21/10/16

Cementerio de automóviles Arrabal

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Cementerio de automóviles
Arrabal

Personajes

Lasca , mujer de edad.
Tiosido, muchacho joven.
Milos criado distinguido de unos 40 años.
Dila, mujer de 25 años, guapa.
Emanu, trompetista de 33 años.
Topé clarinetista de 30 años.
Foder, saxofonista de 30 años, mudo.

Explanada delante de un cementerio de automóviles. Al
fondo, automóviles. A causa del desnivel del terreno se pue-
den ver a lo lejos automóviles amontonados. Son viejos y
están sucios y oxidados. Los coches de la primera fila no tie-
nen cristales sino cortinas de tela de saco. Para distinguir-
los los llamaremos: «coche 1», «coche 2», «coche 3», «co-
che 4» y «coche 5». Delante y a la derecha está el «coche
A». Tiene, también, a guisa de ventanillas, cortinas de saco
y una chimenea sobre el techo.
Delante del «coche 2» hay un par de botas sucísimas y des-
trozadas.



Acto primero

( Dila sale del «coche A» con una campanilla en la mano).
Dila .—(Dirigiéndose a los ocupantes de los coches mientras
toca la campanilla fuertemente).
¡A dormir todo el mundo! No quiero volver a
oír ni una mosca. ¡A dormir todo el mundo!
(Se oyen las protestas y los murmullos de desaprobación
que salen del interior de los coches).
¿Qué es eso? ¿Los señores protestan? ( Dila se
para un momento para oír mejor, tras breve silencio
se oye un leve murmullo de queja que emerge del
«coche 3»).
¡A callarse!
Voz de hombre .—(«Coche 3»). ¡Pero si sólo estábamos re-
zando!
Dila .—(Metiendo la cabeza entre las cortinas del «coche 3»).
¿Creéis que no sé muy bien lo que pasa? Menu-
da pareja estáis hechos.
(Desde el centro de la explanada a todos).
El que quiera rezar que rece, pero en silencio.
(Nuevos murmullos de desaprobación).
¡Silencio! ¡A dormir todo el mundo! Y que no
tenga yo que levantarme por culpa de «los seño-
res».
( Dila da unos cuantos campanillazos más y se mete en el
«coche A». Murmullos de desaprobación. Silencio. Un atle-
ta a paso gimnástico entra por la derecha. Es Tiosido , la
caricatura del atleta; su manera de marchar es también la
caricatura del atletismo. Va vestido de atleta con el núme-
ro 456 sobre el pecho. Es muy joven. Junto a él -retrasán-
dose y adelantándose- va Lasca . Tiene un aspecto muy co-
rriente y el pelo blanco. Parece infatigable. Aconseja a
Tiosido mientras cruzan la escena de derecha a izquierda).
Lasca .—¡Ese pecho!
(Pausa).
La respiración, no te olvides de la respiración
(Pausa).
Uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos.
(Pausa).
La barbilla. Y sobre todo no te olvides de la res-
piración.
Uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos.
( Lasca infatigable. Tiosido agotado. Tras cruzar el esce-
nario de derecha a izquierda salen por la izquierda. Aún se
oye el «uno-dos» de Lasca . Silencio. De pronto, dentro del
«coche 3», se oye que hacen ruidos. Alguien enciende una
vela dentro de él. A través de la cortina se ve un pequeño
resplandor. Dentro del «coche 3» un hombre y una mujer
de unos setenta y tantos años cada uno, sostienen este diá-
logo).
Voz de mujer .—¿Qué te pasa amor?
Voz de hombre .—No puedo dormir a gusto. Hay algo que
me molesta.
Voz de mujer .—¿No será que te has clavado el volante en
los riñones?
Voz de hombre .—No es eso. Es la postura.
Voz de mujer .—¿Quieres cambiar de sitio conmigo?
Voz de hombre .—Bueno.
(Ruidos de muelles, de hierros. Golpes. Voces del hombre y
de la mujer: «Venga». «No empujes tanto». «No soy yo
quien empuja». «Cuidado con mi pierna», etc., tras algu-
nos quejidos de fatiga los ruidos cesan).
Voz de mujer .—Te encuentras bien, amor?
Voz de hombre .—Sí, mucho mejor.
Voz de mujer .—¿Quieres alguna cosa más?
Voz de hombre .—No. Vamos a ver si podemos dormir
tranquilos.
(Un tiempo).
¿Has pedido que nos sirvan el desayuno en la
cama?
Voz de mujer .—¡Ay!, no. Se me ha olvidado. No te pre-
ocupes, ahora mismo llamo al criado.
(Ruidos de muelles. Por fin se oye la bocina del «coche 3».
Otro bocinazo. Del «coche A» sale un criado perfectamen-
te vestido y muy correcto. Se llama Milos . Se dirige al
«coche 3». Pasa la cabeza entre las cortinas tras haber dado
un golpe leve sobre la portezuela).
Milos .—¿Qué quieren los señores?
Voz de mujer .—Se nos había olvidado encargar el desa-
yuno.
Milos .—¿Quieren los señores que se lo sirva en la cama?
Voz de mujer .—Naturalmente.
Milos .—¿Qué quieren desayunar los señores?
Voz de mujer .—(Al hombre). ¿Qué quieres?
Voz de hombre .—Una copita de aguardiente.
Voz de mujer .—(A Milos ).
Entonces, tráiganos dos copitas de aguardiente.
Milos .—Lo siento, señores, pero no tenemos aguardiente.
Voz de hombre .—(Irritado).
¿Que no tienen aguardiente? En menudo tugu-
rio nos hemos metido. Ni siquiera tienen aguar-
diente. Ya te dije que este sitio no me gustaba
nada en absoluto. ¡Pero te empeñaste!
(A Milos ).
Entonces, ¿qué tienen?
Milos .—Tenemos pipas, un barquillo, regaliz y judías ver-
des a discreción.
Voz de hombre .—Y agua ¿tienen?
Milos .—Sí, señor, toda la que quiera el señor.
