres!
ANTÍGONA: Porque soy mujer, nací, para compartir el amor y no el odio.
    ANTINOO: A veces te olvidás.
CORIFEO:  ¡Lo escuchamos!  ¡Y qué bien sonaba! Nací, para compartir el amor, ¡y no el odio!
ANTÍGONA: Se lo dije a Creonte, que lleva siempre su odio acompañado porque nunca viene solo. El odio.
     CORIFEO: La cólera. La injusticia.
ANTÍGONA : Yo mando.
CORIFEO: No habrá de mandarme  una mujer.
ANTÍGONA: Y ya estaba mandado,  humillado.  Rebajado  por su  propia omnipotencia.
ANTINOO: Yo no diría rebajado.
CORIFEO (lo  remeda,  sangriento): ¡No diría, no diría! Yo tampoco. Ismena fue más sagaz.
ANTÍGONA: No quiso ayudarme. Tuvo miedo. Y con miedo, como culpable, Creonte la obligó a presentarse ante él. Polinices clama por la tierra. Tierra  piden los muertos y no agua o escamio.  (Gime  como  Ismena) No llorés,  Ismena. No querés ayudarme.  «¡Ssssss! Silencio, que nadie se entere de tu propósito. Será lapidado quien to ue el cadáver de Polinices.  Pido perdón a los muertos. Prestaré obediencia.    ¿A quién, Ismena? ¿A Creonte, el verdugo?
    CORIFEO: Verdugo. Dijo verdugo.
LOS  dos: Cuando se alude al poder/la sangre empieza a correr. (Apartan la mesa)
ANTÍGONA :  Yo no quería exigirle nada. Hubiera deseado  tomarla entre mis brazos, consolarla  como en la niñez, cuando acudía a mí, llorando,  porque le robaban las piedras de jugar al nenti o se lastimaba contra  un escalón. Nenita, no nenita, no sufras. Pero oí   mis gritos. ¡Rabia! ¡Rabia! ¡Me sos  odiosa con tanta cobardía!  Que todo el mundo sepa que enterraré a Polinices. ¡A voces,  enterraré a mi muerto!
CORIFEO: Tonta, Ismena andaba por el palacio, inocente con aires de culpable, sabiendo lo que más deseaba ignorar.
     ANTÍGONA  (se golpea  el pecho):  «¡Sé! ¡Nada ignoro!» Delante de Creonte le vino el coraje, mejor que el mío porque nacía del miedo. «Fui cómplice, cómplice.»  ( Ríe, burlona) Ella, cómplice, ¡que ama sólo en palabras!

CORIFEO:  ¡No aceptaré una complicidad que no tuviste!
ANTINOO: ¿Así la rechazó?
    CORIFEO: Así. Ismena, en la desgracia, quiso embarcarse en el mismo riesgo.
Otra, no Antígona, ¿qué hubiera hecho? Llenarse de gratitud, ¡abrir los brazos!
ANTÍGONA: Yo los cerré.
ANTINOO:  ¡Insaciable! Le pareció poco.
    CORIFEO: Practica el vicio del orgullo. Orgullo más heroísmo, ¿adónde conducen?
(Se rebana el cuello)
ANTÍGONA (dulcemente):  Ismena, rostro querido, hermana, nenita mía, necesito la dureza de mi propia elección. Sin celos, quiero que escapés  de la muerte que a mí me espera. Creonte nos llamó locas a las dos, porque las dos lo desafiábamos, las dos despreciábamos  sus leyes. Queríamos justicia, yo por la justicia misma y ella por amor.
CORIFEO: Puede hablar mucho, pero su destino está sellado.
ANTINOO (se levanta  y se aleja):  Yo no quiero verlo. ¡Ya vi con exceso!
CORIFEO (lo busca): ¡Sentate ! Hemón vendrá a pedir por ella.
    ANTINOO: ¿Y qué cara traerá? ¿Apenada?
CORIFEO: ¿Qué te parece? Sumá   dos más dos: la condena de Antígona, la pérdida de su boda.
ANTINOO:  ¡Pobrecito!
CORIFEO: Aprovechará para una frase maestra.
     ANTINOO: ¿Cuál?
CORIFEO:  Solo, se puede mandar bien en una tierra desierta.
ANTÍGONA:  ¡Hemón, Hemón!
CORIFEO (va hacia la carcasa):  Ama a Antígona.
ANTINOO:  ¡No se la quités !
     CORIFEO (en la carcasa): No soy yo. Es la muerte. (Ríe. Bajo) ¿Hemón? (ANTÍGONA
se vuelve hacia él) ¿No estás furioso? ANTÍGONA  (todas  sus réplicas  con voz neutra):  No. CORIFEO:  Seré inflexible.
ANTÍGONA: Lo sé.
CORIFEO: Nada modificará mi decisión.
ANTÍGONA: No intentaré cambiarla.
CORIFEO: Me alegro. Uno desea hijos sumisos que devuelvan al enemigo de su padre mal por mal y honren a los amigos.
ANTÍGONA: Es justo.
    CORIFEO: La anarquía es el peor de los males. Quien transgrede la ley y pretende darme órdenes, no obtendrá mis elogios. Sólo confío en quienes obedecen.
ANTÍGONA: No osaría decir que tus palabras no son razonables. Sin embargo, también otro puede hablar con sensatez.  Tu mirada intimida. Yo puedo oír lo que dice la gente. ¿No merece ella recompensa y no castigo?
   CORIFEO: Esa mujer se te subió a la cabeza.
ANTÍGONA: Hablo con mi razón.

CORIFEO:  Que tiene voz de hembra. No hay abrazos más fríos que los de una mujer perversa, indómita.
ANTÍGONA: ¿Perversa? Indómita.
    CORIFEO:  Como ésa. Escupile en la cara y que busque un marido en los infiernos.
ANTÍGONA:  Le escupiré. (Un silencio. Se lleva la mano a la cara) No me escupió, Creonte.
CORIFEO (sale de su carcasa y enfrenta a ANTÍGONA):  Debieras estar orgullosa.
ANTÍGONA: ¿De qué?
  CORIFEO: De que un mocito como Hemón pretenda dar lecciones a su padre, ¡el rey!
ANTÍGONA: Si soy joven, no atiendas a mi edad sino a mis actos. Del orgullo de
Hemón, estoy orgullosa.
CORIFEO (se aparta hacia la mesa, ultrajado  :   ¡Juventud!
     ANTINOO: Ahora pasa todo liso, pero ¡qué discusión! Se oía hasta en la esquina.
CORIFEO:  Si levantó la voz, estaba justificado.
ANTINOO: Dijiste, ¡qué juventud!
