19/11/14

Barranca abajo Florencio Sánchez






Barranca abajo


Florencio Sánchez



PERSONAJES:
DOÑA DOLORES, esposa de Don Zoilo.
DON ZOILO, estanciero criollo.
PRUDENCIA, su hija.
ROBUSTIANA, su hija.
RUDECINDA, hermana de Don Zoilo.
MARTINIANA, su vecina.
ANICETO, ahijado de Don Zoilo.
JUAN LUIS, el propietario.
CAPITÁN GUTIÉRREZ.
BATARÁ, peón.
SARGENTO MARTÍN.
La acción en la campaña de Entre Ríos.
Acto I
Representa la escena un patio de estancia; a la derecha y parte del foro, frente de una casa
antigua, pero de buen aspecto; galería sostenida por medio de columnas. Gran parral que
cubre todo el patio; a la izquierda un zaguán. Una mesa, cuatro sillas de paja, un braserocon cuatro planchas, un sillón de hamaca, una vela, una tabla de planchar, una caja de
fósforos, un banquito, varios papeles de estraza, para hacer parches, una azucarera y un
mate.
Escena I
ROBUSTIANA, DOÑA DOLORES, RUDECINDA y PRUDENCIA.
(Aparecen en escena DOÑA DOLORES, sentada en el sillón, con la cabeza atada con un
pañuelo; PRUDENCIA y RUDECINDA, planchando; ROBUSTIANA haciendo
parchecitos con una vela.)
DOÑA DOLORES.- Poneme pronto, m'hija, esos parches.
ROBUSTIANA.- Peresé. En el aire no puedo hacerlo. (Se acerca a la mesa, coloca los
parches de papel sobre ella y les pone sebo de la vela.) ¡Aquí verás!
RUDECINDA.- ¡Eso es! ¡Llename ahora la mesa de sebo, si te parece! ¿No ves? Ya
gotiaste encima'el paño.
ROBUSTIANA.- ¡Jesús! ¡Por una manchita!
PRUDENCIA.- Una manchita que después, con la plancha caliente, ensucia toda la ropa...
Ladiá esa vela...
ROBUSTIANA .- ¡Viva, pues, la patrona!
PRUDENCIA.- ¡Sacá esa porquería de ahí! (Da un manotón a la vela, que va a caer sobre
la enagua que plancha RUDECINDA.)RUDECINDA .- ¡Ay! ¡Bruta! ¡Cómo me has puesto la nagua!
PRUDENCIA .- (Displicente.) ¡Oh! ¡Fue sin querer!
ROBUSTIANA.- ¡Jua, jua, jua! (Recoge la vela y trata de reanudar su tarea.)
RUDECINDA.- ¡A la miseria! ¡Y tanto trabajo que me había dao plancharla! (Muy
irritada.) ¡Odiosa!... ¡Te la había de refregar por el hocico!
PRUDENCIA.- ¡No hay cuidao!
RUDECINDA.- ¡No me diera Dios más trabajo!
PRUDENCIA.- (Alejándose.) Pues hija, estarías todo el día ocupada.
RUDECINDA.- ¡Ah, sí! ¡Ah, sí! ¡Ya verás! ¡Zafada! ¡Sinvergüenza! (Corre a
PRUDENCIA.)
ROBUSTIANA.- (Al ver que no la alcanza.) ¡Jua, jua, jua!
RUDECINDA.- (Deteniéndose.) Y vos... gallina crespa, ¿de qué te reís?
ROBUSTIANA.- ¿Yo? ¡De las cosquillas!
RUDECINDA.- Pues tomá para que te riás todo el día. (Le refriega las enaguas por la
cara.) ¡Atrevida!
ROBUSTIANA.- ¡Ah!... ¡Madre! ¡Bruja del diablo!... (Corre hacia la mesa y toma una
plancha.) ¡Acercate ahora! ¡Acercate y verás cómo te plancho la trompa!
PRUDENCIA.- ¡Ya la tienes almidonada, che, Robusta!RUDECINDA.- (A PRUDENCIA.) Y vos relamida, que te pintás con el papel de los
festones para lucirle al rubio...
PRUDENCIA.- Peor es afeitarse la pera, che, como hacen algunas...
ROBUSTIANA.-
¡Jua, jua! (Cantando.)
Mañana por la mañana
se mueren todas las viejas...
y las llevan a enterrar
al...
PRUDENCIA.- ¡Angelitos pal cielo!
DOÑA DOLORES.- Por favor, mujeres, por favor. ¡Se me parte la cabeza! Parece que no
tuvieran compasión de esta pobre madre dolorida. Robustiana, preparame esos
parchecitos... ¡Ay, mi Dios y la Virgen Santísima!
RUDECINDA .- Si te hicieras respetar un poco por los potros de tus hijas... no pasaría
esto.
ROBUSTIANA .- Potro, pero no pa tu doma.
DOÑA DOLORES.- ¡Hija mía, por favor!
ROBUSTIANA.- ¡Oh! ¡Que se calle ésa primero! ¡Es la que busca! (Vuelven a planchar.
RUDECINDA, rezongando, limpia las manchas de sebo.) Ahí tiene su remedio, mama.
¡Prontito, que se enfría! (Colocándole los parches.) Aquí... ¿Ta caliente? Ahora otro,
¡ajajá!...
DOÑA DOLORES.- Gracias. Quiera Dios y María Santísima que me haga bien esto.(RUDECINDA rezonga más fuerte.)
ROBUSTIANA.- (Aludiendo a RUDECINDA.) ¡Juera, pasá juera, canela!
(PRUDENCIA se pone a arreglar las planchas en el brasero.)
DOÑA DOLORES.- (A ROBUSTIANA.) Mirá, hijita mía. Si hay agua caliente, cebame
un mate de hojas de naranjo. ¡Ay, mi Dios!
ROBUSTIANA .- Bueno. (Antes de hacer mutis.) ¡Rudecinda! ¿Querés vos un matecito
de toronjil? ¡Es bueno pa la ausencia!
(Vase.)
RUDECINDA.- ¡Tomalo vos, bacaray! (A PRUDENCIA.) ¡Ladiá el cuero!... (Toma otra
plancha y la refriega sobre una chancleta ensebada.) ¡Coloradas las planchas! ¡Uf! ¡Qué
temeridad!...
(Pausa. PRUDENCIA plancha tarareando; RUDECINDA trabaja por enfriar la plancha y
DOÑA DOLORES suspira quejumbrosa.)
Escena IIDOÑA DOLORES, RUDECINDA, PRUDENCIA y DON ZOILO.
(DON ZOILO aparece por la puerta del foro. Se levanta de la siesta. Avanza lentamente y
se sienta en un banquito. Pasado un momento, saca el cuchillo de la cintura y se pone a
dibujar marcas en el suelo.)
DOÑA DOLORES.- (Suspirando.) ¡Ay, Jesús, María y José!
RUDECINDA.- Mala cara trae el tiempo. Parece que viene tormenta del lao de la sierra.
PRUDENCIA.- Che, Rudecinda, ¿se hizo la luna ya?
RUDECINDA.- El almanaque la anuncia pa hoy. Tal vez se haga con agua.
PRUDENCIA.- Con tal de que no llueva mucho.
DOÑA DOLORES .- ¡Robusta! ¡Robusta! ¡Ay, Dios! Traeme de una vez ese matecito.
(DON ZOILO se levanta y va a sentarse a otro banquito.)
RUDECINDA.- (Ahuecando la voz.) «¡Güenas tardes!»... dijo el muchacho cuando vino...
PRUDENCIA.- Y lo pior jue que nadie le respondió. ¡Linda cosa!
RUDECINDA.- Che Zoilo, ¿me encargaste el generito pal viso de mi vestido? (DON
ZOILO no responde.) ¡Zoilo!... ¡Eh!... ¡Zoilo!... ¿Tas sordo? Decí... ¿Encargaste el
generito rosa?(DON ZOILO se aleja y hace mutis lentamente por la derecha.)
Escena III
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y PRUDENCIA.
RUDECINDA.- No te hagás el desentendido, ¿eh? (A PRUDENCIA.) Capaz de no
haberlo pedido. Pero amalaya que no suceda, porque se las he de cantar bien claro... Si se
ha creído que debo aguantar sus lunas, está muy equivocao... muy equivocao...
DOÑA DOLORES.- En el papelito que mandó a la pulpería no iba apuntao.
PRUDENCIA.- Yo lo puse...
DOÑA DOLORES.- Pero él me lo hizo sacar.
RUDECINDA .- ¿Qué?
DOÑA DOLORES.- Dice que bonitas estamos para andar con lujos... ¡Ay, mi Dios!
RUDECINDA .- ¿Ah, sí? Dejalo que venga y yo le via preguntar quién paga mis lujos...
¡Caramba! ¡Le han entrao las economías con lo ajeno!
Escena IVDOÑA DOLORES, RUDECINDA, PRUDENCIA y MARTINIANA.
MARTINIANA.- (Saliendo.) ¡Bien lo decía yo!... De juro que mi comadre Rudecinda
está con la palabra. ¡Güenas tardes les dé Dios!
RUDECINDA.- (Con cierto alborozo.) ¿Cómo le va?
PRUDENCIA .- ¡Hola, ña Martiniana!
MARTINIANA .- ¿Cómo está, comadre? ¿Cómo te va, Prudencia? ¡Ay, Virgen Santa!
Misia Dolores siempre con sus achaques. ¡Qué tormento, mujer!... ¿Qué se ha puesto?
¿Parches de yerba? ¡Pchss!... ¡Cusí, cusí! Usté no se va a curar hasta que no tome la
ñopatía. Lo he visto a mi compadre Juan Avería hacer milagros... Tiene tan güena mano pa
darla... Y ¿qué tal, muchachas? ¿Qué se cuenta'e nuevo? Me via sentar por mi cuenta, ya
que no me convidan.
RUDECINDA .- ¿Y mi ahijada?
MARTINIANA.- ¡Güena, a Dios gracias! La dejé apaleando una ropita del capitán
Butiérrez, porque me mandó hoy temprano al sargento a decirme que no me juera a olvidar
de tenerle, cuando menos, una camisa pronta pal sábado, que está de baile.
RUDECINDA.- ¿Dónde?
PRUDENCIA.- Será muy lejos, pues nosotras no sabemos nada.
MARTINIANA .- Háganse no más las mosquitas muertas. ¡No van a saber! El sargento me
dijo que la junción sería acá.
PRUDENCIA.- Como no bailemos con las sillas...RUDECINDA.- ¡Quién sabe! Tal vez piensen darnos alguna serenata. El comisario es
buen cantor.
MARTINIANA .- ¡Sí, algo de eso he oído!
DOÑA DOLORES .- ¡Ay, mi Dios! ¡Como pa serenatas estamos!
MARTINIANA .- Lo que es a don Zoilo no le va a gustar mucho. Así le decía yo al
sargento.
RUDECINDA.- ¡Oh! Si fuésemos a hacerle caso, viviríamos peor que en un convento.
MARTINIANA .- Parece medio maniático; aurita, cuando iba dentrando, me topé con él y
ni las güenas tardes me quiso dar... No es por conversar, pero dicen por ahí que está medio
ido de la cabeza. También, hijitas, a cualquiera le doy esa lotería. ¡Miren que quedarse de la
mañana a la noche con una mano atrás y otra adelante, como quien dice, perder el campo en
que ha trabajado toda la vida y la hacienda y todo! Porque dejuramente entre jueces y
procuradores le han comido vaquitas y majadas. ¡Y gracias que dio con un hombre tan
güeno como don Juan Luis! Otro ya les hubiera intimidado el desalojo, como se dice. ¡Qué
persona tan cumplida y de güenos sentimientos! ¡Oh! ¡No te pongas colorada, Prudencia!
No lo hago por alabártelo... Che, decime: ¿tenés noticia de Aniceto? Dicen que está
poblando en el Sarandí pa casarse con vos. ¿Se jugará esa carrera? ¡Hum!... «Lo dudo» dijo
un pardo y se quedó serio... ¡Ah! ¡Eso sí! Como honrao y trabajador no tiene reparo. Mas
¿qué querés? Se me hace que no harían güena yunta. ¿Es cierto que don Zoilo se empeña
tanto en casarlos, che?
PRUDENCIA.- Diga. ¿Me trajo aquella plantita de resedá?
MARTINIANA .- ¿Querrás creer que se me iba olvidando? Sí y no. El resedá se me quedó
en casa; pero te traigo unas semillitas de una planta pueblera muy linda.
PRUDENCIA.- (Novelera y acercándose.) ¡A verlas, a verlas!
MARTINIANA.- (Sacando un sobre del seno.) Están ahí adentro de ese papel.
PRUDENCIA .- (Ocultando la carta.) ¿Se pueden sembrar ahora?MARTINIANA .- Cuando vos querás; en todo tiempo.
PRUDENCIA.- Pues ya mismo voy a plantarlas. (Va hacia el jardincito de la derecha y
abre la carta.)
MARTINIANA.- Pues sí, señor, comadre. Dicen que anda la virgüela. ¿Será cierto?
RUDECINDA.- (Que ha seguido con interés los movimientos de PRUDENCIA.)
Parece... Se habla mucho. (Deja la plancha y se aproxima a PRUDENCIA.)
MARTINIANA.- (Aparte.) Como calandria al sebo. (Volviéndose a DOÑA DOLORES.)
¡Caramba, caramba con doña Dolores! (Aproximándose con el banco.) Le sigue doliendo
nomás...
RUDECINDA.- (Apartada, con PRUDENCIA.) ¿Qué te dice don Juan Luis, che? Leé pa
las dos.
PRUDENCIA.- Puede venir el viejo.
RUDECINDA.- A ver. Leé no más.
PRUDENCIA.- (Leyendo con dificultad.) «Chinita mía.»
RUDECINDA.- ¡Si será zafao el rubio!...
PRUDENCIA.- «Chinita mía. Recibí tu adorable cartita y con ella una de las más tiernas
satisfacciones de nuestro naciente idilio. Si me convenzo de que me amas de veras»...
¡Sinvergüenza, no está convencido todavía! ¿Qué más quiere? ¡Goloso!
RUDECINDA.- No seas pava. No dice semejante cosa. Hay un punto en la letra sí. «Sí»,
punto... «me convenzo de que me amas de veras y...»PRUDENCIA.- ¡Ah, bueno! (Lee.) «... que me amas de veras y espero recibir constantes
y mejores pruebas de tu cariño. Tengo una sola cosa que reprocharte. Lo esquiva que
estuviste conmigo la otra tarde...»
RUDECINDA .- ¿Ves? ¿Qué te dije?
PRUDENCIA .- Yo no tuve la culpa. ¡Sentí ruido y creí que venía mama!
RUDECINDA.- ¡Zonza! ¡Pa lo que cuesta dar un beso! Seguí leyendo.
PRUDENCIA .- ¡Si no fuera más que uno! (Leyendo.) «La última tarde...» ¡Ay! Creo que
llega tata.
RUDECINDA.- No; viene lejos. Fijate prontito, a ver si dice algo pa mí.
PRUDENCIA.- Esperate... «Dile a Rudecinda que esta tarde o mañana iré con el capitán
Butiérrez a reconciliarlo con don Zoilo.»
MARTINIANA.- (Como dando una señal.) Muchachas, ¿sembraron ya las semillas?
PRUDENCIA.- (Ocultando la carta.) Acabamos de hacerlo.
Escena V
DOÑA DOLORES, RUDECINDA, PRUDENCIA, MARTINIANA y DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Con una maleta de lona en la mano, que deja caer a los pies de DOÑA
DOLORES.) Ahí tienen los encargos de la pulpería.MARTINIANA.- (Zalamera.) Güenas tardes, don Zoilo. Hace un rato no me quiso
saludar, ¿eh?
DON ZOILO .- ¿Qué andás haciendo por acá? ¡Nada güeno, de juro!
MARTINIANA.- Ya lo ve, pasiando un poquito.
DON ZOILO .- Ahí se iba tu yegua campo ajuera, pisando las riendas.
MARTINIANA .- (Mirando al campo.) Y mesmo. Mañerasa la tubiana. (Yéndose, a
gritos.) ¡Che, Nicolás!; vos que tenés güenas piernas, atajamelá, ¿querés?
Escena VI
DOÑA DOLORES, RUDECINDA, PRUDENCIA y DON ZOILO.
RUDECINDA.- (Que ha estado revisando la maleta, a DON ZOILO, que se aleja.) ¡Che,
Zoilo! ¡Eh! (Deteniéndolo.) ¿Y mis encargos?
DON ZOILO.- No sé.
RUDECINDA.- ¿Cómo que no sabés? Yo te he pedido (Recalcando.) por mi cuenta,
pagarlo con mi platita, dos o tres cosas y un corte de vestido pa Prudencia, la pobre, que no
tiene qué ponerse. ¿Ande está eso?
DON ZOILO .- Tará ahí...
(PRUDENCIA recoge la maleta y se va por la izquierda.)Escena VII
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y DON ZOILO.
RUDECINDA.- ¡Por favor, che! Mirá que voy a creer lo que andan diciendo. Que tenés
gente en el altillo.
DON ZOILO.- Así será.
RUDECINDA.- Bueno. Dame entonces la plata; yo haré las compras.
DON ZOILO .- No tengo plata.
RUDECINDA.- ¿Y el dinero de los novillos que me vendiste el otro día?
DON ZOILO.- Lo gasté.
RUDECINDA.- Mentira. Lo que hay es que vos pensás rebuscarte con lo mío, después de
haber tirado en pleitos y enredos la fortuna de tus hijos. Eso es lo que hay.
DON ZOILO.- Güeno; ladiate de ái o te sacudo un guantón.
(Mutis.)Escena VIII
DOÑA DOLORES y RUDECINDA.
RUDECINDA.- ¡Vas a pegar, desgraciao! (Volviéndose.) ¿Has visto, Dolores? Ese
hombre está loco o está borracho...
DOÑA DOLORES .- (Suspirando.) ¡Qué cosas, Virgen Santa!
RUDECINDA.- (Tirando violentamente las ropas de planchar.) ¡Oh!... Lo que es
conmigo, va a embromar poco... O me entrega a buenas mi parte, o...
Escena IX
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y ROBUSTIANA.
ROBUSTIANA.- (Saliendo.) Ahí tiene su mate, mama... ¡Pucha que hay gente desalmada
en este mundo! Parece mentira. Es no tener ni pizca...
RUDECINDA .- ¿Qué estás rezongando vos?
ROBUSTIANA.- Lo que se me antoja. ¿Por qué le has dicho esas cosas a tata?
RUDECINDA .- Porque las merece.ROBUSTIANA.- ¿Qué ha de merecerlas el pobre viejo? ¡Desalmadas! ¡Y parece que les
estorba y quieren matarlo a disgustos!
RUDECINDA .- ¡Callate la boca, hipócrita! Buena jesuita sos vos... Tisicona del diablo...
ROBUSTIANA.- Vale más ser eso que unas perversas y unas... desorejadas como
ustedes...
RUDECINDA.- (Airada, levantando una plancha.) A ver, repetí lo que has dicho,
insolente.
DOÑA DOLORES.- ¡Hijas, por misericordia, no metan tanto ruido! ¿No ven cómo estoy?
ROBUSTIANA.- (Burlona.) ¡Ah, Dios mío! ¡Doña Jeremías! ¡Usted también es otra
como ésas! Con el pretexto de su jaqueca y sus dolamas, no se ocupa de nada y deja que
todo en esta casa ande como anda. ¡Qué demontres! Vaya a acostarse si no quiere oír lo que
no le conviene.
(RUDECINDA y DOÑA DOLORES cambian gestos de asombro.)
DOÑA DOLORES.- (Levantándose.) ¡Mocosa, insolente! ¿Ésa es la manera de tratar a su
madre? Te via a enseñar a respetarme.
ROBUSTIANA.- Con su ejemplo no voy a aprender mucho, no hay cuidao...
DOÑA DOLORES.- ¡Madre Santa! ¿La han oído ustedes?
Escena XDOÑA DOLORES, RUDECINDA, ROBUSTIANA y PRUDENCIA.
PRUDENCIA.- (Que ha oído el final de la escena.) ¡Déjela, mama! ¡La ha picado el
alacrán!
ROBUSTIANA.- Callate vos, pandereta.
DOÑA DOLORES.- ¡Qué la via dejar! Vení pa ca... Decí... ¿qué malos ejemplos te ha dao
tu madre?
ROBUSTIANA .- No sé... no sé...
PRUDENCIA .- Mirenlá. Retratada de cuerpo presente. ¡Tira la piedra y esconde la mano!
DOÑA DOLORES.- ¡No la ha de esconder! (Tomándola por un brazo.) ¡Hablá, pues,
largá el veneno!
(La zamarrea. RUDECINDA y PRUDENCIA la rodean.)
ROBUSTIANA.- ¡Déjeme!
RUDECINDA.- Ahora se te van a descubrir las hipocresías, tísica.
PRUDENCIA .- Las vas a pagar todas juntas, lengua larga.
ROBUSTIANA .- ¡Jesús! ¡Se ha juntao la partida! Pero no les via tener miedo. ¿Quieren
que hable? Bueno... ¿Saben qué más? Que las tres son unas... (DOÑA DOLORES le tapa
la boca de una bofetada.) ¡Ay... perra vida!... (Enfurecida alza la mano e intenta arrojarse
sobre DOÑA DOLORES.)RUDECINDA.- (Horrorizada.) ¡Muchacha! ¡A tu madre!
ROBUSTIANA.- (Se detiene sorprendida, pero reacciona rápidamente.) ¡A ella y a todas
ustedes!
(Se precipita sobre un banco y lo alza con ademán de arrojarlo. Las tres mujeres retroceden
asustadas.)
Escena XI
DOÑA DOLORES, RUDECINDA, ROBUSTIANA, PRUDENCIA y DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Apareciendo.) ¡Hija! ¿Qué es esto?
ROBUSTIANA.- (Deja caer el banco y se le echa en los brazos sollozando
desesperadamente.) ¡Ay, tata! ¡Mi tatita! ¡Mi tatita!
DON ZOILO .- ¡Cálmese! ¡Cálmese! ¿Qué le han hecho, hija? ¡Pobrecita! ¡Vamos!
Tranquilícese, que le va a venir la tos. Sí... ya sé que usted tiene razón. Yo, yo la voy a
defender.
DOÑA DOLORES.- (Dejándose caer en su sillón.) ¡Ay, Virgen Santísima de los
Dolores! ¡Se me parte esta cabeza!
(RUDECINDA y PRUDENCIA hacen que continúan planchando.)DON ZOILO .- (Entre iracundo y conmovido.) ¡Parece mentira! ¡Tamañas mujeres!
Bueno, basta, hijita. (ROBUSTIANA tose.) ¿No ve? ¿Ya le dentra la tos? ¡Cálmese, pues!
ROBUSTIANA.- (Sollozante.) Sí, tata; ya me pasa.
DON ZOILO.- ¿Quiere un poco de agua? A ver ustedes, cuartudas, si se comiden atraer
agua pa esta criaturita.
(RUDECINDA va a buscar el agua.)
ROBUSTIANA.- Me pe... garon... porque... les dije... la ver... la verdad... ¡Son unas
sinvergüenzas! (Tose.)
DON ZOILO.- Demasiado lo veo. ¡Parece mentira! ¡Canejo! ¡Se han propuesto matarnos a
disgustos!
PRUDENCIA.- ¡Fíjese, mama, en el jueguito de esa jesuita!
RUDECINDA .- (Volviendo con un jarro de agua que deja bruscamente.) ¡Ahí tiene
agua! Hasta pa augarse.
DON ZOILO .- Tome unos traguitos... ¡Así! ¿Se siente mejor? Trate de sujetar la tos,
pues... (Sonriente.) ¡Qué diablos!... Tírele de la riendita. ¿Quiere recostarse un poquito?
Venga a su cama.
ROBUSTIANA.- (Mimosa.) ¡No!... Muchas gracias. (Lo besa.) Muchas gracias. Estoy
bien; y, además, quiero quedarme aquí porque... ¡quién sabe qué enredos van a meterle
ésas!
RUDECINDA.- Mirenlá a la muy zorra. Tenés miedo de que sepa la verdad, ¿no?DON ZOILO.- ¡Cállese usté la boca!
RUDECINDA .- ¡Oh!... ¿Y por qué me he de callar? ¿Hemos de dejar que esa mocosa
invente y arregle las cosas a su modo? ¡No faltaría más! La madre la ha cachetiao, y bien
cachetiada, porque le faltó al respeto...
DOÑA DOLORES.- ¡Ay, Dios mío!
PRUDENCIA.- ¡Claro que sí! ¡Cuando menos, ella tendrá corona!
RUDECINDA.- ¡Y le levantó la mano a Dolores!
DON ZOILO .- ¡Güeno, güeno, güeno! ¡Que no empiece el cotorreo! Ustedes, desde un
tiempo a esta parte, me han agarrao a la gurisa pal piquete, sin respetar que está enferma y
por algo ha de ser... (Enérgico.) ¡Y ese algo lo vamos a aclarar ahora mesmito! ¿Han
oído?, ¡ahora mesmito!... (A DOÑA DOLORES.) A ver vos, doña quejidos; vos que sos
aquí la madre y la dueña e casa, ¿qué enriedo es éste?
DOÑA DOLORES.- ¡Virgen de los Desamparados, como pa historias estoy yo con esta
cabeza!
DON ZOILO.- ¡Canejo! Se la corta si no le sirve pa cumplir con sus obligaciones... (A
RUDECINDA.) Y vos, vamos a ver, aclarame pronto el asunto; no has de tener jaqueca
también. Respondé...
RUDECINDA.- (Chocante.) ¡Caramba, no sabía yo que te hubiesen nombrao juez!
DON ZOILO.- No. (Mostrando el talero.) A quien nombraron jue a ño rebenque. Así es
que no seás comadre y respondé como la gente. Ya se te ha pasao la edá de las macacadas.
RUDECINDA.- Te voy a contestar cuando me digás qué has hecho de mis intereses.
DON ZOILO .- (Airado.) ¿Eh? (Conteniéndose.) ¡Hum!... Ta güeno. Esperate un poco,
que te voy a dar lindas noticias. (Hosco, retorciendo el rebenque.) Conque... conque,
¿nadie quiere hablar? (A ROBUSTIANA.) Vamos a ver, hijita. Usted ha de ser güena.Cuéntele a su tata todas las cosas que tiene que contarle. Reposadita y sin apurarse mucho,
que se fatiga...
ROBUSTIANA.- No, tata; no tengo nada que decirle.
DON ZOILO .- ¿Cómo es eso?
ROBUSTIANA .- Digo...no. Es que... lo único... es eso... que... Lo único... es eso... que no
me tratan bien.
DON ZOILO.- Por algo ha de ser entonces. Vamos... empiece.
ROBUSTIANA .- Porque no me quieren, será.
DON ZOILO .- (Grave.) Bueno, hijita. Hable de una vez; no me vaya a disgustar usted
también.
ROBUSTIANA.- Es que... si lo digo se disgusta más.
DON ZOILO .- Ya caíste, matrera. Ahora no tendrás más remedio que largar el lazo... y
tire sin miedo que no lo via mañeriar a la argolla. ¡Está bien sogueao el güey viejo!
DOÑA DOLORES.- ¡Ay, hijas! ¡No puedo más! Voy a echarme en la cama un ratito. (Se
alza.)
DON ZOILO.- ¡No, no, no, no! ¡De aquí no se mueve nadie! A la primera que quiera dirse,
le rompo las canillas de un mangazo. Empiece el cuento.
ROBUSTIANA.- No, no... tata... Usté se va a enojar mucho.
DON ZOILO.- ¡Más de lo que estoy! Y ya me ves; tan mansito. Encomience. Vamos.
(Recalcando.) Había una vez unas mujeres...ROBUSTIANA.- Bueno; lo que yo tenía que decirle era que, en esta casa, no lo respetan a
usted, y que las cosas no son lo que parece... (Alzándose.) Y entré por un caminito y salí
por otro...
DON ZOILO.- ¡No me juyás!... Adelante, adelante... Sentate. Eso de que no me respetan
hace tiempo que lo sé. Vamos a lo otro.
ROBUSTIANA.- Yo creo que nosotros debíamos irnos de esta estancia... Pues... de todos
modos ya no es nuestra, ¿verdad?
DON ZOILO .- ¡Claro que no!
ROBUSTIANA.- Y como no hemos de vivir toda la vida de prestao, cuanto más antes
mejor!; ¡menos vergüenza!
DON ZOILO.- Es natural, pero no comprendo a que viene eso...
ROBUSTIANA.- ¡Viene a que si usté supiera por qué don Juan Luis nos ha dejao seguir
viviendo en la estancia después de ganar el pleito, ya se habría mandao mudar!
RUDECINDA.- ¡Ave María! ¡Qué escándalo de mujer intrigante!... ¡Zoilo!... ¡Pero Zoilo!
