13/9/14

HÉCUBA Eurípides








Personajes


El espectro de Polidoro
Hécuba
Coro de mujeres cautivas
Polixena Odiseo Taltibio
Una servidora Agamenón Polimestor



El espectro de Polidoro
Dejando la caverna de los muertos y las puertas de la oscuridad, en donde habita Hades separado de los Dioses, vengo yo, Polidoro, nacido de Hécuba la Cisseana y de Príamo, que es mi padre. Cuando la ciudad de los frigios estuvo en peligro de caer al empuje de la lanza helénica, éste, atemorizado, me hizo salir secretamente de Troya para las moradas de su huésped tracio Polimestor, que siembra la excelente llanura kersonesiana y rige con su lanza a su pueblo, aficionado a caballos. Y conmigo le envió en secreto mi padre [10] mucho oro, a fin de que, si un día eran derribadas las murallas de Ilios, no quedasen sus hijos en la miseria. Y era yo el más joven de los Priamidas, y
por eso me alejaron de Ilios, pues con mi tierno brazo no podía sostener
escudo ni espada. Mientras nuestras murallas continuaron en pie, mientras no se derrumbaron las torres de la tierra troyana y mi hermano Héctor prospero
por su lanza, fui creciendo ¡desdichado de mí! [20] junto al paterno huésped tracio, que me criaba con mimo. Pero cuando Troya y el alma de Héctor perecieron, cuando fue destruido el hogar paterno, cuando al pie del altar consagrado a los Dioses cayo mi propio padre, degollado por el sanguinario hijo de Akileo, el huésped paterno me mato, ¡desdichado de mí! codiciando mi oro, y me arrojo a los remolinos del mar para quedarse con todo aquel oro en sus moradas, y yazgo en la ribera, de donde me recoge el agitado mar, a merced del flujo y reflujo de las olas innumerables, sin que nadie me llore, sin que nadie me sepulte. [30] Y ahora voy en pos de mi bienamada madre Hécuba, después de abandonar mi cuerpo y habitar en el aire durante los tres días que hace que mi pobre madre ha venido desde Troya a esta tierra kersonesiana. Y anclando las naves, todos los acayanos se han aposentado tranquilamente en las costas de la tierra tracia, porque Akileo, el hijo de Peleo, apareciéndose encima de su tumba, ha retenido a la armada helénica que el remo marino llevaba hacia la patria. [40] Y pide que se le sacrifique a mi hermana Polixena como recompensa y a manera de cara victima tumbal. Y lo conseguirá, y los hombres armados no le rehusaran esa ofrenda, y querrá el destino que mi hermana muera en este día. Y vera mi madre los cadáveres de sus dos hijos, el mío y el de esa desdichada virgen; [50] pues, con objeto de
que me erijan una tumba, me apareceré en el agua de la orilla a los pies de una esclava, que ya he pedido a los Poderes subterráneos se me dé una tumba y
se me reintegre a los brazos de mi madre. Así obtendré cuanto anhelo. Pero conviene que me aleje de la anciana Hécuba, que de la tienda de Agamenón sale ahora, asustada por mi espectro, ¡Ay! ¡oh madre, que, ahuyentada de las moradas reales, has llegado a ver el día de la servidumbre, cuan desdichada eres, tanto como dichosa fuiste en otro tiempo! Algún Dios te abruma hoy, a trueque de la antigua felicidad.

Hécuba
Llevad ante la tienda a la anciana, ¡oh hijas mías! [60] Sostened en su marcha a vuestra compañera de esclavitud, un día reina vuestra, ¡oh troyanas! Asid, llevad, conducid, alzad mis viejas manos. Apoyada en vuestros brazos como en un báculo, me esforzaré en acelerar el tardo paso de mis pies. ¡Oh relámpago de Zeus, oh noche oscura! ¿Por qué me han despertado los terrores y [70] los espectros nocturnos? ¡Oh tierra venerable, madre de los sueños de alas negras! Estoy horrorizada por la visión nocturna que me trajo un sueño con respecto a mi hijo, que está escondido en Tracia, y a mi querida hija Polixena. Comprendo é interpreto esa visión terrible. ¡Oh Dioses subterráneos, proteged a mi único hijo, [80] ancora de mi familia, que habita en la nevada Tracia bajo la tutela del huésped paterno! Algo nuevo va a ocurrir; las plañideras cantaran un canto lamentable. Jamás se ha estremecido ni temblado mi espíritu tan de continuo. ¿Dónde encontrarla yo ¡oh troyanas! el alma divina de Heleno o de Casandra, para que me explicaran estos sueños? [90] Porque he visto una corza tachonada, a quien se arrancaba de mis rodillas violentamente y lamentablemente, degollada por las uñas sangrientas de un lobo. Y me ha asaltado este otro terror: el espectro de Akileo se erguía en lo alto de su túmulo, y pedía como recompensa alguna de las troyanas abrumadas de innumerables males. ¡Oh Demonios, os conjuro a que alejéis de mi hija esa desventura!

El coro
Hécuba, a ti vengo presurosa, dejando las tiendas de mis amos, adonde me ha enviado la suerte, [100] donde estoy de esclava desde que me arrojaron de la ciudad de Ilios que los acayanos conquistaron con la lanza. No mitigaré
ninguno de tus males, y te traigo la carga de un mensaje abrumador, y seré para ti ¡oh mujer! un heraldo de dolores, porque al sínodo de los acayanos plugo que tu hija fuese ofrecida como víctima a Akileo. Ya [110] sabes que se ha aparecido armado de armas de oro en lo alto de su tumba, y parando las naves dispuestas a surcar el mar y con las velas ya henchidas, ha gritado:
«¿Adónde vais, dañaos, dejando sin recompensa mi tumba?» Entonces estallo una discordia tumultuosa, y la armada guerrera de los helenos se dividió en dos opiniones contrarias, pues unos querían que se ofreciese una víctima a la tumba, [120] y otros no querían. De un lado Agamenón, lleno de consideración por ti y honrando el lecho de la bacante profética, y de otro lado los dos Teseidas, llegados de Atenas, sustentaban criterios diferentes; pero todos estaban unánimes en querer que se honrase con una sangre joven la tumba de Akileo, pues decían que no debe preferirse el lecho de Casandra a la lanza de Akileo. [130] Y se equilibraban las fuerzas de ambas opiniones contrarias; pero el Laertiada, sagaz, astuto, lleno de palabras dulces y halagando al pueblo,
persuadió al ejército para que no desairara al más valiente de todos los danaos por favorecer a una víctima esclava, con el fin de que ningún muerto, erguido junto a Perséfone, pudiese decir que los danaos [140] partieron de las llanuras de Troya, siendo ingratos para con los danaos muertos por los helenos. Y pronto vendrá Odiseo a arrancar de tu seno y de tus viejas manos a la joven. Ve corriendo a los templos, a los altares; échate a los pies de Agamenón; invoca a todos los Dioses, a los Uranidas y a los Subterráneos. Porque es preciso que tus súplicas te libren de perder a tu desgraciada hija o que te resignes a ver rodar [150] ante la tumba a la virgen, empurpurada por la sangre que brotara a borbotones de su cuello adornado de oro.

Hécuba
¡Ay, miserable de mí! ¿Qué voy a decir? ¿Qué grito, qué lamento lanzar?
¡Cuán desdichada soy en mi miserable vejez, y reducida a una esclavitud insoportable! ¡Ay de mí! ¿Quién me defenderá? ¿Qué raza y [160] qué ciudad?
¡Partió el anciano, partieron los hijos! ¿Adónde ir? ¿Acá o allá? ¿Dónde iré?
¿Qué Dios o qué Demonio vendrá en mi ayuda? ¡Oh troyanas que me anunciáis semejantes males, que me traéis males tan horribles, me habéis matado, me habéis perdido! Ya no disfrutaré de una vida dichosa a la luz del día. [170] ¡Oh pies miserables! llevadme, llevad a la anciana hacia esa tienda.
¡Oh niña, oh hija de una madre desdichadísima, sal, sal de las moradas!
¡Escucha la voz de tu madre, oh hija, y entérate de lo que dicen de tu alma!


Polixena
¡Madre, madre! ¿Por qué gritas? ¿Qué quieres anunciarme cuando me haces salir de las moradas, asustada como un pájaro?

Hécuba
[180] ¡Ay de mí, hija!


Polixena
¿A qué obedecen esas palabras fatales? Malos preludios son para mí.


Hécuba
¡Ay, ay de tu alma!


Polixena
¡Habla! No me ocultes nada por más tiempo. ¡Tengo miedo, tengo miedo, madre! Pero ¿por qué gimes?

Hécuba
¡Oh hija, hija de una madre lamentable! Polixena ¿Qué vas a anunciarme?
Hécuba
Es voluntad unánime de los argianos que te mate sobre la tumba [190] el hijo del Peleida.

Polixena
¡Ay de mí! Habla, madre, explícame esa desgracia tan horrible.


Hécuba
Escucha una noticia atroz, hija. Me anuncian el voto de los argianos contrario a tu alma.

Polixena
¡Oh madre que has sufrido tantos males crueles, oh desdichadísima madre de vida lamentable! [200] ¿qué amarguísima o inexpresable calamidad suscita todavía contra ti un Demonio? ¡Ya no te pertenece tu hija; ya no compartiré tu servidumbre ni las miserias de tu vejez! Y me veras ¡desventurada! igual a una fierecilla criada en las montañas, igual a una triste becerra, arrancada de tus manos, degollada, yendo hacia Hades, bajo la tierra negra, en donde me acostaré entre los muertos. [210] Y es por ti por quien lloro con gemidos lamentables, ¡oh madre desdichada! ¡Y no lloro por mi vida, que no es más que oprobio y miseria, porque morir constituye para mí una felicidad mayor!

El coro
He aquí a Odiseo, que viene presuroso a darte alguna noticia, Hécuba.


Odiseo
En verdad, me parece, mujer, que sabes la decisión del ejército y el sufragio de que procede esa medida. Hablaré, sin embargo. [220] Han creído los acayanos que tu hija Polixena debe ser degollada en la cima del túmulo de Akileo. Nos mandan que conduzcamos a la joven virgen, y el hijo de Akileo presidirá el sacrificio y será el sacrificador. ¿Sabes lo que tienes que hacer? Pues hazlo.
No des lugar a que te arrebate por fuerza a tu hija y no intentes luchar contra mí. Conozco tu debilidad y tus males. En verdad que lo prudente es amoldar el pensamiento a las desgracias.

Hécuba
¡Ah, ah! ¡Se prepara, por lo visto, un gran combate, [230] lleno de sollozos y de lágrimas! ¡Efectivamente, no he muerto cuando debí morir, y Zeus no me ha dado muerte, y me conserva, desdichada, a fin de que aún vea yo aumentar mis desventuras! Pero si es dable a las esclavas preguntar a hombres libres
cosas que no aflijan ni muerdan su corazón, es preciso que respondas tras de escuchar lo que tenemos que pedirte.

Odiseo
Permitido te esta. Interroga. No te niego ese plazo.



Hécuba
¿Te acuerdas de cuando fuiste de espía a Ilios, [240] vestido con harapos y cayendo de tus ojos a tu mentón gotas de sangre?
Odiseo
Me acuerdo, y no creas que mi corazón no se ha conmovido al evocarlo.


Hécuba
Pues Helena te reconoció, y solo me lo dijo a mí.


Odiseo
Recuerdo que estuve en gran peligro.


Hécuba
Y abrazaste humildemente mis rodillas.


Odiseo
Por cierto que mi mano estaba casi muerta en tu peplo.


Hécuba
¿Y qué decías entonces, cuando eras mi esclavo?


Odiseo
Todas las palabras imaginables para no morir.


Hécuba
Luego, ¿no te salvé y te dejé salir de nuestra tierra?


Odiseo
Así es, ciertamente, y por eso veo todavía la luz de Helios.


Hécuba
[250] Entonces, ¿no obras con maldad aconsejando lo que has aconsejado, ya que, después de recibir de mi lo que confiesas, me devuelves todo el mal que puedes por el bien? ¡Oh, raza ingrata la de vosotros todos, los que deseáis honores de agoretas populares! ¡Ojala no os conociera a los que os tiene sin cuidado herir a vuestros amigos, con tal de captaros por vuestras palabras el favor de la multitud! Pero ¿con qué vano pretexto han decretado el exterminio de esta niña? [260] ¿Qué les impulsa a degollar seres humanos sobre una tumba en que debieran degollarse bueyes? ¿Es que Akileo quiere matar a los que le mataron, y en nombre de la justicia pide la muerte de esta criatura? Pero ella no le ha hecho ningún mal. Más natural sería que quisiese el sacrificio de Helena sobre su tumba, pues esa fue quien le perdió al llevarle a Troya. Si es preciso que muera una cautiva que sea bella entre todas, nosotras no tenemos que ver nada con ello, pues la Tindaris es la primera en belleza, [270] y no ha sido menos funesta que nosotras. Hasta ahora, he hablado combatiendo por la justicia, pero escucha también como debes corresponder conmigo cuando te pido cuentas. Tú mismo declaras que tocaste mi mano y mi vieja mejilla prosternandote. Yo, a mi vez, toco tu mano y tu mejilla y te pido la gracia que te concedí entonces, ¡y te suplico que no me arranques de las manos a mi hija, que no la matéis! ¡Bastantes han muerto ya! ¡Aún me alegra ella y hace que
olvide yo mis desventuras! [280] ¡Ella es mi consuelo, mi ciudad, mi nodriza, el
báculo que me sirve para andar! No conviene que los poderosos abusen de su poder ni que los felices piensen que serán siempre felices. También lo era yo en otro tiempo, y ya no lo soy, y un solo día me llevo toda mi dicha. ¡Oh caro mentón! respétame, ten compasión de mí, y cuando regreses con el ejército acayano, adviértele, dile que es odioso matar a mujeres a quienes ya habíais perdonado [290] al arrancarlas de los altares, y de las que os habíais apiadado. Por lo que a la sangre respecta, existe entre vosotros la misma ley para los hombres libres y para los esclavos. Les convencerás con tu autoridad, si no con tus palabras, porque no tiene igual fuerza el mismo discurso cuando viene de un hombre sin reputación que cuando viene de un hombre ilustre.

