21/10/14

Menandro. El misántropo.




























Menandro

Misántropo




ARGUMENTO DE ARISTÓFANES
EL GRAMÁTICO

Un hombre de carácter insociable que tenía una hija se casó con una mujer que tenía un hijo, pronto se separó de la madre por culpa de su manera de ser y continuó viviendo él solo en el campo. Sóstrato, enamorado perdi­damente de la muchacha, fue a pedir su mano. El gruñón se negó. Convenció Sóstrato al hermano de la chica, pero no supo éste qué hacer. Cayó Cnemón a un pozo y Sóstra­to fue de inmediato en su ayuda. Se reconcilió con su mu­jer, dio voluntariamente a Sóstrato a la muchacha como esposa legítima y aceptó la hermana de éste para Gorgias, el hijo de su mujer, y él se hizo más dulce de carácter.

DIDASCALIA

Se presentó esta comedia en las Leneas  del arcontado de Demógenes y obtuvo el premio. Representó el papel principal Aristodemo de Escafas. Se titula también El misántropo.

PERSONAJES DEL DRAMA

El dios PAN.
QUÉREAS, el parásito.
SÓSTRATO, el enamorado.
PIRRIAS, el esclavo.
CNEMÓN, el padre.
MUCHACHA, hija de Cnemón.
DAOS, esclavo de Gorgias.
GORGIAS, hermanastro de la muchacha.
SICÓN, un cocinero.
GETAS, esclavo de Calípides.
SIMICA, vieja, criada de Cnemón.
CALÍPIDES, el padre de Sóstrato.





PRÓLOGO

PAN
(La escena se desarrolla en File, localidad monta­ñosa del Ática. En el centro, algo elevada, una gru­ta, santuario rústico de Pan y las Ninfas; a la iz­quierda del espectador está la casa de Cnemón; a la derecha, la de Gorgias. Ante la casa de Gorgias hay un altar dedicado a Apolo, como protector de los caminos.)

PAN. - Imaginad que este sitio es File, en el Ática, y que el ninfea de donde salgo es el famosísimo santuario de los filasios, y de esos que son capaces de cultivar los pedruscos que hay por allí. El campo este que haya mi derecha es donde vive Cnemón, un ser humano bastante inhumano e insociable con todos y que aborrece a la gente. ¿A la gente, digo? En todo el tiempo que lleva ése de vida, que no es poco, jamás ha dirigido una palabra amable a nadie, ni hablado él el primero a ninguno, salvo a mí, Pan, y esto a la fuerza, porque es mi vecino y pasa por mi lado. Pero eso enseguida le pesa, bien lo sé. Sin embargo, aun con este carácter, se casó con una viuda a la que se le había muerto el marido hacía poco, dejándole un hijo pequeño. Peleando con ésta, su compañera de yugo, se pasaba el viejo no sólo los días, sino también buena parte de la noche, y vivía de mala manera. Le nació una hijita; todavía peor. Y como la situación era tan desastrosa que ya no cabía otra peor y la existencia se había hecho penosa y amarga, la mujer se marchó otra vez con el hijo que había tenido primero. Tenía éste un terruño pequeñajo, aquí al lado, con el que sostiene ahora malamente a su madre, a sí mismo y a un fiel esclavo que lo fue de su 25 padre. Ya el hijo es un mozalbete con mucha sensatez para su edad. Pues la experiencia de las dificultades hace madurar.
El viejo, por su parte, vive solo con la hija y una criada vieja, recogiendo leña y cavando, trabajando sin parar. Empezando por éstos, sus vecinos (señala a la casa de Gor­gias), y continuando por su mujer, hasta los de Colargo, allá abajo, detesta absolutamente a todos. La muchacha ha crecido conforme a su educación y nada malo ha apren­dido. Reverencia y honra tan escrupulosamente a mis compañeras las Ninfas, que nos ha convencido a prodigarle algún cuiado. Y también a un muchacho que vive en la ciudad, cuyo padre es un agricultor muy rico -sus tierras valen mucho dinero- que va de caza con un amigo y que, por casualidad, entra en este lugar y hago que caiga perdidamente enamorado. Esto es lo principal del asunto, lo restante lo veréis si queréis, pero quered. Precisamente me parece que veo venir a este enamorado y a su compañero de cacería hablando entre sí de todo esto. (Retírase Pan al ninfeo.)

ACTO I
QUÉREAS, SÓSTRATO, PIRRIAS, CNEMÓN, MUCHACHA, DAOS

(Entran Sóstrato y Quéreas.)

QUÉREAS. - ¿Qué dices, Sóstrato? ¿Que viste aquí a una muchacha libre depositando unas coronas a las Ninfas de al lado y te enamoraste de repente?

SÓSTRATO. - De repente.

QUÉR. - ¡Qué rápido! ¿Es que ya habías decidido ena­morarte de alguien al salir de casa?

Sós. - Ríete, pero yo, Quéreas, lo paso mal.

QUÉR. - No lo dudo.

Sós. - Por eso vengo y he pedido tu ayuda en este asunto, porque te considero un amigo y hábil para tratar asuntos así.

QUÉR. - En casos como éste, Sóstrato, hago lo siguien­te: ¿necesita ayuda un amigo enamorado de una cortesa­na? Inmediatamente la rapto y la traigo, me emborra­cho, pego fuego a la puerta, en absoluto atiendo a razo­nes; pues antes de saber quién es, hay que conseguida, ya que la tardanza hace crecer mucho la pasión, y la rapi­dez rápido la aquieta. ¿Me habla uno de casarse y de una muchacha libre? Entonces yo soy otro. Me entero de la familia, de su hacienda, de sus costumbres. Para todo el tiempo que le quede de vida le dejo yo recuerdo al amigode cómo manejo estas cosas.

Sós. - Muy bien. (Aparte.) Pero a mí no me gusta nada.

QUÉR. - Ahora, por lo menos, hace falta que nos pon­gas al corriente de toda la historia.

Sós. - Con el alba despaché desde mi casa a Pirrias, mi compañero de caza…

QUÉR. - ¿Adónde?

Sós. - Para encontrar al padre de la chica o al dueño de la casa, cualquiera que él sea.

QUÉR. - ¡Por Heracles! ¡Qué dices!

Sós. - He hecho mal, porque quizá un asunto como éste no es adecuado para un esclavo. Pero no es fácil que un enamorado tenga conciencia de lo que conviene. Y me extraña todo el tiempo que tarda, pues le dije que volviera enseguida a casa en cuanto supiera lo que me interesaba.

(Entra Pirrias corriendo.)

PIRRIAS. - ¡Paso! ¡Cuidado! ¡Fuera todos de en me­dio! -¡Un loco me persigue, un loco!

Sós. - ¿Qué es esto, chico?

PIRR. - ¡Huid!

Sós. - ¿Qué pasa?


PIRR. - Me está tirando pellas de barro y piedras. ¡Es­toy perdido!.

Sós. - ¿Que te está tirando' cosas? ¿Adónde vas,infeliz?

PIRR. - ¿Es que ya no me persigue?

Sós. - ¡Por Zeus!

PIRR. - Pues yo creía...

Sós. - Bueno ¿qué cuentas?

PIRR. - Larguémonos, te lo suplico.

Sós. - ¿Adónde?

PIRR. - Lo más lejos de aquí, lejos de esta puerta. Por­que debe de ser hijo del Dolor, un poseso o un atrabiliario el hombre que vive en esta casa de aquí, al que me mandaste ir a ver. ¡Qué desastre más grande! Pues casi me he roto todos los dedos de los pies de tanto tropezar.

Sós. (?).-Dime, fuiste (y ¿qué?) .

PIRR. - ¿Qué?  Me ha tratado de mala manera. ¡Venga!.

Sós. (?).-Es evidente (que se ha metido contigo).

PIRR. - Por Zeus, que estoy perdido, Sóstrato, así me muriera. Estáte con ojo. Pero no puedo hablar, me falta el aliento. Cuando llamé a la puerta de la casa, dije que buscaba al dueño. Se me acercó una pobre vieja y, desde el mismo sitio en que ahora estoy yo hablando, me lo ense­ñó allí, en el montezucho, podando unos perales silvestres; de veras, estaba recogiendo una buena carga para echár­sela a los lomos como un yugo.

QUÉR. - (Irónico. Aparte.) ¡Qué salvajada! (A Pirrias.)¿Por qué, amigo?

PIRR. - (A Sóstrato.) Yo me metí en su cercado y me dirigí a él -desde muy lejos-, es quería mostrarme muy cortés, y amable le hablé: <<Vengo -dije- a tu casa, pa­dre, para verte y exponerte un asunto que te interesa>>. Y de repente dice: <<Maldito! ¿Cómo se te ha ocurrido entrar en mi campo?>> Agarra una pella de tierra y me la tira a la mismísima cara.

QUÉR. - ¡Al infierno!

PIRR. - <<¡Qué Posidón te...!>>, le dije mientras cerraba los ojos. Agarra, entonces, una estaca, diciendo mien­tras me sacudía con ella: <<¿Qué--asunto tenemos que tratar tú y yo? ¿Es que no conoces el camino real?>> Vociferando  a gritos.

QUÉR. - Por lo que dices está loco de remate el campesino.

PIRR. - Para acabar, huyendo, me ha perseguido casi durante quince estadios. Primero, dando vueltas a la coli­na, luego, así, cuesta abajo, hasta esta espesura, disparándome pellas, piedras y peras silvestres cuando ya no le que­daba otra cosa. Es algo completamente salvaje, el maldito viejo. Largaos, te lo ruego.

QUÉR. - Es una cobardía lo que dices.

PIRR. - No sabéis lo malo que es. Éste nos come.

QUÉR. - Quizá es que precisamente ahora le duela algo, por eso me parece que hay que aplazar la visita, Sóstrato. Sábete bien esto: en cualquier asunto lo más eficaz es ser oportuno.

PIRR. - ¡Prudencia!

QUÉR. - El campesino pobre es muy agrio de carác­ter, no es éste el úi1ico, casi todos lo son. Mañana bien temprano me acercaré a verlo yo solo, pues ya conozco la casa. Y ahora vuelve a la tuya y espera, esto irá a su aire.

PIRR. - Hagámoslo así.

Sós. - (Aparte.) Éste está contento por haber encontrado un pretexto. Enseguida vi claro que no venía conmi­go a gusto y que no estaba muy de acuerdo con mi inten­ción de casarme. (Volviéndose hacia Pirrias.) ¡Y a ti, mal­dito, que todos los dioses te hagan perecer de mala mane­ra, sinvergüenza!

PIRR. - ¿Qué he hecho mal, Sóstrato?

Sós. - Seguro que algo malo hiciste en su campo.

PIRR. - ¡Por Zeus, no robé!

Sós. - ¿Pero es que alguien te iba a azotar sin hacernada malo?

PIRR. - Por lo menos ya está aquí el mismo que me atizó. Me largo, majo. Habla tú con él. (Vase.)

Sós. - No podría, nunca soy persuasivo al hablar. ¿Qué decir ante un tipo como éste? Su aspecto no me parece nada amable. ¡Por Zeus! ¡Viene derecho! Me alejaré un poco de la puerta. (Se aparta.) Mejor así. Pues ahí viene él solo, gritando. Me parece que no está cuerdo. De ver­dad que le tengo miedo, por Apolo y los dioses. ¿Por qué no iba a decir uno la verdad?

(Entra Cnemón, habla solo, sin ver a Sóstrato.)

CNEMÓN. --.¡Anda que no era dichoso por partida do­ble el Perseo aquel! Primero, porque tenía alas y no, se topaba con ninguno de los que andan por la tierra y, lue­go, porque era dueño de un talismán tal que con él petrifi­caba a todos los que lo molestaban. ¡Ojalá lo tuviera yo ahora!, pues nada abundaría más que estatuas de piedra por todos sitios. i Y es que ahora no se puede vivir, por
Asclepio! Ya hasta te invaden el campo para hablar. Pues, 160
¡por Zeus!, será que me he acostumbrado a perder el tiem­po al lado de este camino, yo que ni siquiera trabajo esta parte del campo y he huido de ella por culpa de los que
pasan. Pero ya es que me persiguen hasta arriba en las 165 colinas. ¡Ag, qué cantidad de chusma! (Descubre a Sóstra­to.) ¡Horror! Otra vez hay un tío delante de mi puerta.

Sós. - (Aparte.) ¿Me irá a pegar?

CNEM. - No hay manera de encontrar soledad por ningún lado, ni aun para ahorcase uno si quisiera.

Sós. - (Aparte.) Gruñe por mí. (A Cnemón.) Estoy es­perando a uno aquí, padre, pues tenemos una cita.

CNEM. - ¿No lo decía yo? ¿Os habéis creído que estoes un pórtico o la plaza del pueblo? Si queréis ver a al­guien, disponed la manera de encontraras delante de mi puerta: poned un banco o, si tenéis sentido común, mejor una sala de reuniones entera. ¡Ay, pobre de mí! la insolen­cia, creo que es la causa de mi desgracia. (Entra en la casa.)

Sós. - (Aparte.) Me parece que este asunto no es cosa de un pequeño esfuerzo, sino de uno extraordinario. Es algo que salta ala vista. ¿Y si fuera a buscar a Getas, el esclavo de mi padre? ¡Por los dioses!, sí que lo voy a hacer. Tiene un temperamento fogoso y está avezado en las situaciones más dispares. Éste le quitará su carácter insociable, bien lo sé. Porque rechazo echar tiempo a la cues­tión. En un solo día pueden ocurrir muchas cosas. Pero alguien ha golpeado la puerta.

(Sale de la casa la hija de Cnemón con un cántaro.)

MUCHACHA. - ¡Ay de mí, desdichada! ¡Qué desgracia tengo! ¿Qué voy a hacer ahora?, porque a la nodriza se le cayó el cubo al pozo cuando lo estaba subiendo.

Sós. - (Aparte.) ¡Oh Zeus padre y Febo Peán! ¡Oh caros Dioscuros!. ¡Qué belleza irresistible!
MUCH. - Y mi padre al marcharse me mandó que le calentara agua.

Sós. -(Aparte.) ¡Qué prodigio, señores!

MUCH. - Si se entera de esto la mata a palos. ¡Por las dos diosas, no hay tiempo que perder! ¡Ay, Ninfas que­ridas, tengo que coger de vuestra agua! (Notando la pre­sencia de Sóstrato y Pirrias.) Me da vergüenza molestar si hay alguien sacrificando dentro.

Sós. - (Avanza hacia la muchacha.) Pero si me lo das, enseguida te saco el cántaro lleno.
MUCH. - Sí, por los dioses, hazlo.

Sós. - (Aparte.) Es una campesina con el aire de una mujer libre. ¡Ah, dioses venerados! ¿Qué divinidad me salvará?

MUCH. - ¡Pobre de mí! ¿Quién ha metido ruido? ¿Se­rá papá que llega? Me voy a llevar unos palos si me sorprende fuera.

(Entra Daos.)

DAOS. - (Mientras sale de la casa de Gorgias, se dirige a Mírrina.) Llevo ya un buen rato aquí ayudándote, mien­tras el amo cava solo. Es necesario que vaya con él. (Apar­te.) ¡Ah, maldita Pobreza!. ¿Por qué te habremos encontrado nosotros siendo tan perversa como eres? ¿Por qué te nos has metido dentro y convives con nosotros tan­to tiempo sin fin?

Sós. - (A la hija de Cnemón.) Tómala.

MUCH. - Trae acá.

DAOS. - (Aparte.) ¿Qué quiere ese tío?

Sós. - (A la muchacha, mientras ésta entra en su ca­sa.) Adiós y cuida de tu padre. (Aparte.) ¡Ay, desdichado de mí! Deja de lamentarte, Sóstrato. Todo saldrá bien.

DAOS. - ¿Qué saldrá bien?

Sós. - No te preocupes. (A Pirrias.) Lo que pensaba antes, vete a por Getas y cuéntale claramente toda la historia.

(Salen Sóstrato y Pirrias.).

DAOS. - (Solo.) ¿Qué desgracia es ésta? El asunto no me gusta nada. Un jovencito ayuda a una muchacha.
Malo. Pero a ti, Cnemón, de mala manera te pierdan todos los dioses. A una muchacha inocente la dejas sola, a su suerte, sin nadie que cuide de ella, como sería conve­niente hacer. A sabiendas, quizá, de esto, se ha lanzado ése creyendo que era una bicoca. Pero de todas formas tengo que explicar esto cuando antes a su hermano para quedamos al cuidado de la chica. Creo que vaya ir a ha­cerlo ya. Pues veo que se acercan a este lugar unos devo­tos de Pan algo bebidos a los que no me parece oportuno molestar. (Vase.)

CORO

ACTO II
GORGlAS, DAOS, SÓSTRATO, SICÓN, GETAS

(Entran Gorgias y Daos)

GORGlAS. - Pero dime, ¿de manera tan descuidada y a la ligera has actuado?

DAOS. - ¿Cómo?

GOR. - ¡Por Zeus!, tenías que haberte fijado entonces inmediatamente, Daos, en quién era el que se acercó a la chica y decide que ,en adelante, nadie le viera hacer otra vez lo mismo. En cambio, tú te has estado al margen co­mo si fuera un asunto ajeno. No es posible, desde luego, escapar a los lazos de la sangre, Daos. Cuida entonces de mi hermana. Que su padre quiere ser un extraño para no­sotros, no imitemos nosotros su mal carácter,  pues si a ella le ocurre algo deshonroso, también eso es un baldón para mí. Puesto que quien ve las cosas desde fuera no sabe quién es el responsable, sino lo que pasó...

DAOS. - ¡Eh, Gorgias!, el viejo me da miedo, porque si me pilla cerca de su puerta, me cuelga al instante.

GOR. - Desde luego, es tarea imposible bregar con él, ni hay manera de obligado a mejorar, ni nadie, repren­diéndolo podría persuadirlo, lo sé. Pero con él, por un lado, tiene la ley, que impide tratarlo a la fuerza y, por otro, su carácter, que impide convencerlo.
DAOS. - Aguarda un momento, que no hemos venido en vano. Pues como dije, vuelve de nuevo.
(Entran Sóstrato y Pirrias.)

GOR. - ¿El que lleva la capa? ¿Es ése el que dices?

DAOS. - Ése.

GOR. - Por su aspecto enseguida se nota que es un mal elemento.

Sós. - (Sin advertir la presencia de Daos y Gorgias.)
No encontré en casa a Getas, y mi madre tenía que hacer un sacrificio a un dios, no sé cual -porque todos los días los hace y se recorre todo el demo de un lado para otro sacrificando- y lo ha mandado de inmediato a contratar a un cocinero. Después de haber dicho que mandaba a paseo al sacrificio, vengo otra vez aquí. Y creo, para mí,  que debo dejar estas idas y venidas y hablar yo por mí mismo. Llamaré a la puerta para no tener ya que darle más vueltas.