¿Tenés valor de dejarte enredar por una mocosa?
DON ZOILO .- Siga, m'hija... siga no más. Esto se va poniendo bonito.
RUDECINDA.- ¡Ah, no! ¡Qué esperanza! Si vos estás chocho con la gurisa, nosotras no,
¿me entendés? ¡Faltaba otra cosa! ¡Mándese mudar de aquí, tísica, lengua larga! ¡Ya!... (A
DON ZOILO.) No, no me mirés con esos ojos, que no te tengo miedo. A ver ustedes, qué
hacen; vos, Dolores... Prudencia. Parece que tuvieran cola e paja... Muévanse. Vengan a
arrancarle el colmillo a esta víbora, pues. (A ROBUSTIANA.) Contestá, ladiada. ¿Qué
tenés que decir de malo de don Juan Luis?
DOÑA DOLORES.- ¡Ay, mi Dios!
DON ZOILO.- Siga, m'hija, y no se asuste, porque aquí está don talero con ganas de comer
cola.ROBUSTIANA.- Sí, tata. ¡Vergüenza da decirlo!... ¡Cuando usté se va para el pueblo, la
gente se lo pasa aquí de puro baile corrido!
DON ZOILO .- Me lo maliciaba.
ROBUSTIANA .- ¡Con don Juan Luis, el comisario Butiérrez y una runfla más!
DON ZOILO.- ¡Ah! ¡Ah! Adelante.
ROBUSTIANA.- Y lo peor es que... es que... Prudencia... (Llora.) No, no digo más...
(PRUDENCIA se aleja disimuladamente y desaparece por la izquierda.)
DON ZOILO .- ¡Vamos, pues, no llore! Hable. ¿Prudencia, qué?...
ROBUSTIANA.- Prudencia... al pobre... al pobre Aniceto, tan bueno y que tan... to que la
quiere... le juega sucio con don Juan Luis.
DON ZOILO.- ¡Ah! Eso es lo que quería saber bien. Ahora sí, ahora sí; no cuente más,
m'hija; no se fatigue. Venga a su cuarto; así descansa... (La conduce hacia el foro; al pasar
junto a DOÑA DOLORES levanta el talero, como para aplastarla.) ¡No te via pegar! ¡No te
asustés, infeliz!
Escena XII
DOÑA DOLORES y RUDECINDA.RUDECINDA.- (Permanece un instante cavilosa y con aire despectivo.) Bueno, ¿y qué?
(Viendo llorar a DOÑA DOLORES.) No te aflijás, hija. Ya lo hemos de enderezar a Zoilo.
¡Mocosa, lengua larga! ¡Quién hubiera creído!
Escena XIII
DOÑA DOLORES, RUDECINDA, DON ZOILO y BATARÁ.
DON ZOILO .- (Saliendo.) ¡Arrastradas! ¡Arrastradas! Merecían que las deslomara a
palos... Arrastradas... (Llamando.) ¡Batará! ¡Batará! (Paseándose.) ¡Ovejas! ¡Peores
entoavía! ¡Las ovejas siquiera no hacen daño a naide!... ¡Batará!
BATARÁ.- (Saliendo.) Mande, señor.
DON ZOILO.- ¿Qué caballo hay en la soga?
BATARÁ .- ¡El doradillo tuerto, señor!
DON ZOILO.- ¿Aguantará un buen galope?
BATARÁ .- ¡Ya lo creo, señor!
DON ZOILO.- Bien. Vas a ensillarlo en seguida y le bajás la mano hasta el Sarandí.
¿Sabés ande está poblando Aniceto?
BATARÁ .- Sí, señor.DON ZOILO.- Llegás y le decís que se venga con vos, porque tengo que hablarle... ¡Ah!...
Al salir te arrimás a lo de mi compadre Luna a decirle en mi nombre que necesito la carreta
con güeyes pa mañana; que me haga el favor de mandármela de madrugada.
BATARÁ .- Ta bien, señor.
DON ZOILO.- Entonces, volá.
(Mutis BATARÁ.)
Escena XIV
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Después de pasearse un momento, a DOÑA DOLORES.) Y usté, señora,
tiene que mejorarse en seguidita de la cabeza; ¿me oye? ¡En seguidital
DOÑA DOLORES .- ¡Ay, Jesús, María y José! ¡Sí, estoy un poco más aliviada ya! ¡Me
han hecho bien los parchecitos!
DON ZOILO.- ¡Pues se alivia del todo y se va rápido a arreglar con ésas las cacharpas más
necesarias pal viaje; mañana al aclarar nos vamos de aquí!
RUDECINDA.- ¿Y ande nos vamos?
DON ZOILO .- ¡Ande a usté no se le importa! ¡Canejo! ¡Ya, muévanse!... (Continúa
paseándose.)DOÑA DOLORES.- (Yéndose.) Virgen de los Desamparados, ¡qué va a ser de nosotros!
Escena XV
RUDECINDA y DON ZOILO.
RUDECINDA.- Decime, Zoilo. ¿Te has enloquecido endeveras? ¿Ande nos llevás?
DON ZOILO .- ¡Al medio del campo! ¡Qué sé yo! ¡No me va a faltar una tapera vieja ande
meterlas!
RUDECINDA.- ¡Ah! ¡Yo no me voy, ¡Soy libre!
DON ZOILO .- Quedate si querés.
RUDECINDA.- Pero primero me vas a entregar lo que me pertenece; mi parte de la
herencia...
DON ZOILO .- Pediselá a tu amigo el diablo, que se la llevó con todo lo mío.
RUDECINDA .- (Espantada.) ¿Cómo?
DON ZOILO.- Llevándosela!
RUDECINDA.- ¡Ah! ¡Madre! ¡Ya lo maliciaba! ¿Conque me has fundido también?
¿Conque me has tirado mis pesitos? ¿Conque me quedo en la calle? ¡Ah!... ¡Canalla!
¡Sinvergüenza! La...DON ZOILO .- (Imponente.) ¡Phss! ¡Cuidado con la boca!
RUDECINDA .- ¡Canalla! ¡Canalla! ¡Ladrón!
DON ZOILO.- ¡Rudecinda!
RUDECINDA .- ¡No te tengo miedo! Te lo via decir mil y cincuenta veces... ¡Canalla!
¡Cuatrero! ¡Cuatrero!
DON ZOILO.- (Hace un ademán de ira, pero se detiene.) ¡Pero hermana! ¡Hermana!...
¿Es posible?
RUDECINDA.- (Echándose a llorar.) Madre de mi alma, que me han dejado en la calle...
me han dejado en la calle... Mi hermano me ha robao...
(Se va por el foro llorando a gritos. DON ZOILO abrumado, hace mutis lentamente por la
primera puerta de la izquierda.)
Escena XVI
PRUDENCIA y JUAN LUIS.
(Después de una breve pausa, aparece PRUDENCIA. Mira cautelosamente en todas
direcciones, y no viendo a nadie corre hacia la derecha, deteniéndose sorprendida junto al
portón, donde topa con JUAN LUIS.)PRUDENCIA.- (Ademán de huir.) ¡Ah!
JUAN LUIS .- Buenas tardes. ¡No se vaya! (Tendiéndole la mano.) ¿Cómo está?
PRUDENCIA.- (Muy avergonzada.) ¡Ay, Jesús!... ¡Cómo me encuentra!...
JUAN LUIS .- (Reteniendo la mano, después de cerciorarse de que están solos.)
¡Encantadora te encuentro, monísima, mi vidita!
PRUDENCIA.-
(Apartándose.) ¡No... no!... Déjeme... Váyase... ¡Tata está ahí!
JUAN LUIS .- (Goloso, avanzando.) ¡Y qué tiene! ¡Dormirá! ¡Vení, prenda!
PRUDENCIA .- (Compungida.) No... váyase, sabe todo. Está furioso.
JUAN LUIS.- ¡Oh! Ya lo amansaremos. ¿Recibiste mi carta?
PRUDENCIA .- Sí. (Después de mirar a todos lados, con fingido enojo.) Usté es un
atrevido y un zafao, ¿sabe?
JUAN LUIS .- ¿Aceptás? ¿Sí? ¿Irás a casa de Martiniana?
PRUDENCIA .- Este... Jesús, siento ruido. (Huyendo hacia el foro.) ¡Tata! ¡Lo buscan!
(Mutis por segunda izquierda.)
JUAN LUIS.- ¡Arisca la china! (Se pasea.)Escena XVII
DON ZOILO y JUAN LUIS.
DON ZOILO .- (Saliendo.) ¿Quién me busca? ¡Ah!
JUAN LUIS .- (Confianzudo.) ¿Qué tal, viejo amigo? ¿Cómo le va? ¿Está bueno? Le
habré interrumpido la siesta, ¿no?
DON ZOILO .- Bien, gracias; tome asiento.
(Pronto aparecen en cada una de las puertas PRUDENCIA, RUDECINDA y DOÑA
DOLORES; curiosean inquietas un instante y se van.)
JUAN LUIS .- No; traigo un amigo y no sé si usted tendrá gusto en recibirlo.
DON ZOILO .- No ha de ser muy chúcaro cuando no le han ladrao los perros.
JUAN LUIS.- Es una buena persona.
DON ZOILO .- Ya caigo. El capitán Butiérrez, ¿no? (Se rasca la cabeza con rabia.) ¡Ta
güeno!...
JUAN LUIS .- Y me he propuesto que se den un abrazo. Dos buenos criollos como ustedes
no pueden vivir así, enojados. De parte de Butiérrez, ni qué hablar...
DON ZOILO.- (Muy irónico.) ¡Claro! ¡Ni qué hablar! Mande no más, amigazo. ¡Usted es
muy dueño! Vaya y digalé a ese buen mozo que se apee... Yo voy a sujetar los perros.JUAN LUIS .- (A voces desde la verja.) ¡Acérquese no más, comisario! Ya está pactado el
armisticio.
(Va a su encuentro.)
Escena XVIII
DON ZOILO, JUAN LUIS y GUTIÉRREZ.
JUAN LUIS.- (Aparatoso; empujando a GUTIÉRREZ.) Ahí lo tiene al amigo don Zoilo,
olvidado por completo de las antiguas diferencias... (Hierático.) Pax vobis.
GUTIÉRREZ .- (Extendiendo los brazos.) ¡Cuánto me alegro! ¿Cómo te va, Zoilo?
DON ZOILO.- (Empacado ofreciéndole la mano.) Güen día...
GUTIÉRREZ .- (Cortado.) ¿Tu familia, buena?
(Pausa.)
DON ZOILO.- Tomen asiento.
JUAN LUIS.- Eso es... (Ocupando el sillón.) ¡Siéntese por acá, comisario! (Señala una
silla.) Tiempo lindo, ¿verdad? Don Zoilo, ¿usté no se sienta? Arrime un banco, pues...(DON ZOILO se sienta.) Las muchachas estarán de tarea seguramente. Hemos venido a
interrumpirlas... Seguro que han ido a arreglarse. Dígales que por nosotros no se preocupen.
¡Pueden salir así no más, que siempre están bien!
(Pausa embarazosa.)
GUTIÉRREZ.- (Por decir algo.) ¡Qué embromar! ¡Qué embromar con las cosas!
JUAN LUIS .- ¿Con qué cosas?
GUTIÉRREZ .- Ninguna. Decía por decir, no más. Es costumbre.
Escena XIX
DON ZOILO, JUAN LUIS, GUTIÉRREZ y RUDECINDA.
RUDECINDA.- (Un tanto transformada y hablando con relativa exageración.) ¡Ay!...
¡Cuánto bueno tenemos por acá!... ¿Cómo está, Butiérrez? ¿Qué milagro es éste, don Juan
Luis? Vean en qué figura me agarran.
JUAN LUIS.- Usted siempre está buena moza.
RUDECINDA.- ¡Ave María! No se burle.
GUTIÉRREZ.- (Ofreciéndole su silla.) Tome asiento.RUDECINDA .- ¡No faltaba más! Usté está bien; no, no, no. Ya me van a traer. (A
voces.) ¡Robusta, sacá unas sillas! ¿Y qué tal? ¿Qué buena noticia nos traen? ¿Qué se
cuenta por ahí? Ya me han dicho que usté, Butiérrez...
DON ZOILO .- ¡Rudecinda! Vaya a ver qué quiere Dolores.
RUDECINDA.- No; no ha llamado.
DON ZOILO .- (Alzándose.) ¡Va... ya a ver... qué... quiere... Dolores!
RUDECINDA .- (Vacilante.) Este... (Después de mirar a DON ZOILO.) Con permiso.
(Vase.)
Escena XX
DON ZOILO, JUAN LUIS y GUTIÉRREZ.
JUAN LUIS .- ¡Qué muchacha de buen genio esta Rudecinda! ¡Siempre alegre y
conversadora... ¿Y no tenemos un matecito, viejo Zoilo? Lo encuentro medio serio. Seguro
que no ha dormido siesta. Mi padre es así; cuando no sestea, anda que parece alunao.
GUTIÉRREZ.- (Cambiando de postura.) ¡Qué embromar con las cosas!
Escena XXIDON ZOILO, JUAN LUIS, GUTIÉRREZ y PRUDENCIA.
PRUDENCIA.- (Con mucha cortedad.) ¡Buenas tardes!
JUAN LUIS .- (Yendo a su encuentro.) ¡Viva!... ¡Salió el sol! ¡Señorita!
PRUDENCIA.- Bien, ¿y usté?
GUTIÉRREZ.- ¡Señorita Prudencia! ¡Qué moza!
PRUDENCIA.- Bien, ¿y usté? Tomen asiento. Estén con comodidad.
JUAN LUIS .- Gracias; siempre tan interesante, Prudencita. Linda raza, amigo don Zoilo.
DON ZOILO.- Che, Prudencia. Andá, que te llama Rudecinda.
PRUDENCIA.- ¿A mí? ¡No he oído!
DON ZOILO.- He dicho que te llama Rudecinda.
PRUDENCIA.- (Atemorizada, yéndose.) ¡Voy! Con licencia.
(Vase.)
Escena XXIIDON ZOILO, JUAN LUIS y GITIÉRREZ.
JUAN LUIS .- Pues yo no he oído.
DON ZOILO.- (Alterado.) ¡Pero yo sí, canejo! ¿Me entiende?
JUAN LUIS.- Bueno, viejo. Tendrá razón; no es para tanto.
GUTIÉRREZ .- ¡Hom!... Qué embromar... Qué embromar con las cosas...
DON ZOILO.- Ta bien. Dispense. (Aproximando su banco a JUAN LUIS.) Diga...
¿Tendría mucho que hacer aura?
JUAN LUIS .- ¿Yo?
DON ZOILO.- El mismo.
JUAN LUIS.- ¡No! Pero no me explico...
DON ZOILO .- Tenía que decirle dos palabritas.
JUAN LUIS .- A sus órdenes, viejo. Ya sabe que siempre...
GUTIÉRREZ .- (Alzándose.) Andate pa tu casa, Pedro, que paece que t'echan.
DON ZOILO.- Quedate no más. Siempre es güeno que la autoridad oiga también algunas
cosas... Este, pues, como le iba diciendo. Usté sabe que esta casa y este campo fueron míos;
que los heredé de mi padre, y que habían sido de mis agüelos... ¿no? Que todas las vaquitas
y ovejitas existentes en el campo, el pan de mis hijos, las crié yo a juerza de trabajo y de
sudores, ¿no es eso? Bien saben todos que, con mi familia, jue creciendo mi haber, a pesar
de que la mala suerte, como la sombra al árbol, siempre me acompañó.JUAN LUIS.- No sé a qué viene eso, francamente.
DON ZOILO.- Un día... déjeme hablar. Un día se les antojó a ustedes que el campo no era
mío, sino de ustedes; me metieron ese pleito de reivindicación; yo me defendí; las cosas se
enredaron como herencia de brasilero, y cuando quise acordar amanecí sin campo, ni vacas,
ni ovejas, ni techo para amparar a los míos.
JUAN LUIS .- Pero usted bien sabe que la razón estaba de nuestra parte.
DON ZOILO.- Taría cuando los jueces lo dijeron, pero yo dispués no supe hacer saber
otras razones que yo tenía.
JUAN LUIS .- Usted se defendió muy bien, sin embargo.
DON ZOILO.- (Alzándose terrible.) No, no me defendí bien; no supe cumplir con mi
deber. ¿Sabe lo que debí hacer, sabe lo que debí hacer? Buscar a su padre, a los jueces, a
los letrados; juntarlos a todos ustedes, ladrones, y coserles las tripas a puñaladas, ¡pa
escarmiento de bandoleros y saltiadores! ¡Eso debí hacer! ¡Eso debí hacer! ¡Coserlos a
puñaladas!
JUAN LUIS .- (Confuso.) ¡Caramba, don Zoilo! ¡Por favor!
GUTIÉRREZ .- (Interviniendo.) ¡Hombre, Zoilo! ¡Calmate! ¡Respetá un poco, que estoy
yo acá!
DON ZOILO.- (Serenándose.) ¡Toy calmao! ¡Ladiate de ahí!... ¡Eso debí hacer! ¡Eso!
(Sentándose.) No lo hice porque soy un hombre muy manso de sí, y por consideración a
los míos. Sin embargo...
JUAN LUIS .- Repito, señor, que no acabo de explicarme los motivos de su actitud. Por
otra parte, ¿no nos hemos portado con bastante generosidad? ¡Lo hemos dejado seguir
viviendo en la estancia! Nos disponemos a ocuparlo bien para que pueda acabar
tranquilamente sus días.
DON ZOILO.- (Irguiéndose.) ¡Cállese la boca, mocoso!... ¡Linda generosidad! ¡Bellacos!JUAN LUIS .- (Poniéndose de pie.) ¡Señor!...
DON ZOILO .- ¡Linda generosidad! Pa quitarnos lo único que nos quedaba, la vergüenza y
la honra, es que nos han dejado aquí... ¡Saltiadores! ¡Parece mentira que haiga cristianos tan
desalmaos!... ¡No les basta dejar en la mitad del campo al pobre paisano viejo, a que se
gane la vida cuando ya ni fuerzas tiene, sino que todavía pensaban servirse de él y su
familia para desaguachar cuanta mala costumbre han aprendido! ¡Ya podés ir tocando de
aquí, bandido! Mañana esta casa será tuya... ¡Pero lo que aura hay adentro es bien mío! ¡Y
este pleito yo lo fallo! ¡Juera de aquí!
JUAN LUIS .- ¡Pero, señor!
DON ZOILO.- (Agarrando el talero.) ¡Juera he dicho!
JUAN LUIS.- Está bien...
(Se va lentamente.)
DON ZOILO.- (A GUTIÉRREZ, que intenta seguirlo.) Y en cuanto a vos, entrá si querés
a sacar tu prenda. ¡Pasá no más, no tengás miedo!
GUTIÉRREZ .- Yo...
DON ZOILO.- ¡Ah!... ¡No querés! Bueno, tocá también. Y cuidadito con ponérteme por
delante otra vez (GUTIÉRREZ mutis.) ¡Herejes! ¡Saltiadores! ¡Saltiadores! (Los sigue un
momento con la vista, balbuceando frases incomprensibles. Después recorre con una
mirada las cosas que le rodean, avanza unos pasos y se deja caer abrumado en el sillón.)
¡Señor! ¡Señor! ¡Qué le habré hecho a la suerte pa que me trate así!... ¡Qué, qué le habré
hecho! (Deja caer la cabeza sobre las rodillas.)Acto II
Representa la escena, a gran foro, telón de campo; a la izquierda un rancho con puerta y
ventana practicables. Sobre el mojinete del rancho, un nido de horneros. A la derecha
rompimiento de árboles. Un carrito con un barril de los que se usan para transporte de agua.
Un banco largo debajo del alero del rancho, un banquito y un jarro de lata. Es de día.
Escena I
ROBUSTIANA y PRUDENCIA.
(Aparecen en escena ROBUSTIANA pisando maíz en un mortero y PRUDENCIA
cosiendo un vestido.)
ROBUSTIANA.- ¡Che, Prudencia! ¿Querés seguir pisando esta mazamorra? Me canso
mucho. Yo haría otra cosa cualquiera.
PRUDENCIA.- Pisala vos con toda tu alma. Tengo que acabar esta pollera.
ROBUSTIANA.- ¡Que sos mala! Llamala a mama entonces o a Rudecinda.
PRUDENCIA.- (Volviéndose, a voces.) Mama... Rudecinda. Vengan a servir a la señorita
de la casa y tráiganle un trono para que esté a gusto.Escena II
ROBUSTIANA, PRUDENCIA, DOÑA DOLORES y RUDECINDA.
DOÑA DOLORES.- (Saliendo.) ¿Qué hay?
PRUDENCIA .- Que la princesa de Chimango no puede pisar maíz.
DOÑA DOLORES.- ¿Y qué podés hacer entonces? Bien sabés que no hemos venido acá
pa estarnos de brazos cruzados.
ROBUSTIANA.- Sí, señora, lo sé muy bien; pero tampoco via permitir que me tengan de
piona.
RUDECINDA .- (Asomándose a una ventana.) ¿Ya está la marquesa buscando
cuestiones? Cuando no...
ROBUSTIANA .- Callate vos, comadreja.
RUDECINDA.- Andá, correveidile; buscá camorra no más pa después dirle a contar a tu
tata que te estamos martirizando.
ROBUSTIANA.- (Dejando la tarea.) ¡Por Dios!... ¿Quieren hacerme el favor de decirme
cuándo, cuándo me dejarán en paz? ¿Yo qué les hago pa que me traten así? Bien buena que
soy; no me meto con ustedes y trabajo como una burra, sin quejarme nunca a pesar de que
estoy bien enferma. ¡Y ahora porque les pido que me ayuden un poco, me echan la perrada
como a novillo chúcaro!
RUDECINDA.- (Que ha salido un momento antes con el pelo suelto, peinándose.) ¡Jesús,
la víctima! Si no hubiera sido por tus enredos, no te verías en estos trances.
ROBUSTIANA .- Por favor.RUDECINDA.- (Remedando.) ¡Por favor! ¡Véanle el aire de romántica!... Cómo se
conoce que anda enamorada; no te pongás colorada. ¿Te creés que no sabemos que andas
atrás de Aniceto?
ROBUSTIANA .- Bueno, por Dios. No hablemos más. Haré lo que ustedes quieran.
Trabajaré hasta que reviente. (Continúa pisando maíz.) De todos modos no les voy a dar
mucho trabajo, no; pronto no más. (Aparte, casi llorosa.) ¡Si no fuera por el pobre tata,
que me quiere tanto!
PRUDENCIA .- (A RUDECINDA.) ¿Te parece que será bastante el ancho? Le puse
cuatro paños.
DOÑA DOLORES .- ¡Ave María! ¡Qué anchura!
RUDECINDA.- ¡No, señora... con el fruncido! ¡A ver! ¡A ver! Esperate; tengo las manos
sucias de aceite.
PRUDENCIA .- ¿Y si la midiéramos con la tuya lila? ¿Ande la tenés?
RUDECINDA .- A los pies de mi cama. Vení.
(Hacen mutis.)
DOÑA DOLORES.- Ahora van a ver cómo sobra. Ese tartán es muy ancho.
(Mutis.)Escena III
ROBUSTIANA y DON ZOILO.
ROBUSTIANA.- (Angustiada.) ¡No quieren a nadie! ¡Pobre tatita!
(Apoyada en el mortero llora un instante. Óyense rumores de la izquierda. ROBUSTIANA
alza la cabeza, se enjuga rápidamente las lágrimas y continúa la tarea, canturreando un aire
alegre. DON ZOILO avanza por la izquierda a caballo, con un balde en la mano,
arrastrando un barril de agua. Desmonta, desata el caballo y lo lleva fuera, al volver
acomoda la rastra.)
DON ZOILO.- ¡Buen día, m'hija!
ROBUSTIANA.- Día... ¡bendición, tatita!
DON ZOILO .- ¡Dios la haga una santa! ¿Pasó mala noche, eh? ¿Por qué se ha levantao
hoy?
ROBUSTIANA.- No; dormí bien.
DON ZOILO .- Te sentí toser toda la noche.
ROBUSTIANA.- Dormida sería.
DON ZOILO.- Traiga, yo acabo.
ROBUSTIANA .- ¡No, deje! ¡Si me gusta!DON ZOILO .- Pero le hace mal. Salga.
ROBUSTIANA .- Bueno. Entonces yo voy a ordeñar, ¿eh?
DON ZOILO.- ¿Cómo? ¿No han sacao la leche entoavía?
ROBUSTIANA .- No señor, porque...
DON ZOILO .- ¿Y qué hacen ésas? ¿A qué hora se levantaron?
ROBUSTIANA.- Muy temprano...
DON ZOILO.- (Llamando.) ¡Dolores! ¡Rudecinda!
ROBUSTIANA.- Deje... Yo fui, que...
Escena IV
ROBUSTIANA, DON ZOILO y RUDECINDA.
RUDECINDA.- (Saliendo.) ¡Jesús! ¿Qué te duele?
DON ZOILO .- ¿No han podido salir entoavía de la madriguera? ¿Por qué no ordeñan de
una vez?
RUDECINDA.- ¡Qué apuro! Ya fue Dolores. (Intencionada.) Te vino con el parte alguna
tijereta, ¿no? ¿Cuánto le pagás por viaje?(Hace una mueca de desprecio a ROBUSTIANA, da un coletazo y desaparece. Pausa.)
Escena V
ROBUSTIANA, DON ZOILO y BATARÁ.
(BATARÁ aparece silbando, saca un jarro de agua del barril y bebe.)
BATARÁ .- ¡Ta fría! (A ROBUSTIANA.) ¡Día! ¡Sión! ¡Madrina! Aquí le traigo pa usté.
(Le ofrece una yunta de perdices.)
DON ZOILO .- ¿Y Aniceto?
BATARÁ.- Ái viene; se apartó a bombiar el torito hosco que parece medio tristón.
DON ZOILO.- ¿Encontraron algo?
BATARÁ .- Sí, señor. Cueriamos tres con la ternera rosilla que murió ayer.
ROBUSTIANA.- ¡Ave María Purísima! ¡Qué temeridad!
BATARÁ.- Y por el cañadón grande encontramos un güey echado, y a la lechera chorriada
muy seria.DON ZOILO.- ¿Les dieron güelta la pisada?
BATARÁ .- Sí, señor. Pero pa mí que ese remedio no las cura. ¡Pucha! ¡Pidemia bruta! Se
empieza a poner serio el animal, desganao; camina un poco, s'echa y al rato no más queda
tieso con una guampa clavada en el suelo. Debe ser algún pasto malo.
ROBUSTIANA.- ¡Qué tristeza! ¡Era lo único que nos faltaba! ¡Que tras de que tenemos
tan poco, se nos mueran los animales! ¡Y con el invierno encima!
DON ZOILO .- ¡No hay que afligirse, m'hija! ¡No hay mal que dure cien años! ¡Aistá
Aniceto!
Escena VI
ROBUSTIANA, DON ZOILO, BATARÁ y ANICETO.
ANICETO.- (Entra en escena.) Tres... y dos por morir. (A ROBUSTIANA.) Buenos
días... (A DON ZOILO.) ¡Hay que mandar la rastra pa juntar los cueros! (Sentándose en
cualquier parte.) Dicen que don Juan Luis tiene un remedio bueno allá en la estancia.
DON ZOILO.- Sí, una vacuna... Pero eso debe ser para animales finos.
BATARÁ.- ¡Güena vacuna! Cuando vino el engeniero ése para probar el remedio, se
murió medio rodeo de mestizas en la estancia grande; ¡bah!... Ese franchute no más ha de
haber sido el que trujo la epidemia.
ANICETO.- Grano malo no es.
DON ZOILO.- Últimamente, sea lo que sea... que se muera todo de una vez. Si fuera mío
el campo, ya le habría prendido fuego. ¡Ensillame el overo!(BATARÁ mutis.)
Escena VII
RUDECINDA, ROBUSTIANA, DON ZOILO y ANICETO.
RUDECINDA.- (Saliendo.) ¡Che, princesa! Podés ir a tender la cama, si te parece. ¿O
esperás que las sirvientas lo hagan? Pronto es mediodía, y todo está sucio.
ROBUSTIANA.- No rezongués. Ya voy...
(Vase.)
Escena VIII
RUDECINDA, DON ZOILO y ANICETO.
RUDECINDA.- ¡Movete, pues! (A ANICETO.) Buen día. ¿No han carniado?
DON ZOILO.- No sé qué... ¡Si no te carniamos a vos!RUDECINDA.- ¡Tas muy chusco! ¡No hablo con vos!
ANICETO.- No hay nada, doña. Anduve mirando si encontraba alguna ternera en buenas
carnes y...
RUDECINDA.- Pues yo he visto muchas...
ANICETO.- Ajenas serían...
DON ZOILO.- No perdás tiempo, hijo, en escuchar zonceras.
RUDECINDA .- ¡Zonceras! ¿Y qué comemos entonces? ¿Querés seguir manteniéndonos a
pura mazamorra? Charque no hay más.
DON ZOILO.- Pero hay mucho rulo, y mucha moña, y mucha comadrería.
RUDECINDA.- Mejor.
DON ZOILO.- (Con rabia.) ¡Entonces no se queje, canejo!
RUDECINDA .- ¡Avisá si también pensás matarnos de hambre!
DON ZOILO.- Si tenés tanta, pegá un volido pal campo. ¡Carnizas no te han de faltar!...