El coro
No es posible que haya un hombre tan inexorable que no vierta lágrimas al oír tus sollozos y tus lamentos profundos.

Odiseo
Escucha, Hécuba, y que en tu corazón no te haga la cólera [300] mirar como a enemigo al que habla cuerdamente. En verdad, dispuesto estoy a salvarte la vida que te debo, lo repito; pero no me desdeciré de las palabras pronunciadas ante todos los acayanos. Tomada Troya, hay que hacer el sacrificio de tu hija al primer hombre del ejército, ya que así lo pide. Para la mayoría de las ciudades, es una desgracia el que un hombre ilustre y lleno de valor no tenga más recompensa que la que tienen los cobardes. Pero Akileo es digno de hombres, [310] pues murió heroicamente por la tierra de la Hélade. Además, ¿no sería vergonzoso servir a un amigo que está vivo y olvidarle cuando ha muerto? Si
así sucediese, ¿qué diría cada cual en caso de formarse otro ejército y de prepararse una nueva guerra? ¿Combatiríamos o preferiríamos vivir al ver que no se honra a los muertos? Por lo que a mí respecta, poco necesito para lo que me queda de vida; pero quisiera [320] que se honrase mi tumba, porque esa es una recompensa que dura a despecho del tiempo. Ya que afirmas que sufres males deplorables, entérate de esto: entre nosotros hay ancianas no menos desgraciadas que tú, y ancianos y esposas jóvenes privadas de jóvenes esposos muy valientes, cuyo cuerpo cubre el polvo ideo. Soporta estos males. En cuanto a nosotros, si nos equivocamos al honrar al hombre bravo, no se nos reprochara más que esta ignorancia; pero vosotros, barbaros, no tratáis a vuestros amigos como amigos, no honráis a los que mueren con bravura, [330] por lo cual la Hélade prospera y vosotros sufrís destinos con arreglo a
vuestros pensamientos.


El coro
¡Ay! ¡ay! ¡qué miserable cosa es ser esclavo! ¡Cuán amargo es aguantar a la fuerza lo que no debiera soportarse!



Hécuba
¡Oh hija! En verdad que se han disipado en el aire las palabras que dije en vano para librarte de la muerte; pero si puedes más que tu madre, exhala todos los trinos del ruiseñor y procura salvarte de la muerte. Cae lamentablemente a
los pies de Odiseo [340] y persuádele. Tienes una razón que dar, porque también él tiene hijos, y debe apiadarse de tu suerte.

Polixena
Te veo, Odiseo, ocultando tu mano derecha bajo tu vestido y desviando el rostro, a fin de que no pueda yo tocar tu mentón. No temas. Retrocedes ante
el Zeus de los suplicantes; pero yo te seguiré, ya que es preciso, y deseo morir. Si no lo quisiera, parecería cobarde y apegada a la vida. Mas ¿para qué iba a vivir yo, que tuve un padre rey de todos los frigios? [350] Ese fue el primer bien de mi vida. Luego me alimentaron de hermosas esperanzas, y fui prometida
de reyes, que rivalizaban por casarse conmigo y disputaban por quién me
ofrecería la morada y el lugar adonde iría yo. ¡Desgraciada! ¡era señora de las mujeres ideas, me envidiaban las vírgenes, y excepto en la inmortalidad, igualaba a las Diosas, y ahora soy esclava! En verdad que este nombre de esclava me hace desear la muerte, porque no estoy acostumbrada a él. ¡Quizá también tuviera un amo cruel [360] que me compraría por dinero a mí, la hermana de Héctor y de tantos otros hermanos, y obligándome a amasar el pan en las moradas, me forzada a barrer la morada y a manejar la lanzadera, arrastrando días tristes! ¡Un esclavo comprado al azar mancillaría mi lucho que los reyes juzgaron digno de ellos! ¡No, por cierto! Abandono la luz que ven
mis ojos libres y entrego mi cuerpo al Hades. Llévame, pues, Odiseo, llévame y mátame, [370] porque ya no hay para nosotros esperanza ni confianza, y no creo ya en días mejores. Y tú, madre, no te opongas a nada con palabras ni
con actos, y aconséjame morir antes que sufrir cosas vergonzosas é indignas de mí. Quien no está acostumbrado a ellas, soporta sus males; pero sufre al echar a su cuello el yugo, y sería más dichoso muerto que vivo, porque una vida ignominiosa es una gran calamidad.

El coro
Hermoso y glorioso es para los mortales [380] haber nacido de una raza ilustre; pero un linaje encumbrado es mayor honor todavía para los que son dignos de él.

Hécuba
Dignamente hablaste, hija; pero ¡cuánto dolor hay en esas nobles palabras! ¡Si tenéis que demostrar vuestro agradecimiento al hijo de Peleo y libraros de toda censura, no la matéis, Odiseo! Llevadme a mí a la pira de Akileo, matadme a mí, no me perdonéis a mí, que he parido a Paris, cuyas flechas hirieron al hijo de Tetis y le hicieron perecer.

Odiseo
El espectro de Akileo no ha pedido a los acayanos [390] que mueras tú, ¡oh anciana! sino ésta.

Hécuba
Pero al menos, matadme a mí al propio tiempo que a mi hija. Así se ofrecerá a la tierra y al muerto que la quiere una libación de sangre más abundante.
Odiseo
Basta la muerte de tu hija; ninguna otra muerte es necesaria, ¡y pluguiera a los Dioses que no tuviésemos que cometer esa!

Hécuba
Es preciso que muera yo con mi hija.


Odiseo
¡Cómo! ¿acaso hay quien me manda aquí?


Hécuba
¡Me adheriré a ella como ¡a hiedra a la encina!


Odiseo
No lo harás, si obedeces a quienes son más prudentes que tú.


Hécuba
[400] Has de saber que jamás me separaré voluntariamente de esta hija.


Odiseo
Y tampoco yo me iré sin llevármela.


Polixena
Obedéceme, madre. Y tú, hijo de Laertes, respeta la justa cólera de una madre.
¡Oh desgraciada; no luches contra los fuertes! ¿Quieres rodar por tierra y que se lastime con violencia tu viejo cuerpo, y que te arranquen oprobiosamente de mis brazos jóvenes? Tendrías que sufrirlo, y no es digno de ti. ¡Oh madre bienamada, dame tu dulcísima mano, [410] acerca tu mejilla a mi mejilla, pues nunca más volveré a verte, ya que veo por última vez la luz y el orbe de Helios!
¡Recoge mis últimas palabras, oh madre que me has parido, y me iré bajo la tierra!

Hécuba
¡Oh hija mía! ¡y yo seguiré siendo esclava a la luz del día!


Polixena
Y yo no tendré mi prometido ni celebraré las bodas que me correspondían...


Hécuba
¡Oh hija! digna de compasión eres; pero ¡cuán desgraciada soy yo!


Polixena
¡Y yaceré allá, en el Hades, separada de ti!


Hécuba
¡Ay de mí! ¿qué hacer? ¿dónde acabar mi vida? Polixena
¡Aunque nací de un padre libre, moriré siendo esclava!


Hécuba
[420] ¡Y yo me veo privada de cincuenta hijos!


Polixena
¿Qué he de decir de parte tuya a Héctor y a tu anciano esposo?


Hécuba
Di que soy la más desdichada de todas las mujeres.


Polixena
¡Oh seno, oh pechos que me criasteis suavemente!


Hécuba
¡Oh hija, oh destino funesto y presuroso!


Polixena
Sé dichosa, ¡oh madre! ¡Y tú, Casandra!


Hécuba
La dicha es para otros, pero no para tu madre.


Polixena
¡Sé dichoso también, Polidoro, hermano mío, que resides con los tracios, aficionados a caballos!

Hécuba
¡Si es que vive, pues lo dudo, que tan desgraciada soy en todo!


Polixena
[430] Vive, y cerrara tus ojos a tu muerte,


Hécuba
En verdad que me ha matado el dolor antes de que esté muerta.


Polixena
Llévame, Odiseo, envolviéndome la cabeza en un peplo, pues antes de que me degüellen se me consume el corazón con los lamentos de mi madre y la destrozo con mis gemidos. ¡Oh luz! Todavía me es dable pronunciar tu nombre; pero ya no hay nada de común entre nosotros, a no ser el poco tiempo que me resta entre la espada y la pira de Akileo.



Hécuba
¡Ay! desfallezco, y los miembros se me rompen. ¡Oh hija mía, abrázame, tiéndeme tu mano, dámela! [440] ¡No me dejes sin hijos! ¡Oh amigas, estoy perdida! ¡Ojala viera en este trance a Helena, la lacedemonia hermana de los
Dioscuros, la que con sus bellos ojos ha destruido vergonzosamente la dichosa
Troya!


El coro
Estrofa I
Viento, viento marino que llevas por el mar henchido a las naves rápidas que surcan las olas, ¿adónde me empujaras, desdichada de mí? ¿A qué morada iré para ser allí esclava? [450] ¿A qué puerto de la tierra dorada o de la Ftia, donde dicen que el Apidano, padre de las aguas más hermosas, riega las llanuras?

Antistrofa I
¿Iré, desdichada, conducida por el remo que hiende el mar, a llevar una vida lamentable en la isla donde germinaron por primera vez la palmera y el laurel [460] para tender a la bienamada Latona los ramajes sagrados, como ofrenda al parto divino? ¿Cantaré con las vírgenes Delias a la corona de oro y a las de la Diosa Artemisa?

Estrofa II
¿Pintaré sobre el peplo color de azafrán, en la ciudad de Palas, los caballos de Atania uncidos al hermoso carro? ¿O bordaré [470] con tintes varios, en las bien tejidas telas de floridas tramas, la raza de los Titanes a quienes el Crónida Zeus ha envuelto en un fuego flamígero?

Antistrofa II
¡Ay, ay de mí y de mis hijos! ¡Ay de mis abuelos, yacentes en la tierra de la patria caída entre humo negro, presa de la lanza de los argianos! ¡Y heme aquí de esclava [480] en tierra extranjera, tras de dejar el Asia conquistada por Europa, y de cambiar el Hades solo por el lecho de un amo!

Taltibio
Jóvenes troyanas, ¿dónde encontraré a Hécuba, la que en otro tiempo era reina de Ilios?

El coro
Hela aquí delante de ti, Taltibio, acostada de espaldas en la tierra y envuelta con su peplo.

Taltibio
¡Oh Zeus! ¿qué decir? ¿Diré que miras por los hombres, o que son juguete de una mentira vana [490] quienes creen en una raza de Demonios, o que solo la casualidad lo rige todo entre los mortales? ¿No era esta mujer reina de los frigios, que tanto oro poseían? ¿No era la mujer de Príamo, grande y dichoso? Y he aquí que ha sido derribada por la lanza su ciudad, y ella se ve de esclava ahora que es vieja, la han privado de sus hijos, esta acostada en tierra y mancha de polvo su cabeza infeliz. ¡Ay, ay! También yo soy viejo, pero ¡muera antes de caer en el oprobio que humilla! Levántate, ¡oh desdichada! [500] ¡Alza tu cuerpo y yergue tu cabeza toda blanca!
Hécuba
¡Ah! ¿quién eres tú, que no dejas tenderse en tierra mi cuerpo? Quienquiera que seas, ¿por qué turbas mi dolor?

Taltibio
Soy yo, Taltibio, heraldo de los danaos. ¡Oh mujer! Agamenón me envía a ti.


Hécuba
¡Oh carísimo! ¿Han dispuesto los acayanos que vinieses para degollarme también sobre la tumba? ¡Qué buena noticia me traerías entonces!

¡Apresurémonos,

apresurémonos! Llévame, anciano.


Taltibio
Mujer, vengo a ti con objeto de que sepultes a tu hija muerta. Me envían [510]
los Atreidas y el pueblo acayano.


Hécuba
¡Ay de mí! ¿Qué estás diciendo? ¿No has venido, pues, para traerme la muerte, sino para anunciarme una desgracia? ¡Oh hija, arrebatada a tu madre, y heme ya aquí sin hijos al perderte! ¿Cómo la habéis matado, respetándola o ultrajándola? ¿La habéis matado tratándola como a enemiga, anciano? Había, aunque no tengas que decir palabras halagüeñas.

