1/12/14

EL PRECIO. ARTHUR MILLER.













EL PRECIO


ARTHUR MILLER




ACTO PRIMERO

El escenario está a oscuras.
Se filtra luz del día por una claraboya del cielo raso, pero los cristales sucios la tornan grisácea. Al mismo tiempo penetra luz por la ventana pringosa de foro, en la cual han trazado una X con lechada, para denotar que el edificio está condenado a la demolición.
Lo primero que hace la luz que llega de lo alto es chocar con un sillón demasiado relleno que se encuentra en el centro y está cubierto con una funda descolorida. Al lado de este sillón, a su izquierda, una mesita con un viejo aparato de radio cuyo mueble luce calados, que data de antes del 1930. A su dere­cha, un mueble para diarios. Detrás de éste, una lámpara de pie liviana y con brazo, como las que se usan para jugar al bridge. En el Tarazo de esta lám­para, un repasador, cerca, un balde y también por allí una barredera de alfombras.
Paulatinamente va viéndose mayor espacio del cuarto y se advierte la zona que circunda al sillón, pero sólo esa zona, da la impresión de que alguien vive en la casa, habiendo otras sillas y un canapé puestos de modo que forman un conjunto activo. Pero fuera de este espacio, a los lados y hasta los confines posteriores de la habitación, así como subiendo las paredes, impera un caos formado por los muebles de diez habitaciones embutidos en ésta.
Hay cuatro canapés y tres poltronas puestos de cualquier modo en el piso; sillones, sillones con pie­zas laterales, un diván, algunas sillas. En el suelo y en pilas contra las tres paredes, elevándose hasta el cielo raso, escritorios, aparadores grandes y con mu­cho adorno, un alto secreter, un "breakfront" (ar­mario cuyo frente tiene una superficie discontinua), un trinchero grande, muy torneado y alargado, y mesas laterales; una mesa biblioteca, pupitres, biblio­tecas con frentes de cristal, gabinetes con frentes de cristal bombé, etc. Varias largas alfombras enrolladas y algunas más cortas. Una Victrola de cuerda, dos remos de espadilla largos, cajas, baúles. Por encima, dos arañas, una grande y otra de menor tamaño, de cristales, colgadas de cuerdas, pero no conectadas a cables de electricidad. Doce sillas de comedor en fila, a lo largo de una pared.
Hay una abundante pesadez, algo casi germánico en los muebles, una especie de carga del tiempo que gravita sobre los frentes bombés y las cómodas cur­vadas puestas en fila contra las paredes. El cuarto está monstruosamente atiborrado de cosas y denso, y es difícil determinar si lo acumulado impresiona o resulta simplemente abrumador y feo.
Un arpa sin funda, descascarado el oro, está sola hacia delante.
A foro, detrás de un cortinado bastante improvi­sado, que se ha descolorido hace mucho, puede ver­se una pequeña pileta, un hornillo portátil y una heladera.
A foro derecha, una puerta que da al dormitorio.
Delante izquierda, una puerta comunica con el corredor y la escalera, que no se ven.
Estamos en el desván de una casa de Manhattan, de arenisca pardo-rojiza, que pronto será demolida.


Por la puerta de delante izquierda, vestido con uniforme, entra Víctor Franz, sargento de la policía, quien se detiene una vez dentro del cuarto, mira en torno, camina al azar unos pasos y luego se detiene. Sin expresión, pero algo sobrecogido por una extraña emanación del cuarto, deja que su mirada vague de mueble en mueble, captando fuertemente la presencia de la habitación, que tiene mucho de esfinge.
Se sienta en el brazo del sillón del centro, dispues­to a esperar. De pronto observa la hora en su reloj. Fija en el espacio una mirada de expresión vacía. Pero parecería que el tiempo se negase a seguir su marcha.
La mirada de Víctor se posa en una pila de discos que está al lado del fonógrafo y va hacia ella, toma un disco, lee la etiqueta y vuelve a dejarlo en la pila.
Nuevamente camina al azar, esperando; se encuen­tra a unos treinta centímetros del arpa e indolentemente alarga un dedo índice y pulsa una cuerda, arrancándole una nota débil. Vuelve al fonógrafo y le da cuerda; pone un disco.
Este disco es cantado por Gallagher y Shean; son­ríe al pensar en lo viejo que es. Mientras el canto continúa, camina a la puerta del dormitorio y mira hacia dentro, permaneciendo inmóvil un instante, mientras su vista recorre el cuarto al azar.
Vuelve a venir y se sienta en el brazo del sillón de centro. Empieza a sacar un diario del mueble que está al lado del sillón, pero el diario se le desarma y cae de la mano.
Permanece de pie, se afloja la corbata, se desabro­cha el cuello y vuelve a mirar la hora en su reloj. El tiempo sigue negándose a pasar. Camina a lo largo de una pared llena de muebles, tocando uno de éstos de cuando en cuando, levantando fugazmente la vis­ta en dirección a las arañas y llegando a una biblio­teca, donde lee los títulos de los volúmenes; toma un libro, que empieza a abrir, y un recuerdo se abre paso en su espíritu. Guarda el libro donde estaba, mira en torno con fijeza; luego camina, se detiene y, alargando un brazo entre dos muebles, saca un largo remo de espadilla, se fija en lo largo que es y luego lleva la vista de nuevo al espacio vacío, buscando algo. Se vuelve y enciende otra lámpara; mira otra vez entre los muebles buscando algo más, introduce una mano y saca una máscara de esgrima. Luego mete la mano de nuevo y extrae un florete.
El rostro se le ha suavizado y está casi divertido, pero siente una gran curiosidad. Se quita la gorra, y, dejando de momento el florete, se pone la careta y vuelve la cara, como experimentando, de un lado a otro. Hace en forma bastante indiferente una flexión de rodillas y se yergue; después repite el movimiento.
Ahora, no sin cierta vacilación, recorre con la vista el florete, lo toma y después lo sacude en el aire. Luego, con nueva resolución, levanta la mano iz­quierda por detrás de su cabeza, adopta la primera posición, con el florete en alto y los pies en ángulo recto, se lanza a fondo y retrocede.
Baja el florete y arquea la espalda, para que se le vaya el dolor que siente. Adopta de nuevo la posi­ción y una vez más se lanza al ataque, pero en forma torpe, terminando por quitarse la careta. Deja el arma y cierra y abre las manos, que han perdido la costumbre, levantando las rodillas y haciendo presión en los músculos de los muslos.
Se apoya en el borde de una mesa y alarga una mano para levantar el brazo del fonógrafo. Ahora mueve la mandíbula y se aprieta una oreja, como si la tuviese herida. Mira fugazmente la hora de nuevo, va al fonógrafo otra vez, le da cuerda y toma otro disco. La expresión lo denota intrigado al leer la etiqueta.
Pone el disco en el plato del fonógrafo; es un disco de risas, donde dos hombres procuran infruc­tuosamente pronunciar una oración entera en medio de su loca histeria.
Sonríe. Sonríe más. Luego ríe con una risa ahoga­da. Después con carcajadas verdaderas. Esto puede más que él y su risa es más intensa. Ahora se dobla a causa de la risa, dando un paso inseguro mientras la falta de estabilidad se acentúa en él.
Esther, su esposa, entra por la puerta de delante izquierda. El le da la espalda. Una media sonrisa asoma ya al rostro de ella al mirar en torno, tratando de ver si alguna otra persona ríe con él. Va liada Víctor, quien oye las pisadas y se vuelve.

ESTHER
¿Qué diablos te pasa?

VÍCTOR
(Sorprendido) ¡Hola! (Levanta el pickup del fonógrafo, sonriendo un poco turbado.)

ESTHER
Parecía que hubiese fiesta aquí. (El le da un beso rápido.) (Ahora se refiere al disco.) ¿Eso qué es?

VÍCTOR
(Tratando de no manifestar desagrado franco) ¿Dónde has bebido?

ESTHER
Te dije adonde iba; a hacerme revisar. (Ríe con el consciente abandono del buen sentido.)

VÍCTOR
¡Pero tú y ese médico! ¿No te había dicho que no bebieras...?

ESTHER
(Ríe) Tomé una solamente. Una no me hace nada. Además, encontró todo normal. Te manda saludos. (Mira en torno.)

VÍCTOR
Bueno, se lo agradezco. (Se sienta mirando hacia delante y esbozando una sonrisa.) El com­prador de cosas viejas va a venir dentro de un momento. Si quieres llevarte algo...

ESTHER
(Mira en torno y lanza un suspiro) ¡Oh Dios mío! ¡Aquí está todo otra vez!

VÍCTOR  
La vieja ha hecho un buen trabajo.

ESTHER
Sí. Nunca lo vi tan limpio. (Se refiere al cuarto.) ¿No notas algo extraño?

VÍCTOR
(Se encoge de hombros) No... en reali­dad, no.

ESTHER
Bueno, es que... son ciento cincuenta años. (Menea la cabeza mientras mira en torno.) ¿Eh?

VÍCTOR
¿Qué?

ESTHER
El tiempo.

VÍCTOR
Ya lo sé.

ESTHER
Algo ha cambiado.

VÍCTOR
No. Todo está igual que antes. (Señala ha­cia un lado del cuarto.) En aquel lado tenía mi escritorio y mi catre. Lo demás es lo mismo.

ESTHER
Debe ser que siempre me pareció tan pre­suntuoso... burgués, más bien dicho. Pero tiene un cierto carácter. Creo que parte de esto vuelve a estar de moda. Es extraño.

VÍCTOR  
Bueno, ¿te llevas algo?

ESTHER
(Mira, vacila.) No estoy segura si me gus­taría ver esto de nuevo a mi lado. (Mira en torno.) ¡Es todo tan macizo! ¿Dónde íbamos a poner nada de esto? Aquella cómoda es preciosa.

VÍCTOR
Era la mía. (Señala una al otro lado del cuarto.) Esa que está allá era de Walter. Forman pareja.

ESTHER
(Comparándolas.) Sí, es verdad. ¿Te co­municaste con él?

VÍCTOR
(Como si de esto hubiesen discutido. Vuelve la mirada.) Llamé otra vez esta mañana. Estaba en una consulta.

ESTHER  
¿Pero era en su consultorio?

VÍCTOR
Sí. La enfermera entró y habló con él bre­vemente. Ahora ya no importa. Está avisado, de modo que puedo hacer lo que me parezca.

ESTHER
¿Y la parte de él? No es que yo quiera atormentarte, Víctor, pero es posible que algo de esto valga mucho. ¿Tratarás ese aspecto con él, no?

VÍCTOR
He cambiado de idea. En realidad, no pienso que Walter me deba algo. No puedo repre­sentar una comedia. El tiene derecho a la mitad.

ESTHER
¿Por qué no te espero en algún otro lugar? Esto me deprime de un modo... (Se dispone a tomar su cartera.)

VÍCTOR
¿Por qué? Será cosa de un momento. Despreocúpate. Vamos, siéntate... El comprador ven­drá de un momento a otro.

ESTHER
Es que este asunto tiene algo tan desagra­dable, Víctor. Lo siento, pero no puedo evitarlo. Siempre me pareció igual. Me enfurece.

VÍCTOR
No te pongas nerviosa. A todo esto, saqué las entradas.,

ESTHER
¡Ah, muy bien! ¡Ojalá que la película sea buena!

VÍCTOR
Convendría que fuese grandiosa, no buena. Dos dólares y medio por cabeza.

ESTHER
No me importa. Quiero ir a algún lugar. ¡Oh, Dios! ¿Qué es lo que pasa? Hace un momento, mientras subía la escalera, viendo todas las puertas abiertas... No parece posible.

VÍCTOR
Todos los días derriban uno u otro edificio viejo.

ESTHER
Lo sé. Pero una se siente como si tuviese cien años de edad. (Se levanta, va hacia el arpa.) Bueno, ¿por qué no ha venido ya tu comprador?

VÍCTOR
(Mira fugazmente la hora en su reloj.) Son las seis menos veinte. En seguida debe llegar. (Esther pulsa una cuerda en el arpa.) Eso debe va­ler algo.

ESTHER
Pienso que muchas cosas valen. Pero ten­drás que regatear, ¿sabes? No es cuestión de que aceptes lo que te ofrezcan...

VÍCTOR
(Con un atisbo de protesta.) Sé regatear. No te preocupes, que no pienso regalarlo.

ESTHER  
Es que ellos esperan el regateo.

VÍCTOR
No te deprimas tan pronto, ¿quieres? No hemos empezado aún. Mi intención es discutir, conozco a esta gente.

ESTHER
(Se abstiene de más polémica; va al fonó­grafo y, queriendo poner una nota ligeramente alegre.) ¿Qué es este disco?

VÍCTOR
Un disco de risas. Estaban muy de moda hace cuarenta o más años. Una especie de juego.

ESTHER  
(Con curiosidad.) ¿Y lo recuerdas?

VÍCTOR
Muy vagamente. Yo no tenía más que cinco o seis años. Lo tocaban en reuniones... Era... ¿sabes? a ver quién lograba mantener la cara seria. O tal vez se sentaban en torno, riendo. No sé.

ESTHER
Me parece una gran idea.

(La relación en­tre ambos está muy equilibrada; él se vuelve hacia ella.)

VÍCTOR
Estás bien de aspecto. (Ella lo mira y sonríe turbada.) Lo he dicho en serio. Te aseguré que iba a regatear. ¿Por qué no...?

ESTHER
 Te creo... Este es el vestido.

VÍCTOR
¡Así que era ese! ¿Cuánto te salió...? Da­te vuelta.

ESTHER
(Dándose vuelta.) Cuarenta y cinco. ¿Qué te parece? Dijo que nadie lo compraría... por ser demasiado sencillo.


VÍCTOR
(Aprovechando la ocasión.) ¡Ah! ¡Qué ton­tas son las mujeres! Realmente es hermoso. ¿Lo estás viendo? No me importa con tal de que por el dinero te den algo, pero lo que te venden la mitad de las veces es una porquería que... (Va hacia ella.) ¡Oh! Este collar... ¿Es uno de esos que compraste hace poco?

ESTHER  
(Lo observa.) No, éste es más viejo.

VÍCTOR
De todos modos... (Vuelve el tacón de un zapato.) Debería denunciar estos tacones a la Unión de Consumidores. Tres semanas lo tengo. Fíjate.

ESTHER
Bueno, es que no caminas derecho... Confío que no querrás ir con uniforme.

VÍCTOR
¡Habría sido capaz de asesinarlo! Acababa de cambiarme, y McGowan estaba tratando de tomar las impresiones digitales de un sinvergüenza que no quería tocar el pianito y pegó un tirón con el brazo, justo en el momento en que yo pasaba. Me golpeó el jarrito de metal y...

ESTHER
(Como si eso fuese símbolo de algo.) ¡Oh, Dios Santo...!

VÍCTOR
Lo llevé a ese tintorero que limpia trajes en pocas horas... Verá si puede tenerlo listo a las seis.

ESTHER  
¿El café tenía crema y azúcar?

VÍCTOR  
Sí.

ESTHER  
A las seis no podrá tenerlo.

VÍCTOR  
(Mitigando la cosa.) Procurará.

ESTHER
¡No hagas caso! (Pausa breve. Seriamente desconsolada, mira a cualquier sitio.)

VÍCTOR  
Bah, no es más que una película...


ESTHER
¡Pero vamos tan pocas veces! ¿Por qué to­dos tienen que saber cuánto ganas? ¡Yo quiero una velada a gusto! Sentarme en un restaurante donde no haya algún ex-policía borracho que se acerque a la mesa para hablar de los viejos tiempos.

VÍCTOR
Eso pasó dos veces. Después de tantos años, Esther, yo diría que lo lógico...

ESTHER
Sé que carece de importancia. Pero acuér­date de aquel hombre, en el museo. Creyó que eras el escultor.

VÍCTOR  
 ¿Y bueno, qué? Soy el escultor.

ESTHER
(Con la cabeza erguida.) Pero me gustó... sencillamente. La verdad, Víctor, es que... con un traje de civil se te ve distinguido... ¿Por qué no? (Víctor levanta el viejo chassis de receptor de radio y lo pone en la mesa de la biblioteca.) Se me ocurre una idea.

VÍCTOR  
¿Cuál?

ESTHER
¿Por qué no te separas de mí? Me mandas lo bastante para café y cigarrillos.

VÍCTOR
Así nunca tendrías que levantarte de la cama.

ESTHER  
Me levantaría. De cuando en cuando.

VÍCTOR
Tengo una idea mejor. ¿Por qué no te vas por un par de semanas con tu médico? Lo digo en serio. Podría cambiar tu forma de ver las cosas.

ESTHER  
¡Ojalá pudiera!

VÍCTOR
Hazlo, si es por eso. El viste de civil. Hasta podrías llevarte el perro. El perro, sobre todo. (Ella ríe.) No lo digo en broma. Cada vez que sales a dar uno de tus paseos bajo la lluvia, contengo la respiración pensando qué traerás cuando vuelvas.

ESTHER  
(Ríe.) ¡Vamos, si te gusta!

VÍCTOR
¡Que me gusta! Vas por ahí, te emborra­chas, traes a casa animales extraños... ¡y es que a mí me gustan! (Ella ríe con cariño, así como con un cierto femenino desafío. Pausa.) El perro no resuelve tu problema. Eres una mujer inteligente y capaz, y no es posible que te pases los días enteros tirada en la cama. Aunque fuese un trabajo de medio día... tendrías un sitio adonde ir. (Pausa breve.)

ESTHER
No soy capaz de ir al mismo sitio un día tras otro. Nunca pude. Nunca podré. Lo que pasa es que no me acostumbro a que Ricardo no esté en casa. Eso es.

VÍCTOR
Se fue, muchacha. Ya es un hombre ma­yor; tienes que ocuparte de algo.

ESTHER
¿Dijiste que querías hablar con tu herma­no?

VÍCTOR
(Mirando hacia otro lado.) Se lo dije a la enfermera. Sí. No podía dejar lo que estaba ha­ciendo.

ESTHER  
¡Qué hijo de puta! Da asco.

VÍCTOR
Bueno, ¿qué le vas a hacer? Nunca tuvo esa clase de sentimientos.

ESTHER
¿Qué sentimientos? Acudir al teléfono des­pués de diez y seis años... Yo diría que es simple decencia. (Con súbita compasión íntima.) Estás furioso, ¿verdad?

VÍCTOR
Sólo conmigo mismo. ¡Llamándolo toda la semana una vez y otra vez como un idiota...! ¡Que se vaya a la mierda! Lo resolveré yo solo y le mandaré la mitad.

ESTHER  
¿Pero cuántos Cadillacs espera manejar?

VÍCTOR
Por eso tiene Cadillacs. Los que aman el dinero no lo regalan.

ESTHER
No entiendo por qué insistes en querer que parezca limosna. Existe eso que se llama una deuda moral.

VÍCTOR
Por favor, Esther. No volvamos a eso, ¿quieres?

ESTHER
¿Cuándo empezarás a hablar como la gen­te habla? El nunca hubiese cursado la facultad de Medicina si tú no te encargabas de tu padre... Es posible que aquí haya una buena suma.

VÍCTOR  
Lo dudo. No hay antigüedades de valor

ESTHER  
¿Sólo porque es nuestro ya no tiene valor?

VÍCTOR  
¿A qué viene eso?

ESTHER
Lo digo porque es la forma en que pensa­mos. En que pensamos nosotros.

VÍCTOR
(Vivazmente.) Si ni siquiera atiende por teléfono, ¿cómo pretendes que yo...?

ESTHER
Le escribes una carta. Vas a golpearle la puerta. ¡Esto es tuyo!

VÍCTOR
(Advirtiendo la enorme seriedad. Sorpren­dido.) ¿Por qué te exaltas de ese modo?

ESTHER
Bueno, por de pronto, podría servir para que decidieses jubilarte. (Pausa breve.)

VÍCTOR
(Un tanto reservado, de mala gana.) No es dinero lo que me contiene.

ESTHER
¿Y qué es entonces? (Víctor guarda silen­cio.) Me pareció que con un poco de respaldo económico, te podrías tomar uno o dos meses hasta que dieses con algo que te guste hacer.

VÍCTOR
Eso es justamente lo único que pienso. Para pensarlo no me hace falta retirarme.

ESTHER  
Piensas, pero no llegas a nada.

VÍCTOR
¿Tan fácil te parece? Voy a cumplir cin­cuenta años. No es como para empezar la vida de nuevo. No comprendo esa urgencia repentina.


ESTHER
(Ríe.) ¡Repentina! Si no te hablo de otra cosa desde que estuviste en condiciones de pedir el retiro. Hace tres años que lo repito sin cesar.

VÍCTOR  
Bueno, no son tres años...

ESTHER
Se cumplen en marzo. ¡Son tres años! Si te hubieses retirado entonces, ahora tendrías casi terminado el curso de maestro en ciencias. Podrías darte el gusto de trabajar en cosas que te encanten. ¿No es así? (Con curiosidad y simpatía totales.) ¿Por qué no intentas algo?

VÍCTOR
¿Quieres que te diga la verdad? Pienso si todo esto no fue un poco irreal. Yo tendría cincuen­ta y tres años, cincuenta y cuatro para el momento en que pudiese iniciar algo.

ESTHER  
Eso lo supiste siempre.

VÍCTOR
Lo sé, pero es distinto cuando uno se en­cuentra... del lado de allá. Dudo que ahora ten­ga sentido.

ESTHER
Te quedarían veinte años todavía, y eso es mucho tiempo. En ese plazo podrías hacer mu­chas cosas interesantes. (Pausa breve.) ¡Eres tan joven, Víctor!

VÍCTOR  
¿Yo?

ESTHER
¡Claro! Yo no soy joven; pero tú, sí. ¡Dios mío! Todas las chicas abren tamaños ojos al mirar­te. ¿Qué más pretendes?

VÍCTOR
(Risa vacía.) Es difícil hablar de eso, Esther; porque yo no lo entiendo.

ESTHER
Me gustaría que escribieses una carta a Walter.

VÍCTOR
(Como si esto fuese una historia repetida.) ¿Para qué metes a Walter de nuevo en esto? Cada vez que hablamos de algo, lo mezclas en seguida.

ESTHER
Es un sabio importante; y ese edificio de hospital es toda una nueva sección de investigación. Lo vi en el diario; su hospital.

VÍCTOR
Esther, hace diez y seis años que ese hom­bre no me llama para nada.

ESTHER
Tampoco tú lo has llamado a él. (Víctor la contempla sorprendido.) Bueno, no lo has lla­mado. Eso también es un hecho.

VÍCTOR
(Cual si la idea fuese nueva e increíble.) ¿Por qué había de llamarlo?

ESTHER
Porque es tu hermano, tiene influencia y te podría ayudar... Sí, Víctor, son cosas que se hacen... Aquellos artículos suyos denotaban un verdadero idealismo, había en ellos algo de legíti­mamente humano... Las personas cambian, ¿sa­bes?

VÍCTOR
(Se vuelve y aleja.) Lo siento, pero Walter no me hace falta.

ESTHER
No digo que debas aprobar su conducta; es un cretino egoísta, pero podría encaminarte en la vida o hacer algo. No veo que esto te humille.

VÍCTOR
(Azuzado; irritado.) ¿A qué viene tanta urgencia?

ESTHER
Es que yo no sé dónde cuernos estoy, Víc­tor. (Con gran sorpresa de su parte, Esther ha ter­minado al borde de los gritos. Víctor guarda silen­cio. Ella se corrige.) Haré cualquier cosa, con tal de saber por qué lo hago; pero todos estos años dijimos que cuando tuviésemos la jubilación, em­pezaríamos a vivir... Es como haber estado vein­ticinco años haciendo fuerza en una puerta que de pronto se abre... y ahí estamos nosotros. A veces me pregunto si no te habré entendido mal y en realidad te gusta la policía.

VÍCTOR  
La odié en todo momento.

ESTHER
Todo lo hice mal. Te lo juro... pienso que, poniéndome más exigente, te hubiese ayudado más.

VÍCTOR
No es verdad. Has sido una esposa extra­ordinaria.

ESTHER
No lo creo. Sólo que la seguridad signifi­caba tanto para ti, que traté de encajar en ese mar­co; pero me equivoqué. ¡Dios Santo! Apenas un poco antes de venir aquí, miré en torno, recorrí con la vista el departamento para ver si algo de esto nos vendría bien. ¡Nuestra casa es tan fea! Vieja, raída, de mal gusto. ¡Y yo tengo buen gusto! Sé que lo tengo. Es que para nosotros todo era transitorio. Se diría que nunca fuimos nada, que siempre estuvimos por ser algo. Recuerdo los días de la guerra, cuando cualquier imbécil ganaba una fortuna... Entonces debiste dejar tu empleo. Y yo lo sabía. ¡Lo sabía!

VÍCTOR
Yo te juro, Esther. A veces, oyéndote, pa­recería que no hubiésemos vivido en absoluto.

ESTHER
¡Dios Todopoderoso! ¡Cuánta razón tenía mi madre! Nunca soy capaz de creer lo que veo. Sabía que si no lo dejabas durante la guerra, nunca lo dejarías después... Vi lo que pasaba, y no dije nada... ¿Sabes cuál es la maldita causa de todo?

VÍCTOR
(Mirando furtivamente la hora en su reloj. Presiente el final de la rebeldía de ella.) ¿Cuál es la maldita causa?

ESTHER
Nunca podemos pensar seriamente en el dinero. Nos preocupa, hablamos de él, pero se diría que no lo necesitamos. Yo sí lo necesito; pero tú, no. Lo necesito en realidad, Víctor. Lo necesito. ¡Víctor! Necesito dinero.

VÍCTOR  
Felicitaciones.

ESTHER  
¡Vete al diablo!

VÍCTOR
La verdad es que hasta empecé a llenar los formularios un par de veces.

ESTHER  
(En guardia.) ¿Y?

VÍCTOR
(Con dificultad. No logra entenderse a sí mismo.) Presumo que en ello hay una especie de cosa definitiva... (Se interrumpe en seco.) Es es­túpido; lo reconozco. Pero miras el formulario de mierda y no puedes evitarlo... Firmas atestiguan­do los veintiocho años y te preguntas: ¿Eso es todo? ¿Es eso? Y lo es, por supuesto. Lo malo es que cuando me propongo empezar algo nuevo, se me aparece esa cifra... cinco cero... y la energía se disipa. (Con determinación creada.) ¡Pero haré algo! ¡Lo haré! (Pausa breve. Busca la idea.) No sé qué es; cada vez que lo pienso, casi me da miedo.

ESTHER  
¿Qué?

VÍCTOR
Bueno, como antes, cuando entré aquí. (Mira en torno.) Todo esto... me pareció una es­pecie de locura. Apilar todas estas cosas como si fuesen de oro... Estuve a punto de subir las ta­chuelas para las alfombras... Quiero decir que uno mira hacia atrás y muchas de aquellas cosas que parecían tan importantes, de pronto se vuel­ven ... ridículas. (Mira el sillón, no puede seguir.) Como todo lo que hice por él. Ahora me resulta inconcebible.

ESTHER  
Bueno, lo quisiste.

VÍCTOR
Ya sé, pero en una u otra forma, todo eso no es más que palabras. ¿Qué era él? Un comerciante arruinado como miles de otros, y yo me comporté como si algo así como una montaña se hubiese desmoronado. No sé... A veces me pre­gunto si tal vez no firmo porque todo lo lamento más de lo que yo mismo comprendo y no puedo afrontar la verdad. ¿Aunque qué más da lo que uno hace, si no hace lo que quisiera hacer? Es un lujo, la mayoría de las personas casi nunca llegan cerca... (Pero pierde esa seguridad reconquistada.) No sé. Te aseguro que hay algunos días en que es igual que un cuento que alguien me hubiese contado. ¿Sientes eso mismo en ocasiones?

ESTHER  
Todo el día, todos los días.

VÍCTOR    
¡Oh, vamos!

ESTHER
Es la verdad... La primera vez que subí esa escalera tenía diez y nueve años. Y cuando abriste la caja en que estaba tu primer uniforme... ¿lo recuerdas?... ¿Cuando lo viste por primera vez? ¿Cómo nos reímos? Si algo te ocurría, ibas a llamar a un policía. (Ambos ríen.) Fue como una mascarada. Y teníamos razón. Entonces fue cuan­do tuvimos razón.

VÍCTOR
(Dolorido por el dolor de ella.) ¿Sabes una cosa, Esther? Una vez de cuando en cuando, al tratar de ser infantil y...

ESTHER
(Señala los muebles.) No me hables de infantilidad, por favor, Víctor... ¡no en este cuar­to! Has permitido que esto siga aquí todos estos años porque no has sido capaz de mantener una sencilla conversación con tu hermano... ¿y yo soy infantil? Al respecto de ese hombre, sigues teniendo diez y ocho años. Quiero decir que yo estoy clavada, pero lo reconozco.

VÍCTOR
Está bien. Yo lo reconozco... estoy clava­do. Miro mi vida y todo es incomprensible para mí. Ya no sé por qué hice algo. Siento lo mismo que si estuviese metido de cabeza en un barril, y si eso es lo que te carcome, duplícalo en mi caso. No reviento de orgullo estos días. Ten paciencia simplemente. Dije que haré algo. Lo haré.

ESTHER
(Pausa. Lo mira alejarse... entristecida.) ¿Tienes la boleta? Iré a buscar tu traje. Lo que quiero es salir de aquí.

VÍCTOR
(Le da la boleta.) No te culpo. Es justo al cruzar la Séptima Avenida. La dirección está ahí.

ESTHER  
Volveré en seguida.

VÍCTOR
(Sin perdonarse a sí mismo.) Está bien. Toma el tiempo que haga falta. (Va a la radio.)

ESTHER
(Compasiva.) Anoche volviste a rechinar los dientes.

VÍCTOR  
¡Con razón me duele una oreja!

ESTHER
Es horrible. Suena como si un montón de rocas se desplomasen por una ladera. Quiero ayu­darte, pero no sé cómo.

VÍCTOR  
(Turbado.) Yo lo estudiaré. (Toma  su radio.)

ESTHER  
¿Eso qué es?

VÍCTOR
Una de las viejas radios que yo hacía. ¡Mamma mía! Mira esas válvulas.

ESTHER
(Más maravillada de lo que se suele mara­villar por los aparatos de radio.) ¿Funcionaría?

VÍCTOR
No. Hace falta un acumulador. (Recordan­do, levanta la mirada hacia el cielo raso.)

ESTHER  
(Mirando arriba.) ¿Qué?

VÍCTOR
Explotó uno de mis acumuladores y atra­vesó el techo por algún lugar. (Señala.) Allí. ¿Ves que el yeso no es el mismo?

ESTHER
(Luchando por mantener una chispa entre ellos.) ¿Con esa captabas Tokio?

VÍCTOR
(Sin aplacarse, la voz muerta.) Sí, éste es el monstruo.

ESTHER
(Con algo de acaloramiento.) ¿Por qué no te la llevas?

VÍCTOR
Ah, no sirve. Es curioso, ¿sabes?... La había olvidado por completo... Durante un tiem­po tuvimos aquí arriba un laboratorio bastante bueno. Walter y yo. El en aquella pared; yo, en esta... A veces trabajábamos toda la noche, y a menudo la casa se llenaba de música. Mi madre tocaba horas enteras ahí en la biblioteca. Lo cual es raro, pues el arpa es tan suave. Pero penetra, supongo... (La mira en medio de un cierto indo­mable conflicto de sentimientos.)

ESTHER
Eres un encanto. Sí, Víctor.

(Se pone en marcha hacia él; pero Víctor la frena y la paraliza mirando la hora en su reloj.)

VÍCTOR
Tendré que llamar a otro. Vamos, salga­mos de aquí. (Con un hueco y exhausto intento de gozo.) Retiraremos mi traje y nos haremos los ricos.

ESTHER  
Víctor, no quise decir que yo...

VÍCTOR
Está bien... Espera, déjame guardar es­tas cosas antes que alguien se las lleve. (Toma el florete y la careta.)

ESTHER  
¿Podrías aún hacer esgrima?

VÍCTOR
(Su tristeza y su aislamiento se afirman en él.) ¡Oh, no! Para esto, uno tiene que estar en forma. Todo depende de las caderas...

ESTHER  
Enséñame. Nunca te vi.

VÍCTOR
(Cediendo un poco.) Bien, pero ya no pue­do agacharme lo necesario...

(Se coloca en posición, los pies en ángulo recto, y se agacha con dificultad; alarga el brazo derecho, en que sostiene el florete y el izquierdo hacia arriba.)

ESTHER  
Tal vez pudieses volver a practicar.

VÍCTOR
No, hay que trabajar mucho. Es el deporte más difícil que existe. (Readapta su posición.) Muy bien. Quédate ahí.

ESTHER  
¿Yo?

VÍCTOR
No tengas miedo. (Coloca la punta, que hace "clic".) Es un hermoso florete. ¿Ves qué vida tiene? Con él vencí al representante de Princeton. (Ríe con risa cansada y lanza una estocada a fondo desde unos metros; el botón toca a ella en el es­tómago.)

ESTHER
(Salta al rozarla el botón.) ¡Caramba Víc­tor!

VÍCTOR  
¿Qué?

ESTHER  
Estabas magnífico.

(Víctor ríe, sorprendido y a medias turbado, al tiempo en que ambos se vuelven hacia la puerta por haber escuchado una tos estridente y sostenida fuera, en el corredor. La tos aumenta de volumen y...
Entra Gregorio Salomón. En resumen, un fenó­meno; un hombre de casi noventa años, pero que todavía tiene la espalda erguida y no ha perdido el aire de solidez. Ha perfeccionado una manera de apo­yarse en el bastón sin dar la sensación de estar débil.
Lleva sombrero blanco, de fieltro, con el ala vuel­ta hacia abajo en el lado derecho, como el de Jimmy Walker, aunque mucho más sucio y lleno de polvo; y un sobretodo deformado. Su raída corbata ostenta un grueso nudo, torcido bajo un cuello, de puntas vueltas hacia arriba. Tiene chaleco arrugado y pan­talones que le hacen bolsa. En el dedo índice de la mano izquierda se le ve un gran anillo de brillantes. Embutido bajo el brazo, un portapapeles exprimido, de cuero. Hoy no se ha afeitado.
Sin dejar de toser y conteniendo el aliento, mien­tras trata de quitarse de la solapa las cenizas del ci­garro para dar una impresión de comercial formali­dad, saluda con inclinaciones de cabeza a Esther y a Víctor, y tiene una mano levantada, como prometiendo que pronto hablará. No ha dejado de contem­plar desconfiado el florete que Víctor empuña.)

VÍCTOR
¿Quiere que le traiga un vaso de agua?

(Por señas, Salomón denota su imperiosa negativa, mientras se esfuerza por ahogar la tos.)

ESTHER
¿Por qué no se sienta? (Salomón le da las gracias por señas; se sienta en el sillón de centro y al mismo tiempo la tos va cediendo) ¿Seguro que no quiere agua?

SALOMÓN
(Con dejo ruso-judaico) Agua no nece­sito; un poco de sangre me vendría bien. Gracias. (Aspira una honda bocanada de aire, mientras cla­va su atención en Víctor, quien deja el florete) ¡Oh, muchacho! ¡Eso sí que es escalera!

ESTHER  
¿Se siente bien ahora?

SALOMÓN
Otro par de escalones y se llega al cielo. ¡Ah, perdóneme... oficial...! Busco a una per­sona. Se llama... (Mete los dedos en el chaleco.)

VÍCTOR  
Franz.

SALOMÓN  
Eso es, Franz.

VÍCTOR
Soy yo. (Salomón mira incrédulo) Víctor Franz.

SALOMÓN  
¡Así que era vigilante!

VÍCTOR  
(Sonriendo entre dientes) ¡Uh, uh!

SALOMÓN
¡No lo hubiera imaginado! (Su gesto in­cluye a Esther) ¿Se da cuenta? Sólo una cosa tiene de bello este inmundo negocio mío, que uno trata toda clase de gente. Pero nunca traté con un poli­cía. (Extiende la mano) Es un placer conocerlo. Me llamo Salomón... de apellido. Gregorio Sa­lomón.

VÍCTOR  
(Dándole la mano) Mi esposa.

ESTHER  
Encantada.


SALOMÓN
(Mira a Esther y agacha la cabeza con muestras de aprobación) Muy linda. (A Víctor) Una linda y simpática mujer. (Extiende la mano hacia ella) Mucho gusto, tesoro. ¡Hermoso traje!

ESTHER
(Ríe) Lo curioso es que acabo de com­prarlo.

SALOMÓN
Un gusto excelente. Felicitaciones. Que lo disfrute con salud. (Le suelta la mano.)

ESTHER
Voy a la tintorería, querido. Volveré pron­to. (Da un paso hacia la puerta. A Salomón) ¿Va a estar aquí mucho rato?

SALOMÓN
(Mirando en torno suyo a los muebles como si se tratase de un antagonista) Tratándose de muebles, nunca se sabe. Puede ser mucho, pue­de ser poco, puede ser término medio.