Podrás hartarte con tus amigos los caranchos. Che, Aniceto. Via dir hasta el boliche a
buscar un emplasto poroso pa Robusta, que la pobre está muy mal de la tos... Reparame un
poco esto, y si se alborotan mucho las cotorras, meniales chumbo no más.
(Vase lentamente por izquierda.)RUDECINDA.- Eso es; para esa guacha tísica todos los cuidaos; los demás, que revienten.
Andá no más... Andá no mas, que poco te va a durar el contento. (A ANICETO.) ¿Y a usté
lo han dejao de cuidador? Bonito papel, ¿no? ¡Jua!... ¡Jua!... El maizal con espantajo.
(Mutis.)
Escena IX
ANICETO y luego ROBUSTIANA.
ANICETO.- ¡Pcha que son piores! (Se pone a lavarse las manos junto al barril, echándose
agua con el jarro.)
ROBUSTIANA.- (Saliendo.) ¡Esperesé! ¡Yo le ayudo!
ANICETO.- No, dejá. Ya va a estar, hija.
ROBUSTIANA.- (Tomando el jarro y volcándole agua en las manos.) ¡Hija! ¡La facha
para padre de familia! ¿Quiere jabón?
ANICETO .- ¡Gracias, ya está! (Intenta secarse con el poncho.)
ROBUSTIANA.- ¡Ave María! No haga eso, no sea... (Va corriendo adentro y vuelve con
una toalla.) Ahí tiene. (Fatigada.) ¡Jesús! No puedo correr... Parece que me ahogo.
ANICETO.- ¡Vea! Por meterte acomedida.ROBUSTIANA.- Ya pasó. (Burlona.) ¡Retemé no más, tatita! ¡No digo! Si tiene andar de
padre de familia.
ANICETO .- ¡Oh!... Te ha dado fuerte con eso.
ROBUSTIANA.- ¡Claro! ¡Si me trata con una seriedad...!
ANICETO.- ¿Yo?
ROBUSTIANA.- ¡Siempre que me habla pone una cara! (Remedando.) Así fea.
(Ahuecando la voz.) «¡Gracias, m'hija! ¡Hacé esto, m'hija! ¡Buen día, m'hija! «O si no, se
pone bueno y mansito como tata y me trata de usted. « ¡Hijita, el rocío puede hacerle mal!
Hija, alcánceme eso, ¿quiere?» ¡Ja, ja, ja! Cualquier día, equivocada, le pido la bendición.
ANICETO .- ¡Vean las cosas que se le ocurren! Es mi manera así.
ROBUSTIANA.- ¿Y cómo con otras no lo hace?
ANICETO .- ¡Ah! Porque, porque...
ROBUSTIANA.- ¡Dígalo, pues! ¿A que no se anima?
ANICETO.- Porque, bueno... y si vamos a ver: ¿por qué vos me tratás de usted y con tanto
respeto?
ROBUSTIANA.- (Confundida.) ¿Yo? ¿Yo? Este... ¡miren qué gracia! Porque... ¿Quiere
que le cebe mate?
ANICETO .- ¡No, señor! ¡Respondé primero!
ROBUSTIANA.- Pues porque... antes, como yo era chica y uste... tamaño hombre, me
parecía feo tratarlo de vos.
ANICETO.- ¿Y ahora?ROBUSTIANA .- (Ruborizada.) Ahora... Ahora porque... porque me da vergüenza.
ANICETO .- (Extrañado.) ¡Vergüenza de mí! ¡De un hermano casi!
ROBUSTIANA.- ¡No... vergüenza no! Este. ¡Sí! ¡No sé qué! Pero... (Como inquietándose
por sus propios pensamientos.) ¡Ay! ¡Si nos vieran juntos! ¡Conversando así de estas
cosas!...
ANICETO.- ¿De cuáles?
ROBUSTIANA.- ¡Nada, nada! Este. ¡Caramba! Venga a sentarse y hablaremos como dos
buenos amiguitos...
ANICETO .- (Con mayor extrañeza y curiosidad.) ¿Y antes cómo hablábamos?
ROBUSTIANA.- (Impaciente.) ¡Jesús... si parezco loca! ¡No sé ni lo que digo! Quería
decir... No me haga caso, ¿eh? Bueno. ¡Siéntese! ¡A ver! ¿Qué iba a preguntarle? ¡Ah!...
¡Ya me acuerdo! Diga... ¿Por qué venía tan triste esta mañana del campo?
ANICETO.- (Ingenuo.) ¡Pensando en todas las desgracias de padrino Zoilo!
ROBUSTIANA .- ¡Cierto! ¡Pobre tatita! ¡Me da una lástima! ¡A veces tengo miedo de que
vaya a hacer alguna barbaridad! (Pausa.) Pues... ¿Y en qué otra cosa pensaba?
ANICETO.- ¡En nada!
ROBUSTIANA.- ¿En nada, en nada, en nada más? Vamos... ¿A que no me dice la verdad?
ANICETO.- Por Dios, que no...
ROBUSTIANA.- ¿Se curó tan pronto?...ANICETO .- ¡Ay, hija! ¡No había caído!
ROBUSTIANA.- ¿Otra vez? ¡Bendición tatita!
ANICETO.- Bueno. No te trataré más así si no te agrada...
ROBUSTIANA.- Me agrada. Es que usted piensa siempre que soy una chiquilina. Pero
dejemos eso. ¿No venía pensando en... alguna persona?
ANICETO.- No hablemos de difuntos. Aquello tiene una cruz encima.
ROBUSTIANA.- Yo siempre pensé que Prudencia le iba a jugar feo...
ANICETO.- No me quería y se acabó.
ROBUSTIANA.- Hizo mal, ¿verdad?
ANICETO.- Pa mí que hizo bien. Peor es casarse sin cariño.
ROBUSTIANA.- Usted sí que la quería de veras. ¡Qué lástima! (Pausa.) Yo... todavía no
he tenido novio... ninguno... ninguno...
ANICETO .- ¿Te gustaría?
ROBUSTIANA.- ¡Miren qué gracia! ¡Ya lo creo! Un novio de adeveras pa que se casara
conmigo y lo llevásemos a tata a vivir con nosotros. Siempre pienso en eso.
ANICETO .- ¿Al viejo solo? ¿Y las otras?
ROBUSTIANA.- ¡Ni me acordaba! Bueno; la verdad es que para lo que sirven... Bien se
las podía llevar un ventarrón.
ANICETO .- (Pensativo.) Conque... pensando en novios... ¡Está bien! ¡Ta bueno!ROBUSTIANA .- (Después de un momento.) Diga... ¿Verdad que estoy mucho más
gruesa?
ANICETO.- (Sorprendido en su distracción.) ¿Qué?
ROBUSTIANA.- ¡Ave María, qué distraído... ¿No me halla más repuesta?
ANICETO.- ¡Mucho!
ROBUSTIANA.- Si no fuera por la tos, estaría ya tan alta y tan carnuda como Prudencia,
¿verdad? Sin embargo, Dios da pan al que no tiene dientes.
ANICETO.- ¡Así es!
ROBUSTIANA.- Yo en lugar de ella...
ANICETO.- (Alzándose.) En lugar de ella... ¿qué?
ROBUSTIANA .- ¡Ay, qué curioso!
ANICETO.- Diga, pues.
ROBUSTIANA.- (De pie, azorada ante el gesto insistente de ANICETO.) Pero... ¿Yo qué
he dicho? No, no me haga caso. ¡Estaba distraída! ¡Ay, me voy! Soy una aturdida. Adiós,
¿eh? (Volviéndose.) ¿No se va a enojar conmigo?
ANICETO .- (Tierno.) ¡Venga, hija, escúcheme!
ROBUSTIANA.- (Vivamente.) ¡Bendición, tata!(Mutis.)
ANICETO.- ¡Santita!
(Vase lentamente por detrás del rancho mientras sale RUDECINDA.)
Escena X
MARTINIANA, RUDECINDA, DOÑA DOLORES y PRUDENCIA.
MARTINIANA.- (Desde adentro izquierda.) ¡Ave María Purísima! (Con otro tono.) ¡Sin
pecado concebida! ¡Apiate no más, Martiniana, y pasá adelante! (Apareciendo.) ¡Jesús,
qué recibimiento! ¡Ni que juera el rey de Francia!... ¡Ay, cómo vienen todos! (Saludando.)
¡Reverencias! ¡Reverencias! ¡Quédense sentaos no más! ¡Los perdono!
RUDECINDA.- ¡Ay, comadre! ¿Cómo le va? ¡La conocí en la voz!
MARTINIANA.- Dejuramente, porque ni me había visto... Creí mesmamente que el
rancho se hubiese vuelto tapera... (Aparecen sucesivamente DOÑA DOLORES y
PRUDENCIA.) ¡Doña Dolores! ¡Prudencita! Estaban atariadas, ¿verdad?
PRUDENCIA.- No... Conversando no más.
RUDECINDA.- (Acercándole un banco.) Tome asiento, comadre.
MARTINIANA.- ¡Siempre cumplida! Tanto honor de una comadre.PRUDENCIA.- ¿Y qué buenos vientos la traen?
MARTINIANA .- ¡Miren, la pizcueta! Ya sabe que son güenos vientos.
PRUDENCIA.- De aquel rumbo...
MARTINIANA.- No pueden ser malos, ¿eh? Sin embargo, ande ustedes me ven, casi se
me forma remolino en el viaje.
RUDECINDA .- ¡Cuente!
PRUDENCIA.- ¿Qué le ocurrió?
MARTINIANA.- Nada. Que venía pa ca, y al llegar al portoncito e la cuchilla, ¿con quién
creerán que me topo? ¡Nada menos que con el viejo Zoilo!
PRUDENCIA.- ¡Con tata!
MARTINIANA.- «¿Ande vas, vieja... arcabucera?», me gritó. «Ande me da la rial gana...»,
le contesté. Y ái no más me quiso atravesar el caballo por delante. Pero yo, que no quería
tener cuestiones con él por ustedes, ¿saben?, nada más, talonié la tubiana vieja y enderecé
pa ca al galope.
PRUDENCIA.- ¡Menos mal!
MARTINIANA .- ¡Verás, hijita! ¡La cuestión no acabó ái! En cuanto me vido galopiando,
adivinen lo que hizo ese viejo hereje. «¿Ande te has de dir, avestruz loco?», me gritó, y
empezó a revoliar las boliadoras. Sea cosa, dije yo, que lo haga, y sujeté no más. «¿Vas pa
casa?» «¿Qué le importa?» Y se armó la tinguitanga. «Sí, señor; via visitar a mi comadre y
a las muchachas, que las pobres son tan güenas y usté las tiene viviendo en la inopia,
soterradas en una madriguera», y que tal y que cual. ¡Pcha!... Ahí no más se me durmió a
insultos. Pero yo no me quedé tras y le dije, defendiéndolas a ustedes, como era mi
obligación, tantas verdades, que el hombre se atoró. Aurita no más me pega un chirlo,
pensé. ¡Pero nada!... Se quedó un rato serio rascándose la piojera, y dispués, dentrando en
razón dejuramente, me dijo: «Hacé lo que te acomode... ¡Al fin y al cabo!...» ¿Qué les
parece? ¡Dispués habrá quien diga que ña Martiniana Rebenque no sabe hacer las cosas!¡Ah! ¿Y sabés lo que me dijo también al principio?... Que sabía muy bien que don Juan
Luis había estao en casa aquel día que yos fuiste, Prudencia, a pasar conmigo. Qué
temeridad, ¿no?...
Escena XI
MARTINIANA, RUDECINDA, DOÑA DOLORES, PRUDENCIA y ROBUSTIANA.
ROBUSTIANA.- (Aparece demudada, sosteniéndose en el marco de la puerta, con voz
muy débil.) ¿Me quieren dar un poco de agua?
RUDECINDA.- Ahí está el barril.
ROBUSTIANA .- (Tose, tapándose la boca con un pañuelo que debe estar ligeramente
manchado de sangre.) ¡No... puedo!
MARTINIANA .- ¿Cómo te va, hija?... ¡Che!... ¿Qué tenés? (Acude en su ayuda.)
Vengan, que a esta muchacha le da un mal...
DOÑA DOLORES.- (Alarmada.) Hija... ¿Qué te pasa?
MARTINIANA.- (Avanza sosteniéndola.) ¡Coraje, mujer! No es nada, no se aflija... Con
un poco de agua...
PRUDENCIA.- (Que se ha acercado llevando el agua.) Tomá el agua. ¡Parece que echa
sangre!
RUDECINDA .- ¡De las muelas será!... ¡Más mañera esa zorra!ROBUSTIANA.- (Bebe un sorbo de agua, sofocada siempre por la tos, y a poco reacciona
un tanto.) No fue nada... Llévenme adentro.
DOÑA DOLORES.- ¡Virgen Santa! ¡Qué susto!
MARTINIANA .- (Conduciéndola con PRUDENCIA.) Hay que cuidar, hija, esa tos.
Así... empiezan todos los tísicos... Yo siempre le decía a la finadita hija de don Basilio
Fuentes... Cuidate, muchacha... Cuidate muchacha, y ella...
(Mutis.)
Escena XII
DOÑA DOLORES, RUDECINDA, luego MARTINIANA y PRUDENCIA.
DOÑA DOLORES.- Esta hija todavía nos va a dar un disgusto; verás lo que te digo.
RUDECINDA.- No te preocupés. De mimosa lo hace. Pa hacer méritos con el bobeta del
padre.
DOÑA DOLORES .- ¡No exagerés! ¡Enferma está!
RUDECINDA.- Bueno... pero la cosa no es pa tantos aspavientos.
MARTINIANA.- (Reapareciendo con PRUDENCIA.) ¡Ya está aliviada!
DOÑA DOLORES .- ¿Se acostó?MARTINIANA .- Sí... Vestida no más... Sería bueno que usted fuera a verla, doña
Dolores... ¡y le diera un tecito de cualquier cosa!
DOÑA DOLORES .- (Disponiéndose a ir.) Eso es... Un té de sauco, ¿será bueno?
MARTINIANA.- Sí, o si no mejor una cucharada de aceite de comer... Suaviza el caño de
la respiración.
(DOÑA DOLORES mutis.)
Escena XIII
RUDECINDA, MARTINIANA y PRUDENCIA.
RUDECINDA.- Y después, comadre, ¿qué pasó?
PRUDENCIA .- Tata se fue y...
MARTINIANA.- Y nada más.
PRUDENCIA.- ¿Qué noticias nos trae?
RUDECINDA.- No tenga miedo...MARTINIANA.- Bueno; dice don Juan Luis que no halla otro remedio, que ustedes deben
apurarse y convencer a doña Dolores y mandarse mudar con ella pa la estancia vieja... El
día que ustedes quieran él les manda el breque al camino y... ¡a las de juir!...
PRUDENCIA .- ¿Y Robusta? ¿Y tata?
RUDECINDA.- ¿Y Aniceto?
MARTINIANA.- Ése es zonzo de un lao... A Robusta la llevan no más, y en cuanto al
viejo, ya verán cómo poniéndole el nido en la jaula, cae como misto. Ta aquerenciadazo
con ustedes. Y más si le llevan a la gurisa.
RUDECINDA.- ¿Y cómo?
PRUDENCIA.- Yo tengo miedo por tata. ¡Es capaz de matar a Juan Luis!
MARTINIANA.- ¡Qué va a matar ése! Y además, no tiene razón, porque don Juan Luis no
se mete en nada. Son ustedes mesmas las que resuelven. ¿Por qué le van a consentir a ese
hombre, después que las ha derrochado el güen pasar que tenían, que las tenga aquí
encerradas y muriéndose de hambre? ¡No faltaría más! ¡Si juese pa algo malo, yo sería la
primera en decirles: no lo hagan! Pero es pal bien de todos, hijas. Ustedes se van allá:
primero lo convencen al viejo y después a vivir la güena vida. Vos con tu Juan Luis, que tal
vez se case pronto, como me lo ha asigurao; usted, comadre, con su comisario... que me han
dicho que anda en tratos de arriendo pa poblar y ayuntarse... ¿eh? Se pone contenta y todo
como antes.
PRUDENCIA.- Sí, la cosa es muy linda. Pero tata, tata...
MARTINIANA.- ¡Qué tanto preocuparte del viejo! Peor sería que juyeras vos sola con tu
rubio, como sucede tantas veces; demasiado honrada que sos entuavía, hijita. A otros más
copetudos que el viejo Zoilo les han hecho doblar el cogote las hijas, por meterse a
contrariarles los amores. Ustedes no van acometer ningún pecao, y además, si el viejo tiene
tanta vergüenza de vivir como él dice de prestao, miás vergüenza debería de darle
mantenerse a costillas de un pobre como el tape Aniceto, que es el dueño de todo esto.RUDECINDA.- Claro está. Y últimamente, si él no quiere venirse con nosotras, que se
quede; pa eso estaremos Dolores y yo, pal respeto de la casa... ¡qué diablos! (Resuelta.)
¡Se acabó! Voy a conversar con Dolores y verás cómo la convenzo.
(Vase.)
MARTINIANA.- ¡Así me gusta, comadre! Las mujeres han de ser de resolución.
Escena XIV
PRUDENCIA y MARTINIANA.
PRUDENCIA.- Rudecinda no sabe nada de aquello, ¿verdad?
MARTINIANA .- ¡Qué esperanza! ¿Te has creído que soy alguna...? ¡No faltaba más!
PRUDENCIA.- No sé por qué me parece que anda desconfiada.
MARTINIANA.- No hagas caso. Hacé de cuenta que todo ha pasao entre vos y él.
Además, pa decir la verdá, yo no vide nada... Taba en la cachimba lavando.
PRUDENCIA .- ¡Pschss!
Escena XVPRUDENCIA, MARTINIANA y DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Saliendo.) ¿Ande está Robustiana?
PRUDENCIA.- Acostada.
(DON ZOILO vase.)
MARTINIANA.- Mire, don Zoilo. Tiene que cuidar mucho a esa gurisa; no la hallo bien.
No me gusta ningún poquito esa tos.
Escena XVI
PRUDENCIA, MARTINIANA y RUDECINDA.
RUDECINDA.- (Aparece.) No pude hablar con Dolores; pero es lo mismo. ¿Pa cuándo
podrá ser, comadre?
MARTINIANA.- Cualquier día. No tiene más que avisarme. Ya saben que pa obra güena
siempre estoy lista.
RUDECINDA .- Bueno; pasao mañana. ¿Te parece, Prudencia? ¡O mejor, mañana no más!Escena XVII
PRUDENCIA, MARTINIANA, RUDECINDA, ANICETO y el SARGENTO MARTÍN.
ANICETO .- (Saliendo con el SARGENTO MARTÍN.) ¡Pase adelante!
EL SARGENTO MARTÍN.- Güen día. (A RUDECINDA.) ¿Cómo le va, doña? (A
PRUDENCIA.) ¿Qué tal moza? ¿Qué hace, ña Martiniana?
PRUDENCIA .- ¿Cómo está, sargento? ¿Y el comisario?
EL SARGENTO MARTÍN.- Güeno. Les manda muchos recuerdos y esta cartita pa usté.
RUDECINDA.- Está bien, gracias.
MARTINIANA.- ¿Anda de recorrida o viene derecho?
EL SARGENTO MARTÍN.- Derecho... Vengo en comisión. (Volviéndose a ANICETO.)
¡Ah!... Y con usted tampoco anda muy bien el comisario. Dice que a ver por qué no jue a la
reunión de los otros días; que si ya se ha olvidao que hay elecciones, y superior gobierno, y
partidos.
ANICETO .- Digalé que no voy ande no me convidan.
EL SARGENTO MARTÍN.- ¡No se retobe, amigazo! ¡La política anda alborotada y no es
güeno estar mal con el superior! ¿Y don Zoilo? (A RUDECINDA.) Me dijo el capitán que
no se juesen a asustar las mozas, que no es pa nada malo. Estará un rato en la oficina.
Cuando hablen con él, lo largan.
Escena XVIIIPRUDENCIA, MARTINIANA, RUDECINDA, ANICETO, el SARGENTO MARTÍN y
DON ZOILO.
DON ZOILO .- (Saliendo.) ¿Qué andás queriendo vos por acá?
EL SARGENTO MARTÍN.- Güen día, viejo. Aquí andamos. Este... vengo a citarlo.
DON ZOILO.- ¿A mí?
EL SARGENTO MARTÍN.- Es verdá.
DON ZOILO.- ¿Pa qué?
EL SARGENTO MARTÍN.- Vaya a saber uno... Lo mandan y va.
DON ZOILO.- ¿Y no tienen otra cosa que hacer que molestar vecinos?
EL SARGENTO MARTÍN.- Así será.
(BATARÁ se asoma, escucha un momento la conversación y se va.)
DON ZOILO.- Ta güeno. Pues... Decile a Butiérrez que si por casualidad tiene algo que
decirme, mande o venga. ¿Me has oído?
EL SARGENTO MARTÍN.- Es que vengo en comisión.DON ZOILO.- ¡A mí qué me importa!
EL SARGENTO MARTÍN.- Con orden de llevarlo.
DON ZOILO .- ¿A mí? ¿A mí?
EL SARGENTO.- Eso es.
DON ZOILO.- ¿Pero han oído ustedes?
EL SARGENTO MARTÍN.- (Paternal.) No ha de ser por nada. Cuestión de un rato.
Venga no más. Si se resiste, va a ser pior.
MARTINIANA.- Claro que sí; deve ir no más a las güenas. ¿Qué saca con resistir a la
autoridá?
DON ZOILO.- ¡Callá esa lengua vos! Vamos a ver un poco; ¿no estás equivocado? ¿Vos
sabés quién soy yo? ¡Don Zoilo Carabajal, el vecino don Zoilo Carabajal!
EL SARGENTO.- Sí, señor. Pero eso era antes, y perdone. Aura es el viejo Zoilo, como
dicen todos.
DON ZOILO .- ¡El viejo Zoilo!
EL SARGENTO MARTÍN.- Sí, amigo; cuando uno se güelve pobre, hasta el apelativo le
borran.
DON ZOILO.- ¡El viejo Zoilo! Con razón esa mulita de Butiérrez se permite nada menos
que mandarme a buscar preso. En cambio, él tiene aura hasta apellido... Cuando yo le
conocí no era más que Anastasio, el hijo de la parda Benita. ¡Trompetas! (A voces.)
¡Trompetas! ¡Trompetas, canejo!
ANICETO.- No se altere, padrino. A cada chancho le llega su turno.DON ZOILO .- ¡No m'he de alterar, hijo! ¡Tiene razón el sargento! ¡El viejo Zoilo y
gracias! ¡Pa todo el mundo! Y los mejores a gatas si me tienen lástima. ¡Trompetas! Y si yo
tuviera la culpa, menos mal. Si hubiese derrochao; si hubiese jugao; si hubiese sido un mal
hombre en la vida; si le hubiese hecho daño a algún cristiano, pase; lo tendría merecido.
Pero jui bueno y servicial; nunca cometí una mala acción, nunca... ¡canejo!, y aura, porque
me veo en la mala, la gente me agarra pal manoseo, como si el respeto fuese cosa de poca o
mucha plata.
EL SARGENTO MARTÍN.- Eso es. Eso es.
RUDECINDA.- ¡Ave María! ¡No exagerés!
DON ZOILO.- ¡Que no exagere! ¡Si al menos ustedes me respetaran! Pero ni eso, canejo.
Ni los míos me guardan consideración. Soy más viejo Zoilo pa ustedes, que pal más ingrato
de los ajenos... ¡Vida miserable! Y yo tengo la culpa. ¡Yo!... ¡Yo! ¡Yo! Por ser demasiado
pacífico. Por no haber dejao un tendal de bellacos. ¡Yo... tuve la culpa! (Después de una
pausa.) ¡Y dicen que hay Dios!...
(Pausa prolongada; las mujeres, silenciosas, vanse por foro. DON ZOILO se pasea.)
Escena XIX
DON ZOILO, ANICETO, el SARGENTO MARTÍN y luego BATARÁ.
DON ZOILO.- Está bien, sargento. Lléveme no más. ¿Tiene orden de atarme? Proceda no
más.
EL SARGENTO MARTÍN.- ¡Qué esperanza! Y aunque tuviese. Yo no ato cristiano
manso.DON ZOILO.- ¿No sabe qué hay contra mí?
EL SARGENTO MARTÍN.- Decían que una denuncia de un vecino.
DON ZOILO.- ¡También eso! ¡Quién sabe si no me acusan de carniar ajeno! Lo único que
me faltaba...
BATARÁ .- (Que se ha aproximado por detrás del rancho a ANICETO.) Si quieren
resistir, le escondo la carabina al milico.
ANICETO.- ¡Salí de acá!
DON ZOILO.- (Al SARGENTO MARTÍN.) Cuando guste... Tengo el caballo ensillao.
(A ANICETO.) Hasta la güelta, hijo. Si tardo, cuidame mucho a la gurisa... que la
pobrecita no está nada bien.
ANICETO.- Vaya tranquilo.
DON ZOILO.- Güeno. Marcharé adelante como preso acostumbrao.
EL SARGENTO MARTÍN.- (A ANICETO.) ¡Salú, mozo!
(Mutis. BATARÁ le sigue azorado.)
Escena XX
ROBUSTIANA y ANICETO.ROBUSTIANA.- (Saliendo.) Aniceto... ¿Y tata?
ANICETO.- Ahí lo llevan.
ROBUSTIANA .- Preso, ¿verdad?
ANICETO.- Preso.
ROBUSTIANA .- (Echándose a correr.) ¡Ay, tatita!
ANICETO .- (Deteniéndola.) ¡No, no vaya! Se afligiría mucho...
ROBUSTIANA .- ¡Tata no ha dao motivo! ¡Lo llevan pa hacerle alguna maldad! Déjeme
ir. ¡Yo quiero verlo! ¡Yo quiero verlo! Capaces de matarlo. ¡Largueme!
ANICETO .- Venga acá. No se aflija. Es pa una declaración.
ROBUSTIANA.- ¡No, no, no, no! ¡Usted me engaña! ¡Ay, tatita querido! (Llora
desconsolada.)
ANICETO.- Calmesé... no sea mala.
ROBUSTIANA.- ¡Aniceto! ¡Aniceto! El corazón me anuncia desgracia; ¡dejemé ir!
ANICETO .- ¿Qué sacaría con afligir más a su tata? Es una injusticia que lo prendan sin
motivo. ¡Pero qué le hemos de hacer! Calmesé y esperemos. Antes de la noche lo
tendremos de vuelta.
ROBUSTIANA .- ¿Pero y mama? ¿Y Prudencia? ¿Y la otra? ¿Qué han hecho por tata?
ANICETO .- ¡Nada, hija! Ahí andan con el rabo caído, con vergüenza dejuramente.ROBUSTIANA.- ¡Qué idea! ¡Tal vez ellas no más!... Serían capaces las infames.
(Enérgica.) ¡Oh!... Yo lo he de saber.
ANICETO.- ¡Quedesé quieta; no se meta con esas brujas que es pa pior!
ROBUSTIANA .- Sí; son ellas, son ellas pa quedar más libres. ¡Ay, Dios Santo! ¡Qué
infames!
ANICETO.- No sería difícil. Pero calmesé. Tal vez todo eso sea pa mejor. No hay mal que
dure cien años... Estese tranquilita y tenga paciencia.
ROBUSTIANA.- ¡Ah! Usted es muy bueno. El único que lo quiere.
ANICETO.- ¡Bien que se lo merece! Amalaya me saliera bien una idea y verán cómo
pronto cambiaban las cosas.
ROBUSTIANA.- ¿Qué idea? Cuéntemela.
ANICETO.- Después; más tarde.
ROBUSTIANA.- ¡No! ¡Ahora! Dígamela pa consolarme.
ANICETO.- Bueno; si me promete ser juiciosa... ¿Se acuerda lo que hace un rato me decía
hablando de novios?
ROBUSTIANA.- Sí.
ANICETO .- Pues ya le tengo uno.
ROBUSTIANA.- (Sorprendida.) ¿Cómo yo quería?
ANICETO.- Igualito... De modo que si a usted le gusta... un día nos casamos.ROBUSTIANA.- ¡Ay, Jesús!
ANICETO.- ¿Qué es eso, hija? ¿Le hice mal? Si hubiera sabido...
ROBUSTIANA.- No... un mareo. ¿Pero lo dice de veras? (Asentimiento.) ¿De veras? ¿De
veras? (Id.) ¡Ay!... Aniceto... Me dan ganas de llorar... de llorar mucho. Mi Dios, ¡qué
alegría!
(Llora estrechándose a ANICETO que la acaricia enternecido.)
ANICETO.- ¡Pobrecita!
ROBUSTIANA.- ¡Qué dicha! ¡Qué dicha! ¿Ve? Ahora me río... De modo... que usté me
quiere... ¿Y... usté cree que yo me voy a curar y a poner buena moza... y nos casamos? ¿Y
viviremos con tata los tres, los tres solitos? ¿Sí? Entonces no lloro más.
ANICETO.- ¿Aceta?
ROBUSTIANA .- ¡Dios! ¡Si me parece un sueño! Vivir tranquilos sin nadie que moleste,
queriéndose mucho; el pobre tata, feliz, allá lejos... en una casita blanca... Yo sana... sana...
¡En una casita blanca!
(Radiante, va dejando resbalar la cabeza sobre el pecho de ANICETO.)