Taltibio
¿Acaso quieres, mujer, que llore dos veces de piedad por tu hija, ya que se mojaran mis ojos al contar su desdicha, [520] como junto a la tumba se mojaron antes cuando moría ella? Toda la muchedumbre del ejército acayano estaba reunida ante la tumba para presenciar la muerte de tu hija, y cogiendo a Polixena de la mano, el hijo de Akileo la coloco en lo alto del túmulo, Y allí estaba yo, y le seguían unos acayanos jóvenes, escogidos é ilustres, a fin de contener con sus manos las convulsiones de la víctima. Y con una copa de oro llena en la mano, el hijo de Akileo hacía libaciones a su padre muerto, y me
hizo señas [530] para que impusiera silencio a todo el ejército de los acayanos. Y adelantándome en medio de ellos, les dije: «¡Guardad silencio, acayanos
¡Guarde silencio el pueblo todo! ¡Silencio! ¡callaos!» E hice que la multitud quedase inmóvil, y hablo él así: «¡Oh hijo de Peleo, oh padre mío, recibe estas libaciones expiatorias, evocación de los muertos! Ven a beber la sangre negra y pura de la joven virgen que te ofrecemos el ejército y yo. ¡Sé propicio a nosotros! Permite que desatemos los cables de las popas de nuestras naves, [540] y que tras de obtener un feliz regreso de Ilios, podamos volver todos a la patria!» Hablo así, y todo el ejército coreo su plegaria. Luego, asiendo la empuñadura de la espada circundada de oro, la saco de la vaina e hizo seña a los jóvenes escogidos del ejército acayano para que se apoderaran de la virgen; pero ella, que lo comprendió, hablo así: «¡Oh argianos que habéis derribado mi ciudad, muero por voluntad propia! No me toque ninguno, que yo ofreceré valerosamente la garganta. ¡Por los Dioses, soltadme! [550]
¡Matadme libre, y muera yo libre, pues siendo de raza real, me daría vergüenza ser tratada de esclava entre los muertos!» Y aplaudieron los pueblos, y el rey
Agamenón dijo a los jóvenes que soltaran a la virgen. Y en cuanto éstos oyeron las últimas palabras del que goza de mayor poderío, la soltaron al punto, y no bien oyó ella las palabras del jefe, tirando de su peplo, lo desgarro desde el vértice del hombro al vientre, hasta el ombligo, y mostro su seno y [560] sus pechos hermosísimos como los de una estatua; arrodillándose luego, pronuncio estas palabras lamentabilísimas: «Heme aquí, ¡oh joven! ¡Si quieres herir este pecho, hiere! ¡Si prefieres la garganta, aquí esta!» Tenía él lastima de la virgen, y vacilaba aún; pero al fin corto con el hierro las vías del aliento, y brotaron manantiales de sangre. Por lo que a ella respecta, hasta para morir tuvo
cuidado de caer honestamente, [570] ocultando lo que debe permanecer oculto a los ojos de los varones. Cuando exhalo el último aliento a causa de aquel degüello mortal, los argianos se ocuparon en distintos menesteres; y unos cubrían con hojas a la muerta, y otros amontonaban troncos de pino para hacer una pira. Y el que no llevaba nada recibía estas palabras injuriosas del que llevaba algo: «¡Oh cobarde, te quedas ahí de pie, y nada traes para la joven, ni peplos, ni atavíos! ¿No vas a ofrecer nada a la criatura [580] de alma excelente y valerosísima?» Esto es lo que tengo que decirte acerca de tu hija muerta, a ti, la más dichosa en hijos y la más desdichada de todas las mujeres.

El coro
Una calamidad terrible ha caído sobre los Priamidas y sobre mi ciudad. Es la fatalidad de los Dioses.

Hécuba
¡Oh hija! Entre tantos males, no sé a cuál atender. No bien pienso en un dolor, me asalta otro, y los dolores suceden en mí a los dolores. ¿Cómo podría borrar de mi pensamiento [590] tu desventura y no gemir? Por otra parte, el valor que me anuncian has tenido impide sea excesiva mi pena. ¿No es extraño que
una tierra mala favorecida por los Dioses produzca numerosas espigas, y que, por otra parte, una tierra buena, que carezca de ese favor que necesita, no dé mas que malos frutos? En los hombres, por el contrario, el malo es malo siempre, y el bueno es siempre bueno, y la desgracia no corrompe su naturaleza, y no deja él de ser bueno. ¿Es la raza o la educación quien crea esa diferencia? [600] Sin embargo, lo cierto es que la educación enseña el
bien, y quien conoce el bien sabe asimismo lo que es vergonzoso, porque va por el buen camino. ¡Pero acerca de qué cosas tan inútiles divaga mi espíritu! Ve, y di esto a los argianos: «Que ninguno toque a mi hija y que alejen de ella a la muchedumbre.» Porque en un ejército numerosísimo la multitud es desordenada, y la licencia de los marinos es más difícil de contener que el fuego, y para ellos, el que no hace mal es el único malo. En cuanto a ti, ¡oh anciana esclava! toma un vaso, y [610] después de sumergirlo en el agua del mar, tráelo aquí para que ¡ave yo a mi hija con supremas abluciones, a mi hija novia sin novio y virgen sin ser virgen, y la exponga como se merece. Pero ¿de qué manera voy a arreglarme para ello? No puedo. Lo haré, sin embargo, en lo que me es posible, pidiendo algunos adornos a las cautivas que, sentadas
junto a mí, habitan en esas tiendas, caso de que alguna pueda escamotear a nuestros nuevos amos cualquier cosa de sus moradas. ¡Oh hermosas moradas! [620]¡Oh casas felices en otro tiempo! ¡Oh Príamo dichoso por tus
hijos y que poseías innumerables y brillantes riquezas! ¡y yo, la madre anciana!
¡en qué anulación hemos caído, privados de nuestro antiguo orgullo! ¿Nos gloriaremos ahora, el uno por sus ricas moradas y el otro por su fama entre los ciudadanos? Nada vale todo eso, que queda reducido a sueños vanos y jactancias. Solo es feliz aquel a quien no ocurre nada funesto cada día.

El CORO Estrofa
Me acechaba la desgracia y [630] era segura mi perdición desde el día en que Alejandro corto los abetos ideos, con el fin de navegar por el mar henchido, en pos del lecho de Helena, la más bella de las que alumbra Helios chisporroteando oro.

Antistrofa
Los trabajos y las necesidades más poderosas que los trabajos se encadenan en círculo. [640] La desdicha común, ocasionada por la demencia de uno solo, ha caído sobre la tierra del Simois, y los males han sucedido a los males. La querella, que fallo el boyero en el Ida entre tres hijas de los Bienaventurados.

Epodo
Ha sido decidida por la lanza, por el exterminio y por la ruina de nuestras moradas. Pero una joven lacedemonia, derramando abundantes lágrimas, [650] gime también en sus moradas a orillas del Eurotas de amena corriente, y una madre, cuyos hijos han muerto, se lleva la mano a su cabeza blanca y se desgarra las mejillas con sus uñas ensangrentadas.

Una servidora
Mujeres, ¿dónde está Hécuba, la desdichada, la que supera en males a todos los hombres y a todas las mujeres, [660] y a quien no disputara nadie esa corona?

El coro
¿Qué ocurre, ¡oh desgraciada de palabras siniestras!? ¿Jamás dormirán, por lo visto, tus malas noticias?

La servidora
Un nuevo dolor traigo a Hécuba; en medio de tantos males, no es fácil a la boca de los mortales pronunciar palabras de buen augurio.

El coro
Hela aquí, que sale de las moradas, a tiempo aparece para oírte.




La servidora
¡Oh señora desventuradísima, mas todavía de lo que digo! Estas perdida, ya no existes, aunque aún veas la luz. Sin hijos, sin esposo, sin ciudad, estas perdida sin remedio.

Hécuba
[670] Nada nuevo dices con eso, y se lo dices a quien ya lo sabe. Pero ¿por qué me traes el cadáver de Polixena, cuya sepultura debía celebrarse por los acayanos todos?

La servidora
¡No sabe nada! Cree que traigo a Polixena, por quien llora; no se figura otras desgracias.

Hécuba
¡Ay! ¡desdichada de mí! ¿Acaso me traes la cabeza furiosa de la profética
Casandra?


La servidora
¡Viva esta la que nombras, y no lloras por el que ha muerto! ¡Mira su cadáver desnudo! [680] Mira si te parece un prodigio y si tus esperanzas son fallidas.

Hécuba
¡Ay de mí! ¡En verdad que veo muerto a mi hijo Polidoro, a quien un hombre tracio tenía escondido en sus moradas! ¡Qué desdichada soy! Estoy perdida, ya no existo. ¡Oh hijo, oh hijo! ¡ay, ay! ¡Lanzo un grito furioso porque así me lo arrancan estos males que me vienen de un Demonio funesto!

La servidora
¿Te has enterado por fin del destino de tu hijo, ¡oh desgraciada!?


Hécuba
¡Es increíble lo que veo, increíble y nuevo, siempre nuevo! [690] ¡Unos males siguen sin cesar a otros males! ¡Jamás conoceré un solo día sin lágrimas y sin gemidos!

El coro
¡Oh desgraciada, sufrimos males terribles, terribles!


Hécuba
¡Oh hijo, hijo de una madre desventurada! ¿De qué muerte has perecido, por qué destino yaces ahí y qué hombre te ha matado?

La servidora
No sé. Le he encontrado a orillas del mar.




Hécuba
¿Le arrojaron las olas del mar a la apretada arena, después que cayó bajo una lanza ensangrentada? [700] ¡Ay de mí! ¡Ya comprendo mi sueño y la visión
que alzose ante mis ojos, el espectro de alas negras que no me ha abandonado! ¡Oh hijo, eras tú, que no veías ya la luz de Zeus!

El coro
¿Quién le ha matado, pues? ¿Sabrías decirlo, ¡oh adivinadora en sueños!?


Hécuba
Mi huésped, mi huésped el jinete tracio, [710] a quien el viejo Príamo se lo había confiado en secreto.

El coro
¡Ay! ¿Crees que le ha matado para apoderarse de su oro?


Hécuba
¡Cosas sin nombre qué no pueden decirse, que superan a los prodigios impíos a intolerables! ¿Dónde estará en lo sucesivo la justicia hospitalaria? ¡Oh el peor de los hombres, como has desgarrado sin piedad la piel y cortado con el hierro de la espada [720] los miembros de este niño!

El coro
¡Oh desdichada! ¡Cuán abrumadoramente pesa un Demonio sobre ti y te carga de aflicciones entre todos los mortales! Pero veo a Agamenón, nuestro amo actual. Amigas, callémonos al punto.

Agamenón
Hécuba, ¿por qué tardas en depositar a tu hija en la tumba, después de haberme pedido Taltibio que no la tocara ninguna de los argianos? Por cierto que la hemos dejado y no la hemos tocado; [730] pero me extraña que tardes tanto. Tengo a buscarte, pues todo está dispuesto allá, y todo está bien, si es que puede haber en esto algo que esté bien. ¡Ah! pero ¿qué troyano muerto veo en las tiendas? Los vestidos que envuelven el cuerpo me demuestra que no es un argiano.

Hécuba
¡Desgraciado! —y también lo digo de mi misma— ¡desgraciada Hécuba! ¿qué haré? ¿Me abrazaré a las rodillas de Agamenón, o soportaré mis males en silencio?

Agamenón
¿Por qué me vuelves la espalda, y te lamentas, [740] y no me dices qué ha pasado? ¿Quién es éste?

Hécuba
Si me rechaza de sus rodillas, mirándome como a esclava y a enemiga, solo habré conseguido aumentar mis males.

Agamenón
En verdad que no soy adivinador, y, mientras no te oiga, mal podré enterarme de tus designios.

Hécuba
Quizá vea yo en él un enemigo, sin que lo sea.


Agamenón
Si no quieres que sepa yo nada de lo que ocurre, conforme; pues, por lo que a mí respecta, nada quiero saber.

Hécuba
Sin su concurso, no podré vengar a mis hijos. [750]¿Por qué vacilar? Hay que atreverse, salga o no con bien. ¡Agamenón! ¡Te suplico por estas rodillas, por tu barba, por tu diestra feliz!

Agamenón
¿Qué deseas? ¿La libertad? Puedes obtenerla.


Hécuba
No, por cierto. ¡Con tal de vengarme de un malvado, consiento en ser tu esclava toda mi vida!

Agamenón
¿Qué pides de mí, en fin?


Hécuba
Ninguna de las cosas en que piensas, ¡oh rey! [760] ¿Ves este muerto por el que derramo lagrimas?

Agamenón
Le veo; pero no comprendo qué quieres decir.


Hécuba
¡En otro tiempo le he parido, le he llevado bajo mi cintura!


Agamenón
¿Acaso es uno de tus hijos, ¡oh desventurada!?


Hécuba
No es ninguno de los Priamidas que murieron en Ilios.


Agamenón
¿Es que has tenido otros hijos, mujer?


Hécuba
Sí, por cierto, é inútilmente, a juzgar por éste. Agamenón
¿Dónde estaba, pues, cuando perecía la ciudad?


Hécuba
Le alejo de ella su padre, temiendo que muriera.


Agamenón
¿Adónde le envió, separándole de todos sus demás hijos?


Hécuba
[770] a esta misma tierra, donde se le ha encontrado muerto.


Agamenón
¿Se le confiaron al hombre que manda en esta tierra, a Polimestor?


Hécuba
A él le enviaron, con el recurso de un oro funesto.


Agamenón
¿Quién le ha matado? ¿Qué destino ha sido el suyo?


Hécuba
¿Quién? Seguramente le ha matado el huésped tracio.


Agamenón
¡Oh desdichada! ¿Deseaba apoderarse del oro?


Hécuba
Así fue, en cuanto se enteró de la ruina de los frigios.


Agamenón
¿Dónde has encontrado o quién ha traído ese cadáver?


Hécuba
Le ha encontrado ésta a la orilla del mar.


Agamenón
¿Buscándole o haciendo otra cosa?


Hécuba
[780] Iba a buscar agua para las abluciones de Polixena.


Agamenón
Por lo visto, el huésped, cuando le mato, lo arrojo fuera de la morada.


Hécuba
Ciertamente, le ha tirado al mar después de destrozarle así. Agamenón
¡Oh desventurada, has sufrido males sin cuento!


Hécuba
Estoy perdida, Agamenón; ningún dolor me falta.


Agamenón
¡Ay, ay! ¿qué mujer fue jamás tan desdichada?


