Lejos del corazón, de Estela Leñero
LEJOS DEL CORAZÓN
Estela Leñero
Mención de honor en el Premio Internacional de Teatro 2007 Casa de Teatro de Santo Domingo
ESTELA LEÑERO (México 1960. Dramaturga)
Antropóloga de profesión y estudios especializados de teatro en España ha llevado a escena y publicado más de quince obras de teatro, entre las que se encuentran Casa llena, Habitación en blanco, Lejos del corazón, Paisaje interior norte/sur y El Codex Romanoff. Premio Nacional de la Juventud (1983), Premio Nacional Obra de Teatro Baja California (1989) Premio Nacional Víctor Hugo Rascón (2004) Premio de Periodismo 1983, entre otros. Imparte talleres de dramaturgia en el Foro Shakespeare de la ciudad de México y es columnista de teatro en el semanario Proceso.
LEJOS DEL CORAZÓN se presentó en el 2006 y 2007
en el Teatro Orientación de Instituto Nacional de Bellas Artes
Dirección: Iona Weissberg
Escenografía e iluminación: Philippe Amand
Ismene: Carmen Mastache
Antígona: Guillermina Campuzano
Edipo: Miguel Ángel Flores
Teseo: Mauricio Isaac
Padre, Hermano y Marino: Ángel Enciso
LEJOS DEL CORAZÓN
PERSONAJES
ISMENE 26 años
TESEO 30 años
ANTÍGONA 28 años
EDIPO CIEGO 57 años
PADRE JOSÉ 50 años
HERMANO 30 años
MARINO 40 años
ÉPOCA
Segunda mitad del siglo XIX
LUGARES DE LA HISTORIA
Profundidades de una mina en Arizona, EUA.
Superficie de la mina
Profundidades de una gruta en la isla de Fuerteventura, Canarias, España
Puerto de Veracruz
Monasterio en Arizona
Barco en altamar
Café del Nuncio en Madrid, España
ESPACIO ESCÉNICO
El escenario está dividido en dos partes: del lado izquierdo, América y del derecho Europa, con un gran mapa al fondo que lo ilustra. Al centro, el mar.
LEJOS DEL CORAZÓN
ESCENA 1
En las profundidades de una mina de oro, allá por 1850, cuando Arizona ya no era México, Teseo cava una tumba.
Arriba de la mina, en penumbra, Ismene junta y limpia un sin fin de botas de minero viejas y sucias. Trae vendadas las manos.
En una gruta localizada en la isla de Fuerteventura, España, Edipo ciego, con una venda en los ojos, duerme. Junto a él un montón de mapas enrollados. Antígona lee un libro. Una antorcha los ilumina.
ISMENE: No sé cuánto tarde en llegarles esta carta. Estoy confiando en Teseo, un hombre que conocí cuando estuve en San Antonio de Béjar y me llevó a trabajar en su mina aquí en Arizona. No había podido confiar en nadie. Son tiempos donde sólo se habla con las armas y la mentira. Usted padre está en todas las listas negras desde que perdimos los territorios del norte. Quieren buscar culpables y lo encontraron a usted.
Teseo me aseguró que esta carta llegaría a sus manos sin ser abierta, así que voy a hablarles con franqueza, aunque no pueda quitarme ese miedo de saber que cualquier carta es un riesgo para su captura.
Ahora trabajo en una mina de oro; pero no vayan a creer que abajo, en esa oscuridad que me aterra y hace sentir a mis ojos ciegos. Allá van solamente hombres, porque las mujeres dicen, traen la mala suerte. Nosotras nos dedicamos a otras labores. Cocino en la mañana, lavo y plancho tarde y noche y hago lo necesario cuando los hombres regresan del trabajo. En el interior de las minas mueren muchos. Y aunque se acabó la guerra yo no he dejado de enterrar muertos. Vivimos amontonados en cuartuchos, oliéndonos mutuamente los cuerpos. Imagínense lo que es lavar la ropa de toda esta gente. Traigo vendadas las manos la mayor parte del tiempo porque la lejía me las ha destrozado. Pido una disculpa, querida hermana, si no reconoces mi letra. (Pausa). Aunque dicen que Arizona es ya los Estados Unidos, esto sigue siendo México para nosotros. Convivo con cantidad de mexicanos que llegaron buscando minas de oro ilusionados por cambiar su suerte. Algunos la encontraron, como Teseo, pero otros viven sumergidos en los túneles con sus pulmones enfermos y a punto de quedarse ciegos. En días terciados me toca vigilar por si los apaches llegan. Como ya no tienen tierras, saquean minas, abusan de las mujeres y matan para quedarse con todo. Lo yanquis quieren acabar con ellos y también con los mexicanos. A la familia Cortez le mataron siete hermanos al quererles quitar su mina. No pueden cambiar las cosas de la noche a la mañana. Los mexicanos siguen siendo los pobladores de este lugar por más que ellos insistan que ganaron la guerra. Es peligroso vivir aquí, pero por suerte estoy bajo la protección de Teseo este buscador de minas. Él siempre va armado y lo acompañan seis hombres para defenderlo. Me siento tranquila, aunque al mismo tiempo prisionera. (Pausa.) No se rían de que aquí me llamo Irene Morgan. Vivo sin papeles y siempre debo ocultar mi identidad. Cada vez que estoy a punto de explotar pienso que habrá tiempos mejores Guardo la esperanza de que pronto estaré fuera de aquí. Resistiré lo más posible, para lograrlo.
He sufrido demasiado por no saber si seguían vivos. Apenas el año pasado supe de ustedes por un capitán de barco que presenció el momento más insufrible de mi vida: Cuando los perdí. La escuadra de este capitán francés estaba estacionada en el puerto cuando vio zarpar un barco español llevando a bordo muchos curas de la Compañía de Jesús. ¿Recuerda padre que al no poder subir al barco con ustedes grité tan fuerte que me dieron convulsiones? Una niña tirada en el suelo revolcándose de dolor no es fácil de olvidar.
Después unos marinos me arrastraron a patadas a su barco y nadie pudo defenderme. Ahí me convertí en su esclava, y cuando llegamos a Tampico esperé el momento de escapar. Salté a otro barco que me llevó a Matamoros donde conseguí un trabajo de aprendiz de carpintero de navío. Tuve que registrarme como marino, aunque no supiera ni gota de velas amarras y gavias. Sólo así no te desnudan.
Al fondo de la mina el Hermano entrega a Teseo un sobre abierto.
HERMANO: Lee la carta hermano.
TESEO: Pero sabrán que la he abierto.
HERMANO: Me las ingeniaré para que nadie lo descubra. El sobre ya lo he abierto.
TESEO: No debería.
HERMANO: Desconfía hermano y acertarás.
Teseo saca la carta del sobre y la lee.