GOR. - Muchacho, ¿querrías aceptarme un consejomuy serio?

Sós. - Desde luego que sí, con mucho gusto. Habla.

GOR. - Existe, creo yo, para todos los hombres, los haya favorecido o no la fortuna, un límite y un punto de cambio. Y, para el favorecido, permanecen siempre prós­peras sus condiciones de vida tanto tiempo cuanto puede mantener su fortuna sin cometer injusticia. Pero cuando cae en ella arrastrado por sus ventajas, le toca entonces cambiar a peor. En cambio, para los pocos afortunados, si nada malo hacen en su situación apurada y soportan gallardamente su destino, llegan con el tiempo a la esperanza de alcanzar un lote mejor. ¿Por qué te digo esto? Para que no confíes tú en ti mismo, por muy rico que eas, ni nos desprecies a nosotros por ser pobres. Muéstrate ante los que te miran digno de conservar siempre tu fortuna.

Sós. - ¿Y qué te parece que hago ahora de raro?

GOR. - Me das la sensación e que se te ha encaprichado una felonía, que intentas seducir a una doncella li­bre o que andas acechando la ocasión de cometer un delito igno de mil muertes.

Sós. -. ¡Apolo!

GOR. - No es justo, desde luego, que tu ocio venga  ser una desgracia para nosotros, los que trabajamos. Ten presente que lo más irritable de todo es un pobre ultrajado. Primero, por que inspira compasión y, después, porque toma cuanto sufre no como una injusticia, sino como un atropello abusivo.

DAOS. - ¡Bien, amo! ¡Ojalá tenga yo mucha suerte!

Sós. - (A Gorgias.) Tú, charlatán, entérate antes. Vi aquí a una muchacha. Estoy enamorado de ella. Si afirmas que esto es un crimen, quizá sea un criminal. ¿Quien puede decir lo contrario? Vengo aquí no por ella, sino porque quiero ver a su padre. Pues yo, que soy libre, tengo recursos suficientes y estoy dispuesto a tomarla sin dote, comprometiéndome a guardarle cariño. Y si me he acerca­do aquí con malas intenciones porque quiero tramar algo contra vosotros a escondidas, que Pan (señala a la esta­tua del dios) y las Ninfas a la vez, joven, me dejen tieso aquí mismo, al lado de la casa. Sábelo bien, que estoy confundido, y no poco, por causarte una impresión seme­jante.

GOR. - Pues si yo te he dicho algo más fuerte de lo que debía, no te apures ya, porque lo que cuentas me ha convencido y, encima, encuentras en mí un amigo. No soy ningún extraño, al revés, soy hermano de la muchacha, tenemos la misma madre, amigo. Esto es lo que tengo que decirte.

Sós. - ¡Y útil me vas a ser en adelante, por Zeus!

GOR. - ¿Útil? ¿Qué quieres decir?

Sós. - Veo que eres noble de carácter.

GOR. - No quiero despacharte dándote una excusa va­na, sino enseñarte cómo están las cosas. Tiene ésta un pa­dre que es un hombre como no ha habido antes ni ahora.

Sós. - El gruñón. Lo conozco un poco.

GOR. --- Es el colmo de los males. Esta finca que tiene vale, quizá, dos talentos. La cultiva él solo, sin tener nadie que lo ayude: ni esclavo doméstico, ni asalariado del lugar, ni vecino, completamente solo. Pues lo que más le agrada es no ver a ningún ser humano. Muchas veces trabaja con su hija al lado; sólo con ella habla y esto no lo haría fácilmente con otra persona. Dice que la casará cuando encuentre un novio con el mismo carácter que él.

Sós. - Nunca, quieres decir.

GOR. – No te busques, pues, complicaciones, amigo, porque será inútil. Déjanos a los parientes soportar esto, que nos lo ha dado el destino.

Sós. - ¡Por los dioses! ¿Nunca has estado enamorado de alguien, muchacho?
GOR.- No me es posible, amigo.

Sós. - ¿Cómo? ¿Quién lo impide?

GOR. - La suma de mis desgracias presentes, que no me da la menor tregua.

Sós. - No me das esa sensación. Por lo menos hablas sin mucha experiencia de esto. Me pides que desista y esto ya no depende de mí, sino del dios.

GOR. - Por tanto, en nada nos perjudicas y, en cam­bio, sufres en vano.

Sós. - No, si consiguiera a la muchacha.

GOR. - No podrás < y lo vas a saber tú mismo> si me sigues y te quedas a mi lado, pues <está trabajando> en el soto, cerca de nosotros.

Sós. - ¿Cómo?

GOR. - Le soltaré un discurso sobre la boda de su hi­ja. Porque yo mismo vería con agrado que tuviera lugar. Enseguida hará la guerra a todos, poniendo verdes la vida que llevan, y si te ve ocioso y con ese aspecto delicado, ni siquiera soportará verte.

Sós. - ¿Está allí ahora?

GOR. - No, por Zeus, pero saldrá dentro de poco por donde acostumbra.

Sós. - ¡Ehh! ¿Dices que llevará a la muchacha con él?

GOR. - Quizá haya suerte.

Sós. - Estoy dispuesto a ir a donde dices. Pero te lo suplico, ayúdame.

GOR. - ¿De qué manera?

Sós. - ¿De qué manera? Vayamos adonde dices.

GOR. - ¿Qué? ¿Vas a estar al lado nuestro, mientras trabajamos, con tu capa?

Sós.- ¿Pues por qué no?

GOR. - Enseguida te tirará pellas de tierra y te llamará maldito gandul. Te conviene mejor cavar con nosotros, pues, si hay suerte, al verlo, quizá acepte un poco de conversación por tu parte, creyendo que eres un pobre que trabaja para vivir.

Sós. - Estoy dispuesto a obedecerte en todo. Vamos.

GOR. - ¿Por qué te empeñas en padecer?

DAOS. - (Aparte.) Quiero que trabajemos hoy lo más posible y que éste se rompa los lomos y deje, entonces, de damos la tabarra y de venir por aquí.

Sós. - Trae una azada.

DAOS. - Coge la mía y vete. Pues, mientras, yo iré arreglando la cerca, que esto también hay que hacerlo.

Sós. - Dame. (A Gorgias.) Me has salvado.

DAOS. - Me voy, amo. Buscadme allí. (Vase.)

Sós. - En éstas estoy: o morir en el empeño, o vivir con la muchacha.
GOR. - Si piensas como dices, que tengas suerte.

Sós. - ¡Ah, dioses venerados! Con esos mismos argu­mentos con los que crees disuadirme, me siento doblemen­te estimulado en mi empresa. Porque si la muchacha no se ha criado entre mujeres y no conoce para nada las malas artes de éstas para la vida, ni ha sido atemorizada por ninguna tía o abuela; al contrario, si se ha educado como corresponde a una persona libre, con un padre rudo y que aborrece por carácter toda maldad, ¿cómo no va a ser una dicha conseguirla? (Mientras levanta la azada con esfuerzo.) ¡Esta azada pesa cuatro talentos! Me va a matar antes! Sin embargo, no es cosa de flaquear después que he empezado a dominar el asunto de una vez.

(Salen por la izquierda. Entra Sicón con un cor­dero por la derecha.)

SICÓN. - ¡Este cordero es una desgracia! ¡Vete al infierno! Si lo cojo y lo llevo levantado, se agarra con la boca a las ramas, se come los brotes de las hojas y tira con fuerza. Y si uno lo deja en el suelo, no anda. Ha pasado, pues, lo contrario: yo, que soy el cocinero, estoy hecho pedazos por su culpa de remolcarlo todo el camino. ¡Por fortuna está aquí el Ninfeo donde vamos a hacer el sacrificio! ¡Salve, Pan! ¡Getas, muchacho, cuánto tardas!
(Entra Cetas.)

GETAS. - Porque las malditas mujeres me han atado la carga de cuatro burros.

SIC. - Parece que va a venir mucha gente, por la cantidad de esterillas que traes.

GET. - ¿Qué hago?

SIC. - Apóyalas aquí.

GET. - ¡Ya está! Pues como vea en sueños al Pan de Peania, allá nos vamos enseguida a hacer sacrificios, es­toy seguro.

SIC. - ¿Quién ha tenido el sueño?

GET. - ¡No me des la pelma, hombre!

SIC. - Pero dímelo, Getas, ¿quién ha sido?

GET. - El ama.

SIC. - ¡Por los dioses! ¿Qué ha visto?

GET. - Me vas a matar. Creía que Pan...

SIC. - ¿Éste de aquí dices?

GET. - Éste.

SIC. - ¿Qué hacía?

GET. - Al hijo del amo, a Sóstrato...

SIC. - Un chico majo, desde luego.

GET. - Le ponía grilletes.

SIC. - ¡Apolo!

GET. - Luego le daba una pelliza y una azada y lo mandaba a cavar en la finca del vecino.

SIC. - ¡Qué extraño!

GET. - Pues por eso hacemos el sacrificio, para que el presagio temible se vuelva favorable.

SIC. - Entiendo. Coge eso otra vez y llévalo dentro. Preparemos dentro unas yacijas y dejemos listo todo lo demás. Que nada les impida sacrificar en cuanto lleguen. ¡Que sea a la buena Fortuna! Y deja de fruncir el ceno de una vez, desdichado, que yo te voy a inflar hoya base de bien.

GET. - Yo siempre soy un defensor tuyo y de tu arte.  (Aparte.) Pero, sin embargo, no te creo.
(Entran en la gruta de Pan.)

CORO
ACTO III
CNEMÓN, SIMICA, MÁDRE DE SÓSTRATO, GETAS, SÓSTRATO, GORGIAS

CNEMÓN. - (Sale de su casa, se dirige a Simica todavía en el interior.) Vieja, cierra la puerta y no abras a nadie hasta que vuelva  yo aquí, que será enteramente de no­che, creo.
(Entra la madre de Sóstrato  por la derecha. Si­gue el grupo de participantes en el sacrificio, entre ellos se encuentran su hija, Plangón y una flautista, Partems.)

MADRE DE SÓSTRATO. - Plangón, date prisa, ya te­níamos que haber hecho el sacrificio.

CNEM. - (Aparte.) ¿Qué significa esta desgracia? ¡Quéchusma! ¡Que se vayan al diablo!.

MADRE. - Toca a la flauta, Pártenis, la tonada de Pan. Dicen que no hay que dirigirse a este dios en silencio.

GETAS. - (Sale del Ninfeo ante el bullicio.) ¡Por Zeus, al fin habéis llegado!

CNEM. - (Aparte.) ¡Por Heracles, qué fastidio!

GETAS. - Llevamos sentados un rato esperándoos.

MADRE. - ¿Tenemos todo preparado?

GET. - Si, por Zeus.

MADRE. - Casi no aguanta el cordero tu tardanza y por poco se muere el pobre. Mas, entrad. Preparad los cestillos, las aguas lustrales, las tortas.

GET. - ¿Adónde miras tú con la boca abierta, panoli?

CNEM.- (Solo.) Así reventéis de mala manera, malditos! Me obligan a estar sin hacer nada. Porque no puedo dejar la casa sola. Estas Ninfas vecinas son una continua desgracia para mí, así que vaya echar la casa abajo y me la vaya hacer en otro sitio. ¡Cómo sacrifican,los bandidos! Se traen cestos, jarros de vino, pero no para los dioses, sino para ellos mismos. El incienso y la torta es lo piadoso; eso, puesto en el fuego, es lo que recibe entero el dios. Pero éstos ofrecen a los dioses la rabadilla y la hiel, que son incomibles, mientras se zampan ellos lo demás. ¡Vieja! ¡Ábreme enseguida la puerta! Que me parece que tenemos que hacer dentro. (Entra en la casa.)

GET. - (Sale del santuario y se dirige a una criada que hay dentro.) ¿Habéis olvidado el caldero, dices? Estáis com­pletamente bebidas. ¿Y qué vamos a hacer ahora? Parece que tendremos que molestar a los vecinos del dios. (L/ama a la puerta de Cnemón.) ¡Esclavo! ¡Por los dioses, creo que en ningún sitio mantienen esclavas más desastrosas!¡Esclavos! ¡Éstas no piensan más que en follar!. ¡Escla­vos, guapos!... y en echarles la culpa si uno las pilla! ¡Esclavo! ¿Qué desgracia es ésta? ¡Muchachos! ¿No hay nadie dentro? ¡¡Ehh!! Parece que alguien viene corriendo.

CNEM. - (Abre furioso.). ¿Por qué llamas a la puer­ta? ¡Miserable, dímelo!

GET. - No muerdas.

CNEM. - ¡Por Zeus, que sí y, además, te vaya comer vivo!

GET. - ¡¡No, por los dioses!!

CNEM. - ¿Tengo yo algún contrato contigo, canalla? ¿O tú conmigo?

GET. - Contrato, ninguno. Además, no me he acercado aquí para reclamarte ninguna deuda, ni traigo algua­ciles, sino para pedirte un calderín.

CNEM. - ¿Un calderín?

GET. - Un calderín.

CNEM. - ¡Golfo! ¿Crees que yo sacrifico bueyes y ha­go lo que vosotros hacéis? .

GET. - Tú, ni un caracol. ¡Que te vaya bien, majo! Las mujeres me mandaron que llamara a la puerta y que te lo pidiera. Lo he hecho. No tienes. Me marcho y se lo digo a ellas. (Aparte, mientras se retira.) ¡Dioses venerados! Ese hombre es una víbora con canas.

CNEM. - Fieras asesinas. Llaman enseguida como el que va a casa de un amigo. Si pillo a uno de vosotros acercán­dose a mi puerta y no hago un escarmiento para todos los que andan por este lugar, pensad, cuando me veáis, que soy uno de tantos. El de ahora, quienquiera que sea, no sé cómo ha tenido suerte. (Entra en casa y cierra la puerta.)
SIM. - (Sale de la gruta, se dirige a Getas aún dentro.) ¡Maldita sea! ¿Te insultó? Quizá lo pediste a lo basto. (Al público.) Algunos no saben pedir las cosas. Yo he inventado un sistema para esto, porque sirvo en la ciudad a miles de personas y tengo que molestar a sus vecinos y pido utensilios a todos. Es que hay que saber adular cuan­do se quiere pedir algo. ¿Es un viejo el que responde a la puerta? Enseguida le llamo «padre» y «papá». ¿Una vieja?: «madre». Si fuera una mujer de mediana edad, la llamaría «sacerdotisa». Si sirviente... «querido amigo». Pero vosotros, [merecéis que. os] cuelguen; ¡Qué igno­rancia! (Llama a la puerta) ¡Esclavo, esclavos! [-así ha­go] yo-(Abre Cnem6n la puerta.) Sal, padrecito, te quiero decir algo.

CNEM. - (Colérico.) ¿Tú otra vez?

SIM. - ¿Cómo?. (Cnem6n lo agarra.) ¿Qué es esto?

CNEM. - Me estás provocando como si lo hicieras a propósito. ¿No te he dicho que no te acercaras a la puer­ta? ¡Dame la correa, vieja!

SIM. - ¡No, no! ¡Suéltame!

CNEM. - ¿Suéltame?

SIM. - Sí, amigo, por los dioses. (Se aleja de Cnemón.)

CNEM. - ¡Vuelve!

SIM.. - Que Posidón te...

CNEM. - ¿Todavía sigues hablando?

SIM. - Vine a pedirte un puchero.

CNEM. - No tengo ni puchero, ni hacha, ni sal, ni vi­nagre, ni ninguna otra cosa. Además, he dicho por lo cla­ro a todos los que están en este sitio que no se me acer­quen.

SIM. - A mí no me lo has dicho.

CNEM. - Pues te lo digo ahora.

SIM. - ¡Sí Y con qué modos! Dime, ¿y no podrías in­dicarme adónde ir para encontrar uno?


CNEM. - ¿No lo decía yo? ¿Todavía vas a seguir ha­blando conmigo?

SIM.- ¡Adiós, muy buenas!

CNEM. - No quiero adioses de ninguno de vosotros.

SIM. - Pues adiós, muy malas. .

CNEM. - ¡Qué desgracia sin remedio! (Entra en su casa.)

SIM. - ¡Me ha hecho polvo a base de bien! ¡Lo que es pedir las cosas con amabilidad! ¡Qué diferencia, por Zeus! ¿Habrá que llamar a otra puerta? Pero si en este lugar son tan prontos para zurrar, va a ser difícil. ¿No será mejor para mí poner a asar toda la carne? Parece que sí. Tengo una sartén. ¡A paseo los filasios! Me arre­glaré con lo que tengo. (Entra en el santuario.)

Sós. - (Entra derrengado.) Quien no sepa lo que son desgracias, que venga de caza a File. ¡Ah, qué desgraciadí­simo soy! ¡Cómo tengo los lomos, la espalda, el cuello, en una palabra, todo el cuerpo! Pues enseguida me puse de lleno a la tarea -como soy un mozo- levantando bien alto la azada, como un bracero, la hundía profundamente. Estuve dándole con brío, pero no mucho rato. Luego me volvía un poco, espiando el momento en que viniera el viejo con la niña. Y, ¡por Zeus!, me echaba entonces las manos a los riñones, a escondidas primero. Como la cosa se eternizaba, empecé a quedarme doblado y tieso como un palo. Nadie venía. El sol abrasaba y Gorgias, cuando miraba, me veía levantar me a duras penas y caer luego, 535 otra vez, con todo el cuerpo, como una bomba. «Me parece que ahora no va a venir, muchacho», me dijo. «¿Qué vamos a hacer? -respondí yo enseguida-. ¿Lo es­peramos mañana y nos vamos ahora?» Entonces, llegó Daos para reemplazarme en la faena. Tal ha sido, pues, mi pri­mer asalto. Y llegó aquí, no sé decir para qué, ¡por los dioses!, pero una fuerza espontánea me arrastra a este lugar.

GET. - (Sale del santuario, mientras gruñe contra Si­cón, todavía dentro de la gruta.) ¡Qué desastre! ¿Crees que tengo sesenta manos, hombre? Te avivo las brasas... traigo, lavo, corto las tripas, amaso (las tortitas), las re­parto... estoy ciego del humo... ¡Creo que estoy tenien­do la fiesta!

Sós. - ¡Getas, muchacho!

GET. - ¿Quién me llama?

Sós. - Yo.

GET. - ¿Y quién eres tú?

Sós. - ¿No ves?

GET. - Claro que veo. ¡Amo!