ESTHER
Bueno, pero ofrézcale un buen precio. ¿Me ha oído?

SALOMÓN
¡Ah, ja! (Con las manos la echa) Usted vaya a ver al tintorero. Nosotros nos ocuparemos de todo cien por ciento.

ESTHER
Porque aquí hay cosas muy hermosas. Yo lo sé; él, no.

SALOMÓN
No me he sostenido en este negocio se­senta y dos años aprovechándome de la gente. Va­ya. Diviértase en la tintorería. (Ríen Esther y Víctor.)

ESTHER
(Mueve un dedito hacia la cara de él) Con­fío que usted termine gustándome, señor Salomón.

SALOMÓN
Preciosa, yo gusto a todas las chicas. ¿Qué culpa tengo?

ESTHER
(Siempre sonriendo; a Víctor, al tiempo en que va a la puerta) Ten cuidado.

VÍCTOR
(Asiente con la cabeza) Hasta luego. (Mu­tis de Esther.)

SALOMÓN  
Me gusta porque es desconfiada.

VÍCTOR
(Ríe sorprendido) ¿Qué ha querido decir con eso?

SALOMÓN
Bueno, si una mujer cree a todo el mun­do, ¿quién puede confiar en ella? (Víctor ríe denotando haber comprendido) Yo tenía una espo­sa... (Se interrumpe y mueve una mano) Bueno, ¿qué importancia tiene ahora? Dígame, si no es indiscreción... ¿de dónde sacó mi nombre?

VÍCTOR  
De la guía del teléfono.

SALOMÓN  
¡No diga! ¡De la guía!

VÍCTOR  
¿Por qué?

SALOMÓN
(Enigmáticamente) No, no. Está bien, muy bien.

VÍCTOR
El anuncio decía que usted es un tasador público.

SALOMÓN
Oh, sí. Estoy registrado, estoy licencia­do, hasta estoy vacunado. (Víctor ríe) No se ría. Lo único que se puede hacer sin que el gobierno lo autorice es subir en un ascensor y tirarse por una ventana. Pero a usted, que es policía, no hace falta que yo le diga esas cosas. Usted conoce este mundo. (Ansia contacto) ¿Tengo razón?

VÍCTOR  
(Reservado) Supongo que sí.

SALOMÓN
(Una mano en un muslo, la otra en el brazo del sillón, en una postura de elegancia na­tural, observando los muebles) ¡Bueno...! (Mira en torno otra vez, y con una sonrisa insegura) Hay muchos muebles. ¿Todo está en venta?

VÍCTOR  
En fin... sí.

SALOMÓN
¡Muy bien! ¡Muy bien! Me gusta cono­cer el terreno que piso. (Esforzándose débilmente por lograr una sonrisa cautivante) Francamen­te, en este barrio nunca esperé encontrar seme­jante cargamento. Es una gran sorpresa.

VÍCTOR
Yo dije que eran todos los muebles de una casa.

SALOMÓN
(Con un atisbo de inseguridad) Mire, por eso no se preocupe. Lo solucionaremos todo muy bien. (Se levanta del sillón y va a uno de los chiffonniers con que evidentemente está impresionado. Levanta la vista hacia las arañas. Luego, mira di­rectamente a Víctor.) No es que quiera meterme donde no me llaman, oficial, pero si no tiene inconveniente... ¿qué re­lación hay entre usted y todo esto? ¿Cómo ha lle­gado a sus manos?

VÍCTOR  
Era de mi familia.

SALOMÓN
¡No diga! Parece que esto hace mucho que está aquí. ¿No?

VÍCTOR
Bueno, mi padre subió todo aquí después de la crisis del 29. La casa pasó a poder de mis tíos y a él le dejaron usar este piso.

SALOMÓN
(Como si tratase de recalcar que lo cree) Ya veo. (Camina hacia el arpa.)

VÍCTOR
¿Puede darme una tasación ahora o tiene que...?

SALOMÓN
(Recorriendo con la mano el armazón del arpa) No, no. Se la voy a dar en seguida. No perderé ni un minuto; estoy muy ocupado. (Pulsa una cuerda y escucha. Luego se agacha y pasa una mano por la caja de resonancia) ¿Murió su padre?

VÍCTOR  
¡Oh! Hace mucho. Unos dieciséis años.

SALOMÓN
(Enderezándose) ¿Y esta arpa está acá parada hace dieciséis años?

VÍCTOR
Bueno, nunca llegábamos a una decisión; pero ahora van a demoler el edificio y... Todas estas cosas eran buenas, ¿sabe? Valían bastante dinero.

SALOMÓN
Muy buenas, sí... Ya lo veo. (Se apar­ta del arpa, no sin antes dirigirle una mirada esti­mativa) Yo también era muy bueno; ahora ya no soy tan bueno. El tiempo, ¿sabe?, es terrible. (Está a una distancia del arpa y la señala) Esa caja de resonancia está rajada, pero no se preocupe por eso. Sigue siendo un lindo objeto. (Va al aparador grande y de mucho adorno y acaricia el barniz) Es curioso. Un aparador como éste no se lo toma­ban ni regalado. Ahora lo quieren otra vez. ¡Vaya uno a entenderlos! (Va a una de las cómodas.)


VÍCTOR
(Halagado) Bien, déme un precio bueno y hacemos negocio.

SALOMÓN
Sin ninguna duda. Mire, yo no le mien­to... (Señala la cómoda) Por ejemplo, un chiffonnier como éste no estaría en mi casa ni una sema­na. (Señala la otra cómoda) Forman un par, ¿sabe?

VÍCTOR
Sí, lo sé. Hay más cosas en el dormitorio, si las quiere ver.

SALOMÓN
¡Oh! (Va hacia el dormitorio) ¿Qué tie­ne acá? (Mira dentro y de arriba abajo) Me gusta la cama. Es una linda cama tallada. Esa la puedo vender. ¿Es la cama de sus padres?

VÍCTOR
Sí. Supongo que la compraron en Europa, si no estoy equivocado. Viajaban mucho.

SALOMÓN
Muy bueno, muy lindo. Me gusta. Pa­rece una simpática familia. Esas son lindas sillas también. Me gustan las sillas. (Se pone en marcha de regreso hacia el sillón del centro, recorriendo los muebles con la vista.)

VÍCTOR
A todo esto, esa mesa de comedor se agran­da. Es posible que puedan sentarse doce.

SALOMÓN
(Mira la mesa) Sí, conozco. Y en caso de apuro hasta catorce. (Toma el florete) ¿Esto qué es? Cuando entré, me pareció que quería matar a su mujer.

VÍCTOR
(Ríe) No, acababa de encontrarlo... Ha­ce años, yo practicaba esgrima.

SALOMÓN  
¿Estaba en una universidad?

VÍCTOR  
Estuve un par de años, sí.

SALOMÓN  
Muy interesante.

VÍCTOR  
Es lo mismo de siempre.



SALOMÓN
No, escuche... Lo que pasa a la gente, para mí es el elemento principal. Porque, ¿cuándo me llaman? Es un divorcio o que alguien se murió. De modo que el asunto es siempre nuevo. Quie­ro decir que es el mismo, pero diferente. (Se sien­ta en el sillón del centro.)

VÍCTOR  
Usted reúne los pedazos.

SALOMÓN
Ha dicho muy bien, sí. Yo reúno los pe­dazos. Supongo que es parecido en su caso. Pien­so que debe tener tantas cosas que contar...

VÍCTOR  
A veces.

SALOMÓN
¿Qué es usted, policía de tránsito o al­go de...?

VÍCTOR
No, estoy allá en Rockway casi siempre, por los aeropuertos.

SALOMÓN  
Viene a ser Siberia, ¿no?

VÍCTOR  
(Ríe) Yo lo prefiero.

SALOMÓN  
Sí, no se complica en cosas sucias.

VÍCTOR
(Sonriendo) ¡Eso! (Se refiere a los muebles) ¿Y... qué es lo que dice?

SALOMÓN
¿Qué es lo que digo? (Saca dos cigarros mientras mira en torno furtivamente) ¿Quiere un cigarro?

VÍCTOR  
Gracias. Dejé hace mucho.

SALOMÓN  
Veo que a usted le gusta ir a los hechos.

VÍCTOR  
Usted lo ha dicho.


SALOMÓN
No podría ser mejor. Dígame entonces, ¿tiene alguna clase de papel? ¿Que demuestre la propiedad?

VÍCTOR
Bueno, no. Yo... Pero... (Ríe a medias) Es mío, sencillamente.

SALOMÓN
Dicho con otras palabras, no hay herma­nos ni hermanas.

VÍCTOR  
Sí, tengo un hermano.

SALOMÓN
¡Ah, ja! ¿Y está en buena armonía con él? No es que quiera meterme, ¿sabe? pero usted no necesita que yo le diga lo que pasa. En el co­mún de las familias, se aman locamente, pero ape­nas mueren los padres, de repente están todos a ver con qué se quedan y ya son como perros y gatos...

VÍCTOR  
Acá no existe ese problema.

SALOMÓN
Si se tratase únicamente de comprar al­gunos muebles, entonces no me preocuparía; pero tomar el cargamento entero sin un papel es...

VÍCTOR
Está bien, conseguiré una especie de cer­tificado de él; no se preocupe por eso.

SALOMÓN
Eso es definitivo. Porque aun en gente de la clase alta, usted no creería la forma en que se matan entre ellos... abogados, profesores de universidad, grandes artistas de la tele... Pagan quinientos dólares a un abogado para luchar por una biblioteca que no vale cincuenta centavos... Pero es que... ¿comprende? todos quieren ser primeros...

VÍCTOR
Dije que conseguiría un escrito. (Señala el cuarto) Bueno, ¿qué es lo que me cuenta?

SALOMÓN
Muy bien, yo voy a decir qué es lo que cuento. (Mira la mesa de comedor, la señala) Por ejemplo, tomemos la mesa de comedor. Es lo que llaman estilo jacobino español. Costó quizás mil doscientos, mil trescientos dólares. Yo diría en 1921... 1922... ¿Tengo razón?

VÍCTOR  
Tal vez, sí.


SALOMÓN
(Se aclara la garganta con un carraspeo) Veo que usted es un hombre inteligente, de modo que antes de decir una sola palabra más, pido que recuerde... con muebles de segunda mano, no se puede poner sentimental.

VÍCTOR  
(Ríe) ¡Yo no he abierto la boca!

SALOMÓN
Quiero decir que usted es policía y yo soy comprador de muebles. Los dos conocemos el mundo... Cualquier cosa que sea español jaco­bino, usted vende más pronto un contagio de tu­berculosis.

VÍCTOR
¿Por qué? Esa mesa está en perfecto es­tado.

SALOMÓN
Oficial, usted habla de realidades. Us­ted no puede hablar de realidades con muebles usados. Ese estilo ya no gusta; no sólo no gusta, lo odian. Es lo mismo con aquel chinero que está allá y ése... (Comienza a señalar para otro lado.)

VÍCTOR
Usted quiere llevarse sólo algunas cosas. ¿Es eso lo que pasa?

SALOMÓN
Oficial, por favor. Ya estamos hablan­do demasiado rápido...

VÍCTOR
No, no. Usted no va a llevarse la carne rica y dejarme a mí los huesos. Todo o nada, o dejémoslo estar. Le dije por teléfono que eran los muebles de una casa entera.

SALOMÓN
¿Por qué tiene tanto apuro? Hablemos un poco, veremos qué sucede. En un día no edi­ficaron Roma. (Durante un instante, calcula apresuradamente, volviendo a mirar los muebles que desea. Se levanta, va hacia el arpa y la toca suavemente.) Mire, lo que yo pensaba. Le daría un precio tan maravilloso por estas pocas cosas, que usted...

VÍCTOR  
Eso ni pensarlo.

SALOMÓN  
¡Ni pensarlo!

VÍCTOR  
Yo no he puesto una gran tienda. Van a echar abajo el edificio.


SALOMÓN  
No podría ser mejor. Los dos nos enten­demos, de modo...  (con modito cautivante) que no hay razón para ponernos emotivos. (Acosado, nervioso, mira en torno hacia la mesa de comedor, la toca, a su rostro asoma una expresión de rabia. Mira otras cosas que no quiere; luego adop­ta  un  aire  filosófico  al volverse  de  nuevo hacia Víctor.) ¿Entran estos discos? (Toma uno.)

VÍCTOR  
Tal vez yo me quede tres o cuatro.

SALOMÓN  
(Leyendo una  etiqueta) ¡Oh! ¡Lo  que hay acá! ¡Gallagher y Shean!

VÍCTOR
(Riendo sólo a medias) No pensará tocar­los ahora.

SALOMÓN  
¿Qué falta me hace tocarlos? Yo estaba en el mismo programa con Gallagher y Shean... Trabajamos en unos cincuenta teatros tal vez.

VÍCTOR  
(Sorprendido) ¿Usted era actor?

SALOMÓN
¡Actor! Acróbata. Todos en mi familia fueron acróbatas. (Se ensancha con esta primera oportunidad que tiene) ¿Nunca oyó nombrar "Los cinco Salomones"? ¡Que Dios tenga en su gloria! Yo era el de más abajo.

VÍCTOR
¡Es curioso! Nunca supe que un judío fue­se acróbata.

SALOMÓN
¿Y qué... Jacob? ¿No fue luchador acaso? ¿No luchó con el Ángel? (Víctor se echa a reír) Los judíos fueron acróbatas desde el comienzo del mundo. Yo era un potro por aquel entonces; be­bida, mujeres, cualquier cosa... Siempre en mar­cha, en marcha. Nada me paraba jamás. Sólo la vida. Sí, muchacho. (Casi amorosamente deja el disco) ¡Quién me iba a decir! ¡Gallagher y Shean!

VÍCTOR
(Con más intimidad ahora, a pesar de sí mismo; pero no menos persistente por seguir con el negocio adelante) ¿En qué estábamos?

SALOMÓN
(Se vuelve hacia él) Dígame... cuál es el delito ahora. Está aclarado, ¿no?



VÍCTOR
Sí, aclarado. Aclarado. Mire, señor Salo­món, permítame dejar una cosa establecida cla­ramente... Yo no soy sociable.

SALOMÓN  
¿Así que no quiere que seamos amigos?

VÍCTOR  
Usted lo ha dicho.

SALOMÓN
Entonces... no seremos amigos. (Sus­pira) Pero sólo para que me conozca mejor, voy a enseñarle una cosa. (Saca una carpetita de cuero, que abre y entrega a Víctor) Ahí tiene el papel de cuando me licenciaron en la Marina británica.

VÍCTOR
(Mirando el documento) ¡Oh! ¿Qué hacía usted en la Marina británica?

SALOMÓN
Deje tranquila la Marina británica. ¿Qué fecha de nacimiento dice?

VÍCTOR
Mil ochocient... (Atónito, levanta la vis­ta para mirar a Salomón) ¿Usted tiene casi noven­ta años?

SALOMÓN
Sí, muchacho. Salí de Rusia hace sesen­ta y cinco años. Tenía veinticuatro entonces. Y he fumado toda mi vida. He bebido, he amado a to­das las mujeres que me lo permitieron. Así que... ¿qué razón tendría para robarlo a usted?

VÍCTOR
¿Desde cuándo se necesita una razón pa­ra robar?

SALOMÓN  
¡Nunca he visto un hombre igual!

VÍCTOR
Sí que ha visto. ¿Pero me piensa dar la cifra o...?

SALOMÓN
(Está realmente asustado porque no lo­gra clavar el arpón en Víctor y teme perder las pie­zas buenas) ¿Cómo puedo yo darle una cifra... si no cree una sola palabra de lo que digo?

VÍCTOR
(Con una risa forzada) Nunca lo había visto. ¿Por qué me pide ahora que le tenga con­fianza?

SALOMÓN
(Con un gesto de disgusto) ¿Cómo hago para comenzar a hablar con usted? Perdone; aquí usted no puede ser policía; si quiere hacer negocio un poquito tiene que creer... o no lo hará. Yo... Yo... Mire, no me haga caso. (Se levanta y va a su portafolios.)

VÍCTOR  
(Asombrado) ¿Qué está haciendo?

SALOMÓN
Así no puedo trabajar. Soy muy viejo. Cada vez que abro la boca usted casi me llama ladrón.

VÍCTOR  
¿Quién lo ha llamado ladrón?

salomón
(Camina hacia la puerta) No, no nece­sito estas cosas. No me hacen falta en mi negocio. (Mueve de un lado a otro un dedo índice frente a la cara de Víctor) Y no olvide. No he llegado a darle precio, y fíjese lo que me hace. ¿Se da cuen­ta? No le he dado precio.

VÍCTOR
(Enojándose) ¿Para qué ha venido aquí? ¿Para hacerme un favor? ¿De qué está hablando?

SALOMÓN
Míster, yo lo compadezco. ¿Qué le pasa a la gente? Usted es peor que mi hija... Nada en el mundo cree... nada respeta... ¿Cómo puede vivir? ¿Cree que eso es ser inteligente? ¿Tan difí­cil es lo que usted hace? Permítame darle un pe­queño consejo... No es que usted no puede creer nada... Creer no es tan difícil. Es que sabe que tiene que creer. Eso es lo que cuesta. Y si no lo puede hacer, amigo... ¡es un hombre muerto! (Se pone en marcha hacia la puerta.)

VÍCTOR
(A pesar de sí mismo, se siente castigado) ¡Oh, vamos, Salomón...! ¿Quiere...?

SALOMÓN
No, no. Usted tiene un cierto problema con estos muebles; pero no quiere escuchar. ¿Có­mo pretende, que hable?

VÍCTOR
Lo estoy escuchando. Por amor de Dios, ¿qué quiere que haga? ¿Que me ponga de rodillas?

SALOMÓN
(Deja su portafolios y saca una cinta de medir arrugada de un bolsillo del saco) Está bien, venga acá. Comprendo que usted es una persona que se ajusta a los hechos, pero algunos hechos son extraños. (Alarga la cinta de un extremo a otro del ancho de un mueble) ¿Qué dice aquí? (Se vuel­ve hacia Víctor y le enseña la marca en la cinta.)


VÍCTOR  
(Se le acerca, lee) Un metro. ¿Qué tiene?

SALOMÓN
Muchacho, las puertas del dormitorio, en un departamento moderno, tienen de ancho setenta y cinco centímetros, ochenta como máximo. No puede meter ese mueble...

VÍCTOR  
¿Y qué dice de las casas viejas?

SALOMÓN
(Con desesperación creciente) ¡Lo úni­co que quiero demostrarle es que mis posibilidades son menores!

VÍCTOR  
Bueno. ¿Puedo hacerle una pregunta?

SALOMÓN
Lo que yo le doy son hechos de la arqui­tectura. Oiga... (Enjugándose el rostro, señala la mesa de biblioteca al ir hacia ella) Aquí tie­ne, por ejemplo, una mesa de estudio. Es una be­lleza, sólida. Pero vaya a encontrarme un depar­tamento moderno que tenga biblioteca. Si edifica­ran hoteles viejos, podría vender esta mesa; pero sólo edifican hoteles nuevos. La gente ya no vive así. Esto es de otro mundo. Por eso trato de darle un punto de vista moderno. Porque el precio de los muebles de segunda mano es únicamente un punto de vista, y si usted no entiende el punto de vista, es imposible que entienda el precio.

VÍCTOR
Bueno, ¿y cuál es su punto de vista? ¿Que todo esto no vale nada?

SALOMÓN
Eso es lo que usted dice. Yo no lo he di­cho. Las sillas valen algo, los chiffonniers, la cama, el arpa...

VÍCTOR
(Se vuelve y aparta) Bueno, dejémoslo es­tar. No le voy a dar las mejores cosas...

SALOMÓN  
¡Mi hija! ¿Por qué reacciona de ese modo!

VÍCTOR
(Se vuelve hacia él) ¡Pero Cielos Santos! ¿Va a hacer una oferta o no?

SALOMÓN
(Se aleja, con una mano puesta en la sien) ¡Oh, muchacho, muchacho! A esta altura, usted debe haber detenido a un millón de personas.


VÍCTOR  
Diecinueve, en veintiocho años.

SALOMÓN
¿Entonces por qué es tan severo con­migo?

VÍCTOR
Porque usted habla de todo menos del di­nero y yo no entiendo qué cuernos se propone.

SALOMÓN
(Levantando un dedo) Ahora hablare­mos de dinero. (Vuelve al sillón del centro.)

VÍCTOR
¡Estupendo! Pero usted no puede asegurar que la culpa sea mía. Cada vez que abre la boca parecería que el precio bajase.

SALOMÓN
(Sentándose) Muchacho, el precio no ha cambiado desde que yo entré.

VÍCTOR
(Ríe) ¡Eso es mejor aún! ¿Y cuál es el pre­cio? (Salomón mira en torno, con él humor por el suelo; en el rostro se le ve el abatimiento) ¿Qué pasa?... ¿Algo lo molesta?

SALOMÓN
Lo siento, hice mal en venir... Me pa­reció que serían unos pocos muebles, pero... (Aba­tido, se aprieta los ojos con los dedos) Para mí es demasiado.

VÍCTOR
¿Para qué ha venido? Yo le dije que era toda la casa.

SALOMÓN
(Protestando) ¡Usted me llamó, yo vine! ¿Qué iba a hacer? ¿Acostarme a esperar la muer­te? (Lucha de nuevo por salvar la situación) Mire, yo deseo mucho hacerle una oferta. Lo único que pasa es que... (Desfallece, como si temiese decir algo.)

VÍCTOR  
¡Sí que es una situación...!

SALOMÓN
La tentación es terrible. Pero... (Co­mo lanzándose hacia Víctor, en espera de su com­prensión) voy a decirle la verdad. Usted debió mi­rar en una guía telefónica muy vieja. Hace ya un par de años que liquidé mi negocio. Salvo unos pocos morillos ingleses que me quedaron y que voy vendiendo cuando necesito unos dólares. Pen­sé que tenía ochenta años, ochenta y cinco, y ya era hora. Pero esperé... y no pasó nada. Hasta me mudé de mi departamento. Estoy viviendo en el fondo de mi tienda, con un hornillo portátil. Pero nada ha pasado. Todavía estoy cien por cien­to... Bueno, no cien por ciento, pero me siento muy bien. Calculé que a lo mejor usted tenía un par de muebles lindos... no que lo demás no pue­da venderse, pero se tardaría un año o un año y medio. Para mí es un riesgo grande. (En conflicto consigo mismo, mira en torno) Lo malo es que me encanta trabajar. Me gusta el trabajo, pero... (De­sistiendo) No sé qué decirle.

VÍCTOR  
Bueno, está bien. Dejémoslo entonces.

SALOMÓN  
(Se pone de pie) ¿Por qué reacciona así?

VÍCTOR  
Bueno...  ¿Está en el negocio o no está?

SALOMÓN
¿Cómo puedo saber dónde estoy? Compréndame, es esto justamente. La mayoría de las personas, echan un vistazo y se ponen nerviosas.

VÍCTOR  
Está empezando de nuevo, Salomón.

SALOMÓN  
No regateo con usted.

VÍCTOR
¿Por qué van a ponerse nerviosas la mayo­ría de las personas?

SALOMÓN
Porque saben que esto no se rompe nunca.

VÍCTOR
(No de mal humor, sino aferrándose a sus sentidos) Vamos, ¿quiere? Tenga un poco de com­pasión.

SALOMÓN
Muchacho, usted no conoce la psicolo­gía. Si las cosas no se rompen, no hay más posibilidades. Tome, por ejemplo... (Cruza hacia la mesa) Esta mesa. ¡Escuche! (Golpea la mesa. Víc­tor ríe) El hombre que se sienta frente a una mesa como ésta sabe que no sólo está casado, sino que tiene que seguir casado... No hay más posibili­dades. (Víctor ríe) Usted ríe. Pero yo le explico los hechos de la situación. ¿Cuál es hoy en día la palabra clave? Reemplazable. Cuanto más pue­de tirarse algo, más hermoso es. El auto, los mue­bles, los hijos. Todo tiene que ser reemplazable. Porque, ¿sabe una cosa? Hoy en día lo principal es... salir de compras. Hace años una persona, si se sentía desdichada, no sabía qué hacer con­sigo mismo... iba a la iglesia, iniciaba una revo­lución... ¡algo! ¿Hoy se siente desdichado? ¿No ve solución ninguna? ¿Cuál es la salvación? Salir de compras.

VÍCTOR
(Riendo) ¡Usted es extraordinario! Tengo que reconocerlo.

SALOMÓN
Le estoy diciendo la verdad. Si cerrasen las tiendas por seis meses en este país, de una cos­ta a la otra se produciría una enorme mortandad. Con esta clase de muebles no hay compras, cesa la actividad, no quedan posibilidades... ¿Entien­de? Así que ya ve qué problema.

VÍCTOR
(Riendo) Salomón, usted es uno de los hombres más grandes del mundo. Pero yo estoy muy por delante suyo y sé que nada sacará.

SALOMÓN
(Ofendido) ¿Sacar de qué? Yo no sé cuánto tiempo me queda. ¿Qué tiene de terrible que lo diga? Lo malo es que usted es muy joven y no entiende estas cosas.

VÍCTOR
Entiendo perfectamente bien. Sé contra qué lucha usted. No soy tan joven.

SALOMÓN
(Burlón) ¿Qué edad tiene? ¿Cuarenta y cinco?

VÍCTOR  
Voy a cumplir cincuenta.

SALOMÓN  
¿Cincuenta? ¡Pero si es un bebé!

VÍCTOR  
¡Valiente bebé!

SALOMÓN
¡Dios mío! ¡Si yo tuviese cincuenta años! Me casé a los setenta y cinco.

VÍCTOR  
Siga.

SALOMÓN
¿Qué le parece? Ella sigue viviendo allá por la Octava Avenida. ¿Se da cuenta? Por eso me gusta tener el dinero sin invertir, porque si pienso que ella pueda apoderarse de todo esto, entonces no lo quiero... Los pájaros la encantan. Vive tal vez con un centenar de pájaros. Si le da un plato de sopa, tiene plumas dentro... Yo no he trabajado mi vida entera para los pájaros.

VÍCTOR
Comprendo su problema, señor Salomón, pero yo no pienso dedicarle tiempo. (Se pone de pie) No puedo.


SALOMÓN
(En alto una mano, para retenerlo; de­sesperadamente) ¡Se lo voy a comprar! (Se ha asus­tado él mismo y mira en torno las altas pilas de muebles) Quiero decir que... (Camina, mirando todo) necesito vivir, sencillamente. Me decidiré. Voy a comprarlo.

VÍCTOR
(Lo afecta el miedo de Salomón, que aho­ra se le contagia) ¿Ahora hablamos del lote entero?

SALOMÓN
(Irritado) ¡Todo! ¡Todo! (Yendo a su portafolios) Voy a hacer el cálculo; le daré un pre­cio muy bueno, y usted se sentirá feliz.

víctor
(Sentándose de nuevo) Lo dudo. (Salomón toma su bloc de papel de oficio, que saca del por­tafolios; luego saca un huevo duro) ¿Qué hace ahora? ¿Va a almorzar?

SALOMÓN
Usted me ha planteado tantos proble­mas, que tengo apetito. Y me hace mal tener mu­cho apetito.

VÍCTOR  
¡Ah! ¡Qué fastidio!

SALOMÓN
(Parte la cascara del huevo con el nudi­llo de un dedo) ¿Quiere que me muera de ham­bre? No, si voy a terminar muy pronto aquí.

VÍCTOR  
¡Sí que me he buscado un buen cliente...!

SALOMÓN
Supongo que por acá no tendrá un po­co de sal.

VÍCTOR  
No voy a salir corriendo a buscársela.

SALOMÓN  
Por favor, no sea pesimista. Va a saltar de alegría en cuanto le diga el precio. Ya verá. (Traga el huevo. Ahora se pone de cara a los mue­bles, y a medias para consigo mismo, con el bloc y el lápiz en las manos.) Voy a hacer las cosas como una computadora. (Rápidamente empieza a calcular precios en su bloc.)

VÍCTOR
Está bien, no se apure demasiado. Con tal de que lo haga en serio...


SALOMÓN
Gracias. (Toca el chinero enorme) ¡Ay! ¡Ay! Bueno, está bien. (Anota una cifra. Va al mueble siguiente, anota otra cifra, y sigue hacien­do lo mismo con otro mueble.)

VÍCTOR
(Al cabo de un momento) ¿De veras se ca­só a los setenta y cinco años?

SALOMÓN  
¿Qué tiene de terrible?

VÍCTOR  
Me parece fantástico. ¿Cuál es el objeto?

SALOMÓN
¿Y cuál es el objeto de casarse a los vein­ticinco? ¿No hay quienes se mueren a los veintiséis?

VÍCTOR  
(Ríe suavemente) Sí, claro que sí.

SALOMÓN
¿Sabe una cosa? Pasa lo mismo que con los muebles de segunda mano. Todo depende del punto de vista. Es un mundo mental. (Anota otra cifra, correspondiente a otro mueble) Me casé a los setenta y cinco, a los cincuenta y uno y a los veintidós.

VÍCTOR  
¡Está bromeando!

SALOMÓN
(Sin dejar de trabajar) ¡Ojalá así fuese! (Trabaja, anotando lo que calcula por cada mue­ble; abre cajones, toca todo.)

VÍCTOR  
¡Usted sí que es un caso!

SALOMÓN
(Sonriendo ante estas palabras que le dan aliento, se vuelve hacia Víctor) ¡Sabe que esto es muy curioso! Hace tanto tiempo que no tomo un lote enorme como éste, que uno se olvida de la clase de ánimo que infunde. Sacar el lápiz de nue­vo... es como aplicarse una inyección. Porque... si quiere que le diga la verdad, mi teléfono po­dría usarlo como cuchara para la mezcla. Nada se interrumpiría. Pero cuando usted me llamó, bueno, no quise hacerle perder el tiempo. Pero... quiero darle las gracias; muchísimas gracias. (Se­ñala a Víctor) Voy a hacer todo lo que pueda por usted. Se lo digo en serio. ¿Puedo abrir eso?

VÍCTOR  
Por supuesto. Cualquier cosa.

SALOMÓN
(Va al aparador grande) Algunos de és­tos tenían espejo... (Lo abre y cae una alfombra de piel, que está enrollada. Tiene unos 0,90 x 1,50 m.) ¿Qué es esto?

VÍCTOR  
¡Vaya uno a saber! Parece una alfombra.

SALOMÓN  
(Sosteniéndola en alto)  No,  no... es una manta para las piernas. Como se usaban en el auto.

VÍCTOR  
Sí, tiene razón. Cuando salían en auto. ¡Dios mío! Hace que no veo eso.

SALOMÓN  
¿Tenían chofer?

VÍCTOR  
Sí, teníamos.

(Se cruzan las miradas. Salomón mira a Víctor co­mo si éste estuviese entrando en foco. Víctor apar­ta la vista. Ahora Salomón vuelve al aparador grande.)

SALOMÓN
¡Mire esto! (Toma un sombrero de mue­lles del estante interior) ¡Dios mío! (Se lo pone, se mira en el espejo interior) ¡Qué mundo! (Se vuel­ve hacia Víctor) Debió ser un hombre muy ele­gante.

VÍCTOR  
(Sonriendo) Le queda precioso.

SALOMÓN  
¿Y después de tener todo esto se arruinó?

VÍCTOR
¿Por qué no? ¡Claro! Cinco semanas le bastaron. Menos.

SALOMÓN
¡No diga! ¿Y no pudo volver a acumu­lar fortuna?

VÍCTOR  
Bueno, algunos hombres no rebotan, ¿sabe?

SALOMÓN
(Un gruñido) ¡Hum! ¿Y qué es lo que hizo?

VÍCTOR
Nada. Se quedó ahí sentado. Escuchando la radio.

SALOMÓN  
¿Pero qué hizo? ¿Qué...?

VÍCTOR
Bueno, de cuando en cuando atendía la ventanilla de cambio en el Bar Automático. Hacia el final de su vida repartía telegramas.

SALOMÓN
(Apesadumbrado y asombrado) ¡Quién diría! ¿Y cuánto tuvo?

VÍCTOR  
Oh... Un par de millones, según creo.

SALOMÓN
¡Dios Santo! ¿Qué le pasaba a ese hom­bre?

VÍCTOR  
Bueno, mi madre murió más o menos al mismo tiempo... Es de suponer que eso lo per­judicó también. Pero... Hay hombres que no su­ben después de caer. Nada más.

SALOMÓN  
Oiga, hablando de subir... Yo me arrui­né en el 1932; en el 1923 me quedé sin nada tam­bién; sufrí en el pánico de 1904, en 1898... ¡Pe­ro quedarme aplastado así...!

VÍCTOR  
Bueno, es distinto. El creía.

SALOMÓN  
¿Creía en qué?

VÍCTOR  
En el orden social, en todo. A mi juicio, pensaba que la culpa era suya... Usted...  us­ted...   usted entra aquí hablando de cualquier cosa, y todo es broma para usted... Tiene ciento cincuenta años, dice unos chistes, la gente se ena­mora de usted y sale de sus casas con los muebles.

SALOMÓN  
No me gusta que diga eso.

VÍCTOR  
Bueno, ¿qué dice? No hace falta que mire más, ya conoce lo que tengo aquí. (Es evidente que Salomón ha agotado sus recursos dilatorios. Mira en torno despacio y parecería que los muebles se elevasen por encima de él como una ame­naza o una promesa. Levanta la vista y la pasea por los bordes del cielo raso, tomándose una mano con la otra.) ¿Qué miedo tiene? Con eso no le faltará entrete­nimiento.

(Salomón lo mira, queriendo más tranquilidad aún.)

SALOMÓN  
¿No cree que sea una tontería?

VÍCTOR
¿Quién puede decir lo que es tontería? A usted le gusta...

SALOMÓN  
Sí, me encanta...

VÍCTOR
Bueno, lléveselo entonces. Piensa demasia­do y terminará sin nada.

SALOMÓN
(En actitud de intimidad) Me gustaría decirle una cosa. Estos últimos meses, no sé qué me pasa... Se me aparece ella. Yo tenía una hi­ja, ¿sabe? Debería estar descansando en paz. Se quitó la vida. Se suicidó.

VÍCTOR  
¿Cuándo fue eso?

SALOMÓN
Fue en... 1915. A fines. Pero muy hermosa, una cara divina, ojos grandes... Pura como la mañana. Y últimamente, no sé qué es... pero la veo con la misma claridad con que lo veo a usted. Y casi todas las noches, cuando me acues­to, allí está sentada. No puedo evitarlo... y yo me pregunto: ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? A lo mejor, algo que le dije... A lo mejor, algo que hice... Nada más. (Mira los muebles) No se trata de que yo tenga que morirme. De eso nadie tiene miedo. Pero si quiere que le diga la verdad... hace un minuto mencioné que tuve tres esposas... (Pau­sa breve. Su miedo aumenta) Ahora, en este preci­so instante, recuerdo que tuve cuatro. ¿No es te­rrible? La primera vez yo tenía diecinueve años, en Lituania. ¿Comprende? Es lo que quiero de­cir... No hay manera de saber qué cosa es im­portante. Aquí estoy, sentado con usted y... y... (Mira furtivamente los muebles) ¿Para qué? Tam­poco se trata de que no los quiera; los quiero, sí. Pero... ¿se da cuenta? Toda mi vida he sido un luchador tenaz... A mí nadie me podía quitar nada. Empujé, tiré, batallé en seis países distintos, estuve a punto de morir un par de veces, y es... es como si ahora, que estoy sentado aquí, hablan­do con usted, yo le dijese que es un sueño, que es un sueño. ¿Ve? Usted no puede imaginárselo por­que...

VÍCTOR
Entiendo de qué está hablando. Pero no es un sueño... es que usted tiene que tomar determinaciones y nunca logra saber de qué se trata hasta que ya es tarde. También yo fui muy buen estudiante de ciencias y me encantaba, pero tuve que dejarlo para poder alimentar a mi padre. Pen­sé entrar en la Policía transitoriamente, sólo para salvar los días de la gran crisis y luego volver a la universidad. Pero vino la guerra, y entonces tuvi­mos el hijo y uno se da vuelta y ve que ya tiene quince años ganados para la jubilación y cuesta trabajo abandonarlo. Lo cual yo no lamento. Cria­mos un hijo maravilloso en un sentido: nadie ja­más le podrá tomar el pelo. Pero es como lo que usted decía... No hay manera de saber qué es lo importante. Siempre estuvimos de acuerdo... nos manteníamos alejados de la lucha desenfrenada en pos del dinero y vivíamos nuestra propia vida. Eso era importante. Pero al final ella quiere y quiere. Y no es que la acuse de nada; es que sólo el dinero se respeta.

SALOMÓN  
¿Usted es enemigo del dinero?