Voz de hombre .—Entonces tráiganos un par de vasos de
agua muy caliente.
Milos .—¿Cómo quieren los vasos los señores? ¿Grandes
o pequeños?
Voz de hombre .—Grandes.
Milos .—¿Quieren algo más los señores?
Voz de hombre .—No, nada más.
Milos .—A su disposición, señor. No tiene nada más que
llamarme. Que pasen muy buenas noches los se-
ñores.
( Milos ve el par de botas que hay junto al motor del «coche
2». Las coge. Las mira. Las deja sobre el motor. Va
al «coche A». Saca un cepillo. Vuelve hacia el «co-
che 2». Muy elegantemente escupe sobre las botas.
Luego extiende la saliva por toda la bota con ayu-
da del cepillo. Por fin cepilla. Mientras está sacan-
do brillo entran en escena Lasca y Tiosido por la
derecha. Tiosido sigue vestido de atleta, sigue co-
rriendo a paso gimnástico y está más agotado que la
otra vez. Lasca , sin dar muestras de fatiga, aconse-
ja a Tiosido ).
Lasca .—La respiración. ¡Esa respiración!
(Más tarde).
Saca el pecho. Derecho, no te inclines. Uno-dos,
uno-dos, uno-dos.
(Cruzan el escenario de derecha a izquierda. Salen por la
izquierda. Milos ni siquiera los ha mirado. Sigue limpian-
do las botas, sin perder sus buenos modales. Milos una vez
que ha terminado de limpiar las botas vuelve al «coche A».
Antes de que Milos haya entrado en el «coche A», Dila
sale del mismo coche).
Milos .—(Duramente).
Vete a hacer lo que te tengo ordenado.
Dila .—Déjame que no lo haga hoy.
Milos .—(Colérico).
Estira la mano.
( Dila , temerosamente, estira la mano hacia Milos . Mi-
los , con una regla, le da un par de reglazos).
La otra mano.
( Milos le da otro par de reglazos en la otra mano).
Y ahora ve a hacer lo que te tengo mandado.
( Dila , casi llorando, va al «coche 1», pasa la cabeza en-
tre las cortinas de saco. Milos , junto al «coche A», la con-
templa).
Dila .—Señor, déjeme que le bese.
(Ruido de beso).
Gracias.
( Dila , siempre a medio llorar, va al «coche 2»).
Dila .—¿Todavía no está dormido? ¿Qué le pasa?
Voz de hombre .—( Gruñón).
¿Cuándo vas a dejar de molestarme? Estoy har-
to de que todas las noches me vengas con esta co-
media.
Dila .—Deme un beso.
Voz de hombre .—Te he dicho mil veces y mil veces te vol-
veré a decir que no.
Dila .—Os lo ruego.
Voz de hombre .—Te he dicho que me dejes en paz.
( Dila da la sensación de que forcejea para besarle. Por fin
lo logra. Milos contempla contento la escena. Dila va al
«coche 3». Se oye cómo Dila besa a alguien. Inmediata-
mente se oye este diálogo dentro del «coche 3»).
Voz de mujer .—¿Qué ha sido eso?
Voz de hombre .—Nada.
( Dila va al «coche 4». Pasa la cabeza entre las cortinas.
Se oye el ruido de un beso).
Voz de hombre .—Otro.
(Se oye un beso).
Otro.
(Se oye un beso).
Gracias.
( Dila va al «coche 5». Milos sigue contemplando muy
satisfecho).
Dila .—Señor, déjeme que le bese.
(Beso).
¡Gracias!
( Dila , a medio llorar, va hacia Milos ).
Milos .—Que no se te vuelva a olvidar nunca más.
( Dila , a medio llorar, no responde. Los dos se dirigen al
«coche A». Milos , amorosamente, coge por el hombro a
Dila . Entran en el «coche A». Silencio. Ronquidos. Por
la derecha entra Tiosido a paso gimnástico, agotado. Las-
ca [delante de él] infatigable, le hace marcar el paso).
Lasca .—Uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos...
(Cruza el escenario de derecha a izquierda. Desaparecen
por la izquierda. Silencio. Ronquidos. Por la derecha en-
tra Emanu con una trompeta en la mano. En la otra lle-
va una cesta de labor que deposita en el suelo. Emanu toca
la trompeta. En el silencio su trompeta suena durante lar-
go tiempo. Dila saca la cabeza por la ventanilla del «co-
che A» y contempla a Emanu entusiasmada. Milos , vio-
lentamente, corre la cortina y hace entrar a Dila . Emanu
se calla. Silencio. Al fondo y a la derecha se oye un toque
de clarinete. Emanu toca de nuevo. Parece contento. Si-
lencio. Al fondo y a la izquierda alguien toca el saxofón.
Inmediatamente también Emanu toca su trompeta. Si-
lencio. Entra en escena por la derecha Topé con un clari-
nete en la mano. Y por la izquierda Foder con su saxofón
en una mano y tres hamacas plegables, en la otra. Foder
es mudo. Se saludan alegremente).
Emanu .—Ya hacía rato que os esperaba.
Topé .—Pues no puedes decir que hemos llegado tarde.
( Foder despliega las tres hamacas. Los tres amigos se sien-
tan cómodamente sobre ellas. Foder -el mudo- es muy ex-
presivo. Su mímica es muy alegre, casi siempre está a favor
de lo que dice Emanu , por el que al parecer tiene una gran
admiración. Emanu saca de la cesta de labor lo necesario
para hacer punto. Está haciendo un jersey. Foder devana
la madeja que Topé ha colocado entre sus brazos).
Topé .—Y a qué hora tenemos que ir a tocar?
Emanu .—Dentro de un momento.
Topé .—¿Van a venir los polis a detenernos?
Emanu .—Dicen que sí. Pero nos escaparemos como siem-
pre.
Topé .—Va a durar mucho el baile?
Emanu .—Hasta la madrugada.
Topé .—Pues nos vamos a hartar de tocar.
Emanu .—Hay que hacerlo.
Topé .—Tendríamos que encontrar otro oficio más produc-
tivo.