CORIFEO:  ¿Y qué? No me refería a Hemón. Habló por nosotros. Dijo lo que todos pensábamos.
    ANTINOO (turbado):   ¿Qué? (Se toca la cabeza)
CORIFEO:  La condenaste injustamente.
ANTINOO:  ¡Eso!
CORIFEO:  ¿Qué abogados tuvo? ¿Qué jueces? ¿Quién estuvo a su lado?
ANTINOO: ¿Su padre?
    CORIFEO:  ¡No tiene!
ANTINOO: ¿Su madre? (Seña  rápida de negación del CORIFEO)  ¿Sus hermanos?
(Id em) ¿Sus amigos? La agarró y decidió: a ésta la reviento.
CORIFEO:  Y nosotros decimos: ¿Cómo? ¿Precisamente ella condenada? No toleró que su hermano, caído en combate, quedara sin sepultura. ¿ No merece esto   ecompensa  y no castigo?
ANTINOO (contento): ¡Eso decimos!
CORIFEO: De lo que decimos, Creonte se.. . (gesto)
ANTÍGONA: El clamor público nace siempre de palabras secretas. Quien cree que sólo él piensa o habla como ninguno es puro vacío adentro.
    ANTINOO:  ¡Habló muy bien Hemón!
CORIFEO:  ¡También Creonte! Dijo: Sólo confío en quienes obedecen. No quebrantarán  la ley.
ANTINOO (muy turbado): ¡Sólo uno debe hablar bien para que no tengamos indecisiones!
  CORIFEO: Yo las resuelvo. (Majestuoso, avanza hacia la carcasa, pero se detiene a
mitad de camino. Se vuelve hacia ANTÍGONA) La ciudad pertenece a quien la
gobierna.
ANTÍGONA:  Solo, podrías mandar bien en una tierra desierta.
CORIFEO:  ¡Ahí está! La frase.
     ANTINOO (muy turbado): ¡Sigo en lo mismo! ¿A quién pertenece la razón?

CORIFEO: Y se insultaron. Creonte lo llamó estúpido, ¡y Hemón le dijo que hablaba como un imberbe !
ANTINOO: ¿Al padre?
CORIFEO: ¡Al padre! ¡Jamás la desposarás viva!, dijo Creonte.
     ANTINOO:  ¡Bien!
CORIFEO:  Morirá, pero no morirá sola, contestó Hemón.
ANTINOO:  ¡Qué audacia!
CORIFEO: ¿Cuál? ¿Refutar pal abras tontas?
ANTINOO:  ¡No eran tontas!
     CORIFEO   (lo mira amenazador.  Bruscamente  sonríe):  Puede ser. .. Mi defecto es
conmoverme fácilmente.
ANTÍGONA: Creonte me mandó llamar -yo, engendro aborrecido para que mu­
riera en presencia de Hemón y bajo sus ojos.
CORIFEO: No lo consiguió. ¡Hemón no quiso!
     ANTÍGONA: Sé que no quiso.
CORIFEO:  ¡Ella no morirá en mi presencia -dijo Hemón-y tus ojos jamás me volverán a ver! (Se levanta) Con amigos complacientes podrás librarte a tus furores.  ¡Jamás me volverás a ver!
ANTTNOO:  ¡Sentate! ¡No me dejés solo!
     CORIFEO: ¿Por qué? ¿De qué tenés miedo?
ANTINOO:  ¡De nada! (Confidencial) Me atreví a decirle a Creonte que Hemón estaba muy desesperado. Cosa grave a su edad.
CORIFEO: ¿Y eso qué vale? ¿Qué arriesgaste? ¡Yo, yo le pedí por Ismena! ¿Cuál era su culpa? Haber escuchado a la loca. No tocó el cadáver.
  ANTINOO: Creonte no es insensato.
CORIFEO: La perdonó. ANTINOO: Sí, ¿y después? CORIFEO: Después, ¿qué?
ANTINOO: La arreglaste. Qué muerte tendrá Antígona, preguntaste amablemente.
    CORIFEO: Ya estaba decidido. ¿Qué podía cambiar? La ocultaré en una cueva cavada  en la roca, con alimentos para un día.
ANTÍGONA: Hice mi último viaje.
CORIFEO: Allí, ella podrá invocar a la muerte, pidiéndole que no la toque.
ANTÍGONA: Que no me toque. ¡No me toqués, oh, muerte!
CORIFEO: O se dará cuenta, un poco tarde, cómo es superfluo irle con  peticiones de vida.
ANTÍGONA: Y sin embargo, yo pido.
CORIFEO   (tristemente):  Superfluo, ¡pero gratis!
ANTÍGONA: Pedí por la luz del sol. Mis ojos, no saciados por la luz.
     CORIFEO:  ¡Amor, amor! ¡Qué desastre! Lo digo por Hemón. Vence el deseo, ¿y dónde quedan las leyes del mundo?
ANTINOO: Sí, sí, ¿pero qué tienen que ver las leyes con Antígona? La miro y ...
CORIFEO: Avanza hacia el lecho donde todos tenemos que acostarnos.

ANTÍGONA: Hice mi último viaje. Decir «la última vez». (La voz se le deforma)   Ul. .. tima vez. Saber. .. que más allá no hay luz, ninguna voz. La muerte, que duerme todo lo que respira, me arrastra  hacia sus bordes. No conocí noche de bodas, cantos nupciales. Virgen voy. Mi desposorio  será con la muerte.
CORIFEO: Te olvidás de las ventajas: te encaminás  a las sombras  con gloria, ensalzada.
     ANTLNOO:   ¡Todo el mundo te aprueba!
CORIFEO:  ¡Sin enfermedades,  sin sufrimientos!
ANTINOO:  ¡Sin achaques  de vejez!
CORIFEO: Por propia voluntad, podría decirse, entre todos nosotros, descenderás libre y viva a la muerte. ¡No es tan trágico!
   ANTÍGONA:  Como Niobe, el destino  va a dormirme  bajo un manto de piedra.
CORIFEO: Pero Niobe era una diosa y de dioses nacida. Nosotros  mortales y nacidos de mortales.
ANTINOO:  ¡Es algo grandioso  oírle decir que comparte  el destino de los dioses!
(Ríen)
ANTÍGONA:  ¡Se ríen de mí!
     CORIFEO:  ¡No, no!
(Ríen)

ANTÍGONA:  ¿Por qué ultrajarme antes de mi muerte, cuando respiro todavía?
CORIFEO: Bueno, ¡fue una broma! ¡No te ofendas!
(Tentados, ríen apretando los labios,  tragándose la risa)
ANTÍGONA:  Oh, ciudadanos  afortunados,  sean testigos de que nadie me acompaña con sus lágrimas. ..