VÍCTOR
No, en absoluto; pero no he querido sacri­ficar mi vida en su altar. La tracé de otra manera, y puedo asegurarle que ahora ya no sé para qué ha servido. Miro atrás y lo único que veo es una lar­ga recorrida por la calle... Me imagino que es la misma vieja historia; puede hacer lo que quie­ra, pero a condición de que gane la batalla. Como el caso de mi hermano. Hace años, yo vivía aquí con mi padre y él aportaba cinco dólares por mes. Por mes... ¡Y eso que era un médico que traba­jaba mucho! Tuve que abandonar mis estudios pa­ra que el viejo no se muriese de hambre. Lo que quiero destacar, a todo esto, es que las pocas veces que mi hermano venía, la expresión en el rostro de mi padre era la misma que si entrase Dios. El respeto, ¿entiende? ¿Y por qué no? ¿Por qué no?

SALOMÓN  
¡Claro que sí! Tenía poder.

VÍCTOR
Usted lo ha dicho. El que tiene eso, lo tiene todo. ¡Hasta es adorable! (Ríe) Bueno, ¿qué me dice? Déme el precio.

SALOMÓN  
(Pausa breve) Le daré mil cien dólares.

VÍCTOR  
(Pausa breve) Por todo...

SALOMÓN
(Sin aliento) Por todo... (Pausa breve. Víctor mira las cosas en torno suyo) Me hace fal­ta y por eso le doy un buen precio. Créame, nunca conseguirá más. Lo quiero. Lo he decidido. (Víctor sigue contemplando las cosas. Salomón sa­ca un sobre común y de él extrae un fajo de bille­tes.) Tome... le pago ya. (Prepara un billete pa­ra empezar la cuenta.)

VÍCTOR  
Es que tengo que repartirlo, ¿sabe?

SALOMÓN
Está bien. Siendo así, haré un recibo pa­ra usted y pondré seiscientos dólares.

VÍCTOR
No, no... (Se levanta y camina al azar, mirando los muebles.)


SALOMÓN
¿Por qué no? El le sacó a usted, usted le saca a él. Si quiere, pongo cuatrocientos.

VÍCTOR
No, no deseo hacer eso. (Pausa breve) Lo llamaré mañana.

SALOMÓN
(Sonríe) Está bien. Con la ayuda de Dios, si estoy vivo mañana, atenderé el teléfono. Si no estuviera... (Pausa breve) Bueno, no es­taría.

VÍCTOR
(Fastidiado, pero queriendo creer) No em­piece otra vez con eso, ¿quiere?

SALOMÓN
Oiga, me ha convencido, de modo que lo quiero. ¿Qué debo hacer?

VÍCTOR  
¡Yo le he convencido!

SALOMÓN
(Muy afligido) Sí, absolutamente. Us­ted me ha convencido. Ya lo vio. Apenas miré es­tas cosas, estuve por volverme...

VÍCTOR
(Interrumpiéndolo, enojado por su propia indecisión) ¡Ah! ¡Que se vaya todo al diablo! (Ex­tiende una mano) Démelo.

SALOMÓN
(Queriendo tener la buena voluntad de Víctor) Por favor, no se acobarde.

VÍCTOR  
Todo esto apesta. (Alarga la mano) ¡Vamos!

SALOMÓN
(Levantando un billete por encima de la mano de Víctor; protestando:) ¿Qué es lo que apesta? Usted debería estar contento... Ahora puede comprarle un lindo tapado, llevarla a Miami, tal vez...

víctor
(Asintiendo irónicamente) Muy bien, muy bien. Ahora todos estaremos contentos. Démelo.

(Salomón menea de lado a lado la cabeza y en la mano cuenta billetes; Víctor vuelve la cabeza y mira los muebles apilados contra las paredes.)

SALOMÓN
Aquí tiene cien; doscientos; trescientos; cuatrocientos... Acépteme un consejo, cómprele un lindo tapado de piel y todas sus penas desa­parecerán.

VÍCTOR  
Eso lo sé perfectamente. Siga.

SALOMÓN
Así que tiene cuatro y ahora le doy... cinco, seis, siete... Quiero decir que en la Biblia ya se menciona... La carrera de las ratas... Llegar, salir adelante, a cualquier precio. En cuan­to Eva puso la mano en la manzana, la carrera ya empezó.

VÍCTOR  
Nunca he leído la Biblia. Siga.

SALOMÓN
Sí, si la lee, verá... hay una carrera de ratas y no puede estar ausente. De modo que tiene siete y ahora con esto son...

(Aparece un hombre en el vano de la puerta. Tiene unos cincuenta y cinco años y está bien afeitado; no lleva sombrero, usa sobretodo de pelo de came­llo y da la sensación de ser hombre de mucha salud. Hay en su rostro una expresión de inteli­gencia. Víctor, al mirar más allá de Salomón, se sobre­salta ligeramente por la sorpresa y retira la mano del billete siguiente, que Salomón estaba por de­positar en ella.)

VÍCTOR
(De pronto se siente sonrojado, y su voz, de un modo extraño, se torna aguda e infantil.) ¡Walter!

WALTER
(Entra en la habitación, acercándose a Víctor con la mano extendida, y con una reserva de entusiasmo y cariño, pero con sonrisa dura.) ¿Cómo estás, muchacho?

(Salomón se ha apartado de la línea de visión de ellos.)

VÍCTOR
(Cambia de mano el dinero, llevándolo a la izquierda, al saludarlo con un apretón de la derecha.) ¡Dios mío! Ya no te esperaba.

WALTER
(Refiriéndose al dinero, con algo de hu­mor.) Siento haberme retrasado. ¿Qué estás haciendo?

VÍCTOR
(Luchando contra su tendencia a traicio­narse a sí mismo, para lo cual adopta con esfuerzo un aire de buen humor.) Lo... acabo de vender.

WALTER  
¡Muy bien! ¿En cuánto?

VÍCTOR
(Como si ahora estuviese absolutamente seguro de que lo han estafado.) En... mil cien.

WALTER
(Con voz muerta, privada de comentario.) ¡Ah! Muy bien. (Se vuelve con algo de deliberación, pero sin exagerar el movimiento, en dirección a Salomón.) ¿Por todo?

SALOMÓN
(Con una voz revitalizada que se atreve a cualquier cosa, se acerca a Walter, alargada la diestra.) Para mí es un gran placer conocerlo, doc­tor. Me llamo Gregorio Salomón.

WALTER
(Su rostro lo denota más bien divertido, pero su reserva encierra posibilidades de acusa­ción.) Encantado, señor.

(Da la mano a Salomón. Al mismo tiempo, Víctor levanta una mano para alisarse el cabello y a su rostro asoma una expresión de algo que es casi alarma por sí mismo.)

FIN ACTO I

ACTO SEGUNDO

La acción es continua. Al levantarse el telón, Walter acaba de soltar la mano de Salomón y se vuelve para mirar a Víctor. Su postura es reservada, dura a causa del dominio tradicional de lo que es casi una curiosidad feroz. Su sonrisa es disciplinada y un tanto adusta, pero en los ojos hay afecto y comba­tividad.

WALTER  
¿Cómo está Esther?

VÍCTOR
Muy bien. Debe llegar de un momento a otro.

WALTER  
¿Aquí? ¡Ah, bueno! ¿Y qué hace Ricardo?

VÍCTOR
Está en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

WALTER  
¡Ah, qué bueno! ¿Massachusetts?

VÍCTOR
(Asiente con un movimiento de cabeza.) Sí. Le dieron una beca total.

WALTER
(Despejando su sorpresa.) ¡Es extraordi­nario! (Con una sonrisa más amplia y cariñosa turbación.) Estarán orgullosos.

VÍCTOR
Como para no estarlo. Lo pusieron en el Cuadro de Honor.

WALTER
¡Qué maravilla! ¿No te parece mal que haya venido, verdad?

VÍCTOR  
No. Te llamé un par de veces.

WALTER
Sí, me lo dijo la enfermera. ¿Qué es lo que más agrada a Ricardo?

VÍCTOR
Ciencias. Por lo menos hasta ahora. (Con sensación de seguridad.)



WALTER
(Caminando; quiebra la confrontación.) De los míos, supongo que Juana es la que más ha sobresalido. Pero no creo que tú la hayas visto.

VÍCTOR  
No. No la vi nunca.

WALTER
En el Times le dedicaron un artículo bas­tante largo el otoño pasado. Es una diseñadora muy buena.

VÍCTOR
¡Estupendo! ¿Y los chicos? ¿Están en la Universidad?

WALTER
Sí, van a menudo... (Ríe repentina­mente, negando su propia turbación.) ¡Con tantos misterios sin resolver como hay en el mundo, ellos investigan el origen de la guitarra!, pero... ¡qué diablos! Yo he dejado de preocuparme por ellos. (Camina más allá de Salomón, mirando fugazmen­te los muebles.) No recordaba que había tantas cosas aquí... ¡Esa es tu radio!

VÍCTOR  
(Sonriendo junto con él.) Sí. Ya la he visto.

WALTER
(Levanta la vista hacia el cielo raso, el sitio que Víctor señaló antes. Ambos ríen.) ¡Hum! (Luego mira fugazmente a Víctor con franca emo­ción.) ¡Ha pasado tanto tiempo!

VÍCTOR  
Sí. (Se aleja.) ¿Cómo está Dorotea?

WALTER
(Misteriosamente.) Bien, creo. (Camina, mirando cosas; pero luego, en forma repentina, se vuelve.) Tengo unas ganas locas de ver a Esther de nuevo. ¿Sigue escribiendo versos?

VÍCTOR  
Hace años que lo dejó.

SALOMÓN
Tiene una esposa muy simpática. Nos hemos conocido.

WALTER
(Sorprendido, como si fuese una especie de intromisión.) ¡Oh! (Se vuelve de nuevo hacia, los muebles, y divertido y cariñoso.) ¡Bueno! Hay cachivaches, ¿no es cierto?

VÍCTOR
(Ahogando una protesta mayor.) Yo no diría eso. Algunas cosas no son malas.

SALOMÓN
Una o dos muy lindas hay acá, doctor, hemos hecho un buen trato.

VÍCTOR
(El rechazo es implícito.) Nunca creí que vinieses. Me parece que lo mejor será empezar de nuevo.

WALTER
¡Ah, no! Yo no quiero estropear tu nego­cio.

SALOMÓN
Perdóneme, doctor. Sería mejor que us­ted tomase ahora lo que desee y así no discutimos luego. ¿Qué quiere usted?

WALTER
(Sorprendido, se vuelve hacia Víctor.) ¡Ah! Yo no quiero nada. Vine a saludar y nada más.

VÍCTOR
Comprendo. (Defendiéndose ante el visible gesto de Walter, con un movimiento excesivamen­te rápido hacia los remos.) Encontré tu remo. Si lo quieres.

WALTER  
¿Remo? (Al tiempo en que Víctor saca uno de detrás de un mueble.) ¡Ah! (Recibe el remo, mira hacia arriba, verificando lo largo que es y ríe, sopesándolo.) ¡Yo debí estar loco!

SALOMÓN
Discúlpeme, doctor; si usted quiere el remo...

WALTER
(Pone el remo parado sobre un extremo delante de Salomón, quien lo toma sorprendido.) No se ponga nervioso. Yo no lo quiero.

SALOMÓN
No. Yo iba a decir... Tratándose de una cosa personal como ésa, no me opongo.

WALTER
(Fastidiado, a pesar suyo; riendo a me­dias.) Usted es muy generoso.

VÍCTOR
(Disculpando a Salomón.) Hice entrar todo. No creí que vendrías.

walter
(Con forzada y excesiva simpatía, miran­do en torno.) Está bien. ¿Tú con qué te quedas?


VÍCTOR
Con nada, en realidad. Es posible que Esther quiera una lámpara o algo así.

SALOMÓN
¿Ha visto? No, él no está interesado; es una persona moderna. ¿Qué piensa hacer usted?

WALTER
(Cruza hacia el arpa.) ¿Te quedas con el arpa?

VÍCTOR
(Con una cierta expresión de culpabilidad.) Bueno, nadie la toca... Tómala tú, si quieres.

SALOMÓN
Si me perdona, doctor... el arpa, ¿sabe? ya es otra cosa...

WALTER
(Ríe, picarescamente divertido, y contra­riado.) No tiene inconveniente en que yo formule una sugestión, ¿verdad?

SALOMÓN  
¡Por favor,  doctor!  No se ofenda. Yo sólo...

WALTER
(Con una mirada firme, de hierro.) ¿Por qué no da un poco de sosiego a los nervios? Estamos hablando nada más. Hace mucho tiempo que no nos vemos.

SALOMÓN
Muy bien, muy bien. Perdóneme. (Se sienta y se tira de la barbilla a causa de los ner­vios.)

WALTER
(Toca el arpa con una mano.) Es una pena. Fue el regalo de bodas del abuelo, ¿sabías?

VÍCTOR
(Mirando el arpa, sorprendido.) Sí, tienes razón.

WALTER  
(A Salomón.) ¿Cuánto le da por esta arpa?

SALOMÓN  
No calculé artículo por artículo. Un solo precio por todo. A lo mejor trescientos dólares... La caja de resonancia está rajada, ¿sabe?

VÍCTOR  
(A Walter.) ¿La quieres?

SALOMÓN
¡Por favor, Víctor! Confío que no me la quite. (A Walter.) Mire, doctor, yo no quiero engañarlo a usted... Esa arpa es el alma y el corazón de este negocio. Me hago cargo de que perteneció a su mamá, pero... como traté de decir... (A Víctor) a usted antes... (A Walter) con muebles de segunda mano no se debe mezclar el sentimien­to.

WALTER
(Mira el arpa. A Víctor.) Creo que no importa... En realidad, estaba pensando si habrá quedado algún vestido de fiesta de mamá.

VÍCTOR  
La verdad es que no lo he revisado todo...

SALOMÓN
(Levantando un dedo, ansiosamente.) Es­pere, espere. Creo que puedo ayudarlo. (Va a un aparador grande, en cuyo interior miró antes, y lo abre.)

WALTER
(Yendo hacia el mueble.) Tenía algunas cosas en verdad espectaculares...

SALOMÓN
(Saca la parte inferior de un vestido de complicado recamado en oro.) ¿Se refiere a esto?

WALTER
Eso, precisamente, sí. (Toma el vestido de manos de Salomón.) ¿Verdad que es hermoso? Ahora que pienso, yo creo que este vestido lo usó en mi casamiento. (Lo sostiene en alto.) ¡Pero sí! ¿Recuerdas?

VÍCTOR
(Sorprendido por la misma emoción.) ¿Y qué quieres hacer con eso?

WALTER
(Sacando otro vestido de la percha.) Mira éste. ¿No es notable? Pensé que Juanita podría ha­cer algo nuevo con este género. Me gustaría que llevase una tela que haya sido de mamá.

VÍCTOR
(Una idea nueva, sorprendido.) ¡Oh, sí! Muy bien, es una excelente idea.

SALOMÓN
(Pone un segundo vestido en el canapé.) Lleve, lleve... Son hermosos.

WALTER
(Repentinamente mira en torno, al tiem­po en que coloca los vestidos de lado a lado de un sillón.) ¿Qué se hizo del piano?

VÍCTOR
Lo vendimos cuando yo todavía estudiaba. Nos dio para vivir mucho tiempo.


WALTER  
(Muy interesado.) No lo sabía.

VÍCTOR  
¡Claro! Y la platería.

WALTER
¡Naturalmente! Soy tan estúpido que no me acordaba.

VÍCTOR  
¿Por qué habías de acordarte?

WALTER
Supongo que lo sabes, pero... Ahora te pareces mucho a papá.

VÍCTOR  
¿Sí?

WALTER
Es muy curioso. Y tu voz es igual a la de él.

VÍCTOR  
Ya sé. A veces, a mí mismo me suena igual.

SALOMÓN
Bueno, caballeros... (Mueve el dinero en la mano.)

VÍCTOR
(Refiriéndose a Salomón.) Tal vez sea me­jor que arreglemos esto ahora.

WALTER
Sí. Continúa... (Walter se aparta, mi­rando los muebles, y Salomón hace que Víctor mire el dinero que tiene en la mano.)

SALOMÓN  
Ahí tiene usted setecientos...

WALTER
(Despreocupado de Salomón, incapaz, por así decir, de transigir con la situación creada.) ¡Es maravilloso verte así de aspecto!

VÍCTOR
(La nueva interrupción parece extraña; ob­servando más que hablando.) Tú también. Estás perfectamente.

WALTER
Hago mucho patinaje sobre hielo y prac­tico equitación casi todas las mañanas... ¿Sabes una cosa? Este año estuve por llamarte una docena de veces... (Se interrumpe. Ahora se refiere a Salomón.) Termina, y hablaremos luego.

SALOMÓN
De modo que yo ahora voy a dar a us­ted... (Balancea un billete por encima de la ma­no de Víctor.)

VÍCTOR  
¿Estás de acuerdo con el precio?

WALTER
No, yo no quiero entrometerme... Ocu­rre, sencillamente, que traté con esta clase de gen­te cuando nos repartimos las cosas Dorotea y yo el año pasado, y me resultó que...

VÍCTOR
(A través de una impresión anterior.) ¿Es­tán divorciados?

WALTER
(Con un arrebato nervioso de risa.) Sí.

(Entra en ese momento Esther, trayendo un traje en una funda de plástico.)

ESTHER
(Tomada desprevenida.) ¡Walter! ¡Qué gran sorpresa!

WALTER
(Poniéndose en pie de un salto, ansiosa­mente, va hacia ella y le da la mano. Su voz es nerviosa, pero calma.) ¿Qué tal, Esther?

ESTHER
(Entre su propia desaprobación y su cau­tivante sorpresa.) ¿Qué haces aquí?

WALTER  
¡Casi no has cambiado!

ESTHER
(Con una risa densa, en conflicto consigo misma.) Vamos, vamos, no bromees. (Cuelga el traje en la manilla de una cómoda.)

WALTER
(A Víctor.) ¡Pero qué cosa sorprendente! Esther parece que tuviese veinticinco años.

VÍCTOR  
(Esperando la reacción de Esther.) Ya lo sé.

ESTHER
(Halagada y ofendida al mismo tiempo.) ¡Basta, Walter! (Se sienta.)

WALTER  
En serio. Estás maravillosa.

SALOMÓN
Es el traje, ¿sabe? ¿Qué le dije yo? Que el traje era hermoso, ¿no es cierto? (Víctor ríe un poco mientras ella mira a Salomón; el elogio le ha creado conflicto.)

ESTHER
(Fingiéndose ofendida, a Víctor.) ¿De qué te ríes? Es verdad.

VÍCTOR  
Te vi tan sorprendida, que bueno...

ESTHER
No estoy acostumbrada a tantos piropos. (Prorrumpe en carcajadas.)

WALTER
(Acordándose de pronto; ansiosamente.) ¡Pero...! Siento no haber sabido que te iba a ver... cuando salí de casa esta mañana... Te hubiera traído unas hermosas pulseras indias. Ten­go una caja llena. Las recibí de Bombay.

ESTHER
(Todavía no entiende bien a Walter, a quien está estudiando.) ¿Y cómo has hecho para...?

WALTER
Operé a un gran magnate de la industria textil y él no hace más que mandarme cosas. Mira, justamente este abrigo...

ESTHER  
Me estaba fijando. La tela es espléndida.

WALTER
¿Verdad que sí? Pesa arrobas. (Ríe con cierta vergonzosa sensación de triunfo.)

ESTHER
(De momento se prolonga su impresión.) ¿Cómo está Dorotea? Oí decir que se habían...

WALTER
(Muy serio.) Sí, divorciado. Este último invierno.

ESTHER  
Me aflige escucharlo.

WALTER
Venía incubándose desde tiempo atrás. Para los dos ha sido mucho mejor. Ahora somos casi amigos.

ESTHER  
¡Vamos, cínico! No digas eso.

WALTER  
(Con cándido entusiasmo.) ¡Es la verdad!

ESTHER
Oye, yo estoy a favor de ella. Así que no me vengas con esos cuentos. (A Víctor, advirtiendo el dinero que tiene en la mano.) ¿Ya lo has arre­glado todo?

VÍCTOR  
Más o menos... según creo...

WALTER
Justamente, estaba diciendo a Víctor... (A Víctor.) que cuando deshicimos la casa... (A Salomón.) ¿Ha oído hablar de Spitzer y Fox?

SALOMÓN
Hace treinta años que conozco a Spitzer y Fox. Bert Fox trabajó en mi casa hace quizás diez, doce años.

WALTER  
Ellos me tasaron las cosas.

SALOMÓN
Son buenos muchachos. Spitzer no tan bueno como Fox, pero entre los dos usted está en buenas manos.

WALTER  
Sí. Por eso yo...

SALOMÓN
Spitzer es vicepresidente de la Asociación de Tasadores.

WALTER  
Ya entiendo. Lo que quiero decir es que...

SALOMÓN  
Yo era presidente.

WALTER  
¿De veras?

SALOMÓN  
¡Ah, sí! Yo impuse la ética.


WALTER  
(Tratando de mantener la cara seria, lo mismo que Víctor.) ¿Usted...?

(Repentinamente, Víctor echa a reír, lo cual pro­voca risas de Walter y Esther y un calor de inti­midad brota entre ellos.)

SALOMÓN
(Sonriendo, pero insistente.) ¿Qué tiene de gracioso? Oiga, antes que yo pusiera orden, era una selva... No se hubiese reído tanto. (Walter se aleja, impaciente por seguir con el asunto.) Yo hice las tarifas, lo que cobramos, ¿sabe? Lo convertí en una profesión, como la de médicos o abogados... Era un nido de culebras y nada más. Hoy, usted no tiene motivo de preocupación... Todos los so­cios son cien por ciento éticos.

WALTER  
Señor Salomón, eso fue una buena acción; pero creo que usted podría ofrecer un poco más por estos muebles.

ESTHER  
(A Víctor, que tiene el dinero en la mano.) ¿Cuánto te ha ofrecido?

VÍCTOR  
(Turbado, pero capeando el temporal muy bien.) Mil cien dólares.

ESTHER  
(Afligida; con una protesta que trasciende.) ¡Oh, creo que es...! ¿No parece un poco bajo? (Mira a Walter, buscando confirmación.)

WALTER  
(Con tono familiar.) Vamos, Salomón... Ese hombre arriesga su vida por usted todos los días; sea generoso.

SALOMÓN  
(A Esther.) ¡Eso sí que es un hermano verdadero! ¡Maravilloso! (A Walter.) Pero usted puede llamar al que quiera... Spitzer y Fox, Joe Brody, Paul Cavallo, Morris White; los conozco a todos y sé lo que dirán.

VÍCTOR
(Esforzándose por no perder el aplomo; a Esther.) Mira. Lo que estaba diciendo acerca de eso es...

SALOMÓN
(A Esther, levantando un dedo índice.) Escúchelo, porque él...

VÍCTOR
(A Salomón.) Espere un momento, ¿quie­re? (A Esther y Walter.) Yo no aseguro que sea cierto, pero dice que muchas de las cosas son demasiado grandes y no entran en un departamento moderno.

ESTHER  
(Riendo a medias.) ¿Y tú lo crees?

WALTER
Yo no sé, Esther. Pero Spitzer y Fox di­jeron lo mismo.

ESTHER
Walter, esta ciudad está llena de departa­mentos viejos y grandes.

SALOMÓN
Tesoro, ¿por qué no deja que los chicos decidan?

ESTHER
(Ahogando un impulso.) ¡Cómo me gusta­ría que no me diese órdenes, señor Salomón! (A Walter, protestando.) Sólo esos escritorios valen un par de cientos de dólares.

WALTER
(Delicadamente.) Tal vez yo no deba en­trometerme...

ESTHER
¿Por qué? (Se refiere a Salomón.) No te dejes intimidar por este hombre...

salomón
Mi estimada muchacha, usted habla sin fundamento...

ESTHER
(Tajante) No me gusta esa clase de nego­cio, señor Salomón. Sencillamente, no me gusta. (Está al borde del llanto. Pausa. Se vuelve hacia Walter.) Walter, este dinero es importantísimo pa­ra nosotros.

WALTER
(Se siente castigado.) Sí. Lo... lo siento, Esther. (Mira en torno.) Bueno, si fuese mío...

ESTHER  
¿Por qué? Es tan tuyo como de Víctor.

WALTER
No, querida... Del producto de esta ven­ta yo no tomaría nada. (Pausa.)

VÍCTOR  
No, Walter. Te toca la mitad.

WALTER
Ah, criatura. No se me ocurriría siquiera. Vine a saludar sencillamente.


ESTHER
(Pausa. Está muy conmovida.) Es extra­ordinario, Walter... Es... en realidad, yo...

VÍCTOR  
Bueno, ya hablaremos.

WALTER  
No, no, Víctor. Te lo has ganado. Es tuyo.

VÍCTOR  
(Rechazando lo que va implícito.) ¿Por qué lo he ganado? Tú te llevas tu parte.

WALTER
¿Por qué no lo conversamos luego? (A Salomón.) A mi juicio...

SALOMÓN
(A Víctor.) Así que ahora ya no tiene que repartir. (A Víctor y Walter.) Es una suerte que estén por demoler el edificio. Eso los ha reunido por fin.

WALTER
(Con delicadeza, a Víctor.) ...Yo hubie­se pedido tres mil dólares por lo menos.

ESTHER
¡Exactamente! Lo que yo pensaba. (A Salo­món) Estaba por decir tres mil quinientos.

WALTER  
Bueno, eso más o menos.

(Silencio. Salomón permanece sentado y abstenién­dose de todo comentario, sin mirar a Víctor y par­padeando iracundo. Víctor cavila un instante; luego se vuelve hacia Salomón y su voz denota un gran desaliento.)

VÍCTOR  
Bien... ¿Qué dice usted?

SALOMÓN
(Abriendo los brazos, impotente y ofen­dido.) ¿Qué puedo yo decir? ¡Es ridículo! ¿Por qué le habla ese hombre de tres mil dólares? ¿No pudo decir cinco mil... diez mil?

WALTER
(Sin espíritu de crítica. A Víctor.) Debiste pedir otras dos tasaciones, ¿sabes? Siempre es eso lo que...

VÍCTOR
La semana entera estuve llamándote justo para eso, Walter, y nunca acudiste al teléfono.


WALTER  
(Sonrojándose.) ¿Y sólo por eso no...?

VÍCTOR
Pensé que no tenía derecho a hacer esto yo solo. La enfermera te transmitió mis mensajes, ¿no es verdad?

WALTER
He estado terriblemente ocupado... Y como no pensaba aceptar nada, me pareció que...

VÍCTOR  
¿Esperabas que yo lo adivinase?

WALTER
(Con franca sensación de autorreproche.) Sí. Bien... Perdóname. (Decide parar ahí.)

SALOMÓN
Discúlpeme, doctor; pero no consigo en­tenderlo. Primero es un montón de cachivaches…

ESTHER
Nadie dijo que fuese un montón de cachi­vaches.

SALOMÓN
Sí, Esther; lo dijo él, cuando entró aquí. (Esther se vuelve hacia Walter, intrigada y enojada.)

WALTER
(Reaccionando ante la expresión de Es­ther; a Salomón.) No, por favor... (Señala a Víc­tor.) Acá tiene un hombre que se basa en hechos. Basémonos en hechos nosotros también.

ESTHER
Bueno, Walter, a mí me parece horrible que hayas dicho eso.

WALTER  
No lo dije en ese sentido, Esther.

SALOMÓN
Doctor, por favor. Usted dijo cachiva­ches.

WALTER
(Vivazmente; y en el tono de su voz hay una excesiva sensación de indignación mayor.) Yo no lo dije en ese sentido, señor Salomón. (Se domi­na; en parte hacia Esther.) Cuando uno se ha cria­do entre ciertas cosas, tiende a detestarlas... (A Esther.) Eso es lo que quise decir.

SALOMÓN
Mi estimado señor, si fuese Luis XV, Biedermeyer o algo parecido, usted no lo detes­taría.

WALTER
(Señalando un mueble y debilitado por cuanto sabe de sobra que está exagerando.) Bueno, da la coincidencia que allá hay un mueble de estilo Biedermeyer.

SALOMÓN
¡"Estilo" Biedermeyer! (Toma su som­brero.) Yo tengo un sombrero estilo Borsalino, que no es Borsalino. (A Víctor.) Quiero decir que no hace falta que se ponga contra mí para impresionar a otros.

WALTER  
¿Eso qué quiere decir?

VÍCTOR
(Negándose a dejar solo a Salomón.) Bue­no, Walter... ¿en qué te basas para seguir insistiendo?

WALTER
(Enrojece, pero sonríe.) No sé... Es una corazonada simplemente.

ESTHER
(Algo es ridículo.) ¿Y en base a qué aceptas mil cien dólares, querido?

VÍCTOR
(Indignado, y su masculino afán por do­minar sale de pronto a relucir.) Sencillamente, me pareció que estaba más o menos bien.

ESTHER
(Como un estribillo.) ¡Oh, Dios mío! Esta­mos a fojas cero otra vez. Bueno, tíralo...

SALOMÓN
(Se refiere a Víctor.) Por favor, Esther, ese hombre no está tirando nada. ¡No es tonto! (A Walter también.) Perdóneme, pero no está bien que le hagan eso.

WALTER
(Se frena, pero sigue sonriendo.) ¿Ahora usted me va a enseñar lo que está bien?

ESTHER
(A Víctor, queriendo dar más fuerza a la protesta de Walter.) ¡No faltaba más...! ¡Claro que...!

VÍCTOR
(Siguiéndole el tren, por falta de una certi­dumbre propia, toca en el hombro a Salomón.) Se­ñor Salomón... ¿por qué no se sienta unos minu­tos en el dormitorio y nos deja hablar?

SALOMÓN
Sí, claro... Lo que usted diga. (Se pone en marcha.) Sólo que, por favor, yo le aseguro que el negocio que hacen es muy lindo. No tienen mo­tivo para avergonzarse... (A Esther.) Perdón. No lo digo por nadie en particular.

ESTHER  
(Ríe, pese a estar enojada.) ¡Es fantástico!

VÍCTOR
(Tratando de que se vaya.) ¿Por qué no entra?

SALOMÓN
Sí, ya voy. Sólo quiero que me entienda, Víctor, que si yo fuese otra clase de hombre... (Se vuelve hacia Esther.) le diría que él tiene el dinero en la mano, y el trato está hecho.

WALTER
No olvide, Salomón, que sin mí no puede hacer ningún trato. Yo soy dueño de la mitad.

SALOMÓN
(A Víctor.) ¿Ha visto? ¿Qué fue lo pri­mero que le pregunté al entrar aquí? "¿Quién era el dueño?"

WALTER
¿Por qué lo confunde todo? Yo no reclamo nada, digo simplemente...

SALOMÓN
¿Entonces por qué luego se entremete? El tiene la plata y yo conozco la ley.

WALTER
(Indignado, bajo la sensación de su fra­caso.) ¡Déjese ahora de hacer el tonto! Yo tengo los mejores abogados de Nueva York, así que entre y quédese tranquilo.

VÍCTOR
(Al tiempo en que se vuelve para acompa­ñar a Salomón.) No se excite, Salomón. Vaya, despreocúpese.

ESTHER
(Luchando por mantener un tono ligero y divertido.) ¿Por qué? Tiene toda la razón del mundo.

VÍCTOR
(Mirándola duramente, mientras va a foro con Salomón.) Tome, es mejor que usted tenga esa plata.

SALOMÓN
Es suya, suya. Téngala usted. (Vacila. Víctor lo toma del brazo. Walter se levanta y en­trambos lo ayudan a sentarse.)

WALTER  
¿Está bien?

SALOMÓN  
(Aturdido, se toma la cabeza.) Sí, sí; yo...

WALTER
Permítame mirarlo. (Toma las muñecas de Salomón y lo mira a la cara.)

SALOMÓN
Estoy un poco cansado; hoy no he dor­mido mi siesta.

WALTER
Entre, descanse un rato. (Empieza a ayu­dar a Salomón a levantarse.)

SALOMÓN
No se preocupe por mí. Yo... (Señala su portafolios, de lado a lado del cuarto.) Doctor, si no tiene inconveniente. Allí hay una barra de chocolate. (Walter vacila pensando si debe obede­cer esta orden.) En el portadocumentos. El choco­late me anima mucho. (De mala gana, Walter va al portadocumentos y alarga la mano.) Soy muy sano, pero una siesta, ¿sabe? Yo necesito mi sies­ta... (Walter vuelve con el portadocumentos, sa­cando una naranja.) No, la naranja, no. Más abajo está la barra. (Walter saca una barra de chocolate.) ¡Muy bien, muy bien!

WALTER
(Lo ayuda a ponerse de pie.) Bueno... Vamos... Despacito.

SALOMÓN
(Al entrar con Walter en el dormitorio.) Me siento bien, no se preocupe. Ustedes son muy buenos...

(Mutis de ambos hacia el dormitorio. Víctor mira de reojo el dinero que tiene en su mano, y luego lo pone en la mesa de comedor, colocando encima el florete.)

ESTHER
Parecería que quisieses disculparte de algo. ¿Por qué?

VÍCTOR  
¿De algo?

ESTHER
Ante ese viejo. ¿Ese precio fue su primera oferta?

VÍCTOR
¿Por qué crees a Walter? ¿No comprendes que lo hace para ver si resulta?

ESTHER
Yo estoy de acuerdo con él. ¿Hiciste la prueba de subirle el precio?

VÍCTOR
No sé regatear y no pienso aprender ahora. A veces adoptas un tono... como si yo fuese una especie de incompetente.

ESTHER
Me gustaría que no te sintieses tan seguro de todo, Víctor; ya no tenemos veinte años de edad. Ese dinero nos hace falta. (Víctor no habla.) ¿Me oyes?

VÍCTOR  
Yo he hecho un trato... y nada más.

ESTHER
(Se levanta, camina inquieta.) Bueno, co­mo quiera que sea, vas a quedarte con todo... ¡Cielos! Sí que ha cambiado tu hermano. Es sor­prendente.

VÍCTOR  
(Sin asentir.) Parece, sí.

ESTHER
(Queriendo que él esté de acuerdo con ella.) ¡Es tan humano! ¡Y se ríe!

VÍCTOR  
Sí. Lo he visto reír.

ESTHER
(Con una sonrisa bonachona y expresión de miedo.) ¿Oigo algo o es mi imaginación?

VÍCTOR  
Yo quiero pensarlo.

ESTHER  
(Con calma) ¡No vas a aceptar su parte!

VÍCTOR
Dije que quiero pensarlo. (Dando por sen­tado que va a rechazar la parte del hermano, Esther no sabe realmente qué hacer ni hacia dónde ir, por lo cual se acerca a su cartera, caminando a pasos largos. Víctor sigue de pie.) ¿Adonde vas?

ESTHER
(Volviéndose hacia él.) Deseo saber. ¿To­mas la parte de Walter o no?

VÍCTOR
Esther, yo lo he estado llamando toda la semana. Ni siquiera se molestó en venir al teléfono, y ahora entra aquí, sonríe, y sólo por eso tengo que echármele en los brazos...


ESTHER
No entiendo qué es lo que quieres demos­trar.

VÍCTOR
Han pasado ciertas cosas, ¿verdad? Con esta rapidez yo no puedo olvidar lo pasado. Hace apenas diez minutos que está aquí y tengo que sacudirme de la espalda veinticinco años... Ahora siéntate. Quiero que estés aquí. (Se sienta él. Esther sigue de pie, indecisa.) ¡Por favor!

ESTHER
(Desesperada.) ¡Víctor! ¡Todo se me escapa de las manos!

VÍCTOR
(A objeto de hacer que parezca menos el precio total.) Querida, la mitad de mil cien dólares son quinientos cincuenta.

ESTHER
No hablo del dinero. (Del dormitorio lle­gan voces.) Es evidente que quiere ser generoso. ¿Por qué no abres tu espíritu un poco? (Echa hacia atrás la cabeza.) Mi madre tenía razón. Nunca creo lo que veo. Pero voy a creerlo. Eso es lo que haré. Lo que veo.

(En el dormitorio, una silla rasca el suelo.)

VÍCTOR
Límpiate la mejilla. ¿Quieres? (Del dormi­torio entra Walter.) ¿Cómo está?

WALTER
Creo que se le pasará todo. (Afectuosa­mente.) ¡Qué pirata! (Se sienta.) Tiene ochenta y nueve años.

ESTHER  
¡No lo creo!

VÍCTOR  
Sí, los tiene. Me enseñó la...

WALTER  
(Ríe.) ¿A ti también te la enseñó?

VÍCTOR
(Sonriendo.) Sí, la baja de la Marina Britá­nica.

ESTHER  
¿Estuvo en la Marina Británica?

VÍCTOR
(Sacando partido del apoyo de Walter.) Tiene el papel. No todo es falso en él.

WALTER
Yo no me fiaría tanto. Sin embargo, un hombre de su edad, que todavía conserva ese empuje... (Como admitiendo que Víctor no ha sido tonto.) Tiene algo de maravilloso.

VÍCTOR  
(Comprensivo.) Creo que sí.

ESTHER
Walter, ¿qué piensas que deberíamos ha­cer?

WALTER
(Pausa breve. Está tratando de modificar lo que considera que es su fuerza avasalladora, a fin de que no parezca que quiere dominar la situa­ción. Sonríe levemente en dirección a Víctor.) Hay una manera de sacar un buen provecho de esto. Supongo que la conoces, naturalmente.

