INVITACION A LEER

Gavarre Ben. Tres obras breves.

  Filus     ( Monólogo )   d e Benjamín Gavarre Silva     Personajes:   Filus   (Voz de Bosca y Voz cavernosa)   (Voz de Abus)     1.   Sót...

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miércoles, septiembre 25, 2024

Orlando y Ariosto, de Ben Gavarre

  











Orlando y Ariosto,

obra de Benjamín Gavarre 

 

   

Personajes

 

Ariosto 

Orlando 

Discípulo Caballòn 

Garrafonero 1 

Garrafonero 2 

Garrafonero 3 

 

 

Primer Día 

 

El escenario estará casi vacío. Luces azules y naranjas. Enormes pinturas de cítricos en mitades. Al fondo, majestuosas las Famosas 23 Puertas. El vestuario, en colores vivos. El Discípulo Caballón será el único que vista en colores neutros (pero usará coturnos). Los GARRAFONEROS tendrán, cada uno, una corona de laurel. 

 

En una gran piedra pintada de blanco estará sentado Ariosto. Usa una camiseta hasta los muslos y una bufanda con la que juega. 

 

ARIOSTO. — Quisiera...  No, no, no. La palabra indicada es quiero. ¡QUIERO! (Reflexiona) Pero qué, qué, ¡quéeeeee!!! ¡Ya lo tengo! (Se levanta) Quiero preparar un buen plato de PERAS DIVERSAS. Mhhhh. Con una buenísima salsa de caracoles empotrados y un batido de zanahorias BERMEJAS alrededor. Sí. Pero, antes necesito que Orlando regrese de su RONDA y entonces le pediré... Ah, no: le exigiré... LA RECETA de las: ¡PERAS DIVERSAS!!! Le pediré la receta, y me la dará, porque si noooooooo... 

 

ORLANDO. — ¿Peras Diversas??? ¿Peras diversas!!!! (Amenazante) No vuelvas ni siquiera a pensarlo o a murmurarlo debajo de la regadera.... ¿Qué no sabes mi querido, mi pequeñísimo Ariosto, que el Discípulo Caballón ha PROHIBIDO utilizar los refractarios cúbicos en el Recinto? 

 

ARIOSTO. — Nooo. Tú quieres engañarme. (Juguetón) Apostaría que todo lo haces para no darme la receta de... 

 

ORLANDO. — ¡Calla! 

 

ARIOSTO. — Oh, sí, callaré y no podrás a ver El Aire Disecado de mis Palabras Suculentas. 

 

ORLANDO. — ¡Suculentas?... Lo que es hoy tu Mente se ha Disecado en una porción bastante condimentada de tu estómago. 

 

ARIOSTO. — ¿Es decir??? 

 

ORLANDO. — Quiero decir NADA, y cuando digo Nada, es que no me importa lo que te pase, ¡está claro?, ni lo que sientas, ni nada.... (Furioso) ¿¡Podrías dejar de estar jugueteando con tu bufanda!!??? 

 

ARIOSTO. — ¡¿Son Alientos Marinos los que el Señorito tiene entre dientes???? Mejor sería que te sentaras y cultivaras pacientemente a la MONOTONÍA. 

 

Orlando se sienta y Ariosto empieza a dar vueltas en torno a él modelando su camiseta que le llega a los muslos. 

 

ORLANDO. — Buff, Buff. Estás provocando mis sentidos penibatorios con tu caminar esférico, amado Ariosto. Cesa, cesa, cesa, riqueza de tus movimientos azulados... Y escucha, escucha, escucha lo que traigo para ti del mercado del Recinto. 

 

ARIOSTO. — Habla pues y Recomienda a tus Neuronas que no se esfuercen en vociferar tonterías. 

 

ORLANDO. — ¡Qué vociferas tú??? 

 

ARIOSTO. — Que no te confundas con las palabras. 

 

ORLANDO. — Ah, eso querías decir.... (Después de una pausa en la que se ha chupado el dedo meñique) ¡Bueno!... Te diré el mensaje del mensaje del Gran Recinto. (Ampuloso) Has de saber que el Discípulo Caballón cocinará para la Próxima Batalla una Tómbola. Una Tómbola en la que tendrá como innovación estremecida: La Tierna historia de arrojar vasos de vidrio llenos de agua a todos los premios anhelados de la Gran SAGRADA Tómbola. 

 

ARIOSTO. — Y eso a mí en qué me afecta. 

 

ORLANDO. — ¡Pero qué grosero y villano alfeñique de falda hueca! (Pausa) En fin... es INEVITABLE que todos los miembros del Recinto: es decir incluido Túuuuuu (Cansado) Ah. En fin. Lleve en sus manitas huesudas su dotación simple de agua cristalina. 

 

ARIOSTO. — Haberlo dicho sin tantas remambarambas. ¿Y cuándo tendrá lugar la Rica Tómbola? 

 

ORLANDO. — El siguiente día.  

 

ARIOSTO. — Pues no prolonguemos el instante. Encaminémonos al Recinto y preparemos nuestra dotación de Sucios Vasos de Cristal Irrompible. 

 

Salen. Se oye el ruido de un avión que despega. 

 

 

Entran tres hombres con garrafones de agua vacíos al hombro. Se reúnen en un punto del escenario. 

 

GARRAFONERO 1. — Voy a llenar el Gran Garrafón y aventaré todo Gran Garrafón y toda agua a la JETA inquieta del Discípulo Caballote. 

 

GARRAFONERO 2. — No, no, no, no. No caballote. Caballón. Se llama Caballón. Discípulo Caballón, hijo del Genio Caballón, guardián de las 23 puertas del Recinto. Y a quien debemos arrojar el gran garrafón lleno de agua no es al Discípulo, sino, y escucha bien, a la TÓMBOLA, a la Gran Sagrada Tómbola. 

 

GARRAFONERO 1. — Pues yo aventaré a gran Jeta de Caballote garrafón. Y tú explicar tus, tus, tus nueces a tu armadillo preferido. 

 

GARRAFONERO 2. — ¿Por qué quieres atentar contra el Discípulo del Recinto? 

 

GARRAFONERO 1. — Porque yo... yoooo.... yoooo... BUAHHHH! (Grotesco) Yo dar MIS CINCO PEQUEÑINES PREDILECTOS A LA TÓMBOLA Y LOS PARTICIPANTES romperán sin brevedad a los cinco BEBITOS que doné, que yo regalé, con mucho cariño y abnegación, a las fuerzas del Recinto. 

 

GARRAFONERO 3. — Los regalos son engaños: si tú regalaste a tus nenes para la gran Sagrada Tómbola, tú contento y no hacer tonterías. 

 

GARRAFONERO 1. — Romperé su cabezota. 

 

GARRAFONERO 2. — ¿A quién? ¡Por qué? 

 

GARRAFONERO 1. — Al Caballote Caballón, yo le dejaré sin dientes y solo podrá comer carne de verduras sustanciosas. 

 

GARRAFONERO 3. — Será mejor que llenemos los garrafones con el líquido y estemos listos. Preparados. Listos. Preparados para la Gran Sagrada Tómbola. 

 

GARRAFONERO 2. — Vamos pues, y tú, GARRAFONERO UNO, no te atreverás más que en sueños a rebelarte. 

 

Salen de escena. 

 

 

Entra el DISCÍPULO CABALLÓN seguido de VEINTITRÉS pelotas más o menos grandes. 

 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — (Habla al Público) Ah, súbditos. ¡Ahhhhh Súbditooooossss! Compañeros de campanas y globos atormentados. Yo les aseguro que la decisión tomada por Mí es gozosa, simple, y de manera VERTICAL... la única posible. Casi, casi (a punto de llorar) …casi... ¡Achúuu! (Se limpia la nariz) ...Les decía: Casi tan insólitamente bien pensada como la que tomé el día 23 en el que decidí de manera autónoma y sentimental, el (a punto de llorar o estornudar) ...¡Sustituirlos! (Lacónico) Es decir remplazarlos... A… ellos… en fin… a ellos… (Triunfal) por inteligentes pelotas de colores magistralmente escogidas por mí. Por MÍ. ¡Por MMMMIIIII!!!! (Formal, a una de las pelotas) O usted qué opina, mi querido ministro... ¡No me LO diga! ¿Usted opina mi selecto ministro que mi decisión de fabricar la Tómbola, la gran Sagrada Tómbola es UNICAESTUPENDA. Simplemente VERTICAL? ¿Noooo? ¿O Nooooo?... Je, je, gracias. Es precisamente lo que pensé que contestaría... Pues sí, pues veamos mis redondos súbditos: Aquí se acercan Ariosto y Orlando y seguramente se postrarán ante mí, como es consecuencia. 

 

Entran Ariosto y Orlando con sendos vasos DE VIDRIO llenos de agua. 

 

ARIOSTO. — (A alguien del público) ¡A mí! ¡¿A mí??? ¡¿A mí me está mirando Usted? (Al Discípulo Caballón) ¡¿A mí?!... eso es lo último que me faltaba. Después de prohibir LA RECETA DE PERAS DIVERSAS (Al Discípulo Caballón) Usted se atreve a mirarme a míii. ¿Usted se atreve a MIRARRRMEEEEEEEEEE?!!! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — (Amable) No solo a ti Ariosto, sino también a tu compañero Orlando. Se vuelven cada día más tiernos y bestiales. Ah, pero veo que traen su dotación de vasos de vidrio con cristalino líquido, y por adelantado. 

 

ORLANDO. — Cloro, dogo, digo, claro… ¡CLARO!, su Majestad. Como respuesta a vuestra erecta… 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — ¡No!... (Pausa) …¿Vertical?... 

 

ORLANDO. — Por supuesto. Vuestra VERTICAL decisión de la Tómbola de mañana. Decía… Ah sí… En vista De VUESTRA SABIA Decisión… Nosotros… hemos decidido a nuestra vez ADELANTAR la Dotación de Líquidolíquido. Adelantadamente. 

 

ARIOSTO. — (Irónico) Claro… Quisimos calentar el agua EN NUESTRAS BOCAS y así el día De MAÑANA beberemos el agua caliente con un poco de azúcar y dos terrones de CAFÉ. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — (Siempre amable) Al contrario. 

 

ARIOSTO. — (Furioso) ¡Se atreverá Usted a Impedirlo? 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — No, por supuesto, ni pensarlo: solo he querido decir, mi amado Ariosto que los terrones no suelen ser sino de azúcar. 

 

ARIOSTO. — Ah, bueno, si es así no creo que haya problema alguno. Terrones son terrones. 

 

ORLANDO. — ¡Basta Ariosto! ¡Te atreves a ir en contra de la Justicia del Discípulo Caballón??? Recuerda que él es el hijo de Nuestro Fundador, el Genio Caballón, Guardián de Las Veintitrés Puertas. 