Acto IIIEn el rancho. Igual decoración que el acto segundo, más una cama de fierro bajo el alero,
junto a la puerta. Es de día.
Escena I
DON ZOILO, RUDECINDA y DOÑA DOLORES.
(Aparece en escena DON ZOILO encerando un lazo y silbando despacito. Al concluir, lo
cuelga del alero. Luego de un pequeño momento, hace mutis por el foro, a tiempo que salen
del rancho RUDECINDA y DOÑA DOLORES.)
RUDECINDA .- ¡Ahí se va solo! ¡Andá a hablarle! Le decís las cosas claramente y con
firmeza. Verás cómo dice que sí; está muy quebrao ya... ¡Peor sería que nos fuésemos,
dejándolo solo en el estao en que se halla!
DOÑA DOLORES .- Es que no me animo; me da no sé qué. ¿Por qué no le hablás vos?
RUDECINDA .- Bien sabés que conmigo, ni palabra.
DOÑA DOLORES.- ¿Y Prudencia?
RUDECINDA.- ¡Peor todavía! Animate, mujer. Después de todo no te va a castigar. Y
como mujer dél que sos, tenés derecho a darle un consejo sobre cosas que son pal bien de
todos.
DOÑA DOLORES.- No. De veras. No puedo. Siento vergüenza, miedo, qué sé yo.RUDECINDA .- ¡Jesús!... ¿Te dentra el arrepentimiento y la vergüenza después que todo
está hecho? Además, no se trata de un delito.
DOÑA DOLORES.- No me convencés... Prefiero que nos vayamos callaas no más...
Como pensamos irnos la otra vez.
RUDECINDA .- Se ofenderá más y no quedrá saber después de nada...
DOÑA DOLORES .- ¿Y don Juan Luis no le iba a escribir?...
RUDECINDA .- Le escribió, pero el viejo rompió la carta sin leerla. Resolvete, pues.
DOÑA DOLORES.- No... no... y no.
RUDECINDA .- ¡Bueno! Se hará como vos decís. Pero después no me echés la culpa si el
viejo se empaca. ¡Mirá! Ahí llega Martiniana con el breque. Si te hubieses decidido, ya
estaríamos prontas. ¡Pase, pase, comadre!
Escena II
RUDECINDA, DOÑA DOLORES y MARTINIANA.
MARTINIANA.- (Saliendo.) ¡Buen día les dé Dios!
RUDECINDA.- ¿Qué es ese lujo, comadre? ¡En coche!MARTINIANA .- Ya me ve. ¡Qué corte! Pasaba el breque vacío cerca de casa, domando
esa yunta, y le pedí al pión que me trujiese. (Bajo.) Allá lo vide al viejo a pie, por entre
los yuyos. ¿Le hablaron?
RUDECINDA .- ¡Qué! ¡Esa pavota no se anima! Nos vamos calladas.
MARTINIANA .- Como ustedes quieran. Pero yo, en el caso de ustedes, le hubiese dicho
claro las cosas. El viejo, que ya está bastante desconfiao, puede creer que se trata de cosas
malas. Cuando íbamos a juir la otra vez, era distinto. Entonces vivía entuavía la finadita
Robustiana, Dios la perdone, y era más fácil de convencer.
RUDECINDA.- Ya lo estás oyendo, Dolores.
DOÑA DOLORES .- Tendrán ustedes razón... Pero yo no me atrevo a decirle nada...
RUDECINDA.- Entonces nos quedamos... a seguir viviendo una vida arrastrada, como los
sapos, en la humedad de este rancho, ¡sin tener qué comer casi, ni qué ponernos, ni
relaciones, ni nada!
DOÑA DOLORES.- No sé por qué... pero me parece que me anuncia el corazón que eso
sería lo mejor. Al fin y al cabo no lo pasamos tan mal... Y tenga los defectos que tenga, mi
marido no es un mal hombre.
RUDECINDA .- Pero bien sabés que es un maniático. Por necesidad, sería la primera en
acetar la miseria... Pero lo hace de gusto, de caprichoso... Don Juan Luis le ofrece trabajo;
nos deja seguir viviendo en la estancia como si fuera nuestra. ¿Por qué no quiere? Si no le
gustaba que Juan Luis tuviese amores con Prudencia y que Butiérrez me visitase, y que nos
divirtiésemos de cuando en cuando... con decirlo, santas pascuas...
MARTINIANA .- Claro está... Yo, comadre...
RUDECINDA.- Todo fue por hacerle gusto a ese ladiao de Aniceto, que andaba celoso de
Prudencia, y por los chismes de la gurisa... Por eso no más. Ahora que se acabó el asunto,
no veo por qué ha de seguir porfiando.
DOÑA DOLORES.- Bien; no hablemos más, ¡por favor!... ¡Hagan de mí lo que quieran!
Pero no me animo, no me animo a hablarle.(Se va.)
Escena III
RUDECINDA y MARTINIANA.
MARTINIANA .- Últimamente, ni le hablen... Yo decía por decir... Mire, comadre...
Vámonos no más. La cosa sería hacerlo retirar hoy de las casas. Vamos a pensar. Si me
hubieran avisao temprano, yo le hablo a Butiérrez pa que lo cite como la vez pasada.
¡Estuvo güeno aquello! ¡Lástima que la enfermedá de la gurisa no nos dejó juir! ¡Qué cosa!
Si no fuese que se murió la pobrecita, pensaría que lo hizo de gusto. Dios me perdone.
RUDECINDA.- Bueno; ¿y cómo haríamos, comadre?
MARTINIANA .- No se aflija. Ta tratando con una mujer de recursos... ¡Peresé! ¡Peresé!...
¡Vea, ya sé!... Pucha, si lo que invento yo, ni al diablo se le ocurre. Vaya no más tranquila,
comadre, a arreglar sus cositas...
RUDECINDA.- ¿Contamos con usted, entonces?
MARTINIANA.- ¡Phss! Ni qué hablar.
(RUDECINDA mutis.)Escena IV
MARTINIANA y PRUDENCIA.
MARTINIANA .- Güeno. Pitaremos, como dijo un gringo... (Lía un cigarrillo y lo
enciende.)
PRUDENCIA.- (Saliendo.) ¿Qué tal, Martiniana?
MARTINIANA .- Aquí andamos, hija... Ya te habrás despedido de toda esta miseria. Mire
que se precisa ancheta pa tenerlas tanto tiempo soterradas en semejante madriguera. Fijate,
che... ¡La mansión con que te pensaba osequiar ese abombao de Aniceto!... ¿Pensaría que
una muchacha decente y educada y acostumbrada a la comodidad, iba a ser feliz entre esos
cuatro terrones? ¡Qué abombao! Mejor han hecho su casa aquellos horneritos, en el
mojinete... ¡Qué embromar! ¡Che... che!... ¡La cama de la finadita!...¿Sabés que me dan
ganas de pedirla pa mi Nicasia? La mesma que lo hago... Dicen que ese mal se pega... pero
con echarle agua hirviendo y dejarla al sol... Ta en muy güen uso y es de las juertes. ¡Ya te
armaste, Martiniana!... ¡Pobre gurisa!... ¡Quién iba a creer! Y ya hace... ¿cuánto, che?
¡Como veinte días! ¡Dios la tenga en güen sitio a la infeliz! ¡Cómo pasa el tiempo! Che, ¿y
era cierto que se casaba pronto con Aniceto?
PRUDENCIA.- Ya lo creo. Aniceto no la quería; ¡qué iba a querer! ¡Pero por adular a
tata!...
MARTINIANA.- Enfermedad bruta, ¿eh? ¿Qué duró? Ocho días o nueve y se fue en
sangre por la boca. (Suspirando.) ¡Ay, pobrecita! ¿Y el viejo sigue callao no más?
PRUDENCIA.- Ni una palabra. Desde que Robustiana se puso mal, hasta ahora no le
hemos oído decir esta boca es mía... Conversa con Aniceto, y eso lejos de la casa... y
después se pasa el día dando vueltas y silbando despacito.
MARTINIANA .- Ha quedao maniático con el golpe. La quería con locura.Escena V
MARTINIANA, PRUDENCIA, ANICETO y DON ZOILO.
(ANICETO cruza la escena con algunas herramientas en la mano y va a depositarlas bajo el
alero.)
DON ZOILO.- (Que entra un instante después, silbando en la forma indicada, a
ANICETO.) ¿Acabó?
ANICETO.- Sí, señor...
DON ZOILO .- ¿Quedó juerte la cruz?
ANICETO.- Sí, señor... Y alrededor de la verja le planté unas enredaderitas. Va a quedar
muy lindo.
DON ZOILO.- Gracias, hijo. (Recomenzando el motivo, tantea el lazo que dejó antes y
regresa hacia el barril de agua bebiendo algunos sorbos.)
MARTINIANA.- Güen día, don Zoilo... Yo venía en el breque a pedirle que las dejara a
Dolores y a las muchachas ir a pasar la tarde a casa.
DON ZOILO .- ¿Qué?
MARTINIANA .- Ir a casa. Las pobres están tan tristes y solas, que me dio pena...DON ZOILO .- ¿Cómo no? (Para sí.) Es mucho mejor.
(Mutis.)
MARTINIANA.- Muchas gracias, don Zoilo. Ya sabía... (Volviéndose.) Che, Pruda,
corré y avisales que está arreglao; que vengan no más cuando quieran.
(PRUDENCIA vase.)
Escena VI
ANICETO y MARTINIANA.
ANICETO.- ¡Ep! ¡Vieja! En seguidita, pero en seguidita, ¿me oye?, sube en ese breque y
se me manda mudar.
MARTINIANA.- Pero...
ANICETO.- No alcés la voz... (Enseñándole el talero.) ¿Ves esto? ¡Güeno!... ¡Sin chistar!
MARTINIANA.- Yo...
ANICETO .- ¡Volando he dicho! ¡Ya!...(MARTINIANA se va encogida, bajo la amenaza del talerazo con que la amaga durante un
trecho ANICETO.)
Escena VII
ANICETO y RUDECINDA.
ANICETO.- (Volviéndose.) ¡Son lo último de lo pior! ¡Ovejas locas!
RUDECINDA.- (Saliendo.) ¿Y mi comadre?
ANICETO .- Se jue.
RUDECINDA .- ¿Cómo? ¡No puede ser!
ANICETO.- Yo la espanté.
RUDECINDA.- (Queriendo llamarla.) Marti...
ANICETO .- (Violento, a la vez.) ¡Cállese! ¡Llame a doña Dolores!
RUDECINDA.- (Sorprendida.) ¿Pero qué hay?
ANICETO.- Llamelá y sabrá.(RUDECINDA, asomándose a la puerta del rancho, hace señas.)
Escena VIII
ANICETO, RUDECINDA y DOÑA DOLORES.
DOÑA DOLORES.- (Apareciendo.) ¿Qué pasa?
RUDECINDA .- No sé... Aniceto...
DOÑA DOLORES.- ¿Qué querés, hijo?
ANICETO.- Digan... ¿No tienen alma ustedes? ¿Qué herejía andan por hacer?
DOÑA DOLORES.- (Confundida.) ¿Nosotras?
ANICETO .- Las mismas... ¿No les da ni un poco de lástima ese pobre hombre viejo?
¿Quieren acabar de matarlo?
RUDECINDA .- Che... ¿con qué derecho te metés en nuestras cosas? ¿Te dejó enseñada la
lección Robustiana?
ANICETO.- Con el derecho que tiene todo hombre bueno de evitar una mala acción...
Ustedes se quieren dir pa la estancia vieja... escaparse y abandonarlo cuando más carece de
consuelos y de cuidados el infeliz. ¡Qué les precisa darle ese disgusto que lo mataría! Vea,
doña Dolores. Usted es una mujer de respeto y no del todo mala. Por favor. Impóngase de
una vez... Mande en su casa, resignesé a todo y trate de que padrino Zoilo vuelva a
encontrar en la familia el amor y el respeto que le han quitao...DOÑA DOLORES.- Yo... yo... yo no sé nada, hijo.
RUDECINDA .- Dolores hará lo que mejor le cuadre, ¿has oído? Y no precisa consejos de
entrometidos.
ANICETO .- Callesé. ¡Usted es la pior! La que les tiene regüeltos los sesos a esas dos
desgraciadas. Ya tiene edá bastante pa aprender un poco e juicio...
RUDECINDA .- ¡Jesús María! ¡Y después quedrán que una no se queje! ¡Si hasta este
mulato guacho se permite manosiarla! ¿Qué te has creído, trompeta?
ANICETO.- Haga el favor. ¡No grite! ¡Podría oír!
RUDECINDA.- Bueno. ¡Que oiga! Si lo tiene que saber después, que lo sepa ahora... Sí,
señor... Nos vamos pa la estancia, a lo nuestro... Queremos vivir con la comodidad que
Zoilo nos quitó por un puro capricho... ¡A eso!... Y si a él no le gusta, que se muerda. ¡No
vamos a estar aquí tres mujeres (DON ZOILO aparece por detrás del rancho.) dispuestas a
sacrificarnos toda la vida por el antojo de un viejo maniático!
ANICETO .- (A DOÑA DOLORES.) ¿Usté qué dice, señora?
DOÑA DOLORES .- ¡Ay! ¡No sé! ¡Estoy tan afligida!
ANICETO .- Bueno. Si usté no dice nada, yo... yo no voy a permitir que cometan esa
picardía.
RUDECINDA.- ¿Vas a orejearle... como es tu costumbre? ¡Si no les tenemos miedo... a
ninguno de los dos! Andá, contale, decile que...
ANICETO .- ¡Ah! Conque ni esa vergüenza les queda... ¡Arrastradas!... Conque se
empeñan en matarlo de pena. Pues güeno, lo mataremos entre todos; pero les via sobar el
lomo de una paliza primero, y todavía será poco. ¡Desorejadas! ¡Pa lo que merecen!
¡Desvergonzadas! ¿Qué se han pensao?... ¿Se creen que soy ciego?... ¿Se creen que no sé
que la mataron a disgustos a la pobre chiquilina? ¿Se pensaron que no sé que entre la vieja
Martiniana y usté (A RUDECINDA.) que es otra... bandida, como ella, han hecho que a
esa infeliz de Prudencia la perdiera don Juan Luis.RUDECINDA.- ¡Miente!
DOÑA DOLORES.- Virgen de los Desamparados, ¿qué estoy oyendo?
ANICETO.- La verdá. Usté es una pobre diablo y no ha visto nada. Por eso el empeño de
irse. Pa hacer las cosas más a gusto... ¡Ésta con su Butiérrez y la otra con su estanciero!... y
como si juese todavía poca infamia, pa tener un hombre honrao y güeno de pantalla de tanta
inmundicia. (Pausa. DOÑA DOLORES llora.) Y ahora, si quieren ustedes, pueden dirse,
pueden dirse... pueden dirse... pero se van a tener que dir pasando bajo el mango de este
rebenque.
RUDECINDA.- (Reaccionando enérgica.) ¡Eh! ¿Quién sos vos? ¡Guacho!
ANICETO.- ¿Yo?... (Levanta el talero.)
Escena IX
ANICETO, DOÑA DOLORES, RUDECINDA y DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Saliendo, imponente.) ¡Aniceto! (Estupefacción.) Usté no tiene ningún
derecho.
ANICETO .- Perdone, señor.
RUDECINDA.- Es mentira, Zoilo.
DON ZOILO .- (A ANICETO.) Vaya, hijo... Haga dar güelta ese breque que se va...ANICETO.- Ta bien...
(Mutis.)
Escena X
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y DON ZOILO.
(DON ZOILO se aproxima silbando al barril, bebe unos sorbos de agua, que paladea con
fruición nerviosa, y se vuelve silbando.)
RUDECINDA.- ¿Has visto a ese atrevido insolente? ¡Pura mentira!
DON ZOILO.- (Se sienta.) Sí, eso.
RUDECINDA.- (Recobrando confianza.) Debe estar aburrido de tenernos ya.
DOÑA DOLORES.- ¡Zoilo! Zoilo! ¡Perdoname!
DON ZOILO .- (Como dejando caer lentamente las palabras.) ¿Yo? Ustedes son las que
deben perdonarme. La culpa es mía. No he sabido tratarlas como se merecían. Con vos fui
malo siempre... No te quise. No pude portarme bien en tantos años de vida juntos. No te
enseñé tampoco a ser güena, honrada y hacendosa. ¡Y güena madre, sobre todo!
DOÑA DOLORES.- ¡Zoilo! ¡Por favor!DON ZOILO .- Con vos también, hermana, me porté mal. Nunca te di un güen consejo,
empeñao en hacerte desgraciada. Después te derroché tu parte de la herencia, como un
perdulario cualquiera. (Pausa.) Mis pobres hijas también fueron víctimas de mis malos
ejemplos. Siempre me opuse a la felicidad de Prudencia. Y en cuanto (Con voz apagada
por la emoción), y en cuanto a la otra... a la otra... a aquel angelito del cielo, la maté yo, la
maté yo a disgustos. (Oculta la cabeza en la falda del poncho con un hondo sollozo.
RUDECINDA se deja caer en un banco, abrumada. Pausa prolongada. DON ZOILO,
rehaciéndose, de pie.) Güeno, vayan aprontando no más las cosas pa dirse. Va a llegar el
breque.
DOÑA DOLORES .- (Echándose al cuello.) ¡No... no, Zoilo! ¡No nos vamos! ¡Perdón!
¡Perdón! ¡Ahora lo comprendo! Hemos sido unas perversas... unas malas mujeres... Pero
perdonanos...
DON ZOILO.- (Apartándola con firmeza.) ¡ Salga!... ¡Dejemé!...Vaya a hacer lo que le he
dicho...
DOÑA DOLORES.- ¡Por María Santísima! Te lo pido de rodillas... ¡Perdón...
perdoncito!... Te prometemos cambiar pa siempre.
DON ZOILO.- ¡No!... ¡No!... ¡Levántese!
DOÑA DOLORES.- Te juro que via ser una buena esposa... Una buena madre. Una santa.
Que volveremos a la buena vida de antes, que todo el tiempo va a ser poco pa quererte y pa
cuidarte. ¡Decí que nos perdonas, decí que sí! (Abrazada a sus piernas.)
DON ZOILO.- Salí. ¡Dejame! (La aparta con violencia. DOÑA DOLORES queda de
rodillas, llorando, sobre los brazos que apoya en el suelo.) Y usté, hermana. Vamos,
arriba... ¡Arriba, pues! (RUDECINDA hace un gesto negativo.) ¡Oh!... ¿Aura no les
gusta? Vamos a ver... (Se dirige a la puerta del rancho y al llegar se encuentra con
PRUDENCIA.) ¡Hija! ¡Usté faltaba! Venga... ¡Abrace a su padre! ¡Así!
Escena XIDOÑA DOLORES, RUDECINDA, DON ZOILO y PRUDENCIA.
PRUDENCIA .- ¿Pero, pero qué pasa?
DON ZOILO.- Nada, no se asuste. Quiero hacerla feliz. La mando con su hombre, con su...
(Entra en el rancho.)
Escena XII
DOÑA DOLORES, RUDECINDA y PRUDENCIA.
PRUDENCIA.- ¡Virgen Santa! ¿Qué ocurre? (Afligida.) ¡Mama! Mamita querida...
Levántese. Venga. (Se levanta.) ¿Le pegó? ¡Fue capaz de pegarle!
DOÑA DOLORES.- Hija desgraciada. (La abraza.)
PRUDENCIA .- (Conduciéndola a un banco.) ¿Pero qué será esto, Dios mío? (A
RUDECINDA.) ¡Vos, contame! ¿Tata fue? (RUDECINDA no responde.) ¡Ay, qué
desgracia! (Viendo a DON ZOILO.) ¡Tata, tata! ¿Qué es esto?
Escena XIIIDOÑA DOLORES, RUDECINDA, PRUDENCIA y DON ZOILO.
DON ZOILO .- (Sale del rancho tirando algunos atados de ropa.) Que se van... a la
estancia vieja... ¡que fue del viejo Zoilo!... ¿No tenían todo pronto pa juir?¡Pues aura yo les
doy permiso pa ser dichosas! (A las tres.) Güeno. Ahí tienen sus ropas... ¡Adiosito! Que
sean muy felices.
DOÑA DOLORES.- ¡Zoilo, no!
DON ZOILO .- ¡Está el breque! Que cuando vuelva no las encuentre aquí.
(Se va detrás del rancho lentamente.)
Escena XIV
DOÑA DOLORES, PRUDENCIA, RUDECINDA, MARTINIANA y luego ANICETO.
MARTINIANA.- (Saliendo.) ¡Bien decía yo que no eran más que cosas de ese ladiao de
Aniceto! ¿Qué? ¿Y esto qué es? ¡Una por un lao... otra por otro... el tendal!... ¡Hum! Me
paece que ño rebenque ha dao junción... ¡Eh! ¡Hablen, mujeres! ¿Jue muy juerte la tunda?
¡No hagan caso! Los chirlos suelen hacer bien pa la sangre... Y después, ¡qué dimontes!
¡No se puede dir a pescar sin tener un contratiempo! ¡Quién hubiera creído que ese viejo
sotreta le iba a dar a la vejez por castigar mujeres!... Pero digan algo, cristianas. ¿Se han
tragao la lengua?
RUDECINDA.- (Levantándose.) Callesé, comadre.(Sale ANICETO, y durante toda la escena se mantiene a distancia cruzado de brazos.)
MARTINIANA.- ¡Vaya, gracias a Dios que golvió una en sí! A mí me jue a llamar
Aniceto... ¿Qué hay? ¿Nos vamos o nos quedamos?
RUDECINDA.- Sí. Nos vamos... ¡Echadas! ¡Ese guacho de Aniceto la echó a perder!
¡Dolores! ¡Eh! ¡Dolores! ¡Ya basta, mujer!... Tenemos que pensar en irnos... Ya oíste lo
que dijo Zoilo.
DOÑA DOLORES.- No. Yo me quedo. Vayan ustedes no más.
RUDECINDA .- ¡Qué has de quedar! ¿Sos sorda entonces? Vos, Prudencia... ¿estás
vestida? Bueno andando. (A DOÑA DOLORES.) ¡Vamos, levantate, que las cosas no
están pa desmayos! ¡Vaya cargando esos bultos, comadre!
MARTINIANA .- Al fin hacen las cosas como Dios manda... (Recoge los atados.)
RUDECINDA.- ¡Movete, pues, Dolores!
DOÑA DOLORES .- ¡No? Quiero verlo, hablar con él primero; esto no puede ser.
RUDECINDA .- Como pa historias está el otro.
MARTINIANA .- Obedezca, doña... con la conciencia a estas horas no se hace nada.
Dicen, aunque sea mala comparación, que cuando una vieja se arrepiente, tata Dios se pone
triste. Aura que me acuerdo. ¿No me querría dar o vender esta cama de la finadita? Le
vendría bien a Nicasia, que tiene que dormir en un catre de guasquillas. Si cabiera en el
pescante, la mesma que la cargaba. ¡Linda! Es de las que duran...
RUDECINDA.- ¡Sí, mujer! Mañana mismo la mandamos buscar. Verás cómo se le pasa.
¡Qué va a'ser sin nosotras!MARTINIANA.- (A PRUDENCIA.) Comedite, pues, y ayudame a cargar el equipaje. Es
mucho peso pa una mujer vieja. Andá con eso no más. En marcha, como dijo el finao
Artigas... (Antes de hacer mutis.) ¡Hasta verte, rancho pobre!
(ANICETO las sigue un trecho y se detiene pensativo observándolas.)
Escena XV
ANICETO y DON ZOILO.
(DON ZOILO aparece por detrás del rancho, observa la escena y avanza despacio hasta
arrimarse a ANICETO.)
DON ZOILO.- ¡Hijo!
ANICETO.- (Sorprendido.) ¡Eh!
DON ZOILO .- Vaya, acompáñelas un poco... y después repunte las ovejitas pa carniar...
¿eh? ¡Vaya!
ANICETO.- (Observándolo fijamente.) ¿Pa carniar?... Bueno... Este... ¿Me empriesta el
cuchillo? El mío he perdido...
DON ZOILO .- ¿Y cómo? ¿No lo tenés ahí?ANICETO.- Es que... vea... le diré la verdad. Tengo miedo de que haga una locura...
DON ZOILO .- ¡Y de ahí!... Si la hiciera... ¿no tendría razón acaso?... ¿Quién me lo iba a
impedir?
ANICETO.- ¡Todos! ¡Yo!... ¿Cree acaso que esa chamuchina de gente merece que un
hombre güeno se mate por ella?
DON ZOILO.- Yo no me mato por ellos, me mato por mí mesmo.
ANICETO.- ¡No, padrino! ¡Calmesé! ¿Qué consigue con desesperarse?
DON ZOILO .- (Alzándose.) Eso es lo mesmo que decirle a un deudo en el velorio: «No
llore, amigo; la cosa no tiene remedio.» ¡No hay que llorar, canejo!... ¡Si quiere tanto a ese
hijo, o ese pariente! Todos somos güenos pa consolar y pa dar consejos. Ninguno pa hacer
lo que Dios manda. Y no hablo por vos, hijo. Agarran a un hombre sano, güeno, honrao,
trabajador, servicial, lo despojan de todo lo que tiene, de sus bienes amontonaos a juerza de
sudor, del cariño de su familia, que es su mejor consuelo, de su honra... ¡canejo!... que es su
reliquia; lo agarran, le retiran la consideración, le pierden el respeto, lo manosean, lo
pisotean, lo soban, le quitan hasta el apellido... y cuando ese desgraciao, cuando ese viejo
Zoilo, cansao, deshecho, inútil pa todo, sin una esperanza, loco de vergüenza y de
sufrimientos resuelve acabar de una vez con tanta inmundicia de vida, todos corren a
atajarlo. « ¡No se mate, que la vida es güena!» ¿Güena pa qué?
ANICETO .- Yo, padrino...
DON ZOILO.- No lo digo por vos, hijo... Y bien, ya está... No me maté... ¡Toy vivo! Y
aura, ¿qué me dan? ¿Me degüelven lo perdido? ¿Mi fortuna, mis hijos, mi honra, mi
tranquilidad? (Exclamación.) ¡Ah, no! ¡Demasiado hemos hecho con no dejarte morir!
¡Aura arreglate como podás, viejo Zoilo!...
ANICETO.- ¡Así es no más!
DON ZOILO.- (Palmeándole afectuoso.) Entonces, hijo... vaya a repuntar la majadita...
como le había encargao. ¡Vaya!... ¡Déjeme tranquilo! No lo hago. Camine a repuntar la
majadita.ANICETO .- Así me gusta. ¡Viva... viva!
DON ZOILO.- ¡Amalaya fuese tan fácil vivir como morir!... Por lo demás, ¡algún día tiene
que ser!
ANICETO .- ¡Oh!... ¡Qué injusticia!
DON ZOILO.- ¿Injusticia? ¡Si lo sabrá el viejo Zoilo! ¡Vaya! No va a pasar nada... le
prometo... Tome el cuchillo... vaya a repuntar la majadita...
(ANICETO mutis.)
Escena XVI
DON ZOILO.
DON ZOILO.- (Lo sigue con la mirada un instante, y volviéndose al barril extrae un jarro
de agua y lo bebe con avidez; luego va en dirección al alero y toma el lazo que había
colgado y lo estira; prueba si está bien flexible y lo arma, silbando siempre el aire indicado.
Colocándose después debajo del palo del mojinete trata de asegurar el lazo, pero al
arrojarlo se le enreda en el nido de hornero. Forcejea un momento con fastidio por voltear
el nido.) Las cosas de Dios... ¡Se deshace más fácilmente el nido de un hombre que el nido
de un pájaro!
(Reanuda su tarea de amarrar el lazo, hasta que consigue su propósito. Se dispone a
ahorcarse. Cuando está seguro de la resistencia de la soga, se vuelve al centro de la escena,
bebe más agua, toma un banco y va a colocarlo debajo de la horca.)