VÍCTOR
Oye, yo no estoy casado con ese tipo. Si quieres llamar a otro comprador, podemos comparar ofertas.

WALTER
No necesitas hacer eso; él es un tasador público. Pero, en vez de venderlo, podríamos regalarlo a una entidad de beneficencia.

VÍCTOR  
No entiendo.

WALTER
Es muy sencillo. El le asigna un valor, digamos veinticinco mil dólares, y...

ESTHER  
(Fascinada y riendo.) ¿Hablas en broma?

WALTER
Se hace continuamente. Es muy extraño, sí; pero legal. Él calcula el precio más alto de venta al por menor, que podría ser una cifra más o me­nos como ésa. Entonces yo lo regalo al Ejército de Salvación. Claro, para ello necesito tener a mi favor la propiedad. Como lo que yo pago de impuesto a los réditos es mucho más de lo que pagas tú, tendría más sentido que fuese yo quien lo rebajase de mi declaración. Yo pago como impuesto más o menos el cincuenta por ciento, de modo que si hago una donación de veinticinco mil dólares, por concepto de impuestos me estaría ahorrando unos doce mil. Digamos que entre nosotros partimos esa suma, dándote yo seis mil dólares. (Pausa.) En realidad, Víctor, es la única forma sensata de hacer las cosas.

ESTHER
(Mira fugazmente a Víctor; pero éste sigue callado.) ¿A ti te costaría algo?

WALTER
Al contrario. Yo me beneficiaría inespe­radamente. (A Víctor.) A él se lo he mencionado hace un momento.

VÍCTOR
(Como si esto hubiese sido la pregunta) ¿Y qué dijo?

WALTER
Es cosa tuya. Le pagaríamos honorarios por la tasación. Cincuenta, sesenta dólares.

VÍCTOR  
¿Está conforme?

WALTER
Bueno, es claro que él preferiría comprar­lo directamente, pero en fin de cuentas...

ESTHER  
No estás decidido, ¿verdad?

VÍCTOR
No... Lo que pasa es que tengo la sensa­ción de haber cerrado un trato con él y...

WALTER
Personalmente, yo no me preocuparía por eso... El hombre se va a ganar cincuenta dólares por llenar una hoja de papel.

ESTHER
Por el trabajo de una tarde, no es malo. (Pausa.)

VÍCTOR  
Desearía pensarlo.

ESTHER
Sin embargo, si es que quieres tratar con él, no te queda mucho tiempo.

VÍCTOR
(Acorralado) Es cuestión de unos minutos nada más.

WALTER
(A Esther.) ¡Claro! Deja que lo piense. (A Víctor) Por si eso es lo que te preocupa, te ase­guro que es completamente legal; yo casi lo hice con mis cosas, pero al final decidí quedármelas. (Ríe.) Bueno, tengo tan recargado el departamento, que no se diferencia mucho de éste.

ESTHER  
Sí, a lo mejor te vuelves a casar.


WALTER
Lo dudo mucho, Esther. A menudo pienso que nunca debí casarme.

ESTHER  
(Burlona) ¡Caramba!

WALTER
En serio. Estoy en una profesión extraña, ¿sabes? Hay mucho que aprender y poco tiempo para aprenderlo. Traté desesperadamente de enga­ñarme, pero ocurre, sencillamente, que no me que­da tiempo que dedicar a otras personas. No la forma en que una mujer espera que se la atienda, si es una mujer verdadera. (Ríe.) Pero solo estoy muy bien.

VÍCTOR
¿Cómo haría figurar un importe así en mi declaración de réditos?

WALTER
Bah... podrías llamarlo obsequio. (Víc­tor guarda silencio, evidentemente en lucha consigo mismo. Advierte la emoción.) No se trata de que lo sea, sino que podrías darle entradas de ese modo. Está permitido.

VÍCTOR  
Tenía curiosidad por saber tan sólo como...

WALTER
Hazlo figurar como donación recibida. No hay problema.

VÍCTOR  
Ya entiendo.

(Walter siente el primer pinchazo de un vago re­sentimiento y vuelve los ojos para mirar a otro lado. Esther arquea las cejas, contemplando el piso. Walter levanta el florete de la mesa, evidentemen­te para cambiar de tema.)

WALTER  
¿Todavía haces esgrima?

VÍCTOR
(Tomando el camino de esta desviación, casi agradecido.) No, pero eso exige ser socio de un club y otras cosas. Y yo a menudo trabajo sábados y domingos. Lo encontré aquí.

WALTER
(Cual si se tratase de animar la situación creada, con creciente desesperación.) A mamá le encantaba verlo haciendo esgrima.

ESTHER  
(Sorprendida y halagada.) ¿De veras?

WALTER  
Sí, iba a todos sus encuentros.

ESTHER
(A Víctor, algo entusiasmada.) Nunca me lo contó.

WALTER
Naturalmente, ella fue quien lo indujo a practicar ese deporte. (Ríe en dirección a Víctor.) ¡Le parecía tan elegante! Sobre todo, con aquellos guantes franceses. (Ríe recordando) Además, esta­ba muy esbelto. (Desabrocha y abre el saco, dejan­do libre el pecho) Todavía tengo las cicatrices.

VÍCTOR  
¡Eh...!  ¿Sabes que tienes razón?  (Mira fugazmente en torno, tratando de recordar dónde podrían estar. Se esfuerza por acordarse.) ¡Pero...! (Va a su escritorio.) ¿Estarán todavía?

ESTHER  
(A Walter) ¿Guantes franceses?

(Del cajón en que antes él encontró un patín de hielo, Víctor está sacando un sweater con una inicial de colegio universitario en él; un patín de hielo...)

WALTER
Mamá los trajo de París. ¡Tenían un bor­dado maravilloso! Con ellos parecía uno de los famosos mosqueteros.

VÍCTOR
¡Aquí están! (Levanta un par de guantes blasonados. Silencio.) ¡Parece mentira!

ESTHER
(Alargando una mano) ¿Verdad que son hermosos? (Víctor le entrega uno.)

VÍCTOR
¡Dios mío! Ya no me acordaba de ellos. (Se calza uno.)

WALTER  
Navidad de 1929.

VÍCTOR
(Moviendo la mano dentro del guante.) Mira esto, todavía están blandos... (A Walter, un poco vergonzoso por preguntarlo.) ¿Cómo es posi­ble que te acuerdes de todas estas cosas?

WALTER  
¿Por qué no? ¿Tú no te acuerdas?

ESTHER
Ni siquiera a la madre recuerda bien del todo.

VÍCTOR
Sí que la recuerdo. (Mira el guante.) Es la cara solamente. No sé por qué, no consigo representármela.

WALTER  
(Apasionándose.) Es sorprendente, Víctor. (A Esther.) Ella lo adoraba.

ESTHER  
(Complacida.) ¿Sí?

WALTER  
¿A Víctor? Si empezaba a llover, era capaz de ir corriendo hasta la escuela para llevarle las botas de goma. Su Víctor... ¡Cielos! Por los días en que aprendió a encender un fósforo, le parecía que tenía en casa a Luis Pasteur.

VÍCTOR
Es curioso... ¡Como el arpa! Casi me pa­rece percibir la música... Pero no le puedo ver el rostro. No sé cómo...

(Silencio un instante, al tiempo en que él mira el arpa de lado a lado de la habitación.)

WALTER
¡Víctor! (Víctor se vuelve hacia él, con los ojos hinchados por el sentimiento.) ¿Hay algún problema?

(Viniendo del dormitorio, entra Salomón. Se lo nota muy afligido. Está en mangas de camisa, la corbata sin anudar. No viene hacia delante.)

SALOMÓN
Por favor, doctor, si no tiene inconve­niente, yo querría... (Se interrumpe; señala el dormitorio.)

WALTER  
¿Qué pasa?

salomón (Señalando el dormitorio.) Sólo un mo­mento, por favor.

(Walter se pone de pie. Salomón mira fugazmente a Víctor y a Esther y vuelve al dormitorio. Walter se vuelve hacia Víctor. Pausa. La mirada de Víctor queda posada en Walter, quien de pronto se siente turbado y extrañamente ansioso. Observa fugaz­mente a Esther, tanto por apartar la vista de Víctor como por cualquier otra razón.)

WALTER  
En seguida vuelvo.

(Con cierta rapidez va a foro y penetra en el dor­mitorio. Pausa. Víctor está sentado en silencio, incapaz de mirarla a la cara. Esther advierte en él los sentimientos en conflicto y habla con delicadeza y compasión.)

ESTHER
¿Por qué no lo aceptas tal como es? (Víctor le dirige una mirada.) Bueno, no esperarás que te pida disculpas, Víctor. Lo más fácil es que ahora vea las cosas de un modo distinto. (Queda en si­lencio. Ella se le acerca.) Sé que es difícil, pero él está tratando de hacer algo, según creo.

VÍCTOR  
Sí, seguramente.

ESTHER
(Insistente, pero con sinceridad.) ¿Sabes que sería fantástico? Que pudiéramos tomarnos unas semanas, yendo a... sitios perdidos... sólo para quebrar realmente la monotonía y ver todo lo que la gente hace. Has andado entre esa clase de hombres, gente mezquina, durante tanto tiem­po... y soportado sus pequeñas feas trampas. Hablo en serio... No es nada romántica esta vida. Sospechamos de todo demasiado.

VÍCTOR
(Mirando fijamente liada delante.) ¡Qué hombre más extraño!

ESTHER  
¿Por qué?

VÍCTOR
Bueno... entrar de este modo, como si nada hubiese sucedido.

ESTHER  
¿Por qué no? ¿Qué se puede hacer?

VÍCTOR
(Pausa breve.) Creo que no tengo más re­medio que hablar.

ESTHER
(Con un leve temor, menos de lo que sien­te.) ¿Qué es lo que puedes decir?

VÍCTOR
A tu juicio, debería tomar el dinero y ca­llarme la boca. ¿Es eso?

ESTHER  
¿De qué sirve volver atrás?

VÍCTOR
(Con una tensión que pareciera querer ani­marlo.) No voy a aceptar ese dinero sin hablarle antes.

ESTHER
(Asustada.) No aguantas la idea de que obre decentemente. (Lo mira vivazmente.) Eso es lo único que pasa, querido. Lo siento, pero tengo que decirlo.

VÍCTOR
(Sin levantar la voz.) ¡Así que yo no puedo aguantar que sea decente!

ESTHER
Si regalas todo, me lo tendrás que explicar. No podrás seguir culpando a Walter, al orden so­cial o a Dios sabe qué otras cosas. Eres libre y no consigues hacer nada por tu voluntad, Víctor, y eso es lo que me exaspera. (Víctor calla, mirándola; ella, con calma:) O tomas ese dinero, o no esperes que siga contigo. Si estás metido en una zanja, no hay razón para que también yo esté.

(Se percibe ruido de movimiento en el dormitorio. Esther se para. Víctor se alisa el cabello con un movimiento lento y anticipatorio de una mano, como quien se prepara para un combate. Entra Walter, viniendo del dormitorio. Sonríe y casi menea la cabeza de lado a lado.)

WALTER
(Señalando el dormitorio.) ¡Ah, amigo...! Tenemos un tigre ahí dentro. ¿Qué relación hay entre ustedes? ¿Lo conocías de antes?

VÍCTOR  
No. ¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?

WALTER
Todavía insiste en hacer la compra di­recta. (Ríe.) Habla como si al llamarlo le hubieses dado cinco años más de vida.

VÍCTOR
Bueno, ¿qué importa? A mí me tiene sin cuidado.

WALTER
(Reaccionando, en virtud de su disconfor­midad.) No, eso está bien, está muy bien. (Pausa breve.) Los dos no nos entendemos, ¿verdad?

VÍCTOR
(Con un cierto impulso.) Estoy un poco aturdido, Walter... Sí.

WALTER
¿Por qué? (Víctor no contesta de momen­to.) Vamos... si total, dentro de poco estaremos todos muertos.

VÍCTOR
Está bien. Voy a darte un ejemplo... Cuando te llamé el lunes y el martes, y nuevamen­te esta mañana...

WALTER
(Reconoce que eso está fuera de lugar.) Ya te lo he explicado.

VÍCTOR
Pero es que yo no hago mis llamadas tele­fónicas para pasar el rato; tu enfermera habló como si yo fuese un pegote insoportable. Me resultó hu­millante.

WALTER
(Es extraño; pero lo que esto implica para él lo altera con exceso.) Lo siento muchísimo. No debió hacer eso.

VÍCTOR
Ya lo sé, Walter. Pero tampoco creo que adoptara ese tono por su propia cuenta.

WALTER
(Ahora tiene conciencia de lo hondo que es el resentimiento de Víctor.) No, no. A menudo es así. Lo que yo haya dicho sobre ti no justifica tal cosa. (Víctor guarda silencio, pero no está con­vencido.) Puedes creerme, ¿verdad? Lo siento mu­cho. Estoy abrumado de trabajo; eso es lo que pasa...

VÍCTOR  
Bueno, tú preguntaste y yo he contestado.

WALTER
Sí, has hecho bien. Pero no me interpretes mal. (Pausa breve. Su tensión va en aumento.) En cuanto a lo del impuesto, Salomón no tiene incon­veniente en firmar una tasación de veinticinco mil dólares. (Con dificultad.) Si lo deseas, yo estaría conforme en dejar a favor tuyo todo lo que me ahorrase. (Pausa breve.)

ESTHER  
¿Los doce mil?

WALTER
Lo que resulte. (Pausa. Esther mira lenta­mente a Víctor.) Poco debe faltar para que te jubiles, ¿no es cierto?

ESTHER
(Nerviosa.) Pudo jubilarse hace tiempo. Está viendo si se decide.

WALTER
¡Ah! (A Víctor; ahora está al borde de la turbación franca, motivada por el clima de rechazo.) ¿No es verdad que les vendría bien? (Víctor lo mira fugazmente, con lo cual sustituye una posible respuesta.) Con toda sinceridad, Víctor, ese dinero no me hace falta. Más aún, hace tiempo que estaba por llamarte.


VÍCTOR  
¿Para qué?

WALTER
(De pronto, con una extraña risa rápida, alarga la mano y toca las rodillas de Víctor.) ¡No seas desconfiado!

VÍCTOR
(Sonriendo entre dientes.) Pienso en todo esto, Walter.

WALTER
¡Muy bien! ¡Perfecto! (Pausa breve.) Se me ocurrió, sencillamente, que deberíamos tratarnos más.

VÍCTOR
¿Sabes una cosa, Walter? Un par de veces traté de hablarte acerca de los muebles... Ya debe hacer tres años.

WALTER
(Con algo de tensión en su sonrisa.) Yo estaba enfermo.

VÍCTOR
(Sorprendido.) ¡Oh! Pero dejé muchos men­sajes.

WALTER  
Estaba muy enfermo. Hospitalizado.

ESTHER  
¿Qué pasó?

WALTER
(Pausa breve. Como si no estuviese seguro del camino por el cual se ve llevado.) Sufrí horriblemente.

VÍCTOR  
(Desarmado.) No se me ocurrió pensarlo.

WALTER
La verdad es que apenas me estoy po­niendo al día con el trabajo. Estuve inactivo casi tres años. (Con el empuje propio del éxito.) Pero casi me alegra que así haya ocurrido. Nunca me he sentido más dichoso.

ESTHER  
Pareces otro.

WALTER
Creo que lo soy, Esther... Vivo en forma distinta, pienso en forma distinta. Ahora no tengo más que un pequeño departamento; y he dejado de atender clínicas de reposo...

VÍCTOR  
¿Qué clínicas de reposo?

WALTER
(Fingiéndose divertido, como si el tema le fuese ajeno.) ¡Ah!, yo era dueño de tres de esas clínicas. Se gana mucho con los viejos, ¿sabes? gente que no sabe ya qué hacer, otros cuyos hijos quieren liquidarlos pronto. No hay nada compa­rable. Hasta me retiré de la Bolsa. Ahora dedico la mitad del tiempo a hospitales municipales. Por primera vez hago medicina sencillamente. (Intenta esbozar una sonrisita íntima.) No quiero decir que no explote a un rico de cuando en cuando, pero apenas lo necesario para vivir. (Espera algún co­mentario de Víctor.)

VÍCTOR  
Sí, debe ser estupendo.

WALTER
(Sacando partido de este mínimo aliento.) ¡Oh, Víctor! ¡Cómo desearía hablarte semanas en­teras! ¡Son tantas las cosas que te quiero contar! (Pero no todo se desarrolla en la forma que él de­searía, y se ve obligado a elegir al azar ejemplos de su nueva manera de ver las cosas.) Nunca tuve amigos; lo sabes probablemente. Pero ahora tengo. Buenos amigos. (Camina, se sienta cerca de Víctor, y su ansiedad va en aumento.)... ¡Todo este mal­dito proceso es tan lento y gradual! Empiezas que­riendo ser el mejor, y en verdad para eso necesitas un cierto fanatismo. ¡Hay tanto que aprender y el tiempo es tan escaso! Hasta que por fin has elimi­nado todo lo extraño... inclusive la gente. Y, por supuesto, llega un momento en que te das cuenta de que no es que te has especializado en algo, sino que algo se ha especializado en ti. Descubres que te has convertido en una especie de instrumento, un instrumento que separa a la gente de su dinero mediante cortes. Y esto termina haciendo de ti un estúpido; el poder es capaz de eso. Llegas a pensar que porque infundes miedo a la gente, ellos te aman. Y que también tú los amas a ellos... En el miedo se resuelve todo finalmente. Una noche me encontré en mitad de mi living, borracho perdido y con un puñal en la mano, disponiéndome a matar a mi mujer.

ESTHER  
¡Oh, Dios mío!

WALTER
Sí... Estuve a punto de hacerlo. (Ríe nervioso.) Pero tiene una virtud eso de enloque­cer... siempre que uno sobreviva, por supuesto. Se llega a ver el terror... no esa clase de terror que grita, sino el miedo lento y cotidiano que se llama ambición, y cautela, y acumular dinero. Y, en realidad, lo que yo he querido decirte desde hace ya un tiempo es que tú me ayudaste a enten­der eso en mí.

VÍCTOR  
¿Yo?

WALTER
Sí. (Ríe entre dientes cariñosamente, tur­bado.) En virtud de lo que hiciste. Nunca lo había entendido, Víctor... Después de todo, tú eras el mejor estudiante de los dos. Y seguir en un empleo como ése durante todos estos años, me parecía... (Se interrumpe momentáneamente con la incertidumbre acerca de la forma en que lo está recibien­do Víctor.) ¿Sabes una cosa? Hasta que caí enfer­mo, nunca vi claramente que tú... habías hecho una elección consciente.

VÍCTOR  
¿Elección? ¿Cómo?

WALTER
Quisiste vivir una vida real... y eso es caro. Cuesta mucho. (Presiente que quizás ha en­contrado ahora el tema; ve que por fin ha hecho vibrar en Víctor alguna fibra.) Seré sincero contigo, Víctor. Esta semana no atendí tus llamadas porque tuve miedo... He luchado tanto tiempo en busca de un concepto de mi mismo y no estoy seguro si podré hacer que tú lo creas. Quisiera, sin embargo. (Ve que la perplejidad reflejada en los ojos de Víctor lo autoriza a seguir. Pero ahora es más di­fícil.) Pues bien, llegué a un cierto punto en que mi propio trabajo me daba miedo. No pude seguir cortando. Hay momentos, ¿sabes? en que si dejas a la otra persona en paz, esa persona puede vivir un año o dos; mientras que si metes el cuchillo, es fácil que la mates. Y a menudo la decisión... no siempre, pero casi siempre... es arbitraria. Sólo que el riesgo es aceptable si piensas lo que debes pensar. O si no piensas nada, que es lo que yo conseguí hacer hasta entonces. (Pausa breve.) Me metí en un jardín de juicios erróneos. Puede ocu­rrir, pero a mí no me había sucedido nada. Hubo tres casos que otros médicos habían asegurado que no eran operables. Los tres se me murieron. Y en forma totalmente repentina la... la perspectiva completa de mis propios móviles se abrió en aba­nico. ¿Por qué había aceptado riesgos que hombres muy competentes rechazaban? La respuesta inme­diata, por supuesto, es que. . . se debe intentar lo imposible. ¡Que se vayan al cuerno los competido­res! (Pausa breve.) Pero repentinamente vi algo más. El terror. En el centro preciso, dominando mi cerebro, mis manos, mi ambición... desde treinta años antes. (Pausa breve.)

VÍCTOR  
¿Terror a qué? (Ahora la mirada de Walter está clavada en Víctor.)

WALTER  
A que alguna vez me ocurriese... (Mira fugazmente el sillón del centro.) como le ocurrió a él. De la noche a la mañana, sin ningún motivo aparente, encontrarse degradado, tirado por el sue­lo. (Con un levísimo atisbo de impaciencia y provo­cación.) Comprendes a qué me refiero, ¿verdad? (Víctor vuelve la cara ligeramente a un lado, resis­tiéndose a comprometer opinión.) ¿Por eso tú vol­viste la espalda a todo? Los dos hemos estado hu­yendo de la misma cosa, Víctor. Yo creí que desea­ba escalar la cumbre; pero esa cumbre era inacce­sible, fuese cual fuere: yo terminé en una marisma de éxito y libretas de banco, tú en un puesto de gobierno. La diferencia está en que tú no has hecho daño a otros para defenderte. Y yo he apren­dido a respetar esa actitud, Víctor; lo que tú hicis­te, simplemente, fue tratar de ser útil a otros.


ESTHER
¡Es maravilloso, Walter, haber llegado a ese entendimiento contigo mismo!

WALTER
Esther, esto es una cosa extraña. En el hospital, por primera vez desde que éramos niños, empecé a sentirme... como hermano. En el sen­tido de que algo compartíamos los dos. Y me parece que ahora sabría ser amigo suyo.

VÍCTOR
(Pausa breve. Está inseguro.) Bueno, muy bien. Me alegro.

WALTER
(Advierte la reserva y presiona más insis­tentemente.) ¿Ves? Por eso ustedes siguen así de casados. Es muy raro el caso. Y por eso tienen un hijo tan espléndido. Has vivido una vida real. (A Esther.) Pero tú lo sabes mejor que yo.

ESTHER
(Titubea; luego, enfáticamente.) A veces, Walter, no sé qué es lo que sé.

WALTER
No lo dudes, querida. Créeme, ustedes tienen suerte. (A Víctor.) Lo sabes, ¿no es cierto?

VÍCTOR  
(Sin mirar a Esther.) Creo. (Se aparta.)

ESTHER
La cosa no es tan fácil como tú pretendes, Walter.

WALTER
(Vacila; luego se lanza de lleno.) Mira, se me ha ocurrido una idea rara... que probablemente te parecerá absurda; pero yo quisiera que lo pensases antes de decir que no. Tengo entendido que aún no has decidido lo que vas a hacer. ¿Te jubilas?

VÍCTOR
Lo determinaré uno de estos días. Aún estoy pensando.

WALTER  
¿Me permites sugerirte una cosa?

VÍCTOR  
¡Por supuesto! Habla.

WALTER
Estamos entrevistando personas para el nuevo pabellón. Para las oficinas de administra­ción. Algo así como encargados del contacto entre los hombres de ciencia y la junta directiva. Varias veces he pensado que tú podrías servir. (Pausa breve.)

ESTHER
(Con un pequeño arrebato de expectativa.) ¡Sería maravilloso!

VÍCTOR
(Pausa breve. Mira a Esther de reojo, repri­miéndose; pero su voz delata emoción.) Sí, pero ¿qué podría yo hacer allí?

WALTER
(Esperanzado; presintiendo el interés de Víctor.) No está muy definido todavía, pero un puesto para personas que tengan ciertos conoci­mientos científicos y que...

VÍCTOR  
Sabes que no poseo ningún título.

WALTER
Pero estudiaste química analítica, mucha matemática y física, si mal no recuerdo. Si juzgas que es necesario, podrías seguir algunos cursos por las noches. Yo creo que tienes suficiente base. ¿Qué te parecería?

VÍCTOR
(Ahondando su interés, pero resistiendo a la tentación.) Bueno... por de pronto, quisiera saber algo más acerca del puesto.

ESTHER
(Como queriendo presionarlo para que acepte.) Sería estupendo que pudiese trabajar en asuntos científicos; eso es justamente lo que siem­pre deseó.

WALTER
Ya sé. Es una lástima que no continuase los estudios. (Se vuelve hacia Víctor.) Sería muy sencillo, Víctor. Yo soy presidente de la comisión. Podría arreglar de modo que...

(Entra Salomón. Se vuelven hacia él sorprendidos. Parece que Salomón estuviese por hablar, pero el miedo lo hace cambiar de idea.)

SALOMÓN
Perdónenme. Sigan. (Va corriendo a su portadocumentos y mete una mano, aunque en rea­lidad no era ésta su intención.) Siento molestar. (Saca una naranja y se pone en marcha de vuelta hacia el dormitorio; luego se detiene y se dirige a Walter.) En cuanto al arpa... Si están de acuerdo en vendérmela directamente, no tendría inconve­niente en subir la oferta en cincuenta dólares.

WALTER  
Bueno, se va acercando.

SALOMÓN
Soy un hombre justo, de modo que no tienen que preocuparse por lo de la tasación y las deducciones, y ninguno de ustedes le hace un favor al otro. ¿Digo bien? (Antes de que Walter le pueda responder.) Pero no se apure, yo espero. Estoy al servicio de ustedes. (Va rápidamente y con aire preocupado al dormitorio.)

ESTHER
(Empezando a reír; a Víctor.) ¿Dónde lo encontraste?

WALTER
¿No es maravilloso? ¡El impuso la ética! (Esther prorrumpe en carcajadas y Walter la acom­paña. Víctor logra también entrar en el coro. Al empezar a ceder las risas, Walter se vuelve hacia Víctor.) ¿Tú qué dices, Víctor? ¿Estarás de acuer­do?

(La risa ha desaparecido. La sonrisa está desvane­ciéndose en el rostro de Víctor. Este mira al espacio, como si quisiese decidir. La pausa se prolonga y sigue alargándose. Ahora empieza a parecer que quizás no hable. Nadie sabe cómo interrumpir su inquietante silencio. Por último, se vuelve hacia Walter con un movimiento bastante rápido de su cabeza, como si hubiese determinado dar ese paso.)

VÍCTOR
Walter, no entiendo del todo qué es lo que quieres.

(Walter se denota sorprendido, atónito, casi incré­dulo. Pero la mirada de Víctor está clavada en él. Walter emite una risa sorda, trasunto de increduli­dad, y mira el piso.)

ESTHER
(Con el tono de un conciliador que disi­mula su impresión y su sentimiento de protesta.) No me parece que eso sea justo. ¿No es así?

VÍCTOR
¿Y por qué ha de ser injusto? Estamos con­versando acerca de una cierta determinación importante... (A Walter) No es que no te lo agra­dezca, Walter, pero han ocurrido ciertas cosas, ¿no es cierto? (Riendo a medias.) ¡Es tan extraño estar de pronto hablando de...!

WALTER
(Ahogando su indignación.) Bueno, yo confiaba en que daríamos un pasito por vez. Creo que las cosas están muy complicadas entre nosotros, pero me pareció que podríamos hacer la prueba de...

VÍCTOR
Ya sé; pero comprenderás que eso sería un poco confuso.

WALTER
(De mala gana; la rabia hace aguda su voz.) ¿Qué es lo que te resulta confuso?

VÍCTOR
(Piensa un momento, pero no puede vol­verse atrás.) ¿Tú no lo vislumbras?


WALTER
Esto es un poco sorpresivo, Víctor... Después de tantos años, no pretenderás que todo pueda resolverse en una sola conversación, ¿ver­dad? Se me ocurrió simplemente que, con un poco de buena voluntad, nosotros... (Advierte la acti­tud obstinada de Víctor.) ¡Oh, que se vaya todo al cuerno! (Camina bruscamente y toma con violencia un vestido de mujer y su sobretodo.) Sácale al viejo todo lo que puedas. Yo no quiero nada. (Avanza y alarga una mano en dirección a Esther, con una sonrisa forzada.) Lo siento, Esther. De todas ma­neras, me ha encantado verte. (Harta, ella acepta la mano. Walter va hacia Víctor.) Quizás volvamos a vernos, Víctor. Buena suerte. (Se pone en marcha hacia la puerta. A sus ojos asoman lágrimas.)

ESTHER  
(Sin haber podido pensar.) ¡Walter!

(Walter se detiene y se vuelve hacia ella, con cu­riosidad. Esther mira a Víctor y su actitud es de­sesperanzada. Pero él tampoco puede pensar.)

WALTER
No acepto este resentimiento, Víctor. Me desconcierta simplemente. No lo entiendo. Lo que quiero es que conozcas lo que siento.

ESTHER
(Mitigando la situación.) No es resenti­miento, Walter.

VÍCTOR
Todo esto me resulta un poco fantástico. No he abierto un libro en veinticinco años. ¿Cómo voy a entrar en un laboratorio de investigaciones?

ESTHER
Pero Walter piensa que tienes suficientes conocimientos básicos.

VÍCTOR
(Casi riendo por encima de su rabia muy disimulada.) De química sé menos que casi todos los chicos de secundaria, Esther. (A Walter.) ¡Y de física, ni hablar! ¡Cielos, Walter...! (Ríe.) ¿Pe­ro cómo se te ha ocurrido eso?

WALTER
Estoy seguro que allí podrías crearte una buena situación.

VÍCTOR
¿Qué situación? ¿Llevar papeles de una oficina a otra?

WALTER  
No lo tomas en serio.

VÍCTOR
Oh, pero... ¿No ves que más pronto o más tarde el hecho de que soy hermano tuyo dejará de tener importancia? Hace veinticinco años que hago un mismo recorrido. No sirvo para nada téc­nico. ¿A qué viene todo esto?

WALTER
¿Por qué sigues haciendo esa pregunta? He sido muy sincero contigo, Víctor.

VÍCTOR  
No creo que lo hayas sido.

WALTER  
¡Oh! ¿Qué supones que estoy...?

VÍCTOR
Bueno, después de decir lo que dijiste hace unos minutos. . .

WALTER  
¿Qué fue lo que dije?

VÍCTOR
(Con una sonrisa resueltamente fría.) ¡Qué lástima que no haya seguido estudiando ciencias!

WALTER  
(Intrigado.) ¿Tiene algo de malo eso?

VÍCTOR  
(Riendo.) ¡Oh, Walter! Vamos, vamos...

WALTER  
Lo pienso. Siempre lo he pensado.

VÍCTOR
(Todavía sonriendo, mientras señala al si­llón y en su voz suena una nueva reverberación.) Había un hombre sentado en ese sillón, que miraba sin ver nada. ¿Te acuerdas?

WALTER
Sí, muy bien me acuerdo. Yo le mandaba dinero todos los meses.

VÍCTOR  
Le mandabas cinco dólares por mes.

WALTER
Me podía desprender de cinco dólares. ¿Pero eso qué tiene que ver contigo?

VÍCTOR  
¿Qué tiene que ver conmigo?

WALTER  
Sí, no lo veo.

VÍCTOR
¿De dónde pensabas que salía el resto de lo que necesitaba para comer?

WALTER  
Víctor, la decisión fue tuya, no mía.

VÍCTOR  
¡La decisión fue mía!

WALTER
Ya una vez hablamos largamente en este mismo cuarto, Víctor.

VÍCTOR  
(No recuerda.) ¿Hablamos de qué?

WALTER
(Asombrado.) ¡Víctor! Llegamos a un en­tendimiento total... apenas viniste a vivir aquí con papá. Yo te dije entonces que iba a terminar mis estudios contra viento y marea, y te aconsejé que hicieses lo mismo. Más aún, te previne que no debías permitir que ese hombre ahogase tu vida. (A Esther.) Y si no estoy equivocado, cuando se ca­saron te dije lo mismo, Esther.

VÍCTOR
(Con una risa irónica.) ¿Pero a quién dia­blos le correspondía mantenerlo para que no muriese de hambre, Walter?

WALTER
(Presa de un extraño temor más que ra­bia.) ¿Qué obligación tenía nadie? No estaba en­fermo. Podía trabajar perfectamente.

VÍCTOR
¿Trabajar? ¿En 1936? ¿Sin una habilidad especial, sin dinero...?

WALTER
(Un arrebato súbito.) ¡Entonces, que se hubiese acogido al seguro social! ¿Quién era él, un rey en el destierro? ¿Qué hicieron ciento cincuenta millones de personas en 1936? Habría sobrevivido, Víctor. ¡Cielos! A estas horas lo deberías saber, ¿no te parece? (Pausa breve.)

(De pronto Víctor, al borde de la furia, atrapado por la forma en que Walter expresa su propia opinión, se vuelve hacia Esther.)

VÍCTOR
Esto no lo aguanto más, Esther. Es la mis­ma vieja historia de siempre repetida otra vez. Salgamos de aquí. (Camina rápidamente a foro, en dirección al dormitorio.)

WALTER
(Rápido.) ¡Víctor! ¡Por favor! (Atrapa a Víctor, quien zafa el brazo.) No estoy denigrándo­lo. Lo amé de muchas maneras...

ESTHER
(Como cediendo de su posición anterior.) Oye, Víctor... Quizás debiesen hablar de eso ustedes dos.

VÍCTOR  
¡No hay razón alguna! ¡El tema no me in­teresa en absoluto! (Se vuelve, para ir al dormitorio.)

WALTER
¡Te explotó! (Víctor se detiene, se vuelve hacia él y en el rostro se le refleja todo el encono.) ¿Te interesa ahora?

VÍCTOR
Dejemos claramente establecido una cosa, Walter. Yo no soy víctima de nadie.

WALTER
Eso es justamente lo que he tratado de decirte. No trato de condescender.

VÍCTOR
¡Claro que tratas! ¿Dirías algo de esto si en un lugar u otro yo hubiese acumulado un mon­tón de dinero? (Para en seco.) Lo siento, Walter, pero eso no puedo aceptarlo... Yo no elegí entre dos extremos. El refrigerador estaba vacío, y el hombre pasaba las horas sentado ahí, con la boca abierta. (Pausa breve.) Yo no inicié esta discusión, Walter; todo el asunto me tiene sin cuidado, pero cuando hablas de haber tomado una determinación, y de que yo debí seguir con mis estudios, no tengo más remedio que decir algo... Sólo porque tú quieres las cosas de una cierta manera, las cosas no son de esa manera. (Ha terminado en un punto distante de Walter. Pausa breve.)

WALTER
(Con la afrenta mezclada en su terror.) Está bien entonces... ¿Cómo lo ves tú?

VÍCTOR
Walter, has estado enfermo. ¿Qué necesi­dad tienes de alterarte con todo esto?

WALTER  
¡Para mí tiene importancia!

VÍCTOR
(Trata de sonreír y, amistosamente.) ¿Pero por qué? ¡Si ya no hay nada que hacer! (Víctor se pone en marcha otra vez hacia el dormitorio.)


ESTHER
Yo creo que ha venido a verte de toda bue­na fe, Víctor. (Víctor se vuelve hacia ella enojado, pero Esther hace frente a su mirada.) No entiendo por qué no consideras su ofrecimiento.

VÍCTOR  
Dije que lo pensaría.

ESTHER
(Conteniendo un grito.) Pero sabes muy bien que lo que estás haciendo es rechazarlo. (Con un cierto temor de él, pero persistente.) Bueno, ¿qué tiene de espantoso decir la verdad? ¿Puede la verdad ser peor que esto?

VÍCTOR
¿Qué verdad? ¿Qué es lo que tú...? (Sa­liendo del dormitorio, aparece de pronto Salomón.)

ESTHER  
¡Por amor de Dios! ¿Qué pasa ahora?

SALOMÓN
Deseo que ustedes no piensen que no quiero hacer la tasación; la haré, sí, la haré...

ESTHER
(Señalando el dormitorio.) ¿Quiere hacer el favor de dejarnos en paz?

SALOMÓN
(De pronto, la emoción que tenía escon­dida; señalando a Víctor.) ¿Qué quieren de él? ¡Es policía! Yo soy comerciante. Este señor es médico y ese otro es policía. ¿Qué van a ganar con destro­zarlo?

ESTHER
Bueno, Víctor, uno de nosotros tiene que salir de aquí.

SALOMÓN
¡Por favor, Esther! Permítame... (Yen­do rápidamente hacia Walter.) Escuche, doctor, si­ga mi consejo... Déjelo ya. ¿Qué puede salir de esto?... En primer lugar, si usted hace la deduc­ción, ¿quién le asegura que dentro de dos o tres años no se presenten y desaprueben lo que usted ha hecho? No hace falta que yo se lo diga: el Gobierno Federal no merece confianza. Yo entiendo muy bien que usted quiere ser bondadoso con él... (A Esther.) pero quizás antes de dos o tres años, tendrá ocasión de conocer lo bueno que el gobierno le permite ser. (A Víctor y a Walter.) Dicho con otras palabras, muchachos, lo que yo trato de destacar es que...