Emanu .—Ya he pensado en ello.
Topé .—Y qué se te ha ocurrido?
Emanu .—Podríamos ser ladrones.
Topé .—¿De los que roban?
Emanu .—Pues claro.
Topé .—(Satisfecho y sorprendido). ¿No?
Emanu .—Así tendríamos mucho dinero. Ya no tendría-
mos que distraerles tocando. Les daríamos el di-
nero y sanseacabó.
Topé .—(De pronto). ¿Y podríamos también ser criminales?
Emanu .—Y por qué no?
Topé .—(Satisfecho). Saldría nuestro nombre en los perió-
dicos.
Emanu .—¿Y cómo lo dudas?
Topé .—Pero eso de ser criminal sí que tiene que ser difícil.
Emanu .—Sin comparación mucho más que ladrón. Ade-
más hay que tener mucha suerte.
Topé .—Tienes razón; un crimen tiene que ser la mar de
complicado.
Emanu .—Y siempre hay jaleos: Que si se mancha uno de
sangre, que si las huellas...
Topé .—(Interrumpiéndole). ¡Huy, lo de las huellas, ya he
oído hablar de eso!
Emanu .—Y sobre todo, lo peor: la víctima casi siempre
chilla por lo que he oído.
Topé .—¿Chilla?
Emanu .—Sí, no quiere que la maten.
Topé .—(Soñador). Tiene que ser muy bonito.
Emanu .—Pero ya te digo, muy difícil y muy expuesto.
Topé .—¿Y nadie puede matar sin que le pase nada?
Emanu .—Claro que sí. Todo está muy bien organizado.
Hay una forma, pero hay que estudiar mucho.
Topé .—¿Cómo?
Emanu .—Haciéndose juez.
Topé .- ¿Y ganan tanto dinero como los criminales?
Emanu -, Sí, mucho.
Topé .—¿Y a quiénes matan?
Emanu .—Pues muy sencillo, matan a los que hacen cosas
malas.
Topé .—¿Y cómo hacen para saber cuándo una cosa es
mala?
Emanu .—Es que son muy listos.
Topé .—Ya tienen que serlo. Oye, ¿pero siempre, siempre,
saben cuándo una cosa es mala?
Emanu .—Siempre, siempre. Ya te he dicho que son muy
listos y además tienen que haber hecho estudios,
por lo menos el bachillerato y todo lo demás.
Topé .—(Asombrado). Vaya tíos, así ya podrán.
Alguien dentro del «coche 2» toca la bocina. Emanu y
Topé se callan y esperan. Nuevos bocinazos. Del «coche
A» sale Milos , impecable. Los tres amigos contemplan la
escena. Milos se dirige al «coche 2». Introduce la cabeza
entre la cortina y el saco).
Milos .—¿Qué desea, señor?
Voz de hombre .—(Seca y autoritaria). Una mujer... una
criada.
Milos .—Inmediatamente se la traigo al señor. ¿Quería
algo más?
(Silencio).
Que pase muy buena noche el señor.
( Milos entra en el «coche A». Inmediatamente sale del
«coche A» Dila -en combinación- a punto de llorar. Dila
va al «coche 2». Asoma la cabeza entre las cortinas).
Dila .—Buenas noches, señor...
(Sin dejarla terminar, una mano la atrae violentamente ha-
cia el interior. Dila entra en el «coche 2». Emanu, Topé
y Foder han contemplado la escena con curiosidad pero
sin mostrar la menor sorpresa).
Topé .—Es que, Emanu, ya empieza a cansarme eso de to-
car y tocar todas las noches...
Emanu .—Pero Topé, los pobres también tienen que bai-
lar. Y como no tienen dinero para ir al baile...
Topé .—Los que pagamos el pato somos nosotros.
Emanu .—¿Y qué te puede importar? Como sólo nosotros
sabemos tocar...
Topé .—Eso una vez, dos. ¿Pero cuánto tiempo hace que
venimos todas las noches?
Emanu .—Y he perdido la cuenta.
Topé .—Y como nos está prohibido tocar al aire libre, esta-
mos expuestos, por si fuera poco, a que el menor
día nos metan en la cárcel. Ya sabes que segura-
mente esta noche vendrán a por nosotros.
Emanu .—No te preocupes, nos escaparemos.
Topé .—Y luego esa moda que has sacado de hacerles jer-
seys para el invierno y cogerles margaritas para
cuando se enamoran. Te aseguro que a mí tam-
bién me gustaría ser un pobre del barrio.
Emanu .—Pero no olvides que tenemos que ser buenos.
Topé .—Pero ¿para qué nos va a servir?
Emanu .—Porque siendo bueno...
(Recitando).
«se siente una gran alegría interior que provie-
ne de la tranquilidad en que se halla el espíritu
al sentirse semejante a la imagen ideal del hom-
bre».
Topé .—Vaya tío que eres! ¡Nunca te equivocas ni lo más
mínimo! Además, lo dices sin respirar, que tie-
ne más mérito.
Emanu .—Claro, como que me lo aprendí de carrerilla.
Topé .—Yo creo que lo que tendríamos que hacer para que
los pobres dejen de sufrir es matarles a todos.
Emanu .—Eso ya lo han intentado hace mucho los otros y
no lo logran, y eso que son la mar de influyentes.
Topé .—Pues entonces, ¿no hay medio?
Emanu .—Nosotros no lo conocemos aún. Tendremos que
seguir tocando todas las noches.
Topé .—Lo malo es que ya sabes cómo se han puesto con-
tra ti los otros. Desde que el otro día diste de co-
mer a todo el baile con una sola barra de pan y
una lata de sardinas están que muerden. Entre
ellos y los polis no te van a dejar en paz.
(Por la derecha entra Tiosido [agotado por el esfuerzo] a
paso gimnástico. Lasca le sigue infatigable dándole con-
sejos; ahora lleva un grueso reloj despertador en la mano).
Lasca .—Un esfuerzo y bates el récord.
(Más tarde).