Hécuba
Ninguna, a no ser que nombres a la misma miseria. Pero sabe por qué caigo a tus rodillas. Si te parece que he sufrido justamente, me resignaré; [790] si no, véngame de un hombre, el más impío de los huéspedes, que, sin temer a los Subterráneos ni a los Uranicos, ha cometido la acción mas odiosa, después de haberse sentado tantas veces a mi mesa y de darle yo hospitalidad más a menudo que a mis otros amigos. ¡Porque, tras de recibir todo de mí y aceptar la custodia de mi hijo, le ha matado! ¡Y además de matarle, no le ha juzgado ni siquiera digno de una tumba, y le ha tirado al mar! Pero si nosotras somos esclavas y débiles, los Dioses son fuertes y fuerte es la ley que los domina a ellos mismos, [800] y por ella existen los Dioses, y ella discierne en la vida lo justo y lo injusto. Si se viola esa ley que descansa en ti, si no se castiga a los matadores de sus huéspedes, que desprecian las cosas sagradas de los Dioses, es porque ya no hay justicia entre los hombres. Avergüénzate de eso, respétame, ten piedad de mí, y como el pintor que se aleja un poco para ver, contempla mis males. ¡En otro tiempo era yo reina, y ahora soy tu esclava; en otro tiempo tenía yo numerosos hijos, [810] y ahora estoy vieja, sin hijos, sin ciudad, siendo la más desdichada entre los vivos! ¡Ay, desdichada de mí! ¿Por qué te alejas de mí? ¡Ya veo que no obtendré nada! ¡Cuán desgraciada soy!
¿Por qué nos esforzamos los mortales en adquirir todas las ciencias y las deseamos, en lugar de perfeccionarnos en la de la persuasión, que es la única reina de los hombres, a fin de poder persuadir y obtener a la vez? [820]
¿Y cómo aspirar todavía a ser feliz? ¡Por un lado, he perdido todos mis numerosos hijos, y por otro lado, paso por el oprobio de ser esclava, y veo el humo que se eleva por encima de mi ciudad! Entretanto—acaso sea inútil invocar a Cipris de antemano ahora; pero hablaré—, a tu lado se acuesta mi hija, la inspirada por Febo, la que los frigios llaman Casandra. ¿Cómo demostraras ¡oh rey! que son dulces para ti estas noches? ¿Qué clase de agradecimiento tendrás para mi hija por los besos dulcísimos que te da en su lecho, [830] y qué clase de agradecimiento tendrás para mí a causa de ella? Porque en los vivos el mayor reconocimiento nace del amor que disfrutan en la oscuridad de las noches. Escucha ahora. Mira este muerto; protegiéndole,
protegerás a quien esta aliado a ti. Ya solo me queda por decir una palabra.
¡Pluguiera a los Dioses que tuviese yo una voz que saliera de mis brazos, de mis manos, de mis pies, de mis cabellos, por arte de Dédalo o de cualquier Dios, a fin de que todo eso pudiera adherirse a la vez a tus rodillas llorando [840] y hablándote a la vez! ¡Oh señor, oh la mayor luz de los helenos! déjate persuadir, tiende una mano vengadora a la anciana, aunque ella nada signifique ya; pero, aun así, hazlo, porque cumple a un hombre generoso afirmar la justicia y castigar a los malos siempre y por doquiera.

El coro
Extraño es el modo de acaecer las cosas a los mortales, y como la ley de la necesidad torna en amigos a los que eran, enemigos y en enemigos a los que se querían más y mejor.

Agamenón
[850] Por lo que a mí respecta, Hécuba, tengo compasión de tu hijo y de tus miserias y de tus súplicas. En nombre de los Dioses y de la justicia, quiero que sea castigado tu huésped impío, siempre que el ejército no me acuse de servirte meditando la muerte del rey tracio por amor a Casandra. Porque me conturba este pensamiento: el ejército estima que ese hombre es un amigo y que ese muerto es un enemigo. Si tú le quieres, [860] al ejército no le ocurre igual. Por tanto, piensa que en mi tienes a un amigo que se compadece de tus penas y esta pronto a ayudarte, pero no si los acayanos me censuran.

Hécuba
¡Ay! Nadie es libre entre los mortales: uno es esclavo de las riquezas, otro de la fortuna; la multitud o la letra de la ley constriñen a ese otro a obrar en contra de su pensamiento. Pero ya que tienes miedo y das a la multitud más importancia de la que se merece, yo te libraré de ese temor. [870] Porque has de saber que medito un designio terrible contra el hombre que ha matado a
este niño; pero no tomes parte en mi acto. Si se produce algún tumulto entre
los acayanos y quieren éstos socorrer al hombre tracio cuando le sea impuesto el castigo que va a sufrir en seguida, reprímelos, sin aparentar que me favoreces. En cuanto a lo demás, ten confianza; yo haré que todo salga bien.

Agamenón
¡Cómo! ¿Qué vas a hacer? ¿Mataras al bárbaro empuñando una espada con tu vieja mano, o utilizando el veneno? ¿Quién te ayudara? ¿De qué mano vas a servirte? ¿Dónde encontraras amigos?

Hécuba
[880] En estas tiendas hay numerosas troyanas.


Agamenón
¿Hablas de las cautivas, botín de los helenos?


Hécuba
Con ellas castigaré al matador.


Agamenón
¿Y cómo unas mujeres van a triunfar de los varones?


Hécuba
El número es terrible, y con ayuda de la astucia es invencible. Agamenón
Terrible es, sin duda; pero desconfío de la raza femenina.


Hécuba
¿Por qué? ¿No fueron mujeres las que mataron al hijo de Egipto? ¿No fueron mujeres las que por completo despoblaron de varones a Lemnos? No pienses en eso, y sea. Da seguridades a esta mujer para pasar por entre el ejército, [890] y acercándote al huésped tracio, dile: «Hécuba, que en otro tiempo fue reina de Ilios, no menos en interés tuyo que en el propio, os llama a ti y a tus hijos, porque es preciso que también tus hijos sepan lo que quiere decirte.» Entretanto, Agamenón, suspende la sepultura de Polixena, recientemente degollada, a fin de que el hermano y la hermana, doble desvelo de su madre, reposen bajo la tierra uno junto a otro, consumidos por el mismo fuego.

Agamenón
Así se hará. En verdad que, si el ejército pudiera hacerse a la mar, no podría yo concederte ese favor; [900] pero ya que un Dios no nos envía vientos propicios, tenemos que quedarnos esperando a poder navegar. Tenga, pues, éxito la
cosa, porque es bien para todos, para cada cual y para la ciudad, que se castigue al malo y sea dichoso el bueno.
El coro
Estrofa I
¡Oh patria iliense, ya no se te llamara la ciudad imposible de tomar, puesto que los helenos, al igual de una nube, te han cubierto por todas partes, devastándote con la lanza! [910] ¡Tu corona de torres ha sido derruida y has recibido la miserable mancilla de la ceniza! ¡Desventurada! ¡No volveré a ti!

Antistrofa I
¡He perecido en medio de la noche, cuando, después de la comida, el dulce sueño extiéndese sobre los ojos; cuando el esposo, dando fin a los cantos, a los sacrificios y a las danzas, se había acostado en su lecho, [920] dejando la pica colgada, y sin ver a la multitud que salía de las naves para invadir a Troya Ilíada!

Estrofa II
Y yo oprimía con bandeletas los bucles de mis cabellos, y miraba el resplandor profundo de los espejos de oro, en el momento de echarme en mi lecho. Y he aquí que se produjo en la ciudad un ruido, y repercutió en Troya este grito: [930] «¡Oh hijos de los helenos! ¿cuándo regresaréis a vuestras moradas, después de derribar la ciudadela de Ilios?»

Antistrofa II
Dejando mi dulce lecho, y vestida con un sencillo peplo como una joven dorica, en vano ¡desdichada de mí! me prosterné ante la venerable Artemisa. Y cuando hubo muerto mi esposo, me vi arrastrada, mirando en lontananza el mar salado y mi ciudad, [940] tras de ponerse en marcha de regreso la nave, arrancándome de la tierra de Ilios. ¡Desdichada de mí, que con mi dolor pierdo todo arresto!
Epodo
¡Maldiciendo a Helena, la hermana de los Dioscuros, y al funesto Paris, el pastor del Ida, cuyo himeneo, o quizá un azote vengador, [950] me ha desposeído de mis moradas y me hará perecer lejos de la patria! ¡Ojala no retorne nunca ella a la morada paterna!

Polimestor
¡Oh Príamo, el más caro de los hombres! Y tú, carísima Hécuba, sabe que lloro al veros a ti y a tu ciudad y a tu hija que acaba de ser muerta. ¡Ay! nada es seguro: ni la gloria ni una constante prosperidad; y los Dioses confunden y trastornan todas las cosas, con objeto de que los adoremos en nuestra ignorancia. [960] Pero ¿a qué vienen lamentaciones que no aplacan los males? Por lo que a ti respecta, no me reproches mi ausencia, porque, cuando has llegado aquí, estaba yo en las fronteras de Tracia; y no bien regresé, cuando, al poner los pies fuera de mis moradas, me encontré a la esclava que me traía tus palabras. Las he escuchado, y he venido.

Hécuba
Vergüenza me da, Polimestor, mirarte frente a frente, sumida cual estoy en tantos males. [970] Como me has visto feliz, me da vergüenza posar en ti los ojos en el estado en que me hallo. No pienses, Polimestor, que en esto hay malevolencia para ti. Además, es costumbre que las mujeres no miren a los hombres cara a cara.

Polimestor
En verdad que no me asombro. Pero ¿qué quieres de mí? ¿Por qué me has hecho salir de las moradas?

Hécuba
Quiero enterarte a ti y a tus hijos de algo que me concierne. [980] Ordena a tus compañeros que se retiren de estas tiendas.

Polimestor
¡Marchaos, que aquí estoy seguro solo! Porque, tú eres amiga mía, y el ejército de los acayanos me es propicio. Dime, pues, en qué puede ayudar un amigo dichoso a los amigos desdichados, que estoy pronto a hacerlo.

Hécuba
¡Ante todo, dime si continúa vivo mi hijo Polidoro, a quien recibiste de mis manos y de las de su padre! Luego te preguntaré otras cosas.

Polimestor
¡Claro que sí! Y sobre ese particular eres dichosa, al menos.



Hécuba
[990] ¡Oh carísimo, cuan bien hablas y de qué manera tan digna de ti!

Polimestor
¿Qué quieres saber por mí aún?


Hécuba
¿Se acuerda todavía de mí, que le he parido?


Polimestor
Ciertamente, y quisiera venir hasta ti en secreto.


Hécuba
¿Y está seguro el oro que poseía él cuando llego de Troya?


Polimestor
Seguro esta, naturalmente, puesto que se guarda en mis moradas.


Hécuba
Consérvalo, pues, y no desees las cosas que se te confían.


Polimestor
¡No, no! ¡Goce yo únicamente de lo que poseo, oh mujer!


Hécuba
¿Sabes ahora lo que quiero decirte, así como a tus hijos?


Polimestor
No lo sé. Tú dirás.


Hécuba
[1000] ¡Ojala te agraden mis palabras tanto como me agradas tú!


Polimestor
¿Qué tenemos que saber yo y mis hijos?


Hécuba
Que hay antiguas reservas de oro de los Priamidas.


Polimestor
¿Y es eso lo que quieres hacer saber a tu hijo?


Hécuba
Naturalmente, y quiero que sea solo por mediación tuya, porque eres un hombre piadoso.

Polimestor
¿Y para qué hacía falta que estuviesen presentes mis hijos?


Hécuba
Mejor es que lo sepan, por si tú murieras.

Polimestor
Está bien y es lo más prudente.


Hécuba
¿Sabes dónde está el templo de Atana Ilíada?


Polimestor
¿Está allí el oro? Pero ¿qué señal lo indica?


Hécuba
[1010] Una piedra negra que sobresale del suelo.


Polimestor
¿Tienes algo más que decirme acerca del particular?


Hécuba
Quiero que pongas en salvo las riquezas que he traído de Troya.


Polimestor
¿Dónde están? ¿Las llevas escondidas en tu peplo?


Hécuba
Están en esas tiendas, entre los despojos.


Polimestor
¿Dónde están esas tiendas? No veo más que la estación de las naves acayanas.

Hécuba
Me refiero a las tiendas reservadas a las cautivas.


Polimestor
Pero ¿esta uno seguro en ellas? ¿No hay hombres?


Hécuba
Ningún acayano hay allí; solo las habitamos nosotras. Introdúcete en estas moradas (porque los acayanos quieren [1020] soltar las amarras de las naves y regresar de Troya a sus casas), con objeto de que, después de realizar lo que tienes que hacer, vuelvas con tus hijos al sitio en donde tienes a mi hijo.

El coro
Todavía no lo has sufrido, pero vas a sufrir tu castigo. ¡Como quien cae precipitado en un mar sin orillas, caerás en la muerte tú, que mataste! Jamás hiere en vano la expiación terrible [1030] dispuesta por la justicia y por los Dioses. El camino que has emprendido te engañara y te llevara al Hades mortal, ¡oh desgraciado! y no será una mano guerrera la que te haga perder la vida.

Polimestor
¡Ay de mí! ¡Desdichado! ¡Estoy ciego, he perdido la luz de los ojos!


El semicoro
¿Habéis oído, amigas, el lamento del tracio?


Polimestor
¡Ay de mí! ¡Más aún! ¡Oh exterminio lamentable de mis hijos!


El semicoro
¡Amigas, en las tiendas ocurren nuevas desdichas!


Polimestor
¡No, no huiréis con pies veloces, [1040] porque a golpes romperé estas tiendas!


El semicoro
¡Mirad como amenaza su pesada mano! ¿Queréis que nos precipitemos allá? Ha llegado el momento de ir en ayuda de Hécuba y de las troyanas.

Hécuba
¡Bah! ¡Rompe, derriba las puertas, no perdones nada! ¡Nunca más brillaran las pupilas de tus ojos, nunca veras vivos a los hijos que te he matado!

El coro
¿Has vencido al tracio, ¡oh señora!? ¿Has domeñado a tu huésped, y has hecho verdaderamente lo que dices?