ESTHER  
Que usted quiere los muebles.

SALOMÓN
(Gritándole.) ¡Esther! Si no los quisiera, no los compraría. ¿Pero qué pueden ellos arreglar aquí? Siempre será del Gobierno Federal la última palabra. ¿Se da cuenta? Si no pueden convenir na­da, lo que deben hacer es dejarse de pruebas ahora mismo. (Con una expresión de premonición y alar­ma en los ojos.) Ahora, por favor... hagan lo que les digo. No soy ningún idiota. (Mutis, yendo al dormitorio, tembloroso.)

WALTER
(Al cabo de un momento.) Creo que sabe lo que dice, Víctor. ¿Por qué no se lo vendes a él y asunto concluido? Tal vez luego, en algún mo­mento, nos podamos sentar a conversar. (Mira fur­tivamente los muebles.) En realidad, la atmósfera, aquí, no ayuda mayormente. ¿Te llamo un día de éstos?

VÍCTOR  
Naturalmente.

ESTHER
¡Son fantásticos los dos! (Trata de reír.) Estamos regalando estos muebles sólo porque ninguno de ustedes es capaz de decir las cosas más sencillas. Son inconcebibles.

WALTER
(Un poco avergonzado.) No es tan fácil, Esther...

ESTHER
¡Oh, qué diablos! Yo lo voy a decir. Cuando recurrió a ti, Walter, en busca de los quinientos dólares que necesitaba para llegar a recibirse...

VÍCTOR  
¡Esther! ¡No hay necesidad de...!

ESTHER
Esa es una de las cosas que se interponen entre ustedes, ¿no es cierto? Tal vez Walter lo pueda aclarar... Es decir... ¡Oh, Dios mío! ¿Es que nada acaba nunca? (A Walter, sin pausa.) Porque eso lo dejó aturdido, Walter. Nunca lo confesará, pero... (Se decide a entrar de lleno.) no había dudado en absoluto que se lo prestarías. Por eso, cuando te negaste...

VÍCTOR  
¡Esther! El estaba empezando apenas...

ESTHER
(Siguiendo por su camino aparte.) ¡No fue así como tú me lo contaste! Por favor, déjame ter­minar. (A Walter) Tú ya tenías la casa de Rye, estabas perfectamente bien asentado.

VÍCTOR  
¿Y qué? No creyó que podría...

WALTER
(Con un cierto pavor, calmo.) No, no... Yo... podía disponer de ese dinero. (Se sienta despacio, con el sobretodo puesto.) Por favor, Víc­tor. Será cosa de un momento apenas.

VÍCTOR  
No veo que tenga sentido el...

WALTER
No, no... Tal vez sea lo mejor hablar ahora. Nunca hemos conversado de esto. Me pare­ce que quizás debemos hacerlo. (Pausa breve. Hacia Esther.) Fue una acción deleznable. Pero creo que con eso no está todo dicho. (Pausa breve.) Dos o tres días después... (A Víctor) después que vi­niste a verme, telefoneé para ofrecerte el dinero... ¿Lo sabías (Pausa breve.)

VÍCTOR  
¿Adonde telefoneaste?

WALTER  
Aquí.  Hablé  con  papá. (Pausa breve.) Comprendí que había obrado mal y...

VÍCTOR  
No obraste mal.

WALTER
(En un arranque repentino de su voz.) ¡Fue espantoso! (Se domina y rehace contra su pasado.) Hablaremos en otro momento, ¿sí? No vine preparado para entrar en todos estos detalles... (Víctor está inexpresivo.) De todos modos... cuan­do llamé aquí, papá me dijo que habías entrado en la Policía. Le contesté que no debía permitirte se­mejante cosa. Le dije que poseías un cerebro escla­recido y, con un poco de suerte, podrías llegar a cualquier lugar en las ciencias. Que era un terri­ble desperdicio de posibilidades. Etcétera, etcétera. Y su respuesta fue: "Víctor quiere ayudarme. No puedo prohibírselo." (Pausa.)

VÍCTOR
¿Le dijiste que estabas dispuesto a darme el dinero?

WALTER
Víctor, tú recuerdas... el tono de impo­tencia que tenía su voz... por aquel entonces... a poco de morir mamá, y cuando todo parecía es­capársele de...

VÍCTOR
(Persistente.) Deja que entienda esto, Walter. ¿Tú le dijiste...?

WALTER
(Presa de angustia, rumiando interiormen­te las ideas.) Fueron conversaciones, ¿no es así? y mirando el asunto retrospectivamente, es imposible afirmar por qué dijiste o no dijiste ciertas cosas. No es que defienda nada, pero me gustaría que me entiendas, si ello es posible. Parecían necesitarse tanto el uno al otro, Víctor, más de lo que yo los necesitaba. Al punto que solía acusarme de lo que creía falta de emoción. ¿Me entiendes? Por eso, cuando dijo que tú lo querías ayudar, me resultó difícil seguir presionando. Parecía tan desesperado, que llegué a pensar que había hecho mal tratando de destruir la unión de ustedes dos.


VÍCTOR
Entiendo... Pero él nunca mencionó que tú hubieses ofrecido el dinero.

WALTER
Todo lo que quiero demostrar es que yo... nunca fui indiferente. Esa es la cuestión. Llamé para ofrecerte el préstamo; pero él lo hizo impo­sible. ¿Lo ves?

VÍCTOR  
Sí, lo veo.

WALTER  
(Anhelante.) ¿De veras?

VÍCTOR  
De veras.

WALTER  
(Presintiendo lo que no se ha dicho.) Por favor, di lo que piensas. Es absurdo seguir de este modo. ¿Qué quieres decir?

VÍCTOR  
(Pausa breve.) Creo que todo... para ti... salió a pedir de boca.

WALTER  
(Aterrado.) ¿Nada más?

VÍCTOR  
Así creo. Si te parecía que papá significaba tanto para mí... y pienso que en una cierta forma lo significaba... ¿de qué manera quinientos dóla­res iban a separarnos? Yo hubiera seguido soste­niéndolo; habría podido terminar la universidad, pura y simplemente. No le veo el sentido, Walter.

WALTER
(Con un atisbo de histeria en su tono.) ¿A qué le ves sentido?

VÍCTOR  
No me diste el dinero porque no quisiste.

WALTER
(Ofendido y con serena indignación; pau­sa breve.) ¿Tan sencilla es la cosa?

VÍCTOR
En eso se resume, ¿no? Por supuesto, no digo que tuvieses ninguna obligación; pero si quie­res ayudar a alguien, lo haces. Si no quieres, no lo haces. (Advierte el creciente sentido de frustra­ción de Walter y la impaciencia de Esther.) Bueno, ¿qué es lo que te pasma tanto? Hacemos lo que queremos hacer. ¿Ó no? (Walter no contesta. La ansiedad de Víctor va en aumento.) No entiendo para qué traes todo esto a relucir.

WALTER
¿Opinas que no hay que restañar ninguna herida?

VÍCTOR
Eso no me preocuparía. Pero ¿en qué forma puede esto restañar algo?

ESTHER
Víctor, yo creo que se ha expresado con toda claridad. Desea tu amistad.

VÍCTOR
¿Ofreciéndome un empleo y doce mil dó­lares?

WALTER
¿Por qué no? ¿Qué otra cosa te puedo ofrecer?

VÍCTOR
¿Quién te obliga a ofrecerme nada? (Wal­ter guarda silencio, moralmente contenido.) Cual­quiera diría que necesito que me salven o algo así.

WALTER
No, pero me pareció, sencillamente, que había un trabajo que te podría gustar y...

VÍCTOR
Walter, no poseo la educación necesaria. ¿De qué me estás hablando? No es posible que entres aquí, y de un solo brochazo borres veinti­ocho años. Se paga un precio. Yo lo he pagado. Todo se fue, no lo tengo ya. Tal como tú lo has pagado, ¿no es cierto? No tienes esposa, has perdi­do tu familia, andas arrastrándote por todos los lu­gares. ¿Puedes volver a tu casa y empezar otra vez desde abajo? Aquí es donde estamos; ahora aquí... ahora. Y ya que hablamos, tengo que explicarte que eso no es lo que se dice delante de la esposa de un hombre.

WALTER
(Mirando furtivamente a Esther, destro­zada su certidumbre.) ¿Qué es lo que yo he dicho?

VÍCTOR
(Tratando de reír.) Walter, no necesitamos que nadie nos salve. Yo he hecho un trabajo que tenía que hacerse, y creo que lo he hecho digna­mente. Hablas de modificar tus actitudes. ¡Bueno, Cristo! Yo no veo que haya mucho cambio, mu­chacho.

ESTHER  
(Se pone de pie.) Quiero irme, Víctor.

VÍCTOR
Por favor, Esther; ese hombre ha dicho ciertas cosas y no creo que esto deba quedar así.

ESTHER  
(Enojada.) ¿Qué diferencia puede haber?

VÍCTOR
(Conteniendo un arranque.) Por una u otra razón tú no entiendes nada ya. (Está temblando al tiempo en que se vuelve hacia Walter.) ¿Qué es lo que intentas decirme? ¿Que todo era innecesa­rio? ¿Sí? (Walter guarda silencio.) Bueno, corrígeme. ¿Qué es lo que dices? Porque yo no saco otra conclusión.

WALTER  
(Hacia Esther.) Creo que es imposible...

VÍCTOR
(Mas fuerte porque parecería que Walter estuviese aliado con Esther.) ¿Qué es imposible? ¿Tú qué quieres, Walter?

walter
Quise ser de alguna utilidad. Con dolor he aprendido algo; pero saber no es suficiente. Quise obrar de acuerdo con lo que sé.

VÍCTOR  
Obrar... ¿en qué sentido?

WALTER
(Sabe que esto puede ser una bandera de combate, pero su honor está de por medio.) Tengo la sensación... de que podría ayudar. ¿Es que de­bemos vivir sólo para seguir siempre repitiendo, una vez y otra, los mismos errores? No he querido que la oportunidad se me escapase de las manos, como dejé que se escapase antes. (Víctor no está convencido.) Y debo confesar que si éste es el lími­te a que puedes llegar conmigo, lo único que estás haciendo es derrotarte.

VÍCTOR
¿Como hice antes? (Walter no dice nada.) ¿Eso es lo que quieres decir?

WALTER
(Vacila; luego, con aceptación temerosa, pero desesperada, de la lucha.) Está bien, sí; eso es lo que quiero decir.

VÍCTOR
Pues bueno. Eso es también lo que yo pen­saba. Esto de ser policía tiene una virtud, ¿sabes? Se aprende a escuchar a la gente, porque a veces, el que no escucha bien termina con un puñal cla­vado en la espalda. Dicho con otras palabras, todo este problema lo he soñado yo...

WALTER
(Tirando por la borda la cautela; está en juego su honestidad.) Víctor, no fue la falta de mis quinientos dólares lo que te impidió terminar tus estudios. Pudiste dejar a papá y seguir tranquila­mente... Él gozaba de buena salud.

VÍCTOR
Y los veinte millones de desocupados que había entonces, ¿qué eran? ¿Mi neurosis? ¿Yo me hipnotizaba todas las noches para poder arrancar las hojas externas de la lechuga que sacaba del restaurante griego de la esquina? ¿O las partes bue­nas que cortábamos de los pomelos podridos?

WALTER  
No es que yo quiera negar...

VÍCTOR
(Agachándose hasta poner su cara frente a la de Walter.) ¡Aquí comíamos basura! ¿sabes?

ESTHER  
¿Pero a qué "viene...?

VÍCTOR
(A Esther.) ¿Qué intentas hacer? Convertir todo esto en un sueño? (A Walter.) ¡Así que estaba bien de salud! ¿Y lo que pasaba por dentro de su cabeza? La vergüenza no lo dejaba salir a la calle.

ESTHER  
Bueno, Víctor; pero ese hombre murió.

VÍCTOR
(Lanzando un grito; advierte que su posi­ción es débil.) ¡No me vengas ahora con que se murió! (Se siente abatido, terriblemente solo frente a ella.) Entonces vivía, ¿no es cierto? Y todo un orden social se desplomaba... ¿O es que eso lo he inventado yo?

ESTHER  
No, querido; pero ahora es muy distinto.

VÍCTOR
¿Distinto en qué? Formamos un maldito ejército que sostiene en su sitio esta ciudad, pero cuando la ciudad explote nuevamente, agradecerás al cielo que te quede un techo sobre la cabeza. ¿Cómo puedes decirme eso a mí? ¿Que yo debí dejarlo con cinco dólares por mes? Lo siento, pero a mí no podrás hacerme un lavado de cerebro. Si tienes un anzuelo metido en tu boca, no trates de clavarlo en la mía también. (A movimientos aisla­dos está yendo hacia foro.) Si quieres encubrir co­sas, no vengas a hacerme pasar por tonto. Yo no inventé mi vida. Ni remotamente. Tú tenías una responsabilidad que cumplir aquí, pero le volviste la espalda. Puedes irte ya. Te mandaré tu mitad. (Va al arpa.)

WALTER
Si es que puedes razonar más allá de tu enojo, me gustaría confesarte una cosa... Víc­tor... sé que esto debí decírtelo hace muchos años. Pero hice la prueba... Cuando viniste a verme, te dije... ¿Recuerdas lo que te dije? "Pí­dele dinero a papá". Eso dije... El se había que­dado con dinero, después de la crisis.

VÍCTOR  
¿Pero qué estás diciendo?

WALTER  
Tenía casi cuatro mil dólares.

ESTHER  
¿Cuándo?

WALTER
Cuando aquí estaban comiendo basura. (Pausa breve.)

VÍCTOR  
¿Cómo lo supiste?

WALTER  
Me pidió que se lo invirtiese.

VÍCTOR  
¡Que lo invirtieses!

WALTER
Sí. Por eso nunca le mandé más dinero. Y de haber obrado de acuerdo con mis conviccio­nes, no le hubiese mandado eso tampoco.

VÍCTOR  
(Sigue una pausa larga. Se siente cada vez más avergonzado. Mira con expresión vaga.) ¿Lo tenía realmente? ¿En el banco?

WALTER  
Víctor, en el fondo, vivió de eso hasta su muerte. Lo que le dábamos nosotros no bastaba; tú lo sabes.

VÍCTOR  
Pero hacía algunos trabajos...

WALTER
Le significaban muy poco. Vivía de su dinero, créemelo. Por entonces le dije que si te mandaba a estudiar, yo aportaría lo que correspon­diese. Pero te tenía sujeto, corriendo de un empleo a otro todos los días, para mantenerlo. ¡Cualquier día iba yo a sacrificarme mientras te explotaba de ese modo! Eso lo puedes entender, ¿verdad? (Víctor se vuelve hacia el sillón del centro, y meneando de lado a lado la cabeza exhala un soplo de indig­nación y asombro.) Muchacho, ahora ya no sirve de nada enojarse. Tú sabes cómo se aterraba pensando en el día en que ya no pudiese ganarse la vida. Y no hubo manera de tranquilizarlo.

VÍCTOR
(Protestando; esto es casi increíble.) Pero él veía que yo lo estaba manteniendo, ¿no?

WALTER  
¿Cuánto tiempo ibas a mantenerlo?

VÍCTOR
(Enojándose.) ¿Qué quieres decir... con eso de cuánto tiempo? Podía ver que yo no lo abandonaba.

WALTER  
Sí, pero estaba seguro que más pronto o más tarde lo hubieses hecho.

ESTHER  
¿Suponía que Víctor dejaría de ayudarlo?

WALTER
(Temiendo soliviantar a Víctor, mantiene en plano prudente la lógica respuesta.) Bueno, sí... es una manera de expresar la idea.

ESTHER
Yo lo sabía. ¡Oh, Dios mío! ¿Cuándo voy a creer lo que veo?

WALTER
Estaba aterrado, querida. No quiero decir, Víctor, que no te agradeciese lo que hacías. Te lo agradecía. Pero en realidad no lograba entender. Sí, vale más que lo diga, Víctor; yo mismo nunca sospeché que llegases a tanto. (Víctor lo mira. Ha­bla delicadamente ante el peligro de un posible exabrupto.) Bueno, sin duda comprendes que fue llegar a un extremo eso de mantenerte de su lado en esa forma. ¡Y a costa de tanto sacrificio! (Víctor calla.)

ESTHER  
(Apesadumbrada) Lo comprende.

WALTER
...Yo sé que podríamos trabajar juntos y me encantaría hacer la prueba. ¿Qué dices tú?

VÍCTOR
¿Por qué no me contaste que papá dispo­nía de esa suma?

WALTER
Bueno, lo hice cuando viniste a pedir­me el préstamo.

VÍCTOR  
¿Me dijiste que le pidiese a él?


WALTER  
Sí.

VÍCTOR
¿Pero hubiese recurrido a ti de haber sos­pechado, siquiera remotamente, que él tenía cua­tro mil dólares debajo del culo? Decirme que re­curriese a él carecía de sentido para mí.

WALTER
¡Un momento! (Empieza a señalar el arpa).

VÍCTOR
No sigas, Walter. Lo siento, pero eso es algo así como un insulto. Yo no tengo cinco años de edad. ¿Qué esperas que saque en limpio de esto? Sabías que tenía ese dinero y viniste aquí muchas veces. Se sentaban ahí los dos, mirándo­me dar vueltas de un lado a otro con este uni­forme. ¿Y ahora pretendes que...?

WALTER
(Vivazmente) ¡Sí, Víctor, sin duda tú presentías que él tenía algo!

VÍCTOR
¿Qué quieres ahora? ¿Qué es lo que pre­tendes?

WALTER
Bueno, todo lo que puedo decirte es que yo no hubiese estado aquí, comiendo basura, mien­tras eso me miraba a la cara. (Se refiere al arpa) Esa arpa valía entonces un par de cientos de dó­lares, quizás más. Ahí tenías tu título. Ahí, por lo menos, estaba tu título. (Víctor guarda silencio y tiembla) Pero si quieres seguir con la fantasía, yo no me opongo. Sabe Dios que también yo he acariciado algunas fantasías... (Se pone en mar­cha hacia su sobretodo.)

VÍCTOR  
¡Fantasías!

WALTER
Es una fantasía, Víctor. Tu padre no te­nía un cobre, tu hermano era un hijo de puta y tú no tenías nada que ver con todo eso. Te dije que lo pidieses porque delante de tus narices te­nías el hecho de que él disponía de dinero. Lo sa­bías entonces y, por supuesto, lo sabes ahora.

VÍCTOR
¿Quieres decir que si él tenía unos cuan­tos dólares...?

ESTHER  
¿Cómo unos cuantos dólares?

VÍCTOR
(Tratando de volver sobre sus pasos) Yo ignoraba que tuviese cuatro...

ESTHER  
¿Pero sabías que tenía algo?

VÍCTOR
(Atrapado; como en un sueño en él cual nada es explicable) ...No he dicho tal cosa.

ESTHER
¿Entonces qué estás diciendo? ¡Quiero en­tenderte bien! ¿Sabías que se había quedado con dinero?

VÍCTOR  
No cuatro mil...

ESTHER  
¿Pero suficiente para arreglárselas?

VÍCTOR
(Gritando tanto por rabia., como para libe­rarse) ¿Pretendes que debí clavarlo en una pa­red? ¡El me dijo que no tenía nada!

ESTHER  
¿Pero te dabas cuenta de que no era así?

VÍCTOR
No sé de qué me daba cuenta. (Esto lo ha dicho gritando, y su voz y sus palabras lo sorprenden a él mismo. Se sienta, mirando fijamente, aco­rralado por lo que presiente en sí mismo.)

ESTHER  
Esto es una farsa. ¡Una farsa asquerosa!

VÍCTOR  
¡No! ¡No digas eso!

ESTHER
¡Farsa! ¡Embutirnos en un cuarto amue­blado para que pudieras mandarle parte de tu suel­do! Aun después de casados, seguir mandándose­lo... Dejar de tener hijos, vivir como ratones... y durante todo ese tiempo, tú sabías que... ¡Víc­tor! Estoy tratando de entenderte.

VÍCTOR
(Rugiendo, agónicamente) ¡¡Basta!! (Silen­cio. Luego:) ¡Cristo...! Lo que yo quiero decir es que no es posible dejar las cosas de este modo. Ese hombre era un perro hundido, avergonzado, que no podía andar por las calles. ¿Cómo puedes exi­gir que su último dólar...?

ESTHER
¿Todavía insistes? ¡Pero ese hombre tenía cuatro mil dólares! (Víctor no dice nada) ¡Todo era una ficción! ¡Perro hundido! ¡Un embustero calculador! Y en el fondo de tu corazón, tú lo sa­bías... (La realidad lo golpea y sume en el silen­cio; una realidad que todavía huye de él) ¡Con razón estás paralizado! ¡Tú no has creído una so­la palabra de cuanto has dicho todos estos años! Nuestras vidas de todo este tiempo han sido men­tiras... Tirándolas por una zanja un día tras otro... Para proteger a un miserable y ruin esta­fador. ¡Con razón todo me pareció una pesadilla! Sabía que no era real; lo sabía y dejé que todo si­guiera... Bueno, pues ahora no puedo más. No puedo seguir pasiva un día más. ¡No estoy dispues­ta a morir! (Camina hacia su cartera.)

VÍCTOR
¡Esther! (Se pone en pie de un salto) ¡Esto tampoco es real...!

ESTHER  
Nos estamos muriendo, y lo real es esto.

VÍCTOR
(Su voz brota como si lo hiciese de un cen­tro de calma en una tormenta) Yo te contaré lo que pasó. ¿Quieres oírlo? (Ella advierte en el tono de su voz la sencillez, la falta de auto-defensa. Se aparta de ella, rehaciéndose, y mira fugazmente el sillón del centro, y luego a Walter) Le dije a él lo que tú me habías contestado. Se lo espeté a la cara. (No sigue; su mirada se clava en el sillón del centro, atrapada por los recuerdos; en realidad, sus últimas palabras estuvieron dirigidas al sillón.)

WALTER  
¿Qué pasó? (Pausa.)

víctor
Se echó a reír. Como si fuese una especie de broma pesada. Porque nosotros, aquí, comíamos basura... (Desiste de continuar) No supe cómo interpretarlo. La verdad es que desde entonces ra­ra vez ha pasado una semana sin que viese aque­lla risa. No sabía qué hacer. Y me fui... me fui... (Se sienta, mirando fijamente) al Parque Bryant... detrás de la Biblioteca Pública... (Pausa breve) El césped estaba cubierto de hom­bres. Lo mismo que un campo de batalla; una enor­me hostería de vagabundos al aire libre; y de no vagabundos. Algunos tenían aún zapatos lustrosos y buenos sombreros... hombres de negocio arrui­nados, abogados, mecánicos expertos. Los que yo había visto centenares de veces. Pero de pronto... ¿entiendes?, me di cuenta. (Pausa breve) No ha­bía misericordia. En ningún lugar. (Contempla furtivamente la silla que está junto a la mesita) Un día eres el jefe de la familia y ocupas la cabe­cera de la mesa, y de pronto eres mierda. De la noche a la mañana. Traté de entender aquella ri­sa. ¿Cómo era posible que me ocultase algo, si me amaba?

ESTHER  
Te amaba...

VÍCTOR
(Su voz henchida de pesar) ¡Me amaba, Esther! Lo que pasó fue que no quiso terminar sus días en el césped. No es cuestión de amar o no amar a otro, sino que hay que sobrevivir. Nosotros conocemos esa sensación, ¿verdad? (Ella no pue­de contestarle; siente el dardo) Es forzoso que así sea, Esther. (Con un amplio movimiento de ma­nos, que abarca a Walter y a sí mismo) ¿De qué otra cosa estamos hablando aquí? Si algo le había quedado, debía ser...


ESTHER  
¡Si algo le había quedado...!

víctor
¿Eso en qué puede cambiar las cosas? Sé que estoy hablando como tonto, pero ¿dónde está la diferencia? Ya no podía creer en nadie, y para mí era insoportable. (Se refiere a Walter) El le ha­bía escupido a la cara. Mi madre... (Mira en dirección a Walter al hablar. Casi no hay pausa) La noche en que él nos contó que había quebrado, mi madre... Fue aquí en este canapé. Estaba ves­tida de soirée... para alguna fiesta, aunque no recuerdo. Tenía el cabello recogido en un rodete y aros largos... Y él se había puesto el smoking... y a todos nos pidió que nos sentásemos. Nos dijo que no le quedaba nada. Ella vomitó. (Pausa bre­ve) Le ensució completamente los brazos. Las ma­nos. Y siguió vomitando, como si por su boca expeliese treinta y cinco años de vida. El siguió sen­tado. Apestaba como una cloaca. Y el rostro de papá reflejó una expresión... Nunca había visto a un hombre así. Estaba ahí sentado, dejando que se le secasen las manos. (Pausa. Se vuelve hacia Esther) ¿Cambian las cosas por el hecho de saber o no saber? (Apesadumbrado) ¿Obras siempre con­forme a lo que sabes? (Ella le esquiva la mirada, pero recibe el impacto) No es que yo lo disculpe; aquello fue idiota, y no hace falta que nadie me lo diga. Pero al educarnos nos enseñan a creer en los otros, y nos llenan de aquella inmundicia... No puedes evitarlo; debes tratar de hacer que to­do siga simplemente.

ESTHER  
Sí, lo sé. (Llora.)

VÍCTOR
Creí que si seguía ayudándolo, si podía ver que alguien todavía... (No puede seguir; es ex­traño, pero la razón se ha aflojado. Se sienta) No puedo explicarlo. Yo quise... evitar que todo se desmoronase. Quise... (Desfallece nuevamente. Pausa.)

WALTER
(Sereno) No conseguirás nada, Víctor. (Víctor lo mira; y otro tanto hace Esther) Lo ves por ti mismo, ¿verdad? No es eso de ninguna ma­nera. Lo ves, ¿no es cierto?

VÍCTOR  
(Calmo, con avidez) ¿Qué?

WALTER
(Con ardor, el acaloramiento de su triun­fo) ¿De veras algo se desmoronó? ¿De veras nos enseñaron a creer unos en otros? A lo que nos en­señaron fue a triunfar, ¿no es cierto? ¿Por qué otra razón pudo respetarme de ese modo, y a ti, no? ¿Qué es lo que se desmoronó? ¿Qué había que pu­diera desmoronarse? (Víctor aparta la vista de la visión naciente) ¿Aquí existía algún amor? Cuan­do él la necesitaba, ella vomitó. Y cuando tú lo ne­cesitabas a él, se echó a reír. Lo insoportable no fue que todo se desmoronase, sino que aquí nunca hu­bo nada. (Víctor se vuelve hacia él otra vez.)

ESTHER
(Tal como si ella, misteriosamente, estu­viese desplazándose bajo los rayos del juicio final) ¿Pero quién...? Es decir, ¿quién es capaz de ha­cer frente a eso, Walter?

WALTER
(A ella) ¡Pero tú tienes que hacerlo! (A Víctor) Lo que viste aquel día detrás de la Biblio­teca Pública no fue que en el mundo no hubiese misericordia. No, muchacho. Fue que no había amor en esta casa. No había lealtad.

ESTHER  
Salvo la suya.

WALTER
Esther, aquí no hubo más que una com­ponenda financiera lisa y llana. Eso fue lo que re­sultó insoportable... (A Víctor) Y tú procediste a borrar lo que veías.

VÍCTOR  
(Con terrible ansiedad) ¡Borrar...!

WALTER
Yo he estado metido en esta caja, Víctor. Treinta años he desperdiciado protegiéndome con­tra esa catástrofe... (Señala el sillón) Y sólo con­seguí salir vivo cuando comprendí que no había tal catástrofe, que no la hubo nunca. Nunca se amaron. Ella dijo un centenar de veces que el matrimonio destruyó su carrera musical. Yo no vi nada que se derrumbase aquí, Víctor. ..Ya mí no me impresiona con eso del vómito en las manos. Yo no busco una traición por todos los rin­cones; mis días me pertenecen ahora, no me ate­rra el riesgo de creer en alguien. Todo lo que qui­se alguna vez fue trabajar en cuestiones científi­cas; pero inventé un dispositivo eficaz y a prueba de desastres para fabricar dinero. Tú... (A Es­ther, con una sonrisa cariñosa) Tú nunca pudiste soportar la vista de la sangre. (A Víctor) ¿Y qué fue lo que hiciste? Meterte de cabeza en la profe­sión más violenta que existe. Nos inventamos a nosotros mismos, Víctor, para eliminar lo que sabemos. Tú inventaste una vida de sacrificio, una vida de deber y obligaciones; pero lo que aquí no existió jamás no pudo defenderse. Tú no estabas defendiendo algo, sino negando lo que sabías que eran ellos. Y negándote a ti mismo. Eso es lo úni­co que se interpone ahora entre nosotros. Una ilu­sión, Víctor. Que yo les escupí a las caras y que tú debes defenderlos en contra mía. Pero yo sólo vi entonces lo que tú ves ahora; aquí no había na­da que traicionar. Yo no soy tu enemigo. Todo no es más que una ilusión, y si a través de la ilusión pudieses caminar, nos reuniríamos... (Sobre él gravita una reconciliación) Somos hermanos. Es casi como si fuésemos... (Sonríe cariñosamente, inseguro aún) dos mitades de un mismo individuo. Como si no pudiésemos del todo avanzar... a so­las. ¿Lo sientes así alguna vez, Víctor?

VÍCTOR
Walter, estoy tratando de creer en ti. Quie­ro creer. Hasta... hasta te diré... que hay días en que no puedo recordar qué es lo que tengo con­tra ti. Y sobre mí pende como una roca. Me veo en la vidriera de un negocio, con mi cabello cada vez más ralo, caminando por las calles... y no lo­gro recordar por qué. Uno puede llegar a enloque­cer cuando desaparecen todas las razones... cuan­do ya ni siquiera es capaz de odiar.


WALTER  
Porque es irreal, Víctor, y tú lo sabes.

VÍCTOR  
Entonces dame algo real.

WALTER  
¿Qué puedo yo darte?

VÍCTOR
No te reprocho nada, te pregunto. Entien­do que hayas dado la espalda. Un millar de veces lamenté no haber hecho lo mismo. Pero venir aquí durante todos aquellos años, sabiendo lo que sa­bías y no diciendo nada...

WALTER
(Con una imploración; como si no pudie­se negar el pasado ni responsabilizarse por él) Y si yo dijese, Víctor... Si dijese que sentí algún deseo de retenerte... ¿con eso qué podría darte ahora?

VÍCTOR
(Como si viese un camino hacia su antigua confianza mutua) ¿Deseabas eso? Dime la verdad, Walter.

WALTER
(Entre la espada y la pared) Quise verme libre para hacer mi trabajo. ¿Eso significa que te robé la vida? (Grita y se pone de pie) ¡Tú tomaste esas determinaciones conscientes, Víctor! ¡Y a eso es a lo que debes dar la cara!

VÍCTOR
¿Pero tú a qué das la cara? No me estás convirtiendo en un error de cincuenta años que camina. Cuando te vayas, nosotros tendremos que volver a casa y seguir mirándonos. ¿Tú a qué das la cara?

WALTER
Te he ofrecido todo lo que soy capaz de ofrecerte.

VÍCTOR
Si hubieses venido a darme algo, lo sabría. Me daría cuenta.

WALTER
(Cruzando a buscar su sobretodo) Tú no quieres la verdad; quieres un monstruo.

VÍCTOR
Viniste a buscar el viejo apretón de manos, ¿verdad? ¿El visto bueno? (Walter se detiene en la puerta) Y terminas con el respeto, la carrera, el dinero y, lo mejor de todo, lo que ninguna otra persona te puede decir en forma que lo creas... que eres un hombre estupendo y nunca en tu vida has hecho mal a nadie. Bueno, pues eso no lo vas a conseguir. No hasta que yo no tenga el mío.

WALTER
¿Y tú? ¿Nunca sentiste odio hacia mí? ¿Jamás un deseo de verme muerto? ¿De matarme, de matarme con ese sacrificio santurrón, esa paro­dia de sacrificio? ¿Y a mí qué vas a darme, Víctor?

VÍCTOR
No tengo que darte nada. Ahora, ya no. Y a mí no tienes tú que darme nada. No hay na­da que dar... lo veo ahora. Sencillamente, no quise que terminase tirado en el césped. Y no ter­minó así. Eso y nada más. No podría trabajar con­tigo, Walter. No puedo. No te tengo confianza.

WALTER
¡Venganza! Hasta el último momento. ¡Es­tá sacrificando su vida a la venganza!

ESTHER  
Nada se ha sacrificado.

WALTER
Probar con tu fracaso la clase de traicio­nero hijo de perra que soy yo... Ahorcarte en mi dintel. Entonces y ahora.

ESTHER
(Calma, no mirando de frente a ninguno de los dos) Déjalo, Walter, por favor. No digas nada más.

WALTER
¿Tú cierras el debate y te vas, y eso es tu ideología resumida en pocas palabras? ¡Envidia y nada más! (Entra Salomón, receloso, y lleva la mi­rada de uno a otro) ...Y hasta este momento no tienes el valor de mirar la realidad de frente. Eres un fracasado. Pero el fracaso no te da autoridad moral. Por lo menos, ante mí. Yo trabajé para ha­cer lo que hice; y hay gente caminando en este mundo que sin mí estarían muertos. Sí. (Señala el sillón del centro) Fue más listo que nosotros. Comprendió lo que tú querías y eso te dio. Mató a esa mujer y te mató a ti. Pero a mí, no. Ni enton­ces ni ahora. Ni me matará jamás. (Humillado por ella. Se siente furioso. Sin haberlo pensado an­tes, da un paso hacia la puerta. A Víctor también:) Sigue viejo bribón... róbalos a mansalva. ¡A ellos les gusta! ¡Les encanta! (Ahora se vuelve hacia Víctor) Nunca, nunca en tu vida volverás a aver­gonzarme. (Hay un vestido sobre la mesa al lado de su sobretodo. De pronto, lo toma de un manotón y corre hacia Víctor, arrojándoselo, al tiempo en que lanza un grito. Hace mutis. Víctor se lanza tras él.)

VÍCTOR  
¿Walter?

SALOMÓN
(Conteniéndolo con un movimiento de manos) Deje que se vaya. (Víctor, indeciso, se vuel­ve hacia Salomón) ¿Usted qué puede hacer?
ESTHER
Todo lo que ve, ¿no es cierto? (Salomón, en actitud interrogante, se vuelve hacia ella) Usted cree en todo lo que ve.

SALOMÓN
(Creyendo que ella está en contra de él) ¿Y qué hay con eso?

ESTHER
No, es maravilloso. Tal vez por eso sigue activo. (Víctor se vuelve hacia Esther ahora. Esther contempla la puerta) Yo tenía diecinueve años cuando por primera vez subí esa escalera... si es que puede creerme. El tenía un hermano, que era el joven médico más inteligente y más maravi­lloso... de todo el mundo. Como llegaría a serlo pronto él. De alguna manera, por algún medio. (Se vuelve hacia el sillón del centro) Y un hombre­cito dulce y casi inofensivo, que siempre esperaba que llegasen las noticias... Y a la semana siguien­te, hombres que nunca habíamos visto y de los cuales no habíamos oído hablar vinieron, lo destro­zaron todo, lo deshicieron. ¿Por qué el final de las cosas es siempre tan irreal? Muchas veces pen­sé. .. que lo que él más deseaba era hablar con su hermano, y que si podían... Pero él ha veni­do y se ha ido. Y yo sigo pensando lo mismo. ¿Ver­dad que es terrible? Siempre me parece que se da­rá un pasito más... y alguna loca especie de per­dón se hará presente, y todos se elevarán. ¿Cuán­do dejamos de ser tan... imbéciles?

SALOMÓN
Yo tuve una hija, que Dios tenga en su gloría, y se suicidó. Ya han pasado casi sesenta años. Y todas las noches, cuando me acuesto... sigue estando allí. La veo con la misma claridad con que la veo a usted. Pero si se produjese un mi­lagro y resucitase, ¿qué le diría? Así que venga, arreglemos este asunto ahora. (Se vuelve de nuevo hacia Víctor y paga) Quedamos en que usted tenía siete. Ahora le doy ocho, nueve, diez, once... (Busca, encuentra un billete de cincuenta) Y aquí tiene cincuenta más por el arpa. Ahora quiero que me disculpen. Esta noche tengo mucho que hacer aquí. (Toma su bloc y su lápiz, y, cuidadosamente, empieza a hacer una lista de los muebles. Víctor dobla el dinero.)

VÍCTOR  
Todavía podríamos llegar al cine, si quieres.

ESTHER
Está bien. (Víctor camina hacia el traje y empieza a quitarle la funda de plástico) No te preocupes. (Víctor la mira. Ella se vuelve hacia Salomón) Adiós, señor Salomón.

SALOMÓN
(Levanta la vista del bloc, en que la te­nía clavada) Adiós, querida. Me gusta ese traje. Es muy lindo. (Vuelve a su trabajo.)

ESTHER
Gracias. (Sale llevándose consigo su vida. Víctor se pone la chaqueta del uniforme y se en­dereza la corbata.)