    CORIFEO:  ¡Dios mío, empieza  a compadecerse!
(Intenta huir)
ANTÍGONA:  Que las leyes, ¡qué leyes!,  me arrastran a una cueva que será mi tumba. Nadie escuchará  mi llanto, nadie percibirá mi sufrimiento.  Vivirán a la luz como si no pasara nada. ¿Con quién compartiré  mi casa? No estaré con los humanos ni con los que murieron, no se me contará entre los muertos ni entre los vivos. Desapareceré  del mundo, en vida.
CORlFEO (bondadosamente): El castigo siempre supone la falta, hija mía. No hay inocentes.
ANTINOO (bajo):  ¿Nunca? (Se  recompone) Lo apruebo: ¡muy  bien dicho!
CORIFEO: Y si el castigo  te cayó encima,  algo hiciste que no debías hacer. ¿Qué                      pretendés?  Llevaste  tu osadía al colmo,  te caíste violentamente.
ANTINOO:  ¡Pum!
ANTÍGONA:  ¡Ay, qué aciaga  boda conseguiste  para mí, hermano!  Con tu muerte me mataste cuando te sobrevivía.
ANTINOO:  ¡Me parte el corazón!
     CORIFEO: A mí también . Pero el poder es inviolable para quien lo tiene. ¿Cómo se le ocurrió oponerse? No te quejes, amiga mía, no se puede pagar un destino tan dentro y tan fuera de la norma con moneda de cobre.
ANTINOO: La perdió su carácter.
CORIFEO: Hubiera escuchado consejos. ¡Nuestros consejos!
     ANTÍGONA:  ¡El sol! ¡El sol!
CORIFEO: Ahí está. Míralo por última vez.
ANTÍGONA: Por última vez. Me llevan sin llantos, sin amigos, sin esposo. En  mi muerte, no hay lágrimas ni lamentos. Sólo los míos.
CORIFEO: ¿Miraste el sol? ¿Te diste el gusto? ¿Te calentó? Bueno, ¡basta! Si nos
dejaran gemir antes de morirnos, ¡no moriríamos nunca!
ANTINOO:  ¡Aburre! ¡No la termina más!
CORIFEO:  ¡Yo la termino! (Se dirige hacia la carcasa, se detiene a mitad de camino) ¡Se arrepentirán de estas lentitudes quienes demoran en conducirla! (En la carcasa) ¡Enciérrenla! Que sea abandonada en esa tumba. Si ella desea morir allí, que muera. Si desea vivir sepultada  bajo ese techo, que viva. Quedaremos puros de su muerte y ella no tendrá contacto con los
vivos.
ANTINOO:  ¡Qué sabiduría! Está y no está, la matamos y no la matamos.
ANTÍGONA:  ¡Oh, tumba, oh, cámara nupcial! Casa cavada en la roca, prisión eterna   donde voy a reunirme con los míos. Bajo la última y la más miserable antes de que se marchite  el plazo de mi vida. Pero allí al menos, grande es mi esperanza, tendré cuando llegue el amor de mi padre, y tu amor también, madre, y el tuyo, hermano mío. Cuando murieron, con mis propias manos, lavé sus cuerpos, cumplí los ritos sepulcrales.  Y ahora, por vos, querido Polinices, recibo esta triste recompensa. Si hubiera sido madre, jamás lo hubiera hecho por mis niños. Jamás por mi esposo muerto hu biera intentado una fatiga semejante. Polinices, Polinices, ¡sabes por qué lo digo! Otro es­ poso hubiera podido encontrar, concebir otros hijos a pesar de mi pena.
Pero muertos mi padre y mi madre, no hay hermano que pueda nacer jamás.
         ¡Jamás volverás a nacer, Polinices! Creonte me ha juzgado, hermano mío.
CORIFEO   (saliendo de su carcasa): ¡Y bien juzgada!
ANTÍGONA:  ¿Qué ley he violado? ¿A qué Dios he ofendido? ¿Pero cómo creer en Dios todavía? ¿A quién llamar si mi piedad me ganó un trato impío? Si esto es lo justo, me equ ivoqué. Pero si son mis perseguidores quienes yerran, ¡yo les deseo el mismo mal que injustamente me hacen. ¡El mismo mal, no más ni menos, el mismo mal!
ANTINOO:  ¡No la termina! ¡Qué cuerda!
CORIFEO: Rencorosa, para ella siguen soplando· ráfagas del mismo viento.
(Con sigilo,  a ANTÍGONA     ¡Hay algo que se llama arrepentirse! No sirve de mucho, pero consuela.
ANTINOO: Si ya sabemos que se muere, ¿por qué no se muere?
CORIFEO: ¿No dijo Creonte que se arrepentirán de estas lentitudes quienes demoran en conducirla?
(Entra bajo el sonido de aleteos y graznidos)
ANTÍGONA:  ¡Me llevan! ¡Miren a qué suplicio  y por cuáles jueces yo soy  condenada!
ANTINOO:  Sufre.
CORIFEO: Siempre se sufre cuando se cambia la luz celeste por las tinieblas  de una prisión. A muchas les tocó parecido destino. Cuando se ultraja el poder
y se transgreden los límites, hija mía, siempre se paga en moneda de sangre.
                      (Aumenta el sonido de roncos,   siniestros graznidos, fuertes aleteos que crecen y decrecen)
CORIFEO: ¿Qué es ese ruido? ANTINOO: Pájaros en primavera. CORIFEO   (fríamente):  Estúpido.
   ANTINOO: Me insultan: me voy.
CORIFEO: ¡Quedate! Algo pasará a último momento. ANTÍGONA: Yo no lo supe. No supe que Creonte... ANTINOO: ¿Es que va a tener un defensor?
CORIFEO: No, ¡jamás!
 ANTTNOO:  ¿Y entonces?
ANTÍGONA   (aparta alas inmensas): ¡Fuera! ¡Fuera! (Gime de terror, intentado protegerse. Con esfuerzo, se domina) ¡No! ¡Está bien que me cubran con sus
alas hediondas,  que me rocen con sus picos! (Se ofrece, feroz, con los dien­
tes apretados) ¡Muerdan! ¡Muerdan! ¡No me lastimarán más que Creonte!
     ANTTNOO:  Quiero irme a casa. ¡Tengo frío!
CORIFEO:  ¡Ya nos vamos! Tomaría otro café. (Se levanta con su taza en la mano y va en busca de otro café. Se demora cerca de la carcasa de Creonte)
ANTINOO (algo cae sobre la mesa, lo recoge con asco):  ¿Qué es esto? ¡Qué inmundicia!