ISMENE: (Continúa) Tengo planes de irlos a buscar. De Nueva Orleáns salen barcos rumbo al otro Continente. Es mi obligación alertarlos pues no pueden volver a México… Yo tampoco. Desde la invasión por Texas, los de la Sociedad de Geografía e Historia terminaron por convencerse de que usted padre, les había vendido los mapas a los yanquis. Lo buscan por todas partes. Los gobiernos cambian de la noche a la mañana; los buenos se vuelven malos y cualquiera puede ser un delator. Ya no hay a quién creerle…
Pero no podré quedarme mucho tiempo con ustedes pues en medio de esta oscuridad, creo que me ha llegado el amor. La voz de Teseo abre el cielo y deja caer una llovizna que me da alivio en medio de esta soledad. De no encontrarlos, sepan que a donde vaya, siempre estarán en mi corazón.
Los quiere Ismene.
Ocho de julio de 1850
Teseo, furibundo, irrumpe el lugar donde se encuentra Ismene con la carta arrugada en la mano y se la avienta.
TESEO: ¿Creías que no me iba a enterar?
ISMENE: Prometiste no abrirla.
TESEO: La abrió mi hermano temiendo una trampa; y estaba en lo cierto.
ISMENE: ¿Por qué confías en tu hermano y no en mí?
TESEO: Siempre lo he hecho.
ISMENE: Y no siempre te ha cumplido.
TESEO: Tú eres la que me traicionaste.
ISMENE: No es lo que parece.
TESEO: ¿Ah, sí?, ¿entonces qué es?
ISMENE: Sabía que no lo entenderías.
TESEO: Sólo esta carta es tu verdad.
ISMENE: Necesitaba tiempo para poder hablarte sobre mi otra vida, la de México.
TESEO: Y te aprovechaste de mi para planear tu fuga a España.
ISMENE: Estás interpretando mal las cosas, Teseo.
TESEO: (La aprisiona entre sus brazos) Tus planes hablan por sí mismos.
ISMENE: (Solloza) Es mi familia.
TESEO: Planeaste tu huída a mis espaldas.
ISMENE: Tu hermano metió esas ideas en tu cabeza.
TESEO: ¿Es cierto que desde que nos conocimos estás queriéndote ir?
ISMENE: Te lo dije desde el principio.
TESEO: ¿Qué, de todo lo que me dijiste?
ISMENE: Que primero tenía que encontrarme con mis hermanos y después entregarme a ti por completo. (Se echa a sus brazos. Sus cuerpos se encuentran, se desean)
TESEO: Lo único que sé es que te quieres ir de mí.
ISMENE: Para regresar. (Susurra) Mi amor.
TESEO: No te entiendo.
ISMENE: Por favor, deja que lo haga.
TESEO: No puedo.
ISMENE: Acompáñame.
TESEO: ¿Estás loca?
ISMENE: La mina puede vivir un tiempo sin tí.
TESEO: Si me voy, estos cabrones yanquis se la apropiarían. No permitiré que te salgas de aquí.
Teseo la toma entre sus brazos. La pasión se apodera de ellos. Se besan y se abrazan.
ISMENE: (Se recupera) De todos modos me iré.
TESEO: (La zarandea) Óyelo bien; antes te mato.
Ismene se escapa de sus brazos y sale llorando.
ESCENA 2
Edipo ciego duerme. Trae vendados los ojos y a su lado algunos mapas enrollados.
ANTÍGONA: (Lee un libro) “Andando, andando, no cesaba de analizar en su monte la nueva existencia que emprendía, y su dialéctica la cogía y la soltaba por diferentes lados, apreciándola en todas las fases y perspectivas imaginables, ya favorables, ya adversas, para llegar, como en un juicio contradictorio, a la verdad bien depurada.” (Percibe que su padre se ha quedado dormido y lo alumbra con la antorcha.) Padre no se duerma, deje que acabe de leer la página.
EDIPO CIEGO: (Reacciona) Deberías de omitir ese capítulo.
ANTÍGONA: No podemos saltarnos una sola palabra. Cada página es oro.
EDIPO CIEGO: Ya no valen nada. Puedo repetirlas de memoria; no las necesitamos.
ANTÍGONA: Quiero seguir leyendo.
EDIPO CIEGO: Eso es un pretexto para no caminar.
ANTÍGONA: Cuando leo viajo más que por estos desesperantes pasillos.
EDIPO CIEGO: Muévete.
ANTÍGONA: Mis pies están deshechos y mi cabeza a punto de reventar.
EDIPO CIEGO: No hagas que me enoje.
ANTÍGONA: Es ridículo caminar sin saber si podremos librarnos de estos muros de agua.
EDIPO CIEGO: Primero hay que salir de esta gruta.
ANTÍGONA: Lo único que me interesa es perderme en este libro.
EDIPO CIEGO: Úsalo para encender la antorcha.
ANTÍGONA: Fray Andrés le recomendó leer mucho para olvidar lo que le atormenta.
EDIPO CIEGO: Qué sabe él de tormentos.
ANTÍGONA: Tiene su misma historia.
EDIPO CIEGO: Te avergüenzas de mi condena.
ANTÍGONA: En lo absoluto, padre.
EDIPO CIEGO: Entonces consideras la semejanza porque a ambos nos abandonaron al nacer.
ANTÍGONA: Por estar obsesionados de su inocencia y creerse víctimas del destino.
EDIPO CIEGO: Levántate y camina que me estás provocando.
ANTÍGONA: (Hace un esfuerzo y se levanta) No puedo más.
EDIPO CIEGO: Cuando nos encontremos con tu hermana verás que el esfuerzo valió la pena.
ANTÍGONA: El esfuerzo no es suficiente.
Edipo ciego la empuja y Antígona reinician el camino.
EDIPO CIEGO: Siempre tan pesimista.
ANTÍGONA: Si fuera pesimista no estaría viva buscando escapar.
Edipo ciego carga sus mapas al hombro y fuerza a Antígona para que camine. Caminan en silencio.
ESCENA 3
En el monasterio de Arizona, Ismene y el padre José.
ISMENE: ¿Puedo confiar en usted padre?
PADRE JOSÉ: De qué se trata, hija mía.
ISMENE: Precisamente quiero dirigirme a usted como una hija que busca infatigablemente a su padre.
PADRE JOSÉ: ¿No vives con tus padres?
ISMENE: Él y mi hermana están en España. De eso quería hablarle.
PADRE JOSÉ: Escríbeles para que vengan a Arizona y los recibiremos con gusto.
Necesitamos mexicanos que pueblen tanto desierto, para que zaz, de la noche a la mañana matemos a todos los yanquis.
ISMENE: ¿Matarlos, padre?
PADRE JOSÉ: Tú no estuviste en la guerra, hija, tus abuelos no vivieron en estas tierras, tú no sabes nada. Escribe a tu padre, y le enseñaré a manejar un arma.
ISMENE: ¡Nooo!, ya de por sí lo persiguen y no puede volver a México.