Hécuba
Pronto le veras delante de estas moradas, [1050] ciego y andando con pies ciegos y vacilantes; y veras los cadáveres de sus dos hijos, a quienes he matado con ayuda de las valerosas troyanas. Me ha pagado lo que me debía.
¡Mira, ya sale de las tiendas! Me voy para esquivar al tracio, que arde en cólera irresistible.

Polimestor
¡Ay de mí! ¿Adónde ir, donde pararme, adonde llegaré andando con las manos y los pies como un animal salvaje de las montañas? [1060] ¿Qué camino
tomar, éste o aquél, para apoderarme de esas ilíadas matadoras de hombres, que me han perdido? ¡Miserables, miserables hijas de los frigios! ¡oh!
¡malditas! ¿En qué agujero se acurrucan para escapar de mí? ¡Helios! ¡Cura los parpados sangrientos y ciegos de mis ojos y devuélveme la luz! ¡Ah, ah!
¡Silencio, silencio! Oigo la marcha furtiva [1070] de esas mujeres. ¿Adónde me arrojaré para saciarme de carne y de huesos, para celebrar un festín digno de bestias feroces y vengar mi ruina con su destrucción? ¡Ah! ¡desgraciado!
¿dónde voy, abandonando mis hijos a esas bacantes del Hades, para que los despedacen, para que sirva de comida a los perros este degüello sangriento, o los dispersen hechos tiras por las montañas? ¿En dónde me detendré, adonde
caminaré, por donde volveré? [1080] Y como nave que recoge sus velas de lino con ayuda de las cuerdas, ¿adónde me lanzaré para conservar a mis hijos en su lecho funesto?

El coro
¡Oh desgraciado, cuantos malea intolerables sufres, y qué abrumador es el
Demonio que te castiga cruelmente por las cosas vergonzosas que has hecho!


Polimestor
¡Ah, ah, ah! ¡oh raza tracia, [1090] poseída de Ares, armada, que lleva lanza, que tiene caballos hermosos! ¡Oh acayanos! ¡Oh Atreidas! ¡Lanzo gritos terribles! ¡Oh! ¡por los Dioses, venid, acudid! ¿Me oye alguien? ¿No vendrá nadie en mi ayuda? ¡Unas mujeres, unas esclavas me han matado! He sufrido cosas horribles. ¡Ay, qué desdicha la mía! ¿A qué lado volverme? ¿Adónde ir? [1100] ¿Volaré a través del Urano, hasta la alta morada de Orión, en donde Sirio hace brotar llamas de sus ojos? ¿O me precipitaré antes
¡desdichado de mí! en el golfo negro del Hades?


El coro
Es perdonable renunciar a la vida cuando se es presa de males que no pueden soportarse.

Agamenón
He oído un grito y acudo, porque Eco, la hija resonante [1110] de la roca de las montañas, ha repercutido con ruido entre el ejército. Si no supiéramos que las torres de los frigios han caído derribadas por la lanza de los helenos, ese ruido nos hubiera infundido un terror grande.

Polimestor
¡Oh carísimo Agamenón, porque he reconocido tu voz, mira lo que sufro!


Agamenón
¡Ah! ¡Oh desdichado Polimestor! ¿quién te ha perdido? ¿Quién ha ensangrentado tus parpados y te ha dejado ciego? ¿Quién ha matado a estos niños? En verdad que, quienquiera que sea, debía estar muy irritado contigo y con tus hijos.

Polimestor
[1120] ¡Me ha perdido y más que perdido Hécuba, con ayuda de las mujeres cautivas!

Agamenón
¿Qué estás diciendo? Y tú, ¿has hecho lo que dice? ¿Te has atrevido, Hécuba, a realizar este acto inusitado?

Polimestor
¡Ay de mí! ¿Qué responderás? ¿Es que esta ella muy cerca? ¡Dime donde esta para que la coja, la desgarre con mis manos y haga sangrar su piel!

Agamenón
¿Qué quieres hacer?


Polimestor
¡Por los Dioses, te conjuro a que me dejes poner sobre ella mi mano furiosa!


Agamenón
¡Detente! Desecha de tu corazón ese deseo bárbaro. [1130] Habla, a fin de que, tras de escucharos por turno, juzgue yo con equidad la acción que te ha valido ese castigo.

Polimestor
Voy a hablar. Había un tal Polidoro, que era el más joven de los Priamidas e hijo de Hécuba, y a quien su padre Príamo, previendo la destrucción de Troya, me había confiado para que le criase en mis moradas. Yo le maté. Pero ¿por qué le maté? Juzga si lo hice con prudencia y cordura. Temía yo que ese niño, enemigo tuyo, reedificase Troya y la repoblase, y que los acayanos, [1140] al saber que aún vivía uno de los Priamidas, fletasen una nueva escuadra hacia la tierra de los frigios, y viniesen luego a devastar las llanuras tracias, y que, como ahora, los vecinos de los troyanos sufriesen los males de éstos. Pero al enterarse Hécuba de la muerte de su hijo, me ha traído aquí con pretexto de contarme que había enterrados en Ilios unos cofres de oro de los Priamidas; y me ha traído con mis hijos a estas tiendas, con objeto, decía ella, de que ningún otro supiese tales cosas. [1150] Y doblando las rodillas, me he sentado en medio de un lecho, y las jóvenes troyanas estaban sentadas, unas a la derecha, otras a la izquierda, como junto a un amigo. Y alababan unas el tejido edoniano de mis vestiduras exponiéndolo a la luz de Helios, y admiraban otras mi lanza tracia, y pronto me dejaron sin peplo y sin lanza. Las que eran madres mecían en sus brazos a mis hijos, y los hacían pasar de mano en mano, alejándolos de su padre. [1160] Después (¿lo creerás?), tras de amistosas palabras, empuñando bruscamente las espadas ocultas en sus peplos, pincharon a mis hijos, y me cogieron otras de las manos y los pies,
como enemigas ya. Y cuando yo levantaba la cabeza, deseando socorrer a mis hijos, me retenían por los cabellos. Y yo ¡desdichado de mí! agitaba las manos
y la multitud de mujeres me reducía a la impotencia. Por fin, añadiendo a
estos males un mal horroroso, hicieron una cosa terrible. [1170] Cogiendo sus broches, pincharon y ensangrentaron las desventuradas pupilas de mis ojos. Luego huyeron por las tiendas. Y yo, saliendo disparado como un animal feroz, perseguí a esas perras exterminadoras, y cual un cazador, tanteaba todos los rincones de la tienda, golpeando y tirando todo. ¡Ya ves lo que he sufrido por agradarte y por haber matado a tu enemigo, Agamenón! [1180] Para no decir más, expresaré en pocas palabras todo el mal que se ha dicho de las mujeres en el pasado, el presente y el porvenir: ¡ni el mar ni la tierra crían una raza
peor, y bien lo sabe quienquiera que las haya conocido en cualquier tiempo!


El coro
No te exaltes así, y porque tú sufras, no acuses a la raza entera de las mujeres, pues si malas son algunas de nosotras, otras son dignas de que se las envidie.

Hécuba
Bien estaría, Agamenón, que entre los hombres no fuese la lengua más allá de los actos, [1190] sino que las buenas acciones ocasionasen siempre las buenas palabras, y las malas acciones las malas palabras, y que el mal nunca pudiese hablar bien. En verdad que pasan por sabios los que usan hábilmente
de la palabra; pero su habilidad tiene un término, y perecen miserablemente, y ninguno de ellos ha evitado todavía este destino. a ti te lo digo, Agamenón; y ahora contestaré a éste. Dices que mataste a mi hijo con el fin de evitar un doble trabajo a los acayanos y a Agamenón; pero ¡oh el peor de los hombres! [1200] jamás hubo amistad entre los barbaros y los helenos, y no puede existir.
¿Qué te ha movido, pues, a obrar con ese celo? ¿Lo hiciste en vista de alguna
alianza o de algún parentesco? ¿Por qué razón? ¿Temías que, pasando de nuevo el mar, viniesen a asolar las cosechas de tu tierra? ¿A quién pretendes convencer de semejante cosa? Si quieres ser veraz, confiesa que es tu avaricia, que es su oro quien ha matado a mi hijo. En fin, contesta a esto: Cuando Troya era feliz, cuando la ciudad estaba cercada de torres, [1210] cuando Príamo vivía, cuando florecía la lanza de Héctor, cuando criabas a este niño en tus moradas, ¿por qué, ya que querías ser útil a Agamenón, no has matado a mi hijo o no Be le has traído vivo a los argianos? ¡Pero, en cuanto se ha apagado nuestra luz, en cuanto el humo de la ciudad ha pregonado la victoria de nuestros enemigos, has matado al huésped de tu hogar! Para colmo, escucha las demás pruebas de tu maldad: Si fueras amigo de los acayanos, ¿no debías traer ese oro, que no es tuyo, sino de mi hijo, [1220] y dárselo a ellos, que carecen de todo y viven lejos de la tierra de la
patria desde hace tanto tiempo? Pero no lo has dejado escapar de tu mano y lo guardas aún en tus moradas. Y sin embargo, si hubieras criado a mi hijo como debías y le hubieras salvado, ¡cuán grande habría sido tu gloria! En la
desgracia es cuando se revelan los verdaderos amigos. Si carecieses de riquezas, mi hijo, dichoso, ¿no habría sido un gran tesoro para ti? [1230] Pero he aquí que ahora no tienes ya ese amigo, y ese oro y tus hijos te son arrebatados, y tú mismo sufres un destino análogo. Te aseguro, pues, Agamenón, que si socorres a este hombre se hablara de ti tan mal como de él, porque te habrás inclinado en favor de un huésped que no ha sido piadoso, ni fiel a los que tenían derecho a su fidelidad, ni religioso, ni justo; y diremos que te alegras del mal. Pero no quiero ultrajar a mis amos.

El coro
¡Oh, oh! ¡Las buenas acciones siempre inspiran buenas palabras a los vivos!


Agamenón
[1240] Ciertamente, es duro para mí juzgar y condenar; pero es preciso. Habiendo puesto mano en esto, no puedo deshacerme de ello sin oprobio. Sabe que me parece no fue por mí ni por los acayanos por quien mataste a tu huésped, sino por retener su oro en tus moradas. Hablas tan favorablemente de ti mismo a causa de los males que sufres. Tal vea entre vosotros esté
permitido matar al huésped; pero para nosotros los helenos es odioso eso. Si no te juzgara yo culpable, ¿cuánto no se me censuraría? [1250] No puedo hacerlo. Por eso, ya que te has atrevido a cometer el crimen, resígnate al castigo.

Polimestor
¡Ay de mí! ¡Vencido por una esclava, aún he de humillarme ante quien es más débil que yo!

Agamenón
¿No es justo, después de lo que has hecho?


Polimestor
¡Ay de mí! ¡Ay de mis hijos y de mis ojos! ¡Qué desdichado soy!


Hécuba
¡Sufres! ¿Y crees que yo no sufro por mi hijo?


Polimestor
Te complaces en insultarme, ¡oh tú, que eres capaz de todo!


Hécuba
¿No voy a alegrarme de haberte castigado?


Polimestor
¡No! Cuando el mar te haya...


Hécuba
[1260] ¿Cuando me haya llevado en una nave hacia el mar helénico?


Polimestor
Cuando te haya tragado al caerte de un mástil.


Hécuba
¿Quién me obligara a saltar al mar?


Polimestor
Saltaras tú sola al mástil de la nave.


Hécuba
¿Con alas, o de qué otra manera?


Polimestor
Te convertirás en una perra de ojos inflamados.



Hécuba
¿Cómo sabes que cambiaré de forma?

Polimestor
Se lo ha dicho a los tracios Dionisos el profeta.


Hécuba
¿Y no te han predicho a ti los males que sufres?


Polimestor
En ese caso, jamás me habrías engañado con tas astucias.


Hécuba
[1270] ¿Y habré de vivir o de morir entonces?


Polimestor
Morirás, y tu tumba se llamara...


Hécuba
¿Con un nombre que recuerde mi forma, o con cual otro?


Polimestor
La tumba de una perra desventurada, y servirá de señal a los marinos.


Hécuba
Me importa poco, puesto que me he vengado de ti.


Polimestor
Y también ha de morir tu hija Casandra.


Hécuba
¡Escupo y te devuelvo esos males!


Polimestor
La matara la esposa de éste, la fatal guardiana de su morada.


Hécuba
¡Ojala, no sea nunca presa de semejante demencia la Tindaris!


Polimestor
Y también levantara el hacha sobre tu cabeza, Agamenón.


Agamenón
[1280] ¿Estás loco? ¿Quieres adelantar tu castigo?


Polimestor
¡Mata! Pero en Argos te espera un baño de sangre.


Agamenón
¡Servidores, arrastradle lejos de aquí!

Polimestor
¿Te hacen sufrir mis palabras?


Agamenón
¿No le cerraréis la boca?


Polimestor
¡Cerradla! Ya está dicho todo.


Agamenón
¡Idos! Arrojadle cuanto antes a cualquier isla desierta, por tener tanta audacia de lengua. Tú, Hécuba, ¡oh desdichada! ve a enterrar a tus dos muertos. Vosotras, troyanas, tenéis que volver a las tiendas de vuestros amos, porque ya noto que corren vientos favorables para nuestro regreso a nuestras
moradas. [1290] ¡Ojala naveguemos felizmente en pos de la patria, y libres de nuestras fatigas, encontremos prosperas nuestras moradas!

El coro
Amigas, id a los puertos y a las tiendas para dedicaros a los trabajos de la servidumbre, porque tenemos que someternos a tan dura necesidad.



Fin

El Cíclope Eurípides



El Cíclope

Eurípides





Personajes y escena

SILENO, dios y padre de los Sátiros.
CORO DE SÁTIROS.
ULISES U ODISEO.
EL CÍCLOPE.

