Entrada destacada

Sarita Amor. Monólogo. Autor Benjamín Gavarre.

       Sarita Amor Monólogo     de Benjamín Gavarre.     Personaje:   Sarita Amor     Camerino de Sarita Amor.   Vemos a Sarita Amor antes d...

Buscar una obra de teatro en este blog

Mostrando las entradas con la etiqueta Gavarre Ben Mi gato. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Gavarre Ben Mi gato. Mostrar todas las entradas

7/9/24

Mi Gato con botas. Por Benjamín Gavarre.







 Mi gato con botas



Obra cómica


También para niños

 

Por Benjamín Gavarre



Después de la conocida obra de Tieck


Personajes: 


Munlait 

Divino 

Zaragoza 

El Autor 

El Gato 

El Rey 

La Princesa 

Lacayo-Zapatero-Aldeano 

 

En imagen o muñecos, vemos: Señoras y señoras extravagantes, pedantes, críticos y críticas. Algunas, amas de casa que se pusieron sus mejores galas y francamente son un desastre para el Buen Gusto que proclaman. Algunos hombres, críticos o no, con lentes anacrónicos tipo Valle Inclán, o bien Críticos ya de Edad Madura, o que se ven así aunque sean jóvenes. Son Medio Hipsters, muy Esnobs, con el bigote a lo Dalí, y con las ínfulas de quien huele flatulencias en todo lo que ve, critica, juzga o se le presenta aunque no le pregunten su opinión. Encarnados en personajes de carne y hueso, los críticos: en el palco, muy cerca de la acción en escena, muy muy cerca: Munlait, Divino y Zaragoza. 

 

El público en el palco comenta sobre si se trata de una obra infantil 

 

Munlait. — (Con acento francés) ¿Es que se trata de una obra infantil? 

 

Divino. — Querida, no uses el galicismo. 

 

Munlait. — Es que… lo siento, no puedo casi evitarlo…. Reitero mi duda: ¿Se trata pues de una obra infantil? 

 

Divino. — Oh sí. Créelo. Sin duda. El mismo autor está ahora con los personajes de cuento… en el foro, detrás de la cortina. Les ayuda a ponerse la capa o les pone las botas o la peluca. 

 

Munlait. — Un atentado contra el Buen Gusto. ¡Por vida mía! 

 

Zaragoza. — Tengo ganas de hacer ruido. 

 

Munlait. — Ni pensarlo, creo que es imprudente, inapropiado, eso, inapropiado, es decir la  

 

Divino. — ¿De moda dices?… Yo la he Usado. Inapropia—do. 

 

Munlait. — No quise decir... No creo que seas uno de esos. No te he visto en la Condechi. 

 

Divino. — Querida, ahí vamos todos los días, al Café Bonaparte, recuerdas, solemos ir al Stand Up de tu Prima la Gordis. 

 

Munlait. — (A punto del desmayo) Debes de estar confundido, Divino… No acostumbro, no tengo la habitiud de… 

 

Divino. — Otra francesismo 

 

Munlait. — Galicismo… 

 

Divino. — No se dice la habitiud… No acostumbro, se dice. 

 

Munlait. — Oh, bien… Creo que yo también tengo ganas de hacer ruido. Y eso que no acostumbro… 

 

Divino. — Eso, hagamos Ruido…  Ruido, Ruido… 

 

Zaragoza. — Ruido, vamos a hacer Ruido, ruido, ruido, en favor del buen gusto. 

 

Divino. — (Cambia de tema) Dicen que el autor es extranjero. Tiki, Tieki… Taco. 

 

Munlait. — No podría ser de otro modo. Creo que es Taco… En realidad no es extranjero, y se basa en una versión de una versión de una versión... 

 

Divino. — Dicen que en el elenco hay personajes vivos. 

 

Zaragoza. — Eso es increíble. 

 

Munlait. — Yo disiento. No podría ser de otra forma. 

 

Divino. — Me refiero, quiero decir, que hay un Perro vivo, y al parecer un Gato vivo y Dos o tres Conejos. Conejos vivos. 

 

Munlait. — Vaya, vaya. 

 

Zaragoza. — ¡Conejos! Eso me gusta. 

 

Divino. — Parece que se los comen. Y al gato le van a poner botas. 

 

Munlait. — Eso es verdad. Por eso dicen que la obra es infantil. 