PADRE JOSÉ: ¿Pues qué cosa tan grave han cometido?
ISMENE: ¡Todo fue por culpa de unos estúpidos mapas que mi padre copió y corrigió!
PADRE JOSÉ: ¿Lo acusan de hacer mapas?
ISMENE: De vender a la patria.
PADRE JOSÉ: ¡Entonces qué lo maten!
ISMENE: Él sólo los dibujaba. Era su trabajo.
PADRE JOSÉ: Mapas se han hecho toda la vida.
ISMENE: Pero no del territorio que nos acaban de quitar.
PADRE JOSÉ: ¿Hizo mapas de esta región? ¡Haberlo dicho antes! ¿Es geógrafo tu padre?
ISMENE: No, explorador. Viajaba a Texas donde ingleses y franceses le contaban las rutas por donde habían llegado a sus minas. Él las apuntaba y después hacía los trazos en los mapas de La Sociedad de Geografía e Historia.
PADRE JOSÉ: ¿Y se puede saber quién los tiene ahora?
ISMENE: Estaban en el Archivo de San Carlos en la ciudad de México.
PADRE JOSÉ: ¿Cómo que estaban? Me importan mucho esos mapas.
ISMENE: ¿Por qué?
PADRE JOSÉ: ¿No te das cuenta de que estos yanquis nos robaron nuestras tierras? Ay, hija, no puedes estar así de impávida llorando sólo a tu padre.
ISMENE: Se los robaron.
PADRE JOSÉ: ¡Quién!
ISMENE: Unos dicen que se los llevó Santa Ana a Houston, otros que mi padre se los robó. Por eso lo metieron a la cárcel.
PADRE JOSÉ: Entonces tu padre sabe dónde están?
ISMENE: Le doy mi palabra que él no tiene relación alguna con ese robo.
PADRE JOSÉ: Es una lástima, porque podrían sernos de mucha utilidad.
ISMENE: ¿Para qué?
PADRE JOSÉ: ¿Podría reconstruirlos?
ISMENE: Tal vez. Tiene una memoria prodigiosa.
PADRE JOSÉ: Pues ve a buscarlo hija, pero ya. ¿Sabes donde está exactamente
ISMENE: Seguramente en Madrid. Llevaba las cuentas de algunos de los comercios de amigos que nacieron allá. Como su trabajo en la Sociedad no era suficiente, con esa ayuda, mal que bien sobrevivimos.
PADRE JOSÉ: ¿Y yo qué tengo que hacer para que encuentres a tu padre?
ISMENE: En su monasterio se hospeda un francés que dentro de unas semanas partirá a Nueva Orleáns. Podría irme con él y de ahí saltar a Francia para después cruzar la frontera.
PADRE JOSÉ: ¿Y tienes, nombres, direcciones, pistas?
ISMENE: De mi padre no sabemos mucho; sólo hablaba de mapas, planos, minas, países, mares y jardines inventados. Nunca de amigos, familiares o clientes.
PADRE JOSÉ: Pero estando allá, seguro que lo encontrarías y él sí que podría sernos de gran ayuda.
ISMENE: No sé cuánto me tarde en llegar padre; ni siquiera si lo lograré.
PADRE JOSÉ: Ten fe hija mía, así como nosotros esperamos pacientemente conquistar de nuevo nuestras tierras. A ver dime, ¿y estando en Nuevo Orleans cómo cruzarás al otro Continente? A una mujer le está prohibido viajar en barco.
ISMENE: Me disfrazaría en masculino.
Pausa.
PADRE JOSÉ: Te veo tan sola e indefensa. Pobrecita, qué falta te hace una madre que te proteja. ¿Dónde está ella ahora?
ISMENE: Se fue de nosotros sin pedir permiso a nadie.
PADRE JOSÉ: Mi muy sentido pésame, hija.
ISMENE: No soportó el oprobio y la vergüenza cuando a mi padre lo metieron a la cárcel.
PADRE JOSÉ: ¿La mataron?
ISMENE: Ella misma se quitó la vida.
PADRE JOSÉ: (Escandalizado) Yo no estoy para saber esas cosas, hija y… y no creo que pueda ayudarte. Mejor quédate aquí donde no corres peligro… aunque los mapas…
ISMENE: Este lugar ya no es seguro para mí. Hace unos días se instalaron unos soldados cerca de la mina. Dicen que vienen de la ciudad de México y que están haciendo muchas preguntas. Si se enteran que ando sin papeles, vendrán por mí.
PADRE JOSÉ: No seas exagerada.
ISMENE: A mi padre lo andan buscando pues creen que así recuperarán esos mapas. Además supe que encontraron muerto en Cuba al hombre que lo ayudó a escapar de la cárcel.
PADRE JOSÉ: ¿Tanto así?
ISMENE: Si me encuentran, querrán que les diga el paradero de mi padre… Por las buenas o por las malas.
PADRE JOSÉ: No sé qué pensar…
ISMENE: Piense en el dolor de la separación, en una hija abandonada por el destino, en un padre y una hermana sin saber dónde y cómo se encuentra ella.
DON JOSE: Pienso en la patria, en eso debes pensar.
ISMENE: ¿Qué es más grande que el dolor de los que pierden a sus seres queridos?
PADRE JOSÉ: Como en la guerra hija, como en la guerra.
ESCENA 4
En las profundidades de la gruta el padre y Antígona están sin antorcha que los ilumine.
EDIPO CIEGO: ¿Te acuerdas de aquel libro que decía…? (Trata de recordar)
ANTÍGONA: ¿Qué decía?
EDIPO CIEGO: (Trata de recordar) Y decía…. (Trata de recordar)
ANTÍGONA: ¡Qué decía!
EDIPO CIEGO: Mmmmm. (Trata de recordar) Que todas las islas del mar las hizo el viento.
ANTÍGONA: Parece hablar contra su religión, padre.
EDIPO CIEGO: Al contrario.
ANTÍGONA: ¿Piensa que la isla en la que estamos la haya hecho el viento?
EDIPO CIEGO: Igual que la naturaleza hizo el laberinto del Minotauro.
ANTÍGONA: Fue Dédalo el que lo construyó.
EDIPO CIEGO: No creas las historias que te cuentan.
ANTÍGONA: Sólo por eso pudo salir de él.
EDIPO CIEGO: No porque esté diseñado por un hombre, se descubre el entramado.
ANTÍGONA: (Angustiada) La naturaleza es caótica.
EDIPO CIEGO: Diseñada por Dios.
ANTÍGONA: ¿Cree que esta gruta con tantos niveles, pasillos y bifurcaciones, agujeros que suben y bajan, tiene una lógica que lograremos entender?
EDIPO CIEGO: Conocimos la caverna gigantesca, que podríamos afirmar que es el centro, y descubrimos que no había ningún monstruo que nos devorara, ni mal alguno que nos fuera a matar.
ANTÍGONA: También supimos que al centro no hay salida.