 

ARIOSTO. — (Insolente) Y dígame, señor Caballón… ¿A qué se debe la decisión de destrozar los premios de la Tómbola con lanzamientos de vasos de agua????? 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Pues… pregúnteselo a mi Primer Ministro. Él le sabrá responder. 

 

ARIOSTO. — No, no es necesario. Creo que será una buena respuesta. ¿Verdad que será una buena respuesta, Orlando? 

 

ORLANDO. — Así lo pienso, y será mejor que dejemos a la Corte caminar a su destino. Hasta la Tómbola de Mañana, Discípulo Caballón. ¡Hasta la vista, miembros distinguidos de la Corte del Recinto!!! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Hasta la Tómbola pues y no olviden su dotación de vasos de agua. 

 

ARIOSTO. — No lo olvidaremos, Majestad, no lo olvidaremos. 

 

ORLANDO. — Hasta luego. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Hasta mañana. 

 

ARIOSTO. — Hasta la Tómbola. 

 

ORLANDO. — Adióoooooooooos. 

 

Desaparecen todos rápidamente, al último las Pelotas-Ministro.  Se vuelve a oír el ruido de un avión que despega. 

  

Oscuro 

 

 

 

 

Segundo Día 

 

Vemos una enorme caja naranja y en letras negras la leyenda La Gran Sagrada Tómbola. Al lado de la caja, en un bastidor, está pintada la imagen de una gran sonrisa. En otro bastidor vemos la imagen de dos grandes colmillos amarillos. En un estrado, muy dignas, están las “Pelotas-Ministro” del discípulo caballón. 

Al comenzar la escena estarán congelados los tres GARRAFONEROS con sus recipientes llenos. Orlando y Ariosto lanzan vasos llenos de agua a la caja enorme, y cada vez que lo hacen el vaso cae al fondo de la Caja y produce un sonoro estallido de cristales que inunda todo el espacio. Después de cada “lanzamiento de vasos con agua”, Orlando y Ariosto se muestran eufóricos, o bien observan minuciosamente a los tres grotescos personajes, como esperando que reaccionen. 

 

ARIOSTO. — (Lanza un vaso más) ¡Es ridículo! ¡¡¿Una caja que dice ser la Gran Sagrada Tómbola, pretende Ser… la Gran Sagrada Tómbola???? 

 

ORLANDO. — Tómbola, tómbola, tómbola… no muy tómbola. 

 

ARIOSTO. — Claro, que no. Ni siquiera gira, ni siquiera da vueltas, ni se puede escoger nada, ni ganas nada, qué caso tiene. Solo puedes arrojar vasos de agua a la Muy Sagrada y escuchar cómo se rompen los vasos. (Arroja un vaso más y se escucha el estallido de vidrios). ¿Lo ves? ¿Gana algo uno con el estallido de vidrios? (Vuelve a arrojar un vaso, seguido de estallido. Orlando lanza el suyo: vaso, estallido). No gana Uno nada. 

 

Pausa. Los dos bostezan, y se quedan viendo impasibles a los GARRAFONEROS. 

 

GARRAFONERO 1. — (Se descongela, muy circunspecto. A Ariosto...) Perdone el allanamiento de su personalidad, pero tengo la sensación del deber de comunicarle a usted por medio de esta interrupción… 

 

ARIOSTO. — (Fastidiado) ¡Dígame! 

 

GARRAFONERO 1. — (Al borde del llanto) Se lo diré:  mis niños. Mis criaturitas preferidas. Mi mundo interior. ¡Mi todo!!!! 

 

ARIOSTO. — ¡Y eso a mí en que me afecta! 

 

GARRAFONERO 1. — (Furioso) A usted en nada, por supuesto. A usted… ¡Qué le va a importar! Oh, pero a mis cinco pequeñitos indefensos que están allí dentro, en la purulenta Tómbola Gran Sagrada ¡OHHH! (Se abraza de su garrafón y trata de meter la mano por la boca del recipiente). 

 

ARIOSTO. — Ah, se trata de sus hijitos, de sus mascotitas. No parece ser del tipo de… (Se contiene ante lo que iba a decir) ¿No, Orlando? Nunca pensé que bichos semejantes tuvieran hijos. 

 

ORLANDO. — Todos pueden ser padres. Algunos hasta tienen más de dos, hasta más de cinco. Lo ves Ariosto, es cosa de animarlo a que tenga más hijos. 

 

ARIOSTO. — Así es, mentecato: Usted puede tener más hijos. 

 

GARRAFONERO 1. — No quiero más hijos, Señor. Quiero a mis cinco chiquitines, a mis cinco, mis cinco, mis cinco querubines, Ohhhhhhh. 

 

ARIOSTO. — (A Orlando) Voy a vomitar. (Supuestamente compasivo, al GARRAFONERO 1) No se preocupe, seguramente se salvaran, ya que el agua que le arrojamos está especialmente a la temperatura necesaria. 

 

GARRAFONERO 1. — ¿Y los pedazos de vidrio? 

 

ARIOSTO. — ¿Los vidrios? (A Orlando) No arrojamos pedazos de vidrio, o sí. 

 

ORLANDO. — No, solo arrojamos vasos completos. Y el agua es inofensiva, además está tibia. Previamente la calentamos en nuestras bocas como todo el mundo sabe. 

 

ARIOSTO. — Es cierto, por otro lado, sus pequeñines estaban al fondo de la tómbola, o no tanto. Debo decir, para su consuelo, que la tómbola, por muy sagrada que sea, es un fiasco, no gira ni nada. ¡No da vueltas!, ¡no tiene premios! ¡Qué caso tiene!!!!!! 

 

ORLANDO. — Sí, no se preocupe. No da vueltas. Así que sus pequeños no corren peligro, ¿lo ve? Además si hubieran sufrido algún daño, pues ya los habríamos oído. Y no hemos oído nada, ni que lloren ni nada. 

 

ARIOSTO. — Sí, no se preocupe Usted. Yo solo escucho un silencio sepulcral. (Voltea a ver con un gesto cómplice a Orlando). 

 

GARRAFONERO 1. — Mis hijos. Mis hijitos. Ayyyyyy. 

 

ORLANDO. — (“Conciliador”) En cierto modo tiene razón nuestro amigo, Ariosto. No solo los pequeñines se destruirían, sino todas las aportaciones de los miembros a la Gran Sagrada Tómbola. Imagínate ¿cuántos platos suculentos y vertiginosos hay allí dentro? 

 

ARIOSTO. — Además de las mascotitas, los pequeñines. Sí, es cierto. No creo que nada se destruya. Incluso la SOGADELSENTIDOESTRICTO fue incluida por unos de los miembros más eminentes del Recinto. Eso lo sé. Lo sé, lo sé. 

 

GARRAFONERO 2. — (Se descongela) ¡Qué dice! ¡La SOGADELSENTIDOESTRICTO está en peligro? Hay pedazos de vidrio, los vasos rotos, usted sabe, los cristales, el agua. 

 

ARIOSTO. — Sí, podría estar en peligro, pero no se apene, no creo. Cuando mucho llegará a mojarse un poquitín, o algún pedazo de vidrio se enredara con ella. Pero el sentido estricto siempre será el sentido estricto, y la sogasoga. 

 

ORLANDO. — Eso digo yo, y la sogasoga. 

 

GARRAFONERO 3. — (Se descongela: a los otros GARRAFONEROS) ¿saben cuál será el destino de la Tómbola Sagrada una vez destruida? 

 

GARRAFONERO 2. — ¿Será Destruida? 

 

GARRAFONERO 1. — ¡Destruida, Mis hijos, ayyyyyyyy! 

 

ARIOSTO. — (Atroz) La tómbola, la Gran Sagrada Tómbola, una vez destruida, será... Será guardada en la puerta número 28. 

 

ORLANDO. — ¿Bromeas?, si solo son 23 las puertas. 

 

ARIOSTO. — El Discípulo Caballón, a la muerte del Genio Caballón decidió inaugurar 23 puertas más, pero éstas serían identificadas por medio de números irracionales.  

 

ORLANDO. — ¿Pero el número veintiocho es irracional? 

 

ARIOSTO. — Así es. 

 

ORLANDO. — No entiendo nada. 

 

ARIOSTO. — Ah, tienes razón, Orlando. Este es el mundo en que vivimos. No tiene mucho sentido, verdad, jejejeje. Jajajajajajaja... Eso creo...  Pero... En fin... Por fin. Se acerca nuestro Discípulo Caballón: tendré que escupirle en la cara. 

 

Entra el DISCÍPULO CABALLÓN. Los tres GARRAFONEROS se postran ante él y se congelan. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — ¿Por qué quieres escupirme, Ariosto? 

 

ARIOSTO. — Eso a usted no le importa, y para que se enoje más: no descuidaré mi saliva de su rojiza cavidad. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Bueno, bueno. ¡Bien!... Decía... Mis muchachos, encantadores ministros, amados súbditos: voy a decir mi discurso de inauguración con motivo de la destrucción de la gran sagrada tómbola. 

 

GARRAFONERO 1. — (Se descongela) Antes quiero decir que no estoy de acuerdo. 

 

GARRAFONERO 2. — Ni yo. 

 

GARRAFONERO 3. — Yo. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Je, je. Claro, claro. “Yo”, je, je. En fin. Siendo las 23 horas de este magnífico Paraíso del Recinto, me permito… 

 

ORLANDO. — ¿Me permite decir que yo tampoco estoy de acuerdo?  

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Desde luego… Decía. Me permito: dada la investidura que mi antecesor, mi Padre, el Genio Caballón, me confirió el día 23 de Otro tiempo… Inaugurar… 

 

TODOS. — ¡Nooooo! 

 

ARIOSTO. — ¡Me niego! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Y sin embargo es una idea soberbia de, de, de, decididamente Vertical. 

 

ORLANDO. — (Ecuánime) Piense por un momento. Si una vez destruida la Gran Sagrada Tómbola es remitida a la puerta número veintiocho... Tal vez encierre de por vida a cinco pequeñines angustiados. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Oh, solo son cinco. 

 

ARIOSTO. — En eso tiene razón: Solo son cinco. 

 

GARRAFONERO 1. — (Llora) ¡Oh, desdichado! (Mete la mano en la boca del garrafón) ¡Mis pobres pequeñitos querubines multicolores! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — ¡Son peces? 

 

ARIOSTO. — No se sabe... Son pequeñitos, son sus hijos. Eso sí, ni hablar. 

 

ORLANDO. — Las circunstancias hablan por sí mismas. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Habría que conocer la opinión de los pequeñines. 

 

GARRAFONERO 1. — (Lastimeramente) ¡Son sordos!!! 

 

ARIOSTO. — (Obvio) Pero podrán hablar. (Al GARRAFONERO 1) ¿Sí pueden hablar? ¡Sí? ¡No? 

 

ORLANDO. — Yo propondría una solución intermedia a la disputa. 