 

Zaragoza. — Es cierto: El Gato con Botas, es un cuento. 

 

Divino. — Es una obra. Es una Historia. Un cuento como de Hadas. 

 

Munlait. — Cómo se atreven. Van a presentarnos una obra infantil. No son maneras. 

 

Divino. — Deberíamos hablar con el Autor; saber cuál es su propuesta. 

 

Zaragoza. — Eso es, conocer su visión de fondo; su propuesta teatral. 

 

Divino. — Tendríamos que estar seguros si la obra tiene perspectiva de género. 

 

Munlait. — Eso se da por descontado. Desde la enmienda del 14. Es obligatorio. 

 

Divino. — Así es. 

 

Zaragoza. — Yo con lo que no estoy de acuerdo es con el uso irresponsable de animales en escena. Es anticonstitucional. 

 

Divino. — No será tanto. 

 

Munlait. — Es así, ya no se puede, por ley. ¿Los habían prohibido? ¿O no? 

 

Divino. — Según yo, sí. 

 

Zaragoza. — Habrá que ver. Sobre todo si pensamos que los conejos se los van a comer, entonces… 

 

Munlait. — Entonces qué. 

 

Zaragoza. — Entonces… Bueno. Yo pienso que el que va a interpretar al Gato, sí tendrá que ser un Gato. 

 

Divino. — Yo lo veo desde la perspectiva de género, hay una como transversalidad, verdad… En la Poética del Teatro se estipula que todos los elementos que… que la filosofía del teatro tiene como base una poiesis que… como dice Juan Partida… Me refiero a que los Gatos… Pero miren, parece que ya va a empezar… 

 

Munlait. — Pero no han dado llamadas 

 

Zaragoza. — Yo quiero hacer otra vez ruido. 

 

Munlait. — Eso es, vamos a hacer ruido. 

 

Todos.Ruido, ruido, ruido, ruido… 

 

Se abre el telón… 

El autor habla con el público y les presenta la choza donde está Chorlito. 

 

 

El Autor. — Señores y señoras. Muy estimadas personas del público, ustedes pueden ver esta choza maloliente… Ejem… Una humilde choza donde habita este pobre y apestoso personaje que se ha quedado sin nada. 

Él se llama Chorlito, así se llama, o así se le quedó el apelativo, el nombre pues, porque su madre y su padre le decían todo el tiempo… 

 

Chorlito. — “Eres un Cabeza de Chorlito”. 

 

El Autor. — Y así, como siempre le decían “Cabeza de Chorlito” se le perdió lo de cabeza, y se le quedó lo de Chorlito como el pajarito. 

 

Chorlito. — “Eres un Cabeza de Chorlito”. 

 

El Autor. — Los padres de Chorlito murieron. Tenían pocos bienes, pero se los dejaron como herencia a los tres hijos que tenían. Al mayor… le dejaron una vaca, porque los padres hay que decirlo, hacían queso. Al segundo le dejaron un puerco. Y a Chorlito le dejaron la choza maloliente y también… le dejaron... 

 

Chorlito. — Un gato… 

 

El Autor. — Le dejaron un gato… 

 

Chorlito. — Y siete conejos. 

 

El Autor. — Le dejaron también conejos. Siete conejos. 

 

 

Los críticos del palco hablan con el autor y le exigen que su obra tenga sentido 

 

En el palco 

 

Munlait. — Esto no tiene pies ni cabeza. Quiero hablar con el Autor. Oiga. Oiga Usted. 

 

Divino. — No creo que se le pueda hablar, Munlait Está ocupado. Está en escena. 

 

Munlait. — Cómo de que no. Yo quiero hablar con él Me va a escuchar. Cómo es posible que se nos presente esta clase de historias sin ningún sentido. Este autorcillo de pacotilla no conoce lo que es el buen gusto. 

 

Zaragoza. — Debemos protestar, hacer ruido, en efecto, esta historia carece del sentido del gusto. Del buen gusto. Vamos a hacer ruido. 

 

Munlait. — Hagamos ruido. 

 

Zaragoza. — Gusto, gusto, gusto. Queremos buen gusto, gusto, gusto. 

 

Munlait. — ¿¡Qué es lo que queremos!? 

 

Zaragoza y Divino. — Gusto, gusto, gusto, gusto 

 

Munlait. — ¿Cuándo lo queremos? 

 

Divino. — Ahora. 

 

Zaragoza. — Gusto, gusto, gusto. 