     CORIFEO:  ¡No preocuparse! Vendrá Tiresias,h y aunque ciego, Tiresias sacerdote,   ¡arregla todo! (Entra en la carcasa) ¿Qué hay de nuevo, viejo Tiresias? Me espanta tu cara oscurecida, como con doble ceguera. Nunca me aparté de tus consejos. Por eso goberné bien esta ciudad. (Para sí )  Con hábiles pactos. (Pausa) ¿Qué porquería es ésta? ¡Me cayó encima! (Sale, apartándose suciedades que le caen)
ANTINOO  (oculta con la mano algo que le ha caído sobre el brazo, temeroso e inmóvil. Lentamente, aparta la mano mientras mira hacia arriba): ¡Peste!
CORIFEO: ¿Qué? ¡Peste!
ANTINOO:  ¡Quiero irme a casa!
     CORIFEO: Los pájaros hambrientos arrancaron jirones  del cadáver de Polinices.
Por eso gritan. Comieron la carne y la sangre de un muerto en la refriega.
ANTINOO:  ¡Que arregle esto Tiresias! ¡Quiero irme a casa!
CORIFEO:  ¡Y en tu casa te seguirá la peste!
ANTINOO:  ¡Me encerraré!
CORIFEO:  ¡Te seguirá  la peste! Ningún Dios oirá nuestras  súplicas.  ¡Malditas  aves!
ANTÍGONA: El mal permitido  nos contamina  a todos. Escondidos en sus casas, devorados por el miedo,  los seguirá la peste.
CORIFEO: Tal vez no, si Tiresias  consigue  de Creonte  lo que tu empecinamiento te ha negado.
     ANTÍGONA: No convenzas  a Creonte,  Tiresias.  Creonte  te ha dicho que la raza entera de los sacerdotes  ama el dinero. (Ríe) Y contestaste que la de los tiranos el lucro vergonzoso.  ¡Se entienden  bien ustedes!  (Aparta  las alas cuyo aleteo  ha decrecido)  Yo no temo. ¿Qué te dice Tiresias?  Que pagarás con la muerte de un ser nacido de tu sangre... (Se oscurece)  He... Hemón ...por haberme arrojado  a la tumba  y por retener insepulto  el cadáver de Polinices.  En boca de Tiresias, la verdad y la mentira están  mezcladas.  No te ensañés  con un cadáver. ¿Qué hazaña es matar a un muerto?
CORIFEO: Sí, eso dirá.
ANTÍGONA: Perros,  lobos y buitres  desgarraron  el cadáver  de mi hermano  y con sus restos  mancillaron los altares.
CORIFEO:  ¡Peste!
ANTÍGONA: Las ciudades  se agitan.
CORIFEO:  ¡Peste!
ANTÍGONA: Tiresias,  ¡esto te asusta! Hábil  para ser amigo  del poder en su cúspide y separarse  cuando  declina.  Pediste  por mí, por Polinices  despedazado.   Y por miedo, Creonte  me perdonó.  (Pausa)  Yo no lo supe.
(Cesan  graznidos,  aleteos)
CORIFEO: Temo que tendré que respetar  las leyes, dijo Creonte.
ANTINOO:  ¡A buena hora!
CORIFEO: También  tendrá que respetar  sus sentimientos cuando  Hemón  se... (gesto   de acuchillarse)
ANTÍGONA (canturrea,  se pone la corona de flores): Me desposé. (Tuerce  de manera  extraña  el cuello, el cuerpo  como colgando, ahorcado)  Vino la muerte, esposa,  madre,  hermana...
CORIFEO:  ¡Ah, la furia de Hemón!
ANTINOO: ¡Furia de jóvenes!
CORIFEO:  ¡Creonte  lo llamó entre sollozos ! ¿Cómo entraste  a esa tumba? ¿Oigo tu voz o me están engañando  los sentidos?  Arranquen   la piedra que obstruye  la entrada.  ¡ Hemón!  ¡Te lo suplico!  ¡Salí de esa tumba!
(Solloza,  paródico)
ANTÍGONA: Hemón  se abrazaba  a mi cintura.
CORIFEO: ¿Y qué hizo Hemón? ¡Escupió  a su padre! (Escupe  a ANTINOO  en la cara)
ANTINOO:  ¡A mí no!
CORIFEO: ¡Y sacó su espada  y ... ! (Ataca)
ANTINOO   (saltando):  Creonte  se salvó  por poco.
   CORIFEO: Más le hubiera valido reventar.  ¿Hay algo todavía  más desdichado  que la propia desdicha ? No sólo Hemón, también Eurídice, su madre, se dio muerte con filosa cuchillada.
ANTINOO: ¿También ella? ¡No queda nadie!
CORIFEO: Creonte queda. (Se  ubica  en la carcasa)
    ANTÍGONA: Lloraba, abrazado a mi cintura.
CORIFEO:  ¡Hemón,  oh desdichado! ¿En qué desgracia  querés perderte?
ANTÍGONA: Erró el golpe contra Creonte y se arrojó  sobre su espada. Respirando todavía enlazó mis brazos y murió entre olas de sangre... olas de... sangre... en mi cara... (Bruscamente  grita) ¡Hemón, Hemón,  no! ¡No te des muerte!  No hagas doble mi soledad.
ANTINOO: Todos estos problemas por falta de sensatez. ¿O no?
CORIFEO: ¡Ay, yerros   de estas mentes! Matan y mueren las gentes de mi linaje.
¡Ay, hijo, hijo! ¡Todas las desgracias que sembraron  en mi familia y sobre esta tierra! Y ahora yo, ¡culpable!  Contra mí, ¡todos los dardos! Sufriré en  esta prisión, ¡a pan y agua! (Solloza, sinceramente)
ANTINOO (desconcertado): Aún tiene poder, ¿prisión?  ¿A qué llama prisión? ¿Pan y agua los manjares  y los vinos? ¿Las reverencias  y ceremonias?
CORIFEO:  ¡Sufriré hasta que comprendan!
ANTINOO: Posee un gran corazón que indulta fácilmente. ..
ANTÍGONA: Sus crímenes.
CORIFEO: Mío fue el trono y el poder. (Vergonzante) Aún lo es...
ANTINOO: A pesar de su terrible dolor goza ¡perfecta  felicidad!  ¡Como nosotros!
ANTÍGONA: (lanza  un gemido  animal)
CORIFEO: ¡Los perdono! ¡No saben lo que hacen! Pretenden condenarme,  a mí, que  di mi hijo, mi esposa, al holocausto. Antígona, que atrajiste tantos malos sobre mi cabeza y mi casta, ¡te perdono!