 

ARIOSTO. — Sí, tengo hambre. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Eso implicaría un nuevo decreto. Voy a consultarlo con mis ministros. (Se acerca a los balones y los empieza a “interrogar”). ¿Sí o sí?...  Ah, lo siento mucho... ¿Y usted?... (Pausa, “oye” otra de las opiniones de uno de sus “ministros”) Bueno, no es para tanto... ¿Y ustedes dos?... Claro. Eso mismo pienso yo. Bueno, parece que la solución intermedia ha sido estudiada y aprobada. 

 

TODOS. — ¡Bravo! ¡Viva! ¡Bravo! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Dictaré El Nuevo Decreto: Siendo las horas pertinentes al caso... y sabiendo que la decisión expresada será la mejor posible… (Mira entre asustado e inseguro a todos.) …Dictaré el siguiente… 

 

ARIOSTO. — Sí, sí, adelante, siga, continúe usted… ¡O LE ESCUPO! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Ya voy, ya voy. Decía: Pronunciaré … El siguiente... 

 

 

TODOS. — (Exasperados) ¡Bueno, ya! 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Es cosa de tomar tiempo. Son asuntos serios. Se tiene. que analizar, considerar, tasar, evaluar... ¡PONDERAR! 

 

ORLANDO. — Es evidente. 

 

ARIOSTO. — No tanto. 

 

GARRAFONERO 1. — Hay que dejarlo solito para que piense. 

 

ORLANDO. — Ah, no. Solo no se quedaría. Estaría siempre cerca de  todos los Ministros. 

 

ARIOSTO. — ¡Y para qué dejarlo solito? Después, cuando regresemos, será necesario que todos estemos de acuerdo en la decisión que se tome. 

 

ORLANDO. — ¿Sería necesario? 

 

ARIOSTO. — Evidentemente sí. 

 

ORLANDO. — Entonces, si tú lo dices (Ampuloso) ¡Es necesario! ¡Será necesario! Muy necesario. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — Es necesario que guarden silencio. 

 

ARIOSTO. — Si yo lo decía, hay que hablar, antes de disentir. 

 

GARRAFONERO 3. — ¿Quéeeee? 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — (Enojadísimo) ¡CÁLLENSE TODOS! (Largo Silencio) ...Les decía: Siendo estas horas de hoy que no recuerdo. Pronunciaré el siguiente decreto. DECRETO QUE CADA QUIÉN HAGA LO QUE QUIERA. 

 

ARIOSTO. — Ah, no, esto no me lo pueden hacer a mí. Yo no tengo por qué soportar tanta injusticia. Es más, me voy. (Da dos pasos) Mejor me quedo. Pero hay que salvar a los pequeñines. 

 

ORLANDO. — Eso digo yo, salvarlos. 

 

GARRAFONERO 1. — Es demasiado tarde. 

 

ARIOSTO. — Sí, a estas alturas, si no están muertos, por lo menos... estarán agonizando. Podemos investigar. Voy a tirar otro vaso de agua a la Tómbola, a ver si reaccionan. (Echa el contenido de agua a la tómbola, pero sin el vaso) Lo ven, no se escucha nada. Están muertos. 

 

GARRAFONERO 1. — Pues yo tiraré el agua en el sitio más indicado (Le echa el contenido de un vas al DISCÍPULO CABALLÓN). 

 

ARIOSTO. — Yo estoy de acuerdo (Le tira el contenido de otro vaso al DISCÍPULO). 

 

TODOS. — (Lo bañan) Todos estamos de acuerdo. 

 

DISCÍPULO CABALLÓN. — (Casi llora o estornuda) Ministros, esto es humillante. Yo renuncio. Me encerraré en la puerta 23 y ni con sus lamentos más histéricos lograrán hacer salir mi hermoso cuerpo (Muy digno) Hasta que acabe mi tormento, sinceramente, ¡LOS ODIO! (Se va corriendo). 

 

ARIOSTO. — Ah, no era para tanto. No tenía por qué dramatizar. 

 

ORLANDO. — Ya verás, va a regresar. Siempre lo hace... Y qué hacemos ahora. ¿Salvamos a los pequeñines? 

 

GARRAFONERO 1. — ¡Están Muertos! 

 

ARIOSTO. — ¡Ya lo comprobó? 

 

GARRAFONERO 1. — No, ¡me ayudan? 

 

ARIOSTO. — Eso es cosa suya, ¿no cree? 

 

GARRAFONERO 1. — Sí, es cierto. (A los otros GARRAFONEROS) ¿Me ayudan? 

 

GARRAFONERO 2. — No sé. 

 

GARRAFONERO 3. — ¿Y si nos bañamos antes? 

 

GARRAFONERO 2. — Esa es la primera idea sensata que oigo. Yo primero... (Vierte el contenido de su garrafón en la cabeza del GARRAFONERO 1

 

GARRAFONERO 3. — No, ¿de quién fue la idea? Mía, ¿no? Pues entonces... Yo primero (A su vez, vierte el contenido de su garrafón [puede ser confeti] en la cabeza del GARRAFONERO 1

 

GARRAFONERO 1. — ¡Ah, sí... Pues yo también puedo ser primero (Vacía el contenido de su garrafón en la cabeza de los otros dos. Orlando y Ariosto se alejan subrepticiamente). 

 

LOS TRES GARRAFONEROS. —  Eh, bravo. Tú primero. Nooo, yo primero, no él primero, eh.  ¡Bravo! 

 

ARIOSTO. — Pero qué odiosos. 

 

ORLANDO. — Sí.  ¿Tú crees que los pequeñines se salven? 

 

Los GARRAFONEROS quedan una vez más congelados en posiciones muy grotescas. 

 

ARIOSTO. — (Juega con su bufanda) Se salvarán, no se salvarán... Es un asunto que ahora no me preocupa. 

 

ORLANDO. — ¿No? 

 

ARIOSTO. — Lo que me gustaría saber ahora, mi amado, mi muy querido Orlando, ya que no hay ningún inconveniente para ELLO... 

 

ORLANDO. — (Turbado) ¿Sí?? 

 

ARIOSTO. — Podrías, es decir, no tendrías inconveniente en darme, es decir, yo... (Decidido) ¡Podrías darme la receta de LAS PERAS DIVERSAS? 

 

OSCURO 

 

SE OYE UN AVIÓN ATERRIZAR 

 

Fin 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, septiembre 07, 2024

Mi Gato con botas. Por Benjamín Gavarre.

 



Mi gato con botas






Obra cómica


También para niños

 

Por Benjamín Gavarre    

Después de la conocida obra de Tieck.

Personajes: 


Munlait 

Divino 

Zaragoza 

El Autor 

El Gato 

El Rey 

La Princesa 

Lacayo-Zapatero-Aldeano 

 

En imagen o muñecos, vemos: Señoras y señoras extravagantes, pedantes, críticos y críticas. Algunas, amas de casa que se pusieron sus mejores galas y francamente son un desastre para el Buen Gusto que proclaman. Algunos hombres, críticos o no, con lentes anacrónicos tipo Valle Inclán, o bien Críticos ya de Edad Madura, o que se ven así aunque sean jóvenes. Son Medio Hipsters, muy Esnobs, con el bigote a lo Dalí, y con las ínfulas de quien huele flatulencias en todo lo que ve, critica, juzga o se le presenta aunque no le pregunten su opinión. Encarnados en personajes de carne y hueso, los críticos: en el palco, muy cerca de la acción en escena, muy muy cerca: Munlait, Divino y Zaragoza. 

 

El público en el palco comenta sobre si se trata de una obra infantil 

 

Munlait. — (Con acento francés) ¿Es que se trata de una obra infantil? 

 

Divino. — Querida, no uses el galicismo. 

 

Munlait. — Es que… lo siento, no puedo casi evitarlo…. Reitero mi duda: ¿Se trata pues de una obra infantil? 

 

Divino. — Oh sí. Créelo. Sin duda. El mismo autor está ahora con los personajes de cuento… en el foro, detrás de la cortina. Les ayuda a ponerse la capa o les pone las botas o la peluca. 

 

Munlait. — Un atentado contra el Buen Gusto. ¡Por vida mía! 

 

Zaragoza. — Tengo ganas de hacer ruido. 

 

Munlait. — Ni pensarlo, creo que es imprudente, inapropiado, eso, inapropiado, es decir la  

 

Divino. — ¿De moda dices?… Yo la he Usado. In—a—pro—pia—do. 

 

Munlait. — No quise decir... No creo que seas uno de esos. No te he visto en la Conde—chi. 

 

Divino. — Querida, ahí vamos todos los días, al Café Bonaparte, recuerdas, solemos ir al Stand Up de tu Prima la Gordis. 

 

Munlait. — (A punto del desmayo) Debes de estar confundido, Divino… No acostumbro, no tengo la habitiud de… 

 

Divino. — Otra francesismo… 

 

Munlait. — Galicismo… 

 

Divino. — No se dice la habitiud… No acostumbro, se dice. 

 

Munlait. — Oh, bien… Creo que yo también tengo ganas de hacer ruido. Y eso que no acostumbro… 

 

Divino. — Eso, hagamos Ruido…  Ruido, Ruido… 

 

Zaragoza. — Ruido, vamos a hacer Ruido, ruido, ruido, en favor del buen gusto. 

 

Divino. — (Cambia de tema) Dicen que el autor es extranjero. Tiki, Tieki… Taco. 

 

Munlait. — No podría ser de otro modo. Creo que es Taco… En realidad no es extranjero, y se basa en una versión de una versión de una versión... 

 

Divino. — Dicen que en el elenco hay personajes vivos. 

 

Zaragoza. — Eso es in—cre—í—ble. 

 

Munlait. — Yo disiento. No podría ser de otra forma. 

 

Divino. — Me refiero, quiero decir, que hay un Perro vivo, y al parecer un Gato vivo y Dos o tres Conejos. Conejos vivos. 

 

Munlait. — Vaya, vaya. 

 

Zaragoza. — ¡Conejos! Eso me gusta. 

 

Divino. — Parece que se los comen. Y al gato le van a poner botas. 

 

Munlait. — Eso es verdad. Por eso dicen que la obra es infantil. 

 

Zaragoza. — Es cierto: El Gato con Botas, es un cuento. 

 

Divino. — Es una obra. Es una Historia. Un cuento como de Hadas. 

 

Munlait. — Cómo se atreven. Van a presentarnos una obra infantil. No son maneras. 

 

Divino. — Deberíamos hablar con el Autor; saber cuál es su propuesta. 

 

Zaragoza. — Eso es, conocer su visión de fondo; su propuesta teatral. 

 

Divino. — Tendríamos que estar seguros si la obra tiene perspectiva de género. 

 

Munlait. — Eso se da por descontado. Desde la enmienda del 14. Es obligatorio. 

 

Divino. — Así es. 

 

Zaragoza. — Yo con lo que no estoy de acuerdo es con el uso irresponsable de animales en escena. Es anticonstitucional. 

 

Divino. — No será tanto. 