 

Munlait. — Dónde lo queremos. 

 

Divino. — ¿Aquí! 

 

Zaragoza. — Gusto, gusto, ¡gusto! 

 

El Autor. — Señores, señora, permítanme por favor. Estamos en escena. Estamos trabajando. 

 

Munlait. — Usted no se ve preparado. ¿Dónde se ha educado? 

 

Divino. — No tiene aspecto de autor dramático. No me gusta su aspecto, ni su ropa, ni su pelo. No parece ser un autor dramático, ni siquiera un poeta. ¿Por qué escribe este tipo de obras? 

 

El Autor. — Antes de condenarme, concédanme su atención por un momento. Se puede notar que ustedes son un público conocedorrr…  educado y que su juicio no puede ponerse en duda. Puedo reconocer en Ustedes el amorrrr que sienten por el Arte, y debo confiar que con su valiosa ayuda podré enmendar las fallas que pudiera tener en mi incipiente obra. 

 

Zaragoza. — No habla nada mal. 

 

Divino. — Creo que lo juzgamos mal, antes de tiempo. 

 

Zaragoza. — Deberíamos darle una oportunidad. Creo que me cae bien. 

 

El Autor. — Me avergüenzo de presentar a jueces tan ilustrados la inspiración de mi musa, y lo único que en cierta medida me consuela es el arte de nuestros actores. De lo contrario, me hundiría sin más en la desesperación. 

 

Zaragoza. — Es un buen muchacho. 

 

Munlait. — Me da lástima. 

 

El Autor. — Al escuchar el ruido que hacían, me asusté como nunca. Estoy pálido y tembloroso porque en verdad les tengo respeto y no sé cómo me he atrevido a presentar esta obrita mía al juicio de tan respetabbbble auditorio. 

 

Zaragoza. — Es un tipazo, yo pienso que debemos aplaudirle. 

 

Munlait. — Es cierto, Zaragoza, hay que aplaudirle. 

 

Zaragoza. — ¡Bravo! 

 

Todos. ¡BRAVO!!! 

 

El Autor. — De ustedes dependerá entonces si mi trabajo deberá ser condenado o aplaudido. Permítanme continuar, con su annnnuencia, mi respetable público, esta es la obra que a continuación se representa, con su permiso, continuamos. ¡Acción! 

 

La obra continúa con Chorlito que se ha quedado huérfano y le dieron un gato. El gato habla. Chorlito no quiere seguir los consejos del gato y no se quiere casar con la princesa supuestamente loca y amargada. 

 

La obra continúa. 

 

Chorlito. — Después de la muerte de nuestro padre… Pues ya saben, a mi hermano mayor le dejaron una vaca. Al segundo un puerco, y a mí me dejaron este gato. 

 

Gato. — Y no cualquier gato. 

 

Chorlito. — Gato, ¿hablas? 

 

Gato. — Todos los gatos hablamos, pero nos da flojera hablar con los humanos. Son muy torpes. 

 

 

En el palco. 

 

Munlait. — A mí lo que me da flojera es esta obra. Dónde se ha visto que los animales hablen. 

 

Zaragoza. — En todos lados. Ya es un recurso muy manido. 

 

Divino. — Cierto. Desde que llegó la postmodernidad …. los animales hablan. 

 

Zaragoza. — Yo pienso que desde antes. En mi memoria está presente el conejo y la tortuga.  

Recuerdo que… 

 

Munlait. — Silencio, Zaragoza, quiero saber qué dice el Gato. 

 

 

En la Choza. 

 

Gato. — Mi querido Chorlito, habría que conseguirte una buena vida. Tus hermanos piensan que ganaron porque les tocaron grandes animales de herencia, y a ti, pues un pequeño gato, pero ya verás, te voy a sacar de pobre. Voy a lograr que vivas en un hermoso castillo y que te cases con la hija del Rey. 

 

Chorlito. — No lo sé, Gato, no sé si me quiero casar todavía. 

 

Gato. — (No lo escucha). Para lograr casarte con la princesa me debes conseguir unas botas, unas botas grandes y que me hagan ver distinguido y elegante. 

 

Chorlito. — Te digo, no me quiero casar, y menos con la Princesa, se sabe que está loca y amargada. 

 

Gato. — Tú te callas. Tú estás aquí para hacer lo que yo digo. Soy el que por medio de trampas lograré que te vean como a un joven aristócrata dueño de unas tierras maravillosas. 