Sós. - ¿Qué hacéis aquí? Dime.

GET. - ¿Que qué hacemos? Acabamos de hacer un sa­crificio y os estamos preparando un banquete.

Sós. - ¿Está aquí mi madre?

GET. - Desde hace mucho.

Sós. - ¿Y mi padre?

GET. - Estamos esperándolo, pero entra tú.

Sós. - Antes tengo que marcharme un momento. En alguna medida el sacrificio aquí ha sido muy oportuno. Invitaré pues a ese muchacho sin tardanza y también a su criado, pues por haber participado en la ceremonia nos serán después unos utilísimos aliados de cara a la boda.

GET. - ¿Qué dices? ¿Piensas marcharte a invitar a gente al banquete? Por mí, podíais ser tres mil, pues yo hace 'mucho que sé que no voy a probar nada. ¿De dónde? ¡Reunid a todos!, pues habéis ofrecido un sacrificio digno de verse. Pero ¿este mujerío tendrá la cortesía de invitar­me a algo? Ni a un grano de amarga sal, por Deméter.

Sós. - Todo saldrá bien hoy, Getas. ¡Yo mismo voy a hacer de adivino, Pan! Además, siempre que paso por delante de ti te dirijo una oración. ¡También seré bueno con todo el mundo! (Vase.)

(Entra Simica que sale como loca de casa de Cnemón.)

 SIM. - ¡Aay, qué desgraciada soy, desgraciada, desgra­ciada!

GET. - ¡Vete al infierno! ¡Ha salido una mujer de casa del viejo!

SIM. - ¿Qué va a ser de mí? Por querer sacar como  fuera el cubo del pozo, sin que se enterase el amo, até t la azada a una soga' delgada y podrida y se me rompió enseguida.
GET. - Lógico.

SIM. - Y yo, desdichada, tiré al pozo la azada con el cubo.

GET. - Ya lo que queda es que te tires tú.

SIM. - Y él, qué casualidad, tiene la ocurrencia de cam­biar de sitio un montón de estiércol que hay ahí dentro. Hace un buen rato que anda dando vueltas buscándola a gritos. ¡Y ahora aporrea la puerta!

GET. - ¡Huye, desdichada, huye! ¡Que te va a matar, vieja! Mejor, defiéndete.

(Entra Cnemón furioso.)

CNEM. - ¿Dónde está la ladrona?

SIM. - La he tirado dentro sin querer, señor.

CNEM. - Anda para casa.

SIM.-:... ¿Qué vas a hacer? Dímelo.

CNEM.- ¿ Yo? te vaya bajar atada.

SIM. - ¡Eso no! ¡Qué desgracia!

CNEM. - Sí, a esta misma cuerda, por los dioses.

GEL - Si está podrida del todo, mejor.

SIM. - Yo vaya llamar a Daos, el esclavo de los vecinos.

CNEM. - ¿A Daos vas a llamar, sacrílega, cuando tú me has destrozado? ¿No te digo? ¡Deprisa, anda para aden­tro! (Se retira Simica.) ¡Que desgraciado soy! ¡Maldita sea ahora mi soledad! ...[desgraciado] como ninguno. Baja­ré al pozo, pues ¿qué otra solución hay?

GET. - Nosotros te dejamos un gancho y una soga.

CNEM. - ¡Que todos los dioses te fulminen de mala manera si me sigues hablando! (Vuelve a entrar en su casa.)

GEL - Y con mucha razón. Otra vez se ha metido den­tro. ¡Qué endemoniado es este hombre! ¡Qué vida lleva! Éste es el auténtico campesino ático. Peleando con piedras que sólo dan tomillo y salvia, gana penas sin recoger nada bueno. (Entra Sóstrato acompañado de Gorgias y Daos.) Pero aquí se acerca mi joven amo, trayendo con él sus invitados: son unos trabajadores del lugar. ¡Qué absurdo! ¿Por qué los trae aquí ahora? ¿De dónde ha salido esta compañía?

Sós. - (A Gorgias.) No podría permitirte hacer de otro modo. Tenemos de todo. ¡Aah, Heracles! ¿Existe alguien que se niegue a ir a un banquete de un amigo que acaba de hacer un sacrificio? Porque yo soy amigo tuyo, tenía por seguro, y que desde hace mucho, antes de conocerte. Recoge esto, Daos, llévalo a casa y vuelve luego.

GOR. - De ninguna manera, puedo dejar a mi madre sola en casa. (A Daos,) Ocúpate de ella, de lo que pueda necesitar. Enseguida volveré yo también.

(Sóstrato y Gorgias entran en el santuario y Daos en casa de Gorgias. Entra el Coro.)


CORO

ACTO IV

SIMICA, SICÓN, GORGIAS, SÓSTRATO, CNEMÓN, CALÍPIDES

(Sale Simica gritando de casa de Cnemón.)

SIMICA. - ¡Socorro! ¡Ay mísera de mí! ¡Socorro!

SICÓN. - (Que sale a la puerta del santuario.) ¡Heracles soberano! ¡Dejadnos, por los dioses y genios, hacer las libaciones! ¡Soltáis maldiciones, dáis golpes, gritos! ¡Ay, qué casa más desquiciada!

SIM. - El amo está en el pozo.

SIC. - ¿Cómo?

SIM. - ¿Cómo? Bajaba para sacar la azada y el cubo, y entonces se resbaló desde arriba y se cayó.

SIC. - ¿No es ése el viejo tan gruñón? Pues le está bien, por Urano. ¡Ah, querida vieja, ahora es tu ocasión!

SIM. - ¿Cómo?

SIC. - Coge un mortero o una piedra o algo por el estilo y tíraselo desde arriba.
SIM. - Baja tú, amigo.
.
SIC. - ¡Por Posidón! ¿Para que me pase lo de la fá­bula, pelearme en el pozo con un perro? De ninguna manera.

SIM. - ¡Gorgias! ¿Dónde estás?

(Sale Gorgias de la cueva.)

GORGIAS. - ¿Que dónde estoy? ¿Qué pasa, Simica?

SIM. - ¿Pues qué va a ser? Te lo vuelvo a decir: elamo está en el pozo.

GOR. - ¡Sóstrato, sal acá! (Aparece Sóstrato. Gorgias a Simica.) Llévanos. Marcha adentro, rápido. (Entran Gor­gias, Sóstrato y Simica en casa de Cnemón.)
SIC. - (Solo.) ¡Son los dioses, por Dioniso! ¡Sacrí­lego, tú, que no das un caldero a los que están haciendo un sacrificio, al revés, te niegas! Bébete el pozo ahora que te has caído, para que no tengas siquiera que compartir el agua con nadie. Ahora, las Ninfas son las que lo casti­gan por mí, ¡y con toda justicia! Ni uno que haya injuriado a un cocinero escapó impune. De alguna manera es sagrado nuestro oficio... a un marmitón haz le lo que quieras. Pero ¿no se habrá muerto? Alguien se lamenta llorando por su papá querido. Esto no... está claro... izar(lo) así... su aspecto... (Al público.) ¡Por los dioses!, ¿cómo creéis que estará? ¿Temblando, empapado? Gra­cioso. Yo, señores, lo vería con gustó. ¡Por este Apolo que sí! Y vosciras,  mujeres; haced libaciones por todo esto. Pedid que se salve el viejo -pero que se quede, en hora mala, tullido y cojo. Así se convertirá en un vecino completamente inofensivo para este dios, y para los que están siempre sacrificándole. Esto es lo más interesante para mi, si es que alguien me contrata. (Entra en la cueva.)

SÓSTRATO. -" (Saliendo de casa de Cnemón.) Amigos, ¡por Deméter, por Asclepio, por los dioses! Jamás en mi vida he visto a un hombre ahogado; o casi, más a propósi­to. ¡Qué deliciosos momentos! Pues Gorgias, tan pronto como entramos,  enseguida bajó de un brinco al pozo, yo y la muchacha desde arriba nada podíamos hacer. ¿Por­ que qué íbamos a hacer?, salvo que ella se tiraba de los pelos, lloraba, se daba fuertes golpes de pecho; y yo, tan feliz, a su lado, sí, por los dioses, como una nodriza, le pedía que no hiciera eso. Le suplicaba, mientras clavaba mis ojos en esta escultura sin par. Del que estaba tirado abajo me preocupaba bastante menos, salvo que tenia que tirar de la cuerda para sacarlo. Esto me fastidiaba mucho. A poco lo mato, por Zeus, pues, por mirar a la chica, solté la cuerda unas tres veces. Pero Gorgias es un Atlan­te sin igual, aguantaba y, por fin, con gran esfuerzo lo sacó. En cuanto el viejo puso el pie fuera, me vine para acá, porque ya no podía contenerme, por poco me lanzo y doy un beso a la chica. Tan intensamente... la amo. Me preparo pues a... (titubea.) Andan en la puerta. ¡Zeus salvador! ¡Qué maravilloso espectáculo!

(Gorgias y la hija de Cnemón aparecen con éste
en unas parihuelas.)

GOR. - ¿Quieres algo, Cnemón? Dime.

CNEM. - Qué... estoy malísimo.

GOR. - Anímate.

CNEM. - Animado estoy. Ya no os molestará en ade­lante Cnemón.

GOR. - ¿Ves qué gran mal es la soledad? Ahora, hace un instante, has estado a punto de palmar. Una persona de tu edad tiene que vivir ya bajo el cuidado de alguien.

CNEM. - Sé que estoy muy mal. Llama a tu madre, Gorgias, deprisa. Sólo las desgracias saben enseñamos, se­gún parece. Hijita, ¿quieres echarme una mano para le- vantarme? (La muchacha le ayuda.)

Sós. - ¡Mortal afortunado!

CNEM. ...: ¿Qué haces ahí plantado, maldito? ...(Fal­tan unos cinco versos.)

(Están presentes Gorgias y su madre).

CNEM.- ...quería... [Mír]rina y Gorgias... escogí... quizá no [es justo] yeso ninguno de vosotros es capaz, el hacer cambiar de opinión; al contrario, tendréis que acep­tar mi manera de ser. En una sola cosa estaba tal vez equi­vocado, en que creía que yo, diferente de todos los demás, me bastaba .a mí mismo y no necesitaba de nadie. Y ahora, al ver que el fin de la vida es repentino e im­previsible, he descubierto que no tenía entonces razón. Pues hay que tener siempre -y, además, al lado- a al­guien que te pueda socorrer. Pero, por Hefesto, estaba yo tan sumamente trastornado por ver las maneras de vivir de la gente, sus cálculos y el modo de lucrarse que tienen, que creía que nadie fuera capaz de ser generoso con los demás. Ésta era la barrera que tenía. Pero justamente aho­ra, una persona, Gorgias, me ha dado la prueba, haciendo lo que ha hecho, de lo que es un hombre de bien. Pues a quien no le consentía aproximarse a su puerta, ni jamás le ayudó en cosa alguna, ni le dirigió la palabra, ni le ha­bló con cortesía; sin embargo, lo ha salvado. Otro, y con razón, habría dicho: «No dejas que me acerque: no me acerco. Tú no nos has ayudado: no te ayudo yo ahora.» ¿Y entonces qué, muchachos? Si yo muero ahora -y lo creo, porque estoy bastante mal-, o si, quizá, me salvo, te haré mi hijo y todo lo que tengo considera que es tu­yo. A ésta (señala a su hija) te la confío. Procúrale un marido. Porque incluso si consigo yo curarme, no podré encontrárselo, porque a mí no me gustará ninguno. Y a mí, si vivo, dejadme vivir como me gusta" y en cuanto a lo demás, tómalo y hazte tú cargo. Gracias a los dioses eres inteligente y eres el tutor natural de tu hermana. Divi­de mi hacienda en dos partes y entrégale una como dote, y la otra, tómala y manténnos a mí y a tu madre. Acuéstame, hija. No es propio de un hombre hablar más de lo debido. Sin embargo, tienes que saber algo, hijo, pues quie­ro decirte unas pocas cosas sobre mí y mi carácter. Si to­dos fueran como yo, no habría tribunales, ni los hombres llevarían a la cárcel a sus semejantes, ni habría guerra, cada uno se contentaría con tener lo justo. Pero quizá os agraden más las cosas como son. Obrad a vuestro aire. El viejo gruñón e intratable no va a seros un obstáculo.

GOR. - Bien, acepto todo eso. Pero, tenemos que en­contrar contigo, cuanto antes, un novio para la chica, si tú estás de acuerdo.

CNEM. - ¡Eh, tú!, te he dicho lo que pensaba. No me incordies, por los dioses.

GOR. - Es que quiere verte...

CNEM. - De ninguna manera, ¡por los dioses!

GOR. - Uno que viene a pedir a la niña.

CNEM. - Ya no me interesa eso.

GOR.- Que ayudó a salvarte.

CNEM. - ¿Quién?

GOR.- Éste. Acércate.

CNEM. - Está curtido. ¿Es labrador?

GOR. – Por supuesto, padre. No es un blando, ni uno de ésos que se pasan el día ociosos, paseando… su familia…

[CNEM.] – entréga (la) y haz... Llevadme dentro.

[?]. - Y... cuida de esto. Lo que queda es casar a la muchacha.

GOR. Cuéntale eso, (S)óst(rato, a quienes debes)...

Sós. - Mi padre no va a decir nada en contra.

GOR. - Pues entonces yo te la entrego por esposa, te la doy en presencia de todos los dioses... es lo justo... Sóstrato. Porque no has venido a este asunto con ánimo fingido, sino con sinceridad y no tuviste a menos hacer de todo por causa de esta boda. Siendo tú una persona delicada agarraste la azada, cavaste, quisiste esforzarte. En una si­tuación como ésta, sobre todo, se manifiesta el hombre que, siendo rico, acepta igualarse a un pobre. Una persona así soportará con firmeza los cambios de la fortuna. Has dado una prueba suficiente de tu carácter. Sólo deseo que continúes siendo como eres.
Sós. - Mucho mejor aún desearía yo. Pero está feo alabarse a sí mismo. A propósito, veo que llega mi padre.

(Entra Calípides.)

GOR. - ¿Calípides es tu padre?

Sós. - Pues sí.
GOR. - ¡Hombre rico, por Zeus!, y justo, un campesi­no sin igual.

CALÍPIDES. - ¡A que he llegado tarde! Éstos han devo­rado ya el cordero y hace rato que se han largado al campo.

GOR. - ¡Posidón! ¡Qué hambre tiene! ¿Vamos a ha­blarle de esto ahora?

Sós. - Primero que coma. Estará más, suave.

CAL. - ¿Qué es esto, Sóstrato? ¿Habéis comido?

Sós. - Sí, también ha quedado algo para ti. Entra.

CAL. - Eso hago. (Pasa a la gruta.)

GOR. - Entra y habla ahora con tu padre a solas, si quieres.

Sós. - Esperarás en casa, ¿no?

GOR. - No salgo de,allí dentro.

Sós. - Te dejo un instante, vuelvo a llamarte. (Vase al santuario con su padre. Gorgias vuelve a su casa.)


CORO




ACTO V
SÓSTRATO, CALÍPIDES, GORGIAS, SIMICA, GETAS, CNEMÓN

(Entran Sóstrato y Calípides, saliendo de la gruta.)

SÓSTRATO. - No me viene todo de ti, padre, ni como yo quería ni como yo esperaba.

CALÍPIDES. - ¿Por qué? ¿No he dado mi consentimien­to? Casarte con quien estás enamorado no sólo lo quiero, sino que sostengo que debe ser así.

Sós. - Me parece que no estás de acuerdo.

CAL. - ¡Que sí, por los dioses! Sé que para un joven el matrimonio es algo firme, si está resuelto a hacerlo por amor.

Sós. - Entonces, si yo me voy a casar con la hermana del muchacho, porque considero que es digno de nosotros, ¿cómo te niegas ahora a darle a éste la mano de la mía?
CAL. - ¿Vienes a decir que es una vergüenza lo que hago, porque no quiero tomar a la vez una novia y un novio pobres? Nos basta con uno de los dos.

Sós. - Estás hablando de dinero, una cosa insegura. Porque si sabes que lo vas a tener siempre a tu lado, guár­dalo, no lo compartas con nadie. Pero si no eres tú su dueño, si todo lo que tienes no depende de ti, sino de la fortuna, no se lo regatees a nadie, padre. Porque la fortu­na te lo puede quitar todo y dárselo otra vez a uno que tal vez no lo merezca. Por eso, yo te digo que, mientras tú seas su dueño, tienes que servirte de él con generosidad, padre, ayudar a todos, hacer ricos a cuantos más puedas por tu propia decisión. Pues esto es lo que no desaparece,  y si alguna vez tuvieras una desgracia, volverás a recibir de ellos lo mismo que tenías. Con mucho, es mejor un amigo declarado que la riqueza invisible que tú tienes ente­rrada.

CAL. - Sabes cómo soy, Sóstrato. Lo que he reunido no lo vaya enterrar conmigo. ¿Cómo podría? Es tuyo. ¿Quieres procurarte un amigo tras haberlo probado? Haz­lo, en buena hora. ¿A qué me largas sermones? Entrega, anda, da, reparte. Estoy totalmente de acuerdo contigo.

Sós. - ¿De acuerdo?

CAL. - Sabes bien que sí. No te preocupes.

Sós. - Entonces voy a llamar a Gorgias. (Entra Gorgias.)

GORGlAS. - Al salir por la puerta os he oído todo lo que habéis dicho desde el principio. ¿Qué me parece? Yo a ti, Sóstrato, te tengo por un amigo excelente y te quiero extraordinariamente, pero situaciones superiores a mí, ni las quiero ni podría, ¡por Zeus!, aun queriendo, soportadas.

Sós. - No sé qué quieres decir.

GOR. - Te doy a mi hermana por mujer, pero casar­me con la tuya... muchas gracias.

Sós. - ¿Cómo gracias?

GOR. - No me parece que sea agradable vivir bien gracias a los esfuerzos ajenos, sino con lo que uno mismo ha reunido.

Sós.- Tonterías dices, Gorgias. ¿No te consideras tú digno de este matrimonio?

GOR. – Yo me  e considero digno de ella, pero recibir mucho teniendo poco no es digno.
CAL. -¡Por el grandísimo Zeus!, aun con la mayor nobleza, eres absurdo.

GOR. - ¿Cómo?

CAL. - Sin tener nada, quieres dar la impresión de es­tar enamorado ya que me ves tan convencido, acepta.

[GOR.]. - Con esto me has convencido. [Estaría yo] doblemente [enfermo], por pobre y por imbécil, [si rechazara a] la única persona que me indica el buen camino.

[Sós.]. - ...sólo nos queda celebrar los esponsales.