Sólo un pequeño esfuerzo y tienes el récord en
tu mano. Sigue, sigue.
(Más tarde).
Ya verás cómo esta vez sí que bates el récord.
( Lasca y Tiosido cruzan el escenario de derecha a iz-
quierda. Durante el tiempo que Lasca y Tiosido cruzan
el escenario, los tres amigos dejan de hablar y los contem-
plan con curiosidad, pero sin asombro).
Emanu .—Pero si no tocamos nosotros, ¿quién lo va ha ha-
cer?
Topé .—En eso sí que tienes razón.
Emanu .—Además, con el frío que hace estas noches, si no
bailan, figúrate.
Topé .—Y que me lo digas a mí que me quedo hecho un ca-
rámbano mientras toco el clarinete.
Emanu .—Pero no olvides lo que siempre te repito, en
cuanto encontremos otra cosa mejor para ellos y
que nos cueste menos trabajo dejaremos de to-
car todas las noches.
(De la derecha vienen voces irritadas, que dicen).
—¿Pero cuándo van a venir esos músicos?
—¡Estamos hartos de esperar!
—Cada noche vienen más tarde!
—Eso es un abuso.
—( Todos a coro): Mú-si-ca, mú-si-ca, mú-si-ca...
Topé .—Ya los oyes.
Emanu .—Es verdad, qué enfadados están.
Topé .—Como no vayamos en seguida no sé lo que nos van
a hacer.
Emanu .—Esperad un momento que termine esta vuelta.
( Emanu , que sigue haciendo punto, intenta ir más de pri-
sa..)..
(Voces desde el fondo a la derecha).
—( Todos a coro ): Mú-si-ca, mú-si-ca, música...
—( Alguno ): ¿Pero qué hacen esos músicos que no vienen?
Topé .—Venga, vamos que nos van a linchar.
Emanu .—¡Con lo que son!
Topé .—La culpa es nuestra: teníamos que estar ya sobre el
tablado.
Emanu .—Id vosotros ahora. Yo iré cuando termine esta
vuelta.
Topé .—Bueno, hasta ahora.
( Topé y Foder salen por la derecha. Poco después la mu-
chedumbre que gritaba, silba. Entre los silbidos se pueden
escuchar algunos aplausos. Poco tiempo después empieza
la música. Los ritmos se oyen aunque suavemente durante
las próximas escenas. Sólo jazz y rock. En cuanto Topé y
Foder salen, Emanu corre a la derecha para con vencer-
se de que sus amigos se han alejado suficientemente. Lue-
go se acerca al «coche 2»).
Emanu .—(Como en un susurro).
Dila. Dila.
(Pausa).
Dila.
(Pausa. Más fuerte).
Dila, soy yo.
Voz de hombre —(Que está dentro del «coche 2». Despecti-
vo).
Espérese, coño. Ahora mismo sale.
(Silencio. Emanu espera impaciente. Dila , por fin, aso-
ma la cabeza. Va a salir. De pronto la mano del hombre del
«coche 2» la atrae de nuevo al interior del coche. Silencio.
Emanu espera impaciente. Por fin, Dila sale del «coche
2», esta vez violentamente. Sin duda, arrojada del interior.
Cae al suelo. Emanu se acerca a ella).
Emanu .—Quería verte.
(Pausa).
Dila, quiero estar contigo esta noche. Quiero que
mi boca sea una jaula para tu lengua y mis ma-
nos golondrinas para tus senos.
Dila .—(Sorprendida). ¡Emanu!
Emanu .—Además los amigos dicen que no soy un hom-
bre. Dicen que no podré serlo hasta que haya es-
tado con una mujer.
Dila .—¿Y quieres que sea conmigo?
Emanu .—Sí, Dila. Tú eres mejor que las otras. Contigo no
me va a dar casi vergüenza. Además sé casi
cómo tengo que hacer. Cuando te miro, trenes
eléctricos danzan como mariposas entre mis
piernas.
Dila .—Sabes cómo es él de celoso.
Emanu .—No nos verá. Seguro. Y si nos descubriera le di-
ríamos que estábamos jugando a los soldados.
Estaremos juntos e invisibles como la noche y los
pensamientos. Nos abrazaremos y revoloteare-
mos como dos ardillas submarinas.
Dila .—Pero Emanu, tienes que ir a tocar la trompeta al
baile.
Emanu .—Pero si sólo será cuestión de unos minutos.
(De pronto).
¿Es que no quieres?
Dila .—Sí, pero...
Emanu .—Ya sé, no quieres porque sabes que no tengo ex-
periencia.
Dila .—Eso no tiene importancia. Yo tengo mucha.
Emanu .—Entonces Dila, nos compensamos.
Dila .—Vamos.
(Pausa).
Te acariciaré como si fueras un lago de miel en
la palma de mi mano.
( Dila y Emanu se colocan detrás del «coche A» de for-
ma que los espectadores no les ven. En el baile -al fondo y
a la derecha- en este momento suena un rock particular-
mente rítmico. A los pocos instantes sale del «coche A» Mi-
los . Se encarama sobre el motor del coche y ve lo que pasa
detrás -es decir, lo que hacen Dila y Emanu . Mira lleno
de curiosidad y de alegría. A los pocos instantes se dirige al
«coche 2». Habla al hombre del interior pasando la cabe-
za por entre las cortinas).
Milos .—Mire lo que hace Dila.
(Ríe).
Cuidado que no le vean. Mire a través de las cor-
tinas.
( Milos se esconde tras el «coche 2». Ríe. Se oye la risita
del hombre que está en el «coche 2». Ahora se oye la risa
escandalosa del hombre del «coche 2». Milos pasa la ca-
beza entre las cortinas del «coche 3»).
Miren, miren. Si se esconden tras las cortinas
pueden verlo todo la mar de bien.
(Ríe. Milos se esconde tras el «coche 3». Se oye la risa del
hombre del «coche 2». También se oye la risa del matrimo-
nio del «coche 3». Ella ríe histéricamente).
Voz de mujer .—(«Coche 3», entrecortada por la risa).