OLEANNA De David Mamet




OLEANNA

De David Mamet


I
Carol ha venido ver a John en su oficina porque ella está fallando en la clase que está tomando con él. A través del curso de la reunión los dos discuten la naturaleza y el propósito de una educación más alta en sociedad de hoy y aparece una conexión personal entre profesor y estudiante.

John.- (Hablando por teléfono) ¿Qué te dijeron?... ¿Hablaste con el agente de bienes raíces... ¿Dónde está él? ¿Dónde están sus notas? ¿Dónde están las notas que tomamos con él?.... ¿Las tengo yo? No me parece... No, no. Vamos a... Vamos a perder la casa... No estoy minimizándolo... ¿El acceso? ¿Dijo acceso? ¿Qué dijo? ¿Es un término del oficio? (Busca el contrato) ¿Estamos obligados por él?... Lo siento...  (Lee el contrato) Si...  obligados por él...  Antes de que la otra parte se retire...  un término del oficio...  Eso es lo que es. El jardín para el niño, eso es lo que importa... la escuela... Te veré allí... ¿Esta el agente inmobiliario ahí? Bien...  Dile que te muestre el sótano otra vez... Mira... me iré... me iré en diez o quince minutos, sí... No...  Te veré en la nueva casa... Es una buena... Si él lo cree necesario. Decile a Jerry que sí. No, no perderemos el depósito. Estoy seguro de que se resolverá. Yo también te amo... Lo haré (Cuelga el teléfono y ve a Carol) Bien...

Carol.- ¿Qué es un término del oficio?

John.- Perdón...

Carol.- ¿Qué es un término del oficio?

John.- ¿Es de eso que quieres hablar?

Carol.- ¿Hablar?

John.- Dejemos de lado el formalismo. ¿Sí, Carol? ¿No crees? Yo voy a decir cuando tengas algo que necesites decir. ¿Estás de acuerdo?

Carol.- No sé.

John.- Dije...

Carol.- ¿Dije algo incorrecto?

John.- No, no, perdón... Está bien... Estoy apurado, como ves. Disculpa... ¿Qué es un término del oficio? Creo que es un término que, por su uso, llega a significar algo más específico que lo que significa para alguien no familiarizado con esa área. Creo que significa eso.

Carol.- ¡Usted no sabe qué significa!

John.- No estoy seguro de saberlo. Es una de esas cosas que quizás buscaste, o que quizás alguien te explicó y dices “ajá”...

Carol.- Usted no hace eso. Usted no...

John.- ¿Olvido algo?

Carol.- Sí.

John.- A todos les pasa.

Carol.- No, a todos no les pasa... ¿no?

John.- A todo el mundo le pasa.

Carol.- ¿Y por qué les pasaría?

John.- Porque... no lo sé... Debe ser porque no les interesa.

Carol.- No.

John.- Eso creo, pero veamos... Gracias por venir a verme (Empieza a acomodar sus papeles, como para irse) Siéntate, por favor (Ella duda) Carol, tengo algunas dudas...

Carol.- ¿Qué?

John.- Con respecto a tu...

Carol.- (Sorprendiéndolo) ¿Está comprando una nueva casa?

John.- No, continuemos con lo nuestro.

Carol.- ¿Continuar?

John.- Créeme, sé lo humillante que puede ser... no tengo más deseos que el de ayudarte. Ni siquiera diré pero... Diré: volviendo al tema.

Carol.- Sólo trato de...

John.- No, no resultará.

Carol.- ¿Qué es lo que no resultará?

John.- Tu trabajo.

Carol.- Voy a clase, tomo notas.

John.- Lo sé. Lo que trato de decirte es que cierta... Un momento... Cierta incomunicación básica...

Carol.- Hice lo que dijo. Compré su libro. Lo leí.

John.- No es...

Carol.- Hago lo que dice. Es difícil para mí. Pero... es el lenguaje.

John.- Por favor.

Carol.- El lenguaje, las cosas que dice.

John.- Lo siento, no... no creo que sea así.

Carol.- Es así ¿Por qué iba a...?

John.- Voy a explicarte porqué. Eres una alumna inteligente (Ella intenta hablar) ¡No! Eres muy inteligente. No tenés problemas con...

Carol.- Yo...

John.- ¿Quién engaña a quién aquí? Te voy a decir el porqué. Creo que estás enojada.

Carol.- ¿Por qué?

John.- Un momento.

Carol.- Es cierto, tengo problemas...

John.- Todos...

Carol.- Vengo de un ambiente diferente... de una sociedad... Cuando vine a esta escuela...

John.- Seguro.

Carol.- (Pausa) ¿No significa eso nada?

John.- Por favor... Sentate... ¡Tomá asiento! (Busca el examen y se pone a revisarlo. Leyendo) “Las ideas contenidas en este trabajo expresan los sentimientos del autor del modo que él lo intentó basado en un resultado”. ¿Qué puede significar eso? ¿Entendés?

Carol.- Yo... Hice lo mejor que...

John.- Digo que tal vez el curso...

Carol.- (Parándose, nerviosa e inquieta) ¡No, no puede hacerlo! ¡Necesito aprobar ese examen!

John.- ¡Carol!

Carol.- ¡Necesito aprobar el examen!

John.- Bueno, hay un criterio para juzgar el progreso en clase.