CAL. - Pues, muchacho, te doy ya en matrimonio a mi hija para la procreación de hijos legítimos y te con­cedo por ella una dote de tres talentos.

GOR. - Y yo tengo un talento para la dote de la otra esposa.

CAL. - ¿Lo tienes? No des demasiado.

GOR. - Pero tengo mi campo…

CAL. - Guárdatelo entero, Gorgias. Trae tú ya aquí a tu madre y a tu hermana, al lado de nuestras mujeres.

GOR. - Es lo que hay que hacer.

Sós. - Esta noche, [Gorgias, nos] que [daremos todos junto a Pan y mañana] celebraremos las bodas. Traed tam­bién aquí al viejo, Gorgias. Quizá aquí, con nosotros, ten­drá mejor lo que necesita.

GOR. - No va a querer, Sóstrato.

,Sós. - Convéncelo.

GOR. - Si puedo. (Entra en casa de Cnemón.)

Sós. - Ahora, papaíto, tiene que haber para nosotros una buena borrachera y una velada para las mujeres.

CAL.- Al contrario, sé que serán ellas .las que beban y nosotros los que velemos. Voy dentro a preparaos aho­ra lo necesario. (Entra en el santuario.)

Sós. - (Aparte.) Hazlo. Nunca debe desesperar totalmente de una empresa el que es sensato. Todo puede con­seguirse con cuidado y con esfuerzo. Yo ofrezco de ello un ejemplo ahora. En un solo día he logrado un matrimonio que nadie jamás hubiera creído posible.

GOR. - (Saliendo de casa de Cnemón y dirigiéndose a su madre ya su hermana.) ¡.Acercaos ya, deprisa! ¿Dón­de estáis?

Sós. - Madre, recíbelas. ¿Y Cnemón? ¿No está toda­vía?

GOR. - ¿Éste? Si nos pedía hasta que nos lleváramos a la vieja -para quedarse por fin solo.

Sós. - ¡Qué carácter imposible!

GOR. - Desde luego.

Sós. - Pues que le vaya bien. Vayamos nosotros.

GOR. - Sóstrato, me da mucha vergüenza estar entre mujeres.

Sós. - ¡Qué tontería! ¿No vienes? Hay que considerar ya que todo esto es parte de la casa. (Entran todos en la gruta.)

SIMICA. - (Sale Simica de casa de Cnemón y se dirige a éste que sigue dentro.) ¡Yo también me voy, por Ártemis! Te vas a quedar tirado ahí solo. ¡Qué desgraciado eres con tu carácter! Querían llevarte ellos al santuario y te has negado. Te caerá otra desgracia gorda, por las dos diosas, mucho más grande que la de ahora.

GETAS. - (Saliendo de la cueva.) Vaya acercarme a ver aquí...

(Música de flautas.)

(Se dirige malhumorado a uno de los flautistas.) ¿Por qué me tocas la flauta encima, desgraciado? Que toda­vía no estoy de juerga. Me mandan ahí, a ver al viejo que está malo. ¡Calla!

SIM. - Sí, que entre uno de vosotros y esté con él. Yo, para despedir a mi ama, quiero charlar con ella, saludarla, besarla.

GET. - Tienes razón, vete. Yo, mientras, cuidaré de él. Hace tiempo que buscaba el aprovechar la ocasión de este. Pero (estaba ocupado con la fiesta). ¡Cocinero! ¡Sicón! ¡Ven aquí, deprisa! ¡Ahh, Posidón, cómo me vaya divertir!

SIM. - (Saliendo de la gruta.) ¿Me llamas tú?

GET. - Sí, yo. ¿Quieres vengarte por lo que te pasó hace poco?

SIM. - ¿Qué me ha pasado hace poco? Porque no vas a chupártela con tus tonterías?

GET. - El viejo gruñón está durmiendo solo.

SIM. - ¿Y cómo está?

GET. - No mal del todo.

SIM. - ¿Por lo menos no podrá levantarse para pegar­nos?

GET. - Ni levantarse podrá, creo.

SIM. - ¡Qué placer lo que me dices! Vaya pedirle al­go, se pondrá fuera de sí.

GET. - ¿Qué le hacemos al tipo este? ¿Lo sacamos, primero, fuera a rastras, luego lo ponemos aquí y aporrea­mos, así, la puerta, le pedimos cosas y lo ponemos al ro­jo? Nos vamos a divertir, te lo digo.

SIM. - Me da miedo no nos agarre Gorgias y nos zurre.
GET. - Hay tumulto dentro, están bebiendo. Nadie se dará cuenta. Tenemos que amansar por completo a este hombre, puesto que al casamos con él pasa a ser de nues­tra familia. Y si va a ser siempre como es, menuda faena soportado, ¡vaya que sí!

SIM. –(Acercándose sigilosos hacia la casa de Cnemón.) Procura, lo único, pasar inadvertido mientras lo traes aquí delante.
GET. - ¡Hala, pasa tú primero!

SIM. - Espera un poco, te lo ruego. No me dejes solo.

GET. - Y no metas ruido, por los dioses.

SIM. - Pero si no hago ruido, ¡por la Tierra!
(Entran y vuelven o salir trayendo dormido a Cnemón.)

 GEL - A la derecha.

SIM. - Aquí.

GET. - Ponlo aquí mismo. Ahora es el momento.

SIM. - ¡Ea! Yo empezaré primero. ¡Hale! (Dirigién­dose a uno de los flautistas.) Y tú, guarda bien el ritmo. (Aporrea la puerta de Cnemón.) ¡Esclavo! ¡Esclavo! ¡¡Es­
clavos!! ¡Esclavo! ¡ ¡Esclavos!!

CNEMÓN. - (Sobresaltado.) ¡Me muero, ay de mí!

SIM. - ¡Esclavos, majos! ¡Esclavo! ¡Esclavo, esclavo!¡ ¡Esclavos!!

CNEM. - ¡Me muero, ay de mí!

SIM. ,- ¿Quién es éste? ¿Eres uno de ésos?


CNEM. - Está bien claro. ¿Y tú qué quieres?

SIM. - Vengo a pediros unos calderos y una artesa.

CNEM. - ¿Quién podría poner me de pie?

SIM. - Los tenéis, seguro que sí. Y siete trípodes Y do­ce mesas. (Levantando la voz.) ¡Esclavos! Avisad a los de dentro, porque tengo prisa.

CNEM. - No tengo nada.

SIM. - ¿Nada?

CNEM. - Lo has oído diez mil veces.

SIM. - Pues me largo corriendo. (Vase.)

CNEM. - ¡Ay desdichado de mí! ¿Cómo me han traído aquí? ¿Quién me ha dejado tirado delante de la puerta? (Mirando a Getas.) ¡Lárgate!

GET. - Bueno. (Golpeando, a su vez. la puerta.) ¡Es­clavo! ¡Esclavo! ¡Mujeres! ¡Portero!

CNEM. - Estás loco, hombre. Vas a tirar la puerta.

GET. - Prestadnos nueve alfombras.
CNEM. - ¿De dónde?

GET. - Y un tapiz persa bordado, de cien pies de largo.

CNEM. - ¡Ojalá lo tuviera! ¡Vieja! ¿Dónde está la vieja?

GET. - ¿Me tendré que ir a otra puerta? (Se aparta un poco.)

CNEM. - ¡Fuera ahora mismo! ¡Vieja! ¡ ¡Simica!! (A Sicón que vuelve.) ¡Así te maten de mala manera todos los dioses! ¿Qué quieres?

SIM. -. Quiero coger una cratera grande de bronce.

CNEM. - ¿Quien podrá ponerme de pie?

GET. - ¡Lo tenéis, lo tenéis, seguro, el tapiz! ¿Eh pa­pi, papaíto?

CNEM. - (Desconsolado.) No tengo ni la cratera. (Furioso.) ¡ ¡Voy a matar a Simica!!

SIM. - Calma, tú, y no gruñas. Huyes de la gente, abo­rreces a las mujeres, no consientes en que te lleven al san­tuario con los que sacrifican. Todo esto lo vas a tener que aguantar. No hay nadie, que te ayude. Ahora, aprieta los dientes. Escucha todo lo que sigue... ni la... las mujeres... de vuestra casa. Para tu mujer y tu hija, abrazos y besos lo primero. Anda que no es divertida su fiesta... arriba. Estaba yo preparando un banquete para estos señores. Para éstos, ¿oyes? ¡No te duermas!

GET. - ¡Que no te duermas!

CNEM. - ¡Ay de mí!

SIM. -¿Quieres venir? Atiende al resto. Se estaba haciendo una libación, estaban extendidas en el suelo las ya­cijas, yo, puse las mesas -pues me había tocado hacerlo ¿Escuchas? Pues da la casualidad que soy el cocinero, recuérdalo.

GET. - ¡Qué hombre más flojo!

SIM. - (Declamando) Otro, en sus manos ya el bá­quico anciano canoso, en cóncava copa lo vertía, y mez­clando a la par el caudal de las Ninfas, con la diestra, en ronda con ellos brindaba y otro, con las mujeres. Era como si escanciaras en arena. ¿Comprendes esto tú? Y una de las sirvientas, empapada de néctar, ensombreci­da la flor de su rostro juvenil, inició con rubor el ritmo de la danza, vacilante a la vez y temblorosa. Otra juntó con ella su mano y empezó a bailar. (Da la mano a Cetas y empiezan a bailar.)
GEL - (Dirigiéndose a Cnemón.) ¡Ah, tú, que has pasado por prueba tan terrible, baila, únete a nosotros!

CNEM. - ¿Qué queréis todavía, malditos?

GET. - ¡Únete a nosotros! Eres un salvaje.

CNEM. - ¡No, por los dioses!

GET. - Bueno, ¿te llevamos ya dentro?

CNEM. - ¿Qué voy a hacer?

GET. - Pues baila.

CNEM. - Llevadme;Quizá sea mejor sufrir lo que me espera allí.

GET. - Eres sensato. Ganamos nosotros. ¡Ahh, victo­ria!. (Al flautista y a Sicón.) Donax, Muchacho, tú, Sicón, levantad lo y llevad lo dentro. (A Cnemón.) Guárdate, porque si te pillamos otra vez incordiando, entonces -tenlo por seguro- te trataremos sin contemplaciones. iiYuhu!! ¡Que alguien nos traiga coronas y una antorcha!

SIM. - Toma ésta.

GET. - (Al público.) ¡Ea! Compartiendo con nosotros la alegría por haber vencido a un viejo que nos ha dado tanto trabajo, aplaudid amablemente, jovencitos, niños, hombres. Y que la doncella de augusto padre y amiga del reír, la Victoria, benévola, nos acompañe siempre.







































El hombre que llamaba a Teresa, de Italo Calvino























El hombre que llamaba a Teresa, de Italo Calvino

Bajé de la acera, di unos pasos hacia atrás mirando para arriba y, al llegar a la mitad de la calzada, me llevé las manos a la boca, como un megáfono, y grité hacia los últimos pisos del edificio:
-¡Teresa!
Mi sombra se espantó de la luna y se acurrucó entre mis pies.
Pasó alguien. Yo llamé otra vez:
-¡Teresa!
El hombre se acercó, dijo:
-Si no grita más fuerte no le oirá. Probemos los dos. Cuento hasta tres, a la de tres atacamos juntos. -Y dijo-: Uno, dos, tres. -Y juntos gritamos-: ¡Tereeesaaa!
Pasó un grupo de amigos, que volvían del teatro o del café, y nos vieron llamando. Dijeron:
-Bueno, también nosotros ayudamos.
Y también ellos se plantaron en mitad de la calle y el de antes decía uno, dos, tres y entonces todos en coro gritábamos:
-¡Tereeesaaa!
Pasó alguien más y se nos unió, al cabo de un cuarto de hora nos habíamos reunido unos cuantos, casi unos veinte. Y de vez en cuando llegaba alguien nuevo.
Ponernos de acuerdo para gritar bien, todos juntos, no fue fácil. Había siempre alguien que empezaba antes del tres o que tardaba demasiado, pero al final conseguíamos algo bien hecho. Convinimos en que "Te" debía decirse baaaajo y laaaargo, "reee" agudo y largo, "sa" bajo y breve. Salía muy bien. Y de vez en cuando alguna discusión porque alguien desentonaba.
Ya empezábamos a estar bien coordinados cuando uno que, a juzgar por la voz, debía de tener la cara llena de pecas, preguntó:
-Pero ¿está seguro de que Teresa está en casa?
-Yo no -respondí.
-Mal asunto -dijo otro-. ¿Se había olvidado la llave, verdad?
-No es ese el caso -dije-, la llave la tengo.
-Entonces -me preguntaron-, ¿por qué no sube?
-Pero si yo no vivo aquí -contesté-. Vivo al otro lado de la ciudad.
-Entonces, disculpe la curiosidad -dijo circunspecto el de la voz llena de pecas-, ¿quién vive aquí?
-No sabría decirlo -dije.
Alrededor hubo un rumor de descontento.
-¿Se puede saber entonces -preguntó uno con la voz llena de dientes- Por qué llama a Teresa desde aquí abajo?
-Si es por mí -respondí-, podemos gritar también con otro nombre, o en otro lugar. Para lo que cuesta.
Los otros se quedaron un poco mortificados.
¿Por casualidad no habrá querido gastarnos una broma? -preguntó el de las pecas, suspicaz.
¿Y qué? -dije resentido y me volví hacia los otros buscando una garantía de mis intenciones.
Los otros guardaron silencio, mostrando que no habían recogido la insinuación.
Hubo un momento de malestar.
-Veamos -dijo uno, conciliador-. Podemos llamar a Teresa una vez más y nos vamos a casa.
Y una vez más fue el "uno dos tres ¡Teresa!", pero no salió tan bien. Después nos separamos, unos se fueron por un lado, otros por el otro.

Ya había doblado las esquina de la plaza, cuando ,le pareció escuchar una vez más una voz que gritaba:

-¡Tee-reee-sa!

Alguien seguía llamando, obstinado.


Italo Calvino.

"El hombre que llamaba a Teresa" es primer relato de la colección que da título al libro publicado por la Ed. Tusquets "La gran bonanza de las Antillas"

19/10/14

MEDEA, DE SÉNECA










MEDEA, DE SÉNECA


ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

MEDEA
¡Oh Himeneo, alto dios, y tú Lucina,
Del lecho conyugal discreta guarda;
Minerva, tú que a Tisifo enseñaste
El arte de llevar sobre las aguas
Sumisas, a la nave recién hecha;
De los profundos mares, oh el monarca;
Oh sol que extiendes sobre el mundo el día
Cuando tus rayos fúlgidos derramas;
Triple Hécate, que luz tan esplendente
Al misterioso sacrificio mandas,
Y cuantos dioses de la fe debida
Me respondéis por mí Jasón jurada;
Y vosotras, deidades que Medea
Implora con derecho a vuestra gracia;
Oh caos de eterna noche, del infierno
Regiones del espanto subterráneas,
Espíritus del mal, sombras impías,
Soberano que al Tártaro avasallas,
Y tú su esposa que del negro imperio
Por seductor más fiel fue arrebatada;
Con voz siniestra a todos os invoco.
Venid, deidades que con ira tanta
Dais castigo a los crímenes; veníos
Con esa de serpientes enroscadas,
Horrenda cabellera; en vuestras manos
En sangre tintas, las antorchas ardan
De siniestro fulgor; venid terribles;
Tan terribles venid como os hablaba
Cuando acudisteis a mis bodas. Presto
Traed aquí la muerte mas infausta
Para esa nueva esposa para ese,
Su padre y cuantos vivan de su raza,
Y permitid para el esposo os pida
El suplicio más hórrido que haya.
Que viva sí, mas para verse errante
En ignorados pueblos y comarcas,
En mísero destierro, pobre, odiado,
Sin hogar, reducido a que en su alma
Mi amor eché de menos, y en su senda
Obligado a llamar en puerta extraña
Como huésped funesto, y sobre todo,
Y anhelo más cruel no formulara,
Que los hijos que tiene, con él mismo
Y con su madre muestren semejanza.
¡Tengo hijos: vengada ya me juzgo!
¡Sí; de este modo me veré vengada!
Pero son excesivos mis lamentos,
Como Inútiles son ya mis palabras.
¿Por qué no he de buscar mis enemigos?
¿Y por qué no extinguir la viva llama
De la antorcha nupcial, la luz del día?

¡Oh Sol, oh padre de mi ilustre raza,

Semejante espectáculo contempla!
¡Muéstrase, y sigue su carrera rápida:
Por el azul de los tranquilos cielos
En su carro prosigue! Y en su marcha
No retrocede, ni hacia atrás el día
Procura hacer que vuelva a su mirada!
Déjame, oh padre, que el espacio cruce
En tu carro flamígero, y la gracia
Concédeme de ser la que lo guíe
Por la región del éter dilatada:
Cede a mi mano las brillantes riendas
De los corceles que en su ardor se abrasan.
El incendio voraz que hunda a Corinto,
Juntara los dos mares que él separa.
Tal recurso es el solo que me queda.
Cual mi rival, agitaré irritada,
En mi diestra una antorcha de Himeneo;
Elevaré mis ruegos, y en las aras
Que en tan solemne día han de erigirse,
Inmolaré las victimas sagradas.
En sus entrañas mismas, alma mía,
Busca el camino de la atroz venganza,
Si aún te atreves a hacerlo y si es que aún vive
El vigor primitivo que en ti hallabas,
Ahuyenta, pues, los frívolos temores,
E indomable, revístete en tu saña,
Del Cáucaso con todos los enojos,
Y con su viva cólera que espanta.
Cuantos crímenes vieron, increíbles,
El Ponto y Phasis, a mi inmensa rabia,
Corinto pues vera. ¡Qué de proyectos
Inauditos y horribles en mi alma
Se agitan! ¡Cuánto anhelo abominable
Que a cielo y tierra espantara, le asalta!
Heridas, muertes y esparcidos miembros,
Insepultos después de la matanza.....
¿Todo esto qué es? Pruebas primeras
De mi edad juvenil. Aún más nefanda
Mi cólera hoy será. Mujer y madre,
Aun mayores crueldades necesarias
Me han de ser. De tus iras te reviste,
Y cuanta sed de destrucción insana
En tu pecho se abrigue, se despierte,
Y a la cruenta lucha te prepara.
De tu repudio quede la memoria
Cuál es la de tu boda, sanguinaria.
¿Cómo a tu esposo dejaras? Lo mismo

Que le seguiste. Abrevia, al punto allana
Tan fútiles demoras. Por un crimen
Llegaste a penetrar en este alcázar;
Por un crimen también es necesario
Que de sus muros para siempre salgas.