 

Chorlito. — No quiero. 

 

Gato. — Soy un Hada, entiendes, soy un Hada que ha tomado la forma de un Gato, y voy a conseguir que te cases con la princesa y así vas a lograr el camino para convertirte en Rey. 

 

Chorlito. — Me parece muy complicado. Si eres un Hada, por qué escogiste la forma de un Gato, sería mejor si fueras un Hada, no crees. Y para colmo te quieres poner unas botas, no entiendo para qué. Y además quieres hacer trampa. Creo que tus acciones son poco éticas. 

 

 

En el palco 

 

Munlait. — En eso tiene razón. Cómo es que un gato es en realidad un Hada. Es incoherente. Yo me voy de aquí. 

 

Zaragoza. — Espera, Munlait, yo tengo ese dato. De hecho, en las primeras versiones de la fábula el gato es en realidad una Hada poderosa que toma la forma de un gato. No me había dado cuenta de lo incoherente que resulta el planteamiento. Pero en la diégesis original sí, un hada se convierte en gato. 

 

Divino. — Concuerdo, pero de ahí a que el personaje se atreva a prolongar una Fábula sin sentido, me parece un desatino. Qué va a pasar a continuación. Si el personaje que debe lograr el objetivo se rebela, la historia no podrá avanzar. 

 

Munlait. — Eso es muy cierto, Mi estimado Divino, pero atención… La obra continúa... 

 

 

Llega la invitación del Rey para que vayan a palacio, y ya también le mandan unas botas al gato.  

Le piden al minino que no olvide los conejos. 

 

 

En la Choza. 

 

Llega el lacayo del Rey. 

 

Lacayo.Maese Gato, le traigo la invitación que el Mismo Rey le ha enviado para esta tarde. 

 

Gato. — ¿Una invitación? No me la esperaba, y tan pronto. Todavía no tengo mis botas. 

 

Lacayo.Ah, y se me encomendó también la tarea de que recibáis estas botas que el zapatero ha hecho especialmente para vos. 

 

Chorlito. — Botas, el zapatero, ¿una invitación?… Qué clase de estratagemas habéis hecho, Maese Gato. Y por qué estoy hablando de esta manera, qué me sucede. 

 

Gato. — Gracias Lacayo, decidle al Rey que ahí estaremos sin falta. 

 

Lacayo.Ah, y me manda decir el Rey que no os olvidéis de los conejos. 

 

Gato. — Los he de llevar, que no haya duda alguna, decidle a su Majestad que he de llevar como seis o siete conejos. Todos ya cocinados. 

 

Lacayo.Gracias, Maese Gato. Un placer, como siempre. 

 

El Lacayo se va. 

 

 

Chorlito. — ¿Un placer como siempre? Qué está sucediendo. El Rey, su majestad, conejos…. ¿Qué pasa? 

 

Gato. — No habréis de escapar a tu destino. 

 

Chorlito. — Otra vez, y dale con el habréis. Cuál destino. Yo soy un personaje libre y me niego a que hagáis de mí lo que queráis. 

 

Gato. — Lo veis, dijisteis queráis. No hay escapatoria. Queráis o no queráis…  

Ándale, ayúdame a ponerme estas botas, porque tengo que conseguir unos conejos. 

 

 

Oscuro. 

 

Como muchas de las acciones de la fábula se adelantaron, los críticos del palco protestan. 

 

En el Palco. 

 

Munlait. — No me gusta la solución, la encuentro poco elegante. Debo hablar con el Autor. 

 

Zaragoza. — A mí no me satisface del todo, pero debo decir que no me deja de parecer original.El uso del lenguaje sobre todo. El uso del vosotros le da cierta elegancia. 

 

Munlait. — Es cierto, es original, sobre todo porque no se mantiene en un estilo. Es original, pero es impreciso, no es pertinente. 

 

Divino. — Por favor, querida Munlait. Creo que a pesar de que el recurso no es del todo fallido, habría que hacer una mesa de discusión, una comisión dictaminadora… puede ser en mi casa…  Ya sé… hagamos un estudio colegiado. Después de todo Es El Gato con botas. 

 

Zaragoza. — Pues sí, concuerdo. Me parece que algo está pasando y que no es normal. 