ANTINOO  (teatral): ¡Bravo!
(Sale  el CORIFEO de la carcasa, saluda)
ANTÍGONA  (canta):
«Un sudario lo envolvió;
 Cubrieron  su sepultura
Flores que el llanto regó.»
¡Te lloro, Hemón! ¡Sangre, cuánta sangre tenías! (Se toca  el rostro) Llena estoy, dentro y fuera, de tu sangre. No... la quiero, no... la quiero. Es tuya.¡Bebé tu sangre, Hemón! ¡Recuperá tu  sangre! ¡Reviví!
 ANTINOO: ¿Lo conseguirá?
CORIFEO (con  una  sonrisa  ante  su estupidez):  Un poco difícil.
ANTINOO: Sin embargo...
CORIFEO (tajante):  Cuando está la sangre de por medio, los actos no se enmiendan, ¡idiota!
 ANTÍGONA (dulcemente):  Hiciste doble mi soledad. ¿Por qué preferiste la nada y no la pena? La huida y no la obstinación  del vencido.            ·
ANTINOO:  ¡Era muy joven!
CORIFEO: Y vos, ¿por qué tuviste tanto apuro? (Gesto  de ahorcarse)
ANTÍGONA: Temí el hambre y la sed. Desfallecer    innoblemente. A último momento, arrastrarme, suplicar.
ANTINOO: Los corazones  más duros pueden ablandarse,  «a último momento».
¿Oíste su llanto? Te perdonó.
ANTÍGONA: No. Aún quiero enterrar a Polinices. «Siempre» querré enterrar a Polinices. Aunque nazca mil veces y él muera mil veces.
 ANTINOO: Entonces, ¡«siempre» te castigará Creonte!
CORIFEO: Y morirás mil veces. A la muerte, hija mía, no hay que llamarla. Viene sola. (Sonríe) Los apresuramientos   con ella son fatales.
ANTÍGONA: ¿No terminará nunca la burla? Hermano, no puedo aguantar   estas paredes que no veo, este aire que oprime como una piedra. La sed. (Palpa  el cuenco,  lo levanta  y lo lleva a sus labios.  Se inmoviliza) Beberé y seguiré sedienta, se quebrarán   mis labios y mi lengua se transformará espesa  en un animal mudo. No. Rechazo este cuenco de la misericordia,  que les sirve de disimulo a la crueldad. (Lentamente, lo vuelca)   Con la boca húmeda de mi propia saliva iré a mi muerte. Orgullosamente, Hemón,  iré a mi muerte. Y vendrás corriendo y te clavarás la espada. Yo no lo supe.
Nací, para compartir el amor y no el odio. (Pausa  larga) Pero el odio manda. (Furiosa) ¡El resto es silencio! (Se da muerte.  Con furia)

Telón


13/3/15

INTERIOR de Maurice MAETERLINCK

INTERIOR

de Maurice MAETERLINCK

PERSONAJES
EN EL JARDÍN
el anciano.
el forastero.
marta y maría. (Nietas del anciano.)
un aldeano.
la multitud.

EN LA CASA
Personajes que no hablan:
el padre.
la madre.
las dos hijas.
el niño.

ACTO   ÚNICO
Jardín antiguo, plantado de sauces. En el fondo, una casa cuyas tres ventanas del piso bajo están iluminadas. Se ve con bastante claridad una familia que vela a la luz de la lámpara. El padre está sentado junto a la lumbre. La madre, con un codo apoyado en la mesa, mira al vacío. Dos jóvenes vestidas de blanco bordan, sueñan y sonríen en la tranquilidad de la estancia. Un niño dormita con la cabeza apoyada sobre el hombro izquierdo de la madre. Parece que cuando alguno de ellos se levanta, anda o hace un gesto, sus movimientos son graves, lentos, breves y como espiritualizados por la distancia, la luz y el velo indeciso de la ventana. El anciano y el forastero entran con precaución en el jardín.

el anciano. —Ya estamos en la parte del jardín que se extiende detrás de la casa. Aquí no vienen nunca. Las puertas están al otro lado. Están cerradas y las persianas también. Pero por este lado no hay persianas y he visto luz... Sí; están velando todavía a la luz de la lámpara. Por fortuna no nos han oído; la madre y las jóvenes acaso hubieran salido, y entonces ¿qué habríamos debido hacer?...
el forastero. — Qué vamos a hacer ahora?
el anciano. —Antes quisiera ver si están todos en la sala. Sí. Veo al padre sentado junto a la lumbre. Está esperando con las manos sobre las rodillas... La madre apoya los codos en la mesa.
el forastero. —Nos mira...
el anciano. —No; no sabe lo que mira; no pestañea. No puede vernos; estamos en la sombra de los grandes árboles. Pero no os acerquéis más... Las dos hermanas de la muerta están también en la habitación. Bordan despacio; el niño pequeño se ha dormido. Son las nueve en el reloj que está en el rincón... No sospechan nada y no hablan.
el forastero. —¿Y si intentamos llamar la atención del padre y hacerle alguna seña? Ha vuelto la cabeza hacia este lado. ¿Queréis que llame a una de las ventanas? Es preciso que alguno de ellos lo sepa antes que los demás...
el anciano. —No sé cuál elegir... Hay que tomar grandes precauciones... El padre es viejo y enfermizo... La madre, también, y las hermanas son demasiado jóvenes... Y todos la querían como ya no querrán a nadie... Nunca he visto casa más feliz... No, no. No os acerquéis a la ventana: eso sería lo peor de todo... Vale más anunciárselo lo más sencillamente posible, como si fuera un acontecimiento corriente, y no aparecer demasiado tristes; si no, su dolor quiere sobrepujar al vuestro y no sabéis qué decir... Vamos al otro lado del jardín. Llamaremos a la puerta y entraremos como si no hubiese sucedido nada. Yo entraré primero; no les sorprenderá verme; vengo algunas veces de noche a traerles flores o fruta y a pasar algunas horas con ellos.
el forastero. —¿Para qué necesito acompañaros? Id solo; esperaré a que me llaméis... No me han visto nunca... No soy más que uno que pasa, un forastero...
el anciano. —Vale más no estar solo. Cuando se lleva una desgracia, si no se lleva solo, es menos clara y menos pesada... Al llegar aquí venía pensando en ello... Si entro solo, tendré que hablar desde el primer momento, lo sabrán todo en algunas palabras y ya no tendré nada que decir; y me da miedo el silencio que sigue a las últimas palabras que anuncian una desgracia... Entonces es cuando el corazón se desgarra... Si entramos juntos, les diréis, por ejemplo: “La han encontrado así... Flotaba sobre el río y tenía las manos juntas...”