Carol.- ¡Tengo que aprobar!

John.- Soy un ser humano.

Carol.- ¡Hice lo que me dijo, lo hice; hice todo lo que... Leí su libro (Lo busca en su mochila) Me dijo que comprara el libro y lo leyese; hice todo... ¡ (Suena el teléfono)

John.- Mira...

Carol.- ¡Hice todo lo que dijo!

John.- No soy tu padre.

Carol.- ¿Qué? ¿Yo dije que usted era mi padre?

John.- No.

Carol.- ¿Por qué me dijo eso? (Pausa)

John.- (Atendiendo el teléfono) Hola... Si, Jerry, sé la hora que es... Si... Estoy tratando de irme... ¿Para qué necesitamos esas notas? En todo caso, tiene razón. Las voy a encontrar... Vos a estar con ustedes en diez minutos... (Cuelga. Se prepara para irse y comienza a salir) ¿Qué querés que haga? Somos dos personas que se han suscripto a ciertas reglas...

Carol.- ¡Tiene que ayudarme!

John.- (Continúa con sus cosas indiferente)... A ciertas formalidades institucionales. Eso es. Podés decir que son falsas, que son arbitrarias.

Carol.- Tiene que ayudarme.

John.- Tuve un día difícil que todavía no terminó... Ya sé que no es tu problema...

Carol.- Tiene que ayudarme.

John.- ¿Qué quieres que haga? ¿Qué?

Carol.- ¿Cómo puedo ir a mi casa y decir...?

John.- Lo siento por vos. Hay... Digamos que hay dureza en los métodos de evaluación, pero los hemos aceptado para bien o para mal. Ambos debemos atenernos al sistema que hemos escogido ¿No te parece?... Yo creo que sí. Gracias por venir y si deseo otra cita en el futuro, te lo haré saber. Gracias... (Le señala la puerta para que se retire. Ella lo mira sorprendida y no se va)

John.- ¿Qué quieres que haga?

Carol.- Enseñarme. Quiero que me enseñe.

John.- Ya te enseñé.

Carol.- Lei su libro. Lo lei y no lo...

John.- No lo entendiste... Quizás no está bien escrito.

Carol.- No, no pude entenderlo.

John.- ¿Qué es lo que no entendiste?

Carol.- Nada. Lo que trata de decir cuando habla de...

John.- Sí...

Carol.- (Leyendo del libro) “Almacenado virtual de la juventud...”.

John.- (Se instala catedráticamente) Almacenado virtual de la juventud. Si prolongamos la adolescencia...

Carol.- Y... “la maldición de la educación moderna...”. Yo no...

John.- Escuchá. Es solo un curso, sólo un libro. Es sólo...

Carol.- No. Hay gente ahí; gente que vino a aprender algo que no sabía. Que vinieron aquí a recibir ayuda. A que alguien les ayudase a ser algo, a aprender algo, a obtener... ¿Cómo se dice? (Lee el libro) “a lidiar con el mundo...” ¿Cómo podré hacer eso si no apruebo? ¡Pero yo no entiendo este libro, no entiendo lo que significa y me paso de la mañana a la noche con la idea de que soy estúpida!

John.- Nadie te cree estúpida.

Carol.- ¿No? ¿Y entonces que soy?

John.- Pienso que estás enojada. Mucha gente lo está... (Toma el portafolios para irse) Tengo un compromiso que cumplir. Un compromiso importante. Aunque entiendo tus preocupaciones, quisiera tener el tiempo necesario... Esto no fue una reunión programada previamente y...

Carol.- ¡Cree que no soy nada!

John.- ... Y debo ver a mi esposa...

Carol.- ¡Piensa que soy estúpida!

John.- No, no pienso eso.

Carol.- Usted lo dijo...

John.- ¿Cuándo?

Carol.- Lo dijo.

John.- No, nunca lo dije; jamás le diría eso a un estudiante.

Carol.- (En voz alta y firme)¡Dijo: “qué puede significar” ¿Qué puede significar?!

John.- ¿Y qué significa eso?

Carol.- Significa que soy estúpida y que nunca aprenderé. Y tiene razón.

John.- Yo...

Carol.- Pero entonces, ¿qué hago aquí?

John.- Si pensaste que yo...

Carol.- ¡Nadie me quiere ni me dice nada! Y me siento en un rincón del aula y todos hablan de eso todo el tiempo, de conceptos y de preceptos, y de... (Se interrumpe) ¿Por qué diablos hablan? Lei su libro y me dijeron: : “Inscribite en esa clase”, porque hablaba de responsabilidades hacia la juventud. No sé lo que eso significa y no apruebo el examen.

John.- Quizás...

Carol.- No, tiene razón. No aprobé, écheme, soy burra. Todo lo que yo hago: “las ideas contenidas en este trabajo expresan los sentimientos del autor”. Eso es, eso es, sé que soy una estúpida. ¡Sé lo que soy, sé lo que soy, profesor! No tiene que decírmelo. Es patético, ¿verdad?

John.- Ajá. Siéntate, por favor.

Carol.- ¿Por qué?

John.- Quiero hablarte.

Carol.- ¿Por qué?

John.- Sólo siéntate, por favor... ¡Qué te sientes! (Ella se sienta)

Carol.- ¿Qué?

John.- Bien. Sé de lo que hablas.

Carol.- No lo sabe.

John.- Creo que sí.

Carol.- ¿Cómo podría saberlo?

John.- Voy a contarte mi historia, ¿te importa? Me educaron para creerme estúpido...

Carol.- ¿Qué quiere decir?

John.- Lo que dije. Mis recuerdos más antiguos tienen que ver con el tiempo en que me decían que era estúpido. “Sí sos tan inteligente, ¿por qué te comportás como un estúpido o? ¿No lo podés entender?” Y no lo podía entender.

Carol.- ¿Qué?

John.- El problema más simple era un misterio para mi.

Carol.- ¿Qué era un misterio?

John.- ¿Cómo aprendía la gente? ¿Cómo no podía aprender? Que es de lo que he hablado en clases. Escuchá esto: si a un niño le dicen que no puede entender, él toma eso como una descripción de sí mismo. ¿Qué soy yo? Yo soy eso que no puede entender. Y te vi cuándo hablábamos...

Carol.- No entiendo nada de lo que dice.

John.- Entonces la culpa es mía. No es tu culpa y no es que lo diga solamente, sino que lo considero como la verdad y te pido disculpas. (Aplacado) Te debo otra disculpa.

Carol.- ¿Por qué?

John.- Supongo que tenía otras cosas en la cabeza. Compramos una casa.

Carol.- ¿La gente decía que era estúpido? ¿Cuándo?

John.- Toda mi vida. En mi niñez. Después quizás pararon, pero yo los oía seguir.

Carol.- ¿Y qué decían?

John.- Decían que yo era incompetente. Y cuando analicé los sentimientos de mi niñez, el tema del aprendizaje surgió y me di cuenta; me sentí inútil y mal preparado.
Carol.- ¿Sí?

John.- Y sentí que fracasaría.

Carol.- Pero no fracasó...

John.- Un piloto volando un avión. El  piloto lo vuela y piensa: “Oh, Dios mío, me he distraído. ¿Qué clase de imbécil soy que con tantas vidas valiosas a mi cargo, me he permitido distraerme? ¿Para qué nací? ¡Qué ilusos aquellos que confiaron en mi!”..., etcétera y estrella el avión...

Carol.- Puedo simplemente...

John.- En cuanto me distraje un momento, tuve una idea que no me gustó, pero ahora, eso es lo que te digo: “Es hora de prestar atención”. Verás, no es magia. Sé que en situaciones así, podés pensar: “Tengo que... pero no puedo” Y pensarás: “¿Para qué he nacido, si soy el hazmerreír del mundo en el que todos son mejores que yo y nada merezco, pues no puedo aprender?”

Carol.- ¿Es eso... lo que a mi me pasa?

John.- Bueno... No sé si diría eso. Te estoy hablando como le hablaría a mi hijo, porque quiero que él tenga eso que yo nunca tuve. Te estoy hablando del modo en que querría que alguien me hubiese hablado. No sabría como hacerlo sin que se transformara en algo personal, pero...

Carol.- ¿Por qué querría hacerlo algo personal?

John.- Eso es lo que digo. Solo podemos entender a los otros, a través... (Suena el teléfono y va a atender) a través de la imagen que tenemos... (Atiende el teléfono) Hola... (A ella) Disculpame un momento... ¿Hola?... No, ya voy. Se que lo hice... En pocos... ¿Viene él a...? Si, hablaré con él... Te veo en... No, estaba con una estudiante. Voy a ver... Esto es importante también ¡Jerry puede!... Estaba con una estudiante ¿Cómo puede decir eso?... Mientras antes termine, antes estaré allá. Te quiero... (Con bronca) ¡Escuchá! Te dije que te amo. Lo de la casa saldrá bien. Porque siento que así será... Te dije que voy a ir. Si, lo hice y te lo estoy diciendo otra vez... Voy a ir... Demoraré lo que sea necesario (Cuelga violento. Pausa).

Carol.- ¿Qué pasó?

John.- Hay problemas, como es normal, con el cierre del contrato de la  nueva casa.

Carol.- ¿Compra una nueva casa?

John.- Así es.

Carol.- ¿Por su nombramiento?

John.- Supongo que sí.

Carol.- ¿Por qué se quedó aquí conmigo, cuando se pudo haber ido?

John.- Porque me agradas.

Carol.- ¿Le agrado?

John.- Sí.

Carol.- ¿Por qué?

John.- ¿Por qué? Bueno, quizás seamos parecidos.

Carol.- Dijo que todos tienen problemas (Prepara su carpeta para tomar notas).

John.- Todos tienen problemas.

Carol.- ¿Es así?

John.- Seguro.

Carol.- ¿Usted los tiene?

John.- Sí.

Carol.- ¿Cuáles son?

John.- Bueno... Tenés razón. Dejaremos de lado la rigidez artificial entre profesor y estudiante ¿Por qué mis problemas tienen que ser más desconocidos que los tuyos? Tengo problemas, como los de recién.

Carol.- ¿Con qué?

John.- Con mi esposa, con mi trabajo...

Carol.- Cuénteme.

John.- ¿Te gustaría tomar una taza de té? (Va servir el té, mientras ella busca un libro en la biblioteca) Como te decía, me dediqué tarde a la enseñanza y hablaba intelectualmente sobre el concepto del que yo se y tú no. Ya te dije: odiaba la escuela; odiaba los maestros; odiaba todo lo que estuviese en una posición de “jefe”, porque sabía, “sabía” no “pensaba” que fracasaría. Mas tarde en la vida, cuando salí de abajo, cuando me libré de esas necesidades de fracasar...

Carol.- (Algo enojada) ¿Cómo salió de eso?

John.- Voy a decírtelo. Debes buscar lo que eres y lo que sientes y finalmente, llegar a mirar cómo actúas y preguntarte si eso es lo que hiciste y lo que piensas.

Carol.- No entiendo.

John.- Si fracaso todo el tiempo, debe ser porque pienso que soy un fracasado. Si no quiero creerme un fracasado, quizás deba empezar por tener éxito de vez en cuando. Los exámenes, esos que encuentras en la escuela, en la universidad, en la vida, fueron diseñados en su mayor parte por idiotas para idiotas. No hay necesidad de aprobarlos; no son un examen de tu vida, sino de tu habilidad para retener y reproducir desinformación. Claro, aquellos que aprueban son idiotas.

Carol.- ¡No!

John.- Sí, son basura; son un chiste.

Carol.- ¿Cómo puede decir eso?

John.- Fijate en mi caso. El Comité Docente viene a juzgarme, el terrible Comité Docente... Me examinan. Tienen integrantes votando que yo no dejaría ni lavar mi auto. Y yo voy ante el gran Comité Docente, con deseos de vomitar... con deseos de vomitar mis defectos sobre la mesa, para mostrárselos. “No soy bueno” ¿Por qué habrían de escogerme?

Carol.- Pero lo nombraron...

John.- No, me anunciaron. Pero aún no han firmado. ¿Te das cuenta? Puede que nunca firmen. Puede que nunca compre la casa. Descubrirán mi oscuro secreto.

Carol.- ¿Cuál es su secreto?

John.- No hay ninguno. Pero encontrarían un indicador de mi maldad.

Carol.- ¿Un índice?

John.- Indicador... un indicador, ¿te das cuenta? Te comprendo. Conozco esa sensación. Tengo derecho a mi trabajo, a mi linda casa, a mi esposa, a mi familia, etcétera. De eso estoy seguro. Esa teoría de la educación que dice... (Sirve el té)

Carol.- Yo... yo...

John.- ¿Qué?

Carol.- (Harta) Quiero saber de mi calificación (John se interrumpe)

John.- Por supuesto que sí.

Carol.- ¿Está mal eso?

John.- No.

Carol.- ¿Está mal que le pregunte por mi calificación?

John.- No. Y yo pedí disculpas. Lo que quieras saber de tu calificación. Lo sabrás (Suena el teléfono). Esperá un momento.

Carol.- Tengo que irme.

John.- Vamos a hacer un trato.

Carol.- No, usted tiene que...

John.- Dejémoslo sonar y hagamos un trato. Te quedás (Ella empieza a irse)... Iba a decir que soy yo el que no prestaba atención (No la deja ir) Comenzaremos el curso otra vez. Tu calificación es una “A”, tu calificación final es una “A”.

Carol.- Pero estamos en la mitad del curso.

John.- Tu calificación final será una “A” si vienes a reunirte conmigo una vez más. Olvidate del trabajo que hiciste. ¿No te gustó escribirlo? No es importante. Lo importante es despertar tu interés, si puedo. Y contestar tus preguntas. Empecemos otra vez.

Carol.- ¿Empecemos con qué?

John.- Digamos que esto es el principio.

Carol.- (Asombrada) ¿El principio de qué?

John.- Del curso.

Carol.- No podemos recomenzar.

John.- Yo digo que sí.

Carol.- Pero yo no lo creo.

John.- Lo sé, pero es verdad. ¿Qué es la clase sino tu y yo?

Carol.- Existen reglas.

John.- Bueno... Las violaremos.

Carol.- ¿Cómo?

John.- No se lo diremos a nadie.

Carol.- ¿Está bien eso?

John.- Yo digo que sí.

Carol.- ¿Por qué haría eso por mi?

John.- Me agradas. Es tan difícil que entiendas eso. No hay nadie aquí, sólo nosotros dos (Se acerca a ella peligrosamente).

Carol.- (Deteniéndolo) ¡Está bien!... (Se sienta y toma apuntes).No entendí cuando se refirió...

John.- ¿Qué fue lo que no entendiste?

Carol.- Cuando se refirió a  las iniciaciones.

John.- ¿Iniciaciones?

Carol.- Escribió en su libro sobre la comparación...

John.- Sí...

Carol.- La comparación (Busca en sus apuntes)

John.- ¿Buscás en tus apuntes?

Carol.- Si.

John.- Explicalo con tus propias palabras.

Carol.- Quiero asegurarme de decirlo bien.

John.- Claro, quieres ser exacta.

Carol.- Quiero saber todo lo que dijo.

John.- Eso es muy bueno... Sugería que lo que queremos retener lo retenemos más fácil o con menos esfuerzo...

Carol.- Aquí está. Escribió de las iniciaciones...

John.- Correcto. Dije iniciación que significa molestia ritualizada (Escribe en el pizarrón) Te doy este libro y te digo: leelo ahora, decís que lo leíste. Pienso que es mentira, por lo tanto te voy a torturar y si compruebo que mentiste, serás castigada. Tu vida quedará arruinada. Es un juego enfermizo. ¿Por qué lo hacemos? ¿Acaso educa? En ningún sentido. Bueno, entonces, explicame esto: ¿qué es la educación superior? ¿Es algo diferente de útil?

Carol.- ¿Qué es “diferente de útil”?

John.- Esa es una buena pregunta. Se ha convertido en un ritual. Es un artículo de fe que todos debemos aceptar o dicho de otro modo, todos deben tener una educación superior. Yo opino...

Carol.- ¿Está en desacuerdo con eso?

John.- Debatamos. ¿Qué pensás?

Carol.- No se.

John.- Hablé de eso en clase; recordá mi ejemplo...

Carol.- La justicia...

John.- Sí. ¿Podés repetirlo? (Carol busca en sus apuntes) Sin mirar los apuntes. Por favor, para saber si mi idea era interesante.

Carol.- Dijo que la justicia...

John.- (Reflexivo) ¿Sí?

Carol.- Que todos tienen derecho (Busca sus apuntes. John le cierra la carpeta)

John.- A un juicio justo, pero ni siquiera tendrán un juicio a no ser que cometan un delito y sean acusados. La justicia es un derecho. Quien desee ponerse en sus manos, tendrá derecho a un juicio justo. Pero una vida no está incompleta sin un juicio. ¿Vas comprendiendo? Mi idea es que surge una confusión entre equidad y utilidad (Ella apunta). Y así confundimos la utilidad de la educación superior con nuestro derecho a acceder a la misma, lo cual creo es un prejuicio contra ella...

Carol.- ... El de que debemos ir a la escuela...

John.- Exacto.

Carol.- ¿Cómo puede decir eso?

John.- Es un prejuicio, una creencia irracional a la cual nos atenemos. Cuando es amenazada o cuestionada, sentimos ira y nos pasa lo que te pasa a vos ahora. ¿No es así?

Carol.- ¿Pero cómo... ?

John.- Sí... Examinémoslo... (No la escucha) Cuando...

Carol.- (Gritando, rompe una taza al pararse) ¡Creo que estoy hablando!

John.- (Junta los pedacitos de la taza y limpia pulcramente) Siento haberte interrumpido. Decías...

Carol.- Decía... decía que cómo puede decir en clases que ir a la universidad es un prejuicio.

John.- Hablaba de nuestra predilección...

Carol.- ¿Predilección?

John.- ¿Sabés lo que significa?

Carol.- ¿No significa gusto?

John.- Si.

Carol.- ¿Cómo puede decir que la escuela...?

John.- Ese es mi trabajo, ¿no?

Carol.- ¿Cuál?

John.- Provocarte.

Carol.- No...

John.- Sí, lo es.

Carol.- ¿Provocarme?

John.- Así es.

Carol.- ¿Enojarme?

John.- Forzarte a…

Carol.- ¿Enojarme es su trabajo?

John.- Forzarte a... escuchar… Sentate. Cuando yo era joven, alguien me dijo... ¿Estás lista?... Los ricos copulan menos que los pobres, más al hacerlo se quitan más ropa. Por años compartí mis propias experiencias con esa afirmación diciendo: “Esto se ajusta a la norma o se aparta de la norma”. ¿Qué significaba? Nada. Sólo una tontera que un chico me dijo y se me quedó en la cabeza. Alguien te dijo, y tú lo retuviste como una verdad, que la educación superior es un bien incuestionable. Esa idea te es tan cara que cuando la cuestiono te enojas. Bien, digo yo: ¿no son esas las cosas que debemos cuestionarnos? Digo que la educación superior desde la guerra, se ha hecho tan esencial como una moda, para aquellos que aspiran a la nueva y vasta clase media que la aceptamos como un derecho y dejamos de cuestionarlo, ¿para qué sirve? ¿Entendés mi idea? ¿Cuáles podrían los motivos para adquirir una educación superior? Uno: el amor a aprender; dos: el deseo de dominar una habilidad; tres, para... mejorar económicamente (Toma notas).

Carol.- Lo estoy reteniendo.

John.- Un momento... debo anotar algo.

Carol.- ¿Es algo que yo dije?

John.- No. Compramos una casa.

Carol.- ¿Compra una casa nueva?

John.- ... Que va con mi nombramiento... Eso es... Una linda casa cerca de la escuela privada. Hablaba de mejorar económicamente y pensaba en el impuesto para incentivo docente... ¿ Dónde está dicho que deba enviar a mi hijo a una escuela pública? (Ella toma notas) ¿Es una ley que deban mejorar las escuelas públicas al precio de mi propio interés? Y esto no es simplemente un caso de la “responsabilidad del hombre blanco” Bien... (Levanta la cabeza y ve que ella toma apuntes sobre lo que él dice) ¿Esto te interesa?

Carol.- Estoy apuntándolo.

John.- No tenés porque hacerlo. Podés sólo escucharme.

Carol.- Tengo que asegurarme que no lo voy a olvidar.

John.- No estoy dando una conferencia. Sólo trato de decir lo que pienso.

Carol.- ¿Qué piensa?

John.- ¿Deben ir todos a la universidad? ¿Por qué?

Carol.- A aprender.

John.- ¿Y si no aprenden?

Carol.- Si el chico no aprende...

John.- ¿Por qué va a la universidad? ¿Por qué es su derecho?

Carol.- Algunos lo encontrarán instructivo.

John.- Eso espero.

Carol.- ¿Pero como les caerá que les digan que pierden el tiempo?

John.- No digo eso.

Carol.- (Buscando en sus apuntes) Usted dijo: “que la educación es una molestia prolongada y sistemática”.

John.- Puede serlo.

Carol.- Si la educación es tan mala, ¿por qué se ocupa de ella?

John.- Porque la amo. Hagamos...  Sugiero que lo mires desde el punto de vista demográfico: la capacidad de ganar salarios; hombres y mujeres universitarios y no universitarios de 1955 a 1990. Veamos si obtenemos algo de estas estadísticas.

Carol.- No... No puedo entenderlo.

John.- ¿No?

Carol.- Los gráficos, los conceptos...

John.- Son solo... un ejemplo...

Carol.- Los gráficos...

John.- ¿Sí?

Carol.- ¡Qué no puedo!

John.- Sí que podés...

Carol.- No, no los entiendo.

John.- ¿Qué?

Carol.- ¡Nada de eso! ¡Nada! Sonrío en la clase, sonrío todo el tiempo. ¿De qué está hablando? ¿De qué hablan todos? No entiendo lo que dicen... (Él la toma por los hombros) ¡No sé por qué estoy aquí! (Camina hacia atrás) Me dice que soy inteligente y luego... (Él la abraza confusamente)

John.- Está bien, tranquilizate...

Carol.- ¡No entiendo! ¿Qué quiere decir?

John.- (La ayuda a sentarse en una silla) ¡Tranquila! (Silencio. Se miran. Ella reacciona, se para y comienza a irse)

Carol.- No lo entiendo

John.- Ya sé. Eso no importa.

Carol.- Yo...

John.- ¿Qué?

Carol.- Yo…

John.- ¿Qué?

Carol.- No puedo decirlo.

John.- ¿Qué es lo que no podés decir?

Carol.- No puedo...

John.- Vamos...

Carol.- ¡Soy mala! Yo...

John.- Está bien...

Carol.- No puedo hablar de esto.

John.- Está bien... Tranquila... ¿Qué es lo que querés decir?

Carol.- ¿Por qué lo quiere saber?

John.- No lo quiero saber.

Carol.- Quiero... Yo siempre... toda mi vida... Nunca le he dicho esto a nadie.

John.- Te escucho...

Carol.- Toda mi vida...

John.- ¿Si?

Carol.- (Está por contarle y sena el teléfono Momento de tensión. Él atiende)

John.- No puedo hablar ahora... ¿Qué?... Esperá un segundo. No entiendo (Ella se va sintiendo para la mierda) ¿Hablás del agente de bienes raíces? Digo que... ¿El qué?... ¿No puede? ¿Dijo que el acuerdo no es válido?... ¿Cómo?... ¿Cómo que no es válido?...¡Esa es nuestra casa! ¡Tengo el papel! Cuando volvamos, en una semana con el papel y el dinero, esa casa es... ¡Esperá! Jerry te... ¿Está Jerry ahí? ¿Está él ahí? ¿Tiene un abogado?... ¿Cómo diablos?... Es cuestión del acceso. No lo entiendo... ¿ No es todo el acuerdo, sino sólo el acceso?... ¿Por qué?... Dame con él... ¿Jerry? ¿Qué pasa? Esa es mi casa... Bueno, no puedo ir... Escuchame, escuchame... Al diablos con él. Quiero que te lleves a Grace y salgas de esa casa... Dejalo a él ahí con su abogado y avisale que nos veremos en la Corte... No, dejalo donde está y decile que tomaremos la casa e iremos... No, yo no iré. No quiero encontrarme con ese tipo. La próxima vez que lo haga, será en el juicio... Yo... ¿Qué? No lo entiendo... ¿Y qué hay de la casa? No hay problemas con la casa... No, está bien... Está bien... Por supuesto... Si, lo haré de inmediato (Cuelga)

Carol.- ¿Qué pasa?