VÍCTOR  
¿Cuándo se llevará las cosas?

SALOMÓN
Dios mediante, y si todavía vivo... ma­ñana a primera hora.

VÍCTOR
(Se refiere al traje) Vendré a buscar mi traje luego. También están mi florete, la careta... y los guantes.

SALOMÓN
(Prosiguiendo su trabajo) No se preocu­pe. No tocaré nada de eso.

VÍCTOR
(Alargando una mano) Me alegro de ha­berlo conocido, Salomón.

SALOMÓN
Lo mismo digo. Y quiero dar las gracias a ustedes.

VÍCTOR  
¿Las gracias por qué?

SALOMÓN
(Echando un vistazo a los muebles) Bue­no, ¿quién iba a decirme que yo empezaría de nuevo con todo un lote como éste...? (Se corta) Pero vayan, vayan. Tengo mucho que hacer.

VÍCTOR
(Encaminándose a la puerta) Buena suer­te con todo eso.

SALOMÓN  
¡Ah, muchacho! La suerte no se conoce hasta el último momento.

VÍCTOR  
(Sonríe) Tiene razón, sí. (Echando un úl­timo vistazo a todo el cuarto) Bueno, adiós.

SALOMÓN  
(Al tiempo en que Víctor hace mutis) Adiós, adiós.

(Ha quedado a solas. Tiene en la mano el bloc y el lápiz, y toma el lápiz para ponerse a trabajar. Pero mira en torno, y lo oprime la provoca­ción de todo aquello, por lo cual siente miedo y preo­cupación. Se lleva instintivamente una mano a la mejilla, tironea la carne amedrentado. Mira el arpa, va a ella, y de nuevo pulsa una cuer­da, agachando de costado la cabeza para oír si la caja está rajada. Luego su vista se fija en el fonógrafo. Va hacia él, lo observa y luego mira el disco que está en el plato del fonógrafo, lee la etiqueta y ríe entre dien­tes, recordando tiempos pasados. Se sienta en el si­llón del centro, riendo con más fuerza. Se echa hacia atrás y ríe.)
TELÓN LENTO

30/11/14

PANORAMA DESDE EL PUENTE. ARTHUR MILLER .





PANORAMA DESDE EL PUENTE



ARTHUR MILLER



ACTO PRIMERO

La calle y la fachada de un edificio de departamentos de alquiler.
Louis y Mike, estibadores, están jugando a arrimar monedas contra el edificio de la izquierda.
Entra Alfieri. Los estibadores lo saludan con la cabeza cuando pasa.

ALFIERI
Piensan en nosotros y Sonrío porque me saludan con tanto recelo. Es porque soy abogado. En este barrio encontrarse con un abogado o con un cura es mala fortuna piensan en desastres, por eso nos prefieren lejos. A veces pienso que detrás de ese saludo descansan tres mil años de desconfianza. Un abogado significa la ley, y en Sicilia, de donde vienen sus padres, la ley no es una idea agradable desde que los griegos fueron derrotados. Tiendo a advertir las ruinas en las cosas, quizás porque nací en Italia... Llegué acá a mis veinticinco. En esos días, Al Capone, el cartaginense más famoso, aprendía su oficio en este empedrado, y el mismísimo Frankie Yale fue partido al medio por una ráfaga de ametralladora en la esquina de Union Street, a sólo dos cuadras de acá. Hubo muchos aquí que fueron baleados justamente por hombres injustos. Acá la justicia es muy importante. Pero esto es Red Hook, no Sicilia. Y el barrio enfrenta la bahía de este lado del Puente de Brooklyn, el que da al mar. Éstas son las fauces de Nueva York tragándose los tonelajes del mundo. Y ahora somos casi civilizados, casi norteamericanos. Ahora transo por la mitad, y eso me gusta más. Por eso ya no guardo un revólver en mi escritorio. Y mi trabajo carece de todo romanticismo. Mi mujer me advirtió y también mis amigos; me dijeron que la gente de este barrio carece de elegancia, de glamour. Después de todo ¿con quiénes traté a lo largo de mi vida? Con estibadores y con sus mujeres, con sus padres y sus abuelos; en casos de indemnizaciones, desalojos, peleas familiares -los despreciables problemas de los pobres – pero... una vez cada tanto mientras atiendo algún caso y escucho a las partes contarme sus problemas, el aire chato de mi oficina se impregna del verde aroma del mar, el polvo de este aire se disipa, y llega a mí la imagen de que en tiempos de César, o tal vez en Calabria o junto a un acantilado en Siracusa, otro abogado, vestido de manera diferente a la mía, escucha las mismas quejas y – allí sentado, tan impotente como yo -observa cómo el caso sigue, inexorablemente, su curso sangriento.
Mala fortuna, mala fortuna.
Aparece Eddie.
El nombre de este sujeto era Eddie Carbone, un estibador que trabajó en los muelles que se extienden desde el Puente de Brooklyn hasta la escollera, allí donde comienza el mar abierto. (Sale)
Catherine entra al living.
LOUIS
¿Trabajás mañana?
EDDIE
Si, todavía me queda un día en ese barco. Nos vemos, Louis.
Eddie entra al living.
CATHERINE
¡Hola, Eddie!
EDDIE
¿Dónde vas tan arreglada?
CATHERINE
(Se pasa las manos por la pollera.) Acabo de comprarla. ¿Te gusta?
EDDIE
Si, es linda. ¿Y qué le pasó a tu pelo?
CATHERINE
¿Te gusta? Peinado nuevo. ¡Ya llegó Eddie, Bea!
EDDIE
Hermoso… a ver dáte vuelta, dejáme ver atrás. ¡Si viviera tu madre para verte! No lo podría creer.
CATHERINE
Te gusta, ¿eh?
EDDIE
Parecés una universitaria. ¿Dónde vas?
CATHERINE
Esperá que venga Bea, tengo que contarles algo. Vení, sentáte. Bea, ¿venís?
EDDIE
¿Qué pasa?
CATHERINE
Te traigo una cerveza, ¿sí?
EDDIE
Bueno, contáme qué pasó. Vení acá, contáme.
CATHERINE
Quiero esperar a Bea. Adiviná cuánto pagamos la pollera.
EDDIE
Un poco corta, ¿no?
CATHERINE
¡No! Cuando me paro, no.
EDDIE
Pero a veces tenés que sentarte.
CATHERINE
Eddie, es lo que se usa. A ver: si me vieras caminando por la calle...
EDDIE
Me da escalofríos ver cómo caminás por la calle, lo digo en serio.
CATHERINE
¿Por qué?
EDDIE
Catherine, no quiero ser pesado, pero caminás moviendo mucho las caderas.
CATHERINE
¿Las muevo mucho?
EDDIE
¡No me digás que no, Katie, sí... mucho! No me gusta cómo te miran los del kiosko. Y con esos tacos altos sobre la vereda… Las cabezas giran como molinos.
CATHERINE
Pero esos tipos miran a todas, lo sabés.
EDDIE
Vos no sos “todas”.
CATHERINE
¿Y qué querés que haga?
EDDIE
No te pongas mal.
CATHERINE
No sé qué querés de mí.
EDDIE
Katie, se lo prometí a tu madre antes de morir. Soy responsable por vos. No entendés estas cosas. Cuando te parás ahí en la ventana, saludando a todo el mundo...
CATHERINE
Estaba saludando a Louis.

EDDIE
Si te contara algunas cosas de Louis… no lo saludarías más.
CATHERINE
¡Eddie, me gustaría que al menos hubiera un hombre en el mundo del cual no tuvieras nada que decirme..!
EDDIE
¿Querés hacerme un favor? Tenés que mantenerte más... no sé… no podés ser tan cariñosa. (Llama.) Bea, ¿qué hacés? ¡Vení de una vez! (A Catherine.) Andá a buscarla. Tengo noticias para ella.
CATHERINE
¿Qué?
EDDIE
Llegaron sus primos.
CATHERINE
¡No! ¡Bea, tus primos..!
Entra Beatrice.
BEATRICE
¿Qué?
CATHERINE
¡Llegaron tus primos!
BEATRICE
¿De qué hablás? ¿Dónde están?
EDDIE
Cuando salí del trabajo Tony Bereli me dijo que el barco había llegado, está a dos kilómetros al norte.
BEATRICE
¿Y están bien?
EDDIE
Tony todavía no los vio, siguen a bordo. Pero apenas bajen los va a buscar. Tony cree que a eso de las diez van a estar por acá.
BEATRICE
¿Qué pasó? Se suponía que llegaban el otro jueves...
EDDIE
No sé, los meten en cualquier barco que los pueda sacar. Por ahí el barco que iban a tomar era peligroso... ¿Por qué llorás?
BEATRICE
Es... que... no lo puedo creer. Ni siquiera compré mantel nuevo... y además iba a lavar las paredes...
EDDIE
Vamos, van a pensar que ésta es la casa de un millonario comparada con la casa que tenían. No te preocupes por las paredes. Van a estar agradecidos.
BEATRICE
¡Ya lo sé... pero pensaba que iban a llegar la semana que viene! Y también iba a encerar los pisos...
CATHERINE
Tal vez la señora Dondero arriba...
BEATRICE
No, su departamento está peor que éste. (De repente.)Dios mío, ¡ni siquiera tengo algo para darles de comer!
EDDIE
Ey, ey. Calmáte.
BEATRICE
Estoy nerviosa, nada más... (A Catherine.) Voy a preparar el pescado...

EDDIE
Bea, les estás salvando la vida, ¿por qué te preocupás por un mantel? Lo más probable es que en la pocilga en la que vivieron no hayan visto jamás un mantel.
BEATRICE
Estoy preocupada por vos, eso me preocupa.
EDDIE
Mirá, mientras sepan dónde van a dormir...
BEATRICE
Les aclaré en las cartas que iban a dormir en el piso...
EDDIE
Beatrice, lo único que me preocupa es que con el corazón tan grande que tenés voy a terminar durmiendo con vos en el piso; y ellos, en nuestra cama.
BEATRICE
Está bien, terminála...
EDDIE
¿Por qué será que apenas nos encontramos con uno de tus parientes termino durmiendo en el piso?
BEATRICE
¿Cuándo dormiste en el piso?
EDDIE
Cuando la casa de tu padre se incendió.
BEATRICE
¡Se había incendiado la casa!
EDDIE
¡Si, pero el incendio no duró dos semanas!
BEATRICE
Está bien, les voy a decir que se vayan a otra parte...
EDDIE
¡Esperá! ¡Beatrice! No me gusta que te tomen de idiota. Tenés un corazón de oro. ¿Por qué estás tan susceptible?
BEATRICE
Tengo miedo de que te enojes conmigo si las cosas no salen bien.
EDDIE
Si todos mantienen la boca cerrada no puede pasar nada malo. Tus primos van a pagar por el hospedaje...
BEATRICE
Sí, eso se los dije...
EDDIE
Entonces, ¿cuál es el problema? Es una cuestión de honor, Bea, en serio. Hace un rato pensaba, cuando venía para acá que si mi padre no hubiera venido a este país, yo me estaría muriendo de hambre en Italia, como ellos… y si tuviera parientes en los Estados Unidos… lo menos que esperaría de ellos es que estuviesen honrados en darme un lugar para dormir.
BEATRICE (A Catherine.) ¿Ves cómo es? (A Eddie.) ¡Sos un ángel! Dios te bendiga... ¡Ya vas a ver: vas a recibir una bendición por ésto!
EDDIE
Me conformo con mi cama.
BEATRICE
Andá, querida, poné la mesa.
CATHERINE
Todavía no le contamos lo mío...

BEATRICE
Primero dejá que coma y después se lo contamos. Poné la mesa. (Sale Catherine.)

EDDIE
¿Qué pasa?¿Dónde se va?
BEATRICE
A ninguna parte. Son buenas noticias, Eddie. Te vas a poner contento.
EDDIE
¿Qué pasa?

BEATRICE
Consiguió un trabajo. (Entra Catherine.)

EDDIE
¿Qué trabajo? Tiene que terminar la escuela.
CATHERINE
Eddie, no lo vas a creer...
EDDIE
No, no... vas a terminar la escuela. ¿Qué trabajo?
CATHERINE
¿Podés escuchar un segundo? Es maravilloso.
EDDIE
No, no es maravilloso. No vas a llegar a ninguna parte si no terminás la escuela. ¿Por qué no me preguntaste antes de buscar un trabajo?
BEATRICE
Te lo está preguntando ahora.
CATHERINE
¿Podés escucharme? Esta mañana llegué a la escuela y el director me pidió que saliera de la clase y que lo viera en su oficina.
EDDIE
¿Ah si?
CATHERINE
Lo fui a ver. Me empezó a decir que él sabía que mis notas eran buenas y que había una empresa que necesitaba una chica con urgencia… no como secretaria sino como estenógrafa, pero que muy rápido podría llegar a ser secretaria. Y él pensó que como yo era la mejor alumna de la clase...
BEATRICE
¿Escuchaste eso?
EDDIE
Claro que sí. Seguro que es la mejor.
CATHERINE
Y, como soy la mejor alumna, el director me dijo que tengo que aceptar ese trabajo y que a fin de año él me tomaría el examen para darme el certificado. ¡Así que además me ahorraría un año!
EDDIE
¿Dónde es el trabajo? ¿Qué compañía?
CATHERINE
Es una plomería importante sobre la Avenida Nostrand…
EDDIE
¿Nostrand y qué?
CATHERINE
Cerca del astillero.
BEATRICE
Cincuenta dólares por semana, Eddie.
EDDIE
¿Cincuenta?
CATHERINE
Te lo juro.
EDDIE
Eso no es lo que quería para vos.
CATHERINE
¿Por qué? Es una compañía importante.
EDDIE
No me gusta el barrio.
CATHERINE
Está a una cuadra y media del subte. Me lo dijo el director.
EDDIE
En una cuadra y media en ese barrio te puede pasar de todo. ¡Una plomería! Eso es nada más que un escalón más alto que trabajar en los muelles. Son estibadores, casi.
BEATRICE
Si, pero ella va a estar en la oficina, Eddie.
EDDIE
Ya sé que va a estar en la oficina, pero eso no es lo que tenía pensado.
BEATRICE
Alguna vez va a tener que salir a trabajar.
EDDIE
¿Y va a estar rodeada de plomeros? ¿O de marineros paseándose para arriba y para abajo por esa calle? Entonces, ¿para qué fue a la escuela?
CATHERINE
Pero son cincuenta por semana, Eddie.
EDDIE
¿Te pedí plata yo? Si te mantuve hasta ahora puedo mantenerte un poco más... Quiero que estés con otra clase de gente. Quiero que estés en una buena oficina. Tal vez en la oficina de un abogado de Nueva York, en uno de esos edificios lindos. Quiero decir: si te querés ir de acá, andáte; pero no a la misma clase de barrio.
BEATRICE Andá, querida, traé la cena. (Catherine sale) Pensá un poquito, Eddie. Por favor. Está loca por empezar a trabajar. No es un negocito, es una compañía importante. Algún día va a llegar a ser secretaria. La eligieron entre toda la clase. ¿Qué te preocupa? Puede cuidarse sola. Sale del subte y en dos minutos está en la oficina.
EDDIE
Conozco el barrio, Bea, y no me gusta.
BEATRICE
Si no le pasó nada en este barrio, no va a pasarle nada en ningún lado. Tenés que acostumbrarte, ya no es una nena. Decíle que lo acepte. ¿Me oís? No te entiendo... ¿pensás mantenerla en esta casa toda su vida?
EDDIE
¿Qué clase de comentario es ése?
BEATRICE
Bueno, no entiendo cuándo va a terminar todo esto. Primero iba a ser cuando se graduase de la secundaria, y se graduó de la secundaria. Después iba a ser cuando aprendiera estenografía, así que aprendió estenografía. Y ahora, ¿qué vamos a esperar? En serio, Eddie, no te entiendo; la eligieron entre toda la clase, es un honor para ella.
Catherine entra.
EDDIE
¿Querés trabajar, eh?
CATHERINE
Si.
EDDIE
Está bien, andá a trabajar. ¡Eh! ¡Calmáte! ¿Por qué llorás?
CATHERINE
Es que... ¡Con mi primer sueldo les voy a comprar vajilla nueva! En serio. ¡Voy a arreglar toda la casa!. ¡Voy a comprar una alfombra!
EDDIE
Y después te vas a mudar.
CATHERINE
¡No, Eddie!
EDDIE
Y vas a venir a visitarnos los domingos, después una vez por mes y después sólo en Navidad y Año Nuevo.
CATHERINE
¡No, por favor!
EDDIE
Te pido sólo una cosa: no confíes en nadie.
BEATRICE
Tenés que ser como sos, Katie, no le hagas caso.
EDDIE (A Beatrice.) Viviste encerrada en una casa toda tu vida, ¿qué podes saber? No trabajaste nunca en tu vida.
BEATRICE
A ella le gusta la gente. ¿Qué tiene de malo eso?
EDDIE
Que la mayoría de la gente no es gente. Va a trabajar con plomeros y se la van a comer cruda si no se cuida. Grabáte esto, Katie: cuanto menos confíes, menos te vas a arrepentir.
CATHERINE
Lo primero que voy a comprar es una alfombra, ¿eh, Bea?

BEATRICE
Lo que quieras. (A Eddie.) Estuve oliendo café todo el día. ¿Estuviste descargando café?

EDDIE
Si, un barco de Brasil
CATHERINE
Yo también lo olí. Se olía por todo el barrio.
EDDIE
Mañana reventamos una bolsa, les traigo un poco.
BEATRICE
¿Qué hora es?
EDDIE
Nueve menos cuarto.
CATHERINE
Tony los va a traer a las diez, ¿no?
EDDIE
Más o menos, si.
CATHERINE
Eddie, suponéte que alguien nos pregunte si están viviendo acá… Digo, si nos preguntan.
EDDIE
Me parece que estamos mezclando todo otra vez.
CATHERINE
Porque la gente los va a ver entrar y salir.
EDDIE
No me importa quién los vea entrar y salir mientras vos no los veas entrar y salir. Y eso también va para vos, Bea... Ustedes no ven nada y no saben nada.
BEATRICE
¿Qué querés decir? Yo sé lo que tengo que hacer.
EDDIE
No lo sabés; todavía creés que podés comentarlo con alguien. Y te lo digo por última vez, porque me estás poniendo nervioso otra vez, y va para las dos: no me importa si alguien entra a la casa y los ve durmiendo en el piso, nunca tiene que salir de sus bocas quiénes son ellos o qué están haciendo acá. Con el gobierno no se juega, y menos con el Departamento de Inmigración. Si lo dijiste, lo sabías; si no lo dijiste, no lo sabías.
CATHERINE
Si, Eddie, pero suponéte que alguien...
EDDIE
No supongas nada más. Tienen espías por todo el barrio y les pagan por semana para que den información, y nadie sabe quiénes son. Puede ser tu mejor amigo. ¿Me oís? Como Vinny Bolzano, ¿te acordás de Vinny?
BEATRICE
Ay, sí. Dios me libre.
EDDIE
Contále de Vinny. ¿Creés que exagero? Dále, contále. Eras una beba. Había una familia que vivía pegado a lo de su madre. (Por Bea.) Él tenía dieciséis...
BEATRICE
No, no tenía más de catorce, yo estuve en su confirmación en la iglesia de Santa Inés. La familia escondía a un tío en la casa, y Vinny fue y lo delató en Inmigración...
CATHERINE
¿El chico lo delató?
EDDIE
¡A su propio tío!
CATHERINE
¿Estaba loco?
EDDIE
Se volvió loco después, te lo aseguro.
BEATRICE
Ay, fue horrible. Vinny tenía cinco hermanos y un padre anciano. Lo agarraron en la cocina y lo arrastraron por la escalera, tres pisos, su cabeza golpeando contra los escalones. Y en la calle lo escupieron, su padre y sus hermanos. Todo el barrio gritaba.
CATHERINE
¡Ay! ¿Y qué le pasó?

BEATRICE
Creo que se fue... (A Eddie.) No lo volví a ver, ¿vos?

EDDIE
¿A él? No lo vas a ver nunca más... ¿Cómo va a mostrar la cara alguien que hizo algo así? Acordáte, nena, es más fácil recuperar un millón de dólares robados que la honra, si la perdiste denunciando a alguien...
CATHERINE
No voy a decirle nada a nadie, lo juro.
EDDIE
Va a llover mañana. Vamos a andar resbalándonos por los muelles. Tal vez deberías ir cocinándoles algo, están al caer.
BEATRICE
Sólo tengo pescado, y no me gustaría desperdiciarlo si ya comieron. Voy a esperar, se hace rápido; lo puedo hacer a la parrilla.
CATHERINE
Eddie, ¿y qué va a pasar cuando el barco se vaya y ellos no estén a bordo? ¿El capitán no dice nada?
EDDIE
El capitán está arreglado, ¿qué te crees?
CATHERINE
¿También el capitán?
EDDIE
¿Acaso el capitán no tiene que vivir? El capitán recibe un dinero, tal vez haya algo para uno de los compañeros, y otro poco para el tipo que les arregló los papeles en Italia, Tony también va a recibir lo suyo...
BEATRICE
Espero que consigan trabajo acá, eso es todo lo que espero.
EDDIE
El sindicato les va conseguir trabajo; hasta que salden las deudas los van a tener trabajando todos los días. Y cuando la deuda esté saldada van a tener que rebuscárselas solos como hacemos todos los demás.
BEATRICE
Bueno, siempre va a ser mejor que lo que tenían allá.
EDDIE
Ah, seguro... ¿Así que vas a empezar el lunes, eh?
CATHERINE
Eso creo, sí.
EDDIE
Espero que tengas buena suerte. Te deseo lo mejor.
CATHERINE
¡Hablás como si me fuera a otro país!
EDDIE
Ya sé… lo que pasa es que nunca imaginé...
CATHERINE
¿Qué?
EDDIE
Que alguna vez ibas a crecer. Dejé un cigarro en mi otro saco... me parece.
llllCATHERINE
¡Quedáte! Te lo busco. (Sale.)

EDDIE
¿Qué es lo que te enoja conmigo?
BEATRICE
¿Quién está enojada? No estoy enojada. Sos vos el que está enojado. (Sale y entra Catherine.)

CATHERINE
¡Acá está! ¡Te lo prendo! No te preocupes por mí, Eddie, ¿eh?
EDDIE
No te vayas a quemar. ¿Por qué no la ayudás con los platos?
CATHERINE
(Va saliendo.) ¡Yo lavo, Bea!
Entra Tony, escoltando a Marco y Rodolfo. Tony señala la casa. Se quedan parados un instante mirando hacia ella.
MARCO
Gracias.
TONY
De acá en más pueden ir solos. Tengan cuidado. Planta baja.
MARCO
Gracias.
TONY
Los veo mañana en el muelle. Van a trabajar. (Sale)
RODOLFO
Ésta va a ser la primer casa que voy a pisar en América. ¡Imagináte! ¡Y ella decía que eran pobres!
MARCO
Vamos.
Marco golpea. Eddie abre la puerta. Entran Marco y Rodolfo. Beatrice y Catherine entran desde la cocina.
EDDIE
¿Sos Marco?
MARCO
Marco
EDDIE
¡Entren!
BEATRICE
Por acá. Dejen los bolsos.
MARCO
¿Sos mi prima?
BEATRICE
Beatrice. Mi esposo, Eddie. Catherine, la hija de mi hermana Nancy.
MARCO
Mi hermano, Rodolfo. Eddie, quiero decirte algo: cuando digas váyanse, nosotros nos vamos.
EDDIE
Pero no...
MARCO
Se ve que es una casa chica, pero en una de esas, pronto, podamos tener nuestra casa.
EDDIE
Bienvenidos, Marco; tenemos mucho lugar acá. Katie, servíles la cena, ¿sí? (Sale con los bolsos al dormitorio.)
CATHERINE
Pasen, siéntense. Les traigo un poco de sopa.
MARCO
Comimos en el barco. Gracias.

BEATRICE
(A Catherine) Traé café. Vamos a tomar café. Siéntense.

CATHERINE
¿Y cómo es que él es tan morocho y vos tan rubio, Rodolfo?
RODOLFO
No sé. Dicen que hace mil años, los daneses invadieron Sicilia.
Beatrice besa a Rodolfo. Se ríen mientras entra Eddie.
CATHERINE
¡Es muy rubio!
EDDIE
¿Cómo va ese café?
CATHERINE
Ya lo traigo. (Sale hacia la cocina.)
EDDIE
¿Tuvieron buen viaje?
MARCO
El océano siempre es duro. Pero somos buenos marineros.
EDDIE
¿Ningún problema para llegar acá?
MARCO
No. El hombre nos trajo. Muy buen tipo.
RODOLFO
Nos dijo que empezamos mañana a trabajar. ¿Es honesto?
EDDIE
No. Pero mientras le debas dinero, ellos te consiguen un montón de trabajo. ¿En Italia trabajaron alguna vez en los muelles?
MARCO
¿En los muelles? No...
RODOLFO
En nuestro pueblo no hay muelles, sólo la playa, y unos botecitos para pescar.
BEATRICE
¿Y qué trabajo hacían?
MARCO
Lo que había, cualquier cosa...
RODOLFO
A veces construyen una casa, o arreglan el puente -Marco es albañil y yo le traía el cemento. En la época de cosecha trabajamos en el campo... si hay trabajo. Cualquier cosa.
EDDIE
Todavía están mal allá, ¿no?
MARCO
Mal, sí.
RODOLFO
Nos sentamos todo el día alrededor de la plaza escuchando la fuente como pájaros. Lo que todos esperan es el tren.
BEATRICE
¿Qué hay en el tren?
RODOLFO
Nada. Pero si hay muchos pasajeros y uno tiene suerte, te ganás unas liras por empujar el taxi colina arriba. (Entra Catherine desde la cocina.)
BEATRICE
¿Tienen que empujar un taxi?
RODOLFO
Los caballos en nuestro pueblo son más flacos que las cabras. Así que si hay muchos pasajeros ayudamos a empujar los carros hasta el hotel. En nuestro pueblo los caballos están de adorno.
CATHERINE
¿Pero no tienen autos?
RODOLFO
Hay uno. Y también lo empujamos. ¡Todo lo que hay en nuestro pueblo hay que empujarlo!

BEATRICE
(A Eddie.) Qué me contás...

EDDIE
¿Entonces qué vas a hacer, quedarte en este país o volver?
MARCO
¿Volver?
EDDIE
Bueno, estás casado, ¿o no?
MARCO
Si. Tengo tres chicos.
BEATRICE
¡Tres! Creía que era uno.
MARCO
No. Tengo tres ahora. Cuatro años, cinco años, seis años.
BEATRICE
Deben estar llorando por vos, ¿no?
MARCO
¿Qué puedo hacer? El más grande está enfermo del pecho. Mi esposa los alimenta sacándose la comida de la boca. Si me quedaba allá nunca iban a crecer. Se alimentan del aire.
BEATRICE
Dios mío. Entonces, ¿cuánto tiempo quieren quedarse?
MARCO
Con tu permiso, nos quedaríamos tal vez por...
EDDIE
No quiere decir en esta casa, sino en el país.
MARCO
Ah. Tal vez cuatro, cinco, seis años, creo.
RODOLFO
Confía en su esposa.
BEATRICE
Si, pero en una de esas ganan lo suficiente y pueden volverse antes.
MARCO
Espero. No sé. Tengo entendido que acá tampoco están tan bien.
EDDIE
Ustedes van a estar bien, al menos hasta que devuelvan lo prestado. Después van a tener que arreglárselas y punto. Pero van a hacer más plata acá que allá.
RODOLFO
¿Cuánto? Oímos toda clase de cifras. ¿Cuánto gana un obrero? Vamos a trabajar duro, día y noche...
EDDIE
¿Un promedio anual?... es difícil. A veces estamos sin trabajo, puede no haber barcos por tres o cuatro semanas.
MARCO
¡Tres, cuatro semanas!
EDDIE
Pero pienso que podrían sacar... treinta, cuarenta por semana, durante todo el año.
MARCO
Dólares.
EDDIE
Claro, dólares.
MARCO
Si nos pudiéramos quedar acá unos meses, Beatrice...
BEATRICE
Marco, son bienvenidos...
MARCO
Porque podría mandarles un poco más si me quedo acá...
BEATRICE
Todo lo que quieras, tenemos mucho lugar...
MARCO
Mi mujer... Quisiera mandarle cuanto antes veinte dólares...
EDDIE
Seguro que vas a poder mandarle algo la semana que viene.
MARCO
Eduardo...
EDDIE
No hay nada que agradecer. Ese dinero no sale de mi bolsillo... ¿Qué pasó con el café?
CATHERINE
Ya lo traigo. ¿También estás casado? No.
RODOLFO
No...
BEATRICE
Te dije que él...
CATHERINE
Ya sé... pero en una de esas se había casado hace poco.
RODOLFO
No tengo plata para casarme. Tengo linda cara, pero no tengo plata.
CATHERINE
(A Beatrice.) ¡Es rubio natural!

BEATRICE

Vos también te querés quedar acá, ¿no?
RODOLFO
¿Yo? Sí, ¡para siempre! Quiero ser norteamericano. Y cuando sea rico voy a volver a Italia y me voy a comprar una moto. (Sale Beatrice. Vuelve con el café. ) También soy cantante.
EDDIE
¿Profesional?
RODOLFO
Sí. Una noche del año pasado, Andreola se enfermó. Barítono. Y yo lo reemplacé en el jardín del hotel. ¡Tres arias sin un solo error! De las mesas me tiraban billetes de mil liras, llovía plata. Fue increíble. Vivimos seis meses gracias a esa noche, ¿no, Marco?
MARCO
Dos meses.
BEATRICE
¿Y no podés conseguir trabajo en ese lugar?
RODOLFO
Andreola se curó. Es un barítono, muy fuerte.
MARCO
Y él cantó muy fuerte.
RODOLFO
¿Cómo muy fuerte?
MARCO
Muy fuerte. Los huéspedes en ese hotel son todos ingleses. No les gusta muy fuerte.
RODOLFO
(A Catherine.) ¡Nunca nadie me dijo que canté muy fuerte!

MARCO
Yo lo digo. Era muy fuerte. (A Beatrice.) Lo supe apenas empezó a cantar. Muy fuerte.

RODOLFO
¿Y por qué me tiraron tanta plata?
MARCO
Te pagaron por tu coraje. Pero con una vez alcanza.
RODOLFO
Nunca nadie me dijo que canté muy fuerte.
CATHERINE
¿Oíste hablar del jazz?
RODOLFO
¡Claro! Canto jazz.
CATHERINE
¿Podés cantar jazz?
RODOLFO
Sí... canto napolitano, jazz, bel canto... Canto Muñeca de Papel, ¿te gusta Muñeca de Papel?
CATHERINE
Sí, me encanta Muñeca de Papel. Dále, cantála.
RODOLFO
I’ll tell you boys it’s tough to be alone,
And it’s tough to love a doll that’s not your own.
I’m through with all of them,
I’ll never fall again,
Hey, boy, what you gonna do?
I’m gonna buy a paper doll that I can call my own,
A doll that other fellows cannot steal.
And then those flirty, flirty guys
With their flirty, flirty eyes
Will have to flirt with dollies that are real...

EDDIE
(Lo interrumpe.) Esperá un poquito...
CATHERINE
Dejálo terminar.
EDDIE
¿Vos no querés que te pesquen, no?
MARCO
¡No!
EDDIE
Porque en esta casa nunca hubo cantantes... y de repente aparece uno… no sé si me explico.
MARCO
Sí. Calláte, Rodolfo.
EDDIE
Tienen tipos por todas partes, Marco. Entendélo.

MARCO
Sí. Va a estar callado. (A Rodolfo. ) Vas a estar callado.

EDDIE
¿Para qué son los tacos altos, Greta Garbo?
CATHERINE
Por los invitados...
EDDIE
Hacéme un favor ¿querés? Cambiáte. (Ella sale.) En este barrio todas quieren ser actrices.

RODOLFO
¡En Italia también! ¡Todas las chicas! (Catherine entra.)

EDDIE
¿Ah si?
RODOLFO
¡Si! ¡Sobre todo cuando son tan lindas!
CATHERINE
¿Te gusta con azúcar?
RODOLFO
¿Azúcar? ¡Si! ¡Me gusta mucho el azúcar!
Alfieri en su escritorio.
ALFIERI
¿Quién puede saber lo que va a ser descubierto? Eddie Carbone jamás esperó tener un Destino. Un hombre trabaja, alimenta a su familia, juega al bowling, come, envejece y después se muere. Ahora había un futuro que enfrentar, un problema que resolver. Las semanas comienzan a desaparecer.
Eddie parado en la entrada de la casa. Beatrice aparece en la calle.
EDDIE
Son las ocho pasadas.
BEATRICE
Bueno, es larguísima la película que dan en el Paramount.
EDDIE
Ya deben haber visto todas las películas que dan en Brooklyn. Se supone que este tipo se tiene que quedar en la casa cuando no trabaja. Se supone que no tendría que andar exhibiéndose.
BEATRICE
Bueno, es su problema, ¿a vos qué te importa? Si lo pescan, lo pescan, eso es todo. Vamos para adentro.
EDDIE
¿Te dijo algo?
BEATRICE
¿Qué te pasa? Es un buen chico, ¿qué pretendés de él?
EDDIE
¿Ése un buen chico? Me pone los pelos de punta…
BEATRICE
Dále, seguí; estás celoso, es eso.
EDDIE
¿De él? Se ve que no tenés un buen concepto de mi si pensás eso.
BEATRICE
No te entiendo. ¿Qué tiene de terrible ese chico?
EDDIE
¿Para vos está bien? ¿Eso puede llegar a ser su marido?
BEATRICE
¿Por qué? Es agradable, trabajador, buen mozo.
EDDIE
Canta en los barcos. ¿Lo sabías?
BEATRICE
¿Qué querés decir con eso?
EDDIE
Lo que dije, canta. En la cubierta, de repente, una canción entera sale de su boca, con gestos. ¿Sabés cómo le dicen? Muñeca de papel le dicen, Canario le dicen. Es raro. Aparece en el muelle y empieza el show… gratis.
BEATRICE
Es un chico, todavía no sabe cómo comportarse.
EDDIE
Y con ese pelo ridículo, parece una bataclana o algo así...
BEATRICE
Pero si es rubio, ¿qué puede...
EDDIE
Espero que sea su pelo... eso espero.
BEATRICE
¿Estás loco o qué?
EDDIE
¿Qué es lo loco? No me gusta cómo es.
BEATRICE
¿Nunca viste un chico rubio? ¿Y el rubio Balso?
EDDIE
Si, pero Balso no canta; no hace esas cosas en los barcos.
BEATRICE
Bueno, en Italia tal vez las hagan...
EDDIE
¿Y entonces por qué el hermano no canta? Marco se comporta como un hombre; a Marco nadie le hace chistes. Te estoy diciendo la verdad y me sorprende que tenga que decirte todo esto. En serio, Bea, estoy sorprendido.
BEATRICE
No vas a empezar una campaña en su contra…
EDDIE
No voy a empezar con nada, pero tampoco me voy a quedar parado sin hacer nada. No la crié para que termine con un personaje así. Te lo juro Bea, me sorprendés; me siento ahí a esperar que te despiertes, pero no hay caso: para vos todo es fantástico.
BEATRICE
No, para mí no todo es fantástico.
EDDIE
¿No?
BEATRICE
No. Tengo otras preocupaciones.
EDDIE
Claro.
BEATRICE

¿Querés saberlas?
EDDIE
¿Por qué? ¿Qué preocupaciones tenés?
BEATRICE
¿Cuándo voy a volver a ser tu mujer, Eddie?
EDDIE
No me estuve sintiendo bien. Me molestan desde que llegaron.
BEATRICE
Hace casi tres meses que no te sentís bien, y ellos llegaron hace dos semanas. Son tres meses, Eddie.
EDDIE
No lo sé, Bea. No quiero hablar de eso.
BEATRICE
¿Qué te pasa? ¿Ya no te gusto?
EDDIE
¿Qué querés decir con “ya no te gusto”? Te dije que no me siento bien, es eso.
BEATRICE
Quiero saber ¿Estoy haciendo algo mal? ¡Hablá!
EDDIE
No puedo. No puedo hablar de eso.
BEATRICE
Bueno, decíme qué...
EDDIE
¡No tengo nada que decir sobre eso! Voy a estar bien. Dejáme tranquilo, ¿sí? Estoy preocupado por ella.
BEATRICE
“Ella” ya tiene edad para casarse...
EDDIE
Bea, la está usando.
BEATRICE
Está bien, pero es a ella a la que está usando. ¿O pensás estarle encima hasta que tenga cuarenta? Eddie, quiero que la termines, ¿me oís? ¡No me gusta!... Entremos.
EDDIE
Quiero caminar, entro enseguida.
BEATRICE
No van a llegar antes si estás parado en la calle. No está bien, Eddie.
EDDIE
Ya entro. Andá.
(Beatrice entra. Vienen Louis y Mike)
LOUIS
¿Querés jugar al bowling?
EDDIE
Estoy muy cansado. Me voy a dormir.
LOUIS
¿Cómo están tus dos ilegales?
EDDIE
Bien.
LOUIS
No paran de trabajar.
EDDIE
Sí... les va bien.
MIKE
Eso deberíamos hacer. Irnos del país y entrar como ilegales. Así tendríamos trabajo.
EDDIE
No lo decís en serio.
LOUIS
Bueno... ¿qué mierda? ¿No nos podemos quejar?
EDDIE
Seguro.
LOUIS
Eddie, te deben todo.
EDDIE
No me molestan, no me cuestan nada.
MIKE
El más grande es un toro. Lo vi el otro día levantando bolsas de café. Si lo dejaban, se hubiera cargado todo el barco solo.
EDDIE
Si, es un tipo fuerte. Su padre era un gigante, eso me dijeron.
LOUIS
Si, se ve. Es un verdadero esclavo.
MIKE
Pero el rubio... Tiene sentido del humor.
EDDIE
Sí. Es gracioso.
MIKE
Bueno, no es precisamente gracioso, siempre está haciendo comentarios. Cuando llega todos se ríen.
EDDIE
Sí... bueno... tiene sentido del humor.
MIKE
Sí… siempre está haciendo chistes, ¿no?
EDDIE
Sí, lo sé. Pero es un chico, ¿sabés?... Es... es sólo un chico, por eso.
MIKE
Lo sé. Le pegás una mirada y todo el mundo está feliz. La semana pasada trabajé con él en la línea Moore -Mac Cormack, y te digo que todos se morían de risa.
EDDIE
¿Por qué? ¿Qué hizo?
MIKE
No sé... era divertido. Nunca te acordás de lo que dice. Es la manera en que lo dice. ¡Te mira y no podés parar de reírte!
EDDIE
Sí. Tiene sentido del humor.
MIKE
Sí.
LOUIS
Bueno, Eddie, nos vemos.
EDDIE
Pásenla bien.
LOUIS
Sí. Nos vemos.
MIKE
Si querés venir al bowling más tarde, estamos en el de la Avenida Flatbush.
(Salen. Entran Rodolfo y Catherine.)
CATHERINE
Hola, Eddie... ¡no sabés qué buena película vimos!
EDDIE
¿Adónde fueron?
CATHERINE
Al Paramount. Era con esos dos tipos, con… eh...
EDDIE
¿El Paramount de Brooklyn?
CATHERINE
Claro, el Paramount de Brooklyn. Te dije que no íbamos a ir a Nueva York.
EDDIE
Está bien, sólo preguntaba. (A Rodolfo.) No quiero que esta chica ande dando vueltas por Times Square, ¿entendés? Está lleno de putas.
RODOLFO
Alguna vez me gustaría ir a Broadway, Eddie. Me gustaría caminar con ella por donde están los teatros y la ópera. Desde chico veo fotos de todas esas luces.
EDDIE
Quiero hablar con ella un minuto. Andá para adentro, ¿puede ser?
RODOLFO
Eddie, sólo caminamos juntos por la calle. Ella me muestra lo que hay que ver.