EDIPO CIEGO: Cada vez conocemos más de esta gruta y de cómo sus túneles se van juntando y dividiendo. Paciencia Antígona.
ANTÍGONA: Dudo.
EDIPO CIEGO: Tu madre es la culpable de haberte metido hasta los tuétanos estas ideas estúpidas de los clásicos.
ANTÍGONA: Fue Ismene la que aprendió de ella todos esos dioses griegos.
EDIPO CIEGO: Y tú también. Escucha tus argumentos y me darás la razón.
(Transición) ¿Has seguido al pie de la letra la regla de Maurice para encontrar la salida?
ANTÍGONA: Parece que sí, pero no creo en ella.
EDIPO CIEGO: ¿Pusiste en la entrada de cada nuevo camino dos señales, y a la salida tres?
ANTÍGONA: También una cuando el camino desembocaba a un nuevo cruce o a un cruce que ya habíamos explorado.
EDIPO CIEGO: ¿Y no se te olvidó colocar otra al entrar a un camino en el que había una sola señal a la entrada?
ANTÍGONA: Dice que así tendremos la seguridad de dar con la salida sin pasar más de dos veces por cada camino.
EDIPO CIEGO: Ya ves, la has seguido al pie de la letra. Ahora entramos a la última fase cuando el azar es el principio.
ANTÍGONA: No pienso que el azar intervenga en descifrar este agujero.
EDIPO CIEGO: Es difícil y por eso hay que duplicar la atención. Deja que te la recuerde Antígona.
ANTÍGONA: No se me ha olvidado.
EDIPO CIEGO: La tengo fresca en la mente.
ANTÍGONA: Ya me lo ha dicho, padre.
EDIPO CIEGO: Te la puedo repetir.
ANTÍGONA: No es necesario.
EDIPO CIEGO: Es de lo poco que esta presto en mi memoria.
ANTÍGONA: (Cede) Está bien, recuérdemelo, padre.
EDIPO CIEGO: Cuando lleguemos a un cruce, tomaremos al azar uno de los caminos, teniendo cuidado de que el elegido no tenga señal.
ANTÍGONA: O que tenga una sola señal.
EDIPO CIEGO: Y si ninguno de éstos es el caso, tomaremos el camino que tenga tres señales.
ANTÍGONA: Esta regla de los franceses me parece una tontería.
EDIPO CIEGO: Ahí está, siempre quieres explicarte todo con la lógica de los griegos. Además piensa que las marcas que vamos dejando también son por Ismene logre salir de esta gruta como nosotros lo haremos. Ten fe, hija mía.
ANTÍGONA: Con tanta fe en sus palabras veo que le influyó demasiado fray Andrés.
EDIPO CIEGO: Habló tanto mientras esperábamos subir al barco, que me convenció.
ANTÍGONA: Él fue el último en lograr salir de la isla en ese barco.
EDIPO CIEGO: Nosotros éramos dos.
ANTÍGONA: Nada más por ser español le dieron preferencia
EDIPO CIEGO: A un cura siempre se le cede el lugar… Levántate y vamos a seguir el camino.
ANTÍGONA: Se apagó la antorcha y no soporto andar a oscuras.
EDIPO CIEGO: Enciéndela. La necesitas.
ANTÍGONA: Para qué, si tarde o temprano se acabará la brea, los alimentos, y usted tendrá que tirar todos sus mapas y/
EDIPO CIEGO: (La interrumpe) Antes saldremos de aquí.
ANTÍGONA: Estoy cansada.
EDIPO CIEGO: No es una razón para detenerse.
ANTÍGONA: Mi cuerpo no quiere comer más raíces y menos esos cardones que me han hecho vomitar tantas veces.
EDIPO CIEGO: (Prepara la antorcha) Deja de quejarte.
ANTÍGONA: Tengo sed.
EDIPO CIEGO: Buscaremos un camino que nos lleve al ojo de agua.
ANTÍGONA: Pero no sabemos cómo llegar allá.
EDIPO CIEGO: (Enciende la antorcha) Tú camina.
Antígona se impregna de la luz y se impulsa a seguir. Caminan en silencio hasta desaparecer.
ESCENA 5
En el monasterio de Arizona, el padre José lee a Ismene una carta.
PADRE JOSÉ: Reciba un cordial saludo y dése por enterado de que su prima Ismene Morgan viajará con nosotros en el barco que nos está esperando en Nueva Orleáns con destino a Europa. Sírvase informarle que la estaré esperando el 7 de mayo de 1851 a las seis de la tarde en el “El Bamboula de Gottschalk”. Espero que/
Ismene se lanza a los brazos de don José impidiéndole concluir la carta. Lo besa y lo abraza de felicidad.
ISMENE: Gracias, padre, gracias. Tomaré todas las providencias para estar lista cuando usted lo ordene, y tenga por seguro que conseguiremos esos mapas, que mi padre vendrá aquí y los reconstruirá para usted.
PADRE JOSÉ: Eso espero hija, pero no tardes demasiado. Qué tal que si cuando
vuelvas ya mi cuerpo está bajo tierra.
ISMENE: (Lo vuelve a abrazar) Tenga paciencia y mis ojos volverán a encontrarse con los suyos.
ESCENA 6
En la gruta de Fuerteventura, Antígona lee mientras Edipo ciego duerme.
ANTÍGONA: (Lee emocionada:) “A Dios, que veía su interior, le constaba que ni los sufrimientos y dolores, de cualquier clase que fueran, torcían su recta voluntad, como hombre que de antiguo saboreaba el misterioso placer de ser víctima de la injusticia y maldad de los hombres”.
Edipo ciego despierta como si hubiera tenido una pesadilla.
EDIPO CIEGO: Soñé….
ANTÍGONA: ¿Qué le pasa padre?
EDIPO CIEGO: Soñé que encontrábamos la playa.
ANTÍGONA: A lo mejor es la buena nueva de nuestro regreso y ya estamos cerca del exterior.
EDIPO CIEGO: Y que llegaba un barco. (Se levanta dispuesto a iniciar el camino.)
ANTÍGONA: No se levante tan de improviso y repóngase de la visión que tuvo, padre. Tranquilo
EDIPO CIEGO: (Vuelve a sentarse para recuperar la respiración).
ANTÍGONA: Recuerde exactamente lo que soñó. (Pausa).
EDIPO CIEGO: (Trata de recordar va a emitir una palabra pero se calla decepcionado) Creo que se me ha olvidado.
ANTÍGONA: Shhhhhhhh. Recuerde.
EDIPO CIEGO: Soñaba…. soñaba a una joven, quizá Ismene, tendida en la playa sobre arena casi blanca, rodeada de aguas cristalinas azul profundo. Unas algas de mar se enredaban en sus muslos y de vez en cuando una ola mojaba apenas su talón de Aquiles.
ANTÍGONA: Tal vez podamos salir a la playa por una gruta submarina.