Qué divertido. Hacia años que no había visto
algo tan bueno.
(Ríe).
Voz de hombre .—(«Coche 3», entre risas).
¡Qué graciosos! ¡Qué graciosos son los dos!
(Todos ríen. Milos va al «coche 1», pasa la cabeza entre
las cortinas. Sin duda, informa, al oído, al hombre del «co-
che 1». Las personas que están dentro de los «coches 1, 2 y
3» ríen cada vez más. Milos también. TIOSIDO entra
por la derecha. Más cansado aún; como de costumbre, mar-
cha a paso gimnástico. Lasca , infatigable, le prodiga con-
sejos. Sus cabezas casi se tocan. Lasca lleva el ritmo).
Lasca .—Uno, dos, uno, dos, uno, dos. Ya llega. Ya llega.
Un esfuerzo. Empuja un poco más y consigues
el récord. Uno-dos, uno-dos... Ya viene, ya vie-
ne, ya viene...
( Lasca y Tiosido , después de cruzar el escenario de derecha a
izquierda, salen. Durante el tiempo que Lasca y
Tiosido han estado en escena las risas han dejado
de oírse y Milos ha permanecido inmóvil. Pero de
nuevo ríen todos con descaro. Milos se acerca al
«coche 4» y luego al «5». A las personas del interior
les dice la misma frase:)
Milos —Mire, mire.
(Ríe).
Mire qué graciosa es mi mujer.
(A pesar de que no se ve a ninguna de las personas que es-
tán en los cinco coches, sus risas son cada vez más estrepi-
tosas. Entre las cortinas del «coche 3» aparecen unos pris-
máticos dirigidos hacia el «coche A». De pronto
-súbitamente-, todos se callan. El prismático desaparece.
Milos , atemorizado, vuelve al «coche A». Por encima del
motor mira un momento hacia atrás. Gesto de terror. Rá-
pidamente se mete dentro del «coche A». Largo silencio.
Dila y Emanu aparecen de nuevo: salen de detrás del
«coche A»).
Emanu .—(Avergonzado).
Dila..., la verdad es que los amigos no me decían nada... y
además sí que tenía experiencia. Lo que pasaba
es que quería estar contigo.
Dila .—-¿Por qué tienes que venir todas las noches con las
mismas mentiras?
Emanu .—No me riñas, Dila.
Dila .—(Digna).
No necesitas decirme nada, ya sabes que siempre
acepto.
Emanu .—Lo hago por si acaso. Pero te prometo que no te
volveré a engañar.
Dila .—Todas las noches me prometes lo mismo.
Emanu .—Esta vez juro que me corregiré.
Dila .—Siempre te creo.
Emanu .—Quiero ser bueno, Dila.
Dila .—Yo también quiero ser buena, Emanu.
Emanu .—Tú ya lo eres, todo el mundo puede acostarse
contigo.
Dila .—Pero querría ser mejor aún.
Emanu .—Yo también.
Dila .—Pero ¿para qué nos va a servir el ser buenos?
Emanu .—Es que siendo buenos...
(Recitando como una lección aprendida).
«Se siente una gran alegría interior que provie-
ne de la tranquilidad en que se halla el espíritu
al sentirse semejante a la imagen ideal del hom-
bre».
Dila .—(Entusiasmada).
Cada vez te sale mejor, Emanu.
Emanu .—(Orgulloso). Sí, no me puedo quejar. Me lo
aprendí de carrerilla.
Dila .—Tú sí que eres listo: lo sabes todo.
Emanu .—Tanto como todo, todo, no, pero casi todo. Por
lo menos las cosas más importantes y además
siempre de carrerilla.
Dila .—Yo lo que creo es que hay algo dentro de ti... algo
formidable.
(Pausa).
Bien, sólo para ver las cosas que sabes.
Emanu .—Pues... eso de que para qué sirve ser bueno... sé
tocar la trompeta... sé todos los meses del año sin
dejarme ni uno.
Dila .—¿No?
Emanu .—Sí, sé también cuánto vale cada billete y también
los días de la semana, todo de carrerilla.
Dila .—¡Qué tío eres! ¿Y también sabes demostrar las co-
sas como las personas importantes? Demuestra
lo que quieras, lo más difícil que veas.
Emanu .—Sí, para eso tengo un método especial. Dime que
te demuestre algo muy difícil.
Dila .—Demuéstrame que las jirafas se montan en ascen-
sores.
Emanu .—Nada más sencillo: las jirafas se montan en los
ascensores porque se montan en los ascensores.
Dila .—(Entusiasmada). ¡Qué bien lo has demostrado!
Emanu .—Todo lo demuestro igual de bien.
Dila .—Y si te pido que me demuestres lo contrario: que
las jirafas no se montan en los ascensores.
Emanu . —Eso sería más fácil aún: no tendría que hacer
nada más que la misma demostración sino que
al revés.
Dila . —Muy bien. Lo sabes todo. Estoy convencida de que
tú tienes que tener algo, o bien ser un hijo...
(Señala el cielo, dice torpemente).
... de alguien... de alguien, vamos, muy impor-
tante.
Emanu . —Que va. Mi madre era muy pobre. Me ha con-
tado que era tan pobre que cuando yo iba a na-
cer nadie la dejaba entrar en su casa para que yo
naciera. Sólo una vaca y un burro que estaban en
un portal casi en ruinas se compadecieron de
ella. Mi madre entró en el portal y yo nací. El bu-
rro y la vaca con el aliento me daban calor y dice
mi madre que como la vaca estaba muy conten-
ta de que yo naciera hacía muu y el burro relin-
chaba y movía las orejas.
Dila . —Y nadie quiso ayudar a tu madre.
Emanu . —No, nadie.
Dila . —¿Y qué pasó luego?
Emanu . —Luego fuimos a otro pueblo y allí mi padre era
carpintero y yo le ayudaba a hacer mesas y sillas;
pero por la noche iba a aprender a tocar la trom-
peta. Cuando cumplí los treinta años les dije a
mis padres que me iba a tocar la trompeta para
que los pobres que no tenían dinero pudieran
bailar por la noche.