 

Munlait. — Es así, ya no se puede, por ley. ¿Los habían prohibido? ¿O no? 

 

Divino. — Según yo, sí. 

 

Zaragoza. — Habrá que ver. Sobre todo si pensamos que los conejos se los van a comer, entonces… 

 

Munlait. — Entonces qué. 

 

Zaragoza. — Entonces… Bueno. Yo pienso que el que va a interpretar al Gato, sí tendrá que ser un Gato. 

 

Divino. — Yo lo veo desde la perspectiva de género, hay una como transversalidad, verdad… En la Poética del Teatro se estipula que todos los elementos que… que la filosofía del teatro tiene como base una poiesis que… como dice Juan Partida… Me refiero a que los Gatos… Pero miren, parece que ya va a empezar… 

 

Munlait. — Pero no han dado llamadas 

 

Zaragoza. — Yo quiero hacer otra vez ruido. 

 

Munlait. — Eso es, vamos a hacer ruido. 

 

Todos. — Ruido, ruido, ruido, ruido… 

 

Se abre el telón… 

El autor habla con el público y les presenta la choza donde está Chorlito. 

 

 

El Autor. — Señores y señoras. Muy estimadas personas del público, ustedes pueden ver esta choza maloliente… Ejem… “Una humilde choza” donde habita este pobre y apestoso personaje que se ha quedado sin nada. 

Él se llama “Chorlito”, así se llama, o así se le quedó el apelativo, el nombre pues, porque su madre y su padre le decían todo el tiempo… 

 

Chorlito. — “Eres un Cabeza de Chorlito”. 

 

El Autor. — Y así, como siempre le decían “Cabeza de Chorlito” se le perdió lo de cabeza, y se le quedó lo de Chorlito… como el pajarito. 

 

Chorlito. — “Eres un Cabeza de Chorlito”. 

 

El Autor. — Los padres de Chorlito murieron. Tenían pocos bienes, pero se los dejaron como herencia a los tres hijos que tenían. Al mayor… le dejaron una vaca, porque los padres hay que decirlo, hacían queso. Al segundo le dejaron un puerco. Y a Chorlito le dejaron la choza maloliente… y también… le dejaron... 

 

Chorlito. — Un gato… 

 

El Autor. — Le dejaron un gato… 

 

Chorlito. — Y siete conejos. 

 

El Autor. — Le dejaron también conejos. Siete conejos. 

 

 

Los críticos del palco hablan con el autor y le exigen que su obra tenga sentido 

 

En el palco 

 

Munlait. — Esto no tiene pies ni cabeza. Quiero hablar con el Autor. Oiga. Oiga… Usted. 

 

Divino. — No creo que se le pueda hablar, Munlait.  Está ocupado. Está en escena. 

 

Munlait. — Cómo de que no. Yo quiero hablar con él… Me va a escuchar. Cómo es posible que se nos presente esta clase de historias sin ningún sentido. Este autorcillo de pacotilla no conoce lo que es el buen gusto. 

 

Zaragoza. — Debemos protestar, hacer ruido, en efecto, esta historia carece del sentido del gusto. Del buen gusto. Vamos a hacer ruido. 

 

Munlait. — Hagamos ruido. 

 

Zaragoza. — Gusto, gusto, gusto. Queremos buen gusto, gusto, gusto. 

 

Munlait. — ¿¡Qué es lo que queremos!? 

 

Zaragoza y Divino. — Gusto, gusto, gusto, gusto 

 

Munlait. — ¿Cuándo lo queremos? 

 

Divino. — Ahora. 

 

Zaragoza. — Gusto, gusto, gusto. 

 

Munlait. — Dónde lo queremos. 

 

Divino. — ¿Aquí! 

 

Zaragoza. — Gus—to, gus—to, ¡gus—to! 

 

El Autor. — Señores, señora, permítanme por favor. Estamos en escena. Estamos trabajando. 

 

Munlait. — Usted no se ve preparado. ¿Dónde se ha educado? 

 

Divino. — No tiene aspecto de autor dramático. No me gusta su aspecto, ni su ropa, ni su pelo. No parece ser un autor dramático, ni siquiera un poeta. ¿Por qué escribe este tipo de obras? 

 

El Autor. — Antes de condenarme, concédanme su atención por un momento. Se puede notar que ustedes son un público conocedorrr…  educado y que su juicio no puede ponerse en duda. Puedo reconocer en Ustedes el amorrrr que sienten por el Arte, y debo confiar que con su valiosa ayuda podré enmendar las fallas que pudiera tener en mi incipiente obra. 

 

Zaragoza. — No habla nada mal. 

 

Divino. — Creo que lo juzgamos mal, antes de tiempo. 

 

Zaragoza. — Deberíamos darle una oportunidad. Creo que me cae bien. 

 

El Autor. — Me avergüenzo de presentar a jueces tan ilustrados la inspiración de mi musa, y lo único que en cierta medida me consuela es el arte de nuestros actores. De lo contrario, me hundiría sin más en la desesperación. 

 

Zaragoza. — Es un buen muchacho. 

 

Munlait. — Me da lástima. 

 

El Autor. — Al escuchar el ruido que hacían, me asusté como nunca. Estoy pálido y tembloroso porque en verdad les tengo respeto y no sé cómo me he atrevido a presentar esta obrita mía al juicio de tan respetabbbble auditorio. 

 

Zaragoza. — Es un tipazo, yo pienso que debemos aplaudirle. 

 

Munlait. — Es cierto, Zaragoza, hay que aplaudirle. 

 

Zaragoza. — ¡Bravo! 

 

Todos. — ¡BRAVO!!! 

 

El Autor. — De ustedes dependerá entonces si mi trabajo deberá ser condenado o aplaudido. Permítanme continuar, con su annnnuencia, mi respetable público, esta es la obra que a continuación se representa, con su permiso, continuamos. ¡Acción! 

 

La obra continúa con Chorlito que se ha quedado huérfano y le dieron un gato. El gato habla. Chorlito no quiere seguir los consejos del gato y no se quiere casar con la princesa supuestamente loca y amargada. 

 

La obra continúa. 

 

Chorlito. — Después de la muerte de nuestro padre… Pues ya saben, a mi hermano mayor le dejaron una vaca. Al segundo un puerco, y a mí me dejaron este gato. 

 

Gato. — Y no cualquier gato. 

 

Chorlito. — Gato, ¿hablas? 

 

Gato. — Todos los gatos hablamos, pero nos da flojera hablar con los humanos. Son muy torpes. 

 

 

En el palco. 

 

Munlait. — A mí lo que me da flojera es esta obra. Dónde se ha visto que los animales hablen. 

 

Zaragoza. — En todos lados. Ya es un recurso muy manido. 

 

Divino. — Cierto. Desde que llegó la postmodernidad …. los animales hablan. 

 

Zaragoza. — Yo pienso que desde antes. En mi memoria está presente el conejo y la tortuga.  

Recuerdo que… 

 

Munlait. — Silencio, Zaragoza, quiero saber qué dice el Gato. 

 

 

En la Choza. 

 

Gato. — Mi querido Chorlito, habría que conseguirte una buena vida. Tus hermanos piensan que ganaron porque les tocaron grandes animales de herencia, y a ti, pues un pequeño gato, pero ya verás, te voy a sacar de pobre. Voy a lograr que vivas en un hermoso castillo y que te cases con la hija del Rey. 

 

Chorlito. — No lo sé, Gato, no sé si me quiero casar todavía. 

 

Gato. — (No lo escucha). Para lograr casarte con la princesa me debes conseguir unas botas, unas botas grandes y que me hagan ver distinguido y elegante. 

 

Chorlito. — Te digo, no me quiero casar, y menos con la Princesa, se sabe que está loca y amargada. 

 

Gato. — Tú te callas. Tú estás aquí para hacer lo que yo digo. Soy el que por medio de trampas lograré que te vean como a un joven aristócrata dueño de unas tierras maravillosas. 

 

Chorlito. — No quiero. 

 

Gato. — Soy un Hada, entiendes, soy un Hada que ha tomado la forma de un Gato, y voy a conseguir que te cases con la princesa y así vas a lograr el camino para convertirte en Rey. 

 

Chorlito. — Me parece muy complicado. Si eres un… Hada, por qué escogiste la forma de un Gato, sería mejor si fueras un Hada, no crees. Y para colmo te quieres poner unas botas, no entiendo para qué. Y además quieres hacer trampa. Creo que tus acciones son poco éticas. 

 

 

En el palco 

 

Munlait. — En eso tiene razón. Cómo es que un gato es en realidad un Hada. Es incoherente. Yo me voy de aquí. 

 

Zaragoza. — Espera, Munlait, yo tengo ese dato. De hecho, en las primeras versiones de la fábula el gato es en realidad una Hada poderosa que toma la forma de un gato. No me había dado cuenta de lo incoherente que resulta el planteamiento. Pero en la diégesis original sí, un hada se convierte en gato. 

 

Divino. — Concuerdo, pero de ahí a que el personaje se atreva a prolongar una Fábula sin sentido, me parece un desatino. Qué va a pasar a continuación. Si el personaje que debe lograr el objetivo se rebela, la historia no podrá avanzar. 

 

Munlait. — Eso es muy cierto, Mi estimado Divino, pero atención… La obra continúa... 

 

 

Llega la invitación del Rey para que vayan a palacio, y ya también le mandan unas botas al gato.  

Le piden al minino que no olvide los conejos. 

 

 

En la Choza. 

 

Llega el lacayo del Rey. 

 

Lacayo. — Maese Gato, le traigo la invitación que el Mismo Rey le ha enviado para esta tarde. 

 

Gato. — ¿Una invitación? No me la esperaba, y tan pronto. Todavía no tengo mis botas. 

 

Lacayo. — Ah, y se me encomendó también la tarea de que recibáis estas botas que el zapatero ha hecho especialmente para vos. 

 

Chorlito. — Botas, el zapatero, ¿una invitación?… Qué clase de estratagemas habéis hecho, Maese Gato. Y por qué estoy hablando de esta manera, qué me sucede. 

 

Gato. — Gracias Lacayo, decidle al Rey que ahí estaremos sin falta. 

 

Lacayo. — Ah, y me manda decir el Rey que no os olvidéis de los conejos. 

 

Gato. — Los he de llevar, que no haya duda alguna, decidle a su Majestad que he de llevar como seis o siete conejos. Todos ya cocinados. 

 

Lacayo. — Gracias, Maese Gato. Un placer, como siempre. 

 

El Lacayo se va. 

 

 

Chorlito. — ¿Un placer como siempre? Qué está sucediendo. El Rey, su majestad, conejos…. ¿Qué pasa? 

 

Gato. — No habréis de escapar a tu destino. 

 

Chorlito. — Otra vez, y dale con el habréis. Cuál destino. Yo soy un personaje libre y me niego a que hagáis de mí lo que queráis. 