el forastero. —No tenía las manos juntas; los brazos le colgaban a lo largo del cuerpo.
el anciano. —Ya veis como habla uno a pesar suyo... La desgracia se pierde en los detalles... Si entrara solo, a las primeras palabras, conociéndolos yo como los conozco, sería espantoso y Dios sabe lo que sucedería... Pero si hablamos por turno, estarán escuchándonos y no pensarán en considerar la mala noticia... No olvidéis que la madre estará allí y que su vida depende de tan poca cosa... Más vale que la primera ola se rompa sobre algunas palabras inútiles... Es preciso hablar un poco en derredor de la desgracia, y que no estén solos. El más indiferente sobrelleva sin saberlo parte del dolor... Así se divide, sin ruido y sin esfuerzo, como el aire y la luz...
el forastero. —Vuestras ropas están empapadas y gotean sobre las losas.
el anciano. —Sólo ha entrado en el agua la orla de mi manto. Parece que tenéis frío. Tenéis el pecho cubierto de tierra... No lo había notado en el camino con la oscuridad...
el forastero. —Yo he entrado en el agua hasta la cintura.
el anciano. —¿Hacía mucho tiempo que la habíais encontrado cuando yo llegué?
el forastero. —Apenas un instante. Iba yo hacia la aldea; ya era tarde y oscurecía. Iba andando con los ojos fijos en el río, porque estaba más claro que el camino, cuando vi una cosa extraña a dos pasos de un cañaveral... Me acerco y veo su cabellera, que se había levantado casi en círculo por encima de su cabeza y que iba dando vueltas siguiendo la corriente... (En la habitación las dos jóvenes vuelven la cabeza hacia la ventana.)
el anciano. —¿Habéis visto la cabellera de las dos hermanas temblar sobre sus hombros?
el forastero. —Han vuelto la cabeza hacia nuestro lado... No han hecho más que volver la cabeza. Acaso he hablado demasiado fuerte... (Las dos jóvenes vuelven a colocarse en su primera postura.) ... pero ya no miran... He entrado en el agua hasta la cintura y he podido alcanzarla con la mano y traerla sin esfuerzo hasta la orilla... Era tan hermosa como sus hermanas...
el anciano. —Acaso era más hermosa... No sé por qué, he perdido todo el valor...
el forastero. —¿De qué valor habláis? Hemos hecho todo lo que puede hacer un hombre... Estaba muerta desde hacía más de una hora...
el anciano. —¡Vivía esta mañana!... La encontré al salir de la iglesia... Me dijo que se iba a ver a su abuela a la otra orilla de ese río donde la habéis encontrado... No sabía cuándo me volvería a ver... Sin duda ha estado a punto de pedirme algo; después no se ha atrevido, y se ha separado de mí bruscamente... Pero ahora lo recuerdo... ¡Y no vi nada!... Sonreía, como sonríen los que quieren callarse o los que tienen miedo de que no se les comprenda... Parecía que esperaba con pena... casi no me miraba...
el forastero. —Unos campesinos me han dicho que la han visto vagar sola hasta la noche por la orilla... Creían que estaba buscando flores... Puede que su muerte...
el anciano. —No se sabe... ¿Se sabe nunca algo?... Acaso era de las que no quieren decir nada, y cada uno lleva en sí mismo más de una razón para no vivir... No vemos dentro del alma como vemos en esa habitación. Todas son así... No dicen más que cosas indiferentes, y nadie sospecha nada... Vivimos meses y meses al lado de alguien que ya no es de este mundo y cuya alma ya no puede inclinarse; le respondemos sin pensar en ello, y ved lo que sucede... Parecen muñecas inmóviles, y en su corazón suceden tantos acontecimientos... Ni ellas mismas saben lo que son... Hubiera vivido como viven las demás... Hubiera dicho hasta el día de su muerte: “Señor, Señora”, “¿Lloverá esta mañana?”; o “Vamos a almorzar; seremos trece a la mesa”; o “La fruta no ha madurado todavía”. Hablan sonriendo de las flores que se han caído, y lloran en la oscuridad... Ni un ángel vería lo que es preciso ver, y el hombre no comprende hasta después... Ayer noche estaba ahí bajo la lámpara, como sus hermanas, y si esto no hubiese sucedido, no las veríamos como hay que verlas... A mí me parece que las veo por primera vez... Hay que añadir algo a la vida ordinaria antes de poder comprenderlas... Están a nuestro lado, nuestros ojos no se apartan de ellas, y no las vemos hasta el momento en que se marchan para siempre... y, sin embargo, ¡qué alma tan extraña debió de tener!; un alma pobre, ingenua, inagotable, ¡hija mía!, si dijo lo que debe haber dicho, si ha hecho lo que debe haber hecho...
el forastero. —En este momento sonríen en silencio en la habitación.
el anciano. —Están tranquilos... No la esperaban esta noche...
el forastero. —Sonríen sin moverse... Pero el padre se pone un dedo en los labios...
el anciano. —Señalan al niño, que se ha dormido sobre el corazón de su madre...
el forastero. —No se atreven a levantar los ojos por miedo a turbar su sueño.
el anciano. —Ya no trabajan... Reina un gran silencio.
el forastero. —Han dejado caer la madeja de seda blanca...
el anciano. —Miran al niño...
el forastero. —No saben que otros los están mirando...
el anciano. —También a nosotros nos miran...
el forastero. —Han levantado los ojos...
el anciano. —Y, sin embargo, no pueden ver nada...
el forastero. —Parecen felices, y sin embargo... ¿qué sabemos?...
el anciano. —Creen estar seguros... Han cerrado la puerta, y los postigos tienen barras de hierro... Han asegurado los muros de la casa vieja; han puesto cerrojos a las tres puertas de encina... Han previsto todo lo que se puede prever...
el forastero. —Habrá que acabar por decírselo... Podría venir alguien a anunciárselo bruscamente... Había una multitud de aldeanos en la pradera donde está la muerta... Si uno de ellos llamase a la puerta...
el anciano. —Marta y María están al lado de la muerta. Los aldeanos iban a hacer unas angarillas con ramaje, y he dicho a la mayor que venga a avisarnos a toda prisa en el momento en que se pongan en marcha. Esperemos a que venga; me acompañará... No hubiéramos debido mirarlos así... Creí que no había más que llamar a la puerta, entrar sencillamente, buscar alguna frase, y decir... Pero los he visto vivir demasiado tiempo a la luz de su lámpara... (Entra maría.)
maría. —Ya vienen, abuelo.
el anciano. —¿Eres tú? ¿Dónde están?