Dila . —¿Y entonces fue cuando Topé y Foder se unieron
a ti?
Emanu . —Sí.
(La música que ha estado oyéndose hasta ahora termina.
Se oyen gritos que provienen de la derecha. Es Topé que
grita: ¡Emanu! ¡Emanu!)
Emanu . —Me tengo que ir, si no se enfadarán.
(Entra por la derecha corriendo, Foder . Por gestos, dice a
Emanu que le espera).
Emanu . —Adiós, Dila, hasta luego.
Dila . —Adiós, Emanu.
(De pronto, preocupada).
Dila . —Oye, ¿van a venir los guardias por vosotros hoy?
Emanu . —Creo que sí. ¿Nos avisarás?
Dila . —Desde luego.
Emanu . —Gracias. Adiós.
Dila . —Adiós.
( Emanu y Foder salen juntos por la derecha, al poco
tiempo se oye de nuevo la música. Dila –sola en escena-
llama violentamente a la puerta del «coche A»).
Dila . —Sal de ahí, no te escondas. Sal, estúpido.
( Milos sale al poco tiempo cabizbajo y temeroso).
No agaches la cabeza. Mírame.
(Cada vez más violentamente).
Te digo que me mires. ¿Es que no me oyes? ¡Le-
vanta la cabeza!
( Milos , temeroso, levanta la cabeza).
Dila . —¿Cuántas veces te he dicho que me tienes que de-
jar en paz?
Milos . —Dila, yo no sabía que...
Dila . —No sabías, ¿eh? Todas las noches te tengo que de-
cir lo mismo. ¿Crees que esto va a poder durar
así? Estoy más que harta, me voy a ir definitiva-
mente.
Milos . —(Suplicando).
Dila, no me dejes solo, no me abandones.
Dila . —Y por si fuera poco has avisado a esos imbéciles.
(Señala hacia los coches. Largo silencio. Dirigiéndose ha-
cia los coches).
Eso es, callaros como zorros. ¿Creéis que no sé
que estáis espiando detrás de las cortinas?
(Silencio. Las cortinas del «coche 3» se mueven casi im-
perceptiblemente al mismo tiempo que se oye un cuchicheo
temeroso).
¿Qué decís? Atreveros ahora. ¿Por qué reíais?
(Silencio. Dila va al «coche 3», levanta la cortina. No se
ve nada del interior).
Eso es, haceros los dormidos. Como si no os co-
nociera bien. ¿No me oís?
El señor se ha dormido de pronto. ¿No es eso?
¿Crees que no oí tu risa escandalosa?
Milos . —Déjalos, ya sabes que tienen el sueño muy pesa-
do. No te oirán por más que les grites.
Dila . —No me oirán ¿verdad? No hay peor sordo que el
que no quiere oír.
(Silencio. Se oyen cuchicheos que provienen de dentro de
los coches).
¿Qué es lo que decís? Atreveros a hablar de una
vez.
(Silencio).
Milos . —Déjales, Dila, ya sabes cómo son de susceptibles
y de tímidos. Más vale que no se despierten.
Dila . —Eso es, defiéndelos tú ahora, como si no tuvieras
bastante con defenderte a ti mismo.
Milos . —No, Dila, no les defiendo.
(Pausa).
Déjame ir a la cama, tengo mucho sueño.
Dila . —E1 señor tiene sueño. El señor no puede permane-
cer ni un momento más junto a mí...
Milos . —Dila, tengo mucho sueño. Ya sabes que por la
mañana tengo mucho trabajo, tengo que servir-
les el desayuno en la cama, tengo que hacer la
limpieza de los coches, hacer las camas, quitar el
polvo, sacar brillo al suelo. Ya sabes cómo son de
exigentes. Y si no duermo ahora, mañana estaré
para el arrastre.
Dila . —Pero antes pídeme perdón.
Milos . —Sí, Dila, perdón.
Dila . —De rodillas y mejor dicho.
Milos . —(De rodillas, con emoción)
Perdóname, Dila.
Dila . —Puedes irte a la cama.
( Milos trata de besar a Dila al mismo tiempo que le dice
«Buenas noches». Dila le rechaza, violentamente).
No me toques.
( Milos entra en el «coche A». Dila va hacia el «coche
3». Habla a los del «coche 3»).
¡Conque seguís dormidos!
(Pausa).
Ya me estáis dando el espejo y el peine para pei-
narme
(Silencio. Pausa).
¿Es que no me habéis oído?
(De entre las cortinas del «coche 3» aparecen un espejo y
un peine gigantescos. No se ve la mano de quien los ha sa-
cado. Dila los coge violentamente. Dila va a una de las
hamacas. Se recuesta sobre ella. Se peina con mimo. En-
tran por la izquierda [contrariamente a las otras veces que
entraban por la derecha] Tiosido y Lasca . Tiosido , ves-
tido como de costumbre, de atleta, marcha a paso gimnás-
tico de izquierda a derecha. Lasca , infatigable, parece
muy enfadada).
Lasca . —(Enfadadísima: Tiosido parece que no la oye).
¿Pero es que no me oyes? Te repito que te has
confundido de dirección. Así ¿cómo vas a batir
el récord? Te digo que tienes que ir hacia la iz-
quierda. Te has equivocado. ¿No me oyes?
( Tiosido de pronto se para. Duda un instante. Trata de
orientarse: está cansadísimo. Por fin cambia de dirección:
vuelve, siempre a paso gimnástico, hacia la izquierda. Las-
ca , contenta).
Eso es, hombre. Esa es la dirección. Verás. Vas a
batir el récord. La respiración. Uno-dos, uno-
dos, uno-dos, uno-dos...
( Lasca y Tiosido salen por la izquierda. Dila continúa
peinándose con mimo y tranquilidad. Milos asoma la ca-
beza a través de la ventanilla del «coche A». Mira a Dila ,
sonríe. Dila levanta la cabeza rápidamente. Al fondo, la
música se oye claramente. De pronto, a lo lejos [por la iz-
quierda], se oyen voces).