 

Gato. — Lo veis, dijisteis queráis. No hay escapatoria. Queráis o no queráis…  

Ándale, ayúdame a ponerme estas botas, porque tengo que conseguir unos conejos. 

 

 

Oscuro. 

 

Como muchas de las acciones de la fábula se adelantaron, los críticos del palco protestan. 

 

En el Palco. 

 

Munlait. — No me gusta la solución, la encuentro poco elegante. Debo hablar con el Autor. 

 

Zaragoza. — A mí no me satisface del todo, pero debo decir que no me deja de parecer original. El uso del lenguaje sobre todo. El uso del vosotros le da cierta elegancia. 

 

Munlait. — Es cierto, es original, sobre todo porque no se mantiene en un estilo. Es original, pero es impreciso, no es pertinente. 

 

Divino. — Por favor, querida Munlait. Creo que a pesar de que el recurso no es del todo fallido, habría que hacer una mesa de discusión, una comisión dictaminadora… puede ser en mi casa…  Ya sé… hagamos un estudio colegiado. Después de todo Es El Gato con botas. 

 

Zaragoza. — Pues sí, concuerdo. Me parece que algo está pasando y que no es normal. 

 

Munlait. — Miren aquí viene el autor. (El Autor pasa enfrente de los críticos, pero inmediatamente les saca la vuelta) Oiga. Yo pienso… Oiga… Autor, Señor Autor… ¡No se vaya! Ya se fue, no nos quiere hacer caso. ¡Me va a oír! 

 

Zaragoza. — Tengo unas ganas enormes de tamborilear. 

 

Munlait. — Y eso que significa. 

 

Zaragoza. — Oh, es una costumbre. Tamborilear. 

 

Divino. — Los dedos querrá decir. Tamborilear los dedos. Así. (Tamborilea los dedos). Es como hacer ruido. 

 

Munlait. — Es preciso tamborilear. 

 

Zaragoza. — Tamborileemos. 

 

Todos tamborilean. El autor, preocupado se acerca, con cara de circunstancia. 

 

El Autor. — Qué les sucede. 

 

Munlait. — ¡Ya! Ahora sí vino. Es usted un majadero. 

 

El Autor. — Yo, ciertamente. No me gusta que tamborileen. Estoy tratando de conseguir que la segunda escena se realice. 

 

Divino. — A qué le llama Usted segunda escena. 

 

El Autor. — Ah, pues a… Pues a… La segunda escena. 

 

Munlait. — ¡Vaya respuesta! 

 

Divino. — Mire, nosotros creemos que Usted nos está dando Gato por liebre. 

 

Zaragoza. — Ah, eso es gracioso porque es cierto. Es gracioso en varios niveles. “Gato, por liebre”. Varios niveles. 

 

Munlait. — Yo no lo considero así, mejor cállese, Zaragoza. Escuchemos al Autor. 

 

El Autor. — Ustedes disculparán pero la escena que sigue no está terminada. Sabemos que todo sucede en el palacio del Rey, en una cena, muy elegante, con una mesa muy bien puesta, con conejos, y también con un guiso de puerco que todavía no está listo. 

 

Munlait. — Eso no nos concierne. Usted debe saber que pagamos nuestra entrada. 

 

Zaragoza. — Si tiene problemas para la siguiente escena, por qué no nos cuenta lo que va a pasar. 

 

Divino. — En absoluto concuerdo. 

 

El Autor. — ¿Cómo? 

 

Divino. — Que yo no estoy de acuerdo. 

 

El Autor. — Ah, muy bien. 

 

 

Llega el Lacayo y les habla muy formal. 

 

Lacayo. — Señores y señoras. Vamos a continuar. Su Majestad el Rey está listo. 

 

El Autor. — Señores, señoras... estimado público. Continuamos. Accióooon. 

Los dejo. Espero que les guste. 

 

Munlait. — Me dieron ganas de hacer ruido. 

 

Zaragoza. — Silencio, ya va a empezar. 

 

Divino. — Mejor dicho, continúa. 

 

Zaragoza. — Ya Cállense. 

 

 

Después de que el lacayo les indicó que la escena va a continuar, la escena reinicia en el Palacio del Rey, en una cena. 

 

Palacio del Rey. 

Suenan trompetas 

 

El Rey y la Princesa están sentados en una mesa con grandes platos con viandas notables como cerdo, ganso, y faisán. El Rey tiene en su plato un conejo. La princesa, una ensalada. El Gato lleva sus botas puestas. Chorlito se encuentra ahí sentado, pero a regañadientes. 

 

Chorlito. — Estoy sentado en esta mesa con la intención de dejar muy en claro mi posición. 

 

Gato. — Cállate, Chorlito. Ésta es una cena formal. A nadie le interesa oír tu posición. El Rey se dispone a comer un primer bocado de conejo. Veamos si le gusta. 

 

Chorlito. — Y a quién le interesa si le gusta el conejo o no. A mí ciertamente… no. (Se dirige al Rey, quien lo ignora) Yo, señor Rey. 

 

Gato. — Mi Rey, ¿el conejo es de vuestro gusto? 

 

El Rey. —  Todavía no lo pruebo, todavía voy en la ensalada. 

 

Chorlito. — Eso me gusta, que hablen claro. 

 

El Rey. —  Debo decir, Marqués, me ha sorprendido en demasía que no hayáis hecho las presentaciones previas a esta situación y ya estemos degustando el manjar, en este caso Conejo asado, sin los pasos previos de haberme sido presentadas su credenciales. 

 

Chorlito. — Por qué me dice Marqués. No soy Marqués. 

 

Gato. — Cállate, Chorlito. 

 

El Rey. —  Precisamente, el caso es que yo sé que es el Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — ¡Ya vas! 

 

El Rey. — ¿Cómo? 

 

Chorlito. — No se fije. 

 

El Rey. —  Eso, que sé yo muy bien su condición de Marqués de Carabás… y se trata de esta cena también en la que departimos, pero sin duda no ha habido pasos previos para haber llegado aquí. 

 

Gato. — Ah, sí, ya entiendo, faltan los pasos previos, el haberle presentado al Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — Ya vas. 

 

Gato. — ¡Cállate! 

 

El Rey. —  Eso, y que usted, Señor ministro, me hayáis traído al Marqués a este mi Palacio, para desposar a mi hija con tan conspicuo personaje. 

 

Chorlito. — Ya me perdí. 

 

Gato. — Quiere decir el Rey que te vas a casar con la Princesa. 

 

Chorlito. — De eso se trata mi inconformidad. Yo no estoy de acuerdo. Por qué me van a casar, es decir, por qué me tengo que casar con la Princesa, y además, por qué se me dice que soy un Marqués, todo el mundo sabe que no soy sino un humilde huérfano, hijo de Molinero y que al morir mi padre, dejó como herencia una vaca a mi hermano mayor, y al segundo un burro, y a mí me dejaron a este gato. 

 

El Rey. —  No sea usted grosero con el Ministro, no le diga gato. Él ha hecho mucho por Usted. Lo ha invitado, Marqués, para que despose a mi princesa y por otra parte me ha traído un conejo delicioso. 

 

Otra vez en el palco discuten sobre la trama del cuento. 

 

En el Palco 

 

Munlait. — Ya me perdí. ¿Se trata de un cuento infantil de la tradición oral?, o es una deconstrucción del original sin que tenga un sentido claro de dónde va a suceder la transformación, del personaje heredero, en el nuevo monarca. 

 

Zaragoza. — En la trama original, el Gato luchaba para que su amo consiguiera la mano de la Princesa y así, el Reino, pero esto ni siquiera se ha planteado. ¿O sí? 

 

Divino. — Es lamentable. La Princesa ni siquiera ha hablado. No sabemos qué tiene que decir. ¿Estará de acuerdo en que el personaje Chorlito se case con ella? Y por otro lado, el tal Chorlito ni siquiera se ha manifestado a favor o en contra de que ese matrimonio se lleve a cabo. 

 

Munlait. — No han puesto atención. Él se ha manifestado muy claramente en que no está de acuerdo. 

 

Zaragoza. — En qué no está de acuerdo. 

 

Munlait. — No está de acuerdo, punto. Sería cuestión de hablar con él. 

 

Divino. — Creo que no sería prudente hablar con el personaje. En todo caso llamemos al Autor. 

 

Munlait. — Es verdad. Las cosas están saliéndose de tono, la historia no avanza, no se han respetado los precedentes de la fábula, lo personajes se rebelan, y algunos ni siquiera han tomado la palabra. Yo quisiera saber qué es lo que piensa la Princesa de todo esto. Ha estado muy callada. 

 

Divino. — De hecho no ha dicho una palabra. 

 

Munlait. — Con más razón. El hecho de que se le ignore puede ser considerado un acto en contra de la condición femenina. Es violencia de género, me parece. Es una princesa y no se le ha dejado hablar. Solo se ha dicho que el tal Chorlito se va a casar con ella y ¿qué más? Hemos escuchado lo que tiene qué decir, qué opina, está de acuerdo o en desacuerdo. Necesitamos plantear la problemática de la Princesa en esta obra. Debemos hablar con el autor. 

 

Divino. — El preciso hablar con el autor, de éste y de otros asuntos… No se ha mencionado al Coco, por ejemplo. 

 

Munlait. — Qué es eso del Coco. 

 

Divino. — En la obra aparece el Coco, y lo engañan, lo hacen convertirse en toda clase de animales, de los muy grandes a los muy pequeños, y cuando se convierte en un pequeño, en un ratón, me parece, acaban con él y se quedan con sus tierras. 

 

Zaragoza. — Todo eso yo no lo recordaba, pero de hecho ni siquiera se sabe cómo llegó el Gato con botas al palacio del Rey, y el caso es que ya están comiendo y ni siquiera el personaje Chorlito se quiere casar con la princesa. 

 

Munlait. — Insisto en que ni siquiera la princesa ha dado su punto de vista. Yo quiero escucharla. 

 

Zaragoza. — Pero es preciso antes hablar con el autor. 

 

Munlait. — Hay que llamarlo. 

 

Divino. — Vamos a llamarlo. 

 

Zaragoza. — El autor, ¡El autor! El autoooor! 

 

Todos. — El autor. El Autor. ¡El autor!!! 

 

 

Llega el autor 

 

El Autor. — (Muy apurado) Qué pasa, me estoy ocupando de las luces. 

 

Munlait. — Debería Usted ocuparse de sus personajes. Qué pasa con la Princesa. 

 

El Autor. — ¿Qué pasa? ¿Qué ha de pasar? Ustedes deben ver la obra para enterarse. 

 

Munlait. — ¿Para enterarnos?, qué descortés. 

 

Divino. — ¿Y el Coco? Qué sucede con el Coco. 

 

El Autor. — Ah, bien, yo he decidido ignorar esa parte de la historia. Me resulta un poco grotesco, eso del Coco, ¿a Ustedes no? Vaya nombrecito. “El Coco” … Y eso de que se transforme es muy complicado, escénicamente me comprenden. Y en todo caso, lo importante es que el personaje Chorlito se quede con el reino. 