EDIPO CIEGO: Yo estaba en el mar y una tortuga me llevaba a ella.
ANTÍGONA: ¿Estaba viva?
EDIPO CIEGO: Sentí que tenía un mal sueño.
ANTÍGONA: ¿Oyó su respiración?
EDIPO CIEGO: Estaba muy agitada.
ANTÍGONA: (Se levanta e inicia el camino) Hay que ir a donde se escuche agua. No la del río que nos confundió por tanto tiempo, sino la de las olas del mar.
EDIPO CIEGO: El sueño no llevaba a buen fin.
ANTÍGONA: (Eufórica) Vamos a encontrarnos con Ismene.
EDIPO CIEGO: Era una pesadilla.
ANTÍGONA: Después esperaremos un barco.
EDIPO CIEGO: Nadie va a querer llevarnos.
ANTÍGONA: Nos iremos ocultos.
EDIPO CIEGO: Mi sueño anuncia fatalidad.
ANTÍGONA: Y encuentro.
EDIPO CIEGO: ¡Fue una pesadilla!
ANTÍGONA: Vamos a averiguarlo.
Antígona anima a su padre con su cuerpo para que se levante. Edipo ciego se resiste.
EDIPO CIEGO: A veces te invade la ilusión.
ANTÍGONA: A veces.
EDIPO CIEGO: Pero, es pura ilusión.
Edipo ciego se apoya en Antígona para levantarse.
Con la antorcha en la otra mano inician en silencio el camino de salida.
ESCENA 7
En las profundidades de la mina en Arizona, Teseo trata de localizar el paradero de Ismene. Descifra planos.
TESEO: No pudiste desaparecer sin dejar rastro. Tienes que estar en esta mina... Te voy a encontrar aunque sea muerta… (Revisa un mapa. Pausa) Buscamos en los primeros niveles, pero todavía quedan los más profundos… Estarás muriéndote de miedo, pues bien se que no puedes vivir sin luz. (Señalando en el mapa) Nos falta averiguar si estás en esta zona. Si bajaste hasta este sitio, no podrás encontrar la salida. Los desagües están precisamente del lado contrario, Ismene. (Lo indica en el mapa) Si llegas a las tarantelas no sabrás que hay que colocarse al centro; porque si cae un gabarro y quiebra las trancas, no podrás detenerte de las rocas y sufrirás un accidente fatal. No es que te esté deseando mala suerte, pero…. Pero…. ¡No puedo dejar de odiarte por haberte ido! (Indica varias posibilidades de recorridos en el mapa) ¡Cómo se te ocurre retarme y creer que saldrás sana y salva de mi mina? (Sube a la superficie de la mina y se dirige al monasterio).
ESCENA 8
Ismene ajetreada por el vaivén del barco. Está disfrazada de marino. El mar inunda el espacio. Algunos de sus textos pueden ir intercalados con el monólogo de Teseo.
ISMENE: Mañana terminará el martirio del vaivén del mar. Le agradezco padre José que haya permitido que el joven Pierre me acompañara en la travesía a Nuevo Orleáns, pues gracias a él llegué sana y salva hasta este barco.
Le pido que guarde el secreto de nuestra correspondencia pues me fui sin el consentimiento de Teseo. Fingí desaparecer por la mina para que creyeran que estaba muerta o convertida en fantasma. Espero que así, Teseo se convenza de que es imposible buscarme en otro lugar. ¡Ay padre, si usted supiera cómo duele el amor!
Ruge el mar, amenazando tormenta.
ESCENA 9
En el monasterio de Arizona, el padre José no se deja amarrar por Teseo. Lo persigue sin descanso hasta que Teseo logra inmovilizarlo amarrándolo a una silla.
TESEO: ¿Dónde está ahora el tal Pierre?
PADRE JOSÉ: No ha regresado de Nueva Orleáns.
TESEO: ¿Se embarcó con ella?
PADRE JOSÉ: Sólo la llevó al puerto.
TESEO: (Rompe la carta) ¿A dónde se dirige?
PADRE JOSÉ: Lo decía en esa carta.
Teseo hiere a padre José con el cuchillo en el brazo izquierdo.
TESEO: Así que era ese francesito con el que se quería ir.
PADRE JOSÉ: El es seminarista y vive entregado al Señor.
TESEO: Y por lo visto también a Ismene.
PADRE JOSÉ: En un par de días él volverá y podrá comprobar que no estaba en lo cierto.
TESEO: Antes, usted irá a buscarla.
PADRE JOSÉ: ¿Yooo?
TESEO: No podrá estar lejos por mucho tiempo pues anda sin papeles. Le dijeron los soldados a mi hermano.
PADRE JOSÉ: ¿Los soldados?
TESEO: Le dijeron que la buscan: a ella y a su padre, que escapo de la cárcel y que se merece la muerte.
PADRE JOSÉ: ¿Tan grande es su pecado?
TESEO: No se haga padrecito que usted bien sabe todo eso. Mucho dinero hay de por medio.
PADRE JOSÉ: Nada sé pues no salgo del monasterio.
TESEO: Pues ahora se va a ir muy lejos.
PADRE JOSÉ: La orden no permitirá que me vaya.
TESEO: Hablé con su superior, el oro nadie lo desprecia. Lo acompañará mi hermano. Será su sombra día y noche y volverán con ella aunque tarde años.
PADRE JOSÉ: Pero aquí peligra, usted mismo lo ha dicho.
TESEO: Para cuando vuelva estos soldaditos ya no estarán.
PADRE JOSÉ: ¿Cómo sabré donde encontrarla?
TESEO: Recuerde los amigos de los que le habló Ismene.
PADRE JOSÉ: No sé a qué se refiere.
TESEO: Usted era su confesor, algo tendrá que saber.
PADRE JOSÉ: No sé nada, se lo juro.
TESEO: Júrele a su madre.
PADRE JOSÉ: ¿No teme que la pobre sucumba en medio de su estrategia?
TESEO: Todo plan tiene su riesgo. Así somos los buscadores de minas.
PADRE JOSÉ: ¿Y qué gana con todo esto?
TESEO: Que ella volverá a mí aunque sea contra su voluntad. Cumpliremos nuestro destino: ella será mi mujer y yo seré su familia.
ESCENA 10
Edipo ciego y Antígona fuera de la gruta.
EDIPO CIEGO: ¡Cuánta gente se fue en el último barco que partía a Cuba!
ANTÍGONA: Sólo jóvenes.
EDIPO CIEGO: Ya estamos viejos.
ANTÍGONA: No puede decir eso de mí, y a usted todavía le falta para llegar a los sesenta.
EDIPO CIEGO: Piensa en tu padre haciendo vías de ferrocarril en Cuba. A mi no me aceptaron por viejo y a ti por ser mujer, acéptalo.
ANTÍGONA: ¡No! La mayoría de los que se fueron, eran nativos de aquí, aguantan más el sol.