CATHERINE
(A Eddie.) ¿Sabés lo que Rodolfo no puede entender? ¡Que no haya fuentes en Brooklyn!

EDDIE
¿Fuentes?
CATHERINE
Dice que en Italia cada pueblo tienes fuentes, y se encuentran ahí. ¿Y sabés qué? Tienen naranjas en los árboles, y limones. ¿Te das cuenta – en los árboles? Interesante, ¿no? Está loco por Nueva York.
RODOLFO
Eddie, ¿por qué no podemos ir a Broadway?
EDDIE
Tengo que hablar con ella.
RODOLFO
Vos también podés venir. Quisiera ver todas esas luces... Voy a caminar por la costanera antes de ir a dormir. (Sale.)
CATHERINE
¿Por qué no le hablás? Él te adora y vos ni siquiera le dirigís la palabra.
EDDIE
Yo te adoro y vos no me hablás.
CATHERINE
¿Yo no te hablo?
EDDIE
Ya casi ni te veo. Cuando llego a casa estás saliendo a las corridas...
CATHERINE
Bueno, él quiere ver todo, por eso salimos... ¿Estás enojado conmigo?
EDDIE
No. Sólo que antes, cuando volvía a casa, siempre estabas ahí. Y ahora... yo no sé cómo hablarte.
CATHERINE
¿Por qué?
EDDIE
No sé, siempre estás corriendo, Katie. No creo que quieras seguir escuchándome.
CATHERINE
Eddie, claro que si. ¿Qué te pasa? ¿Él no te gusta?
EDDIE
¿A vos te gusta, Katie?
CATHERINE
Sí, me gusta.
EDDIE
Te gusta.
CATHERINE
Sí. ¿Qué tenés contra él? No entiendo. Si te adora.
EDDIE
No me adora, Katie.
CATHERINE
Claro que sí. ¡Sos como un padre para él!
EDDIE
Katie.
CATHERINE
¿Qué, Eddie?
EDDIE
¿Vas a casarte con él?
CATHERINE
No sé. Sólo estamos... saliendo, eso es todo. ¿Qué tenés contra él, Eddie? Por favor, decíme… ¿Qué?
EDDIE
No te respeta.
CATHERINE
¿Por qué?
EDDIE
Katie... si no fueses huérfana, ¿no tendría que pedirle permiso a tu padre antes de andar de un lado para otro con vos?
CATHERINE
Ah, bueno, pensó que no te iba a importar.
EDDIE
Él sabe que me importa, pero no le molesta que me importe, ¿te das cuenta?
CATHERINE
No, Eddie, tiene todo el respeto del mundo por mi. ¡Y por vos también!. Cuando caminamos por la calle me agarra el brazo y hasta es capaz de hacerme una reverencia. Te equivocás con él, Eddie; de veras, yo...
EDDIE
Katie, él sólo le hace una reverencia a su pasaporte.
CATHERINE
¡Su pasaporte!
EDDIE
Sí. Si se casa con vos tiene derecho a ser ciudadano. Eso es lo que está pasando acá. ¿Entendés lo que digo? El tipo está buscando su futuro, eso es lo que busca.
CATHERINE
No, Eddie, no lo creo.
EDDIE
¿No lo creés? Katie, me vas a hacer llorar. ¿Eso es un trabajador para vos? ¿Qué hizo con su primer sueldo? Se compró un saco elegante, discos, un par de zapatos nuevos y los hijos de su hermano muriéndose de hambre allá y con tuberculosis. Ese tipo roba lo que necesita y se escapa, nena, tiene luces en la cabeza, Broadway ¡Tipos como ése no piensan nada más que en ellos mismos! ¡Te casás con él y la próxima vez que lo ves va a ser para el divorcio!
CATHERINE
Eddie, nunca dijo nada sobre sus papeles...
EDDIE
¿Vos creés que te va a decir algo?
CATHERINE
Ni siquiera creo que esté pensando en eso.
EDDIE
¿Y en qué puede estar pensando? ¡Lo pueden atrapar en cualquier momento y estaría de vuelta en Italia empujando taxis!
CATHERINE
No, no lo creo.
EDDIE
Katie, no me rompas el corazón, escucháme por favor...
CATHERINE
No quiero oírte.
EDDIE
Katie, escucháme...
CATHERINE
¡Me ama!
EDDIE
¡No digas eso, por amor de Dios! Es el fraude más viejo de los que se cometen en el país...
CATHERINE
¡No lo creo!
EDDIE
Agarran a una chica inocente que no sabe nada y...
CATHERINE
¡No lo creo y quisiera que te calles la boca!
EDDIE
¡Katie! (Entran al departamento. Allí está Beatrice.) ¿Por qué no la ponés en vereda?

BEATRICE
¿Cuándo la vas a dejar sola?
EDDIE
¡Bea, ese tipo no es bueno!
BEATRICE ¿No pensás dejarla en paz? ¿O me querés volver loca? (Eddie sale. Catherine empieza a irse al dormitorio) Catherine, vení. ¿Qué es lo que vas a hacer con tu vida?
CATHERINE
No lo sé.
BEATRICE
No me digas que no lo sabés; ya no sos una nena, ¿qué vas a hacer con tu vida?
CATHERINE
No me escucha.
BEATRICE
No lo entiendo. No es tu padre, Catherine. No entiendo qué pasa acá.
CATHERINE
¿Qué tengo que hacer? ¿Refregarle en la cara que no es mi padre?
BEATRICE
Mirá, querida, ¿querés casarte o no querés casarte? ¿Qué es lo que te preocupa, Katie?
CATHERINE
No lo sé, Bea. Todo me parece mal si Eddie está en contra.
BEATRICE
Sentáte, querida, quiero contarte algo. Acá, sentáte. ¿Alguna vez hubo un chico que le gustase? No hubo, ¿no es así?
CATHERINE
Él dice que Rodolfo sólo está detrás de sus papeles...
BEATRICE
Mirá, él puede decir cualquier cosa. ¿Qué te importa? Si fuera un príncipe el que viniera a buscarte no habría diferencia. Lo sabés, ¿no?
CATHERINE
Sí.
BEATRICE
¿Y eso qué significa?
CATHERINE
¿Qué?
BEATRICE
Significa que tenés que ser vos misma. Ya nadie puede decidir por vos, ¿entendés? Tenés que hacerle entender de una buena vez que ya no puede darte mas órdenes.
CATHERINE
Sí, ¿pero cómo voy a hacer eso?
BEATRICE
Te lo dije cien veces: no podés actuar de la manera en que actuás. Todavía caminás cerca suyo en bombacha...
CATHERINE
Es que me olvido...
BEATRICE
Bueno, no podés olvidarte. O cuando te sentás en el borde de la bañadera para hablarle cuando se afeita en calzoncillos.
CATHERINE
¿Cuándo hice eso?
BEATRICE
¡Esta mañana por ejemplo!
CATHERINE
Bueno... sólo quería contarle algo y...
BEATRICE
Ya lo sé, querida. Pero si actuás como una nena él te va a tratar como a una nena. Como cuando llega a casa y te tirás en sus brazos como cuando tenías doce.
CATHERINE
Bueno, me gusta verlo y me pone feliz, por eso...
BEATRICE
Mirá, no te estoy diciendo qué tenés que hacer, querida, pero...
CATHERINE
¡No, vos podés decirme lo que te parezca!... Ay, estoy confundida. No sé... Se lo ve tan triste y eso me duele.
BEATRICE
Mirá, Katie, si te va a doler tanto vas a terminar siendo una solterona.
CATHERINE
¡No!
BEATRICE
Te lo digo, no es una broma. Quise decírtelo un par de veces este año. Por eso estaba tan contenta cuando conseguiste ese trabajo, porque así no ibas a estar tanto acá y te haría un poco más independiente. En serio. Es maravilloso para una familia que todos se quieran, pero sos una mujer y estás en la misma casa con un hombre. Así que ahora vas a actuar distinto, ¿si?
CATHERINE
Sí, lo voy a hacer.
BEATRICE
Porque no depende solo de él, Katie, ¿entendés? A él ya se lo dije.
CATHERINE
¿Qué?
BEATRICE
Que tiene que dejarte ir. Pero, ya sabés, si sólo se lo digo a él puede pensar que lo estoy retando, o que estoy celosa, o algo así, ¿entendés?
CATHERINE
¿Dijo que estabas celosa?
BEATRICE
No, sólo digo que puede llegar a pensarlo. ¿Pensás que estoy celosa de vos, querida?
CATHERINE
¡No! Es la primera vez que pienso en eso.
BEATRICE
Deberías haberlo pensado antes... pero no estoy celosa. Todos vamos a estar bien. Hacé que entienda ésto; no tenés que pelearte, es que ya sos... Sos una mujer, eso, y tenés un buen chico al lado tuyo, y ahora llegó el tiempo de decirnos adiós… ¿De acuerdo?
CATHERINE
Está bien... si puedo.
BEATRICE
Querida... tenés que poder.
CATHERINE
Está bien.
Alfieri en su escritorio.
ALFIERI
Fue en ese tiempo cuando vino a verme por primera vez. Yo había representado a su padre en un juicio por accidente unos años antes, y conocía a su familia de un modo casual. Lo recuerdo atravesando la puerta... (Eddie entra) Sus ojos parecían túneles; mi primer pensamiento fue que había cometido un crimen... pero pronto vi que una pasión se había metido en su cuerpo, como un extraño. (A Eddie.) No entiendo qué puedo hacer por usted. ¿Es una cuestión legal?
EDDIE
Eso es lo que quiero preguntarle.
ALFIERI
Porque no hay nada ilegal que una chica se enamore de un inmigrante.
EDDIE
Sí, ¿pero qué pasa si el único motivo que tiene es conseguir sus papeles?
ALFIERI
Antes que nada, usted no sabe eso.
EDDIE
Lo veo en sus ojos; ese tipo se burla de ella y se burla de mí….
ALFIERI
Eddie, soy abogado. Sólo puedo tratar con lo puede probarse. ¿Entiende esto?... ¿Puede probarlo?
EDDIE
¡Sé lo que hay en su cabeza, señor Alfieri!
ALFIERI
Eddie, aunque eso pueda probarse...
EDDIE
¿Me puede escuchar? Mi padre siempre decía que usted era un hombre inteligente. Quiero que me escuche.
ALFIERI
Sólo soy un abogado, Eddie...
EDDIE
¿Me va a escuchar o no? Estoy hablando de la ley. Déjeme decirle lo que pienso. Un hombre, que entra ilegalmente al país, por lógica va guardar cada centavo debajo del colchón, ¿no? Porque no saben qué puede pasar mañana ¿no es cierto?
ALFIERI
Sí.
EDDIE
Pero éste gasta todo. Hoy se compra discos. Zapatos. Sacos. ¿Me entiende? Este tipo no está preocupado. Este tipo está acá. Tiene todo planeado... se va a quedar. ¿Correcto?
ALFIERI
¿Y? ¿Con eso qué?
EDDIE
Estamos hablando confidencialmente, ¿no?
ALFIERI
Seguro.
EDDIE
No va a salir de acá. Porque no me gusta decir ésto de nadie. Ni a mi mujer se lo dije.
ALFIERI
¿Qué?
EDDIE
El tipo no es normal, señor Alfieri.
ALFIERI
¿Qué quiere decir?
EDDIE
No es un tipo normal.
ALFIERI
No entiendo.
EDDIE
Es rubio... ¿Me entiende?
ALFIERI
No.
EDDIE
Quero decir que si uno cierra el diario de golpe... lo puede ver saltando asustado.
ALFIERI
Eso no significa nada...
EDDIE
Espere, no le conté todo… Canta, ¿entiende?… Ya sé que eso no significa… en principio… que haya un problema, pero a veces alcanza cada nota, que me tengo que dar vuelta… para saber si… ¿Se da cuenta?
ALFIERI
Claro, es tenor.
EDDIE
Sé lo que es un tenor, señor Alfieri. Y éste no es tenor. Si usted entra en la casa y no sabe quién está cantando en vez de buscarlo a él, buscaría una ella.
ALFIERI
Si, pero eso...
EDDIE
Espere, no le conté todo, señor Alfieri. Hace un par de noches mi sobrina sacó un vestido que era chico para ella... El tipo agarra el vestido, lo pone sobre la mesa, lo corta: un, dos, tres... hace un vestido nuevo. Quiero decir, se lo veía tan dulce, como un ángel – si lo hubiera visto lo habría besado, tan dulce.
ALFIERI
Mire, Eddie...
EDDIE
Señor Alfieri, se ríen de él en los muelles. Me da vergüenza. Lo llaman Muñeca de Papel. Ahora le dicen la Rubia. Su hermano dice que es porque tiene sentido del humor, ¿se da cuenta? Y lo tiene. Pero no se ríen por eso. Pero no se va a salir con la suya porque saben que, sea lo que sea, el tipo es mi pariente y se las van a tener que ver conmigo si lo cargan, ¿se da cuenta?. Pero sé muy bien de qué se ríen, y cuando pienso en ese tipo poniendo sus manos sobre ella, yo podría... Me está matando, señor Alfieri, ¡porque yo luché por esa chica! Y ahora éste viene a mi casa y...
ALFIERI
Eddie, mire... yo tengo hijos. Lo entiendo. Pero la ley es muy clara… la ley no...
EDDIE
¿Entonces no hay una ley contra alguien que no es normal o vago o que quiera casarse con una chica y...
ALFIERI
No hay amparo en la ley, Eddie.
EDDIE
Sí, pero no es normal, señor Alfieri.
ALFIERI
No hay nada que pueda hacer, Eddie, créame.
EDDIE
Nada.
ALFIERI
Nada. Acá hay una sola cuestión legal.
EDDIE
¿Cuál?
ALFIERI
La forma en que entraron al país. Pero no creo que usted quiera hacer algo al respecto, ¿no?
EDDIE
¿Usted dice...
ALFIERI
Bueno, entraron ilegalmente.
EDDIE
No, por Dios, no. No haría nada con eso, quiero decir...
ALFIERI
Está bien, entonces, déjeme hablar, ¿sí?
EDDIE
Señor Alfieri, no puedo creer lo que me dice. Debe existir algún tipo de ley que...
ALFIERI
Eddie, quiero que me escuche… Usted sabe, a veces Dios confunde a la gente. Todos amamos a alguien, la mujer, los chicos... todo hombre tiene alguien a quien amar, ¿no?. Pero a veces...
es demasiado. ¿Entiende? Es demasiado y a veces uno va donde no tiene que ir. Un hombre trabaja muy duro, educa a una chica, a veces una sobrina, o una hija, y no se da cuenta, pero después de años... hay demasiado amor por esa hija, hay demasiado amor por esa sobrina. ¿Me entiende?
EDDIE
¿Qué quiere decir? ¿Que no debo buscar lo mejor para ella?
ALFIERI
Sí, pero estas cosas tienen que terminar, Eddie, eso es todo. La chica tiene que crecer e irse y el hombre tiene que aprender a olvidar. Porque después de todo, Eddie -¿de qué otra forma puede terminar esto? Déjela ir. Es mi consejo. Usted hizo su trabajo, ahora es la vida de ella, deséele suerte y déjela ir. ¿Lo va a hacer? Porque no hay ley, Eddie, grábeselo en la cabeza, la ley no está interesada en esto.
EDDIE
¿Me está diciendo que aunque sea un vago? ¿Aunque...
ALFIERI
No puede hacer nada.
EDDIE
Bueno, está bien, gracias. Muchas gracias.
ALFIERI
¿Qué va a hacer?
EDDIE
¿Qué puedo hacer? Si soy un imbécil, ¿qué puede hacer un imbécil? Trabajé como un perro veinte años para que un vago se la lleve, eso hice. Quiero decir, en los peores momentos, los peores, cuando no llegaba ningún barco al puerto, no me quedé parado esperando un milagro: me rompí bien el culo. Cuando los muelles estaban vacíos en Brooklyn me iba a Hoboken, a Staten Island, al West Side, a Jersey, a cualquier lado... porque había hecho una promesa. Me saqué el pan de la boca para dárselo. Y le saqué el pan a mi mujer. ¡Caminé muerto de hambre muchos días en esta ciudad! ¡Y ahora tengo que sentarme en mi propia casa y mirar a un vago hijo de puta venido de la nada. Le di mi casa para que durmiera. Saqué las frazadas de mi cama para ponerlas en la cama de él, y él pone sus manos roñosas sobre ella como un ladrón.
ALFIERI
Eddie, es una mujer...
EDDIE
¡Me la está robando!
ALFIERI
Quiere casarse, Eddie. Ella no puede casarse con usted, ¿no?
EDDIE
¿De qué está hablando? ¿Casarse conmigo? ¡No sé de qué carajo está hablando!
ALFIERI
Le dí mi consejo, Eddie. Eso es todo.
EDDIE
Gracias, muchas gracias. Es que... me está partiendo el corazón, ¿se da cuenta?. Yo...
ALFIERI
Lo entiendo. Sáqueselo de la cabeza. ¿Puede hacerlo?
EDDIE
Yo... Nos vemos. (Sale.)
ALFIERI
Hay veces que uno quiere dar la señal de alarma, pero nada sucede. Lo supe, lo supe en aquel momento. Y podría haber terminado con toda esa historia aquella tarde. No estaba frente a un misterio a develar. Podía ver cada paso futuro, paso a paso, como una silueta oscura caminando a través de un largo corredor hacia una puerta determinada. Sabía hacia dónde iba Eddie, sabía dónde iba a terminar. Y me senté muchas tardes aquí preguntándome por qué yo, siendo un hombre inteligente, había demostrado tanta impotencia en frenar todo aquello. Si hasta fui a ver a cierta anciana del barrio, una anciana muy sabia, y le conté, y ella sólo asintió y dijo: “Rece por él”. Y entonces yo... esperé.
El departamento. Todos están terminando de comer: Beatrice, Eddie, Marco, Catherine y Rodolfo.
CATHERINE
¿Sabés dónde estuvieron?
BEATRICE
¿Dónde?

CATHERINE
Fueron a África una vez. En un barco de pesca. Es cierto, Eddie. (Beatrice sale.)

EDDIE
No dije nada.
CATHERINE
Y yo ni siquiera fui a la Estatua de la Libertad.

EDDIE
No te perdiste nada. (Catherine sale.) Marco, ¿cuánto tiempo te llevó llegar a África?

MARCO
Eh... dos días… Estuvimos por todos lados.
RODOLFO
Y una vez fuimos a Yugoslavia.
EDDIE
¿Pagan bien en esos botes? (Entra Beatrice.)

MARCO
Si la pesca es buena, pagan bien.
RODOLFO
Son botes de familia. Y nadie en nuestra familia tenía uno. Por eso trabajábamos cuando alguno de otra familia estaba enfermo.
BEATRICE
¿Sabés qué, Marco? Lo que no puedo entender es que teniendo un océano lleno de peces se
mueran de hambre.

EDDIE
Hay que tener botes, redes, necesitás plata. (Catherine entra.)

BEATRICE
Sí, ¿pero no pueden pescar en la playa? Aquí en Coney Island se ve gente pescando en la playa...
MARCO
Sardinas.
EDDIE
Claro. ¿Cómo vas a pescar sardinas con anzuelo?

BEATRICE
Ah, no sabía que eran sardinas. (A Catherine.) ¡Son sardinas!

CATHERINE
Sí, las siguen por todo el océano, África, Yugoslavia...
BEATRICE
Es gracioso, ¿no? Uno nunca piensa en eso. Que las sardinas nadan en el océano. (Sale.)
CATHERINE Claro. Es como las naranjas y los limones en los árboles. (A Eddie.) ¿Alguna vez pensaste en naranjas o en limones en los árboles?
EDDIE Sí... Es gracioso. (A Marco.) Oí que a las naranjas las pintan para que se vean naranjas. (Entra Beatrice.)
MARCO
¿Las pintan? (Leyendo una carta, que sacó del bolsillo)
EDDIE
Sí, oí que crecen verdes...
MARCO
No, en Italia las naranjas son naranja.
RODOLFO
Los limones son verdes.
EDDIE
Ya sé que los limones son verdes, por el amor de Cristo, lo ves en la frutería, a veces son verdes. Dije que pintan naranjas, no dije nada sobre los limones.
BEATRICE
¿Tu mujer está recibiendo el dinero sin problemas, Marco?
MARCO
Sí. Compró los remedios para mi chico.
BEATRICE
Qué bueno. Te sentís mejor, ¿no?
MARCO
Sí. Pero solo.
BEATRICE
Espero que no hagas como algunos que conozco… Están acá veinticinco años, algunos hombres, y nunca ahorran para volver.
MARCO
Lo sé. Tenemos familias en nuestro pueblo, los hijos jamás vieron a sus padres. Pero yo voy a volver. En tres, cuatro años, creo.
BEATRICE
Tal vez deberías dejar algo de plata ahorrada acá. Porque a lo mejor ella piensa que se consigue tan fácil y se lo gasta todo, y así no vas a tener para volver.
MARCO
No, ella ahorra. Yo mando todo. Mi esposa está sola.
BEATRICE
Debe ser buena. ¿Es linda?… A que sí.
MARCO
No, pero entiende todo.
RODOLFO
Marco tiene una esposa inteligente.
EDDIE
Apuesto que hay tipos que al volver se llevan una sorpresa, ¿no?
MARCO
¿Sorpresa?
EDDIE
Quero decir... cuentan los chicos y hay un par más...
MARCO
No, no... Las mujeres esperan, Eddie. La mayoría. La gran mayoría. Pocas sorpresas.
RODOLFO
Es más estricto en nuestro pueblo. No es tan libre.
EDDIE
Acá tampoco es tan libre, Rodolfo… Vi algunos novatos meterse en problemas... piensan que porque una chica no anda con un pañuelo en la cabeza… no es seria, ¿sabés? Una chica no tiene que andar de negro para ser seria, ¿entendés?
RODOLFO
Bueno, siempre tengo respeto...
EDDIE
Lo sé, pero a que en tu pueblo no andan con una chica por cualquier parte sin permiso. ¿Entendés, Marco? Acá no es tan diferente.
MARCO
Sí.
BEATRICE
Pero Rodolfo no la lleva a cualquier parte, Eddie.
EDDIE Ya sé, pero veo que algunos se hacen una idea equivocada, a veces. (A Rodolfo.) Quiero decir que acá todo puede parecer más libre pero es tan estricto como allá.
RODOLFO
La respeto, Eddie… ¿Hice algo mal?
EDDIE
Mirá, no soy su padre... sólo soy su tío...
BEATRICE
Entonces, comportáte como un tío. ¿No te parece?

MARCO
No, Beatrice, si él hace algo mal hay que decírselo. (A Eddie.) ¿Qué hace mal?

EDDIE
Bueno, Marco, hasta que él llegó ella no andaba por la calle a las doce de la noche.
MARCO
Tenés que volver a casa más temprano.
BEATRICE
Vos misma dijiste que la película terminó tarde, ¿no?
CATHERINE
Sí.
BEATRICE
Bueno, decíselo, querida. (A Eddie.) La película terminó tarde.

EDDIE
Mirá, Bea, lo que quiero decir... él puede pensar que ella era de salir hasta cualquier hora.
MARCO
Tenés que volver temprano, Rodolfo.
RODOLFO
Está bien, claro. Pero no puedo quedarme en la casa todo el tiempo, Eddie...
EDDIE
Mirá, querido, no estoy hablando sólo de ella. Cuanto más te exponés, más riesgos corrés. (A Beatrice.) Quiero decir: suponéte que lo atropella un auto o algo así. (A Marco.) ¿Dónde están sus papeles, quién es él? ¿Entendés lo que digo?
BEATRICE
Sí, ¿y durante el día, quién es, entonces? Es lo mismo durante el día.
EDDIE
Sí, pero no hay que andar provocando, Beatrice. Si está acá para trabajar, entonces tiene que trabajar; ahora, si está acá para divertirse, que vaya a divertirse por ahí. (A Marco.) Pero lo que entendí, Marco, es que los dos venían a ganarse la vida para mantener la familia. Me entendés, ¿no, Marco?
MARCO
Te pido perdón, Eddie.
EDDIE
Quiero decir, eso es lo que entendí...
MARCO
Sí. Para eso vinimos.
EDDIE
Bueno, eso es lo que pido.
Catherine se levanta y pone Muñeca de Papel en el fonógrafo. CATHERINE
¿Querés bailar, Rodolfo?
RODOLFO
No... estoy cansado.
BEATRICE
Dále, Rodolfo, bailá.
CATHERINE
Vamos... Vení.
EDDIE
¿Qué es? ¿Un disco nuevo?
CATHERINE
Es el mismo. Lo compramos el otro día.
BEATRICE
Sólo compraron tres discos. Debe ser lindo andar en uno de esos botes de pesca. Me gustaría andar en uno. Ver todos esos países.
EDDIE
Sí.

BEATRICE
(A Marco.) A que las mujeres no van.

MARCO
No, en esos botes no. Es trabajo duro.
BEATRICE
¿Y qué tienen? ¿Una cocina y todo eso...?
MARCO
Sí, comemos muy bien en los botes... sobre todo cuando viene Rodolfo; engordamos todos.
BEATRICE
Ah, ¿cocina?…
MARCO
Seguro, es muy buen cocinero. Arroz, pasta, pescado, de todo.
EDDIE
¡Así que también es cocinero! Canta, cocina...
BEATRICE
Eso es bueno, siempre podrá ganarse la vida.
EDDIE
Es maravilloso. Canta, cocina, hace vestidos...
CATHERINE
Les pagan bien a eso tipos. Los chefs en todos los grandes hoteles son hombres. Leímos sobre eso.
EDDIE
¡Es lo que estoy diciendo!
CATHERINE
Sí.
EDDIE Este tipo tiene suerte, creéme. Por eso los muelles no son lugar para él. (Rodolfo apaga el fonógrafo) Por ejemplo yo: no puedo cocinar, no puedo cantar, no puedo hacer vestidos, entonces, a los muelles. Pero si pudiera cocinar, si pudiera cantar, si pudiera hacer vestidos, no estaría en los muelles. Estaría en otro lado. Estaría en un negocio de ropa. Marco, ¿qué te parece si el sábado vamos a ver box? Nunca viste una pelea, ¿no?
MARCO
Sólo en películas.
EDDIE (Va hacia Rodolfo) Te invito. ¿Qué me decís, danés? ¿Querés acompañarnos? Yo compro las entradas.
RODOLFO
Claro. Me gustaría ir.
CATHERINE
Voy a hacer un poco de café, ¿sí?
EDDIE Sí, hacé. Bueno y cargado. (Avanza hacia Marco) Ya vas a ver, Marco, vas a ver una verdadera pelea. ¿Alguna vez boxeaste?
MARCO
No, nunca.

EDDIE
(A Rodolfo) A que vos sí...

RODOLFO
No.
EDDIE
Muy bien, acércate, te voy a enseñar.
BEATRICE
¿Y para qué va a aprender eso?
EDDIE
Quién sabe, por ahí uno de estos días, alguien le pisa un pie o algo así. Vamos, Rodolfo, te voy a enseñar un par de pases.
BEATRICE
Andá, Rodolfo. Es buen boxeador, puede enseñarte.
RODOLFO
Bueno, no sé cómo...
EDDIE
Sólo levantá los brazos. Así, ¿ves? Eso. Muy bien, mantené la izquierda levantada, porque dirigís con la izquierda, ¿ves?, así... (Lleva su izquierda a la cara de Rodolfo) ¿Ves? Ahora tenés que bloquearme, así cuando yo entro así, vos… (Rodolfo para la izquierda de él) ¡Eso! ¡Muy bien! (Rodolfo ríe.) Muy bien, ahora vení a mi. Dále.
RODOLFO
No quiero golpearte, Eddie.
EDDIE No me tengas lástima, dále. Tirálo, te voy a mostrar cómo bloquearlo. (Rodolfo le tira una trompada.) Eso es, dále otra vez. Ahora a la mandíbula. (Rodolfo tira la trompada con mas seguridad) ¡Muy bien!
BEATRICE
¡Es muy bueno!
EDDIE ¡Claro que es bueno! ¡Vamos, con todo, no me vas a lastimar! (Rodolfo apunta a la mandíbula de Eddie y la roza.) Así se hace. (Catherine viene de la cocina.) Ahora te voy a pegar, así que bloqueáme, ¿sabés?
CATHERINE
¿Qué hacen?
BEATRICE
¡Le está enseñado; es muy bueno!

EDDIE
¡Claro que si, es increíble! ¡Miren qué bien va! (Rodolfo le acierta un golpe) ¡Esssso! ¡Ahora,
cuidado, que voy yo, danés! (Apunta con la izquierda pero lo golpea con la derecha. Rodolfo
trastabilla.)

CATHERINE
¡Eddie!
EDDIE
¿Qué? No lo lastimé. ¿Te lastimé?
RODOLFO
No, no... Sólo me sorprendió.
BEATRICE
Suficiente, Eddie… lo hizo muy bien.
EDDIE
Sí. Puede ser muy bueno, Marco. Le voy a enseñar otra vez.
RODOLFO
Bailá, Catherine. Vení.
Van al fonógrafo. Suena Muñeca de papel. Bailan.
Marco agarra la silla de la izquierda de la mesa, la ubica frente a Eddie y la mira.

MARCO
¿Podés levantar esta silla?
EDDIE
¿Qué querés decir?
MARCO
Desde acá. (Se arrodilla con una sola pierna con una mano detrás de la espalda, agarra el final de una de las patas de la silla pero no la levanta)
EDDIE
Claro, ¿por qué no? (Va hacia la silla, se arrodilla, agarra la pata, levanta la silla un centímetro pero se inclina y cae al suelo) Epa, es difícil, no sabía. (Intenta otra vez y vuelve a fallar) Está en ángulo, por eso, ¿no?
MARCO
Así. (Se arrodilla y con mínimo esfuerzo levanta lentamente la silla más y más alto. Se para.
Rodolfo y Catherine dejan de bailar mientras Marco levanta la silla sobre su cabeza.
Ahora está cara a cara con Eddie, una tensión por el esfuerzo atrapa sus ojos y su mandíbula,
su cuello tenso, la silla elevada como un arma -transforma lo que podría aparecer como una
mirada de advertencia en una sonrisa de triunfo y la sonrisa de Eddie se desvanece mientras
Marco absorbe su mirada.)



ACTO SEGUNDO



Alfieri en su escritorio.
ALFIERI
Ese veintitrés de diciembre un cajón de whisky escocés se cayó mientras lo descargaban, como suele ocurrir con un cajón de whisky escocés que se descarga un veintitrés de diciembre en el muelle cuarenta y uno. No nevaba, pero hacía frío, su mujer había salido a hacer las compras. Marco todavía estaba en el trabajo. El chico, ese día, no había sido contratado, Catherine me contó mas tarde que ésa había sido la primera vez que estaban solos en la casa.
El living. Catherine y Rodolfo. Hay decoraciones navideñas.
CATHERINE
¿Tenés hambre?
RODOLFO
No de comida. Tengo casi trescientos dólares. ¿Catherine?
CATHERINE
Te oí.
RODOLFO
¿No te gusta seguir hablando de eso?
CATHERINE
No tengo problema…
RODOLFO
¿Qué te preocupa, Catherine?
CATHERINE
Quería preguntarte algo. ¿Puedo?
RODOLFO
Todas las respuestas están en mis ojos, Catherine. Pero hace mucho que no me mirás a los ojos. Estás llena de secretos. ¿Cuál es la pregunta?
CATHERINE
Suponéte que quiera vivir en Italia.
RODOLFO
¿Vas a casarte con alguien rico?
CATHERINE
No, quiero decir... vivir allá: vos y yo.
RODOLFO
¿Cuándo?
CATHERINE
Bueno... cuando nos casemos.
RODOLFO
¿Querés ser italiana?
CATHERINE
No, pero podría vivir allá sin ser italiana. Los norteamericanos viven allá.
RODOLFO
¿Para siempre?
CATHERINE
Si.
RODOLFO
Es una broma.
CATHERINE
No, en serio.
RODOLFO
¿Y de dónde sacaste esa idea?
CATHERINE
Bueno, siempre estás diciendo que allá es tan lindo, con las montañas y el océano y...
RODOLFO
Estás bromeando.
CATHERINE
Lo digo en serio.
RODOLFO
Catherine, si alguna vez te llevase a casa sin plata, sin trabajo, nada; llamarían al cura y al doctor y dirían que Rodolfo está loco.
CATHERINE
Lo sé, pero creo que seríamos más felices allá.
RODOLFO
¿Más felices? ¿Qué comerías? ¡No podés cocinar el paisaje!
CATHERINE
Podrías ser cantante, en Roma o en...
RODOLFO
¡Roma! Roma está llena de cantantes.
CATHERINE
Entonces yo podría trabajar.
RODOLFO
¿Dónde?
CATHERINE
¡Tiene que haber un trabajo en alguna parte!
RODOLFO
¡No hay nada! Nada, nada, nada. Ahora decíme de qué estás hablando. ¿Cómo puedo llevarte de un país rico a sufrir a un país pobre? ¿De qué estás hablando? Sería un criminal robándote la cara. En dos años tendrías una cara vieja, hambrienta. Cuando los chicos de mi hermano lloran les dan agua, agua que hierven con hueso. ¿Me crees?
CATHERINE
Tengo miedo de Eddie.
RODOLFO
No viviríamos acá. Ni bien sea ciudadano voy a poder trabajar en cualquier parte y voy a encontrar un trabajo mejor y vamos a tener una casa, Catherine... ¡Si no le tuviera miedo al arresto empezaría algo maravilloso acá!
CATHERINE
Decíme, Rodolfo, ¿querrías casarte conmigo si tuviéramos que irnos a vivir a Italia?
RODOLFO
¿Esa pregunta es tuya o es de él?
CATHERINE
Contestáme.
RODOLFO
Ir allá sin nada.
CATHERINE
Si.
RODOLFO
No. (Ella lo observa con sorpresa.) No.
CATHERINE
¿No lo harías?
RODOLFO
No; no me casaría con vos para vivir en Italia. Quiero que seas mi esposa, y quiero ser ciudadano norteamericano. Decíselo, o se lo digo yo. Si. Y también decíle, y decítelo a vos, por favor, que no soy un mendigo y vos no sos un caballo, un regalo o un favor para un inmigrante pobre.
CATHERINE
¡No te enojes!
RODOLFO
¡Estoy furioso! ¿Pensás que estoy tan desesperado? Mi hermano está desesperado, no yo. ¿Pensás que podría soportar el resto de mi vida una mujer que no quiero sólo para ser norteamericano? ¿Es tan maravilloso? ¿Te creés que en Italia no tenemos edificios altos? ¿Luz eléctrica? ¿Avenidas? ¿Banderas? ¿Te creés que no hay autos? Trabajo no hay. Quiero ser norteamericano para trabajar, ésa es la única maravilla acá: ¡el trabajo! ¿Cómo podés insultarme así, Catherine?
CATHERINE
No quise decir...
RODOLFO
Mi corazón se muere al mirarte. ¿Por qué le tenés tanto miedo?
CATHERINE
¡No lo sé!
RODOLFO
¿Confiás en mí? ¿Confiás?
CATHERINE
Pasa que... Fue tan bueno conmigo, Rodolfo. No lo conocés; siempre fue el más dulce de los hombres. Me reta siempre pero no lo hace en serio. Lo sé. Sentiría... vergüenza si se pone triste por mi culpa. Siempre soñé que cuando me casara Eddie estaría en la fiesta feliz, riéndose... y ahora está... todo el tiempo enojado y... desagradable... Decíle que vas a vivir en Italia, sólo decíselo y tal vez empiece a confiar en vos. Porque lo quiero feliz... porque... lo quiero, Rodolfo... ¡y no aguanto todo esto!
RODOLFO
¡Ay, Cathy!
CATHERINE
Te amo, Rodolfo, te amo.
RODOLFO
¿Entonces de qué tenés miedo? ¿Te va a dar un chirlo en la cola?
CATHERINE
¡No, no te rías de mi! Pasé acá toda mi vida... Cada día lo vi irse a la mañana y volver a la noche. ¿Creés que es fácil darse vuelta y decirle a un hombre que ya no significa nada?
RODOLFO
Lo sé, pero...
CATHERINE
¡No sabés, nadie lo sabe! No soy una nena, sé mucho más de lo que la gente cree. Beatrice dice que sea una mujer... ¿Entonces por qué no actúa ella como una mujer? Si yo fuera esposa haría feliz a mi hombre en vez de andar peleándome todo el tiempo. Me doy cuenta a una cuadra si está triste y necesita una charla con alguien amable y tranquilo... Me doy cuenta si tiene hambre
o quiere una cerveza antes de que diga nada. Sé cuando le duelen los pies… lo conozco, ¿y se supone que ahora le tengo que dar la espalda y tratarlo como a un extraño? No sé por qué tengo que hacer eso...
RODOLFO
Catherine. Si apreso entre mis manos un pájaro. Y crece y quiere volar. Pero no lo dejo escapar porque lo quiero mucho ¿hago bien? No digo que lo tengas que odiar; pero así y todo tenés que irte, ¿o no? ¿Catherine?
CATHERINE
Abrazáme.
RODOLFO
Mi amor...
CATHERINE
Enseñáme. No sé nada, enseñáme. Rodolfo, abrazáme.