 

 

Chorlito decide hablar con los críticos 

 

Chorlito, quien estaba congelado, lo mismo que los otros personajes, decide hablar. 

 

Chorlito. — Yo quisiera manifestar mi inconformidad. 

 

Munlait. — Ya sabía yo que él estaba inconforme. Yo estoy en desacuerdo con el nombre. Por qué le ha puesto Chorlito. Es un nombre poco afortunado. 

 

Divino. — Coincido, Munlait. 

 

Zaragoza. — A mí tampoco me gusta, Señor Divino, pero escuchemos lo que tiene que decir... el tal… Chorlito. 

 

El Autor. — Me disculparán pero es algo inapropiado… No estoy de acuerdo. Cuando se ha visto que los personajes hablen con el público. 

 

Munlait. — Pero dónde estudió usted, es una tradición teatral desde los griegos, debería conocer usted la Parábasis. Se nota que usted no sabe nada de teatro. 

 

Zaragoza. — La Parábasis claro, la parábasis. Usted Debería disculparse y abandonar la escena. 

 

Divino. — Eso es verdad, váyase, creo que será conveniente que escuchemos a los personajes. 

 

El Autor. — De acuerdo, de acuerdo, vamos a ver qué tienes que decir, Chorlito. 

 

Chorlito. — Gracias. En primer lugar… 

 

Munlait. — Un momento, antes de que hable, creo que también es importante escuchar lo que piensa la princesa, hasta el momento no ha podido o querido decir nada, sería importante escuchar su posición. 

 

Chorlito. — Me permite. Es mi turno, ya hablará la princesa o quien lo desee, pero yo pedí mi turno ya hace mucho tiempo. 

 

Zaragoza. — Eso es cierto. 

 

Divino. — No, no lo escuché. 

 

Munlait. — Sí, él quería participar desde hace mucho tiempo. 

 

El Rey. —  Hasta yo sé que él quería manifestar una inconformidad, hasta mi hija lo sabe. 

 

Chorlito. — Me permiten hablar… (Todos asienten) Gracias. (Ocupa el escenario y habla con seguridad y grandilocuencia) Estimado Público, queridos colegas personajes, y bueno, también me dirijo a usted, señor Autor. Especialmente me dirijo a Usted, señor Autor… 

 

El Autor. — Lo escucho, ya qué. 

 

Chorlito. — Desde la muerte de mi padre yo he sido testigo de muchos abusos. Primero, he sido víctima de la tradición que mi propio padre encarnó en su momento. Cómo es posible que me haya dejado solamente un gato y a mis hermanos una vaca y un burro. Y por otro lado… Qué pasa con el molino. Se supone que mi padre era dueño de un molino. Y ese molino se lo dejó a mi hermano mayor. Y nunca vimos ese molino. Solamente vimos una choza miserable. 

 

El Autor. — Hay cosas que pueden ser diferentes, Chorlito. El molino solo aparece en algunas versiones de la historia, del cuento. 

 

Chorlito. — No lo sé. No lo entiendo. 

 

El Autor. — Es algo que no podríamos explicarte… Porque tú eres solo parte de esta versión, no de todas. 

 

Chorlito. — No lo sé, creo que efectivamente no lo entiendo. 

 

El Autor. — No podrías. 

 

Chorlito. — ¿Y Usted? 

 

El Autor. — Yo qué. 

 

Chorlito. — Usted es de verdad el autor, o es otro personaje. 

 

Autor. — (No entiende o no quiere entender) Ehhh. Por supuesto que soy el autor. Cómo haces esas preguntas. 

 

Chorlito. — No sé, son cosas que se me ocurren. A veces parece que no todo es tan claro.  

Bueno… Y por otra parte… Quiero seguir hablando. 

 

El Autor. — Nadie te lo impide. 

 

Chorlito. — Cómo es posible que me quieran casar. Qué clase de historia es esa de que soy un Marqués. 

 

El Rey. —  El Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — Ya vas… 

 

El Autor. — ¿Cómo? 

 

Chorlito. — Disculpen Ustedes. El caso es que me molesta mucho que no tengo conocimiento de las cosas. Y especialmente me molesta que este gato sea llamado ministro por el Rey. 

 

El Rey. —  No entiendo la Molestia. El señor Gato es un ministro. 

 

Gato. — Desde luego. Soy el Ministro. Gracias, su majestad, por apoyarme. 

 

Chorlito. — No puede ser posible. Acaso el Rey no se da cuenta de que su Ministro es nada más que un miserable gato. 

 

El Autor. — ¿Puedo decir algo? 

 

 

En el palco. 

 

Munlait. — No puede decir nada. Es el momento de que tomemos cartas en el asunto. 

 

El Autor. — ¿Por qué es el momento? No creo que sea el momento de nada. 

 

Munlait. — Es cierto lo que dice Chorlito. Cómo es posible que el Rey no se dé cuenta de que está tratando con un Gato. 

 

El Autor. — Pero… 

 

Munlait. — Pero nada. Es inverosímil que un gato le sirva conejos a un rey. Eso está en contra de toda lógica. 

 

Divino. — Disiento, permítame disentir… Es la esencia de la fábula. Hemos hablado ya de que el gato es originalmente un Hada y que asume la forma de un Gato. El hecho de que el Rey no se sorprenda de que el Ministro sea en realidad un Gato es el efecto de la magia del hada que ha hecho que al ponerse el personaje las botas… sea considerado un personaje de altísima dignidad y poder. Las botas lo hacen mágico pues. 

 

Munlait. — Eso es lo más claro que he escuchado el día de hoy. Por eso al rey no le molesta que el ministro sea un gato. 

 

El Autor. — Que él no lo sabe, es el efecto mágico de las botas. 

 

Chorlito. — Y parece que a nadie le molesta tampoco que un gato hable. 

 

Gato. — No sé por qué tienen que cuestionarlo todo. 

 

El Rey. —  Eso es cierto. El señor ministro es una persona de impecable excelencia y además prepara muy bien el conejo. 

 

Zaragoza. — Si me permiten abundar sobre el tema del gato… 

 

Munlait. — Yo creo que ya deberíamos hablar del asunto de la princesa. Por qué no habla. ¿Es una posición misógina por parte del autor? 

 

El Autor. — Por favor… Si ustedes dejaran que la obra pudiera ser representada… 

 

Zaragoza. — Yo pedí la palabra, disculpen, creo que el Gato es un arribista. 

 

Divino. — Interesante argumento. En qué se basa. 

 

El Autor. — Sí, eso yo nunca lo había escuchado. ¿Un Arribista? 

 

Zaragoza. — En efecto, un arribista. Es el personaje que mueve los hilos. En verdad a nadie le sorprende que un gato haga todo lo posible porque su amo se case con la princesa para quedarse con el reino? Es el gato el que en realidad quiere quedarse con el reino. 

 

Chorlito. — Y por qué el gato entonces no se casa con la Princesa. Si ya habla, si ya usa botas y es llamado Ministro, por qué no se casa él con la princesa. A mí me solucionarían la vida, en realidad no me quiero casar con una princesa muda y loca. En realidad no me quiero casar, punto. 

 

Zaragoza. — Cuál es la intención, en todo caso, del autor. ¿Se trata de hacer una obra revolucionaria? 

 

El Autor. — Usted pone palabras en mi boca. 

 

Divino. — Yo no tengo intenciones, jovencito, de ponerle en la boca nada. 

 

El Autor. — Está todo dicho, está todo dicho. 

 

Divino. — Bien. 

 

El Autor. — Bien. Podemos proseguir con la obra, otras personas del público desean que continuemos. 

 

Zaragoza. — Eso es cierto que continúe, que continúe… 

 

Lacayo. — Señor autor, los personajes me han pedido si podemos continuar desde la escena en que el zapatero le hace las botas al gato. 

 

El Autor. — ¿Un zapatero?, ¡pero no tenemos ese personaje! 

 

Lacayo. — Si Usted gusta, yo puedo hacer de zapatero. 

 

El Autor. — Eso sería magnífico, muy bien. Cambiamos de escena. El Gato y el zapatero por favor. 

 

Chorlito. — ¿Yo también salgo? 

 

El Autor. — Sí Claro. (Grita a tramoya) ¡Escenografía de choza! 

 

 

Oscuro. 

 

Música. 

 

La obra reinicia en la escena entre el Gato y Chorlito que se acaba de quedar huérfano 

 

Humilde choza donde están El Gato y Chorlito. 

 

Chorlito. — Así es, Gato. Me sorprende que hables y que en todo el tiempo en que te conocí nunca dijiste una palabra. 

 

Gato. — Sí, mi querido Chorlito. No había tenido interés en hablar, pero ahora vas a darte cuenta de que haré que te conviertas en un hombre poderoso. Lograré que te conviertas en alguien importante, pero antes debo hacer que me hagan unas botas. 

 

Chorlito. — ¿Unas botas, Gato? Y por qué mejor no haces que te hagan unos zapatos. 

 

Gato. — Las botas dan la imagen de respeto y poder, querido Chorlito. Ah, pero mira, aquí llega el Zapatero y me va a tomar medidas para confeccionar mis botas. 

 

En El Palco. 

 

Munlait. — Esto cada vez va peor, siento que pierdo mi tiempo miserablemente. 

 

Divino. — Así es, las botas ya estaban en la escena, para qué regresamos a algo que ya conocíamos. Esto es literalmente un retroceso. 

 

Zaragoza. — Pero miren, parece que los han escuchado, el Zapatero, que antes era el lacayo, ya le está poniendo las botas al gato. Eso al parecer fue una elipsis. 

 

Divino. — Ciertamente, es como en el cine. 

 

Munlait. — Pues a mí no me parece. 

 

 

En la Choza.  

 

Zapatero. — Qué bien le quedan a Usted estas botas, Señor Gato, ahora Usted podrá entrevistarse con el Rey y seguramente lo nombrará ministro. 

 

Gato. — Gracias, señor Zapatero, pero antes debo hacer algunas cosas. Debo lograr que el Rey piense que el huérfano Chorlito se presente al Rey como un hombre de dinero y dueño de tierras y también debo lograr que se presente como un Marqués, como el Marqués… 

 

Zapatero. — Como El Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — Ya Vas… 

 

Zapatero. — ¿Cómo? 

 

Gato. — No importa. Ahora le mandaremos al Rey unos conejos, de tu parte Marqués, para que los disfrute. 

 

Chorlito. — Ah, muy bien. Estoy de acuerdo, seguramente al Rey le gustarán mucho mis conejos. 

 

Gato. — Yo estoy seguro de que sí. 

 

En el palco. 