maría. —Están al pie de las últimas colinas.
el anciano. —¿Vendrán en silencio?
maría. —Les he dicho que recen en voz baja. Marta los acompaña...
el anciano. —¿Son muchos?
maría. —Toda la aldea viene con ellos. Habían traído luces, pero les he dicho que las apaguen...
el anciano. —¿Por dónde vienen?
maría. —Por las veredas. Vienen despacio.
el anciano. —Ya es hora de...
maría. —¿Lo habéis dicho, abuelo?
el anciano. —De sobra ves que no hemos dicho nada... Siguen esperando a la luz de la lámpara... Mira, hija, mira: verás algo de la vida...
maría. —¡Oh! ¡Qué tranquilos parecen!... Diríase que los veo en sueños...
el forastero. —Tened cuidado: he visto estremecerse a las dos hermanas...
el anciano. —Se levantan...
el forastero. —Creo que se acercan a la ventana... (Una de las dos hermanas de las cuales están hablando se acerca en este momento a la primera ventana, y la otra a la tercera, y, apoyando las manos en los cristales, miran largo tiempo en la oscuridad.)
el anciano. —Nadie se acerca a la ventana de en medio...
maría. —Miran... Escuchan...
el anciano. —La mayor sonríe a lo que no ve...
el forastero. —Y la segunda tiene los ojos llenos de temores...
el anciano. —Tened cuidado; no sabemos hasta dónde se extiende el alma en derredor de los hombres... (Pausa larga. maría se apoya en el pecho del anciano y le abraza.)
maría. —¡Abuelo!...
el anciano. —¡No llores, hija!... También a nosotros nos llegará la vez... (Pausa.)
el forastero. —¡Cuánto tiempo miran!...
el anciano. —Estarían mirando cien años y no verían nada. Pobrecillas... La noche es demasiado oscura; miran aquí, y es por allí por donde llega la desgracia...
el forastero. —Afortunadamente miran hacia aquí... No sé lo que adelanta del lado de las praderas.
maría. —Creo que es la multitud... Están tan lejos que apenas se les distingue...
el forastero. —Siguen las ondulaciones del sendero... Ya reaparecen junto a un talud iluminado por la luna...
maría. —¡Oh! ¡Cuántos vienen!... Se acercaban corriendo cuando yo he pasado por el arrabal... Han dado una vuelta muy grande.
el anciano. —Llegarán, a pesar de todo; y yo también los veo... Van caminando hacia las praderas… Parecen tan pequeños que apenas se les distingue entre la hierba... Parecen niños jugando a la luz de la luna... Y si ellos los viesen, no comprenderían. Por mucho que les vuelven las espaldas, se acercan a cada paso que dan y la desgracia aumenta desde hace ya más de dos horas. No pueden impedir que aumente, y los que la traen no pueden detenerla... La desgracia manda, y es preciso que la sirvan... Tiene su fin y sigue su camino... Es infatigable y no tiene más que una idea... Es preciso que le presten sus fuerzas. Están tristes, pero vienen... Tienen compasión, pero deben adelantar...
maría. —La mayor no se ríe ya, abuelo...
el forastero. —Se alejan de las ventanas...
maría. —Abrazan a su madre...
el forastero. —La mayor ha acariciado los rizos del niño, que no se despierta...
maría. — ¡Oh! También el padre quiere que le abracen a él...
el forastero. —Ahora, silencio...
maría. —Vuelven al lado de su madre...
el forastero. —El padre sigue con la vista el gran péndulo del reloj...
maría. —Diríase que rezan sin saber lo que hacen...
el forastero. —Diríase que están escuchando a sus almas... (Pausa.)
maría. —¡Abuelo, no se lo digas esta noche!...
el anciano. —Ya ves como también pierdes el valor... Harto sabía yo que no debíamos mirar. Tengo cerca de ochenta y tres años y es la primera vez que me ha herido la vista de la vida. No sé por qué todo lo que hacen me parece tan extraño y tan nuevo... Están esperando de noche, sencillamente, a la luz de su lámpara, como hubiéramos nosotros esperado a la luz de la nuestra; y, sin embargo, creo verlos desde lo alto de otro mundo, porque sé una verdad pequeña que ellos no saben todavía. ¿Es eso, hijos míos? Decidme, ¿por qué estáis también pálidos? ¿Hay acaso otra cosa que no pueda decirse y que nos hace llorar? Yo no sabía que hubiese en la vida algo tan triste y que diese miedo a los que lo miran... Y aunque no hubiese sucedido nada, me daría miedo verlos tan tranquilos... Tienen demasiada confianza en este mundo... Están ahí separados del enemigo por pobres ventanas... Creen que no sucederá nada porque han cerrado las puertas, y no saben que siempre sucede algo en las almas y que el mundo no se acaba en las puertas de las casas... Están tan seguros de su vida menuda y no sospechan que hay otros que saben de ella más que ellos; y que yo, pobre viejo, aquí, a dos pasos de su puerta, tengo entre las manos toda su menguada felicidad y no me atrevo a abrirlas...
maría. —Tened compasión, abuelo...
el anciano. —Tenemos compasión de ellos, hija mía; pero nadie tiene compasión de nosotros.
maría. —Decídselo mañana, abuelo; decidlo cuando sea de día... No les dará tanta pena...
el anciano. —Tal vez tengas razón... Valdría más dejar todo esto en la noche. Y la luz consuela el dolor. Pero ¿qué nos dirían mañana? La desgracia hace celosos a los que la padecen; y aquellos a quienes ha herido quieren saber antes que los extraños. No quieren que se deje su desdicha en manos de los desconocidos... Parecería que les habíamos robado algo...
el forastero. —Además, ya no es tiempo; ya oigo el murmullo de las oraciones...
maría. —Están ahí... Pasan por detrás de los setos... (Entra marta.)
marta. —Aquí están, he venido guiándolos hasta aquí. Les he dicho que esperen en el camino. (Se oyen gritos de niños.) ¡Ah! Todavía están gritando los niños... Les había prohibido venir... Pero quieren ver lo que sucede, y las madres no hacen caso... Voy a decirles... No; se callan. ¿Está todo dispuesto? He traído la sortija que ella llevaba puesta... La he echado yo misma sobre la camilla. Parece que está dormida... Me ha costado mucho trabajo porque no podía arreglarle el pelo... He hecho cortar margaritas... Es triste, pero no había otras flores... ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no estáis con ellos? (Mira a la ventana.) ¿No lloran?... No... ¿No se lo habéis dicho?
el anciano. —Marta, Marta. Hay demasiada vida en tu alma; no puedes comprender...