ESCENA II

EL CORO
Dioses del cielo y de la mar, propicios
A este egregio himeneo concededle
Vuestros altos favores; y tu pueblo,
Por él tus votos a la par se eleven.
Desde luego de Jove en los altares
Un blanco toro su cerviz presente,
Y de Juno en las aras; en su mano
Cetro y rayo flamígero ambos tienen.
A Lucina a la vez también se ofrezca
La ternerilla blanca cual la nieve,
Que no ha sentido el yugo, y en seguida
A la deidad aquella que detiene
Y hasta encadena las sangrientas manos
Del implacable Marte y que las leyes
De alianza a las bélicas naciones
Dicta, y derrama de su cuerno fértil
La abundancia, inmolemos una víctima
Más tierna, cual de todos se merece.
De antorchas tan legítimas llegando
Precedido, y haciendo que ya cesen
Las sombras de la noche, oh tú,
Himeneo,
Veloz acude y nuestros ojos véante
Por el licor andando entorpecido;
Con diadema de rosas en tu frente.
Y tú, estrella de Venus, que así al día
Como a la noche lúgubre precedes,
Y aunque no dando gusto a los que aman
Con lenta marcha, perezosa siempre,
Levántate. ¡Cuán ávidas las madres
Y las vírgenes todas impacientes,
Por tu dulce esplendor ya suspirando,
En la bóveda azul esperan verte!
En belleza a las jóvenes de Atenas
Esa princesa de Corinto excede,
Y a aquellas que en el pueblo sin murallas
Sobre las altas cimas del Taigete,
A ejército varonil se entregan,
Ya aquellas que se bañan en la fuente
De Aonia o donde corre el sacro Alfeo.
De Eson el hijo su semblante ofrece
En gracias superior a aquel del hijo
De Semele, el que unce por corceles
Los tigres a su carro; al dios que anima,
Los trípodes, Apolo, hermano imberbe
De la casta Diana; a aquel que encuentra
En las lides del cesto sus deleites,
Resuelto Pólux, y a su hermano Castor.
Puedan, oh dioses, la mansión terrestre,
Creusa, la mujer que es más hermosa,
Con el bello Jasón vivir ya siempre,
Cuantas beldades a su lado acuden,
Si en medio de los coros aparece,
Eclipsa esta hermosura con su encanto.
La luz de las estrellas palidece
De igual modo ante el sol; ante su vista
El conjunto se oculta de las Pléyades,
Cuando la luna un círculo presenta
De prestado fulgor en su creciente.
El brillo de la púrpura mezclado
A la misma blancura de la nieve,
Compone el tinte de su fino cutis,
Y es el color de sus mejillas tenue;
El mismo de la Aurora que cubierta
Del húmedo roció va extendiéndose
Por la inmensa extensión del horizonte
Que con sus bellas luces enrojece.
Del tálamo terrible de la hija
De Phasis, fugitivo, joven héroe,
De esa esposa colérica a quien sólo
Con temerosa indecisión te atreves
Apenas a otorgarle tus caricias,
Ven la ventura a disfrutar que obtienes;
Y con amor recibe y sin cuidados
La nueva esposa que a tu lado viene
Y que a su vez con tanta complacencia
Sus cariñosos deudos te conceden.
A los lícitos juegos que autoriza
Himeneo, los jóvenes se entreguen,
Lanzad por donde quier versos malignos
Que las sonrisas excitando, alegren.
Con sus príncipes altos tal licencia
Los súbditos se toman pocas veces.
Noble hijo del dios que el Tirso empuña
Las antorchas de pino arder ya deben:

Agita ya las encendidas teas;
Tus torpes dedos sin tardanza mueve.
El epigrama fescenino, el númen
Satírico propague. En tan solemne
Y venturoso día que a la fiesta
Se consagra, alegraos, y sólo quede
El silencio y la noche con sus sombras,
Su triste soledad a las mujeres
Que furtivas se apartan de un esposo
Que es extraño país su patria tiene.


ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

MEDEA, LA NODRIZA

Ya todo sucedió como esperaba.
Resonaron los himnos de Himeneo
En mi oído. A mi súbita desdicha
¿Cómo aun es posible que dé crédito?
¿Atreverse Jasón a tanto pudo?
¿Llegó su deslealtad a tanto estreno?
Después de haberme arrebatado un día
De mi padre, mi patria y de mi reino,
¿En extranjera tierra de este modo
Me deja sola, abandonada? ¿El fiero,
El cruel olvidó mis beneficios?
¿Se olvidó de mis crímenes horrendos
Que han triunfado por él del mar airado,
Y de las llamas del terrible incendio?
¿Acaso piensa se agotaron todas
Las maldades que caben en mi pecho?
Inquieta, extraviada, en los arranques
De mis iras, do quier los ojos vuelvo,
Y busco una venganza, y de ejercerla
Del modo más cruel busco los medios.
¡Si un hermano tuviera! Pero tiene
Una esposa! Una esposa que el objeto
De mi saña ha de ser: fuerza es herirla.....
¿Y esto puede bastar a mi tormento?
Si hay un crimen en Grecia, si aún existe
En las naciones bárbaras un nuevo
Delito que tus manos no conozcan,

Apresúrate al punto a conocerlo.
Los que ya concebiste te estimulan.
Aquel robo fue el uno, sí, recuérdalo,
Del áureo vellocino, y fue la muerte,
El otro, de tu hermano, compañero
De una virgen culpable, sus despojos
A su padre mostrados, y dispersos
Por las olas del mar, y del anciano
Pelias, sin piedad los rotos miembros
En la caldera hervidos.
¡Qué de muertes Cometidas!
¡Y cuánta, al mismo tiempo,
La sangre derramada! Y sin embargo,
Ninguno de estos crímenes fue efecto
De mi cólera. El odio y el encono
De un amor desdeñado es el que hoy siento.
Mas por extraña voluntad y fuerza
Dominado Jasón, en tal extremo ¿Qué pudiera?
¿A las armas homicidas
Debería ofrecer acaso el pecho?
Tu arrebato modera, dolor mío,
Y discurre más justo y más discreto.
Jasón no deje de vivir, y viva
Para mí nada más, y a no ser esto,
También conserve la existencia, y guarde
De cuanto bien le hice los recuerdos;
Y la vida no pierda que me debe.
La culpa es de Creonte, ese soberbio
Que abusa del poder que ejerce injusto
Para romper así nuestro himeneo;
Para arrancar del lado de una madre
A sus hijos, y a dos esposos tiernos
Separar de este modo.
Mi venganza
Ejérzase en el acto. A él solo debo
Castigar. A cenizas su palacio
Reducido ha de verse. En tal incendio,
El promontorio altivo de Molea
Que a las naves obliga a gran rodeo,
Torbellino humeante y rojas llamas
Verá elevarse hasta el azul del cielo.

LA NODRIZA
Ten calma por favor: tus tristes quejas
Enciérrense en el fondo de tu pecho.
Las más graves ofensas es preciso
Devorar con paciencia y en silencio,
Para poder vengarlas. Concentrada,
Es temible la cólera, y a un tiempo
El odio declarado, de vengarse
Se quita a él mismo los seguros medios.

MEDEA
De tal prudencia y disimulo, sólo
Puede usar un dolor que no es tan fiero.
Estas grandes congojas no se ocultan:
Es preciso que estallen desde luego.

LA NODRIZA
Tales ímpetus cesen, hija mía,
Ni aun seguro nos es nuestro silencio.

MEDEA
La fortuna que aterra a los cobardes,
Ante las almas fuertes huye presto.

LA NODRIZA
Cuando está en su lugar, esa energía
Que demuestras así, también la apruebo.

MEDEA
El desplegarla siempre es oportuno.

LA NODRIZA
No te ha quedado de esperanza un resto
En tu infortunio.

MEDEA
Cuando no se espera,
Entonces es cuando se debe menos
Desesperar.

LA NODRIZA
Su odio te da Yolcos,
Y tu esposo traición hace a tu afecto.
De todo tu poder nada te queda.

MEDEA
Quedo yo. Con Medea esta su aliento.
En ella ves la tierra, el mar adviertes,
Y los dioses, el rayo, el mismo fuego,

LA NODRIZA
Teme al rey.

MEDEA
Era rey también mi padre

LA NODRIZA
¿ Y temor no te infunden sus guerreros?

MEDEA
No, si son hijos de la tierra.

LA NODRIZA
Al cabo
Morirás

MEDEA
El morir es mi deseo.

LA NODRIZA
Huye, pues

MEDEA
Sólo sí, de haber huido
Una vez, tan cobarde, me arrepiento.
¡Medea haber huido! ¡Yo!..... ¡Medea!

LA NODRIZA
Eres madre.

MEDEA
Y audacia me da el serlo.

LA NODRIZA
¿Vacilas en huir?

MEDEA
Huiré, mas antes
Vengada he de quedar.

LA NODRIZA
Mas sin sosiego
Perseguida serás de tu enemigo.

MEDEA
Tendré quizá de detenerle medio.

LA NODRIZA
En esas locas amenazas cesa;
Oh calla por piedad; yo te lo ruego.
Aplaca, pues, tu cólera ya inútil,
Y resígnate a la fuerza de los hechos.

MEDEA
Arrebatarme mi poder le es dado
A la cruel Fortuna, mas mi aliento
Y mi valor jamás. ¿Pero qué hace
Girar sobre sus goznes con estruendo
Las puertas del palacio? Es ese mismo
Creonte, el soberano de este reino.




ESCENA II

CREONTE, MEDEA

CREONTE

¡Qué! ¿No piensa dejar aun mis Estados
Esta hija de un rey, mujer culpable?
Medita un nuevo crimen. Su perfidia
Conozco, y sé sus ánimos audaces.

¿A quién perdona ella? Paz y calma
Quién puede hallar, no lejos encontrándose
Del lado suyo. El hierro usar quisiera
Para librar mi reino de tan grande
Como espantoso azote, pero cedo
De mi yerno a las súplicas. Que marche
En paz de mis dominios. Mas avanza
Hacia mí con furor amenazante.
¡Guardias! Venid y rechazadla presto.
No llegue ni a estar cerca, ni a tocarme.
Imponedle silencio; que al fin sepa
Al poder de los reyes doblegarse.
¡Vete pronto! Apresúrate a librarnos
De un monstruo tan cruel y abominable.

MEDEA

¿Por qué crimen, qué falta me condenas
Al destierro?

CREONTE

¡Y pregunta, así extrañándose,
Mujer tan inocente, por qué causa
Se la arroja de aquí!

MEDEA

Si en este instante
Como juez hablas tú, fuerza es me oigas,
Que en el juez es la calma indispensable,
Mas si es como tirano, tú no tienes
Poder para mandármelo, bastante.

CREONTE

Las órdenes de un rey justas o injustas,
Obedecer te toca.

MEDEA

No es durable
El poder que es tiránico.

CREONTE

Ve a Yolcos
Con tus quejas, enojos y tus ayes.

MEDEA

Quien me obligó a salir de esa mi patria,
A ella me vuelva a conducir.

CREONTE

Ya sabes
Tu sentencia dictada por mi labio.
De reclamar no es tiempo: ya es en balde.

MEDEA

El juez que una sentencia da arbitraria,
Sin haber escuchado a entrambas partes,
Comete una injusticia.

CREONTE

¿Has escuchado
A Pelias al ir a asesinarle?
Está bien: hablar puedes. Te concedo
Que defiendas tu causa.

MEDEA

Sé bastante
Por mí misma cuan vano o cuán difícil
Es calmar un espíritu indomable
Poseído de cólera; aun aquellos
Que el cetro empuñan, en su orgullo hacen
Prerrogativa regía el no volverse
Atrás de sus sentencias y dictámenes.
Es verdad que he aprendido muy de cerca
En el regio palacio de mi padre,
Porque a pesar de verme así abrumada
Bajo el peso fatal de tantos males,
Sola, en triste abandono, en el destierro,
Combatida por todos, suplicante,
He tenido por padre, allá en mi patria,
A un monarca potente, y da realce
A mi cuna la gloria mas espléndida,
Porque nieta del Sol puedo llamarme.
Las comarcas que baña en sus contornos
El Phasis con sus ondas fecundantes,
Las que el Euxino rápido limita

Al terminar su curso en los parajes
Donde los ríos forman los pantanos
Que endulzan la amargura de los mares;
Cuantas llanuras sienten de las vírgenes
De Thermodon los pasos incesantes;
De las que embrazan el sesgado escudo,
Todo forma el dominio de mi padre.
Allí he gozado mis hermosos días
De gloria, y de venturas inefables,
De real poderlo. En esos años,
En tiempo tan feliz, he visto amantes
Cuya alianza reyes poderosos
Buscaban, con su amor solicitarme.
Más ligera y voluble la Fortuna,
A un infausto destino condenándome,
Me ha arrancado del trono. Así, ¡confía
En el poder que tienes! Un instante,
Uno solo, la gloria y la ventura
Destruye. El más magnífico y más grande
El mayor privilegio de los reyes,
Aquel que arrebatarle puede nadie,
El de asistir al desgraciado, y luego
Seguro asilo al que lo pide, darle,
Este es, pues, desde Yolcos patria mía,
El único tesoro que aquí traje.
Mi más hermoso título de gloria
Es haber conseguido se salvasen
Por mí misma la flor de los guerreros
De la Grecia, los héroes indomables,
Esos hijos ilustres de los dioses
Y sostén de su patria. Por mí alzase
La gloria de un Orfeo, cuyos cantos
Encantaban las piedras y los arboles;
La de Castor y Pólux, esos hijos
Del Boreas; la de aquel de penetrante
Mirada, de Linceo que iba cierta
Mas allá del Euxino y de sus márgenes;
La de todos los rudos Argonautas,
Sin recordar a aquel de estos audaces
Conquistadores el caudillo insigne,
Por lo que tú, si ya no lo olvidaste,
Gratitud, que no quiero, no me debes,
Ni te la pido yo. Por ti salvarles
He logrado, mas uno, uno tan solo
Salvé por mí. Mi acusación se entable;
Y recuerda mis crímenes. Yo misma
Los he de confesar. Sólo inculparme
Pudieran de los bravos Argonautas
Por el regreso, mas en ese trance
Si a la voz escuchara del afecto
Filial y el pudor; a no arriesgarme
A tal empeño, con la Grecia entera,
En un peligro tan fatal y grande,
Sus príncipes, hubieran perecido,
Y víctima primera inevitable
Del fiero toro de encendidas llamas
Tu yerno hubiera sido en el instante.
Cualquier pesar o desventura horrenda
Que el destino disponga reservarme,
La vida de esos vástagos de reyes,
Por mí no me arrepiento se salvase.
El premio que merezco por mis crímenes
En tu poder esta. Como culpable
Condéname si quieres, pero vuélveme
Al que al crimen me hizo así entregarme.
Soy en efecto criminal, Creonte:
Lo confieso, a pesar que ya lo sabes,
Cuando al fin protección te he demandado
Y abracé tus rodillas suplicante.
No te pido un asilo en este reino;
Un oscuro retiro en que ocultarme;
Un pedazo de tierra sólo otórgame.
En él mi vida solitaria pase.
Si de aquí me destierras, no me niegues
Un refugio no más, el más distante
En toda la extensión de tus Estados.
Esta corta merced no has de rehusarme.

CREONTE

No soy monarca tan cruel, ni soy
Capaz de rechazar inexorable
La súplica de un ser que es desgraciado.
Que tal es mi piedad, ya está bastante
Probado, el acoger por yerno mío
A un triste fugitivo, a mil azares
Expuesto, y a merced de sus contrarios
Sin poder y recursos, porque Acastes,
Monarca de Thesalia, el medio busca
De hacerle sucumbir, castigo dándole
A tus crímenes todos. La venganza
Prosigue en contra tuya, de su padre,
Ese anciano ya trémulo y caduco,
Cuyos miembros sus hijas quebrantaron le

En su amor filial extraviadas,
E impelidas a acción tan execrable
Por tu mágico ardid. Mas separando
Su causa de la tuya, sincerarse
Jasón puede muy bien. No están manchadas
De Pelias sus manos en la sangre,
Ni se armaron del hierro, y puro siempre
Ante tus hechos supo conservarse.
Artífice de crímenes no oídos,
Los mas odiosos y los mas infames,
De la mujer te sobra la malicia
Para en ti concebirlos, sin faltarte
Esa audacia del hombre para verlos
Cumplidos con placer abominable.
Tú que no temes al horror y mengua
Que del crimen no pueden desligarse,
De tu presencia libra mis Estados:
Lejos, muy lejos de mis tierras parte;
Vayan contigo tus pasiones fieras;
Contigo al fin nuestros temores váyanse.
A atormentar los dioses ve a otros sitios,
Con tus ocultas, misteriosas artes.

MEDEA

¿Me obligas a partir? Sea en buen hora.
Devuélveme en seguida aquella nave
Que me trajo o al mismo compañero
De mi fuga, en su vez tienes que darme.
¿Por qué me obligas a partir hoy sola?
¿Sola vine yo acaso? No rechaces
El fundado temor de que una guerra
Pudiera ser que llegue a suscitarse,
Y a entrambos nos arroja. ¿Por qué marcas
Tal diferencia entre los dos culpables?
A Pelias por él dile la muerte.
Así, mi fuga, mi vendido padre,
Mi hurto audaz, mi destrozado hermano,
Todas estas acciones y maldades
Que un esposo a su amante desposada
Inspira, no son obras que achacarme
Debes nunca. Sí, ¡todas cometílas,
Mas ninguna por mí!

CREONTE

Si has de marcharte,

¿A qué vienen inútiles discursos?
¿A qué esta dilación?

MEDEA

Voy a alejadme,
Mas mi postrera súplica de hinojos
He de hacerte; tus odios no se ensañen
Castigando en mis hijos inocentes,
El crimen que tan sólo es de su madre.

CREONTE

Vete tranquila; cual a propios hijos
Los trataré, mi amparo siempre dándoles.

MEDEA

Por el regio himeneo que has dispuesto
Y bajo auspicios tan felices haces;
Por la esperanza que en el mismo fundas;
Por el destino de los reinos grandes
Con que juega, impulsada del capricho,
La Fortuna en sus prontas veleidades;
Que me otorgues, te ruego, un corto plazo
A mi partida, sólo, porque abrace
Y prodigue mis últimas ternezas
A mis hijos que pierden a una madre;
La que a morir tal vez ¡ay! muy cercana
Se encuentra ya.

CREONTE

Tener así te place
Algún tiempo, sin duda, en el que logres
Un nuevo crimen cometer.

MEDEA

No es fácil
En tiempo tan escaso. ¿Y qué mal puedes
Temer ahora de mí?