Munlait. — No, no, no, y no. Esto no tiene sentido. Creo que hemos caído en desgracia. Los personajes no son consecuentes con lo que antes habían hecho. El tal Chorlito ahora resulta que está de acuerdo. Y se escucha como falso, acartonado. Antes al menos parecía espontáneo, tenía pasión, sentido, arte. 

 

 

Desde la escena. 

 

Chorlito. — Ya la oí, ya la oí y muy bien. Y no lo estoy, no estoy de acuerdo, señora mía, pero ya qué me queda. Tengo que representar mi papel, ¿me entiende? 

 

Munlait. — No lo comprendo, Chorlito. Me caías bien. O al menos no me caías tan mal. Tú sigue adelante, tal vez las cosas mejoren. 

 

Chorlito. — Gracias señora. (Vuelve a su interpretación) Ah, miren ahí viene una carroza. (Suenan trompetas) Debe de ser el Rey y la Princesa. 

 

Munlait. — Vaya, Vaya… Pobre Chorlito. Es buena persona. 

 

Divino. — Es buen personaje, mejor dicho. 

 

Zaragoza. — Es un tipazo. 

 

Munlait. — Parece que el autor ahora sí quiere seguir las acciones del cuento original. 

 

Divino. — Eso parece, pero no sé si me gusta. 

 

Zaragoza. — A mí me parece bien 

 

Munlait. — Silencio, la obra continua. 

 

Zaragoza. — Siempre me han gustado las carrozas 

Munlait. — ¡Zaragoza! ¡Ya cállese! 

 

 

El Rey llega a los campos donde vive el Coco, la fábula del cuento original se retoma en ciertos aspectos, aunque no en todos. Ahora sí habla la princesa. 

 

El Rey y la princesa llegan en una carroza. Los vemos detrás de dos respectivas ventanillas. 

 

La Princesa. — De pronto, Padre, tengo antojo de un helado de frambuesa. 

 

El Rey. —  Sí, hija mía, yo sé lo que son los antojos. Verás… me han dicho que por estas mis tierras suele aventurarse un cazador de perdices que también me puede conseguir conejos. Es un magnífico cazador. Y yo tengo tantas ganas de un conejo asado. Pero mirad, aquí se acerca un aldeano. 

 

Aldeano. — (Que antes era el lacayo y el zapatero) Su Majestad, qué hace Usted por las tierras del Marqués de Carabás? 

 

El Rey. — ¿Las tierras del Marqués de Carabás? 

 

Chorlito. — ¡Ya Vas! 

 

El Rey. — ¡Cómo? 

 

Aldeano. — No importa. 

 

El Rey. —  Cómo que no importa. Según sabía yo, éstas son mis tierras. Todo este territorio es mío, soy el dueño. 

 

Aldeano. — En eso se equivoca, señor Rey… Ahora le pertenecen al Marqués… Antes eran del Coco, pero el Marqués acabó con él. 

 

Chorlito. — En Realidad no tengo ese mérito. (Épico) El que acabó con el Coco está aquí presente, se trata del mismísimo Gato con botas. Este prodigioso héroe Pudo lograr que el Coco, quien solía transformarse ya sea en León o en Rinoceronte… tomara la forma de un minúsculo ratón. 

 

El Rey. —  Y para qué hizo eso, me pregunto, habría sido más útil que se transformara en conejo. A mí me gustan los conejos. 

 

La Princesa. — Ya todo mundo lo sabe, papá. Todos sabemos que eres un glotón. (Coqueta, al Gato) Entonces, Señor Gato, usted, maravilloso héroe, transformó al Ogro en ratón. 

 

Gato. — Sí, princesa, al Coco, no al Ogro. Lo transformé en Ratón para… 

 

La Princesa. — Para así poder comérselo. Supongo. 

 

Gato. — Sí, Aproveché su… tamaño... 

 

La Princesa. — Entiendo. Aprovechó la vanidad del monstruo para que no pensara en lo peligroso que resultaba aceptar su petición de transformarse de algo muy grande en algo muy pequeño, y cuando se convirtió en ratón, zaz, se lo comió. 

 

Gato. — Zaz, me lo comí. Es usted muy lista, Princesa. 

 

La Princesa. — ¿Verdad que sí? 

 

Gato. — Pues yo quería presentarles a Chorlito, él es ahora el dueño de estas tierras, y… 

 

El Rey. —  Y es un cazador, ¿no es cierto?, es un magnífico cazador y me puede conseguir unos conejos. 

 

La Princesa. — En verdad, papá que no entiendes nada… El cazador es aquí el señor Gato. Como puedes ver usa unas botas magníficas y es digno de ser el dueño de estas tierras que antes pertenecían al Coco, y… también... es digno de obtener mi corazón. 

 

En el Palco. 

 

Munlait. — No me gusta el rumbo que está tomando los acontecimientos. Si nos descuidamos podemos presenciar un atentado contra la historia original. No es el gato el que se debe casar con la princesa, es el huérfano. Es Chorlito, pobrecito. 

 

Zaragoza. — No sé, no se encariñe con los personajes, Munlait. Es una licencia que se puede permitir el autor. Los cuentos de hadas en todo caso pertenecen a todos. 

 

Divino. — No es verdad: son una tradición oral que no debe ser desvirtuada. 

 

Munlait. — Estoy casi de acuerdo con usted, pero recordemos que el autor trataba de arreglar las cosas, tal vez todavía es tiempo de que reflexione. 

 

Zaragoza. — Me parece que en este caso es la Princesa la que no quiere acatar las normas, se está alejando de la historia original. Deberíamos hablar con ella. 

 

Divino. — No me parece correcto. El Público no debería hablar con los personajes. 

 

Zaragoza. — Ya lo ha hecho, y en esta misma obra, ¿no recuerda? 

 

Divino. — Me parece que no estamos en posición de discutir la… 

 

Zaragoza. — Ya cállese. Yo le voy a hablar. Princesa… Princesaaaa. 

 

Munlait. — No le grite, no sea usted Vulgar. 

 

Zaragoza. — ¡Princesa!!! (La princesa voltea a ver a Zaragoza) Oiga, ¿es cierto que ahora se quieres casar con el Gato? 

 

La Princesa. — Cállese, por qué me dirige la palabra. ¿No sabe Usted quien soy yo? 

 

Zaragoza. — Es la Princesa, es la hija del Rey, y está destinada a casarse con el Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — ¡Ya vas! 

 

Zaragoza. — Cómo… 

 

Chorlito. — No importa. Yo ya les había dicho, a mí realmente no me gusta la princesa y no me quiero casar. 

 

Gato. — No sé, Chorlito. Yo he tenido la intención de ayudarte, porque eres un huérfano miserable. 

 

Chorlito. — Gato, no me hables así. 

 

Gato. — No seas sensible. Te ayudo porque eres muy poca cosa y con una chocita que te dejó tu padre, pues no pienso que puedas sobrevivir en este mundo cruel y difícil. Por eso quiero convertirte en marqués; deseo que seas dueños de las tierras que antes pertenecían al Ogro… y mi más grande anhelo es que te cases con la princesa y seas dueño de las tierras del Rey. 

 

Chorlito. — Nada menos. Es decir que quieres que me convierta en una persona deshonesta y además me case con alguien que en realidad no me gusta, y… además… 

 

La Princesa. — Y además, la “Princesa” tampoco se quiere casar contigo. 

 

Chorlito. — Y además la princesa no se quiere casar conmigo. 

 

La Princesa. — Papá, Rey mío, tú me dijiste que yo puedo decidir con quién casarme. Y yo deseo casarme con el gato. Así son las cosas. 

 

El Rey. —  No lo sé, hija mía, yo lo único que deseo es que en mi mesa haya unos deliciosos conejos asados y también perdices. 

 

La Princesa. — Es eso lo único que deseas, papá, ¿en serio? 

 

El Rey. —  Pues sí, hija, así es mi personaje, qué puedo hacer. 

 

La Princesa. — Tenemos que hablar con el Autor. 

 

Munlait. — Esa chica me cae bien, yo estaba pensando lo mismo, hay que llamar al Autor. 

 

Zaragoza. — Sí, es preciso, hay que llamarlo. 

 

El Rey. —  Sí, es una orden, qué venga el Autor. 

 

Todos. — Autor, autor, que venga el autor, que venga el autor. 

 

El Autor. — Bueno, ya, qué quieren. 

 

La Princesa. — No nos gusta tu obra. 

 

El Autor. — Sí, ya me di cuenta, han arruinado los esfuerzos por regresar a la historia original. Conseguí una carreta. Iba también a incluir al Coco, pero tenía que hacer que un Coco se transformara en Rinoceronte, en León y luego en Ratón, eso era muy difícil. Muy muy difícil. 

 

 

En una escena muda, que todos ven, aunque fingen que no está pasando, el Lacayo detrás de un teatro de títeres Presenta detrás del teatrino a los personajes mencionados: El Coco, que se transforma en Rinoceronte. Luego el Coco se transforma en León, luego en Ratón. Finalmente, un títere que representa a un gato se come al ratón. 

 

 

Gato. — Pues habría sido una gran escena. 

 

El Autor. — Como sea. El caso es que tenemos que solucionar la obra. Ya sé. Mi Rey, venga para acá. (Le habla al oído, el Rey Asiente) 

 

El Rey. —  Hija mía. 

 

La Princesa. — Sí papá. 

 

El Rey. —  Ya está decidido. Lo he estado pensando. 

 

La Princesa. — ¿Sí?... Y qué decidiste. 

 

El Rey. —  Todo es muy complicado. Y Mejor no te casas con nadie. 

 

La Princesa. — No sé, Papi, a mí me gusta el gatito. 

 

El Rey. —  Pues hija… tú diviértete. Pero no te cases. 

 

La Princesa. — ¡Papá! 

 

El Autor. — Su majestad. Usted no entendió lo que le dije. Le pedí que hiciera que su hija se casara con el Marqués. Esto se ha salido de control. 

 

Munlait. — Desde hace rato. 

 

Divino. — Desde la primera escena. 

 

Munlait. — Debería pedir perdón y retirarse. 

 

Zaragoza. — En realidad a mí me gusta la obra. 

 

Munlait. — ¿Sí? 

 

El Autor. — ¿De veras? 

 

Divino. — ¿Acaso está loco? 

 

Zaragoza. — Pues sí, no lo ven, ha sido muy aleccionador ver como el Gato es solamente un ser sin entrañas, un manipulador y un arribista. 

 

Gato. — Óigame, más respeto. 

 

Zaragoza. — Y también me gusta que no se retome la idea del huérfano original en la historia. No puede ser que se siga esperando que las soluciones vengan desde fuera. Chorlito no iba a hacer ningún esfuerzo por conseguir nada. Qué bueno que se rebele a ser manipulado. 

 

El Rey. —  Y además se iba a quedar con mi reino, y lo ha dicho él mismo, a él no le gusta nada mi hija. 

 

Chorlito. — Lo dije y lo repito. A mí no me gusta. No me gusta nada esta Princesa. 