La escena representa las rocas de la ladera del Etna, ya junto al mar. Se ve la cueva donde el Cíclope vive y guarda sus rebaños


Sileno: vv. 1 - 40

SILENO

Oh Bromio, por ti paso infinitos trabajos
ahora y también cuando en la juventud mi cuerpo era fuerte.
Primero cuando enloquecido por Hera
dejaste a tus nodrizas las ninfas de la montaña,
después cuando en la batalla contra los hijos de la Tierra,
con la lanza a tu diestra, mi escudo junto al tuyo,
atravesé el escudo de mimbre por el medio y maté
a Encélado. Pero ¿fue esto un sueño?
No, pardiez, que le he mostrado a Baco los despojos.
Ahora aguanto un trabajo mayor que aquéllos,
porque Hera ha suscitado contra ti la raza
de piratas etruscos para que fueses vendido muy lejos,
y yo, que lo he sabido, navego con mis hijos
a ti a buscar. Y en la misma popa
yo timoneaba agarrado al redondo madero,
y mis hijos sentados al remo el mar verdiazul
hacían blanquear en remolinos, y te buscaban, ¡oh rey!
Y cuando ya habíamos navegado hasta Malea,
el viento del Este sopló sobre el mástil,
y nos echó contra esta roca del Etna,
donde habitan los hijos del dios marino que no tienen más que un ojo,
los Cíclopes matadores de hombres, que habitan cuevas desiertas.
Presos de uno de éstos, somos sus esclavos
domésticos. Al que servimos le llaman
Polifemo. En lugar de danzas báquicas
apacentamos los rebaños de un impío Cíclope.
Mis hijos en las faldas de las colinas
apacientan recentales, ellos que son jóvenes;
yo de llenar los abrevaderos y barrer la casa
tengo orden, y al impío Cíclope
le sirvo en sus criminales comidas.
Pero ahora por necesidad tengo que obedecer
y barrer la casa con este rastrillo de hierro
para que a mi señor el Cíclope, que está fuera
y a sus rebaños los reciba yo con la cueva limpia.
Ya veo a mis hijos empujando hacia acá
sus rebaños. ¿Qué pasa? Pero ¿hacéis el mismo ruido
de danzas ahora que cuando a Baco
en sus fiestas en las casas de Altea
le hacíais procesión moviéndolos al son de las canciones de las liras?


El coro: vv. 41 - 81

CORO

¿Adónde de nobles padres
y de nobles madres,
adónde te me irás, a qué rocas?
¿No será aquí, donde el suave viento
y la yerba verde,
y el agua arremolinada de los ríos
descansa en los bebederos junto a las
cuevas, donde por ti balan las crías?
¡Aho! ¿Pacerás esto no, no esto,
la ladera mojada de rocío?
¡Eh! Te voy a tirar una piedra;
vete, vete, cornudo,
al establo de las ovejas,
del Cíclope campestre.
Las ubres henchidas suelta,
da acceso a las crías, a las hembras
que dejas en las alcobas de los carneros.
Te echan de menos los suaves
balidos de las crías pequeñas.
¿Entrarás a la cueva
de las rocas del Etna, después de dejar
los florecientes pastos de yerba?
Esto no son, Bromio, ni danzas
ni bacantes con tirsos,
ni gritos con panderos,
ni de vino ardientes gotas
en las fuentes que dan agua,
ni remolinos de las ninfas.
Báquica canción
canto a Afrodita,
y por seguirla danzaba
con las bacantes de blancos pies.
Querido, querido Baco, ¿dónde solitario
sacudes tu rubia cabellera?
Yo tu servidor
sirvo al Cíclope
de un solo ojo, siervo errante
con este inútil capote de piel de macho cabrio,
separado de tu amistad.



Sileno: vv. 82 y 83

SILENO

Callad, hijos míos, y en las cuevas rocosas
mandad a los servidores que reúnan los rebaños.



El corifeo: v. 84

CORIFEO

Andad, ¿pero qué prisa, padre, tienes?



Sileno: vv. 85 - 95

SILENO

Veo junto a la orilla el casco de una nave griega
y a los dueños del remo con un jefe
caminando hacia esta cueva, y junto al cuello
llevan cacharros vacíos, les falta comida,
y cántaros para agua. ¡Desgraciados forasteros!
¿Quiénes serán? No saben el señor
Polifemo cómo es, cuando en esta cueva cruel
se meten y a la mandíbula del Cíclope
devoradora de hombres tienen la mala suerte de llegar,
pero estaos callados para que sepamos
de dónde llegan a la roca del Etna siciliano.




Ulises: vv. 96 - 101

ULISES

Extranjero, ¿podríais decirnos dónde en la corriente de un río
hallaríamos remedio a nuestra sed? ¿Quiere alguien
vender comida a unos marinos necesitados?
¿Qué es esto? Parece que nos hemos metido en la ciudad de Bromio,
pues veo este grupo de sátiros junto a la cueva.
Salve, digo primero al más respetable.



Sileno y Ulises: vv. 102 - 162

SILENO
Salve, forastero: dinos quién eres y tu patria.
ULISES
Ulises de Itaca, rey del país de los cefalonios.
SILENO
Ya sé de este hombre, fuerte charlatán, raza de Sísifo.
ULISES
Ése soy yo, pero no insultes.
SILENO
¿Y de dónde has venido navegando a Sicilia?
ULISES
Desde Ilios y los trabajos troyanos.
SILENO
¿Cómo? ¿Has perdido la derrota de tu tierra patria?
ULISES
Las tormentas de vientos me han traído aquí a la fuerza.
SILENO
¡Hola! Aguantas el mismo destino que yo.
ULISES
¿Qué también tú has sido traído aquí a la fuerza?
SILENO
Persiguiendo a los piratas que habían raptado a Bromio.
ULISES
¿Qué país es éste y quiénes lo habitan?
SILENO
En la orilla del Etna, el más alto monte de Sicilia.
ULISES
¿Dónde están las murallas y las torres de la ciudad?
SILENO
No las hay: las montañas están desiertas de hombres, forastero.
ULISES
¿Y quiénes ocupan la tierra? ¿Alguna especie de alimañas?
SILENO
Cíclopes que habitan cuevas y no casas.
ULISES
¿Y a quién obedecen? ¿Acaso hay democracia?
SILENO
Son nómadas, y nadie obedece á nadie.
ULISES
¿Siembran la espiga de Ceres o de qué viven?
SILENO
De leche y de quesos y de comer ovejas.
ULISES
¿Y tienen la bebida de Bromio, el jugo de viña?
SILENO
Nada de eso, pues habitan tierra triste.
ULISES
¿Sois hospitalarios y píos con los forasteros?
SILENO
Dicen que los forasteros traen carne sabrosísima.
ULISES
¿Qué dices? ¿Les gusta la carne humana?
SILENO
Nadie vino aquí que no le hayan degollado.
ULISES
¿Y el Cíclope dónde está? ¿Dentro de su casa?
SILENO
Se ha ido hacia el Etna, cazando fieras con sus perros.
ULISES
¿Sabes lo que hay que hacer para que nos vayamos de esta tierra?
SILENO
No sé, Ulises; por ti haríamos todo.
ULISES
Véndenos pan, que andamos escasos.
SILENO
No hay, como he dicho, sino carne.
ULISES
Buena es y contiene el hambre.
SILENO
También hay queso con jugo de higos y leche de vaca.
ULISES
Sacadlo, porque las compras se deben hacer con luz.
SILENO
Y di, ¿cuánto oro nos pagarás?
ULISES
No traigo oro, sino la bebida de Dioniso.
SILENO
¡Dices cosas amabilísimas, que nos faltan hace mucho!
ULISES
Pues Marón me ha dado esta bebida, hijo del dios.
SILENO
¿El que yo crié antaño en estos brazos?
ULISES
El hijo de Baco, para que te enteres bien.
SILENO
¿Está en las tablas del barco o lo traes tú?
ULISES
¿Este pellejo que lo guarda, lo ves, viejo?
SILENO
Con eso no tengo yo ni para llenar el gaznate.
ULISES
Dos veces el líquido que salga, este pellejo guarda.
SILENO
Buena fuente has dicho, y agradable para mí.
ULISES
¿Quieres que te dé a probar primero vino puro?
SILENO
Justa cosa, pues la prueba hace la venta.
ULISES
Traigo un vaso con el pellejo.
SILENO
Trae y escáncialo con gluglú, para que recuerde yo esto de beber.
ULISES
Toma.
SILENO
¡Huy! ¡Qué buen olor tiene!
ULISES
¿Lo has visto?
SILENO
No, que lo estoy oliendo.
ULISES
Prueba ahora, para que no lo ensalces sólo de palabra.
SILENO
¡Ay! A bailar me exhorta Baco.
¡Ah, ah, ah!
ULISES
¿Qué, ha hecho bien gluglú en tu garganta?
SILENO
Me ha llegado hasta el extremo de las uñas.
ULISES
Además de esto te daremos moneda.
SILENO
Suelta sólo el pellejo, déjate de dinero.
ULISES
Sacad ahora quesos o crías de ovejas.


Sileno: vv. 163 - 174

SILENO

Lo haré así, dándoseme poco de mi señor.
Por beber una sola copa me volvería loco
y daría en cambio los rebaños de todos los Cíclopes,
y me tiraría al mar desde una roca resbaladiza,
una vez borracho, desarrugado el entrecejo.
¡Cómo el que bebe y no goza está loco,
cuando se puede levantar esto
y agarrar un pecho y el dispuesto
prado tocar con las dos manos, y danzar
olvidando desgracias! ¿No compraré, pues,
esta bebida, mandando a llorar
la insensatez del Cíclope y su ojo único?



El corifeo y Ulises: vv. 175 - 178

CORIFEO

Oye, Ulises, te queremos decir algo.
ULISES
Venís como amigos a un amigo.
CORIFEO
¿Tomasteis Troya y la sumisa Helena?
ULISES
Y hemos destruido toda la casa de los priámidas.






El Corifeo: vv. 179 - 187

CORIFEO

Pues cuando habéis conquistado a la muchacha,
¿no la habéis disfrutado todos
puesto que le gusta casarse con muchos?
La traidora, que los pantalones de colores
vio en las piernas y el collar
de oro que llevaba al cuello,
salió de mí y al mamarracho de Menelao,
que era mejor, dejó. ¡Nunca la raza
de las mujeres debió nacer... sino para mí solo!


Sileno: vv. 188 - 193

SILENO

Aquí tenéis vosotros estos corderos,
rey Ulises, crías de bajadores carneros,
y no escasos quesos de leche cuajada.
Lleváoslo y marchaos cuanto antes de estas cuevas,
en cuanto me deis la bebida del racimo de Baco.
¡Ay de mí! Aquí viene el Cíclope. ¿Qué haremos?
Ulises y Sileno: vv. 194 - 197

ULISES
Estamos perdidos, viejo: ¿por dónde hay que huir?
SILENO
Dentro de esa roca, donde os podéis esconder.
ULISES
Cosa horrible has dicho: meternos en las redes.
SILENO
No es horrible: hay muchas salidas de la roca.


Ulises: vv. 198 - 202

ULISES

No, no. Mucho que gemiría Troya
si yo huyese de este hombre solo, cuando gente infinita
de frigios aguanté muchas veces con mi escudo.
Mas si hay que morir, muramos noblemente,
y si vivo salvaré mi fama de antes.


El cíclope: vv. 203 - 211

CÍCLOPE

Vamos: ¡paso! ¿Qué es esto? ¿Qué libertad es ésta?
¿Qué bailáis? Esto no es Dioniso
ni panderetas de bronce ni golpes de tambor.
¿Cómo están en la cueva mis crías recién nacidas?
¿Están en la teta debajo del costado
de sus madres?, ¿en los cestillos de junco
está la cantidad de quesos ordeñados?
¿Qué decís? ¿Qué habláis? ¡Me parece que alguno de vosotros con el palo
va a soltar lágrimas! Mirad arriba y no hacia abajo.



El corifeo y el cíclope: vv. 212 - 219

CORIFEO
Ea, ya estamos mirando al mismo Zeus,
y estoy viendo las estrellas y Orion.
CÍCLOPE
¿Y la comida está bien preparada?
CORIFEO
Ahí está. No falta más que preparar la garganta.
CÍCLOPE
¿Y también están las colodras llenas de leche?
CORIFEO
Tanto que puedes beberte, si quieres, una tinaja entera.
CÍCLOPE
¿De oveja, de vaca o mezclada?
CORIFEO
La que quieras tú, con tal que no te me tragues a mí.



El cíclope: vv. 220 - 227

CÍCLOPE

De ninguna manera: en mi barriga
saltando, me matarías con esas danzas.
¡Hola! ¿Qué gente veo en el corral?,
¿qué piratas o ladrones han llegado a esta tierra?
Veo aquí estos corderos de mis cuevas
atados con juncos retorcidos
y revueltos los quesos, y al viejo
con la cara y la calva hinchada de golpes.



Sileno y el cíclope: vv. 228 - 231

SILENO
¡Ay de mí! Ardo de fiebre de los palos.
CÍCLOPE
¿De quién? ¿Quién te ha dado puñetazos en la cabeza, viejo?
SILENO
Éstos, Cíclope, porque no permitía se llevaran lo tuyo.
CÍCLOPE
¿No sabían que yo era un dios descendiente de dioses?

Sileno: vv. 232 - 240

SILENO

Ya les decía yo esto. Pero ellos se llevaban los rebaños
y se comían el queso, que no les permitía yo,
y se llevaban los corderos. A ti, que te atarían
con una cincha de tres codos por medio del ombligo
decían, y que te sacarían a la fuerza las tripas
y que te pelarían bien la espalda con un azote
y después que te atarían y en los bancos
de la nave te echarían y te venderían a alguien
para que arrancases piedra o te pusieran a una rueda de molino.