John.- Están preparando una fiesta sorpresa.

Carol.- ¿Una fiesta?

John.- Sí.

Carol.- ¿Una fiesta para usted?

John.- Si.

Carol.- ¿Es su cumpleaños?

John.- No.

Carol.- ¿Qué es?

John.- El anuncio de mi nombramiento.

Carol.- ¿El anuncio de su nombramiento?

John.- Es una fiesta que harán en la nueva casa.

Carol.- ¿La nueva casa?

John.- La casa que compramos.

Carol.- ¡Tiene que ir!

John.- Creo que sí.

Carol.- Están orgullosos de usted.

John.- Algunos dirían que es una forma de agresión.

Carol.- ¿Qué cosa?

John.- La sorpresa... (Ordena sus cosas y se va, apagando las luces).

APAGON































II
En esta reunión, días después, descubrimos que Carol ha denunciado a John por una carga de hostigamiento sexual. Los dos meticulosamente examinan la primera reunión, subrayando cada palabra que fue pronunciada y cada gesto que fue hecho. Jamás llegarán a la misma conclusión.

John.- Verás... Amo enseñar y me enorgullezco de hacerlo bien. Y amo ser un  buen pedagogo. Creo que debo confesar eso. Cuando descubrí que amaba enseñar, juré que no me convertiría en uno de esos instructores autómatas que conocí en mi niñez. Tenía conciencia de que podía irme al otro extremo, de modo que pregunté y me pregunté a mi mismo si yo había buscado la heterodoxia, no diré gratuitamente, pues dicha heterodoxia no interesa como dogma, sino en detrimento de mis estudiantes (Se distrae con algo). Como decía: cuando se abrió la posibilidad de mi nombramiento largamente esperado, yo me sentí feliz y deseoso de lograrlo. Me pregunté a mi mismo si estaba mal desearlo. Y lo pensé mucho. Observé varias cosas de mi mismo. Y me gustaría compartirlas contigo. Pensé que debería procurarlo, que lo deseaba, que no era puro al desearlo, pero que quizás eso no era reprensible (Se limpia con un pañuelo; actitud repetitiva). Sabía que tenía deberes más allá de la escuela y que mi deber hacia el hogar, era o debería ser de igual valor y que el nombramiento, la seguridad, y si, el confort, no eran menos reprensibles. Y hasta quizás era una meta honorable. Y que se me daba aquí en este lugar que yo disfruto y en el que encuentro tranquilidad en lo que al aspecto material se refiere, de la continuidad de ese confort y esa alegría. ¿Y a cambio de qué? De enseñar. Lo cual yo amo. ¿Cuál era el precio de la seguridad? Obtener el nombramiento, sobre lo que el Comité está en proceso de concederme y sobre cuya base hice un contrato de compra de una casa. Bien. Si no tenés tu propia familia ahora, no sabrás lo que eso significa. Pero para mi es muy importante: un hogar, un buen hogar para mi familia. Ahora el Comité Docente se reunirá. Ese es el proceso. Un buen proceso con el que la escuela ha funcionado mucho tiempo. Ellos se reunirán y oirán tu queja que tienes derecho a expresar y la deshecharán. Ellos deshecharán tu queja, y en el proceso intermedio, yo perderé mi casa. No podré cerrar el contrato y perderé mi depósito y la casa que elegí para mi esposa e hijo, se perderá para siempre. Entiendo que te hayas enojado. Entiendo tu enojo hacia los profesores, yo me enojé con los míos. Me sentí herido y humillado por ellos, lo que fue una de las razones por las que vine a enseñar.

Carol.- ¿Qué me quiere pedir?

John.- Me sentí herido cuando recibí el recorte del Comité Docente. Me sorprendió y me hirió... No voy a hacerte partícipe de mis debilidades. Al final, yo no comprendí y entonces pensé: ¿No es siempre en esos puntos en que nos consideramos intocables; en los que somos más vulnerables (Carol toma apuntes de todo lo que John dice. John la mira asombrado) Sí, está bien. Me considerás un pedante. Lo soy... por naturaleza... por nacimiento, por profesión. No lo se, pero siempre busco un paradigma.

Carol.- (Autoritaria) ¡No se que es un paradigma!

John.- Es un modelo.

Carol.- Entonces, ¿Por qué no usa esa palabra?

John.- Si es tan importante, la usaré. Buscaba un modelo, para continuar, siento que...

Carol.- Yo...

John.- ¡Un Segundo! Un punto en el que soy intocable, es mi preocupación por la dignidad de mis estudiantes. Te he pedido con espíritu de investigación que me digas... Te he preguntado qué hice... Supongo... ¿Cómo puedo enmendarlo? ¿No podemos resolver esto ahora? No importa lo que pasó, sólo quiero saber...+

Carol.- ...¿Qué puede hacer para forzarme a retractarme?

John.- No me refiero a eso.

Carol.- Lo que quiere es comprarme, convencerme...

John.- No, no es así. Y pienso que lo sabés.

Carol.- No es eso lo que se. Ojalá...

John.- ¿Ojalá qué?

Carol.- Usted dijo: qué podría hacer para que me retracte.

John.- ¡No dije eso!

Carol.- Lo anoté.

John.- Escuchame, por favor, escuchame. Los estoicos dicen...

Carol.- ¿Los estoicos?

John.- Los filósofos estoicos dicen que si borrás la frase “he sido herido”, borrás la herida. Ahora, pensalo. Se que estás enojada, pero quiero saber literalmente qué mal te hice.

Carol.- Sea lo que sea lo que me haya hecho, en tanto me lo hizo a mi como estudiante y por lo tanto se lo hizo a todos mis compañeros. Así fue el informe que entregué a la Comisión.

John.- Está bien. Veamos. (Se pone los lentes y lee el informe) Leamos esto. Dice que soy sexista, elitista; no entiendo que significa; salvo que son palabras derogatorias y que quieren decir “malo”. Dice que insisto en perder el tiempo con desviaciones teatrales y autoengrandecedoras de los textos que he escrito; que a menudo éstas toman formas sexistas y pornográficas. Acá nos encontramos con una lista de instancias,  que concluyen con una estudiante haciendo una historia sexualmente explícita en la que la frecuencia y las fornicaciones de pobres y ricos parecen ser el punto central. Dice la estudiante que se conmovió al escuchar que usé la frase “la responsabilidad del hombre blanco”; que te llamé a mi oficina, porque dije, cito: “que me agradabas”. (Leyendo) “Él dijo que le agradaba y que le agradaba estar conmigo. Y que me dejaría hacer el examen otra vez si yo venía a menudo a su oficina”. ¡Es ridículo! No sabés. No es necesario hacer esto. Quedarás humillada y a mi me costará mi casa.

Carol.- ¿Es ridículo?
John.- (Sigue leyendo) “Me dijo que tenía problemas con su esposa y diciendo que quería deshacerse del rigor artificial entre profesor y alumno puso el brazo en mis hombros”.

Carol.- ¿Lo niega? ¿Puede negarlo? ¿No entiende?

John.- No lo entiendo.

Carol.- ¿Puede negar que esas cosas pasaron? Me trae aquí a escucharlo y seguir y seguir... (El trata de ignorarla, pero acusa recibo) sobre esto y sobre lo otro y “nosotros no nos expresamos bien, no decimos lo que pretendemos”. ¡Pero sí decimos lo que pretendemos y usted dice que no entiende y...!

John.- Estás repitiendo lo que dice el informe de memoria.

Carol.- Si.

John.- ¿Ves lo que te digo? No podés explicarlo con tus propias palabras.

Carol.- ¡Esas son mis propias palabras!

John.- (Lee) “Dijo que si me quedaba a solas en su oficina con él, cambiaría mi nota y me pondría una A” ¿Qué te hice? ¡Dios mío! ¿Estás tan herida?

Carol.- ¡Lo que yo sienta no es importante!

John.- Traté de ayudarte...

Carol.- Todo lo que se está en el informe.

John.- Quisiera ayudarte ahora; lo haría antes de que esto siga.

Carol.- No creo que necesite su ayuda... No necesito nada de usted (Lo enfrenta)

John.- Siento que...
Carol.- No me importa lo que siente. ¡¿No entiende?! Ya no tiene el poder, lo usó mal. Usted es parte de los que integran el sistema. Y se da el lujo de ofrecerme ayuda... (Toma las cosas para irse).

John.- Entiendo, estás enojada. Creo que tu bronca lleva por un camino que no ayuda.

Carol.- ¡No me importa lo que usted crea!

John.- ¿No? Pero hablabas de derechos y yo también los tengo. Tengo una casa, parte del mundo real y el Comité Docente está lleno de hombres buenos...

Carol.- ¡Por favor...!

John.- ¿Por favor? El Comité es también parte del mundo real, ¿entendés? Esta es mi vida. No soy el malo de la película. No represento nada.

Carol.- Profesor, vine aquí a petición suya, como un favor. Quizás no debí hacerlo, pero lo hice en representación mía y de mi grupo y usted habla del Comité Docente, uno de cuyos miembros es una mujer, como bien sabe. Y aunque usted lo llame chiste, frase histórica, descuido o como quiera llamarlo, referirse al Comité Docente como “hombres buenos”, es despreciativo y sexista. No darse cuenta de esto es perseverar en ese método de pensamiento suyo.

John.- ¡Fue un comentario! (Tira el informe al suelo) ¡Vamos! ¿Es tan grave todo esto como para arruinar una familia?

Carol.- (Sube la voz) ¿Suficiente? ¡Suficiente, sí lo es! Y esa historia que cité es vil y sexista, y manipuladora, y pornográfica.

John.- ¿Pornográfica?

Carol.- ¡Pornográfica! ¿Qué le da derecho a decirle a una mujer en su oficina privada... (Se calma?) El se retira) Si... perdone, pero me apena que se crea con ese poder. Usted mismo lo dijo: composturas, actitudes, pedagogía (Moderada). Dijo que la educación superior es un chiste y así la trata... Así la trata usted y confiesa que le gusta sentirse patriarca en su clase; conceder esto, negar lo otro, abrazar a sus estudiantes...

John.- (Se calienta del todo) ¿Cómo podés afirmar...? ¿Cómo podés decir que...?

Carol.- No puede negarlo. Lo hizo conmigo aquí, lo hizo, confesó. Usted ama el poder de desviar, inventar, transgredir... transgredir cualquier norma establecida para nosotros y cree encantador explorar ese gusto suyo por burlarse y por destruir, pero ¿y las aspiraciones de sus estudiantes? De esos estudiantes que se sacrifican para venir aquí. Usted no tiene idea de lo que me cuesta venir a esta escuela. Se burla de nosotros. Llama a la educación “molestia” y desde su asiento protegido y elitista ve nuestra confusión como una joda, como nuestra esperanza y esfuerzo y entonces se dice “qué hice yo” y me pide que entienda que usted también tuvo aspiraciones. Pero yo le digo que usted es vil y explotador y si tiene un poco de esa honestidad que describe en su libro, puede buscar en sí mismo y ver las cosas que yo veo; le repugnarán como a mi. ¡Buen día! (Se va)

John.- Esperá un segundo... (Ella lo mira) Lindo día, hoy...

Carol.- (Sorprendida) ¿Qué?

John.- Dijiste “buen día”. Creo que hace un lindo día.

Carol.- ¿De veras?

John.- Creo que si.

Carol.- ¿Y por qué es eso importante?

John.- Porque es la esencia de toda comunicación humana. Dije algo convencional y me contestás. La información intercambiada no es sobre el tiempo, sino que accedemos a conversar. De hecho, aceptamos que somos humanos; que yo no soy un explotador y vos no SOS... una revolucionaria. Puede ser que tengamos posiciones y deseos en conflicto. La mayor parte de lo que hago, en nombre de los principios, es por autointerés. Tenés razón. Mucho de lo que hacemos es convencional. ¿Decís que venís a aprender sobre educación? Pues no se si puedo enseñarte, pero se que puedo decirte lo que pienso sobre ella, y entonces podés decidir sin pelear conmigo. No soy la materia. Y si estoy equivocado, puede que no sea tu trabajo corregirme. Yo no quiero corregirte. Me gustaría decirte lo que pienso, porque ese es mi trabajo convencional. Como es mediocre, como puedo yo ser... (Pausa) Y entonces sí podrás mostrame un mundo mejor. Podemos partir desde ahí, pero igual que con “lindo día ¿no?”. No creo que podamos proseguir hasta que no aceptemos que los dos somos humanos, y aún así podremos tener dificultades. Las tendremos. Ahora...

Carol.- ¡Espere!

John.- Te escucho…

Carol.- (Dudando) La...

John.- Quiero que hables con tranquilidad y franqueza.

Carol.- Mi oposición....- Quiero escucharla. Con tus palabras. Quiero saber lo que deseas, lo que quieres, a qué le temes...

Carol.- Mi grupo...

John.- ¿Tu grupo?

Carol.- (Lentamente) La gente con la que hablé sobre este tema. Ellos...

John.- No hay que avergonzarse. Todo el mundo necesita consejeros. Todos necesitan exponerse a varios puntos de vista. No está mal. Es esencial (Carol sonríe como entregada a la situación) Ahora, vos y yo... (Suena el teléfono) vos y yo... (Atiende) ¿Hola?...no... Sé que él sí... Decile que yo... ¿Puedo llamarte dentro de unos minutos?... No. Decile que yo creo que saldrá todo bien, que tan sólo espere que yo... Te llamo en un rato... No, no, no, compraremos la casa... No, no, no. No es cuestión de que devuelva el depósito... Si, sé que el Comité está por reunirse.-.. Bueno, estoy lidiando con la queja... Sí, ahora mismo; es por eso que... Llamalo a Jerry, no puedo hablar ahora... Adiós (Cuelga). Ella toma apuntes) Siento que nos interrumpieran.

Carol.- Un momento.

John.- (Reflexivo) Decía...

Carol.- Decía que debemos hablar de mi queja.

John.- Así es.

Carol.- Pues hablaremos de ella...

John.- Esa es la clave de la educación.

Carol.- No. Digo que se hablará en la reunión del Comité Docente.

John.- Si. Pero yo digo que podemos hablarlo ahora... Es tan fácil como...

Carol.- Creo que debemos seguir el proceso.

John.- Un momento.

Carol.- El proceso convencional, como usted dijo. Y tiene razón.. Discúlpeme si fui... si fui descortés...

John.- Un momento.

Carol.- Realmente debo irme.

John.- ¡Está bien! Me interesa el status ¿Estás conforme? Así es todo el mundo.. Pero Lo que digo es que el Comité...

Carol.- Profesor, tiene razón. No siga. Llevaremos el asunto a...

John.- Vas ... esperá, esperá...

Carol.- No debí venir.
John.- (Nervioso) ¡Un momento! Hay normas aquí y no hay motivos para... Mirá, trato de salvarte...

Carol.- ¿Trata de salvarme? Por favor.

John.- Lo estoy haciendo. Te hablo sinceramente. Podemos resolver esto. Quiero que te sientes (La toma de los brazos y la sienta) ¡Sólo siéntate! Parece que nosotros (Ella se levanta y él la detiene) ¡Esperá un momento!

Carol.- (Trata de soltarse) ¡Déjeme ir! ¡Suélteme!.

John.- ¿Por qué te ponés así?

Carol.- (Gritando para que la escuchen desde afuera) ¡Ayúdenme, por favor!

John.- ¿Por favor?

Carol.- (Sale gritando) ¡Ayúdenme, por favor!

APAGON


















III
Es la tercera reunión se da un intercambio volátil de los ataques del intelectual, subrayando los clímax con el atontamiento de la violencia física.

John.- Yo... te llamé nuevamente contra mí...

Carol.- (Se la ve muy firme y combativa). Ya no es la inocente estudiante del principio) Me sorprendió que lo hiciera.

John.- ... Contra mi mejor parecer...

Carol.- Me sorprendió mucho.

John.- Si, seguramente.

Carol.-Si quiere que me vaya, me iré ahora mismo.

John.- Comencemos a hablar correctamente, ¿puede ser?

Carol.- ¡Eso es lo que deseo! Por eso vine. Pero ahora querrá que me vaya.

John.- ¡No quiero que te vayas! ¡Fui yo quien te pidió que vinieras!.

Carol.- No tendría que venir aquí.

John.- Puede ser... Gracias por venir.

Carol.- Está bien.

John.- Aunque siento que podría ayudarte.

Carol.- ¿Qué dice?

John.- Si me escucharas...

Carol.- Vine a eso. Los oficiales de la corte me dijeron que no viniese.

John.- ¿Oficiales de la Corte?.

Carol.- Me sorprendió que me llamara. Pero no vine a escuchar nada que me ayude.

John.- ¿Oficiales de la Corte?

Carol.- Quizás deba irme...

John.- ¡Esperá!

Carol.- No, no debo.

John.- ¿Esperá un momento? ¿Por favor?

Carol.- ¿Qué quiere?

John.- Que te quedes.

Carol.- ¿Quiere que me quede?

John.- Si. Me gustaría que me escucharas... ¿Lo harás? ¿Por favor? Si lo hicieras, te lo agradecería mucho. (Carol decide quedarse)... Gracias.

Carol.- ¿Qué es lo que quiere decirme?

John.- No puedo evitar sentir que te debo mis disculpas. He releído estas acusaciones... (Con el texto del informe en la mano)

Carol.- ¿Qué acusaciones?

John.- Las del Comité Docente... ¿Qué otras acusaciones podrían ser?

Carol.- ¿Las del Comité?

John.- Si.

Carol.- Perdone, pero esas no son acusaciones. Está todo probado. Son hechos.

John.- Yo...

Carol.- No son acusaciones. El Comité ha...

John.- Está bien...

Carol.- No son acusaciones.

John.- (Gritando) ¡Está bien! (Suena el teléfono) ¿Hola? ¡Sí!... No Estoy aquí. Decile que... No, no tengo tiempo para... Seguro, pero está bien... No, no tengo tiempo para atenderlo. Decile a Jerry que estoy bien y que ya lo voy a llamar... ¿Mi esposa? Si, estoy seguro que sí... Ya la voy a llamar a ella también... No puedo hablarte ahora (Cuelga) Bien. Fuiste muy Amable en venir. Gracias. He pasado bastante tiempo estudiando el alegato.

Carol.- ¿Qué quiere decir alegato?

John.- Es la acusación.

Carol.- Está bien...

John.- ...En la que se alega...

Carol.- ¡No, no puedo aceptar eso! Allí no se alega nada. Todo está probado (Intenta irse).

John.- Por favor. Un segundo si me permites. Sientas lo que sientas...

Carol.- ¡El asunto no es lo que yo sienta! ¡No son mis sentimientos, sino los de las mujeres y hombres, sus superiores que decidieron que usted es negligente! Que es culpable y que no debe ser promovido! Que debe ser disciplinado. Eso es lo que dijo el Comité Docente. Eso es lo que dijo mi abogado. Por lo que usted hizo en clase, por lo que hizo en esta oficina.

John.- Van a despedirme...

Carol.- Pues bien merecido lo tiene. Usted no entiende. ¿Qué lo llevó a este punto? Ni su sexo, ni su raza, sino sus propios actos y está enojado. Me citó aquí, ¿qué quiere? ¿Quiere calmarme? ¿Quiere convencerme de que me retracte? No lo haré. Lo que dije es justo. Va a decirme que tiene esposa e hijos y va a decirme que tiene una carrera y que trabajó veinte años para esto. ¿Sabe por qué trabajó? Para lograr poder. ¿Entiende? Y se sienta ahí y me cuenta historias sobre su casa y sobre escuelas privadas y privilegios y de cómo usted tiene derecho a comprar, a gastar, a burlarse, a resumir todas sus historias. Toda su tonta y débil culpabilidad tiene que ver con sus privilegios y usted no lo sabe... ¿No lo sabe? Trabajó veinte años por el derecho a insultar y se siente con derecho a que paguen por ello. Su casa, su esposa, el depósito para su casa...

John.- No tienes sentimientos.

Carol.- Ese es su punto: “No tienes sentimientos”. Su argumento final. Si no estoy de su parte, se cuestiona si soy humana.

John.- ¿No tenés sentimientos?

Carol.- Tengo una responsabilidad.

John.- ¿Con quién?

Carol.- Con esta institución, con los estudiantes, con mi grupo.

John.- ¿Tu grupo?

Carol.- Si. Porque yo no hablo por mi, sino por todos los de mi grupo. Por quienes sufren lo que yo sufro y por quienes, aunque si yo me inclinase... ¿A qué?... A perdonar, a olvidar, a ignorar su...

John.- ¿Mi conducta?

Carol.- Estaría mal.

John.- ¿Aún si quisieras perdonarme?
Carol.- ¡Estaría mal!

John.- ¿Y qué acontecería?

Carol.- ¿Acontecería?

John.- Si.

Carol.- ¿Pasaría?

John.- Si.

Carol.- ¡Entonces diga pasaría, por Dios! ¿Quién diablos se cree que es? Quiere un puesto, quiere poder ilimitado para hacer y decir lo que quiera. Para examinar, cuestionar, seducir...

John.- ¡Yo nunca...!

Carol.- Espere... (Abre sus apuntes y lee) El 12: “Que tengas un buen día, cariño”. El 15: “Estás muy linda”. Abril 17: “Si las chicas se acercasen...” ¡Lo escuché! ¡Lo escuché durante todo el semestre, profesor! “Sentate ahí; Párate ahí” y vi como usted explota lo que asume como prerrogativa paternal. ¿Y qué es eso, sino una violación, por Dios? Mi citó aquí para explicarme algo que yo no entendí. Pero yo vine a explicarle algo a usted. ¡No es Dios! Me pregunto para qué vine. Y me respondo que vine a enseñarle y su libro... ¿Quiere hablar de su libro? ¿Cree que va a aclararme algo? “Se atreve más allá de la tradición”. No, no. “...de esa fina tradición de cuestionamientos y amable escepticismo”. Y dice creer en el libro... Es un discurso intelectual. ¡Usted no cree en nada! ¡En nada, absolutamente en nada!

John.- Creo en la libertad de pensamiento.

Carol.- ¿Está seguro?

John.- Si...

Carol.- ¿Entonces cómo cuestiona la decisión del Comité de negarle el nombramiento? ¿Por qué cuestiona su despido? Cree en lo que usted llama libertad de pensamiento. ¡Bien! Cree en la libertad de pensamiento, en la casa y en el privilegio para sus hijos y en su nombramiento. Yo le aseguro que no cree en la libertad de pensamiento, sino en el elitismo, en una jerarquía protectora que lo recompensa. ¡Y de la cuál usted es el payaso! Y se burla y explota el sistema que le paga el alquiler. ¡Está equivocado! ¡Yo no lo estoy! ¡Usted sí!... (Silencio. Pausa) Piensa que estoy llena de odio. Sé lo que piensa de mí.

John.- ¿De veras?

Carol.- Piensa... Claro que sí. Piensa que soy miedosa, reprimida, confundida, no sé; una joven abandonada de sexualidad dudosa que quiere venganza y poder.

John.- Si, así es.

Carol.- ¿No es mejor así? Y yo siento que esta es la primera vez que usted me trata con respeto, porque me dice la verdad. No vine aquí, como usted piensa, a regodearme. ¿Por qué querría hacerlo? No gano nada, como dice usted, disfrutando con “su desgracia”. Vine aquí, porque me hizo el honor de citarme. Vine a decirle algo, si me lo permite. Pienso que está equivocado, terriblemente equivocado. Ahora me debe odiar.

John.- Sí.

Carol.- Escuche, profesor. Es el poder lo que usted odia tanto, que cualquier atmósfera de libre discusión se le hace imposible. No se le presenta como improbable, sino como imposible.

John.- Supongo que sí.