 

Munlait. — Miren aquí viene el autor. (El Autor pasa enfrente de los críticos, pero inmediatamente les saca la vuelta) Oiga. Yo pienso… Oiga… Autor, Señor Autor… ¡No se vaya! Ya se fue, no nos quiere hacer caso. ¡Me va a oír! 

 

Zaragoza. — Tengo unas ganas enormes de tamborilear. 

 

Munlait. — Y eso que significa. 

 

Zaragoza. — Oh, es una costumbre. Tamborilear. 

 

Divino. — Los dedos querrá decir. Tamborilear los dedos. Así. (Tamborilea los dedos). Es como hacer ruido. 

 

Munlait. — Es preciso tamborilear. 

 

Zaragoza. — Tamborileemos. 

 

Todos tamborilean. El autor, preocupado se acerca, con cara de circunstancia. 

 

El Autor. — Qué les sucede. 

 

Munlait. — ¡Ya! Ahora sí vino. Es usted un majadero. 

 

El Autor. — Yo, ciertamente. No me gusta que tamborileen. Estoy tratando de conseguir que la segunda escena se realice. 

 

Divino. — A qué le llama Usted segunda escena. 

 

El Autor. — Ah, pues a… Pues a… La segunda escena. 

 

Munlait. — ¡Vaya respuesta! 

 

Divino. — Mire, nosotros creemos que Usted nos está dando Gato por liebre. 

 

Zaragoza. — Ah, eso es gracioso porque es cierto. Es gracioso en varios niveles. “Gato, por liebre”. Varios niveles. 

 

Munlait. — Yo no lo considero así, mejor cállese, Zaragoza. Escuchemos al Autor. 

 

El Autor. — Ustedes disculparán pero la escena que sigue no está terminada. Sabemos que todo sucede en el palacio del Rey, en una cena, muy elegante, con una mesa muy bien puesta, con conejos, y también con un guiso de puerco que todavía no está listo. 

 

Munlait. — Eso no nos concierne. Usted debe saber que pagamos nuestra entrada. 

 

Zaragoza. — Si tiene problemas para la siguiente escena, por qué no nos cuenta lo que va a pasar. 

 

Divino. — En absoluto concuerdo. 

 

El Autor. — ¿Cómo? 

 

Divino. — Que yo no estoy de acuerdo. 

 

El Autor. — Ah, muy bien. 

 

 

Llega el Lacayo y les habla muy formal. 

 

Lacayo. — Señores y señoras. Vamos a continuar. Su Majestad el Rey está listo. 

 

El Autor. — Señores, señoras... estimado público. Continuamos. Accióooon. 

Los dejo. Espero que les guste. 

 

Munlait. — Me dieron ganas de hacer ruido. 

 

Zaragoza. — Silencio, ya va a empezar. 

 

Divino. — Mejor dicho, continúa. 

 

Zaragoza. — Ya Cállense. 

 

 

Después de que el lacayo les indicó que la escena va a continuar, la escena reinicia en el Palacio del Rey, en una cena. 

 

Palacio del Rey. 

Suenan trompetas 

 

El Rey y la Princesa están sentados en una mesa con grandes platos con viandas notables como cerdo, ganso, y faisán. El Rey tiene en su plato un conejo. La princesa, una ensalada. El Gato lleva sus botas puestas. Chorlito se encuentra ahí sentado, pero a regañadientes. 

 

Chorlito. — Estoy sentado en esta mesa con la intención de dejar muy en claro mi posición. 

 

Gato. — Cállate, Chorlito. Ésta es una cena formal. A nadie le interesa oír tu posición. El Rey se dispone a comer un primer bocado de conejo. Veamos si le gusta. 

 

Chorlito. — Y a quién le interesa si le gusta el conejo o no. A mí ciertamente no. (Se dirige al Rey, quien lo ignora) Yo, señor Rey. 

 

Gato. — Mi Rey, ¿el conejo es de vuestro gusto? 

 

El Rey. —  Todavía no lo pruebo, todavía voy en la ensalada. 

 

Chorlito. — Eso me gusta, que hablen claro. 

 

El Rey. —  Debo decir, Marqués, me ha sorprendido en demasía que no hayáis hecho las presentaciones previas a esta situación y ya estemos degustando el manjar, en este caso Conejo asado, sin los pasos previos de haberme sido presentadas su credenciales. 

 

Chorlito. — Por qué me dice Marqués. No soy Marqués. 

 

Gato. — Cállate, Chorlito. 