El cíclope: vv. 241 - 249

CÍCLOPE

¿De veras? ¿No vas corriendo a afilar
cuchillos y espadas, y a encender
un gran haz de leña? Para degollarlos en seguida
y que llenen mi vientre; de la brasa
comeré comida caliente, distinta de lo que se suele,
y de calderas, cocidas y blanda.
¡Qué harto estoy de comida de monte!
Basta de comer leones
y ciervos; se me ha olvidado el gusto de la carne humana.
Sileno: vv. 250 - 252

SILENO

Señor, la novedad es más agradable
que la costumbre. Últimamente, en verdad, no
han llegado forasteros a tu cueva.



Ulises: vv. 253 - 260

ULISES

Cíclope: escucha también a los forasteros.
Nosotros en necesidad, por comprar comida
nos hemos acercado a tu cueva desde nuestra nave.
Y éste los corderos por un pellejo de vino nos
vendió y cedió, recibiendo bebida,
por su voluntad y la nuestra, y ninguna fuerza ha habido en ello.
Éste nada de lo que dice es verdad,
pues hasle sorprendido vendiendo a escondidas lo tuyo.



Sileno: v. 261a

SILENO

¿Yo? Así te mueras.


Ulises: v. 261b

ULISES

Si miento.


Sileno: vv. 262 - 269

SILENO

Por Poseidón el que te ha engendrado, Cíclope,
por el gran Tritón y Nereo,
por Calipso y las hijas de Nereo,
por las sagradas olas y toda la raza de los peces,
te juro, hermosísimo ciclopito,
señorín mío, que yo no vendía tus
cosas a los extranjeros. O que estos miserables
hijos míos perezcan miserablemente, los que yo más quiero.




El corifeo: vv. 270 - 272

CORIFEO

Deténte. Yo mismo a los extranjeros las cosas
vendiendo te he visto. Y si digo mentira
que se muera mi padre; no ofendas a los extranjeros.


El cíclope y Ulises: vv. 273 - 284

CÍCLOPE
Mentís: yo de éste más que de Radamanto
me fío, y digo que más justo es.
Quiero preguntar: ¿de dónde venís, extranjeros?,
¿de dónde sois, qué ciudad os ha creado?
ULISES
Somos de raza de Itaca, de Ilios venimos
después de destruir la ciudad, y los vientos marinos
nos han empujado y traído a tu tierra, Cíclope.
CÍCLOPE
¿Los que perseguisteis el rapto de la pésima
Helena, hasta la ciudad de Ilios vecina del Escamandro?
ULISES
Ésos, después de soportar un terrible trabajo.
CÍCLOPE
Mala campaña, los que por una sola
mujer habéis navegado hasta la tierra de los frigios.



Ulises: vv. 285 - 312

ULISES

Cosa de un dios. No acuso a mortal ninguno.
Nosotros, ¡oh noble hijo del dios marino!,
te suplicamos y te decimos abiertamente
que no sufras a los huéspedes que han llegado a tu cueva
matar y servir de impío alimento a tus quijadas,
nosotros que, ¡oh rey!, a tu padre sedes de templos
hemos respetado en los repliegues de la tierra de Grecia.
El sagrado puerto de Ténaro sigue intacto
y los extremos refugios de Malea y la de Sunion
de la divina Atenea argentífera roca segura está;
y los refugios de Geresto; de Grecia
los insultos duros no volcamos en frigios
con los que tú estuvieses, pues senos de Grecia
habitas al pie del Etna, la ígnea roca.
Ley es para los mortales, si razones rechazas,
recibir a los suplicantes castigados por el mar
y darles los dones de hospitalidad y suministrarles vestidos,
y no atravesar sus miembros en barras de asar terneros
y llenarte con ellos vientre y boca.
Bastantes viudas en Grecia ha hecho la tierra de Príamo,
que se ha bebido la muerte llegada en una lanzada a muchos cadáveres
y ha llevado la desgracia a tantas mujeres enviudadas, a tantas ancianas
ya sin hijos
y a tantos canosos padres. Si a los sobrevivientes
tú asas y devoras en cruel banquete,
¿adonde se habrá de ir? Hazme caso, Cíclope;
deja lo cruel de tu mandíbula, y lo piadoso
toma en vez de lo impío, pues a muchos
el provecho malo castigo se les volvió.



Sileno: vv. 313 - 315

SILENO

Quiero darte un consejo: de las carnes
de éste nada dejes. Si te comes su lengua,
diserto te harás y oradorcísimo, Cíclope.



El cíclope: vv. 316 - 346

CÍCLOPE

Hombrecillo, para los sabios el provecho es dios.
Lo demás, vanidades y adornos de palabras.
Los promontorios del mar fundados por mi padre
deseo lo pasen bien. ¿Por qué los voy a tomar en cuenta?
Yo, extranjero, no temo el rayo de Zeus,
ni sé por qué Zeus es un dios mejor que yo.
Lo demás no me importa, y escucha por qué no me importa:
cuando cae la lluvia de lo alto
en esta roca tengo refugios cubiertos,
y un ternero cocido o cualquier animal
como, remojo bien la panza hasta el fondo
bebiéndome un ánfora de leche, y mi trompa
hago resonar tronando, en competencia con los truenos de Zeus.
Y cuando el viento de las montañas de Tracia vierte nieve,
envuelvo mi cuerpo en pieles de animales,
enciendo fuego, y de la nieve nada se me da.
La tierra, por fuerza, si quiere como si no quiere,
da a luz la yerba que engorda a mis ovejas.
Y yo no las sacrifico sino para mí, que no a ningún dios,
y para este vientre, que es el mayor de los dioses.
Comer y beber todos los días,
ése es el dios supremo de los hombres sabios,
y no darse pena ninguna. Los que las leyes
han hecho que compliquen la vida humana,
que lloren. Yo no dejaré
de hacer bien a mi alma y devorarte a ti.
Dones de hospitalidad tendrás, para que yo esté sin remordimiento:
este fuego de mi padre y la caldera que hervida
contendrá bien tu carne.
Mas pasad adentro, junto al dios del corral,
para que estéis alrededor del altar y me sirváis para pasarlo bien.



Ulises: vv. 347 - 355

ULISES

¡Ay, ay! De los trabajos de Troya me libré
y de los del mar, pero ahora de un hombre impío
he encontrado la mente y el equivocado corazón.
¡Oh Palas! ¡Diosa, señora, hija de Zeus!
Ahora, ahora, acórreme, que a mayores fatigas
que las de Dios he llegado, y al borde del peligro.
Y tú, que habitas la sede de los astros lucientes,
Zeus, protector del forastero, mira esto ; si esto no lo ves,
un Zeus divino rige que no es nada.



El corifeo: vv. 356 - 374

CORIFEO

De tu ancha garganta, ¡oh Cíclope!,
abre la puerta de tu labio: listos para ti,
cocidos y asados, golosinas de la brasa
para roer, puedes trinchar los miembros de los extranjeros,
en una peluda piel de cabra recostado.
No, no me delates:
trae sólo tú para mí solo la barca de navegar.
Y adiós este corral,
y adiós de víctimas
sin altar los sacrificios
del Cíclope del Etna, que las carnes
de sus huéspedes disfruta devorando.
Cruel es, ¡ay de mí!, el que
los huéspedes de su casa,
suplicantes de su hogar, sacrifica,
trincha y roe,
y cocidos desmenuza con criminales dientes
carnes de hombres calientes a la brasa.



Ulises y el corifeo: vv. 375 - 381

ULISES
Zeus, ¿qué diré cuando he visto en la cueva cosas horrendas
e increíbles, que a cuentos se parecen, no a obras de hombre?
CORIFEO
¿Qué sucede, Ulises? ¿Se está merendando a tus
queridos compañeros el muy impío Cíclope?
ULISES
Dos; los examinó y se los llevó en sus manos, los que estaban en mejores
carnes.
CORIFEO
¿Cómo, desgraciado, os ha sucedido esto?


Ulises: vv. 382 - 436

ULISES

Después que entramos en la roca,
lo primero encendió fuego, de alta encina
tronchos echando en el amplio hogar,
como para cargar tres carros.
Después, de hojas de abeto en la tierra
extendió una cama cerca de la llama del fuego.
Llenó una colodra como de diez ánforas,
después de ordeñar a las vacas, de blanca leche.
Al lado puso una capa de yedra de ancho de tres
codos y cuatro de hondo, según parecía.
Puso a cocer al fuego una caldera de bronce
y a enrojecerse al fuego los extremos de los asadores
de ramas de espino aguzados con una hoz
y cuchillos del Etna con filo de hacha.
Cuando todo estaba dispuesto para el odioso
cocinero del infierno, agarró dos hombres,
y degolló a uno de mis compañeros en orden
y echóle al hueco de la caldera de bronce forjado,
mas al otro, le cogió del pie
y le dio un golpe contra un agudo filo de la roca,
y los sesos se derramaron, y arrancó
con un cuchillo afilado las carnes y las asó al fuego,
y los miembros los echó a cocer a la caldera.
Y yo, infeliz de mí, de mis ojos derramando lágrimas,
acerquéme al Cíclope y le servía.
Los demás, como pájaros, en los repliegues de la roca
estaban asustados, y no tenían gota de sangre en el cuerpo.
Y después que saciado de carne de mis compañeros
se dejó caer, y soltó un profundo regüeldo,
se me ocurrió una cosa divina: llené la copa de vino
de Marón y se la alargué a él a beber
diciendo: —«Hijo del dios marino, Cíclope,
mira esta de las viñas divina bebida,
orgullo de Dioniso, que Grecia te envía»—.
Y él, que estaba lleno de su comida desvergonzada,
la tomó, levantó la gran copa
y extendió el brazo y brindó: —«El más querido de los huéspedes,
la buena bebida para la buena comida dame»-.
Cuando yo vi que le había gustado, le di otra copa, sabiendo que
el vino le heriría y pronto nos pagaría el castigo.
Y se puso a cantar, y yo le serví
una tras otra, y le calenté con la bebida las entrañas.
Cantaba entre mis llorosos compañeros de navegación
sin ningún arte, y la cueva retumbaba. Salí yo
en silencio, y quiero que nos salvemos yo y tú, si quieres,
mas decidme si necesitáis o no necesitáis
huir de este hombre imposible y habitar
los palacios de Baco con las ninfas náyades.
A tu padre, que está allá dentro, le parece así.
Pero está débil y disfrutando de la bebida,
pegado a la copa como si fuera liga, pájaro
moviendo las alas. Tú, puesto que eres joven,
escápate conmigo, y a tu antiguo amigo
Dioniso recupera, que en nada se parece al Cíclope.


El corifeo y Ulises: vv. 437 - 450

CORIFEO
Querido amigo, ¡ojalá viéramos el día
en que huyéramos el impío rostro del Cíclope!
Mucho tiempo hace ya que estamos
viudos, y no podemos huir.
ULISES
Escucha, pues, ahora el castigo que tengo
para este dañino animal y la escapatoria de tu esclavitud.
CORIFEO
Dinos, que no podríamos ruido de asiática
cítara más agradable oir sino que el Cíclope se había muerto.
ULISES
De fiesta quiere ir con sus hermanos
los Cíclopes, alegre con esta bebida de Baco.
CORIFEO
Comprendo: ¿cogerle a solas en la espesura
y degollarle piensas, o tirarle rocas abajo?
ULISES
Nada de esto, mi plan es de astucia.
CORIFEO
¿Cómo entonces? Ya hace mucho que hemos oído que eres listo.



Ulises: vv. 451 - 463

ULISES

Le quitaré de ir a la fiesta, diciendo
que no debe darle esta bebida a los Cíclopes,
y que debe pasarlo bien a solas.
Y cuando se duerma vencido por Baco,
un tronco de olivo hay en la casa
cuya punta aguzaré con esta espada,
y lo meteré en el fuego: y en cuanto quemado
lo vea, lo levantaré ardiendo y en medio
del ojo del Cíclope lo meteré y se lo derretiré.
Como un hombre que construye un barco
y hace girar el trépano con dos riendas,
así daré vueltas al tizón en el ardiente
ojo del Cíclope y quemaré su iris.



El corifeo y Ulises: vv. 464 - 475

CORIFEO
¡Ay, ay!
¡Qué alegría! ¡Estamos locos con esta invención!
ULISES
Y después contigo y los compañeros y el viejo
me meteré en el hueco casco de la nave
y os llevaré con los remos dobles lejos de esta tierra.
CORIFEO
¿Hay modo de que yo, como en la fiesta de un dios,
agarre del madero que le ciegue
los ojos? Quiero tomar parte en esta empresa.
ULISES
Es preciso. Grande es el madero que hay que levantar.
CORIFEO
La carga de cien carros levantaría
si del Cíclope, que mala muerte tenga,
al ojo damos humazo como a un avispero.



Ulises: vv. 476 - 482

ULISES

Callad ahora, ya sabéis el engaño:
y cuando mande, la voz de mando
habéis de obedecer. Yo, dejando a mis amigos
los que están dentro, no voy a salvarme solo.
Ya podría yo huir, pues estoy fuera de la cueva,
mas no es justo que deje a mis amigos,
con los que aquí llegué, para salvarme solo.



El coro: vv. 483 - 494

CORO

Vamos, ¿quién el primero, quién el siguiente
puesto tendrá para sujetar el mango del tizón
que metido dentro de los párpados del Cíclope
su luciente ojo achicharrará?
Silencio, callad. Que borracho
un ingrato ruido canta,
mal cantor y lamentándose
sale fuera de su casa rocosa.
Ea, pues, eduquemos para las fiestas
a este ignorante.
Está ya a punto de quedarse ciego.


Semicoro: vv. 495 - 502

SEMICORO

Feliz el que canta
en las caras fuentes de racimos
bien dispuesto para la fiesta,
abrazado a un amigo
y teniendo en los vellocinos
la flor de una hermosa amiga,
brillante racimo
perfumado, y grita: “¿Quién me abrirá la puerta?”