EDIPO CIEGO: Será más difícil el regreso.
ANTÍGONA: Nunca creí que lo lograríamos.
EDIPO CIEGO: No mientas, Antígona, tú estabas segura que hayaríamos la salida.
ANTÍGONA: Esperaremos al primer barco que llegue. Nos iremos escondidos. Usted sabe contar muchas historias y podrá distraer a los marinos mientras yo trato de entrar por la cocina,
EDIPO CIEGO: No tengo las fuerzas para intentarlo.
ANTÍGONA: Tendrá que enseñar sus mapas hablar de rutas de caminos y hacer que crean que usted puede serles de gran utilidad si lo llevan a bordo.
EDIPO CIEGO: A un ciego como yo ya nadie lo respeta.
ANTÍGONA: Muy por el contrario. Admirarán su memoria al darse cuenta que describe los caminos como si todavía los viera.
EDIPO CIEGO: Ya no estoy para esos trotes hija mía.
ANTÍGONA: Lo tendrá que hacer, padre, si no quiere que muramos en esta isla desterrados.
ESCENA 11
Teseo camina de un lado a otro tratando de ubicar en el gran mapa el paradero de su Hermano.
TESEO: Llevo meses sin saber de ellos… Meses… ¿En dónde estarán dentro de este desbarajuste de rutas: El viaje… las cartas…, y tú , Ismene, que me mata tu ausencia. ¿Te tragó la tierra o te hundiste en medio del mar? (Pausa) Prometiste informarme de cada paso que dabas, hermano. ¿Pudiste deshacerte del padrecito? ¿Dónde dejó de existir? ¿Lograste sacarle todo lo que sabía antes de llegar a Nuevo Orleáns o tuviste que subirlo a bordo? ¿Hermano, a qué se debe tu silencio? ¿Habrás llegado a España? ¿Vienen de regreso y pronto sabré de ustedes? ¿La has encontrado… dónde? ¿Aquí… aquí… o aquí? ¡Donde! ¡Ismene, deja ya de esconderte!
ESCENA 12
Ismene de mesera en el Café del Nuncio en Madrid. Atiende en la barra. Entra el hermano de Teseo. Ismene corre a abrazarlo.
ISMENE: ¿Y Teseo?
El Hermano la rechaza.
ISMENE: ¿Dónde está?
HERMANO: En Arizona. Donde lo dejaste.
ISMENE: ¿No vino contigo?
HERMANO: Mandó por ti.
ISMENE: Ahora no puedo irme, estoy por encontrarlos: es cosa de unos días.
HERMANO: No pienso llevarte con él. Lo has convertido en un idiota.
ISMENE: Te enojas porque te ha olvidado.
HERMANO: A la familia no se olvida. Ya ves tú, persiguiéndolos como perra.
ISMENE: Tengo una razón.
HERMANO: ¿Ah sí, ahora cuál inventarás?
ISMENE: Prevenirlos de que es imposible volver a México.
HERMANO: ¿No es porque no puedes vivir sin ellos?
ISMENE: También.
HERMANO: Ya te pareces a mi hermano de idiota.
ISMENE: ¿Me mandó algún mensaje?
HERMANO: ¿Pues quién te crees; la reina Carlota?
ISMENE: ¿Cómo me encontraste?
HERMANO: Por tu padre.
ISMENE: ¿Averiguaste algo? ¿Sabes de él?
HERMANO: Mucho.
ISMENE: (Le da una cachetada) Por ahí hubieras empezado, cerdo.
HERMANO: (La toma violentamente y la avienta) De reina no tienes ni un pelo. ¿Ya ves, aquí estas de vil sirvienta?
ISMENE: (Desde el suelo) Dime el lugar en que se encuentran.
HERMANO: Ahora sí me ruegas.
ISMENE: ¿Por qué no me lo habías dicho?
HERMANO: ¿Y crees que te lo diré?
ISMENE: ¿Si no, por qué estás aquí?
HERMANO: Para llevarte con ellos.
ISMENE: (Se abraza a sus piernas) Gracias hermano.
HERMANO: (La patea) No soy tu hermano, reinita.
ISMENE: ¿Pero cómo supiste de ellos si ni su nombre sabes?
HERMANO: Fui a la comisaría y allí me dieron todas sus señas.
ISMENE: (Alarmada) ¿A la comisaría?
HERMANO: Sí, fui con los gendarmes: con la policía, para que me entiendas?
ISMENE: ¿Y ellos saben dónde se encuentran?
HERMANO: Sí.
Pausa.
ISMENE: Entonces son malas noticias las que me tienes.
HERMANO: Buenas y malas. (Pausa.) Comenzaré por las malas.
ISMENE: Mejor calla.
HERMANO: (Prepotente) Primero déjame contarte que llegaron hace varios meses unos soldados a Arizona. Localizaron la mina y empezaron a hacer preguntas. No te asustes, porque aquí no conocen tu historia. Ahora yo la sé. A mi hermano no le preguntaron nada pues nada sabe de tí, embustera.
ISMENE: ¿Y el padre José?
HERMANO: Se lo tragaron los tiburones.
ISMENE: Deja De insultarlo.
HERMANO: Teseo lo obligó a acompañarme, pero en medio del mar hundió su daga en mi costado, pero él no sabe manejar armas y así fue fácil deshacerme de él.
ISMENE: Calla, no quiero oírte más.
Ismene llora en silencio.
HERMANO: Los uniformados me dijeron que habían localizado el paradero de tu padre. Lo acusan de cosas graves. Uy, uy, uy, qué vivales es tu padre. ¿En cuánto vendió esos mapas?
ISMENE: No hables así de mi padre pues son falsas sus acusaciones.
HERMANO: Lo buscaron por más de tres años y supieron que llegaron a España por un cura que ayudó a tu padre a escapar de la cárcel. Y no tuvieron que venir a buscarlo hasta España, pues los soldados de todo el mundo se ayudan. Y ellos le hicieron el favor de regresarlo a prisión. Que es donde merece estar tu padre. Y tu hermana, por acompañarlo.
ISMENE: Llévame a la cárcel entonces, que quiero estar con ellos.
HERMANO: ¿Y no te importa traicionar a Teseo nuevamente?
ISMENE: Regresaré a Arizona con Teseo cuando. Eso fue lo que le dije. Saldremos de ahí, estoy segura.
HERMANO: Ja, ja, ¿y crees que Teseo te seguirá esperando? (Pausa) Pero no pienses que a donde están es un encierro cualquiera. Aquí a los que desobedecen roban o matan, los mandan a una isla lejana. Sobre todo a los traidores a la patria, que aquí llaman monarquía.
ISMENE: ¿Dónde se encuentran entonces?
HERMANO: En una isla, te digo, de donde no podrán escapar, hasta que vengan a buscarlos. Quieren hacerle unas preguntas a tu padre y traerse lo que robó.