 

La Princesa. — Pues tú A mí tampoco me gustas. 

 

Chorlito. — ¡Ah no? Pues… Pues No tienes el gusto de conocerme. 

 

La Princesa. — El gusto de qué, eres un huérfano miserable. Tienes a un sirviente que te consigue las cosas. 

 

Gato. — Disculpe. No soy precisamente su sirviente. 

 

La Princesa. — Como sea, no creo que seas ni siquiera bueno en la cama. 

 

Chorlito. — Eso tendrías que saberlo. Experimentarlo. 

 

La Princesa. — Eso solo pasaría en tus sueños. 

 

Chorlito. — En los tuyos, Princesa. En ti, solo veo a una hija de papi, me gustaría verte como una persona normal, sin esa ropa de princesa. 

 

La Princesa. — ¿Quieres verme sin ropa? 

 

Chorlito. — ¿Eh? Yo… No quise decir eso. 

 

Todos. — Uhhh. 

 

Chorlito. — Yo no quise decir eso… 

 

La Princesa. — Tal vez yo sí quise decir eso. 

 

Chorlito. — Gato, necesito ayuda, una fuerza incontrolable me atrapa. Señor autor, ayúdeme. No quería nada con la Princesa pero algo pasó en mi ser, en mi cuerpo. Algo que me hizo sentir algo diferente... Qué me pasa señor autor, qué me está sucediendo.  

 

El Autor. — Yo no puedo hacer nada, Chorlito. Yo ya no tengo control de los personajes.  

Uhhhh. Pero Si quieren los dejamos solos. 

 

Chorlito. — Si quieren. Estaría bien... Pueden dejarnos... a solas. 

 

Todos. — Iuuuhhh. 

 

Gato. — Chorlito, me sorprendes. 

 

Chorlito. — No me digas más Chorlito. 

 

Gato. — Si quieres te llamamos Marqués. El Rey puede darte ese título. 

 

El Rey. —  Yo puedo hacerlo, te voy a nombrar Marqués. 

 

Gato. — Marqués de Carabás. 

 

El Rey. —  De Carabás… Marqués de Carabás 

 

Chorlito no dice su acostumbrado “ya vas” … Se queda viendo arrobado a la princesa. 

 

Gato. — Y a mí puede nombrarme ministro, primer ministro. 

 

El Rey. —  No será tanto. Quizá En otra ocasión. 

 

El Autor. — Bueno, pues parece que ya todo se ha arreglado, princesa; parece que no te gusta ya la idea de tener algo que ver con el Gato. 

 

La Princesa. — No, ya no, cambié de opinión. Ahora yo soy del Marqués, Del Marqués de Carabás. 

 

El Autor. — (A Chorlito que iba a decir su acostumbrado Ya vas) Sí, sí, no digas nada, Marqués. Pues los dejamos solos, como habíamos quedado. Estimado Público eso es todo. Hemos concluido. 

 

 

En el palco. 

 

Divino. — Cómo que han concluido, ¿ya terminó? 

 

Zaragoza. — No puede hacernos eso. 

 

Munlait. — ¿Pretende terminar aquí? Esto es un despropósito. 

 

El Autor. — Ustedes se han quejado todo el tiempo de mi obra, creo que es justo que se imaginen el final. Es fácil, es previsible. El Marqués se casa con la Princesa y todos felices. 

 

Munlait. — Pero eso no está claro. Sabemos que se quieren... besar. Tal vez quieran estar a solas… Pero no estamos seguros de que la boda se lleve a cabo. 

 

Divino. — Y además no estamos seguros de qué va a pasar con el Gato. 

 

Zaragoza. — Creo que necesitamos un final. 

 

Munlait. — Yo estoy de acuerdo. 

 

Zaragoza. — Final, final, necesitamos un final. 

 

El Autor. — Está bien, está bien, está bien… pero solo si ustedes participan. 

 

Munlait. — ¿Nosotros?, Eso sería… es irregular 

 

Divino. — Yo diría inapropiado. 

 

Zaragoza. — Yo estoy de acuerdo. 

 

El Autor. — Ustedes serán los invitados. Vamos tenemos que hacer un final. 

¡Vamos a un Oscuro por favor! 

 

 

Todo preparado para la escena final. 

 

Las luces del teatro se apagan, se escucha gran alboroto en el escenario. Movimientos de sillas y carritos. Al encenderse las luces vemos a Chorlito y a la Princesa sentados en un trono compartido. El Rey ocupa un lugar privilegiado. Vemos también al Gato, al Lacayo sentados juntos. Los tres integrantes del Palco están en escena, muy emocionados. El Autor, junto a la nueva pareja real se dirige a todos. 

 

El Autor. — Y es así, como hemos llegado a este final inesperado y esperado. El nuevo rey y la nueva reina son ahora, -después de una maravillosa boda en la que hubo cientos de invitados de todos los reinos vecinos…    Marido y mujer... Mujer y marido.  

Esperamos que todo haya sido de su agrado y esperamos también que… 

 

La Princesa. — Yo quiero decir algo… 

 

El Autor. — ¡No por favor! 

 

El Rey. —  No, hija mía, creo que ya no es tiempo de expresar inconformidad alguna. Hemos tratado de salir adelante a pesar de las equivocaciones de este autor que nunca ha sabido dónde llevarnos. Creo que es obvio que debería estudiar. 

 

Munlait. — Yo ya lo había dicho, no sé cómo se atrevió en primer lugar a escribir un tema que ya había sido tratado por los grandes. 

 

Zaragoza. — A mí sin embargo me ha parecido un gran experimento, he disfrutado cada momento que hemos vivido juntos. 

 

Chorlito. — Yo también quiero decir algo. 

 

El Autor. — Me lo imaginaba, a ver, qué vas a decir, marqués... que estás en desacuerdo. 

 

Chorlito. — Sí, estoy en desacuerdo. 

 

La Princesa. — Yo también. 

 

Chorlito. — Pero si todavía no he dicho nada, mujer. 

 

La Princesa. — No me digas mujer. 

 

Chorlito. — Pues cómo quieres que te diga. 

 

La Princesa. — Pues... ¿princesa? 

 

Chorlito. — ¿Pero qué no tienes nombre? 

 

La Princesa. — Pregúntale al autor, aquí presente. 

 

El Autor. — Ya, ya por favor, creo será importante para que la obra termine un poco de armonía y ya no busquemos conflictos. 

 

La Princesa. — Pues sí, pero no me has dicho cómo me llamo… 

 

El Autor. — Te llamas… Te llamas… 

 

La Princesa. — ¿Sí? 

 

El Autor. — Te llamas Zenaida. 

 

La Princesa. — Eso se te acaba de ocurrir. 

 

El Autor. — La verdad... sí. 

 

El Rey. —  Oiga, Autor, y Usted, Cómo se llama. 

 

El Autor. — ¡Yo? 

 

El Rey. —  Y con todo esto, yo tampoco tengo nombre. 

 

El Autor. — Usted es el Rey, mi Rey. 

 

El Rey. —  Déjelo así, si me va a inventar uno al último momento. 

 

El Autor. — Sí, la verdad. 

 

Chorlito. — Pues yo quería concluir con una inconformidad. 

 

El Autor. — Ya Chorlito, dilo ya, no te gusta tu nombre de Chorlito, verdad, a mí tampoco me gusta, no del todo, pero así se te quedó. 

Ahora, que al final tienes un nombre bonito. 

 

Gato. — Él es el Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — ¡Ya vas! 

 

Gato. — ¿Cómo? 

 

El Autor. — No se molesten, son personajes de cuento, y eso es lo que suele suceder en esos cuentos. Debo decirles que algunos personajes no acostumbran a tener nombre propio porque… 

 

Chorlito. — Sí, sí, no nos llene de información que no queremos, la cuestión es que ustedes no me han dejado terminar. Creo que debemos agradecer a las buenas intenciones del Gato, aquí, presente. Debemos darle un caluroso aplauso. 

 

La Princesa. — Sí, yo creo que se merece una aplauso, también al que le hizo las botas. Señor Lacayo, Zapatero… 

 

Todos. — Sí, viva, bravo, viva. 

 

Chorlito. — También a los invitados. Al Público que se dejó venir. Un Fuerte aplauso. 

 

Todos. — Viva, claro, viva, 

 

Zaragoza. — Y al Rey también, creo que es digno de aplauso, qué actuación. 

 

Todos. — Bravo, viva. 

 

Munlait. — Y también a la princesa, qué mujer, que empoderamiento, bravo, viva…. 

 

Chorlito. — Pues eso era todo, creo que debemos estar felices de que todo haya llegado a su fin, creo que podemos estar satisfechos. 

 

El Autor. — Sí, es cierto, me parece que lo han logrado, en verdad el mérito ha sido suyo, y, pues yo, creo que…Todo esto ha sido gracias a ustedes, y solo gracias a Ustedes, porque yo, quién soy yo... 

 

La Princesa. — Vaya, vaya; creo que el autor se ha emocionado. 

 

Munlait. — No tendría por qué. 

 

Divino. — No soporto los sentimentalismos. 

 

Gato. — Yo pienso que en el fondo es un buen hombre. 

 

Zaragoza. — Es un tipazo. 

 

Chorlito. — Coincido, es una gran persona 

 

El Autor. — ¿Eso piensan? 

 

Zaragoza. — Yo creo que también él se merece un aplauso. 

 

Chorlito. — No, uno, mil aplausos. 

 

Zaragoza. — Aplausos y vivas. 

 

Todos. — (Menos Munlait.  Divino aplaude sin entusiasmo) ¡Viva el autor!!!! ¡Viva!! 

 

Munlait. — Sí, bien, bueno, no será para tanto. Yo creo que su obra no funciona, pero no le voy a arruinar el festejo irracional de casi todos. 

 

Todos. — (Menos Munlait ni Divino a quienes retan por su opinión) ¡Que viva, que viva que viva el autor!!! 

 

Munlait. — Está bien, qué viva, que viva... Sí, pero de lejitos. 

 

Todos. — Buhhhh.  

 

Munlait. — Finalmente hemos llegado a un final, no sé si sea un final bueno, o malo, pero es un final. Eso ya es algo.  

 

Divino. — Me parece que debemos aplaudir. 

 

Zaragoza. — Viva el autor, viva, la obra, viva el final. 

 

El Autor. — (Dice las últimas palabras con el coro de los otros personajes que repite, en son de juego un poco pesado, lo que va diciendo) Viva, bravo. Un bravo general para todos ustedes. Hemos llegado después de tantos problemas, pero hemos llegado. Creo que eso es todo. Oscuro total por favor. Luces fuera. Ahora sí. Hemos terminado. Este es el final, final. Bueno yaaaaa. ¡Oscuro, por favor!!!! ADIÓS 

 

Oscuro. 

 

Se siguen oyendo gritos y voces. Vivas y Bravos, libremente. 

 

Fin 

  gavarreunam@gmail.com