RODOLFO
No hay nadie. Vení, entremos. Vení. Y no llores más. (Salen hacia el dormitorio. Aparece Eddie.
Borracho.)

EDDIE
¿Beatrice? ¿Beatrice? ¿Beatrice? (Catherine entra desde el dormitorio.)

CATHERINE
Volviste temprano.
EDDIE
Navidad. Nos largaron antes. ¿Rodolfo te está haciendo un vestido?

CATHERINE
No. Me estoy haciendo una blusa. (Aparece Rodolfo)

RODOLFO
Beatrice fue a comprar regalos para su madre.
EDDIE Desaparecé. Vamos. Juntá tus cosas y desaparecé. (Catherine va hacia el dormitorio y Eddie le agarra el brazo) ¿Adónde vas?
CATHERINE
Va a ser mejor que me vaya, Eddie.
EDDIE
No, vos no vas a ninguna parte, él se va.
CATHERINE
Creo que no me puedo quedar más acá. Perdón, Eddie. Bueno, no llores. Voy a estar por el barrio; te voy a ver. Sólo que ya no me puedo quedar acá. Sabés que no puedo. ¿No te das cuenta que no puedo? Lo sabés, ¿no? Deseáme suerte. ¡Eddie, no seas así!
EDDIE
Vos no vas a ninguna parte.
CATHERINE
Eddie, ¡no voy a seguir siendo una nena! Vos... (De pronto, él avanza, la atrae hacia sí y mientras ella lucha por soltarse, la besa en la boca)
RODOLFO
¡No! ¡Basta! ¡Respetála!
EDDIE
¿Querés algo?
RODOLFO
¡Si! Va a ser mi esposa. Eso es lo que quiero. ¡Mi esposa!
EDDIE
¿Y vos qué vas a ser?
RODOLFO
Yo te voy a mostrar lo que voy a ser.
CATHERINE
Esperá afuera; ¡no discutas con él..!
EDDIE
¡Vamos, mostráme!… ¿Qué vas a ser? ¡Mostráme!
RODOLFO
¡No me digas eso! (Rodolfo se lanza a atacarlo. Eddie le paraliza los brazos, riendo y de pronto,
lo besa.)

CATHERINE
¡Eddie! ¡Soltálo, me oís! ¡Te voy a matar! ¡Soltálo! (Ella tironea a Eddie de su cara y Eddie
suelta a Rodolfo. Eddie pierde el equilibrio, mientras las lágrimas caen por su cara mientras ríe
burlándose de Rodolfo. Ella lo mira horrorizada, respirando agitada. Rodolfo está paralizado ­son como animales que se han lastimado uno al otro y que se han apartado sin una decisión,
cada uno esperando el paso del otro.)

EDDIE
(A Catherine.) ¿Ves? (A Rodolfo.) Te doy hasta mañana. Fuera de acá. Solo. ¿Me oíste? Solo.
CATHERINE
Me voy con él, Eddie.
EDDIE
Con eso no. No me hagas hacer una locura, Catherine. Cuidado, ilegal de mierda. Deberían devolverte al agua. Pero me das lástima. Desaparecé de acá y cuidáte muy bien de no ponerle una mano encima si es que no querés salir con los pies para adelante. (Sale.)
Alfieri en su escritorio
ALFIERI
Lo volví a ver el veintisiete de diciembre. Por lo general me voy a casa mucho antes de las seis, pero ese día me quedé sentado mirando la bahía por la ventana, y cuando lo vi atravesar la puerta, supe que él era el motivo por el que me había quedado. Y si parece que cuento todo esto como un sueño, es porque sucedió así. Hubo varios momentos en el curso de los dos encuentros que tuvimos en los que tomé conciencia cuánto me tocaba a mí todo esto... llegué a sentirme traspasado por la situación. En algún lugar había perdido mi fuerza. (Eddie entra) Lo miré a los ojos más que escucharlo – en realidad, me cuesta recordar la conversación. Pero no voy a poder olvidarme de la oscuridad en la que se hundió el cuarto cuando me miró; sus ojos como túneles. Quería llamar a la policía, pero nada había pasado. Nada de nada había pasado. (A Eddie) En otras palabras, ¿él no piensa irse?
EDDIE
Mi esposa habla de alquilar una pieza arriba para ellos. Una vieja tiene una pieza vacía en el último piso.
ALFIERI
¿Y Marco qué dice?
EDDIE
Se queda sentado. Marco no habla mucho.
ALFIERI
No le contaron, ¿no?, lo que pasó.
EDDIE
No sé; Marco no habla mucho.
ALFIERI
¿Y su mujer qué dice?
EDDIE
Nadie habla mucho en la casa... ¿Entonces?
ALFIERI
No probó nada en contra de él. Lo único que pasó fue que él no tuvo la fuerza suficiente para soltarse de su abrazo...
EDDIE
Le estoy diciendo que lo sé: no es normal. Sólo el que no quiere soltarse, no se suelta. Hasta un ratón -si usted agarra un ratón y lo sostiene en la mano -sabe como defenderse. No se defendió, lo sé, señor Alfieri, el tipo no es normal.
ALFIERI
¿Para qué hizo eso, Eddie?
EDDIE
¡Para mostrarle a ella lo que es! ¡Para que lo viese de una vez por todas! ¡Su madre se revolcaría en la tumba...! ¿Así que ahora qué tengo que hacer? Dígame qué hacer.
ALFIERI
¿Le dijo que se iba a casar con él?
EDDIE
Si, me lo dijo. ¿Qué hago?
ALFIERI
Éste es mi último consejo, Eddie, tómelo o déjelo, es su problema. Moral y legalmente no tiene derechos, no la puede detener; es un ser libre.
EDDIE
¿No escuchó lo que le dije?
ALFIERI
Escuché lo que me dijo, y le voy a dar la respuesta. No sólo se lo digo, se lo advierto: la ley es natural. La ley sólo nombra algo que tiene derecho a suceder. Cuando la ley está equivocada es antinatural, pero en este caso no lo es, y si usted se empeña en detener un río, va a terminar ahogándose. Déjela ir. Y bendígala. Tarde o temprano alguien va a venir por ella. ¡No va a tener un sólo amigo en el mundo, Eddie!. ¡Hasta aquellos que hoy lo entienden se van a volver en su contra y aquellos que piensan hoy como usted, lo van a despreciar! (Eddie sale) ¡Sáqueselo de la cabeza! ¡Eddie! (Eddie junto a la cabina telefónica.)
EDDIE
Déme el teléfono del Departamento de Inmigración. Gracias. (Disca) Quiero reportar algo. Inmigrantes ilegales. Dos. Sí. Cuatro cuarenta y uno Saxon Street, Brooklyn. Si. Planta baja. ¿Eh? Estoy en el barrio, por eso. ¿Eh? (Evidentemente le hacen más preguntas. Cuelga. Deja el teléfono cuando Louis y Mike bajan por la calle a la izquierda)
LOUIS
¿Venís al bowling, Eddie?
EDDIE
No, me esperan en casa.
LOUIS
Bueno, cuidáte.
EDDIE Nos vemos. (Los ve salir. Beatrice está sacando los adornos navideños y los guarda en una caja) ¿Dónde están todos? Te pregunté dónde están todos.
BEATRICE
Decidí mudarlos arriba con la señora Dondero.
EDDIE
¿Ya se mudaron arriba?
BEATRICE
Si.
EDDIE
¿Dónde está Catherine? ¿Arriba?
BEATRICE
Sólo fue a llevarles fundas para las almohadas.
EDDIE
No va a mudarse ahí con ellos..
BEATRICE
Mirá, estoy harta y cansada de todo esto. ¡Estoy harta y cansada!
EDDIE
Está bien, está bien, calmáte...
BEATRICE
No quiero oír nada más sobre este asunto, ¿entendiste? ¡Nada!
EDDIE
¿De qué te estás quejando? ¿Quién los trajo acá?
BEATRICE
Está bien, lo siento; tendría que haberme muerto antes de decirles que vengan. Enterrada tendría que estar.
EDDIE
No te mueras, alcanza con que recuerdes quién los trajo acá, nada más. Supongo que todavía tengo derechos en esta casa. Ésta es mi casa, no la de ellos.
BEATRICE
¿Qué querés de mi? Ya se mudaron; ¿ahora qué querés?
EDDIE
¡Quiero que me respeten!
BEATRICE
Ya los mudé, ¿qué mas querés? Ahora tenés tu casa, todos te respetamos.
EDDIE
No me gusta el modo en el que me estás hablando, Beatrice.
BEATRICE
¡Sólo te estoy diciendo que hice lo que querías!
EDDIE
¡No me gusta!. El modo en que me hablás y el modo en que me mirás. Esta es mi casa. Y ella es mi sobrina y soy responsable por ella.
BEATRICE
¿Y por eso le hiciste eso a Rodolfo?
EDDIE
¿Qué le hice?
BEATRICE
Lo que le hiciste a Rodolfo delante de ella... sabés de qué hablo. Ella va de un lado a otro temblando sin parar, ¡no puede dormir! ¿A eso llamás ser responsable por ella?
EDDIE
Ese tipo no es normal, Beatrice. (Silencio.) ¿Oíste?
BEATRICE
Mirá, terminála con eso. ¡Basta!
EDDIE
Uno de estos días voy a tener que hablar claro con vos, Beatrice.
BEATRICE
No ténes nada que hablar conmigo, está todo muy claro. Ahora vamos a hacer como si nada hubiera pasado, y ya está.
EDDIE
Quiero que me respeten, Beatrice, y sabés de qué estoy hablando.
BEATRICE
¿De qué?
EDDIE
De lo que me da la gana de hacer en la cama y de lo que no me da la gana de hacer en la cama. No quiero...
BEATRICE
¿Y cuándo dije algo sobre eso?
EDDIE
Lo dijiste, sí, no soy sordo. No quiero tener más conversaciones de ese tipo, Beatrice. Hago lo que se me da la gana o lo que no se me da la gana y punto.
BEATRICE
Bueno.
EDDIE
Eras distinta, Beatrice.
BEATRICE
Yo no soy distinta.
EDDIE
No te peleabas conmigo a cada rato y por todo. Desde hace un año o dos entro a esta casa y no sé qué me va a golpear. Ésto es un polígono de tiro y yo soy el blanco de todos.
BEATRICE
Bueno, bueno.
EDDIE
No me digas bueno, bueno, te estoy diciendo la verdad. Una esposa debe creer en su marido. Y si te digo que ese tipo no es normal no me digas que es normal.
BEATRICE
¿Pero cómo lo sabés?
EDDIE
Porque lo sé. Yo no voy por ahí acusando. Me dio escalofríos desde el primer momento. Y no quiero que digas que no quiero que ella se case con nadie. Me rompí el lomo pagándole las clases de estenografía para que pudiera salir y conocer otra clase de gente. ¿Haría eso si no quisiera que se case? A veces hablás como si estuviera loco o algo así.
BEATRICE
Pero a ella le gusta él.
EDDIE
Beatrice, ella es una nena, ¿cómo va a saber qué le gusta?
BEATRICE
Bueno, vos la seguís viendo como una nena, no la dejabas salir. Te lo dije cien veces.
EDDIE
Está bien, dejála salir, entonces...
BEATRICE
Ahora ella es la que no quiere salir. Es demasiado tarde, Eddie. (Pausa)
EDDIE
Y si yo le insisto que salga…si yo...
BEATRICE
Eddie, se casan la semana que viene.
EDDIE
¿Ella te lo dijo?
BEATRICE
Eddie, si querés mi consejo, andá y deseále buena suerte.
EDDIE
¿Cuál es el apuro?
BEATRICE
Bueno, le preocupa que lo arresten a Rodolfo, si se casan puede empezar los trámites de ciudadanía. Lo ama, Eddie. ¿Por qué no le das tu bendición? Estoy segura de que a ella le gustaría tenerte de amigo… Un gesto... por ejemplo: decirle que vas a ir a la boda.
EDDIE
¿Ella te pidió eso?
BEATRICE
Sé que le gustaría. Yo quisiera darle una fiesta acá. Tenemos que hacerle algún tipo de despedida, ¿no?. Ya va a tener bastantes problemas en su vida. ¿Qué me decís? En su corazón todavía te quiere, Eddie. Lo sé. ¿Por qué llorás? Andá... ¿por qué no le decís que estás arrepentido. Ahí viene... Vamos, hacéte amigo.
EDDIE
No, no puedo, no puedo hablarle.
BEATRICE
Eddie, dále un respiro, ¡una boda tiene que ser feliz!

EDDIE
Me voy, me voy a dar una vuelta. (Entra Catherine.)

BEATRICE
¿Katie?... Eddie, no te vayas, esperá... Pedíle, Katie.
EDDIE
Está bien, yo...
BEATRICE
No, quiere pedírtelo. Vamos Katie, pedíselo. ¡Vamos a tener una fiesta! ¿Qué vamos a hacer, odiarnos? ¡Vamos!
CATHERINE
Me voy a casar, Eddie. Así que si querés venir, la boda es el sábado.
EDDIE
Está bien. Sólo quería lo mejor para vos, Katie. Espero que lo sepas.
CATHERINE
Bueno.
EDDIE
¿Catherine? Recién le decía a Beatrice... que si querés salir más... Recién me doy cuenta que te tuve encerrada en esta casa. Porque es el primer tipo que conociste, ¿entendés? Ahora que tenés un trabajo, podrías conocer a otros tipos, y entonces podrías cambiar de idea, ¿no? Quiero decir, después podrías volver a él, son chicos todavía, los dos. ¿Cuál es el apuro? A lo mejor salís un poco, y tal vez pensás de otra manera en un par de meses. Te vas a sorprender, no tiene que ser él...
CATHERINE
Ya tomamos la decisión...
EDDIE
Esperá...
CATHERINE
No, ya tomé la decisión...
EDDIE
¡Nunca conociste a otro tipo! ¿Cómo decidiste?
CATHERINE
Porque decidí. No quiero a nadie más.
EDDIE
Katie, suponé que lo atrapan...
CATHERINE
Por eso nos vamos a casar ya mismo. Apenas termine la ceremonia va a empezar los trámites
de su ciudadanía. Ya tomé mi decisión, Eddie. Lo siento.(A Beatrice.) ¿Puedo llevar dos fundas
para los otros?

BEATRICE
Claro. Pero no se olviden de devolverlas. (Catherine sale.)

EDDIE
¿Tiene otros pensionistas ahí?
BEATRICE
Si, acaban de llegar dos chicos.
EDDIE
¿Qué quiere decir: “acaban de llegar”?
BEATRICE
De Italia. Lípari, el carnicero. Su sobrino. Vinieron desde Bari, ayer. Ni siquiera yo lo sabía hasta que Marco y Rodolfo se mudaron arriba. (Catherine entra.) Va a ser mejor, pueden charlar.
EDDIE
¡Catherine! ¿Qué te pasa, estás descerebrada? ¿Los ponés ahí arriba con dos ilegales más?
CATHERINE
¿Por qué?
EDDIE
¡Por qué! ¿Cómo saben que esos dos tipos no están marcados? ¡Los van a venir a buscar y van a encontrar a Marco y a Rodolfo! ¡Sáquenlos de la casa! ¿Cómo sabés qué enemigos tiene Lípari? ¿Y si hay alguien que quiere matarlo?
CATHERINE
¿Qué hago con ellos?
EDDIE
El barrio está lleno de cuartos. ¿No podés soportás vivir alejada un par de cuadras de él? ¡Sacálos ya de la casa!
CATHERINE
Tal vez mañana a la noche...
EDDIE
Mañana no, hacélo ahora. Catherine, ¡no hay que mezclarse con una familia ajena! A estos tipos los atrapan y Lípari es capaz de culparnos a vos o a mi y tenemos a toda su familia detrás nuestro. Tiene su temperamento, esa familia. (Afuera aparecen dos hombres con sobretodo.)
CATHERINE
¿Cómo voy a encontrar un lugar esta noche?
EDDIE
¿Podés dejar de discutir conmigo y sacarlos de acá? Siempre creés que estoy tratando de engañarte…¿Qué te pasa? ¿Tanto te cuesta creer que pienso en tu bien? ¿Alguna vez pedí algo para mi? ¿Creés que no tengo sentimientos? Jamás en la vida te dije algo que no fuera por tu bien. ¡Nada! ¡Y mirá cómo me hablás! ¡Como un enemigo! ¡Como si yo... (Un golpe en la puerta.) Andá por la escalera de incendios, hacélos salir por atrás.
PRIMER OFICIAL
¡Abran! ¡Inmigración!
EDDIE
¡Andá, andá! ¡Apuráte! ¡¿Qué mirás?!
PRIMER OFICIAL
¡Abran!
EDDIE
¿Quién es?
PRIMER OFICIAL
Inmigración, abra. (Katie sale.)

EDDIE
Está bien, tranquilo, tranquilo. (Abre la puerta. El Primer oficial entra) ¿Qué pasa?

PRIMER OFICIAL
¿Dónde están? (El Segundo Oficial irrumpe.)

EDDIE

¿Dónde están quiénes?
PRIMER OFICIAL
Vamos, vamos, ¿dónde están? (Sale.)
EDDIE ¿Quiénes?. Acá no tenemos a nadie. (A Beatrice) ¿Y a vos qué te pasa? (El Primer Oficial entra.)
PRIMER OFICIAL
¿Dominick? (El Segundo Oficial entra.)

SEGUNDO OFICIAL

Tal vez sea otro departamento.
PRIMER OFICIAL
Sólo hay dos pisos mas. Voy por el frente. Subí por la escalera de incendios. Te abro para que
entres. Tené cuidado allá afuera.

SEGUNDO OFICIAL
Sí, Charly. (El Primer Oficial sale.) Este es el cuatro cuarenta y uno, ¿no?

EDDIE
Sí. (El Segundo Oficial sale.)

BEATRICE

Ay, Dios, Eddie.
EDDIE
¿Qué te pasa?
BEATRICE
Ay, mi Dios, mi Dios.
EDDIE
¿Qué? ¿Me estás acusando?
BEATRICE
¡Mi Dios, qué hiciste! (Se oye un silbato policial. Vemos al Primer Oficial que baja con Marco,
detrás de él vienen Rodolfo, Catherine y dos hombres desconocidos, seguidos por el Segundo
Oficial, y vecinos. Beatrice corre hacia la puerta)

CATHERINE (Baja las escaleras hacia atrás, luchando con el Primer Oficial. Mientras aparecen en las escaleras) ¿Qué quieren de ellos? Son trabajadores. Eso es todo. Son pensionistas… viven arriba, trabajan en los muelles.
BEATRICE
Señor, ¿qué quiere de ellos, a quién le hicieron daño?
CATHERINE
No son ilegales, él nació en Filadelfia.
PRIMER OFICIAL
Apártese, señora...
CATHERINE
¿Qué le pasa?… No puede venir así como si nada a una casa y...

PRIMER OFICIAL
Tranquila, ¿sí? (A Rodolfo) ¿En qué calle de Filadelfia nació?

CATHERINE
¿Cómo en qué calle? ¿Usted puede decirme en qué calle nació?
PRIMER OFICIAL
Sí. A cuatro cuadras de acá, en Union Street ciento once. Vamos.
CATHERINE
¡No! ¡No puede llevárselo! ¡Váyanse!
PRIMER OFICIAL
Mire, señorita... si tienen todo en orden mañana están afuera. Si son ilegales regresan a donde vinieron. Si quiere, consígase un abogado, aunque desde ya le digo que va a perder plata. Metámoslos en el coche, Dom. (A los hombres) Andiamo, andiamo, vamos.
BEATRICE
¿A quién perjudican estos hombres, por amor de Dios, qué quieren de ellos? Allá se están muriendo de hambre, ¿qué es lo que quiere? ¡Marco!
De pronto, Marco se separa del grupo, corre, enfrenta a Eddie. Beatrice y el Primer Oficial entran corriendo al tiempo que Marco escupe en la cara de Eddie. Catherine corre al pasillo y se arroja en los brazos de Rodolfo. Eddie, con un grito de rabia se arroja sobre Marco.
EDDIE
Hijo de puta
PRIMER OFICIAL
Basta.
EDDIE
¡Te voy a matar, hijo de puta!
PRIMER OFICIAL
No salga, no lo provoque. ¿Me oye? No salga, viejo.
EDDIE ¡No me voy a olvidar de eso, Marco! ¿Oíste? (Varios vecinos, incluidos el carnicero Lípari y su mujer, se están reuniendo alrededor del porche. Lípari camina hacia los dos hombres desconocidos y los besa. Su mujer les besa las manos. Eddie está saliendo de la casa gritándole a Marco. Beatrice intenta contenerlo) ¿Éstas son las gracias que recibo? ¿Para quién saqué las frazadas de mi cama? ¡Me vas a tener que pedir perdón, Marco! ¡Marco!
PRIMER OFICIAL
Señora, déjelos ir. Métanse en el coche.
CATHERINE
¡Nació en Filadelfia! ¿Qué quieren de él?
PRIMER OFICIAL
Apártese, señora, vamos....
MARCO
(Aprovechando que el Primer Oficial está ocupado con Catherine, se suelta y señala a Eddie)

¡Ése! ¡Yo acuso a ése!
PRIMER OFICIAL
¡Vamos!
MARCO (Mientras se lo llevan, señalando a Eddie) ¡Ése mató a mis hijos! ¡Ése le robó la comida a mis hijos!. (Marco acaba de salir.)
EDDIE (A Lípari y su esposa) ¡Está loco! ¡Les dí las frazadas de mi cama! ¡Seis meses los traté como hermanos! (Lípari empieza a salir con su mujer) ¡Lípari! (Sigue a Lípari.) ¡Por amor de Dios, los cuidé, les di mis frazadas! (Lípari y su esposa salen.. Eddie se vuelve y va hacia Louis y Mike) ¡Louis! ¡Louis! (Louis sale con Mike. Sólo Beatrice queda. Vuelve Catherine.) ¡Va a tener que retractarse! ¡Va a tener que retractarse o lo mato! ¿Me escuchan? ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar! (Sale.)
Una prisión. Marco, Alfieri, Catherine y Rodolfo.
ALFIERI
Estoy esperando, Marco, ¿qué me dice?
RODOLFO
Marco nunca lastimó a nadie.
ALFIERI
Puedo sacarlo bajo fianza pero no lo voy a hacer, ¿me entiende Marco? A no ser que tenga su promesa. Usted es un hombre honorable, y estoy dispuesto a creer en su promesa. ¿Qué me dice?
MARCO
En mi país él estaría muerto. No viviría tanto tiempo.
ALFIERI
Muy bien. Rodolfo... venga conmigo.
RODOLFO
¡No! Por favor, señor. Marco... prometéle al señor. Por favor, quiero que estés en la boda. ¿Cómo voy a casarme si vos estás acá? Por favor, no vas a hacer nada; sabés que no te conviene.
CATHERINE
Marco, ¿no entendés? No puede sacarte bajo fianza si vas a hacer algo malo. A la mierda con
Eddie. Nadie va a volver a hablar con él aunque cumpla cien años. Todos saben que le
escupiste la cara, eso es suficiente, ¿no? Dáme esa alegría: te quiero en mi boda. Tenés una
esposa y chicos, Marco. Podrías trabajar hasta la audiencia, en vez de estar acá.

MARCO
(A Alfieri.) ¿No tengo posibilidades?

ALFIERI
No, Marco. Tiene que volverse. La audiencia es una formalidad, eso es todo.
MARCO
Pero, ¿y él? ¿Tiene posibilidades, no?
ALFIERI
Cuando se case puede empezar a hacer sus trámites de residencia. Está permitido, siempre que la esposa haya nacido acá.
MARCO
Bueno... algo logramos.
RODOLFO
Marco, prometéle al señor.
MARCO
¿Qué puedo prometer? Sabe que esa promesa es deshonrosa.
ALFIERI
Prometer no matar no es deshonroso.
MARCO
¿No?
ALFIERI
No.
MARCO
¿Y entonces qué se hace con un hombre como ése?
ALFIERI
Nada. Si cumple con la ley, vive. Eso es todo.
MARCO
¿La ley? Toda la ley no está en un libro.
ALFIERI
Sí. Está en un libro. Y no hay otra ley.
MARCO
Denigró a mi hermano. A mi sangre. Le robó a mis hijos, me quitó mi trabajo. ¡Yo trabajé para venir acá, señor!
ALFIERI
Lo sé, Marco...
MARCO
¿No hay ley para ésto? ¿Dónde está la ley para ésto?
ALFIERI
No hay.
MARCO
No entiendo este país.
ALFIERI
¿Cuál es su respuesta? Tiene cinco o seis semanas en las que podría trabajar. O se queda sentado acá. ¿Qué me dice?
MARCO
Está bien.
ALFIERI
No lo va a tocar. Esa es su promesa.
MARCO
Tal vez quiera disculparse conmigo...
ALFIERI
Usted no es Dios, Marco. ¿Me escucha? Sólo Dios imparte justicia.
MARCO
Está bien.
ALFIERI
Bien. Catherine, Rodolfo, Marco, vamos.
CATHERINE
Voy a buscar a Beatrice y nos vemos en la iglesia. (Ella sale. Marco se levanta. De pronto,
Rodolfo lo abraza. Marco le da una palmada y Rodolfo sale detrás de Catherine.)

ALFIERI
Sólo Dios, Marco.
El living.
BEATRICE
Vuelvo en una hora, Eddie, ¿sí?
EDDIE
¿Qué?¿Con quién estuve hablando? ¿Con la pared?
BEATRICE
Eddie, por amor de Dios, es su boda.
EDDIE
¿No escuchaste lo que te dije? Si salís por esa puerta para ir a ese casamiento no entrás más, Beatrice.
BEATRICE
¿Por qué? ¿Qué querés?
EDDIE
Quiero que me respeten. ¿Nunca oíste hablar de eso?
CATHERINE
(Entra.) Ya son más de las tres; tendríamos que estar allá, Beatrice. El cura no va a esperar.
BEATRICE
Eddie. Es su boda. No va a haber nadie de su familia. Por mi hermana, dejáme ir.
EDDIE
Ya discutí con vos todo el día, y te voy a repetir lo que te dije cien veces: va a tener que venir a disculparse o nadie de esta casa va a ir a esa iglesia hoy. Ahora, si eso es más que yo para vos, entonces andá. Pero no vuelvas. Estás de mi lado o del de ellos, eso es todo.
CATHERINE
¿Quién mierda te crees que sos?
BEATRICE
¡Sssh!
CATHERINE
¡No tenés derecho de decirle nada a nadie! ¡A nadie! ¡Por el resto de tu vida, a nadie!
BEATRICE
¡Calláte, Katie!
CATHERINE
¡Vas a venir conmigo!
BEATRICE
No puedo, Katie, no puedo...
CATHERINE
¿Cómo lo podés obedecer ¡A esta rata!
BEATRICE
¡No le digas así!
CATHERINE
¿De qué tenés miedo?. ¡Es una rata! ¡Merece vivir en una cloaca!
BEATRICE
¡Basta!
CATHERINE
¡Muerde cuando estás dormido! ¡Llega cuando nadie se da cuenta y envenena a la gente honesta! Tiene que vivir en la basura.
Eddie parece querer agarrar la mesa y tirársela a ella.
BEATRICE ¡No, Eddie! ¡Eddie! (A Catherine.) Entonces todos merecemos vivir en la basura. Vos, y yo también. No digas eso. Lo que pasó lo hicimos todos, no lo olvides nunca, Catherine. Ahora andá a tu boda, Katie. Me quedo en casa. Andá. Dios te bendiga, Dios bendiga a tus hijos. (Entra Rodolfo.)
RODOLFO
¿Eddie?
EDDIE
¿Quién dijo que podías entrar acá? ¡Fuera!
RODOLFO
Marco está viniendo, Eddie. Está rezando en la iglesia. ¿Entendés? Catherine, es mejor que nos vayamos. Vení conmigo.
CATHERINE
Eddie, andáte, por favor.
BEATRICE
Eddie. Vamos a otra parte. Vamos. Vos y yo. (No se mueve.) No quiero que estés acá cuando venga.
EDDIE
¿Adónde voy a ir? Esta es mi casa.
BEATRICE
¿Qué sentido tiene? ¡Está loco! ¡Ya sabés cómo se ponen! ¿Qué sentido tiene quedarse?.¡Vos no tenés nada contra Marco, siempre te gustó Marco!
EDDIE
¿No tengo nada contra Marco? ¿El que me dijo rata frente a todo el barrio? ¿El que dijo que maté a sus hijos? ¿Dónde estuviste?
RODOLFO
Es mi culpa, Eddie. Todo. Te pido perdón. Hice mal en no pedir tu permiso. Te beso la mano. (Intenta tomar la mano de Eddie, pero Eddie la aparta.)
BEATRICE
¡Eddie, te está pidiendo perdón!
RODOLFO
Yo traje todos estos problemas. Pero vos también me insultaste. Tal vez Dios entienda por qué me hiciste eso. Tal vez ni siquiera quisiste insultarme...
BEATRICE
¡Escuchálo! Eddie, ¡escuchá lo que te dice!
RODOLFO
Creo que, cuando Marco llegue, si le decimos que somos amigos, y que no hay más peleas entre nosotros. Entonces, por ahí, Marco no...
EDDIE
Mirá, oíme...
CATHERINE
¡Eddie, dále una oportunidad!
BEATRICE
¡Qué querés! Eddie, ¡qué querés!
EDDIE
¡Quiero mi nombre! Éste no me quitó mi nombre; éste es nada más que un inútil. Marco tiene mi nombre... (A Rodolfo) Y vos corré a decirle a Marco que me lo va a tener que devolver frente a todo el barrio... Vamos, ¿dónde está? Lleváme con él.
BEATRICE
Eddie, escuchá...
EDDIE
¡Ya escuché bastante! ¡Vamos!
BEATRICE
¿Sólo buscás sangre? ¡Te besó la mano!
EDDIE
¡Lo que éste haga no significa nada para nadie! ¡Vamos!
BEATRICE
¿Qué hay que darte para que evitemos ésto? Eddie, escucháme… ¿Quién puede devolverte tu nombre? Escucháme, te amo... te estoy hablando, te amo... Marco te puede besar la mano, ponerse de rodillas, suplicarte... pero no es eso lo que querés.
EDDIE
¡No me molestes!
BEATRICE
¡Querés algo más, Eddie, pero a ella no la vas a poder tener nunca!
CATHERINE
¡Bea!
EDDIE
¡Beatrice! (Aparece Marco.)

BEATRICE

¡La verdad no es tan mala como la sangre, Eddie! ¡Te estoy diciendo la verdad... decíle a ella adiós para siempre!
EDDIE
¿Eso pensás de mi? ¿Que soy capaz de tener esos pensamientos?
MARCO
¡Eddie Carbone!
EDDIE
¡Si, Marco!. Eddie Carbone. Eddie Carbone. Eddie Carbone.
RODOLFO
¡No, Marco, por favor! ¡Eddie, por favor, tiene hijos! ¡Vas a asesinar una familia!
BEATRICE
¡Entrá! ¡Eddie, entrá!
EDDIE
Tal vez viene a pedirme perdón, ¿eh, Marco? ¿Por lo que me dijiste delante de todo el barrio? Él sabe que eso no está bien. ¿Hacer algo así? ¿A un hombre que les dio un techo y comida? ¿A dos extraños que vinieron del mar y se robaron una nena por un pasaporte? Robada como un animal de un establo... ¿y ni una palabra para mi? ¡Y ahora me acusan! ¡Mi nombre en el barro, arrastrado, como si fuera un trapo lleno de mierda! Quiero mi nombre, Marco. Ahora dame mi nombre y vamos juntos a la boda.
BEATRICE / CATHERINE
¡Eddie! ¡Eddie, no! ¡Eddie!
EDDIE
No, Marco sabe diferenciar lo que está bien de lo que está mal. ¡Decíle a la gente, Marco, decíles que sos un mentiroso! ¡Vamos, mentiroso, sabés muy bien lo que hiciste! (Arremete contra Marco.)
MARCO (Golpea a Eddie al lado del cuello) ¡Animal! ¡Arrodíllate
Eddie cae con el golpe y Marco empieza a levantar su pie para pisotearlo cuando Eddie esgrime una navaja en su mano. Marco retrocede. Louis corre hacia Eddie.
LOUIS
Eddie, ¡por el amor de Dios!

EDDIE
(Levanta la navaja. Louis retrocede) Dijiste mentiras sobre mí, Marco. Reconocélo. ¡Vamos.
decílo!

MARCO
¡Animaaaal!
Eddie arremete con la navaja. Marco le agarra el brazo, tuerce la navaja hacia el pecho de Eddie y se la clava mientras que Beatrice, Catherine, Louis y Mike corren a separarlos. Eddie, con la navaja en la mano, cae de rodillas frente a Marco. Beatrice y Catherine lo sostienen un instante, repitiendo su nombre una y otra vez.
CATHERINE
Eddie, nunca quise hacerte nada malo.
EDDIE
Entonces por qué... ¡Ay, Bea!
BEATRICE
¡Sí, sí!
EDDIE
¡Mi Bea...!
Muere en los brazos de ella. Beatrice lo cubre con su cuerpo. Alfieri a público.
ALFIERI
Ahora, la mayor parte del tiempo transamos por la mitad, y eso me gusta más. Pero la verdad es sagrada, y aunque supe cuán equivocado estaba, y cuán inútil fue su muerte, tiemblo, porque confieso que algo perversamente puro me llama desde su memoria... algo no puramente bueno pero que lo exhibe en su esencia, en su forma más pura: él se permitió ser conocido por entero y por eso es a él a quien más quiero de entre todos mis clientes sensibles. Sin embargo, es mejor transar por la mitad, ¡así debe ser! Por eso guardo luto por él, lo admito, con cierta... alarma.

TELON