El cíclope: vv. 503 - 510

CÍCLOPE

¡Oh, oh, oh! Lleno estoy de vino,
y con la comida florezco de juventud,
como un barco mercante lleno
hasta el puente de la barriga.
Y alegre comida me lleva
a la fiesta en la primavera
donde mis hermanos los Cíclopes.
Venga, forastero, venga, dame el pellejo.


Semicoro: 511 - 518

SEMICORO

Buena mirada la de su ojo,
y hermoso sale de la casa.
Algún dios que bien nos quiere.
Una lámpara ardiente te
espera como una tierna novia
dentro de la húmeda cueva.
De coronas varios colores
alrededor de tu cabeza mezcláronse acaso.


Ulises y el cíclope: vv. 519 - 538

ULISES
Cíclope, oye, que yo de este
Baco soy el experto, del que te di a beber.
CÍCLOPE
¿Y Baco qué clase de dios es?
ULISES
El mayor para alegrar la vida de los hombres.
CÍCLOPE
Yo le estoy eructando con buen sabor.
ULISES
Tal es el dios: a ningún mortal hace daño.
CÍCLOPE
¿Y un dios cómo es que se contenta con un pellejo para casa?
ULISES
Donde uno le vierta, allí acomódase él en seguida.
CÍCLOPE
Los dioses no debían guardar su cuerpo en un pellejo.
ULISES
¿Por qué no, si te agrada? ¿Te ha sabido mal el pellejo?
CÍCLOPE
Asco tengo del pellejo, me gusta esta bebida.
ULISES
Pues quédate aquí, bebe y disfruta, Cíclope.
CÍCLOPE
¿No puedo dar a mis hermanos de esta bebida?
ULISES
Si la guardas para ti, parecerás más honrado.
CÍCLOPE
Y si se la doy a los míos más amable.
ULISES
Las fiestas terminan en puñadas y en disputas e insultos.
CÍCLOPE
Bebamos, nadie puede ni tocarme.
ULISES
Amigo, el que está bebido tiene que quedarse en casa.
CÍCLOPE
Tonto es el que cuando bebe no gusta de la fiesta.
ULISES
El que se queda en casa cuando está borracho, prudente es.



El cíclope: v. 539

CÍCLOPE

¿Qué haré, Sileno? ¿Te parece a ti que me quede?



Sileno: v. 540

SILENO

Parece que sí. ¿Para qué necesitas de otros convivas, Cíclope?


Ulises: v. 541

ULISES

Lanosa está aquí la tierra con yerba florida.


Sileno: vv. 542 y 543

SILENO

Y al calor del sol bueno es beber.
Recuéstate ahora y pon tu costado en el suelo.


El cíclope: vv. 544 y 545


CÍCLOPE

¿Por qué pones el cántaro detrás de mí?


Sileno: v. 546a

SILENO

Para que no lo vuelque alguien que pase.


El cíclope: 546b - 548

CÍCLOPE

Beber, pues,
a hurtadillas es lo que quieres: déjalo aquí en medio.
Tú, extranjero: díme el nombre con que hay que llamarte.


Ulises: v. 549

ULISES

Nadie: ¿por qué favor tengo que alabarte?


El cíclope: v. 550

CÍCLOPE

De todos tus compañeros, el último te devoraré.


Sileno: v. 551

SILENO

Buen favor haces al extranjero, Cíclope.


El cíclope y Sileno: vv. 552 - 565

CÍCLOPE
Tú, ¿qué haces? ¿Te bebes el vino a escondidas?
SILENO
No, ha sido que el cántaro me ha dado un beso porque estoy guapo.
CÍCLOPE
Vas a llorar por besar al vino que no te quiere besar.
SILENO
Por Zeus, que dice que me quiere porque soy guapo.
CÍCLOPE
¡Echa! Lléname la copa. Dámelo ya.
SILENO
¿Cómo está de temperado? Ea, ¿me dejas que lo vea?
CÍCLOPE
¡Me matas! Dámelo así.
SILENO
No, por Zeus, mientras no te vea
coger una corona, y probaré un poco
CÍCLOPE
Malo es el copero.
SILENO
No, por Zeus, sino bueno el vino.
Suénate las narices para que tomes de beber.
CÍCLOPE
Mira: limpios están mis labios y los pelos míos.
SILENO
Pon ahora el codo con gracia y después bebe,
según me ves bebiendo... y no me ves.
CÍCLOPE
¡Ah, ah! ¿Qué haces?
SILENO
Bien me ha sabido esta copa grande.

El cíclope y Ulises: vv. 566 - 575

CÍCLOPE
Toma, extranjero, sé tú mi copero.
ULISES
La viña tiene conocimiento con mi mano.
CÍCLOPE
Vamos, echa ahora.
ULISES
Echo, pero cállate.
CÍCLOPE
Cosa difícil mandas para quien ha bebido mucho.
ULISES
Toma, bebe y no dejes nada.
Con el vino tiene que acabar el que da esos tragos.
CÍCLOPE
¡Ah! ¡Ingeniosa es la cepa!
ULISES
Y si bebes a tragos mucho para mucha comida,
humedeciendo tu vientre sin sed, para el sueño es.
Y si interrumpes, Baco te deja flaco.


El cíclope: vv. 576 - 584

CÍCLOPE

¡Ay, ay!
Empiezo a cabecear: sin mezcla fue el gusto.
El cielo me parece que mezclado
con la tierra da vueltas, y el trono de Zeus
veo y toda la santa religión de los dioses.
No besaría... mas las gracias me tientan.
Bastante descansaría teniendo a ese Ganimedes,
¡por las Gracias! Me gustan
más los mancebos que las muchachas.


Sileno y el cíclope: vv. 585 - 589

SILENO
Yo ¿soy el Ganimedes de Zeus, Cíclope?
CÍCLOPE
Sí, por Zeus, que le rapto yo de la tierra de Dárdano.
SILENO
Estoy perdido, muchachos, voy a sufrir horribles males.
CÍCLOPE
¿Pones peros a tu amante y te ríes de él porque está bebido?
SILENO
¡Ay de mí, que pronto voy a beber un vino amarguísimo!



Ulises: vv. 590 - 595

ULISES

¡Vamos, hijos de Dioniso, nobles muchachos!
Dentro está el hombre. Entregado al sueño,
pronto de su criminal gaznate echará la carne,
que ya el madero en el corral está echando humo.
Se prepara nada menos que a quemar el ojo del Cíclope,
pero has de ser hombre.



El corifeo: vv. 596 - 598

CORIFEO

Voluntad de roca y de diamante tendremos.
Mas corre a la casa, antes que mi padre sufra
cosas horribles, que ya nos tienes aquí dispuestos.



Ulises: vv. 599 - 607

ULISES

¡Hefesto, rey del Etna, de tu mal vecino
quema el ojo brillante y quítatelo de en medio de una vez!
¡Y tú, hijo de la Noche negra, Sueño,
ven sin mezcla sobre este animal odioso,
y que no muera Ulises mismo y los marineros
a manos de un hombre que nada se preocupa de los dioses ni de los
hombres!
Si no, habrá que pensar que la Fortuna es divina,
y que las cosas divinas a la Fortuna son inferiores.



El coro: vv. 608 - 623

CORO

El cuello agarrará
con fuerza el cangrejo
del que devora a los forasteros, y pronto con el fuego
quemará su luciente iris:
ya el madero carbonizado
se esconde en la ceniza, de encina inmenso retoño:
Mas ea, Marón, hágase:
sea arrancado el ojo del enloquecido
Cíclope, para que beba en mala hora.
Yo a Baco, el que ama las coronas de yedra,
al deseable, quiero ver,
y dejar las soledades del Cíclope.
¿Mas llegaré hasta eso?




Ulises: vv. 624 - 628

ULISES

Callaos, por los dioses, animales; estaos quietos,
y poned paz en el quicio de vuestra boca. Ni respirar os dejaré,
ni que haga un guiño ni que escupa nadie,
para que no se despierte ese monstruo antes que del ojo
del Cíclope la vista se borre con el fuego.
El corifeo: v. 629

CORIFEO

Callémonos y traguémonos el resuello de nuestras bocas.


Ulises: vv. 630 y 631

ULISES

Ea, pues: a coger con vuestras manos el madero
allá dentro, que ya está bien rojo.


El corifeo: vv. 632 - 634

CORIFEO

¿No dirás quiénes tienen que coger primero
la estaca ardiendo y quemar el ojo
del Cíclope? Para que gocemos de esta fortuna.


Corifeo 1: vv. 635 y 636

CORIFEO 1

Nosotros estamos demasiado lejos, junto a la puerta,
para meter el fuego en su ojo.



Corifeo 2: v. 637

CORIFEO 2

Nosotros nos hemos quedado cojos hace un momento.




Corifeo 3: vv. 638 y 639

CORIFEO 3

Lo mismo nos pasa a nosotros, y las piernas
mientras aquí estamos se nos han distendido no sé por qué.
Ulises: v. 640a

ULISES

¿De pie se os han distendido?


Corifeo 4: 640b y 641

CORIFEO 4

Y los ojos
se nos han llenado de polvo o de ceniza de no sé dónde.



Ulises: v. 642

ULISES

¡Hombres cobardes éstos, cobardes aliados!


El corifeo: vv. 643 - 648

CORIFEO

¿Porque me compadezco de mi espalda y mi rabadilla
y no quiero echar las muelas
a palos, lo tomas a mal?
Pero yo sé un buen encanto de Orfeo
para que el madero por sí marche
a la cabeza y se encaje en el único ojo del hijo de la Tierra.



Ulises: vv. 649 - 653

ULISES

Ya sabía yo que ése era tu natural,
y ahora lo sé mejor. De mis propios amigos
habré de servirme. Si nada puedes con tu brazo,
animadnos llevando el compás, para que valor
los amigos con tus ritmos tengamos.


El corifeo: vv. 654 y 655

CORIFEO

Así lo haré: en cabeza ajena me las den todas.
Que con mis voces achicharren al Cíclope.


El coro: vv. 656 - 662


CORO

¡Eh, eh!
Empujad valientes, adelante,
quemadle la ceja
al monstruo que devora a los huéspedes.
Quemadle, abrasadle,
al pastor del Etna.
Dale vueltas, tira, mira, no sea que loco de dolor
te haga alguna tontería.



El cíclope y el corifeo: vv. 663 - 688

CÍCLOPE
¡Ay de mí, que me han hecho carbón mi ojo relampagueante!
CORIFEO
Hermoso himno. ¡Cántamelo, Cíclope!
CÍCLOPE
¡Ay de mí, que me han engañado, me han matado!
Mas no os encaparéis de esta roca
contentos. Nadie, porque en la puerta
me pongo de esta cueva y os echaré mano.
CORIFEO
¿Qué gritas, Cíclope?
CÍCLOPE
¡Muerto soyl
CORIFEO
Feo estás.
CÍCLOPE
Y además desgraciado.
CORIFEO
¿Es que te has caído borracho en las ascuas?
CÍCLOPE
Nadie me ha matado.
CORIFEO
¿Nadie entonces te ha molestado?
CÍCLOPE
Nadie me ha cegado mi ojo.
CORIFEO
¿Entonces no estás ciego?
CÍCLOPE
Así tú lo estuvieras.
CORIFEO
¿Y cómo es que nadie te ha cegado?
CÍCLOPE
Te burlas. ¿Dónde está Nadie?
CORIFEO
En ninguna parte, Cíclope.
CÍCLOPE
El extranjero, para que te enteres bien, me ha matado;
el maldito, que con darme bebida me ha hundido.
CORIFEO
El vino es terrible, y malo de resistir.
CÍCLOPE
¡Por los dioses!, ¿han huido o están dentro de casa?
CORIFEO
En silencio éstos al abrigo de la roca
agarrados están.
CÍCLOPE
¿De qué lado?
CORIFEO
A tu derecha.
CÍCLOPE
¿Dónde?
CORIFEO
Junto a la misma roca.
¿Los alcanzas?
CÍCLOPE
Desgracia sobre desgracia. La cabeza
del golpe me he roto.
CORIFEO
¿Qué?: ¿se te han escapado?
CÍCLOPE
¿No dices que estaban de esta parte?
CORIFEO
No, de ésta digo.
CÍCLOPE
¿Dónde?
CORIFEO
Da la vuelta, hacia allá, a la izquierda.
CÍCLOPE
¡Ay, os reís de mí! Me hacéis burla en la desgracia.
CORIFEO
De ninguna manera, sino que delante de ti está Nadie.


El cíclope y Ulises: vv. 689 - 707

CÍCLOPE
¡Malvado!: ¿dónde estás?
ULISES
Lejos de ti,
que buena guardia pongo a Ulises.
CÍCLOPE
¿Qué dices? ¿Has cambiado de nombre y le dices nuevo?
ULISES
Ulises es el que me puso mi padre.
Me tenías que pagar la pena por tu impío banquete;
pues en vano habríamos quemado Troya
si no te hubiera castigado por el asesinato de mis compañeros.
CÍCLOPE
¡Ay, ay! Se cumple un viejo oráculo,
que decía que a manos tuyas perdería la vista
cuando volvieras de Troya, pero tú también
anunció que pagarías la pena por ello
navegando mucho tiempo en el mar.
ULISES
Que gimieras te deseé y cumplí lo que anunciara,
que yo me voy a la orilla, y la nave
meteré en el mar de Sicilia hacia mi patria.
CÍCLOPE
No, porque arrancaré esta roca
y te la arrojaré para machacarte con tus marineros.
Me voy hacia allá arriba, aunque estoy ciego,
y entraré por mi pie en este pasadizo.



El corifeo: vv. 708 y 709

CORIFEO

Y nosotros, que marineros de Ulises
somos, en lo sucesivo volveremos a servir a Baco.