ISMENE: El no robó nada, fue el gobierno que vendió la tierra en donde vives. ¿O ya se te olvidó que Arizona antes era de los mexicanos?
HERMANO: Me tiene sin cuidado si ahora es de otros; lo único que me importa es que la mina sea mía. No tuya o de mi hermano.
ISMENE: Es de él y nada más. Tú solamente lo obedeces, pues no eres capaz de encontrar ni una pepita de oro.
HERMANO: Y ya ves que te encontré a ti aunque seas de puro cobre.
ISMENE: Así que el que está traicionando a tu hermano eres tú.
HERMANO: Sólo así la mina será mía.
ISMENE: ¿Y cómo podré prevenir a Teseo?
HERMANO: No te esfuerces mucho en pensarlo pues irás a parar a Fuerteventura con tu padre y tu hermana. Y ya irán por ustedes algún día. Si no es que antes se arrepienten de hacer tal travesía.
ISMENE: ¿Y qué dirá tu hermano cuando vea que no vuelves conmigo?
HERMANO: Le escribiré donde te encuentras para que el mismo venga por tí.
ISMENE: ¿Así que eso planeas?
HERMANO: Cuando le diga dónde estas, y que se necesita mucho oro para sacarte de esa isla, será razón suficiente para que se atreva a cruzar el mar. ¿No es eso lo que quieres?
ISMENE: Nunca desearía su mal y lo que estás haciendo es robarle su mina, su tierra y mandarlo al destierro.
HERMANO: Tú debes estar contenta porque pronto habrás de encontrarte con tu padre y tu hermana y Teseo vendrá por ti. (La empuja a la salida) ¿Por qué te resistes si eso era lo que tanto habías buscado?
ISMENE: Pero no a ese precio. (Lo golpea intentando librarse de él) Asesino, embustero, traidor. Teseo ya no podrá llamarte hermano. (Grita) ¡Teseo, escúchame suplicante estés donde estés: no debes venir a buscarme. Aguarda mi regreso.
HERMANO: Camina, que estás cerca del destino que anhelabas.
Salen.
ESCENA 13
Edipo ciego y Antígona en altamar, de regreso a México. Ella está disfrazada de muchacho. La venda de los ojos de Edipo está ensangrentada.
EDIPO CIEGO: Ya no sé si llegaremos a tierra algún día. Mi cuerpo no deja de vomitar todo lo que como. ¡Ya basta, esto es peor que el infierno!
ANTÍGONA: (Limpiando al padre) Tiene que soportar los designios del viento, padre. Si hemos de llegar, llegaremos; usted ha dicho que sólo faltan un par de días.
EDIPO CIEGO: Pues ya ni eso creo, hija.
ANTÍGONA: Entonces acepte que la tormenta es la cólera de Dios.
EDIPO CIEGO: Los seres nacen del caos.
ANTÍGONA: Pero después llega la calma… Pronto veremos tierra, no desfallezca.
EDIPO CIEGO: Yo no llegaré hasta allá.
ANTÍGONA: Deje de hablar así, padre o tendré que prohibirle que pronuncie palabra alguna.
EDIPO CIEGO: En mi boca sólo habita la desventura, así que callaré.
Silencio.
ANTÍGONA: Si estuviera más fuerte; no tan derrotado. Si su cuerpo no fuera enemigo del mar, podríamos llegar a Veracruz y empezar a buscar a Ismene.
A Edipo le falta el aire. Antígona coloca un trapo frío en su frente.
ANTÍGONA: Llegaremos pronto padre, no se acongoje.
EDIPO CIEGO: Tus esperanzas ya no son mis esperanzas.
ANTÍGONA: Duerma un rato, y cuando despierte se sentirá mejor.
EDIPO CIEGO: No puedo hacer otra cosa. Gracias hija.
Antígona acomoda a su padre para dormir. Le acaricia el cabello hasta que se queda dormido.
En silencio Antígona revisa el sextante, la brújula y el cronómetro para orientarse. Llega un marino.
MARINO: Está dormido el viejo.
Antígona no contesta.
MARINO: ¿Es su padre?
Antígona no contesta.
MARINO: ¿Es la primera vez que se embarca?
Antígona no contesta.
MARINO: No esta bien quedarse callada cuando yo pregunto.
Antígona voltea a verlo sorprendida.
MARINO: ¿Que como me di cuenta que no eres un marino? Es fácil muchacha. (La sujeta de las caderas) Tu cuerpo no es el mismo que el de los demás.
Antígona no puede librarse de las manos que sujetan sus caderas.
MARINO: Si el capitán del barco lo supiera, te bajaría en el primer puerto al que arribáramos.
ANTÍGONA: ¿Y guardará el secreto hasta llegar a Veracruz?
MARINO: Sólo si te portas bien conmigo, me mantendré callado.
El marino la besa, la toquetea.
MARINO: Siempre lo he hecho con todas las muchachas que me he encontrado en este barco.
ANTÍGONA: A mi hermana quizá la haya visto. Se llama Ismene.
MARINO: Los nombres son intercambiables. ¿También es mexicana?
Antígona asiente.
MARINO: Conocí a una mexicana. El Guano, se hacía llamar.
ANTÍGONA: ¿Y sabe dónde está ahora?
MARINO: En el puerto de Veracruz regenteando un burdel.
ANTÍGONA: ¿Sería capaz mi hermana de hacer tal cosa?
MARINO: Su madre le ayudaba en todo.
ANTÍGONA: Entonces no es ella, pues mi madre ya no vive, pero a Ismene tal vez la recuerde. Sabía leer en los mapas, orientarse por las nubes, entender a los pájaros, interpretar mis silencios.
MARINO: Tal vez…. Tal vez sea aquélla.
ANTÍGONA: ¿Quién?
MARINO: En el Maracuya conocí a una mujer que sabía acerca de los vientos y de las olas.
ANTÍGONA: ¿Cómo era ella?
MARINO: Primero deja que te cuente para que lentamente mis manos conozcan tu cueva. Quieto el cuerpo; ya.
ANTÍGONA: Aléjese de mí.
MARINO: ¿No quieres saber si aquella mujer era tu hermana?
ANTÍGONA: ¿Tenía un tatuaje alrededor del ombligo?
MARINO: No te apresures niña que debo sentir tus partes para que lo puedas averiguar.
ANTÍGONA: Si es el precio que he de pagar, venga pues.
Antígona soporta el suplicio de la intromisión a su cuerpo.
MARINO: Aquella mujer, que… que creo sí tenía alguna marca en su cuerpo, calculaba la posición del barco con el sextante y el cronómetro, como veo que tú lo intentas; manejaba el timón y registraba en el diario de navegación la distancia que había recorrido el buque cada día. La recuerdo porque fue ella la que nos salvó de una tormenta inigualable en el centro de las Antillas.
ANTÍGONA: ¿No dijo quién le enseñó?