 

El Rey. —  Precisamente, el caso es que yo sé que es el Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — ¡Ya vas! 

 

El Rey. ¿Cómo? 

 

Chorlito. — No se fije. 

 

El Rey. —  Eso, que sé yo muy bien su condición de Marqués de Carabás y se trata de esta cena también en la que departimos, pero sin duda no ha habido pasos previos para haber llegado aquí. 

 

Gato. — Ah, sí, ya entiendo, faltan los pasos previos, el haberle presentado al Marqués de Carabás. 

 

Chorlito. — Ya vas. 

 

Gato. — ¡Cállate! 

 

El Rey. —  Eso, y que usted, Señor ministro, me hayáis traído al Marqués a este mi Palacio, para desposar a mi hija con tan conspicuo personaje. 

 

Chorlito. — Ya me perdí. 

 

Gato. — Quiere decir el Rey que te vas a casar con la Princesa. 

 

Chorlito. — De eso se trata mi inconformidad. Yo no estoy de acuerdo. Por qué me van a casar, es decir, por qué me tengo que casar con la Princesa, y además, por qué se me dice que soy un Marqués, todo el mundo sabe que no soy sino un humilde huérfano, hijo de Molinero y que al morir mi padre, dejó como herencia una vaca a mi hermano mayor, y al segundo un burro, y a mí me dejaron a este gato. 

 

El Rey. —  No sea usted grosero con el Ministro, no le diga gato. Él ha hecho mucho por Usted. Lo ha invitado, Marqués, para que despose a mi princesa y por otra parte me ha traído un conejo delicioso. 

 

Otra vez en el palco discuten sobre la trama del cuento. 

 

En el Palco 

 

Munlait. — Ya me perdí. ¿Se trata de un cuento infantil de la tradición oral?, o es una deconstrucción del original sin que tenga un sentido claro de dónde va a suceder la transformación, del personaje heredero, en el nuevo monarca. 

 

Zaragoza. — En la trama original, el Gato luchaba para que su amo consiguiera la mano de la Princesa y así, el Reino, pero esto ni siquiera se ha planteado. ¿O sí? 

 

Divino. — Es lamentable. La Princesa ni siquiera ha hablado. No sabemos qué tiene que decir. ¿Estará de acuerdo en que el personaje Chorlito se case con ella? Y por otro lado, el tal Chorlito ni siquiera se ha manifestado a favor o en contra de que ese matrimonio se lleve a cabo. 

 

Munlait. — No han puesto atención. Él se ha manifestado muy claramente en que no está de acuerdo. 

 

Zaragoza. — En qué no está de acuerdo. 

 

Munlait. — No está de acuerdo, punto. Sería cuestión de hablar con él. 

 

Divino. — Creo que no sería prudente hablar con el personaje. En todo caso llamemos al Autor. 

 

Munlait. — Es verdad. Las cosas están saliéndose de tono, la historia no avanza, no se han respetado los precedentes de la fábula, lo personajes se rebelan, y algunos ni siquiera han tomado la palabra. Yo quisiera saber qué es lo que piensa la Princesa de todo esto. Ha estado muy callada. 

 

Divino. — De hecho no ha dicho una palabra. 

 

Munlait. — Con más razón. El hecho de que se le ignore puede ser considerado un acto en contra de la condición femenina. Es violencia de género, me parece. Es una princesa y no se le ha dejado hablar. Solo se ha dicho que el tal Chorlito se va a casar con ella y ¿qué más? Hemos escuchado lo que tiene qué decir, qué opina, está de acuerdo o en desacuerdo. Necesitamos plantear la problemática de la Princesa en esta obra. Debemos hablar con el autor. 

 

Divino. — El preciso hablar con el autor, de éste y de otros asuntos No se ha mencionado al Coco, por ejemplo. 

 

Munlait. — Qué es eso del Coco. 

 

Divino. — En la obra aparece el Coco, y lo engañan, lo hacen convertirse en toda clase de animales, de los muy grandes a los muy pequeños, y cuando se convierte en un pequeño, en un ratón, me parece, acaban con él y se quedan con sus tierras. 

 

Zaragoza. — Todo eso yo no lo recordaba, pero de hecho ni siquiera se sabe cómo llegó el Gato con botas al palacio del Rey, y el caso es que ya están comiendo y ni siquiera el personaje Chorlito se quiere casar con la princesa.