CREONTE

Tiempo no fáltale
Al malvado jamás para cansarlo.

MEDEA

¿Negaras a una mísera un instante
En que verter sus lágrimas?

CREONTE

Me causa
Instintivo terror el otorgarte
Esa gracia. Te dejo un solo día,
Para que en él tu marcha aquí prepares

MEDEA

Eso es mucho: abreviar puedes el plazo.
Obligada yo misma ya a alejarme
De estos sitios me siento.

CREONTE

Si en mis reinos
El sol llega mañana a levantarse
Y no has pasado el istmo, ¡ay de tu vida!
Pero ya me reclama el fausto enlace.
A los dioses tribute en un momento
Tan solemne, mis votos y homenajes.

ESCENA III

EL CORO

¡Cuán temerario el decidido nauta
Que osó primero en frágil navecilla
Hendir las olas pérfidas, dejando
Tras sí la tierra en que nació, y su vida
Confiando al capricho de los vientos,
Al lanzarse en las olas extendidas,
En senda de aventuras, siendo solo
Leve tabla de un tronco recogida,
La que allí su existencia de la muerte
Le separaba entonces! Aun la vista
No se fijaba en el espacio: el curso
De los astros ninguno conocía,
Ni a las claras estrellas sujetábase,

Que esplenden en la bóveda infinita.
Ni las pluviosas Híadas, entonces
Las naves evitar aun no podían,
Ni la influencia de la Cabra; aquella
Del carro que siguiendo ya sin prisa
El no joven Boyero: Entonces Bóreas
Y Céfiro, estos nombres no tenían.
Sobre la inmensa mar osa el primero
Sus velas desplegar Tifiso, y dicta
A los vientos entonces nuevas leyes,
Y tanto sabe aprovechar sus iras,
Cual recibirlos a su vez si llegan
De costado, abatiendo, si precisa,
A medio mástil las entenas altas,
O elevarlas aun mas cuando en su misma
Impaciencia, los vientos todos juntos
E1 tripulante evoca, y cuando erguida
La bandera de púrpura tremola
Sobre la nave rauda y fugitiva.
Nuestros padres lograron esos siglos
De inocencia y virtud. En las orillas
Que les vieron nacer, en paz entonces,
Habitaban, y al cabo envejecían
En la tierra que fue de sus abuelos,
Satisfechos con poco, y por su dicha,
De su nativo suelo los tesoros
Nada más conociendo. Se aproximan,
Las separadas tierras por la naves
De Thesalia, y la mar es sometida
Al golpe de los remos, y se une
A todos nuestros males y fatigas,
Los peligros sin número que ofrece
Un extraño elemento. Allí se mira
Correrlos a una nave desdichada
Y provocarlos tanto en su osadía,
Que costosa le es cuando se arroja
Entre los montes célebres que fijan
Del Euxino la entrada, y se estremecen
Con el fragor del rayo, en tanto altiva
La mar presa entre ellos, a las nubes
Lanza la espuma que en sus olas brilla.
A tal siniestro, Tífiso ya tiembla,
Y abandona el timón su mano fría;
Sus canticos suspende el dulce Orfeo,
Y queda muda su encantada lira;
Argos mismo su voz pierde al instante.
¿Mas qué? Cuando la virgen de Sicilia
Que en el cabo reside de Pelora,
De sus funestos canes circuida,
Les hace aullar a un tiempo ¿quién no
(tiembla
Creyendo que esta horrible gritería
La produce no más un monstruo fiero
Que en las rocas oculta su guarida?
¿Qué terror no sintieran en los mares
De Ansonia, en la región azul y limpia
De las Sirenas pérfidas que suelen
Detener con la dulce melodía
Y los encantos de su voz las naves,
Que por las verdes olas se deslizan,
Y arrastradas se sienten del dios Tracio,
Por los acordes que armoniosos vibran?
¿Qué premio obtuvo tan audaz viaje?
Del áureo vellocino la conquista,
Y Medea, mujer aún más temible
Que temibles nos son las olas mismas,
De los primeros que la mar surcaron
Con tanto arrojo, recompensa digna.
Acatando la mar hoy nuestras leyes,
Doblega su cerviz ya mas sumisa.
No hace falta aquel Argos, bella nave
Por la sabia Minerva construida,
Tripulada por reyes. Por las olas
Se aventura la frágil navecilla.
Se cambiaron los límites antiguos,
Y las gentes ciudades edifican
En nuevas tierras. Dondequier el mundo
Se cubre de naciones muy distintas,
Y en su anterior lugar nada se encuentra:
Todo en trastorno general se mira.
El agua fresca del Araxe bebe
El indio: el persa allí su sed mitiga,
En el Elba y el Rhin. Llegara un tiempo
En el camino que los siglos sigan.
Que el Océano extenderá del globo
El circulo, ofreciendo a la osadía
De los hombres, ignota, inmensa tierra.
Nuevos mundos la mar dilatadísima
Llegará a revelarnos, y cual linde
Del inundo no será Thule ya vista.

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA
LA NODRIZA, MEDEA
LA NODRIZA
¿Adónde vas tan rápida, hija mía?
Detente ya; la cólera modera;
Mitiga ese frenético arrebato.
Cual furiosa bacante que va llena
Del dios que así la agita, a la ventura
Va cruzando del Pindo las laderas
Que recubre la nieve, a la alta cumbre
Del Nysa, allí la mísera Medea
Iracunda agitándose, en su rostro
Con la expresión del vértigo que ciega.
Sus facciones se abultan al esfuerzo
Que en su difícil respirar, la altera.
Prorrumpe en gritos, con placer sonríe
Y de llanto sus parpados se llenan:
En su semblante las pasiones todas
A su vez van pintándose funestas.
Amenaza, vacila, llora, gime,
Se encoleriza. ¿En quién de tan inmensa
Y tremebunda ira en su venganza,
Ira el peso a caer? ¿Dónde la horrenda
Tempestad va a estallar? Su rabia impía
Que el ánimo suspende y amedrenta,
Ya limites no tiene. No es un crimen
El que a sus solas mísera proyecta,
Común y fácil, ni delito usado
El que medita en su rencor: a ella,
A ella misma a excederse va sin duda,
Va a avergonzar a la salvaje hiena.
Yo la he visto otra vez con las facciones,
A la cólera horrible descompuestas.
Propínese esta vez algo espantoso,
Cruel, impío, abominable: es fuerza
Que algo ocurra, porque es la rabia suya,
La que respira hoy. ¡Que falso sea
Lo que presiento así! ¡Que yo me engañe
Los altos dioses del Olimpo quieran!

MEDEA

Si pretendes saber, en tu desdicha,

Cuanto debes odiar, también recuerda
Cuanto amaste..... Sin horrida venganza
Este enlace real, ¿cómo Medea, Yo,
Medea, sufrir? ¿Y sin provecho
Este día pedido con bajeza
Y con viles desprecios alcanzada, veré perdido?
En tanto que mantenga
Su equilibrio en los aires nuestro mundo;
En tanto que los astros den sus reglas
Y su curso a las varias estaciones,
Y contarse no puedan las arenas,
Y el sol produzca el día, y que la noche
Esmalte el cielo azul todo de estrellas,
Y encima de las ondas intranquilas
En el cielo la Osa se suspenda,
Y que caminen a la mar los ríos,
La sed de la venganza que me quema,
Y devora, muy lejos de extinguirse,
Crecerá con más hórrida violencia.
Ni la rabia, el furor que anima ardiente
El crudo instinto de salvaje fiera;
Ni Scila ni Caribdis cuyas simas
De Sicilia y de Ausonia la ola inquieta
Absorben, ni aquel monte cuyo peso
A Encelado así aplasta, el rojo Etna,
Aun podrán igualar al odio mío,
Al violento furor de mi inclemencia.
Ni el torrente mas raudo, ni los mares
Mas turbados, que braman y se encrespan,
Ni del Euxino el curso apresurado
Que furibundo el aquilon subleva,
Ni la llama agitada por el viento
Que ruge más feroz; nada pudiera
Detener de mi cólera el impulso.
¡Que todo se destruya y desparezca!
¿Dirá Jasón acaso que a Creonte
Y que al poder del que en Thesalia reina,
Ha temido? En verdad que nada teme
El verdadero amor. Cedió a la fuerza;
Fue débil, pero al menos a su esposa
Pudo ver, procurándose con ella
Una corta entrevista. ¡ Hombre tan fiero
No pudo ser audaz! Fácil le era
Obtener de Creonte, el retrasarme
Mi partida cruel. !Y se me deja
Para abrazar mis hijos solo un día!
No es mucho, no; mas me conformo: sea,
Porque sabré emplear con buen acierto,
El tiempo tan escaso que me resta.
En éste día, en este, uno tan sólo,
Extrañas cosas se verán; de ellas
En los futuros días ha de hablarse.
Provocara a los dioses mi soberbia.
Alzaréme en su contra, y yo en mí saña
He de agitar a la natura entera.

LA NODRIZA

Tu razón se turbó con la desdicha.
Apacigua tu espíritu, princesa.

MEDEA

No tendré calma alguna hasta que todo,
Conmigo en el abismo se sumerja.
¡Conmigo ya sucumba el universo!
Todo conmigo sin piedad perezca.
Dulce es morir, si tras de sí se arrastra
A su ruina súbita y completa.

LA NODRIZA

Si en tu empeño persistes, no te burles
Del peligro que corres; en él piensa.
Imposible es sin riesgo, de los reyes
Provocar el enojo y la soberbia.

ESCENA II

JASON MEDEA

JASON

¡Oh bárbaro destino! ¡Suerte impía,
Cruel de igual manera, ya contraria
O favorable ya! Los dioses altos
No saben encontrar a mis desgracias
Sino remedios ¡ay! que son peores,
A los mismos pesares que me matan.
Si la fe conyugal guardar deseo
Que a mi esposa juré, la muerte infausta
Me es preciso afrontar, y si la muerte
De mi he de rechazar, tiene mi alma
Que ser perjura entonces. No es el miedo
El que olvidar me hace las sagradas
Promesas del esposo; el temor solo
De mí ternura inquieta y alarmada,
Porque la muerte de mis hijos fuera
Seguida de mi muerte sin tardanza.
Si tú, Justicia incorruptible, habitas
En el cielo, te invoco de mis ansias
Por testigo. En el trance tan terrible
En que mi triste espíritu se halla,
Tal sacrificio por mis hijos cumplo.
Su madre a no dudarlo, así enojada,
Es violenta, y su genio, es irascible;
Mas a sus hijos que a su esposo ama.
Probaré con mis súplicas a ella.....
Ya a mi vista, su cólera y su saña
Se despiertan. Retratase en su rostro
El odio concentrado: en él se hallan
Las iras que se agolpan tremebundas,
En el oscuro fondo de su alma.

MEDEA

He de huir, oh Jasón: huiré; el destierro
No es nuevo para mí; mas sí la causa
Que me conduce a él. Por ti es preciso
Que haya al fin...Ya abandono esta comarca.
Partiré, mas al ser de tu palacio
De este modo tan pérfido arrojada,
¿Adónde quieres tú que me encamine?
¿A Phasis, Yolcos, la que fue mi patria
Y de mi padre el reino? ¿A las llanuras
Con sangre de mi hermano ya regadas?
¿Qué mares debo atravesar? ¿Adónde
Mi errante paso dirigir me mandas?
¿De Euxino he de cruzar por el estrecho
Donde conduje las gloriosas armas
De un ejército audaz todo de héroes,
Y siguiendo a través las Simplégadas
A un adúltero amante? ¿Por asilo
Me quieres dar los valles de Thesalia
O bien Yolcos humilde? Cuantas sendas
Te dije, para mí tengo cerradas.
¿Adónde, pues, me envías? El destierro
Me impones, pero no me dices nada
Del lugar donde debo al fin sufrirlo.
Es preciso partir, pues me lo manda
El altivo Creonte: le obedezco.
De sus desprecios siéntome abrumada:
Los tengo merecidos. De su cólera
Apure la crueldad ese monarca
En la triste rival de la hija suya;
Encadene sus manos; en la infausta
Prisión la abisme y en eterna noche
De horrible sufrimiento. Resignada
Considero que es menos tal castigo,
Que el que sufrir merezco por mis faltas,
Ser ingrato, recuerda aquellos toros
Que vomitaban abrasantes llamas,
Y a los tuyos y a ti de inmenso espanto
En las venas la sangre les helaba;
En la llanura aquella donde viste
De súbito salir la mies extraña
De guerreros armados, hijos todos
De la tierra, los cuales en su audacia
Al mandato no más de la voz mía,
Hicieron entre sí fiera matanza.
El escudo recuerda de aquel Frigio
A quien rico despojo conquistaran,
Y el dragón que el espanto era de todos,
Y despierto, en continua vigilancia,
Obligado a ceder por vez primera
De irresistible sueño a la asechanza;
Mi hermano muerto y los delitos tantos
Que en un crimen ya único se hallan
Para mí resumidos, y los hijos
De Pelias que osaron engañadas
Por mis artes, en míseros fragmentos
Destrozar a su padre, en la esperanza
De que con nuevo ser reviviría,
Porque así lo anunciaron mis palabras.
No olvides, no, que por seguir tus pasos
A otro reino, yo el mío abandonaba,
Por los hijos que esperas de tu esposa,
Por la paz que te ofrece el regio alcázar
De Creonte; por esos indomables
Y fieros monstruos que vencí en batalla;
Por mis manos dispuestos a servirte
Y a tu sola defensa consagradas;
Por el cielo y la mar, fieles testigos
De promesas que hicieren nuestras almas;
Ten piedad de esta mísera; mi labio
Te lo mega; concédeme por gracia,
En medio de tu próspero destino,
El premio de esos bienes que te daba.
De las riquezas todas que el Scita
Se apoderó tan lejos, y a mi patria
De los índicos campos florecientes
Ha traído, de aquellas que eran gala
Allí en nuestros palacios; los montones
De oro que en los mismos rebosaban,
Siendo entonces espléndido ornamento
De nuestras verdes selvas dilatadas;
Nada traje en mi fuga: solamente
Los miembros de mi hermano, y tú la causa
De todo, porque a ti he sacrificado
Padre y hermano, mi pudor, mi patria.
Tal es el dote que me diste. Dame
Estos bienes que al fin hoy me arrebatas.


JASON
La existencia quitarte pretendía
Creonte en su furor, pero a mis lágrimas
Conmovido, decreta ya tan sólo
Tu destierro. Concédeme esa gracia.


MEDEA
¡Mi destierro! ¿Y lo mira cual castigo?
Un favor es más bien.

JASON
Pues sin tardanza Huye, sí; tienes tiempo.
De los reyes La cólera es terrible y anonada.

MEDEA
¿Y tu consejo es ese? Y por tu esposa
Mi fuga así pretendes? ¿Y librarla
De una odiosa rival así procuras?

JASON
¡Y por tales amores tan airada!
¡Culparme en su rencor así Medea,
Cual si yo sus desdichas provocara!

MEDEA
Te reconvengo, sí; por tus perfidias,
Tus negros homicidios y venganzas.

JASON
¿De qué crímenes puedes acusarme?

MEDEA
De todos los que hice.

JASON
¡Eso faltaba!
Que de todos tus crímenes infaustos,
Como su autor, cual dices, me tomaran.

MEDEA
Los tuyos son sin duda, mis delitos.
El crimen es de aquel que al fin alcanza
El fruto que produce. Aun cuando fuese
Por las gentes, por todos infamada,
Tú solo en mi defensa deberías
Sostener mi inocencia. Quien se halla
Culpable por ti solo, ser debiera
Pura a tus ojos y en su honor sin mancha.
JASON
La vida es un suplicio, si se siente
Vergüenza de tenerla y de alentarla.

MEDEA
Cuando tal beneficio así avergüenza,
Conservarse no debe.

JASON
Digna calma
Templar debiera tu furor cruento.
De tus hijos acuérdate.

MEDEA
¡No! ¡Calla!
Yo reniego de ellos: los rechazo,
Si ha de darles hermanos la que llamas Tu esposa.

JASON
Como reina prestar puede
A los hijos de madre destronada
Un asilo, y es harto poderosa
Para darles su amparo en su desgracia.

MEDEA
¡ Ay, los dioses perdónenme la afrenta
De ver mi sangre ilustre así mezclada
Con la sangre de estirpe tan inicua!
¡Que aquellos que del Sol hijos se llaman,
A los hijos de Sísifo se vean
Unidos cual si fuesen de su raza!

JASON
¿Por qué ese afán cruel de que así entrambos
Nos perdemos a un tiempo? Al punto marcha:
Te lo ruego.

MEDEA
Mis súplicas ha oído
Hasta el mismo Creonte.

JASON
¿Acaso alcanza
Mi poder a salvarte? ¿Qué hacer puedo?

MEDEA
Por mí, hasta el crimen.

JASON
En sus férreas garras
Dos monarcas me tienen.

MEDEA
A Medea,
En ese mismo extremo que te hallas,
Tienes tú, que es más fuerte y más temible.
La prueba hagamos: esgrimir mis armas
Combatiéndolos déjame, y sea el premio
Del triunfo Jasón, en la batalla.

JASON
Mis fuerzas ha agotado el infortunio:
Tú misma teme ser atormentada
De nuevo por los males que sufrimos,

MEDEA
La Fortuna de mí siempre fue esclava.

JASON
Acastes se aproxima; aquí más cerca,
Es temible Creonte.

MEDEA
Huya tu planta
De entrambos: yo no exijo que levantes
Contra tu nuevo príncipe tus armas.
No te exige Medea que tus manos
Se manchen con la sangre derramada
En la regia familia que te encuentras.
Sígueme luego, y tus virtudes guarda.

JASON
¿Y quién ha de acudir a defendernos,
Si Creonte y Acastes se aliaran?
¿En tan doble contienda, quién nos sigue?
Es empresa imposible y temeraria.

MEDEA
A sus huestes añade la de Yolcos
Bajo el mando de Eetes, su alianza
Con los Scitas y los griegos fuertes,
Y a todos los veras bajo las aguas
De la mar perecer.

JASON
El áureo cetro Un terror inmensísimo me causa.

MEDEA
Codícialo más bien.

JASON
Pudiera acaso
Sospechosos hacemos nuestra platica,
Y seguirla es expuesto.

MEDEA
Pues te muestras
De tal modo, oh tú Júpiter que mandas
En los dioses; resuene en los espacios
Del trueno el ronco son; la diestra arma,
Y el universo quebrantado estalle
Al rayo aterrador de las venganzas.
Al ser que debe aniquilar no elija:
El ó yo, que el que sufra al fin su saña,
Un culpable será: no se equivoca
Cayendo sobre entrambos.