marta. —¿Por qué? (Después de una pausa y con tono de reproche.) No hubierais debido hacer esto, abuelo...
el anciano. —Marta, tú no sabes...
marta. —Yo soy la que voy a decírselo.
el anciano. —Estate aquí, hija mía, y mira un instante.
marta. —¡Oh! ¡Qué desgraciados son!... No pueden esperar...
el anciano. —¿Por qué?
marta. —¡No sé... pero ya no es posible!...
el anciano. —Ven aquí, hija mía...
marta. —¡Qué paciencia tienen!
el anciano. —Ven aquí, hija mía...
marta. —(Volviéndose.) ¿Dónde estáis, abuelo? Tengo tanta pena que no os veo... Yo tampoco sé qué hacer.
el anciano. —No los mires más hasta que lo sepan...
marta. —Quiero ir con vos...
el anciano. —No, Marta, quédate aquí... Siéntate al lado de tu hermana, sobre este banco viejo de piedra, al pie del muro de la casa, y no mires... Eres demasiado joven, y no podrías olvidar ya nunca... No puedes saber lo que es un rostro en el momento en que la muerte va a pasar por sus ojos... Acaso llorarán... No te vuelvas... Acaso no sucederá nada... Sobre todo, no te vuelvas si no oyes nada... No puede saberse de antemano el camino que ha de seguir el dolor... Generalmente, no hay más que unos cuantos sollozos con raíces profundas... Yo mismo no sé qué podré hacer cuando los oiga... Eso no pertenece ya a esta vida... Abrázame, hija mía, antes de que me vaya... (Un murmullo de oraciones se ha acercado gradualmente. Parte de la multitud invade el jardín. Se oye correr con pasos sordos y hablar en voz baja.)
el forastero. —(A la multitud.) Quedaos aquí... No os acerquéis a las ventanas... ¿Dónde están?
un aldeano. —¿Quiénes?
el forastero. —Los otros...  ¡los que la traen!...
el aldeano. —Llegan por la avenida que conduce a la puerta. (El anciano se aleja. marta y maría están sentadas en el banco, de espaldas a la ventana. Rumores en la multitud.)
el forastero. —¡Silencio!... No habléis. (La mayor de las dos hermanas se levanta y va a correr los cerrojos de la puerta.)
marta. — ¿Abre?
el forastero. —Al contrario, cierra. (Pausa.)
marta. —¿No ha entrado el abuelo?
el forastero. —No... Vuelven a sentarse al lado de la madre. Los otros no se mueven, y el niño sigue durmiendo... (Pausa.)
marta. —Hermana, dame la mano...
maría. —¡Marta! (Se abrazan y se dan un beso.)
el forastero. —Ya debe de haber llamado... Han levantado la cabeza todos a un tiempo... Se miran...
marta. —¡Oh! ¡Pobre hermana mía!... ¡Voy a llorar también! (Ahoga sus sollozos echándose sobre el hombro de su hermana.)
el forastero. —Debe de estar llamando todavía; el padre mira qué hora es... Se levanta.
marta. —Hermana, hermana, quiero entrar también... Ya no pueden estar solos...
maría. —¡Marta, Marta! (La detiene.)
el forastero. —El padre está en la puerta... descorre los cerrojos... Abre con prudencia...
marta. —¡Oh! No veis... el...
el forastero. —¿Qué?
marta. —Los que la traen...
el forastero—Abre un poco la puerta... No veo más que un ángulo de la pradera y el surtidor de la fuente... No suelta la puerta... Retrocede... Parece que dice: “¡Ah! ¡Sois vos...!” Levanta los brazos... Vuelve a cerrar la puerta con cuidado... Vuestro abuelo ha entrado en la habitación... (La multitud se ha acercado a la ventana. marta y maría se levantan y después se acercan también, abrazadas estrechamente. Se ve al anciano, que adelanta dentro de la sala. Las dos hermanas de la muerta se levantan; la madre se levanta también después de haber sentado al niño cuidadosamente en el sillón que acaba de dejar, de modo que, desde fuera, se vea dormir al pequeñuelo, con la cabeza un poco inclinada, en el centro de la habitación. La madre adelanta al encuentro del anciano y le alarga la mano, pero la retira antes de que él haya tenido tiempo de cogerla. Una de las dos jóvenes quiere quitar la capa al visitante, y la otra adelanta un sillón, pero el anciano hace un gesto rehusándolo. El padre sonríe con aire asombrado. El anciano mira hacia la ventana.) No se atreve a decirlo... Nos ha mirado. (Rumores en la multitud.) ¡Callad!... (El anciano, viendo caras que se acercan a la ventana, aparta rápidamente los ojos. Como una de las jóvenes sigue ofreciéndole el mismo sillón, acaba por sentarse y se pasa varias veces la mano derecha por la frente.) Se sienta... (Las demás personas que están en la sala se sientan también; mientras, el padre habla con volubilidad. Por fin el anciano abre la boca, y el sonido de su voz parece atraer la atención. Pero el padre le interrumpe. El anciano vuelve a tomar la palabra, y poco a poco los demás se van quedando inmóviles. De repente la madre se estremece y se levanta.)
marta. —¡Oh! ¡La madre va a comprender! (Se vuelve y esconde la cara entre las manos. Nuevos rumores en la multitud. Los niños lloran para que los levanten en brazos y ver también. La mayor parte de las madres obedecen.)
el forastero. —¡Silencio!.. ¡Todavía no lo ha dicho!.. (Se ve que la madre interroga al anciano con angustia. Él dice todavía unas cuantas palabras; después, bruscamente, todos los demás se levantan también y parecen interpelarle. Entonces hace con la cabeza un lento signo de afirmación.) ¡Lo ha dicho!... ¡Lo ha dicho de repente!...
voces de la multitud. —¡Lo ha dicho! ¡Lo ha dicho!...
el forastero. —No se oye nada... (El anciano se levanta también y, sin volverse, señala la puerta que está detrás de él. La madre, el padre y las dos hijas se arrojan sobre la puerta, que el padre no consigue abrir inmediatamente. El anciano quiere impedir a la madre que salga.)
voces de la multitud. —¡Salen! ¡Salen!... (Barullo en el jardín. Todos se precipitan hacia el otro lado de la casa, excepto el forastero, que permanece en las ventanas. En la sala, la puerta se abre por fin de par en par; todos salen al mismo tiempo. Se ven, bajo el cielo estrellado y a la luz de la luna, las angarillas donde descansa la muerta, mientras que, en medio de la habitación abandonada, el niño continúa durmiendo tranquilamente en el sillón. Pausa.)
el forastero. —¡El niño no se ha despertado! (Sale también.)