MARINO: Fue aprendiz de su marido. Era de esos capitanes que no podía viajar sin su mujer a lado.
ANTÍGONA: Mi hermana no se ha casado aún.
MARINO: ¿Y tú?
ANTÍGONA: ¿Era un tatuaje la marca que usted dice? El de Ismene tenía forma de espiral.
MARINO: No conozco a mujer o marinero con un tatuaje como ese. Conozco mujeres de los puertos que suelen tatuarse los pechos, o su hombro si conocieron a un marino que no pueden olvidar.
ANTÍGONA: Entonces no es ella.
MARINO: He visto muchas, pero me temo que a tu hermana no.
El marino trata de besar a Antígona, pero ella evade el contacto.
ANTÍGONA: Por favor no me delate.
MARINO: ¿Quién me ha de quitar el placer de tener una mujer a bordo, gratis?
Edipo despierta intempestivamente de su sueño tratando de buscar la luz.
EDIPO CIEGO: ¡Ismene, hija, has llegado al laberinto!
Antígona corre en su auxilio.
ANTÍGONA: Cálmese padre, que puede venir de nuevo el vómito.
EDIPO CIEGO: ¡No desesperes, hija mía, que hay salidas!
MARINO: ¿De qué habla el viejo?
ANTÍGONA: Ha visto a mi hermana en el laberinto. Qué más ve padre. ¿Ha llegado al centro?, ¿ha encontrado nuestras marcas?
EDIPO CIEGO: No temas, hija, que no hay un minotauro que te devore. Por ahí no es el camino, aunque lo sabrás hasta que llegues.
MARINO: Familia de locos. Cuida a tu padre, que más tarde vendré por ti. Seré cariñoso contigo niña, pero te llevaré a mi lecho. (Se va)
EDIPO CIEGO: (Al darse cuenta que fue un sueño) Y nosotros seguimos en el mismo barco; rodeados de agua sin rutas que trazar.
ANTÍGONA: No hable, padre, guarde sus fuerzas hasta que lleguemos.
EDIPO CIEGO: Es el fin, Antígona, no me condenes al silencio. No te angusties que Ismene saldrá de esa gruta y volverás a verla. Juntas han de regresar a México y victoriosas dejaran este destierro al que por mi culpa han sido condenadas. Guarden estos mapas y sólo úsenlos para recuperar la tierra que nos han robado.
ANTÍGONA: ¿Estos mapas son los mapas…?
EDIPO CIEGO: Ismene sabrá qué hacer. (Desfallece)
ANTÍGONA: (Lo sacude) ¡Son los mapas!... ¡Padre, padre, son los mapas! (Pausa). Yo no los sé leer. Cómo encontraré a Ismene sin usted. Reaccione padre.
EDIPO CIEGO: (Lanza su maldición) ¡Malditos! Si la muerte es el final de cualquier humano, también ustedes irán a la tumba y lamentarán su suerte. Nadie elude su destino. (Lleno de ira toma aire tratando de recuperar sus fuerzas) Aquí me tienen sin otra cosa que mi cuerpo. Nada me llevo porque todo me quitaron. ¡Asesinos, traidores a la patria! ¿Por qué fui yo al que acusaron cómplice de su crimen? Los papeles no son nada frente a su poder. Nos vendieron y nadie les reclama por ello. Viven libres y yo siempre prisionero. (Jadea) Moriré en medio del océano y me comerán los tiburones. Sin entierro, no habrá lugar donde llorarme. Mi alma vagabunda seguirá huyendo y viviré por siempre desterrado hasta del cielo. (En su último aliento): ¡Que los parta un rayo y que todos se vayan al infierno! (Muere).
Antígona sacude a su padre intentando que reaccione.
ANTÍGONA: (Entre sollozos) Tendrá su entierro padre, aunque tenga que ir al fin del mundo. (Llora desconsolada sobre el cuerpo de su padre).
ESCENA 14
Ismene está en la gruta de Fuerteventura con una antorcha. Casi a oscuras busca
agotada un camino que la lleve a la salida.
ISMENE: Heme aquí sola y abandonada en esta oscura gruta impregnada de salitre. Estoy buscando con desesperación una salida antes de que se acabe la brea, se apague la antorcha y me doblegue el cansancio. Camino en círculos concéntricos acechando el momento en que se vuelvan espirales y me conduzcan al centro de este enredado laberinto. Muero de rabia y desilusión ante este destino incomprensible donde ya no sé si voy o vengo, si la ruta empieza o está por terminar.
Antígona arrastra el cuerpo de su padre hasta el agujero que cavó Teseo en la mina.
Teseo, rodeado de mapas, planos y laberintos traza rutas, ubica ciudades y encuentra caminos posibles.
TESEO: (Señalando un mapa) Planearé el viaje y te iré a buscar cuanto antes, como me escribió mi hermano. Aunque tenga que cruzar el mar, aunque sea hombre de tierra que nunca se ha atrevido a tocar siquiera un lago, llegaré a España. Así es como querías, Ismene… Si hubiera hecho caso a tus palabras.
Antígona echa tierra al agujero que Teseo cavó al inicio de la historia. Entierra a su padre. Reza.
Ismene en la oscuridad de la gruta.
ISMENE: (Grita al silencio) ¡Déjame salir, gruta de recovecos imposibles! Aciago laberinto que con tus múltiples tentáculos me acosas, me pones trampas y me alejas cada vez más de lo que busco. Enciendes mi ira cada vez que vuelvo a perderme en esta oscuridad. Mis ojos ciegos me abisman. (Intenta revitalizar la flama de la antorcha que poco a poco disminuye su luminosidad. Camina. tropieza, cae, se levanta con dificultad) ¡Dioses, los maldigo una y otra vez! Inhumanos arquitectos que sin piedad construyen el enredo más complejo en el espacio más pequeño del universo. ¡Malditos sádicos que retrasan lo más posible la dicha del arribo! (Trata de evitar que no se apague la antorcha. Sopla suavemente, hasta que la flama desaparece. En la oscuridad se escucha un grito desolador:) ¡Teseo!
TESEO, como si hubiera escuchado el grito de Ismene, va hacia ella. ISMENE, también, se acerca al centro del escenario donde está, el mar. Mientras:
TESEO: Dame fuerza, Ismene, que tu hombre se acobarda frente al mar encrespado, frente a las tormentas que hunden barcos y ahogan marineros. Aguarda mi llegada y te traeré de vuelta al lugar de donde eres y así cumplas tu destino.
ISMENE lo toma entre sus manos. Se miran a los ojos.
ISMENE: Cuando salga de aquí, habré resucitado en una playa blanca donde sólo acudan algas y olas. Refrescaré mis pies en aguas cristalinas y prepararé el retorno. Le daré vuelta al destino y llegaré a la luz... Que la desesperación no altere mis sentidos, que mantenga la cordura y pueda librarme del destierro.
ISMENE y TESEO se besan mientras se hace el OSCURO FINAL.