Voz de hombre . —E-ma-nu! ¡Los Guardias! ¡E-ma-nu!,
vienen por ti.
Voz de otro hombre . —E-ma-nu! ¡Que ya llegan!
( Dila se levanta inquieta, va hacia la izquierda . Pasa de-
lante del «coche A». Al pasar asoma Milos por la venta-
nilla) .
Milos . —No vayas. No le avises. Qué te importa a ti que
les detengan. No te metas en eso.
Dila . —(Violentamente). No soy ninguna niña. Sé defen-
derme sola.
( Dila sale por la derecha).
Dila . —Emanu, los polis!
( Milos la ve alejarse con pena. Por fin mete la cabeza. Se
oye muy a lo lejos -a la izquierda- los silbatos de los guar-
dias; se seguirán oyendo durante toda la escena siguiente.
A partir de este momento y hasta el final de este acto la ac-
ción que se desarrolla en bastidores deberá ser el contrapun-
to de la acción que se desarrolla en escena. Entran por la
derecha Lasca y Tiosido arrastrándose: sin poder dar un
paso. Lasca , infatigable, le empuja, forzándole a seguir, le
arrastra. Recuérdese que Lasca es una mujer de edad -tie-
ne canas- y Tiosido es joven).
Lasca . —Haz un esfuerzo. Sólo un esfuerzo más.
(Cuando llegan a la mitad del escenario Tiosido cae ren-
dido por el esfuerzo. Se ha desmayado. Lasca le hace la
respiración artificial. Luego lo arrastra hasta ponerlo sobre
una hamaca. Tiosido poco a poco se repone. Mientras tan-
to la música ha cesado. Se oyen gritos de pánico que pro-
vienen de la derecha. Ruido de carreras. De la izquierda
provienen los silbatos de los guardias que se acercan cada
vez más).
Tiosido . —(Al despertarse, tiernamente a Lasca ).
Amor mío.
Lasca . —No te pongas sentimental, como siempre.
Tiosido . —Amor mío, bésame. Lo necesito.
Lasca . —(Sin hacerle caso).
¿Te has recuperado ya? ¿Se te ha pasado el des-
mayo?
Tiosido . —Sí, vidita. Ahora te tengo a ti.
( Tiosido intenta besar a Lasca con pasión. Ella le recha-
za violentamente).
Lasca . —Aquí no. Te he dicho mil veces que no te portes
así en público.
Tiosido . —Sólo un beso. Si no me das un beso no podré re-
cuperarme totalmente.
Lasca . —Pero sólo uno.
( Tiosido y Lasca se besan apasionadamente). Mientras
se besan se oyen cuchicheos y risitas que provienen de los
coches y se ve moverse las cortinas. A la derecha ruidos de
carreras. A la izquierda, silbatos que se aproximan. Tiosi-
do y Lasca acaban de besarse).
Lasca . —No nos habrá visto nadie?
Tiosido . —No, Lasca, nadie.
Lasca . —Creo que he oído ruidos sospechosos.
Tiosido . —Qué imaginación tienes, vida mía.
(Se besan de nuevo largamente. Mientras se besan, cruzan
el escenario de derecha a izquierda Foder , Topé y Ema-
nu de prisa y encogidos, tocando casi las rodillas con la
barbilla. Topé se para y da un salto para tratar de ver lo
que ocurre detrás de los coches -en el fondo. Horrorizado,
hace un gesto a sus amigos indicándoles que el peligro está
detrás de los coches. En efecto, se oyen muy claramente ya
los silbatos de los guardias. Topé , Emanu y Foder ter-
minan de cruzar el escenario y salen por la izquierda. Los
silbatos de los guardias se alejan por la derecha. Lasca y
Tiosido terminan de besarse).
Lasca . —(Emocionada).
¡Ay, Tiosido, cómo eres!
Tiosido . —¿Me querrás siempre?
Lasca . —SÍ, Tiosido, bien lo sabes.
Tiosido . —¿Hasta que me muera?
Lasca . —Tú no te puedes morir.
Tiosido . —Ni tú tampoco, Lasca. Viviremos siempre jun-
tos.
Lasca . —¿Me quieres como el primer día?
Tiosido . —Sí.
Lasca . —¿Sólo como el primer día?
Tiosido . —No, mucho más aún.
( Lasca besa apasionadamente a Tiosido . Cuchicheos en
los coches. Las cortinas de saco se alborotan, una voz susu-
rra desde el «coche 3». «¿Pero otra vez?» Los silbidos y las
carreras se siguen oyendo, pero cada vez más alejados).
Lasca . —(De pronto, muy preocupada)
Vamos, tienes que entrenarte.
Tiosido . —No, Lasca. Por hoy ya es suficiente.
Lasca . —Suficiente? ¿Te parece suficiente? ¿Has olvida-
do, por casualidad que hoy sólo has empezado a
las cinco de la mañana?
Tiosido . —Un día es un día.
Lasca . —Te parece buena disculpa? Bien sabes que tienes
que entrenarte todos los días desde las cuatro de
la mañana. Si pierdes una hora es el camino de
la perdición.
Tiosido . —Mañana me entrenaré más tiempo.
(Pausa. Tiernamente).
Además, para hoy he pensado en algo mucho
mejor.
Lasca . —(Horrorizada). No, eso no. Eso de ninguna mane-
ra. Te debilitarías mucho. Así no podrás nunca
ganar el récord.
Tiosido . —(Suplicando).
Sólo una vez, Lasca.
Lasca . —Ni una vez ni ninguna.
Tiosido . —Es que Lasca... cuando estoy contigo...
Lasca . —No, te he dicho que no; además, no tenemos nin-
gún sitio en dónde meternos.
Tiosido . —Podemos ir a uno de los coches.
Lasca . —No, eso sí que no. Serías capaz de llevarme a un
sitio de esos. ¿Es así como me quieres?
Tiosido . —Pero si sólo es por una vez. Nadie se va a dar
cuenta.