JASON
Con más calma
Discurre, y más discretos pensamientos
Te dominen, pues, ya. Si en el alcázar
De Creonte, existiera algo que temple
De tu destierro la amargura tanta,
Pedirlo puedes.

MEDEA
Mi desprecio tengan
Los tesoros que guardan los monarcas.
Que siempre así los desprecié no ignoras.
Deja que solo con mis hijos vaya
A mi destierro; en él que me acompañen,
Y en su seno verter pueda mis lágrimas.
Tú tendrás nuevos hijos.

JASON
Bien quisiera
Acceder complaciente a tu demanda.
Quisiera, sí; pero el amor paterno
Me lo impide, y Creonte no alcanzara
De mí nunca, jamás tal sacrificio
Aunque es rey. Son los lazos que me atan
A la vida, y el único consuelo
En los rudos tormentos que me asaltan.
Antes más bien, renunciaré hasta al aire
Que respiro, a mis miembros, a la clara
Luz que aparece con el nuevo día;
A la luz, que es la vida y la esperanza.

MEDEA
¡Cuánto quiere a sus hijos!; Cuanto
(sufre!
¡En mi poder esta! ya donde alcanza
Mi mano a herirle, sé. Deja que al menos
Con mis últimos besos les dé el alma.
Tan supremo favor que así te pido,
No me puedes rehusar. Cuanto en mi rabia,
Mis arrebatos dije, olvida al punto.
Un recuerdo más grato de mí guarda,
Y bórrense esta, vez de tu memoria,
Cual hijas del despecho, mis palabras.

JASON
Al olvido las dí. Sólo te ruego
El exceso moderes que te causan
Tus infortunios tantos; que procures
Que el reposo en tu pecho al fin renazca.
Con la mayor resignación se endulza
La amargura que aflige en la desgracia.

MEDEA
¡Se va!..... ¡Y así me deja! ¡Así se olvida
De mí, de mis tormentos, y de tantas
Pruebas de amor y beneficios tantos!
¡A qué funestos crímenes me lanza!
¿Ya de mí no se acuerda? ¡Oh, ya nunca
Te podrás acordar! Vamos, prepara
Tus recursos, Medea, tus malicias

Y todo tu poder. Al fin alcanzas
Conocer bien el crimen, como fruto
De tantos como has hecho siempre impávida.
Disponte ya al castigo no esperado;
Hiere en el sitio en donde no se aguarda
Ni la defensa se previene. Ahora
La astucia no me sirve; es recelada.
¡Adelante! Es preciso que ejecutes
Lo que está en tu poder. ¡Valor y audacia!
Y tú, débil nodriza, de mis penas
La confidente sólo, y mi compaña
En mi inquieta existencia, ven; secunda
Mis propósitos tristes. Aun se halla
En mi poder un manto que es prodigio,
Celeste don que mi familia guarda
Y del trono magnífico de Yolcos,
La más hermosa y deslumbrante gala,
Por el Sol a mi padre concedida
Como señal de su progenie alta.
Tengo aún una espléndida diadema
Y un collar que es de oro en que se esmaltan
Brillantes piedras, que en mi adorno uso.
A la feliz esposa estas alhajas
De mi parte ofrecidas por mis hijos
Quiero, pues, que le sean: impregnadas
Serán antes por mí de un filtro mágico
Que conoce mi ciencia y mi venganza.
Invoquemos a Hécate y vamos luego
Al fúnebre holocausto, y ante el ara
Acudiendo en seguida, se levante
Del sacro fuego la esplendente llama


ESCENA III

EL CORO
Ni la violencia de voraz incendio,
Ni el impulso del viento, ni del dardo
La rapidez, se igualan en temibles
Al furor y la cólera asociados,
De la mujer que repudiada, a un tiempo
El odio abriga y el amor infausto.
Cuando la brusca tempestad de súbito
Se desata, en sus soplos es el ábrego
Menos fiero, y aun es menos furioso
El Danubio al lanzarse en curso rápido
Destruyendo los puentes, de sus márgenes
Saliéndose indomable y desbordado.
Aun el Ródano es menos temible
Cuando rechaza el poderoso amago
De las olas riel mar; menos temidos
Son los roncos torrentes engrosados
Con las nieves del fiemo derretidas
Del sol ardiente a los hermosos rayos.
El amor que se agita por el odio,
Ciego es: nada puede moderarlo
Y detenerle nada: arrostra al punto
Hasta la muerte misma, y vuela impávido
Ante la punta de la espada. ¡Oh dioses, Piedad!
Vuestra clemencia os imploramos.
Las horas proteged del héroe invicto
Que las olas del mar ha doblegado.
Mas el rey de las olas, la venganza
Del ultraje a su imperio, está anhelando.
El vanidoso joven que atrevido
Del Sol eterno dirigiera el carro,
Y olvidó de su padre las lecciones,
Sufrió el castigo a su imprudencia, infausto,
Y envuelto entre las llamas con que al
(mundo Dio catástrofe tal, se vio abrasado.
No sin peligro por iguales sendas
Se aventura el audaz. Seguid el paso
Y el seguro camino que de ha tiempo
Vuestros dignos mayores os trazaron,
Y en vuestro ardor febril nunca intentéis
Romper aquellos límites sagrados
Que los mundos separan. Todos esos
Los que célebres remos han usado
De atrevidos bajeles, y su sombra
A las sagradas selvas les quitaron
Allá en el Pelión; todos aquellos
Que entre escollos movibles y entre bajos
Lanzáronse después; los que peligros
Sin número, en los mares afrontando,
En las distantes costas al fin viéronse
De un país agresivo, adusto y bárbaro,
Para buscar el oro que llenaba
En su avidez sus codiciosas manos;
Su sacrílega audacia con la horrenda
Y provocada muerte han expiado.
Por vengar sus derechos, desafía
El abismo a los nautas mas impávidos.
De entre todos es Tífiso el primero:
Deja el timón en inexpertas manos;
Sufre la pena del fatal descuido;
Muere lejos al fin de tus Estados,
Y en la tumba común yace hasta el día.
En la sombra, sin gloria y olvidado.
Aulis detiene en el seguro puerto
Las impacientes naves de su mando,
En la contraria calma, noticioso
De la muerte que halló su soberano.
El hijo de Calíope, el que hacia
Con su armoniosa lira el curso rápido
Suspender de los ríos, y a los vientos
Imponía el silencio, y que lanzando
A torrentes armónicos sonidos,
Al ave hizo olvidar sus dulces cantos,
Y obligaba a los bosques a seguirle;
De Tracia en las llanuras destrozado,
Su cabeza del Hebro dio a las olas
Que tristes la acogieron murmurando.
Para siempre revive, desde entonces
De la Stigia en las márgenes y el Tártaro.
De los hijos del Bóreas se vio Alcides
Vencedor. Casi muerto por su brazo,
De Neptuno fue el hijo tan famoso
Por tanta metamorfosis. Tan bravo
Adalid a su vez cuando la tierra
Y la mar hubo al fin pacificado.
Después de haber las puertas del imperio
De la sombra eternal hecho pedazos,
Encontróse tendido y aun con vida
En la hoguera del Eta, y ya entregando
A la llama voraz todo su cuerpo,
Consumido perece ante el engaño
Como aleve funesto, por el traje
Sangriento de aquel Neso, regalado
Por su postrera esposa enamorada,
Anceo halló su muerte a los estragos
Del cruel jabalí, y en sus colmillos;
Y tú a tu vez, temible Meleagro,
Con tus impías manos degollaste
De tu madre a los míseros hermanos,
Cuya muerte vengada con la tuya
Fue por ella. ¡Oh que crímenes nefandos!
Tales héroes la muerte merecieron.
¿Mas qué crimen pudiera haber culpado
A aquel tierno mancebo que no pudo

Encontrar el gran Hércules, y al cabo
Pereció en la corriente, en una ola
Apacible y ligera? ¡Héroes magnánimos,
Afrontad de la mar esos azares,
Sufrid sus iras y sus riesgos tantos,
Cuando un simple riachuelo así os ofrece
Tales peligros en su curso manso!
Idmon no obstante de su oculta ciencia
De lo que está por ser, fue devorado
Por una sierpe en la arenosa Libia,
Y Mopsas que en su acierto confiando,
A su vez anunció a sus compañeros
Su muerte infausta, desmintió su oráculo:
Él solo sucumbió lejos de Tebas.
A creer sus proféticos relatos.
A errante vida vióse en el desierto
El esposo de Tétis condenado.
Aquel que las hogueras engañosas
Pretendía encender, el fuerte Maullido,
Por vengarse del Griego, vino entonces
A encontrar en su vez un fin infausto;
A lanzarse en el fondo de los mares.
Aquel hijo de Oleo, así expiando
De su padre los crímenes, hundido
En las olas se vio por fiero rayo.
Generosa y magnánima Alcestea
Por salvar de Thesalia al soberano,
Su esposo, sucumbió; y aquel, por último,
Que mandó trasportar el asiático
Despojo, y en su nave, la primera,
El áureo vellocino, aquel tan bravo
Pelias, cuando el mundo cruzó todo,
En hirviente caldera fue arrojado;
Y quien así brilló sobre la tierra.
Fue consumido en tan estrecho espacio.
¡Oh deidades potentes! ya a los mares
Vengasteis con exceso. Sed mas blandos,
Y a Jasón perdonad: a su despecho
A esa empresa atrevida fue lanzado,

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA

LA NODRIZA

¡Oh qué espanto, qué horror del alma mía
Se apodera! Las iras que destrozan
De Medea el espíritu, recrecen,
Se inflaman y renúevanse espantosas.
Y su delirio con furor renace.
En tales arrebatos que acongojan,
Ya la oí muchas veces, a los dioses
Osada apostrofar, ardiendo en cólera,
Y al mismo cielo hacer que a su obediencia
Se mostrase sumiso. Mas ahora
Debe ser más terrible y más extraño
Lo que está meditando allá a sus solas;
Porque apenas veloz de aquí marchóse
Para encerrarse en la mansión umbrosa,
Su cruel santuario, en él despliega
Su poder que es tan grande, y confecciona
Esos filtros que siempre vio con miedo,
Y todo cuanto sabe que provoca
Los males, los ocultos maleficios,
Y que nadie es posible que conozca.
Sobre el ara fatal su diestra mano
Extendiendo iracunda y misteriosa,
A cuantas rudas fieras de la Libia
Producen las arenas ardorosas;
Cuantas oculta la guarida helada
Bajo la eterna nieve que está en toda
La comarca de Tauro; a cuantos monstruos
Pudieran haber, a su presencia evoca.
A sus mágicas voces atraídos,
Innúmeros reptiles abandonan
Sus inmundos refugios. Una sierpe
Ya vetusta, adelantase y se enrosca,
Y deshace después no sin esfuerzos,
Los dilatados círculos que forma.
Agita sus tres dardos; con sus ojos
Busca su presa, amenazante y torva,
Mas los mágicos gritos la detienen;
Repliega sus anillos recelosa.
Y en espiral su cuerpo deja erguido.
«Los monstruos que nacieron en las hondas
Guaridas de loa troncos, no me ofrecen,
Medea así murmura misteriosa.
Sino vulgares, míseros recursos.
Al cielo es al que debo esa ponzoña.
Que mata demandar. Tiempo es que olvide

Los comunes encantos. Baje ahora
A mis conjuros la serpiente enorme
Que en el cielo se extiende pavorosa
Como si fuera dilatado rio,
Y la cual con sus nudos aprisiona
A dos monstruos, que siempre favorecen,
El mayor a los griegos en sus glorias,
Y el menor a los tirios. Serpentario
Los brazos abrirá con que sofoca
Al reptil gigantesco, y su veneno
Le obligara a que arroje sin demora.
También anhelo que a su vez sumiso,
Al eco de mi voz Pitón responda;
El que con dos deidades sin espanto,
En su ira maléfica y sañosa,
Se atreve a combatir. Quiero que pronto
De Lerna aquella hidra aterradora
Venga a mí con sus múltiples cabezas
Que renacer se vieron asquerosas
Bajo el brazo de Hércules; y a un tiempo,
Oh tu el dragón de Yolcos, llega ahora;
Acude, tú el custodio vigilante
Que fue el espanto de las gentes todas,
Y el que por vez primera adormecido
A mi mágica voz, cedió en su cólera.»
Cuando siniestra convocó a los monstruos,
Confundió aquellas plantas venenosas
Que nacen en las cúspides inhiestas
Del Eríx. y en las nieves que rebosan
Eternas en el Cáucaso, regadas
Con negra sangre que del pecho brota
Del triste Prometeo, y la que sirve
Para dar su maléfica ponzoña
A las flechas de indómitos guerreros
De la Arabia Feliz, de Medas tropas
Al arquero, y al Parto belicoso
Y aquellas recogidas en las sombras
De la selva Herciniana, en clima helado,
Por los fuertes Suevos. Cuantas hojas
De veneno infiltradas reproduce
La tierra en esta época en que forman
Los pájaros sus nidos; las que engendra
Cuando la selva el aquilón azota
Y con sus soplos bruscos y temibles
De sus floridas galas la despoja,
Cuando el rigor del frio ha encadenarlo
A la región terrestre; cuantas otras
Yerbas extrañas de virtud diversa,
Mortal veneno esconden, se ven todas
Retorcidas y así por sus raíces
Los maléficos jugos que atesoran,
Extraídos a un tiempo. Entre sus manos
Estrújalas Medea. De las lomas
De Athos en Thesalia, la una vino,
De las cumbres del Pindo aquella.
Adorna La levantada cima del Pangeo,
La que su tierna frente débil dobla
A la cortante hoz. De tales plantas
Unas fueron cogidas en remotas
Comarcas y del Tigris en las márgenes
El de profundas aguas; fueron otras
Del Danubio en la orilla; y en las áridas
Llanuras donde corren y se agolpan
Las aguas del Hidaspe que en su curso
Arrastran sin cesar piedras preciosas,
Y en las riberas del undoso Betis
Que da su nombre a las comarcas todas
Que baña cuando corre ya a extinguirse
Del mar de Hesperia en las tranquilas olas.
Las unas con el hierro se cortaron
Cuando el sol ya no guía su carroza,
Las otras en la noche más profunda,
Entre las tristes y siniestras sombras;
Y por último, aquellas se arrancaron
Por la encantada uña poderosa,
De la maga fatídica. Medea
El vegetal mortífero reboza
Y riega con veneno de serpientes
Y de siniestras aves la ponzoña,
Con la sangre humeante y el negruzco
Corazón de algún búho, y las ya rotas
Entrañas vivas del fatal mochuelo
Cuyo quejido es lúgubre y asorda.
La malévola maga así reúne
Tan varios elementos; los que logra
Ver penetrados del activo fuego
Que es mas abrasador y mas sofoca,
Y del frío extremado. A todo entonces
Añade sus no menos tenebrosas
Y terribles palabras. Pero escucho
El rumor de sus pasos. Ya las fórmulas
Sagradas en sus labios se pronuncian,
Y el mundo se estremece a su voz sola.