Carol.- Eso que usted encuentra tan cruel es el mismo proceso de selección que mi grupo y yo sufrimos cada día de nuestra vida. Lo sufrimos en nuestra admisión, en nuestros exámenes. Usted escribió que la educación es sólo una molestia. Pero nosotros trabajamos para llegar aquí y muchos enfrentamos prejuicios económicos, sexuales... (John está harto de escucharla) Usted no puede imaginarse... Soportamos humillaciones que ojalá usted y sus seres queridos jamás sufran para ser admitidos aquí. Persiguiendo ese mismo sueño de seguridad que usted persigue. Nosotros estamos siempre en peligro de que ese sueño no nos sea arrebatado por...

John.- ¿Por...?

Carol.- Por la administración, por los maestros, por usted; por esa calificación baja que nos impide continuar estudiando; por una respuesta nuestra, caprichosa o investigativa que quizás usted no encuentre divertida.

John.- (Casi gritando) No entiendo.

Carol.- Mis acusaciones no son triviales. Lo son por la rapidez con que fueron aceptadas. Un chiste que hizo con tonos sexuales, el lenguaje que usa, una caricia, verbal o física... (Ante un gesto de él) Si, lo se, dice que eso es trivial. Entiendo, pero tiene que ver con  usted por poner la mano en el hombro de alguien.

John.- ¡No tenía sentido sexual!

Carol.- Puede ser. ¿No empieza a entender que no es a usted a quien le corresponde decidirlo?

John.- Voy entendiendo. Creo que en lo que estás diciendo, hay algo de verdad.

Carol.- ¿Lo cree?

John.- No quiero decir que no puedo cambiar lo que hago mal, pero...

Carol.- ¿Se considera inocente del cargo de explotación sexual?

John.- Bueno... Yo... tengo que decirte... como decía... No soy tan viejo como para no seguir aprendiendo...

Carol.- Se considera inocente del...

John.- Esperá, esperá. Regresemos a...
Carol.- ¡No, tonto! ¿Quién cree que soy para venir aquí y dejarme convencer con una sonrisita? ¡Tonto presumido! ¿Cree que quiero vengarme? ¡No busco venganza, sino comprensión.

John.- ¿De veras?

Carol.- Si.

John.- ¿Qué sentido tiene? Ya se acabó.

Carol.- ¿Qué es lo que acabó?

John.- Mi trabajo.

Carol.- (Burlonamente) Su trabajo... Es de eso de lo que quería hablar (Empieza a irse, pero se detiene). Está bien. ¿Y si fuera posible que mi grupo retirara las quejas?

John.- ¿Qué?

Carol.- Lo que acabo de decir.

John.- ¿Por qué lo harías?

Carol.- Digamos que por un acto amistoso.

John.- ¿Un acto amistoso?

Carol.- Si.

John.- ¿A cambio de qué?

Carol.- No es un cambio. No por lo que obtendremos nosotros.

John.- ¿Obtienen ustedes?

Carol.- Si.

John.- No obtienen nada.

Carol.- Así es, no obtenemos nada. ¿Se da cuenta?

John.- Si.

Carol.- Es poco lo que pediríamos.

John.- ¿Hablarás con el Comité?

Carol.- ¿Con el Comité?

John.- Si.

Carol.- Si le parece, podría hacerlo.

John.- ¿Si me parece?

Carol.- (Burlándose) “Dado que” me parece más amistoso.

John.- (Gritando) ¡Dado qué...!

Carol.- Y créame, entiendo su enojo. No es que no lo sienta, sino que no es justo y por eso no me molesta... Tengo una lista.

John.- ¿Una lista?

Carol.- Una lista de libros que...

John.- ¿De libros?

Carol.- Si, libros que consideramos objetables.

John.- ¿Qué?

Carol.- ¿Es tan raro lo que digo?

John.- No puedo creer que...

Carol.- No es necesario que lo crea.

John.- La libertad académica...
Carol.- Alguien seleccionó los libros. Si usted lo hizo, otros pueden hacerlo ¿Acaso es Dios?

John.- No, no. El peligro es que...

Carol.- ¡Usted no decide! Nosotros lo hacemos. No me interesan sus sentimientos, ni motivaciones, sino sus acciones. Si quiere que le hable al Comité Docente, aquí está mi lista (Se la da) Es una persona libre para decidir. Creo que encontrará...

Jhon.- Soy capaz de leerla, sin que me la expliquen. Gracias.

Carol.- Hemos revisado ciertos textos...

John.- (Leyendo). Si, ya veo.

Carol.- Y hemos acordado...

John.- Si. Déjame leer esto.

Carol.- Creo que debería...

John.- (Cansado de escucharla) ¡Estoy leyendo tu lista! ¿Está bien? Lee en silencio) ¿Quieren prohibir mi libro?

Carol.- No.

John.- Aquí dice…

Carol.- Queremos excluirlo como ejemplo representativo de la universidad.

John.- (Enojado, la echa) ¡Te vas de acá!

Carol.- Si deja lo de la personalidad...

John.- ¡Te vas de mi oficina!

Carol.- Mejor lo reconsidera.

John.- ¿Creen que pueden...?

Carol.- ¡Podemos y lo haremos! ¿Quiere nuestro apoyo? Sólo así lo tendrá.

John.- ¿Prohibiendo mi libro?

Carol.- Correcto.

John.- ¡Esto es una universidad!

Carol.- Hay una demanda contra usted.

John.- ¡No puedo aceptarlo! Lo siento ¡No sé en que estaba pensando! Voy a decirte algo: soy un maestro. Es mi nombre el que está en juego y yo soy el que enseña en la clase. Tengo un libro con mi nombre en él y mi hijo verá algún día lo que he escrito. Tengo una responsabilidad (Se calma) Perdóname... Tengo una responsabilidad conmigo mismo, con mi hijo, con mi profesión... No he vuelto a mi casa en dos días, ¿sabías eso?

Carol.- ¿No ha vuelto a su casa?

John.- No, si eso te interesa. Estuve en un hotel, solo, pensando.

Carol.- ¿No ha vuelto a su casa?

John.- ¡Pensando! Y ahora me doy cuenta. Sos una persona peligrosa. ¡Estás equivocada! Y mi trabajo es decirte que no. Ese es mi trabajo. ¡Eso es! ¡Tenés razón! ¿Quieren prohibir mi libro?¡Se pueden ir a la mierda? Y que el Comité me haga lo que quiera.

Carol.- ¿Es cierto que no va a su casa desde hace dos días?

John.- Te dije que no. (Suena el teléfono)

Carol.- Mejor que conteste el teléfono (Pausa) Pienso que debe contestar...

John.- (Contesta el teléfono) Si, si... Bueno, tuve que... ¿Preocupados por mi? No, estoy bien... Estoy bien, Jerry. Estuve un poco confundido, pero ya lo he resuelto... estoy bien. No se preocupen por mí... Tuve algunas dudas, pero ya estoy tranquilo y todo fue para bien, aunque me cueste mi trabajo. Si es así, el trabajo no valía la pena. Decile a Grace que voy para casa. Todo está bien... ¿Qué?...¿Qué querés decir?... ¡Jerry!... ¿Qué pueden hacer?... ¿No pueden hacer eso!... ¿Pero cómo?... Ella...ella está aquí conmigo... Jerry, Jerry... no entiendo (Baja el teléfono, sin colgarlo) ¿Qué significa esto? (Cuelga)

Carol.- Pensé que lo sabía.

John.- ¿Qué significa?

Carol.- Trató de violarme, de acuerdo a la ley.

John.- ¿Qué?

Carol.- Trató de violarme. Yo salía de esta oficina y usted se tiró encima mío. Se lanzó físicamente sobre mi cuerpo. Mi grupo habló con mi abogado y presentaremos cargos penales.

John.- No.

Carol.- De acuerdo a la ley, se trata de abuso sexual.

John.- No.

Carol.- ... E intento de violación (El queda desconcertado).

John.- ¡Andate, por favor!

Carol.- Claro, creí que ya lo sabía.

John.- Tengo que hablar con mi abogado.

Carol.- Debe hacerlo.

John.- (Suena el teléfono y atiende) ¿Hola?. Si... Acaba de llamar... No puedo hablar ahora, cariño. (A ella) ¡Andate!

Carol.- ¿Su esposa?

John.- No te importa. ¡Te vas! (Sigue hablando por teléfono) No puedo hablar ahora, cariño... No, no, no... Todo se resolverá. (A ella) ¿Qué esperás para irte?

Carol.- Ya me voy. ¡Y no le diga a su esposa “cariño”.

John.- ¿Qué?

Carol.- Que no le diga”cariño” a su esposa. Ya me escuchó. (Está por irse) Le parece divertido...

John.- (La golpea) ¡Maldita arpía! ¿Pensaste que podrías destruir mi vida después de cómo te traté? ¿Violarte? (El tiene un brote violento. La insulta y sobre la violencia verbal se superponen ruidos de la calle, el timbre reiterado del teléfono y otros sonidos como el de un piano, estallidos, cimbronazos de cosas que se destruyen como en un terremoto. John le arranca la ropa, la besa con una ferocidad verdaderamente violatoria y cae. Sabe que todo está perdido)

Carol.- Está bien, profesor; ahora prepárese.

Telón




CLITEMNESTRA O EL CRIMEN MARGUERITE YOURCENAR






CLITEMNESTRA O EL CRIMEN
MARGUERITE YOURCENAR
«Voy a explicarles señores jueces.... Tengo ante mí innumerables órbitas de ojos; líneas circulares de manos puestas en las rodillas, de pies descalzos descansando en la piedra, de pupilas fijas de donde mana la mirada, de bocas cerradas donde el silencio madura un juicio. Tengo ante mí audiencias de piedra. Maté a aquel hombre con un cuchillo, dentro de la bañera, con ayuda de mi miserable amante que ni siquiera era capaz de sujetarle los pies. Ya conocéis mi historia: no hay ninguno de vosotros que no la haya repetido veinte veces al acabar la copiosa comida, acompañada del bostezo de las sirvientas, ni una de vuestras mujeres que no haya soñado ser alguna vez Clitemnestra. Vuestros pensamientos criminales, vuestras ansias inconfesadas ruedan por los escalones y vienen a derramarse en mí, de suerte que una especie de horrible vaivén hace de vosotros mi conciencia y de mí vuestro grito.
Habéis acudido aquí para que la escena del asesinato se repita ante vuestros ojos un poco más rápidamente que en la realidad, pues os espera el hogar y la cena y sólo podéis dedicar unas cuantas horas a oírme llorar. Y en ese corto espacio de tiempo es preciso que no sólo mis actos, sino que también sus motivos estallen a plena luz, aun cuando para afirmarse han necesitado cuarenta años. Esperé a aquel hombre antes de que tuviera un nombre, un rostro, cuando aún no era sino mi lejana desgracia.
Busqué entre la multitud de los vivos a ese ser necesario a mis futuras delicias: miré a los hombres sólo como se mira a los transeúntes que pasan por la taquilla de una estación, para asegurarse que no son las personas que uno está esperando. Si mi nodriza me envolvió en pañales al salir de mi madre, fue para él; si aprendí a contar en la pizarra del colegio, fue para poder llevar las cuentas de su casa de hombre rico.
Para alfombrar el camino donde tal vez se posaría el pie del desconocido que haría de mí su sierva, tejí sábanas y estandartes de oro; de tanto afanarme, dejé caer de cuando en cuando en el blando tejido unas gotas de mi sangre. Mis padres me lo escogieron, y aunque él me hubiera raptado a espaldas de mi familia, yo hubiera seguido obedeciendo al deseo de mis padres, puestos que nuestros sueños de ellos provienen y el hombre que amamos es siempre aquel con quien sueñan nuestras abuelas. Le dejé sacrificar el porvenir de nuestros hijos a sus ambiciones de hombre: ni siquiera lloré cuando murió nuestra hija. Consentí en deshacerme en su destino como una fruta en una boca, para aportarle sólo una sensación de dulzura.
Señores jueces, vosotros lo conocisteis ya ajado por la gloria, envejecido por diez años de guerra, convertido en una especia de ídolo enorme desgastado por las caricias de las mujeres asiáticas, salpicado por el barro de las trincheras. Sólo yo estuve con él en su época de dios. Era muy dulce para mí llevarle, en una bandeja grande de cobre, el vaso de agua que derramaría en él sus reservas de frescor; era dulce para mí, en la ardiente cocina, prepararle los platos que colmaría su hambre y alimentarían su sangre. Era muy dulce para mí, entorpecida por el peso de la simiente humana, poner las manos sobre mi vientre hinchado donde fermentaban mis hijos. Por la noche, cuando volvía de la caza, yo me arrojaba con alegría sobre su pecho de oro.
Pero los hombres no están hechos para pasar toda la vida calentándose las manos al fuego del mismo hogar: partió hacia nuevas conquistas y me dejó allí, abandonada como una casa enorme y vacía que oye latir un inútil reloj. El tiempo pasado lejos de él se perdía, gota a gota o a chorros, como sangre desperdiciada, dejándome más pobre de porvenir cada día. Algunos soldados ebrios que venían con permiso me contaban la vida que él llevaba en los campamentos de la retaguardia. El ejército de oriente se hallaba infestado de mujeres: judías de Salónica, armenias de Tiflis cuyos ojos azules engarzados en sombríos párpados recuerdan el fondo de una gruta oscura, turcas pesadas y dulzonas como los pasteles en cuya composición entra la miel recibía cartas los días de aniversario; mi vida transcurría espiando por el camino el paso del cartero cojo. De día, luchaba contra la angustia; de noche, luchaba contra el deseo; sin cesar, luchaba contra el vacío, forma cobarde de la desgracia.
Pasaban los días uno tras otro por las calles desiertas como una procesión de viudas; la plaza del pueblo parecía negra con tantas mujeres de luto. Yo envidiaba a aquellas desgraciadas por no tener más rival que la tierra y por saber, al menos, que su hombre dormía solo. Yo vigilaba en lugar del mío los trabajos del campo y los caminos del mar; recogía las cosechas; mandaba clavar la cabeza de los bandidos en el poste del mercado; utilizaba su fusil para dispararle a las cornejas; azotaba los flancos de su yegua de caza con mis polainas de tela parda. Poco a poco, yo iba ocupando el lugar del hombre que me faltaba y que me invadía. Acabé por contemplar, con los mismos ojos que él, el cuello blanco de las sirvientas. Egisto galopaba a mi lado por los eriales; tenía casi la edad de ir a reunirse con los hombres; me devolvía la época de los besos entre primos perdidos en el bosque, durante las vacaciones de verano. Yo lo miraba menos como un amante que como a un niño que hubiera engendrado en mí la ausencia; pagaba sus gastos de guarnicioneros y caballos. Infiel a mi hombre, seguía imitándolo: Egisto no era para mí sino lo equivalente a las mujeres asiáticas o a la innoble Arginia.
Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañé a alguien fue con toda seguridad al pobre Egisto. Lo necesitaba para percatarme de que hasta qué punto el que yo amaba me era irremplazable. Cansada de acariciarlo, subía yo a la torre para compartir el insomnio del centinela. Una noche, el horizonte del este empezó a arder tres horas antes de llegar la aurora. Troya ardía : el viento que volaba de Asia transportaba sobre el mar pavesas y nubes de ceniza; las fogatas de los centinelas se encendieron en las cimas: el monte Athos y el Olimpo, Elpindo y el Erimanto parecían hogueras; la lengua de la última llama se posaba frente a mí en la pequeña colina que desde hace veinticinco años me tapaba el horizonte.» Yo veía inclinarse la frente del vigilante, cubierta por el casco, para recibir el susurro de las olas: por el mar, en alguna parte, un hombre engalanado de oro se acodaba en la proa y cada vuelta de hélice lo acercaba más y más a su mujer y a su hogar ausente. Al bajar de la torre, cogí un cuchillo. Quería matar a Egisto, mandar lavar las maderas de la cama y el pavimento de la habitación, sacar del fondo del baúl el vestido que llevaba puesto cuando él se marchó, y suprimir finalmente aquellos diez años como si fueran un simple "cero" en el total de mis días.
Al pasar por delante del espejo, me detuve a sonreir; de repente, me vi y al verme me di cuenta de que tenía el pelo gris. Señores Jueces, diez años es mucho tiempo: es más largo que la distancia entre la ciudad de Troya y el castillo de Micenas; el rincón del pasado esta asimismo más alto que el lugar en donde nos encontramos, pues sólo podemos bajar y no subir las escaleras del Tiempo. Sucede como en las pesadillas: cada paso que damos nos aleja más de nuestra meta en vez de acercarnos a ella. En lugar de una mujer joven, el rey encontraría en la puerta a una especie de cocinera obesa; la felicitaría por el buen estado de los corrales y bodegas: sólo podía esperar unos cuantos besos fríos. Si hubiera tenido valor, me hubiese matado antes que el llegara, para no leer en su rostro la decepción, al encontrarme ajada. Pero quería, al menos, verlo antes de morir. Egisto lloraba en mi lecho, asustado como un niño culpable que siente llegar el castigo del padre; me acerqué y adopté mi voz más suavemente mentirosa para decirle que nada se sabía de nuestras citas nocturnas y que su tío no tenía ninguna razón para dejarlo de querer. Yo esperaba que, al contrario, él estuviera enterado de todo, y que la cólera y el afán de venganza me devolvieran un lugar en su pensamiento.
Para estar más segura de ello, entregué el correo, junto con las demás cartas, una anónima en donde exageraba mis culpas: afilaba el cuchillo que debía abrirme el corazón. Pensaba que tal vez me estrangularía con sus propias manos que yo tan a menudo había besado: por lo menos moriría envuelta en una especie de abrazo. Llegó por fin el día en que el barco de guerra atracó en el puerto de nauplion, en medio de una algarabía de vivas y fanfarrias; los terraplenes cubiertos de amapolas rojas parecían pavimentados por orden del verano, el maestro dio un día de asueto a los chicos del pueblo; tocaban las campanas de la Iglesia. Yo lo esperaba en el umbral de la Puerta de los Leones, una sombrilla rosa maquillaba mi palidez. Chirriaron las puertas del coche por la empinada cuesta; los aldeanos se engancharon al varal para ayudar a los caballos. Al volver un recodo, divisé, por fin, la parte más alta del coche, que asomaba por encima de un seto vivo, y advertí que mi hombre no venía solo. A su lado llevaba a la hechicera que él había escogido como parte del botín, aun estando algo estropeada por lo juegos de los soldados. Era casi una niña; unos hermosos ojos oscuros le llenaban el rostro amarillento y tatuado de cardenales. El le acariciaba el brazo para que no llorase. Le ayudó a bajar del coche, me besó con frialdad y me dijo que contaba con mi generosidad para tratar amablemente a la muchacha cuyos padres habían muerto. Apretó la mano de Egisto. El también había cambiado. Resoplaba al andar y su cuello enorme y colorado desbordaba del cuello de la camisa; su barba teñida de rojo se perdía por entre los pliegues de su cuello. Era hermoso, sin embargo, pero hermoso como un toro en lugar de serlo como un dios.
Subió con nosotros los escalones del vestíbulo que yo había mandado alfombrar de púrpura, para que no se notaran las manchas de su sangre. Apenas me miraba; en la cena, ni siquiera se dio cuenta de que yo había preparado sus platos favoritos; bebió dos vasos, tres vasos de alcohol. El sobre abierto de la carta anónima asomaba por uno de sus bolsillos. Le guiñó un ojo a Egisto y farfulló unas cuantas bromas de borracho sobre las mujeres que buscan consuelo. La velada, interminablemente larga, se prolongó aún más en la terraza infestada de mosquitos. Hablaba en turco con su compañera. Según parece, ella era hija del jefe de una tribu; al moverse, me di cuenta de que llevaba un hijo en su seno.¿Sería de él o de alguno de los soldados que la habían arrastrado riendo fuera del campamento y arrojado a latigazos de nuestras trincheras? Decían que poseía el don de adivinar el provenir. Para distraernos, nos leyó las líneas de la mano.
Entonces palideció y empezó a castañetear los dientes. También yo, señores jueces, conocía el provenir. Todas las mujeres lo conocen: siempre esperan que todo acabe mal. El tenía por costumbre tomar un baño caliente antes de irse a acostar. Subí a preparárselo: el ruido del agua que salía del grifo me permitía llorar en voz alta. Calentábamos con leña el agua del baño; el hacha que utilizábamos para cortar los troncos se hallaba tirada en el suelo; no sé por qué la escondí en el toallero. Durante un instante, pensé en disponerlo todo para simular un accidente que no dejara huellas, de suerte que la lámpara de petróleo cargara con las culpas. Pero yo quería obligarlo a mirarme de frente por lo menos al morir: por eso lo iba a matar, para que se diera cuenta que la lámpara de petróleo cargara con las culpas. Pero yo quería obligarlo a mirarme de frente por lo menos al morir: por eso lo iba a matar, para que se diera cuenta de que yo no era una cosa sin importancia que se puede dejar o ceder al primero que llega.
Llamé a Egisto en voz baja: se puso pálido cuando abrí la boca. Le ordené que me esperara en el rellano. El otro subía pesadamente las escaleras; se quitó la camisa; la piel, con el agua del baño, se le puso toda violeta. Yo le enjabonaba la nuca y temblaba tanto como el jabón que continuamente se me resbalaba de las manos. El estaba un poco sofocado y me mandó con rudeza que abriese la ventana, demasiado alta para mí. Le grité a Egisto que viniera a ayudarme. En cuanto entró cerré la puerta con llave. El otro no me vio, pues nos daba la espalda. Le dí torpemente un primer golpe que sólo le hizo un corte en el hombro; se puso de pie; su rostro abotargado se iba llenando de manchas negras; mugía como un buey. Egisto, aterrorizado, le sujetó las rodillas, acaso para pedirle perdón. El perdió el equilibrio y cayó como una masa, con la cara dentro del agua, con un gorgoteo que parecía un estertor. Entonces fue cuando le dí el segundo golpe que le cortó la frente en dos. Pero creo que ya estaba muerto: no era más que un pingajo blando y caliente. Se habló de rojas oleadas: en realidad, sangró muy poco. Yo sangraba más cuando di a luz a mis hijos. Después de morir él, matamos a su amante: fuimos generosos, si ella lo amaba. Los aldeanos se pusieron de nuestra parte y callaron. Mi hijo era demasiado pequeño para dar rienda suelta a su odio contra Egisto.
Han pasado unas semanas: yo hubiera debido tranquilizarme pero ya sabéis, señores jueces, que nunca acaba nada y que todo vuelve a empezar. Me he puesto a esperarlo otra vez y ha vuelto. No mováis la cabeza: os digo que ha vuelto. El, que durante diez años ni se dignó a tomar un permiso de ocho días para volver de Troya, ha vuelto de la Muerte. A pesar de que yo le corté los pies para impedirle salir del cementerio... Pero esto no evitó que él se deslizara por la noche en mi cuarto, llevando sus pies debajo del brazo, como los ladrones cuando cogen de este modo sus zapatos para no hacer ruido. Me cubría con su sombra; ni siquiera parecía darse cuenta que Egisto estaba allí. Después, mi hijo me ha denunciado en el puesto de policía, pero mi hijo es también un fantasma, el suyo, su espectro de carne. Yo creía que por lo menos en la prisión estaría tranquila, pero sigue volviendo: parece como si prefiriese mi calabozo a su tumba. Sé que mi cabeza acabará por rodar en la plaza del pueblo y que la de Egisto caerá cortada por el mismo cuchillo. Es extraño, señores jueces, se diría que ya me habéis juzgado otras veces. Pero tengo la experiencia suficiente para saber que los muertos no permanecen en reposo: me levantaré, arrastrando a Egisto tras de mí como a un galgo triste. Y erraré por las noches a lo largo de los caminos, a la búsqueda de la justicia de Dios. Volveré a hallar a ese hombre en algún rincón de mi infierno y gritaré de nuevo con alegría con sus primeros besos. Luego, me abandonará para irse a conquistar alguna provincia de la Muerte.
Ya que el tiempo es la sangre de los vivos, la Eternidad debe de ser la sangre de las sombras. Mi eternidad, la mía, se perderá esperando su regreso , de suerte que me convertiré en el más lívido de los fantasmas. Entonces volverá, para burlarse de mí, y acariciará ante mis ojos a la amarilla hechicera turca acostumbrada a jugar con los huecesillos de las tumbas. ¿Qué puedo hacer? Es imposible matar a un muerto..."