Lasca . —Pero puede vernos algún conocido mío. Y si lue-
go se lo dicen a mi...
Tiosido . —(Cortándole la palabra). Nadie nos verá. Es ya
muy de noche.
Lasca . —¿Y querrás que llene también la ficha? Con lo
que ruedan esas fichas. Dios sabe a qué manos
irán a parar.
Tiosido . —No, sólo llenaré la mía. La tuya no es necesaria.
Lasca . —(Tras breve silencio y a punto de llorar).
Y ya sé, luego te vas a portar como un bruto.
Tiosido . —No, Lasca, lo haré con cuidado.
Lasca . —¿Pero me seguirás queriendo después, o vas a ha-
cer como todos?
Tiosido . —No, Lasca, yo no soy como los demás. Ya verás.
Vamos.
( Tiosido y Lasca van hacia el «coche A». Lasca , teme-
rosa, se esconde tras el motor. Tiosido llama a la puerta
del «coche A». Silencio. Tiosido llama de nuevo).
Voz de Milos . —(Que se acaba de despertar).
Sí, sí, ya voy. Pues vaya golpes, ni que estuviera
sordo.
(No aparece nadie. Silencio. Al fondo y a la izquierda se
oye la voz de Dila : «Emanu, que vuelven los guardias».
Inmediatamente se oyen -a la derecha- los silbatos de los
guardias que se acercan. A la izquierda la gente corre: rui-
do de carreras. Dila continúa llamando a Emanu para
advertirle la llegada de la policía. Tiosido y Lasca se im-
pacientan).
Lasca . —Pero es que no va a abrir?
Tiosido . —No te impacientes, mujer.
Lasca . —Llama otra vez.
( Tiosido , llama procurando hacer el menor ruido posible).
Voz de Milos . —(Que está medio dormido).
Pero ya he dicho que voy. ¡Qué barbaridad!
¡Vaya golpes!
(No aparece nadie. Silbatos a la derecha, carreras a la iz-
quierda. Por la izquierda entran Foder , Topé y Emanu .
Los tres van muy de prisa y entran casi en cuclillas. Cru-
zan el escenario de izquierda a derecha. Los silbatos par-
ten ahora de detrás de los coches, al fondo. Tiosido y Las-
ca están cada vez más impacientes).
Lasca . —Llama otra vez.
( Tiosido , con todo cuidado, llama a la puerta del «coche
A»).
Voz de Milos . —(Decididamente acaba de despertarse).
Pero ya les he oído. Qué golpetazos: van a derri-
bar la puerta como sigan así.
(No aparece nadie. Pausa. Los silbatos se alejan por el fon-
do a la derecha. Los ruidos de carreras se alejan por el fon-
do. Por fin se asoma Milos ).
Voz de Milos . —(Violento).
¿Qué quiere?
Tiosido . —Quería pasar la noche aquí.
Milos . —(Deshaciéndose en atenciones).
Perdóneme el señor por haberle hecho esperar,
no sabía que se trataba de un cliente. Por el mo-
mento tenemos algo que espero complazca al se-
ñor.
Tiosido . —Pero no estoy solo.
Milos . —Está acompañado? No importa. El sitio es gran-
de. ¿Lleva usted documentación?
Tiosido . —¡Ay, no!, se me ha olvidado en casa.
Milos . —(De nuevo violento).
En ese caso no tengo nada en absoluto.
Tiosido . —No le puede servir mi número de atleta?
(Se arranca el número 456 que lleva sobre el pecho y se lo
entrega).
Milos . —(Deshaciéndose en atenciones).
Naturalmente que sí. Estamos aquí para servir
al señor; firme, por favor.
( Tiosido firma. Voz de Dila . En bastidores a la derecha.
«Emanu, vuelven los guardias». Ruido de silbatos y de
carreras).
¿Quieren seguirme los señores?
Lasca . —¿Es que no me va a pedir a mí que llene la ficha?
Milos . —Con la firma del señor es suficiente.
Lasca . —Pero estoy segura de que es necesario que llene
una ficha.
Milos . —No se preocupe, señora, ya le digo que con la del
señor es suficiente.
Lasca . —(Disgustada).
Bueno. Usted sabrá lo que hace. Por mí, allá pe-
lículas. Seguro que se la carga.
(Ceremoniosamente Milos les abre la puerta del «coche
2»)
Milos . —(Al hombre que está dentro del coche).
Señor, que vienen otros señores a ocupar la otra
mitad.
Voz de hombre . —iLos muy cerdos! ¿No podían ir a jo-
der a otro rincón?
Milos . —Lo siento, señor. Para mañana intentaré encon-
trarle un coche individual.
Voz de hombre . —Menudo berzas estás tú hecho.
( Tiosido y Lasca entran en el «coche 2» . Antes de cerrar
la puerta. Lasca dice a Milos ).
Lasca . —Mañana llámenos a las tres de la madrugada.
Milos . —Descuiden los señores. Buenas noches, señores.
( Milos va al «coche A». Entra dentro. Por la derecha en-
tran corriendo Topé , Emanu y Foder . Están amedren-
tados. Los silbatos de los guardias les persiguen de cerca.
Topé , Emanu y Foder se esconden detrás de las hama-
cas, parapetados detrás del «coche 1». No se les ve. Sólo
asoman, como tres fusiles, las tres extremidades de sus ins-
trumentos. Foder levanta la cabeza, mira hacia la dere-
cha, horrorizado se agacha de nuevo. El ruido de silbatos
se aproxima cada vez más por la derecha. Cuando van a en-
trar en escena una voz les detiene).
Voz de Dila . —( Voz muy lasciva).
Oigan, por favor.
Miren.el cementerio de automóviles
(Los guardias, se nota por el ruido de sus pasos y por la au-
sencia de silbatos, que se han parado).
Voz de Dila . —Miren esto.
(Voz voluptuosa).
¡Ay! No sé qué me pasa.
(Se queja y, por fin, ríe lascivamente).
¿Les gusta?
(Risa estridente y cachonda. Se oyen las risas tontas de los
guardias. Alguien muge).
TELÓN