ESCENA II

MEDEA
Oh fúnebres deidades, ciego caos,
Alcázar del monarca del Averno,
Negras sombras, cavernas de la muerte
Defendidas del curso soñoliento
De los tartáreos ríos, yo os invoco
Y vuestro auxilio en mi venganza quiero.
Almas culpables, suspended ahora
Vuestros suplicios hórridos, y luego
Presurosas venid: vuestro concurso
Dé esplendor y grandeza a este himeneo.
La piedra singular que despedaza
Del rendido Ixion los tristes miembros,
Deténgase y tocar le haga la tierra,
Y Tántalo beber pueda sereno
Las aguas del Pirene. Necesito
Del que mi esposo ha sido, para el suegro,
El más desconocido, el más insólito
De todos los suplicios y tormentos; Q
ue la roca de Sísifo movible,
Sus brazos deje descansar, y presto,
Oh Danaides. vosotras que así en vano
Gastáis con tal constancia inútil tiempo
Sin tregua, con ardor y con fatiga,
En desear vuestros toneles llenos;
Venid todos, venid: digna es la empresa
Que hoy yo debo cumplir, de vuestro esfuerzo.
Y tú a quien llaman mis conjuros todos,
Tú el astro de las noches, al momento
A la tierra desciende con la forma
Más siniestra y temible, y los horrendos
Terrores tan vivísimos que infunde
Tu triple rostro de tan vario aspecto.
Por ti, según costumbre de mi patria,
En mis hombros soltando los cabellos,
Vagué en el bosque solitario errante
Y con desnudos pies; hice del cielo
Sin nubes, descender copiosa lluvia;
Bajar hice los mares; hice luego
Retroceder al fondo de su abismo
A las olas que agitan el inmenso
Océano. Turbé de la natura
Las leyes, mi poder así ejerciendo,
Y a la vez ofrecí la luz del día
Y los nocturnos astros de los cielos,
Y a la Osa obligué que a hundirse fuera
En las olas que nunca la admitieron.
Troqué las estaciones; del estío
Hice brotar bajo el ardiente fuego,
A las lozanas flores, y las mieses
Maduraron al frio del invierno.
Hice de Phasis el potente curso
A su origen volver; tuve sujeto
El del Danubio; encadené sus ondas
En sus cauces distintos. A mi anhelo
Engruesase la mar sin el auxilio
De los terribles y encontrados vientos;
Las selvas a mi voz sus densas sombras
En luz trocaron; de alumbrar el cielo
El mismo sol en su carrera ardiente,
Cesó al mandato de mi altivo acento.
Temblar hice a las Híadas. Oh Hécate,
A tu solemne sacrificio es tiempo
Que al fin asistas. Con sangrienta mano
La corona formé, sólo en mi afecto
Hacia ti. que circunda nueve veces
La serpiente que fue parte del cuerpo
De Tifoe, que indómito y osado,
Del alto Jove conmovió el asiento.
Del pérfido reptil tiene la sangre
Que a Deyanira al sucumbir dio Neso;
De la hoguera de Etha las cenizas,
E impregnada se encuentra del veneno
Que consumió de un Hércules las carnes.
De Althea aquí la llama estas ya viendo,
De aquella tierna hermana y madre fiera
En su venganza horrífica, y a un tiempo,
Las plumas que ostentaron las Arpías
Y en un antro dejáronlas, huyendo
Del aligero Zetes, y las otras
Que tan famosas a su vez se hicieron,
A las aves de Sínfalo arrancadas,
Por los agudos dardos tan certeros,
Los que templados fueron en la sangre
De la Hidra de Lerna, el monstruo horrendo
Mas el ara estremécese: conozco
Qué deidad favorable, en tal momento
Mis trípodes agita: ya de Hécate
El carro rapidísimo contemplo,
No el que conduce en las umbrosas noches
Cuando refulge en el oscuro cielo
Con vivas luces su argentino disco,
Sino aquel en que sube cuando siendo
Vencida por los pérfidos encantos
De las mujeres que habitan en el suelo
De Thesalia, la lúgubre apariencia
Toma, y reduce a su ademan siniestro,
La curva que describe en el espacio
Sin límites del ancho firmamento.
Esa pálida luz triste y sin brillo
Que en los sutiles aires va vertiendo,
¡Cuán me place! ¡Oh deidad, a las naciones
Infundes tú desconocido miedo!
Llama, pues, porque vengan en tu auxilio,
A los corintios címbalos. Te ofrezco
Un solemne holocausto sobre un césped
Que empapado está en sangre. Por ti enciendo
Con antorchas sacadas de las tumbas,
Esos errantes y nocturnos fuegos;
Por ti pronuncio las sagradas frases,
Mi vista a un lado y otro dirigiendo;
Por ti a merced del aire y esparcidos,
A mi espalda, abandono mis cabello
Por una cinta apenas sujetados,
Cual si asistieran a fúnebre cortejo;
Con ti este ramo de ciprés sacudo,
En las aguas que corren entre el cieno
De la Estigia mojado, y tan desnuda
La parte superior ves de mi cuerpo,
Cual lúbrica bacante; y ya mi brazo
Con el puñal sagrado en el momento
Voy a herir y a verter mi sangre misma
Sobre el altar que en mi presencia tengo
Acostúmbrate, pues, oh diestra firme,
A manejar el sanguinoso acero
Y a hacer correr la sangre que me es cara.
Ya me he herido, y saltar súbito veo
El sagrado licor. Si así te invoco
Tantas veces, perdóname mis ruegos
Importunos. Ahora cual fue siempre,
Es Jasón quien me obliga a que de nuevo
Implore tu asistencia. Haz se introduzca
En este traje de tan rico aspecto
Que destino a Creusa, el más activo,
Poderoso, eficaz de los venenos;
Y al vestirlo devórele la llama
Sutil, hasta abrasar sus mismos huesos.
Pondré en este collar fuego invisible,
El que dado me fue por Prometeo,
Tan crudamente castigado un día
Por aquel hurto audaz que hizo en el cielo,
Y que el arte enseñóme de servirme
Del mismo, con feliz y pronto éxito.
Otro fuego Vulcano también dióme,
En leve capa sulfurosa envuelto.
Otros activos que produce el rayo,
Cual el sacado de Facton, poseo,
De aquel hijo, cual yo, del Sol ardiente.
También las llamas de Chimera tengo,
Y aquellas otras que los bravos toros
De Yolcos inflamaban en sus pechos.
Con la hiel de Medusa están mezcladas
Porque conserven su virtud. Mi ruego
Atiende por favor, divina Hécate;
Acrecienta el vigor de estos venenos,
Su horrorosa virtud, y con la tuya
Alienta la semilla de este fuego
Que encubren mis presentes. Haz que al
punto
A su contacto y vista, los recelos
No puedan suscitarse, y que penetre
De improviso en las venas, en el seno
De mi odiada rival; que sin tardanza
Su ser se descomponga, y que sus huesos
Se disipen cual humo, y que abrasados
De tan gentil esposa los cabellos,
Más fúlgido esplendor de sí despidan
Que la antorcha encendida en su himeneo,
Mis votos son cumplidos. La alta Hécate
Triple aullido hace oír ronco y tremendo,
Y la luz de su antorcha funeraria
Ha dado la señal en el momento.
El encanto cumplióse,
A mi presencia
Haré vengan mis hijos que muy luego
Llevaran estos dones tan preciosos
A mi feliz rival. Adiós, os dejo,
Hijos ¡ay! de una madre infortunada.
Por las dadivas estas que os entrego,
Ganad el corazón de una querida
Y el de una madrastra. Partid presto
Para que pueda aun entre mis brazos
Gozar vuestras caricias que ya pierdo.




ESCENA III
EL CORO
¿A dónde descompuesta, extraviada
En su cruel amor, parte corriendo
Esa loca bacante? En el delirio que la devora así,
¿qué crimen nuevo
Medita aún? Su rostro esta inflamado
Por la violenta cólera, y con gestos
Feroces y temibles, con soberbia
Su frente eleva; su ademan siniestro
De amenaza es al rey. ¿Quién se pensara
Que sentenciada encuéntrase al destierro?
Al ardiente calor de sus mejillas,
La palidez sucédese; el reflejo
De todos los colores va mostrándose
En su mudable faz. Lanzase luego
Por donde quier al modo que la hembra
Del tigre, a quien quitaron sus hijuelos,
En la veloz carrera va husmeando
De las selvas del Ganges los senderos.
Así no sabe dominar Medea
Ni su amor ni sus odios tan funestos.
¿Qué podrá acontecer? ¿Cuándo esta furia
Nacida en Yolcos, dejara en sosiego
Esta hermosa comarca? Cuando, al cabo,
De su presencia librara a este reino
Y a nuestros reyes, del terror que inspira,
Por su espíritu audaz, torpe y maléfico?
Oh Sol, las riendas de tu ardiente carro
No aflojes; antes bien, deja que el velo
De la noche, suceda de tus luces
Al siempre grato resplandor benéfico,
Y que el astro aparezca que a este día
De inquietud y de azares, ponga término.

ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA UN MENSAJERO, EL CORO, LA NODRIZA, MEDEA, JASON

EL MENSAJERO
Ya todo ha perecido: ya no existe
Esa egregia familia: sólo quedan
De la hija y del padre, ya mezcladas
Las calientes cenizas.

EL CORO
¿Cual pudiera
Ser la causa de un fin tan tremebundo?

EL MENSAJERO
El que pierde a los reyes de la tierra,
Los presentes y dadivas.

EL CORO
¿Qué lazo
Podían ocultar?

EL MENSAJERO
No sé; no acierta
A explicarlo mi asombro. La catástrofe
Ha ocurrido, y vacilo aun en creerla.

EL CORO
¿Mas como sucedió?

EL MENSAJERO Fuego inclemente
De súbito estalló, cual si estuviera
Sumiso a una señal, y repentino
Por el alcázar todo con tal fuerza,
Que un montón de cenizas es tan sólo,
Y ya peligra la ciudad entera,

EL CORO Es preciso extinguir tan brusco incendio.

EL MENSAJERO
Lo que nadie es posible que comprenda
En tan fatal siniestro, es que a la llama
Irrita mas el agua y más la aumenta,
Y cuanto más ahogarla se procura
Mas extiende su estrago y se renueva,
Y en los mismos obstáculos que mira
Oponérsele al paso, mas se alienta,

LA NODRIZA
Idos pronto; dejad de los Pelópidas
Esta odiada mansión. Partid, princesa,
Y buscad un refugio más seguro
Donde podáis, distante de estas tierras.

MEDEA
¿Huir dices? Si hubiera antes marchado,
A ver este espectáculo volviera.
De ese nuevo himeneo me complace
Presenciar, como ves, las dignas fiestas.
¿Por qué ya detenerte? Sigue, sigue
Tras de comienzo tan feliz, Medea.
Leve parte no más de la venganza,
Es el gozo que así ya experimentas.
¡De una esposa a Jasón haber privado,
Crees, insensata, que bastante sea!
Un castigo no visto que a ti misma
Tu poder te atestigüe, al punto inventa.
Los más sagrados lazos rompe luego;
Remordimientos vanos vayan fuera.
La venganza es aun débil, si en las manos
Un átomo han dejado de pureza.
Reanima tus rencores; de tu cólera
Los encontrados ímpetus despierta;
Busca en el fondo de tu ardiente alma
Cuanto excite el furor y la violencia.
Justas y dignas tus acciones todas
De tu vida anterior hoy aparezcan;
Cuan ligeros, y parcos y vulgares
Son mis delitos cometidos, vean,
El preludio se vio de mis venganzas;

Fáltales algo para estar completas.
¿Qué maldades enormes por mi mano
Podría cometer como inexperta?
¿A cuales conducir pudo el delirio
De una tímida virgen? Eso era
En tiempos ya pasados, pero ahora
Ya soy otra distinta: soy Medea,
Y en las alas del crimen ya crecido,
Mi genio libre y sin temores vuela.
Mi gozo sí, mi gozo es que a mi hermano
Del cuerpo separasen la cabeza,
Y que por mí sus miembros de tal modo
Con saña horrible separados fueran.
Me complazco en haber desposeído
De un tesoro a mi padre, y que quisieran
Para el suyo decrépito, las hijas
De Pelias, la muerte, a mi influencia.
Busca el objeto en que cebarte quieres,
¡Oh venganza! no hay crimen que mi diestra
No pueda ejecutar. ¿Dónde tus golpes
Que son tan fuertes, dirigir intentas?
¿Con qué dardos pretendes que sucumba
Tu pérfido enemigo? Una secreta
Resolución, un bárbaro deseo
Que aun dudo si a decírmelo me atreva,
Formé en mi corazón ¡ Ay imprudente,
No tanto te apresures! ¡Oh, pluguiera
A los cielos que esposo tan perjuro,
De mi rival tuviese descendencia!
Mas supón que los tuyos han nacido
De esa misma Creusa. ¡Si así fuera!
¡Oh catástrofe horrible! Esta venganza
Todo mi ser, mi pensamiento llena,
Es magnífica, sí, porque este crimen
A mis crímenes todos los supera
¡Disponte a esa maldad! Hijos que fuisteis
Los míos, sufriréis vuestra sentencia:
Los delitos que son de vuestro padre,
A expiar vais a manos de Medea.
¡Pero cuan me estremezco! ¡Cuán helada
La sangre ya discurre por mis venas!
¡Cuán mi perverso corazón se turba!
¡Ay, mis iras de súbito se amenguan,
Y la venganza de la esposa, el puesto
A los afectos de la madre deja!
¿Y qué, la sangre de mis propios hijos,
De los seres que traje yo a la tierra,

Pudiera yo verter? ¡Delirio infausto!
¡Oh vértigo fatal! ¡Locura horrenda!
¡Cuán lejos fui! Tan criminal intento
Imposible es que nadie concibiera;
Imposible es que yo tan inaudito
Y abominable asesinato crea.
¿Mis infelices hijos, qué me han hecho?
¿Y cuál su crimen es? ¡Es que tuvieran
Por padre a ese Jasón, y sobre todo,
Por su insensata madre a esta Medea!
Sucumban por ser suyos esos hijos,
Y por ser yo su madre al fin no mueran.
Inocentes, pues, son; no son culpables
De un delito, la falta más pequeña,
Lo confieso...También mi triste hermano
De todo crimen inocente era.
¿Mas por qué vacilar? ¿Por qué estas lágrimas
De que tus rojos parpados se llenan?
¿Por qué entre el odio y el amor la lucha
Que el corazón te rasga en su inclemencia,
Y en un flujo y reflujo de contrarios
Sentimientos divídelo y altera?
Cuando airados los vientos se declaran
En los altos espacios cruda guerra,
Las olas entre sí chocan con ira
Y hierve el mar a impulsos de su fuerza.
Mi irresoluto corazón fluctúa
Con indeciso afán, de igual manera:
El amor a la cólera rechaza;
La cólera al amor. Ya se doblega
A la ternura maternal; ya cede
A mi venganza inexorable y fiera.
Venid, hijos queridos: de una infausta
Familia, en vuestra mísera existencia,
Los únicos apoyos; vuestros brazos
Abrid y rodeadme, y con terneza
Estrechaos en mi seno. Vuestra vida
A vuestro padre conservada sea,
Con tal de que también a vuestra madre,
También le deis que conservarla pueda.
Pero la fuga y el fatal destierro
Sólo a esta esposa abandonada resta.
De mis brazos, llorosos y gimientes,
A arrancarlos vendrán con diligencia.
Suspendidos del cuello de su madre
Sus caricias le dan. Que pronto venga

La muerte sin piedad a arrebatarlos
También del mismo modo con fiereza
Del paternal abrazo. Se reaniman
Mis iras, mi furor, mi saña inmensa,
Y el odio más cruel y más insano,
De mi ser nuevamente se apodera.
Para un crimen feroz, siempre mi guía,
Me demanda el concurso de mi diestra
La inexorable Erinnis. La venganza
Me llama, y ya es preciso la obedezca
¡Que fecundo mi seno hubiera sido
Cual la hija de Tántalo, pluguiera,
Y de catorce vástagos la madre,
Pudiese presentarme como ella!
Para mi audaz venganza soy estéril.
Sólo he dado dos hijos a la tierra.
¡No me bastan un padre y un hermano!....
¿Mas qué espantoso grupo así se muestra,
De delirantes furias? ¿A qué vienen?
¡Dónde dirigen sus ardientes flechas?
¿Por qué las hijas del profundo infierno
Mueven así sus sanguinarias teas?
Serpiente enorme con silbido horrible
Sus anillos terrífica despliega.
¡Qué víctimas va a herir entre sus manos
Ese madero, al esgrimir, Meguera?
¿Esa sombra fatídica que arrastra
Sus dislocados miembros, a qué llega?
¿Quiénes? ¡Mi hermano! La venganza pide,
Y vengado será. Desgarra, quema;
Esas antorchas en mis ojos hunde.
Por esas furias destrozada sea;
Yo les abro mi pecho. Pero diles
Que vuelvan sin temor a las esferas
Del abismo infernal; dí a esas insanas
Deidades vengativas, que ligeras
Huyan lejos, y déjenme a mí misma
Conmigo a solas: a tu vez la diestra
Descansa en esta mano que la espada
Desnuda esgrime ya. Tus ojos vean
La víctima que debe ya el reposo
Devolver a tus manes. ¿Mas resuena
Un súbito rumor? ¿Es que se arman
En mi contra? ¿Es que quieren mi existencia?
En ruinas se ofrece este palacio.
Mi venganza cumplióse sólo a medias.
Ven; nodriza, conmigo he de llevarte.

Ahora, pues, tea valor; ¡valor Medea!
Entre las negras sombras del olvido
Tu poder por tu culpa no se pierda.
De todo lo que tú capaz te sientes,
A todo un pueblo con audacia muestra.

JASON
Súbditos fieles que en acerbo duelo
De vuestros reyes lamentáis la pérdida,
Corred, y al punto en vuestras manos caiga
El autor de ese crimen que os aterra.
¡Aquí, bravos guerreros! Sin demora,
De ese palacio removed las piedras.

MEDEA
Oh padre, ya por fin, hermano mío,
Mi cetro he vuelto a hallar; ya recupera
Aquel dorado vellocino Yolcos.
En mis sienes coloco la diadema
Que joya fue de mi gloriosa estirpe,
Reconquistada al par que mi pureza.
Altos dioses, volvedme a ser propicios.
Hoy es día de gloria; hoy se celebra
El plácido himeneo.....Ve tu crimen
Coronado, mas no ve satisfecha
Tu venganza, Concluye: sea espantosa,
Para su logro nada te detenga.
¿Por qué tanto dudar, tanto, alma mía?
Puedes ir al objeto que deseas.
Mi cólera decrece: me arrepiento.
Cuanto acabo de hacer ya me avergüenza.
¿Qué es lo que dices, desgraciada? Inútil
Ya en este instante arrepentirte fuera.
Consumado está el hecho. A pesar mío
De gozo, sí, mi corazón se llena;
Es más viva este júbilo; y no falta
Para al fin mi venganza ser completa,
Que testigo Jasón de sus estragos
Y del placer que me ocasionan, sea.
Paréceme sin esto, que yo nada
Hice aún; que son vanas las horrendas
Maldades por mi mano así cumplidas,
Porque él no pudo ante sus ojos verlas.

JASON
En el borde ahí está de la techumbre,
¡Avivad esas llamas contra ella,
Y por los mismos medios que ha empleado
En sus enormes crímenes, perezca!

MEDEA
Conságrate, Jasón, a que tus hijos
Hoy sus dolientes funerales tengan;
Haz que un sepulcro los encierre luego
En donde el sueño de la muerte duerman.
Tu nuevo padre con tu esposa amada
Recibieron de mí, cual justo era,
Los últimos honores que a los muertos
Son debidos. Ya falta la existencia
A este hijo que ves, y ante tus ojos
La misma suerte sufrirá el que queda.

JASON
En nombre de los dioses, ¡ay! en nombre
De aquel destino que común nos sea,
De una unión cuyos lazos yo no he roto.
Perdona a ese inocente. Si pudiera
Haber algún culpable, lo seria
Tan solo yo, y en mí tus iras ceba.
Hiere mi frente criminal.

MEDEA
El hierro
He de hundir donde más la herida sientas;
Allí donde no quieres que mis golpes
Alcancen. Vete ahora, en tu soberbia;
Hombre ingrato, a buscar de puras vírgenes
Cuyos nuevos amores apetezcas,
El tálamo, después que abandonaste
Aquel de las mujeres que debieran
El ser madres, a ti.

JASON
¡Qué! ¿No te basta
Una víctima sola?

MEDEA
Si me hubiera
Satisfecho una víctima tan sólo,
Ninguna así inmolase en mi fiereza.
Son muy poco las dos para que al cabo
Saciar mi encono y mi furor se puedan.
Si otro fruto en mi seno aun existiese
De nuestro infausto enlace, alguna prenda
De tan triste himeneo, en mis entrañas
Este acero que ves, también hundiera.

JASON
De tus crímenes colma la medida:
Acaba de una vez; no mas se muevan
Mis labios con la súplica. Tan sólo
No alargues mi suplicio.

MEDEA
¡Ya en tu inmensa
Inaudita crueldad, venganza mía,
En tu crimen te goza y te recrea!
No te apresures, y tu horrendo crimen
Con toda calma a tu placer contempla.
Este día a ti, pues, te pertenece,
Y este tiempo que es tuyo, así aprovecha.

JASON
¡Arráncame la vida, oh vil verdugo!

MEDEA
¿Ya conmover mi corazón deseas?
¿Ya imploras mi piedad? Sean buen hora.
Mi victoria por fin es ya completa.
Oh venganza, en tus aras sanguinarias
Nada que darte en sacrificio queda.
¡Inundados de lágrimas tus parpados
Alza, ingrato Jasón! ¿A tu Medea
Reconoces aún? Mira ya el modo
Como acostumbro huir: a la alta esfera
De los cielos me lanzo: mi carroza
Dos alados dragones raudos llevan.
Toma: a tus hijos recoger ya puedes.
Yo me disipo en la región etérea.

JASON
Esas altas regiones del espacio
Recorre, y en tu rápida carrera,
A tu paso atestigua que no hay dioses,
Al que llegue a mirarte en su presencia.









FIN